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POESÍA LÍRICA Y ELEGÍA Poesía lírica En Grecia la poesía lírica se caracterizaba por transmitir experiencias personales en metros variados y con acompañamiento de la música. En Roma la poesía lírica –con estas mismas características, salvo que no se compuso más que para ser leída y no cantada– aparece más tarde que la épica o el teatro, concretamente en el siglo II a.C. Esto, en parte, es debido quizá a que los romanos se dedicaron durante siglos más a la expansión militar que al cultivo de su vida privada. Además, cuando el teatro perdió interés para el público y cuando los ideales comunes que justificaban una épica nacional comenzaban a extinguirse sustituidos por los problemas sociales, se dieron unas condiciones que favorecían el individualismo y la expresión de los sentimientos personales propios de este tipo de poesía. Las primeras manifestaciones surgen a cargo del llamado círculo de Lutacio Cátulo, y sobre todo de los poetas nuevos o neoteroi, quienes imitando a los poetas griegos alejandrinos componen pequeños poemas bien elaborados de carácter mitológico, erótico o satírico. Catulo (ca. 85–50 a.C.) es el primer gran poeta romano. Su obra es muy variada tanto en los temas: invectivas, melancolía, amistad, amor, mitología, vida cotidiana... , como en la forma, ya que introduce en la poesía latina nuevos ritmos de la poesía griega que luego serán retomados y perfeccionados. Su vida está presidida por su gran amor a Clodia, llamada Lesbia. Se pone a sí mismo como centro de toda su producción lírica e identifica poesía y experiencia vital. La lengua de Catulo es una mezcla de elementos cultos y populares. Busca constantemente la perfección, sin detrimento de la espontaneidad. Horacio (65–8 a.C.) parte de los poetas nuevos, pero consigue superarlos, teniendo en cuenta además que sus modelos no son los poetas alejandrinos sino los grandes poetas griegos como Alceo o Arquíloco. Su producción lírica consta de 4 libros de Odas de argumentos variados en los que trata asuntos de la vida pública y privada: placeres del campo, molestias de la ciudad, amores, banquetes, ... . Los Epodos son 17 piezas en las que abundan las invectivas y las críticas. En la obra de Horacio se dejan ver sus ideales epicúreos, sus principios de la aurea mediocritas. Reflexiona sobre el paso del

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POESÍA LÍRICA Y ELEGÍA

Poesía lírica En Grecia la poesía lírica se caracterizaba por transmitir experiencias personales en metros variados y con acompañamiento de la música. En Roma la poesía lírica –con estas mismas características, salvo que no se compuso más que para ser leída y no cantada– aparece más tarde que la épica o el teatro, concretamente en el siglo II a.C. Esto, en parte, es debido quizá a que los romanos se dedicaron durante siglos más a la expansión militar que al cultivo de su vida privada. Además, cuando el teatro perdió interés para el público y cuando los ideales comunes que justificaban una épica nacional comenzaban a extinguirse sustituidos por los problemas sociales, se dieron unas condiciones que favorecían el individualismo y la expresión de los sentimientos personales propios de este tipo de poesía. Las primeras manifestaciones surgen a cargo del llamado círculo de Lutacio Cátulo, y sobre todo de los poetas nuevos o neoteroi, quienes imitando a los poetas griegos alejandrinos componen pequeños poemas bien elaborados de carácter mitológico, erótico o satírico. Catulo (ca. 85–50 a.C.) es el primer gran poeta romano. Su obra es muy variada tanto en los temas: invectivas, melancolía, amistad, amor, mitología, vida cotidiana... , como en la forma, ya que introduce en la poesía latina nuevos ritmos de la poesía griega que luego serán retomados y perfeccionados. Su vida está presidida por su gran amor a Clodia, llamada Lesbia. Se pone a sí mismo como centro de toda su producción lírica e identifica poesía y experiencia vital. La lengua de Catulo es una mezcla de elementos cultos y populares. Busca constantemente la perfección, sin detrimento de la espontaneidad. Horacio (65–8 a.C.) parte de los poetas nuevos, pero consigue superarlos, teniendo en cuenta además que sus modelos no son los poetas alejandrinos sino los grandes poetas griegos como Alceo o Arquíloco. Su producción lírica consta de 4 libros de Odas de argumentos variados en los que trata asuntos de la vida pública y privada: placeres del campo, molestias de la ciudad, amores, banquetes, ... . Los Epodos son 17 piezas en las que abundan las invectivas y las críticas. En la obra de Horacio se dejan ver sus ideales epicúreos, sus principios de la aurea mediocritas. Reflexiona sobre el paso del

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tiempo e invita al goce. Observa todas las pasiones de forma casi objetiva. A veces se refleja su sentido patriótico y su contribución al programa de Augusto. Su estilo resulta muy equilibrado, siendo evidente la concordancia entre pensamiento y expresión. Puede considerarse dentro de la poesía lírica las Bucólicas de Virgilio, 10 composiciones de carácter pastoril a imitación del poeta alejandrino Teócrito, aunque con escenarios italianos.

