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1 Introducción a la teología Gerardo Daniel Ramos 1. La búsqueda: el hombre es capaz de Dios 1.1El deseo de felicidad y el sentido de la vida. Dios como plenitud de sentido Todo hombre quiere ser feliz. Esta afirmación de Aristóteles, corroborada por Tomás de Aquino, nos plantea la cuestión ética fundamental. Ambos autores constatan que la felicidad no se encuentra en cualquier cosa, sino en la virtud (el primero) y en Dios (el segundo). Todo lo demás puede enriquecer de un modo relativo estas experiencias fundamentales. Más recientemente, V. Frankl sostuvo que el hombre se enferma psicológicamente cuando no encuentra sentido para su vida. Él hablaba de enfermedades no sólo psicógenas, sino noógenas, es decir, las que surgen de una falta de sentido. Por lo que toda persona tiene la tarea fundamental de buscar y encontrar sentido para el conjunto de su existencia, a saber, un “metasentido”. En esto se funda la logoterapia. Sin embargo, todo sentido es provisorio, nada es para siempre. Todo por alguna razón o en algún momento falla y abre nuevos y más decisivos interrogantes a la vida humana. Especialmente el dolor, la enfermedad y la muerte generan profundos interrogantes. Solo Dios es capaz de aportar respuestas a estos interrogantes últimos. Sin embargo, hasta de Dios podemos hacer un ídolo a nuestra medida, y por eso también la imagen que nos hacemos de Él debe ser purificada. 1.2La búsqueda de las religiones. Experiencia religiosa de la humanidad. Espacios no confesionales de búsqueda religiosa A lo largo de la historia, todas las religiones se enfrentaron a las cuestiones últimas. El budismo, por ejemplo, abordó de un modo decisivo la cuestión del dolor. La pervivencia después de la muerte aparece intuida en muchas tradiciones religiosas. Hoy existen muchas iniciativas no confesionales que intentan dar respuestas a los interrogantes más profundos de la

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Introducción a la teología

Gerardo Daniel Ramos

1. La búsqueda: el hombre es capaz de Dios

1.1 El deseo de felicidad y el sentido de la vida. Dios como plenitud de sentido

Todo hombre quiere ser feliz. Esta afirmación de Aristóteles, corroborada por Tomás de

Aquino, nos plantea la cuestión ética fundamental. Ambos autores constatan que la felicidad no

se encuentra en cualquier cosa, sino en la virtud (el primero) y en Dios (el segundo). Todo lo

demás puede enriquecer de un modo relativo estas experiencias fundamentales.

Más recientemente, V. Frankl sostuvo que el hombre se enferma psicológicamente cuando

no encuentra sentido para su vida. Él hablaba de enfermedades no sólo psicógenas, sino

noógenas, es decir, las que surgen de una falta de sentido. Por lo que toda persona tiene la tarea

fundamental de buscar y encontrar sentido para el conjunto de su existencia, a saber, un

“metasentido”. En esto se funda la logoterapia.

Sin embargo, todo sentido es provisorio, nada es para siempre. Todo por alguna razón o en

algún momento falla y abre nuevos y más decisivos interrogantes a la vida humana.

Especialmente el dolor, la enfermedad y la muerte generan profundos interrogantes. Solo Dios

es capaz de aportar respuestas a estos interrogantes últimos. Sin embargo, hasta de Dios

podemos hacer un ídolo a nuestra medida, y por eso también la imagen que nos hacemos de Él

debe ser purificada.

1.2 La búsqueda de las religiones. Experiencia religiosa de la humanidad. Espacios no

confesionales de búsqueda religiosa

A lo largo de la historia, todas las religiones se enfrentaron a las cuestiones últimas. El

budismo, por ejemplo, abordó de un modo decisivo la cuestión del dolor. La pervivencia

después de la muerte aparece intuida en muchas tradiciones religiosas. Hoy existen muchas

iniciativas no confesionales que intentan dar respuestas a los interrogantes más profundos de la

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persona humana. Un ejemplo de esto es la New Age, pero también existe una variadísima gama

de iniciativas en el campo de la autoayuda.

