04. la acción de dios - comentarios de teología emergentista

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04. La Acción de Dios. -01- “Y he aquí que Yahvé pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas; pero no estaba Yahvé en el huracán. Después hubo un temblor de tierra; pero no estaba Yahvé en el temblor. Después, fuego, pero no estaba Yahvé en el fuego. Después…el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Oyó una voz que le dijo: ‘Qué haces aquí, Elías?’” (I Reyes 19, 11-13) Creo en la presencia inmanente del Espíritu de Dios en todo lo creado. En la acción creadora del Espíritu que impulsa el proceso cósmico en todos sus niveles, admitiendo la finitud y el azar, impartiendo las leyes y tendencias que guían, sin ahogar su autonomía, el desarrollo evolutivo del universo hacia su plenitud.

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Dios está actuando continuamente en el mundo, en la vida diaria. Todo es acción de Dios, porque su Espíritu está en todo, particularmente en nosotros. Pero lo hace a través de las propias leyes, tendencias y capacidades del mundo. La acción creadora del Espíritu de Dios impulsa el proceso cósmico en todos sus niveles. Además, la acción redentora del Espíritu de Dios es otra manera de actuar del mismo Espíritu, que no viola sino completa su acción creadora, y se ha manifestado en Jesucristo para la salvación del mundo.

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Page 1: 04. La Acción de Dios - Comentarios de Teología Emergentista

04. La Acción de Dios.

-01-

“Y he aquí que Yahvé pasaba.Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas;pero no estaba Yahvé en el huracán.Después hubo un temblor de tierra; pero no estaba Yahvé en el temblor.Después, fuego, pero no estaba Yahvé en el fuego. Después…el susurro de una brisa suave.Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva.Oyó una voz que le dijo: ‘Qué haces aquí, Elías?’”(I Reyes 19, 11-13)

Creo en la presencia inmanente del Espíritu de Dios en todo lo creado. En la acción creadora del Espíritu que impulsa el proceso cósmico en todos sus niveles, admitiendo la finitud y el azar, impartiendo las leyes y tendencias que guían, sin ahogar su autonomía, el desarrollo evolutivo del universo hacia su plenitud.

Además, creo en la acción redentora del Espíritu de Dios, que es otra manera de actuar del mismo Espíritu. Que se ha manifestado “hablando” a, y por, los profetas y ungidos de Israel, obrando la encarnación de Dios en Jesús, inspirando la vida de Jesús en todos sus aspectos, resucitando a Jesús y comunicando su resurrección a sus discípulos, “llenando el corazón” de los discípulos para conducirlos a la verdad, efundiéndose en las obras y acciones de esos discípulos y de sus sucesores y seguidores, y soplando por donde quiere y cuando quiere, en quienes quiere.

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Pero no creo que esta acción redentora del Espíritu signifique una irrupción violenta en su acción creadora, una intervención que cause ruptura con las leyes naturales, una sobrenaturaleza sobreimpuesta a la naturaleza a costa de su autonomía ni de la libertad humana. No una especie de huracán violento, ni un temblor de tierra, ni un fuego devorador.

Sino el susurro de una brisa suave. El Espíritu no actuó directamente sobre los acontecimientos históricos. No actuó como una causa eficiente externa que interviene milagrosamente en el proceso histórico. Actuó solamente en la intimidad de los pensamientos de los profetas y ungidos, respetando incluso aquí su libertad personal, en su visión e interpretación de los hechos históricos “normales”. Recibieron la influencia -no determinante, ni coercitiva, ni coaccionante, pero sí vehemente, insistente y exigente- del Espíritu, que los interpelaba desde su más profunda intimidad, con inmenso cuidado y respeto.

Y así actúa también ahora en nosotros, para nuestra redención.No hay cesura, no hay discontinuidad, no hay intervención, no hay “milagro sobrenatural”, sino suavidad, continuidad y respeto a la autonomía del cosmos y a la libertad humana.

Pero aun así, hay una radical NOVEDAD imposible de vislumbrar por la sola acción creadora.

“Esto dice Yahvé: “¿Recordáis lo pasado?, ¿pensáis en lo antiguo?;yo voy a realizar algo NUEVO. Ya está brotando. ¿No lo notáis?”(Isaías 43, 18)

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Yo (con otros) distinguiría dos aspectos en la acción de Dios: un aspecto que podríamos llamar “general”: el de su acción creadora mediante su Espíritu inmanente al mundo; y un aspecto que llamaría “especial”: el de su acción redentora mediante el Espíritu Paráclito que procede del Padre y el Hijo. No son dos Espíritus distintos, sino dos “modos” distintos del mismo Espíritu de Dios.

En ambos aspectos creo que Dios actúa desde dentro de nosotros, con nosotros, no desde fuera. Pues es inmanente de verdad, quiere nuestra libertad humana y la verdadera autonomía del cosmos, aun a costa de los tremendos males y sufrimientos que ha debido permitir.

Y así actúa también en la Redención: desde “dentro” de los profetas, desde “dentro” de Jesucristo, desde “dentro” de nosotros los cristianos, en quienes habita. Entre la acción redentora de Dios y nuestra libertad y la autonomía del universo, no puede haber interferencia, violación ni conflicto; pero esto no hace de ningún modo imposible la acción redentora “especial” que ocurre en nuestro interior, de un modo misterioso pero razonable.

No podemos esperar que Dios actúe de otra manera que respetando su propio plan. No podemos esperar “intervenciones” que violen sus propias leyes. Por eso acepto que

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nosotros ‘no sabemos pedir lo que nos conviene’, y pedimos cosas vanas, superfluas, contradictorias con nuestra libertad y con la autonomía del universo

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Creo que Dios está actuando continuamente en el mundo, en la vida diaria. Todo es acción de Dios, porque su Espíritu Creador está en todo, particularmente en nosotros.

Pero lo hace a través de las propias leyes, tendencias y capacidades del mundo. Sobre todo a través de las capacidades humanas. Nuestros impulsos éticos, cognitivos y estéticos proceden de Dios, aunque no lo reconozcamos. Por eso, el resolver los problemas de la vida es responsabilidad nuestra.

Frente a calamidades como las enfermedades, la pobreza, las injusticias, las catástrofes, las guerras, etc., la acción de Dios que podemos esperar sólo se realizará por nuestro intermedio. No debemos pues esperarla como “caída del cielo” sino ejecutarla nosotros.

Cuando se habla de “intervención” de Dios, se quiere decir una acción directa y especial de Dios, independiente de nuestra acción y de la Naturaleza. Una acción “sobrenatural”.Y esto no lo creo posible, salvo la acción especial de Dios para la Redención.

Una intervención especial directa de Dios para curar una enfermedad, por ejemplo, violaría las leyes físicas y plantea el problema de por qué Dios interviene en este caso y no en todos. Si Dios interviene así para solucionar ahora un problema, ¿por qué no los soluciona TODOS de golpe AHORA también?

Pensemos en un caso hipotético: una habitación de hospital en la que hay dos camas. En cada cama hay un niño enfermo. La madre de uno de ellos pide su curación a Dios, la otra no. ¿Va a curar Dios al primer niño, en respuesta a la oración, y no al otro?Dios actúa, pero sólo a través de los médicos que se esfuerzan por curar a ambos niños.

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Según el diccionario de la Real Academia, “magia” es –en primera acepción- el “arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales.”

Creo entonces que “pensamiento mágico” sería el que cree posible la magia, es decir obtener unos efectos no-naturales (no explicables por causas naturales conocidas), mediante ciertas manipulaciones o rituales especiales que servirían para manejar o hacer propicios unos poderes “divinos”. Más concisamente, para lo que nos ocupa, el pensamiento de que Dios puede ser manejable por nosotros, de alguna manera especial, para servir a nuestros intereses.

También se ha designado como “magia” a una tecnología superior que resulta totalmente incomprensible para nuestros conocimientos, porque produce unos efectos que nos parecen inexplicables en principio. Por ejemplo, un aparato de televisión (funcionando) sería magia para una persona de la Antigüedad, pero no para nosotros

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(aunque no seamos técnicos electrónicos). El “pensamiento mágico” podría ser entonces, el que acepta una tecnología o ciencia muy superior a nuestro entendimiento. En lo que se refiere a Jesús y su relación con el Padre, pienso que la primera acepción de “pensamiento mágico” fue una tentación para él –como lo es para nosotros- pero que siempre la rechazó decididamente. Recordemos las tentaciones en el desierto, las “doce legiones de ángeles”, etc. Su abandono en la cruz fue la negación misma del uso del poder de Dios en beneficio propio.

La segunda acepción podría aplicársele en el sentido de que Jesús representó un misterio incomprensible para nosotros: la encarnación de Dios. Para un cristiano, Jesús de Nazaret es el Cristo. El ungido por Dios. No “un” ungido de tantos, sino “el” ungido único, el único auténtico y pleno representante humano de Dios. Dios hecho hombre. Dios “encarnado”. Esto significa etimológicamente, semánticamente, históricamente y tradicionalmente la palabra “cristiano”. Otro tipo de visión sobre Jesús de Nazaret, como podría ser el aceptarlo sólo como supremo maestro de sabiduría y moral, no sería propiamente cristiana, sino “jesuana”, como decía el gran teólogo católico Hans Urs von Balthasar ( para leer algo sobre esto, dejo este enlace:http://club.telepolis.com/galetegu/Hans%20Urs%20von%20Balthasar.doc ).

Para un “jesuano”, la visión cristiana, que corresponde a una “tecnología” de Dios (la Encarnación) muy superior a nuestro entendimiento humano, constituye “pensamiento mágico”, sin duda. No obstante, es razonable pensar que cualquier tecnología desarrollada por nuestros remotos descendientes en el futuro, o por hipotéticos habitantes inteligentes de otro planeta, nos parecería magia. ¡Cuánto más la “tecnología” de Dios! aunque no tenga por qué ser contradictoria con las leyes que Él mismo creó en la Naturaleza.

Considero que Dios puede concebirse muy acertadamente como “fundamento ontológico de todo ser” -lo que puede corresponder al concepto cristiano de Creador-, en un sentido filosófico no antropomórfico. Pero Dios, para un cristiano, no es sólo el Creador sino también el Redentor. No es sólo “el Dios de los filósofos” (que diría Pascal) sino también el “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. No es el Dios del deísmo sino el Dios de la Biblia. Un Dios que se revela y se hace cercano al hombre. En este sentido, sí que es un “agente”, pero no como una causa eficiente en el mismo plano de las causas naturales. Es el Dios de Jesús, el que se manifiesta plenamente en Jesús, y sólo en Jesús. Porque, citando el evangelio de San Juan, “a Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer.”

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Me gustó mucho la película “El gran silencio”, y no me cabe duda de que me habló de Dios. Un Dios que, desde el silencio -desde Su silencio- se dirige a mi interior, en la serenidad de una vida en calma, en la meditación, en la naturaleza. Sin embargo, este es un Dios demasiado trascendente, demasiado remoto, demasiado intelectual. Me hace pensar en “caminos de perfección y purificación”, en “gnosis”, en “mortificación”, en “renunciación”, en “elevación”. Y no es así como prefiero pensar a Dios.

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Otra película que me habló de Dios lo hizo de manera muy diferente. Fue “El festín de Babette”. Me sugirió a Dios como hallado por los invitados a un banquete, a un festín. En mi interpretación de esta película, Dios –simbolizado por una comida exquisita y por Babette, la cocinera que se vuelca totalmente en ella- es un don que transforma a los invitados, haciéndolos encontrarse a sí mismos, reconciliarse entre sí y con la vida, entusiasmarse, reír y bailar juntos. Es un festín para todos y cada uno. Un Dios que –además de trascendente- es inmanente y encarnado, que se entrega para ser comido y disfrutado con alegría, y que trae la paz a quienes lo comen. Un Dios cercano, personal, dinámico, alegre; pero siempre delicado, inmenso y misterioso. Así es como prefiero yo pensarlo.

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El mayor poder no es el que se ejerce sobre los demás para imponer la voluntad propia, sino el que se ejerce sobre sí mismo para respetar la voluntad ajena. Ese poder brota del amor y realiza el amor.

Por eso es que podemos, y debemos, llamar “todopoderoso” a Dios Padre. Porque Él nos ha mostrado Su poder al limitarse a Sí mismo creando un universo autónomo y un ser humano libre.

Lo ha mostrado respetando esa autonomía y esa libertad, lo que le lleva a no intervenir directamente sino mediante el “susurro” de su Espíritu.

Lo ha mostrado amándonos hasta el extremo en la Persona de su Hijo, soportando con Él nuestras limitaciones y padecimientos, revelándose en Él vulnerable, manso y humilde.

Y lo muestra trayéndonos su Reino mediante la fuerza de su Espíritu, que nos inspira el verdadero poder de la total donación y el respeto, semejante al suyo.

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Rechazo el concepto de “intervención de Dios” en el mundo o en la historia.Me suena a deísmo, duro o blando. Es deísmo puro y duro la consabida ideología que separa a Dios de la Naturaleza, y lo relega a ser únicamente un Agente creador o Motor inicial, necesario sólo en el origen del mundo, para “darle cuerda” y dictar las leyes que le permitirán seguir moviéndose “por sí mismo”.

Es deísmo blando el que necesita, además, de “intervenciones” adicionales de Dios, puntuales y ocasionales, especiales y extraordinarias, para que el mundo pueda seguir funcionando (como creía Newton), y/o para que aparezcan ciertos fenómenos inexplicables por las leyes naturales conocidas (como afirma p.ej. la teoría del Diseño Inteligente, o la doctrina creacionista oficial de la Iglesia) o que contradicen o

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suspenden dichas leyes (como se afirma en los “milagros” y otros sucesos anormales o paranormales).

En estas concepciones deístas, Dios es causa eficiente de primer o segundo grado, y actúa al modo de las causas eficientes, o mejor dicho, para utilizar un lenguaje más actual, al modo de los principios físicos descubiertos por la Ciencia en la naturaleza.

Una “intervención” así de Dios es una acción que irrumpe entre los principios físicos “normales” –que actuarían y persistirían “por sí mismos”- para modificarlos, suspenderlos, contradecirlos, o utilizarlos de manera anómala, violentando y violando el comportamiento habitual, inocente y racional de la Naturaleza.

En mi opinión, una “intervención” así por parte de Dios no existe ni puede existir. Si Dios fuera así no sería mi Dios; sería un “demiurgo” infinitamente más pequeño. Sería absurdo. Como acabó siéndolo también para los deístas históricos, que terminaron siendo ateos. Ser deísta es comenzar a ser ateo. Creer en esos “milagros”, en esa “magia”, es acabar negando todo “milagro” y toda “magia”.

Pues el verdadero “milagro” y la verdadera “magia” no es exterior al mundo, ni a la naturaleza, sino INMANENTE.Paradojalmente, (como diría Chesterton) el milagro es habitual, la magia es cotidiana. Dios es a la vez absolutamente diferente de la naturaleza y está absolutamente presente en lo más íntimo de ella. Dios es trascendente e inmanente A LA VEZ.

TODO ocurre con y en Dios. La acción de Dios está en TODO. Pienso que el Espíritu de Dios es verdaderamente inmanente a la Naturaleza, es enteramente inseparable de ella, de manera que, aun reconociendo la acción de Dios, podemos decir que la Naturaleza experimenta el proceso creativo “por sí misma”.

Por eso, no puedo llamar nunca “intervención” a la acción creadora del Espíritu de Dios, como si fuera algo no-natural, extra-natural, sobre-natural. La naturaleza evolucionando, el mundo desarrollándose, SON la acción creadora del Espíritu de Dios. Una acción que –moderándose a sí misma para permitir ese proceso paulatino- admite provisionalmente la finitud y la imperfección, y por lo tanto la tragedia provisional del mal.

Que Dios actúe así, no sólo en el origen de las cosas sino en el interior de todas las cosas, impulsándolas, proporcionándoles las tendencias (las “propensiones” de Peacocke) a todos los niveles (p.ej. las leyes físicas en el nivel físico; las tendencias éticas, estéticas y cognitivas en el nivel consciente humano, etc.) no me parece que sea incompatible con la opinión de un no-intervencionista.

Donde cierto no-intervencionista (no yo, por cierto), descubre claramente la abominable INTERVENCIÓN por antonomasia, es en una supuesta (según él) acción directa, especial y única de Dios en la llamada “historia de la Salvación”, que abarca desde la fundación del antiguo Israel hasta la Iglesia Cristiana actual (las Iglesias Cristianas y muy en particular la Iglesia Católica Romana). No se trata tanto, para ese no-intervencionista, de que no pueda haber esa intervención porque Dios no actúa interviniendo –como hemos aducido más arriba— sino de que esa

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intervención es imposible porque de ser cierta haría dueña a la Iglesia Católica de un poder exclusivo, de una verdad única, de una dispensación privada de la gracia divina, que resulta ser –axiomáticamente— completamente inaceptable.

