plutarco vidas paralelas tomo dos

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VIDAS PARALELAS TOMO II PLUTARCO PERICLES - FABIO MÁXIMO - ALCIBÍADES - CORIOLANO - TIMOLEÓN - PAULO EMILIO - PELÓPIDAS - MARCELO Ediciones elaleph.com http://Rebeliones.4shared.com

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editorial gredos

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  • V I D A S P A R A L E L A ST O M O I I

    P L U T A R C O

    PERICLES - FABIO MXIMO - ALCIBADES -CORIOLANO - TIMOLEN - PAULO EMILIO -

    PELPIDAS - MARCELO

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  • sgsdg

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    PERICLES

    I.- Viendo Csar en Roma ciertos forasteros ricos que secomplacan en tomar y llevar en brazos perritos y monitospequeos, les pregunt, segn parece, si las mujeres en sutierra no paran nios; reprendiendo por este trmino, deuna manera verdaderamente imperatoria, a los que la incli-nacin natural que hay en nosotros al amor y afecto familiar,debindose a solos los hombres, la trasladan a las bestias.Puesto que nuestra alma es por naturaleza curiosa y vida deespectculos, no es razonable censurar a los que abusan deeste instinto, consagrndolo a lecciones y espectculos in-dignos de atencin y despreocupndose, por otra parte, delas cosas bellas y tiles? Porque a los sentidos, como obranpasivamente, al recibir la impresin de cualquiera objetopuede serles preciso reparar en lo que los hiere, bien seaprovechoso, o bien intil; mas de la razn a cada uno le esdado usar como quiere, y dirigirla fcilmente al objeto que leparece o apartarla de l. Conviene, por tanto, volverla a lomejor, no para examinarlo slo, sino para alimentarse y re-crearse con su contemplacin. Porque as como al ojo aquelcolor le es conveniente que con su vivacidad y blandura ex-

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    cita y recrea la vista, as tambin conviene emplear la inteli-gencia en objetos que con recreo la inclinen hacia el bienque le es natural y propio. Tales son las obras y accionesvirtuosas que con slo que se refieran engendran cierto de-seo y prontitud capaces de conducir a su imitacin; pues enlas dems, al admirar sus frutos o productos no suele seguir-se el conato de ejecutarlas, antes por el contrario, muchasveces, causndonos placer la obra, miramos mal al artfice,como sucede con los ungentos y la prpura; estas cosasnos gustan, pero a los tintoreros y aparejadores de afeites lostenemos por mecnicos y serviles. Por esto Antstenes, ha-biendo odo de Ismenias que era buen flautista, repuso, conrazn: Pero hombre balad, pues a no serlo, no sera tandiestro flautista; y Filipo, a su hijo, que en un festn habacantado con gracia y habilidad: No te avergenzas- le dijo-de cantar tan diestramente? Porque a un rey le basta, cuandotenga vagar, or a los que cantan, y da bastante a las Musascon presenciar los certmenes de los que en ellas sobresa-len.

    II.- La ocupacin, pues, en las cosas serviles halla contras misma confirmacin que la convenza de desidia hacia lavirtud en el trabajo que se emplea en los negocios ftiles;pues ningn joven de generosa ndole, o por haber visto enPisa la estatua de Zeus ha deseado ser un Fidias, o un Poli-cleto por haber visto en Argos la de Hera; ni un Anacreon-te, un Filemn, o un Arquloco, por haber odo los versosde estos poetas, pues no es preciso que, porque la obra de-leite como agradable, sea digno de estimacin el artfice. Por

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    tanto, es visto que no son de provecho para los espectado-res aquellas cosas que no engendran celo de imitacin, nitienen por retribucin el incitar al deseo y conato de aspirara la semejanza; mas la virtud es tal en sus obras, que con eladmirarlas va unido al punto el deseo de imitar a los que lasejecutan; porque en las cosas de la fortuna lo que nos com-place es la posesin y el disfrute; pero en las de la virtud, laejecucin; y aquellas queremos ms que nos vengan de losotros, y stas, por el contrario, que las reciban los otros denuestras manos; y es que lo honesto mueve prcticamente yproduce al punto un conato prctico y moral, infundiendoun propsito saludable en el espectador, no precisamentepor la imitacin, sino por sola la relacin de los hechos. Deaqu naci en m el propsito de proseguir este gnero deescritura relativo a las Vidas, y ste es el dcimo libro quecomponemos, que contiene las de Pericles y de Fabio M-ximo, el que combati con Anbal, varones parecidos entres en otras virtudes, pero muy especialmente en la manse-dumbre y la justicia, y en haber sido ambos muy tiles a suspatrias con saber llevar las injusticias de los pueblos y de suscolegas; si acertamos o no en nuestro juicio, podr verse loque escribimos.

    III.- Era Pericles, por la tribu, Acamntida, y por su de-mo, Colargeo, y de los primeros por su casa y linaje, as porparte de padre como de madre. En efecto: Jantipo, el quevenci en Mcala a los generales del rey, se cas con Agaris-ta, descendiente de Clstenes, el que arroj a los Pisistrtidas,y destruy valerosamente la tirana, publicando leyes y esta-

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    bleciendo un gobierno el ms acomodado para la concordiay el bienestar. Parecile a aquella entre sueos que para unlen, y de all a breves das dio a luz a Pericles, que en toda ladems conformacin de su cuerpo no tena defecto, y sola-mente la cabeza era muy prolongada y desmedida. Por estoen casi todas sus estatuas se le retrata con yelmo, no que-riendo, segn parece, mortificarle los artistas; y los poetasticos le llamaban esquinocfalo, cabeza de albarrana, porque aesta especie de cebolla llamada escila algunos le decan esquino.De los poetas cmicos, Cratino en Los Quirones dice:

    La sedicin y el ya canoso tiempoen unin monstruosa se ayuntaron;y un tirano naci, que de los Dioses

    fue congregacabezas saludado.

    Y tambin en la Nmesis:

    Ven oh Zeus hospedero y bienhadado!

    Teleclides, en un lugar, dice que, dudoso con los ne-gocios, se sentaba en la ciudad muy cargado de cabeza, y enotro lugar, que l solo, con su cabeza descomunal, movagrande alboroto. Y upolis, en su comedia Los populares,preguntado sobre cada uno de los demagogos que iban vol-viendo del infierno, cuando en ltimo lugar se nombr aPericles:

    A qu ahora trajiste de all bajo

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    a se que de todos es cabeza?

    IV.- Muchos escriben que fue Damn su maestro en lamsica, diciendo que la primera slaba de este nombre debepronunciarse breve; pero Aristteles es de opinin que sededic a la msica bajo la enseanza de Pitoclides. Lo que seinfiere es que Damn, que era consumado sofista, quiso to-mar por pretexto el nombre de la msica, disfrazando aspara con la muchedumbre su principal habilidad; pues estabaal lado de Pericles como de un atleta, sirvindole de un-gentario y maestro en las cosas pblicas. Ni se dej deechar de ver que Damn tomaba la lira por pretexto y disi-mulo; antes luego que, como hombre de peligrosos intentosy favorecedor de la tirana, fue condenado al ostracismo, diopor aquella causa materia a los poetas cmicos; de los cuales,Platn hace que uno le pregunte, en cabeza de aquel, de estamanera:

    A esto ante todas cosas da respuesta.Es comn opinin que t, oh perverso,

    fuiste quien a Pericles educaste!

    Oy tambin Pericles a Zenn Eleata, que trat de lascosas naturales al modo de Parmnides, y practic por vezprimera un mtodo dialctico tan sutil y lleno de argucias,que desconcertaba al adversario, segn que Timn Fliasio loindic en estos versos:

    Era grande el poder, mas no engaoso,

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    de Zenn doble-lengua; que de todos,como abeja, solcita escoga.

    Mas quien siempre asisti al lado de Pericles, quien le in-fundi principalmente aquella altivez y aquel espritu dome-ador de la muchedumbre, y quien dio majestad y elevacina sus costumbres, fue Anaxgoras de Clazmenas, al cual losde su edad le apellidaban Inteligencia, o admirando su gran-de prudencia y sus singulares y adelantados conocimientosen las cosas fsicas, o porque fue el primero que establecipor principio ordenador de todos los seres, no el acaso o lanecesidad, sino una razn pura e ilibada, difundida en todaslas cosas, que puso diferencias entre las que eran semejantesy estaban mezcladas.

    V.- Gustaba extraamente Pericles de este filsofo, y,penetrado de su doctrina sobre los fenmenos celestes y desu metafsica sublime, no solamente adquiri, como era na-tural, un nimo elevado y un modo de decir sublime, purode toda chocarrera y vulgaridad, sino que con su continenteinaccesible a la risa, con su modo grave de andar, con toda ladisposicin de su persona, imperturbable en el decir, suce-diera lo que sucediese, con el tono inalterable de su voz, contodas estas cosas sorprenda maravillosamente a todos. Es-tuvo en una ocasin un hombre infame y disoluto insultn-dolo todo el da, y lo aguant, aun en la plaza, mientras tuvoque despachar los negocios que ocurrieron: a la tarde se reti-raba tranquilo a casa, y aquel hombre se puso a seguirle,vomitando contra l toda suerte de dicterios: lleg a casa

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    cuando ya haba oscurecido, y mand a un criado que toma-se un hacha y fuese acompaando a aquel hombre hasta suposada. El poeta Ion dice que el trato de Pericles era arro-gante y soberbio, y que a lo jactancioso se reuna en l ciertaaltivez y desprecio de los dems; y celebra a Cimn deatento, de afable y de festivo en las concurrencias. Pero sinhacer caso de Ion, que, al modo que en la representacintrgica, quiere que tambin en la virtud haya un poquito destira, a los que a la gravedad de Pericles le daban el nombrede arrogancia y soberbia los exhortaba Zenn a que ellostambin se mostraran orgullosos de modo semejante, paraque la ficcin de lo bueno engendrara en sus nimos, sin quelo echasen de ver, recta imitacin y costumbre.

    VI.- Ni slo este fruto sac Pericles de su comunicacincon Anaxgoras, sino que parece haberse hecho con ellasuperior a la supersticin, que infunde terror en los efectosmetericos y naturales a los que ignoran sus causas, y en lascosas divinas, a los que con ellas deliran, y se asustan porfalta de experiencia; pues la ciencia fsica la disipa inspirando,en lugar de una supersticin tmida y vana, una piedad sli-da, acompaada de las mejores esperanzas. Cuntase quetrajeron una vez a Pericles la cabeza de un carnero que notena ms de un solo cuerno, y que Lampn el adivino, luegoque vio el cuerno fuerte y firme que sala de la mitad de lafrente, pronunci que, siendo dos los bandos que domina-ban en la ciudad, el de Tucdides y el de Pericles, sera deaquel el mando y superioridad en el que se verificase aquelprodigio; pero Anaxgoras, abriendo la cabeza, hizo ver que

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    el cerebro no llenaba toda la cavidad, sino, que formabapunta como huevo, yendo en disminucin por toda aquellahasta el punto en que la raz del cuerno tomaba principio.Por lo pronto, Anaxgoras fue muy admirado de los que sehallaron presentes; pero de all a poco lo fue tambin Lam-pn, cuando, desvanecido el poder de Tucdides, recay enPericles todo el manejo de los negocios pblicos. Mas a loque entiendo, ninguna oposicin o inconveniente hay enque acertasen el fsico y el adivino, y que atinase aquel con lacausa, y ste con el fin; siendo de la incumbencia del uno elexaminar de dnde y cmo provena, y del otro, pronosticara qu se diriga y qu significaba. Los que son de opinin deque el hallazgo de la causa es destruccin de la seal no re-paran en que juntamente con las seales de las cosas divinasquitan las de las artificiales y humanas: el ruido de los discos,la luz de los faros, la sombra del puntero de los relojes desol, cada una de las cuales cosas por artificio y disposicinhumana es signo de otra. Mas esto quizs es ms bienasunto de otro tratado que del presente.

