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VIDAS PARALELAS TOMO II PLUTARCO PERICLES - FABIO MÁXIMO - ALCIBÍADES - CORIOLANO - TIMOLEÓN - PAULO EMILIO - PELÓPIDAS - MARCELO

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V I D A S P A R A L E L A ST O M O I I

P L U T A R C O

PERICLES - FABIO MÁXIMO - ALCIBÍADES -CORIOLANO - TIMOLEÓN - PAULO EMILIO -

PELÓPIDAS - MARCELO

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PERICLES

I.- Viendo César en Roma ciertos forasteros ricos que secomplacían en tomar y llevar en brazos perritos y monitospequeños, les preguntó, según parece, si las mujeres en sutierra no parían niños; reprendiendo por este término, deuna manera verdaderamente imperatoria, a los que la incli-nación natural que hay en nosotros al amor y afecto familiar,debiéndose a solos los hombres, la trasladan a las bestias.Puesto que nuestra alma es por naturaleza curiosa y ávida deespectáculos, ¿no es razonable censurar a los que abusan deeste instinto, consagrándolo a lecciones y espectáculos in-dignos de atención y despreocupándose, por otra parte, delas cosas bellas y útiles? Porque a los sentidos, como obranpasivamente, al recibir la impresión de cualquiera objetopuede serles preciso reparar en lo que los hiere, bien seaprovechoso, o bien inútil; mas de la razón a cada uno le esdado usar como quiere, y dirigirla fácilmente al objeto que leparece o apartarla de él. Conviene, por tanto, volverla a lomejor, no para examinarlo sólo, sino para alimentarse y re-crearse con su contemplación. Porque así como al ojo aquelcolor le es conveniente que con su vivacidad y blandura ex-

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cita y recrea la vista, así también conviene emplear la inteli-gencia en objetos que con recreo la inclinen hacia el bienque le es natural y propio. Tales son las obras y accionesvirtuosas que con sólo que se refieran engendran cierto de-seo y prontitud capaces de conducir a su imitación; pues enlas demás, al admirar sus frutos o productos no suele seguir-se el conato de ejecutarlas, antes por el contrario, muchasveces, causándonos placer la obra, miramos mal al artífice,como sucede con los ungüentos y la púrpura; estas cosasnos gustan, pero a los tintoreros y aparejadores de afeites lostenemos por mecánicos y serviles. Por esto Antístenes, ha-biendo oído de Ismenias que era buen flautista, repuso, conrazón: “Pero hombre baladí, pues a no serlo, no sería tandiestro flautista”; y Filipo, a su hijo, que en un festín habíacantado con gracia y habilidad: “¿No te avergüenzas- le dijo-de cantar tan diestramente? Porque a un rey le basta, cuandotenga vagar, oír a los que cantan, y da bastante a las Musascon presenciar los certámenes de los que en ellas sobresa-len”.

II.- La ocupación, pues, en las cosas serviles halla contrasí misma confirmación que la convenza de desidia hacia lavirtud en el trabajo que se emplea en los negocios fútiles;pues ningún joven de generosa índole, o por haber visto enPisa la estatua de Zeus ha deseado ser un Fidias, o un Poli-cleto por haber visto en Argos la de Hera; ni un Anacreon-te, un Filemón, o un Arquíloco, por haber oído los versosde estos poetas, pues no es preciso que, porque la obra de-leite como agradable, sea digno de estimación el artífice. Por

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tanto, es visto que no son de provecho para los espectado-res aquellas cosas que no engendran celo de imitación, nitienen por retribución el incitar al deseo y conato de aspirara la semejanza; mas la virtud es tal en sus obras, que con eladmirarlas va unido al punto el deseo de imitar a los que lasejecutan; porque en las cosas de la fortuna lo que nos com-place es la posesión y el disfrute; pero en las de la virtud, laejecución; y aquellas queremos más que nos vengan de losotros, y éstas, por el contrario, que las reciban los otros denuestras manos; y es que lo honesto mueve prácticamente yproduce al punto un conato práctico y moral, infundiendoun propósito saludable en el espectador, no precisamentepor la imitación, sino por sola la relación de los hechos. Deaquí nació en mí el propósito de proseguir este género deescritura relativo a las Vidas, y éste es el décimo libro quecomponemos, que contiene las de Pericles y de Fabio Má-ximo, el que combatió con Aníbal, varones parecidos entresí en otras virtudes, pero muy especialmente en la manse-dumbre y la justicia, y en haber sido ambos muy útiles a suspatrias con saber llevar las injusticias de los pueblos y de suscolegas; si acertamos o no en nuestro juicio, podrá verse loque escribimos.

III.- Era Pericles, por la tribu, Acamántida, y por su de-mo, Colargeo, y de los primeros por su casa y linaje, así porparte de padre como de madre. En efecto: Jantipo, el quevenció en Mícala a los generales del rey, se casó con Agaris-ta, descendiente de Clístenes, el que arrojó a los Pisistrátidas,y destruyó valerosamente la tiranía, publicando leyes y esta-

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bleciendo un gobierno el más acomodado para la concordiay el bienestar. Parecióle a aquella entre sueños que paría unleón, y de allí a breves días dio a luz a Pericles, que en toda lademás conformación de su cuerpo no tenía defecto, y sola-mente la cabeza era muy prolongada y desmedida. Por estoen casi todas sus estatuas se le retrata con yelmo, no que-riendo, según parece, mortificarle los artistas; y los poetasáticos le llamaban esquinocéfalo, cabeza de albarrana, porque aesta especie de cebolla llamada escila algunos le decían esquino.De los poetas cómicos, Cratino en Los Quirones dice:

La sedición y el ya canoso tiempoen unión monstruosa se ayuntaron;y un tirano nació, que de los Dioses

fue congregacabezas saludado.

Y también en la Némesis:

¡Ven ¡oh Zeus hospedero y bienhadado!

Teleclides, en un lugar, dice que, dudoso con los ne-gocios, se sentaba en la ciudad muy cargado de cabeza, y enotro lugar, que él solo, con su cabeza descomunal, movíagrande alboroto. Y Éupolis, en su comedia Los populares,preguntado sobre cada uno de los demagogos que iban vol-viendo del infierno, cuando en último lugar se nombró aPericles:

¿A qué ahora trajiste de allá bajo

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a ése que de todos es cabeza?

IV.- Muchos escriben que fue Damón su maestro en lamúsica, diciendo que la primera sílaba de este nombre debepronunciarse breve; pero Aristóteles es de opinión que sededicó a la música bajo la enseñanza de Pitoclides. Lo que seinfiere es que Damón, que era consumado sofista, quiso to-mar por pretexto el nombre de la música, disfrazando asípara con la muchedumbre su principal habilidad; pues estabaal lado de Pericles como de un atleta, sirviéndole de un-güentario y maestro en las cosas públicas. Ni se dejó deechar de ver que Damón tomaba la lira por pretexto y disi-mulo; antes luego que, como hombre de peligrosos intentosy favorecedor de la tiranía, fue condenado al ostracismo, diopor aquella causa materia a los poetas cómicos; de los cuales,Platón hace que uno le pregunte, en cabeza de aquel, de estamanera:

A esto ante todas cosas da respuesta.¡Es común opinión que tú, oh perverso,

fuiste quien a Pericles educaste!

Oyó también Pericles a Zenón Eleata, que trató de lascosas naturales al modo de Parménides, y practicó por vezprimera un método dialéctico tan sutil y lleno de argucias,que desconcertaba al adversario, según que Timón Fliasio loindicó en estos versos:

Era grande el poder, mas no engañoso,

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de Zenón doble-lengua; que de todos,como abeja, solícita escogía.

Mas quien siempre asistió al lado de Pericles, quien le in-fundió principalmente aquella altivez y aquel espíritu dome-ñador de la muchedumbre, y quien dio majestad y elevacióna sus costumbres, fue Anaxágoras de Clazómenas, al cual losde su edad le apellidaban Inteligencia, o admirando su gran-de prudencia y sus singulares y adelantados conocimientosen las cosas físicas, o porque fue el primero que estableciópor principio ordenador de todos los seres, no el acaso o lanecesidad, sino una razón pura e ilibada, difundida en todaslas cosas, que puso diferencias entre las que eran semejantesy estaban mezcladas.

V.- Gustaba extrañamente Pericles de este filósofo, y,penetrado de su doctrina sobre los fenómenos celestes y desu metafísica sublime, no solamente adquirió, como era na-tural, un ánimo elevado y un modo de decir sublime, purode toda chocarrería y vulgaridad, sino que con su continenteinaccesible a la risa, con su modo grave de andar, con toda ladisposición de su persona, imperturbable en el decir, suce-diera lo que sucediese, con el tono inalterable de su voz, contodas estas cosas sorprendía maravillosamente a todos. Es-tuvo en una ocasión un hombre infame y disoluto insultán-dolo todo el día, y lo aguantó, aun en la plaza, mientras tuvoque despachar los negocios que ocurrieron: a la tarde se reti-raba tranquilo a casa, y aquel hombre se puso a seguirle,vomitando contra él toda suerte de dicterios: llegó a casa

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cuando ya había oscurecido, y mandó a un criado que toma-se un hacha y fuese acompañando a aquel hombre hasta suposada. El poeta Ion dice que el trato de Pericles era arro-gante y soberbio, y que a lo jactancioso se reunía en él ciertaaltivez y desprecio de los demás; y celebra a Cimón deatento, de afable y de festivo en las concurrencias. Pero sinhacer caso de Ion, que, al modo que en la representacióntrágica, quiere que también en la virtud haya un poquito desátira, a los que a la gravedad de Pericles le daban el nombrede arrogancia y soberbia los exhortaba Zenón a que ellostambién se mostraran orgullosos de modo semejante, paraque la ficción de lo bueno engendrara en sus ánimos, sin quelo echasen de ver, recta imitación y costumbre.

VI.- Ni sólo este fruto sacó Pericles de su comunicacióncon Anaxágoras, sino que parece haberse hecho con ellasuperior a la superstición, que infunde terror en los efectosmeteóricos y naturales a los que ignoran sus causas, y en lascosas divinas, a los que con ellas deliran, y se asustan porfalta de experiencia; pues la ciencia física la disipa inspirando,en lugar de una superstición tímida y vana, una piedad sóli-da, acompañada de las mejores esperanzas. Cuéntase quetrajeron una vez a Pericles la cabeza de un carnero que notenía más de un solo cuerno, y que Lampón el adivino, luegoque vio el cuerno fuerte y firme que salía de la mitad de lafrente, pronunció que, siendo dos los bandos que domina-ban en la ciudad, el de Tucídides y el de Pericles, sería deaquel el mando y superioridad en el que se verificase aquelprodigio; pero Anaxágoras, abriendo la cabeza, hizo ver que

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el cerebro no llenaba toda la cavidad, sino, que formabapunta como huevo, yendo en disminución por toda aquellahasta el punto en que la raíz del cuerno tomaba principio.Por lo pronto, Anaxágoras fue muy admirado de los que sehallaron presentes; pero de allí a poco lo fue también Lam-pón, cuando, desvanecido el poder de Tucídides, recayó enPericles todo el manejo de los negocios públicos. Mas a loque entiendo, ninguna oposición o inconveniente hay enque acertasen el físico y el adivino, y que atinase aquel con lacausa, y éste con el fin; siendo de la incumbencia del uno elexaminar de dónde y cómo provenía, y del otro, pronosticara qué se dirigía y qué significaba. Los que son de opinión deque el hallazgo de la causa es destrucción de la señal no re-paran en que juntamente con las señales de las cosas divinasquitan las de las artificiales y humanas: el ruido de los discos,la luz de los faros, la sombra del puntero de los relojes desol, cada una de las cuales cosas por artificio y disposiciónhumana es signo de otra. Mas esto quizás es más bienasunto de otro tratado que del presente.

VII.- Pericles ya desde joven se iba con mucho tientocon el pueblo, porque en la conformación del rostro eramuy parecido a Pisístrato el tirano, y los más ancianos admi-raban en él, cuando le oían hablar, lo dulce de la voz y lavolubilidad y prontitud de la lengua por la misma semejanza.Siendo además expectable por su riqueza y su linaje, y te-niendo amigos de mucho poder, de miedo del ostracismoninguna parte tomaba en las cosas de gobierno; pero en lasexpediciones militares se acreditaba de valeroso y arriscado.

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Cuando ya murió Arístides, Temístocles fue condenado, yCimón estaba constantemente con la escuadra fuera de laGrecia, se fue Pericles aproximando al pueblo, con tal arteque tomó la causa de la muchedumbre y de los pobres, envez de la de los pocos y los ricos, no obstante que su carác-ter nada tenía de popular, sino que temeroso, a lo que pare-ce, de caer en sospecha de tiranía, y observando que Cimónera aristocrático y muy preciado de lo mejor de la ciudad, sepuso del lado de los muchos, tanto para labrarse su seguri-dad propia, como para formar contra éste un partido pode-roso. Aun en lo relativo al método de vida tomó desde en-tonces otro sistema; porque parece que para él no había enla ciudad otro camino que el de la plaza pública y el consejo:¡de tal modo dio de mano a los convites para festines y atoda clase de reunión y concurrencia! Así, en todo el tiempoque mandó, que fue muy largo, no se le vio concurrir a con-vite alguno en casa de ningún ciudadano, sino únicamenteen la boda de su primo Euriptólemo, en la que estuvo hastalas libaciones, y luego se levantó. Porque las concurrenciasllevan mal todo lo que es altivez, y es muy difícil en la fami-liaridad conservar aquella gravedad que da opinión. Mas enla verdadera virtud, lo más loable es lo que más se manifiestaal público, y en los hombres buenos nada hay tan admirablepara los de afuera como lo es su vida cotidiana para los de sucasa; pero éste, huyendo respecto del pueblo la relacióncontinua y el fastidio, no se le presentaba sino como escati-mándose, ni hablaba en todo negocio, ni siempre se mos-traba al público, sino que, reservándose para los casos deimportancia, como de la nave de Salamina, dice Critolao, las

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demás cosas las ejecutaba por medio de sus amigos o deoradores de su partido; de los cuales se dice que era unoEfialtes, que fue el que debilitó la autoridad del Areópago,escanciando a los ciudadanos, según expresión de Platón,una grande e inmoderada libertad, con la que el pueblo, co-mo caballo sin freno, según que se lo echan en cara lospoetas cómicos:

No tuvo a bien mostrarse ya sumiso,sino morder osado a la Eubea,y hacer insultos a las otras islas.

VIII.- A este orden de vida y a la elevación de su ánimoprocuraba acomodar, como órgano conveniente, su lengua-je, para lo que consultaba frecuentemente a Anaxágoras,coloreando con la ciencia física, como con un tinte retórico,la dicción. Porque reuniendo aquel, por sus conocimientosen la física, la razón sublime obradora de todo, como dice eldivino Platón, a su excelente natural, y juntando siempre loconducente con el artificio en el decir, se aventajó mucho atodos los demás; y de aquí dicen que tuvo el sobrenombre;aunque hay quien diga que de los primores con que adornóla ciudad, y otros que de su autoridad en el gobierno y en losejércitos, le vino el que le llamasen Olimpio: bien que nadade extraño habría en que todas estas cosas hubiesen contri-buido en aquel hombre insigne para esta gloriosa denomi-nación. Mas las comedias de sus contemporáneos lanzaronpor entonces muchas voces serias o ridículas contra él; de sumodo de decir muestran habérsele originado principalmente

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el tal sobrenombre porque decían de él que tronaba, quelanzaba centellas, y que llevaba en la lengua un tremendorayo, cuando hablaba en público. Hácese también menciónen este punto de un dicho de Tucídides, hijo de Melesio, queexpresa con gracia la destreza de Pericles. Era Tucídideshombre recto y bueno, y en el gobierno había estado largotiempo en contradicción con Pericles. Preguntándole, pues,Arquidamo, rey de los Lacedemonios, cuál de los dos, Peri-cles o él, era mejor combatiente, “cuando le he derribado-dijo-, luchando con él, luego replica que no ha caído, quevence, y se los persuade a los que se hallan presentes”. Elmismo Pericles era tímido y circunspecto en el decir; y así, alsubir a la tribuna, pedía siempre a los Dioses que no se leescapase, sin advertirlo, ni una sola palabra que no fueseacomodada a su intento y a lo que éste pedía. Y lo que esescrito no dejó nada, a excepción de los decretos; pero seconservan en la memoria unos cuantos dichos suyos nota-bles, muy pocos; cual es haber dispuesto que como una le-gaña se separase a Egina del Pireo, y aquello de decir: “Meparece que veo ya la guerra venir del Peloponeso”. Y en unaocasión en que Sófocles, su colega en el mando, hizo con élun viaje de mar, celebrando éste de lindo a un mocito: “Ungeneral- le dijo- no sólo ha de tener puras las manos, sinotambién los ojos”. Y Estesímbroto refiere que, elogiando enla tribuna a los que había muerto en Samo, dijo que “se ha-bían hecho inmortales, como los Dioses, porque tampoco aéstos los vemos, sino que de los honores que se les tributany de los bienes que nos dispensan conjeturamos que son in-

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mortales, y esto mismo cuadra a los que mueren por la pa-tria”.

IX.- Tucídides nota de aristocrático el gobierno de Peri-cles, diciendo que, aunque en las palabras era democrático,en la realidad era mando de uno solo; y otros muchos hanescrito que bajo él fue por la primera vez seducida la plebecon repartimientos y con pagarle los espectáculos y darlejornal; con las cuales disposiciones se la acostumbró mal, yse hizo pródiga e indócil, de templada y laboriosa que antesera: veamos, pues, por los hechos mismos, cuál fue la causade esta mudanza. Contrarrestando Pericles en el principio,como hemos dicho, a la gloria de Cimón, se adhirió a la mu-chedumbre; mas siendo inferior en riqueza e intereses, conlos que éste ganaba a los pobres, dando cotidianamente decomer a los Atenienses necesitados, vistiendo a los ancianosy echando al suelo las cercas de sus posesiones para que to-maran de los frutos los que quisiesen, frustrado Pericles conestas cosas, recurrió al repartimiento de los caudales públi-cos aconsejándoselo así Damónides de Ea, según testimoniode Aristóteles. Con las dádivas, pues, para los teatros y paralos juicios, y con otros premios y diversiones, corrompió a lamuchedumbre, y se valió de su poder contra el consejo delAreópago, en el que no tenía parte, por no haberle cabidoen suerte ser o Arconte, o Tesmoteta, o Rey, o Polemarco;porque estos empleos eran sorteables de antiguo, y de elloslos ciudadanos más aprobados pasaban al Areópago; poresta causa, cuando Pericles tuvo gran influjo en el pueblo, leconvirtió contra este consejo, consiguiendo quitarle el cono-

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cimiento de muchos negocios por medio de Efialtes, y hacersalir desterrado a Cimón, como apasionado de los Lace-demonios y desafecto a la muchedumbre: varón que a nadiecedía en hacienda y linaje, que en muchos combates habíaalcanzado brillantes victorias de los bárbaros, y que congrandes sumas y cuantiosos despojos había enriquecido laciudad, como lo escribimos en su vida: ¡tal era el poder dePericles en el pueblo!

X.- No se acababa por la ley el ostracismo, para los quesufrían, esta especie de destierro, hasta los diez años; peroen este medio tiempo los Lacedemonios invadieron el te-rritorio de Tanagra, y marchando al punto los Ateniensescontra ellos, Cimón, volviendo de su destierro, tomó las ar-mas, y formó con los de su tribu, queriendo purgar conobras la sospecha de laconismo peleando al lado de sus con-ciudadanos; pero los amigos de Pericles se agruparon, y lohicieron desechar como desterrado. Por esto mismo parecióque Pericles peleó en aquella ocasión con mayor denuedo, yse distinguió sobre todos, poniendo a todo riesgo su perso-na. Perecieron allí los amigos de Cimón, todos a una, a losque Pericles había acusado también de laconismo; y los Ate-nienses llegaron ya a arrepentirse y echar menos a Cimón,viéndose vencidos en las mismas fronteras del Ática, y espe-rando más violenta guerra todavía para el verano. Echólo dever Pericles, y no sólo no tuvo dificultad en dar gusto a lamuchedumbre, sino que él mismo escribió el decreto por elque Cimón había de ser restituido; el cual, luego que volvió,hizo la paz entre ambas ciudades, porque los Lacedemonios

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le miraban con inclinación, así como estaban mal con Peri-cles y con los demás demagogos. Algunos son de sentir queno se decretó por Pericles la restitución de Cimón, sin queantes se hiciera entre ambos, por medio de Elpinice, herma-na de éste, un tratado secreto: de modo que Cimón daría alpunto la vela con doscientas galeras para mandar fuera lastropas, y a Pericles le correspondería quedar con el mandoen la ciudad. Parece que ya antes la misma Elpinice habíasuavizado para con Cimón el ánimo de Pericles cuandoaquel tuvo que defenderse en la causa capital. Era Periclesuno de los acusadores, elegido por el pueblo, y habiéndoselepresentado Elpinice en clase de suplicante, sonriéndose lerespondió: “Vieja estás, Elpinice, vieja estás para salir ade-lante con tales asuntos”; mas con todo, sola una vez se le-vantó a hablar, no más que por cumplir con su nombra-miento; y luego se retiró, habiendo sido de los acusadores elque menos incomodó a Cimón. ¿Pues quién con esto podrádar crédito a Idomeneo, que acusa a Pericles de que habién-dose hecho amigo del orador Efialtes, y sido ambos de unmismo modo de pensar en las cosas de gobierno, por celosy por envidias dolosamente lo hizo asesinar? Yo no sé dedónde pudo recoger estos rumores para achacarlos comohiel a un hombre que, si no fue del todo irreprensible, tuvoun espíritu generoso y un alma apasionada por la gloria, conlos que no es compatible una pasión tan cruel y feroz, y res-pecto de Efialtes, lo que hubo fue que, habiéndose hechotemer de los oligarquistas, y siendo inexorable para tomarvenganza y perseguir a los que molestaban al pueblo, susenemigos le armaron asechanzas, y ocultamente le quitaron

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de en medio por mano de Aristódico de Tanagra, como lorefiere Aristóteles. Cimón, en tanto, mandando la escuadra,murió en Chipre.

XI.- Los aristócratas, viendo ya a Pericles engrandecido ytan preferido a los demás ciudadanos, quisieron contrapo-nerle alguno de su partido en la ciudad, y debilitar su poderpara que no fuese absolutamente, de un monarca; y con lamira de que le resistiese, echaron mano de Tucídides, de latribu Alopecia, hombre prudente y cuñado de Cimón. Era,sí, menos guerrero que éste; pero le aventajaba en el decir yen el manejo de los negocios; así contendía en la tribuna conPericles, y bien pronto produjo una división en el gobierno.En efecto: estorbó que los ciudadanos que se decían princi-pales se allegaran y confundieran como antes con la plebe,mancillando su dignidad, y más bien manifestándolos sepa-rados, y reuniendo como en un punto el poder de todosellos, le hizo de más resistencia, y que viniera a ser como uncontrapeso en la balanza; porque desde el principio hubocomo una separación oscura, que, a la manera de las pegadu-ras del hierro, era indicio de dos partidos: el popular y elaristocrático; y ahora aquella unión y concordia de los prin-cipales dio más peso a esta división de la ciudad, e hizo queel un partido se llamara plebe, y el otro, oligarquía o de lospocos. Por esto mismo, soltando más entonces Pericles lasriendas a la plebe, gobernaba a gusto de ésta, disponiendoque continuamente hubiese en la ciudad, o un espectáculopúblico, o un banquete solemne, o una ceremonia aparatosa,entreteniendo al pueblo con diversiones del mejor gusto.

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Hacía, además, salir cada año sesenta galeras, en las que na-vegaban muchos ciudadanos, asalariados por espacio deocho meses, y al mismo tiempo se ejercitaban y aprendían laciencia náutica. Enviaba asimismo mil sorteados al Querso-neso; a Naxo, quinientos; a Andro, la mitad de éstos; otrosmil a la Tracia, para habitar en unión con los Bisaltas, yotros, a Italia, restablecida Síbaris, a la que llamaron Turios.Todo esto lo hacía para aliviar a la ciudad de una muche-dumbre holgazana e inquieta con el mismo ocio; para reme-diar a la miseria del pueblo, y también para que impusieranmiedo y sirvieran de guardia a los aliados, habitando entreellos, para que no intentaran novedades.

XII.- Lo que mayor placer y ornato produjo a Atenas, ymás dio que admirar a todos los demás hombres, fue el apa-rato de las obras públicas, siendo éste sólo el que aún atesti-gua que la Grecia no usurpó la fama de su poder y opulenciaantigua. Y, no obstante, esta disposición era, entre las dePericles, la de que más murmuraban sus enemigos, y la quemás calumniaban en las juntas públicas, gritando que el pue-blo perdía su crédito y era difamado, porque se traía de De-los a Atenas los caudales públicos de los Griegos, y aun laexcusa más decente que para esto podía oponerse a los quele reprenden, a saber: que, por miedo de los bárbaros, tras-ladaban de allí aquellos fondos para tenerlos en más seguracustodia, aun ésta se la quitaba Pericles; y así parece, decían,que a la Grecia se hace un terrible agravio, y que se la escla-viza muy a las claras, cuando ve que con lo que se la obliga acontribuir para la guerra doramos y engalanamos nosotros

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nuestra ciudad con estatuas y templos costosos, como unamujer vana que se carga de piedras preciosas. Mas Periclespersuadía al pueblo que de aquellos caudales ninguna cuentatenían que dar a los aliados, pues los Atenienses combatíanen su favor y rechazaban a los bárbaros, sin que aquellospusiesen ni un caballo, ni una nave, ni un soldado, sino so-lamente aquel dinero, que ya no era de los que lo daban, si-no de los que lo recibían, una vez que cumplían con aquellopor que se les entregaba; y puesto que la ciudad proveíaabundantemente de lo necesario para la guerra, era muyjusto que su opulencia se emplease en tales obras, que, des-pués de hechas, le adquirieran una gloria eterna, y que dierande comer a todos mientras se hacían, proporcionando todaespecie de trabajo y una infinidad de ocupaciones, las cuales,despertando todas las artes, y poniendo en movimiento to-das las manos, asalariaran, digámoslo así, toda la ciudad, quea un mismo tiempo se embellecería y se mantendría a símisma, Porque los de buena edad y robustos tomaban enlos ejércitos del público erario lo que para pasarlo bien ha-bían menester, y, respecto de la demás muchedumbre ruda yjornalera, no queriendo que dejase de participar de aquellosfondos, ni que los percibiese descansada y ociosa, introdujocon ardor en el pueblo gran diferencia de trabajos y obras,que hubiesen de emplear muchas artes y consumir muchotiempo, para que no menos que los que navegaban, o milita-ban, o estaban en guarnición, tuvieran motivo los que que-daban en casa de participar y recibir auxilio de los caudalespúblicos. Porque siendo la materia prima piedra, bronce,marfil, oro, ébano, ciprés, trabajaban en ella y le daban for-

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ma los arquitectos, vaciadores, latoneros, canteros, tintore-ros, orfebres, pulimentadores de marfil, pintores, bordado-res y torneros; además, en proveer de estas cosas y portear-las entendían los comerciantes y marineros en el mar, y entierra, los carreteros, alquiladores, arrieros, cordeleros, line-ros, tejedores, constructores de caminos y mineros; y comocada arte, a la manera que cada general su ejército, tenía de laplebe su propia muchedumbre subordinada, viniendo a sercomo el instrumento y cuerpo de su peculiar ministerio, atoda edad y naturaleza, para decirlo así, repartían y distri-buían las ocupaciones, el bienestar y la abundancia.

XIII.- Adelantábanse, pues, unas obras insignes en gran-deza, e inimitables en su belleza y elegancia, contendiendolos artífices por excederse y aventajarse en el primor ymaestría; y con todo, lo mas admirable en ellas era la pron-titud; porque cuando de cada una. pensaban que apenasbastarían algunas edades y generaciones para que difícil-mente se viese acabada, todas alcanzaron en el vigor de unsolo gobierno su fin y perfección. Justamente se dice deaquel mismo tiempo que, jactándose el pintor Agatarco deque con la mayor prontitud acababa sus cuadros, y habién-dolo oído Zeuxis, le replicó: “Pues yo en mucho tiempo”;porque realmente la agilidad y prontitud en las obras no lesda ni solidez duradera, ni perfecta belleza, y, por el contra-rio, el tiempo y trabajo que se gastan en la ejecución se re-compensan con la firmeza y permanencia. Por lo mismo, eramayor la admiración de que, siendo las obras de Pericles dedurar largo tiempo, en tan breve se hubiesen concluido;

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porque cada una de ellas en la belleza al punto fue comoantigua, y en la solidez, todavía es reciente y nueva: ¡tantobrilla en ellas un cierto lustre que conserva su aspecto in-tacto por el tiempo, como si las tales obras tuviesen unaliento siempre floreciente y un espíritu exento de vejez!Todas las dirigía y de todas con Pericles era superintendenteFidias, sin embargo de que las ejecutaban los mejores arqui-tectos y artistas; porque el Partenón, que era de cien pies, loedificaron Calícrates e Ictino; el purificatorio de Eleusis em-pezó a construirlo Corebo, y él fue quien puso las columnassobre el pavimento y las enlazó con el chapitel; por sumuerte, Metágenes Xipecio hizo la cornisa y puso las co-lumnas altas; mas la linterna sobre el santuario la cerró Xe-nocles Colargeo. El muro prolongado, cuya idea dice Só-crates había oído explicar al mismo Pericles, fue obra de Ca-lícrates. Satirízala Cratino en sus comedias, como que ibacon mucha pesadez:

Hace ya largo tiempo que Periclesla está con sus palabras promoviendo;

mas en la realidad nada adelanta.

El Odeón, que en su disposición interior tiene muchosasientos y muchas columnas, y cuyo techo es redondeado ypendiente y termina en punta, dicen que se hizo a semejanzadel pabellón del rey de Persia, disponiéndolo también Peri-cles; por lo que el mismo Cratino, en su comedia Las tracias,se burla de él en esta manera:

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El Zeus esquinocéfalo, Pericles,aquí viene trayendo en el cerebro

el Odeón, alegre y orgulloso,porque del ostracismo se ha librado.

Efectivamente: engreído Pericles, entonces por la prime-ra vez decretó que en las Fiestas Panateneas hubiese certa-men de música, y elegido por director del certamen, él mis-mo señaló qué era lo que los contendientes habían de tañercon la flauta, lo que habían de cantar o tocar en la cítara;porque en el Odeón se dieron entonces y después los cer-támenes y espectáculos de música. Los soportales del alcázaro ciudadela se hicieron en cinco años, siendo el arquitectoMnesicles. Un caso maravilloso ocurrido mientras se cons-truían dio indicio de que la Diosa, lejos de repugnar la obra,tomaba parte en ella y concurría a su perfección. El más la-borioso y activo de los artistas tropezó y cayó de lo alto,quedando tan maltratado que le desahuciaron los médicos.Apesadumbróse Pericles, y la Diosa, apareciéndosele entresueños, le indicó una medicina con la cual muy pronta y fá-cilmente le puso bueno. Por este suceso colocó en la ciuda-dela la estatua de bronce de Atenea saludable junto al ara, quese dice estaba allí antes. Fidias hizo además la estatua de orode la diosa, y en la base se lee la inscripción que le designaautor de ella. Tenía sobre sí puede decirse que el cuidado detodo, y como hemos dicho, era el superintendente de todoslos demás artistas por la amistad de Pericles, lo cual le atrajoenvidia, y también la calumnia de que presentaba por maltérmino a éste las mujeres libres que concurrían a ver las

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obras. Tomaron por su cuenta este rumor los autores decomedias, y difamaron a Pericles de incontinencia y disoluto,extendiendo sus calumnias hasta la mujer de Menipo, suamigo y subalterno en la milicia, y hasta la granjería de Piri-lampo, otro de sus amigos; criaba éste aves, y le achacabanque regalaba pavones a aquellas con quienes Pericles se di-vertía. ¿Mas quién se maravillará de que hombres satíricos deprofesión sacrifiquen, con las calumnias de los hombres másaventajados, a la envidia como a un genio maléfico, cuandoel mismo Estesímbroto Tasio se atrevió a proferir una ho-rrible y mentirosa blasfemia contra la mujer del mismo hijode Pericles? ¡Tan grande es el trabajo que le cuesta a la his-toria descubrir la verdad! Pues para los que vienen más tar-de, el tiempo pasado se interpone, y roba el conocimientode los hechos; y las relaciones contemporáneas de las vidas yacciones, o bien por envidia, o bien por lisonja y adulación,corrompen y desfiguran la verdad.

XIV.- Clamaban contra Pericles los oradores del partidode Tucídides, diciendo que dilapidaba el tesoro y disipaba lasrentas; y él preguntó en junta al pueblo si le parecía quegastaba mucho. Respondiéronle que muchísimo; y entonces:“Pues no se gaste- dijo- de vuestra cuenta, sino de la mía;pero las obras han de llevar sólo mi nombre”. Al decir estoPericles, ora fuese por que se maravillaran de su magnanimi-dad, ora por que ambicionaran la gloria de tales obras, grita-ron a porfía, ordenándole que gastase y expendiese sin excu-sar nada. Finalmente, traído a contienda con Tucídides so-

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bre el ostracismo, y puesto en riesgo, consiguió desterrar aéste, y disipar la facción que le era opuesta.

XV.- Cuando, desvanecida enteramente esta diferencia,la ciudad vino a ser toda como de un temple y una sola, pu-so completamente bajo su disposición a Atenas y cuanto delos Atenienses dependía, los tributos, los ejércitos, las naves,las islas y el mar, y un poder de gran fuerza, no sólo por losGriegos, sino también por los bárbaros, a causa de que seconsideraba fortalecido con pueblos que les estaban sujetos,y con la amistad y alianza de reyes poderosos; y entonces yano fue el mismo, ni del mismo modo manejable por el pue-blo, dejándose llevar como el viento de los deseos de la mu-chedumbre, sino que en vez de aquella demagogia que teníaflojas e inseguras las riendas, como en vez de una músicamuelle y blanda, planteó un gobierno aristocrático, y, encierta manera, regio; y empleándole siempre con rectitud eintegridad para lo mejor, unas veces con la persuasión y coninstruir al pueblo y otras con la firmeza y la violencia si lehallaba renitente, puso mano en todo lo que le parecía útil;imitando en esto al médico que en la curación de una en-fermedad complicada y habitual, ora se vale de lo dulce yagradable, y ora de remedios desabridos, conducentes a lasalud. Porque no pudiendo menos de haberse engendradotoda suerte de pasiones en un pueblo que tenía tan grandeautoridad, él sólo era propio para tratar del modo conve-niente cada una; y valiéndose de la esperanza y del miedo,como de unos timones, moderó lo que había de altivo, yalentó y confortó lo desmayado: demostrando así que la

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oratoria tiene el poder, según expresión de Platón, de cauti-var las almas, y que su obra principal es el arte de dirigir lascostumbres y las pasiones, como unos sonidos o cuerdas delalma, que necesitan una mano hábil que las pulse. Aunque lacausa no fue precisamente el poder de su palabra, sino, co-mo dice Tucídides, la opinión y confianza en la conducta deaquel hombre admirable, que claramente se veía ser inco-rruptible y muy superior a los atractivos del oro, el cual, conhaber hecho a la ciudad de grande más grande todavía y másrica, y con haber tenido un poder que excedía al de muchosreyes y tiranos, aun de aquellos que legaron el poder a sushijos, no aumentó ni en un maravedí la hacienda que le dejósu padre.

XVI.- Da de su poder Tucídides la más cierta y cabalidea; pero los cómicos lo desfiguran malignamente, lla-mando nuevos Pisistrátidas a los amigos que Pericles teníacerca de sí, y exigiendo de él que jurara no hacerse tirano,como que su superioridad y excelencia se hacía incómoda yno cabía dentro de la democracia, y Teleclides dice que losAtenienses pusieron en su mano

De las ciudades todas los tributos,y las ciudades mismas, a su antojodejando el libertarlas u oprimirlas;

alzar de piedra o derribar sus muros;los tratados, la fuerza, el poderío,y la paz, la riqueza y la ventura.

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Y esto no fue cosa de una favorable ocasión, o gracia yfelicidad de un gobierno que floreció por horas, sino quepor cuarenta años estuvo dominado entre los Efialtes, losLeócrates, los Mirónidas, los Cimones, los Tólmides y losTucídides; y después de haber triunfado de Tucídides, yhéchole desterrar, no se hizo menos admirable en los si-guientes quince años; y con tener él sólo el poder sobre losejércitos en cada un año, no se conservó menos incorrupti-ble por el dinero. Y no porque fuese del todo desperdiciadoen cuanto a los bienes; antes, para no abandonar la haciendapaterna tan justamente poseída, ni ocuparse tampoco dema-siadamente en ella cuando tantos otros negocios le cercaban,estableció la administración que le pareció más fácil y másexacta. Vendía cada año por junto los frutos de su cosecha,y después se surtía de la plaza a la menuda de las cosas nece-sarias para la casa y para el sustento: no dejaba por tanto,lugar a que se regalasen sus hijos ya crecidos: ni era dispen-sador profuso con las mujeres de la familia; antes le censura-ban este método de la compra diaria, reducido rigurosa-mente a no gastar más que lo preciso, sin que en una casatan grande y de tanto tráfago se desperdiciara nada; lle-vándose, así lo relativo al gasto como a la renta, con muchacuenta y medida. El que tenía a su cargo toda esta exactitudera uno de sus esclavos llamado Evángelo, de la más exce-lente índole por sí, o formado por Pericles para este manejo.En verdad que no conformaba todo esto con la filosofía deAnaxágoras, que por entusiasmo y magnanimidad abandonósu casa, y dejó sus campos yermos y eriales. Mas yo piensoque no debe ser uno mismo el tenor de vida del filósofo es-

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peculativo y el del político, sino que aquel vuelve su inteli-gencia, desprendida y nada necesitada, de esta materia exte-rior a lo que es honesto y bueno, y a éste, a quien le es pre-ciso aplicar a la virtud las ocupaciones humanas, la haciendapuede servirle no sólo para las cosas absolutamente necesa-rias, sino para la virtud misma, como en el propio Periclespuede verse, que socorría a los indigentes. Aun respecto delmismo Anaxágoras se cuenta que, viéndose olvidado de Pe-ricles, a causa de los muchos negocios de éste, y siendo yaviejo, envuelto en su capa, se echó a morir desalentado: quellegando Pericles a entenderlo, corrió al punto allá con elmayor sobresalto, y le hizo los más eficaces ruegos, diciendoque más que de Anaxágoras sería suyo aquel infortunio, siperdía al que tanto le ayudaba con su consejo en el gobier-no; y que éste, descubriéndose finalmente, le replicó: “Oh,Pericles, los que han menester una lámpara le echan aceite”.

XVII.- Empezaban ya los Lacedemonios a mirar mal elincremento de los Atenienses; y Pericles, queriendo inspiraral pueblo grandes pensamientos y ponerle al nivel de gran-des cosas, escribió un decreto, por el que a todos los Grie-gos que habitaban en Europa y Asia, así a las ciudades pe-queñas como a las grandes, se les exhortase a enviar a Ate-nas a un Congreso diputados que deliberasen sobre los tem-plos griegos que habían incendiado los bárbaros, sobre lossacrificios y votos hechos por la salud de la Grecia de queestaban en deuda con los Dioses, y sobre que todos pudie-ran navegar sin recelo y vivir en paz. Enviáronse con esteobjeto veinte ciudadanos mayores de cincuenta años, de los

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cuales cinco habían de convocar a los Jonios y Dóricos delAsia, y a los isleños hasta Lesbos y Rodas; cinco recorrieronlos pueblos del Helesponto y la Tracia, hasta Bizancio; ycinco, desde el punto en que concluían éstos, a la Beocia, laFócide y el Peloponeso; y además se extendía su misión porlos Locrios y todo el continente inmediato hasta la Acarna-nia Y la Ambracia; y los restantes se encaminaron por laEubea a los Eteos, al golfo de Malea, los Ftiotas, los Aqueosy los Tésalos, persuadiendo a todos que concurrieran y to-maran parte en unas deliberaciones que tenían por objeto lapaz y la común felicidad de la Grecia. Mas nada se hizo, nilas ciudades concurrieron, por oponerse a ello, según es fa-ma, los Lacedemonios, y por haber sido desde luego malrecibida la tentativa en el Peloponeso. Lo hemos referido,sin embargo, para que se vea el juicio y grandeza de pensa-miento de Pericles.

XVIII.- En la parte militar gozaba de gran concepto,principalmente por la seguridad de las empresas; no en-trando voluntariamente en combate dudoso y de peligro, nisiguiendo las huellas y ejemplos de aquellos caudillos a quie-nes de su arrojo temerario les había resultado una brillantefortuna y el ser admirados como grandes capitanes; antes,continuamente estaba diciendo a sus ciudadanos que encuanto de él dependiese serían siempre inmortales. Viendoque Tólmides, hijo de Tolmeo, por la buena suerte que anteshabía tenido, por la fama que gozaba de excelente militar, sepreparaba muy fuera de toda oportunidad a invadir la Beo-cia, habiendo acalorado a los más alentados y belicosos de

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los jóvenes a que militasen a sus órdenes, que en todos se-rían unos mil sin las demás fuerzas, procuró contenerle ydisuadirlo en la junta pública, pronunciando aquel memora-ble dicho: “Si no crees a Pericles, el modo de que no yerreses que esperes al consejero más sabio, que es el tiempo”.Entonces esta sentencia no hizo más que una ligera impre-sión; pero cuando al cabo de pocos días llegó la noticia deque el mismo Tólmides había muerto, vencido en batallajunto a Coronea, y que habían muerto también muchos deaquella excelente juventud, concilió este suceso mucha gloriay benevolencia a Pericles, como a hombre prudente yamante de sus conciudadanos.

XIX.- De sus expediciones principalmente fue aplaudidala del Quersoneso, que puso en seguridad a los Griegos es-tablecidos en aquellas regiones: pues no sólo dio aliento yvalor a las ciudades llevando consigo una colonia de milAtenienses, sino que cercando, digámoslo así, el estrechocon muros y fortificaciones a las orillas de uno y otro mar,refrenó las correrías de los Tracios, que circundaban elQuersoneso, e impidió la continua y dura guerra a que aquelpaís estaba siempre expuesto por la vecindad de todas partescon los bárbaros, y por las piraterías de los comarcanos y delos propios. Hízose también admirar y celebrar de los extra-ños cuando recorrió el Peloponeso, dando la vela de Pegas,puerto de Mégara, con cien galeras; porque no sólo taló lasciudades marítimas, como antes Tólmides, sino que, entran-do a bastante distancia del mar, con la tripulación de los bu-ques a unos los encerró dentro de los muros, temerosos de

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su ataque; y en Nemeo a los de Sicione, que se emboscarony trabaron batalla, los derrotó completamente, levantandopor ello un trofeo. En la Acaya, que era aliada, tomó solda-dos para las galeras, y, pasando con la escuadra más allá delAqueloo al continente que está de la otra parte, recorrió laAcarnania, encerró a los Eníadas dentro de sus murallas, ydespués de talado y saqueado el país dio la vuelta a casa: ha-biéndose acreditado de temible para con los enemigos, y detan feliz como activo para con los ciudadanos; pues ni aunde aquellos tropiezos que penden de la fortuna incomodóninguno a los que con él militaron.

XX.- Navegando al Ponto con una armada considerabley perfectamente equipada, hizo en favor de las ciudadesgriegas cuanto acertaron a desear, tratándolas con humani-dad; a las naciones bárbaras de los alrededores, a sus reyes ya sus príncipes les puso a la vista lo grande de su poder, suosadía y la confianza con que los Atenienses navegaban pordonde les placía, teniendo bajo su dominio todo el mar. Alos Sinopeses les dejó trece naves mandadas por Lámaco ytropas contra el tirano Timesileón; y luego que hubieronderribado a éste y a sus partidarios, decretó que de los Ate-nienses pasaran a Sinope seiscientos voluntarios, y habitarancon los Sinopeses, repartiéndose las casas y el terreno quefueron antes de los tiranos. En lo demás no condescendía niconvenía con los conatos que se mostraban los ciudadanos,engreídos desmedidamente con tanto poder y tanta fortunade apoderarse otra vez del Egipto y conmover el poder delRey por la parte del mar. A muchos los traía ya entonces

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alborotados aquella ardiente y malhadada codicia de la Sicilia,que inflamaron más adelante los oradores partidarios de Al-cibíades; y aun había quien soñaba con la Etruria y Cartago,no sin esperanza, por la extensión de su presente hegemoníay la prosperidad de los sucesos.

XXI.- Mas Pericles contenía esta inquietud y reprimía suambición, volviendo principalmente aquellos grandes me-dios a la conservación y seguridad de lo que ya dominaban,reputando por gran hazaña el tener a raya a los Lacedemo-nios, y manifestándoseles en todo opuesto, de lo que diopruebas en muchas otras cosas; pero más señaladamente enla conducta que observó en los sucesos de la guerra sagrada.Porque después que los Lacedemonios pasaron con ejércitoa Delfos, y teniendo antes los Focenses el templo, lo entre-garon a los de esa ciudad; retirados aquellos, al punto se diri-gió allá Pericles, también con tropas, y restituyó a los Focen-ses. Los Lacedemonios habían obtenido con esta ocasión delos de Delfos precedencia en las consultas del oráculo, y lahabían esculpido en la frente del lobo de bronce: obtúvola,pues, entonces para los Atenienses, y la hizo grabar tambiénsobre el lobo en el lado derecho.

XXII.- Los hechos mismos le demostraron con cuántarazón retenía en la Grecia las fuerzas de los Atenienses, por-que primero se rebelaron los Eubeos, contra quienes mar-chó con tropas, y muy luego hubo noticia de que los Mega-renses también se les habían indispuesto, y que un ejércitode enemigos estaba en las fronteras del Ática, mandado por

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Plistonacte, rey de los Lacedemonios. Volvióse, pues, Peri-cles prontamente de la Eubea, adonde la guerra del Ática lellamaba; pero no se determinó a venir a las manos con mu-chos y excelentes soldados que los provocaban, sino que,viendo que Plistonacte, que todavía era muy joven, entretodos sus consejeros del que más se valía era de Cleándrides,que los Éforos le habían dado por celador y asesor en con-sideración de su corta edad, trató secretamente de sobor-narle, y habiéndole ganado bien pronto con dinero, recabóéste con sus persuasiones que los del Peloponeso se retira-ran del Ática. Luego que esto se verificó, y que se disolvió elejército, marchando las tropas a sus ciudades, indignados losLacedemonios, penaron al rey con una multa, y como porsu magnitud no hubiese tenido con qué pagarla, se vio en laprecisión de salir de Lacedemonia, y a Cleándrides, que hu-yó, le condenaron a muerte. Era éste padre de Gilipo, el queen Sicilia venció a los Atenienses. Parece que la naturalezahabía hecho enfermedad ingénita en él la del apego al dine-ro, porque, descubierto en vergonzosas negociaciones, fuearrojado de Esparta. Mas estas cosas las declaramos con ma-yor extensión en la vida de Lisandro.

XXIII.- Puso Pericles en la cuenta del ejército una parti-da de diez talentos, gastados, decía, en lo que se tuvo porconveniente, y el pueblo la admitió sin andar en preguntas niquejarse del modo misterioso de expresarla. Algunos hanescrito, y el filósofo Teofrasto entre ellos, que todos losaños se enviaban por Pericles diez talentos a Esparta, conlos que regalaba a todos los que tenían mando, y evitaba la

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guerra, no comprando de este modo la paz, sino el tiempoque necesitaba para disponerse reposadamente a hacer laguerra con ventaja. Marchó otra vez rápidamente contra losrebeldes, y, pasando a la Eubea con cincuenta galeras y cin-co mil hombres, domó las ciudades; arrojó de Calcis a losllamados Hipóbotas, que eran los más ricos y distinguidos deella, y a los de Estica a todos les hizo salir del país, poblán-dola de solos Atenienses, siendo tan inexorable con ellos,porque habiendo apresado una nave ateniense, habían dadomuerte a cuantos encontraron en ella.

XXIV.- Pactóse después de esto tregua por treinta añosentre los Atenienses y Lacedemonios, y con esto hizo sedecretara la expedición naval de Samo, dando por causacontra aquellos habitantes que, habiéndoseles intimado cesaren la guerra con los de Mileto, no habían obedecido. Maspor cuanto se da por cierto que lo hecho contra los de Sa-mo fue por complacer a Aspasia, será oportuno investigaraquí quién fue esta mujer, que tanto arte y poder tuvo paratener bajo su mando a los hombres de más autoridad en elgobierno, y para haber logrado que los filósofos hayan he-cho de ella no una ligera o despreciable mención. Que fuede Mileto e hija de Axíoco es cosa en que todos convienen.Dícese que en procurar dominar a los hombres de podersiguió el ejemplo de Targelia, de los antiguos Jonios; porquetambién Targelia, siendo de buen parecer, y reuniendo lagracia con la sagacidad, se puso al lado de hombres muyprincipales entre los Griegos, y a todos los que la obse-quiaron los atrajo al partido del rey, y por medio de ellos,

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como eran poderosos y de autoridad, sembró las primerassemillas de medismo en las ciudades. Algunos son de opi-nión que Pericles se inclinó a Aspasia por ser mujer sabia yde gran disposición para el gobierno, pues el mismo Sócra-tes, con sujetos bien conocidos, frecuentó su casa, y variosde los que la trataron llevaban sus mujeres a que la oyesen,sin embargo de que su modo de ganar la vida no era bri-llante ni decente, porque vivía de mantener esclavas para maltráfico. Esquines dice que Lisicles el vendedor de carneros,de hombre bajo y ruin por naturaleza, se hizo el primero delos Atenienses con haberse unido a Aspasia después de lamuerte de Pericles. En el Menéxeno, de Platón, aunquecuanto se dice al principio es jocoso, hay esta parte de histo-ria, que esta mujer tenía opinión de que para la oratoria erabuscada de muchos Atenienses. Con todo, es lo más proba-ble que la afición de Pericles a Aspasia fue una pasión amo-rosa. Tenía una mujer correspondiente a él en linaje, la cualantes había estado casada con Hiponico, y de éste había te-nido en hijo a Calias, conocido por el rico, y del mismo Pe-ricles tuvo a Jantipo y a Páralo. Más tarde, no haciendo en-tre sí buena vida, la entregó a otro con consentimiento deella misma; y él, casándose con Aspasia, la trató con grandeaprecio; pues, según dicen, todos los días la saludaba conósculo de ida y vuelta a la plaza pública; pero en las come-dias ya la llaman la nueva Ónfale, ya Deyanira, y ya tambiénotra Hera. Cratino expresamente la llama combleza por es-tas palabras:

Da a luz a Hera Aspasia, concubina

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la más liviana y sin pudor alguno.

Y dan a entender que tuvo de ella un hijo espurio, por-que Éupolis, en su comedia Los populares, le introduce, ha-ciendo esta pregunta:

¿Y mi bastardo, vive todavía?

A lo que Pirónides responde:

Y cierto que hace tiempo sería hombre,si el mal de la ramera no temiese.

Llegó Aspasia a ser tan nombrada y tan célebre, segúncuentan, que Ciro, el que disputó con el rey el imperio de losPersas, a la más querida de sus concubinas le dio el nombrede Aspasia, llamándose antes Milto. Era ésta natural de laFócide, hija de Hermotimo, y presentada al rey después queCiro murió en la batalla, tuvo con él el mayor poder. Dese-char o pasar en silencio estas cosas que al escribir se hanofrecido a la memoria, parecería quizá poco conforme a lanaturaleza humana.

XXV.- Achácase, pues, a Pericles que esta guerra contralos de Samo la hizo decretar en favor de los Milesios, a rue-gos de Aspasia. Estaban en guerra estas ciudades por Priena,y vencedores los Samios, intimándoles los Atenienses que seapartaran de la guerra y unos y otros se sometieran a su de-cisión, no quisieron obedecer. Por tanto, marchando allá

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Pericles, deshizo la oligarquía que tenía el mando en Samo, ytomando cincuenta de los principales en rehenes, y otrostantos jóvenes, los remitió a Lemno. Dícese que cada unode los rehenes le dio de por sí un talento, y otros muchostodos los que no querían que en la ciudad se estableciese lademocracia. También el persa Pisutnes, que estaba en buenaamistad con los Samios, le envió diez mil áureos, interce-diendo por la ciudad; pero Pericles nada quiso recibir, sinoque trató a los Samios como lo tenía resuelto, y establecien-do la democracia, dio la vuelta a Atenas. Rebeláronse losSamios inmediatamente; Pisutnes robó los rehenes, y em-pezaron a hacer disposiciones para la guerra. Tuvo otra vezPericles que dirigirse contra ellos, que no estaban ociosos niabatidos, sino muy alentados y resueltos a disputarle el mar.Trabóse un terrible combate sobre una isla llamada Tragia, yPericles alcanzó de ellos una ilustre victoria con cuarenta ycuatro naves, destrozando setenta de los enemigos, veinte delas cuales tenían tropas a bordo.

XXVI.- Apoderándose del puerto inmediatamente des-pués de la victoria y de haberlos perseguido, les puso sitio, yellos en el modo que podían todavía tenían aliento para ha-cer salidas y pelear al pie de las murallas; mas sobreviniendoluego nuevas tropas de Atenas, quedaron completamentebloqueados, y Pericles, tomando setenta galeras, salió conellas al mar exterior; según los más, porque venían navesfenicias en socorro de los Samios, y quería salirles al en-cuentro y combatirlas lo más lejos que pudiera; pero Este-símbroto dice que se encaminaba contra Chipre, lo que no

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es verosímil. Fuese cualquiera de estas dos su intención, pa-reció que no había andado cuerdo, porque mientras él seguíasu viaje, Meliso el de Itágenes, varón dado a la filosofía, yque era entonces el general de Samo, despreciando el redu-cido número de las naves, o la inexperiencia de los jefes,persuadió a los Samios que dieran sobre los Atenienses.Trabado combate, salieron vencedores los Samios, haciendoprisioneros a muchos de aquellos, y echando a pique muchasde sus naves, con lo que quedaron dueños del mar y se pro-veyeron de diferentes cosas precisas para la guerra, de queantes carecían, y Aristóteles dice que el mismo Pericles habíasido vencido por Meliso anteriormente en otro combatenaval. Los Samios, afrentando por represalias a los Atenien-ses cautivos, les imprimieron lechuzas sobre la frente, por-que a ellos los Atenienses les habían impreso una samena.Es la samena una nave cuya proa tiene la forma de un hoci-co de cerdo, ancha y como de gran vientre, buena para sos-tenerse en el mar y muy ligera, y tomó este nombre porquefue en Samo donde se vio primero, construida así por el ti-rano Polícrates. A las señales de estos yerros dicen que hacealusión aquello de Aristófanes:

Es la gente de Samo muy letrada.

XXVII.- Noticioso Pericles de la derrota del ejército, seapresuró en su auxilio, y habiendo vencido a Meliso, que lehizo frente, y sojuzgado a los enemigos, al punto estrechó elsitio, con ánimo de combatir y tomar la ciudad, más bien afuerza de gastar y de tiempo, que no con la sangre y los peli-

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gros de sus conciudadanos. Mas como viese que los Ate-nienses llevaban mal la dilación, y hallase dificultad en con-tener su ardor por los combates, dividió el ejército en ochopartes, y lo sorteó, y a los que les cabía el sacar haba blancalos dejaba que estuviesen en vacación y descanso, y los de-más peleaban. De aquí dicen que vino el que los que se venen regocijos, al día en que esto les acontece le llamen blanco,tomando de esta haba blanca la denominación. Éforo diceque Pericles usó de máquinas, admirando él mismo esta no-vedad, y que se halló en este sitio Artemón el maquinista, alcual, porque siendo cojo se hacía llevar en litera adonde sedisponían las obras, se le dio el sobrenombre de Periforeto.Mas Heraclides Póntico le refuta con las poesías de Ana-creonte, en las que ya Artemón es llamado Periforeto largotiempo antes de esta guerra de Samo y de todos estos acon-tecimientos. Dícese de este Artemón que, siendo de vidamuy regalona y muy muelle, y asustadizo para todo lo queinfunde miedo, por lo común se estaba quieto en casa, ha-ciendo que dos esclavos tuvieran siempre un escudo debronce sobre su cabeza, no fuese que cayera algo de arriba, yque cuando se veía precisado a salir, se hacía llevar en unacamilla colgada, que casi tocaba la tierra, y que por esto fueapellidado Periforeto.

XXVIII.- Rindiéndose los Samios al noveno mes, Pe-ricles arrasó las murallas, les tomó las naves y les impusograndes contribuciones, de las cuales parte pagaron inme-diatamente, y por el resto, habiéndoseles fijado plazo, entre-garon rehenes. Duris de Samo habla de estos sucesos en sus

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tragedias, acusando de gran crueldad a los Atenienses y aPericles, cuando nada han dicho de tal crueldad ni Tucídides,ni Éforo, ni Aristóteles, y aun parece que no se ajusta a laverdad cuando dice que a los comandantes y marineros delos Samios los condujo a la plaza pública de Mileto, y lostuvo atados a unos maderos por diez días, y al cabo de ellos,hallándoles ya en malísimo estado, los hizo matar, rompién-doles a palos la cabeza y sus cadáveres los arrojó insepultos.Duris, pues, que aun cuando no media ofensa suya particularsuele exagerar siempre sobre la verdad, aquí parece que qui-so agravar mucho los males de su patria con calumnia de losAtenienses. Pericles, vuelto a Atenas después de domadaSamo, hizo muy solemnes exequias a los que habían muertoen aquella guerra, y pronunciando su elegía, como es cos-tumbre, a la vista de los sepulcros, mereció grande aplauso.Cuando bajó de la tribuna las demás mujeres le tomaban lamano, y le ponían coronas y cintas como a los atletas ven-cedores; pero Elpinice, poniéndosele al lado: “Maravillososson- le dijo- ¡oh Pericles! y dignos de coronas estos sucesos,pues nos has perdido a muchos y excelentes ciudadanos, nouna guerra contra Fenicios o los Medos, como mi hermanoCimón, sino asolando una ciudad aliada y de nuestro ori-gen”. Dicho esto por Elpinice, se cuenta que Pericles, son-riéndose, le respondió tranquilamente con este verso de Ar-quíloco:

Estás ya vieja para usar ungüentos.

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Después de esta victoria sobre los Samios, dice Ion queestaba lleno de orgullo, porque Agamenón había necesitadodiez años para tomar una ciudad bárbara, y él en nueve me-ses había reducido a los primeros y más poderosos de losJonios; y en verdad que no era injusto este engreimiento,porque esta guerra fue de gran incertidumbre y muy peligro-sa, si, como dice Tucídides, estuvo en poco el que la ciudadde Samo despojara del imperio del mar a los Atenienses.

XXIX.- Después de esto, como estuviese ya fermen-tándose la guerra del Peloponeso, persuadió al pueblo queenviaran auxilio a los de Corcira, molestados con guerra porlos de Corinto, y que se anticiparan a tomar una isla podero-sa en fuerzas marítimas, mientras todavía los del Peloponesono se les acababan de declarar enemigos. Decretado por elpueblo aquel auxilio, dio el mando a Lacedemonio, hijo deCimón, con solas diez naves, como para desacreditarle, por-que había sido siempre la casa de Cimón afecta a los Lace-demonios; por tanto, para que si Lacedemonio durante sumando no hacía nada notable y digno, incurriera todavíamás en la sospecha de laconismo, le dio tan pocas naves y lehizo marchar mal de su agrado. Estaba además repugnandosiempre a los hijos de Cimón, como que aun en los nombresno eran legítimos Atenienses, sino extranjeros y huéspedes,llamándose uno Lacedemonio, otro Tésalo y otro Eleo, ytodos ellos parece que fueron tenidos en una mujer árcade.Hablábase mal contra Pericles a causa de estas diez galeras,porque siendo pequeño socorro para los que le pedían dabagrande pretexto de queja a los contrarios; envió, por tanto, a

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Corcira más naves, las cuales llegaron después del combate.A los Corintios, indispuestos ya por estas causas con losAtenienses, y que los estaban acusando en Lacedemonia, seagregaron los de Mégara, dando la queja de que eran exclui-dos de todo mercado y de todos los puertos donde domina-ban los Atenienses, contra el derecho de gentes y lo conve-nido por juramento entre los Griegos. También los Egine-tas, que se creían agraviados y ofendidos, se lamentaban aloído ante los Lacedemonios, no atreviéndose a acusarabiertamente a los Atenienses. Al mismo tiempo, Potidea,ciudad sujeta a los Atenienses, aunque colonia de los Corin-tios, habiéndose rebelado, y hallándose sitiada fue otra causaque precipitó la guerra. Con todo, se enviaron embajadoresa Atenas y el rey de los Lacedemonios, Arquidamo, procu-raba traer a concierto los capítulos de acusación, templandotambién a los aliados, y por los demás motivos no se hubieraroto la guerra con los Atenienses, si se les hubiera podidopersuadir que abrogasen el decreto contra los de Mégara y sereconciliasen con ellos; y como Pericles, obstinado en suoposición a los Megarenses, hubiese sido el que más resis-tencia hizo y el que más acaloró al pueblo, de aquí es que a élsólo se le hizo causa de esta guerra.

XXX.- Dícese que habiendo venido a Atenas en estaocasión embajadores de Lacedemonia, y alegando Periclesuna ley que prohibía quitar la tabla donde el decreto se ha-llaba escrito, había replicado Polialces, uno de los embajado-res: “Pues bien: no quites la tabla, vuélvela sólo hacia dentro,porque esto no hay ley que lo prohíba”. Pareció graciosa la

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respuesta, mas no por eso Pericles cedió un punto. A lo queparece, tenía alguna particular enemistad con los de Mégara;mas dando como causa pública contra ellos el que habíantalado una parte de la selva sagrada, escribió un decreto, porel que se envió un heraldo a los de Mégara y a los Lacede-monios para acusar a aquellos, y parece que este decreto dePericles estaba concebido en términos muy equitativos yhumanos. Pero habiéndose formado idea de allí a poco deque el heraldo comisionado Antemócrito, había perecidopor maldad de los Megarenses, escribió contra ellos Carinoun decreto, por el que se prevenía que la enemistad fuerairreconciliable, sin poderse siquiera tratar de ella, y al Mega-rense que subiera al Ática se le diera muerte; que los genera-les, al prestar juramento patrio, juraran además que dos ve-ces cada año talarían el territorio de Mégara, y que a Ante-mócrito se le diese sepultura junto a las puertas Tracias, queahora se llaman el Dípilo. Los Megarenses negaban lamuerte de Antemócrito, y echaban toda la culpa a Aspasia ya Pericles, valiéndose de aquellos famosos y sabios versos dela comedia Los acarnienses:

A Mégara beodos unos mozosvan, y a Simeta roban, vil ramera:

los de Mégara, en cólera encendidos.De represalias a su vez usando,

a Aspasia quitan otras dos rameras.

XXXI.- Cuál, pues, hubiera sido el origen de la guerra, esdifícil de averiguar; pero de que no se hubiese revocado el

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decreto, todos hacen autor a Pericles, sino que unos dicenque nació en él de grandeza de ánimo, resuelto siempre a lomejor, aquella resistencia, estando persuadido de que en loque se demandábase quería probar si cedería, y de que elotorgamiento se tendría por confesión de debilidad; y otrosquieren más que esto hubiese sido por espíritu de arroganciay contradicción para que resaltase más su gran poder, viendoque tenía en poco a los Lacedemonios. Mas la causa que lehace menos favor entre todas, y que tiene más testigos quela comprueban, es de este modo. El escultor Fidias fue elejecutor de la estatua, como tenemos dicho; siendo, pues,amigo de Pericles, y teniendo con él gran influjo, se atrajopor esto la envidia, y tuvo ya a unos por enemigos, y otros,queriendo en él hacer experiencia de cómo el pueblo se ha-bría en juzgar a Pericles, sobornaron a uno de sus oficiales,llamado Menón, y le hicieron presentarse en la plaza en cali-dad de suplicante, pidiendo protección para denunciar yacusar a Fidias. Recibióle bien el pueblo, y habiéndosele se-guido a éste causa en la junta pública, nada resultó de robo,porque el oro lo colocó desde el principio en la estatua porconsejo de Pericles, con tal arte, que cuando quisieran sepa-rarlo pudiera comprobarse el peso; que fue lo que entoncesordenó Pericles ejecutasen los acusadores: así sola la gloria yfama de sus obras dio asidero a la envidia contra Fidias,principalmente porque, representando en el escudo la guerrade las Amazonas, había esculpido su retrato en la persona deun anciano calvo, que tenía cogida una gran piedra con am-bas manos, y también había puesto un hermoso retrato dePericles en actitud de combatir con una Amazona. Estaba

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ésta colocada con tal artificio, que la mano que tendía la lan-za venía a caer ante el rostro de Pericles, como para ocultarla semejanza, que estaba bien visible por uno y otro lado.Conducido, por tanto, Fidias a la cárcel, murió en ella deenfermedad, o, como dicen algunos, con veneno, que paramover sospechas contra Pericles le dieron sus enemigos, y aldenunciador Menón, a propuesta de Glicón, le concedió elpueblo inmunidad, encargando a los generales que celaranno se le hiciese agravio.

XXXII.- Por aquel mismo tiempo, Aspasia fue acusadadel crimen de irreligión, siendo el poeta cómico Hermipoquien la perseguía; y la acusaba, además, de que daba puertaa mujeres libres, que por mal fin buscaban a Pericles. Dio-pites hizo también decreto para que denunciase a los que nocreían en las cosas divinas, o hablaban en su enseñanza delos fenómenos celestes; en lo que, a causa de Anaxágoras, seprocuraba sembrar sospechas contra Pericles. Habiendo elpueblo admitido y dado curso a las calumnias, a propuestade Dracóntides se sancionó decreto para que Pericles rin-diese las cuentas de caudales ante los Pritanes, y los juecesdando su voto desde el tribunal, pronunciasen su sentenciaen público. Agnón hizo suprimir esta parte en el decreto,sustituyendo que la causa fuese ventilada por mil y quinien-tos jueces, bien quisieran titularla de robo o soborno, o biende daño al Estado. Por Aspasia intercedió, y en el juicio,como dice Esquines, vertió por ella muchas lágrimas, ha-ciendo súplicas a los jueces; pero temiendo por Anaxágoras,con tiempo le hizo salir y alejarse de la ciudad. Mas viendo

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que en la causa de Fidias había decaído del favor del pueblo,acaloró la guerra inminente y que estaba para estallar, conesperanza de disipar las acusaciones y minorar la envidia,estando en posesión de que en los negocios y peligros gra-ves la ciudad por su dignidad y poder se pusiese a sí mismaen sus manos. Éstas son las causas por las que se dice nopermitió que el pueblo condescendiera con los Lacedemo-nios; mas cuál sea la cierta es bien oscuro.

XXXIII.- Convencidos los Lacedemonios de que, si lo-graban derribarle, para todo encontrarían más dóciles a losAtenienses, requerían a éstos sobre que echaran de la ciudadla abominación, a que por la madre estaba sujeto el linaje dePericles, según refiere Tucídides; pero la tentativa les saliómuy al contrario a los enviados; porque Pericles, en vez de lasospecha y de la difamación, ganó todavía mayor crédito yestima con sus ciudadanos, viendo que tanto le aborrecían ytemían los enemigos. Advertido él también de esto, antesque Arquidamo que mandaba las tropas de los pueblos delPeloponeso, invadiera el Ática, previno a los Atenienses, porsi talando Arquidamo los demás terrenos dejaba libres lossuyos, bien fuese por los lazos de hospitalidad que habíaentre ellos, o bien por dar motivos de calumnia a sus contra-rios, que él cedía a la ciudad sus tierras y sus casas de campo.Entran, pues, en el Ática los Lacedemonios con los aliados yun gran ejército, bajo el mando del rey Arquidamo, y talandoel país, llegan hasta Acarnas, y se acampan allí, pensando enque los Atenienses no lo sufrirían, sino que, movidos de iray ardimiento, les librarían batalla. Mas a Pericles le pareció

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muy arriesgado venir a las manos ante la misma ciudad consesenta mil infantes; pues tantos eran los Peloponenses yBeocios que al principio hicieron la invasión; y a los que an-siaban por pelear, y llevaban mal lo que pasaba, los sosegó,diciéndoles que los árboles, si se podan o se cortan, se re-producen pronto; pero si los hombres perecen, no es fácilhacerse otra vez con ellos. Con todo, no reunió el pueblo enjunta, temeroso de que se le hiciera tomar otra determina-ción contra su dictamen, sino que así como un buen capitánde navío, cuando el viento le combate en alta mar, despuésque todo lo dispone a su satisfacción y apareja las armas, usade su pericia, no haciendo luego cuenta de las lágrimas y losruegos de los marineros y los pasajeros asustados: de lamisma manera él, habiendo cercado bien la ciudad, y puestoguardias en todos los puntos para estar seguros, hacía uso desu propio discurso, teniendo en poco a los que gritaban ymanifestaban inquietud; y eso que muchos de sus amigos levenían con ruegos, sus contrarios le amenazaban y acusaban,y los coros- de las comedias- cantaban tonadas y jácaraspunzantes en afrenta suya, escarneciendo su mando comocobarde, y que todo lo abandonaba a los enemigos. Ingería-se ya entonces Cleón, fomentando por el encono de los ciu-dadanos contra aquel, para aspirar a la demagogia; tanto, queHermipo se atrevió a publicar estos anapestos:

¿Por qué, oh rey de los Sátiros, no quieresembrazar lanza, y tienes por bastante

echar baladronadas de la guerra,y el ánimo apropiarte de Telete?

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Mas antes, si se afila de la espadala aguda punta, de pavor te llenas,

aunque Cleón no cesa de morderte.

XXXIV.- Con todo, a Pericles nada de esto le hizo fuer-za, sino que, sufriendo resignadamente y en silencio los bal-dones y el odio, y enviando al Peloponeso una armada decien naves, él no se embarcó; y antes prefirió quedarse encasa, teniendo siempre pendiente la ciudad de su mano hastaque los Peloponenses se retiraran. Para halagar a la muche-dumbre, mortificada generalmente con aquella guerra, ledistribuyó dineros, y decretó un sorteo de tierras; porquearrojando a todos los Eginetas, repartió la isla entre los Ate-nienses a quienes cupo la suerte. Érales asimismo de con-suelo lo que a su vez padecían los enemigos; porque los quecon sus naves costeaban el Peloponeso habían talado, granparte del país y las aldeas y ciudades pequeñas, y por tierra,invadiendo él mismo el territorio de Mégara, lo arrasó ente-ramente. Así, aunque los enemigos habían causado gran da-ño a los Atenienses, como ellos no le hubiesen recibido me-nor de éstos por la parte del mar, era bien claro que no ha-brían prolongado tanto la guerra, y antes habrían tenido queceder, como desde el principio lo había predicho Pericles, sialgún mal Genio no se hubiera declarado contra los cálculoshumanos. Ahora, por primera vez, sobrevino la calamidadde la peste, y se ensañó en la edad florida y pujante. Afligi-dos por ella en el cuerpo y en el espíritu, se irritaron contraPericles, y enfurecidos contra él con la enfermedad comocontra el médico o el padre, intentaron ofenderle a persua-

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sión de sus contrarios, que decían haber producido aquelcontagio la introducción en la ciudad de tanta gente delcampo, a la que había precisado en medio del verano a api-ñarse en casas estrechas y en tiendas ahogadas, teniendo quehacer una vida casera y ociosa, en vez de la libre y ventiladaque llevaban antes; de lo cual era causa quien recogiendodentro de los muros durante la guerra toda la muchedumbreque ocupaba la región, y no empleando en nada aquelloshombres, los tenía encerrados como reses, dando lugar aque se inficionaran unos a otros, sin proporcionarles respi-ración o alivio alguno.

XXXV.- Queriendo poner remedio a estas quejas, y cau-sar algún daño a los enemigos, armó ciento cincuenta naves,y poniendo e ellas muchas y buenas tropas de infantería ycaballería, estaba para hacerse a la vela, infundiendo grandeesperanza a sus ciudadanos, y no menor miedo a los enemi-gos con tan respetable fuerza. Cuando ya todo estaba apunto, y el mismo Pericles a bordo en su galera, ocurrió elaccidente de eclipsarse el sol y sobrevenir tinieblas, con loque se asustaron todos, teniéndolo a muy funesto presagio.Viendo, pues, Pericles al piloto muy sobresaltado y perplejo,le echó su capa ante los ojos, y tapándoselos con ella, le pre-guntó si tenía aquello por terrible o por presagio de algúnacontecimiento adverso. Habiendo respondido que no,“¿Pues en qué se diferencia- le dijo- esto de aquello sino enque es mayor que la capa lo que ha causado aquella os-curidad? Estas cosas se enseñan en las escuelas de los filó-sofos”. Habiendo, pues, Pericles salido al mar, no se halla

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que hubiese ejecutado otra cosa digna de aquel aparato quehaber puesto sitio a la sagrada Epidauro, que daba ya espe-ranzas de que iba a tomarse; pero por la peste se malogra-ron, porque habiéndose manifestado en la escuadra, no sólolos afligió a ellos, sino a cuantos con aquella comunicaron.Como de estas resultas estuviesen mal con él, procurabaconsolarlos e infundirles aliento, mas no logró templarlos oaplacar su ira sin que primero la desahogasen yendo a votarcontra él en la junta pública, en la que prevalecieron, y, ade-más de despojarle del mando, le impusieron una multa. As-cendió ésta, según los que dicen menos, a quince talentos, ysegún los que más, a cincuenta. Suscribióse por acusador enla causa, en sentir de Idomeneo, Cleón, y en sentir de Teo-frasto, Simias; pero Heraclides Pontico dice que lo fue La-crátides.

XXXVI.- Mas su disfavor en las cosas públicas iba a du-rar breve tiempo, habiendo la muchedumbre depuesto conaquella demostración el encono, como si dijésemos el agui-jón; en las domésticas es en las que tuvo más que padecer, yaa causa de la peste, por la que perdió a muchos de sus fami-liares, y ya a causa de la indisposición y discordia de los pro-pios, que venía de más lejos. Porque el mayor de sus hijoslegítimos, Jantipo, que por índole era gastador, y se habíacasado con una mujer joven y amante del lujo, hija de Isan-dro, hijo de Epílico, llevaba a mal el arreglo del padre, queno le daba sino cortas asistencias y por plazos. Dirigiéndose,por tanto, a uno de sus amigos, tomó de él dinero como deorden de Pericles; mas éste, cuando aquel lo reclamó des-

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pués, hasta le movió pleito; y Jantipo, indignado todavía máscon este suceso, desacreditaba a su padre, primero, di-vulgando con irrisión sus ocupaciones domésticas y las con-versaciones que tenía con los sofistas, y que con ocasión deque uno de los combatientes en los juegos había herido ymuerto involuntariamente con un dardo un caballo de Epi-timo de Farsalia, había malgastado todo un día con Protágo-ras en examinar si sería el dardo, el que le tiró, o los juecesdel combate, a quien conforme a recta razón se diese la cul-pa de aquel accidente. Además de esto, dice Estesímbrotoque fue el mismo Jantipo quien esparció entre muchos lacalumnia acerca de su propia mujer, y que hasta la muerte leduró a este mozo la disensión irreconciliable con su padre,porque murió Jantipo habiendo enfermado de la epidemia.Perdió también entonces Pericles a su hermana, y a los másde los parientes y amigos que le eran de gran auxilio para elgobierno. Con todo, no desmayó, ni decayó de ánimo conestas desgracias, ni se le vio lamentarse, ocuparse en las exe-quias o asistir al entierro de alguno de sus deudos antes de lapérdida de su otro hijo legítimo, Páralo. Consternado con talgolpe, procuró, sin embargo, sufrirlo como de costumbre yconservar su grandeza de ánimo: pero al ir a poner almuerto una corona, a su vista se dejó vencer del dolor hastahacer exclamaciones y derramar copia de lágrimas, no ha-biendo hecho cosa semejante en toda su vida.

XXXVII.- La ciudad puesta la atención en la guerra, ha-bía tanteado a los demás generales y oradores, y como enninguno hallase ni la autoridad ni la dignidad corres-

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pondiente a lo arduo del mando, deseosa ya de Pericles, lellamó para la tribuna y para el mando de las tropas; mas ha-llábase desalentado y encerrado en su casa por el duelo, yfue preciso que Alcibíades y otros amigos le convencieranpara que se presentase. Dio excusas el pueblo de su ingrati-tud y olvido, y él volvió a encargarse de los negocios; nom-brósele general, e hizo proposición para que se abrogase laley sobre los bastardos, que él mismo había introducido an-tes, para que por falta de sucesión no se acabase su casa y seextinguiera su nombre y su linaje. Lo que hubo acerca deesta ley fue lo siguiente: floreció por largo tiempo antes Pe-ricles en el mando, y teniendo hijos legítimos, como se havisto, propuso una ley para que sólo se tuviera por Atenien-ses a aquellos, que fuesen hijos de padre y madre ateniense.

Como luego el rey de Egipto hubiese enviado de regalopara el pueblo cuarenta mil fanegas de trigo, habiéndose derepartir a los ciudadanos, por esta ley se movieron a los es-purios muchos pleitos, que hasta allí habían estado olvidadosy en descuido, y aun muchos fueron calumniosamente acu-sados, de manera que llegaron hasta muy cerca de cinco millos que, resultando no tener la calidad, fueron vendidos, ylos que permanecieron con los derechos de ciudadanos porhaber sido declarados Atenienses subieron a catorce mil ycuarenta. Sin embargo, pues, de que era muy duro que unaley de tan gran poder contra tal muchedumbre fuese abro-gada por el mismo que antes la había propuesto, el infortu-nio presente, venido sobre la casa de Pericles como castigode aquel orgullo y vanagloria, quebrantó los ánimos de losAtenienses, los cuales, conceptuando que contra aquel se

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había declarado la ira de los dioses, y la humanidad pedía sele diese consuelo, vinieron en que su hijo bastardo fuese es-crito en su propia curia y tomase su nombre. A éste, másadelante, habiendo vencido a los Peloponesos en la batallade Arginusas, el pueblo le hizo dar muerte, juntamente conlos otros sus colegas de mando.

