de regreso al mundo - tobias wolff

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Prximos estrenosJean estaba sola en el cine. Haba visto salir a los ltimos espectadores, echado la llave a las puertas y cerrado la cremallera de la bolsa de depsito del banco que contena la recaudacin de esa noche. Ahora estaba echando una ltima ojeada a la sala mientras esperaba a que su jefe volviera para llevarla a casa en el coche.El seor Munson se haba marchado despus de la primera sesin para ir a patinar sobre hielo en la nueva pista de Buena Vista. Haca ya casi un mes que se iba temprano y al principio Jean haba pensado que estaba cometiendo adulterio, hasta que le vio en la pista de hielo un sbado por la tarde, en que ella sali a robar en las tiendas con su amiga Kathy. Se detuvieron junto al ventanal curvado que rodeaba la pista y vieron al seor Munson estrellarse contra la pared varias veces.Los gordos no deberan patinar dijo Kathy, y siguieron su camino.La mayor parte de las noches el seor Munson volva al cine a eso de las once. Nunca haba vuelto tan tarde como hoy. Eran casi las doce.Alguien se dej una bufanda color naranja en uno de los asientos de la ltima fila. Debajo del mismo asiento haba una pata de pollo a medio comer y un frasco de salsa picante. La pata de pollo conservaba el aspecto de lo que era, la pata de un animal, y al verla, Jean sinti nuseas. Recogi la bufanda y dej que el seor Munson se encargara de los alimentos. Si l le dijera algo, ella se hara la tonta. Meti la bufanda en la bolsa de objetos perdidos y avanz hacia la parte de delante, mirando de un lado a otro a lo largo de las filas.A la mitad del pasillo se encontr unas gafas de sol. Eran Gucci. Las ech en la bolsa y trat de olvidarse de ellas, como si fuese una persona honrada y decente que no robaba objetos perdidos y cualquier otra cosa que no estuviese sujeta con candados, pero ella saba que se iba a quedar con las gafas y el saberlo haca que su resistencia le pareciera ridcula. Avanz unas cuantas filas ms y luego se encogi de hombros, como si alguien la estuviera mirando, y sac las gafas de sol de la bolsa. No le ajustaban bien. Su cara era demasiado estrecha y su nariz demasiado fina. Hacan que todo pareciera borroso y no paraban de resbalarse, pero se las dej puestas mientras se diriga hacia la parte de delante de la sala.En la primera fila a la derecha, cerca de la pared, Jean vio un abrigo echado sobre un asiento. Avanz por la fila para cogerlo. Luego se detuvo y se quit las gafas de sol, porque haba decidido creer que el abrigo no era un abrigo, sino una mujer muerta que llevaba abrigo. Una mujer muerta completamente sola en un cine vaco a medianoche.Jean cerr los ojos y lanz un suave gemido como el de un perro cuando suea. Le son a falso, as que dej de gemir; abri los ojos, volvi por la fila y luego subi por el pasillo hasta el vestbulo.Jean guard la bolsa de objetos perdidos y se qued de pie junto a las puertas de cristal mirando el trfico. Se inclinaba hacia delante cada vez que se aproximaba una nueva hilera de coches, buscando el Toyota del seor Munson a travs del reflejo de su propia cara. El cristal se puso tan empaado a causa de su aliento que apenas vea a travs de l. Tom conciencia de su respiracin, de lo rpida y superficial que era. El juego del abrigo la haba asustado ms de lo que ella misma pretenda. Vio pasar algunos coches ms. Finalmente, se volvi y cruz el vestbulo camino del despacho del seor Munson.Jean cerr la puerta del despacho con llave una vez dentro, pero la puerta cerrada la haca sentirse atrapada. La abri y la dej abierta. Desde la mesa del seor Munson vea la mquina de la Coca-Cola y una hilera de carteles anunciando la pelcula de la prxima semana. La superficie de la mesa estaba vaca exceptuando un telfono y una foto de la seora Munson al lado de un montn de nieve, all donde vivan antes los Munson, en Minnesota o en Wisconsin. La seora Munson llevaba un anorak y estaba sealando la cima del montn para indicar lo alto que era.La nieve hizo que Jean se acordara de su padre.Haba silencio en el despacho. Jean apoy la cabeza sobre sus brazos cruzados y cerr los ojos. Volvi a abrirlos casi inmediatamente. Se sent erguida, atrajo el telfono hacia s y marc el nmero de su padre. All era tres horas ms tarde y l tena un sueo muy pesado, as que dej que el telfono sonara largo rato. Al principio sostuvo el auricular apretado contra su oreja. Luego lo puso sobre la mesa y escuch hasta que oy una voz. Jean cogi de nuevo el auricular. Era su madrastra, Linda, diciendo:Diga?... Diga?... Diga?Jean le hubiera colgado pero oy el miedo en la voz de Linda como un eco del suyo, y no pudo hacerlo.Hola dijo.S? Quin es, por favor?Jean murmur Jean.Gee-Gee? Eres t, Gee-Gee?Soy yo dijo Jean.Eres t dijo Linda. Dios mo, qu susto me has dado.Lo siento.Qu hora es all?Las doce. Las doce y diez.Aqu son las tres de la madrugada, preciosa. Nosotros vamos tres horas por delante de vosotros.Ya lo s.Pens que quiz creas que eran tres horas menos. Uf, espera un momento hasta que me reponga. Un momento despus Linda dijo: Ya. Pulso normal. Todos los sistemas funcionan. Bueno, y t, dnde ests?En el trabajo.Es cierto, tu padre me dijo que tenas un trabajo. Gee-Gee trabajando! Te ests convirtiendo en una verdadera mujercita, eh?Supongo que s contest Jean.Bueno, me parece fenomenal.Jean asinti con la cabeza.Soy totalmente partidaria de que la gente se gane la vida afirm Linda. Y a los quince aos no me parece demasiado pronto. Yo empec a trabajar a los doce y no he parado desde entonces.Lo s dijo Jean.Linda se ech a rer.Dios, los trabajos que he tenido. Si yo te contara historias...Jean sonri cortsmente al auricular. Se dio cuenta e hizo una mueca.Supongo que quieres hablar con el viejo oso grun dijo Linda.Si puede ser.Espero que no sean malas noticias. No estars embarazada, verdad?No.Y tu hermano?Tucker tampoco est embarazado contest Jean. Todava no sale con chicas.Linda se ri otra vez.No me refera a eso. Quera decir que cmo est.Tucker est bien.Y tu madre?Tambin est bien. Todos estamos bien.Estupendo dijo Linda porque ya sabes cmo se pone tu padre con las malas noticias. No est preparado para ellas. Es ms una persona de buenas noticias.Jean le hizo un gesto obsceno con el dedo a Linda. Lo golpe contra el auricular y luego dijo:S, es verdad.Yeraverdad. Jean saba que Linda tena razn, saba que no le hubiera dicho nada a su padre, aunque se hubiera puesto al telfono, excepto que ella estaba estupendamente y que Tucker y su madre estaban estupendamente, porque decirle otra cosa hubiese ido contra las reglas.Todo el mundo est bien repiti Jean. Es slo que tuve un impulso de hablar con l, nada ms.Claro dijo Linda. No creas que l no siente el mismo impulso a veces.Saldale de mi parte dijo Jean. Siento haberte despertado.Para eso estamos, preciosa. Ver si puedo hacer que te escriba. Siempre est pensando en escribirte, pero las cartas le cuestan mucho trabajo. Le gusta ms estar en contacto con la gente. De todas formas, ver qu puedo conseguir, de acuerdo? Y cudate mucho.Jean colg con fuerza y grit:Imbcil!Se ech violentamente hacia atrs en la silla y cruz las piernas.Bruja estpida dijo. Vegetal.Sigui as hasta que no se le ocurrieron ms insultos. Entonces llam al piso de su madre. Tucker cogi el telfono.Tucker, qu haces levantado? pregunt Jean.Nada contest Tucker. T deberas estar aqu. Mam dijo que a estas horas estaras en casa.Y t deberas estar en la cama le dijo Jean. Oy una voz de mujer chillando, dos disparos y una msica muy fuerte. No puedo creer que ests levantado an. Dile a mam que se ponga.Qu?Que le digas a mam que se ponga.No est aqu dijo Tucker. Jean, sabes una cosa?Jean cerr los ojos.Hay una bicicleta en la piscina dijo Tucker. En la parte profunda, debajo del trampoln. La seora Fox me dijo que poda quedrmela si la sacamos. Es roja aadi.Tucker, dnde est mam? Quiero hablar con ella.Sali con el to Nick.A dnde?Tucker no respondi.A dnde fueron, Tucker?Tucker sigui sin responder. Jean oy el sonido de las sirenas de la polica y el chirrido de unos neumticos y comprendi que l estaba mirando la televisin de nuevo y se haba olvidado de ella por completo. Chill su nombre en el telfono.Qu? dijo l.Dnde estn los mayores?No s. Jean, vas a venir a casa ya?Dentro de unos minutos. Acustate Tucker.Vale dijo. Adis.Y colg. Jean sac la gua telefnica de un cajn de la mesa, pero no pudo recordar el apellido de Nick. Probablemente su nmero estaba apuntado en alguna parte en el piso; de hecho saba que estaba, lo haba visto, en la mesilla de noche de su madre o pegado a la nevera con un imn. Pero si le peda a Tucker que lo buscara, se armara un lo y se echara a llorar.Jean se levant y se acerc a la entrada. Unjoggerque llevaba un chndal con rayas fosforescentes pas corriendo ante las puertas de cristal. La mquina de Coca-Cola tuvo un largo y estrepitoso escalofro, y luego se par dando un suspiro. Jean sinti hambre. Cogi un paquete de Milk Duds del mostrador de los refrescos y se lo llev al despacho del seor Munson, donde mastic un bocado tras otro hasta que se le cans la mandbula. Entonces se guard el resto de los Milk Duds en el bolso junto a las gafas de sol. Luego cogi la gua telefnica y busc el nombre de su profesor de lengua, el seor Hopkins. El seor Hopkins tambin enseaba Educacin del Conductor y Kathy deca que prcticamente se le ech encima cuando estaban haciendo aparcamiento paralelo. Jean le odiaba por eso. Cmo poda alguien recitar poesa del modo en que la recitaba el seor Hopkins y al mismo tiempo desear a Kathy?Su nmero no vena en la gua. Jean oje las pginas. Eligi un nombre y marc el nmero. Un hombre contest inmediatamente. En voz baja dijo:S.No S? sino S, como si hubiera estado esperando la llamada.Seor Love dijo Jean, tengo una noticia que darle.Quin es? pregunt l. Sabe qu hora es?La noticia acaba de llegar. Pensamos que querra saberla en seguida. Pero si usted desea rechazar la llamada, no tiene ms que decirlo.Creo que no la entiendo dijo el seor Love.Desea usted rechazar la llamada, seor Love?l no contest enseguida. Por fin dijo:No me diga que he ganado algo.Ganar algo? Seor Love, esa es la declaracin ms modesta del siglo.Un momento dijo l. Tengo que coger mis gafas.Es usted el seor Love, supongo dijo Jean cuando l volvi al telfono.S, seora. El mismsimo.Todo el cuidado es poco dijo Jean. No estamos hablando de un puado de cuchillos.Yo nunca haba ganado nada antes dijo el seor Love. nicamente las competiciones de ortografa. De pequeo yo tena una ortografa fabulosa.Supongo que le tengo