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 MATERIAL DE LECTURA En las siguientes páginas compilamos todas las historias que recibimos de los participantes del 1º Taller de Anécdotas de Madrid.  Unicamos sintaxis y ortografía, recortamo s a 600 palabras aquellas que se extendían, pero no hicimos cambios de estilo ni redacción. Durante el curso trabajaremos sobre este material, que deberán traer impreso.

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MATERIAL DE LECTURAEn las siguientes páginas compilamos todas las historias que recibimos de los participantesdel 1º Taller de Anécdotas de Madrid. Unificamos sintaxis y ortografía, recortamos a 600

palabras aquellas que se extendían, pero no hicimos cambios de estilo ni redacción. Duranteel curso trabajaremos sobre este material, que deberán traer impreso.

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LISTADO DE PARTICIPANTES, POR ORDEN ALFABÉTICO 

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ÍNDICE DE ANÉCDOTAS (*) 

PERRO AL AGUA   4..................................................................................................................

MANOLO, EL COLONIERO  5...................................................................................................

MAZMORRAS Y CHUCHERÍAS  6.............................................................................................

CENA DE ALCURNIA CON EL JEFE  7......................................................................................

PRIMER DISFRAZ DE CONEJO  8.............................................................................................

FLORES PARA FARADAY   9......................................................................................................

DISTRIBUIDOR POR CASUALIDAD  10.....................................................................................

 Y TÚ, A QUÉ POLÍTICO ADMIRAS  11.......................................................................................

ENCUENTRO CON LA BAQUETA   12........................................................................................

ENTRAR Y SALIR DE DONDE SOY   13.....................................................................................

EL GUAPETÓN  14....................................................................................................................

LA RATA Y LA SERPIENTE  15..................................................................................................

LA DISCUSIÓN DE NICO Y MARTA   16.....................................................................................

LA LLAVE CON MÍMICA   17......................................................................................................

EL ERROR DE LA CHINA CHAN  18.........................................................................................

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(*) Las anécdotas están listadas por su orden de llegada, y no se corresponden con el orden alfabético de participantes de la página dos. Está todo mezclado a propósito. Que las disfruten.

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PERRO AL AGUA 

Vació el frasquito de marihuana, agregó tabaco, se armó un enorme porro y seapoyó a fumar en el balcón de su primero A. El sol atravesaba el mediodía de unmartes de otoño. Los deportistas pasaban corriendo, en bici y remando por eldique, abajo de su balcón de Puerto Madero. El paisaje en calma era una postal.Santi se encontró siguiendo un perro con la mirada. El caniche blanco corría

palomas solo para asustarlas y hacerlas volar, la escena le causó gracia, el porroempezaba a subirle. «Guau, guau» y la paloma volaba; «guau guau guau» y otrapaloma volaba. El perro se sentía rey del mundo, su dueña, una rubia cincuentonaque caminaba detrás de él, no estaba nada mal. Pegado al dique debajo de labaranda, un grupo de seis palomas lo ven venir corriendo, todas vuelan menosuna, que estira la adrenalina al máximo y deja llegar al caniche casi a su ladocuando por fin despliega alas hacia el río. A Santi le dio tiempo de calcular ladistancia de frenado del perro y supo que iba a caerse un segundo antes que elpropio animal. No frena, no frena, pum. Perro al agua desde cinco metros dealtura. Abrió mucho los ojos, se le aceleró el ritmo cardíaco y marcó cada una de

las letras con su lengua seca: «¡No, la concha de su madre!». El tiempo deSantiago se detiene. Vio una pareja acercarse, vio a la cincuentona gritando, vio alperro intentando mantenerse a flote, se vio a él mismo mirando todo lo que veía ymiró al costado y vio su tabla de surf y el traje de neopreno. Su cabeza se dispara:el aprendizaje, los viajes, mis viejos, mi apellido, el arte de vivir y la concha de sumadre, la vía láctea, Buda, mis perros, todo el camino recorrido en estos treinta ydos años para llegar a este momento, a este preciso puto momento donde elcosmos me necesita. «Lo salvo», se susurra. Perro de mierda y la concha de sumadre y la reputa que lo parió de los huevos, serás pelotudo corriendo palomas, laconcha tuya y así. Y así hilaba puteada tras puteada mientras se vestía mal y

rápido, y se asomaba y el perro allí seguía intentando vivir, y la cincuentona derepente estaba buena, y esta mierda de cierre que no sube, perro de mierda y laconcha de su madre. Atraviesa el hall del edificio corriendo descalzo, tabla enmano. No tiene tiempo para explicaciones al portero. Los oficinistas almorzandoparan de masticar, los gritos de aliento se contagian: «¡Grande, flaco!». «¡Sacálo,maestro!». La gente se da vuelta de a poco, todos están asomados pendientes dela vida del perro que ya casi no tiene fuerzas. Trota decidido hacia el dique, sumirada se cruza con la rubia. Los ojos de ella tienen que insistirle a su cerebropara que crea lo que está viendo. Él ya no necesita salvarlo para convertirse ensuperhéroe. El final sucede en un segundo. Como si lo hiciera cada día, tira la

tabla al río y se lanza atrás. En dos brazadas navega hacia el perro de mierda y laconcha de su madre, los gritos y aplausos parecían ya de un estadio de fútbol. Elperro se hunde y se hunde pero Santi llega. Un movimiento le basta para subirlo ala tabla, casi inconsciente y escupiendo agua el caniche respira, tiembla y lame lacara de Santi que ya navega hacia las escaleras del otro lado. Lo esperancuriosos, Gendarmería Nacional, la rubia y una masa de aplausos y felicitaciones.Tampoco les dedicará mucho tiempo, Supersurfer  solo piensa ahora en los rolls desalmón, que ya deberían haber llegado.★ 

