sol y luna 1 - año 1938

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SOL Y LUNA I BUENOS AIRES 1 9 3 8

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Revista Catolica

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  • SOL Y LUNA

    I B U E N O S A I R E S

    1 9 3 8

  • S O L Y L U N A

  • SOL Y LUNA D I R E C T O R E S

    Mario Amadeo Juan Carlos Goyeneche

    SECRETARIO DE REDACCION

    Jos Mara de Estrada

    1 B U E N O S A I R E S

    1 9 3 8

  • S U M A R I O

    Sol y Luna 7

    El Tomismo y La Filosofa Contempornea, por Regi-

    na Ido Garrigou La gran ge 0. P 9

    Mundo, por Jos Mara de Estrada 31

    Gertrude von Lefort, Poeta de Roma, por Mario Amadeo 35

    Coplas, por Rafael Jijena Snchez 55

    Eugenio Montes, por Juan Carlos Goyeneche . . . . 57

    De Granada a Rocroy, por Eugenio Montes . . . . 62

    Chesterton novelista, por Ignacio B. An^ptegui . . . 95

    Dialctica del Imperio, por Marcelo Snchez Sorondo . . 107

    El poeta y la Repblica de Platn, por Leopoldo Marechal 119

    La calle Mozart, dibujo, por Hctor Basalda . . . 124

    Sobre Historia, por Santiago de Estrada 125

    F L O R D E L E E R

    Lepaoto, por Chesterton, traduccin de Jorge Luis Borges 136

    Carta de Dante al Can Grande de la Scala, traduccin

    de Santiago de Estrada 149

    Danza de la Muerte (annimo) 163

    B I B L I O G R A F I A

    Por Juan R. Sepich, Samuel W. Medrano y Leopoldo

    Marechal 173

  • s . o L

  • EN los das que corren y en los cuales un obscurecimiento seme-jante a la noche gravita sobre los prin-cipios eternos, hurta su verdadera significacin a los hechos y hasta olvida el antiguo y exacto valor de las pala-bras, "SOL Y LUNA" , con el doble simbolismo del Sol, que es la luz directa, y de la Luna, que es la luz reflejada,

    "quiere contribuir a dar testimonio de la luz y afirmar los principios substanciales del orden verdadero, los cuales tienen su fanal en la Causa Primera y su reflejo en todo lo creado, as como la luz brota del Sol y se refleja en el espejo exacto de la Luna. Cuando el Sol y la Luna se miran frente a frente, se produce el claro prodigio de la armona, y el orden humano, como reflejo del querer divino, tiene la dichosa facilidad de una mirada. Nuestra revista, con el simbolismo de su ttulo, quiere signicar una ferviente as-piracin a tal orden y a tal armona por el amor del sol y la fidelidad de la luna-

  • EL TOMISMO Y LA FILOSOFIA CONTEMPORANEA

    QUISIERA referirme a una de las formas ms se-guras de la filosofa tradicional, es decir, al tomismo, frente a la filosofa contempornea. Decimos la "filosofa contempornea" en el sentido en que se dice filosofa griega, filosofa medieval, o filoso-fa moderna, aunque en realidad no se trata precisamen-te de una filosofa contempornea sino de filosofas con-temporneas muy distintas entre s, como hubo filoso-fas griegas muy opuestas, desde la de Platn a la de Epicuro, y tambin filosofas medievales, desde el rea-lismo absoluto hasta el nominalismo radical de Occam y Nicols D'Autricourt. Sin embargo existen en la actua-lidad tendencias generales a las que se vinculan los diversos pensadores. Podramos distinguir tres princi-pales.

    En primer lugar el agnosticismo, ora emprico, proce-dente del positivismo, ora idealista, derivado del kantis-mo. As tenemos hoy da el neopositivismo de Carnap, Wittgenstein, Rougier, y el movimiento llamado Wiener Kreis. Hay all a veces un nominalismo que es la reedi-

    9

  • ein corregida y aumentada de Hume y Auguste Comte.

    La fenomenologa de Husserl sostiene, por su parte,

    que el objeto de la filosofa es el dato inteligible absolu-

    tamente inmediato que ella analiza sin razonamiento. Se

    trata aqu de filosofas, no ya del ser, sino del fenmeno,

    segn la terminologa primeramente empleada por Par-

    mnides.

    En segundo lugar tenemos las filosofas de la vida y del devenir, en otros trminos, la tendencia evolucio-nista que tambin se presenta ya bajo una forma idea-lista que recuerda a Hegel, como ocurre en Italia con Gentile y en Francia con Len Brunschwieg, ya bajo una forma emprica, como la evolucin creadora de Henri Bergson quien, sin embargo, desde hace algunos aos, as como tambin Maurice Blondel, se aproxima a la filoso-fa tradicional movido por las exigencias superiores de una vida espiritual e intelectual consagrada a la bsque-da del Absoluto.

    En fin, se dan hoy da diversos ensayos de metaf-sica alemana como el de Max Shceler voluntarista, el de Driesch, que torna a Aristteles a travs de la filosofa de la naturaleza, el de Nicols Hartmann, de Heidelberg, que defiende los derechos del realismo ontolgico vol-viendo a la ontologia aristotlica aunque interpretada en un sentido platnico.

    En realidad subsisten siempre los mismos grandes problemas: el de la constitucin ntima de los cuerpos, el de la vida, de la sensacin, del conocimiento intelec-tual, de la libertad, del fundamento de la moral, de la distincin entre Dios y el mundo. Reaparecen, en conse-cuencia, bajo formas diversas, las antiguas oposiciones

    10

  • entre el mecanicismo y el dinamismo, entre el empiris-

    mo y el intelectualismo.

    El principio generador de la filosofa aristotlica y tomista.

    Antes de comparar el tomismo con las mencionadas tendencias de la filosofa contempornea quisiera recor-dar que el tomismo, en su aspecto filosfico, es decir, la filosofa aristotlica interpretada y desarrollada por San-to Toms y sus discpulos, es el resultado de un examen profundo de la philosophia perennis; resultado donde encontramos, acerca del mundo y del hombre, lo que hay de mejor en el pensamiento de Aristteles y de sus comentadores, y acerca de Dios, lo mejor tambin del pensamiento de Plotino y San Agustn.

    Esta filosofa aparece as, segn la observacin de H. Bergson en la "Evolution cratrice", como "la meta-fsica natural de la inteligencia humana", o la prolonga-cin de la razn natural.

    Por su misma naturaleza y por su mtodo esta filo-sofa se abre al mismo tiempo a todo lo que nos ensea el progreso de las ciencias. Esto se debe a que la filosofa tradicional no es una mera y prematura construccin a priori fabricada por una inteligencia genial y prestigiosa, como ocurre con el hegelianismo, sino a que ella posee una amplia base inductiva que se renueva constantemen-te por el examen cada vez ms atento de los hechos. Esto se advierte particularmente en la obra de San Alberto Magno, el maestro de Santo Toms.

    11

  • Ella es sin embargo una metafsica, una filosofa del ser, una ontologa, que ha escrutado durante siglos

    las relaciones del ser inteligible con los fenmenos sen-sibles; ha investigado tambin las relaciones que median

    entre el ser y el devenir y ha tratado de hacer in-

    teligible el devenir en funcin del ser, primum cognitum, mostrando la naturaleza propia del devenir como un pa-

    saje de la potencia al acto y asignndole tambin su cau-

    sa eficiente y su finalidad.

    Por stas dos caractersticas, una positiva, otra es-

    peculativa y realista, el tomismo se opone profundamen-

    te al kantismo y a las concepciones que derivan de Kant.

    Por la misma razn, porque la filosofa aristotlico-tomista tiene una amplia base inductiva que le permite permanecer en contacto con los hechos, y porque es al mismo tiempo una filosofa del ser, del devenir, y de sus causas, esta filosofa acepta todo lo que hay de ver-daderamente positivo en las otras concepciones opuestas entre s: posee una gran capacidad de absorcin y de asimilacin, lo que le permite juzgar de su valor, no slo abstracto, sino vital. Es lo que yo quisiera mostrar ins-pirndome en una profunda reflexin de Leibnitz, re-flexin cuyas races se encuentran en Aristteles y en Santo Toms, y de la cual Leibnitz hubiera podido sacar gran fruto de las consecuencias que slo haba entrevis-to. Meditando sobre lo que deba ser la philosophia pe-rennis, Leibnitz haba notado, pero de una manera de-masiado eclctica, que los sistemas filosficos son a me-nudo y an generalmente verdaderos en lo que afirman, y falsos en lo que niegan.

    Se trata aqu de afirmaciones verdaderas no de

    12

  • aquellas que slo son negaciones disfrazadas; se trata de las afirmaciones que constituyen la parte ms positiva de cada sistema, junto a las negaciones que lo limitan. Esta observacin de Leibnitz parece muy justa y es, in-cluso, bastante evidente para todos. El materialismo, en efecto, es verdadero en lo que afirma: la existencia de la materia; y es falso en cuanto niega el espritu. Inver-samente ocurre con el esplritualismo idealista o inmate-rialista, el de un Berkeley por ejemplo.

    De la misma manera y Leibnitz no lo ha com-prendido bastante el determinismo psicolgico es ver-dadero en cuanto afirma la direccin intelectual de la voluntad en la eleccin voluntaria, pero segn muchos es falso en cuanto niega la voluntad propiamente dicha. Lo contrario sucede con el libertismo que suea con una libertad de equilibrio sin direccin intelectual.

    Esta observacin general sobre los sistemas filos-ficos, efectuada desde un punto de vista eclctico, puede ser tomada por un aristotlico-tomista desde un ngulo superior al del eclecticismo. Se funda sobre sta verdad: hay ms en lo real que en todos los sistemas. Como di-ce un personaje de Shakespeare "hay ms en el cielo y sobre la tierra que en toda vuestra filosofa*' y an que en todos los sistemas filosficos reunidos. Cada uno de ellos, en efecto, afirma un aspecto de lo real y niega frecuen-temente otro aspecto. Esta negacin provoca una antte-sis, como dijo Hegel, antes que el espritu llegue a una sntesis superior.

    Nosotros estimamos, pues, que el pensamiento aris-

    13

  • totlico-tomista no es una genial aunque prematura cons-

    truccin a priori, sino que siempre permanece atento a los diversos aspectos de lo real, esforzndose de no ne-

    gar ninguno de ellos, de no limitar indebidamente la rea-lidad que se impone a nuestra experiencia (externa e interna, constantemente renovable y perfectible) y tam-

    bin a nuestra inteligencia a la vez intuitiva, a su mane-ra, y discursiva. El pensamiento aristotlico-tomista est

    as de acuerdo con la razn natural, pero excede mu-

    chsimo al sentido comn cuando muestra la subordina-cin necesaria y la coordinacin de los diversos aspectos de lo real. El tomismo se eleva, as, muy por encima de

    la filosofa escocesa que se reduce al sentido comn. Co-

    mo deca, sosteniendo diversas tesis en la Sorbona, uno

    de mis maestros, \ ctor Brochard, no hay que confundir

    en la historia de la filosofa los dos Tomases: Toms de

    Aquino y Toms Reid. El primero es indiscutiblemente

    mucho ms elevado, profundo y universal que el segun-

    do. Toms de Aquino, despus de Aristteles, insiste en

    mostrar que el sentido comn no ostenta la subordina-

    cin necesaria de los diversos aspectos de lo real segn

    la naturaleza de las cosas y sus propiedades.