XXXVIII.- A este tiempo la peste acometió a Pericles,no con gran rigor y violencia como a los demás, sino produ-ciendo una enfermedad lenta, que con varias alternativas,poco a poco, consumía su cuerpo y debilitaba la entereza desu espíritu. Así es que Teofrasto, moviendo en su tratado deÉtica la duda de si nuestros caracteres siguen en sus vicisitu-des a la fortuna, y si conmovidos con las enfermedades delcuerpo decaen de la virtud, refiere que Pericles, estando yamalo, a un amigo que fue a visitarle le mostró un amuletoque las mujeres le habían puesto al cuello, para hacer ver lomalo que estaba cuando se prestaba a aquellas necedades.Estando ya para morir, le hacían compañía los primeros en-tre los ciudadanos y los amigos que le quedaban, y todos ha-blaban de su virtud y de su poder, diciendo cuán grande ha-bía sido; medían sus acciones, y contaban sus muchos tro-feos, porque eran hasta nueve los que mandando y vencien-do había erigido en honor de la ciudad. Decíanselo estounos a otros en el concepto de que no lo percibía y de queya había perdido enteramente el conocimiento; mas él lohabía escuchado todo con atención, y, esforzándose a ha-blar, les dijo que se maravillaba de que hubiesen mencionadoy alabado entre sus cosas aquellas en que tiene parte la for-

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tuna, y que han sucedido a otros generales, y ninguno habla-se de la mayor y más excelente, que es, dijo, el que por micausa ningún Ateniense ha tenido que ponerse vestido ne-gro.

XXXIX.- ¡Admirable hombre, en verdad! No sólo por lablandura y suavidad que guardó en tanto cúmulo de nego-cios y en medio de tales enemistades, sino por su gran pru-dencia, pues que entre sus buenas acciones reputó por lamejor el no haber dado nada en tanto poder ni a la envidiani a la ira, ni haber mirado a ninguno de sus enemigos comoirreconciliable; y yo entiendo que sólo su conducta bonda-dosa y su vida pura y sin mancha, en medio de tan grandeautoridad, pudo hacer exenta de envidia y apropiada riguro-samente a él la denominación, al parecer pueril y chocante,que se le dio llamándole Olimpio si tenemos por digno de lanaturaleza de los dioses que, siendo autores de todos losbienes y no causando nunca ningún mal, por este admirableorden gobiernen y rijan todo lo criado: no como los poetas,que nos inculcan opiniones absurdas, de que sus mismospoemas los convencen, llamando al lugar en que se dice ha-bitan los dioses una residencia estable y segura, adonde noalcanzan los vientos ni las nubes, sino que siempre y portodo tiempo resplandece invariable con una serenidad suavey una lumbre pura, como corresponde a la mansión de lobienaventurado e inmortal; cuando a los dioses mismos noslos representan llenos de rencillas, de discordia, de ira y deotras pasiones, que aun en hombres de razón estarían muymal. Mas esto sería quizá más propio de otro tratado. Por lo

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que hace a Pericles, los sucesos mismos hicieron muy luegoconocer a los Atenienses su falta y echarle menos, pues auncon los que mientras vivía llevaban mal su poder por pare-cerles que los oscurecía, luego que faltó y experimentaron aotros oradores y demagogos, confesaban a una que ni en elfasto podía darse genio mas dulce, ni en la afabilidad másmajestuoso; y se echó de ver que aquella autoridad, un pocoincómoda, a la que antes daban los nombres de monarquía ytiranía, había venido a ser la salvaguardia del gobierno: tantafue la corrupción y perversidad que se advirtió después enlos negocios, la cual él había debilitado y apocado, no deján-dola comparecer, y menos que se hiciera insufrible por suinsolencia.

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FABIO MÁXIMO

I.- Habiendo sido Pericles en sus hechos, dignos de me-moria, tan admirable como queda dicho, convirtamos ahoraa Fabio Máximo la narración. Algunos dicen que de unaNinfa, y otros que de una mujer del país ayuntada con Hér-cules en la orilla del río Tíber, nació el varón de quien des-ciende el linaje magno e ilustre de los Fabios, de los cualeslos primeros, según quieren algunos, por el género de cazacon hoyos a que fueron dados, se llamaron Fodios en unprincipio; con el tiempo mudadas dos letras, se dijeron Fa-bios. Fue fecunda esta casa en muchos y esclarecidos varo-nes, y desde Rulo, el más insigne de ellos, que, por tanto, fuedenominado Máximo por los Romanos, era cuarto este Fa-bio Máximo de quien vamos a hablar. Éste, de un defectocorporal, tuvo además el sobrenombre de Verrucoso, porqueencima del labio le había salido una verruga; también el deOvícula, que significa oveja, el cual se le impuso por su man-sedumbre y sosería cuando era muchacho, porque su so-siego y silencio con mucha timidez cuando tomaba parte enlas diversiones pueriles, su tardanza en aprender las letras ysu apacibilidad y condescendencia con sus iguales pasaban

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plaza de bobería para los extraños, siendo muy pocos losque bajo aquel sosiego descubrían su natural firmeza y mag-nanimidad. Bien pronto después, cuando con el tiempo leexcitaron los negocios, hizo ver a todos que era imperturba-bilidad la que parecía ineptitud: prudencia, la apacibilidad yseguridad y entereza, la dificultad y tardanza en determinar-se, poniendo la vista en la extensión de la república y lascontinuadas guerras, ejercitaba su cuerpo para los combatescomo arma natural y cultivaba la elocuencia para la persua-sión al pueblo de la manera que más conformaba con sucarácter. Porque su dicción no tenía la brillantez ni la graciapopular, sino una forma propia sentenciosa, llena de corduray profundidad, muy parecida, dicen, a la frase de Tucídides.Todavía nos queda una oración suya al pueblo, que es el elo-gio fúnebre de su hijo, que murió después de haber ya sidocónsul.

II.- De los cinco consulados para que fue nombrado, enel primero triunfó de los Ligures, los cuales, derrotados porél con gran pérdida, se retiraron a los Alpes y dejaron conesto de saquear y molestar la parte de Italia que con ellosconfina. Después ocurrió que Aníbal invadió la Italia, y ha-biendo conseguido una victoria junto al río Trebia, se enca-minó a la Etruria, y talando el país, difundió el asombro, elterror y la consternación hasta Roma. Al mismo tiempo so-brevinieron prodigios, parte familiares a los Romanos, comolos de los rayos, y parte enteramente nuevos y desconoci-dos. Porque se dijo que los escudos por sí mismos se habíanmojado en sangre, que cerca de Ancio se había segado mies

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con las espigas ensangrentadas, que por el aire discurríanpiedras encendidas e inflamadas, y que, pareciendo que sehabía rasgado el cielo por la parte de Falerios, habían caídoy, esparcídose muchas tabletas, y en una de ellas aparecíaescrito al pie de la letra: “Marte sacude sus propias armas”.Nada de esto intimidó al cónsul Flaminio, que, sobre ser pornaturaleza alentado y ambicioso, estaba engreído con suce-sos muy afortunados que antes, contra toda probabilidad,había tenido; pues que, a pesar del dictamen del Senado y dela resistencia de su colega, dio batalla a los Galos y los ven-ció. A Fabio tampoco le conmovieron los prodigios, porqueninguna razón veía para ello, sin embargo de que a muchosles pusieron miedo; pero informado del corto número de losenemigos y de su falta de medios, exhortaba a los Romanosa que aguantasen y no entraran en contienda con un hom-bre que mandaba unas tropas ejercitadas para esto mismo enmuchos combates, sino que, enviando socorros a los aliadosy fortificando las ciudades, dejaran que por sí mismas sedeshicieran las fuerzas de Aníbal, como una llama levantadade pequeño principio.

III.- No logró, sin embargo, persuadir a Flaminio, el cual,diciendo no sufriría que la guerra se acercase a Roma, nicomo el antiguo Camilo pelearía en la ciudad por su defensa,dio orden a los tribunos para que saliesen con el ejército, ymarchando él a caballo, como éste sin causa ninguna cono-cida se hubiese asombrado y espantado de un modo extrañose venció y cayó de cabeza; mas no por esto mudó de pro-pósito, sino que llevando adelante el de ir en busca de Aní-

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bal, dispuso su ejército junto al lago de la Etruria llamadoTrasímeno. Viniendo los soldados a las manos, al propiotiempo de darse la batalla hubo un terremoto, con el quealgunas ciudades se arruinaron, las aguas de los ríos mudaronsu curso, y las rocas se desgajaron desde sus fundamentos, ysin embargo de ser tan violenta esta convulsión, absoluta-mente no la percibió ninguno de los combatientes. El mis-mo Flaminio, después de haber hecho los mayores esfuerzosde osadía y de valor, pereció en la batalla, y a su lado lo máselegido; de los demás que volvieron la espalda, fue grandísi-ma la mortandad; los que perecieron fueron quince mil, y loscautivos, otros tantos. El cuerpo de Flaminio, a quien por suvalor ansiaba dar sepultura y todo honor Aníbal, no se pudoencontrar entre los muertos, sin que se hubiese podido sa-ber cómo desapareció. La pérdida de la batalla del Trebia nien su aviso la escribió el general, ni la dijo el mensajero en-viado a la ligera, sino que se fingió que la victoria había sidoincierta y dudosa. Mas en cuanto a ésta, apenas llegó de ellala noticia al pretor Pomponio, cuando, reuniendo en junta alpueblo, sin usar de rodeos ni de engaños, salió en medio deellos, y “Hemos sido vencidos ¡oh Romanos!- les dijo- enuna gran batalla: el ejército ha sido deshecho y el cónsulFlaminio ha perecido; consultad, por tanto, sobre vuestrasalud y seguridad”. Arrojando, pues, este discurso como unhuracán en el mar de tan numeroso pueblo, causó gran tur-bación en la ciudad, y los ánimos no quedaron en su asiento,ni podían volver en sí de tanto asombro. Convinieron, sinembargo, todos en este pensamiento: que el estado de lascosas exigía de necesidad el mando libre de uno solo, al que

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llaman dictadura, y un hombre que lo ejerciera imperturba-ble y confiadamente, y que éste no podía ser otro que FabioMáximo, el cual reunía una prudencia y una opinión de con-ducta correspondientes a la grandeza del encargo, y eraademás de una edad en la que el cuerpo está en robustezpara poner por obra las resoluciones del ánimo, y al mismotiempo la osadía está ya subordinada a la discreción.

IV.- Tomada esta determinación, fue Fabio Máximonombrado dictador, y habiendo él mismo nombrado maes-tre de la caballería a Lucio Minucio, lo primero que pidió alSenado fue que se le permitiera usar de caballo en el ejército;porque no se podía, antes estaba expresamente prohibidopor una ley antigua, bien fuese porque consistiendo su prin-cipal fuerza en la infantería les pareciese que el general debíapermanecer con ella y no separarse, o bien porque siendo entodo lo demás regia y desmedida esta autoridad, quisieranque el dictador quedase en esto pendiente del pueblo. Ade-más, queriendo desde luego Fabio mostrar lo grande y es-plendoroso de aquella dignidad para tener más sumisos yobedientes a los ciudadanos, salió en público, llevando antesí veinticuatro fasces, y como viniese hacia él el otro de loscónsules, le envió un lictor con la orden de que despidieselas fasces, y deponiendo todas las insignias del mando, vinie-ra como un particular adonde estaba, En seguida, tomandode los dioses el mejor principio, y dando a entender al pue-blo que el general, por olvido y desprecio de las cosas divi-nas y no por falta de sus soldados, había incurrido en aquellaruina, le exhortó a que no temiese a los enemigos con apla-

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car y venerar a los dioses; no porque pensase en fomentar lasuperstición, sino con la mira de alentar con la piedad el va-lor, y de quitar y templar, con la esperanza puesta en los dio-ses, el miedo de los enemigos. Registráronse en aquella oca-sión muchos de los libros proféticos arcanos, a que dabangrande importancia, llamados sibilinos, y se dice que variosde los vaticinios en ellos contenidos venían muy acomoda-dos a las desgracias y sucesos entonces presentes, bien quesu contenido con ninguno otro podía comunicarse. Presen-tándose, pues, el Dictador ante la muchedumbre, hizo votoa los dioses de toda la cría que hasta la primavera de aquelaño tuviesen las cabras, las cerdas, las ovejas y las vacas entodos los montes, campiñas, ríos, y lagos de la Italia, y ofre-cérselo todo en sacrificios: ofreció además espectáculos demúsica y escénicos, en que se gastasen trescientos treinta ytres sestercios, y trescientos treinta y tres denarios, y un ter-cio más; que en una suma hacen ochenta y tres mil qui-nientos ochenta y tres dracmas y dos óbolos. Es difícil dar larazón del cuidadoso modo de numerar aquella cantidad; ano ser que crea alguno haber sido recomendación de la vir-tud del número tres, porque por su naturaleza es perfecto, elprimero de los impares, principio en si del plural, y abrazalas primeras diferencias y los elementos de todo número,mezclándolos y como juntándolos en uno.

V.- Convirtiendo así Fabio la atención de la muchedum-bre hacia la religión, la hizo concebir mejores esperanzas, yponiendo él en sí mismo toda la confianza de la victoria,bien cierto de que Dios da la dicha a los hombres por medio

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de la virtud y la Prudencia, partió en busca de Aníbal no pa-ra dar batalla, sino con la determinación de quebrantar yaniquilar en éste, con el tiempo, la pujanza; con la sobra delos Romanos, su escasez de medios, y con la población deRoma, su corto número. Así siempre se le veía por alto acausa de la caballería enemiga, poniendo sus reales en lugaresmontañosos; en reposo, si Aníbal se estaba quieto, y si éstese movía siguiéndole alrededor de las eminencias, y apare-ciéndose siempre en disposición de que no se le pudieraobligar a pelear sí no quería; pero infundiendo al mismotiempo miedo a los enemigos con aquel cuidado, como si lesfuese a presentar batalla. Dando de esta manera tiempo altiempo, todos le tenían en poco, hablándose mal de él aunen su mismo ejército, y lo que es a los enemigos todos, ex-cepto a Aníbal, les parecía sumamente irresoluto, y que noera para nada. Él sólo penetró su sagacidad y el género deguerra que se había propuesto hacerle, y reflexionando queera preciso por todos medios de maña y de fuerza mover aaquel hombre, sin lo cual eran perdidas las cosas de los Car-tagineses, no pudiéndose hacer uso de aquellas armas en queeran superiores, y apocándoseles y gastándoseles cada día enbalde aquellas de que ya escaseaban, que era la gente y loscaudales, echando mano de todo género de artificios y esca-ramuzas militares y buscando, a manera de buen atleta, algúnasidero, hacía tentativas, ya acercándosele, ya causando alar-mas, y ya llamándole por diferentes partes, todo con el ob-jeto de sacarle de sus propósitos de seguridad. Mas en él sujuicio, que estaba siempre aferrado a sólo lo que convenía, semantenía constantemente firme e invariable. Incomodábale

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también el maestre de la caballería, Minucio, ansioso intem-pestivamente de pelear, sumamente arrojado y que en estesentido arengaba al ejército, al que él mismo había llenadode un ímpetu temerario y de vana confianza; así los soldadosse burlaban de Fabio llamándole el pedagogo de Aníbal, y aMinucio le tenían por varón excelente y por general dignode Roma. Concibiendo con esto más animo y temeridad,decía, en aire de burla, que aquellos campamentos por lasalturas eran teatros que el dictador les proporcionaba paraque pudieran ver las devastaciones e incendios de la Italia,Preguntaba también a los amigos de Fabio si pensaba subirel ejército al cielo desconfiado ya de la tierra, o esconderseentre las nubes y las nieblas para escapar de los enemigos.Referían los amigos a Fabio estos insultos, y como le excita-sen a que con pelear borrara esta afrenta: “Entonces sería yomás tímido que ahora-les dijo-si por miedo de los dicterios yde ser escarnecido me apartara de mis determinaciones. Elmiedo por la patria no es vergonzoso, mientras que el salirde sí por las opiniones de los hombres, por sus calumnias ysus reprensiones no es digno de un varón de tanta autori-dad, sino del que se esclaviza a aquellos a quien debe man-dar, y aun dominar, cuando piensan desacertadamente”.

VI.- En este estado cae Aníbal en un yerro; porque que-riendo llevar su ejército más lejos del de Fabio, y establecer-se en terreno que abundase más en pasto, dio orden a losguías de que inmediatamente después de la cena le conduje-ran al campo Casinate. No habiendo éstos, a causa de lapronunciación extranjera, entendido bien lo que se les decía,

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conducen todas las tropas al extremo de la Campania, a laciudad de Casilino, por medio de la cual corre el río Lótro-no, llamado de los Romanos Vulturno. Está aquella regióncoronada por lo más de montañas; pero hacia el mar se ex-tiende un valle, donde ensanchándose el río forma lagunas, yademás hay en él grandes montones de arena, viniendo aterminar en una playa muy inquieta e inaccesible. Encerradoallí Aníbal, Fabio, que tenía conocimiento de los caminos, letomó los pasos, y para cortarle la salida apostó cuatro milinfantes, y colocando en buena posición sobre las alturas elresto de sus tropas, con los más ligeros y más denodadosdio alcance a la retaguardia de los enemigos, y desordenótodo su ejército, matándoles unos ochocientos hombres.Aníbal entonces, queriendo sacarle de allí, echó de ver elyerro que se había padecido, y el peligro; y lo primero quehizo fue poner en un palo a los guías; mas desconfió deapartar y vencer a los enemigos, que se hallaban apoderadosde los lugares ventajosos. Estaban todos desalentados y aco-bardados, considerándose cercados por todas partes y sintener salida alguna, cuando a Aníbal le ocurrió una astuciacon que engañar a los enemigos, que fue de este modo:Mandó que tomando como dos mil vacas de las del botín seles atasen sendos hachones en los cuernos, o haces de ra-majes o sarmientos secos, y que a la noche, pegando a éstosfuego a la señal que se diese, se las encaminara hacia las emi-nencias por los puntos estrechos donde tenían sus centinelaslos enemigos. Mientras atendían a esto aquellos a quienes loencargó, poniendo él en movimiento el grueso del ejércitocuando ya había anochecido, marchaba con sosiego. Las va-

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cas, mientras el fuego no tomó cuerpo, y sólo se quemaba laleña, andaban reposadamente conducidas por la falda delmonte, de manera que pasmados los pastores y vaquerossituados en las alturas de aquellas luces que ardían en lo altode los cuernos, les parecía ser de un ejército que marchabacon multitud de hachas en el mejor orden. Mas después queencendido el cuerno hasta la raíz se hizo sentir el fuego en lacarne, y que moviendo y sacudiendo con el dolor las cabezasse llenaron unas a otras de mucha llama, ya no guardaronorden en su dirección, sino que, espantadas e irritadas, die-ron a correr a lo alto de los montes, llevando encendido eltestuz y la cola, y encendiendo también muchos de los ma-torrales por donde huían: espectáculo muy espantoso paralos Romanos, puestos de guardia en aquellos oteros. Porqueparecía que las luces eran llevadas por hombres que iban co-rriendo; entróles por tanto, mucha turbación y miedo, ima-ginándose que de diversas partes venían enemigos sobreellos, y que por todas estaban cercados. No teniendo, pues,valor para mantenerse en sus puestos, se retiraron al centrodel campamento, abandonando las gargantas. Con estaoportunidad inmediatamente las tropas ligeras de Aníbalocuparon las alturas, y ya toda la demás fuerza había mar-chado sin ser inquietada, llevándose una abundante y ricapresa.

VII.- Fabio bien se percibió del engaño en la misma no-che, porque algunas de las vacas que huyeron espantadashabían venido a dar en su poder; temiendo, sin embargo,alguna celada preparada a favor de las tinieblas, tuvo inmóvil

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el ejército sobre las armas. Luego que amaneció se puso enpersecución de los enemigos y alcanzando la retaguardia, setrabó combate en terreno quebrado, por lo que en éstos eragrande la confusión, hasta que Aníbal, haciendo salir deaquellas gargantas a los Españoles, más ejercitados en treparpor los montes, gente muy lista y de gran ligereza, los enviócontra la infantería pesada de los Romanos, en la que hicie-ron bastante mortandad, y obligaron a Fabio a retirarse. Conesto crecieron las habladurías y el menosprecio contra él;porque no poniendo en las armas su confianza, sino aspi-rando a triunfar de Aníbal con la sagacidad y previsión, apa-recía vencido y burlado con estos mismos medios, y que-riendo Aníbal encender todavía más el encono de los Ro-manos contra Fabio, llegado que hubo adonde estaban susposesiones, mandó que se talara e incendiara todo lo demás,y sólo a aquellas se perdonara, dejando una guardia que nopermitiera destruir o tomar nada de lo que allí había. Todoesto fue anunciado en Roma, dándosele gran valor, levan-tando mucho el grito los tribunos de la plebe, a instigaciónprincipalmente de Metilio, que atizaba aquel fuego, no tantopor enemistad a Fabio, como porque teniendo deudo conMinucio, el maestre de la caballería, juzgaba que cedían enhonor y aprecio de éste aquellos rumores. Había ademáscaído en la indignación del Senado, por llevar éste a mal eltratado que acerca de los cautivos había hecho con Aníbal;porque le había otorgado que se canjearía hombre porhombre, y que si de la una de las partes era mayor el núme-ro, por cada uno de los que se entregasen se darían dos-cientas y cincuenta dracmas. Por tanto, cuando hecho el

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canje se halló que todavía le quedaban a Aníbal doscientos ycuarenta, el Senado resolvió no enviar su rescate, y se culpóa Fabio de que, contra toda razón y conveniencia, tratara devolver a Roma a unos hombres que por cobardía habíansido presa de los enemigos. Enterado de esta resolución Fa-bio, sufrió muy resignadamente el encono de los ciudada-nos; mas no teniendo caudal propio, y no queriendo faltar alo tratado, ni dejar abandonados a aquellos infelices, envió aRoma a su hijo con orden de que vendiera sus tierras y lellevara al punto el importe al ejército. Vendiólas éste, efecti-vamente, y vuelto allá con suma presteza, envió Fabio el res-cate a Aníbal, y recobró los cautivos. Muchos de éstos qui-sieron remitírselo después, pero no quiso recibirlo de nadie,sino que lo perdonó a todos.

VIII.- Llamaron a Fabio a Roma después de estos su-cesos los sacerdotes para ciertos sacrificios, y entregó elmando a Minucio, no sólo con precepto que como em-perador le imponía de no entrar en batalla ni tener re-encuentros con los enemigos, sino haciéndole sobre elloencarecidas instancias, de las que él hizo tan poca cuenta,que al punto se puso a provocarlos; y habiendo observadoen una ocasión que Aníbal había destacado la mayor partedel ejército a acopiar víveres, atacó a los que habían queda-do, los encerró dentro del vallado, con pérdida de no pocos,y aun a todos les hizo concebir temores de que los tenía si-tiados. Recogió después Aníbal todas sus fuerzas a los reales,y él se retiró con la mayor seguridad, muy ufano por suparte con lo hecho, y habiendo inspirado al ejército un des-

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medido arrojo. Muy pronto llegó a Roma la noticia, exage-rada mucho más allá de lo cierto; y cuando la oyó Fabio:“Lo que más temo- dijo- es esta buena suerte de Minucio”.Mas el pueblo se ensoberbeció; y habiendo corrido a la plazacon grande regocijo, entonces el tribuno Metilio, subiendo ala tribuna, empezó a arengarle, celebrando mucho a Minu-cio, acusando a Fabio no ya de flojedad y cobardía, sino detraición, y culpando juntamente a muchos de los más pode-rosos y principales de que desde el principio, con la mira dehumillar a la plebe, quisieron atraer la guerra y arrojar la ciu-dad en una monarquía ilimitada, la que dando largas a losnegocios, facilitara a Aníbal traer de nuevo otro ejército delÁfrica, como dueño ya de la Italia.

IX.- No se cuidó Fabio de defenderse en la junta públicade las acusaciones del tribuno, y sólo dijo que iba a despa-char prontamente los sacrificios y ceremonias para volver alejército e imponer el debido castigo a Minucio, porque,contra su prohibición, había combatido con los enemigos.Movióse con esto gran alboroto en la plebe, viendo que co-rría mucho peligro Minucio, porque el dictador tiene facul-tad para prender y castigar sin formación de causa, y notan-do que la ira había sacado a Fabio de su gran mansedumbre,graduábala de terrible e implacable. Por esto mismo los de-más se contuvieron; pero Metilio, alentado con la inmunidaddel tribunado- porque elegido dictador, este solo cargo no sedisuelve, sino que permanece, anulados todos los demás-, nocesaba de arengar al pueblo, pidiendo que no desamparara aMinucio ni consintiera le sucediese lo que Manlio Torcuato

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ejecutó con su hijo, haciéndole cortar con la segur la cabeza,triunfante y coronado como estaba, sino que despojase aFabio de la tiranía y pusiera la república en manos que pu-dieran y quisieran salvarla. Hicieron grande impresión en losánimos estas razones; más no se atrevieron, sin embargo dehaber humillado a Fabio, a imponerle la precisión de abdicarla dictadura, contentándose con decretar que Minucio, igua-lado en el mando de las tropas con el dictador, partiera conél la guerra, usando de la misma autoridad, cosa nunca vistaantes en Roma, pero repetida poco después de resulta de laderrota de Canas, porque también era entonces dictador enlos ejércitos Marco Junio, y viéndose en la ciudad precisadosa completar el Senado, habiendo muerto muchos senadoresen la batalla, eligieron en segundo dictador a Fabio Buteón.Mas éste, luego que en uso de su autoridad eligió los que lefaltaban y completó el Senado, deponiendo en el mismo díalas fasces y sustrayéndose a los que le acompañaban, se me-tió y confundió con la muchedumbre, y para tratar y arreglarun negocio propio suyo volvió a la plaza como un particular.

X.- Asociando con el dictador para tan importantes ne-gocios a Minucio, pensaron abatir y humillar a aquel, en loque dieron muestras de conocer muy poco su carácter, por-que no miraba como desgracia suya aquella ceguedad, sinoque, al modo que Diógenes el sabio, diciéndole uno: “Éstoste escarnecen”, respondió: “Pues yo no soy escarnecido”,teniendo por dignos solamente de burla a los que se acobar-dan y turban con tales cosas, así también Fabio no se diopor sentido ni se incomodó por sí con aquella determina-

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ción, contribuyendo a demostrar lo que opinan algunos filó-sofos: que el varón recto y bueno no puede ser afrentado nideshonrado. Lo que sí le afligía era el desacierto de la mu-chedumbre en lo tocante al bien público, dando facilidadpara hacer la guerra a un hombre que adolecía de desmedidaambición. Temiendo, por tanto, no fuera que éste, enloque-cido del todo con la vanagloria y el orgullo, se apresurara ahacer algún disparate, salió de Roma sin noticia de nadie, y,llegado al ejército, encontró a Minucio no moderado y tran-quilo, sino displicente e hinchado, ansioso por mandar al-ternativamente cosa en que Fabio no quiso condescender; ylo que hizo fue partir las tropas con él, teniendo por mejormandar sólo una parte que mandar el todo de aquella mane-ra. Tomó, pues, para sí las legiones primera y cuarta, y dio aMinucio la segunda y tercera, y por el mismo término se re-partieron las fuerzas auxiliares. Quedó Minucio muy orgullo-so y contento con que la dignidad del mando más elevado ysupremo hubiese sufrido aquella disminución y despedaza-miento por consideración a él; pero Fabio le hizo la adver-tencia de que considerara que no era con él con quien habíade contender, sino con Aníbal; mas que, con todo, si aunquería altercar con su colega, debía poner la atención en queno pareciese que el que había vencido con los ciudadanos yhabía sido de ellos honrado, cuidaba menos de su salud yseguridad que el humillado y ofendido.

XI.- Minucio miró esta amonestación como jactancia deun viejo, y haciéndose cargo de las fuerzas que le habían ca-bido en suerte, se fue a acampar solo y aparte; teniendo

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Aníbal noticia de cuanto pasaba, y estando en acecho decualquier ocasión. Había en medio un collado, no difícil detomar, y tomado, muy seguro para un campamento, conbastante extensión para todo. El terreno de alrededor, vistode lejos, parecía igual y llano, porque estaba despejado: perotenía algunas acequias y, además, algunas cuevas. Podía muybien Aníbal tomar, sin hacerse sentir, este collado; mas noquiso, sino que lo dejó para ocasión o motivo de venir a lasmanos. Luego que vio a Minucio separado de Fabio, escon-dió de noche en las acequias y en las cuevas a algunos de sussoldados, y al rayar el día, abiertamente envió otros en cortonúmero a ocupar el collado, para llamar y hacer caer haciaaquel paraje a Minucio, y así cabalmente sucedió.

Primero envió éste las tropas ligeras; después, la ca-ballería, y a la postre, viendo que Aníbal enviaba socorro alos del collado, bajó con todas sus fuerzas en orden decombatir, y habiendo trabado una recia batalla, atropellaba alos que sostenían aquella altura, envuelto con ellos en unalucha muy igual; hasta que, observándole Aníbal completa-mente engañado y que dejaba la espalda enteramente descu-bierta a los de la celada, dio a éstos la señal; salieron enton-ces por diversas partes a un tiempo; y los acometieron congritería, y, destrozando la retaguardia, es inexplicable la tur-bación y abatimiento que cayo sobre los Romanos. Que-brantóse también la arrogancia del mismo Minucio, que di-rigía sus miradas ya a este, ya al otro caudillo, no osandoninguno mantenerse en su puesto, sino entregándose todosa la fuga, que no les fue de provecho, porque los Númidas,que eran ya dueños del terreno, acabaron con los dispersos.

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XII.- ¡En tan mala situación se hallaban los Romanos!Pero Fabio no ignoraba su conflicto; antes, habiendo pre-visto, según parece, lo que iba a suceder, tenía todas las tro-pas prontas sobre las armas, y para saber lo que pasaba nose valió de espías, sino que él mismo se puso de atalaya de-lante del campamento. Luego que vio cortado y desordena-do el ejército, y llegó a sus oídos la gritería de los que noguardaban formación, sino que huían espantados, dándoseuna gran palmada en el muslo y sollozando profundamente:“¡Por Hércules- exclamó-, cómo Minucio se ha perdido máspresto de lo que yo esperaba, aunque quizá más tarde de loque él hubiera deseado!” Y dando orden de sacar sin dila-ción las banderas, y de que le siguiese el ejército: “¡Éste, ohsoldados- gritó-, éste es el momento de que se apresure elque conserve en su memoria a Marco Minucio, porque es unvarón excelente y amante de su patria, y si en algo ha errado,con el deseo de arrojar cuanto antes a los enemigos, despuésle daremos las quejas!” Corre, pues, el primero, dispersa alos Númidas que discurrían por el llano, y en seguida se diri-ge contra los que combatían por retaguardia a los Romanos,matando a los que encuentra, con lo que los demás ceden ytoman la fuga para no ser alcanzados y que no les sucedaverse en el mismo caso en que ellos habían puesto a losRomanos. Aníbal, al ver aquella mudanza, y que Fabio, conmás ardor del que a su edad correspondía, trepaba hacia elcollado a unirse con Minucio, haciendo con la trompeta se-ñal de retirada, volvió su ejército a los reales, y también losRomanos se retiraron contentos. Cuéntase que Aníbal, en

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esta retirada, hablando de Fabio, dijo con chiste a sus ami-gos una especie como ésta: “¿No os predije yo muchas ve-ces que aquella nube, agarrada siempre a los montes, algúndía arrojaría agua con huracán y con tormenta?”

XIII.- Retiróse Fabio después de la acción sin hacer otracosa que despojar a los enemigos que habían muerto, noprofiriendo expresión ninguna de arrogancia o de ofensaacerca de su colega Minucio; pero éste, juntando sus tropas:“Camaradas- les dijo-, no cometer yerros en los grandes ne-gocios es cosa muy superior a las humanas fuerzas; pero queel que erró aproveche la lección de sus escarmientos para losucesivo, es de hombre recto y que escucha la razón. Yo, sitengo que culpar en algo a la fortuna, mucho más es lo quetengo que agradecerle, porque lo que hasta ahora no habíacomprendido en tanto tiempo acabo de aprenderlo en unamínima parte de un día, quedando convencido de que nosoy para mandar a otros, sino que necesito de un jefe, y noponerme a querer vencer a aquellos de quienes me está me-jor ser vencido. En las demás cosas será ya el dictador quienos mande; pero en la gratitud hacia él, yo he de ser todavíavuestro general, poniéndome en su presencia obediente ydispuesto a hacer cuanto me mandare”. Dicho esto, man-dando tomar las águilas y que todos le siguiesen, guió alcampamento de Fabio, y ya dentro de él se encaminó a latienda del general con admiración y sorpresa de todos. Sa-liéndole Fabio al encuentro, depuso aquel al punto las insig-nias, llamándole padre en alta voz, y en la misma llamabansus soldados patronos a los de Fabio, que es la exclamación

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en que prorrumpen los que reciben la libertad con aquellosque se la dan. Cuando ya hubo silencio, dijo Minucio: “Dosvictorias ¡oh dictador! has alcanzado en el día de hoy, ven-ciendo con el valor a Aníbal y con la prudencia y la genero-sidad a tu colega: con aquella nos has salvado y con ésta hasdado una admirable lección a los que, si de parte de losenemigos sufrieron una vergonzosa derrota, de la que tú leshas causado se glorían, porque han hallado en ella su salud.Te llamo padre, porque no encuentro nombre más honrosoque darte, debiéndote mayor agradecimiento que al que medio el ser, porque aquel me engendró a mí sólo y tú me hassalvado con todos éstos”. Acabado este discurso, abrazó ysaludó con un ósculo a Fabio, siendo cosa de ver que otrotanto ejecutaban sus soldados, porque se enlazaban y besa-ban unos a otros, inundando el campamento de alegría y dedulces lágrimas.

XIV.- Depuso Fabio después de estos sucesos la dic-tadura, y volvieron a nombrarse otra vez cónsules, de éstos,los primeros adoptaron el sistema de guerra que aquel habíaestablecido, huyendo el pelear de poder a poder con Aníbaly contentándose con socorrer a los aliados e impedir la de-serción. Eligióse después para el consulado a Terencio Va-rrón, hombre de linaje oscuro, pero que se había hecho lu-gar con adular a la plebe y con su carácter insolente; así,desde luego se echó de ver que con su inexperiencia y sutemeridad iba a aventurarlo todo, porque se le oía vociferaren las juntas que la guerra duraría mientras la ciudad confiarael mando a los Fabios, pero que, para él, presentarse y ven-

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cer a los enemigos todo sería uno. Con esto, al punto reco-gió y levantó tantas fuerzas cuantas para ninguna otra guerrahabían empleado los Romanos, porque se reunieron para labatalla hasta ochenta y ocho mil hombres, motivo de grantemor para Fabio y para todos los hombres de juicio, por-que no esperaban que pudiera recobrarse la ciudad si se des-graciaba aquella brillante juventud. Por esta razón se dirigióal colega de Terencio, Paulo Emilio- que era buen militar,mas no grato al pueblo, y estaba escamado de la muche-dumbre por una multa que se le había impuesto para el era-rio-, con propósito de darle ánimo y exhortarle a hacer opo-sición a la locura de aquel, manifestándole que su contiendaen beneficio de la patria, más que con Aníbal había de sercon Terencio, porque se apresurarían a la batalla, éste, noconociendo en qué consistían sus fuerzas, y aquel,- estandobien convencido de su flaqueza. “Mas yo ¡oh Paulo!- dijo-con más justicia deberé ser de ti creído que no Terencio si teaseguro acerca del estado de las cosas de Aníbal que éste, nopeleando nadie con él en todo este año, o infaliblementecaerá, si se obstina en mantenerse aquí, o tendrá precisa-mente que marchar; pues con parecer que ahora vence yestá pujante, ninguno de sus contrarios se le ha pasado, nitiene la tercera parte de las fuerzas con que vino.” A esto sedice que Paulo contestó en estos términos: “Por mí ¡oh Fa-bio!, cuando considero mi situación, tengo por mejor caeroprimido de las lanzas de los enemigos que de los votos delos ciudadanos; mas si nuestras cosas públicas están en elestado que dices, más me esforzaré por acreditarme contigode buen capitán, que no con todos los demás que quieran

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obligarme a seguir un dictamen contrario al tuyo”. Con estaresolución partió Paulo para la guerra.

XV.- Terencio hizo empeño en que alternaran por díasen el mando, y estando acampados a la vista de Aníbal, juntoal Áufido y las que se llamaban Canas, al mismo amanecerpuso la señal de batalla, que era un paño de púrpura tendidoencima de la tienda del general. Sorprendiéronse al principiolos Cartagineses viendo aquel arrojo del cónsul y la muche-dumbre de los enemigos, cuando ellos no eran ni siquiera lamitad. Aníbal mandó a las tropas tomar las armas, y, mon-tando a caballo, se puso con unos cuantos sobre una ligeraeminencia a hacerse cargo de los enemigos, que ya estabanformados. Díjole entonces uno de los que con él estaban,hombre de igual autoridad con él, llamado Giscón: “¡Quémaravillosa es esta multitud de enemigos!” Y Aníbal, arru-gando la frente: “Pues otra cosa más maravillosa se te hapasado”, le contestó. Preguntóle Giscón cuál era, y él res-pondió que, con ser tantos, ninguno de ellos se llamaba Gis-cón. Dicho así este chiste, cuando menos podía esperarse,les causó a todos mucha risa; y como bajando del otero lofuesen refiriendo a los que encontraban al paso, les hacía atodos reír de tan buena gana, que nunca podían contenerselos que estaban al lado de Aníbal. A los Cartagineses, que loveían, les inspiraba esto gran confianza, considerando quetanta risa, y estar tan de chanza el general en aquellos mo-mentos, no podría nacer sino de mucha seguridad y menos-precio del peligro.

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XVI.- En la batalla usó de dos estratagemas: la primerafue procurar tener el viento por la espalda; era a la sazónparecido a un torbellino de fuego, y levantando de aquellasllanuras, bastante polvorientas y descubiertas, gran cantidadde arena, pasándola por encima de los Cartagineses, la impe-lía hacia los Romanos, y se la arrojaba en la cara, haciéndolesvolverla y perder el orden. El segundo consistió en la for-mación, porque lo más fuerte y aguerrido de sus tropas locolocó de uno y otro lado del centro, y éste lo llenó de lomás endeble, haciendo que esta especie de cuña saliese bas-tante adelante respecto del cuerpo de la falange. Encargó alos más esforzados que cuando los Romanos acometiesen aéstos, y llevándoselos por delante, el centro quedase abierto,y formando seno recibiera a aquellos dentro de la falange,haciendo ellos una conversión por uno y otro lado, los car-gasen oblicuamente y los envolviesen, cogiéndolos por laespalda, que fue, a lo que parece, lo que causó tan granmortandad; pues luego que cediendo el centro se llevó tras síen su persecución a los Romanos, y que la falange de Aníbal,mudando de posición, formó como media luna, y doblandorepentinamente las tropas elegidas, a la voz de sus jefes,unos a la izquierda y otros a la derecha, cubrieron los claros,entonces, todos los que no previnieron el ser cercados seencontraron como presos y perecieron. Dícese que tambiéna la caballería romana le ocurrió un accidente extraño, por-que herido, a lo que se cree, el caballo de Paulo, lo derribó, yde los que estaban a su lado se fueron apeando uno, y otro,y otro, y a pie se le pusieron delante para protegerle. Los dea caballo, al verlos, pensaron que aquello dimanaba de una

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orden general, y echando todos pie a tierra, así se arrojaronsobre los enemigos, lo que, observado por Aníbal, “¡Másquiero esto- exclamó- que el que me los hubieran dado ata-dos!” Pero estos incidentes son para los que escriben lahistoria con toda extensión. De los cónsules, Varrón, conunos pocos, se retiró a la ciudad de Venusia; pero Paulo, enel desorden y confusión de aquella fuga, plagado su cuerpode los dardos clavados en las heridas y oprimida su alma contal desgracia, se había sentado en una piedra esperando unenemigo que le diera la muerte. Estaba, por la mucha sangreque le inundaba la cabeza y el rostro, enteramente desfigura-do, de modo que sus amigos y sus mismos sirvientes, por noconocerle, pasaron de largo. Sólo Cornelio Léntulo, jovende familia patricia, le vio y reconoció, y, apeándose de sucaballo, le acarició y rogó que subiese en aquel y se salvara,para bien de los conciudadanos, que entonces más que nun-ca necesitaban de un buen general. Paulo se negó a sus rue-gos, y obligó con lágrimas a aquel joven a que otra vezmontase; y entonces. tomándole la diestra y dando un pro-fundo suspiro: “Anuncia ¡oh Léntulo!- le dijo- a Fabio Má-ximo, y sé testigo para con él que Paulo Emilio siguió sudictamen hasta la muerte, y en nada faltó a lo que él habíaconcertado, sino que fue vencido, primero por Varrón ydespués por Aníbal”. Dado este encargo, despidiéndose deLéntulo, se mezcló entre los que estaban bajo el hierro delos enemigos, y murió con ellos. Dícese que murieron en lamisma acción cincuenta mil Romanos, y cuatro mil fuerontomados vivos, y que después de la batalla fueron cautiva-dos, cuando menos, otros diez mil en ambos campamentos.

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XVII.- Después de tan señalada victoria incitaban a Aní-bal sus amigos para que no desperdiciara su fortuna, y traslos enemigos, en el mismo punto de su fuga, cayera sobreRoma, pues al quinto día de la victoria cenaría en el Capito-lio; pero no es fácil explicar qué consideración pudo conte-nerlo; más bien diremos que fue obra de algún genio o algúndios que quiso estorbárselo, que no demasiado recelo o te-mor suyo; así se cuenta que el cartaginés Barca le dijo conenfado: “Tú, Aníbal, sabes vencer; pero no sabes aprove-charte de la victoria”. Con todo, hizo esta victoria tal mu-danza en sus cosas, que no teniendo antes de la batalla niuna ciudad, ni un mercado, ni un puerto en Italia, por lo quecon gran trabajo y dificultad recogía los precisos víveres parael ejército, y se había arrojado a la guerra sin poder contarcon nada, pareciendo su ejército a una cuadrilla de bandole-ros que anda errante de una parte a otra, entonces casi todala Italia se puso en su poder. Porque la mayor y más podero-sa parte de los pueblos voluntariamente se pasaron a su par-tido, y a Capua, que después de Roma es la más insigne desus ciudades, también la atrajo a él. Ésta fue una ocasión enque se vio que una gran calamidad no sólo sirve para hacerprueba de los amigos, que es la expresión de Eurípides, sinoque también de los grandes generales, pues lo que antes deaquella batalla se graduaba en Fabio de cobardía e insensibi-lidad, después de ella pareció al punto, no ya una prudenciahumana, sino un oráculo y providencia divina y milagrosa,que prevé con anticipación aquellos sucesos que aun a losque los palpan se les hacen increíbles. Por tanto, al mo-

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mento puso en él Roma la esperanza que le quedaba, y co-mo a un templo o ara se acogió a su juicio, habiendo sido sucordura la primera y más poderosa causa para que estuviesenquedos y no se desbandasen como en la irrupción de losGalos. Porque aquel mismo, que se mostraba precavido ydesconfiado en los momentos en que nada había de sinies-tro, ahora, cuando todos se abandonaban a una aflicciónexcesiva y a un dolor que no los dejaba para nada, él sólodiscurría por la ciudad con paso sosegado, con semblantesereno y con afables palabras, haciendo desechar los llorosmujeriles y disipando los corrillos de los que se congreganen los parajes públicos para lamentar tales calamidades. Hizotambién que se juntase el Senado, y alentó a los magistrados,siendo el vigor y poder de toda autoridad, que sólo en élponía los ojos.

XVIII.- Puso guardas en las puertas para que estorbasenel paso a la muchedumbre que trataba de huir y abandonarla ciudad. Señaló lugar y término al luto, mandando que sólose hiciese dentro de casa y por treinta días, pasados los cua-les cesase todo duelo y no quedasen en la ciudad vestigios deél. Vino a caer en aquellos días la fiesta solemne de Ceres, ypareció más conveniente omitir los sacrificios y toda la de-más pompa de ella, que hacer patente con el corto número yel abatimiento de los concurrentes la grandeza de aquelladesventura; cuanto más, que hasta la Divinidad parece quese regocija con adoradores que estén contentos. Para aplacara los dioses y apartar lo infausto de los prodigios, hízose loque los augures prescribieron, porque fue enviado a Delfos,

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a consultar al dios, Píctor, pariente de Fabio; y como se hu-biese echado de ver que habían sido seducidas dos de lasvírgenes vestales, la una fue enterrada viva, como es cos-tumbre, y la otra se dio la muerte. Lo que hubo más de ad-mirar en la prudencia y mansedumbre de la ciudad fue que,viniendo de aquella fuga el cónsul Varrón tan humillado yabatido como debía venir quien de tanta afrenta e infortuniohabía sido causa, le salieron a recibir hasta la puerta el Sena-do y el pueblo, haciéndole la salutación acostumbrada, y losmagistrados y los principales senadores, de cuyo número eraFabio, cuando hubo silencio, le elogiaron de que no habíadesesperado de la república después de tamaña desgracia,sino que se presentaba para ponerse al frente de los nego-cios, obrar según las leyes y valerse de los ciudadanos, comoque todavía tenían remedio.

XIX.- Luego que supieron que Aníbal, después de la ba-talla, se retiró a otra parte de la Italia, empezaron a tomaraliento y enviaron contra él generales y ejércitos. Eran entreaquellos los más señalados Fabio Máximo y Claudio Marce-lo, dignos acaso de igual admiración por sus caracteres, ente-ramente opuestos, porque éste, como lo decimos en el librode su Vida, siendo de una actividad brillante y osada, y almismo tiempo acuchillador, y tal por su índole como aque-llos a quienes Homero llama pendencieros y arrogantes, y enel modo de hacer la guerra arrojado e impetuoso, propiopara contrarrestar la osadía de Aníbal, fue el primero a mo-ver peleas y encuentros; mas Fabio, atenido siempre a susprimeras ideas, tenía esperanza de que, no entrando nadie en

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combate con Aníbal, él mismo se había de consumir por sí,y con la guerra se había de quebrantar, perdiendo pronta-mente su robustez, como el cuerpo de un atleta cuando sufuerza es excesiva y se la ha cansado sin miramiento. Poresta razón dice Posidonio que a éste se le dio por los Roma-nos el nombre de escudo, y a Marcelo el de espada, y queunida la seguridad y circunspección de Fabio con el carácterde Marcelo fueron la salvación de Roma. Porque Aníbal,con tener que salir al encuentro frecuentemente a éste, co-mo a un río que sale de madre, tenía en continua agitación ydestruidas sus fuerzas: y con el otro, que parecía tener unacorriente mansa y que no se le acercaba sino con gran tien-to, las gastaba también y destruía de un modo insensible; y alfin vino a verse tan apurado, que Marcelo le fatigaba pelean-do, y a Fabio le temía porque huía de pelear, pudiendo de-cirse que por todo el tiempo tuvo que contender con estosdos, como pretores, como procónsules o como cónsules,porque cada cual de ellos fue cónsul cinco veces. Mas aMarcelo, cuando servía el quinto consulado, logró armarleuna celada, y en ella le quitó la vida; con Fabio, aunque enmuchas ocasiones usó de toda suerte de engaños y astucias,nada adelantó; sólo una vez llegó como a enredarle un pocoy hacerle tropezar. Fingió y remitió cartas a Fabio de los másautorizados y poderosos de Metaponto, en el sentido de quela ciudad se le entregaría si a ella acudiese, y que los que aesto se decidían no aguardaban sino que llegara y se presen-tara en las inmediaciones. Fue seducido Fabio con estascartas, y tomando parte del ejército, pensaba encaminarseallá en aquella noche; mas habiéndole sido infaustos los

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agüeros de las aves, se contuvo, y al cabo de poco descubrióque las cartas habían sido fraguadas por Aníbal, y que ésteestaba en emboscada junto a los muros de la ciudad, sucesoque algunos atribuían a especial favor de los dioses.

XX.- En cuanto a las defecciones de las ciudades y la de-serción de los aliados, era Fabio de opinión que debíancontenerse y excitarse en éstos el pudor, hablándoles suave ymansamente, sin descubrirles todo lo que se sabe y sin mani-festarse del todo incomodado con los que se hacen sospe-chosos. Así se dice que habiendo entendido que un Marso,buen militar, y en linaje y valor muy principal entre los alia-dos, había movido con algunos pláticas de defección, no seirritó con él, sino que, reconociendo que injustamente habíasido olvidado: “Ahora- le dijo-, la culpa ha sido de los jefesque distribuye en los premios por favor más que por consi-deración al mérito; pero, en adelante, cúlpate a ti mismo sino vinieses a mí y me dijeses lo que echas menos”; y, dichoesto, le regaló un caballo hecho a la guerra y le remunerócon otros premios, con lo que desde entonces lo tuvo muyadicto y muy apasionado. Porque le parecía cosa terrible quelos aficionados a caballos y perros borren lo que hay de ás-pero e indócil en estos animales, más bien con el cuidado, lasuavidad y el alimento, que no con latigazos y ataduras; y queel hombre que tiene mando no ponga lo principal de su es-mero en la afabilidad y la mansedumbre, portándose todavíacon más dureza y violencia que los labradores, los cuales, alos cabrahigos, los peruétanos y los acebuches, los ablandany suavizan injertándolos en olivos, en perales y en higueras.

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Refiriéronle asimismo los Centuriones que un Luqués semarchaba del campamento y abandonaba a menudo supuesto; preguntóles qué era lo que en lo demás sabían de suporte, y como todos a una le asegurasen que con dificultadse encontraría otro tan buen soldado como él, y al mismotiempo le indicasen aquellas proezas y hazañas suyas másseñaladas, se puso a inquirir la causa de aquella falta. Infor-mósele que, enredado aquel soldado en el amor de una mo-zuela, con gran peligro y haciendo largos viajes se iba cadadía a verla desde el campo. Envió, pues, a uno sin noticia delsoldado para que trajese aquella mujer, la que ocultó en sutienda, y haciendo venir sólo al Luqués: “No creas- le dijo-se me oculta que, contra los usos y leyes de la disciplina ro-mana, has pernoctado muchas veces fuera del campamento;pero tampoco se me oculta que antes habías sido excelentesoldado, que lo mal hecho hasta aquí quede compensadocon tus valerosas hazañas; mas para en adelante ya tengo yoa quien encomendar tu guarda”. Maravillóse a esto el solda-do, y haciendo salir entonces a la mujer: “Ésta- le dijo- mees fiadora de que ahora te estarás quieto en el ejército connosotros, y tú con tus obras me harás ver si faltabas por al-gún otro mal motivo, y que el amor y ésta no eran más queun pretexto aparente”. Así se cuentan estos sucesos.

XXI.- La ciudad de los Tarentinos, que por traición ha-bía sido tomada, vino a su poder en esta forma: militababajo sus órdenes un joven Tarentino que en el mismo Ta-rento tenía una hermana muy fina siempre y muy amante deél. Estaba enamorado de ésta un Breciano, oficial de las tro-

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pas que Aníbal había puesto de guarnición en la ciudad, y deaquí le nació al Tarentino la esperanza de salir con su idea;para lo que, con noticia de Fabio, se encaminó a casa de lahermana, diciendo a ésta que se había fugado. En los prime-ros días el Breciano se estaba en su casa, por pensar la her-mana que aquel ignoraba sus amores; pero muy luego le dijoa ésta el joven que allá le habían llegado las nuevas de que te-nía amistad con un hombre ilustre y de poder; por tanto,que quién era éste; porque si era distinguido, como se decía,y de una conocida virtud, la guerra, que todo lo confunde,hace poca cuenta del origen, y que nada hay que deshonrecuando media la necesidad; antes, en tiempos en que la justi-cia anda decaída, es una fortuna tener de su parte al que diri-ge la fuerza. Con esto la hermana hizo llamar al Breciano yse le dio a conocer. Bien pronto el hermano se puso departe de éste en sus amores, y aparentando que trabajabapor hacerle más benigna y condescendiente a la hermana, seganó su confianza; de manera que le costó poco hacer mu-dar de partido a un hombre enamorado y que estaba a sol-dada, con la esperanza de grandes dones que le prometiórecibiría de Fabio. Así refieren este hecho los más de losescritores; pero algunos dicen que la mujer que ganó al Bre-ciano no fue Tarentina, sino Breciana, también de origen, yconcubina de Fabio, la cual, habiendo entendido que era sucompatriota, y conocido suyo el que entonces mandaba losBrecianos, se lo propuso a Fabio, y yendo a conversar con élal pie de los muros, logró atraerlo y seducirlo.

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XXII.- Mientras se trataban estas cosas, maquinando Fa-bio llamar a otra parte la atención de Aníbal, envió orden alos soldados que estaban en Regio para que hiciesen corre-rías en el campo breciano, y, poniendo sitio a Caulonia, latomasen por asalto. Eran éstos unos ocho mil hombres, de-sertores los más, gente de poco provecho, de los que de Si-cilia habían sido deportados y notados de infamia por Mar-celo, y de cuya pérdida poco sentimiento y daño había deresultar a la ciudad; esperó, pues, que poniendo a éstos anteAníbal como un cebo, así lo echaría lejos de Tarento, lo quejustamente sucedió, porque en su persecución corrió alláAníbal con bastantes fuerzas. Al sexto día de sitiar Fabio alos Tarentinos, vino a él por la noche el joven que, ayudadode la hermana, tenía con el Breciano concertada la entrega,trayendo sabido y registrado el lugar donde el Breciano ten-dría el mando, y, cediendo, lo entregaría a los invasores. Nodejó, sin embargo, que todo fuese obra de la traición, sinoque, pasando él mismo al punto designado, esperó allí ensosiego, y, en tanto, el resto del ejército acometió a los mu-ros por tierra y por mar, moviendo al mismo tiempo muchoruido y estruendo, hasta que, acudiendo los más de los Ta-rentinos por aquel lado a auxiliar y socorrer a los que defen-dían las murallas, el Breciano hizo a Fabio señas de ser aquelel momento oportuno, y, subiendo con escalas, se apoderóde la ciudad. En esta ocasión parece que se dejó vencer delorgullo, porque mandó dar muerte a los principales de entrelos Brecianos, para que no se viera tan a las claras que el to-mar la ciudad no se había debido sino a la traición, con loque no consiguió esta gloria e incurrió en la nota de perfidia

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y de crueldad. Murieron también muchos Tarentinos, y losque se vendieron fueron hasta treinta mil; la ciudad fue sa-queada por el ejército, y en el erario entraron tres mil talen-tos. Recogíanse y llevábanse asimismo todas las demás cosasde precio, y preguntando a Fabio el amanuense qué manda-ba acerca de los Dioses, diciéndolo por las pinturas y las es-tatuas, “Dejemos- le respondió- a los Tarentinos sus dioses,con ellos irritados”. Con todo, llevando de Tarento la esta-tua colosal de Hércules, la colocó en el Capitolio, y al ladopuso una estatua suya ecuestre en bronce, mostrándose enesto menos avisado que Marcelo, y antes dando motivo aque se hiciesen más admirables la humanidad y dulzura deéste, según que en su Vida lo dejamos escrito.

XXIII.- Aníbal, yendo en su persecución, no estaba yamás que a cuarenta estadios, y se dice que en público pro-rrumpió en esta expresión: “¡Hola! También los Romanostienen otro Aníbal, pues hemos perdido a Tarento como lohabíamos tomado”, y que en particular se vio entonces porprimera vez en la precisión de manifestar a sus amigos queantes había visto como muy difícil, mas entonces como im-posible, sujetar la Italia con los medios que les quedaban.Triunfó por estos sucesos segunda vez Fabio, siendo estetriunfo más brillante que el primero, como de fuerte atletaque ya medía sus fuerzas con Aníbal y en breve iba a desha-cer el prestigio de sus hazañas, como nudos o vínculos queya no tenían la misma fuerza, pues ésta por una parte seenervaba con el regalo y la riqueza y por otra parte se debi-litaba y quebrantaba con inútiles combates. Era Marco Livio

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el que defendía a Tarento cuando se entregó a Aníbal; contodo, conservando la ciudadela, no fue arrojado de ella, y lamantuvo hasta que volvieron los Tarentinos a la dominaciónde los Romanos. Irritóse aquel con los honores tributados aFabio, e inflamado un día, en el Senado, de envidia y de am-bición, dijo que no era a Fabio, sino a él, a quien se debía latoma de Tarento; y Fabio, sonriéndose: “Es cierto- le con-testó- porque si tú no la hubieras perdido, no hubiese yotenido que recobrarla”.

XXIV.- Además de que en todo procuraban honrar aFabio los romanos, nombraron cónsul a su hijo Fabio, yencargado éste del mando en ocasión en que estaba dandociertas disposiciones para la guerra, el padre, o por vejez yenfermedad, o para probar a su hijo, montó a caballo y fue apasar por entre los que allí concurrían y los que a aquelacompañaban. Viole el joven de lejos, y no se lo permitió,sino que envió un lictor con la orden de mandar al padreque se apease y fuera donde él estaba si tenía algo que soli-citar del cónsul. Ofendió esta orden a los circunstantes, quevolvieron en silencio los ojos hacia Fabio, por parecerles queno se le trataba como merecía; mas él, apeándose al punto yencaminándose a pasos acelerados hacia el hijo, le abrazó ysaludó, diciéndole: “Muy bien pensado y muy bien hecho,hijo mío: esto es conocer a quienes mandas, y cuán grandees la dignidad de que estás adornado. De esta misma mane-ra, nosotros y nuestros ascendientes hemos contribuido a lagrandeza romana, poniendo siempre a los padres y a los hi-jos en segundo lugar después del bien de la patria”. Consér-

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vase todavía en memoria que el bisabuelo de Fabio, queciertamente llegó entre los Romanos a la mayor gloria y almayor poder, habiendo sido cónsul cinco veces y consegui-do triunfos muy brillantes de poderosos enemigos, fueacompañando, siendo ya anciano, a su hijo cónsul a la gue-rra, que en el triunfo éste fue conducido con tiro de caba-llos, y el padre le siguió a caballo entre los demás muy rego-cijado de que, con imperar él a su hijo y ser el mayor entresus ciudadanos, que así lo reconocían, tomaba, sin embargo,lugar después de las leyes y del que mandaba por ellas, aun-que no le venía de esto sólo el ser un hombre extraordina-rio. Tuvo Fabio el pesar de que el hijo se le muriese, y sufriósu pérdida resignadamente, como hombre sabio y comobuen padre, y el elogio que uno de los deudos dice en lasexequias de los hombres ilustres lo pronunció él mismo pre-sentándose en la plaza, y poniendo por escrito este discurso,lo dio al público.

XXV.- Enviado por este tiempo a España Cornelio Es-cipión, había arrojado de ella a los Cartagineses, venciéndo-los en diferentes batallas, y habiendo sujetado muchas pro-vincias y grandes ciudades y hecho brillantes hazañas, habíaadquirido entre los Romanos un amor y una gloria cual nun-ca otro alguno. Eligiósele cónsul, y notando que el puebloexigía y esperaba de él hechos muy gloriosos, el combatir allícon Aníbal lo tenía como por anticuado y por cosa de vie-jos, y, en vez de esto, meditaba talar a la misma Cartago y alÁfrica; llenándolas súbitamente de armas y de tropas, y tras-ladar allá la guerra desde la Italia, procurando con todo em-

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peño hacer adoptar al pueblo este pensamiento. Mas Fabiotrataba de inspirar a la ciudad el mayor miedo, haciéndoleentender que por un joven de poca experiencia eran impeli-dos al extremo y mayor peligro, no omitiendo, para apartarde esta idea a los ciudadanos, medio alguno, o de palabra ode obra, y lo que es al Senado logró persuadírselo; pero elpueblo sospechó que miraba con envidia la prosperidad deEscipión, y que recelaba no fuera que ejecutando éste algúnhecho grande y memorable, con el que, sea que acabara deltodo la guerra o la sacara de la Italia, pareciese que él mismoen tanto tiempo había peleado decidiosa y flojamente. Es decreer que al principio no se movió Fabio a contradecir conotro espíritu que el de su seguridad y previsión, temeroso delpeligro, y que después llevó más adelante la oposición poramor propio y por terquedad, impidiendo los adelanta-mientos de Escipión; así es que al colega de Escipión, Craso,lo persuadió a que no cediese a aquel el mando, ni fuesecondescendiente, y que si por fin se decretase lo propuesto,navegara él mismo contra los Cartagineses; y de ningún mo-do permitió que se dieran fondos para la guerra. Obligando,por tanto, a Escipión a ponerlos por su cuenta, los tomó delas ciudades de la Etruria, que particularmente le mirabancon inclinación y deseaban servirle. A Craso le retuvieron encasa, de una parte, su propia índole, que no era pendenciera,sino benigna, y de otra, la ley, porque era a la sazón Pontífi-ce máximo.

XXVI.- Tomó entonces Fabio otro camino para es-torbar la empresa de Escipión, que fue el de oponerse a que

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llevase consigo los jóvenes que se proponían seguirle, gri-tando en el Senado y en las juntas públicas que no era sóloEscipión el que huía de Aníbal, sino que se daba a la velasacando de la Italia todas las fuerzas que le quedaban, lison-jeando con esperanzas a la juventud y persuadiéndola a dejarpadres, mujeres y patria, cuando estaba a las puertas unenemigo vencedor y nunca vencido. Y al cabo logró conestos discursos intimidar a los Romanos, por lo que decreta-ron que sólo pudiera emplear las tropas de Sicilia, y de laEspaña no pudiera tomar más que trescientos hombres,aquellos que fueran más de su confianza; disposiciones queeran, sin duda, de Fabio, y muy conformes a su carácter.Mas después que, trasladado Escipión al África, vinieronprontamente a Roma nuevas de sus maravillosas proezas yde sus hechos extraordinarios, confirmadas con el testimo-nio de los ricos despojos, con la cautividad de un rey de losNúmidas y el incendio y destrucción de dos campamentos aun tiempo, en los que fueron muchos los hombres, caballosy armas que se abrasaron, y después que a Aníbal le fueronenviados correos de parte de los Cartagineses llamándole yrogándole que, abandonando aquellas nunca cumplidas es-peranzas, corriese allá a darles auxilio; cuando en Roma to-dos tenían a Escipión en los labios, celebrando sus victorias,Fabio era de la opinión que se le enviase sucesor, no dandoningún otro motivo que aquel dicho tan conocido: “Que nodeben fiarse negocios de tanta importancia a la fortuna deun hombre solo, porque es muy difícil que uno mismo seaconstantemente feliz”.

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Con esto perdió con muchos el concepto, pareciéndolesdescontentadizo y caprichudo, o que con la vejez se habíahecho enteramente cobarde y desconfiado, llevando al últi-mo extremo el miedo de Aníbal, pues ni aun después de ha-ber partido éste de Italia con todas sus tropas dejaba que elgozo de los ciudadanos fuese puro y sin zozobra, sino quedecía que entonces era cuando contemplaba en mayor riesgoa la república, que corría al último peligro, por cuanto Aníbalen el África sería ante Cartago enemigo más terrible, opo-niendo a Escipión un ejército caliente todavía con la sangrede muchos generales, dictadores y cónsules, de tal manera,que con tales ponderaciones de nuevo se contristaba la ciu-dad, y con estar ya la guerra en el África, el miedo les parecíaque estaba más cerca de Roma todavía que antes.

XXVII.- Mas Escipión, habiendo vencido, al cabo depoco tiempo, a Aníbal en batalla campal, y destruido y ho-llado su arrogancia con la ruina de la misma Cartago dio asus ciudadanos un gozo mayor que el que podía esperar ysentó sobre bases fijas su mando, que en verdad había sidode poderosas olas agitado. Pero no le alcanzó a Fabio Má-ximo la vida hasta ver el término de aquella guerra; así, nooyó la derrota de Aníbal, ni llegó a entender que la prosperi-dad de la patria era tan grande como segura, sino que, por elmismo tiempo en que Aníbal tuvo que salir de Italia, cayóenfermo y murió. Los Tebanos hicieron a costa del erario elentierro de Epaminondas, a causa de la pobreza en que mu-rió, porque a su fallecimiento se dice no haberse encontradoen su casa otra cosa que una tarja de hierro. Los Romanosno costearon del erario las exequias de Fabio; pero, en parti-

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cular, cada uno le contribuyó con la menor de las monedas,no como para ocurrir a su estrechez, sino para sepultarlecomo padre, en lo que recibió el honor y gloria que a tal vi-da correspondía.

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COMPARACIÓN DE PERICLES Y FABIOMÁXIMO

I.- Ésta es la historia de la vida de estos dos grandeshombres; mas puesto que uno y otro han dejado señaladosejemplos de virtud en la parte militar y en la política, vaya,tomemos por principio en la parte militar el que a Pericles,habiendo tenido mando en un pueblo que iba próspera-mente, y que siendo en sí grande florecía sumamente en po-der, parece que la común buena suerte de que gozaba la re-pública le daba seguridad y firmeza, mientras que las hazañasde Fabio, que en tiempos trabajosos e infelices se encargóde la ciudad, no se hubieron de limitar a mantenerla seguraen la dichosa suerte, sino que tuvieron que mudar en buenosu mal estado. A Pericles, los afortunados sucesos de Ci-món, los trofeos de Mirónides y Leócrates y las muchasgrandes victorias de Tólmides más parece que le llamaban,cuando se puso al frente de la ciudad, a entretener a ésta confiestas y regocijos públicos, que a vencer y tener que conser-varla por medio de la guerra; pero Fabio, cuando no tenía ala vista sino muchas retiradas y derrotas, muchas muertes yruinas de generales y capitanes, los lagos, los campos y los

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bosques llenos de ejércitos destrozados, y los ríos teñidoshasta el mar de mortandad y sangre, apoyando y sostenien-do en sola su constancia y firmeza la ciudad, impidió que,trastornada con el sacudimiento de tantos errores ajenos, deltodo se asolase. Y aunque acaso se tendrá por menos difíciltener a raya una ciudad humillada y hacerla obedecer pornecesidad al que sobresale en prudencia que poner freno a lainsolencia y temeridad de un pueblo engreído e hinchadocon su prosperidad, que es como Pericles principalmentedominó a los Atenienses, con todo, el tamaño y muche-dumbre de las desgracias que entonces acontecieron a losRomanos hicieron ver que era hombre del más firme juicio yde la mayor constancia el que no vaciló ni se apartó unpunto de su propósito.

II.- A la toma de Samo, conquistada por Pericles, po-demos muy bien oponer la recuperación de Tarento, y a laEubea, las ciudades de la Campania, pues que a Capua larestauraron los cónsules Furio y Apio. Fabio no parece quevenció nunca en batalla campal, sino sólo cuando consiguióel primer triunfo; Pericles, por el contrario, erigió por tierray por mar nueve trofeos, triunfando de los enemigos. Contodo, no se cuenta de Pericles una acción semejante a la queejecutó Fabio sacando a Minucio de las manos de Aníbal ysalvando íntegro el ejército de los Romanos, hazaña gloriosa,en que a un tiempo tuvieron parte el valor, la prudencia y lahonradez. Mas tampoco se dice, por el contrario, de Periclesun desacierto como el que cometió Fabio burlado por Aní-bal con el engaño de las vacas, pues teniendo entre manos a

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un enemigo que por sí mismo se había ido a encerrar endesfiladeros, le dejó escabullirse, por la noche ayudado de laoscuridad, por el día sostenido de la fuerza, madrugandomás que el que estaba en acecho y venciendo al que le teníapreso. Y si es propio de buen general no limitar sus miras alo presente, sino conjeturar con acierto sobre lo futuro, laguerra para los Atenienses tuvo el fin que Pericles había pre-visto y pronosticado, pues que por abarcar mucho perdieronsu poder, y los Romanos, por haber enviado a Escipióncontra los Cartagineses, a pesar de la oposición de Fabio, detodo se hicieron dueños, no por un capricho de la fortuna,sino por el valor de su general, que triunfó de los enemigos;de manera que, en cuanto a aquel, los mismos males de lapatria dan testimonio de que había pensado con discreción,y a éste las mismas victorias le convencen de que anduvoerrado; y en un general, igual falta es caer en un daño que noesperaba, que perder por desconfianza la ocasión de unavictoria, pues, a lo que parece, la ignorancia es la que ora day ora quita la resolución. Esto es lo que hay que observar enla parte militar.

III.- En el orden público, para Pericles es un gran cargola guerra, pues se dice que se arrojó con ímpetu a ella, nopermitiendo, por su indisposición con los Lacedemonios,que se cediese; mas juzgo que tampoco Fabio habría cedidoen nada a los Cartagineses, sino que generosamente habríasostenido la contienda sobre el imperio. La bondad y man-sedumbre de Fabio para con Minucio es una reprensión delencono de Pericles contra Cimón y Tucídides, hombres de

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probidad y muy principales, enviados por su causa a destie-rro por medio del ostracismo.

En Pericles eran mayores el poder y el influjo; por estono consintió que ningún otro general arrojase con sus malosconsejos a la ciudad en el infortunio, y sólo Tólmides, guar-dándose de él, y aun descartándole a la fuerza, fue desgracia-do con los Beocios; todos los demás se acomodaban a sumodo de pensar por la grandeza de su poder. Mas a Fabio,siendo por sí firme e incontrastable, parece que le faltó in-flujo para reprimir a los otros, pues no se habrían visto losRomanos en tan grandes aflicciones si sobre ellos hubieratenido Fabio tanto ascendiente como Pericles sobre losAtenienses. En cuanto al desprendimiento de las riquezas,Pericles lo acreditó con no recibir nada de los que le hacíandones, y Fabio, con alargar la mano a los necesitados, res-catando los cautivos con su propio caudal. Aunque respectode éste la suma no fue crecida, sino como seis talentos, yrespecto de Pericles, no computaría nadie fácilmente concuánto habría sido regalado y obsequiado de los aliados y delos reyes, pues que nadie se lo estorbaba, a no haber queridomantener su integridad y pureza. En lo que hace a la gran-deza de los edificios y de los templos, y al grande aparato deobras de las artes con que Pericles hermoseó a Atenas, nopuede entrar con ellos en comparación todo cuanto en estalínea hicieron de grande los Romanos antes de los Césares,sino que en ella la grandeza y elegancia de tales obras tuvouna primacía excelente e indisputable.

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ALCIBÍADES

I.- El linaje de Alcibíades sube hasta Eurísaces, hijo deAyante, que parece contarse como su primer abuelo. Porparte de madre era Alcmeónida, hijo de Dinómaca la deMegacles. Su padre Clinias peleó gloriosamente en el com-bate de Artemisio, en nave armada a sus expensas, y muriódespués en el combate contra los Beocios, junto a Coronea.Fueron tutores de Alcibíades Pericles y Arifrón hijos deJantipo, que tenían con él deudo de parentesco. Dícese, nosin fundamento, que la inclinación y amistad que le profesóSócrates contribuyó mucho para su gloria, puesto que deNicias, Demóstenes, Lámaco, Formión, y aun de Trasibuloy Terámenes, ni siquiera se sabe cómo se llamaron sus ma-dres, mientras que de Alcibíades sabemos quién fue su amade leche, que lo fue una Lacedemonia llamada Amicla, y quefue su ayo Zópiro, dándonos de lo uno razón Antístenes yde lo otro Platón. Acerca de la belleza de Alcibíades no haymás que decir sino que, floreciendo la de su semblante entoda edad y tiempo, de niño, de jovencito y de varón, le hizosiempre amable y gracioso; pues lo que dijo Eurípides, queen todos los que son hermosos es también hermoso el oto-

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ño, no es así, y sólo en Alcibíades y otros pocos se verificópor la finura y buena conformación de su rostro. A su vozdicen que le dio atractivo la rareza de su pronunciación, yque a su habla esta misma rareza la hacía muy graciosa. Hacemención Aristófanes de su rareza en aquellos versos en quezahiere a Teoro:

Con murmurante acento Alcibíadesme dijo luego: “¿Vistes a Teolo?Yo cabeza de cuelvo le apellido.”

Murmuró así Alcibíades bellamente.Y Arquipo, haciendo también escarnio del hijo de Alci-

bíades, “tiene- dice- el andar de hombre afeminado, con laropa arrastrando, y para que se le tenga por más parecido alpadre,

El cuello tuerce, y habla ceceoso.”

II.- Sus costumbres, con el tiempo, como no podía me-nos de ser en tan extraordinarios acontecimientos y en tan-tas vicisitudes de la fortuna, tuvieron grandes contrariedadesy mudanzas; mas estando por su índole sujeto a muchas ygrandes pasiones, las que más sobresalían eran la soberbia yla ambición de ser siempre el primero, como lo convencensus hechos pueriles de que hay memoria. Luchaba en unaocasión, y viéndose muy estrechado por el contrario, altiempo que hacía esfuerzos para no caer, levantó los brazosde éste, que le oprimían, y parecía que iba a comérsele lasmanos. Soltó entonces el contrario, y diciéndole: “Muerdes

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¡oh Alcibíades! como las mujeres” “No, a fe mía- le replicó-,sino como los leones”. Siendo todavía pequeño jugaba a losdados en un sitio estrecho, y cuando le tocó tirar venía porallí un carro cargado; gritó al instante al carretero que de-tuviera el ganado, porque iban a caer los dados en el pasodel carro; y como por rusticidad no hiciese caso y fueseadelante, los demás muchachos se apartaron: pero Alci-bíades, arrojándose boca abajo delante del ganado y ten-diéndose a la larga, le gritaba que pasase entonces si quería;de modo que el carretero, temeroso, hubo de hacer cejar, ylos que presentes se hallaban, espantados, prorrumpieron engritos y corrieron hacia él. Cuando ya se dedicó a las hones-tas disciplinas, oía con placer a todos los demás maestros;pero a tocar la flauta se resistía, diciendo que era ejerciciodespreciable e impropio de hombres libres, y que el uso delplectro y de la lira en nada alteraba la figura y semblante queanuncian un hombre ingenuo, mientras que la cara de unhombre que hinche con su boca las flautas, apenas puedenreconocerla sus mayores amigos; y, además, que la lira re-suena y acompaña en el canto al que la tañe; mas la flautacierra la boca, y obstruye la voz y el habla del que la usa.“Tañan, pues, la flauta- decía- los hijos de los Tebanos, puesque no saben conversar; mas nosotros los Atenienses, comodicen nuestros padres, miramos a Atenea como nuestra so-berana y a Apolo como nuestro compatriota, y es bien sabi-do que aquella tiró la flauta y que éste hizo desollar al que latocaba”. Con tales burlas y tales veras se apartó Alcibíades así mismo y apartó a los otros de aquel estudio, porque luegocorrió la voz entre los jóvenes de que hacía muy bien Alci-

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bíades en desacreditar aquella habilidad y en burlarse de losque la aprendían; así enteramente fue ridiculizada la flauta ydesterrada del número de las ocupaciones ingenuas.

III.- En el libro de invectivas de Anfitón se refiere que,siendo muchacho, abandonó su casa y se fue a la de Demó-crates, uno de sus amantes. Quería Arifrón hacerle pregonar;pero Pericles no se lo permitió, porque si había muerto, sólose ganaría con el pregón que se descubriese un día antes, y siestaba salvo, era preciso tenerle por perdido para toda lavida. Dícese allí, además, que en la palestra de Sibirtio matóa uno de sus criados, sacudiéndole con un palo. Mas no escosa de dar crédito a tales especies, que el mismo que porzaherir usa de ellas, reconoce ser movido a divulgarlas porenemistad.

IV.- Desde luego se dedicaron muchos de los principalesa seguirle y obsequiarle; pero era bien claro que la mayorparte de ellos no admiraban ni halagaban otra cosa que lobello de su figura: sólo el amor de Sócrates nos da un indu-dable testimonio de su virtud y de su índole generosa. Ad-vertía que ésta se manifestaba y resplandecía en su sem-blante; y temiendo a su riqueza, al esplendor de su origen y ala muchedumbre de ciudadanos, de forasteros y de aliadosque trataban de apoderarse de él con sus lisonjas y sus obse-quios, se propuso defenderlo y no desampararlo, como unaplanta que en flor iba a perder y viciar su nativo fruto. Por-que en nada la fortuna le fue tan favorable, ni le pertrechótanto exteriormente con los que llamamos bienes, como con

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haberle hecho por medio de la filosofía invulnerable e impa-sible a los dichos mordaces y cáusticamente libres de tantoscomo desde el principio se propusieron corromperle y re-traerle de oír a su amonestador y maestro; y así es que, a pe-sar de todo, por la bondad de su índole hizo conocimientocon Sócrates, y se estrechó con él, apartando de sí a los ricosy distinguidos amadores. Entró, pues, muy luego en su con-fianza, y oyendo la voz de un amador que no andaba a cazade placeres indignos, ni solicitaba indecentes caricias, sinoque le echaba en cara los vicios de su alma y reprimía su va-no y necio orgullo,

Como gallo vencido en la pelea,dejó caer acobardado el ala.

Veía en esto la obra de Sócrates; pero en la realidad lareputaba ministerio de los Dioses en beneficio y salvaciónde los jóvenes. Desconfiándose, pues, de sí mismo, mirandoa aquel con admiración, apreciando su benevolencia y aca-tando su virtud, insensiblemente abrazó el ídolo del amor, o,según la expresión de Platón, el contramor o amor corres-pondido. Maravillábanse todos, por tanto, de verle cenarcon Sócrates y ejercitarse y habitar con él, mientras que semostraba con los demás amadores áspero y desabrido; y auna algunos los trataba con altanería, como a Ánito el de An-temión. Amaba éste a Alcibíades, y teniendo a cenar a unoshuéspedes, le convidó al banquete: rehusó él el convite; perohabiendo encasa bebido largamente con otros amigos, fuesea casa de Ánito para darle un chasco: púsose a la puerta del

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comedor, y viendo las mesas llenas de fuentes de plata y oro,dio orden a los criados de que tomaran la mitad de todoaquello y se lo llevaran a casa; esto sin pasar de allí, y antes seretiró con los criados. Prorrumpieron los huéspedes enquejas, diciendo que Alcibíades se había portado injuriosa eindecorosamente con Ánito; más éste respondió: “No, sinocon mucha equidad y moderación, pues que habiendo sidodueño de llevárselo todo, aún nos ha dejado parte”.

V.- Así trataba a los demás amadores: solamente a unode la campiña, hombre, según dicen, de pocos haberes, yque todos los iba enajenando, como lo que le quedaba, quemontaría a cien estáteres, lo presentara a Alcibíades y le ro-gara que lo recibiese, echándose a reír, y celebrando el caso,lo convidó a cenar. En el banquete, mostrándosele benignole volvió su dinero y le mandó que al día siguiente excedieraen la postura a los arrendadores de los tributos públicos,pujándoles las que hiciesen: resistíase el aldeano, porque elarriendo, decía, era de muchos talentos, más le amenazó quele haría dar una paliza si así no lo ejecutaba; y es que enton-ces tenía pleito con los asentistas en reclamación de algunosintereses propios. Fuese el aldeano de madrugada a la plaza,y añadió a la postura un talento. Los asentistas, indignados,se alían contra él y le mandan que presente fiador, dandopor supuesto que no le encontraría; y efectivamente, él sequedó cortado, e iba a retirarse, cuando Alcibíades, que sehallaba a alguna distancia, gritó a las magistrados: “Escríbasemi nombre, porque es mi amigo y yo le fío.” Al oír esto losasentistas no sabían qué partido tomar, estando acostum-

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brados a pagar los primeros asientos con los productos delos segundos: así ninguna salida le veían a aquel negocio.Trataron, pues, con el aldeano de que se apartara, ofrecién-dole dinero, mas Alcibíades no le dejó que se contentara conmenos de un talento. Diéronselo aquellos, y él le mandó quelo tomara y se volviera a su casa: dejándole socorrido poreste medio.

