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COLOMBIA SIGLO XX JOSE FERNANDO OCAMPO

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En este libro el académico colombiano Jose Fernando ocampo nos ofrece una visión de las primeras y turbulentas décadas del siglo XX en Colombia, años cuyas repercusiones aún podemos observar en la vida contemporanea de nuestro país.

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COLOMBIA

SIGLO XXJOSE FERNANDO OCAMPO

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PRIMERA PARTE: DESARROLLO HISTÓRICO DE COLOMBIA EN EL SIGLO XXEl imperialismo, o dominio del capital financiero, es el capitalismo en su grado más alto...

Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo.

Cuando el capitalismo de la época de libre competencia se desarrolló y convirtió en imperialismo... surgió la contradicción entre el capital monopolista y el no monopolista...

Mao Tse Tung, sobre la contradicción

La historia de Colombia del siglo XX no está determinada solamente por su proceso de desarrollo interno, sino que se enmarca en el contexto mundial de una época cuyo signo es el de una transformación radical y cualitativa del capitalismo mundial. Emprender una interpretación de la historia política colombiana del siglo XX tiene que partir obligatoriamente de una localización de las transformaciones fundamentales que sufre el mundo en esta etapa. La primera y la segunda guerra mundiales, la lucha por la hegemonía entre las grandes potencias imperialistas, antes y después de ambas guerras, las grandes revoluciones socialistas y de liberación nacional, como las de Rusia, China, Corea, Cuba y Viet Nam, la crisis económica de los años treinta y de los años setenta, la transformación de la economía mundial, todos ellos y otros más son procesos que no pueden dejarse por fuera en un análisis serio y científico de nuestra historia contemporánea.

La tendencia entre los autores sobre la definición histórica del siglo XX se caracteriza por una ausencia casi total del análisis de esta perspectiva mundial. Historiadores de las más diferentes tendencias y con los más diversos intereses caen en el mismo error. Su punto de partida interpretativo elude dar una visión de la etapa general en que se desarrolla la historia de Colombia durante el siglo XX. No se trata de defender que el único elemento que determina la historia nacional es el desarrollo de la economía o de la política mundial, con lo que se estaría negando la existencia de una verdadera historia nacional. El punto más bien radica en precisar que no puede entenderse el proceso de la historia nacional, más en el siglo XX que en el siglo XIX, sin partir de una caracterización de la etapa que vive el mundo y de su trascendencia para la historia nacional. En último término, es este elemento mundial el que define la diferencia esencial que media entre la historia colombiana del siglo XIX y la del siglo XX. En la

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interpretación del elemento diferenciador de estos dos períodos históricos, los historiadores toman distintos caminos.

No es fácil determinar cuáles son las interpretaciones que los principales historiadores y políticos han dado de nuestra historia contemporánea. Para Gerardo Molina, el cambio fundamental de nuestra historia del siglo XIX al XX radica en la aparición de las clases medias "que necesitaban al avanzar el siglo tres requisitos mínimos: la paz, la estabilidad monetaria y el Estado burgués de derecho’’. Esto fue lo que significó, según él, "la aproximación a un nuevo tipo de sociedad" (1). En cambio, López Michelsen define el signo de la historia contemporánea de Colombia como el del fortalecimiento del Estado, como su intervencionismo, a diferencia de un Estado liberal que favorecía el capitalismo sin límites, pero en el que, en forma semejante al Estado colonial español en América, limita los intereses particulares (2). Un grupo de sociólogos de la Universidad Nacional que adelantaron un trabajo sobre la estructura de clases en Colombia de 1920 a 1970 analizan más bien al siglo XX como el proceso a través del cual se opera la unificación de la clase dominante (3). Por su parte, Mario Arrubla, que niega la historia nacional por considerar que nuestro desarrollo ha sido el del mundo en su conjunto desde la conquista, pone a girar la historia de Colombia alrededor de las condiciones del mercado internacional impuesto por el sistema capitalista mundial (4). Historiadores de la importancia de Álvaro Tirado Mejía o Jorge Orlando Meló pasan por alto la diferenciación de los dos períodos y no ofrecen una caracterización general de la historia del siglo XX (5).

Aunque el Surgimiento de las clases medias sea un fenómeno de la historia del siglo XX en Colombia no puede decirse que los artesanos constituyan esas clases como lo defendió Núñez, y con quien parece coincidir Molina, ni que su desarrollo, tanto el de los artesanos como el de otras clases medias, explique fenómenos fundamentales de nuestra historia contemporánea, por ejemplo, la industrialización, el auge del sector financiero, el ascenso del partido liberal al gobierno, el intervencionismo de Estado y otros semejantes. Esto podría ser así, en el caso de que Molina definiera como clases medias a la burguesía o al proletariado, cuyo carácter sería intermedio entre el campesinado y los terratenientes. Pero esta interpretación falsearía toda la tesis de Molina. No queda sino la pequeña burguesía intelectual y profesional, a la que puede señalarse como la verdadera clase media y a la que no le cabe el papel que Molina le asigna a las clases medias en el sentido de definir la naturaleza de la historia del siglo XX en Colombia. En un sentido la tesis de Molina es imprecisa, en el otro sentido es falsa. Igualmente discutible es la tesis sobre la unificación de la clase dominante. Primero, porque para que se hubiera dado esta unificación, tendría que haberse operado la desaparición de la clase terrateniente y su transformación en burguesía, fenómeno que contradice toda la evidencia de la estructura social y económica del país. Segundo, porque confunde las alianzas de las clases y de los partidos con una identificación de intereses, la cual pudiera ser base para hablar de una unificación de la clase dominante. Y tercero, porque el fenómeno de las alianzas por sí mismo no tiene valor explicativo para el proceso del siglo XX, ni siquiera para el surgimiento del Frente Nacional, porque, en esencia, no tiene cómo clarificar el surgimiento del sector financiero en la economía y su trascendencia para la política nacional, ese sí fenómeno peculiar del siglo XX mundial y nacional.

Sin la definición de la etapa mundial en la que se encuadra Colombia en esta época y sin la determinación de cuál sea la contradicción principal que recorra toda la historia

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contemporánea colombiana, es imposible hacer una historia que no se convierta en la historia oficial de las clases dominantes —"Una nueva historia oficial"—, editada, auspiciada y financiada por el Estado, o en una historia que no reedite los modelos imperialistas aprendidos en las universidades norteamericanas, francesas, alemanas o soviéticas. Podría decirse que Arrubla cumple con estos dos requisitos fundamentales de la historia científica. Sin embargo, por una parte, Arrubla no toma en cuenta las etapas históricas del capitalismo y se hunde en unas categorías estructurales esquemáticas que lo llevan a desconocer los hechos concretos del desarrollo de la historia mundial. Por otra parte, el desarrollo del capitalismo mundial es tan determinante que desaparecen las condiciones internas de la historia nacional y las contradicciones generales del siglo XX toman el carácter de problemas secundarios como la inflación, el deterioro de los términos de intercambio, el predominio de un tipo de industria, el intercambio desigual, fenómenos que, o son eminentemente transitorios o encuentran su explicación en la transformación del capitalismo que Arrubla no analiza. En su último estudio sobre la década del sesenta prescinde por completo del marco que había utilizado para una generalización de la historia contemporánea en trabajos anteriores, lo cual estaría probando que su referencia a la época mundial le era completamente adjetiva (6).

Nosotros trataremos de hacer una interpretación general del siglo XX en Colombia que sirva de marco para el análisis particularizado de las etapas de su desarrollo histórico. Con ese propósito tomaremos como punto de partida un estudio somero del proceso histórico mundial en el que se desenvuelve la historia de nuestra patria durante este siglo. Ese marco general es el carácter del capitalismo en su era actual. De ahí arrancaremos para seguir la forma que toma en Colombia durante este siglo consistente en el control que Estados Unidos va adquiriendo sobre nuestra economía, en primer lugar. Y en segundo lugar, examinaremos el proceso de los dos partidos tradicionales, liberal y conservador, que ha determinado nuestro desarrollo histórico hasta el momento.

NOTAS

1.Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, Sexta Parte, Cap. Segundo.

2.López Michelsen, El Estado fuerte. Una introducción al estudio de la Constitución de Colombia. Editorial Revista Colombiana, Bogotá, 1968.

3.Sección de Investigaciones Sociales del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, Hipótesis generales derivadas del estudio exploratorio del período 1920-1970, febrero de 1971, Bogotá.

4.Mario Arrubla, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano. Editorial La Oveja Negra, 1971.

5. Ver, por ejemplo, Jorge Orlando Meló, "La república conservadora", en Colombia hoy, Siglo XXI Editores, 1978; y Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy, Siglo XXI Editores, Bogotá, 1978.

6. Mario Arrubla, "Síntesis de historia política contemporánea", Colombia hoy, op. cit.

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Capítulo Primero. El proceso histórico mundial

Entre 1871 y 1917 se inicia una nueva etapa de la historia del mundo. Por una parte, el capitalismo entra en su fase imperialista, cualitativamente distinta de su momento anterior de consolidación y ascenso, en la que el viejo colonialismo toma características peculiares y da surgimiento al neocolonialismo que dominará la historia del siglo XX. Por otra parte, se inicia la época de la revolución socialista con la revolución de octubre en Rusia, la cual da comienzo a una nueva forma de producción en el mundo, la del socialismo, con sus avances y retrocesos, como corresponde a un momento de la historia en la que un modo viejo de producción entra en decadencia y uno nuevo comienza a desarrollarse lenta pero seguramente. El surgimiento del imperialismo es al mismo tiempo el comienzo del socialismo. "El imperialismo es la continuación del desarrollo del capitalismo, su fase superior, en cierto aspecto, una fase de transición hacia el socialismo... El imperialismo es el capitalismo marchitándose pero que aún no se ha marchitado, agonizante, pero no muerto" (1).

La guerra entre Estados Unidos y España en 1898, la guerra anglo-boer de 1899 a 1902, la disolución del Imperio Otomano de 1856 a 1890, la repartición de África entre Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, la guerra ruso japonesa de 1904, la repartición de China, el dominio inglés en la India, son acontecimientos y fenómenos que expresan el surgimiento del imperialismo como una nueva etapa del capitalismo (2). No se trata ya del viejo colonialismo. No hay regiones nuevas para conquistar, descubrir u ocupar. Se trata más bien, como dice Lenin, del "reparto definitivo del mundo", o sea, "que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por vez primera, el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un propietario a otro, y no el paso de un territorio sin propietario a un dueño" (3). Las guerras mundiales no son sino el producto de esta lucha feroz que se entabla desde principios de siglo, preparada desde 1871, entre las potencias capitalistas más avanzadas del globo. La desventaja relativa de Alemania respecto de Inglaterra y Francia en la competencia mundial por zonas de influencia, es lo que conduce a la primera guerra mundial. Y un fenómeno parecido lleva a la segunda guerra mundial, después de que Alemania había quedado reducida a la impotencia tras la derrota de 1919 y las imposiciones de sus enemigos. De todas maneras, lo fundamental es dejar claro que la transformación del capitalismo en imperialismo culmina a finales de la crisis económica de 1900 a 1903. Este hecho histórico es aceptado por historiadores de las más diversas tendencias y concepciones ideológicas.

1. La transformación del capitalismo

¿Qué había sucedido en el desarrollo del capitalismo? Fundamentalmente, que el capitalismo comenzaba a negarse a sí mismo, sin dejar de ser capitalismo, pero sometido a contradicciones insalvables que daban base para el surgimiento de una nueva fase en la historia del mundo. Marx desarrolla un análisis genial de este proceso, cuando apenas se encuentra en el momento de su iniciación y cuando aparecen en el mundo capitalista las llamadas "sociedades anónimas". En esencia, lo que esto lleva implícito

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es la abolición de la propiedad privada del capital. Los capitalistas se transforman en "simples capitalistas de dinero", alejados cada vez más del proceso productivo, reemplazados por administradores y gerentes de capital ajeno. Las empresas aparecen como empresas sociales por oposición a las empresas privadas. "Es", dice Marx, "la supresión del capital como propiedad privada dentro de los límites del mismo régimen capitalista de producción" (4). Se efectúa un cambio radical en los caracteres de la propiedad. La ganancia se da a través, sobre todo, del interés, es decir, "como simple remuneración de la propiedad del capital" (5). Tanto la producción como el trabajo aparecen separados de la propiedad del capital y de la propiedad sobre los medios de producción. Marx dice que este resultado del máximo desarrollo de la producción capitalista "constituye una fase necesaria de transición hacia la reversión del capital a propiedad de los productores, pero ya no como propiedad privada de productores aislados, sino como propiedad de los productores asociados, como propiedad directa de la sociedad" (6).

El aspecto fundamental que Marx señala respecto de la aparición de las sociedades anónimas consiste en que la ganancia reviste ’’exclusivamente la forma del interés", y ’’esta clase de empresas sólo son posibles siempre y cuando arrojen simples intereses" (7). Tanto el carácter social que adquiere la propiedad del capital dentro del capitalismo, como el papel que entra a jugar el interés, inician la transformación del crédito en la producción capitalista. Surge algo peculiar, propio solamente de la etapa más elevada del capitalismo, el capital financiero. Lo que se da es verdaderamente una contradicción entre el capital industrial de libre competencia directamente productivo y el nuevo capital financiero. "El sistema de las acciones entraña ya la antítesis de la forma tradicional en que los medios sociales de producción aparecen como propiedad individual, pero al revestir la forma de la acción, siguen encuadrados dentro del marco capitalista; por consiguiente, este sistema, en vez de superar el antagonismo entre el carácter de la riqueza social y como riqueza privada, se limita a imprimirle una nueva forma" (8). Así se da una gigantesca centralización del capital y una "expropiación en la escala más gigantesca" (9). Pero el crédito expresa, en su punto más álgido, la agudización de las contradicciones del régimen de producción capitalista. Acelera el desarrollo material, estimula el mercado internacional, centraliza y extiende la forma de administración de la empresa al conjunto de la sociedad, pero también generaliza el fraude y la especulación, genera las explosiones violentas de las crisis y con "ellas los elementos de la disolución del régimen de producción vigente". Muy graciosamente se refiere Marx a este fenómeno, en que conviven la corrupción más desmedida inherente al capital financiero con las bases de transición hacia un régimen de producción nuevo: "esta dualidad es la que da a los principales portavoces del crédito, desde Law hasta Isaac Pereire, esa agradable fisonomía mixta de estafadores y de profetas" (10).

Cuando Lenin en 1916 desarrolla estas tesis, precisamente al encontrarse en pleno fragor la primera guerra mundial imperialista, el proceso que Marx había comenzado a analizar ha adquirido ya el carácter universal del desarrollo del capitalismo y se ha convertido con plena vigencia en "la fase superior". Para Lenin, como para Marx, no se trata de una simple etapa que pueda ser superada por otra dentro del capitalismo. No. Para ellos lo que se está dando es la última etapa del capitalismo, cuyas características son, por una parte, la negación misma del capitalismo y, por otra, la base material de una nueva forma de producción. Marx es completamente explícito al respecto. "Esto equivale a la supresión del régimen de producción capitalista dentro del propio régimen de producción capitalista y, por tanto, a una contradicción que se anula a si misma y

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aparece prima facie como simple fase de transición hacia una nueva forma de producción... Es una especie de producción privada, pero sin control de la propiedad privada" (11). Por eso Lenin puede, basado en el análisis de la economía mundial de 1916, cuando este proceso ha adquirido plenamente todas sus características, señalar que el imperialismo es la base material del socialismo, pero que también es el capitalismo agonizante, caduco, corrupto, superexplotador, inmensamente agresivo, totalmente antidemocrático, en pleno proceso defensivo (12).

Lo que cambia el carácter del capitalismo es la gigantesca acumulación de capital producida en los países más avanzados del mundo, concomitante con lo cual aparece el monopolio como la forma específica de propiedad de la nueva fase y el predominio del capital financiero por oposición al predominio del capital industrial de libre competencia. Lenin llama a esto la ’’sobremaduración’’ del capitalismo. la formación de un "exceso" de capital, y la necesidad ineludible de la exportación de capital. La exportación de capital es un fenómeno secundario durante el siglo XIX y que no responde a una necesidad ineludible de los países capitalistas. Pero con el imperialismo, se vuelve una condición esencial de la supervivencia del capitalismo, la forma más eficaz de contrarrestar su crisis, de contener la baja tendencial de la cuota de ganancia. En 1914, por ejemplo, Gran Bretaña tenía invertido fuera de su territorio la suma de veinte mil millones de dólares, lo cual equivalía a una cuarta parte de toda su riqueza (13). Cincuenta años después, en la primera mitad de la década del sesenta, solamente el capital a crédito, colocado por los países imperialistas en los países atrasados, ascendía a una suma similar a toda la inversión en el extranjero de la Gran Bretaña en esa época. Pero menos de veinte años después, el endeudamiento externo del mundo subdesarrollado se había multiplicado por diez y llegaba a la fabulosa suma de doscientos mil millones de dólares sin contar la inversión directa (14). Tanto Francia como Alemania contaban a principios de siglo con sumas enormes invertidas en el mundo entero, más fuera de sus colonias que dentro de ellas. Alemania había invertido para el comienzo de la primera guerra mundial en África, Asia y el Imperio Otomano, mientras Francia le tenia prestado a Rusia la suma de dos mil millones de dólares. La lucha entre Francia, Inglaterra y Alemania por controlar zonas de influencia y proteger sus intereses, era una lucha a muerte (15). Hoy esa lucha continúa, aunque hayan cambiado sus protagonistas. Pero, de todas maneras, lo esencial es que los países imperialistas exportan capital o perecen. Esa es la moderna ley de hierro del Capitalismo y no era así en el siglo XIX.

2. El imperialismo como dominación

"Económicamente", dice Lenin, "el imperialismo es el capitalismo monopolista" (16). Por esta razón, lo que caracteriza el desarrollo del capitalismo en el siglo XX es que el carácter de monopolista que adquiere, cuya imperiosa necesidad de supervivencia lo conduce a la exportación de capital, es ya una negación de su propio carácter y de sus propias leyes, es su propia negación, aunque todavía no su desaparición. El poder económico adquirido por el capital financiero, obliga a los países capitalistas a buscar el control de las materias primas, de mano de obra barata y de tierra a bajo costo en los países atrasados, en donde los beneficios son elevados y, mediante cuyo control, logran ampliar el mercado de exportación de sus mercancías. "... En el umbral del siglo XX asistimos... a la situación monopolista de unos pocos países ricos, en los cuales la acumulación de capital había alcanzado proporciones gigantescas. Surgió un enorme exceso de capital en los países avanzados. Mientras el capitalismo es capitalismo, el

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exceso de capital no se consagra... sino el acrecentamiento de estos beneficios mediante la exportación de capital al extranjero, a países atrasados. En estos países atrasados el beneficio es ordinariamente elevado, pues los capitales son escasos, los salarios bajos, el precio de la tierra poco considerable, las materias primas baratas" (17). Esta necesidad de exportación de capital, de mercados más amplios y de beneficios mayores es lo que, realmente, da origen al nuevo tipo de colonialismo, al neocolonialismo. Surge, así, un fenómeno que no era posible en el siglo XIX, es decir, la dominación por medios económicos sin el control político-militar, la pérdida de la independencia nacional por la fuerza del control económico que ejercen un puñado de países en donde se ha desarrollado el capitalismo monopolista. En el siglo XX, a diferencia del siglo XIX, se dan dos formas de perder la independencia nacional. Una, por el control económico, por la fuerza del capital financiero internacional y el crédito de país a país, sin control político-militar directo, como una exigencia insustituible de la economía monopolista. La otra, por medio del dominio directo, por la invasión y el poder político militar, la forma colonial utilizada en el siglo XIX como una política de la burguesía, pero no como una necesidad de supervivencia. La primera es la típica dominación del siglo XX que no existió durante el siglo anterior, porque no se habían desarrollado las características monopolistas del capital ni había llegado a predominar el capital financiero. Las características del capital internacional disminuyen la necesidad del dominio colonial directo, dado el poder inherente al capital financiero. "El capital financiero es una fuerza tan considerable, por decirlo así tan decisiva en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de subordinar, y en efecto subordina, incluso a los Estados que gozan de una independencia política completa... La política colonial capitalista de las fases anteriores del capitalismo se diferencia esencialmente de la política colonial del capital financiero". "Los capitalistas no se dividen el mundo llevados por una particular perversidad, sino porque el grado de concentración a que ha llegado les obliga a seguir este camino para obtener beneficios y se lo reparten ’según el capital’, ’según la fuerza’" (18). El capitalismo del siglo XIX no fue imperialista. Hemos señalado con Marx y Lenin que el imperialismo no comenzó sino en un momento muy avanzado de desarrollo del capitalismo, proceso de transformación que se inicia hacia finales del siglo XIX, que culmina plenamente a principios del siglo XX y que se expresa sin ambages en la primera guerra mundial imperialista de 1914.

Esta concepción leninista del imperialismo que nosotros consideramos como un desarrollo de las tesis de Marx de acuerdo a lo que hemos expuesto, se diferencia radicalmente de las tesis de Rosa Luxemburgo sobre la acumulación de capital y el expansionismo del sistema capitalista, así como de sus derivaciones en las diferentes variantes de la llamada "teoría de la dependencia" (19). La mayoría de los historiadores colombianos de la "nueva historia" se apartan de Marx y Lenin y acuden a Rosa Luxemburgo y a los "dependentistas" para tratar el problema del subdesarrollo. El caso más claro es el de Mario Arrubla (20). Para él, el imperialismo comienza con el mismo desarrollo del capitalismo y es inherente a toda la época que abarca su proceso. Las etapas que él señala, no significan un cambio esencial dentro del mismo desarrollo del capitalismo, sino simples desenvolvimientos de la expansión capitalista mundial. Por otra parte, esta concepción luxemburguista no concibe el imperialismo como la dominación del capital financiero mediante el mecanismo de la exportación de capitales. Para Arrubla, como para los "dependentistas", el neocolonialismo no consiste en la pérdida de la independencia nacional, sino en el desarrollo del capitalismo como efecto de la expansión del capital internacional en los países atrasados. Como consecuencia, el

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problema nacional no tiene sentido y sólo lo adquiere el de la lucha contra el capital internacional, ignorando así, como fenómeno determinante, la dominación de unos países sobre otros como resultado del desarrollo desigual del capitalismo. Para una interpretación de la historia de Colombia esta diferencia de concepción sobre el desarrollo del capitalismo resulta determinante. Para Arrubla toda la historia de Colombia ha sido dependiente, porque se ha enmarcado dentro del desarrollo del capitalismo mundial desde la época de la colonia española. Esta posición convierte en inocua la revolución de independencia y niega el carácter independiente del siglo XIX. La expansión del capitalismo mundial habría hecho imposible la independencia nacional y sólo el intercambio mercantil o capitalista desigual habría sido suficiente para el avance del capitalismo en Colombia y, por tanto, para su ’ ’dependencia’ ’. En una concepción leninista del problema la pérdida de la independencia en el siglo XIX solamente fue posible mediante la invasión militar, hecho que no se dio en Colombia, precisamente porque el capital no había llegado a adquirir ese poder autónomo de ejercer la dominación económica sin la invasión político-militar.