    VII.- Pericles ya desde joven se iba con mucho tientocon el pueblo, porque en la conformacin del rostro eramuy parecido a Pisstrato el tirano, y los ms ancianos admi-raban en l, cuando le oan hablar, lo dulce de la voz y lavolubilidad y prontitud de la lengua por la misma semejanza.Siendo adems expectable por su riqueza y su linaje, y te-niendo amigos de mucho poder, de miedo del ostracismoninguna parte tomaba en las cosas de gobierno; pero en lasexpediciones militares se acreditaba de valeroso y arriscado.

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    Cuando ya muri Arstides, Temstocles fue condenado, yCimn estaba constantemente con la escuadra fuera de laGrecia, se fue Pericles aproximando al pueblo, con tal arteque tom la causa de la muchedumbre y de los pobres, envez de la de los pocos y los ricos, no obstante que su carc-ter nada tena de popular, sino que temeroso, a lo que pare-ce, de caer en sospecha de tirana, y observando que Cimnera aristocrtico y muy preciado de lo mejor de la ciudad, sepuso del lado de los muchos, tanto para labrarse su seguri-dad propia, como para formar contra ste un partido pode-roso. Aun en lo relativo al mtodo de vida tom desde en-tonces otro sistema; porque parece que para l no haba enla ciudad otro camino que el de la plaza pblica y el consejo:de tal modo dio de mano a los convites para festines y atoda clase de reunin y concurrencia! As, en todo el tiempoque mand, que fue muy largo, no se le vio concurrir a con-vite alguno en casa de ningn ciudadano, sino nicamenteen la boda de su primo Euriptlemo, en la que estuvo hastalas libaciones, y luego se levant. Porque las concurrenciasllevan mal todo lo que es altivez, y es muy difcil en la fami-liaridad conservar aquella gravedad que da opinin. Mas enla verdadera virtud, lo ms loable es lo que ms se manifiestaal pblico, y en los hombres buenos nada hay tan admirablepara los de afuera como lo es su vida cotidiana para los de sucasa; pero ste, huyendo respecto del pueblo la relacincontinua y el fastidio, no se le presentaba sino como escati-mndose, ni hablaba en todo negocio, ni siempre se mos-traba al pblico, sino que, reservndose para los casos deimportancia, como de la nave de Salamina, dice Critolao, las

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    dems cosas las ejecutaba por medio de sus amigos o deoradores de su partido; de los cuales se dice que era unoEfialtes, que fue el que debilit la autoridad del Arepago,escanciando a los ciudadanos, segn expresin de Platn,una grande e inmoderada libertad, con la que el pueblo, co-mo caballo sin freno, segn que se lo echan en cara lospoetas cmicos:

    No tuvo a bien mostrarse ya sumiso,sino morder osado a la Eubea,y hacer insultos a las otras islas.

    VIII.- A este orden de vida y a la elevacin de su nimoprocuraba acomodar, como rgano conveniente, su lengua-je, para lo que consultaba frecuentemente a Anaxgoras,coloreando con la ciencia fsica, como con un tinte retrico,la diccin. Porque reuniendo aquel, por sus conocimientosen la fsica, la razn sublime obradora de todo, como dice eldivino Platn, a su excelente natural, y juntando siempre loconducente con el artificio en el decir, se aventaj mucho atodos los dems; y de aqu dicen que tuvo el sobrenombre;aunque hay quien diga que de los primores con que adornla ciudad, y otros que de su autoridad en el gobierno y en losejrcitos, le vino el que le llamasen Olimpio: bien que nadade extrao habra en que todas estas cosas hubiesen contri-buido en aquel hombre insigne para esta gloriosa denomi-nacin. Mas las comedias de sus contemporneos lanzaronpor entonces muchas voces serias o ridculas contra l; de sumodo de decir muestran habrsele originado principalmente

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    el tal sobrenombre porque decan de l que tronaba, quelanzaba centellas, y que llevaba en la lengua un tremendorayo, cuando hablaba en pblico. Hcese tambin mencinen este punto de un dicho de Tucdides, hijo de Melesio, queexpresa con gracia la destreza de Pericles. Era Tucdideshombre recto y bueno, y en el gobierno haba estado largotiempo en contradiccin con Pericles. Preguntndole, pues,Arquidamo, rey de los Lacedemonios, cul de los dos, Peri-cles o l, era mejor combatiente, cuando le he derribado-dijo-, luchando con l, luego replica que no ha cado, quevence, y se los persuade a los que se hallan presentes. Elmismo Pericles era tmido y circunspecto en el decir; y as, alsubir a la tribuna, peda siempre a los Dioses que no se leescapase, sin advertirlo, ni una sola palabra que no fueseacomodada a su intento y a lo que ste peda. Y lo que esescrito no dej nada, a excepcin de los decretos; pero seconservan en la memoria unos cuantos dichos suyos nota-bles, muy pocos; cual es haber dispuesto que como una le-gaa se separase a Egina del Pireo, y aquello de decir: Meparece que veo ya la guerra venir del Peloponeso. Y en unaocasin en que Sfocles, su colega en el mando, hizo con lun viaje de mar, celebrando ste de lindo a un mocito: Ungeneral- le dijo- no slo ha de tener puras las manos, sinotambin los ojos. Y Estesmbroto refiere que, elogiando enla tribuna a los que haba muerto en Samo, dijo que se ha-ban hecho inmortales, como los Dioses, porque tampoco astos los vemos, sino que de los honores que se les tributany de los bienes que nos dispensan conjeturamos que son in-

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    mortales, y esto mismo cuadra a los que mueren por la pa-tria.

    IX.- Tucdides nota de aristocrtico el gobierno de Peri-cles, diciendo que, aunque en las palabras era democrtico,en la realidad era mando de uno solo; y otros muchos hanescrito que bajo l fue por la primera vez seducida la plebecon repartimientos y con pagarle los espectculos y darlejornal; con las cuales disposiciones se la acostumbr mal, yse hizo prdiga e indcil, de templada y laboriosa que antesera: veamos, pues, por los hechos mismos, cul fue la causade esta mudanza. Contrarrestando Pericles en el principio,como hemos dicho, a la gloria de Cimn, se adhiri a la mu-chedumbre; mas siendo inferior en riqueza e intereses, conlos que ste ganaba a los pobres, dando cotidianamente decomer a los Atenienses necesitados, vistiendo a los ancianosy echando al suelo las cercas de sus posesiones para que to-maran de los frutos los que quisiesen, frustrado Pericles conestas cosas, recurri al repartimiento de los caudales pbli-cos aconsejndoselo as Damnides de Ea, segn testimoniode Aristteles. Con las ddivas, pues, para los teatros y paralos juicios, y con otros premios y diversiones, corrompi a lamuchedumbre, y se vali de su poder contra el consejo delArepago, en el que no tena parte, por no haberle cabidoen suerte ser o Arconte, o Tesmoteta, o Rey, o Polemarco;porque estos empleos eran sorteables de antiguo, y de elloslos ciudadanos ms aprobados pasaban al Arepago; poresta causa, cuando Pericles tuvo gran influjo en el pueblo, leconvirti contra este consejo, consiguiendo quitarle el cono-

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    cimiento de muchos negocios por medio de Efialtes, y hacersalir desterrado a Cimn, como apasionado de los Lace-demonios y desafecto a la muchedumbre: varn que a nadieceda en hacienda y linaje, que en muchos combates habaalcanzado brillantes victorias de los brbaros, y que congrandes sumas y cuantiosos despojos haba enriquecido laciudad, como lo escribimos en su vida: tal era el poder dePericles en el pueblo!

    X.- No se acababa por la ley el ostracismo, para los quesufran, esta especie de destierro, hasta los diez aos; peroen este medio tiempo los Lacedemonios invadieron el te-rritorio de Tanagra, y marchando al punto los Ateniensescontra ellos, Cimn, volviendo de su destierro, tom las ar-mas, y form con los de su tribu, queriendo purgar conobras la sospecha de laconismo peleando al lado de sus con-ciudadanos; pero los amigos de Pericles se agruparon, y lohicieron desechar como desterrado. Por esto mismo parecique Pericles pele en aquella ocasin con mayor denuedo, yse distingui sobre todos, poniendo a todo riesgo su perso-na. Perecieron all los amigos de Cimn, todos a una, a losque Pericles haba acusado tambin de laconismo; y los Ate-nienses llegaron ya a arrepentirse y echar menos a Cimn,vindose vencidos en las mismas fronteras del tica, y espe-rando ms violenta guerra todava para el verano. Echlo dever Pericles, y no slo no tuvo dificultad en dar gusto a lamuchedumbre, sino que l mismo escribi el decreto por elque Cimn haba de ser restituido; el cual, luego que volvi,hizo la paz entre ambas ciudades, porque los Lacedemonios

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    le miraban con inclinacin, as como estaban mal con Peri-cles y con los dems demagogos. Algunos son de sentir queno se decret por Pericles la restitucin de Cimn, sin queantes se hiciera entre ambos, por medio de Elpinice, herma-na de ste, un tratado secreto: de modo que Cimn dara alpunto la vela con doscientas galeras para mandar fuera lastropas, y a Pericles le correspondera quedar con el mandoen la ciudad. Parece que ya antes la misma Elpinice habasuavizado para con Cimn el nimo de Pericles cuandoaquel tuvo que defenderse en la causa capital. Era Periclesuno de los acusadores, elegido por el pueblo, y habindoselepresentado Elpinice en clase de suplicante, sonrindose lerespondi: Vieja ests, Elpinice, vieja ests para salir ade-lante con tales asuntos; mas con todo, sola una vez se le-vant a hablar, no ms que por cumplir con su nombra-miento; y luego se retir, habiendo sido de los acusadores elque menos incomod a Cimn. Pues quin con esto podrdar crdito a Idomeneo, que acusa a Pericles de que habin-dose hecho amigo del orador Efialtes, y sido ambos de unmismo modo de pensar en las cosas de gobierno, por celosy por envidias dolosamente lo hizo asesinar? Yo no s dednde pudo recoger estos rumores para achacarlos comohiel a un hombre que, si no fue del todo irreprensible, tuvoun espritu generoso y un alma apasionada por la gloria, conlos que no es compatible una pasin tan cruel y feroz, y res-pecto de Efialtes, lo que hubo fue que, habindose hechotemer de los oligarquistas, y siendo inexorable para tomarvenganza y perseguir a los que molestaban al pueblo, susenemigos le armaron asechanzas, y ocultamente le quitaron

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    de en medio por mano de Aristdico de Tanagra, como lorefiere Aristteles. Cimn, en tanto, mandando la escuadra,muri en Chipre.