VI.- Este amor de Sócrates tenía muchos que le hicieranoposición, mas lograba, sin embargo, dominar el buen natu-ral de Alcibíades, fijándose en su ánimo los discursos deaquel, convirtiendo su corazón y arrancándole lágrimas. Ha-bía ocasiones, no obstante, en que, cediendo a los adulado-res que le lisonjeaban con placeres, se le deslizaba a Sócrates,y como fugitivo tenía que cazarle; pues sólo respecto de él seavergonzaba, y a él sólo le tenía algún temor, no dándoselenada de los demás. Decía, pues, Cleantes, que este tal amadoera por los oídos por donde de Sócrates había de ser cogido;cuando a los otros amadores les presentaba muchos asiderosa que aquel no podía echar mano: queriendo indicar el vien-tre, la lascivia y la gula, porque realmente Alcibíades era muyinclinado a los deleites, dando de esto bastante indicio el queTucídides llama desconcierto suyo en el régimen ordinariode la vida. Mas los que trataban de pervertirle, de lo queprincipalmente se valieron fue de su ambición y de su orgu-llo, para hacerle antes de tiempo tomar parte en los nego-cios públicos, persuadiéndole que lo mismo sería entrar enellos, no solamente eclipsaría a los demás generales y orado-res, sino que al mismo Pericles se aventajaría en gloria y po-

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der entre los Griegos. Como el hierro, pues, ablandado porel fuego, después con el frío vuelve a comprimirse y suspartes se aprietan entre sí, de la misma manera cuantas vecesAlcibíades, disipado por el lujo y la vanidad, volvía a las ma-nos de Sócrates, conteniéndole éste y refrenándole con susrazones, le hacía sumiso y moderado, reconociendo que es-taba todavía muy falto y atrasado para la virtud.

VII.- Salido ya de la edad pueril, fue a la escuela de unmaestro de primeras letras y le pidió algún libro de Homero;mas como respondiese que nada de Homero tenía, le diouna puñada, y se marchó. Otro maestro le dijo que tenía unHomero enmendado por él; y entonces le repuso: “¿Cómoenseñas las primeras letras? Siendo capaz de enmendar aHomero, ¿por qué no educas a los jóvenes?” Quiso en unaocasión visitar a Pericles y llamó a su puerta; mas se le in-formó que no se hallaba desocupado, sino que estaba viendocómo dar cuentas a los Atenienses, y entonces se retiró di-ciendo: “¿Pues no sería mejor ocuparse en ver cómo nodarlas?” Siendo todavía muy jovencito, militó en el ejércitoenviado contra Potidea, en el cual tuvo a Sócrates por com-pañero de tienda, y en los combates peleó a su lado. Hubouna fuerte batalla, en la que los dos sobresalieron en valor; ycomo Alcibíades hubiese caído de una herida, Sócrates sepuso por delante y le defendió; haciéndose visible con estoque le sacó salvo y con sus armas, y que por toda razón de-bía el premio del valor ser de Sócrates. Con todo, cuando seadvirtió que los generales, movidos del esplendor de Alci-bíades, estaban empeñados en atribuirle aquella gloria, Só-

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crates, para encender más en él el deseo de sobresalir en ac-ciones ilustres, fue el primero en atestiguar y promover quese diesen a aquel la corona y la armadura. Para eso en la ba-talla de Delio, cuando los Atenienses volvieron la espalda,como Alcibíades tuviese caballo y Sócrates con muy pocosse retirase a pie, no le desamparó aquel luego que le vio, sinoque le acompañó y defendió, cargándoles los enemigos yhaciéndoles mucho daño; pero esto fue algún tiempo des-pués.

VIII.- A Hiponico, padre de Calias, varón de suma dig-nidad y gran poder por su riqueza y linaje, le dio una bofeta-da, no movido de enfado o de alguna disputa, sino por jue-go, a causa de una apuesta que había hecho con sus amigos.Hízose muy pública en toda la ciudad esta afrenta; y comotodos hubiesen mirado el hecho con la indignación que erajusto, a la mañana siguiente muy temprano se fue Alcibíadesa casa de Hiponico, llamó a la puerta, entró a su habitación,y quitándose la ropa le presentó su cuerpo, pidiendo que leazotase y tomara satisfacción; mas él le perdonó y depuso elenojo, y aun más adelante le hizo esposo de su hija Hipáreta.Otros son de sentir que no fue el mismo Hiponico, sino Ca-lias, su hijo, quien casó a Hipáreta con Alcibíades, dándolediez talentos; y que luego cuando parió ésta, le arrancó Al-cibíades otros diez talentos, alegando que así se había pacta-do si daba a luz varones. Temeroso Calias de que le armasealgún enredo, se presentó ante el pueblo, cediéndole su ha-cienda y su casa, si llegase a morir sin descendencia: e Hipá-reta, sin embargo de que era mujer prudente y de condición

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apacible, incomodada con él porque sin consideración almatrimonio frecuentaba otras mujeres forasteras y ciudada-nas, abandonó su casa y se fue a la del hermano. Mirólo Al-cibíades con indiferencia, y aun parecía hacer gala, por locual aquella se vio en la precisión de poner en poder del Ar-conte la petición de divorcio, no por medio de procurador,sino presentándose ella misma. Luego que compareció per-sonalmente conforme a la ley, acudió Alcibíades, y tomán-dola del brazo, marchó a casa desde el foro, llevándoselaconsigo, sin que nadie se le opusiese o pensase en quitársela;y permaneció en su compañía hasta que falleció, que fue nomucho tiempo después, en ocasión de navegar Alcibíadespara Éfeso; así no pareció que aquella violencia de habérselallevado hubiese sido muy injuriosa e inhumana; además deque si la ley exigía que la que se divorciaba se presentara enel foro personalmente, es de creer que en ello había la mirade proporcionar al marido el concurrir también y retenerla.

IX.- Tenía un perro celebrado de grande y hermoso, elque había comprado en setenta minas, y fue y le cortó lacola, que era bellísima. Reprendiéronselo sus amigos, dicién-dole que todos le roían y vituperaban por lo hecho con elperro: y él, riéndose, “eso es- les respondió- lo que yo quie-ro; porque quiero que los Atenienses hablen de esto, paraque no digan de mí cosas peores”.

X.- Su primera entrada al favor popular dícese haber sidoun donativo de dinero, no preparado de antemano, sino na-cido de casualidad, porque yendo por la calle, en ocasión de

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estar alborotados los Atenienses, preguntó la causa, e infor-mado de que era por una distribución de dinero, se acercó yles dio también. Comenzó el pueblo a gritar y aclamarle, yolvidado con este placer de una codorniz que llevaba debajode la capa, dio ésta a volar y se le huyó; con lo que creciómás la aclamación de los Atenienses, y muchos corrieron aayudarle a cobrarla, habiendo sido Antíoco el piloto quien lacogió y se la volvió, por lo cual le tuvo de allí en adelante enmucha estimación. Su linaje, su riqueza y su valor en loscombates le abrían ancha puerta para introducirse en el go-bierno, mayormente teniendo muchos amigos; pero, contodo, su mayor deseo era ganar el ascendiente sobre la mu-chedumbre con la gracia en el decir; y de que sobresalía enesta dote nos dan testimonio los poetas cómicos y tambiénel más vehemente de los oradores, diciendo en su oracióncontra Midias que Alcibíades, entre otras muchas dotes, te-nía la de la elocuencia. Y si hemos de dar crédito a Teofras-to, el hombre más investigador y de más noticias entre losfilósofos, Alcibíades sobresalía mucho en la invención y enel conocimiento de lo que en cada asunto convenía: mascomo no sólo examinase qué era lo más oportuno, sinotambién de qué manera se diría con las voces y las frasesmás adecuadas, carecía de facilidad, y así tropezaba a menu-do, y en medio del período callaba y se detenía, para vercómo había de continuar.

XI.- Hízose muy célebre por los caballos que mantenía ypor el número de sus carros; porque en los Juegos Olím-picos ni particular ni rey alguno presentó jamás siete, sino él

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sólo; y el haber sido a un tiempo vencedor en primero, se-gundo y cuarto lugar, según Tucídides, y aun en tercero, se-gún Eurípides, excede en brillantez y en gloria a cuanto pue-de conseguirse en este género de ambición. Eurípides en sucanto dice así: A ti te cantaré, oh hijo de Clinias; bellísima cosa esla victoria; pero más bello lo que ninguno de los Griegos alcanzó jamás:ganar con carroza el primero, segundo y tercer premio y marchar coro-nado de oliva dos veces sin trabajo alguno, pregonado vencedor por elheraldo.

XII.- A este brillante vencimiento lo hizo todavía másglorioso el empeño de los contendores en honrarle, porquelos de Éfeso le armaron una tienda guarnecida riquísima-mente, la capital de Quío dio la provisión para los caballos ygran número de víctimas, y los de Lesbo el vino y demásprevenciones para un suntuoso banquete de muchos convi-dados. También una calumnia o perversidad, divulgada so-bre esta misma magnificencia, dio mucho que hablar porentonces: cuéntase que hallándose en Atenas un tal Diome-des, hombre de bien y amigo de Alcibíades, y deseando al-canzar la victoria en los juegos olímpicos, noticioso de queen Argos había un excelente carro perteneciente al público yde que Alcibíades gozaba en Argos de gran poder y teníamuchos amigos, le rogó se lo comprase; pero que habién-dolo comprado, lo hizo pasar por suyo, y dejó a un lado aDiomedes, que lo sintió en gran manera, y se quejó del he-cho a los Dioses y a los hombres. Parece que sobre él semovió pleito; y hay una oración de Isócrates del par de caba-

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llos, escrita a nombre del hijo de Alcibíades, en la que es Ti-sias, y no Diomedes, el demandante.

XIII.- Era aún muy joven cuando se dio a los negociosde gobierno, y aunque al punto oscureció a todos los demásconcurrentes, tuvo que contender con Féax, hijo de Erasís-trato, y con Nicias, hijo de Nicerato, de los cuales éste leprecedía en edad y tenía opinión de buen general; y Féax,que procedía de padres ilustres, y como él empezaba a teneradelantamientos, le era inferior entre otras calidades en la dela elocuencia: parecía más propio para conciliar y persuadiren el trato privado, que para sostener los debates en las jun-tas: siendo, como dice Éupolis,

Diestro en parlar; mas en decir muy torpe.Corre asimismo una oración de Féax escrita contra Al-

cibíades, en la que se dice, entre otras cosas, que, teniendo laciudad muchas tazas de oro y plata destinadas a las ceremo-nias, Alcibíades usaba de todas ellas como propias en su me-sa diaria. Vivía entonces también un tal Hipérbolo de Periti-das, el cual, además de que Tucídides hace mención de élcomo de un hombre malo, dio materia a todos los poetascómicos para zaherirle en escena; pero él era inmoble einalterable a los dicterios y a las sátiras, por un abandono desu opinión, que, siendo en realidad desvergüenza y tontería,algunos le graduaban de intrepidez y fortaleza; y éste era dequien se valía el pueblo cuando quería desacreditar y calum-niar a los que estaban en altura. Movido, pues, entonces poréste mismo iba a usar del ostracismo, que es el medio queemplean siempre para enviar a destierro al ciudadano que se

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adelanta en gloria y en poder, desahogando así su envidia,más bien que su temor. Era claro que las conchas caeríansobre uno de los tres, y, por tanto, Alcibíades, reuniendo lospartidos para este objeto, habló a Nicias, e hizo que el ostra-cismo se convirtiera contra Hipérbolo.

Otros dicen que no fue con Nicias, sino con Féax, conquien Alcibíades se confabuló, y que por medio de la facciónde éste consiguió desterrar a Hipérbolo, que estaba de ellobien ajeno, porque ningún hombre ruin y oscuro había hastaentonces incurrido en este género de pena, como, haciendomención del mismo Hipérbolo, lo dijo así Platón el cómico:

Fue a sus costumbres merecida pena;mas por su calidad de ella era indigno,

porque no se inventó seguramentecontra tan vil canalla el ostracismo.

Pero en este punto hemos dicho en otra parte cuanto esdigno de saberse.

XIV.- Mas no por esto dejó Nicias de ser un objeto demortificación para Alcibíades, que le veía admirado de losenemigos y honrado de los ciudadanos, porque aunque Al-cibíades era público hospedador de los Lacedemonios y ha-bía obsequiado de ellos a los que habían sido cautivados enel encuentro de Pilo, con todo, porque principalmente ha-bían conseguido, por medio de Nicias, que se hiciese la paz yse les restituyesen los cautivos, tenían a éste en mayor esti-mación, y entre los Griegos corría la voz de que si Pericleslos había hostilizado, Nicias había desvanecido la guerra, ylos más a esta paz la llamaban Nicea; por tanto, enfadado

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Alcibíades sobre manera y agitado de envidia, formó la re-solución de romper el tratado. Y en primer lugar, noticiosode que los Argivos, por odio y miedo de los Esparcíatas,buscaban cómo separarse de ellos, les dio reservadamenteesperanza de que los Atenienses les ayudarían, y los alentó,enviando a decir a los principales del pueblo que no temie-sen ni cedieran a los Lacedemonios, sino que se pasaran alos Atenienses y aguardaran lo poco que faltaba para queéstos mudaran de propósito y rompieran la paz. Como eneste tiempo los Lacedemonios hubiesen hecho alianza conlos Beocios y restituido a los Atenienses la ciudad de Pa-nacto, no en pie, como debían, sino habiéndola antes de-rruido, hallando con este motivo indignados a los Atenien-ses, los irritó todavía más. Molestaba, por otra parte, a Ni-cias, y le calumniaba y acusaba, no sin fundamento, de que,estando con mando, no quiso cautivar por sí mismo a aque-llos de los enemigos que habían quedado en Esfacteria, yhabiendo sido cautivados por otros, los había dejado ir yentregándolos, haciendo este obsequio a los Lacedemonios;y también de que siendo tan amigo no recabó de éstos queno se ligasen con los Beocios y Corintios, y que no estorba-ran que de los pueblos griegos se aliase e hiciese amistad conlos Atenienses el que quisiese, si a los Lacedemonios nos lesestaba a cuenta. Cuando así traía a mal traer a Nicias, dispu-so la suerte que viniesen embajadores de Lacedemonia, ha-ciendo por sí proposiciones equitativas, y diciendo que tra-ían plenos poderes para todo lo que fuera de una justa con-ciliación. Habíalos oído el Consejo y al día siguiente se habíade congregar el pueblo: entonces. temeroso Alcibíades, ma-

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nejó que los embajadores hablasen con él, y luego que seavistaron, “¿qué habéis hecho, les dijo, oh Esparcíatas? ¿Po-déis ignorar que el Consejo trata siempre con moderación yhumanidad a los que se, les presentan, pero que el pueblo esaltanero y tiene desmedidas pretensiones? Si decís que venísautorizados para todo exigirá v querrá obligaros a lo que nosea de razón; vaya, pues, deponed esa nimia bondad, y siqueréis encontrar en los Atenienses moderación y no serprecisados a lo que no es de vuestro dictamen, proponed loque os parezca justo, sin que entiendan que venís con plenospoderes: con lo que nos tendréis de vuestra parte por hacerobsequio a los Lacedemonios”.

Dicho esto se les obligó, con juramento, y enteramentelos apartó de Nicias, poniendo en él su confianza y ad-mirando su penetración y juicio, que no era, decían, de unhombre vulgar. Congregado al día siguiente el pueblo, sepresentaron los embajadores, y preguntados por Alcibíadescon la mayor afabilidad con qué facultades venían, respon-dieron que no venían con plenos poderes; y al punto se vol-vió contra ellos con gran vehemencia el mismo Alcibíades,como si fuese el burlado y no quien burlaba, tratándolos defalsos y enredadores, que no podían haber venido a hacer nidecir cosa buena. Irritóse también contra ellos el Senado, elpueblo se mostró igualmente ofendido, y Nicias quedó ad-mirado y confundido con la mudanza que vio en los emba-jadores, por ignorar el engaño y dolo en que se les había he-cho caer.

XV.- Después de desconcertados así los Lacedemonios,nombrado Alcibíades general, inmediatamente hizo a los de

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Argos, de Mantinea y de Elea aliados de los Atenienses; yaunque nadie alababa el modo, se celebraba lo más maravi-lloso de su hazaña; siendo muy grande la de haber separadoy conmovido casi puede decirse a todo el Peloponeso yopuesto en un día junto a Mantinea tantas tropas a los La-cedemonios y haberles ido a llevar el combate y el riesgo atan grande distancia de Atenas, que con la victoria nada ga-naron, y si hubiesen sido vencidos, era difícil que Lacede-monia hubiera vuelto en sí. Después de esta batalla intenta-ron los Quiliarcos de Argos disolver la democracia y sojuz-gar la ciudad; y aun los Lacedemonios que acudieron contri-buyeron a la ejecución de aquel designio; pero tomando lasarmas la muchedumbre, recobró la superioridad, y sobrevi-niendo Alcibíades, además de hacer más segura la victoriadel pueblo, persuadió a éste que dilatara la gran muralla, yque poniéndose en contacto con el mar acercara en-teramente su ciudad al poder de los Atenienses. Trajo asi-mismo de Atenas arquitectos y canteros, y se les mostró deltodo interesado por ellos, ganando de este modo favor ypoder, no menos para sí mismo que para su patria. Persua-dió de la propia manera a los de Patras que con murallasprolongadas arrimaran su ciudad a la mar, y como algunodijese a los Patrenses: “Los Atenienses se os tragarán”,“Puede ser, repuso Alcibíades; mas será poco a poco y porlos pies; mientras que los Lacedemonios lo harían por la ca-beza y de una vez”. Aconsejaba al propio tiempo a los Ate-nienses que ellos se pegaran más a la tierra, exhortándolos aconfirmar con obras el juramento que en Agraulo prestanlos jóvenes; y lo que juran es que la frontera del Ática será

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para ellos el trigo, la cebada, las viñas y los olivos, dando aentender que tendrán por propia principalmente la tierracultivada y fructífera.

XVI.- Pues con estos cuidados y estos discursos, conesta prudencia y esta habilidad en manejar los negocios, reu-nía un desarreglado lujo en su método de vida, en el beber yen desordenados amores; grande disolución y mucha afemi-nación en trajes de diversos colores, que afectadamentearrastraba por la plaza; una opulencia insultante en todo:lechos muelles en las galeras para dormir más regaladamente,no puestos sobre las tablas, sino colgados de fajas; y un es-cudo que se hizo de oro, en el que no puso ninguna de lasinsignias usadas por los Atenienses, sino un Eros armado delrayo. Al ver estas cosas, los ciudadanos más distinguidos,además de abominarlas y llevarlas mal, temían su osadía y suningún miramiento como tiránicos y disparatados; pero conel pueblo sucedía lo que Aristófanes expresó bellamente enestos términos:

A un tiempo le desea y le aborrece;mas, con todo, en tenerle se complace.

Y más bellamente todavía en esta alusión a él:No criar el león lo mejor fuera;

mas aquel que en criarle tiene gusto,fuerza es que a sus costumbres se acomode.

Porque sus donativos y sus gastos en los coros; sus ob-sequios a la ciudad, superiores a toda ponderación; el es-

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plendor de su linaje, el poder de su elocuencia, la belleza desu persona, y sus fuerzas corporales, juntas con su experien-cia en las cosas de la guerra, y su decidido valor, hacían quelos Atenienses fueran indulgentes con él en todo lo demás yse lo llevaran en paciencia, dando siempre a sus extravíos losnombres benignísimos de juegos y muchachadas. Fue unode ellos haber puesto preso al pintor Agatarco y remune-rarlo con dones después que le pintó la casa: otro, dar debofetadas a Taureas, su contendor en un coro, porque ledisputó la victoria; y otro, asimismo, haberse tomado deentre los cautivos a una mujer de Milo, y ayuntándose a ella,criar un niño tenido en la misma; porque también esto localificaban de bondad; y todo, menos el que tuvo gran partede culpa en que se diese indistintamente muerte a todos losMelios, defendiendo el decreto. Cuando Aristofonte pintó aNemea teniendo a Alcibíades sentado en sus brazos, lo mi-raban y salían muy gustosos los Atenienses, pero los ancia-nos también esto lo veían con malos ojos, como tiránico yviolento. Parecía, por tanto, que no había andado erradoArquéstrato en decir que la Grecia no podría soportar dosAlcibíades. Y cuando Timón el Misántropo, encontrándosecon Alcibíades a tiempo que se retiraba de la junta públicamuy aplaudido y con un brillante acompañamiento, no pasóde largo, ni se retiró, como solía hacerlo con todos los de-más, sino que acercándose y tomándole la mano: Bravo, muybien haces- le dijo- ¡oh joven! en irte acreditando, porque acrecientasun gran mal para todos éstos, unos se echaron a reír, otros lomiraron como una blasfemia, y en algunos produjo aquel

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dicho una completa aversión: ¡tan difícil era formar opiniónde semejante hombre por las contrariedades de su carácter!

XVII.- Tentaba ya la Sicilia, aun en vida de Pericles, lacodicia de los Atenienses, que después de su muerte habíandado algunos pasos hacia ella, y con enviar por todas parteslo que llamaban socorros y auxilios a los agraviados por losSiracusanos, iban poniendo escalones para una grande expe-dición. Mas el que inflamaba hasta el último punto este de-seo y les persuadía a que no por partes y poco a poco, sinocon poderosas fuerzas acometieran a la isla, era Alcibíades,dando al pueblo grandes esperanzas y formando él mismomayores designios: pues veía en la Sicilia el principio y no eltérmino, como los demás, de las operaciones militares queen su ánimo meditaba. Con todo, Nicias, reputando difícilempresa la de tomar a Siracusa, retraía con sus persuasionesal pueblo: pero Alcibíades, que lo entretenía con los sueñosde Cartago y del África, y que en consecuencia de esto teníaya como en la mano la Italia y el Peloponeso, faltaba pocopara que viese en la Sicilia un viático para aquella guerra. Ylo que es los jóvenes espontáneamente se le unieron, acalo-rados con tan lisonjeras esperanzas; pues además oían a losancianos deducir maravillosas consecuencias de aquella ex-posición; tanto, que muchos se ponían en las palestras y enlos corrillos a dibujar la figura de la isla y la situación delÁfrica y de Cartago. Mas dícese del filósofo Sócrates y delastrólogo Metón que ni uno ni otro esperaron nunca nadaprovechoso a la ciudad de semejante proyecto: aquel, poraparecérsele, como es de creer, su genio familiar y prede-

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círselo, y Metón, porque receló por su propio discurso loque iba a suceder, o porque usó para ello de alguna adivina-ción: de forma que fingió haberse vuelto loco, y tomandoun tizón encendido iba a pegar fuego a su propia casa; aun-que algunos dicen que no hubo de parte de Metón tal fic-ción de locura, sino que dio efectivamente fuego a su casapor la noche, y a la mañana se presentó a pedir y suplicarque por aquella desgracia le dejaran al hijo libre por entoncesde la milicia: y habiendo engañado así a los ciudadanos, con-siguió lo que quería.

XVIII.- Fue, sin embargo, nombrado general Niciascontra su voluntad, repugnando no menos el mando que elcolega que se le daba: porque juzgaron los Atenienses que seconduciría mejor aquella guerra no dejando el mando abso-luto a Alcibíades, sino mezclando con su osadía la circuns-pección de Nicias: porque el tercer general, Lámaco, aunquehombre de más edad, se había visto en algunos combatesque no cedía a Alcibíades en ardor y en arrojo a los peligros.Cuando deliberaban sobre la cantidad y modo de los prepa-rativos, volvió a intentar Nicias el oponerse y paralizar laguerra; mas contradíjole Alcibíades y salió con su intento,escribiendo el orador Demostrato, y persuadiendo, que con-venía hacer a los generales árbitros de los preparativos y dela suma de la guerra; lo que así fue decretado por el pueblo.Estando ya todo dispuesto para dar la vela, no se presenta-ron favorables ni aun los auspicios de las festividades; por-que cayeron en aquellos días las de Adonis, en las cuales lasmujeres ponían en muchos parajes imágenes semejantes a

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los muertos que se llevan a enterrar, y representaban exe-quias, lastimándose y entonando lamentaciones. Además, lamutilación hecha en una sola noche de todos los Hermes,que amanecieron con todas las partes prominentes del ros-tro cortadas, causó gran turbación aun a muchos de los queno hacen alto en tales cosas. Díjose que los de Corinto, poramor de los Siracusanos, que era una colonia suya, con laesperanza de que aquel prodigio había de contener a losAtenienses y hacerles desistir de la guerra, fueron los autoresdel atentado. Mas con todo, a una gran parte no les hicieronfuerza ni esta voz ni las razones de los que decían que nadasiniestro había en aquellos portentos, y que no eran más queuna de aquellas travesuras que suele llevar consigo la insolen-cia de la gente joven, propensa después de un banquete atales desórdenes; porque a un tiempo se irritaron y se llena-ron de terror con lo sucedido, atribuyéndolo a alguna conju-ración fraguada con grandes miras. Hacíanse, por tanto,pesquisas rigurosas sobre cualquier sospecha por el Senadoen repetidas juntas, y por el pueblo, reuniéndose también enpocos días muchas veces.

XIX.- En esto presentó Androcles, uno de los dema-gogos, algunos esclavos y colonos que acusaban a Alcibíadesy a sus amigos de otras mutilaciones de estatuas y de haberen la embriaguez remedado los misterios, diciendo que untal Teodoro había hecho funciones de proclamador; Poli-ción, las de porta-antorcha; el mismo Alcibíades, las de hie-rofantes; y que los demás amigos habían sido los concu-rrentes y participado de los misterios, llamándose “mistas” o

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iniciados; así estaba escrito en la delación, siendo Tésalo,hijo de Cimón, quien delataba a Alcibíades de que era impíocontra las Diosas. Irritándose con esto el pueblo, y estandomuy indispuesto con Alcibíades, todavía le exasperaba másAndrocles, que era uno de sus mayores enemigos, por lo queal principio Alcibíades no pudo menos de abatirse; mas ad-virtiendo luego que todos los marineros que habían de ir aSicilia le eran muy aficionados, y lo mismo la tropa, que losde Argos y Mantinea, en número de mil, decían abierta-mente que sólo por Alcibíades se ofrecían a aquella marítimay lejana expedición, y que si alguno le agraviaba desertarían,entonces cobró ánimo y se aprovechó de aquella oportuni-dad para defenderse; de manera que por la inversa sus ene-migos desmayaron y empezaron a temer no fuera que elpueblo se mostrara blando con él en el juicio, por la consi-deración de haberlo menester. Maquinaron, por tanto, quede los oradores, los que no eran conocidamente enemigosde Alcibíades, aunque en su corazón no le aborrecieran me-nos que sus contrarios declarados, se levantaran en la junta ydijeran que era muy fuera de razón, a un general nombradocon plenos poderes para mandar tantas fuerzas, en el mo-mento de tener reunido el ejército y los auxiliares, causarledetención con el sorteo de jueces y medida del agua, ha-ciéndole perder la oportunidad de obrar; navegue, pues, confavorables auspicios y comparezca concluida la guerra a de-fenderse conforme a las mismas leyes. No dejo Alcibíadesde percibir la malignidad que encerraba esta dilación; así re-plicó, tomando la palabra, que era cosa terrible, pendientestal causa y tales calumnias, partir adornado de tan brillante

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autoridad, y que lo justo era, o morir si no disipaba la acusa-ción, o, en caso de desvanecerla, marchar contra los enemi-gos sin miedo de calumniadores.

XX.- Mas no habiendo logrado convencerlos, e inti-mándosele que partiese, dio la vela con sus colegas, llevandomuy pocas menos de ciento y cuarenta galeras, cinco mil ycien infantes; entre tiradores de arco, honderos y demástropa ligera, unos mil y trescientos, y todas las prevencionescorrespondientes. Navegando la vuelta de Italia tomaron aRegio, y allí puso a deliberación el modo que había de tener-se en hacer la guerra. Opúsose Nicias a su dictamen; perohabiéndolo aprobado Lámaco, se dirigió a la Sicilia y atrajo aCatana a su partido, sin que hubiese ya podido hacer otracosa, porque al punto fue llamado para el juicio por los Ate-nienses. Porque al principio, como dejamos dicho, sólo sepropusieron contra Alcibíades algunas frías sospechas y ca-lumnias por esclavos y por colonos; pero sus enemigos, lue-go que le vieron ausente, tomaron fuerzas contra él y reunie-ron con el insulto hecho a los Hermes el remedo de losmisterios, insinuando que todo era efecto de una mismaconjuración para causar un trastorno; y a todos cuantos de-nunciados pudieron haber a las manos, sin oírlos los ence-rraron en la cárcel, sintiendo no haber cogido antes a Alci-bíades bajo sus votos y sentenciándole por tan graves crí-menes; mas la ira que contra él tenían la mostraron áspera-mente en cualquiera deudo, amigo o familiar suyo que pordesgracia aprehendieron. Tucídides no hizo mención de losdenunciadores, pero otros escritores nombran a Dioclides y

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a Teucro, citados también en estos versos de Frínico el có-mico:

Amado Hermes, cuida no te caigas,y a ti mismo te lisies, dando margena que otro Dioclides que ya tenga

mala intención levante otra calumnia.Tendré cuidado, pues en modo alguno

al execrable advenedizo Teucroquiero se dé de la denuncia el premio.

Y no porque los tales denunciadores hubiesen dadopruebas ciertas y seguras; antes, preguntado uno de elloscomo había conocido a los mutiladores de los Hermes, res-pondió que a la claridad de la luna, con la más manifiestafalsedad, porque el hecho había sido el día primero o de lanueva luna. Esto a las gentes de razón las dejó aturdidas,pero nada influyó para ablandar el ánimo de la plebe, quecontinuó con el mismo acaloramiento que al principio, con-duciendo y encerrando en la cárcel a cualquiera que era de-nunciado.

XXI.- Uno de los presos y encarcelados por aquella cau-sa fue el orador Andócides, a quien Helanico, escritor con-temporáneo, hace entroncar con los descendientes de Uli-ses. Era reputado Andócides por desafecto al pueblo y apa-sionado de la oligarquía, y, sobre todo, en el crimen de lamutilación le había hecho sospechoso el grande Hermes,ofrenda que la tribu Egeide había consagrado junto a su ca-sa; porque de los pocos que había sobresalientes entre los

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demás, éste solo había quedado sano; así, aun ahora se de-nomina de Andócides, y así lo llaman todos, no obstanteque la inscripción lo repugna. Ocurrió asimismo que entrelos muchos que por aquel delito se hallaban en la cárcel, tra-bó Andócides amistad e intimidad con otro preso llamadoTimeo, que si no le igualaba en la fama y opinión le aventa-jaba en penetración y osadía. Persuadió éste a Andócidesque se delatase a sí mismo y a algunos otros en corto núme-ro; porque al que confesase se había ofrecido la impunidad,y si para todos era incierto el éxito del juicio, para los quetenían opinión de poder era muy temible; por tanto, que eramejor mentir para salvarse que morir con infamia por elmismo delito; y aun atendiendo al bien común, valía máscon perder a unos pocos de dudosa conducta, salvar al ma-yor número y a los hombres de bien de la ira del pueblo.Con estos consejos y exhortaciones convenció Timeo porfin a Andócides, y haciéndose denunciador de sí mismo y deotros, consiguió para sí la inmunidad conforme al decreto;pero los que por él fueron denunciados, a excepción de losque pudieron huir, todos murieron. Para ganarse más cré-dito, comprendió Andócides en la delación a sus propiosesclavos, mas no con esto desfogó el pueblo toda su rabia;por el contrario, libre ya de los mutiladores de Hermes, co-mo con una ira que había quedado ociosa, se convirtió todocontra Alcibíades. Últimamente envió en su busca la nave deSalamina, bien que encargando, no sin gran cautela, que nose le hiciese violencia ni se tocase a su persona, sino que sele hablara blandamente, dándole orden de ir a Atenas paraser juzgado y satisfacer al pueblo, porque temían un tumulto

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y una sedición del ejército en tierra extraña, cosa que a Alci-bíades, a haber querido, le hubiera sido muy fácil de ejecutar,pues con su ausencia desmayó mucho aquel, temiendo queen las manos de Nicias iría larga la guerra y experimentaríadilaciones fastidiosas faltando el aguijón que todo lo movía,por cuanto, aunque Lámaco era belicoso y valiente, carecíade dignidad y respeto, por su pobreza.

XXII.- Embarcándose, pues, inmediatamente Alcibíades,les quitó a los Atenienses a Mesana de entre las manos, por-que, estando prontos los que habían de entregar la ciudad,él, que estaba bien enterado de todo, lo reveló a los amigosde los Siracusanos y deshizo la negociación. Llegado a Tu-rios, bajó de la galera, y ocultándose pudo frustrar la diligen-cia de los que le buscaban. Hubo alguno que le conoció y ledijo: “¿No te fías, oh Alcibíades, en la patria?”; y él le res-pondió: “En todo lo demás, sí; pero cuando se trata de mivida, ni en mi madre, no fuera que por equivocación echaseel cálculo negro en lugar de blanco”. Oyendo después que laciudad le había condenado a muerte, “pues yo- repuso- lesharé ver que vivo”. Consérvase memoria de que la delaciónestaba concebida en estos términos: “Tésalo, hijo de CimónLacíade, denuncia a Alcibíades, hijo de Clinias Escambónide,de haber ofendido a las Diosas Deméter y su hija, remedan-do los misterios y divulgándolos a sus amigos en su casa,habiéndose puesto el ornamento que lleva el hierofantescuando celebra los misterios, tomando él mismo el nombrede hierofantes, dando a Lolición el de porta-antorcha y aTeodoro Fegeo el de proclamador, y llamando a sus amigos

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iniciados y adeptos, contra lo justo y lo establecido por losEumólpidas, los proclamadores y los sacerdotes de Eleusis”.Condenáronle en rebeldía y confiscaron sus bienes, y man-daron además que todos los sacerdotes le maldijesen, a lacual resolución solamente se opuso, según es fama, Teano,hija de Menón de Agraulo, diciendo que era sacerdotisa parabendecir, no para maldecir a nadie.

XXIII.- Cuando estos decretos y estas condenaciones sepronunciaron estaba detenido en Argos, porque al fugarsede Turios lo primero que hizo fue irse al Peloponeso; perotemiendo a sus enemigos y renunciando del todo a su patria,escribió a Esparta pidiendo que se le ofreciese la impunidad,y dando palabra de que les haría favores y servicios que ex-cedieran con mucho a los daños que antes les había causado.Concediéronselo los Esparcíatas, y recibido benignamentede ellos, luego que pasó allá, el primer servicio que al puntoles hizo fue que, andando en consultas y dilaciones sobre darauxilio a los Siracusanos, los movió y acaloró a que enviasenpor general a Gilipo y quebrantasen las fuerzas que allí te-nían los Atenienses; fue el segundo hacer que ellos mismospor sí moviesen a éstos guerra, y el tercero y más granadohacerles murar a Decelea, que fue lo que más perjudicó ycontribuyó a la ruina de Atenas. Estimado, pues, por sushechos públicos, y no menos admirado por su conducta pri-vada, atraía y adulaba a la muchedumbre con vivir entera-mente a la espartana; pues viéndole con el cabello cortado araíz, bañarse en agua fría, comer puches y gustar del caldonegro, como que no creían, y antes dudaban fuertemente de

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que hubiese tenido nunca cocinero, ni hubiese usado de un-güentos, ni hubiese tocado su cuerpo la ropa delicada deMileto. Porque entre las muchas habilidades que tenía, eracomo única y como un artificio para cazar los ánimos la deasemejarse e identificarse en sus afectos con toda especie deinstituciones y costumbres, siendo en mudar formas máspronto que el camaleón; y con la diferencia de que éste, se-gún se dice, hay un color, que es el blanco, al que no puedeconformarse, pero para Alcibíades ni en bien ni en mal nadahabía que igualmente no copiase e imitase: así, en Espartaera dado a los ejercicios del gimnasio, sobrio y severo; en laJonia, voluptuoso, jovial y sosegado; en la Tracia, bebedor ybuen jinete; y al lado del sátrapa Tisafernes excedía su lujo yopulencia a la pompa persiana, no porque le fuera tan fácilcomo parece pasar de un método de vida a otro y admitirtoda suerte de mudanza, sino porque conociendo que siusaba de su inclinación natural desagradaría a aquellos conquienes tenía que vivir, continuamente se acomodaba yamoldaba a la forma y manera que éstos preferían. En Lace-demonia, pues, en cuanto a su porte exterior, podía muybien decirse: “No es éste el hijo de Aquiles, sino el mismoque pudiera haber formado Licurgo”; mas en la realidadcualquiera, según sus afectos y sus obras, hubiera podido gri-tarle: “Ésa es siempre la mujer de antaño”. Porque a Timea,mujer de Agis, mientras éste estaba ausente en el ejército, detal manera la sacó de juicio, que de su trato se hizo embara-zada, sin negarlo; y como hubiese sido varón el que dio aluz, para los de afuera se llamaba Leotíquidas: pero el nom-bre que al oído se le daba en casa por la madre entre las

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amigas y las confidentes era el de Alcibíades: ¡tan ciega deamor estaba la tal mujer!; y él, con desvergüenza, solía decirque no la había seducido por hacer agravio ni tampoco hala-gado del deleite, sino para que descendientes suyos reinasensobre los Lacedemonios. Hubo muchos que denunciaron aAgis estos hechos; pero él principalmente se atuvo al tiem-po; porque habiendo habido un terremoto, él, de miedo,saltó del lecho y del lado de su mujer, y después en diez me-ses no se ayuntó a ella; y como después de este tiempo hu-biese nacido Leotíquidas, no le reconoció por hijo suyo; ypor esta causa fue después Leotíquidas privado de sucederen el reino.

XXIV.- Después de los desgraciados sucesos de los Ate-nienses en Sicilia, enviaron a un tiempo embajadores a Es-parta los de Quío y Lesbo, y también los de Cícico, paratratar de su defección. Los Beocios hablaban por los deLesbo, y Farnabazo por los de Cícico; pero a persuasión deAlcibíades prefirieron auxiliar a los de Quío antes de todo; yyendo él mismo en aquel viaje, hizo que se separase de losAtenienses casi puede decirse toda la Jonia, y con estar allado de los generales Lacedemonios fue muy grande el dañoque les causó. Con todo, Agis era siempre su enemigo, acausa de la mujer, por la afrenta recibida, y además le inco-modaba también su gloria: porque se había difundido la vozde que todo se hacía por Alcibíades, y a él era a quien se te-nía consideración. Sufríanle asimismo de mala gana los demás poder y dignidad entre los Esparcíatas, por la envidiaque les causaba. Tuvieron, pues, mano y negociaron con losque en casa quedaron con mando que enviasen a Jonia quien

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le diese muerte. Llegó a entenderlo reservadamente y vivíacon recelo; por lo que en todos los negocios públicos pro-movió los intereses de los Lacedemonios, pero huyó de caeren sus manos; y habiéndose entregado por su seguridad aTisafernes, sátrapa del rey, al punto fue para con él la perso-na primera y de mayor poder; porque aquella suma destrezasuya en plegarse y acomodarse aun al bárbaro, que no erahombre sencillo sino perverso y de malísima inclinación, lecausó gran maravilla; y a sus gracias en los entretenimientoscotidianos y en el trato familiar no había costumbres queresistiesen ni genio que no se dejase conquistar; tanto, queaun los que le temían o tenían envidia en tratarle y conversarcon él experimentaban placer. Por tanto, con ser Tisafernesentre los Persas uno de los enemigos más declarados de losGriegos, de tal modo se rindió a los halagos de Alcibíades,que llegó a excederle en sus recíprocas adulaciones: así, delos paraísos o jardines que tenía, el más delicioso a causa desus aguas y praderías saludables, y en el que había ademásmansiones y retraimientos dispuestos regia y ostentosa-mente, ordenó que se llamase Alcibíades; y éste fue el nom-bre y apelación con que en adelante le llamaron todos.

XXV.- Abandonando, pues, Alcibíades el partido de losLacedemonios por su infidelidad, y teniéndoles ya miedo,comenzó a desacreditar y poner en mal a Agis con Tisafer-nes, no consintiendo ni que los auxiliase decididamente nique rompiese del todo con los Atenienses, sino que, pres-tándose penosamente a sus demandas, los fuese quebran-tando y aniquilando con lentitud y por este medio pusiese a

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ambos pueblos bajo el poder del rey, debilitados los unospor los otros. Dejóse éste persuadir fácilmente, viéndosebien a las claras que le amaba y tenía en mucho: de modoque de una y otra parte tenían los Griegos puestos los ojosen Alcibíades, arrepentidos ya los Atenienses con sus malossucesos de la determinación tomada contra él; y él mismoestaba incomodado por lo hecho, y temía no fuera que,destruida del todo la ciudad, viniera a caer en las manos delos Lacedemonios, de quienes era aborrecido. En Samo ve-nía a estar entonces la suma de los intereses de los Atenien-ses; y partiendo desde allí con sus fuerzas navales, recobra-ban a unos aliados y conservaban a otros, por ser en el marsuperiores a sus enemigos; pero temían a Tisafernes y susgaleras fenicias, que se decía no estar lejos, y eran en númerode ciento cincuenta, porque si acertaban a llegar, no le que-daba esperanza alguna de salud a la ciudad. Bien convencidode esto Alcibíades, envió reservadamente a los principales delos Atenienses quien les diese confianza de que les volveríaamigo a Tisafernes, no por complacer a la muchedumbre, niesperando nada de ella, sino en obsequio de los principalesciudadanos, si determinándose a ser hombres esforzados y acontener la insolencia de la plebe tomaban por su cuentaellos mismos salvar la república y sus intereses. Todos losdemás apoyaron con empeño la proposición de Alcibíades;pero uno de los generales, Frínico Diraliota, sospechando loque era, a saber: que a Alcibíades lo mismo le importaba lademocracia que la oligarquía, y que procurando ser rehabili-tado de la calumnia que le hizo contraria la muchedumbre,con esta mira lisonjeaba y halagaba a los principales, le hizo

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contradicción. Quedó vencido por los demás votos, y hechoya enemigo descubierto de Alcibíades, lo denunció secreta-mente a Antíoco, almirante de los enemigos, previniéndoleque se guardara y precaviera de Alcibíades como de hombreque quería estar con unos y con otros; mas no sabía que elasunto iba de traidor a traidor: porque haciendo Antíoco lacorte a Tisafernes, y viendo que para con él era el todo Alci-bíades, manifestó a éste lo que Frínico le había comunicado.Alcibíades mandó al punto a Samo acusadores contra Fríni-co, dando motivo a que todos se indignaran y sublevarancontra él; y como para ocurrir a aquel peligro no se le ofre-ciese a éste otro medio, intentó curar un mal con otro malmayor: porque envió otra vez quien se quejase con Antíocode haberle descubierto y le avisase de que tenía resuelto ha-cerle entrega de las naves y del ejército de los Atenienses.Con todo, no trajo daño a éstos la traición de Frínico, porotra traición de Antíoco, que también anunció a Alcibíadesesta nueva propuesta de Frínico. Volvió éste en sí, y temien-do segunda acusación de Alcibíades, se anticipó a prevenir alos Atenienses que los enemigos iban a sorprenderlos,exhortándolos a estarse quietos en las naves y atrincherar elejército. Cuando ya esto se había puesto en ejecución, aun-que vinieron otra vez cartas de Alcibíades advirtiéndoles quese guardaran de Frínico, que iba a entregar a los enemigos laarmada, no les dieron crédito, imaginándose que Alcibíades,que estaba bien informado de los preparativos e intentos delos enemigos, abusaba de esta noticia para calumniar a Fríni-co falsamente. Pero más adelante, habiendo uno de los de laguardia de Hermón dado de puñaladas a Frínico en la plaza

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y quitándole la vida, formada causa, condenaron los Ate-nienses a Frínico por traidor después de muerto, y de-cretaron coronar a Hermón y los de su guardia.

XXVI.- Dominando entonces en Samo los amigos deAlcibíades, enviaron a Pisandro a la ciudad para mudar elgobierno y alentar a los principales a ponerse al frente de losnegocios y disolver la democracia, pues con estas condicio-nes les ganaría Alcibíades a Tisafernes por amigo y aliado: alo menos éste fue el pretexto y la apariencia de los que esta-blecían la oligarquía. Mas después que tomaron consistenciay se apoderaron del mando los llamados cinco mil, aunqueno eran más de cuatrocientos, ya no se curaban gran cosa deAlcibíades, y hacían muy remisamente la guerra; parte pordesconfianza que tenían de que aguantaran los ciudadanosaquellas novedades, y parte porque imaginaban que cederíanlos Lacedemonios, inclinados siempre y afectos a la oligar-quía; y la plebe en la ciudad se estuvo, aunque de mala gana,sosegada por entonces, porque habían perecido no pocos delos que se opusieron a los cuatrocientos. Los de Samo cuan-do lo entendieron, irritados de aquel proceder, pensaron endar al punto la vela con dirección al Pireo, y llamando a Al-cibíades, a quien también nombraron general, le ordenaronque los condujese y acabase con los tiranos; mas éste no semanejó o condescendió como cualquiera otro que repenti-namente se hubiera visto en tanta autoridad por el favor dealgunos de sus ciudadanos, creyendo que debía complaceren todo y no rehusar nada a los que de fugitivo y desterradolo habían hecho presidente y general de tantas naves y de

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tamañas fuerzas, sino que, como correspondía a un grancaudillo, hizo frente a los que sólo se gobernaban por la ira ylos contuvo para no cometer un desacierto; con lo que in-dudablemente salvó entonces la república. Porque si, ha-ciéndose al mar, se hubiesen restituido a casa, infaliblementelos enemigos habrían quedado dueños sin fatiga de toda laJonia, del Helesponto y de las Islas; y Atenienses habríantenido que venir a las manos con Atenienses, trayendo laguerra a su ciudad; lo que Alcibíades sólo impidió sucediese,no precisamente persuadiendo e instruyendo a la muche-dumbre, sino yendo en particular a unos con ruegos y aotros con violencia. Sirvióle en esta ocasión Trasíbulo deEstiria con su presencia y sus gritos, pues, según se dice, erael que tenía la voz más fuerte entre todos los Atenienses.Otra segunda acción brillante hubo también entonces deAlcibíades, y fue que, habiendo ofrecido que las naves feni-cias que estaban los Lacedemonios esperando, teniéndoselasprometidas el rey, o las atraería en su favor, o a lo menosnegociaría que no se uniesen con aquellos, sin dilación nave-gó con este objeto; y se verificó que Tisafernes, aunque seapareció con las naves hacia Aspendo, no las unió, sino queengañó a los Lacedemonios: habiendo sido Alcibíades lacausa de que no estuviese ni con unos ni con otros, y sobretodo de que no estuviese con los Lacedemonios, por haberenseñado al bárbaro que se desentendiera y dejara que losGriegos se destruyeran unos a otros: pues no podía haberduda en que unidas tan poderosas fuerzas a uno de los dospueblos, éste quitaría enteramente al otro el dominio delmar.

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XXVII.- Fue disuelto a poco el gobierno de los cuatro-cientos, por haberse agregado con ardor los amigos de Alci-bíades a los que estaban por la democracia. Querían los de laciudad, y habían dado orden para que Alcibíades volviese,mas él creyó que no debía hacerlo con las manos vacías ydesocupadas, sino glorioso con alguna ilustre hazaña. Coneste objeto navegó al principio por el mar de Cnido y Cos;mas habiendo llegado allí a su noticia que el Esparcíata Mín-daro subía al Helesponto con toda su armada, en persecu-ción de los Atenienses, se apresuró a dar auxilio a sus gene-rales; y quiso la fortuna que llegase con sus diez y ocho gale-ras precisamente en el oportuno momento en que, habiendocaído unos y otros con todas sus naves cerca de Abido, ylibrándose combate, vencidos en parte y en parte vencedo-res, permanecieron en la lid cerca del anochecer. Con suaparecimiento en esta sazón hizo a ambos partidos equivo-carse, inspirando confianza a los enemigos y miedo a losAtenienses; pero levantando luego insignia amiga en la capi-tana, cargó repentinamente a los Peloponenses vencedores,que seguían el alcance. Hízolos volver, e impeliéndolos atierra, destrozó sus naves, hiriendo a muchos que escapabana nado, sin embargo de que Farnabazo los protegía con in-fantería, y peleaba por salvarles las naves; finalmente, apre-sando treinta de los enemigos y conservando las propias,erigieron un trofeo. Con tan brillante y próspero suceso ar-día por hacer de él ostentación con Tisafernes, para lo cual,haciendo prevención de presentes y regalos, y llevando elacompañamiento propio de un general, se encaminó allá.

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Mas no le salió como esperaba, porque difamado ya de an-temano Tisafernes por los Lacedemonios, y temeroso deque por el rey se le hiciera cargo, juzgó que Alcibíades se lepresentaba en la mejor coyuntura, y echándole mano, lo pu-so preso en Sardis, para desvanecer con esta maldad aquellaacusación.

XXVIII.- Al cabo de treinta días, habiendo podido Al-cibíades proporcionarse un caballo, escapó de la vigilanciade los guardas y huyó a Clazómenas, haciendo correr contraTisafernes la voz de que él mismo le había puesto en salvo.Navegó de allí al ejército de los Atenienses, y llegando a en-tender que Míndaro y Farnabazo se hallaban juntos en Cíci-co, incitó a los soldados y les hizo entender ser preciso quepor mar y por tierra, y aun combatiendo muros, peleasencontra los enemigos, pues no podrían procurarse los recur-sos necesarios, si por todos estos modos no vencían. Armó,pues, las naves, y dando la vela hacia Proconeso, dio ordende que se encerraran y detuvieran dentro de la armada losbuques ligeros, para que por ningún medio pudieran presu-mir los enemigos su marcha. Hizo la casualidad que de re-pente llovió mucho con truenos, y que vino también en sufavor tal oscuridad, que encubrió todo aquel aparato; demanera que no sólo se ocultó a los enemigos, sino a losmismos Atenienses; porque cuando estaban ya desconfia-dos, dio la orden y partieron, De allí a poco, la oscuridad sedisipó, y se divisaron las naves de los Peloponenses, que es-taban ancladas delante del puerto de Cícico. Temeroso,pues, Alcibíades, de que viendo antes de tiempo lo grande

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de sus fuerzas se retiraran a tierra, dio orden a los otros ge-nerales de que navegaran lentamente y se fueran atrasando, yél se presentó, no teniendo consigo más de cuarenta naves,y provocó a los enemigos. Cayeron éstos en el lazo, y mi-rando con desprecio el que viniesen contra tantas, al puntose fueron para los contrarios y trabaron combate, perocuando sobrevinieron las demás naves, empezada ya la ac-ción dieron a huir aterrados. Alcibíades entonces, con veintede las mejores galeras, se metió por medio y encaminó a tie-rra: y saltando a ella, acometió a los que se retiraban de lasnaves, dando muerte a muchos. Venció a Míndaro y Farna-bazo, que se adelantaron en defensa de éstos, dando muertea Míndaro, que peleó valerosamente; mas Farnabazo logrófugarse. Fue grande el número de muertos y el de las armasde que se apoderaron; tomaron todas las naves; se hicieronasimismo dueños de Cícico; y huido Farnabazo y destroza-dos los Peloponenses, no solamente quedaron en seguraposesión del Helesponto, sino que alejaron a viva fuerza deaquellos mares a los Lacedemonios. Cogiéronse hasta lascartas en que lacónicamente participaban a los Éforos aque-lla derrota: “Nuestras cosas están perdidas. Míndaro, muer-to. La gente, hambrienta. No sabemos qué hacer”.

XXIX.- Fue tan grande con esto el engreimiento de lossoldados de Alcibíades, y salieron tanto de sí, que tenían amenos el reunirse con los demás soldados: ¡con los que mu-chas veces han sido vencidos- decían- los que son invictostodavía! Porque no mucho antes había sucedido que derro-tado Trasilo en las inmediaciones de Éfeso, se había erigido

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por los Efesios un trofeo de bronce en oprobio de los Ate-nienses. Con estas cosas daban en cara los de Alcibíades alos de Trasilo, ensalzándose a sí mismos y a su general, y noqueriendo alternar con los otros ni en gimnasios ni en cam-pamentos. Mas cuando Farnabazo vino luego sobre éstos atiempo que hacían incursión en las tierras de Abido, trayen-do mucha caballería e infantería, Alcibíades, corriendoprontamente en su auxilio, puso en fuga a Farnabazo y lesiguió al alcance juntamente con Trasilo hasta entrada la no-che. Uniéronse ya entonces, y gloriosos y alegres tornaron alcampamento, y levantando al día siguiente un trofeo, talaronla región de Farnabazo, sin que nadie se atreviera a resistir-los. Cautivó en aquella acción algunos sacerdotes y sacerdo-tisas; pero los dejó ir libres sin rescate. Disponíase a sujetarpor armas a los de Calcedonia, que se habían rebelado y ha-bían recibido guarnición y comandante de mano de los La-cedemonios: pero al saber que habían recogido cuanto podíaser objeto de botín, y lo habían llevarlo en depósito a losBitinios, sus amigos, pasó a los términos de éstos con suejército y les mandó un heraldo con esta queja; mas ellosconcibieron miedo, y además de entregarle el botín le pacta-ron amistad.

XXX.- Barreada Calcedonia de mar a mar, vino Far-nabazo para hacer levantar el cerco, e Hipócrates, el go-bernador, sacando también de la ciudad sus fuerzas, aco-metió a los Atenienses: mas Alcibíades, formando contraambos su ejército, obligó a Farnabazo a huir cobardemente,y a Hipócrates y a muchos de los suyos los destrozó ente-

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ramente, alcanzando de ellos una señalada victoria. Navegóen seguida al Helesponto, donde anduvo recogiendo contri-buciones, y tornó a Selibria, aventurando su persona sinconsideración: porque los que habían de entregarle esta ciu-dad habían convenido en que levantarían una tea a la medianoche: pero se vieron precisados a mostrarla antes de horapor temor de uno de los conjurados, que de repente se leshabía vuelto. Levantada, pues, la tea cuando la tropa no es-taba todavía a punto, tomando consigo como unos treinta,marchó corriendo a la muralla, dejando orden de que losdemás le siguiesen prontamente. Abriéronle la puerta cuan-do a los treinta se habían reunido veinte peltastas, o armadosde rodela., y, entrando sin detención, percibió que los Seli-brios venían de frente hacia él armados. De estarse quietoconoció que no había para él recurso; y el huir, habiendosido invicto siempre hasta aquel día, no lo tuvo por de sucarácter; hizo, pues, seña al trompeta de que impusiera silen-cio, y a uno de los que con él se hallaban le ordenó que gri-tase: “Atenienses, no hagáis armas contra los Selibrios”. Estaintimación hizo en unos el efecto de ser más remisos en elpelear, pareciéndoles que estaban dentro todos los enemi-gos, y en otros el de formar más lisonjeras esperanzas defavorable concierto. Mientras que entre sí conferenciabansobre lo hacedero, le llegaron a Alcibíades todas las tropas, yconjeturando que las intenciones de los Selibrios eran pacífi-cas, temió que habían de saquear la ciudad los Tracios, loscuales eran en gran número, y por inclinación y amor a Al-cibíades habían tomado las armas con la más pronta volun-tad. Hízoles, pues, a todos salir de la población, y en nada

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ofendió a los Selibrios, que estaban recelosos, sino que, conhaber recogido un impuesto y haber dejado guarnición seretiró.

XXXI.- Los generales que mandaban el sitio de Cal-cedonia convinieron con Farnabazo, por un tratado, en, querecogerían una contribución, los Calcedonios volverían a laobediencia de los Atenienses y éstos no harían ningún dañoen la satrapía de Farnabazo, obligándoles éste a dar a losembajadores de los Atenienses escolta con toda seguridad.Como a la vuelta de Alcibíades desease Farnabazo que éltambién jurara el tratado, respondió que no lo ejecutaríaantes de haber jurado ellos. Prestados que fueron los jura-mentos, marchó contra los Bizantinos, que se habían rebe-lado, y circunvaló la ciudad. Ofreciéndole, bajo la condiciónde salvarla. Anaxilao, Licurgo y algunos otros, que la entre-garían, hizo correr la voz de que le llamaban fuera de allí no-vedades ocurridas en la Jonia, y por el día salió con toda suescuadra; pero, volviendo a la noche, saltó en tierra con lainfantería, y resguardándose con las murallas se estuvo allíquedo; pero las naves vinieron sobre el puerto, y acome-tiendo impetuosamente con grande gritería, alboroto y es-truendo, asombraron a los demás Bizantinos por lo inespe-rado del caso y dieron ocasión a los partidarios de los Ate-nienses para entregar la ciudad a Alcibíades impunemente,pues todos los habitantes habían corrido hacia el puerto pa-ra resistir el ataque de las naves. Mas con todo no fue estajornada exenta de riesgo, porque los Peloponenses, Beociosy Megarenses que allí se hallaban, a los que descendieron de

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las naves los rechazaron y obligaron a reembarcar; y llegan-do a entender que había Atenienses dentro, formándose enbatalla, marcharon juntos contra ellos. Trabado un reñidocombate, los venció Alcibíades, mandando él el ala derechay Teramenes la izquierda: y de los enemigos que les vinierona las manos tomaron vivos unos trescientos. De los de Bi-zancio, después del combate, ni se dio muerte ni se desterróa ninguno, porque con esta condición se entregó la ciudad ytambién con la de que a nada que fuese de ellos se había detocar. Por esta razón, defendiéndose Anaxilao de la causasobre traición que se le movió en Lacedemonia, hizo ver ensu discurso que no tenía por qué avergonzarse de lo hecho:porque dijo que no siendo Lacedemonio, sino Bizantino,viendo en peligro, no a Esparta, sino a Bizancio, hallándosesu ciudad cercada de manera que nadie podía entrar, y con-sumiendo los Peloponenses y Beocios todos los víveres quehabía en la ciudad, mientras que los Bizantinos fallecían dehambre con sus mujeres y sus hijos, no le pareció que co-metía traición con la entrega, sino que redimía a su ciudad dela guerra y de los males que padecía, imitando en esto a losmás ilustres de la Lacedemonia, para quienes sólo es ho-nesto y justo lo que es en provecho de la patria. Los Lace-demonios, a este razonamiento, cedieron con respeto y ab-solvieron a los acusados.

XXXII.- Alcibíades, teniendo ya deseo de volver a ver aAtenas, y más todavía de ser visto de los ciudadanos, des-pués de haber vencido tantas veces a los enemigos, dio lavela con esta dirección, yendo las galeras áticas adornadas en

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derredor con muchos escudos y despojos, llevando a remol-que muchas naves tomadas y ostentando en mayor númerotodavía las banderas de las que habían sido vencidas y echa-das a pique, que entre unas y otras no bajaban de doscientas.Mas lo que añade a esto Duris de Samo, que se da por des-cendiente de Alcibíades, diciendo que Crisógono, coronadoen los juegos píticos, les llevaba la cadencia a los remeroscon la flauta; que daba las órdenes Calípides, actor de trage-dias, adornado de un rico vestido, con el manto real y todoel demás aparato de teatro, y que la capitana entró en elpuerto con una vela de púrpura, como si viniera de un con-vite bacanal, no lo refiere ni Teopompo, ni Éforo, ni Jeno-fonte; además de que no es de creer que se presentara a losAtenienses con tan insolente lujo, volviendo del destierro, ydespués de haber pasado tantos trabajos. Antes, entró teme-roso, y estando ya en el puerto, no saltó en tierra hasta que,hallándose sobre cubierta, vio que iba a presentársele suprimo Euriptólemo y muchos de sus amigos y deudos, que,yendo a recibirle, le estaban llamando. Luego que estuvo entierra, cuantos iban al encuentro ni siquiera parece que veíana los otros generales, sino que, puesta la vista en él, le acla-maban, le saludaban, le acompañaban, y acercándosele leponían coronas; los que no podían llegarse a él le mirabande lejos, y los ancianos se lo mostraban a los jóvenes. Conaquel gozo de la ciudad se mezclaron también muchas lágri-mas, y la memoria, en tanta prosperidad, de las pasadas des-gracias, haciendo cuenta de que ni habrían dejado de tomarla Sicilia, ni les habría salido mal nada de lo que se prometíansi hubieran dejado a Alcibíades el mando en aquellas empre-

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sas y sobre aquellas fuerzas; pues que aun ahora, tomando asu cargo la ciudad desposeída casi del todo del mar y dueñaen la tierra apenas de sus arrabales, dividida además y suble-vada contra sí misma, levantándola en tan débiles y apocadasruinas no solamente le había restituido el imperio del mar,sino que hacía ver que también por tierra doquiera habíavencido a sus enemigos.

XXXIII.- Sancionóse primeramente el decreto de suvuelta a propuesta de Cricias hijo de Calescro, como él mis-mo lo escribió en sus elegías, recordando así a Alcibíadeseste favor:

Yo el decreto escribí para tu vuelta,y en junta le propuse: obra fue mía.

Mi lengua fuera quien le impuso el sello.

Reuniéndose entonces el pueblo en junta, se presentóAlcibíades; quejóse y lamentóse de sus desgracias, sin hacermás que culpar ligera y blandamente al pueblo, atri-buyéndolo todo a su mala suerte y a algún genio envidioso, yconcluyendo con darles grandes esperanzas contra los ene-migos e inspirarles aliento y confianzas; lo coronaron concoronas de oro y le nombraron generalísimo sin restricción,juntamente de tierra y de mar. Decretóse asimismo que se lerestituyesen sus bienes y que los Eumólpidas y heraldos le-vantasen las imprecaciones que habían pronunciado de or-den del pueblo. Levantáronlas los demás; pero el hierofantes

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Teodoro respondió: “Yo ninguna imprecación hice contraél, si en nada ha ofendido a la ciudad”.

XXXIV.- Aunque procedían con tan brillante pros-peridad las cosas de Alcibíades, a algunos les causó inquietudel momento de la vuelta, porque en el día de su arribo sehacían las purificaciones o lavatorios en honor de la Diosa.Celebran las sacrificantes estas orgías arcanas en el día 25 delmes Targelión, quitando todo el ornato y cubriendo la ima-gen, por lo que los Atenienses cuentan este día de cesaciónde todo trabajo entre los más aciagos. Parecía, pues, que laDiosa no recibía con amor y benignidad a Alcibíades, sinoque se le encubría y lo apartaba de sí. Sin embargo, habién-dole sucedido todo según su deseo, y hecho equipar ciengaleras, que iban a salir otra vez al mar, le asaltó en esto unacierta ambición generosa y le detuvo hasta el tiempo de losmisterios, por cuanto desde que se muró a Decelea y losenemigos se apoderaron de los caminos de Eleusis, ningúnaparato había tenido la iniciación, siendo preciso ir por mar,y así los sacrificios, los coros y muchas de las ceremoniaspropias de camino cuando se invoca a Iaco se habían omiti-do por necesidad. Parecióle, por tanto, a Alcibíades que ga-narían en piedad respecto de la Diosa y en gloria respecto delos hombres, dando a la solemnidad la forma antigua, acom-pañando por tierra la pompa de la iniciación y pasando lasofrendas por entre los enemigos, porque, o haría estarseenteramente quieto a Agis, pasando por esta humillación, opelearían una guerra sagrada y agradable a los Dioses por lascosas más santas y más grandes a la vista de la patria, tenien-

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do a todos los ciudadanos por testigos de su valor. Luegoque se decidió por esta idea y dio parte de ella a los Eu-mólpidas y a los heraldos, puso centinelas en las alturas, ydesde el amanecer envió algunos correos. Tomando despuésconsigo a los sacerdotes, a los iniciados y a los iniciadores, yocultándolos con las armas, los condujo con aparato y sinruido: dando en esta especie de expedición un espectáculoaugusto y religioso, al que daban los nombres de procesiónsagrada, propia de los santos misterios, los que estabanexentos de envidia. Ninguno de los enemigos osó oponerse;y habiendo hecho la vuelta con igual seguridad, él mismo seengrió en su ánimo, y llenó de tanto orgullo al ejército, quese miraba como incontrastable e invencible bajo tal caudillo.A los jornaleros y a los pobres se los atrajo de manera queconcibieron un violento deseo de que dominara solo, di-ciéndoselo así algunos y acercándose a él para exhortarle aque, despreciando la envidia, se sobrepusiera a los decretos,a las leyes y a los embelecadores que perdían la ciudad, parapoder obrar y manejar los negocios como le pareciese, sintemor de calumniadores.

XXXV.- Cuál hubiese sido su modo de pensar acerca deesta propuesta de tiranía, no puede saberse; pero habiendolos principales ciudadanos concebido miedo, dieron calor aque se embarcara cuanto antes, concediéndole todo lo de-más y los colegas que quiso. Partiendo, pues, con las ciengaleras, y tocando en Andro, venció, sí, en batalla a los ha-bitantes y a cuantos Lacedemonios allí había, pero no tomóla ciudad; y éste fue el primero de los cargos de que se valie-

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ron contra él sus enemigos. Y en verdad que parece habersido Alcibíades más que otro alguno víctima de su propiagloria y reputación; porque siendo muy grande y muy acre-ditado de valor y prudencia por tantos prósperos sucesos, loque no conseguía lo hacía sospechoso de que no ponía efi-cacia, no queriendo creer que era no haber podido; pues quecon la diligencia nada había de desgraciársele; por tanto, es-peraba la noticia de que había sujetado a los de Quío y todala Jonia, y se indignaban de que no se les diese todo conclui-do con la presteza y celeridad que apetecían, no parándose aconsiderar su falta de fondos, a causa de la cual, habiendo dehacer la guerra a hombres que tenían al rey por su mayor-domo, se veía muchas veces precisado a navegar y abando-nar el ejército para asistirle con las pagas y los víveres, por-que el último cargo dimanó de la siguiente causa. EnviadoLisandro por los Lacedemonios con el mando de la armada,y dando de paga a los marineros cuatro óbolos en lugar detres del dinero que tomó de Ciro, Alcibíades, que ya peno-samente les acudía con los tres óbolos, tuvo que marchar aCaria a recoger alguna suma. Antíoco, que fue el que quedócon el mando de las naves, era buen marino, pero necio porlo demás y de ningún provecho; y aunque Alcibíades le dejóprevenido que de ningún modo combatiese, aun cuando lebuscasen los enemigos, de tal modo se insolentó y tuvo enpoco aquella orden, que equipando su galera y una de otrode capitán, se fue la vuelta de Éfeso, y haciendo y diciendomil sandeces e insultos, se metió por entre las proas de lasnaves enemigas. Al principio Lisandro, yéndose a él, se pusoa perseguirle con pocas naves; pero cuando vinieron en au-

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xilio de aquel los Atenienses con todas las suyas, pasandoadelante, deshizo al mismo Antíoco, le tomó muchas navesy gente y levantó un trofeo. Luego que Alcibíades oyó losucedido, volviendo a Samo, marchó con todas sus fuerzas yprovocó a Lisandro; pero éste, contento con su victoria, noquiso hacerle frente.

XXXVI.- Siendo entre los que en el ejército miraban mala Alcibíades el mayor enemigo suyo Trasíbulo, hijo de Tra-són, marchó a Atenas para acusarle; y acalorando a los queallí tenía, hizo entender al pueblo que Alcibíades había des-graciado los negocios de la república y perdido las naves porabusar de la autoridad, dando el mando a hombres que confrancachelas y con las fanfarronadas propias de los marinosgranjeaban todo su favor, para que él, andando de una partea otra, pudiera enriquecerse y entregarse a sus desórdenes enel beber y liviandades con sus amigas abidenas y jonias, sinembargo de navegar bien cerca los enemigos. Culpábanleasimismo de la prevención de la muralla que habían hechoconstruir en Tracia a la parte de Bisanta, para refugio suyo,por no poder o no querer vivir en la patria. Arrastrados deestas inculpaciones los Atenienses, eligieron otros generales,poniendo de manifiesto su encono y malignas ideas contraAlcibíades; el cual, luego que lo entendió, por temor se reti-ró en un todo del ejército, y haciendo recluta de extranjeros,se dedicó a hacer la guerra por su cuenta a los Tracios, queno reconocían rey, y allegó mucho caudal de los que sojuz-gó, poniendo al mismo tiempo a los Griegos establecidospor aquellos contornos en plena seguridad de parte de los

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bárbaros. Con todo, más adelante, cuando los generales Ti-deo, Menandro y Adimanto, que con todas las naves que leshabían quedado a los Atenienses estaban en el puerto deEgos Pótamos, solían ir todas las mañanas muy tempranoen busca de Lisandro, surto con las naves de los Lacedemo-nios en Lámpsaco para provocarle, y volviéndose después almismo puesto, pasaban el día desordenada y descuidada-mente como despreciando a éstos, Alcibíades, que se hallabacerca, no lo miró con indiferencia y abandono, sino que,montando a caballo, advirtió a los generales que estaban malapostados en un país que carecía de puertos y de ciudades,forzados a hacer provisiones en Sesto, que les caía muy le-jos, y teniendo en tanto abandonada la tripulación en tierra,yéndose cada uno y esparciéndose por donde le daba la ga-na, cuando tenían al frente la escuadra enemiga, acos-tumbrada a ejecutar sin rebullirse cuanto manda un hombresolo.

XXXVII.- Hízoselo así presente Alcibíades, y les per-suadió que trasladaran sus fuerzas a Sesto; pero los generalesno le dieron oídos, y aun Tideo le ordenó con expresionesinjuriosas que se retirase, porque no era él, sino ellos mis-mos, quienes tenían el mando; con lo que se retiró Alcibía-des, no sin formar de ellos alguna sospecha de traición, ydiciendo a los que le acompañaban desde el campamento,por ser sus conocidos, que, a no haber sido tan ignominio-samente despedido por los generales, en breves días hubierapuesto a los Lacedemonios en la precisión de combatircontra su voluntad o de abandonar las naves. Algunos lo

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graduaron de jactancia, mas a otros les pareció que iba muyfundado, si su ánimo era llevar por tierra muchos de los sol-dados tracios, tiradores y de a caballo, y acometer y ponercon ellos en desorden el campo enemigo. Por de contadoque adivinó y predijo acertadamente los errores de los Ate-nienses; bien pronto lo acreditó el suceso: porque viniendosobre ellos repentina e inesperadamente Lisandro, sólo ochonaves se salvaron con Conón; todas las demás, que eranmuy cerca de doscientas, cayeron en poder de los enemigos;y de las tropas, a unos tres mil hombres que Lisandro tomóvivos, a todos los pasó al filo de la espada. Tomó también aAtenas de allí a poco, incendió sus naves y destruyó la lla-mada larga muralla. En vista de esto, temiendo Alcibíades alos Lacedemonios, que dominaban por tierra y por mar, setrasladó a Bitinia, haciendo conducir y llevando consigo in-mensa riqueza y dejando todavía mucha más en la ciudad desu residencia. Perdió también después en Bitinia gran partede sus bienes, robado de los Tracios de aquella parte, por loque determinó ir a ponerse en manos de Artajerjes, pensan-do que, si llegaba el caso, haría al rey servicios no inferioresen sí a los de Temístocles y más recomendables en su obje-to, porque no se emplearía, como aquel, contra sus ciudada-nos, sino que en favor de la patria y contra sus enemigos tra-bajaría e imploraría el poder del rey. Juzgando, empero, quepor medio de Farnabazo sería más seguro su viaje, se enca-minó hacia él a la Frigia, donde en su compañía se detuvo,obsequiándole y siendo de él honrado.

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XXXVIII.- Era muy sensible a los Atenienses verse des-pojados del imperio y superioridad; pero después que Lisan-dro los privó además de la libertad, poniendo la ciudad enmanos de los Treinta Tiranos, aquellas reflexiones que no lesocurrieron cuando les habrían servido para su salud las hicie-ron entonces, cuando todo estaba perdido, con lamentacio-nes y quejas, trayendo a la memoria sus errores y desaciertosy teniendo por el mayor este segundo encono que habíanconcebido contra Alcibíades, porque fue depuesto del man-do cuando él mismo en nada había faltado y sólo porque sehabían incomodado con un subalterno que ignominiosa-mente había perdido unas cuantas naves, con mayor igno-minia habían privado a la ciudad del más esforzado y expe-rimentado de sus generales. Con todo, aun en medio de lascalamidades que los rodeaban, entreveían una sombra deesperanza de que del todo no caería la república mientrasAlcibíades existiese; porque si antes, cuando fue desterrado,no pudo sufrir el vivir en el ocio y en el reposo, tampocoahora, a no estar del todo imposibilitado, llevaría con pa-ciencia que los Lacedemonios les hicieran agravios y que lostreinta los trataran con vilipendio. Ni era extraño que a estossueños se entregaran los demás, cuando los mismos treintano se aquietaban sin pensar e inquirir sobre él y sin moverfrecuente conversación de lo que hacía y de lo que pensaba.Últimamente, Cricias hizo entender a Lisandro que, no vi-viendo en democracia los Atenienses, podía tenerse por se-guro el imperio de los Lacedemonios sobre la Grecia, peroque por más sumisos y obedientes que se mostrasen a la oli-garquía, mientras Alcibíades viviese no los dejaría permane-

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cer quietos en el orden establecido. Sin embargo, para queLisandro accediese a estas sugestiones, fue al fin preciso queviniera de Esparta una orden por la que se le mandaba quese quitara a Alcibíades del medio, bien fuera porque temie-sen su actividad y grandeza de alma, o bien porque quisierancomplacer a Agis.

XXXIX.- Cuando Lisandro envió a Farnabazo la ordenpara la ejecución, y éste la cometió a su hermano Mageo y asu tío Susamitres, hizo la casualidad que Alcibíades se hallabaen cierta aldea de Frigia, teniendo en su compañía a Timan-dra, que era una de sus amigas. Había tenido entre sueñosesta, visión: parecíale que se había adornado con los vestidosde su amiga, y que ésta, reclinando él la cabeza en sus bra-zos, le adornaba el rostro como el de una mujer, pintándoloy alcoholándolo. Otros dicen que vio en sueños a Mageo ylos de su facción que le cortaban la cabeza y quemaban sucuerpo; mas todos convienen en que tuvo la una o la otravisión poco antes de su muerte. Los que fueron enviadoscontra él no se atrevieron a entrar en la casa, y lo que hicie-ron fue, apostándose alrededor de ella, pegarle fuego. Sin-tiólo Alcibíades, y recogiendo muchos vestidos y otras ropaslos echó en el fuego, y rodeándose a la mano izquierda sumanto, con la diestra desenvainó la espada, y pasando con lamayor intrepidez por encima del fuego antes que se hu-biesen encendido las ropas, con sólo presentarse dispersó alos bárbaros, porque ninguno de ellos tuvo valor para aguar-darle ni lidiar con él, sino que desde lejos le lanzaban saetas ydardos. Traspasado de ellos cayó finalmente muerto. Des-

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pués que los bárbaros se marcharon, Timandra recogió elcadáver, y envolviéndole en las ropas de ella, le hizo el fune-ral y honrosas exequias que las circunstancias permitían. Dí-cese que fue hija de ésta la célebre Lais, llamada Corintia,tomada cautiva en Hícaros, aldea de la Sicilia. Otros escrito-res hay que refieren de diferente modo el acontecimiento dela muerte de Alcibíades, diciendo que no tuvieron la culpade ella ni Farnabazo, ni Lisandro, ni los Lacedemonios, sinoque habiendo el mismo Alcibíades seducido una mozuela deuna familia conocida suya y reteniéndola consigo, los her-manos, que sentían vivamente esta afrenta, dieron por lanoche fuego a la casa en que vivía Alcibíades y le asaetearon,como se ha dicho, cuando salía por medio de las llamas.

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GAYO MARCIO CORIOLANO

I.- Muchos varones ilustres dio a Roma la familia patriciade los Marcios, de cuyo número fue Gayo Marcio, nieto deNuma por su madre, y elegido rey después de Tulo Hostilio.Eran asimismo Marcios Publio y Quinto, que trajeron aRoma el agua mejor y más copiosa, y Censorino, a quien dosveces nombró censor el pueblo y a cuya persuasión despuéspropuso y estableció ley para que a ninguno le fuera permi-tido obtener dos veces esta magistratura. El Gayo Marcio dequien vamos a escribir, educado por la madre a causa de ha-ber quedado huérfano de padre, hizo ver que, si bien la or-fandad trae otros males, no estorba empero que pueda algu-no hacerse hombre virtuoso y aventajado a los demás, aun-que por otra parte dé motivo de queja y reprensión contraella a los viciosos, como que es quien por el descuido losecha a perder. Acreditó también este Marcio que aun enaquellos de un natural excelente, por más generoso y bieninclinado que éste sea, si le falta la instrucción, al lado de lasbuenas cualidades produce otras malas, como en la agricul-tura un fértil terreno que se deja sin cultivo. Porque aquellaresolución y entereza de ánimo para todo produjo grandes y

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muy activos conatos; pero el ser, por otra parte, vehementee irreductible en la ira, le hizo desabrido y poco asequible altrato con los demás hombres; por tanto, al mismo tiempoque admiraban en él su impasibilidad respecto de los place-res, de los trabajos y del atractivo de las riquezas, a la cual ledaban los nombres de templanza, justicia y fortaleza, te-níanle para las conferencias políticas por altanero, molesto ymal sufrido; porque el mejor fruto que los hombres sacandel trato con las musas es que por medio de la elocuencia yla doctrina se suaviza la natural índole, reduciéndola en todoa la justa medianía y desarraigando lo superfluo. En Roma,en aquella época principalmente, era ensalzada la virtud quesobresale en los hechos de armas y de la milicia, y prueba deello es que a toda virtud no le dieron sino sola la denomina-ción de la fortaleza, haciendo nombre común del género elque a la fortaleza le era propia y peculiar.

II.- Dominaba entre las demás pasiones de Marcio la dela guerra, y así desde niño empezó a manejar las armas; y,juzgando que de nada les sirven las armas de afuera a los queno tienen bien adiestrada y dispuesta el arma innata e ingé-nita, que es el cuerpo, de mal modo ejercitó el suyo para to-da especie de lid, que en el correr era sumamente ligero, ypara tenerse firme en la lucha y en los combates casi inven-cible; por tanto, los que contendían con él en fortaleza yvirtud, siéndole en ellas inferiores, echaban la culpa a la ro-bustez de su cuerpo, que era invencible e incapaz de doblar-se con trabajo alguno.

