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Historiografía de Colombia

Patricia Cardona

Bandoleros Políticos y protesta social.

Muchas veces la historia está demarcada por concepciones canónicas que impiden investigaciones, interpretaciones, e, incluso, validación de nuevas fuentes. Esto probablemente pasó hacia mediados de la década de los 50, periodo en el que se enarboló una historia nacional, fundada sobre paradigmas que respondían, en parte, a las crisis y a las nuevas condiciones sociales a las que se enfrentaba el país: de un lado la creciente industrialización y modernización de la vida económica, la paulatina pero constante secularización de la cultura y la herida abierta de la violencia que desangraba los campos del país. La evidencia de los hechos impuso visiones idílicas de la vida colombiana, sustentadas en la mirada bucólica sobre el campo: campesinos católicos, amantes de la tradición, distanciados, por la fuerza de la moral religiosa, de los engaños, las mentiras y la contaminación púdica de la vida citadina.

La Idealización fue insumo para que en el imaginario de la violencia se redujera a los campesinos a víctimas, lo que se minimizó el carácter político y organizativo de sus movimientos. No decimos que esta sea una imagen mala per se, sino que sobre la victimización se produjo el desconocimiento de la acción política y participativa de los campesinos. La victimización de los campesinos y la nominación neutral de la violencia, sirvieron, en parte, para mostrar la continuidad democrática y pacifista de las elites políticas colombianas y para minimizar los efectos de “la guerra” en la tradición civilista. Al visibilizar sólo a las víctimas, se ocultaron las condiciones que pudieron haber desatado no sólo la confrontación, sino las causas de la pugna, sus dinámicas y de descomposición social que afectó a las regiones azotadas por el conflicto. Investigaciones posteriores evidenciaron los equívocos de estas interpretaciones y abrieron perspectivas que permitieron comprender la diversidad de la violencia, sus actores, sus causas y consecuencias.

El trabajo de Guzmán, Fals y Umaña, tuvo el mérito llamar la atención sobre la violencia como un fenómeno que envolvió, en una espiral sangrienta a los campesinos de gran parte del país. Esta visión implementó nuevas explicaciones y demostró que los campesinos no fueron sólo depositarios de la violencia, sino que asumieron acciones tremendamente violentas en el contexto de la pugna. El tema agrario se introdujo como parte de los análisis, y, paulatinamente, los campesinos se convirtieron en actores políticos. Las investigaciones mostraron la organización de la lucha campesina y su autoconciencia política. Catherine Legrand , por ejemplo, estudió el tema agrario desde las dinámicas y luchas campesinas, que expresan las relaciones directas con el Estado, a través de peticiones, demandas, y reclamaciones.

El libro de Gonzalo Sánchez y Donny Meertens: bandoleros, gamonales y campesinos, investigó el fenómeno que precedió los brotes más clásicos de la violencia política. Los autores referencian la politización del campo, la organización de los grupos campesinos y la relación entre estos y las clases políticas locales y nacionales que determinaron los rumbos de los bandoleros y su posterior declive. Queremos centrarnos, entonces, en la figura del bandolero colombiano para mostrar a) su carácter político, b) los sistemas de organización social que permitieron su movilidad y su impacto en la sociedad campesina, c) las relaciones con los gamonales, con la vida urbana, en este caso con los pueblos. . La vida rural no puede ser marginada del Estado, la separación campo ciudad es artificiosa y a toda luces restringe las posibilidades de nuevas interpretaciones sobre la violencia.

Bandoleros políticos

Sánchez y Meertens ubican a los campesinos en el epicentro de la confrontación política, hacen hincapié en que no fueron una masa despolitizada y desorganizada. La violencia fue la puesta en escena del carácter dinámico, activo y político de los campesinos, que desbordaron los márgenes de representación e intervención del Estado y que contaron con el bandolero como figura retaliatoria, a través de la cual tejieron sistemas de confrontación con los estrechos márgenes de participación en el Estado. El bandolero no debe equipararse con el delincuente. En los términos usados por Eric Hobsbawm el bandolero es encarnación de profundas tensiones sociales como justiciero, protector y vengador contra toda opresión a la que son sometidos los más débiles. Hobsbawm afirma que “el bandolerismo es una forma más bien primitiva de protesta social organizada, acaso la más primitiva que conocemos”, enfatiza su carácter conservador “sus ambiciones son pocas: quiere un mundo tradicional en el que los hombres reciban un trato de justicia, no un mundo nuevo con visos de perfección”.