    XI.- Los aristcratas, viendo ya a Pericles engrandecido ytan preferido a los dems ciudadanos, quisieron contrapo-nerle alguno de su partido en la ciudad, y debilitar su poderpara que no fuese absolutamente, de un monarca; y con lamira de que le resistiese, echaron mano de Tucdides, de latribu Alopecia, hombre prudente y cuado de Cimn. Era,s, menos guerrero que ste; pero le aventajaba en el decir yen el manejo de los negocios; as contenda en la tribuna conPericles, y bien pronto produjo una divisin en el gobierno.En efecto: estorb que los ciudadanos que se decan princi-pales se allegaran y confundieran como antes con la plebe,mancillando su dignidad, y ms bien manifestndolos sepa-rados, y reuniendo como en un punto el poder de todosellos, le hizo de ms resistencia, y que viniera a ser como uncontrapeso en la balanza; porque desde el principio hubocomo una separacin oscura, que, a la manera de las pegadu-ras del hierro, era indicio de dos partidos: el popular y elaristocrtico; y ahora aquella unin y concordia de los prin-cipales dio ms peso a esta divisin de la ciudad, e hizo queel un partido se llamara plebe, y el otro, oligarqua o de lospocos. Por esto mismo, soltando ms entonces Pericles lasriendas a la plebe, gobernaba a gusto de sta, disponiendoque continuamente hubiese en la ciudad, o un espectculopblico, o un banquete solemne, o una ceremonia aparatosa,entreteniendo al pueblo con diversiones del mejor gusto.

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    Haca, adems, salir cada ao sesenta galeras, en las que na-vegaban muchos ciudadanos, asalariados por espacio deocho meses, y al mismo tiempo se ejercitaban y aprendan laciencia nutica. Enviaba asimismo mil sorteados al Querso-neso; a Naxo, quinientos; a Andro, la mitad de stos; otrosmil a la Tracia, para habitar en unin con los Bisaltas, yotros, a Italia, restablecida Sbaris, a la que llamaron Turios.Todo esto lo haca para aliviar a la ciudad de una muche-dumbre holgazana e inquieta con el mismo ocio; para reme-diar a la miseria del pueblo, y tambin para que impusieranmiedo y sirvieran de guardia a los aliados, habitando entreellos, para que no intentaran novedades.

    XII.- Lo que mayor placer y ornato produjo a Atenas, yms dio que admirar a todos los dems hombres, fue el apa-rato de las obras pblicas, siendo ste slo el que an atesti-gua que la Grecia no usurp la fama de su poder y opulenciaantigua. Y, no obstante, esta disposicin era, entre las dePericles, la de que ms murmuraban sus enemigos, y la quems calumniaban en las juntas pblicas, gritando que el pue-blo perda su crdito y era difamado, porque se traa de De-los a Atenas los caudales pblicos de los Griegos, y aun laexcusa ms decente que para esto poda oponerse a los quele reprenden, a saber: que, por miedo de los brbaros, tras-ladaban de all aquellos fondos para tenerlos en ms seguracustodia, aun sta se la quitaba Pericles; y as parece, decan,que a la Grecia se hace un terrible agravio, y que se la escla-viza muy a las claras, cuando ve que con lo que se la obliga acontribuir para la guerra doramos y engalanamos nosotros

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    nuestra ciudad con estatuas y templos costosos, como unamujer vana que se carga de piedras preciosas. Mas Periclespersuada al pueblo que de aquellos caudales ninguna cuentatenan que dar a los aliados, pues los Atenienses combatanen su favor y rechazaban a los brbaros, sin que aquellospusiesen ni un caballo, ni una nave, ni un soldado, sino so-lamente aquel dinero, que ya no era de los que lo daban, si-no de los que lo reciban, una vez que cumplan con aquellopor que se les entregaba; y puesto que la ciudad proveaabundantemente de lo necesario para la guerra, era muyjusto que su opulencia se emplease en tales obras, que, des-pus de hechas, le adquirieran una gloria eterna, y que dierande comer a todos mientras se hacan, proporcionando todaespecie de trabajo y una infinidad de ocupaciones, las cuales,despertando todas las artes, y poniendo en movimiento to-das las manos, asalariaran, digmoslo as, toda la ciudad, quea un mismo tiempo se embellecera y se mantendra a smisma, Porque los de buena edad y robustos tomaban enlos ejrcitos del pblico erario lo que para pasarlo bien ha-ban menester, y, respecto de la dems muchedumbre ruda yjornalera, no queriendo que dejase de participar de aquellosfondos, ni que los percibiese descansada y ociosa, introdujocon ardor en el pueblo gran diferencia de trabajos y obras,que hubiesen de emplear muchas artes y consumir muchotiempo, para que no menos que los que navegaban, o milita-ban, o estaban en guarnicin, tuvieran motivo los que que-daban en casa de participar y recibir auxilio de los caudalespblicos. Porque siendo la materia prima piedra, bronce,marfil, oro, bano, ciprs, trabajaban en ella y le daban for-

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    ma los arquitectos, vaciadores, latoneros, canteros, tintore-ros, orfebres, pulimentadores de marfil, pintores, bordado-res y torneros; adems, en proveer de estas cosas y portear-las entendan los comerciantes y marineros en el mar, y entierra, los carreteros, alquiladores, arrieros, cordeleros, line-ros, tejedores, constructores de caminos y mineros; y comocada arte, a la manera que cada general su ejrcito, tena de laplebe su propia muchedumbre subordinada, viniendo a sercomo el instrumento y cuerpo de su peculiar ministerio, atoda edad y naturaleza, para decirlo as, repartan y distri-buan las ocupaciones, el bienestar y la abundancia.

    XIII.- Adelantbanse, pues, unas obras insignes en gran-deza, e inimitables en su belleza y elegancia, contendiendolos artfices por excederse y aventajarse en el primor ymaestra; y con todo, lo mas admirable en ellas era la pron-titud; porque cuando de cada una. pensaban que apenasbastaran algunas edades y generaciones para que difcil-mente se viese acabada, todas alcanzaron en el vigor de unsolo gobierno su fin y perfeccin. Justamente se dice deaquel mismo tiempo que, jactndose el pintor Agatarco deque con la mayor prontitud acababa sus cuadros, y habin-dolo odo Zeuxis, le replic: Pues yo en mucho tiempo;porque realmente la agilidad y prontitud en las obras no lesda ni solidez duradera, ni perfecta belleza, y, por el contra-rio, el tiempo y trabajo que se gastan en la ejecucin se re-compensan con la firmeza y permanencia. Por lo mismo, eramayor la admiracin de que, siendo las obras de Pericles dedurar largo tiempo, en tan breve se hubiesen concluido;

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    porque cada una de ellas en la belleza al punto fue comoantigua, y en la solidez, todava es reciente y nueva: tantobrilla en ellas un cierto lustre que conserva su aspecto in-tacto por el tiempo, como si las tales obras tuviesen unaliento siempre floreciente y un espritu exento de vejez!Todas las diriga y de todas con Pericles era superintendenteFidias, sin embargo de que las ejecutaban los mejores arqui-tectos y artistas; porque el Partenn, que era de cien pies, loedificaron Calcrates e Ictino; el purificatorio de Eleusis em-pez a construirlo Corebo, y l fue quien puso las columnassobre el pavimento y las enlaz con el chapitel; por sumuerte, Metgenes Xipecio hizo la cornisa y puso las co-lumnas altas; mas la linterna sobre el santuario la cerr Xe-nocles Colargeo. El muro prolongado, cuya idea dice S-crates haba odo explicar al mismo Pericles, fue obra de Ca-lcrates. Satirzala Cratino en sus comedias, como que ibacon mucha pesadez:

    Hace ya largo tiempo que Periclesla est con sus palabras promoviendo;

    mas en la realidad nada adelanta.

    El Oden, que en su disposicin interior tiene muchosasientos y muchas columnas, y cuyo techo es redondeado ypendiente y termina en punta, dicen que se hizo a semejanzadel pabelln del rey de Persia, disponindolo tambin Peri-cles; por lo que el mismo Cratino, en su comedia Las tracias,se burla de l en esta manera:

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    El Zeus esquinocfalo, Pericles,aqu viene trayendo en el cerebro

    el Oden, alegre y orgulloso,porque del ostracismo se ha librado.

    Efectivamente: engredo Pericles, entonces por la prime-ra vez decret que en las Fiestas Panateneas hubiese certa-men de msica, y elegido por director del certamen, l mis-mo seal qu era lo que los contendientes haban de taercon la flauta, lo que haban de cantar o tocar en la ctara;porque en el Oden se dieron entonces y despus los cer-tmenes y espectculos de msica. Los soportales del alczaro ciudadela se hicieron en cinco aos, siendo el arquitectoMnesicles. Un caso maravilloso ocurrido mientras se cons-truan dio indicio de que la Diosa, lejos de repugnar la obra,tomaba parte en ella y concurra a su perfeccin. El ms la-borioso y activo de los artistas tropez y cay de lo alto,quedando tan maltratado que le desahuciaron los mdicos.Apesadumbrse Pericles, y la Diosa, aparecindosele entresueos, le indic una medicina con la cual muy pronta y f-cilmente le puso bueno. Por este suceso coloc en la ciuda-dela la estatua de bronce de Atenea saludable junto al ara, quese dice estaba all antes. Fidias hizo adems la estatua de orode la diosa, y en la base se lee la inscripcin que le designaautor de ella. Tena sobre s puede decirse que el cuidado detodo, y como hemos dicho, era el superintendente de todoslos dems artistas por la amistad de Pericles, lo cual le atrajoenvidia, y tambin la calumnia de que presentaba por maltrmino a ste las mujeres libres que concurran a ver las

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    obras. Tomaron por su cuenta este rumor los autores decomedias, y difamaron a Pericles de incontinencia y disoluto,extendiendo sus calumnias hasta la mujer de Menipo, suamigo y subalterno en la milicia, y hasta la granjera de Piri-lampo, otro de sus amigos; criaba ste aves, y le achacabanque regalaba pavones a aquellas con quienes Pericles se di-verta. Mas quin se maravillar de que hombres satricos deprofesin sacrifiquen, con las calumnias de los hombres msaventajados, a la envidia como a un genio malfico, cuandoel mismo Estesmbroto Tasio se atrevi a proferir una ho-rrible y mentirosa blasfemia contra la mujer del mismo hijode Pericles? Tan grande es el trabajo que le cuesta a la his-toria descubrir la verdad! Pues para los que vienen ms tar-de, el tiempo pasado se interpone, y roba el conocimientode los hechos; y las relaciones contemporneas de las vidas yacciones, o bien por envidia, o bien por lisonja y adulacin,corrompen y desfiguran la verdad.

    XIV.- Clamaban contra Pericles los oradores del partidode Tucdides, diciendo que dilapidaba el tesoro y disipaba lasrentas; y l pregunt en junta al pueblo si le pareca quegastaba mucho. Respondironle que muchsimo; y entonces:Pues no se gaste- dijo- de vuestra cuenta, sino de la ma;pero las obras han de llevar slo mi nombre. Al decir estoPericles, ora fuese por que se maravillaran de su magnanimi-dad, ora por que ambicionaran la gloria de tales obras, grita-ron a porfa, ordenndole que gastase y expendiese sin excu-sar nada. Finalmente, trado a contienda con Tucdides so-

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    bre el ostracismo, y puesto en riesgo, consigui desterrar aste, y disipar la faccin que le era opuesta.