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MANOLO, EL COLONIERO 

Manolo ‘El Coloniero’ se ganaba la vida haciendo fácil la de los demás. Portabauna gran maleta de madera donde guardaba un tesoro de productos para el hogar,que (dada la escasez de tiendas en los barrios aledaños de la ciudad) eranbuscados por las amas de casa. Eran tiempos en que el centro quedaba tan lejosde algunas barriadas, que normalmente la gente decía «Voy a bajar a Alicante»,

como si se tratara de ir a la Amazonía. Manolo tenía colonias, insecticidas agranel, pastillas de jabón, laca, cuchillas, utensilios de cocina, mantelerías,etcétera. Separada en departamentos hechos con tablillas, su maleta era unatienda ambulante que surtía a una afianzada clientela hecha a base de muchosaños de vender confianza y jabón de afeitar. Iba siempre a pie, pues nunca quisovehículo alguno. Una vez le tocó un Seat 600 en un sorteo y lo vendió. Decía quele asustaban los coches y el tráfico. «¡Pepiiitaa, colonieroo!». «¡Rooosarioo,colonierooo!». Así, se anunciaba cuando llegaba a las casas. Conocía por sunombre a todas sus clientas, así como el de sus hijos y maridos y decían de él quesabía perfectamente la cantidad de producto (el que fuera) que gastaba cada

familia, pues cuando a alguien se le estaba acabando, por ejemplo, la colonia o elinsecticida, indefectiblemente sonaba el timbre de la puerta y al preguntar quiénera, siempre se oía el mismo nombre: «¡Colonierooo!». Su mujer bordaba ymuchas clientas lo eran también de las labores de ella. Así, de su maleta, surgíantambién hermosos tapetes, manteles, pañuelos y otras piezas primorosamenteelaboradas que siempre se solían encargar para alguna boda, bautizo o comunión.Su mujer fue el amor de su vida y contaban que se le caía la baba cuando hablabade ella, pero le sucedió un episodio muy desagradable por culpa de un maridoceloso y pendenciero. Quizá por un mal entendido, quizá por la intima confianzaque tenía con las señoras, el caso fue que el pobre, sin comerlo ni beberlo, acabó

recibiendo una paliza de un gañán que se creyó cornudo y la pagó con aquelpobre hombre para quien no había en el mundo más mujer que su querida esposa.

 A partir de aquello se negaba en redondo a acceder al interior de las viviendas yera tremendo verlo sudando de apuro cuando alguna mujer le decía: «Manolo,pasa que quiero que veas una cosa», generalmente relacionada con algo de sutrabajo. Al pobre se le quebraba la voz y respondía: «Ay fulanita, qué es lo quequieres», todo tembloroso, y la vecina «pero hombre, pasa y olvídate ya de todoese lío que te pasó, que aquí en el barrio sabemos que eres de fiar». Luego era lacomidilla de las conversaciones en la panadería, o la verdulería... San Gabriel,Florida-Portazgo, San Agustín, Babel, fueron los barrios que conocieron a Manolo

y disfrutaron durante muchos años de las maravillas que surgían de su viejamaleta de madera y, aún hoy en día, la gente que le conoció le recuerda con esecariño con que se recuerda a las personas que te marcan de una u otra manera ylas anécdotas que de él se cuentan posiblemente darían para llenar un libro.Luego él se jubiló, los barrios se fueron acercando más y más al centro, lastiendas florecieron hasta en el más alejado rincón y los hombres como Manolodejaron de ser útiles y desaparecieron llevados por el tiempo; como los afiladores,las vendedoras de sangueta, los colchoneros y demás oficios perdidos que un díadieron color y vida a nuestras calles. ★ 

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MAZMORRAS Y CHUCHERÍAS 

Yo había sido secuestrado por las fuerzas del coronel Camps, provincia de Buenos Aires, año 1977. Nos trasladan atados y vendados a un sitio donde nos dicen quenos van a fusilar. Era mentira. El lugar, llamado ‘La casita de Arana’, era donde setorturaba a todos los detenidos-desaparecidos. En la celda seguíamos atados yvendados. Nos iban llevando de a uno a la tortura con picana eléctrica. Éramos

seis. Algunos nos conocíamos, otros no. Todos andábamos por los veinte años.De pronto se empezó a escuchar una voz gastada, con tintes asmáticos, quedecía: «Me voy a morir. Si me siguen dando me va a reventar el corazón. Soycardíaco». Me puse a conversar con este señor ‘mayor’ que tendría unos cuarentaaños. Me dijo que era primo de José Larralde, un cantor gauchesco muy conocidoentonces. Después de varios días allí, me trasladan en un coche y una señorapregunta: «¿A dónde nos llevan? ¿Nos van a hacer lo mismo?». Y uno de lospolicías le contesta: «Señora, usted podría ser mi madre. No me haga esaspreguntas». Al cabo de un tiempo de maltratos y vejaciones, a mí me liberan ysalgo aterrorizado para el exilio español. Ya en Madrid comienzo a vender bisutería

en la calle, como la mayoría de los argentinos de la época. Conozco a muchagente que vendía en Goya, que era lo máximo; Andrecito, un cordobés profesor deliteratura y astrólogo; a Rubén, un homosexual hiperinteligente y completamenteinútil para la vida práctica; a Luis y Yaya, un matrimonio argentino ya mayor; y avarios conspicuos exdirigentes guerrilleros, ahora reconvertidos a vendedoresambulantes de chucherías. Hablé muchas veces con estas personas. Un día voy abuscar a mi amigo Rubén a Goya; era verano y el calor era soporífero. «No, Rubénse fue a Javea con los Larralde», me dijeron. «¿Los Larralde?», pregunté yo,incrédulo. «¿Son esos viejos que venden acá?¿Él estuvo en cana? ¿En La Plata?».

 Ante lo afirmativo de las respuestas no pude menos que concluir que eran los

Larralde, a quien yo había conocido en las mazmorras, pero a quienes nuncahabía visto.★ 

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CENA DE ALCURNIA CON EL JEFE 

Me criaron huyendo de los protocolos. Mi familia era humilde y de pocasambiciones; no entendía del ‘buen gusto’. Solamente mi abuela tuvo el tino deenseñarme, a base de algún que otro bofetón, a masticar con la boca cerrada; ycon una que otra patadita, a caminar con los pies rectos. Gracias a eso me pudehacer un hueco en el mundo sin mucha vergüenza. Soy la oveja educada de la

familia. No me ha ido tan mal. Trabajo en un gran despacho, ubicado en el mejorbarrio de Madrid, aunque llevo años buscando todo tipo de excusas para evadirlos acontecimientos importantes que organizan: despedidas, inicio del verano,navidades, reyes, etcétera. Pero este año todo fue distinto. A la típica comida debienvenida estival la acompañaba el 40º aniversario del bufete y se hizo casi unaobligación contestar al email corporativo con un sí. Me resigné sin mucho drama:este año había gente simpática y llegué incluso a pensar en la posibilidad depasarlo bien. Pero todo se complicó. La comida se convirtió en cena, y de un barse trasladó a la finca del jefe. Esto incluía la obligación social de ponerse ‘guapa’ yno tener excusas para huir a casa pronto. Me acabé comprando un vestido

estupendo, me subí en lo alto de unos bonitos zapatos y me dispuse a disfrutar,sin más. El día llegó y aquello era algo espectacular, de revista, de ni en tussueños. Los libros y antigüedades estaban perfectamente ‘desordenados’ en lasmesas, las luces se dirigían a todo aquello que desearías tener y la piscina del