hecho un flan dijo Jean.El seor Love se ri.Parece usted una persona simptica dijo Jean. De dnde es usted?El seor Love se ri otra vez.Est usted deliberadamente ponindome los nervios de punta.Hay unas cuantas preguntas clsicas que nos gusta hacer siempre dijo Jean. Sac las gafas de sol del bolso y se las puso. Se recost hacia atrs y mir al techo. Nos gusta conocer un poco a nuestros ganadores.Me tiene usted hecho un manojo de nervios dijo el seor Love. De acuerdo, all vamos. Nac y me cri en Detroit. Me alist en la marina despus de Pearl Harbor. Me licenciaron en San Diego en junio del cuarenta y seis y me vine aqu un par de semanas ms tarde. He estado aqu desde entonces. Eso es todo, ms o menos.Bien. Hasta ahora muy bien. Edad, seor Love?Sesenta y uno.Estado civil?Soy soltero.Quiere usted decir, seor Love, que ha vivido ms de medio siglo y nunca ha contrado santo matrimonio?El seor Love se qued callado un momento. Luego dijo:Basta ya... Qu significa todo esto?Una pregunta ms, seor Love. Luego hablaremos de los premios.El seor Love no dijo nada, pero Jean le oa respirar. Ella cogi la fotografa de la seora Munson y la puso bocabajo sobre la mesa.Esta es la pregunta, seor Love. Miento, robo y me acuesto con todo el mundo. Qu opina usted de eso?Ah dijo el seor Love. As que no he ganado nada.Pues, no, seor. Tengo que reconocer que no.l carraspe y dijo:No entiendo.Es una broma le dijo Jean. Soy una bromista.Eso ya lo s. Pero no veo qu sentido tiene. Para qu lo hace?Jean dej correr la pregunta.Bueno, no es usted la primera que me ha puesto en ridculo dijo el seor Love y supongo que no ser la ltima.No es verdad que me acueste con todo el mundo dijo Jean.Debera aprender a tener un poco de consideracin con los dems. Va usted a la iglesia?No, seor. En donde vivamos antes a veces bamos, pero aqu no. Solamente una vez, por Pascua. El cura ni siquiera nos dio un sermn. Lo nico que hizo fue poner una cinta de un beb en el momento de nacer, con canciones de ballenas de fondo Jean esper la reaccin del seor Love. Pero no hubo ninguna. No es verdad que me acueste con todo el mundo repiti. Slo con uno de mis profesores. Es casado.Casado! exclam el seor Love. Eso es terrible. Qu edad tienes?l piensa que soy inteligentsima dijo Jean. Inteligentsima y seductora. En clase no me quitaba los ojos de encima. Luego empez a escribirme poemas en la parte de atrs de mis redacciones, y as fue como comenz la cosa. l est desesperadamente enamorado de m, pero a m me tiene sin cuidado. Slo estoy jugando con l.Dios santo dijo el seor Love.Me porto fatal con l. Soy absolutamente cruel. Me burlo de l delante de mis amigas. Hago imitaciones de l en la cama, todos los sonidos que hace y todo eso. Supongo que se podra decir que estoy totalmente desmadrada. No me pregunte dnde, pero tengo un tatuaje que pone clasificadaX. Ese es mi lema. Ese y Vive de prisa, muere joven. Siempre que hago algo realmente depravado, me digo Vive de prisa, muere joven. Y probablemente as ser.Estoy desconcertado dijo el seor Love. Ojal supiera qu hacer.Se qued callado.Diga algo le dijo Jean. Regeme.No te conozco. Ni siquiera s cmo te llamas. Quiz pudiera ayudarte si supiera tu nombre.No es probable.Entonces simplemente no s qu decir.Jean oy el ruido de la cerradura de las puertas de entrada.Adieu dijo, y colg.Se quit las gafas de sol y las guard en su bolso, luego se levant y dio la vuelta a la mesa a tiempo de ver al seor Munson dirigirse al despacho balancendose entre un par de muletas, con un pie escayolado, que sostena levantado hacia atrs. Llevaba un vendaje en la frente.No digas una palabra le dijo a Jean. No quiero hablar de ello.Pas cojeando junto a ella y entr en su despacho.Una pequea dificultad en la pista de hielo dijo con amargura. Una pequea muestra del viejo Karma de Munson.Sac la bolsa de depsito del banco del cajn donde Jean se la guardaba, abri la cremallera, se inclin hacia delante apoyndose en las muletas, y sacudi la bolsa para que el dinero cayera sobre la mesa.Toma dijo. Sin levantar la vista, le tendi a Jean un billete de cinco dlares. Fuera hay un taxi esperndote.Un taxi?Crees que puedo conducir en estas condiciones? Mrame, por amor de Dios. Estoy hecho una pena.No tiene usted tan mal aspecto le dijo Jean.Parezco el malditoEspritu del Setenta y seiso algo por el estilo dijo l. Se dej caer en la silla y apoy las muletas contra la mesa. Yo era bueno. Quiero decir, bueno de verdad levant los ojos hacia Jean. Soy amable contigo, no es cierto? No te grito cuando metes la pata. No te digo nada cuando cuelas a tu amiguita. No deberas mirarme de ese modo. Deberas tratar de parecer apenada.Tucker estaba dormido en el suelo delante del televisor. Jean abri la cama-nido y consigui ponerle el pijama y meterle entre las sbanas sin que se despertara. Luego registr el cuarto de su madre en busca del nmero de telfono de Nick. No lo encontr, pero s encontr una nueva carta de su padre. Jean se sent en la cama y ley la carta de arriba a abajo, frunciendo el ceo ante las palabras almibaradas que l usaba y repitindolas a veces en tono sarcstico. Continuaban escribindose cartas de amor, su madre y su padre, pero no tenan derecho a ello; ya no, no despus de lo que haban hecho. Era vergonzoso.Jean se fue a su habitacin. LeySilas Marnerdurante un rato, luego se desnud y se qued de pie ante el espejo. Estudi su imagen. Se volvi y se mir framente por encima del hombro.Se puso otra vez de frente al espejo e hizo prcticas para adoptar una expresin triste y al mismo tiempo valerosa. Luego cogi las gafas de sol del bolso y se las puso, junto con una de las blusas que haba robado en Bullocks el fin de semana anterior. Apag todas las luces, excepto la lmpara de pie que haba junto a su escritorio, de modo que pareca como si estuviera bajo la luz de una farola. La blusa le llegaba hasta la mitad de los muslos desnudos. Jean se subi el ancho cuello, entrecerr los prpados y dej que su boca se abriera un poco.Pienso en ti todo el tiempo murmur, recitando las palabras de su padre, todos los das y todas las noches, queridsima ma, el nico amor de mi vida movi los hombros sinuosamente para que brillaran las lentejuelas. Querido chulo. Queridsimo sesos de mosquito.Frunci los labios y parpade rpidamente. Tucker grit algo en la habitacin contigua. Jean se acerc a su puerta.Durmete, Tucker.Quiero que venga mam dijo Tucker.Jean se quit las gafas de sol. Tucker estaba sentado en la cama, mirando a su alrededor como si no supiera dnde se encontraba. Jean cruz la habitacin y se sent a su lado.Mam volver dentro de un minuto Tucker tena los pelos de punta y Jean empez a peinrselos con la mano. Quieres un vaso de agua?Quiero que venga mam.Escucha, Tucker Jean continu peinndole con los dedos. Escucha, maana va a ser un da realmente especial, pero no lo ser si no te duermes ahora mismo.l volvi a mirar por la habitacin, y luego de nuevo a Jean.Especial, de qu manera?Ya lo vers.Quieres decir cuando me despierte?S, pero primero tienes que dormirte.Jean le empuj hacia atrs mientras segua acaricindole la cabeza, y al fin l cedi y se tumb.Prometido? dijo Tucker.Prometido.Cuando Tucker se durmi, Jean se levant y sali fuera. Se apoy contra la puerta, con carne de gallina debido al fro, y mir en torno suyo a los dems pisos. Todos estaban a oscuras. Jean se rode con los brazos y camin por la vereda de madera spera y baj los escalones que llevaban al patio.Las luces de la piscina estaban encendidas para que nadie se cayera y presentara una demanda. An abrazndose, Jean prob el agua con la punta del pie. Estaba helada. La seora Fox deba de haber apagado el calentador. Era tpico de ella, encender el calentador en verano y apagarlo en invierno. Bruja estpida. Ni siquiera era su dinero. Jean aspir, se frot los brazos y volvi a meter el pie en el agua, esta vez hasta ms arriba del tobillo. Mir de nuevo hacia las ventanas oscuras que la rodeaban. Luego se quit la blusa, la tir tras de s y se meti en la piscina de un salto.Su corazn se encogi cuando entr en el agua. Agit las piernas para subir a la superficie, ansiosa de aire, y se agarr a la escalerilla. Sinti escalofros por los hombros. Los dedos de los pies se le engarabitaron dolorosamente, y luego se le entumecieron. Ella permaneci asida a la escalerilla, esperando que el entumecimiento se extendiera. Mir hacia arriba. Un avin cruzaba lentamente el cielo. Jean sincroniz su respiracin con el parpadeo de las luces, y cuando se hubo calmado, hizo una serie de aspiraciones cada vez ms profundas hasta que consigui la que quera. Entonces se dio impulso y se sumergi hacia el resplandeciente tringulo rojo en el fondo de la piscina.Le dolan los ojos. Eso era lo nico que notaba. Jean cerr los dedos en torno al manillar y trat de subir la bicicleta consigo haciendo la tijera con las piernas, pero cuando la tena a mitad de camino hacia la superficie, pareci aumentar de peso y tuvo que soltarla. La bicicleta se pos en el fondo sin el menor ruido, produciendo nicamente un impacto sordo a travs del agua. Jean se llen los pulmones y baj de nuevo. Volvi a asir el manillar. Arrastr la bicicleta por las baldosas hasta el costado de la piscina; all se agach y se impuls con fuerza hacia arriba. Pataleando furiosamente, araando el agua con la mano libre, Jean ascendi lentamente hacia el brillante cromo de la escalerilla y logr aferrarse a la segunda barra justo cuando la bicicleta comenzaba a tirar de ella hacia abajo.Solt el poco aire que le quedaba.La bicicleta pesaba cada vez ms. Jean subi las rodillas y puso los pies en la barra inferior. Descans un momento. Luego se agarr a la barandilla con la mano libre y empez a estirar las piernas, impulsndose hacia la luz que temblaba en la superficie justo sobre su cabeza. Sinti que empezaba a abrir la boca. No, pens, pero su boca se abri de todas formas y Jean estaba asfixindose cuando su cabeza sali al aire. Tosi y expuls el agua que tena en la garganta. Entonces el sabor a cloro le provoc arcadas y estuvo a punto de vomitar. Los ojos le escocan.Jean trep por la escalerilla hasta que deslizndose un poco hacia delante, pudo descansar sus caderas sobre el borde de la piscina. Solt la barandilla y se pas la mano por la cara. El otro brazo lo tena insensible, pero saba que la bicicleta estaba all porque notaba su peso en los hombros y en la espalda. Dentro de un poquito la sacara. No habra problema... en cuanto se repusiera. Pero hasta entonces lo nico que poda hacer era quedarse con la mejilla apoyada en el cemento, parpadear y saborear el aire fro que la atravesaba.