El monopolio, el predominio del capital financiero, la exportación de capitales, la lucha por el reparto del mundo, la pérdida de la independencia nacional mediante la dominación directa e indirecta, el surgimiento de grandes asociaciones internacionales de capital, todo esto son expresiones acabadas de la nueva época que vive el mundo del siglo XX. "El imperialismo es la progresiva opresión de las naciones del mundo por un puñado de grandes potencias" (21). Por supuesto que los conflictos internacionales entre las grandes potencias del mundo que pugnan por la extensión y consolidación de la opresión de las naciones siguen siendo iguales en la forma a los que se dieron en los siglos XVIII y XIX, pero su contenido social y de clase ha cambiado fundamentalmente. "El circuncambiante histórico objetivo ha pasado a ser enteramente distinto" (22). Tres cambios esenciales se han dado en este proceso, desde el punto de vista de su contexto político y social. Primero, el capital ascendente que procuraba la liberación nacional contra el feudalismo, ha dado campo al capital financiero, que Lenin califica de ultrarreaccionario. Por eso el blanco fundamental de la lucha es el capital financiero internacional. Segundo, el marco de los Estados nacional-burgueses que fue un apoyo para el desarrollo de las fuerzas productivas se ha convertido en su obstáculo al haber llegado a ser en los países más avanzados del mundo, una fuerza de opresión mediante el dominio del monopolio y del capital financiero. Y tercero, la burguesía que fue una clase revolucionaria que luchó por el avance del mundo y era una clase en ascenso en los siglos anteriores, se ha convertido en una clase que se hunde, decadente y reaccionaria. Ya no es esa clase la ascendente, sino otra clase enteramente distinta, el proletariado (23). Por eso el capitalismo, cuya superestructura política era la democracia burguesa, ha vuelto a la reacción política, que corresponde al monopolio. Hilferding decía: "El capital financiero aspira al dominio, no a la libertad". Y Lenin añade: "El imperialismo procura violar la democracia, procura implantar la reacción tanto en la política exterior como en la política interna. En este sentido, el imperialismo es, indudablemente, la ’negación’ de la democracia en general, de la democracia en su conjunto, y no tan sólo de una de las exigencias de la democracia, a saber, la autodeterminación de las naciones" (24).

El imperialismo no está dedicado a promover el progreso del mundo y, mucho menos, de los países atrasados. Su único propósito consiste en aumentar sus ganancias. sin preocuparse de la producción, de las necesidades de las masas, o del desarrollo de los pueblos. Lo que resulte de avance o de progreso proviene de la circunstancia de que el

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imperialismo necesita promover aquello que le permita saquear en forma más eficaz los países coloniales y neocoloniales. De esta manera, permite y promueve las formas de desarrollo capitalista que le sirven a sus intereses, al margen de las necesidades y de los intereses de los países dominados. Para ello utiliza toda una serie de mecanismos: las guerras de agresión que destruyen el país; los tratados desiguales que dan al país imperialista garantías para ejercer control de parte o del total de la economía; control sobre el comercio, las comunicaciones y la agricultura; penetración del capital extranjero y la suplantación del capital nacional por medio de extorsión, competencia y tecnología; monopolización del crédito, la banca y las operaciones financieras; creación de una clase intermediaria que trabaje en interés del país imperialista explotando con la usura los sectores débiles de la economía nacional; firme alianza con la clase terrateniente y con la burguesía intermediaria para mantener los rezagos feudales en la agricultura; abastecimiento de armas y entrenamiento militar del ejército y de la policía; penetración cultural a través del control progresivo del sistema educativo, los medios de comunicación hablados y escritos, y sobre el entrenamiento de los intelectuales (25).

3. Imperialismo, lucha, por la hegemonía mundial y capitalismo de Estado

El proceso a través del cual Estados Unidos llega a constituirse en la potencia hegemónica mundial está determinado principalmente por las dos guerras mundiales. Antes de la primera guerra, la lucha por la hegemonía se concentraba en Europa. Alemania era el poder imperialista en ascenso, mientras Francia e Inglaterra defendían una posición ya consolidada en Asia y África. Entre tanto Estados Unidos ganaba terreno en América Latina, desplazando progresivamente a Inglaterra que había obtenido resultados importantes en su expansión imperialista a finales del siglo XIX, especialmente al Cono Sur del continente. Alemania logra formar un eje con Austria e Italia para enfrentarse a la Triple Alianza de Inglaterra, Francia y Rusia. Estados Unidos no entra sino al final de la guerra, se beneficia de los estragos causados por la guerra en sus aliados y sale fortalecido de haberse convertido en el poder decisorio que había inclinado la balanza a favor de la Triple Alianza. Pero entre la primera y segunda guerra mundial la lucha por la hegemonía se hace más aguda debido a la posición cada vez más agresiva de Alemania, acorralada por las demás potencias y amenazante con el fascismo y su alianza con Japón e Italia. Los puntos fundamentales de conflicto son América del Sur, China y las colonias de los países imperialistas. Estados Unidos avanza cada vez más en América Latina. Allí tiene que defender el Canal de Panamá y los vastos intereses adquiridos especialmente después de 1920 en todo el continente. Pero también tiene intereses en China y se lanza a una competencia sin cuartel para conquistar las fuentes de petróleo que irían a influir poderosamente en la definición de la segunda guerra mundial. En esta lucha por la hegemonía, Estados Unidos entra en alianza con Inglaterra y Francia para derrotar al imperialismo más agresivo y más peligroso en ese momento que era el de Alemania y Japón. De la guerra el mayor beneficiado es Estados Unidos que emerge como la potencia hegemónica mundial. Había comenzado su ascenso imperialista con la victoria en la guerra hispanoamericana, con el robo de Panamá y la construcción del Canal. Se había fortalecido económica y militarmente después de la primera guerra mundial con el debilitamiento de las potencias europeas y había resultado como la potencia hegemónica sin competencia importante después de la segunda guerra mundial. Pero las guerras de Corea y Vietnam, la revolución china y las revoluciones de liberación nacional en el periodo más reciente han ido debilitando el poder hegemónico norteamericano. La Unión Soviética ha surgido como la potencia que compite palmo a palmo con Estados Unidos por la hegemonía mundial. Ya no es

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Estados Unidos la potencia en ascenso, sino la Unión Soviética que avanza con éxito, principalmente, en África y Asia.

La transformación del capitalismo en imperialismo, la agudización de las contradicciones entre el capital y el trabajo, la lucha sin cuartel por la hegemonía mundial, la división del mundo en países opresores y países oprimidos, son los fenómenos fundamentales que definen el desarrollo del capitalismo en el siglo XX. La historia de Colombia está íntimamente ligada a este proceso. Pero esta etapa de decadencia del capitalismo en el mundo que se expresa en el dominio del monopolio y del capital financiero parasitario significa además que una nueva forma de producción y de organización social surge en el mundo. En efecto, la Revolución de Octubre en Rusia inicia una nueva etapa en la historia mundial, la era de la revolución mundial proletaria y la era del socialismo. "Porque la primera guerra mundial imperialista y la primera revolución socialista victoriosa, la Revolución de Octubre, han cambiado la dirección histórica de todo el mundo y señalado una nueva era histórica para todo el mundo... En una era así cualquier revolución contra el imperialismo que se produzca en una colonia o semi-colonia, es decir, cualquier revolución contra la burguesía y el capitalismo internacionales, no pertenece ya a la antigua categoría de la revolución democrático-burguesa mundial, sino a una nueva, y ya no forma parte de la antigua revolución mundial burguesa o capitalista, sino de la nueva revolución mundial: la revolución mundial proletario-socialista" (26). Desde la revolución francesa hasta la guerra franco alemana de 1871 que incluye la primera revolución proletaria, la de la Comuna de París, el mundo vivió la era de la revolución mundial burguesa. En ese periodo el "contenido objetivo del proceso histórico de la Europa continental no era el imperialismo, sino los movimientos burgueses de liberación nacional" (27). Desde la Comuna de París hasta la Revolución de Octubre se da una etapa de transición. Pero la Revolución de Octubre da término a la revolución mundial burguesa, democrática, e inicia la etapa de la revolución mundial proletaria, socialista. El contenido del proceso histórico mundial es el de la liberación nacional contra el imperialismo y el de la construcción del socialismo en cada vez más regiones del mundo. La Unión Soviética fue el primer país socialista. Su revolución fue dirigida por Lenin y continuada por Stalin. A Stalin le tocó guiar el proceso de la revolución socialista en un solo país contra el embate de todos los países imperialistas y, principalmente, contra la amenaza del fascismo durante la segunda guerra mundial. El socialismo en la Unión Soviética obtuvo triunfos extraordinarios y apoyó el proceso revolucionario en todo el mundo, en Europa Oriental, en China, en Corea, en Indochina y en otras regiones. La muerte de Stalin dio paso a la usurpación del poder por Krushov con lo que se inicia un proceso de restauración del capitalismo en la Unión Soviética y de lucha por la hegemonía mundial con Estados Unidos. En esta forma el primer país que había hecho la revolución socialista se convierte en un país expansionista con todas las características de los demás países imperialistas del globo. Exporta capital, compite por materias primas y mercados, utiliza mano de obra barata de países menos desarrollados, forcejea en todas las regiones de conflictos militares con Estados Unidos, controla regiones enteras militarmente y lucha por la supremacía del mundo cuya clave se encuentra en Europa (28). El aspecto principal de la lucha por la hegemonía es la competencia entre la Unión Soviética, la potencia imperialista en ascenso, y Estados Unidos, que tiene una posición consolidada y la defiende.

La base material de la restauración capitalista en la Unión Soviética está cimentada en el capitalismo monopolista de Estado. El fenómeno del capitalismo de Estado responde, en la etapa actual del mundo, a las necesidades que encuentra el monopolio y el capital

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financiero de control centralizado y de contabilidad estatal sobre la economía. Esta necesidad conduce a la nacionalización de sectores claves de la economía, especialmente en la gran industria, en la distribución y en los servicios, "combinando las fuerzas gigantescas del capitalismo con las fuerzas gigantescas del Estado a fin de formar un solo mecanismo" (29). Este fenómeno significa que la máquina del Estado se fortalece en forma desmesurada. Muchos han llamado a este capitalismo de Estado, socialismo democrático de Estado. Pero lo que cambia el carácter del capitalismo de Estado es, precisamente, el control sobre el Estado y la clase social que lo tenga. No es lo mismo un capitalismo de Estado en un Estado burocrático-reaccionario bajo la égida de los terratenientes y los financistas que en un "Estado democrático-revolucionario... que destruya revolucionariamente todos los privilegios..." (30). En la Unión Soviética Lenin estableció el capitalismo de Estado al principio de la revolución como una necesidad para construir la economía socialista, sin lo cual no podría haberse avanzado a grados más altos de economía colectiva. La nacionalización, el control y la contabilidad centralizados son comunes a la economía de capitalismo de Estado y de socialismo, y en ello radica la confusión de considerar el capitalismo monopolista de Estado como un socialismo "democrático" pero que sigue en manos de la gran burguesía burocrático-reaccionaria. Después de la llegada de Krushov al gobierno, una camarilla burocrático-reaccionaria ha usurpado el poder en la Unión Soviética y se ha aprovechado de los grandes avances que había hecho la construcción del socialismo en ese país para convertirlo en una economía de capitalismo monopolista de Estado, la más organizada y la más centralizada de la tierra.

El capitalismo monopolista de Estado que está en manos de los grandes monopolios y bajo el poder del capital financiero no conduce sino a una negación cada vez más aguda de la democracia burguesa. Por eso, desde el punto de vista político, el capitalismo monopolista de Estado, bajo el poder del capital financiero conduce al fascismo. El fascismo es la negación más extensa de la democracia burguesa, de toda la democracia. Lenin explicó esta contradicción que se da desde el principio entre la superestructura política y la infraestructura económica en el capitalismo. A pesar de que el capitalismo necesitaba para su lucha con el feudalismo la democracia burguesa y ésta era su forma política natural, existía una contradicción que consistía en que el capitalismo niega la igualdad y la libertad que afirma la democracia. La igualdad, porque divide las clases entre capitalistas y obreros; y la libertad, porque tiene que imponer en el contexto de la fábrica la disciplina más estricta y la ausencia de libertades democráticas más estrecha. Al llegar el capitalismo a la etapa del monopolio y del dominio del capital financiero esta contradicción entre la superestructura política y la base económica se vuelve antagónica. Tanto más es así, cuanto que el sistema capitalista se ve amenazado por el surgimiento del socialismo y por la exigencia de la plenitud de la democracia burguesa que consiste en el poder de la mayoría (los obreros) sobre la minoría la (burguesía). De ahí que Lenin diga que el imperialismo es la negación de la democracia, de toda la democracia (31). Lo que tiende a implantar el capitalismo monopolista de Estado como una necesidad ineludible en el conjunto de la sociedad es esa misma disciplina y despotismo que tiene que reinar en toda fábrica capitalista.

Si el capitalismo de Estado surge en un país como Colombia por la fuerza de la dominación imperialista y no por el desarrollo interno de sus condiciones económicas, lo que hace es agregar a la pérdida de la independencia nacional un régimen político cada vez más oprobioso, más antidemocrático y de tendencias cada vez más fascistas por la naturaleza misma del tipo de Estado que se implanta. La discusión con el

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liberalismo colombiano del siglo XX debe enmarcarse dentro de este orden de ideas. Como veremos más adelante, la tendencia que aparece dentro del partido liberal después de la derrota final sufrida en la guerra de los mil días y que determina una etapa crucial de nuestra historia, defiende cada vez con más ahínco el capitalismo de Estado que Uribe Uribe llamó ya "socialismo de Estado" y que han seguido sin dudar los principales dirigentes de ese partido. A esta posición más social-demócrata que liberal se han acogido importantes sectores intelectuales que propugnan por un fortalecimiento del Estado sin tener en cuenta en manos de quién se encuentra el poder, confundiendo así una posición antiimperialista con un nacionalismo chauvinista de profundas raíces en la orientación fascista del Estado (32). El capitalismo monopolista de Estado expresa en su forma más acabada una época histórica, en la cual se encuadra la historia de Colombia del siglo XX, que asiste a la decadencia del capitalismo, al dominio del imperialismo y al surgimiento del socialismo. Es la profunda contradicción del siglo XX, en la que el capitalismo monopolista de Estado es a la vez la expresión más acabada del imperialismo y la preparación material, la antesala del socialismo. Como diría Lenin: "La transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado pone... a la humanidad extraordinariamente cerca del socialismo: tal es precisamente la dialéctica de la historia’’ (33).

NOTAS

(1)Lenin, "Materiales para la revisión del programa del partido", Obras completas, Editorial Cartago, T. XXIV.

(2)La literatura sobre el imperialismo y sobre el significado de esta etapa es profusa. Citaremos solamente las obras más conocidas y de mayor importancia para nuestro punto de vista: Lenin, "El imperialismo, fase superior del capitalismo". Obras escogidas. En tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1961, v. 1; R. Hilferding, El capital financiero, Editorial Tecnos, Madrid, 1963; N. I. Bujarin, La economía mundial y el imperialismo. Editorial Pasado y Presente, Córdoba, 1971; David K. Fieldhouse, Economía e Imperio. La expansión de Europa 1830-1914, Editorial Siglo XXI, México, 1978.

(3)El Imperialismo, fase superior del capitalismo, Cap. VI.

(4)Marx, El Capital, T. III, Cap. XXVII.

(5)Ibid.

(6) Ibid.

(7) Ibid.

(8) Ibid.

(9)Ibid.

(10)Ibid.

(11) Ibid.

(12)Lenin, "El imperialismo y la escisión del socialismo", Marx, Engels, Marxismo, Editorial Progreso, Moscú.

(13). R. R. Palmer y Joel Colton, A History of the Modern World, Alfred A. Knoff, New York, 1965, p. 619.

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(14). Time, junio 3 de 1977. Ver Pierre Jalée, Imperialismo, 1970, Editorial Siglo XXI, México, 1971; Pierre Jalée, El saqueo del Tercer Mundo, Ruedo Ibérico, París, 1966; Haroíd von Cleveland y W. H. Bruce Brittain, "¿Se hunden los países menos desarrollados?". Perspectivas Económicas, No. 22.1978/2.

(15) Palmer y Colton, op. cit., Cap. XV.

(16)Lenin, "Sobre la caricatura del marxismo y el economismo imperialista", en Obras completas, Editorial Cartago, T. XXIII.

(17) Lenin, El Imperialismo fase superior del capitalismo, Cap. IV (18) Ibid., Cap. VI. "...La fuerza varía a su vez en consonancia con el desarrollo económico y político; para comprender lo que está aconteciendo hay que saber cuáles son los problemas que se solucionan con los cambios de las fuerzas, pero saber si dichos cambios son ’puramente’ económicos o extra-económicos..., es un asunto secundario que no puede hacer variar en nada la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo". Ibid., Cap. V.

(19) Ver, para una crítica a las teorías de la dependencia, José F. Ocampo y Raúl Fernández, "The Latín American Revolution:A Theory of Imperialism, Not dependence" en Latín American Perspectives, Spring, 1974, V. 1, Num. 1, pp. 30-61. Una serie de autores han popularizado la "teoría de la dependencia", entre ellos, los más importantes serian Osvaldo Sunkel, Theotonio Dos Santos, André Gunder Frank, Fernando Henrique Cardozo, Rui Mauro Marini. Para un recuento muy completo de la bibliografía, ver Ronaid H. Chilcote, "Dependency: A Critical Synthesis of the Literature", Latín American Perspectives. Ibid.,pp. 4-29.

(20). Arrubla, op. cit, cpts. 2o. y 3o. Para Rosa Luxemburgo, la realización de la plusvalía no puede darse sólo con el mercado interior, sino que necesita de la expansión del capital hacia los países agrarios. El capitalismo, por esencia, sería expansionista y, por tanto, imperialista. Luxemburgo no está de acuerdo con Lenin en que el imperialismo sea una etapa del capitalismo en que éste se niegue a sí mismo dentro del mismo capitalismo, como lo plantea Marx. Por esta misma razón, el imperialismo tampoco es para Luxemburgo el dominio de un país sobre otro, sino la realización de la plusvalía en el mundo. Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital, Editorial Grijalbo, México, 1967.

(21) Lenin, "El proletariado revolucionario y el derecho de las nacieres a la autodeterminación", Obras completas, T. XXI.

(22) Lenin, "Bajo una bandera ajena". Obras completas, T. XXI.

(23) Ibid.

(24) Lenin, "Sobre la caricatura del marxismo y el ’economismo imperialista’", Obras completas, T. XXIII.

(25) Ver Mao Tse Tung, "La revolución china y el partido comunista de China", Obras escogidas, V. II.

(26) Stalin, "Significado internacional de la Revolución de Octubre" y "La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos", Cuestiones del leninismo. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1979; Mao Tse Tung, "Sobre la nueva democracia", Obras escogidas, Pekín, Tomo II.

(27) Lenin, "Bajo una bandera ajena", Obras completas, T. XXI.

(28) La teoría del presidente Mao sobre los Tres Mundos constituye una gran contribución al marxismo-leninismo, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1977, Entre 1989 y1995 se derrumbó la Unión Soviética y se desintegró en pequeños países, excepto Rusia. La Perestroika de Michael Gorvachov fue el paso de transición a la caída de lo que podría ser en ese momento la potencia más poderosa de la historia. Estas notas, escritas en 1982 no hacen sino mostrar lo que en ese momento había llegado a ser el mundo y la lucha entre las dos superpotencias.

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(29)Lenin, "Guerra y revolución". Obras completas, T. XXIV.

(30) Lenin, "La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla". Obras escogidas, T. 2.

(31)Ver Lenin, "La caricatura del marxismo y el economismo imperialista", Obras completas, T. XXIII. Cap. 3.

(32)Quizás el defensor más ilustrado de esta posición es el profesor de la Universidad Nacional, Darío Mesa. Ver, por ejemplo, su conferencia sobre La universidad y la revolución científico-técnica, mimeógrafo, Universidad Nacional, Bogotá. Su posición coincide plenamente con la de Alfonso López Michelsen, op. cit. y, coincidencialmente, con la de Mario Laserna, Estado fuerte o caudillo, Editorial Revista Colombiana, Bogotá, 1968.

(33)Lenin, "La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirían. Obras escogidas, T. II. Cap. II.

Capitulo Segundo. De la revolución democrática a la dominación imperialista en Colombia

Los historiadores modernos del siglo XIX en Colombia tienden a adoptar una posición lastimera respecto de las profundas y agudas luchas que enfrentaron al partido liberal y al partido conservador o a sus fracciones, sobre todo después de promulgada la Constitución de Rionegro. En esta posición continúan indudablemente la tradición sentada por Núñez, quien, hábilmente, explotó el sentimentalismo, el romanticismo, la sensiblería y la obsesión del orden por el orden que se apoderó de tantos colombianos pero, en especial, de los más recalcitrantes y sectarios conservadores (1). Quienes no adoptan una posición lastimera, consideran las guerras civiles simples contiendas caudillescas, inútiles enfrentamientos familiares, inconscientes pugnas utilizadas por manzanillos sin principios (2). Ni Núñez que defendía la implantación del orden ni sus adversarios que propiciaron una nueva guerra para derrotar la "Regeneración, interpretaron las guerras civiles en su verdadero significado. Ellas no fueron sino la expresión de una profunda lucha que inició la revolución de independencia y se prolongó en formas distintas a todo lo largo del siglo XIX. Ese proceso fue el de la revolución democrática en Colombia.