 jardín limitaba casi con el infinito. Dispusieron una mesa de grandes dimensionesa lo largo del césped y como si de una boda se tratase, nos dispusimos engrupitos, temiendo la incertidumbre de quien se fuera a sentar frente a nosotros.Los detalles de la decoración estaban cuidados a la perfección. En ello, la mujerde mi jefe era una experta. Incluso el foie que nos sirvieron de primer plato lohabía ido a comprar especialmente a Francia. La impresión, sin duda, se la sabía

trabajar. Para mis adentros prometí portarme bien y comer con moderación.Hacerme la pija si era necesario y reír todas las gracias de ese señor. Ese señorera mi jefe y sí, se sentó justo frente a mí. Cincuenta personas, y yo. Hasta esemomento todo había ido muy bien, yo estaba muy mona, muy maja, muyprotocolaria. Sobre la mesa todo se había dispuesto de foto. Los huevos duros decodorniz colocados sobre pequeños nidos de paja, la sal en escamas dentro debonitos recipientes y así cada elemento comestible. El foie me supo a rayos,aunque al jefe le sonreía y disimulaba comiendo pan. Cuando colocaron unapequeña ensalada de tomates sin aliñar vi mi salvación a ese hígado y cambié. Albuscar el aliño, cogí el aceite, la sal en escamas y «¡oh, espera! si han puesto

también el aliño completo de sal y pimienta en otro cuenco…, qué detalle». Aquello sabía raro, pero yo seguí sonriendo a las magníficas historias que aquelseñor nos iba contando. Más tomate en la mesa. Repetí. Esto cruje, le dije a micompañera. La cena prosiguió y empezaron a fumar. Yo me sentía bien, integrada.Solo me desintegré cuando mi jefe, sonriente, apagó su cigarrillo en el ‘aliño’ queyo había estado usando para el tomate. Un cuenco con arenilla blanca y negra,con mi sal y pimienta; la miopía social que condenaba mis ojos. ★ 

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PRIMER DISFRAZ DE CONEJO 

Era 1985, yo tenía cinco años e iba a un nido que tenía salones con nombres decolores. Yo estaba en el salón rosado y la miss se llamaba Lila, como el color, perosolo era una coincidencia rara porque luego en el salón naranja la miss se llamabaCarmen. Esta es la primera anécdota de mi vida, todo lo anterior son imágenesinconexas. La época A.C., antes del conejo. Esto pasó en octubre de ese año. Se

organizaba un desfile de Halloween de varios nidos en un parque cercano y miss Lila distribuyó los disfraces en papelitos que debíamos entregar a los padres. Ladefensa de mi madre se basa en que yo le di el papelito solo un día antes deldesfile. El papel tenía solo una palabra: «Conejo». Al día siguiente mamá medespierta, me baña y cuando me viste me pide que me ponga el pijama de nuevo.Yo no entiendo muy bien por qué pero lo hago. Este era un pijama marrón que mequedaba ancho, de un algodón que parecía un poco como de piel de oveja. Mepide me ponga las pantuflas de la abuela, marrones también y me pide quepruebe caminar. Luego me pide que cierre los ojos. Yo los cierro, y ella me ponecon cuidado una cabeza de conejo. «¡Listo, eres un conejo!», me dice. Yo no veo

bien porque los agujeros de los ojos son muy pequeños. Estoy emocionado, es laprimera vez que uso un disfraz. Al salir, mamá me da una zanahoria pelada,grande, aun con el tallo. Luego llego al salón rosado y veo que somos el salón-granja y que había varios otros conejitos, pollitos, gallinitas, vaquitas, carneritos yalgunos granjeritos y granjeritas. Tres de mis amigos están con el disfraz de conejoperfecto, un enterizo blanco con un hueco para que se les vea la cara, orejascaídas y rabito de nube. Tienen una zanahoria de peluche cosida en una de lasmanos. Saltan y ríen. Naturalmente, siendo conejo, intento llegar hacia los otrosconejos. Mientras camino, un pollito comienza a gritar asustado, una vaquita salecorriendo, las granjeritas lloran, y a través de lo poco que puedo ver todos huyen

de mí. Mi madre, en su locura, le había cortado la cabeza a una piñata, de la peorimitación de Bugs Bunny y de cartón engrapado por todas partes. No podía moverbien el cuello pues las grapas me habían hecho heridas que me dolían mucho.Tampoco veía bien, así que al tratar de acercarme a ellos alzaba por instinto losbrazos por si me caía. Debo haber parecido un conejo zombi. Mitad gris, mitadmarrón, brazos extendidos y una zanahoria pelada en la mano. Yo también, porcontagio, por dolor, comencé a llorar, parado en medio del salón, con mi pijamamarrón, las pantuflas de la abuela y el cuello lleno de heridas. Miss Lila me sacacon cuidado la cabeza de cartón. Veo entonces la cabeza del conejo y esa imageny todas las anteriores se quedan guardadas, esta vez en un orden correcto, para

siempre en mi memoria. Nunca fui al desfile en el parque.★ 

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FLORES PARA FARADAY 

Carl Marx y Michael Faraday están enterrados en un cementerio romántico en elbarrio de Highgate Hill en el Norte de Londres, donde mis padres me habíanenviado a pasar el verano para aprender inglés. Esa misma mañana yo habíaperdido la virginidad y por la tarde decidí visitar el cementerio. Compré dos rosasen la floristería de la esquina y entré. Al poco de merodear por el cementerio di

con la tumba de Marx, inmensa e imponente, una gigantesca lápida coronada porun busto del yaciente donde rezaba ‘Workers of the world, unite’ ( trabajadores del mundo, uníos ). Era de las grandes atracciones del cementerio, desde luego yo noera la primera en dejar flores allí. Ni rastro, sin embargo, de la tumba de Faraday.Como ya iba anocheciendo y no daba con ella, pregunté a una mujer en laentrada, que parecía personal del cementerio. «Faraday no está en está en estazona del cementerio, sino en otra zona a la que solo se accede en grupo y convisita guiada». Al ver mi rosa y mi cara de dececpión añadió: «¿Es para Faraday?».