La persona desaparecidaEl padre Leo comenz con la idea de hacerse misionero. Haba ledo el relato de un sacerdote sobre los aos pasados entre los aleutianos y decidi que sta era la vida que deseaba; largas caminatas desde la cabaa de un trampero hasta una aldea india, con un perro por compaa y el vino sacramental en la mochila, a travs de campos nevados que relucan como el azcar. Saba que sera duro. En aquella soledad polar sufrira penalidades que no poda ni imaginar. Pero era la vida que quera para s, una vida llena de riesgos, entre personas que le necesitaran y estuvieran ansiosas de lo que l poda darles.Poco despus de su ordenacin pidi que le enviaran a Alaska. La dicesis deneg su peticin. En las parroquias locales faltaban sacerdotes y sus necesidades tenan prioridad. El padre Leo fue destinado a una parroquia en Seattle Oeste, donde el prroco le tom mana inmediatamente y le asign a lo que l llamaba tareas de vieja: organizar la venta de prendas usadas, el bingo, la Legin de Mara, y visitar a los feligreses enfermos en el hospital. El padre Leo trabajaba con ahnco en todo lo que tena entre manos. Esperaba que el anciano sacerdote se diera cuenta y empezara a ablandarse, pero eso nunca sucedi.Continu en esa parroquia. El anciano sacerdote sigui viviendo, aunque haba empezado a desvariar y no poda andar sin bastn. Repeta los sermones una y otra vez. Haba una historia que contaba por lo menos una vez al mes; trataba de un irlands que reciba la visita de su madre la noche despus de que ella muriera, y semejante visita le haca cambiar de vida radicalmente. Contaba el cuento con acento irlands, y lo alargaba interminablemente.A los feligreses no pareca importarles. Cada ao venan ms, y mantenan ocupado al anciano sacerdote de la maana a la noche. A l le gustaba decir que no tena tiempo para morirse. Una noche, cuando lo dijo durante la cena, el padre Leo pens,Pues haz tiempo. Luego se sinti tan avergonzado que no pudo comer el resto de la cena. Pero el pensamiento le vena a la mente con insistencia.El anciano sacerdote muri finalmente. El padre Leo recogi sus papeles para enviarlos a la dicesis y encontr copias de varios informes que el anciano sacerdote haba hecho respecto a l. Todos eran despreciativos y algunos faltaban a la verdad. Se sent en el suelo y los ley cuidadosamente. Luego las dej a un lado y se frot los ojos. Era la primera noche clida del ao. La ventana estaba abierta. Una mariposa nocturna aleteaba contra la tela metlica.Al padre Leo le sorprendi lo que haba encontrado. No poda entender por qu le odiaba el anciano sacerdote. Pero cuanto ms pensaba en ello, menos extrao le pareca. El padre Leo estuvo enamorado una vez, antes de entrar en el seminario, y recordaba la indefensin que le produjo. No haba ninguna razn para que se hubiera enamorado de esa chica; no era mejor que otras chicas que conoca y, aunque la amaba, no le agradaba mucho. Sin embargo, probablemente se hubiera casado con ella de no ser porque se senta an ms indefenso ante su conviccin de que deba ser sacerdote. Ella se qued desolada cuando l le explic lo que pensaba hacer, hasta el punto de que l casi cambi de idea. Luego ella perdi inters. Unos meses despus se cas con otro hombre.La vocacin era un misterio, el amor era un misterio, y el padre Leo supuso que el odio tambin era un misterio. El anciano sacerdote haba sucumbido al odio. Era una pena, pero el padre Leo saba bien que no deba reflexionar sobre lo que eso significaba para l.Nombraron a un monseor de la chancillera para suceder al anciano sacerdote. El padre Leo se entristeci. Empezaba a temer que nunca tendra su propia parroquia, y por primera vez pens en abandonar el sacerdocio, como haban hecho la mayora de sus amigos del seminario. Pero no lleg muy lejos con esta idea, porque no poda imaginarse como algo distinto de lo que era.El monseor le pidi al padre Leo que se quedara y que enseara religin en la escuela elemental de la parroquia. El padre Leo acept. Al final de la entrevista el monseor le pregunt si haba algn rencor.En absoluto contest el padre y sonri.Esa noche, al volver en el coche a la rectora despus de visitar a su hermana, el padre Leo empez a temblar. El temblor era tan fuerte que tuvo que pararse en el arcn de la carretera, donde se puso a dar puetazos en el salpicadero y a gritar.Ningn rencor! Ningn rencor!Pero lleg a gustarle la enseanza. Sus alumnos eran conflictivos y crueles entre s, pero conservaban la curiosidad por las cosas que importaban: en qu deban creer, cmo deban vivir. Prestaban atencin a lo que el padre Leo les deca, y en esos momentos l se alegraba de estar donde estaba.Cada dos aos ms o menos la dicesis enviaba nuevos libros a los profesores de religin. Al padre Leo los cambios le resultaban confusos y dej de intentar estar al da. Cuando llegaban los libros, los pona en una estantera y se olvidaba de ellos. Por eso le echaron. Un sacerdote del departamento de educacin que enviaba los libros hizo una inspeccin de las clases del padre Leo, y luego ste recibi una citacin. Compareci ante un comit. Despus de que le interrogaran, el presidente mand una carta al monseor diciendo que las ideas del padre Leo eran obsoletas y raras. El comit sugera que se le sustituyera.El monseor invit al padre Leo a cenar en una marisquera y le explic la situacin. La sugerencia del comit era en realidad una orden. El monseor no tena eleccin en este asunto. Pero haba estado averiguando y haba encontrado una vacante, si al padre Leo le interesaba. La madre Vincent del Estrella del Mar necesitaba un nuevo capelln. Su ltimo capelln se haba casado con una de las monjas. Daba la casualidad, dijo el monseor, mirando su copa de vino y hacindola girar suavemente, de que l le haba hecho varios favores a la madre Vincent en sus tiempos de la chancillera. En pocas palabras, si el padre Leo quera ese puesto, poda tenerlo. El monseor encendi un cigarrillo y mir por la ventana al mar. Las gaviotas se lanzaban en picado en busca de desperdicios.Pareca azorado y el padre Leo saba por qu. Ese era un puesto para un cura viejo, o para uno que se estuviera recuperando de algo: enfermedad, alcoholismo o crisis nerviosa.Dnde vivir? pregunt.En el convento respondi el monseor.Algo se haba desvirtuado en el Estrella del Mar. Era un lugar desdichado. Algunas de las hermanas eran bulliciosas y su alboroto haca que el silencio de las otras pareciera mucho ms profundo. Al cruzarse con estas monjas tristes y silenciosas por el pasillo o en los terrenos, el padre Leo senta un escalofro. Era como atravesar nadando una bolsa de agua helada dentro de un lago.Varias monjas haban abandonado el convento. Otras estaban pensando hacerlo. Venan al padre Leo y se quejaban del ruido y la confusin. No comprendan qu era lo que ocurra. El padre Leo les deca lo que se deca a s mismo: ten paciencia. Pero la verdad era que su propia paciencia haba empezado a agotarse.Se supona que era el consejero espiritual del convento. Muchas de las monjas, sin embargo, no le hacan el menor caso. Iban por su camino. La directora de novicias se calificaba a s misma de poscristiana y por Pascua enviaba tarjetas con la imagen de un dios indio que ascenda a las nubes con varios brazos salindole de los costados como a un ciempis. Algunas tenan trabajos en la ciudad. La primitiva idea era que las monjas sirvieran de alguna forma a la comunidad, pero ahora hacan lo que les daba la gana. Una era pinchadiscos.Las monjas alborotadoras iban siempre juntas y gastaban bromas. Eran bromas bien intencionadas pero a menudo de mal gusto, y adems no saban cundo deban parar. Un par de ellas tenan un equipo de estreo y ponan msica rara durante toda la noche. Sus voces resonaban en los vestbulos.Llamaban al padre Leo Padre1o simplemente Pod. Cuando l pasaba junto a ellas, generalmente le tomaban el pelo o le hacan alguna pregunta impertinente. Hacan chistes picantes acerca de Jerry, el hombre que la madre Vincent haba contratado para recaudar fondos. Siempre se estaban riendo por algo.Una tarde el padre Leo fue al despacho de la madre Vincent y le dijo, una vez ms, que el convento estaba en apuros. Esta era su tercera visita en ese mes y ella dej claro que no se alegraba de verle. Ni se levant para saludarle ni le invit a sentarse. Mientras l hablaba ella miraba por la ventana y se frotaba los nudillos de sus enormes manos rojas. El padre Leo se dio cuenta de que estaba escuchando a los grillos, no a l, y se desalent.La madre Vincent era fuerte, pero estaba vieja e ida. No tena ni idea de lo que ocurra abajo. Su despacho y sus habitaciones estaban en el ltimo piso del edificio, separadas de las otras, y su vida transcurra an ms lejos. Viva en su sueo de lo que era el convento. Crea que era una cancin perfecta, con todas las voces afinadas, dulces, frescas y puras, elevndose y descendiendo al unsono. Su fuerza se haba consolidado en torno a ese sueo. Era ms de lo que el padre Leo poda combatir.Se call, aunque no haba terminado lo que haba venido a decir. Ella continu mirando por la ventana a la oscuridad.Padre dijo, me pregunto si es usted feliz con nosotras.l esper.Porque si no est usted contento en el Estrella del Mar continu ella, lo ltimo que deseara es retenerle aqu le mir y aadi: Hay algn lugar donde le gustara estar?El padre Leo entendi el sentido de sus palabras, o crey entenderlo. Ella haba querido decir: Hay algn otro sitio donde lo aceptaran?. l neg con la cabeza.Por supuesto que oye usted quejas dijo ella. Siempre las oir. En todos los conventos hay hermanas quejumbrosas. Yo, personalmente, cambiara diez lnguidas por una hermana Gervaise. Animacin. Sentido del humor. En esta vida el sentido del humor hace falta, padre.La madre Vincent acerc su silla al escritorio.Si no le importa que se lo diga, padre le dijo, usted tiene tendencia a tomarse demasiado en serio a s mismo. Piensa demasiado en sus problemas. Eso se debe a que aqu no tiene usted suficientes tareas en las que ocuparse.Puso las manos sobre la mesa y las cruz. Le dijo que tena una sugerencia que hacerle. Jerry, el recaudador de fondos, necesitaba ayuda. El convento no poda permitirse el lujo de contratar a otro hombre, pero ella no vea ninguna razn por la que el padre Leo no pudiera colaborar en eso. Sera bueno para l. Sera bueno para todos.Yo nunca he recaudado fondos antes dijo el padre Leo.Pero esa noche, ya en su cuarto, la idea empez a agradarle. Significaba que conocera gente nueva. Hara algo diferente. Sobre todo, significaba que saldra todos los das, que se alejara de este desdichado lugar.El padre Leo tom caf con Jerry unas cuantas maanas despus. Aunque haca calor, Jerry llevaba un traje con chaleco, que no paraba de ajustarse. Era casi tan alto como el padre Leo, pero mucho ms grueso. Haba arrugas en su chaleco porque los botones le tiraban. En sus dedos gordos y romos brillaban los anillos cuando mova las manos sobre las hojas de papel que haba extendido encima de la mesa. Los papeles estaban cubiertos de cifras que mostraban cules eran las deudas del convento y a qu velocidad aumentaban.El padre Leo no saba nada de esto. Le sorprendi que pudieran deber tanto, que estuviera permitido. Estudi los papeles. Se sinti a gusto inclinado sobre la mesa con Jerry, notando el olor del caf que sala