En el caso colombiano esta sentencia no se cumple literalmente, pues pese a la procedencia campesina, a sus móviles vindicativos o a sus acciones, la aparición y el accionar de los bandoleros colombianos más representativos( chispas, sangrenegra, desquite y pedrobrincos), estuvieron relacionados las transformaciones políticas y partidistas y con la existencia de una especie de conciencia campesina que les imprimió carácter “revolucionario”. Con la instauración del Frente Nacional (1958-1964), los grupos de autodefensa campesina siguieron actuando, ahora en un nuevo contexto y en otras condiciones políticas. Los bandoleros hicieron parte de este fenómeno, que no estaba desvertebrado de la vida y la cotidianidad campesina, los bandoleros colombianos contaron con el apoyo campesino, eran vistos como “rebeldes con causa”. El bandolerismo como manifestación campesina, estaba inscrito en complejas relaciones sociales entre los campesinos, el estado y los poderes locales (los gamonales) a través de un juego de reciprocidades, de favores y compromisos mutuos que hicieron de él una figura inserta en la sociedad. En Colombia el bandolerismo fue ante todo una manifestación política, una respuesta local a la fuerte tendencia centralizadora, de burocratización partidista del estado y de burocratización de los partidos. Por lo tanto, los este problema no puede ser analizado por fuera de las relaciones políticas y al margen de la aprobación campesina. Su lucha fue una lucha política que contó con el apoyo de importantes sectores de la población. En palabras de Hobsbawm: “para comprender el bandolerismo y su historia debemos verlo en el contexto de la historia del poder, es decir, del control por parte de los gobiernos y otros centros de poder (en los campos principalmente los dueños de la tierra y el ganado) de lo que sucede en los territorios y entre las poblaciones sobre las que pretenden ejercer el control”. Por sus alcances políticos y su articulación con los poderes locales y nacionales, el bandolero colombiano tuvo características más de bandolero político que de bandolero social.

El bandolero fue pues una respuesta a la falta de capacidad estatal de dar respuesta a la crisis, la inseguridad y la violencia en las zonas campesinas que habían sido golpeadas por la violencia de los años anteriores (1948 -1953) y una bisagra que articuló los poderes locales con las comunidades campesinas en las que tenían influencia y poder. Estas situaciones rompen la tipología impuesta por Hobsbawm, en tanto el bandolero político del país mantuvo relaciones fluidas con las élites locales y los gamonales, y contó con el importante apoyo de grupos políticos de orden nacional como el MRL, (Movimiento Revolucionario Liberal), opuesto al Frente Nacional. El MRL liderado por López Michelsen, propugnaba por un tratamiento más estructural del bandolero, dejando la visión puramente delincuencial, impuesta por el Frente Nacional. Lo que llevo a tejer una especie de solidaridad implícita entre un movimiento político de orden nacional y oficial y los bandoleros, que encontraron en este movimiento un eco de las demandas campesinas, especialmente de una reforma agraria que hiciera más democrática la tenencia de la tierra y las oportunidades de trabajo, salud y educación de los sectores rurales del país.

Dicen Sánchez y Meertens que la expansión de ambos, bandoleros y MRL, fue concomitante. A medida que se oficializó el MRL y que se absorbió burocráticamente en el Frente Nacional, los bandoleros fueron alejados de las demandas políticas y perdieron su condición de emblemas de la protesta, la movilización campesina y el descontento social que los legitimaba. Su figuración se deshizo en la misma proporción en la que gamonales (poderes locales) empezaron a involucrarse en las políticas centralizantes y burocratizantes del Frente Nacional. El apoyo político, las lealtades entre bandoleros, gamonales y políticos quedaron destrozadas, dejando a los primeros en una frágil situación, con relación a la manutención, sostenimiento y protección de las cuadrillas, lo que obligó a estos grupos a expoliar a las comunidades que los albergaban. La expoliación sistemática, la violencia ejercida sobre sus antiguos legitimadores (los campesinos) fue también su ruina. El bandolero, justiciero y encarnación de las demandas políticas de los campesinos, mutó en delincuente individualizado por sus procederes, perseguido por el estado y delatado por sus antiguos colaboradores.

Redes de apoyo. Organización y bandolerismo político

La existencia del bandolero se funde con la existencia de una comunidad que representa y de la cual se convierte en voz que reclama y en actitud que desafía a los poderes establecidos. En efecto, la existencia y supervivencia de los bandoleros colombianos, fue posible porque construyeron fuertes redes locales de apoyo y protección, que respaldaban sus movimientos y justificaban sus acciones, según Hobsbawm: “un hombre se vuelve bandolero porque hace algo que la opinión local no considera delictivo, pero que es criminal ante los ojos del Estado”.