 Asentí. «Déjame comprobar». Tras un rato de hablar por teléfono, volvió sonriente.«La tumba de Faraday ni siquiera se visita en el tour , está en la zona abandonada

del cementerio, que está cerrada al público, pero puedo abrirlo y te acompañohasta allí para que puedas dejar la rosa}. La mujer, menuda, melena corta y negray rasgos aguileños, con el aspecto un poco a lo Morticia Adams que cualquiercustodia de cementerio debe tener, me llevó al otro lado de la calle, donde unaverja cerrada delimitaba el acceso al otro cementerio. Con unas llaves grandes yroñosas, como deben ser todas las llaves que cierran y abren sacrosantos,accedimos a este segundo cementerio que estaba construido en una colina. Nosadentramos lejos del camino, por una zona en la que la maleza se había comidohacía mucho al cementerio. Asomaban entre las zarzas y la hierba algunas cruces,se veían lápidas volcadas. «Allí», me señaló tras un rato de andar entre maleza. En

lo alto de una pequeña loma y en un claro milagrosamente respetado por laszarzas, bajo un árbol, estaba la tumba de Michael y Sarah Faraday. Allí hacíamucho que nadie dejaba flores. Dejé la rosa que les había comprado. «¿Quieresuna foto?». Me daba repelús hacerme una foto con la tumba de un muerto comoquien se fotografía con Mickey Mouse en DisneyLand, pero me daba vergüenzadecir que no, así que lehice una foto a la lápida. Mientras volvíamos, la mujer mepreguntó: «¿Qué relación tienes con Faraday?». «Mis padres son físicos»,contesté, sin saber muy bien si aquello era válido como respuesta. «¿Has dejadotambién flores a Marx?». «No». No sé por qué mentí. Al despedirme me dijo: «Aveces hago de guía en este cementerio, ¿puedo contar que has venido de España

a dejarle flores a Faraday?». «Claro». Volví a mi residencia, a continuar con elaprendizaje que había iniciado esa mañana.★ 

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DISTRIBUIDOR POR CASUALIDAD 

Hace como mil años estaba trabajando cuando una compañera me mandó unenlace el que un bloguero escribía un artículo en el que criticaba a LucíaEchevarría. La escritora decía que iba a dejar de escribir porque estaba harta de lapiratería. Este bloguero, sin embargo, decía que los escritores escriben para queles lean. Si además consiguen vivir de ello pues estupendo, pero que todos los

escritores aspiran a ser leídos, así que bienvenidos fueran los lectores. Al metermeen el blog observé que este mismo bloguero estaba lanzando una revista, así quedecidí suscribirme. Me gusta cómo escribe y además apoyo una buena causa,pensé, dentro de mis ansias por mejorar el mundo. Así que procedí a suscribirme.Cuando estaba a mitad del proceso de suscripción, una ventana me dijo: ¿tequieres hacer distribuidor? Mis amigos saben que ante esa pregunta nuncacontestaría que no, así que investigué por encima. Según decían, podrías serrepartidor en tu local o por la zona o dedicarte a hacer envíos. Para esto últimonecesitabas ser una empresa. En ese momento yo dirigía una empresa, y ademásmi local estaba a tomar por saco, así que pensé en hacer envíos y admitir también

recogida en la oficina. Una vez que decidí hacerme distribuidor, empezaron laspreguntas. ¿Cuánto vas a cobrar por ‘manipular la revista’? Hombre ¡qué pagan ytodo! Así que en un principio pensé en no cobrar, pero luego reflexioné un poco ypuse 1 euro, el mínimo que admitía el proyecto, ya que, al fin y al cabo, me dije,somos una empresa. La web, después, preguntó por el importe de los gastos deenvío. Como nosotros enviábamos nuestros propios libros, (perdón, nuestropropio libro que solo tenemos uno), por lo que sabía que había tarifas especialespara libros y revistas. Así que dejé el tema parado y me puse a investigar el preciode los envíos, que si revista, que si libro… Hacían falta muchos ejemplares paraser revista, y libro parecía mejor. Calculé el peso y vi que podría salir por menos de

un euro, sumando el sobre…pues un euro en total. Así que retomé el proceso ytambién aquí puse un euro. Espero poder ayudar a la revista, pensé, quizá alguiense suscriba por aquí. De repente empezó un goteo de suscriptores. Yo no dabacrédito. Uno, otro… Cuando iban unos veinte, el editor y bloguero me escribió yme preguntó que si se trataba de algún error. Que si estaba seguro de los preciosque había puesto, que no quería problemas después. Que aquello era serio y noquería generarme un problema ni a mí, ni a los suscriptores y que antes de seguir,confirmase los datos. Revisé mis cuentas, las volví a comprobar, se lo expliqué aun amigo a ver si había algún fallo en todo aquello, pero no, todo sonaba muybien. Así que le dije que sí, que lo confirmaba. Cuando eran cien suscriptores, el

bloguero me llamó al móvil. «Oye, ¿estás seguro de los precios?». «Sí, claro, ya tedije». «A ver», me preguntó, «¿me puedes decir cómo lo has hecho?». Nosotroshacemos envíos y a veces tenemos problemas. Así que le expliqué con tododetalle el proceso, los precios en la web, el procedimiento de envío, el peso de larevista, y parece que le quedó claro que aquello tenía sentido. «Ok», dijo, «gracias,espero que vaya bien…». Finalmente nos convertimos en el mayor distribuidor dela mejor revista de la historia, sin publicidad, la que posiblemente pagaba mejor alos autores. Distribuíamos más de 300 ejemplares. Somos una empresa deinformática por lo que la llegada de la revista cambiaba todos nuestras rutinas.Imprimir etiquetas, ensobrar, contar, clasificar y cargar el coche para ir a la oficinade correos nos sacaban de la rutina del tecleo constante. Luego los problemas deenvío, la carta a los suscriptores, nos recordaban en el entretiempo que éramos elmayor distribuidor de la mejor revista de la historia.★ 

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Y TÚ, A QUÉ POLÍTICO ADMIRAS 

Hace un rato que he terminado de mear, pero no quiero subirme la bragueta. En elurinario, con la cabeza apoyada contra la pared, repaso el listado de insultos queacabo de proferir. Vago. Mujeriego. Caradura… Seguro que me dejo alguno.Menudo repaso le acabo de dar, sin piedad, sin concesiones, ensañándome con elsujeto como si me fuera la vida en ello. En qué momento decidí que era una buena

idea aceptar la invitación de las chicas para juntar las mesas y tomar unas copas.«¿De dónde sois?». «De Madrid». «¿Y qué hacéis aquí en Sevilla?». «Cosas detrabajo». «¿Y en qué trabajáis?». «Formación». «¿Y vosotras qué hacéis?». «Yoestudio Ciencias Políticas, estoy en mi último año». «¡Anda, qué casualidad! ¡Yosoy licenciado en Ciencias Políticas!». Me subo la bragueta, me lavo las manos yme pongo a inspeccionar el baño en busca de una puerta secreta o de unaventana que dé al callejón de atrás, como si se tratase de una mala película deacción. Nada. No hay más salida que una y tras ella el grupo me espera, perosobre todo ella. «Y tú, ¿a qué político español admiras?». Encajo la pregunta comosi me acabaran de dar un gancho de izquierdas en la mandíbula. Nunca en la vida