del tazn que tena en la mano.Eso no es todo dijo Jerry. Ni mucho menos. Deje que le ensee lo que verdaderamente estamos viendo aqu.Llev al padre Leo a hacer un recorrido por el convento. Le seal viejas tuberas, los marcos de las ventanas deformados, los cimientos agrietados. Rasc el mortero de las paredes que se desmoronaba e incluso arranc un ladrillo. Ilumin con una linterna los charcos de agua putrefacta en el enorme stano. Al final del recorrido, Jerry lo sum todo, las deudas, los gastos fijos y el coste de poner el edificio en buenas condiciones.El padre Leo mir las cifras y silb.He visto casos peores dijo Jerry. Nuestra Seora del Perpetuo Socorro estaba el doble de mal, y lo puse en nmeros negros en dos aos. Es fcil. Vas a donde hay dinero y te traes el dinero.Estaban de pie junto a un invernadero vaco con la mayora de los cristales rotos. A sus pies brillaban los pedazos de cristal. Haba llovido antes y ahora todo pareca anormalmente luminoso: la hierba, el azul del cielo, las blancas velas de los botes de Puget Sound. El sol estaba a la espalda del padre Leo, dndole a Jerry en la cara. Jerry guiaba los ojos mientras hablaba. El padre Leo se fij en que tena pequeas cicatrices debajo de los ojos y la nariz hinchada.Debo advertirle dijo el padre Leo de que yo nunca he recaudado fondos.Da igual contest Jerry. Pero primero tienes que decidir si realmente quieres el dinero. Te preguntas: Vale la pena ir tras l?. Luego, si la respuesta es s, vas tras l mir al padre Leo. Cul es la respuesta? S o no?S dijo el padre Leo.Bien! Eso es un gran paso. Lo dems es fcil. No hay que dejarse liar. No hay que pararse en detalles. Haces lo que sea preciso hacer y tiras para delante. Es la nica manera. La pregunta es, puedes trabajar as?Jerry se sacudi un poco de polvo de ladrillo de la chaqueta. Se estir el chaleco. Se mir los zapatos y luego mir al padre Leo.Creo que s respondi el padre Leo.Tienes que ser un pistolero dijo Jerry. Nada de vacilaciones. Nada de compasin.Comprendo dijo el padre Leo.De acuerdo dijo Jerry. Ahora ya sabes cmo trabajo, cul es mi filosofa.Sac del bolsillo de la chaqueta un frasco plano, bebi de l y se lo tendi al padre Leo.Bebe le dijo.El padre Leo lo cogi. El frasco era de plata, cubierto de cuero hasta la mitad, y tena unas iniciales grabadas debajo del cuello. No eran las iniciales de Jerry. El licor abrasaba. El padre Leo not el sol en su nuca y el suspiro de los rboles. Tomaron otro trago cada uno, luego Jerry guard el frasco.Coac francs dijo.Napolen. Bueno, qu opinas? Socios?Socios dijo el padre Leo.Bueno2dijo Jerry. Se dio una palmada en el muslo y levant la mano como si fuera una pistola. De acuerdo. Montemos.El plan era que el padre Leo acompaase a Jerry y observase cmo abordaba a los donantes potenciales. Luego, una vez que aprendiese el sistema, podra ir solo. Jerry fue instruyndole camino de su primera entrevista. Le dijo que lo importante era hacerlo personal. A nadie le interesa or hablar de una caldera vieja. Uno tena que preparar el trabajo en casa, tena que conocer al hombre; en este caso, la mujer. Aqu tenan a una mujer que iba todos los aos a Lourdes. Haba estado en Lourdes ms de veinte veces. Eso significaba que tena un inters especial por los disminuidos fsicos. Tena un gran corazn y mucho dinero. Ir a Francia no era como ir a Mjico.La mujer estaba en la puerta cuando llegaron. El padre Leo sigui a Jerry por el camino, andando despacio, porque Jerry haba adoptado lo que pareca ser una dolorosa cojera. Tuvo infinitos problemas con los escalones, pero rehus la ayuda de la mujer.Yo puedo dijo. Hay muchos que estn peor que yo. Pienso en ellos y se me hace fcil.Cuando entraron, Jerry llev toda la conversacin. De vez en cuando la mujer miraba hacia el padre Leo, pero l desviaba la vista. Jerry estaba describiendo varios proyectos que el Estrella del Mar haba concebido para los minusvlidos; todos los cuales eran imaginarios. Daba a entender que la mayora de las monjas se dedicaban a este trabajo y que l mismo se haba recuperado gracias a los esfuerzos de ellas. Su voz se quebr. Apart la mirada un momento, luego continu. Cuando termin, la mujer les sirvi el t y les extendi un cheque.No todas las personas a quienes visitaban les daban dinero. Un viejo se les ri en la cara cuando Jerry le dijo que el convento haba sido construido por orden de la Santa Madre, y que ella se interesaba personalmente por la marcha de la colecta de fondos. Cuando el viejo dej de rerse, les ech.Deben haberme tomado por un idiota les dijo.No todos daban, pero s la mayora. Jerry estaba dispuesto a decir cualquier cosa. Afirmaba que el convento ayudaba a los leprosos, a los hurfanos, a los navajos, a las vctimas de los terremotos, incluso a los pandas y a las focas. No haba lmite para lo que estaba dispuesto a hacer.Jerry tena un refrn: El que quiere manzanas, ha de sacudir el rbol.El padre Leo saba que debera censurar los mtodos de Jerry, pero no lo haca. Es decir, no senta la menor reprobacin. La gente que visitaban viva en Broadmoor y en Windermere. Tenan mucho dinero, demasiado dinero. Les hara bien compartirlo. De todas formas, Jerry era un actor, no un mentiroso. Mentir era algo egosta, furtivo, bajo. Lo que Jerry haca era audaz y grandioso, para una buena causa.El padre Leo no deseaba salir solo. Nunca sera capaz de actuar como lo haca Jerry delante de extraos. No tendra valor. Fracasara.Adems, estaba disfrutando como nunca en su vida. Jerry le llamaba Flaco, y a l le haca gracia. Le gustaba meterse en el coche de Jerry y traspasar las puertas de la verja del convento sin tener ni idea de lo que sucedera ese da. Gozaba los almuerzos en el centro, sandwiches club, fuentes de frutas, grandes ensaladas cubiertas de queso y jamn en cuadraditos. Despus el caf y una de las historias de Jerry sobre sus tiempos en la marina. El padre Leo lleg a necesitar esos placeres, sobre todo el placer de ver a Jerry salirse con la suya con personas acostumbradas a imponer su voluntad.En realidad, no se separaron despus de todo. Jerry hizo cuentas de los ingresos del mes y decidi que deban continuar juntos. Los donativos eran casi el doble de la media. Dijo que como equipo eran insuperables. l tena la labia y el padre Leo tena el alzacuello, al cual Jerry llamaba El persuasor.Seguiran como hasta ahora. La misin del padre Leo era nicamente sentarse all. No tena que decir nada. Si alguien le miraba de forma inquisitiva, todo lo que tena que hacer era cerrar los ojos. Nada de asentir. Nada de susurrar.Haremos nuestro agosto dijo Jerry, y as fue.Cuando terminaban sus rondas, Jerry y el padre Leo solan tomar una copa en un bar del muelle. Se sentaban en una cabina y Jerry contaba historias de su vida. Haba vendido coches y trabajado como detective privado. Durante dos aos haba sido boxeador profesional. Haba estado en todas partes y lo haba visto todo. En Singapur haba presenciado un asesinato; un hombre le dispar a otro en plena cara.De la misma manera en que le dispararas a un bote dijo Jerry.Luego se haba enterado de que los dos hombres eran hermanos. Haba visto a hombres hacindose el amor a bordo de un barco. En Dakar vio a una mujer que tena muones, en lugar de brazos, pintar retratos de los marineros, coger su dinero y darles el cambio, todo con los dedos de los pies. Vio a nios encadenados a una pared, en venta.O eso contaba. El padre Leo no se crea todas las historias que Jerry le contaba.Grosso modo, crea como la mitad de lo que oa. Eso le bastaba. No le importaba que le tomaran el pelo. Pensaba que era la clase de cosa que hacan los hombres en los campamentos madereros y en los barcos: sentarse a intercambiar mentiras.Justo antes del da de Accin de Gracias tuvieron una entrevista con un vicepresidente de Boeing. El hombre no se quit las gafas de sol durante la entrevista. Era difcil saber lo que estaba pensando. El padre Leo supuso que estaba tratando de dominar su mal humor, porque, en su opinin, Jerry haba elegido una va equivocada. Jerry hablaba de misiles, de bombarderos y de instrumentos de destruccin. Insinuaba que el hombre tena mucho que expiar. El padre Leo deseaba marcharse. Cuando Jerry termin su perorata, el vicepresidente se qued sentado detrs de su mesa de despacho, mirndoles fijamente. Sin decir nada. El padre Leo se sinti incmodo, luego indignado. Evidentemente, sta era la tcnica que empleaba el vicepresidente para apabullar a sus subordinados.Debera darle vergenza dijo el padre Leo.De repente el vicepresidente se inclin y ocult la cara en el hueco de su brazo.No sabe usted ni la mitad dijo.Sus hombros comenzaron a temblar. Jerry mir al padre Leo y levant los pulgares. Dio la vuelta a la mesa y se qued detrs del hombre.Est bien, est bien dijo.El vicepresidente dej de llorar. Se quit las gafas de sol y se sec los ojos.Lo necesitaba dijo. Dios, vaya si lo necesitaba.Fue a la habitacin contigua y volvi con una bolsa de basura de plstico. Estaba llena de dinero, pero no permiti que Jerry lo contara en la oficina ni que le diera un recibo. Insisti en que el donativo fuera annimo. Cuando los acompaaba a la salida, cogi al padre Leo por la manga.Rece por m le dijo.Contaron el dinero en el coche. Eran siete mil dlares, todo en billetes de veinte. Jerry lo meti en el maletero y ech la llave y se fueron al bar a celebrarlo. Las mejillas de Jerry estaban coloradas y se le iban poniendo cada vez ms coloradas a medida que beba un coac tras otro. El padre Leo no intent seguir su ritmo, pero bebi ms que de costumbre y se mare un poco. De vez en cuando los jvenes que estaban en la barra se volvan y le sonrean. l comprendi que estaban pensando: Qu cura tan alegre!. No le importaba. Prefera parecer alguien con buenas noticias, en vez de alguien con malas noticias.Jerry alz su copa.Por el equipo dijo.Por el equipo contest el padre Leo, y brindaron.Te dir una cosa dijo Jerry. Nos merecemos una recompensa y me encargar de que la recibamos, aunque tenga que partirle un brazo a Vincent.Cuando el padre Leo le pregunt en qu clase de recompensa estaba pensando, Jerry dijo:Qu te parecera pasar el da de Accin de Gracias en Vegas?En Las Vegas?Exacto. Tenemos una buena racha. Hemos conseguido mucho para Vincent, por qu no sacar un poco para nosotros?El padre Leo saba que la madre Vincent nunca consentira semejante cosa, as que contest:Claro. Por qu no?Y volvieron a chocar las copas.Flaco, eres fenomenal sacudi la cabeza. Eres tan malo como yo.El padre Leo sonri.Te voy a contar algo que no le he contado nunca a nadie dijo Jerry. Quiz no debera contrtelo ni a ti encendi un puro y ech el humo hacia el techo. Al infierno.Se inclin hacia delante. En voz baja le cont al padre Leo que Jerry no era su verdadero nombre. Royce, su apellido, tambin era inventado. Lo sac de Rolls-Royce, su coche favorito.La cosa sucedi de la siguiente manera. Haca unos aos haba estado vendiendo seguros en San Diego y algunos de sus clientes se quejaron porque no obtenan los beneficios que l les haba prometido. Era culpa suya. Se haba excedido, haba cargado demasiado las tintas. Era el primero en reconocerlo. El caso es que tuvo que cambiar de nombre. No haba eleccin, si quera seguir trabajando y no ir a la crcel. Lo peor fue que su mujer se march de la ciudad y se llev a su hijo. No