En la base de toda experiencia religiosa está el encuentro con el totalmente Otro, fascinante

y tremendo, que redimensiona la vida e invita a un nuevo modo de existencia. Esta experiencia

religiosa, a la cual le es inherente una dimensión personal insustituible pero también una

vertiente comunitaria y social, es el trasfondo común para todo diálogo interreligioso. Incluso la

misma tradición literaria en los diferentes pueblos de la tierra da cuenta de este tipo de

experiencias más allá de lo estrictamente confesional.

1.3 La búsqueda de la razón. Los caminos de acceso a Dios: ontológico, cosmológico

y antropológico. El conocimiento de Dios según la Iglesia

Con la búsqueda religiosa del hombre se corresponde la búsqueda racional. Por medio de

la vía de causalidad, puede arribarse al motor primero, a Aquél que es per se (cf. Cinco vías de

Tomás de Aquino). La misma armonía y belleza del cosmos nos remiten a Dios, por lo que todo

hombre, única creatura amada por Dios en sí misma, desde su experiencia interior más

profunda, puede llegar a la convicción de que existe un “por qué” y un “para qué” últimos en la

creación. Lo imperfecto se explica por lo perfecto, el ser participado por el ser no participado.

De este modo, naturalmente podemos llegar a la certeza de la existencia de un Dios sabio,

omnipotente y justo, que recompensa el bien.

1.4 Conveniencia, posibilidad y necesidad de una revelación sobrenatural histórica

Sin embargo, muchas veces el hombre conoció no sin mezcla de error lo que de suyo era

cognoscible por la razón natural (cf. Dei Filius). Es también por este motivo que era

conveniente una revelación sobrenatural. Pero además, porque el horizonte de bienaventuranza

hubiera sido inalcanzable sin la luz de la fe: tanto su conocimiento como su consecución

efectiva. No repugna a un Dios santo y misericordioso allegarse al hombre y asumir la

naturaleza humana como medio más conveniente para acercarle la salvación (cf. Anselmo de

Aoesta).

El desafío principal de la teología fundamental es mostrar que este acontecimiento ha

ocurrido efectivamente en la historia, que la persona y misterio de Jesucristo no es simple mito,

y que el advenimiento en carne de la segunda persona de la Trinidad ha venido precedido de una

larga pedagogía de Dios que se perfila especialmente en lo que dio en llamarse “historia

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particular de salvación” (K. Rahner), a saber, la elección del pueblo (hebreo) de la primera

alianza.

2. El encuentro: Dios al encuentro del hombre

2.1 Dimensión histórica de la Revelación. Sus etapas en la Sagrada Escritura (Antiguo

y Nuevo Testamento), en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia

Existe una progresividad en la Revelación, siendo que Dios se adecua al hombre y le habla

en lenguaje humano (cf. Dei Verbum). Esto significa también que Dios respeta la evolución de

la consciencia religiosa de la humanidad, y en concreto, de su Pueblo elegido. Desde un teísmo

primitivo que podemos asociar a los tiempos de Abraham, se pasa a un monoyahvismo a partir

de Moisés y la Alianza en el desierto. El monoteísmo emerge a partir del destierro, ya que Israel

constata que también en tierra extranjera está su Dios, que puede liberarlo de tal ignominia

histórica, y que por esto mismo es el Dios del universo.

En la plenitud de los tiempos, después de habernos hablado de muchos modos y muchas

veces, nos habló en su Hijo, de modo que “ya no tiene otra palabra” (Juan de la Cruz). Sin

embargo, la conciencia creyente del nuevo pueblo de Dios va madurando en el tiempo, y la

percepción más y más acabada del depositum fidei [=depósito de la fe o revelación] es

progresivo, sin verse afectada esta comprensión nunca en lo substancial. Este depositium fidei se

transmite en el marco de la tradición eclesial, y el magisterio de la Iglesia está al servicio de una

interpretación fiel del mismo cuando los nuevos tiempos exigen ulteriores desarrollos.