¿Y yo? No parto de dicho axioma. Pero no soy intervencionista.¿Debo rechazar la “historia de la Salvación” –incluidas la Redención, la Encarnación, la divinidad de Jesucristo, la Nueva Creación, la gracia divina, los sacramentos, etc.- para ser consecuente con mi no-intervencionismo?Tendría que hacerlo si no hubiera recibido como herencia la fe cristiana que he explicado profusamente: fe en la acción redentora del Espíritu de Dios que no es de ningún modo intervencionista, ni anti-natural, ni milagrera, ni mágica; pero sí es un PLUS al proceso cósmico natural. Que viene a salvar lo que estaba perdido según la mera ley natural de ese proceso: al individuo consciente, para hacerlo hijo de Dios –no ya siervo suyo- y darle una participación en la vida eterna. Un añadido sobre-natural que puede considerarse –si se quiere— parte de la Creación, pero no del proceso cósmico, pues éste es limitado.

Dios trascendente sigue siendo inmanente. Actúa como un “susurro” en la intimidad más íntima de sus ungidos, y así se ha hecho presente en la historia de la Salvación: en los profetas del antiguo Israel, en su propia encarnación en Jesucristo, en los discípulos, y en sus genuinos herederos y continuadores a lo largo de la historia, hasta llegar a actuar incluso en personas tan indignas como los que formamos la Iglesia actual, con la misión sacramental y humanista de servir humildemente para la salvación final de TODOS en Jesucristo.

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Comprendo que a Juan Luis pueda parecer absurdo que yo NO considere intervención de Dios lo que a él le parece serlo por antonomasia. Trataré de explicarme.

La palabra “intervención” significa, para mí, como dije, “una acción que irrumpe entre los principios físicos ‘normales’ –que actuarían y persistirían ‘por sí mismos’- para modificarlos, suspenderlos, contradecirlos, o utilizarlos de manera anómala, violentando y violando el comportamiento habitual, inocente y racional de la Naturaleza.”

Ese comportamiento “normal” de la Naturaleza es el que conocemos, que resulta de las tendencias (o “propensiones”, como las llama Peacocke tomándolas de Popper) otorgadas a todas las cosas por el Espíritu de Dios en su acción creadora. He dicho que: “La naturaleza evolucionando, el mundo desarrollándose, SON la acción creadora del Espíritu de Dios. Una acción que –moderándose a sí misma para permitir ese proceso paulatino- admite provisionalmente la finitud y la imperfección, y por lo tanto la tragedia provisional del mal.”

Todo esto constituye el proceso cósmico, en sus diversos niveles. Por ejemplo, las leyes físicas en el nivel físico, las tendencias hacia organizaciones cada vez más complejas en la materia inanimada, el impulso a constituir organismos auto-organizados y ecosistemas en el ámbito de los seres vivos, el perfeccionamiento de los sistemas sensitivos y nerviosos que condujo a la conciencia y al pensamiento, las tendencias éticas, estéticas y cognitivas en el nivel consciente humano, etc. Un proceso que se

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dirige en último término a la Restauración de Dios (el “Tikún” de Luria), a partir del Anonadamiento de Dios (el “Tzimtzum” de Luria) que lo originó.

Pues bien. Esa Restauración, que es absolutamente necesaria y causa de toda necesidad, no tiene por qué incluir la Salvación de todos los individuos conscientes que aparecen durante el proceso. Su Plenificación final no tiene por qué implicar –aun más, parece ridículo que implique- que las innumerables personas que hayamos aparecido y desaparecido como parte del proceso, como “chispas” ínfimas y efímeras de él, seamos también “restauradas” para participar de ella. Juan Luis dice: “La ‘creación continua’ es, a mi entender, esa inmanencia del Transcendente en todo ser sosteniendo su existir y desarrollo. En tal inmanencia el TODO ESTÁ DADO (todo es gracia, decía Bernanos). Sólo falta que el receptor permanezca abierto para que el proceso hacia la plenificación (meta última ínsita en la creación por su propia naturaleza gratuitamente dada) se vaya cumpliendo. Aquí no aparece resquicio alguno para intercalar intervención alguna que nada tiene que completar. TODO ESTÁ DADO.”

Yo me siento de acuerdo, pero pienso que ese Don es, en principio, para restaurar A DIOS en una Plenificación final que no tiene por qué salvar a todos los individuos concretos (excepto quizá a unos “individuos finales”). Los que han existido en el proceso cumplen su misión –mejor o peor- colaborando a ese Fin; pero sufren y mueren, y existe la depredación y la competencia, según las leyes del proceso. La gracia que recibe “el receptor” sería para que su colaboración en orden a ese Fin sea óptima, no para salvarlo a él mismo de la muerte ni del sufrimiento.

¿Esto nos parece cruel e injusto? Claro, porque NOSOTROS SOMOS esos individuos “sacrificados en el proceso” y quisiéramos ser más que meros instrumentos, quisiéramos estar en ese Fin. Ya sé que se me dirá que algo tiene que significar ese anhelo. Y estaré de acuerdo: algo significa. Significa que un individuo consciente no puede conformarse con ser un mero instrumento en la Creación; y que Dios atenderá su clamor, porque Dios es Amor y sabe que debe saciar la sed de infinito que hay en ese individuo libre.

Por eso –y sobre todo porque lo he recibido como herencia de fe— creo que Dios actúa también de otra manera, para salvar a los individuos de su sacrificio, que no está contemplada en las leyes y tendencias del proceso cósmico, pero que no se opone a ellas ni las violenta de ningún modo. Dios actúa para salvar SIN INTERVENIR, sin modificar, ni corregir, ni perturbar su propia acción creadora, sino respetándola y reforzándola. Así es la acción redentora de su Espíritu que se manifiesta en la historia de la Salvación.

Juan Luis mismo ha descrito esa acción redentora del Espíritu como un “susurro sugerente” en la intimidad de un “ungido”: Moisés. Si se hubiera manifestado de otro modo, como suele ser imaginada: como un milagro sobrenatural que viola las leyes físicas al producir (por ejemplo) la separación de las aguas del Mar Rojo, habría sido una intervención, por supuesto, y no podría yo aceptarla. Pero, en mi concepto, la acción del Espíritu Redentor no es nunca una intervención como “un terremoto”, ni como “un huracán”, ni como “un fuego”, sino –incluso, y sobre todo, en la Encarnación— como “el susurro de una brisa suave”.

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Creo que el Espíritu de Dios sí nos ha hablado (y nos habla) por medio de sus profetas, y lo ha hecho desde Su punto de vista pero traduciéndolo a símbolos, metáforas, signos, alegorías y parábolas, para que lleguemos a entenderle (porque no le sirven nuestros pobres conceptos).

Creo que cuando Dios actúa en el mundo mediante su Espíritu para la Redención, lo hace siempre a través de una(s) conciencia(s) humana(s).

Dios “revela” a una conciencia, que “desvela” su mensaje y su voluntad. Esta conciencia y/o otras conciencias pueden percatarse o no de la acción reveladora de Dios; si se percatan, lo expresan con una proposición de fe, diciendo que transmiten un mensaje (“palabra”) de Dios o que ejecutan la voluntad de Dios. Y es verdad.

Lo inverso no siempre es verdad. Decir que se transmite la palabra de Dios o que se ejecuta Su voluntad NO garantiza siempre (ni mucho menos) que efectivamente la conciencia haya desvelado una acción redentora por parte de Dios.

Por sus frutos lo conoceremos. Y por su coherencia.

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“El umbral de la emergencia última”.

Obviamente, sólo desde una concepción emergentista se puede llamar así al “fin de los tiempos”, el “escatón” o “ésjaton”. El umbral, no el último nivel de emergencia por entero, porque en este nivel final quedará trascendido el tiempo y el espacio. Es la restauración (“tikún”) del Todo en el espacio vacío original producido por el anonadamiento (“tzimtzum” o “tsimtsum” o “simsum”) creador de Dios, como culminación del proceso cósmico de emergencia creadora. En otras palabras es el momento en que el universo llega a su meta (“telos”): la Emergencia Final, la Novedad Última, el Reino de Dios, Dios mismo. El momento escatológico; el de la Resurrección e inicio de la Nueva y Eterna Creación.

Puede comprenderse entonces lo adecuada que resulta, para la concepción emergentista, esa definición que dio Dios de Sí mismo: “Yo seré el que seré”, que conduce a traducir YHVH (Yahvé) como “El que será”.Respecto de esto y sobre los tiempos verbales en el idioma hebreo, pongo unas citas que he encontrado, cada una en un sitio diferente:

1. En los idiomas occidentales comúnmente conocemos que existen 3 tiempos básicos: pasado, presente y futuro. En el idioma hebreo no existe el tiempo presente, por lo cual solo existen (tiempos básicos): pasado y futuro. Es decir, para la mentalidad hebrea no existe el presente, ya que -podríamos decirlo así- es una fracción de tiempo muy pequeña.Es por ello que cuando DIOS le dice [a Moisés]: ´ehyeh ´ašer ´ehyeh, está conjugado

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en futuro y se traduce: seré el que seré ó resultaré el que resultaré ser. En la 2ª frase del versículo 14 dice: ´ehyeh. Usualmente se traduce dicha frase como: Yo soy el que soy. Dicha traducción proviene de la Vulgata Latina: Ego svm qvi svm.En Los LXX (Septuaginta) la frase: ´ehyeh ´ašer ´ehyeh se traduce como: Ego eimi ho ôn (Yo soy el Existente) y la segunda frase de: ´ehyeh se traduce como Ho ôn (El Existente).

2. En hebreo no hay tiempo presente. No se puede decir en hebreo, camino, nado, corro, juego, sólo se puede decir estoy caminando, estoy corriendo, sólo se puede usar lo que se llama el participio presente, es un presente en movimiento, no hay un presente inmediato en la psiquis judía. Porque el propósito del presente es unir el pasado con el futuro y por eso nunca es estático. (Prof. Miriam Kovensky)

3. El Nombre Absoluto tal y como fue dado originalmente a Moisés en el Sinaí (Éxodo 3:14) es AHYH ASR AHYH ” (Yo Seré El Que Seré.)”.“Yo Seré” (AHYH) fue cambiado por “Él Será”: YHWH. Este Nombre también es conocido como Tetragramatón: “El Nombre de 4 Letras”. En castellano se ve frecuentemente como “Yahvé”. La pronunciación correcta original se ha perdido. Los Cabalistas conocen más de 30 pronunciaciones diferentes.

4. “Respondió Dios a Moisés: “EYEH ASHER EYEH”. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: “«EYEH» me envió a vosotros”.El verbo EYEH viene de HAYAH que significa llegar a ser. EYEH está en primera persona en singular, en estado imperfecto. ASHER es un pronombre relativo que puede significar “que”, “quien”, etc.Los verbos en hebreo no indican el tiempo, solo se puede decir que un verbo en hebreo está en estado perfecto o imperfecto. En estado imperfecto la acción no está acabada. En estado perfecto la acción está terminada. Un verbo en hebreo por sí solo, no puede indicar si expresa la acción en tiempo pasado, presente o futuro. Los otros componentes de la oración son las que indican contextualmente en qué tiempo debemos traducir el verbo.Como EYEH está en el estado imperfecto, la acción de “ser” continúa en progreso. Si traducimos EYEH como “YO SOY” comunica la idea de algo completado, de algo que “ya es”. Dios, con el estado imperfecto, nos comunica que Él continúa siendo, que continúa para que las cosas lleguen a ser o progresen de acuerdo a su voluntad.H. Küng, famoso teólogo, dice sobre esta expresión:“No contiene una explicación de la esencia de Dios, sino que entraña más bien una descripción de la voluntad de Dios” (H. Küng, “¿Existe Dios?”)De acuerdo a esto, las traducciones más correctas son:“Yo seré lo que seré”.“Yo resultaré ser lo que resultaré ser”.“Yo seré lo que yo quiera”.Este versículo fue traducido por primera vez por el comité de la Septuaginta al idioma griego, 250 años antes de Cristo. Ellos lo tradujeron así :“Respondió Dios a Moisés: “ego eimi o wn”. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: “«o wn» me envió a vosotros”.ego eimi o wn : yo soy el serNótese que la Septuaginta no traduce “Yo Soy el que Soy” sino “Yo soy el Ser”.“Yo Soy el que Soy” , corresponde a la traducción de la Vulgata de Jerónimo en latín (ego sum qui sum), traducida al latín 300 años después de que el apóstol Juan escribiera su evangelio.

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5. Recientemente W. Pannenberg -ocupado en dialogar con la modernidad desde sus propias sospechas, parámetros y perspectivas ilustradas-, ha caracterizado a lo que denominamos “Dios” como la realidad que todo lo determina y que se anticipa en la historia. El mismo nombre de Yahvé (Ex 3, 14: Yo soy -seré-, el que seré) remite -en la exégesis más rigurosa-, a su actuación en el porvenir y desde dicho futuro, a sus anticipaciones en el pasado (tradición) y en el presente. Es en el futuro donde se confirmará plenamente la pretensión de verdad y universalidad de la idea de Dios como la realidad que todo lo determina y la consistencia de las anticipaciones que se dan en el presente posibilitando la formulación de tal idea. Obviamente, la anticipación por excelencia del final que nos aguarda es Jesucristo. [Jesús Martínez Gordo – Dios, ¿realidad o ficción?]

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Sólo una vez en toda la Biblia, en toda la Torá, habla Dios de sí mismo en primera persona y dice quién es. Es cuando Dios le dice a Moisés que vaya al Faraón en su nombre, y Moisés le pregunta en nombre de quién dirá que va. Y Dios contesta: “Ehié asher ehié”. (Éxodo 3,13-14).

Análisis de la frase Ehié asher ehié. 1. EhiéEl sentido originario del verbo es el de “caer” (de la misma raíz que el término árabe “abismo” (hâwiya)).El sentido derivado del verbo es el de “suceder, llegar a ser, ser, existir, estar ahí, servir de, acompañar, mostrarse, acontecer, devenir, estar presente”. (Este verbo, por ejemplo, es lo que se usa para la expresión “Sucedió que…”). Respecto a la forma verbal, se usa para futuro (y también como imperativo suave) en hebreo israelí, derivado del hebreo rabínico, distinto del hebreo bíblico, entre otras cosas, por el sistema verbal (el repertorio de formas, pero sobre todo los valores de las formas). Así pues, en hebreo israelí lo que Dios dijo de sí mismo fue: “Yo seré el que seré”, frase rota en sí misma, que es -no obstante- la traducción que da la Torá del Centro Educativo Sefaradí de Jerusalem. A nuestro juicio sería más bien una forma verbal que no indica tiempo sino aspecto dinámico, inacabado, frente a otra forma que indica un estado resultante; para expresar localización temporal se usan otros recursos en las variantes rabínicas del hebreo. El peso semántico está en “Mi suceder activo” (frente a haíti= “Mi suceder como algo solidificado, cosificado”, “Mi haber sucedido”, “Yo como dato impuesto”).Según H. Küng, “no contiene una explicación de la esencia de Dios, sino que entraña más bien una descripción de la voluntad de Dios”. A nosotros nos parece más bien como si la esencia fuera voluntad. Su esencia es acción. Lo que nos impacta en su “ehié ashér ehié” es su actividad: Dios sucede, acontece en su imparable acción.

2. AsherEs una forma larga de she; y ambas sirven para unir frases de un modo impreciso, una especie de “que” multifuncional. Es una partícula que puede traducirse literalmente: “X de lo cual puede decirse Y”. Las traducciones posibles al castellano están entre:“…en la forma en que…”“…como…”“…en la medida en que…”

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“…lo que…”“…el que…”

3. Intentos de traducción.Conjugando todo lo anterior, podrían proponerse algunas traducciones sin necesidad de romper el lenguaje con el “Yo seré el que seré”. Martin Buber -conocido pensador judío- tradujo: “Yo estaré presente como el que estaré presente”. Algunas otras traducciones que respetan lo estudiado hasta ahora son:“Yo sucedo en la forma en que sucedo”“Mi ir sucediendo es en la forma en que voy sucediendo”“Yo sucedo en la medida en que sucedo”“Voy a mostrarme en lo que ocurra”“Estaré ahí en lo que est锓Yo acompañaré lo que suceda”“Voy a existir como lo que va a existir”“Voy a ser en lo que va a ser”La misma traducción que elijamos deberá servir también para Ex: 3,14: “El que va a llegar a ser me envía a vosotros”, “El que está ahí me envía a vosotros”, “El que se desenvuelve con los acontecimientos…”, “El que está existiendo…”, “El que se muestra…”, etc.

Evidentemente, “ehié ashér ehié” no es una definición jurídica de Dios sino un desafío, una superación de los nombres, de las seguridades y certezas, un rasgar el velo de las realidades estáticas y experimentar la Realidad vertiginosa e infinita. Por eso, ha habido quien ha dicho que la mejor de las traducciones posibles es, incluso, un “No te incumbe cuál sea mi nombre”, dado que lo único que el hombre debe saber de Dios es que estará siempre ahí, siempre presente, siempre mostrándose, siempre desenvolviéndose en el tiempo y en la Historia, en definitiva, que Dios no es un ausente al mundo. Parece como si Dios estuviera rechazando el responder a la pregunta, relativizando el lenguaje y la mismísima capacidad del hombre de interpelarle y encerrarle en un nombre.

