tema 1. el campo de la psicologÍa social

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1 TEMA 1. EL CAMPO DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL 1 Objeto de estudio, historia, orientaciones teóricas y tradiciones de investigación En este capítulo analizaremos el campo de la psicología social, tratando de explicar su objeto de estudio, su especificidad como ámbito de investigación científica, sus principales orientaciones teóricas y las diferentes metodologías de los estudios empíricos. Haremos también un poco de historia, describiendo su genealogía como disciplina. Índice 1. ¿Qué es la psicología social? 1.1 El objeto de estudio 1.2 La relación con otras disciplinas 1.3 La mirada psicosocial: relaciones ternarias y niveles de explicación 2. Reconstrucción histórica de la disciplina 2.1 Dos antecedentes importantes 2.2 Cinco fases de desarrollo 2.2.1 El contexto de aparición 2.2.2 La fase de institucionalización 2.2.3 La etapa de consolidación 2.2.4 El periodo de crisis 2.2.5 El panorama actual 3. ¿Por qué es una ciencia? Teorías y metodologías de investigación 3.1 Las grandes orientaciones teóricas de la psicología social 3.2 La investigación: diferentes enfoques metodológicos 3.2.1 Experimentos 3.2.2 Métodos no experimentales 3.2.3 Datos y análisis 3.2.4 Ética de la investigación 1. ¿Qué es la psicología social? La psicología social se ha definido como ‘la investigación científica de la forma en que influye la presencia de los otros –real, imaginada o implícita- en los pensamientos, sentimientos y conductas de las personas’. Así la definió Gordon Allport en 1954 (Allport, 1954a). Pero ¿qué queremos decir con eso? ¿Qué investigan los psicólogos y psicólogas sociales? ¿A qué se dedican? ¿Se define el campo de la disciplina por estudiar unos problemas concretos o se trata más bien de una mirada particular sobre el comportamiento humano? 1.1 El objeto de estudio En primer lugar hay que decir que los psicólogos sociales estudian el comportamiento humano y en general no estudian a los animales. Algunos principios generales de la psicología social se pueden aplicar también a los 1 Material elaborado por M.Ángeles Molpeceres y Berta Chulvi

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TEMA 1. EL CAMPO DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL1 Objeto de estudio, historia, orientaciones teóricas y tradiciones de investigación

En este capítulo analizaremos el campo de la psicología social, tratando de explicar su objeto de estudio, su especificidad como ámbito de investigación científica, sus principales orientaciones teóricas y las diferentes metodologías de los estudios empíricos. Haremos también un poco de historia, describiendo su genealogía como disciplina.

Índice

1. ¿Qué es la psicología social? 1.1 El objeto de estudio 1.2 La relación con otras disciplinas 1.3 La mirada psicosocial: relaciones ternarias y niveles de explicación

2. Reconstrucción histórica de la disciplina 2.1 Dos antecedentes importantes 2.2 Cinco fases de desarrollo 2.2.1 El contexto de aparición 2.2.2 La fase de institucionalización 2.2.3 La etapa de consolidación 2.2.4 El periodo de crisis 2.2.5 El panorama actual

3. ¿Por qué es una ciencia? Teorías y metodologías de investigación 3.1 Las grandes orientaciones teóricas de la psicología social 3.2 La investigación: diferentes enfoques metodológicos 3.2.1 Experimentos 3.2.2 Métodos no experimentales 3.2.3 Datos y análisis 3.2.4 Ética de la investigación

1. ¿Qué es la psicología social?

La psicología social se ha definido como ‘la investigación científica de la forma en que influye la presencia de los otros –real, imaginada o implícita- en los pensamientos, sentimientos y conductas de las personas’. Así la definió Gordon Allport en 1954 (Allport, 1954a). Pero ¿qué queremos decir con eso? ¿Qué investigan los psicólogos y psicólogas sociales? ¿A qué se dedican? ¿Se define el campo de la disciplina por estudiar unos problemas concretos o se trata más bien de una mirada particular sobre el comportamiento humano?

1.1 El objeto de estudio

En primer lugar hay que decir que los psicólogos sociales estudian el comportamiento humano y en general no estudian a los animales. Algunos principios generales de la psicología social se pueden aplicar también a los

1 Material elaborado por M.Ángeles Molpeceres y Berta Chulvi

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animales y la investigación con animales puede aportar evidencias acerca de procesos que se pueden generalizar a los humanos, pero los psicólogos sociales piensan que estudiar a los animales para comprender la conducta humana no nos lleva demasiado lejos.

Sobre todo porque si hay alguna cosa que diferencia al ser humano del animal es la complejidad de sus organizaciones sociales y el uso intensivo de los códigos simbólicos que utilizamos en nuestras relaciones sociales. Se podría argumentar que los animales se organizan en colectividades que podríamos llamar sociales –pensemos por ejemplo en las hormigas-; sin embargo, son organizaciones sociales muy simples si las comparamos con las organizaciones sociales humanas. Elementos como la cultura y el lenguaje definen la complejidad de las organizaciones sociales humanas. Los psicólogos sociales se dedican a demostrar que todos los procesos psicológicos –incluso los procesos mentales más básicos como la percepción o la memoria- se explican o se ven afectados por esa organización social.

Los psicólogos sociales estudian la conducta porque ésta se puede observar y medir. Pero el término ‘conducta’ hace referencia no sólo a las actividades motoras más evidentes –correr, besarse, comer...-, sino también a acciones más sutiles como alzar las cejas o sonreír; y, por supuesto, lo que decimos o escribimos. En este sentido, la conducta es públicamente verificable. Sin embargo, los psicólogos sociales no sólo están interesados en la conducta, sino en los sentimientos, los pensamientos, las creencias o las intenciones; pero como éstos no son directamente observables, los inferimos a partir de las conductas. Por ejemplo, sabemos que un niño ha adquirido ciertos esquemas lógicos de razonamiento cuando es capaz de ordenar una serie de objetos según un criterio dado; o para conocer las actitudes de una persona hacia una política sanitaria nos remitimos a la conducta manifiesta de responder a una serie de preguntas en un cuestionario.

Nos interesan estos fenómenos no explícitos –pensamientos, creencias, sentimientos- por el hecho de que pueden influir directamente en la conducta o simplemente gobernarla. Así, un aspecto central de la disciplina ha sido poner en relación las actitudes de la gente –esto es, su predisposición hacia ciertas clases de objetos- con su conducta. De la misma manera que planteamos el origen social del comportamiento humano, los psicólogos sociales planteamos la dimensión psicológica del comportamiento social como un elemento clave para comprender lo que pasa en nuestra sociedad. Cómo explicar, por ejemplo, el movimiento antimilitarista sin explicar la actitud de personas concretas que en plena juventud decidieron ir a prisión, desertando de los cuarteles, para defender un mundo sin ejércitos. La tarea de la psicología social consiste muchas veces en relacionar un cierto acontecimiento social con un proceso psicológico subyacente.

Algunos autores señalan que lo que hace social a la psicología social es que trata sobre la forma en que las personas se ven afectadas por la presencia de otros, sea real o imaginada (Hogg y Vaughan, 2010), pero hay otros enfoques que van más allá y plantean que el hecho psicológico y el hecho social son inseparables y mantienen una relación constituyente. Así, por ejemplo, Tomás Ibáñez (2003) define la psicología social como ‘la disciplina que estudia cómo los fenómenos psicológicos están determinados y conformados por procesos sociales y culturales’.

Como apunta Tomás Ibáñez (2003), la forma en que se definen el hecho psicológico y el hecho social y, sobre todo, la forma en que se conceptualiza la relación entre ‘lo psicológico’ y ‘lo social’ es la piedra angular de la psicología social y ha

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determinado, en buena medida, la historia de la disciplina, en la cual se pueden identificar dos grandes corrientes o perspectivas: una psicología social más psicológica y una psicología social más sociológica.

La primera considera que es posible proporcionar definiciones diferenciadas de los fenómenos psicológicos y de los fenómenos sociales. Admite que entre los fenómenos psicológicos y sociales hay una relación, pero que ésta es una relación de exterioridad porque son fenómenos que tienen realidades aislables entre sí. En oposición a esta postura, la segunda perspectiva sostiene que el hecho psicológico y el hecho social son una realidad inseparable, una especie de ‘tejido sin costuras’ (Ibáñez, 2003), y que no es posible encontrar límites entre ambos. Desde esta perspectiva, la relación que se postula entre los procesos psicológicos y sociales es de interioridad, es una relación constituyente: el hecho psicológico y el hecho social serían las dos caras de una misma moneda. Para comprender cómo la esfera psicológica se constituye a partir de las relaciones sociales y la cultura, la clave es comprender cómo funcionan la comunicación y el lenguaje, así como lo que más genéricamente llamamos ‘la dimensión simbólica’ de nuestro mundo.

Desde la perspectiva que Ibáñez llama ‘psicología social psicológica’ se suelen buscar leyes generales que regulan el comportamiento humano utilizando mayoritariamente los métodos de las ciencias positivas y en muchos casos los estudios experimentales. Desde la psicología social sociológica se enfatiza más la importancia que tiene la historicidad de los fenómenos sociales. Dicha historicidad muestra el carácter cambiante de la realidad social y desaconseja contemplar los fenómenos sociales como acontecimientos universales prefijados y propios de una naturaleza humana inmutable.

Cuando la disciplina se define de una manera u otra también está hablando de unas u otras aspiraciones o intenciones de sus autores o autoras. Expertos como Ibáñez (2003) han señalado que la psicología social más psicológica ‘aspira a constituirse en una suerte de tecnología que gestione la relación individuo-sociedad’, mientras que la perspectiva más sociológica ‘aspira a comprender e interpretar los procesos psicosociales en sus dimensiones históricas y simbólicas’.

Sin embargo, tanto desde unas definiciones como desde otras, lo que toda la psicología social sí plantea con claridad es el carácter social fundamental de nuestras experiencias como seres humanos. Por ejemplo, la existencia de nuestros pensamientos es para nosotros un rasgo fundamental a la hora de definirnos como seres humanos. Pero está claro que no podríamos pensar sin palabras, y las palabras derivan del lenguaje y la comunicación, que se construyen en la interacción social.

Por eso algunos psicólogos sociales plantean que la unidad de análisis de la psicología social es la interacción social. Por ejemplo, desde algunas orientaciones teóricas como el interaccionismo simbólico o el construccionismo social se argumenta que la definición misma del objeto de la psicología social pasa por aceptar que el ser humano se convierte en ser cultural en y gracias a la interacción, que siempre implica intercambio y construcción de símbolos y significados. Entre los diversos autores que han teorizado esta idea, puede que sea Lev Vygotsky –un psicólogo social y evolutivo soviético del primer tercio del siglo XX- quien más claramente haya hablado del peso que tiene el hecho social en el desarrollo de la mente humana cuando trataba de explicar los procesos de aprendizaje de las personas.

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Vygotsky afirma que ‘en el proceso de desarrollo del niño, la interacción social tiene un papel formador y constructor’. Es decir, algunas funciones mentales superiores –la atención voluntaria, la memoria lógica, el pensamiento verbal y conceptual, las emociones complejas, etc.- no podrían surgir en el proceso de desarrollo humano sin la contribución constructora de las interacciones sociales. En sus investigaciones demuestra que, siendo la dotación genética una condición importante para la adquisición del lenguaje, también es necesaria la contribución del medio social en forma de un tipo de aprendizaje muy concreto: la ‘colaboración social’.

En su obra Pensamiento y lenguaje, Vygotsky (1964) describe el proceso genérico mediante el cual el lenguaje, en calidad de instrumento de las relaciones sociales, se transforma en un instrumento de la organización psíquica interior del niño, con la aparición primero de un lenguaje privado, luego del lenguaje interior, finalmente del pensamiento verbal. La de Vygotsky es una propuesta teórica original para abordar la articulación entre el hecho psicológico y el hecho social: él propone que el desarrollo de la psique humana se produce por la interiorización de las relaciones sociales y la transformación de éstas en funciones mentales y en sistemas de funciones más complejas.

Si observamos el pensamiento del adulto, el razonamiento es mucho más sencillo. Consideremos el ‘pensamiento’: una actividad privada e internalizada que se puede dar estando completamente a solas. Esta actividad privada se basa claramente en la presencia implícita de los otros: pensamos con palabras que se han construido en la interacción social. Otro ejemplo de cómo funciona la presencia implícita de los otros es que la mayoría de la gente, cuando nos vestimos para ir a un entierro, aunque nadie nos de ninguna indicación, nunca pensamos en elegir un vestido rojo para ir a este tipo de acto. Eso se debe a que la gente, mediante la interacción social, ha elaborado una norma social que considera inadecuada este tipo de conducta.

Sin la profundidad teórica del razonamiento de Vygotsky, pero posiblemente con mucha más eficacia comunicativa, también encontramos autores como Ortega y Gasset señalando la relación entre el hecho social y el hecho psicológico. Cuando en 1914 Ortega y Gasset escribe incidentalmente en sus Meditaciones de Don Quijote la frase ‘Yo soy yo y mis circunstancias’ está resumiendo una parte importante del esfuerzo de la investigación psicosocial: la misma persona en situaciones diferentes responderá de distinta manera. Porque la persona es el resultado de un entramado de relaciones y prácticas sociales con significados culturales concretos.