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III.- Militó por la primera vez siendo todavía jovencito,cuando Tarquino, el rey de Roma, desposeído ya del trono,después de muchas batallas y derrotas echó, se puede decir,el resto, y vinieron en su auxilio, haciendo causa comúncontra Roma los más de los Latinos y muchos de los pue-blos de Italia, no menos en obsequio de aquel, que por en-vidia y deseo de contener los progresos de la grandeza ro-mana. En aquella batalla, que por una y otra parte estuvomuy varia e incierta, peleaba Marcio con gran denuedo a lavista del Dictador, y viendo caer a su lado a un romano, nole abandonó, sino que se puso delante de él, y acometiendoal enemigo que lo acosaba, le dio muerte. Después de lavictoria, fue uno de los primeros a quienes el general ornócon una corona de encina, porque ésta fue la corona queseñaló la ley al que salvaba un ciudadano: bien fuera porquetuviesen en veneración la encina a causa de los Árcades, de-nominados comedores de bellotas por un oráculo del dios, bienporque siempre y en todas partes tienen los que militan co-pia de encinas, o bien porque siendo de encina la corona deJúpiter social creyesen que ésta era la que más propiamentedebía darse por la salvación de un ciudadano. Es además laencina el árbol de más copioso fruto entre los silvestres y elde madera más sólida entre los cultivados. Era también ali-mento la bellota que de ella proviene, y bebida el melicio; ydaba además carne de fieras y de aves, proveyendo de uninstrumento para la caza, que es la liga. Dícese que en estabatalla se aparecieron los Dioscuros, y que después de ella seles vio, con los caballos goteando de sudor, dar la noticia enla plaza, en el sitio junto a la fuente donde está edificado su

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templo: de donde proviene que en el mes de julio el día delos idus, que es fiesta triunfal, está consagrado a los Dioscu-ros.

IV.- La nombradía y los honores dispensados a los jóve-nes, en los que son de índole ligeramente ambiciosa, vienena ser, a lo que parece, una cosa temprana que apaga su espí-ritu y llena pronto su sed, dejándola fácilmente satisfecha;pero a los de ánimo altivo y resuelto los honores los elevany encienden, impeliéndolos, a manera del viento, a lo que lesparece honesto: porque no los reciben como salario, sinoque más bien son una nueva prenda que dan de que se aver-gonzarán de frustrar la esperanza que de ellos se tiene y deno hacerla correr con iguales hechos a los anteriores. Siendode este carácter Marcio, sólo trataba de emularse a sí mismoen el valor, aspirando a mostrarse cada día nuevo en susproezas, a merecer premios sobre premios y ganar despojossobre despojos: yendo a competencia en cuanto a honrarlelos últimos generales con los primeros y queriendo exceder-los en sus demostraciones, así es que de tantas guerras y li-des como las que entonces tuvieron que sostener los Roma-nos, de ninguna volvió sin corona y sin premio. Para losdemás era la gloria el fin de su virtud; Marcio, en cambio,aspiraba a ella para que su madre tuviera de qué regocijarse:por cuanto el que ésta oyese sus alabanzas, el que le vieravolver coronado y el abrazarla cuando vertía lágrimas de go-zo, le parecía que acrecentaba sus honores y su felicidad.Estos mismos sentimientos se dice por su confesión propiahaber sido los de Epaminondas, que tuvo por la mayor de

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sus satisfacciones el que su padre y su madre hubiesen vistoen vida su generalato y su victoria en la jornada de Leuctras;sino que éste disfrutó el placer de ver a padre y madre ale-grarse y congratularse juntos: pero Marcio, creyendo quedebía a Volumnia una gratitud doblada, no se aquietó conregocijarla y honrarla, sino que tomó mujer enteramente a sugusto y habitó siempre, aun teniendo ya hijos, en la mismacasa con la madre.

V.- Era ya grande por su virtud la fama y el poder deMarcio cuando ocurrió que el Senado, favoreciendo a losricos, puso en estado de sedición a la plebe, que se quejabade los muchos e insufribles agravios que los logreros le irro-gaban, pues a los medianamente acomodados los despoja-ban de cuanto tenían, tomándoles prendas y vendiéndolas, yrespecto de los enteramente pobres, se apoderaban de laspersonas, aprehendiendo sus cuerpos cubiertos de cicatricesde las heridas y golpes recibidos en los encuentros y batallassostenidos por la patria. La última de éstas había sido conlos Sabinos, para la cual los ricos habían ofrecido ser enadelante más moderados, y el Senado había designado alcónsul Marcio Valerio por fiador de esta promesa. Mas co-mo después de haber peleado denodadamente en esta bata-lla y haber vencido a los enemigos, en nada hallasen másequitativos a los logreros, ni el Senado diera muestras deacordarse de lo que estaba convenido, sino que antes viesecon indiferencia que los atropellaban y encadenaban, suscitá-ronse en la ciudad grandes y temibles alborotos. Venida anoticia de los enemigos esta inquietud de la plebe, no se

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descuidaron en invadir a hierro y fuego la comarca; y aunquelos cónsules dieron la orden de tomar las armas a todos losque se hallaban en edad designada, nadie la obedeció. Divi-diéronse con esto otra vez los pareceres de los que servíanlas magistraturas, siendo unos de dictamen de que se con-descendiera con los pobres y se relajara el excesivo rigor delas leyes, y opinando otros muy al contrario, de cuyo núme-ro era Marcio, el cual no daba por cierto gran valor a los in-tereses, pero clamaba por que se contuviera y apagara aquelprincipio y tentativa de insulto y osadía de una muchedum-bre insubordinada a las leyes.

VI.- Celebráronse sobre esto frecuentes senados, y comoen ellos nada se concluyese, sublevándose de repente lospobres y excitándose unos a otros, abandonaron la ciudad yse retiraron al monte que ahora se llama Sacro, fijándosejunto al río Anio, sin cometer acto alguno de violencia o se-dición, y gritando solamente ser antiguo en los ricos el es-tarlos arrojando de la ciudad, y que el aire, el agua y algunospies de tierra en que sepultarse, que era lo único que disfru-taban con habitar en Roma, fuera del recibir heridas y lamuerte peleando a favor de los ricos, lo hallarían fácilmenteen cualquier parte. Llenó esta ocurrencia de recelo al Sena-do, que por tanto les mandó en embajada a los más mode-rados y populares entre los Senadores. Llevaba la voz Me-nenio Agripa, que a un mismo tiempo usó de ruegos con laplebe y habló francamente sobre la conducta del Senado,viniendo a concluir con una especie de fábula su exhorta-ción v amonestamiento. Porque les refirió que en cierta oca-

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sión los miembros todos del cuerpo humano se rebelaroncontra el vientre, y le acusaron de que, estándose él soloocioso y sin contribuir en nada con los demás, todos traba-jaban y desempeñaban sus respectivos ministerios, precisa-mente por contenerle y satisfacer sus apetitos; y que el vien-tre se había reído de su simpleza, porque no echaban de verque si tomaba para sí todo el alimento, era para distribuirlodespués y dar nutrición a los demás. “Pues de esta mismamanera, continuó, se conduce con vosotros, oh ciudadanos,el Senado: porque a vosotros refiere cuantos consejos y ne-gocios se ofrecen y con vosotros reparte cuanto hay de útil yprovechoso”.

VII.- Reconciliáronse con esto, pidiendo al Senado yconcediéndoseles que se eligiesen cinco ciudadanos en de-fensores suyos, que son los que ahora se llaman tribunos dela plebe. Fueron nombrados los primeros los que los habíanacaudillado en el levantamiento, Junio Bruto y Sicinio Belu-to. Luego que la ciudad volvió a no ser más que un cuerpo,al punto acudió a las armas la muchedumbre y se presentó alos jefes muy presta y decidida a marchar a la guerra. Noestaba contento Marcio con el ventajoso partido que habíasacado la plebe, habiendo tenido que ceder la aristocracia, yobservaba que como él sentían muchos de los patricios: ex-citábalos, por lo tanto, a no quedar inferiores a los plebeyosen las lides que peleaban por la patria, sino hacer ver que enla virtud, más bien que en el poder, les hacían ventaja.

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VIII.- En la nación de los Volscos, que era contra la quetenían la guerra, la ciudad de Coriolos gozaba de la mayornombradía; dirigiéndose, pues, contra ella el cónsul Comi-nio, se alarmaron los demás Volscos y corrieron de todoslados en su auxilio, con la mira de pelear en defensa de laciudad y de atacar por dos partes a los enemigos. Tuvo Co-minio que dividir sus fuerzas, y como marchase en personacontra los Volscos que le cargaban en campo abierto, dejan-do para mantener el cerco a Tito Larcio, varón muy princi-pal entre los Romanos, tuvieron los Coriolanos en poco lasfuerzas que quedaban; por lo que, haciendo una salida y tra-bando combate, al principio lograron ventajas y persiguierona los Romanos hasta su campamento. Desde él acudió Mar-cio con bien poca gente, y arrollando a los que más se leoponían, y haciendo contenerse a los que venían en pos deellos, llamó a grandes voces a los Romanos: porque era unsoldado tal cual lo deseaba Catón, no sólo por la mano y porel golpe, sino también por el tono de la voz y la fiereza delrostro, temible en el encuentro y aterrador del enemigo. Re-uniéronsele ya muchos y pusiéronse a su lado, con lo que,acobardados los enemigos, volvieron la espalda; pero él, nodándose por contento, los persiguió y atropelló, llevándolosen desorden hasta las puertas. Puesto ya allí, aunque vio amuchos de los suyos cesar en la persecución por la copia dedardos que lanzaban de las murallas, no cabiéndole a nadieen la imaginación el pensamiento de meterse envueltos conlos enemigos en una ciudad llena de hombres aguerridos yque estaban sobre las armas, esto no obstante, él insistía ylos alentaba, gritando que la fortuna más bien había abierto

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la entrada de la ciudad a los perseguidores que a los perse-guidos. Siguiéronle muy pocos, con los que se arrojó a laspuertas y se metió por entre los enemigos, no habiendo porlo pronto quien osase resistirle ni sostener su ímpetu. Cuan-do luego echó, dentro, de ver cuán en corto número eranlos que habían de auxiliarle y combatir a su lado, y mezcla-dos confusamente amigos y enemigos, dícese que sostuvo,de acuchillar y herir, de acudir prestamente a todas partes yde mostrar el ánimo más arrojado, una increíble pelea en laciudad, y que venciendo a cuantos acometía, ahuyentando aunos a los últimos extremos, y obligando a otros a arrojar lararmas, dio oportunidad a Larcio para venir con los Roma-nos que habían quedado a la parte de afuera.

IX.- Tomada de esta manera la ciudad, los más se en-tregaron a la rapiña y al saqueo de las casas: indignóse Mar-cio y los reprendía, pareciéndole cosa intolerable que mien-tras el cónsul y los ciudadanos que con él se hallaban, quizávenían a las manos y combatían con los enemigos. ellos porcodicia los abandonasen, o bajo la especie de enriquecerse sesustrajesen al peligro. Fueron en corto número los que ledieron oídos, y él, tomando consigo a los que quisieron se-guirle, marchó por el camino que entendió había llevado elejército, inflamando unas veces a sus soldados y exhortán-dolos a no abatirse, y haciendo otras veces plegarias a losDioses para que no le privasen de la gloria de hallarse en labatalla, y antes le concediesen llegar en la oportunidad de,combatir y partir los riesgos con sus conciudadanos. Teníanentonces la costumbre los Romanos, al formarse para entrar

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en acción, de embrazar los escudos, ceñirse la toga y hacertestamentos no escritos, nombrando ante tres o cuatro ca-maradas su heredero. Cuando en esta disposición se halla-ban los soldados, teniendo ya a la vista los enemigos. sobre-vino Marcio. Y lo que es al principio dio que temer a algu-nos, presentándose con unos pocos cubiertos de sangre y desudor; pero después que prestamente y con semblante alegrese fue hacia el cónsul alargándole la diestra y le dio cuenta decómo había tomado la ciudad, Cominio le echó los brazos yle saludó con ósculo; y de los demás, a los que se enterarondel suceso les inspiró confianza, y aliento a los que sólo loconjeturaron; por lo que gritaron todos que se les llevara alos enemigos y se trabara batalla. Preguntó entonces Marcioa Cominio con qué orden estaban dispuestas las diferentesarmas de los enemigos y dónde habían colocado las tropasescogidas. Díjole éste que en su entender ocupaban el centrolos tercios de los de Ancio, gente muy aguerrida y que a na-die cedía en valor. “Ruégote, pues, le contesto Marcio, y en-carecidamente te suplico, que nos coloques frente a ellos”; yel cónsul se lo concedió, admirado de semejante decisión.Apenas comenzaron a herirse con las lanzas, se adelantócontra los enemigos Marcio, y los Volscos que estaban a sufrente no pudieron resistirle, sino que la falange, por la partepor donde él acometió, fue al punto rota. Mas como enton-ces los de uno y otro costado hiciesen una conversión y de-jasen a Marcio cerrado entre sus armas, lleno de cuidado elcónsul mandó a los más esforzados en su auxilio, y trabadaen rededor de Marcio una recia pelea, en la que en brevefueron muchos los muertos, cargando aquellos con ímpetu y

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fuerza rechazaron a los enemigos, en cuya persecución sepusieron luego, rodeando a Marcio, al que veían rendido decansancio y de heridas, que se retirase al campamento; perorespondiéndoles que nunca se cansa el que vence, cargótambién sobre los fugitivos. Todo lo restante del ejército fueigualmente deshecho, siendo grande así el número demuertos como el de prisioneros.

X.- Al día siguiente, habiéndose presentado Marcio yconcurrido gran muchedumbre ante el cónsul, subió éste a latribuna, y hecha de los Dioses la debida conmemoraciónpor tamañas prosperidades, volvió ya a Marcio su discurso.Hizo de él en primer lugar un magnífico elogio, habiendosido espectador de muchas de sus acciones en la batalla, yhabiéndole informado Marcio de las demás; y luego, habien-do sido muy grande la presa en riquezas, en caballos y enhombres, le dio orden de que tomase de cada especie decosas diez. antes de hacerse la distribución a los demás, yseparadamente por prez del valor le regaló un caballo enjae-zado. Aprobáronlo los Romanos; pero Marcio, adelantándo-se, respondió que el caballo lo recibía, y le eran muy gratoslos elogios del general: pero en cuanto a las demás cosas,mirándolas más bien como salario que corno honor, las re-nunciaba, contento con entrar como uno de tantos al re-parto: con todo, que una sola gracia especial pedía y les ro-gaba se la otorgasen. “Tenía, dijo, entre los Volscos unhuésped y amigo, hombre de probidad y moderación: ésteha sido ahora hecho prisionero, y de rico y feliz que antesera, ha venido a ser esclavo; mas entre tantos males como le

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agobian, de uno sólo es menester aliviarle, que es de servendido en la almoneda”. Al oír tal propuesta todavía fuemayor la gritería de todos en loor de Marcio, y muchos losque admiraron más su desprendimiento en punto a intere-ses, que su ardimiento en los combates: de manera que aun aaquellos en quienes había algo de emulación y envidia porlos distinguidos honores que se le tributaban les pareció dig-no de los mayores premios, por el mismo hecho de rehu-sarlos; y en más tenían la virtud con que los despreciaba, queno aquella con que los había ganado; porque es más laudablesaber usar bien de las riquezas que de las armas, y más glo-rioso que el usar bien de aquellas el no desearlas ni haberlasmenester.

XI.- Luego que entró la muchedumbre cesó el alboroto yla gritería, volvió a tomar la palabra Cominio, y dijo: “Encuanto a esos otros dones, oh camaradas, no hay como pre-cisar a Marcio, si no los admite o rehusa recibirlos: obse-quiémosle, pues, con aquel que concedido no pueda dese-charle, y resolvamos que tome el nombre de Coriolano, si esque ya su misma hazaña no se le dio”. Y desde entonces tu-vo el de Coriolano por el tercero de sus nombres: con loque se pone más de manifiesto que entre éstos Gayo era elnombre propio, y que el segundo era el de la casa y familia,esto es, el de Marcio. El que usó ya en adelante fue el terce-ro, que se añadía por una acción, por un acaso, por la figura,o por alguna virtud, al modo que los Griegos por una haza-ña imponían el sobrenombre de Sóter y de Calinico; por lafigura el de Fiscón y Gripo; por la virtud el de Evérgetes y

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Filladelfo, y por la dicha el de Eudemón al segundo de losBatos. En algunos de los reyes los motes mismos pasaron aser nombres, por los que fuesen conocidos, como en Antí-gono el de Dosón, y en Tolomeo el de Látiro. Todavía fuemás común a los Romanos usar de este género de sobre-nombres, llamando Diademado a uno de los Metelos, por-que, habiendo tenido por largo tiempo una llaga, salía a lacalle con una venda en la frente; y a otro Céler o Pronto,porque dispuso en muy pocos días el dar solemnes juegos enel funeral de su difunto padre, manifestando así la admira-ción que les causó la prontitud y ligereza de aquellos prepa-rativos. A algunos, por el caso ocurrido en su nacimiento,los llaman aun hoy Próculo al que nace estando su padreausente; Póstumo cuando el padre ha muerto; y al que ha-biendo nacido mellizo se le muere el hermano, Vopisco. Porlos motes y apodos no sólo dan los sobrenombres de Silas,Nigros, Rufos, sino también los de Cecos y Claudios: acos-tumbrando muy juiciosamente a no tener por tacha oafrenta la ceguera o alguna otra desgracia y falta corporal,sino a ponerlas por nombre propio del que las sufre. Masesto pertenece a tratado diferente.

XII.- Terminada la guerra, volvieron los tribunos a sus-citar otra vez la sedición, no porque tuviesen nueva causa omotivo justo de queja, sino haciendo que les sirvieran depretexto contra los patricios los males que necesariamentedebieron seguirse a sus primeras inquietudes y disensiones.La mayor parte del terreno se quedó, en efecto, por sembrare inculto, y no hubo oportunidad con motivo de la guerra

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para hacer prevención de trigo forastero. Sobrevino, portanto, una suma carestía, y viendo los tribunos que la plebeestaba absolutamente falta de abastos, y que aun cuando loshubiese de venta no tenían con qué comprarlos, echaron lacalumniosa voz contra los ricos de que por pura malignidadles habían atraído aquella hambre. Entre tanto, vino embaja-da delos de Veletri, ofreciendo entregar la ciudad y pidiendose enviasen allá colonos, porque una enfermedad pestilenteque los había afligido había hecho tal ruina y destrozo dehombres, que apenas le habría quedado la décima parte desu población. Parecióles a los hombres de juicio que habíavenido muy oportuna y sazonadamente esta demanda de losVelitranos en ocasión en que, necesitando de algún alivio acausa de la escasez, concebían la esperanza de calmar la sedi-ción con limpiar la ciudad delo más revuelto y más acaloradode los tribunos, como de una superfluidad nociva e incómo-da. Escogiendo, pues, a éstos los cónsules, formaron conellos la colonia y la enviaron, y a los demás les intimaron lanecesidad de militar contra los Volscos; preparando así unadistracción de las turbaciones civiles, y pensando que, reuni-dos con las armas en el campamento y en los comunescombates, los ricos, juntamente con los pobres, y los plebe-yos con los patricios, se mirarían recíprocamente entre sícon mayor mansedumbre y dulzura.

XIII.- Oponíanse principalmente los tribunos Sicinio yBruto, diciendo a gritos que se quería disfrazar la cosa másinhumana con uno de los nombres más benignos, pues eracomo echar al Tártaro a los pobres, hacerles marchar a una

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ciudad llena de un aire enfermizo y de cadáveres insepultos yenviarlos a la mansión de un Genio extranjero y maléfico, ycomo si esto no fuera bastante, que a unos ciudadanos que-rían los acabase el hambre, a otros los abandonaban a lapeste, y además les suscitaban una guerra del todo voluntariapara que no hubiera calamidad que a la ciudad no alcanzase,porque no se prestaba a vivir en la esclavitud de los ricos.No circulando. pues, entre la plebe otros discursos que és-tos, no se presentaba a la revista de los cónsules, y desacre-ditaba la resolución de enviar la colonia. Veíase en perpleji-dad el Senado; pero Marcio, que ya estaba lleno de orgullo ytenía la reputación de altivo, haciéndose admirar por estacualidad, era entre los poderosos el que más abiertamentehacía frente a los tribunos. Enviaron, pues, la colonia, preci-sando a salir con graves penas a los sorteados, y por lo quehace a la milicia, como enteramente se negasen a ella, Mar-cio juntó sus clientes y otros a quienes pudo persuadir, reco-rrió todo el país de los de Ancio, y habiendo encontradomucho grano, y hecho gran botín de ganados y esclavos,nada tomó para sí, y volvió a Roma con sus soldados, quetraían y conducían mucha hacienda: de manera que los de-más, pesarosos ya y envidiosos de los que se habían enrique-cido, se irritaban con Marcio y miraban con malos ojos sugloria y su poder, como que crecían en daño de la plebe.

XIV.- Presentóse de allí a poco tiempo Marcio pidiendoel consulado, y la mayor parte condescendía, ocupando a laplebe cierta vergüenza para no desairar ni repeler a un varónque, sobresaliendo a todo en linaje y en valor, había alcanza-

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do tantos y tan señalados triunfos; porque era costumbreque los que pedían el consulado hablaran y alanzaran ladiestra a los ciudadanos, presentádose con sola la toga y sintúnica en la plaza, bien fuera para mostrar mayor sumisiónen sus ruegos, o bien para poner de manifiesto los que te-nían cicatrices aquellos honrosos testimonios de su valor yfortaleza, pues no era por sospecha de distribución de dine-ro o de presentes el obligar a que el peticionario se presenta-ra a sus conciudadanos desceñido y sin túnica, porque tardey muy largo tiempo después fue cuando se introdujo la co-rrupción y la venta, y cuando el dinero se mezcló en las vo-taciones de los comicios; y ya desde entonces el soborno,habiendo contaminado los tribunales y los ejércitos, impelióla ciudad hacia el despotismo, cautivando las armas al di-nero, pudiéndose asegurar que tuvo mucha razón el que dijoque el primero que disolvió la república fue el que dio ban-quetes e hizo distribución de dinero al pueblo. Mas este da-ño parece que se fue deslizando a escondidas y poco a poco,y que no se manifestó de pronto en Roma, puesto que nosabemos quién fue el que primero hizo en aquella ciudaddonativos a los tribunales o al pueblo; cuando en Atenas sedice haber sido el primero que dio dinero a los jueces Ánito,el hijo de Antemión, acusado de traición acerca de Pilo, yahacia el fin de la guerra del Peloponeso, tiempo en que to-davía en Roma dominaba en la plaza pública un linaje verda-deramente áureo e incorrupto.

XV.- Mostraba Marcio muchas cicatrices de gran nú-mero de combates en que había sido herido en los diez y

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siete años seguidos que había militado, lo que hacía mirarcon respeto su valor, y unos a otros se habían dado palabrade designarle. Mas venido el día en que había de hacerse lavotación, como Marcio se hubiese presentado en la plazapública acompañándole pomposamente el Senado y pug-nando todos los patricios por ponérsele alrededor, demos-tración que jamás habían hecho con nadie, al punto la mu-chedumbre depuso la inclinación que le tenía, pasando a mi-rarle con encono y ojeriza, a los cuales afectos se juntaba,además, el temor de que un hombre tan aristocrático, hechodueño del mando y teniendo tanto ascendiente con los pa-tricios, pudiera privar enteramente al pueblo de su libertad.Con estas ideas desairaron en la votación a Marcio. Luegoque se vio ser otros los cónsules que se publicaron, el Sena-do lo sintió profundamente, creyendo que el insulto, másque contra Marcio, era contra él mismo; pero aquel no llevócon moderación ni con sosiego lo sucedido, estando por locomún acostumbrado a usar de aquella parte de su carácterque era iracunda y rencillosa, sin que lo dócil y suave queprincipalmente debe sobresalir en las virtudes políticas se lehubiese en ningún modo inspirado por el discurso y la edu-cación. y sin que supiese que, como dice Platón, al que ha detomar parte en los negocios públicos y conversar sobre elloscon otros hombres, le conviene ante todo huir la arrogancia,compañera inseparable del aislamiento, y abrazar la pacien-cia, que suele de algunos ser escarnecida. Así es que, siendohombre sencillo e inflexible, creído de que el vencer y salirsecon todo era obrar con fortaleza, mas no de que el entregar-se a la cólera proviene de debilidad y flaqueza, por lo que

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sufre y padece el espíritu, del que viene a ser como un tumorla ira, se retiró de la plaza lleno de incomodidad y despechocontra el pueblo. Los jóvenes patricios, que eran en la ciu-dad, por lo distinguido de su origen, lo más ufano y flore-ciente, siempre se le habían mostrado sumamente afectos.En esta ocasión, se pusieron de su parte decididamente, eirritados y dolidos como él, exasperaron todavía más su có-lera e indignación, porque era, cuando estaban de facción, suguía y su maestro en las cosas de la guerra, y en el hacer quelos que se gloriaban de hazañas ilustres excitaran en los de-más, no envidia, sino una honrosa emulación.

XVI.- Vino en esta sazón trigo a Roma, en gran partecomprado en Italia y en no pequeña regalado por los Si-racusanos, enviándolo al tirano Gelón, con el que muchísi-mos concibieron lisonjeras esperanzas de que a un mismotiempo iba la ciudad a verse libre de escasez y de disen-siones. Reunido, pues, el Senado, se derramó incontinentepor las inmediaciones el pueblo, cercando por la parte deafuera la Curia, en la esperanza de que tendría grano en mu-cha conveniencia, y que lo regalado se distribuiría de balde; yaun adentro había quien a esto mismo excitase al Senado.Mas levantóse en este punto Marcio y contradijo acalorada-mente a los que pensaban en haberse benignamente con lamuchedumbre, tratándolos de populares y de traidores de lanobleza, que fomentaban contra sí mismos las semillas, yaprendidas, de osadía e insolencia, que hubiera sido bueno nohaber despreciado cuando se esparcían al principio, y nohaber dejado a la plebe hacerse poderosa con tan excesiva

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potestad: que ya hasta temible se les hacía con querer que entodo se cediera a su voluntad y a nada pudiera precisárselescontra ella, no guardando obediencia a los cónsules, y vi-viendo en anarquía con tener por caudillos a los que se de-nominaban magistrados suyos: que con el presente y distri-bución del grano, que al modo de los Griegos de mejor or-denadas repúblicas decretaban algunos, no se haría otra cosaque dar aire a su desobediencia en ruina del Estado; “puesno pueden reconocer que sea una recompensa por la milicia,de que desertaron, por las escisiones con que abandonaronla patria, o por las calumnias que abrigan contra el Senado,sino que en la inteligencia de que cediendo y lisonjeándolosde miedo les hacemos semejante distribución, y, con la espe-ranza de salirse con todo, no pondrán a su desobedienciatérmino alguno, ni habrá cómo contenerlos de que armendisensiones y alborotos: así que esto- decía- me parece unalocura. Por tanto, si hemos de obrar con prudencia, arran-quémosles el tribunado, que es un jirón de la autoridad con-sular y un rasgón de la república, no una ya como antes, sinode tal manera partida en trozos, que ya no ha de poder enadelante unirse, ni tener concordia, ni dejar nosotros de es-tar agitados y en continuos alborotos unos con otros”.

XVII.- Diciendo Marcio muchas cosas por este término,entusiasmó extraordinariamente a todos los jóvenes y pusode su parte a casi todos los ricos, que decían a gritos no te-nía la ciudad otro hombre invencible e incapaz de condes-cendencias, sino a él sólo. Hacíanles, con todo, oposiciónalgunos de los ancianos, previendo lo que iba a suceder; pe-

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ro nada de provecho adelantaron, pues los tribunos que sehallaban presentes, luego que vieron que prevalecía el dicta-men de Marcio, corrieron con gritería hacia la muchedum-bre, exhortándola a que se les uniese y les diese auxilio. Reu-nido tumultuariamente el pueblo en junta, y referidas las ex-presiones en que había prorrumpido Marcio, estuvo muypoco en que, llevada la plebe de la ira, no se arrojase sobre elSenado; pero los tribunos, atribuyéndolo todo a Marcio, loenviaron a llamar para que se defendiese. Mas como condesprecio hubiese desechado a los lictores que se le envia-ron, los mismos tribunos se presentaron trayendo con losprefectos a Marcio por fuerza, habiéndole echado mano,Concurrieron entonces los patricios, e hicieron retirar a lostribunos, y a los prefectos aun les dieron algunos golpes;pero sobrevino la tarde y disolvió aquel alboroto. A la ma-ñana temprano, viendo los cónsules al pueblo sumamenteinquieto, que por todas partes corría hacia la plaza pública,temieron por la ciudad, y congregando el Senado exhorta-ban a que mirase cómo con palabras suaves y con proposi-ciones ventajosas se podría apaciguar y sosegar a la muche-dumbre, pues no eran momentos aquellos de pretensionesni de contender por la autoridad, si tenían algo de juicio, si-no más bien tiempo delicado y de urgencia que exigía unmanejo de mucha mansedumbre y mucha humanidad. Con-vinieron los más, y dirigiéndose los cónsules a la muche-dumbre, le hablaron con mucha blandura y procurarontemplarla, disipando con agrado las calumnias y abstenién-dose lo posible de quejas y reconvenciones, y en cuanto al

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precio del grano comprado, dijeron que fácilmente se en-tenderían entre sí.

XVIII.- Cuando la mayor parte de la plebe se hubo cal-mado, y se echó de ver en el escuchar con orden y sosiegoque se había dejado convencer y ablandar, tomando la pala-bra los tribunos, ofrecieron que la plebe competiría en mo-deración y prudencia con el Senado mientras así se la tratase;mas al mismo tiempo ordenaron que Marcio se justificase dehaber tratado de inflamar al Senado para trastornar el go-bierno y disolver la república, de haber sido rebelde a la cita-ción de ellos mismos y, finalmente, de haber dado golpes einsultado en la plaza pública a los prefectos, promoviendoen cuanto estuvo de su parte la guerra civil y armando a losciudadanos unos contra otros. Hacían esta propuesta con laintención, o de humillar a Marcio si contra su carácter de-ponía la altivez, o de encender más la ira contra él si usabade su genio, que era lo que más esperaban y en lo que cierta-mente no se engañaron: porque se presentó como para de-fenderse, y la plebe le prestó una reposaba atención; masluego que ante unos hombres que aguardaban un lenguajesumiso empezó, no sólo a usar de un desenfado chocante yde una acusación más chocante todavía que el desenfado,sino que aun en el tono de voz y en todo su continente diomuestras de un desahogo que no distaba mucho del desdény del desprecio, la plebe se incomodó y se le veía que le eramuy molesto aquel discurso; y de los tribunos, Sicinio, queera el más pronto y arrebatado, habiendo conferenciadobrevemente con sus colegas y publicando que Marcio era

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condenado a muerte por los tribunos, ordenó a los prefec-tos que, llevándole a la roca Tarpeya, le arrojasen inmedia-tamente al barranco que está al pie de ella. Al ir los prefectosa echarle mano, aun a los más de los plebeyos les parecióaquello sumamente duro y mal meditado; y los patricios, le-vantándose y acudiendo de todas partes, pugnaban con gri-tería por darle socorro, y unos apartaban a empellones a losque le asían, cogiendo a Marcio en medio de ellos, y otros,levantando las manos, hacían plegarias a la muchedumbre.De nada servían los discursos ni las voces en semejante tu-multo y confusión; conferenciando, por tanto, entre sí losamigos y familiares de los tribunos sobre que sería imposi-ble, sin gran mortandad de los patricios, sacar de allí y casti-gar a Marcio, lograron persuadir a aquellos que desistieran delo extraño y repugnante de aquel modo de castigo, quitán-dole la vida por violencia, sin ser juzgado, y antes permitie-ran al pueblo dar su voto. De sus resultas preguntó Sicinio alos patricios qué era lo que intentaban con sustraer a Marciode manos de la plebe que quería castigarle. Y como aquellosle preguntasen a su vez: “¿Y qué resolución y presunción esla vuestra de conducir así a uno de los primeros ciudadanosRomanos a un castigo tan feroz e ilegal?”, “No hagáis, pues,contestó Sicinio, que esto sirva de pretexto para una disen-sión y sublevación contra la plebe, ya que se os concede loque apetecéis, que es que sea juzgado: y a ti, oh Marcio,continuó, te asignamos el plazo de tres ferias para que com-parezcas, y si es que no has delinquido, lo hagas manifiesto asus conciudadanos, que con sus votos han de juzgarte.”

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XIX.- Por entonces contentó mucho a los patricios estedesenlace, y se retiraron con Marcio sumamente gozosos.En el plazo de las tres ferias, porque hacen los Romanos susferias de nueve en nueve días, dándoles el nombre de núndi-nas, les dio esperanza de buen éxito el tener que levantarejército contra los de Ancio, pensando que iría largo y ocu-paría tiempo, con el que la plebe se haría más dócil, debili-tándose el enojo concebido o borrándose del todo con lavuelta, eran frecuentes las juntas de los patricios, temerososy solícitos por no abandonar a Marcio, ni dar otra vez a lostribunos motivo para conmover la plebe. Tenía opiniónApio Claudio de ser uno de los más opuestos a ésta, y no ladesmintió en esta ocasión, diciendo que el Senado seríaquien acabase con los patricios y quien disolviese la repúbli-ca, si daba lugar a que la plebe tuviera voto contra los patri-cios; pero, por el contrario, los más ancianos y más popula-res eran de dictamen de que la misma autoridad, en vez demás áspera y más insolente, haría a la plebe más dulce y máshumana; porque para aquella, que más bien que despreciar alSenado estaba en inteligencia de ser de él tenida en poco,sería de gran honor y consuelo esta facultad de juzgar; demanera que en el acto mismo de tomar las tablas ya habríandepuesto la ira.

XX.- Echando de ver Marcio que el Senado, por amor aél y por miedo a la plebe, estaba en la mayor duda y perple-jidad, preguntó a los tribunos qué era de lo que le acusaban ysobre qué crimen le llevaban a ser juzgado por el pueblo.Respondiéndole éstos que la acusación era de tiranía y le

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probarían que tiranizar había sido su intento, se levantóprontamente, y de ese modo dijo: “Ahora mismo voy anteel pueblo a defenderme, y no rehuso ningún modo de juicio,ni, si soy vencido, ningún género de pena, con tal que sobreesto sólo sea mi acusación y no engañéis al Senado”. Y con-venidos en ello, según lo tratado, se entabló el juicio. Con-gregado el pueblo, ya desde luego hubo la novedad de que seobtuvo a la fuerza por los tribunos que la votación se hicie-se, no por curias, sino por tribus, consiguiendo con esto quesobre los hombres acomodados, conocidos y compañerosde Marcio en el ejército, prevaleciera en sufragios una mu-chedumbre pobre, jornalera y poco cuidadosa del decoro.Después de esto, abandonando el juicio de tiranía, para elque no tenían pruebas, trajeron a discusión el discurso deMarcio en el Senado, cuando se opuso a la disminución delprecio del trigo y se empeñó en que se quitara a la plebe eltribunado. Acusáronle también de otro nuevo crimen, quefue la distribución del botín que hizo en la comarca de An-cio, no habiéndolo aportado al erario público, sino repartidoa los que militaron con él; que se dice haber producido enMarcio grande trastorno, porque de ningún modo lo espe-raba; así cogido de repente, no le ocurrieron razones bas-tante persuasivas para hablar a la muchedumbre, y antes conhacer el elogio de los que fueron de la expedición indispusocontra sí a los que no se hallaron en ella, que eran en muchomayor número. Finalmente, dadas las tablas a las tribus, ex-cedieron de tres las que le condenaban, siendo la pena des-tierro perpetuo. Luego que esto se anunció al pueblo, salióde la plaza con un gozo y una satisfacción cual no había ma-

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nifestado nunca después de haber vencido a sus enemigos.Por el contrario, del Senado se apoderó una gran pesadum-bre y abatimiento, arrepintiéndose y llevando muy a mal elno haberse expuesto a todo antes que consentir que la plebelos maltratase, autorizada con tan exorbitante facultad: demanera que para distinguirlos no había entonces necesidadde atender al vestido u otras insignias, sino que al instante seechaba de ver que el que estaba contento era plebeyo, y pa-tricio el que se mostraba incomodado.

XXI.- Sólo el mismo Marcio se mostraba sereno e im-perturbable en su continente, en sus pasos y en su sem-blante; y mientras los demás sufrían, él sólo se ostentabaimpasible; no por reflexión o apacibilidad, ni porque estuvie-se resignado a lo que le sucedía, sino más bien agitado de iray de impaciencia, lo cual engaña a muchos que no compren-den que aquello es otra forma de pesar. Porque cuando éstese convierte en saña, como si diera calentura, entonces sepierde el abatimiento y la inmovilidad, y el iracundo apareceesforzado, al modo que fogoso el calenturiento, como si elalma estuviese alterada, tirante y conmovida. Así es que muyluego dio muestras Marcio de esta disposición; porque en-trando en su casa se despidió de su madre y su mujer, a lasque encontré muy afligidas y llorosas; y exhortándolas a lle-var con valor aquel trabajo, marchó sin detenerse, y se en-caminó a las puertas de la ciudad. De allí, adonde le habíanacompañado todos los patricios, sin tomar nada ni haceralgún encargo, se puso en camino, no llevando consigo sinotres o, cuatro de sus clientes. Por unos cuantos días estuvoen una de sus posesiones, revolviendo en su ánimo diferen-

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tes ideas, cuales el enojo se las sugería, y no pensando nuncacosa buena o conveniente, sino cómo haría a los Romanosarrepentirse, resolvió, por fin, ver el modo de suscitarles unaguerra peligrosa y cercana. Encaminóse, pues, antes que aotra parte a tentar a los Volscos, sabedor de que estabanflorecientes en gente y en dinero, y teniendo por cierto quecon las derrotas poco antes sufridas no se había disminuidotanto su poder, como se habían aumentado su emulación ysu encono.

XXII.- Había en Ancio un ciudadano que, por su rique-za, por su valor y por lo ilustre de su linaje, tenía una especiede autoridad regia entre todos los Volscos, y era su nombreTulo Aufidio. Sabía Marcio que éste le aborrecía más que aninguno otro de los Romanos, porque muchas veces en loscombates se habían hecho amenazas y provocaciones, usan-do de jactancias en los encuentros, como es propio de lavanagloria y la emulación entre enemigos jóvenes; y así, a laenemistad común habían añadido el odio particular del unoal otro. Mas con todo, conociendo también en Tulo ciertagrandeza de ánimo, y que más que ninguno entre losVolscos deseaba hacer daño por su parte a los Romanos sidaban ocasión a ello, confirmó la sentencia del que dijo:

Repugnar a la ira es arduo empeño:cómprase con la vida lo que anhela.

Y así, tomando un vestido y traje en el que, aunque lovieran, no pudiera ser conocido, a la manera de Odiseo,

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En la ciudad se entró de hombres contrarios.

XXIII.- Era la hora de anochecer, y aunque tropezó conmuchos, no fue conocido de nadie. Dirigióse, pues, a la casade Tulo, y entrándose repentinamente al hogar, se sentó sinhablar palabra, y cubriéndose la cabeza, se estuvo quedo.Admiráronse los que allí se hallaban; pero ninguno se atrevióa oponérsele, porque había cierta dignidad en su continentey en su silencio; lo que sí hicieron fue referir a Tulo, que es-taba cenando, lo extraorDinario de aquel paso; y éste, le-vantándose de la mesa, se vino para él y le preguntó quiénera, y cuál el objeto de su venida. Entonces Marcio, descu-briéndose y parándose un poco, “si aún no me conoces, ohTulo- dijo-, sino que con estar viéndome todavía dudas, serápreciso que yo me haga acusador de mí mismo. Soy GayoMarcio, que he causado a los Volscos muchos daños, y llevoun nombre que no me permitiría negarlo, llamándome Co-riolano, pues de todos mis trabajos y peligros no poseo otropremio que este ilustre nombre, distintivo de mi enemistadcontra vosotros; esto es lo único que no se me ha quitado:de todos los demás bienes, por envidia e insolencia de laplebe, y por flojedad y abandono de los que están en los al-tos puestos, que son mis iguales, de una vez me he vistodespojado. Me han echado a un destierro, y me he acogido atu hogar como suplicante, no de mi inmunidad y seguridad,porque a qué había de venir aquí si temiera morir, sino ensolicitud de tomar venganza, la que ya tomo en alguna ma-nera de los que me han desechado, haciéndote dueño de mí.

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Por tanto, si anhelas dominar a tus enemigos, aprovéchate,oh hombre generoso, y saca partido de mis desgracias, ha-ciendo que se convierta en dicha vuestra el infortunio de unhombre que tanto mejor peleará en vuestra defensa quecontra vosotros, cuanto hacen mejor la guerra los que cono-cen las cosas de los enemigos que los que las ignoran. Mas sihas desistido de aquel intento, ni yo quiero vivir, ni a ti teestaría bien el salvar a un hombre que te es de antiguo con-trario y enemigo, y ahora inútil y de ningún provecho”. Aloír esto Tulo recibió grandísimo contento, y alargando ladiestra, “levántate- le dijo-, oh Marcio, y confía: porque nostraes un gran bien entregándote a ti mismo; y espera todavíamayores cosas de los Volscos”. Dio entonces un banquete aMarcio con gran regocijo, y en los días siguientes estuvieronconfiriendo juntos entre sí sobre la guerra.

XXIV.- En Roma la ojeriza de los patricios contra laplebe, acrecentada con la condenación de Marcio, causógrande alteración; además, los agoreros, los sacerdotes y losparticulares referían muchos prodigios que debían inspirarcuidado. Cuéntase uno de ellos en esta forma: había un TitoLatino, hombre poco conocido, no de la clase jornalera, si-no medianamente acomodado, libre de toda superstición ymás todavía de ostentación y jactancia. Éste, pues, tuvo unsueño, en el que se le apareció Júpiter y le mandó dijese alSenado que había sido danzante poco diestro y poco agra-dable el que había prevenido para que fuese delante de suprocesión. Cuando tuvo este ensueño, dijo que a la primeravez no hizo caso, y que cuando segunda y tercera lo despre-

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ció también, le vino la nueva de la muerte de un hijo muyapreciable, y de repente se le baldó el cuerpo sin podersevaler de él: de todo lo que, habiéndose hecho llevar enhombros, dio cuenta al Senado; y según dicen, no bien lohubo ejecutado, cuando sintió fortalecido su cuerpo y seretiró andando por su pie. Quedáronse los senadores ató-nitos e hicieron grandes pesquisas sobre este suceso, queresultó haber pasado así: un amo entregó en manos de losotros a uno de sus esclavos con orden de que lo llevaran porla plaza dándole azotes y después le quitaran la vida. En posde ellos, cuando así lo cumplían y hostigaban al esclavo, quecon el dolor daba mil vueltas y hacía muchos movimientos ycontorsiones poco graciosas, acertó por casualidad a ir larogativa de Júpiter, a cuya vista muchos de los que allí sehallaron sintieron incomodidad, viendo un espectáculo tantriste y aquellas odiosas contorsiones; mas ninguno se inter-puso, y sólo se contentaron con decir denuestos e impreca-ciones contra el que tan ásperamente castigaba. Tratabanentonces a los esclavos con mucha equidad, por trabajar a sulado, y porque viviendo juntos usaban con ellos de gran dul-zura y familiaridad: así el mayor castigo de un esclavo descui-dado era hacerle que, tomando el palo del carro en que sesostiene el timón, saliese así por la vecindad; porque el quesufría, y era visto de los conocidos y vecinos, quedaba parasiempre desacreditado; y a este tal le decían por apodo Fur-cifer, porque llamaban horquilla los Romanos a lo que losGriegos apoyo o sostén.

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XXV.- Luego que Latino les refirió esa visión, dudandoquién podría ser el poco diestro y poco grato danzante quehabía precedido a la rogativa de Júpiter, hicieron algunosmemoria, por la extrañeza del castigo, de aquel esclavo queazotado había sido conducido por la plaza y después se lehabía dado muerte. En consecuencia, por dictamen unifor-me de los sacerdotes, el señor del esclavo fue castigado, y denuevo se hicieron en honor del dios la rogativa y los ruegos.En otras muchas cosas se echa de ver que Numa fue un ex-celente ordenador de las cosas sagradas; pero sobresale prin-cipalmente lo que estableció para hacer religiosos a los Ro-manos; en efecto, cuando los magistrados y sacerdotes seocupan en las cosas divinas, precede un heraldo, que excla-ma en alta voz: hoc age, expresión que significa “haz esto”,prescribiendo a los sacerdotes que presten atención y nointerpongan ninguna otra obra o especie de ocupación, co-mo dando a entender que las más de las cosas humanas sehacen por una cierta necesidad, sin intención del que las ha-ce. Por lo que toca a los sacrificios, las procesiones y los es-pectáculos, suelen los Romanos repetirlos, no sólo por unacausa tamaña, sino por otras más pequeñas; pues con queflaquease uno de los caballos que arrastraban las llamadastensas, o con que un auriga tomase las riendas con la manoizquierda, decretaban que de nuevo se hiciese la rogativa, yaun en tiempos posteriores se hizo hasta treinta veces elmismo sacrificio, porque siempre pareció que había habidoalguna falta o se había atravesado algún estorbo; ¡tal era enestas cosas divinas la piedad de los Romanos!

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XXVI.- Marcio y Tulo, entre tanto, trataban en Ancioreservadamente con los de mayor poder, y los exhortaban apromover la guerra, mientras los Romanos estaban en di-sensiones unos con otros; y cuando trabajaban en per-suadirlos, porque les oponían la tregua y armisticio de dosaños convenido entre los dos pueblos, los Romanos mismosle dieron ocasión y pretexto con haber hecho publicar porpregón, a causa de cierta sospecha, o más bien calumnia, quelos Volscos que asistiesen a los espectáculos y juegos debie-ran salir de la ciudad antes de ponerse el sol. Hay quien digaque esto se hizo por amaño y dolo de Marcio, que envió aRoma quien falsamente acusase a los Volscos de tener me-ditado sorprender a los Romanos en sus espectáculos e in-cendiar la ciudad; ello es que aquel pregón a todos los ene-mistó más y más con los Romanos. Acalorábalos ademásTulo, e instigábalos de continuo, hasta que logró persuadir-les que enviasen a Roma a intimar la restitución de las tierrasy las ciudades que en la guerra se habían tomado a losVolscos. Mas los Romanos, oída la embajada, se llenaron deindignación y dieron por respuesta que los Volscos seríanlos primeros a tomar las armas, pero los Romanos serían losúltimos en deponerlas. Con esto, congregando Tulo al pue-blo en junta general, luego que hubieron decretado la guerra,les aconsejó que se llamase a Marcio, no conservando me-moria alguna de los males antiguos, sino teniendo por ciertoque de auxiliarles haría más bien que mal les había hechosiendo enemigo.

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XXVII.- Presentóse al llamamiento Marcio, y habiendohablado a la muchedumbre, como no menos que por lasarmas se hubiese mostrado por su elocuencia hombre deno-dado y guerrero, y aun extraordinario en sus pensamientos ysu osadía, se le confirió juntamente con Tulo el absolutomando para aquella guerra. Mas temeroso de que el tiempoque los Volscos habían de gastar en sus preparativos, quepodía ser largo, le arrebatase la oportunidad de obrar, encar-gó a los principales ciudadanos y a los magistrados que acti-vasen y pusiesen en orden todas las cosas, y él persuadiendoa los más decididos a que voluntariamente les siguiesen sinalistamiento, invadió repentinamente el país de los Roma-nos, cuando menos lo esperaban. Así es que recogió tan in-menso botín, que los Volscos tuvieron para retener, parallevar y para consumir en el ejército, hasta cansarse. Era contodo la menor mira de aquella expedición el procurarse pro-visiones y el talar y devastar la comarca; el objeto principalera acrecentar la discordia entre los patricios y la plebe, paralo que, arrasando y destruyendo todo lo demás, en los cam-pos de los patricios no permitió que se hiciera el más levedaño, ni que nadie tomara de ellos cosa alguna. Con efecto,por esta causa fue mayor la disensión y contienda entreellos, acusando a la plebe los patricios de haber desterradoinjustamente a un varón de tan grande importancia y cul-pando a éstos la plebe de haber llamado por encono a Mar-cio; a lo que añadía que después le dejarían a ella la guerra,quedándose tranquilos espectadores, por cuanto tenían a laparte de afuera por guarda de su hacienda y de sus bienes ala misma guerra. Hecho esto, con lo que Marcio inspiró a

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los Volscos mucho aliento y confianza, se retiró con la ma-yor seguridad.

XXVIII.- Cuando estuvieron ya reunidas todas las fuer-zas de los Volscos, como se hallase ser muchas, determi-naron dejar una parte en las ciudades para su guarnición ycon la otra marchar contra los Romanos; y en esta ocasiónMarcio dio a escoger a Tulo entre los dos mandos. PeroTulo contestó que conocía bien que Marcio no le cedía envalor, y que en fortuna le había visto ser muy favorecido entodos los hechos de armas; así, que tuviera el mando de lasque habían de salir a campaña, quedándose él mismo a de-fender las ciudades y a facilitar a los del ejército cuanto fueramenester. Cobrando con esto Marcio nuevo ánimo, volvióen primer lugar contra la ciudad de Circeyos, colonia que erade los Romanos; mas como ésta se le entregase espontá-neamente, ningún daño le hizo. Desde ella pasó a talar elpaís de los Latinos, esperando con esto que los Romanosvendrían a empeñar acción en defensa de los Latinos, porser sus aliados, y porque muchas veces los habían llamado.Mas la muchedumbre había decaído de ánimo, y quedándo-les a los cónsules muy poco tiempo de mando, en el que noquerían exponerse, por estas causas desatendieron a los La-tinos; entonces Marcio marchó contra las ciudades mismas,y sojuzgando por la fuerza a los Tolerinos, Lavicos y Peda-nos, y aun a los Bolanos, que le hicieron resistencia, se apo-deró, al recoger la presa, de sus personas, y distribuyó susbienes. A los que voluntariamente se le entregaron, los pro-tegió con esmero para que, sin quererlo él, no recibiesen

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daño alguno, aunque estuviera lejos con el ejército y distantedel país.

XXIX.- En seguida, tomando por asalto a Bolas, ciudadque no distaba de Roma más de cien estadios, se hizo dueñode gran riqueza y pasó a cuchillo casi a todos cuantos podíanpor la edad llevar armas. De los Volscos, aun aquellos aquienes no había tocado quedarse en las ciudades no teníanpaciencia, sino que se pasaban con sus armas a Marcio, di-ciendo que a él sólo le reconocían por general y por caudillo.Era por toda la Italia muy sonado su nombre y grande laopinión de su valor, pues que con la mudanza de una solapersona tan extraordinario cambio se había hecho en todoslos negocios. En los de los Romanos, ningún concierto ha-bía, desalentados como estaban para salir a campaña y noocupándose diariamente más que en sus altercados y en ex-presiones de discordia de unos a otros, hasta que les llegó lanueva de estar sitiada por los enemigos la ciudad de Lavinio,donde los Romanos tenían los templos de los Dioses patriosy que era la cuna y principio de su linaje, por haber sido laprimera de que Eneas había tomado posesión. Entonces, yauna admirable y común mudanza de modo de pensar seapoderó de la plebe, y otra extraña también enteramente yfuera de razón trastornó a los patricios. Porque la plebe sedecidió a abolir la condena de Marcio, y a restituirle a la ciu-dad, y el Senado, reunido a deliberar sobre aquella determi-nación, recedió de ella y la contradijo, o porque en todo sehubiese propuesto repugnar a los deseos de la plebe, o por-que no quisiese que. Marcio debiera el favor de ésta su res-

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titución, o porque ya se hubiese irritado con éste porque atodos hacía daño sin haber sido de todos ofendido, habién-dose declarado enemigo de la patria, en la que la parte prin-cipal y de más poder sabía que había tenido que padecer yhabía sido agraviada juntamente con él. Participada esta re-solución a la muchedumbre, la plebe no tenía arbitrio paradecretar alguna cosa con sus sufragios y establecerla comoley sin que precediera la autoridad del Senado.

XXX.- Llegó a entenderlo Marcio, e irritado de nuevolevantó el sitio y lleno de enojo marchó contra la ciudad,poniendo sus reales en el sitio llamado las Fosas Clelias, dis-tante de aquellos solamente cuarenta estadios. Viéronle; hí-zoseles temible, y causando en todos gran turbación calmópor entonces las disensiones, pues nadie, ni magistrados niSenado, se atrevió ya a contradecir a la muchedumbre acercade restituir a Marcio, sino que viendo correr por la ciudad alas mujeres, en los templos las plegarias y el llanto y los rue-gos de los ancianos, y en todos la falta de osadía y de con-sejos saludables, convinieron en que la plebe había pensadosabiamente acerca de que se reconciliaran con Marcio, y elSenado había cometido grande error empezando a manifes-tar enojo y enemiga cuando convenía poner fin a estas pa-siones. Determinaron, pues, de común acuerdo enviar aMarcio mensajeros que le ofrecieran la vuelta a la patria y lepidieran pusiese término a la guerra. Los que envió el Sena-do eran de los amigos de Marcio, y esperaban encontrar a sullegada la más benigna acogida en un amigo y compañerosuyo; mas nada de esto hubo, sino que, llevados por medio

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del campamento de los enemigos, le hallaron sentado entreuna gran comitiva con intolerable severidad. Teniendo, pues,a su lado a los principales de los Volscos, les dio orden deque dijesen qué era lo que tenían que pedir. Hablaron pala-bras moderadas y humanas, convenientes a su presente si-tuación, y concluido que hubieron, les respondió áspera-mente y con enfado por lo tocante a sí y a lo que se le habíahecho sufrir; y después, como general, por lo tocante a losVolscos, les puso por condición la restitución de las ciuda-des y do todo el territorio que habían ocupado por la guerray quo habían de declarar a los Volscos una igualdad absolutade derechos, como la disfrutaban los Latinos: pues no podíahaber otra reconciliación segura que la que se fundase enigualdad y justicia; concedióles para deliberar un plazo detreinta días, con lo que, despedidos los embajadores, alpunto se retiró de aquella comarca.

XXXI.- Éste fue el primer motivo de queja que hicieronvaler contra él aquellos de entre los Volscos que ya antesmiraban mal y con envidia su grande autoridad, de cuyonúmero era Tulo, no porque en su persona hubiese sido enninguna manera ofendido, sino por lo que es la miseria denuestra condición; Tulo no podía sufrir ver del todo oscure-cida su gloria y que ningún caso hacían ya de él los Volscos,en cuya opinión sólo Marcio lo era todo, debiendo conten-tarse los demás con la parte de poder y mando de que éstequisiera hacerlos participantes. De aquí tomaron origen losprimeros cargos que sordamente circulaban, e incomodadosmurmuraban entre sí, dando a aquella retirada el nombre de

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traición; porque si no lo era de muros o de armas, lo era, sinembargo, de la ocasión y oportunidad, con la que estas cosassuelen o ganarse o perderse, concediendo un plazo detreinta días, más que sobrado para que pudieran sobrevenirlas mayores mudanzas. Y no porque Marcio pasase ociosoese tiempo; por el contrario, durante él hizo marchas conque desbarató y disipó a los aliados de los enemigos y lestomó siete ciudades grandes y populosas. Mas los Romanosno se atrevieron a auxiliarlos; sino que sus ánimos estabanposeídos del desaliento, y en cuanto a los peligros de la gue-rra se parecían a los cuerpos soñolientos y paralizados. Pa-sado que fue el plazo, como se presentase otra vez Marciocon todas sus fuerzas, enviáronle segunda legación, rogán-dole que depusiese el enojo, y, retirando a los Volscos delterritorio romano, hiciera y propusiera lo que juzgase con-vendría más a ambos pueblos: en el concepto de que pormiedo nada cederían los Romanos: mas si entendía que enalguna cosa pudiera tenerse condescendencia con losVolscos, todo se les otorgaría, deponiendo las armas. A estocontestó Marcio que nada les respondía corno general de losVolscos, pero como ciudadano que todavía era de Roma lesaconsejaba y exhortaba que, moderando aquellos orgullosospensamientos, volviesen de allí a tres días, trayendo decreta-do lo que se les había propuesto, pues si fuese otra la res-puesta no tenían que contar con la inviolabilidad para tornarcon palabras vanas a su campo.

XXXII.- Vueltos los embajadores, y oído por el Senadolo que traían, como en una grande tormenta y borrasca de la

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república, echó éste por fin el áncora sagrada; ordenó acuantos sacerdotes había de los Dioses, o ministros y custo-dios de los misterios, o que poseían de tiempo antiguo laadivinación patria de los sueños, que se encaminasen a Mar-cio, cada uno con los ornamentos de que por ley debía usaren sus ceremonias y que le hablasen y que exhortasen a que,dando de mano a la guerra, bajo esta condición tratara des-pués de los Volscos con sus conciudadanos. Recibiólos, sí,en el campamento, pero en nada condescendió y nada hizoo dijo en que mostrase mayor dulzura, sino que insistió enque con las condiciones propuestas admitiesen la paz o sedecidieran a la guerra. Con este regreso de los sacerdotes re-solvieron, por lo pronto, defender con gran fuerza los mu-ros de la ciudad y lanzarse del mismo modo sobre los ene-migos, poniendo principalmente su esperanza en el tiempo yen los caprichos de la fortuna; mas desengañáronse luego deque ningún salvamento les quedaba, por más que hiciesen; laturbación, el desaliento y las ideas más desconsoladas seapoderaron ya de la ciudad, hasta que tuvo lugar un sucesomuy parecido a aquellos de que frecuentemente habla Ho-mero, aunque no satisfaga a la mayor parte: porque dicién-dose éste y exclamando en las grandes y extraordinarias oca-siones

La garza Palas púsole en las mientesy también:

Cambióle un inmortal el pensamiento;el que en un solo acalorado pechodel pueblo puso la gloriosa suerte;

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y en otra parte:O por sí lo pensó, o es que algún numen

le sugirió la provechosa idea;le vituperan como que con cosas imposibles y con increíblespatrañas trata de quitar al juicio de cada uno el mérito de ladeterminación propia; cuando Homero no hace semejantecosa, sino que los sucesos ordinarios y comunes que se go-biernan con razón los pone a cuenta de lo que está en nues-tro poder; así que dice muchas veces:

Yo lo determiné con grande aliento;y asimismo:

Apenas dijo, congojóse Aquilesy revolvió tan inquietante pena

una vez y otra en su alentado pechoy en otra parte:

Mas mover no logró a Belerefonte,guerrero cauto que con grande aciertolos más prudentes medios discurría;

y en las ocasiones imprevistas y arriesgadas que piden ciertoímpetu y entusiasmo no pinta al numen como que nos arre-bata, sino como que mueve y dirige nuestra determinación;ni como que produce por sí los conatos y esfuerzos sinociertas apariencias ocasionales de ellos; con las cuales no ha-ce la acción involuntaria, sino que da un principio a lo vo-luntario con infundir aliento y esperanza; pues tina de dos: ohemos de desechar enteramente el auxilio divino de todaslas acciones que llamamos y son nuestras, o si no ¿de quéotro modo auxiliarán los dioses a los hombres y cooperaráncon ellos? No ciertamente amoldando nuestro cuerpo, ni

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aplicando ellos mismos nuestras manos y nuestros pies, sinodespertando con ciertos principios, con ciertas apariencias einspiraciones la parte activa y electiva de nuestra alma, o, alcontrario, desviándola o conteniéndola.

XXXIII.- En Roma, a la sazón, las mujeres hacían susplegarias, unas en unos templos, y otras en otros; pero lasmás y las de mayor lustre ante el ara de Júpiter Capitolino.Entre éstas había una hermana del gran Poblícola, que tanseñalados servicios hizo a Roma en guerra y en paz, llamadaValeria. Poblícola había muerto antes, como lo referimos alescribir sus hechos, y Valeria tuvo en la ciudad grande honray reputación, porque en su conducta no desdecía de su lina-je. Sintiendo, pues, repentinamente un afecto de los que hedicho, acertando no sin inspiración divina en lo que eraconveniente, levantóse de pronto, y haciendo levantar a to-das las demás, se encaminó a casa de Volumnia, madre deMarcio. Entra, hállala sentada con la nuera y teniendo a loshijos de Marcio en su regazo: hácese cercar de las demásmatronas y “nosotras- dice- ¡oh Volumnia!, y tú ¡oh Ver-gilia!, venimos unas mujeres en busca de otras mujeres, nopor decreto del Senado ni por mandamiento del cónsul, sinoque habiendo Júpiter, a lo que parece, oído compasivonuestros ruegos, nos infundió este impulso de venir acá envuestra busca a proponeros para nosotras y para los demásciudadanos el remedio y la salud, y para vosotras, si os dejáismover, una gloria más brillante todavía que la que alcanza-ron las hijas de los Sabinos con haber traído de la guerra a laamistad y la paz a sus padres y a sus esposos. Ea, venid con

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nosotras donde está Marcio; emplead vuestros ruegos y dada la patria el verdadero y justo testimonio de que, con habersido tan maltratada, ningún daño os ha hecho, ni ningunadeterminación ha tomado contra vosotras en su enojo, sinoque os entrega en sus manos, aun cuando no haya de reca-bar ninguna condición equitativa”. Dicho esto por Valeria,aplaudieron las demás matronas, y contestó Volumnia: “Enlos comunes males ¡oh matronas! nos toca a nosotras laparte que a todos, y en particular tenemos la desgracia dehaber perdido la gloria y la virtud de Marcio, considerandosu persona defendida bajo las armas de los enemigos, perono salva. Mas con todo, nuestro mayor desconsuelo es quelas cosas de la patria hayan venido a tan triste estado quehaya tenido que poner en nosotras su esperanza; pues no sési mi hijo hará algún caso de nosotras, o si no lo hará tam-poco de la patria, que él anteponía a la madre, a la mujer y alos hijos. Con todo, valeos de nosotras y conducidnos a supresencia, a lo menos, cuando no sea otra cosa, para podermorir intercediendo por la patria”.

XXXIV.- Dicho esto, haciendo levantarse a Vergilia conlos hijos y las damas matronas, se encamina hacia el campa-mento de los Volscos, siendo aquel un lastimoso espectá-culo, que a los mismos enemigos les causó confusión e im-puso silencio. Hallábase casualmente Marcio sentado en eltribunal, con los demás caudillos, y luego que vio venir aaquellas mujeres se quedó suspenso; mas habiendo conocidoa su esposa, que venía la primera, determinó en su ánimomantenerse obstinado e inexorable en su anterior propósito;

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pero vencido al fin de sus afectos y trastornado con seme-jante vista, no pudo aguantar que le cogieran sentado, sinoque bajando más que de paso, y saliendo a recibirlas, prime-ro y por largo tiempo saludó a la madre y después a la mujery a los hijos, no conteniéndose en el llanto ni en las caricias,sino más bien dejándose como de un torrente arrastrar desus afectos.

XXXV.- Cuando ya se hubo desahogado cumplidamen-te, como advirtiese que su madre iba a dirigirle la palabra,llamando la atención de los Volscos más principales, prestóoídos a Volumnia, que habló de esta manera:

“Puedes echar de ver ¡oh hijo!, aun cuando nosotras nolo digamos, coligiéndolo del vestido y de los semblantes, aqué punto de retiro y soledad nos ha traído tu destierro; re-flexiona después cómo somos entre todas las mujeres lasmás desventuradas, puesto que nuestra mala suerte ha hechoque el encuentro, para otras más delicioso, sea para nosotrasel más terrible; para mí viendo a un hijo, y para ésta viendo aun marido que amenaza con destrucción a los muros de lapatria; y que lo que es para los demás un consuelo en todossus infortunios y desgracias, que es el orar a los Dioses, seapara nosotras objeto de mucha duda; porque no nos es po-sible pedir a un mismo tiempo que la patria venza y que túquedes salvo, sino que nuestros votos se han de parecer a loque por maldición pudiera desearnos nuestro mayor enemi-go; forzoso es que o de la patria o de ti vengan a quedar pri-vados tu mujer y tus hijos. Por lo que a mí toca, la desventu-ra que haya de traer esta guerra no me cogerá viva; pues si

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no pudiere persuadirte a que, restableciendo la amistad y laconcordia, seas antes el bienhechor de ambos pueblos que laruina de uno de ellos, ten entendido y está preparado a queno podrás acercarte a combatir la patria sin que primero pa-ses por encima del cadáver de la que te dio el ser; puesto queno debo aguardar aquel día en el que vea que, o triunfan demi hijo los ciudadanos, o él triunfa de la patria. Y si yo tepropusiera que salvaras a ésta con ruina de los Volscos, laprueba sería para ti, oh hijo mío, ardua y difícil, porque eldestruir a tus conciudadanos no es honroso, y el, hacer trai-ción a los que de ti se han confiado es injusticia; más ahorala paz que te pedimos es saludable a todos, y más honesta ygloriosa todavía para los Volscos, pues apareciendo superio-res, se entenderá que son los que conceden tan grandes bie-nes, no entrando ellos menos por eso a participar de la paz yde la amistad, de las cuales serás tú el principal autor si seconsiguen; y si no se consiguieron, a ti solo te echarán laculpa unos y otros. Y, en fin, siendo la guerra incierta, estohay de cierto desde luego: que si vences, te está preparado elser la abominación de tu patria, y si eres vencido, has de te-ner la opinión de que por sus resentimientos has hecho ve-nir sobre tus amigos y bienhechores las mayores calamida-des”.

XXXVI.- Escuchó Marcio este razonamiento de Vo-lumnia sin responder cosa alguna; y como aun después dehaber concluido se mantuviese en silencio por bastante rato:“¿Por qué callas, hijo?- continuó diciendo- ¿Será cosa ho-nesta concederlo todo al enojo y a la venganza y no lo será

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hacer merced a una madre que tan racionalmente pide? ¿Ole está bien al hombre grande conservar la memoria de losmalos que ha sufrido, y el honrar y reverenciar los beneficiosque los hijos reciben de las madres no será propio de unhombre grande y esforzado? Y en verdad que el mostrarreconocimiento, a nadie le estaría mejor que a ti, que tanásperamente te declaras contra la ingratitud, pues de la patriabien costosa satisfacción tienes tomada: mas a tu madre nohay cosa en que la hayas atendido, cuando nada debía ser tansagrado como el que yo alcanzara de ti sin premio las cosastan honestas y justas que te pido; mas, pues que no acierto amoverte, ¿por qué no acudo a la última esperanza?” Y di-ciendo estas palabras se arroja a sus pies, juntamente con lamujer y los hijos. Entonces Marcio exclama: “¡En qué puntome habéis contenido, oh madre!” Y alzándola del suelo yapretándole fuertemente la mano: “Venciste- le dice-, alcan-zando una victoria tan feliz para la patria como desventajosapara mí, que me retiro vencido de ti sola”. Dicho esto, hablóaparte por breve tiempo con la madre y la mujer, y a su rue-go las volvió a mandar a Roma. Pasada la noche, se retirócon los Volscos, que no todos pensaban de él o le mirabande una misma manera; pues unos estaban mal con él mismoy con esta acción, y otros ni con lo uno ni con lo otro, te-niendo más dispuesto su ánimo a la concordia y a la paz.Algunos había que, a pesar de estar disgustados con lo ocu-rrido, no culpaban con todo a Marcio, sino que le creíanexcusable, por cuanto había sido combatido de afectos tanpoderosos. Mas nadie le contradijo, sino que todos le siguie-ron, más arrastrados de su virtud que de su autoridad.

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XXXVII.- El pueblo romano, cuanto fue el miedo y el -peligro mientras le amenazó la guerra, otro tanto sintió deregocijo cuando la vio disipada. Apenas los que estaban en lamuralla vieron retirarse a los Volscos, abrieron todos lostemplos, llevando coronas como en una victoria, y dis-poniendo sacrificios. Señalábase principalmente la alegría dela ciudad en los honores y obsequios de las mujeres, del Se-nado y de la muchedumbre, que reconocían y profesabanhaber sido éstas la causa cierta de su salud. Decretó, pues, elSenado que lo que en ellas mismas propusieran en recono-cimiento y gloria suya, aquello ejecutaran las autoridades:mas ninguna otra cosa pidieron, sino que se construyera untemplo a la Fortuna Femenil, haciendo ellas el gasto, y noponiendo la ciudad más que lo relativo a las víctimas y cultoque convinieran a los Dioses. El Senado, aunque aplaudió sucelo, labró el templo y la efigie a expensas del público; perono por eso dejaron aquellas de recoger dinero, e hicieronotra segunda estatua, de la que refieren los Romanos que,colocada en el templo, articuló éstas o semejantes palabras:“Con piadosa determinación me dedicasteis vosotras lasmujeres”.

XXXVIII.- Corre la fábula de que por dos veces se oyóesta voz, queriéndonos hacer creer cosas tan monstruosas ydifíciles; pues aunque no es imposible parezca a la vista quelas estatuas sudan y derraman lágrimas, supuesto que las ma-deras y las piedras a veces contraen cierta suciedad que des-pide humor, y además descubren colores y reciben tinturas

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del mismo ambiente, con las que puede muy bien indicárse-nos algún prodigio, y aunque es también posible que las es-tatuas hagan cierto ruido semejante al rechinamiento o alsuspiro, proviniendo aquel de una fuerte rotura o despega-miento interior de las partes; con todo, es enteramente in-comprensible que en una cosa sin vida se forme voz articu-lada y una habla tan cierta, tan determinada y tan distinta:cuando ni al alma ni al mismo Dios es dado articular y ha-blar sin un cuerpo orgánico y dotado de las partes apropia-das al efecto. Así, cuando la historia nos estrecha con mu-chos y fidedignos testigos, es que se ha ejecutado en la parteimaginativa del alma una cosa semejante a la sensación, y quese tiene por tal, al modo que en el sueño nos parece oír loque no oímos y ver lo que no vemos; sino que a los supers-ticiosamente piadosos y religiosos para con los dioses, y queno se atreven a desechar o repugnar nada de tales historias,lo maravilloso mismo les es de gran peso para creer, y la ideaque tienen del poder divino, muy superior al nuestro. Por-que en nada se mide con la condición humana ni en la natu-raleza, ni en la inteligencia, ni en la fuerza, ni debe tenersepor extraño que haga lo que a nosotros nos es negado hacer,o que dé cima a empresas que nosotros no podemos reali-zar; sino que aventajándonos en todo, en las obras es en loque menos se nos ha de semejar y en lo que menos hemosde poder serle comparados. Mas, como decía Heráclito, enlas cosas divinas la desconfianza es la que más nos estorba elconocerlas.

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XXXIX.- En cuanto a Marcio, no bien hubo dado a An-cio la vuelta, cuando Tulo, que por miedo le aborrecía y nole podía sufrir, se propuso quitarle prontamente del medio,porque si ahora escapaba, no volvería otra vez a dar asidero.Concitó y sublevó contra él a otros muchos y le intimó quediera cuentas a los Volscos, deponiendo el mando. Masaquel, temiendo quedarse de particular bajo la autoridad deTulo, que siempre conservaba gran poder entre sus conciu-dadanos, respondió que entregaría el mando a los Volscos sise lo ordenasen, y las cuentas las presentaría a cuantos deéstos quisieran pedirlas. Congregóse, pues, el pueblo, y losagitadores, que se tenían prevenidos, andaban acalorando ala muchedumbre; mas como luego que Marcio se puso enpie hubiesen por respeto cedido los alborotadores, dándolelugar para hablar con tranquilidad, y se viese bien a las clarasque los principales entre los Anciates, contentos con la paz,iban a oírle con benignidad y a juzgarle en justicia, Tulocomprendió que iba a ser vencido si aquel se defendía. Por-que era hombre que sobresalía en el don de la palabra, y susanteriores servicios pesaban más que la querella presente,siendo esta misma la mayor prueba de cuánto era lo que sele debía; porque no hubiera llegado el caso de tenerse poragraviados en que no hubiese tomado a Roma teniéndola enla mano, si no se debiera al mismo Marcio el haber estadotan cerca de tomarla. No juzgaron, por tanto, conveniente eldetenerse y contar con la muchedumbre, sino que, alzandogritería los más determinados de los conspiradores, diciendoque no había para que escuchar o atender a un traidor quelos tiranizaba y que se obstinaba en no dejar el mando, se

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arrojaron en gran número sobre él y le acabaron, sin queninguno de los presentes le socorriese. Mas que esto se eje-cutó contra el voto de la mayor parte, lo manifestaron bienpronto, concurriendo de las ciudades a recoger el cuerpo ydarle sepultura, adornando con armas y despojos su sepulcropor prez de su valor y de la dignidad de general. Sabida porlos Romanos su muerte, ninguna demostración hicieron nide honor ni de enojo con él; solamente a petición de lasmatronas les concedieron que le hicieran duelo por diez me-ses, como era costumbre hiciese duelo cada uno en lamuerte del padre, del hijo o del hermano: éste era el términodel luto más largo, señalado y prescrito por Numa Pompilio,como en la relación de su vida lo manifestamos. Entre losVolscos muy luego el estado de sus cosas hizo ver la faltaque Marcio les hacía: porque primero indisponiéndose porel mando con los Ecuos, sus aliados y amigos, llegó a haberentre ellos heridas y muertes; vencidos después en batallapor los Romanos, en la que murió Tulo, y perdieron lo másflorido de sus tropas, tuvieron que someterse con condicio-nes vergonzosas, prestándose a hacer lo que se les ordenase.

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COMPARACIÓN DE ALCIBÍADES Y CORIOLANO

I.- Referidos de estos dos varones aquellos hechos quenos han parecido dignos de expresarse y recordarse, en losmilitares nada se descubre que pueda inclinar la balanza ni auno ni a otro lado, porque ambos en esta parte dieron conmucha igualdad en sus mandos repetidas pruebas de valor ydenuedo, de industria e inteligencia en las artes de la guerra;a no ser que alguno quiera, a causa de que Alcibíades, en tie-rra y en mar, salió vencedor y triunfante en muchas batallas,declararle por más consumado capitán. Por lo demás, el ha-ber manifiestamente mejorado las cosas domésticas mientrasestuvieron presentes y mandaron, y el haber éstas decaído,más conocidamente todavía, cuando se pasaron a otra parte,fue cosa que se verificó en entrambos. En cuanto a gobier-no, en el de Alcibíades los hombres de juicio reprendían lapoca formalidad y no estar exento de adulación y bajeza ensus obsequios a la muchedumbre; y el de Marcio, en-teramente desabrido, orgulloso y exclusivo, incurrió en elodio del pueblo romano. Así, ni uno ni otro manejo es paraser alabado; pero el de quien se abate a adular al pueblo esmenos vituperable que el de aquellos que, por no parecer

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demagogos, insultan a la muchedumbre; porque el lisonjear ala plebe por mandar es cosa indecente; pero el dominar ha-ciéndose temible, vejando y oprimiendo, sobre indecente esademás injusto.

II.- Pues que Marcio era sencillo y franco en su con-ducta, y Alcibíades solapado y falso en tratar los negociospúblicos, nadie hay que lo ignore; pero en éste lo que sobretodo se acusa es la malignidad y dolo con que engañó, comoTucídides refiere, a los embajadores de Esparta y desvanecióla paz; mas aunque este paso precipitó otra vez en la guerraa la ciudad, hízola más poderosa y más temible con la alianzade los de Mantinea y los de Argos, que el mismo Alcibíadesnegoció. Y que también Marcio suscitó con dolo la guerraentre los Romanos y Volscos, calumniando a los que concu-rrían a los espectáculos, nos lo dejó escrito Dionisio, y por lacausa vino a ser su acción más censurable, pues no poremulación y por contienda y disputa de mando, como aquel,sino por sólo ceder a la ira, con la que, según sentencia deDión, nadie se hizo jamás amable, alborotó mucha parte dela Italia, y por sólo el encono contra su patria arruinó mu-chas ciudades, contra las que no podía haber queja alguna.También Alcibíades fue, por puro encono, causa de muchosmales a sus conciudadanos, pero en el momento que los vioarrepentidos, ya los perdonó: y arrojado por segunda vez dela patria, no cedió a los generales que tomaban una erradadeterminación, ni se mostró indolente al ver su mal acuerdoy su peligro, sino que, así como Arístides es celebrado por loque hizo con Temístocles, esto mismo fue lo que ejecutó,

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avistándose con los que entonces tenían el mando, sin em-bargo de que no eran sus amigos, e informándolos e instru-yéndolos de lo que convenía: mientras que Marcio hacía da-ño, en primer lugar, a la ciudad toda, no habiendo sido agra-viado de toda ella, sino antes habiendo sido injuriada yofendida con él la parte más principal y poderosa, y ademásde esto, con no haberse ablandado y cedido a repetidas em-bajadas que conjuraban su ira y su enfurecimiento, manifestóbien a las claras que no era su ánimo recobrar la patria yprocurar su vuelta, sino que para destruirla y arrasarla le mo-vió una guerra cruel o irreconciliable. Cualquiera dirá haber-se diferenciado en que Alcibíades, perseguido y acechadopor los Esparcíatas, de miedo y odio se pasó a los Atenien-ses; y en Marcio no estuvo bien el dejar a los Volscos que entodo le tuvieron consideración porque le nombraron su ge-neral, y gozó entre ellos de gran confianza y gran poder, nocomo el primero, que, abusando más bien que usando de éllos Lacedemonios. entretenido en la ciudad, y maltratado denuevo en el ejército, por último tuvo que arrojarse en manosde Tisafernes; a no ser que se diga que andaba contemplan-do a Atenas para que no fuese del todo destruida, por el de-seo que siempre le quedaba de volver.

III.- En cuanto al dinero, de Alcibíades se cuenta haberletomado muchas veces de los que querían regalarle y haberlomalgastado en lujo y en disoluciones; cuando dándoselo aMarcio con honor los generales, no pudieron convencerle, ypor esto mismo se hizo más odioso a la muchedumbre enlos altercados que sobre las usuras ocurrieron con la plebe,

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como que no por utilidad propia, sino por enemiga y des-precio, era contrario a los pobres. Antípatro, en una cartaque escribió sobre la muerte del filósofo Aristóteles, dice,entre otras cosas: “Tuvo este varón hasta el don de llevarsetras sí las gentes”; y en Marcio el faltarle esta gracia hizo susacciones y sus virtudes poco aceptas a los mismos que erande él beneficiados, no pudiendo aguantar su altanería y aquelamor propio que, en sentir de Platón, es inseparable del ais-lamiento. Mas, por el contrario, en Alcibíades, que sabía sa-car partido de cuantos se le acercaban, nada extraño era quesus felices hechos alcanzasen una brillante gloria acompaña-da de benevolencia y honor, cuando no pocas veces algunosde sus yerros encontraron gracia y aplauso. De aquí es queéste, con haber causado no pocos daños ni en ligeras cosas ala ciudad, sin embargo muchas veces fue nombrado caudilloy general, y aquel, con pedir una magistratura muy corres-pondiente a sus sobresalientes hechos y virtudes, se vio des-airado; así, al uno, ni aun cuando recibían daño podían abo-rrecerle sus conciudadanos; y al otro, aun cuando le admi-raban, no podían amarle.