2.2 La Revelación en sí misma. Noción, formas, finalidad, características

Dios nos ha revelado lo necesario para la salvación. Por eso la interpretación de la

revelación exige depurarla de todo aquello que no está estrictamente orientado a la salvación del

hombre: elementos culturales, epocales, premisas científicas del tiempo, etc. El desarrollo del

pensamiento filosófico y científico contribuye a una comprensión más acabada de nuestra fe, en

la medida que ayudan a depurar nuestra percepción de la misma de todo aquello que no ha sido

estrictamente revelado. El ejemplo histórico más conocido es el del geocentrismo en tiempos de

Galileo, que hasta entonces era considerado parte de la cosmovisión cristiana.

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La revelación tiene una organicidad interna que la teología contribuye a percibir y

manifestar. Gestos y palabras intrínsecamente vinculados que nos muestran y posibilitan el

camino de la salvación, pero que solo muy de a poco vamos comprendiendo en profundidad. En

este sentido, puede afirmarse que existe una hermenéutica histórica de la revelación cristiana y

una evolución siempre abierta en la comprensión del dogma.

2.3 Jesucristo, Palabra de Dios encarnada, plenitud de la Revelación.

Jesucristo es el Alfa y Omega de nuestra fe. Él es el camino del hombre a Dios, pero

también el camino de Dios hacia el hombre.

a. El acceso histórico a Jesús de Nazaret. Historicidad (testimonios bíblicos y

extrabíblicos). Vida y mensaje. El misterio de Jesús de Nazaret (rasgos y

títulos).

(¿Quién dice la gente que soy yo?). A Jesús de Nazaret se accede principalmente

mediante los Evangelios canónicos. Poco añaden los apócrifos. En cuanto a los testimonios

paganos de los primeros tiempos, son reducidos en número por un motivo comprensible:

solo se registraban los acontecimientos significativos en términos numéricos o por razones

de interés de Estado. Sin embargo se conservan algunas referencias de Tácito, Plinio, y

también de Flavio Josefo en el ámbito judío, que atestiguan la existencia histórica tanto de

Jesús como de un nutrido número de discípulos.

Jesús de Nazaret es el hijo de María e hijo de Dios. Desde el primer siglo los Padres

Apostólicos resaltaron el doble carácter humano y divino de Jesucristo, si bien esta última

afirmación fue consagrada magisterialmente con el Concilio de Nicea (325). Toda su

enseñanza y sus gestos revelaron esta constitución ontológica teándrica: trascendencia

humana y trascendencia divina que se revela, por ejemplo, en una significativa cantidad de

curaciones y exorcismos. Jesucristo es el Profeta que debía venir, el Rey de reyes, y el

Sacerdote de la nueva y definitiva Alianza.

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b. El testimonio pascual: la resurrección de Jesús, objeto y motivo de

credibilidad. Sentido y significado de la muerte y la resurrección en el designio

salvífico divino.

(Y ustedes, ¿quién dicen que soy?). Jesús murió, pero al tercer día resucitó de entre

los muertos. El Padre lo resucitó, Él mismo se dio a conocer, y los discípulos lo vieron: toda

esta riqueza de significados queda puesta de manifiesto por el verbo griego ofze. El múltiple

testimonio de los primeros discípulos que lo vieron aparecerse tanto en Galilea como en

Jerusalén, personalmente, de a dos o estando los once reunidos, en diferentes circunstancias

y lugares (en el cenáculo o afuera, de camino o en el lago), atestiguan unánimemente que el

Señor vive. Si resurrección es la victoria de la Vida sobre la muerte, a partir de la misma ya

nunca la muerte podrá tener la última palabra sobre la vida humana. El pecado y la muerte

han sido vencidos para siempre.

c. El misterio de Cristo “en el cual se esclarece el misterio del hombre” (GS 22).

Jesucristo como propuesta de sentido.