1.2 La relación con otras disciplinas

Cuando se define un campo científico, no sólo se hace referencia a su objeto de estudio, sino también a su relación con otras disciplinas. Podríamos decir que la psicología social es una subdisciplina de la psicología general porque forma parte de esta ciencia en la medida en que se ocupa de la conducta humana. Pero también podríamos decir que la psicología social es un enfoque particular de la psicología que pone el énfasis en el origen social del comportamiento de los seres humanos, frente a otros análisis psicológicos de la conducta humana que elaboran explicaciones más centradas en factores individuales.

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Por ejemplo, nos podemos preguntar cómo estiman las personas el tamaño de unas monedas, y podemos hacer hipótesis basadas exclusivamente en la psicología de la percepción, tratando las monedas como si fueran simplemente círculos de metal. O bien podemos considerar que las monedas son objetos con un valor social y por tanto tener en cuenta que las relaciones sociales que se articulan en torno a las monedas pueden condicionar los procesos perceptivos. Esto último es lo que hicieron dos psicólogos sociales en un experimento muy conocido (ver cuadro 1), pidiendo a niños y niñas de barrios diferentes que estimaran el tamaño de las monedas.

Desde la perspectiva del psicólogo general no se podrían explicar las diferencias perceptivas existentes entre niños de un barrio rico y niños de un barrio pobre; sin embargo, desde la perspectiva del psicólogo social si se podía hacer la hipótesis –que luego se verificó- de que los niños de barrios pobres sobreestimarían el tamaño de las monedas más que los niños de barrios ricos.

CUADRO 1. ¿Puedes hacer un círculo del mismo tamaño?

En el marco de los estudios sobre la percepción que conocemos como el ‘New Look’, Bruner y Goodman (1947) mostraron cómo el valor simbólico de un círculo podía afectar a la percepción de su tamaño. Estos autores preveían que la evaluación de un objeto valorado socialmente sería sobreestimada en comparación con un objeto de idénticas dimensiones físicas pero neutro en la dimensión de valor. La segunda de sus hipótesis era que cuanto mayor fuese la diferencia de valor entre estos dos objetos, mayor sería la sobreestimación de las dimensiones del objeto socialmente valorado. Para poner a prueba esta hipótesis, Bruner y Goodman compararon los juicios sobre las dimensiones de unas monedas con los juicios sobre las dimensiones de una serie de círculos de cartón de diversos diámetros. Para hacerlo pidieron a niños de diez años que proyectaran en una pantalla un foco de luz que estimaran idéntico al área de los discos de cartón o de las monedas que tenían delante. Con este método, el grupo experimental estimaba las dimensiones de monedas de diferentes valores, mientras que el grupo control evaluaba el tamaño de discos de cartón grises y de diámetro idéntico al de la serie de monedas utilizadas. Los resultados mostraron que los niños tendían a sobreestimar el tamaño de las monedas respecto al de los discos de cartón. Por otra parte, mostraron también que esta sobreestimación era mayor en las monedas de más valor. Una de las primeras cuestiones que se plantearon en relación con este experimento se centró en las características físicas de los estímulos. Así, Carter y Schooler (1949) replicaron el estudio de Bruner y Goodman incluyendo, además de los grupos que habían de juzgar monedas y círculos de cartón, un tercer grupo que habría de juzgar círculos de metal. Los resultados demostraron que el diámetro de las monedas de 25 y 50 céntimos se sobreestimó respecto al de los círculos de cartón, pero que sólo la moneda de 50 céntimos fue sobreestimada respecto a los círculos de metal […] Tiempo después, un ingenioso experimento de Hotzkamp y Perlwitz (1966) zanjó esta cuestión al mostrar que no era necesaria la constitución metálica para producir un fenómeno de sobreestimación, pero sí era imprescindible la diferencia de valor. Estos autores proyectaron sobre la pantalla círculos de luz negros, con el método de las sombras chinescas. En una condición, dijeron a los sujetos que las sombras eran producidas por la interposición de monedas entre el foco de luz y la pantalla, mientras que en la otra condición se les decía a los sujetos que la sombra estaba producida por la interposición de un círculo de cartón. El resultado es que las estimaciones de tamaño del diámetro de las sombras supuestamente producidas por las monedas fueron superiores a las sombras supuestamente producidas por los círculos de cartón. Así se puede concluir que es la dimensión valor la que produce la sobreestimación, y que si los círculos de metal producían algún efecto similar al de las monedas es, precisamente, porque en la mente de las personas se asocian a las monedas […] Bruner y Goodman (1947) hicieron un segundo estudio distinguiendo a niños que provenían de un entorno socioeconómico pobre y niños que provenían de un entorno socioeconómico adinerado. Y efectivamente encontraron que los niños provenientes de un entorno pobre tendían a sobreestimar el tamaño de las monedas más que los niños provenientes de un entorno acomodado. De todos modos, este efecto no recibió un apoyo experimental tan claro como los anteriores, quizá debido a la dificultad que tiene determinar con claridad la naturaleza psicológica de la variable riqueza / pobreza. Para superar esta dificultad, Ashley, Harper y Ruyon (1951) indujeron a los sujetos, mediante hipnosis, un estado subjetivo de pobreza o de riqueza, y constataron que los sujetos hipnotizados en la pobreza sobreestimaban las magnitudes de las monedas con mayor intensidad que los hipnotizados en la riqueza.

Tomado de Pérez, J.A. (1989). Percepción y categorización del contexto social. En A. Rodríguez González y J. Seoane Rey (eds.), Tratado de psicología general, vol. 7. Creencias, actitudes y valores. Madrid: Alhambra.

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¿Quiere decir eso que a los psicólogos sociales no les interesan los fenómenos perceptivos que se han estudiado como procesos universales? Nada más lejos de la realidad. El psicólogo social ha de conocer e incorporar las teorías de la percepción elaboradas desde la psicología cognitiva que describen procesos teóricamente universales. Las han de incorporar a su razonamiento, pero modulando su mirada desde la siguiente pregunta: ¿cómo están condicionando las relaciones sociales reales –presencia física de otros- o implícitas –normas sociales, culturales, posiciones sociales- el fenómeno que estudiamos?

Estas dos perspectivas, la de la psicología general y la de la psicología social, no son incompatibles, sino más bien complementarias. De hecho, las encontramos a la vez en las grandes obras. Por ejemplo, Sigmund Freud desarrolló una teoría integral y muy influyente sobre el funcionamiento de la psique humana individual, y sin embargo consideró cómo las relaciones sociales participaban de la génesis de la psique humana al enfatizar el papel central que tienen las relaciones familiares tempranas en su configuración.

La psicología social también tiene importantes relaciones con la sociología y con la antropología social. De hecho, al tratar de grupos, normas sociales y cultura, la psicología social utiliza conceptos elaborados por estas disciplinas vecinas. Así pues, ¿en qué se diferencian la psicología social y la sociología? Son miradas complementarias, del mismo modo que sucede con la psicología general y la psicología social. Por ejemplo, cuando la sociología observa un grupo se pregunta cómo se organiza, cómo funciona como colectividad. Su unidad de análisis –es decir, el foco de la investigación y la teoría- es el grupo en su conjunto, mientras que la psicología social se fija en la interacción individuo-grupo. La antropología social se fija también en el modo en que funcionan los grupos, las colectividades, las diferentes culturas, pero se centra sobre todo en el estudio de sociedades ‘exóticas’.

1.3 La mirada psicosocial: relaciones ternarias y niveles de explicación

Como plantea muy acertadamente Serge Moscovici (Moscovici, 1991) ‘en realidad nuestra disciplina no se caracteriza tanto por su territorio como por un enfoque propio. Es decir, lo que los psicólogos sociales aprenden durante su trabajo es, por encima de todo, una manera de observar los fenómenos y las relaciones. En este sentido podemos afirmar que existe una visión psicosocial’.

Moscovici define esta visión psicosocial como una lectura ‘tripolar’ o ‘ternaria’ de la realidad, frente a la tradicional visión binaria: ‘la particularidad de la psicología social consiste en sustituir la relación a dos términos entre sujeto y objeto, heredada de la filosofía clásica, por una relación a tres términos: sujeto individual / sujeto social / objeto. O, dicho de otra manera: ego-alter-objeto’.

Tratando de caracterizar esta relación, la psicología social ha elaborado teorías y ha desarrollado una buena parte de su investigación. Por ejemplo, el fenómeno que se dio en llamar ‘facilitación social’ (Allport, 1924), y que estudia cómo influye la presencia de otros en el rendimiento en una tarea por parte del sujeto, es una forma de caracterizar esta relación ego (el sujeto) – alter (los otros presentes) – objeto (la tarea). Pero también cuando estudiamos el prejuicio y nos preguntamos cómo un estudiante (sujeto individual) manifiesta actitudes negativas hacia la minoría gitana (objeto) que tienen como base un estereotipo de del gitano que ha

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sido construido en una larga historia de interacción social entre la mayoría paya y la minoría gitana (sujeto social).

La visión ternaria de las relaciones humanas es muy compleja, porque ha de centrar la atención en toda una serie de mediaciones entre lo que el sentido común tiende a considerar dos entidades aisladas: el sujeto y el objeto. Toda una serie de mediaciones que acaban demostrando que no hay fronteras estrictas entre uno y otro.

Pese a su complejidad, la visión psicosocial nos permite explicar la vida social mejor que otras disciplinas o enfoques que menosprecian el papel del individuo. Sencillamente porque un enfoque psicosocial de los fenómenos nos permite explicar el cambio social. ¿Cómo explicar los avances y regresiones de nuestras sociedades en temas tan importantes como la familia, la pena de muerte, el trabajo... sin hacer intervenir la terna sujeto individual / sujeto social / objeto?

En palabras de Moscovici (1991), ‘lo que encontramos en la psicología social es el medio para satisfacer una carencia: por un parte dotamos al sujeto social de un mundo interior, y por otra resituamos al sujeto individual en el mundo exterior, es decir, en el mundo social’.

Cuando Moscovici habla de ‘dotar al sujeto social de un mundo interior’ está hablando de explicar cómo las acciones y voliciones individuales son necesarias para explicar los grandes procesos sociales, como comentábamos antes a propósito del movimiento antimilitarista. Cuando habla de ‘resituar al sujeto en el mundo exterior’, está hablando de que el individuo no deja de pertenecer a un grupo, a una clase social, a una cultura, y sus reacciones más anodinas están influidas por esta pertenencia.

Muchos autores aceptan que en la indagación de la relación entre el sujeto, el otro y el objeto radica la singularidad de la psicología social, y que su perspectiva disciplinar específica viene dada por su interés en la interacción. Sin embargo, a la hora de investigar los fenómenos no todos los autores definen la interacción entre esos términos del mismo modo.

Wilhelm Doise (1982, 1986) ha hecho uno de los análisis más certeros y mejor sistematizados sobre los diversos niveles de explicación que emplea la disciplina para conceptualizar los fenómenos psicosociales (ver cuadro 2). A lo largo de la asignatura podremos ir viendo teorías e investigaciones que se corresponden con estos distintos niveles, o incluso articulan varios de ellos. En realidad, esa articulación de los distintos niveles de explicación, en opinión de Doise, debería constituir la aspiración de una psicología social integrada y madura.

CUADRO 2. Niveles de explicación en psicología social

En opinión de Doise, los niveles de explicación que pueden diferenciarse en la teoría y la investigación de la psicología social son cuatro: el nivel intrapersonal, el nivel interpersonal o situacional, el nivel posicional y el nivel ideológico. El nivel intrapersonal se interesa por el análisis de los procesos psicológicos relacionados con la organización que hacen los individuos de su experiencia en el medio social. Por ejemplo, Solomon Asch (1946) constató que las primeras informaciones que recibimos de una persona pesan más en la impresión global que nos formamos de ella que los datos que recibimos con posterioridad, porque esos datos posteriores los reinterpretamos de tal modo que sean coherentes con las informaciones primeras (ver tema 2). Este tipo de trabajo sobre formación de impresiones se ubica en un nivel básicamente intrapersonal, puesto que apela a un principio interno general de coherencia cognitiva para explicar sus resultados. En