IV.- Marcio, pues, en nada fue útil a su ciudad revestidode mando, sino más bien a los enemigos contra su propiapatria, mientras que Alcibíades, ya yendo al mando de otros,ya mandando él, prestó grandes servicios a los Atenienses, ylo que es hallándose presente, dominó como quiso a susenemigos, no prevaleciendo las calumnias sino en su ausen-cia. Pero Marcio presente fue condenado por los Romanos,y presente le acabaron los Volscos: verdad es que fue injusta

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y abominablemente; mas él mismo les dio armas con quedefenderse, por cuanto no habiendo admitido la paz pro-puesta públicamente, cedió a particulares ruegos de unasmujeres, no deponiendo la enemistad, sino malogrando ydestruyendo la sazón oportuna de la guerra que quedó pen-diente, pues hubiera sido razón que se hubiese puesto deacuerdo con los que de él se fiaron, si de la justicia que lesera debida hubiese hecho alguna cuenta. Mas si en la suya noentraron para nada los Volscos, y sólo con el deseo de saciarsu cólera acaloró primero la guerra y después la entibió, noestuvo bien que por la madre perdonase a la patria, sino conésta también a la madre, puesto que ésta y la esposa eran unaparte de la ciudad que sitiaba. Rechazar inhumanamente losruegos y súplicas de los embajadores y las preces de los sa-cerdotes, y luego conceder a la madre la retirada, no fuehonrar a su madre, sino afrentar a la patria, rescatada por elduelo y el ademán de una sola mujer, como si no fuera porsí misma digna de que se le salvase: gracia que, debió ser malvista, y que fue en verdad cruel y sin agradecimiento, no ha-biéndose hecho recomendable ni a los unos ni a los otros,pues que se retiró sin tener condescendencia con los com-batidos y sin la aprobación, de los que con él combatían; detodo lo cual fue causa lo intratable y demasiado arrogante ysoberbio de su condición; pues siendo ya esto por sí mismomuy incómodo a la muchedumbre, si se junta con la ambi-ción, se hace enteramente desabrido e intolerable; porquelos tales no tiran a congraciarse con la muchedumbre, ha-ciendo que no aspiran a los honores, y después se ponendesesperados cuando no los alcanzan. También tuvieron

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esta partida de no ser obsequiosos y amigos de adular a lamuchedumbre Metelo, Arístides y Epaminondas; pero por-que de veras no se les daba nada de aquellas cosas que laplebe es árbitra de darlas o de quitarlas, desterrados muchasveces, desatendidos y condenados, no se enojaron con susconciudadanos poco reconocidos, y después, cuando losvieron mudados, se mostraron contentos y se reconciliaroncon los que los fueron a buscar; porque el que menos tienede condescendiente con la muchedumbre menos demostrar-se ofendido de ella, que el incomodarse, a más de no alcan-zar los honores, nace precisamente de haberlos apetecidocon más ansia.

V.- Alcibíades, pues, no negaba que le era muy satis-factorio verse honrado y que sentía ser desatendido; pro-curaba, por tanto, ser afable y halagüeño con cuantos se lepresentaban; en cambio, a Marcio no le permitió su orgullohacer obsequios a los que podían honrarle y adelantarle, y almismo tiempo la ambición le hizo irritarse y enfadarsecuando le desatendieron. Y esto es lo único que puede mi-rarse como culpable en tan esclarecido varón, habiendo sidotodos los demás hechos suyos sumamente brillantes: y encuanto a la templanza y desprendimiento del dinero, eradigno de que se le comparara con los más excelentes y másíntegros de los Griegos, y no con Alcibíades, sumamenteosado en estos puntos, y que hacía muy poca cuenta de lavirtud.

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TIMOLEÓN

Cuando me dediqué en un principio a escribir por estemétodo las vidas, tuve en consideración a otros; pero en laprosecución y continuación he mirado también a mí mismo,procurando con la Historia, como con un espejo, adornar yasemejar mi vida a las virtudes de aquellos varones: pues lopasado se parece más que a ninguna otra cosa a la coexisten-cia en un tiempo y en un lugar; cuando recibiendo y toman-do de la historia de cada uno de ellos separadamente, comosi vinieran de una peregrinación, vamos considerando “cuá-les y cuán grandes eran”; haciendo examen para nuestroprovecho de las más principales y señaladas de sus acciones.“Y a fe mía, ¿dónde encontrar motivo de mis dulces ale-grías?” ¿Qué medio más poderoso que éste podemos elegirpara la reforma de las costumbres? Porque con sentar De-mócrito que lo que debíamos desear era que la suerte nosproporcionara imágenes bellas, y que más bien nos vinierande lo que nos rodea las convenientes y provechosas, que nolas malas y siniestras, introdujo en la filosofía un axioma fal-so, capaz de conducir a interminables supersticiones: cuandonosotros, con ocuparnos en la Historia y acostumbrarnos a

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esta clase de escritura, teniendo siempre presentes en nues-tros ánimos los monumentos que nos dejaron los varonesmás virtuosos y aprobados, nos proveemos de medios conque deshacer y borrar lo malo y vicioso que de la necesariacomunicación de los hombres puede pegársenos, convir-tiendo nuestra mente tranquila y sosegada a los ejemplosmás virtuosos. Continuando, pues, en este propósito, te po-nemos ahora en la mano la vida de Timoleón de Corinto yde Emilio Paulo, varones que no sólo se parecieron en susinclinaciones, sino también en haberles sido próspera laFortuna, dando motivo a que se dude si tuvo más parte ensus triunfos la buena suerte que la prudencia.

I.- La situación de los Siracusanos antes de que Timo-león fuese enviado a Sicilia era ésta: Dión había conseguidoarrojar de Sicilia a Dionisio el Tirano, pero, muerto él mis-mo con una alevosía, entró la división entre los que conDión habían libertado a los Siracusanos; y la ciudad, pasandosin intermisión del dominio de uno al de otro tirano, estuvoen muy poco que no se despoblase. En lo restante de la Si-cilia, una parte había mudado de forma y quedado sin pue-blos a causa de las guerras, y el mayor número de las ciuda-des estaban en poder de soldados mercenarios y aventure-ros, abandonándolas fácilmente los que en ellas mandaban.Al año décimo, reuniendo Dionisio algunos extranjeros ylanzando al tirano Niseo, que estaba entonces apoderado deSiracusa, volvió a ponerse al frente de los negocios, y si ex-traño había sido que con muy pocas fuerzas se le hubiesehecho perder la mayor de las dominaciones que entonces

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existían, más extraño fue todavía que de desterrado y abati-do hubiese vuelto a hacerse dueño de los que le desecharon.De los Siracusanos, pues, los que se mantuvieron en la ciu-dad quedaron esclavizados a un tirano que, no siendo desuyo nada benigno, tenía además exulcerado entonces suánimo con las desgracias; y los principales y más distingui-dos, acogiéndose a Hícetes, sobresaliente en autoridad entrelos Leontinos, se pusieron enteramente en sus manos y leeligieron caudillo para la guerra, no porque fuese mejor quelos que abiertamente se decían tiranos, sino que no teníanotro recurso, y prefirieron dar su confianza a un siracusanode origen, que reunía una fuerza proporcionada contra eltirano.

II.- Como en aquella misma sazón viniesen contra Siciliacon una fuerte armada los Cartagineses, ensoberbecidos consu buena suerte, temerosos los Sicilianos resolvieron enviarembajadores a la Grecia e implorar el auxilio de los de Co-rinto, no solamente por el deudo de un mismo origen yporque muchas veces habían sido ellos favorecidos en igua-les casos, sino por saber que, generalmente, aquella ciudadhabía sido siempre tan amiga de la libertad como enemiga delos tiranos, y que la mayor parte de sus peligrosas guerras lashabía sostenido, no por deseo y ambición de mando, sinopor la libertad de los Griegos. Hícetes cuya mirada en elmando era la tiranía y no la libertad de los Siracusanos, yaentonces tenía relaciones secretas con los Cartagineses, aun-que en público hablaba en favor de los Siracusanos, y habíaenviado también embajadores al Peloponeso, no porque

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quisiera que viniese auxilio de aquella parte, sino con la espe-ranza de que si los de Corinto no se movían a dar este soco-rro, como era natural, por las disensiones y contiendas delos Griegos, podría más fácilmente hacer dueños de los ne-gocios a los Cartagineses y tenerlos por aliados y auxiliarescontra los Siracusanos o contra el tirano, aunque estas cosasse descubrieron un poco más adelante.

III.- Al arribo de los embajadores, los Corintios, acos-tumbrados siempre a ser rogados de sus colonias, y es-pecialmente de la de los Siracusanos, como afortunadamenteno hubiese entonces entre los Griegos nadie que los inco-modase, hallándose en plena paz y sosiego, decretaron soco-rrerlos con todo empeño. Meditaban sobre el general queenviarían, y escribiendo y proponiendo los magistrados aaquellos que más se esforzaban por sobresalir en la ciudad,levantóse uno entre ellos e indicó a Timoleón, hijo de Ti-modemo, no porque todavía manejase los negocios públicoso pudiera concebirse en él tal esperanza y tal deseo, sino quefue una casual ocurrencia inspirada quizá por algún dios; ¡talfue la buena suerte que para la elección siguió al punto a estapropuesta, y tanta la gracia que brilló después en sus accio-nes, dando grande realce a su virtud! Él era ilustre en la ciu-dad por sus padres Timodemo y Demaxista; amante de lapatria y muy dulce de condición; solamente enemigo irre-conciliable de los tiranos y de los malos. Para las cosas de laguerra, recibió de la naturaleza una tan bien templada dispo-sición, que, siendo joven, manifestó mucho juicio, y decli-nando ya la edad no fue menor su valor en las ocasiones.

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Tuvo un hermano mayor llamado Timófanes, que en vez deserle parecido era temerario y se había dejado alucinar deldeseo de la tiranía por malos amigos y por soldados extran-jeros, que tenía siempre consigo, siendo, por otra parte, se-gún parecía, intrépido y despreciador de los peligros en lamilicia, que era por lo que habiendo ganado entre los ciuda-danos fama de hombre activo y buen militar, se había hechonombrar para el mando. Aun en esto le servía de muchoTimoleón, ocultando siempre sus yerros o haciéndolos pa-recer menores, y dando brillantez e incremento a las buenascalidades que recibió de la naturaleza.

IV.- En la batalla que los Corintios tuvieron con los Ar-givos y Cleoneos, a Timoleón le cupo pelear con la infante-ría, y a su hermano, que mandaba la caballería, le sobrevinoun repentino peligro: derribóle el caballo, cayendo herido ala parte de los enemigos; de sus camaradas, unos se dispersa-ron al punto sobrecogidos de miedo, y otros, aunque noabandonaron el puesto, peleando pocos contra muchos, condificultad se defendían. Timoleón, pues, luego que entendiólo sucedido, corrió en su auxilio, y oponiendo el escudo delrendido Timófanes, acosado con los dardos y con los golpesque de cerca se dirigían contra su cuerpo y contra las armas,ahuyentó, no sin gran trabajo, a los enemigos y salvó alhermano. A poco, los de Corinto, temerosos no les sucedie-se lo que antes de parte de sus aliados, que fue perder la ciu-dad, decretaron mantener cuatrocientos extranjeros, y nom-braron caudillo de ellos a Timófanes; mas éste, olvidado detoda honestidad y justicia, inmediatamente empezó a traba-

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jar por reducir la ciudad a su dominación, y quitando delmedio sin forma ninguna de juicio a muchos de los ciudada-nos más principales, se erigió abiertamente en tirano. Sen-tíalo extraordinariamente Timoleón, y mirando como sumayor desgracia la perversidad del hermano, procuró ha-blarle y exhortarle a que, desistiendo de la locura e infelici-dad de semejante proyecto, viera el modo de enmendar elyerro cometido contra sus conciudadanos. Oyóle aquel conindignación y desprecio, y él, entonces, tomando consigo delos de la familia a Esquilo, que era hermano de la mujer deTimófanes, y de los amigos a un agorero, llamado Sátiro,según Teopompo, y Ortágoras, según Éforo y Timeo, des-pués de haber pasado algunos días, subió de nuevo a ver alhermano, y rodeándole los tres, le rogaban, y con razones lepersuadían, a que se arrepintiera de su propósito; mas comoTimófanes al principio les respondiese con mofa, y despuésse irritase y enfadase con ellos, Timoleón se retiró a un lado,y cubriéndose con su ropa, lloraba su desgracia; pero losotros, desenvainando las espadas, dieron muy pronto cuentade él.

V.- Divulgóse el hecho, y los Corintios de más juicio ce-lebraban en Timoleón su aversión a lo malo y su grandezade alma, por cuanto, siendo hombre bueno y recto, antepu-so la patria a su casa, y lo honesto y lo justo a lo útil, salvan-do al hermano mientras se distinguió en defensa de la patria,y concurriendo a su muerte cuando trató de oprimirla y es-clavizarla; pero los que no pueden vivir en la democracia,acostumbrados a estar pendientes del semblante de los po-

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derosos, al paso que fingían haberse alegrado con la muertedel tirano, desacreditaban a Timoleón como autor de unhecho impío y atroz, con lo que le hicieron caer en desa-liento. Supo luego que la madre también se había indignadoy había prorrumpido contra él en execraciones terribles yespantosas, y como yendo a aplacarla no hubiese aquellaconsentido ni siquiera verle, y antes hubiese mandado ce-rrarle la puerta, contristado entonces hasta lo sumo, y sa-liendo de juicio, resolvió quitarse la vida con rehusar tomaralimento; pero no perdiéndole de vista los amigos y agotan-do con él todo ruego y todo medio de contenerle, determi-nó vivir retirado huyendo del bullicio, y enteramente seapartó del gobierno, tanto, que en los primeros tiempos nisiquiera venía a la ciudad, sino que pasaba una vida infeliz einquieta en las más desiertas soledades.

VI.- De esta manera los juicios, si no dominan a las ac-ciones, tomando seguridad y fuerza de la razón y de la filo-sofía, fluctúan y son fácilmente trastornados por cua-lesquiera alabanzas o reprensiones, destituidos del funda-mento del discurso propio; no basta en verdad que la acciónsea honesta y justa, sino que es menester que el dictamensegún el cual se emprende sea firme e incontrastable, paraque obremos con meditada resolución; y no suceda que, asícomo los glotones se abalanzan con repentino apetito a losmanjares que tienen a la vista, fastidiándolos luego que sehan hartado, de la misma manera nosotros, ejecutadas lasacciones, nos desalentamos por debilidad, marchitada yaentonces la opinión y apariencia de la virtud. Porque el arre-

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pentimiento hace indecoroso lo más honestamente ejecuta-do, mientras que la determinación apoyada en la ciencia y elraciocinio nunca se muda, aunque los efectos no correspon-dan. Por eso Foción el Ateniense, que se había opuesto a losproyectos de Leóstenes, cuando apareció que éste había sa-lido con ellos y vio a los Atenienses que hacían sacrificios yestaban muy hinchados con la victoria, dijo que bien quisieraque por él se hicieran aquellas demostraciones, pero que nomudaba de consejo: siendo aún más decisivo lo ocurridocon Arístides Locrio, uno de los amigos de Platón, el cual,habiéndole pedido Dionisio el mayor a una de sus hijas pormujer, respondió: “Más quisiera ver muerta a mi hija quecasada con un tirano”; y después, habiendo hecho Dionisioal cabo de poco tiempo dar muerte a sus hijos, y preguntán-dole por insulto si estaba todavía en el mismo propósito encuanto a la concesión de la hija, le contestó que, aunquesentía mucho lo sucedido, no se arrepentía de su anteriorrespuesta: mas estos rasgos quizás son de una virtud máselevada y más perfecta.

VII.- Timoleón, de resultas de lo sucedido con el her-mano, bien fuese de pesar por su muerte, o bien de rubor acausa de la madre, quedó tan quebrantado y decaído de áni-mo, que en unos veinte años no tomó parte en negocio nin-guno público o de alguna consecuencia; mas llegado el casode ser propuesto y de recibirlo bien el pueblo e interponersu autoridad, Teleclides, que entonces sobresalía en la ciu-dad, en poder y nombradía, se levantó en la junta y exhortóa Timoleón a mostrarse varón recto y generoso en sus ac-

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ciones; “porque si te conduces bien- dijo-, juzgaremos quefue a un tirano a quien concurriste a dar la muerte; pero si teconduces mal, a tu hermano”. Ocupábase Timoleón en dis-poner el embarque y reunir tropas, cuando llegaron a losCorintios cartas de Hícetes que daban indicios de su mudan-za y su traición; pues apenas envió los embajadores, tratóabiertamente con los Cartagineses, conviniendo con ellos enque arrojaran a Dionisio de Siracusa y él quedara de tirano; ytemiendo no fuera que si llegasen antes las tropas y el gene-ral de Corinto descompusieran sus planes, dirigió a los deCorinto una carta, en que les decía no haber necesidad deque se incomodaran e hicieran gastos navegando a Sicilia ycorrieran peligros, puesto que los Cartagineses se oponían yharían resistencia a sus fuerzas con gran número de naves, yél, por su tardanza, se había visto en la precisión de hacercon aquellos alianza contra el tirano. Leída esta carta, si an-tes había habido entre los Corintios algunos que mirasencon frialdad la expedición, entonces el enojo contra Híceteslos acaloró a todos, de manera que con el mayor empeñohabilitaron a Timoleón y le ayudaron, con todo lo necesario,a realizar el embarque.

VIII.- Prontas ya las naves, y provistos los soldados decuanto necesitaban, parecíales a las sacerdotisas de Proserpi-na haber visto entre sueños que las Diosas se disponían parauna romería, y haberles oído decir que se proponían acom-pañar a Timoleón a Sicilia, por lo cual, aparejando los Co-rintios una nave sagrada, la llamaron la de las dos Diosas.Timoleón pasó a Delfos, donde hizo sacrificio al dios, y

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cuando bajaba al lugar de los oráculos ocurrió un prodigio:porque, desprendiéndose y volándose de entre las ofrendasque allí estaban suspendidas una venda, en que había borda-das coronas y victorias, vino a caer sobre la cabeza de Ti-moleón, como dando a entender que era enviado a la expe-dición coronado por la mano del dios. Teniendo, pues, sietenaves corintias, dos de Corcira, y dando los Leucadios ladécima nave, hízose con ellas a la vela; y hallándose a la no-che en alta mar llevado de favorable viento, pareció que derepente se rasgó el cielo, enviando sobre la nave una grancolumna de fuego resplandeciente, y que alzada en alto unaantorcha semejante a las de los misterios, y siguiendo elmismo curso, vino a fijarse en el punto de Italia hacia el quedirigían el rumbo los timoneros. Los adivinos declararonque aquella visión concordaba con los sueños de las sacer-dotisas, y que el fuego del cielo significaba que las Diosasprotegían la expedición, por cuanto la Sicilia estaba consa-grada a Proserpina, teniéndose por cierto que allí se habíaejecutado el rapto y que aquella isla se le había dado en doteal tiempo de sus bodas.

IX.- Lo que es de parte de los Dioses inspiraron estascosas grande confianza a la expedición; por lo que, na-vegando presurosamente, aportaron a Italia: mas las noticiasque vinieron de Sicilia pusieron a Timoleón en graves dudasy causaron desaliento en los soldados. Hícetes, habiendovencido en batalla a Dionisio y tomando la mayor parte delos puestos de los Siracusanos, tenía sitiado y circunvalado aaquel, habiéndole obligado a refugiarse en el alcázar y en lo

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que llamaban la Isla, y había ordenado a los Cartagineses queestuvieran a la mira de que Timoleón no aportara a Sicilia,puesto que, retirados éstos, podrían con sumo reposo re-partirse entre sí la Isla. Los Cartagineses, pues, enviaron aRegio veinte galeras, en las que iban embajadores de Hícetesa Timoleón con propuestas acomodadas a lo sucedido: puesque venían a ser arterías y apariencias muy bien disimuladascon dañados intentos, prestándose a admitir al mismo Ti-moleón, si quería pasar cerca de Hícetes, y tener parte con élen todos los consejos y en todos los negocios; mas con lacondición de que las naves y los soldados los había de des-pachar a Corinto, como que de una parte faltaba muy pocopara que la guerra estuviese acabada, y de la otra se hallabanlos Cartagineses en ánimo de impedir el desembarco y pelearcontra los que hiciesen resistencia. Los Corintios, pues,cuando llegados a Regio se hallaron con semejante embaja-da, y vieron que los Fenicios estaban surtos por aquellas in-mediaciones, se indignaron de ser escarnecidos, y en todosse suscitó enojo contra Hícetes y miedo que los infelices Si-racusanos, conociendo bien que se los reducía a ser galardóny premio, para Hícetes, de su traición, y para los Cartagine-ses, de su tiranía. Parecióles, sin embargo, no ser factiblevencer a las naves de los bárbaros ancladas allí cerca, queeran en doble número y a las tropas de Hícetes, con las quecontaban haber hecho en unión la guerra.

X.- No obstante todo esto, presentándose Timoleón alos embajadores y a los caudillos de los Cartagineses, lescontestó sosegadamente que se prestaría a lo que tenían

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acordado- ¿ni que hubiera adelantado con oponerse?-; peroque quería que se trataran estas cosas por demandas y res-puestas, ante una ciudad griega amiga de unos y otros, comoera Regio, y después se retiraría, lo cual le convenía a él mu-cho para su seguridad, y a ellos les daría mayor firmeza en loque proponían acerca de los Siracusanos, teniendo a todo unpueblo por testigo del convenio. Ésta fue una añagaza queles preparó para el desembarco, y en ella le auxiliaban todoslos generales de los Reginos, quienes temían que los Corin-tios dominaran en la Sicilia y tener por vecinos a los bárba-ros. Congregáronse, por tanto, en junta pública, y cerraronlas puertas, como para impedir que los ciudadanos se distra-jesen a otros negocios; y como para ganar a la muchedum-bre emplearon discursos muy largos, tratando uno despuésde otro el mismo asunto, no con más objeto que el de dartiempo a que anclasen las naves de los Corintios, y deteneren la junta, sin causarles sospechas, a los Cartagineses; y más,que hallándose presente Timoleón les dio idea de que se le-vantaría y hablaría en ella. Mas como en esto llegase uno quele anunció estar ya ancladas todas las demás galeras, y quesola la suya quedaba esperándole, penetrando por entre lamuchedumbre, y haciéndole espaldas los Reginos que esta-ban cerca de la tribuna, se encaminó al mar, y desembarcan-do con gran presteza, tomaron la vía de Tauromenio de Si-cilia, recibiéndolos, y aun teniéndolos llamados de antemanocon la mejor voluntad, Andrómaco, a quien estaba enco-mendada la ciudad, y que tenía en ella el mayor poder. Eraéste padre de Timeo el Historiador; y con haber alcanzadoen aquella sazón mayor autoridad que cuantos dominaban

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en la Sicilia, a sus ciudadanos los gobernaba en ley y justicia,y a los tiranos era notorio que los miraba con aversión y de-sagrado; así es que entonces ofreció su ciudad como refugioa Timoleón, y a sus ciudadanos los persuadió a que hicierancausa común con los de Corinto y juntos dieran la libertad ala Sicilia.

XI.- Los Cartagineses que quedaron en Regio, visto quese había retirado Timoleón y disuelto la junta, estaban muysentidos de que con otra estratagema se hubiesen burlado lassuyas; con lo que dieron ocasión a que los Reginos los in-sultaran un poco, diciéndoles: “¿Cómo siendo Fenicios osincomodáis de lo que se hace con engaño?” Enviaron, pues,a Tauromenio un embajador en una de sus galeras, el cual,habiendo hablado largamente con Andrómaco, extendién-dose acalorada y groseramente sobre que era preciso despi-diese sin la menor detención a los Corintios, por último,mostrándole la mano primero por la palma, y después por elotro lado, le amenazó que siendo su ciudad de esta manerala volvería de la otra. Andrómaco, echándose a reír, nadaabsolutamente le respondió, sino que, extendiendo como élla mano, primero por la palma y luego por la otra parte, leintimó que se fuera cuanto antes, si no quería que siendo sunave de esta manera la pusiese de la otra. Mas Hícetes, luegoque supo el desembarco de Timoleón, cobró miedo y llamócerca de sí muchas de las galeras de los Cartagineses, con loque sucedió que los Siracusanos desconfiaron com-pletamente de su salvación, viendo a los Cartagineses apode-rados del puerto, a Hícetes dueño de la ciudad, a Dionisiodefendido en el alcázar, y que Timoleón apenas tocaba a la

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Sicilia por medio de un hilo delgado, que era el pueblezuelode los Tauromenios, con muy débil esperanza y muy escasasfuerzas, pues fuera de mil soldados y los víveres precisospara ellos, nada más tenía. Ni las ciudades se confiaban tam-poco, estando agobiadas de males, e irritadas contra todoslos generales de ejército, principalmente por la infidelidad deCalipo y Fárax, de los cuales el uno era Ateniense, y el otro,Lacedemonio; y diciendo ambos que venían a trabajar en sulibertad y a destruir a los monarcas, hicieron ver a la Siciliaque eran oro los trabajos que habían padecido en la tiranía, yque debían ser tenidos por más dichosos los que habíanmuerto en la esclavitud que los que alcanzaron la inde-pendencia.

XII.- Desconfiando, pues, de que el Corintio fuese mejorque ellos, sino que les vendría también con los mismos so-fismas y los mismos atractivos, lisonjeándolos con buenasesperanzas y con proposiciones llenas de humanidad, parainclinarlos a la mudanza de nuevo dueño, empezaron a sos-pechar y a estorbar el fruto de las exhortaciones de los Co-rintios; a excepción únicamente de los Adranitas que, habi-tando una ciudad , aunque pequeña, consagrada a Adrano,cierto dios muy venerado en toda la Sicilia, discordaron en-tre sí, implorando unos a Hícetes y los Cartagineses, y lla-mando otros a Timoleón. Sucedió, pues, por pura casuali-dad, que, acelerándose éste y aquellos, en un mismo puntode tiempo concurrieron al llamamiento unos y otros, tra-yendo Hícetes cinco mil hombres y no teniendo Timoleónentre todos más que unos mil y doscientos, con los cuales

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salió de Tauromenio para Adrano, que distaba unos tres-cientos y cuarenta estadios. Y en el primer día, habiendo an-dado poca parte del camino, hizo alto; mas al siguiente, mar-chando sin reposo y venciendo pasos escabrosos y difíciles,cuando comenzaba a declinar el día, oyó que Hícetes acaba-ba de llegar a la ciudad y se había acampado en las inmedia-ciones. Los jefes y capitanes de los Cuerpos empezaban aacampar también a los que llegaron primero, pareciéndolesque pelearían con más ardor después de haber tomado ali-mento y haber descansado; mas sobreviniendo Timoleón,les hizo presente no ejecutasen semejante cosa, sino quemarcharan prontamente y cayeran sobre los enemigos, queandarían desordenados, como era regular sucediese, estandodescansando de una marcha y descuidados en las tiendas yen los ranchos; dicho esto, embrazó el escudo y guió el pri-mero como a una victoria cierta. Siguiéronle denodadamentelos demás, hallándose de los enemigos a menos de treintaestadios, los que anduvieron muy luego, y dieron sobre és-tos, que se desordenaron y huyeron a la primera noticia quetuvieron de su venida; así es que sólo mataron unos tres-cientos, y fueron más que doblados los que cautivaron, to-mándoles también el campamento. Los Adranitas, abriendolas puertas de la ciudad, se unieron con Timoleón, refirién-dole con asombro y susto que, no bien se había empezadoel combate, cuando por sí mismas se habían abierto laspuertas sagradas del templo, y habían advertido que la lanzadel dios se blandió por la punta y su semblante estaba baña-do de copioso sudor.

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XIII.- Tales prodigios, a lo que parece, no significaronsolamente esta victoria, sino también los posteriores sucesosde que aquel combate fue un feliz preludio. Porque las ciu-dades, enviando embajadores, inmediatamente se unieron aTimoleón, y Mamerco, tirano de Catana, hombre guerrero ysobrado de medios, le ofreció su alianza. Mas lo mayor detodo fue que el mismo Dionisio, perdida ya toda esperanza,y estando a punto de tener que rendirse, mirando con des-precio a Hícetes, que se había dejado vencer cobardemente,y admirando a Timoleón, envió a tratar con éste y con losCorintios, poniéndose en sus manos y entregándoles el alcá-zar. No despreciando Timoleón tan inesperada dicha, man-dó inmediatamente al alcázar a los ciudadanos corintios Eu-clides y Telémaco, y además trescientos soldados, no todosjuntos ni de modo que se conociera, cosa imposible por es-tar el puerto en poder de los enemigos, sino disimulada-mente divididos en paquetes. Tomaron, pues, los soldados elalcázar y los palacios, con todas las provisiones y efectos deguerra, porque había no pocos caballos, toda especie de má-quinas y gran copia de dardos; de armas había unas setentamil depositadas de largo tiempo, y tenía consigo Dionisiounos dos mil soldados, que puso con todo lo demás a dis-posición de Timoleón. El mismo Dionisio, tomando sucaudal y no muchos de sus amigos, hizo la travesía sin sernotado de Hícetes, y llevado al campamento de Timoleón,entonces por primera vez se le vio reducido y humillado a lacondición de particular; y se dispuso fuese llevado a Corintoen una sola nave con poca parte de su hacienda; habiendosido nacido y criado en la tiranía más afamada y poderosa de

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todas, la que conservó diez años, habiendo pasado los docerestantes, después de la expedición de Dión, en continuasguerras y combates; pero a lo que hizo en la tiranía excedióen mucho lo que padeció arrojado de ella; porque vio lasmuertes de sus hijos ya crecidos y los estupros de sus hijasdoncellas; y a la que era su hermana y mujer a un tiemposufrir todavía viva en su cuerpo los más torpes insultos desus enemigos, y que después le dieron violentamente muertejuntamente con sus hijos y la arrojaron al mar. Mas de estascosas hemos dado razón más circunstanciada en la vida deDión.

XIV.- Llegado Dionisio a Corinto, no había Griego nin-guno que no deseara verle y hablarle, con la diferencia deque unos, alegrándose de sus desgracias, por odio se llegabana él contentos, como para conculcar al que había derribadola fortuna, y otros, aplacados ya con la mudanza y compade-ciéndole en la fragilidad manifiesta de las cosas humanas,veían el gran poder de otras causas ocultas y divinas, puesaquella edad no ostentó prodigio ninguno de la naturaleza odel arte igual a aquella obra de sola la fortuna que mostrabaal que poco antes era tirano de la Sicilia, reducido a habitaren Corinto en casa de una bodegonera, o sentado en elmostrador de un perfumador bebiendo la zupia de los ta-berneros, o alternando con mujerzuelas que hacían tráficode su belleza, o enseñando a las cantoras sus cantinelas, mo-viendo con ellas disputas sobre la armonía del canto. Unoscreían que Dionisio tenía esta conducta porque, además deser de aquellos que fácilmente se exaltan, era por naturaleza

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muelle y disoluto; mas otros juzgaban que para que no sehiciera atención en él y no inspirar miedo a los Corintios nidar sospechas de que llevaba mal la mudanza de vida y el notener parte en los negocios, de intento se esforzaba a mos-trarse fuera de su naturaleza extravagante y medio simple enel modo de consumir su ocio.

XV.- Refiérese también de él algunos dichos de los quese puede inferir que no dejaba de acomodarse con dignidada las cosas presentes. Como, por ejemplo: habiendo pasadoa Léucade, ciudad fundada por los Corintios, igualmente quela de Siracusa, dijo le sucedía lo mismo que a aquellos jóve-nes que han caído en faltas; porque al modo que éstos seacogen gustosos a los hermanos y de vergüenza huyen decasa de los padres, de la misma manera, avergonzándose élde residir en la metrópoli, habitaba allí contento con losLeucadios. Otro ejemplo: reconviniéndole en Corinto unforastero con groserías sobre sus conferencias con los filó-sofos en las que parecía complacerse cuando reinaba, y pre-guntándole últimamente de qué le había servido la sabiduríade Platón: “¿Te parece, le dijo, que no nos sirvió Platón denada cuando ves cómo llevamos esta mudanza de fortuna?”Al músico Aristóxeno y algunos otros que le preguntaroncuál era y de dónde provenía la querella que había tenidocon Platón, les respondió que, estando la tiranía rodeadasiempre de grandísimos males ninguno era comparable conel de no atreverse a hablarle claro los que se venden poramigos, y que éstos eran los que le habían privado del apre-cio de Platón. Queriendo dárselas uno de gracioso y zaherir

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a Dionisio, sacudió la capa al tiempo de entrar a verle, comopara notarle de tirano; y él, volviéndole la burla, le dijo seríamejor lo hiciese al tiempo de salir de su casa, para no llevar-se nada de lo que había en ella. Dejándose caer Filipo el deMacedonia en un convite ciertas expresiones irónicas acercade las poesías y tragedias que Dionisio el mayor dejó escri-tas, haciendo como que dudaba en qué tiempo pudo tenervagar para estas tareas, le salió oportunamente al encuentroDionisio, diciéndole: “En aquel que tu, yo y los demás quepasamos por felices gastamos en francachelas”. Platón noalcanzo a ver a Dionisio en Corinto, porque ya había muer-to, pero Diógenes de Sinope, la primera vez que se acercó aél: “Indignamente vives, le dijo, oh Dionisio”; y respondióleéste: “Te agradezco, oh Diógenes, que te compadezcas demi infortunio”; “¿Cómo, replicó Diógenes, piensas que mecompadezco, cuando más bien me irrito de que siendo untan vil esclavo, digno de morir de viejo, como tu padre, en latiranía, veo que estás aquí divirtiéndote y solazándote connosotros?” De manera que cuando comparo con estas res-puestas las exclamaciones que Filisto emplea compadecien-do a las hijas de es por haber descendido de los grandes bie-nes de la tiranía a un pasar estrecho y miserable, gradúo aéstas por lamentaciones de una mujerzuela que echara me-nos los alabastros, la púrpura y el oro. Creernos que estascosas no entran mal en esta clase de escritos y que no soninútiles para lectores que no estén de prisa ni escasos detiempo.

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XVI.- Pues si la desdicha de Dionisio debió parecer ex-traña, no fue menos de admirar la dicha de Timoleón, por-que a los cincuenta días de haber desembarcado en Siciliatomó el alcázar de los Siracusanos y despachó a Dionisio alPeloponeso. Alentados con estos sucesos los Corintios, en-víanle dos mil infantes y doscientos caballos, los cuales, lle-gados a Turios, considerando arriesgada aquella travesía, portener los Cartagineses obstruido el mar con muchas naves,precisados a detenerse allí esperando oportunidad, sacaronal fin partido de aquel ocio para una acción provechosa.Porque de los Turios, los que habían peleado contra losBrecianos, tomando esta ciudad y teniéndola como patria, laguardaron con leal y fiel custodia. Hícetes, que, como se havisto, tenía sitiado el alcázar de Siracusa, impedía que a losCorintios les llegasen los víveres por mar; y respecto de Ti-moleón, habiendo sobornado a dos extranjeros para que atraición le diesen muerte, los envió a Adrano, donde, ade-más de que aquel no solía usar guardia alguna para su perso-na, confiado en el dios, se entretenía todavía con menos cui-dado y recelo en medio de los Adranitas. Supieron por ca-sualidad los sobornados que iba a hacer un sacrificio, y diri-giéndose al templo con puñales encubiertos debajo de laropa se metieron entre los que estaban junto al ara, y poco apoco se le fueron acercando más. No faltaba ya otra cosasino que se diera la voz para la acometida, cuando uno delos circunstantes hiere con el puñal en la cabeza a uno de losdos, que cayó muerto; y entonces, ni se detuvo el que dio elgolpe ni el que había ido con el herido, sino que aquel, de lamisma manera como estaba con el puñal en la mano, dio a

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huir y se subió a una piedra muy alta; y este otro, asiéndoseal ara, pedía a Timoleón que le indultase bajo la condición dedescubrirlo todo. Concediósele, y reveló contra sí y contra elmuerto que habían sido enviados para asesinarle. En esto, yaotros traían al de la piedra, que venía gritando no haber co-metido delito alguno, sino que con justicia había dadomuerte a aquel hombre para vengar la de su padre, a quienantes la había dado aquel en Leoncio. Hubo entre los pre-sentes algunos que lo atestiguaron, maravillándose al mismotiempo de la destreza con que la Fortuna mueve unas cosaspor medio de otras, y reuniéndolas y combinándolas todas,desde lejos se sirve de las que parece estar más distantes yno tener nada de común entre sí, haciendo que el fin de lasunas sea el principio de las otras. Los Corintios premiaron aeste hombre con diez minas, porque parece prestó una in-dignación justa al Genio que velaba sobre Timoleón; y aque-lla ira que tanto tiempo hacía abrigaba en su pecho no lagastó antes, sino que con el motivo de su particular enconola reservó íntegra para salud de aquel por disposición de lafortuna. Sirvióles este favor presente de la suerte para for-mar esperanzas sobre lo futuro, viendo que debían respetary conservar a Timoleón como a un hombre sagrado, venidopara ser por voluntad de los Dioses el vengador de la Sicilia.

XVII.- Hícetes, cuando vio que había errado el golpe, yque eran muchos los que se pasaban a Timoleón, se re-prendió a sí mismo de que, siendo tantas las fuerzas de losCartagineses, parecía que se había avergonzado de usar deellas, y sólo como a escondidas y a hurtadillas se había valido

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de su auxilio. Envió, pues, a llamar a Magón su general, contodo el cuerpo de sus tropas, el cual, por lo pronto, impusomiedo presentándose y tomando el puerto con ciento cin-cuenta naves, y conduciendo sesenta mil infantes que hizoacampar dentro de la ciudad de Siracusa: de manera que to-dos creían ser ya venida sobre la Sicilia aquella barbarie tandecantada y esperada de antemano, por cuanto nunca anteshabían logrado los Cartagineses, a pesar de haber peleadomil veces en Sicilia, tomar a Siracusa, mientras entonces,admitiéndolos Hícetes, y entregándosela, había venido aque-lla ciudad a ser un campamento de los bárbaros. En tanto,los Corintios que ocupaban el alcázar no se sostenían sinocon gran dificultad y trabajo, no recibiendo todavía víveressuficientes, antes escaseándoles por estar bien guardados lospuertos, y teniendo que estar en continuos combates y pe-leas, ya defendiendo las murallas y ya teniendo repartida suatención en las máquinas y en todos los medios e instru-mentos de un sitio.

XVIII.- Con todo, Timoleón no se olvidaba de soco-rrerlos, enviándoles de Catana víveres en barquillos de pes-cadores y en pequeños transportes, que principalmente enlos momentos de tormenta se escabullían entre las galeras delos bárbaros, mientras a éstas las tenían separadas el oleaje yla borrasca. Echándolo de ver Magón e Hícetes, determina-ron tomar a Catana, de donde los sitiados se surtían de lonecesario, y reuniendo la parte más aguerrida de sus fuerzas,dieron la vela desde Siracusa. Mas el corintio Neón, que ésteera el nombre del que mandaba a los sitiados, observandodesde el alcázar que los que habían quedado de los enemigos

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estaban con poca vigilancia y cuidado, cargó de improvisosobre ellos en ocasión de hallarse desunidos, y dandomuerte a unos, y obligando a otros a retirarse, tomó y ocupóel punto llamado Acradina, parte la más fuerte de la ciudadde Siracusa, la cual parece en alguna manera compuesta yformada de muchas poblaciones. Provisto, pues, de víveres yde dinero, no abandonó aquel sitio ni se acogió de nuevo alalcázar, sino que, fortificando la circunferencia de la Acradi-na, y juntándola por medio de obras avanzadas con aquellaciudadela, la tuvo en custodia. Alcanzó en esto un soldadode a caballo de los de Siracusa a Magón e Hícetes, que yaestaban cerca de Catana, y les refirió la pérdida de la Acradi-na. Aturdiéronse con semejantes nuevas y se retiraron pre-cipitadamente, sin tomar la ciudad a que se encaminaban, ysin conservar la que poseían.

XIX.- Todavía estos sucesos dan a la prudencia y a lavirtud algún asidero para contender con la fortuna; mas losque después sobrevinieron parece que enteramente fueronobra de la buena dicha. Los soldados corintios detenidos enTurios, temiendo por una parte a las galeras de los Cartagi-neses que les estaban en acecho bajo el mando de Anón, yviendo por otra que el mar estaba agitado del viento hacíamuchos días, tomaron la determinación de hacer a pie sumarcha por el país de los Brecianos; y ora usando de persua-sión y ora de fuerza con aquellos bárbaros, arribaron a Re-gio, cuando todavía el mar permanecía alborotado. En tanto,al jefe de la escuadra cartaginesa, que no aguardaba a los Co-rintios, creyéndolos en la inacción, le vino la ocurrencia de

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que era preciso que discurriese algún engaño a la manera delos generales sabios y astutos: mandó, pues, con esta idea asus marineros ponerse coronas; y adornando las galeras conescudos griegos y fenicios, marcha la vuelta de Siracusa; ymoviendo grande alboroto, pasa con algazara y risa por de-lante de la ciudadela, gritando que venía de haber vencido ycautivado a los Corintios, a los que había sorprendido en elmar, a fin de infundir con esto desaliento a los sitiados. Mascuando él usaba de estas imposturas y embelecos, los Corin-tios, que por los Brecianos habían bajado hasta Regio, comono los observase nadie, y el viento calmado contra toda es-peranza les proporcionase una travesía tranquila y apacible,embarcándose sin detención en los transportes y barcas depesca que tuvieron a mano bogaron y se dirigieron a la Sici-lia, tan seguramente y con tal serenidad, que llevaban los ca-ballos del diestro nadando junto a las embarcaciones.

XX.- Hecha la travesía, y reunidos con Timoleón, tomóéste inmediatamente a Mesina; y ordenado su ejército partiópara Siracusa, más confiado en su buena suerte y favorablessucesos que en sus fuerzas: porque las que tenía consigo nopasaban de cuatro mil hombres. Noticiado a Magón su arri-bo, no dejó de concebir inquietud y temor, y además entróen sospechas con el motivo siguiente. En las charcas inme-diatas a la ciudad, donde se recoge mucha agua potable defuentes y mucha también de los lagos y ríos que corren almar, se cría abundancia de anguilas, y los que lo intentenpueden siempre hacer copiosa pesca; así, los asalariados deuno y otro ejército, estando en ocio y tregua, se dedicaban a

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este ejercicio. Eran todos Griegos, y no teniendo entre símotivo particular de enemiga, aunque en los combates pe-leaban denodadamente, en el tiempo de tregua se reunían vconferenciaban unos con otros; y entonces, entreteniéndoseen la común ocupación de la pesca, trababan conversación,ponderando la apacibilidad del mar y la belleza de aquelloscontornos. En una de estas ocasiones dijo uno de los quemilitaban con los Corintios: “¿Es posible que una ciudadcomo ésta, tan grande y tan abastada de bienes, habéis dequerer barbarizarla vosotros siendo Griegos y establecercerca de nosotros a esos malvados e inhumanos Cartagine-ses, respecto de los cuales habíamos de desear que mediaranmuchas Sicilias entre ellos y la Grecia? ¿O acaso imagináisque habiendo movido su ejército desde las columnas de He-racles y el mar Atlántico, no han de haber venido aquí sino aexponerse para el establecimiento de Hícetes? El cual, sipensara como buen general, no desecharía a los de su me-trópoli, ni atraería sobre la patria a los que no pueden menosde ser sus enemigos; sino que alcanzaría cuanto honor y po-der le estuviese bien, haciéndose recomendable a los Corin-tios y a Timoleón”. Difundieron los soldados estas especiesen el campamento, y con ellas hicieron concebir sospechas aMagón de que se trataba de venderle, cabalmente cuandohacía tiempo que buscaba pretextos para retirarse; así fueque por más que Hícetes le rogó se detuviese, y le hizo vercuán superiores eran a los enemigos, reputando allá dentrode sí que era más lo que en virtud y fortuna le aventajabaTimoleón, que lo que él le excedía en fuerzas, levó repenti-namente anclas y navegó al África, dejando que se le fuese

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de entre las manos la Sicilia de un modo vergonzoso y con-trario a toda humana prudencia.

XXI.- Presentóse al día siguiente Timoleón en orden debatalla, y habiendo los Siracusanos entendido la fuga, al verel puerto desamparado, les causó risa la cobardía de Magón,y discurriendo por la ciudad hacían pregonar premios para elque dijese dónde se les había ido la escuadra cartaginesa.Con todo, Hícetes todavía se obstinaba en pelear, y noabandonaba la presa de la ciudad, sino que se rehacía en lospuntos que conservaba, que eran fuertes y difíciles de tomar;entonces, Timoleón dividió sus fuerzas y acometió en per-sona por donde corre el Anapo, que era la parte de mayorresistencia; a otros, a quienes mandaba Isias de Corinto, lesordenó hiciesen una salida de la Acradina, y a la tercera divi-sión la dirigieron contra el punto llamado Epípolas Dinarcoy Demáreto, que habían venido con los últimos socorros deCorinto. Hecha, pues, esta acometida a un tiempo por todaspartes, y volviendo la espalda en precipitada fuga las tropasde Hícetes, el que se tomara la ciudad con el alcázar, que-dando todo prontamente sujeto con la fuga de los enemigos,justo es que se atribuya al valor de los combatientes y a lapericia del general: pero el que no muriera, ni aun siquierafuese herido, ninguno de los Corintios, obra fue precisa-mente de la fortuna de Timoleón, como si ésta contendieracon su virtud, para que los que lo entendiesen admiraranmás su dicha que sus loables prendas; pues la fama no sola-mente corrió al punto por toda la Sicilia y por toda la Italia,sino que en breves días se difundió el eco de este admirable

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triunfo por la Grecia; de manera que cuando en Corinto sedudaba si la armada había aportado, a un tiempo recibieronla noticia del arribo y de la victoria; ¡tan prósperamente co-rrieron los sucesos y tanto se complació la Fortuna en aña-dirla presteza a la brillantez de aquellas hazañas!

XXII.- Apoderado de la ciudadela, no le sucedió lo que aDion, ni guardó respeto a aquel sitio por su belleza y por locostoso de sus edificios, sino que, evitando la sospecha conque primero se calumnió a aquel, y después se le perdió, hi-zo echar pregón de que aquel de los Siracusanos que quisierase presentara con su piqueta y tomara parte en la destruc-ción de aquellos baluartes de la tiranía. Como todos hubie-sen concurrido, tomando como principio seguro de la li-bertad el pregón aquel y aquel día, no sólo destruyeron yderribaron el alcázar, sino también las casas y monumentosde los tiranos. En seguida hizo limpiar e igualar el suelo, yedificó allí los tribunales, congraciándose así más con losciudadanos, y sobreponiendo la democracia el despotismo.Advirtió, luego de tomada la ciudad, que carecía de ciudada-nos, habiendo perecido unos en las guerras y tumultos, yhabiendo huido otros de las sucesivas tiranías; así la plazapública de Siracusa había criado, por la falta de concurrencia,tanta y tan espesa maleza, que se apacentaban en ella los ca-ballos, teniendo la hierba por cama los palafreneros. Lasdemás ciudades, a excepción de muy pocas, se habían hechorefugio de ciervos y jabalíes, y en las inmediaciones, al pie-mismo de las murallas, cazaban muchas veces los aficiona-dos a este ejercicio; y los que habitaban en los fuertes y pre-

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sidios ninguno acudía a los llamamientos ni bajaba a la ciu-dad, sino que todos miraban con horror y odio la plaza, elgobierno y tribuna, de donde les habían brotado los más delos tiranos. Determinaron, pues, Timoleón y los de Siracusaescribir a los Corintios para que de la Grecia enviaran habi-tantes a aquella ciudad, puesto que su país no temía ser per-turbado, y a ellos, de parte del África, les amenazaba unacruda guerra, habiendo entendido que los Cartagineses ha-bían puesto en una cruz el cadáver de Magón, que se habíadado muerte a sí mismo, en odio de su mal gobierno, y quevenían con grandes fuerzas para pasar a Sicilia en aquel ve-rano.

XXIII.- Llevadas estas cartas de parte de Timoleón, yllegando también embajadores de los Siracusanos, que lesrogaban atendieran a aquella colonia y se hicieran por se-gunda vez sus fundadores, no se valieron los Corintios deesta ocasión para saciar su codicia, ni se apropiaron aquellaciudad, sino que. en primer lugar, se dirigieron a los juegossagrados de la Grecia y a las grandes concurrencias, anun-ciando por pregón que los Corintios, que en Siracusa habíandestruido la tiranía y habían lanzado de allí al tirano, llama-ron a los Siracusanos y a los demás de Sicilia que quisieranhabitar en aquella ciudad, para que, como libres e indepen-dientes, se repartieran por suertes el país con igualdad y conjusticia; enviaron después mensajeros al Asia y las islas don-de sabían haberse establecido muchos de los desterrados,invitándolos a todos a pasar a Corinto, donde tomarían a sucargo enviarlos con escolta, con buques y generales a sus

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propias expensas a Siracusa. Con semejantes pregones seganó Corinto la más justa y apreciable alabanza y la envidiade otros pueblos por haber libertado de tiranos, haber sal-vado de los bárbaros y haber entregado a sus propios ciuda-danos aquella región. No considerándose en bastante núme-ro los que concurrieron a Corinto, hicieron diligencias paraque se les agregaran más colonos del mismo Corinto y delresto de la Grecia, y cuando hubo como unos diez mil, seembarcaron para Siracusa. También de la Italia y de Sicilia sehabían reunido ya muchos a Timoleón, llegando, según re-fiere Atanis, a sesenta mil, a los cuales les repartió el terrenoy les vendió las casas en mil talentos, haciendo a los antiguosSiracusanos la gracia de que pudieran comprar las suyas y,proporcionando al mismo tiempo abundancia de fondos alpueblo, tan gastado con los demás males y con la guerra, quefue preciso vender las estatuas, votándose sobre cada una yentablándose un juicio, como cuando a los empleados se lespiden cuentas; en tales términos, que se refiere haber con-servado los Siracusanos, cuando daban sentencia contra lasotras estatuas, la del tirano Gelón el mayor, guardándole estehonor y respeto por la victoria que en Hímera ganó a losCartagineses.

XXIV.- Enriquecida y repoblada la ciudad de esta ma-nera por acudir a ella ciudadanos de todas partes, quiso Ti-moleón poner en libertad a las demás ciudades y acabar en-teramente con las tiranías de la Sicilia; marchando, pues, conlas tropas a sus capitales, redujo a Hícetes a la necesidad desepararse de los Cartagineses y de convenir por un tratado

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en destruir las ciudades y vivir como particular en Leoncio: aLéptines, que tenía tiranizada a Apolonia y otros muchospueblos, y que cuando se vio en peligro de ser hecho prisio-nero si entraba en lid, se le rindió a discreción, lo trató conindulgencia y lo hizo conducir a Corinto, teniendo por cosagloriosa para la metrópoli el que los Griegos vieran a los ti-ranos de la Sicilia vivir en el destierro y la humillación. Que-riendo, por otra porte, que los estipendiarios vivieran de lamilicia y no estuvieran ociosos, aunque él se restituyó a Si-racusa para atender al establecimiento del gobierno, ayudán-dose para lo más principal y delicado de estas tareas de Cé-falo y Dionisio, legisladores que habían venido de Corinto,envió contra las posesiones de los Cartagineses a Dinarco yDemáreto; los cuales, sacando muchas ciudades del poder delos bárbaros, no sólo consiguieron vivir en la abundancia,sino que con el botín recogieron fondos para la guerra.

XXV.- Dirígese en tanto la armada de los Cartagineses alLilibeo, conduciendo sesenta mil hombres de tropa, dos-cientas galeras y mil barcos, que traían a bordo máquinas ycarros con víveres abundantes y todas las demás provisio-nes, no ya para hacer parcialmente la guerra, sino para arro-jar a los Griegos de toda la Sicilia, siendo aquella fuerza sufi-ciente para sojuzgar a los Sicilianos, aun cuando no estuvie-ran debilitados y gastados con sus mutuas contiendas; ycuando entendieron que su territorio había sido devastado,encendiéronse en ira contra los Corintios, siendo sus caudi-llos Asdrúbal y Amílcar. Llegada esta nueva velozmente aSiracusa, de tal manera se acobardaron los Siracusanos a la

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vista de tan desmedidas fuerzas, que de tan grande númerode ciudadanos apenas tres mil tuvieron ánimo para tomar lasarmas y juntarse con Timoleón. Los estipendiarios erancuatro mil, y aun de éstos unos mil desertaron de miedo enla marcha, dándose a entender que Timoleón no estaba ensu acuerdo, sino que deliraba por la edad, yendo con cincomil infantes y mil caballos contra setenta mil enemigos ydesviando sus fuerzas de Siracusa el camino de ocho días,con lo que ni los que huyesen tendrían salvamento ni los quemuriesen sepulcro. Mas Timoleón reputó a ganancia el queéstos hubiesen manifestado su cobardía antes de la ocasión,y alentando a los otros los condujo a marchas forzadas al ríoCrimeso, adonde oyó haberse dirigido también los Cartagi-neses.

XXVI.- Iba subiendo a un collado, vencido el cual ha-bían de descubrirse el ejército y todas las fuerzas de losenemigos, cuando llegaron a ellos unas acémilas cargadas deapios; a los soldados les ocurrió que era mala señal, porquetenemos la costumbre de coronar por piedad con apio losmonumentos de los muertos, y de aquí nació el proverbioque dice, respecto del que se halla peligrosamente enfermo,que aquel está ya pidiendo apio. Queriendo, pues, apartarlosde semejante superstición y disipar su desconfianza, parandola marcha, les habló Timoleón en los términos que el casopedía, y les dijo: “Que antes de la victoria la corona por símisma se les venía a la mano, porque los Corintios coronancon apio a los que vencen en los Juegos Ístmicos, teniendo aesta planta por una insignia sagrada y propia de su país”.

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Pues ya entonces era de apio la corona de los Juegos íst-micos, como lo es ahora de los Nemeos, y no mucho anteshabía sido de pino. Hablando, pues, Timoleón a los sol-dados en la forma que hemos dicho, y tomando unas hojasde apio, se coronó el primero: después de él lo hicieron losjefes, y luego la tropa. Divisaron entonces los adivinos doságuilas que por allí pasaban, de las cuales la una llevaba undragón despedazado entre las garras, y la otra en su vuelodaba grandes y descompasados chillidos; mostráronlas, pues,a los soldados, y todos se movieron a hacer votos y plegariasa los Dioses.

XXVII.- Era entonces la estación del verano, a fines delmes Targelión, cuando ya el tiempo tocaba en el solsticio; yformando el río una densa niebla, al principio cubría con suoscuridad la ribera y nada podía verseenemigos; solamente llegaba al collado un eco indetermina-do y confuso, causado a lo lejos por un ejército tan numero-so. Mas luego que los Corintios acabaron de allanar el colla-do, y que dejando los escudos empezaron a tomar aliento,levantándose ya el Sol y alzando del suelo los vapores, espe-sado y condensado el aire en la parte superior, cubrió lasalturas, quedando libres los terrenos bajos; descubrióse en-tonces el Crimeso, y se vio que le estaban pasando los ene-migos, primero con los carros ordenados en batalla de unmodo terrible, y en pos de ellos con diez mil infantes cuyosescudos eran blancos. Conjeturóse que éstos eran Cartagine-ses por la brillantez de sus arreos y por el apiñamiento y or-den de su marcha. Agolpábanse luego todas las demás na-

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ciones y emprendían el paso en desorden y confusión; loque advertido por Timoleón conoció al punto que el río leproporcionaba tomar de la muchedumbre de los enemigosaquellos con quienes quisiera pelear. Ordenó, pues, que sussoldados que miraran la falange de los enemigos dividida porla corriente, habiendo pasado unos y estando otros por pa-sar, y mandó a Demáreto que con la caballería acometiese alos Cartagineses y desordenara su formación antes de verifi-carse. Bajó entonces al llano y encomendó a otros Sicilianosel mando de las dos alas, poniendo en cada una de ellas unoscuantos extranjeros; en el centro, tomando él mismo a losSiracusanos y lo más escogido de los estipendiarios, se parópor un breve instante para notar las operaciones de la caba-llería; mas viendo que los carros que discurrían delante de lasfilas no la dejaban venir a las manos con los Cartagineses,sino que muchas veces para no desordenarse la precisaban ahacer rodeos y dar en esta forma frecuentes acometidas,embrazando el escudo y gritando a los infantes que le siguie-sen con denuedo, pareció que su voz fue mucho más fuertey penetrante que de ordinario, bien fuese porque en aquelconflicto y con aquel calor se acrecentase efectivamente lavoz, o porque algún Genio, según entonces lo creyeron mu-chos, le ayudase a gritar y gritase con él. Contestando aque-llos inmediatamente al grito, y pidiéndole que los guiase y nose detuviese, hizo señal a la caballería para que acometiesepor fuera de la línea de los carros y cargara por el ala a losenemigos; y él, cerrando la vanguardia, que se cubrió con losescudos, y dando orden de tocar a los trompetas, marchópara los Cartagineses.

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XXVIII.- Sostuvieron éstos con valor el primer en-cuentro, y con tener defendido el cuerpo con corazas dehierro y morriones de bronce, y oponer unos anchos es-cudos pudieron esquivar los golpes de lanza. Mas cuando lapelea vino a las espadas, obra ya no menos de la destrezaque la pujanza, repentinamente empezaron a desprendersede los montes terribles truenos y encendidos relámpagos, ydescendiendo al lugar de la contienda la nube desde los co-llados y alturas, trayendo consigo lluvia, viento y granizo, alos Griegos les daba por la espalda, mas a los bárbaros he-ríalos en la cara y deslumbrábales la vista, siendo continua lalluvia borrascosa y las llamaradas que partían de las nubes;cosas que de mil maneras afligían, especialmente a los biso-ños. Incomodaba también no menos que los truenos el rui-do de las armas, heridas de la espesa lluvia y los granizos,por cuanto impedía que se oyesen las órdenes de los caudi-llos. Además, yendo los Cartagineses nada ligeros en cuantoal armamento, sino de sobra defendidos, como hemos di-cho, estorbábales el barro, y los senos de las túnicas llenosde agua les impedían manejarse con presteza en el combate,cuando los Griegos estaban muy listos para ofenderlos; y sicaían, les era absolutamente imposible levantarse del lodo, acausa de las armas. El Crimeso también, desbordado ya conlos que pasaban, se había aumentado con las lluvias; y la lla-nura inmediata, teniendo muchas desigualdades y hoyos, es-taba llena de arroyuelos que corrían fuera de cauce, con losque, detenidos los Cartagineses, con dificultad podían salvar-se. Por último, continuando la tormenta, y habiendo los

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Griegos deshecho la primera línea, que era de unos cuatro-cientos hombres, todo el ejército se entregó a la huída. Mu-chos, alcanzados todavía en la llanura, allí perecieron; a otragran parte, tropezando con los que todavía se hallaban pa-sando el río, los arrebató y destruyó su corriente; y a losmás, que se encaminaban a las alturas los persiguieron ydeshicieron las tropas ligeras. Dícese que de diez mil muer-tos, tres mil eran Cartagineses: grande luto para aquella ciu-dad, porque ningunos otros les hacían ventaja, ni en origen,ni en riquezas, ni en reputación y no había memoria de queen una sola acción hubieran muerto jamás tantos Cartagine-ses, pues que echando comúnmente mano de Africanos, deEspañoles y Númidas, la pérdida en sus derrotas era siempreajena.

XXIX.- Advirtieron también los Griegos en los despojosla distinción de los vencidos, deteniéndose poco los que losdespojaban en el bronce y el hierro: ¡tan abundante andabala plata, y en tanta copia era el oro! Pues pasando el río co-gieron el campamento con todas las brigadas. Muchos de loscautivos fueron ocultados por los soldados; pero aun pre-sentaron en total hasta cinco mil, y también se cogierondoscientos carros. Mas lo que hacía una hermosa y magnífi-ca vista era la tienda de Timoleón, alrededor de la cual esta-ban amontonados despojos de toda especie, entre ellos milcorazas primorosas por la materia y por la obra, y diez milescudos. Siendo pocos para despojar a muchos, y hallándosecon ricas presas, apenas al tercero día después de la batallapudo erigirse el trofeo. Con la noticia de la victoria envió

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Timoleón a Corinto las más hermosas armaduras de las delbotín, queriendo que su patria excitase en todos los hom-bres una gloriosa emulación al ver en sola aquella ciudad dela Grecia los más magníficos templos, no adornados condespojos griegos, ni enriquecidos con indecorosos monu-mentos de ofrendas que hubieran sido fruto de la muerte delos de un mismo origen y una misma familia, sino con presashechas a los bárbaros, cuyas inscripciones acreditaban a untiempo el valor y la justicia de los vencedores, diciendo quelos Corintios y Timoleón, su general, haciendo libres de losCartagineses a los Griegos que habitaban en la Sicilia, habíanhecho a los Dioses aquella ofrenda.

XXX.- Dejando en seguida en el ejército a los estipen-diarios para correr y molestar la provincia de los Carta-gineses, se encamino a Siracusa, y a aquellos mil estipen-diarios que le abandonaron antes de la batalla les mandó porpregón salir de Sicilia, obligándolos a estar fuera de Siracusaantes de ponerse el sol. Navegaron, pues, a Italia, donde pe-recieron a mano de los Brecianos contra la fe de los trata-dos, imponiéndoles así algún Genio la justa pena de su trai-ción. Mamerco, tirano de Catana, e Hícetes, fuese por envi-dia de las victorias de Timoleón, o por temerle como hom-bre de quien nada debían esperar, y que ningún trato queríatener con los tiranos, hicieron alianza con los Cartagineses yles enviaron a decir mandaran fuerzas y un general, si noquerían ser absolutamente arrojados de la Sicilia. Vino, pues,Giscón trayendo sesenta galeras y soldados Griegos estipen-diarios, siendo así que nunca antes los Cartagineses habían

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echado mano de los Griegos; mas entonces tenían de ellos lamás alta opinión, juzgándolos por los más invencibles y va-lientes de todos los hombres. Reunidos de común acuerdoen la Mesenia, dieron muerte a cuatrocientos de los estipen-diarios de Timoleón que habían sido enviados en su auxilio;y en la provincia de los Cartagineses, habiéndose armadoasechanzas cerca del pueblo llamado Ietas a los estipen-diarios mandados por Éutimo Leucadio, todos perecieron:con lo que la dicha de Timoleón adquirió aún mayor nom-bradía: porque habían sido de los que con Filomelo de Fo-cea y con Onomarco habían tomado a Delfos, haciéndoseparticipantes de su sacrilegio. Aborrecidos, por tanto, yabominados de todos, andando errantes por el Peloponeso,fueron acogidos por Timoleón a falta de otros soldados; ve-nidos con él a Sicilia, en todas las batallas en que a su lado sehallaron, hubieron la victoria; mas luego que tuvieron finaquellos grandes y reñidos combates, enviados a dar auxilio adiferentes puntos, murieron o cayeron en cautiverio, no to-dos a la vez, sino por partes: atestiguando este modo de sucastigo que en él intervenía la buena suerte de Timoleón,para que del castigo de los malos ningún daño resultase a losbuenos. De esta manera vino a suceder que no menos res-plandeció la benevolencia de los Dioses para con Timoleónen las cosas que pareció serle adversas, que en aquellas enque salió triunfante.

XXXI.- Los más de los Siracusanos estaban incomo-dadísimos de verse a cada momento denostados por los ti-ranos. Especialmente Mamerco, muy ufano con que com-

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ponía poemas y tragedias, y engreído con haber vencido alos estipendiarios, al hacer a los Dioses la consagración delos escudos, había puesto por inscripción un dístico elegíacomuy afrentoso, de este tenor:

Estas rodelas que relumbran tantocon púrpura, marfil, electro y oro,

con escudos de a palmo las tomamos.Después de estos sucesos, habiendo Timoleón pasado

con sus fuerzas a la Calabria, invadió Hícetes a Siracusa,donde tomó un rico botín, haciendo grandes daños y ofen-sas, y en seguida se encaminó también a la Calabria, no ha-ciendo cuenta de Timoleón, que tenía poca gente. Dejóleéste adelantarse, y luego se puso en su persecución con lacaballería y las tropas ligeras. Entendiólo Hícetes, y habien-do pasado el río Damiria, se paró al otro lado en actitud dedefenderse, contribuyendo a darle osadía la dificultad delpaso y lo escarpado del terreno por la una y otra orilla. De-tuvo la batalla una disputa y contienda extraña entre los ca-pitanes de Timoleón, porque ninguno quería ser el último enacometer a los enemigos, sino que cada uno aspiraba a ser elprimero; así el paso se hizo en desorden, empujándose yatropellándose unos a otros. Quiso Timoleón que echaransuertes, para lo que tomó un anillo de cada uno, echólos to-dos en una punta de su manto, y habiéndolos revuelto, sehalló que el primero tenía grabado por sello un trofeo, y lue-go que los jóvenes lo observaron, alzando con aquel gozogrande gritería, ya no esperaron otra suerte, sino que pasan-do precipitadamente el río por el orden en que estaban ca-yeron con ímpetu sobre los enemigos, los cuales no sos-

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tuvieron el choque, sino que dieron a huir, abandonandotodos las armas, y en el alcance murieron como unos mil deellos.

XXXII.- Marchando de allí a poco con su ejército Ti-moleón al territorio de los Leontinos, tomó vivo a Hícetes, asu hijo Eupólemo y al general de la caballería, Éutimo, quefueron aprehendidos por sus propios soldados y conducidosa su presencia; Hícetes y su hijo sufrieron la muerte, que te-nían merecida, como tiranos y traidores. Éutimo, sin embar-go de ser hombre de valor para los combates y distinguidopor su arrojo, no alcanzó compasión, por una expresión in-juriosa contra los Corintios, de la que era acusado; porque serefería que cuando los Corintios movieron contra ellos,arengando a los Leontinos, les había dicho que nada habíaque debiera causar miedo o espanto en que:

Hubieran las mujeres de Corintosalido o no salido de sus casas.

Así es que los más sufrimos peor las malas palabras quelas malas obras, porque es más difícil de llevar el desprecioque la pérdida; y el vengarse con obras se permite como ne-cesario a los enemigos; pero los dichos injuriosos parece quenacen de sobrado rencor y sobrada malicia.

XXXIII.- Vuelto Timoleón, los Siracusanos, formadosen junta pública para este juicio, condenaron a muerte a lamujer e hijas de Hícetes; de todos los hechos de Timoleónes éste el que menos favor le hace; pues parece que si lo hu-biese querido impedir, no se habría impuesto tal pena a

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aquellas mujeres. Mas se cree que no se mezcló en ello,abandonándolas al encono de los ciudadanos, que tomabanen ellas venganza por Dión, el que expulsó a Dionisio; fue,en efecto, Hícetes el que arrojó vivos al mar a la mujer deDión, Áreta; a su hermana, Aristómaca, y a su hijo, todavíapequeño; de lo que hemos hablado en la vida de Dión.

XXXIV.- Marchando después de esto con su ejército aCatana contra Mamerco, que le aguardó en orden de batallajunto al arroyo Ábolo, le venció y derrotó con muerte deunos dos mil, de los cuales eran no pequeña parte los Feni-cios, enviados como auxilio por Giscón. De resulta de esto,le pidieron los Cartagineses la paz, y se vino en ella con lascondiciones de quedar a Siracusa todo el terreno dentro delrío Lico; que serían libres, todos los que quisiesen, de ir aestablecerse a Siracusa, entregándoseles sus bienes y familias,y que se apartarían de la alianza con los tiranos. Mamerco,desalentado ya en sus esperanzas, navegaba a Italia paraconcitar a los de Luca contra Timoleón y los Siracusanos.Mas habiendo cambiado de rumbo con sus naves los queiban con él, y dirigídose a Sicilia, donde hicieron a Timoleónentrega de Catana, se vió en la precisión de acogerse a Me-sana, buscando el amparo de Hipón, tirano de aquella ciu-dad. Vino contra ellos Timoleón y les puso sitio por tierra ypor mar, e Hipón, al querer huir en un buque, fue apresadoy puesto en manos de los Mesenios, los cuales convocaron alos muchachos de las escuelas para que vieran como el másagradable espectáculo el castigo de un tirano; le condujeronal teatro, y allí le azotaron hasta quitarle la vida. Mamerco se

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entregó a Timoleón para ser juzgado por los Siracusanos,bajo la condición de que Timoleón no le acusase. Conduci-do a Siracusa, se presento al pueblo, e intentó pronunciar undiscurso que tenía compuesto de antemano; pero siendointerrumpido y observando que de la junta no podía esperarnada favorable, arrojando la capa en medio del teatro, dio acorrer, y con aquel ímpetu fue a estrellarse de cabeza en unode los asientos para quitarse la vida; mas no consiguió quefuese aquella su muerte, sino que se le alcanzó todavía convida y se le hizo sufrir la pena de los salteadores.

XXXV.- Desarraigó, pues, Timoleón las tiranías y dio fina las guerras del modo que se ha referido. En cuanto a la islatoda, que la encontró irritada con sus males y mirada contedio de sus habitantes, de tal manera la aplacó e hizo apete-cible, que vinieron otros habitantes a un punto del que antesse habían retirado sus propios ciudadanos; porque entoncesse repoblaron Agrigento y Gela, ciudades grandes que hicie-ron los Cartagineses abandonar con motivo de la guerra áti-ca; viniendo a habitar la una Megelo y Feristo desde Elea, yla otra Gorgo, desde Ceo, trayendo consigo a los antiguosciudadanos. Así, procurando no solamente seguridad y repo-so después de tales agitaciones a los que en ellas se estable-cían, sino proporcionándoles todavía otras muchas cosas, ydándoles aliento, fue de sus ciudadanos mirado y veneradocomo fundador. Los mismos eran los sentimientos de todoslos demás hacia él, y ni en la terminación de una guerra, nien la formación de una ley, ni en el establecimiento de unacolonia, ni en el arreglo de un gobierno, parecía haberseacertado si él no intervenía, y si como perfeccionador de la

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obra no contribuía a exornarla, añadiéndole cierta gracia so-bresaliente y como divina.

XXXVI.- Muchos Griegos había habido antes de él quese habían hecho ilustres y que habían ejecutado grandes co-sas, de cuyo número son Timoteo, Agesilao, Pelópidas yaquel a quien más se propuso imitar Timoleón, Epaminon-das; mas las hazañas de éstos presentan lo brillante confun-dido con cierta violencia y esfuerzo, tanto, que en algunastuvo lugar la reprensión y el arrepentimiento, mientras quecuando en todos los hechos de Timoleón, si ponemos fuerade cuenta el estrecho en que se vio respecto del hermano,ninguno hay al que no le convenga, como dice Timeo, aque-lla exclamación de Sófocles:

¿Qué Afrodita o Amores, sacros Dioses,han puesto aquí su poderosa mano?

Porque así como la poesía de Antímaco y los cuadros deDionisio, ambos Colofonios, en que hay fuerza y valentía,tienen el aire de cosas hechas con esfuerzo, y muy trabaja-das, y en las pinturas de Nicómaco y en los versos de Ho-mero al vigor y gracia se agrega el parecer que están hechoscon gran soltura y facilidad, de la misma manera, compara-dos los generalatos de Epaminondas y Agesilao, servidoscon dificultad y grande esfuerzo con el generalato de Timo-león, en el que hubo tanta facilidad como esplendor, no leparecerá éste, al que bien le advierta, obra de la Fortuna, si-no de una virtud afortunada. Con todo, él atribuyó siemprea la Fortuna sus buenos sucesos, y tanto escribiendo a susamigos de Corinto como arengando a los Siracusanos dijo

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muchas veces daba gracias a Dios porque, teniendo deter-minado salvara la Sicilia, había sobrepuesto su nombre de élen este decreto. Edificó asimismo al lado de su casa un tem-plo al Acaso, en que hizo sacrificio, y la casa misma la consa-gró al sagrado Genio. Era ésta la que los Siracusanos le ha-bían regalado por premio de su acertado mando, juntamentecon un terreno de lo más agradable y delicioso, en el que serecreaba la mayor parte del tiempo, habiendo hecho venirde Corinto a su mujer y sus hijos; pues ya no volvió allá, nise mezcló en las turbaciones de la Grecia, ni tampoco quisoincurrir en la envidia por gobernar, en que suelen estrellarselos más de los generales por la insaciable ansia de honores ymando, sino que pasó allí su vida, gozando de los bienes queél mismo había proporcionado, de los cuales era el mayorver tantas ciudades y tantos millares de hombres que por éleran dichosos.

XXXVII.- Mas como a la cogujada no puede faltarlemoño, según Simónides, ni tampoco al gobierno popularcalumniador, tomaron por su cuenta a Timoleón estos dosalborotadores Lafistio y Deméneto. Pedía Lafistio que diesefianzas en cierta causa, y él no permitió a los ciudadanos quese alborotaran y se lo impidieran, diciendo que había llevadocon gusto tantos trabajos y peligros para poner a los Siracu-sanos en estado de que el que quisiera pudiera usar de lasleyes. Deméneto le acusaba en la junta pública de muchoscapítulos por cosas de su mando; mas nada le contestó, ysolamente dijo que estaba muy reconocido a los Dioses porver a los Siracusanos en posesión de la libertad que tanto les

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había deseado. Obró, pues, sin contradicción más grandes eilustres hazañas que ninguno de los Griegos antes de él; nohubo quien le aventajase en aquellas acciones a cuya prácticasuelen los sofistas excitar en sus panegíricos a los Griegos:de los males que en lo antiguo afligieron a la Grecia, debió asu fortuna el que le hubiese sacado puro y sin mancha: a losbárbaros y a los tiranos les hizo experimentar su valor y supericia, como a los Griegos, y a todos sus amigos su justiciay su mansedumbre: erigió a sus ciudadanos muchos trofeosde otros tantos combates, que no les costaron lágrimas nilloros; y en ocho años aún no cabales entregó la Sicilia a sushabitantes, libre de sus envejecidos y como nativos males.Entonces, ya siendo anciano, empezó a decaer de la vista,que del todo perdió de allí a poco, no porque hubiese dadocausa a ello embriagado con su fortuna, sino, a lo que pare-ce, por una enfermedad de familia que con la edad concurrióa este accidente; pues se dice que no pocos de los que eransus deudos por linaje perdieron del mismo modo la vista,acortándoseles por la vejez. Atanis refiere que fue en elcampamento, durante la guerra contra Hipón y Mamerco enMilas, donde empezó a acortársele la vista, no dudándose yade que iba a perderla: mas que con todo no por eso alzó elsitio, sino que continuó la guerra hasta apoderarse de lostiranos; y que luego que volvió a Siracusa, depuso inmedia-tamente el mando, pidiendo la relevación a los ciudadanos,en vista de que ya los negocios habían sido llevados al másfeliz término.

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XXXVIII.- El que hubiese llevado sin pesadumbre esteinfortunio no será quizá de grande admiración; mas lo que sídebe causarla es el honor y veneración que estando ya ciegole manifestaron los Siracusanos, haciéndole frecuentes visitasy llevando a su casa y a su propiedad a los viajantes foraste-ros para que viesen a su bienhechor, contándoles con reco-nocimiento el que hubiese preferido quedarse con ellos apasar sus días sin hacer caso de la gloriosa vuelta a la Grecia,que sus admirables sucesos le habían preparado. Hicieron ydeterminaron en su honor muchas y muy señaladas demos-traciones, entre las que no cede a ninguna la de haber de-cretado que el pueblo siracusano, siempre que se le ofreciereguerra contra extranjeros, hubiera de valerse de general co-rintio. También era cosa digna de verse lo que, cuando con-curría a las juntas públicas, se hacía en su honor: porque lascosas pequeñas las determinaban por sí: mas para los nego-cios de importancia le llamaban: venía, pues, en carroza, ypor la plaza se dirigía al teatro, e introducido su carruaje, enel que iba sentado, el pueblo le saludaba, nombrándole to-dos a una voz. Correspondíalos, y dando algún tiempo a losobsequios y a las alabanzas, inquiría luego qué era de lo quese trataba, y manifestaba su dictamen. Sancionado que era,sus ministros sacaban otra vez la carroza del teatro, y losciudadanos, despidiéndole con voces de júbilo y alegría, des-pachaban después por sí lo que restaba de los negocios pú-blicos.

XXXIX.- Envejeciendo, pues, en medio de tanto honory benevolencia como padre común de todos, con muy pe-

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queña ocasión, que agravó su edad, vino por fin a fallecer.Diéronse algunos días a los Siracusanos para disponer suentierro y a los circunvecinos y forasteros para concurrir aél. Dispusiéronse coros brillantes, y jóvenes señalados deantemano por un decreto llevaron el féretro, ricamenteadornado, pasándolo por los alcázares tiránicos de los Dio-nisios, entonces asolados. Acompañáronle millares de milla-res de hombres y mujeres, que hacían una perspectiva muydecorosa, como en una solemnidad, llevando todos coronasy vestidos de fiesta; mas los gritos y lágrimas, mezclados conlos elogios del muerto, lo que demostraban era, no un oficiode honor ni unas exequias ordenadas de antemano, sino undolor justo y el reconocimiento que inspira un amor verda-dero. últimamente, puesto el féretro en la pira, Demetrio,que era de los heraldos el que tenía más voz, publicó estepregón que llevaba escrito: “El pueblo de los Siracusanosofrece doscientas minas para el entierro de Timoleón, hijode Timodemo, natural de Corinto, y decreta honrarle per-petuamente con combates músicos, ecuestres y gimnásticos,porque, habiendo deshecho a los tiranos, vencido a los bár-baros y repoblado muchas ciudades desiertas, dio leyes a losSicilianos”. Púsose su monumento en la plaza, y cercándolemás adelante con pórticos y edificando palestras, formaronpara los jóvenes un gimnasio, que llamaron Timoleoncio: yellos, disfrutando del gobierno y leyes que les estableció, porlargo tiempo vivieron prósperos y felices.