(…)La traducción habitual que aparece en las Biblias (católicas y protestantes) de este “Ehié ashér ehié” es “Yo soy el que soy”, lamentable traducción helenizada que recurría al concepto parmenídeo de “El Ser es, el No-Ser no es”:Casiodoro de Reina: “Yo soy el que soy (…) ‘Yo soy’ me envió…”.Interlineal de Cerni: “Yo soy el que soy (…) ‘Yo soy’ me envía…”.Nacar & Colunga: “Yo soy el que soy (…) ‘Yo soy’ me manda…”.Casa de la Biblia: “Yo soy el que soy (…) ‘Yo soy’ me envía…”.

Traducir la mentalidad semítica a la mentalidad griega es un completo error. Para el semita lo real es algo plástico, con forma y color, lo que ocupa un espacio, lo que sucede en el tiempo; el griego es un hombre que funciona con realidades conceptuales, abstractas.Considérense las penalidades de un texto que ha pasado de ser hebreo a ser arameo, luego griego, más tarde latino y, por fin, castellano. De una traducción a otra se ha perdido lo esencial de la Revelación… Y ¿qué era lo fundamental? Lo fundamental era si Dios era algo realizado, acabado, o algo por realizar, por acontecer. En definitiva, si era un Ser o era una Acción.

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El problema que tiene un semita de que Dios sea el Ser -como se ha visto, traducción griega de la sensibilidad trascendente de la Revelación- es que no tiene el verbo “ser”. Simplemente esto le hace no poder concebir un Dios que no exista y se desenvuelva con la realidad. El Dios helenizado puede quedar al margen de la Historia y de la vida del Universo, puede quedar como el depósito de todas esas cualidades puras -Belleza, Bien, Bondad- de las que luego se hará participar en mayor o menor medida a los hombres. Pero no el Dios verdadero. Nosotros sabemos que el primer paso para eliminar de la vida diaria a Dios es llevarlo a las regiones celestes, dejarlo como una realidad estática, Dios inmutable, puesto ahí para la adoración o la refutación: el Ser Supremo.

(Tomado de los “Ensayos de Metafísica Islámica”, de Abdelmu’min Aya)

-05-

Bien se dice que de Dios sólo podemos saber lo que NO es.Yo creo saber que Dios:- no es impersonal- no es un “principio físico” ni un “concepto filosófico”- no es inmutable ni insensible- no es impasible ni indiferente- no es pasivo ni inactivo.

Claro que estas negaciones se pueden convertir en afirmaciones analógicas:- Dios es personal, pero mucho más que personal.- Dios es una realidad muy superior a un principio o un concepto.- Dios es apasionado y solícito, conmovible y sensible, mucho más de lo que pueda serlo un ser humano.- Dios es activo y actuante, pero no al modo como actúan los humanos.

Por lo tanto, creo que Dios actúa continuamente en todas las cosas creadas, y muy especialmente en las personas, mediante su Espíritu inmanente e impulsante.

En lo que atañe a las personas, creo que Dios no sólo “está ahí” como “algo ínsito en la creación”, disponible pasivamente para ser hallado; sino que Él actúa llevando la INICIATIVA, llamando e interpelando a la persona, intentando entablar con ella un diálogo “de tú a tú”.

Como Su Espíritu está presente en el interior de cada persona, en lo más íntimo de su intimidad, no es percibido normalmente como algo externo sino como un impulso propio. Pero eso no obsta para que muchas personas hayan sido capaces de encontrarlo y reconocerlo en su interioridad como lo que es: una acción de Dios que se origina en Dios, que es iniciativa de Dios para interpelarlas a ellas particularmente.

Así lo reconocieron los profetas, así lo han reconocido tantos y tantas “hombres y mujeres de Dios”, y así lo reconoció muy especialmente Jesús, al hacerse eco de Isaías,

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citando: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido…”, con una frase que pone a Dios como SUJETO de la acción.

Es cierto que las analogías no deben convertirse indebidamente en identidades, pero también es cierto que pueden ser mejores o peores. La mejor analogía para Dios no puede ser nunca algo impersonal y pasivo, como los manjares o los paisajes o el océano, sino ALGUIEN muy personal y activo. La mejor es una analogía como la que el mismo Jesús nos propuso: un padre de familia, un “papá” solícito, amoroso, bueno y cariñoso, que jamás es arbitrario ni discriminatorio con ninguno de sus amados hijos.

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Alguien nos habla de un Dios que, si bien es el fundamento de todas las cosas, no interactúa nunca con ellas, ni ha interactuado, ni interactuará jamás.

¿Cómo saber entonces que ese Dios “existe”? ¡Ah! Porque el universo es “contingente” y necesita de un fundamento ontológico.Con esa escasa base de la “contingencia”, ¿cómo ha podido alguien conocer tanto acerca de Dios, de que es Amor, de su presencia inmanente, de su Don creador? Me parece que ha sido porque partió del concepto de Dios Creador y Redentor de la tradición judeo-cristiana, y luego ha ido despojándole de atributos “mágicos” hasta dejarlo reducido a un mero concepto metafísico, sin percatarse de que le ha dejado adheridos algunos atributos como los mencionados, que no se compadecen ya con él.

Pero yo creo que quienes aceptamos esos atributos no podemos renunciar a nuestra fe en un Dios actuante en el universo y en la historia, que se ha comunicado y se comunica personalmente con nosotros, sus amadas criaturas. ¿Cómo compatibilizar esta fe con el pensamiento moderno? De esto nos han hablado muchos reconocidos teólogos actuales, y para ilustrarlo he seleccionado unos párrafos de dos de ellos: John Polkinghorne y Hans Küng.

(Extraído y traducido del artículo de John Polkinghorne: “Kenotic Creation and Divine Action”, que es parte del libro “The Work of Love”:)

“El reconocimiento científico del carácter evolutivo del universo ha alentado el reconocimiento teológico de la presencia inmanente de Dios en la creación y la necesidad de complementar la concepción de “creatio ex nihilo” con la concepción de “creatio continua”. La creación continua ha venido siendo un tema importante en los escritos de los científicos-teólogos. Tiene un buen número de implicaciones teológicas.

Primera. De acuerdo a la comprensión del proceso evolutivo como creación capacitada para hacerse a sí misma, es de naturaleza claramente kenótica. Su desenvolvimiento debe entenderse como flexible y abierto a la causalidad de las creaturas. Philip Hefner, cuya teología está fuertemente influida por ideas evolucionistas, gusta de hablar de los seres humanos como “creados co-creadores”.

Segunda. Esta delegación kenótica del poder tiene importantes implicaciones para la teodicea. Ya no se puede sostener que Dios sea total y directamente responsable de todo lo que ocurre. Un mundo evolutivo contiene inevitablemente desigualdades y callejones sin salida. La muerte es el costo necesario de la renovación de la vida; el

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entorno cambiante puede provocar extinciones; las mutaciones genéticas producen a veces nuevas formas de vida, y otras muchas veces, monstruosidades. Hay un costo inevitable adscrito a un mundo capacitado para hacerse a sí mismo. Las criaturas se comportarán según sus naturalezas: los leones matarán a sus presas, ocurrirán terremotos, los volcanes eruptarán y los ríos fluirán. He llamado a esta concepción “defensa del libre-proceso” respecto del mal físico, en analogía con la familiar “defensa del libre-arbitrio” respecto del mal moral. Estas “defensas” no resuelven, en cualquier caso, toda la problemática de la teodicea, pero la suavizan algo al remover la sospecha de incompetencia o indiferencia divina. Desde este punto de vista, la clásica confrontación entre el amor y el poder divinos se resuelve manteniendo la total benevolencia de Dios, pero limitando, en sentido kenótico, la operación del poder de Dios. Por supuesto, se trata de una auto-limitación ejercida interiormente a la naturaleza divina y en acordancia con esa naturaleza misma. Es algo completamente diferente a la concepción de la Teología del Proceso, de una restricción metafísica externa sobre el poder de la deidad, porque se sostiene aquí que nada impone condiciones a Dios desde el exterior. Los teólogos clásicos tenían razón al respecto, pero no tomaron en cuenta adecuadamente las “constricciones” internas de auto-consistencia de la naturaleza divina. Tal vez fue su fuerte énfasis en la Unidad divina lo que les hizo inaccesible esta consideración.

Tercera. Si el concepto de creación continua ha de significar lo que expresa, y consistir en algo más que una mera glosa piadosa de un proceso enteramente natural, entonces el poder providencial de Dios debe ciertamente formar parte del desenvolvimiento de la historia evolutiva. El Creador kenótico no puede avasallar a sus creaturas, pero el Creador continuo debe interactuar con la creación. De modo que la ‘creación’ kenótica y la ‘acción’ divina son caras opuestas de la misma moneda teológica. No se trata de negar que el proceso natural sea en sí mismo una expresión de la voluntad divina, ya que corresponde a esa providencia general que se manifiesta en la ordenación divina de la ley natural. Sin embargo, debe esperarse que la noción de creación continua vaya más allá de significar una sustentación deísta del universo en el ser, porque un concepto tan fuerte parece realizarse inadecuadamente en términos del Dios de la teología natural solamente, que es simplemente el fundamento del orden cósmico. Dicho de otro modo, si –como suele decirse- el proceso evolutivo se genera por el juego concurrente entre el “azar” (es decir la contingencia histórica) y la “necesidad” (es decir la regularidad de las leyes), su Creador debe estar presente en la contingencia tanto como en la regularidad. Esta conclusión se refuerza al considerar por qué se utiliza el lenguaje personal en la tradición judeo-cristiana, como la manera menos engañosa de referirse a Dios. Es seguramente porque el Dios al que se llama Padre es alguien de quien se espera que haga cosas concretas en ocasiones concretas, y no sólo funcionar como efecto permanente (como la ley de la gravedad). Está claro que aquí hay un problema que tendremos que discutir en adelante. Por una parte, tenemos la concepción científica de la regularidad de los procesos de la naturaleza. Por otra parte, tenemos la pretensión teológica de hablar de un Dios actuante en la historia. ¿Pueden conciliarse una con la otra? Así lo creo. Pero lograr este objetivo requiere de cierta flexibilidad de ambas, ciencia y teología, en los presupuestos que aporten inicialmente a su diálogo.”

(Extraído de la parte II del capítulo VII “Sí al Dios cristiano”, del libro “¿Existe Dios?”, de Hans Küng:)

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“Desde el punto de vista físico, una intervención sobre-natural de Dios en el mundo constituiría un absurdo. Si Dios suspendiera por un momento las reglas del sistema establecidas por Él mismo, la física sería incapaz de imaginar siquiera las consecuencias de tal intervención. (...)Para afirmarse frente al hombre en este juego, Dios puede actuar de una manera distinta y singular. Pese a los condicionamientos que lo determinan, el propio hombre puede decidir y obrar libremente... Ahora bien, no parece posible negar a Dios lo que se reconoce al hombre. Dios, que es la libertad absoluta, puede obrar libremente, puede actuar sin ningún milagro que rompa la conexión causal: “interpelar” al hombre y, en este sentido (no sobrenatural), “intervenir”. Se trata, pues, de una “intervención” y una acción que se efectúan secretamente, que no pueden averiguarse y mostrarse de manera objetiva, cuya realidad sólo se conoce mediante una aceptación confiada. Así, el hombre puede ser interpelado por Dios en su concreta situación individual y social, puede interpretar, con toda precaución y cautela, un pensamiento o una decisión como verdadera inspiración de Dios para su vida.”

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Por el procedimiento de partir del concepto de Dios Creador y Redentor de la tradición judeo-cristiana, para ir luego despojándole de atributos “mágicos” hasta dejarlo reducido a un mero concepto metafísico, se llega a un Dios que, salvo como fundamento, no se comunica ni se puede comunicar con nada ni con nadie; ni como providencia, ni como inspiración, ni como aspiración. Se está, pues, a un corto paso mental de alcanzar la idea de un Dios prescindible, “inexistente”; sólo falta imaginar un universo no-contingente, como han hecho tantos, o provisto de otro tipo de contingencia (Sartre).

No es eso lo que nos proponen muchos reconocidos teólogos modernos, como John Polkinghorne y Hans Küng.

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Sospecho que el que muchos grandes teólogos no se hayan decidido a “superar el planteamiento tradicional de entender la ‘acción’ de Dios como causa agente” –como sugiere alguien— no se debe a que no se hayan percatado de la limitación que eso puede suponer para la autonomía y la libertad. Creo que piensan acertadamente que Dios puede actuar libérrimamente sin violar esa autonomía ni esa libertad, sino al contrario, reforzándolas.

Se debe tal vez a que esos teólogos cristianos siguen confiando, a pesar de todo, en la acción histórica de Dios que se ha manifestado a través de sus agentes humanos: sus portavoces (los profetas) y sus enviados (los apóstoles), y sobre todo su Ungido, que sembraron el campo de la historia de purísimo trigo, pero donde después creció y crece abundantemente la cizaña.

Las atrocidades, las mentiras, las traiciones, las desvergüenzas de todo tipo cubren y ahogan ese trigo por doquier; en todas las épocas y especialmente en la nuestra.¿No se percatan de ello esos teólogos? Claro que sí. Véanse por ejemplo las denuncias hechas por Küng, citadas recientemente en estos foros. Entonces, ¿cómo es que siguen

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confiando en esa siembra de trigo, y no se deciden a arar y barbechar ese campo tan corrompido?

¿No se preguntan escandalizados de dónde ha salido tanta cizaña cuando Dios habría sembrado sólo trigo? ¿No se deciden a negar y aborrecer el hecho de esa siembra, en vista de sus resultados?-No; porque tienen presente la respuesta que da Dios a su escandalizada duda: “Algún enemigo lo ha hecho; pero no arranquéis todavía la cizaña, porque podríais arrancar también el trigo. Es mejor dejarlos crecer juntos, hasta la siega; entonces mandaré a los segadores a recoger primero la mala hierba y atarla en manojos, para quemarla, y que luego guarden el trigo en mi granero.”

No ocultemos la presencia de la cizaña; denunciémosla y combatámosla; pero no nos erijamos temerariamente en furibundos limpiadores impolutos, por justa que sea la indignación que nos causa su presencia.

-06-

Si Dios es el Fundamento Óntico (y NO además -y sobre todo- el Agente Creador que con su Espíritu inmanente causa nuestras tendencias éticas y estéticas junto con nuestro ser), entonces, si se sostiene que “hacia él apunta cuanto de bueno y bello existe” y no en cambio cuanto de malo y feo, es decir que nuestro juicio ético y estético HUMANO, con sus evaluaciones positivas y negativas, tiene una justificación ABSOLUTA en Dios, ¿no se está cayendo en el antropomorfismo y en la falta de “respeto apofático”?

Y si de este Dios-Fundamento, con esas connotaciones éticas y estéticas humanas, se dice que es “tan imprescindible que nada existe sino por él y para él”, ¿no se está haciendo una petición de principio: la de aceptar que la realidad tiene necesariamente el SENTIDO ético y estético que anhela la conciencia humana?

En contraste, tenemos la visión de Sartre –que prescinde de ese fundamento y ese sentido-; en la descripción hecha por Frederick Copleston (en su “Historia de la filosofía”):Para la conciencia aparece el mundo como un sistema inteligible de cosas distintas e interrelacionadas. Si abstraemos todo lo que es debido a la actividad de la conciencia en el hacer que aparezca el mundo, nos queda sólo el ser-en-sí (l’en-soi, lo en sí), opaco, macizo, indiferenciado, el nebuloso trasfondo, por así decirlo, fuera del cual es hecho aparecer el mundo. Ese ser-en-sí, nos asegura Sartre, última y simplemente es. “Sin razón, sin causa y sin necesidad”: es. De lo cual no se sigue que el ser sea causa de sí mismo (’causa sui’). Pues ésta es una noción sin sentido. El ser simplemente es. Y así el ser es gratuito o “de más” (de trop), como dice Sartre en su novela ‘La náusea’. En esta obra Roquentin, sentado en el jardín público de Bounville, tiene la impresión de que es totalmente gratuito o superfluo el ser de las cosas que le rodean y el suyo mismo: que no hay razón ninguna para su ser. “Existir es simplemente ‘estar ahí’”. En sí mismo el ser es contingente, y esta contingencia no es un “aspecto externo”, en el sentido de que se la pueda pasar por alto explicándola por referencia a un ser necesario. El ser no es derivable ni reducible. Simplemente es. La contingencia es “el

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absoluto mismo y, por tanto, perfectamente gratuito”. “Increado, sin razón de ser, sin relación a ningún otro ser, el ser-en-sí es gratuito por toda la eternidad.”

Por eso, porque es dudoso aceptar sin más esa petición de principio, excepto como expresión voluntarista de nuestros anhelos humanos, he afirmado que al concebir a Dios SÓLO como el fundamento óntico, y no descubrirlo experiencialmente además como AGENTE INMANENTE, se está a un corto paso mental de alcanzar la idea de un Dios prescindible, “inexistente”; pues sólo falta imaginar un universo no-contingente, como han hecho tantos, o provisto de otro tipo de contingencia (Sartre).

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No me parece adecuado plantear el tema como “FUNDAMENTO ÓNTICO versus CAUSA AGENTE”. Porque yo no soy partidario de concebir a Dios como “Causa Agente” y de rechazarlo como “Fundamento Óntico”.

En mis comentarios anteriores me he mostrado partidario de concebir a Dios: “además -y sobre todo- el Agente Creador…” y: “además como AGENTE INMANENTE”.ADEMÁS –claro está- de ser el Fundamento Óntico, naturalmente.

