anecdotas de trabajo n 2

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1 Relatos Relatos Relatos Relatos Cortos Cortos Cortos Cortos de de de de campo campo campo campo Volumen 2 Sobrenatural Historias para contar en el Manejo de Recursos Naturales que sucedieron…en nuestros cinco sentidos María Luisa Villarreal Sonora Martín Manuel Balam Perera

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Es una recopilación de experiencias sobrenatyrales de trabajo en campo en la selva maya, el tomo 2 de varios por venir que mezclan anécdotas de campo con experiencias fuera de este mundo...no es ciencia ficción

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Relatos Relatos Relatos Relatos Cortos Cortos Cortos Cortos de de de de campocampocampocampo

Volumen 2 Sobrenatural Historias para contar en el Manejo de Recursos Naturales que sucedieron…en nuestros cinco sentidos

María Luisa Villarreal Sonora Martín Manuel Balam Perera

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María Luisa Villarreal Sonora Martín M. Balam Perera

SIMBIOSIS, Manejo Integrado de Recursos Naturales, SA de CV

www.simbiosismx.com

ISBN en trámite. Documento electrónico de libre difusión.

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ste libro describe algunas de las experiencias “inusuales”

que nos enseñaron a respetar las creencias y tradiciones de la gente de campo�y mostrar respeto a nuestras selvas y costas, por la magia y misticismo que guardan. Este respeto y cautela aconsejamos no se subestime para quienes desean involucrarse en el trabajo comunitario del Manejo de Recursos Naturales en el sureste de México.

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CONTENIDO La Fiebre de monte ............................................................... 5 El Médico brujo de Dziuche .................................................. 8 Las niñas de las 3 de la mañana ........................................ 13 El cerro del rapto (Ookol wiits) ............................................ 15

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La Fiebre de monte En las selvas y las cañadas en el sureste de México, hay lugares que “Nos quieren” y otros lugares que “No nos quieren”. Los espíritus del monte son como las personas, algunas te quieren y hasta te cuidan�a otras les caes mal de a gratis y harán cualquier cosa para mantenerte lejos del sitio donde viven�o de retenerte ahí para siempre, si les caes extremadamente bien. Nunca desatiendas las advertencias de los sitios que no te quieren y donde te quieren mucho, me decía doña Mary, una cocinera que tuvimos en uno de los primeros campamentos de ecoturismo donde trabaje, allá por 1993. Unos meses antes de esa plática de sobremesa tuve un episodio algo extraño. Me ofrecieron un trabajo como guía bilingüe en un famoso Jardín Botánico al norte del Estado. Yo estaba recién graduada, y deseosa de ayudar a Martin con un ingreso extra para mantener a Cecilia (que tenia poco menos de un año). El trabajo me lo ofreció una excelente amiga, la Bióloga Silvia†, y el primer día fue fantástico. Todos eran muy amables y el lugar era extraordinario. Yo estaba deseosa de comenzar a trabajar y me apresuré a pedirle a mi directora que me asignara alguien que me guiara por los recovecos y senderos del lugar. Pero como en ese momento no había alguien disponible me ofrecí a ir sola. Después de todo era un sitio bien delimitado y muy seguro. Al fondo del Jardín, justo después del orquidiario (enclavado en un hundimiento en el centro del Jardín) había un sitio arqueológico pequeño, semireconstruido y justo después una muestra de chozas mayas con hermosos jardines de plantas medicinales de traspatio. Hasta ese momento todo estaba bien, y tres pasos después del sitio sucedió algo inusual, tuve una sensación extraña, como si tuviera una piedra en el estómago, como un vacío en la boca del estómago, como una inmensa tristeza y cansancio. Un paso estaba bien y un paso me sentí agotada y triste. Como un gran peso sobre la espalda que no me dejaba respirar. Salí tan pronto como pude del lugar y le comenté a Silvia. Ella bromeó y me dijo que tal vez extrañaba mucho a mi familia. Yo no pensaba lo mismo.