1. El proceso histórico del siglo XIX en Colombia

Todo el esfuerzo de los autores de la "nueva historia" en su interpretación del siglo XIX se reduce a desvirtuar por completo la contradicción entre terratenientes y comerciantes. Tirado Mejía, al hacer notar que los comerciantes se vincularon a la tierra después de la Constitución de Rionegro, señala: "Sería interesante revisar el manido concepto de lucha entre comerciantes y terratenientes a mediados del siglo XIX, a propósito del asunto del libre cambio, y preguntar dónde podía estar el interés de los terratenientes en que no se importaran los artículos de lujo para su consumo y en que hubiese aranceles que gravaran la exportación de productos agrícolas" (3). En este sentido, las causas que aduce Tirado para explicar las guerras civiles son las mismas que ya conocen todos los textos de historia tradicional popularizadas por el de Henao y Arrubla. Unas veces las

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divergencias religiosas, otras los conflictos de familias, otras las ambiciones personales de los caudillos. Para Tirado la división entre "un liberalismo progresista expresión de los intereses de la burguesía comerciante o industrial, y conservatismo retardatario, expresión de los latifundistas", no es sino una mecánica transposición de la problemática europea. Por eso añade: "a partir de mediados del siglo XIX, toda oposición antagónica entre comerciantes y terratenientes perdió razón de ser" (4). Para Tirado la contradicción es entre una clase dominante "a la vez terrateniente, comerciante, burocrática y especuladora empotrada en dos partidos, el liberal y el conservador", y un pueblo compuesto de esclavos, artesanos y campesinos. En el tope un pequeño grupo de familias que adoptaron ideas europeas por gustos ideológicos y porque no pugnaban con sus intereses. Y cuando interpreta la alianza de conservadores y liberales contra Meló y la masacre subsiguiente de gente del pueblo exclama: "Fue éste el inicio de una práctica reiterada del Frente Nacional expresada en la unión de oligarquías liberales y conservadoras contra las acciones populares" (5). Y concluye: "El llamado problema religioso fue el real punto de separación entre el liberalismo y el conservatismo", lo cual coincide con la posición del ideólogo conservador, Marco Fidel Suárez que dice: "entre nuestros partidos históricos y tradicionales la diferencia sustancial y específica es de índole religiosa’’ (6).

Ni los artesanos, ni los campesinos, ni los esclavos dirigieron la revolución democrático-burguesa en Colombia en el siglo XIX. No la podían dirigir. Lo que estaba en el terreno de la lucha en Colombia y en el mundo entero era el ascenso del capitalismo, proceso revolucionario que dirigía la burguesía y no podía ser dirigido sino por ella. La revolución de los comuneros, la revolución de independencia y las luchas del siglo XIX durante la república hicieron parte de esta lucha del capitalismo ascendente contra el feudalismo decadente, no importa que tomara formas peculiares en cada país o cada región. Los sectores más avanzados ideológica, política y económicamente tenían claro desde finales del siglo XVIII en la Nueva Granada cuáles eran los objetivos de esa revolución que debían implantar en Colombia el capitalismo. Pedro Fermín de Vargas defendía la necesidad de una reforma agraria revolucionaria contra los terratenientes y contra las tierras de la Iglesia inmovilizadas, como la que había llevado a cabo Enrique VIII en Inglaterra (7). José Ignacio de Pombo se levantaba contra todas las trabas que impedían el desarrollo de la agricultura y del comercio y daba la formulación exacta de las exigencias de la revolución democrática en Colombia: "...para dar un verdadero impulso a la agricultura, y al comercio, que es un agente, era necesario remediar varios males, quitar muchas trabas e inconvenientes, y remover diferentes obstáculos, físicos, morales y políticos que se oponen a su progreso..." (8). Antonio Nariño propone todo un plan de acción en el mismo sentido, como un programa revolucionario cuyos objetivos económicos coincidan con la reforma agraria, la reforma del régimen tributario, la eliminación de los monopolios, la libertad de comercio (9). Quienes esto proponían, no eran sino los precursores de la revolución de independencia y sus mentores ideológicos. Pero después de la toma del poder y de la independencia de España, Castillo y Rada entre 1821 y 1825 inicia el proceso de estas reformas revolucionarias que ponían las bases del desarrollo capitalista en nuestro país. Tomás Cipriano de Mosquera en su primera presidencia con la inspiración de Florentino González derrumba el régimen fiscal de la Colonia. Como fruto de su levantamiento contra Ospina Rodríguez, Mosquera toma una de las medidas más revolucionarias de todo el siglo XIX, la desamortización de bienes de manos muertas, inicio de la reforma agraria burguesa que habían exigido los más avanzados dirigentes de la revolución (10). Antes José Hilario López había dado fin a la esclavitud y eliminado los resguardos.

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Todas estas reformas y muchas más con el mismo contenido abrían paso al capitalismo que era lo más avanzado, lo más progresista, lo más revolucionario de la etapa que vivía el mundo. Por esta razón la polémica y la lucha alrededor de los tres problemas más agudos de todo el siglo XIX, el régimen fiscal de la Colonia, la tenencia de la tierra y el libre comercio es lo que define el curso de la historia colombiana.

La clase que dirigió este proceso en Colombia fue la burguesía comercial y no la burguesía industrial como en Europa y Estados Unidos, porque simplemente no existía la industria capitalista. Lo que define el tipo de intereses que defienden los dirigentes, son los hechos, las medidas adoptadas, la ideología que afirman con sus actitudes. Tirado ataca a Mosquera porque era de una familia aristocrática, poseía tierras y era hermano del Arzobispo Primado de Bogotá. Pero olvida un hecho protuberante, y es el de que Mosquera expulsa a su hermano por no someterse a la reforma agraria que está impulsando. Mosquera fue un típico revolucionario burgués con defectos de ambición personalista y caudillismo, pero siempre consecuente con sus principios y. por esa razón, resultó tantas veces enfrentado a amigos y presuntos copartidarios, inconsecuentes con los objetivos de la lucha democrática. Ahora bien, los terratenientes podían haberse beneficiado inicialmente con las medidas de libre comercio que favorecían sus exportaciones, de la misma manera como se beneficiaron con la independencia y, por esa razón, un amplio sector de esa clase, la apoyó. Pero Tirado pasa por alto que el comercio tiene efectos sobre la descomposición del artesanado y del campesinado, presiones sobre la tenencia de la tierra que los terratenientes no pueden aceptar porque atenta contra sus intereses. Además, es verdaderamente ingenuo afirmar que en el siglo XIX no hubo sino una clase dominante que era a la vez terrateniente, comerciante y burocrática. ¿A qué se debió entonces la lucha por el poder? Tirado ignora el hecho de que la burguesía comercial no es una clase cuyos intereses estén plenamente ligados al desarrollo capitalista. Pueden llegarse a beneficiar de la exportación de los terratenientes o de un desarrollo industrial. El capital comercial surge antes del desarrollo pleno del capitalismo, es la forma antediluviana del capital y, por tanto, no exige, como si lo hace el capital industrial antes de la etapa imperialista, la eliminación del régimen terrateniente y la lucha política contra la clase terrateniente feudal. En Colombia, un sector de la burguesía comercial en la década del setenta del siglo pasado, aprovechándose de los bonos del Estado que poseía, invirtió en tierras y adquirió intereses iguales a los de los terratenientes. Más adelante examinaremos este fenómeno que tiene amplias repercusiones políticas para entender el proceso de la "Regeneración". De todas maneras, un sector de los comerciantes claudica en su lucha por el desarrollo capitalista. Otra cosa es considerar esta claudicación más bien como la inexistencia de dos clases antagónicas que componen los dos polos de la contradicción principal del siglo XIX. Y Tirado no comprende el proceso cuando señala que el Frente Nacional ya comienza con la alianza temporal que hacen los dos partidos, apenas en su proceso de conformación, contra el golpe militar de Meló en 1853.

La lucha por un comercio libre, por una reforma agraria antiterrateniente y contra el régimen fiscal de la Colonia expresaba en su forma más acabada el proceso de la revolución democrática que pugnaba por el desarrollo del capitalismo en el país. Los terratenientes se oponen sistemáticamente a este proceso, unas veces con razones económicas, otras con razones religiosas, otras con argumentos filosóficos, otras por medio de las armas. Los comerciantes, unas veces apoyan decididamente el proceso, otras veces vacilan o claudican. Lo que hay que examinar en cada momento del desarrollo histórico del siglo XIX, es qué fuerzas se colocan al lado de las medidas, los

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hechos y las ideas que favorecen los cambios radicales que promueven las premisas del capitalismo y qué fuerzas se oponen abierta o solapadamente. El problema religioso no es sino una expresión de esta lucha profunda que enmarca casi un siglo entero de nuestra historia. Lenin, en su resumen de El Capital, señala la importancia decisiva de estas condiciones, alrededor de las cuales giró en Colombia el siglo XIX: "Es premisa histórica para la aparición del capital, primero, la acumulación de determinada suma de dinero en manos de ciertas personas, con un nivel de desarrollo relativamente alto de la producción mercantil en general; y, segundo, la existencia de obreros ’libres’ en un doble sentido —libres de todas las trabas o restricciones puestas a la venta de la fuerza de trabajo y libres por carecer de tierra y de toda clase de medios de producción—, de obreros sin hacienda alguna, de obreros ’proletarios’ que no pueden subsistir más que vendiendo su fuerza de trabajo" (11). A los terratenientes no les convenía en el siglo pasado la descomposición de los artesanos y campesinos, porque perdían mano de obra sometida. A Núñez, por ejemplo, hay que juzgarlo a la luz de su oposición al proceso de proletarización que el libre cambio aceleraba y a la reforma agraria. Eso es lo que determina su carácter para la historia y no medidas secundarias en las que se enredan los modernos apologistas de la "Regeneración" (12).

Colombia era un país inmensamente atrasado al nacer su entrada al siglo XX, cuando ya los países más avanzados del mundo habían alcanzado las formas más desarrolladas del capitalismo y habían entrado en la fase imperialista. Desde finales del siglo XIX había comenzado a sentir los embates de las potencias imperialistas, como en el caso de la intervención de tropas norteamericanas en Panamá para apoyar el gobierno de Núñez contra la insurrección de Prestant (13). Colombia era un país estratégico en la lucha por la hegemonía mundial. Los Estados Unidos terminan apoderándose del istmo, sometiéndolo, concediéndole la independencia política y controlándolo económicamente. Fue este el primer zarpazo del imperialismo norteamericano contra la soberanía nacional. Era el aviso de que Estados Unidos enfilaba sus baterías contra nuestro país. Lo que lo convertía en un bocado apetecido por el imperialismo norteamericano en ascenso y en competencia con Europa, era su posición estratégica y su atraso económico. Las inversiones inglesas en Colombia a finales del siglo XIX no fueron suficientes para darle a Inglaterra el control efectivo sobre nuestra economía. Por su parte Estados Unidos se ampara en la doctrina Monroe para preparar las condiciones económicas y políticas que le permitan tomar el control de América Latina y salir triunfante en su lucha con Inglaterra y otras potencias europeas por la hegemonía del hemisferio. En ese momento la doctrina Monroe cambia de significado para los países latinoamericanos. Hasta la última década del siglo XIX, la doctrina Monroe significó la defensa de los países latinoamericanos ya independizados de España contra la interferencia y coloniaje europeos. Aunque su formulación original de 1823 ocultara secretas ambiciones de Estados Unidos sobre ciertos territorios del continente, especialmente aquellos que no habían definido todavía su independencia, no solamente estaba encaminada a obstaculizar el avance de Inglaterra y la amenaza de la Santa Alianza contra los países latinoamericanos, sino que en la práctica efectivamente los defendió del colonialismo inglés y europeo. En el debate que adelantó Uribe Uribe en el Congreso de 1896 contra el Ministro de Relaciones Exteriores de Caro sobre la cuestión cubana, hace una defensa de la doctrina Monroe y elabora un recuento de los hechos que se convirtieron en una defensa de la independencia latinoamericana y dice: "De manera que a la doctrina Monroe deben las repúblicas hispanoamericanas una segunda independencia, por cuanto tuvo efecto inmediato hacer abandonar a la Santa Alianza sus propósitos de intervención para reconquistarlas en favor de España. ¡Y esto lo ignora

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todo un Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia!" (14). Y señala en los siguientes discursos los peligros que asediaban a estas naciones de parte de Inglaterra y cómo se defendieron amparados en la doctrina Monroe. Lo que no entiende Uribe es que para 1896, momento de su debate en el Congreso, Estados unidos empezaba a convertirse en un país imperialista que se lanzaba sobre Cuba, Puerto Rico, Nicaragua y Colombia, principalmente, y Uribe sale, entonces, en defensa de los intereses norteamericanos sobre el Canal de Panamá.

Quien ha popularizado la posición de que la doctrina Monroe fue imperialista desdé 1823, es decir desde su enunciado inicial es Indalecio, defendiendo la actitud pro británica de Bolívar en contraposición de la actitud independentista de Santander. Liévano, como sus seguidores de la "nueva historia", no consideran el cambio histórico que sufre el mundo después de 1880 y comprometen, en esa forma, la defensa de la independencia nacional. La no intervención de las potencias europeas después de la independencia le servia tanto a Estados Unidos como a las naciones latinoamericanas, porque Estados Unidos no era ni una nación poderosa, ni una potencia imperialista. Oponerse a la doctrina Monroe significaba ponerse en contra de la defensa de estos países y quedar del lado de Inglaterra (15). Inglaterra intentó en múltiples ocasiones sojuzgar a los países recién independizados y tomarse a Colombia. Sin embargo, nuestro país logra llegar a finales del siglo XIX con una independencia incólume. Ni el comercio con Inglaterra ni el insignificante endeudamiento externo del siglo XÍX le dieron a ese país el control sobre Colombia,. Las exportaciones, casi siempre superaron a las importaciones y durante varios años Colombia comerció mas con Alemania que con la misma Inglaterra. Y después de los créditos de la revolución de independencia, Colombia no hizo sino renegociar esa deuda con Inglaterra, sin aumentar significativamente su endeudamiento (16). Colombia, en el siglo XIX, nunca perdió su independencia después de 1820.

El signo que define la historia de Colombia en el siglo pasado es el proceso de la revolución democrática dirigida por los comerciantes. Ante todo, porque la historia nacional se inscribe dentro de ese proceso general de la revolución democrático-burguesa que vivía el mundo. En segundo lugar, porque desde el punto de vista económico y político los objetivos de la revolución nacional coinciden con los objetivos de la revolución mundial, a saber, el desarrollo del capitalismo y la implantación de un régimen de república democrática burguesa. En tercer lugar, porque las principales luchas que tienen lugar en el país surgen por motivo de las divergencias en torno a los objetivos fundamentales de la revolución. A diferencia de la revolución democrática en Estados Unidos, por ejemplo, la clase que dirige en nuestro país no es la burguesía industrial sino la burguesía comercial. En el país del Norte la burguesía industrial logra propinarle una derrota decisiva a los terratenientes y consolidar su revolución después de la sangrienta guerra civil de secesión. En Colombia, las guerras civiles no son decisivas, con excepción de la guerra de los mil días, la cual, en lugar de darle el triunfo a la burguesía, se lo da a los terratenientes. Todo el proceso de la "Regeneración", como lo veremos a su turno, no produce sino el debilitamiento de un sector de los comerciantes, la claudicación de otro sector y el fortalecimiento de los terratenientes. La revolución democrática fracasa estruendosamente por el poder que Núñez les confiere a los terratenientes y por la inconsecuencia y traición de un amplio sector de los comerciantes. Cuando en Colombia se inicie el despegue del capitalismo, hacia la segunda década del siglo XX, no será, precisamente, debido a la política de la "Regeneración", sino a pesar de ella. Estados Unidos no es un país mucho más "viejo"

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que Colombia. Fue "descubierto" y colonizado en la misma época que Colombia, obtuvo su independencia sólo treinta años antes de que se iniciara nuestra revolución de independencia y consolidó su revolución democrática económica y políticamente en el momento de la revolución de 1860 contra Ospina Rodríguez dirigida por Mosquera. Pero logró consolidar su revolución democrática, desarrollar el capitalismo e, inclusive, convertirse en un país imperialista. Colombia, en cambio, llega al siglo XX con su revolución democrática fracasada y en el atraso más grande.

2. El embate de Estados Unidos sobre Colombia en el siglo XX

Colombia afronta dos problemas fundamentales a principios del presente siglo, el embate de las potencias imperialistas contra su independencia y su tremendo atraso económico. Como ya lo hemos señalado, la posición estratégica de nuestro país, sus recursos potenciales y el contar con el Istmo de Panamá, lo hacían especialmente apetecible en un momento en que se libraba una lucha por la hegemonía mundial. En este sentido, las potencias europeas pierden terreno ante Estados Unidos porque tienen puntos neurálgicos más importantes que atender ante la presión de Alemania. Pero este problema de la independencia nacional frente a la ambición de las potencias imperialistas mundiales está íntimamente ligado al problema del desarrollo económico. La situación colombiana exigía a todas luces una profunda modernización en todos los aspectos. Para lograrla, sólo tenía dos caminos, o proseguir la revolución democrática tal como lo intentaban varios países del mundo, entre ellos China y Rusia, o someterse a la dominación imperialista interesada en un tipo de modernización de los países atrasados del mundo en una forma que sirviera sus intereses de expansión económica. En un discurso de juventud, de cuyas ideas renegará más tarde totalmente, Olaya Herrera expresa el dilema en que se encontraba Colombia a principios del siglo: "Pueblo que desarrolle su producción, canalice sus ríos, se forme buenas y baratas vías de comunicación, perfeccione su utillaje agrícola e industrial, adquirirá por virtud misma de estos progresos, seguridad interna para los derechos de sus hijos y respeto internacional para su existencia soberana e independiente... El esfuerzo de los países latinoamericanos, si quieren escapar a la dominación de los pueblos fuertes y voraces, debe encaminarse al aumento de la producción económica, a la educación popular racionalmente dirigida, y a la propaganda aunque lenta, en pro de las instituciones libres..." (17). Esto lo decía Olaya porque su análisis sobre el robo de Panamá y de la situación latinoamericana lo llevaba a exclamar: "La independencia de los países de América Latina, situados en la región tropical, se halla en peligro" (18). Pero las fórmulas relativamente vagas sobre la industria y la agricultura que se convertirán en frase de cajón desde entonces, no demuestra sino que se ha renunciado a los propósitos de la revolución democrática, cuya clave económica reside en la eliminación del régimen terrateniente. El proceso de transformación que sufre el partido liberal desde la crisis, de la burguesía comercial hasta el surgimiento y consolidación de una nueva burguesía en las décadas del treinta y cuarenta, llevará a escoger, como "estrategia de desarrollo económico para Colombia el endeudamiento externo, la inversión directa norteamericana en los recursos naturales y en la industria. A esa estrategia se sumará toda la oligarquía conservadora, por diferentes motivos y en diferentes etapas.

Entre la primera y la segunda guerra mundial los Estados Unidos diseñan una estrategia global de expansión económica en América Latina. Al mismo tiempo que buscaba consolidar su posición económica y política en el hemisferio, intentaba establecer una estrategia de contención al proceso revolucionario iniciado por Rusia en 1917 (19). Esta

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tarea fue sistemáticamente planeada por Woodrow Wilson y recogida y ampliada por Franklin D. Roosevelt con su slogan de "la política del buen vecino". Las Conferencias Interamericanas de La Habana en 1928, de Montevideo en 1933 y de Buenos Aires en 1936, son consecuencia de esta estrategia norteamericana. Wilson se convirtió desde un principio en el líder de la oposición radical a la influencia de la revolución rusa en el mundo, no solamente en Asia, sino también en América Latina (20). Tanto Wilson, como Hoover y Roosevelt abrigaron la preocupación de modificar la imagen de la intervención militar y mitigar la reacción que la política del "gran garrote" había acarreado contra Estados Unidos. Sobre esta base se propusieron obtener una serie de objetivos a corto y largo plazo, objetivos que determinan el rumbo de su política imperialista: 1) Prosperidad y estabilidad doméstica e internacional; 2) una estructura política exterior conducente a estimular el comercio y la inversión norteamericana; 3) una ideología global compatible con los "ideales" políticos norteamericanos; 4) establecimiento de la supremacía norteamericana en América Latina sobre los tradicionales rivales europeos y sobre los nuevos rivales asiáticos (21). La definición de estas metas obtuvieron una respuesta preliminar, pero definitiva, por parte de los países latinoamericanos en la Conferencia de Montevideo de 1933, durante la cual el Secretario de Estado de Franklin D. Roosevelt. Cordell Hull, expuso los instrumentos inmediatos que adoptaría esta política. El voto de Colombia lo dio Alfonso López Pumarejo no sin antes sentar claramente su posición con estas palabras: "Los Estados Unidos están comenzando a seguir una orientación política y económica más conforme con los deseos y las conveniencias de todos los pueblos de América" (22). En esta forma, Estados Unidos trataba de sustituir la invasión militar para preservar su influencia y lograr su hegemonía mediante una política basada en la estabilidad, la organización y la asesoría internacional. Es lo que se ha denominado como la "modernización’’.

