cuadernos del qhapaq Ñan

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Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / ISSN 2309-804X 1 Cuadernos del Qhapaq Ñan Año 3, número 3, 2015

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Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X 1

Cuadernos del Qhapaq Ñan

Año 3, número 3, 2015

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X2

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X 1

Vista general del sitio arqueológico Cancharí, valle de Cañete (foto: José Luis Matos Muñasqui)

Cuadernos del Qhapaq Ñan es una revista de arqueología editada por el Proyecto Qhapaq Ñan del Ministerio de Cultura. Se encuen-tra orientada a difundir estudios arqueológicos de investigadores andinistas, peruanos y extranjeros, concernientes a los períodos prehispánicos tardíos y colonial temprano, con especial énfasis en las temáticas de la vialidad antigua, el paisaje arqueológico y la antropología del movimiento. Incluye, asimismo, una sección permanente de reseñas de publicaciones recientes.

Cuadernos del Qhapaq Ñan

Año 3, número 3, 2015

Ministra de Cultura del Perú

Diana Alvarez-Calderón Gallo

Viceministro de Patrimonio Cultural e Industrias Culturales

Juan Pablo de la Puente Brunke

Coordinador General del Proyecto Qhapaq Ñan – Sede Nacional

Giancarlo Marcone Flores

Ministerio de Cultura del Perú

Proyecto Qhapaq Ñan

Avenida Javier Prado Este 2465, San Borja, Lima 41

Teléfono: (511) 618 9393 / anexo 2320

Email: [email protected]

www.cultura.gob.pe

Cuadernos del Qhapaq Ñan

Tercera edición: Lima, junio de 2015

Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2013-15203

ISSN: 2309-804x

Editores

Giancarlo Marcone Flores

Sergio Barraza Lescano

Edición adjunta

Fiorella Rojas Respaldiza

Comité editorial

Elizabeth Arkush / University of Pittsburgh, Estados Unidos

Octavio Fernández Carrasco / Ministerio de Cultura, Proyecto Qhapaq Ñan – Sede Cusco, Perú

Peter Kaulicke Roermann / Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú

John R. Topic / Trent University, Canadá

Diseño y diagramación

Lorena Mujica Rubio

Impresión

Nombre de la imprenta: Burcon Impresores y Derivados SAC.

Dirección: Calle Francisco Lazo 1924 - Lince / Telf.: 470 0123

Fotografía de carátula

Vista del río Cañete y su comarca dominados desde el sitio arqueológico Ungará

(foto: José Luis Matos Muñasqui)

Presentación

Artículos

Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete a partir de la cultura material, entre el Horizonte Medio y el Horizonte Tardío

Rommel Ángeles Falcón

Cerro de Oro: un análisis preliminar de la secuencia de ocupación

FRancesca FeRnandini PaRodi

El valle de Cañete durante los períodos prehispánicos tardíos: perspectivas desde El Huarco - Cerro Azul

giancaRlo maRcone FloRes y RodRigo aReche esPinola

Estrategias de la ocupación tardía en la cuenca baja del río Cañete: una propuesta desde la ecología cultural

Favio RamíRez muñoz

La plaza y el ushnu mayor de Incahuasi, Cañete

alejandRo chu

Breves apuntes sobre la presencia inca en Pacarán, valle medio de Cañete

guido casaveRde Ríos

Hallazgos de coca en colcas del valle medio del río Cañete correspondientes al Horizonte Tardío

josé luis díaz caRRanza

Notas

Descubriendo una huaca local: Muyllucamac de Lunahuaná

caRlos enRique camPos naPÁn

Apuntes arqueológicos sobre el valle de Cañete

ToRibio mejía XessPe

Reseña bibliográfica

Excavations at Cerro Azul, Peru: The Architecture and Pottery, de Joyce Marcus

nina casTillo sÁnchez

Índice

7

10

26

48

70

92

112

128

148

160

164

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X6

Estructuras arquitectónicas en el sitio arqueológico Pueblo Nuevo o Cerro Huanaco, valle medio de Cañete (foto: Alfredo Bar Esquibel)

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El pasado prehispánico del valle de Cañete ha concitado el in-terés de investigadores nacionales y extranjeros desde fines del siglo XIX, cuando el historiador limeño Eugenio Larrabure y Unanue publicó Historia y arqueología, valle de Cañete (1893). En esta monografía, anticipándose a los modernos enfoques inter-disciplinarios, Larrabure presentó un notable estudio descripti-vo de los antiguos sitios, caminos, murallas, tierras de cultivo y acequias de la región, y un detallado croquis de su distribución, elaborado a partir de la confrontación de información etnohis-tórica colonial (publicada e inédita) y evidencias arqueológicas registradas in situ.

Con el transcurrir del tiempo, diversas investigaciones vinie-ron a incrementar nuestros conocimientos sobre el tema, des-tacando aquellas desarrolladas por Emilio Harth-Terré (1933), Alfred L. Kroeber (1937), Carlos Williams y Manuel Merino (1974), María Rostworowski (1978-1980) y, más recientemente, por la arqueóloga estadounidense Joyce Marcus (1987, 2008). El aporte de todos ellos puede percibirse, en mayor o menor medida, en las interpretaciones presentadas por los autores con-vocados en este número temático de los Cuadernos del Qhapaq Ñan, dedicado al estudio arqueológico del valle de Cañete.

Abre la revista Rommel Ángeles con un artículo focalizado en el análisis de las continuas relaciones establecidas por las po-blaciones prehispánicas de los valles de Asia y Cañete, desde el periodo Horizonte Medio hasta la ocupación inca de ambos te-rritorios. Según lo sugieren las manifestaciones culturales com-partidas, la ausencia de instalaciones defensivas y las prácticas de explotación concertada de recursos, estas interacciones se habrían desarrollado en un contexto de estabilidad social, caren-te de conflictos políticos regionales.

Francesca Fernandini presenta los resultados de las excavacio-nes arqueológicas efectuadas bajo su dirección en el sitio Cerro el Oro (temporadas 2012 y 2013), poniendo particular énfasis en el establecimiento de la secuencia de ocupación del Sector Sureste del asentamiento; en este sector se han definido cinco momentos ocupacionales que, iniciándose a fines del periodo Intermedio Temprano, se prolongan hasta el Intermedio Tar-dío. Como parte de su análisis, la investigadora establece una correlación entre los cambios experimentados en el uso de los espacios arquitectónicos y en la alfarería del sitio.

Desde una perspectiva que integra el escenario local y regional, Giancarlo Marcone y Rodrigo Areche analizan el impacto que la ocupación inca habría tenido en las sociedades prehispánicas tardías del valle de Cañete. Como parte de su estudio confron-tan las evidencias arqueológicas e información etnohistórica disponibles sobre el valle, en particular aquella proveniente del sitio El Huarco - Cerro Azul, llegando a reconocer importan-tes disonancias entre ambos registros que atañen al número de entidades políticas presentes en Cañete durante el periodo Intermedio Tardío, el tipo de conquista experimentada por los guarco y la importancia ritual-religiosa antes que política o mi-litar que habría poseído el sitio El Huarco – Cerro Azul a la llegada cusqueña.

En la misma línea, aunque desde un enfoque ecológico-cul-tural, Favio Ramírez aborda el estudio de las estrategias de ocupación empleadas por el Estado Inca en la cuenca baja del río Cañete. A partir de las características medioambientales de este territorio, de las evidencias arqueológicas y documentales de actividades agrícolas y de almacenamiento reportadas en el valle, y de algunas prácticas de cultivo aún presentes en el ámbito etnográfico regional, Ramírez intenta reconstruir las medidas adoptadas por la elite incaica en el proceso de con-quista e incorporación de Cañete al Tawantinsuyu, confiriendo particular importancia al papel desempeñado por el señorío de Chincha, aliado costeño, en esta campaña expansiva y en la posterior administración del área.

Alejandro Chu presenta los resultados de las excavaciones ar-queológicas efectuadas bajo su dirección en la plaza y el ushnu del sitio Incahuasi de Lunahuaná. Además de precisar detalla-damente la secuencia constructiva de la plataforma ceremonial, el autor brinda novedosa información sobre el hallazgo de dise-ños incisos en bajo relieve sobre el piso de la plaza, se trata de campos cuadrangulares ejecutados formando dameros.

A partir de las investigaciones que Qhapaq Ñan – Sede Nacio-nal viene realizando en el valle medio de Cañete, orientadas a explicar la conquista y posterior control de esta región por los incas, Guido Casaverde se avoca al estudio de los principales sitios con ocupación del periodo Horizonte Tardío existentes en el distrito de Pacarán. Destacan entre ellos Huaca Daris, San Marcos y Huaguil, no solo por su directa asociación con

Presentación

8

el camino que conectaba la costa con el valle del Mantaro, sino también, por la presencia de instalaciones de almace-namiento que habrían cumplido un importante rol durante la campaña expansiva cusqueña que culminó con el dominio del señorío de Guarco.

En el marco de las mismas investigaciones, José Díaz re-porta el hallazgo de restos de coca de la especie Erythroxylum novogranatense (variedad truxillense) dentro de algunas de las col-cas construidas en tiempos incaicos en el valle medio de Ca-ñete. Resulta llamativo el registro de actividades de “sellado” y quema, aparentemente ritual, en algunas de las estructuras excavadas, más aún si se toma en cuenta la gran valoración que la coca poseía en los ámbitos económico, social y religio-so de los antiguos peruanos.

En este número se han incluido, además, dos notas de investi-gación. En la primera de ellas, Carlos Enrique Campos propone

identificar un afloramiento rocoso localizado en la cima del ce-rro Escalón, en el distrito de Lunahuaná, con un santuario local mencionado en el siglo XVI por el extirpador de idolatrías Cris-tóbal de Albornoz: la huaca Muyllucamac, considerada pacarina o lugar de origen del grupo étnico Runahuanac. La segunda nota, compilada por los editores, reúne algunos apuntes arqueológicos sobre el valle de Cañete escritos por Toribio Mejía a mediados del siglo pasado, los textos transcriptos provienen de su colec-ción documental, conservada en el Archivo Histórico del Institu-to Riva-Agüero (Pontificia Universidad Católica del Perú).

Concluye este Cuaderno con una reseña redactada por Nina Castillo del libro Excavations at Cerro Azul, Peru: The Architecture and Pottery, publicado por Joyce Marcus hace siete años.

los ediToRes

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X 9

Bocina de caracol (Hutchinson 1873:134-135)

Antigüedades del valle de Cañete

Máscara de arcilla (Hutchinson 1873: 133)

Figurina de ave confeccionada con

aleación de oro(Squier 1877: 174)

Plano del denominado “Palacio del Rey Inca”

de Herbay Bajo, actualmente desaparecido

(Squier 1877: 83)Plano de un conjunto arquitectónico

inca que formaba parte del sitio Herbay Bajo (Squier 1877: 84)

Bosquejo del “Edi�co de las columnas”de Cruz Blanca, distrito de Lunahuaná

(Larrabure 1935 [1893]: 295)

Corte arquitectónico del “Edi�ciode las columnas” de Cruz Blanca

(Larrabure 1935 [1893]: 297)

Referencias bibliográficas

Hutchinson, Thomas Joseph

1873 Two years in Peru. With explorations of its antiquities. London: Sampson Low, Marston, Low and Searle.

Larrabure y Unánue, Eugenio

1935 [1893] Manuscritos y publicaciones. Volumen 2: Historia y Arqueología, valle de Cañete. Lima: Imprenta Americana.

Squier, Ephraim George

1877 Peru illustrated or, incidents of travel and exploration in the land of the Incas. New York: Hurst and Company.

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Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete a partir de su cultura material, entre el Horizonte Medio y el Horizonte Tardío

Rommel Ángeles Falcón*

Resumen

Este artículo presenta las relaciones culturales desarrolladas por dos valles de la costa centro-sur peruana, Asia y Cañete, en ciertos periodos históricos. Durante el Horizonte Medio, un estilo cerámico y una arquitectura particular fueron compartidos por los valles de Mala, Asia y Cañete; esta correspondencia se prolongaría hasta el periodo Intermedio Tardío, en que se formaron curacazgos individuales en cada valle. Siglos más tarde, durante el Horizonte Tardío, los incas integrarían este territorio a su imperio, individualizando políticamente cada valle aunque manteniendo fuertes vínculos entre ellos. Los incas dominaron la región focalizando su poder en el valle de Cañete; el valle de Asia, si bien tuvo un papel menos preponderante, fue integrado al Qhapaq Ñan estableciéndose en él un control político y religioso.

Palabras clave

Arqueología del valle de Cañete, arqueología del valle de Asia, Cerro del Oro, textiles, ocupación inca

Relationships between Asia and Cañete valleys through material culture, from the Middle to Late Horizon

Abstract

This paper presents cultural relations developed by two valleys of south-central Peruvian coast, Asia and Cañete, in Pre-Hispanic times. During the Middle Horizon, a ceramic style and a particular architecture were shared by the valleys of Mala, Asia and Cañete; this correspondence would last until the Late Intermediate Period in which individual chiefdoms were formed in every valley. Later, during the Late Horizon, Inca integrate this territory to Tawantinsuyu, individualizing politically these valleys but maintaining strong links between them. The Incas dominated the region focusing its power in Cañete Valley; although Asia Valley had a lesser role, it was integrated into the Qhapaq Ñan establishing political and religious control there.

Keywords

Cañete Valley archaeology, Asia Valley archaeology, Cerro del Oro, textiles, Inca occupation

* Museo de sitio de Pachacamac. E-mail: [email protected]

Cuadernos del Qhapaq Ñan Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X

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Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete, pp. 10-24Ángeles Falcón

Antecedentes

A la llegada de los españoles, el panorama de los valles al sur de Pachacamac era bastante confuso. Pequeños curacazgos individualizados por valles dominaban la región, su cultura material, poco conocida hasta la ac-tualidad, permite inferir que se trataba de sociedades con una gran apertura a recibir aportes de las regiones vecinas; por su amplitud y especiales condiciones, el valle de Cañete albergaba a los grupos más ricos de esta zona. Más al sur, el reino de Chincha constituía una nación poderosa. Estas sociedades ocupaban el valle bajo y medio de la costa centro-sur o sur central, una región que incluye los territorios de Chilca, Mala, Asia y Cañete (figura 1), con un área de 150 kilómetros de largo. El valle alto, por su parte, se encontraba relacio-nado principalmente con los curacazgos de la región de Yauyos.

De acuerdo a María Rostworowski (1978, 1988), en la costa central existían ciertas dinámicas que incluían in-teracciones entre el litoral y el valle alto, acompañadas muchas veces con disputas por el acceso al agua y a tierras aptas para el cultivo de cocales; una situación similar pudo haber ocurrido en la costa sur central.

Los estudios de la región de Cañete se deben en espe-cial a Fréderic Engel (1987, 2010), que realizó trabajos en los valles de Chilca, Mala, Asia y Cañete, y a Alfred Kroeber (1937), Louis Stumer (1971) y Carlos Wi-lliams junto a Manuel Merino (1974), que investigaron el valle de Cañete. Las excavaciones más destacadas fueron efectuadas por Alfred Kroeber en los sitios El Huarco - Cerro Azul y Cerro del Oro (Kroeber 1937), Julio C. Tello en ambos lugares (Tello y Mejía 1967), Joyce Marcus en El Huarco - Cerro Azul (Marcus 2008), y Mario Ruales en el sitio Cerro del Oro (Ruales 2000). A ellos vienen a sumarse los recientes trabajos de Francesca Fernandini en el último de estos sitios.

Dorothy Menzel brindó importantes aportes al estu-dio de la cerámica de estilo Cerro del Oro (Menzel 1971); asimismo, merecen citarse las descripciones generales realizadas por Eugenio Larrabure y Unanue (1874) para toda la provincia de Cañete y el trabajo del padre Pedro Villar Córdova (1935).

El entorno geográfico y cultural

El valle de Cañete es uno de los valles más ricos y productivos de la costa, cuenta con un amplio cono de deyección cuyo río, de gran caudal anual, ha sido canalizado a través de varias bocatomas desde tiempos prehispánicos. Algunos de estos canales, actualmente modernizados, siguen en uso y parten de sitios arqueo-lógicos, tal como ocurre con el canal que sale de Unga-rá; estas condiciones convierten a Cañete en un espa-cio altamente productivo para la agricultura. Las aguas frías de su costa, de otro lado, lo hacen igualmente productivo para la pesca, en las caletas y amplias pla-yas arenosas de Puerto Fiel, Chepeconde, Cerro Azul y Herbay.

Ya Stumer daba cuenta, en la segunda mitad del siglo pasado, de la gran cantidad de complejos arqueológi-cos de barro que iban desapareciendo en el valle como resultado de la ampliación de la frontera agrícola. En la actualidad, las zonas de mayor afectación se encuen-tran en Imperial, con un crecimiento urbano que ori-gina la paulatina desaparición de grandes complejos arqueológicos.

En tiempos prehispánicos, parte de la producción agrí-cola del valle bajo de Cañete estuvo dedicada al cultivo de algodón y productos alimenticios. El valle medio, de menor producción, tiene zonas adecuadas para los frutales y la coca. Además, el río ofrecía recursos como los camarones y los peces, presentes en sus aguas hasta hace pocos años atrás. El valle alto, correspondiente a

Calango

OmasYauyosMala

Coayllo

AsiaOcéano Pacífico

1

2

34

5

6

7 8 9

Cerro Azul

Lunahuaná

1.- El Salitre (Inca)2.- La Vuelta (Inca)3.- Huaca Malena (Wari)4.- Uquira (Inca)5.- Pueblo Viejo (Inca)6.- Huarco (Inca)7.- Cerro del oro (Wari)8.- Ungara (Tardío)9.- Incahuasi (Inca)

Figura 1. Principales sitios arqueológicos de los valles de Asia y Cañete mencionados en el texto

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X12

la región de Yauyos, poseía una alta producción agrí-cola, según queda evidenciado por los andenes que aún subsisten, especialmente en Laraos.

A nivel arqueológico, no se conocen sitios tempranos para el valle de Cañete, las ocupaciones más tempranas datan del Horizonte Temprano; a esta época pertene-ce el estilo Los Patos descubierto por Dwight Wallace (1963). Dorothy Menzel definió a la tradición Topará como una variante de la Paracas con fuertes raíces en Cañete; extensos sitios como La Quebrada muestran arquitectura monumental con adobes en forma de gra-no de maíz y cerámica vinculada a la tradición Topa-rá. Para el periodo Intermedio Temprano, los datos son referenciales a excepción de los trabajos de Ma-rio Ruales en Cerro del Oro (Ruales 2000), donde se identificó una ocupación por debajo de la arquitectura de adobes cúbicos correspondiente a los inicios del Horizonte Medio.

Por el contrario, el valle de Asia cuenta con pocos recursos hídricos. Durante aproximadamente una se-mana al año, el río Asia u Omas traslada el agua de avenida que humedece las zonas cercanas a las proxi-midades de su lecho y alimenta la napa freática, esta agua de subsuelo puede ser aprovechada a través del sistema de las hoyas de cultivo ubicadas en el lado norte del litoral y los puquios localizados en el valle y las lomas.

En la actualidad el agua para el cultivo se extrae me-diante el bombeo; en las formas tradicionales que sub-sisten se aprovechan las aguas de avenida para crear estanques. El agua mezclada con limo y lodo crea cam-pos de cultivo ricos e ideales para el cultivo estacio-nal, a esto se suma un sistema tradicional denominado cachay, que consiste en trazar chacras serpentinas en disposición diagonal, muy similares a la iconografía de las serpientes aserradas del periodo Horizonte Medio de Huaca Malena.

El agua es un recurso valioso aprovechado solo en el verano, tiempo ideal para la fabricación de adobes. Esta condición ecológica pudo establecer los ciclos para la elaboración de arquitectura monumental en el valle (Ángeles 2008 b), pero también impidió la exis-tencia de una gran población en el valle bajo. La mayor cantidad de puquios se encuentra en el valle medio; de ellos se extrae el agua que permite prácticas de agricultura permanente. Coincidentemente, es en esta zona donde se construyó la mayor cantidad de sitios arqueológicos.

A diferencia de Cañete, en Asia la densidad de sitios tempranos es alta, en especial los pertenecientes a los períodos Arcaico y Formativo; de acuerdo a Fréderic Engel (1987), estos se sitúan en el valle bajo y también en las lomas. Durante el Intermedio Temprano Huaca Malena se desarrolló como el centro más importante del valle, siendo abandonado a inicios del Horizonte Medio, cuando apareció el estilo Cerro del Oro. Las aldeas asociadas a este último se focalizan en el valle medio y sus influencias llegaron hasta el valle alto en Omas (Ángeles 2003). Posteriormente, a fines del Ho-rizonte Medio (700 al 1100 d.C.), una nueva población reutilizó Huaca Malena como un extenso e importante cementerio wari. Durante el Intermedio Tardío se de-sarrolló el curacazgo de Coayllo, conquistado por los incas de manera pacífica en el siglo XV. Un siglo más tarde, años después de la conquista española, se fundó el pueblo San Pedro de Coayllo, donde se efectuó la reducción de las poblaciones tardías de dicho señorío.

El Horizonte Medio

En un artículo anterior mostramos que a los inicios del periodo Horizonte Medio, el estilo Cerro del Oro descrito por Kroeber (1937), Ruales (2000) y Menzel (1968), no solo correspondía al sitio epónimo, sino que su difusión alcanzaba el valle medio de Cañete, ampliándose su distribución hacia los valles de Asia y Mala (Ángeles 2009: figura 1). Independientemente de la cronología interna de este estilo, que está por ser definida a partir de los trabajos de Ruales y Fernandini, Cerro del Oro es el centro principal con mayor densi-dad arquitectónica de la región. Los sitios ubicados en el valle medio de Cañete, al igual que los ubicados en los valles bajo y medio de Asia y Mala, son de pequeña envergadura, pero comparten los mismos rasgos ar-quitectónicos y alfareros, cuando no también textiles (Ángeles 2009).

En el valle de Asia, los sitios vinculados a Cerro del Oro son habitacionales y presentan cementerios (foto 1), destacan los sitios de Socsa y Quisque, localizados en el valle medio de Asia, de donde proceden vasijas completas de dicho estilo (foto 2). Independientemen-te del sitio Cerro del Oro, en otros sectores del valle de Cañete se han encontrado esporádicamente algunas de estas vasijas, tal como ocurrió en La Balanza, don-de fueron descubiertas casualmente por agricultores, siendo posteriormente donadas al Museo Municipal Huaca Malena (foto 3).

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Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete, pp. 10-24Ángeles Falcón

Foto 1. Sitio vinculado a Cerro del Oro en el sector de Quisque, valle medio de Asia, distrito de Coayllo

Foto 3. Cántaro estilo Cerro del Oro, procedente de La Balan-za, Cañete (colección Museo Huaca Malena)

Foto 2. Platos con pedestal estilo Cerro del Oro, procedentes de Quisque, valle medio de Asia (colección Museo Huaca Malena)

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X14

Resulta interesante observar que, aparentemente, el estilo Cerro del Oro nunca llegó al valle de Lurín, localizado algo más al norte. Durante el Horizonte Medio, en esta región predominaron los estilos Lima tardío y Nievería; si bien este último comparte algu-nos diseños con el estilo cañetano, no se ha repor-tado en Lurín el hallazgo de piezas pertenecientes propiamente al estilo Cerro del Oro.

Cerro del Oro fue una sociedad altamente compleja desarrollada con el impulso de Wari y la influencia de Lima y Nasca, evidenciada en su cerámica. Su arqui-tectura de pequeños adobes cúbicos ha sido discu-tida por Mario Ruales (2000), quien también reporta un novedoso sistema de contabilidad relacionado al uso de un nuevo tipo de quipu; este sistema era dis-tinto al de canutos que aparece en la costa central y

sur (Conklin 1979). A este se suma un distintivo sis-tema de cuerdas y cuentas, poco convencional, halla-do tanto en Cañete como en Mala (Ángeles 2008 c).

Los textiles Cerro del Oro, analizados por Lila O Neale (Kroeber 1937) a partir de las colecciones recuperadas por Kroeber, indican una abundante textilería en algodón y poca presencia de fibra de camélido, lo que permite postular la independen-cia de este valle costeño frente a la sierra. Entre los materiales descritos hay hondas de fibra vegetal que tienen una larga permanencia hasta fines del Hori-zonte Medio, pues ejemplares similares acompañan a los fardos funerarios de adultos masculinos re-cuperados en Huaca Malena, valle de Asia, atados usualmente en tocados de cestería con un penacho de plumas (foto 4).

Foto 4. Honda de fibra vegetal procedente de Huaca Malena, valle de Asia. Estuvo asociada con fardos funerarios masculinos de fines del Horizonte Medio (colección Museo Huaca Malena)

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Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete, pp. 10-24Ángeles Falcón

Del sector de Imperial en Cañete, proviene un fragmento de paño en técnica de tela llana y brocado con diseños en disposición diagonal (foto 7), similar a los materiales de Huaca Malena, que hace consistente la relación indicada (foto 8). La llegada de textiles de la costa norte vincula-dos al estilo Lambayeque no se restringe únicamente a Pachacamac o al valle de Asia (Ángeles y Pozzi-Escot 2000 b; Pozzi-Escot y Ángeles 2011), pues también lle-garon a Cañete; el mejor ejemplo lo constituye una banda de tapiz estilo Lambayeque procedente de Cerro del Oro (fotos 9a y 9b). Se trata de una banda de 75 centímetros de largo de urdimbre de algodón y 20 centímetros de largo de trama elaborada en fibra de camélido, median-te la técnica de tapiz ranurado y excéntrico; esta banda presenta diseños de paneles con representaciones de per-sonajes estilizados y un diseño de hélice muy común en representaciones de la cerámica de este estilo norteño. También se han encontrado finos brocados de algodón y fibra de camélido similares a algunos ejemplares recu-perados en Huaca Malena, también relacionados al estilo Moche Wari (Conklin 1979).

Los textiles de estilo Cerro del Oro del valle de Asia, al igual que los de Cañete, son elaborados en su mayoría en fibra de algodón. Un excepcional fragmento, hallado en el valle medio en el sector de Socsa, muestra un ela-borado panel en técnica patchwork (foto 5), que guarda similitud con ejemplares de la costa sur y con materiales recientemente reportados por Fernandini. Para este pe-riodo, Huaca Malena fue abandonada y salvo excepcio-nales fragmentos de cerámica Cero del oro, no hay ar-quitectura ni tumbas vinculadas a este estilo en el lugar.

Para fines del Horizonte Medio, las evidencias reconoci-das en los valles de Asia y Cañete se encuentran repre-sentadas por los extraordinarios hallazgos de tumbas y textiles de Huaca Malena en el valle de Asia (Ángeles y Pozzi-Escot 2000 a y b; 2004; Frame y Ángeles 2014; Te-llo 2000), mientras que para el valle de Cañete no se cuenta aún con información suficiente para este periodo y no se han reportado contextos ni estructuras contemporáneos.

El Museo Huaca Malena cuenta, sin embargo, con una pe-queña colección de fragmentos de tejidos procedentes de la superficie de Cerro del Oro recuperados el año 1997, es-tos incluyen tejidos de estilo Cerro del Oro y otros de fines del Horizonte Medio similares a los reportados en Huaca Malena, además de algunos tejidos tardíos. Destacan los tapices relacionados al estilo Malena (foto 6), conformados por bandas con diseños de serpientes aserradas delineadas en negro, de colores rojo, rosado y marrón (Frame y Ánge-les 2014; Pozzi-Escot y Ángeles 2011).

Foto 5. Fragmento de paño elaborado en fibra de camélido, ur-dimbres discontinuas y teñido. Procede de Socsa, valle medio de Asia, distrito de Coayllo (colección Museo Huaca Malena)

Foto 6. Banda de tapiz ranurado procedente de Huaca Male-na; ejemplares similares han sido recuperados en la superficie de Cerro del Oro, Cañete. Fines del Horizonte Medio (colección Museo Huaca Malena)

Foto 7. Fragmento de tejido brocado de algodón y fibra de camélido estilo Malena. Procede de Imperial, Cañete (colec-ción particular)

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Foto 8. Uncu de fibra de algodón y brocado procedente de Huaca Malena. Su técnica textil es similar a la del ejemplar hallado en Imperial y a otros tejidos procedentes de Cerro del Oro. Fines del Horizonte Medio (colección Museo Huaca Malena)

Foto 9a y 9b. Banda de tapiz ranurado y excéntrico estilo Lambayeque, procede de Cerro del Oro (colección Museo Huaca Malena)

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Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete, pp. 10-24Ángeles Falcón

bre el final del Horizonte Medio e inicios del Intermedio Tardío en la región.

El Intermedio Tardío

En lo que respecta al Intermedio Tardío, si bien las fuentes etnohistóricas son muy claras al discernir las diferencias étnicas individualizadas por valle y sector al-titudinal, con los maras asentados en el valle bajo y los calangos en el valle medio de Mala; los coayllo en el valle de Asia, y los guarco y lunaguaná ocupando, respectiva-mente, los valles bajo y medio de Cañete (Rostworowski 1978-1980), y a pesar del esfuerzo de Carlos Williams y Manuel Merino por registrar los sitios de Mala y Cañete, aún no se ha logrado caracterizar el patrón arquitectó-nico de los sitios tardíos de esta región, excepto por los trabajos en Cerro Azul (Areche 2013; Guzmán 2012; Marcone y Areche en este volumen; Marcus 2008).

Para el resto del valle, Williams y Merino (1974) han re-gistrado poblados y edificios aislados; la mayoría de los que subsisten fueron construidos con piedras, tapia y adobe. Una problemática que aún permanece incierta es la de establecer cuándo llegó la tapia al valle, elemento arquitectónico preponderante en Cañete casi ausente en otros valles cercanos, como el de Lurín, con contadas excepciones asociadas al periodo Inca.

En el valle bajo de Asia, asociado a un camino de ta-pia, se encuentra el sitio de Paredones, compuesto por estructuras de adobón (Tello 2000); podría tratarse de un complejo de larga data que incluía un tambo inca, el “tambo de la mar” consignado en las ordenanzas de tambos de Vaca de Castro, aún en uso a inicios de la Colonia. Sus anchos muros de adobón recuerdan a la arquitectura del valle de Cañete. Los sitios tardíos de Coayllo han sido descritos por Antonio Coello (1993), quien realizó un detallado recuento de los sitios tardíos

Es evidente que estos materiales datan de finales del Hori-zonte Medio y son posteriores a la desaparición del estilo Cerro del Oro, lo que da pie a la discusión de materiales foráneos y de una amplia distribución de estilos textiles cuya distribución es mayor de lo que se pensaba, y que in-cluye el acceso a la fibra de camélido. Los tejidos de fines del Horizonte Medio de Cerro del oro incluyen también fragmentos de bandas de tapiz con diseños de serpientes aserradas muy comunes en Malena, así mismo bolsas ela-boradas en fibra de camélido de color natural en técnica de urdimbres complementarias con pasadores y refuerzos en los lados laterales similares en forma a las reportadas en Huaca Malena, y cuya distribución llega hasta Ancón (Án-geles 2010; Chocano 2010; Pozzi-Escot y Ángeles 2011).

Si bien la evidencia recién viene siendo revelada, es pro-bable que para la época 2B y 3 del Horizonte Medio, a la caída de Cerro del Oro ocurrieran cambios que no solo variaron los patrones funerarios, la arquitectura y el patrón de asentamiento, también habrían intensifica-do la integración con el valle de Asia y probablemente con Pachacamac. Esto puede ser inferido a partir de los recientes análisis que se vienen realizando con las colecciones de Huaca Malena y que, luego de su com-paración con las colecciones de Max Uhle procedentes de Pachacamac (Uhle 1903), demuestran una estrecha relación entre ambos valles. El fenómeno Wari no solo intensifica las relaciones con la sierra, también imprime relevancia a la costa central, al incrementarse los contac-tos y, tal vez, las relaciones de poder entre las elites. Esta relación con el cercano valle de Asia nos lleva a plan-tear la posibilidad de que, durante fines del Horizonte Medio, se estaría produciendo una unidad estilística o tal vez cultural entre Pachacamac y Cañete, que debe ser materia de estudio a futuro, sin descartar la presen-cia de este tipo de fardos funerarios en dicho valle. Los materiales de Chilca recuperados durante las labores de rescate arqueológico por la empresa Kallpa incluyen far-dos funerarios similares a los de Huaca Malena (Oliver Huaman. Comunicación personal, 2012).

En cuanto a la cerámica de fines del Horizonte Medio de Huaca Malena, cuya morfología y decoración ya ha sido descrita en documentos anteriores (Ángeles 2008a), se observa asimismo la existencia de este estilo de vasijas en Cañete, donde una colección particular de cerámica proveniente del valle incluye algunos cántaros llanos de acabado pulido bajo color marrón, con huellas de estrías producidas por el pulido muy similares a la cerámica de Huaca Malena (foto 10). Estas vasijas guardan algunas similitudes formales y decorativas con el estilo Ychma Temprano y constituyen información novedosa para Cañete, pues se abren nuevas líneas de investigación so-

Foto 10. Cerámica de fines del Horizonte Medio recuperada por el Proyecto Arqueológico Huaca Malena (Museo Huaca Malena)

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del valle. Posteriormente se han descrito algunos edificios distinguiéndose sus funciones (Ángeles 2012 b). Las lomas de Asia presentan, asimismo, conjuntos habitacionales y extensos sistemas de cultivo estudiados por Fréderic Engel (2010). Re-cientemente, Luis Santa Cruz y su equipo han identificado ca-minos que cruzan dichas lomas, lo que podría implicar un uso sofisticado de estos espacios, que constituyeron importantes re-cursos no solo para la ganadería sino también para la agricultura.

La arquitectura tardía de Coayllo comparte algunas caracte-rísticas con su contraparte del valle medio de Cañete y Mala: el uso de hornacinas rectangulares, muros enlucidos y el uso de huesos de camélidos o cérvidos incrustados en los mu-ros debajo de las hornacinas (Ángeles 2012 b). Asimismo, la presencia de cámaras funerarias y zonas de trabajo y de-pósito al interior o en los patios de los recintos; si bien estos depósitos aparecerían durante la ocupación inca, es bueno mencionarlos para definir con claridad su cronología.

A diferencia de lo registrado en el valle medio, la arqui-tectura del valle bajo de Cañete es bastante ostentosa y espectacular, con un estilo muy propio que recuerda la monumentalidad de los sitios tardíos de los valles de Chincha y el Rímac; las estructuras, elaboradas mediante la técnica del adobón, presentan densos rellenos de tie-rra que les otorgan grandes volúmenes.

Los sitios Coayllo para el valle bajo son prácticamente escasos, estos incluyen arquitectura de tapia y son de pe-queña envergadura. Los sitios del valle medio guardan similitudes en su patrón arquitectónico (foto 11), se ubi-can en quebradas, forman asentamientos en terrazas y contienen arquitectura de piedra y barro (Ángeles 2012 b). Si bien la cerámica Coayllo no ha sido caracterizada, las formas son similares a la existente entre Mala y Asia. Predominan los cántaros y ollas de color naranja y con-torno simple, las fases más tempranas se relacionan a un estilo tricolor mientras que las fases finales incluyen cántaros cara gollete, figurinas femeninas y elementos relacionados a la cerámica tardía de Cañete.

Los textiles tardíos de Cañete provienen de Cerro del Oro y de Cerro Azul (Kroeber 1937); el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos conserva tejidos tardíos de Cerro Azul probable-mente recuperados por el equipo de Julio C. Tello. Esta colección incluye tejidos de algodón y fibra de camélido procedentes de contextos funerarios. La pequeña colección de textiles de Cerro del Oro que custodia el museo incluye fragmentos de paños de algodón en cara de urdimbre, frag-mentos de uncus anchos y cortos de algodón de color natural, con diseños estructurales en brocado y en urdimbres com-plementarias. Los fragmentos de paños presentan represen-taciones de aves de contorno simple o estilizado, fuertemen-te relacionadas con la costa central (fotos 12 y 13); futuras caracterizaciones de colecciones más amplias podrán definir mejor su morfología y la totalidad de técnicas utilizadas.

Foto 11. Estructura de piedra y barro de uso comunal tardío ubicada en Coayllo, valle medio de Asia

Foto 12. Fragmento de paño rectangular de algodón, deco-rado mediante la técnica de brocado con fibra de camélido. Presenta diseños de cabezas triangulares de felinos. Pro-cede del cementerio disturbado en Cerro del Oro, Cañete (colección Museo Huaca Malena)

Foto 13. Fragmento de paño en algodón (31 por 22 cen-tímetros), técnica cara de urdimbre (2 por 2) decoración mediante técnica de brocado en hilos de algodón en tonos pardo y marrón, con diseños de aves en posición de perfil. Procede del cementerio disturbado en Cerro del Oro, Cañe-te (colección Museo Huaca Malena)

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Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete, pp. 10-24Ángeles Falcón

lunaguanás: El Huarco-Cerro Azul fue ampliado y se construyó un templo dedicado al sol, actualmente co-nocido como la Fortaleza de Huarco; paralelamente se hicieron modificaciones en el sitio Huaco ubicado en la quebrada adyacente. Los incas establecen una gran in-versión en arquitectura pública en Cañete, construyen-do elegantes edificios hacen recordar el lujo de Pachaca-mac y el especial cuidado de difundir los símbolos incas en lugares religiosos de otras regiones o en aquellas que pusieron tenaz resistencia para doblegarse.

En el valle de Asia, los incas centraron sus pequeñas estructuras administrativas en Coayllo, lugar donde se concentraba el poder de los coayllos. Destaca el centro administrativo inca de Uquira (Baca 2004), asociado al camino inca que sube de la costa y se dirige a la sierra de Yauyos. Este sitio presenta tres sectores principales y fue construido sobre una gran plataforma artificial. Su acceso principal cuenta con dos rampas. La edificación, construida con adobes hechos a molde y tapia, presenta hornacinas trapezoidales y rectangulares; asimismo, se observan sectores con arquitectura local (foto 14).

Los incas

La conquista de Cañete fue uno de los mayores logros de los incas en la costa, prueba de ello son las crónicas e historias épicas al respecto (Cieza 1962 [1551]; Garcilaso 1973 [1609], II; Hyslop 1985; Rostworowski 1978-1980).

Incahuasi, ubicado en el distrito de Lunahuaná, es el si-tio tardío más representativo de la ocupación inca en el valle (Hyslop 1985). Si bien su arquitectura corresponde a patrones locales, el planeamiento del sitio indica la im-posición de depósitos, plazas, ushnus y otros elementos propios del planeamiento inca. Es evidente que, al igual que en Pachacamac, la mano de obra local fue funda-mental en una obra planificada. Los recientes trabajos realizados por Alejandro Chu en el sitio traerán luces acerca de su cronología y asociaciones. Sitios incas de mucho interés también se observan subiendo el valle en Zúñiga, al pie de un apu o cerro mallqui ubicado en la zona, donde destaca Casa Blanca.

Los incas construyeron sus mejores estructuras en los centros de poder más importantes de los guarcos y los

Foto 14. Detalle del sitio inca de Uquira, valle medio de Asia. Nótese el uso de hornacinas rectangulares similares a las que se observan en el valle medio de Cañete

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En las inmediaciones de Uquira pueden observarse al-gunos restos poco conservados del Camino Inca. Cons-truida con una fuerte capa de arcilla y una base de can-tos rodados y piedras, esta vía se presenta sobre elevada y adosada al cerro; llega al poblado de Uquira, donde recientemente se ha reportado el hallazgo de una estruc-tura religiosa con frisos de barro y seis felinos en alto relieve, algunos de ellos con incrustaciones de concha y rodeados de una muralla curva con hornacinas trapezoi-dales (Ángeles 2013). Podría tratarse de una huaca coa-yllo capturada y administrada por los incas como parte de la implementación de su control religioso (foto 15).

En el litoral de Asia, en las inmediaciones de la playa sobre el cerro largo, personal del Qhapaq Ñan - Sede Nacional identificó recientemente un camino probable-mente utilizado por pescadores. La colección del Museo Huaca Malena alberga un quipu inca procedente de Coa-yllo (foto 16) y un excepcional tocado de plumas (foto 17) asociado a una bolsa inca (foto 18) procedente de Sa-rapampa, frente al litoral; a ellos se suman los materiales recuperados por Emily Baca en Uquira (Baca 2004). Es evidente, como en todo valle costeño, que el impacto inca fue bastante fuerte a nivel arquitectónico y, en general, en la cultura material. Los finos textiles y materiales pluma-rios descritos en este artículo son evidencia de ello.

Foto 15. Plataforma o adoratorio inca decorado con frisos de barro e incrustaciones de concha. Anexo de Uquira, dis-trito de Coayllo (foto por Rommel Ángeles)

Foto 16. Quipu inca de algodón procedente de Coayllo (co-lección Museo Huaca Malena)

Foto 17. Tocado de plumas estilo Inca Provincial, asociado a la bolsa de lana listada, procedente de Sarapampa, valle bajo de Asia (colección Museo Huaca Malena)

Foto 18. Bolsa de lana estilo Inca Provincial procedente de Sa-rapampa, valle bajo de Asia (colección Museo Huaca Malena)

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Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete, pp. 10-24Ángeles Falcón

ca Malena) y en algunas tumbas que aún subyacen en Cerro del Oro, en Cañete; este derrotero es sumamente importante para definir con claridad los cambios acaeci-dos durante este complejo periodo.

Las segregaciones políticas formadas durante el Inter-medio Tardío con la aparición de los señoríos de Coa-yllo y Huarco o Lunahuaná, no generaron zonas defen-sivas en el área de vinculación, probablemente debido al poderío del valle de Cañete y al carácter pacífico de las sociedades del valle de Asia. Efectivamente, las vías de comunicación entre Asia y Cañete no presentan bastiones o fortalezas que nos hablen de conflictos; por el contrario, las relaciones diplomáticas ejercidas entre los señoríos de Mala y Coayllo se ven reflejadas, por ejemplo, en el acceso concertado a ciertos recursos locales, como las lisas de las lagunas de Mala (Rostwo-rowski 1981).

Con el impacto inca se reconocen caminos transversales costa-sierra y caminos laterales que interconectaron los valles de Cañete y Asia, e inclusive, el valle de Mala a tra-vés de algunas quebradas laterales. Si la riqueza agrícola de Cañete fue preponderante para el control de la región centro-sur, es una hipótesis que requiere ser definida a través de los diferentes periodos cronológicos.

Agradecimientos

Deseo agradecer a las autoridades del Museo de sitio Pa-chacamac, del Museo Huaca Malena y de la Municipa-lidad de Asia, así como a todos aquellos que me acom-pañaron en su momento en el reconocimiento de sitios arqueológicos del valle de Asia. Mi gratitud va también dirigida a Camille Breeze y a Humberto Salini, quienes colaboraron en la conservación y montaje de cinco tex-tiles de Cañete del Museo Huaca Malena

El dominio inca sobre el territorio de los yauyos tam-bién es notorio en Omas, donde destaca el sitio de Pue-blo Viejo, extenso asentamiento en cuyas cercanías fue construido un centro administrativo inca y, décadas más tarde, la reducción española de Omas (Ángeles 2003; Huaman 2010)

Conocemos muy poco sobre la cultura material de los periodos tardíos de Cañete, resulta aún difícil distinguir la arquitectura guarco de aquella levantada por los incas; probablemente, a excepción de la introducción de los grandes adobes hechos en molde, las técnicas construc-tivas precedentes en adobón continuaron siendo em-pleadas bajo el control cusqueño.

La cerámica denominada Cañete Tardío, descrita en 1937 por Kroeber y recuperada en años más recientes por Marcus, parece guardar mayores corresponden-cias morfológicas con el estilo Inca Provincial que con los estilos Puerto Viejo (Bonavia 1959) e Ychma. Los cántaros de cuello evertido con formas aribaloides nos muestran que la secuencia de la cerámica guarco está aún por definirse en todas sus fases. Este tipo de vasijas tiene una interesante distribución: llegan a los valles de Asia y Mala, pero rara vez aparece en Pachacamac.

Conclusiones

A partir de las evidencias presentadas, podemos señalar que la relación entre los vecinos valles de Asia y Cañe-te fue continua a lo largo de los siglos; en el intervalo comprendido entre el Horizonte Medio y el Horizonte Tardío, se han podido reconocer algunos periodos de unidad cultural y otros de segregaciones políticas.

Durante el Horizonte Medio, con la llegada de los wari y el desarrollo de Cerro del Oro, Cañete se constituyó en el centro de toda la costa sur central y los valles veci-nos habrían estado políticamente sujetos a él. Las aldeas de estos valles contrastan en tamaño y materiales frente al sitio epónimo, sin embargo, su cultura material era compartida en toda esta zona sin traspasar sus límites norteños o sureños, Chilca al norte y Cañete al sur.

A fines del Horizonte Medio (épocas 2 B y 3 del Hori-zonte Medio), el rol de Wari y el auge que comienza a cobrar Pachacamac se hacen evidentes. Las sociedades de Lurín, Asia y, de acuerdo a la evidencia presentada en este artículo, Cañete, establecen una región de im-portancia tras la caída de Cerro del Oro. Las tumbas de falsa cabeza provistas con tocados de plumas y finos vestidos no solo aparecen en Pachacamac, también son halladas con algunas variantes en el valle de Asia (Hua-

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Las relaciones entre los valles de Asia y Cañete, pp. 10-24Ángeles Falcón Depósitos de almacenamiento (colcas) en las faldas del cerro donde se emplaza el sitio arqueológico Ungará (foto: José Luis Matos Muñasqui)

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Cerro de Oro: un análisis preliminar de la secuencia de ocupación

FRancesca FeRnandini PaRodi*

Resumen

Este trabajo pretende delinear la vida del grupo de personas que habitó Cerro de Oro, un asentamiento de 150 hectáreas ubicado en la cuenca baja del río Cañete, entre los años 500 a 1000 d.C., centrándose en las prácticas que caracterizaron su vida diaria. En este sentido, se presentará un análisis preliminar de la secuencia de uso de una serie de edificios ubicados en la Planicie Sureste así como en la Quebrada Sureste. Este trabajo prioriza la relación entre el espacio construido, los contextos de uso y los objetos utilizados para así poder establecer comparaciones entre el uso de estos dos sectores a lo largo del tiempo.

Palabras clave

Secuencia de ocupación, prácticas diarias, contextos de uso, arqueología de Cañete, Horizonte Medio

Cerro de Oro: A preliminary analysis of the sequence of occupation

Abstract

This study will delineate the life of the group of people who lived at Cerro de Oro, a 150 hectares settlement located in the lower Cañete valley, between 500-1000 A.D., by focusing on the practices that characterized their daily lives. We will present a preliminary analysis on the sequence of occupation of a series of buildings located in the Southeast Plain as well as in the Southeast Ravine. This work emphasizes the relation between the built environment, use contexts and the things people used in order to establish comparisons between these sectors throughout time.

Keywords

Sequence of occupation, daily practices, use contexts, Cañete Valley archaeology, Middle Horizon

* Stanford University / Pontificia Universidad Católica del Perú. E-mail: [email protected]

Cuadernos del Qhapaq Ñan Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X

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Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi

Introducción

Los edificios donde la gente vive y los objetos que usan son adaptados, cambiados, reutilizados, reemplazados y desechados conforme va pasando el tiempo. Para en-tender estos cambios en el uso de espacios y objetos, se debe observar el pasado como un proceso contingente y heterogéneo que internaliza una serie de disposiciones que van cambiando en base a las circunstancias, decisio-nes y fenómenos del día a día.

Este trabajo pretende delinear la vida del grupo de per-sonas que habitó Cerro de Oro entre los años 500 a 1000 d.C. centrándose en las prácticas que caracteri-zaron su vida diaria; en este sentido, se presentará un análisis preliminar de la secuencia de uso de una serie de edificios, priorizando la relación entre el espacio cons-truido, los contextos de uso y los objetos que utilizaron.

Cerro de Oro, un gran asentamiento prehispánico que sobrepasa las 150 hectáreas, se encuentra ubicado sobre un promontorio rocoso en el valle bajo de Cañete. La evidencia en superficie revela que dicho asentamiento estuvo densamente poblado y rodeado de grandes mu-

rallas así como de un complejo sistema de canales. Las excavaciones llevadas a cabo en el sitio por el Proyec-to Arqueológico Cerro de Oro (PACO 2012 y PACO 2013) y las investigaciones del PIACO (Ruales 2000) han revelado una compleja secuencia de ocupación ca-racterizada por tres poblaciones aparentemente distin-tas (foto 1). Inicialmente se ha registrado la ocupación Cerro de Oro (circa 500-800 d.C.), luego una serie de construcciones intrusivas asociadas a la sociedad wari (circa 850-950 D.C.) y finalmente una ocupación tardía, menos estudiada, de la sociedad guarco-inca.

Las investigaciones del PACO se han focalizado princi-palmente en las evidencias asociadas a la ocupación Cerro de Oro y en las construcciones intrusivas wari. Estas in-vestigaciones estuvieron compuestas por una prospección intrasitio orientada a caracterizar la arquitectura presente en los diferentes sectores del sitio, el mapeo de las estructuras y una serie de excavaciones en el Sector Sureste del asen-tamiento. A pesar de que los materiales y la información proveniente de estas investigaciones continúan en proce-so de estudio, presentaremos un avance preliminar de los resultados del análisis contextual y cerámico.

Foto 1. Vista aérea de Cerro de Oro con ubicación de áreas de investigación de los proyectos PACO y PIACO

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X28

Las investigaciones

Las investigaciones realizadas por el PACO y aquellas efectuadas previamente por Julio César Tello (1925, en Burger 2009), Alfred Kroeber (1937), Louis Stumer (1971) y Mario Ruales (2000) han revelado que entre fines del período Intermedio Temprano y comienzos del Horizonte Medio la población del asentamiento

experimentó un crecimiento demográfico importante, reflejado en la construcción de múltiples conjuntos ar-quitectónicos que abarcan gran parte del promontorio, principalmente en la Zona Sur. El entrelazado de estos conjuntos arquitectónicos, junto con corredores y posi-bles accesos enmarcados por grandes murallas, dibujan un plano semi-urbano para Cerro de Oro (figura 1).