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Tuve una niñez muy frágil, con múltiples alergias, era paciente asmática que entraba y salía de hospitales. Pensé que tal vez era alguna alergia a polen o alguna planta en el Jardín. Pero nunca antes tuve los síntomas que a continuación se mostraron. Salí como a las 4 de la tarde de trabajar y Silvia me hospedó en su casa. Una media hora después tenía un gran dolor de articulaciones y de la espalda�con mi amplia experiencia en enfermedades y diagnósticos (porque pase muchos años enfermiza) supuse que era un resfriado marca diablo (aunque estábamos a mediados de Julio) o una severa reacción alérgica. Esa noche no pude dormir, ni Silvia ni su esposo (pobres). Tuve mucha fiebre y dolor extremo del cuerpo, apenas podía respirar, y sentía una enorme pesadez en la parte superior de la espalda. Me moría de vergüenza por mi patético comienzo en el trabajo y fingí sentirme mejor la mañana siguiente para poder asistir al Jardín. Acompañe a uno de los guías para que me describiera rutas y describiera especies. No recuerdo su nombre, pero era un hombre de edad con mucha experiencia en plantas medicinales y conocedor del Jardín de cabo a rabo. Me disculpe un par de veces por tener que detenerme a tomar un descanso, le conté lo avergonzada que estaba con mi amiga y su familia por mi extraño episodio de gripe. Váyase a su casa – me dijo el guía. Algunas personas no les sienta el Jardín. Hemos tenido turistas que se sienten mal de repente, así como usted. Se ponen bien cuando se alejan de aquí. Me pareció inadecuada su observación, después de todo yo estaba ahí para trabajar y podía hacerlo tan bien como cualquiera de ellos�y mas, porque era más joven. Continué trabajando dos días más�hasta que Silvia llamó a Martin para que me hiciera volver a casa. Tenía tres días con fiebre y dolor de articulaciones, y una gran pesadez en los pulmones que no sólo me agotaba, no me dejaba respirar. Como si trajera una persona a cuestas. Tragándome mi orgullo subí al vehículo de regreso a casa. Martin ya había avisado a nuestro médico familiar que me esperaba en Chetumal. Tenía fiebre y mucho dolor, apenas pude abrazar a Cecilia cuando Martin la puso en mis brazos. Estaba agotada y dormí todo el camino desde Puerto Morelos a Chetumal.

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Llegué a casa sin fiebre, sin dolor y sin pesadez. Ni siquiera tuve que ir al doctor. Los síntomas se fueron tan rápido como aparecieron. Fue la primera vez, de muchas otras, que el monte en algún lugar “me daba problemas”.

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El Médico brujo de Dziuche Mucha gente conoce o vivió esta historia que voy a contar. En un pueblito al Noroeste de Quintana Roo, llamado Dziuche, justo antes del límite con el Estado de Yucatán, vivía un famoso médico brujo. Era famoso en este y los países vecinos porque curaba desde dolores de muela hasta tumores cerebrales, operaba y podía quitarte cualquier dolencia por más enfermo y desahuciado que uno estuviera, solo se tenía que tener fe�y pagar 50 pesos, un huevo de gallina de patio, una venda, algodón, un desinfectante y estar dispuesto a hacer cola interminable� y esperar consulta a las 4 o 5 de la madrugada. Tenía yo un par de meses de embarazo de María Luisa y las náuseas y vómitos eran terribles y estaban acompañados de un fuerte dolor en un costado de la boca del estómago. Fui a visitar a mi ginecóloga y esta me refirió al gabinete de ultrasonido temiendo que fuera algo más que molestias por el embarazo. Efectivamente mi vesícula biliar estaba atiborrada de cálculos (un mal común en mi familia) y hubiese sido sencillo extirparla de no ser por mis dos meses de embarazo. Así que la doctora me recetó medicamento y me envió a casa con dieta. Que de no resultar efectivos me enviarían directito al quirófano. Debo decir que me daba terror tomar el medicamento que decía estar contraindicado en embarazo, y el dolor, las náuseas y vómitos me estaban deshidratando muy rápido. Así que tome la decisión desesperada de ver al milagroso hombre de Dziuche. La visita se volvió un evento familiar, por alguna razón la mitad de mi familia decidió atenderse múltiples achaques, “aprovechando el viaje”. Nos fuimos en tres vehículos y dormimos como sardinas en un par de los cuartitos que se rentaban para los “pacientes” del doctor.” Tengo que reconocer que este hombre era clave para el pueblo pues múltiples casas de asistencia, hotelitos y hostales, fondas, comedores y restaurancitos sobrevivían gracias a los cientos o miles de pacientes que cada semana visitaban a este hombre de todas partes de México y de Centroamérica. Me asombró ver media docena de autobuses y un gran numero de vehículos�mas me sorprendió encontrar a conocidos y amigos de Chetumal y Cancún sentados todos, esperando en la larguísima fila a las 4 de la mañana.

