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LA SOCIEDAD DE CONSUMO 1 Antonio Caro Almela LA SOCIEDAD DE CONSUMO LA SOCIEDAD DE CONSUMO 3 2- "Sociedad de consumo" y "sociedad indigente" Apéndice - La situación en América LatinaBibliografía INTRODUCCION La sociedad de consumo está ahí, llamando a nuestras puertas. Si pienso que eltema de este libro puede tener interés para alguien, es precisamente para los pueblos deEspaña y América Latina, donde la sociedad de consumo es una realidad nueva,paradójica en sí misma, parcializada -como aún está sustancialmente parcializada laestructura social en nuestros países (más, hay que reconocer, en la mayoría de lasnaciones de América Latina que en España). Quizás todavía tenemos la "oportunidad"de comprender, de conseguir una conciencia sobre la sociedad de consumo, antes de quenos sintamos definidos en ella, en una estructura semejante -en este caso lasproporciones importan poco- a la que se vive por ejemplo en el ámbitosuperindustrializado de Norteamérica. Es muy posible que no pueda hacerse nada paraimpedir el paso. Esto sería antihistórico. Pero quizá una conciencia del tema puedadisponer imperceptiblemente la salida, porque es indudable que la sociedad de consumono es un "momento final"; otra cosa sería si en su seno no estuvieran actuando

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LA SOCIEDAD DE CONSUMO 1

Antonio Caro Almela

 

LA SOCIEDAD DE CONSUMO

 

 

LA SOCIEDAD DE CONSUMO 3

2- "Sociedad de consumo" y "sociedad indigente"

Apéndice - La situación en América LatinaBibliografía

 

INTRODUCCION

 La sociedad de consumo está ahí, llamando a nuestras puertas. Si pienso que eltema de este libro puede tener interés para alguien, es precisamente para los pueblos deEspaña y América Latina, donde la sociedad de consumo es una realidad nueva,paradójica en sí misma, parcializada -como aún está sustancialmente parcializada laestructura social en nuestros países (más, hay que reconocer, en la mayoría de lasnaciones de América Latina que en España). Quizás todavía tenemos la "oportunidad"de comprender, de conseguir una conciencia sobre la sociedad de consumo, antes de quenos sintamos definidos en ella, en una estructura semejante -en este caso lasproporciones importan poco- a la que se vive por ejemplo en el ámbitosuperindustrializado de Norteamérica. Es muy posible que no pueda hacerse nada paraimpedir el paso. Esto sería antihistórico. Pero quizá una conciencia del tema puedadisponer imperceptiblemente la salida, porque es indudable que la sociedad de consumono es un "momento final"; otra cosa sería si en su seno no estuvieran actuando

contradicciones

. O cuanto menos, hacer perceptible la "posibilidad" de esa salida, yhasta el camino que conduzca a ella. También es cierto que desde nuestra realidaddiscutida de si estamos o no en una sociedad de consumo -lo cual quiere decir se tratatodavía entre nosotros de una realidad parcial, de un movimiento "no concluído"-,resulta más viable una visión

total

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del tema. Porque a mi entender, el hecho másparadójico que ofrece el tema de la sociedad de consumo es que aún no ha recibido unaadecuada sistematización, ni siquiera en aquellos países en los que la sociedad deconsumo es una realidad bien asentada. Y ello, quizás, porque esta sistematizacióntendrá necesariamente que ser crítica. Concretamente: una visión total de lo que sea la

 

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sociedad de consumo es también una relativización de esa sociedad. Probablemente, el"bienestar general" que hay en la base de una sociedad de consumo constituye unapantalla mitificadora sobre la que sea difícil pasar. La primera pregunta se plantea sobresi es siquiera necesario realizar tal paso.La confusión, casi definitoria, que existe acerca de la entidad real de lassociedades de consumo se plantea incluso en la denominación. Se ha hablado de"sociedad opulenta", "sociedad postindustrial", "sociedad de la abundancia", "sociedaddel bienestar", etc., para referirse a una realidad que es en el fondo idéntica en todos loscasos. Naturalmente, en el hecho mismo de la denominación existe ya un principio de