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realidad, a veces en este nivel intrapersonal resulta difícil encontrar el modo en que el ‘sujeto social’ condiciona la relación entre el sujeto individual (el perceptor) y el objeto (la persona percibida). El nivel interpersonal o situacional se interesa por el análisis de la interacción interindividual dentro de situaciones limitadas. No se toman en cuenta las posiciones que los individuos pueden ocupar fuera de la situación considerada. El objeto de estudio es la dinámica de las interacciones establecidas en un momento dado por determinados individuos en una situación dada. Por ejemplo, Howard Giles y sus colaboradores comprobaron mediante un largo programa de investigación que, en la mayoría de las ocasiones, las personas tendemos a modificar sutilmente nuestro modo de hablar en el curso de una conversación para acomodarnos a la forma en que habla nuestro interlocutor, mientras que él o ella hace lo mismo con nosotros. Este fenómeno de adaptación recíproca se denominó convergencia lingüística, y en opinión de sus autores tiene mucho que ver con una motivación de aprobación social (ver Giles y Coupland, 1991). Los trabajos de Giles y colaboradores sobre la convergencia comunicativa y la aprobación social son un buen ejemplo de análisis al nivel interpersonal o situacional: muestran cómo la presencia y la forma de actuar del otro inciden de forma significativa en nuestra forma de actuar; pero en este caso, como quien dice, de ‘cualquier otro’. El nivel posicional se interesa por el análisis de la interacción interindividual en situaciones específicas, pero considerando el rol de la posición social de los interactuantes: es decir, su estatus social y sus pertenencias grupales anteriores a la situación concreta de interacción. Por consiguiente, en este nivel de análisis los individuos ya no pueden ser considerados intercambiables entre sí. Por ejemplo, el propio equipo de Giles mostró que, en contextos plurilingües como el canadiense (o el de la Comunidad Valenciana), la propensión a la convergencia lingüística no es la misma en los hablantes de la lengua mayoritaria y en los hablantes de la lengua minoritaria; además, el fenómeno depende mucho del estatus relativo que tengan las dos lenguas en un contexto social y político dado (ver Giles y Coupland, 1991). Cuando analizamos la convergencia lingüística en función de la pertenencia etnolingüística de los interlocutores estamos empleando un nivel de análisis posicional. Además, esta forma de pasar de un análisis basado en motivaciones de simpatía interpersonal a un análisis basado en categorías grupales con una significación política es un buen ejemplo de cómo el mismo fenómeno se puede explicar a dos niveles diferentes. Finalmente, el nivel ideológico se interesa por el análisis de la interacción interindividual que considera el rol de las creencias sociales generales y de las relaciones sociales entre los grupos. Por ejemplo, Denise Jodelet (1989) hizo un detallado trabajo de investigación sobre la forma en que se relacionaban las personas ‘cuerdas’ con enfermos mentales en una pequeña comunidad rural en Francia. Lo interesante del trabajo de Jodelet es que captaba perfectamente cómo un cambio ideológico afecta a las relaciones sociales, porque en el momento del estudio la sociedad francesa se encontraba en pleno periodo de ‘desinstitucionalización’ psiquiátrica. Esto es, como sucedió en muchos otros países a lo largo de los años 70, se estaba cambiando la política de gestión de la enfermedad mental: se cerraban los manicomios y grandes instituciones de encierro y se iniciaba un modelo de tratamiento en ‘medio abierto’, por ejemplo buscando a los enfermos mentales alojamiento en pequeños pueblos, en casas particulares cuyos dueños recibían una subvención por proporcionárselo. El trabajo de Jodelet, que mostraba las relaciones entre el cambio de políticas institucionales, el cambio de las representaciones sociales sobre la locura y el cambio de las relaciones entre personas categorizadas como ‘enfermos’ o como ‘sanos’ es un buen ejemplo de lo que Doise denomina el ‘nivel ideológico’ de análisis de los fenómenos.

Adaptado parcialmente de Hogg y Vaughan (2010) y de Munné (1986).

2. Reconstrucción histórica de la disciplina

Cualquier relato histórico es una reconstrucción a posteriori. Como dice Graumann (1990), ‘los datos, cifras, personas o sucesos pueden venir dados. Pero cuáles son los que tenemos en cuenta, y cómo los ponderamos y relacionamos, es un asunto de construcción y de intención’. Al elegir un autor, una escuela o una investigación como puntos de partida para describir el desarrollo de un área de conocimiento, siempre abandonamos otros. La mayoría de las veces, como señalan Álvaro y Garrido (2003), ‘este tipo de elecciones está guiado por un afán de legitimar el presente y, en cualquier caso, siempre desemboca en un relato parcial de la historia, en el que se narra lo que fue y se deja de lado la necesaria reflexión sobre lo que podía haber sido’.

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La historia de un área de conocimiento es la historia de un conjunto de ideas, enfoques, prácticas y programas de investigación entre los cuales sólo algunos acaban reconociéndose con el tiempo como representativos de la disciplina y reflejándose en los productos institucionales vinculados a ella: libros, manuales, revistas científicas, cursos de formación universitaria, proyectos de investigación. Al final, nos vemos obligados a recurrir a esos productos institucionales para delimitar qué es lo que hoy en día se considera psicología social.

Pero la psicología social fue en sus inicios mucho más plural de lo que es hoy. Sus enfoques y métodos de investigación preferentes tardaron bastante tiempo en definirse de una forma característica. Por eso, no debemos olvidar que la historia que vamos a narrar aquí es la historia de una de las psicologías sociales posibles: la que acabo imponiéndose, recibiendo reconocimiento institucional y apropiándose para sí la etiqueta de ‘psicología social’. Y ésta es fundamentalmente una disciplina de orientación más psicológica que sociológica, de abrumador predominio estadounidense y con una clara preferencia por el método experimental como herramienta privilegiada de investigación (Graumann, 1987). Sin embargo, veremos también al hilo de éste y el siguiente apartado muchas de las opciones y alternativas que se fueron dejando de lado por el camino.

2.1 Dos antecedentes importantes

Las reflexiones sobre el carácter social del ser humano abundan desde hace muchos siglos. Pero la psicología social es un tipo particular de discurso sobre el carácter social del ser humano, distinto del filosófico o del literario: es un tipo de conocimiento sobre el ser social que responde a la mentalidad de la ciencia moderna.

Lo que llamamos ‘ciencia moderna’ es un modo de producción de la verdad y del conocimiento que empieza a aparecer en el siglo XVI, cristaliza a lo largo del siglo XVII y se encuentra ya más o menos consolidado en el siglo XVIII. La ciencia moderna se caracteriza por el empleo del razonamiento inductivo. A diferencia del razonamiento deductivo de la lógica formal de la Grecia clásica, que a partir de unas premisas ciertas llega a conclusiones verdaderas, el razonamiento inductivo pretende acceder a la verdad observando e interpretando los indicios que encontramos en la realidad: se basa en observaciones empíricas sistemáticas y no en axiomas a priori para determinar cómo es y cómo funciona la realidad.

No hay nada similar a la mentalidad y a la práctica de la ciencia moderna en Occidente antes del siglo XVI. La concepción que los filósofos de la Grecia clásica, o los escolásticos medievales, tenían sobre lo que es verdadero o lo que es real no se parece nada a la concepción de la verdad o la realidad que tenemos hoy en día quienes hemos nacido bajo el dominio de la ciencia como modo de producción de la verdad. Por eso es absurdo buscar antecedentes de la psicología social en Platón o Aristóteles: por más que ambos hicieran reflexiones interesantes sobre el carácter social del ser humano, su modo de abordar el conocimiento y sus criterios para considerar algo real o verdadero no tienen nada que ver con los de la psicología social contemporánea (Ibáñez, 1990).

Los antecedentes de la psicología social hay que ir a buscarlos, como muy lejos, al siglo XVIII, con la consolidación de los Estados-nación y la emergencia del proyecto ilustrado de diseño racional de la sociedad. En el siglo XVIII ya se había asentado,

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en cuanto al conocimiento de la naturaleza, la mentalidad de la ciencia moderna: es decir, la concepción de que a la verdad se accede mediante la observación sistemática, que nos permite elaborar hipótesis sobre lo que es probablemente cierto, y la posterior verificación empírica de dichas hipótesis. La Ilustración supuso un paso más en este camino porque los ilustrados defendieron la idea de que la sociedad era un objeto susceptible de recibir el mismo tipo de tratamiento que las ciencias naturales aplican a sus propios objetos. Más aún, tenían la convicción de que gobernar bien requería el tipo de conocimiento objetivo y detallado que la ciencia social podía proporcionar (Ibáñez, 1990).

Hoy en día estamos tan acostumbrados a que cualquier decisión política se base en encuestas, estudios e informes que nos cuesta darnos cuenta de la novedad radical que la mentalidad ilustrada supuso en la historia: por primera vez, se abría paso la idea de que el conocimiento científico de la organización social era requisito necesario para el buen gobierno, y que una sociedad diseñada y gestionada de acuerdo con los principios de la racionalidad científica sería una sociedad mejor. En este contexto, en el siglo XVIII se desarrollaron la ciencia política –entonces llamada ‘estadística’ o ‘ciencia del Estado’- y la economía –en aquel tiempo conocida como ‘filosofía moral’-, las primeras ciencias sociales en hacer su aparición. Su objetivo era recolectar datos y obtener un conocimiento suficientemente preciso sobre la propia sociedad como para garantizar su gobierno racional y, en última instancia, el orden social (Ibáñez, 1990).

En cierto sentido, los cambios acelerados que experimentaron las sociedades europeas occidentales a lo largo del siglo XIX pueden considerarse como consecuencia de la fe ilustrada. La revolución industrial tiene lugar cuando los saberes proporcionados por la ciencia comienzan a aplicarse de manera sistemática a la manufactura de bienes, y la producción crece de forma exponencial. Al mismo tiempo, las grandes burocracias emergentes en los inicios del siglo –la napoleónica quizá es el mejor ejemplo- son la expresión de la creciente racionalización de los modos de gobierno.

Sin embargo, con todo su inaudito incremento de la capacidad de producción humana y del potencial de control del poder político, el siglo XIX fue un siglo tremendamente convulso, en el que las sociedades occidentales alcanzaron cotas de explotación y miseria tampoco conocidas nunca con anterioridad. De algún modo, la aplicación de los nacientes saberes científicos a la gestión de lo social parecía lograr niveles de producción y control impensables poco antes, pero no daba lugar a una sociedad más integrada, más justa o más feliz. Algunos autores sitúan a mediados del XIX lo que llaman la primera crisis de confianza en la razón moderna. ¿Realmente la racionalización científica de los procesos de producción y de gobierno era la vía para una sociedad moralmente superior, como habían creído los ilustrados?

La psicología y la sociología son lo que podríamos llamar ciencias sociales ‘de segunda generación’, que comenzaron a diferenciarse y a consolidarse a lo largo del siglo XIX. En cierto sentido, el impulso les vino de la extensión de la fe positivista de la Ilustración a la gestión de los problemas de convivencia humana. O, dicho de otro modo, a lo largo del XIX se fue asentando la idea de que, cuando tuviéramos un conocimiento tan preciso sobre los individuos y los colectivos como habíamos obtenido ya sobre las leyes de la economía y la política, la convivencia social podría racionalizarse y mejorarse del mismo modo que había sucedido con la

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producción y el gobierno. Así pues, la primera crisis de confianza en la razón científica no tuvo como consecuencia un cambio de mentalidad, sino más bien una profundización en la misma y una extensión del esfuerzo de racionalización a problemas y ámbitos hasta entonces inéditos.

La psicología social, como ciencia social que es, nace pues en este contexto y ha de entenderse en función de la lógica que inspira al conjunto de las ciencias sociales: como un esfuerzo de indagación sobre los mecanismos que rigen lo social que permita predecir, controlar y, en última instancia, gestionar la vida de los seres humanos sobre las bases que proporciona el saber científico.

2.2 Cinco fases de desarrollo

En el último tercio del siglo XIX ya encontramos un grado considerable de desarrollo y diferenciación disciplinar de la sociología y la psicología. Para que podamos hablar de la psicología social como disciplina con entidad propia habremos de esperar todavía más de medio siglo, hasta la segunda guerra mundial aproximadamente (Farr, 1996). Así pues, hablamos de una disciplina muy joven con una historia muy corta. Sin embargo, antes del siglo XX ya se pueden detectar con claridad algunas ideas psicosociales relevantes.

2.2.1 El contexto de aparición

En el último tercio del siglo XIX, la preocupación de muchos científicos sociales europeos se centra en el problema de ‘lo colectivo’. En particular, en Alemania y en Francia aparecen lo que se ha dado en llamar ‘psicologías colectivas’, que tratan de dar cuenta de cómo funcionan los agregados humanos. Estos ‘psicólogos colectivos’ del XIX no son psicólogos sociales en sentido estricto, puesto que no podemos hablar de psicología social hasta décadas más tarde, pero sí formulan problemas y preguntas relevantes para la psicología social. Robert Farr (1996) los llama ‘los antepasados’ de la psicología social.

Las psicologías colectivas que se desarrollaron en Alemania y en Francia a finales del XIX son muy diferentes entre sí. Proceden de tradiciones intelectuales muy distintas, y tratan de dar respuesta a problemas también distintos.

La versión alemana de psicología colectiva suele conocerse como Völkerpsychologie o ‘psicología de los pueblos’, y sus autores más representativos son Lazarus y Steintal o Wilhelm Wundt. Es un enfoque que se desarrolla en el esfuerzo por legitimar la formación del Estado alemán: no hay que olvidar que Alemania fue uno de los últimos países europeos que se constituyó como Estado-nación unificado, en el último tercio del siglo XIX. La psicología de los pueblos bebe de las raíces idealistas de la filosofía alemana y se ocupa fundamentalmente de comprender el funcionamiento de las comunidades nacionales. Como consecuencia de ello, adopta una perspectiva holista sobre lo colectivo: es decir, considera que un colectivo está formado por algo más que una suma de individuos, y centra su atención en los vínculos y en las interrelaciones entre los individuos más que en éstos mismos. Además, considera crucial la dimensión histórica para comprender el funcionamiento de lo social (ver Danziger, 1979). Finalmente, la psicología de los pueblos alemana cree en la racionalidad del colectivo, y sostiene una visión positiva de éste cuyo ideal paradigmático sería la comunidad. Su interés principal

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se centra en el estudio de los productos colectivos históricamente desarrollados, tales como el lenguaje, los mitos o las costumbres (Graumann, 1990).

La versión francesa de psicología colectiva, por su parte, suele denominarse ‘psicología de las masas’, y su representante más popular es Gustave LeBon, un autor de ideología muy conservadora. Es un enfoque que se desarrolla en el esfuerzo por comprender los movimientos y levantamientos multitudinarios que sacudieron periódicamente a Francia a lo largo del siglo XIX, y que bebe de una tradición filosófica más positivista e individualista. Como consecuencia de ello, su perspectiva es más elementarista, centrando su atención en el estudio de la conducta de los individuos cuando se encuentran en compañía de otros individuos. La dimensión histórica y política queda prácticamente olvidada en el análisis, y se concibe a las multitudes como si fueran una reunión casual de individuos, en lugar de un movimiento organizado. Además, esta versión francesa de psicología colectiva tiene una concepción muy negativa del colectivo, como ‘chusma’ o masa irracional, y recurre a categorías psicológicas –e incluso psicopatológicas- tales como sugestión o contagio para explicar la acción de la masa (Graumann, 1990).