Figura 1. Cerro de Oro con estructuras visibles en superficie trazadas

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Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi

Asociado a este periodo destaca un particular reperto-rio cerámico, el cual fue analizado por Dorothy Men-zel (1964) para definir el estilo Cerro de Oro; Menzel describe dicho estilo como “ecléctico” con influencias nasca, chakipampa y nievería e incluso cajamarca, así como con algunas reminiscencias Lima Tardío. Dentro de las formas destaca un cuenco de paredes bajas con o sin base pedestal, que en algunos casos tiene paredes carenadas (Ángeles 2009). El PACO ha denominado a estas piezas “cuencos Cerro de Oro” (cuencos CDO) debido a su continua presencia a lo largo de toda la se-cuencia de ocupación; cabe resaltar que las decoraciones

que reflejan los cambios en el estilo Cerro de Oro se plasman principalmente en este tipo de cuencos (tabla 1, fotos 2a y 2b). Menzel destaca, asimismo, la presencia de cántaros con decoraciones simples y el uso de cola-dores, vasijas de forma cónica o redondeada (entre 20 y 50 centímetros de altura) provistas de hoyos en todo el cuerpo (Menzel 1964); tal como su nombre indica, se asume que estas últimas fueron empleadas para colar aunque no se tiene información clara sobre qué sustan-cia podría haber sido colada o si aquella fue su función real (figura 2).

Tabla 1. Cuadro que muestra la nomenclatura estilística utilizada por el PACO para describir la cerámica de Cerro de Oro

Formas

Decoración

Colores

Pasta

Tratamiento de superficie

Ejemplos

Cerro de Oro Geométrico (550 a 600/650 cal d.C.)

Cuenco carenado, plato, cántaro olla, cuchara, vaso

Motivos geométricos yfiguras abstractas, reperesen-tadas en blanco, rojo, negro,

crema verdoso y morado oscuro

Para la decoración se utiliza el blanco, crema verdoso y morado oscuro. El negro se

utiliza para delinear. En menor cantidad observamos el rojo

La pasta que caracterizaesta cerámica es muy compacta y con muy

pocas inclusiones (5-10%)

Las superficies son alisadas y en algunos casos bruñidas o pulidas. La mayoría de las piezas decoradas presentan

engobe en rojo o crema verdoso

Foto 2a

Cuenco carneado, plato, cántaro, olla, cuchara, coladores, vaso lira

Motivos antropomorfos y zoomorfos (animal con joroba, inseto con

forma de maní y patas, ser de peloradiante), motivos geométricos

Para la decoración se utiliza el blanco, crema verdoso y morado oscuro. El ne-

gro se utiliza para delinear. En menorcantidad, observamos el rojo y el naranja

Predomina la pasta compacta con pocas inclusiones (10-25%)

Las superficies son alisadas y vemosmayor cantidad de superficespulidas y bruñidas. Todas las

piezas decoradas presentan engobe

Foto 2b

Cerro de Oro Figurativo (600/650 a 800 cal d.C.)

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Foto 2a. Fragmentería cerámica Cerro de Oro Geométrico

Foto 2b. Fragmentería cerámica Cerro de Oro Figurativo

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X 31

Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi

El presente estudio presentará los resultados de las ex-cavaciones realizadas por el PACO concentrándose en la secuencia de ocupación del Sector Sureste del sitio, la cual ha sido definida en cinco ocupaciones distintas. Para comprender esta secuencia de ocupación se incluirá un análisis de la secuencia constructiva, correlacionando las características de uso de espacios y los cambios en la cultura material, principalmente en la cerámica. Para dicho fin se presentarán los resultados obtenidos en las unidades de excavación practicadas en las estructuras 1 y 2 (figura 3a) ubicadas en la Planicie Sureste, así como en las excavaciones exploratorias realizadas en la Que-brada Sureste (figura 3b).

Figura 2. Distintos modelos de coladores

Figura 3a. Plano que muestra las unidades de excavación en las estructuras 1 y 2

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X32

Estructura 1

La Estructura 1 se caracteriza por una serie de mu-ros bien definidos que delinean espacios interiores articulados en base a accesos y corredores. La distri-bución interna de la Estructura 1 presenta 11 cuartos rectangulares de tamaños variados y una plaza. De estos cuartos se excavaron dos parcialmente (A y C) y uno completamente (G).

El análisis de la superposición de muros y pisos de uso en las tres unidades de excavación (A, C y G) ha revelado una secuencia constructiva bastante com-pleja dividida en cinco momentos de ocupación. Es oportuno recalcar que, si bien en el presente estudio se expondrán los restos materiales asociados a cada ocupación, se sabe que gran parte de las ocupaciones (del I al III) fueron disturbadas por las construccio-nes intrusivas que componen la Ocupación IV (fotos 3a y b).

La secuencia se inicia con la Ocupación I asociada a la roca madre. El hecho de haber dejado sin desmontar ciertas estructuras de ocupaciones posteriores limita la apreciación de esta estructura; sin embargo, se observa que esta no supera los 30 centímetros y que fue clausura-da por un evento de quema que sella la ocupación. Este primer momento ha sido fechado para los años 525 a 635 cal d.C., en base a restos orgánicos mezclados con una capa de arena registrados en el Cuarto G, directamente debajo del momento de quema. La cerámica registrada para esta ocupación está compuesta exclusivamente por ollas y vasijas abiertas de pasta burda. Las evidencias de esta ocupación en la Estructura 1 son bastante limitadas.

La transición entre la Ocupación I y la Ocupación IIa se observa por una capa delgada de ceniza que se registra tanto en el Cuarto A como en el Cuarto G (foto 4). Du-rante la Ocupación IIa se define el uso del espacio que continuará hasta el fin de la Ocupación III. La cerámica de esta fase se encuentra conformada por un 35% de va-sijas para servir y comer, como cuencos y, en menor can-tidad, platos y plato-cucharas, mientras que el 34% se ve integrado por vasijas para almacenar como cántaros. Las ollas representaron únicamente el 4% de la muestra. Esta cerámica ha sido designada como “Cerro de Oro Local” y se caracteriza por la ausencia de diseños foráneos, par-ticularmente de los estilos Nasca y Chakipampa.

La transición entre la Ocupación IIa y IIb se encuentra marcada por un momento de quema registrado en el Cuarto A y en el Cuarto G. La construcción de la Es-tructura 1 se realizó luego del sello; dicha estructura se caracteriza por presentar muros de aproximadamente 1 a 1.50 metros de alto, claramente asociados a pisos de barro mediante revoques de enlucidos continuos entre la pared y el piso. Los espacios asociados a este primer momento de ocupación dentro de la estructura varían entre pequeños y medianos. Esta ocupación ha sido fe-chada en base a restos orgánicos obtenidos de parte del material constructivo de un muro en el Cuarto C, da-tando su construcción entre los años 690 a 735 cal d.C.

Figura 3b. Plano que muestra la ubicación de la QuebradaSureste con respecto a las estructuras 1 y 2.

Foto 3a. Vista aérea de la Unidad o Cuarto A

Foto 3b. Vista de la Unidad o Cuarto C

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Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi

La mayor cantidad de los recintos asociados a la Ocupación IIb se registró en el Cuarto G (foto 5); los cinco recintos registrados en este cuarto presen-tan funciones domésticas, principalmente relaciona-das con el almacenamiento y quema (preparación/deshecho) de alimentos. El Recinto 1 exhibió evi-dencias de quema continua mientras que el Recin-to 2 fue posiblemente utilizado como depósito. A manera de clausura, dentro del recinto 2 se registró una cesta elaborada en base a fibra orgánica y cabe-llo humano, además de un ave de rapiña debajo de esta. En el Recinto 3 fueron registradas semillas de maíz, por lo que se cree que pudo haber sido em-pleado como depósito de granos, mientras que en el Recinto 4 se encontró una gran cantidad de restos óseos de roedores, presentes posiblemente debido a los alimentos que en algún momento se depositaron ahí. Finalmente, en el Recinto 5 se registraron evi-dencias de quema de material malacológico.

Por otro lado, vemos una continuidad en la com-posición del repertorio cerámico en cuanto a formas y función. El 46% de la muestra estuvo compuesta por vasijas para servir y comer, prin-cipalmente cuencos, el 24% se vio integrado por vasijas para almacenar, mientras que el 3% estuvo representado por ollas. En esta ocupación vemos la aparición de los coladores que componen el 24% de la muestra. Cabe destacar que asociados a este momento se observa la aparición de diseños figurativos asociados a representaciones foráneas, principalmente nasca.

La Ocupación IIIa estuvo caracterizada por una remo-delación arquitectónica asociada a un piso bien logrado que ha podido ser correlacionado en los cuartos A y C; estos recintos exhiben claramente la construcción de una serie de muros que ampliaron los espacios inter-nos de la Estructura 1. Un fechado obtenido de la base de este piso permite datarlo para los años 670 a 775 cal d.C., revelando una clara contemporaneidad con las construcciones ubicadas debajo de este mismo piso en la Unidad C. A partir de ello, proponemos que el tiempo transcurrido entre la Ocupación II y III fue bastante corto. Asimismo, se obtiene como resultado que entre la Ocupación I y la Ocupación III transcurrieron entre 100 y 150 años. La cerámica asociada a este momen-

Foto 4. Evento de quema en el Cuarto A

Foto 5. Vista aérea del Cuarto G

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to confirma el patrón observado para las ocupaciones previas con un 57% de vasijas para servir/comer, un 31% de vasijas para almacenar, un 9% de coladores y un 2% de ollas. En cuanto a decoraciones, se mantie-ne la presencia de diseños geométricos y figurativos con influencias nasca así como la introducción de di-seños chakipampa.

La Ocupación IIIb presenta características similares a la Ocupación IIIa ya que se caracteriza por una ampliación de la Ocupación IIIa asociada a un nuevo piso de barro bastante bien logrado. Esta ocupación se observa claramente en las tres unidades de exca-vación. Ha sido imposible registrar la arquitectura interna asociada a estas ocupaciones ya que sus pisos fueron cortados para la construcción de una serie de recintos intrusivos durante la Ocupación IV. La cerámica registrada revela una continuidad en el uso de la cerámica, con un 47% de vasijas para comer/servir, 35% para almacenar, un 9% de coladores y un 5% de ollas. Asimismo, se observa que las deco-raciones plasmadas principalmente en los “cuencos CDO” se mantiene, presentando una clara influencia nasca y chakipampa. Cabe destacar que esta ocupa-ción registra la presencia de cerámica importada de estilo Chakipampa, así como algunas decoraciones asociadas al Lima Tardío. Esta ocupación ha sido fe-chada para los años 770 a 900 cal d.C. En base a este fechado, a la cantidad de cerámica registrada y a la secuencia de pisos, se asume que la Ocupación IIIb habría sido más larga que la Ocupación IIIa.

La ocupación IV corresponde a un evento intrusivo que corta las ocupaciones anteriores para construir una serie de recintos. En base a las excavaciones en los cuartos A, C y G se han podido definir los recintos intrusivos A, C y G. Estos recintos comparten una serie de características, como la presencia de nichos en tres de sus paredes (nor-te, sur y oeste), un ingreso hacia el este y la utilización de adobes de gran tamaño para su construcción; además, pre-sentan un acabado constructivo de alto nivel, con paredes enlucidas de manera pareja, nichos de tamaños regulares y pisos de barro endurecido.

A pesar de las similitudes entre estos recintos intrusivos, cada uno presenta particularidades propias y será descrito por separado. El Recinto Intrusivo A (fotos 6a, 6b y 6c) fue una estructura con techo a dos aguas e ingreso rectangular; mide 90 centímetros de ancho, alrededor de 140 centíme-tros de alto y tiene una profundidad de 150 centímetros. Su acceso fue clausurado parcialmente con un muro de adobes de 80 centímetros de alto. Cuenta con tres nichos rectangulares en su interior, cada uno ubicado en una de las paredes. Los nichos laterales tienen en promedio 12.5 centímetros de alto, 26.5 centímetros de ancho y 15 centí-metros de profundidad; sin embargo, el nicho central es de proporciones menores. Las paredes del recinto funerario presentan enlucido color blanco y, en la pared opuesta a la entrada, se observan tres líneas rojas, dos de ellas ubicadas en las uniones de la pared central con las paredes laterales y una baja del vértice creado por el techo a dos aguas que llega hasta el nicho central. El enlucido habría sido aplicado usando las manos, ya que se observan huellas de dedos.

Foto 6a. Vista frontal del Recinto Intrusivo A

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Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi

Tras la excavación, pudo observarse que el recinto co-rrespondía a una estructura funeraria que contenía un fardo y doscientos artefactos asociados. El desenfar-delamiento y el análisis del contexto en el laboratorio revelaron que, en algún momento cercano al proceso de enterramiento, el individuo depositado al interior del fardo fue removido. De otro lado, según pudo de-tectarse durante la reconstrucción llevada a cabo en el laboratorio, existen indicios de que al momento del enterramiento este fardo contó con una peluca pro-vista de trenzas de más de 80 centímetros de largo, un turbante y una “cara falsa”, todos extraídos cuan-do el individuo fue removido del contexto. Asimismo, fue registrado un taparrabo con probables evidencias de uso, probablemente retirado también antes de re-mover al individuo. Al final de este proceso, una vez extraído el individuo, el fardo fue reconstruido y relle-nado con tierra.

El individuo habría sido extraído poco tiempo des-pués de ocurrido su entierro, dado que ningún hueso menor (v.g. falanges, carpos, tarsos, etcétera) fue en-contrado en el contexto; usualmente, durante el pro-ceso de descomposición y secamiento de la piel, los huesos pequeños tienden a desprenderse. Además, se presume que la extracción habría tenido lugar duran-te el periodo prehispánico, considerando el extremo cuidado con que se reconstruyó el fardo y el hecho de que los textiles y demás artefactos fueran dejados intactos, una práctica poco común en la época colonial y republicana.

Al momento de su excavación, el fardo (rellenado úni-camente con tierra) fue encontrado colocado sobre un petate de junco con decoraciones en L, acompañado de todos los otros artefactos registrados en el recinto. Muchos de estos, incluido un feto de niño, habían sido depositados al interior de pequeñas canasta confeccio-nadas de junco. Cabe resaltar el hallazgo de un niño de entre 5 y 7 años de edad envuelto en un tejido lla-no que fue colocado frente al ingreso del recinto; este contexto funerario simple ha sido interpretado como una ofrenda al individuo enterrado en el Recinto Intru-sivo A. Tomando en consideración sus características estilísticas, formales y su materia prima, este contexto ha sido asociado con la práctica wari de enterrar far-dos funerarios sobre huacas o asentamientos en desuso ubicados en la costa centro y sur (Fernandini y Alexan-drino, en prensa).

El Recinto Intrusivo C, de 5 por 7 metros, es el de ma-yor tamaño (foto 7). Su ubicación estuvo enmarcada por los muros de las ocupaciones IIIa y IIIb. Al igual

Foto 6b. Vista interna del Recinto Intrusivo A

Foto 6c. Vista de contexto funerario registrado dentro del Recinto Intrusivo A

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X36

que el Recinto Intrusivo A, este presenta paredes y piso enlucido, una construcción en base a adobones y un ac-ceso hacia el este sellado por adobes pequeños. Cuenta además con dos nichos en cada pared y tres gradas que se proyectan desde la superficie hasta la base del ingre-so, facilitando el acceso al recinto. Las excavaciones realizadas al interior del recinto permitieron registrar algunos troncos utilizados probablemente para el techo; aparte de estos, solo se observó tierra suelta y poco ma-terial cultural sin contexto. Se cree que una espada de hilandera, un hacha de cobre macizo y una bolsa textil con piedras bezoares y granos de maíz halladas frente al ingreso del recinto podrían haber sido depositadas a manera de ofrenda.

Resulta extraño que un recinto tan elaborado fuera en-contrado vacío, por lo que se propone que este pudo haber contenido un contexto similar al Recinto Intrusi-vo A; es posible que al extraerse el cuerpo del fardo del Recinto A se hubiera removido todo el contenido del Recinto Intrusivo C.

Finalmente, el Recinto Intrusivo G (4.90 por 3.70 me-tros) fue el más pequeño de este tipo de construcciones en la Estructura 1 (foto 5). Este recinto se encuentra ubicado exactamente en el centro del Cuarto G, super-poniéndose y rompiendo los distintos depósitos que caracterizan este cuarto. Al igual que los recintos intru-sivos A y C, fue construido con adobones y presenta paredes y piso enlucidos, además de un acceso en la pa-red este y un nicho en cada una de las paredes restantes. Dentro de este recinto se registraron una serie de herra-mientas y múltiples restos textiles. El análisis textil reali-zado a estos materiales revela un alto grado tecnológico

en la manufactura, destacando la presencia de múltiples tapices (Rosa María Varillas. Comunicación personal, 2014). Los tapices se encuentran íntimamente ligados a la tradición Wari costeña, lo que refuerza la hipótesis de contemporaneidad entre los recintos intrusivos G y A. Adicionalmente, al frente del acceso se registró la pre-sencia de un camélido joven, posiblemente depositado a manera de ofrenda.

La Ocupación IV ha sido fechada para los años 860 a 985 cal d.C., en base a un fechado obtenido de res-tos orgánicos ubicados al interior de uno de los nichos del Recinto Intrusivo C, lo cual es consistente con los objetos wari del Horizonte Medio 2 registrados en el contexto funerario. A partir de la evidencia registrada, se propone que esta ocupación habría tenido una corta duración e involucró exclusivamente la construcción de recintos intrusivos, posiblemente para depositar fardos funerarios u otros elementos no registrados. No se tie-ne registro en ninguna investigación previa efectuada en Cerro de Oro del hallazgo de evidencias correspon-dientes al Horizonte Medio 2, tampoco se ha registrado cerámica asociada a este momento constructivo, por lo que se asume que la Ocupación IV habría sido un even-to más que una ocupación.

Finalmente, se propone una última ocupación, la Ocu-pación V, caracterizada por la presencia de construc-ciones ligeras de una hilera de adobes de ancho por una o dos hileras de alto. Es posible que estas cons-trucciones se hayan utilizado para almacenar alimentos de manera temporal por poblaciones del Intermedio Tardío. Por otro lado, la cerámica registrada en esta ocupación parece estar bastante mezclada con aquella de la Ocupación IV, por lo que no se ha podido distin-guir con seguridad.

En general, la secuencia constructiva de la Estruc-tura 1 es bastante consistente dentro de cada una de las unidades excavadas. Esta secuencia se inicia con una breve ocupación que tuvo lugar sobre la roca madre (Ocupación I) y fue sellada con un evento de quema. Tras colocarse este sello, se procedió a utilizar y delimitar el espacio durante la Ocupación IIa, siguiendo el uso de espacios establecido en esta ocupación, se procede a construir la Estructura 1 durante la Ocupación IIb. En esta época el Cuarto G habría sido utilizado como depósito y para pro-cesar alimentos. Posteriormente, algunos muros de los cuartos A y C fueron remodelados y se cons-truyeron una serie de pisos de ocupación (Ocupa-ción IIIa), se efectuó además una ampliación del área (Ocupación IIIb). Durante toda la Ocupación

Foto 7. Vista del Recinto Intrusivo C y algunos hallazgos efectuados en su interior

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Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi

III el Cuarto G mantuvo su utilidad como área de almacenamiento. En los tres cuartos excavados (A, C y G) la composición de las formas cerámicas fue bastante estable, predominando las vasijas para ser-vir o comer, seguidas por vasijas para almacenar. La presencia de ollas fue mínima (siempre por debajo del 5% de la muestra).

En base a la evidencia registrada, se propone que las tres ocupaciones iniciales habrían sido sucesi-vas. Aparentemente, la quema entre las ocupacio-nes I y II tiene la intención de sellar y marcar un cambio tanto en el plano arquitectónico como en las decoraciones presentes en el material cerámico. Las ocupaciones IIa, IIb, IIIa y IIIb se diferencian por tener remodelaciones en las paredes internas de la Estructura y en la creación de nuevos pisos de uso; esto se ve en el uso sucesivo de los espacios en las tres unidades, particularmente en los recin-tos del Cuarto G. Intruyendo todas las ocupaciones anteriores, se construye una serie de recintos que destruyen gran parte de las superficies de uso y ar-quitectura de las ocupaciones precedentes (Ocupa-ción IV). Finalmente se registra la construcción de pequeños recintos que utilizan la arquitectura previa como base, pero que no invierten en la construcción de arquitectura permanente (Ocupación V).

Estructura 2

Esta estructura fue mucho más grande que la Es-tructura 1, sin embargo, habría tenido menos divi-siones internas y espacios ocupados. Sus muros pe-rimetrales miden 50 metros (Norte-Sur Izquierda), 55 metros (Norte-Sur Derecha), 20 metros (Este-Oeste Superior) y 25 metros (Este-Oeste Inferior). Debido a la ausencia de construcciones intrusivas en esta estructura, particularmente en la Unidad B, los hallazgos aquí realizados se prestan para una mejor definición de los cambios en la cultura material y en la actividad constructiva.

La Estructura 2 parece estar dividida en dos gran-des sectores por un muro de 1.20 metros de ancho con orientación Oeste-Este. El Sector Sur estaría in-tegrado por una plaza y un gran espacio abierto; el Sector Norte, por su parte, se veía constituido por siete cuartos, algunos posiblemente techados. En este sentido, es posible proponer una zona interior y otra exterior dentro de la misma estructura.

Dentro de esta estructura se ubicaron tres unidades de excavación (B, D, E), estas fueron establecidas tomando en cuenta su relación con las esquinas entre muros, para así poder entender los espacios dentro de los cuartos. Tras las excavaciones, se pudo defi-nir la secuencia de uso de la Estructura 2; en todas las unidades excavadas se observaron evidencias de actividad humana directamente sobre la roca madre. Para la Zona Sur o exterior, esta se inicia con la pre-paración de una capa de material orgánico y barro, la cual fue colocada sobre la roca madre a manera de relleno-base. Luego se construyó un piso de barro compacto de aproximadamente 3 a 5 centímetros de grosor; sobre este piso se dispusieron paredes de al-rededor de 3 metros de altura por 30 a 120 centíme-tros de ancho. Estas paredes de grandes dimensiones han sido reconocidas como las paredes perimetrales o estructurales que definieron el complejo arquitec-tónico. En la Zona Sur no se registró ningún tipo de arquitectura asociada a estos muros perimetrales, únicamente algunas superficies de uso que coinci-dieron con los pisos de ocupación registrados en la Zona Norte. En este sentido, lo observado en la Unidad E y la ausencia de arquitectura en superficie se propone que la Zona Sur fue un espacio abierto dentro de las paredes del complejo.

En el Sector Norte o “interior” se registró una ma-yor actividad constructiva y una serie de contextos de uso. Dicho uso puede ser observado en los pisos de ocupación y los muros temporales que se super-ponen cambiando de orientación y distribución. Para definir esta secuencia de uso, se utilizará principal-mente la evidencia registrada en la Unidad B, debido a que presenta una clara asociación entre arquitec-tura, contextos y estratigrafía. En este sentido, cabe recalcar la superposición de muros presentes en el perfil norte de dicha unidad, donde se registraron cuatro muros superpuestos colocados desde la roca madre hasta la superficie actual. Estos muros cam-bian ligeramente de orientación y presentan relle-nos de hasta 40 centímetros de espesor entre uno y otro, encontrándose correlacionados con distintos momentos de uso; han sido designados como Muro Norte 1, 2, 3 y 4 (foto 8). La asociación de estos mu-ros con siete capas estratigráficas (Superficie a F), así como el material cultural registrado, han contribuido a definir cuatro1 ocupaciones distintas (fotos 9a, 9b y 9c), consistentes con las ocupaciones registradas en la Estructura 1.

1 La Ocupación IV no se ha registrado en la Estructura 2.

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X38

La Ocupación I empieza directamente sobre la Capa F (roca madre) con la construcción de dos muros con dirección Este-Oeste que forman una especie de co-rredor. Debido a que estos muros superan las dimen-siones de la unidad de excavación, no se ha podido es-tablecer su naturaleza. Uno de estos es el Muro Norte 1, el primero de la secuencia de muros superpuestos en el perfil norte de la Unidad B. El material cultural

asociado a esta capa presenta cerámica no diagnóstica de carácter doméstico (ollas con ceniza) así como ma-terial orgánico y malacológico. Los fechados obteni-dos de material orgánico asociado a esta ocupación la ubican entre los 605-615 d.C. (cal 2 sigma), que junto con el fechado 525-635 cal d.C. registrado en la Es-tructura 1, representan la ocupación más temprana de este sector del asentamiento Cerro de Oro.

Foto 8. Secuencia de ocupación vista en perfil estratigráfico norte

Tabla 2. Tabla que describe las ocupaciones registradas en las estructuras 1 y 2

Ocupación

V

IV

IIIb

IIIa

IIb

IIa

I

Fechados

860 a 985 cal AD1.03

775 a 815 cal AD 770 a 900 cal AD

670 a 775 cal AD

690 a 735 cal AD

580 a 650 cal AD

525 a 635 cal AD605 a 615 cal AD

Capa estratigráfica

Superficie

A

B/C

D

E

F

Cronología cerámica

Fin Horizonte Medio/Intermedio Tardío

Horizonte Medio 2

Cerro de OroFigurativo/Lima/¿Loro?

Cerro de OroFigurativo/Chakipampa

Importado

Cerro de Oro Figurativo

Cerro de Oro Geométrico

¿Doméstico?

Descripción

Arquitectura simple y temporal

Recintos intrusivos

Pisos con paredes enlucidas/Recintos. Remodelaciones de

muros, asociadas a muro rosado

Pisos con paredes enlucidas/Recintos

Construcción de estructuras 1 y 2

Se define el uso del espacio, difer-enciación entre interior y exterior

Ocupación inicial sobre roca madre

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Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi

Directamente encima de la cabecera de estos muros se registró la Ocupación IIa, la cual estuvo compues-ta por cuatro pisos o superficies de uso asociadas al Muro Norte 2 (perfil norte). Estos pisos estuvieron formados por una capa de 3 centímetros de barro endurecido y presentaron una superficie intencional-mente aplanada y bastante limpia, únicamente con

restos de cerámica, malacológicos y orgánicos incrus-tados en el barro. La mayor parte del material regis-trado en esta capa proviene de los rellenos entre cada piso. La secuencia de pisos de esta ocupación es bas-tante regular; podemos ver que en promedio cada piso se separa por aproximadamente unos 15 a 20 centíme-tros de relleno.

Foto 9a. Ocupación I señalada por recuadros

Foto 9b. Ocupaciones IIa y IIb Foto 9c. Ocupaciones III y V

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X40

La distribución de espacios en la Ocupación IIa incluye el Recinto 1 y la Zona Este. Dicha distribución se man-tiene, con ligeros cambios, a lo largo de toda la ocupa-ción Cerro de Oro. Dentro del Recinto 1 se registraron tres improntas de vasija: una de forma rectangular re-llena con arena y dos circulares. Dentro de este recinto también se registra una pequeña estructura circular dise-ñada a partir de la reutilización de la cabecera del muro de la Ocupación I, realizada sobre la roca madre. Estos hallazgos, sumados a la presencia de cerámica principal-mente doméstica y grandes cantidades de restos orgáni-cos, sugieren que el Recinto 1 pudo haber sido utilizado para el almacenamiento y/o procesamiento de alimen-tos. La Zona Este no registró arquitectura, sin embargo si presentó una gran cantidad de material cerámico for-mando parte del relleno entre los pisos, principalmente en aquel colocado entre el último piso y un evento de quema que divide la Ocupación IIa de la Ocupación IIb.

En general, el material cerámico asociado a la Ocupación IIa está compuesto en un 70% por vasijas para servir/comer, el 19% corresponde a vasijas para almacenar y el 9% a ollas. Sin embargo, la gran mayoría (80%) de las vasijas para servir/comer fueron encontradas en la Zona Este. Dentro de esta categoría destaca el “cuenco Cerro de Oro”, que es el soporte donde se registran los cam-bios decorativos más diagnósticos. Particularmente para esta ocupación, se observa que las decoraciones en estos cuencos son exclusivamente geométricas, a diferencia de todas las capas subsiguientes que presentan cerámica con decoraciones figurativas y elementos foráneos aso-ciados a los estilos Nasca y/o Chakipampa. Estos cuen-cos presentan variabilidad en el alto de sus paredes.

La pasta de estos cuencos fue bastante compacta y con muy pocas inclusiones. Análisis preliminares realizados con SEM registran la presencia de titanio en la composi-ción de la pasta de este tipo de vasijas. Adicionalmente, el estudio de pigmentos realizado a través del análisis de fluorescencia de rayos X (XRF) revela el uso de elemen-tos minerales con un alto contenido de titanio, utiliza-do principalmente en la elaboración del color morado oscuro y, en menor grado, para el color negro. Estas características altamente diagnósticas han sido utilizadas para realizar un análisis comparativo entre los fragmen-tos de “cuencos CDO”, entre otras vasijas, de toda la secuencia de ocupación.

Resulta interesante que la mayor parte de la cerámica para almacenar (70%) y cocinar (100%) fuera encontrada en el Recinto 1. Es posible proponer, entonces, que el Recinto 1 habría sido utilizado para almacenar y procesar alimentos y, con menos frecuencia, para cocinar. Además, el hecho que

la gran cantidad de vasijas para servir estuvieran con-centradas en la Zona Este y asociadas particularmente al momento de quema que sella la Ocupación IIa, po-dría significar que este sello estuvo relacionado a algún banquete o fiesta en la que se utilizaron y descartaron grandes cantidades de “cuencos CDO” con decoracio-nes geométricas. Este contexto puede ser tomado como un indicador de la importante transición que marcaría el abandono de un estilo cerámico local para dar paso a un estilo híbrido y a la construcción de grandes complejos arquitectónicos. Es posible que este cambio estuviera asociado a la decisión de construir la Estructura 2, que formaliza el espacio utilizado durante la Ocupación IIa mediante la construcción de grandes paredes estructura-les. Asimismo, la construcción de la Estructura 2 parece estar asociada a un importante cambio en el repertorio cerámico caracterizado por la introducción de decora-ción figurativa con claras influencias nasca.

La Ocupación I revela una ocupación previa a la construc-ción de la Estructura 2, que coincidiría con la Ocupación I de la Estructura 1. Luego de esta primera ocupación, y del evento de quema que la sella, se ha registrado la cons-trucción de los muros perimetrales que componen la Es-tructura 2, la cual se encuentra asociada a la Ocupación II. En base a fechados obtenidos de este “sello”, se ubica este momento entre los años 580-650 cal d.C. Este fechado se traslapa con el de los restos orgánicos obtenidos sobre la roca madre, por lo que proponemos que entre la Ocupa-ción I y la construcción de las estructuras 1 y 2 (durante la Ocupación II) existió un lapso de tiempo reducido.

La Ocupación IIa representa un momento clave en la se-cuencia de ocupación que establece la distribución espacial de las estructuras previa a la construcción de estas. Esta distribución espacial incluye la ambientación de nuevos espacios, como el Recinto 2, la Zona Este II y el corre-dor. Posteriormente, la Ocupación IIb se caracteriza por la construcción de la Estructura 2 donde se delimita y for-maliza la utilización de estos espacios. Durante la Ocupa-ción IIb, el Recinto 2, que abarca el espacio del Recinto 1 aunque un poco más pequeño, registró principalmente “cuencos CDO” con decoración en morado oscuro sobre crema verdoso. Esta combinación decorativa se encuen-tra ampliamente difundida a lo largo del sitio (Fernandini 2012, 2013; Kroeber 1937; Ruales 2000) por lo cual resul-ta interesante que aparezca por primera vez asociada a la construcción de esta estructura. La Zona Este II (que abar-ca parte de la Zona Este) registró principalmente “cuencos CDO” y cántaros, algunos con engobe en crema y otros sin engobe y con decoraciones simples. Por otro lado, en el corredor se encontraron ollas, cántaros y algunos “cuencos CDO”. En el lado oeste del corredor se registró una pe-

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queña canaleta que habría sido utilizada para drenar agua. Por último, en la zona de quema localizada hacia el sur de la Zona Este II se halló una gran cantidad de bases de vasijas para servir/comer, así como cántaros con diseños geométricos. Esta zona de quema estuvo directamente asociada al Muro Norte 3, que parece formar parte de la arquitectura que define el Cuarto B. Asociados a la super-ficie de este muro se registraron cuatro pisos de ocupación consecutivos, muy limpios, compuestos por una capa de 3 centímetros de barro endurecido; el relleno entre piso y piso fue de aproximadamente 10 centímetros. Particular-mente en la Zona Este II, estas superficies de ocupación presentaron un evento de quema menor entre piso y piso.

Esta ocupación registró un 74% de vasijas para servir/co-mer, un 19% de vasijas para almacenar y un 4% de ollas. También se encontró un 2% de coladores, que aparecen por primera vez en el registro. La cantidad de cerámica encontrada en las ocupaciones IIa y IIb son muy simila-res; se observa también una clara recurrencia en el uso de los espacios como en los recintos 1 y 2 y las zonas Este y Este II. Esta continuidad estaría indicando que, a pesar del gran cambio en la decoración cerámica así como en la construcción de las paredes que forman la Estructura 2, las actividades realizadas en el Cuarto B no parecen haber sido afectadas. La cerámica asociada a la segunda ocupación presentó también grandes cantidades de “cuencos CDO”.

Siguiendo lo observado en la Ocupación IIa, durante la Ocupación IIb la gran mayoría de estos cuencos se registró en la Zona Este. Al igual que en la Ocupación IIa este con-texto ha sido relacionado con el desecho de restos asocia-dos a una serie de festines o banquetes, aunque de menor magnitud; estos cuencos presentaron una menor variabili-dad en el alto de sus lados (entre 3 y 4 centímetros de alto). La decoración registrada presentó diseños geométricos así como la introducción de diseños figurativos con una clara influencia nasca. Destaca la presencia del uso de engobe crema-verdoso con decoraciones moradas, una combi-nación bastante recurrente a lo largo de las excavaciones y recolecciones de superficie en todo el sitio. La pasta es similar a la registrada en la Ocupación IIa, muy compacta y con pocas inclusiones. Finalmente, el análisis de pigmen-tos revela una continuidad en la presencia de titanio en los pigmentos oscuros, principalmente en el morado.

El comienzo de la Ocupación IIIa es marcado por una re-modelación menor que reutiliza los mismos espacios, pero reduciéndolos. Esta remodelación se ve en una nueva di-visión del espacio entre Este (Zona Este III) y Oeste (Re-cinto 3) que, a grandes rasgos, se superpone a los recintos 1 y 2, y las zonas Este I y Este II. El Recinto 3 presentó abundante material orgánico que podría corresponder a

los restos de un techo colapsado, mientras que la evidencia de acumulación de agua en la Zona Este III y la presencia del área de quema apuntan a una ausencia de techo en es-tos espacios. Asimismo, se registra la boca de una estructu-ra rectangular en cuyo interior se registró un mate. A pesar de haber estado vacía esta estructura es muy parecida a las estructuras funerarias registradas en distintos sectores de Cerro de Oro (Fernandini 2013, Ruales 2001).

Las excavaciones en el Recinto 3 revelaron un área de que-ma con una gran cantidad de restos de comida, corontas de maíz, semillas, entre otros, así como una mano de moler. Este recinto registró también el 70% del material cerámico proveniente de esta ocupación. Dentro de este corpus se registró un 38% de vasijas para servir/comer así como un 38% de vasijas para almacenar, mientras que los coladores representaron un 9% y las ollas un 4%. Al comparar este recinto con los recintos de las ocupaciones, destaca la con-tinuidad en la utilización del espacio para el procesamiento y almacenamiento de alimentos.

La Zona Este III estuvo formada por el muro del Recinto 3 y el Muro Norte 2, este último con enlucido y pintu-ra blanca. Esta ocupación estuvo compuesta por cuatro pisos de ocupación, directamente asociados al muro con enlucido blanco cuya cabecera empieza con el primer piso de esta ocupación y cuya base se asocia al cuarto piso. A diferencia de los pisos registrados en las ocupaciones II y III, estos estuvieron conformados por tierra apisonada y presentaron bastantes artefactos sobre su superficie y en los rellenos. La cerámica en la Zona Este III representó el 30% del corpus cerámico de la ocupación, de este 30% las vasijas para servir-comer representaron un 64%, las vasijas para almacenar un 27% y las ollas un 7%. No se registra-ron coladores. La mayor cantidad de cerámica se registró en un área de quema con abundante ceniza, material orgá-nico y malacológico. En este espacio destacan los “cuen-cos CDO” decorados con motivos nasca y chakipampa; asimismo, aumenta la cantidad de coladores en distintos tamaños. Adicionalmente, esta ocupación registra también una serie de fragmentos foráneos, de estilo Chakipampa, en el relleno constructivo de la pared que divide el Recinto 3 de la Zona Este III. La cerámica chakipampa importada difiere de la cerámica de estilo Cerro de Oro Figurativo en el color de la pasta (naranja), en el acabado de superfi-cie (muy pulida) y los detalles iconográficos (no presentan motivos híbridos, sino estrictamente chakipampa). Estos fragmentos chakipampa presentan los principales motivos que fueron replicados en la cerámica Cerro de Oro figura-tiva, como el animal jorobado (humped-back animal), la flor de lis y el pastelillo o pez raya (stingray), e introduce por primera vez los vasos lira (foto 10).

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Al analizar la cerámica registrada para toda la Ocupa-ción IIIa se observa que a pesar de que las vasijas para servir/comer todavía predominan con un 45%, su por-centaje es bastante menor que en las ocupaciones ante-riores. Asimismo, hay un incremento en las vasijas para almacenar (38%), comparado con el 19% registrado en las Ocupaciones I y II.

Un fechado obtenido del posible techo que cubría el Recinto 3 ubica esta ocupación entre 775-815 cal d.C. Al comparar este fechado con los presentados para las ocupaciones I y II, se entiende que existió una diferen-cia de aproximadamente 150 y 200 años entre la fecha en la que se inició la Ocupación II (con la construcción de la Estructura 2) y la del fin de la Ocupación III. Asi-mismo, se propone que durante este período la ocupa-ción fue continua.

Al contrastar estos fechados con las evidencias halla-das en el material cerámico de esta ocupación, pode-mos proponer que mientras que la Ocupación II recibió influencias foráneas y presentó una presencia mínima de coladores, la Ocupación III presenta evidencias físi-cas de elementos producidos fuera de Cerro de Oro así como un incremento en la presencia de los coladores. Es decir que la transición entre las ocupaciones II y III

presenta una serie de elementos interesantes en cuan-to al círculo de producción e importación de cerámica, marcado por la introducción de una nueva forma, el colador, y especímenes foráneos probablemente traídos desde el sur.

La Ocupación IIIb estuvo asociada al Muro Norte 4 y al muro estructural presente en el perfil oeste, y mantiene el uso de los espacios definidos para la Ocupación IIIa. Esta ocupación presenta algunos cambios en la deco-ración cerámica, principalmente en la incorporación de algunos fragmentos con influencias Loro. Resulta inte-resante, sin embargo, que a pesar de registrar elementos foráneos esta ocupación presenta la mayor cantidad de “cuencos CDO” de todas las ocupaciones. El análisis realizado a las pastas de estos fragmentos muestra que fueron ligeramente menos compactas y las inclusiones incrementaron en tamaño y cantidad. Por otro lado, la composición de los pigmentos oscuros mantiene un alto contenido de titanio, lo que demuestra una clara continuidad desde la primera ocupación. Adicionalmen-te, los análisis realizados a los fragmentos identificados como foráneos muestran pigmentos con composicio-nes distintas, donde destaca principalmente la ausencia de titanio en los colores oscuros.

Foto 10. Fragmentos de vasos lira (Chakipampa)

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En esta estructura no se registraron recintos intrusivos, por lo que no existe la Ocupación IV. La Ocupación V estuvo asociada a serie de construcciones simples de adobes de forma irregular dispuestos sin argamasa. Es-tas construcciones habrían sido hechas para un uso tem-poral debido a su baja calidad en la técnica constructiva, definen una serie de espacios donde se ha registrado mucho material orgánico, por lo que podrían haberse utilizado como lugares de almacenamiento. En cuanto a la cerámica, presenta una pasta de color rojo claro o naranja, con poca decoración, que difiere ampliamente de la cerámica de estilo Cerro de Oro. Esta capa parece estar asociada a un momento tardío distinto a la secuen-cia de ocupación registrada en capas más tempranas.

Quebrada Sureste

Durante la Temporada 2012 se excavaron tres unidades en una pequeña quebrada ubicada en el Sector Sureste del sitio; el carácter exploratorio de estas excavaciones motivó que las unidades tuvieran reducidas dimensio-nes. Considerando que esta quebrada se comunica con la zona baja del asentamiento, se dispusieron unida-des de excavación que permitieran demostrar si pudo constituir el ingreso original al sitio, una posibilidad posteriormente descartada, cuando las excavaciones revelaron una serie de plataformas que restringían el paso conforme se iba ascendiendo hacia la zona alta del asentamiento.

Estas exploraciones proveyeron mayor información sobre las técnicas de construcción y superposición de pisos. Adicionalmente, las excavaciones registraron con-textos relacionados con actividades domésticas como la cocina, la preparación de alimentos y un gran contexto de desecho ceremonial (Fernandini y Ruales, en prensa). Estos hallazgos revelan que los espacios registrados en esta quebrada difieren ampliamente de los observados en las estructuras 1 y 2, estableciendo una posible dife-renciación en base a la ubicuidad de actividades de co-cina en la quebrada, lo cual contrasta con la ausencia de ollas y espacios de quema en las estructuras 1 y 2.

Al norte de la Quebrada Sureste se registra una gran muralla que delimitaría el espacio que divide las plata-formas donde se ubicaron las estructuras 1 y 2 de la zona de quebrada. Es posible que esta muralla repre-sente una manera de organizar el espacio que separa los complejos arquitectónicos de las áreas de menor rango, como las que se registraron en la Quebrada Su-reste. A diferencia de las estructuras 1 y 2 ubicadas en una planicie natural del sitio, las construcciones en la

Quebrada Sureste estuvieron ubicadas sobre una pla-taforma artificial creada mediante la construcción de murallas de contención. Las técnicas de construcción de estas paredes son recurrentes con las observadas en los contextos antes descritos, particularmente con las registradas en la Estructura 2. Estas excavaciones re-velaron diez pisos de ocupación sucesivos tanto en la Unidad 1 como en la Unidad 2, todos asociados a una pared perimetral; la construcción de estas paredes peri-metrales sigue los mismos pasos que los observados en la Estructura 2. La secuencia comienza con un relleno hecho de material orgánico con barro sobre el que se construyen grandes paredes de aproximadamente 2.50 a 3 metros de altura actualmente mientras que el de-rrumbe asociado a estas revela que tuvieron una altura mayor en el pasado.

La Unidad 1 presentó un área de cocina donde se re-gistró una plataforma provista de múltiples hoyos con restos de comida y un área de quema claramente deli-mitada. Este contexto, a diferencia de las estructuras 1 y 2, sí presentó grandes cantidades de ollas y ceniza. A diez metros de la Unidad 1 se ubicó la Unidad 3, esta unidad presentó una cuyera con restos de estos roedo-res. Finalmente, en la Unidad 2 se registró un área de aproximadamente dos por dos metros que estuvo llena de desechos. El análisis del contenido de este contex-to reveló que los restos fueron depositados como parte de un mismo evento; dentro de estos restos destacó la presencia de una gran cantidad de bases de “cuencos CDO” así como cerámica con iconografía nasca, mas no chakipampa. Asimismo, se registraron los huesos de un individuo incompleto y más de 20 litros de material orgánico. Este contexto ha sido interpretado como un evento de clausura ritual relacionado con el abandono de este espacio (Fernandini y Ruales, en prensa).

Discusión

La secuencia de ocupación de las estructuras 1 y 2, ubi-cadas en la Planicie Sureste, así como los datos obteni-dos en la Quebrada Sureste permiten tener una idea de cómo era la vida de los habitantes de Cerro de Oro entre los años 525-900 cal d.C., así como del evento intrusivo fechado para los años 860 a 985 cal d.C. Inicialmente, po-demos observar que en todos los espacios investigados la ocupación comienza en la roca madre a aproximadamente 2.5 a 3 metros por debajo de la superficie actual. Tras esta primera ocupación, se observa una serie de pisos sucesivos que alcanzan los 30 centímetros por debajo de la superficie actual y revela un uso continuo del espacio.

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En base a estos hallazgos se propone que la ocupa-ción Cerro de Oro duró aproximadamente 250 a 300 años. Hacia el comienzo de esta ocupación se utili-zaron y definieron una serie de espacios a través de construcciones ligeras, luego estos espacios fueron delimitados formalmente mediante la construcción de complejos arquitectónicos con divisiones internas que fueron remodelados a lo largo del tiempo. Estos complejos varían entre sí, particularmente en tama-ño y en la distribución de sus espacios interiores, sin embargo, podemos observar ciertas características afines que destacan en los dos complejos o estructu-ras estudiadas. Ambos complejos presentaron pare-des perimetrales que enmarcan una serie de cuartos interiores. Asimismo, los dos complejos presentaron un área exterior que ha sido designada como plaza, que se encuentra dentro de las paredes perimetrales así como ingresos ubicados en la esquina suroeste.

La distribución de espacios dentro de los complejos revela una diferenciación en el uso de los cuartos interiores, tal como se ha visto en el Cuarto G uti-lizado para almacenar productos, o en los recintos registrados en el Cuarto B (Estructura 2), donde se observa un área de procesamiento y almacenamiento de alimentos así como un área de desecho posible-mente asociado a un festín importante. El hecho de haber registrado áreas de almacenamiento dentro de cada uno de los complejos excavados apunta a un control independiente de recursos por parte de cada complejo, lo cual nos lleva a pensar en la manera en que se administraron los recursos y los espacios en Cerro de Oro. Cabe recalcar que las grandes cantida-des de cerámica para servir/comer (y en menor can-tidad para almacenar) contrastan con las limitadas cantidades de ollas o vasijas para cocinar. Esto nos lleva a concluir dos posibles escenarios: a) los ali-mentos fueron cocinados fuera de estos complejos, o b) los alimentos fueron cocinados dentro de estos complejos en espacios no excavados por el PACO. En todo caso, resulta claro que existió una división en las actividades que se llevaron a cabo al interior de estos complejos.

Al comparar los hallazgos registrados en las estructuras 1 y 2 con aquellos de la Quebrada Sureste, resalta la ausen-cia de ollas en las primeras y la abundancia de estas en la quebrada; este hecho nos lleva a pensar en las posibles ac-tividades que se llevaron a cabo en dichos espacios. Así, es posible que los espacios de la Quebrada Sureste, inten-cionalmente separados en base a grandes murallas, hayan sido empleados para actividades domésticas relacionadas con el procesamiento y la preparación de alimentos.

Por otro lado, la evidencia registrada en las estructuras revela grandes cantidades de cerámica para servir/co-mer así como pisos consecutivos muy limpios y bien lo-grados; asimismo, notamos que el ingreso a estos com-plejos es bastante restringido, ya que se ha registrado un único acceso para cada complejo ubicado en la esquina suroeste. El alto de las paredes, que debió sobrepasar los 3 metros de altura según lo sugiere la gran cantidad de adobes colapsados a su alrededor, evitaba que los transeúntes o personas externas a cada complejo vieran las actividades que se llevaban a cabo dentro de estos. Tomando en consideración que los cuartos presentan dimensiones medianas (ninguno sobrepasa los 25 me-tros cuadrados), es factible proponer que el acceso a es-tos espacios se habría visto reservado para un número reducido y/o específico de personas. Adicionalmente, la evidencia revela que en ciertas ocasiones estos com-plejos fueron escenario de banquetes o festines, en los cuales se utilizaban los ubicuos “cuencos CDO” para consumir alimentos. Posteriormente, estos cuencos eran desechados en eventos de quema controlados y, finalmente, cubiertos por nuevos pisos de barro. Asi-mismo, el hecho de haber registrado plazas dentro de estas estructuras podría estar indicando que durante es-tos eventos un número mayor de personas pudo haber accedido al complejo.

El espacio fuera de estos complejos estuvo organiza-do en base a calles o espacios de tránsito que debieron tener una visión y rango de movimiento limitados. Si a estas características exclusivas le sumamos que el posi-ble ingreso al asentamiento se encuentra enmarcado por una quebrada natural, en cuyos lados se han construido grandes murallas de adobe que se suman a la muralla perimetral que parece estar rodeando todo el sitio, te-nemos un asentamiento con arquitectura diseñada para impresionar y/o amenazar. Adicionalmente, en la zona central del asentamiento se registran dos grandes re-cintos rectangulares de aproximadamente 150 por 200 metros, cuyas paredes sobrepasan los 7 metros de al-tura; adyacentes a estos recintos se observa una serie de corredores enmarcados en estos muros de más de 7 metros de alto.

En base a la evidencia presentada, se deduce que el es-pacio en Cerro de Oro estuvo organizado de manera exclusiva. Esta configuración de espacios construidos divididos por calles, así como la variedad en las dimen-siones de las construcciones, apuntan a una posible tra-za urbana caracterizada por una muy limitada libertad de acceso a los diferentes edificios. En este sentido, los espacios construidos controlan los movimientos del poblador o visitante por senderos designados hasta los

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Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi

espacios a donde se les está permitido acceder. El hecho de que los complejos cuenten con su propia área de re-unión dentro revela que incluso las reuniones pudieron haber tenido un carácter privado.

La integración de las características de la arquitectura y sus cambios resulta especialmente relevante cuando es entendida junto con los cambios y continuidades obser-vadas en el repertorio cerámico. En este sentido, se ha podido observar que el repertorio de formas se mantie-ne bastante estándar a lo largo de la secuencia de ocupa-ción, con ciertas excepciones como la introducción de los coladores o la importación de piezas foráneas como el vaso lira. Dentro de estas formas estándar destacan los cántaros con decoraciones geométricas así como los “cuencos CDO”. Como se ha explicado previamente, se ha detectado que es en estos últimos donde se registran las decoraciones más complejas, que a su vez son más susceptibles a cambios temporales. Así, se han logrado integrar los cambios en la arquitectura y el uso de espa-cios con los cambios en las decoraciones presentes en los “cuencos CDO”.