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Poesía elegíaca Orígenes griegos La elegía griega, estrechamente unida al epigrama, parte de los cantos de lamentación fúnebre, aunque son propios de este género también los temas amorosos. La caracterización formal viene determinada por estar escrita en dísticos elegíacos. En época helenística la elegía y el epigrama adquieren un tono diferente. La primera, aunque sigue teniendo como base la expresión de sentimientos amorosos, tiene un matiz objetivo y se presenta llena de erudición y elementos míticos. El epigrama, por el contrario, se convierte en la única forma de expresión lírico–subjetiva. Rasgos característicos de la elegía latina La elegía latina parte del epigrama griego, de forma que su carácter más distintivo es la subjetividad. Los temas son semejantes a los griegos: tristeza, dolor, amor.. , pero los amorosos adquieren una nueva dimensión. Los poetas no sólo dedican su obra a la amada, sino que narran su propia experiencia con una mujer concreta; el amor es entendido tanto como ideal de vida como voluptuosidad carnal. Los elegíacos son además pacifistas e inconformistas con la sociedad y la política del momento (caída de Sila, guerras civiles, afán de riquezas). Representantes Catulo. Su poema nº 68 puede considerarse la primera elegía latina. Es el primer autor que introduce en su poesía un rasgo erótico–subjetivo narrando sus amores con Lesbia en primera persona. Anticipa conceptos esenciales al pensamiento elegíaco: la mujer es siempre infiel, el amor es un mal al que hay que poner remedio. Por otra parte, también por primera vez, el amor carnal es capaz de crear lazos morales entre dos personas, frente a la tradición romana que tachaba este amor de inconfesable. Tibulo (ca. 55–19 a.C.). Escribió 3 libros de elegías en los que canta su amor por Delia y Némesis. Sus características son: ausencia de erudición, expresión del sentimiento patético, gusto por la naturaleza, actitud antimilitarista, y reflexión sobre la muerte. Propercio (50–15 a.C.). En 4 libros de elegías muestra su amor por Cintia en todos los aspectos de la pasión y la ruptura. Ensalza la vida rural junto con la pietas y el patriotismo romano. Su estilo es una mezcla de erudición y pasión. Resulta su lengua difícil, con arcaísmos,

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coloquialismos y numerosas evocaciones mitológicas insertas en el argumento principal. Ovidio (43–17 d.C.). Con este poeta, así como con Propercio, se vuelve a la erudición y a un cierto convencionalismo en su relación amorosa con Corina. Sus obras elegíacas amorosas son: Amores, Ars amandi, Remedia amoris, Medicamina faciei, Heroidas (consideradas dentro del género epistolar). Las elegías tristes son las escritas desde el destierro: Tristia, Ponticas (también consideradas dentro de la epistolografía).

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LA HISTORIA

Época arcaica La historiografía romana nace en el último tercio del siglo III a.C., pero la mayoría de las obras históricas de este periodo se han perdido o se conservan en estado fragmentario. Si creemos a Cicerón, la historia fue el último género literario cultivado a un digno nivel. El concepto moderno de la Historia no coincide plenamente con el que tenían los romanos. En efecto, ellos la consideraban, sobre todo, una obra literaria. Hay que tener muy presente esta concepción para comprender bien la historiografía romana. Podemos considerar como antecedentes de la historiografía las Actas de los magistrados, Actae, en las que aparecían los sucesos acaecidos durante su mandato, y Los Anales de los pontífices, Annales, que, como su nombre indica, recogían año a año los acontecimientos más destacados. Durante mucho tiempo estos documentos fueron los únicos que trataban la historia de Roma. Sin embargo, a medida que el pueblo romano se hizo dueño del mundo, se convirtió en el centro de atención de los pueblos que sometía. Uno de ellos, el griego, fue el primero que escribió la historia de Roma. Ahora bien, un pueblo vencido no suele tener un buen concepto de los vencedores; por eso, en estas historias los romanos no aparecían muy bien parados. Ante esta situación, decidieron explicar ellos mismos los hechos para que les resultaran más favorables. Además, les interesaba que los pueblos conocieran sus gestas, querían que sus hazañas les sirvieran de propaganda. Los primeros autores que escribieron la historia de Roma siguieron la técnica de las Actas y de los Anales, es decir, se limitaron a narrar año por año, los hechos más destacados. De ahí el nombre de analistas con el que se les designó. Estos primeros analistas tenían una característica: escribían en griego en vez de en latín, porque en aquellos tiempos el griego era la lengua que tenía mayor difusión. y los analistas querían que las gestas del pueblo romano se conocieran. Dentro de estos autores pueden citarse Fabio Pictor y Cincio Alimento. A estos primeros analistas les siguieron otros, que se caracterizaron por escribir en su propia lengua, en latín. El primero de ellos fue Catón (234-149 a.C.), analista que encabezó la resistencia contra el helenismo.