interpretación

sobre el tema. Sólo últimamente parece que se impone el término"sociedad de consumo". A mí me parece el más definitorio, porque, para miinterpretación, el punto básico consiste en que en estas sociedades se ha producido laascensión de los trabajadores a un nivel de consumo que desborda al antiguo "nivel desubsistencia" y que, consiguientemente con ello, el "valor de la producción" pasa a ser"valor de consumo", de lo que resulta la nueva

definición

económica en el estadio delconsumo, aunque me apresure a añadir que no por ello "el consumidor es el rey", comose dice tantas veces alegremente. Más bien la realidad es la contraria. Y eldesenvolvimiento de estos temas constituirá el núcleo fundamental de la presenteinvestigación.La sociedad de consumo, en cuanto contradictoria, está ejerciendo una realcontradicción histórica: la tantas veces citada divergencia entre "países ricos" y "paísespobres". Pretendo mostrar esta diversidad como una contradicción y explicar, por tanto,cómo los pueblos ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. Intento hacerver que la sociedad de consumo genera naturalmente un contrario: la sociedad delsubdesarrollo. Estoy de acuerdo con que no hay tema más importante para nuestro siglocomo el del subdesarrollo. Pero con una salvedad: aislar este tema, sin referirlo a latotalidad histórica de nuestro momento, es en sí mismo una falsificación. Unaconciencia es fácil, y más todavía cuando se trata -como diría Sartre- de una "malaconciencia". Es cómodo pensar desde el confortable Occidente en el hambre de lospueblos de "allá lejos". Pero no se trata aquí de una cuestión geográfica. Como alguienha dicho recientemente, la solución de los indios -y de los chinos, y de los bantúes, y delos indios peruanos- se encuentra agazapada en nuestra casa. Opino que la 

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peorsituación para el "problema del hambre" sería que se convirtiera en tema deconversación banal.Aunque este no es un libro "político", un tema sale naturalmente al encuentro: lasconsecuencias políticas que puede implicar una sociedad englobable dentro del término"de consumo". Interesa proclamar una vez por todas la inoperancia revolucionaria de lasideologías que parten de la

 producción

como hecho económico definitorio, cuando -

 

LA SOCIEDAD DE CONSUMO 5

como veremos- es el "valor de consumo" lo que define hoy la producción, y bajo estaconsideración salen al mercado los productos. De hecho, el fermento revolucionario quevive el llamado Tercer Mundo responde a una "ideología de consumo", en cuanto latensión fundamental vigente hoy en día se encuentra entre el "valor de consumo" de queestán dotados los productos manufacturados de Occidente y la ausencia de ese valor enlo que se refiere a las materias primas y productos agrícolas que produce el TercerMundo. Pero pretendo demostrar que esto es sólo un aspecto de la cuestión. Me interesaexaminar a la vez si en las actuales sociedades de consumo occidentales resulta posibleuna "ideología de consumo" que pudiera implicar una perspectiva asimismorevolucionaria. Quizás de esta manera este libro pueda contribuir en algún sentido adespejar la confusión que actualmente se vive en Occidente sobre la cuestión.Pero, si hay algún tema interesante entre los que trata este libro, se trata sin dudadel consumidor. El consumidor, elevado en las sociedades de consumo hasta un nivel debienestar nunca conocido en la Historia, y sin embargo enajenado, atrapado, incapaz dehacer nada frente a las sugestiones que ejerce sobre él la producción. El "consumidorrey" de que nos hablan los expertos de

marketing

, pero forzado a consumir para que sesiga manteniendo el sistema. El consumidor "obligado a despilfarrar" porque eldespilfarro es necesario para la producción. En España y la parte de Latinoaméricaafectada por la nueva situación, el fenómeno resulta todavía más hiriente, pues, ante elhecho

nuevo

que supone una sociedad de consumo en gestación, todavía no se handesarrollado los mecanismos naturales de defensa. Comprendo que aquí se cruzan"beneficios" y "frustraciones" de manera especialmente imbricada. No hay duda de queel nuevo "nivel de consumo" de que hoy goza una mayoría de la población constituyeun beneficio en sí mismo. Falta por saber, sin embargo, en virtud de qué mecanismos seproduce ese beneficio y a quién favorece de una manera directa. Falta por saber, enconsecuencia, en qué medida ese "nivel de consumo" podría transformarse en "nivel debienestar" y, sobre todo, hasta qué punto podría llegar a englobar a la 