Este análisis decorativo ha revelado una ocupación ini-cial con un número muy limitado de cerámica, princi-palmente de uso doméstico. Posteriormente, durante la Ocupación II, vemos la introducción de cerámica con decoraciones exclusivamente geométricas; esta innova-ción se habría visto sucedida, luego de la construcción de los complejos durante la Ocupación IIb, por la intro-ducción de diseños nasca que acompañan a las decora-ciones geométricas. Posteriormente vemos que a estos dos tipos de decoraciones se suman los diseños de in-fluencia chakipampa, durante la Ocupación IIIa. Final-mente, en la Ocupación IIIb, se observa la presencia de piezas foráneas Wari temprano (Chakipampa) y la intro-ducción de diseños Lima Tardío y Loro. A lo largo de esta secuencia se observa que las características de pasta se mantienen bastante consistentes y se orientan hacia una menor compactación y mayor presencia de inclusio-nes hacia la última ocupación. Por otro lado, vemos que los pigmentos utilizados para obtener el color morado y negro incluyen altos contenidos de titanio durante toda la secuencia, revelando una clara continuidad en la uti-lización de fuentes. Es decir, este análisis ha revelado que a pesar de existir importantes cambios culturales a lo largo de la ocupación Cerro de Oro las características de producción cerámica permanecen prácticamente sin alterar durante aproximadamente 300 años.

Posteriormente se registra la construcción intrusiva de los recintos en la Estructura 1. Tal como se ha pro-puesto en otro artículo (Fernandini y Alexandrino, en

prensa) se supone que estas construcciones estuvieron asociadas a la práctica wari de ubicar contextos funera-rios sobre huacas o asentamientos en desuso. Resulta interesante que este evento intrusivo haya sido regis-trado únicamente en esta estructura del Sector Sureste, mientras que otras investigaciones en Cerro de Oro no tienen evidencia de este tipo de contextos. Cabe resaltar que estos recintos intrusivos son atípicos no solo por su carácter único, sino también por el hecho de haber-se confirmado la remoción del individuo enfardelado y su reemplazo por tierra. Adicionalmente, el análisis de este contexto ha revelado que, en su estado original, este fardo pudo haber contado con una cabeza falsa, un turbante y una peluca, de manera similar a los fardos registrados en otros sitios de la costa como Ancón, Pa-chacamac, entre otros.

Conclusiones

Entre los años 500-900 cal a.C., Cerro de Oro fue habi-tado de manera continua por un grupo de personas que construyeron un gran asentamiento amurallado. La evi-dencia obtenida de las excavaciones en el Sector Sureste ha revelado que el espacio estuvo configurado en base a complejos arquitectónicos con altas paredes perime-trales así como posibles áreas domésticas separadas por murallas, en un escenario donde prima la exclusividad, la visión limitada y el control en el acceso. Las remo-delaciones propias del paso de los años han mostrado una alta recurrencia en el uso de estos espacios y en la utilización de materiales en cada zona.

Este estudio propone que el modo en que se configuró la traza arquitectónica en Cerro de Oro y la manera en que se usaron y reutilizaron los espacios, nos ofrecen una herramienta para entender cómo las rutinas diarias de la gente interiorizan las características del espacio construido y lo reflejan en una serie de mecanismos que socializan a las personas dentro de ciertas reglas y comportamientos (Hodder y Cessford 2004). Es decir, que el hecho de que la sociedad Cerro de Oro haya es-tado estructurada priorizando la exclusividad y el alto control en cuanto a la movilidad dentro de los espacios nos brinda una mirada a las estructuras de poder que se manejaron dentro del asentamiento.

Siguiendo esta línea, el análisis cerámico anteriormente descrito confirma que existió una clara diferenciación en el uso de ciertos tipos de cerámica según su ubica-ción dentro del asentamiento, ya fuera dentro de los complejos o en el área de quebrada. Por otro lado, la continuidad en las características de producción refle-

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jadas en la recurrencia de formas, las similitudes en las pastas y la regularidad en la composición de pig-mentos, indican que el manejo de la producción de cerámica fue bastante estandarizado a lo largo de la ocupación, por lo menos en el Sector Sureste. Cabe recalcar que esta continuidad se mantiene a pesar de la presencia de influencias (y en menor rango de piezas) foráneas en el repertorio cerámico, revelando una estabilidad e independencia en el manejo de la producción cerámica.

En conclusión, las excavaciones en Cerro de Oro nos han brindado una visión de la vida en el asentamien-to, reflejando una sociedad con un alto grado de control, donde tanto las construcciones arquitectónicas como la producción cerámica parecen haber seguido un patrón bastante estandarizado, por lo menos en el Sector Sureste.

Asimismo, este estudio preliminar genera una gran can-tidad de interrogantes que esperemos serán resueltas por futuras investigaciones.

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Cerro de Oro, pp. 26-46Fernandini Parodi Vista frontal, tomada desde el mar, del muro inca construido con sillería en los farallones de El Huarco-Cerro Azul (foto: cortesía de Rocío Villar Astigueta)

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El valle de Cañete durante los períodos prehispánicos tardíos: perspectivas desde El Huarco – Cerro Azul

giancaRlo maRcone FloRes y RodRigo aReche esPinola*

Resumen

El estudio de las interacciones interregionales, especialmente aquellas asimétricas que tienen lugar entre los imperios y las sociedades locales, nos muestran contextos pan-regionales que han sido caracterizados como “mosaicos” sociales. Las poblaciones interactúan y pasan por ciclos internos, es de esperar, por consiguiente, que los mosaicos sociales hubieran cambiado en la medida que cambiaban los factores que les dieron forma.

En el presente artículo examinaremos la evidencia publicada sobre la ocupación prehispánica tardía en el valle de Cañete, desde una perspectiva que vincule el escenario local y el regional. Desde el caso específico del sitio El Huarco - Cerro Azul, contrastaremos la información arqueológica y etnohistórica disponible para intentar reconstruir el contexto político del valle a la llegada de los incas.

Palabras clave

Interacciones regionales prehispánicas, arqueología de Cañete, El Huarco - Cerro Azul, Lunahuaná, ocupación inca de la costa

Cañete Valley during the Late Pre-Hispanic period: Perspectives from El Huarco - Cerro Azul

Abstract

The study of interregional interactions, especially those asymmetric interactions taking place between empires and local societies, show pan-regional contexts that have been characterized as a social “mosaic”. The populations interact and go through internal cycles; it is hoped, therefore, that social mosaics would have changed to the same extent that the factors that shaped them have changed.

In this article we will examine the published evidence on late prehistoric occupation in the valley of Cañete, from a perspective that links the local and regional scenarios. Using the specific case of the site of Huarco - Cerro Azul, we will contrast the archaeological and ethnohistorical information available to try to reconstruct the political context of the valley at the time of the Inca conquest.

Keywords

Prehispanic regional interactions, Cañete Valley archaeology, El Huarco – Cerro Azul, Lunahuaná, Inca occupation of the coast

* Giancarlo Marcone Flores: Ministerio de Cultura, Coordinador General de Qhapaq Ñan – Sede Nacional. E-mail: [email protected]; Rodrigo Areche Espinola: Ministerio de Cultura, Secretaría Técnica de Qhapaq Ñan – Sede Nacional. E-mail: [email protected]

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El valle de Cañete, pp. 48-68Marcone Flores y areche espinola

Introducción

El estudio de las interacciones interregionales, espe-cialmente aquellas asimétricas que tienen lugar entre los imperios y las sociedades locales, nos muestran contextos pan-regionales que han sido caracterizados como “mosaicos” sociales (Covey 2000; Schreiber 1992; Stanish 2001). Estos “mosaicos” representan la diversidad de escenarios alternos configurados como consecuencia de las distintas características geográ-ficas, sociales, políticas y culturales de las sociedades interactuantes; sin embargo, este “mosaico” no debe ser entendido únicamente como el fruto de la adapta-ción del imperio a las características de las sociedades locales, también es necesario considerar que tanto las sociedades como los líderes locales interactuaron en el marco de esta intromisión a través de una serie de es-trategias, ya sea resistiendo, negociando o asimilándose (o la combinación de estas) a la organización supra-regional, en función a su propio beneficio (Dillehay et al. 2006). Los contextos de interacciones interregiona-les ofrecen a los actores locales la oportunidad para reformular las jerarquías sociales y re-arreglar la orga-nización social (Brumfiel 1992; Conlee y Ogburn 2005; D´Altroy y Hastorf 2001; Elson y Covey 2006; Smith 2004; Stein 2005).

Es importante recordar, asimismo, que este mosaico no es estático ni atemporal. Las sociedades interac-túan y pasan por ciclos internos y es de esperar que los mosaicos sociales hubieran cambiado en la medida que cambiaban los factores que les dieron forma. Es relevante considerar los momentos históricos específi-cos de cada sociedad (D´Altroy 1992; Schreiber 2005).

Resulta clara la necesidad de dilucidar la naturaleza y características de las entidades locales en contacto para poder explicar los contextos imperiales pan-regionales. En los Andes, pese al reconocimiento explícito de la necesidad de determinar la naturaleza de la organiza-ción local, se ha continuado priorizando el entendi-miento de los fenómenos imperiales desde sus mani-festaciones regionales y de manera descontextualizada, respecto a las organizaciones locales. Por consiguiente, el contexto local continúa siendo interpretado en fun-ción a la agenda expansiva del imperio.

Esta situación continúa vigente en los estudios sobre los incas. A pesar de haberse reparado en la impor-tancia y necesidad que encierra el caracterizar la va-riabilidad social y política al interior del Imperio, he-mos seguido resaltando las cualidades “integradoras” y “unificadoras” de esta organización política expansiva enfocándonos en su capacidad de adaptación, perdien-

do de vista el proceso local. Esto ha sido particular-mente notorio en el valle de Cañete.

Este valle ha sido utilizado como ejemplo para modelar la típica estrategia de dominación imperial inca, cuando, tras una frustrada conquista pacífica, se activaba un me-canismo de conquista violenta. La documentación his-tórica sugiere que, tras la llegada de los cusqueños a la parte baja del valle, el grupo local denominado Guarco habría experimentado una situación de aparente convul-sión; contrariamente, una supuesta asimilación pacífica habría sido experimentada por el señorío hermano de Lunahuaná, asentado en la zona de chaupiyunga (Rost-worowski 1989). Sin embargo, es poco lo que sabemos sobre estas sociedades y su organización socio-cultural.

En el presente artículo, examinaremos la evidencia pu-blicada sobre la ocupación prehispánica en el valle de Cañete desde una perspectiva que vincule el escenario local y el regional. Igualmente, contrastaremos la infor-mación arqueológica y etnohistórica existente sobre el valle para intentar reconstruir su contexto político a la llegada de los incas. Por último, analizaremos el caso específico de Cerro Azul, su rol e importancia dentro de la discusión que iniciaremos para el valle de Cañete.

A partir de nuestro análisis, concluimos que si bien la presencia inca en Cañete presentó dos momentos, es-tos no estuvieron ligados a la conquista sucesiva de dos señoríos independientes, sino a una relación cambiante entre la(s) manifestación(es) locales y el Imperio. Pen-samos que esta evidencia demuestra que el proceso de expansión inca en el valle de Cañete solo podrá ser en-tendido a cabalidad en la medida que integremos de for-ma contextual el escenario local con la arena regional.

Interacciones interregionales y la caracterización de las culturas locales

Construyendo el mosaico

Existe una larga tradición de estudios sobre cómo el contacto entre dos sociedades genera cambios políti-cos y sociales en ambas (Cusick 1998; Schortman 1989; Stein 2005). Estos estudios reconocen, casi consensual-mente, que el contacto entre sociedades puede tomar diversas formas de acuerdo a factores como: (a) el nivel de complejidad política local encontrada por los impe-rios, (b) el entorno geográfico (incluyendo paisaje, cli-ma, flora y fauna), (c) el costo de transporte (distancia), (d) la tecnología militar y (e) los objetivos económicos de cada sociedad involucrada en el contacto, entre otros (Schortman 1989; Schreiber 1992; Stein 2002, 2005).

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Tal como lo hemos señalado en otro lugar (Marcone 2010), en los estudios arqueológicos andinos se ha tendi-do a enfatizar que son los factores políticos y geográficos, principalmente, los que configuran y determinan la inten-sidad que toman las interacciones. De modo que, depen-diendo del nivel de complejidad y centralización política de la sociedad local, el imperio decidiría si imponer una administración directa de “alto costo” (Covey 2000), que implicaría reconstruir las jerarquías sociales locales ejer-ciendo control sobre la producción y redistribución (Co-vey 2000; D´Altroy y Earle 1985; Schreiber 1992, 2005; Sinopoli 1994), o una estrategia indirecta de “bajo costo” a través de las élites locales; en este último escenario, las éli-tes locales mantenían el control sobre la producción a nivel local y su estatus político y social (Covey 2000; Jennings y Yépez 2001; Schreiber 1992).

Ahora bien, este ejercicio no debe ser entendido como el establecimiento de dicotomías entre controles de tipo di-recto versus indirecto, territorial versus hegemónico, o entre estrategias de alto costo versus bajo costo. Estas variaciones constituyen un “mosaico” de posibilidades al representar diferentes “grados” entre los extremos dicotómicos men-cionados (Covey 2000; Schreiber 2005; Stanish 2001). En otros términos, lo que varía es el grado de soberanía que mantiene cada sociedad regional o, lo que es igual, los gra-dos de capacidad del imperio para imponer decisiones so-bre estas sociedades.

Del mismo modo, se ha propuesto que la extrema varia-bilidad geográfica de los Andes tendría una directa impli-cancia en el resultado de la interacción; esta variabilidad tendría un impacto en la economía, afectando además las posibles formas de los desarrollos políticos de cada área. Según este modelo, los imperios necesitarían establecer estrategias políticas diferentes frente a las sociedades se-rranas y costeñas, dependiendo no solo de su organización política sino también de su organización económica (Mar-cone 2010; Stanish 2001: 232). En estos planteamientos, el supuesto “mosaico” priorizaría la lógica económica del menor costo, dejando de lado el rol de las intenciones y agendas de las poblaciones subyugadas. Tanto el imperio como la sociedad local se verían mutuamente constituidos; la forma adoptada por el imperio estaría condicionada por la sociedad local, de la misma manera que la sociedad local se vería parcialmente configurada por la forma del imperio.

Incorporando las estrategias de los agentes sociales: resistencia y negociación

Esta imagen de “mosaico” ha sido complementada con la inclusión de las estrategias políticas de los agentes so-

ciales como uno de los factores que puede dar forma a estas interacciones. Así, las diversas formas que las in-teracciones toman, no son solo respuestas específicas a uno u otro contexto, sino el fruto de relaciones sociales en acción y en constante cambio. Las interacciones son resultado de complejas negociaciones entre las distintas sociedades que se encuentran en contacto (Stein 2005; Wernke 2006).

En los últimos años, basados parcialmente en los tra-bajos de George E. Marcus (Conlee 2003; Elson and Covey 2006), en la teoría de “agencia” derivada de Pie-rre Bordieu y la teoría de estructuración de Anthony Giddens (Elson and Covey 2006; Janusek 2002; Pauke-tat 2001; Porter 2004; Saitta 1994), los investigadores han tendido a descomponer a las sociedades de acuerdo a sus actores. Cada sociedad (local o imperial) tendría al interior diferentes grupos sociales que no siempre comparten la misma agenda ni los mismos objetivos. Esta perspectiva asume que toda situación de contac-to interregional representa una relación dialéctica entre cambio y continuidad (Porter 2004) y que cada grupo o agente social responderá a estas nuevas oportunidades en función a sus propios intereses, desarrollando dife-rentes agendas políticas. Finalmente, se rompería así la concepción de organizaciones sociales monolíticas que responden de manera compacta a las situaciones de in-tercambio, abriéndose el espacio para conceptualizar el efecto de la interacción en la reorganización de las re-laciones sociales al interior de cada sociedad, así como entre ellas.

Incorporando trayectorias locales y regionales

Como ya se ha mencionado, es importante tener cui-dado de no mostrar a las sociedades como diacrónicas o temporalmente estáticas. Las instituciones, filiaciones y agendas políticas varían con el tiempo; las políticas locales y el imperio presentan ciclos temporales que deben ser estudiados (Schreiber 2005). Es importante para nosotros recuperar esta dimensión temporal de los contactos. Por consiguiente, asumir que la relación de los incas y los habitantes del valle de Cañete es un resultado y no un proceso en permanente transforma-ción, podría terminar ocultando aspectos relevantes del desarrollo socio-político de la sociedad local y de la so-ciedad expansiva. Las necesidades y estrategias contem-pladas por los incas al momento de entrar en contacto con el valle, en su primera época expansiva, habrían sido distintas a las presentes décadas después, cuando el control del área y la estructura social se encontraban más consolidados.

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La interacción de los incas en el valle de Cañete

Líneas arriba hemos señalado que la interacción de los incas con el valle de Cañete ha sido modelada sobre la base de las crónicas y otras fuentes etnohistóricas. Estas reconstrucciones parten de una serie de supuestos: a) la existencia de centralización política en el valle, pun-tualmente la presencia de dos señoríos políticamente independientes, b) la experimentación de una bonanza económica basada en la intensificación y el alto grado de especialización de las labores productivas, particular-mente de la pesca y la agricultura a través de los canales (Marcus 1987a, 1987b; Rostworowski 1989), c) la iden-tificación del sitio arqueológico de Cerro Azul como la fortaleza de El Huarco, correspondiente a una suerte de capital de al menos uno de estos señoríos y tal vez último reducto de la resistencia local, y d) la llegada de dos oleadas como parte de la intrusión inca, conquistan-do las chaupiyunga en un inicio para finalmente bajar a la costa propiamente dicha.

En el presente artículo, expondremos estos plantea-mientos, así como la evidencia empírica sobre los que se basan los mismos, para: 1) evaluar si existían efectiva-mente dos señoríos (Guarco y Lunahuaná), 2) caracteri-zar sus niveles de centralización política e independen-cia entre ellos, 3) establecer cuál habría sido el eventual centro de esta(s) organización(es) y si ésta(s) sería(n) de carácter político, religioso y/o administrativo, 4) enten-der el papel desempeñado por el sitio El Huarco - Cerro Azul, y 5) discutir las posibles fuentes de sustento de es-tas formaciones políticas; de este modo podríamos dar luces sobre la interacción entre los incas y el valle sin perder de vista las manifestaciones locales.

Geografía del valle de Cañete

El valle de Cañete se encuentra localizado 148 kilóme-tros al sur de Lima. El río que le da origen, uno de los ríos más largos y caudalosos de la costa central, con 220 kilómetros de recorrido, nace en la laguna Ticllacocha del distrito yauyino de Tanta, a 4 600 msnm. En esta esta región, su caudal es alimentado por lagunas y ne-vados. Siguiendo su curso de manera descendiente, el río Cañete adopta una orientación de Este a Oeste en el valle inferior (ONERN 1970).

A partir de sus cualidades geográficas, la parte baja del valle puede ser dividida en dos zonas: yunga y chaupiyun-ga. La costa o yunga comprende el cono de deyección localizado en los actuales distritos de Cerro Azul, San Vicente, San Luis e Imperial. Su margen norte presen-ta gran amplitud y agua permanente, con una extensión

que sobrepasa las 24 000 hectáreas de tierra cultivable. El clima es templado, con temperaturas que oscilan entre los 26 grados durante los meses de verano y 19 grados durante los meses de invierno. En esta zona se observan salientes rocosas o espolones que corresponderían a re-manentes de las cadenas montañosas (ONERN 1970).

La chaupiyunga, por su parte, se forma al inicio del cono de deyección previamente mencionado hasta los 2 000 msnm, comprendiendo los actuales distritos de Lu-nahuaná, Pacarán y Zuñiga. Esta zona se caracteriza por poseer un clima semicálido y seco. La topografía presenta áreas relativamente estrechas compuestas por cerros y quebradas que, colindando con el lecho del río, forman un solo nicho ecológico provisto de una gran acumulación de descenso aluviónico, desplazado durante las temporadas de lluvias (ONERN 1970).

El modelo etnohistórico de la ocupación inca en el valle de Cañete

María Rostworowski propone la presencia de dos seño-ríos o grupos sociales independientes en Cañete antes de la venida del Inca: los guarcos, ubicados en la parte baja del valle, y los lunahuanás, emplazados en la llamada chau-piyunga (Rostworowski 1989). En el valle inferior, los guar-cos aparentemente construyeron un sistema de canales que atravesó todo el cono de deyección. Esta infraestructura hidráulica permitió abastecer de agua a gran parte de la pla-nicie, aprovechando la margen norte, transformando la re-gión en una amplia zona productiva (Rostworowski 1989).

Si bien la información sobre los lunahuanás es limitada, las referencias etnohistóricas sugieren que su territorio habría comprendido los actuales distritos de Zúñiga y Pacarán, en la chaupiyunga del valle (Rostworowski 1989). Las fuentes escritas dejan entrever, asimismo, que este grupo contaba con algún grado de centralización polí-tica, ya que transmiten referencias sobre un curaca de-nominado Lunaguanay y sobre su pueblo Limas, que habría correspondido a la capital del cacicazgo. Incluso, registran noticias sobre las cuatro guarangas que confor-maban dicho señorío y sus relaciones con los pueblos vecinos (Rostworowski 1989: 101).

El modelo presenta así una dicotomía entre el curacazgo Guarco, independiente y guerrero, que mantenía con-flictos con gente de la sierra y otros grupos costeños aún antes de la llegada de los incas (Cieza 1984 [1551]), y el curacazgo de Lunahuaná, presentado como la otra cara de la moneda, un señorío pacífico y en armonía con sus vecinos. Este contrapunto entre los dos seño-ríos costeros es luego utilizado para modelar las estra-tegias incas de expansión. La estrategia inca en el valle,

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entonces, consistió en el control pacífico de Lunahuaná, en la chaupiyunga del valle. Para dominar a los aguerri-dos guarcos, en cambio, fue necesario que Túpac Yu-panqui realizara una campaña militar que duraría de 3 a 4 años. Como parte de las medidas adoptadas para sustentar esta larga campaña, los incas construyeron un “Nuevo Cusco” en el territorio de sus aliados lunahua-nás (Cieza 1984 [1551]), un campamento base que ha sido relacionado con el sitio arqueológico de Incahuasi (Hyslop 1985). Según otra versión, Guarco fue parte de una confederación de habitantes de los valles de Chilca, Mala y Cañete, encabezada por un solo curaca llamado Chuquimancu, quien dirigió la resistencia frente a los incas (Garcilaso 1960 [1609]). Llama la atención que en este segundo relato Guarco fuera presentado como algo más que la cabeza de un señorío local, formando parte de una organización política multi-valle; en todo caso, este señorío habría sido dominado a través de una ar-gucia ejecutada durante un evento ceremonial de pesca, actividad que entre los guarco tenía una doble conno-tación, económica y ritual. Como represalia, los incas castigaron a esta población, asesinando a los principales jefes locales y despojándolos de sus tierras (Acosta 1954 [1590]; Cobo 1956-1964 [1653], II).

Pedro Cieza de León señala que, tras esta conquista, los incas construyeron una fortaleza en la región sobre un cerro cercano al mar; por su estilo y magnitud construc-tiva, el cronista comparó este monumento con los edifi-cios característicos del Cusco (Cieza 1984 [1551]). Asi-mismo, afirma que dicha fortaleza tenía una escalera que daba hacia el mar. De esta información se deduce que podría tratarse del sitio arqueológico El Huarco, también conocido como Cerro Azul (Rostworowski 1989), el cual presenta un promontorio rocoso cubierto con fina mam-postería inca (asociada al acantilado que mira al mar) y una escalera que parece bajar hasta la orilla. Este sitio correspondería, entonces, al último reducto de la resis-tencia local. En el ámbito académico, se asume que este sitio ocupó un lugar central en la organización guarco, aunque no se ha definido con claridad cuál fue este rol (político, administrativo, religioso o la suma de todos).

Una vez establecido el dominio inca, el valle sufrió cam-bios en su estructura social. El traslado de poblaciones a las regiones subyugadas formaba parte de una práctica inca recurrente en territorios recién anexados; las fuentes históricas indican que diversos grupos foráneos llegaron a Cañete en calidad de mitmas, algunos grupos provenían de localidades vecinas, como Coayllo (valle de Asia) y Chincha, otros tenían un origen bastante más alejado, la costa norte peruana (Angulo 1921; Rostworowski 1989).

Resumiendo este recuento, el modelo etnohistórico asu-me que la presencia de centralización política en el valle tuvo un eje económico, basado en la intensificación y el alto grado de especialización de las labores producti-vas, en especial, la agricultura (aprovechando los canales San Miguel y María Angola) y la pesca (Marcus 1987a, 1987b; Rostworowski 1989). De otro lado, el sitio de Cerro Azul, identificado como la fortaleza de El Huar-co, sería una suerte de capital de al menos uno de estos señoríos y el último reducto de la resistencia local frente a la conquista cusqueña; la ocupación incaica reordenó socialmente la región (mitmas) como parte del proceso de consolidación (Rostworowski 1989: 90).

Los estudios arqueológicos del valle: el Catastro de Williams y Merino

Si bien los primeros reconocimientos arqueológicos del valle fueron realizados por estudiosos como Kroeber (1937), Wallace (1963) y Stumer (1970), fue recién en 1974 que estos tomaron la forma de un reconocimien-to sistemático. El Inventario, catastro y delimitación de sitios arqueológicos del valle de Cañete elaborado aquel año por Carlos Williams y Manuel Merino registra datos “duros” (identificación, localización, descripción y cronología relativa) sobre una importante cantidad de asentamien-tos distribuidos en una considerable área del valle, co-rrespondiente a 70 000 hectáreas. Se incluye un total de 163 sitios arqueológicos, de los cuales 85 se encuentran vinculados a los periodos prehispánicos tardíos (Inter-medio Tardío y Horizonte Tardío), estos últimos guar-dan especial interés para el presente trabajo.

Discusión: el patrón de asentamiento del valle de Cañete

A partir de los datos publicados por William y Merino, pasaremos a discutir el patrón de asentamiento del valle de Cañete, para ello tomaremos en cuenta el tamaño y ubicación de los sitios.

Es oportuno señalar que el empleo de estos datos pre-senta ciertas limitaciones, inherentes al estudio original de Williams y Merino; por ejemplo, algunos de los si-tios registrados son caracterizados como multicompo-nentes, es decir, exhibirían más de una ocupación. En nuestro análisis, los sitios que presentan ocupaciones de los períodos Intermedio Tardío e Inca son considerados dos veces, por separado, de este modo evitamos excluir sitios en alguno de estos períodos por el simple hecho de tener una continuidad ocupacional. Asimismo, la in-formación sobre la funcionalidad del sitio no ha sido

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En lo que respecta a la distribución de sitios en el valle (figura 3), observamos la existencia de cuatro sitios que claramente representan valores extremos dentro de la distribución. Uno de estos sitios, con casi 250 hectáreas, se asoma como un posible cen-tro poblacional: se trata de Cerro del Oro; debemos, sin embargo, tener presente que probablemente esta área incluya estructuras de dos componentes distin-tos y no necesariamente del mismo periodo (gran parte de la ocupación se remontaría a los períodos Intermedio Temprano - Horizonte Medio). La ocu-pación tardía se restringiría únicamente al cemente-rio, que representa el 10 % del área.

Esta distribución de sitios sugiere una sola ocupa-ción para todo el valle, con asentamientos jerar-quizados progresivamente y un grupo de sitios de mayor tamaño (de alrededor de 40 hectáreas o más) que ocupaban un lugar importante en el patrón de asentamiento del valle. Además, la distribución de estos sitios no parece indicar que hubieran estado rivalizando entre ellos, se habrían encontrado más bien jerarquizados a nivel del valle en su conjunto, generando duda sobre la posible existencia de dos señoríos en competencia.

Comparando la distribución de sitios en ambas par-tes del valle por separado (figura 4), vemos que estos se comportan de manera similar en términos de la distribución de sitios por tamaño de lo que se puede apreciar del valle en su conjunto. Lo que tomamos como un indicio más de que se trata en principio de un solo patrón de asentamiento tanto para el valle bajo como para el valle medio. El gráfico de bala (figura 5) muestra esta similitud y sugiere que es muy improbable que nuestros dos grupos de números vengan de dos patrones de asentamiento distintos. En términos estadísticos, es muy probable que los dos grupos correspondan a dos muestras del mismo universo.

incluida, toda vez que las funciones identificadas no parecen ser consistentes y, en nuestro concepto, no se encuentran adecuadamente definidas. Pese a las limitaciones del estudio, el tamaño de los sitios y su ubicación resultan suficientes para evaluar, de una manera general, los distintos modelos propuestos para el valle.

En base a estos datos podemos establecer, en primer lugar, la existencia de tres niveles jerárquicos o gru-pos de asentamientos en función a su tamaño (figura 2). El primer grupo, el más numeroso, es el integra-do por sitios pequeños que tienen áreas menores a una hectárea. El segundo grupo corresponde al de los sitios medianos, que tienen un área que oscila entre una y cuatro hectáreas. Finalmente, el último grupo es el que engloba a los sitios que presentan una extensión sobre las cuatro hectáreas, aquí iden-tificados como grandes. Sin embargo, dentro de este último grupo, la variación de los sitios va desde las cuatro hectáreas hasta las doscientas. Sospechamos que estos asentamientos grandes son los que habrían cumplido eventuales funciones de centralización po-lítica; la existencia de sitios con valores extremos en su extensión sugiere algún tipo de centralización, al menos a nivel poblacional.

Figura 3. Gráfico que muestra la distribución de sitios en el valle de Cañete de acuerdo a su tamaño. La caja representa la distribución promedio tamaño, y sus valores extremos

Figura 2. Gráfico de tallo y hoja mostrando la distribución de los tamaños de los sitios del valle de Cañete

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Figura 5. Gráfico de bala que muestra el promedio del tama-ño de los sitios en cada región

Figura 4. Gráfico que muestra la distribución de sitios en los sectores bajo (yun-ga) y medio (chaupiyunga) del valle de Cañete de acuerdo a su tamaño. Las ca-jas representan la distribución promedio tamaño, y sus valores extremos.

En el valle bajo (figura 6), dentro del área rela-cionada con el señorío Guarco, se registraron al menos 32 sitios tardíos (Williams y Merino 1974); algunos de estos asentamientos presentan una ten-dencia a construir complejos de edificios público-administrativos, asociados a un sistema de canales que iban aprovechando el máximo de tierras culti-vables (Stumer 1970: 24). Aparte de Cerro de Oro, existe evidencia (en base a su tamaño) de centra-lización poblacional alrededor del sitio Huacones - Vilcas o Vilcahuasi (80 hectáreas), que por su ta-maño es considerado como el más importante con-junto arquitectónico y probable centro de poder o capital guarco (Hyslop 1984; Williams y Merino 1974).

Otro sitio notable de la parte baja, localizado casi donde empieza el cono de deyección, en el límite entre el valle bajo y la chaupiyunga, es la Fortaleza de Ungará (40 hectáreas); este sitio estuvo asociado al control de bocatomas y canales (Harth-Terré 1933; Larrabure 1935 [1893]; Villar 1935). Pese a su im-portancia en las crónicas y su supuesto rol central, El Huarco - Cerro Azul (32 hectáreas) se ubica den-tro del nivel intermedio de sitios, ocupando un lugar relativamente secundario. La evidencia de arquitec-tura inca de gran factura en este asentamiento, sin embargo, sugiere que su principal rol no habría sido el de un centro poblacional o administrativo sino más bien el de un centro religioso-ritual. Similar fun-ción pudo haber cumplido la Fortaleza de Cancharí (2 hectáreas), tradicionalmente identificada como un palacio de elite (Harth-Terré 1933; Larrabure 1935 [1893]); si bien este sitio no presenta una gran exten-sión, posee notoria complejidad, lo que implicaría cierta importancia. El tercer grupo de sitios del valle bajo, correspondiente aproximadamente al 55% del total de sitios, se encuentra constituido por los asen-tamientos ocupados por la población común, ajena a las elites.

Subiendo por la chaupiyunga, el catastro de Williams y Merino reporta cerca de 55 asentamientos tardíos. Al igual que en el valle bajo, existe un mayor por-centaje de sitios tardíos en comparación a periodos anteriores. La población construyó asentamientos dispersos en ambas márgenes del valle emplazándo-se en terrazas aluviales, laderas y los conos de deyec-ción de las quebradas que conforma la chaupiyunga (figura 6).

Según datos del catastro, el asentamiento más gran-de del periodo Intermedio Tardío es el identifica-

do bajo la nomenclatura 10N03, conocido también como Larpa (figura 7); este sitio se encuentra inte-grado por diversos cuartos construidos con piedras y lajas, ocasionalmente presentan enlucidos de ba-rro. Debido a sus dimensiones, podría ser recono-cido como el centro más importante del señorío de Lunahuaná. Otro potencial candidato a ocupar la posición central en el patrón de asentamiento de la chaupiyunga es el sitio Quebrada Higuerón, que cuen-ta con cuartos, patios, una probable área funeraria y una estructura arquitectónica provista de colcas de aparente filiación inca. No existe un claro patrón jerarquizado más allá de estos sitios y, como ya lo hemos señalado, parecen haber estado integrados al patrón de asentamiento del valle bajo. Aunque presentan diferencias arquitectónicas: por un lado, existe la tradición denominada “serrana”, que consta de viviendas altas de piedra canteada y techos incli-nados, correspondientes a los sitios de la chaupiyunga asentados en las terrazas de los cerros; por el otro lado, una tradición costeña, de sitios hechos de tapia y adobes que se componen de cuartos, rampas y pla-zas (Engel 1987: 166).

Todo parece indicar que, con la llegada de los incas, no se experimentaron cambios drásticos en términos del patrón de asentamiento; como evidencia de ello, no se percibe una diferencia sustancial en el tamaño de los sitios pertenecientes al período Intermedio Tardío y aquellos del Horizonte Tardío (figura 8). Del mismo modo, la distribución de sitios parece ser muy similar en ambos periodos (figura 9), sugi-riendo que el sometimiento inca no habría implicado cambios drásticos en el sistema de asentamientos.

Siguiendo los planteamientos de Williams y Merino (1974), en el valle bajo los incas habrían reocupa-do los sitios costeños más importantes a nivel local, construyendo edificios sagrados de estilo imperial en lugares como Cerro Azul y Huacones. Este patrón, similar al de otras áreas de la costa central (para el valle de Lurín, ver Marcone 2010), invita a pensar en algún grado de control indirecto, en donde no era necesario o provechoso establecer centros admi-nistrativos, ni reformular las jerarquías de los sitios. El único asentamiento propiamente inca reportado en esta parte del valle es Herbay Bajo (1 hectárea), ubicado cerca al mar y en la desembocadura del río Cañete; sin embargo, este sitio debería ser entendido en relación a los de Cerro Azul y Huacones, ya que se encuentra estrechamente vinculado a ellos (Hys-lop 1984).

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La presencia inca en la chaupiyunga de Cañete incluyó la construcción de nuevos sitios. Según Williams y Meri-no, más del 50 % de los sitios tardíos en esta área pre-sentarían material e intrusiones incas, algunos de ellos como Incahuasi, con claras características administrati-vas. Por lo tanto, es fácil suponer la presencia directa, o relativamente directa si lo comparamos con el valle bajo, de una administración incaica.

El sitio de Incahuasi, ubicado en la quebrada de Luna-huaná, fue un imponente centro administrativo inca; se ha propuesto que ocupó la cima de la jerarquía de asen-tamientos regionales y que reflejaría un fenómeno de urbanismo obligado identificado en otras áreas andinas

subyugadas por el Tawantinsuyu (Hyslop 1985; Morris 1972). Otros asentamientos incas de importancia son Cruz Blanca (60 hectáreas), Caltopa (25 hectáreas), Con Con (20 hectáreas), Cascajal (15 hectáreas), entre otros. Cabe destacar la existencia de gran cantidad de sitios in-cas de menor tamaño (al menos unos 13). La mayoría de estos asentamientos forma parte de un sistema inca de colcas, que en este último tiempo ha recibido la atención de algunos investigadores de Qhapaq Ñan - Sede Na-cional, del Ministerio de Cultura (Casaverde en este vo-lumen; Casaverde y López 2011; Díaz en este volumen).

Es importante señalar que el valle de Cañete se veía cor-tado por el camino inca o Qhapaq Ñan y que los sitios mencionados anteriormente se encontraban integrados a la red que este camino formó en la región. Valle arri-ba, el Qhapaq Ñan recorría las zonas alta y media de Cañete; en el valle bajo, se encontraba con el camino proveniente de la quebrada de Topará. Este último, co-rrespondiente a la vía de conquista de los guarcos de acuerdo al modelo etnohistórico (Casaverde y López 2011; Hyslop 1984), permitía la comunicación con los centros chincha.

En resumen, los patrones de asentamiento de la yunga y chaupiyunga del valle de Cañete exhiben similitudes y dife-rencias. En primer lugar, en ambas áreas, las distribucio-nes de sitios de acuerdo a su tamaño son similares, esto vendría a rebatir la hipótesis del modelo etnohistórico que sostiene la existencia de dos señoríos comarcanos básicamente independientes. En segundo lugar, la llega-da de los incas a la región no parece haber transformado sustancialmente el patrón de asentamiento en ninguna de las dos áreas, aunque en base a la cantidad y calidad de sitios con filiación incaica reportados, es factible su-poner que la presencia cusqueña en la parte alta fue más fuerte e inclusive anterior a la del valle bajo, lo que esta-ría reflejado en la construcción de sitios incas, la instala-ción de un sistema de almacenamiento y la presencia de caminos. En un segundo momento (de consolidación), cuando los incas llegan a la parte baja, reocuparon los asentamientos locales más importantes, imponiendo en ellos algunos edificios incas y manipulando, quizás, algu-nas creencias locales; la construcción de una plataforma inca en el acantilado de Cerro Azul podría haber forma-do parte de este manejo de los cultos locales.

Esta revisión del patrón de asentamiento a partir del tra-bajo de Williams y Merino nos deja interrogantes sobre las dinámicas de grupos locales y nos muestra, una vez más, la necesidad de abordar este tipo de agendas de investigación que permiten observar el impacto y los cambios experi-mentados por las sociedades de Cañete tras la llegada inca.

Figura 8. Gráfico de bala que muestra la diferencia en las dimensiones de los sitios pertenecientes a los períodos In-termedio Tardío y Horizonte Tardío (Inca)

Figura 9. Comparación de la distribución de los sitios per-tenecientes a los períodos Intermedio Tardío y Horizonte Tardío (Inca). Las cajas representan la distribución prome-dio tamaño, y sus valores extremos

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El Huarco - Cerro Azul

El sitio arqueológico El Huarco, también conocido como Cerro Azul, se encuentra ubicado en el lito-ral del actual distrito de Cerro Azul, provincia de Cañete – región Lima (figura 10), y es uno de los asentamientos asociado al camino longitudinal de la costa que integra el Qhapaq Ñan o Sistema Vial Inca (Hyslop 1992).

Con una extensión aproximada de 32 hectáreas, el sitio se levanta parcialmente sobre un promontorio rocoso que forma la bahía de Cerro Azul. Está com-

puesto por los cerros Centinela, en el sur, y El Fraile, en el norte. Hacia el lado este se observa el cerro Camacho, un promontorio natural que presenta te-rrazas artificiales en su contorno. Asimismo, al ini-cio de su pendiente, encontramos un área que podría considerarse un cementerio. Entre los cerros Cama-cho, Centinela y la línea del litoral, encontramos una depresión donde se emplaza una posible plaza ro-deada de un grupo de edificios construidos a base de tapia y adobes. El Huarco - Cerro Azul es uno de los escasos sitios arqueológicos que ha sido investigado sistemáticamente en el valle Cañete.

Figura 10. Plano general del sitio arqueológico El Huarco - Cerro Azul, valle de Cañete (elaborado por Gerardo Quiroga Díaz)

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Foto 1. Ortofoto y vista panorámica (norte-sur) del sitio arqueológico El Huarco - Cerro Azul (fotos por Erik Maquera Sánchez y Rodrigo Areche Espinola)

Foto 2. Vista panorámica (sur-norte) del sitio arqueológico El Huarco - Cerro Azul (foto por Erik Maquera Sánchez)

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Viajeros y estudiosos

Las primeras referencias sobre este asentamiento pro-vienen de estudiosos como Eugenio Larrabure y Ernst Middendorf. El primero de ellos describió una serie de edificios con grandes murallas, construidos en base a tapia o adobones, situados cerca de la línea de playa; también resaltó las construcciones de piedras labradas en la cima del acantilado. Fue Larrabure quien por primera vez identificó este acantilado como la fortificación que, de acuerdo a diferentes crónicas, los incas mandaron edi-ficar tras la conquista del valle (Larrabure 1935 [1893]: 323-332); asimismo, destacó la posible presencia de una muralla que defendía el valle, restringiendo su ingreso. Este muro pasaba por la ladera de los cerros, empezaba en Cerro Azul para luego tomar un rumbo noroeste-su-roeste, pasando por diversos sitios del valle bajo.

Middendorf realizó un recorrido por Cañete en el año 1887. Al llegar al puerto de Cerro Azul, el viajero ale-mán reportó la existencia de restos de muros de adobes con nichos trapezoidales en la cima del cerro El Fraile; de acuerdo a su testimonio, estos muros formaban par-te de una antigua fortificación que, por sus caracterís-ticas, se asemejaba al Templo del Sol de Pachacamac. Middendorf relacionó los restos de los edificios obser-vados con las referencias históricas del cronista Cieza de León sobre la fortaleza mandada a construir por los incas (Middendorf 1973 [1894]: 90-91).

Intervenciones arqueológicas

En 1925, Alfred Kroeber visitó el valle y realizó es-tudios en los sitios de Cerro del Oro y Cerro Azul. En Cerro Azul elaboró un croquis y una zonificación general del asentamiento (Kroeber 1937). En las “que-bradas” identificadas por él con los números 1, 5, 5a, 6, 8 y 8a, limpió algunas estructuras funerarias, recu-perando el material que le permitió reconocer la ocu-pación tardía del sitio y proponer la existencia de una cultura Cañete Tardío. Kroeber destacó las similitudes existentes entre el estilo alfarero de esta cultura y la ce-rámica proveniente de las excavaciones efectuadas por Max Uhle en los sitios de Tambo de Mora y Centinela, en Chincha.

En la década de 1980, un equipo de la Universidad de Michigan encabezado por Joyce Marcus, junto a María Rostworowski y Ramiro Matos, realizaron investiga-ciones en Cerro Azul que incluyeron excavaciones ar-queológicas. El sitio fue escogido para este estudio por diversas razones: existía la posibilidad de que se tratara de la Fortaleza de Huarco mencionada en las crónicas;

se contaba con los datos cronológicos recuperados por Alfred Kroeber y, finalmente, se podría evaluar la posi-ble especialización pesquera de los pobladores de Cerro Azul, lo que confirmaría algunas de las hipótesis de Ma-ría Rostworowski sobre la organización económica de la costa pre-hispánica (Marcus 1987a, 1987b).

Marcus centró su estudio en la organización económica y política de grupos costeños, y la interacción de estos con el Estado expansivo Inca, asumiendo que la espe-cialización de grupos costeños tuvo lugar mediante una progresiva jerarquización social donde los líderes diri-gían el flujo e intercambio de productos. En el caso de los guarco, se formuló la interrogante si la especializa-ción económica fue impuesta a la llegada de los incas o si se remontaba algún tiempo atrás (Marcus 1987 a, 1987 b; Marcus et al. 1999).

Siguiendo la designación de Kroeber y enumerando las nuevas edificaciones, Marcus intervino los edificios D y 9, ubicados en la depresión localizada entre los cerros Camacho, Centinela y la línea de playa. El Edificio D es considerado un complejo de elite con instalaciones de almacenamiento, para el secado de pescado, áreas de trabajo con accesos restringidos, cocina y un patio que recibía las caravanas de llamas para posible intercambio de productos (Marcus 1987a, 1987b, 2008).

El Edificio 9, por su parte, fue construido en una eleva-ción natural ubicada a 20 metros de distancia del edificio D. Su función estaría relacionada directamente al alma-cenamiento de pescado seco, ya que la mayoría de habi-taciones parecen corresponder a lugares de acopio. De igual forma, la existencia de una vivienda de quincha en este edificio sugiere la antigua presencia de un ocupante responsable de administrar el flujo de productos dentro y fuera del edificio (Marcus 1987a, 1987b).

El análisis y la comparación de materiales provenientes de los basurales encontrados en los edificios de tapia intervenidos (edificios D y 9), evidenciaron el acceso diferenciado a determinados recursos entre sus ocupan-tes. Por ejemplo, en lo que respecta al acceso a la carne de camélido y a algunas especies de pescado, la elite del Edificio D consumió camélidos enteros y mostró ma-yor preferencia por la sardina, la corvina y el róbalo; en contraste, los ocupantes del Edificio 9 debieron confor-marse con el consumo de charqui y de peces como el mismis, mojarrillas y bagre (Marcus et al. 1999).

Los doce fechados radiocarbónicos practicados por Marcus en los basurales localizados dentro de los edi-ficios D y 9 y los pozos de prueba realizados en las quebradas 5, 5a, y 6 del cerro Camacho, establecen

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que la ocupación guarco o Cañete Tardío tuvo lugar en el lapso comprendido entre los años 1300 y 1470 d.C., este último vinculado a la conquista inca de la región. Sin embargo, la referida investigadora ha seña-lado que el sigma de los fechados es grande y que se-ría necesario observar los cambios en la cerámica para esclarecer la transición entre los períodos Intermedio Tardío y Horizonte Tardío (Marcus 2008: 26).

Otro sector excavado fue el identificado como “Inca”, en el se intervinieron las estructuras 1 y 3, encontra-das en la cima de los cerros El Fraile y Centinela, res-pectivamente. La Estructura 1 muestra características típicamente incas y fue construida con adobes y ele-mentos arquitectónicos tales como un espacio público con nichos trapezoidales (Recinto 9), un mirador po-siblemente relacionado a ritos marinos, y un grupo de depósitos, pasadizos y aposentos con acceso restringi-do (Marcus et al. 1985). La Estructura 3 es un edificio de planta oval con una rampa de acceso en su lado norte; aquí se identificaron al menos dos momentos constructivos, con cimientos elaborados a partir de hileras de sillar y mampostería asociada a la arquitec-tura imperial inca (Marcus et al. 1985). Este edificio es considerado parte de la fortaleza mandada a edificar tras la conquista inca en Cañete, según los documentos históricos.

Marcus y su equipo proponen que el fenómeno de especialización en Cerro Azul ocurrió de arriba hacia abajo, es decir, la fundación del sitio habría estado a cargo de una elite administrativa que regulaba el tra-bajo y los productos de una serie de pescadores. Así, El Huarco se entendería mejor dentro de un contexto de una red interdependiente de actividades económicas dirigidas por una jerarquía de administradores (Marcus 1987a, 1987b).

En su última publicación, Marcus confirma la simili-tud estilística, morfológica y en el tratamiento de su-perficies que comparten las vasijas encontradas en Ce-rro Azul y aquellas procedentes de Chincha e Ica. En términos socioculturales, las similitudes de la alfarería de Cañete, Chincha y en menor grado en Ica, se expli-carían a partir de la presencia cercana de un centro de peregrinaje u oráculo llamado Chinchaycamac, posi-ble hijo de Pachacamac, según fuentes etnohistóricas. Marcus propone que los grupos locales durante el In-termedio Tardío fueron autónomos, pero mantenían ciertas relaciones políticas, económicas y militares sus-tentadas parcialmente en contenidos religiosos, lo que explicaría la similitud de las vasijas (Marcus 2008: 317).

El Huarco, el camino inca y la sacralización del paisaje

La sacralización del paisaje formó parte de las estra-tegias de poder utilizadas por los incas. En varias re-giones los incas manipularon diversas creencias, dei-dades o cultos locales en función de sus intereses y proyectos con las comunidades incorporadas bajo su dominio (Acuto 2005; Eeckhout 2004; Stanish 2001). Por ejemplo, se ha propuesto que siendo Pachacamac considerado un santuario de importancia para las po-blaciones locales y constituyéndose posiblemente en el eje político ychsma, al caer bajo el control inca, adqui-rió una importancia a escala pan regional (Eeckhout 2004; Shimada 1991).

Los incas captaron estos lugares sagrados y constru-yeron todo un complejo de peregrinación buscando legitimidad ideológica (Bauer y Stanish 2001; Stanish 2001). Este mecanismo de consolidación del poder po-lítico y religioso a través de la sacralización del paisaje también puede ser rastreado en los valles de la costa central. El trabajo de Carlos Campos (2010) da cuenta de ello, proponiendo que esta práctica se relacionaría al culto de Pachacamac y quedaría evidenciada por la construcción de edificios sagrados en los acantilados asociados al mar en los valles de la costa centro sur. Por ejemplo, en el valle de Chilca es mencionado el sitio de Cerro Bandurria, asentado en un promontorio natural y orientado al mar (pensamos, sin embargo, que este edi-ficio podría ser anterior a la conquista inca de la región). En el valle de Mala figura El Salitre, que presenta igual-mente una edificación inca sobre un cerro en directa asociación al mar. Para el caso de Cañete, se cuenta con el sitio de El Huarco - Cerro Azul, que también com-parte características similares ya que sus edificios incas se encuentran localizados en dos promontorios natura-les, los cerros Centinela y El Fraile, y se ven asociados directamente al mar.

La jerarquización social impuesta por los incas y su legi-timación a través de la apropiación de espacios impor-tantes, integrados a una escala pan regional a través del Qhapaq Ñan, podría brindarnos alcances sobre los ci-clos socio políticos de expansión y consolidación inca.

Discusión

En este artículo hemos examinado, utilizando la evi-dencia etnohistórica y arqueológica publicada, una serie de supuestos sobre las sociedades prehispánicas del valle de Cañete y sobre cómo estas interactuaron con los incas. Estos supuestos son: 1. que Guarco y Lunahuaná fueron efectivamente dos señoríos; 2. que ambos tuvieron altos niveles de centralización política

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e independencia respecto al otro; 3. que la ocupación inca en la región habría tenido, al menos, dos momen-tos, correspondientes a las diferentes etapas de con-quista de cada uno de estos señoríos; 4) que en el caso de los lunahuaná, grupo aliado de los incas, el control cusqueño habría conllevado, al menos parcialmente, un remplazo de las estructuras políticas, esto a pesar de que el modelo clásico prescribiría una presencia indi-recta; en el caso de los guarco de la parte baja del valle, en cambio, la conquista violenta y posterior represión por parte de los incas habría obligado a un remplazo de las élites locales y al reasentamiento de mitmas, lo que en los modelos tradicionales equivaldría a una do-minación directa o fuerte; y finalmente, 5. que Cerro Azul, correspondería al sitio Guarco mencionado en las crónicas coloniales y que este asentamiento habría tenido una importancia central en el escenario político del valle.