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Era surreal toda la escena. La oscuridad de las calles del pueblo, con sus lámparas de luz amarillenta, con la neblina de las últimas horas de oscuridad, la mañana y decenas de personas en un agitado trajín, algunos con vendas en la cabeza o los brazos (muestra de que tenían varios días atendiéndose, al cuidado del “doctor”). Y al fondo de la calle una vieja casona con bancas afuera y en media penumbra treinta o cuarenta personas enfiladas para entrar. Había un puesto justo enfrente del “Consultorio” y me pareció extraordinario verlo abierto tan de madrugada vendiendo nada más que huevos crudos de patio. ¿Ya compró su huevo seño? Me dijo un muchachito – en ese momento reparé en los que hacían la cola. Todos traían un huevo en la mano derecha (sin albur). Así que compramos un poco más de una docena de huevos y repartimos uno a cada miembro de la familia�y nos enfilamos con un huevo en la mano derecha. Lo que siguió fue aún más surreal. De la nada aparecieron “los asistentes” del doctor, dos o tres hombres de entre veinte o treinta años y comenzaron a pasar a los enfilados, de diez en diez. Nos apuraban y arreaban como ganado, levantando la voz y ordenándonos – ¡Pasen! - vociferaban - ¡Rápido o se quedan afuera! Y tras pasar los primeros diez cerraban la puerta. 10 minutos después salían los 10 pacientes con una hojita de libreta en mano, y se dirigían con un grupo de adolescentes que les leían lo que fuera estaba escrito. Les juro que me dieron ganas de salir corriendo, pero antes de que pudiera hacerlo ya me tocaba mi turno. Y pasamos arreados al interior del “Consultorio”. Era un cuarto en semipenumbra, con tres o cuatro personas de pie, detrás de un gran y viejo escritorio. Había otros cuartos a los costados y un pasillo que se perdía en oscuridad a la derecha. En el escritorio, sentado en una vieja silla estaba “el Doctor”. El doctor era un hombre grande, de voz profunda, un mulato imponente que hablaba fuerte y a mentadas de madre a sus colaboradores. A los costados había dos chicos que llenaban vasos de vidrio a toda velocidad, y los vaciaban en una cubeta. La gente se sentaba uno por uno y el médico pedía a gritos su huevo. Insultaba a los hombres, llamaba madrecita a las mujeres. -¡El huevo! ¡El huevo! Pendejo – le grito a un hombre (o tal vez a su asistente). Lo tomaba y lo rompía en el vaso transparente de agua recién llenado a su derecha. Miraba fijamente la yema y la clara caer y balbuceaba a todo pulmón extraños diagnósticos que