    La filosofa tradicional difiere tambin del eclecticis-mo porque no se contenta con elegir en los diferentes sis-temas, sin principio director, lo que parece ser ms aceptable o probable, sino que ilumina todos los gran-des problemas con la luz de un principio superior de-rivado del principio de contradiccin o de identidad y del principio de causalidad; quiero decir, con la luz pro-cedente de la distincin entre potencia y acto, distincin que hace inteligible el devenir en funcin del ser, primer

    14

  • inteligible, y que, segn Aristteles y Santo Toms, es ne-

    cesaria para conciliar el principio de identidad afirmado por Parmnides el ser es, el no ser no es y el

    devenir afirmado por Herclito. El devenir es, as, concebido como el trnsito de la

    potencia al acto, del ser todava indeterminado, como el germen de la planta, al ser determinado o actualizado.

    El devenir, as definido, no se producira sin el influjo

    de un agente determinante en virtud de su propia deter-minacin actual (no bay, en efecto, engendrado sin en-

    gendrador); y ste mismo devenir no se producira tam-

    poco en tal sentido determinado en lugar de tal otro, si no tendiera hacia uno, hacia un bien o perfeccin actual que trata de realizar o de obtener.

    El devenir, cosa que Descartes no ha comprendido, se hace as inteligible en funcin del ser por la distin-cin entre potencia y acto y por la de las cuatro causas: la materia es potencia pasiva o capacidad de recibir tal o cual perfeccin; en cuanto al acto aparece bajo tres aspectos: en la determinacin actual del agente actua-lizador; en la forma que determina el devenir; y en el fin hacia el cual tiende.

    Finalmente los seres finitos son concebidos como compuestos de potencia y acto, de materia y de forma o, por lo menos, de esencia y de existencia; la esencia susceptible de existir limita la existencia y es actualiza-da por ella, como la materia limita la forma que recibe y es determinada o actualizada por ella. Por encima de los seres limitados y compuestos debe existir el Acto puro, si es verdad que el acto es ms perfecto que la po-tencia, que la perfeccin determinada es ms perfecta

    15

  • que una simple capacidad de recibir una perfeccin.

    Hay ms en lo que es que en lo que deviene y an no es. Es sta una de las proposiciones ms fundamentales del aristotelismo-tomista. Por consiguiente, en el vrtice

    del todo debe encontrarse, no el devenir puro de Her-

    clito o de Hegel, sino el Acto puro, el Ser mismo sin nin-gn lmite; el Ser espiritual 110 limitado por la materia

    ni por una esencia, es decir, por una capacidad restrin-

    gida que lo recibira: Ipsum esse subsistens et simul

    Ipsum verum perfecte cognitum necnon Ipsum Bo-

    num ab aeterno summe dilectum.

    Es sta verdaderamente la cumbre del pensamiento

    de Aristteles y tambin de Plotino, que ba sido aqu

    conservada y sobreelevada por la verdad revelada de la

    libertad divina, de la libertad del acto creador, y que,

    aunque revelada, es sin embargo accesible a la razn, por

    lo que difiere de los misterios esencialmente sobrenatu-

    rales, v. gr. la Trinidad.

    A la luz de estos principios, con la atencin siem-

    pre fijada en todos los hechos de experiencia, el tomis-

    mo puede aceptar todo lo que hay de verdaderamente

    positivo en los otros sistemas; hay aqu una fuerza de

    absorcin, de asimilacin y de sntesis que corresponde

    a la amplitud y a la sinceridad del anlisis. Ello es de-

    bido a su mtodo analtico-sinttico formulado por Aris-

    tteles y perfeccionado por San Alberto Magno y Santo

    Toms de Aquino.

    Una vista de conjunto sobre los grandes problemas

    nos permitir evidenciarlo.

    Acabamos de indicar cul es el principio genera-

    dor de la filosofa aristotlico-tomista: la divisin del ser

    16

  • en potencia y acto para hacer inteligibles la multiplici-dad y el devenir en funcin del ser. primer inteligible. Indicaremos brevemente las principales aplicaciones de ste principio haciendo notar, de pasada, lo que Santo Toms aade sobre Aristteles.

    Las principales aplicaciones.

    En Cosmologa el mecanicismo afirma la existencia del movimiento local y de la extensin segn las tres dimensiones, y a menudo tambin la de los tomos, pero niega las cualidades sensibles, la actividad natural de los cuerpos y la finalidad de esta actividad. En consecuencia explica mal los fenmenos de gravedad, de resistencia, de calor, de electricidad, de afinidad, de cohesin, etc. Por otra parte el dinamismo, en sus diferentes formas, afirma la cualidad y la actividad natural de los cuerpos, su finalidad: pero reduce todo a fuerzas al negar la rea-lidad de la extensin propiamente dicha y el principio cierto, sin embargo, de que la operacin sigue al ser y el modo de operacin al modo de ser, "operari sequitur esse et modus operandi modum essendi". La doctrina aristotlico-tomista de la materia y de la forma especfi-ca o substancial de los cuerpos acepta todo lo que hay de positivo en las dos concepciones precedentes. Luego explica, por estos dos principios distintos pero ntimamen-te unidos, propiedades tan diferentes como la extensin y la fuerza. La materia, comn a todos los cuerpos, es una potencia pasiva, de suyo indeterminada, pero capaz de recibir la forma especfica o la estructura esencial del

    17

  • hierro, de la plata, del oro, del oxgeno, del hidrgeno,

    etc. La forma especfica de los cuerpos, mejor que la

    idea separada de Platn y que la mnada leihnitziana, al

    determinar la materia, explica las cualidades naturales

    de los cuerpos, sus propiedades, su actividad especfica;

    as se mantiene el principio segn el cual la operacin

    supone el ser y el modo de operacin el modo de ser.

    La materia, pura potencia receptiva de suyo, capa-

    cidad de recibir una forma especfica, no es todava se-

    gn Aristteles y Santo Toms, una substancia sino un

    elemento substancial que no puede existir sin tal o cual forma especfica y que constituye, con esta forma, un

    compuesto verdaderamente uno, unum non solum per accidens sed per se seu essentialiter. Aqu se aplica ad-mirablemente el principio aristotlico: "ex actu et actu

    non fit unum per se, sed ex propia potentia et ex propio

    actu, ad quem propia potentia essentialiter ordinatur,

    fit aliquid simpliciter et per se unum". As, la natura-

    leza de los cuerpos es una y es el principio radical de

    sus propiedades. La materia prima es, pues, concebida

    como pura potencia receptiva, como capacidad real de

    recibir tal o cual forma especfica; ello no es, por ejem-

    plo, algo as como lo eincelable, lo combustible o lo co-

    mestible, sino un sujeto real actualizable y siempre

    transformable, capaz de devenir, por actualizacin, tierra,

    agua, aire, carbn incandescente, planta o animal. Como

    pura potencia real, ella no es ni la nada ni lo posible

    (non est solum quid realiter possibile, quid capax exsis-

    tendi), ella es una realidad, una capacidad de per-feccin pero que todava no es un acto, por imperfecto

    que se lo suponga. La potencia pasiva es como un

    18

  • medio entre la nada y el acto, por imperfecto que ste sea.

    Tal es el pensamiento de Aristteles y de Santo Toms

    que, como se sabe, no ha sido bien comprendido por

    Surez, quien hace de la potencia un acto imperfecto o

    virtual, con lo que prepara el camino a Leibnitz. El au-

    tor de la monadologa identifica, en efecto, la potencia

    con la fuerza que es un acto virtual, algo as como la

    energa de un resorte en tensin. Esta manera de ver

    conduce a Leibnitz a negar la pasividad de los cuerpos

    e incluso la nocin de naturaleza, cuya existencia se im-pone sin embargo.

    Por la misma distincin entre la potencia y el acto

    Aristteles explica que la extensin de los cuerpos es

    matemticamente divisible hasta el infinito, sin que sea actualmente dividida hasta el infinito; ella se compone,

    pues, segn el Estagirita, no ya de indivisibles (que se

    identificaran o, por el contrario, seran discontinuos y

    distantes), sino de partes siempre divisibles matemti-

    camente aunque no fsicamente.

    Los mismos principios explican, sobre el nivel del

    reino mineral, la vida de las plantas y de los animales. El mecanicismo se esfuerza en vano de reducir a meros

    fenmenos fsico-qumicos el desarrollo del grmen ve-

    getal que produce aqu una espiga de trigo y ms all

    una encina. Menos explica todava el proceso evolutivo

    del huevo que produce aqu un ave, all un pez, y ms

    all un reptil. No es entonces necesario reconocer

    "una idea directriz de la evolucin" como deca Claude

    19

  • Bernard? En el grmen o en el embrin que evolucio-

    no hacia tal estructura determinada es menester qu

    haya un principio vital especificador que no es sino el

    alma vegetativa de la planta y el alma sensitiva del ani-

    mal, para emplear las denominaciones de Aristteles.

    Sin eclecticismo esta doctrina se asimila, as, lo que el

    mecanicismo y el dinamismo tienen de positivo con ex-

    clusin de sus negaciones.

    El llegar al hombre, Aristteles y Santo Toms,

    ceidos siempre a los hechos, aplican los mismos prin-

    cipios y muestran que el hombre es un todo natural, verdaderamente uno, Uunum non solum per accidens,

    sed per se seu essentialiter"; que no puede haber en l

    dos substancias completas accidentalmente yuxtapues-

    tas, sino que la materia pura potencia, pura capaci-

    dad real receptiva est determinada en l por un solo principio especfico eminente que es al mismo tiempo principio substancial radical de vida vegetativa, de vi-da sensitiva y tambin de vida intelectual. Sera, en

    verdad, imposible que la misma alma fuera el princi-

    pio, no slo radical, sino inmediato de actos vitales tan diferentes. Por el contrario es bien posible que el alma

    opere mediante diversas facultades subordinadas. De hecho el alma humana es principio de los actos de la

    vida vegetativa por sus facultades o funciones de nutri-

    cin y de reproduccin; ella es principio de los actos

    de la vida sensitiva por sus facultades sensitivas; y es

    principio de los actos de la vida intelectual por sus fa-

    20

  • cultades superiores de inteligencia y de voluntad. Aqu

    tambin se aplica, sin que intervenga ningn eclecticis-

    mo, pero de una manera puramente espontnea, la dis-

    tincin de potencia y de acto: la esencia del alma, se-

    gn S. Toms est ordenada a la existencia que la ac-ta, y cada una de sus facultades est ordenada al acto propio de esas facultades, la vista a la visin, el odo a

    la audicin, la inteligencia a la inteleccin, la volun-

    tad a la volicin y al querer. Potentia essentialiter di-citur (ordinatur) ad actum. La substancia del alma es-t inmediatamente ordenada a la existencia y sus facul-

    tades a su operacin especial. Tal es la profunda meta-

    fsica que, segn los tomistas, Leibnitz ha embrollado

    inconsideradamente, queriendo reducir la dinamis aris-

    totlica a una mera fuerza que activa o pasiva posee

    una capacidad de obrar pero que no es capaz de reci-

    bir nada.