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En sus Orígenes, hoy muy fragmentada, relataba la historia de Roma desde la llegada de Eneas a Italia hasta el año 149 a.C. No se limita a la historia de la ciudad, sino que abarca la de toda Italia. Además, no es una mera crónica de sucesos, sino que hace una aproximación crítica a las causas que los han motivado. Su obra no se ha conservado en su totalidad, aunque contamos con las opiniones de los escritores antiguos, que, por lo general, la elogiaron. Tampoco las obras de los demás analistas se han conservado. Sin embargo, no debemos lamentar esta pérdida si tenemos en cuenta que autores antiguos que las conocieron, entre ellos Cicerón, no las valoraron mucho. Los analistas se preocuparon de narrar los hechos, pero no se interesaron por la forma, es decir, no concibieron la historia como obra literaria. El primero que la consideró así fue Celio Antípater, que recibió por eso el nombre de historiador y abre la lista de los historiadores que contribuyen a elevar el concepto de la historia como género literario, preocupándose de cuidar artísticamente la elaboración formal de la narración histórica. Aunque Cicerón nunca llegó a escribir historia, expuso en algunas de sus obras las pautas de lo que sería en adelante el ideal de la historiografía latina: el historiador no solo debe narrar los hechos sino investigar sus causas y analizar sus consecuencias, y desde el punto de vista estilístico, una obra de historia debe ser ante todo una obra literaria opus maxime oratorium, con el ornamento literario con que la embellecieron los griegos. Además la historia debe servir para que el hombre perfeccione su conducta, debe ofrecer un conjunto de exempla dados por los hombres del pasado como instrumentos de perfeccionamiento moral. Es la historia entendida como magistra vitae. Sin embargo, la historiografía tardó en tener calidad literaria. Esto sucedió con César y con historiadores posteriores a él: Salustio, Tito Livio y Tácito. Dentro del género biográfico, destacaron Nepote y Suetonio. Siglo I a.C. César (100-44 a.C.) Sus obras son Sobre la guerra de las Galias, siete libros sobre sus campañas en la Galia, y Sobre la guerra civil, tres libros sobre su enfrentamiento con Pompeyo y la consiguiente victoria sobre él. En ellas pretende ofrecer materiales de primera mano a los historiadores posteriores. Utiliza informes mandados al Senado y apuntes personales tomados durante las campañas.

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Se observa un esfuerzo por razonar y motivar su comportamiento, por lo que puede ser criticado de escasa objetividad, a pesar de la apariencia contraria: usa la tercera persona del singular para ello. En cuanto al estilo, puede calificarse de excelente; la pureza de la lengua, léxico y construcción hacen de los escritos de César un modelo de la prosa latina clásica. Salustio (87–35 a.C.) Puede considerarse el creador de la historia como género literario, y el primer historiador político. En este sentido, fue el intérprete de la crisis de la república y del progresivo deterioro de las antiguas instituciones. Escribe dos monografías: Conjuración de Catilina y Guerra de Yugurta, sobre la tentativa de Catilina de hacerse con el poder por la fuerza durante el consulado de Cicerón, y sobre la guerra de los romanos contra Yugurta, que se ha impuesto sobre los demás aspirantes al trono de Numidia en contra de la voluntad de Roma, respectivamente. La conjuración de Catilina Esta monografía histórica sobre la conjuración de Catilina fue escrita probablemente en 47 a.C. Su autor emprende la narración de los acontecimientos del año 63 a.C. con un espíritu favorable a César. Le interesa sobre todo el personaje de Catilina y el riesgo que ha corrido el Estado. Salustio habla de acontecimientos que ha conocido bien: tenía veinticuatro años cuando tuvieron lugar. La narración va precedida de unas consideraciones morales en que el autor justifica su decisión de dedicarse al cultivo de la historia, en concreto al de la historia del pueblo romano y, dentro de ésta, ha elegido en primer lugar la conjuración de Catilina. Al entrar en materia, lo primero que le atrae es la figura del personaje, que tiene las características fundamentales de la maldad y la fuerza puestas al servicio de una desmedida ambición. Conocido ya el protagonista y la sociedad en que se mueve, vemos cómo se genera la conjuración y cómo se desarrolla a través de un relato dramático que no pierde su interés hasta el desenlace en la batalla de Pistoya. La guerra de Yugurta Esta monografía es un poco posterior a la Conjuración de Catilina. Bien informado por las Memorias de la época, e incluso por obras en lengua púnica, y documentado por su propio conocimiento del país en el que estuvo como procónsul en el año 46 a.C., Salustio ha escrito

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una obra de gran valor histórico, que muestra a la vez sus grandes dotes narrativas. Por otra parte, en el estudio de este episodio importante de la lucha entre el pueblo y la nobleza, que caracteriza la ascensión al poder del plebeyo Mario, el historiador muestra un conocimiento detallado de los problemas sociales. Después del Bellum Iugurthinum, Salustio compuso las Historiae en cinco libros, de la que nos quedan sólo fragmentos. Narra desde la muerte de Sila hasta el año 67 a.C. En esta obra Salustio presenta las funestas consecuencias de la dominación de Sila, en particular, la corrupción de la clase noble y los enfrentamientos entre los dos partidos dominantes de esa época. Solo conservamos fragmentos, pero podemos deducir de ellos que se trataba de una obra de forma literaria muy cuidada. Salustio elige la monografía sobre temas recientes porque le permite extraer lecciones cercanas a los acontecimientos y eliminar la monotonía de una continuidad lineal. Sabe seleccionar los episodios en función del interés, concentrarse en lo esencial y poner de relieve grandes personalidades. Tiene un sentido dramático y moralista de la historia. Logra la caracterización de sus personajes mediante retratos y discursos que pone en su boca. Su estilo es denso, oscuro, arcaizante, solemne, austero, conciso y asimétrico. C. Nepote Es más un biógrafo que un historiador, ya que considera la historia como un punto de partida, no como una finalidad. Escribe Vidas de personajes como Catón, Ático, etc.