Si he utilizado la expresión “causa agente” ha sido citándola entre comillas en una frase de Juan Luis. Pero no me gusta. Es una expresión que resulta fácilmente equívoca, al asimilar la acción de Dios a las causas eficientes naturales. Este ha sido un error gravísimo que se ha cometido tradicionalmente en teología, y del cual aún no estamos libres, aunque cada vez exista más conciencia de la diferencia. Y es que sin esa conciencia no podemos comprender bien que la acción de Dios no se opone en absoluto, sino -muy por el contrario- sostiene y refuerza, la autonomía del mundo y la libertad humana.

Citaré, para ilustrar mi punto, a Hans Küng, nuevamente, y a Jürgen Moltmann. Pocas páginas antes de lo que cité anteriormente, dice Küng:“La disyuntiva el mundo o Dios no representa una verdadera alternativa: ¡ni el mundo sin Dios (ateísmo), ni Dios sin el mundo (panteísmo)! Pero tampoco Dios y el mundo, Dios y el hombre como dos causalidades finitas en competencia mutua: donde la una gana lo que pierde la otra. Si Dios es realmente el fundamento, soporte y sentido primordial infinito del mundo y del hombre, resulta evidente que Dios no pierde nada cuando gana el hombre, sino que Dios gana en la medida en que gana el hombre. Y si según la Biblia hay que concebir a este Dios como libertad absoluta, tampoco está amenazado por la libertad del hombre; porque el mismo Dios la posibilita, potencia y redime. Y el hombre, en cuanto libertad relativa, tampoco está aplastado por la libertad de Dios, ya que vive plenamente de esa libertad. Así pues, ocurre exactamente lo contrario que en el caso de dos causas finitas concurrentes, donde la una gana a costa de la otra; cuanto más se atribuye a Dios, más puede atribuirse al hombre, y cuanto más se atribuye al hombre, más puede atribuirse a Dios.(…)Los relatos de milagros [en la Biblia] no pretenden ser pruebas de Dios, sino referencias a su acción en el mundo, pero referencias cuya claridad proviene sólo de la fe en él (y no en un segundo principio malo). El mensaje de estos relatos apunta al hombre en todas sus dimensiones: espacio y tiempo, individuo y sociedad, cuerpo y espíritu. ¿Qué proclaman? No proclaman un Dios a-mundano y a-histórico que

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abandona apáticamente el mundo a su suerte, sino un Dios que se ‘inmiscuye’ en las vicisitudes del mundo y se compromete por él dentro de su historia. Proclaman un Dios que no deja solo al mundo, que no permite que la historia se convierta para el hombre en un destino sombrío y amenazador, sino que la transforma en un conjunto de acontecimientos cuya coherencia puede conocerse mediante la fe. Dan noticia de un Dios que actúa en el mundo para imprimir una dirección distinta a la marcha de las cosas, de modo que este mundo no se halla abandonado a su suerte, sino que puede y debe ser transformado con la gran esperanza en una plenitud futura.”

Por su parte, Moltmann, en el parágrafo 6: “La inmanencia de Dios en el mundo”, del primer capítulo de su obra “Dios en creación”, dice:“Si hemos de completar el concepto de la trascendencia de Dios respecto del mundo con la comprensión de su divina inmanencia al mundo, es aconsejable eliminar el concepto de causalidad en la doctrina de la creación, y realmente hemos de dejar del todo de pensar en términos de causas; porque la visión causalista sólo nos lleva a concebir la trascendencia de la ‘causa prima’ divina, la cual, puesto que es divina, debe ser también ‘causa sui’. Pero crear el mundo es algo diferente de causarlo. Si el Creador está Él mismo presente en su creación en virtud de su Espíritu, entonces su relación con la creación debe concebirse más bien como una intrincada red de relaciones unilaterales, recíprocas y múltiples. En esta red de relaciones, ‘hacer’, ‘preservar’, ‘mantener’ y ‘perfeccionar’ son ciertamente las grandes relaciones unilaterales; pero ‘inhabitar’, ‘sim-patizar’, ‘participar’, ‘acompañar’, ‘soportar’, ‘disfrutar’ y ‘glorificar’ son relaciones mutuas que describen una comunión vital cósmica entre Dios-Espíritu y todos sus seres creados.”

Por eso es que yo abogo por NO “concebir a Dios SÓLO como el fundamento óntico, y no descubrirlo experiencialmente además como AGENTE INMANENTE”.

La razón humana, por sí sola, no podría tal vez sino hacer una “decisión existencial libre por la que, ante la realidad nos preguntamos si tiene un origen y sentido que la trascienda. El creyente dirá SÍ”, y “apostar libremente por el sentido de las cosas (el Misterio llamado Dios)… porque estamos ‘fabricados’ así”. Esto sería, en mi opinión, ser un creyente en grado mínimo, de problemática plausibilidad.

Pero el ser creyente en grado pleno no se trata sólo de atisbar lo que puede alcanzar la razón humana por sí sola. Se trata de afirmar el descubrimiento experiencial de la acción inmanente de Dios, capaz de asegurar ese pleno sentido de la realidad que anhela la conciencia humana, con la seguridad que da la confianza recibida de la acción inmanente de Dios –no ese balbuceo dudoso de mera plausibilidad a que queda reducida la esperanza de sentido cuando esto se niega, y se está a un corto paso mental de alcanzar la idea de un Dios prescindible, “inexistente”.

Claro que ese escuchar “el susurro inmanente de Dios”, o –como lo llama Küng- “la acción [de Dios] que se efectúa secretamente, que no puede averiguarse y mostrarse de manera objetiva, cuya realidad sólo se conoce mediante una aceptación confiada”, conduce, a quien pertenece a la tradición cristiana, como yo, a aceptar la acción histórica de Dios según su plan de Redención mediante Jesucristo. Y aquí topamos por fin con nuestra verdadera discrepancia fontal, pues esa revelación y esa dispensación de la gracia divina se han efectuado mediante una “siembra llena de cizaña”, que algunos no pueden soportar sin erigirse en furibundos limpiadores impolutos.

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En muchas ocasiones anteriores he dicho que pienso que Dios nunca “interviene”, porque entiendo que una “intervención” de Dios sería una acción milagrosa que irrumpe entre los principios físicos naturales para modificarlos, suspenderlos, contradecirlos, o utilizarlos de manera anómala, violentando y violando el comportamiento habitual, inocente y racional de la Naturaleza.

En contraposición a esto entiendo la ACCIÓN INMANENTE del Espíritu de Dios.

Esta acción no se opone a, ni interfiere con, las leyes naturales, sino que las crea, promoviendo las tendencias o propensiones en el nivel de los fenómenos físicos, químicos y biológicos. Tampoco se opone ni interfiere, ni se añade desde el exterior, a las tendencias éticas, estéticas y cognitivas que caracterizan el comportamiento a nivel humano, sino que las crea, las mantiene y las refuerza.

Tal vez una acción así, por inmanente y no interventora que sea, resulte inaceptable para quien concibe a Dios metafísicamente, como un principio que sustenta el ser de todas las cosas pero que no puede concebirse como un SUJETO personal de cualquier clase de acción o iniciativa. Puede ser quizá una actitud algo comprensible en un teólogo-metafísico, diferente de la de un teólogo-físico, como es por ejemplo John Polkinghorne (físico teórico de la Universidad de Cambridge, además de clérigo anglicano y famoso teólogo), quien –como he citado- sostiene (en un libro del año 2001) que: “el poder providencial de Dios debe ciertamente formar parte del desenvolvimiento de la historia evolutiva. El Creador kenótico no puede avasallar a sus creaturas, pero el Creador continuo debe interactuar con la creación… debe esperarse que la noción de creación continua vaya más allá de significar una sustentación deísta del universo en el ser”

La clave está en la fe cristiana en el ESPÍRITU SANTO, como parte esencial del Dios cristiano personal y trinitario. No se trata solamente de la fe en un principio metafísico que fundamente el ser, sino de la fe en una realidad ultra-personal que es inmanente al devenir del mundo. Lo expresa magníficamente Jürgen Moltmann (en su obra “Dios en la Creación”, de 1985):“Si intentamos concebir la naturaleza de ‘la actividad concurrente de Dios’ (concursus Dei generalis et specialis) en la historia del mundo y de la vida de cada criatura individual, podemos pensar en toda una serie de relaciones: Dios actúa ‘en’ y ‘mediante’ la actividad de sus creaturas; Dios actúa ‘con’ y ‘por’ la actividad de sus creaturas; los seres creados actúan ‘desde’ las potencias divinas y ‘hacia’ el medio divino; la actividad de las creaturas se hace posible ‘por’ la paciencia divina; la presencia de Dios en el mundo es el espacio de libertad ‘para’ los seres creados; etc. No tenemos que esperar que la actividad de Dios tome la forma de intervenciones sobrenaturales e irrupciones espectaculares. Una expectación de este tipo distorsionaría nuestra percepción de la acción divina. Pero reconocer la presencia silenciosa y no-intrusiva de Dios en la historia no excluye de ningún modo la experiencia de sus ‘signos y maravillas’. El discernimiento de éstos sólo es posible a la luz de la constante experiencia del concurso divino.

Mediante su Espíritu, el mismo Dios está presente en su creación. La creación entera es una fábrica urdida e impulsada por las capacidades del Espíritu. Mediante su Espíritu

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está Dios también presente en las propias estructuras de la materia. La creación no contiene materia no-espiritual ni espíritu no-material; sólo hay materia ‘informada’. Pues a las diferentes clases de información que determinan los sistemas de la vida y la materia debe dárseles el nombre de ‘espíritu’. En los seres humanos, alcanzan la consciencia por la vía creatural. En este sentido, el cosmos entero debe ser descrito como correspondiente a Dios –como acordado a Él: porque es efectuado mediante el Espíritu de Dios, existe en el Espíritu de Dios, se mueve y evoluciona por las energías y potencias del Espíritu divino.”

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Dios-Agente-Inmanente al mundo, que en la teología trinitaria es el Espíritu Santo, y Dios-Fundamento-Trascendente al mundo, que en la teología trinitaria es el Padre, me parece a mí que se refieren y relacionan entre sí de manera curiosamente análoga a lo que nos dice Mariano acerca del símbolo y la realidad simbolizada por él.

“Parto del símbolo como aquello en lo cual se hace presente la realidad simbolizada”:En el Espíritu-agente-inmanente se nos hace presente el Padre-fundamento-trascendente.

“El símbolo no sólo nos refiere a algo distinto de sí, sino que eso distinto ‘está’ en el símbolo”: El Padre -siendo distinto del Espíritu- ‘está’ en el Espíritu: es Uno con Él.

“la calidad entitativa de lo simbolizado que ‘está’ en el símbolo es del estilo de la calidad entitativa de la ‘relación’”:La relación trinitaria es la calidad entitativa de las personas divinas “Padre-fundamento-trascendente” y “Espíritu-agente-inmanente” (Junto, y en vistas, al “Dios-encarnado”, que es el Hijo).

-07-

Pienso que Dios es a la vez trascendente, inmanente y encarnado.

Si llamamos metafóricamente “arriba” a la trascendencia, y “abajo” a la inmanencia y a la encarnación, entonces Dios está a la vez “arriba y abajo”.

Desde “arriba” desciende hacia “abajo”, realizando la creación y la redención; y desde “abajo” asciende arrastrando todo lo creado y redimido hacia “arriba”.

Pues el Dios trascendente, encarnado e inmanente, es Uno y es Amor.

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Estoy de acuerdo en rechazar esa idea fundamentalista de Dios que atiende únicamente a Su trascendencia, deformándola al hacerla intervenir esporádica, caprichosa y despóticamente en el mundo.

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Creo, en cambio, en la inmanencia de Dios “en todo lo bueno”, como verdadero Espíritu de Su trascendencia. Dios está en todo íntimo susurro bondadoso, no en huracanes, ni temblores, ni incendios pavorosos.

El Espíritu inmanente hace presente –e impulsa impetuosamente hacia— Su futuro trascendente. Y donde más solícito se hace Su susurro bondadoso es en Su presencia solidaria, concreta y accesible, encarnada en un ser humano que dialoga amorosamente con cada una de nosotras las personas.

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“La gloria de Dios es la vida del ser humano”(San Ireneo, Adv. haer. IV, 20, 7)

Todo AMOR es AMDG: “Ad maiorem Dei gloriam” (para mayor gloria de Dios).

Muchas situaciones de amor humano se podrían contemplar. Pero hay una situación muy especial, que me es sugerida por estas maravillosas frases bíblicas:

“La creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto”.

“La mujer, cuando da a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando el niño le ha nacido, ya no se acuerda del aprieto, por el gozo de haber traído un hombre al mundo.”

La situación es, como se ve, de parto. Imaginemos una madre alumbrando con amor y dolor a su hijo-a tan deseado-a, mientras el padre la asiste solícito, angustiado por el sufrimiento de ella, esperanzado del resultado feliz.¿Qué situación puede ser más humanamente amorosa?

El hijo-a, engendrado-a en un apasionado acto de amor de la pareja, nace a la vida entre sufrimientos y esperanzas. Nada más hace falta, que una imagen tan tierna como esta de un trío humano madre/hijo-a/padre en trance de parto, para encerrar todo el misterio del AMOR-AMDG.

Puede ser, naturalmente, un trío humano cualquiera, de entre tantísimos...

Pero yo sugiero unas imágenes aún más amplias y profundas, dándoles ciertos nombres simbólicos a los miembros de ese trío.

Llamemos “Creación” a la madre, “Humanidad” a la hija, “Dios” al padre.

O, también, llamemos “Ruah” (Espíritu) a la madre, “Bar-nasha” (Hijo-del-hombre) al hijo, “Abbá” (Papá) al padre.

Y combinemos: “Ruah/Creación”, “Bar-nasha/Humanidad”, “Abbá/Dios”.

Tendremos así una nueva situación muy adecuada para meditar el insondable misterio de Amor que es la Gloria de Dios.

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Dios, considerado desde su propio punto de vista, no puede oponerse ni contradecirse a Sí mismo… Sin embargo, considerando Su manifestación a nuestro punto de vista humano, me parece (asombrosamente) que sí.

En efecto, así me lo he planteado varias veces: Dios ha mostrado Su poder al autolimitarse, al vaciarse, al contraerse, al autosacrificarse por Amor solidario hacia sus criaturas.

He descrito a Dios deteniendo el brazo armado del proceso cósmico (Abraham), en el altar de Sí mismo que son las leyes de su propia creación, para salvar al ser humano individual (Isaac) de ser sacrificado por ese proceso.

He descrito a Dios entregándose a Sí mismo, abandonándose a Sí mismo; Dios-Padre sacrificándose a Sí mismo en la persona de Dios-Hijo: Jesucristo.

En cierto sentido –que corresponde a nuestra visión temporal de la obra de Dios- la Redención [Jacob] “lucha” con la Creación [el ángel], actúa “a contrapelo” de ella, “perpendicularmente” a ella, transformándola y renovándola (venciéndola) radicalmente. Son dos etapas complementarias y en cierto modo contradictorias de la obra de Dios, que no obstante son un solo acto simple intemporal desde el punto de vista del propio Dios.

-08-

Veo que la realidad es gris.

Fe: la realidad es blanca en el fondo, y puede llegar a ser totalmente blanca.

Esperanza: la realidad será totalmente blanca.

Caridad/amor: yo soy parte de la blancura de la realidad, como también todos los demás yoes.

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No veo a Dios, al menos no claramente, en la realidad.

Dios es trascendente a la realidad.

Dios es inmanente a la realidad.

Dios se ha hecho ser humano, en la realidad.

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No tiene tanta gracia, ni tiene tanta fe, creer que la realidad es luminosa cuando vemos ocasionalmente uno de sus destellos:

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“Hoy la tierra y los cielos me sonríen,hoy llega al fondo de mi alma el sol,hoy la he visto… La he visto y me ha mirado…¡Hoy creo en Dios!”

No, Gustavo Adolfo, no lo creas sólo cuando ella y el sol te hayan mirado y sonreído…

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La fe, en que la realidad es “blanca” en el fondo, a pesar de verse “gris”, tiene -para mí- que ver con que hay un Dios-Padre que trasciende a la realidad, que la crea continuamente, la funda y la sostiene. Y le hace de meta de su desarrollo evolutivo hacia su fin escatológico: el Bien, la Belleza, la Verdad. Dios-Padre trascendente es el “Alfa y la Omega” de la realidad. Por ser Dios su “Alfa”, la realidad es “blanca” en el fondo; por ser Dios su “Omega”, la realidad puede llegar a ser totalmente “blanca”.

La esperanza, en que la realidad será totalmente “blanca”, tiene que ver con que Dios-Espíritu es inmanente a la realidad. Pues la presencia íntima de Dios-Espíritu en el interior de todas las cosas, confiriéndoles las tendencias necesarias para evolucionar hacia su meta escatológica –en particular las tendencias éticas, estéticas y cognitivas a las personas— asegura que esa meta podrá alcanzarse finalmente.