Al compulsar el registro arqueológico con estos su-puestos cimentados en las fuentes escritas de los siglos XVI y XVII, podemos constatar las siguien-tes realidades:

1. Los supuestos dos señoríos mencionados en las crónicas no resultan visibles en el patrón de asen-tamiento establecido por Williams y Merino para el valle; este último sugiere más bien que se trataría de una sola entidad política.

2. Si bien pudo reconocerse cierta evidencia de centrali-zación política, no habría existido un solo centro en el sentido clásico de capital; quizás existió más de un centro, de acuerdo a las distintas funciones que cada sitio podía desempeñar.

3. Si bien la presencia inca en el valle de Cañete, efec-tivamente, refleja dos momentos, estos no parecen haber estado ligados a una conquista sucesiva de se-ñoríos independientes, sino más bien a una relación cambiante entre la(s) manifestación(es) local(es) y el Imperio. Pensamos que el proceso de expansión inca en el valle de Cañete solo podrá ser entendido a cabalidad en la medida que integremos, de forma contextual, el escenario local con la arena regional.

4. Pese a lo sugerido por las fuentes etnohistóricas, la evidencia arqueológica refuerza la idea de que la conquista de los guarco fue más sutil y menos intru-siva que la conquista de los lunahuaná.

5. Es difícil sostener que El Huarco-Cerro Azul hubiera sido el centro o capital de una formación política, no es el sitio de mayores dimensiones del valle, tampoco presenta notables características militares o políticas. Aparentemente, su importancia habría radicado en el ámbito ritual-religioso, esto contradice parcialmente las hipótesis de Marcus sobre especialización econó-mica. Desde luego, resultaría desatinado asumir que los aspectos políticos, económicos y religiosos eran necesariamente excluyentes entre sí; sin embargo, el tratamiento dado por los incas a su llegada al sitio - construcción en manufactura inca sobre el acantilado - puede darnos una perspectiva distinta de la impor-tancia del sitio a la que propone Marcus. El Huarco parece haber formado parte de la sacralización del paisaje realizada por los incas en la costa central y de una red de asentamientos religiosos instalados en la región.

A partir de las ideas discutidas líneas arriba, podemos concluir que, probablemente, la relación entre los incas y las formaciones políticas locales del valle de Cañete habría sido cambiante, por lo que resultaría infructuoso examinarla desde una perspectiva atemporal. Esto con-lleva, asimismo, un claro disentimiento con los modelos directo e indirecto.

La evidencia arqueológica nos muestra, aparentemente, una situación de mayor presencia y control inca en la chaupiyunga, pese a que las crónicas mencionan a los lu-nahuanás como incorporados de manera pacífica y a los guarcos conquistados brutalmente. Consideramos que el patrón de asentamiento refleja una imagen contraria a la presentada por estos modelos dicotómicos.

Estas interpretaciones necesitan ser confirmadas con nuevos datos que nos permitan entender cabalmente la relación mantenida por los incas con las sociedades locales del valle. Lejos de ser inferencias concluyentes, estas percepciones constituyen el punto de partida para el programa de investigación a mediano plazo que Qha-paq Ñan – Sede Nacional del Ministerio de Cultura ha comenzado a desarrollar en el valle de Cañete, puntual-mente en el sitio arqueológico El Huarco-Cerro Azul, esto con el objetivo inicial de entender su secuencia ocupacional y sus características funcionales.

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El valle de Cañete, pp. 48-68Marcone Flores y areche espinola Detalle de una de las columnas arquitectónicas cilíndricas del sitio arqueológico Incahuasi, en el distrito de Lunahuaná, valle de Cañete (foto: Ernesto Lázaro Torres)

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Estrategias de la ocupación tardía en la cuenca baja del río Cañete: una propuesta desde la ecología cultural

Favio RamíRez muñoz*

Resumen

Este artículo presenta nuevas propuestas sobre la ocupación prehispánica tardía en la cuenca baja del río Cañete, ba-sadas no solo en el estudio de los sitios arqueológicos, sino también del medio ambiente, los rasgos arqueológicos del paisaje y el actual registro etnográfico de la zona de estudio, ello con la finalidad de mantener un enfoque ecológico cultural que, a partir de un análisis interdisciplinario, permita aproximarnos a comprender los ecosistemas en los que se desarrollaron aquellos grupos sociales que ocuparon este territorio durante los períodos Intermedio Tardío y Hori-zonte Tardío.

A lo largo del estudio resulta una constante el cruce de variables cualitativas a partir de la recopilación de datos arqui-tectónicos, geográficos, ecológicos, etnobotánicos, etnohistóricos y antropológicos, partiendo siempre de una breve presentación de los antecedentes arqueológicos de aquellos investigadores que han precedido nuestro trabajo en el área estudiada.

Palabras clave

Arqueología de Cañete, arquitectura inca, ecosistema arqueológico, aprovechamiento prehispánico de recursos

Late Occupation strategies in the lower Cañete River Basin: a proposal from Cultural Ecology

AbstractThis paper presents new proposals on late prehistoric occupation in the lower basin of the Cañete River, based not only on the study of archaeological sites but also environmental, archaeological landscape features and current ethnographic record of the study area. These proposals are raised in order to maintain an ecological cultural approach that from an interdisciplinary analysis approach allows to understand the ecosystems in which local social groups lived during Late Intermediate and Late Horizon periods.

Throughout the study is a constant crossing of qualitative variables from the collection of architectural, geographical, ecological, ethnobotanical, ethnohistorical and anthropological, always starting with a brief presentation of the archaeological history of those researchers who have preceded our work in the study area.

KeywordsCañete archaeology, Inca architecture, archaeological ecosystem, prehispanic use of natural resources

* E-mail: [email protected]

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Introducción

El presente artículo expone el estado de la cuestión so-bre las ocupaciones prehispánicas tardías en la cuenca baja del río Cañete, planteando una serie de hipótesis sustentadas en un enfoque ecológico de investigación; esta aproximación empezó a prefigurarse en el año 2011 con la ejecución del primer Proyecto de Investigación Arqueo-lógica Pacarán 01 y se vería desarrollada en subsiguientes prospecciones a la cuenca baja del río Cañete. El empleo de una perspectiva interdisciplinaria en el análisis de los datos, que conllevó la interacción de conocimientos pro-venientes de los campos de la etnohistoria, etnobotánica, antropología, geología, arquitectura y ecología durante todo el proceso de acopio informativo, ha permitido arri-bar a conclusiones de alcance medio que podrían generar posteriores debates sobre la zona de estudio, referidos principalmente al manejo del agua, el aprovechamiento de suelos y especies silvestres, y las implicancias que las nuevas tecnologías habrían tenido en la complejización social y el desarrollo de entidades políticas en la región.

A diferencia de otras investigaciones, nuestro estudio se focaliza en el manejo de una cuenca, es decir, en los prin-cipios y métodos desarrollados por una sociedad para el uso racional, integrado y participativo de los recursos naturales de su cuenca hidrográfica, correspondiente en nuestro caso a la sección baja del río Cañete, provista de diversos ecosistemas. Es oportuno señalar que bajo el término “ecosistema” nos referimos a cada sistema con-formado por un conjunto de organismos vivos y el medio físico donde se relacionan, constituyendo una constante de interacciones que afectan de alguna manera a todas las partes que lo componen. Respecto a estas dinámicas ca-denas de interdependencia, en su estudio sobre las socie-dades tardías de Cieneguilla, Giancarlo Marcone escribe:

[…] nos quedamos mirando la adaptación al me-dio ambiente como un resultado cultural y no hemos indagado sobre cómo la historia humana es una interacción dinámica de ida y vuelta entre el hombre, su medio cultural y su medio ambien-te. El hombre se adapta a su medio ambiente, al adaptarse lo transforma y origina así nuevas adaptaciones que a su vez vuelven a transformar-lo (Marcone 2004: 718).

En la cuenca hidrográfica de Cañete, las transformacio-nes geográficas por causas sociales han sido el principal factor de interacción ecológica, entre estas transforma-ciones podemos mencionar la ampliación de espacios agrícolas con la construcción de andenes en las laderas de pendiente pronunciada, la ampliación de áreas agrícolas con los canales de regadío, la captación y acumulación de

agua en represas, el mejoramiento de pastos mediante la rotación del ganado, entre otras transformaciones de zo-nas estériles en espacios productivos utilizados de mane-ra responsable bajo una planificación de su uso como re-curso. Existe, por consiguiente, la necesidad de estudiar no solo los sitios arqueológicos sino también el territorio en el que se asientan, cabe aquí citar lo mencionado por Gonzalo Ruiz y Francisco Burillo en relación a la inves-tigación del territorio: “El territorio es un espacio socia-lizado y culturizado donde transcurren las relaciones de las sociedades humanas, y por lo tanto se convierte en producto mismo de ellas, permitiendo con su análisis la lectura de las mismas” (Ruiz y Burillo 1988: 46).

Considerando que para comprender el proceso histórico de una sociedad es primordial entender los ecosistemas en los que esta se desarrolló y emplazó sus asentamien-tos, decidimos ampliar la visión geográfica del área de es-tudio siguiendo fundamentalmente el enfoque de cuenca y no la tradicional división del valle por zonas (baja, me-dia y alta); esta última, sin embargo, será ocasionalmente empleada para facilitar la comprensión del lector y el aná-lisis comparativo con planteamientos de otros autores.

Aspectos geográficos de la zona de estudio

La cuenca del río Cañete tiene una extensión de 6 192 ki-lómetros cuadrados desde la cordillera occidental de los Andes hasta el nivel del mar; la sección estudiada en este artículo corresponde a la cuenca baja, ubicada en el depar-tamento de Lima, en la costa sur central del Perú. La cuenca baja de Cañete abarca el valle medio, el valle bajo y el litoral.

En esta sección, el río discurre de noreste a suroeste hasta su desembocadura en el Océano Pacífico; el agua del río es utilizada principalmente para el riego de los cultivos y para el uso doméstico en zonas urbanas y rurales. La pre-cipitación en el valle bajo llega a 27.9 milímetros anuales, mientras que en el valle medio asciende a solo 200 milí-metros; estos escasos volúmenes de lluvia no contribuyen de manera significativa en las descargas del río, a diferen-cia de lo que sucede en la cuenca media y alta, en donde se aprecian mayores precipitaciones, sumándose una serie de micro cuencas, lagunas altiplánicas y nevados cuyas aguas contribuyen de manera eficiente al caudal del río.

El valle medio se inicia a los 1 970 msnm y abarca los distritos yauyinos de Chocos, Allauca, Catahuasi y Pu-tinza, así como los distritos cañetanos de Lunahuaná, Pacarán y Zúñiga. La región se caracteriza por ser una zona árida, rodeada de cadenas montañosas de relieve escarpado, de clima seco y condiciones térmicas favo-rables para la agricultura durante todo el año. Tiene un

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mayor número de días de sol que el resto del valle y de la cuenca, con viento secante que se siente durante todo el año. En el lecho del río crecen abundantes matorrales de caña brava, aprovechados para la construcción de vi-viendas precarias y para la confección de cestos. El valle medio es largo y estrecho, conformado por una sucesión de cerros arcillosos y rocosos con taludes que contienen piedras sueltas y cascajo; en sus conos de deyección se ob-servan continuos deslizamientos aluviónicos que ocurren durante el verano.

El valle bajo inicia en la sección inferior del anexo de Socsi (distrito de Lunahuaná) y se extiende hasta el límite con el litoral, abarcando los distritos de Nuevo Imperial, Im-perial, Quilmaná, San Luis, San Vicente y Cerro Azul. Se trata de un espacio más amplio y plano en comparación al valle medio; es además la zona de la cuenca que presen-ta la mejor calidad de tierras agrícolas, aprovechadas para el cultivo mediante sistemas de irrigación artificial desde tiempos prehispánicos. Posee un clima húmedo y nublado durante el invierno con escasas garúas. Su humedad atmos-férica alcanza porcentajes elevados debido a la acción de las brisas marinas. En algunos espacios desérticos de Quilma-ná y Nuevo Imperial se observa la formación de lomas en época de neblinas. Estos ecosistemas conformaban exten-sas áreas en tiempos prehispánicos y suministraban flora y fauna silvestre; en la actualidad, se ven reducidos a peque-ños espacios debido a la disminución de la napa freática, el calentamiento global, la depredación por parte del pastoreo de bovinos y caprinos (cuyos desplazamientos deterioran la superficie de las lomas) y el crecimiento poblacional.

Al traspasar el valle bajo se ingresa al litoral, región que abarca el extremo oeste de los distritos de Cerro Azul, San Luis y San Vicente, con tierras salinizadas inútiles para la agricultura pero con una gran riqueza de recursos marinos. Esta extensa área, no delimitada por las laderas de los ce-rros, constituye una franja de interacción directa entre los sistemas terrestres y marinos que genera un ecosistema di-ferente al del valle bajo; presenta playas de cantos rodados, originadas por el socavamiento del mar sobre depósitos de conglomerados aluviales. Asimismo, se observan playas de arena con coberturas profundas, formadas a partir de la deposición de arenas de origen marino. También se ob-servan espacios intercalados por zonas rocosas o peñascos donde revientan las olas, hábitat de diversas especies de moluscos y crustáceos recolectados para el consumo.

Análisis ecológico-cultural

Antes de abordar el análisis de la cuenca baja del río Ca-ñete consideramos oportuno precisar que el objetivo de nuestro estudio fue comprender las interacciones de las poblaciones prehispánicas tardías correspondientes a la

sociedad guarco y su posterior anexión al Estado Inca; por tal motivo, no se tomó en cuenta el espacio geográfico comprendido por los distritos de Chocos, Allauca, Cata-huasi y Putinza, ya que existen fuertes indicios de que esta sección del valle medio estuvo ocupada por grupos yau-yos desde, por lo menos, el período Intermedio Tardío.

Asimismo, pese a que consideramos que los sitios de In-cahuasi, El Huarco - Cerro Azul y la Fortaleza de Ungará poseen particular importancia para la comprensión ar-queológica del período que nos interesa, sobre todo por la posibilidad de hallar en ellos una ocupación continua del Intermedio Tardío al Horizonte Tardío, no hemos considerado necesario explayarnos aquí en su caracteri-zación; por el momento, focalizamos nuestra atención en los sitios menos conocidos en la literatura arqueológica.

Siguiendo con la propuesta metodológica planteada, la in-vestigación utilizó tres niveles de análisis. El primero fue el análisis intrasitio, referido al estudio del interior de un sitio arqueológico para comprenderlo como una unidad básica. El segundo fue el análisis intersitio, entendido como la com-paración entre sitios arqueológicos ubicados en la zona de estudio. Y por último el análisis ecológico, concerniente a la re-lación de los sitios arqueológicos con su entorno inmediato.

Resumen de los datos analizados

Iniciaremos este análisis comprendiendo la sociedad guar-co y sus posibles límites espaciales como unidad política. Al respecto, la literatura arqueológica registra que este grupo estuvo asentado en la sección más plana del valle bajo y en su litoral. Eugenio Larrabure y Unanue (1893), por ejem-plo, señala la presencia de una muralla que correspondería a la delimitación física de la entidad política Guarco para el Intermedio Tardío, dicha delimitación habría protegido sus límites norte y este, mientras que en el sur y oeste los límites se encontraban marcados, respectivamente, por el cauce del río y el mar. A partir del asesoramiento etnohistó-rico de María Rostworowski, Joyce Marcus (2008) reafirma dichos límites y, como muchos otros autores, se refiere a la sociedad guarco calificándola de “señorío”, siguiendo una terminología adquirida del evolucionismo lineal para el en-tendimiento de la complejización de las sociedades. Al igual que Marcus, diversos investigadores han validado dicho límite basándose frecuentemente en las descripciones de los sitios más conocidos localizados dentro de este espacio, tales como El Huarco - Cerro Azul, Cancharí y Ungará.

Tras haber realizado una prospección de la cuenca baja del río Cañete, nos permitimos proponer como territo-rio de aquella entidad política el espacio geográfico que se extiende desde la zona de Zúñiga hasta el nivel del mar,

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la ocupación de esta región habría permitido el control de por lo menos tres ecosistemas (los valles medio y bajo así como el litoral), implicando el aprovechamiento de espa-cios agrícolas, zonas desérticas, lomas, pequeños bosques y recursos marinos. Esta propuesta se encuentra basada en la dispersión de fragmentos de cerámica de estilo Guar-co hasta la zona de Zúñiga y en la presencia de una serie de canales posiblemente arqueológicos cuyas bocatomas principales se ubican fuera de los límites de la supuesta muralla de delimitación. Al analizarse el croquis elaborado por Larrabure en 1893, puede observarse la existencia de un canal denominado por aquel entonces “acequia Que-brada de la Imperial” localizada fuera del supuesto límite territorial. De igual manera, dicha sociedad tuvo la necesi-dad de controlar la fuente del ihuanco o torrente que irriga-ba los terrenos de los actuales distritos de San Luis y Cerro Azul; el origen del ihuanco se ubicaba en una quebrada del distrito de Nuevo Imperial, fuera del supuesto límite.

Otro aspecto que no fue tomado en cuenta por Larrabure al proponer su delimitación, debido al escaso conocimien-to que a fines del siglo XIX se tenía sobre la arqueología de Cañete, es que la referida muralla deja fuera al complejo arqueológico Cerro del Oro, el cual presenta una ocupa-

ción guarco del Intermedio Tardío, reflejada en una fase constructiva. En todo caso, hasta el momento no se cuen-ta con antecedentes arqueológicos para el ámbito andino de delimitaciones territoriales extensas que cierren el espa-cio de toda una sociedad.

Surge entonces la pregunta ¿cuál habría sido la verdadera función de la hipotética muralla de delimitación del terri-torio guarco? Para resolver este problema es necesario volver a revisar el croquis elaborado por Larrabure; en él se observa que al lado derecho de la muralla se proyecta paralelamente un camino, esta disposición nos lleva a pro-poner que la supuesta muralla no sería más que un com-ponente arquitectónico del camino, es decir, se trataría de un camino delimitado por un muro lateral.1 Si bien es posible que la construcción del muro fuera una formaliza-ción adquirida durante el incanato, suponemos que el ca-mino ya existía desde el período Intermedio Tardío. Esta última idea se sustenta en el hecho de que, tal como se observa en el referido croquis, el trazo del camino conecta importantes asentamientos que presentan una ocupación del Intermedio Tardío (El Huarco - Cerro Azul, Cerro del Oro, Huaca Chivato y Ungará), sucedida por otra corres-pondiente al incanato.

1 El muro lateral del camino podría cumplir la función de evitar el paso de los camélidos hacia los campos de cultivo aledaños durante el tránsito de caravanas.

Figura 1. “Croquis del Antiguo Valle del Huarcu”, según Eugenio Larrabure y Unanue (1935). (1) Fortaleza de Cerro Azul, (2) Pa-lacio de Cerro del Oro, (3) Huaca Chivato, (4) Fortaleza de Hungará, (5) Fortaleza de Palo, (6) Palacio de Herbay, (7) Palacio de Cancharí, (8) Venta de Manta, (9) Templos del Sol, (10) Tambo de Lloclla, (14) Paso de las Ovejas, (16) Tierras de la Fortaleza, (17) Tierras de la Rinconada en el puerto, (18) Cementerio de Hungará, (19) Cementerios de Herbay, (20) Cerro Tinajero

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Otro aspecto que reforzaría nuestra hipótesis se ve constituido por las ocupaciones del Intermedio Tardío en la zona de Imperial. En el croquis analizado se mues-tra que la delimitación solo llegaría hasta el frontis del asentamiento Huaca Chivato, sitio arqueológico que se presenta bastante pequeño en el dibujo; sin embargo, según pudimos constatar en nuestras prospecciones, en esta zona pueden observarse vestigios de un extenso espacio arqueológico, al cual se le suman otros mon-tículos más alejados en la sección noroeste, fuera del supuesto límite. Creemos que el motivo de su escueta descripción en tiempos de los primeros viajeros respon-de a que para entonces estos ya se encontraban en mal estado de conservación, debido a la expansión agrícola y al crecimiento urbano desorganizado que experimentó la zona de Imperial entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. A diferencia de Huaca Chivato, los sitios des-critos por Larrabure, Middendorf, Squier y Harth-Terré (Cancharí, Ungará, El Huarco - Cerro Azul, Incahuasi) se localizaban al interior de haciendas, sin riesgo de ser ocupados por los pobladores locales, viéndose facilitada su accesibilidad (para estos primeros informantes) gra-cias al permiso de ingreso concedido por los propios hacendados.

En Imperial, hasta la década de 1990, se observaba gran evidencia de construcciones con tapiales, dispersas en el área actualmente ocupada por el sector urbano del dis-trito. La zona que a fines del siglo XIX Larrabure deno-minó Huaca Chivato corresponde hoy en día al espacio donde se asienta el cementerio y el estadio municipal de Imperial, abarcando también parte de la nueva urbaniza-ción ubicada en el lado sureste y un pequeño montículo cortado por la carretera de penetración Cañete – Yauyos. Con respecto a los sitios arqueológicos ubicados en el distrito de Imperial, el historiador Luciano Correa señala:

[…] se conoce el reguero arquitectónico de una gran urbe, siendo el núcleo principal el comple-jo ubicado al Sur del Cementerio General de la ciudad de Imperial. Para dar una idea de la gran-diosidad de las construcciones, las edificaciones estaban desperdigadas por las actuales manzanas que ocupan la Av. La Mar, Calle Sucre, Manco Capac, Atahualpa, 15 de Noviembre, Calle Huan-cayo; además en el AA.HH Luis Felipe de las Ca-sas Grieve, Cocharcas, Asunción 8; igualmente al sur del Cementerio General de la ciudad; del mismo modo el reguero arquitectónico se pro-longa al sur del núcleo central, prosiguiendo a lo

largo de promontorios que son cortados hacia el Sur de la carretera Cañete-Yauyos, penetran-do incluso a la jurisdicción del distrito de Nuevo Imperial […] Las paredes son hechas de tapiales … para finalmente ser estucadas con barro fino. Pero es importante resaltar que hacia el Suroeste del complejo todavía se encuentran restos de mu-ros hechos con adobes tipo champa manipulados cuando estaban frescos con la mano, que incluso en muchos de ellos se observan las huellas digi-tales y palmares de los adoberos precolombinos cuya data sería del Período Intermedio Tempra-no, con ello, se puede dar algunas precisiones res-pecto a sucesivos asientos humanos en el antiguo territorio de Imperial (Correa 1990: 19-20).

Podemos deducir, por consiguiente, que en Imperial existían varios sitios arqueológicos hoy desaparecidos, muchos de ellos incluso con fases de ocupación más tempranas asociadas a la construcción con adobitos. Prospectamos el distrito de Imperial en el año 2009 y logramos observar algunos de los perfiles que subsisten debajo de las viviendas modernas; en estos se aprecian muros de tapiales gruesos, luego un hiato cultural y, por debajo, muros construidos con pequeños adobes pare-cidos a los que se observan en Cerro del Oro (San Luis). Asimismo, registramos un sitio arqueológico en pésimo estado de conservación en la zona de Cerro Candela, el cual pudo estar conectado mediante un trazo de camino natural con el sitio Cancharí; observamos, además, algu-nos pequeños montículos con muros de tapia cortados para la ampliación de campos agrícolas en un área cer-cana a la urbanización Melchorita.

En nuestro concepto, todo esto indica una fuerte presen-cia prehispánica en el distrito de Imperial que sobrepasa la supuesta muralla de delimitación guarco. Cabe mencionar que no somos los primeros en adscribir la zona de Imperial al territorio de esta sociedad; al respecto, ya en el año 2007, Alberto Bueno2 había señalado la antigua existencia de

[…] un centro cultista y religioso ubicado en lo que ahora se llama Imperial, que poseía un gran número de residencias y pirámides que han sido destruidas por los invasores de tierras y por los propietarios de predios agrícolas, pero también por la Municipalidad Distrital, para ampliar el ce-menterio actual. En el interior del estadio super-viven milagrosamente montículos arqueológicos. En la calle Huancayo existía una pirámide que tenía una base de aproximadamente 20 metros

2 Como parte del dictado de cátedra y de sus investigaciones personales, el doctor Alberto Bueno realizó una serie de prospecciones en el valle bajo de Cañete durante las décadas de 1980 y 1990.

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y 15 metros de altura. Los alcaldes de Imperial la convirtieron en fábrica de adobes. Cuando se amplió el estadio “Ramos Cabieses” se destruye-ron enormes muros de la cultura Guarco y una de las pirámides ubicadas detrás de las tribunas es-tuvo a punto de ser derribada (Bueno 2007: 11).

Creemos que, como unidad política, el límite de la socie-dad guarco se habría encontrado en los actuales distritos de Zúñiga y Pacarán, en ambas márgenes del río Cañe-te. En este sentido, la evidencia arqueológica no logra demostrar la existencia de otra entidad política prehis-pánica que hubiera ocupado la zona de Lunahuaná y Pacarán, tal como ha sido repetidas veces señalado por los investigadores a partir de fuentes etnohistóricas que, en sus sucintos relatos, aluden a un grupo asentado en esta región que bien podría haber formado parte de la entidad política guarco. Resulta, asimismo, inverosímil que una sociedad tan pequeña como la descrita en las fuentes coloniales, que solo llegó a controlar parcial-mente el valle bajo de Cañete, pudiera resistir por más de tres años al avance de los incas en la costa. Además, insistimos en resaltar que en el ámbito arqueológico an-dino no han sido reportadas sociedades que hubieran delimitado físicamente extensos territorios con grandes murallas, solo se tiene noticias de ciudades amuralladas o centros administrativos amurallados, en ningún caso la delimitación física de todo su territorio.

Es necesario mencionar, por otra parte, que en las fuen-tes etnohistóricas no se consigna información sobre guerras o alianzas establecidas entre la supuesta socie-dad runahuanac y el aparato estatal inca como parte de la anexión del grupo costeño al Tawantinsuyu. Si asumi-mos que todo este espacio localizado entre la mitad del valle medio hasta el litoral fue ocupado por la sociedad guarco, entonces tomaría mayor fuerza la idea de un control de bocatomas de canales de regadío fuera del supuesto límite amurallado, coherente también con la presencia de la cerámica estilo Guarco en el valle me-dio y el control de mayores nichos ecológicos; es decir, Runahuanac no correspondería a un señorío que con-trolaba todo el valle medio, sino a un grupo de familias guarcos ubicadas en una porción del valle medio (entre Lunahuaná y Zúñiga) mientras que otra sección de la misma geografía (entre Catahuasi y Putinza) era ocupa-da por grupos yauyos. De esta manera, ambas socieda-des (costeña y serrana) poseerían un control de pisos verticales sin necesidad de llegar a graves conflictos por

la posesión de los recursos naturales aprovechados por ambas partes. Surge entonces otra pregunta, ¿por qué no se evidencian grandes centros administrativos guar-co en el valle medio? Como explicación a ello, consi-deramos que podría haberse tratado de una entidad de gobierno centralizado con una concentración del poder en el valle bajo, debido posiblemente a la mejor calidad de las tierras agrícolas en esta sección del valle y al fácil acceso que ofrecía a los recursos marinos.

Si bien es cierto que hoy en día solo se observan algu-nos espacios del valle medio que, aparentemente, ha-brían sido ocupados por aldeas dispersas pertenecientes al período Intermedio Tardío, cabe suponerse que en el pasado también fueron aprovechadas las escasas áreas provistas de planicies medianamente extensas (corres-pondientes a los asentamientos urbanos modernos). Algunos investigadores han llegado incluso a recono-cer características guarco en las edificaciones del valle medio construidas durante el Intermedio Tardío; tal es el caso de Alberto Bueno, quien afirma haber descu-bierto “influencias Guarco en territorio lunahuanense: Ramadilla, Caltopa, Caltopilla, Lúcumo, Cerro Hueco y Jacayita” (Bueno 2007: 12).

Podemos inferir, por consiguiente, que la sección del valle medio perteneciente a los guarco no reflejaba los poderes políticos de dicha sociedad; esta conjetura cobra sustento si analizamos la facilidad que tuvieron los incas para des-articularlos, tomando rápidamente una sección no forta-lecida para la defensa. El ejército inca habría incursionado por la parte más débil de esta sociedad gracias al apoyo de los chincha, grupo que conocía el camino natural que conducía directamente al inicio del valle medio de Cañete, vía la quebrada de Topará. Sobre el recorrido de este ca-mino, Guido Casaverde y Segisfredo López señalan:

La ubicación de las evidencias arqueológicas identificadas en esta vía corresponde a tres zonas caracterizadas por ser muy áridas: la parte alta de la Quebrada Incahuasi y Quebrada Venturosa, las quebradas Cerro Hueco y Culebrilla y, final-mente, un abanico aluvial localizado al suroeste del cerro Mendoza, sobre la margen derecha de la quebrada Topará, frente al anexo La Capilla (Casaverde y López 2011: 29).

Una vez instalados en el valle medio, los incas habrían decidido construir el sitio de Incahuasi como centro logístico que sustentaría las posteriores incursiones al

3 El hecho de que en el sitio Incahuasi se observen varias fases constructivas y que el camino que atraviesa la quebrada de Topará presente formalización arquitectónica, acondicionada posiblemente durante un largo tiempo de uso, indicarían que este asentamien-to tuvo una ocupación más prolongada que la sugerida por las crónicas, con actividades permanentes durante el Horizonte Tardío.

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valle bajo3; edificaron, además, una serie de centros pri-marios de acopio de alimentos (las colcas construidas en Lunahuaná y Pacarán) en las laderas de los cerros lo-calizados al este del nuevo asentamiento urbano. Estas estructuras de almacenamiento, dispuestas como cons-trucciones aisladas, permitieron el sostenimiento de las tropas provisionalmente instaladas como una colonia del Estado Inca hasta la anexión del valle bajo.

Es necesario resaltar que estos centros de acopio están presentes únicamente entre las localidades de Lunahua-ná y Pacarán; no fueron construidos en otras zonas algo más elevadas como Catahuasi, Chocos y Putinza, quizás con la intención de evitar cualquier tipo de enfrenta-miento con la nación Yauyos durante estas primeras incursiones. Las colcas continuaron siendo utilizadas tras la conquista inca del valle bajo de Cañete, registrando como evidencia de ello más de una fase constructiva, en las cuales se adosaron más recintos de acopio, amplián-dose en algunos casos los tendales o áreas de secano.

Con respecto a la anexión del valle de Cañete al Tawan-tinsuyu, el cronista español Pedro Cieza de León relata lo siguiente:

[El Inca] fue a lo que llaman del Guarco, porque supo questaban aguardándole de guerra; y así era la verdad, porque los naturales de aquellos valles, teniendo en poco a sus vecinos porque así se ha-bían amilanado y, sin ver por qué, dado la po-sesión de sus tierras a rey estraño, y con mucho ánimo se juntaron, habiendo hecho casas fuertes y pucaraes en la parte perteneciente para ello, cer-

ca de la mar, en donde pusieron sus mujeres e hijos. Y andando el Inca con su gente en orden, allegó a donde estaban sus enemigos y les envió sus embajadas con grandes partidos y algunas ve-ces con amenaza y fieros; mas no quisieron pasar por la ley de sus comarcanos, que era reconoscer a extranjeros, y entre unos y otros, al uso destas partes, se trabó la guerra y pasaron grandes cosas entre ellos. Y como viniese el verano y hiciesen grandes calores, adolesció la gente del Inca, que fue causa que le convino retirar; y así, con la cor-dura que pudo, lo hizo; y los del Guarco salieron por su valle y cogieron sus mantenimientos y co-midas y tornaron a sembrar los campos y hacían armas y aparejábanse para, si del Cuzco viniesen contra ellos, que los hallasen apercibidos.

Tupac Inca revolvió sobre el Cuzco; y como los hombres sean de tan poca constancia, como vie-ron que los de Guarco se quedaron con lo que intentaron, comenzó a haber novedades entre algunos dellos, y se rebelaron algunos y se apar-taron del servicio Inca - Éstos eran naturales de los valles de la mesma costa – Todo fue a oído del rey y lo que quedaba de aquel verano enten-dió en hacer llamamiento de gente y en mandar salir orejones para que fuesen por todas partes del reino a visitar las provincias y determinó de ganar el señorío del Guarco, aunque sobre ello se le recreciese notorio daño. Y como viniese el otoño y fuese pasado el calor del estío, con la más gente que pudo juntar abajó a Los Llanos y envió sus embajadores a los valles dellos, afeándoles su poca firmeza en presumir de se levantar con-tra él y amonestóles que estuviesen firmes en su amistad; donde no, certificóles que la guerra les haría cruel y como llegase al principio del valle del Guarco, en las haldas de una sierra, mandó a sus gentes fundar una ciudad a la cual puso por nombre Cuzco, como a su principal asiento, y las calles y collados y plazas tuvieron el nombre que las verdaderas. Dijo que, hasta quel Guarco fuese ganado y los naturales sujetos suyos, había de permanecer la nueva población y que en ella siempre había de haber gente de guarnición; y luego que se hobo hecho lo que en aquello se ordenó, movió con su gente a donde estaban los enemigos y los cercó, y tan firmes estuvieron en su propósito que jamás querían venir a partido ninguno y tuvieron su guerra, que fue tan larga que dicen que duró tres años, los veranos de los cuales el Inca se iba al Cuzco, dejando gente de

Figura 2. Plano del sitio arqueológico Pacarán 01. El Sector A corresponde al centro de acopio primario, mientras que el Sector B corresponde a unidades habitacionales

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guarnición en el nuevo Cuzco que había hecho, para que siempre estuviese contra los enemigos (Cieza 1967 [1551]: 200-201).

De lo mencionado en los párrafos transcriptos podemos inferir que los límites del “señorío” Guarco se hallaban en el valle medio, al cual Cieza siempre se refiere como el valle del Guarco, sin alusión alguna a la sociedad de Runahuanac como entidad independiente. Podemos plantear, asimismo, que el grueso del ejército inca es-tuvo conformado por pobladores costeños, quizás pro-venientes mayoritariamente del valle de Chincha; luego de controlar la zona del valle medio, y las poblaciones guarco allí asentadas, las elites incaicas habrían contem-plado la necesidad de construir un centro administrati-vo y logístico militar (Incahuasi) con fácil salida hacia territorio chinchano a través de la quebrada de Topará.

Cuando Cieza señala que durante los veranos el Inca regresaba al Cusco y, prácticamente, se paralizaban los ataques, podría estar describiendo un comportamien-to motivado por el predominio de guerreros costeños (chinchanos o coayllos) como parte de su ejército, y no necesariamente al estío de calor producido por el ve-rano como suponía el cronista. Durante el verano, la sierra no constituye una temporada de siembra o cose-cha de la mayoría de productos, reduciéndose las acti-vidades agrícolas al mantenimiento de los cultivos, por ejemplo, para el retiro de hierbas y malezas. Sucede lo contrario en los terrenos costeños de los valles medios y bajos, donde en el verano son realizadas varias acti-vidades agrícolas de importancia, como la cosecha de los frutos de pacay (marzo), de la yuca costeña (marzo-abril), de legumbres como el frejol, el pallar y el pallar de los gentiles (entre marzo y abril), además de la necesidad del cuidado de las chacras, por lo menos, desde un mes antes de la cosecha (evitando roedores y aves) y la pro-tección de los campos de cultivo, ante crecidas del río que arrasa los cultivos aledaños y de la avenida de hua-ycos por las quebradas, que suele darse entre febrero y marzo. En este escenario, los aliados costeños que ocu-paban el valle medio de Guarco habrían regresado en época de verano a sus lugares de origen para dedicarse a las actividades agrícolas de producción.

Otro grupo de aliados se quedaría en el valle medio co-sechando sus propios terrenos ganados en esta zona y recolectando el tributo de las cosechas entregado por los pobladores locales, el cual era depositado rápida-mente en los centros primarios de acopio como Paca-

rán 01 o Peña de la Cruz de San Juan, constituidos por colcas cuadrangulares ordenadas en filas y asociadas a un tendal o área de secano de planta rectangular. Estas construcciones fueron localizadas en las laderas medias de los cerros y fuera de los campos de cultivo para evitar la invasión de insectos y roedores, en una zona relativa-mente elevada con la finalidad de evitar la humedad de las zonas agrícolas y de los canales de regadío, así como para una ventilación más propicia. Los centros prima-rios de acopio contaban con un camino secundario que los mantenía intercomunicados y que, posiblemente, se iniciaba en el sitio arqueológico de Guajil (en Pacarán) y culminaba en Incahuasi (en Lunahuaná); parte de este camino ha sido identificado en las colcas de Pacarán 01 y en las de Huanaco, cruzando por delante del frontis de los depósitos.

Al parecer, estos centros primarios de acopio no solo fueron utilizados durante los ataques al valle bajo de Guarco, sino que continuaron cumpliendo sus funcio-nes una vez convertida esta sección del valle en provincia chinchana, cuando el Estado Inca se encontraba total-mente fortalecido en la cuenca baja de Cañete; prueba de ello sería la existencia de varios momentos y fases cons-tructivas en las colcas. Un patrón recurrente en estos cen-tros fue el incremento en la cantidad de sus depósitos.

Todo indica que, además de cumplir funciones de aco-pio, en estas instalaciones del valle medio se procedía a secar y contabilizar los productos obtenidos como tri-buto de cosecha, antes de que fueran trasladados hacia los sitios residenciales. Esta identificación de los centros primarios de acopio como almacenes temporales cobra sentido si tomamos en cuenta que durante las excava-ciones de los depósitos de Pacarán 01 y Peña de la Cruz de San Juan, junto a las semillas y frutos (secciones co-mestibles) de las plantas, fueron encontradas algunas partes no comestibles, como las hojas, brácteas, flores, tallos y ramas terminales.

Asimismo, podemos afirmar que los recintos no esta-ban destinados a almacenar un solo tipo de producto. Por ejemplo, en los cuatro depósitos excavados como parte del Proyecto de Investigación Arqueológica Pacarán 01 se logró recuperar una gran variedad de frutos, legumbres y tubérculos comestibles, todos ellos factibles de cul-tivarse en los campos agrícolas del valle medio: maíz, maní, achira, coca, frejol, ají, calabaza, zapallo, pallar de los gentiles, algodón, lúcuma, guayaba, pacay, ciruelo del fraile, yuca, pallar, jíquima, pajuro y chirimoya.

4 Se logró observar evidencia del techado en las colcas de Pacarán 01 y Huanaco. Las cubiertas fueron elaboradas con argamasa de arcilla en cuyo interior se observan ramas de sauce y tallos de caña brava. Esta torta de arcilla es soportada por vigas conformadas por troncos de guarango o molle. También se caracterizan por ser de superficies planas (ya que en el valle medio la precipitación pluvial es baja) y siempre dejándose una abertura entre la cubierta fija y un lado del depósito para el ingreso de los productos.

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Para la construcción de estos centros primarios de aco-pio se empleó la materia prima más cercana: piedras de la misma ladera del cerro sobre el que se asientan, ade-más de arcilla proveniente de canteras próximas, ramas de sauce, tallos de molle, guarango y caña brava, siem-pre bajo un diseño arquitectónico ortogonal.4

Otra característica arquitectónica de estos centros, que respaldaría su vinculación al almacenamiento temporal, es su asociación a un espacio formal de planta rectan-gular a cielo abierto y de mayores dimensiones que los depósitos, al que hemos interpretado como tendales o áreas de secano; estos espacios aparecen recurrente-mente ligados a los recintos de almacenamiento. En los tendales se pondrían a secar los productos botánicos y, una vez secos, se retirarían las partes no aprovechables de las plantas, antes de ser transportados hacia los de-pósitos de los palacios aislados o a los centros urbanos.

Respecto a estas áreas de secado, el registro etnobotáni-co recogido recientemente en el distrito de Lunahuaná ofrece ciertas luces sobre cómo pudieron ser utilizadas en la época prehispánica. Así, por ejemplo, los agricul-tores nos informaron que para el secado del ají y el maíz resulta necesario cortar los frutos ya maduros y dejarlos secar en un espacio amplio alrededor de un mes; debajo de los frutos debe colocarse una manta o estera para evi-tar la absorción de humedad del suelo y por las noches, o durante el día en caso de lluvias, se los cubre con otra estera. El frejol lleva el mismo proceso de secado; en este caso las semillas se secan sin retirarlas de la vaina;

una vez seco se recoge en sacos y, posteriormente, es triado mediante una paliza a los costales, para lo cual algunos utilizan las manos, los pies, palos o rodillos. El maní también se puede secar mediante el mismo pro-ceso de dispersión del producto sobre esteras para el aislamiento de la humedad y, una vez seco, es contabili-zado y almacenado. En el caso de los frutos de lúcuma y pacay, no hemos podido recopilar ningún dato etnográ-fico sobre su consumo deshidratado; sin embargo, en la revisión de antecedentes históricos logramos encontrar la siguiente información:

La importancia que tuvieron las frutas en la dieta inca puede estimarse al analizar el reclamo que al Rey de España formularan a mediados del siglo XVI los curacas Sulichaqui y Guacapáucar, por las vituallas y pertrechos que habían proporcio-nado a Pizarro. Entre ellas se encontraba 313 Tm [Toneladas métricas] de frutas secas en su casi totalidad de pacay y lucma, cosechadas en la pro-vincia de Xauxa. Tal entrega equivale entre unas 1,500 y 2,000 Tm de frutas frescas, siendo en la actualidad la producción nacional de unas 1,500 Tm de lucma y unas 24,400 de pacay (Antúnez de Mayolo 1981: 78).

Esta cita evidencia que en el Perú prehispánico, e inclu-so a inicios del período colonial, aún se consumían los frutos secos del pacay y lúcuma, y que eran parte prin-cipal de la dieta alimenticia; lo que nos quedaría aun por conocer es la técnica de secado que fue utilizada para

Foto 1. Frutos de ají (Capsicum sp.) hallados en la excavación de Pacarán 01 en el año 2011

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este propósito. También recopilamos algunos datos ar-queológicos e históricos sobre el consumo del pallar de los gentiles (Canavalia) en tiempos prehispánicos; al res-pecto, Antúnez de Mayolo señala:

Hace unos cinco mil años se cultivaba la Canava-lia sp. en el Real Alto (Chanduy, Ecuador) como lo señalan Pearsall y Damp. Hace cuatro y medio milenios existía la Canavalia sp. en Huaca Prieta (Perú) como lo demostrara Bird, y a ella se le en-cuentra entre los restos arqueológicos desde Piu-ra hasta Ica, en el Perú prehispánico fue conocida como cazza o parca. El que dejara de cultivársele podría obedecer a un proceso de aridización, su sustitución por otros menos tóxicos, o el de pla-gas. Existe referencia que a principios del siglo XVII se le consumía tostada. En 1795 se le vuel-ve a encontrar en una tumba empero su consumo ya era desconocido como refiere el padre Laguna (Antúnez de Mayolo 1981: 85).

En el párrafo transcripto, Antúnez de Mayolo relata el mejor resumen histórico que existe sobre esta legumbre, tratando desde la antigüedad de su consumo en las civi-lizaciones de la costa hasta la desaparición de su aprove-chamiento, incluso presenta sus nombres quechuas y la forma en la que se consumió. Todo ello nos permitió am-pliar el panorama que teníamos sobre esta especie, cuyo dato etnobotánico no logramos obtener en la zona de estudio. Asimismo, la etnobotánica ofrece información sobre el consumo de diversos tipos de chicha elaboradas a partir del maíz (en casi todo el Perú), maní (en el distrito de Imperial), molle (en Ayacucho) y zapallo (en la pro-

vincia de San Martín); las semillas de todos estos produc-tos fueron halladas durante las excavaciones en las colcas de Cañete, podemos por ello suponer que su consumo también habría implicado la preparación de bebidas.

Como ya lo hemos señalado, estos centros de acopio se caracterizan por presentar depósitos cuadrangu-lares asociados a espacios rectangulares formaliza-dos, a cielo abierto, que han sido identificados como áreas de secano; así ocurre recurrentemente en el va-lle medio. Un caso atípico se ve constituido por las colcas de Tinajeros, ubicadas en el distrito de Cerro Azul, en el valle bajo antes de llegar al litoral. Este sitio cuenta con depósitos cuadrangulares desprovis-tos de áreas de secano, por lo que podemos infe-rir que los productos que llegaban a este centro de acopio lo hacían ya deshidratados o, por lo menos, con una selección previa de las secciones aprovecha-bles de las plantas; una situación muy distinta fue registrada en el valle medio, donde, al interior de los depósitos, fueron recuperadas estructuras vegetales que no corresponden a las partes alimenticias de las plantas5 , evidenciando un almacenamiento previo al tratamiento de secado.

Otra característica arquitectónica de las colcas de Ti-najeros que las diferencia de su contraparte del valle medio es su mampostería hecha a partir de adobes rectangulares y cuadrangulares. Los depósitos de almacenamiento del valle medio, por su parte, pre-sentan muros levantados con piedras angulosas asen-tadas sobre sus lados más planos, formando dobles hiladas; estos materiales fueron unidos con argama-sa de arcilla de regular plasticidad. Suponemos que el empleo de adobes para la edificación de las colcas de Tinajeros respondió a la necesidad inmediata de su construcción. La mayoría de edificaciones incas localizadas en el valle bajo fueron construidas con tapial; sin embargo, la elaboración de sus paños de barro debió haber implicado la participación de un mayor número de personas y más tiempo del que se habría requerido si los trabajos se hubieran realizado con adobes. A ello debemos agregar que los tapia-les deben elaborarse in situ, caso muy distinto al de los adobes, que pueden ser recolectados de diversas localidades como parte de la tributación o almacena-dos para un posterior uso, cuando rápidas edificacio-nes son requeridas.

5 Como resultado de las excavaciones efectuadas en colcas asociadas a áreas de secano en el valle medio, fueron halladas estructuras no comestibles de las plantas, tales como los tallos y hojas de maíz, tallos de frejol, hojas de guayaba, hojas de pacay, ramas y flores de ají, entre otras.

Foto 2. Semillas de pallar de los gentiles (Canavalia sp.) ha-lladas en la excavación de Pacarán 01 en el año 2011

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Los adobes de Tinajeros son muy similares a los que apare-cen en los cortes de los edificios de Vilcahuasi, vistos a par-tir de una serie de destrucciones en las edificaciones. Estos adobes se observan por debajo de las construcciones de tapiales, por lo que más de un investigador ha interpreta-do que corresponderían a fases constructivas anteriores al período Intermedio Tardío; sin embargo, no guardan rela-

ción alguna con los adobes más pequeños del Horizonte Medio e Intermedio Tardío visibles en Cerro del Oro, así como en las primeras fases constructivas de Huaca Chiva-to. Al parecer, estos grandes adobes rectangulares y cua-drangulares formaron parte de rellenos constructivos em-pleados para ganar altura en las plataformas de los edificios del Horizonte Tardío existentes en Vilcahuasi.

Figura 3. Plano del sitio arqueológico Peña de la Cruz de San Juan. Nótese que ambos sectores presentan depósitos y áreas de secano

Figura 4. Plano del sitio arqueológico Tinajeros. Cabe resaltar la ausencia del área de secano

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Vilcahuasi constituye el centro urbano de mayores dimen-siones construido durante la ocupación inca del valle de Cañete; su ubicación en el límite del valle bajo, próximo al litoral, estaría motivada por la búsqueda de aprovechar dos ecosistemas, mediante la explotación de recursos agrí-colas y marinos. Es posible, asimismo, que el sitio hubiera visto incrementado su prestigio con la edificación de tem-plos dedicados al culto de dioses serranos y costeños; en relación a esto último, Eugenio Larrabure dejó escrito:

[…] en estado de completo deterioro, existen in-finidad de restos de edificios construidos con an-chos adobones. Examinándolos pacientemente, llega a descubrirse el trazo de grandes salas, patios, habitaciones de distinto grandor y corrales. La extensa área que ocuparon las construcciones, es prueba evidente de que allí se alojó una numerosa población. Todo hace pensar que ese fue el sitio que los Incas escogieron para construir el templo que destinaron en el Huarcu al culto solar, y que las numerosas pequeñas habitaciones, correspondie-ron muy probablemente al Convento o Mansión de las Vírgenes o Escogidas. Están, si bien visibles, las cuadras o corrales que debieron dedicarse al en-cierro de los animales destinados al esquileo y a los sacrificios” (Larrabure 1935 (1893): 315).

En este centro urbano se observan una serie de plazas con desniveles cercadas por los edificios construidos alrededor de los espacios abiertos. Esta característica

también está presente en el centro urbano de El Huar-co - Cerro Azul, en las edificaciones de tapial asentadas sobre una planicie del litoral que Alfred Kroeber (1937) identificó como las estructuras A-J; quizás la diferencia más notable entre ambos sitios tenga que ver con la es-cala, en Vilcahuasi existe un mayor número de plazas, mucho más amplias, además de edificaciones de mayores dimensiones que incluyen recintos para el descanso, depó-sitos, patios, canchones, áreas para actividades especializa-das y conjuntos arquitectónicos para actividades rituales.

Es importante mencionar que los cuatro asentamientos más importantes ocupados en tiempos incaicos entre el valle bajo y el litoral (El Huarco - Cerro Azul, Vilcahuasi, Ungará y Huaca Chivato), fueron establecidos a partir de asentamientos previamente construidos durante el perio-do Intermedio Tardío. Esto podría haberse visto condi-cionado por diversos motivos, entre ellos, por la facilidad de acceso ofrecida por viejos caminos instalados antes de la llegada de los cusqueños, por la necesidad que los incas habrían tenido de vincularse con los espacios sagrados venerados por los grupos locales antes de su anexión al Tawantinsuyu, y por representar de manera simbólica la fuerza del poder político cusqueño, con la construcción de centros administrativos en espacios donde previamen-te se había concentrado la entidad gubernamental vencida.

No ocurre lo mismo en los centros urbanos incas asenta-dos en el valle medio, construidos en espacios desvincu-lados de la anterior concentración del poder guarco. Du-

Foto 3. Plaza de las columnas en el Conjunto 2A de Cruz Blanca, en el cual se encuentra el primer ushnu

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rante el Intermedio Tardío, la sociedad guarco focalizó su poder político en el valle bajo y en el litoral de Cañete; tras la ocupación incaica, asentamientos como Incahua-si, Cruz Blanca y Pacarán (conformado por Guajil, Hua-ca Daris y Huaca San Marcos) fueron levantados en es-pacios nuevos dentro de la planificación urbana del valle.