2.2.2 La fase de institucionalización

Si bien los ‘antepasados’ de la psicología social son fundamentalmente autores europeos que se esfuerzan por comprender la conducta colectiva, la institucionalización de la psicología social como disciplina autónoma se produce en Estados Unidos, entre los años 20 y los años 40 del siglo XX.

El desarrollo de la psicología social en USA no es excepcional. Con la primera guerra mundial, el dominio político, económico y cultural del mundo se traslada a USA, y las ciencias sociales no son ajenas a este proceso.

En los años 20 encontramos en el laboratorio de psicología de Harvard la figura de Floyd Allport, que estudia los procesos de ‘facilitación social’: esto es, cómo influye la presencia de otras personas en el rendimiento del sujeto, para lo cual compara la ejecución individual en situación de aislamiento y en presencia de otra gente. Los sujetos de Allport eran estudiantes de doctorado, a los cuales se daban tareas como tachar todas las vocales en artículos de periódico, multiplicar números de dos cifras o generar listas de palabras asociadas. Se medía su rendimiento cuando trabajaban en la misma mesa con tres o cuatro más y cuando trabajaban solos.

En pleno auge del taylorismo y de la racionalización de los procesos de producción industrial, el trabajo de Allport tiene una clara significación aplicada, pero su pretensión va más allá de la dimensión práctica para inscribirse en un esfuerzo teórico ambicioso para conceptualizar ‘lo social’. El hecho social se concibe en su trabajo al modo del conductismo, como exposición a un estímulo ambiental, sólo que en este caso el estímulo son otras personas.

Así pues, el enfoque de Allport, como el de la psicología de las masas, se caracteriza por su individualismo elementarista: su objeto de estudio realmente es el individuo, sólo que en presencia de otros. La diferencia es que el trabajo de Allport se realiza enteramente en un entorno artificial ‘de laboratorio’ y se amplía a un espectro de comportamientos más variado: mientras que LeBon y los psicólogos de las masas observaban la conducta de los individuos en contextos naturales de agitación callejera, Allport diseña y provoca las situaciones y

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fenómenos que le interesa estudiar -tareas de rendimiento, de atención, de juicio- con el fin de extrapolar posteriormente sus conclusiones a la vida ordinaria. Esta preferencia por el método experimental de laboratorio quizá haya sido su legado más perdurable a la psicología social.

En 1933, el partido nacionalsocialista accedió al poder en Alemania mediante elecciones democráticas. Durante los cinco años siguientes, la represión nazi a los judíos y personas de pensamiento progresista hizo que muchos intelectuales se exiliaran a USA. De tal forma que muchos de los grandes nombres de la ciencia social americana de los años 40, 50 y 60, tales como Lewin, Heider, Adorno, Lazasfeld, Jahoda, Fromm, Reich, etc., son inmigrantes europeos –o discípulos de aquellos, como Festinger o Kelley-. El nazismo no sólo fue la razón para la emigración, sino también la gran pregunta de aquellos años para muchos científicos sociales: ¿cómo se podía explicar que una sociedad como la alemana, que es paradigma de la cultura y la prosperidad económica en Europa, diera apoyo de forma mayoritaria a un régimen dogmático y después bárbaro como el nazismo? Este hecho tuvo tanta importancia que Cartwright (1979) escribió que ‘Hitler ha sido el personaje más importante de todos los tiempos para la historia de la psicología social’. La verdad es que, como dice Ovejero (1998), ‘sin los fenómenos provocados por el nacionalsocialismo –la propia guerra mundial, la irracionalidad del sistema, el holocausto judío-, la psicología social habría sido bien distinta’.

El éxodo de intelectuales provocado por el nazismo vació el ámbito germano de sus mentes más brillantes, transformando a los propios exiliados por el camino: en USA se encontraron con un espíritu social mucho más individualista y una orientación académica mucho más pragmática que los de sus países de origen, y sus formas de pensamiento y de trabajo hubieron de adaptarse al nuevo contexto. Al mismo tiempo, sin embargo, la irrupción de toda una generación de científicos sociales de formación muy sólida y muy distinta del positivismo elementarista americano transformó también para siempre la ciencia social en USA.

Quizá el mejor ejemplo de esta hibridación de tradiciones sea Kurt Lewin, al que muchos consideran el auténtico ‘fundador’ de la psicología social. Lewin, autor alemán y judío, se formó en Berlín en la corriente teórica de la psicología de la Gestalt. Ésta era una escuela de psicología de la percepción que se caracterizaba por su perspectiva holista: es decir, defendía que la totalidad organizada es más y diferente de la suma de las partes que la componen; y que, por tanto, para comprender los procesos de percepción humana hay que atender más a las relaciones entre las partes que a los elementos en sí. La genialidad de Lewin consistió en aplicar esta perspectiva teórica a un campo de manifiesta utilidad práctica, como es la gestión de los grupos humanos: desde los mismos postulados de la Gestalt, para Lewin la acción humana se podía comprender –y, por tanto, prever y dirigir- mejor si se atendía a las relaciones de los miembros del grupo que a la personalidad de cada uno de ellos.

El establishment estadounidense reconoció, apreció y premió muy pronto la combinación de rigor teórico y utilidad práctica del trabajo de Lewin, así como su creatividad y pasión investigadoras. A finales de los años 30 y sobre todo durante la segunda guerra mundial, Lewin fue contratado por diversas instancias de la administración pública estadounidense para tratar de dar solución a problemas de naturaleza muy diversa: cómo solventar los conflictos que se planteaban en la industria entre la dirección y los obreros, cómo mejorar la convivencia en los

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barrios periféricos que se habían llenado de judíos europeos emigrados, cómo convencer a los estadounidenses de que las vísceras animales son nutritivas y no son un alimento que pueda desperdiciarse en tiempo de escasez bélica.

Lewin no fue el único, evidentemente. Gordon Allport –el hermano del mencionado Floyd Allport- trabajó intensamente en el problema del control de los insidiosos rumores de guerra (Allport y Postman, 1947), Hovland y su equipo asesoraron al servicio de propaganda del ejército estadounidense (Hovland, Lumsdaine y Sheffield, 1949), Stouffer y sus colaboradores analizaron la motivación de los soldados y diversos aspectos de la vida en combate en un trabajo monumental que se compiló en varios tomos bajo el título común de ‘The American soldier’ (Stouffer et al., 1949). Lewin es famoso y reconocido como el fundador de la disciplina, casi más que por la influencia teórica que haya podido ejercer, porque es un icono de lo que fascinó al establishment americano de esta nueva generación de psicólogos-sociólogos: su combinación de rigor analítico y creatividad práctica, su disposición para abandonar el sillón por el ‘campo de batalla’ cotidiano como lugar desde el que reflexionar sobre los fenómenos sociales, su original manera de investigar a lo largo del propio proceso de intervención para solucionar problemas urgentes.

Al acabar la guerra, la administración estadounidense ya había comprendido que esta nueva psicología –una psicología de las relaciones humanas más que del carácter de las personas- podía serle de enorme utilidad en el abordaje de problemas de convivencia urbana, de educación o de sensibilización ciudadana, de organización industrial, de decisión política... Por eso en 1947 se dotaron económicamente los dos primeros programas de doctorado en psicología social, en torno a dos de los expertos cuyos equipos más se habían significado durante el esfuerzo bélico. Kurt Lewin fundó el programa de investigación en Dinámica de Grupos en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y Carl Hovland fundó el programa de Cambio de Actitudes en la Universidad de Yale (Farr, 1996).

Éstos, en palabras de Robert Farr (1996), ya no son ‘antepasados’ de la psicología social, sino auténticos ‘fundadores’ de la disciplina. No sólo pensaron y escribieron cosas relevantes, sino que crearon la infraestructura en la que nuevas generaciones de expertos pudieran seguir formándose en sus perspectivas conceptuales y en su manera de practicar la investigación social. Con este paso, la psicología social ya tenía a finales de los 40 en USA una visibilidad propia y un alojamiento institucional.

2.2.3 La etapa de consolidación

Los años 50 y 60 constituyen lo que podría llamarse ‘la etapa de consolidación’ de la disciplina en USA. Los esfuerzos formativos de posgrado de la posguerra daban sus frutos, y sucesivas promociones de jóvenes psicólogos sociales formados en las ‘canteras’ de Lewin y Hovland se fueron incorporando a las plantillas de las principales universidades americanas, creando a su vez nuevos programas y equipos. Leo Festinger, uno de los más brillantes discípulos de Lewin, es quizá el autor más emblemático de este periodo. También es él quien toma a su cargo la empresa de reactivar los vínculos intelectuales con la hasta entonces deprimida Europa, y de difundir en ella esta forma relativamente nueva de indagar en los problemas humanos (Moscovici y Markova, 2006).

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En estas décadas, bajo la presión de una creciente conservadurización de la sociedad americana, los problemas que requieren solución cambian: donde antes figuraba la segunda guerra mundial, ahora aparece la amenaza de la guerra fría; donde antes preocupaba la asimilación de cientos de miles de inmigrantes, son ahora las minorías autóctonas las que comienzan a reclamar sus derechos civiles y una convivencia en pie de igualdad. Cambian los problemas, pero a lo largo de dos décadas va cambiando también sutilmente la forma de investigarlos y abordarlos.

Si hubiera que sintetizar en pocas palabras la evolución de la psicología social a lo largo de estos veinte años de consolidación y expansión, los desarrollos principales podrían resumirse en tres: el comienzo de la revolución cognitiva, la proliferación de teorías de rango medio y el incremento de la estandarización y la regulación en los procedimientos experimentales sancionados como válidos (Graumann, 1990).

El despertar de la revolución cognitiva

En parte debido al agotamiento del paradigma conductista que había servido durante décadas en USA como modelo de la ‘psicología científica’, y en parte debido a la aparición de la cibernética y la informática, la psicología general va a dar, a principios de los años 60, un giro crucial de enfoque. Esta sustitución de paradigma se suele conocer como ‘la revolución cognitiva’ (Bruner, 1990).

Si el conductismo había limitado el objeto de la psicología a la conducta manifiesta y observable, relegando por tanto el estudio de los procesos ‘internos’, a finales de los años 50 ya empieza a resultar obvio que ese tipo de psicología está ignorando los principales fenómenos y procesos específicamente humanos: el pensamiento y el razonamiento, la identidad y la conciencia de sí, la memoria, la comunicación, la creación de significados. La aparición de las primeras computadoras, además, proporciona a los psicólogos la esperanza de poder modelar los procesos cognitivos del ser humano del mismo modo que los programadores traducen en fórmulas y algoritmos las funciones operativas de los ordenadores.

La psicología social había escapado en gran medida al dominio conductista debido a la influencia de sus fundadores europeos, pero a lo largo de estas décadas cae también progresivamente bajo la fascinación de la naciente informática, que parece encerrar la promesa de formalizar en fórmulas matemáticas los procesos psíquicos superiores (Bruner, 1990).

La proliferación de teorías de rango medio

La década de los 50 supone también el abandono progresivo de las ambiciosas construcciones teóricas y epistemológicas de tantos autores germanos de sólida formación filosófica. Triunfa el pragmatismo americano, las teorías comienzan a desarrollarse en torno a la conceptualización de problemas concretos, y la psicología social evoluciona al hilo de modelos y explicaciones que dan cuenta de determinados fenómenos y no del funcionamiento psíquico o relacional del ser humano en su conjunto: se trata de lo que Robert Merton calificó como ‘teorías de rango medio’ (Graumann, 1990). La teoría de la disonancia cognitiva y la teoría de la comparación social, ambas formuladas por Leo Festinger, son buenos ejemplos de esta nueva forma de reflexión teórica.

Con ello, el campo de la psicología social se atomiza en muchas pequeñas teorías que dan cuenta cada una de fenómenos diversos. Sin embargo, la mayoría de ellas están vagamente unidas por un enfoque general emergente que les da coherencia:

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es lo que se ha dado en llamar la ‘social cognition’, que combina influencias teóricas del enfoque social de la Gestalt, de los paradigmas de procesamiento de información, del constructivismo europeo y del aprendizaje social que resulta de la evolución del conductismo clásico (Barone, Maddux y Snyder, 1997).

Dos elementos que se valoran mucho en estas teorías de alcance más limitado son (i) su capacidad para prever resultados ‘contraintuitivos’, contrarios a lo que cabría esperar por sentido común; y (ii) el ingenio desplegado en su contrastación experimental. El ejemplo clásico son los estudios experimentales en el paradigma de la disonancia cognitiva, que muestran que –contra lo que parecería sensato- cuanto más se sufre por lograr un objetivo, o más coste supone una tarea, más positiva se vuelve la actitud hacia dicho objetivo o tarea.