    La metafsica aristotlica y tomista es la del acto y

    de la potencia; la filosofa de Leibnitz es la de la fuer-

    za que habra que hacer inteligible en funcin del ser,

    si es que el ser inteligible es verdaderamente el primer

    objeto conocido por la inteligencia.

    Desde el mismo punto de vista, segn Santo To-

    ms, las dos facultades superiores, inteligencia y volun-

    tad, capaces de alcanzar la verdad universal y el bien universal deben, a causa de su objeto especificador, do-minar la materia; de otro modo no podramos explicar

    cmo nuestra inteligencia conoce los principios verda-

    deramente necesarios y universales superiores a la ex-

    periencia contingente y particular. En consecuencia,

    esas facultades superiores no son intrnsecamente de-

    21

  • pendientes de un rgano; ellas manifiestan, as, la espi-ritualidad del alma racional que puede sobrevivir des-pus de la corrupcin del organismo. Algunos espiritua-listas de tendencia cartesiana se extraan al or decir que el alma racional es principio radical de la vida sen-sitiva. No parece, dicen, que as sea puesto que nuestra alma no tiene conciencia de tal actividad inferior. A sto responden los tomistas que nuestra alma siente pla-cer o sufre fsicamente segn el buen o mal estado de sus rganos y el movimiento normal o anormal de sus funciones. Este es un signo de que ella obra verdadera-mente por sus funciones.

    Adems aunque el alma ignore la manera cmo ha-ce mover los msculos, los nervios, etc. ella es, de to-dos modos, causa de esos movimientos corporales; y las facultades inferiores, por ej. las de locomocin, se subordinan naturalmente en un slo todo a la voluntad iluminada por la inteligencia.

    Esta doctrina tomista del compuesto humano es la nica que explica la unin, la subordinacin, no acci-dental sino esencial, en nosotros, de la vida vegetativa, sensitiva, intelectual, y la dependencia recproca entre lo fsico y lo moral. Es adems el fundamento de nues-tra identidad personal porque el alma humana, en esta concepcin, es el principio radical nico de esas tres formas de vida perfectamente subordinadas y no sola-mente coordinadas.

    Si elevamos nuestra consideracin al conocimien-

    to intelectual veremos que el tomismo acepta tambin

    22

  • todo lo que hay de positivo en el empirismo con sus m-todos inductivos, y tambin todo lo que hay de positivo

    en el intelectualismo, que opuesto al empirismo re-conoce la universalidad y la necesidad, por lo menos

    subjetiva, de los primeros principios racionales. Pero

    aqu tambin la concepcin tradicional defendida por

    Santo Toms supera al intelectualismo subjetivista afir-

    mando la necesidad y la universalidad de los primeros

    principios racionales, no slo como leyes del espritu

    sino como leyes de lo real inteligible. El objeto formal de la inteligencia humana es, en efecto, el ser inteligi-ble visto en el espejo de las cosas sensibles, como el ob-jeto propio de la vista es lo coloreado y el del odo, lo

    sonoro.

    Si nosotros poseemos una facultad intelectual que

    domina, as, el espacio y el tiempo, que es capaz de

    un conocimiento absolutamnte universal y necesario y

    que percibe las razones de ser de las cosas y sus propie-

    dades esenciales, ello constituye una prueba de que el

    alma racional no depende intrnsecamente del organismo

    y que, por lo tanto, puede subsistir sin l.

    Los mismos principios conducen a Aristteles y a

    Santo Toms para establecer una distincin profunda en-

    tre la voluntad iluminada por la inteligencia y el apeti-to sensitivo dirigido por los sentidos internos y externos; y as como el objeto formal de la inteligencia es el ser

    inteligible, el de la voluntad, dirigida por la inteligen-

    cia, es el bien universal sobre todo el bien racional u ho-

    nesto, esencialmente superior al bien sensible (deleita-

    ble o til) objeto del apetito sensitivo.

    23

  • Respecto a la libertad humana, y por el desarrollo

    normal de la doctrina acerca del acto y la potencia, es de-

    cir sin ningn eclecticismo, la filosofa tomista se eleva

    tambin sobre el determinismo psicolgico de Leibnitz y de esa libertad de equilibrio concebida por Scoto, Surez, Descartes, y algunos libertistas modernos como Secretn y J. Laquier, Como lo hemos demostrado ampliamente

    en otro lugar ("Dieu, son existence et sa nature"), Santo

    Toms coincide con el determinismo psicolgico al ad-

    mitir que la inteligencia dirige nuestra eleccin volunta-ria pero, sin embargo y en sto se aparta de la con-cepcin leibnitziana afirma que depende de la volun-tad libre que tal juicio prctico sea el ltimo y termine la deliberacin. Por qu as? Porqu si la inteligencia mue-ve objetivamente la voluntad proponindole el objeto de

    la volicin, la voluntad, a su vez, aplica la inteligencia a

    considerar y juzgar los motivos (quoad exercitium) y la

    deliberacin slo termina cuando la voluntad acepta li-bremente la direccin dada; algo as como la conclusin del matrimonio que slo ocurre cuando el segundo cn-

    yuge responde con un s al primero. Hay aqu una rela-

    cin mutua entre la inteligencia y la voluntad, segn el

    principio formulado por Aristteles: causae ad invicem

    sunt causae, sed in diverso genere, absque circulo vitioso et contradictione.

    El libre albedro resulta as la indiferencia domi-

    nadora del juicio y del querer respecto a un objeto non ex omni parti hominis (I-II Q. 10 a. 2) , es decir frente a un objeto que aparece bueno bajo un aspecto y no bajo

    otro. Si viramos a Dios cara a cara, entonces ciertamen-

    te, dice Santo Toms, su bondad infinita percibida in-

    24

  • mediatamente atraera nestro amor de una manera in-

    falible e invencible. Pero no ocurre lo mismo cuando es-

    tamos en presencia de un objeto que desde un punto de

    vista nos aparece bueno, o menos satisfactorio desde

    otro; y sto acontece incluso respecto a Dios cuando es

    abstracta y obscuramente conocido y cuando, a veces,

    nos desagradan sus mandamientos. As, en presencia de

    un bien particular non ex omni parti hominis, la volun-tad especificada por el bien universal propuesto por la

    inteligencia no puede ser necesitada. Hay aqu una in-

    diferencia dominadora sobre el juicio prctico y la vo-

    luntad; por eso la voluntad libre puede fallar apartn^

    dose libremente de la ley moral. "Video meliora, probo-

    que, (juicio especulativo) deteriora sequor" (ltimo jui-

    cio prctico y eleccin voluntaria).

    Esta doctrina, que hemos resumido, mereciera pro-

    fundizarse, porque los mismos principios permiten al

    tomismo admitir en moral todo lo que afirman la moral

    de la felicidad por una parte y la moral del deber por

    otra. La razn consiste en que el objeto propio de la vo-

    luntad es el bien racional superior al bien sensible (de-leitable o til). Ahora bien, el bien racional al cual una

    facultad est esencialmente ordenado debe ser querido

    por ella, de otro modo ella obrara contra su misma na-

    turaleza y contra el Autor que la ha ordenado a ese bien

    racional, es decir contra el Sumo Bien que es el bien ho-

    nesto por excelencia y, al mismo tiempo, el supremo bien

    deleitable, eminentemente deseable y fuente de la per-

    25

  • fecta felicidad. He aqu el constante "leit motiv" filos-

    fico: Potentia dicitur ad actum, et debet tendere ad ac-

    tum ad quem ordinata est ab Auctore naturae.

    Finalmente, el principio de la superioridad del acto

    sobre la potencia y que podra expresarse diciendo que

    hay ms en lo que es que en lo que puede ser y en lo que

    deviene, ha conducido a Aristteles a contemplar, en la

    cumbre del universo, el Acto Puro, Pensamiento del pen-

    samiento y Soberano Bien que atrae a s todas las cosas.

    Ha conducido tambin a S. Toms a la misma conclu-

    sin; pero el gran doctor medieval afirma lo que el Es-

    tagirita no haba dicho y lo que Leibnitz ha desconocido,

    a saber, que el Acto Puro es soberanamente libre de pro-ducir, de crear el mundo, mejor que no haberlo creado en el tiempo, y de crearlo en tal instante elegido desde toda la eternidad, mejor que haberlo creado ab ceterno. La razn estriba en que, siendo el Acto Puro la plenitud

    del Ser, de la Verdad y del Bien, no tiene necesidad de

    las criaturas para poseer su infinita bondad que no pue-

    de acrecentarse de ninguna manera (I, Q 19 a. 3). El

    bien es, sin duda, difusivo de suyo; le conviene, por lo

    tanto, que comunique las riquezas que hay en l. Y si

    los seres de la naturaleza determinada ad unum produ-cen su efecto necesariamente, los seres libres comunican

    libremente la perfeccin que poseen, como el maestro

    ensea, como canta el cantor: As Dios ha producido todas

    las cosas. Sigese de todo esto que Dios no es ms grande

    por haber creado el universo, segn proclama Bossuet

    26

  • contra Leibnitz: despus de la creacin hay muchos se-

    res, pero no hay ms perfeccin, mayor bien, mayor sa-

    bidura ni amor que anteriormente, porque antes de la

    creacin exista ya el Ser Infinito, el Acto Puro sin mez-

    cla de potencia pasiva o de imperfeccin, la misma Ver-

    dad eternamente conocida, el mismo Bien eternamente

    amado.

    Santo Toms alcanza, as, por sus principios filos-

    ficos, la verdad revelada en el Exodo (c. III, 14) : "Ego

    sum qui sum". Dios puede decir no slo tengo la verdad y la vida, sino tambin Yo soy la Verdad y la Vida. Estas palabras de Jess implican la afirmacin de Su divini-

    dad. Segn S. Toms, en efecto, la verdad fundamental

    de la filosofa cristiana, puede formularse de la siguien-

    te manera: In solo Deo essentia et esse sunt idem (I, Q 3 a. 4) , mientras que todo ser limitado o finito de suyo es

    solamente susceptible de existir (quid capax exsistendi)

    y no existe de hecho sino cuando ha sido libremente

    creado y contina siendo conservado por Aquel que es.

    El tomismo acepta, pues, en las diferentes corrien-

    tes de ideas de la filosofa contempornea todo lo que

    estas tendencias afirman y rechaza solamente lo que

    ellas niegan sin fundamento. Reconoce que la realidad

    es incomparablemente ms rica que nuestras concepcio-

    nes filosficas. Por eso conserva el sentido del misterio, desconocido por la razn cartesiana.

    Ni siquiera sospechamos las riquezas que contiene

    27

  • el orden sensible el radium lo ha demostrado en estos

    ltimos aos y con mayor razn tampoco sospecha-

    mos las riquezas del orden intelectual y menos todava

    del orden espiritual y divino. Hay ms verdad, bondad

    y santidad en Dios que lo que pueden suponer la filoso-

    fa y la contemplacin mstica. Para ver estas riquezas

    sera menester la visin beatfica, la visin sobrenatural

    e inmediata de la esencia divina; y todava esta visin

    inmediata ser limitada en su penetracin y no nos

    permitir conocer infinitamente a Dios, comprenderlo

    tanto como El se conoce a s mismo, tanto como El es

    cognoscible.