Tanto el asentamiento de Cruz Blanca6 (Zúñiga) como el de Incahuasi (Lunahuaná) presentan como caracte-rística distintiva su diseño ortogonal, predominando el ordenamiento de espacios a cielo abierto en torno a edi-ficios estatales. Otra característica compartida por estos dos centros es la existencia de dos ushnus en cada uno de ellos. En el caso de Cruz Blanca, el primer ushnu se ubica en una plaza del Conjunto Arquitectónico 2A y el se-gundo en una plaza de menores dimensiones en el Con-junto 1B; el primer ushnu cuenta con un acceso que lo vincula al trazo del camino que viene por la ladera media del cerro, que suponemos correspondería a un trazo de camino arqueológico, ya que se comunica directamente con la primera plaza del asentamiento y no se superpone a ninguna de las edificaciones. El ushnu del Conjunto 2A se encuentra ubicado en una gran plaza que podría haber albergado una considerable cantidad de gente y se caracteriza por su fácil accesibilidad; el segundo ushnu, en cambio, se localiza en un espacio más restringido al público. Por ello, pensamos que el primer ushnu habría

estado relacionado a actividades ceremoniales compar-tidas por el grueso de la población, mientras que el se-gundo se empleaba en ceremonias reservadas para una élite privilegiada por el Estado.

Un caso similar es observable en Incahuasi, donde un primer ushnu (ubicado en el sector El Palacio) fue cons-truido sobre una gran plaza en un espacio con mayor ac-cesibilidad, vinculado a un camino procedente del exte-rior del asentamiento que podría ser relacionado con las ceremonias compartidas por el grueso de la población; un segundo ushnu (ubicado en el sector El Acllawasi), rodeado de edificaciones asociadas fundamentalmente a actividades estatales, fue posiblemente accesible solo a personas directamente vinculadas al sitio y a una élite privilegiada. Asimismo, en ambos asentamientos, la fas-tuosidad del primer ushnu se ve ligada a una plataforma rectangular adosada lateralmente a la plaza, desde esta elevación se podían observar las ceremonias bajo un te-cho soportado por columnas; era aquí donde se habrían colocado los principales espectadores de las actividades rituales.7 Dicho elemento arquitectónico no está pre-sente en el segundo ushnu de ambos centros urbanos.

Estos ushnus construidos en el valle medio, en ambas márgenes del río (dos en Cruz Blanca y dos en Incahua-si), podrían haberse visto relacionados a ritos agrícolas

6 En Cruz Blanca se observan una serie de calles longitudinales estrechas que permiten el paso dentro de las mismas plataformas; asimismo se observan calles transversales para subir o bajar hacia otras plataformas que se ubican en un nivel superior o inferior dentro del complejo arquitectónico. La simetría bilateral está presente sobre todo en el Conjunto 1B.7 Las columnas del primer ushnu de Incahuasi poseen esquinas curvas, mientras que su contraparte de Cruz Blanca exhiben siempre esquinas rectas.

Foto 4. Plaza principal del Conjunto 1 de Guajil, en el cual se observa una doble escalinata formando un encajonado triangular

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ejecutados en el marco de los ciclos de sembríos y co-sechas; la ausencia de información etnohistórica sobre estos últimos quizás encuentre su explicación en el pro-ceso de extirpación de idolatrías efectuado durante la etapa colonial. Sobre este punto, Santiago Antúnez de Mayolo dejó escrito:

Las técnicas agrícolas incaicas estuvieron asocia-das a ritos y festividades religiosas, las que fueron perseguidas por los sacerdotes católicos con gran intensidad para extirpar la idolatría. A su vez las fiestas religiosas nativas estaban asociadas con los grandes ciclos de las faenas agrícolas, y éstas se efectuaban de acuerdo a un calendario movi-ble climático; al ser convertidas en fiestas fijas de acuerdo al martirologio católico perturbaron todo el sistema de pronóstico de clima, así como el de sembrarse al momento de ser el clima más favorable para maximizar la cosecha (Antúnez de Mayolo 1981: 26).

Pero la actividad agrícola no solo debía sustentarse en aspectos ideológicos, sino también en la administración directa de sus elementos productivos; evidencia de ello es el control de los canales de irrigación por parte del aparato estatal inca en el valle de Cañete. Para el caso

del valle medio, son escasas las fuentes etnohistóricas que permitan precisar la temporalidad de los canales, más aún si tomamos en cuenta que la mayoría de ellos siguen funcionando hasta la actualidad; podemos citar, por ejemplo, el canal de regadío que corriendo parale-lo al camino inca en la zona de Pacarán, cruza por los frontis de Huaca Daris y Huaca San Marcos, y llega al centro administrativo de Guajil, regando las tierras más fértiles de Pacarán. Para el caso del valle bajo, la evi-dencia etnohistórica se focaliza en los dos canales de mayores dimensiones e importancia: Chiome y Chumbe (actuales San Miguel y María Angola), los cuales son identificados por María Rostworowski (1978-1980) como anteriores a la anexión inca; es decir, habrían sido utilizados desde, por lo menos, el período Intermedio Tardío por la sociedad guarco.

Durante el año 2012 realizamos una pequeña prospec-ción para analizar el actual sistema de regadío de los canales Chiome y Chumbe, empleados en el pasado por los guarco; el estudio de estos canales fue realizado cerca de los sitios arqueológicos de Cancharí y Unga-rá. A partir de esta investigación, podemos afirmar que ambos canales comparten como punto de captación de agua al río Cañete y forman dos sistemas de riego que

Figura 5. Plano del sitio arqueológico Cruz Blanca, con ushnu en los conjuntos 2A y 1B

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corren casi en paralelo de este a oeste en la margen de-recha del valle bajo, permitiendo abarcar una mayor área de aprovechamiento. En ninguno de los dos casos se observa evidencia de que hubieran poseído algún tipo de revestimiento, por lo que podemos deducir que no presentaron problemas de velocidad en su caudal; al ser un sistema de irrigación construido mediante el corte del suelo natural, las velocidades del fluido no debían destruir la obra. El biotopo que se genera en las már-genes del canal principal y de sus respectivas acequias secundarias se encuentra integrado por una serie de plantas silvestres (caña brava, totora, carrizo y cola de caballo) que, al depositarse en los canales, podrían ha-berse acumulado dificultando la conducción del agua. Por ello, debió existir la necesidad de un constante man-tenimiento de las regueras, hecho que habría implicado la existencia de una compleja organización encargada tanto del mantenimiento de los canales como de la re-partición del agua en los campos de cultivo, conforme a lo sembrado.

Es oportuno referirnos a la extendida idea compartida por la mayoría de investigadores de esta área, según la cual, el sitio arqueológico Cancharí correspondería a un edificio aislado de los grandes asentamientos, cons-truido para la defensa de los canales de regadío Chiome y Chumbe. Al respecto, consideramos inverosímil que la construcción de este asentamiento hubiera sido una respuesta a los ataques de sociedades vecinas; pensa-mos, más bien, que el factor que determinó su ubica-ción en medio de los dos sistemas de regadío habría sido la necesidad de mantener y administrar ambos canales. Cabe resaltar que, en la zona de estudio, estos canales aumentan su ancho y profundidad, sugiriendo la antigua existencia de importantes reparticiones cercanas a ellos.

Cancharí sería, entonces, un conjunto arquitectónico aislado de los asentamientos urbanos, cuya ubicación respondería a la administración de los sistemas de riego, es decir, a la organización del trabajo para el manteni-miento de los mismos, a la distribución, apertura y cie-rre de tomas, y a la distribución rotativa del agua en los campos de cultivo. En la actualidad, estas labores son organizadas y administradas por la Junta de Regantes de Cañete, mediante una directiva que se establece cada cierto tiempo y es elegida por sus mismos representan-tes dedicados a las labores agrícolas.

Pero Cancharí no fue el único sitio del valle ubicado estratégicamente para la administración del agua; el mis-mo patrón de asentamiento es compartido por Ungará, construido en medio de dos sistemas de regadío: los ca-nales de Chome e Imperial (ver figura 1). Según Joyce

Marcus, el canal de Imperial, registrado en el croquis de Larrabure y Unanue con el nombre de “Acequia Quebrada de la Imperial” no pudo haber existido du-rante el período Intermedio Tardío, ya que se encuen-tra fuera del muro de delimitación del territorio guarco y beneficia a los campos de cultivo fuera del mismo (Marcus 2008: 6). Nosotros, por el contrario, creemos que la construcción de este canal comprobaría el uso de los terrenos del otro lado del camino amurallado, lo cual guardaría relación con la lista de sitios arqueoló-gicos ubicados fuera de la supuesta muralla en la zona de Imperial, la mayoría de estos han sido señalados por Carlos Williams y Manuel Merino como edificios con ocupaciones del Intermedio Tardío y Horizonte Tardío (Williams y Merino 1974).

Por otra parte, diversos autores han resaltado la estra-tégica ubicación que, durante el período Intermedio Tardío, ofrecía Cancharí para el ejercicio de un control territorial del valle de Cañete; sobre este punto, Sandra Negro anota:

Durante el periodo Formaciones Señoriales o In-termedio Tardío, que duró entre los 1000 y 1470 años d.C. el valle bajo de Cañete estuvo ocupa-do por el señorío Guarco, cuyos habitantes para defender sus tierras […] edificaron un conjunto de fuertes en lugares estratégicos de su territorio. Los tres más importantes y que se pueden visitar fueron el de Guarco (Cerro Azul) al norte, el de Cancharí a la mitad del valle bajo y el de Ungará en el límite sur (Negro 2014: 2).

Efectivamente, el sitio Cancharí presenta una fase ar-quitectónica correspondiente al Intermedio Tardío, a la cual se superpone otra ocupación y replanteamiento ar-quitectónico del Horizonte Tardío; una situación simi-lar ocurre en Ungará, que de haber sido una edificación aislada guarco pasó a constituirse en un gran complejo arquitectónico con diversas funciones durante la ocupa-ción inca de la región. Sin embargo, no compartimos la ubicación que Negro otorga a Cancharí en la mitad del valle bajo, dado que, como ya lo hemos señalado líneas arriba, consideramos que el límite del valle bajo de Ca-ñete se habría localizado en la zona de Socsi; siguiendo esta idea, consideramos poco probable que la sociedad guarco se hubiera visto interesada en construir un sitio en la mitad de su territorio, sin originar ninguna situa-ción de control de recursos.

Con relación a Cancharí, otros investigadores han seña-lado que su ubicación y función podrían haber corres-pondido a las de un centro religioso; en este sentido, Jorge Carlos Alvino ha escrito:

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En el sector norte, el de aparente uso religioso, observamos una disposición de los recintos cla-ramente inca. La plaza o cancha si bien adquiere una forma trapezoidal articula recintos de claro trazo inca imperial. Cada recinto es una célula de forma ortogonal que se alinea a otra para cerrar el espacio principal. Similar disposición pode-mos observar en la Casa del inca en Huánuco Viejo, o en el Coricancha del Cuzco e incluso en las unidades habitacionales dispuestas en Racchi (Alvino 2007: 18).

En nuestro concepto, el autor fuerza el criterio de or-togonalidad del edificio para sustentar su explicación; en su propuesta de isometría, incluso, puede obser-varse cómo hace encajar de manera poco natural los recintos en un diseño ortogonal, proponiendo además una doble entrada pública para el edificio, con rampa en ambos lados. Asimismo, resulta dudoso que un edi-ficio aislado, en relación al asentamiento más próxi-mo, hubiera sido destinado para actividades rituales, ya que el patrón observado en la zona de estudio es que los templos o áreas para actividades sagradas se encuentren localizados dentro de los grandes asen-tamientos, tal como se puede apreciar en El Huarco - Cerro Azul, Ungará, Vilcahuasi, Huaca Chivato, In-cahuasi y Cruz Blanca.

La propuesta más interesante sobre Cancharí es, sin duda, la formulada por Emilio Harth-Terré a inicios del siglo pasado:

[…] Una gran plaza, alrededor de la que se distri-buyen viviendas una de las que por su ubicación podríamos llamar “cuerpo de guardia” y de don-de se ejercía vigilancia, protegía la entrada (A). La otra parte tiene también su entrada propia, pero en el lado opuesto a la primera y a la que se accede por una rampa que da también a una gran plaza de la que queda separados, por un corredor común, tres cuerpos longitudinales de habitaciones (E, F, G). Se puede presumir que la primera (E) estaba destinada al alojamiento de las mujeres que servían al curaca. Allí tenemos habitaciones que fueron depósito de líquidos, colccas y cocinas con abundancia de restos cal-cinados. El segundo departamento (F), era el de la servidumbre que acompañaba siempre al jefe;

habitaciones para sus generales y para sus acom-pañantes, y por fin, el último era para la tropa y servidumbre principal, con depósitos para los productos de la alimentación, colcas, pozos de agua, etc. Los dos últimos departamentos comu-nican entre sí por pequeñas entradas, una de ellas tan excesivamente baja, que muy disimulada po-día ser como un pasaje secreto. El primer grupo está completamente aislado de los otros dos, lo que corrobora nuestra idea sobre ser la habita-ción de alguno de los jefes. A un nivel inferior pero comunicándose con el tercer grupo que era aquel donde se alojaba el grueso de la tropa, hay una serie de habitaciones estrechas que servían de vivienda a la servidumbre de inferior catego-ría, pastores, guardianes, etc (H) (Harth-Terré 1933: 103).

En relación a esta cita, durante nuestro reconocimien-to del sitio hemos podido reconocer que, efectivamen-te, el edificio posiblemente corresponda a un palacio. Sin embargo, no compartimos la funcionalidad atri-buida a cada uno de los recintos; por ejemplo, no se ha logrado corroborar la existencia del posible pasaje secreto o las viviendas para las tropas mencionadas por Harth-Terré, tampoco creemos que haya residido allí el personaje principal de toda la sociedad guarco, como él lo afirma.

Nuestra propuesta es la de un edificio aislado a manera de palacio, posiblemente con una primera fase cons-tructiva guarco del Intermedio Tardío, posteriormente replanteada durante su ocupación en el incanato, a tal punto que casi la mayor parte del edificio visible co-rresponde a la construcción incaica. En dicho palacio residiría un personaje encargado de la administración de los dos sistemas de regadío en esta sección del valle.

En cuanto a su distribución espacial, el edificio presen-ta un solo frontis localizado en la sección noroeste, este se caracteriza por presentar muros de arriostre8 que sir-ven de soporte a la base del muro perimetral, otorgan-do, a la vez, un aspecto de mayor volumen al edificio. En este edificio se observa un solo acceso general: una rampa que conduce hacia una plaza pública circundada por una serie de recintos, este agrupamiento arquitec-tónico ha sido denominado Conjunto 1. La plaza pú-blica se encuentra conectada a un patio mediante un

8 Un muro de arriostre es un elemento de refuerzo (horizontal o vertical) que provee estabilidad y resistencia a los muros portantes y no portantes sujetos a cargas perpendiculares a su plano.

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estrecho acceso que separa este conjunto (vinculado a las actividades públicas) del área del palacio empleada como residencia de élite.9

Tanto el patio como los recintos ubicados al lado su-roeste del mismo, que constituyen la sección ortogonal del edificio, forman parte del Conjunto 2; este último incluye espacios de producción, habitaciones para el

descanso y un espacio para actividades compartidas (el patio). En la sección sureste del patio existe una escali-nata que conduce hacia un espacio integrado por una serie de recintos que disipan el carácter ortogonal del edificio y corresponderían a una fase posterior, en la que los incas replantearon el diseño original del conjunto. Estas construcciones fueron adosadas sobre lo que en

Foto 5. Vista del frontis del Conjunto 1, con una rampa de acceso y los andenes en la ladera baja de la colina

Foto 6. Vista del frontis del Conjunto 2, nótese los muros arriostreros en la sección baja del muro perimetral

9 Concebimos a la plaza como aquel espacio abierto destinado a concentrar individuos en el marco de actividades establecidas por una entidad política; se caracteriza por estar rodeada de construcciones edificadas para la administración estatal y presentar un fácil acceso mediante uno o varios caminos formales. El patio, por su parte, corresponde a un espacio a cielo abierto construido al inte-rior de un edificio para la reunión de personas íntegramente vinculadas a las actividades que en él se realizan; se caracteriza por estar encerrado por muros perimetrales y presentar acceso restringido para aquellas personas ajenas a las funciones cotidianas del edificio.

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algún momento fue el muro perimetral del edificio en su sección posterior; no nos cabe duda que esta sección de recintos desorganizados no formó parte del frontis del palacio, es decir, no era visible al público, ya que de haber sido así la edificación hubiera perdido su formali-dad, hecho atípico en la arquitectura inca del valle. Tam-poco se observan las plataformas estrechas (a manera de andenes) existentes en el frontis que brindan una mayor vistosidad al edificio ni las huellas de un camino formal, tal como sucede en el sector lateral noroeste del edificio, donde un camino se une a la rampa. Este espacio ubica-do en la sección posterior del edificio ha sido denomi-nado Conjunto 3 y se encuentra constituido por una se-rie de recintos cuadrangulares y rectangulares asentados sobre plataformas que, al parecer, corresponderían a de-pósitos y tendales con techo plano; es decir, se trataría del área de almacenamiento y secado de los productos cosechados, al cual solo se podría acceder desde el patio por personal que cumplía actividades en el palacio.

La función del gobernante estatal, residente en este pa-lacio, podría haberse relacionado con el control de las bocatomas secundarias de los dos sistemas de regadío adjuntos al edificio, así como a su mantenimiento y a la rotación del riego hacia los campos de cultivo, depen-diendo de lo sembrado y de lo tributado en la cosecha

anterior; es decir, sería la autoridad del agua en esta sec-ción del valle bajo.

Cabe señalar que en la sección baja de la colina sobre la que se construyó el frontis del palacio se observa un conjunto de andenes cuyas plataformas tienen aproxi-madamente un metro de altura por cuatro de ancho; éstas se van estrechando conforme se sube hacia la edi-ficación. Estos andenes se ven constituidos por muros de contención de un solo paramento construidos con cantos rodados medianos asentados por su lado más plano, formando hileras ordenadas separadas por arga-masa de arcilla de regular plasticidad; el relleno de las plataformas consiste de tierra de chacra similar a la de los campos de cultivos aledaños. Es posible que en los andenes se hubieran sembrado maní, pallar de los gen-tiles, ají, calabaza y maíz, como parte de un monitoreo constante del mejoramiento de semillas o de algo similar a pruebas botánicas.

También es oportuno mencionar entre las particulari-dades de este edificio, la presencia de la rampa como elemento arquitectónico funcional. En la cuenca baja de Cañete, solo dos sitios presentan este elemento, Cancharí y Cruz Blanca, y en ambos casos su apari-ción se encuentra vinculada a construcciones incaicas comprometidas con el acceso a espacios públicos no

Figura 6. Plano del sitio arqueológico Cancharí, con los tres conjuntos arquitectónicos que lo componen

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sacralizados. Otro detalle importante en la construc-ción de Cancharí es la ausencia de elementos funcio-nales-decorativos característicos de la arquitectura inca, tales como la doble escalinata en paralelo para ascender hacia una plataforma superior, la doble esca-linata formando un encajonado triangular, los nichos y ventanas trapezoidales, los nichos triangulares y los accesos trapezoidales, que aparecen en mayor o menor proporción en las construcciones incaicas realizadas en la cuenca baja del Cañete.

A excepción de Cancharí, el resto de construcciones incaicas presentan por lo menos uno de aquellos ele-mentos funcionales-decorativos en su alzada. En el caso del asentamiento inca de Pacarán, conformado por los palacios de Huaca Daris, Huaca San Marcos y el gran centro administrativo de Guajil, estos elementos deco-rativos se hacen más recurrentes. En el centro admi-nistrativo de Guajil, conformado por tres conjuntos ar-quitectónicos destinados para el control del paso hacia la sierra, por ejemplo, está presente una gran plaza con muros provistos de nichos trapezoidales alineados en la sección superior de la alzada; asimismo, aparece la do-ble escalinata formando el encajonado triangular. En el caso de Huaca Daris y Huaca San Marcos, reconocidos como palacios incas construidos para la administración de la fuerza productiva y vivienda de una élite ligada a las actividades estatales, también se observan grandes patios delimitados por muros con nichos trapezoidales. Sin embargo, en Huaca San Marcos se observa un de-

talle atípico para la zona: el muro del frontis del palacio exhibe unos frisos de arcilla con la representación en altorrelieve de una secuencia de peces muy parecidos a los pintados en la alfarería de estilo Chincha. Supo-nemos que este palacio podría haber sido administrado por algún personaje del vecino valle sureño y que los frisos remitirían a su lugar de origen; cabe mencionar que en el principal asentamiento chincha, La Centinela, también se han observado frisos en altorrelieve con mo-tivos de peces, olas y aves marinas volando en picada, en clara alusión a la pesca de su alimento. Un friso con la representación de peces existió asimismo en el sitio de Litardo Bajo, ubicado en Chincha Baja.

Considerando que esta característica arquitectónica está ausente en las construcciones guarco y que gran parte del ejército inca que tomó el valle medio del Guarco habría tenido procedencia chinchana, cobra sentido suponer que el Palacio de Huaca San Marcos hubiera sido administrado por algún personaje chincha durante el Horizonte Tardío. En este escenario, resultaría co-herente pensar que el Estado Inca habría encargado la administración del valle medio a una élite proveniente de aquella región y que ésta mantuvo relación y tránsito con su lugar de origen mediante el camino de la quebra-da de Topará.

Tangencialmente, mencionaremos el hallazgo de algu-nos artefactos de diatomitas en uno de los depósitos de Pacarán 01 que excavamos en el año 2011. Debido

Figura 7. Frisos con diseños de peces vinculados a la iconografía arquitectónica chincha

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a las propiedades de sus partículas de diatomeas, dichos artefactos probablemente cumplieron la función de ahuyentar los insectos y mantener el ambiente seco al interior del depósito; se trata del único hallazgo de este tipo reportado en el valle de Cañete. Considerando que no existen canteras de este mineral no metálico en la región, es posible que hubiera procedido de la cantera más cercana localizada en Pisco, desde allí habría sido transportada inicialmente a Chincha10 y, tras atravesar la quebrada de Topará, llegado finalmente al valle medio de Cañete.

Consideraciones finales

En resumen, hemos presentado los argumentos que nos llevan a sostener que la sociedad guarco, como unidad política, estuvo distribuida desde el litoral hasta la mi-tad del valle medio de Cañete, encontrándose la mitad superior del valle medio ocupada por grupos yauyos; de este modo, ambas sociedades habrían obtenido un mayor control de pisos ecológicos y una consiguiente autosuficiencia de consumo. El hecho de que la socie-dad guarco centralizara su poder en el valle bajo, de otro lado, facilitó que los ejércitos incas (integrados princi-palmente por miembros de la sociedad chincha) ocu-paran rápidamente la sección guarco del valle medio, siguiendo el camino natural constituido por la quebrada de Topará, imposibilitando al mismo tiempo cualquier tipo de alianza yauyos-guarco al cortar la comunicación entre estas dos sociedades. Posteriormente, el Estado Inca conseguiría anexar el valle bajo y litoral (a través de la guerra) construyendo algunos nuevos centros ad-ministrativos y replanteando el diseño arquitectónico en los asentamientos ya existentes.

Algo distinto ocurrió en el valle medio, en donde, ante la ausencia de centros que reflejaran el poder guarco, el Estado Inca habría construido nuevos centros adminis-trativos a los que se accedía por medio de la extensión de caminos. Una vez establecidos en el antiguo territo-rio guarco, los incas lo habrían incorporado a la pro-vincia o huamani de Chincha; esta interpretación resulta lógica si tomamos en cuenta la cercanía que esta área presenta respecto a la cabeza de provincia chinchana y el apoyo recibido de esta sociedad durante el proceso de conquista.

Asimismo, es pertinente hacer notar que durante la ocupación inca, los tres asentamientos más importan-

tes del valle bajo (El Huarco - Cerro Azul, Vilcahuasi y Ungará) contaron con un camino estatal que los conec-taba con el sitio arqueológico de La Centinela, el prin-cipal centro administrativo chincha. El estilo alfarero predominante en el valle de Cañete durante el período Horizonte Tardío, de otro lado, comparte notorias ca-racterísticas con el estilo Chincha y, en menor propor-ción, con el estilo Ychsma.

Una vez conquistado el territorio guarco, los incas se apresuraron en construir edificaciones que permitie-ran una eficiente administración estatal, tales como ushnus (Incahuasi y Cruz Blanca), centros militares (Incahuasi y Ungará), centros religiosos (Ungará, El Huarco - Cerro Azul y Vilcahuasi), centros de aco-pio primarios (Peña de la Cruz de San Juan y Paca-rán 01), centros de control y administración de los sistemas de regadío (Cancharí y Ungará), centros de control de tránsito (El Huarco-Cerro Azul, Tambo de Suero y Guajil) y una serie de caminos formales que conectaron el litoral, el valle bajo, el valle medio y se prolongan hacia los territorios yauyos, ychsma y chincha.

Se han analizado, además, las recurrencias en el di-seño arquitectónico para explicar las funciones de los sitios arqueológicos ocupados por los incas, incluyéndose las plazas (El Huarco - Cerro Azul, Vilcahuasi, Cancharí, Guajil, Incahuasi, Cruz Blan-ca, y Huaca Chivato), los patios al interior de pala-cios (Huaca Daris, Huaca San Marcos, Cancharí, El Huarco - Cerro Azul e Incahuasi), los depósitos al interior de los palacios (Incahuasi, Cancharí, Cruz Blanca y Vilcahuasi) y las áreas de secano en los cen-tros de acopio primario (Peña de la Cruz de San Juan y Pacarán 01).

Cabe resaltar que en nuestra investigación realizamos un constante cruce de variables cualitativas dependien-tes, a partir de la recopilación de datos arquitectónicos, geográficos, ecológicos, etnobotánicos, etnohistóricos y antropológicos; en base a ello, además, postulamos algunas críticas a otros trabajos efectuados previamente en el área de estudio. Consideramos que en el estudio de una sociedad prehispánica, resulta necesario no solo focalizarse en los sitios arqueológicos, sino también prestar igual atención a los rasgos arqueológicos en el paisaje, tales como los sistemas de irrigación, los siste-mas de andenerías, los sistemas viales, entre otros. En esta última tarea, en algunos casos, es importante bus-

10 Javier Alcalde (comunicación personal, 2011) nos ha informado el hallazgo de diatomitas durante sus excavaciones en asen-tamientos chincha, por lo que deducimos que esta sociedad habría conocido sus propiedades y empleado estos materiales en similares actividades.

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Finalmente, debemos señalar que el enfoque metodoló-gico de la ecología cultural no se limita al análisis de las asociaciones existentes entre las evidencias arqueológi-cas y el medio geográfico, sino que, además, tal como ha sido presentado en este artículo, se toman en cuenta otras variables, configurando un estudio interdiscipli-nario que permitirá fortalecer las hipótesis y definir las categorías propuestas.

Agradecimientos

Mi agradecimiento a Byllyban Oscco, Carlos Cáma-ra, Yesenia Quispe, Julio Gonzales, Susan Paucar y Giomar Gallegos por el apoyo en las prospecciones. A Jorge Recharte y Alexander Herrera por su aporte en mi marco teórico; y a los agricultores de Zúñiga, Pacarán, Lunahuaná y San Vicente por compartir sus saberes locales que han sido tomados en cuenta en la preparación de este artículo. A todos ellos mis respetos y reconocimiento.

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La plaza y el ushnu mayor de Incahuasi, Cañete

alejandRo chu*

Resumen

El sitio arqueológico de Incahuasi, ubicado en el valle medio de Cañete de la costa surcentral peruana, ha sido reiteradamente mencionado en la literatura arqueológica; sin embargo, los estudios efectuados en el asentamiento han tenido hasta la fecha un carácter superficial. Recientes investigaciones realizadas en el Sector E han permitido conocer la complejidad constructiva del ushnu de la plaza principal del sitio, llegándose a identificar, al menos, tres fases constructivas asociadas a cambios de tamaño y orientación. Las excavaciones del ushnu mayor constituyen un ejemplo de la compleja ocupación del sitio, desarrollada por un tiempo mucho mayor al que los documentos coloniales mencionan.

Palabras clave

Plaza inca, ushnu, arquitectura inca, Tawantinsuyu, arqueología de Cañete

The square and the main ushnu of Incahuasi, Cañete

Abstract

Incahuasi is an archaeological site located in the mid valley of the Cañete river, south central coast of Peru. A review of the Inca archaeological literature shows that Incahuasi is cited repeatedly but until now, research has been only superficial. Recent research at Incahuasi’s Sector E ushnu has allowed identifying at least three construction phases related to changes in size and orientation of the structure. Excavations at the main ushnu are a good example of the site complexity and long occupation that clearly differ with the colonial historical accounts.

Keywords

Inca plaza, ushnu, Inca architecture, Tawantinsuyu, Cañete archaeology

* E-mail: [email protected]

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La plaza y el ushnu mayor de Incahuasi, pp. 92-110Chu

Introducción

La arquitectura representa una de las expresiones cul-turales más características de los incas, resaltando por su monumentalidad y planeamiento. A medida que el Tawantinsuyu iba expandiéndose, los incas construye-ron grandes centros administrativos que fueron puntos clave en el control y manejo del territorio. La existencia de estos asentamientos planificados fuera del área nu-clear del Cusco refleja el alto grado de organización que el Imperio había desarrollado en los territorios conquis-tados en un lapso no mayor a los ochenta años, antes de ser invadido por los españoles en 1532.

Es en los centros administrativos incas donde se aprecia el planeamiento arquitectónico y el empleo de una serie de elementos que remarcan la presencia del Estado; entre estos elementos arquitectónicos destacan dos importan-tes espacios: el ushnu y la plaza. Las plazas y las estructuras asociadas a ellas corresponden generalmente al área nu-clear de los asentamientos, donde irradiaban los caminos y se concentraban las estructuras más notables. El ushnu, una de las principales estructuras localizadas en las plazas de las llaqtas incas, jugó un importante rol ceremonial.

En este artículo se presentan los trabajos de excavación efectuados en el ushnu mayor del sitio arqueológico de Incahuasi, asentamiento inca construido en condiciones particulares pues, de haber sido inicialmente una base de operaciones, durante la guerra contra los guarcos, se transformó posteriormente en un centro administrativo provincial estratégicamente localizado en la chaupiyunga del valle de Cañete.

Estudios sobre ushnus

Referencias sobre estas estructuras pueden ser encon-tradas en cronistas tempranos como Sancho de la Hoz (1968 [1534]: 332) y Ruiz de Arce (1968 [1545]: 432), quienes describen posibles ushnus sin emplear este tér-mino; de acuerdo a Tom Zuidema (1980: 412), Molina, Albornoz y un anónimo, serían los primeros cronistas en introducir la palabra ushnu en sus descripciones sobre el Cusco inca. En el Lexicón de Domingo de Santo To-mas aparece el vocablo ozño o osño (Santo Tomas 1951 [1560]), registrado bajo la forma ushñu o ushño en la edi-ción crítica publicada el 2013, con la definición de: altar para o donde se sacrifica (Santo Tomas 2013 [1560]: 783). Cronistas más tardíos como Guaman Poma (1980 ([1583-1615]: 239, 357) los identifican como un trono del Inca o un lugar para los sacrificios humanos qhapaq hucha (1980 [1583-1615]: 236). Para una completa reco-pilación del término ushnu en documentos coloniales se

recomienda consultar Pino (2010) donde se hace una revisión de 31 fuentes documentales coloniales.

Los ushnus excavados han sido muy pocos y las publica-ciones donde se reporten estos trabajos menos aún. Es-tudios y descripciones detalladas de ushnus las tenemos para los sitios de Huánuco Pampa (Morris y Thompson 1985: 58-59) y Pumpu (Matos 1994: 214-221) en la sie-rra central; Usnu Moq’o (Oberti 1997: 15-21) en Aban-cay; Ushnu Pata, Inka Pirqa, y Ushnu Pirqa en Ayacucho (Meddens et al. 2008: 327-340); Maucallacta en Arequipa (Presbítero et al. 2000-2001; Wołoszyn et al. 2010); Shin-cal de Quimivil (Raffino et al. 1997: 23-37; Lynch et al. 2013: 102-105) y Haulfin Inka (Lynch et al. 2013: 100-102) en el noroeste argentino.

Sin embargo, son abundantes los estudios referentes al uso e importancia de los ushnus dentro de la sociedad inca, en ellos se los caracteriza como importantes es-pacios para el culto y las ofrendas con una correlación astronómica. Entre los primeros investigadores intere-sados en esta temática tenemos a Tom Zuidema (1989 [1980]), quien en su artículo “El Ushnu” destaca la im-portancia astronómica de estas estructuras como cen-tros de observación de las puestas del sol en los meses de agosto y abril, fechas que marcaban, respectivamen-te, el inicio y el término de las labores agrícolas.

Recientemente, destacan los estudios de José Luis Pino (2004, 2005 y 2010) en relación con los ushnus del Chin-chaysuyu y los de Rodolfo Monteverde (2007, 2010) en donde se comparan los ushnus conocidos hasta la fecha y la relación que estos tuvieron con el culto inca y su rol como espacio de libaciones.

Con toda la literatura disponible, queda clara la impor-tancia de los ushnus dentro del aparato ceremonial inca; es este rol ritual el que motiva que sean frecuentemente identificados en el registro arqueológico asociado a las plazas de los asentamientos imperiales. Los elementos arquitectónicos que conforman un ushnu son una poza o pila, canales, y tianas o asientos; usualmente, estos com-ponentes se localizan sobre plataformas a las que se ac-cede por escalinatas o rampas. Dependiendo del tamaño e importancia del asentamiento y su ubicación, encontra-mos ushnus con todos o algunos de estos elementos.

Incahuasi, el “Nuevo Cuzco”

Ubicación

El sitio arqueológico de Incahuasi se encuentra ubica-do en el valle medio de Cañete, en una quebrada seca conocida como San Andrés o Incahuasi. Este sector

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del valle forma parte de la jurisdicción del anexo de Paullo, distrito de Lunahuaná, provincia de Cañete, región Lima (figura 1); su ubicación a 350 m.s.n.m., lo sitúa al inicio del valle medio o chaupiyunga, carac-terizada por estar encajonada entre cerros desérticos de pendiente pronunciada. La zona irrigada del valle,

correspondiente a sus márgenes y fondo, presenta un ancho de entre medio a un kilómetro. Trece ki-lómetros río abajo, en dirección suroeste, se llega a la planicie costera constituida por un delta de casi 20 kilómetros de ancho donde el río Cañete desemboca en el Océano Pacífico.

Figura 1. Plano de ubicación de Incahuasi en el valle medio de Cañete

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La plaza y el ushnu mayor de Incahuasi, pp. 92-110Chu

Antecedentes históricos

La primera mención sobre Incahuasi y su importante pa-pel en la campaña inca contra los guarcos fue registrada por Pedro Cieza de León en 1553; encontramos referen-cias sobre este episodio tanto en la primera como en la segunda parte de su Crónica del Perú (capítulos 73 y 60 respectivamente). Se considera que dicha obra estaría ba-sada en información confiable obtenida de primera mano (Hyslop 1985: 8).

Otras fuentes históricas únicamente dan pequeñas refe-rencias sobre Guarco e Incahuasi. Para Cabello de Val-boa (1951 [1586]), el nombre guarco, que significa “peso” o “pesa”, se impuso en el valle después de la conquista inca, cuando los rebeldes vencidos fueron colgados de las murallas de su fortaleza. Las crónicas de Acosta y Cobo (citadas en Rostworowski 1978-80: 156) narran que la conquista del valle de Cañete se logró con un ataque sorpresa durante una celebración religiosa rela-cionada con la pesca. Garcilaso de la Vega, por su parte, dedica un par de páginas en su crónica a la conquista de Guarco, pero al parecer mucha de su información fue tomada de la crónica de Cieza. Este último menciona en la primera parte de su Crónica del Perú:.

Y que como los Ingas viniessen conquistando y haziéndose señores de todo lo que vían: no que-riendo estos naturales quedar por sus vassallos... ...sostuvieron la guerra, y la mantuuieron con no menos ánimo que virtud más tiempo de quatro años... ...Y como la porfía durasse, no embargan-te que el Inga se retiraua los veranos al Cuzco por causa del calor, sus gentes tractaron la guerra: que por ser larga, y el rey Inga auer tomado vo-luntad de la llegar al cabo: abaxando con la noble-za del Cuzco edificó otra nueva ciudad, a la cual nombró Cuzco, como a su principal assiento. Y quentan assimismo, que mandó que los barrios y collados tuuiessen los nombre propios que tenían los del Cuzco (Cieza 1995 [1553]: 215).

Y complementa esta información en la segunda parte de su crónica:

Topa Inga revolvió sobre el Cuzco y como los hombres de acá sean de tan poca cosntancia, como vieron que los guarco se quedaron con lo que intentaron, comenzo a ver novedaes entre algunos de ellos y se revelaron alguno y se apar-taron del serviçio del Inga… Y como llegase al principio del valle de Guarco, en las haldas de una sierra de aquellos çecedades, mandó a sus jentes a fundar una ciudad a la cual puso por

nombre Cuzco como a su principal asiente y las calles y collados y plaças tuvieron nombre de las verdaderas. Dixo que hasta Guarco sea ganado y los naturales sujetos suyos, avia de permanecer en la nueva población y que en ella siempre avia de aver jente de guarniçion (Cieza 1996 [1553]: 174).

Finalmente, en la misma crónica, Cieza narra cual fue el fin de aquel “Nuevo Cuzco”:

Asentado el Valle [el Inca] y puesto mitimaes y gobernador, aviendo oydo las embazadas que le vinieron de los yungas y de muchos serranos mandó ruynar el nuevo Cuzco que se avia hecho y con toda su jente dio la vuelta para la ciudad del Cuzco donde fue recibido con gran alegría y se hicieron grandes sacreficios con alabança suya en el tenplo y oráculos… (Cieza 1996 [1553]: 175).

Como ha sido señalado por John Hyslop (1985: 12), Cieza visitó el valle bajo de Cañete, aunque no es claro si llegó a visitar Incahuasi. Los datos que presenta son sin embargo tan útiles, que permitieron a Hyslop llegar a ciertas conclusiones consideradas actualmente la base para el desarrollo de futuras investigaciones arqueológi-cas en Incahuasi:

1. El Inca Tupac Yupanqui (Topa Inca) cons-truyó una ciudad identificada como un “Nuevo Cuzco” o “Cuzco” en el valle medio de Cañete, actualmente denominada Incahuasi, que fue la base de operaciones en su campaña militar con-tra los guarco, campaña que duró de 3 a 4 años.

2. La ciudad fue construida replicando a la ciudad del Cusco, capital del Imperio, con sus calles y plazas, y renombrando los cerros vecinos con los nombres de las elevaciones que rodean la capital cusqueña.

3. Cuando los incas ganaron la guerra contra los guarco, el “Nuevo Cuzco” dejó de ser utilizado y fue abandonado, Cieza ([1553]1995: 217) lo men-ciona claramente: “perdiéndose el nombre de la nueva población que habían hecho”. Incluso en la segunda parte de la crónica Cieza dice que Tu-pac Yupanqui: “mando ruinar el nuevo Cuzco que se habían hecho” (Hyslop 1985: 12; la tra-ducción es nuestra).

Investigaciones previas

Escuetas descripciones de Incahuasi aparecieron en al-gunas publicaciones de los siglos XIX y XX, producto de expediciones de viajeros y visitas cortas por parte de

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algunos arqueólogos. De estas breves referencias pode-mos destacar las siguientes contribuciones que permi-tieron aumentar significativamente lo que se conoce del sitio arqueológico.

En 1904, Eugenio Larrabure y Unanue publicó una bre-ve descripción sobre Incahuasi, siendo posteriormente ampliada en su recopilación de obras (Larrabure 1935 [1893]: 419-439). Escrito como una crónica de viaje a la zona, el trabajo de Larrabure se concentra en describir el Sector E (denominado Incahuasi), considerado por él como un sitio diferente del resto; se publica, asimismo, el primer plano del sector y fotografías en donde se ob-serva el asentamiento sin ninguna ocupación moderna y en buen estado de conservación. Este texto correspon-de a la primera descripción conocida del sector y del sitio arqueológico.

En 1933, el arquitecto Emilio Harth-Terré publicó el artículo “Incahuasi - Ruinas Incaicas del Valle de Lu-nahuana” en la Revista del Museo Nacional, con algunos de los primeros planos de varios sectores del sitio, in-cluyendo un plano del sector Incahuasi, el cual es muy similar al publicado en 1904 por Larrabure y Unanue.

Esta publicación describe aspectos de la arquitectura de varios sectores del sitio y presenta por primera vez re-construcciones hipotéticas de algunas de las estructuras visibles en superficie.

Monseñor Pedro Villar Córdova publicó en 1935 Las Culturas prehispánicas del Departamento de Lima en donde se menciona a Incahuasi. Villar Córdova (1935: 269) reali-za otra sectorización del sitio, dividiéndolo en el Palacio del Inca, Cuarteles y graneros especiales, Ciudad con-ventual y Fortaleza o Pucara. Publica asimismo algunas fotografías del sitio en las que se destaca el buen estado de conservación de las estructuras.

En 1941, los arqueólogos Junius Bird, Julio C. Tello, Duncan Strong y Gordon Willey visitaron brevemen-te Incahuasi (Strong y Willey 1943: 20), registrando el sector correspondiente a Cerro Hueco (sectores G y H) como un sitio independiente. Aunque no realizaron in-vestigaciones en el sitio, publicaron algunas fotografías en las que se destaca su buen estado de conservación, a pesar que ya tenía evidencias de una ocupación moder-na: una parte de la plaza mayor era usada como cancha de futbol (Strong y Willey 1943: plate 5b).

Figura 2. Sectorización de Incahuasi efectuada por John Hyslop y empleada por el Proyecto Arqueológico Incahuasi (redibujado de Hyslop 1985: 15)

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Carlos Williams y Francisco Merino publicaron en 1974 el Inventario, catastro y delimitación del Patrimonio Arqueológico del Valle de Cañete en dos tomos. Aunque el sitio recibe el código 27-K 1J06, Williams y Merino otorgan dos nombres al sitio: Incahuasi, que designa a los sectores ubicados en la quebrada principal, y El Arca, referido a las estructuras ubicadas en la pequeña quebrada oeste, conocidas comúnmente como el Acllahuasi. En la que-brada principal identificaron 5 sectores. Es interesante que estos investigadores asignen al sector El Arca una ocupación desde el período Intermedio Tardío, lo que se reflejaría en un desarrollo no armónico como en los otros sectores del sitio (Williams y Merino 2008 [1974]: 75). En relación a la ocupación moderna del sitio, Wi-lliams y Merino ya advertían a inicio de la década de 1970: “[…] el conjunto de Incahuasi está en un franco proceso de destrucción, principalmente por el hecho de servir como estación de los pastores trashumantes del área” (Williams y Merino 2008 [1974]: 74).

En 1985, el arqueólogo John Hyslop publicó un estudio a nivel superficial sobre Incahuasi, este se encontraba basado en el trabajo de campo que inició en 1979 y conti-núo con visitas periódicas al sitio durante los años 1980, 1982 y 1983 (Hyslop 1985: IX). A partir de su estudio, Hyslop pudo definir 8 sectores en el sitio y, basado en recolecciones sistemáticas de superficie, logró establecer las posibles funciones de los complejos arquitectónicos (figura 2). En el marco de esta investigación se tomaron las primeras fotos aéreas del sitio empleando un globo aerostático; para esta fecha, el sitio se encontraba ocu-pado permanente por chivateros que invadieron todo el asentamiento con sus viviendas y corrales, siendo los principales responsables de su destrucción.

La arqueóloga Cora Rivas ha publicado recientemente un estudio sobre Incahuasi (Rivas 2011). Al igual que los an-teriores trabajos, esta investigación presenta un carácter su-perficial e incluye un levantamiento topográfico y una nueva propuesta de sectorización del sitio, ligada a una secuencia ocupacional identificada mediante trabajos de prospección.

Por último, a fines del año 2012 se iniciaron las investi-gaciones arqueológicas del Proyecto Arqueológico Incahuasi, estas conllevaron la ejecución de las primeras excavacio-nes arqueológicas en el sitio, concentrándose los en los sectores A, C y E definidos por Hyslop. Se consideró conveniente emplear la sectorización de Hyslop por ser la más precisa, ya que se basa en las características mor-fo-funcionales de los sectores. El proyecto arqueológico estuvo dirigido a la puesta en valor del sitio, lo que per-

mitió realizar excavaciones en área en ambos sectores, exponiendo casi la totalidad de la arquitectura existente. Se pudo así identificar la extensión de los recintos y sus fases constructivas.

El Sector E

El ushnu y plaza mayor de Incahuasi se ubican en el Sec-tor E, el que ha sido denominado Incahuasi (Larrabu-re 1904, 1935 [1893]) o Palacio del Inca (Harth-Terré 1933: 106; Villar Córdova 1982[1935]: 269]). El Sector E se localiza en la parte central del sitio arqueológico, li-mitando al norte con la Zona 2 del asentamiento (el cual fue dividido del sitio por la construcción de la carretera Cañete - Lunahuaná), hacia el este con el Sector C, al sur y al oeste con un promontorio rocoso, en donde, en su otro extremo, se encuentra el Sector F o Acllahuasi. El sector E está compuesto por una estructura principal que corresponde a un gran complejo de planta trape-zoidal el cual tiene un muro perimétrico de 1 metro de ancho y 4 metros de alto, denominado Sub-sector 1 y que corresponde al palacio propiamente dicho. Inme-diatamente al norte de esta estructura y compartiendo los ejes de su trazado, se ubica la plaza y ushnu mayor co-rrespondientes al Sub-sector 2. En el presente artículo sólo nos concentraremos en las excavaciones realizadas en el ushnu y la porción de plaza alrededor del mismo.

La plaza de forma trapezoidal, definida por Hyslop (1985: 118) como un trapezoide (ya que no hay dos la-dos paralelos) se extendía por toda la explanada norte de la estructura principal. La posición elevada del sector E, al estar emplazado sobre una planicie ligeramente más alta que los demás sectores, le asegura un amplio domi-nio visual sobre el valle. La plaza en su extremo norte ha sido muy afectada por el camino Cañete – Lunahuaná y en la década de 1990 una gran porción de ese extremo fue cortada para la construcción de la carretera asfalta-da. Por las referencias de Larrabure y Unanue (1904: 3), es muy probable que los lados oeste y este de la plaza estuvieran delimitadas por muros de 240 y 230 metros de largo y 87 centímetros de ancho (figura 3). En la ac-tualidad solo se observan restos de las bases de estos muros. Con los recortes modernos, la plaza cuenta en la actualidad con un área de 14 700 metros cuadrados y un perímetro de 489 metros, originalmente estas dimensio-nes debieron ser mayores. En el eje central de la plaza se tiene una calzada de baja altura (media de 3 centímetros) que culmina en el ushnu.

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Una de las más detalladas descripciones, y la más anti-gua, data de 1904 y se encuentra consignada en la obra de Larrabure y Unanue, quien visitó Incahuasi cuando aún no había experimentado ninguna alteración o des-trucción, describiendo al ushnu como

Un monumento original: es un cuadrilongo de 1.80 de alto, 3.85 de ancho y 13.30 de largo con sus escaleras de piedra al frente y detrás, coronado por otro más pequeño compuesto de muritos que dejan un hueco el centro, afectando la forma de cajón ó canal cerrado a sus extremos. De suer-te que subiendo cómodamente por una escalera, se podía circular enredor de este curioso monu-mento y descender por la escalera opuesta, sobre la misma avenida. Estas dos escaleras, idénticas, compuestas de 5 pasos 0.55 ancho y 0.23 alto cada una lado formando pasaje (Larrabure 1904: 4).

De igual forma, de manera más breve, Harth-Terré des-cribe el ushnu (al que denomina “altar”) en su publica-ción de 1933:

Tiene en su centro un túmulo de piedra y barro sobre el que se halla en el altar de los sacrificios, también del mismo material y semejante al del primer patio de Colcahuasi y al de las casa de las acllas. Se accedia a él por la parte anterior y poste-rior con dos escaleras de lajas de piedra asentadas sobre tierra (Harth-Terre 1933: 107).

Foto 1. Ushnu ocupado por ganado caprino en la década de 1970 (reproducido de Hyslop 1985: 117)

Figura 3. Plano del sector E, Incahuasi publicado por Eugenio Larrabure y Unanue en 1904 (redibujado de Larrabure 1904: 2)

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A criterio de Harth-Terré, el ushnu era un adoratorio en donde se realizaban sacrificios humanos y la quema de hojas de coca a manera de incienso. Se desconoce cómo fue que llegó a esa conclusión.

Tendrían que pasar varias décadas para que encontre-mos otra descripción del ushnu de Incahuasi. Hyslop (1985: 118) lo caracteriza como una plataforma rectan-gular de adobes; sin embargo, ni en superficie ni duran-te la excavación arqueológica se encontraron evidencias de adobes constructivos. El mismo autor menciona que antes de su investigación en el sitio, efectuada en 1979, el ushnu ya había sido destruido; esta afirmación resul-ta evidente si se comparan las imágenes publicadas por Larrabure y Unanue en 1904, Villar Córdova en 1935 y Strong y Willey en 1943, con la que él presentó en 1985 (Hyslop 1990: 90). Para la época en que Hyslop investi-gó Incahuasi, el sitio ya había sido invadido por ganado y pobladores, el ushnu y parte de la plaza se habían con-vertido en un corral de cabras (foto 1).

Posteriormente, un morador de la zona que funge de guardián y guía turístico realizó labores de limpieza, res-tituyendo piedras en las cabeceras de muros y en las esquinas del ushnu, y una escalera de acceso en su lado este, dejando al descubierto parte del muro norte de la estructura, que presenta enlucido blanco (fotos 2a y 2b).