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Humanidad enbloque.También pretendo tratar del "clima social" que implica la sociedad de consumo.Hechos como el ocio, las diversiones, los medios de comunicación social, esas"presencias" tan absorbentes hoy como son la televisión y el automóvil no puedenresultar indiferentes a los supuestos socioeconómicos que definen una sociedadenglobable dentro de la mencionada denominación. Este clima social, junto a lastensiones que vive directamente el consumidor en tanto que tal, son englobadas en lapresente investigación en lo que llamo "el mundo aparte del consumo".El abordaje de dichos temas responde a una intención: la de sistematizar -de formanecesariamente esquemática- lo que sea una sociedad de consumo, tratando de haceraflorar las tensiones y contradicciones que vivan en ella. Solamente

relativizar 

, como he

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LA SOCIEDAD DE CONSUMO 8

1. LA ASCENSION DE LOS TRABAJADORES AL CONSUMO

 ILa sociedad de consumo, tal como hoy se vive en las naciones desarrolladas deOccidente y se encuentra en proceso de introducción en España y, con ciertassalvedades, en América Latina, tiene como fondo una contradicción, la cual estáexpresada en lo que a partir de ahora denomino "valor de consumo". Me propongodesarrollar en esta investigación el contenido de esa contradicción, expresada a nivelsuperficial en el hecho de que la "norma" de la producción pase a estribar en un valorajeno a la producción, como es el consumo.Es, desde luego, posible tener una visión optimista -incluso "triunfalista"- de lasociedad de consumo, y de hecho muchos la tienen. Hoy se dice repetidamente -está enel ánimo de las gentes, lo afirman los medios de comunicacón social, etc.- que el"consumidor es el rey". Y la "prueba" está precisamente en que la producción disponelos bienes para el consumo, y que el consumo ha pasado a ser la norma definidora de laproducción.Pede que, "idealmente", las cosas no tengan que ser de otra manera. En efecto, loque está en la base de la sociedad de consumo es la ascensión masiva hacia el consumode un conjunto de estratos sociales mayoritarios que antes tenían las puertas cerradaspara él, sometidos -por la producción- a un estricto nivel de subsistencia. Es por tantomuy fácil -y muy "conforme"- sostener que, en estas circunstancias, la producción hatenido que "contar" con el consumo, y por tanto es el consumo el que puedeconsiderarse "triunfador" en la perspectiva económica presente. "El consumidor es elrey", puesto que es la producción la que ha tenido que adecuarse al consumo.

 

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No hay duda de que ésta es una manera "bienpensante" de pensar. Una manera enla que es, desde luego, fácil caer, si uno se queda en la extraordinaria sugestión queprovocan esos millones de personas que hoy, en los países occidentales, disfrutan debienes de consumo que les permiten una vida confortable, mientras quizá sus padres osus abuelos lucharon por conseguir un escueto nivel de subsistencia.Es difícil sustraerse a este fenómeno, y ello quiere decir que la realidad de unasociedad de consumo ha de ser

extraída

, indagando debajo de su superficie. Esto es: nose trata de negar el hecho del consumo masivo; esto está a la vista, cada uno lo vivimosen nuestra esfera individual. Pero lo "bienpensante" consiste en quedarse en laexternidad del fenómeno.Gran parte de la cuestión consiste en saber "por qué" se consume, y "quién"decide este consumo. Para el análisis "bienpensante" es el consumidor quien decide elconsumo. Y esto es evidente, sobre todo después de estudiar los manuales de economíaclásica. Para los economistas tradicionales el consumo es el objeto de la actividadproductiva, y por tanto un bien. Ellos no imaginaban que un día la gran masa tuvieraacceso a un nivel elevado de consumo, y ello, siguiendo vigente la estructura 

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capitalista.Pero es fácil deducir que, si hubieran previsto la posibilidad de este evento, lo hubieranconsiderado un bien, un feliz acontecimiento, sin discusión posible