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PAULO EMILIO

I.- Convienen los más de los historiadores en que enRoma la casa de los Emilios era de las patricias y de las másantiguas; pero en cuanto a que el primero de ellos, que dejóa la familia este apellido, hubiese sido Mamerco, hijo del sa-bio Pitágoras, dándosele el nombre de Emilio por su elegan-cia y gracia en el decir, esto sólo lo refieren algunos de losque atribuyen a Pitágoras la educación del rey Numa. Losindividuos de esta casa que alcanzaron gran renombre, y fue-ron muchos, debieron su gloria y prosperidad a la virtud,por la que siempre trabajaron; y aun la desventura de LucioPaulo en la jornada de Canas acreditó su prudencia y su va-lor, pues cuando vio que no podía reducir a su colega a queno diese la batalla, aunque contra su voluntad, entró a parti-cipar con él del combate: mas no participó de la fuga, sinoque, abandonado el peligro aquel que le provocó, él, firme ypeleando con los enemigos, acabó su vida. La hija de éste,Emilia, casó con Escipión el mayor, y su hijo Paulo Emilio,cuya vida escribimos, habiendo nacido en un época brillantepor la gloria y la virtud de los hombres más ilustres y ex-celentes, sobresalió, sin embargo, con todo de no emular los

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ejercicios de los jóvenes entonces más acreditados, ni seguirdesde el principio la misma senda: porque no ejercitó la elo-cuencia en las causas, y se dejó enteramente de las salutacio-nes, de los halagos y de los cumplimientos a que se dedica-ban los más distinguidos de ellos para ganar popularidad,haciéndose serviciales y obsequiosos, no obstante que no lefaltaba para todo esto habilidad, sino que prefirió como másapreciable la gloria que acompaña al valor, a la justicia y a lalealtad, virtudes en que muy pronto se aventajó a todos losde su tiempo.

II.- El cargo primero que pidió, de los más distinguidosen la república, fue el de edil, para el que fue preferido a do-ce concurrentes, que todos se dice haber sido después cón-sules. Criado para el sacerdocio de los llamados Augures, alos cuales tienen los Romanos por inspectores y celadoresde la adivinación por las aves y los prodigios, de tal modoobservó las costumbres patrias y emuló la piedad de los an-tiguos en las cosas de la religión, que este sacerdocio, quehasta entonces no había parecido más que un honor, apete-cido precisamente por cierta gloria y opinión, comparecióentonces como una de las artes más perfectas, viniendo acoincidir con el sentir de aquellos filósofos que habían defi-nido la piedad ciencia del culto de los Dioses; porque todolo hizo con ensayo y con esmero, no ocupándose en otracosa cuando de éstas se trataba, ni omitiendo o innovandonada, sino conferenciando siempre e instruyendo a sus cole-gas hasta en las cosas más pequeñas, de manera que si algu-no podía tener por leve y muy disculpable el faltar en estos

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objetos religiosos, él hacía ver que era peligrosa para la ciu-dad la remisión y negligencia en ellos. Porque ninguno em-pieza de pronto a trastornar el gobierno con un gran cri-men, sino que abren camino para destruir la guarda de lascosas mayores los que descuidan del celo y esmero en laspequeñas. Por el mismo término se ostentó maestro y cela-dor de las costumbres militares, no con hacerse popular enel mando, ni aspirando, como muchos entonces, a los se-gundos grados con hacerse obsequioso y blando a los súb-ditos, sino con observar las costumbres de la milicia comoun sacerdote las ceremonias más tremendas, y haciéndosetemible a los desobedientes y transgresores: así es como hi-zo prosperar a la patria, teniendo casi por secundario el ven-cer a los enemigos respecto del instruir a sus ciudadanos.

III.- Tenían que sostener entonces los Romanos la gue-rra suscitada con Antíoco el Grande , y mientras marchabancontra él los generales más acreditados, se movió otra nuevaguerra en el Occidente por los grandes alborotos ocurridosen España. Envióse a ella a Emilio, con el cargo de pretor,el cual no se mostró con solas seis fasces, que era el númeroconcedido a los pretores, sino que tomó otras tantas; demanera que su mando en la dignidad se hizo consular. Ven-ció, pues, dos veces en batalla campal a los bárbaros, exter-minando hasta treinta mil; esta victoria parece que fue pu-ramente obra del general, por haber sabido elegir los pues-tos y haberla hecho fácil a los soldados con el paso de ciertorío. Tomó en consecuencia posesión de doscientas cin-cuenta ciudades que voluntariamente le abrieron las puertas,

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y, dejando en paz y concordia la provincia, se restituyó aRoma; no habiéndose hecho más rico con este mando ni enun maravedí. Porque, generalmente, era poco cuidadoso desu hacienda y nada escaso en el gasto con proporción a loque tenía, que no era mucho, pues debiéndose pagar des-pués de su muerte la dote de su mujer, apenas hubo lo pre-ciso.

IV.- Casóse con Papiria, hija de Masón, varón consular, ydespués de haber vivido en su compañía largo tiempo, di-solvió aquel matrimonio, no obstante haber tenido de ellauna ilustre sucesión, pues que dio a luz al célebre Escipión ya Fabio Máximo. Causa escrita de este repudio no ha llegadoa nuestra edad, pero quizá fue uno de aquellos que hicieroncierta una especie que corre acerca del divorcio. Había unRomano repudiado a su mujer, y le hacían cargo sus amigos,preguntándole: “¿No es honesta? ¿No es hermosa? ¿No esfecunda?” Y él, mostrando el zapato, al que los Romanosllaman calceo, les dijo: “¿No me viene bien? ¿No está nuevo?Pues no habría entre vosotros ninguno que acertase en quéparte del pie me aprieta”. Y en verdad que por grandes yconocidos yerros se separaron algunos de sus mujeres; perolos tropiezos, aunque pequeños, continuos, de genio y dife-rencia de costumbres, éstos se ocultan a los de afuera, y en-gendran, sin embargo, con el tiempo, en los que viven jun-tos, desazones insufribles. Separado por este término Emiliode Papiria, casáse con otra, y habiendo tenido en ella doshijos varones, a éstos los mantuvo a su lado, y a los otros losintrodujo en las primeras casas y en los linajes más ilustres; al

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mayor, en la de Fabio Máximo, que fue cinco veces cónsul, yal menor le adoptó el hijo de Escipión Africano, de quienera primo, prestándole su nombre de Escipión. De las hijasde Emilio, con la una casó el hijo de Catón, y con la otraElio Tuberón, varón de singular probidad, que de todos losRomanos fue el que manifestó mayor decoro en la pobreza.Porque eran diez y seis de un origen, Elios todos; y entretantos no tenían sino una casita sumamente pequeña y uncampo que proveía a todos, no manteniendo más que unsolo hogar, con muchos hijos y muchas mujeres. Entre éstasse contaba la hija de Emilio, que fue dos veces cónsul, ytriunfó otras dos, sin que se avergonzase de la pobreza de sumarido, sino que más bien veneraba su virtud, por la que erapobre. Ahora los hermanos y demás de un origen, si al re-partir lo que era común no lo separan con regiones enteras,con ríos y con elevadas cercas, y si no ponen en medio entreunos y otros un dilatado terreno, no cesan de altercar. Estascosas las conserva la Historia para que los que quieran sacarprovecho las consideren y examinen.

V.- Emilio, designado cónsul, marchó con ejército con-tra los Ligures del pie de los Alpes, a los algunos llaman Li-gustinos, gente belicosa y soberbia, que con el ejercicio ha-bían aprendido de los Romanos a hacer la guerra a causa dela vecindad, porque ocupan la última extremidad de la Italiaenlazada con los Alpes, y aun aquella parte de estos montesque baña el Mar Tirreno y está opuesta al África, mezcladoscon los Galos y con los Españoles de las costas. Habíansedado también entonces al mar con barcos de piratas, con los

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que estorbaban y despojaban al comercio, extendiendo sunavegación hasta las columnas de Hércules. Cuando se diri-gió contra ellos Emilio reuniéronse hasta cuarenta mil ennúmero para hacerle frente. No tenía éste más que ocho mil,y con ser ellos cinco veces doblados, trabó combate. Desba-ratólos, y cerrándolos dentro de los muros les hizo pro-posiciones humanas y admisibles, por cuanto no entraba enlas miras de los Romanos acabar con la gente de los Ligures,que era como un vallado y antemural puesto para contenerlos movimientos de los Galos, que amenazaban siempre caersobre la Italia. Fiándose, pues, de Emilio, pusieron a su dis-posición las naves y las ciudades; y él, no ofendiendo en na-da a éstas, se las volvió con sólo arruinar las murallas; maspor lo que hace a las naves, se apoderó de todas y no lesdejó ni aun una lancha que fuera de más de tres remos. Loscautivos, aprisionados por tierra y por mar, los restituyó sal-vos, habiendo hallado entre ellos muchos forasteros y ro-manos. Y éstos son los hechos señalados que tuvo este con-sulado. Después se presentó muchas veces queriendo volvera ser elegido, y aun se mostró candidato; pero viéndose des-airado y desatendido, se mantuvo en el retiro, ocupado so-lamente en lo relativo a su sacerdocio y atendiendo a la edu-cación de sus hijos, dándoles la del país, que podía mirarsecomo patria, del modo que él la había recibido; pero po-niendo más empeño en la educación griega: porque no so-lamente puso, al lado de aquellos jóvenes, gramáticos, sofis-tas y oradores, sino también escultores, pintores, adiestrado-res de caballos y de perros y maestros de cazar; y el padre, sino había cosa pública que se lo impidiese, presenciaba siem-

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pre sus estudios y sus ejercicios, mostrándose entre los Ro-manos el más amante de sus hijos.

VI.- Era aquella, en punto a los negocios públicos, laépoca en que, haciendo la guerra a Perseo, rey de los Mace-donios, habían sido acusados los generales de que, por im-pericia y cobardía, se habían conducido mal y vergonzosa-mente, siendo más que el daño hecho a los enemigos el queellos habían recibido. Y es que habiendo poco antes echadomás allá del Tauro a Antígono llamado el Grande, hacién-dole abandonar todo lo demás del Asia, y encerrándole en laSiria, de manera que se dio por muy contento con obtener lapaz a costa de quince mil talentos; y habiendo de allí a pocodeshecho a Filipo, libertado a los Griegos del poder de losMacedonios, y vencido a Aníbal, con el que ningún rey eracomparable en arrojo ni en poder, no podían llevar en pa-ciencia el combatir sin sacar ventajas, como con un rival deRoma, con Perseo, que hacía ya mucho tiempo que les hacíala guerra con las reliquias de las derrotas de su padre. Olvi-dábanse para esto de que, habiendo visto Filipo mucho másquebrantado el poder de los Macedonios, lo había hechomás fuerte y belicoso; de lo cual habré de dar razón breve-mente, tomando la narración de más arriba.

VII.- Antígono, que entre todos los sucesores y generalesde Alejandro fue el que alcanzó mayor poder, adquirió parasí y para su familia el título de rey, y tuvo por hijo a Deme-trio, de quien lo fue Antígono, por sobrenombre Gonatas, yde éste otro Demetrio, que habiendo reinado no largo tiem-

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po, falleció, dejando un hijo, todavía niño, llamado Filipo.Temerosos de la anarquía, los próceres macedonios dieronla autoridad a Antígono, primo del difunto, y uniendo con élen matrimonio a la madre de Filipo, primero le llamarontutor y general, y después, habiéndole hallado benigno y ce-loso del bien común, le dieron el título de rey, apellidándolepor sobrenombre Dosón , como muy prometedor y pococumplidor de sus promesas. Reinó después de éste Filipo,recomendándose como el que más de los reyes, a pesar deser todavía mancebo; y ya se le atribuía la gloria de que res-tableciera a la Macedonia en su antigua dignidad, y que seríaél sólo quien contuviese el poder romano que amenazaba atodos; mas, vencido en un gran batalla cerca de Escotusapor Tito Flaminino, entonces bajó la cabeza e hizo entregade todo cuanto tenía a los Romanos, dándose por muycontento con que no se le exigiera más. Hallóse luego malcon este estado, y creyendo que el reinar por merced de losRomanos más era propio de un esclavo atento sólo al vien-tre, que no de un hombre adornado de prudencia y de pun-donor, volvió su consideración a la guerra, y empezó a dis-ponerla encubiertamente y con gran destreza. Porque desa-tendiendo y dejando debilitarse y yermarse las ciudades decarretera, y las inmediatas al mar, como si las tuviese en po-co precio, fue congregando muchas fuerzas; y llenando lasaldeas, las fortalezas y las ciudades mediterráneas de armas,de provisiones y de hombres robustos, preparaba así la gue-rra y la tenía como encerrada y encubierta: de armas en buenestado había treinta mil; de trigo entrojado en casa, ocho-cientas mil fanegas, y un acopio de provisiones bastante a

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mantener diez mil estipendiarios por diez años para defen-der el país. Mas no llegó el caso de que éste promoviera yadelantara la guerra, por haberse dejado morir de pesar yabatimiento, a causa de que descubrió que había hecho mo-rir injustamente a su otro hijo Demetrio, por una calumniadel que valía menos. El que le sobrevivió, llamado Perseo,heredó con el reino el odio a los Romanos, aunque no eracapaz de hacerles frente por su bajeza de alma y la perversi-dad de sus costumbres; en las que, no obstante que entrabandiferentes pasiones y malos afectos, dominaba, sin embargo,la avaricia, y aun se decía que ni siquiera era legítimo, sinoque la mujer de Filipo lo recogió recién nacido, habiéndolodado a luz una costurera de Argos, llamada Gnatenia, yocultamente se lo dio a aquel por hijo. Y ésta se cree habersido la principal causa por la que de miedo hizo dar muerte aDemetrio, no fuese que, teniendo la casa heredero legítimo,viniese al cabo a descubrirse su bastardía.

VIII.- Mas con todo de ser desidioso y de bajo espíritu,arrastrado del ímpetu de los mismos negocios, se decidió ala guerra, y contendió largo tiempo, habiendo derrotado agenerales de los Romanos que habían sido cónsules, y gran-des y poderosos ejércitos, y aun de algunos alcanzó victoria.Porque a Publio Licinio, cuando iba a invadir la Macedonia,lo rechazó con su caballería, con muerte de dos mil y qui-nientos hombres escogidos, haciendo a otros tantos prisio-neros, y hallándose la escuadra romana anclada cerca deOreo , marchó inesperadamente contra ella y tomó veintegaleras con sus cargamentos, echando a pique las demás, que

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contenían provisiones. Apoderóse también de cuatro navesde cinco órdenes de remos, y ganó segunda batalla, en quehumilló a Hostilio, también consular, obligándole a retirarsepor Elimia; provocándole a batalla cuando marchaba sinquerer ser sentido por la Tesalia, logró ahuyentarle. Miródespués como una distracción de la guerra el marchar contralos Dárdanos, haciendo que desdeñaba a los Romanos y losdejaba descansar, y destrozó a diez mil de aquellos bárbaros,tomando grandes despojos. Acometió también a los Galosestablecidos cerca del Istro, conocidos con el nombre deBastarnas, nación poderosa en caballería y ejercitada en laguerra. Excitó asimismo a los Ilirios, por medio de su reyGentio, a que le auxiliaran en la guerra, y hay fama de que,ganados por él estos bárbaros con la soldada, cayeron sobrela Italia por la parte del Adriático.

IX.- Sabidos estos sucesos de los Romanos, pareciólessería bueno dejarse en la designación de generales del favor yla condescendencia, y llamar al mando a un hombre de jui-cio que supiera conducirse en los negocios arduos. Éste eraPaulo Emilio, adelantado sí en edad, pues tenía unos sesentaaños, pero fuerte todavía y robusto, y de gran influjo por susclientes, sus hijos jóvenes y el gran número de amigos y pa-rientes poderosos en la república, los cuales todos le inclina-ban a que se prestase a los votos del pueblo que le llamaba alconsulado. Al principio recibió mal a la muchedumbre, ydesdeñó su celo y su ansia de honrarle, como quien no ne-cesitaba de tal mando; mas, presentándosele todos los días asus puertas rogándole que concurriese a la plaza y aclamán-

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dole, se dejó por fin convencer; y mostrándose entre los quepedían el consulado, pareció no que iba a recibir el mando,sino que llevaba ya la victoria y el triunfo de la guerra, y quedaba facultad a los ciudadanos para celebrar los comicios:¡tanta fue la esperanza y seguridad que inspiró a todos!Nombráronle, pues, segunda vez cónsul, no dejando que seecharan suertes sobre el mando de las provincias, como erade costumbre, sino decretándole desde luego el mando de laguerra macedónica. Cuéntase que retirándose a su casa conbrillante acompañamiento, luego que fue proclamado cónsulpor todo el pueblo, encontró muy llorosa a su hija Tercia,todavía muy pequeña, y que saludándola le preguntó qué eralo que le afligía; y ella, llorando y echándosele al cuello, lerespondió: “¿Pues no sabes, padre, que se me ha muertoPerseo?” diciéndolo por un perrillo que había criado y teníaeste nombre, y que el padre le dijo: “En buen hora, hija, yadmito el agüero”. Refiere este suceso Cicerón el orador ensus libros de la Adivinación.

X.- Era costumbre que los elegidos cónsules, para mos-trar su agradecimiento, saludaran al pueblo con semblanterisueño desde la tribuna; mas Emilio, congregando en juntaa los ciudadanos, les dijo que él había pedido el primer con-sulado apeteciendo el mando, y el segundo porque ellosbuscaban un general; por tanto, que ninguna gratitud les de-bía, y que si pensaban que otro conduciría mejor las cosas dela guerra, se desistía del mando; mas si confiaban en él, queen nada se mezclaran ni anduvieran alborotando, sino quecon silencio se ayudaran a preparar lo necesario para la ex-

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pedición, pues si querían mandar al que los mandaba, se ha-rían más ridículos de lo que eran en las cosas de la guerra.Con este discurso causó gran vergüenza a los ciudadanos,inspirándoles al mismo tiempo gran confianza en el éxito;estando todos muy contentos con no haber hecho caso delos aduladores y haber elegido un general de tanta franquezay prudencia. ¡Hasta este punto se sacrificaba el pueblo ro-mano por la virtud y la honestidad cuando se trataba dedominar y ser el primero de todos!

XI.- El que Emilio Paulo, marchando a aquella campaña,hubiera llegado al ejército con mucha prontitud y seguridad,haciendo su navegación felizmente y sin tropiezo, téngolodesde luego por cosa prodigiosa, y por lo que hace a la gue-rra misma y los sucesos de ella, parte atribuyo a lo pronto desu decisión, parte a su buen consejo, y parte también a ladiligencia de sus amigos; mas al ver que todo se hizo en vir-tud de intrepidez en los peligros y de gran firmeza en lasdeterminaciones, obra tan señalada y gloriosa como ésta noconsidero que deba atribuirse, como respecto de otros gene-rales, a la buena, dicha de este insigne varón; a no ser que sequiera llamar buena dicha de Emilio la avaricia de Perseo, lacual, temiendo por el dinero, echó por tierra y aniquiló lasgrandes y brillantes esperanzas que en aquella guerra teníanfundadas los Macedonios. Porque a su ruego acudieron a éllos Bastarnas, diez mil de a caballo y diez mil de relevo, to-dos a sueldo, hombres que no entendían de labrar la tierra,ni de navegar, ni de vivir pastoreando ganado, sino que esta-ban dados a una sola obra y a un solo arte, que era el de,

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hacer siempre la guerra y vencer a sus contendores. Luego,pues, que llegaron a acamparse cerca de Médica , mezcladoscon los soldados del rey aquellos hombres altos en su estatu-ra, ágiles en los ejercicios del cuerpo, altivos y vanagloriososen sus amenazas contra los enemigos, infundieron a los Ma-cedonios la opinión y confianza de que los Romanos no losaguardarían, sino que se asustarían al ver sus semblantes ymovimientos extraños y espantosos. Después que Perseohabía dispuesto así los ánimos, y llenándolos de tamañas es-peranzas, cuando le pidieron mil áureos por cada uno de loscapitanes, irresoluto y fuera de tino con la demanda de tantodinero, por codicia desechó y abandonó el socorro que se leofrecía, como si fuera mayordomo y no enemigo de losRomanos, y como si hubiera de dar una cuenta exacta de losgastos de la guerra a aquellos con quienes combatía, cuandoéstos le mostraban lo que había de hacer, con tener, comotenían, sobre todo el demás repuesto, cien mil hombres re-unidos y prontos para lo que fuera menester; mas él, tenien-do que contrarrestar tales fuerzas y tal guerra, en la que erainmenso lo que había de expenderse, andaba midiendo yescaseando el dinero, temiendo tocarlo como si fuese ajeno;y esto lo hacía, no uno que venía de los Lidios o de los Fe-nicios, sino uno que remedaba por el linaje la virtud de Ale-jandro y de Filipo, los cuales, con pensar que los sucesos sehabían de comprar con el dinero, y no el dinero con los su-cesos, alcanzaron cuanto se propusieron; pues se decía queno era Filipo quien tomaba las ciudades de los Griegos, sinoel oro de Filipo; y Alejandro, al emprender la expedición dela India, viendo que los Macedonios arrastraban con trabajo

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el gran botín que tomaron a los Persas, lo primero que hizofue poner fuego a sus carros, y después persuadió a los de-más que hicieran otro tanto, para marchar ágiles a la guerra,como desembarazados de un estorbo. Mas Perseo, antepo-niendo el oro a sí mismo, a sus hijos y al reino, no quiso sal-varse a costa de un poco de dinero, sino ir cautivo al igualque otros muchos, como un rico esclavo, a hacer ver a losRomanos cuánta era la riqueza que avaro y escaso les habíareservado.

XII.- Pero no solamente despidió a los Galos con em-bustes, sino que habiendo solevantado a Gentio, el rey deIliria, ofreciéndole trescientos talentos para que le auxiliaraen la guerra, llegó sí a contarles el dinero a los que vinieronde su parte, y se lo presentó para que lo sellaran; mas luego,como Gentio, en la inteligencia de tener seguro lo que habíapedido, hubiese ejecutado una acción impía y execrable, quefue prender y poner en cadenas a los embajadores que leenviaron los Romanos, entonces, echando ya cuenta Perseocon que no era necesario el alargar dinero para que Gentiohiciese la guerra, pues había dado pruebas bien seguras deenemistad y por sí mismo se había empeñado en ella consemejante injusticia, privó a aquel infeliz de los trescientostalentos, y miró con indiferencia que en pocos días hubierasido con la mujer y los hijos arrojado del reino, como de unnido, por el pretor Lucio Anicio, que había sido enviado contropas contra él. ¡Éste era el contrario con quien marchabaEmilio! Así, aunque a él le despreciaba, sus preparativos ysus fuerzas no dejaron de sorprenderle; porque los de a ca-

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ballo eran cuatro mil y pocos menos de cuarenta mil los in-fantes que formaban la falange. Retiróse con este aparato alas orillas del mar, por las faldas del Olimpo, a sitios que notenían entrada, y que además habían sido defendidos por élcon fosos y con vallados de madera; por lo que estaba sinsobresalto, creyendo que con el tiempo y los excesivos gas-tos arruinaría a Emilio. Éste en su ánimo no estaba ocioso,sino que revolvía en él toda especie de ideas y tentativas; ycomo viese que los soldados con la anterior disciplina lleva-ban mal la inacción y se propasaban a indicar cosas imprac-ticables, los reprendió sobre ello y les intimó que no se me-tieran ni pensaran en otra cosa que en ver cómo cada uno seprepararía a sí mismo y sus armas para el tiempo del com-bate, cómo usaría de la espada al modo romano, que laoportunidad el general la indicaría: mandando también quelas guardias de noche las hicieran sin lanza, para estar másatentos y defenderse mejor del sueño, ante el temor de nopoder rechazar los ataques del enemigo.

XIII.- Por lo que los soldados andaban mas alborotadosera por la falta de agua, pues la poca y mala que tenían ma-naba a la orilla del mismo mar. Reparó entonces Emilio queel monte Olimpo, tan elevado, estaba poblado de árboles; yconjeturando por el verdor de ellos que no podía menos decontener raudales que corrieran a la parte baja, les hizo abrirrespiraderos y pozos en la misma falda. Llenáronse éstos alpunto de agua clara, que corría por su peso e ímpetu del te-rreno que la estrechaba y como exprimía al sitio vacío. Contodo, no falta quien sostenga que hay fuentes de agua ya

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formada y escondida en los lugares de donde aquellas ma-nan, y que su salida no es ni descubrimiento ni rotura, sinoformación y reunión en aquel punto de materia que se liqui-da, y que esto sucede porque con la aglomeración y el frío seliquida el vapor húmedo, cuando comprimido a la parte másbaja fluye y se hace corriente; pues tampoco los pechos delas mujeres se han de considerar como odres que estén lle-nos de leche ya formada, sino que, transformando dentro desí la comida, elaboran y cuelan la leche; de esta misma mane-ra los lugares fríos y abundantes en fuentes no contienenagua oculta, ni son reservatorios que arrojen de sí los gran-des raudales de los caudalosos ríos, como de un principiopronto y permanente, sino que comprimiendo el viento y elaire, con el apretarlo y espesarlo lo vuelven en agua; y lasexcavaciones que se hacen en aquellos terrenos conducen ycontribuyen mucho para esta especie de compresión, liqui-dando y haciendo fluidos los vapores, como los pechos delas mujeres para la lactancia; por el contrario, aquellos terre-nos que están muy apretados no son a propósito para laformación del agua, porque no tienen el movimiento que laelabora.

Mas los que tales cosas profieren, como que se compla-cen en acertijos, pues dicen también que los animales notienen sangre dentro del cuerpo, sino que se forma, al serheridos, de un cierto aire, o con la mudanza de las carnes,que es la que obra su salida y su licuación. Pero a éstos losrefutan los ríos que se dirigen a lo más profundo de los luga-res subterráneos y de las minas, no formándose poco a po-co, como había de suceder si tomaran su origen de un re-

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pentino movimiento de la tierra, sino siendo ya en sí abun-dantes y caudalosos; así vemos también que, desgajándoseuna piedra, corre un gran caudal de agua y después se para.Mas baste de estas cosas.

XIV.- Estuvo Emilio en reposo por algunos días, y se di-ce que, hallándose al frente uno de otro ejércitos tan pode-rosos, jamás se vio una inquietud semejante; mas empezóluego a hacer tentativas y esfuerzos por todas partes, y comollegase a entender que un solo punto se había quedado sinfortificar por la parte de Perrebia, hacia el templo de Apoloy la Roca, trató este negocio en consejo, dándole mayor es-peranza el no estar defendido aquel sitio que temor su aspe-reza y fragosidad, que era por las que lo habían dejado sincustodiar. Entre los que se hallaban presentes, Escipión,llamado Nasica, yerno de Escipión Africano, y que másadelante tuvo mucha autoridad en el Senado, fue el primeroque se ofreció a tomar el mando para encaminarse al puntodesignado, y después de él se presentó con grande ardi-miento Fabio Máximo, el hijo mayor de Emilio, que todavíaera muy mozo. Contento, pues, Emilio, les dio no tantasfuerzas como refiere Polibio, sino las que el mismo Nasicadice haber llevado consigo en carta escrita a un rey sobreestos sucesos. Los italianos, que no eran de la tropa de línea,subían a tres mil, y el ala izquierda, a cinco mil; y tomandocon éstos Nasica ciento y veinte caballos y doscientos hom-bres de los Tracios y Cretenses, que mezclados estaban a lasórdenes de Hárpalo, marchó por el camino que conducía almar, y se acampó cerca de Heraclea, como si hubiese de

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embarcarse en las naves y cercar el ejército de los enemigos.Mas luego que los soldados comieron el rancho y sobrevi-nieron las tinieblas, descubriendo a los capitanes el verdade-ro, intento, caminó de noche en dirección opuesta al mar, yhaciendo alto, dio descanso a la tropa bajo el templo deApolo. Por esta parte, la altura del Olimpo pasa de diez es-tadios, como lo acredita una inscripción del que la midió,que dice así:

Desde el templo de Apolo hasta la cumbrees del excelso Olimpo la medida

- perpendicularmente fue tomada-de estadios una década, y sobre ella

un peletro , al que pies le faltan cuatro.Fue el medidor Xenágoras de Eumelo

Salve ¡oh rey, y feliz suceso tengas!Es opinión de los geómetras que ni la altura de los

montes ni la profundidad del mar pasan de diez estadios;pero Xenágoras parece que hizo esta medición, no a la lige-ra, sino por reglas y con los instrumentos convenientes.

XV.- Pasó allí Nasica la noche, y cuando Perseo, que veíaa Emilio al frente en suma quietud, estaba distante de pensaren lo que sucedía, le llegó un tránsfuga cretense, que vinocorriendo a noticiarle la marcha de los Romanos. Sobresal-tóse con esta nueva, y aunque no movió el ejército, ponien-do a las órdenes de Milón diez mil extranjeros estipendiariosy dos mil Macedonios, le envió a que sin dilación ocupaselos pasos. Polibio dice que los Romanos sorprendieron a

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estas tropas estando todavía dormidas; pero Nasica refiereque en las alturas hubo un reñido encuentro, y que él mismodio la muerte a un Tracio que le vino a las manos, hiriéndoleen el pecho con la lanza, con lo que el enemigo cedió; y co-mo Milón hubiese dado a huir vergonzosamente en túnica ysin armas, siguió el alcance con seguridad y condujo a lo lla-no sus soldados. Con estos sucesos levantó Perseo a todaprisa el campo, y hubo de retirarse sobrecogido ya de miedoy muy decaído de sus esperanzas. Érale, sin embargo, indis-pensable, o aguardar delante de Pidna y aventurar una bata-lla, o recibir al enemigo con un ejército dispersado por lasciudades, pues una vez descendido a lo llano no podía serarrojado sino con gran mortandad y carnicería, mientras allísus fuerzas eran grandes y el ardor de los soldados no podíamenos de anunciarse peleando por la defensa de sus hijos ysus mujeres, a presencia del rey, y tomando éste parte en lospeligros, que fue con lo que dieron ánimo a Perseo sus ami-gos. Formó, pues, su ejército y se apercibió a la pelea, reco-nociendo los sitios y distribuyendo los mandos, como parasalir de sorpresa al encuentro de los Romanos en su mismamarcha. El sitio tenía una llanura acomodada a la formaciónde la falange, que necesitaba de terreno igual, y había co-llados seguidos que favorecían las acometidas y retiradas delos cazadores y tropas ligeras. Corrían en medio los ríosEsón y Leuco, que, aunque no muy caudalosos entonces porser el fin del verano, parecía, sin embargo, que oponían a losRomanos algún obstáculo.

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XVI.- Reunióse en esto Emilio con Nasica, y descendióen orden contra los enemigos; mas luego que vio su forma-ción y su número, suspendió, maravillado, la marcha, comopara hacer entre sí algunas consideraciones. Ardían por venira las manos los caudillos jóvenes, y cercándole le rogaba queno se detuviese; sobre todo Nasica, que había adquiridoconfianza por lo bien que le había salido su expedición delOlimpo. Sonriósele Emilio, y le dijo: “Muy bien si yo tuvieratu edad; pero las muchas victorias, que me han hecho cono-cer los errores de los vencidos, me impiden el que en lamarcha trabe batalla contra una falange ordenada y descan-sada”. En seguida dio orden para que las primeras tropasque estaban a la vista de los enemigos, quedando en escua-dras, presentaran el aire de una formación, y que los de laretaguardia, mudando de posición, pusieran el valladar paraacamparse: de esta manera, yéndose quedando por orden losque estaban delante para los últimos, no se advirtió que ha-bía deshecho la formación y que todos se habían colocadosin desorden en los reales. Al hacerse de noche, y cuandodespués del rancho se iban a dormir y descansar, la luna, queestaba en su lleno y bien descubierta, empezó de pronto aennegrecerse, y desfalleciendo su luz, habiendo cambiadodiferentes colores, desapareció. Los Romanos, como es deceremonia, la imploraban para que les volviese su luz, con elruido de los metales, y alzando al cielo muchas luces contizones y hachas; mas los Macedonios a nada se movieron,sino que el terror y espanto se apoderó del campo, y entremuchos corrió secretamente la voz de que aquel prodigiosignificaba la destrucción de su rey. No era Emilio hombre

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enteramente nuevo y peregrino en las anomalías que loseclipses producen, los cuales a tiempos determinados hacenentrar la luna en la sombra de la tierra y la ocultan, hasta quepasando de la sombra vuelve otra vez a resplandecer con elsol. Mas con todo, siendo muy dado a las cosas religiosas, einclinado a los sacrificios y a la adivinación, apenas vio a laluna enteramente libre, le sacrificó once toros; no bien sehizo de día, ofreció nuevo sacrificio de la misma especie aHércules, no parando hasta veinte, y al primero y al vigési-mo se observaron prodigios que dijo adjudicaban la victoriaa los que se defendiesen. Hizo, pues, voto al mismo dios deotros cien bueyes y de juegos sagrados, mandando a los cau-dillos ordenar el ejército para la batalla; mas aguardó contodo a la inclinación y desvío del resplandor, para que el sol,desde el oriente, no los deslumbrara en la pelea dándoles decara, por lo que estuvo dando tiempo, sentado en su tienda,la que tenía abierta por la parte de la llanura y del campo delos enemigos.

XVII.- Hacia la entrada de la tarde, dicen algunos que,con designio de preparar Emilio que fuese de los enemigosla acometida, dio orden de que los Romanos soltaran poraquella parte un caballo sin freno, y que, yendo en su perse-cución, éste fue el principio de la pelea; mas otros sostienenque al retirarse con forraje los bagajes de los Romanos losacometieron los Tracios, mandados por Alejandro; que endefensa de aquellos salieron corriendo setecientos Ligures, yque acudiendo muchos al socorro de unos y otros, así fuecomo de ambas partes se trabó la pelea. Emilio, conjeturan-

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do, como un buen piloto, por el repentino ímpetu y movi-miento de los ejércitos, lo arriesgado de aquella lucha, salióde la tienda y recorrió las filas de la infantería, infundiéndo-les aliento; Nasica, que se había dirigido a las tropas ligeras,reparó en que faltaba muy poco para que estuviese ya traba-do el combate con todas las fuerzas enemigas. Venían losprimeros los Tracios, cuyo aspecto se dice ser muy fiero,hombres de procerosa estatura, con escudos blancos y re-lucientes, y botas de armadura, vestidos de túnicas negras,llevando pendientes del hombro derecho espadas largas degrave peso. Seguían a los Tracios los estipendiarios, con ar-mas muy diversas, y con ellos venían mezclados los de laPeonia. El tercer orden era de las tropas escogidas de losMacedonios, los más sobresalientes en robustez y edad,deslumbrando con armas de oro y con ropas de púrpura.Colocados éstos en formación, sobrevinieron del campa-mento las falanges con bronceados escudos, llamadas cal-cáspidas, llenando el campo del resplandor del hierro y de labrillantez del metal, y haciendo resonar por los montes lavocería y confusión de los que mutuamente se animaban;habiéndose hecho con tal arrojo y prontitud esta embestida,que los primeros cadáveres cayeron a dos estadios del cam-pamento de los Romanos.

XVIII.- Trabada la pelea, se presentó Emilio, y llegó atiempo en que ya los primeros Macedonios, enristradas laslanzas, herían en los escudos de los Romanos, que no po-dían ofenderlos en lo vivo con sus espadas. Mas cuandodespués, desprendiendo del hombro los demás Macedonios

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las adargas, y recibiendo también a una sola señal con laslanzas en ristre a los legionarios Romanos, vio la fortaleza dela formación y la presteza del ataque, no dejó de sorprender-se y concebir temor, por no haber visto nunca un espectá-culo tan terrible; así es que hacía mención frecuente deaquella sensación y de aquel espectáculo. Ostentóse enton-ces a sus combatientes con rostro sereno y placentero, reco-rriendo a caballo las filas sin yelmo y sin coraza. Mas el reyde los Macedonios, lleno de miedo, según dice Polibio, lue-go que se comenzó la batalla, huyó a caballo a la ciudad,pretextando que iba a sacrificar a Herades, que no recibesacrificios tímidos de los cobardes ni acepta votos injustos:pues no es justo en ninguna manera que el que no tira alblanco lleve el premio, ni que venza el que no resiste, ni quesalga bien el que nada hace, ni, finalmente, que tenga buenasuerte el hombre malo. Por el contrario, a los ritos de Emi-lio se prestó grato el dios, pues peleando rogaba la victoria ybuen éxito de la guerra, y combatiendo llamaba al dios en suauxilio. Con todo, un escritor llamado Posidonio, que se di-ce haber coincidido en aquellos tiempos y en aquellos suce-sos, el cual compuso la historia de Perseo en muchos libros,dice que no se retiró por miedo ni a causa del sacrificio, sinoque en el principio de la batalla le sucedió ya que un caballolo dio una coz en un muslo, y en la batalla misma, no obs-tante que se hallaba muy incomodado, y que lo conteníanlos amigos, hizo que del bagaje le trajeran un caballo; quemontando en él se colocó en la falange sin coraza, y que ti-rándose de una y otra parte muchas armas arrojadizas, lealcanzó un dardo todo de hierro, el cual no le dio de punta,

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sino que el golpe se corrió por el costado izquierdo; mas contodo, con el ímpetu de la marcha se le abrió la túnica y sevio la carne enrojecida con una gran contusión que por mu-cho tiempo conservó la señal del golpe; así es como Posido-nio hace la apología de Perseo.

XIX.- No pudiendo los Romanos romper la falangecuando llegaron a embestirla, Salio, comandante de los Pe-lignos, echó mano de la insignia de sus soldados y la arrojócontra los enemigos, por lo que, corriendo los Pelignos ha-cia aquel sitio, pues no es lícito ni aprobado entre los Italia-nos el abandonar la insignia, se vieron hechos y sucesos te-rribles en aquel encuentro de una y otra parte. Porque losunos procuraban con sus espadas apartar las lanzas, defen-derse de ellas con los escudos o retirarlas cogiéndolas con lamano, y los otros asegurando el golpe con entrambas yapartando con las mismas armas a los que los acometían,como no bastasen ni el escudo ni la coraza para contener laviolencia de la lanza, derribaban de cabeza los cuerpos de losPelignos y Marrucinos, que, desatentados, corrían encoleri-zados como fieras a los golpes contrarios y a una muertecierta. Mientras así eran molestados los de la vanguardia, nose contuvieron en su lugar los que formaban en pos de ellos,sin que esto fuese una fuga, sino una retirada al monte lla-mado Olocro: de manera que Emilio rasgó, según dice Posi-donio, sus vestiduras al ver que éstos cedían y que los demásRomanos evitaban la falange, en la que no podían hacer me-lla, pues con la espesura de las lanzas, como con un vallado,se les presentaba por todas partes invencible. Mas como ad-

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virtiese, por ser luego el terreno desigual y no poder la filamantener firme la reunión de los escudos, que la falange delos Macedonios empezaba a tener muchas interrupciones ymuchos claros, como es preciso que suceda en los ejércitosgrandes y en los encuentros diferentes de los que pelean,deteniéndose en unas partes y adelantándose en otras, reco-rrió repentinamente y dividió sus escuadrones, dándoles or-den de que metiéndose por los claros y vacíos de los enemi-gos, y trabándose con ellos, no lidiaran una sola batalla con-tra todos, sino muchas e interpoladas por partes. Luego queEmilio enteró de esto a los jefes, y los jefes a los soldados,dividiéndose éstos y metiéndose dentro de la formación,acometieron a unos por los costados que no tenían defensa,y cayeron con ímpetu sobre otros, pues ya rota la falange, sufuerza y su acción, unida enteramente, se había desvanecido;y, como en estos combates singulares y contra pocos losMacedonios hiriesen con sus cortos alfanjes en unos escu-dos firmes y muy anchos, y resistiesen mal con sus endeblesadargas a las espadas de aquellos que por su pesadez y lafirmeza de los golpes pasaban por entre toda la armadurahasta la carne, se entregaron a la fuga.

XX.- Grande era la contienda contra éstos; y en ellaMarco, el hijo de Catón, yerno de Emilio, que había dadopruebas del mayor valor, perdió la espada. Como era propiode un joven instruido en muchas ciencias, y que a su granpadre era deudor de hechos correspondientes a una granvirtud, teniendo por la mayor afrenta que vivo él quedarauna prenda suya en poder de los enemigos, corre la línea y

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donde ve algún amigo o deudo le refiere lo que le ha sucedi-do y le pide auxilio. Reúnensele muchos de los más esforza-dos, y rompiendo con ímpetu por entre los demás, bajo laguía del mismo Marco, se arrojan sobre los contrarios. Reti-rándolos con muchas heridas, y dejando el sitio desierto ydespejado, se dedican a buscar la espada. Aunque con grandificultad, halláronla por fin escondida bajo montones dearmas y de cadáveres, con lo que alegres y triunfantes cargancon mayor denuedo sobre aquellos enemigos que aún resis-tían. Finalmente, los tres mil escogidos, manteniendo supuesto y peleando siempre, todos fueron deshechos; hízoseen los demás que huían terrible carnicería, tanto, que el valley la falda de los montes quedaron llenos de cadáveres, y losRomanos, al pasar al día siguiente de la batalla el río Leuco,vieron sus aguas teñidas todavía en sangre. Dícese que mu-rieron más de veinticinco mil; de los Romanos perecieron,según dice Posidonio, ciento, y según Nasica, ochenta.

XXI.- Tuvo esta gran batalla una terminación muypronta, porque habiéndose comenzado a la novena hora,antes de la décima habían ya alcanzado la victoria. Lo querestaba del día lo emplearon en seguir el alcance, persiguién-dolos hasta ciento y veinte estadios; de manera que ya seretiraron entrada la noche. Saliéronlos a recibir los criadoscon antorchas, y con gran regocijo y algazara los condujerona las tiendas, que estaban iluminadas y adornadas con coro-nas de hiedra y laurel; mas el general recibió una terrible pe-sadumbre, porque militando en su ejército dos de sus hijos,no parecía por ninguna parte el más joven de ellos, que era

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al que más amaba, y al que veía sobresalir por su natural in-clinación a la virtud entre sus hermanos. Siendo de un áni-mo arrojado y pundonoroso, y todavía de edad muy tierna,tenía por cierta su pérdida, creyendo que por la inexperien-cia se habría metido entre los enemigos en lo recio de la pe-lea. Con esta incertidumbre daba extremadas muestras dedolor; lo que, sentido por todo, el ejército, se pusieron enmovimiento, dejando los ranchos, y empezaron a marcharcon luces, unos a la tienda de Emilio, y otros a buscarle de-lante del campamento entre los primeros cadáveres, fue su-mo el disgusto del ejército y el ruido que se promovió poraquella llanura, llamando todos a Escipión, porque a todosles pareció desde el principio a propósito para el mando y elgobierno, y moderado en sus costumbres tanto como el quemás de sus deudos. Era ya muy tarde, y casi se había perdidotoda esperanza, cuando se le vio retirarse del alcance condos o tres de sus amigos, lleno todavía de sangre de loscontrarios, porque como cachorro de generosa raza se habíaido muy adelante, entusiasmado desmedidamente con el go-zo de la victoria. Este el aquel Escipión que más adelantedestruyó a Cartago y Numancia, y fue con mucha ventaja elprimero por su virtud y el de mayor poder entre los Roma-nos de su edad. Dilatóle a Emilio la Fortuna para otro tiem-po el acíbar de este triunfo, dándole entonces llenamente elsabroso placer de la victoria.

XXII.- Perseo marchó huyendo de Pidna a Pela, habién-dose salvado de la batalla casi todos los de a caballo; mascomo los alcanzase la infantería, empezólos a denostar porcobardes y traidores, derribándolos de los caballos y dándo-

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les de golpes; por lo que, temeroso de aquel alboroto, sacóel caballo del camino, y quitándose la ropa de púrpura parano ser conocido, la puso en la grupa, y la diadema la tomóen sus manos; y habiendo hablado a sus amigos sin parar deandar, echó pie a tierra y tomó el caballo del diestro. Deaquellos, uno empezó a fingir que se aseguraba el zapato quese le había desatado; otro, que daba de beber al caballo;otro, que tenía sed, y yéndole dejando de esta manera, a todaprisa lo abandonaron, no tanto por temor de los enemigos,como de su crueldad. Agitado con tantos males, procurabaechar a todos, apartándola de sí, la culpa de aquella derrota.Entró, ya llegada la noche, en Pela; y como al recibirle Euctoy Euleo, que eran los encargados del tesoro, le hicieran algu-nas reconvenciones sobre lo sucedido, y le hablaran y acon-sejaran tan franca como inoportunamente, montó en cóleray dio por sí mismo muerte a ambos con su espada; con loque nadie quedó a su lado, fuera de Evandro de Creta, Ar-quedamo de Etolia y Neón de Beocia. De los soldados si-guiéronle los Cretenses, no tanto por afición como por go-losina de sus riquezas, al modo que las abejas a los panales.Porque era mucho lo que llevaba y lo que presentó a la codi-cia de los Cretenses para robarlo, en vasos, fuentes y demásvajilla de plata y oro, hasta la suma de cincuenta talentos.Pasó primero a Anfípolis, y de allí después a Galepso, y co-mo se le hubiese desvanecido un poco el miedo recayó nue-vamente en el más antiguo de sus vicios, que era la avaricia;quejóse, pues, con sus amigos, de que neciamente habíaabandonado a los Cretenses algunas de las brillantes alhajasde Alejandro el Grande, exhortando a los que las tenían, no

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sin ruegos y lágrimas, a que las cambiaran por dinero. Losque le conocían bien no dudaron que aquello era cretizarcon los Cretenses; mas ellos cayeron en el lazo, y entregán-dolas, se quedaron sin nada, porque no les dio el dinero; yaun tomó prestados de los amigos treinta talentos, los mis-mos que de allí a poco habían de ocupar los enemigos y conaquellos navegó a Samotracia, donde, fugitivo, se acogió altemplo de los Dioscuros.

XXIII.- Habían tenido siempre fama los Macedonios deser amantes de sus reyes, pero entonces, abatidos todos co-mo cuando de pronto falta el apoyo, se entregaron a Emilio,al que en dos días hicieron dueño de toda la Macedonia; estehecho parece conciliar mayor crédito a los que atribuyentodos estos sucesos a un especial favor de la Fortuna. Peroaún es más maravilloso lo que acaeció en el sacrificio: puessacrificando Emilio en Anfípolis, en el acto mismo cayó unrayo en el ara, el que abrasó las víctimas y perfeccionó la ce-remonia. Con todo, aun sube de punto sobre este prodigio ysobre la dicha de Emilio la rapidez de la fama, pues al díacuarto de haber alcanzado de Perseo esta victoria de Pidna,estando en Roma el pueblo viendo unas carreras de caballos,repentinamente corrió la voz en los primeros asientos delteatro de que Emilio, habiendo vencido a Perseo en unagran batalla, había subyugado toda la Macedonia, y de allí sedifundió luego la misma voz por toda la concurrencia; conlo que en aquel día, fue grande el gozo que con algazara yregocijo se apoderó de la ciudad. Mas como luego se vieseque aquel rumor vago no tenía apoyo u origen seguro, por

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entonces se desvaneció y disipó; pero tenida a pocos días lanoticia positiva, se pasmaron todos de aquel anticipadoanuncio, que pareciendo falso dijo la verdad.

XXIV.- Dícese que de la batalla de los Italianos junto alrío Sagra se tuvo noticia en el mismo día en el Peloponeso,así como en Platea de la de Mícale contra los Medos; ycuando los Romanos vencieron a los Tarquinos y a los delLacio sus auxiliadores, de allí a muy poco llegaron dos men-sajeros, varones de gran belleza y estatura, que trajeron elaviso, y se conjeturó que eran los Dioscuros. El primero quetropezó con ellos en la plaza, cuando junto a la fuente esta-ban dando de beber a sus caballos cubiertos de sudor, sequedó pasmado con el anuncio de esta victoria: ellos des-pués se dice que le cogieron con la mano la barba sonrién-dosele blandamente, y como al punto la barba negra se vol-viese roja, este suceso concilió crédito a la noticia, y a aquelhombre el apellido de Enobarbo, que viene a ser el de labarba bronceada. También ha ganado crédito a todas estasrelaciones lo sucedido en nuestros días, porque cuando An-tonio se rebeló contra Domiciano se esperaba enconadaguerra de parte de la Germanía; y siendo grande la turbaciónen Roma, de repente y por sí mismo difundió el pueblo lafama de una victoria, corriendo por toda Roma la voz deque el mismo Antonio había sido muerto, y de que, derrota-do su ejército, ni señal había quedado de él. Esta noticia ad-quirió tal certeza y seguridad, que muchos de los principalesofrecieron sacrificios. Inquirióse luego sobre el primero quelo refirió, y como no aparecía nadie, sino que el rumor co-

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rriendo de unos en otros se desvaneció, viniendo a lo últimoa parar en nada arrojado en una muchedumbre confusa co-mo en un piélago inmenso, sin que se le diese origen ningu-no cierto, aquella fama se borró del todo en la ciudad. Mascuando ya Domiciano había marchado con su ejército a laguerra, le encontró en el camino la noticia, y cartas en que sele daba cuenta de la victoria, y se halló que el día de la famafue el mismo que el del suceso, habiendo de distancia de unpunto a otro más de veinte mil estadios: cosa que de los denuestra edad no ignora nadie.

XXV.- Gneo Octavio, colega de Emilio en el mando,que aportó a Samotracia, respetó para con Perseo el asilo enhonor de los Dioses, pero le cerró la salida y la fuga por elmar: con todo, pudo a escondidas ganar a un tal Oroandesde Creta, que tenía un barquichuelo, para que le admitiese enél con sus riquezas; mas éste, usando de las artes cretenses,tomó de noche todo su caudal, y diciéndole que a la si-guiente fuese al puerto Demetrio con los hijos y la familiaprecisa, se hizo a la vela al mismo anochecer. Pasó en estaocasión Perseo por angustias bien miserables, habiendo te-nido que salvar la muralla por una estrecha tronera él, sushijos y su mujer, no estando todavía hecho a riesgos y tra-bajos: así, lanzó un lamentable suspiro, cuando andandoperdido en la playa se llegó a él uno y le dijo haber visto queOroandes había salido apresuradamente al mar. Porque cla-reaba ya el alba, y destituido de toda esperanza se retiró co-rriendo hacia la muralla, no sin ser de los Romanos observa-do; mas con todo logró adelantarse a ellos con su mujer.

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Los hijos, tomándolos por la mano, los había entregadoa Ion, y éste, que antes había sido el favorito de Perseo, seconvirtió entonces en traidor; lo que principalmente contri-buyó a que aquel desgraciado, como fiera que ha perdido suscachorros, se viera en la precisión de dejarse prender y en-tregar su persona a los que ya se habían apoderado de sushijos. Tenía su principal confianza en Nasica, y por éste pre-guntaba; mas como no pareciese, lamentando su suerte, ysujetándose a la necesidad, se puso como cautivo en manosde Gneo, manifestando bien a las claras que era en él un vi-cio más ruin que el de la avaricia el de la cobardía y apego ala vida, por el cual se privó del único bien que la Fortuna nopuede arrebatara los caídos, que es la compasión. Porquehabiendo rogado que le llevaran a la presencia de Emilio,éste, como debía hacerse con un hombre de tanta autoridadsobre quien había venido una ruina tan terrible y desgracia-da, levantándose de su asiento salió a recibirle con sus ami-gos, derramando lágrimas, y él, poniendo el rostro en elsuelo, que era un vergonzoso espectáculo, y abrazándole lasrodillas, prorrumpió en exclamaciones y ruegos indecentes,que Emilio no pudo escuchar con paciencia, sino que, mi-rándole con rostro enojado y severo: “Miserable- le dijo-¿Por qué libras a la Fortuna de uno de sus mayores cargos,haciendo cosas por las que se ve que si eres desgraciado lotienes merecido, y que no es de ahora sino de siempre habersido indigno de ser dichoso? ¿Por qué echas a perder mivictoria y apocas mi triunfo, haciendo ver que no eras unenemigo noble y digno de los Romanos? La virtud alcanzapara los desgraciados gran parte de reverencia aun entre los

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enemigos, pero la cobardía, aun cuando sea afortunada, espara los Romanos la cosa más despreciable”.

XXVI.- Con todo, levantándole y dándole la diestra, loencomendó a Tuberón, y reuniendo después fuera de latienda a sus hijos y yernos, y a los más jóvenes de los quetenían mando, estuvo largo rato pensativo entre sí con gransilencio, tanto, que todos estaban admirados; mas comen-zando luego a disertar sobre la fortuna de los sucesos huma-nos: ¿Habrá hombre- exclamó- que en la presente prosperi-dad crea que le es dado engreírse y envanecerse de que hasojuzgado una nación, una ciudad o un reino? La Fortuna,poniéndonos a la vista esta mudanza como un ejemplo en elque todo conquistador contemple la común flaqueza, nosamonesta que nada debemos considerar como estable y se-guro; porque ¿cuál será el tiempo en que pueda el hombrevivir confiado, cuando el dominar a los otros obliga a estarmás temeroso de la Fortuna, y la idea de que la suerte re-vuelve y acarrea por veces iguales desastres, ahora a unos yluego a otros, debe infundir recelos al que se huelga comomás favorecido? ¿Acaso viendo que la herencia de Alejan-dro, cuyo poder y dominación llegó al grado más alto que seha conocido, en menos de una hora la habéis humillado bajovuestros pies, y que unos reyes, que poco ha imperaban atantas legiones de infantería y a tantos escuadrones de caba-llería, reciben ahora la comida y bebida diaria de manos delos enemigos, podéis pensar que vuestras cosas han de teneruna consistencia que pueda prevalecer contra el tiempo?¿No será más razón que, dando de mano a ese orgullo y a

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esa vanidad de la victoria, reprimáis vuestros ánimos, estan-do siempre atentos a lo futuro, para ver qué fin prepara elhado a cada uno de vosotros en contrapeso de tamaña feli-cidad?” Pronunciadas estas y otras semejantes razones, sedice que despidió Emilio a aquellos jóvenes, y que los dejómuy corregidos de su vanagloria y altanería, conteniéndoloscomo un freno con aquella alocución.

XXVII.- Dio después de esto descanso al ejército, y to-mó para sí por tarea y por honroso y humano recreo el vi-sitar la Grecia; porque recorriendo y tomando bajo su ampa-ro los pueblos, confirmó su gobierno y les hizo donativos, aunos de granos y a otros de aceite; pues se cuenta haber sidotan grande el repuesto que se encontró, que antes faltó aquién darlo y quién lo pidiese, que agotarse lo que se teníaprevenido. Habiendo visto en Delfos un gran pedestalconstruido de piedras blancas, sobre el que había de colocar-se una estatua de oro de Perseo, mandó que en vez de aque-lla se pusiese la suya, pues era razón que los vencidos cedie-sen su puesto a los vencedores. Y en Olimpia se refiere queprofirió aquel dicho tan celebrado: Que Fidias había esculpido elZeus de Homero. Al llegar de Roma diez mensajeros, restituyóa los Macedonios su tierra y sus ciudades libres e indepen-dientes, mas con el tributo a favor de Roma de cien talentos,menos de la mitad de aquello con que contribuían a los re-yes; ordenó espectáculos y juegos de todas especies y sacrifi-cios a los Dioses, y dio cenas y banquetes, gastando conprofusión de la despensa real; pero en el orden y aparato, enlas salutaciones y demás cumplidos, en la distribución del

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lugar y honor que a cada uno le era debido, manifestó unconocimiento tan diligente y cuidadoso, que se maravillaronlos Griegos de que para tales desahogos no le faltase aten-ción, sino que, con ejecutar tan grandes hazañas, aun las co-sas pequeñas las pusiese tan en su punto. Estaba tambiénmuy complacido por advertir que entre tanta prevención ytanto brillo él era el más dulce recreo y espectáculo para losque con él asistían. A los que mostraban maravillarse de sudesvelo respondía que a un mismo ingenio pertenecía dis-poner bien un ejército y un banquete: aquel para hacerle elmás terrible a los enemigos, y éste el mas grato a los convi-dados. Ni era menos celebrada de todos su liberalidad ygrandeza de ánimo; pues con haber encontrado amontona-do mucho oro y mucha plata en los tesoros del rey, ni si-quiera quiso verlo, sino que lo puso a disposición de loscuestores para el erario. Solamente a aquellos de sus hijosque eran dados a las letras les permitió escoger entre los li-bros del rey, y al distribuirlos premios del valor dio a ElioTuberón, su yerno, una copa de peso de cinco libras. Este esaquel Tuberón de quien dijimos vivía con once parientessuyos en una misma casa, manteniéndose todos con el pro-ducto de un campo muy pequeño. Dícese que esta fue laprimera plata que entró en la casa de los Elios, ganada con lavirtud y el valor, y que fuera de esta alhaja, nunca ni ellos nisus mujeres usaron cosa de oro o plata.

XXVIII.- Habiendo ordenado convenientemente todossus negocios, se despidió de los Griegos, y exhortando a losMacedonios a que tuvieran en memoria la libertad recibidade los Romanos, y a que la conservasen con las buenas leyes

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y la concordia, se retiró a Epiro, por haber recibido un de-creto del Senado, en el que se le prescribía que de aquellasciudades tomara con qué socorrer a los soldados que bajosus órdenes habían peleado en la batalla contra Perseo. Pro-púsose que se cayera sobre todos repentinamente y cuandonadie lo esperase, para lo que hizo comparecer a diez hom-bres de los principales de dicha ciudad, y les dio orden deque cuanta plata y oro hubiese en las casas y en los templosla recogiesen para el día señalado; dio a cada diputación,como si fuera para aquel objeto, una escolta de soldados yun caudillo, el cual había de aparentar que buscaba y recogíael dinero. Llegado el día, a una y en un mismo momento seentregaron todos a la persecución y saqueo de los enemigos;de manera que en sola una hora hicieron cautivos a cientocincuenta mil hombres y arrasaron setenta ciudades, y novino a recibir cada soldado en donativo arriba de oncedracmas, con haber sido tal la destrucción y ruina: horrori-zando a todos el fin de esta guerra, viendo que tan poca erala utilidad y ganancia que a cada uno había resultado deldestrozo de toda una nación.

XXIX.- Emilio se vio en la precisión de ordenarlo muycontra su naturaleza, que era benigna y apacible; y una vezejecutado bajó a Orico, de donde, hecha la travesía para laItalia con sus tropas, subió luego por el río Tíber en una ga-lera real de diez y seis remos, adornada con armas de las co-gidas a los enemigos y con ropajes de grana y de púrpura; demodo que los Romanos, que por las orillas concurrían comoa un espectáculo triunfal, gozaron anticipadamente de su

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pompa, llegando bien adelante, por cuanto la corriente ape-nas daba paso a la embarcación. Repararon entonces lossoldados en el inmenso botín, y como, no les había tocadolo que deseaban, incomodáronse dentro de sí mismos poresta causa, quedando muy irritados contra Emilio; pero enpúblico se quejaron de que los había tratado dura y despóti-camente, y con este pretexto no hicieron gran empeño paraque se le decretara el triunfo. Llególo a entender Sergio Gal-ba, enemigo de Emilio, que había sido tribuno bajo sus ór-denes, y se presentó a sostener decidida y manifiestamenteque no debía concedérsele. Levantándole, pues, entre la tur-ba militar muchas calumnias, y atizando el encono con queya le miraban, pidió a los tribunos de la plebe otro día, por-que aquel no podía bastar para la acusación, no quedando yasino cuatro horas. Mas los tribunos le prescribieron que di-jese lo que tuviera que decir, y él, empezando de muy lejos yhaciendo un discurso lleno de toda especie de dicterios,consumió todo el tiempo; y como, por haberse hecho denoche, los tribunos disolviesen la junta, los soldados se unie-ron a Galba, tomando con éste bríos, y animándose unos aotros se volvieron a presentar muy de mañana en el Capito-lio: porque allí habían de tener los tribunos la nueva junta.

XXX.- Hízose la votación luego que fue de día, y la pri-mera tribu votó contra el triunfo. Difundióse la noticia porla ciudad, y llegó a conocimiento del pueblo y del Senado.La plebe veía con disgusto el que se afrentase a Emilio, so-bre lo que prorrumpía en inútiles quejas; pero los principalesdel Senado, diciendo a gritos que era insufrible lo que pasa-

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ba, se incitaban unos a otros para hacer frente al desacato ytemeridad de los soldados, que si no se le opusiese resisten-cia se propasaría a todo desorden y violencia, saliéndose conprivar a Emilio de los honores de la victoria. Penetraron,pues, por entre la muchedumbre, y, subiendo en gran núme-ro, intimaron a los tribunos que suspendiesen la votaciónhasta que manifestasen al pueblo cuáles eran sus deseos.Contuviéronse todos, e impuesto silencio, se levantó MarcoServilio, varón consular, que en desafío había muerto aveintitrés enemigos, y “ahora conozco- dijo- cuán grandegeneral es Paulo Emilio, viendo que con un ejército, en queno se advierte sino indisciplina y maldad, ha podido ejecutartan grandes y tan singulares hazañas, y me maravillo de queel pueblo, que tanto se honra con los triunfos alcanzados delos Ilirios y de los Ligures, no quiera hacer demostración porhaberse tomado vivo con las armas romanas al rey de losMacedonios y haber sido traída en cautiverio la gloria deAlejandro y de Filipo. Porque ¿no será cosa extraña que sediga que a la primera voz, todavía incierta, de esta victoria,esparcida por la ciudad, sacrificasteis a los Dioses, haciendovotos por ver cuanto antes cumplido aquel rumor, y quecuando el general viene con la certeza de la victoria privéis alos Dioses de su debido honor y a vosotros mismos del re-gocijo que es propio, como si temieseis que se manifestase lagrandeza de tan admirable suceso, como si tuvieseis mira-miento con el rey cautivo? Y en caso, menos malo sería queel triunfo se negase por compasión a éste, que no por envi-dia al general. Pero la malignidad ha tomado tanto ascen-diente entre vosotros, que un hombre jamás herido y de

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cuerpo garboso y adamado, como criado a la sombra, seatreve en materia de mando militar y de triunfo a llevar lavoz ante vosotros mismos, amaestrados con tantas heridas adiscernir entre la virtud y la inutilidad de los generales”. Y aldecir esto, desabrochándose la ropilla, mostró en el pechouna multitud increíble de cicatrices; pasó después a descubrirciertas partes del cuerpo, que no parece decente desnudarante el pueblo, y volviéndose a Galba: “Tú, sin duda, le dijo,te burlas de estas señales, mas yo las ostento con vanidad amis conciudadanos, pues por ellos, no bajando del caballo nide día ni de noche, las he recibido; pero vamos, llévalos avotar, que yo bajaré y los seguiré a todos, y con esto cono-ceré quiénes son los malos y desagradecidos y los que en laguerra quieren más alborotar que obedecer a guardar disci-plina”.

XXXI.- Dícese que de tal modo quebrantó y sorprendióa la gente de guerra este discurso, que después, por las otrastribus, le fue a Emilio decretado el triunfo. Ordenóse luego,según la memoria que ha quedado, de esta manera: el pue-blo, habiéndose levantado tablados en los teatros para lascarreras de los caballos, que se llaman circos, y en las inme-diaciones de la plaza, y en todos los parajes por donde habíade pasar la pompa, la vio desde ellos, yendo toda la gentevestida muy de limpio; los templos todos estaban abiertos yllenos de coronas y perfumes; muchos alguaciles y maceros,apartando a los que indiscretamente corrían y se ponían enmedio, dejaban libre y desembarazada la carrera. La ceremo-nia toda se repartió en tres días, de los cuales en el primero,

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que apenas alcanzó para el botín de las estatuas, de las pin-turas y de los colosos, tirado todo por doscientas yuntas,esto mismo fue lo que hubo que ver. Al día siguiente pasa-ron en muchos carros las armas más hermosas y acabadas delos Macedonios, brillantes con el bronce o el acero reciénacicalado. La colocación, dispuesta con artificio y orden, pa-recía fortuita y como hecha por sí misma; los yelmos sobrelos escudos; las corazas junto a las canilleras; las adargascretenses, las rodelas de Tracia, las aljabas mezcladas con losfrenos de los caballos, a su lado espadas desnudas, y junto aéstas, las lanzas macedonias, habiéndose dejado huecos pro-porcionados entre todas estas armas, con lo que en la mar-cha, dando unas con otras, formaban un eco áspero y desa-pacible, que aun con provenir de armas vencidas hacía quesu vista inspirase miedo. En pos de estos carros de armasmarchaban tres mil hombres, conduciendo la moneda deplata en setecientas y cincuenta esportillas de a tres talentos,y a cada uno de éstos le acompañaban otros cuatro. Seguíanluego otros, que conducían salvillas, vasos, jarros y tazas deplata, muy bien colocadas todas estas piezas para que pudie-ran verse, y primorosas en sí, y por lo grandes y dobles queaparecían.

XXXII.- En el día tercero, muy de mañana, abrieron lapompa trompeteros, que tocaban, no una marcha com-pasada y propia del caso, sino aquella con que se incitan losRomanos a sí mismos en medio de la batalla; y en seguidaeran conducidos ciento veinte bueyes cebones, a los que seles habían dorado los cuernos, y que habían sido adornados

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con cintas y coronas. Los jóvenes que los llevaban, ceñidoscon fajas muy vistosas, los guiaban al sacrificio, y con ellosotros más mocitos con jarros de plata y oro para las libacio-nes. Venían luego los que conducían la moneda de oro, re-partida en esportillas de a tres talentos, como la de plata, yéstas eran al todo setenta y siete. Tras éstos seguían los queconducían el ánfora sagrada, que Emilio había hecho guar-necer con pedrería de hasta diez talentos, y los que iban en-señando las antigónidas, las seléucidas, las tericleas y demáspiezas de la vajilla que usaba Perseo en sus banquetes. Enpos iba el carro de Perseo y sus armas, y la diadema puestasobre las armas. Después, con algún intervalo, eran condu-cidos como esclavos las hijos del rey, y con ellos una turbade camareros, de maestros y de ayos, bañados en lágrimas, yque tendían las manos a los espectadores, adiestrando a losniños a pedir y suplicar. Eran éstos dos varones y una hem-bra, poco atentos a la magnitud de sus desgracias a causa dela edad, y por lo mismo esta simplicidad suya en semejantemudanza los hacía más dignos de compasión; de manera queestuvo en muy poco el que Perseo se les pasase sin ser visto,tan fija tenían los Romanos la vista por compasión sobreaquellos inocentes. A muchos les sucedió caérseles las lágri-mas, y entre todos no hubo ninguno para quien en aquelespectáculo no estuviese mezclado el pesar con el gozohasta que los niños hubieron pasado.

XXXIII.- No venía muy distante de los hijos y de su ser-vidumbre el mismo Perseo, envuelto en una mezquina capa,calzado al estilo de su patria y como embobado y entonteci-

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do con el exceso de sus males; seguíanle inmediatamentemuchos amigos y deudos, anegados sus rostros en llanto, ymanifestando a los espectadores con mirar incesantemente aPerseo, y llorar, que era la suerte de aquel por la que se do-lían, teniendo en muy poco la propia desventura. Habíasedirigido antes a Emilio, pidiéndole que no le llevasen en lapompa y que le excusara el triunfo; mas éste, escarnecién-dole, a lo que parece, por su cobardía y apego a la vida;“pues esto- respondió- en su mano ha estado, y lo está to-davía sí quiere”, dando a entender que, pues, por cobardíano había tenido valor para sufrir la muerte antes que laafrenta, seducido con lisonjeras esperanzas, esto era lo quehabía hecho que fuera contado entre sus despojos. Veníanen pos inmediatamente cuatrocientas coronas de oro, quelas ciudades habían enviado con embajadas a Emilio porprez de la victoria. Finalmente, venía él mismo, conducidoen un carro magníficamente adornado; varón que, aun sintanta autoridad, se atraía las miradas de todos. Vestía un ro-paje de diversos colores, bordado de oro, y con la diestraalargaba un ramo de laurel. Iguales ramos llevaba el ejércitoque iba en pos del carro del general, formado por compa-ñías y batallones, cantando ya canciones patrióticas, serias yjocosas, y ya himnos de victoria y alabanzas de los sucesos,encaminadas principalmente a Emilio, mirado y acatado detodos, y sin dar envidia a ninguno de los hombres de bien,sino que debe de haber algún mal Genio que tenga por ofi-cio apocar las grandes y sobresalientes felicidades y aguar lavida de los hombres, para que ninguno la tenga exenta y pu-ra de males, sino que parezca que aquel sale bien librado,

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según la sentencia de Homero, en cuyos sucesos alternati-vamente use de sus mudanzas la Fortuna.

XXXIV.- Así es que, teniendo Emilio cuatro hijos, dostrasladados a otras familias, como ya dijimos, a saber, Esci-pión y Fabio, y dos en la edad de la puericia, que los mante-nía en casa, nacidos de la segunda mujer, de éstos el uno fa-lleció cinco días antes de triunfar el padre, en la edad de ca-torce años, y el otro murió de doce, tres días después de lamisma ceremonia; de manera que no hubo Romano a quienno alcanzase aquella pesadumbre: y antes todos se horroriza-ron de tal crueldad de la Fortuna, que no tuvo reparo enderramar tanto luto sobre una casa abastada de respeto, dejúbilo y de fiestas, mezclando los lamentos y las lágrimas conlos himnos de victoria y los triunfos.

XXXV.- Por lo que hace a Emilio, teniendo bien con-siderado que los hombres han menester valerse de la forta-leza y osadía, no sólo contra las armas y las lanzas, sino tam-bién contra todos los casos de la Fortuna, se preparó y dis-puso de tal manera para esta mezcla de sucesos, que, com-pensándose lo adverso con lo próspero y lo doméstico conlo público, en nada se apocó la grandeza o se oscureció elesplendor de su victoria. Por tanto, luego que dio sepulturaal primero de sus hijos, celebró el triunfo como hemos di-cho; y muerto el segundo, después de aquella solemnidad,congregó a los Romanos en junta pública y les dirigió unrazonamiento propio, no de un hombre que necesitaba con-suelo, sino de quien se proponía consolar a sus conciudada-

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nos afligidos con sus propios infortunios. “Nunca temí na-da- les dijo- en las cosas humanas; mas en las superiores,recelando siempre de la Fortuna como de la cosa más insta-ble y varia, al ver que más principalmente en esta guerra,como un viento favorable, había precedido a mis negocios,no dejé de esperar alguna mudanza y contrariedad. Porqueatravesando desde Brindis al Mar Jonio, en un día aporté aCorcira, y estando allí al séptimo en Delfos sacrificando aApolo, en otros cinco me reuní con el ejército; y hecha laceremonia de su purificación, según costumbre, dando prin-cipio a las operaciones de guerra, en otros quince días le di elcomplemento más glorioso. Desconfiado, pues, de la Fortu-na por el curso tan próspero de los sucesos, pues que fuegrande la seguridad y ninguno el peligro de parte de losenemigos, entonces más particularmente empecé a temerpara el regreso por mar la mudanza de algún Genio, habien-do vencido con feliz suerte tan numeroso ejército y trayen-do despojos y reyes cautivos.vosotros, y encontrando la ciudad rebosando júbilo, enaplausos y en fiestas, todavía no dejé de sospechar de laFortuna, sabiendo que no lisonjea en las cosas grandes a loshombres con nada que sea cierto y sin desquite; nunca mialma depuso este miedo, agitada siempre y en observaciónde lo futuro, hasta que me hirió en mi casa con tamaña des-ventura, teniendo que celebrar unos en pos de otros, en losdías más festivos y solemnes, los funerales de los dos másamables hijos que había reservado para que fuesen mis here-deros. Considérome, pues, ahora, fuera de todo grave peli-gro, y aun conjeturo y pienso que para mí mismo ha de

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permanecer ya la Fortuna inocente y segura, pues parece quese ha valido para mi castigo de males tan grandes como hansido mis prosperidades: no siendo menos evidente el ejem-plo que da de la humana miseria en el triunfador que en elconducido triunfo, y aun con la diferencia de que Perseo,vencido, conserva sus hijos, y el vencedor Emilio ha perdidolos suyos”.

XXXVI.- Este fue el magnífico y noble razonamientoque con sencilla y verdadera prudencia se dice haber dirigidoEmilio al pueblo en aquella sazón. En cuanto a Perseo, aun-que aquel tuvo ánimo de manifestar compasión por la mu-danza de su suerte y prestarle auxilios, nada más se sabe sinoque fue trasladado de la que los Romanos llaman cárcel a unlugar más decente, en el que, se le trató con más humanidad;pero custodiado siempre en él, según la opinión del mayornúmero de escritores, se quitó a sí mismo la vida, negándosea tomar alimento. Más con todo, hay algunos que señalanotra causa particular y extraña de su muerte; pues dicen queestando incomodados e irritados con él los soldados encar-gados de custodiarle, como no pudiesen ofenderle ni mo-lestarle en otra cosa, le despertaban del sueño, estandosiempre atentos a que no se durmiese y a desvelarle por to-dos medios, hasta tanto que con esta especie de mortifica-ción acabó sus días. Murieron también dos de sus hijos, ydel tercero llamado Alejandro, se dice que fue primoroso yde grande ingenio en el cincelar y tornear; y que habiendoaprendido las letras y la lengua romana, fue amanuense delos primeros magistrados, por haberse visto que era muydiestro y elegante en este ejercicio.

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XXXVII.- Entre estos brillantes sucesos de la guerramacedónica, lo que concilió a Emilio mayor aprecio entretodos fue haber puesto en el erario tal cantidad de dinero,que no hubo necesidad de que contribuyera el pueblo hastalos tiempos de Hircio y Pansa, que fueron cónsules hacia laprimera guerra de Antonio y César; pero lo más particular yadmirable en Emilio fue que con ser muy venerado y honra-do del pueblo, se mantuvo siempre, sin embargo, en el par-tido aristocrático, no diciendo ni haciendo nunca nada porcomplacer a la muchedumbre, sino uniéndose siempre en lascosas de gobierno con los más distinguidos y principales dela república, que fue con lo que más adelante reconvinoApio a Escipión Africano. Porque siendo ambos entoncesde los más principales de la ciudad, pidieron a un tiempo ladignidad censoria: aquel, teniendo de su parte al Senado y alos más principales, manejo que en los Apios era hereditario,y éste, aunque grande de por sí, favorecido siempre con elcelo y amor de la muchedumbre. Pues como al entrar en laplaza Escipión le viese Apio llevar a su lado a hombres rui-nes y de condición servil, libertos y propios para concitar lamuchedumbre y violentarlo todo con atropellamiento y gri-tería, alzando la voz: “¡Oh Paulo Emilio- le dijo-, gime de-bajo de tierra al ver que Emilio el pregonero y Licinio Filo-nico promueven a la censura a tu hijo!” Así Escipión, favo-reciendo al pueblo, se ganó su benevolencia; y Emilio, conser del partido aristocrático, no fue por esto menos amadode la muchedumbre que el que pudiera parecer más dema-gogo y más dedicado a lisonjear al pueblo. Vióse esto en que

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le tuviesen por digno de otros cargos, y del de la misma cen-sura, que es el más sagrado de todos y el de mayor autoridadpara otras cosas y para el examen del modo de vivir de cadauno. Porque tienen los censores facultad para excluir delSenado al que vive desarregladamente, para nombrar al demayor probidad y para castigar a los jóvenes privando de ladignidad ecuestre al que es disipador. Tócales también elinvestigar la hacienda de cada uno y celebrar el lustro; y ensu tiempo se halló ser el censo de Roma trescientos treinta ysiete mil cuatrocientos cincuenta y dos hombres, dio asi-mismo el primer lugar en el Senado a Marco Emilio Lépido,que ya cuatro veces había obtenido esta preferencia; expelióde él a tres senadores de los de menos nombre, y tanto élmismo como su colega Marcio Filipo se condujeron conmucha moderación en el examen de los escritos en el ordenecuestre.

XXXVIII.- Llevados a cabo muchos y grandes negocios,fue acometido de una enfermedad peligrosa al principio, pe-ro después sin riesgo, aunque trabajosa y de desesperada cu-ración. Persuadiéronle los médicos que pasase a Elea de Ita-lia [Velia], donde permaneció largo tiempo en países litora-les, en que gozaba de la mayor quietud; pero los Romanosdeseaban verle, y en los teatros se habían dejado oír muchasvoces que indicaban este deseo; por lo que, como fuese pre-ciso un solemne sacrificio y se sintiese con alivio, regresó aRoma. Celebró, pues, el indicado sacrificio con los demássacerdotes, concurriendo mucho pueblo, y manifestándosemuy contento, y al día siguiente sacrificó él mismo a los

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Dioses otra vez por su salud. Cumplida esta segunda cere-monia, volvió a su casa y se acostó; y sin advertir o conocer-se novedad, cayó en un accidente que le privó de todo sen-tido, y murió al tercero día, sin que en vida hubiese podidoechar de menos nada de cuanto los hombres creen que con-duce para la felicidad. Hasta la solemnidad de su enterra-miento fue de gran aparato y digna de verse, correspondien-do a la virtud de tal varón sus magníficos y concurridos fu-nerales. No se echaban de ver en éstos el oro ni el marfil, nilos exquisitos y preciosos adornos de tal pompa, sino la be-nevolencia, el respeto y el amor, no solamente de parte delos ciudadanos, mas aun de los enemigos; pues cuantos sehallaron presentes de los Españoles, los Ligures y los Mace-donios, si eran jóvenes y robustos, echaban- mano al féretroy le conducían sobre sus hombros; y los más ancianos ibanen rededor de él, aclamando a Emilio por bienhechor y sal-vador de su respectiva patria. Porque no solamente los tratóa todos blanda y humanamente mientras los gobernó, sinoque por toda la vida les hizo cuanto bien pudo y cuidó deellos como si fueran sus familiares y deudos. Su haciendadicen que apenas ascendió a trescientos setenta mil denarios,de la que dejó por herederos a sus hijos; pero Escipión elmenor dejó que toda la llevase su hermano, habiendo él pa-sado por adopción a una casa muy rica, como lo era la deAfricano. Tal se dice haber sido las costumbres y la vida dePaulo Emilio.

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COMPARACIÓN DE TIMOLEÓN Y EMILIO

I.- Habiendo sido tales, según la Historia, estos dos va-rones, es claro que el cotejo no ha de encontrar muchas di-ferencias y desigualdades: las guerras en que mandaron am-bos fueron contra los más ilustres enemigos; la del unocontra los Macedonios, y la del otro contra los Cartagineses;sus victorias fueron asimismo sumamente celebradas, ha-biendo tomado el uno la Macedonia y extinguido la sucesiónde Antígono en el séptimo rey, y arrancado el otro todas lastiranías de la Sicilia y dado a esta isla libertad e independen-cia: como no quiera alguno alegar en favor de Emilio quevino a las manos con Perseo cuando estaba en su mayorpoder y acababa de vencer a los Romanos, siendo así queTimoleón acometió a Dionisio cuando ya estaba desalentadoy quebrantado del todo, y a la inversa, en favor de Timo-león, que venció a muchos tiranos y las poderosas fuerzas delos Cartagineses, con el ejército que a suerte pudo recoger;no como Emilio, con hombres ejercitados en la guerra yprontos a obedecer, sino con soldados mercenarios sin dis-ciplina y acostumbrados a no oír otra voz que la de su vo-

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luntad: así es que se da la gloria a uno y otro general de ha-ber conseguido iguales triunfos con medios desiguales.