Los psicólogos sociales más brillantes y más influyentes del momento, encabezados por Festinger, tienen especial empeño en demostrar que la psicología social no es una mera ‘confirmación científica’ de cosas obvias, que cualquiera podría predecir sin saber siquiera de psicología. Este empeño es, al menos en parte, una reacción a la forma de proceder de algunas de las líneas de investigación más ortodoxas y sistemáticas aparecidas tras la segunda guerra mundial. Como dice Aronson (1997) en relación con el ambicioso trabajo de Hovland y sus herederos sobre los determinantes de la persuasión, éste ‘entre otras demostraba que resulta más persuasivo un mensaje procedente de una fuente fiable que de una fuente de menor reputación’; en otras palabras, llegaba a conclusiones que ‘parecían tan obvias que no parecía necesario llevar a cabo un elaborado experimento para demostrar que esto era verdad’. Frente a este tipo de investigación, que servía eficazmente a los intereses de la administración militar estadounidense porque proporcionaba indicadores estandarizados que permitían manipular los procesos, pero carecía de verdadero interés teórico, los discípulos americanos de Lewin reivindican mediante sus ‘teorías de rango medio’ una psicología social que nos descubra realmente cosas nuevas en lugar de confirmar meramente lo que ya sabíamos o podíamos suponer (Danziger, 1992). Es el síntoma de una disciplina que ya se ha asentado, ha alcanzado la mayoría de edad, y reclama el derecho a emanciparse de los poderes fácticos que la financiaron un par de décadas antes; el derecho a no dar solamente respuestas a preguntas que otros le plantean, sino a elegir y plantearse sus propias preguntas y problemas (Moscovici, 1972).

La evolución del método experimental

La psicología social, cuando se institucionaliza en USA en la primera mitad del siglo XX, lo hace como una ciencia preferentemente experimental. No era ésta la inclinación de muchos de sus precursores. La psicología de los pueblos alemana, por ejemplo, utilizaba una metodología de investigación mucho más próxima a lo que hoy consideraríamos antropología social, procediendo al análisis de los productos culturales de la colectividad objeto de estudio. Pero su concreción estadounidense, si bien mantiene y desarrolla algunas de las inquietudes teóricas de los ‘antepasados’ europeos, en cambio elige abordarlas mediante una metodología experimental de laboratorio.

Los dos grandes programas de investigación que se consolidan tras la segunda guerra mundial, el de dinámica de grupos de Kurt Lewin y el de cambio de actitudes de Carl Hovland, utilizan predominantemente el método experimental: esto es, estudian los fenómenos sociales mediante su reproducción esquemática en

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un contexto controlado. Sin embargo, hay grandes diferencias entre el uso que uno y otro equipo hace del método experimental (Danziger, 1992; Farr, 1996).

Lewin utilizaba el método experimental con un propósito fundamentalmente ilustrativo o heurístico: la finalidad del experimento era comprender y captar la esencia de los fenómenos. Por eso su práctica experimental difería mucho de lo que en USA se consideraba ‘riguroso’ u ‘ortodoxo’: Lewin organizaba experimentos a lo largo de un tiempo prolongado, en entornos naturales, con tareas globales y significativas, en los que las condiciones experimentales reproducían situaciones relevantes de la vida cotidiana y se operacionalizaban como pautas de conducta generales (ver cuadro 3).

CUADRO 3. Autoritarismo y democracia: los efectos del liderazgo

Uno de los estudios clásicos más famosos de Lewin y sus colaboradores analizaba la relación de diversos estilos de liderazgo con el funcionamiento del grupo (Lewin, Lippitt y White, 1939). La investigación fue una especie de ‘experimento de campo’ que se desarrolló en las instalaciones de un club de recreo a lo largo de varias semanas. Durante ese tiempo, los colaboradores de Lewin ocuparon el lugar de los monitores en la gestión de los grupos de niños de diez años. Sólo que estos ‘monitores temporales’ recibieron instrucciones muy específicas sobre el modo en que debían comportarse en la dirección del grupo. Algunos de ellos habían de actuar como ‘líderes autoritarios’: es decir, debían centralizar todas las interacciones de los niños; cada vez que uno de los niños tenía una iniciativa, debía dirigirse al monitor, que era quien sancionaba si era aceptable o no y cómo se asignaban los diversos roles para el desarrollo de la tarea. En cambio, otros de los colaboradores de Lewin debían ejercer como ‘líderes democráticos’: esto es, su función consistía sobre todo en regular y canalizar las iniciativas de los niños y las interacciones entre ellos; se fomentaba que los niños se dirigieran unos a otros en lugar de al monitor, se alentaban sus iniciativas y sus esfuerzos de autoorganización, y el rol del monitor consistía más bien en coordinar dichas iniciativas e interacciones. El resultado más impactante de este trabajo se refiere a lo que sucedía cuando el ‘monitor temporal’ abandonaba la habitación (aparentemente para responder a una demanda de la dirección del club, en realidad adrede para ver cómo su ausencia afectaba al funcionamiento y al rendimiento del grupo). Cuando se marchaba el monitor ‘democrático’, la dinámica del grupo sufría pocos cambios: los niños continuaban trabajando en aquello que se les había propuesto, y de forma relativamente similar a como lo estaban haciendo previamente en su presencia. En cambio, la ausencia del monitor ‘autoritario’ conllevaba una ruptura radical de la dinámica del grupo: los niños dejaban de trabajar inmediatamente y se dedicaban cada uno a lo que más le apetecía, en interacción con los otros o no. Mientras el monitor estaba presente, pues, no había grandes diferencias de eficacia y rendimiento entre los niños conducidos por un líder autoritario o por un líder democrático; pero, en cuanto se ausentaba, las diferencias eran más que evidentes. En realidad, era como si el liderazgo autoritario hubiera operado impidiendo la creación de una verdadera dinámica de interacción dentro del grupo: en su ausencia, dejaban de actuar como tal grupo coordinado y orientado a un objetivo común. En cambio, la acción del líder democrático parecía haber facilitado la creación de una dinámica grupal autónoma y sostenible que podía seguir en funcionamiento en ausencia del monitor. Este trabajo fue probablemente el experimento paradigmático que más contribuyó a establecer la reputación de Lewin como psicólogo social, y sin embargo no puede ser más diferente del estilo investigador norteamericano dominante en el marco de la psicología conductista: la observación de la interacción se llevaba a cabo durante un periodo prolongado de tiempo; el contexto no era un laboratorio psicológico, sino las instalaciones donde los niños se reunían habitualmente; la tarea experimental era la construcción de máscaras teatrales bajo tres condiciones que se correspondían con pautas globales de liderazgo cuya trasposición a la vida cotidiana era fácil de captar; los datos experimentales incluían tanto las impresiones de la persona que actuaba como líder como las detalladas descripciones cualitativas de un observador sobre la interacción entre los miembros del grupo y el líder y la implicación de los primeros en la tarea (Danziger, 1992).

El uso que el equipo de Hovland hace del método experimental, en cambio, es muy diferente. Hovland trabajaba en el Yale Institute of Human Relations, creado a finales de los años 20 con financiación del grupo empresarial de la Rockefeller Foundation en el marco de una reorganización importante de las alianzas entre ciencia y empresa privada en USA. En Yale, ‘el conocimiento experto sobre lo

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humano que se buscaba tenía como finalidad transformar el desorden y el conflicto en un progreso ordenado en beneficio de la nueva sociedad industrial y sus ciudadanos’ (Samelson, 1985). Con ese horizonte, el conductismo se convirtió en poco tiempo en la orientación predominante mediante su insistencia en la acumulación de hechos concretos y objetivos, y sus promesas de contribuir a la predicción y control de los fenómenos, dando respuesta a los problemas de ajuste conductual en un entorno de cambio tecnológico acelerado (Cahan, 1991; Morawski, 1986). Dentro de esta orientación positivista y práctica, las prescripciones metodológicas dictaban que tanto las situaciones sociales como la conducta social habían de diseccionarse en elementos separados que pudieran definirse y manipularse independientemente (Danziger, 1992; Farr, 1996).

Así pues, el programa de investigación de Hovland en Yale fue mucho más ‘ortodoxo’ que el de Lewin en el MIT en cuanto a su uso de la experimentación. Si Lewin trataba de reproducir toda la complejidad de las situaciones reales y se interesaba esencialmente por la interacción entre los diversos elementos, el equipo de Hovland en cambio fragmentaba los fenómenos, las situaciones y los procesos en variables independientes unas de otras: su pretensión era establecer unos pocos principios generales de persuasión que fueran universalmente ciertos, con independencia de la cuestión a la que hicieran referencia o del medio empleado para la transmisión del mensaje (Farr, 1996).

La psicología social nunca fue conductista, ni siquiera en los años de mayor auge de esa orientación en la psicología estadounidense. Su interés continuado por los procesos cognitivos superiores y la perspectiva holista de sus fundadores europeos la mantuvo siempre a salvo de las limitaciones teóricas del conductismo para dar cuenta de la acción humana. Pero lo que sí sucedió tras la segunda guerra mundial y en las décadas de consolidación fue que la psicología social se fue inclinando cada vez más hacia un uso positivista y ‘ortodoxo’ del método experimental: su práctica de investigación se aproximó progresivamente al énfasis cuantitativo y elementarista de Hovland, pese a que muchos comenzaban a despreciar los ‘descubrimientos’ teóricos de Hovland por irrelevantes, y se alejó cada vez más del interés de Lewin por la complejidad total de las situaciones sociales. De este modo, fue adoptando como criterio de validez y verdad de todo conocimiento un método relativamente simple que se había mostrado muy productivo para cuestiones muy concretas e inmediatas de resultado y eficacia, pero no para el estudio teórico o la indagación creativa en los procesos psíquicos humanos. Justamente la falta de adecuación entre el método predominante y la naturaleza de los problemas que interesaban en la disciplina será uno de los detonantes fundamentales de su crisis.

2.2.4 El periodo de crisis

Desde mediados de los años 60 y durante la década de los 70 se vivió en muchos países occidentales un periodo de significativa agitación social y política. La protagonizaron sobre todo las generaciones más jóvenes y los integrantes de grupos minoritarios que no se sentían partícipes del proceso de reconstrucción social y económica llevado a cabo en Occidente tras la segunda guerra mundial. Estudiantes, enfermos mentales, homosexuales o integrantes de minorías étnicas reivindicaban su derecho a existir y a participar, desde su diferencia, en una sociedad con cuya cultura dominante no se sentían identificados. Durante unos años muy activos, un movimiento contracultural disperso y plural en sus

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manifestaciones cuestionó con notable eficacia los principales pilares del modo de vida característico de las sociedades desarrolladas: los ejércitos y las fuerzas del orden, la democracia representativa, la familia tradicional, las cárceles y otras instituciones de encierro, la industria, el sistema educativo.

La ciencia –que, como hemos dicho antes, viene siendo desde al menos el siglo XVIII uno de los pilares básicos de la organización social de Occidente- no podía escapar a ese cuestionamiento. Por eso a lo largo de los años 60 y 70 se produce en todo el ámbito de las ciencias sociales una crisis que es a la vez crisis epistemológica y crisis política: es decir, se cuestiona si los modelos positivistas de producción del conocimiento y la verdad que las ciencias sociales han venido empleando crecientemente desde el siglo XVIII son los más adecuados (y a esto llamaríamos ‘crisis epistemológica’), pero también se cuestiona a qué intereses sirve ese tipo de conocimiento científico y qué estructuras de poder reproduce. Algunos autores hablan de una ‘segunda crisis de confianza en la razón moderna’ o científica.

En el marco de esa acalorada contestación a las bases y el papel social de la ciencia, que tendrá consecuencias profundas en el discurso de las ciencias sociales, en el ámbito de la psicología social en particular se desarrolla un debate sobre el método experimental, que por entonces ya ha llegado a constituirse en la práctica investigadora privilegiada en la disciplina. Este debate, aunque más concreto y limitado que el cuestionamiento general que acabamos de describir, es sin embargo interesante y muy revelador del tipo de ciencia en que se ha convertido la psicología social durante su etapa de consolidación.

Hay al menos tres aspectos diferentes que se critican en relación con el método experimental en psicología social: la primera es la propia validez de los resultados obtenidos con estos procedimientos de investigación; la segunda es su legitimidad ética y moral; la tercera es la relevancia social de sus resultados.

Lo que podríamos llamar la ‘crisis de validez’ del método experimental procede de una serie de trabajos (Orne, 1962; Rosenthal, 1968) que demuestran que el sujeto experimental reacciona en función de la situación de investigación y de la relación con el experimentador. Los trabajos de Orne (1962) sobre ‘el efecto de la demanda’ y los de Rosenthal (1968) sobre ‘el efecto del experimentador’ demuestran convincentemente que la situación experimental no es significativamente diferente de cualquier otra situación social en nuestra vida cotidiana: como en tantos otros ámbitos y relaciones, también en la situación de investigación el sujeto se esfuerza activamente por hacerse una idea de lo que se espera de él, y por comportarse de modo que esas expectativas no queden defraudadas. La situación de investigación es una situación social, el laboratorio es un contexto social, y la relación entre experimentador y sujeto es una relación social. Como diría Tajfel (1972), la investigación experimental no tiene lugar ‘en el vacío social’.

Los argumentos de Orne y Rosenthal parecen tan obvios que no merecerían mayor comentario. Sin embargo, provocaron un auténtico terremoto entre los experimentalistas ortodoxos. El razonamiento de estos últimos venía a ser el siguiente: si los sujetos en la situación de investigación no se comportan como ‘espontáneamente’ lo harían en reacción a un estímulo o variable independiente, sino que su comportamiento está condicionado por el experimentador o por la idea que ellos se han formado de lo que se pretende con el experimento, entonces no podemos conectar causalmente su conducta con la variable o estímulo que les

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presentamos; en otras palabras, los resultados que obtenemos no sirven para comprender los efectos ‘puros’ de la variable que nos interesa. Para una ciencia que se había construido sobre la confianza de que la situación experimental permitía aislar la relación ‘pura’ entre la variable independiente y la conducta y, por tanto, establecer con certeza relaciones causales, los trabajos de Orne y Rosenthal suponían prácticamente una sentencia de muerte.