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uno de sus escribas garabateaba en una hoja y entregaba al paciente. -¡Siguiente!, ¡El huevo!, ¡El huevo madrecita! – Me dijo el doctor. Le pase mi huevo y realizó el mismo acto de diagnóstico ultrarrápido que con el anterior paciente. Fue algo así: -Punto rojo extrema izquierda, gota negra en cabeza y nariz, mancha roja en espalda y pulmón, vesícula (si lo dijo), embarazo (si lo dijo), mueca�blanco, y un par de cosas más inteligibles. ¡Siguiente! - Y pa fuera con mi papelito. ¿Y ahora? – me pregunté. Y como si me leyeran la mente alguien dijo, - los traductores están por allá. Eran los muchachitos a los que les llevaban el papel. Me interpretaron los garabatos y se quedaron con el papel. Ahora decida que quiere operarse – a las 6 o 7 de la mañana comienzan las cirugías – me dijo uno de los traductores. El corazón y el Cerebro sólo se operan los viernes. – Vaya y compre su Isodine, algodón y vendas – continuó mientras me señalaba el puesto que un par de horas antes vendía huevos, transformado ahora en expendio de material de curación. Compre mis materiales y me enfilé de nueva cuenta para pasar al “quirófano”, junto con otras cien personas. Comencé a tener dudas sobre operarme en condiciones insalubres, mas con dos meses de embarazo. Pero de nuevo, antes de que pudiera echarme patrás ya me estaban arreando junto con otras gentes al interior del consultorio. Resultó que a los costados del pasillo había seis o siete habitaciones, y en cada habitación tres o cuatro camillas de hospital, botes de basura con gasas ensangrentadas, con isodine y material de curación. Había gente recostada en las camillas, y otra gente saliendo con vendas en el pecho, las piernas, la cara o la cabeza. Todos se veían muy contentos y tranquilos y cuando me di cuenta ya estaba trepada en la camilla. El “Doctor” se acercó y revisó en tres segundos el material. Me miró a veinte centímetros de mi cara y preguntó -¿Qué te vas a operar madrecita? – mientras me ponía la mano en la frente

- Vesícula, pero estoy embarazada – le dije angustiada y esperando que me dijera que no podía operarme

-No te preocupes madrecita – me dijo – descúbrete el abdomen.

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Obedecí mientras vigilaba sus manos, de ningún modo le iba a permitir me cortara sin anestesia, ni higiene. Puso su mano en mis ojos y un segundo después sentí un navajazo caliente y doloroso en mi barriga -¡Ah! – alcance a medio gritar -Ya paso madrecita - me dijo. Todo duro tres segundos. Me pusieron mucho isodine, algodón y vendas y me enviaron en ambulancia a reposar al hospital a donde se enviaban a los operados mas graves. Déjenme repasar este último párrafo que fue muy surreal. Me dijeron que debía reposar seis horas en el hospital del “doctor”, porque la vesícula era una operación muy seria. Y que debía esperar mi traslado. Un par de hombres llegaron con un tablón de dos pulgadas de grosor, unos 6 pies de largo, y un pie y medio de ancho (la camilla) y me pasaron cuidadosamente. Me sacaron del consultorio, donde ya me esperaba “la ambulancia”�un triciclo. Me instalaron a lo ancho del triciclo, y por supuesto mi cabeza y mis pies sobresalían, y me llevaron por las calles del pueblo, pasando la autopista hasta el hospital en la calle principal (una casona adaptada con catres), con decenas de niños gritando y divirtiéndose de lo lindo con mi traslado y mi familia botada de risa al verme surgir como fantasma encamillado en triciclo entre la bruma de la mañana. Me acomodaron en un catre viejo, donde comí gelatina y un brebaje horroroso color orines (y sabor igual) las seis horas. Como a la hora de estar ahí acostada, sintiéndome bastante estúpida de haber pagado para que me navajeara un negro, decidí darle un vistazo a la herida. Levante las vendas y el algodón y casi vomito al ver el hueco profundo en forma de cruz que tenía en mi costado derecho. Imaginé las explicaciones que iba a tener que darle a mi ginecóloga, al radiólogo y al médico que tuviera que suturarme el hueco en el abdomen y me dio mucha vergüenza estar ahí, con el resto de los crédulos. Regrese a Chetumal y al llegar a casa la herida estaba cerrando bastante bien, así que me tranquilicé y decidí que daría unos días para que al regresar a mi cita de chequeo médico no se me notara el navajazo tanto. No reparé en que los malestares y el dolor habían desaparecido. Antes de ir con mí doctora pase con el radiólogo a hacerme mi ultrasonido. El mismo que me había detectado mis cálculos

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biliares unas semanas antes. En cuanto vió la cicatriz me miró y me dijo -Fue a ver al santo brujo de Dziuche ¿No? (esas fueron sus palabras)

- Pueeees sip – dije algo avergonzada Revisó mi abdomen y tomo el ultrasonido, no encontró cálculos. Aun tengo la cicatriz de recuerdo. El médico de Dziuche murió hace unos años, es una lástima en verdad, murió de un infarto, creo que no podía curarlo todo.