1

.El juicio sobre la sociedad de consumo está, por tanto, lleno de trampas. Talestrampas proceden del hecho indiscutible de que hoy se consume -consume por encimadel nivel de subsistencia la gran mayoría de las poblaciones occidentales-, mientras nohace tantos años el consumo era un privilegio, algo reservado a los poseedores de rentao de beneficio de capital, mientras el trabajador, considerado hasta el final como costode producción, recibía una cantidad que correspondiera todo lo más -en lenguaje deMarshall- a "su costo de producción y de preparación", es decir, como traduceGalbraith, a "el coste de producir hijos"

2

. Es fácil entonces concluir -llevados por laapariencia del fenómeno que nos hipoteca a considerarlo como "bueno"- que lo que seha producido es una adecuación de la producción al consumo; que hoy el consumoprima sobre la producción. E incluso concretar que ello ha tenido lugar comoconsecuencia de los movimientos reivindicatorios de los trabajadores.La dificultad de tal manera de pensar es que conduce a una consideración de lassociedades de consumo como sociedades consolidadas. Pero ello se hace muy difícil deadmitir desde el momento que es posible descubrir en el interior de la mismacontradicciones. Y esto es lo que resulta, como vamos a ver a continuación, del análisis

1

Dejemos de momento pasar por alto que ellos efectivamente no la previeron.

2

John Galbraith,

 La sociedad opulenta,

Ariel, 2ª ed., Barcelona, 1963, p. 53.

 

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global de tales sociedades de consumo.IIUna primera pista nos la proporciona el

modo

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de la ascensión de los trabajadoresal consumo. Esta ascensión es, evidentemente, un hecho bien patente en la realidad.Quienes hoy consumen no lo hubieran podido hacer al mismo nivel hace cincuentaaños, realizando las mismas actividades económicas. ¿Significa esto, por tanto, que sonlos trabajadores los que han realizado por sí mismos esta ascensión, obligando a laproducción a un nuevo planteamiento -a un planteamiento de consumo? Esto es lo quese deduce de la externidad del fenómeno, y es una manera bien lógica de pensar si seconsidera que antes el trabajador estaba situado a un nivel de subsistencia y hoy sinembargo se encuentra en un elevado nivel de consumo. ¿Es lógico, en otro caso, pensarque, si no ha sido el trabajador, haya sido la producción la autora de semejante acto debenevolencia, elevando de tal forma el nivel de vida de los trabajadores? Absurdo estesegundo supuesto, puesto que sabemos -desde Ricardo- que el trabajador tiene, para laproducción capitalista, la simple consideración de "costo". Y sin embargo, la paradojade la sociedad de consumo es que está basada en tal absurdo.No ha sido el trabajador quien se ha elevado al consumo, porque, en prime

 

a lo suficientemente "segura" como para poderintervenir en el mecanismo de los precios. Hoy, cuando la empresa productiva tieneincorporado muchas veces este atributo a su definición, la consecuencia lógica es quepuede intervenir en ese mecanismo, y que tal intervención adquiera normalmente laforma de un acuerdo entre el grupo cerrado de las empresas. Desde el momento queexiste la probable tranquilidad de que ningún "competidor desconocido" irrumpirá en elámbito productivo, queda establecida la posibilidad de fijar los precios desde laproducción. Hay también otros muchos terrenos en los que establecer "acuerdos demercado" partiendo de esta estructura productiva; por ejemplo, "acuerdos de reparto ono invasión", acuerdos de fijación de zonas, o de establecimientos de auténticas"reservas"; acuerdos de lanzamientos sumultáneos -o escalonados- de nuevos productoso de mejoras en los existentes, etc. En realidad, en la estructura económica vigente enlas sociedades de consumo, el mercado se aparece, más que a un terreno selvático y"desconocido", a un jardín familiar, mimosamente planificado y parcelado.El mercado ha dejado de ser una realidad "extraña" a la producción. El mercado es"abarcable" por la producción -esto es, que los productos no tienen que realizar unaefectiva "salida" para llegar al mercado. Hoy, lanzar un producto supone prácticamentedisponer de todos los datos en la mano. Es difícil que pueda producirse un fallo, si todoel mecanismo ha sido adecuadamente puesto en juego. No cabe siquiera una reaccióninesperada de consumidor -pues el "valor de la producción" consiste, como veremos, enprever las reacciones inesperadas de éste. Un mercado es hoy algo medido, delimitado yabarcable para la producción. No la "salida" a un ámbito desconocido y lleno deenemigos agazapados; más propiamente, una

