yemas de canónigo

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"Yemas de Canónigo" de los autores Javier del Amo y Roberto Escudero

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Page 1: Yemas de Canónigo

Yemas de Canónigo relata lo sucedido en la Comunidad

Autónoma de Tordecillas cuando otra C.A. reclama los

restos de su santa patrona que descansan en la Catedral

desde hace siglos. La tensión social se exacerba al negar-

se la antigua confitería Miranda a ceder los derechos de

sus famosas yemas a Ho jaldre International House que

pretende instalar una fábrica para la producción indus-

trial de la exquisita dulcería conventual de la región.

La obra actualiza en clave de humor algunas de las cons-

tantes de la literatura española de todos los tiempos. En

ella hay, como ha habido siempre, clérigos pobres y ena-

morados, ágapes opulentos, mujeres deslumbrantes, am-

biciones desmedidas, misterios insondables y milagros.ROBERTO ESCUDERO es Dr. en

Ciencias Económicas. Es autor de

numerosos trabajos técnicos y

colaborador de distintas

publicación periódicas. Entre sus

obras de temas no económicos hay

que destacar Viajes y Viajeros por

Tierras de León, en Colaboración

con J. García Prieto, (1984) y León

y el Mar Común (2001). Esta obra

es su primera incursión en el

campo del relato.

JAVIER DEL AMO es licenciado

en Derecho y Psicólogo. Es autor

de numerosos ensayos sobre

psicología. Entre su extensa obra

literaria figura El Sumidero (1965),

La Espiral (1972), El Canto de las

Sirenas de Gaspar Hauser (1973),

El niño que pintó el mundo (1997)

y El caniche de Rembrandt (2003).

Ha sido Premios Ateneo Jovellanos

de Novela (1970) y Café Colón de

Almería (1973).

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YEMAS DE CANÓNIGOJAVIER DEL AMO Y ROBERTO ESCUDERO

Page 4: Yemas de Canónigo
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Aprobación

Habiendo leído con cuidado este libro intitulado “Yemas de Canónigo”,

por comisión de los señores del Cabildo Catedralicio de la diócesis de

Tordecillas no he hallado en él cosa que sea contraria a nuestra Santa Fe

Católica. Por lo cual, y porque contiene cosas muy dignas de que se sepan,

y para mejor servicio del Rey nuestro señor, y el estilo y verso es elegante y

propio, y muy en consonancia con la materia, me parece que es justo que

se de licencia para que se imprima.

Dado en el estudio de esta villa de Tordecillas

a 25 de marzo de 2012

Licenciado Ternera

de la Universidad Complutense

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Antífona

Este tiempo nuestro, desvencijado y cainita, cruel, tierno y asom-

broso merece que se le dedique un libro. Visión benévola, incluso con

quienes enarbolan la espada, este texto viene a ser una lucecita muer-

ta —no un fulgor fulgurante— en este mundo desmesurado que se

llama global y comunitario cuando, en rigor, es un hecho vertiginoso y

descontrolado tejido por Internet y los desastres fi nancieros en el que

continentes enteros, sometidos a la penuria, reciben el califi cativo de

“economías emergentes” de acuerdo con una jerga pedante, de la que

forman parte “sostenibilidad”, “cambio climático”, “burbuja inmobilia-

ria” y otros conceptos absolutos, rimbombantes y ayunos de verdad.

En las coordenadas de ese mundo hay un país singular y asombro-

so, unido en una inverosímil amalgama —los toros, el desierto del sur,

versos encendidos, ensoñaciones utópicas— habitado por gentes de

idiosincrasia salvaje y una sensibilidad a fl or de piel que alberga mentes

inquisitoriales. Esa realidad, compleja y fascinante, es hoy presa de un

desorden político y administrativo, de alto voltaje... y difícil de imaginar

para el historiador.

En esa tierra, envenenada por heridas incurables, atormentada por

ofensas inextinguibles, donde se sigue reclamando la reparación de

afrentas seculares, hubo un general que hizo una dictadura, luego una

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república de orden dudoso, mas tarde una lucha entre hermanos a la

que siguieron años de hambre, sueños rotos y esperas interminables.

Cuando murió por la edad el general (otro, distinto del primero) que

había gobernado aquel largo periodo, surgió una reconciliación llena

de utopías en torno a un futuro inimaginable.

Pero de forma inesperada, brotó la fl oración tóxica de las diferen-

cias, el retorno a divisiones disparatadas, la aparición de la disparidad

que acabó minando las bases de la convivencia. El retorno de los

iluminados alimentó el crecimiento de un sistema institucional mega-

lómano que puso las cosas muy complicadas.