los haba vuelto a ver desde entonces, y no tena ni idea de dnde estaban. Eso dola. Pero en cierto modo, considerndolo retrospectivamente, pensaba que haba sido lo mejor. No se llevaban bien y ella era una rmora. Siempre criticndole. Si ella se hubiera salido con la suya, l estara an en la marina, ganando ciento cuarenta dlares al mes.A ella le encantaba dijo. Y a m tambin, por lo menos durante algn tiempo. ramos unos cros. No sabamos nada de la vida.Jerry mir a la gente de la cabina contigua y luego al padre Leo.Quieres saber cul es mi verdadero nombre? pregunt.El padre Leo asinti. Pero justo cuando Jerry estaba a punto de hablar, le interrumpi.Puede que sea mejor que no me lo digas. Probablemente no sea buena idea.Jerry pareci decepcionado. El padre Leo se sinti culpable, pero no deseaba esa clase de poder, el poder de mandar a un hombre a la crcel. Tambin tema que Jerry empezara a dudar de l todo el tiempo, a preguntarse si se poda confiar en l, si se ira de la lengua. Eso lo estropeara todo. Se quedaron un rato sin hablar. El padre Leo saba que ahora le tocaba a l, que debera abrirse y hablar de s mismo para variar. Pero no tena nada que contar. l no tena historias. Ni una sola.Fuera llova. Los coches pasaban con un ruido silbante. El padre Leo dijo:Jerry?Le raspaba la garganta. No saba qu era lo que iba a decir. Jerry se movi en su asiento y le mir.No le cuentes esto a nadie dijo el padre Leo.Jerry se pas el pulgar y el ndice por los labios como si cerrara una cremallera.De aqu no pasa dijo.De acuerdo contest el padre Leo.Tom un sorbo de su copa. Luego comenz a hablar. Dijo que cuando estaba en el ltimo ao del instituto, un da estaba esperando el autobs cuando oy que alguien gritaba al otro lado de la calle. Acudi corriendo y vio a una mujer de rodillas, agarrada al cinturn de un hombre que tena un bolso en la mano. El hombre se volvi y le dio a la mujer una patada en la cara.Supongo que perd la razn dijo el padre Leo.Cuando quiso recordar, los policas le estaban arrancando del cuerpo del hombre. Estaba muerto. El padre Leo dijo que tuvieron que separar sus dedos de la garganta del hombre a la fuerza uno a uno.Jess! dijo Jerry. Por eso te metiste al cura?El padre Leo mir por la ventana.Fue una de las razones contest.Jess repiti Jerry.Tena un aspecto juvenil y asombrado, con los ojos muy abiertos, como deba haber sido antes de que su nombre fuera Jerry. Sus ojos estaban llenos de lgrimas; cuando intent sonrer, su boca se resisti. Tendi la mano y le apret el hombro al padre Leo. Le dio otro apretn y luego se levant y se acerc a la barra.Oh, no, pens el padre Leo, qu he hecho?Jerry volvi con nuevas copas. Se sent y empuj una hacia el padre Leo. An tena los ojos hmedos.Vegas dijo, y alz su copa.Vegas respondi el padre Leo.La madre Vincent les concedi la recompensa. El fin de semana de Accin de Gracias en Las Vegas, con todos los gastos pagados, el billete de avin, el hotel, las comidas y cien dlares cada uno en cupones de juego. Una monja que trabajaba en una agencia de viajes les consigui el viaje con un descuento.Algo va a suceder le dijo Jerry al padre Leo, mientras su avin se ladeaba sobre el desierto. Lo presiento. Algo gordo. Volveremos a casa con las alforjas cargadas de oro. Eh, no te ras. No te ras nunca de estas cosas.No puedo remediarlo dijo el padre Leo.Ponte serio, Flaco. Somos dos hombres3serios y vamos a hacer que esta ciudad salte por los aires. No volveremos a trabajar nunca ms. Est escrito.Se inclin sobre el padre Leo para mirar el grupo de luces que giraba all abajo en la oscuridad.Haba mucho barullo en el vestbulo del hotel cuando llegaron. Una mujer chillaba que haban entrado en su habitacin. Dos hombres que llevaban chaquetas de cuero con flecos intentaban calmarla y finalmente lograron llevrsela a un despacho que haba detrs del mostrador de recepcin, donde se puso a chillar otra vez. El padre Leo no perda palabra desde su puesto en la cola. Cogi las llaves de la habitacin, los vales de las comidas y las fichas de juego y se volvi justo a tiempo de ver a Jerry ganar doce dlares en una mquina tragaperras junto al mostrador de Hertz. Las monedas cayeron de la mquina al suelo de baldosas con un sonido metlico constante y rodaron en todas direcciones. Jerry se puso a gatas y las persigui. Nadie le hizo caso, excepto un tipo pelirrojo con pantalones plateados, que se acerc a Jerry, le toc en el hombro y sali corriendo.Cenaron en el hotel, el nico sitio donde podan usar sus vales. Jerry se gast sus ganancias en una botella de vino, para celebrar. Estaba impresionado: el premio gordo a la primera.Calcula las probabilidades de que tal cosa ocurra dijo. Es un presagio. Significa que no podemos perder.Yo no soy muy jugador dijo el padre Leo.Era verdad. No haba ganado una apuesta en su vida. Las fichas que les haban dado eran negociables y l pensaba cambiarlas justo antes de marcharse y comprarle un regalo bonito a su hermana para Navidad, algo que normalmente no podra permitirse. Por el momento las fichas estaban escondidas en el fondo de su maleta.Quin habla de jugar? dijo Jerry. Yo hablo del destino. Ya sabes lo que quiero decir.Creo que no contest el padre Leo. Realmente no.Claro que s. Qu me dices del tipo al que mataste? Fue el destino el que te puso all. Fue el destino que te hicieras cura.El padre Leo se dio cuenta de cmo haba crecido la mentira. Haba adquirido un significado y ese significado era falso. Se sinti harto de s mismo.Jerry, no es verdad dijo.Qu es lo que no es verdad?Nunca he matado a nadie.Jerry le sonri.Venga ya.Ni siquiera he participado nunca en una pelea dijo el padre Leo.Jerry se inclin hacia l.Oye dijo, no debes sentirte culpable por eso. Era la situacin. Yo hubiera hecho lo mismo en tu pellejo. Eso es lo que le dije a la hermana Gervaise.No dijo el padre Leo. No puede ser.No te preocupes dijo Jerry. Prometi no decrselo a nadie. Es que hizo un comentario despectivo respecto a ti y quise dejar las cosas claras. Y dio resultado. Se qued blanca como un fantasma. Pareca a punto de tener una hemorragia. Tenas que haberla visto.Es una cotilla dijo el padre Leo. Se lo contar a todo el mundo. Se lo contar a la madre Vincent.Le hice prometer que no asegur Jerry. Me dio su palabra.Tambin t me la diste a m.Jerry puso un vale sobre la mesa. Apag su puro.Esta conversacin no nos conduce a ninguna parte dijo. Lo que est hecho no tiene remedio. Ahora estamos en la Ciudad de Enriqucete, y ya es hora de que empecemos a barrer para dentro.Haba un pequeo casino al otro lado del vestbulo. Jerry sugiri que empezaran all. Se sent en una mesa deblack jack. El padre Leo se qued observando el juego. Finga estudiar la tctica de Jerry, pero nada de lo que haca tena sentido para l. Slo poda pensar en la hermana Gervaise palideciendo. Le pareca que l tambin estaba palideciendo.Me voy arriba le dijo a Jerry. Volver dentro de un rato.El padre Leo se sent en el balcn de su habitacin. Abajo, en el patio, haba una piscina color turquesa iluminada con luces bajo el agua. Se aferr a los brazos de la butaca. No poda dejar de pensar en la hermana Gervaise, horrorizada y plida. Qu iba a hacer l? No poda permitir que la madre Vincent y las otras monjas creyesen que l haba matado a un hombre. Eso las aterrorizara. Por otra parte, tampoco quera que pensaran que iba por ah contando mentiras acerca de s mismo. En cierto modo, eso era igual de grave. Se llev las manos a la cabeza. No poda pensar. Finalmente renunci y baj.Otro hombre ocupaba el puesto de Jerry en la mesa deblackjack. El padre Leo no encontr a Jerry en ninguna de las otras mesas y tampoco estaba en el bar ni en el vestbulo. Por si acaso se haba ido arriba, el padre Leo llam a su habitacin por el telfono interior. No hubo respuesta. Sali afuera y se qued debajo del toldo junto al portero.Un galgo, que llevaba un jersey y tiraba de una anciana, se par y levant la pata sobre un pequeo arriate de flores delante del hotel. Mientras el perro orinaba, la mujer miraba iracunda al portero. Este cruz las manos enguantadas de blanco a la espalda y mir al cielo.A lo largo de la calle se encendan y apagaban luces de colores que trazaban nombres y dibujos. Ms abajo haba un luminoso que deba medir seis metros de alto y mostraba una fila de coristas con botas vaqueras y bikinis. De vez en cuando levantaban las piernas a un lado y a otro. Sonrean, y cada diente era una bombillita. La calle estaba abarrotada de gente, que se mova en distintas direcciones. Se gritaban unos a otros y hacan caso omiso de los coches que les pitaban.Accin de Gracias dijo el portero, y luego aadi algo que el padre Leo no pudo or a causa del ruido.No tena sentido buscar a Jerry entre esa multitud. El padre Leo volvi a entrar y se sent en el bar. Desde all poda vigilar tanto el vestbulo como el casino. Tomaba sorbitos de su copa y miraba a su alrededor. Una muchacha musculosa con serpientes tatuadas enroscndosele en los brazos desnudos estaba oprimiendo nmeros en un teclado. Dos indios regordetes que llevaban camisas hawaianas idnticas estaban uno al lado del otro en silencio. Al final de la barra una mujer pelirroja y menuda estaba vaciando su bolso y extendiendo el contenido ante s. Meta la mano en el bolso con el nerviosismo predatorio de un petirrojo picoteando en el suelo, y el padre Leo se encontr observndola para ver qu sacaba. Al fin encontr lo que buscaba; eran cigarrillos, y encendi uno. Frunci los labios y exhal una nube de humo alargada. Entonces not que el padre Leo la miraba, y le devolvi la mirada. El padre Leo hizo una breve inclinacin de cabeza y baj la vista. Poco despus termin su bebida y se fue del bar.El padre Leo estuvo sentado en el vestbulo durante una hora, leyendo los peridicos. Cada vez que entraba alguien, l levantaba la cabeza. Cuando not que tena sueo, fue a recepcin y habl con el empleado. Jerry haba dejado su llave, pero ningn mensaje.Qu extrao dijo el padre Leo.Cruz el vestbulo en direccin al ascensor. La pelirroja del bar estaba dentro, sosteniendo la puerta para l.A qu piso va? le pregunt.Al quinto. Gracias.Qu coincidencia. Tambin es mi piso dijo ella.Ella y el padre Leo miraron la imagen del otro reflejada en la pared del espejo. Ella tendra la misma edad que l aproximadamente, era mayor de lo que l haba pensado. Tena arruguitas en torno a la boca. Se fij en que estaba quemada por el sol, excepto un crculo blanco alrededor de cada ojo. l casi sinti el calor que despeda la piel roja de la mujer. Ella estaba dando golpecitos con un pie.Lleva muchos das aqu? pregunt ella.l neg con la cabeza. El ascensor se detuvo y salieron. Ella camin a su lado por el pasillo.Yo llegu hace dos das en avin dijo. No me importa decirle que me lo he pasado en grande cuando el padre Leo meti su llave en la cerradura, ella ley el nmero de la puerta. Cinco quince. Es fcil de recordar. Siempre salgo del trabajo a las cinco y quince. Podra salir a las cinco, pero me gusta quedarme all cuando ya se ha ido todo el mundo. Me gusta sentarme y mirar por la ventana, simplemente. Est todo tan tranquilo.Buenas noches dijo el padre Leo.Ella segua hablando cuando l cerr la puerta. Se sent durante un rato en el balcn. Haba grandes palmeras alrededor de la piscina y en lo alto una luminosa luna en cuarto creciente. El padre