 prolongación de la producción en otroámbito

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. Y naturalmente esto se ha hecho posible porque el conjunto de la producción seha estructurado ella misma como "estructura abarcable". Hoy una determinada empresapuede prever con suficiente exactitud la actuación de sus productos en el mercadoporque "domina" la competencia y porque está de alguna manera en acuerdo con lapolítica a seguir por las distintas empresas. No hay "sorpresas" en el mercado -o almenos el riesgo de una sorpresa ha quedado reducido al mínimo-, y por tanto la

 

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LA SOCIEDAD DE CONSUMO 27

de estos dos caminos. Para Marx, esto era sencillamente imposible. Pero Marx tuvo el"defecto" de vivir en una realidad en la que el esquema clásico era el ámbito económico.Marx, como los economistas clásicos consideró impensable que se produjera unasubversión de los supuestos del esquema clásico, sin que ello arrastrara consigo elsistema. Hoy sin embargo esta subversión de los supuestos económicos clásicos,efectuada -al menos aparentemente- dentro del sistema capitalista, es tan real, que yaincluso va resultando "pensable"...IIIUna sociedad de consumo se tipifica porque en ella el trabajador -la "mano deobra" productiva- ha sido ascendido al consumo. No ha "ascendido" al consumo por sí mismo. Como ya estableció Marx, una

acción

de los trabajadores llevaría alderrumbamiento puro y simple del sistema. Tal acción no se ha producido puesto que elsistema subsiste.El trabajador que no ha derrocado el sistema, sigue relacionado con el sistema envirtud de su enajenación. El hecho de que haya traspasado el nivel de subsistencia y sehaya situado en un nivel elevado de consumo, no es el dato más importante de lacuestión. Un trabajador enajenado sigue estando enajenado en el consumo. Y ello seexplica porque el mismo concepto del consumo ha variado, y porque el trabajador hasido ascendido

desde fuera

hasta el consumo.Un trabajador enajenado que consume por encima del nivel de subsistencia es unapersona que consume "artificialmente". No responde con su consumo a una "previa"disposición económica. Carece de un "estatuto de consumidor". No encierra en sí mismo su "razón" de consumo; y si efectivamente consume es porque "alguien" -unafuerza externa- ha dispuesto para él esta vigencia. Podemos por tanto dar la razón aMarx, en el sentido de que puesto que no se ha producido la "acción" del trabajador, nohan variado sustancialmente sus relaciones económicas con el sistema -aunque ahora seencuentre a un "nivel de consumo".Un trabajador que consume por encima del nivel de subsistencia, es pura ysimplemente un trabajador que

ha sido elevado por encima de este nivel

. Pero estehecho no puede indicar que el trabajador haya variado sustancialmente sus relacionescon el sistema, en el sentido de que haya pasado a engrosar el número de"consumidores", en situación de paridad con los ya existentes.La posibilidad de esta paridad no tiene ningún sentido. Sería una manera de

 

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proclamar la vigencia del esquema clásico

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contra

el esquema clásico. Sería también unamanera confortable de ignorar la "novedad" que supone las sociedades de consumo.Pera el esquema clásico era imposible una ascensión de los trabajadores más allá delnivel de subsistencia sin el derrumbamiento del sistema, y por eso Marx identificó lasalida de los trabajadores de aquel nivel con su acción derrumbadora del sistema. Hoyde lo que se trata es de una novedad que subvierte el esquema clásico con todas susconsecuencias. Pero es una novedad

que da la razón a Marx

(y a los supuestos delesquema clásico): puesto que dicha

acción

de los trabajadores no ha tenido lugar, laascensión de los trabajadores al consumo significa la aparición de un