Los objetivos del imperialismo norteamericano y los objetivos de la oligarquía colombiana coinciden plenamente. Por una parte, se trataba de modernizar el país y, por otra, de contener la influencia comunista. La estrategia de la "modernización’’ va a servirle a los Estados Unidos para consolidar su posición económica en Colombia que era el principal objetivo ya desde Wilson. Y la oligarquía colombiana va a encontrar el medio de neutralizar por mucho tiempo las fuerzas revolucionarias o "socialistas" como eran denominadas en la década del veinte. Este papel de neutralizar las fuerzas revolucionarias le va a corresponder al partido liberal. Pero, en gran medida, va a coincidir con el papel "modernizador" de las administraciones liberales. Como reacción a la masacre cometida por el gobierno conservador en la huelga de las bananeras de 1928, Eduardo Santos escribía: "El liberalismo no será socialista, porque no puede serlo; porque renegaría de todos sus principios y de la razón misma de su existencia... Sin ceder nada en los principios, sin entrar en transacciones con el colectivismo, el liberalismo sí puede practicar una amplia política social, porque ella es también de la esencia de su programa... Para el desarrollo de este programa el partido liberal tiene que contar con el apoyo de los trabajadores. Ellos deben convencerse de que el paraíso soviético, que les han ofrecido los agitadores, ilusos los unos e interesados los otros, no lo conocerán sino en la muerte... El liberalismo no constituye, sin duda, el máximum de las aspiraciones obreras; pero es el único medio que el pueblo trabajador tiene de mejorar su condición" (23). Con las apreciaciones de Santos coincidía plenamente Alfonso López Pumarejo quien, para la misma época, proponía la audacia del partido liberal como arma capaz de contrarrestar la influencia entre las masas de Uribe Márquez, Torres Giraldo y María Cano que volvían sus ojos hacia el comunismo. Decía

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López: "No son pocos los liberales que piensan y sienten como los conservadores ante lo que ellos llaman la amenaza comunista. Un egoísmo estúpido puede llevarlos a oponerse juntos al desarrollo del socialismo, como en los años que siguieron al quinquenio de Reyes los llevó a combatir sin tregua ni descanso al partido republicano... María Cano nos ha colocado a usted y a mí, como a los otros liberales de Colombia, que probablemente alcanzamos a sumar medio centenar, en una posición muy desairada. Nosotros los liberales jamás nos habríamos atrevido a llevar al alma del pueblo la inconformidad con la miseria... El partido liberal está domesticado: limpio de ideas liberales, falto de arrestos para la lucha política, satisfecho con su porción de prebendas, a gusto en la condición de partido de minoría... Es imperativo que éstas ’(las colectividades políticas)’ cambien de rumbo, y particularmente, insistir en que el liberalismo haga un esfuerzo decidido y decisivo por reconquistar el favor del pueblo adoptando como principio de su acción el concepto democrático de que todos los ciudadanos deben tener iguales oportunidades y saber que las tienen, y encontrar en el Estado el mismo apoyo para aprovecharlas" (24). Tanto Wilson, como Hoover, pero principalmente Roosevelt, mantuvieron siempre la preocupación de que las empresas privadas norteamericanas se ajustaran a esta política de "reforma social" con la cual se comprometía el partido liberal y, en el transcurso de este período crucial para las relaciones norteamericanas, surgieron conflictos entre los gobiernos norteamericanos y los monopolios de ese país en el exterior por no ajustarse a esta política (25).

La preocupación modernizadora de los norteamericanos y de su gobierno tuvo una respuesta inmediata por parte de la oligarquía colombiana desde principios de siglo. El primero que responde directamente con programas y relaciones tendientes a poner en marcha la estrategia norteamericana es Rafael Reyes. Pero Reyes encuentra el gran obstáculo de las negociaciones sobre Panamá. Profundamente adicto a los Estados Unidos, antes de ser elegido Presidente de Colombia había declarado en su discurso de la Conferencia de México en 1901: "Los norteamericanos han contribuido a disipar, no sólo en nuestro continente, las tinieblas, sino en el mundo entero; ellos son un poder civilizador, y no hay por lo mismo que temerlos como conquistadores ni como expoliadores. Ellos han plantado el estandarte de la libertad y del progreso en Cuba, Puerto Rico y las Filipinas; ellos son la humanidad seleccionada". Nombrado por Marroquín para negociar en Panamá y Estados Unidos, declara al llegar a New York: "...estamos dispuestos a conceder los derechos del Canal a los Estados Unidos sin que éstos nos paguen un solo centavo". En estas condiciones Estados Unidos se muestra partidario fervoroso de la candidatura de Reyes y promete mostrarse deferente con nuestro país si él es elegido. Reyes fue íntimo amigo de William Nelson Cromwell, representante de la Compañía del Canal y negociador (mejor, intrigante) del gobierno norteamericano tanto en Panamá como en Colombia, del tratado Herrán-Hay. Desde 1899 ya estaban negociando Reyes y Cromwell cómo hacer el negocio del Canal. La principal inquietud de Reyes fue siempre la de negociar a toda costa con Estados Unidos para poder abrirle las puertas del país. Con esa misión nombra a un liberal Diego Mendoza para que adelante las conversaciones en Washington como su embajador. Ni Roosevelt ni Hay, su Secretario de Estado, lo reciben, porque Mendoza acusa a Estados Unidos de fomentar la revolución que ocasionó la separación de Panamá. Mendoza renuncia el 14 de agosto de 1906 y pide la ruptura de relaciones. Reyes como respuesta lo declara traidor a la patria y el Ministro de Justicia lo cita a juicio por traición (26). Reyes ve frustradas sus inquietudes modernizadoras al no poder negociar con Estados Unidos. Pero Marco Fidel Suárez da pasos más firmes, participando en las negociaciones del Tratado sobre Panamá que fue firmado en 1914,

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pero ratificado solamente en 1922. El es el autor de la famosa teoría pronorteamericana del "respice Polum’’, mirar hacia la estrella polar, volver los ojos hacia los Estados Unidos para salvar al país. Dice Suárez: "La fórmula ’respice Polum’ que me he atrevido a repetir para encarecer la necesidad de mirar hacia el poderoso norte en nuestros votos de prosperidad, deseando que la América Latina y la América Sajona armonicen en justicia e intereses, es una verdad que se impone por su claridad y necesidad" (27) ».

El general Pedro Nel Ospina, firme sostenedor de los principios de Suárez es quien, finalmente, pone en marcha los principios de modernización por vía del endeudamiento externo y lanza al país a lo que se ha llamado "la danza de los millones". En su discurso de posesión Ospina exponía claramente su estrategia para industrializar el país: "Para el desarrollo de nuestro surgimiento económico, cuyas bases son tan extensas, será necesario disponer de recursos que no se encontrarán a nuestro alcance sino en virtud de compromisos que afectarían no sólo nuestra generación, sino las venideras, que son, a la verdad, las que se beneficiarán plenamente de nuestro empeño. Puedo afirmar con íntima satisfacción en relación con este tema, que Colombia es hoy considerada por los dirigentes de las grandes instituciones en cuyas manos están las finanzas internacionales del mundo, como país destinado a envidiable porvenir y merecedor de especiales consideraciones" (28). Como producto de esta política de modernización por endeudamiento, los banqueros inversionistas norteamericanos tenían en sus manos la, para esa época, "fabulosa suma de 172 millones de dólares en bonos del gobierno y tenían inversiones directas por 132 millones de dólares: Esto hacia finales de la década del treinta (29). La deuda externa creció solamente entre 1927 y 1928 un 200% y alcanzó la suma de 215 millones de dólares.

En este proceso de endeudamiento, la figura clave para mantener las relaciones con los banqueros norteamericanos fue Enrique Olaya Herrera primer presidente liberal de este siglo, embajador de Colombia en Washington de tres gobiernos conservadores, el de Jorge Holguín, el de Pedro Nel Ospina y el de Abadía Méndez. Además, como intermediario permanente de la política norteamericana en Colombia, había sido Ministro de Relaciones Exteriores de Reyes y Suárez y había abanderado la posición de la Estrella Polar de este último. En su campaña electoral Olaya trazó toda la política de entrega a los Estados Unidos en la forma más clara. Todo su programa de gobierno se orientó a darle garantías a los financistas norteamericanos para que otorgaran todo el crédito a Colombia. Es necesaria, decía Olaya en su conferencia del Jockey Club en 1930, "una acción gubernativa que borre la impresión de que existe entre nosotros una hostilidad hacia el capital extranjero y muy especialmente hacia el capital norteamericano. Es necesario despejar el ambiente y dejar una impresión clara y precisa, no sólo de que tal hostilidad no existe, sino de que tal capital es bienvenido al país; que él encuentra y encontrará entre nosotros seguridad, protección y que estamos dispuestos a estimularlo en condiciones de equidad... Si esto no se hace en forma que cambie el espíritu existente hoy entre las grandes instituciones financieras de los Estados Unidos, tendremos un segundo factor de desconfianza, cuyas consecuencias serán de la mayor seriedad para el futuro inmediato de la vida económica del país" (30). Cuando Alfonso López Pumarejo tiene que enfrentarse a una renegociación de la deuda externa con Estados Unidos, adelantar las negociaciones para la legislación petrolera y para la firma del Tratado de Comercio, llama a Olaya Herrera como Ministro de Relaciones Exteriores, no sin que antes éste le hubiera condicionado su aceptación a la concesión de los puntos exigidos por Estados Unidos (31). Es tan notoria la entrega de Olaya al

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imperialismo norteamericano que le permite a Laureano Gómez iniciarle un juicio de responsabilidades en 1933 incluyendo este tema entre sus acusaciones, después de renunciar a su embajada en Berlín, con un tono nacionalista de sabor pro germano. En esta forma se definía entre 1920 y 1940 el carácter de la "modernización" del país por el camino de la dominación imperialista canalizada por el endeudamiento externo, la política petrolera y los tratados de comercio con Estados Unidos. Tanto los gobiernos conservadores como los liberales coinciden plenamente en este punto fundamental. Ya no se vuelve a hablar de los objetivos de la revolución democrática que era el otro camino abierto para la "modernización". El futuro del país queda así plenamente definido por el partido conservador y el partido liberal en el poder. Esta definición es lo que, en la práctica, señala el carácter de toda la historia de Colombia en el siglo XX.

3. La hegemonía comercial norteamericana

La política del "buen vecino" auspiciada por Hoover e institucionalizada por Roosevelt contó con tres instrumentos fundamentales que se convirtieron en la clave para la dominación imperialista sobre Colombia: El programa de los Tratados Recíprocos de Comercio, el Banco de Exportación e Importación y el Consejo de Protección de los Tenedores de Bonos Extranjeros (32). El primero de estos instrumentos obedece a la política de expansión comercial que adopta Estados Unidos después de la primera guerra mundial tendiente a desplazar a las potencias europeas, pero que se convierte en un elemento esencial de la recuperación económica norteamericana después de la crisis del treinta. Los otros dos instrumentos buscan la expansión de la inversión indirecta a través de la colocación de crédito, especialmente en los países atrasados, y la garantía del pago de la deuda externa que ésta conlleva. En último término, son instrumentos indispensables y complementarios de la expansión imperialista, los cuales se realimentan mutuamente. Toda esta estrategia, hecha extensiva para América Latina, irá surtiendo sus efectos a corto, mediano y largo plazo, obtendrá grandes éxitos y sufrirá retrocesos, encontrará grandes dificultades en ocasiones, pero se mantendrá inmodificable en su objetivo de controlar económicamente para preservar sus zonas de influencia, consolidar su posición mundial y defender la seguridad hemisférica como condición de estabilidad, no importa que cambien sus instrumentos de tiempo en tiempo. Las dos décadas que median entre la primera y la segunda guerra mundial consolidan la posición de Estados Unidos en Colombia y ponen las bases de su dominio sobre la economía. El control definitivo que ejercerá Estados Unidos sobre la economía colombiana no se dará sino hasta después de la segunda guerra mundial. La pérdida de la independencia a manos del imperialismo norteamericano no fue un hecho súbito, sino que obedeció a un proceso iniciado antes del robo del Canal de Panamá con fenómenos como el establecimiento en la década de 1890 de lo que se convertirá más tarde en la United Fruit Company. Si bien es cierto que el robo de Panamá constituyó un atentado contra la soberanía nacional y la indemnización negociada por la oligarquía liberal-conservadora representó el precio recibido por la entrega de Panamá al imperialismo, no fue un factor que definiera el control de Estados Unidos sobre la economía colombiana. La industria norteamericana del banano en el Magdalena o la industria petrolera en los Santanderes también representan atentados contra la soberanía nacional, pero no determinaron de un momento a otro la pérdida de la independencia. Fue necesario que se dieran otros fenómenos, especialmente el del control de los recursos del Estado a través del endeudamiento externo y de la sumisión de los gobernantes, para que este control imperialista se hiciera efectivo. En este proceso, la etapa vivida por el país entre 1920 y 1945 define que Colombia haya adoptado la estrategia de la "modernización" sin

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independencia económica, en lugar de haberlo hecho por el camino de la revolución democrática y de la independencia nacional.

Entre 1928 y 1929 toda la diplomacia norteamericana se orienta a la obtención de un Tratado de Comercio con Colombia. La negociación y la ratificación de este Tratado durará hasta 1935, año en que López Pumarejo lo firme y el Congreso lo ratifique (33). El Tratado de Colombia será el primero de los firmados en América Latina por Estados Unidos, parte de un programa continental de Tratados de Comercio a que ya se ha hecho mención. Este programa obedecía a una estrategia detenidamente planeada, cuyos objetivos pueden reducirse a tres: 1) Estimular la exportación para reducir los efectos de la superproducción y, por consiguiente, de la crisis económica; 2) desplazar la competencia europea y japonesa de América Latina y asegurar la hegemonía en esta parte del mundo; 3) apoderarse, en esta forma, de un amplio mercado de capitales de inversión directa e indirecta, con la cual se garantizará el control económico de la región.

En Colombia este proceso de los Tratados de Comercio pasó por tres etapas. Primera, las negociaciones que siguieron al conflicto producido en Colombia por la legislación proteccionista de Estados unidos como efecto del Acto Legislativo Smoot-Hawley del Congreso Norteamericano de 1930, y la tendencia proteccionista en Colombia durante los últimos años de la administración Abadía y los primeros años de la administración Olaya. En 1926 la misión suiza Haussermann propuso la liberación de aranceles aduaneros, pero los industriales se opusieron e impulsaron una política proteccionista. No fueron eficaces los oficios del embajador Jefferson Caffery para convencer a Abadía y a Olaya de los objetivos más generales del gobierno norteamericano. Olaya, por ejemplo, subió las tarifas para la importación de azúcar con el objeto de favorecer intereses particulares de inversionistas norteamericanos que acababan de comprometer dos millones de dólares en la incipiente industria azucarera colombiana (34). Lo mismo sucede con la harina, porque el 90% de la producción harinera del país estaba controlada, en ese momento, por empresas norteamericanas (35). En esta etapa Estados Unidos no logra obtener sus objetivos de largo alcance, pero hacia 1933 comienza a negociar tratados en Brasil, Cuba, Argentina y Colombia, por lo menos.

Segunda, la negociación y la firma del Tratado Recíproco de Comercio, sin que se logre su ratificación en ninguno de los dos Congresos. La responsabilidad de la negociación recae sobre el gobierno de Olaya, el cual nombra como sus representantes a dos conservadores y a un liberal, este último, Miguel López Pumarejo, hermano de Alfonso López y vocero de los cafeteros que defendían ante todo las más amplias concesiones con tal de que se les asegurara la libre exportación a los Estados unidos, y ante la obsecuencia de Olaya para con sus amigos norteamericanos, los industriales levantan una furiosa oposición en el seno mismo de la comisión negociadora y por la prensa. Estos defendían la incipiente industria colombiana. A pesar de la oposición de los industriales y de parte de la prensa liberal, de las contradicciones entre el Ministro de Relaciones, conservador, y su embajador en Washington, liberal, el gobierno firma el Tratado el 15 de diciembre de 1933, e inmediatamente desaparece toda la oposición de los liberales, dirigidos por Olaya desde la presidencia y por Santos desde la política liberal. Sin embargo, el Congreso Norteamericano se opuso a la ratificación por considerar que no garantizaba suficientemente los intereses de los hombres de negocios norteamericanos. Tampoco lo hizo el Congreso colombiano por conflictos partidarios de política parlamentaria.

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Tercera, una nueva negociación del Tratado, la firma de López Pumarejo y la ratificación por el Congreso. Ante el aparente fracaso del programa de Tratados Recíprocos de Comercio, el gobierno de Roosevelt modifica los Actos Legislativos de 1922 y 1930, le da bases institucionales a la reciprocidad, introduce reformas en las relaciones de la empresa privada y el gobierno para impulsar el capitalismo de Estado, y establece la dirección de la inversión norteamericana en el exterior por el gobierno. En esta perspectiva, se abren de nuevo las negociaciones. El gobierno de López nombra a Olaya Ministro de Relaciones y al hermano del presidente como embajador en Washington. En octubre de 1935 el gobierno norteamericano publica el Tratado e inmediatamente recibe el apoyo de los hombres de negocios y de la prensa. Los conservadores se oponen furiosamente al Tratado, movidos por su oposición radical al gobierno de López y por su inclinación clara hacia los intereses germanos en franca competencia con los Estados Unidos. El partido comunista se opone al Tratado y propone una moción de rechazo en el Concejo de Bogotá que es derrotada. En el Congreso la aprobación se tramita rápidamente, ante la ausencia de los conservadores y ante la debilidad del sector liberal de Antioquia que representaba los intereses industriales en desarrollo. El senador Héctor José Vargas de Boyacá deja la siguiente constancia: "Voto a favor del Tratado con los Estados Unidos porque considero que, al aceptar el punto de vista de su nueva política comercia], haciéndole importantes concesiones sin haber obtenido ninguna excepto la confirmación de nuestro actual estado de cosas, les damos la mejor prueba de nuestro sincero deseo de cooperar con el reestablecimiento del equilibrio y del ritmo de nuestro intercambio comercial..." (36). El gobierno de López Pumarejo le daba a los norteamericanos concesiones en casi doscientos renglones y más de quinientos productos, mientras los norteamericanos no nos daban concesiones sino en once renglones y unos treinta productos, tales como bálsamo de Tolú, ipecacuana o semillas de ricino. Pero, además, el gobierno de López incluyó productos agrícolas producidos en el país o que podían producirse en él, lo mismo que productos industriales que salían de la incipiente industria nacional, como calzado, impresos, telas de algodón crudo, frazadas de algodón, ropa interior de tela de algodón y lino para hombres, mujeres y niños, tejidos de punto y muchos más (37). De esta manera, hace entrega de los intereses de la agricultura colombiana, da un golpe al proceso de industrialización, abre el campo a todo tipo de productos que compiten con los nacionales, acepta condiciones sobre la administración pública consagradas en el Tratado, no obtiene beneficios para la economía colombiana con excepción de la seguridad de la exportación cafetera. En realidad, López se pliega totalmente a la política norteamericana exclusivamente con la perspectiva de favorecer a los cafeteros. Desde entonces, la política económica del gobierno de López en el terreno comercial, se orienta a darle todas las garantías a la estrategia hegemónica de los Estados Unidos en Colombia. El embajador norteamericano William Dawson decía en octubre de 1937: "No hay duda de que la política comercial del gobierno colombiano tiende definitivamente a ponerse de acuerdo con los propósitos básicos y los objetivos del programa de acuerdos comerciales de los Estados Unidos" (38). La firma del Tratado Reciproco de Comercio le da a los Estados Unidos, en contra de Alemania y Japón, y en contra de los intereses nacionales, la última garantía de tipo económico necesaria para la dominación imperialista. El gobierno liberal de Olaya prepara el camino, el gobierno liberal de López consagra la entrega.

4. El capital financiero norteamericano se toma a Colombia

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La historia del endeudamiento externo de Colombia durante los veinte años que median entre las dos guerras mundiales señala el establecimiento definitivo del poder financiero norteamericano con sus consecuencias de dominación imperialista. Desde el punto de vista de la oligarquía colombiana liberal conservadora fue la decisión de modernizar el país a través de la entrega de su economía. Esta vía del endeudamiento externo para el "progreso" colombiano fue escogida como resultado de una mezcla de intereses que pueden resumirse así: 1) renuncia a llevar a cabo las reformas sociales necesarias que exigía una economía atrasada, un régimen terrateniente dominante y una escasez de capital agobiante; 2) perspectivas de un enriquecimiento rápido que presentaba el flujo de capitales enormes norteamericanos y la construcción de obras de infraestructura a todo lo largo y ancho del país. Antes y después de la Convención de Ibagué en 1922, el partido liberal se trabó en una polémica interna sobre la cooperación con el gobierno conservador del general Ospina, uno de cuyos puntos esenciales tenia que ver con el endeudamiento externo del país. Esta polémica ilustra en forma elocuente los dos aspectos que incluían los intereses en juego. Los editoriales de El Espectador, dirigido por don Luis Cano y de El Diario Nacional, dirigido por Alfonso López Pumarejo dejan en claro los intereses liberales. Por supuesto, la iniciativa de la estrategia modernizante por endeudamiento externo había sido definida por el gobierno conservador del general Ospina, lo cual colocaba al partido liberal contra la pared. López Pumarejo se adelantaba a las objeciones de que el partido liberal estuviera contra las inversiones extranjeras y fustigaba a su mismo partido: "Esa idiosincrasia nuestra es quizás la primera causante del atraso material del país y la única explicación que podemos encontrar al hecho de que mientras otros países inferiores que Colombia en capacidad financiera, en población y potencialidades, impulsan y acometen obras de progreso con ayuda del capital extranjero, aquí no se logra contratar un empréstito y seguimos viviendo al margen de la vida económica del mundo, como rodeados moralmente por una muralla china, por la muralla de la desconfianza y temor al oro extranjero,..". Y señala que tenemos que acudir cuanto antes a Wall Street, antes de que se disminuya el auge financiero norteamericano o se canalicen hacia otra parte y añade: "Si esto se realiza habremos perdido totalmente la oportunidad de impulsar el progreso nacional con la vinculación de capitales extranjeros" (39).

Don Luis Cano le replica a López sus argumentos sobre la necesidad del capital extranjero y la necesidad de colaborar con el gobierno y dice: "No puede acusarse con razón al liberalismo ni a ninguno de los matices de él, como enemigo del progreso nacional, como adversario de la introducción de capitales extranjeros, o como empeñado en suscitar dificultades para el desarrollo de las grandes obras que deben transformar el aspecto económico de la nación... No ha surgido hasta el presente un solo proyecto de empréstito conseguido en condiciones prudentes y decorosas, ni una propuesta para la construcción de vías férreas, o para la apertura de carreteras, o para la canalización de ríos, que no haya contado desde sus primeros pasos con nuestra cordial y efectiva cooperación... Nos hemos esforzado como pocos en hacerle buena atmósfera al capital extraño; en atraerlo, en contribuir a que halle en Colombia las necesarias garantías..." (40). Pero, como línea dura del liberalismo de entonces, añadía su fórmula para mantener la independencia nacional, fórmula romántica e inútil: "Consideramos que no podemos ir dignamente y sin peligros al encuentro de los financistas y de los grandes industriales extranjeros, que naturalmente buscan en primer término su beneficio y sólo secundariamente el nuestro, sino después de robustecer la unidad intelectual, moral y económica para que resista el embate de los intereses no vinculados por el corazón a la estabilidad independiente de la patria... Amigos por convicción del

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capital extranjero, sin cuya colaboración el desenvolvimiento nacional demoraría largos años, no creemos conveniente ese nuevo lirismo mercantilista que hace aparecer a los países en éxtasis místico ante el becerro de oro, ni juzgamos tampoco que Colombia pueda acoger indistintamente cuantas instituciones se le dejen oír en materia de préstamos, concesiones o enajenaciones de bienes y riquezas cuya potencialidad próxima supera muchas veces a su valor actual, aparentemente crecido..." (41).