Excavaciones en el ushnu

Antes de iniciar los trabajos de excavación, se efec-tuó el cuadriculado del área a excavar. Se emplea-ron unidades de excavación de 5 por 5 metros las

que, a su vez, se dividieron en subunidades de 1 por 1 metro orientadas hacia el norte. Las unidades de excavación fueron enumeradas consecutivamente empleando números arábigos. La excavación fue realizada en base a las unidades de excavación em-pleando las subunidades, en caso de que se descu-brieran hallazgos o elementos arquitectónicos que requirieran mayor precisión en su registro. Una vez que se pudo definir la arquitectura subyacente, se procedió a continuar las excavaciones empleando unidades arquitectónicas (U.A.) como unidad de re-gistro. Los estratos fueron excavados siguiendo las deposiciones culturales y naturales; todo el proceso de excavación fue registrado tridimensionalmente, gráfica, escrita y fotográficamente.

Los estratos, tanto naturales como culturales, fue-ron denominados unidades estratigráficas (U.E.). Cada U.E. es numerada con un número arábigo co-rrelativo antepuesto a la abreviatura “U.E.” Para una mejor localización de cada U.E. se les puede ante-poner el número de la unidad de excavación. Las capas, elementos y otros contextos identificados re-cibieron números de U.E. consecutivos. Durante la excavación, se consideró una estratigrafía horizontal (pisos, apisonados, rellenos, etcétera) y otra vertical (muros); en el caso de los muros, estos recibieron una codificación a nivel de sector que fue realiza-da por el Área de conservación y restauración de estructuras. Se consideró pertinente que los muros recibieran un único código, tanto para las labores de excavación como para las de conservación, buscan-do de esa forma evitar la duplicación de códigos y

Foto 2. Ushnu antes de las excavaciones a) frontis norte, se observa muro con pintura blanca con cabeceras y esquinas restituidas con piedras sueltas y un huaqueo en el lado izquierdo del muro; b) Lado este, se observan peldaños modernos colocados sobre capa de coprolitos modernos. Sobre las cabeceras de los muros se han apilado piedras sueltas

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Inmediatamente debajo de esta capa superficial, se en-contraron coprolitos de ganado caprino moderno entre-mezclados con parte de un relleno constructivo disturba-do; los coprolitos estuvieron concentrados en el lado este del ushnu, donde la afectación moderna fue mayor. Den-tro del estrato compacto de coprolitos se encontraron algunas piedras angulosas grandes, medianas y pequeñas, escasos cantos rodados medianos y pequeños, cascajo, y restos de basura moderna (plásticos, fragmentos de vi-drio, clavos y restos botánicos). Esta capa presentó un es-pesor de entre 22 a 42 centímetros. Al retirar este estrato (U.E. 02) se desmontó una escalinata de acceso al ushnu compuesta por dos peldaños de piedras alargadas, asen-tadas sobre los coprolitos modernos, su construcción es contemporánea a la actividad ganadera y fue realizada con el fin de que los turistas puedan acceder al ushnu. En el lado este, entremezclado con restos de coprolitos, se define un estrato compuesto por grava, arena gruesa y tierra fina arcillosa. En algunas áreas se observan peque-ños fragmentos de mortero. Estos fragmentos presentan restos de enlucido de arcilla y sobre este enlucido, una capa de color blanco; en algunos casos, estos bloques pre-sentan dos o tres caras pintadas, por lo cual cabe suponer que corresponden a las esquinas del muro con enlucido blanco que se aprecia en superficie parcialmente destrui-do, siendo la grava el relleno constructivo que contenía.

Estos estratos reflejan el proceso de deposición de la ocupación moderna y destrucción del ushnu. Ha sido po-sible estimar que este proceso duró alrededor de un siglo, ya que durante la excavación se pudo encontrar, entre los diferentes estratos de coprolitos, material moderno diverso que incluyó monedas directamente asociadas a la deposición de coprolitos y rellenos. La moneda más antigua fue encontrada directamente sobre el piso de la plaza, cubierta por coprolito de caprino, y corresponde a un “dinero” de plata del año 1905. Luego se encontraron una moneda de 10 centavos de 1921, otra moneda de 25 centavos de 1968, y una moneda de 100 soles del año 1980, esta última cercana a la superficie (foto 3).

confusiones. El material excavado, de acuerdo a su composición, fue zarandeando empleando mallas de 2, 4 y 6 milímetros.

Las excavaciones se iniciaron con el retiro de la capa superficial que cubría toda la superficie del ushnu, extendiéndose de manera homogénea con cierta in-clinación de sur a norte por toda esta superficie y la plaza aledaña a la estructura (figura 4). Esta U.E. (numerada como 01) se encuentra conformada por tierra fina, arena de grano grueso, gravilla, cascajo, piedras angulosas grandes, medianas y pequeñas, con escasa presencia de guijarros medianos, de con-sistencia suelta. También se observan restos moder-nos integrados por materiales botánicos y escasos coprolitos caprinos, así como algunas piedras me-dianas en su superficie. No se reportó material cul-tural arqueológico.

Figura 4. Planta del ushnu antes de su excavación. Se ob-serva el huaqueo en el frontis norte y la escalera moderna de lajas superpuestas en el lado este

Foto 3. Monedas encontradas en las excavaciones del estra-to de coprolito caprino del ushnu. De izquierda a derecha: un “dinero” de 1905, 10 centavos de 1921, 25 centavos de 1968 y 100 soles de 1980

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Una vez retirados estos estratos, se pudo definir el ushnu de una manera mucho más clara, identificando una plata-forma de planta rectangular de 8 por 5 metros, la que pre-senta muros enlucidos de color blanco en sus lados norte, oeste y sur (muros E2-21, E2-22, E2-24 respectivamente). Estos muros tienen una media de 2 metros de alto y están construidos sobre el piso de la plaza (foto 4). Rodeando al muro blanco se identificó un muro de doble paramento en mal estado de conservación que lo rodea en sus lados norte, oeste y parcialmente en el lado este (muros E2-17, E2-18, E2-19 respectivamente). Este muro corresponde a una ampliación de la plataforma blanca original.

En la parte superior de la plataforma blanca se identifica-ron los restos de una pila de forma rectangular de 5.2 por 1.7 metros, la cual presenta en su interior las improntas de pequeños cantos rodados (foto 5). Tanto la pila como el resto del piso de la plataforma estuvieron pintados de blanco. En el lado oeste de la plataforma se encontró una escalera de acceso de 67 centímetros de ancho compuesta por cinco peldaños, la que fue bloqueada por la construc-

ción del segundo muro (muro E2-18) construido a escasos 50 centímetros de este. El especio resultante entre estos dos muros fue rellenado con grava y ripio limpio. En el lado este tenemos un solo muro (E2-23), lo que reflejaría una reutilización del muro de este lado para ambas plata-formas. Lamentablemente, es justo este lado del ushnu el que ha sido más afectado por la ocupación ganadera, esta destrucción se extiende por todo el lado este de la parte superior de la plataforma afectando el lado este de la pila y el piso de la plataforma y extendiéndose por un muro (E2-23) que fue desmontado dejando expuesto el relleno de la plataforma. La exposición de los rellenos permitió comprobar que los muros de la plataforma son de doble paramento y que su relleno está compuesto por grava y arena gruesa limpia sin restos culturales. Durante la exca-vación de la deposición moderna en este lado del ushnu se encontraron pequeños cantos rodados negros y grises oscuros entremezclados con coprolitos y basura moderna, lo que hace suponer que corresponden a los cantos de la pila que fue destruida durante esa ocupación.

En un segundo momento constructivo, se amplía el ta-maño de la plataforma con la construcción de los muros E2-17, E2-18, E2-19, los que definen una plataforma de 12.2 x 6.5 metros (foto 6). Los muros de este segundo momento se construyeron sobre el piso de la plaza y se encuentran en mal estado de conservación, presentando colapsos, pandeos, perdida de mortero, rajaduras y grie-tas, aparentemente estuvieron expuestos a la intemperie por lo que son los más afectados (en algunas porciones solo se encontró 25 centímetros de alto del muro). En pequeñas áreas se ha podido identificar restos de enluci-do y pintura roja, lo que hace suponer que esta platafor-ma estuvo pintada de rojo.

En el lado sur del ushnu encontramos que asociado a este segundo momento se construyó una plataforma de 4 por 3 metros adosada al muro sur de la primera plata-forma, ésta sirvió de acceso a la nueva estructura ya que en su lado sur se definen dos peldaños (foto 7).

En el lado norte de esta segunda plataforma no se en-contraron restos de algún acceso como en el lado sur, sin embargo, las excavaciones permitieron definir que el muro en ese lado (muro E2-17) se había desplomado en bloque (foto 8), lo que permitió restaurarlo y definir que debió tener una altura de más de 2 metros. Los es-pacios resultantes de la ampliación de la plataforma y la construcción del acceso sur fueron rellenados con gra-va y ripio limpio compactado, no se encontraron restos culturales en estos rellenos.

Las excavaciones también permitieron identificar que junto con la construcción del muro norte de la segunda

Foto 4. Esquina noroeste del primer momento constructivo del ushnu (muros E2-21 y E2-22), donde se aprecia el enlu-cido blanco de sus muros, en segundo plano a la derecha se puede apreciar la escalera de acceso, clausurada por el muro de ampliación de la plataforma

Foto 5. Planta donde se aprecia la pila blanca y el acceso en el lado oeste de la plataforma. En el lado este se aprecia la rotura de la pila, exposición de los rellenos constructivos y desmontaje del muro este del ushnu

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plataforma (muro E2-17) se adosaron dos plataformas en el lado norte, estas presentan el mismo ancho que la plataforma ampliada (6.5 metros) y comparten su orien-tación. Una de las plataformas adosadas mide 2 metros de largo por 70 centímetros de alto, la otra mide 3 me-tros de largo por 50 centímetros de alto. En la parte central de esta última se descubrió una pila de 1.80 por 1.00 por 0.5 metros (fotos 9 y 10). Esta pila se encon-traba cubierta por el relleno del camino, por lo que se encontró en buen estado de conservación conservando su pintura color amarillo y su contenido de cantos roda-dos pequeños. La pila y las plataformas se construyeron sobre el piso de la plaza.

Las excavaciones han permitido definir claramente que el camino central de la plaza corresponde a un momento constructivo posterior al ushnu, ya que, como lo mencio-namos líneas arriba, este camino elevado cubre a la pila amarilla con su relleno constructivo. Este relleno difiere

de los encontrados en el ushnu pues no solo presenta grava y arena gruesa sino también piedras angulosas de diversos tamaños y material cultural (botánico princi-

Foto 8. Colapso en bloque del muro norte (E2-17) de la am-pliación de la plataforma

Foto 9. Vista de la pila y plataformas asociadas al segundo momento constructivo

Foto 6. Vista del frontis norte del ushnu donde se puede apreciar en primer plano los restos del muro de ampliación de la platafor-ma, que se extiende por los lados norte y oeste de la plataforma, y en segundo plano el muro blanco de la primera plataforma con restos de la pila en su superficie. A ambos lados del ushnu se pueden apreciar las franjas elevadas con motivos en bajo relieve que se describen más adelante

Foto 7. Vista del frontis sur del ushnu donde se observa el ac-ceso durante el segundo momento constructivo, corresponde a una plataforma que se adosa a los muros blancos

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palmente) entremezclado o formando lentes. Al retirar los rellenos del camino se descubrió el piso de la plaza. Debido a la presencia de piedras grandes y material cul-tural este relleno no es homogéneo ni compacto. Los muros de los lados del camino se adosan a la plataforma del ushnu amarillo.

En la parte sur del ushnu la construcción del camino se realizó variando ligeramente la construcción de la plata-forma, que quedó conectada con el acceso a la estructu-ra principal. Este cambio de orientación se habría visto motivado por la necesidad de conectar el acceso y el ushnu. Es en este momento constructivo que el ushnu habría dejado de cumplir su función original, siendo

sellada la pila amarilla. El relleno de este lado del ca-mino es de similares características que el empleado en el lado norte; en el extremo sureste de este relleno se recuperó una concentración de material cultural que incluía la muestra de cerámica que se presenta líneas abajo.

Cerámica asociada

Como hemos mencionado, el material cultural fue muy escaso en las excavaciones del ushnu. Los rellenos cons-tructivos y piso de la estructura se encontraban limpio y sin materiales. En el único lugar donde se encontró una considerable cantidad de material cultural corresponde al lado suroeste del camino elevado, cerca al acceso de la estructura principal, donde el camino elevado se rellenó con material de desecho.

Un análisis de esta material permitió reconocer la presencia de poco fragmentos diagnósticos, casi la totalidad de manufactura local. Entre los fragmentos diagnósticos únicamente se encontró dos bordes de un plato estilo Inca (figura 5); el resto del material pre-senta formas y decoraciones características del estilo Guarco (fotos 11 y 12) tal como fue definido por Joyce Marcus en Cerro Azul (Marcus 2008), encontrándose los tipos Pingüino buff y Camacho marrón rojizo. Otros de los materiales identificados corresponden a restos de maíz (tallos y tuzas), pacae, guayaba, junco, camarón de río (Cryphios caementarius), chorito (Semimytilus algo-sus), entre otros.

Figura 5. Plato estilo Inca Provincial recuperado de las excavaciones del relleno del camino elevado

Foto 10. Vista de planta de la pila y las plataformas asociadas, en el lado derecho tenemos al muro norte (E2-17) de la am-pliación de la plataforma

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Excavaciones en la plaza

Las excavaciones se concentraron alrededor del ushnu y el camino elevado. Como en las excavaciones del ushnu, debajo de la superficie se encontró una densa deposi-ción de coprolitos de ganado vacuno, caprino y ovino, además de cantos rodados pequeños y medianos, y es-casa presencia de piedras angulosas grandes y medianas. Se hallaron restos de basura moderna (fragmentos de vidrio y telas, papeles, cigarrillos, entre otros) y restos de quema (ceniza) pero ningún material arqueológico.

Retirado este estrato, se descubrió el piso de la plaza es que es arcilla amarillenta compacta y con una ligera inclinación de sur a norte. La superficie presenta mu-cho desgaste así como restos de quema, los que podrían corresponder a la ocupación moderna.

Lo más resaltante de la excavación del piso de la plaza fue el descubrimiento de 4 franjas en alto relieve de un metro de ancho que se extienden paralelamente al ushnu (fotos 13a y 13b). Estas franjas presentan una decora-ción en bajo relieve de cuadrados de 15 centímetros, los que se encuentran agrupados en dameros de 12 por 4, estos dameros de forma rectangular se ubican a 50 centímetros uno del otro (foto 14).

Estas franjas corren de manera paralela al ushnu y en-tre sí, encontrándose separadas por una distancia de 50 centímetros. Es justo en ese espacio que también se ha podido identificar la misma decoración de damero con cuadrados en bajo relieve más pequeños (7 centímetros).

Aparentemente estas franjas elevadas estuvieron ex-puestas al igual que el piso de la plaza, ya que presenten mucho desgaste en sus superficies; un fragmento de la franja sur que fue cubierta al construir el camino ele-vado es el único lugar donde se le encuentra en buen estado de conservación (foto 15).

Asociado a los cuadrados en bajo relieve se ha podi-do identificar restos de cuadrados incisos (foto 16), la-mentablemente no ha sido podido definir su posición dentro de la secuencia constructiva de la plaza. Los cua-drados incisos habrían sido trazados en damero al igual que los cuadrados en bajo relieve. Son muy similares a los que se han reportado para el Sector C, subsector 1 (Chu, en prensa) y del sector A, subsector 1 (Urton y Chu, en prensa) de Incahuasi.

Conclusiones

A través de las investigaciones podemos caracterizar al ushnu mayor de Incahuasi como una estructura de carácter

Foto 12. Cuerpos decorados del estilo local (Guarco) recupe-rados del relleno del camino elevado

Foto 13 a. Franjas elevadas encontradas a los costados del ushnu (franjas del lado este)

Foto 11. Bordes del estilo local (Guarco) recuperados del relle-no del camino elevado

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ceremonial y compleja secuencia constructiva (figura 6), ya que se realizaron diversas modificaciones asociadas a la función que cumplió. Es así como los datos obtenidos permiten el identificar claramente tres fases constructivas:

Primera fase

Corresponde a la construcción de la plaza y una plata-forma de planta rectangular (figura 7), dispuesta sobre la plaza. El acceso a esta plataforma se realizaba por una escalera de cinco peldaños ubicada al lado oeste, sobre la plataforma se ubicó una pila rectangular orientada hacia el este. En su interior se encontraron evidencias de haber contenido cantos rodados pequeños en su interior. Toda

esta estructura (incluida la cima) se encontraba pintada de color blanco, por lo que podemos denominar a esta fase del ushnu “blanco”. Correspondería al inicio de la ocupa-ción inca de Incahuasi, cuando el asentamiento era una base de operaciones militares. No está claro si las franjas elevadas con diseños en bajo relieve de forma cuadrangu-lar a ambos lados del ushnu fueron construidas en esta fase.

Foto 13 b. Franjas elevadas encontradas a los costados del ushnu, (franjas del lado oeste)

Foto 14. Detalle de los diseños cuadriculares en bajo relieve agrupados en dameros

Foto 15. Fragmento de franja elevada en buen estado de conservación al estar cubierta por el relleno constructivo del camino elevado

Foto 16. Restos de piso cuadriculado asociados a franjas con motivos en bajo relieve

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Segunda fase

Aparentemente en pleno proceso constructivo de la pla-taforma pintada de blanco hay un cambio en el concepto de diseño de la estructura, es así que se sellan los muros blancos con muros de mayor tamaño haciendo que la es-tructura adquiera un volumen mayor, así mismo se cambia el acceso y se construye una plataforma escalonada, la cual se adosa a su lado sur, cambiando no sólo la forma sino la orientación de dicho acceso. El espacio entre los muros se rellena empleando grava y cascajo limpio sin restos cul-turales el que es compactado. La cima de la plataforma es modificada, siendo nivelada y delimitada por muros a ma-yor nivel de la plataforma, toda esta estructura es pintada de un tono rojo claro, por lo que denominamos a esta fase del ushnu “rojo” (figura 8).

Paralelamente, se construyen dos plataformas las que se adosan al lado norte de la estructura, se construye una pila de planta rectangular y se pinta de color amarillo. Esta pila reemplazaría a la anterior pila blanca cubierta en la cima de la plataforma, yendo más acorde con la nueva orientación de la estructura. En el interior de la nueva pila se hallaron

cantos rodados pequeños. La asociación de las franjas ele-vadas con motivos cuadrangulares en bajo relieve a esta fase constructiva es clara.

Tercera fase

En la tercera fase, se modifica totalmente la función del ushnu y estaría asociada a un gran cambio de función del todo el sector. En la estructura principal este cambio se refleja en el sello de accesos y ampliaciones. Se sellan tanto la escalera sur de acceso y la pila amarilla del lado norte, mediante la construcción de un camino elevado a modo de plataforma. Esta plataforma se proyecta hacia el lado sur conectando con la base de la escalera de ac-ceso al palacio y al norte como un camino elevado que divide en dos a la plaza (figura 9). Es en esta fase que la plataforma deja de utilizarse como ushnu siendo integra-da al camino elevado que divide a la plaza y que comuni-ca directamente con el frontis de la estructura principal del sector. Las franjas cuadriculadas en el lado oeste son parcialmente cubiertas por el muro del camino elevado.

Es interesante que las excavaciones no hayan encontra-do evidencias de las dos escaleras de acceso compues-tas de cinco peldaños que tanto Larrabure y Unanue y Harth-Terré mencionan en sus descripciones y planos del ushnu. La ausencia de estos elementos nos lleva a plantear dos hipótesis: que esta última fase del ushnu fue tan destruida por la ocupación moderna que no dejo ningún rastro en el registro arqueológico; o que corres-ponde a una ocupación post-inca del ushnu y que fue construido (al igual que las modificaciones modernas) de manera superficial y que debido a esto la ocupación moderna fácilmente lo desmontó. La segunda hipótesis parece la más viable, tomando en consideración que las

Figura 6. Dibujo en planta del ushnu con sus diferentes fases constructivas

Figura 7. Reconstrucción 3D de la primera fase constructiva

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La plaza y el ushnu mayor de Incahuasi, pp. 92-110Chu

excavaciones han identificado la existencia de una ocu-pación post-inca en el sector con estructuras de carácter doméstico adosadas a la estructura principal (el Palacio), y que Harth-Terré menciona que el acceso al ushnu era realizado “por la parte anterior y posterior con dos es-caleras de lajas de piedra asentadas sobre tierra” (Harth-Terré 1933: 107; el resaltado es nuestro). Como hemos visto, las escaleras de acceso asociadas directamente a la ocupación del ushnu corresponden a estructuras forma-les de barro y piedra. La única escalera asentada sobre la tierra corresponde al acceso moderno que encontramos antes de iniciar los trabajos.

Agradecimientos

Los trabajos de investigación en Incahuasi no se habrían llevado a cabo sin la tenacidad e interés de la licenciada Rosio Gonzales Díaz del Gobierno Regional de Lima, quien en 3 meses logró que se corrigiera y aprobara un expediente técnico que tenía dos años estancado. De igual manera, este proyecto no hubiera sido posible sin el apoyo del Presidente Regional de ese momento, el señor Javier Alvarado Gonzales del Valle. Plan

COPESCO Nacional y el Gobierno Regional de Lima financiaron los dos años de trabajos.

Durante estos dos años de trabajos, muchos arqueólo-gos pasaron por el proyecto, algunos memorables otros no. Un agradecimiento a todos aquellos que llegaron hasta el final y le pusieron mucho empeño y entusias-mo a los trabajos: Daniel Dávila jefe de campo, quien también realizó el análisis del material cerámico y su asistente Diana Carhuanina quienes estuvieron a cargo de las excavaciones; Carlos Zapata, jefe del área de con-servación de estructuras y sus asistentes Lourdes Villa y Arlen Talaverano por concluir con los trabajos de con-servación; Patricia Landa, conservadora de materiales; Claudia Molina, jefa de gabinete; Diana Mogrovejo por encargarse de los planos y su digitalización; Mary Avila por su apoyo en la digitalización de planos de conser-vación y revisar los restos de camélidos recuperados. Finalmente, un agradecimiento especial a los muchos practicantes que nos apoyaron con sus ganas de apren-der como Manuel Calongos, Boris Orccosupa, Diana Reynalte, Winnie Martinez, Karol Valenzuela, Victor Hugo Condori, Andrea Gutiérrez, Cinthya Huarcaya, entre otros.

Figura 8. Reconstrucción 3D de la segunda fase constructiva Figura 9. Reconstrucción 3D de la tercera fase constructiva

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Vista aérea oblicua de la plataforma con columnas en el sitio arqueológico de Cruz Blanca, distrito de Zúñiga, valle de Cañete (foto: Aldo Watanabe)

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Breves apuntes sobre la presencia inca en Pacarán, valle medio de Cañete

guido casaveRde Ríos*

Resumen

En este artículo se presenta información sobre los sitios con ocupación inca existentes en la región de Pacarán, valle medio de Cañete, resaltándose sus compartidas características arquitectónicas y su vínculo con el camino inca que, recorriendo la región de este a oeste, habría permitido la conquista del señorío Guarco (valle bajo) y el control estatal de los sureños chinchas.

Palabras clave

Cañete, Inca, Horizonte Tardío, Tawantinsuyu, Camino Inca, colca, Daris, Huagil, Pacarán, San Marcos, frisos prehispánicos

Brief notes on the Inca presence in Pacarán, middle Cañete Valley

Abstract

This article provides information about archaeological sites with Inca occupation in the region of Pacarán, middle valley of Cañete. Emphasis is placed on their shared architectural features and its link to the Inca Road that would have allowed the conquest of Guarco chiefdom (lower valley) and state control of Southerners Chinchas.

Keywords

Cañete, Inca, Late Horizon, Tawantinsuyu, Inca road, colca, Daris, Huagil, Pacaran, San Marcos, prehispanic friezes

* Coordinador del Área de Identificación, Registro e Investigación de la Red Vial Inca. Ministerio de Cultura, Qhapaq Ñan – Sede Nacional. E-mail: [email protected]

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Breves apuntes sobre la presencia inca, pp. 112-127Casaverde ríos

Introducción

El presente artículo forma parte de la propuesta de in-vestigación que Qhapaq Ñan - Sede Nacional del Minis-terio de Cultura viene desarrollando en el valle de Cañe-te, orientada a explicar la conquista y posterior control de esta región por parte de los incas. En el marco de este estudio, en el año 2003 se inició el registro de asen-tamientos incas localizados en ambas márgenes del río Cañete; en la jurisdicción del distrito de Pacarán desta-caron tres sitios considerados de gran importancia para la administración del valle: Huaca Daris, San Marcos y Huaguil, todos ellos asociados a un camino prehispáni-co que, proveniente de la costa, se dirigía hacia el valle del Mantaro atravesando el valle de Cañete.1

Diez años más tarde se puso en marcha el Proyecto qollqas del valle medio de Cañete durante el dominio Inca, que reto-mó el estudio del camino inca que recorría las quebra-das de Incahuasi y Topará, ruta que habría facilitado la conquista cusqueña del señorío de Guarco, ubicado en tierras bajas. En nuestro concepto, estas instalaciones de almacenamiento del valle medio se habrían visto vinculadas al aprovisionamiento logístico que posibilitó dicha acción expansiva, su sola existencia demostraría la importancia administrativa y política de este sector.

Antecedentes

Localizado al sur del departamento de Lima, el valle de Cañete es considerado uno de los más productivos de la costa central peruana; su río recorre la provincia homónima de este a oeste, formando un valle medio estrecho que se va ampliando a medida que se acerca al litoral, con una frontera agrícola delimitada por la pre-sencia de los cerros aledaños y algunas quebradas que forman cursos temporales de agua en época de lluvias. No sorprende por ello que este valle presente algunas de las evidencias arqueológicas más importantes de la presencia inca en la región.

En tiempos prehispánicos, el valle medio o chaupiyunga cañetana tuvo una gran importancia socioeconómica y política, siendo clave para el dominio y control de los recursos producidos en esta área y una vía de comuni-cación entre la costa y sierra.

Según puede ser constatado en el inventario realizado por Carlos Williams y Manuel Merino (1974), la ocu-

pación cusqueña de estos territorios dejó su caracte-rística impronta bajo la forma de caminos transver-sales, palacios, colcas y otros componentes distintivos del poder inca en la costa central, reportados en sitios como Cerro Azul, Incahuasi de Lunahuaná, Ungará, Herbay Bajo, La Toma, entre otros.

Uno de estos caminos transversales, que iniciándo-se en la costa se dirigía hacia Jauja (valle del Manta-ro), fue dado a conocer por John Hyslop en su libro The Inka Road System (1984), parcialmente traducido en 1992 al español bajo el título Qhapaqñan: el sistema vial Inkaico. De acuerdo a su interpretación, el sitio arqueológico Escalón, ubicado seis kilómetros al sur-oeste de Incahuasi, habría controlado el camino en su margen izquierda, mientras que el sitio La Toma hacía lo propio en la margen derecha.

Hyslop destacaría el importante rol cumplido por el sitio Incahuasi para la conquista inca del señorío de Guarco en su obra Inkahuasi: The New Cuzco (1985). Como sabemos, las fuentes etnohistóricas transmiten noticias sobre el conflicto de cuatro años que durante el siglo XV mantuvieron los incas con los guarcos, el cual culminó con la conquista incaica del valle y de la costa central (Cieza 1962 [1553], 1967 [1551]; Rost-worowski 1978-1980, 2004).

En el año 2007, Alberto Bueno describió la importan-cia que el valle medio de Cañete habría tenido desde tiempos preincaicos para el tránsito de la costa hacia la sierra, resaltando además el valor que tanto Inca-huasi como el tambo de Suero tuvieron en la época Inca para organizar la logística necesaria en la con-quista de los pueblos de la costa y la permanencia del poder político cusqueño.

A comienzos del año 2011, el Ministerio de Cultura presentó la publicación El camino entre Inkawuasi de Lu-nahuaná y la Quebrada Topara: vía para la conquista Inca del señorío Guarco, como resultado de un proceso de investigación de largo aliento efectuado por el Qha-paq Ñan – Sede Nacional entre los años 2003 y 2008. Entre otros aspectos, en este trabajo se analiza la pre-sencia de un camino que vinculó el valle de Chincha con el sitio Incahuasi de Lunahuaná en Cañete; ade-más, se destaca el factor logístico que habrían con-siderado los incas para emprender la conquista del señorío Guarco, relacionado a la masiva presencia de

1 Es oportuno señalar que en este proceso de registro resultó valioso el Inventario, catastro y delimitación del patrimonio arqueológico del valle de Cañete elaborado por Carlos Williams y Manuel Merino (1974), ya que facilitó la identificación de un considerable número de sitios, incluidos aquellos pertenecientes al Horizonte Tardío.

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colcas2 distribuidas entre las localidades de Lunahuaná y Pacarán, en el valle medio de Cañete.

En agosto de ese mismo año, Favio Ramírez excavó las colcas de San Marcos para conocer las característi-cas de estas estructuras de almacenamiento y los pro-ductos almacenados, con el fin de afinar la propuesta del aprovisionamiento logístico que representó esta parte del valle de Cañete para los intereses de los incas en la conquista del señorío Guarco.

Paralelamente, Milena Vega Centeno describió las ca-racterísticas arquitectónicas de los sitios arqueológicos de San Marcos, Huaca Daris y Huagil, proponiendo, dentro del contexto administrativo inca de los recur-sos económicos del valle, la existencia de la huaranga de Pacarán.

Camino inca Pacarán – Huaguil

El camino inca que une estos tres sitios subsiste ac-tualmente como una traza en la margen izquierda del río Cañete que, partiendo de la plaza de Pacarán en dirección noreste, recorre aproximadamente más de 2.2 kilómetros hasta llegar al río Cañete. Converti-do en una trocha carrozable, este camino presenta un ancho aproximado de cuatro metros y se ve de-limitado por tapiales y muros tipo cerco; algunos de

estos cercos serían prehispánicos, sin embargo, su antigüedad solo podrá ser determinada mediante un examen riguroso.

El camino continúa de manera sinuosa desde la plaza de Pacarán y llega al sitio arqueológico Huaca Daris, luego de un recorrido aproximado de 560 metros. Esta huaca corresponde a una estructura rectangular inca ubicada posiblemente a la vera del camino, aunque sus restos se observan a 60 metros al norte del mismo; su espacio ha sido ocupado por construcciones modernas de una familia apellidada Daris.

Después de 950 metros de recorrido el camino alcanza el sitio de San Marcos, de aquí se desprende un trazo hacia el sur que se dirige hacia las colcas de San Mar-cos; posiblemente exista otro pequeño trazo orientado al noroeste, hacia el sitio Huagil, localizado unos 100 metros al sur del camino inca.

Después de pasar por San Marcos, el camino - con un estado regular de conservación - se dirige hacia Paso-rumi, luego de cruzar el río Cañete; el punto de cruce aún no ha sido determinado, sin embargo, es probable que se ubicara en las inmediaciones de Huagil. Es in-teresante notar cómo en una distancia aproximada de dos kilómetros se observan cuatro sitios de estilo inca vinculados al camino.

2 Solo en esta parte del valle de Cañete, fueron contabilizados aproximadamente quince sitios con depósitos de almacenamiento (Casaverde y López 2011; Williams y Merino 1974).

Figura 1. Ubicación de los caminos y sitios inca vinculados

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La trayectoria del camino define dos áreas de culti-vo cerca de Huaguil que pertenecerían a dos épocas distintas. La primera, al lado norte y en un nivel más bajo que el del camino, corresponde a una tierra de cultivo en excelentes condiciones, que tal vez haya formado parte de los campos de cultivo prehispáni-cos. La segunda, al lado sur del camino y a un nivel más elevado, tiene un terreno pedregoso que parece haber sido habilitado como tierra de cultivo en tiem-pos más modernos.

A continuación se describen las características cons-tructivas de los cuatro sitios inca ubicados en la lo-calidad de Pacarán.

Sitios arqueológicos asociados al camino inca

Huaca Daris

Es una estructura de planta rectangular dividida en cuatro grandes compartimentos, con paredes decoradas al estilo Inca. Cuenta con nichos y vanos trapezoidales, platafor-mas asociadas a los recintos y un pasadizo central que co-munica los cuatro espacios; presenta también un segun-do nivel en la parte central del lado este, al cual se accede por escaleras. Además, existe una pequeña estructura de planta con hornacinas y vano de acceso rectangular que por su forma y tamaño habría sido destinada al almace-namiento. Al interior de Huaca Daris se hallan cultivos modernos que afectan su estado de conservación.

Figura 2. Croquis referencial de Huaca Daris

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Foto 1. Vista de uno de los ambientes con hornacinas rectangulares

Foto 2. Ventana rectangular similar a las de San Marcos Foto 3. Estructura rectangular pequeña con hornacinas rec-tangulares y vano de acceso, de características similares a las de San Marcos

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San Marcos

Es una estructura arquitectónica de planta rectangular con un área aproximada de 3 900 metros cuadrados, for-mada por muros de hasta cuatro metros de altura unidos por argamasa y cubiertos con un fino revestimiento. En el sitio destacan los frisos de estilo Chincha, con figuras de peces en posición vertical en las paredes que dan hacia el camino inca, ahora convertido en una trocha carroza-ble. Estas figuras forman una cenefa aun visible que ro-dea la pared orientada hacia el sur; se observa también un diseño en plano relieve de escalones de estilo inca (a una altura aproximada de tres metros) compuesto por canto rodado y unido con argamasa, en la pared sur muy cerca de la esquina sureste del sitio que conduce hacia los actua-les campos de cultivo.

El interior está compuesto por plataformas y ambientes de planta cuadrangular y rectangular. Sus paredes tienen nichos trapezoidales y rectangulares y un segundo nivel cerca de la esquina este al que se accede por escaleras. Desde su cima hacia abajo, se divisan dos pequeñas es-

Figura 3. Croquis de San Marcos. El corte A-A´, muestra la estructura rectangular con vanos de acceso, similar a la de Huaca Daris

tructuras de planta rectangular, cada una con cuatro va-nos de acceso y/o hornacinas en cada una de las paredes.

Los muros combinan elementos constructivos: se obser-van paredes construidas con doble hilada de piedras, uni-das con argamasa y cubiertas con un fino revestimiento, y muros de doble hilada de adobe. También se observan paredes de hasta un metro y medio de altura que combi-nan piedras en la base, muros de adobe y muros que com-binan piedras y adobes sin orden; no se han encontrado evidencias de techo, por lo que podrían haberse construi-do con material perecible.

El sitio tiene un estado regular de conservación, pero en su interior se encuentra una estructura moderna de adobe con columnas de concreto y canales de regadío, utilizada en la actualidad como zona de cultivo.

San Marcos está rodeado por campos de cultivo que po-siblemente hayan sido parte del monumento ahora des-truido; el acceso a las colcas de San Marcos se encuentra aproximadamente a 50 metros de camino, en las laderas del cerro Huanaco.

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Foto 7. Muros con hornacinas cuadradas al interior de San Marcos

Foto 9. Dos estructuras rectangulares pequeñas con vano de acceso de similares características a las de Huaca Daris

Foto 8. Muros con hornacinas trapezoides y la plataforma asociada

Foto 4. Vista panorámica de San Marcos desde las colcas de San Marcos

Foto 5. Traza de camino que se dirige hacia las colcas de San Marcos

Foto 6. Muro con ventanas rectangulares

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Foto 12. Cenefa de frisos de peces de estilo Chincha en la parte exterior de San Marcos

Foto 13. Detalle de los frisos

Foto 10. Detalle del interior de la estructura rectangular con sus vanos de acceso

Foto 11. Representaciones escalonadas en la pared exterior de San Marcos

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Colcas de San Marcos 3

En los alrededores del sitio arqueológico San Marcos, un camino de acceso en los terrenos de cultivo conduce hacia el cerro Huanaco donde se ubican las colcas de San Marcos.

En la sección media de las laderas de este cerro se obser-va una alineación de colcas de planta cuadrangular aso-ciadas a posibles áreas de secano. Estos recintos tienen aproximadamente 3 metros de lado y 2.80 metros de alto, están finamente enlucidos con un acabado curvo entre pared y pared, y entre las paredes y el piso. Según los trabajos realizados por Favio Ramírez, se identifican restos de techo y especies vegetales en el interior, como la lúcuma, el maní, el maíz, entre otros. Los muros están compuestos por piedras canteadas unidas con argamasa

y finamente enlucidas. La sección baja tiene dos plata-formas sobre las que se construyen recintos cuadrangu-lares con accesos estrechos.

Huagil 4

El sitio arqueológico Huagil se encuentra compuesto por cuatro estructuras de planta rectangular, ubicadas a lo largo del cono de deyección de la quebrada Huagil. En la parte superior se ubica un muro de contención de aproximadamente 100 metros de largo por un metro de ancho, construido posiblemente para evitar los des-lizamientos o aluviones provenientes de la quebrada. Asociadas a la muralla, se observan pequeñas estructu-ras de planta rectangular construidas en piedra. Sólo un examen riguroso determinará si existe relación entre las cuatro estructuras y la presencia de una posible plaza en su interior.

Foto 14. Colcas de San Marcos o Pacarán 01

Foto 15. Detalle de las colcas de San Marcos

Figura 4. Cuatro estructuras de Huaguil y la muralla

3 El sitio figura con el código 26K 11M04 en el Inventario, catastro y delimitación del Patrimonio Arqueológico del valle de Cañete de 1974. Mediante RDN 1432 del año 2005, el ex Instituto Nacional de Cultura (actual Ministerio de Cultura) lo declara como Patrimonio Cultural de la Nación con el nombre de Pacarán 01. En este artículo se le denominará colcas de San Marcos, por su función, cercanía y asociación al sitio de este nombre. 4 El sitio es conocido con el código 26K 11N07 en el Inventario, catastro y delimitación del Patrimonio Arqueológico del valle de Cañete de 1974.

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Breves apuntes sobre la presencia inca, pp. 112-127Casaverde ríos

Figura 5. Estructura I de HuaguilFoto 18. Plataforma en L perteneciente a la Estructura I de Huaguil

Foto 17. Muros con hornacinas trapezoidales en la Estruc-tura I de Huaguil

Foto 20. Vano de acceso sellado en el muro sur de HuaguilFoto 19. Uno de los accesos hacia la parte superior de la plataforma en L

Foto 16. Restos de la muralla de Huagil

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Estructura I

Ubicada al lado este del conjunto, presenta una plan-ta rectangular con el eje mayor en dirección sureste-noroeste y dos accesos en el muro sur. El Acceso 1, ubicado en la parte central del muro sur y sellado posi-blemente en tiempos prehispánicos, comunicaba inme-diatamente a una plataforma de planta en forma de L, distribuida en los lados oeste y sur de la estructura.

El Acceso 2 se encontraría cerca de la esquina sureste. Desde aquí se accede a un patio de planta rectangular orientado también en dirección sureste-noroeste y uni-do hacia el noreste de la estructura. Una escalera doble y una rampa ubicada al oeste de la plataforma comunica el patio con los ambientes de una plataforma en L; di-cha plataforma tiene un alto aproximado de 1.20 me-tros, poyos en el muro sur a ambos lados del Acceso 1 y una pequeña plataforma en el lado oeste con respecto al acceso.

Dos accesos ubicados en la parte oeste de la estructura comunican a los ambientes situados en la plataforma en L. El primer ambiente, ubicado al sureste de la estruc-tura, se comunica por un acceso con el área de la plata-forma; este ambiente tiene una división interior y posee hornacinas tanto en su muro sur como en la división. El acceso al segundo ambiente se da directamente por la rampa que comunica el patio con la plataforma; desde este segundo ambiente se accede al tercero desde otro acceso con muro y planta en L. El segundo ambiente también tiene una plataforma de menor tamaño y en mal estado de conservación. El muro norte tiene apro-ximadamente nueve hornacinas.

El tercer ambiente se encuentra en el sur, cerca de la esquina sureste. Este ambiente presenta dos platafor-mas (una frente a otra) y dos muros divisorios cons-truidos con piedras unidas con argamasa de barro en-lucidas y decoradas con pintura roja en las paredes. El muro que define los ambientes del lado oeste y el muro de lado sur están decorados con nichos trapezoidales y rectangulares.

Estructura II

Se ubica a 120 metros al oeste de la Estructura I, está constituida por dos recintos de planta rectangular con su eje mayor orientado en dirección noreste-suroeste. El primer recinto es de menor tamaño y se ubica al lado sur, mientras que el segundo recinto se ubica al norte.

El acceso principal se ubica en el muro sur del primer recinto, está muy destruido y no es posible definir cómo

eran sus muros este y sur. Presenta hornacinas de planta rectangular y una plataforma al lado del muro sur.

El segundo recinto es igual que el primero, tiene una plataforma rectangular al lado del muro sur y unas es-caleras en el lado sureste, ambos recintos se comunican por un acceso en el lado sur del segundo recinto; los muros están construidos por piedras enlucidas unidas con argamasa. Los muros este y sur del segundo recin-to están decorados con nichos trapezoidales, mientras que el muro sur y oeste del primer recinto tiene nichos rectangulares.

Figura 6. Estructura II de Huaguil

Foto 21. Hornacinas trapezoidales de la Estructura II de Huaguil

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Estructura III

Se ubica casi a 160 metros al oeste de la Estructura II. Está constituida por un espacio regularmente conserva-do y dos pequeñas concentraciones de pequeños recin-tos mal conservados ubicados al este.

El recinto principal es de planta rectangular, sin embar-go, no es posible definir ni su forma original ni sus acce-sos por su mal estado de conservación, pero es probable que se haya ubicado al sur. La estructura tiene divisio-nes internas y hornacinas. Existe un pequeño recinto de planta rectangular con un vano rectangular que al pare-cer habría guardado similitudes con el de San Marcos y Huaca Daris. Al igual que las demás estructuras, los muros están construidos con piedras enlucidas unidas con argamasa de barro.

Estructura IV

Se ubica a 100 metros al sureste de la Estructura III, muy cerca a las laderas del cerro Huanaco. Es de una

Foto 22. Muros del recinto N°2 de la Estructura II de Huaguil

Figura 7. Estructura III de Huaguil

Foto 23. Restos de la pequeña estructura rectangular, con parte de su vano de acceso de planta también rectangular

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estructura de planta rectangular alargada, con su lado mayor orientado en dirección noroeste-sureste, en su interior muestra divisiones internas y está cubierto por material de derrubios. Está constituido en su interior por muros de piedras canteadas. Aún no se define la función de esta estructura, pero es posible que se asocie a actividades administrativas.

Las cuatro estructuras podrían definir una plaza, si se considera la muralla como parte de su límite sur hacia la quebrada Huagil y que los accesos principales de las cuatro estructuras de Huagil se orientaran hacia ella. Es necesario también conocer si los accesos a las estructu-ras I, II y III se orientan hacia el sur, y el la Estructura IV hacia el este o si se trató, por el contrario, de una coin-cidencia en la disposición de la cuatro estructuras y que la muralla cumplió más bien funciones de contención.

Por otro lado, es evidente que los vanos de acceso prin-cipales no se orientaron hacia el camino inca, ya que este se encuentra más hacia el norte. Sin embargo, una salida de campo ha permitido identificar un posible ramal que se desprende del camino inca a pocos metros del cruce del río y que se dirige hacia sur, el mismo que aparece entre las es-tructuras I y II de Huagil. Este camino tal vez haya conec-tado a Huagil con la red de caminos en esta parte del valle.

Discusión

En el área estudiada en este artículo se ubica un conjun-to de estructuras de época Inca asociadas al camino que recorría el valle medio del río Cañete. Entre todos estos sitios destaca San Marcos ya que cuenta con frisos de estilo Chincha y conserva íntegramente sus accesos, formando una unidad arquitectónica asociada al camino inca. San Marcos se encuentra además asociado a un grupo de colcas localizadas en las inmediaciones del cerro Huanaco (colcas de San Marcos o Pacarán 01) mediante un camino ubicado al este del sitio que se dirige hacia el sur. Otro camino que parte del sitio se habría proyectado hacia el noroeste.

Al igual que otras estructuras de almacenamiento, las colcas de San Marcos se ubican en las laderas empinadas de los cerros vinculándose, al parecer, a los caminos de acceso que las bordean, tal como puede observarse en las colcas de Cerro Huanaco o Pueblo Nuevo. Es necesario precisar que en dichas colcas se habrían almacenado productos agrícolas como maíz, maní, ají, lúcuma, pallares, entre otros, que evi-dencian la alta productividad del valle de Cañete.

Es muy probable que hubieran existido otras estructu-ras arquitectónicas en los campos de cultivo que fueron terraplenadas en tiempos modernos. Como algo distin-tivo de los componentes de San Marcos se menciona la presencia de pequeñas estructuras de planta rectangular con vanos de acceso y/o hornacinas, el sitio cuenta con dos de estas pequeñas estructuras de manera contigua y una aislada en regulares condiciones; Huaca Daris y la Estructura III de Huagil, por su parte, exhiben sola-mente una en regular estado de conservación. El sitio arqueológico de Condoray, ubicado a diez kilómetros

Figura 8. Plano de la Estructura IV de Huaguil

Foto 24. Muro noreste de la Estructura IV

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San Marcos es el sitio que ocupa el primer nivel en la jerarquía seguido por Huaca Daris, ambos como pro-bables palacios. Algo más abajo se encuentra Huaguil, de posible función administrativa y asociado principal-mente a la ruta que se dirigía hacia Pasorumi en Zúñiga.

Hacia el este, en la margen derecha del río Cañete, pue-den observarse otros sitios arqueológicos asociados al camino: Pasorumi, Machuranga, y Pampas Larpa en Zúñiga; frente al último de los mencionados, en la margen izquierda, se ubica el sitio arqueológico Puquio, también perteneciente a la época Inca.

Pasorumi se encuentra conformado por una muralla de grandes proporciones que define al sitio en sus lados sur, este y oeste; el lado norte, por su parte, limita con el cerro Socorro. La muralla fue construida con piedras de gran tamaño unidas en sus intersticios por pequeñas piedras, tiene un ancho aproximado de 1.20 metros y circunda el asentamiento, las partes más conservadas se

al suroeste en el valle medio de Cañete, posee igual-mente una estructura con similares características; este sitio presenta finos acabados y hornacinas trapezoidales. Otro detalle arquitectónico compartido por Huaca Daris y San Marcos son los muros altos con ventanas rectas.

En este tramo de camino se puede establecer una jerar-quía de sitios asociados a la pequeña red caminera aquí presentada. Por un lado está Huagil, posiblemente rela-cionado al acceso o cruce del río Cañete hacia Pasoru-mi en Zúñiga, y sus cuatro estructuras asociadas, de las cuales la I y la III serían las más importantes. También se considera a Huaca Daris como un destacado asenta-miento que habría funcionado como un palacio, debido a sus similitudes con San Marcos, aunque actualmente evidencie un peor estado de conservación.

De otro lado, es notoria la predominante presencia de estructuras rectangulares en estos sitios, acompañadas en algunos casos por terrazas o plataformas, tal como ocurre en Huaca Daris, Huagil y Pasorumi. En este último sitio, como se verá más adelante, se observan por lo menos dos estructuras rectangulares al interior de las murallas del sitio, lo mismo ocurre en Huagil (estructuras I y II) y Huaca Daris. Sin embargo, es San Marcos el sitio que pre-senta mayor cantidad de plataformas (entre tres y cuatro).

Foto 25. Muralla de Pasorumi, lado este

Foto 26. Restos de una de las dos estructuras rectangulares Inca de Pasorumi

Foto 27. Sitio de Puquio, obsérvese el estilo arquitectónico inca

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encuentran en el sur, donde se aprecia una esquina de aproximadamente tres metros de altura. Actualmente su lado este y sur se encuentran afectados por casas mo-dernas y plantaciones de viñedos al interior del sitio.

En el sitio Pasorumi destacan dos conjuntos de plan-ta rectangular con factura claramente inca: el primero se encuentra constituido por un recinto y una cancha anexa con dos niveles de plataformas, sus muros fueron construidos con piedras unidas con argamasa de barro y presentan enlucido; el segundo conjunto, también de planta rectangular, posee un patio con plataforma y un cuarto anexo. En las laderas del cerro Socorro pueden observarse, asimismo, estructuras arqueológicas aunque muy derruidas. Machuranga y Pampas Larpa son dos asentamientos locales vinculados al camino inca, el mis-mo que en sus inmediaciones llega a alcanzar los tres metros de ancho.

En Puquio existe una estructura de planta rectangular de ocho metros de largo por cuatro de ancho provis-ta de adobes enlucidos, nichos trapezoidales y un vano de acceso; esta construcción se presenta muy destruida, contando con muros de contención en la parte superior para detener los deslizamientos. Unos cincuenta metros al este se edificaron dos ambientas de planta cuadran-gular que probablemente habrían sido colcas; al sur, en la terraza natural, existen concavidades de varios tamaños y abundante desmonte de las mismas, que corresponde-rían a una cantera arqueológica.

Resulta notorio que en la margen izquierda del río Ca-ñete, específicamente en Pacarán, no se han reportado hasta la fecha evidencias de una ocupación anterior a la inca. Los sitios incaicos son abundantes y los asenta-mientos locales preincaicos yacerían entorno a los cam-pos de cultivo, en la actualidad sumamente afectados o desaparecidos, o se encontrarían por debajo de las evidencias incas, duda que podría despejarse mediante

investigaciones más detalladas. De otro lado, el topó-nimo Pasorumi parecería evidenciar el paso del camino por las cercanías. Este sitio se localiza en una zona es-tratégica donde el río comienza a cerrarse, de modo que el único acceso de este a oeste habría sido controlado por Pasorumi en la margen derecha y por Huagil en la izquierda.

Conclusiones

Las investigaciones efectuadas en el valle medio de Ca-ñete toman en cuenta el control ejercido por los incas en esta zona del valle antes, durante y después de la con-quista del señorío Guarco, ubicado en el valle bajo de Cañete. Dentro de esta propuesta, se considera de suma importancia la presencia de estructuras arquitectónicas que, por sus similitudes y rasgos decorativos, definirían los mecanismos de control, asociado, además, a una po-sible presencia logística de colcas en el valle medio de Cañete.

En Pacarán, al menos cuatro sitios de la época Inca se vinculan estrechamente al camino que pasó por esta re-gión, tres de ellos estableciendo la presencia y control de las autoridades vinculadas al gobierno cusqueño. San Marcos, con sus frisos de estilo Chincha, estaría rela-cionado directamente el Estado Inca con sus aliados chincha durante los tiempos de la conquista del señorío Guarco. Igualmente, Huaca Daris y Huagil (con sus es-tructuras I II y III), muestran similitudes entre ellas, así como con otros sitios incas ubicados fuera de Pacarán, como Condoray y Pasorumi.