La caridad/amor/ágape, que me permite considerar mi yo particular y concreto como parte de la “blancura” de la realidad, y me impulsa a reconocer esta misma dignidad a los demás yoes particulares y concretos, a pesar de lo “grises” que me puedan parecer, tiene que ver con que Dios-Hijo se ha hecho ser humano en la realidad. Porque si Dios-Hijo se ha rebajado a ser un yo particular y concreto, también aparentemente “gris”, tiene que ser para “blanquear” escatológicamente, y anticipadamente, consigo, a todos los yoes, para hacerlos co-constituir y co-conseguir la “blancura” total de la realidad.

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Creo que Dios actúa y se revela a las conciencias humanas que se abren a acogerlo. Pero cualquier conciencia que le acoge sólo es capaz de hacerlo muy parcialmente, y deformando inevitablemente la revelación con sus propios condicionantes culturales e individuales. No obstante, la revelación histórica de Dios tiene que hacerse así, sumida en la concreción particular de las personas humanas, arrostrando los peligros de deformación consiguientes.

Creo que Dios es trascendente al universo; nunca puede darse por entero en ninguna revelación concreta, ni ser acogido cabalmente por ninguna conciencia humana individual. Pero creo también que Dios es inmanente, por su Espíritu, a todas las cosas, por lo que cualquier conciencia puede hallarlo parcialmente revelado en el mundo y en sí misma.

Aunque creo, además, que la revelación de Dios no es sólo ésa; que Dios ha decidido actuar y revelarse mucho más directa e intensamente, dirigiéndose, por su Espíritu

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inmanente, a ciertas conciencias de una manera especial, para llegar, a través de ellas, y darse finalmente, a TODAS las conciencias en plenitud.

A mi parecer, hay un proceso histórico paulatino de revelación especial de Dios, sometido también a la inevitable deformación causada por el “ruido” de las contingencias humanas que la acogen. El Espíritu de Dios va mostrándose poco a poco, abriéndose camino entre la confusión.

Este proceso de revelación especial, destinado finalmente a toda la humanidad, comenzó históricamente -según mi fe- en las mentes de los antiguos profetas judíos. Se realizó dentro de sus condicionantes personales y culturales, particularmente su fe religiosa de origen mítico. Porque, aun siendo universal, “la salvación viene de los judíos”, si bien de forma “marginal”, como creyó, cumplió, nos enseñó y nos mostró el judío “marginal” Jesús de Nazaret.

Por lo tanto, no es extraño que la revelación del verdadero Dios del universo se diera originalmente confundida con las concepciones míticas de dioses tribales. En el “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” y en el “Dios de Moisés”, junto a características de dioses míticos de las primitivas tribus israelitas, fue apareciendo paulatinamente la revelación especial del único Dios trascendente/inmanente, personal y universal.

Pongo a continuación unos párrafos extraídos (y traducidos) del escrito “Yahweh”, de Ilil Arbel, Ph.D. :

El acto de apertura del gran drama de los judíos como nación fue el encuentro inicial entre Abraham y Yahvé. Se estableció una alianza. Abraham y sus descendientes seguirían las instrucciones de Yahvé y obedecerían sus mandamientos.(…)Cuando Moisés sacó a los israelitas de Egipto, cada tribu se agrupaba bajo su propio estandarte, ilustrado con la imagen de un dios.(…)La tribu de los levitas, asociada a Moisés, era un caso aparte. Adoraba a un dios tronante y fiero, localizado en el monte Horeb, o Sinaí. Ambas montañas son probablemente la misma, aunque no hay pruebas en uno u otro sentido. ¿Era este dios el mismo Yahvé, el Dios de Abraham? Muy posiblemente. Si no, las dos entidades: el Yahvé de Abraham y el dios guerrero de los levitas fueron combinados en una sola, impresionante, que Moisés, muy probablemente levita él mismo, había adoptado como su Dios propio. La prueba de esto es que más tarde, sólo los levitas fueron sacerdotes de Yahvé en los templos.

Los israelitas tuvieron que abandonar físicamente Egipto para adorar a Yahvé. No podían, bajo ninguna circunstancia, adorarle en Egipto, porque no podían ni siquiera verlo allí. El libro del Éxodo es muy específico en lo que tenían que ver: “Partieron de Sukkot y acamparon en Etam, al borde del desierto. Yahvé iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche” (Éxodo 13, 20-21). Esta es clara y simplemente una descripción de un volcán activo: humo de día, fuego de noche.

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Luego, para acabar de probar esta suposición, se reunieron en torno de esta montaña, y se les dijo que no debían nunca trepar por ella o tocarla, bajo peligro de muerte. “Guardaos de subir al monte y aun de tocar su falda. Todo aquel que toque el monte morirá.” (Éxodo 19, 12). La montaña debía ser peligrosamente ardiente al tacto. El pasaje continúa: “Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahvé había descendido sobre él en forma de fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia.” (Éxodo 19, 18). Otra clara descripción de un volcán activo. Y en esta localidad emotivamente impresionante dió Moisés a los israelitas un código legal, y restableció una alianza que iba a ser la base para el desarrollo del monoteísmo.(…)Lo que ocurrió durante los setenta años de destierro en Babilonia moldeó el cambio de Yahvé. (…) Los judíos transformaron a Dios. Lo hicieron omnipresente, liberándolo de su localidad, y lo hicieron Dios universal. Ya no necesitaban realmente un templo, aunque se construiría uno nuevo eventualmente, como símbolo nacional. En su lugar construyeron sinagogas, donde la gente se podía congregar y rezar juntos a un Dios que era omnisciente, omnipresente, sin localidad, sin figura ni forma, y sin rivales. Como resultado, los judíos tuvieron que aceptar el hecho de que Él debía ser el Dios de todos los demás pueblos de la tierra. Los judíos seguían siendo el pueblo elegido por Dios, pero elegidos sólo para propagar su palabra y para sufrir por el bien del resto de las naciones, de modo que el mundo fuera redimido; un honor y una misión otorgados a ellos por Dios. Con una presencia tan inmensa, Él también tuvo que madurar psicológicamente. Obviamente, ya no era más un dios guerrero, un fiero dios-volcán, luchando en favor de su pueblo elegido. La visión de Isaías, Habacuc y Jeremías tomó rumbo final hacia un Dios misericordioso y bueno, cuyo amor permea el universo entero.

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Me ha recordado mi “segunda visión metafórica” (de mis apuntes), que pongo a continuación:

Un inmenso volcán en erupción, metáfora del proceso cósmico de evolución creadora.

La lava empuja y asciende por su interior, como el Espíritu de Dios por el interior del Proceso, a través de numerosos niveles de emergencia, hasta eruptar finalmente en el nivel último que alcanza la trascendencia.

La trascendencia final es la Novedad Última: Dios, cuya metáfora es la erupción que brota de la cúspide. Así, el volcán es el monte donde se manifiesta Dios.

El proceso evolutivo ha solido ser representado por un monte, o pirámide, o cono.O por un árbol cuyas ramas son familias y géneros de especies, entroncándose y enlazándose según avanza y se expande la evolución.

Un árbol que en mi visión se inscribe dentro de la montaña, y cuya savia es la lava, el Espíritu de Dios. Una savia de fuego, que no consume sino alimenta al árbol de la vida. Imagen que recuerda inevitablemente aquella zarza ardiente -o arbusto ardiente- donde se revelara Yahvé a Moisés.

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Desde la cúspide de esta altísima montaña, desde la cima del proceso creativo, desde las alturas, Dios se asoma y atiende al clamor de sus criaturas, que aparecen y desaparecen durante el Proceso, como ínfimos y efímeros chisporroteos de lava.

Y Dios se compadece de sus criaturas, y quiere hacerlas compartir su trascendencia, y derrama de arriba a abajo su Espíritu redentor hasta llegar a todas ellas. Como la lava que se derrama por las laderas del volcán.

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Curiosamente, esta visión (metafórica) de Dios, en la cúspide de un volcán en erupción imagen del proceso cósmico, enlaza con la visión (mítica) de Dios que concibieron aquellos beduinos nómadas antecesores de los antiguos israelitas: el dios-volcán, precursor de Yahvé, quien reveló su Nombre (YHVH) en la zarza ardiente.

Y el monte Horeb, donde ocurrió lo de la zarza, era, probablemente,...un volcán.

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(Prosigue mi “visión metafórica”)

Este volcán, imagen del proceso evolutivo cósmico:

Es el monte Moria, donde el individuo humano (Isaac) es sacrificado en aras de Dios, en aras del proceso, cuando este mismo Dios acude presuroso a socorrerlo.

Es el monte Horeb, donde Dios habla al ser humano (Moisés) para revelarle su nombre y prometerle la redención.

Es el monte Sión, donde Dios construye su ciudad santa (Jerusalén) y su templo, para habitar cerca de los humanos.

Es el monte Calvario, donde Dios ama hasta el extremo a sus criaturas, muriendo como ellas para que ellas vivan como Él.

Yahvé Sebaot preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos. Él arrancará en este monte el velo que cubre el rostro de todos los pueblos, el paño que oscurece a todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre; el Señor Yahvé enjugará las lágrimas de todos los rostros.(Isaías 25, 6-8)

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Al principio (hablando ontológicamente) sólo era Dios, que era el Todo infinito. Pero decidió “contraerse” para dejar sitio a lo finito, y así comenzó el proceso cósmico. Pues –por necesidad absoluta- el “vacío de Dios” tiene que restaurarse, tiene que llenarse para que Dios vuelva a ser Todo en “todas partes”.El proceso cósmico sale de ese vacío creado por Dios, para volver al mismo Dios. Todas las cosas, los humanos incluídos, somos sólo “chispas” de ese devenir, de ese “fuego” encendido por el Espíritu de Dios, que asciende desde el “Alfa” hasta la “Omega”, desde “Dios-nada” a “Dios-todo”.

Esta grandiosa cosmovisión teológica, dinámica e histórica, viene de la tradición judía que culminó en el cristianismo: Entonces dijo el que está sentado en el trono: “Mira, que hago nuevas todas las cosas.” Y añadió: “Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas.”Me dijo también: “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré gratuitamente del manantial del agua de la vida. Esta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mí.(Apocalipsis 21, 5-7)

Se trata del Dios único y personal. Yahvé: el que Es, el que Era, el que Será. El que Viene.

Es el Dios personal del que nos habla el famoso físico Werner Heisenberg en un diálogo que mantuvo en 1952, en Copenhague, con el también famoso físico Wolfgang Pauli:“Seguimos caminando en silencio y pronto alcanzamos el extremo norte de la Langelinie, desde donde continuamos siguiendo el malecón hasta donde estaba situada la pequeña baliza. Hacia el norte aún podía verse una brillante franja roja; en estas latitudes el sol no desciende demasiado por debajo del horizonte. Los contornos de las instalaciones portuarias se destacaban con nitidez. Cuando llevábamos un rato parados en el extremo del malecón, Wolfgang inesperadamente me espetó:-¿Crees en un Dios personal? ...Ya, ya sé lo difícil que es darle un significado claro a esta pregunta, pero seguramente puedes entender en general a qué me refiero.-¿Puedo formular tu pregunta de otra manera? -le pregunté-. Yo preferiría formularla así: ¿Podemos, o puede alguien, alcanzar la razón central de las cosas o de los sucesos, de cuya existencia no parece haber duda, de un modo tan directo como podemos alcanzar el alma de otro ser humano? Empleo el término «alma» deliberadamente, para que se entienda lo que quiero decir. Así planteada la pregunta, mi respuesta sería «sí». Y puesto que mi propia experiencia no importa demasiado, me gustaría recordarte el famoso texto de Pascal, aquel que llevaba cosido por dentro en su chaqueta: «El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, y no el de los filósofos y los sabios.»”(Del capítulo “Heisenberg”, de “Cuestiones cuánticas”, libro editado por Ken Wilberhttp://galetel.webcindario.com/id81.htm )

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[Comentario de Luis:]Gabriel Letelier:«El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, y no el de los filósofos y los sabios.»”Creo entender amigo Gabriel, que el Dios personal es tu Dios.

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Para mí este Dios personal es:“Totalmente, una producción mítica: un dios volcán local, geocéntrico, egocéntrico y antropocéntrico, de nombre Yahvé, cuyos auténticos colores estructurales se muestran en el hecho de que interviene en la historia humana, interfiriendo en ella, con el único fin de “premiar” o “castigar” a Su pueblo “elegido” o, aún más frecuentemente, para machacar milagrosamente a los enemigos de éste.”

Has acertado, amigo Luis. Ése es mi Dios. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, de Pascal y de Heisenberg, y de otros muchos. El Trascendente, que también reside en todas las cosas por su Espíritu y se manifestó en Jesucristo. El Dios personal al que amo (indignamente) con todo mi corazón, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.

Si fuera en realidad tal como tú lo ves, no sería mi Dios, ni el de Pascal, ni el de Heisenberg, ni el de tantos otros. Sería un dios mítico y nada más, como lo habrá sido para ciertos israelitas primitivos y lo sea todavía, quizá, para algunos, antes de aceptarlo revelado como el Dios vivo, el Alfa y la Omega, el que Es y el que Viene, el Dios de TODOS y de todo el Universo, el que es Amor.

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[Comentario de Luis:]Gabriel Letelier:Si no hacemos caso a los sabios ¿a quien hacemos caso? Son los sabios los que pueden indicarnos el camino hacia Dios. Unos textos escritos hace más de 2000 años, no pueden condicionarnos en nuestra vida de hoy, porque el mundo de hoy es otro mundo. Somos mucho más sabios, en la media, que quienes escribieron la Biblia, incluido el Nuevo Testamento.El Dios de los sabios, es el Dios real nuestro. El otro, el de la Biblia. Me atrevería a decir, que ha hecho más mal que bien. Con la pantalla de un dios de cartón, a Occidente la Iglesia Católica le ha tapado el Dios real, el de los sabios.Creo que eres inteligente, te recomiendo que leas con detenimiento lo que copio de Wilber, y entenderás porqué lo digo.

Supongo que te darás cuenta, amigo Luis –porque creo que eres inteligente- que Pascal y Heisenberg fueron dos grandísimos sabios como nunca pudo soñar serlo tu admirado Wilber, quien no obstante los citó en la obra que yo mencioné, hablando (ellos) del Dios personal de la Biblia como el verdadero, y “no el de los filósofos y los sabios”.

Claro, porque al verdadero Dios -al Dios personal- no se puede llegar jamás mediante la sola sabiduría humana, y ellos, como auténticos sabios que fueron, lo reconocieron así. El verdadero Dios, según los verdaderos sabios, es el que se ha revelado en la historia, empezando por los profetas para terminar mostrándose plenamente en Jesucristo. Por eso, el “Dios de Jesús” es ciertamente el mismo Yahvé, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, el Dios de la Promesa y la Alianza que se reveló a Moisés, según la Biblia.

Por supuesto, el verdadero “rostro” de Yahvé no lo conocieron esos antiguos profetas, quienes “desearon ver el día de Yahvé, pero no pudieron”. Su verdadero rostro se mostró solamente en Jesucristo, iluminando así, explicando y despejando, cualquier revelación parcial hecha anteriormente (o posteriormente).

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Hay pues una continuidad (en la discontinuidad), entre el Dios del AT y el de Jesús, el del NT. Esto queda patente, especialmente, en el famoso pasaje de la disputa de Jesús con los saduceos respecto de la resurrección.

John P. Meier analiza rigurosa y extensamente este pasaje, en el capítulo 29 parágrafo II del tomo III de su obra “Un judío marginal” (que te recomiendo que leas con detenimiento), para concluir afirmando su básica autenticidad histórica, es decir que se remonta a palabras auténticas de Jesús. Según Meier, “Jesús basa su argumentación a favor de la resurrección en la autorrevelación de Dios en la Torá mosaica, específicamente en la revelación de su identidad a Moisés en el episodio de la zarza. Jesús toma esa autorrevelación de Dios, que decide manifestarse precisamente como el Dios que protege y salva las vidas de su pueblo elegido, y la utiliza como base argumental. Como segunda premisa añade la observación –obvia para los antiguos judíos— de que el Dios salvador que se define a sí mismo por su relación con Abraham, Isaac y Jacob, es Dios no de muertos, de cadáveres en descomposición, sino de vivos.”

De modo que, además de probar para los saduceos el hecho de la resurrección, estas palabras del Jesús histórico –auténticas según Meier— prueban para nosotros que el Dios de Jesús –el Abbá en que creía y esperaba Jesús— era “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, sin duda.Y no el de los sabios,…salvo de los más auténticos, como fueron Pascal y Heisenberg también en este punto.

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Dice Sanchis: “si alguien, con Kant, cree ‘que es posible pensar en otras realidades no sometidas al espacio y tiempo’, que siga pensando en ellas. Yo no lo veo necesario.”Me parece que está desestimando así a gran parte de la física actual, que concibe al tiempo y al espacio como productos de la evolución cósmica, y se atreve, pues, a concebir realidades y “singularidades” que están más allá de ellos y los originan o los trascienden.

Pero, claro, él se refiere a realidades “espirituales”, metafísicas, y supone que éstas quisieran situarse en un mismo plano que las físicas. Alude entonces a actitudes rechazables, en ese sentido de mezclar los planos, tales como “el Dios tapa-agujeros”, “el diseño inteligente” o “el creacionismo ingenuo”.