II.- Fueron uno y otro íntegros y justos en el manejo delos negocios; pero Emilio parece como que naturalmente seformó de esta manera en virtud de las leyes patrias, mientrasque Timoleón lo debió todo a sí mismo; la prueba de esto esque los Romanos en aquel tiempo todos sabían igualmentela táctica, estaban acostumbrados a obedecer y respetabanlas leyes y la opinión de sus ciudadanos, y de los Griegos nohubo capitán o caudillo alguno en la misma época que nohubiese dado mala idea de sí en la Sicilia, fuera de Dión: yaun de éste muchos llegaron a sospechar que aspiraba a lamonarquía y que traía en la imaginación un cierto reinado ala Espartana. Timeo refiere que los Siracusanos despidieronignominiosa y afrentosamente a Filipo, por abominar de sucodicia e insaciabilidad durante el mando; y muchos han es-crito de las injusticias y tropelías que Fárax el Esparcíata yCalipo el Ateniense pusieron por obra, aspirando a dominaren Sicilia; ¿y qué hombres eran éstos, o cuáles sus hazañas,para tales esperanzas, cuando el uno había adulado a Dioni-sio ya en decadencia, y Calipo era uno de los extranjerosasalariados por Dión? Mas Timoleón, enviado por general alos Siracusanos que le habían pedido y suplicado, y que nobuscaba mando, sino que le era debido el que admitió de losque voluntariamente lo pusieron en sus manos, con la des-trucción de déspotas injustos puso término y fin a su gene-ralato y autoridad. Lo que en Emilio hay de más admirablees que, a pesar de haber destruido un reino tan poderoso,

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no hizo mayor su hacienda ni una dracma y ni siquiera vio ytocó unos caudales de los que dio e hizo presentes a otros.No digo con todo que Timoleón merezca nota por haberadmitido una casa y tierras, porque el admitir en tales oca-siones no es indecoroso; pero es mejor el no recibir nada, yel colmo de la virtud cuando se puede manifestar que de na-da se necesita. Además, como en el cuerpo que puedeaguantar el frío y el calor se reconoce su mejor constituciónen estar bien dispuesto para ambas mudanzas, de la mismamanera se manifiesta en el alma el vigor y fortaleza, cuandoni la prosperidad la conmueve y saca de quicio con el orgu-llo, ni las desgracias la abaten; en esto aparece más perfectoEmilio, porque en la adversa fortuna y en la gran pesa-dumbre que le ocasionaron los hijos, no se le vio con mayorabatimiento o menor dignidad que en medio de sus prospe-ridades. No así Timoleón, que, habiéndose portado digna-mente cuando lo del hermano, ya después su razón no sesostuvo contra la pesadumbre, sino que, abatido con el arre-pentimiento y la pena, en veinte años no pudo vencerse aver la tribuna o la plaza pública, y si es bien que se huya y setema lo que es indecoroso, el ceder fácilmente a toda especiede ilota podrá muy bien ser de un varón recto y sencillo,mas no de un ánimo grande y elevado.

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PELÓPIDAS

I.- Catón el mayor, como algunos celebrasen desme-didamente a un hombre de arrojado y atrevido en las cosasde la guerra, les advirtió que había gran diferencia entre te-ner en mucho la virtud y tener en poco el vivir; perfectísi-mamente a mi entender. Militaba con Antígono un varónmuy resuelto, pero endeble y flaco de cuerpo; preguntóle,pues, el rey la causa de estar descolorido, y le confesó quepadecía una enfermedad oculta. El rey, manifestándole suaprecio, dio orden a los médicos para que no omitiesen nadaen su asistencia y remedio; pero curado por esta diligenciaaquel valiente, ya no era arrojado ni pronto en los combates,tanto, que Antígono se lo echó en cara, admirándose de se-mejante mudanza; él no le negó la causa, diciéndole: “Tú ¡ohrey! eres quien me has hecho menos determinado librándo-me de aquellos males por los que menospreciaba la vida”. Aeste mismo propósito dijo un Sibarita, hablando de los Es-parcíatas, que no hacían mucho en morir en la guerra parasalir de tanto trabajo y de tan mal trato como se daban. Massi entre los Sibaritas, ennoblecidos con el regalo y el deleite,de los que por celo y amor de la virtud no temían la muerte

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podía decirse con razón que aborrecían la vida, para los La-cedemonios era acto de virtud el vivir y el morir con ánimoalegre, según aquel epicedio:

Porque, según se dice, mueren éstosno reputando un bien la vida o muerte;

sino el que la virtud presida a entrambas:pues ni el evitar la muerte es reprensible, cuando no se quie-re vivir afrentosamente, ni el exponerse a ella es laudable, sise hace por tener en poco el vivir. Así, Homero, a los varo-nes osados y belicosos, los hace siempre salir bien armados ydefendidos a los combates, y los legisladores de los Griegoscastigan al que pierde el escudo y no al que, arroja la espaday la lanza; enseñando con esto que primero es no recibirdaño que causarlo a los enemigos, y que esto es lo que cadauno debe tener presente; pero en especial el que manda enuna ciudad o en un ejército.

II.- Porque si, como discurría Ifícrates, las tropas ligerasdicen semejanza con las manos, la caballería con los pies, elgrueso del ejército con el pecho y el torso todo, y el generalcon la cabeza, arriesgándose éste temerariamente noparecería que se olvidaba de sí mismo solamente, sino detodos, que tienen en él librada su salud, y al contrario. Así,Calicrátidas, aunque hombre grande en todo lo demás, notuvo razón en la respuesta que dio al Agorero; rogábale ésteque se guardara de la muerte que le denunciaban lasvíctimas, y él le contestó que no pendía Esparta de uno solo:pues, peleando, navegando y siendo mandado, Calicrátidasno era más que uno; pero de general, tomando sobre sí la

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suerte de todos, ya no era uno sólo aquel con quien tangrandes intereses iban a perderse. Mejor lo hizo Antígono elmayor cuando, al trabarse el combate naval cerca de Andro,diciéndole uno que eran muchas más las naves de losenemigos, “pues qué- le replicó-, ¿no te haces cargo que yovalgo por muchas?” ¡Grande ornamento del mando quiencon destreza y virtud hace lo que se ha propuesto, y cuyaatención primera es salvar al que ha de salvarlo todo! Portanto, juiciosamente, Timoteo, como Cares mostrase un díaa los Atenienses algunas cicatrices en su cuerpo y el escudopasado de una lanzada, “pues yo- les dijo- estoy muyavergonzado de que cuando tenía sitiada a Samo me hubiesecaído muy cerca un dardo, porque me conduje másjuvenilmente de lo que correspondía a un general que teníabajo su mando tantas tropas”. Porque cuando va un grandeinterés en que se arriesgue el general, entonces está muybien que trabaje y lo ponga todo en el tablero sin ningúnmiramiento, enviando noramala a los que le vengan con elrefrán de que el buen general debe morirse de vejez, o a lomenos morir viejo; pero cuando es de poca importancia loque se ha de sacar del vencimiento, y todo se pierde si elgeneral cae, entonces nadie debe pretender de éste unahazaña peligrosa, que sería más bien de un soldado raso. Meha parecido oportuno empezar por estas advertenciascuando voy a escribir las vidas de Pelópidas y Marcelo,varones eminentes, pero que perecieron porinconsideración; pues con ser ambos muy denodados en elpelear, ornamento uno y otro de su patria por sus brillantesmandos, y opuestos a los más terribles contendores, siendo

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éste, según se dice, el primero que quebrantó a Aníbal, yhabiendo aquel vencido en batalla campal a losLacedemonios que dominaban en tierra y en mar,expusieron su vida con temerario arrojo por no habertenido de sí mismos la debida cuenta, precisamente en elmomento en que más necesidad había de su conservación yde su mando, que es por lo que, llevados de esta semejanza,hemos puesto en cotejo las vidas de ambos.

III.- La familia de Pelópidas, hijo de Hipoclo, era, comola de Epaminondas, de las más ilustres de Tebas. Crióse conlas mayores conveniencias, y, entrando todavía joven en laadministración de una casa opulenta, se dedicó desde luego adar socorros a los necesitados que contemplaba dignos, paraser verdaderamente dueño y no esclavo de las riquezas, puesla mayor parte de los hombres, como dice Aristóteles, o nousan de las riquezas, por avaricia, o abusan por desarreglo, yasí como éstos se ve que son esclavos del regalo y los delei-tes, aquellos lo son de la vigilancia y el cuidado. Los socorri-dos, pues, se valieron con reconocimiento de la liberalidad yhumanidad que en Pelópidas encontraban; sólo de Epami-nondas no pudo recabar que disfrutase de su riqueza, sinoque, a la inversa, él participó de la escasez de éste en lo po-bre del vestido, en la frugalidad de la mesa y en la toleranciade los trabajos, complaciéndose en su propia sencillez alfrente del ejército, a la manera del Capaneo de Eurípides,que, con tener muchos bienes, no hacía alarde de su opu-lencia, sino que se hubiera avergonzado de dar indicios deque para su persona hacía más gasto que el menos favoreci-

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do de la Fortuna entre los Tebanos. Pues con serle ya aEpaminondas familiar y hereditaria la pobreza, hízola toda-vía más tolerable y ligera, entregándose a la filosofía y eli-giendo desde luego el estado de célibe; Pelópidas, aunquehabía hecho una boda brillante y tenía hijos, no por eso dejóde distraerse del cuidado de su hacienda, con lo que, y conocupar todo el tiempo en la causa pública, disminuyó su pa-trimonio; como los amigos se lo reprendiesen, diciéndoleque hacía mal en mirar con abandono una cosa tan precisacomo el tener caudal, “sí, a fe mía- les respondió-, para aquelinfeliz de Nicodemo”, mostrándoles a uno que era cojo yciego.

IV.- Eran formados de un mismo modo para toda es-pecie de virtud, sino que Pelópidas era más dado a los ejerci-cios de la palestra, y Epaminondas a los de la doctrina: así,en los ratos de ocio, aquel se empleaba en la lucha y en lacaza, y éste en oír a los sabios y formarse para serlo. Masentre tantos títulos para la gloria como concurrieron en am-bos, ninguno reputan los hombres de juicio por tan admira-ble como el que en medio de tantos combates, de tantas ex-pediciones y de tantos negocios de república, su amistaddesde el principio hasta el fin se hubiese conservado siempresin desazón y sin quiebra. Porque si se fija la vista en el go-bierno de Aristides y Temístocles, de Cimón y Pericles, deNicias y Alcibíades, que siempre adolecía de enemistades,discordias y celos de unos con otros, y se atiende después alamor y respeto con que miró Pelópidas a Epaminondas, conrazón y justicia se tendrá a éstos por verdaderos colegas en

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el gobierno y en la milicia, en comparación de aquellos quetoda la vida contendieron más entre sí que con los enemi-gos. La causa cierta de esta unión fue la virtud, por la cualno buscaban con sus hechos aplausos o riquezas, cosas a lasque por naturaleza es inherente una porfiada y rencillosaenvidia, sino que, amándose recíprocamente desde el princi-pio con un amor sagrado, dirigían de común acuerdo susconatos y sus triunfos al placer de ver a su patria elevada porambos a la mayor grandeza y esplendor. Aunque algunosopinan que esta amistad tan íntima tuvo principio en la ex-pedición de Mantinea, en la que militaron con los Lacede-monios, que todavía les eran amigos y aliados, con motivode haber la ciudad de Tebas enviándoles socorros. Porquecolocados juntos entre la infantería y peleando contra losÁrcades, cuando vio el ala derecha de los Lacedemonios queles estaba opuesta, y se desbandó la mayor parte, formandoellos galápago hicieron frente a cuantos los embistieron. Alcabo de poco, Pelópidas, que había recibido cara a cara sieteheridas, vino a caer entre multitud de cadáveres de amigos yenemigos, y entonces Epaminondas, no obstante tenerlepor muerto, para proteger su persona y sus armas siguió lapelea y el riesgo, solo contra muchos, teniendo por mejormorir en la demanda que abandonar a Pelópidas caído: hastaque, hallándose ya él mismo en el peor estado, herido de unalanzada en el pecho y de una estocada en un brazo, vino ensu auxilio de la otra ala Agesípolis, rey de los Espartanos, ycontra toda esperanza los recobró a entrambos.

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V.- De allí a algún tiempo, aunque los Espartanos to-davía afectaban ser amigos y aliados de los Tebanos, en rea-lidad miraban ya con ceño su altivez y su poder, y, sobretodo, no estaban bien con el partido de Ismenias y Andro-clides, al que pertenecía Pelópidas, por parecerles demasiadoliberal y democrático. En esta situación, Arquias, Leóntidasy Filipo, oligarquistas y ricos, que aspiraban a mandar, per-suadieron al Espartano Fébidas que, cayendo repentina-mente con su ejército, se apoderara de la ciudad de Cadmea,y, arrojando de la ciudad a los que se opusieran, arreglara ungobierno de pocos, al modo del de los Lacedemonios, y de-pendiente de él. Entró aquel en el plan, y sorprendiendo alos Tebanos, bien ajenos de tal intento, mientras celebrabanlas Tesmoforias, se hizo dueño de la ciudadela. En cuanto aIsmenias, hiciéronle preso, y llevado a Esparta, a poco tiem-po le quitaron la vida: Pelópidas, Ferenico y Androclideshuyeron y fueron proscritos; mas Epaminondas permaneciótranquilo y olvidado en el país, teniéndolo por poco inquietoa causa de su filosofía y por de ningún poder a causa de supobreza.

VI.- Los Lacedemonios privaron, es verdad, a Fébidasdel mando y le multaron en cien mil dracmas; pero no poreso dejaron de conservar en su poder la ciudadela: determi-nación de cuya inconsecuencia se admiraron todos los Grie-gos, pues que castigaban al autor y confirmaban lo mal he-cho. En tanto, a los Tebanos, que habían perdido su propiogobierno, quedando esclavizados a Arquias y Leóntidas, nisiquiera les era dado esperar algún término de una tiranía

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que había sido introducida por la fuerza militar de los Es-partanos y no podía desatarse si no había quien arrancase aéstos su superioridad e imperio por mar y por tierra; y sinembargo, sabedor Leóntidas de que los desterrados se halla-ban en Atenas amados de la muchedumbre y honrados delos hombres virtuosos y rectos, trató de armarles escondidasasechanzas, para lo cual se valió de unos hombres descono-cidos, que con engaños dieron muerte a Androclides, li-brándose de sus, manos los demás. Enviáronse tambiéncartas por los Lacedemonios a los Atenienses, en que lesordenaban que no recibiesen ni auxiliasen en sus intentos alos desterrados, sino que los hiciesen salir como pregonadospor enemigos públicos de toda la federación. Mas los Ate-nienses, en quienes parece ingénito el ser humanos, corres-pondiendo a los de Tebas, que fueron la principal causa deque volviesen a su patria, y que dieron un decreto para que,si algún Ateniense llevase armas contra los tiranos por laBeocia, ningún natural de ella hiciese demostración de que loveía o lo entendía, ni en lo más mínimo ofendieron a losTebanos.

VII.- Pelópidas, aunque todavía muy joven, fue de unoen uno alentando a los desterrados, y aun en común les ma-nifestó en un discurso que no era justo ni puesto en razóndejar a la patria en esclavitud y con guarnición extranjera, yno pensar ellos en otra cosa que en vivir y conservarse pen-dientes de los decretos de los Atenienses, y haciendo obse-quios a los que eran diestros en el decir y manejaban a lamuchedumbre según sus arbitrios; sino que debían arriesgar-

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se a las mayores empresas, proponiéndose, por ejemplo, lavirtud y resolución de Trasibulo: para que así como éste,partiendo de Tebas, destruyó en Atenas a los tiranos, de lamisma manera ellos, volviendo desde Atenas, restituyesen aTebas la libertad. Persuadiólos con estas razones, e inme-diatamente enviaron a Tebas, con la conveniente reserva,quien manifestara a los amigos que allí habían quedado loque tenían resuelto. Convinieron éstos en ello, y Carón, sinembargo de ser muy principal, se prestó a ofrecer su casa, yFílidas vio modo de hacerse secretario de Arquias y Filipo,que eran Polemarcos. Epaminondas ya muy de antemano te-nía inflamados a los jóvenes, porque en los gimnasios loshacía que asiesen de los Lacedemonios y luchasen con ellos;y luego, viéndolos muy ufanos de que los vencían y queda-ban encima, les hacía cargo de que era una vergüenza quepor cobardía estuvieran sujetos a aquellos a quienes tantoaventajaban en esfuerzo.

VIII.- Señalóse día para la empresa, y convinieron losdesterrados en que Ferenico, tomando bajo sus órdenes a lamayor parte, aguardaría en la aldea de Triasio, y unos cuan-tos de los más jóvenes tomarían sobre sí el peligro de ade-lantarse a la ciudad, bajo el concierto de que, si éstos diesenen manos de los enemigos, los restantes se encargarían deque ni sus hijos ni sus padres careciesen de lo necesario.Suscribióse el primero para este hecho Pelópidas, y en posde él Melón, Damoclides y Teopompo, todos de las princi-pales casas, y para lo demás unidos en fiel amistad entre sí,pero, en cuanto a gloria y valor, competidores acérrimos.

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Eran entre todos unos doce, y saludando a los que se que-daban, lo primero que hicieron fue enviar un mensajero aCarón, siguiendo después ellos con ropaje corto y llevandoperros y bastón de caza, para que aun cuando alguno losencontrase en el camino no cayera en sospecha, y antes secreyera que ocupados en bien diferente cosa discurrían porel campo cazando. Cuando el mensajero enviado a Carón seavistó con él, le dijo que ya estaban en camino; éste, sin em-bargo de ver tan cerca el trance, en nada mudó de propósitosino que, como hombre de probidad, ofreció del mismomodo su casa. Uno llamado Hiposténidas, que no era de malproceder, y, antes bien, amaba a la patria y estaba en buenacorrespondencia con los desterrados, mas a quien faltabaaquella resolución que la oportunidad y la proyectada hazañarequerían, como que desmayó al ver el tamaño de la con-tienda en que se habían metido, sin que cupiese en su imagi-nación cómo podían agitar en sus ánimos el pensamiento detrastornar en cierta manera el imperio de los Lacedemonios,y destruir el poder que allí tenían, fiados únicamente en es-peranzas inciertas y propias de hombres desterrados; portanto, retirándose a su casa sin decir palabra, envió uno desus amigos a Melón y Pelópidas, advirtiéndoles que lo dilata-ran por entonces, esperando mejor ocasión, y que otra vezse volvieran a Atenas. Llamábase Clidón éste de quien sevalió, el cual se dirigió con toda diligencia a su casa, y sacan-do el caballo andaba buscando el freno. No sabía qué hacer-se la mujer, porque no lo tenía en casa, mas al fin dijo que lohabía dado a uno de sus conocidos, por lo que primero em-pezaron a altercar, y después pasaron a las malas palabras,

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tanto, que la mujer llegó a echarle maldiciones sobre el viajea él y a los que le enviaban, viniendo a parar en que Clidónperdió gran parte del día con esta riña, y, agorando malademás con motivo de lo sucedido, dejó enteramente el viajey se puso a hacer otra cosa. ¡En tan poco estuvo el que lasmás grandes y excelentes hazañas se hubiesen desgraciadoen su principio, malográndose la oportunidad!

IX.- Pelópidas y los que con él venían se disfrazaron lue-go con ropas de labradores, y, separados unos de otros, en-traron unos por una parte y otros por otra en la ciudad,siendo aún de día. Nevaba además con ventisca, habiendoempezado a empeorase el tiempo, con lo que fue más ocultasu venida, habiéndose retirado casi todos a su casa por elfrío. Los que estaban encargados de atender a lo que se teníatratado cuidaron de buscar a los recién llegados y conducir-los a casa de Carón. Con los desterrados eran éstos al todocuarenta y ocho. Vamos ahora a lo que pasaba con los tira-nos. Fílidas el secretario concurría, como hemos dicho, a laejecución de todo, estando de acuerdo con los desterrados;y para aquel día había dispuesto de antemano para Arquias ylos suyos una reunión con merienda y concurso de mujeres,preparándolos así a que, relajados con los placeres y bienbebidos, fueran más fácil presa de los que contra ellos ve-nían. Cuando ya no les faltaba mucho para estar beodos, lesvino una denuncia contra los desterrados, no falsa en ver-dad, pero dudosa y sin gran certeza, de que estaban ocultosen la ciudad. Procuró Fílidas desvanecer el aviso; mas contodo envió Arquias a uno de los ministros a casa de Carón

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con orden de que compareciera allí al punto. Era entrada lanoche, y Pelópidas y demás confederados estaban adentrodisponiéndose, puestas ya las armaduras y tomadas las espa-das. Llamóse de repente a la puerta, y corriendo uno de losde casa le enteró el ministro que Carón era llamado de partede los Polemarcos, lo que anunció a los de adentro con so-bresalto. Todos concibieron que el negocio estaba descu-bierto y que iban a perecer sin haber hecho nada digno delos hombres virtuosos. Con todo, tuvieron por convenienteque Carón obedeciese y quitara toda sospecha a los ma-gistrados; y él, aunque era de suyo varonil y firme en losriesgos, entonces se quedó confuso y apesadumbrado, no selevantase contra él alguna sospecha de traición y perecierana un tiempo tantos y tan ilustres ciudadanos. Mas teniendoal fin que partir, tomó en la habitación de las mujeres a suhijo, que todavía era muy jovencito, y en la belleza y robus-tez sobresalía entre los de su edad, y le entregó a Pelópidas,para que si llegasen a entender de él algún engaño o traiciónle trataran como a enemigo sin conmiseración alguna. Amuchos de ellos se les cayeron las lágrimas con semejanteescena y semejante resolución, y todos se mostraron ofendi-dos de que se creyera que podía haber entre ellos alguno tantímido o tan perturbado con aquellos acontecimientos queconcibiera la menor sospecha o produjese la más leve queja,rogándole que no pusiera entre ellos al hijo, y antes lo reser-vase de lo que podía ocurrir para que en él creciera el venga-dor de la ciudad y de sus amigos, salvándose y sustrayéndoseal rigor de los tiranos. Mas Carón no condescendió en quesu hijo se libertase, diciendo que no podía haber para él vida

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o salud más gloriosa que morir libre de afrenta con su padrey con tales amigos. Haciendo, pues, plegarias a los Dioses, yabrazando y confortando a todos, marchó con el cuidado decomponer el semblante y el tono de la voz, de manera queno apareciese indicio de lo que pensaba ejecutar.

X.- Llegado que hubo a la puerta, le salieron al encuentroArquias y Fílidas, diciéndole: “Hemos oído ¡oh Carón! quehan venido algunos que están ocultos en la ciudad y que sonauxiliados por algunos de los ciudadanos”. Turbóse Carón alprincipio, mas como preguntase quiénes eran los que habíanvenido y quiénes los que los tenían ocultos, y viese que Ar-quias no respondía cosa cierta, comprendiendo que la de-nuncia no había sido hecha por ninguno de los que estabanen el secreto: “Mirad, les dijo, no sea que algún rumor vanoos cause sobresalto: con todo, yo inquiriré, porque en estamateria nada debe despreciarse”. Fílidas, que también se ha-llaba presente, le decía que tenía razón; y con esto se llevó aArquias, y procuró que se desmandara más en la bebida, ha-ciéndosela más regocijada con las esperanzas que le daba deque vendrían las mujeres. Luego que Carón volvió a casa yque los halló prevenidos, no como hombres que esperasenuna victoria o su propia salud, sino como resueltos a morirgloriosamente y con gran mortandad de sus enemigos, loque había de cierto en el negocio no lo descubrió sino aPelópidas; a los demás les ocultó la verdad, diciendo que Ar-quias le había hablado de otros asuntos. Mas apenas se habíadisipado esta tempestad, la Fortuna sustituyó inmediata-mente otra, porque vino uno de Atenas de parte de Arquias

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el hierofantes a Arquias su tocayo, que era también su hués-ped y su amigo, trayéndole una carta en la que ya no se dabanoticia vana o fraguada, sino que se referían exactamentetodas las cosas concertadas, según después se supo. Llegóse,pues, a Arquias, que ya estaba beodo, el portador de la carta,y al entregársela le dijo: “El que me la dio me encargó mu-cho que se leyera al punto, porque trata de un negocio su-mamente urgente”; a lo que sonriéndose contestó Arquias:“Pues los negocios urgentes, para mañana”. Y tomando lacarta la puso debajo de la almohada, y continuó con Fílidasla conversación que traían. La respuesta aquella, puesta enforma de proverbio, dura todavía como tal entre los Grie-gos.

XI.- Pareciéndoles, pues, que se estaba en la ocasiónoportuna de la empresa, se decidieron a ella, repartiéndosede este modo: Pelópidas y Damoclidas, contra Leóntidas eHípates, que vivían cerca uno de otro, y Carón y Melóncontra Arquias y Filipo, ajustándose por disfraz ropas muje-riles sobre las corazas, y poniéndose frondosas coronas deabeto y pino que les oscurecían el rostro. Paráronse a lapuerta del banquete, e hicieron ruido y bulla, con lo que sepudo creer serían las mujerzuelas que rato había se aguarda-ban. Mas como luego hubiesen recorrido con la vista cuida-dosamente todo el banquete, haciéndose cargo con atenciónde cada uno de los convidados, y hubiesen echado mano alas espadas, arrojándose por entre las mesas sobre Arquias yFilipo, se vio entonces a las claras quiénes eran. A algunosde los concurrentes pudo contenerlos Fílidas, diciéndoles

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que se estuviesen quedos: los demás se levantaron para de-fender a los Polemarcos; pero en el estado de embriaguez enque se hallaban fue fácil acabar con ellos. Más arduo fue eldesempeño para Pelópidas y los que le siguieron, porquetambién se las hubieron de haber con Leóntidas, hombrecuerdo y muy denodado. Hallaron, además, cerrada la puer-ta, porque ya se había recogido; y habiendo llamado largorato, nadie les respondía. Sintiólos ya tarde un esclavo, quesalió de adentro, y descorrió el cerrojo, y en el momentomismo de moverse y ceder las puertas, se arrojaron de tro-pel, y pasando por encima del esclavo corrieron al dormito-rio. Leóntidas, por el ruido y el modo de correr, conjeturólo que era, y levantándose tomó la espada; mas no le ocurrióapagar las luces, con lo que en las tinieblas se habrían batidounos con otros; así, estando todo iluminado, fue de ellosvisto. Adelántase hacia la puerta del dormitorio, y a Cefiso-doro, que fue a entrar el primero, lo deja en el sitio. Caídoéste, traba pelea con el segundo, que era Pelópidas, siendoésta embarazosa por la angostura de la puerta y por el cadá-ver de Cefisodoro, que también estorbaba; vence al fin Pe-lópidas, y habiendo dado cuenta de Leóntidas, marcha co-rriendo con los suyos en busca de Hípates. Trataron de in-troducirse del mismo modo en su casa; pero lo sintió, y dioal punto a correr hacia las casas vecinas: siguiéronle sin de-tención, y, alcanzándole, también le dieron muerte.

XII.- Hechas estas cosas, y reunidos con Melón y susasociados, enviaron al Ática a llamar a aquellos desterradosque allí quedaron; y en la ciudad excitaban a la libertad a los

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habitantes, armando a los que encontraban, para lo que qui-taban de los pórticos las armas traídas en triunfo y se metíanpor los obradores de los lanceros y espaderos que allí había.Vinieron asimismo con armas en su auxilio Epaminondas yGórgidas, que habían ya reunido no pocos jóvenes, y de losancianos los de mayor reputación. Ya toda la ciudad estabaconmovida y era grande el alboroto; se veían luces en todaslas casas, y se corría de unas a otras; sin embargo, todavía lamuchedumbre no hacía pie, sino que estaban aturdidos conlos sucesos, y, no sabiendo nada de positivo, aguardaban eldía. De aquí nació la censura contra los Lacedemonios, quetenían allí el mando, por no haberse adelantado a combatir-los, siendo así que la guarnición era de mil quinientos y quemuchos se les pasaban; pero contenidos con el miedo quecausaban el ruido, las luces y la muchedumbre que rodabapor todas partes, se estuvieron quedos, contentándose conguardar el alcázar. Al rayar el día sobrevinieron los desterra-dos en estado también de pelea, y el pueblo concurrió eninmenso número a la junta pública. Introdujeron en éstaEpaminondas y Górgidas a Pelópidas y los suyos, rodeadosde los sacerdotes, que les presentaban coronas y exhortabana los ciudadanos a venir en auxilio de la patria y de los Dio-ses. La junta toda, a este espectáculo, se puso al punto enpie con algazara y regocijo, recibiéndolos como a sus tutela-res y libertadores.

XIII.- Fue desde luego Pelópidas elegido Beotarca jun-tamente con Melón y Carón, y lo primero que hizo fue cir-cunvalar la ciudadela y empezar a combatirla por todas par-

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tes, dándose prisa a arrojar de ella a los Lacedemonios y de-jar libre la Cadmea, antes que de Esparta pudieran venir tro-pas. En lo que se adelantó tan a punto, dejándolos salir envirtud de capitulación, que al llegar a Mégara los alcanzó yaCleómbroto, que venía sobre Tebas con grandes fuerzas.Los Espartanos, de tres que eran los prefectos que había enTebas, a Herípidas y Orsipo les hicieron causa y los conde-naron a muerte; y al tercero, que era Lisanóridas, como lomultasen en una crecida suma, él mismo se desterró del Pe-loponeso. Tan brillante empresa, que en el valor de los quela ejecutaron y en el buen suceso con que la coronó la For-tuna se dio la mano con la de Trasibulo, fue de hermana deésta calificada entre los Griegos, pues no es fácil designarotros que, sojuzgando con sola la osadía y arrojo los pocos alos muchos y los desvalidos a los poderosos, hubiesen sidocausa para su respectiva patria de mayores bienes: aunque aésta le concilió mayor gloria el extraordinario cambio queprodujo en los negocios de la Grecia: por cuanto la guerraque acabó con la grandeza de Esparta, y a los Lacedemonioslos privó de su superioridad y dominio por mar y tierra,puede decirse que tuvo principio en aquella noche, en quePelópidas, no con tomar una fortaleza, una plaza o una ciu-dadela, sino sólo con ser uno de los doce que volvieron, de-sató y cortó, si nos es permitido usar de esta metáfora, loslazos de la dominación lacedemonia, tenidos por indisolu-bles e indestructibles.

XIV.- Vinieron con esta ocasión los Lacedemonios congrandes fuerzas contra la Beocia, e intimidados los Ate-

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nienses desahuciaron de todo auxilio a los Tebanos; y a losque beotizaban- esto es, se mostraban sus partidarios-, dela-tándolos al tribunal, a unos los condenaron a muerte, aotros los desterraron y a otros les impusieron crecidas mul-tas, pareciendo que las cosas de los Tebanos iban malamen-te, no habiendo nadie que les diese socorro. Pues como estoasí pasase, Pelópidas y Górgidas, que con él era a la sazónBeotarca, armaron una celada, y para indisponer de nuevo alos Atenienses con los Lacedemonios recurrieron a este arti-ficio: El Espartano Esfodrias, hombre apreciable y de repu-tación en las cosas de la guerra, pero casquivano y henchidode ambición y de necias esperanzas, había quedado con al-gunas fuerzas en Tespias para recibir y proteger a los que sehabían rebelado a los Tebanos. Hizo, pues, Pelópidas quecon reserva se dirigiese a él un mercader amigo suyo, al queproveyó de dineros y consejos, aunque con éstos fue con losque principalmente lo persuadió, para que le hiciese enten-der que debía emprender cosas grandes y tomar el Pireo,cayendo de improviso sobre los Atenienses, que estabandescuidados en su guardia: pues nada podía ser más grato alos Lacedemonios que ocupar a Atenas; y más que los Te-banos, que estaban mal con ellos, y los tenían por traidores,de ningún modo los auxiliarían. Por fin, Esfodrias se dejóvencer, y tomando sus tropas se metió de noche por el Áti-ca, llegando hasta Eleusis. Allí los soldados empezaron a re-celar, y hubo de descubrirse; con lo que, y con llegar a pre-ver que suscitaba a los Espartanos una guerra peligrosa ydifícil, se retiró otra vez a Tespias.

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XV.- Con este motivo, los Atenienses volvieron connuevo ardor a su alianza con los Tebanos, saliendo al mar yrecorriendo los pueblos de la Grecia con el fin de amparar alos que daban muestras de defección. Con esto, los Teba-nos, habiéndolas a solas con los Lacedemonios y riñendocombates, no grandes en sí, pero que eran causa de granatención y ejercicio, iban elevando sus ánimos y endurecien-do sus cuerpos, adquiriendo juntamente experiencia yaliento con la continuación de aquellas lides. Por esto es fa-ma que el Espartano Antálcidas dijo a Agesilao en ocasiónde retirarse herido: “¡Mira qué premio te dan los Tebanospor haberlos enseñado a lidiar y pelear contra su voluntad!”Y su maestro en verdad no era Agesilao, sino los que opor-tunamente y con mucha cuenta lanzaban a los Tebanos co-mo unos cachorros contra los enemigos para acostumbrar-los y hacerles gustar y tener placer con victorias no muyarriesgadas; de lo que Pelópidas se llevó la principal gloria:pues desde la vez primera que lo eligieron general, todos losaños le conferían el mando supremo, y, o bien como caudi-llO de la cohorte sagrada, o bien como Beotarca, presidiósiempre a los negocios hasta su muerte. Así, en Platea y enTespias sufrieron por él los Lacedemonios sus derrotas y susretiradas, en una de las que falleció Fébidas, aquel que seapoderó de la ciudadela cadmea; y en Tanagra, habiendo he-cho huir a muchos, dio muerte al prefecto Pantedes: com-bates que, si bien a los vencedores les inspiraban aliento yosadía, todavía no alcanzaban a deprimir el ánimo de losvencidos. Porque no hubo una batalla campal ni un combateordenado y de cierto aparato, sino que con hacer correrías,

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retiradas y alcances a tiempo, en esta casta de lides fue en lasque salieron vencedores.

XVI.- El combate de Tegiras fue ya como un ensayo dela batalla de Leuctra, y contribuyó mucho para la gloria dePelópidas, no dejando en cuanto a la victoria duda entre él ylos demás jefes, ni pretexto alguno a los enemigos en cuantoal vencimiento. Hacía tiempo que estaba en observación dela ciudad de los Orcomenios, que había abrazado el partidode los Espartanos y admitido dos batallones de éstos porseguridad; y no aguardaba más que la ocasión. Habiendo,pues, oído que aquella guarnición hacía una expedición a laLócride, con la esperanza de tomar a Orcómeno desmante-lada, marchó allá, llevando consigo la cohorte sagrada y al-gunos caballos. Cuando ya estaba para llegar a la ciudad, sehalló con que había llegado de Esparta el relevo de la guar-nición, y hubo de retroceder con su tropa nuevamente porTegiras, que era por donde únicamente había camino, ro-deando la falda del monte, pues todo el demás terreno quemediaba lo hacía intransitable el río Melas, que inmediata-mente, y en su mismo origen, se reparte en balsas y lagosnavegables. Poco más abajo de estos lagos hay un templo deApolo Tegireo, y un oráculo de poco acá abandonado, peroque estuvo en gran crédito hasta la guerra de los Medos,siendo Equécrates el que daba las respuestas. La fábula diceque allí fue donde el dios nació, y lo que es el monte queestá allí cerca se llama Delo, y junto a él terminan las divisio-nes del río Melas. A la espalda del templo nacen dos fuentesde aguas admirables por su abundancia, su dulzura y su frial-

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dad, de las cuales a la una la llaman Palma y a la otra Olivohasta el día de hoy, deduciéndose que la Diosa tuvo su par-to, no entre dos árboles, sino entre dos arroyos. Tambiénestá cerca el Ptoo, donde dicen que se asustó por haberseaparecido de repente el macho de cabrío; y lo que hace a laserpiente Pitón y a Ticio, también los lugares concurren aatestiguar el nacimiento del dios, sino que dejamos ya apartetodos los demás indicios, por cuanto las relaciones del paísno colocan a este dios entre los héroes que de mortales pormudanza hubiesen pasado a ser inmortales, como Heracles yBaco, que con esta especie de cambio perdieron por su vir-tud lo mortal y pasivo, sino que es uno de los sempiternos yno nacidos; si es que hemos de formar algún juicio sobreestas cosas por lo que han referido los más sensatos y másantiguos.

XVII.- Al llegar, pues, los Tebanos a Tegiras, volviendode la Orcomenia, al mismo tiempo sobrevinieron los Lace-demonios por la parte opuesta, por haber partido de la Ló-cride. Apenas les dieron vista los que empezaban a pasar lasgargantas, cuando corriendo uno hacia Pelópidas le dijo:“Hemos dado en los enemigos”; y replicando él: “¿Pues porqué no éstos en nosotros?”, mandó a la caballería que pasarade la retaguardia como para adelantarse a embestir, y formómuy apiñados a los infantes, que eran pocos, con la esperan-za de cortar mejor por donde acometiesen a los enemigos,que le excedían en número. Eran los Lacedemonios dos desus moras o batallones; Éforo dice que cada mora era de qui-nientos hombres, Calístenes de setecientos, y otros, de no-

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vecientos, entre ellos Polibio. Los comandantes de los Es-parcíatas, Gorgoleón y Teopompo, marcharon audazmentecontra los Tebanos; y trabada principalmente la refriega en-tre los caudillos, con gran cólera y violencia de una y otraparte, muy luego murieron los comandantes de los Lacede-monios, batiéndose con Pelópidas; y heridos y muertos des-pués los que estaban junto a ellos, cayó gran miedo sobre latropa; y Pelópidas la partió en dos trozos, como si quisieseque los Tebanos fuesen adelante y pasasen por allí; mascuando estuvieron en medio, los incitó contra los enemigos,que se estaban parados, y los acosó con gran mortandad, demanera que luego dieron todos a huir en desorden. No seles persiguió, con todo, por largo tiempo, a causa de que losTebanos temían a los Orcomenios, que estaban cerca, ytambién al relevo de los Lacedemonios. Mas lo cierto fueque vencieron de poder a poder, y que por fuerza se abrie-ron paso por en medio de toda la tropa vencida. Erigieron,pues, un trofeo, y despojando a los muertos se retiraron acasa muy ufanos; pues, a lo que parece, en tantas guerrassostenidas entre Griegos y con los bárbaros, nunca antes losLacedemonios, siendo más en número, fueron vencidos porlos que eran menos, ni aun cuando en batalla se habían bati-do con iguales fuerzas. Así, hasta entonces fue intolerable sualtanería, y con su gloria acobardaban a sus contrarios, demodo que ellos mismos no se creían capaces de competircon los Espartanos con iguales fuerzas, y rehusaban venircon ellos a las manos. Pero esta batalla fue la primera queenseñó a los demás Griegos que no era el Eurotas, ni el sitioentre Babica y Cnación, el que producía hombres valientes y

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guerreros; sino que si los jóvenes se avergüenzan de lo inde-coroso, tienen resolución para lo bueno, y huyen más de lareprensión que de los riesgos, éstos dondequiera se hacentemibles a sus enemigos.

XVIII.- La cohorte sagrada se dice haber sido Górgidasel primero que la formó de trescientos hombres escogidos, alos que la ciudad les daba cuartel y ración en la ciudadela,por lo que se llamaba asimismo la cohorte cívica; pues, a loque parece, los de aquel tiempo daban también el nombrede ciudades a los alcázares. Algunos son de opinión que estecuerpo se compuso de amadores y de amados, conserván-dose en memoria cierto chiste de Pámenes: porque decíaque el Néstor de Homero no se había acreditado de tácticocuando ordenó que los Griegos formasen por tribus y porcurias,

A su curia se agregue cada curia,y con su tribu se una cada tribu.

pues lo que se debía mandar era que el amante tomase for-mación junto al amado; porque en los riesgos, los de lamisma curia o tribu no hacen mucha cuenta unos de otrosmientras que la unión establecida por las relaciones de amores indisoluble e indivisible; pues, temiendo la afrenta, losamantes por los amados, y éstos por aquellos, así perseveranen los peligros los unos por los otros. No debe tenerse estopor extraño, cuando se teme más la afrenta que puede venirde los amantes no presentes que la de cualesquiera otrostestigos, como se vio en aquel que estando caído, y para re-cibir el último golpe de su contrario, le rogó que le pasara la

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espada por el pecho, para que si su amado le veía muerto notuviera motivo de avergonzarse, creyéndole herido por laespada. Refiérese asimismo que siendo Yolao amado de He-racles participó también de sus trabajos y le asistió en ellos, ydice Aristóteles que en su tiempo todavía hacían sobre elsepulcro de Yolao sus mutuas promesas los amados y ama-dores. Era razón, pues, que la cohorte se llamara sagrada,cuando Platón llama al amante amigo divino. Dícese, ade-más, que esta cohorte permaneció invicta hasta la batalla deQueronea, después de la cual, reconociendo Filipo los cadá-veres, se paró en el sitio donde habían caído los trescientosque frente a frente se habían opuesto en paraje estrecho alas armas enemigas; y hallólos amontonados entre sí, lo quele causó extrañeza, y cuando supo que aquella era la cohortede los amadores y los amados, se echó a llorar, y exclamó:“Vayan noramala los que hayan podido pensar que entresemejantes hombres haya podido haber nada reprensible”.

XIX.- Por fin, a esta intimidad de los amantes no dioorigen entre los Tebanos, como lo dicen los poetas, el des-graciado suceso de Layo , sino los legisladores, quienes, que-riendo mitigar y suavizar desde la juventud lo que había ensu carácter altivo e indócil, en toda ocupación y juego quisie-ron que interviniese la flauta, conciliando a la música honory consideración; y en las palestras procuraron mantener esteamor tan provechoso, para templar con él las costumbres delos jóvenes. Por lo mismo, como que concedieron con ra-zón el derecho de ciudad a aquella diosa que se finge nacidade Ares y Afrodita , para que lo pendenciero y belicoso se

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uniese con lo que participa más especialmente de la persua-sión y de las gracias y resultase un gobierno que fuese el mássolícito y más arreglado, arreglándolo todo la armonía. Estacohorte sagrada Górgidas la repartió en la primera fila y ladistribuyó por toda la falange entre la infantería, con lo queoscureció la virtud de aquellos varones, y no empleó sufuerza para que obrase en común, pues que estaba comodisuelta y confundida con los que eran inferiores; mas Peló-pidas, luego que restableció la virtud de aquellos en Tegiras,habiéndolos visto combatir denodadamente a su lado, ya nola dividió o diseminó, sino que, empleando el cuerpo reuni-do, lo puso delante en los más arriesgados combates. Puesasí como los caballos corren con mayor velocidad en loscarruajes que solos, no porque en mayor número rompanmás fácilmente el aire, sino porque enardece su aliento lareunión y la competencia de unos con otros, creía que de lamisma manera los hombres valerosos, tomando entre síemulación para las acciones brillantes, se hacían más útiles ymás ardientes para lo que tenían que hacer en común.

XX.- Ajustaron paces los Lacedemonios después de es-tos sucesos con todos los Griegos, y activaron la guerracontra solos los Tebanos, invadiendo el rey Cleómbroto laBeocia con diez mil infantes y mil caballos. Ya el riesgo deéstos era mucho mayor que antes: oíanse ya las amenazas delos contrarios y las noticias de estar decretada la dispersiónde la raza; el miedo era cual nunca lo había tenido la Beocia:de modo que al salir Pelópidas de su casa y despedirle lamujer, le rogó ésta con encarecimiento y con lágrimas que

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procurara salvarse; a lo que contestó: “Eso, mujer mía, queestá muy bien encargarlo a los particulares, a los que mandandebe encargárseles que salven a los demás”. Marchó, pues, alejército, en el que, como hubiese diversidad de opinionesentre los Beotarcas, fue el primero en adherirse al dictamende Epaminondas, que había votado se marchara a dar batallaa los enemigos; y sin embargo de que no se hallaba nombra-do Beotarca, aunque sí comandante de la cohorte sagrada,los atrajo a su parecer: consideración debida a un hombreque tantas prendas había dado para la libertad. Después deresuelto el dar batalla, y que en las inmediaciones de Leuctrase pusieron los reales en oposición a los de los Lacedemo-nios, tuvo Pelópidas entre sueños una visión, que le puso engrande sobresalto. Es de tener presente que en el territoriode Leuctra existe el sepulcro de las hijas de Escedaso, a lasque llaman las Léuctridas, por razón del sitio: por cuantohabiendo sido violentadas por unos forasteros espartanos,se les dio allí sepultura. De resulta de esta terrible e injustaacción, el padre, como no hubiese alcanzado en Lace-demonia condigno castigo, hizo contra los Espartanos lasmás horribles imprecaciones, y luego se dio a sí mismo lamuerte sobre el sepulcro de las doncellas. Tuvieron los Es-partanos frecuentemente oráculos y respuestas sobre que seprecavieran y guardaran del castigo léuctrico; pero muchosno lo entendían, y se quedaban confusos acerca del sitio, porcuanto hay también una aldea de la Laconia a la parte delmar llamada Leuctro; y en las cercanías de Megalópolis deArcadia hay también otro sitio del mismo nombre: bien queel suceso de arriba era más antiguo que estas Leuctras.

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XXI.- Durmiendo, pues, Pelópidas en el campamento, lepareció estar viendo a aquellas jóvenes llorar sobre sus se-pulcros y hacer imprecaciones contra los Espartanos, y queEscedaso le prevenía que sacrificase allí en honor de sus hi-jas una virgen rubia, si quería alcanzar victoria de sus enemi-gos. Por más que el mandato le pareció duro e injusto, selevantó y fue a proponerlo a los agoreros y a los caudillos.Unos decían que no era cosa de despreciarlo o de no creer-lo, recordando los ejemplos de Meneceo, hijo de Creón; deMacaria, hija de Heracles; más adelante el de Ferecides elsabio, a quien los Lacedemonios dieron muerte, y cuya piel,según cierto vaticinio, estaba confiada a la custodia de susreyes; el de Leónidas, que, cumpliendo con el oráculo, seofreció en cierta manera en sacrificio por la salud de la Gre-cia; y también el de los que fueron inmolados por Temísto-cles a Baco Omesta o el terrible, antes de darse el combatenaval de Salamina; de todos los cuales dan testimonio lasmismas víctimas. Por el otro extremo, habiendo pedido laDiosa a Agesilao, al modo que a Agamenón cuando hacía laguerra en los mismos lugares que éste y contra los mismosenemigos, que le ofreciese en víctima su hija, visión que tuvoen Áulide entre sueños; como por ternura no hubiese hechosemejante ofrenda, tuvo que disolver el ejército, retirándosesin gloria ni utilidad. Otros, al contrario, sostenían que a lanaturaleza excelente y superior a nosotros no podía serleagradable tan bárbaro e injusto sacrificio, pues que no esta-mos sujetos al imperio de aquellos Titanes o aquellos Gigan-tes, sino al del padre de todos los Dioses y los hombres; y el

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creer que hay Genios maléficos que se complacen en la car-nicería y la sangre de los hombres debe probablemente te-nerse por absurdo, mas, aunque los haya, debemos no hacercaso de ellos, como que nada pueden; pues que la impoten-cia y la perversidad de ánimo van naturalmente unidas a losirracionales y malignos deseos.

XXII.- Estando los principales en esta conferencia, yPelópidas sumamente dudoso, de pronto una yegua nueve-cita se escapó de la manada corriendo por entre las armas, yllegando donde aquellos estaban se paró. A todos dio queobservar el color de la crin resplandeciente como el fuego,su ufanía y la suavidad y apacibilidad de su relincho; pero elagorero Teócrito, habiendo reflexionado un poco, dirigió lavoz a Pelópidas, y exclamó: “La víctima ¡oh bienhadado! sete ha venido a la mano: no esperemos ya otra virgen; sírvetede aquella que Dios te ha presentado”. Echaron entoncesmano a la yegua, la llevaron a la sepultura de las doncellas,donde haciendo plegarias y poniéndole coronas la degolla-ron alegres, e hicieron correr por el ejército la voz del en-sueño de Pelópidas y del sacrificio.

XXIII.- En la batalla, Epaminondas marchó oblicua-mente con la infantería, y fue dilatando su ala izquierda, parallevar lo más lejos posible de los demás Griegos la derechade los Espartanos, y para rechazar con ímpetu y a viva fuer-za a Cleómbroto, que la mandaba. Los enemigos advirtieronlo que pasaba y empezaron a hacer mudanza en su forma-ción, extendiendo y encorvando la derecha, como para en-

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volver y encerrar a Epaminondas con su muchedumbre. Enesto, Pelópidas, acelerando el paso y haciendo una conver-sión con sus trescientos, se adelanta corriendo antes queCleómbroto desplegue su ala, o que la vuelva a su estadocerrando la formación, y cae sobre los Lacedemonios cuan-do no estaban a pie firme, sino en cierta confusión y desor-den. Es el caso que, siendo los Espartanos los más aventaja-dos artífices y maestros en las cosas de la guerra, en nadaponían más cuidado ni se ejercitaban más que en no separar-se ni confundir o desordenar la formación, y antes hacertodos de tribunos y cabos, para poder, donde los cogiese lapelea y el riesgo, cargar y combatir con mayor unión; peroentonces la dirección de Epaminondas con la falange contraaquellos solos, pasando de largo por los demás, y el habersobrevenido Pelópidas con increíble rapidez y ardimiento,de tal manera desconcertó sus planes y toda su ciencia, quehubo de parte de los Espartanos una fuga y una matanzacuales nunca se habían visto. Así sucedió que igual parte degloria que a Epaminondas, Beotarca y general de todas lastropas, cupo por victoria y triunfo tan señalados al que noera Beotarca ni mandaba sino a muy pocos.

XXIV.- Invadieron ambos Beotarcas el Peloponeso, yatrayendo a su partido la mayor parte de los pueblos, separa-ron de los Lacedemonios a Elis, Argos, toda la Arcadia yaun la mayor parte de la Laconia. Sucedió esto en el mismotrópico del invierno, al acabarse ya el último mes, del quefaltaban muy pocos días, y era preciso que otros magistradostomaran el mando al entrar el primer mes, o sufrir pena de

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muerte los que no lo depusiesen. Los otros Beotarcas, portemor de esta ley, y por guardarse de la mala estación, solíanapresurarse a volver en ella el ejército a casa; mas entoncesPelópidas fue el primero que, adhiriéndose al voto de Epa-minondas y acalorando a los ciudadanos, guió para Esparta,pasó el Eurotas, les tomó muchas ciudades y taló el paíshasta el mar, acaudillando setenta mil soldados Griegos, delos que no eran los Tebanos ni una duodécima parte; sóloque la gloria de tales varones, aun prescindiendo de la opi-nión y resolución común, hacía que siguiesen tranquilamentelos aliados cuando éstos los mandaban; porque la primera ymás poderosa ley de todas da el mando, sobre el que tienenecesidad de salud, al que puede salvarlo: a la manera que losnavegantes mientras hay serenidad, o caminan por la costa,tratan con desdén y aun con altanería a los pilotos; pero lue-go que aparece la tormenta y el peligro, a éstos vuelven losojos y en ellos ponen toda su confianza. Así es que los Argi-vos, los Eleatas y los Árcades, que en los congresos conten-dían y altercaban con los Tebanos por el mando, en loscombates y en los apuros espontáneamente se sometían su-jetándose al mando de sus generales. En aquella expediciónredujeron a un solo imperio toda la Arcadia; y ocupando laprovincia de Mesena, de la que estaban en posesión los Es-partanos, llamaron y restituyeron a ella a los antiguos Mese-nios, volviendo a poblar a Itoma. Al retirarse a casa porCencrea, vencieron a los Atenienses, que trataron de opo-nérseles en las gargantas e impedirles el paso.

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XXV.- Con tales hechos todos estaban tan complacidosde su virtud como admirados de su buena suerte; pero laenvidia, inseparable de las ciudades capitales, y que crece enproporción de la gloria de los hombres grandes, no les teníadispuesto el mejor ni el más conveniente recibimiento; enefecto: ambos a su vuelta tuvieron que defenderse en causacapital, porque, previniendo la ley que en el primer mes, alque dan el nombre de Bucacio, entregasen a otros la Beo-tarquía, la habían retenido por otros cuatro meses íntegros,que fue en los que no dejaron de la mano las empresas deMesena, de la Arcadia y la Laconia. El primero llamado ajuicio fue Pelópidas, y por lo mismo fue también el que es-tuvo más expuesto; aunque al cabo ambos fueron absueltos.En la injusta prueba de esta acusación, Epaminondas mos-tró mucha serenidad, sabiendo que en las cosas políticas lapaciencia es una gran parte de la fortaleza y de la magnani-midad; mas Pelópidas, que de suyo era menos sufrido, yademás se veía incitado por los amigos a que por aquellapersecución se vengase de sus contrarios, no omitió aprove-char la siguiente ocasión. Meneclidas el orador había sidouno de los que con Pelópidas y Melón se habían reunido encasa de Carón; mas porque no habían hecho los Tebanostanto caso de él, a causa de que, si bien no podía negárselesu habilidad en el decir, era por otra parte desarreglado y demala conducta, empleaba su talento en suscitar toda especiede acusaciones y calumnias a los más distinguidos, no dán-dose por vencido aun después de la mencionada causa. Y aEpaminondas logró excluirlo de la Beotarquía, y por largotiempo lo tuvo fuera de los negocios; a Pelópidas no pudo

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desconceptuarlo con el pueblo; mas a falta de esto procuróindisponerle con Carón; y es que como todos los envidiososhallan consuelo, ya que ellos no puedan ganarse más aprecio,en hacer que se rebaje el de los otros, ponía gran conato enensalzar ante el pueblo las hazañas de Carón y en celebrarsus expediciones y sus victorias. Con esta mira trató de quela expedición de Platea, en la que los Tebanos antes de lajornada de Leuctra alcanzaron alguna ventaja yendo Carónde caudillo, se fijara un público monumento por este térmi-no. Andrócides de Cícico había recibido de la ciudad el en-cargo de pintar en un cuadro otra distinta batalla, y estaba enTebas mismo trabajando en él; mas como luego hubieseocurrido aquella rebelión, y sobrevenido la guerra cuando yaestaba muy cerca de concluirse, los Tebanos se quedaroncon el cuadro. Pues éste era el que Meneclidas trataba de quese consagrase a la memoria de Carón, haciendo poner en élsu nombre para marchitar la gloria de Pelópidas y Epami-nondas. Era empeño muy necio con batallas y triunfos tanseñalados querer poner en contienda un oscuro encuentro ydar valor a una victoria en la que, fuera de la muerte de unGeradas, de poco nombre entre los Espartanos, y las deotros cuarenta, no hay memoria de que se hubiese hechocosa que mereciese atención. Pelópidas salió al encuentro deeste proyecto de decreto, y lo notó de injusto, apoyándoseen que entre los Tebanos no estaba recibido que el honor seatribuyera privadamente a un hombre solo, sino que elnombre y el honor de la victoria quedase íntegro para la pa-tria. Y lo que es a Carón le elogió constante y profusamenteen su discurso, pero haciendo ver el desarreglo y la maligni-

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dad de Meneclidas, preguntó si creían que no había hechonada en servicio de la ciudad. Con lo que consiguió que aMeneclidas se le multase en una suma muy crecida; y comono pudiese pagarla, últimamente intentó alterar o trastornarel gobierno. Esto también pertenece al examen de estas vi-das que escribimos.

XXVI.- Hacía a la sazón la guerra Alejandro, tirano deFeras, a las claras a muchos de los Tésalos; pero en la inten-ción y con asechanzas a todos; por lo que las ciudades envia-ron mensajeros a Tebas, pidiendo un general y tropas; comoPelópidas viese a Epaminondas ocupado en proseguir lasempresas del Peloponeso, se escogió a sí mismo, y comoque se repartió para el auxilio de los Tésalos; no sufriendo,por una parte, tener ociosos sus conocimientos y sus fuer-zas, y no creyendo, por otra, que donde estaba Epaminon-das hiciese falta otro general. Apenas se encaminó a Tesaliacon algunas fuerzas, tomó inmediatamente a Larisa, y comoAlejandro viniese a él con ruegos, trató de transformarle, yde tirano convertirle en un monarca benigno y justo para losTésalos. Mas él era insufrible y feroz, y además se le atribuíamucha crueldad, mucha insolencia y avaricia; por lo que,como Pelópidas se irritase e incomodase con él, se retiró atoda prisa con los de su guardia, Pelópidas, habiendo pro-porcionado a los Tésalos gran seguridad de parte del tirano ygran unión y concordia entre sí mismos, partió para la Ma-cedonia, por cuanto haciendo la guerra Tolomeo a Alejan-dro, que reinaba sobre los Macedonios, ambos le llamabanpara que entre ellos fuese un árbitro y un juez, y un aliado

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auxiliar del que pareciese había sufrido injusticia. Llegadoallá, compuso sus diferencias, y restituyendo a los desterra-dos, recibió en rehenes a Filipo, hermano del rey, y a otrostreinta jóvenes de los más principales, los que condujo a Te-bas, haciendo ver a los Griegos a qué grado de considera-ción habían subido las cosas de los Tebanos por la opiniónde su poder y por la confianza en su justicia. Éste es el mis-mo Filipo que después hizo la guerra a los Griegos contra sulibertad, el cual todavía joven entonces pasó en Tebas suvida en casa de Pámenes. Ya desde aquella época parece quese hizo imitador de Epaminondas, llegando quizá a alcanzarsu actividad en las cosas de la guerra y en las campañas, queera la parte menos principal de las virtudes de este héroe;pero de su tolerancia, de su justicia, su magnanimidad y sumansedumbre, en las que era verdaderamente grande, nopudo Filipo participar nada, ni por naturaleza ni por imita-ción.

XXVII.- Como de allí a poco volviesen los Tésalos aquejarse de que Alejandro de Feras vejaba a las ciudades, fuePelópidas enviado por mensajero juntamente con Ismenias,y se presentó sin llevar tropas de Tebas, y sin ir apercibidopara la guerra, siéndole preciso valerse de los mismos Tésa-los para lo que pudiera ofrecerse. Turbáronse también otravez a este mismo tiempo las cosas de Macedonia, porqueTolomeo dio muerte al rey, apoderándose de la autoridad, ylos amigos de éste llamaron a Pelópidas, el cual quería inter-venir en aquellos negocios; mas no teniendo tropas propias,tomó allí mismo algunos estipendiarios, y con éstos marchósin detenerse contra Tolomeo. Luego que estuvieron cerca

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uno de otro, Tolomeo corrompió con algunas sumas a estosestipendiarios, logrando que se le pasasen; pero, al mismotiempo, temiendo la gloria y el nombre de Pelópidas, le salióal encuentro como superior, le dio la diestra y le hizo rue-gos, conviniendo en que conservaría la autoridad real a loshermanos del muerto y en que con los Tebanos tendría aunos mismos por amigos y por enemigos, entregando enrehenes para el cumplimiento a su hijo Filóxeno y cincuentade sus amigos. Envió a éstos Pelópidas a Tebas, y conser-vando el resentimiento por la traición de los estipendiarios,como supiese que la mayor parte de sus riquezas, sus hijos ysus mujeres los tenían en Farsalo, de manera que con apode-rarse de éstos tomaría bastante satisfacción de su ultraje, re-unió algunos Tésalos y marchó con ellos a Farsalo; mas, apoco de haber llegado, se presentó Alejandro el tirano consus tropas. Pensó Pelópidas que venía a darle excusas, y notuvo inconveniente en dirigirse a él, pues, aunque era cruel yasesino, por respeto a Tebas y a su misma autoridad y gloria,no temía que nada malo pudiera sucederle. Mas éste, viendoque iba sólo y sin armas, al punto le echó mano y se apode-ró de Farsalo. Infundió esto sumo terror y susto a los que leobedecían, como que después de semejante injusticia yarrojo ya a nadie perdonaría, sino que, según las ocurrencias,se portaría en los negocios y con los hombres como quienpor desesperación había echado enteramente el pecho alagua.

XXVIII.- Irritáronse los Tebanos con estas nuevas, y alpunto decretaron la formación de un ejército; pero, por

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cierto enfado con Epaminondas, nombraron otros genera-les. El tirano, en tanto, hizo conducir a Feras a Pelópidas,permitiendo al principio que le hablaran los que quisieran,creyendo que los trabajos le harían apacible y humillarían suánimo; pero como Pelópidas exhortase a los Tésalos quelamentaban su suerte a que no desconfiasen, pues entoncesera más cierto que el tirano tendría su merecido, y a éstemismo lo enviase a decir era cosa muy extraña que conti-nuamente estuviese dando tormentos y la muerte a misera-bles ciudadanos que en nada le ofendían, y que a él le dejase,cuando debía conocer que había de ser el primero a casti-garle, si tenía medio de huir, maravillado de semejante ente-reza e impavidez: “¿Por qué- exclamó- se empeña Pelópidasen apresurar su muerte?” Y habiéndolo éste entendido, res-pondió: “Para que tú perezcas más pronto y más en la ira delos Dioses”. Con este motivo prohibió que nadie de los defuera de casa pudiera hablarle. Teba, hija de Jasón y mujerde Alejandro, sabedora por los que custodiaban a Pelópidasde su firmeza y de la elevación de sus sentimientos, deseóconocerle y trabar con él conversación. Fue, pues, a verle, y,como mujer, no advirtió al primer aspecto la entereza queconservaba en medio de su triste estado; antes, consideran-do por el desaseo de su cabello y barba, por su gastada ropay por el modo con que se le trataba, que se le hacía pasarpor lo que no correspondía a la autoridad de su persona, seechó a llorar. A Pelópidas, que no sabía quien fuese aquellamujer, le causó admiración; mas luego que lo supo, la saludópor su nombre de familia, por ser amigo íntimo de Jasón; ycomo aquella le dijese: “¡Cuánto compadezco a tu mujer!”

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“Yo también a ti- le respondió-, porque estando sin prisio-nes aguantas a Alejandro”. Por este término se insinuó en elánimo de Teba, que no podía efectivamente sufrir la cruel-dad y las maldades del tirano, el cual había llegado en ellashasta el extremo de haber hecho sufrir la última afrenta almás mocito de los hermanos de la misma Teba. Así es quefrecuentemente visitaba a Pelópidas, y franqueándose con élsobre lo que padecía, su ánimo se llenó de ira, de encono yde despecho contra Alejandro.

XXIX.- Los generales tebanos, habiendo invadido la Te-salia, por impericia y algún casual descalabro, se retiraron sinhaber contribuido en nada al objeto de la expedición; y laciudad, después de haber multado a cada uno de ellos en mildracmas, confió a Epaminondas el mando del ejército. Alpunto, pues, hubo grandes alteraciones entre los Tésalos,alentados con la fama del general, y las cosas del tirano sepusieron en estado de no ser necesario gran poder paraecharlas por tierra: ¡tal fue el miedo que sobrecogió a susgenerales y sus amigos! ¡tal el ansia que nació en sus súbditosde abandonarle! y ¡tal el gozo por lo que esperaban!, pare-ciéndoles estar ya en el momento de ver al tirano expiar suscrímenes. Pero Epaminondas, prefiriendo a su propia gloriael salvar a Pelópidas, y temiendo no fuera que, si las cosas serevolvían, Alejandro en un acceso de desesperación se con-virtiese a la manera de las fieras, contra aquel, iba conllevan-do la guerra y como tomando rodeos; así, con las disposi-ciones y la vigilancia hizo también que el tirano se prepararay estuviese en inquietud, mas de manera que no se debilitara

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su confianza y engreimiento, ni se inflamara su cólera y as-pereza. Porque sabía llegar a tanto su crueldad y su despreciode lo honesto y de lo justo, que a unos hombres los hacíaenterrar vivos y a otros los cubría con pieles de jabalíes yosos, y azuzaba contra ellos perros de caza para que los des-pedazasen; o les lanzaba dardos, entreteniéndose con estadiversión. En las ciudades de Melibea y Escotusa, amigas yprotegidas por tratados, cercándolas en el acto de celebrarsus juntas públicas, dio muerte a todos los habitantes, y lalanza con que traspasó a su tío Polifrón la consagró y coro-nó y le hizo sacrificios como a un dios, llamándole Ticón.Habiendo visto en cierta ocasión a un actor representar LasTroyanas, de Eurípides, se salió a toda prisa del teatro, y en-vió a decir al representante que estuviese con tranquilidad ynada malo sospechase de aquel hecho; pues no se había reti-rado por hacerle desprecio, sino por no sufrir ante los ciu-dadanos la vergüenza de que, no habiendo mostrado com-pasión por ninguno de tantos como había hecho matar, levieran llorar por los infortunios de Hécuba y Andrómaca.Mas con todo, sobrecogido con la gloria y el nombre deEpaminondas y con todo el aparato de su expedición,

Dobló este gallo como esclavo el ala,y envió bien pronto quien con aquel le pusiese en buen lu-gar. Epaminondas no condescendió con que por parte delos Tebanos se hiciese paz y amistad con un hombre seme-jante; pactó sólo treguas de treinta días, y, recobrando a Pe-lópidas e Ismenias, hizo su retirada.

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XXX.- Noticiosos los Tebanos de que los Lacedemoniosy los Atenienses habían enviado embajadores al gran Reypara negociar una alianza, mandaron también por su parte aPelópidas, con muy buen consejo, a causa de su gran nom-bradía. Ya desde el principio, al pasar por las provincias delrey, fue muy considerado e hizo gran ruido, porque no cun-dió tibiamente o como rumor vago por el Asia la fama delos encuentros sostenidos contra los Lacedemonios, sinoque, apenas se divulgó la voz de la batalla de Leuctra, au-mentada e impelida cada día con algún nuevo triunfo, seextendió hasta los países más remotos. Así, cuando llegó alpalacio, apenas le vieron los Sátrapas, los de la guardia y losgenerales, comenzaron con admiración a decirse: “Éste es elque derribó el imperio de la tierra y del mar, de que estabanapoderados los Lacedemonios, y el que contuvo entre elTaigeto y el Eurotas aquella Esparta que poco antes habíahecho la guerra al gran rey y a los Persas, llevándola hastaSuza y Ecbátana por medio de Agesilao”. A Artajerjes le ha-bían sido de gran placer estos sucesos; así mostró admirar aPelópidas aun más allá de su fama, y quiso hacer ostentaciónde que le honraba y obsequiaba sobre cuantos habían mere-cido su estimación. Túvole todavía en más luego que vio sufigura y que oyó sus razonamientos, más enérgicos que losde los Atenienses, y más sencillos que los de los Lacedemo-nios, y, como sucede ordinariamente a los reyes, no disimulósu aprecio hacia tan singular varón, ni se ocultó a los otrosembajadores que le trataba con mayor distinción. Entre to-dos los Griegos, parece haber sido el Lacedemonio Antálci-das quien de él había recibido más señalado honor, cual fue

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el haberle enviado, bañada en esencias, la corona que mien-tras bebía ornaba su cabeza. A Pelópidas no le hizo un re-galo igual; pero le envió presentes ricos y del mayor valor, ycondescendió con sus proposiciones: “que fuesen indepen-dientes todos los Griegos y se repoblase Mesena; y que losTebanos fuesen tenidos por amigos hereditarios del rey”.Recibida esta respuesta, y de los dones sólo los que pudieranser una muestra de aprecio y benevolencia, se restituyó a supatria, con lo que todavía quedaron más desacreditados losotros embajadores. Así, los Atenienses, puesto en juicio Ti-mágoras, le condenaron a muerte; si fue por el exceso de losdones, justísimamente; pues no sólo admitió oro y plata, si-no un lecho de grandísimo precio y esclavos que lo prepara-sen, como si los Griegos no supiesen este ministerio; y,además de esto, ochenta vacas con sus vaqueros, porquenecesitaba tomar la leche para cierta enfermedad. Final-mente, fue conducido en silla de manos hasta el mar, siendoel rey quien pagó a los mozos el jornal. Mas no parece habersido este soborno lo que principalmente irritó a los Atenien-ses, ya que a Epícrates el Cosario, que no negaba haber reci-bido regalos del rey, y que se atrevió a presentar un proyectode decreto para que cada año, en lugar de los nueve ar-contes, se nombrasen nueve embajadores cerca del rey, to-mados entre los plebeyos y pobres, a fin de que volvieranricos, el pueblo se lo tomó a risa; por tanto, su principal en-cono fue porque todo se hizo en consideración a los Te-banos, sin reflexionar que la gloria de Pelópidas era de másinflujo que los discursos y las palabrerías para con un hom-

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bre que siempre se ponía de parte de los que en las armaseran superiores.

XXXI.- Concilió esta embajada no pequeña considera-ción a Pelópidas en su vuelta, tanto por la repoblación deMesena como por la independencia de todas las ciudadesgriegas. En tanto, Alejandro de Feras había descubierto otravez su carácter, destruyendo, no pocas ciudades de la Tesaliay poniendo guarniciones en la Ftiótide, en la Acaya y portoda la Magnesia; noticiosas las demás ciudades del regresode Pelópidas, enviaron al punto embajadores a Tebas, pi-diendo tropas, y a éste por caudillo. Decretóse así sin tar-danza, y hechos prontamente todos los preparativos, cuan-do el general estaba para partir, hubo un eclipse de sol, y enmedio del día quedó la ciudad en tinieblas. Pelópidas, vién-dolos a todos consternados con este accidente, creyó que noconvenía violentarlos en su terror y desaliento, ni tampocoaventurar en la empresa las vidas de siete mil ciudadanos; así,ofreciéndose por sí solo a los Tésalos, y tomando única-mente consigo trescientos extranjeros de a caballo que vo-luntariamente le siguieron, partió, contra la opinión de losagoreros y el deseo de los demás ciudadanos, a quienes pa-recía que aquella señal del cielo no se hacía sino por un va-rón ilustre. Él, por otra parte, estaba muy acalorado contraAlejandro por las ofensas que le había hecho, y esperabatambién encontrar su misma casa indispuesta y enconadacontra él por las conversaciones que había tenido con Teba.Mas lo que sobre todo le atraía era lo brillante de la acción:pues cuando los Lacedemonios habían enviado a Dionisio,

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el tirano de Sicilia, generales y gobernadores, y cuando losAtenienses recibían sueldo del mismo Alejandro y le habíanpuesto una estatua de bronce como a bienhechor, entoncesmismo se afanaba él y aspiraba al honor de hacer ver a losGriegos que solos los de Tebas hacían la guerra a los tiranosy quebrantaban en la Grecia los poderíos violentos e injus-tos.

XXXII.- Luego que llegó a Farsalo, reunió sus tropas ymarchó sin dilación contra Alejandro, el cual, viendo pocosTebanos al lado de Pelópidas, y que él tenía más que dobleinfantería de Tésalos, le salió al encuentro junto al templo deTetis; y como alguno le dijese a Pelópidas que el tirano veníacon mucha gente: “Mejor- respondió;- con eso serán máslos que venzamos”. Extiéndense hacia el medio de las llama-das Cinocéfalas varios collados de bastante inclinación y al-tura, y unos y otros se dirigieron a ocuparlos con la infante-ría; al propio tiempo, Pelópidas mandó a los suyos de a ca-ballo, que eran muchos y excelentes, que se batiesen con lacaballería enemiga. Vencieron éstos y bajaron a la llanura enpersecución de los fugitivos; mas se vio que Alejandro habíatomado las alturas y que, acometiendo a la infantería tesalia-na, que se había rezagado y se encaminaba a los puntos másfuertes y elevados, dio muerte a los primeros, y los demás,siendo ofendidos, nada hacían por su parte. Advertido, pues,esto por Pelópidas, llamó a los de a caballo y les dio ordende que corriesen contra lo más apiñado de los enemigos; élmismo, embrazando el escudo, marchó de carrera a unirsecon los que peleaban en los collados, y penetrando por la

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retaguardia hasta los primeros, infundió en todos tal valor yaliento, que aun a los mismos enemigos les pareció ser aque-llos otros hombres en el cuerpo y en el espíritu; y si bienéstos rechazaron dos o tres choques, al ver que todavía vol-vían con ímpetu y que la caballería dejaba el alcance, cedie-ron por fin y se retiraron. Pelópidas, desde la eminencia,viendo toda la hueste de enemigos, no puesta en fuga, perosí ya en gran confusión y desorden, se detuvo un poco a mi-rar, en busca del mismo Alejandro; y cuando observó queestaba en el ala derecha animando y ordenando a sus esti-pendiarios, no hizo uso de la razón para refrenar la ira, sinoque, inflamado con su vista, y abandonando a la cólera supersona y el mando, se adelantó a todos los demás, claman-do y llamando a gritos al tirano, el cual estuvo bien distantede sostener el ímpetu y de, aguantar, sino que, dando a co-rrer hacia los estipendiarios, se escondió. Y los primeros deéstos que hicieron oposición fueron rechazados por Pelópi-das, y aun algunos heridos y muertos; pero los demás, hi-riéndole de lejos con las lanzas, acabaron con él, mientrasque los Tésalos venían a carrera desde los collados en su au-xilio. Cuando ya había muerto, acudieron también los de acaballo y pusieron en huída todo el ejército, persiguiéndolegran trecho, y llenaron aquella llanura de cadáveres, tanto,que fueron más de tres mil a los que dieron muerte.

XXXIII.- Que los Tebanos presentes a la muerte de Pe-lópidas cayesen en el mayor desconsuelo, llamándole padre,salvador y maestro de los mayores y más apreciables bienes,nada tiene de extraño; pero el que los Tésalos pasasen con

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sus decretos la raya de cuanto honor puede dispensarse a lahumana virtud, esto fue lo que principalmente manifestó ensus demostraciones el aprecio y gratitud con que le miraban.Porque se dice que al saber su muerte cuantos concurrierona aquella batalla, ni se quitaron la coraza, ni desensillaron loscaballos, ni se curaron las heridas, sino que corriendo comose hallaban adonde estaba el cadáver, como si hubiera desentirlo, pusieron alrededor de su cuerpo, en montón, losdespojos de los enemigos, cortaron las crines a los caballos yse cortaron también el cabello, y muchos, yendo después alas tiendas, ni encendieron fuego ni se sentaron a comer,sino que el silencio y la pesadumbre se difundió por todo elcampamento, como si no hubieran alcanzado la mayor ymás completa victoria sino que más bien hubiesen sido ven-cidos y esclavizados por el tirano. De las ciudades, luego quecorrió la nueva, vinieron las autoridades, y con ellas losmancebos, los muchachos y los sacerdotes, para recibir elcuerpo, trayendo para adornarle trofeos, coronas y armadu-ras de oro. Llegado el momento de haberse de conducir elcadáver, adelantándose los Tésalos de más provecta edad,pidieron a los Tebanos que les permitieran darle sepultura; yuno de ellos habló de esta manera: “Os pedimos ¡oh aliadosnuestros! una gracia que nos ha de servir de honor y de con-suelo; pues no hacen la corte los Tésalos a Pelópidas, toda-vía vivo, ni en tiempo que pueda sentirlo le retribuyen loscorrespondientes honores, sino que con sernos permitidotocar su cadáver, hacerle las debidas exequias y sepultar sucuerpo, parecerá que debe creérsenos si decimos que estacalamidad es mayor para nosotros que para los Tebanos,

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pues que vosotros sólo habéis perdido un excelente general,cuando nosotros, además de esta pérdida, hemos sido priva-dos de la libertad. ¿Y cómo ya nos atreveremos a pedirosotro general, no restituyéndoos a Pelópidas?” Condescen-dieron, pues, los Tebanos con sus ruegos.

XXXIV.- Ciertamente que no habrá habido exequiasmás magníficas que éstas, a juicio de los que no colocando lomagnífico en el marfil, en el oro y en la púrpura, se distin-guen de Filisto, que cantó y engrandeció el enterramiento deDionisio, haciéndolo el desenlace teatral de su tiranía, comosi fuera el de una gran tragedia. También Alejandro el Gran-de, muerto Hefestión, no sólo esquiló las crines de los caba-llos y de las acémilas, sino que quitó las almenas de los mu-ros, para dar a entender que las ciudades lloraban, habiendotomado aquel aspecto lúgubre y humilde en lugar de su anti-gua belleza. Mas todos éstos no son sino preceptos de tira-nos, impuestos por necesidad, para envidia de aquellos enfavor de quienes se expiden, y en más odio de los que paraellos emplean la fuerza; lejos de ser expresiones de gratitud yhonor, no lo son sino de un fausto bárbaro y de ostentacióny molicie de hombres que gastan su caudal en cosas vanas,indignas de imitarse. Por el contrario, el que un hombre po-pular, muerto en tierra extraña, sin hallarse presentes sumujer, sus hijos o sus deudos, sin que nadie lo exija y menoslo mande, sea honrado en sus exequias por tantas ciudades ypueblos reunidos, que llevan y coronan su féretro, esto debecon justa razón parecer el complemento de la felicidad; por-que no es la más triste, como Esopo dijo, la muerte del

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hombre dichoso, sino antes la más bienaventurada, por ha-ber puesto ya en lugar seguro sus buenas acciones y habersequitado del alcance de las mudanzas de Fortuna. Por tanto,mejor lo entendió aquel Lacedemonio que a Diágoras, triun-fador en Olimpia, que alcanzó a ver a sus hijos coronados enlos juegos, y nietos de hijos e hijas, le saludó diciéndole:“Muérete ¡oh Diágoras!, pues que no has de subir a otroOlimpo”. Pues todas las victorias olímpicas y píticas juntasno creo que hubiese quien las comparase con uno de loscombates de Pelópidas, el cual, habiendo reñido muchaslides, vencedor en todas, y habiendo pasado la mayor partede su vida en el honor y la gloria, últimamente en su déci-matercia beotarquia, después de haber alcanzado el prez delvalor sobre muerte de un tirano, dio su vida por la libertadde la Tesalia.