    As la doctrina de Santo Toms despierta en nos-

    otros el deseo natural, condicional e inefable, de ver a

    Dios. En fin, ella nos hace apreciar el don de la gracia y

    de la caridad que pone en nosotros el deseo eficaz de la

    visin divina y puede merecerla. "Si scires donum Dei"',

    si supieras el don de Dios! deca Jess a la Samaritana

    seras t quien me pidiera de beber y yo te hubiera dado

    el agua viva que brota hasta la vida eterna! La filosofa

    cristiana nos prepara para recibir este mensaje sobre-

    natural que la excede sobremanera; por eso se inclina

    delante de la infinita grandeza y de la esplendente bon-

    dad de Dios; por eso desea con profunda sinceridad la

    unin de todas las inteligencias que, buscando la verdad,

    buscan a Dios an cuando 110 se atrevan siempre a pro-

    nunciar su nombre. Estos investigadores sinceros pue-

    den ser iluminados por aquella palabra cara a San Ber-

    nardo y a Pascal y que se encuentra en las entraas del

    tratado de la gracia de Santo Toms: "No me buscaras

    28

  • si no me hubieras ya encontrado"; no me buscaras con

    un deseo ardiente y eficaz si yo no te condujera a desear-

    me con mi gracia. Nemo potest venire ad me, nisi Pater,

    qui misit me traxerit eum. (Joann. 6-44).

    REGINALDO GARRIGOU LAGRANGE O. P.

    29

  • M U N D O

    SOBRE mi cabeza los crculos y los elementos y los astros fijos y mudos. Bajo mis pies cien los elementos

    la cintura de mi sombra proyectada en el mundo.

    Un infinito gime bajo el trax y el corazn llora la ausencia de su principio. El alma ve la impotencia de su unidad bajo la unidad del mundo.

    Astros ligeros y apretados en el cielo fijo, rboles frescos y verdes acostados en la tierra, pensamientos y llantos de hombres, tal el mundo1

  • Estruendo, ruido, desdicha de la muerte; cambio, que repugna al alma; descanso fugaz del nacimiento.

    Tal el mundo en la figura de su esfera dormida en el silencio. Tal, lo que apunta el mundo sin el secreto de su arquitectura.

    Pero gloriosa Resurreccin, gloriosa cura del mundo ahogado en llanto; gloriosa piedra segura.

    Astros y estrellas fijas, armona de los crculos en la paz de su primer da, dulce leo verde, dulce hierro. Feliz da!

    Pascua gloriosa, recompensa merecida del Viernes. Beso de paz. Arco de colores pacficos y regreso del ave florida.

    32

  • Amistad segura, nueva y dulce arquitectura.

    Tal el mundo en su realidad antigua. Tal en su secreta figura.

    Movimiento y reposo. Muerte desdichada y vida breve. Ellos son testigos, y no absolutas realidades, de lo luminoso y lo fijo.

    Mundo, ruidoso mundo nacido de la palabra. Mundo engendrado en el amor. Mundo redimido.

    Sangre y agua custodian la paz de tu sueo sangre y agua sostienen tu descanso. Mundo que curas la desarmona con sangre y agua.

    Lanza manejada por el brazo del hombre y que abres el costado; lanza deicida y guiada por el mundo.

  • Mundo que giras hasta la hora del ltimo da. Mundo que descansas de tu sueo bajo la frescura amorosa de un madero.

    JOSE MARIA DE ESTRADA

    34

  • GERTRUDE POETA

    V O N LEFORT, DE ROMA

    EL drama ms emocionante de la poesa, como lo ^ ha sealado Jacques Maritain en "Connaissance potiquconsiste en su imposible aspiracin a alcanzar lo trascendental. Considerando la palabra en su sentido ms riguroso, esto supone que la poesa ex-perimenta una especie de horror por la limitacin de los gneros y las especies dentro de los cuales el entendi-miento humano, el ltimo en la escala de los seres crea-dos, desenvuelve por fuerza su operacin fundamental de conocer. Todo poeta autntico padece en su alma por las restricciones impuestas a su libertad creadora. La energa trascendental que lo impulsa choca violentamen-te con el terreno donde se mueve, lleno de limitaciones y ataduras. Y de este choque surge muchas veces un re-pliegue del poeta sobre s mismo, una desercin de la obra, objeto formal del arte, que pervierte como si fue-ra un pecado contra naturaleza esta aspiracin suya. Por-que darle un cauce exclusivamente especulativo a la vida potica es trastornarla de su propio destino. Pero la poe-sa se venga en la carne de los poetas. Si se piensa en

    35

  • los grandes poetas que sufrieron esta suerte infeliz, Nietz-

    clie o Rimbaud, se comprende que fuera precisamente

    su "exigencia de una experiencia divina del mundo y del

    alma", o sea su intuicin potica liecha doctrina, lo que

    los convirtiese en caricatura de dioses y abriese para uno

    de ellos la puerta de la locura.

    En cambio cuando esta necesidad, inherente a todo

    poeta de verdad, de romper las barreras que encierran

    el conocimiento y la accin se manifiesta en la obra que

    produce, hay, pese a la permanente pero ineludible zo-

    zobra que lo tortura, una semejanza ms analgica que

    metafrica con la misma creacin divina. El artista y por

    lo tanto el poeta que es el ms desmaterializado de

    los artistas tiene en su inteligencia las ideas ejempla-

    res de las cosas que crea; del mismo modo como Dios

    tiene en la suya las ideas ejemplares de todas las cria-

    turas. Por eso el verdadero poeta, como tambin, pero

    por otras razones el verdadero metafsico y el verda-

    dero mstico, entran, si bien que con una jerarqua muy

    desigual y en un grado muy distinto en la intimidad de

    la vida divina. Y el poeta se convierte as en colaborador

    de Dios en su accin creadora como el metafsico com-

    parte un poco de su conocimiento y el mstico un poco

    de su amor. Este deseo, fundamentalmente ineficaz de

    salir de las restricciones que imponen las categoras l-

    gicas con su armazn cerrada y de la limitacin que com-

    porta la materia como pura potencia, infunde a la obra

    artstica un resplandor de belleza singular; la hermosura

    que engrandece las causas fracasadas y las esperanzas

    intiles, pero tambin el rastro imborrable del "digitus

    36

  • paternae dexterae"; colaboracin trada del cielo al ar-tista para compensar su derrota.

    Cuando el artista es cristiano, la dificultad se mul-

    tiplica, pero tambin se multiplica el premio. La belle-za, atributo del ser con minscula se revela para l sobre todo como participacin en la vida del nico que Es. Un

    abismo marca la diferencia que separa el arte cristiano

    del arte natural. El abismo que separa por ejemplo

    "Tristn e Isolda" de la "Pasin segn San Mateo".

    Lo dicho, exposicin de algunos principios elemen-

    tales de filosofa escolstica, permite vislumbrar la gran-

    deza de la poesa cristiana. Grandeza erizada de espinas

    pero grandeza en que los dos trminos de la expresin

    multiplican su valor. La poesa cristiana, como ha dicho

    el mismo Maritain, no es gnero literario a la ma-

    nera de la poesa pastoral o de la poesa dramtica. Es

    un hbito del poeta. Hay muchas maneras de ser poeta

    cristiano, maneras especificadas por el sujeto y por el

    tema. Entre ellas hay un modo circunscripto, familiar y

    aldeano de serlo. En este sentido un Pereda ha sido poe-

    ta cristiano. Hay tambin una manera universal, no en

    cuanto al sujeto (el poeta cristiano siempre lo es),

    sino en cuanto al tema. Y quien dice universal dice

    catlica. Entonces el poeta no se inclina ante ninguna

    de las exigencias de la "materia signata", no somete a ella

    la expresin de su poesa, apenas la toma de pretexto

    para lanzarse a un vuelo ms alto. El hombre ya no es

    tan slo un "tipo", ya no es el campesino grun o el

    pescador recio que pintaba el novelista montas, sino

    un ser inteligente, libre y fuertemente inclinado al mal.

    37

  • En este sentido Dante es poeta catlico. En este sentido tambin, Gertrude von Lefort es poeta catlica.

    Gertrude von Lefort es, pues, poeta de la Iglesia

    Universal. En su triloga, que constituye la parte central

    y significativa de su obra; no traducida an al castella-

    no, "El Papa del Ghetto", "El Velo de Vernica" y los

    "Himnos a la Iglesia", dejando de lado "La derniere a

    Fechafaud" (pequea joya potica en forma epistolar

    que glorifica el martirio de un convento entero de mon-

    jas durante la revolucin francesa), en su triloga, Ger-

    trude von Lefort canta a la Iglesia en un espiral de pro-

    gresivo ascenso. Estas obras y ser esta la tesis gene-

    ral de nuestro ensayo conservan entre s, a pesar de

    una disimilitud aparente casi absoluta, una unidad cen-

    tral y un tema comn. La unidad no es la de la precep-

    tiva, sino la unidad, que acerca por el vnculo de la con-

    naturalidad afectiva. El tema comn es la Iglesia y su

    presencia constante.

    Pero Gertrude von Lefort no es slo poeta de la

    Iglesia, sino que tambin es poeta de Roma. Y en parte

    es poeta de la Iglesia porque es poeta de Roma. Porque

    Roma es la Iglesia y la Iglesia no puede prescindir de

    Roma. Y en Gertrude von Lefort el canto de la eterna

    ciudad se confunde en una armona indisoluble con el

    canto de la otra Ciudad no terrestre, sino espiritual, pero

    tambin eterna, que halla en la ciudad terrestre el sm-

    bolo visible y la expresin temporal.

    Segn la filosofa de Descartes hay en algn lugar

    de la cabeza un punto donde el cuerpo y el alma encon-

    38

  • traran su contacto, y comunicaran su substancia. Re-

    tomando como imagen la idea cartesiana, Roma aparece

    como ese punto material de contacto entre el alma de la

    Iglesia y su cuerpo. La prodigiosa misin temporal de

    Roma se explica por este oscilar entre la tierra y el cielo

    que es su destino. La Iglesia, que por un lado es cuerpo

    mstico de Cristo, pero que por otro es una organizacin

    jurdica, una "persona de existencia necesaria" necesi-

    taba un "sitio" que la encarnara. Esta es la grandiosa

    vocacin de Roma. Y es tambin la responsabilidad de

    ser su poeta.

    Roma ba tenido muchos falsos poetas, como la Igle-

    sia ha debido luchar contra muchos falsos pastores. Por-

    que junto a su destino sobrenatural se agita todava el

    recuerdo de su tradicin histrica no olvidada ni vencida

    de "caput mundi", cabeza del mundo. Y se sabe lo

    que en lenguaje cristiano significa la palabra mundo.