Sin embargo, desde el punto de vista del emergentismo, yo entiendo que “en el principio y en el fin está Dios”, pero no como hipótesis mágicas que intentan explicar “desde fuera” y antropomórficamente las emergencias físicas y biológicas, sino como un modo de aludir a lo que la cosmología y la física de la complejidad vienen investigando acerca del comienzo y el final del proceso evolutivo cósmico y de las emergencias de novedad en general.

Eso, desde luego, es otra cosa que “el fruto de una tradición” religiosa. Es otra cosa que lo que descubre la experiencia personal en “un ambiente especialmente propicio a la espiritualidad”. Pues es muy otra cosa encontrar al “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” que encontró Pascal, que atisbó Heisenberg, y que se manifestó plenamente en Jesús.

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El Dios personal que se revela a Sí mismo –y no se le puede encontrar si esto no se acepta— no para tapar agujeros que el conocimiento humano puede y debe tapar por sí mismo, sino para comunicarse con sus criaturas conscientes que, aun siendo destacados físicos como Heisenberg y Pascal, advierten la necesidad de buscarle y encontrarle de otra manera, como Amor y Salvación benévolos hacia sus personas.

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Nomos: ley, gobierno.

Heteronomía: nomos de Dios (trascendente, otro, hetero, apartado), exclusivamente. No habría nomos propia (auto) del mundo.

Autonomía: nomos propia (auto) del mundo, exclusivamente. No habría acción de Dios (trascendente, hetero) sobre el mundo; Dios -de “existir”- sería sólo el fundamento metafísico del mundo.

Teonomía: nomos propia (auto) del mundo (autonomía), y nomos de Dios (trascendente-inmanente, interno, próximo) conjuntamente. La acción de Dios (inmanente) no se contrapone, sino sustenta y se compone con la acción del mundo.

Esta es, claramente, la idea de Lenaers cuando afirma: “Esta reconciliación entre la autonomía del ser humano y la fe en Dios, ha recibido el nombre de teonomía. Quien piensa en términos teonómicos, confiesa a Dios (en griego: theos) como la más profunda esencia de todas las cosas y por ello también como la ley (en griego: nomos) interna del cosmos y de la humanidad.”

Teonomía según Lenaers: Dios es la ley interna del cosmos y de la humanidad, lo que se concilia perfectamente con la verdadera autonomía del cosmos y de la humanidad.

Escribe Hans Küng:“La disyuntiva el mundo o Dios no representa una verdadera alternativa: ¡ni el mundo sin Dios, ni Dios sin el mundo! Pero tampoco Dios y el mundo, Dios y el hombre como dos causalidades finitas en competencia mutua: donde la una gana lo que pierde la otra.(...) Así pues, ocurre exactamente lo contrario que en el caso de dos causas finitas concurrentes... cuanto más se atribuye a Dios, más puede atribuirse al hombre, y cuanto más se atribuye al hombre, más puede atribuirse a Dios.”

Escribe Moltmann:“El Dios que está presente en el mundo y en cada parte de él [inmanente al mundo], es el Espíritu creador.”

Concluimos que:La acción de Dios trascendente mediante su Espíritu inmanente se concilia perfectamente con la autonomía del mundo y de la humanidad; más aún: la crea y la sustenta.

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Suscribo esta “teonomía de Lenaers”, que me parece plenamente compatible también con el emergentismo. Más aún: pienso que desde un punto de vista creyente no pueden concebirse autonomía ni emergencia algunas sin esta teonomía, que afirma la acción inmanente de Dios en el mundo por su Espíritu.

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Dijo el famoso físico Paul Davies, en su discurso con ocasión de recibir el premio Templeton 1995:

¿Quién necesita a Dios cuando las leyes de la física pueden hacer un trabajo tan espléndido? Pero estamos obligados a volver a esa quemante pregunta: ¿de dónde han venido las leyes de la física? ¿Y por qué esas leyes y no otras? Y más especialmente, ¿por qué un conjunto de leyes que conduzcan a los candentes e informes gases expulsados por el “big-bang” hacia la vida y la conciencia, y la inteligencia y las actividades culturales tales como la religión, el arte, las matemáticas, y la ciencia? (…)

¿Dónde casamos nosotros los humanos dentro de este gran esquema cósmico? ¿Podemos contemplar el cosmos, como hicieron nuestros remotos antepasados, y declarar: Dios hizo todo esto para nosotros? Creo que no. ¿No somos sino un accidente de la naturaleza, el caprichoso resultado de fuerzas ciegas y carentes de propósito, casuales sub-productos de un universo mecánico inconsciente? Esto también lo rechazo.

Sostengo que las emergencias de la vida y la conciencia están escritas en las leyes del universo de manera muy fundamental. Es verdad que la forma física concreta y las características mentales en general del Homo-sapiens contienen muchos aspectos accidentales, sin particular significación. Si el universo fuese “ejecutado por segunda vez” no habría Sistema Solar, ni Tierra, ni gente. Pero la emergencia de vida y de conciencia en algún lugar y momento del cosmos está garantizada, así lo creo, por las leyes subyacentes de la naturaleza. El origen de la vida y el origen de la conciencia no fueron intervenciones milagrosas, pero tampoco fueron accidentes tremendamente improbables.

Fueron, creo yo, parte del trabajo normal de las leyes de la naturaleza, y por eso nuestra existencia como seres conscientes e inquisitivos brota en último término del fundamento de la existencia física: esas ingeniosas, acertadas leyes. En este sentido escribí en [mi libro] “La Mente de Dios”: “estamos ciertamente pensados para estar aquí”. Quiero decir “nosotros” en el sentido general de seres conscientes, no específicamente homo-sapiens. Así que aunque no estemos situados en el centro del universo, la existencia humana tiene un significado enormemente más amplio. Cualquiera que sea el sentido del universo como un todo, la evidencia científica sugiere que nosotros, de una manera limitada pero profunda, somos parte de su propósito.

Dijo Mons. Józef Zycinski, Arzobispo de Lublin, Gran Canciller de la Universidad de Lublin, Polonia:“La inmanencia de Dios en la naturaleza se expresa en el orden cósmico y la novedad evolutiva. Entre muchas formas físicas de manifestación de la inmanencia divina debemos anotar en particular:

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1. La propia existencia de las leyes de la naturaleza en un mundo que de otro modo sería un desorden sin ley;

2. La emergencia de nuevos atributos que constituían el ámbito de las puras posibilidades en estadios anteriores de la evolución del cosmos.

La aceptación de la inmanencia de Dios a las leyes de la naturaleza no conculca la tesis de su trascendencia. Un Dios oculto bajo las leyes físicas y biológicas no puede ser reducido, a lo panteísta, al nivel del orden natural. Para defender que Él está por encima del orden de la naturaleza no debemos, sin embargo, negar su presencia inmanente en las regularidades observables. La inmanencia de Dios en la naturaleza y su trascendencia pueden ser reconciliadas en la llamada filosofía del panenteísmo (hay varias versiones del mismo. En su forma más general esta filosofía defiende que el ser de Dios no es sólo inmanente a la naturaleza, al incluir todo el universo y permearlo, sino también trascendente en el sentido de que el universo no agota el ser de Dios). San Pablo apóstol es considerado su protagonista cuando habla del mundo habitado por el Dios inmanente en el que “vivimos, nos movemos y poseemos nuestro ser” (Hch 17, 28).”

Dijo Lenaers:Dios se revela precisamente en la regularidad de las leyes del cosmos.

Sin embargo, esta es sólo la mención de la obra creadora de Dios, obrada por su Espíritu inmanente al mundo. Falta mencionar Su obra redentora, obrada por este mismo Espíritu inmanente, pero de otro modo que, siendo diverso, no se opone a, ni interfiere con Su obra creadora, sino que la completa maravillosamente para la plena salvación del mundo y de TODAS nosotras, las personas del mundo.

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Considero que la herencia fundamental del Modernismo está en esta concepción: que la acción redentora de Dios es una acción SIN INTERVENCIÓN en su acción creadora, es decir sin violarla ni perturbarla sino respetándola y reforzándola.

Es el reconocimiento –al fin- de que la acción redentora de Dios NO ES UNA INTERVENCIÓN en su acción creadora (el mundo, la historia), aunque NO POR ESO ES MENOS REAL Y VERDADERA.

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Existen otros mundos, pero están en éste (Paul Éluard).

El fenómeno de la ‘emergencia’ produce niveles de novedad trascendente respecto de los niveles anteriores.

La ‘Novedad Última’, del nivel final, trasciende completamente a toda la realidad anterior.

Es concebible la causalidad desde el todo a la parte, de arriba a abajo (‘top-down’, ‘downward causation’), desde el futuro al presente (‘backward causation’), desde los niveles superiores a los inferiores, sin perturbar la causalidad ‘normal’ (‘bottom-up’, ‘forward causation’).

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La ‘Novedad Última’, la ‘Emergencia Final’, desde su nivel supremo, actúa sobre toda la realidad precedente, sin transgredir sus leyes.

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Dice Juan Luis: “Lo que no acepto es que ese fundamento, que no acción interventora, vaya más allá de las leyes naturales o de la conciencia, sea un plus añadido sin el que no existiría ni el movimiento de un astro ni la decisión de conciencia.”

Yo acepto, en cambio, que sin la acción inmanente de Dios-Espíritu no podría haber leyes naturales ni de la conciencia. Acepto que sin la acción interna del Espíritu de Dios no existiría, pues, “ni el movimiento de un astro ni la decisión de conciencia”; pero no se trata de un plus añadido a la naturaleza, sino que es la sustentación de la naturaleza misma.

El astro se mueve “por sí mismo”, según las leyes de la naturaleza, pero como estas leyes provienen del Espíritu, se mueve a la vez “por la acción del Espíritu”. La conciencia decide “por sí misma”, según las leyes biológicas y psicológicas, pero como estas leyes provienen del Espíritu, decide a la vez “por la acción del Espíritu”. No hay contradicción, ni oposición, ni competencia entre la naturaleza y el Espíritu; al contrario: es el Espíritu el que crea y sustenta a la naturaleza.

Por otra parte, acepto que Dios-Espíritu actúa también en la experiencia de fe de las comunidades cristianas, no sólo de esa manera general, creando y sustentando sus decisiones naturales (esto corresponde a la acción ‘creadora’ del Espíritu), sino además con un modo de actuar especial capaz de actualizar la resurrección de Jesús en sus mentes. Es lo que he descrito con estas palabras:

Jesucristo resucitado se nos hace presente, como se hizo presente a sus discípulos-as en su experiencia pascual, mediante la comunicación de su Espíritu Santo. Por eso podemos decir, no sólo como una anticipación, sino como una realidad actual, que Jesús ‘resucitó’, y ‘vive resucitado a la diestra del Padre’. La prolepsis por vía del Espíritu Santo no es una mera anticipación, sino una auténtica actualización.

Acepto entonces una acción especial, la acción ‘redentora’ del Espíritu de Dios, que se añade a la acción ‘creadora’ de este mismo Espíritu, pero sin interferir con ella de ninguna manera. Respetando absolutamente la libertad de la conciencia. Como un ‘susurro’ que viene desde la más íntima interioridad (no “desde lo alto”).

Por eso, aun siendo un “plus añadido”, no añade a lo que “podría descubrir la conciencia por sí misma”, puesto que no puede existir en absoluto una conciencia capaz de descubrir nada independientemente del Espíritu de Dios. Digamos que el “plus que se añade” no se añade directamente a la conciencia, sino a la acción del Espíritu, que ya no es solamente ‘creadora’ sino también ‘redentora’. Hace algo más que sustentar las leyes biológicas y psicológicas. Pero la conciencia sigue decidiendo “por sí misma” a la vez que “por la acción del Espíritu”. Sigue sin haber contradicción ni oposición, sino conciliación entre la autonomía de la conciencia y la acción del Espíritu de Dios.

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O sea, teonomía.

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Aunque el Espíritu Santo ACTÚA, NUNCA “INTERVIENE”. Y mucho menos porque se DIGA que ha “intervenido”.

Sin embargo, está actuando continuamente; la mayoría de las veces sin que nadie lo advierta. Incluso cuando se DIGA (ingenuamente) que NO puede haber “intervenido”. Seguro que sí. (LO SABREMOS por sus abundantes frutos).

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Muchas veces he intentado explicar la diferencia que hay –en mi concepto- entre la (efectiva) “acción” y la (supuesta) “intervención” de Dios. Ahora, después de leer a Lenaers, diría que la “acción” es teónoma y la “intervención” heterónoma.

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Estoy completamente de acuerdo en que “[en el proceso evolutivo] no aparece ningún novum cuya emergencia no se pueda explicar por causas naturales, ni siquiera el de la conciencia inteligente”.

Ahora bien, para alguien que piensa en términos teonómicos, como yo, SIEMPRE que se habla de “causas naturales” se está hablando de la acción inmanente de Dios, o sea de Dios-Espíritu. Por autónomas que sean esas causas o leyes, el que actúen “por sí mismas” no niega, sino requiere, que actúe a la vez en ellas el Espíritu de Dios. Claro, porque, según Lenaers, “Quien piensa en términos teonómicos, confiesa a Dios (en griego: theos) como la más profunda esencia de todas las cosas y por ello también como la ley (en griego: nomos) interna del cosmos y de la humanidad.”

Yo sostengo que todos los fenómenos de emergencia de novedad evolutiva, en particular la emergencia de la conciencia reflexiva humana, se pueden explicar por causas naturales (las que investiga la física de los sistemas complejos, etc.), es decir por la obra normal y general (no especial ni específica) del Espíritu de Dios.

No creo que pueda haber entonces ninguna discrepancia aquí (aunque sospecho que alguno ha solido sostener, anti-teonómicamente, la autonomía de las leyes naturales en contraposición a una “supuesta” acción del Espíritu de Dios).

Se dice a continuación que “tampoco [aparece en el proceso] una intervención salvadora”.En esto también estoy completamente de acuerdo. Sí, porque pienso que en el proceso evolutivo no hay ni puede haber ninguna “intervención” de Dios, pues ello violaría sus propias leyes, la acción creadora de su propio Espíritu.

Además, pienso que tampoco puede haber una acción plenamente “salvadora” por causas naturales, es decir, en último término, por la acción general y normal del Espíritu de Dios. En esta aseveración sí que creo discrepar profundamente con algunos, porque

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sospecho que aseguran que la salvación plena puede alcanzarse por causas puramente naturales.

Pero yo pienso que EN EL PROCESO evolutivo no hay, efectivamente, ninguna intervención, ni ninguna acción natural, que pueda ser plenamente salvadora. Y no dudo que así lo piensa también la inmensa mayoría de los científicos actuales. Pensar que la salvación plena puede alcanzarse por causas meramente naturales en el proceso evolutivo cósmico, sería, a mi juicio, no solamente anticientífico sino teológicamente un neo-pelagianismo insostenible. Por otra parte, pensar que la salvación plena puede alcanzarse por intervenciones milagrosas sobrenaturales en el proceso evolutivo cósmico, sería, a mi juicio, no solamente anticientífico sino teológicamente una heteronomía insostenible.

En lo que yo creo es en una salvación plena que se alcanza por la acción especial del Espíritu de Dios, que no está incluida por lo tanto en el proceso natural correspondiente a la acción general y normal del Espíritu, que se añade pues al proceso, pero no desde “fuera” sino desde “dentro”. Porque es una acción de Dios obrada por su Espíritu. El Espíritu de Dios es Dios-inmanente; su acción NUNCA es “intervención extrínseca”, aunque si es especial no corresponde a las leyes naturales habituales, pero no interfiere con ellas. Una acción así, aun siendo especial, no puede ser calificada de heterónoma sino de teónoma. No se opone, ni contradice, ni suspende en modo alguno la acción normal de las leyes naturales, sino que las refuerza para procurar también mediante ellas la salvación plena de las personas y del mundo entero.

Aunque sea “sábado”: el día del “descanso de Dios” y de la autonomía del mundo, a Dios “le está permitido curar en sábado, sin violarlo”.

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Habla Juan Luis de “la consistencia del funcionamiento de lo existente conforme a sus propias leyes internas sin que Dios haya de estar interfiriendo en esos procesos desde fuera de ellos o como un añadido a sus posibilidades. Lo secular es autónomo en el sentido de que no precisa ser completado desde las afueras de su realidad.”

Me parece que esa idea se clarifica aun más con lo que Rahner sugiere acerca de la noción de “auto-trascendencia activa”: “Dios está presente interiormente en las criaturas que evolucionan, no simplemente capacitándolas para existir, de una manera estática, sino capacitándolas para trascender lo que ya son… El poder de auto-trascendencia viene desde dentro de la criatura, pero es un poder que en último término no viene de la criatura, sino de la dinámica actividad creativa de Dios”.

¿Para qué va a estar “interviniendo” Dios, o “interfiriendo en esos procesos desde fuera” si “está presente interiormente en las criaturas” con su “dinámica actividad creativa”?

Todo ello lo acepto como totalmente válido en lo que se refiere al proceso evolutivo del que la humanidad constituye un nivel –el ‘superior’ de los que conocemos— que coopera señaladamente, con su capacidad específica de conciencia reflexiva, al progreso hacia el fin universal.