El segundo gran cuestionamiento al método experimental fue de carácter ético. Los experimentos de Stanley Milgram (1964) sobre obediencia constituyeron probablemente el detonante más claro. En una serie de trabajos que pretendían averiguar hasta dónde es capaz un ser humano de infligir daño a otro mediante descargas eléctricas si se le ordena que lo haga, Milgram no sólo obtuvo unos resultados aterradores, sino que levantó una polémica ética duradera en la comunidad científica. Por supuesto, a nadie se le hacía daño físico en los estudios de Milgram: todo era una especie de sofisticado montaje teatral, y no había verdaderas descargas eléctricas. Pero los sujetos experimentales de Milgram, engañados acerca del propósito y la realidad del experimento, sí creían firmemente estar dañando a otro ser humano. Como consecuencia de ello, para ellos la situación era extremadamente angustiosa, y la imagen de sí mismos con que salían del laboratorio tras obedecer la orden de hacer daño a un inocente era miserable.

La espectacularidad del trabajo de Milgram le garantizó una difusión muy amplia, pero el volumen de la polémica que generó fue paralelo. La comunidad científica, y la sociedad en general, se preguntaron hasta dónde se puede llegar en nombre de la ciencia, y si no deben ponerse límites estrictos al dolor, ansiedad o perjuicio que el investigador tiene derecho a causar a los sujetos experimentales, por más relevante que sea el problema que investiga.

Lo de Milgram podría considerarse un caso puntual. Al fin y al cabo, el 99.9% de los experimentos en psicología social no causaban ningún daño, ni físico ni psíquico, a los sujetos experimentales; en todo caso, cierto grado de aburrimiento de vez en cuando (por ejemplo, Festinger y Carlsmith, 1959; Orne, 1962). Sin embargo, en el trasfondo de la polémica en torno a Milgram había también dos temas interrelacionados entre sí que afectaban a casi todos los experimentos en psicología social: la cuestión de la manipulación y el engaño de los sujetos experimentales y la cuestión de la asimetría de poder en las situaciones de investigación.

El método experimental, desde ese enfoque progresivamente más positivista, se había establecido de tal modo que para garantizar la validez de los resultados resultaba esencial que el sujeto no supiera qué se esperaba que hiciera; como hemos dicho más arriba, la pretensión era que el sujeto experimental se comportara ‘espontáneamente’. Por tanto, diseñar una estrategia para ocultar al sujeto la verdadera finalidad del experimento se convirtió en una parte rutinaria y esencial de todo procedimiento experimental. El razonamiento resulta tan obvio para la mentalidad positivista que nadie cuestionaba que, si el sujeto sabía lo que se pretendía averiguar, la investigación quedaba invalidada. Pero en los años 60 se comienza a cuestionar un modelo de producción de conocimiento que se basa en una asimetría de poder y de saber tan grande. ¿Es que para producir conocimiento científico en psicología es preciso que el investigador lo sepa todo y el sujeto lo ignore todo? ¿Es que la verdad en psicología sólo puede obtenerse ‘a pesar de’ los

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sujetos estudiados y en ningún caso contando con su colaboración o su participación en un régimen de mayor simetría? ¿Qué psicología es ésta, que para ser válida necesita anular y combatir la inteligencia de las personas que estudia? El tema del engaño experimental, por más que pueda parecer un problema ético ‘menor’, apuntaba en realidad a un sistema de producción de conocimiento en el cual la asimetría de poder entre quien posee toda la verdad –así como la capacidad de establecer qué es verdad- y quien carece de todo conocimiento válido es enorme. Los propios estudios de Milgram, en los cuales sujetos perfectamente sanos y sensibles accedían a impartir dolorosos castigos a sus compañeros sólo con una petición cortés del investigador, no hacían sino demostrar que la situación de investigación tenía un marcado carácter autoritario.

La tercera gran crítica al método experimental en psicología social versaba sobre la relevancia social de los resultados de investigación. Durante la fase de consolidación de la disciplina, en el esfuerzo por apartarse de la mera operacionalización de lo obvio que hemos descrito antes, los mejores discípulos de Lewin habían ido desplazando su centro de interés de los problemas sociales urgentes a cuestiones teóricas más básicas, y su contexto de trabajo del ‘campo de batalla’ cotidiano a las paredes del laboratorio. Hacia finales de los años 60 esta evolución empieza a pasarles factura, cuando aparecen voces que los retratan como un establishment académico ensimismado, autocomplaciente y alejado de las preocupaciones sociales reales (ver por ejemplo Ring, 1967).

2.2.5 El panorama actual

La crisis de los años 70 fue un periodo de intenso debate interno. Hasta las revistas de orientación más positivista publicaban con regularidad artículos de reflexión sobre la dirección que estaba tomando o debía tomar la psicología social. De algún modo, sin embargo, a principios de los años 80 las aguas parecieron volver a su cauce, y el revuelo epistemológico pareció apaciguarse.

Las valoraciones sobre la huella que este periodo de cuestionamiento ha dejado en la psicología social son diversas, y a veces incluso contradictorias. Domènech e Ibáñez (1993), por ejemplo, consideran que supuso ‘un punto de inflexión en el desarrollo de la psicología social a partir del cual surgirían dos grandes alternativas en la comprensión de la disciplina: la que constituía la corriente dominante, una psicología social como ciencia positiva, y una nueva perspectiva que se articulaba en torno a la psicología social como crítica’. Nosotros creemos que el periodo de crisis fue más disperso y confuso de lo que algunas reconstrucciones a posteriori hacen pensar, y que sus efectos en la disciplina son menos nítidos de lo que afirma la cita anterior.

De hecho, el impacto del periodo de crisis en la corriente dominante de la disciplina no es fácil de detectar. Sin duda, aparecieron enfoques alternativos de corte construccionista que bebían de los nuevos paradigmas epistemológicos desarrollados en contraposición al positivismo dominante. Pero ni la corriente principal de la disciplina ha sido nunca tan unánimemente positivista, ni en los enfoques alternativos puede hallarse una comunión total de supuestos. Además, los nuevos enfoques más críticos en gran medida se han desarrollado en paralelo a la corriente dominante, sin llegar a afectarla o transformarla significativamente.

Sí se ha ido produciendo en las tres últimas décadas una extensión y especialización progresiva de la psicología social en torno a ámbitos aplicados:

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psicología de las organizaciones, psicología jurídica, psicología social de la educación, psicología de la intervención social... Si esta extensión aplicada es reacción a la acusación de falta de relevancia, o bien es fruto de la evolución ‘natural’ de una disciplina cada vez más asentada, no es fácil decirlo.

En cuanto al método, que en el caso de la psicología social centró en gran medida los debates del periodo de crisis, un examen rápido a las revistas científicas más relevantes del área nos diría que el método experimental sigue siendo hoy en día la práctica de investigación más consagrada y prestigiosa dentro de la psicología social. Es cierto que se han diversificado las metodologías de investigación, y a ello no son ajenos los avances en la estadística multivariante y la sofisticación creciente de las tecnologías de registro y procesamiento de datos. Pero hoy por hoy la corriente dominante de la psicología social sigue siendo –y queriendo verse como- una ciencia de carácter experimental.

Quizá el desarrollo más importante en las tres últimas décadas haya sido el resurgir de la psicología social europea, prácticamente inexistente durante un tiempo largo después de la segunda guerra mundial. Figuras como la de Tajfel en Reino Unido o Moscovici en Francia son hoy en día reconocidas como iniciadores de algunos de los campos de investigación más fructíferos en la actualidad, y quizá la ‘reentrada’ de ciertas tradiciones intelectuales europeas en las altas esferas de la psicología social explique mejor la evolución de la corriente dominante de la disciplina que una supuesta reacción a las críticas vertidas en los años 70.

3. ¿Por qué la psicología social es una ciencia?

La psicología social es una ciencia porque emplea el método científico: elabora teorías, a partir de las cuales formula hipótesis que pone a prueba mediante estudios empíricos, y comprueba si los datos de estos estudios validan o refutan las hipótesis formuladas.

Haber elaborado teorías le permite disponer de conceptos propios. De la misma forma que la física tiene conceptos como los electrones para explicar los fenómenos físicos, la psicología social dispone de conceptos como la disonancia, la atribución, la identidad, la actitud o la categorización para explicar el origen social del comportamiento humano.

3.1 Las grandes orientaciones teóricas de la psicología social

Este punto se corresponde con el apartado 3 del primer capítulo del manual de Tomás Ibáñez y cols, del cual hay varios ejemplares en la biblioteca. La referencia es

Ibáñez, T. (coord.) (2003). Introducció a la psicologia social. Barcelona: Editorial UOC.

3.2 La investigación: diferentes enfoques metodológicos

El método científico no impone una metodología concreta de recogida y análisis de los datos: lo que sí impone es que ninguna teoría es verdadera sólo porque sea

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lógica y parezca tener sentido. Por el contrario, la validez de una teoría se basa en su correspondencia con la realidad; es decir, se basa en su posibilidad de ser validada con datos obtenidos de la realidad por diferentes métodos. ¿Qué metodologías ha empleado la psicología social en sus investigaciones? Veamos algunas de ellas.

3.2.1 Experimentos

Un experimento es la investigación de una hipótesis en que se produce un hecho para observar su efecto sobre algo. Por ejemplo, si tengo como hipótesis que mi coche consume demasiado combustible porque los neumáticos no están suficientemente inflados, puedo realizar un experimento. Puedo anotar la cantidad de combustible que consume de media durante una semana; después puedo aumentar la presión de los neumáticos y volver a anotar el consumo de combustible medio en siete días. La disminución de consumo avalaría mi hipótesis. La experimentación casual es una de las formas más importantes y comunes mediante las cuales las personas aprenden sobre su mundo. Es un método sumamente poderoso porque nos permite identificar las causas de determinados hechos y, de este modo, controlar nuestro destino.

No es sorprendente que la experimentación sistemática sea el método de investigación más importante de la ciencia. La experimentación implica intervención en forma de manipulación de una o más variables independientes y, posteriormente, la determinación del efecto del tratamiento (manipulación) sobre una o más variables dependientes concretas. En el ejemplo anterior, la variable independiente es la insuflación de los neumáticos, que fue manipulada para crear dos condiciones experimentales (una presión más baja frente a una presión más alta), mientras que la variable dependiente es el consumo de gasolina, que se midió al volver a llenar el depósito, al final de la semana.

Habitualmente, las variables independientes son dimensiones que el investigador postula que ejercerán un efecto y que pueden ser modificadas (por ejemplo, la presión de los neumáticos en este ejemplo). Las variables dependientes son dimensiones que el investigador postula que variarán como consecuencia de la modificación de la variable independiente (consumo de combustible en nuestro ejemplo). Así pues, la variación de la variable dependiente está en función de la modificación de la variable independiente.

La psicología social es en gran parte experimental, dado que una mayoría de psicólogos sociales prefieren, a ser posible, investigar experimentalmente las hipótesis; y hay que tener en cuenta que mucho de lo que conocemos sobre comportamiento social está basado en experimentos. Dos de las sociedades académicamente más prestigiosas para el estudio científico de la psicología social son la European Association of Experimental Social Psychology y la Society for Experimental Social Psychology en USA.

Se podría diseñar un experimento típico de psicología social para investigar la hipótesis de que los programas de televisión de carácter violento aumentan la agresión de los niños. Una manera de llevarlo adelante consistiría en clasificar al azar a veinte niños en dos condiciones en que miran de forma individual un programa violento y otro no violento, y controlar la dosis de agresión de los participantes mientras juegan, expresada inmediatamente después del experimento.

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La clasificación al azar (en este caso, niños) reduce la probabilidad de diferencias sistemáticas entre los participantes en las dos condiciones. Si hubiera alguna diferencia sistemática (como la edad, el sexo o los antecedentes paternos), cualquier efecto significativo sobre la agresión podría estar más relacionado con estas variables que con la violencia del programa de televisión. Es decir, la edad, el sexo o los antecedentes paternos se confundirían con la variable independiente. De manera similar, el programa de televisión visto en cada condición ha de ser idéntico en todos los aspectos, excepto la porción dedicada a la violencia. Por ejemplo, si el programa violento contuviese más acción, no sabríamos si las diferencias ulteriores de agresión se debían a la violencia, a la acción o a ambas causas. Las circunstancias que rodean la visión de los dos programas también han de ser idénticas. Si los programas violentos se vieron en una habitación de color rojo fuerte y los programas no violentos en una habitación azul, cualquier efecto podría estar relacionado con el color de la habitación, con la violencia o con ambos factores. En los experimentos es de una importancia crucial evitar la confusión: las condiciones han de ser idénticas en todos los aspectos, excepto los representados por la variable independiente manipulada.

Asimismo hay que ser escrupuloso cuando medimos los efectos, esto es, en relación con los parámetros que evalúan la variable dependiente. En el ejemplo propuesto, es probable que fuese inapropiado utilizar un cuestionario para medir la agresión, debido a la edad de los niños. Una técnica más indicada sería la observación no intrusiva de la conducta, pero en ese caso ¿qué codificaríamos como ‘agresión’? El criterio habría de ser sensible a los cambios; es decir, hablar alto o agredir violentamente con un arma podrían ser insensibles, ya que todos los niños hablan alto cuando juegan (hay un ‘efecto techo’) y prácticamente ningún niño agrede a otro con un arma mientras juega (hay un ‘efecto suelo’). Además, sería un error que quien registra o codifica la conducta supiese en qué condición experimental está el niño: un dato de este tipo podría comprometer la objetividad. El codificador o codificadores han de conocer lo mínimo sobre las condiciones experimentales y las hipótesis que se están comprobando.