    Gertrude von Lefort la ha pintado a lo vivo dndole

    nombre entre sus personajes. El condottiere Frangipani

    o el antipapa Anacleto del "Papa del Ghetto", la abuela

    de "El Velo de Vernica" representan esta antigua gran-

    deza pagana de Roma, grandeza que antes de la cruz era

    armonioso equilibrio, la eufrica grandeza de los "laus Italiae' virgilianos. Paganismo que despus de la cruz es sensualidad siempre en acecho sobre la ciudad para

    llevarla otra vez del otro lado de Puente Milvio.

    Esta Roma terrenal ha tenido su poeta en Stendhal.

    Es verdad que a este escritor plebeyo difcilmente con-

    viene el ttulo. Pero en sus juicios arbitrarios, sobre todo

    lo que tocara de cerca o de lejos al cristianismo, y en

    los ardores de su "libido" exasperada, hay la traduccin

    39

  • de todo un concepto de la vida, que manifesto con pre-

    cisin aunque sin dignidad ni grandeza.

    Este mundo nunca fu totalmente sometido. Roma

    nunca perteneci totalmente a los papas, ni en cuerpo

    ni en alma, porque segn las exigencias del smbolo que

    encarna, la ciudad de Dios nunca ha primado decisiva-

    mente en su lucha terrenal sobre la ciudad del mundo.

    Esta ha tomado sus desquites. Lo fueron el arte pagano

    del renacimiento o la espada efmera de los Arnaldo de

    Brescia o Cola de Rienzi, mesas nostlgicos herederos

    de Camilo o de Coriolano. Esta Roma, que volvi a re-

    clamar su desquite con Garibaldi y Mazzini puso su odio

    en boca de Alfieri:

    . . . Vuota, insalubre regin che stato Ti vai tornando, aridi campi incolti Squallidi, opressi, stenuati volti Di popolo rio, codardo e insanguinato.

    Pero la Roma de la gracia tuvo tambin sus poetas.

    Veuillot ha dejado de ella un recuerdo al terminar el

    poder temporal, con spero sabor de polmica y con n-

    fasis apologtico no exento de ternura. Ren Schwob ha

    tejido sobre ella la complicada trama de sus introspec-

    ciones. El anlisis de Schwob, lleno de riqueza escondi-

    da, tiene al mismo tiempo minuciosidad de gua Baede-

    ker. Schwob, sin embargo, ha comprendido y sabe tras-

    mitir el espritu de la ciudad. Y por eso concluye: "Si

    Roma faltase, la tierra no sera la tierra que nosotros

    conocemos".

    40

  • Pero ya es tiempo de volver a nuestro tema. Diga-

    mos ante todo que Gertrude von Lefort no ha pretendido

    hacer una apologa de la ciudad eterna como Veuillot

    ni una observacin al microscopio como Rene Schwob.

    La relacin de su obra con la ciudad que interpreta en

    lo ms profundo de su alma surge por s mismo, no ha

    sido explcitamente establecida por ella. Su canto a Ro-

    ma es un canto por sobreabundancia. Ni los "Himnos a

    la Iglesia", ni "La derniere a l'Echafaud" hacen mencin

    de Roma. Sin embargo, es tan fuerte la atraccin que

    ejerce la Urbe sobre su personalidad de escritora, que

    no puede darse otra nota dominante para caracterizara.

    Gertrude von Lefort es alemana y hay en sus p-

    ginas el amor apasionado de los pueblos del norte para

    la tierra ardiente y la cultura milenaria del medioda,

    la atraccin que explicaba en la edad media las inva-

    siones Staufen y explica un poco hoy, distancias guar-

    dadas, las invasiones tursticas de los pueblos anglosa-

    jones. Pero este amor es un amor ordenado, segn la

    expresin de los Cantares. Se dirige ms al smbolo que

    a la cosa simbolizada.

    Dijimos recin que su triloga (la consideramos nos-

    otros como triloga, no se presenta como tal), es un es-

    piral ascendente. Espiral porque gira alrededor de un

    centro, ascendente porque parte de la tierra donde se

    incardina para subir hasta la contemplacin de la Bea-

    titud, donde se expande en un himno final. En el "Papa

    del Ghetto" la tierra domina el tema. La Iglesia lucha

    con sus enemigos visibles en esa tumultuosa Roma de

    la Edad Media. La arena del combate est en el viejo

    foro, salpicado de esqueletos de mrmol imperial. La

    41

  • Iglesia militante lucha a brazo partido con el Suevo te-mible, con el condottiere prepotente y con el judo em-boscado.

    En "El Velo de Vernica" la tierra es marco de

    esplndida decoracin, pero no impone el tema. La

    Iglesia lucha ahora dentro de un alma. Desde el "Papa

    del Ghetto" han pasado ocho siglos, pero Roma sigue

    all. La "prise de conscience" que separa la edad media de la poca moderna, es el nico elemento substancial-

    mente nuevo en esta obra, pero es el que determina toda

    la divisin ulterior y la prodigiosa variedad tcnica en

    la construccin.

    En los "Himnos a la Iglesia" la lucha ha cesado

    para transformarse en dilogo. El alma escucha en si-

    lencio o interroga suavemente. Estamos en un tercer

    grado de abstraccin literaria, y la materia ha desapa-

    recido totalmente. Del tiempo t slo queda el recuerdo

    en la rememoracin de los ciclos. El poeta enmudece

    en la consideracin de la Beatitud, cumplimiento y fin

    de la promesa.

    "Esta historia romana yace esparcida en muchos

    fragmentos chicos y grandes de Roma, la ciudad de oro;

    donde la lectura es an posible se los ha reunido, donde

    ya no lo es, la noche ha escrito en el intervalo".

    Para encontrar una semejanza siquiera analgica

    con este incunable que es el "Papa del Ghetto" habra

    que remontarse a los viejos cronicones medioevales. Pero

    en aquel hay una perfeccin de tcnica que lo hace su-

    perior an como evocacin. Con la veracidad de Froissart

    42

  • y Joinville da el tono de la Edad Media. En la literatura

    moderna no hay otra obra semejante. El "Papa del Ghet-

    to" narra la historia prodigiosa de los Pierleoni, una

    familia juda del ghetto de Roma que fu subiendo de

    prestigio en prestigio en la aldehuela imperial hasta que

    uno de sus descendientes lleg junto a los escalones del

    solio pontificio, pasando a la posteridad con el nombre

    del Antipapa Anacleto II. La historia se inicia con la

    conversin pasmosa del viejo israelita Baruch Leonis a

    los pies del papa en una procesin, mientras que el po-

    pulacho enardecido trataba de aniquilarlo, acusndolo

    de provocar con sus conjuros uno de aquellos temblores

    de tierra que siempre aterrorizaban a los romanos, por-

    que segn un antiguo presagio, Roma nunca habra de

    perecer por la espada de los enemigos, sino por la furia

    de los elementos. El hijo de este viejo cuyo "Credo" im-

    presionante volte al suelo las lanzas listas para atrave-

    sarlo, y a quien la historia conoce con el nombre de

    Petrus Leonis, converso tambin l, pero esta vez por

    inters, sali de la Sinagoga para ser banquero y hom-

    bre de confianza de los Papas. Y el nieto, cardenal ya de

    la Santa Romana Iglesia, provoc el gran cisma y fu el

    famoso antipapa Anacleto. Esta es la simple trama que

    sirve a la escritora para crear su inimitable fantasa. La

    historia puede parecer demasiado inverosmil. Pero Ger-

    trude von Lefort como Shakespeare, Goethe y todos los

    grandes poetas, no se preocupa por la originalidad del

    argumento, que confirma Gregorovius, con gravedad en

    su "Geschichte die Stadt Rom im Mittelalterns,.

    Si el significado ms profundo del argumento de-

    termina el valor espiritual del "Papa del Ghetto", su

    43

  • valor literario radica sobre todo en la inimitable intem-

    poralidad de su estilo. Por su impersonalidad parece que

    no hubiera sido escrito por nadie. Las imitaciones

    son falsas siempre, porque al no transmitir nada de

    la vida del autor no expresan la verdad. Esta dificul-

    tad ha sido vencida en el "Papa del Ghetto". Aqu no

    se nota el trabajo del artista para crear el "clima" a gol-

    pes de giros envejecidos. En el libro de Gertrude von

    Lefort dos cosas ponen a cubierto de ese peligro: un

    problema dramtico de sentido espiritual y una mano

    artstica extraordinariamente segura para manejar los

    elementos difciles de la composicin de tipo arcaico. Si

    su construccin es irregular para la mentalidad moder-

    na, en cambio, "El Papa del Ghetto mantiene su cohe-

    sin absoluta con el ambiente.

    Crear personajes, organizar un drama y suscitar un

    desenlace en una crnica sin ilacin ni forma aparente

    supone el dominio profundo de la tcnica literaria. Pero

    Gertrude von Lefort juega con la literatura usando de

    la libertad genial de los grandes artistas. "El Papa del

    Ghetto" no tiene captulos. Sus partes son las distintas

    crnicas agregadas a modo de yuxtaposicin cuyos t-

    tulos se repiten en sonsonete hasta el final. Pero en este

    revestimiento estilstico llano, casi montono aunque de

    sabor extrao y difcilmente expresable por la ausen-

    cia del personaje, qu tensin dramtica! Porque los

    Pierleoni a pesar de su conversin aparente nunca ha-

    ban dejado en el fondo de sus corazones su amor a la

    Sinagoga ni su odio a los hijos de Edom. La muerte de

    Petrus Leonis el banquero, la columna de la Iglesia es

    un tremendo testimonio de fidelidad a la vieja Thora:

    44

  • "Israel mi pueblo, Israel mi pueblo! Soy judo, nunca

    am a Cristo y en este momento lo odio". En el drama

    del papa del Ghetto, que es el drama de la Iglesia mili-

    tante, Israel, no el Israel de la promesa, sino el Isaac

    destituido, es el enemigo que penetra en el Templo. Los

    Frangipani, condottieri de la plebe romana, encarnan

    el paganismo siempre renaciente; la idolatra de la tra-

    dicin que clama: "Sancta Roma ora pro nobis!"

    Los personajes del papa del Ghetto asumen una

    representacin universal. Myriam, la mujer de Fetrus

    Leonis, el segundo de la estirpe, encarna la salvaje fide-

    lidad del israelita a su ley. Fidelidad que se llena de fe-

    roz alegra por el triunfo de su hijo el antipapa: "Mi

    hijo vuelve a sus padres porque desgarra la Cristiandad".

    El Padre Gramtico la custodia recelosa de la doctrina,

    los papas austeros de la reforma de Cluny, Hildebrando

    y Honorio la fuerza moral del Pontificado, la vidente

    Susa la contemplacin.

    Estos personajes no tienen movilidad ni vida psico-

    lgica. Estn perfectamente cristalizados en los tipos que

    representan, con la falta de perspectiva de los cuadros

    de los primitivos. Pero no por deficiencia, sino por con-

    veniencia, porque el Papa del Ghetto es eso: un primi-

    tivo transportado al orden potico.

    "Das Schweisstuch der Veronika", el Velo de Ver-nica, opera sobre el "Papa del Ghetto" un fantstico y

    repentino cambio de decorado. Ochocientos aos pasan

    de golpe y el libro los registra. Entran en tropel la refor-

    ma y el renacimiento, con el descubrimiento humanista

    45

  • del "yo" , la filosofa de las luces, Freud y el prerrafae-

    lismo, todo con el mismo fondo de paisaje y con el mis-

    mo elemento dramtico esencial.