La dualidad de su condición lo convirtió en representante de las confrontaciones y los movimientos sociales. Por lo tanto, no se puede hablar de figuras individualizadas o de cuadrillas de maleantes al margen de la ley, hablamos de expresiones campesinas, constituidas y estructuradas alrededor del bandolero y de sus hombres, encargadas del suministro alimentos, las comunicaciones y la protección de las bandas. Redes de apoyo campesino que facilitaron la mimetización de los bandoleros entre los trabajadores de las fincas, estafetas encargados de salvaguardar la comunicación entre miembros de bandas, campesinos y gamonales, responsables del suministro de víveres, transportadores aliados. Estas redes rompen la idea de la marginalidad y ruralidad de las cuadrillas. En el caso de los bandoleros colombianos la separación entre lo rural campesino y lo rural pueblerino no fue radical. Parte de las posibilidades de apoyo y supervivencia de las cuadrillas, dependió de los vínculos económicos localidades que facilitaban bastimentos para la manutención, a la vez que construían las bases de legitimidad, respeto y aprecio. “ Eran, además, gentes integradas al mercado local, puesto que mantenían contactos permanentes no sólo con tenderos que los aprovisionaban de los víveres necesarios sino también con los comerciantes que les compraban objetos o productos mal habidos, (…). Muy distinto de los montaraces y clásicos salteadores de caminos”.

El bandolerismo tampoco o puede reducirse a una actividad económicamente productiva de individuos sin espacio ni oportunidades en zonas periféricas de pobreza y marginación. En el caso colombiano el fenómeno se desarrolló en regiones altamente politizadas, en las que los juegos de poder se desplegaban con furor y violencia, zonas económicamente productivas, integradas a la economía nacional e internacional por medio del cultivo del café, intercomunicadas por redes de caminos y carreteras que facilitaron su movilidad, y finalmente organizados en cuadrillas jerarquizadas con especialización de funciones y frentes de acción delictiva y delimitación territorial. Es decir, bandas establecidas en función de la especialización y de condiciones de eficacia administrativa y de recursos. Las que incluían proveedores de armas, municiones y bastimentos, además de los “bandidos”. Una red bien organizada de cooperadores que facilitaban su accionar: “la pluralidad de vínculos urbanos y rurales, daba a estas bandas colombianas una complejidad que normalmente no se observa en otros países”.

En consecuencia los bandoleros deben ser estudiados en un campo más amplio que el simple accionar de las cuadrillas, deben ser entendidos en dinámicas sociales de protesta organizada, de movimientos sociales campesinos que, en el caso colombiano, demandaron mayores posibilidades de ascenso y oportunidades sociales y políticas, a la vez que horadaban el orden centralista y burocrático impuesto por la “negociada fraternidad” del bipartidismo de las élites después de la violencia. El bandolero demostró que la paz negociada era ficticia porque los orígenes agrarios de la violencia seguían intactos, que los campesinos exigían la distribución equitativa de la tierra, educación, oportunidades económicas y sociales. Por lo tanto que el Frente Nacional, era un convenio ilegitimo entre elites citadinas sordas a los reclamos e incapaces de suplir las carencias campesinas. En este sentido el bandolero hizo posible entender que tras su accionar delictivo (en términos estatales) se ocultaba una revolución social.

En ciertos aspectos, el carácter premoderno que introduce Hobsbawm en sus tipologías, no se puede aplicar en el caso de los bandoleros Colombianos. Se puede demostrar que estos movimientos adquirieron cierta racionalidad política, una suerte de conciencia de partido, una vocería de clase que esgrimieron como arma ideológica de lucha. La carta del famoso Chispas en 1962 fue el inicio de la racionalidad política, una declaratoria de móviles, principios y fines de la disputa: “Nuestra lucha será en lo sucesivo de pobres contra millonarios, de oprimidos contra opresores; lucha social en la cual quedan excluidos todos aquellos infames atropellos que vienen realizando las oligarquía con las fuerzas armadas a su servicio (…)”.