    XV.- Cuando, desvanecida enteramente esta diferencia,la ciudad vino a ser toda como de un temple y una sola, pu-so completamente bajo su disposicin a Atenas y cuanto delos Atenienses dependa, los tributos, los ejrcitos, las naves,las islas y el mar, y un poder de gran fuerza, no slo por losGriegos, sino tambin por los brbaros, a causa de que seconsideraba fortalecido con pueblos que les estaban sujetos,y con la amistad y alianza de reyes poderosos; y entonces yano fue el mismo, ni del mismo modo manejable por el pue-blo, dejndose llevar como el viento de los deseos de la mu-chedumbre, sino que en vez de aquella demagogia que tenaflojas e inseguras las riendas, como en vez de una msicamuelle y blanda, plante un gobierno aristocrtico, y, encierta manera, regio; y emplendole siempre con rectitud eintegridad para lo mejor, unas veces con la persuasin y coninstruir al pueblo y otras con la firmeza y la violencia si lehallaba renitente, puso mano en todo lo que le pareca til;imitando en esto al mdico que en la curacin de una en-fermedad complicada y habitual, ora se vale de lo dulce yagradable, y ora de remedios desabridos, conducentes a lasalud. Porque no pudiendo menos de haberse engendradotoda suerte de pasiones en un pueblo que tena tan grandeautoridad, l slo era propio para tratar del modo conve-niente cada una; y valindose de la esperanza y del miedo,como de unos timones, moder lo que haba de altivo, yalent y confort lo desmayado: demostrando as que la

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    oratoria tiene el poder, segn expresin de Platn, de cauti-var las almas, y que su obra principal es el arte de dirigir lascostumbres y las pasiones, como unos sonidos o cuerdas delalma, que necesitan una mano hbil que las pulse. Aunque lacausa no fue precisamente el poder de su palabra, sino, co-mo dice Tucdides, la opinin y confianza en la conducta deaquel hombre admirable, que claramente se vea ser inco-rruptible y muy superior a los atractivos del oro, el cual, conhaber hecho a la ciudad de grande ms grande todava y msrica, y con haber tenido un poder que exceda al de muchosreyes y tiranos, aun de aquellos que legaron el poder a sushijos, no aument ni en un maraved la hacienda que le dejsu padre.

    XVI.- Da de su poder Tucdides la ms cierta y cabalidea; pero los cmicos lo desfiguran malignamente, lla-mando nuevos Pisistrtidas a los amigos que Pericles tenacerca de s, y exigiendo de l que jurara no hacerse tirano,como que su superioridad y excelencia se haca incmoda yno caba dentro de la democracia, y Teleclides dice que losAtenienses pusieron en su mano

    De las ciudades todas los tributos,y las ciudades mismas, a su antojodejando el libertarlas u oprimirlas;

    alzar de piedra o derribar sus muros;los tratados, la fuerza, el podero,y la paz, la riqueza y la ventura.

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    Y esto no fue cosa de una favorable ocasin, o gracia yfelicidad de un gobierno que floreci por horas, sino quepor cuarenta aos estuvo dominado entre los Efialtes, losLecrates, los Mirnidas, los Cimones, los Tlmides y losTucdides; y despus de haber triunfado de Tucdides, yhchole desterrar, no se hizo menos admirable en los si-guientes quince aos; y con tener l slo el poder sobre losejrcitos en cada un ao, no se conserv menos incorrupti-ble por el dinero. Y no porque fuese del todo desperdiciadoen cuanto a los bienes; antes, para no abandonar la haciendapaterna tan justamente poseda, ni ocuparse tampoco dema-siadamente en ella cuando tantos otros negocios le cercaban,estableci la administracin que le pareci ms fcil y msexacta. Venda cada ao por junto los frutos de su cosecha,y despus se surta de la plaza a la menuda de las cosas nece-sarias para la casa y para el sustento: no dejaba por tanto,lugar a que se regalasen sus hijos ya crecidos: ni era dispen-sador profuso con las mujeres de la familia; antes le censura-ban este mtodo de la compra diaria, reducido rigurosa-mente a no gastar ms que lo preciso, sin que en una casatan grande y de tanto trfago se desperdiciara nada; lle-vndose, as lo relativo al gasto como a la renta, con muchacuenta y medida. El que tena a su cargo toda esta exactitudera uno de sus esclavos llamado Evngelo, de la ms exce-lente ndole por s, o formado por Pericles para este manejo.En verdad que no conformaba todo esto con la filosofa deAnaxgoras, que por entusiasmo y magnanimidad abandonsu casa, y dej sus campos yermos y eriales. Mas yo piensoque no debe ser uno mismo el tenor de vida del filsofo es-

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    peculativo y el del poltico, sino que aquel vuelve su inteli-gencia, desprendida y nada necesitada, de esta materia exte-rior a lo que es honesto y bueno, y a ste, a quien le es pre-ciso aplicar a la virtud las ocupaciones humanas, la haciendapuede servirle no slo para las cosas absolutamente necesa-rias, sino para la virtud misma, como en el propio Periclespuede verse, que socorra a los indigentes. Aun respecto delmismo Anaxgoras se cuenta que, vindose olvidado de Pe-ricles, a causa de los muchos negocios de ste, y siendo yaviejo, envuelto en su capa, se ech a morir desalentado: quellegando Pericles a entenderlo, corri al punto all con elmayor sobresalto, y le hizo los ms eficaces ruegos, diciendoque ms que de Anaxgoras sera suyo aquel infortunio, siperda al que tanto le ayudaba con su consejo en el gobier-no; y que ste, descubrindose finalmente, le replic: Oh,Pericles, los que han menester una lmpara le echan aceite.

    XVII.- Empezaban ya los Lacedemonios a mirar mal elincremento de los Atenienses; y Pericles, queriendo inspiraral pueblo grandes pensamientos y ponerle al nivel de gran-des cosas, escribi un decreto, por el que a todos los Grie-gos que habitaban en Europa y Asia, as a las ciudades pe-queas como a las grandes, se les exhortase a enviar a Ate-nas a un Congreso diputados que deliberasen sobre los tem-plos griegos que haban incendiado los brbaros, sobre lossacrificios y votos hechos por la salud de la Grecia de queestaban en deuda con los Dioses, y sobre que todos pudie-ran navegar sin recelo y vivir en paz. Environse con esteobjeto veinte ciudadanos mayores de cincuenta aos, de los

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    cuales cinco haban de convocar a los Jonios y Dricos delAsia, y a los isleos hasta Lesbos y Rodas; cinco recorrieronlos pueblos del Helesponto y la Tracia, hasta Bizancio; ycinco, desde el punto en que concluan stos, a la Beocia, laFcide y el Peloponeso; y adems se extenda su misin porlos Locrios y todo el continente inmediato hasta la Acarna-nia Y la Ambracia; y los restantes se encaminaron por laEubea a los Eteos, al golfo de Malea, los Ftiotas, los Aqueosy los Tsalos, persuadiendo a todos que concurrieran y to-maran parte en unas deliberaciones que tenan por objeto lapaz y la comn felicidad de la Grecia. Mas nada se hizo, nilas ciudades concurrieron, por oponerse a ello, segn es fa-ma, los Lacedemonios, y por haber sido desde luego malrecibida la tentativa en el Peloponeso. Lo hemos referido,sin embargo, para que se vea el juicio y grandeza de pensa-miento de Pericles.

    XVIII.- En la parte militar gozaba de gran concepto,principalmente por la seguridad de las empresas; no en-trando voluntariamente en combate dudoso y de peligro, nisiguiendo las huellas y ejemplos de aquellos caudillos a quie-nes de su arrojo temerario les haba resultado una brillantefortuna y el ser admirados como grandes capitanes; antes,continuamente estaba diciendo a sus ciudadanos que encuanto de l dependiese seran siempre inmortales. Viendoque Tlmides, hijo de Tolmeo, por la buena suerte que anteshaba tenido, por la fama que gozaba de excelente militar, sepreparaba muy fuera de toda oportunidad a invadir la Beo-cia, habiendo acalorado a los ms alentados y belicosos de

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    los jvenes a que militasen a sus rdenes, que en todos se-ran unos mil sin las dems fuerzas, procur contenerle ydisuadirlo en la junta pblica, pronunciando aquel memora-ble dicho: Si no crees a Pericles, el modo de que no yerreses que esperes al consejero ms sabio, que es el tiempo.Entonces esta sentencia no hizo ms que una ligera impre-sin; pero cuando al cabo de pocos das lleg la noticia deque el mismo Tlmides haba muerto, vencido en batallajunto a Coronea, y que haban muerto tambin muchos deaquella excelente juventud, concili este suceso mucha gloriay benevolencia a Pericles, como a hombre prudente yamante de sus conciudadanos.

    XIX.- De sus expediciones principalmente fue aplaudidala del Quersoneso, que puso en seguridad a los Griegos es-tablecidos en aquellas regiones: pues no slo dio aliento yvalor a las ciudades llevando consigo una colonia de milAtenienses, sino que cercando, digmoslo as, el estrechocon muros y fortificaciones a las orillas de uno y otro mar,refren las correras de los Tracios, que circundaban elQuersoneso, e impidi la continua y dura guerra a que aquelpas estaba siempre expuesto por la vecindad de todas partescon los brbaros, y por las pirateras de los comarcanos y delos propios. Hzose tambin admirar y celebrar de los extra-os cuando recorri el Peloponeso, dando la vela de Pegas,puerto de Mgara, con cien galeras; porque no slo tal lasciudades martimas, como antes Tlmides, sino que, entran-do a bastante distancia del mar, con la tripulacin de los bu-ques a unos los encerr dentro de los muros, temerosos de

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    su ataque; y en Nemeo a los de Sicione, que se emboscarony trabaron batalla, los derrot completamente, levantandopor ello un trofeo. En la Acaya, que era aliada, tom solda-dos para las galeras, y, pasando con la escuadra ms all delAqueloo al continente que est de la otra parte, recorri laAcarnania, encerr a los Enadas dentro de sus murallas, ydespus de talado y saqueado el pas dio la vuelta a casa: ha-bindose acreditado de temible para con los enemigos, y detan feliz como activo para con los ciudadanos; pues ni aunde aquellos tropiezos que penden de la fortuna incomodninguno a los que con l militaron.

    XX.- Navegando al Ponto con una armada considerabley perfectamente equipada, hizo en favor de las ciudadesgriegas cuanto acertaron a desear, tratndolas con humani-dad; a las naciones brbaras de los alrededores, a sus reyes ya sus prncipes les puso a la vista lo grande de su poder, suosada y la confianza con que los Atenienses navegaban pordonde les placa, teniendo bajo su dominio todo el mar. Alos Sinopeses les dej trece naves mandadas por Lmaco ytropas contra el tirano Timesilen; y luego que hubieronderribado a ste y a sus partidarios, decret que de los Ate-nienses pasaran a Sinope seiscientos voluntarios, y habitarancon los Sinopeses, repartindose las casas y el terreno quefueron antes de los tiranos. En lo dems no condescenda niconvena con los conatos que se mostraban los ciudadanos,engredos desmedidamente con tanto poder y tanta fortunade apoderarse otra vez del Egipto y conmover el poder delRey por la parte del mar. A muchos los traa ya entonces

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    alborotados aquella ardiente y malhadada codicia de la Sicilia,que inflamaron ms adelante los oradores partidarios de Al-cibades; y aun haba quien soaba con la Etruria y Cartago,no sin esperanza, por la extensin de su presente hegemonay la prosperidad de los sucesos.