Si bien en el presente artículo los caminos son emplea-dos como elemento diagnóstico para vincular sitios per-tenecientes al mismo periodo, se considera que futuras investigaciones contribuirán a un mejor entendimiento de los mecanismos desplegados por los incas para el control total del valle de Cañete.

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Hallazgos de coca en colcas del valle medio del río Cañete correspondientes al Horizonte Tardío

josé luis díaz caRRanza*

Resumen

El uso de la coca (Erythroxylum sp.), especialmente de su hoja, ha sido extensamente documentado en las fuentes históricas y contextos arqueológicos, usualmente en asociación a rituales de culto y a ceremonias sociales importantes. Las semillas de la especie Erythroxylum novogranatense en su variedad truxillense, sin embargo, rara vez han sido recuperadas e identificadas arqueológicamente, escasas también han sido las interpretaciones sobre el empleo que se les daba en las áreas de almacenamiento durante la antigüedad.

En este artículo se presentan los resultados de las recientes excavaciones practicadas en varias colcas o depósitos de almacenamiento construidos en el valle medio del río Cañete durante la ocupación inca de la región. Estos trabajos permitieron recuperar, dentro de un contexto aparentemente ritual, un importante número de semillas de coca correspondientes a la especie mencionada y a la más extendida Erythroxylum coca. Si bien las fuentes etnohistóricas no mencionan explícitamente la presencia de la variedad truxillense en Cañete, considerando su eficiente adaptación a los ambientes xéricos de los valles costeros, no podemos descartar esta posibilidad; en todo caso, la naturaleza de los hallazgos aquí reportados podría sugerir una potencial producción local o un almacenamiento masivo de productos importados desde otros territorios.

Palabras clave

Coca, colcas, almacenamiento prehispánico, sistema vial inca, agricultura inca

Findings of coca in prehispanic colcas of middle Cañete Valley (Late Horizon period)

Abstract

The use of coca leaves (Erythroxylum sp.) has been extensively documented in historical sources and archaeological contexts in association with religious activities and social ceremonies. However, the seeds of the coca species Erythroxylum novogranatense var. truxillense rarely have been archaeologically recovered and identified, have also been few interpretations on the use given to them in the storage areas during antiquity.

This article presents the results of recent excavations in several storehouses or colcas built in the Cañete Valley, Department of Lima, during the Inca occupation of that region. These works allowed to recover a significant number of coca seeds corresponding to the above-mentioned species and more widespread Erythroxylum coca. While ethnohistorical sources not explicitly mention the presence of truxillense variety in Cañete, considering its efficient adaptation to xeric environments of coastal valleys, we cannot rule out this possibility; in any case, the nature of the findings reported here may suggest a potential local production or mass storage of products imported from other territories.

Keywords

Coca, colcas, pre-Hispanic storage, Inca road system, Inca agriculture

* Área de Identificación, Registro e Investigación de la Red Vial Inca. Ministerio de Cultura, Qhapaq Ñan – Sede Nacional. E-mail: [email protected]

Cuadernos del Qhapaq Ñan Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X

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Introducción

En el contexto de las investigaciones sobre la red vial inca realizadas por Qhapaq Ñan - Sede Nacional del Ministerio de Cultura, tres conjuntos arquitectónicos identificados como colcas del período Horizonte Tar-dío fueron excavados por los miembros del Proyecto Qollqas del valle medio de Cañete durante el dominio Inca. Los sitios intervenidos, Peña de la Cruz de San Juan, en el distrito de Lunahuaná, Pacarán 01 y Pueblo Nuevo (Cerro Huanaco), en el distrito de Pacarán, formaron parte de la infraestructura asociada a la red vial inca en el extremo meridional del actual departa-mento de Lima.

El objetivo principal de estas investigaciones fue di-lucidar el tipo de vínculo existente entre la infraes-tructura de almacenamiento y la red vial inca en el valle, enmarcando esta relación dentro de los meca-nismos redistributivos del aparato estatal cusqueño. Los objetivos específicos fueron reconocer los cami-nos secundarios de acceso a las colcas, identificar los productos almacenados en ellas (tratando de determi-nar si estos eran locales o foráneos) y precisar los mé-todos de conservación y almacenamiento empleados. Asimismo, en vinculación con estas metas, se prestó particular atención tanto a las características estruc-turales de las colcas que pudieran tener implicancias funcionales (técnicas constructivas y propiedades de los materiales con que fueron elaboradas), como a sus características decorativas, patrones de diseño y crite-rios de emplazamiento (manejo del espacio).

Considerando que la mayoría de los productos encon-trados en las estructuras correspondieron a cultivos, es posible inferir que, desde su concepción inicial, los depósitos fueron diseñados para conservar este tipo de recursos. Las colcas estudiadas presentan planta cuadrangular y se encuentran ubicadas en áreas con buena ventilación, en la ladera baja de una montaña. La forma de sus plantas se habría visto determinada por la búsqueda de ventilación más eficiente, al ofre-cer una circulación más homogénea del aire al interior de los recintos (Armah 2006).

Durante el periodo Horizonte Tardío, este sistema de almacenamiento se vio orientado a satisfacer las ne-cesidades administrativas del Estado Inca, facilitando el control de los bienes producidos en determinadas áreas. Garcilaso de la Vega (1960 [1609]) distingue

tres modalidades de almacenamiento empleadas para custodiar los tributos y las cosechas: el destinado al mantenimiento de las poblaciones aledañas, el reser-vado para el dios Sol (Inti) y el dirigido a conservar los recursos pertenecientes al Inca; menciona además que estos depósitos solían instalarse cada tres leguas en los caminos reales.

Tomando en cuenta el origen y destino de los bienes que contenían, las colcas pueden verse sujetas a la si-guiente clasificación:

1. Almacenes para la conservación de productos originarios del área donde se localizan las es-tructuras

Este tipo de colcas nunca se presentan como construcciones aisladas en algún tramo de camino, se ven siempre acompañadas por es-tructuras menores o mayores (Hyslop 1992). Suelen aparecer asociadas a los asentamientos estatales más importantes del Tawantinsuyu, como Huánuco Pampa (Morris 1981) y Pumpu (Matos 1994), en donde se preservaba y redis-tribuía recursos para el mantenimiento de las poblaciones locales. Permitían, asimismo, sus-tentar al personal administrativo y militar que servía allí al Estado.

2. Almacenes para la conservación de productos en tránsito desde otras áreas

Diseñados para almacenar temporalmente pro-ductos en tránsito transportados desde colcas localizadas lejos de sus destinos finales; esta movilización podía responder a la búsqueda de cubrir necesidades ante la carencia de determi-nados recursos en algunas áreas o formar parte del proceso redistributivo estatal. Los produc-tos nunca eran consumidos en el emplazamien-to intermedio.

Si bien la mayoría de estos almacenes se pre-sentan aislados respecto a los asentamientos, se han ubicado algunos asociados a estructu-ras residenciales ocupadas posiblemente por personal de mantenimiento y administración inmediata.

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3. Almacenes para la conservación de productos foráneos o como destino final

Construidos para conservar productos prove-nientes de otras áreas y sustentar a la pobla-ción local o al personal militar en campaña. Es difícil distinguir este tipo de colcas de los otros dos a partir de su emplazamiento; sin embar-go, si se tratara de almacenes de destino final se encontrarían próximos a un asentamiento importante y dentro de él habría otros depósi-tos con productos foráneos almacenados. En este último caso, sería necesario poder dis-tinguir los productos oriundos de la zona de aquellos introducidos.

Las colcas constituyeron parte del sistema empleado por los incas para controlar el flujo redistributivo de bienes desde determinadas áreas de producción y centros administrativos hacia las múltiples localida-des donde estos eran requeridos; estas prácticas im-plicaban el almacenamiento de recursos producidos estacionalmente, ajenos a las fluctuaciones de la de-manda (Huaycochea 1994: III). Según fuera constata-do por el cronista Pedro Cieza de León a mediados del siglo XVI (Cieza 1973 [1553]), estos depósitos de almacenamiento se veían estrechamente relacionados a los caminos integrados al sistema vial estatal; en otras palabras, la red vial incaica implicó la instalación de infraestructura que permitiera tanto el desplaza-miento de personas como el flujo de los productos indispensables para su manutención.

Por consiguiente, resulta importante observar la proxi-midad de las colcas a las áreas de producción. En muchos casos, estas estructuras se emplazan cerca de zonas agrícolas, tal como ocurre en Hatun Xauxa (D’Altroy y Hastorf 1984); en otras ocasiones, eran instaladas en terrenos carentes de áreas de cultivo, siendo empleadas para almacenar productos foráneos destinados a satis-facer las necesidades de las comunidades locales.

Una de las principales causas del flujo de productos fue la hambruna producida después de un fenómeno natural o de las guerras; aún sin haber ocurrido algu-no de estos sucesos, todas las comunidades respon-sables de áreas productoras tributaban al Estado por-centajes de su producción que pasaban a formar parte de las propiedades del Inca y del Sol. En opinión de Craig Morris (1992), este sistema de almacenamiento se habría originado en la sierra central andina, desde donde se proyectó hacia el altiplano y la costa.

Metodología

Recuperación del material

Como ya ha sido señalado, el material analizado pro-viene de las excavaciones efectuadas en tres comple-jos de colcas: Lunahuaná o Peña de la Cruz de San Juan, Pueblo Nuevo o Cerro Huanaco y Pacarán 01. El empleo de una zaranda con malla cuadrada de 6 milímetros y un colador con malla de 1 milímetro per-mitió recuperar los restos macrobotánicos de diversas especies cultivadas.

El hallazgo

El hallazgo de las semillas de coca tuvo lugar en el Sector A - Conjunto 1A de las denominadas Colcas de Lunahuaná o Peña de la Cruz de San Juan, ubica-das a 523.68 msnm. Los trabajos en la Unidad de Ex-cavación 5, de 4 por 2 metros, revelaron la presencia de dos recintos de planta cuadrangular (recintos 1 y 2) construidos con piedra semicanteada y sin cantear unida con argamasa de barro arcilloso a doble hilera; estos recintos fueron configurados en base a tres mu-ros transversales adosados al muro de contención de una plataforma, formando una hilera de recintos. Los restos de coca fueron recuperados, específicamente, en los estratos 4 y 6 del Recinto 2, ubicado en el ex-tremo este del sitio.

En líneas generales, esta unidad de excavación pro-porcionó la mayor cantidad de material botánico, incluyendo ramas y tallos fragmentados. La unidad presentaba un colapso intencional de parte de los pa-ramentos hacia el interior de las estructuras, en es-pecial del muro de contención y la cabecera de los muros. Los dos primeros estratos se mostraron ho-mogéneos en toda la superficie de la unidad; a partir del Estrato 3, las deposiciones estratigráficas se vie-ron restringidas a los recintos 1 y 2, manifestándose como contextos cerrados al interior de los mismos. De modo que, los estratos impares 3 y 5 correspon-den al Recinto 1 y los pares 4 y 6 al Recinto 2.

Los estratos 3 y 4 presentaban casi las mismas carac-terísticas, tierra fina con abundante presencia de ma-terial botánico correspondiente a ramas y tallos secos fragmentados, semillas de frejol, maní y abundantes tusas de maíz; sin embargo, un hecho que marcó la diferencia fue el hallazgo de semillas de coca en el Re-cinto 2, un total de 162 en el nivel inferior del Estrato 4, correspondiente a la interfacie con el Estrato 6, y 2 070 en todo el Estrato 6.

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Hallazgos de coca en colcas, pp. 128-147Díaz Carranza

En lo que respecta al Recinto 1, a partir del Estrato 3 se pudo apreciar la aparición de ceniza mezclada con tie-rra. Esta deposición de ceniza, que se manifiesta de ma-nera más significativa en el Estrato 5 y estuvo presente asimismo en el Estrato 6 del Recinto 2, se vio acom-pañada por abundante material botánico carbonizado, especialmente semillas. Los restos de ceniza y huellas de quema visibles en los paramentos y piedras de este nivel evidenciarían que el material fue quemado in situ; de otro lado, el colapso incidental habría ocurrido en dos momentos, antes y después del proceso de quema.

Como pudo apreciarse durante la excavación, en los estratos 3 y 4 de los recintos 1 y 2, el material bo-tánico sin quemar fue colocado sobre el material quemado que formaría, respectivamente, los estra-tos 5 y 6. Posteriormente, estos materiales fueron cubiertos con tierra fina de manera homogénea. En ambos recintos, los restos botánicos recuperados fueron muy similares, diferenciándose únicamente por su grado de afectación durante el proceso de quema y por la presencia de las semillas de coca en uno de ellos.

Foto 1. Vista aérea del sitio Colcas de Lunahuaná. La Unidad de Excavación 5 se ubica frente al mirador moderno

Foto 2. Vista de la Unidad de Excavación 5 y los recintos 1 y 2

Foto 3. Vista de los recintos 1 y 2, estratos 5 y 6, de la Unidad de Excavación 5

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Foto 4. Vista del Recinto 1, estratos 6 y 7

Foto 5. Vista del estrato 4 en el Recinto 2 en el momento en que empezaron a aparecer las semillas de coca

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Recuperación de granos de polen

La extracción de pólenes y esporas de las muestras de sedimento fue realizada siguiendo la metodología propuesta por Alfred Traverse (1988). El análisis cua-litativo constó en la observación de palinomorfos en las láminas de cada muestra; para su determinación taxonómica fue revisada la colección referencial de la palinoteca del Laboratorio de Palinología y Paleobo-tánica de la UPCH, además de los catálogos palinoló-gicos de Heusser (1971), Markgraf y Dántoni (1978), Roubik y Moreno (1991). El análisis cuantitativo, por su parte, fue efectuado siguiendo las metodologías propuestas por Vaughn Bryant y Richard Holloway (Bryant 2005; Bryant y Holloway 1996).

La concentración de granos de polen incluyó las pre-paraciones tabletas de esporas de Lycopodium (produ-cidas por la Universidad de Lund, Suecia), también contadas para introducir el número resultante en la siguiente fórmula:

CP = (C/MC)*(TMA/P)

CP = Concentración de polen

C = Polen contado

MC = Marcador contado por muestra

TMA = Total de marcador adicionados (18,584 granos de Lycopodium)

PV = Peso de la muestra

La visualización de los resultados fue realizada me-diante gráficas de abundancia y/o presencia / ausen-cia, utilizando el programa informático C2 versión 1.7.5, desarrollado por Steve Juggins de la Universi-dad de Newcastle, Inglaterra (Juggins 2013).

Análisis macro del material

Una vez recuperado el material de las excavaciones se procedió a separar los productos de acuerdo a su estra-to y unidad de excavación, reconociéndose sus taxones en gabinete a nivel macro. Posteriormente se procedió a su contabilidad total, separándose las muestras en 33 ca-jas (173 bolsas) y definiéndose las variables estadísticas. Se tomó en consideración si las plantas identificadas se encontraban completas o fragmentadas; en el segundo caso, los distintos segmentos fueron clasificados como frutos, semillas, legumbres, hojas, ramas, tallos, fibras, pedúnculos, etcétera. Asimismo, se intentó reconocer si

existía algún patrón de fragmentación de los materiales que pudiera evidenciar una intencionalidad en el proceso (Díaz 2013).

Una vez realizada la segregación del material por mo-numento, unidad de excavación, estrato, especie e in-tegridad estructural, se procedió a fotografiarlo en ga-binete bajo luz incidental y a contabilizar su totalidad para aplicar la metodología estadística más adecuada, para ello se generó una base de datos haciendo uso de tablas del programa Microsoft Excel y el software libre PAST (versión 3.01) desarrollado por Hammer y sus colegas (2001). En esta etapa del estudio se empleó un índice de similitud y se desarrollaron la seriación, el análisis de componentes principales, las corres-pondencias, la agrupación jerarquizada, la correlación lineal, los índices de diversidad alfa de Fisher, la ra-refacción individual a dos sigmas, las comparaciones binarias bajo el principio de Routledge y el ranking de escalas. Como siguiente paso, fueron elaboradas las ta-blas estadísticas.

Finalmente, se procedió a seleccionar 16 muestras depo-sitadas en 9 cajas que fueron enviadas al Laboratorio de Paleobotánica y Palinología de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH), dirigido por el doctor Luis Huamán, para la refinación del análisis macro botánico y micro botánico. La identificación final de las estruc-turas botánicas fue realizada a partir de bases de datos electrónicas (CSU 2004; OSU 2009; USDA 2008) y bi-bliografía especializada (Martin y Barkley 2004 [1961]; Mostacero et al 2002; Sagástegui y Leiva 1993), así como de la colección referencial de semillas y fichas del Her-bario y Laboratorio de Palinología y Paleobotánica de la UPCH.

Análisis micro del material

Posteriormente, ya en el laboratorio, fueron seleccio-nadas 15 muestras que serían sometidas a un análisis micro-botánico destinado a identificar almidones, fitolitos y granos de polen, ello con el objetivo de entender mejor el uso de los diversos recursos y re-construir las características paleoambientales en las que fueron cultivados, esto último implicó considerar a cada estrato como una “cápsula” libre de contami-nación de especies modernas. Las muestras fueron extraídas de 3 fragmentos cerámicos (mediante el uso de cepillos eléctricos) y de 12 sedimentos o tierra de estratos específicos, otorgándoseles los códigos de ingreso y procesamiento An y Fn; por ejemplo, A1 y F1 correspondieron, respectivamente, a almidón 1 y fitolito 1.

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X134

Se empleó la técnica combinada de recuperación de granos de almidón y fitolitos propuesta por Mark Horrocks (2005), esta consiste en la separación por densidad mediante el uso del Bromuro de Zinc de 1,8-1.9 g/mL, para la recuperación de almidón y Bromuro de Zinc de 2.3 g/mL para la recupe-ración de fitolitos. Durante el procesamiento y montaje de las muestras, se trabajó en una campana de extracción con guantes sin talco y materiales esterilizados, para así evitar cualquier contaminación.

El montaje en láminas y la observación de granos de almi-dón y fitolitos se hicieron por separado. Para el almidón, el montaje se realizó con glicerina y un microscopio de luz normal con filtro polarizado aumentado al 400X. Los fi-tolitos fueron observados dentro del montaje Permount1 con un microscopio de luz normal. Para determinar e iden-tificar estos microrestos se consultaron tanto los catálogos referenciales del Laboratorio de Palinología y Paleobotánica de la UPCH como bibliografía especializada (Babot 2004; Pearsall 2003; Perry 2004; Perry et al 2006; Piperno 2005).

Resultados

En líneas generales, podemos señalar que fueron identifica-das 44 especies, 16 de ellas a nivel macro y 28 a nivel micro.

Resultados del análisis de macrorestos

Como resultado de este análisis, fueron contabilizadas 17 839 unidades botánicas, las que representaron el 98%

del total de material recuperado en las excavaciones; el 2% restante se encontraba constituido por restos de cerámica, material lítico, textil, osteológico faunístico, entre otros. De los tres sitios intervenidos, las Colcas de Lunahuaná o Peña de la Cruz de San Juan fueron las que concentraron el mayor número de productos recupe-rados (70%), tal como puede observarse en la figura 1.

70%

1%

29%

Lunahuana Pueblo Nuevo Pacaran

Figura 1. Proporciones de material botánico por sitio

Tabla 1. Datos arqueológicos de las muestras analizadas (Luis Huamán Mesía)

Código Almidón

Código Polen U. Exc. U. Est Peso (g)Tipo deMaterial

BolsaCódigo Fitolito

F1F2F3F4F5F6F7F8F9

F10F11F12F13F14F15

139914001401140214031404140514081413140914111412140614071410

423412223111652

322434444656333

1010101010101010101010104,54,54,5

SedimentoSedimentoSedimentoSedimentoSedimentoSedimentoSedimentoSedimentoSedimentoSedimentoSedimentoSedimentoCerámicoCerámicoCerámico

25424348707476

1451461531721739499

171

A1A2A3A4A5A6A7A8A9

A10A11A12A13A14A15

1 El montaje Permount es una solución química sintética altamente transparente y de bajo índice refractivo que permite fijar entre el portaobjetos y cubreobjetos del microscopio los cortes histológicos o muestras a ser observadas, sin perder visibilidad, protegiendo y asegurando su permanencia e integridad.

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X 135

Hallazgos de coca en colcas, pp. 128-147Díaz Carranza

A nivel macro se lograron identificar 16 especies (Hua-mán 2013a) destacando, de acuerdo a su recurrencia, la caña brava, el maíz, el frejol y la coca (figuras 2-3); a pesar de que la coca ocupó el cuarto lugar en este con-

teo, es oportuno acotar su alta proporción si tomamos en cuenta que sus restos provinieron exclusivamente de uno de los sitios excavados, específicamente de dos es-tratos de un mismo recinto.

Figura 2. Porcentajes generales del total de las especies bo-tánicas recuperadas

Figura 3. Porcentajes de las especies de consumo alimenti-cio y ritual almacenadas

Tabla 2. Cuadro taxonómico, material botánico general

Código Almidón

U. Exc. U. Est Peso (g)N° Tipo de Material BolsaCódigo Fitolito

Código Polen

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

Liliopsida

Liliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Magnoliopsida

Poales

Poales

Fabales

Malpighiales

Fabales

Fabales

Malpighiales

Fabales

Solanales

Magnoliales

Malvales

Myrtales

Ericales

Cucurbitales

Cucurbitales

Cucurbitales

Poaceæ

Poaceæ

Fabaciæ

Erythroxylaceæ

Fabaciæ

Fabaciæ

Salicaceæ

Fabaciæ

Solanacæ

Annonaceæ

Malvaceæ

Myrtaceæ

Sapotaceæ

Cucurbitaceæ

Cucurbitaceæ

Cucurbitaceæ

Andropogoneæ

Phaseoleae

Ingeæ

Aeschynomeneæ

Capsiceæ

Annoneæ

Gossypieæ

Myrteæ

Cucurbiteæ

Cucurbiteæ

Benincaseæ

Zea

Gynerium

Phaseolus

Erythroxylum

Inga

Arachis

Salix

Canavalia

Capsicum

Annona

Gossypium

Psidium

Pouteria

Cucurbita

Cucurbita

Lagenaria

Zea mays

Gynerium sagitatum

Phaseolus Vulgaris

Erythroxylum CF novogranatense

Inga Feuilleei

Arachys Hypogaea

Salix humboltiana

Canavalia plagioesperma

Capsicum spp

Annona sherimola

Gossypium barbadense

Psidium guajava

Pouteria lucuma

Cucurbita sp

Cucurbita maxima

Lagenaria siceraria

Maiz

Cañabrava

Frejol

Coca

Pacay

Maní

Sauce

Pallar de los gentiles

Ají

Chirimoya

Algodón

Guayaba

Lúcuma

Calabaza

Zapallo

Mate

31%

28%

16%

13%

3%

2%

2%

1.8%

-1%

-1%

-1%

-1%

-1%

-1%

-1%

-1%

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X136

En lo que respecta a la integridad estructural de las especies recuperadas (figura 4), ya fueran especies enteras o fragmentadas por separación de secciones o fractura, se pudo determinar que las semillas cons-tituían la mayor parte de los componentes almace-nados, correspondiendo a más de la cuarta parte del total de los productos botánicos (28%), seguidas por las legumbres, las ramas y los tallos; estos tres últimos grupos, sin embargo, no representarían una muestra realmente significativa de no haber sido por su alto nivel de fragmentación.

En cuanto al maíz, si bien predomina en función al total de sus componentes, notamos una presencia sig-nificativamente menor de sus partes individuales con-siderando la variable de integridad estructural (exclu-yéndose las semillas), como puede apreciarse en las figuras 4 y 5. El material restante (hojas, fruto entero, semillas fragmentadas, fibra vegetal y pedúnculos) aparece en proporciones menores al 1% (figura 5).

 

Fruto  Entero  

Tusa  Entera  

Tusa  Fragmenta

da    

Bractea  Entera  

Bractea  Fragmenta

da    Semillas  

Semillas  fragmenta

das    Legumbre   Ramas   Tallos   Pedunculo   Fibra     Hoja  

Serie1   82   1338   1663   838   1069   4906   81   3717   3159   871   9   12   94  

0  

1000  

2000  

3000  

4000  

5000  

6000  

Can$

dade

s    

Figura 4. Porcentaje de material botánico según componen-te e integridad estructural

Figura 5. Frecuencia de material botánico según su integridad estructural

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X 137

Hallazgos de coca en colcas, pp. 128-147Díaz Carranza

De las 4 981 unidades que integraban el universo de semillas recuperadas, 2 232 correspondieron a semillas de coca, constituyendo el grupo mayoritario (45%); le siguieron, en orden de recurrencia, las semillas de fre-jol, maíz, maní, pallar de los gentiles y ají (figura 6). Se identificaron asimismo semillas pertenecientes a otras especies (chirimoya, pacay, lúcuma y zapallo) que, en to-dos los casos, alcanzaban porcentajes inferiores al 1%.

Es oportuno señalar que estas cifras derivan de un com-plejo proceso postdeposicional que implicó la alta frag-mentación de los materiales debido a factores físicos, como el peso de los estratos, la remoción del material, afectaciones antrópicas posteriores, entre otros; por consiguiente, existe un sesgo que debe ser tomado en cuenta al evaluarse los totales, especialmente en el caso de las ramas, tallos y componentes frágiles del material botánico. Resulta llamativo, por otra parte, que a pe-sar de que las semillas constituyen el grupo mayoritario dentro de los restos botánico, el 98% de ellas no presen-tan fragmentación; esta situación podría sugerir que las semillas eran almacenadas completas y que su solidez, especialmente cuando están secas, habría contribuido a una buena conservación.

Resultados del análisis de microrestos

Los análisis muestran una abundante presencia de polen de maíz (Zea mays), pacae o huaba (Inga sp.), ají

(Capsicum sp.) y tipos particulares de papa (Solanum) y tomate (Lycopersicon), componentes que integran el tipo palinológico denominado Sol-Lyc (figura 7). También fue encontrado polen de guayaba (Psidium cf. guajaba) y aliso (Alnus cuminata), así como de diversas poáceas (pastos) y asteráceas (Senecio y Ambrosia peru-viana), considerados claros indicadores ambientales. Algunas de las muestras más relevantes, provenientes de las bolsas 146, 172 y 173, permiten inferir la exis-tencia de un ambiente con plantas del grupo polínico Cheno-Am (Chenopodiaceae/Amaranthus) y algarrobos (Prosopis), propias de un ambiente xérico o seco.

El resultado más importante fue la presencia de 11 partículas de polen de Erythroxylum (coca) en la mues-tra contenida en la Bolsa 153, una deposición de tie-rra extraída en la Unidad de Excavación 1 del Recinto de Almacenamiento 3, localizado en el Sector 2B del sitio Pueblo Nuevo. Este polen procedía del Estra-to 6 del recinto, correspondiente a su último piso de uso (Huamán 2013b). El análisis de palinológico en los fragmentos cerámicos, de otro lado, mostró una mayor diversidad de granos de polen en la Bolsa 171. También fue posible reconocer la presencia de gra-nos de polen de maíz en la Bolsa 94, del tipo pali-nológico Sol-Lyc, y de granos de polen de aliso, más ricos y abundantes.

Los análisis de fitolitos permitieron reconocer nueve morfotipos, de los cuales solo seis pudieron identificarse a nivel de familias o géneros. El taxón más abundante es el de la familia Poaceae y sus cuatro subfamilias: Bambus-oideae, Chloroideae, Festucoideae y Panicoideae; los siguientes taxones son los del Zea mays, Phaseolus, dicotiledóneas, graminoides y traqueidas. No se hallaron restos de orga-nismos acuáticos, lo que indica poco uso del agua para el almacenamiento, a pesar del barro para la construc-ción o las evidencias de episodios aluviales leves, como las correntías. Por otro lado, no se observa una cantidad considerable morfotipos en las muestras de fragmentos cerámicos analizados (F13 a F15).

La gran variabilidad de fitolitos registrada en la muestra permite inferir una diversidad de taxones en el ambien-te. Así, los fitolitos panicoides, chloroides, festucoides y graminoides sugieren la presencia de pastos, mientras que los demás (dicotiledóneas y traqueidas) son claros indica-dores de vegetación variada (Piperno 2005). Los grases no solo permiten deducir la existencia de taxones, sino también de ambientes específicos; en el caso de las subfa-milias Panicoideae y Festucoideae, su presencia en un mues-treo invita a pensar en ambientes con buena disponibili-dad de agua (Twiss 1986, citado por Veintimilla 1999).

Figura 6. Porcentajes de especies según la presencia de semillas

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X138

Por consiguiente, si bien la información palinológica nos muestra la antigua existencia de un grupo polínico Cheno-Am (Chenopodiaceae - Amaranthus) y Prosopis “alga-rrobo” como indicadores de ambiente seco, los fitoli-tos identificados demuestran que el valle donde fueron encontrados estuvo bien irrigado y poseía abundante vegetación. Es importante resaltar, sin embargo, que la ausencia de fitolitos de algunas plantas no implica ne-cesariamente que estas no hubieran existido, debemos tomar en cuenta que algunos taxones no producen fito-litos o producen formas no diagnósticas (Piperno 2005).

En el marco del análisis de microrestos, la integración de variables sustitutas (proxys) en la muestra permitió observar la predominante aparición de Zea mays, gra-míneas (poaceas) y Phaseolus (frijol o pallar) en todas las muestras de sedimentos, evidenciando al mismo tiempo que los restos de Cucurbitaceae (zapallo o afín) formaron parte de la mayoría de muestras, exceptuando la Bolsa 76.2 Se pudo apreciar, asimismo, la total ausencia de So-lanum Lycopersicon y la focalizada presencia de Capsicum y Erythroxylum, hallados respectivamente, solo en las bol-sas 70 y 153.

En lo que respecta a las muestras palinológicas extraídas de 3 fragmentos cerámicos, permitieron observar que

todas las vasijas contuvieron maíz, existiendo alguna di-ferencia entre la Bolsa 94 y aquellas ingresadas con los números 99 y 171, estas últimas tuvieron un contenido más parecido, caracterizado por la presencia de Phaseolus vulgaris, Cucurbita y pastos.

Discusión

Usualmente, al analizar los hallazgos arqueológicos de coca (particularmente en el caso de las dos variedades más comunes Erythroxylum coca y Erythroylum novograna-tense), los investigadores tienden a prestar mayor aten-ción a la identificación taxonómica de los restos y a la funcionalidad que las antiguas sociedades andinas otor-gaban a este especie, vinculada fundamentalmente al ámbito religioso. La coca, sin embargo, también posee propiedades asociadas a la labor productiva que le con-fieren una importancia económica.

Recientes investigaciones muestran que el alcaloide de cocaína en la hoja de la especie Erythroxylum novograna-tense (ver foto 6) varía entre el 0.55% y el 0.93%, con una media del 0.8%, mientras que la variedad truxillense posee incluso un 0.2% más de alcaloide que otras sub-especies de la novogranatense (DEA 1993). Las hojas de esta variedad truxillense pueden contener hasta 18 dife-

2 Las especies identificadas son relevantes económicamente por sus cualidades alimenticias. Se ha destacado el gran valor energético y proteico del Phaseolus e Inga feuillei (Fernández y Rodríguez 2007); el Zea mays, por su parte, es uno de los cultivos más extendidos e importantes de la región andina (Brack 1999). La Cucurbita sp. no solo es consumida como alimento, sus semillas también son empleadas como antiparasitario una vez cocidas (Brack 1999).

Figura 7. Cantidades y taxa reconocida micro botánica

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X 139

Hallazgos de coca en colcas, pp. 128-147Díaz Carranza

rentes tipos de alcaloides pertenecientes a los tropanos, pyrrolidinos y pyridinos. Entre los alcaloides, los princi-pales son: cocaína, cinnamoylcocaina, benzoylecgonina, methylecgonina, pseudotropina, benzoyltropina, tropa-cocaina, alpha (y beta) truxilline, hygrina, cuscohygrina, tropacocaina y nicotina, así como proteínas, fibras y algunas vitaminas, beneficiosos para la salud humana (Novák et al. 1984).

Las distintas condiciones ambientales en las que se de-sarrollan estas plantas podrían influenciar en sus carac-terísticas, tal como ocurre con la concentración de alca-loides. Algunas investigaciones han permitido notar una diferencia entre la Erythroxylum coca y la Erythroxylum no-vogranatense truxillense relacionada con la incidencia de luz solar, la temperatura y la humedad (Lydon et al. 2009). La Erythroxylum novogranatense necesitaría mayor exposición solar para desarrollarse de manera óptima, a diferencia de la Erythroxylum coca. Es discutible, sin embargo, si la temperatura óptima tendría que estar sobre los 27 gra-dos; aunque los resultados fueron bastante esclarecedo-res, las investigaciones se realizaron bajo circunstancias controladas un tanto alejadas de los ambientes originales donde se sabe se cultiva o cultivaba dichas variedades (ver tabla 3), el rango de 26°C a 30°C probó mejorar significativamente la densidad de flujo de fotones foto-

sintéticos 250 micromol por metros cuadrados por se-gundo para E. coca y 400 micromol por metro cuadrado por segundo para la E. novogranatense (Acock et al. 1996).

El valle medio del río Cañete es propicio para el cultivo de la especie Erythroxylum novogranatense truxillense, tiene un clima seco, especialmente de mayo a setiembre, con una temperatura media de 15 grados y una precipita-ción pluvial máxima de 44 milímetros de enero a marzo y de 2 milímetros en los meses restantes (Pouyaud et al. 2001). Durante los trabajos de excavación, entre las 11:00 am y 2:30 pm., fueron tomadas medidas de tem-peratura tanto al interior de los recintos como en las laderas, estas fluctuaron entre los 26 grados centígrados en la ladera y los 9 dentro de los recintos de almacena-miento bajo sombra.

Este sector del valle presenta además una elevada expo-sición solar y un clima estable seco, cuya temperatura desciende hasta los 10 grados en la noche (figura 8).3 Asimismo, registra una radiación UV-A que va entre los 320-400nm de penetración y UV-B entre los 280-320nm. La insolación o cantidad de radiación solar re-cibida por las superficies expuestas a lo largo del día es homogénea durante todo el año en Megajoules (QW) por metro cuadrado (SENAMHI 2004).

Es relevante tener en cuenta todas estas consideraciones dado que recientes estudios nos muestran la potencial influencia en la generación del alcaloide truxillina por influjo de la radiación UV. Al filtrarse las radiaciones UV-A, UV-B y UV-C selectivamente en diferentes combinaciones, se pudo observar que las plantas no variaban su morfología significativamente, pero si in-crementaban la acidificación del metanol de sus hojas; asimismo, se hizo evidente que una sobreexposición a la radiación UV podría hacer descender los niveles de Trans-cinnamoylcocaina y Cis-cinnamoylcocaina en las hojas y que la exposición de radiación UV estimula una producción significativamente alta del alcaloide truxilli-na. Esta última constatación permite postular una pro-ducción del alcaloide truxillina desde las cynnamoylco-caina por influencia de una elevada radiación UV, así, la variedad truxillense derivaría de la Erythroxylum novograna-tense novogranatense modificada por las condiciones arriba descritas (Lydon et al. 2009).

Otra variable también considerada fue la composición de los suelos del valle medio del río Cañete. Estos son

Foto 6. Semillas de Erythroxylum novogranatense var. truxillense provenientes de la excavación.

3 De acuerdo al diagrama presentado por Holdridge y sus colegas (1971), el promedio de evapotranspiración potencial por año de esta zona de vida oscila entre 32 y más de 64 veces su valor de precipitación, por lo tanto, podría ser ubicada en la provincia de humedad de desecado, como otras áreas en la yunga marítima de la vertiente occidental de los Andes centrales (ONERN 1971).

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X140

de textura variable entre ligeros y finos, con un hori-zonte A superficial en algunos casos y con muy poca presencia de materia orgánica (ver tabla 4). Los gru-pos edafogénicos representativos son los Yermosoles cálcicos y los Fluvisoles (propios de los valles costeros irrigados). Los Litosoles y las formaciones líticas son típicas en áreas empinadas donde aflora el material ro-coso (WALSH 2010).

En la parte llana del valle, el suelo es aluvial y se muestra estratificado, es moderadamente profundo a profundo y

exhibe color pardo muy oscuro, de textura media (fran-co arcillo arenoso a franco). Este suelo reposa sobre un horizonte C esquelético arenoso, es ligeramente al-calino (pH 8,0) y cuenta con un contenido de materia orgánica de 4.2%.

Los suelos que encontramos son arcillosos, humíferos, pedregosos y arenosos, en su mayoría, de origen alu-vial. Reciben aportes del río Cañete y de las correntias coluvio-aluviales que estacionalmente discurren por las quebradas transportando materiales del Cuaternario, es-

Tabla 3. Características de las variedades de Erythroxylum (basado en Mortimer 2000)

coca

Erythroxylum coca Erythroxylum novogranatense

Variedad

Genus Especies

ipadu truxillensenovogranatense

Origen

Descripción

Aroma

Clima

Adaptable

Propagación

Comercial uses

% Alcaloides

% Alcaloide de Cocaína

Región montañosa de los Andes orien-tales de Perú, Ecua-

dor y Bolivia entre los 500m a 1500 msnm

Hojas punteadas con líneas longitu-

dinales paralelas en las partes bajas de la hoja, fruto redon-deado, más robusto

en apariencia, así como en las semillas

Herbal como heno

Tropical, lluvioso, húmedo, temperatu-ras medias, suelos con buen drenaje y ricos en minerales

Poco

Semillas

Coca más comer-cial, consumo de hojas y derivados supliendo el 95%

consumo del Perú

0.5-1.0

70-90

Amazonia occi-dental de Perú,

Colombia y Brasil

Arbusto alto, alarga-do, con ramas largas y finas con hojas rel-ativamente grandes y elípticas que son ro-mas o redondeadas hacia el ápice; flores

con un pedicelo baldeado más corto

y un tubo estami-nal marcadamente denticulado corto

De corta vida, necesita suelos de buen drenaje, no

soporta climas secos

Poco

Esqueje

Usada en el chacchado

Desconocidos

Baja

Colombia, Venezuela y América central, Si-

erra Nevada de Santa Marta y montañas del Cauca y Hucha

Arbusto grande con hojas pequeñas, estre-

chas, delgadas y brillan-tes de coloración verde

amarillento de forma algo redondeadas

Similar a la gaulteria

Soporta climas más secos y cálidos

Semillas

Usada únicamente para cocaína en Colombia,

su cultivo es ilegal

1.0-2.5

20-50

Costa desértica del Perú, valles áridos y del Marañón, región de Tru-

jillo en la costa norte

Arbusto de hasta 3 m de al-tura, con varios troncos que alcanzan 4 cm de diámetro, ramas erectas densas y ho-jas elípticas a oblongo-lan-

ceoladas 20-65 mm de largo; verde claro por encima,

verde pálido a verde brillante debajo y nervio central con

una ligera cresta medial

Similar a la gaulteria

Prefiere climas secos pero soporta climas húme-dos de media montaña

Semillas

Usada especialmente la preparación de bebidas

carbonatadas dada su alta concentración de aceites

esenciales y sabores especial-mente usados por la compañía

Coca-Cola de Nueva York

1.0-2.5

20-50

Alta adaptabilidad

Cuadernos del Qhapaq Ñan / Año 3, N° 3, 2015 / issn 2309-804X 141

Hallazgos de coca en colcas, pp. 128-147Díaz Carranza

tos últimos se han ido depositando llegando a constituir terrazas fluviales.

La Erythroxylum coca requiere de suelos ácidos y puede cultivarse en áreas rocosas con suelos poco profun-dos; la Erythroxylum novogranatense variedad truxillense, por su parte, puede cultivarse en terrenos más alcalinos, como los que existen en el valle de Cañete. Si bien aún no disponemos de indicios que reflejen antiguas prácticas agrícolas en las potenciales terrazas de cultivo de las laderas rocosas, no puede negarse completamente esta posibilidad.

La evidencia encontrada permite suponer la presencia de áreas de cultivo en los terrenos planos localizados en el fondo de valle, posiblemente cerca de las estruc-turas de San Marcos, Huaguil y Pueblo Nuevo (Sector C); esta sospecha se vería respaldada por la presencia de canales de irrigación prehispánicos en la región, próxi-mos a las bases de los macizos montañosos. Muchos de estos canales son utilizados en la actualidad, en algunos casos afectando la integridad original de las estructuras. Las secciones abandonadas se encuentran cubiertas de

Tabla 4. Tipos de suelo

Valor Asignado

A

B

C

D

E

F

Termino Descriptivo

Plana poca inclinación

Moderada a inclinada

Inclinada a empinada

Empinada

Muy Empinada

Caída

Ángulo de Pendiente

0 – 4

4 - 15

15 – 25

25 – 50

50 – 75

>75

Presente

X

X

X

X

Fases por pendiente según Walsh

 

Enero   Febrero   Marzo   Abril   Mayo   Junio   Julio   Agosto  Sep7embr

e    Octubre    

Noviembre    

Diciembre    

Temperatura  Máxima     27.7   28.2   28.6   27.4   24.4   22.3   21.1   21.6   22.1   23.3   24.4   26  

Temperatura  Media     22.1   22.6   22.6   21.3   18.5   16.8   16   16.1   16.6   17.7   18.7   20.4  

Temperatura  Minima   16.5   17.1   16.7   15.2   12.7   11.4   10.9   10.7   11.2   12.1   13   14.8  

16.5   17.1   16.7  15.2  

12.7   11.4   10.9   10.7   11.2   12.1   13   14.8  

22.1   22.6   22.6  21.3  

18.5  16.8  

16   16.1   16.6  17.7   18.7  

20.4  

27.7   28.2   28.6  27.4  

24.4  

22.3  21.1   21.6   22.1  

23.3  24.4  

26  

0  

10  

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Temperatura  Máxima    

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Figura 8. Tabla de temperatura media en el valle medio del río Cañete

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escombros, mientras que los nuevos canales se desplazan muy cerca de las laderas o por la misma ladera baja, como en Pacarán (Román 2013).

Esta reutilización de canales prehispánicos (emplazados hacia el valle) nos permite inferir que las áreas de cultivo modernas se encuentran próximas o en los mismos luga-res que los campos de cultivo prehispánicos. Asimismo, dado que la expansión de las áreas de cultivo se ha veni-do efectuando hacia los límites de las laderas, la frontera agrícola moderna resulta claramente visible desde los ca-nales prehispánicos con dirección a la ladera del macizo montañoso.

Si bien durante las excavaciones fueron recuperadas am-bas especies de coca, el análisis en laboratorio permitió establecer que la variedad más abundante fue la Erythro-xylum novogranatense variedad truxillense. A pesar de que al-gunas semillas estuvieron afectadas en su estructura física y química por el fuego, pudimos reconocer su especie, va-riedad y componentes químicos gracias a la existencia de otras semillas que no fueron afectadas en el mismo grado; no obstante, para lograr un reconocimiento al 100% es necesario analizar las otras partes de la planta.

La presencia de hojas de coca hubiera sido clave para la identificación de especies, ya que cada especie tiene ho-jas diferentes; sin embargo, debido a la buena integridad estructural de la mayoría de semillas, pudieron recono-cerse las semillas redondeadas de la especie Erythroxylum coca y las alargadas, agudas y con más aristas de la especie Erythroxylum novogranatense variedad truxillense (fotos 7 y 8).

Uno de los principales problemas de este hallazgo fue su concentración en una sola unidad; afortunadamente, el análisis palinológico permitió reconocer la presencia de Erythroxylum en otro de los sitios investigados, aun-que en cantidades mínimas.

En las Colcas de Lunahuaná o Peña de la Cruz de San Juan, la cantidad de semillas recuperadas fue abrumado-ra considerando que provinieron de solo dos estratos; estos últimos, sin embargo, no resultarían indicadores de temporalidad debido a que probablemente represen-tan un mismo evento de “sellado” que definió el paso de un contexto sistémico a un contexto arqueológico. El “sellado” de los recintos de almacenamiento no solo facilitó la conservación de abundantes restos botánicos sino que, además, permite establecer la contemporanei-dad del material allí depositado.

El sitio Pueblo Nuevo, que igualmente presentó polen de Erythroxylum, es también el monumento del que me-nos material se pudo recuperar; aunque ninguno de sus recintos ofreció hallazgos consistentes, partículas de po-len fueron recolectadas en su último piso en uso.

Conclusiones

Las evidencias recuperadas en contextos arqueológicos costeños evidencian el antiguo consumo de coca en esta región (Belmonte et al. 2001), sin embargo, hasta la fecha no se han identificado plenamente semillas o áreas de cultivo. Como ya ha sido señalado, el valle medio del río Cañete presenta las condiciones ambientales propicias para este cultivo; en dicho contexto, el hallazgo de polen de coca en algunos de los sitios intervenidos podría suge-rir su producción en la zona. No obstante, es difícil iden-tificar con precisión la variedad que habría sido cultivada.

Resulta complicado definir, asimismo, si la especie Erythroxylum novogranatense es típica de la vertiente oc-cidental andina. Pese a todo ello, insistimos en que las características de la planta, la alcalinidad de los suelos y la radiación predominante en los valles medios y bajos del occidente sudamericano, hacen muy posible que la planta no solamente se haya cultivado ahí, sino que sea oriunda de dichas regiones.

El evento de “sellado” registrado durante las excavacio-nes plantea también una nueva incógnita, ¿formó parte de un acto de abandono o fundacional? De otro lado, dadas las pequeñas dimensiones de los recintos “sella-dos” (1.4 metros por 1.4 metros aproximadamente), po-dría cuestionarse que su función primaria hubiera sido el almacenamiento, quizás se trató de recintos construidos ex profesamente para cumplir con algún tipo de ritual. Foto 8. Vista distal y lateral de una semilla de Erythro-

xylum coca

Foto 7. Vista distal y lateral de una semilla de Erythro-xylum novogranatense var. truxillense

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Uno de los principales problemas para entender un contexto sistémico se encuentra constituido por las destrucciones que este podría experimentar como parte de su transformación en un contexto arqueológico; en el caso de las Colcas de Lunahuaná, el posible sello ritual colocado destruyó inten-cionalmente parte de las estructuras. La quema del material contenido en ellas, por otra parte, imposibilita definir si los productos allí descubiertos fueron realmente almacenados o su presencia se vio exclusivamente vinculada al acto ritual.

En el mundo andino, la coca ha poseído una gran trascen-dencia en los ámbitos económico, social y religioso. Junto a sus facilidades de producción y transporte, este recurso ofrece un notorio ahorro de alimentos al suprimir significa-tivamente el hambre, logrando al mismo tiempo un incre-mento del desempeño de la mano de obra y una mejora en la salud, al evitar la debilidad, el soroche y el agotamiento. Es comprensible, por consiguiente, que su necesidad de consumo fuera muy elevada.

La disponibilidad de este recurso era, sin embargo, relativa-mente limitada. Pese a la facilidad de su cultivo y a que, apa-rentemente, no fue un producto extremadamente escaso, el hecho de que la coca solamente pudiera ser cultivada en los valles bajos y medios de la vertiente occidental andina y en los valles interandinos orientales a menos de 2 500 msnm, incrementaba ostensiblemente su valor. Por ello, su produc-ción resultaba altamente estratégica, tanto para los propósi-tos de control estatal como para mantener activo el aparato militar y la mano de obra de las mitas (Sánchez 1984).4

Esta estrategia de control continuó siendo empleada du-rante la Colonia, con la diferencia de que la distribución y consumo de la coca ya no serían tan estrictamente con-trolados como lo fueron bajo el régimen incaico, estos se hicieron más masivos dado que las actividades económicas desarrolladas requerían una mayor resistencia física por parte de la mano de obra nativa, aumentando su rendi-miento laboral sobre todo en la explotación minera (Cieza de León 1967 [1551]; Lohmann 1967: 38).

El contexto arqueológico del cual proceden las semillas de coca presenta características que sugieren el abandono

4 La presencia de semillas de coca en una estructura de almacenamiento revela la capacidad de control que las elites gobernantes poseían sobre el aprovisionamiento de este importante producto económico y religioso, consumido durante las faenas laborales y las ceremonias. El Estado Inca hacía uso de su infraestructura de almacenamiento para controlar la distribución y flujos redistributivos de diversos productos, especialmente alimenticios, y para mantener a sus propias elites administrativas, tanto localmente como en tránsito hacia otras áreas. Las tierras se distribuían de tal manera que los mejores terrenos quedaban reservados para el Sol (Inti) y para el Inca, mientras que los de menor productividad pasaban a manos de los ayllus.5 Las semillas de coca fueron encontradas en la esquina sureste del Recinto 2, en donde estuvieron menos expuestas al fuego; su hallazgo tuvo lugar en los estratos 4 y 6, inmediatamente debajo del propio piso (Estrato 7). En este recinto, el fuego fue más intenso hacia el oeste, en el paramento del muro transversal que lo divide del Recinto 1; cabe destacar que ambas estructuras se vieron expuestas al fuego de manera distinta, aparentemente no se trató de un solo episodio de incendio sino que las quemas fueron restringidas al interior de cada estructura, siendo menor en el Recinto 2.

ritualizado de las estructuras. Estas semillas, junto a otras correspondientes a distintas especies y diversos productos agrícolas, fueron expuestas deliberadamente a un fuego controlado, a lo que se sumó el intencional colapso de seg-mentos de los paramentos y cabeceras de los muros hacia el interior de los recintos; finalmente, las cenizas resultantes fueron cubiertas con tierra y productos agrícolas frescos.

Es posible que hubiera ocurrido más de un episodio de fuego, o que los productos no fueran quemados en un mismo momento, pues una significativa cantidad de ellos se redujo a cenizas mientras que otros materiales orgánicos se mostraron solo un poco ennegrecidos; de haber tenido lugar un segundo episodio de fuego, este no habría sido prolongado, ya que muchos de los productos conserva-ron la mayor parte de su integridad estructural. Al parecer, los colapsos también se dieron en dos momentos: antes y después de la quema, reflejando quizás un sacrificio ritual del material.5

Todos los sitios investigados poseen una distancia simi-lar con el antiguo camino inca del valle, el cual aún exis-te como trocha entre los poblados de Pacarán y Huagil, mientras que en dirección a Lunahuaná ya ha sido cubierto por la carretera. En esta última localidad, existe evidencia de que algunos linderos actuales fueron construidos res-petando los antiguos caminos de acceso a las colcas y un camino estrecho ubicado en la ladera, que pareciera haber conectado las estructuras de almacenamiento localizadas en las partes altas. De este modo, ningún monumento se encuentra aislado y es posible que estuvieran relacionados espacialmente a algún sistema vial secundario que los co-nectaba con la red principal del valle.