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Tito Livio (59 a.C.–16 d.C.) En los 142 libros de Desde los orígenes de la ciudad (Ab urbe condita) Tito livio narra la historia de Roma desde sus orígenes hasta su tiempo; la obra, no conservada en su totalidad, concluía con la muerte de Druso en el 9 a.C. Tito Livio pretende la recuperación integral del pasado. A pesar de sus simpatías republicanas, se hace partícipe del programa político de Augusto en sus aspectos de voluntad de restauración y orden. Por muchos motivos no es un historiador científico: introduce elementos míticos, es claramente filorromano y la mayoría de las veces no somete a crítica sus fuentes y datos, pero no debe ser juzgado según las concepciones modernas. Su historia representa ante todo la encarnación del alma romana en el curso del tiempo, siendo el relato de las hazañas del pueblo y de los grandes hombres que lo representan. En este sentido, es un gran psicólogo y un gran moralista; llevado por su pesimismo huye de la actualidad para buscar en el pasado ejemplos de la grandeza romana: amor a la patria, respeto del mos maiorum, concordia civil, religiosidad, y aprender de ellos, ya que entiende la historia como magistra vitae. Literariamente pretende escapar de la sequedad de la analística y del oscuro estilo de Salustio; utiliza periodos largos, amplios y cadenciosos, dentro de la tradición que considera a la historia como opus oratorium maximum. Siglo I d.C. Tácito (55–120) Su producción histórica consiste en dos obras menores y dos mayores incompletas: Agrícola, la biografía de su suegro Julio Agrícola, conquistador de Britania, da pie a Tácito para confrontar a los britanos con los romanos y señalar el contraste entre la civilización –caracterizada por la corrupción y las servidumbres romanas– y la barbarie, que se identifica con la sinceridad y libertad. Es también un ataque a la tiranía de Domiciano. Germania es una monografía etnográfica de este pueblo en la que Tácito pinta asimismo el contraste entre la rudeza primitiva, el valor y las sanas costumbres, con la decadencia e hipocresía de los romanos.

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Historias. Constaba de catorce libros y abarcaba de la muerte de Nerón hasta la de Domiciano. Conservamos sólo hasta los primeros años de Vespasiano. Tácito pretendía coronar su obra con la historia de los “felices tiempos” de Nerva y Trajano, pero no llegó a realizar este proyecto. Anales. Comprendían el periodo desde la muerte de Augusto a la de Nerón. Nos quedan fragmentos. Para él la historia es una obra de justicia y una enseñanza, así como una obra artística. No descuida tampoco su carácter científico. En la interpretación de los hechos Tácito revela un afán de sinceridad y objetividad; busca las razones y las causas de los hechos; no descuida las fuentes –tanto orales como escritas– y las critica escogiéndolas. Políticamente no es un republicano, aunque critica al imperialismo. Su ideal es una monarquía que concilie el principado y la libertad. Su estilo es magistral: usa todos los recursos del género histórico: brevitas, densidad, elipsis, asíndeton, asimetría. Su prosa es vivaz, nerviosa y coloreada de tintes sombríos. Los retratos psicológicos de sus personajes son magníficos. Siglo II d.C. Suetonio Autor de biografías en las que hace un estudio moral y físico de los personajes, sin preocuparse de perspectivas políticas, ni de tomar partido. Escribe Vida de los doce césares. Su estilo es puro, claro y sencillo. Floro Escribe un resumen de la obra de Tito Livio. Agrega a su relato preocupaciones políticas y convicciones patrióticas. Justino Escribe un resumen de la obra del historiador galo Trogo Pompeyo, contemporáneo de Tito Livio. Dice en el prólogo que sólo pretende recoger los hechos agradables que sirvan de ejemplo. Siglos III y IV d.C.

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En el siglo III se escribe una colección de biografías de emperadores desde Adriano hasta Numeriano, que se conoce con el título de Historia Augusta. También continúan los autores de resúmenes de historia romana como Eutropio. Amiano Marcelino Pretende continuar la obra de Tácito –desde Nerva hasta Valente– en su Res gestae, 34 libros de los que se han perdido los 13 primeros. Es un historiador digno de crédito por su exactitud e imparcialidad. Es el primero que da la importancia debida a la geografía en la historia. Su estilo, al no ser su lengua madre el latín (nació en Antioquía), resulta oscuro con frecuencia.

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LA ORATORIA

Se definía la oratoria como el arte de la persuasión por medio de la palabra. Los romanos desde los orígenes vieron en la oratoria un instrumento muy poderoso para la acción por su capacidad de influir en la opinión pública y, en definitiva, de ejercer el poder. Sin embargo, no comenzaron a prestarle atención hasta el siglo II a.C., cuando los rétores griegos abrieron sus primeras escuelas; al principio, este arte encontró mucha resistencia, debido quizá al miedo a que la elocuencia pudiera convertirse en un instrumento demagógico accesible a todos. En el sistema político republicano, donde había la libertad suficiente de palabra y el sistema judicial tenía cierta independencia, este género literario llegó a ser uno de los más evolucionados. El buen orador tiene una poderosa arma política en sus manos, ya que por medio de este arte puede conseguir los votos de los ciudadanos e inclinar a su favor la voluntad del Senado. La oratoria era imprescindible en las causas judiciales, donde el abogado debía mover en favor de su cliente la voluntad de los jueces. Cuando en la época imperial dejaron de existir la libertad política y la independencia judicial, la oratoria se convirtió en actividad aúlica, en un género literario ejercitado solo en el marco de las escuelas. Las técnicas de la oratoria -la retórica- eran enseñadas en las escuelas por los rétores en el grado que, con terminología actual, se podría llamar enseñanza superior. Pero las principales escuelas de retórica estaban en Grecia (Atenas, Rodas), a donde acudían los jóvenes privilegiados de la sociedad romana. Desde el punto de vista literario había tres tendencias o escuelas en el arte de la palabra:

• Escuela aticista: defendía la sobriedad y la concisión en el discurso a la manera de Lisias. En Roma está representada por Licinio Calvo, Junio Bruto y Catón de Útica. Respondía esta tendencia a una concepción de la lengua como un sistema acabado e inmutable: Huye de la palabra nueva como de un escollo, decía César en su obra sobre gramática De analogía.