En el misterio de Cristo se revela el misterio del hombre. En Jesús se manifiesta

plenamente lo que cada uno de nosotros está llamado a ser por adopción: hijo de Dios. Ésta

es la revelación de nuestra dignidad más profunda. La vida de Jesús ofrece sentido a nuestra

propia vida: la conduce a la Vida con mayúsculas. Dado que según un adagio patrístico “lo

que no es asumido no es redimido”, en la pascua de Jesucristo todo evento humano cobra

sentido: ninguna vivencia humana ha quedado sin ser redimida u orientada hacia la

salvación.

3. La respuesta: la confianza y el asentimiento al Dios que habló primero.

3.1 De la escucha a la fe

Siendo oyentes de la Palabra, estamos llamados a recibir esta Palabra por la fe en nuestra

vida, como María en la Anunciación. La etimología tanto hebrea como griega del verbo “escuchar”

se emparenta con “obedecer”.

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a. La fe en la Sagrada Escritura

El primer ejemplo de creyente lo tenemos en Abraham, que partió hacia la tierra que

el Señor Dios le indicó, y creyó contra toda esperanza. Aparecen aquí de modo incipiente

los principales elementos del acto de fe: confianza en Dios y en el contenido de su mensaje.

Pero el ejemplo por excelencia de fe es el de María, que avanzó en su peregrinación

creyente y permaneció de pie junto a la cruz de su Hijo. Dice la Epístola a los Hebreos que

“la fe es garantía de lo que se espera, certeza de lo que no se ve” (11,1), y que en este

sentido, nos precede una incontable nube de testigos. En los evangelios, Jesús normalmente

exige fe hacia su persona para realizar los signos del Reino o milagros.

b. La fe según la tradición y el Magisterio de la Iglesia

Decía Agustín de Hipona que la fe es un cum assensu cogitare, un asentir meditativo,

donde la razón busca y se compromete plenamente al momento de lograr una intelección

cada vez mayor de aquello a lo que ya se asiente. Fides quaerens intellectum, a saber, la fe

busca la comprensión, pero también intellectus quaerens fidem, a saber, la intelección pide

la fe. Por eso san Anselmo retomará estas convicciones medievales y afirmará: Credo ut

intelligo, creo para entender, e intelligo ut credam, entiendo para creer. Se consagra así la

circularidad hermenéutica que existe entre fe y razón (cf. Fides et ratio).

A lo largo de los siglos de la modernidad, la fe se separó de la razón, originando

cuatro tendencias heréticas: racionalismo y ontologismo por un lado, y tradicionalismo y

fideísmo por el otro, con lo que tanto la comprensión de la fe como el poder de la razón se

vieron empobrecidos. La Dei Filius del Concilio Vaticano I afirma que podemos conocer la

existencia de un Dios sabio y justo, pero que hay misterios que exceden el poder de la razón:

la Encarnación, la Trinidad, etc. Pero que además, estando la mente humana entenebrecida,

la revelación de Dios viene a subsanar esta pobreza ontológica del hombre afectado por el

pecado.

c. La fe en la reflexión teológica. Razones para creer (la credibilidad y sus

signos). La fe antropológica y teológica.

Para creer hay que tener motivos. La fe no es un mero acto voluntarista: los signos de

credibilidad nos inducen a creer, tanto por la credibilidad intrínseca de su contenido (=fides

quae), como también por el dicente al que asentimos, ya que Dios no puede engañarse ni

engañar. Los signos del evangelio de Juan, los milagros de los sinópticos, pero sobre todo la

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resurrección del Señor son los signos de credibilidad por excelencia. A estos debe sumarse

el testimonio interno del Espíritu Santo, que nos impulsa a dar un asentimiento de fe: sin Él,

todos los signos no serían sino una colección de relatos sin vida. A ese impulso del Espíritu

que nos mueve a la fe, haciéndonos creyentes, se lo denomina fides qua (=fe por la cual).