Leo pens en una banda de saqueadores acampados junto a un pozo en el desierto, asando un cordero sobre una hoguera, con la luna plateada reflejndose en la culata de sus largos rifles con incrustaciones. Mujeres con el rostro velado iban y venan en silencio, haciendo lo que les ordenaban.Antes de acostarse, el padre Leo llam a recepcin. La llave de Jerry segua en su gancho.Son slo las doce y media le dijo el empleado. Puede usted probar ms tarde.El padre Leo apag las luces. El techo reluca. Lo estaba mirando cuando le pareci or un ruido en la puerta. Se sent.Quin anda ah? dijo en voz muy alta. Cuando nadie contest, dijo: Jerry?No volvi a or el ruido.Al bajar a desayunar a la maana siguiente, el padre Leo pas por recepcin. Jerry no haba vuelto an. El padre Leo dej un mensaje: Estoy en la cafetera, y cuando termin de desayunar lo cambi por He salido. Volver pronto.Aunque eran poco ms de las once, la calle estaba ya abarrotada de gente. Soplaba una brisa seca, trayendo un leve olor que hizo pensar al padre Leo en la palabrasalvia. A lo lejos las montaas moradas flotaban en un trmulo azul. Las aceras relucan.Durante el resto de la maana el padre Leo recorri los casinos. Pens que quiz Jerry haba entrado en uno de ellos y se haba visto atrapado en una de esas partidas que duran eternamente. Pero no le vio, o si le vio no le reconoci. Era posible. Haba tanta gente. Inclinados sobre las mquinas, con los rostros inexpresivos y plidos a causa de las luces calientes, todos los jugadores empezaban a parecerle iguales. No saba a quin miraba y le agotaba intentar fijarse en las caras. A las dos volvi al hotel, con la intencin de recorrer de nuevo los casinos despus de comer.Se sent ante el mostrador y observ a la multitud que pasaba por delante del ventanal. Haba mucho ruido en la cafetera, que estaba llena de japoneses con traje de ejecutivo. Todos llevaban sombreros vaqueros y corbatas de vagabundo correcaminos. Al fondo un grupo de ellos estaba jugando en las tragaperras. No haba suficientes mquinas para todos, as que hacan turnos y esperaban en pequeas colas. Uno de ellos sac un premio gordo y todos los dems, incluyendo a los que estaban en las mesas, dejaron de hablar y aplaudieron.Vaya, si es cinco quince.La pelirroja de la noche anterior se sent en el taburete contiguo al del padre Leo y le ofreci un paquete de Salem con un cigarrillo saliendo. l neg con la cabeza. Ella sac el cigarrillo, le dio un golpecito sobre la barra y lo dej en el cenicero.Para luego dijo. No puedo fumar con el estmago vaco.La cara se le haba puesto color ladrillo. Al padre Leo le resultaba doloroso mirarla y pensar lo caliente y tirante que deba tener la piel, y cmo deba dolerle el sonrer constantemente de la forma en que lo haca.A propsito dijo ella, me llamo Sandra.El padre Leo no quera saber el nombre de la mujer, ni tampoco que ella supiera el suyo, pero ella segua esperando.Flaco dijo l.Entonces debe usted ser del Oeste.El asinti.De Seattle y por ah.En el casino he conocido a un tipo que se llamaba Will dijo ella. En Chicago no se usan nombres as, diminutivos y apodos. Es tan diferente. Hablo demasiado, verdad?En absoluto dijo el padre Leo.La camarera tom el pedido de Sandra y puso la cuenta del padre Leo debajo de su plato. l la cogi y la mir.Permtame invitarle a otro dijo Sandra, sealando la taza de caf de l.l se puso de pie.No, gracias dijo. Tengo que irme. Muy amable.Jerry no haba aparecido ni utilizado su llave. El padre Leo dej otro mensaje para l y subi a su habitacin. Pens que se acostara un rato antes de hacer otra ronda por los casinos. Nada ms entrar en su habitacin vio que su maleta estaba abierta, aunque recordaba haberla cerrado. En la mesa, al lado de la maleta, haba un cigarrillo deshacindose dentro de un vaso de agua.Se arrodill y revis el contenido de la maleta. Se sent sobre los talones por un momento, respir hondo, y volvi a registrar la maleta. Las fichas haban desaparecido. El padre Leo tir el cigarrillo al retrete y ech el vaso en la papelera. Notaba la sangre palpitando en las sienes, con un latido fuerte e irregular que le sorprendi y le impresion, como si estuviera hueco. Se sent en la cama. El vaco se extendi a su pecho y a sus piernas. Cuando se puso de pie, se elev en el aire. Vea sus zapatos uno junto al otro sobre la alfombra, all abajo. Camin hasta la puerta del balcn y vuelta. Luego empez a hablar consigo mismo.Las cosas que deca no tenan ningn sentido. Eran solamente ruidos. Segua paseando de un lado a otro. Se golpe el corazn. Agarr su camisa con ambas manos y la abri violentamente hasta la cintura. Se golpe de nuevo. Iba y vena por el cuarto.Los sonidos que emita se volvieron suaves y distantes y finalmente cesaron. El padre Leo se par. Se mir la pechera de la camisa. Faltaba un botn. Otro colgaba de un hilo. La habitacin estaba caldeada y ola an al cigarrillo del ladrn. Abri la puerta corredera del balcn y sali. El desierto estaba oculto por los casinos, pero lo senta todo alrededor y perciba su sequedad en la brisa. La brisa rizaba la superficie de la piscina, rompiendo el reflejo del sol. La luz rota centelleaba en el agua.Cuando el recepcionista vio venir al padre Leo, sacudi la cabeza. El padre Leo se acerc a l de todas formas.Ningn mensaje?Nada dijo el recepcionista, y volvi a su revista.El padre Leo haba pensado dar parte del robo, pero ahora no vea que tuviera ningn sentido. Vendra la polica y le haran llenar muchos formularios. Le interrogaran; le inquietaba tener que explicar su presencia en Las Vegas.Durante el resto de la tarde anduvo arriba y abajo de la calle, buscando a Jerry. Una vez crey haberle visto entrar en un casino pero luego result ser otra persona. El padre Leo regres al hotel. No le apeteca volver a su habitacin, as que compr un ejemplar deTimey se fue a la piscina.Dos chicas jvenes estaban saltando desde el trampoln. El padre Leo intent leer un artculo sobre la creacin del universo, pero no poda concentrarse en ello. Al cabo de un rato renunci y se puso a observar a las chicas, que notaron su atencin. Empezaron a exhibirse. Primero hicieron saltos del cisne. Luego una de ellas intent unflip. Cay en el agua plana sobre el vientre y con un gran ruido. El padre Leo fue a levantarse de su tumbona, pero ella pareca estar bien. Subi por la escalerilla y se march llorando. Su amiga camin con cuidado hasta el final del trampoln, se dio la vuelta, rebot dos veces, y ejecut un perfectoflipde espalda. Luego se fue de la piscina, caminando ruidosamente sobre el cemento mojado.Qu coincidencia dijo Sandra. Parece que tenemos toda la piscina para nosotros solos.Estaba de pie junto a la tumbona ms prxima, mirndole. Se baj de sus zuecos de tacn alto y se quit el albornoz.No debera usted estar aqu fuera dijo el padre Leo. No con esas quemaduras.Hoy es mi ltimo da dijo ella. Quiero aprovechar la puesta de sol.El padre Leo mir hacia arriba. El sol estaba justo tocando el tejado del hotel enfrente de ellos. Pareca un anuncio luminoso ms.Sandra se sent y sac de su bolso un frasco de aceite para nios. Se unt el aceite en los brazos y por el pecho, por debajo de los tirantes de su baador. Luego levant las piernas, primero una y luego otra, y se las unt despacio hasta que brillaron. Estaban de un tono rojo vivo.Dnde est su mujer? pregunt ella.No estoy casado.Yo tampoco dijo ella.El padre Leo cerr su revista y se incorpor.Qu espectculos ha visto? pregunt ella.Ninguno.Debera ir dijo ella. Los bailarines son tan bellos. Creo que no he visto en toda mi vida hombres y mujeres tan bellos. Le gusta bailar?El padre Leo neg con la cabeza.Sandra encogi las piernas y apoy la barbilla en las rodillas.Qu le gusta?El padre Leo estuvo a punto de contestar Me gusta lapazy la tranquilidad, pero se contuvo. Ella estaba muy sola. No haba razn para herir sus sentimientos.Me gusta leer dijo. Y la msica. La msica buena, no la msica rara. Comer en restaurantes. Hablar con amigos.A m tambin dijo Sandra. Son las mismas cosas que me gustan a m.Baj el respaldo de la tumbona y se puso bocabajo. Se frot el aceite por los hombros, y luego le tendi el frasco al padre Leo.Puede echarme una mano? dijo.l comprendi que ella quera que le diera el aceite en la espalda, la cual tena un aspecto hinchado y dolorido y resplandeca bajo el poco sol que quedaba.Me temo que no puedo hacerlo dijo l.Oh dijo ella, y dej el frasco en el suelo. Perdone que se lo haya pedido.Soy sacerdote.Eso es nuevo dijo ella, sin mirarle. Un sacerdote que se llama Flaco.Flaco es mi apodo dijo l.Claro contest ella. Su apodo. Y qu clase de sacerdote es usted?El padre Leo empez a explicrselo, pero ella le cort.Usted no es sacerdote dijo.Se sent y empez a meter las cosas en su enorme bolso, el encendedor, los cigarrillos, el aceite para bebs, las gafas de sol. Se puso el albornoz y los zuecos.Si usted fuera un sacerdote, no me habra dejado actuar como lo he hecho. No me habra dejado ponerme en ridculo se qued all, de pie, mirndole desde arriba. Qu es usted realmente?Vine con un amigo dijo el padre Leo. Ha desaparecido desde anoche. No tengo ni idea de dnde est. No es una explicacin demasiado buena aadi. Estoy un poco confuso ahora mismo.No s qu es usted dijo ella, pero s que si vuelve a acercarse a m, gritar.El padre Leo pens en llamar a la polica, pero temi que si encontraban a Jerry, descubrieran su verdadero nombre y le metieran en la crcel. Busc el nmero de telfono de todos los hospitales de la ciudad. Haba siete. En ninguno de ellos haba ingresado un Jerry Royce, pero en el Desert Springs la enfermera que habl con l le dijo que la noche anterior haban admitido a un tal John Doe, con lo que ella llam una herida de arma blanca en el trax. El padre Leo pidi una descripcin del hombre, pero ella no tena la ficha y la lnea de la Unidad de Cuidados Intensivos estaba ocupada.Siempre est ocupada le dijo. Si est usted en la ciudad, lo ms sencillo es que se pase por aqu.Pero cuando el padre Leo lleg a Cuidados Intensivos descubri que John Doe haba muerto esa tarde y haban enviado su cadver al depsito. El padre Leo apoy las manos en el mostrador.El depsito? dijo.La enfermera asinti.Tenemos una foto. Quiere verla?Supongo que ser mejor dijo el padre Leo.Le daba miedo mirar la foto, pero no se senta capaz de visitar el depsito de cadveres. La enfermera abri una carpeta y sac una foto grande y brillante y se la tendi. Era la cara de un muchacho de facciones pequeas. Tena los ojos abiertos, mirando sin desafo ni timidez el fogonazo del flash. El padre Leo comprendi que el muchacho haba muerto antes de que le hicieran la foto. Devolvi la foto a la enfermera y ella la mir.No es su amigo? pregunt.l neg con la cabeza.Qu ocurri?Le dieron un navajazo dijo ella, y guard la carpeta.Han cogido a la persona que lo hizo?Probablemente no contest ella. Tenemos ms de cien asesinatos al ao en esta ciudad.Mientras volva al hotel, el padre Leo observ a la muchedumbre a travs de la ventanilla del taxi. Un grupo de marineros cruz la calle corriendo. El que iba delante lanzaba monedas por encima del hombro y los dems saltaban para cogerlas. Los anuncios luminosos parpadeaban. Las caras de la gente palpitaban por el reflejo de las luces. El padre Leo se inclin hacia delante.Acaban de decirme que hay cien asesinatos al ao