• Escuela asianista: por el contrario, esta escuela era partidaria

de la abundancia, amplitud, fogosidad y estilo florido. Inspirada por los rétores de Asia Menor, Hortensio es el principal representante en Roma. Esta tendencia consideraba la lengua como un sistema abierto, a la manera de un organismo vivo que crece e incorpora nuevos elementos.

• Escuela rodia: manteniendo la amplitud, abundancia y

brillantez del discurso, busca el equilibrio y el gusto. El principal

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representante en Grecia es Molón de Rodas, y en Roma, su discípulo, Cicerón, el máximo representante de la oratoria.

En el De oratore, escrito el año 55 a.C. en forma de diálogo, Cicerón expone las cualidades que deben adornar al orador: unas, naturales (aptitudes, prudencia, sentido común, perspicacia, etc.), otras, adquiridas (técnicas oratorias, práctica, formación filosófica y jurídica). El Brutus es un tratado escrito con motivo de la muerte de Hortensio (50 a.C.) en forma de diálogo entre Junio Bruto, Hortensio y Cicerón. En él este último traza la historia de la oratoria romana hasta él mismo. En el Orator Cicerón expone la teoría de los tres estilos: el sencillo, el moderado y el sublime, y cómo el buen orador utiliza en cada discurso el estilo que más conviene según la ocasión. Distingue tres géneros de elocuencia: el judicial, empleado en los procesos, el deliberativo, en las asambleas deliberantes; y el demostrativo, en los discursos de lucimiento. Describe también las fases de la elaboración de un discurso:

• la inventio, recogida de materiales: hechos y argumentos a favor o en contra.

• la dispositio, estructura del discurso de acuerdo con un plan.

• la memoria, el recuerdo de los elementos en el momento

preciso.

• la elocutio, exposición del contenido.

• la actio, la forma externa, acción, entonación gesticulación etc. La estructura del discurso contiene estas cinco partes:

• el exordium, entrada del discurso en la que se trata de captar la atención del auditorio con la exposición de motivos;

• la narratio, exposición clara y breve de los hechos;

• la confirmatio, o argumentación;

• la refutatio, en la que se rechazan los argumentos del

adversario

• la peroratio, parte final, de tono emotivo, donde el orador trata de inclinar a su favor la voluntad del auditorio o de los jueces.

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Los discursos publicados de Cicerón superarían el centenar, de los que tenemos concretamente 58. El orador prefería actuar como defensor, aunque da la casualidad que sus discursos más famosos -Verrinas, Catilinarias y Filípicas- son todos de ataque. Cicerón consiguió buenos resultado en un 82% de las veces. Algunos discursos no llegaron a ser pronunciados en su momento (la segunda acción contra Verres o la segunda Filípica). Otros sufrieron modificaciones al escribirse la versión definitiva (Pro Milone). Todos se encuadran bien en el genus deliberativum (discursos políticos), bien en el genus iudiciale (discursos ante los jueces), aunque más de uno puede adscribirse al genus epidicticum sive demonstrativum (Pro Archia, por su apología de las bellas letras, o las acciones de gracias a la vuelta del exilio ante el senado y el pueblo). Cicerón maneja con habilidad el recurso sofístico, consistente en ponerse en su parte y en la parte del contrario rebatiendo por adelantado sus posibles objeciones y resaltando sus aspectos negativos. Apela a los loci communes: tolerancia y oportunismo en el Pro Murena; el compromiso social (consensus bonorum) en las Catilinarias; las bellas letras en el Pro Archia; las leyes en el Pro Cluentio y en el Pro Sestio; la salvación pública en el Pro Milone (donde defiende a este personaje, que había dado muerte en un enfrentamiento a Clodio, el hombre que mandó al destierro al propio Cicerón), o la libertad en las Filípicas. También es capaz de elevar un caso concreto a una tesis general: el respeto a la ley y el orden en el Pro Roscio. En cuanto a la forma, los anteriores a su viaje a Oriente son excesivamente ampulosos, hasta decantar su estilo después de practicar con sus maestros rodios. Sin embargo, los aticistas siempre le acusaron de un exceso en el empleo de los recursos rítmicos o de abuso en las figuras y el énfasis. No obstante, Cicerón insiste en la necesidad de evitar helenismos y palabras poéticas, y de mantener la mayor pureza y claridad. Antes y después de Cicerón Las primeras manifestaciones oratorias no escritas deben buscarse en las laudationes funebres, discursos con motivo de los funerales de un personaje ilustre, pronunciados por los familiares. La oratoria antes de Cicerón tiene como representantes a Catón el Viejo (s. II a.C.), que pensaba que el orador es un hombre de bien que posee facilidad de palabra; los hermanos Graco, que crean un nuevo tipo de oratoria llamada popular, que se enfrenta con la

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senatorial o aristocrática; Marco Antonio, quien da importancia a la materia del discurso y a la práctica forense del orador; y Marco Licinio Craso, que, sin embargo, da prioridad a la formación del orador y a la forma del discurso. Después de la época imperial, cuando las libertades públicas disminuyen, la oratoria permanece viva sólo en las escuelas. Séneca el Viejo, escribe las Suasoriae y las Controversiae, ejercicios para que los alumnos practicaran argumentos ficticios. Quintiliano, con sus doce libros de retórica llamados Institutio Oratoria compone el mayor tratado de retórica del mundo romano.