El señor Cano se oponía a la cooperación incondicional con el gobierno conservador, mientras López y Santos la patrocinaban, en un momento en que la fiebre de los empréstitos recorría el país. Para oponerse a esta cooperación decía: "Nosotros hemos visto perdidos ya para el país sus grandes depósitos de oro blanco, enajenada a una entidad la bahía de Cartagena y vinculada fatalmente a los banqueros de los Estados Unidos la red de vías públicas con que sueña el país, sin que hayan sido suficientes a evitarlo los pobres alaridos de un patriotismo candido y fervoroso..." (42). López tuvo que responderle violentamente por su oposición a la cooperación con el gobierno conservador, a lo que replicó don Luis: "He dicho que desde hace más de un año viene girando fatalmente la política nacional alrededor de vastos planes financieros, que en su desarrollo tiende a crearle al país una peligrosa situación de dependencia con relación a los Estados Unidos... Lo he dicho con franqueza en la Cámara, en el periódico y en Asambleas del partido... ¿Tengo que agregar a esas declaraciones públicas la nómina exacta de los ciudadanos nacionales y extranjeros a quienes creo interesados en todas las explotaciones petrolíferas y negocios de empréstitos, de ferrocarriles, de oleoductos, de muelles y de faros? No acabaría. Ni de la simple publicación de esos nombres que a usted y a mí nos son familiares podría deducirse otra cosa que la existencia de un estado de descomposición social, que a nadie se oculta y que no permite establecer responsabilidades individuales, sino en cada caso concreto..." (43).

La corrupción, el peculado, la descomposición social estimulada por los millones norteamericanos y los contratos con las compañías extranjeras, el peligro en que se ponía la soberanía nacional, todas las denuncias de Cano contra López por la inclinación de éste a vincularse al gobierno del general Ospina, no son suficientes para clarificarle al señor Cano que el capital extranjero, en las condiciones de Colombia significaba precisamente lo mismo que él denunciaba, la entrega de la independencia nacional al capital norteamericano y la pérdida de la soberanía nacional. Era que el partido liberal, para esa época, había perdido ya por completo el objetivo de la revolución democrática y su decisión de luchar por culminarla. López Pumarejo, quizás más que ningún otro liberal, auspiciaba esta política de "modernización" por endeudamiento, como lo hacia la inmensa mayoría de su partido. En su polémica con Cano, López se queja de que Colombia hubiera desaprovechado las oportunidades de endeudamiento de 1919 y de que ahora, en 1922, fuera a pasar lo mismo, cuando existía en Estados Unidos tanto capital sobrante. Y criticaba al partido conservador por haber sido renuente a recibir de inmediato los dólares norteamericanos de la indemnización: "Los colombianos somos sin saberlo enemigos irrevocables del capital extranjero en todas las formas consideradas aceptables por el mundo civilizado. Comprendemos muy bien que sin su ayuda no podemos prosperar, lo invitamos a prestárnosla por todos los medios imaginables, pero tan pronto como hace acto de presencia entre nosotros, nos ponemos todos de pie para rechazarlo, ya sea que venga a desarrollar nuestras vías de comunicación, o a fomentar el crédito o satisfacer necesidades de orden fiscal..." (44).

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Seis meses antes había expresado en un editorial de su periódico conceptos mucho más claros aún sobre el endeudamiento externo: "Económicamente Colombia debe brindar con espíritu amplio sus grandes e inexplorados campos de riqueza al trabajo y al capital estadounidense, cuya cooperación en forma leal y equitativa, abre para nuestro país horizontes halagüeños de bienestar y prosperidad" (45). Era la conclusión de López a la firma del Tratado sobre Panamá que, según él, "es la puerta abierta de un nuevo periodo que ha de estar señalado con una acción sincera, inteligente e intensa para unificar y desarrollar los intereses colombianos con los de los Estados Unidos" (46). Mientras la oligarquía conservadora "modernizante" representada por Ospina adelantaba la política de endeudamiento, la oligarquía liberal deliraba ante la expectativa de la millonaria invasión norteamericana a Colombia, de la que le vendrían pingües beneficios a corto y a largo plazo. El partido liberal comprendería más rápidamente, bajo la dirección de López, que la estrategia modernizadora del imperialismo norteamericano le abriría las puertas del poder del Estado, pero el partido conservador llegaría también a asimilar más tarde esta estrategia y, entonces, desataría una lucha sin tregua por el poder que conducirá a una ineludible alianza para repartirse los beneficios del endeudamiento. Será la relación con el imperialismo la piedra de toque para la lucha y la alianza de los partidos en este siglo.

Si desde el punto de vista del comercio, la estrategia norteamericana se orientó a obtener tratados que liberaran los aranceles para los productos agrícolas e industriales de su país y a controlar la comercialización de los productos europeos, desde el punto de vista financiero sus objetivos fueron mucho más ambiciosos. Estados Unidos necesitaba, por una parte, garantizar de alguna manera el pago de la deuda y, por otra parte, hacer rentables sus inversiones. Como lo captaba muy bien Alfonso López, el capital de los préstamos norteamericanos era el capital sobrante de su economía y, por tanto, era capital que podría ser colocado en condiciones diferentes a las utilizadas en el país de origen, por ejemplo, a bajos intereses y a largo plazo. Pero ese capital debería ser rentable y para ello era necesario transformar las economías feudales de América Latina en forma tal que se adecuaran a los intereses de la inversión directa e indirecta de los Estados Unidos. La preocupación central del gobierno de Hoover y de los gobiernos sucesivos de Franklin D. Roosevelt consistió en asegurarse estos objetivos. En esta forma el imperialismo norteamericano que se abría campo en el mundo y, especialmente, en América Latina, se presentaba con una imagen de progreso, de adelanto técnico y de impulso a las obras de industrialización de los países atrasados del hemisferio. Estados Unidos utilizó dos instrumentos fundamentales para lograr esa modernización de acuerdo a sus intereses, el impulso de las obras públicas tendientes al establecimiento de una red de ferrocarriles, carreteras, plantas eléctricas, acueductos y demás servicios, necesarios para el establecimiento de la industria, en primera instancia, y la reforma de la administración del Estado hacia el establecimiento de un sistema bancario, un sistema fiscal, un sistema monetario, un sistema laboral y un sistema constitucional que abriera campo al capitalismo de Estado. La diplomacia norteamericana, después del Tratado Urrutia-Thompson de 1922, se dirigió a controlar la orientación de los préstamos al Estado y a los departamentos y municipios y a exigir las condiciones que le garantizaran con reformas del Estado el pago de la deuda (47). Pero la preocupación central tanto de los banqueros privados como del gobierno norteamericano fue desde el principio de este gran endeudamiento la garantía de pago de la deuda, no obstante que todos los préstamos eran hipotecarios, bien sobre las rentas departamentales o nacionales, bien sobre propiedades públicas que hubieran podido ser tomadas por los prestamistas (48).

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El endeudamiento de Colombia con Estados Unidos entre 1922 y 1928 es un hecho histórico que determina el futuro del país. Los prestamistas norteamericanos condicionan sus dólares a la construcción de obras públicas. No hay un solo empréstito en esta época que no sea dirigido con ese propósito (49). Toda la política regional empieza a girar alrededor de la consecución de nuevos empréstitos. La rebatiña por los dólares norteamericanos se convierte en el centro de la pugna partidaria en departamentos y municipios. Fred Rippy enumera cuarenta y ocho préstamos por un total de doscientos treinta y cinco millones, de los cuales 21 millones correspondían a préstamos de bancos hipotecarios sin respaldo del gobierno y 2 millones a compañías petroleras y mineras (50). Como ya hemos dicho el total de dólares invertido en obras públicas en Colombia en forma de papeles de valores públicos ascendía a 170 millones. El caos producido por este flujo de capital y por la fiebre de construcción de obras públicas fue tal que el gobierno de los Estados Unidos exigió al gobierno colombiano el establecimiento de una comisión supranacional para controlar la construcción de obras. Esta comisión fue exigida además por el gobierno británico, pero el ministro de Hacienda Esteban Jaramillo, presentado siempre en los documentos norteamericanos como defensor de sus intereses, se opuso a la injerencia de los británicos. Sin embargo, la comisión fue establecida con tres extranjeros y dos colombianos, repartidos los extranjeros entre Estados Unidos, Inglaterra y Bélgica. Tanto Esteban Jaramillo como el Ministro de Obras renunciaron por no haberse aceptado la fórmula norteamericana. El proceso de esta negociación llevó a un funcionario de la embajada norteamericana a exclamar: "Los americanos casi se tragan entera a Colombia..." (51). La presión británica sobre el gobierno colombiano era el fruto de las inquietudes de embajador, cuyas apreciaciones dan una imagen aproximada de la situación caótica de los programas de construcción de los gobiernos de Ospina y Abadía: "La distribución de las rutas de ferrocarriles y vías se ha convertido en el deporte de la política local; un plan de arterias de transporte ha dado paso a una mera mezcla confusa de obras desconectadas e improductivas de muy dudoso valor y altos costos" (52).

Para lograr resolver ese que se había convertido en el problema central, el de la inseguridad de la deuda externa de Colombia que tenía su raíz en la poca capacidad de endeudamiento del país y en su obsoleta estructura administrativa, el gobierno norteamericano envía en dos ocasiones la misión Kemmerer (1923, 1930), como lo hace con otros países que están cayendo bajo su hegemonía (Guatemala, Chile, Bolivia, China, Perú) y con sus colonias (Puerto Rico y Filipinas) (53); el First Natíonal Bank le exige al gobierno colombiano reformas substanciales al embriónico sistema financiero del país; la Secretaria de Comercio publica la famosa Circular Especial de James C. Corliss en 1928 titulada Latín American Budgets con análisis y exigencias precisas; los prestamistas norteamericanos forman en asocio con el gobierno la renombrada Foreign Bondholders’ Protective Council, Inc.; y toda la diplomacia norteamericana en Bogotá presiona por reformas de todo tipo orientadas a obtener recursos para el pago de la deuda externa. Las reformas propuestas por Kemmerer que, en esencia, constituirán la condición del crédito norteamericano, formalizaban la modernización del sistema financiero y establecían las bases de un sistema estatal centralizado firme. Un sistema financiero en un país como Colombia exigía la centralización en manos del Estado de tal forma que éste tuviera capacidad de garantizar los compromisos adquiridos interna y externamente, por una parte, y un sistema bancario extendido por todo el país que le diera una adecuada canalización a los recursos obtenidos por medio de los empréstitos. Como una prueba del carácter de la misión resalta el hecho de que las acciones de los bancos se triplicaron en el país después de su primera venida, entre 1924 y 1928. Era

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completamente claro que la palanca de la modernización impuesta por el imperialismo en toda América Latina y, de una manera concreta, en Colombia, era el sector financiero, único capaz de garantizarle la necesidad de exportación de capital y de rendirle los beneficios esperados. Hasta ese momento la Banca colombiana no era más que un rezago del sistema capitalista del siglo diecinueve, en donde el papel de los bancos no pasaba de ser el de un intermediario y no el de centro y motor de la economía. Más atrasado todavía se encontraba el sistema financiero del Estado, carente como estaba de un sistema de presupuesto nacional, sin un aparato adecuado de impuestos y sin los recursos económicos y administrativos para dirigir la economía. Tanto el sistema financiero como la centralización de la economía en manos del Estado sobre bases financieras, no llegará a tomar fuerza sino hasta la década del cincuenta y no logrará su pleno desarrollo sino hasta la década del sesenta. Pero la estrategia del imperialismo estaba clara. El desarrollo del país tenía que darse basado en un sector financiero altamente refinado y eficiente.

Todos los gobiernos, sin excepción ninguna, que van a seguir a la primera misión Kemmerer, pondrán como primer objetivo de su administración, el fortalecimiento, consolidación y desarrollo de estas dos reformas: impulso del sector financiero y establecimiento del capitalismo de Estado. El tercer punto del programa de gobierno presentado por Olaya Herrera en la campaña de 1930 resume perfectamente la respuesta de la oligarquía liberal conservadora a las exigencias del imperialismo. Decía Olaya: "Es indispensable que procedamos a desarrollar un conjunto de medidas que lleven a los medios financieros del exterior, en particular a los medios financieros de los Estados Unidos, la persuasión de que vamos a desarrollar una política financiera de orden y economía, un plan de obras públicas prudente y bien pensado, de acuerdo con los consejos que los técnicos en la materia han dado y los que puedan dar al gobierno nacional, a nuestros departamentos y a nuestros municipios. La impresión actual hoy en los Estados Unidos, es la de que manejamos nuestros negocios con incompetencia, nuestras finanzas imprudentemente y que subordinamos al juego de la política la gerencia de los grandes intereses que son el eje de nuestra producción, de nuestra propiedad" (54). Es así como Colombia adopta la estrategia de desarrollo del imperialismo, la que le conviene a esos intereses de exportación de capital, la que se orienta consecuencialmente a garantizar el pago de la deuda externa, la que produce un estimulo constante a la importación de capitales, la que genera irremisiblemente toda la economía de monopolio, la que se adecúa con perfección a un sistema financiero internacional que va a generalizarse después de la segunda guerra mundial. Esta estrategia de desarrollo adoptada por la oligarquía liberal conservadora que controla el país no es complementaria sino sustitutiva de la otra alternativa posible que hemos definido como la estrategia de desarrollo por vía de la revolución democrática que tiene como condición esencial e insustituible la liquidación del régimen terrateniente y el impulso autónomo de la agricultura.

5. La "modernización" imperialista y sus consecuencias

Los teóricos imperialistas del desarrollo económico y político resumieron estas experiencias adquiridas en los países de América Latina y de Asia entre los años 1910 a 1940 para elaborar toda una refinada concepción sobre la modernización, cuyas bases se encuentran ya en el sociólogo alemán Max Weber con su dicotomía "tradicional-moderno’’ y su concepto fundamental de racionalidad económica y centralización política (55). En este sentido Max Weber es el ideólogo inspirador de la estrategia

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imperialista del desarrollo que sistematizará un sociólogo norteamericano, Talcott Parsons, cuya guía metodológica consistirá en la capacidad comparativa de los sistemas basados en cinco dicotomías: afectividad-neutralidad afectiva; orientación por los intereses individuales-orientación por las exigencias de una colectividad; particularismo-universalismo; ineficiencia-eficiencia; difusividad-especificidad (56). La aplicación de estas variables darían la medida del grado de modernidad y de los objetivos de modernización que deberían imponerse. En el terreno económico, las teorías del desarrollo económico guardan una afinidad con las teorías de la modernización, especialmente cuando se consideran como teoría de las etapas o cuando se concibe el desarrollo económico en íntima relación con el cambio social y político (57). El mejor resumen de estas concepciones del desarrollo es el Informe a la Comisión de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, editado por Max Millikan y Donaid Blackmer en 1961, sobre "el cambio económico, político y social en los países subdesarrollados y sus implicaciones para las políticas de los Estados Unidos". Lo que el informe defiende es que en los países atrasados deben darse una serie de cambios fundamentales para que puedan salir del subdesarrollo, cambios que consisten en la adaptación de los recursos, técnicas e instituciones de los países imperialistas del mundo o "desarrollados", como ellos los llaman (58). Para obtener este cambio el factor esencial es la inversión de capital que los países subdesarrollados no tienen y que, por tanto, deben obtener a través de la "ayuda externa" (59). El informe orienta, desde este punto de vista, la estrategia de exportación de capital que debe adoptar el gobierno norteamericano y los demás países "desarrollados" del mundo capitalista. Una serie de interpretaciones y desarrollos de las teorías de Weber y Parsons ha dado origen a toda una sociología de Estado, concebida como absolutamente necesaria para el acelerado desarrollo de lo que ellos llaman "los países en desarrollo". El más acabado estudio del desarrollo político es el de David Apter, cuyo punto de vista es que la democracia política no tiene capacidad para sacar del subdesarrollo a los países atrasados y que por tanto debe adoptarse el capitalismo de Estado como gobierno fuerte, eliminación de las libertades democráticas y centralización económica (60).

Los principios sociológicos de Max Weber han conducido, basándose en la experiencia que los países imperialistas han adquirido en el mundo subdesarrollado, a elaborar toda una estrategia consistente esencialmente, en trasladar a esos países la estructura vigente hoy en el mundo imperialista, impidiendo que se lleven a cabo las transformaciones fundamentales por las que, inclusive, todos esos países pasaron en los siglos XVIII y XIX. La base de todo ese traslado ’modernizador" ha sido el desarrollo del sector financiero que surgió en los países imperialistas como resultado de un exceso de capital, pero que se establece en los países atrasados sobre la base de su escasez de capital. La época vivida por Colombia entre 1920 y 1940 no es sino el establecimiento de esta estructura artificial, impuesta por las condiciones de la dominación imperialista norteamericana, pedida y aceptada por la oligarquía liberal conservadora. La estrategia de desarrollo por endeudamiento externo obedeció, como es natural, tanto a las necesidades mismas del país imperialista como a toda una concepción ideológica elaborada por los economistas y sociólogos del imperialismo. Las consecuencias para Colombia no pueden haber sido más graves.

El enorme endeudamiento de Colombia en la década de los años veinte, semejante al de casi toda América Latina, encontró al país sin una estructura suficiente capaz de responder por el pago de la deuda ya para principios de la década del treinta. Este fenómeno lo habían previsto los banqueros norteamericanos y, por consiguiente, el

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gobierno de Estados Unidos dirigió su diplomacia a la obtención de reformas que garantizaran el pago de los bonos o títulos colombianos. Al final de 1935, el 85% de los títulos colombianos colocados en Estados Unidos, base de la deuda externa, se encontraban sin respaldo alguno (61). Desde finales de 1928, el país no pagaba sus obligaciones con los Estados Unidos. Por esta razón el gobierno norteamericano presionó la elección de Olaya Herrera, confiado en las garantías que para resolver problemas tales como la negociación petrolera y el pago de la deuda había dado y ofrecido durante su permanencia como embajador en Washington. En una nota de Bert L. Hunt, agregado comercial de la embajada norteamericana en Bogotá, dirigida a Grosvenor Jones, jefe de la División de Finanzas e Inversiones del Departamento de Comercio, comentando la influencia de la Circular Especial de ese Departamento se dice: "Fue también su influencia (la de la Circular) lo que hizo posible la elección del doctor Olaya con todos los esperados beneficios para los Estados Unidos" (62). Sin embargo, los banqueros norteamericanos se negaron a dar los créditos necesarios a Olaya para salir del atolladero en que lo había puesto el endeudamiento de la década anterior, no obstante que Olaya, como presidente electo, había viajado a los Estados Unidos para entrevistarse con esos banqueros, recibido promesas de ellos y ofrecido todas las garantías (63). La situación es tan grave para Olaya que el mismo embajador Cafferey intercede ante el gobierno de Washington para que convenza a los banqueros de que disminuyan sus exigencias para los nuevos préstamos, porque de lo contrario Olaya puede caerse (64). Olaya, en su desesperación, llega hasta hipotecar las salinas del Banco de la República (65). Ante la decisión de Olaya de preferir a los banqueros norteamericanos, se forma en Colombia el Comité Ejecutivo Nacional de Deudores de Bancos Extranjeros, el cual le exige al gobierno de Olaya que conceda prioridad a las instituciones financieras colombianas sobre las norteamericanas. Pero, entre tanto, se forma un Comité semejante en Estados Unidos, de carácter mixto, al que ya hemos hecho referencia, que presiona al gobierno norteamericano en sentido contrario. El gobierno de Olaya, quien, entre otras cosas, se había lucrado electoralmente en su campaña del ataque a la United Fruit Company adelantado por algunos sectores de su partido, acude a esta misma empresa y obtiene de ella préstamos de emergencia (66). Con todo esto, Olaya no logra renegociar la deuda externa, problema que queda en manos de López. En esta forma, le toca a López afrontar negociaciones con Estados Unidos sobre tres puntos neurálgicos que comprometen el futuro del país: una legislación petrolera, el convenio de comercio y la deuda externa.

López Pumarejo ha sido presentado por toda la literatura histórica liberal y de izquierda como representante de la burguesía nacional progresista(67). Inclusive, el partido comunista formó en 1936 un Frente Popular Antiimperialista sobre la base del apoyo a López (68). Los hechos son contrarios totalmente a esta visión apologética del liberalismo de la época de López. López jamás tuvo una posición antiimperialista, ni defendió la industria nacional, ni adelantó las medidas que hubiera podido exigir la revolución democrática. Todo lo contrario. López modificó la legislación petrolera existente ante la presión de las compañías norteamericanas que controlaban la explotación de petróleo. Mediante la Ley 160 de 1936 López concedió mayores garantías a la inversión imperialista en el petróleo, estableció bases más firmes para los contratos con el objeto de dar mayores seguridades a la compañías inversionistas, modificó los requisitos para desarrollar tierras en manos de intereses privados en favor de la Texas, redujo los impuestos a las propiedades privadas de exploración, liberalizó los requisitos de las regalías favorables a los inversionistas norteamericanos, redujo las regalías para la producción de petróleo crudo con destino a exportación, declaró de

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utilidad pública las empresas petroleras para impedir los movimientos reivindicativos de los obreros, evadió el establecimiento de una empresa estatal colombiana para refinar el petróleo (69). López fue mucho más generoso con las compañías norteamericanas de lo que había sido Olaya, reconocido por el gobierno de los Estados Unidos como su amigo íntimo. En este sentido, lo que López hizo fue establecer reglas de juego precisas y modernas, garantizándole a los inversionistas norteamericanos todas las ventajas, pero fijando normas precisas a las que pudieran atenerse sin temores de ninguna especie. Por otra parte, en lo referente a la negociación de las relaciones comerciales, el tratado que López firma y cuya aprobación logra en el Congreso, concede, como hemos visto, todas las ventajas a los Estados Unidos, desprotegiendo la incipiente industria nacional en todos los campos, principalmente en confecciones, alimentos y otros renglones que comenzaban a desarrollarse o que tenían posibilidad de desarrollarse con inversión nacional (70). En ese momento el proteccionismo aduanero era una necesidad de la economía nacional en defensa de la industria. López entrega el comercio a las importaciones norteamericanas. El Tratado de Comercio de 1935 es un golpe a la industria nacional. El mercado colombiano fue inundado de productos norteamericanos y la importación de productos estipulados en la liberación de impuestos de aduana subió de 1935 a 1936 en un 102.0%. Punto aparte merece el golpe a la producción de tabaco, algodón, papa y otros productos agrícolas afectados por el Tratado, concesión hecha ante la presión norteamericana ahogada por los excedentes en estos renglones.