me hubiera imaginado que alguien me hiciese esa pregunta, por muy politólogoque fuese. «¿Español?», pregunto, tratando de ganar tiempo. Da igual, no hacefalta tiempo, respondo lo que pienso: «Ninguno». Ahí, ahí te tenías que habercallado. Pero a ti qué coño te importa a quien admira una chica de veintitantosque aún tiene la cabeza llena de ideales o simplemente de conexiones neuronalesaun no muy sólidas, sobre todo hablando de política. Pero no, ahí tenías queentrar hasta el tuétano, como dice Santi, sin filtros, sin sopesar las consecuencias:«¿Y tú, a qué político admiras?». Vuelvo a estar con la bragueta bajada haciendoque meo. Han entrado dos en el baño y parecería muy raro tenerme a mí dandovueltas a su alrededor. Hago que meo. «Yo admiro a Arenas». «¿Perdón?». «Sí,

Javier Arenas». La risa debió escucharse a varios metros de distancia porquepensé que estaba de coña. «¿Javier Arenas? ¿El del PP? ¿El que fuera Ministro deTrabajo?». ¿Vas a salir de una vez? La cabeza de mi amigo asomada por la puertame indica que debo de llevar veinte minutos encerrado en el baño como una niñaasustada. Precisamente fue él el que me dijo que parase. Me lo dijo tarde, peroeso no era culpa suya. «¿Arenas? ¿El único que ha perdido todas las eleccionescontra el PSOE? Pero si es un vago redomado, no da palo al agua, y un mujeriego,todo el mundo sabe que por su despacho ha pasado medio partido popular, ¿notenía un hijo ilegítimo con una de ellas? ¿El de Cospedal? ¿O era el de SánchezCamacho? No, chica, no, ponme otro ejemplo porque ese es de lo peorcito de la

política española». Mi amigo me dice que salga ya. Que se lo ha tomado a bien.Que no es para tanto… y como tengo que salir, decido hacerlo ya. Me dirijo condeterminación al grupo y me pongo al lado de Marta Arenas. Nos miramos, perono a los ojos. Ambos estamos sumamente avergonzados. No sé si ella haaprendido algo, pero yo sí. Yo he aprendido a contestar: «Adolfo Suárez». Unmuerto es de lo más socorrido en estos casos.★ 

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ENCUENTRO CON LA BAQUETA 

Serían las nueve y diez del veintitrés de marzo de 2009, era una mañanaprimaveral y nada hacía presagiar que ese día fuese a ser un más, salvo porque lavíspera había sido mi cumpleaños. Acababa de entrar en el vagón del cercanías,cuando oí a mis espaldas: «Hola, ¿eres...?». «Si, soy yo», respondí al reconocerle,era un muy buen amigo con el que había perdido el contacto. No se por qué

pensé que acababa de recibir el mejor regalo de cumpleaños. Nos sentamos enun grupo de cuatro asientos y empezamos a charlar; teníamos demasiadas cosasque decirnos. Él había perdido el tren que cogía normalmente para ir a trabajar.Era músico (yo le hacía biólogo) y tenía un grupo con el que había grabado undisco. Al ir a apuntar el nombre del grupo puse José Luis en vez de Juan Luis; mecorrigió y me dio sus correos. En otro punto de la conversación surgió que unosamigos suyos daban un concierto el jueves de la semana siguiente en el Massaidel Planetocio, que hace tiempo que cerró. Cuando el tren llegó a Méndez Álvaro,me bajé no sin antes quedar en seguir en contacto y en vernos al día siguiente enel tren. El concierto era a las diez de la noche, por lo que habíamos quedado un

rato antes. Le llamé en cuanto llegué, estaba en el vip con la cantante de EcliptikaRock y unas amigas. Me la presentó y entramos en el Massai, donde conocí aotros amigos suyos. Nos quedamos junto a una mesa que estaba pegada a unacolumna a la izquierda del escenario. Empezó el concierto y Celada, un amigo deJuanlu, se fue a por una copa. Al cabo de una o dos canciones, Juanlu dijo que seiba a ver dónde estaba, ya que no había vuelto. Al ir hacia la barra lo vio sentadoen una mesa situada al final de la barra y se fue a hablar con él. En medio de unacanción algo sale volando del fondo del escenario. Instintivamente doy un pasoatrás y me preparo para recogerlo. Cae suavemente en mis manos. Bajo la vista yveo, apoyada en mis manos y mi regazo, una baqueta rota con una punta de unos

diez centímetros. En ese momento no se me pasa por la mente que podría haberocurrido de haber caído de otra manera. Solo empiezo a comprenderlo al ver lascaras de los que me rodean y sus comentarios al enseñarles la baqueta. Al ratovolvió Juanlu y le contamos lo sucedido. Bautizó la baqueta como ‘la mataingenieros’ y así quedó. No me separé de ella en toda la noche, era mi tesoro.Después del concierto me presentó a Vicen, el dueño de la baqueta, y hasta eseinstante no me di cuenta de lo extraordinario del suceso. Ya que él creía que labaqueta había sobrevolado a la cantante y había caído delante de la primera fila.El resto de la noche estuvimos bromeando con la baqueta y recuerdo cómo unachica encontró el otro trozo de la baqueta y le pidió a Vicen que se lo firmase, la

mía pese a ser el trozo mayor no está firmada ya que me daba corte pedírselo.Desde entonces, cada vez que veo la baqueta en mi estantería me acuerdo de lasensación de la baqueta cayendo en mis manos como si lo estuviese viviendo enese mismo instante. Y aunque comparte espacio con recuerdos de otrosconciertos que vinieron después, ninguno puede competir con ella.★ 