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Las niñas de las 3 de la mañana Esto le sucedió a uno de nuestros técnicos de campo, en nuestra casa de la comunidad de Manuel Ávila Camacho. Llegó de trabajar en los transectos de fauna, dejó a los ejidatarios en sus casas y se dispuso a alistarse para dormir. Eran aproximadamente las 10 de la noche, el día de trabajo se había alargado mucho y estaba bastante cansado. La casa esta bien equipada, es de madera, pero de muy reciente construcción, apenas un par de años. Tiene baño interior y una cocina con estufa de gas. Así que calentó su agua, cenó un poco de cereal y preparó su baño, se bañó y se acostó a dormir en su hamaca. Lázaro es sobrino de Martín. Trabajó muchos años con nosotros y fue su brazo derecho. No es un hombre que se asuste fácilmente y posee un carácter fuerte y reacio. Basta decir que actualmente no trabaja con nosotros, es un honesto y apasionado de su trabajo�es policía estatal. Salió, se secó y se puso su ropa para acostarse en su hamaca. Se envolvió en sus sabanas y se durmió casi inmediatamente. Esto es lo que le sucedió, según nos contó: -¡Sólo queremos jugar! , ¡Sólo queremos jugar! – lo despertó una vocecita como de niña pequeña, de unos tres años. -¡No te asustes! – Dijo otra vocecita - ¡Sólo queremos jugar! -¡Solo queremos jugar! – dijo otra vocecita Lázaro escuchaba medio dormido las vocecitas y el sonido de piececitos corriendo alrededor de su hamaca. Pero no pudo moverse, ni incorporarse. Trató de pararse, pero no pudo ni mover sus brazos, ni levantar su cuello o girar su cabeza. Por un momento pensó que estaba dormido, soñando, y no se asustó. La hamaca estaba colgada a casi un metro del suelo. Y las niñas corrían en la oscuridad (o así se escuchaba), desde la sala hasta la cocina y alrededor de la hamaca al baño (que tenia la puerta abierta). Y del silencio afuera de la casa, que indicaba era aún de

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madrugada. Luego, por un momento, pensó que los niños de algún vecino se habían metido a hacer travesuras a la casa, pero luego cayó en cuenta de lo oscuro que estaba todo. Los perros ladraban afuera, se escuchaban grillos y el viento soplar, que en otra circunstancia no provocan ningún miedo. Lázaro no se asusta fácilmente, pero desde su capullo de sábanas, inmóvil, enredado en su hamaca, solo alcanzaba a ver el contorno y la sombra de las cabecitas, cada vez que se movían frente a sus ojos. Y comenzó a sentir pánico. -¡Sólo queremos jugar! , ¡Sólo queremos jugar! – repetían casi al mismo tiempo las vocecitas. Cerró sus ojos y trató de volver a dormirse, lo que siguió después lo asustó de verdad. Lázaro no es un hombre que invente cuentos, ni siquiera es un bromista consumado, es más bien seco y lacónico. Mientras apretaba sus ojos para no sentirse asustado y vulnerable de las vocecitas, escuchó una cuarta voz. Con los sonidos de las vocecitas repitiendo que querían jugar, y los pequeños pasitos corriendo arriba y abajo de la casa como fondo, la voz del “hombre” le dijo: -¡No les hagas caso!, ¡No les hables! – repitió en tono de orden, la voz -¡Es malo! – dijo contundente Lázaro trato de volver a dormir, apretó sus ojos y se concentró en volver a dormirse, mientras las vocecitas seguían moviéndose alrededor, corriendo, habloteando y el sonido de piececitos continuaba resonando por toda la casa. En algún momento se volvió a dormir, y cuando despertó era de día, se incorporó, empacó sus cosas y salió disparado de la casa. Nunca regresó a dormir en la casa, y aún hoy, cuando vamos de visita, o cuando los técnicos se quedan a dormir, se pierden las cosas, o encuentras las llaves dentro de un pantalón, doblado dentro de una maleta�solo quieren jugar.