Frente al endeudamiento externo, López accede a renegociar con los Estados Unidos y a conceder las ventajas necesarias, aconsejado por su Contralor General Lleras Restrepo. Solamente la falta de apoyo en el Congreso, tomado por los santistas, en oposición a López, le impide llegar a términos concretos en este aspecto. Sin embargo, el embajador norteamericano informa a Washington que López está listo para aceptar un acuerdo, siempre y cuando se aísle del contexto político que vivía el país en ese momento, para no quedar públicamente comprometido. En realidad, López coincidía con el gobierno norteamericano en que era imposible seguir endeudándose mientras no se arreglara el pago de la deuda existente desde 1928 y no se dieran las reformas en el campo financiero, constitucional y laboral exigidas por la modernización del país (71). Roosevelt estaba contra el exceso de crédito al exterior, porque esto llevaba a conflictos políticos internacionales graves. Su Secretario de Estado, Morgenthau, por ejemplo, había amenazado al gobierno colombiano con tomar medidas semejantes a las que Estados Unidos había tomado en Centroamérica, si no se atendía el pago de la deuda externa. El senador Johnson había obtenido una ley impidiendo nuevos créditos a los países que no hubieran pagado la deuda existente. El relativo poco endeudamiento de López con Estados Unidos no proviene de su política antiimperialista, sino de la política del gobierno norteamericano de no extender más la deuda y a la decisión de los banqueros de ese país de no prestarle más dólares mientras no obtuviera del Congreso una aprobación de su acuerdo de renegociación. La táctica de López es igual a la de Roosevelt, presentarse demagógicamente como reformador social para neutralizar una izquierda ascendente, grandemente influida por la revolución rusa y su influencia en el mundo, con la diferencia de que Roosevelt opera para dominar el mundo y López para darle campo a la dominación. Randall ofrece este juicio sobre López: "Enfrentado a una gran depresión económica y a un creciente radicalismo político y económico del movimiento obrero, López viró hacia la izquierda en una forma muy semejante a como lo hizo Roosevelt. El programa doméstico de López tuvo un tono socialista, pero sus objetivos fueron no menos burgueses y capitalistas que el modelo americano hacia el cual siempre se volvió como guía" (72). López no tiene el estilo de Olaya ni de Santos

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de operar abiertamente en favor del imperialismo, como Franklin D. Roosevelt no posee la misma estrategia imperialista de Theodore Roosevelt, pero la eficacia de la nueva táctica y del nuevo estilo obtuvo mejores resultados.

El verdadero cambio de la historia colombiana entre el siglo XIX y el siglo XX se realiza en este período, durante el cual se define el carácter de nuestra historia contemporánea, el cambio del período de la revolución democrática al de la dominación imperialista. Los gobiernos conservadores son tan responsables como los gobiernos liberales. Pero son los gobiernos liberales de Olaya y López los que ponen a funcionar el país más en acorde con las necesidades del imperialismo. Jorge Villegas dice en su libro sobre el petróleo en un juicio de Olaya: "Apenas llevaba cuatro años el liberalismo en el poder, después de 45 años de oposición, y en tan breve periodo superó al conservatismo en su política de entrega de la soberanía nacional al imperialismo norteamericano. Fue más grande su delito de alta traición que el cometido por los gobiernos de Marco Fidel Suárez y Pedro Nel Ospina" (73). Y a continuación cita al panfletista antioqueño liberal Femando González: "La repugnancia que debemos sentir por los gobiernos colombianos, muy especialmente por los gobiernos de Olaya y López. Llamo a la juventud... a la oposición. Es preciso hacer una terrible oposición, porque hemos sido engañados. Vivimos cuarenta años de anhelos, luchando para que hubiera un cambio, peleando con los gobiernos conservadores, y hemos sido engañados" (74). La dominación imperialista que se efectúa siguiendo procesos económicos y no en respuesta a una peculiar maldad de los actores políticos, tal como lo señalamos anteriormente en la teoría de Lenin, se estableció en Colombia en una relación directa con el Estado, a través de todo el proceso seguido por el endeudamiento con Estados Unidos. Se debió, pues, esencialmente, a la inversión indirecta más que a la inversión directa. La inversión directa en industria, distinta del petróleo, no llegó nunca al 10% del total antes de 1950 y casi el 80% de todas las inversiones de 1920 a 1940 fueron inversión indirecta a través del Estado (75). Le resultaba al imperialismo muy difícil, dadas las condiciones internacionales de esta época, obtener los beneficios que necesitaba sin una industria que le diera garantías y sin un sistema financiero privado o público medianamente desarrollado. La inversión directa en industria no viene a ser importante sino después de 1950 cuando se convierte, después del petróleo, en el segundo renglón de toda la inversión imperialista. Por esta razón el imperialismo norteamericano permite el desarrollo de la industria nacional con relativa libertad hasta el momento en que se vuelve rentable, después de la segunda guerra mundial, cuando precisamente los grandes monopolios imperialistas, o bien se trasladan al país en el programa de substitución de importaciones, o bien se toman las débiles industrias nacionales (76). Tanto el petróleo como el banano fueron enclaves muy aislados que no tuvieron, excepto hasta después de la segunda guerra mundial, una influencia importante en la economía del país. En 1922 Colombia no cuenta con más de dos mil quinientos automóviles (77). El petróleo era una industria de exportación cuyas ganancias eran obtenidas y exportadas por las compañías norteamericanas. El centro de la economía para la inversión imperialista era el Estado. De ahí que el Estado se convirtiera en el objetivo de las reformas pretendidas por Estados Unidos y auspiciadas por los gobiernos liberales. Sólo en esta forma puede entenderse la política proimperialista de un Alfonso López Pumarejo cuyo programa de gobierno se reduce al acondicionamiento del Estado para responder a los intereses del imperialismo. Lo esencial es entender que la orientación de López y de los modernizantes liberales coincide plenamente con lo que proponían y siguen proponiendo los teóricos imperialistas sobre la modernización del Estado y de la economía, reformas que

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impulsan y han impulsado los gobiernos norteamericanos. La modernización del Estado y de la economía, sin las reformas de la revolución democrática, que ni López ni ningún otro gobierno liberal o conservador ha acometido, es la política que necesita el imperialismo para la exportación del capital y para su rentabilidad. El cambio que siempre han propuesto los imperialistas y que han sistematizado los economistas y sociólogos del imperialismo, es el que le sirve a sus intereses y en último término, siempre ha sido justificado en esa forma.

6. El desarrollo del capitalismo imperialista en el país

De esta política de "modernización" impuesta por Estados Unidos a través de su poder financiero, de la incapacidad del gobierno colombiano para pagar la deuda y de la plena aceptación por parte de la oligarquía liberal y conservadora colombiana de la estrategia imperialista, se ha seguido la preservación del subdesarrollo del país, no en las condiciones de un país feudal como era Colombia a finales del siglo XIX, sino en condiciones de un país semifeudal, en donde el capitalismo se ha desarrollado sobre la base del mantenimiento de todo el régimen terrateniente y en donde se ha abierto campo a una economía en donde el control lo ejerce el capitalismo imperialista. La dominación norteamericana, entroncada siempre a su fuente de control, el capital financiero y la exportación de capital, ha contribuido a establecer una economía con tres características principales derivadas directamente de la estrategia modernizante por endeudamiento: 1) Una economía de capitalismo de Estado que no puede prescindir del capital financiero internacional; 2) una economía controlada por grandes grupos financieros; 3) una economía industrial monopolista. Examinaremos rápidamente cada uno de estos tres aspectos.

El crecimiento del poder económico del Estado colombiano y su papel siempre creciente en la inversión y en el control de la economía es un hecho fácilmente perceptible. Los principales renglones de la producción industrial como el petróleo, el acero, la petroquímica, la industria automotriz, la minería, o bien están totalmente en manos del Estado o fuertemente asociados con los organismos financieros del país. La inversión directa del Estado en la economía es un factor dominante en la economía colombiana. Este es un proceso que se acelera en el país después de 1950. Sólo en 1968, por ejemplo, el Instituto de Fomento Industrial (IFI) poseía acciones que representaban el 45% de las de todas las corporaciones financieras del país y el 53 % de su inversión total, contaba con inversiones en 43 empresas y aquellas en las que el IFI tenía mayoría, representaban el 7% de toda la industria manufacturera. En 1978, las corporaciones financieras estatales o semi-estatales contaban con el 57% del capital y el 40% de los activos totales. Un balance de los últimos diez años muestra que el crecimiento de los bancos estatales o semi-estatales ha sido más rápido que el de los bancos privados. Esto sin tener en cuenta a la Federación Nacional de Cafeteros que pasa por ser una entidad privada pero que es una institución financiera de carácter mixto, la mayoría de cuyos ingresos provienen de los impuestos estatales que ella administra, invierte y distribuye, principalmente a través del Fondo Nacional del Café. De 1968 a 1972, la tasa de crecimiento de capital en los bancos públicos fue de 207%, mientras en los privados fue de 185%; los depósitos crecieron un 273% y un 194% respectivamente; los préstamos crecieron un 204% contra un 163%. Y así sucesivamente. El punto fundamental sobre el capitalismo de Estado en Colombia radica en el hecho de que este sistema llega a ser el centro de la importación de capital y de la distribución en toda la economía de los recursos del endeudamiento externo. Por esta razón se convierte en el aspecto más

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importante de las reformas constitucionales de 1936 y 1968, llevadas a cabo por López Pumarejo y Lleras Restrepo. De hecho, en toda la economía de los recursos del endeudamiento externo, siempre lo ha sido así, desde los años veinte, tal como lo hemos visto, pero con la diferencia de que en ese entonces no existía un sistema institucionalizado que permitiera ni esta centralización ni esta distribución que hoy reina. Los fondos de recursos externos llegan de las organizaciones financieras internacionales y de los países imperialistas al gobierno colombiano que los canaliza a través del Banco de la República y de los Institutos Descentralizados. El Banco de la República distribuye por medio de programas de desarrollo, fondos especiales de crédito de todo tipo a los Fondos de Inversión, al IFI, a los bancos privados y a las empresas del Estado, privadas y mixtas. Los Institutos Descentralizados canalizan estos recursos en programas de educación, desarrollo urbano, transporte, programas de desarrollo agrario y otros del mismo estilo.

Esta estructura es uno de los resultados más concretos de todo el proceso de endeudamiento externo, consignado en todos los programas de las misiones imperialistas llegadas a Colombia y de todos los programas norteamericanos para América Latina, llámense Misión del Banco Mundial (1950), Alianza para el Progreso (1960), Misión de la OIT (1969), Misión de Economía y Humanismo (1956), CEPAL, Misión Musgrave, o Fondo Monetario Internacional. No es extraño que, pasada la crisis de 1930 a 1940 con los prestamistas norteamericanos, y superada la segunda guerra mundial, la inversión directa e indirecta haya afluido en grandes sumas al país. De 1965 a 1973 por ejemplo, la deuda externa del país creció de quinientos millones de dólares a dos mil millones de dólares y de ese año a 1976 subió a cuatro mil millones de dólares. Pero el servicio de la deuda externa creció aún más rápido, de 100 millones en 1969 a 190 millones en 1973, alcanzando un 17.4% de crecimiento anual en un período de cuatro años. Por otra parte, la deuda externa proveniente de los bancos privados extranjeros creció hasta 42 millones de dólares en 1973 y el servicio de esta deuda alcanzó la suma de 130 millones. En 1973, el servicio de la deuda alcanzó la suma de 130 millones. Sólo en ese año, el servicio de la deuda externa pública y privada de 320 millones de dólares representó el 26% de todas las divisas obtenidas en ese año. En 1977 el gobierno colombiano obtuvo préstamos por valor de mil millones de dólares y de setecientos setenta para 1978. No hay programa alguno gubernamental que no tenga en una forma u otra capital imperialista, bien sea a través de los organismos financieros internacionales, de los bancos privados de los países imperialistas o directamente de los gobiernos. Estos préstamos siguen exigiendo el mismo tipo de reformas. En 1930 el First National City Bank exigía un presupuesto equilibrado, la reforma de los sistemas de impuestos y de finanzas del Estado.

En 1974 el Banco Mundial demandaba las reformas que puso en marcha lo que el gobierno de López Michelsen llamó "la emergencia económica" y los agentes del banco denominaron un programa "de estabilización" consistente en un presupuesto equilibrado, reforma del sistema de impuestos, eliminación del control de precios y reducción de los subsidios concedidos por el Estado (78). En resumen, el capital financiero internacional, por intermedio del Estado, ha establecido en Colombia un poder financiero de capitalismo de Estado que se irriga por toda la economía y pone a funcionar toda la sociedad alrededor de reformas orientadas primordialmente a garantizar tanto el pago de la deuda como nuevas importaciones de capital. Sería conveniente una investigación cuidadosa sobre este punto crucial: ¿cuáles son los problemas fundamentales del desarrollo que ha resuelto Colombia con el

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endeudamiento externo y con la gran inversión de capital durante los últimos sesenta años? Una cosa es cierta, Colombia no ha salido del subdesarrollo y no tiene esperanzas inmediatas de salir de él. ¿No se ha distanciado más Colombia de Estados Unidos, por ejemplo, de lo que estaba al comienzo de la estrategia de "modernización" auspiciada por el imperialismo, pedida y aceptada por el partido liberal y el partido conservador?

La formidable penetración de capital financiero desde 1920 hasta hoy y su irrigación por toda la economía, acumulando más y más capital, sobre todo, por medio del interés, ha generado en el país todo el sector que gira alrededor de las finanzas y que era desconocido en Colombia, antes de la década del veinte. Este sector financiero es el que hoy controla la economía colombiana en asocio con el capitalismo de Estado, del cual ha provenido y del que es su sostén. El poder del capital financiero ha desarrollado una concentración extrema en las esferas de la Banca, de los seguros, de los fondos de inversión, y en la producción industrial y agrícola. La base de esta concentración son los gigantescos grupos financieros que se dividen la economía del país o, por lo menos, sus sectores más rentables y productivos. Cada grupo financiero está compuesto por uno o varios bancos, por compañías de seguro de diferente tipo, por fondos de inversión, corporaciones de ahorro y vivienda y otras instituciones de tipo financiero. El crecimiento del sector financiero en el conjunto de la economía puede medirse en diferente forma. Basten estos datos. De 1965 a 1975 las transacciones financieras crecieron en 164%. Mientras el sector agropecuario, industrial y de transportes crecieron a un promedio del 6% anual, el sector financiero creció a un 10.7%, pero su incremento total en este período fue el doble del de los demás sectores de la economía (79). Cada uno de los grupos financieros posee una gran diversidad de conexiones con el capital financiero internacional, con los bancos norteamericanos y con las agencias prestamistas internacionales. El Banco del Comercio es controlado por el Chase Manhattan Bank y tiene influencia del Deutsche Sudamerikanische. El Banco de Bogotá es controlado por el First National City Bank Overseas Corporation a través de la Corporación Financiera Colombiana, del Banco Mundial y del Manufactures Hanover Trust. El Banco de Colombia puede llegar a estar controlado por el Banco Francés Colombiano gracias al 20% de las acciones que le pertenecen. En realidad, el 38% de los recursos totales del sector financiero en 1976 provenían de crédito externo (80). Esta ha sido la consecuencia de que las medidas económicas, principalmente de los gobiernos del Frente Nacional, los programas y planes de desarrollo económico, las reformas exigidas, en especial, por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Agencia Internacional para el Desarrollo y la Alianza para el Progreso hayan beneficiado a este sector financiero más que a ningún otro sector de la economía. El Plan de Desarrollo llamado Las Cuatro Estrategias ha sido quizás el ejemplo más dramático de un programa de desarrollo exclusivamente ideado para fortalecer al máximo la concentración del capital financiero sobre el fortalecimiento de un renglón de la economía como es la construcción, pero que estaba dirigido a desarrollar todo un programa de inversiones financieras en las Corporaciones de Ahorro y Vivienda. El plan de las "Cuatro Estrategias" pone en ejecución una teoría imperialista del desarrollo ideada por el primer agente del Banco Mundial en Colombia Mr. Lauchlin Currie, premiada por los organismos financieros internacionales.

El sector financiero de la economía colombiana no es el resultado de lo que Lenin llama la "sobreabundancia de capital", o sea, de un largo proceso de acumulación de capital, de un gran desarrollo del comercio interior y de una madurez excesiva del desarrollo capitalista. El fortalecimiento y desarrollo de los grupos financieros, inmensamente

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concentrados y poderosos, es el producto de las grandes sumas de capital imperialista a través del endeudamiento externo. Si el desarrollo del capital financiero en Colombia fuera el producto de su gigantesco desarrollo interno, este país sería un país imperialista como cualquiera de los países del mundo en donde predomina el capital financiero producido por la acumulación interna. ¿Qué ha hecho el país con los ochenta y dos mil millones de pesos, o para ponerlo en términos constantes, dos mil millones de dólares largos que le ha prestado el Banco Mundial, desde 1949, de los cuales sólo ha amortizado cuatrocientos treinta? ¿Dónde están los mil quinientos ochenta y dos millones de dólares? (81). El cáncer que corroe sistemáticamente la economía de un país subdesarrollado es el capital financiero, un capital que, según Lenin, es esencialmente improductivo, usurero y parasitario. Una economía que gire alrededor de este capital financiero, no tiene posibilidad de desarrollo. Lo único que hará consistirá en aumentar sin fin las ganancias del capital financiero internacional, sin considerar más allá de lo que tenga relación con sus ganancias, el desarrollo interno del país. Como consecuencia de una economía financiera, la sociedad funciona sobre la base de una gran suma de capital que trabaja exclusivamente con el interés en sus diversas formas. Entonces el capitalismo imperialista genera un sector gigantesco de la economía, en relación a los sectores productivos, separado cada vez más de la producción y cuyo capital es independiente de ella, fenómeno que no es propio del capitalismo sino del imperialismo. Una economía de un país imperialista contrarresta los efectos de este "parasitismo", como lo llama Lenin, con el dominio y el control de otras economías en donde obtiene grandes ganancias, y a donde puede exportar sus contradicciones y sus crisis. Un país subdesarrollado no tiene posibilidades de contrarrestar la crisis, que se vuelve endémica, permanente e irreversible, porque su característica esencial consiste en su escasez de capital. Este carácter de nuestra economía lo llamamos neocolonial y es uno de los dos problemas centrales del país en asocio de la supervivencia y el poder del régimen de explotación terrateniente.

La estructura industrial colombiana es el producto de tres fenómenos distintos. Primero, del desarrollo de una industria nacional entre 1910 y 1945, sin significativa inversión extranjera, sin estructura monopolista y concentrada en bienes de consumo (82). Segundo, de la toma que hacen los grandes monopolios, principalmente norteamericanos, de la industria más rentable, establecida antes de la segunda guerra mundial. Tercero, de la gran inversión de capital imperialista entre 1950 y 1970, pero sobre todo, entre 1969 y 1970, año en el cual ingresa a Colombia más del 70% de la inversión directa de todo este período (83). El primer fenómeno significa que la industrialización colombiana fue de tipo nacional, es decir, no-monopolista, pero que se benefició de toda la inversión indirecta de capital financiero en los campos de los servicios y de la minería traída al país por el imperialismo norteamericano. El segundo fenómeno quiere decir que el imperialismo norteamericano permitió el desarrollo de la industria nacional, mientras no le era muy rentable y durante un tiempo en que la infraestructura de servicios no había alcanzado todavía los niveles exigidos por sus necesidades de dominación, pero que una vez la industria nacional logró un relativo desarrollo y los sectores de servicios y de finanzas habían logrado el grado exigido, los grandes monopolios industriales norteamericanos cayeron sobre ella. Casos muy obvios son los de la industria farmacéutica, de alimentos y del vidrio. El tercer fenómeno significa que no solamente los monopolios imperialistas se tomaron gran parte de la industria nacional, sino que iniciaron su propia producción directa en Colombia siguiendo la estrategia patrocinada por la CEPAL de la "substitución de importaciones", política que benefició ante todo los grandes monopolios de los países imperialistas. El

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resultado de estos tres fenómenos ha sido el de el surgimiento de una industria inmensamente concentrada y controlada por el imperialismo, bien sea a través de la inversión directa, bien sea a través del capital financiero. De las cien empresas más grandes del país, 34 son extranjeras, y el 51% de su capital proviene de sus casas matrices. Estas compañías representan más del 36% de la producción industrial del país (84). Lo más importante es que el 81.5% de las compañías extranjeras se concentra en la producción de bienes intermedios, sector que queda completamente controlado por el imperialismo. Este hecho proviene de que es el sector más rentable y más dinámico de la industria colombiana y tiene un alto grado de concentración (85). El sector de la producción de bienes intermedios representa el 99% de la producción industrial del país. Es allí donde se concentra el capital imperialista y el capital monopolista colombiano. En el sector de la industria química y metalmecánica el control imperialista llega al sesenta y sesenta y cinco por ciento (86).