consumoenajenado

; un consumo, por tanto, que no se puede equiparar al consumo antiguo, queera "consumo independiente", "de mercado".Hoy, en las sociedades de consumo, desde el momento que el trabajador asciendeal consumo -incluso cuando el trabajador viene a ser considerado como el consumidor-tipo-, nos encontramos con un "consumo enajenado". Y esto significa que ha dejado detener efecto la antigua actuación económica del consumo.Hoy, en la época del trabajador-consumidor, no existe una "relación de mercado"entre producción y consumo, puesto que no es con este objeto, como aquel consumidorha sido "llamado" al consumo. Entre "producción en masa" y "producción dificultosa"puede decirse que existe un abismo. La "producción dificultosa" -la producciónindividualizada- trataba de satisfacer unas necesidades preexistentes en el consumidor, ypor ello ambos se encontraban, en situación de igualdad, en el mercado. Para laproducción masiva, el problema es bien distinto: se trata para ella ante todo de

dar salida a la producción

, de conectar con una demanda "no existente" (no presentepreviamente en el mercado). Por ello, la producción en masa no intenta establecer unasrelaciones de igualdad con el consumidor en el mercado. Se trata de despachar laproducción. Y para ello hay que operar en el camino más lógico.Más todavía: un trabajador enajenado, que no ha abandonado su situación deenajenación, puesto que no ha actuado contra el sistema, no puede establecer una"relación de igualdad" con la producción en el mercado. De hecho, ni siquiera puedeaparecer en el mercado. Un mercado supone una exigencia, la posibilidad de"manifestar la propia voz". Tal posibilidad no existe desde el momento que se trata deun consumidor enajenado. Este consumidor no puede relacionarse con la producción,puesto que no tiene nada que decir a la producción.Un consumidor "relacionado" con la producción es una persona que tieneconciencia de unas necesidades, y que acude al mercado "protegido" por esa conciencia.La relación de mercado es una relación normal, "entre 

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iguales". Un consumidorenajenado carece también de esa conciencia. Puesto que no ha sido su acción propia laque le ha elevado por encima del nivel de subsistencia, se ha producido un desfase entre

 

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la conciencia de sus necesidades, y los productos que les son puestos en las manos envirtud de su efectividad como consumidor. Dicho desfase está en los supuestos de laproducción en masa y de la superproducción, pues lo que pretende esa producción ya noes satisfacer unas previas necesidades: de lo que se trata es de colocar la producción,

noimporta cómo.

 Hoy, a un consumidor enajenado corresponde una producción concentrada ysuperpoderosa: la única que puede ejercitar las exigencias tecnológicas de la producciónen masa. No hay posibilidad de diálogo entre dos entidades tan dispares. La nuevaestrategia de la producción significa que ya no es necesario para el éxito de laproducción la existencia de una relación de mercado. Tal diálogo sería por tanto sinefecto alguno: puramente gratuito. Cuando un consumidor enajenado se pone encontacto con una producción superpoderosa, el único acto que es propio del consumidorconsiste en

aceptar la producción

-del mismo modo que previamente ha aceptado suestancia en el "nivel de consumo".Por ello, a la producción actual, en las sociedades de consumo, la cabe el papelimportantisimo de

 fijar y crear las necesidades del consumidor 

(*)

. El consumidor actual,puesto que ha sido elevado al consumo, puesto que no efectúa de hecho relaciones dediálogo con la producción en el mercado, puesto que el mismo concepto tradicional delmercado no tiene ya vigencia,

carece de una conciencia definida de necesidades

[curs.AC, 23.1.00]. Puesto que el consumidor no ha ido por sí mismo al consumo, ignora dequé manera actuar un papel económico a través del consumo. Puesto que la constitucióndel "nuevo" consumidor ha sido un hecho externo, promovido por la producción paracumplir las exigencias de la nueva producción en masa, el consumo vigente es unconsumo "artificial": se ha roto la antigua implicación económica que ataba laproducción y consumo, en virtud de unas necesidades previas sentidas por elconsumidor. Hoy, como señala André Gorz, no existe posibilidad de distinguir entrenecesidades reales y artificiales. Más concretamente se podría decir que