La fe teológica supone un nivel de fe antropológica: no puede creer en Dios quien no

esté dispuesto a creer, por analogía, en las personas. El que quiera conocer tendrá que estar

dispuesto a creer, decía Aristóteles. Posiblemente ninguno de nosotros estuvo en Tokio, pero

todos creemos que existe porque lo hemos leído, visto alguna película, fotos, navegado por

internet, etc. Todos estos elementos de credibilidad nos inducen a pensar que es sensato

creer que Tokio existe. Lo mismo cuando alguien nos dice algo: cuanto más confianza la

persona nos inspire, tanto más le creeremos. Estaremos más inclinados a creer a nuestros

padres, amigos, hijos/as, esposo/a que a un desconocido/a.

3.2 De la fe al testimonio.

a. La tradición como transmisión. Tradición oral y escrita.

Lo creído debe ser testimoniado y transmitido. No transmitimos aquello que

verdaderamente no testimoniamos, ni testimoniamos aquello que verdaderamente no

vivimos. De ahí la importancia de la integridad y consistencia del testigo en el testimonio.

La tradición viva en la Iglesia, está llamada a mediar el encuentro de fe con Jesucristo de

cada persona que viene a este mundo. Esta tradición tiene una vertiente escrita en la Sagrada

Escritura, y otra oral, en cuanto es en el seno de la vida eclesial que la Sagrada Escritura se

conserva y comprende realmente. Sagrada Escritura y tradición oral se compenetran

mutuamente al momento de comunicar y testimoniar lo necesario para la salvación:

constituyen un mismo patrimonio.

b. La Sagrada Escritura. Nociones generales. La historia de salvación como

historia de amor y alianza entre Dios y los hombres.

La Biblia es el producto final de una larga vivencia de fe del pueblo de Dios, que

sólo fue consignada por escrito, en algunos casos, después de siglos (entre el siglo X a.C. y

el II d.C.). De ahí la heterogeneidad de sus textos, estilos, lenguas, temas, géneros literarios,

teologías, circunstancias históricas y contextos. Pero en última instancia, la Biblia cuenta

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una historia de amor, y también de pecado, entre Dios que salva y su pueblo que no siempre

le responde generosa y fielmente. En el fondo, es la historia de cada creyente individual.

El Antiguo Testamento o Primera Alianza nos muestra la constitución progresiva de

Israel como pueblo de Dios, y su autoconciencia y vivencia, también orante y poética, en

referencia a Yahveh. Los judíos lo dividían en la Ley [=Torah], que sería nuestro

Pentateuco; los Profetas [=Nebihim], que hoy designamos como mayores (Isaías, Jeremías,

Ezequiel) y menores (Abdías, Habacuc, Amós, Oseas, etc.); y los demás escritos

[=Ketubim], entre los cuales se destacan los libros sapienciales (Proverbios, Eclesiastés,

Eclesiástico, Sabiduría, etc.) y poéticos (Job, Cantar de los cantares).

El Nuevo Testamento o Nueva Alianza nos consigna la vida y obra de Jesús de

Nazaret en cuatro evangelios (vg., Mateo, Marcos, Lucas y Juan); las cartas de Pablo, que en

realidad constituyen los testimonios cristianos más antiguos (Gálatas, Romanos, 1ª y 2ª

Corintios, Filipenses, Filemón, etc.), y las vivencias de los primeros discípulos y

comunidades cristianas (comenzando por los Hechos de los Apóstoles). Todos estos escritos

tienden a vertebrarse en torno al kerigma o mensaje de salvación, y a evitar registros

anecdóticos o de mera curiosidad histórica.

c. La transmisión en la Iglesia.

Lineamientos para una eclesiología fundamental: conceptos e imágenes de

la Iglesia en la Sagrada Escritura. La Iglesia y la Santísima Trinidad.