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Pero creo que dentro de este proceso, cada persona concreta es también objeto de una acción especial del Espíritu de Dios, dirigida hacia ella en particular, intencionadamente, pero no desde “las afueras de su realidad” sino desde su propia interioridad. Pues allí, en lo más íntimo de su consciencia, está presente y activo el Espíritu de Dios, Dios-inmanente. De manera que cada persona participa, en cuanto miembro de la humanidad, de la “dinámica actividad creativa de Dios” en general hacia toda criatura humana (leyes físicas, bioquímicas, biológicas, psicológicas, etc), y además de una actividad especial dirigida intencionadamente por Dios hacia ella en particular, en cuanto consciencia personal única y concreta.

De modo que, si bien me parece cierto que “lo que hemos denominado sobrenatural o sagrado es la profundización de lo humano”, pienso que para cada persona en particular esta “profundización” no se efectúa sólo “desde la dinámica potencialidad inscrita en todo lo creado”, sino además desde las posibilidades propias de su mente personal, “precisamente por creer que está habitada por el Espíritu”. Es decir de forma teónoma, no heterónoma.

Por eso, no me parece en absoluto inverosímil que Dios haya “hablado interiormente” a personas de una “pequeña porción de toda una humanidad que se extiende a lo largo de cuatro millones de años de historia”, en vistas a la realización de Su plan de redención universal. (Recordemos otra vez las palabras de Torres Queiruga: “Fuera de los puros conceptos, en la realidad histórica no existe jamás la universalidad abstracta, sino sólo aquella que se media lentamente por los caminos del tiempo… La teología actual ha comprendido bien que la verdadera universalidad sólo puede realizarse “a través de la mediación histórico-particular”.) Lo que sí me parecería inverosímil es que Dios “hablara” a personas para privilegiarlas respecto de las demás; creo que es lógico –tratándose de un Dios que ama igualmente a todas sus criaturas, aunque no de un modo igual pues todas son diferentes— que se dirija a cada una para encargarle una misión de servicio particular en bien de todas las demás, según sus características y circunstancias personales propias.

Al respecto debo añadir que, si bien acepto como evidente que “Dios no está en el tiempo” porque es el creador del tiempo, pienso que la criatura consciente sí que percibe en el tiempo –cuando la percibe— la acción interior de Dios, desde su punto de vista humano, inevitablemente. Desde el punto de vista de la criatura, la interpelación de Dios “en” su consciencia es siempre anterior a su decisión correspondiente. Es iniciativa de Dios, previa a la acogida –o no acogida— por libre decisión de la criatura; porque esta decisión sigue siendo libre y autónoma -por supuesto- respecto de la acción especial de Dios-Espíritu, gracias a que ésta no interfiere la acción general del mismo Espíritu de Dios.

Para terminar quiero citar, porque viene al caso, otra opinión de Torres Queiruga, hablando esta vez de las ideas de Schillebeeckx: “El actuar de Dios es diferenciado. Así, por ejemplo, respecto del animal y de las demás creaturas, ‘en el hombre se revela algo sorprendentemente nuevo, algo específicamente humano’, que, desde la fe, puede ser discernido con razón como un ‘actuar especial de Dios’ con el hombre. Y, puesto que al hombre en la historia le va su salvación, la actuación de Dios en ella puede ser discernida por el creyente como ‘actuar salvífico’: la ‘historia profana’ puede ser leída desde la fe como ‘historia de la salvación’: es la misma, pero ‘en su aspecto ‘total’ de ‘ser desde Dios’’. Naturalmente, tiene que haber un fundamento, pues, repitamos, no se

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trata de una mera interpretación: sólo si se aprecia una ‘discontinuidad’, si en las acciones del hombre aparecen ‘huellas’ de un actuar especial de Dios, es posible esa lectura. Entonces la experiencia de ‘desvelamiento’ –eso es la revelación- puede descubrir su presencia sin caer en el ‘intervencionismo’. Simplificando, diríamos que Schillebeeckx quiere resaltar dos cosas: que en la profundidad de su apertura, en su ser-desde-Dios, la creatura no ofrece a priori límites a la actuación divina; y que, al ser trascendente [TQ ha hablado antes de ‘la peculiar presencia de Dios en la creatura: ‘trascendencia por inmanencia”], esa actuación no concurre con la de las creaturas, aunque de algún modo puede dejarse sentir en ellas mediante una experiencia específica.” (“Repensar la cristología”, capítulo 4.)

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En el magnífico capítulo 7 de su libro, Lenaers hace gala de un “repensamiento hondo”, como diría Torres Queiruga, que consigue mantenerse alejado de los extremos erróneos: “la mera repetición de estereotipos tradicionales y la disolución total”.

Su teonomía se aparta de la imagen tradicional heterónoma de Dios, porque “no sigue entendiendo a la creación como antes… descarta una manera de representar la actividad creadora de Dios que recuerda la actividad del escultor o del pintor, pagando de este modo un tributo a la división de la realidad en dos mundos… elimina la antigua tensión entre la doctrina de la creación y la teoría de la evolución”.

En la visión teónoma, Dios no se concibe como apartado del cosmos: nos dice Lenaers que “la teonomía tiene que cuidar de no asignarle a su Dios un lugar fuera de la realidad cósmica. Dios está en su profundidad, y se lo puede encontrar sólo en ella. No existe ningún camino hacia Dios que no pase por el cosmos.”

Pero tampoco identifica a Dios con el cosmos: la imagen teónoma “evita el panteísmo, al acentuar la absoluta transcendencia del creador”. El punto intermedio y correcto entre esos extremos es que “en la forma teónoma de ver las cosas, Dios es la última interioridad y profundidad espiritual del universo”.Es decir que Dios es inmanente al cosmos pero también trascendente a él, a la vez.

Pero esto no significa que se abandona la imagen tradicional de Dios como persona para cambiarla por una mera concepción filosófica. Otra vez son éstos dos extremos erróneos que la teonomía debe evitar.

El primero, por caer en el antropomorfismo de ver a Dios como un individuo: hay que “cerrarle el paso a la tonalidad de «individuo» que se insinúa siempre subrepticiamente” en el concepto de ‘persona’”. El segundo, porque la teonomía “no se contenta con confesar la existencia de un Ser Supremo personal y creador, llamado Dios. Una confesión de este tipo no sería más que un deísmo”.

“Es importante mostrar que la imagen autónoma de Dios permanece enraizada en la tradición que comienza en Jesús”, insiste Lenaers. “La forma teónoma de hablar sobre lo indecible está completamente de acuerdo con la predicación cristiana… El mensaje

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cristiano se edifica sobre las experiencias de Israel y principalmente de Jesús de Nazaret en sus encuentros con el milagro original de Dios.”

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[Comentario de Pepe B.:]En mi opinión, de tu exposición, se podría deducir que Dios no es Todopoderoso. Efectivamente, si por Sí mismo, a través de sólo su voluntad, era incapaz para salvar a la humanidad, entonces no era un dios omnipotente. Si para salvarnos tuvo que encarnarse, hacerse hombre, entonces es que al menos había una cosa que no podía hacer Él solo: salvarnos. Ese dios impotente a los efectos de conseguir los objetivos que supuestamente perseguiría su propia creación, no me resulta atractivo.Si no era imprescindible que se encarnara para salvarnos, pero aún así lo hizo por aquello de presumir un poco de amor, poder y gloria, entonces es un dios pedante, que se dedica a vender caros sus favores, favores que, por otra parte, podría haberlos hecho mucho más fácilmente, sin tanto aparato de sufrimiento y parafernalia teológica. Ese dios pedante, de actos gratuitos y sobrantes, tampoco me resulta atractivo.

Pepe B.:Hace poco tuve que dedicar parte de la tarde a ayudar a mi hija a hacer sus deberes de matemáticas, en vez de pasármela bien oyendo música, leyendo, o comentando en el foro.

Hicimos un montón de ejercicios entre los dos.Cuando terminamos –bastante agotados- mi hija podría haberme dicho:-Papá, si supieras de verdad matemáticas, podrías haber hecho todos estos ejercicios tú solo, en el momento que hubieras preferido. ¿Eres demasiado ignorante para haberlos hecho tú solo?¿O es que querías presumir de haberme ayudado, de ser un buen padre, de saber mucho delante de mí?

Ella podría habérmelo dicho… pero no lo hizo. ¿Será que no piensa de la misma manera que tú?

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[De un comentario de Pepe B.:]Creo que de lo que se trata es de que tu hija haga los deberes ella sola. Puede hacerlos sola, aunque seguramente le cueste más esfuerzo. Es más, no aprenderá a hacerlos hasta que sea capaz de hacerlos ella sola. Y cuanto más le “ayudes”, más tardará en aprender… Tú la engendraste autosuficiente para llegar a saber derivar, integrar y resolver ecuaciones diferenciales. Los seres humanos, respecto a Dios y a su salvación, más o menos lo mismo…

Es cierto que no conviene que yo le haga los deberes a mi hija, y tampoco conviene que le ayude tanto que le impida aprender a hacer los ejercicios por sí misma. Pero créeme que mi forma de ayudarla no significa coartar las habilidades de mi hija sino potenciarlas.

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Cualquier padre de familia sabe que habrá muchísimas ocasiones en que sus hijos necesitarán su ayuda, y que les convendrá obtenerla; ningún padre de familia piensa que basta con haberlos engendrado, y ya está: ¡que se las arreglen solos en adelante! No se trata de solucionarles todo, pero tampoco de abandonarlos; hay que tener el buen criterio de ayudarlos respetando e impulsando su independencia.

Creo que un buen padre de familia ayuda a su hijo de varias maneras diferentes:-con el don de la vida y las capacidades que le transmitió al concebirlo dándole el ser,-con la educación, la formación y el ejemplo que le dio,-con sus encargos y consejos concretos y ocasionales, que indican al hijo cuándo y en qué puede ser útil a la familia,-y también con algún apoyo circunstancial para enseñarle y facilitarle realizar sus tareas, sin que eso signifique coartar o ahogar las habilidades, las iniciativas y las aportaciones del hijo.

Sabemos que sería absurdo exigir que toda la ayuda del padre se redujera a las capacidades que transmite por la vía genética, dejando al hijo solo con sus dones innatos, para que actúe siempre “por sí mismo”. Frente a las vicisitudes de la vida, y dada la posibilidad de que el hijo no sepa administrarlas correctamente, esas capacidades pueden resultar insuficientes. Entonces el padre –sabiéndolo y previéndolo- añadirá la educación, el ejemplo, el consejo, el apoyo, cuando y como sea conveniente, sin forzar al hijo, sin atropellar su responsabilidad sino potenciándola.Esto lo aceptamos normalmente como racional y lógico, excepto quizá cuando hayamos tenido la traumática experiencia de un padre maltratador e injusto.

Pienso que es cierto que Dios –en su benevolencia infinita— ha querido desde el principio otorgarnos la gracia suficiente para que alcancemos la Plenitud. Pero no tiene por qué haberlo hecho de una manera única, “por la vía genética solamente”. Igual que un buen padre de familia, seguro que ha previsto dialogar con sus hijos para ayudarlos, sin coartarlos, en las contingencias concretas de su vida… y de su muerte.

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Mariano lo dice con claridad: “Lo que está en la raíz del pensar heterónomo, su objeto fundamental de crítica, no es ‘el lugar’ desde el cual Dios intervendría, sino el hecho mismo de su intervención.”

Puesto que para él, como para otros, “intervención” equivale a “acción”, quiere decir que no están dispuestos a admitir ninguna acción de Dios sobre el mundo, pues Dios no sería sino el “fundamento” metafísico de lo creado, y no puede ser así sujeto de acción alguna por su propia iniciativa, sino sólo el soporte último de las acciones libres de sus creaturas.

Esto se enfrenta directamente al modo de hablar de Lenaers:“Aún en el pensamiento teónomo se puede decir tranquilamente que Dios se «revela», pues él se comunica, se da a conocer en la profundidad de nuestra psiquis humana…Si el espíritu de Dios ha desarrollado su actividad de manera sobresaliente en Jesús, también lo hace en la comunidad de quienes han crecido junto con él para formar un solo cuerpo, es decir, en la Iglesia.

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El Dios cuyo Espíritu vive en todo el pueblo de Dios… El Espíritu no cesa de hablar y de revelarse a sí mismo… Todos somos y seguimos siendo discípulos del Espíritu… El Espíritu es la fuerza experimentable con la que Dios ha reunido a la humanidad y la lleva a su plenitud.”

Está en contraste manifiesto con el mensaje del Jesús “histórico” según los mejores exégetas:Sanders: “Podemos estar muy seguros de que Jesús tenía un mensaje escatológico… En el futuro, pensaba Jesús, Dios actuará de modo decisivo”.Meier: la revolución que predicó Jesús “es una revolución que sólo Dios llevará a cabo cuando el mundo presente llegue a su término”.

Se opone al concepto de Torres Queiruga:“la creatura no ofrece a priori límites a la actuación divina; y que, al ser trascendente [TQ ha hablado antes de ‘la peculiar presencia de Dios en la creatura: ‘trascendencia por inmanencia”], esa actuación no concurre con la de las creaturas, aunque de algún modo puede dejarse sentir en ellas mediante una experiencia específica.”

Y también al de Küng:“Yo puedo utilizar una imagen de manera esencialmente mitológica o no-mitológica. ¿Cuándo entiendo la imagen o la metáfora del “juego” de Dios con el mundo mitológicamente? Cuando con ella afirmo una “intervención” o “irrupción” de Dios, objetivamente observable, que se produce de forma milagrosa entre los acontecimientos del mundo.Y ¿cuándo entiendo la misma imagen, la misma metáfora no-mitológicamente? Cuando con ella expreso una acción real, pero oculta, de Dios, que se produce de forma maravillosa EN los acontecimientos del mundo, de modo que sólo puede ser percibida por el creyente, mientras que permanece oculta para el observador objetivo.”(Hans Küng, en el capítulo II de “El cristianismo y las grandes religiones”)

(Negritas mías, en todas las citas).

Pero, claro, estas “citas de autoridad” nada demuestran para ellos (salvo mi propia “inseguridad”), porque cierto “nuevo paradigma”, desarrollado por una autoridad mayor que todas ellas, las habría superado. (¿?)

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“Ninguna acción de Dios es necesaria para conducir la creación a su plenitud; la autonomía del mundo y del ser humano es autosuficiente.”

He aquí el “axioma neopelagiano” en que se quiere basar un “nuevo paradigma” que equivale a la “disolución total” de la fe cristiana en la acción redentora de Dios por/con/en Jesucristo.

Pero yo, por mi fe cristiana, creo que la acción de Dios por/con/en Jesucristo es posible y necesaria.

Existe, y es perfectamente conciliable con la autonomía del mundo y del ser humano (“axioma teónomo”).

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Y corresponde al auténtico mensaje del Jesús histórico y al pensamiento de los grandes teólogos cristianos, incluídos los más modernos y progresistas.

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Precisamente para resolver el problema de la conexión de lo divino con lo humano expone Lenaers su “teonomía”:“Esta reconciliación entre la autonomía del ser humano y la fe en Dios, ha recibido el nombre de teonomía. Quien piensa en términos teonómicos, confiesa a Dios como la más profunda esencia de todas las cosas y por ello también como la ley interna del cosmos y de la humanidad. (…)Dios se «revela», pues él se comunica, se da a conocer en la profundidad de nuestra psiquis humana… El Espíritu es la fuerza experimentable con la que Dios ha reunido a la humanidad y la lleva a su plenitud.”

Pero Juan Luis habla de “la carga mágica con que es entendida la teonomía” y de que “nos deberíamos limitar a afirmar a Dios como FUNDAMENTO”.Me parece que no puede aceptar la teonomía de Lenaers.

La ‘teonomía’ significa que Dios está presente en “la más profunda esencia” de la conciencia humana, como “ley de la humanidad”. Es decir que admite que Dios actúa en lo más íntimo de la conciencia del ser humano. Actúa realmente, con iniciativa, comunicándose, dándose a conocer, revelándose. Sin que ello signifique ninguna violación, ni detrimento, ni interferencia en la autonomía de la conciencia.

Pero el neo-pelagianismo opone la autonomía de la conciencia a cualquier acción de Dios sobre ella. Considera esa acción de Dios como algo forzosamente externo, impuesto, innecesario. Piensa que cuando la conciencia conoce algo “por sí misma” no puede estar haciéndolo a la vez por efecto de la acción reveladora de Dios en su interior. Supone como evidente que en cuanto hay acción reveladora de Dios, ya no hay conciencia autónoma; sitúa la libertad de la conciencia en el mismo plano que la acción libre de Dios.

No es así, claro. La acción de Dios no sólo no se opone a la libertad de la conciencia humana, sino que la hace posible.

Tiene razón Gonzalo Haya:“Concebimos esa realidad espiritual como más importante, sublime… pero al final la concebimos semejante a la nuestra. Y ahí está el origen de innumerables errores. La acción de Dios y la acción humana son de distinta naturaleza.”