    El "Velo de Vernica" podra ser una excelente no-

    vela psicolgica, pero es mucho ms que eso. El hondo

    conocimiento de las almas y de sus ms delicados mati-

    ces no es aqu estril pasatiempo. No es la cosa un poco

    abyecta de Proust o de Bourget. Los personajes actan

    en funcin de un drama sobrenatural. Pero a los per-

    sonajes hierticos del papa del Ghetto, que parecen sa-

    cados del teatro de Gheon se suceden seres vivos y mu-

    tables, con toda la angustia de cuatro siglos de antropo-

    centrismo, pero con tocio el apasionante inters de ser

    y de saberse el campo de una lucha que los transciende.

    Hay en "El Velo de Vernica", tres elementos capi-

    tales; los personajes, el teatro y el ritmo de la accin.

    Los personajes actan y ponen en movimiento al teatro

    que es la Roma de la preguerra. El ritmo de la accin,

    lentsimo al principio, acelerado, casi tempestuoso, al

    final, otorga a los personajes una "realidad" que se ma-

    nifiesta en la gil movilidad de su expresin.

    Sin duda la personalidad ms importante de la no-

    vela es la ta Edelgart, que ha recibido la gracia de la

    conversin y, dominada por la soberbia, lucha por re-

    sistirla. Es el sujeto paciente y actuante de la tragedia.

    Pero la ms delineada y tambin la ms simptica

    es la de la abuela. La abuela es pagana, segn una

    forma superior de paganismo, no del paganismo que

    es alteracin del orden natural, sino del paganismo que

    es plenitud del orden natural. En el personaje este or-

    den llega al mximo esplendor de la forma, con su seo-

    46

  • O l O / '

    ro legtimo, su tolerancia un poco escptica y el armo-

    nioso equilibrio de su vida. La abuela tiene un estetismo

    innato que no es ni desbumanizado ni rastacuero. La

    abuela adora Roma porque Roma funde en una sola

    unidad su filosofa y su vida. Se inclina a besar el suelo

    sagrado con actitud ritual, con devocin de creyente por-v\V

    +

    que esa tierra romana es su alma. Su actitud frente al

    cristianismo es curiosa, pero muy lgica. Esta mujer que

    no comprende ni ama la cruz de Cristo, no acepta las

    infidelidades religiosas, cuando la religin ba sido libre-

    mente abrazada. Es una estoica de gran estilo: quiere a

    su existencia, a sus amigos, a su Roma, que desde la

    ventana de su cuarto, puede ver y simbolizar en el Pan-

    ten de Agripa. Pero no tiene miedo a la muerte,

    que recibe con la majestuosa cortesa y la dignidad

    de Scrates, su maestro. Respeta a la Iglesia sin com-

    prenderla; como institucin humana, sobre todo como

    institucin romana, con sus prpuras y sus abanicos de

    pluma de avestruz, comprende su disciplina un poco he-

    redada del derecho romano, y comprende que al revs de

    las delicuescentes sectas protestantes el catolicismo cierre

    a sus fieles dentro de un cerco y les diga: "No saldrs de

    aqu y si sales dejars de pertenecerme". La abuela com-

    prende todo esto pero no comprende el infinito Amor,

    que es locura para los gentiles. Es una pobre gran seo-

    ra que da de s todo, pero nada ms que aquello que la

    naturaleza humana puede rendir en la plenitud de su

    expansin natural.

    El joven poeta Enzio es tambin un curioso sm-

    bolo. Representa el atormentado espritu moderno, con

    la ceguera sobrenatural de la abuela, pero sin su equi-

    47

  • librio armonioso. El amor de Roma es en l pasin irri-

    tada, porque substituye una vocacin ms alta. Su Hos-

    tilidad al cristianismo es, sin embargo, menos hostil que

    la soberbia indiferencia de aqulla. En su inquietud hay

    un principio de esperanza. En cuanto a Vernica, la na-

    rradora, es una personificacin admirable de la vida cris-

    tiana que surge de profundis. Personificacin del mun-do nuevo que ha de nacer adolescente como Vernica,

    limpio como ella, para barrer a los mercaderes y recons-

    tituirlo todo en la justicia y la caridad.

    Pero el drama espiritual del "Velo de Vernica"

    est en la lucha diablica de la ta para rechazar delibe-

    radamente la gracia. Bernanos ha pintado alguno de estos

    dramas tanto ms terribles cuanto que puramente espiri-

    tuales. Pero en Gertrude von Lefort la tragedia est me-

    nos encerrada en sus trminos psicolgicos, ms sobre-

    elevada. Hay un momento cuando Edelgart confiesa p-

    blicamente su pecado contra el Espritu en que la novela

    alcanza una tensin comparable slo a los momentos ms

    terribles de las novelas de Dostoiewsky: "Yo, pobre cria-

    tura pecadora, ante Dios Todopoderoso, ante Mara, su

    Madre venerada, ante todos los santos y ante vos, padre,

    que ocupis el lugar de Dios, me acuso de haber, desde

    mi primera infancia, durante todos los das de mi vida,

    consciente y deliberadamente pecado contra el amor y

    la misericordia infinita de D i o s . . . "

    La dificultad de eludir en estos argumentos de tema

    religioso lo que los franceses llaman "bondieusardise", deriva de que los artistas suelen carecer de vida religio-

    sa, y la gente devota carece casi siempre de hbito ar-

    48

  • tstico. Quin negar que en la experiencia religiosa hay una fuente de inspiracin mucho ms rica para la construccin novelesca que en el amor profano? La lu-cha que sostiene Edelgart contra Dios la absorbe con mucho ms violencia que si fuera la protagonista de un drama pasional. El valor de la puesta es mucho mayor como que se juega la eternidad. Gertrude von Lefort ha dignificado con el prestigio de la belleza este tema tan maltratado.

    Decamos que en el "Velo de Vernica" el teatro

    estaba puesto en acto por los personajes. Roma tiene a

    la vez y sucesivamente la fisonoma de cada uno de ellos

    como esos reflectores multicolores que hacen cambiar de

    aspecto las cosas que iluminan. El cristianismo auroral

    de Vernica est entero en el Extultet" de la maana del Sbado de Gloria en San Juan de Letrn, ese Extultet

    que atenacea la garganta con nostalgias de Paraso, y que

    difcilmente puede escucharse sin lgrimas; el medioda

    gozoso del joven poeta en las "morie" frescas y um-

    bras de la campaa romana, donde corre generosamen-

    te el rojo vino de Velletri; la tranquilidad armoniosa de

    la abuela en los dorados crepsculos al Monte Mario; la

    angustia de Edelgart en la obscuridad de Santa Mara

    Sopra Minerva.

    Paul Claudel en su prefacio a los "Himnos a la Iglesia", los ha comparado con grandes olas que vienen una detrs de otra, con violencia y majestad, a estrellar-se contra la lnea ancha de la ribera. La comparacin es de curiosa exactitud. La altura de estas olas es en los

    49

  • Himnos la profundidad de su sentido teologal; el chis-porroteo de la cresta rizada por la espuma la fuerza de su construccin y el viril decoro de su estilo; la anchura infinita de la ola da una cabal idea de su verso largo y pausado, semejante a un gran trago de agua bebido con tranquilidad.

    El argumento de los "Himnos a la Iglesia", si de argumento puede hablarse es, a modo de canto, la misma lucha que se percibe en el "Papa del Ghetto" y en el "Velo de Vernica" entre la Iglesia y el Enemigo. Pero aqu Satans no acta directamente, sino por intermedio del alma aherrojada dentro de s misma. La lucha es una lucha mstica, lo que quiere decir una lucha escondida. Es tambin una lucha incruenta, no es la pelea facciosa del "Papa del Ghetto", ni tampoco el desgarramiento de las potencias del espritu, el sufrimiento ensangren-tado de "El Velo de Vernica". La lucha no es ejercida sino significada, como en esos duelos de los "6aZZes" en que los combatientes apenas se limitan a esbozar el ges-to. Al principio, al establecerse el contacto parece que el alma quisiera empezar a resistirse

    "Porque es espantable la ley que me impones".

    Pero en seguida se somete. Se inicia entonces un dilogo en el cual el alma, llena al principio de sus ra-zones, va callando gradualmente hasta escuchar en silen-cio. Al principio, durante el dilogo, el tema era el des-cubrimiento que el alma haca de la Iglesia. Despus la Iglesia toma la palabra y va hablando de s misma, pri-mero de su santidad, luego de su oracin de los misterios

    50

  • de su ciclo litrgico, manifestando por ltimo el soplo

    de su espritu proftico al revelar la consumacin de los

    siglos:

    Entonces los astros reconocern en m su luz de alabanza Y los tiempos reconocern en m lo que hay en ellos de

    [eterno Y las almas reconocern en m lo que hay en ellas de

    [divino, Y Dios reconocer en m su Amor.

    Los "Himnos a la Iglesia" usan de ese verso libre,

    tan peligrosos, de esa asimilacin del lenguaje escritura-

    rio que exige destreza y discrecin indefectibles y donde

    tan fcil es rodar por la pendiente de la cursilera. Pero

    si en la mano de la autora bay esa destreza, su espritu

    rebalsa del elemento ms importante de la poesa reli-

    giosa que es la oracin hecha vida. Los "Himnos a la

    Iglesia" no son inferiores a los ms grandes poemas de

    los msticos. Sin conocer biogrficamente la vida de Ger-

    trude von Lefort, puede afirmarse su autntica espiri-

    tualidad. Los versos que pone en boca de la Iglesia res-

    ponden a pensamientos que Dios ha puesto en su inteli-

    gencia, a afecciones que Dios a puesto en su voluntad.

    Porque de ella puede decirse con sus propias palabras

    que "su alma, con su vida propia, se ha retirado cada

    vez ms hasta que, unida ntimamente a la Santa Iglesia,

    no escucha ms que su Voz".

    51

  • Vladimiro Solovieff Ka dicho que el destino de las naciones no se forma por lo que las naciones piensan acerca de s en el tiempo, sino por lo que Dios piensa acerca de ellas en la eternidad. Esta frase podra haber sido el tema de este Himno admirable que transcribi-remos ntegro en traduccin literal, y cuyo valor se acen-ta porque refleja una honda tragedia:

    "Eres como roca a pico sobre la eternidad, pero los pueblos de hoy son como arena que caen en

    [la nada. Son como el polvo que por s mismo se arremolina. Han elevado su sangre a la categora de ley del Espritu y, han divinizado el nombre de su pueblo. Por eso descansas como escarcha sobre la selva de sus

    [sueos y como nieve sobre los pinos de su orgullo. No te dejas someter al yugo de los hombres ni prestas tu voz a su aliento de muerte. Derribas las Naciones ante ti para salvarlas y las conjuras a levantarse para que obren su liberacin. Mira, ante tu rostro sus lmites son muros de sombra y sus rugidos de odio como carcajada. Sus armas como entrechocar de vidrios y sus victorias como lmparas en habitaciones pequeas. Pero tu victoria se prolonga de la maana a la tarde y tus alas se extienden sobre todos los mares. Hay lugar en tus brazos para negros y blancos y tu aliento sopla sobre todas las razas.