    XXI.- Mas Pericles contena esta inquietud y reprima suambicin, volviendo principalmente aquellos grandes me-dios a la conservacin y seguridad de lo que ya dominaban,reputando por gran hazaa el tener a raya a los Lacedemo-nios, y manifestndoseles en todo opuesto, de lo que diopruebas en muchas otras cosas; pero ms sealadamente enla conducta que observ en los sucesos de la guerra sagrada.Porque despus que los Lacedemonios pasaron con ejrcitoa Delfos, y teniendo antes los Focenses el templo, lo entre-garon a los de esa ciudad; retirados aquellos, al punto se diri-gi all Pericles, tambin con tropas, y restituy a los Focen-ses. Los Lacedemonios haban obtenido con esta ocasin delos de Delfos precedencia en las consultas del orculo, y lahaban esculpido en la frente del lobo de bronce: obtvola,pues, entonces para los Atenienses, y la hizo grabar tambinsobre el lobo en el lado derecho.

    XXII.- Los hechos mismos le demostraron con cuntarazn retena en la Grecia las fuerzas de los Atenienses, por-que primero se rebelaron los Eubeos, contra quienes mar-ch con tropas, y muy luego hubo noticia de que los Mega-renses tambin se les haban indispuesto, y que un ejrcitode enemigos estaba en las fronteras del tica, mandado por

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    Plistonacte, rey de los Lacedemonios. Volvise, pues, Peri-cles prontamente de la Eubea, adonde la guerra del tica lellamaba; pero no se determin a venir a las manos con mu-chos y excelentes soldados que los provocaban, sino que,viendo que Plistonacte, que todava era muy joven, entretodos sus consejeros del que ms se vala era de Clendrides,que los foros le haban dado por celador y asesor en con-sideracin de su corta edad, trat secretamente de sobor-narle, y habindole ganado bien pronto con dinero, recabste con sus persuasiones que los del Peloponeso se retira-ran del tica. Luego que esto se verific, y que se disolvi elejrcito, marchando las tropas a sus ciudades, indignados losLacedemonios, penaron al rey con una multa, y como porsu magnitud no hubiese tenido con qu pagarla, se vio en laprecisin de salir de Lacedemonia, y a Clendrides, que hu-y, le condenaron a muerte. Era ste padre de Gilipo, el queen Sicilia venci a los Atenienses. Parece que la naturalezahaba hecho enfermedad ingnita en l la del apego al dine-ro, porque, descubierto en vergonzosas negociaciones, fuearrojado de Esparta. Mas estas cosas las declaramos con ma-yor extensin en la vida de Lisandro.

    XXIII.- Puso Pericles en la cuenta del ejrcito una parti-da de diez talentos, gastados, deca, en lo que se tuvo porconveniente, y el pueblo la admiti sin andar en preguntas niquejarse del modo misterioso de expresarla. Algunos hanescrito, y el filsofo Teofrasto entre ellos, que todos losaos se enviaban por Pericles diez talentos a Esparta, conlos que regalaba a todos los que tenan mando, y evitaba la

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    guerra, no comprando de este modo la paz, sino el tiempoque necesitaba para disponerse reposadamente a hacer laguerra con ventaja. March otra vez rpidamente contra losrebeldes, y, pasando a la Eubea con cincuenta galeras y cin-co mil hombres, dom las ciudades; arroj de Calcis a losllamados Hipbotas, que eran los ms ricos y distinguidos deella, y a los de Estica a todos les hizo salir del pas, pobln-dola de solos Atenienses, siendo tan inexorable con ellos,porque habiendo apresado una nave ateniense, haban dadomuerte a cuantos encontraron en ella.

    XXIV.- Pactse despus de esto tregua por treinta aosentre los Atenienses y Lacedemonios, y con esto hizo sedecretara la expedicin naval de Samo, dando por causacontra aquellos habitantes que, habindoseles intimado cesaren la guerra con los de Mileto, no haban obedecido. Maspor cuanto se da por cierto que lo hecho contra los de Sa-mo fue por complacer a Aspasia, ser oportuno investigaraqu quin fue esta mujer, que tanto arte y poder tuvo paratener bajo su mando a los hombres de ms autoridad en elgobierno, y para haber logrado que los filsofos hayan he-cho de ella no una ligera o despreciable mencin. Que fuede Mileto e hija de Axoco es cosa en que todos convienen.Dcese que en procurar dominar a los hombres de podersigui el ejemplo de Targelia, de los antiguos Jonios; porquetambin Targelia, siendo de buen parecer, y reuniendo lagracia con la sagacidad, se puso al lado de hombres muyprincipales entre los Griegos, y a todos los que la obse-quiaron los atrajo al partido del rey, y por medio de ellos,

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    como eran poderosos y de autoridad, sembr las primerassemillas de medismo en las ciudades. Algunos son de opi-nin que Pericles se inclin a Aspasia por ser mujer sabia yde gran disposicin para el gobierno, pues el mismo Scra-tes, con sujetos bien conocidos, frecuent su casa, y variosde los que la trataron llevaban sus mujeres a que la oyesen,sin embargo de que su modo de ganar la vida no era bri-llante ni decente, porque viva de mantener esclavas para maltrfico. Esquines dice que Lisicles el vendedor de carneros,de hombre bajo y ruin por naturaleza, se hizo el primero delos Atenienses con haberse unido a Aspasia despus de lamuerte de Pericles. En el Menxeno, de Platn, aunquecuanto se dice al principio es jocoso, hay esta parte de histo-ria, que esta mujer tena opinin de que para la oratoria erabuscada de muchos Atenienses. Con todo, es lo ms proba-ble que la aficin de Pericles a Aspasia fue una pasin amo-rosa. Tena una mujer correspondiente a l en linaje, la cualantes haba estado casada con Hiponico, y de ste haba te-nido en hijo a Calias, conocido por el rico, y del mismo Pe-ricles tuvo a Jantipo y a Pralo. Ms tarde, no haciendo en-tre s buena vida, la entreg a otro con consentimiento deella misma; y l, casndose con Aspasia, la trat con grandeaprecio; pues, segn dicen, todos los das la saludaba consculo de ida y vuelta a la plaza pblica; pero en las come-dias ya la llaman la nueva nfale, ya Deyanira, y ya tambinotra Hera. Cratino expresamente la llama combleza por es-tas palabras:

    Da a luz a Hera Aspasia, concubina

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    la ms liviana y sin pudor alguno.

    Y dan a entender que tuvo de ella un hijo espurio, por-que upolis, en su comedia Los populares, le introduce, ha-ciendo esta pregunta:

    Y mi bastardo, vive todava?

    A lo que Pirnides responde:

    Y cierto que hace tiempo sera hombre,si el mal de la ramera no temiese.

    Lleg Aspasia a ser tan nombrada y tan clebre, segncuentan, que Ciro, el que disput con el rey el imperio de losPersas, a la ms querida de sus concubinas le dio el nombrede Aspasia, llamndose antes Milto. Era sta natural de laFcide, hija de Hermotimo, y presentada al rey despus queCiro muri en la batalla, tuvo con l el mayor poder. Dese-char o pasar en silencio estas cosas que al escribir se hanofrecido a la memoria, parecera quiz poco conforme a lanaturaleza humana.

    XXV.- Achcase, pues, a Pericles que esta guerra contralos de Samo la hizo decretar en favor de los Milesios, a rue-gos de Aspasia. Estaban en guerra estas ciudades por Priena,y vencedores los Samios, intimndoles los Atenienses que seapartaran de la guerra y unos y otros se sometieran a su de-cisin, no quisieron obedecer. Por tanto, marchando all

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    Pericles, deshizo la oligarqua que tena el mando en Samo, ytomando cincuenta de los principales en rehenes, y otrostantos jvenes, los remiti a Lemno. Dcese que cada unode los rehenes le dio de por s un talento, y otros muchostodos los que no queran que en la ciudad se estableciese lademocracia. Tambin el persa Pisutnes, que estaba en buenaamistad con los Samios, le envi diez mil ureos, interce-diendo por la ciudad; pero Pericles nada quiso recibir, sinoque trat a los Samios como lo tena resuelto, y establecien-do la democracia, dio la vuelta a Atenas. Rebelronse losSamios inmediatamente; Pisutnes rob los rehenes, y em-pezaron a hacer disposiciones para la guerra. Tuvo otra vezPericles que dirigirse contra ellos, que no estaban ociosos niabatidos, sino muy alentados y resueltos a disputarle el mar.Trabse un terrible combate sobre una isla llamada Tragia, yPericles alcanz de ellos una ilustre victoria con cuarenta ycuatro naves, destrozando setenta de los enemigos, veinte delas cuales tenan tropas a bordo.

    XXVI.- Apoderndose del puerto inmediatamente des-pus de la victoria y de haberlos perseguido, les puso sitio, yellos en el modo que podan todava tenan aliento para ha-cer salidas y pelear al pie de las murallas; mas sobreviniendoluego nuevas tropas de Atenas, quedaron completamentebloqueados, y Pericles, tomando setenta galeras, sali conellas al mar exterior; segn los ms, porque venan navesfenicias en socorro de los Samios, y quera salirles al en-cuentro y combatirlas lo ms lejos que pudiera; pero Este-smbroto dice que se encaminaba contra Chipre, lo que no

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    es verosmil. Fuese cualquiera de estas dos su intencin, pa-reci que no haba andado cuerdo, porque mientras l seguasu viaje, Meliso el de Itgenes, varn dado a la filosofa, yque era entonces el general de Samo, despreciando el redu-cido nmero de las naves, o la inexperiencia de los jefes,persuadi a los Samios que dieran sobre los Atenienses.Trabado combate, salieron vencedores los Samios, haciendoprisioneros a muchos de aquellos, y echando a pique muchasde sus naves, con lo que quedaron dueos del mar y se pro-veyeron de diferentes cosas precisas para la guerra, de queantes carecan, y Aristteles dice que el mismo Pericles habasido vencido por Meliso anteriormente en otro combatenaval. Los Samios, afrentando por represalias a los Atenien-ses cautivos, les imprimieron lechuzas sobre la frente, por-que a ellos los Atenienses les haban impreso una samena.Es la samena una nave cuya proa tiene la forma de un hoci-co de cerdo, ancha y como de gran vientre, buena para sos-tenerse en el mar y muy ligera, y tom este nombre porquefue en Samo donde se vio primero, construida as por el ti-rano Polcrates. A las seales de estos yerros dicen que hacealusin aquello de Aristfanes:

    Es la gente de Samo muy letrada.