Características: comunión y misión; notas o propiedades. Los fieles

cristianos. María, miembro eminente y modelo de la Iglesia

La Iglesia surge de la Pascua de Jesucristo y de la efusión del Espíritu Santo en

Pentecostés. Siguiendo la constitución conciliar Lumen Gentium, puede decirse que la

Iglesia es la multitud de creyentes reunida en el nombre del Padre y del Hijo y del

Espíritu Santo (Tertuliano). Que en ella existe una gran diversidad de carismas y

ministerios. Que es la comunidad de discípulos, pueblo de Dios, templo del Espíritu,

cuerpo de Cristo. Que la Iglesia está llamada a ser, en términos patrísticos, la Esposa fiel

del Cordero, Virgen íntegra que conserva el testimonio de la fe incorrupto, Madre de

numerosos creyentes por el bautismo. De todos estos rasgos, María es como su síntesis e

icono: en ella la Iglesia ya alcanzó su perfección, ya que es además su fruto más

precioso (cf. LG VIII).

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La Iglesia está llamada a vivir y testimoniar el Evangelio de Jesucristo en medio de

los pueblos del mundo, mediante su palabra, la celebración litúrgica, y su testimonio de

vida y santidad. Todo lo cual hace a los ministerios profético, sacerdotal y real

respectivamente, por medio de los cuales procura hacer verdaderamente presente a

Jesucristo en el mundo. Santa y a la vez necesitada de continua purificación, la Iglesia es

sacramento universal de salvación, signo e instrumento de la íntima unión de los

hombres con Dios (LG 1 y 48). Peregrina en esperanza entre las tribulaciones del mundo

y los consuelos de Dios (según Agustín de Hipona), hacia la Patria definitiva, a saber, el

encuentro y visión definitiva y transfiguradora con Dios.

Interpretación y crecimiento en la inteligencia de fe: el Magisterio de la

Iglesia

La Iglesia percibe cada vez más clara y profundamente aquello que cree. Al servicio

de este proceso está la actividad teológica. Al servicio de la fidelidad al depositum fidei

está el Magisterio. Las intervenciones del Magisterio son como mojones que indican por

dónde va la fe: no son la ruta, sino indicadores para no extraviarse ni equivocar el

camino. Por eso debería existir una fecunda reciprocidad al servicio de una más plena

interpretación de la fe entre teología y magisterio. Es por medio de ellos, y del respeto a

sus competencias específicas, que la Ecclesia credens [=Iglesia creyente] se constituye

en Ecclesia docens [=Iglesia docente].

3.3 Del testimonio a la teología

a. Hacia una definición de la teología: fides quaerens intellectum [=la fe que

busca entender]. Las características de la teología en cuanto ciencia de la fe

La teología en cuanto ciencia parte del dato de fe y lo reflexiona a la luz de la razón

creyente. Busca entender más acabadamente la relación existente entre los diferentes

artículos de la fe. La teología se divide en áreas: fundamental, bíblica, dogmática, moral,

espiritual y pastoral, que no son sino perspectivas para el abordaje y reflexión de una misma

fe. B. Lonergan desarrolla ocho especializaciones funcionales de la teología, que tienen que

ver con el auditus fidei (=escucha de la fe) y el intellectus fidei (=comprensión de la fe).

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b. La razón y la fe en la tarea teológica. Sus relaciones con la filosofía, las

ciencias particulares y la cultura. La teología como sabiduría

Por interactuar razón y fe en teología, todos los saberes pueden ser convocados al

momento de hacer más luminosa la comprensión de la fe, como así también el resplandor de

su testimonio en un determinado tiempo y contexto. Este diálogo con la filosofía, las

ciencias particulares, la sabiduría popular, las tradiciones religiosas, etc., van haciendo de la

teología un saber sapiencial o sabiduría. Este saber sapiencial, en la medida que se arraiga e

interioriza, impulsa una más profunda vivencia teologal del creyente en lo cotidiano de la

vida.

02/06/2016

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Para ulterior profundización, pueden descargar gratuitamente los 12 e-books de mi

TEOLOGÍA DEL CAMBIO DE ÉPOCA. En particular, para esta temática, "Historia

y perspectiva de las ideas teológicas" (Trilogía I, 1ª parte)