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El cerro del rapto (Ookol wiits) Este es un sitio muy interesante, plagado de historias de seres sobrenaturales, es un sitio real que se encuentra en la zona limítrofe entre Quintana Roo y Campeche. Ookol wiits es un sitio arqueológico no excavado, ubicado a la orilla del camino de acceso a la comunidad de 20 de Noviembre a 20 kilómetros de Xpujil. Trabajé en esa comunidad hace ya 15 años como instructora de inglés para los guías comunitarios de un proyecto de Ecoturismo, y también daba clases de cuando en cuando a las mujeres sobre uso de materiales naturales para artesanías. Muchas anécdotas tengo yo de esa comunidad y de sus sitios arqueológicos, muchas cosas increíbles que hoy recuerdo con mucho cariño. Hace 15 años 20 de Noviembre estaba algo aislado de la civilización, a 15 kilómetros de Xpujil, y a lo largo de casi 5 kilómetros de terracería sinuosa, de un camino en muy malas condiciones, llegaba uno al centro de un claro en medio de la nada, donde se apilaban casitas de madera a los lados de un arroyo pequeño del que el pueblo se abastecía de agua. La selva se cerraba a los lados del camino y aún con vehículo, el trayecto de 5 kilómetros se hacía en 20 o 30 minutos. Resulta que yo daba los cursos por las tardes, pues los adultos con los que trabajaba se iban a sus milpas y “trabajaderos”, los niños a la escuela y las mujeres a sus deberes del hogar. El primer día me dedique a visitar algunas de las señoras del curso, pero siempre estaban tan atareadas con sus tareas que me dio pena ser una carga, y como no aceptaban ayuda de la “maestra” pues decidí ocupar mi tiempo en algo de provecho. La segunda mañana de mi estadía tomé una de las bicicletas que había en la casa, mi mochila, mi libreta de dibujo y algunos lápices y salí a turistear algunos de los cientos de sitios no excavados que hay alrededor del pueblo. Salí tempranito y decidí visitar Ookol wiits (no sabia que significaba) un sitio arqueológico no excavado que bien pasaba por un cerro. En el trayecto me tope con dos o tres grupos de productores que iban a las áreas de milpa. -¿A dónde va maestra? – fue indistintamente la pregunta -A ookol wiits – les respondía -¡¿Sola?! – Decían casi a coro - ¿Y no le da miedo?

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-NO – era siempre mi respuesta, y seguía mi camino con una sonrisa. Debo admitir que me extrañó un poco y me dio ternura su preocupación sincera. Pensé que tal vez tendrían algún tipo de prejuicio porque era mujer, y tal vez creían que una mujer no debía andar sola por ahí, y cosas por el estilo. Pero como yo me las gastaba de mujer independiente y autosuficiente, muy macha y bragada, seguí mi camino sin preguntarles nada más. Ookol wiits era bellísimo, a un par de kilómetros del pueblo, se llegaba al pie del camino y tras una caminata de 20 o 30 metros entre árboles de Ramón llegaba uno al pie del “cerro”, aun podía dibujarse las escalinatas (con mucha imaginación) y cientos de árboles de todos tamaños creciendo encima de las ruinas. Una verdadera selva crecía encima y los árboles proyectaban una extensa sombra sobre la estructura, con algunos claros de luz aquí y allá. Era un lugar enorme e imponente, pero lo que más me llamó la atención esa mañana calurosa fue el silencio total que reinaba en el sitio, ni un pájaro, ni un sonido de pisadas, aleteos o insectos, que por lo general se escuchan en el fondo del paisaje. El viento mecía las copas de los árboles, era un viento fresco y agradable, el clima bajo el dosel de la selva era muy agradable. Escalé a la punta del cerro y me senté sobre una gran roca a realizar algunos bosquejos y garabatear algunas ideas. En casi una hora que me senté sobre la piedra en lo alto reinó un silencio de tumba; desde mi posición podía divisar una parte del camino, y nadie lo atravesó ni de ida, ni de vuelta. Me sentí realmente sola en cierto punto y por alguna razón comencé a sentir verdaderas ganas de salir corriendo. Bajé el cerro lo más rápido que pude (no corriendo), tomé mi bicicleta y salí disparada al pueblo, sintiéndome ridícula por mi ataque de pánico injustificado. No obstante, continué visitando ookol wiits y otros sitios durante casi dos semanas. Continué levantándome temprano y recorriendo los senderos en bicicleta para dedicar mis mañanas a la contemplación de la naturaleza (una forma romántica de decir echar la flojera tirada bajo algún árbol) y a realizar bosquejos y dibujos. Por las tardes impartía los cursos y noté algo raro en mis estudiantes (hombres y mujeres de la comunidad), me miraban asombrados, como si hubiese hecho algo extraordinario. Primero pensé que era la novedad de una maestra tan joven (y hermosa jeje!), pero después me pareció extraño que realizaran comentarios en Maya (yo no hablo maya) y sacudieran su cabeza en desaprobación.