    XXVII.- Noticioso Pericles de la derrota del ejrcito, seapresur en su auxilio, y habiendo vencido a Meliso, que lehizo frente, y sojuzgado a los enemigos, al punto estrech elsitio, con nimo de combatir y tomar la ciudad, ms bien afuerza de gastar y de tiempo, que no con la sangre y los peli-

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    gros de sus conciudadanos. Mas como viese que los Ate-nienses llevaban mal la dilacin, y hallase dificultad en con-tener su ardor por los combates, dividi el ejrcito en ochopartes, y lo sorte, y a los que les caba el sacar haba blancalos dejaba que estuviesen en vacacin y descanso, y los de-ms peleaban. De aqu dicen que vino el que los que se venen regocijos, al da en que esto les acontece le llamen blanco,tomando de esta haba blanca la denominacin. foro diceque Pericles us de mquinas, admirando l mismo esta no-vedad, y que se hall en este sitio Artemn el maquinista, alcual, porque siendo cojo se haca llevar en litera adonde sedisponan las obras, se le dio el sobrenombre de Periforeto.Mas Heraclides Pntico le refuta con las poesas de Ana-creonte, en las que ya Artemn es llamado Periforeto largotiempo antes de esta guerra de Samo y de todos estos acon-tecimientos. Dcese de este Artemn que, siendo de vidamuy regalona y muy muelle, y asustadizo para todo lo queinfunde miedo, por lo comn se estaba quieto en casa, ha-ciendo que dos esclavos tuvieran siempre un escudo debronce sobre su cabeza, no fuese que cayera algo de arriba, yque cuando se vea precisado a salir, se haca llevar en unacamilla colgada, que casi tocaba la tierra, y que por esto fueapellidado Periforeto.

    XXVIII.- Rindindose los Samios al noveno mes, Pe-ricles arras las murallas, les tom las naves y les impusograndes contribuciones, de las cuales parte pagaron inme-diatamente, y por el resto, habindoseles fijado plazo, entre-garon rehenes. Duris de Samo habla de estos sucesos en sus

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    tragedias, acusando de gran crueldad a los Atenienses y aPericles, cuando nada han dicho de tal crueldad ni Tucdides,ni foro, ni Aristteles, y aun parece que no se ajusta a laverdad cuando dice que a los comandantes y marineros delos Samios los condujo a la plaza pblica de Mileto, y lostuvo atados a unos maderos por diez das, y al cabo de ellos,hallndoles ya en malsimo estado, los hizo matar, rompin-doles a palos la cabeza y sus cadveres los arroj insepultos.Duris, pues, que aun cuando no media ofensa suya particularsuele exagerar siempre sobre la verdad, aqu parece que qui-so agravar mucho los males de su patria con calumnia de losAtenienses. Pericles, vuelto a Atenas despus de domadaSamo, hizo muy solemnes exequias a los que haban muertoen aquella guerra, y pronunciando su elega, como es cos-tumbre, a la vista de los sepulcros, mereci grande aplauso.Cuando baj de la tribuna las dems mujeres le tomaban lamano, y le ponan coronas y cintas como a los atletas ven-cedores; pero Elpinice, ponindosele al lado: Maravillososson- le dijo- oh Pericles! y dignos de coronas estos sucesos,pues nos has perdido a muchos y excelentes ciudadanos, nouna guerra contra Fenicios o los Medos, como mi hermanoCimn, sino asolando una ciudad aliada y de nuestro ori-gen. Dicho esto por Elpinice, se cuenta que Pericles, son-rindose, le respondi tranquilamente con este verso de Ar-quloco:

    Ests ya vieja para usar ungentos.

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    Despus de esta victoria sobre los Samios, dice Ion queestaba lleno de orgullo, porque Agamenn haba necesitadodiez aos para tomar una ciudad brbara, y l en nueve me-ses haba reducido a los primeros y ms poderosos de losJonios; y en verdad que no era injusto este engreimiento,porque esta guerra fue de gran incertidumbre y muy peligro-sa, si, como dice Tucdides, estuvo en poco el que la ciudadde Samo despojara del imperio del mar a los Atenienses.

    XXIX.- Despus de esto, como estuviese ya fermen-tndose la guerra del Peloponeso, persuadi al pueblo queenviaran auxilio a los de Corcira, molestados con guerra porlos de Corinto, y que se anticiparan a tomar una isla podero-sa en fuerzas martimas, mientras todava los del Peloponesono se les acababan de declarar enemigos. Decretado por elpueblo aquel auxilio, dio el mando a Lacedemonio, hijo deCimn, con solas diez naves, como para desacreditarle, por-que haba sido siempre la casa de Cimn afecta a los Lace-demonios; por tanto, para que si Lacedemonio durante sumando no haca nada notable y digno, incurriera todavams en la sospecha de laconismo, le dio tan pocas naves y lehizo marchar mal de su agrado. Estaba adems repugnandosiempre a los hijos de Cimn, como que aun en los nombresno eran legtimos Atenienses, sino extranjeros y huspedes,llamndose uno Lacedemonio, otro Tsalo y otro Eleo, ytodos ellos parece que fueron tenidos en una mujer rcade.Hablbase mal contra Pericles a causa de estas diez galeras,porque siendo pequeo socorro para los que le pedan dabagrande pretexto de queja a los contrarios; envi, por tanto, a

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    Corcira ms naves, las cuales llegaron despus del combate.A los Corintios, indispuestos ya por estas causas con losAtenienses, y que los estaban acusando en Lacedemonia, seagregaron los de Mgara, dando la queja de que eran exclui-dos de todo mercado y de todos los puertos donde domina-ban los Atenienses, contra el derecho de gentes y lo conve-nido por juramento entre los Griegos. Tambin los Egine-tas, que se crean agraviados y ofendidos, se lamentaban alodo ante los Lacedemonios, no atrevindose a acusarabiertamente a los Atenienses. Al mismo tiempo, Potidea,ciudad sujeta a los Atenienses, aunque colonia de los Corin-tios, habindose rebelado, y hallndose sitiada fue otra causaque precipit la guerra. Con todo, se enviaron embajadoresa Atenas y el rey de los Lacedemonios, Arquidamo, procu-raba traer a concierto los captulos de acusacin, templandotambin a los aliados, y por los dems motivos no se hubieraroto la guerra con los Atenienses, si se les hubiera podidopersuadir que abrogasen el decreto contra los de Mgara y sereconciliasen con ellos; y como Pericles, obstinado en suoposicin a los Megarenses, hubiese sido el que ms resis-tencia hizo y el que ms acalor al pueblo, de aqu es que a lslo se le hizo causa de esta guerra.

    XXX.- Dcese que habiendo venido a Atenas en estaocasin embajadores de Lacedemonia, y alegando Periclesuna ley que prohiba quitar la tabla donde el decreto se ha-llaba escrito, haba replicado Polialces, uno de los embajado-res: Pues bien: no quites la tabla, vulvela slo hacia dentro,porque esto no hay ley que lo prohba. Pareci graciosa la

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    respuesta, mas no por eso Pericles cedi un punto. A lo queparece, tena alguna particular enemistad con los de Mgara;mas dando como causa pblica contra ellos el que habantalado una parte de la selva sagrada, escribi un decreto, porel que se envi un heraldo a los de Mgara y a los Lacede-monios para acusar a aquellos, y parece que este decreto dePericles estaba concebido en trminos muy equitativos yhumanos. Pero habindose formado idea de all a poco deque el heraldo comisionado Antemcrito, haba perecidopor maldad de los Megarenses, escribi contra ellos Carinoun decreto, por el que se prevena que la enemistad fuerairreconciliable, sin poderse siquiera tratar de ella, y al Mega-rense que subiera al tica se le diera muerte; que los genera-les, al prestar juramento patrio, juraran adems que dos ve-ces cada ao talaran el territorio de Mgara, y que a Ante-mcrito se le diese sepultura junto a las puertas Tracias, queahora se llaman el Dpilo. Los Megarenses negaban lamuerte de Antemcrito, y echaban toda la culpa a Aspasia ya Pericles, valindose de aquellos famosos y sabios versos dela comedia Los acarnienses:

    A Mgara beodos unos mozosvan, y a Simeta roban, vil ramera:

    los de Mgara, en clera encendidos.De represalias a su vez usando,

    a Aspasia quitan otras dos rameras.

    XXXI.- Cul, pues, hubiera sido el origen de la guerra, esdifcil de averiguar; pero de que no se hubiese revocado el

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    decreto, todos hacen autor a Pericles, sino que unos dicenque naci en l de grandeza de nimo, resuelto siempre a lomejor, aquella resistencia, estando persuadido de que en loque se demandbase quera probar si cedera, y de que elotorgamiento se tendra por confesin de debilidad; y otrosquieren ms que esto hubiese sido por espritu de arroganciay contradiccin para que resaltase ms su gran poder, viendoque tena en poco a los Lacedemonios. Mas la causa que lehace menos favor entre todas, y que tiene ms testigos quela comprueban, es de este modo. El escultor Fidias fue elejecutor de la estatua, como tenemos dicho; siendo, pues,amigo de Pericles, y teniendo con l gran influjo, se atrajopor esto la envidia, y tuvo ya a unos por enemigos, y otros,queriendo en l hacer experiencia de cmo el pueblo se ha-bra en juzgar a Pericles, sobornaron a uno de sus oficiales,llamado Menn, y le hicieron presentarse en la plaza en cali-dad de suplicante, pidiendo proteccin para denunciar yacusar a Fidias. Recibile bien el pueblo, y habindosele se-guido a ste causa en la junta pblica, nada result de robo,porque el oro lo coloc desde el principio en la estatua porconsejo de Pericles, con tal arte, que cuando quisieran sepa-rarlo pudiera comprobarse el peso; que fue lo que entoncesorden Pericles ejecutasen los acusadores: as sola la gloria yfama de sus obras dio asidero a la envidia contra Fidias,principalmente porque, representando en el escudo la guerrade las Amazonas, haba esculpido su retrato en la persona deun anciano calvo, que tena cogida una gran piedra con am-bas manos, y tambin haba puesto un hermoso retrato dePericles en actitud de combatir con una Amazona. Estaba

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    sta colocada con tal artificio, que la mano que tenda la lan-za vena a caer ante el rostro de Pericles, como para ocultarla semejanza, que estaba bien visible por uno y otro lado.Conducido, por tanto, Fidias a la crcel, muri en ella deenfermedad, o, como dicen algunos, con veneno, que paramover sospechas contra Pericles le dieron sus enemigos, y aldenunciador Menn, a propuesta de Glicn, le concedi elpueblo inmunidad, encargando a los generales que celaranno se le hiciese agravio.