XXXV.- Si su muerte causó mucho pesar a los aliados,todavía les fue de mayor provecho, porque los Tebanos,luego que tuvieron noticia del fallecimiento de Pelópidas, noponiendo dilación ninguna en el castigo, dispusieron inme-diatamente una expedición de siete mil infantes y ocho-cientos caballos, bajo el mando de Malcites y Diogitón, loscuales, llegando a tiempo en que Alejandro todavía estabaescaso y debilitado de fuerzas, le obligaron a que restituyesea los Tésalos las ciudades que les había tomado; a que dejaseen paz a los de Magnesia, de la Ftiótide y de la Acaya, reti-rando las guarniciones, y a que pactase con ellos en un trata-do que, adondequiera que los Tebanos le condujesen omandasen, allá los seguiría; siendo esto con lo que los Teba-

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nos se dieron por satisfechos. Ahora referiremos cuál fue lavenganza que los Dioses tomaron de Alejandro, a causa dePelópidas. Ya éste había antes enseñado a Teba, como arribadijimos, a no mirar con miedo la brillantez y aparato exteriorde la tiranía, que interiormente se sostenía sólo con algunasarmas y algunos tránsfugas; además, recelosa siempre de suinfidelidad e indignada de su fiereza, trató y convino con sushermanos, que eran tres, Tisífono, Pitolao y Licofrón, Eldeshacerse de él de esta manera. Todo el resto de la casaestaba al cuidado de aquellos guardias a quienes tocaba cus-todiarle por la noche; pero del dormitorio en que solíaacostarse, que estaba en alto, era único centinela, puesto de-lante de él, un perro atado, temible a todos menos a ellosdos y al esclavo que le daba de comer. Al tiempo concertadopara el hecho, Teba, desde antes de la noche, tenía ocultos alos hermanos en una habitación vecina: entró sola, como lotenía de costumbre, al cuarto de Alejandro, que ya estabadormido; salió de allí a poco, y mandó al esclavo que se lle-vara afuera el perro, porque aquel quería reposar con el ma-yor sosiego; inmediatamente, para precaver que la escalerahiciese ruido al subir los hermanos, tendió lana por toda ella;trajo luego a los hermanos armados, y, dejándolos a lapuerta, entró al dormitorio y sacó la espada que Alejandrotenía colgada sobre el lecho, siendo ésta la seña que se teníandada para entender que éste dormía y que era el momentode sorprenderle. Como entonces se acobardasen aquellos jó-venes y se detuviesen, empezó a motejarlos y amenazarloscon que despertaría a Alejandro y le descubriría el designio;entonces, entre avergonzados y medrosos, los introdujo y

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los colocó alrededor del lecho, llevando luz. Sujetóle el unopor los pies, y el otro le tomó la cabeza por los cabellos, y eltercero le pasó con la espada; muriendo, atendida la celeri-dad del hecho, quizá más pronto de lo que fuera razón; ysólo en haber sido el primer tirano muerto por su mujer, yen la afrenta que sufrió su cadáver, siendo arrojado al suelo yhollado por los de Feras, puede decirse que tuvo el fin debi-do a sus maldades.

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MARCELO

I.- Es opinión que Marco Claudio, el que fue en Romacinco veces cónsul, era hijo de otro Marco, y que entre losde su casa empezaron a llamarle Marcelo, lo que se inter-preta Marcial, según nos dejó escrito Posidonio. Era real-mente guerrero en el ejercicio y los conocimientos; en sucuerpo, robusto; en las manos, ágil, y en su índole, muy in-clinado a la guerra; y si bien en los combates se mostrabaintrépido y fiero, en todo lo demás era prudente y humano,y aficionado a la literatura y escritos de los Griegos, hastaapreciar y admirar a los que en aquella sobresalían; aunquepor sus ocupaciones no le fue dado aprender y ejercitarse enella según sus deseos. Porque si Dios a algunos hombres,como dice Homero,

De juventud hasta la edad cansadales concedió acabar sangrientas lides

esto se verificó también con los principales Romanos deaquella edad, los cuales, de jóvenes, hicieron la guerra a losCartagineses en Sicilia, en la edad varonil a los Galos pordefender la Italia, y en la vejez otra vez a Aníbal y los Carta-gineses, no pudiendo tener, como otros, reposo en sus últi-

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mos años, sino siendo llamados continuamente a los ejérci-tos y a los mandos, según su generosa índole y su virtud.

II.- En todo género de lid era Marcelo diestro y ejercita-do; pero en los duelos y desafíos parece que aún se excedía así mismo; así, no hubo desafío que no aceptase, y en ningu-no dejó de dar muerte a sus contrarios. En Sicilia salvó a suhermano Otacilio, que estaba para perecer, protegiéndolocon su escudo y dando muerte a los que le habían acosado:acción por la que, siendo todavía mozo, obtuvo de los gene-rales coronas y premios. Como hubiese adelantado en la pú-blica estimación, el pueblo le nombró edil, una de las másbrillantes dignidades, y los sacerdotes, Agorero, que es unaespecie de sacerdocio, al que la ley concedió la investigacióny conservación de la adivinación por las aves. Siendo edil, sevio en la necesidad de seguir una causa muy repugnante. Te-nía un hijo de su mismo nombre, dotado de singular bellezay a mismo tiempo muy estimado de los ciudadanos por sumodestia e instrucción, y Capitolino, colega de Marcelohombre vicioso y disoluto, le requirió de amores. El joven,al principio, guardó dentro de su pecho aquel mal intento;mas como aquel hubiese repetido y él lo hubiese revelado asu padre, indignado Marcelo acusó a su colega ante el Sena-do. Puso el denunciado por obra toda especie de subterfu-gios y enredos, pidiendo la intercesión de los tribunos, y,como se excusasen de prestarla, se defendía con la negativa.No podía producirse testigo ninguno de la seducción, por loque se resolvió hacer comparecer al joven en el Senado; ytraído que fue, con ver su rubor y sus lágrimas, y que en su

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aspecto con la vergüenza resplandecía una ardiente ira, nonecesitaron de más conjeturas para condenar a Capitolino ymultarlo en una crecida suma, con la que Marcelo hizo la-brar un lebrillo de plata, que consagró a los Dioses.

III.- Sucedió que, fenecida la primera Guerra Púnica alaño vigésimosegundo, amenazaron a Roma principios denuevas disensiones con los Galos: porque los Insubres, ha-bitantes de la parte de Italia que está al pie de los Alpes-pueblo también galo-, ya de gran poder por sí mismos, alle-gaban otras fuerzas, convocando a los que de los Galos sir-ven a soldada, los cuales se llaman Gesatas: habiendo sidocosa prodigiosa y de gran dicha para Roma que esta guerracéltica no hubiese concurrido con la africana, sino que losGalos, como si entraran de sustitutos, no se hubieran movi-do mientras duraba aquella contienda y después tratasen deacometer a los vencedores y de provocarlos cuando ya esta-ban ociosos.

No dejó, con todo, el país mismo de ser gran parte paraque viniese temor en los Romanos, conmovidos con la ideade una guerra de la misma región, ya por la vecindad, y yatambién por el antiguo renombre de los Galos; los cuales seve haber sido muy formidables a los Romanos, que por ellosfueron desposeídos de su ciudad, pues que de resulta de estesuceso establecieron por ley que los sacerdotes fuesenexentos de la milicia, a no que sobreviniera otra guerra conlos Galos. Daban también indicio de este miedo mismospreparativos- porque se pusieron sobre las armas tantos mi-llares de hombres cuantos nunca se vieron a la vez ni antes

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ni después- y las novedades que se hicieron en orden a lossacrificios: pues siendo así que nada admitían de los bárbarosni de los extranjeros, sino que siguiendo principalmente lasopiniones de los Griegos eran píos y humanos en las cosasde la religión, al estar ya próxima la guerra se vieron en lanecesidad de obedecer a unos oráculos de las Sibilas, y segúnellos, a enterrar vivos, en la plaza que llaman de los Bueyes, ados Griegos, varón y hembra, y del mismo modo a dosGalos: por los cuales Griegos y Galos hacen aún hoy en elmes de noviembre ciertas arcanas e invisibles ceremonias.

IV.- Los primeros combates alternaron entre victorias ydescalabros, sin que condujesen a un término seguro; mien-tras los cónsules Flaminio y Furio hacían la guerra con po-derosos ejércitos a los Insubres, se vio que el río que atravie-sa la campiña Picena corría teñido en sangre, y se dijo asi-mismo que hacia Arímino habían aparecido tres lunas.Además, los sacerdotes, que tienen a su cargo observar lasaves, anunciaron que los agüeros de éstas al tiempo de loscomicios consulares habían sido contrarios a los cónsules:por todo lo cual al punto se enviaron cartas al ejército citan-do y llamando a éstos para que, restituidos a Roma, abdica-ran cuanto antes y nada se apresuraran a hacer como cón-sules contra los enemigos. Recibió las cartas Flaminio, y noquiso abrirlas sin haber antes entrado en acción con los bár-baros, a los que puso en fuga y les corrió la tierra. Regresóluego a Roma con muchos despojos, pero el pueblo no salióa recibirle; y por no haber cumplido así que fue llamado nihaberse mostrado obediente a las cartas, estuvo en muy po-

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co que no perdiese la votación del triunfo; por tanto, nobien acabada la solemnidad de éste, le redujo a la clase departicular, precisándole, a renunciar al consulado juntamentecon su colega: ¡tanta era la piedad de los romanos en refe-rirlo todo a los Dioses! Así- es que aun presentando encambio los más prósperos acontecimientos, no aprobaban eldesdén de los agüeros recibidos, creyendo que para la saludde la patria conducía más el que los magistrados reverenciasen las cosas de la religión que el que vencieran a los enemi-gos.

V.- Por este término, hallándose cónsul Tiberio Sem-pronio, varón que por su valor y probidad era de los Roma-nos tenido en el mayor aprecio, declaró por sus sucesores aEscipión Nasica y Gayo Marcio; y cuando ya estaban éstosen sus respectivas provincias, registrando los apuntes sobreritos religiosos, halló por casualidad que se le había pasadouna de las prevenciones trasmitidas por los mayores, que eraésta: cuando el general para tomar los agüeros fuera de lapoblación ocupaba casa o tienda arrendada, y después poralgún motivo tenía que volver a la ciudad sin haber obtenidoseñales ciertas, era preciso que dejara aquella mansión arren-dada y tomara otra para empezar en ella la ceremonia desdeel principio. Esto era justamente lo que Tiberio había igno-rado, y tomó dos veces los agüeros en un mismo punto paradeclarar cónsules a los que dejamos dicho. Advirtió por finsu error, y lo hizo presente al Senado, el cual no miró condesprecio esta falta, aunque pequeña, sino que escribió a loscónsules, y éstos, dejando las provincias, se apresuraron a

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volver a Roma e hicieron dimisión de su dignidad: aunqueesto sucedió más adelante. Mas por aquellos mismos tiem-pos, a dos sacerdotes de los más distinguidos se les privó delsacerdocio: a Cornelio Cetego, por no haber distribuido porel orden prescrito las entrañas de las víctimas, y a QuintoSuplicio, porque en el acto de estar sacrificando se le cayó dela cabeza el bonete que llevan los llamados Flámines. Tam-bién estando el dictador Minucio nombrando por maestrede la caballería a Gayo Flaminio, porque en el acto se oyó elrechinamiento de un ratón, retiraron sus votos a entrambosy nombraron otros. Mas aunque tanta exactitud ponían enestas cosas que parecen pequeñas, no por eso tenía partesuperstición ninguna en no alterar ni omitir nada de lasprácticas heredadas.

VI.- Hecha la abdicación por Flaminio y su colega, fuedesignado cónsul Marcelo por los que llaman interreyes, yluego que entró en posesión de su cargo, le dieron por cole-ga a Gneo Cornelio. Dícese que como los Galos diesen mu-chos pasos hacia la reconciliación, y también el Senado seinclinase a la paz, Marcelo irritó al pueblo para que apetecie-se la guerra; y aun sin embargo de que llegó a hacerse la paz,los Galos mismos parece que obligaron a la guerra, pasandolos Alpes y alborotando a los Insubres; porque siendo unostreinta mil, se unieron a éstos, que les excedían mucho ennúmero, y llenos de altanería marcharon sin detención con-tra Acerra, ciudad fundada a las orillas del Po; de allí salía elrey de los Gesatas, Virdómaro, con unos diez mil hombres,y talaba todo el país por donde discurre este río. Luego que

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esto llegó a los oídos de Marcelo, dejando a su colega por laparte de Acerra con toda la infantería, toda la tropa de líneay el tercio de la tropa de línea y el tercio de la de a caballo, ytomando consigo lo restante de la caballería y de las tropasmás ligeras, hasta unos seiscientos hombres, movió sus rea-les y aceleró la marcha, sin aflojar ni de día ni de noche,hasta que alcanzó a los diez mil Gesatas hacia el pueblo lla-mado Clastidio, caserío otro tiempo de los Galos, que hacíapoco habían entrado en la obediencia de los Romanos. Nole fue dado rehacerse y dar algún reposo a su tropa, porquepronto tuvieron los bárbaros antecedentes de su venida, y lamiraron con desprecio, por ser muy poca la infantería y nodar los Celtas a su caballería importancia ninguna: pues so-bre ser tenidos por diestrísimos y sobresalientes en este mo-do de combatir, con mucho excedían también en el númeroa Marcelo. Por tanto, para llevársele de calle, marcharon sindilación contra él con gran ímpetu y terribles amenazas, pre-cediéndoles el rey. Marcelo, para que no se le adelantaran yenvolvieran viéndole con tan pocos llevó con prontitud abastante distancia sus escuadrones de caballería, y adelga-zando su ala la extendió mucho, hasta que se puso cerca delos enemigos. En el acto mismo de lanzarse contra estos,sucedió que su caballo, inquietado con los relinchos de lacaballería contraria, volvió grupa para llevar hacia atrás aMarcelo. Él entonces, temiendo que este accidente diesemotivo a alguna superstición de los Romanos, hizo uso delfreno y volvió repentinamente el caballo frente a los enemi-gos, adorando al Sol; como que no por acaso sino de in-tento y con aquel mismo objeto había hecho a su caballo dar

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vuelta, porque girando en torno es como los Romanosacostumbran a adorar a los Dioses, y al tiempo de embestira los enemigos se dice haber hecho voto a Júpiter Feretriode consagrarle las más hermosas armas de los enemigos.

VII.- En esto le echó de ver el rey de los Gesatas, yconjeturando por las insignias que aquel era el general, picó asu caballo y se adelantó mucho a los demás, provocándole agrandes voces y, blandiendo su lanza; era superior a los de-más Galos y sobresalía entre ellos por su talla y por toda suarmadura, en que brillaban el oro, la plata y la variedad delos colores, con lo que venía a ser como rayo de luz entrenubes. Llevaba Marcelo su vista por toda la hueste enemiga,y como al descubrir aquellas armas le pareciesen las máshermosas de todas y se le ofreciese que con ellas había decumplir su voto, arremetiendo contra su dueño le atravesócon la lanza la coraza y con el encuentro del caballo le hizoperder la silla y caer al suelo todavía con vida; pero repitién-dole segundo y tercer golpe acabó luego con él. Apeóse enseguida, y luego que tomó en la mano las armas del caído,alzando los ojos al cielo, exclamó: “¡Oh Júpiter Feretrio, túque registras los designios y las grandes hazañas de los gene-rales en las guerras y en las batallas, tú eres testigo de quecon mi propia mano he traspasado y dado muerte a esteenemigo, siendo general, a otro general, y siendo cónsul, aun rey; conságrote, pues, estos primeros y excelentísimosdespojos; tú concédeme para lo que resta una ventura igual aestos principios!” En esto acometió la caballería, peleando,no con la caballería separada, sino también con la infantería

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que allí se agolpó, y alcanzó un especial, glorioso e incompa-rable triunfo, pues no hay memoria de que tan pocos de acaballo hubiesen vencido jamás a tanta caballería e infanteríajuntas. Dióse muerte a un gran número, y cogiendo muchasarmas y despojos, volvió a unirse con su colega, que comba-tía desventajosamente con los Celtas, junto a la ciudad ma-yor y más populosa de los Galos. Llámase Milán, y los Celtasla reconocen por metrópoli; por lo cual, peleando con par-ticular denuedo en su defensa, habían conseguido sitiar alsitiador Cornelio. Volviendo en esta sazón Marcelo, los Ge-satas, luego que entendieron la derrota y muerte de su rey, seretiraron; Milán fue tomada, y los Celtas espontáneamenteentregaron las demás ciudades y se sometieron con todassus cosas a los Romanos, que les concedieron la paz conequitativas condiciones.

VIII.- Decretado por el Senado el triunfo solamente aMarcelo, apareció éste en la pompa, si se atiende a la bri-llantez, riqueza y copia de los despojos, y al número de loscautivos, magnífico y admirable como los que más; pero elespectáculo más agradable y nuevo era ver que él mismoconducía al templo de Júpiter la armadura del bárbaro, paralo cual había hecho cortar el tronco de una frondosa encina,y disponiéndolo como trofeo puso ligadas y pendientes de éltodas las piezas, acomodándolas con cierto orden y gracia; yal marchar el acompañamiento púsose al hombro el tronco,subió a la carroza, y como estatua de sí mismo, adornadacon el más vistoso de los trofeos, así atravesó la ciudad. Se-guía el ejército con lucientes armas, entonando odas e him-

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nos triunfales en loor del dios y del general. De esta maneracontinué la pompa, y, llegada al templo de Júpiter Feretrio,subió a él e hizo la consagración, siendo el tercero y el últi-mo hasta nuestra edad, porque Rómulo fue el primero quetrajo iguales despojos, de Acrón, rey de los Ceninenses; elsegundo Cornelio Coso, de Tolumio, Etrusco, y después deestos Marcelo, de Virdómaro, rey de los Galos, y después deMarcelo, nadie. Dase al dios a quien se hizo la ofrenda elnombre de Júpiter Feretrio, según unos, por habérsele lleva-do el trofeo en un féretro, como derivado de la lengua grie-ga, muy mezclada entonces con la latina; según otros, ésta esdenominación propia de Júpiter Fulminante, porque al heriro lisiar los Latinos le llaman ferire. Otros, finalmente, dicenque se tomó el nombre del mismo golpe o acto de herir enla guerra, porque en las batallas, cuando persiguen a losenemigos, repitiendo la palabra “hiere”, se excitan unos aotros. Al botín comúnmente le llaman despojos; pero a losde esta clase les dicen con especial denominación opimos; y serefiere que en los comentarios de Numa Pompilio se hacemención de opimos primeros, segundos y terceros; man-dando que los primeros que se tomaban se consagrasen aJúpiter Feretrio; los segundos, a Marte, y los terceros, a Qui-rino; y que por prez del valor recibían el primero trescientosases, doscientos el segundo, ciento el tercero; acerca de lascuales cosas prevalece además la opinión de que entre aque-llos sólo son honoríficos los que se toman los primeros enbatalla campal, dando muerte el un general al otro; masbaste ya de este punto. Los Romanos tuvieron en tanto estavictoria y el modo con que se terminó esta guerra, que de los

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rescates enviaron en ofrenda a Apolo Pitio una salvilla deoro, y de los despojos, además de partir largamente con lasciudades confederadas, regalaron asimismo considerableporción a Hierón, tirano de Siracusa, que era también amigoy aliado.

IX.- Cuando Aníbal invadió la Italia había sido Marceloenviado a Sicilia con una armada. Sucedió luego la calamidadde Canas, muriendo muchos millares de Romanos en aquellabatalla y retirándose a Canusio aquellos pocos que habíanpodido salvarse. Como se temiese que Aníbal acudiría, alpunto a tomar a Roma con la facilidad con que había deshe-cho lo más robusto de sus tropas, Marcelo fue el primeroque desde las naves envió a Roma para su guarnición mil ysetecientos hombres. Comunicósele luego una orden delSenado, y, pasando en su virtud a Canusio, recogió las queallí se habían refugiado y los sacó fuera de muros, para nodejar a discreción el país. De los Romanos, los varones pro-pios para el mando y de opinión en las cosas de la guerra,los más habían muerto en las acciones, y en Fabio Máximo,que era el que gozaba de mayor autoridad por su justifica-ción y su prudencia, culpaban el detenimiento en las deter-minaciones, para no arriesgarse a descalabros, notándole deinactivo e irresoluto. Juzgando, pues, que si bien éste eracual les convenía para consultar a su seguridad, no era el ge-neral que también necesitaban para ofender a su vez, volvie-ron los ojos a Marcelo, y contraponiendo y como mezclan-do su osadía y arrojo con la moderación y previsión deaquel, los fueron nombrando, ora cónsules a ambos y ora

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cónsul al uno y procónsul al otro. Refiere Posidonio a estepropósito que a Fabio le llamaban escudo, y a Marcelo, es-pada, y el mismo Aníbal solía decir que a Fabio le temía co-mo a ayo, y a Marcelo, como a antagonista; porque de aquelera contenido para que no hiciese daño, y de éste lo recibía.

X.- En primer lugar, como en el ejército por las mismasvictorias de Aníbal se hubiese introducido mucha insubordi-nación e indisciplina, a los soldados separados de los realesque corrían el país los destrozaba, debilitando por este me-dio sus fuerzas. Después, yendo en auxilio de Nápoles y deNola, a los Napolitanos los alentó y confirmó, porque desuyo eran amigos seguros de Roma, y entrando en Nola, losencontró en sedición, porque el Senado no podía reducir nigobernar al pueblo que anibalizaba o se mostraba del partidode Aníbal, y es que había en aquella ciudad un hombre de losprincipales en linaje, y muy ilustre por su valor, llamadoBandio, el cual, en Canas, había peleado con extraordinariovalor, habiendo dado muerte a muchos Cartagineses, a lapostre se le había encontrado entre los cadáveres traspasadosu cuerpo de muchos dardos, de lo que admirado Aníbal, nosólo le dejó ir libre sin rescate, sino que le dio dádivas, y lehizo su amigo y huésped. Correspondiendo, pues, Bandio,agradecido a este favor, era uno de los que anibalizaban conmás ardor, y, como tenía influjo, incitaba al pueblo a la de-serción. No tenía Marcelo por justo deshacerse de un hom-bre a quien la fortuna había distinguido tanto y que habíatenido parte con los Romanos en sus más memorables bata-llas, y como además fuese por su carácter dulce y humano

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en el trato, e inclinado a excitar en los hombres sentimientosde honor, habiéndole en una ocasión saludado Bandio, lepreguntó quién era, no porque no le conociese muchotiempo había, sino para buscar algún principio y motivo deentrar en conversación. Cuando le respondió “soy LucioBandio”, mostrando alegrarse y maravillarse: “¡Cómo!- lerespondió.- ¿Tú eres aquel Bandio de quien tanto se ha ha-blado en Roma, con motivo de la batalla de Canas, dicién-dose haber sido tú el único que no abandonó al cónsulPaulo Emilio, sino que aún esperaste y recibiste en tu propiocuerpo los dardos que contra aquel se lanzaban?” Contes-tándole Bandio y mostrando además algunas de sus heridas,“pues teniendo- continuó Marcelo- tales señales de amistadhacia nosotros, ¿por qué no te has presentado al instante?¿O crees que nos sabemos recompensar la virtud de unosamigos que vemos acatados de nuestros contrarios?” Ade-más de halagarle y atraerle de esta manera, le regaló un caba-llo hecho a la guerra y quinientas dracmas.

XI.- Desde entonces Bandio fue para Marcelo el com-pañero y auxiliar de mayor confianza y el más temible de-nunciador y acusador de los que eran de contrario partido;había muchos, y tenían meditado, cuando los Romanos sa-liesen contra los enemigos, robarles el bagaje. Por tanto,Marcelo, formando sus tropas dentro de la ciudad, colocójunto a las puertas todo el carruaje, e intimó a los Nolanosque no se aproximasen a las murallas; notábanse éstas de-siertas de defensores, y esto indujo a Aníbal a marchar conpoco orden, pareciéndole que los de la ciudad estaban tu-

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multuados. Entonces Marcelo, dando orden de abrir lapuerta que tenía próxima, hizo una salida, llevando a sus ór-denes lo más brillante de la caballería, y dio de frente sobrelos enemigos; a poco salieron por otra puerta los de infante-ría con ímpetu y algazara, y después de éstos, mientras Aní-bal dividía sus fuerzas, se abrió la tercera puerta, y por ellasalieron los restantes, y por todas partes hostigaron a unoshombres sobrecogidos con lo inesperado del caso, y que sedefendían mal de los que ya tenían entre manos, por los queúltimamente habían sobrevenido. Y ésta fue la primera oca-sión en que las tropas de Aníbal cedieron a los Romanos,acosadas de éstos con gran mortandad y muchas heridashasta su campamento, pues se dice que perecieron sobrecinco mil, no habiendo muerto de los Romanos más de qui-nientos. Livio no confirma el que hubiese sido tan grande laderrota ni tanta la mortandad de los enemigos; pero sí con-viene en que de resultas de esta acción adquirió Marcelogran renombre, y a los Romanos se les infundió muchoaliento, como que no peleaban contra un enemigo invicto oirresistible, sino contra uno que ya, decían, estaba sujeto adescalabros.

XII.- Por esta causa, habiendo muerto uno de los cón-sules, llamó el pueblo para que le sucediese a Marcelo, que sehallaba ausente, dilatando la elección contra la voluntad delos demás magistrados hasta que regresó del ejército. Fue,pues, nombrado cónsul por todos los votos; pero al cele-brarse los comicios hubo truenos, y los sacerdotes no tuvie-ron por faustos los agüeros, sino que no se atrevieron a di-

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solver la Junta por temor del pueblo; mas él mismo hizodimisión de su dignidad. Con todo, no por esto rehusó elmando del ejército, sino que con el nombramiento de pro-cónsul volvió otra vez al campamento de Nola, donde causógraves daños a los que habían tomado el partido del Carta-ginés. Sobrevino éste repentinamente contra él, y como leprovocase a batalla campal, no tuvo entonces por conve-niente el empeñarla, con lo que aquel destinó a merodear lamayor parte de su ejército; cuando menos pensaba en bata-lla, se la presentó Marcelo, que había dado a su infanteríalanzas largas, como las que usaban en los combates navales,y la había enseñado a herir de lejos a los Cartagineses, queno eran tiradores, y sólo usaban de dardos cortos con queherían a la mano. Así, en aquella ocasión volvieron la espaldaa los Romanos cuantos concurrieron, y se entregaron a unano disimulada fuga, con pérdida de unos cinco mil hombresmuertos, y cuatro elefantes muertos asimismo, y otros dosque se cogieron vivos. Pero lo más singular de todo fue queal tercer día, después de la batalla, se le pasaron de los Iberosy Númidas de a caballo más de trescientos, cosa nunca antessucedida a Aníbal, que con tener un ejército compuesto devarias y diversas gentes, por mucho tiempo lo había conser-vado en una misma voluntad; éstos, después, permanecieronsiempre fieles a Marcelo y a los generales que le sucedieron.

XIII.- Nombrado Marcelo cónsul por tercera vez, seembarcó para la Sicilia a causa de que los prósperos sucesosde Aníbal habían vuelto a despertar en los Cartagineses eldeseo de recobrar aquella isla, con la oportunidad tambiénde andar alborotados los de Siracusa, después de la muerte

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de Jerónimo, su tirano; los Romanos, por los mismos moti-vos, habían también enviado antes algunas fuerzas al mandode Apio. Al encargarse de ellas Marcelo, se le presentaronmuchos Romanos, que se hallaban en la aflicción siguiente:de los que en Canas pelearon contra Aníbal, unos huyeron yotros fueron cautivados, en tal número, que pareció no ha-ber quedado a los Romanos quien pudiera defender las mu-rallas, y con todo conservaron tal entereza y magnitud, que,restituyéndoles Aníbal los cautivos por muy corto rescate,no los quisieron recibir, sino que antes los desecharon, nohaciendo caso de que a unos les dieran muerte y a otros losvendieran fuera de Italia, y a los que volvieron de su fuga,que fueron muchos, los hicieron marchar a la Sicilia, bajo lacondición de no volver a Italia mientras se pelease contraAníbal. Éstos, pues, se presentaron en gran número a Mar-celo, y echándose por tierra le pedían con gritería y lágrimasque los admitiese en el ejército, prometiéndole que haríanver con obras haber sufrido aquella derrota, más por desgra-cia que no por cobardía. Compadecido Marcelo, escribió alSenado pidiéndole el permiso para completar con ellos lasbajas del ejército. Disputóse sobre ella en el Senado, y sudictamen fue que los Romanos, para las cosas de la repúbli-ca, ninguna necesidad tenían de hombres cobardes; con to-do, que si Marcelo quería servirse de ellos, a ninguno se ha-bían de dar las coronas y premios que los generales conce-den al valor. Esta resolución fue muy sensible a Marcelo, ycuando después de la guerra de Sicilia volvió a Roma, sequejó al Senado de que en recompensa de sus grandes servi-

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cios no le hubiesen permitido mejorar la mala suerte detantos ciudadanos.

XIV.- En Sicilia lo primero que entonces le ocurrió fuehaber sido calumniado por Hipócrates, gobernador de losSiracusanos, que, a fin de congraciarse con los Cartagineses,y también para negociar en su favor la tiranía de aquel pue-blo, había hecho perecer a muchos Romanos cerca deLeontinos. Tomó, pues, Marcelo esta ciudad a viva fuerza, ylo que es a los Leontinos en nada los ofendió, pero a todoslos tránsfugas que pudo haber a la mano los hizo azotar yquitarles la vida. En consecuencia de esto, la primera noticiaque Hipócrates hizo llegar a Siracusa fue que Marcelo hacíadegollar sin compasión a todos los Leontinos, y cuando poresta causa estaban en la mayor agitación vino sobre la ciudady se apoderó de ella. Marcelo, con esta ocasión, se puso enmarcha con todo su ejército con dirección a Siracusa, ysentando sus reales en los alrededores envió mensajeros quepusieran en claro lo ocurrido con los Leontinos; mas no ha-biendo adelantado nada ni logrado desengañar a los Siracu-sanos, porque el partido de Hipócrates era el que dominaba,acometió a la ciudad por tierra y por mar a un tiempo, man-dando Apio el ejército y él mismo en persona sesenta galerasde cinco órdenes, llenas de toda especie de armas, manualesy arrojadizas. Había formado un gran puente sobre ochobarcas ligadas unas con otras, y llevando sobre él una má-quina se dirigía contra los muros, muy confiado en la mu-chedumbre y excelencia de tales preparativos y en la gloriaque tenía adquirida; de todo lo cual hacían muy poca cuenta

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Arquímedes y sus inventos. No se había dedicado a ellosArquímedes ex profeso, sino que le entretenían, y eran co-mo juegos de la geometría a que era dado. En el principiofue el tirano Hierón quien estimuló hacía ellos su ambición,persuadiéndole que convirtiese alguna parte de aquella cien-cia de las cosas intelectuales a las sensibles, y que, aplicandosus conocimientos a los usos de la vida, hiciese que le entra-sen por los ojos a la muchedumbre. Fueron, es cierto, Eu-doxo y Arquitas los que empezaron a poner en movimientoel arte tan apreciado y tan aplaudido de la maquinaria, exor-nando con cierta elegancia la geometría, y confirmando, pormedio de ejemplos sensibles y mecánicos, ciertos problemasque no admitían la demostración lógica y conveniente; comopor ejemplo: el problema no sujeto a demostración de lasdos medias proporcionales, principio y elemento necesariopara gran número de figuras, que llevaron uno y otro a unamaterial inspección por medio de líneas intermedias coloca-das entro líneas curvas y segmentos. Mas después que Platónse indispuso e indignó contra ellos, porque degradaban yechaban a perder lo más excelente de la geometría con tras-ladarla de lo incorpóreo e intelectual a lo sensible y em-plearla en los cuerpos que son objeto de oficios toscos ymanuales, decayó la mecánica separada de la geometría ydesdeñada de los filósofos, viniendo a ser, por lo tanto, unade las artes militares. Arquímedes, pues, pariente y amigo deHierón, le escribió que, con una potencia dada, se puedemover un peso igualmente dado; y jugando, como suele de-cirse, con la fuerza de la. demostración, le aseguró que si ledieran otra Tierra movería ésta después de pasar a aquella.

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Maravillado Hierón, y pidiéndole que verificara con obraseste problema e hiciese ostensible cómo se movía algunagran mole con una potencia pequeña, compró para ello ungran transporte de tres velas del arsenal del rey, que fue sa-cado a tierra con mucho trabajo y a fuerza de un gran núme-ro de brazos; cargóle de gente y del peso que solía echársele,y sentado lejos de él, sin esfuerzo alguno y con sólo movercon la mano el cabo de una máquina de gran fuerza atractivalo llevó así derecho y sin detención, como si corriese por elmar. Pasmóse el rey, y convencido del poder del arte, encar-gó a Arquímedes que le construyese toda especie de máqui-nas de sitio, bien fuese para defenderse o bien para atacar;de las cuales él no hizo uso, habiendo pasado la mayor partede su vida exento de guerra y en la mayor comodidad; peroentonces tuvieron los Siracusanos prontos para aquel me-nester las máquinas y al artífice.

XV.- Al acometer, pues, los Romanos por dos partes,fue grande el sobresalto de los Siracusanos y su inmovilidada causa del miedo, creyendo que nada había que oponer a talímpetu y a tantas fuerzas; pero poniendo en juego Ar-químedes sus máquinas ocurrió a un mismo tiempo el ejér-cito y la armada de aquellos. Al ejército, con armas arrojadi-zas de todo género y con piedras de una mole inmensa, des-pedidas con increíble violencia y celeridad, las cuales no ha-biendo nada que resistiese a su paso, obligaban a muchosa la fuga y rompían la formación. En cuanto a las naves, aunas las asían por medio de grandes maderos con punta, querepentinamente aparecieron en el aire saliendo desde la mu-

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ralla, y, alzándose en alto con unos contrapesos, las hacíanluego sumirse en el mar, y a otras, levantándolas rectas porla proa con garfios de hierro semejantes al pico de las gru-llas, las hacían caer en el agua por la popa, o atrayéndolas yarrastrándolas con máquinas que calaban adentro las estre-llaban en las rocas y escollos que abundaban bajo la muralla,con gran ruina de la tripulación. A veces hubo nave que sus-pendida en alto dentro del mismo mar, y arrojada en él yvuelta a levantar, fue un espectáculo terrible hasta que estre-llados o expelidos los marineros, vino a caer vacía sobre losmuros, o se deslizó por soltarse el garfio que la asía. Llamá-base sambuca la máquina que Marcelo traía sobre el puente,por la semejanza de su forma con aquel instrumento músico;mas cuando todavía estaba bien lejos de la muralla, se lanzócontra ella una piedra de peso de diez talentos, y luego se-gunda y tercera, de las cuales algunas, cayendo sobre la mis-ma máquina con gran estruendo y conmoción, destruyeronel piso, rompieron su enlace y la desquiciaron del puente;con lo que, confundido y dudoso Marcelo, se retiró a todaprisa con las naves y dio orden para que también se retirasenlas tropas. Tuvieron consejo, y les pareció probar si podríanaproximarse a los muros por la noche, porque siendo degran fuerza las máquinas de que usaba Arquímedes, no po-dían menos de hacer largos sus tiros, y puestos ellos allí se-rían del todo vanos, por no tener la proyección bastante es-pacio. Mas, a lo que parece, aquel se había prevenido de an-temano con instrumentos que tenían movimientos propor-cionados a toda distancia, con dardos cortos y no largas lan-zas, teniendo además prontos escorpiones que por muchas y

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espesas troneras pudiesen herir de cerca sin ser vistos de losenemigos.

XVI.- Acercáronse, pues, pensando no ser vistos, pero alpunto dieron otra vez con los dardos, y eran heridos conpiedras que les caían sobre la cabeza perpendicularmente; ycomo del muro también tirasen por todas partes contraellos, hubieron de retroceder; y aun cuando estaban a dis-tancia, llovían los dardos y los alcanzaban en la retirada, cau-sándoles gran pérdida y un continuo choque de las navesunas con otras, sin que en nada pudiesen ofender a los ene-migos, porque Arquímedes había puesto la mayor parte desus máquinas al abrigo de la muralla. Parecía, por tanto, quelos Romanos repetían la guerra a los Dioses, según repenti-namente habían venido sobre ellos millares de plagas.

XVII.- Marcelo pudo retirarse, y, motejando a sus téc-nicos y fabricantes de máquinas: “¿No cesaremos- les decía-de guerrear contra ese geómetra Briareo, que usando nues-tras naves como copas las ha arrojado al mar y todavía seaventaja a los fabulosos centimanos, lanzando contra noso-tros tal copia de dardos?” Y en realidad todos los Siracusa-nos venían a ser como el cuerpo de las máquinas de Arquí-medes, y una sola alma la que todo lo agitaba y ponía enmovimiento, no empleándose para nada las demás armas, yhaciendo la ciudad uso de solos aquellos para ofender y de-fenderse. Finalmente, echando de ver Marcelo que los Ro-manos habían cobrado tal horror, que, lo mismo era poner-se mano sobre la muralla en una cuerda o en un madero,

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empezaban a gritar que Arquímedes ponía en juego una má-quina contra ellos, y volvían en fuga la espalda, tuvo que ce-sar en toda invasión y ataque, remitiendo a sólo el tiempo eltérmino feliz del asedio. En cuanto a Arquímedes, fue tantosu juicio, tan grande su ingenio y tal su riqueza en teoremas,que sobre aquellos objetos que le habían dado el nombre ygloria de una inteligencia sobrehumana no permitió dejarnada escrito; y es que tenía por innoble y ministerial todaocupación en la mecánica y todo arte aplicado a nuestrosusos, y ponía únicamente su deseo de sobresalir en aquellascosas que llevan consigo lo bello y excelente, sin mezcla denada servil, diversas y separadas de las demás, pero que ha-cen que se entable contienda entre la demostración y la ma-teria; de parte de la una, por lo grande y lo bello, y de partede la otra, por la exactitud y por el maravilloso poder; puesen toda la geometría no se encontrarán cuestiones más difí-ciles y enredosas, explicadas con elementos más sencillos nimás comprensibles; lo cual unos creen que debe atribuirse ala sublimidad de su ingenio, y otros, a un excesivo trabajo,siendo así que cada cosa parece después de hecha que nodebió costar trabajo ni dificultad. Porque si se tratara de in-ventarlas, no sería dado a cualquiera acertar por sí solo conla demostración, y en aprendiéndolas, al punto nace en cadauno la opinión de que las habría hallado: ¡tanto es lo quefacilitan y abrevian el camino para la demostración! Así, nohay cómo no dar crédito a lo que se refiere de que, halagadoy entretenido de continuo por una sirena doméstica y fami-liar, se olvidaba del alimento y no cuidaba de su persona; yque llevado por fuerza a ungirse y bañarse, formaba figuras

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geométricas en el mismo hogar, y después de ungido tirabalíneas con el dedo, estando verdaderamente fuera de sí, ycomo poseído de las musas, por el sumo placer que en estasocupaciones hallaba. Habiendo, pues, sido autor de muchosy muy excelentes inventos, dícese haber encargado a susamigos y parientes que después de su muerte colocasen so-bre su sepulcro un cilindro con una esfera circunscrita en él,poniendo por inscripción la razón del exceso entre el sólidocontinente y el contenido.

XVIII.- Siendo, pues, Arquímedes tal cual hemos ma-nifestado, se conservó invencible a sí mismo, e hizo in-vencible a la ciudad en cuanto estuvo de su parte. Marcelo,durante el sitio, tomó a Mégara, una de las ciudades más an-tiguas de los Sicilianos, y se apoderó, cerca de Acilas, delcampamento de Hipócrates, con muerte de más de ocho milhombres, sorprendiéndolos en el acto de poner el valladar.Corrió además la mayor parte de la Sicilia, separando las ciu-dades del partido de los Cartagineses, y venció en batalla atodos cuantos se atrevieron a hacerle frente. Sucedió en elprogreso del sitio haber hecho cautivo a un Espartano lla-mado Damasipo, que salió por mar de Siracusa; y como losSiracusanos deseasen recobrarle por rescate, y con este mo-tivo se hubiesen tenido diferentes conferencias, puso en unade estas ocasiones la vista en una torre que estaba mal con-servada y defendida, en la que podría introducir soldadosocultamente, siendo además el muro de fácil subida poraquella parte. Habíase hecho cargo con exactitud de la alturade éste en sus frecuentes idas y venidas a conferenciar por la

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parte de la torre, y tenía ya prevenidas las escalas; viendo,pues, que los Siracusanos, con motivo de celebrar una fiestade Diana, estaban entregados al vino y a la diversión, no so-lamente tomó la torre sin ser sentido, sino que antes de ha-cerse de día había coronado de gente armada toda la murallay quebrantado los Hexápilos. Cuando los Siracusanos llega-ron a entenderlo, todo fue confusión y desorden, y comoMarcelo mandase hacer señal con todas las trompetas a untiempo, dieron a huir sobrecogidos de miedo, creyendo quenada les quedaba por tomar a los enemigos. Faltaba, sin em-bargo, la parte más bella, de más resistencia y extensión (quese llama la Acradina), porque su muralla separa la ciudad deafuera, de la cual a una parte dan el nombre de ciudad nueva, y a otra el de Tica.

XIX.- Tomadas también éstas, al mismo amanecer mar-chó Marcelo por los Hexápilos, dándole el parabién todoslos caudillos que estaban a sus órdenes; mas de él mismo sedice que al ver y registrar desde lo alto la grandeza y hermo-sura de semejante ciudad, derramó muchas lágrimas, com-padeciéndose de lo que iba a suceder, por ofrecerse a suimaginación qué cambio iba a tener de allí a poco en suforma y aspecto, saqueada por el ejército. En efecto, ningu-no de los jefes se atrevía a oponerse a los soldados, que ha-bían pedido se les concediese el saqueo, y aun muchos cla-maban por que se le diese fuego y se la asolase. En nada detodo esto convino Marcelo, y sólo por fuerza y con repug-nancia condescendió en que se aprovecharan de los bienes yde los esclavos, sin que ni siquiera tocaran a las personas li-

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bres, mandando expresamente que no se diese muerte, ni sehiciese violencia, ni se esclavizase a ninguno de los Siracusa-nos. Pues con todo de dar órdenes tan moderadas, conci-biólo que iba a padecer aquella ciudad; y en medio de tangrande satisfacción, se echó de ver lo que padecía su alma alconsiderar que dentro de breves momentos iba a desapare-cer la brillante prosperidad de aquel pueblo, diciéndose queno se recogió menos riqueza en aquel saqueo que la que seallegó después en el de Cartago; porque habiéndose tomadopor traición de allí a poco tiempo las demás partes de la ciu-dad , todo lo saquearon, a excepción de la riqueza de lospalacios del tirano, la cual fue adjudicada al erario público.Mas lo que principalmente afligió a Marcelo fue lo que ocu-rrió con Arquímedes: hallábase éste casualmente entregadoal examen de cierta figura matemática, y, fijos en ella su áni-mo y su vista, no sintió la invasión de los Romanos ni la to-ma de la ciudad. Presentósele repentinamente un soldado,dándole orden de que le siguiese a casa de Marcelo; pero élno quiso antes de resolver el problema y llevarlo hasta lademostración; con lo que, irritado el soldado, desenvainó laespada y le dio muerte. Otros dicen que ya el Romano se lepresentó con la espada desnuda en actitud de matarle, y queal verle le rogó y suplicó que se esperara un poco, para nodejar imperfecto y oscuro lo que estaba investigando; de loque el soldado no hizo caso y le pasó con la espada. Todavíahay cerca de esto otra relación, diciéndose que Arquímedesllevaba a Marcelo algunos instrumentos matemáticos, comocuadrantes, esferas y ángulos, con los que manifestaba a lavista la magnitud del Sol, y que dando con él los soldados,

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como creyesen que dentro llevaba oro, le mataron. Comoquiera, lo que no puede dudarse es que Marcelo lo sintiómucho, que al soldado que le mató de su propia mano lemandó retirarse de su presencia como abominable, y quehabiendo hecho buscar a sus deudos los trató con el mayoraprecio y distinción.

XX.- Para los de afuera tenían, sí, opinión los Romanosde ser terribles en la guerra y cuando se venía a las puñadas;pero no habían dado nunca ejemplos de indulgencia, dehumanidad y de las demás virtudes políticas; y entonces porla primera vez hizo Marcelo ver a los Griegos que eran másjustos los Romanos. Porque se portó de modo con los quetuvieron que entender con él, e hizo tanto bien a las ciuda-des, que si con los de Ena, los Megarenses o los Siracusanosintervino algún hecho de inmoderación, más deberá echarsela culpa a los que lo padecieron que a los que se vieron en laprecisión de ejecutarlo. Haremos mención, entre muchos,de uno sollo de sus actos de bondad. Hay en Sicilia una ciu-dad llamada Engío, aunque pequeña, muy antigua y celebra-da por la aparición de las Diosas a las que dicen las Madres,habiendo tradición de que el templo fue obra de los Creten-ses; en él enseñan ciertas lanzas y ciertos yelmos de bronce,con inscripciones unos de Meríones y otros de Odiseo, con-sagrado todo en honor de las Diosas. Era esta ciudad de lasmás decididas de los Cartagineses, y Nicias, uno de los ciu-dadanos más principales, intentaba traerla al partido de losRomanos, hablándoles con la mayor claridad en las juntas ytratando con aspereza a los que le contradecían; pero estos,

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que temían su opinión y su influjo, concibieron el designiode echarle mano y entregarle a los Cartagineses. Llególo aentender Nicias, y se resguardó, andando con cautela; perosin reserva hizo correr opiniones poco piadosas acerca de lasMadres, y ejecutó cosas que daban a entender que no creía yse burlaba de la aparición, con lo que se pusieron muy con-tentos sus enemigos, pareciéndoles que esto era dar armascontra sí mismo para lo que tenían meditado. Cuando iban aponerlo por obra, había junta pública de los ciudadanos; enella Nicias empezó a hablar y persuadir al pueblo, y en me-dio de esto, repentinamente se tiró al suelo, estando un po-co desmayado; sucedió a esto, como es natural, un gran si-lencio y admiración, y entonces, levantando y moviendo lacabeza, con voz trémula y profunda empezó a articular, au-mentando por grados el eco. Cuando vio que todo el puebloestaba poseído de un mudo terror, arrojando el manto y ras-gando la túnica dio a correr medio desnudo hacia la salida dela plaza, gritando que las Madres lo arrebataban. Nadie osa-ba acercársele y menos detenerle, por un temor supersticio-so, sino que antes se apartaban, y así pudo encaminarse atodo correr hacia las puertas, sin omitir ninguno de los gri-tos y contorsiones que son propios de los endemoniados yposeídos. La mujer, que estaba en el secreto, y entraba a laparte en esta maquinación, tomando por la mano a sus hijos,empezó por postrarse delante del templo de las Diosas, ydespués, haciendo como que iba en busca de su marido per-dido y desesperado, se marchó del pueblo sin que nadie selo estorbase, y con toda seguridad, dirigiéndose ambos, sal-vos por este medio, a Siracusa a presentarse a Marcelo. Éste,

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que había recibido muchas ofensas y agravios de los Engíos,marchó allá e hizo encadenarlos a todos para tomar vengan-za; mas entonces Nicias acudió a él, y empleando los ruegosy las lágrimas, asiéndole de las manos y las rodillas, le pidiópor sus ciudadanos, empezando por sus enemigos; apiadadoMarcelo, los dejó libres a todos, sin haber causado a la ciu-dad la menor vejación, y a Nicias le hizo concesión de mu-cho terreno y le dio grandes presentes. Este hecho, es Posi-donio el filósofo quien nos lo dejó escrito.

XXI.- Por llamamiento de los Romanos volvió Marcelo ala guerra prolongada y doméstica, trayendo la mayor y másrica parte de las ofrendas votivas de los Siracusanos, paraque sirviesen de recreo a su vista en el triunfo y a la ciudadde ornato; porque antes no había ni se conocía en ella ob-jeto exquisito y primoroso, ni se veía nada que pudiera de-cirse gracioso, pulido y delicado, estando llena de armas delos bárbaros y de despojos sangrientos, que no hacían unavista alegre y exenta de temor y miedo propia de espectado-res criados con regalo, sino que, como Epaminondas llama-ba orquesta de Ares al territorio de la Beocia, y Jenofonte aÉfeso arsenal de la guerra, de la misma manera parece quecualquiera daría a Roma, según el lenguaje de Píndaro, la de-nominación de campo consagrado al belicoso Marte. Poresta causa Marcelo, que adornó la ciudad con objetos visto-sos y agradables, en que se descubría la gracia y eleganciagriega, se ganó la benevolencia del pueblo; pero Fabio Má-ximo, la de los ancianos, porque no recogió esta clase deobjetos, ni los trasladó de Tarento cuando la tomó, sino que

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los otros bienes y las otras riquezas los extrajo; pero se dejólas estatuas, pronunciando aquella sentencia tan conocida:“Dejemos a los Tarentinos sus Dioses irritados”. Repren-dían, pues, a Marcelo, lo primero porque había concitadoodio y envidia a la ciudad, llevando en triunfo no sólo hom-bres, sino Dioses, cautivos, y lo segundo, porque al pueblo,acostumbrado a pelear y labrar, distante del regalo y la hol-gazanería, y que era a semejanza del Heracles de Eurípides.

Nada artero en el mal, para el bien rectole llenó de ocio y de parlanchinería sobre las artes y los ar-tistas, haciéndose placero y consumiendo en esto la mayorparte del día. Con todo, él hacía gala, aun entre los Griegos,de haber enseñado a los Romanos a apreciar y tener en ad-miración las preciosidades y primores de la Grecia, que antesno conocían.

XXII.- Oponíanse los enemigos de Marcelo a que se ledecretase el triunfo, porque todavía se había quedado algoque hacer en Sicilia, y porque concitaba envidia el tercertriunfo; mas convínose con ellos en que el triunfo grande yperfecto lo tendría fuera, yendo la tropa al monte Albano, yen la ciudad tendría el menor, al que llaman aclamación losGriegos y ovación los Romanos. En éste el que triunfa nova en carroza de cuatro caballos, ni se le corona de laurel, nise le tañen trompas, sino que marcha a pie con calzado lla-no, acompañado de flautistas en gran número y coronadode mirto, como para mostrarse pacífico y benigno, más bienque formidable: lo que para mí es la señal más cierta de queen lo antiguo no tanto se distinguían entre sí ambos triunfos

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por la grandeza de las acciones como por su calidad; porquelos que en batalla vencían de poder a poder a los enemigos,gozaban a lo que parece de aquel triunfo marcial, y, digá-moslo así, imponedor de miedo, coronando profusamentecon laurel las armas y los soldados, como se acostumbrabaen las lustraciones de los ejércitos, y a los generales que, sinnecesidad de guerra, con las conferencias y la persuasiónterminaban felizmente las contiendas, les concedía la ley estaotra aclamación y pompa pacífica y conciliadora. Porque laflauta es instrumento de paz, y el mirto es el árbol de Venus,la más abominadora de la violencia y de la guerra entre to-dos los Dioses. La ovación no se llama así, como muchosopinan, de la voz griega que significa feliz canto o aclamación,pues que también el acompañamiento del otro triunfo davoces de aplauso y entona canciones; el nombre viene dehaberlo aplicado los Griegos a sus usos, creyendo que enello había algún particular culto a Baco, al que llamamostambién Evio y Triambo. Mas aún no es de aquí de donde enverdad se deriva, sino de que en el triunfo grande los gene-rales sacrificaban bueyes según el rito patrio, y en éste sacri-ficaban una res lanar a la que los Romanos llaman oveja, yde aquí a este triunfo se le dijo ovación. Será bueno asimis-mo examinar cómo el legislador de los Lacedemonios orde-nó los sacrificios a la inversa del legislador romano; porqueen Esparta el general que con estratagemas y la persuasiónlogra su intento sacrifica un buey, y el que ha tenido que ve-nir a las manos sacrifica un gallo; y es que con todo de serlosmayores guerreros, creen que al hombre le está mejor alcan-zar lo que se propone por medio del juicio y la prudencia

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que no por la fuerza y el valor; quédese, pues, esto todavíaindeciso.

XXIII.- Había sido Marcelo creado cuarta vez cónsul, ysus enemigos ganaron a los Siracusanos para que se presen-taran a acusarle y desacreditarle ante el Senado, por haberlostratado con dureza contra el tenor de los pactos. Hallábasecasualmente Marcelo ocupado en la solemnidad de un sacri-ficio en el Capitolio, y habiendo acudido los Siracusanos,cuando todavía estaba congregado el Senado, a pedir que seles admitiera a alegar y entablar el juicio, el colega los hizosalir, indignándose con ellos por tal intento, no hallándoseMarcelo presente. Mas éste, habiéndolo entendido, vino alpunto, y lo primero que hizo, sentándose en la silla curul,fue despachar lo que como cónsul le correspondía, y des-pués que lo hubo terminado, bajó de su asiento, y en pie sepuso como un particular en el sitio destinado a los que van aser juzgados, dando lugar a que los Siracusanos entablaran supetición. Sobrecogiéronse éstos sobremanera con la autori-dad y confianza de tan ilustre varón; y al que en las armashabían mirado como inexorable, todavía en la toga le tuvie-ron por más terrible y más grave. Pero, en fin, animados porlos contrarios de Marcelo, dieron principio a la acusación,pronunciando un discurso en que, con la declamación pro-pia del acto, iban mezclados los lamentos. Reducíase, ensuma, a que, no obstante ser amigos y aliados de los Roma-nos, habían sufrido agravios de que otros generales se abs-tienen aun contra los enemigos. A esto respondió Marcelo,que, a pesar de las muchas ofensas y daños que habían he-

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cho a los Romanos, no habían padecido, con haber sidotomada la ciudad a viva fuerza, más que aquello que es im-posible evitar en tales casos, y que se habían visto en tal con-flicto por culpa propia, y no haber querido escuchar susamonestaciones; porque no habían sido violentados a pelearen defensa de sus tiranos, sino que ellos eran los que habíanacalorado a éstos para el combate. Concluídos los discursos,salieron los Siracusanos, como es de costumbre, de la curia,y con ellos salió Marcelo, teniéndose el senado bajo la presi-dencia de su colega. Detúvose a la puerta del tribunal, sinalterar su natural porte, ni por miedo al juicio, ni por indig-nación contra los Siracusanos, esperando con mansedumbrey con modestia a que se pronunciase la sentencia. Luego quedados los votos se anunció que había vencido, los Siracusa-nos se arrojaron a sus pies, pidiéndole con lágrimas queaplacase su ira contra ellos y se compadeciera de la ciudad,que tenía presentes y agradecía sus beneficios; templado,pues, Marcelo se reconcilió con aquellos mismos, y a losdemás Siracusanos les hizo siempre todo el bien que pudo;el Senado confirmó la libertad, las leyes y aquella parte debienes que Marcelo les había concedido; en recompensas delo cual, recibió también de los Siracusanos honores muy sin-gulares, y, entre otros, el de haber hecho una ley para que, siMarcelo o alguno de sus descendientes aportase a Sicilia, losSiracusanos tomasen coronas y con ellas sacrificasen a losDioses.

XXIV.- De allí partió con Aníbal, y siendo así que des-pués de la batalla de Canas casi todos los generales y cónsu-

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les no tuvieron otro modo de contrarrestarlos que el de huirel cuerpo, no atreviéndose ninguno a esperarle y pelear enformación, él tomó el medio enteramente opuesto, creyen-do que si con el tiempo se quebrantaba a Aníbal más prontoquedaba con él quebrantada la Italia, y juzgando que Fabio,con atenerse siempre a la seguridad, no curaba con el reme-dio conveniente la dolencia de la patria, pareciéndose, en elesperar a que debilitado el contrario apagase la guerra, aaquellos médicos irresolutos y tímidos en la curación de lasenfermedades, que aguardan a ver si se debilita la fuerza delmal. Tomó en primer lugar las principales ciudades de losSamnitas que se habían rebelado y, en consecuencia de ello,gran cantidad de trigo que allí había, mucha riqueza, y lossoldados de Aníbal que las guarnecían, que eran unos tresmil. A poco, como Aníbal hubiese dado muerte en la Apuliaal procónsul Gneo Fulvio, con once tribunos más, y hubiesedestrozado la mayor parte del ejército, envió Marcelo cartasa Roma, exhortando a los ciudadanos a que no desmayaran,porque se ponía en marcha para desvanecer el gozo de Aní-bal. Acerca de lo cual dice Livio que, leídas estas cartas, nose disipó la pesadumbre, sino que se acrecentó con el miedo,por ser tanto mayor que la pérdida ya sucedida el temor delo que recelaban, cuando Marcelo se aventajaba a Fulvio.Aquel, al punto, como lo había escrito, marchó a Lucania enpersecución de Aníbal, y alcanzándole en las cercanías de laciudad de Numistrón, donde había tomado posición enunos collados bastantes fuertes, él puso su campo en la lla-nura. Al día siguiente se anticipó a poner en orden su ejér-cito, y bajando Aníbal se trabó una batalla que no tuvo éxito

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cierto o que fuese de importancia; con todo de que, habien-do empezado a las nueve de la mañana, con dificultad cesa-ron después de haber oscurecido. Al amanecer estuvo otravez pronto con su ejército, formando entre los cadáveres,desde donde provocaba a Aníbal a la batalla; mas como éstese retirase, despojando los cadáveres de los contrarios ydando sepultura a los de los amigos, se puso de nuevo a per-seguirle, y habiéndose librado de las muchas asechanzas queaquel le iba armando sin dar en ninguna, superior siempreen las escaramuzas de la retirada, se atrajo una grande admi-ración. Llegábase el tiempo de los comicios consulares, y elSenado tuvo por más conveniente hacer venir de Sicilia alotro cónsul que mover de su puesto a Marcelo en la luchacontinua con Aníbal. Luego que llegó, le dio orden para quepublicase por dictador a Quinto Fulvio: porque el que ejerceesta dignidad no es elegido ni por el pueblo ni por el Sena-do, sino que, presentándose ante la muchedumbre uno delos cónsules o de los pretores, nombra dictador a aquel quele parece, y por este dicho nombramiento se llama dictadorel designado, porque al hablar o pronunciar le llaman losRomanos dicere; aunque a otros les parece que el dictador sellama así porque sin necesidad de votos o de autorización deotros para nada, él, por sí mismo, dicta lo que cree conve-niente; porque también los Romanos a las determinacionesde los arcontes, que llaman los griegos ordenanzas, les dan elnombre de edictos.

XXV.- Cuando vino de Sicilia el colega de Marcelo, que-ría que se proclamase a otro dictador; como fuese muy ajeno

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de su carácter el ser violento en su opinión, se hizo de no-che a la vela para Sicilia; y de este modo el pueblo nombródictador a Quinto Fulvio: con todo, el Senado escribió aMarcelo para que lo designase él mismo; y mostrándoseobediente, lo ejecutó así, suscribiendo a los deseos del pue-blo; y él fue otra vez designado para continuar en el mandocon la dignidad de procónsul. Convino con Fabio Máximoen que éste se dirigiría contra Tarento, y que él, viniendo alas manos y distrayendo a Aníbal, le estorbaría que pudiera iren socorro de los Tarentinos; en consecuencia de lo cual leacometió cerca de Canusio, y aunque éste mudaba de posi-ciones y andaba retirándose, se le aparecía por todas partes.Finalmente, estando paya fijar los reales, lo provocó conescaramuzas, y cuando iban a trabar la batalla, sobrevino lanoche y los separo. Mas al día siguiente se halló ya Aníbalcon que tenía su ejército sobre las armas; de manera que lle-gó a incomodarse, y reuniendo a los Cartagineses les rogóque en reñir aquella batalla excedieran a cuanto habían he-cho en las anteriores: “Porque ya veis-les dijo- que no nos esdado reposar después de tantas victorias, ni tener holganzasiendo los vencedores, si no espantamos a este hombre”; ycon esto se comenzó la batalla. Parece que en ella, queriendoMarcelo usar de una estratagema que se vio ser intempestiva,cometió un yerro; en efecto, viendo maltratada su ala dere-cha, dio orden para que avanzara una de las legiones, y co-mo este movimiento hubiese inducido turbación en los quepeleaban, puso con esto la victoria en manos de los enemi-gos; habiendo muerto de los Romanos dos mil y setecientoshombres. Retiróse Marcelo a su campamento, y, reuniendo

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el ejército, le dijo que lo que era armas y cuerpos de Roma-nos, veía muchos; pero Romano, no veía ninguno. Pidié-ronle perdón, y les respondió que no podía darlo a los ven-cidos, y sólo lo concedería si venciesen, pues al día siguientehabían de volver a la batalla, para que sus ciudadanos oyesenantes su victoria que su fuga; y dicho esto, mandó que a lasescuadras vencidas se les repartiese cebada en vez de trigo;con lo que, sin embargo de que muchos se hallaban grave ypeligrosamente heridos, se dice que ninguno sintió tanto enaquella ocasión sus males como estas palabras de Marcelo.

XXVI.- Al amanecer ya se vio expuesta, según la cos-tumbre, la túnica de púrpura, que era el signo de que se iba adar batalla, y, pidiendo las escuadras vencidas formar lasprimeras, les fue concedido: sacaron luego los tribunos lasdemás tropas, y anunciado que le fue a Aníbal: “¡Por Júpi-ter!”-exclamó- “¿Qué partido puede tomar nadie con unhombre que no sabe llevar ni la mala ni la buena suerte?Porque sólo él no da reposo cuando vence, ni le toma cuan-do es vencido; sino que siempre, a lo que se ve, tendremosque estar en pelea con un general que, para ser denodado yresuelto, ora salga bien, ora salga mal, halla siempre motivoen tenerse por afrentado”. Trabáronse con esto las haces, ycomo de hombres a hombres se pelease de una y otra partecon igualdad, dio orden Aníbal para que, colocando en laprimera fila los elefantes, los opusieran a la infantería roma-na. Produjo al punto esta medida gran turbación y desorde-nen los que iban los primeros, y entonces, tomando la insig-nia uno de los tribunos, llamado Fabio, se puso delante e

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hiriendo con el hierro de la lanza al primero de los elefantesle hizo retroceder. Pegó éste con el que tenía a la espalda y leahuyentó con todos los demás que le seguían. Apenas lo ob-servó Marcelo, dio orden a la caballería para que con violen-cia cargara a los que estaban ya en desorden y acabara dedesconcertar y poner en huída a los enemigos. Acometieronaquellos con denuedo, y siguieron acuchillando a los Carta-gineses hasta su mismo campamento; también los elefantes,tanto los que morían como los heridos, causaron gran daño,porque se dice que los muertos fueron más de ocho mil. Delos Romanos murieron unos tres mil; pero heridos lo fueroncasi todos; y esto dio a Aníbal la facilidad de levantar cómo-damente el campo y retirarse lejos de Marcelo; porque noestaba en estado de perseguirle por los muchos heridos, sinoque con reposo se encaminó a la Campania y pasó el veranoen Sinuesa, para que se repusieran los soldados.

XXVII.- Aníbal, luego que respiró de Marcelo, consi-derando su ejército como libre de toda atadura, corrió todala Italia, poniéndola en combustión; de resultas de lo cualera en Roma desacreditado Marcelo. Sus enemigos, pues,excitaron para que le acusase a Publicio Bíbulo, uno de lostribunos de la plebe, hombre violento y que poseía el arte dela palabra: el cual, congregando muchas veces al pueblo,consiguió persuadirle que diera el mando a otro general,porque Marcelo- dijo-, habiéndose ejercitado un poco en laguerra, se ha retirado ya como de la palestra a los baños ca-lientes, para cuidar de su persona. Llególo a entender Mar-celo, y dejando encargado el ejército a los legados, marchó a

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Roma a vindicarse de aquellas calumnias, encontrándose conque ya se le había formado causa sobre ellas. Señalóse día, yreunido el pueblo en el Circo Flaminio, se levantó Bíbulo ahacer su acusación; defendióse Marcelo, diciendo por símismo pocas y muy sencillas razones; pero de los primerosy más señalados ciudadanos tomaron varios con intrepidez yenergía su causa, advirtiendo a los demás que no se mostra-sen menos rectos jueces que el mismo enemigo, condenan-do por cobardía a Marcelo, cuando era el único general dequien aquel huía, teniendo tan resuelto no pelear con éstecomo pelear con los demás. Oídos estos discursos, quedó elacusador tan frustrado en sus esperanzas, que, no solamentefue Marcelo absuelto de los cargos, sino que se le nombrópor quinta vez cónsul.

XXVIII.- Encargado del mando, lo primero que hizo fueapaciguar en la Etruria un gran movimiento que para la re-belión se había suscitado, visitando por sí mismo las ciuda-des. Quiso después dedicar un templo que con los despojosde la Sicilia había construido a la Gloria y a la Virtud; y co-mo en la empresa le detuviesen los sacerdotes a causa de notener por conforme que un solo templo contuviera dos di-vinidades, comenzó de nueva a edificar otro, no tanto porno llevar bien aquella oposición como por tenerla a malagüero. Porque concurrieron a sobresaltarle diferentes pro-digios, como haber sido tocados del rayo algunos templos, yhaber roído los ratones el oro del templo de Júpiter. Díjosetambién que, un buey había articulado voz humana, y quehabía nacido un niño con cabeza de elefante, por lo que los

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agoreros, dificultando sobre las libaciones y los conjuros, ledetuvieron en Roma, a pesar de su inquietud y ardimiento:pues no hubo jamás hombre inflamado de más vehementedeseo que el que tenía Marcelo de terminar la guerra conAníbal. En esto soñaba por la noche; de esto conversabacon sus amigos y colegas; y su única voz para con los Diosesera que le diesen cautivar a Aníbal; y si hubiera sido posibleque los dos ejércitos hubieran estado encerrados dentro deun mismo muro o de un mismo campamento, me pareceque su mayor placer habría sido luchar con él; de maneraque a no hallarle tan colmado de gloria y haber dado tantaspruebas de ser un general juicioso y prudente, podría acasodecirse que en este negocio había sido arrebatado de un ar-dor más juvenil que el que a su edad convenía: porque era yade más de sesenta años cuando obtuvo el quinto consulado.

XXIX.- Hechos que fueron todos los sacrificios y pu-rificaciones que los agoreros decretaron, partió con su cole-ga a la guerra; y puesto entre las ciudades de Bancia y Venu-sia, provocó por bastante tiempo a Aníbal, el cual no bajó apresentar batalla; pero habiendo entendido que aquellos ha-bían enviado tropas a los Locros Epicefirios, armándolesuna celada al pie de la montaña de Petelia, les mató dos mil yquinientos hombres. Enardeció más esto a Marcelo para labatalla, y así acercó todavía mucho más sus fuerzas. En me-dio de los dos campos había un collado, que ofrecía bastantedefensa, aunque poblado de muchos arbustos; el cual, ade-más, tenía cañadas y concavidades a una y otra falda, abun-dando también en fuentes que despedían raudales de agua.

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Maravilláronse, pues, los Romanos de Aníbal que, habiendosido el primero en tomar posiciones, no había ocupadoaquel lugar, sino que lo había dejado a los enemigos; y esque, no obstante haberle parecido a propósito para acampar,lo juzgó más propio para poner celadas; y, prefiriendo eldestinarlo a este objeto, sembró de tiradores y lanceros laespesura y las cañadas, persuadido de que la disposición delterreno atraería a los Romanos: esperanza que no le salióvana, porque al momento se movió en el ejército romano laconversación de que era preciso ocupar aquel puesto; yechándola de generales anunciaban que serían muy superio-res a los enemigos fijando allí su campo o fortificando aque-lla altura. Túvose por conveniente que Marcelo se adelantasecon algunos caballos a hacer un reconocimiento, mas antes,teniendo consigo un agorero, quiso sacrificar: y muerta laprimera víctima, le mostró el agorero el hígado, que carecíade asidero; sacrificada luego la segunda, apareció un asiderode extraordinaria magnitud, y todo se manifestó sumamentefausto, con lo que se creyó desvanecido el primer susto: contodo, los agoreros insistían en que todavía aquello inducíamayor miedo y terror, porque la mezcla de lo próspero conlo adverso debía hacer sospechar mudanzas. Mas, como de-cía Píndaro:

Al hado estatuido no le atajanni fuego ardiente ni acerado muro.

Marchó, pues, llevando consigo a su colega Crispino, y asu hijo, que era tribuno, con unos doscientos y veinte de acaballo, entre los cuales no había ningún Romano, sino quelos más eran Etruscos, y como cuarenta Fregelanos, que

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siempre se habían mostrado obedientes y fieles a Marcelo.Como el collado era, según se ha dicho, poblado de espesuray sombrío, un hombre sentado en la eminencia estaba enobservación de los enemigos, registrando, sin ser visto, elejército de los Romanos, y, dando aviso de lo que pasaba alos lanceros, dejaron éstos que Marcelo, que se adelantabaen su reconocimiento, llegase cerca, y levantándose depronto le cercaron a un tiempo por todas partes y empeza-ron a tirar dardos, a herir y a perseguir a los fugitivos, tra-bando pelea con los que hacían frente, que eran solos loscuarenta Fregelanos; los Etruscos, en efecto, fueron ahu-yentados desde el principio, y éstos, dando la cara, se defen-dieron, protegiendo a los cónsules, hasta que Crispino, heri-do con dos dardos, dio a huir con su caballo y Marcelo fuetraspasado por un costado con un hierro ancho, al que losRomanos llaman lanza. Entonces los pocos Fregelanos queestaban presentes le abandonaron viéndole ya en tierra, yarrebatando al hijo, que también se hallaba herido, se retira-ron al campamento. Los muertos fueron poco más de cua-renta, quedando cautivo de los lictores cinco, y de los de acaballo diez y ocho. Murió también Crispino de sus heridas,habiendo sobrevivido muy pocos días; y entonces por laprimera vez sufrieron los Romanos un descalabro nuncaantes visto, que fue morir los dos cónsules en un mismocombate.

XXX.- De todos los demás hizo Aníbal muy poca cuen-ta; pero al oír que Marcelo había muerto, marchó inmedia-tamente al sitio, y parándose ante el cadáver, estuvo mucho

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tiempo considerando la robustez y belleza de su persona, sinproferir expresión alguna de vanagloria, ni manifestar rego-cijo en su semblante, como otro quizá lo hubiera hecho alver muerto tan grave y poderoso enemigo; sino que, admi-rado de lo extraño del caso, le quitó, sí, el anillo: pero ador-nando y componiendo el cuerpo con el conveniente decoro,lo hizo quemar, y recogiendo las cenizas en una urna deplata, que ciñó con corona de oro, las envió al hijo. AlgunosNúmidas asaltaron a los que las conducían y se arrojaron aquitarles la urna, y como los otros trataran de recobrarla, enla lucha y contienda arrojaron por el suelo las cenizas. Sú-polo Aníbal, y prorrumpió ante los que con él estaban en laexpresión de que es imposible hacer nada contra la voluntaddivina, y, aunque castigó a los Númidas, ya no volvió a pen-sar en recoger y enviar los huesos, como dando por su-puesto que por alguna particular disposición de Dios habíasucedido por un modo extraño la muerte de Marcelo y elque quedase insepulto. Así es como lo refieren CornelioNepote y Valerio Máximo; pero Livio y César Augustoafirman que la urna fue llevada a poder del hijo, y que se ledio honrosa sepultura. Sin contar las dedicaciones de Roma,consagró Marcelo un gimnasio en Catana de Sicilia y estatuasy cuadros de los de Siracusa, que colocó, en Samotracia, enel templo de los Dioses que llaman Cabirios, y en el templode Atenea junto a Lindo. En éste, según dice Posidonio, sehabía puesto a su estatua esta inscripción:

El astro claro de la patria Roma,descendiente de ilustres genitores,

Marcelo Claudio es, huésped, el que miras.

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La dignidad de Cónsul siete vecesregentó en la ciudad del fiero Marte,

siendo de sus contrarios grande estrago.Por lo que se echa de ver, el que hizo la inscripción aña-

dió a los cinco consulados los dos proconsulados que ob-tuvo también Marcelo. Su linaje permaneció siempre ilustre,hasta Marcelo, el sobrino de César, que era hijo de Octavia,hermana de éste, tenido de Gayo Marcelo. Ejerciendo ladignidad de edil de los Romanos murió recién casado, ha-biendo gozado muy poco tiempo de la compañía de la hijade César. En su honor y memoria su madre Octavia le dedi-có una biblioteca y César un teatro, que se llamó de Marce-lo.

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COMPARACIÓN DE PELÓPIDAS Y MARCELO

I.- Lo que se deja dicho es cuanto nos ha parecido dignode referirse acerca de Marcelo y de Pelópidas; mas entre lascosas que les fueron comunes por naturaleza y por hábito,siendo por ellas justamente contrapuestos, pues ambos fue-ron valientes, sufridos, fogosos y de grandes alientos, pareceque sólo se encuentra diferencia en que Marcelo hizo de-rramar sangre en muchas de las ciudades que subyugó,mientras que Epaminondas y Pelópidas a nadie dieronmuerte después de vencedores, ni esclavizaron las ciudades;y aun de los Tebanos se dice que no habrían tratado así a losOrcomenios, si éstos hubiesen estado presentes. Entre lashazañas de Marcelo, las más admirables y señaladas tuvieronlugar contra los Galos, y fueron haber ahuyentado tan in-mensa muchedumbre de infantería y caballería con los po-cos caballos que mandaba, lo que no se dirá fácilmente deningún otro general, y haber dado muerte por su mano alcaudillo de los enemigos; y en igual caso Pelópidas no saliócon su intento, sino que fue cautivado por el tirano, reci-biendo daño en vez de causarlo. Con todo, a aquellas proe-zas pueden muy bien oponerse las batallas de Leuctra y Te-

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giras, sumamente ilustres y celebradas. Por lo que hace avictoria conseguida por medios ocultos e insidiosos, no te-nemos de Marcelo ninguna que sea comparable con la al-canzada por Pelópidas, cuando después de su vuelta del des-tierro dio en Tebas muerte a los tiranos; hazaña que sobre-salió mucho entre cuantas se han ejecutado en tinieblas ycon asechanzas. Aníbal, enemigo terrible, fatigaba a los Ro-manos, al modo que a los Tebanos los Lacedemonios, y escosa bien cierta que Pelópidas los venció y puso en fuga enTegiras y en Leuctra; pero Marcelo ni una sola vez venció aAníbal, según dice Polibio; sino que éste parece haberseconservado invencible hasta Escipión. Sin embargo, noso-tros damos más crédito a Livio, César y Nepote, y de losGriegos al rey Juba, que refieren haber Marcelo derrotado ypuesto en fuga algunas veces a las tropas de Aníbal, bien queestos descalabros no tuvieron nunca gran consecuencia, pa-reciendo que era una falsa caída la que experimentó el afri-cano en estos encuentros. Fue ciertamente admirable, másde lo que alcanza a imaginarse, aquel que después de tantasderrotas de ejércitos, de tantas muertes de generales, y dehaber estado vacilante todo el poder de Roma, infundióánimo en los soldados para hacer frente. Y éste, que al anti-guo miedo y terror sustituyó en el ejército el valor y la emu-lación, hasta no ceder fácilmente sin la victoria, y antes dis-putarla y sostenerse con aliento y con brío, no fue otro queMarcelo; porque acostumbrados antes a fuerza de desgraciasa darse por bien librados si con la fuga escapaban de Aníbal,los enseñó a tenerse por afrentados si sobrevivían al venci-

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miento, a avergonzarse si un punto se movían de su puesto,y a apesadumbrarse si no salían vencedores.

II.- Pelópidas no fue vencido en ninguna batalla en quetuvo el mando, y Marcelo venció muchas mandando a losRomanos; por tanto, parece que con lo invicto del uno po-drán ponerse a la par lo difícil de ser vencido del otro y elgran número de sus triunfos. Marcelo tomó a Siracusa, yPelópidas no pudo apoderarse de la capital de los Lacede-monios; pero con todo, tengo por de más mérito que el to-mar a Sicilia el haberse acercado a Esparta y haber sido elprimer hombre que en guerra pasó el Eurotas; a no ser quealguno oponga que esto se debe más atribuir a Epaminondasque a Pelópidas, igualmente que la jornada de Leuctra,mientras que Marcelo en sus grandes hechos no tuvo quepartir su gloria con nadie. Porque él sólo tomó a Siracusa, ysin concurrencia de otro alguno derrotó a los Galos; y con-tra Aníbal, cuando nadie se sostenía, y antes todos se retira-ban, él sólo hizo frente, y mudando el aspecto de la guerrafue el primero que estableció el valor.

III.- Ni de uno ni de otro de estos ilustres varones pue-do alabar la muerte; antes me aflijo y disgusto con lo extrañode su fallecimiento, causándome sorpresa el que Aníbal entantas batallas, que apenas pueden contarse, ni una vez fueseherido, así como admiro a Crisantas, que, según se dice en laCiropedía, teniendo ya levantada la espada, y estando paradescargar el golpe sobre el enemigo, como oyese en aquelmomento que la trompeta tocaba a retirada, dejándole ileso

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se retiró con el mayor reposo y mansedumbre. Con todo, aPelópidas le disculpa el que en el acto mismo de la batalla ycon el calor de ella le arrebató la ira a que convenientementese vengase; porque lo más laudable es que el general quedesalvo después de la victoria, y si no pudiese evitar la muerte,que con virtud salga de la vida, según expresión de Eurípi-des; pues entonces el morir, que ordinariamente consiste enpadecer, se convierte en una acción gloriosa. Además de laira concurría también el fin de la victoria, que era a los ojosde Pelópidas la muerte del tirano, para no graduar entera-mente de temerario su arrojo; pues es difícil encontrar paraaquel acto de valor otro designio más brillante ni más deco-roso. Mas Marcelo, sin que pudiera proponerse una granventaja, y sin que el ardor de la pelea le arrebatase y sacasede tino, imprudentemente se arrojó al peligro, corriendo auna muerte no propia de un general, sino de un batidor o deun centinela, y poniendo a los pies de los Iberos y Númidas,que hacían la vanguardia de los Cartagineses, sus cinco con-sulados, sus tres triunfos y los despojos y trofeos que de re-yes había alcanzado. Así es que ellos mismos miraron conpena tal suceso, y el que un varón tan señalado en virtudentre los Romanos, tan grande en poder y en gloria tan es-clarecido, se malograra de aquel modo entre los explorado-res Fregelanos. No quisiera que estas cosas se tomaran poracusación de tan excelentes varones, sino más bien por unenfado y desahogo con ellos mismos y con su valor, al quesacrificaron sus otras virtudes, no teniendo la debida cuentacon sus vidas y sus personas, como si sólo murieran para sí,y no más bien para su patria, sus amigos y sus aliados. Des-

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pués de muertos, del entierro de Pelópidas cuidaron aquellospor quienes murió, y del de Marcelo, los enemigos que ledieron muerte; y aunque lo primero es apetecible y glorioso,excede todavía, a la gratitud que paga beneficios, la enemis-tad que rinde homenaje a la misma virtud que la ofende;porque en esto no sobresale más que el honor, y en aquellolo que se descubre es el provecho y utilidad que se reportóde la virtud.

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