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ENTRAR Y SALIR DE DONDE SOY 

Nací en Madrid en los ’70. No tengo pinta de noruego, pero soy más alto que lamedia española y soy relativamente blanco de piel. Nadie, en un primer vistazo,podría decir que soy cubano. Sí, nací en Madrid, he vivido en España toda mi vida,mi madre es española de padre navarro y madre cordobesa. Pero a mi padre se leocurrió nacer en La Habana y a mí, nacer en un país que aún no había superado

una dictadura. Aún no lo ha hecho del todo. La mezcla es tremenda; una dictadurade derechas que decide que da igual dónde hayas nacido o que tu madre llevetoda la vida aquí: tú tienes la nacionalidad de tu padre. Una dictadura deizquierdas que asume que, si has sido cubano un minuto, para ellos lo serás todatu vida. Cuba no entiende de dobles nacionalidades, ni de traidores que quierandejar de ser cubanos. Si lo eres, es para siempre. Del bautismo de cubanidad nose puede apostatar. Si un cubano tiene la nacionalidad española, sale de Barajascon pasaporte español, presenta el pasaporte cubano en La Habana, sale de LaHabana con pasaporte cubano y entra en Madrid con el español. Bipolaridadnacional. Soy español por casualidad. El funcionario del registro debía de ser

nuevo y se olvidó indicar en el libro de familia que yo, realmente, era cubano. Dejóen blanco el apartado nacionalidad. Esto me permitió, trece años después,obtener mi DNI español, votar algo más tarde o tallarme para prepararme para elservicio militar que nunca hice. Esto no dejaría de ser una tontería si nohablásemos de uno de los pocos Estados del mundo que restringen a susciudadanos la salida libre del país. Si mi padre hubiese sido colombiano, peruano,coreano (del sur, los del norte están aún peor) o luxemburgués, podría ir a misegunda patria. Pero resulta que no, que soy cubano y que toda la familia de miabuelo eran furibundos anticastristas. De los que estuvieron metidos en el Mariel,en Bahía de Cochinos, de los que han hecho de Miami una especie de segunda

Habana. Y mi apellido no es común. Si fuese Sánchez, no se notaría, pero es queno conozco a nadie que se apellide como yo. Como si quisieras entrar en unasecta quema libros de fantasía y te apellidaras Casciari. Así que no puedo ir al paísque más ganas tengo de conocer. A mí país. A mí nación. Porque puedo entrarsiempre que quiera, pero a lo mejor no puedo salir.★ 

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EL GUAPETÓN 

Resulta que hacia tu primera mamografía te diriges. Vas relajada, no porque tehayas entregado a los estupefacientes, sino porque el ginecólogo te dijo que es unestudio simple y que no duele. El edificio donde se encuentra el Centro dePatología de la Mama es espectacular, de los más lindos que has visto por dentro:sus suelos son de mármol, sus escaleras tienen balaustradas de bronce y en sus

paredes hay espejos con gruesos marcos de madera tallada. Mientras esperas elascensor, de esos antiguos con puertas de hierro, muy pintoresco, un muchachoguapetón se coloca al lado tuyo. Te sonríe; le sonríes. Te dice «hola», le dices«hola». Quiere saber cómo te llamas; tú le respondes. «¡Qué bonito nombre!»,agrega el guapetón, pero tú sabes que lo mismo te habría dicho si te llamarasEmeregilda o Maclovia. «Gracias, ¿y vos cómo te llamás?», le preguntas una vezdentro del ascensor. Entonces ocurre lo de siempre cuando los españoles teescuchan hablar: «¿Eres argentina?», «¡visité Buenos Aires en el año... y me flipó!»,«¡qué bifes de chorizo me zampé madre mía del amor hermoso!». Acto seguido elguapetón te dice, entre otras cosas, que tienes un acento muy de su agrado. En

fin, que te das cuenta de que estás ligando justo antes de hacerte tu primeramamografía, o como se diría en tu país natal: te están arrastrando el ala. Elpintoresco ascensor está por llegar a su destino cuando el guapetón te pide elteléfono, raro en un español porque no suelen ser tan lanzados. «¿Te apetece quemañana tomemos un café?», te pregunta y, como si ya le hubieras dicho que sí,saca su móvil para apuntar tu número. «A partir de las siete de la tarde estoylibre», le comentas fingiendo desinterés y le das tu teléfono. «Vale, nos vemosmañana», te dice el guapetón. «Adiós». «Chau». Hete aquí que quien te dijo que lamamografía es un estudio simple te lo dijo porque en vez de partes delanterastiene partes colgantes. Hombre tenía que ser, se nota que nunca le hicieron una.

No es que duela, pero el que una máquina fría te apretuje desde todos los ángulosexistentes esas dos zonas agradable no te resulta; preferirías estar en tu casatomando mate con tu gato, o tejiendo al crochet. Te hacen una toma, dos, tres,cuatro; te dicen que no respires una, dos, tres, cuatro veces; te acomodan laspartes de una, dos, tres, cuatro maneras diferentes, y así. Cuando la técnicatermina de agarrártelo, colocártelo, retoqueteártelo y aplastártelo todo paraobtener sus tomas, tú te diriges rauda hacia tu corpiño. «¡No te vistas todavía!», tegrita la técnica, «siéntate en la camilla que te tiene que ver el médico, en seguidaestá contigo». Hermoso momento, hermosísimo, cuando quien entra por la puertaes el guapetón con quien quedaste para ir a tomar un café al día siguiente. Y tú

ahí, solo te falta la cola de pez para ser una sirena en condiciones, el pechito alaire ya lo tienes. Si solo tuviera que mirar vaya y pase, pero claro, el guapetón estáobligado a toquetearte en busca de bultos o lo que sea que busque en tus dospartes, no vaya a ser que tengas algo campando a sus anchas en la zona y él nolo descubra a tiempo. A ver cómo le explicas luego a tu abuela que lo de mostrarprimero tu pecho sirenil y luego tomarte el café no lo haces por vicio.★ 

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LA RATA Y LA SERPIENTE 

 Antes de que mi pequeño experimento con el chamanismo amazónico se torcierame encontré viviendo solo en medio de la selva. Las condiciones no podían sermás básicas. Vivía en una cabaña sin paredes, apenas un techo de palma, unapequeña plataforma de madera y, sobre esta, una colchoneta y un mosquitero.Pasaba todo el día ahí, solo, durante catorce días, prácticamente sin comer, sin

moverme, sin ver a nadie, bebiendo extracto de distintas cortezas y raíces ymirando al verde hasta que el cerebro se me ablandó y se me abrió la cabeza endos como un melón. Pero antes de eso, un día, estando sentado mirando la nada,escuché un chirrido sobre mi cabeza, miré y vi una especie de rata de selvacaminado sobre la viga de madera que sujetaba el techo de la cabaña. Eramarrón, bastante grande, iba asomándose a los lados y haciendo ruiditos. Bueno,pensé, eso explicaba las cagarrutas que me había estado encontrando sobre elmosquitero algunas mañanas. No podía hacer mucho al respecto, así que no hicenada, me tocaba vivir con una rata, pensé, y eso es lo que había. Al rato sonó unestruendo sobre mi cabeza, miré arriba y vi a la rata... ¡volando! Había saltado