    XXXII.- Por aquel mismo tiempo, Aspasia fue acusadadel crimen de irreligin, siendo el poeta cmico Hermipoquien la persegua; y la acusaba, adems, de que daba puertaa mujeres libres, que por mal fin buscaban a Pericles. Dio-pites hizo tambin decreto para que denunciase a los que nocrean en las cosas divinas, o hablaban en su enseanza delos fenmenos celestes; en lo que, a causa de Anaxgoras, seprocuraba sembrar sospechas contra Pericles. Habiendo elpueblo admitido y dado curso a las calumnias, a propuestade Dracntides se sancion decreto para que Pericles rin-diese las cuentas de caudales ante los Pritanes, y los juecesdando su voto desde el tribunal, pronunciasen su sentenciaen pblico. Agnn hizo suprimir esta parte en el decreto,sustituyendo que la causa fuese ventilada por mil y quinien-tos jueces, bien quisieran titularla de robo o soborno, o biende dao al Estado. Por Aspasia intercedi, y en el juicio,como dice Esquines, verti por ella muchas lgrimas, ha-ciendo splicas a los jueces; pero temiendo por Anaxgoras,con tiempo le hizo salir y alejarse de la ciudad. Mas viendo

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    que en la causa de Fidias haba decado del favor del pueblo,acalor la guerra inminente y que estaba para estallar, conesperanza de disipar las acusaciones y minorar la envidia,estando en posesin de que en los negocios y peligros gra-ves la ciudad por su dignidad y poder se pusiese a s mismaen sus manos. stas son las causas por las que se dice nopermiti que el pueblo condescendiera con los Lacedemo-nios; mas cul sea la cierta es bien oscuro.

    XXXIII.- Convencidos los Lacedemonios de que, si lo-graban derribarle, para todo encontraran ms dciles a losAtenienses, requeran a stos sobre que echaran de la ciudadla abominacin, a que por la madre estaba sujeto el linaje dePericles, segn refiere Tucdides; pero la tentativa les salimuy al contrario a los enviados; porque Pericles, en vez de lasospecha y de la difamacin, gan todava mayor crdito yestima con sus ciudadanos, viendo que tanto le aborrecan yteman los enemigos. Advertido l tambin de esto, antesque Arquidamo que mandaba las tropas de los pueblos delPeloponeso, invadiera el tica, previno a los Atenienses, porsi talando Arquidamo los dems terrenos dejaba libres lossuyos, bien fuese por los lazos de hospitalidad que habaentre ellos, o bien por dar motivos de calumnia a sus contra-rios, que l ceda a la ciudad sus tierras y sus casas de campo.Entran, pues, en el tica los Lacedemonios con los aliados yun gran ejrcito, bajo el mando del rey Arquidamo, y talandoel pas, llegan hasta Acarnas, y se acampan all, pensando enque los Atenienses no lo sufriran, sino que, movidos de iray ardimiento, les libraran batalla. Mas a Pericles le pareci

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    muy arriesgado venir a las manos ante la misma ciudad consesenta mil infantes; pues tantos eran los Peloponenses yBeocios que al principio hicieron la invasin; y a los que an-siaban por pelear, y llevaban mal lo que pasaba, los soseg,dicindoles que los rboles, si se podan o se cortan, se re-producen pronto; pero si los hombres perecen, no es fcilhacerse otra vez con ellos. Con todo, no reuni el pueblo enjunta, temeroso de que se le hiciera tomar otra determina-cin contra su dictamen, sino que as como un buen capitnde navo, cuando el viento le combate en alta mar, despusque todo lo dispone a su satisfaccin y apareja las armas, usade su pericia, no haciendo luego cuenta de las lgrimas y losruegos de los marineros y los pasajeros asustados: de lamisma manera l, habiendo cercado bien la ciudad, y puestoguardias en todos los puntos para estar seguros, haca uso desu propio discurso, teniendo en poco a los que gritaban ymanifestaban inquietud; y eso que muchos de sus amigos levenan con ruegos, sus contrarios le amenazaban y acusaban,y los coros- de las comedias- cantaban tonadas y jcaraspunzantes en afrenta suya, escarneciendo su mando comocobarde, y que todo lo abandonaba a los enemigos. Ingera-se ya entonces Clen, fomentando por el encono de los ciu-dadanos contra aquel, para aspirar a la demagogia; tanto, queHermipo se atrevi a publicar estos anapestos:

    Por qu, oh rey de los Stiros, no quieresembrazar lanza, y tienes por bastante

    echar baladronadas de la guerra,y el nimo apropiarte de Telete?

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    Mas antes, si se afila de la espadala aguda punta, de pavor te llenas,

    aunque Clen no cesa de morderte.

    XXXIV.- Con todo, a Pericles nada de esto le hizo fuer-za, sino que, sufriendo resignadamente y en silencio los bal-dones y el odio, y enviando al Peloponeso una armada decien naves, l no se embarc; y antes prefiri quedarse encasa, teniendo siempre pendiente la ciudad de su mano hastaque los Peloponenses se retiraran. Para halagar a la muche-dumbre, mortificada generalmente con aquella guerra, ledistribuy dineros, y decret un sorteo de tierras; porquearrojando a todos los Eginetas, reparti la isla entre los Ate-nienses a quienes cupo la suerte. rales asimismo de con-suelo lo que a su vez padecan los enemigos; porque los quecon sus naves costeaban el Peloponeso haban talado, granparte del pas y las aldeas y ciudades pequeas, y por tierra,invadiendo l mismo el territorio de Mgara, lo arras ente-ramente. As, aunque los enemigos haban causado gran da-o a los Atenienses, como ellos no le hubiesen recibido me-nor de stos por la parte del mar, era bien claro que no ha-bran prolongado tanto la guerra, y antes habran tenido queceder, como desde el principio lo haba predicho Pericles, sialgn mal Genio no se hubiera declarado contra los clculoshumanos. Ahora, por primera vez, sobrevino la calamidadde la peste, y se ensa en la edad florida y pujante. Afligi-dos por ella en el cuerpo y en el espritu, se irritaron contraPericles, y enfurecidos contra l con la enfermedad comocontra el mdico o el padre, intentaron ofenderle a persua-

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    sin de sus contrarios, que decan haber producido aquelcontagio la introduccin en la ciudad de tanta gente delcampo, a la que haba precisado en medio del verano a api-arse en casas estrechas y en tiendas ahogadas, teniendo quehacer una vida casera y ociosa, en vez de la libre y ventiladaque llevaban antes; de lo cual era causa quien recogiendodentro de los muros durante la guerra toda la muchedumbreque ocupaba la regin, y no empleando en nada aquelloshombres, los tena encerrados como reses, dando lugar aque se inficionaran unos a otros, sin proporcionarles respi-racin o alivio alguno.

    XXXV.- Queriendo poner remedio a estas quejas, y cau-sar algn dao a los enemigos, arm ciento cincuenta naves,y poniendo e ellas muchas y buenas tropas de infantera ycaballera, estaba para hacerse a la vela, infundiendo grandeesperanza a sus ciudadanos, y no menor miedo a los enemi-gos con tan respetable fuerza. Cuando ya todo estaba apunto, y el mismo Pericles a bordo en su galera, ocurri elaccidente de eclipsarse el sol y sobrevenir tinieblas, con loque se asustaron todos, tenindolo a muy funesto presagio.Viendo, pues, Pericles al piloto muy sobresaltado y perplejo,le ech su capa ante los ojos, y tapndoselos con ella, le pre-gunt si tena aquello por terrible o por presagio de algnacontecimiento adverso. Habiendo respondido que no,Pues en qu se diferencia- le dijo- esto de aquello sino enque es mayor que la capa lo que ha causado aquella os-curidad? Estas cosas se ensean en las escuelas de los fil-sofos. Habiendo, pues, Pericles salido al mar, no se halla

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    que hubiese ejecutado otra cosa digna de aquel aparato quehaber puesto sitio a la sagrada Epidauro, que daba ya espe-ranzas de que iba a tomarse; pero por la peste se malogra-ron, porque habindose manifestado en la escuadra, no slolos afligi a ellos, sino a cuantos con aquella comunicaron.Como de estas resultas estuviesen mal con l, procurabaconsolarlos e infundirles aliento, mas no logr templarlos oaplacar su ira sin que primero la desahogasen yendo a votarcontra l en la junta pblica, en la que prevalecieron, y, ade-ms de despojarle del mando, le impusieron una multa. As-cendi sta, segn los que dicen menos, a quince talentos, ysegn los que ms, a cincuenta. Suscribise por acusador enla causa, en sentir de Idomeneo, Clen, y en sentir de Teo-frasto, Simias; pero Heraclides Pontico dice que lo fue La-crtides.

    XXXVI.- Mas su disfavor en las cosas pblicas iba a du-rar breve tiempo, habiendo la muchedumbre depuesto conaquella demostracin el encono, como si dijsemos el agui-jn; en las domsticas es en las que tuvo ms que padecer, yaa causa de la peste, por la que perdi a muchos de sus fami-liares, y ya a causa de la indisposicin y discordia de los pro-pios, que vena de ms lejos. Porque el mayor de sus hijoslegtimos, Jantipo, que por ndole era gastador, y se habacasado con una mujer joven y amante del lujo, hija de Isan-dro, hijo de Eplico, llevaba a mal el arreglo del padre, queno le daba sino cortas asistencias y por plazos. Dirigindose,por tanto, a uno de sus amigos, tom de l dinero como deorden de Pericles; mas ste, cuando aquel lo reclam des-

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    pus, hasta le movi pleito; y Jantipo, indignado todava mscon este suceso, desacreditaba a su padre, primero, di-vulgando con irrisin sus ocupaciones domsticas y las con-versaciones que tena con los sofistas, y que con ocasin deque uno de los combatientes en los juegos haba herido ymuerto involuntariamente con un dardo un caballo de Epi-timo de Farsalia, haba malgastado todo un da con Protgo-ras en examinar si sera el dardo, el que le tir, o los juecesdel combate, a quien conforme a recta razn se diese la cul-pa de aquel accidente. Adems de esto, dice Estesmbrotoque fue el mismo Jantipo quien esparci entre muchos lacalumnia acerca de su propia mujer, y que hasta la muerte ledur a este mozo la disensin irreconciliable con su padre,porque muri Jantipo habiendo enfermado de la epidemia.Perdi tambin entonces Pericles a su hermana, y a los msde los parientes y amigos que le eran de gran auxilio para elgobierno. Con todo, no desmay, ni decay de nimo conestas desgracias, ni se le vio lamentarse, ocuparse en las exe-quias o asistir al entierro de alguno de sus deudos antes de laprdida de su otro hijo legtimo, Pralo. Consternado con talgolpe, procur, sin embargo, sufrirlo como de costumbre yconservar su grandeza de nimo: pero al ir a poner almuerto una corona, a su vista se dej vencer del dolor hastahacer exclamaciones y derramar copia de lgrimas, no ha-biendo hecho cosa semejante en toda su vida.

    XXXVII.- La ciudad puesta la atencin en la guerra, ha-ba tanteado a los dems generales y oradores, y como enninguno hallase ni la autoridad ni la dignidad corres-

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    pondiente a lo arduo del mando, deseosa ya de Pericles, lellam para la tribuna y para el mando de las tropas; mas ha-llbase desalentado y encerrado en su casa por el duelo, yfue preciso que Alcibades y otros amigos le convencieranpara que se presentase. Dio excusas el pueblo de su ingrati-tud y olvido, y l volvi a encargarse de los negocios; nom-brsele general, e hizo proposicin para que se abrogase laley sobre los bastardos, que l mismo haba introducido an-tes, para que por falta de sucesin no se acabase su casa y seextinguiera su nombre y su linaje. Lo que hubo acerca deesta ley fue lo siguiente: floreci por largo tiempo antes Pe-ricles en el mando, y teniendo hijos legtimos, como se havisto, propuso una ley para que slo se tuviera por Atenien-ses a aquellos, que fuesen hijos de padre y madre ateniense.