Un estudio elaborado por la Superintendencia de Sociedades demuestra que la industria colombiana no controlada directamente por el capital extranjero, ha venido organizándose desde la década del sesenta en grandes conglomerados y superconglomerados con dominio cada vez más grande sobre un número crecido de sociedades. Estos conglomerados, entre los cuales figuran el de Bavaria, Coltejer, Postobón, Cementos Argos, Avianca y otros, lograron el 20% de la producción total del país (87). Esto significa que entre 34 monopolios extranjeros y 20 conglomerados colombianos controlan casi el 60% de la producción industrial colombiana. Pero además la concentración por sectores resulta impresionante (88). El conglomerado Bavaria representó en 1975 el 58.8% de toda la producción de bebidas; Coltabaco, el 77.5% de la producción de la industria del tabaco; cuatro conglomerados de textiles el 32.4% de ese renglón; dos conglomerados de productos de vidrio el 74% (a su vez controlados por Bavaria y Postobón); entre Cementos Samper, Cementos Argos y Eternit obtuvieron el 65.8% de toda la producción de minerales no metálicos. Pero si se examina el control interno de estos conglomerados se encuentran estos rasgos: a) una gran concentración del poder en pocos accionistas, b) una íntima conexión con el capital financiero imperialista, c) una expansión hacia la formación de un conglomerado vertical y horizontal cada vez más extenso. Por ejemplo, en Coltejer, el 8.1 % de los accionistas poseían el 77% de las acciones (89). Y en el total de los conglomerados, el 1% de los accionistas poseían casi el 70% de las acciones (90). Ahora bien, la conexión con el capital financiero es íntima, a través de las corporaciones financieras, las compañías de seguros y los Fondos de Inversión. Por ejemplo, la Compañía Suramericana de Seguros posee intereses en los conglomerados Coltejer, Postobón, Cementos Argos, Coltabaco, Fabrícalo, Tejicóndor lo cual significa que ella sola posee el control del 38.9% del capital de los conglomerados. Pero el superconglomerado Bavaria posee poder sobre 72 empresas directamente y sobre muchas más a través del control que ejerce sobre un conglomerado Colinsa que tiene inversiones en más de dieciocho empresas financieras (91). Toda esta conexión entre los monopolios industriales y el sector financiero, sin tener en cuenta el crédito, liga los monopolios colombianos al capital financiero internacional y lo hace depender para su subsistencia del endeudamiento externo.

A principios del siglo XX Colombia era un país sin vías de comunicación, sin servicios de agua, luz y alcantarillado, sin industria, sin un sector financiero en la economía, sin un sistema de transporte establecido. La revolución democrática y la lucha por consolidarla a través del siglo XIX habían fracasado. Las fuerzas que siempre

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estuvieron contra ella y las que la traicionaron en las dos últimas décadas del siglo, impidieron que se diera el desarrollo del capitalismo sobre bases nacionales. Fue el imperialismo el que se apoderó de ese proceso entre 1910 y 1940, le dio su carácter de dominación imperialista y estructuró una economía que dejaría intacto el régimen terrateniente e impulsaría el fortalecimiento y predominio del sector financiero sobre una industria altamente monopolizada, rasgos de la estructura económica colombiana, íntimamente ligados. Después de setenta anos de "modernización" por endeudamiento externo, el régimen de monopolio terrateniente en el campo, con una agricultura atrasada, ineficiente, en permanente retroceso ante las necesidades de alimentación de la población, con un minifundio persistente, con millones y millones de hectáreas sin cultivo, con toda clase de formas atrasadas de producción desde las más primitivas hasta las en vía de transición hacia formas capitalistas, no solamente se mantiene a pesar de la transformación de toda la economía, sino que mantiene su poder político incólume y se erige como obstáculo gigantesco al desarrollo de las fuerzas productivas en el país. El imperialismo se ha lucrado en infinidad de formas de este atraso de la agricultura, uno de cuyos aspectos más importantes es el de haber impedido en esta forma que el país desarrolle sus fuerzas económicas, resultado de lo cual habría sido la colisión irreversible con la explotación que ejerce el imperialismo sobre nuestro país. El imperialismo ha mantenido a los terratenientes, ha mantenido el monopolio improductivo de la propiedad de la tierra, se ha apoyado en el poder político de esta clase con un carácter feudal, pero ha sabido, a través del capital financiero, incorporar esa economía a su explotación imperialista, ha puesto los terratenientes a utilizar su capital y ha impulsado en la economía feudal del país lo que Lenin llamó "un desarrollo junker del capitalismo", del que sólo se benefician los terratenientes y, mediante éstos, el imperialismo. Al imperialismo le es necesario en estos países este tipo de desarrollo del capitalismo que no destruye el régimen feudal, pero le permite lucrarse de la utilización que hacen del capital financiero (92). Pero al mismo tiempo que la "modernización" imperialista por vía del endeudamiento externo logró preservar el régimen terrateniente, produjo en Colombia la contradicción entre una economía monopolista de tipo capitalista y otra no-monopolista, o sea, una contradicción generada por el capital monopolista y el no monopolista. Esto quiere decir que el imperialismo, al generar una economía basada en el capitalismo monopolista de Estado, en el sector financiero y en la industria monopolista, dio origen a dos tipos de capitalismo, uno monopolista y otro no-monopolista. Al capitalismo monopolista lo llamamos capitalismo imperialista y al capitalismo no monopolista lo denominamos capitalismo nacional. El capitalismo imperialista es el que tiene su base económica en el endeudamiento externo y que toma la forma de las tres características que hemos señalado en los párrafos anteriores. El capitalismo nacional es el que depende de la pequeña y mediana producción, bien sea industrial o agrícola de tipo capitalista. La contradicción que existe entre estos dos capitalismos radica en la oposición del capital monopolista con el capital no-monopolista, al margen de la conciencia que de esta contradicción posean las clases sociales dueñas de los dos tipos de capital, o sea, independientemente de la conciencia que tenga la gran burguesía burocrática y financiera, por una parte, y la burguesía nacional, por otra.

Lo esencial de todo este análisis es señalar que la "modernización" imperialista no ha modificado el atraso del país. Colombia vive un adelanto artificial, alimentado por el capitalismo imperialista. Las consecuencias de la estructura monopolista para la economía han sido extremadamente graves: a) desde el punto de vista financiero, de producción, de mercado y de tecnología, el capitalismo imperialista no tiene

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competencia y controla todos los sectores; b) el crecimiento de las fuerzas productivas y del mercado interior ha sido extremadamente lento; la industria colombiana depende casi exclusivamente de divisas para su desarrollo, lo cual significa no poder prescindir del capital imperialista; el desarrollo del sector de bienes intermedios en forma monopolística mantiene el nivel de baja producción y productividad y obstaculiza el desarrollo de los demás sectores de la economía; la economía ha sufrido de una permanente estrechez de mercado que no podrá ser superada supuestamente por la llamada "integración andina" o "integración latinoamericana", basada en el capital imperialista, el cual ha producido estos efectos en cada país y los va a reproducir a nivel continental; el mercado interno no ha logrado el punto fundamental del desarrollo capitalista nacional que radica en el más rápido crecimiento de la producción de bienes de capital, o sea, de capital constante para que se dé el desarrollo progresivo de la división del trabajo; c) la clave de la economía colombiana sigue siendo la agricultura y el capital imperialista no ha hecho sino sacar ventaja del atraso, la opresión y la quiebra de la economía colombiana para apoderarse de sus sectores más dinámicos; d) el consumo, la instalación de las empresas imperialistas en Colombia, el desarrollo del sector financiero, todo esto no ha hecho sino instaurar la explotación de Estados Unidos sobre Colombia, beneficiándose de su mano de obra barata, del bajo precio de la tierra, de sus materias primas y del alto costo del capital. Ha sido y es la realidad de la dominación imperialista.

La interpretación histórica sobre la etapa que vive Colombia en el siglo XX que acabamos de hacer nos lleva a sacar algunas conclusiones fundamentales. Primero, el carácter del siglo XX en Colombia está determinado por la dominación del imperialismo norteamericano sobre nuestra patria, así como el carácter del siglo XIX había sido determinado por la revolución democrática y por la lucha que generó su desarrollo hasta el fracaso definitivo de su culminación después de 1880. Segundo, la dominación imperialista sobre Colombia es un proceso que se inicia con el robo que ejecutan los Estados Unidos del Canal y con la independencia de Panamá, pero que se extiende hasta la década del cincuenta, cuando el imperialismo norteamericano logra un control completo de la economía colombiana mediante un poderoso sistema financiero y estatal. En este proceso el instrumento eficaz para imponer la dominación es el Estado. Por esta razón los esfuerzos del imperialismo norteamericano se encaminan a obtener una rápida "modernización" del Estado, cuyo contenido consiste en la transformación de un Estado de forma burguesa y contenido feudal en un Estado de forma burguesa y de contenido de capitalismo monopolista de Estado. El imperialismo es esencialmente una dominación exterior, de tipo económico, de país a país, de Estado a Estado, y no simplemente la extensión de la explotación capitalista de la plusvalía como lo sugieren las concepciones burguesas y trotskistas. El papel del gobierno y la diplomacia norteamericana en el diseño de una estrategia de dominación y en el apoyo incondicional a los sectores privados que la llevan a cabo, no es sino la muestra palpable del proceso imperialista. Tercero, es el Estado colombiano el que pone en ejecución los planes de construcción de la infraestructura económica y de formación acelerada de una estructura financiera, sin las cuales el imperialismo no puede exportar su capital a Colombia y generar en ella sus ganancias. No todos los atentados contra la soberanía nacional, como el robo del Canal, la toma de la industria petrolera, el enclave bananero de la United Fruit Company, le dieron en 1903 o en 1920 o en 1930 un control completo de la economía al imperialismo. Este control se lo dan el sector financiero, el endeudamiento externo y los planes económicos del Estado. Cuarto, este fenómeno es lo que explica por qué es el partido liberal el que aparece como el sector "modernizante"

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del Estado y el que impulsa aceleradamente el capitalismo monopolista de Estado, mientras el partido conservador se divide en un sector que decididamente se pone con la "modernización" y otro que no entra sino por la fuerza de los hechos, después de una enconada lucha de casi medio siglo. La lucha entre los partidos liberal y conservador en el siglo XX es una lucha cuyo contenido es completamente diferente a la lucha que estos dos partidos libraron en el siglo pasado. El resultado de la lucha entre ellos ha sido el Frente Nacional, después de que cambiaron de carácter en distintas épocas de este siglo y después de que intentaron formarlo en diferentes oportunidades. Este punto es el que pasamos a examinar a continuación.

NOTAS

(1)Ver, por ejemplo, Jorge Orlando Melo, "La república conservadora", en Colombia hoy, Siglo XXI Editores, Bogotá, 1978; Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914; Alberto Lleras, "Aquileo Parra", Escritos Selectos, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1976; Indalecio Liévano Aguirre, Rafael Núñez, Segundo Festival del Libro Colombiano, Bogotá 1960; Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1962.

(2)Ver Álvaro Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy. Siglo XXI Editores. Bogotá, 1978; Tirado Mejía, Aspectos sociales dé las guerras civiles en Colombia, Instituto Colombiano de Cultura, Biblioteca Básica Colombiana, Bogotá, 1976.

(3) Tirado Mejía, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia, p. 28, nota.

(4) Tirado Mejía, "Colombia; Siglo y medio de bipartidismo", op. Cit., p. 115.

(5) Ibid., p. l20.

(6) Tirado Mejía, Ibid.; Marco Fidel Suárez, Sueños de Luciano Pulgar, Editorial Voluntad, Bogotá, 1940, V. II.

(7) Pedro Fermín de Vargas, Pensamientos políticos sobre la agricultura, comercio y minas del Virreynato de Santa Fe de Bogotá y memoria sobre la población del Nuevo Reino de Granada, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1968. p. 100.

(8) José Ignacio de Pombo, "Informe del Real Consulado de Cartagena de Indias a la Suprema Junta Provincial de la misma", en Sergio Elías Ortiz (recopilador), Escritos de dos economistas coloniales, Publicaciones del Banco de la República, Bogotá, 1965, p. 138.

(9) Antonio Nariño, Ensayo sobre el nuevo plan de administración en el Nuevo Reino de Granada, Ministerio de Trabajo, Bogotá, 1960.

(10) Ver Eduardo Peña Consuegra, El origen de la burguesía en Colombia, Ediciones Los Comuneros, Bogotá, 1976, Cap. V.

(11) Lenin, "Carlos Marx", en Marx, Engels, Marxismo, Editorial Progreso, Moscú, 1967, p.21.

(12) Ver Melo, op. cit.; Kalmanovitz, La transición según McGreevy: una posición alternativa, mimeógrafo; Darío Bustamante, "Efectos del papel moneda durante la Regeneración", Cuadernos Colombianos, MedelIín, No.4.

(13) Foción Soto, Memorias sobre el movimiento de resistencia a la dictadura de Rafael Núñez, 1884-1885, Arboleda y Valencia, Bogotá. 1913. p. 27. Dice Soto-."...las autoridades colombianas nuñistas auxiliaron y apoyaron este inaudito atentado contra nuestra soberanía y más tarde el gobierno del doctor Núñez dio las gracias por él al de los Estados Unidos. Pero cuando la historia haya de pronunciar su fallo

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ineludible sobre el doctor Núñez, acaso lo absuelva de su insaciable ambición, del peculado, de la corrupción establecida por sistema con el nombre de apaciguamiento, del odio que profesa a todo hombre digno y honrado; pero nunca lo absolverá de la infamia con que ha cubierto a la nación, mendigando el apoyo extranjero para levantar la horca, proscrita en este país desde el tiempo de la Colonia y detestada por la civilización moderna". (14) Rafael Uribe Uribe, Discursos parlamentarios. Congreso de 1896, Imprenta y Librería de Medardo Rivas, Bogotá, 1897.

(15) Liévano Aguirre se convirtió en el paladín de las causas perdidas en la historia de Colombia. Así como defiende a Bolívar en sus posiciones francamente probritánicas, es el resucitador del espíritu autoritario de un Núñez. En esta forma es un verdadero Ideólogo del nuevo liberalismo del siglo XX, el cual le permite ponerse en contra de toda la causa de la revolución democrática, renegar de lo que ella representó en el siglo XIX y servir de modelo a todos los historiadores que pretenden ser marxistas y que repiten las tesis reaccionarias de Liévano. En el caso del "monroísmo", Liévano sale en defensa del colonialismo británico, de la reacción representada en la Santa Alianza y opuesta a Estados Unidos, país que, en el momento de enunciarse la doctrina Monroe, estaba en las mismas condiciones que los países latinoamericanos. Ver Indalecio Liévano Aguirre, Bolivarismo y monroismo, Editorial Revista Colombiana Uda., Bogotá, 1969, Cap. III. Ver Gordon Connell-Smith. The United States and Latin America. An Historical Analysis of Inter-American Relations, Heinemann Educational Books, London, 1874, principalmente Caps. 2 y 3.

(16) Ver en Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia, Ediciones Tercer Mundo, pp. 359-361 y en Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, Editorial Santa Fe, Medellin, pp. 215 y 244, los datos sobre comercio exterior durante el siglo XIX. Ver Aníbal Galindo, "Historia del la deuda extranjera", Estudios económicos y fiscales, Anif-Colcultura, Bogotá, 1978. Para las relaciones de Estados Unidos e Inglaterra con América Latina, ver J. Fred Rippy, La rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina (1808-1830), Eudeba, Buenos Aires, 1967. La tesis de que Colombia siempre ha sido "dependiente" no tiene piso teórico ni empírico en el marxismo. Es más bien el fruto de posiciones románticas sobre la historia de Colombia en el siglo XIX, auspiciadas principalmente por autores de la "nueva historia", influidas por los "dependentistas" latinoamericanos, y que están orientadas a desvirtuar el proceso de la revolución democrática en Colombia y a absolver de responsabilidad al partido liberal en este proceso. Los responsables, de acuerdo a esta teoría, del atraso del país no serían ni los liberales, en cuyas manos estaba el proceso de la revolución democrática, ni los conservadores, que siempre se opusieron a él, sino el pretendido imperialismo inglés, a través del intercambio desigual. No puede atribuírsele al intercambio comercial, por desigual que haya sido, el poder de controlar una economía, a no ser que cuente con el apoyo de la fuerza militar o del capital financiero. Durante el siglo XIX no hubo invasión militar ni toma política por parte de Inglaterra ni de ninguna otra potencia extranjera. Y, por otra parte, el capital financiero, así fuera incipiente, no contó con la fuerza suficiente para imponer su tipo de dominación indirecta. La deuda colombiana del siglo pasado con Inglaterra difiere, por su carácter y por la naturaleza del capital, completamente, del endeudamiento que inicia el país desde 1922 y que se viene incrementando constantemente desde entonces. No puede hablarse de capital financiero en Colombia sino hasta la época de la llamada "danza de los millones" en adelante. En este sentido resulta incongruente, por decir lo menos, que Darío Bustamante hable de capital financiero durante la "Regeneración". Op. cit., pp. 576 y ss.

(17) Enrique Olaya Herrera, "Una independencia que peligra", en Oradores liberales, Selección Samper Ortega, Editorial Minerva, Bogotá, 1937, p. 223,

(18) Ibid., p.206.

(19) Stephen J. Randall, The Diplomacy of Modernization: Colombian-American Relations, 1920-1940. University of Toronto Press, Toronto y Buffalo, 1976, pp. 5-8. Este libro nos servirá de fuente principal para el análisis del comienzo de la dominación imperialista en Colombia. El detallado recuento de las relaciones colombo-norteamericanas supera el de cualquier otro libro escrito al respecto.

(20) Lenin, "Reunión de los funcionarios del Partido de Moscú: Informe sobre la actitud del proletariado ante la democracia pequeño-burguesa". Obras Completas, t. XXVIII,

(21) Ráhdall, op. cit., pág. 7.

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(22)"La política del buen vecino", en Obras Selectas, Cámara de Representantes, Bogotá, 1979, pág. 86; ver Randall. op. cit., pág. 36.

(23) Eduardo Santos, "El liberalismo y el pueblo", El Tiempo, 15 de diciembre de 1928.

(24) Carta de Alfonso López a Nemesio Camacho, abril 25 de 1928, en Alfonso Romero Aguirre, Ayer, hoy y mañana del liberalismo colombiano, Editorial ABC, Bogotá, 1972. pág. 341-343. Ver texto completo en la Tercera Parte de este libro.

(25) Randall, op. cit., págs- 7-10 y passim. Dice Randall: "Los objetivos del embajador Caffery representaban uno de los blancos vitales del Departamento de Estado en los años de Hoover-Roosevelt: un ambiente en América Latina favorable a la inversión norteamericana y una comunidad inversionista sensible a las condiciones locales", op. cit., pág.66.

(26) Citas y datos tomados de Jorge Villegas y José Yunis, 1900-1924. Sucesos colombianos, Universidad de Antioquia, CIE, 1976, págs. 30, 39, 98.

(27) Citado por Jorge Sánchez Camacho, Marco Fidel Suárez, biografía, Imprenta del Departamento, Bucaramanga, 1955, pág. 125.

(28) Manuel Monsalve, Colombia: Posesiones presidenciales: 1810-1954, Editorial Iqueima, Bogotá, 1954, pág. 373.

(29) Randall, op. cit., pág. 11 y 56.

(30) Enrique Olaya Herrera, "Conferencia sobre los problemas económicos de Colombia", El Tiempo, 30 de enero de 1930. Ver texto completo en la Antología, Tercera Parte.

(31) Randall, op. cit., pág. 179, nota 42.

(32) Randall, op. cit., pág. 6.

(33) Los datos principales sobre el proceso de negociación del Tratado Reciproco de Comercio están sacados del libro de Randall, op. cit., caps. 1 y 2.

(34) Randall, op. cit., pág. 22.

(35) Ibid.. pág. 35.

(36) Ibid., pág. 48.

(37) "Convenio comercial entre Colombia y los Estados Unidos de América", en Eduardo Guzmán Esponda, Tratados y convenio» de Colombia: 1910-1938,-Imprenta Nacional, Bogotá, 1939.

(38) Randall, op. cit., pág. 54.

(39) "Otra oportunidad que puede perderse", El Diario Nacional, 6 de julio de 1922.

(40) "Frente al progreso", El Espectador, agosto 23 de 1922.

(41) Ibid.

(42) "Veamos de ser claros", El Espectador, agosto 21 de 1922.

(43) "Al doctor Alfonso López", El Espectador, agosto 22 de 1922.

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(44) "Ante el capital extranjero". El Diario Nacional, 4 de julio de 1922.

(45) "Editorial", El Diario Nacional, 27 de febrero de 1922.

(46) Ibid.

(47) Ver Randall, op. cit., cpts. 3, 4 y 8

(48) Fred. J. Rippy, El capital norteamericano y la penetración imperialista en Colombia. Editorial La Oveja Negra, Medellín, 1970, págs. 198-201.

(49) Ver el cuadro completo de los empréstitos con todos los datos de destinatario, cantidad, fecha, plazo, interés y objetivo, en Rippy, op. cit., pág. 190.

(50) Ibid., pág. 189.

(51) Cit. por Randall, op. c!t., pág. 62.

(52) Citado por Randall, op. cit., pág. 57.

(53) La misión Kemmerer fue la más importante de una serie de misiones norteamericanas de asesoría económica y financiera que envió Estados Unidos a los países subdesarrollados después de la primera guerra mundial. Sus objetivos fundamentales eran los de consolidar áreas de expansión económica y comercial, asegurarse un abastecimiento de materias primas dentro del consorcio mundial y contrarrestar la influencia de Inglaterra específicamente en América Latina. Este último objetivo era el más importante de los de la misión Kemmerer. En 1913 las inversiones inglesas en la región eran de US$ 531.5 millones y las de Estados Unidos US$ 72 millones. Para 1929 las inversiones inglesas no habían crecido sino un 13.6 por ciento, mientras las norteamericanas habían aumentado un 1241 por ciento. Ver Robert Seidel, "American Reformers Abroad: The Kemmerer Missions in South America, 1923-1931", The Journal of Economlc History, VoL XXXII. No. 2, junio 1972.

(54) Olaya Herrera, op. cit. Era tal la presión de los norteamericanos para lograr las reformas que dieran paso al establecimiento del sector financiero, que el embajador Cafferey cuenta que Kemmerer sugirió a Olaya la expedición de la ley sobre la banca central, aunque contraviniera las disposiciones legales-.Seidel, op. cit., pág. 530.

(55) Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, 2 volúmenes.