    52

  • Tu ltima hora jams sonar y tus lmites son sin lmites porque llevas en tu seno la misericordia del Seor!

    Un juicio de conjunto exige que se seale en la obra

    de Gertrude von Lefort tres caractersticas capitales. La

    primera es la calidad de la inspiracin: sobreabundancia

    de vida interior, oracin trocada en poesa. Toma su

    agua tan cerca de la fuente que ninguna impureza puede

    ensuciarla. Su arte ser perdurable porque es eterno el

    valor de los elementos dramticos que le dan sentido. Sin

    degradarlo mezcla con el barro de la realidad existen-

    cial para infundirle vida, el conocimiento sabroso de lo

    que tiene un nombre por encima de todo nombre. Cono-

    cimiento que es tambin abundancia de ciencia discur-

    siva, para que la verdad sea tambin, no slo intuicin

    sino tema de lectura. Por eso la inspiracin hace de Ger-

    trude von Lefort una artista cristiana con la doble y te-

    mible aristocracia de los dos adjetivos.

    La segunda caracterstica consiste en la ductilidad

    de un estilo usado siempre con igual maestra. Quizs

    la palabra estilo no traduzca la realidad con verdadera

    exactitud. Sera ms ceido decir que la multiplicidad de

    los gneros no detienen la riqueza de la inspiracin ni

    la perfeccin de la tcnica. Es una cualidad especfica

    de gran escritor no encerrarse pedaggicamente en los

    lmites de una variedad literaria. Y es curioso compro-

    bar que esa riqueza y esa multiplicidad que permite a

    Gertrude von Lefort pasar con la misma soltura, de la

    novela contenida y moderna al cronicn medioeval y al

    himno mstico, no le impide desarrollar un tema cen-

    53

  • tral dominante ni poner al servicio de una misma finali-dad las piezas tan diversas de su juego. Hbito slo comparable al del msico que toca con perfeccin varios instrumentos y del que hay en su obra abundancia de ejemplos. La descripcin del oficio de tinieblas en San Pedro o del claro de luna en el Coliseo, la muerte del papa Honorio suponen un dominio plstico del lengua-je, reducido a dcil material, que es privilegio de pocos elegidos.

    Y por fin la tercera caracterstica es el rigor y la energa de su prosa. Esto supone un pensamiento depu-rado de sentimentalismo, lo que debe causar cierto asom-bro en una mujer y en una mujer escritora. Decir de una mujer que escribe como hombre puede ser elogio. Pero en Gertrude von Lefort la virilidad del estilo y la valen-ta del desenlace dramtico no se ven desmentidas por una ternura oculta, como en acecho, tpicamente fe-menina.

    Gertrude von Lefort ha levantado el nivel de la poe-sa cristiana. Los poetas le deben su admiracin y los cristianos su agradecimiento.

    MARIO AMADEO

    54

  • C O P L A S

    LA copla para ser copla ha de ser de tal manera que el autor la sienta propia y la cante cualesquiera.

    T me pierdes, t me salvas. Aqu no hay contradiccin: una mujer perdi al hombre y otra mujer lo salv.

    La noche lo sigue al da como a la dicha el pesar. As te sigue mi amor sin que te pueda alcanzar.

    Tres cosas hay imposibles de poderse calcular: las estrellas de los cielos,

    55

  • las arenas de la mar, y las lgrimas que t me habrs hecho derramar.

    Me dicen que no te quiera, y que te olvide tambin. De lo primero, quin sabe! De lo segundo, tal vez! Cuando la nieve caliente y el mar se muera de sed.

    Cuando me veas solo triste y callado, no me preguntes nada, ponte a mi lado.

    Las lgrimas que vierto no tienen sal; lloran mis ojos sangre, no tengo ms.

    Viva Dios, viva la Virgen, vivan la luna y el sol. Y viva la prenda ma: del agua, la espuma, del aire, la flor.

    RAFAEL JIJEN A SANCHEZ

  • E U G E N I O M O N T E S

    OTRA vez llega Espaa hasta nosotros, y, como an-tes, lo hace al amparo de la Cruz y a impulsos de su herosmo. Cuando nuestra poca retiraba de ella sus ojos con desprecio, Espaa se levanta para en-searle a este siglo de humo y de cemento el poder del espritu.

    Embajador de la nueva Espaa, que es la eterna, Eugenio Montes (*) nos trae, a travs de su prosa limpia y segura, el sentido profundo y la meta ambiciosa de ese renacimiento, que es siempre, un poco, el renacimiento del mundo.

    Eugenio Montes es un espaol. Un espaol, un ver-dadero espaol, no es aquel que ha nacido dentro de ese trozo de tierra que se llama Espaa y salta fronteras en busca de ideales que nutran su rencor o disimulen su impotencia, sino, quien sabiendo que nacin alguna ha elaborado en los siglos sucesivos historia ms noble ni ms ambicioso ideal, se planta en su suelo, y araando la tierra llega hasta sus mismas entraas para encontrar

    57

  • en ellas el impulso vigoroso que clav la Cruz en la Al-

    hambra y la clav en Amrica.

    Eugenio Montes es un espaol, entero, completo. Por

    su composicin psicolgica, por su decoro de escritor.

    Quizs el mejor estilista de habla espaola; maneja su

    prosa con seguridad y elegancia y transmite a los dems,

    llanamente, sin petulancia ni vanidosa pretensin,, sus

    profundos conocimientos de cultura hispnica bien ci-

    mentada y abundantemente adquirida.

    Naci en Orense, cerca de Ceianova, donde el bene-

    dictino Fray Benito Jernimo Feijo vivi muchos aos

    de su vida monstica.

    En 1919 la firma de Montes figura al pie del mani-

    fiesto "Ultra", primera expresin espaola del vanguar-

    dismo literario y sus juveniles colaboraciones aparecen

    en la revista "Grecia" de Sevilla y ms tarde en "Table-

    ros" de Madrid y en todas las revistas espaolas de van-

    guardia. Colabora tambin en la Revista de Occidente

    con ensayos crticos y literarios.

    A la cada de la monarqua se define fuertemente

    su personalidad; defendiendo los valores tradicionales

    entra en la redaccin del "Sol" con Snchez Mazas y oros

    y se hace cargo de los "folletones" en substitucin de los

    que publicara Ortega y Gasset antes de retirarse de ese

    peridico. Contina desde las columnas del "ABC" su

    afirmacin tradicional, expresando con sentido realista

    y potico, mejor que ningn otro intelectual espaol, el

    momento de su patria. El vi a Espaa "totalmente"

    cuando casi todos los dems slo tenan de ella una vi-

    sin parcial.

    Es doctor en derecho y licenciado en letras. Profe-

    58

  • sor de singular preparacin sabe mucho y lo sabe expo-

    ner. Gan una ctedra de filosofa en Cdiz por con-

    curso, y la Universidad de Texas lo reclam aos atrs

    para que dictara un curso. Ha ocupado tambin las cte-

    dras de las Universidades de Berln, Hamburgo, Sevilla,

    Salamanca y Lisboa.

    Aunque la casi totalidad de su produccin literaria

    se encuentra desparramada en las revistas y peridicos

    de toda Espaa, tiene, sin embargo, publicados varios

    libros: "Una tesis sobre Platn" y un libro sobre el

    "Concepto epistemolgico de la sociologa"; un libro de

    versos en gallego "Versos a tres cas o neto" (Versos a

    treinta cntimos el cuartillo), y otros dos tambin en ga-

    llego "Contos de cegos" (Cuentos de ciegos), donde lo

    real y lo potico se unen en maravillosa armona, y la

    "Esttica de la mueira", ensayo sobre la danza tpica

    de Galicia que hizo decir a Eugenio D'Ors:

    Eugenio Montes tiene la calidad de alfil blanco en un ajedrez intacto de marfil.

    Pero su aspecto quizs ms interesante, y, segura-mente, el ms conocido entre nosotros, es el de escritor poltico. Lo es, en la ms alta acepcin del vocablo, por vocacin y disciplina. No pertenece, por tanto, a esa cas-ta que padeci Espaa, de los que, por el slo hecho de declararse intelectuales, se erigan en rbitros de todos los problemas divinos y humanos. Sufra Espaa la su-persticin de que el hombre de letras o de ciencia posea una capacidad ilimitada para pronunciarse con autori-dad en los asuntos ms extraos a su vocacin espiritual.

    59

  • Y, as, un filsofo, un poeta, un novelista, un mdico, un

    penalista, se constituyeron en orculo de los problemas

    espaoles. Emborracharon a la multitud con sus malaba-

    rismos verbales, su arte de la paradoja y su idolatra de

    las palabras. Pero no eran palabras, precisamente, lo que

    Espaa necesitaba, segn canta Paul Claudel, sino "un

    acto, una voz clara, y el grito de algo que deslumhra".

    "Espaa es una encina medio sofocada por la ye-

    dra" haba lamentado Ramiro de Maeztu. Cuando la en-

    cina sacudi a la yedra en una actitud espaola, parca

    en palabra y rica en poesa, Montes, cara al sol, en posi-

    cin vertical, se encontr en su puesto. El influy como

    ningn otro a desprender las telaraas de los ojos de

    quienes, "por falta de doctrina, de rigor y principios, en

    vez de tener las ideas en orden, tenan llena de humo la

    cabeza".

    Montes representa la tradicin de Espaa. Por eso

    queremos ver en su presencia, aqu, el comienzo de un

    continuo esfuerzo de valoracin espiritual que nos en-

    tronque definitivamente al aoso rbol de la cultura es-

    paola, para que su savia sea nuestra savia, porque as

    lo pide nuestra historia y lo exige nuestro derecho.

    Los hombres de la organizacin nacional creyeron

    que la garanta de nuestra existencia consistira en dife-

    renciarnos, en renegar en lo posible el influjo de Espaa;

    e impulsados por su inquieto liberalismo descubrieron,

    con corta nocin del concepto de responsabilidad, que

    la influencia yanqui, con sus mquinas a vapor y su di-

    namismo comercial, constituira, junto con el blasfemo

    articulado de los derechos del hombre, el fundamento

    ideal para el desenvolvimiento del pas.

    60

  • Sarmiento lleg a escribir en "La escuela ultrapam-peana": "Oh, si pudieran reunirse en Crdoba algunos protestantes metodistas, presbiterianos, y levantar un tem-plo en lugar aparente; qu bien haran al progreso de las ideas". "En Crdoba dos templos protestantes ense-aran ms al pueblo que sigue la procesin de Nuestra Seora del Rosario que lo que le han enseado todos los libros".

    Olvidaron la Cruz. Y asomarse a la visin de Es-paa, lo mismo que a la de la Edad Media, sin la visin de la Cruz es empequeecer los ojos hasta ver sombras donde reina soberana la luz.