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todas

lasnecesidades del consumidor son "artificiales" [sub. AC, 20.1.00] La distinción entrenecesidades reales y artificiales es en fondo reminiscencia de lo que hoy se llama una"economía de escasez", y responde al hecho de que un día el trabajador estuvierasometido al nivel de subsistencia. Como nos recuerda Galbraith, a partir de Marshall"cualquier criterio acerca de la necesidad o superficialidad de los bienes o de suimportancia o falta de importancia fue rigurosamente excluido de su objeto (de la

(

 *)

 

Más bien, como puso de reliev

e Baudrillard una vez redactado este texto, el “sistema deconsumo”

trasciende la noción de necesidad 

, y ésta deja de funcionar

 

como referente de la demanda y,porconsiguiente, de la produccción. [Sin embargo, ver texto a continuación.] [AC, 23.1.00].

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consumidor, definido ya económicamente por su enajenación en el trabajo, no apareceráen el mercado como fuerza capaz de efectuar una relación con la producción, y porconsiguiente un diálogo con ella, mediante el cual demande sus productos. Y esto exigeuna nueva estrategia en la producción y una nueva disposición general de todo elproceso económico.IICuando el consumidor era propiamente "consumidor" -no había sido ascendido asu nivel de consumo en virtud de una fuerza externa a él-, todo el mecanismoeconómico se basaba en la existencia del mercado, y esto es lo que dejaron establecidolos economistas clásicos. En efecto, el consumidor "aparecía en el mercado", y en estoconsistía su principal actividad económica. El mercado era el "lugar" donde laproducción ofertaba "productos terminados" al consumidor, y entre los dosdeterminaban el precio. A su vez el mercado, aunque limitado a la presencia deproductor y consumidor (o bien relacionados ambos mediante un intermediario, que seconstituía como representante del consumidor), tenía por así decir una vida propia.Productor y consumidor se habían reunido porque uno "ofrecía" un bien y otro lo"demandaba", ambos aparecían hermanados por la común consideración de un "valor deuso" en el producto. Ese valor de uso quería decir que el productor había elaboradoefectivamente un bien, es decir, algo evaluable como "utilidad" para el consumidor, encuanto que resolvía alguna de sus necesidades (vitales, superfluas o de ostentación). Lapresencia de ambos en el mercado significaba precisamente que los dos iban aconseguir, mediante el intercambio, un beneficio. El productor iba a "compensarse" -económicamente- del trabajo y el capital invertidos en la producción del "bien útil", y elconsumidor iba a satisfacer una necesidad hasta ahora insatisfecha o no plenamentesatisfecha, pagando un precio al productor por ello. En todo caso productor yconsumidor "se relacionaban" verdaderamente en el mercado, y esta relación se fundabaen la común consideración de los productos con arreglo a un valor de uso. Es decir, unobjeto no adquiría la consideración de "producto terminado" mientras no significaba unvalor de uso para un futuro consumidor (o intermediario, que actuaba en surepresentación). El valor de uso se confería a los productos sólo una vez terminados, yen la medida que se preveía safistarían a un consumidor, siendo usados por él. El valorde uso era, por tanto, "independiente" de la producción y anterior a la misma, y siempresuponía un ulterior contacto: la llegada hasta el consumidor. Era, por tanto, el

 

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consumidor quien propiamente confería "valor" a los productos. Pero este valor tambiénregía para la producción, y ésta podía, lo mismo que el consumidor, producir omodificar el "valor de uso" de un producto, introduciendo en él un nuevo adelanto, ocreando un producto nuevo. (La intervención del consumidor en este mecanismoconsistía en dejar de preferir un determinado producto, provocando el derrumbamientode su "valor de uso".)Pero en todo caso el mercado -y el 