Por todo lo expuesto, se abren nuevas incógnitas que podrían resolverse extendiendo las investigaciones en las Colcas de Lunahuaná y tratando de distinguir el mismo patrón en otros monumentos con características similares, rara vez reportados en las publicaciones. Este artículo no solo presenta resultados preliminares prometedores, abre también una potencial área de estudio focalizada en las in-fraestructuras asociadas a la red vial incaica.

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Descubriendo una huaca local: Muyllucamac de Lunahuaná

caRlos enRique camPos naPÁn*

Resumen

Las deidades andinas constituyen un tema de estudio fascinante en la historia sudamericana, de crucial significado para comprender el pasado de nuestros pueblos; entre todas aquellas que integraron el gran panteón precolombino, las huacas ocupaban un lugar central. La presente nota representa un avance en el estudio etnohistórico y arqueológico de una huaca local ubicada al sur de Lima, se analizan aquí sus características y el importante rol que podría haber jugado durante el periodo prehispánico tardío.

Discovering a local huaca: Muyllucamac of Lunahuaná

Abstract

The Andean deities are a fascinating subject of study in South American history, of crucial significance for understanding the past of our peoples; among all those who made up the great pre-Columbian pantheon, the huacas are central. This note is a preview of ethnohistorical and archaeological study of a local huaca located south of Lima, we analyze their characteristics and the important role that could have played during the late pre-Hispanic period.

* E-mail: [email protected]

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Introducción

Las sociedades prehispánicas andinas en general, y los incas en particular, parecen haber definido su vida en función del espacio habitado y la sacralización del paisaje (Bauer 2000; Niles 1992); diversos elementos geográficos eran considerados deidades que permi-tían organizar y unificar lugares cada vez más distan-tes a la capital sagrada: el Cusco.

En este contexto destacaban las huacas, lugares sa-grados destinados al culto y veneración, así como a la realización, de prácticas oraculares. Estos importan-tes espacios, de gran variabilidad a lo largo del terri-torio andino (Albornoz 1984 [1583]), eran respetados desde tiempos inmemoriales y su presencia se veía frecuentemente relacionada a los cultos de ancestrali-dad, fecundidad, sanación y adivinización desarrolla-dos por los “sacerdotes” andinos.

Montañas, cerros, lagunas, cuevas, rocas y animales con características singulares, así como los mitos, ri-tos y sacrificios en torno a ellos, aparecen prolijamen-te descritos en las fuentes coloniales, destacándose en particular su papel como lugares de origen (pacarina) o como formaciones sagradas en el paisaje. Respecto a este punto, al enumerar todo aquello que era ado-rado por nuestros antepasados bajo la categoría de “huaca”, el jesuita español Pablo Joseph de Arriaga incluyó

[…] astros, ríos, manantiales [...] cerros altos y montes y algunas piedras muy grandes también adoran y mochan y les llaman con nombres particulares y tienen sobre ellos mil fábulas de conversiones y metamorfosis y que fueron antes hombres que se convirtieron en piedras (Arriaga 1968 [1621]: 201).

Además de centros de poder y veneración, las huacas locales eran también lugares de respeto de los pobla-dores del Perú antiguo; los incas conocieron de cerca este importante vínculo y se apropiaron de los luga-res sagrados, logrando así un mecanismo de control ideológico que influía no solo en lo religioso, sino también en lo social y político.

Pese a esta importancia real y simbólica de las huacas, nuestro conocimiento sobre ellas resulta escueto y fragmentado, al haber recibido escasa atención de los investigadores andinistas. En esta nota presentamos el estudio de una huaca local mencionada en las fuen-tes coloniales, Muyllucamac, adorada en el pueblo de Lunahuaná, en el valle medio de Cañete.

Antecedentes

El valle de Cañete es bastante conocido en la lite-ratura arqueológica por los escritos de cronistas y viajeros; sin embargo, son pocos los historiadores y arqueólogos que se han detenido a investigar los si-tios prehispánicos, particularmente aquellos corres-pondientes a los periodos tardíos. Destaca el trabajo pionero de Larrabure y Unanue (1935 [1893]), quien registra y describe los sitios arqueológicos más impor-tantes del valle.

Hacia 1933, el arquitecto Emilio Harth-Terré publicó un estudio sobre el valle de Cañete denominado Incahuasi, en este se incluyen descripciones del pueblo de Huarco, el palacio de Cancharí, la fortaleza de Ungará y, más extensamente, del palacio inca en Lunahuaná. Lamentablemente, mucha de la información histórica se basa en la crónica de Garcilaso de la Vega, frecuentemente cuestionada. Lo más valioso de la obra de Harth-Terré, sin duda alguna, son los planos del sitio de Incahuasi, el palacio de Cancharí y la fortaleza de Chuquimancu.

La investigación realizada por Alfred Kroeber (1937) es también importante pues constituye la primera in-tervención arqueológica en el valle, específicamente en los sitios arqueológicos de Cerro Azul y Cerro del Oro; a partir de la información recuperada, Kroeber elaboró una secuencia en la que se definieron dos periodos consecutivos: el Cañete Medio (Middle Ca-ñete) y el Cañete Tardío (Late Cañete). Otro trabajo destacable es el realizado por María Rostworowski (1978-1980) sobre los señoríos de Guarco y Lunahua-ná en base a documentación etnohistórica.

El estudio realizado por el arqueólogo estadounidense John Hyslop (1984, 1985) en Incahuasi, el sitio monu-mental más importante y de mayor envergadura construi-do por los incas en este valle, es igualmente destacable.

En 1974, el entonces Instituto Nacional de Cultura encargó al arquitecto Carlos Williams y al arqueólogo Manuel Merino la elaboración del Inventario, catastro y delimitación del Patrimonio Arqueológico del valle de Cañete, un texto que ha llegado a constituirse en la más im-portante fuente de consulta para la localización de si-tios en el valle.

Finalmente, una de las investigaciones más trascen-dentes llevadas a cabo en el valle bajo, debido a su ca-rácter interdisciplinario, es la efectuada en Cerro Azul bajo la dirección de Joyce Marcus (1987, 2008); el objetivo de dicho estudio fue conocer aspectos de la

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organización política y el grado de desarrollo económico de las sociedades prehispánicas de la región. Gracias a esta investigación se pudo concluir que hubo una clara especia-lización en el manejo de los recursos marinos y agrícolas.

En contraste con lo registrado para el valle bajo del río Cañete, el valle medio ha sido poco estudiado, contán-dose con escasas referencias e investigaciones superfi-ciales (v.g. Instituto Nacional de Cultura 2005). El tra-bajo más profundo publicado hasta la fecha es el escrito por Guido Casaverde y Segisfredo López (2011), refe-rente al camino prehispánico localizado entre Incahuasi de Lunahuaná y la quebrada de Topará. A este viene a sumarse ahora el artículo publicado por Alejandro Chu en este volumen, en el que presenta algunos resultados de sus excavaciones en el sitio de Incahuasi (2013-2014).

Problemática referente a la ocupación del valle en los periodos tardíos

Las fuentes históricas coloniales transmiten información sobre la demarcación política que existía en el valle de Cañete antes de la irrupción de las tropas incaicas, preci-sando la existencia de dos señoríos o curacazgos: Guarco y Runahuanac (Rostworowski 1978-1980).

Ubicados en la parte baja del valle, los guarco explotaban las tierras más fértiles y extensas de la región mediante un siste-ma de canales de irrigación altamente sofisticado, el cual no dudaron en defender por constituir la base de su producción agrícola (Rostworowski 1978-1980). Este señorío destaca-ba, además, por contar con especialistas dedicados a otras actividades económicas, como la pesca (Marcus 1987: 107).

Las crónicas hispanas dan cuenta de la cruenta y difícil conquista de los guarco por parte de los incas, un hecho que habría tenido lugar durante el gobierno del Inca Túpac Yupanqui. Hyslop (1985) identifica al sitio Incahuasi de Lu-nahuaná como el “Nuevo Cuzco” que, según testimonios recogidos por el cronista Pedro Cieza de León a mediados del siglo XVI, habría sido construido por los incas para abastecer y recambiar al ejército imperial en su lucha por dominar este territorio (Cieza 1968 [1551]: cap. LIX).

El pequeño señorío de Runahuanac o Lunahuaná, por su parte, se encontraba localizado en la parte media del valle de Cañete, en la chaupiyunga situada entre los 400 y 1 400 msnm., limitando hacia el oeste con el señorío de Guar-co. Los runahuanacs no han sido estudiados arqueológi-camente, por lo tanto, desconocemos la mayoría de sus manifestaciones culturales y sus formas de organización política, social e ideológica.

La existencia de estos señoríos mencionados en las fuentes etnohistóricas resulta sin embargo problemáti-ca, debido a que aún no han podido ser identificados a través de la disciplina arqueológica; a nivel de su cultura material, la diferencia entre ambos grupos debería pre-sentarse en la arquitectura y la cerámica, no obstante, la falta de excavaciones y seriaciones estilísticas ha impe-dido alcanzar este cometido.

Lo que sí se ha logrado inferir a partir de la información brindada por las fuentes coloniales y el trabajo realizado por Hyslop (1984, 1985) es que la anexión de los ru-nahuanacs tuvo lugar antes de la conquista del señorío Guarco; respecto a este punto, existe consenso en seña-lar al año 1470 d.C. como el de inicio de las conquistas militares incaicas en los valles localizados al sur de Lima (Casaverde y López 2011: 50).

Identificando una huaca local en territorio runahuanac

Una huaca o wak’a, en opinión de Mario Polia, “es un receptáculo de lo sagrado, es el cuerpo de una entidad espiritual: una piedra, una roca, árbol, cueva, etc., que contiene un espíritu” (Polia 1999: 107) y representa la manifestación sobrenatural de una entidad espiritual con poderes. Todo parece indicar que esta práctica de sacralizar distintos rasgos del paisaje, como los aflora-mientos rocosos, se remonta a tiempos previos a la ex-pansión incaica (Stanish y Bauer 2011).

A fines del siglo XVI, el extirpador de idolatrías Cris-tóbal de Albornoz mencionó un cerro con este tipo de atribuciones que se habría localizado en la provincia de Lunahuaná: “Muyllucamac es un cerro y en él esta una piedra junto al pueblo de Lunaguana, su pacarisca” (Al-bornoz 1984 [1583]: 214). Esta escueta, pero a la vez valiosa información nos condujo a buscar la piedra sa-grada Muyllucamac en la cercanía inmediata al referido pueblo; presentamos a continuación algunos alcances sobre esta importante huaca local.

Ubicación

El cerro aludido por Albornoz se encuentra localizado en el distrito de Lunahuaná, provincia limeña de Cañete, figurando en la carta nacional Lunahuaná (26-k) bajo el nombre de cerro Escalón; en la cima de un espolón rocoso de este último, a 635 msnm y 900 metros al no-reste del actual pueblo de Lunahuaná, se ubica el sitio arqueológico de Muyllucamac (figura 1).1

1 Es oportuno señalar que en los alrededores de este cerro pueden observarse otros sitios arqueológicos que datarían de los períodos Intermedio Tardío y Horizonte Tardío.

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Evidencia arqueológica

Durante nuestro reconocimiento de sitios arqueológi-cos en el valle medio de Cañete, logramos identificar y registrar un espacio bastante singular, a manera de ado-ratorio, localizado en la cima del cerro Escalón. El sitio comprende dos sectores claramente diferenciables:

Sector 1

Definido como el área central, incluye dos afloramientos rocosos (foto 1) rodeados por muros de piedras semicanteadas unidas con argamasa de barro, conformando un cerco perimétrico bajo a manera de

altar (foto 2). Esta área mide 28 metros de largo por 14 de ancho. Una de las rocas (Roca A) es amorfa, ligeramente curva y parece estar asentada con piedras pequeñas hacia el interior del cerro; en la parte superior presenta una ligera punta en la que se distingue una forma triangular. Esta roca habría sido más grande, pues se observan dos fragmentos de la misma en su cercanía inmediata. La otra roca (Roca B) tiene uno de sus lados ligeramente plano y está dispuesta a manera de “mesa ritual”. Si bien el espacio sacro descrito es pequeño, la disposición de ambas rocas y su geomorfología nos sugieren un área de especial significación.

Figura 1. Localización geográfica de Muyllucamac y los sitios arqueológicos circundantes (adaptado de Carta Nacional Luna-huaná (26-k), 1976)

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Foto 1. Vista panorámica del área central (Sector 1) del sitio arqueológico

Foto 2. Vista lateral de sección de muro perimétrico al Este

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Sector 2

Se encuentra localizado en un nivel más bajo que el sec-tor anterior y se ve constituido por un pequeño conjun-to de cinco recintos dispuestos en hilera (foto 3), estas estructuras fueron construidas bajo la técnica empleada por los incas en este valle y han sido interpretadas como colcas o almacenes (foto 4). Se distinguen además algu-nos otros muros bajos que forman espacios abiertos, en intersección con un afloramiento rocoso de forma alargada.

Identificamos a la Roca A como la huaca Muyllucamac (foto 5) y a la Roca B como la receptora de ofrendas, ambas configurarían el espacio sacro. Las rocas son una categoría de formación natural íntimamente relacionada con el concepto de huaca y se cree que “son transforma-ciones líticas de los ancestros o de algún héroe cultural” (Polia 1999: 166).

En la región que nos atañe, hemos identificado dos ro-cas que igualmente podrían encontrarse vinculadas al concepto de huaca, ambas se localizan en el valle veci-no de Asia: la piedra conocida como “Estrella”, ubicada cerca del pueblo de Coayllo (foto 6), y la formación ro-cosa denominada “El Sapo” (Ángeles 2012). Inferimos, por consiguiente, que toda esta cosmovisión fue cono-cida por los pueblos y comunidades locales antes de la llegada de los incas.

Al conjugar la evidencia presente en los sectores 1 y 2 podemos visualizar el espacio sagrado y el lugar de re-cepción de los productos, quizás correspondientes a las ofrendas para los rituales.

Definitivamente la excavación arqueológica nos podrá aclarar muchos aspectos con respecto a los aconteci-mientos ocurridos en este lugar y permitirá confirmar o desestimar la hipótesis propuesta.

Foto 3. Recintos en hilera, identificados como almacenes

Foto 4. Detalle de uno de los recintos en hilera Foto 5. Detalle de la Roca A, identificada como waka

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Información etnohistórica

En un documento revisado por María Rostworows-ki, conservado en el Archivo General de Indias (Au-diencia de Lima, Legajo 55, N° 32, fojas 128-129), se informa que en 1650 el corregidor de Cañete, Diego Pérez Caballero

[…] halló que muchos naturales a pesar de ser ladinos seguían siendo idólatras y mocha-ban o adoraban a una piedra grande situada en la cumbre de un cerro del valle de Lu-nahuaná. Entre los infieles los había natu-rales del lugar y también forasteros que no tenían curaca ni encomendero. El corregidor quedó encargado de empadronar a la gente bajo la condición de yana y les designó a un curaca a quien quedaron sujetos… En cuan-to a la idolatría se estimó deberse a la falta de doctrina y se dio cuenta de ello al Ar-zobispado (Rostworowski 1978-1980: 185).

Asimismo, en otro documento colonial esta vez del Archivo Arzobispal de Lima (Idolatrías y Hechicerías, Legajo IV, Expediente 1), se da cuenta del proceso seguido por el año 1661 a Magdalena Callao por he-chicería; “se dijo que mochaba a una piedra, sobre un cerro situado en la banda derecha del río” (Armas 2002: 61). Esta última información referente a la lo-calización del cerro podría, sin embargo, resultar im-precisa ya que en una transcripción parcial del mismo documento publicada por el historiador Dino León (León 2011: 69-70), no se especifica en que banda del río se situaba el cerro en cuestión. Tangencialmente, debe destacarse en el trabajo de León la valiosa infor-mación recolectada sobre la extirpación de idolatrías y el papel de la Iglesia en esta provincia durante el siglo XVII.

Los hechos mencionados parecen estar relacionados y vienen a complementar la referencia proporcionada por Cristóbal de Albornoz, citada líneas arriba, sobre la huaca Muyllucamac. El mismo Albornoz señala que

Foto 6. Vista panorámica de la “Piedra Estrella” en el valle de Asia

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[…] el prencipal género de guacas que antes que fuesen subjetos al inga tenían, que llaman pacariscas, que quieren dezir criados de sus natu-ralezas. Son en diferentes formas y nombres con-forme a las provincias: unos tenían piedras, otros fuentes y ríos, otros cuevas, otros animales y aves e otros géneros de arboles y de yervas y desta di-ferencia tratavan ser criados y descender de las dichas cosas […] (Albornoz 1984 [1583]: 197).

En el área andina, las piedras y rocas fueron sacraliza-das; aún en la actualidad, algunas piedras son cataloga-das como “encantadas” y se les reconoce cualidades extraordinarias. Sabemos, asimismo, que el término quechua pacarisca es equivalente a paqarina o “lugar de origen”, esto nos permite deducir que la roca Muylluca-mac habría sido considerada el lugar de origen del gru-po étnico Runahuanac o Lunahuaná, radicando allí su importancia y función como posible lugar de consulta (huaca oráculo).

Consideraciones finales

En la tradición oral del mundo andino, las comunidades identifican sus mitos y leyendas con sus deidades “pro-tectoras”, se piensa que las huacas que luchaban y con-quistaban territorios solían ser convocadas por el Sapa Inca. Los sucesos que los hombres buscan preservar en su memoria colectiva, sean históricos o míticos, son na-rrados como parte de los “hechos” llevados a cabo por las huacas.

Al ser considerados puntos sagrados en el paisaje, los cerros, rocas y peñas llegan a constituirse en una de las categorías principales de huacas, y en el entorno más propicio para el establecimiento y adoración de las mis-mas (Sánchez 1999); en ese sentido, los cerros se con-vierten en escenarios para el ritual y el sacrificio, y, por consiguiente, en beneficiarios de ofrendas y pagos de distinta naturaleza. Los cerros-huaca (rocas-huaca) son ordenados y jerarquizados en las concepciones locales de acuerdo al poder que se les atribuye, escogiéndose los favoritos o más importantes; es decir, se comportan al estilo de los humanos a los que tutelan, reproduciendo sus formas de ejercer la autoridad comunitaria.

Cada comunidad distingue su cerro referente, sabe cuá-les tienen “mejor mano” de acuerdo a lo que se les solici-te, conoce cómo atenderlos en las ceremonias y rituales, y cuál es el pago adecuado que debe efectuar, con sacri-ficios y ofrendas, para que sus peticiones sean atendidas.

En este escenario, puede percibirse que en los cerros confluyen dos extremos antagónicos: multiplicación,

orden y conservación, por un lado, y esterilidad, caos y destrucción, por el otro. De ahí la gran valoración que se otorga a las ofrendas y sacrificios dirigidos a los cerros, además de los pagos que, a fin de mantenerlas satisfechas, las comunidades ofrecen a las entidades tutelares que en ellos habitan. Un cerro hambriento o furioso es difícil de aplacar y podría descargar su furia a través de lluvias a destiempo, inundaciones y granizos, o, por el contrario, bloqueando a las nubes de lluvia y originando pertinaces sequías asociadas a épocas de es-casez y hambruna. Por ello, las sociedades andinas han puesto siempre particular cuidado en mantener buenas relaciones con los cerros:

La cosmovisión de un pueblo manifiesta no so-lamente su imagen de lo sagrado, sino, también y dentro de esta, todo lo concerniente a la orga-nización social… el mundo religioso englobaba entonces lo que concernía a la experiencia y al conocimiento, a su transmisión y acrecentamien-to, a la vivencia de la realidad y a su enseñanza (Pease 1973: 9).

De otro lado, la sacralización respondía a una suerte de frontera espacial andina. La noción de límite o frontera se construía a partir de categorías complejas que funcio-naban en el ámbito de lo simbólico, pero que, a su vez, se expresaban y materializaban en el paisaje andino (en el caso de la costa podía materializarse en los cerros, las islas, y las rocas con alguna forma o particularidad geográfica). Así pues, cada espacio geográfico tenía una personalidad y se veía vinculado a una concatenación única e irrepetible de acontecimientos históricos, ocu-rridos bajo determinadas circunstancias sociales (origi-nadas por decisiones de los grupos de poder), muchas veces difíciles de comprender.

Los curacas de los pueblos anexados al Imperio tuvieron en muchos casos que pactar con los incas una alianza que respetara sus creencias y las de sus antepasados (sus pacarinas, sus apus, etc.); sin embargo, tuvieron asimismo que sacralizar otros espacios y aceptar un nuevo orde-nador del mundo (Inti, Punchao), en búsqueda de una paz y armonía que les permitiera seguir al mando de sus señoríos, estados o reinos, y gozar de los beneficios que les otorgaba el poder.

Un sistema político-social centralizado y hegemonizado por una dinastía que ejercía el poder político y militar bajo justificaciones religiosas, como el Imperio Inca, no sólo disponía de especialistas religiosos capaces de justi-ficar el origen divino de esta genealogía, contaba además con especialistas en sistemas de medición y en el control de los efectos que los cambios estacionales producían

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en el medio ambiente andino, sumamente rico y varia-do, aunque particularmente expuesto a los efectos des-tructivos de los terremotos, huaicos y otros fenómenos atmosféricos (v.g. el fenómeno El Niño).

Según es señalado en diversos documentos históricos, solamente los sacerdotes o las personas distinguidas con cierto rango accedían a las huacas. Estas últimas contaban con personas encargadas de su culto y admi-nistración, y se comunicaban con su médium a través de los sueños o durante un estado de trance al que se llegaba tras realizar sacrificios de animales, ofrendar ho-jas de coca y consumir grandes cantidades de chicha de maíz. De acuerdo al jesuita Pablo Joseph de Arriaga, el huacapvillac era el encargado de hablar con la huaca y de ofrecerle las ofrendas y sacrificios, además de guardarla y cuidarla (Arriaga 1968 [1621]).

En el Tawantinsuyu, donde la riqueza era definida de acuerdo al número de adeptos, la lealtad de las masas

y el manejo de la energía humana, las huacas llegaban a constituirse en un elemento crucial para gobernar y mantener el dominio.

En conclusión, en el mundo andino, las huacas podían tener diferentes formas (cerros, rocas o peñas, manan-tiales, etcétera) pero siempre eran conceptualizados por los pobladores locales como espacios sagrados con poderes especiales, “animas” con atributos extrahu-manos, casi siempre relacionados a un ayllu o grupo humano con vínculos de parentesco. En el caso del curacazgo de Lunahuaná, sabemos que la huaca Muyllu-camac marcaba los designios de su pueblo (foto 7) y que, una vez anexado este territorio al Imperio, quedó incorporada al panteón incaico, bajo cuya tutela alcan-zó prestigio y renombre.

En el siglo XVI, cuando los españoles empezaron a encon-trar estos lugares sagrados, se esforzaron por destruirlos y construir templos católicos o instalar cruces sobre ellos. Al

Foto 7. Panorámica de la roca identificada como la waka Muyllucamac, nótese su preeminencia en la cima del cerro Escalón

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juzgar toda la cosmovisión andina bajo sus propios crite-rios europeos y constatar la adoración dirigida a múltiples divinidades, consideraron a la religión nativa como pagana y se empecinaron en destruir los centros de culto. Frente a ello, los pobladores andinos idearon diversas maneras de encubrir sus ídolos y ritos bajo una apariencia cristiana.

Agradecimientos

Este trabajo no hubiera sido posible sin el apoyo desin-teresado del colega y amigo Alfonso Ponciano Gonzales.

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Vista general del sitio Incahuasi de Lunahuaná, valle medio de Cañete. (tmx-f-1071)

Las colcas de Incahuasi de Lunahuaná, valle medio de Cañete (tmx-0910)

Vista general de algunas estructuras localizadas en las proximi-dades de las colcas de Incahuasi (tmx-f-1073)

Sector provisto de recintos con ventanas cuadrangulares y triangulares en el sitio Incahuasi de Lunahuaná (tmx-f-1074)

Detalle de los recintos con ventanas cuadradas y triangulares (tmx-f-1072)

Vista de columnas cilíndricas localizadas al interior de las colcas de Incahuasi de Lunahuaná (tmx-0910)

Fotografías pertenecientes a la Colección Toribio Mejía Xesspe conservada en el Archivo Histórico del Instituto Riva - Agüero, unidad académica de la Pontificia Universidad Católica del Perú (cortesía de Ada Arrieta Álvarez). Las fotos tmx-f-1071-1074 fueron tomadas por Samuel Lothrop en 1943; las fotos con signatura tmx-0910 fueron tomadas el 3 de junio de 1949 por miem-bros de la expedición organizada por el Museo Nacional de Antropología y Arqueología (Lima)

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Apuntes arqueológicos sobre el valle de Cañete1

ToRibio mejía XessPe

Resultado de la exploración arqueológica del valle de Lunahuaná (provincia de Cañete), 4 de junio de 1949

La exploración se realizó en homenaje a la memoria del maestro Dr. Julio C. Tello, fundador del Museo Nacional de Antropología y Arqueología, en el segundo aniversario de su fallecimiento. Participaron en la exploración: Toribio Mejía Xesspe, Vicente Segura Núñez, Cirilo Huapaya Manco, Luis Ccosi Salas, Gregorio Segura Tello, Evaristo Chumpitaz, Fidel Untiveros de la Cruz y José Casafranca Noriega.

Cementerio de Kondoray

Elementos culturales

a. Cámaras funerariasSon grandes cuartos construidos con piedras y barro, miden de 4 a 5 o más metros de largo por 3 o 4 metros de ancho y de 2 a 3 metros de profundidad. Estas cámaras fueron cons-truidas a manera de pozos debajo del nivel de la superficie y debieron estar techadas con palos, a juzgar por la presencia de huecos en otras cámaras semejantes en Incawasi.

b. Contenido de las cámarasEn la actualidad se hallan muy removidas por los bus-cadores de antigüedades. En el relleno existen muchos restos humanos que recientemente han sido quemados. Los cráneos son del tipo normal andino, de constitución robusta, a juzgar por el peso de los cráneos y el espesor de las paredes de los temporales en que aparecen suma-mente gruesas (hasta de un centímetro de espesor).

c. TejidosSon de algodón blanco con listas de color azul o café muy semejante a los tejidos chancay; hay fajas de marates2 de técni-ca brocado con “alma” de junco y trenzado a manera de faja.

d. Otros elementos Existen costureros rectangulares de junco o cañas, esteritas de junco, aparatos de madera como kaywas

[sic: kallwas]3 y puchkas4, hondas de hilos de algodón, peines de espinas, pitajallas, bolsitas, de hojas de pa-cae y conchas coloradas a medio trabajar.

e. CerámicaHay muchos restos de fragmentos de cerámica negra y color ladrillo. Entre los objetos negros hay cantaritos de base convexa, gollete tubular y campanulado, asas laterales, vasija carpomorfa, vasijas con asas tubulares kollawa y asi-tas auriculares. Las vasijas rojas son de la misma forma y algunas tienen asas laterales de estilo Inka.

f. LagenariasHay mates simples con bordes cortados a bisel, ca-racterística nueva de esta cultura.

Las ruinas de Jita o Shita

Las ruinas de Jita consisten en dos grupos: uno de po-blación, localizado en la parte baja y sobre un acanti-lado, correspondiente a la primitiva terrazas del valle, y otro en una acrópolis sobre un promontorio cónico de cerro natural, desde cuya cúspide se domina el valle tanto al este como hacia el oeste.

1 Los apuntes incluidos en esta nota científica provienen de tres documentos (Mejía 1949a, 1949b y 1952) pertenecientes a la Colección Toribio Mejía Xesspe conservada en el Archivo Histórico del Instituto Riva-Agüero, unidad académica de la Pontificia Universidad Católica del Perú. 2 Marate. (Posible origen jacaru) “Faja gruesa, hecha con fibras de maguey como base y tejida en horma especial con lana de varios colores, formando motivos” (Avalos 1952: 66).3 Kallwa. (Quechua) Instrumento de madera lisa o hueso utilizado para ajustar las tramas de los tejidos (Cerrón-Palomino 1976: 63; Parker y Chávez 1976: 75). 4 Puchka. (Quechua) Huso para hilar (Cerrón-Palomino 1976: 104).

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Las ruinas de población consisten en construcciones de piedra y barro de formas cuadrangulares y rectangulares, de diversos tamaños. Las alturas de las construcciones debieron ser mayores a los 2 metros, a juzgar por la gran cantidad de materiales de piedra que existen al pie de los muros que aún se conservan en pie. Las paredes de-bieron estar empastadas con arcilla y tal vez pintadas, según se deduce de algunas porciones que quedan intac-tas. Las habitaciones tienen pequeños patios en cuyas superficies aparecen fragmentos de cerámica rojiza, sin pintura. En cada conjunto de viviendas, al parecer, hay cuartos ciegos empleados como depósitos de víveres, alimentos, etcétera, y otros cuartos subterráneos desti-nados a ser mausoleos o cámaras funerarias.

En el extremo oriental de la población se han descubier-to recientemente algunas tumbas cuyos restos humanos y de cerámica se encuentran en la superficie. El descu-brimiento se hizo a raíz de la utilización de las ruinas como campos de cultivo.

Un vecino del barrio de Jita, don Florencio Vicente Luyo, es el propietario de las tierras de cultivo en cues-tión. Él manifiesta haber encontrado a menos de un me-tro de profundidad restos humanos en un pozo simple, cuyos cráneos resultan ser deformados artificialmente al estilo Chanka Nasca. Sólo encontró una vasija de ce-rámica, la cual tiene la forma de un armadillo realista, con dos picos verticales y asa puente plana de estilo tí-picamente Pre Nasca o Sub Necrópolis de Paracas. Este ejemplar lo obsequió al Museo Nacional de Antropolo-gía y Arqueología.

En otra sección de estas ruinas se observa que existen pequeñas construcciones subterráneas con techos de piedras y palo de pacae, en cuyo interior existen restos de materiales tales como vainitas de tara, algodón, lana, etcétera. Además, se observa que hay unos pozos sim-ples rellenados con basura y ceniza.

La acrópolis tiene varios muros de defensa, entre ellos uno que circunda la parte media del cerro y fue construi-do en basa a piedras angulosas y barro, con una entra-da principal de dos metros de ancho hacia el lado este. Dentro de este primer muro circular existen otros pe-queños muros que rodean al edificio principal que debió existir en el tope, donde quedan huellas del cimiento de una construcción rectangular. Desgraciadamente, la ma-yor parte de estos muros están derrumbados, sin embar-go, se puede observar la estructura en el flanco oriental. Allí el muro alcanza hasta tres metros de altura, con una ligera inclinación hacia adentro; en la parte superior hay una plataforma nivelada en parte y a medio nivelar en

otra. Llama la atención la presencia de una multitud de piedras rodadas de río que existen sobre esta platafor-ma, este detalle hace recordar mucho lo que se observa en la fortaleza de Chanquillo del valle de Casma.

Debajo de Jita se encuentra el caserío de Langlo, que tiene ruinas semejantes. Más abajo está el caserío de San Jerónimo que igualmente tiene ruinas.

Las ruinas de Incawasi o Paullo

Por último, a continuación de San Jerónimo, encon-tramos la gran ruina de Inkawasi compuesta por cinco grupos:

a. Grupo de residencias señoriales

b. Grupo de depósitos de granos y secadores de granos

c. Grupo de depósitos con columnas cilíndri-cas y una plaza grande

d. Grupo de otras residencias con graneros y cámaras funerarias

e. Grupo de la Acrópolis

Grupo de residencias señoriales (Grupo a)

Consiste en habitaciones construidas con piedras, barro y algunos adobes rectangulares. Gran parte de las habi-taciones de este grupo tiene pequeños nichos o alacenas de forma rectangular o trapezoidal. En algunos sitios de este grupo existen pequeños montículos de basura.

Grupo de depósitos de granos y secadores de granos (Grupo b)

Este grupo es el más importante por su planeamiento, consiste en un gran rectángulo cuyos bordes margina-les contienen cuatro líneas de cuartos ciegos dispuestos uno tras del otro; al centro se levantan dos secciones de plataformas con una entrada epimural. En este sector central hay una parte media con palos y a uno y otro lado una pequeña caja de piedras y barro de un metro de largo por cuarenta centímetros de ancho. Esta caja esta rellenada con piedras rodadas de río. Siendo este lugar el centro de todo el conjunto, es fácil pensar que hubiera servido como una oficina controladora para la distribución y el depósito de alimentos secados en las plataformas y terrazas; tal vez las piedras rodadas que tiene la caja indicada servían para llevar la contabilidad de los alimentos depositados.

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Este grupo, por la disposición simétrica de sus cons-trucciones, hace recordar inmediatamente la forma y disposición de las piezas de piedra tallada consideradas usualmente maquetas de fortalezas.

Grupo de depósitos con columnas cilíndricas y una pla-za grande (Grupo c)

Sobre este grupo conviene agregar algunos detalles, a saber:

1. La existencia de decoraciones grabadas en las pa-redes de los muros de circunvalación y en las co-lumnas, en base a figuras geométricas, de animales, figuras humanas, elementos de la actividad humana de estos lugares como la pesca de camarones y el traslado de sacos de maíz, instrumentos de música como antaras, figuras del sol y de la luna, otras de animales como el felino (jaguar), el pez, la serpien-te, etcétera. La mayoría de estas figuras grabadas tienen la forma y el diseño de las que aparecen en la cerámica chincha.

2. El uso de columnas cilíndricas construidas con pe-queñas piedras y barro para soporte el techo de los corredores.

3. La presencia de muros en superposición a las co-lumnas, fácilmente reconocibles; una ocupación que debió continuar después de la construcción de las columnas y con fines diferentes, puesto que los muros divisorios unas veces corren en línea recta con las columnas y otras veces junto o fuera de ellas.

Grupo de otras residencias con graneros y cámaras fu-nerarias (Grupo d)

Se encuentra ubicado detrás de un pequeño espolón que divide el Grupo c. Consiste en construcciones de piedra y barro, y muros adicionales de adobes rectangulares. Aquí las entradas a los conjuntos de viviendas están visibles. En los espacios llanos hay cámaras subterráneas con una gran cantidad de huesos humanos que hacen recordar a las chull-pas u osarios humanos de Tambo Colorado. Además, en estos espacios llanos existen fragmentos de grandes tinajo-nes como si correspondieran a graneros o depósitos.

Grupo de la Acrópolis (Grupo e)

Se encuentran delante del Grupo c, sobre un pequeño promontorio de roca.

Cerámica de estilo Paracas en el Valle de Lunahuaná

Durante la excursión arqueológica que el personal técni-co del Museo Nacional de Antropología y Arqueología realizó el 4 de junio de 1949 al valle de Lunahuaná, en las ruinas de Shita o Jita, se descubrió un ejemplar de cerámicas de estilo Paracas.

En la margen izquierda del valle, entre el puente de Sok-si y el pueblo de Pacarán, existen tres principales ruinas: Paullo o Incawasi, Shita o Jita y Kondoray.

Las ruinas de Paullo son interesantes por sus kollkas o depósitos en galerías escalonadas con soportes de co-lumnas cilíndricas hechas de piedra y barro, y por sus terrazas amplias y equidistantes, destinadas a la deseca-ción de las cosechas de frutos alimenticios (maíz, frijo-les, ají, maní, etcétera). Estas ruinas fueron consideradas erróneamente como construcciones inkaicas, en base a las informaciones de los cronistas; lo cierto es que los diversos elementos que la integran son de la cultura Chincha, cuyas irrefutables pruebas las constituyen los fragmentos de cerámica que existen en los basurales y las figuras estilizadas de humanos y animales que ador-nan los estucados de las paredes y de las columnas.

Las ruinas de Shita o Jita, contiguas al caserío de este nom-bre, constan de dos grupos: uno, de construcciones rectan-gulares de piedra corriente y barro, con pequeños patios llenos de basura y una o más kollanas (depósitos subterrá-neos), corresponde a una antigua población; el otro, con construcciones fortificadas alrededor de un pequeño cerro cónico, corresponde a un adoratorio o templo.

En los contornos de la referida población existen cáma-ras funerarias construidas con piedras y barro, protegi-das con lajas. Su contenido es muy interesante, no solo por la presencia de cerámica monocroma o bicroma de estilo típicamente Paracas, sino también por el tipo de cráneo humano que allí se ha recuperado, el cual guarda íntima relación con el tipo Pre-Nasca de Koyungo, Tun-ga y Kopara del Río Grande de Nasca. Estos elemen-tos indican el área de propagación de la cultura Paracas hacia el norte del litoral y la derivación de las culturas Pre-Nasca, Nasca y Chanka del tronco originario de Cavernas de Paracas. De acuerdo a estos hallazgos, el fenómeno cultural de los valles de Chincha, Warco o Cañete, Asia u Omas, Mala o Calango, Chilca, Lurín, Rímac, Chillón y Pasamayo o Chancay, sería idéntico al de los valles del sur, desde Pisco hasta Yauca.5

5 Los tipos morfológicos de las cerámicas Pre-Nasca, Nasca, Chanka, Kollawa y Rukana que existen en los valles al sur de Paracas guardan entre si relaciones filogenéticas, y los de Lunahuaná o Warco, Pre-Chincha, Chincha, Pachacamac o Proto-Lima, Kollawa y Pachacamac decadente, guardan, asimismo, vinculaciones filogenéticas.

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Viaje de exploración al valle de Cañete con Lorenzo Roselló y Julio Espejo Núñez, 24 de agosto de 1952

Cantera de Kilmaná

En el kilómetro 135 de la antigua carretera Lurín-Cañete existen piedras de riolita o tufo volcánico a medio labrar de estilo Inka. En la superficie hay algunos fragmentos de cerámica tipo Inka.

Cerro Azul

Aquí hay muros de piedras labradas estilo Pachacamac, muchas piedras se hallan caídas en la playa, otras se ha-llan en la falda del cerro junto a los muros de adobe rectangular. En el extremo este de las ruinas y en las bases de los muros, existe una hilera de piedras bien labradas; dos de ellos con ángulo característico Inka. Los muros de adobe se hallan en el extremo oeste y presentan varios nichos trapezoidales. Sobre la roca que

da el mar existe el fundamento de un muro de adobes rectangulares con una hilera de piedras labradas en la base; también hay un tronco de huarango que sobresale en forma horizontal.

Otras ruinas de Cerro Azul

Antes de ingresar a la playa del muelle existe un corte reciente con restos de un muro de adobes rectangulares. Este muro es alto, de cerca de 8 a 10 metros de altura; en la base tiene piedras cuñiadas (sic) con barro. Enci-ma se levanta cerca de 30 hileras de adobes pequeños de 30 centímetros de largo, 15 centímetros de ancho y 14 centímetros de espesor. Sobre el muro de estos adobes aparecen bloques de adobón. Las paredes tienen restos de pintura amarilla, también hay fragmentos de adobes con restos de pintura roja. El cerro contiguo al muelle presenta numerosas hileras de terrazas que parecen an-denerías y sus faldas están cubiertas de basura. Las capas de basura contienen fragmentos de cerámica ordinaria rojo ladrillo y algunos del tipo Cerro del Oro.

Referencias bibliográficas

Avalos de Matos, Rosalía

1952 El ciclo vital en la comunidad de Tupe. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos – Facultad de Letras - Instituto de Etnología.

Cerrón-Palomino, Rodolfo1976 Diccionario quechua: Junín-Huanca. Lima: Ministerio de Educación.

Mejía Xesspe, Toribio1949a Resultado de la exploración arqueológica del valle de Lunahuaná, provincia de Cañete (4 de junio de 1949). Informe

mecanografiado conservado en el Archivo Histórico Riva-Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú. Colección Toribio Mejía Xesspe. Signatura: tmx-910, N° 1-5.

1949b Cerámica de estilo Paracas en el valle de Lunahuaná. Nota mecanografiada conservada en el Archivo Histórico Riva-Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú. Colección Toribio Mejía Xesspe. Signatura: tmx-910, N° 16-17.

1952 Viaje de exploración a los valles de Lurín, Chilca, Mala, Asia y Cañete con el señor Lorenzo Roselló y Julio Espejo Núñez (24 de agosto de 1952). Anotaciones manuscritas registradas en libreta de campo conservada en el Archivo Histórico Riva-Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú. Colección Toribio Mejía Xesspe. Signatura: tmx-511, pp. 143-147.

Parker, Gary J. y Amancio Chávez1976 Diccionario quechua: Ancash-Huailas. Lima: Ministerio de Educación.

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Joyce Marcus. Excavations at Cerro Azul, Peru: The Architecture and Pottery. Los Angeles: University of California - Cotsen Institute of Archaeology, 2008. 332 páginas. ISBN: 978-1-931745-55-0

Revisado por Nina M. Castillo Sánchez, Qhapaq Ñan – Ministerio de Cultura del Perú

El estudio arqueológico iniciado en 1980 por la arqueó-loga Joyce Marcus en Cerro Azul, sitio ocupado por pescadores desde épocas remotas y uno de los prin-cipales asentamientos de la sociedad Guarco, tiene el mérito de haber permitido reconocer sistemáticamente antiguas actividades pesqueras realizadas bajo una or-ganización especializada.

En el primer capítulo del volumen, de carácter introduc-torio, Marcus remite a fuentes históricas coloniales, testi-monios de viajeros e investigaciones previas, presentan-do a los guarco como el grupo del período Intermedio Tardío (1100 – 1470 d.C.) que ocupaba la parte baja del valle de Cañete; en su concepto, esta población convivió en buenas relaciones con los lunahuaná, sus vecinos del valle medio, y con los chinchas del sur; presumiblemen-te, todo lo contrario sucedía con sus vecinos norteños. Los guarcos, liderados por una cacique, defendieron su pueblo durante cuatro años antes de ser sometidos por los incas, quienes para consolidar su dominio debieron construir una estructura con típicas característica cusque-ñas, ubicado en lo alto del acantilado y visible desde la lejanía del mar, tal como lo describe el cronista Pedro Cieza de León.

En el segundo capítulo, dedicado a la caracterización del sitio durante el período Intermedio Tardío, Marcus des-cribe el particular emplazamiento de Cerro Azul y analiza su configuración arquitectónica, destacando el empleo de gruesos muros de tapia en tiempos previos a la llegada cusqueña y el uso de ladrillos de adobe por los incas. La autora explica, asimismo, los criterios que le llevaron a seleccionar tres áreas de excavación vinculadas a este pe-ríodo: el Edificio D, una estructura menor localizada al sur de esta construcción, y un grupo de terrazas ubicadas en las quebradas aledañas. Los fechados obtenidos a partir de estos trabajos sugieren que la denominada cultura Cañete Tardío habría alcanzado su pico de desarrollo por el año 1300 d. C., antes de ser conquistada por los incas en 1470.

En el tercer capítulo, la autora propone una tipología de la alfarería recuperada en sus excavaciones correspondiente al período Intermedio tardío; los criterios considerados en esta clasificación fueron la procedencia de las fuentes de arcilla y de los desgrasantes empleados en la produc-ción, el tipo de manufactura de las piezas, sus atributos estilísticos y el contexto de procedencia de las mismas. Como resultado de este trabajo, Marcus identifica los si-guientes tipos alfareros: Camacho Redish Brown (cerámica de cocina más recurrente durante el período Intermedio Tardío), Camacho Black (cerámica con cocción reducida empleada principalmente para el almacenamiento y en ocasiones como ofrenda funeraria y efigies), Pingüino Buff (piezas con superficie rosáceas decoradas con motivos en blanco, negro y rojo, son los ejemplares más decorados del Intermedio Tardío) y Trambollo Burnished Brown (ce-rámica relativamente fina y de paredes delgadas, de uso exclusivamente personal).

En el cuarto capítulo se presentan los resultados de las excavaciones practicadas en el Cuadrante Sudoeste de la Estructura D, una residencia de élite y de sus depen-dientes. Como resultado de estos trabajos, se reporta el hallazgo de habitaciones con bancas para dormir, varias collcas o celdas de almacenamiento, canchones, un área de cocina y de preparación de chicha, lugares donde se confeccionaban tejidos, salas destinadas para la crianza de cuyes y unidades donde se guardaban grandes canti-dades de pescado. Pudo asimismo reconocerse que, una vez finalizado el periodo Intermedio Tardío, la estructura fue abandonada por mucho tiempo y algunas familias de bajo estatus, no relacionadas con los ocupantes origina-les, construyeron casas de quincha sobre las ruinas. Fue identificado, además, un espacio de almacenamiento des-tinado a conservar anchovetas y sardinas.

En el quinto capítulo se reportan los resultados de las ex-cavaciones efectuadas en el Cuadrante Sudeste de la Es-tructura D, una gran sala, posiblemente correspondiente

Reseña bibliográfica

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a un patio interior, desde la que se podía acceder a salas más pequeñas. En el nivel superior de esta unidad, sobre la ocupación más tardía, se reconocieron los restos de una casa de quincha en donde se hallaron algunos fragmentos de un cántaro inca (“aríbalo”); asimismo, pudo recono-cerse la reutilización de algunas áreas residenciales como espacios destinados al almacenamiento de pescados.

En el sexto capítulo, Marcus expone los hallazgos efec-tuados durante las excavaciones en el Cuadrante Noreste de la Estructura D. Se trata de un espacio amurallado, tipo canchón, provisto originalmente de una tapia gruesa que servía como banca o plataforma de trabajo; en sus cercanías fue identificada la Collca 1, un espacio en el que se almacenaban herramientas y productos artesanales.

En el séptimo capítulo se presentan los resultados de los trabajos realizados en el Cuadrante Noroeste de la Es-tructura D, sector dividido en dos canchones, uno de los cuales pudo ser identificado como un área de cocina y preparación de bebidas. Tras ser abandonados, estos can-chones fueron rellenados de arena; en el relleno tardío del canchón norcentral se recuperaron fragmentos de cerá-mica pertenecientes al período colonial.

Las excavaciones realizadas en La Estructura 9, un pe-queño edificio contemporáneo al Edificio D, son abor-dadas en el octavo capítulo. A partir de los hallazgos reportados, Marcus interpreta que uno de los sectores de esta estructura (el denominado Complejo Norte) co-rrespondería al área residencial del ocupante principal del conjunto; asimismo, concluye que se pudo haber prac-ticado un consumo selectivo de recursos, los miembros que habitaban el Edificio D habrían tenido acceso a más abundantes y mejores alimentos en comparación con los que habitaban la Estructura 9, por lo que la investigadora concluye que esta estructura menor correspondería a un anexo del Edificio D, donde vivían los súbditos de con-fianza, y que, a medida que aumentó la demanda de pes-cado seco, estos espacios también fueron transformados.

En el noveno capítulo se hace una descripción del con-junto de terrazas ubicadas en las laderas del cerro Cama-cho. De acuerdo a Marcus, estas de terrazas no habrían sido utilizadas para actividades agrícolas pues presentan una ocupación muy compleja; se ha propuesto que se tra-taría de plataformas en las que se instalaron viviendas de quincha perteneciente a los súbditos. En las partes más bajas del cerro se identificaron estructuras funerarias co-locadas al interior de rellenos de basura. Asimismo, se pudo apreciar una serie de unidades de almacenamiento y una sala que en algún momento fue utilizada como resi-dencia de un administrador de bajo nivel que supervisaba

el almacenamiento de pescado. Los fechados radiocarbó-nicos obtenidos en este sector datan sus materiales para el período Intermedio Tardío.

Finalmente, en el décimo capítulo la autora presenta una síntesis de los capítulos precedentes, haciendo compara-ciones en términos de similitudes estilísticas y términos socioculturales. En su concepto, la cerámica de Cerro Azul, en sus variantes Pingüino Buff y Camacho Black, sería similar a la chinchana e iqueña, lo que permitiría postular algunas inferencias culturales. Respecto a esta influencia sureña, Marcus señala que si bien durante el Horizonte Medio el culto a la deidad Pachacamac fue masivo, en el período Intermedio Tardío esta ideología habría per-dido relevancia, lo que motivó que algunas poblaciones dirigieran su mirada hacia el sur. Los valles de Cañete, Chincha e Ica tenían sus propios gobernantes, incluso, el reino chinchano era uno de los más poderosos de los Andes centrales y tenía su propio oráculo, por lo que podrían haber mantenido algún tipo de conexión polí-tica. En el momento de la conquista inca, las formas de la configuración arquitectónica y los diseños de la cerá-mica cambiaron en estas sociedades de acuerdo al tipo de interacción (pacífica/violenta) que mantuvieron con los incas.

El estudio de Joyce Marcus no solo ha permitido reco-nocer el grado de complejización social alcanzado por la sociedad guarco debido a su especialización pesquera, constituye además un importante esfuerzo por identificar aquellas variaciones estilísticas que permitirían distinguir la cerámica regional perteneciente al período Intermedio Tardío de aquella correspondiente al Horizonte Tardío, una problemática presente en casi todas las sociedades prehispánicas asentadas en la costa central peruana. A partir de sus excavaciones en el Edificio D y la Estructura 9, Marcus pudo constatar que resulta imposible proponer una cronología confiable de la cerámica simplemente a través de la comparación de lotes de tumbas; resulta nece-sario distinguir las variaciones cronológicas y sincrónicas, es decir, diversificar las unidades de excavación hasta en-tender los cambios de la alfarería en el tiempo. El carácter prolijo y exhaustivo de esta investigación, la convierten en un referente importante para comprender el desarrollo social de los guarco.

Plano de la antigua fortaleza y palacio de Hervay elaborado por Clements R. Markham en diciembre de 1852

Antigua fortaleza inca de Hervay, en la desembocadura del río Cañete

Clements R. MarkhamTravels in Peru, 1845-1915 (Volumen I).Wellcome Library, Londres. Archives & Manuscripts collection, WMS/Amer.126.Wellcome images: L0078333-L0078336

Portadas trapezoidales al interior de la denominada Ruina A de Hervay

Vista del lado sur del patio de la Ruina B de Hervay

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Excavaciones arqueológicas efectuadas bajo la dirección de Joyce Marcus en la Estructura 1 (sector inca) del sitio El Huarco - Cerro Azul, en 1983 (foto: cortesía de Joyce Marcus)

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