    Ha dicho recientemente con gran exactitud un escri-tor nuestro: "Continuamos la historia de Espaa aqu en Amrica al mismo ttulo que los habitantes de la penn-sula la suya; ella nos es comn hasta que se bifurca por el trasplante; Pelayo est a la misma distancia de unos y de otros, y tan nuestros como de ellos son la lengua y el romancero y los grandes capitanes de la conquista. Te-nemos una manera peculiar de ser espaoles que ha cam-biado de nombre y se llama ser argentinos".

    Por eso, en el momento de ceder este sitio a Euge-nio Montes, no lo hago slo con el respeto y la admira-cin que su enorme labor cultural exige, sino tambin, con el amor y el afecto del que se sabe hermano.

    JUAN CARLOS GOYENECHE

    ( x ) Presentacin de Eugenio Montes, en la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, al pronunciar su conferen-cia "De Granada a Rocroy".

    61

  • DE GRANADA A KQCKOY

    EXCELENTISIMO seor Obispo, Autoridades Acadmicas, seoras y seores: Tengo que agradecer, ante todo, las palabras dictadas, no por la justicia, sino por la simpata, que me ba dedica-do Goyenecbe. En ellas veo, as como en vuestra asisten-cia tan insospechadamente caudalosa, un signo del en-cuentro que se ha producido entre la nueva generacin espaola y la nueva generacin argentina. Despus de tantos aos de lejana, de distancia y de una como pre-disposicin a ponerse de espaldas de un lado y de otro, se est produciendo en estas horas el descubrimiento si-multneo de ciertos valores que tienen que llevarle a Espaa a una comprensin, a una estimacin ms ca-bal de la Amrica espaola y de su ms alto exponente, de su ms alta realizacin, la Argentina.

    A veces disputan en un grupo de escritores sobre a quin corresponde la primicia de una expresin. Y todos estn en lo cierto cuando dicen que la han inven-tado, porque ella est en el aire, est flotando en el am-biente como un fruto maduro; las palabras esperan sim-

    62

  • plemente a que una mano pase para caer sobre ellas. As pues, de este modo, el descubrimiento de un siste-ma de valores espirituales se ha realizado casi a la vez a los dos lados del Atlntico.

    Ayer a la noche, leyendo la coleccin de la revista "Nmero", de ideas concordantes con aquellas que yo voy a exponer ac, tena la sensacin de haber escrito yo mismo esas pginas, quizs sentisteis vosotros, o algunos de vosotros, algo parejo cuando os llegaba desde Espa-a muy remotamente mi voz.

    Puedo deciros que ha habido momentos en estos aos de la existencia espaola, en que aquellos que de-fendamos un sistema de valores distintos del imperan-te, o ms exactamente, del dominante, nos sentamos tan solos que casi lo nico que yo animaba era la esperanza de que en la gran Espaa que se est realizando en Am-rica otros sentais y pensabais lo mismo.

    El tema de mi conferencia denuncia concretamen-te dos hechos militares, dos como mojones en los cami-nos de la gloria espaola, con lo cual ya podis supo-ner que esta disertacin no va a ser una vaga excursin a las nubes.

    Hay casi siempre dos maneras de hacer la historia, igualmente falsas las dos: o se expone la historia con un despliegue de ideales que no se sabe cmo pueden tomar encarnadura, tal es, en su ms ancha y pedante expre-sin, la manera de hacer la historia de Hegel; o se enu-mera en fatigosa crnica un conjunto de hechos milita-res, como si el esfuerzo y el dominio naciesen y comen-zasen en s mismos.

    63

  • La cabal interpretacin de la historia requiere la vi-

    sin de lo ideolgico, que se encarna y toma materia pal-

    pitante en un momento del tiempo, y, a la vez, todos

    aquellos impulsos y aquellos hechos militares y polti-

    cos determinantes de una vida colectiva, que son efec-

    to y a la vez causa de la visin ideolgica.

    Cuando la terrible ausencia me coma medio lado,

    como a Espaa le ha comido medio lado la ausencia de

    Amrica y a la Argentina le ha comido medio lado la

    ausencia espaola, pens que tambin hay estos mo-

    dos de ver la historia, y que a la historia la ausencia

    le ha comido medio lado, la ausencia de uno de los

    dos. Ni la historia con un mero despliegue de ideas, ni

    la historia con una sucesin prdiga de hechos sin sen-

    tido puede dar una cabal visin de ningn hecho y so-

    bre todo en el grandioso hecho del imperio espaol.

    La denominacin de la historia universal, habitual

    en los manuales, Antigua, Media y Contempornea, es,

    por su mera enunciacin, arbitraria y falsa con refe-

    rencia a todo lo universal. En primer lugar presupone

    el contemplar el mundo sacando el reloj, ir pensando

    que todo el acontecer universal existe en funcin del

    minuto en que se est viviendo. Esta divisin, por otra

    parte, tiene una fecha determinada, ha nacido al final

    del siglo XVII casi cuando est comenzando la poca de

    ilustracin, es decir, cuando se est perdiendo el senti-

    do de historia en Europa.

    Si es falsa esta nomenclatura con referencia a cual-

    quier historia, lo es mucho ms con referencia a la his-

    toria espaola. Con respecto a Espaa carecen de sen-

    tido las expresiones de Edad Media y Moderna, pues la

    64

  • divisin ideolgica que se pone como punto de referen-

    cia para este deslinde de campos no se ha realizado nun-

    ca, por fortuna, en la vida espaola. Las ideas impe-

    rantes en la Edad Media son las de los espaoles que es-

    taban combatiendo en el ao 1580. La catedral de Se-

    govia es del mismo ao que la batalla de Pava, y un San

    Isidoro de Sevilla en el siglo X hace renacimiento, y un

    Theotocopuli en plena poca del barroco hace Edad Me-

    dia. La Espaa de Enrique IV, el Impotente, es el in-

    mediato ayer de la Espaa de Isabel y Fernando. En

    tiempos de Enrique IV presentaba Espaa una visin

    de la vida espaola muy poco en relacin con el or-

    den cultural europeo, y quizs menos an con el orden

    poltico. Con arreglo a un concepto que domina casi

    toda la interpretacin de la vida contempornea, el con-

    cepto de evolucin, no podra explicarse este trnsito

    brusco, decisivo de la Espaa de Enrique IV a la Es-

    paa de Fernando e Isabel.

    All, en su Alczar de Segovia, rodeado de bosques,

    en una de las escasas regiones forestales de esa Castilla

    con tendencia a lo absoluto, que por renunciar a lo re-

    lativo renuncia incluso a las hojas, al tallo y al verdor,

    vagaba un poco romnticamente el rey Enrique IV, ro-

    deado de msicas no celestiales y rodeado de gentes ex-

    ticas. Mientras tanto el reino era macheteado cada da

    por la arbitrariedad impulsiva del primer feudal, o pa-

    ra emplear una palabra ms espaola, del primer aris-

    tcrata o del primer obispo de mandato. Cmo puede,

    en cincuenta aos, pasar un pueblo de un estado de tu-

    multo sin grandeza a un estado de grandeza sin tumulto?

    Es que el concepto de evolucin, originado en una inter-

    65

  • pretacin falacsima y estpida de las ciencias natura-

    les, fu poco a poco deslizndose hasta las ciencias del

    espritu; era un concepto radicalmente falso y un con-

    cepto exclusivamente ingls; no me importara nada al-

    terar los trminos y decir que era un concepto falso

    por ingls.

    En primer lugar, no hay evolucin en la naturale-

    za. Lo que nos indica, con una evidencia irrecusable, la

    primera y la ms clara visin sobre la naturaleza, es

    que en ella se ha producido todo de un modo simult-

    neo y catastrfico; no se han podido encontrar nunca

    los trnsitos de una especie a otra especie, porque no

    existen; ni siquiera dentro de la vida de cada especie se

    puede encontrar esas indecisiones que corresponden a un

    concepto de evolucin. Se nace en un instante, se mue-

    re en otro. Esta es la doctrina cristiana aplicada a la

    naturaleza y aplicada a aquello en donde se inserta lo

    sobrenatural en la naturaleza y se rene este mundo

    V el mundo del ms all, adonde hay materia y esp-

    ritu, es decir en aquello que hace el hombre en la his-

    toria. En cualquier caso el concepto de evolucin apli-

    cado a la naturaleza y al espritu puede corresponder a

    la naturaleza y al espritu de los anglosajones, es un

    concepto flemtico de la existencia; pero no puede co-

    rresponder a la naturaleza que alude al mundo hisp-

    nico, pues Espaa, que se caracteriza por alternativas

    entre todo y nada pero se mueve siempre en lo abso-

    luto, incluso cuando el instinto de furia quiere arreme-

    ter contra l, Espaa ignora estos matices y estas lenti-

    tudes por las cuales la evolucin no comienza en nada

    y concluye siempre en nada. No ha habido evolucin

    66

  • y concluye siempre en nada. No lia habido evolucin

    pues, de la Espaa de Enrique IV a la Espaa de Fer-

    nando e Isabel, ha habido actos simultneos de crea-

    cin.

    Se ha dicho que un milagro puede darse siempre, pe-

    ro que no suele durar mucho. El milagro de la existencia

    espaola como grandeza cabal y universal dur sobre

    ciento cincuenta aos prcticamente. Pero en dando

    ejemplo de cmo pueden realizarse y encarnarse un mo-

    do de ser y un conjunto sistemtico de valores, este mi-

    lagro no ha acabado nunca y quizs ahora est estrenan-

    do su nueva manifestacin.

    La primavera ha venido. Nadie sabe cmo ha si-do. No se puede explicar nunca cmo aparece la pri-mavera, ni se podr nunca explicar cmo es la prima-

    vera de un pueblo. Acontece. Un da vamos por la ca-

    lle y todava sufrimos los rigores del invierno. La maana

    siguiente, un mundo fulgurante en las luces de oro, sen-

    timos jbilo en los corazones, nos parece que un nue-

    vo fervor sube por nosotros y en suma no ha cado una

    hoja del calendario, sino que ha venido un nuevo brote

    vital. Lo ms que se puede hacer con la primavera es

    intentar una definicin.

    La fe que anda dando tumbos en tiempos de En-

    rique IV se pone en pie, enhiesta y militar como un

    castillo. La reconquista hubiera podido concluir dos si-

    glos antes. No deja de sorprender que Sevilla fuese cris-

    tiana en tiempos de San Fernando, y que Granada fue-

    ra musulmana 17 aos despus. Es que durante esos aos

    se haba olvidado el sentido trascendente que mova la

    vida espaola y en ltimo trmino se haba pactado un

    67

  • tud para que la gente pudiera pelearse por los modos de interpretacin del espritu. Tenamos que llegar a es-ta ruin poca contempornea para que tuviera que jun-tarse la gente para pelear por la existencia del espritu mismo.

    Y as, Isabel y Fernando deciden darle el ltimo im-pulso a la Reconquista.

    Por haberla realizado antes, la banda occidental de la pennsula haba podido lanzarse antes a la gran em-presa sobre los mares. Portugal anticipa la peripecia his-pnica: es un poco como la alborada de aquello que ha de ser luego medioda en Castilla. El pequeo y heroico Portugal va a encontrar la gran llanura del mar. Cuenta un cronista esta maravillosa historia de unos hombres que doblan l