desde la viga, voló por los aires con las cuatro patas abiertas, aterrizó en el techode la mosquitera, rebotó como en un número de circo, y acabó posada como unacróbata sobre otra de las vigas. Entonces escuché otro ruido y volví a levantar lacabeza. En el lugar del que había saltado la rata había ahora colgando casi unmetro de serpiente verde y amarilla, sacando la lengua en dirección al roedor,mientras se deslizaba para atrás sobre la viga. Pero la rata no parecía tener miedode ese pedazo de serpiente. Subió por la viga hasta el techo y se encaró de nuevocon el reptil, ambos avanzando y retrocediendo, haciendo ruidos, en un especiede torneo de las bestias de National Geographic que ocurría delante de mis ojos.Pasada la primera sorpresa me empecé a preocupar: esa serpiente parecía

venenosa. ¿Cómo la iba a sacar de mi cabaña? ¿Y cómo iba a mantenerla fuera,si no tenia ni puerta ni paredes? ¿Qué pasaría cuando se hiciera de noche?¿Dónde iba a dormir a salvo? La rata era valiente, pero estaba perdiendo labatalla: se retiró viga abajo y siguió por otra de las vigas que cruzaban, dando lavuelta alrededor de la cabaña, cuando de repente me vio, creo que por primeravez. Un humano abajo, una serpiente arriba, y la rata en medio, jodida. Así quehizo lo que hacen los animales en esas circunstancias: se quedó muy muy quieta,con la esperanza de que nadie la viera. Pero yo la veía, y ella me veía, y laserpiente me veía, y de repente me di cuenta de que no era un observador,mirando aquello. Era parte de escena. Mientras yo siguiera donde estaba todos

estaban atrapados en su lugar. La serpiente no iba a bajar, y la rata no iba subir.Decidí irme a dar un paseo y que se arreglaran entre ellos. Durante el paseo mesobrevino un cabreo monumental. Era el tercer animal venenoso que meencontraba en la cabaña en cinco días, ¡coño! Y esos cabrones me habían dejadosin nada para defenderme. Un plato de arcilla y una puta cuchara. Eso tenía.¡Cabrones! Entonces recordé algo que me habían dicho: cuando te visitananimales es simbólico, significa algo. Empecé a darle vueltas. ¿Qué significaría?¿Sería yo como la rata? ¿O como la serpiente? ¿O sería yo tal como fui, un tipoobservándolo todo? ¿Era ese yo? ¿Ese era mi papel en la vida? ¿Observar desdeuna esquina pensando que no afectaba las cosas, cuando en realidad estababloqueándolo todo? Me sentí agotado, me senté sobre una piedra y puse lacabeza entre las manos... ¡Cabrones!★ 

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LA DISCUSIÓN DE NICO Y MARTA 

«Espera un momento, Nico se va de viaje, ¿y tú no?». Aquella pregunta marcó elfin. Fuimos a lo de Diego a comer unos ñoquis caseros que su nuevo novio hizopor ser veintinueve. Nos preparó, además, una picada y unas cuantas botellas deblanco de aguja exquisito. Cuando dejamos los platos limpios de mojar el pan enla salsa, ya habíamos hablado de maternidad, de trabajo, y de cualquier otro tema

con el que no íbamos a cambiar el mundo, pero que nos hacía reír. Como siempre,Nico sabía de todo, ponía ejemplos que venían a cuento, hablaba de las cuñadas,hermanos, padres de Marta —su novia—, para ilustrar sus palabras (y tambiénpara que nos riésemos un poquito). Si hablábamos de hijos, Nico nos contaba quelas cuñadas de Marta habían dejado de trabajar en cuanto parieron. Sihablábamos de crisis, Nico decía que los hermanos de Marta tenían casa conpiscina, garaje y dos coches, sin que pudieran permitírselo. Marta se reía y le dabala razón a Nico. Cuando llegaron los postres, todos bien argentinos (Diego y Nicoson porteños, el novio de Diego es argentino, pero no sé de dónde. Y ya puestos,Marta y yo somos españolas y Alan, mexicano), nos pusimos a hablar de nuestros

planes para Navidades. Yo me iba a la playa a pasar Fin de Año y olvidarme de lasNavidades; Alan se iba a Estambul con su novio gallego; Diego y su novio, a Bali;y Nico volvía a Buenos Aires a ver a su familia. ¿Y Marta? «Marta se queda».«Espera un momento, Nico se va de viaje, ¿y tú no? ¿Y eso?». Nico nos dijo queella no iba porque no había cambiado el billete cuando él le dijo y ahora, con lasNavidades tan próximas, los precios eran imposibles. Así que, además de noviajar, había perdido el billete. «Se jode. Por pelotuda». Marta nos explicó quecuando sacaron los billetes ella no sabía que a los quince días iba a aprobar laoposición y que, por tanto, trabajaría ese curso. «Pero podrías haber cambiado lasfechas cuando yo te avisé». No estaba tan claro, dijo, porque ella hace suplencias

y no sabe de cuánto tiempo van a ser. «Vos sabías que, al menos, teníasvacaciones a partir del 20 de diciembre». ¿Y si la suplencia se hubiese terminadoantes? Además, no sabía, un viaje tan largo, sola… le daba miedo volar. «Te tomásuna pastillita, amor, para eso se inventaron. Y el premio de viajar catorce horas espasar Fin de Año en el verano porteño». «El premio de viajar catorce horas ‘sola’en un avión es estar veinte días en casa de tus padres. ¡Con tus padres!».Nosotros nos reíamos, disfrutábamos de los cañoncitos, de lo que quedaba delvino. «Ya te dije que no tenemos plata para un hotel. ¿Y además para qué,teniendo dónde dormir gratis? No te hagás la duquesita ahora. El año pasadoestuviste rebien en casa de mis viejos». «¡Perdona! No sé si te acuerdas, pero tu

madre tenía el brazo escayolado, y era yo quien lavaba los platos, yo la quelimpiaba la casa, yo la que terminé cocinando para ti y tus hermanos, sin quemoviéseis un dedo. Y tu madre, que le cogió el gustillo, empezó a pedirme que sipodía ordenar el garaje, que si le planchaba la ropa… hasta le limpié la claraboyaque no había limpiado en su vida. Así que no voy contigo porque no quiero». Nosquedamos mirándonos unos a otros mientras Marta y Nico discutían. Y ahí losdejamos. ★ 