en esta ciudad. Es eso cierto?Supongo que es posible dijo el taxista. Este lugar tiene sus pegas, sin duda. Pero Utica es muchsimo peor. Ahora mismo tienen medio metro de nieve y esperan ms.A las dos y media de la madrugada llam Jerry. Lamentaba el trastorno, pero poda explicarlo todo. Resultaba que cuando el padre Leo estaba arriba la primera noche, Jerry haba conocido a un tipo que se diriga a una partida de pker fuera de la ciudad. Era una partida privada. Los jugadores eran ricos y no haba lmite. Tenan que marcharse en seguida, as que Jerry no pudo avisar al padre Leo. Y una vez all no tuvo oportunidad de llamar. La partida era as de intensa. Cantidades increbles de dinero haban cambiado de manos. An continuaba; l se haba tomado un descanso para echar una cabezadita y para avisar al padre Leo de que l no volvera a Seattle a la maana siguiente. No poda, ahora no. Haba perdido hasta el ltimo cntimo de sus ahorros, los siete mil dlares que les dio el hombre de la Boeing, y algo de dinero que haba reservado.Me siento culpable dijo Jerry. S que esto te va a poner en una situacin difcil.Creo que deberas volver a casa respondi el padre Leo. Podemos arreglar este asunto juntos.Me cortarn el cuello.No. Yo no se lo permitir.Venga ya. Vincent me comer crudo.No tiene porqu saber que fuiste t dijo el padre Leo. Le dir que lo he cogido yo.Jerry no contest en seguida. Finalmente dijo:Nunca te creera.Por qu no? Ya piensa que soy un asesino.Jerry se ri.Flaco, eres un to grande. Gracias, pero no, gracias. Todava me quedan cuatrocientos dlares. He estado ms bajo an y he vuelto a recuperarme. Ahora me estoy animando.Jerry, escucha.No has tenido nunca la sensacin de que tienes que ganar? pregunt Jerry. Como si hubieras sido elegido y alguien te protegiera pasara lo que pasara?Claro dijo el padre Leo. S que la he tenido. No significa nada.Eso es lo que t dices. Pero da la casualidad de que yo no lo siento as.Por Dios santo, Jerry, usa la cabeza. Vente a casa.Pero era intil. Jerry le dijo adis y colg. El padre Leo se qued sentado en el borde de la cama. El telfono son de nuevo. Lo cogi y dijo:Jerry?Pero no era Jerry. Era Sandra.Perdone que le haya despertado dijo.Sandra dijo l. Qu demonios quiere?Es usted realmente un sacerdote? pregunt ella.Qu clase de pregunta es sa? Qu pretende llamndome a estas horas? el padre Leo saba que tena derecho a estar enfadado, pero no lo estaba, no de veras. El tono de su propia voz, malhumorado e impaciente, lo azor. S dijo.Oh, gracias a Dios. Estoy tan asustada.l esper.Alguien ha estado intentando entrar en mi habitacin dijo ella. Al menos, eso creo. Puede que lo haya soado.Debera llamar a la polica.Ya lo he pensado dijo ella. Pero qu iban a hacer? Vendran, miraran por aqu y luego se iran. Y yo estara igual que antes.No s cmo podra ayudarla yo dijo el padre Leo.Podra usted quedarse.Mi amigo no ha vuelto an dijo el padre Leo. Tenemos que marcharnos maana por la maana y yo debera estar aqu por si me llama. Y si estaba usted soando?Por favor dijo ella.El padre Leo dio un puetazo en la almohada.Por supuesto contest. Por supuesto, ir ahora mismo.Despus de quitar el cerrojo, Sandra le pidi al padre Leo que esperara un segundo. Luego grit:Ya. Entre.Llevaba un camisn azul. Se meti en la cama y se tap hasta la cintura.Por favor no me mire dijo. Y por si acaso se lo est preguntando, no me estoy inventando todo esto. Mi necesidad de compaa no es tan desesperada. Casi, pero no tanto.Haba dos camas en la habitacin, con una mesilla de noche en medio. El padre Leo se sent a los pies de la otra cama. La mir. Ella tena la cara colorada e hinchada. Se haba puesto una pomada blanca en la nariz.Estoy hecha un cuadro dijo ella.Debera hacer que le vean esas quemaduras cuando vuelva a casa.Ella se encogi de hombros.Voy a pelarme haga lo que haga. Dentro de un par de semanas estar normal trat de sonrer pero renunci. Pens que, por lo menos, volvera morena. Han sido las peores vacaciones de mi vida. Ha sido una cosa detrs de otra pellizc la colcha. La segunda noche que pas aqu perd ms de trescientos dlares. Sabe usted cunto tardo en ahorrar trescientos dlares?Este es un sitio espantoso dijo el padre Leo. No me explico por qu viene nadie aqu.Eso no es ningn misterio dijo ella. Cuando se llega a cierto punto es el lugar lgico para venir.Todo est amaado afirm el padre Leo.Sandra se encogi de hombros.Llegados a ese punto, eso no importa.El padre Leo se acerc a la puerta corredera del balcn, la abri y sali fuera. La noche era fra. Una neblina cubra la resplandeciente superficie azul de la piscina.Se va usted a coger un enfriamiento mortal ah fuera grit Sandra.El padre Leo volvi a entrar y cerr la puerta. Estaba inquieto. La habitacin ola a aceite de coco.Tengo que confesarle algo dijo Sandra. No fue una coincidencia cuando sal esta tarde a la piscina. Le vi a usted all abajo.El padre Leo se sent en una silla cerca del televisor. Se frot los ojos.De verdad intent alguien entrar en esta habitacin?Eso me pareci respondi Sandra. No se da usted cuenta de que estoy asustada?S contest l.Entonces, qu importa?Nada dijo el padre Leo.Estas han sido las peores vacaciones repiti Sandra. No le voy a contar todo lo que me ha sucedido. Digamos solamente que la nica cosa buena que me ha ocurrido ha sido conocerle a usted.Este es un sitio terrible repiti el padre Leo. Es peligroso, y todo est arreglado de forma que no puedas ganar.Algunas personas ganan dijo ella.Esa es la teora. Yo no he visto a ningn ganador. Le importa que use su telfono?Sandra se qued fumando y observando al padre Leo mientras l hablaba con el recepcionista. Jerry no haba vuelto a llamar. El padre Leo dej el nmero de la habitacin de Sandra.Le ha dicho que estaba usted aqu? dijo ella. Qu pensar?Que piense lo que quiera.Probablemente no piense nada dijo Sandra. Apuesto a que ha visto de todo.El padre Leo asinti.No me extraara.Es raro dijo ella. Generalmente, cuando estoy a punto de volver a casa despus de unas vacaciones, me siento emocionada, aunque lo haya pasado estupendamente. Este ao slo me siento triste. Y usted? Tiene ganas de volver a casa?No muchas contest el padre Leo.Por qu no? Cmo es el sitio donde vive?El padre Leo pens en el ruido del refectorio, en la hermana Gervaise rindose histricamente de uno de sus propios chistes. Luego la vio palidecer al escuchar la mentira que l le haba contado a Jerry. A estas alturas lo sabra todo el convento, y no haba forma de echar marcha atrs. Cuando uno oa una historia como esa, se converta en la verdad respecto a la persona de la cual se contaba. Los desmentidos slo la haran parecer ms autntica.Tendra que vivir con ello. Y eso significaba que todo iba a cambiar. Se imaginaba cmo sera. Los vestbulos vacos y silenciosos por las noches. Las hermanas callndose y bajando los ojos al cruzarse con l.Por qu sonre? le pregunt Sandra.l mene la cabeza.Por nada. Algo que se me ocurri.Volviendo a lo que estbamos hablando dijo Sandra. Algunas personas ganan. Slo hace falta tener suerte. Una amiga ma conoci a su marido en la consulta del dentista, imagnese. Si l o mi amiga no hubieran pedido hora para esa maana precisamente, no se hubieran conocido. Si el dentista no hubiese tardado tanto con el paciente anterior, ellos no hubiesen empezado a hablar y no hubieran descubierto todo lo que tenan en comn. Pero fue as. Puede suceder Sandra apag su cigarrillo. Por la forma en que me he comportado, debe usted pensar que soy totalmente pattica. Slo quiero que sepa que no lo soy.Nunca he pensado que lo fuera dijo el padre Leo.Ya, ya. Me dira usted cualquier cosa con tal de que me calle.El padre Leo hizo ruidos que indicaban una negativa.No soy una persona pattica dijo Sandra. Tengo mi vida. Lo que pasa es que entre unas cosas y otras me senta muy baja de forma y usted toc una fibra sensible.Usted no me conoce, Sandra.Puede que no en el sentido habitual. Pero le reconozco, s la clase de persona que es. Inteligente, amable, galante.Galante repiti el padre Leo.Sandra asinti.Est usted aqu, no es cierto?Un grupo de personas pasaron por el pasillo hablando muy alto. Cuando se hizo de nuevo el silencio, Sandra pregunt:Le importa que le haga una pregunta personal?Creo que no dijo el padre Leo. Claro. Por qu no?Cree usted que podra quererme? Si cambiaran las circunstancias?Las circunstancias no van a cambiar respondi el padre Leo.Ya lo s. Lo s perfectamente. Pero hablando en un plano hipottico, cree usted que podra? No se preocupe por herir mis sentimientos... es slo curiosidad.Hipotticamente, el padre Leo supona que le sera posible amar a cualquiera. Pero no era eso lo que ella quera decir. Lo pens.S dijo.Por qu? Qu es lo que amara usted de m, si me amase?Se abraz las rodillas y le observ.Es difcil expresarlo con palabras dijo l.No tiene por qu hacerlo dijo ella.Sac otro pitillo del paquete, lo mir y luego lo puso en la mesilla de noche.Me gusta su forma de hablar dijo el padre Leo. Es directa, dice exactamente lo que est pensando.Ella asinti.Es verdad que hago eso. Pase lo que pase.Su espritu sigui el padre Leo. Venirse aqu sola de esa manera.Consegu el viaje a buen precio.Yo tambin dijo l.Ambos se echaron a rer.Pens en marcharme antes dijo Sandra pero una vez que empiezo algo tengo que terminarlo. Tengo que seguir hasta el final y ver cmo acaba, aunque acabe fatal.Entiendo lo que quiere decir dijo el padre Leo. A m me pasa igual.Sandra bostez.Qu ms cosas le gustan de m?Lo cordial que es. Su forma de escuchar.Ella se recost en las almohadas.Sus ojos.Mis ojos? De veras?Tiene usted unos ojos preciosos.El padre Leo continu. No pensaba, slo se escuchaba. Su voz produca un sonido fresco en la habitacin cargada. Despus de un rato, Sandra murmur:No se marchar, verdad?Me quedar aqu.Ella se durmi. l apag las luces y puso una butaca delante de la puerta y se sent en ella. Si alguien intentaba entrar, l estara en medio. Tendran que pasar por encima de l.Se qued escuchando. De vez en cuando, muy dbilmente, oa la puerta del ascensor al fondo del vestbulo. Luego intentaba or las voces de la gente que sala del ascensor, para ver si eran hombres o mujeres. Cuando oa una voz de hombre, o no oa ninguna voz, se pona tenso. Escuchaba cualquier ruido procedente del pasillo. Varias personas pasaron por delante de la puerta de Sandra. Nadie se detuvo.Los nicos sonidos en la habitacin eran su propia respiracin y la de Sandra; la de ella fuerte y desigual, la suya profunda, casi silenciosa.Despus de unas horas as, empez a dejarse ir. Finalmente se sorprendi adormilndose, y sali al balcn. Todava brillaban algunas estrellas. La brisa agitaba la fronda de las palmeras. Las palmeras parecan negras contra el cielo prpura. La luna era blanca.El padre Leo se apoy en la barandilla, espabilado por la fra brisa. Un coche toc la bocina, un pequeo sonido en el silencio. Escuch, esperando que se repitiera, pero no fue as, y el silencio pareci aumentar. De nuevo sinti el desierto en torno suyo. Pens en un coyote corriendo hacia su guarida con un conejo colgando de las fauces, con los ojos amarillos relucientes.El padre Leo se frot los brazos. Un telfono empez a sonar en la habitacin de arriba. Oy unos pasos pesados.Sandra se dio la vuelta. Dijo algo dormida. Luego se volvi otra vez.Est bien dijo el padre Leo. Estoy aqu.