    Como luego el rey de Egipto hubiese enviado de regalopara el pueblo cuarenta mil fanegas de trigo, habindose derepartir a los ciudadanos, por esta ley se movieron a los es-purios muchos pleitos, que hasta all haban estado olvidadosy en descuido, y aun muchos fueron calumniosamente acu-sados, de manera que llegaron hasta muy cerca de cinco millos que, resultando no tener la calidad, fueron vendidos, ylos que permanecieron con los derechos de ciudadanos porhaber sido declarados Atenienses subieron a catorce mil ycuarenta. Sin embargo, pues, de que era muy duro que unaley de tan gran poder contra tal muchedumbre fuese abro-gada por el mismo que antes la haba propuesto, el infortu-nio presente, venido sobre la casa de Pericles como castigode aquel orgullo y vanagloria, quebrant los nimos de losAtenienses, los cuales, conceptuando que contra aquel se

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    haba declarado la ira de los dioses, y la humanidad peda sele diese consuelo, vinieron en que su hijo bastardo fuese es-crito en su propia curia y tomase su nombre. A ste, msadelante, habiendo vencido a los Peloponesos en la batallade Arginusas, el pueblo le hizo dar muerte, juntamente conlos otros sus colegas de mando.

    XXXVIII.- A este tiempo la peste acometi a Pericles,no con gran rigor y violencia como a los dems, sino produ-ciendo una enfermedad lenta, que con varias alternativas,poco a poco, consuma su cuerpo y debilitaba la entereza desu espritu. As es que Teofrasto, moviendo en su tratado detica la duda de si nuestros caracteres siguen en sus vicisitu-des a la fortuna, y si conmovidos con las enfermedades delcuerpo decaen de la virtud, refiere que Pericles, estando yamalo, a un amigo que fue a visitarle le mostr un amuletoque las mujeres le haban puesto al cuello, para hacer ver lomalo que estaba cuando se prestaba a aquellas necedades.Estando ya para morir, le hacan compaa los primeros en-tre los ciudadanos y los amigos que le quedaban, y todos ha-blaban de su virtud y de su poder, diciendo cun grande ha-ba sido; medan sus acciones, y contaban sus muchos tro-feos, porque eran hasta nueve los que mandando y vencien-do haba erigido en honor de la ciudad. Decanselo estounos a otros en el concepto de que no lo perciba y de queya haba perdido enteramente el conocimiento; mas l lohaba escuchado todo con atencin, y, esforzndose a ha-blar, les dijo que se maravillaba de que hubiesen mencionadoy alabado entre sus cosas aquellas en que tiene parte la for-

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    tuna, y que han sucedido a otros generales, y ninguno habla-se de la mayor y ms excelente, que es, dijo, el que por micausa ningn Ateniense ha tenido que ponerse vestido ne-gro.

    XXXIX.- Admirable hombre, en verdad! No slo por lablandura y suavidad que guard en tanto cmulo de nego-cios y en medio de tales enemistades, sino por su gran pru-dencia, pues que entre sus buenas acciones reput por lamejor el no haber dado nada en tanto poder ni a la envidiani a la ira, ni haber mirado a ninguno de sus enemigos comoirreconciliable; y yo entiendo que slo su conducta bonda-dosa y su vida pura y sin mancha, en medio de tan grandeautoridad, pudo hacer exenta de envidia y apropiada riguro-samente a l la denominacin, al parecer pueril y chocante,que se le dio llamndole Olimpio si tenemos por digno de lanaturaleza de los dioses que, siendo autores de todos losbienes y no causando nunca ningn mal, por este admirableorden gobiernen y rijan todo lo criado: no como los poetas,que nos inculcan opiniones absurdas, de que sus mismospoemas los convencen, llamando al lugar en que se dice ha-bitan los dioses una residencia estable y segura, adonde noalcanzan los vientos ni las nubes, sino que siempre y portodo tiempo resplandece invariable con una serenidad suavey una lumbre pura, como corresponde a la mansin de lobienaventurado e inmortal; cuando a los dioses mismos noslos representan llenos de rencillas, de discordia, de ira y deotras pasiones, que aun en hombres de razn estaran muymal. Mas esto sera quiz ms propio de otro tratado. Por lo

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    que hace a Pericles, los sucesos mismos hicieron muy luegoconocer a los Atenienses su falta y echarle menos, pues auncon los que mientras viva llevaban mal su poder por pare-cerles que los oscureca, luego que falt y experimentaron aotros oradores y demagogos, confesaban a una que ni en elfasto poda darse genio mas dulce, ni en la afabilidad msmajestuoso; y se ech de ver que aquella autoridad, un pocoincmoda, a la que antes daban los nombres de monarqua ytirana, haba venido a ser la salvaguardia del gobierno: tantafue la corrupcin y perversidad que se advirti despus enlos negocios, la cual l haba debilitado y apocado, no dejn-dola comparecer, y menos que se hiciera insufrible por suinsolencia.

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    FABIO MXIMO

    I.- Habiendo sido Pericles en sus hechos, dignos de me-moria, tan admirable como queda dicho, convirtamos ahoraa Fabio Mximo la narracin. Algunos dicen que de unaNinfa, y otros que de una mujer del pas ayuntada con Hr-cules en la orilla del ro Tber, naci el varn de quien des-ciende el linaje magno e ilustre de los Fabios, de los cualeslos primeros, segn quieren algunos, por el gnero de cazacon hoyos a que fueron dados, se llamaron Fodios en unprincipio; con el tiempo mudadas dos letras, se dijeron Fa-bios. Fue fecunda esta casa en muchos y esclarecidos varo-nes, y desde Rulo, el ms insigne de ellos, que, por tanto, fuedenominado Mximo por los Romanos, era cuarto este Fa-bio Mximo de quien vamos a hablar. ste, de un defectocorporal, tuvo adems el sobrenombre de Verrucoso, porqueencima del labio le haba salido una verruga; tambin el deOvcula, que significa oveja, el cual se le impuso por su man-sedumbre y sosera cuando era muchacho, porque su so-siego y silencio con mucha timidez cuando tomaba parte enlas diversiones pueriles, su tardanza en aprender las letras ysu apacibilidad y condescendencia con sus iguales pasaban

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    plaza de bobera para los extraos, siendo muy pocos losque bajo aquel sosiego descubran su natural firmeza y mag-nanimidad. Bien pronto despus, cuando con el tiempo leexcitaron los negocios, hizo ver a todos que era imperturba-bilidad la que pareca ineptitud: prudencia, la apacibilidad yseguridad y entereza, la dificultad y tardanza en determinar-se, poniendo la vista en la extensin de la repblica y lascontinuadas guerras, ejercitaba su cuerpo para los combatescomo arma natural y cultivaba la elocuencia para la persua-sin al pueblo de la manera que ms conformaba con sucarcter. Porque su diccin no tena la brillantez ni la graciapopular, sino una forma propia sentenciosa, llena de corduray profundidad, muy parecida, dicen, a la frase de Tucdides.Todava nos queda una oracin suya al pueblo, que es el elo-gio fnebre de su hijo, que muri despus de haber ya sidocnsul.

    II.- De los cinco consulados para que fue nombrado, enel primero triunf de los Ligures, los cuales, derrotados porl con gran prdida, se retiraron a los Alpes y dejaron conesto de saquear y molestar la parte de Italia que con ellosconfina. Despus ocurri que Anbal invadi la Italia, y ha-biendo conseguido una victoria junto al ro Trebia, se enca-min a la Etruria, y talando el pas, difundi el asombro, elterror y la consternacin hasta Roma. Al mismo tiempo so-brevinieron prodigios, parte familiares a los Romanos, comolos de los rayos, y parte enteramente nuevos y desconoci-dos. Porque se dijo que los escudos por s mismos se habanmojado en sangre, que cerca de Ancio se haba segado mies

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  • V I D A S P A R A L E L A S

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    con las espigas ensangrentadas, que por el aire discurranpiedras encendidas e inflamadas, y que, pareciendo que sehaba rasgado el cielo por la parte de Falerios, haban cadoy, esparcdose muchas tabletas, y en una de ellas aparecaescrito al pie de la letra: Marte sacude sus propias armas.Nada de esto intimid al cnsul Flaminio, que, sobre ser pornaturaleza alentado y ambicioso, estaba engredo con suce-sos muy afortunados que antes, contra toda probabilidad,haba tenido; pues que, a pesar del dictamen del Senado y dela resistencia de su colega, dio batalla a los Galos y los ven-ci. A Fabio tampoco le conmovieron los prodigios, porqueninguna razn vea para ello, sin embargo de que a muchosles pusieron miedo; pero informado del corto nmero de losenemigos y de su falta de medios, exhortaba a los Romanosa que aguantasen y no entraran en contienda con un hom-bre que mandaba unas tropas ejercitadas para esto mismo enmuchos combates, sino que, enviando socorros a los aliadosy fortificando las ciudades, dejaran que por s mismas sedeshicieran las fuerzas de Anbal, como una llama levantadade pequeo principio.

    III.- No logr, sin embargo, persuadir a Flaminio, el cual,diciendo no sufrira que la guerra se acercase a Roma, nicomo el antiguo Camilo peleara en la ciudad por su defensa,dio orden a los tribunos para que saliesen con el ejrcito, ymarchando l a caballo, como ste sin causa ninguna cono-cida se hubiese asombrado y espantado de un modo extraose venci y cay de cabeza; mas no por esto mud de pro-psito, sino que llevando adelante el de ir en busca de An-

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  • P L U T A R C O

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    bal, dispuso su ejrcito junto al lago de la Etruria llamadoTrasmeno. Viniendo los soldados a las manos, al propiotiempo de darse la batalla hubo un terremoto, con el quealgunas ciudades se arruinaron, las aguas de los ros mudaronsu curso, y las rocas se desgajaron desde sus fundamentos, ysin embargo de ser tan violenta esta convulsin, absoluta-mente no la percibi ninguno de los combatientes. El mis-mo Flaminio, despus de haber hecho los mayores esfuerzosde osada y de valor, pereci en la batalla, y a su lado lo mselegido; de los dems que volvieron la espalda, fue grandsi-ma la mortandad; los que perecieron fueron quince mil, y loscautivos, otros tantos. El cuerpo de Flaminio, a quien por suvalor ansiaba dar sepultura y todo honor Anbal, no se pudoencontrar entre los muertos, sin que se hubiese podido sa-ber cmo desapareci. La prdida de la batalla del Trebia nien su aviso la escribi el general, ni la dijo el mensajero en-viado a la ligera, sino que se fingi que la victoria haba sidoincierta y dudosa. Mas en cuanto a sta, apenas lleg de ellala noticia al pretor Pomponio, cuando, reuniendo en junta alpueblo, sin usar de rodeos ni de engaos, sali en medio deellos, y Hemos sido vencidos oh Romanos!- les dijo- enuna gran batalla: el ejrcito ha sido deshecho y el cnsulFlaminio ha perecido; consultad, por tanto, sobre vuestrasalud y seguridad. Arrojando, pues, este discurso como unhuracn en el mar de tan numeroso pueblo, caus gran tur-bacin en la ciudad, y los nimos no quedaron en su asiento,ni podan volver en s de tanto asombro. Convinieron, sinembargo, todos en este pensamiento: que el estado de lascosas exiga de necesi