El aparato burocrático acabó por producir una metástasis que en

décadas devoró todo lo terrenal, hasta el punto de que ya no que-

daron sino los edifi cios públicos y sus banderas y, en torno, un baldío

donde no había sino gentes amenazadas por la pobreza y el paro,

edifi cios desvalorizados e ideas insensatas.

De ese país, en el que cada parte es el todo, trata esta historia.

En ella hay, como ha habido siempre, clérigos pobres, cultos y ena-

morados, mujeres de hermosura deslumbrante, ambiciones, pasiones

desmedidas, misterios insondables y milagros.

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ITordecillas

El reloj de pesas del despacho dio una rotunda campanada. El obis-

po se levantó, se acercó al enorme ventanal y, con su reloj de bolsillo

en la mano, contempló el espléndido panorama de la ciudad.

En primer plano, muy cerca, los pináculos de la catedral alzándose

sobre los tejados del casco antiguo; algo más lejos, el palacio de la

Diputación, los edifi cios de la Caja de Ahorros y el Ayuntamiento. De-

trás, los barrios del ensanche con su confusa arquitectura de ladrillo

y cemento y, al otro lado del río, la estación de ferrocarril, siempre en

obras, y más allá la ciudad moderna; sus audaces torres de cristal y

acero, símbolo de la pujanza económica de Tordecillas, brillaban entre

grúas al sol límpido de la mañana.

El reloj de la catedral emitió una campanada y a continuación lo

hizo el de la Caja de Ahorros; instantes después el carillón de la an-

tigua entidad fi nanciera difundió en el aire fresco de la mañana el

estribillo del himno a Tordecillas.

El prelado volvió a colgar su reloj en la presilla interior de la sotana

cuidando de que la delicada cadena de oro se insinuara elegantemen-

te bajo el ribete rojo que la recorría de arriba a abajo.

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Apenas un minuto de retraso —pensó— entre la hora de la cate-

dral, la de la Caja de Ahorros, y la de aquella antigua joya, regalo de su

madre, que marcaba su propio tiempo.

El tiempo, sí, era su gran aliado. Su habilidad para modularlo a me-

dida de cada circunstancia se consideraba una de las virtudes políticas

de D. José María Fernández y Díaz de Mondelo, Chema. Su timidez y

apocamiento —que sus partidarios tomaban por prudencia— habían

impulsado su brillante carrera eclesiástica desde los días del seminario.

Los años habían convencido al prelado de que en general los pro-

blemas son susceptibles de soluciones dispares y hasta contradictorias

de modo que, con frecuencia, lo más conveniente es no hacer nada,

dejar que las cosas sucedan, esperar a que el tiempo lo cure todo.

Para desesperación de sus adversarios, esa fórmula le había apor-

tado notoriedad y prestigio de forma que, cuanto menos hablaba, mas

sabio parecía y, cuanto menos resolvía, menos errores cometía y mas

prudente resultaba.

Su parsimonia y mutismo le habían acreditado como confi dente

fi able y discreto; gracias a lo que había llegado a ser el consejero —y,

a veces, aliado— imprescindible en todo lo concerniente a la ciudad.

Alzó los ojos. Al fondo del paisaje divisó las naves del polígono in-

dustrial, el estadio de fútbol y el parque tecnológico promovido por el

Gobierno Regional. Detrás, en la lejanía, los colores pardos y ocres del

campo, la masa gris de las choperas y cerrando el horizonte el perfi l

de las montañas con las crestas ya cubiertas de nieve.

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IIEl homenaje

En el comienzo del homenaje, el obispo de Tordecillas parecía dor-

mido a su lado. Abajo, en las sillas del auditorio, no creyó ver la abun-

dante clerecía, familiares y amigos sino una masa informe de conejos

apretados por el miedo a un incendio. El Padre Delfín pensó que todo

había sido raro en su vida.

¿Por qué había sido cura?

¿Por qué se fue luego a las misiones?

¿Quién era ese Dios que le había infundido el amor por la literatura?

¿Qué se valoraba de su vida?

Le afl igía una sensación desconcertante de no haber hecho gran-

des progresos a lo largo de su dilatada trayectoria eclesiástica.

Recordó el gesto valeroso al entrar en el Seminario, aquel primer

día, cuando un sol de Van Gogh iluminó su cuerpecito pequeño y ado-

lescente. Y aquella época de dolor en la que descubrió que el celibato,

que le esperaba implacable, iba a intentar quitarle del magín a la mujer,

que ya intuía que era para el hombre obsesión dolorosa.

Un ansia triste-nostálgica le embargó.