Di que s

Estaban fregando los platos; su mujer lavaba y l secaba. l haba lavado la noche anterior. A diferencia de la mayora de los hombres que conoca, l realmente trabajaba en la casa. Haca unos meses haba odo que una amiga de su mujer la felicitaba por tener un marido tan considerado, y l pens,por lo menos, lo intento. Ayudar a fregar los platos era su forma de demostrar lo considerado que era.Hablaron de diferentes cosas y, sin saber cmo, se encontraron en el tema de si los blancos deberan casarse con los negros. l dijo que considerndolo todo, crea que era una mala idea.Por qu? pregunt ella.A veces su mujer pona una expresin en la que frunca las cejas, se morda el labio inferior y miraba fijamente hacia abajo. Cuando la vea as, l saba que deba callarse, pero nunca lo haca. En realidad le impulsaba a hablar ms. Ahora tena esa expresin.Por qu? pregunt otra vez, y se qued con la mano dentro de un cuenco, no lavndolo sino slo sostenindolo sobre el agua.Escucha dijo l. Yo fui al colegio con negros y he trabajado con negros y he vivido en la misma calle que ellos y siempre nos hemos llevado bien. As que no me vengas t ahora dando a entender que soy un racista.Yo no he dado a entender nada dijo ella, y empez a lavar el cuenco, dndole vueltas en la mano como si le estuviera dando forma. Sencillamente no entiendo qu hay de malo en que un blanco se case con un negro, eso es todo.No vienen de la misma cultura que nosotros. Escchales alguna vez, incluso tienen su propio lenguaje. A m me parece muy bien, megustaorles hablar (era cierto; por algn motivo eso siempre le haca sentirse feliz) pero es diferente. Una persona de su cultura y una persona de nuestra cultura nunca puedenconocerserealmente.Como t me conoces a m? pregunt su mujer.S. Como yo te conozco a ti.Pero si se quieren... dijo ella.Ahora estaba lavando ms de prisa, sin mirarle.Oh Dios, pens l.No es que lo diga yo dijo. Fjate en las estadsticas. La mayora de esos matrimonios fracasan.Las estadsticas dijo ella. Iba apilando platos en el escurreplatos a toda velocidad, pasndoles el estropajo de cualquier manera. Muchos de ellos estaban grasientos, y quedaban restos de comida entre los dientes de los tenedores. De acuerdo, y qu me dices de los extranjeros? Supongo que piensas lo mismo respecto a casarse con un extranjero.S dijo l, efectivamente. Cmo puedes comprender a alguien que procede de un medio completamente distinto?Distinto dijo su mujer. No del mismo medio, como nosotros.S, distinto dijo l, enfadado con ella por recurrir a este truco de repetir sus palabras de modo que sonaban groseras, o hipcritas. Estos estn sucios dijo, y ech todos los cubiertos en la pila otra vez.El agua estaba gris y sin espuma. Ella la contempl, con los labios apretados, y luego meti las manos bruscamente.Oh! grit, y salt hacia atrs. Se agarr la mueca derecha y sostuvo la mano en alto. El pulgar sangraba.Ann, no te muevas dijo l. Qudate ah.Corri escaleras arriba, entr en el cuarto de bao y revolvi en el armarito de las medicinas en busca de alcohol, algodn y una tirita. Cuando volvi a la cocina, ella estaba apoyada en la nevera con los ojos cerrados, sostenindose an la mano. l le cogi la mano y le limpi el pulgar con el algodn. Haba parado de sangrar. Le estruj el dedo para ver si la herida era profunda y sali una sola gota de sangre, temblorosa y brillante, que cay al suelo. Por encima del dedo, ella le mir con expresin acusadora.Es superficial dijo l. Maana ni lo notars.Confiaba en que ella supiera apreciar la rapidez con que haba acudido en su ayuda. Haba actuado por bien de ella, sin esperar recibir nada a cambio, pero ahora se le ocurri que sera un bonito gesto por su parte no reanudar la misma conversacin, porque l estaba harto de ella.Yo terminar aqu le dijo l. Ve a sentarte.Est bien dijo ella. Yo secar.l empez a lavar los cubiertos otra vez, poniendo mucho cuidado en los tenedores.As que no te habras casado conmigo si yo hubiera sido negra dijo ella.Por Dios santo, Ann!Bueno, eso es lo que has dicho, no?No, claro que no. Todo el asunto es ridculo. Si t hubieras sido negra, probablemente no nos habramos conocido. T hubieras tenido tus amigos y yo los mos. La nica chica negra a la que conoc realmente era mi compaera en el club de debate, y entonces yo ya estaba saliendo contigo.Pero si nos hubisemos conocido, y yo fuese negra?Entonces, probablemente, t habras estado saliendo con un negro.Cogi la ducha de aclarar y roci los cubiertos. El agua estaba tan caliente que el metal se puso azul claro, y luego recuper el tono de la plata.Supongamos que no fuera as dijo ella. Supongamos que yo soy negra y no tengo compromiso y nos conocemos y nos enamoramos.l la mir. Ella le estaba observando con los ojos muy brillantes.Mira dijo l, adoptando un tono razonable, esto es estpido. Si t fueras negra, no seras t al decirlo comprendi que era absolutamente cierto. No era posible discutir el hecho de que ella no sera la misma si fuera negra. As que repiti: Si t fueras negra, no seras t.Lo s dijo ella, pero supongmoslo.l respir hondo. Haba ganado la discusin, pero segua sintindose acorralado.Supongamos qu? pregunt.Que soy negra, pero sigo siendo yo misma, y que nos enamoramos. Te casaras conmigo?l lo pens.Bien? dijo ella, y se acerc ms a l. Sus ojos estaban an ms brillantes. Te casars conmigo?Estoy pensando dijo l.No te casars, lo s. Vas a decir que no.No vayamos demasiado de prisa dijo l. Hay que tener en cuenta muchas cosas. No queremos hacer algo que lamentaramos el resto de nuestras vidas.No lo pienses ms. S o no.Si lo planteas de esa manera...S o no.Jess, Ann. De acuerdo. No.Gracias dijo ella, y sali de la cocina y se fue al cuarto de estar.Un momento despus l la oy pasando las pginas de una revista. Saba que estaba demasiado enfadada para poder leer, pero no pasaba las pginas bruscamente como hubiera hecho l. Las pasaba despacio, como si estuviera estudiando cada palabra. Le estaba mostrando su indiferencia, y tena el efecto que l saba que ella deseaba que tuviera. Le dola.l no tena ms opcin que demostrarle su indiferencia tambin. Silenciosamente, concienzudamente, lav el resto de la vajilla. Luego sec los platos y los guard. Pas un pao por encima de la mesa y de la cocina y freg el linleo donde haba cado la gota de sangre. Ya puesto, decidi fregar todo el suelo. Cuando termin la cocina pareca nueva, tena el mismo aspecto que cuando les ensearon la casa, antes de que la habitaran.Cogi el cubo de la basura y lo sac fuera. La noche era clara y pudo ver algunas estrellas hacia el oeste, donde las luces de la ciudad no las ocultaban. EnEl Caminoel trfico era ligero y constante, plcido como un ro. Se avergonz de haber permitido que su mujer le arrastrase a una pelea. Dentro de unos treinta aos ambos estaran muertos. Qu importara entonces todo esto? Pens en todos los aos que llevaban juntos, en lo unidos que estaban y en lo bien que se conocan, y se le hizo un nudo en la garganta y apenas poda respirar. Sinti hormigueo en la cara y en el cuello. Su pecho se inund de calor. Se qued all un rato, disfrutando de esas sensaciones, luego cogi el cubo y sali por la puerta trasera del jardn.Los dos chuchos del final de la calle haban vuelto a volcar el cubo colectivo. Uno de ellos estaba revolcndose en el suelo y el otro tena algo en la boca. Gruendo, lo lanz al aire, dio un salto y lo atrap, gru de nuevo y sacudi la cabeza de un lado a otro. Cuando le vieron venir se alejaron con pasos cortos. Normalmente l les habra tirado piedras, pero esta vez les dej ir.La casa estaba a oscuras cuando volvi a entrar. Ella estaba en el cuarto de bao. l se par delante de la puerta y la llam. Oy el ruido de frascos chocando entre s, pero ella no respondi.Ann, lo siento de veras dijo l. Te compensar, te lo prometo.Cmo? pregunt ella.l no esperaba esta pregunta. Pero por el tono de su voz, una nota tranquila y decidida, comprendi que tena que dar con la respuesta adecuada. Se apoy contra la puerta.Me casar contigo susurr.Ya veremos dijo ella. Vete a la cama. Estar contigo dentro de un momento.l se desnud y se meti en la cama. Finalmente oy que la puerta del cuarto de bao se abra y se cerraba.Apaga la luz dijo ella desde el vestbulo.Qu?Que apagues la luz.l tendi la mano y tir de la cadenita de la lmpara de la mesilla. La habitacin se qued a oscuras.Ya est dijo.Permaneci tumbado esperando, pero no pas nada.Ya est dijo de nuevo.Entonces oy un movimiento en la habitacin. Se sent en la cama, pero no pudo ver nada. La habitacin estaba en silencio. Su corazn lati como la primera noche que pasaron juntos, como lata cuando un ruido le despertaba en la oscuridad y esperaba para volver a orlo... el ruido de alguien movindose por la casa, un extrao.Los pobres estn siempre con nosotrosLo malo de tener un Porsche es que siempre hay alguna cosita que falla. Esta vez era el pedal del freno, que se atascaba. Russell haba planeado un viaje para el fin de semana de Pascua, as que sali temprano del trabajo el viernes por la tarde y se fue a Menlo Park para que Bruno, su mecnico, le echara un vistazo al coche. Bruno era austraco. La pared detrs de su mesa de despacho estaba cubierta de diplomas, la mayora escritos en alemn, felicitndole por haber terminado diversos cursos sobre la tecnologa Porsche. El despacho de Bruno daba a la nave donde l y su ayudante trabajaban en los coches, ambos vestidos con monos blancos almidonados y manejando herramientas que relucan como instrumentos quirrgicos.Cuando Russell entr en el garaje, Bruno estaba solo. Levant la cabeza, le salud con la mano y volvi a meterse bajo el cap de un Speedster verde antiguo. Russell dio un par de vueltas en torno al Speedster, luego mir por encima del hombro de Bruno mientras ste segua el alambrado con una linterna cuyo haz de luz, fino y plateado, pareca tan slido como una aguja de hacer punto.Qu hay? pregunt Bruno.Despus de que Russell le describiera el problema, Bruno gru y dijo:Vale, vale. No te apures, viejo.Le dijo que se pondra con su coche en cuanto terminara con el Speedster, unos cuarenta y cinco minutos, quiz una hora. Russell poda esperar o recogerlo el lunes.Russell contest que esperara.En el despacho de Bruno haba dos hombres. Miraron un instante a Russell cuando entr, y luego siguieron hablando por encima del ruido de una radio que haba sobre la mesa y que estaba tocando msica de los aos cincuenta. Russell no pudo evitar escucharles. Eran amigos; lo dedujo por la forma en que se insultaban. No paraban, especialmente el ms corpulento, un negro que llevaba gafas de sol y una chaqueta estilo safari y haca crujir sus nudillos constantemente. Cada vez que el blanco soltaba una buena frase, el negro sonrea, meneaba la cabeza y soltaba otra mejor. Russell se ri en alto dos veces, y despus de la segunda el blanco se volvi y le mir fijamente. Tena el borde de los prpados rojo y los ojos saltones, como si una presin interior los empujara hacia fuera. Su piel pareca tirante, tan tensa sobre los huesos de su cara que, incluso sin sonrer, se le vean los dientes. Mir fijamente a Russell y dijo:Aqu hasta las paredes oyen.Russell clav la vista en la alfombra. Despus de eso, trat de concentrarse en sus propios asuntos, hasta que los dos hombres empezaron a hablar de alguien de la empresa de Russell que haba sido arrestado recientemente por vender informacin a los japoneses sobre un nuevo ordenador. Russell haba hablado con l una vez, y por lo que estos dos tipos decan dedujo que haban trabajado con l en Hewlett-Packard haca unos aos. Russell saba que debiera tener la boca cerrada, pero decidi decir algo. Haba seguido el caso y tena opiniones definidas al respecto. Pero, principalmente, era que le apeteca participar en la conversacin.Todos tenemos un precio estaba diciendo el negro. Mierda, a todos nos pondran en un aprieto si pudieran leer nuestras mentes durante una hora. Una hora cualquiera aadi.Como si en esta ciudad no estuviera todo el mundo haciendo lo mismo dijo el blanco. O algo peor. Menuda pandilla de cerdos. Lo que les pasa es que estn quemados porque l consigui la pasta antes que ellos.Yo lo veo de otra manera dijo Russell. Creo que deberan encerrarle y tirar la llave. Ha vendido a la gente que trabajaba con l y confiaba en l. Ha vendido a su equipo. Por lo que a m respecta es una completa nulidad.El blanco le clav la mirada a Russell y pregunt:Groves, quin es este enano?Bueno, bueno dijo Groves.Te juro que... dijo el blanco.Se levant de la silla y se acerc a la ventana que daba al garaje, pisando fuerte con los tacones de sus botas al caminar. Se qued all parado, con los puos apretados, y cuando se volvi Russell vio que tena los dientes superiores casi totalmente descubiertos. Mir a Russell de soslayo.As que una completa nulidad dijo. Y t cuntos aos tienes?Groves hizo