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-¿Pasa algo? – les preguntaba -Nada – respondían de manera lacónica uno u otro Cada tarde era lo mismo. Mis alumnos llegaban al salón y me miraban con asombro, realizaban comentarios entre ellos y sacudían la cabeza en desaprobación. La situación me estaba molestando mucho. Y cada mañana rumbo a ookol wiits o a Ramonal (otro sitio arqueológico al sur del ejido) era la situación de siempre -¿A dónde va maestra? -A Ramonal (o a ookol wiits)-respondía suspirando (todas las veces la misma respuesta) y esperaba la misma reacción. -¡¿Y no le da miedo ir sola?! – risas nerviosas, y yo seguía mi camino, molesta porque ya me sentía discriminada. Una tarde me despejaron mis dudas del modo más inesperado. Después de la clase, como a eso de las 7 de la noche, estaba descansando afuera de mi cabaña, sentada en mi banca de troncos rollizos, haciendo mis apuntes, era un Miércoles me acuerdo bien. Un niñito de unos 7 u 8 años de edad se acercó y me miró con la misma cara de asombro e incredulidad que veía en la cara de los adultos cada tarde. -¿Qué pasó corazón? – le pregunté con mucha curiosidad -¿Usted es la maestra que siempre se va sola en las mañanas a las ruinas? – preguntó divertido y asombrado -Si – respondí lacónica y esperando la pregunta de todas las mañanas�no me decepcionó -¿Y no le da miedo, maestra?- me preguntó (tal y como lo esperaba) -A ver corazón, ven para acá – le dije mientras le hacía un lugar en mi banca. – Dime ¿Por qué debería darme miedo ir sola a las ruinas? -Por los Sisimitos maestra – me dijo desafanadamente mientras se acomodaba a mi lado. -¿Los sisimitos? – sabía de la leyenda (un mono gigantesco, tipo sasquach que mata hombres, come gente, roba mujeres y deambula por las selvas en la frontera entre Quintana Roo y Belice, un mito), pero nunca me imaginé esa respuesta tan directa