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EL TEATRO

Los antecedentes y los orígenes del teatro pueden rastrearse en las manifestaciones preliterarias. En efecto, algunas de ellas tienen un carácter dramático como los carmina fescennina, unos diálogos mordaces que los campesinos recitaban, provistos de máscaras, en las fiestas de la recolección y que, posteriormente, se introdujeron en los cantos nupciales. Pero los carmina fescennina no constituyen el único antecedente del teatro. También se consideran como tales, entre otros, las atelanas, el mimo y la sátira. Las atelanas eran representaciones burlescas, típicas de la ciudad osca de Atella, de donde proviene el nombre de atelanas, atellanae. En ellas, se empleaban máscaras. Habla unos personajes fijos: el bobo, maccus; el bocazas, bucco; el abuelo, pappus, y el jorobado, dossenus. Según el gramático Diomedes, el mimo era la representación de un diálogo cualquiera, acompañada de gestos desvergonzados. Era también la representación, sin recato, de hechos y dichos groseros. Por último, la sátira, satura, consistía en un espectáculo dramático con acompañamiento de música. A pesar de los antecedentes que acabarnos de citar, el teatro no se habría desarrollado tanto si no hubiera recibido, como los demás géneros, la influencia griega. Ciertamente, en la Magna Grecia Roma entró en contacto con el género dramático. Los soldados asistieron a las diversas representaciones que se celebraban y se aficionaron a ellas. Ante el éxito, los escritores latinos imitarán de nuevo a los griegos, al menos en la forma; así, desarrollarán el teatro. Los romanos dieron el nombre de fabula a toda obra dramática escrita en verso, y le añadieron el correspondiente adjetivo en función de su argumento –trágico o cómico- y de su tema –griego o romano-. Pero la denominación atendía a la vestimenta que los actores empleaban en unas y otras. En las obras de tema griego, vestían el pallium, manto griego, si el asunto era cómico; de ahí, fabula palliata. Si era trágico, calzaban coturnos, zapatos altos griegos, de donde derivó el nombre de fabula cothurnata o crepidata. En las de contenido romano y ambiente serio, utilizaban la toga praetexta, llevada por los magistrados romanos y por los hijos de los nobles, por ello se denominaron fabulae praetextae; las de tono cómico se denominaban fabulae togatae, por el empleo de la toga, traje típico de los ciudadanos de Roma.

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La tragedia En Grecia las diferencias existentes entre tragedia y comedia eran bastante grandes. En Roma, por el contrario, se atenuaron hasta quedar reducidas, prácticamente, a la condición de los personajes. El gramático Diomedes decía que en la tragedia aparecían héroes, generales, reyes, dolor, destierros, muertes y, casi siempre, desenlaces fatales. Quizás en estas palabras encontramos los motivos del escaso interés que despertó entre los romanos. En efecto, sus personajes estaban alejados del hombre del pueblo, que no se identificaba con ellos. Tampoco al romano le agradaba sufrir con las obras de teatro. Por eso, la tragedia no alcanzó la importancia que consiguió en Grecia. No obstante, hay que citar a Livio Andronico, Nevio, Ennio y, sobre todo, aunque muy posteriormente, a Séneca. La comedia Al estudiar la tragedia, decíamos que los romanos atenuaron las diferencias entre ésta y la comedia hasta dejarlas reducidas. prácticamente, a la condición de los personajes. El gramático Diomedes decía que en la comedia aparecían personas sencillas, de condición privada, amores y raptos de jóvenes. En esta ocasión, las palabras de Diomedes sobre la comedia, nos permiten deducir las causas del interés que suscitó. Fundamentalmente son dos: la cercanía de los personajes, lo que permitía al público identificarse con ellos. y sus temas jocosos, más acordes con el carácter bromista e irónico de los romanos. Las características de la comedia palliata, la más famosa, son: Están precedidas por una didascalia (referencias al autor, obra griega de procedencia, fiesta en la que se representan, alusiones a los magistrados, al director y a los cónsules del momento); un argumento, resumen de lo versificado; y un prólogo, en el que setrata de captar la benevolencia de los espectadores. Pueden ser movidas (motoriae), sosegadas (statariae), o mixtas (mixtae). Aunque los primeros autores de comedias son los mismos que los de tragedias: Andronico, Nevio y Ennio, los que la llevaron a su máximo esplendor fueron: Plauto y Terencio. LIVIO ANDRÓNICO (284–204 a.C.) Hecho prisionero en Tarento, se convirtió en Roma en el esclavo de un cierto Livio, quien le nombró preceptor de sus hijos y después lo