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LA LLAVE CON MÍMICA 

Me encontré de repente con una llave fisurada en la mano, y con el depósito degasolina de mi moto vacío entre mis piernas, en algún punto entre una ciudad yotra, de las cuales no recuerdo los nombres. Así que, mi mirada pasaba de la llavea la cara del expendedor de gasolina, que con sus ojos asiáticos me observaba.Como no se hablar tailandés, me dije: ‘utilicemos el lenguaje de las señas’. Así que

comencé a señalar la llave, tratando de explicar de que necesitaba hacer unacopia. Jugando al dígalo con mímica. Nunca en mi vida había sido tan bueno eneste juego como en este momento. Estaba en un punto muerto, no podíaencender la moto e ir a buscar un cerrajero, porque creía no tener gasolinasuficiente, y no podía poner gasolina porque la llave se rompería en dos. Además,¿cómo se dice cerrajero? ¿Cómo se encuentra uno? ¿Dónde? El señor finalmenteme entendió, y amablemente decidió llevarme en su ciclomotor, que tenía llave ygasolina. Dando tumbos sobre el ciclomotor, que había perdido susamortiguadores en algún momento del pasado lejano, fuimos hasta una cerrajería,donde me hicieron una copia. Con ella en mis manos, apretándola fuerte para no

perderla, mientras el ciclomotor daba saltos por una carretera que parecía la luna,regresamos a donde estaba mi moto. La llave sirvió para que la moto seencendiera, pero no para abrir el depósito, porque resultó mas corta que laanterior. Estaba en el mismo punto que antes, pero un poquito mejor. ‘Vamosmejorando’, me dije. Así que, con el vapor de la gasolina que quedaba en eldepósito, me dirigí otra vez al cerrajero para que me hiciera otra copia. Avancé,recordando el camino que habíamos hecho minutos antes, rememorando en quéárbol habíamos girado, qué tienda habíamos pasado, qué abuela casi habíamosatropellado, qué bache habíamos navegado. Porque olvidé decir que ademásestaba lloviendo como si Noé quisiera salir con su barca. Seguí con mi juego de la

mímica, ahora con el cerrajero. Le expliqué que la llave era corta, y que necesitabaotra. Por suerte la gente es muy amable y tratan de ayudar, se toman el tiempo deentender qué es lo que necesito. Con mi segunda llave, ahora sí, regresé a lagasolinera, que tampoco he dicho, era una casita de chapa con techo de paja,donde el señor tenía un tanque y, con una bomba manual, fue sacando de litro ymedio en litro y medio para ir llenando poco a poco mi depósito. Así que ya pudecontinuar mi viaje, hasta que, en una subida muy pronunciada, la moto se me caló,y terminó rodando carretera abajo. Primer diagnóstico: rótura de embrague. Asíque tomé las llaves que me han ayudado hasta ahora. El humor, la mímica, unasonrisa y a esperar que pase alguien...★ 

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EL ERROR DE LA CHINA CHAN 

Cenábamos esa noche de agosto en casa de la china Chan, que si por algodestacaba sobre todas las cosas, era por ser china y llamarse Chan. Por eso y porno tener éxito con los hombres. Una rutinaria fábula que nos llevaba a su hogarcada mes para escuchar un relato que conocíamos a la perfección desde hacíaaño y medio. La estructura era idéntica a todas las anteriores. Amor visceral, de

esos de adolescente, un malentendido léxico que nunca llegábamos acomprender, distanciamiento y huida del hombre. La china Chan había probado yacon todo. Comprarse unos pechos sintéticos, practicar la depilación integral,abandonar los modos suaves y serviciales de una oriental de clase acomodada ycomportarse como una arrabalera mascadora de tabaco. Hablar de fútbol, decultura clásica, de revistas del corazón… Si hasta se compró un Grandes Éxitosde Laura Pausini  y memorizó las letras para tratar de seducir a un fan. La chinaChan estaba tan desesperada como aburridos sus invitados mensuales. Sumonólogo parecía prolongarse en el tiempo a cada sesión, y para colmo la cervezacomenzaba a escasear aquella noche. En condiciones normales habríamos

utilizado la falta de líquido como excusa para bajar a reponer alcohol y capacidadde aguante a la tienda de la esquina. Sí, lo han adivinado. La tienda de la esquinaera un chino sorprendentemente cerrado a esas horas. Sus llaves reposabansobre la mesilla de la entrada de la china Chan, concretamente junto a dostortugas gemelas. Milenarias, intuyo. El perro Pol nos dio una tregua al acercarse ala mesa en busca de sobras, de cariño o de comida. Mientras le acariciaba elrabo, mi mente ya dispersa desde quizás media hora, recordó a la china Chan enunas sorprendentes declaraciones formuladas creo que antes de mayo. «Hacemucho que no como perro», nos confesó una mañana con la naturalidad de quiensabe que está hciendo lo correcto. Quise recrearme en nuestra cara de asombro,

en aquel instante mágico, pero la china Chan, la actual, me lo impidió. «A mí loque me gusta es arrancarle el rabo al perro Pol». Lo dijo como si fuera un actocotidiano en nuestras vidas y, sobre todo, como si su dueña no estuviera presente.«Chan, ¿es realmente necesario? ¿Qué es lo que te ha hecho a ti el perro?»,reaccioné, súbitamente protector. «Nada, es divertido arrancarle el rabo. A mí merelaja». Chan comiendo perros en su país oriental, Chan arrancando rabos deperro por mera diversión. ¿Conocía realmente a mi amiga? Uno siente que escapaz de captar los detalles más intrascendentes de una persona y por elcontrario pasar de puntillas por la esencia misma de la humanidad. ‘Se la veía muybuena gente’ imaginé a los vecinos ante las cámaras del telediario el día después

de su detención. Desde la otra punta de la mesa interpreté que María no le quitabaojo a su mascota ni a la posible agresora. «No me miréis así», prosiguió Chan. «Túle estás arrancando el rabo», dijo, señalándome. Deseé en ese instante reírme yllorar al mismo tiempo. «¿Arrancando? No Chan, arrancando no. Se lo estoyagarrando. Entre arrancar y agarrar hay una discreta diferencia. Para arrancar algodebes separarlo de su base. Agarrar no es más que…». Me interrumpió laexpresión de la china, que debía haber perdido el color. «¿No es lo mismo arrancarque agarrar?», preguntó Chan, como creyendo haber comprendido nuestrasquince últimas cenas de los quince últimos meses. Sus quince últimos fracasoscon los quince últimos hombres. «¿Cómo nadie me explicó nunca algo asíantes?».★

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En este PDF compilamos todas las historias querecibimos de los participantes del 1º Taller de Anécdotas de Madrid. Unificamos sintaxis yortografía, recortamos a 600 palabras aquellas quese extendían, pero no hicimos cambios de estilo niredacción. Durante el curso trabajaremos sobre estematerial, que deberán traer impreso.

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