El ejemplo utilizado aquí es un experimento simple que sólo tiene dos grados de una única variable independiente, y se llama diseño de un factor. Gran parte de los experimentos de psicología social son más complicados. Por ejemplo, podríamos formular una hipótesis más refinada: los programas de televisión que contienen violencia realista aumentan la agresión de los niños pequeños. Para investigar esta hipótesis, adoptaríamos un diseño de dos factores. Los dos factores (variables independientes) serían:

1) la violencia del programa (baja frente a alta) 2) el realismo del programa (realismo frente a ficción)

Se clasificaría al azar a los participantes en cuatro condiciones experimentales en que verían

1) un programa de ficción no violento 2) un programa realista no violento 3) un programa de ficción violento 4) un programa realista violento

Finalmente, las variables independientes no han de estar limitadas a dos grados. Por ejemplo, podríamos predecir que los programas moderadamente violentos

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aumentan la agresión, mientras que los programas sumamente violentos son tan desagradables que, en realidad, suprimen la agresión. Nuestra variable independiente de violencia del programa podría tener ahora tres grados: baja, moderada o extrema.

El experimento de laboratorio

El experimento clásico de psicología social se realiza en un laboratorio para controlar la mayor cantidad de variables potenciales de confusión. El objetivo radica en aislar y manipular sólo un único aspecto de una variable, un aspecto que normalmente no se da fuera del laboratorio de manera aislada. Los experimentos de laboratorio tienen la intención de crear condiciones artificiales. Aunque un laboratorio de psicología social puede contener aparatos, alambres y luces parpadeantes, habitualmente suele ser simplemente una habitación con mesas y sillas.

Los experimentos de laboratorio nos permiten establecer relaciones causa-efecto entre variables. Sin embargo, tienen una serie de desventajas. Como las condiciones experimentales son artificiales y muy controladas, los resultados de laboratorio no se pueden generalizar directamente a las condiciones menos ‘puras’ que existen en la vida ‘real’ fuera del laboratorio.

En cualquier caso, los hallazgos de laboratorio examinan teorías sobre el comportamiento social humano y, sobre la base de la experimentación de laboratorio, podemos generalizar estas teorías para aplicarlas a condiciones diferentes de las existentes en el laboratorio. Los experimentos de laboratorio son deliberadamente bajos en validez externa o realismo mundano (es decir, que son poco similares a las condiciones que los participantes suelen encontrar en la vida real), pero siempre han de ser altos en validez interna o realismo experimental (es decir, que las manipulaciones han de tener impacto y significación psicológica para los participantes) (Aronson, Ellsworth, Carlsmith i Gonzales, 1990).

Los experimentos de laboratorio pueden tener una serie de sesgos. Como hemos visto en el apartado de historia, algunos autores han señalado efectos del sujeto que pueden hacer que la conducta de los participantes sea un artificio del experimento más que una respuesta espontánea y natural a una manipulación. Sin embargo, el experimentalismo más ortodoxo defiende que es posible minimizar los artificios, evitando cuidadosamente las características de la demanda (Orne, 1962), la aprehensión por la evaluación y el atractivo social (Rosenthal, 1968).

Las características de la demanda son propiedades de la situación experimental que parece que ‘exigen’ una respuesta particular: aportan información sobre la hipótesis y, por tanto, comunican a los participantes serviciales y complacientes de qué forma habrían de reaccionar para confirmar la hipótesis. Por eso, los participantes ya no son ‘vírgenes’ no ciegos respecto de la hipótesis experimental; son personas reales, y los experimentos situaciones sociales también reales. No es extraño que los que participan quieran proyectar delante del experimentador y los otros participantes presentes la mejor imagen posible de sí mismos. Eso puede influir de manera impredecible en las reacciones espontáneas frente a manipulaciones. También hay efectos del experimentador. Con frecuencia éste, que conoce la hipótesis, puede sin darse cuenta aportar indicios que provoquen que los participantes se comporten de una manera tal que confirma la hipótesis. Este

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hecho se puede minimizar mediante un procedimiento de doble ciego, en que el experimentador no conoce cuál es la condición experimental que está analizando.

Desde la década de los sesenta, los experimentos de laboratorio han hecho intervenir a estudiantes de psicología como participantes (Sears, 1986). La razón es pragmática: hay gran cantidad de estudiantes de psicología que se muestran disponibles. En muchas universidades importantes, hay un esquema de participación en investigaciones, o ‘reserva de sujetos’, en que los estudiantes de psicología actúan como participantes de experimentos a cambio de créditos para cursos o como requisito del curso. Con frecuencia los críticos han sugerido que esta representación tan abundante de un tipo particular de participantes puede generar una visión del comportamiento social ligeramente distorsionada, una perspectiva que no es fácil de generalizar en otros sectores de la población. En defensa de esto, los psicólogos sociales experimentales argumentan que se generalizan las teorías, no los resultados experimentales, y que la replicación y el pluralismo metodológico garantizan que la psicología social se refiere a la gente, no únicamente a los estudiantes de psicología.

El experimento de campo

Los experimentos de psicología social se pueden llevar a cabo fuera del laboratorio, en contextos más naturales. Por ejemplo, podríamos investigar la hipótesis de que el contacto visual prolongado resulta incómodo y provoca la ‘huida’ haciendo que un experimentador se pare en un semáforo y mire fijamente al conductor de un coche detenido en el semáforo, o bien mire en la dirección opuesta. El parámetro dependiente sería la velocidad con que se aleja el coche en el momento en que el semáforo le da paso (Ellsworth, Carlsmith i Henson, 1972).

Los experimentos de campo tienen mucha validez externa y, dado que los participantes ignoran que están siendo estudiados, no se muestran reactivos (es decir, no hay características de la demanda). Sin embargo, hay menos control sobre las variables extrañas y la clasificación aleatoria a veces es difícil, así como el hecho de obtener determinaciones exactas o medidas de sentimientos subjetivos (generalmente, lo único que se puede medir es la conducta manifiesta).

3.2.2 Métodos no experimentales

La experimentación sistemática tiende a ser el método preferido por la ciencia y, de hecho, muchas veces se utiliza como sinónimo de ‘ciencia’. Sin embargo, hay toda una serie de circunstancias en que es imposible efectuar un experimento para investigar una hipótesis. Por ejemplo, las teorías sobre sistemas planetarios y galaxias pueden plantear un problema real: ¡no podemos cambiar de sitio los planetas para observar qué pasa! De la misma manera, las teorías psicosociales sobre la relación entre sexo biológico y toma de decisiones no pueden ser puestas a prueba mediante la experimentación porque no podemos manipular experimentalmente el sexo biológico y ver cuáles son los efectos que se producen.

Asimismo la psicología social se encuentra ante problemas éticos que pueden impedir la experimentación. Por ejemplo, las hipótesis sobre los efectos en la autoestima de una víctima de un delito violento no son nada fáciles de investigar de manera experimental: ¡no podríamos clasificar aleatoriamente a los participantes en dos situaciones y luego someter a uno de los grupos a un delito violento y ver qué sucede!

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Cuando la experimentación no es posible o es inapropiada, los psicólogos sociales cuentan con una serie de métodos no experimentales para elegir. Como estos métodos no implican la manipulación de variables independientes en base a la clasificación aleatoria a una condición, es casi imposible extraer conclusiones causales fiables. Por ejemplo, podríamos comparar la autoestima de quien ha sido víctima de delitos violentos con la de otros que no lo han sido. Cualquier diferencia encontrada se podría atribuir al delito violento, pero también podría deberse a otras diferencias no controladas entre ambos grupos. Sólo podemos concluir que hay una correlación entre autoestima y haber sido víctima de delitos violentos. No hay evidencia de que un hecho sea causa del otro (es decir, haber sido una víctima puede disminuir la autoestima, o bien tener una autoestima baja puede aumentar la probabilidad de convertirse en víctima). Ambos casos podrían efectos correlacionados o concomitantes de una tercera variable, como el desempleo crónico, que independientemente reduce la autoestima y aumenta la probabilidad de convertirse en una víctima. En general, los métodos no experimentales implican el examen de la correlación entre variables naturales y, de esta forma, no nos permiten extraer conclusiones causales.

Investigación de archivo

La investigación de archivo es un método no experimental útil para investigar fenómenos a gran escala, difusos y que pueden ser remotos. El investigador reúne los datos recopilados por otros, a menudo por razones no relacionadas con las del investigador. Por ejemplo, Janis (1972) utilizó un método de archivo para mostrar que los grupos de toma de decisiones de gobiernos extremadamente cohesivos pueden tomar decisiones inadecuadas, con consecuencias desastrosas porque adoptan procedimientos inapropiados de toma de decisiones (llamados ‘pensamiento grupal’). Janis elaboró esta teoría sobre la base de un examen de relatos biográficos, autobiográficos y mediáticos de los procedimientos de toma de decisiones asociados, por ejemplo, con el fiasco de la Bahía de Cochinos de 1961, cuando USA dio apoyo para invadir Cuba. Con frecuencia se usan métodos de archivo para realizar comparaciones entre culturas o naciones diferentes respecto a temas como el suicidio, la salud mental o las estrategias en la crianza de los hijos. El método de archivo no es reactivo, pero puede no ser fiable porque el investigador, en general, no tiene control sobre la recogida inicial de los datos, que podría estar sesgada o no ser fiable por otros motivos (por ejemplo, falta de datos vitales). El investigador habrá de trabajar con lo que haya.

Estudios de caso

El estudio de caso permite un análisis profundo de un único caso (una persona o un grupo) o de un solo hecho. Los estudios de caso suelen emplear una serie de técnicas de recogida de datos y de análisis a partir de entrevistas, de cuestionarios estructurados y abiertos, y de la observación de la conducta. Los estudios de caso se adaptan bien al examen de fenómenos inusuales o raros que no podrían ser creados en el laboratorio: por ejemplo, cultos extraños, asesinatos masivos o calamidades. Los estudios de caso son útiles como fuente de hipótesis, pero los resultados pueden presentar sesgos del investigador o del sujeto (el investigador no es indiferente a la hipótesis, hay características de la demanda y los participantes sufren aprehensión por la evaluación) y los hallazgos pueden no ser fácilmente generalizables a otros casos o hechos.

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Investigación por encuestas

Otro método no experimental es la obtención de datos a través de encuestas. Las encuestas, en algunas ocasiones, consisten en entrevistas estructuradas, en las cuales el investigador formula a los participantes una serie de preguntas escogidas con escrupulosidad y anota las respuestas; en otras ocasiones se trata de un cuestionario, con preguntas formuladas por escrito, donde los participantes escriben sus respuestas. En cualquier caso, las preguntas pueden ser

abiertas: los que responden pueden dar muchos o pocos detalles en sus respuestas, tantos como deseen.

cerradas: donde hay una cantidad limitada de respuestas predeterminadas, como por ejemplo rodear con un círculo un número de una escala de nueve puntos

Por ejemplo, si se desea investigar las experiencias de prejuicio de los trabajadores inmigrantes en Alemania, podría hacerse la encuesta formulando un conjunto de preguntas predeterminadas y resumiendo lo más esencial de las respuestas dadas, o bien asignando sólo un valor numérico. Alternativamente, los encuestados podrían dar sus respuestas escribiendo un párrafo o rodeando con un círculo los números de las escalas de un cuestionario.

Las encuestas se pueden utilizar para obtener datos de una muestra grande de participantes, por eso la generalización no es un problema. No obstante, éste es un método que, como el estudio de caso, puede tener sesgos del experimentador, del sujeto y de aprehensión por la evaluación. Los cuestionarios anónimos y confidenciales pueden minimizar los sesgos del experimentador, la aprehensión por la evaluación y una parte del sesgo del sujeto, pero las características de la demanda continúan estando presentes. Además, los cuestionarios mal diseñados pueden obtener datos sesgados por alteraciones automáticas de las respuestas por razones inconscientes, lo que recibe el nombre de response set o respuestas predispuestas, y consiste en una tendencia a estar de acuerdo irreflexivamente con las declaraciones o bien a escoger respuestas medias o extremas.

Estudios de campo

El último método no experimental es el estudio de campo. Ya hemos descrito el experimento de campo: el estudio de campo es en esencia lo mismo, pero sin ninguna intervención ni manipulación. Los estudios de campo implican la observación, el registro y la codificación de la conducta tal como ésta se desarrolla. Muchas veces el observador no es intrusivo porque no interviene en la conducta y es ‘invisible’ porque no ejerce un efecto sobre la conducta en progresión. Por ejemplo, se podría investigar, escondido en un rincón, el comportamiento de los estudiantes en la cafetería de alumnos mientras se observa qué sucede. Pero a veces la ‘invisibilidad’ es imposible, de manera que se aplica la estrategia opuesta: el investigador participa de la conducta. Por ejemplo, sería bastante difícil ser un observador invisible de un comportamiento de pandilla. En cambio, se podría estudiar la conducta de una pandilla integrándose en ella y tomando notas subrepticiamente (Whyte, 1943).