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valor de los productos- suponía una "relacióncon el consumidor". Era buscando al consumidor como el productor acudía con susobjetos o servicios al mercado. Era la única forma de hallar al consumidor, y dar portanto una salida a la producción. El encuentro de productor y consumidor en el mercadoera propiamente, un encuentro "entre iguales".Lo importante es retener que una vez finalizada la producción, una vez obtenido el"bien útil", era preciso proporcionar a la producción una "salida" al mercado. Elesquema de la economía clásica trataba de responder plenamente a este patrón: existíaun mercado, existía una "relación" entre productor y consumidor, y existía un "valor deuso" que normativizaba los productos y aquélla relación.A su vez, el hecho del mercado ponía en marcha un mecanismo en el que, porejemplo, jugaba la "ley" de la oferta y la demanda: a mayor demanda de un productosubirá su precio, y también lo contrario. Es decir, existía una diferencia -incluso unatensión- entre "valor de uso" y "valor de cambio", y entre éste y "precio de mercado".Más exactamente, éste se trataba de una "traducción" del valor de uso de un producto enun determinado precio, que dependía de las condiciones del mercado. Lo que interesadestacar es que esta traducción no suponía una pérdida de referencia con el valor de uso.Al contrario, precio de mercado suponía siempre una traducción. Esta necesidad detraducción -esta "independencia" del mercado- fue sin embargo una de las causas de los"ciclos" económicos y de que intervinieran nuevos elementos en el proceso, tales comoequilibrio, depresión, inflación, etc. Lo significativo es que la economía clásicapretendió pasar -en un primer momento- por estos "ciclos" como si no existieran (y deahí, por ejemplo, la ley de Say, de que a mayor oferta había que corresponder siempremayor demanda), y esto es importante porque hace ver el "carácter ideal" que elesquema reseñado tenía para la economía clásica.Todo el esfuerzo de la economía clásica consistió en disponer las cosas de modoque el hecho del mercado no se interpusiera en la "pureza" del esquema, y a impedir quecualquier otra impureza práctica pudiera contaminarlo hasta provocar su inoperancia.Así, ante la posibilidad -presente en el esquema- de que unos pocos productores (unoligopolio) dominaran el mercado y pudieran por tanto prefijar los precios, el dogmaclásico decía que los precios siempre habían de ser un resultado "libre" del mercado. Yaunque alguna vez -como no hubiera sido difícil de demostrar- tenía lugar aquel otro

 

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supuesto, siempre se trataría de una "anormalidad", una pertubadora excepción que nopodía pretender negar la realidad al esquema. Una economía de mercado era una"economía de competencia" donde un número abierto de productores podía controlarsemutuamente, y así se disponía la pureza del esquema, pues esta "competencia abierta"hacía posible una efectiva e independiente relación entre productores y consumidores, yen esto se basaba en sistema.Llegó un momento sin embargo en que los fenómenos perturbadores de la"armonía" del esquema, fueron demasiado numerosos y demasiado normales para darlesel trato de excepciones. Fenómenos como la efectividad de "ciclos" económicos, consus altibajos de opulencia y depresión; la posibilidad cada vez más patente, de prefijarlos precios de los artículos desde la misma producción; la realidad de una "competenciaimperfecta" u oligopólica. Fue así produciéndose un proceso que requirió unatransformación del esquema clásico, es decir, una nueva justificación del 

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sistema. Y ami entender, este proceso -complicado y lleno de altibajos- se prolonga hasta hoydesembocando en las sociedades de consumo occidentales, en las que tiene lugar unafundada y consecuente

nueva estrategia

 

de la producción

, y una nueva caracterizaciónde la estructura económica en su conjunto.Todo ha sucedido "como si Marx tuviese razón". Las contradicciones que Marxadvirtió en el interior del esquema capitalista clásico, son precisamente lascontradicciones que han llevado a escindir la realidad económica de hoy de aquelesquema. Lo que Marx no previó es que el capitalismo pudiera "resolver" -enapariencia- tales contradicciones mediante la práctica de una nueva estrategia de laproducción.La intención final de esta nueva estrategia consiste precisamente en establecer almargen de los supuestos de aquel esquema. Si para los economistas clásicos eraimprescindible una "competencia perfecta", una fijación "libre" de los precios en elmercado, un entidad de éste, basado en la presencia verdadera en él de una "oferta" yuna "demanda", la producción actual ha tenido que condicionarse a una situación real enque ninguno de estos supuestos era ya operante.IIITales realidades han actuado como problemas a resolver para el capitalismoproductivo. Y estos problemas se han presentado -como Marx quería- por el simpledesenvolvimiento del sistema. Si la meta del esquema clásico era la competencia

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