De líder político a delincuente

La influencia comunista ayudó a canalizar la expresión abiertamente política de la protesta social. La figura de Pedro brincos fue clara en este aspecto, con vocación más de líder que de bandolero político. Sus vínculos nacionales e internacionales con la izquierda organizada e intelectual, hacen de él un paladín revolucionario con la intención de organizar, centralizar e ideologizar la lucha. Buscó ampliar los horizontes de sus congéneres para instrumentalizar las acciones como verdaderas insurrecciones políticas. Su condición intermedia entre campesino y hombre de ciudad, entre bandolero y líder revolucionario, lo llevó a intentar canalizar el descontento a través de la combinación de la lucha, como revolución, ideológicamente articulada y políticamente coordinada y unificada: “ Ahora, no sólo por la experiencia personal sino por la de todos los luchadores, de Colombia, como del mundo entero, me he convencido de que será estéril la lucha hasta tanto no sea de carácter nacional en donde se agrupen bajo una Dirección colectiva, todos los movimientos políticos (…)”.. Pese a ser considerado bandolero, Pedrobrincos responde más a la idea de un revolucionario de izquierda, con nexos campesinos y urbanos, una bisagra ideológica entre el descontento rural y el inconformismo urbano.

Este giro muestra hasta que punto los bandoleros empezaban a transitar hacia movimientos políticos institucionalizados. Empero, esta racionalidad política, estuvo amparada en formas premodernas de legitimación y reconocimiento social. Los campesinos semantizaron heroicamente al bandolero e hicieron de él una leyenda, una especie de apoyo invisible que restituía la justicia, sobre esta semántica se tejió la red de apoyo. Valentía, osadía, y fuerza eran actitudes que convertían al bandolero en figura que trascendía la simpleza de la cotidianidad, la actitud temeraria frente a los poderosos, el desafío permanente al poder institucional representado por la fuerza pública, la idea de que el bandolero despojaba a los ricos y repartía el usufructo del delito entre los pobres, sintetizaban el ideal de justicia en una sociedad profundamente inequitativa “casi todo el que tome la contra a los opresores y al Estado será con toda probabilidad considerado una víctima, un héroe o ambas cosas”. Por eso, buena parte de los esfuerzos del Estado y la fuerza pública se dirigieron a la deslegitimación del bandolero entre las comunidades que los respaldaban: la exhibición de las acciones sangrientas de los bandoleros, acompañada de una política de delación y del esfuerzo sistemático por disolver las redes de apoyo campesino, terminaron por poner a los bandoleros contra la pared, llevándolos a coaccionar y violentar a los campesinos para conseguir los recursos necesarios para el sostenimiento de las cuadrillas. Esta situación produjo al derrumbar el bandolero como leyenda, a la transmutación en delincuente, con lo que se selló el destino de las cuadrillas y la muerte de sus principales líderes.

� Sánchez, Gonzalo: “Los estudios sobre la violencia: Balances y perspectivas”. EN Pasado y presente de la violencia en Colombia. Bogotá. Cerec. 1986. En este balance Sánchez muestra el protagonismo del campesinado en la violencia y dice “la guerra misma, su conducción en el plano militar la hace el pueblo y particularmente el campesinado.” (pag. 13)

� LeGrand, Catherine. “Los antecedentes agrarios de la violencia: El conflicto social en la frontera colombiana, 1850-1936”. EN Pasado y presente de la violencia en Colombia. Bogotá. Cerec. 1986.

� Sánchez, Gonzalo; Meertens, Donny. Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la violencia en Colombia. El áncora Editores. 1983. Prólogo de Eric Hobsbawm

� Hobsbawm, Eric. “El bandolero social”. EN Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX. Barcelona. Crítica. 2003

� Hobsbawm, Eric. Pg. 27

� Hobsbawm, Eric. Pg. 16

� Hobsbawm, Eric. Bandidos. Barcelona. Editorial Crítica. 2001. pg. 24

� Sánchez, Gonzalo; Meertens, Donny. Op. Cit pag. 213.

� Hobsbawm, Eric. Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX. Barcelona. Crítica. 1994. pg. 30

� Sánchez, Gonzalo; Meertens, Donny. Op. Cit. Pag. 101

� Sánchez Gonzalo; Meertens, Donny. Op Cit.pag. 101.

� Este fue el análisis del fenómeno que hizo el José Antonio Monsalve “Habría que pregunta -decía- si el fenómeno social que estamos contemplando hoy es un simple caso de criminalización colectiva o de criminalidad de muchedumbre, o si se trata de una revolución social”. Ver Sánchez, Gonzalo; Meertens, Donny. Op Cit. Pg. 201

� Carta de Chispas en Ibidem, pg. 110

� Carta de Pedrobricos a Desquite. En Ibidem, Pg. 28

� Hobsbawm, Eric. Rebeldes primitivos. Pg. 31