Los estudios de campo son excelentes para investigar conductas que surgen de manera espontánea en su contexto natural, pero que son particularmente proclives

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a los sesgos del experimentador, a la falta de objetividad, con escasa posibilidad de generalización y distorsiones por la repercusión del investigador en la conducta investigada.

3.2.3 Datos y análisis

La investigación aporta datos que son analizados para concluir si las hipótesis están avaladas. El tipo de análisis depende al menos de lo siguiente:

El tipo de datos obtenidos: por ejemplo, respuestas binarias como ‘sí’ o ‘no’, variables continuas como la temperatura o el tiempo de latencia, posiciones definidas en escalas de nueve puntos, clasificación en orden de las elecciones y respuestas escritas abiertas.

El método empleado para obtener los datos: por ejemplo, experimento controlado, entrevista abierta, observación de los participantes, investigación de archivo.

Los propósitos de la investigación: por ejemplo, para describir en profundidad un caso específico, establecer diferencias entre dos grupos de participantes expuestos a diferentes tratamientos, investigar la correlación entre dos o más variables naturales.

La mayor parte del conocimiento de la psicología social se basa en el análisis estadístico de datos cuantitativos. Los datos se obtienen o se transforman en números (es decir, en cantidades) y después estos números se comparan mediante diversos procedimientos estandarizados (a través de la estadística).

Por ejemplo, para decidir si las mujeres entrevistadas son más simpáticas que los varones, podríamos comparar las transcripciones de las entrevistas hechas a los hombres y a las mujeres. Después podríamos codificarlas para contar con qué frecuencia los participantes hicieron comentarios positivos al entrevistador y comparar la media de veinte hombres y veinte mujeres. En este caso estaríamos interesados en conocer si la diferencia entre los hombres y las mujeres fue ‘en conjunto’ mayor que la diferencia entre los diversos hombres y la diferencia entre las diversas mujeres. Así, habríamos de recurrir a un estadístico simple, denominado la prueba t, que calcula un solo número llamado la t estadística, que se basa en las diferencias de puntuación promedias en simpatía entre las mujeres y los hombres, y en el grado de variabilidad de las puntuaciones para cada sexo. Cuanto más grande es el valor de la t, mayor es la diferencia entre los sexos en comparación con las diferencias dentro de cada uno de ellos.

La decisión sobre si la diferencia entre grupos es significativa desde el punto de vista psicológico depende de su significación estadística. Los psicólogos sociales cumplen con la siguiente convención arbitraria: si el valor t obtenido tiene una probabilidad menor de 1 en 20 (o sea, 0.05), la diferencia obtenida es estadísticamente significativa y, en realidad, hay una diferencia de simpatía entre los entrevistados de sexo masculino y los de sexo femenino (ver figura 1.1).

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Figura 1.1. Distribución de las puntuaciones de simpatía de veinte entrevistados hombres y veinte mujeres, mediante el estadístico t.

La prueba t es muy simple. En cualquier caso, el principio de esta prueba es el mismo que el de técnicas estadísticas más sofisticadas y complejas, utilizadas por los psicólogos sociales para investigar si dos o más grupos presentan diferencias significativas.

El otro método importante de análisis de datos utilizado por los psicólogos sociales es la correlación, que evalúa si la concurrencia de dos o más variables es significativa. También aquí, aunque el ejemplo siguiente sea un poco simple, el principio subyacente es el mismo para una serie de técnicas de correlación.

Para investigar la idea de que los pensadores rígidos tienden a mantener actitudes más conservadoras (Rokeach, 1960), podríamos solicitar a 30 participantes que respondieran a un cuestionario que mide la rigidez cognitiva y el conservadurismo de actitud (por ejemplo, apoyo y adhesión a políticas sociales y a políticas de

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derechas). Si clasificamos a los 30 participantes en orden de dogmatismo creciente (dogmatismo: un conjunto rígido e inflexible de actitudes) y observamos que también aumenta el conservadurismo, de modo que la persona menos dogmática es la menos conservadora y viceversa, podemos decir que las dos variables tienen una correlación positiva (ver figura 1.2, donde los puntos representan individuos posicionados respecto a sus puntuaciones en escalas de dogmatismo y de conservadurismo). Si vemos que el conservadurismo disminuye sistemáticamente con el aumento del dogmatismo, diremos que las dos variables tienen correlación negativa. Si parece que no hay ninguna relación sistemática entre ambas variables, entonces no están correlacionadas: tienen correlación 0 (cero). Se puede calcular un número que represente de manera numérica la correlación: por ejemplo, la r de Pearson varía de -1 para una correlación negativa perfecta a +1 para una correlación positiva perfecta. Y también, según la cantidad de personas, podemos saber si la correlación es estadísticamente significativa en el nivel convencional del 5%.

Figura 1.2. Correlación entre dogmatismo y conservadurismo en 30 sujetos (coeficiente de correlación de Pearson)

A pesar que el análisis estadístico de datos cuantitativos es el pan de cada día de la psicología social, algunos psicólogos sociales creen que este método es inadecuado para sus propósitos y prefieren un análisis cualitativo. Por ejemplo, el análisis de las explicaciones de la gente sobre el desempleo o los prejuicios a veces puede verse beneficiado con un análisis más discursivo, no cuantitativo, en que el investigador intenta averiguar lo que se dice para ir más allá en las explicaciones superficiales y llegar a la esencia de las creencias y las razones de base.

Una forma de análisis cualitativo es el análisis del discurso (por ejemplo, Potter i Wetherell, 1987; Tuffin, 2005; Wetherell, Taylor i Yates, 2001). El análisis del discurso trata todos los datos como ‘texto’; es decir, como un hecho comunicativo lleno de múltiples planos de significado, pero que se puede interpretar únicamente considerando el texto en su sentido social más amplio. Por ejemplo, los analistas del discurso opinan que las respuestas de la gente a declaraciones de actitud en los cuestionarios no habrían de tomarse por su valor nominal o literal para someterse a análisis estadístico, sino que habría que interpretar lo que se comunica. Eso sólo es posible si se considera la respuesta como un conjunto completo de factores socio-comunicativos, derivados del contexto inmediato y del contexto socio-histórico más amplio. En cualquier caso, el análisis del discurso es más que un método de investigación: es también una crítica sistemática de los métodos y de las teorías ‘convencionales’ de la psicología social.

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3.2.4 Ética de la investigación

Como investigadores e investigadoras, los psicólogos sociales se enfrentan con problemas éticos. Por ejemplo, ¿es ético exponer a los participantes de un experimento a un tratamiento que resultará incómodo o que ejerce efectos potencialmente nocivos sobre el concepto de sí mismos? Si una investigación de este tipo es importante, ¿cuáles son los derechos de la persona, cuáles las obligaciones éticas del investigador y cuáles las normas de decisión?

Aunque las consideraciones éticas surgen con frecuencia en los experimentos (por ejemplo, en los estudios de obediencia de Milgram de 1974), también pueden ser enfrentadas por investigadores no experimentales. Por ejemplo, ¿es ético que un observador no participante, que investiga el comportamiento de las masas, se abstenga de interceder en una agresión violenta? Para orientar a los investigadores, la American Psychological Association (APA) estableció en 1972 una serie de principios de conducta ética en la investigación con seres humanos, principios que fueron completamente revisados y actualizados en 2002 (APA, 2002). Estos principios están reflejados en los códigos de ética de las sociedades nacionales de psicología de Europa. Los investigadores diseñan sus estudios teniendo en cuenta estas normas y después obtienen la aprobación oficial de un comité de ética universitario o departamental.

Hay cinco principios éticos que han recibido la máxima atención:

1. Protección contra el daño 2. Derecho a la privacidad 3. Engaño o fraude 4. Consentimiento informado 5. Entrevista posterior

Bienestar físico de los participantes

Es evidente que no es ético exponer a nadie a un daño físico. Por ejemplo, sería difícil justificar el uso de descargas eléctricas que ocasionen quemaduras visibles. Pero en gran parte de los casos es difícil establecer si existe la posibilidad de recibir algún daño no visible y, de ser así, cuál es su magnitud y si la entrevista posterior lo tiene en cuenta. Por ejemplo, decir a los participantes de un experimento que han ejecutado mal la tarea de asociación de palabras puede ejercer efectos a largo plazo sobre su autoestima y, por tanto, esto podría considerarse nocivo. Por el contrario, los efectos pueden ser tan menores y transitorios que resulten insignificantes.

Respeto por la privacidad

Con frecuencia la investigación en psicología social implica una invasión de la privacidad. Se pueden formular preguntas íntimas a los participantes, se les puede observar sin que lo sepan y se puede manipular su estado de ánimo, sus percepciones y su conducta. A veces es difícil decidir si el tema de una investigación justifica la invasión de la privacidad. Otras veces es más sencillo: por ejemplo, las preguntas íntimas sobre prácticas sexuales son esenciales para investigar conductas que pueden exponer a la gente al riesgo de contraer HIV y desarrollar el SIDA. Generalmente la preocupación sobre la privacidad se resuelve garantizando que los datos obtenidos de los individuos son totalmente confidenciales; es decir, sólo el investigador sabe quién hizo o dijo tal cosa. Se

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extrae la identificación personal de los datos (lo cual los hace anónimos), los resultados del a investigación se comunican como medias para grandes grupos de personas y los datos que ya no son útiles se suelen destruir.

Uso del engaño

Los experimentos de laboratorio, como hemos visto, consisten en la manipulación de la cognición, los sentimientos o la conducta de las personas para investigar el efecto espontáneo, natural y no reactivo de variables independientes. Como la gente debe desconocer las hipótesis, los experimentadores suelen ocultar el verdadero propósito del experimento. Con frecuencia se requiere un cierto grado de engaño.

Del 50 al 75% de los experimentos publicados implican un cierto grado de engaño (Adair, Dushenko i Lindsay, 1985; Gross i Fleming, 1982). Como parece que la utilización del engaño requiere ‘artificios’, ‘falsedad’ y ‘mentiras’, ha generado críticas exaltadas: por ejemplo, el ataque de Baumrind (1964) a los estudios de obediencia de Milgram (1963, 1974). Se ha sugerido a los psicólogos sociales que abandonen la investigación experimental controlada en favor del juego de rol o simulaciones (Kelman, 1967) si no pueden efectuar sus experimentos sin que haya engaño. Es probable que eso sea una demanda extrema, ya que los experimentos clásicos que han recurrido al engaño han enriquecido enormemente el conocimiento psicosocial. Si bien algunos experimentos han utilizado un grado de engaño que parece excesivo, en la práctica el engaño usado en gran parte de los experimentos de psicología social es trivial. Por ejemplo, se puede presentar un experimento como un estudio de toma de decisiones grupal cuando, de hecho, forma parte de un programa de investigación sobre el prejuicio y la estereotipia.

Consentimiento informado

Una manera de salvaguardar los derechos de las personas en los experimentos es obtener su consentimiento informado para participar. En principio, se debe hacer el consentimiento libremente (es preferible por escrito) y recibiendo toda la información sobre en qué consiste la participación, y uno ha de ser completamente libre de retirarse de la investigación en cualquier momento que lo desee. Los investigadores no pueden mentir ni retener información para inducir a la gente a participar, n pueden hacer difícil la negativa a participar ni el retirarse (sea a través de presión social o del ejercicio del poder personal o institucionalizado). Sin embargo, en la práctica términos como ‘información completa’ son difíciles de definir y, como hemos visto hace unos momentos, a menudo los experimentos requieren un grado de engaño para que los participantes continúen siendo vírgenes respecto a una información que podría producir un sesgo.

Entrevista posterior

Los participantes han de tener una entrevista posterior a la intervención en un experimento. Esta entrevista (a veces llamada ‘devolución’ o, en inglés, ‘debriefing’) está destinada a garantizar que las personas salgan del laboratorio con mayor respeto por la psicología social i con mayor conocimiento sobre ellas mismas. La entrevista final consiste en una explicación detallada del experimento y de su contexto teórico y práctico más amplio. Cualquier engaño que haya habido se explica y se justifica para satisfacer a todos los participantes y para asegurarse de que se han anulado todos los efectos de la manipulación. Sin embargo, los mayores críticos del engaño (por ejemplo, Baumrind, 1985) piensan que ninguna entrevista

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corrige lo que consideran el mal fundamental del engaño, que debilita la confianza básica del ser humano.

Para la elaboración de este tema se han utilizado los siguientes textos:

Álvaro, J.L. y Garrido, A. (2003). Psicología social. Perspectivas psicológicas y sociológicas. Madrid: McGraw-Hill.

Graumann, C.F. (1990). Introducción a una historia de la psicología social. En M. Hewstone, W. Stroebe, J.P. Codol, y G. Stephenson (eds.), Introducción a la psicología social. Barcelona: Ariel.

Ibáñez, T. (1990). Aproximaciones a la psicología social. Barcelona: Sendai.

Ibáñez, T. (ed) (2003). Introducció a la psicologia social. Barcelona: UOC.

Ibáñez, T. y Domènech, M. (eds.) (1998). Psicología social. Una visión crítica e histórica. Anthropos, 177.

Hogg, M. y Vaughan, G.M. (2010). Psicología social. Madrid: Panamericana.

Moscovici, S. (ed) (1986). Changing conceptions of leadership. New York: Springer Verlag.

Moscovici, S. (1985) Introducción. En S. Moscovici (ed.), Psicología social I. Barcelona: Paidós.

Ovejero, A. (1998). La construcción histórica de la psicologia social. En A. Ovejero, Las relaciones humanas. Psicología social teórica y aplicada. Madrid: Biblioteca Nueva.