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y extraña. Así que me pareció un niño con mucha imaginación, y pensé que sería divertido ver hasta donde llegaría. -¿Hay sisimitos en las ruinas? – pregunté divertida -Si, por eso dice la gente que usted esta buscando que la maten – dijo cortante -¡¡¡¡¡¿¿¿¿?????!!!! – trague saliva -�dicen en el pueblo que usted es muy mensa, porque va y los provoca – continuó con el mismo tono solemne – y va usted a aparecer un día con la cabeza volteada como el ingeniero� -¿Cuál ingeniero? – interrumpí sospechando una respuesta horrible -El que mataron los sisimitos allá por Ramonal, lo encontraron con su cabeza volteada para atrás, - e hizo la mímica de tornillo en el aire con las dos manos - con muchos golpes, lo mataron los sisimitos – continuó seriamente en tono de regaño -lo encontraron allá por las ruinas, donde usted siempre anda en las mañanas. -¿La cabeza volteada?- pregunté y sentí que entumidas las piernas, como si la sangre se me hubiera agolpado en la cabeza. -Si, le rompieron el pescuezo – dijo y se tomó el cuello con las dos manos -Pero pudo haberse caído del cerro, y se rompió el cuello – dije en tono pausado, pero con el estómago revuelto. -No lo creo – continuó mi pequeño interlocutor mientras recogía sus piernas sobre la banca – porque lo encontraron con el pescuezo roto, hasta arriba del cerro�y uno no se cae pa´rriba�-dijo en tono de broma. Esta última frase me retumbó dentro de la cabeza y por alguna razón sentí frío, confusión, incredulidad, luego miedo, enojo y angustia�en menos de 30 segundos. Pensé que mi cabeza me iba a estallar y no quería que el niño se diera cuenta. -¿Y eso fue hace mucho? – pregunté para verificar si era una tradición, un mito -¡Uyyyyyy si! – Contestó – tiene como tres meses De nuevo retumbó en mi cabeza sus inocentes palabritas, pero me contuve y pensé que tal vez el angelito era un diablillo que tenía ganas de fregar a la maestrita, y asustarla, novatearla como hacían los adultos a los técnicos y a los fuereños.

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-¿Y tu crees en esas cosas? – pregunté tratando de no demostrar miedo, mas bien traté de demostrar incredulidad y fingir que no le creí ni una palabra. -Si, el otro día me topé con uno, pero era uno chiquito – dijo en tono anecdótico -¿Te topaste con un sisimito? – inquirí -Si, pero era uno chiquito – dijo y me puso la manita a la altura de mi cabeza – era como de su tamaño. -¿Chiquito, de mi tamaño? – Interrumpí – ¡si yo mido un metro sesenta! (eso es alto para una mujer en la zona) -Por eso, era chiquito – y extendió su bracito arriba hacia el cielo – ya ve que los grandes están como del alto de su casa – -¿mas de dos metros? – continué -pos creo que si – dijo en tono pausado -¿y donde lo viste? – pregunté Me miró con ojos de regaño, y dijo en tono solemne – pos allí donde viven, donde a usted le gusta ir a pasear� -¡¡¡¡¿¿¿¿¿????!!!! – lo miré -En Ookol wiits – por eso le dicen así al cerro – y me miró con cara de fastidio Dude en preguntar por 5 segundos, pero vi que estaba esperando que yo preguntara, así que lo hice -¿Qué significa ookol wiits? – inquirí -Es el cerro del rapto, porque ahí llevan a la gente que se roban y los meten en las cuevas que hay en el cerro, y no los vuelven a ver�-y me miró sin parpadear – por eso dicen en el pueblo que es usted tonta, porque esta buscando que la maten y la metan en el cerro. Recordé las mañanas sentada en la piedra en Ookol wiits, con el silencio total y la media penumbra de los árboles, y el viento, el juego de sombras y la sensación de ser observada�y debo aceptar que me traicionó el subconsciente, ya veía a los sisimitos espiándome tras los árboles y esperando para trozarme el pescuezo.

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Cuando mi amiguito se despidió, me encerré con todas las cerraduras que encontré para cerrar, atranque la puerta de mi cabaña (las dos puertas de hecho) y acomodé mi catre en el centro de la habitación (no fueran a jálame por los huecos de las tablas), dormí poco esa noche y la siguiente, pero no admití que estaba aterrada. Afortunadamente esa era mi última semana en el pueblo y regresaba a Chetumal. Le dije adiós a mis paseos matutinos y nunca volví a ir sola a las ruinas, no es que creyera en esas cosas�es que no quería preocupar a la gente del pueblo, y le tengo mucho cariño a mi pescuezo.

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En el próximo numero La Xtabay Chichan Há El niñito perdido El jaguar de madrugada La sombra en la casa

Las voces en el campamento Varios de los Aluxes, y más