Es difícil, es verdad, no pensar antropomórficamente a Dios. Pero hay que hacerlo; se trata de DIOS. Por eso se puede conciliar la autonomía del ser humano con la fe en la acción de Dios. Conciliarlas es tener fe en un Dios personal que actúa realmente, por iniciativa suya propia, pero no desde “fuera” ni desde “lo alto”, sino desde “lo más profundo de la psiquis humana”, como dice Lenaers. Esa fe no puede referirse a un Dios

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concebido antropomórficamente, cuya libertad se oponga a la libertad humana, sino conciliadoramente, como el Dios cuya libertad funda y sustenta la libertad humana.

Creemos en un Dios personal, no un concepto metafísico.De esto nos habla claramente Lenaers en el capítulo 7 de su libro:“¿Es posible seguir hablando de Alguien, es decir, de Dios como persona, tal como lo enseña la tradición con toda claridad? ¿O ese nombre apunta sólo a un Algo poderoso, a aquella fuerza fatal anónima antes ya mencionada, a la que es imposible dirigirle la palabra, que no nos oye ni responde, con la que uno no se puede encontrar personalmente, algo así como el alma de un gran cuerpo cósmico, como lo vio la escuela de la Estoa? (…)A lo sumo, los filósofos pueden llegar a confirmar o barruntar un fundamento último de todas las cosas, o un alma del mundo, o un principio de evolución, o un motor inmóvil o un Uno de donde procede el universo. Pero ningún fundamento último, alma del mundo, hado ni motor inmóvil otorga a la filosofía el derecho a confirmar o sólo a sospechar que este Último podría ser un tú, que nos dice tú a nosotros y le importa cada individuo humano y la humanidad en su conjunto. Es esto precisamente lo que confiesa el cristiano teónomo con no menor persuasión ni menos expresamente que el heterónomo. Se atreve a ello, porque estuvo en la escuela de Jesús”.

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¿Es necesariamente antropomórfico el considerar a Dios como personal y actuante?

-NO. Lo que es antropomórfico es pensar que Dios sea personal al modo de una persona individual humana, y que actúe como actúa un ser humano.

Dios es personal y actúa, pero a su modo, que no se contrapone sino se compone con el modo humano.Esto nos vienen a decir Lenaers y Haya. Estoy de acuerdo con ellos.

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[De un comentario de Gonzalo Haya:]El corazón humano es el punto de contacto entre Dios y el hombre; ahora me pregunto ¿no hay en ese contacto un plus, una intervención interna de Dios? No es que Dios irrumpa en el mundo para intervenir, sino que nosotros abrimos las compuertas para aprovechar su energía creadora.La mística es un descubrimiento humano del Dios que llevamos dentro. ¿No es también una manifestación de ese mismo Dios? ¿No sería un apriori -y una concesión al cientifismo- el negar una intervención conjunta de Dios con el hombre? No creo que esa intervención conjunta altere, o devalúe, la autonomía humana que proclamamos.Quizás nos enredamos al tratar de explicarlo, pero la experiencia religiosa sabe combinar el actuar “como si dios no existiera” con el sentir su presencia activa.Durante siglos ha prevalecido un exceso de magia y de intervencionismo divino, pero tampoco sería bueno caer en un frío e imperturbable deísmo. ¿Tiene Dios sentimientos? No lo sé, pero sí sé que Dios es amor.

Un lúcido comentario de Gonzalo Haya.

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Suscribo mucho de lo que dice, especialmente que “la experiencia religiosa sabe combinar el actuar ‘como si dios no existiera’ con el sentir su presencia activa. Durante siglos ha prevalecido un exceso de magia y de intervencionismo divino, pero tampoco sería bueno caer en un frío e imperturbable deísmo.”

Lo que no me convence es su expresión de que “nosotros abrimos las compuertas para aprovechar su energía creadora”. Puesto que, si se trata del Dios/Abbá de Jesús, no de un “fundamento último, alma del mundo, hado ni motor inmóvil” -en palabras de Lenaers-, sino de “un tú, que nos dice tú a nosotros y le importa cada individuo humano”, entonces este Dios (el cristiano) no puede compararse a una presión generalizada, impersonal, inintencionada, ejercida por el aire o el agua sobre unas “compuertas”, sino a la interpelación personalizada, intencionada, que dirige a cada uno Alguien, por su propia iniciativa.

Contemplar a Dios como un Tú personal y activo, un Abbá, como hizo Jesús, nos impedirá ciertamente “caer en un frío e imperturbable deísmo” que lo considere sólo como un fundamento impersonal.

-14-

La clave está en la fe cristiana en el ESPÍRITU SANTO, como parte esencial del Dios cristiano, personal y trinitario. No se trata solamente de la fe en un principio metafísico que fundamenta el ser, sino de la fe en una realidad ultra-personal que es inmanente al devenir del mundo. Lo expresa magníficamente Jürgen Moltmann (en su obra “Dios en Creación”, de 1985):“Si intentamos concebir la naturaleza de ‘la actividad concurrente de Dios’ (concursus Dei generalis et specialis) en la historia del mundo y de la vida de cada criatura individual, podemos pensar en toda una serie de relaciones: Dios actúa ‘en’ y ‘mediante’ la actividad de sus creaturas; Dios actúa ‘con’ y ‘por’ la actividad de sus creaturas; los seres creados actúan ‘desde’ las potencias divinas y ‘hacia’ el medio divino; la actividad de las creaturas se hace posible ‘por’ la paciencia divina; la presencia de Dios en el mundo es el espacio de libertad ‘para’ los seres creados; etc. No tenemos que esperar que la actividad de Dios tome la forma de intervenciones sobrenaturales e irrupciones espectaculares. Una expectación de este tipo distorsionaría nuestra percepción de la acción divina. Pero reconocer la presencia silenciosa y no-intrusiva de Dios en la historia no excluye de ningún modo la experiencia de sus ‘signos y maravillas’. El discernimiento de éstos sólo es posible a la luz de la constante experiencia del concurso divino.

Mediante su Espíritu, el mismo Dios está presente en su creación. La creación entera es una fábrica urdida e impulsada por las capacidades del Espíritu. Mediante su Espíritu está Dios también presente en las propias estructuras de la materia. La creación no contiene materia no-espiritual ni espíritu no-material; sólo hay materia ‘informada’. Pues a las diferentes clases de información que determinan los sistemas de la vida y la materia debe dárseles el nombre de ‘espíritu’. En los seres humanos, alcanzan la consciencia por la vía creatural. En este sentido, el cosmos entero debe ser descrito como correspondiente a Dios –como acordado a Él: porque es efectuado mediante el

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Espíritu de Dios, existe en el Espíritu de Dios, se mueve y evoluciona por las energías y potencias del Espíritu divino.”

¡Claro que este inmanentismo se parece al panteísmo! Por eso la Iglesia, con trascendentalismo contumaz, lo persiguió históricamente con tanta saña y recelo, sin darse cuenta de que –bien entendido— no es en absoluto contradictorio ni incompatible, sino indispensable, para su doctrina trinitaria y la cosmovisión correspondiente.

La cita de Moltmann continúa así:“¿Por qué, de hecho, parece el panteísmo una filosofía tan plausible a muchos teóricos evolucionistas, sea el panteísmo de la materia, la naturaleza o la vida? La razón no estriba meramente en el ansia de emancipación, en rebelión contra la Iglesia. Las razones son factuales, sustanciales. Cuando la mirada se dirigía hacia la contingencia inicial del mundo, el teísmo se presentaba como la filosofía obvia; porque el teísmo distingue entre Dios y el mundo. Pero cuando estamos pensando en la evolución del cosmos y de la vida desde la contingencia de los eventos, el panteísmo dinámico parece mucho más plausible: la materia que se organiza a sí misma también se trasciende a sí misma y produce su propia evolución. Así que en este sentido es auto-creativa. Este fenómeno ‘puede’ ciertamente ser interpretado con la ayuda de la teoría holística de Spinoza. ‘Natura est natura naturans’. Consecuentemente, ‘deus sive natura’. Pero la doctrina trinitaria de la creación sugiere una interpretación pneumatológica. El Dios que está presente en el mundo y en cada parte de él, es el Espíritu creador. No es meramente el espíritu de Dios quien está presente en el mundo en evolución; es más bien Dios-Espíritu, con sus energías increadas y creadoras.”

Se ve que para Moltmann –y también para mí, modestamente— el panteísmo no es sino una interpretación extremada e incompleta (en tanto que prescinde de la trascendencia) del “inmanentismo”; y cuando se interpreta este inmanentismo desde la doctrina trinitaria cristiana, viene a ser “pneumatología”, es decir teología del Espíritu Santo, o mejor, como dice Moltmann, de Dios-Espíritu (God the Spirit).

Y es que Dios, según la doctrina cristiana, no se nos manifiesta de una manera única. No es solamente trascendente –“Otro”- por haberse “contraído” o “retirado” kenóticamente dejándonos vacíos de Él. Sino que además, por su inmensa benevolencia amorosa, se hace presente en el interior de nuestro espacio –originalmente vacío— para ir llenándolo paulatinamente hasta que se logre restaurar plenamente “Dios todo en todo”. (A la ‘kenosis’ –anonadamiento- sigue necesariamente la ‘anaplerosis’ –restauración— para lograr la ‘apocatástasis’ –plenitud de Dios en todo).

Por eso descubrimos que Dios es inmanente al mundo (“Espíritu Santo”) a la vez que trascendente (“Padre”). Es pues ubicuo y kenótico a la vez, aunque eso parezca contradictorio. Pero es que en Dios “se concilian los contrarios”; en este caso para conseguir que el “totalmente Otro” esté también presente en “lo más íntimo de nuestra intimidad” y nos haga al fin partícipes de su Vida divina.

La experiencia espiritual extraordinaria de los primeros cristianos, desde sus comienzos, en el siglo I, fue ir descubriendo que Jesús se había identificado con la Sabiduría de Yahvé, al mismo tiempo que apelaba a Yahvé como a su Padre-Abbá, y a su Unidad en el Amor con Él por el mismo Espíritu (la “Ruah”: la “exhalación” divina) efundido a la

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Creación y ahora a la comunidad de los redimidos (“para que sean Uno como Tú, Padre, y yo somos Uno”).

Como heredero de esa experiencia espiritual, yo creo en la inmanencia de Dios “en todo lo bueno”, a modo de verdadero Espíritu procedente de su trascendencia. Así Dios está en todo íntimo susurro bondadoso (como el de una brisa suave, no huracanes, ni temblores, ni incendios), impulsando impetuosamente lo creado hacia su futuro trascendente.Pero donde más solícito y cercano se ha hecho su susurro bondadoso es en su presencia solidaria, concreta y accesible, plenamente encarnada en un ser humano particular –Jesucristo—, para dialogar respetuosa y amorosamente, de tú a tú, con cada una de nosotras las personas.

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La frase: “Hay Otro Mundo… pero está en éste”, expresada -algo paradojalmente- en términos espaciales, equivale en cierto modo a la frase proléptica/escatológica: “Ya sí… pero todavía no”, expresada –también paradojalmente— en términos temporales.

Pensar que la Novedad Última, que (presumiblemente) emergerá finalmente, satisfará nuestras esperanzas y corresponderá a la realización plena de nuestros valores humanos, de manera que podemos anticipar ese Otro Mundo en “el mundo de los valores y de las experiencias místicas” del presente, es, a mi modo de ver, tener fe en Dios en dos sentidos complementarios:

- En el sentido de creer que las capacidades que potencian e impulsan, en forma de tendencias o “propensiones” (leyes naturales), las emergencias evolutivas conducentes a ese Fin, son la acción creadora inmanente del Espíritu del Dios que, a nuestro nivel humano, reconocemos como origen y destino de nuestras aspiraciones éticas (y estéticas y cognitivas).

- Y en el sentido de creer que el Espíritu de Dios nos hace participar desde ya en ese Fin, comunicándonoslo como anticipo, y nos hará participar de él plenamente más allá de nuestra muerte, ambas cosas gracias a su acción redentora.

Si esa fe correspondiera a meros buenos deseos y no a realidades físicas, estaríamos divagando. Por eso es conveniente descubrir cómo se articulan los planos físico y moral, y ello sin confundir los planos cósmico e individual.

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Para hablar seriamente, con un mínimo de rigor y coherencia, respecto de la “magia”, debemos partir de una definición aceptable que no sea una mera apreciación subjetiva.

No es aceptable que alguien defina “magia” como “lo que yo no logro entender según mi conocimiento de las leyes naturales, y que por eso me parece fantasía y engaño”. Esta postura ingenua, si bien es comprensible en cierto modo, es puro subjetivismo,

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claro. Y si se replica que las leyes naturales son una referencia objetiva, este argumento no soporta el análisis, porque las leyes naturales no son conocidas del todo por nadie.

Podría reconocerse lo que parezca una abierta violación de las leyes aceptadas actualmente, pero nada más; esa aparente violación puede significar fantasía y engaño, por supuesto (y no discuto que sea así en muchos casos; en unos casos para diversión intrascendente; en otros para abominable manipulación), pero también podría significar que las leyes en que me baso para juzgarlo no están todavía bien definidas, o son incompletas.

Si quiere afirmarse que una práctica o una creencia es “mágica”, debe explicarse seriamente el porqué. Y esa explicación no puede ser “porque a mí me lo parece”. Debe tenerse en cuenta que una tecnología que quede completamente fuera de nuestros conocimientos actuales y nuestra experiencia habitual –como será la tecnología desarrollada por nuestros descendientes remotos en el futuro, o sería la tecnología desarrollada por unos hipotéticos habitantes inteligentes de otro planeta— nos parecería “magia”, sin duda, pero no lo sería según un concepto objetivo y riguroso.¡Cuánto más se puede decir esto de la “tecnología” de Dios!

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La ‘teonomía’ (Lenaers) significa que Dios está presente en “la más profunda esencia” de la conciencia humana, como “ley de la humanidad”. Es decir que admite que Dios actúa en lo más íntimo de la conciencia del ser humano. Actúa realmente, con iniciativa, comunicándose, dándose a conocer, revelándose. Sin que ello signifique ninguna violación, ni detrimento, ni interferencia de la autonomía de la conciencia.

Pero hay quien opone la autonomía de la conciencia a cualquier acción de Dios sobre ella. No es así, claro. La acción de Dios no sólo no se opone a la libertad de la conciencia humana, sino que la hace posible.

A mí me parece que quien piensa que el que la conciencia humana actúe “por sí misma” significa que puede actuar independientemente de toda acción del Espíritu de Dios en su interior y que en eso consiste su autonomía, está completamente equivocado.

A mi juicio, si se piensa que creer en una acción así de Dios es pura “magia”, entonces la creencia en una independencia así es puro “ilusionismo”.

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Quiero aclarar que, en mi concepto, la conciencia humana SÍ que puede actuar en contra de la acción del Espíritu en su interior, lo que NO significa “independientemente”. La influencia del Espíritu se le manifiesta sólo como “tendencias”, no como imposiciones deterministas.

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Dios está en todo… sustentando e inspirando a las creaturas, pero admitiendo benévolamente la autonomía y la libertad del mundo y las personas, por lo que –inevitablemente (aunque sólo provisionalmente)— debe permitir el mal físico y moral que sea consecuencia de una autonomía y libertad empleadas en contra de su voluntad e inspiración.

Cuando hablo de “inspiración” de Dios, me refiero a las tendencias o propensiones creadoras, que en el nivel humano se manifiestan como impulsos éticos, estéticos y cognitivos. Sin que el ser humano, al pertenecer también al nivel biológico y al nivel material, carezca de otras propensiones, propias de esos otros niveles más básicos. Todas esas propensiones vienen de la acción creadora del Espíritu de Dios, y no son “intervenciones”.

También creo en otra acción del Espíritu de Dios, la acción redentora que se ejerce en lo más íntimo de las conciencias, sin que tampoco sea “intervención”. Aquí concibo otro tipo de inspiración, más personal, que se manifiesta, creo, como pensamientos e inclinaciones. En palabras de Küng “el hombre puede ser interpelado por Dios en su concreta situación individual y social, puede interpretar, con toda precaución y cautela, un pensamiento o una decisión como verdadera inspiración de Dios para su vida”.

Pero eso no significa, en mi opinión, ni mucho menos, que yo acepte que cuando alguien diga que está inspirado por Dios, sea verdad siempre. Ni aunque lo asegure con un dogma. Sin embargo, en algunos que no lo digan, ni aun lo piensen, puede ser verdad en multitud de casos, creo. “Por las obras los conoceréis”.

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El caso concreto más patente e indiscutible de inspiración personal de parte del Espíritu de Dios, es el de Jesús. Lo manifestó en sus hechos como en sus dichos.“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido…”(Lucas 4,18).

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La gracia (en todos los sentidos) del cristianismo es creer que Dios se ha encarnado en una persona humana concreta: Jesús de Nazaret, para solidarizarse históricamente con todas las personas humanas concretas, y así renovar la historia para ellas. Todo lo que no llegue a esto, por bien intencionado que sea, es vana teosofía.

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¡No me hagan elegir entre los insensatos crédulos y los sesudos incrédulos, por favor!

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Creo que Dios actúa en el mundo, mediante su Espíritu inmanente, únicamente de dos maneras:-a través de las llamadas leyes naturales, para ejecutar su Creación-a través de la consciencias personales, para ejecutar su Redención.

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Creer que Dios actúa en el mundo de cualquier otra manera o para cualesquiera otros fines, o que se puede hacerle actuar así, es un error, por bienintencionado que sea.