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manumitió. Abrió una escuela y, mediante lecturas comentadas de obras griegas, enseñó a comprender y apreciar una literatura romana de forma helénica. Entre sus obras se encuentran versiones de tragedias y comedias basadas en originales griegos, y varias piezas de lírica coral. Su lengua es poco armoniosa, compleja; usa indistintamente antiguas palabras latinas y términos griegos, adjetivos artificiales, abundancia de palabras innecesarias y ciertas notas expresivas de color. NEVIO (235–204 a.C.) De origen campaniense, aunque ciudadano romano, combatió en la primera guerra púnica, acabada en el 241 a.C. Entre sus obras, perdidas casi totalmente, se hallan 9 tragedias basadas, en unos casos, en originales griegos y, en otros, adaptadas a contenidos romanos (fabulae praetextae), mientras que sus más de 30 comedias están apoyadas fundamentalmente en los modelos de la Comedia Nueva griega (fabulae palliatae), aunque es posible que escribiera algunas de ambiente romano (fabulae togatae). ENNIO (239–169 a.C.) Nacido en el sur de Italia, cerca de Tarento, en una ciudad en donde se hablaba el osco y el griego. Sirvió como socius y consiguió la ciudadanía romana gracias a sus amigos del círculo de los Escipiones. Sus obras fueron muchas y variadas, aunque sólo se conservan fragmentos. Sobresalen piezas teatrales inspiradas en modelos griegos, sobre todo en Eurípides, pero adaptadas con gran libertad. Gusta de las grandes escenas propias de la tragedia y la épica, pero también de la simplicidad y pureza, un poco arcaicas, en las que refleja una emoción personal. En cuanto a la lengua, crea una lengua elevada y poética partiendo del vocabulario pobre y poco expresivo de la aristocracia romana: crea adjetivos que traducen compuestos griegos; usa aliteraciones y juegos de palabras. Ennio, admirado por los autores clásicos, es un claro ejemplo de la helenización de Roma, por un lado, y de la latinización –no menos clara– de los griegos, por otro. En otras palabras, da a la aristocracia latina la poesía que esperaba, halagando la cultura helénica, pero sin atentar contra el decoro romano. PLAUTO (254–184 a.C.)

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T. Maccio Plauto nació en Sarsina (Umbría), una región poco latinizada, aunque trabajó desde muy pronto en Roma. Se le atribuyen 130 obras, aunque sólo se confirma la autoría de 21 (20 conservadas). Entre las más conocidas: Aulularia (la comedia de la olla), Anfitrión, El soldado fanfarrón, Mostellaria (comedia de los fantasmas), el Gorgojo, el Persa, Casina, Asinaria (comedia de los asnos), etc. Los temas de éstas están tomados de la Comedia Nueva griega, cuya adaptación al latín se denomina fabula palliata: la trama, generalmente amorosa, a veces simplificada, a veces “contaminada” de varios ejemplares griegos; los personales tipo (jóvenes amantes, esclavos intrigantes, ancianos padres, soldados fanfarrones, alcahuetes, cortesanas, parásitos, ... ); el ambiente griego; la presencia de un prólogo expositivo. Sin embargo, Plauto introduce múltiples elementos de cuño romano y potencia los elementos cómicos: equívocos, suplantaciones, comparaciones grotescas, exageración de tópicos. Las obras de Plauto se caracterizan por una inventiva verbal y rítmica prodigiosa que es capaz de reproducir ambientes griegos y romanos de forma extremadamente veraz. Su flexibilidad le permite mezclar un lenguaje coloquial chispeante con la lengua formalista del derecho romano y de la retórica griega. Su intención es la de hacer reír, entretener a toda costa a un público amplio que supo apreciar su arte.

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TERENCIO (190–159 a.C.) P. Terencio Afer fue un antiguo esclavo africano, cuyo dueño, Terencio Lucano, le aseguró una cuidada educación y luego manumitió. Formó parte, junto con Lucilio, del círculo filohelenista de los Escipiones. Murió muy joven en el regreso de un viaje a Grecia. Escribió 6 comedias: Andriana, Eunuco, Hecyra (la suegra), Heautontimoroúmenos (el torturador de sí mismo), Formión (un parásito), Adelfos (los hermanos). Sus argumentos están tomados de la Comedia Nueva griega (fabulae palliatae), en su mayor parte de Menandro, si bien emplea la “contaminación” consistente en mezclar los argumentos de varias obras para conseguir una acción más movida. Son semejantes a las de Plauto en el ambiente griego, el perfil de los personajes y la trama dramática, pero el planteamiento literario es totalmente distinto: la intriga se desarrolla linealmente, sin saltos, hasta el final de la obra; los personajes son tratados con naturalidad, sin caricatura, y con una penetración psicológica notable; la moralidad ha progresado; los monólogos y el relato adquieren mayor perfección que los diálogos, algo lentos y poco vivaces; elude elementos propiamente romanos, así como lo grotesco; disminuye la importancia de las partes cantadas en beneficio de las recitadas y habladas; el prólogo, sin embargo, deja de ser expositivo para servir de cauce de defensa de su posición artística frente a sus adversarios literarios. Estas características dieron como resultado un menor éxito de público que las obras de Plauto, ya que resultaban menos vivas y más monótonas. De la farsa se pasó al drama psicológico del gusto de la élite romana. En cuanto a la lengua, era la propia de los círculos cultos, muy simple en apariencia, elegante, precisa, pero un poco árida y sin mucho colorido. SÉNECA (4 a.C.-65 d.C.) Además de sus obras filosóficas, Séneca escribe diez tragedias; nueve de tema griego, Hercules Furens, Hercules Otaeus (saga de Hércules), Agamenón, Tiestes (saga de los Atridas), Oedipus, Phoenissae (saga de los Labdácidas) y Medea, Phaedra y Troianae compuestas bajo la influencia de Eurípides. Solamente Octavia es de tema romano: escenifica las desventuras de la esposa de Nerón que fue repudiada en beneficio de Popea. En sus obras Séneca emplea elementos filosóficos (estoicos) y políticos (antitiránicos); profundiza psicológicamente en el alma de

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los personajes; no enfrenta al héroe con la divinidad, sino con la pasión, fruto del corazón humano.

