belarmino el adoctrinador chico xavier

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BELARMINO, EL ADOCTRINADOR Chico Xavier Libro: Los Mensajeros Las lecciones eran eminentemente provechosas. Me traían nuevos conocimientos y sobre todo, con ellas, admiraba cada vez más, la bondad de Dios, que nos permitía a todos la restauración del aprendizaje para los servicios del futuro. Muchos de nosotros habíamos atravesado zonas purificadoras de sombra y tormento íntimo. Unos más, otros menos. Bastara, con todo, el reconocimiento de nuestra pequeñez, la comprensión de nuestro inmenso débito y allí estábamos, todos, reunidos en Nuestro Hogar, reanimando energías desfallecidas y reconstituyendo programas de trabajo. Yo veía en todos los compañeros presentes el florecimiento de nuevas esperanzas.

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BELARMINO EL ADOCTRINADOR CHICO XAVIER.

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Page 1: Belarmino el adoctrinador chico xavier

BELARMINO, EL ADOCTRINADOR Chico Xavier

Libro: Los Mensajeros

Las lecciones eran eminentemente provechosas. Me traían nuevos

conocimientos y sobre todo, con ellas, admiraba cada vez más, la

bondad de Dios, que nos permitía a todos la restauración del

aprendizaje para los servicios del futuro.

Muchos de nosotros habíamos atravesado zonas purificadoras de

sombra y tormento íntimo. Unos más, otros menos. Bastara, con

todo, el reconocimiento de nuestra pequeñez, la comprensión de

nuestro inmenso débito y allí estábamos, todos, reunidos en

Nuestro Hogar, reanimando energías desfallecidas y

reconstituyendo programas de trabajo. Yo veía en todos los

compañeros presentes el florecimiento de nuevas esperanzas.

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Nadie se sentía desamparado. Observando que numerosos

médiums, refiriéndose al marco de sus realizaciones, proseguían en

valioso intercambio de ideas y oyendo tantas observaciones sobre

adoctrinadores, pregunté a Vicente, en tono discreto:

– ¿No sería posible, para mi aprendizaje, consultar la experiencia

de algún adoctrinador que se halle en tránsito por aquí?

Recogiendo, con enorme provecho, noticias de tantos médiums, creo

que no debo perder esta oportunidad. Vicente reflexionó un minuto

y respondió:

–Busquemos a Belarmino Ferreira. Es mi amigo desde hace algunos

meses. Seguí al compañero, a través de diversos grupos. Belarmino

estaba en un rincón, conversando con un amigo. Fisonomía grave,

gestos lentos, dejaba mostrar gran tristeza en la mirada humilde.

Vicente me presentó, afectuoso, dándose inicio a una conversación

edificante. Después del intercambio de algunos conceptos,

Belarmino habló, conmovido:

–¿Entonces, el amigo desea conocer las amarguras de un

adoctrinador fracasado? –No digo eso –contemporicé sonriendo–,

desearía conocer su experiencia, para beneficiarme también de su

palabra educativa. Ferreira esbozó una sonrisa forzada, que

expresaba todo el dolor que aún requemaba su alma, y habló:

–La misión del adoctrinador es muy grave para cualquier hombre.

No es sin razón que se atribuye a Nuestro Señor Jesús el título de

Maestro. Solamente aquí, vine a ponderar bastante esta profunda

verdad. Medité muchísimo, reflexioné intensamente y concluí que,

para que alcancemos una resurrección gloriosa, no existe, por

ahora, otro camino aparte de aquel andado por el Adoctrinador

Divino. Es digna de mención la actitud de Él, absteniéndose de

cualquier esclavitud a los bienes terrestres. En todo el Evangelio,

no vemos pasar al Señor, sino haciendo el bien, enseñando el amor,

encendiendo la luz, diseminando la verdad. ¿Nunca pensó en eso?

Después de extensas meditaciones, llegué al conocimiento de que en

la vida humana, junto a los que administran y a los que obedecen,

están los que enseñan. Llego, pues, a pensar que en las esferas de la

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Superficie de la Tierra, hay mayordomos, cooperadores y siervos.

Muy especialmente, los que enseñan deben ser de esos últimos.

¿Entiende mi hermano?