Una campana, fuera, tocó solemne y fúnebre pero alegre también.

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IIIEl regalo

El secretario dejó solo al Padre Delfín en la salita de espera conti-

gua al despacho del obispo. Sobre la mesa, aún sin desplegar, el último

número de El Debate, el diario que él había ayudado a fundar hacía

más de 35 años cuando era director de las juventudes apostólicas.

Lo abrió por la página dos y leyó entre líneas la columna de Hipólito

Antolín sobre las pérdidas millonarias que acarreaba a la Hostelería la

prohibición de fumar en los establecimientos públicos.

Se acercó al radiador. Los tejados de Tordecillas resplandecían a

la luz dorada del veranillo de San Martin. Apoyó la frente en los

enormes cristales fríos y vio abajo, paseando frente a la pastelería

de las señoritas Miranda, a D. Teófi lo Valbuena, su viejo preceptor del

seminario.

La sala, de techos altísimos y paredes empapeladas de un rojo

descolorido, tenía un olor similar al de las antiguas enfermerías de los

cuarteles. Frente al ventanal, recibiendo de lleno la luz de la mañana,

una estantería con la colección completa de El Año Cristiano.

—Enhorabuena, carísimo. Repito: enhorabuena.

El obispo, le sonreía desde la puerta con los brazos extendidos. Le

pasó a su despacho y cerró la puerta.

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—El homenaje de ayer fue un éxito. Nada de modestia. Ud. se

merece eso y mucho más.

Buscó en el cajón derecho de la mesa y le tendió un paquetito

envuelto en papel azul.

—Aquí tiene mi regalo personal. Nada, nada de agradecimientos.

Ya ve, una modesta estilográfi ca. No tiene más valor que el del reco-

nocimiento hacia su dilatada trayectoria literaria y mi afecto.

Pero había, claro, algo más. El obispo recorrió la habitación dos

veces sin decidirse a hablar.

D. José María dudaba. La indecisión, fruto en último término de su

inseguridad, había sido, desde la niñez, el rasgo más sobresaliente de

su carácter. Pero, por alguna razón, sus largos silencios eran interpreta-

dos como signo inequívoco de estar en posesión de información solo

asequible a quienes, como él, sabían moverse en círculos reservados a

personas de gran importancia y sabiduría.

—El tema es muy delicado —decía mientras paseaba arriba y aba-

jo— La diócesis se enfrenta en estos momentos a uno de los mayores

escándalos de su historia. Quiero que Ud. se ocupe personalmente;

personalmente ¿comprende?

Su carácter, contrario a toda precipitación, le había dado fama de

refl exivo y su parquedad de palabra era interpretada como signo de

discernimiento.

Pasó largo tiempo hasta que, el obispo, por fi n, se detuvo. Carras-

peó. Su tono de voz se hizo mas bajo y confi dencial.

Se levantó y cerró la puerta. Luego se arrodilló a su lado. Su calva

estaba cubierta de gotas de sudor.

—Por favor, padre, le ruego que me reciba en confesión.

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Yemas de Canónigo relata lo sucedido en la Comunidad

Autónoma de Tordecillas cuando otra C.A. reclama los

restos de su santa patrona que descansan en la Catedral

desde hace siglos. La tensión social se exacerba al negar-

se la antigua confitería Miranda a ceder los derechos de

sus famosas yemas a Ho jaldre International House que

pretende instalar una fábrica para la producción indus-

trial de la exquisita dulcería conventual de la región.

La obra actualiza en clave de humor algunas de las cons-

tantes de la literatura española de todos los tiempos. En

ella hay, como ha habido siempre, clérigos pobres y ena-

morados, ágapes opulentos, mujeres deslumbrantes, am-

biciones desmedidas, misterios insondables y milagros.ROBERTO ESCUDERO es Dr. en

Ciencias Económicas. Es autor de

numerosos trabajos técnicos y

colaborador de distintas

publicación periódicas. Entre sus

obras de temas no económicos hay

que destacar Viajes y Viajeros por

Tierras de León, en Colaboración

con J. García Prieto, (1984) y León

y el Mar Común (2001). Esta obra

es su primera incursión en el

campo del relato.

JAVIER DEL AMO es licenciado

en Derecho y Psicólogo. Es autor

de numerosos ensayos sobre

psicología. Entre su extensa obra

literaria figura El Sumidero (1965),

La Espiral (1972), El Canto de las

Sirenas de Gaspar Hauser (1973),

El niño que pintó el mundo (1997)

y El caniche de Rembrandt (2003).

Ha sido Premios Ateneo Jovellanos

de Novela (1970) y Café Colón de

Almería (1973).Y

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