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LA POESÍA ÉPICA El género épico constituye una de las primeras manifestaciones literarias de los pueblos, pues éstos sienten la necesidad de narrar las hazañas de sus antepasados a quienes suelen idealizar. El pueblo romano no fue una excepción; inmerso desde el principio en un proceso de conquistas para extender su dominio, siempre admiró a sus antepasados. Por eso, aunque en Roma, debido a la influencia griega, surgieron a la vez el género épico y el lírico, el primero alcanzó un desarrollo mayor y más temprano, al adaptarse mejor al carácter de este pueblo. Debido a que los romanos respetaban a sus predecesores hasta el punto de rendirles culto, en las primeras manifestaciones preliterarias se encuentran composiciones que persiguen este fin y que se consideran antecedentes del género épico. Entre ellas se encuentran los elogia, los carmina convivalia, y las neniae, que rememoraban las hazañas de un pariente o de un personaje ilustre. Ahora bien, la épica se habría desarrollado de otra forma si no hubiera recibido la influencia griega. Ésta llegó primero a través de la Odussia de Livio Andrónico, traducción de la Odisea homérica. En general, la literatura latina imitó la forma de la griega, pero innovó en la temática. En la obra de Nevio, Bellum Punicum, sobre la primera guerra púnica, se combinan las escenas elegantes, en la narración mitológica y en la descripción de escenas patrióticas, con las de una rigidez y sequedad propias de la historia. Ennio adoptó para la épica latina la misma forma de la griega, el verso hexámetro (que sustituyó al antiguo verso saturnio romano), pero no los mismos contenidos; no se limitó a traducir las obras griegas, sino que también introdujo temas romanos: los Anales, un poema épico que narra desde el final de la guerra de Troya y la fundación de Roma, hasta su propia época. En la épica latina, pues, confluyen tres corrientes: la tradición griega, representada por los poemas homéricos, la historia nacional como tema del poema, a partir de Nevio, y la poesía alejandrina, que influirá en los aspectos estilísticos, sobre todo en Virgilio, y en la introducción de una épica refinada en la que abundan los motivos mitológicos. Publio Virgilio Marón (71-19 a.C.) nació cerca de Mantua, estudió en Cremona y Milán, y posteriormente en Roma. Fue un personaje distinguido en la corte del emperador Augusto, quien le apoyó en

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todo momento, al igual que su amigo Mecenas. La muerte le sorprendió en Brindisi, al regreso de un viaje a Grecia. La Eneida, epopeya en doce libros, fue compuesta por Virgilio entre los años 29 y 19 a.C. El poema quedó sin recibir los últimos retoques, detalle inapreciable al lado de la grandeza de la obra. Esta obra canta, en los seis primeros libros, el viaje errante de Eneas desde Troya y su llegada a diversas tierras: Tracia, Creta, Epiro, Libia, Sicilia y Campania; en los seis últimos, los empeños de paz y guerra a su negada al Lacio hasta que los troyanos consiguen fijar su sede en la ciudad del rey latino. Virgilio combina elementos históricos anteriores a la fundación de Roma y Cartago con el pasado histórico de Italia, con los hechos de la guerra de Troya, con otros de la época en que vive el poeta, de los siglos inmediatamente anteriores y aun de los que espera en el futuro. Desde un punto de vista literario, Virgilio combinaba en su obra diversos elementos que satisfacían a la población ilustrada de Roma. Así mismo, trataba de apoyar la política de restauración que suponía la pax augustea, volviendo a los valores tradicionales romanos presentes en las hazañas de sus héroes y llegando incluso a suponer el origen divino del emperador, sucesor del propio Eneas. La obra imita, en los seis primeros libros, que narran los viajes de Eneas por el Mediterráneo, a la Odisea de Homero, autor popular en Roma por ser el libro de texto de las escuelas; y en los seis últimos, el asentamiento de Eneas en la península Itálica, es el parangón de la Ilíada. Entre sus personajes: Eneas, el piadoso, que sigue el destino marcado por los dioses de fundar una nueva Troya; Dido, reina de Cartago, enamorada del héroe, quien al no entender el abandono de éste, se suicida sellando el odio eterno de su pueblo hacia los romanos; Turno, el rival de Eneas, arrogante e intrépido; y los dioses, entre la que destaca Juno, primero enemiga de los troyanos, y que acaba convirtiéndose en su protectora cuando éstos se fusionan con los latinos después de vencerlos. En cuanto al estilo y la lengua de la Eneida, la variedad de sus matices, su musicalidad, su perfección formal, etc. Hacen de ella una de las obras maestras de la literatura universal. Pero la épica latina no se agota en Virgilio. En el siglo I de nuestra era, poco después de la muerte de éste, Marco Anneo Lucano escribe la Farsalia, sobre la guerra civil entre César y Pompeyo. A diferencia del poema de Virgilio, el tema es fundamentalmente histórico, con connotaciones políticas, ya que critica el poder de

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Nerón en la figura de César. El estilo del poema es complicado, oscuro y retórico.