¡Ah!, sí, había comprendido perfectamente. La concepción de

Belarmino era profunda, irrefutable. Además, nunca había oído tan

bellas apreciaciones, con relación a la misión educativa. Después de

un ligero intervalo, continuó siempre en tono grave: –Seguramente,

se extrañará que yo haya fracasado, sabiendo tanto. Mi angustiosa

tragedia es la de todos los que conocen el bien, olvidando su

práctica. Calló de nuevo, pensó, pensó y prosiguió: Hace muchos

años, salí de Nuestro Hogar con la tarea de adoctrinamiento en el

campo del Espiritismo evangélico. Mis promesas aquí fueron

enormes. Mi abnegada Elisa se dispuso a acompañarme en el

servicio laborioso. Sería para mí la compañera desvelada, bendita

amiga de siempre. Mi tarea constaría de trabajo asiduo en el

Evangelio del Señor, de modo que adoctrinase, en primer lugar con

el ejemplo y enseguida con la palabra. Dos importantes colonias

circunvecinas, enviaron a muchos servidores de la mediumnidad y

pidieron a nuestro Gobernador que cooperase con el envío de

misioneros competentes para la enseñanza y la orientación. A

pesar de mi pasado culpable, me ofrecí al servicio con el aval del

Ministro Gedeão, que no vaciló en auxiliarme. Debería desempeñar

actividades concernientes a mi rescate personal y atender a la

honrosa tarea, proporcionando luz a hermanos nuestros en los

planos visible e invisible. Se me imponía, sobre todo, el deber de

amparar a las organizaciones mediúmnicos, estimulando a los

compañeros de lucha puestos en la Tierra al servicio del ideal de la

inmortalidad. Sin embargo, mi amigo, no conseguí escapar a la red

envolvente de las tentaciones. Desde niño, mis padres me

socorrieron con las nociones consoladoras y edificantes del

Espiritismo Cristiano. Varias circunstancias que me parecieron

casuales, situaron mi esfuerzo en la presidencia de un gran grupo

espiritista.

El servicio era prometedor, las actividades nobles y constructivas,

pero, llevado por el excesivo apego a la posición de comando del

barco doctrinario, me llené de exigencias. Ocho médiums,

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extremadamente dedicados al esfuerzo evangélico, me ofrecían

colaboración activa; sin embargo, busqué colocar por encima de

todo el precepto científico de las pruebas irrefutables. Cerré los ojos

a la ley de merecimiento individual, olvidé los imperativos del

esfuerzo propio y, envanecido con mis conocimientos del asunto,

comencé, tan sólo en virtud de la falsa posición que usufructuaban

en la cultura filosófica y en la investigación científica, por atraer a

nuestro círculo a amigos de mentalidad inferior.

Insensiblemente brotaron en mi personalidad sorprendentes

propósitos egoístas. Mis nuevos amigos querían demostraciones de

toda suerte y, ansioso por recoger colaboradores en la esfera de la

autoridad científica, exigía de los médiums largas y porfiadas

investigaciones en los planos invisibles. El resultado era siempre

negativo, porque cada hombre recibirá, ahora y en el futuro, de

acuerdo con sus propias obras. Eso me irritaba. Poco a poco se

instaló la duda en mi corazón. Perdí la serenidad de otro tiempo.

Comencé a ver en los médiums, que se retraían a mis caprichos,

compañeros de mala voluntad y de mala fe. Proseguían nuestras

reuniones, pero de la duda pasé a la incredulidad destructora. ¿No

estábamos en un grupo de intercambio entre lo visible y lo

invisible? ¿No eran los médiums simples aparatos de los difuntos

comunicantes? ¿Por qué no habrían de venir aquellos que pudiesen

atender a nuestros intereses materiales, inmediatos? ¿No sería

mejor establecer un proceso mecánico y rápido para las

comunicaciones? ¿Por qué la negativa de lo invisible para mis

propósitos de demostrar positivamente el valor de la nueva

doctrina? En vano, Elisa me llamaba hacia la esfera religiosa y

edificante, donde podría aliviar el espíritu atormentado.

El Evangelio es un libro divino, pero mientras permanecemos en la

ceguera de la vanidad y de la ignorancia, no nos expone sus

sagrados tesoros. Por eso mismo, lo tachaba de vetusto. Y, de

desastre en desastre, antes de que me afirmase en la misión de

enseñar, los brillantes amigos del campo de las reflexiones

inferiores de la Tierra, me arrastraron al completo negativismo. De

nuestra agrupación cristiana, donde hubiera podido edificar

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construcciones eternas, me transferí para el movimiento, no de la

política que eleva, sino de la política inferior, que impide el

progreso en general y establece la confusión en los espíritus

encarnados. Por ahí me estanqué mucho tiempo, desviado de mis

objetivos fundamentales, porque la esclavitud al dinero me había

transformado los sentimientos. Y así fue, acabé mis días hasta con

una buena situación financiera en el mundo y… un cuerpo

acribillado de enfermedades; con un confortable palacio de piedra

y un desierto en el corazón. La reviviscencia de mi antigua

inferioridad me volvió a unir, en el plano de los encarnados y

desencarnados, a compañeros indignos y mi amigo podrá evaluar

el resto: tormentos, remordimientos, expiaciones… Concluyendo,

aseveró: –Pero, ¿cómo no habría de ser así? ¿Cómo aprender sin

escuela, sin volver a tomar el bien y corregir el mal? –Sí, Belarmino

–dije abrazándolo–, usted tiene razón. Tengo la seguridad de que

no vine sólo al Centro de Mensajeros, sino también al centro de

grandes lecciones.