(56)Ver Talcott Parsons, "Introduction", en Max Weber, The Theory of Social and Economic Organization, The Free Press, New York; Talcott Parsons and Edward Shils, Toward a General Theory of Action, Cambridge, Mass., 1951.

(57) W.W. Rostow, The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifiesto, New York, 1952; ver también, una síntesis en "The Take- off into Selfsustained Growth", en Jason Finkle and Richard Gable, ed., Political Development and Social Change, John Wiley and Sons, Inc., New York, 1966, págs. 233-253.

(58) Max F. Millikan and Donaid L. M. Blackmer, ed., The Emerging Nations: Their Growth and United States Policy, Little Brown and Company. Bostón, 1961, págs. 46-53. Entre los autores del informe están personajes como Ithiel de Sola Pool, Everet Hagen, Lucían W. Pye, Walt W. Rostow, Daniel Lerner. La literatura imperialista norteamericana sobre estos asuntos, desde el punto de vista teórico y aplicado es inmensa, como es de suponer. Me permito citar algunas obras que han determinado la política norteamericana en muchos aspectos. Daniel Lerner, The Passing of Traditional Society, The Free Press, New York, 1958; Everet E. Hagen, On the Theory of Social Change, Homewood, Ill, Doresey Press, 1962; David McClelland, The Achieving Society, Van Nostrand Co., Princeton, 1961; S. Kuznet et. al., Economic Growth: Brazil, India, Japan, Durham, N.C., 1955; Gabriel Almond and James Coleman, The Politics oí the Developing Areas, Princeton, 1960; Lucian W. Pye, Aspects of Political Development,

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Little Brown, Bostón, 1966; Gabriel Almond and Sidney Verba, The Civic Culture, Princeton University Press, Princeton, 1963; David Apter, The Politics of Modernization, The University of Chicago Press, Chicago, 1965; Bert F. Hoselitz et. al., The Theories of Economic Growth, Free Press, Glencoe, Ill., 1960; Jason L. Finkle and Richard W. Gable, ed., Political Development and Social Change, John Wiley and Sons, Inc, New York, 1966; Kart W. Deutsch, The Nerves of Government: Models of Political Communication and Control, Free Press, Glencoe, Ill., 1963; Joseph La Palombara, ed., Bureaucracy and Political Development, Princeton University Press, Princeton, 1964; Cyril E. Black, The Dynamics of Modernization: A Study in Comparative History, Harper and Row, New York, 1966.

(59) Op. cit., págs. 53-70 y 156-159.

(60) David Apter, The Politics of Modernization, The University of Chicago Press, Chicago, 1967.

(61) Randall, op. cit., pág. 189, nota 2.

(62) Ibid., pág. 61.

(63) Ibid., págs. 63-64.

(64) Ibid., pág. 66.

(65) Ibid., pág. 68.

(66) Ibid., pág. 80. Seria interesante profundizar en las relaciones de Olaya con la United Fruit Company y en las contradicciones que surgieron posteriormente entre la United y Alfonso López Pumarejo. Olaya, por ejemplo, hace un contrato con la United para no modificarle el impuesto sobre el banano de exportación durante un período de veinte años, aun contraviniendo los consejos de su asesor Kemmerer, quien veía en la United una de las pocas fuentes importantes de tributación de la que estaba necesitado el gobierno colombiano para responder por la deuda externa.. Ver Seidel, op. cit., pág. 531.

(67) Ver, por ejemplo, Darío Mesa, Ensayos sobre historia contemporánea de Colombia, págs. 47-48,134-138 y passim, La Carreta, Bogotá, 1977; Mario Arrubla, en Colombia hoy, op. cit.; Ignacio Torres Giraldo, Síntesis de historia política de Colombia, Edit. Margen Izquierdo, Bogotá, 1972; Molina tiene una posición bien curiosa. Su apasionada defensa de López le hace reconocer que no tuvo nada de revolucionario y que lo calumnian quienes lo llamaron socialista y dice: "Lo que le confiere a él jerarquía especial entre los políticos colombianos de esa época fue el no haberse declarado nunca anticomunista". ¿No sería, precisamente, con el objeto de poder neutralizar a los "comunistas" de la época y ponerlos a la cola del partido liberal, como efectivamente lo logró? Ver Molina, Las ideas liberales en Colombia. De 1935 a la iniciación del Frente Nacional, Editorial Tercer Mundo, Bogotá, 1977, pág. 96.

(68) Torres Giraldo, op. cit., pág. 80.

(69) Randall, op. cit., cpt. 5; Jorge Villegas, Petróleo, oligarquía e imperio, Ediciones Tercer Mundo, 3a. edición, Bogotá, 1975, págs. 200-216. Villegas relata el robo de la familia López de 150.000 hectáreas de terrenos petrolíferos, una de las causas que llevaron a López a lograr la ley 160.

(70) Ver texto del Convenio, op. cit.,

(71) En la misma nota ya citada de Bert L. Hunt a Grosvenor Jones, se dice: "La impresión que tuve durante todas las negociaciones fue la de que el detener los préstamos a Colombia prestaría un gran servicio a ambos gobiernos, y creo sinceramente que la publicación de la Circular previno pérdidas futuras a los ciudadanos norteamericanos de varias decenas de millones de dólares y logró ahorrarle al gobierno colombiano un peso mucho mayor de endeudamiento del que actualmente lleva". Citado por Randall, op. cit., pág. 61.

(72) Randall, op. cit., pág. 81. La influencia de Roosevelt en López también la consigna Molina, op. cit.; Lleras Restrepo dice al respecto: "El pensamiento y la acción tanto económica como política y social del

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presidente Roosevelt debieron tener un influjo muy grande, no sólo en la orientación de la administración Olaya, a partir de 1933, sino también en las de López Pumarejo". Y hace un recuento de los puntos en que López imitó a Roosevelt. Borradores para una historia de la república liberal, Editora Nueva Frontera, Bogotá, 1975, págs. 128-129.

(73) Villegas, op. cit., pág. 187.

(74) Ibid., pág. 188.

(75) Raúl Fernández, The Development of Capitalism in Colombia, manuscrito, Irvine, California, 1978; Rippy, op. cit., pág. 188.

(76) Fernández, op. cit., cpt. IV; ver Oscar Rodríguez, Efectos de la gran depresión sobre la industria colombiana, Ediciones El Tigre de Papel, Bogotá, 1973; Gabriel Poveda Ramos, "Historia de la industria en Colombia", Revista Trimestral, ANDI, No. 11, 1970, págs. 41-55.

(77) Jorge Villegas y José Yunis, op. cit., pág. 429.

(78) Los datos utilizados en esta parte sobre el capitalismo de Estado y el endeudamiento externo del gobierno han sido sacados principalmente de los trabajos de Raúl Fernández, "Imperialist Capitalism in the Third Worid: Theory and Evidence from Colombia", próximo a publicarse en Latín American Perspectives; también del mismo autor, The Domination of Finance Capital in Colombia, manuscrito, University of California, Irvine, 1978; lo mismo, The Development of Capitalism in Colombia, manuscrito, University of California, Irvine, 1978, caps. II y III. Sobre las condiciones del First National City impuestas a Olaya y del Banco Mundial a López Michelsen. Fernández cita a James E. Boyce y Francois J. Lambert, Colombia’s Treatment of Foreign Banks, American Institute for Public Policy Research, Washington, 1976, pág. 21 y a Latín American Economic Report, July, 1975, vol. III, No. 26. Para este problema en su conjunto, pueden consultarse, entre otros, las siguientes publicaciones: José F. Ocampo y Raúl Fernández, "The Andean Pact and State Capitalism in Colombia, Latín American Perspectives, vol. II, No. 3, Fall, 1975; Alvaro Camacho Guizado, Capital extranjero: subdesarrollo colombiano, Punta de Lanza, Bogotá, 1972; Rodrigo Parra Sandoval, La desnacionalización de la industria y los cambios en la estructura ocupacional colombiana, Centro de Estudios sobre el Desarrollo Económico, Unív. de los Andes, Bogotá, 1977; Konrad Matter, Inversiones extranjeras en la economía colombiana, Ediciones Hombre Nuevo, MedeIlin, 1977; James E. Boyce y Francois J. Lombard, Colombia’s Treatment of Foreign Banks, American Instituto for Public Policy Research, Washington, 1976.

(79) ANIF, "Evolución del sector financiero, 1965-1975", Carta Financiera, vol. IV, No. 5, 1977.

(80) ANIF, op. cit.; Fernández, op. cit.

(81) El Tiempo, noviembre 28 de 1978.

(82) Ver la estructura de la industria en esta época en los libros citados de Poveda y Rodríguez.

(83) Raúl Fernández, Imperialist Capitalism In The Ihird Worid...

(84) Ibid.; ver Controversia, Centro de Investigación y Educación Popular, No. 52 y 53.

(85) Fernández, Imperialist Capitalism...

(86) Fernández, Ibid., ver Silva Colmenares, op. cit.,

(87) Superintendencia de Sociedades, Conglomerados de sociedades en Colombia, Editorial Presencia, Bogotá, 1978, pág. 303.

(88) Ibid., pág. 304-306.

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(89) Ibid., pág. 47.

(90) Ibid., pág. 313.

(91) Ibid., pág. 105.

(92) Lenin señaló que en Rusia la contradicción en la agricultura consistía en la oposición existente entre la vía "farmer" (americana) y la vía "junker" (prusiana). La burguesía rusa, inconsecuente con su papel de desarrollar el capitalismo, escogió la vía "junker" que favorece a los terratenientes, mantiene la opresión feudal de los campesinos y permite un desarrollo lento del capitalismo. Ver Lenin, "El programa agrario de la social democracia en la primera revolución rusa de 1905 a 1907", cap. 1. Obras completas, LXIII. El imperialismo trata de superar la contradicción que le presenta su necesidad de exportar capital y la de mantener el atraso para impedir la competencia del país neocolonial, impulsando el desarrollo "junker" del capitalismo, único que puede preservar el régimen de explotación terrateniente por un tiempo indefinido, dado el proceso lentísimo del avance capitalista.

Capítulo Tercero. Los partidos liberal y conservador en el siglo XX

El establecimiento del Frente Nacional entre los dos partidos tradicionales colombianos, después de que se enfrentaron en guerras civiles durante el siglo XIX y de que fue precedido inmediatamente por una década de lucha intensa entre los dos, ha desatado las más disímiles interpretaciones. Tres puntos centrales pueden llevarnos a clasificar estas interpretaciones. Primero, es el punto de que se concibe a los partidos liberal y conservador como partidos pluriclasistas, de lo cual podría deducirse que el Frente Nacional es una expresión más de la interconexión de intereses de dos partidos compuestos por las mismas clases. Tirado Mejía, por ejemplo, dice que: "los partidos liberal y conservador son pluriclasistas por su composición pero en ellos la representación de diferentes clases, o fracciones de clase, implica la imposición de los intereses de la clase dominante" (1). No solamente señala este carácter de pluriclasistas, sino que atribuye al pluriclasismo la explicación del bipartidismo, las coaliciones de diferente tipo tanto en el siglo pasado como en el presente, las divisiones internas de los partidos y la política partidista general en los dos siglos. Por eso, Tirado puede concebir que la alianza contra Melo en el siglo pasado es ya un anuncio del Frente Nacional cien anos después. Es algo así como si fuera el anuncio bíblico del Mesías en los profetas del Antiguo Testamento. El segundo punto se refiere a la concepción de los partidos liberal y conservador como dos agrupaciones amorfas, sin una ideología cohesionante, sin una organización estructuradora, sin mayores diferencias respecto de la sociedad, la economía o la política. Según esto el Frente Nacional no sería sino el acuerdo de los dirigentes que dictan sus orientaciones y señalan el camino en cada momento concreto. Pangloss dice en este sentido que "en el partido liberal colombiano profesan personas de opiniones muy distintas, desde socialistas abiertos hasta tradicionalistas disfrazados. En el conservador se encuentran fascistas declarados y republicanos de la más rancia estirpe. Son coaliciones..." (2). En el mismo sentido se expresa Darío Echandía ante la pregunta de un reportero que le inquiría si el partido liberal se ha venido conservatizando: "Son maneras de hablar. ¿Por qué los conservadores van a ser menos ineptos para hacer política social que los liberales? No. Hay conservadores que parecen socialistas. Entre otros, con todo respeto la Iglesia Católica que no es liberal sino

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socialista... En cambio los burgueses liberales odian las reformas sociales, odian la memoria del viejo López y se dicen liberales" (3). Y el tercer punto consiste en la idea de que los partidos liberal y conservador han dejado de representar diferentes clases sociales en pugna y que, por el contrario, el Frente Nacional es el resultado de la unificación de la clase dominante, o sea, de la formación y consolidación de la burguesía colombiana como única clase gobernante (4). Esta posición ha hecho carrera en muchos sectores intelectuales, para los que la clase de los terratenientes desapareció del país o nunca existió.

Estas tres interpretaciones de los partidos tradicionales colombianos son, a la vez, tres interpretaciones del Frente Nacional. Coinciden en abstraer el proceso histórico colombiano del proceso general de la transformación que ha sufrido el capitalismo y de su influencia en la lucha de los partidos. En esencia, según estas interpretaciones, los partidos, su composición, su ideología y su comportamiento no han sufrido transformaciones esenciales del siglo pasado a la época contemporánea. Pero, además, el análisis del Frente Nacional no se aparta, substancialmente , de la justificación que han ofrecido los mismos partidos que pactaron esta etapa de nuestra historia. En esto, las tres interpretaciones no solamente están de acuerdo, sino que se complementan. Es indudable que lo que desquicia, en el fondo, estas interpretaciones, es el hecho de que se haya formado un Frente por dos partidos que estuvieron enfrentados, o que aparentaron enfrentarse, durante siglo y medio, pero que en un momento dado resuelven hacer un gobierno compartido, como si se tratara de un partido único de gobierno. Resulta, pues, insoslayable el abordar una interpretación no solamente del carácter del Frente Nacional, sino de los sectores que lo componen y del proceso que condujo a su establecimiento.

1. Carácter de clase de los partidos políticos colombianos

Los partidos políticos surgen en la historia del mundo como producto de la revolución mundial democrático-burguesa, al abrirse paso la lucha por el poder político entre las diferentes clases sociales, una vez que se hubo superado la concepción feudal de que la autoridad provenía de Dios y que, por tanto, correspondía por herencia a sus representantes directos o indirectos. En Colombia, los partidos políticos son también el resultado de la revolución democrático-burguesa en el país, representada por la revolución de independencia y por la lucha que libraron las clases sociales en conflicto durante el siglo XIX frente a los objetivos económicos y políticos de la revolución. Ni los escritores liberales y conservadores del siglo pasado ni los escritores de la "nueva historia" parecen estar en desacuerdo con esta proposición general, no importa que la interpretación sobre el origen de la división en dos colectividades se aparte substancialmente o coincida en muchas ocasiones. Pero el problema central que nos ocupa radica en dilucidar si los partidos son pluriclasistas y si, por tanto, su ideología y su práctica corresponden a intereses de clase contrapuestos o no. A pesar de que Tirado Mejía utiliza una fórmula un tanto ambigua para abordar el problema en el artículo antes citado, sin embargo lo que queda claro de su posición, es que para él los partidos son pluriclasistas. Cuando habla del liberalismo, reafirma su posición inicial y dice: "El esquema explicativo del liberalismo como sinónimo de burguesía progresista, aparte de que olvida la composición pluriclasista de esta agrupación ha permitido a este partido jugar el papel de catalizador de los movimientos populares..." (5). Lo que lleva a Tirado Mejía a tal confusión permanente es la tendencia, primero, a mirar los partidos políticos colombianos con esa visión lineal que ya hemos criticado, partiendo de la época

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contemporánea para aplicarle los mismos criterios de análisis a los fenómenos de hace siglo y medio que a los de " hoy y, segundo, en perderse entre la maraña de fenómenos aparentes y menos importantes sin distinguir las contradicciones principales de las secundarias.

Lo que define el carácter de clase de un partido no es, estrictamente, su composición, sino su ideología. Es ésta la que expresa la conciencia de clase de una agrupación política. La fidelidad a esa ideología y la consecuencia con sus intereses de clase se comprueba en la práctica de su actuación política, de sus medidas en el poder y de su actitud frente a los distintos problemas concretos en conflicto. El partido conservador en el siglo XIX adoptó durante todo el período la ideología de la Iglesia Católica, opuesta radicalmente a la ideología liberal, democrática, capitalista. El liberalismo, como ideología, fue condenado en distintas oportunidades por los Papas y se siguió defendiendo la concepción feudal de la sociedad, aunque adaptada a las nuevas circunstancias del mundo. La Iglesia Católica y su ideología fueron proterratenientes. Esto explica, por ejemplo, que se agudizaran tanto las contradicciones entre los dos partidos liberal y conservador, cuando el general Mosquera expropió a la Iglesia de sus inmensos latifundios en 1861 y que este hecho determinara en gran medida la lucha que siguió hasta la época de la "Regeneración" y las grandes guerras civiles que surgieron después de la Constitución de Rionegro. Se trataba de la lucha alrededor de un problema central de la revolución democrática, como era el de la reforma agraria de carácter capitalista, iniciada en esta forma por el general Mosquera. La desamortización de bienes de manos muertas no sólo afectaba a la Iglesia, sino que amenazaba el régimen terrateniente que dominaba en el país desde la Colonia. El régimen fiscal español, el monopolio estatal del comercio y otros puntos de la estructura colonial constituían parte del soporte del régimen terrateniente. La pugna ideológica entre Ezequiel Rojas y Miguel Antonio Caro, uno defendiendo el utilitarismo y otro el escolasticismo, lo que expresa es esta contradicción fundamental (6). El utilitarismo se había convertido en la ideología de los partidos liberales, partidarios del capitalismo y enemigos del feudalismo, defensores de las reformas radicales que impulsaran el desarrollo capitalista y opuestos a la perpetuación del régimen terrateniente. Esa era también la ideología del liberalismo colombiano, del partido liberal colombiano. Las contradicciones que se generaron a raíz de la ideología utilitarista y las inconsecuencias del partido liberal en diferentes etapas, se deben, muy principalmente, a que el utilitarismo respondía en Europa a una burguesía industrial en pleno desarrollo, mientras aquí había sido adoptada por los comerciantes, porque no existía esa burguesía.

El partido conservador representaba la ideología terrateniente, la defendía en todas las formas y la llevó a la victoria después de 1880. Por esta razón interpretamos al partido conservador como el partido de los terratenientes, defensor de sus intereses, ligado al monopolio latifundista de la propiedad privada de la tierra y opuesto a las reformas fundamentales que la pusieran en peligro. La contradicción con el partido conservador no provenía, por tanto, de la oposición a la monarquía o a la aristocracia como parece sugerirlo Tirado. La semejanza esencial entre los latifundistas granadinos y los aristócratas europeos radicaba en su defensa común del régimen de explotación terrateniente, a la cual renunciaron rápidamente los europeos y se aferraron al mantenimiento de la monarquía, problema éste que no tenía vigencia en la Nueva Granada, por lo cual los conservadores estaban en inmejorables condiciones para defender sus intereses económicos. Tirado Mejía coloca la contradicción en su aspecto formal y no en su contenido, el cual consistiría en la defensa de lo que es la esencia del

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régimen feudal, la propiedad privada de la tierra por los latifundistas (7). Es interesante que en esta confusión coincida con Ospina Rodríguez en su análisis del conservatismo decimonónico. Ospina Rodríguez defiende que no hay diferencias esenciales entre los liberales y los conservadores, distinta de la tolerancia, ya que unos y otros defienden la independencia y la forma democrática de gobierno, pero los conservadores quieren convivir con todos, mientras los liberales quieren arrasar con quienes guardan diferencias sobre puntos secundarios (8). Tanto los conservadores como los liberales son, para Ospina Rodríguez, "liberales", unos liberales conservadores y otros liberales rojos y, en esta forma, elude el problema central de sus diferencias y sus luchas alrededor del desarrollo de la economía. Cuando Liévano Aguirre y López Michelsen defienden el régimen colonial como un régimen anticapitalista y se colocan contra los liberales radicales del siglo pasado, cometen un error semejante al de Tirado Mejía, aunque con matices ligeramente distintos, y es la de no distinguir el carácter de clase de los partidos. Pero al colocarse Liévano y López con el régimen colonial, se adhieren al partido conservador del siglo XIX, con su ideología anticapitalista, en favor del régimen feudal de explotación terrateniente (9). El partido conservador fue el partido reaccionario del siglo pasado, no porque estuviera apegado a los rezagos aristocratizantes de la monarquía, sino porque se aferraba a la perpetuación del régimen de explotación terrateniente, obstáculo fundamental para el desarrollo del capitalismo, lo cual lo ponía con las fuerzas que en el mundo iban a contracorriente de la revolución democrática, proceso general que determinaba el rumbo de la historia, aun en los aspectos de su desarrollo particular de un país como Colombia. Desde ese punto de vista, no tiene razón Tirado Mejía al tomar el proceso colombiano del siglo XIX como absolutamente diferenciado del proceso europeo (10).

Si el partido liberal fue un partido progresista en el siglo XIX se debió a la defensa que hizo de las grandes reformas exigidas por el desarrollo capitalista, el cual, a pesar de este esfuerzo, no llegó antes del siglo XX. Pero el partido liberal no representaba los intereses de una sola clase. Los comerciantes y los artesanos coincidían en la lucha contra el régimen fiscal de la Colonia y, por ese motivo, coincidieron en el impulso a la revolución democrática en los primeros años de vida independiente. Pero cuando el desarrollo del país exigió la libertad de comercio, única manera de lograr el capital necesario para la inversión en formas más avanzadas de producción industrial, se desató una contradicción irreductible entre las dos clases y el partido liberal se dividió entre radicales y draconianos. Poco a poco los draconianos, representantes de los artesanos, fueron siendo liquidados, hasta quedar el partido liberal como la representación exclusiva de los comerciantes. Esta clase social que propugnaba por el libre cambio, en ausencia de la burguesía industrial, surge en el siglo XIX como la clase social más avanzada y progresista (11). Era porque impulsaba las condiciones necesarias para el desarrollo capitalista que hemos mencionado más atrás, guiándose por la ideología liberal revolucionaria de la burguesía en el período de ascenso del proceso mundial (12). Lo trágico de este proceso radica en que los comerciantes, a diferencia de la burguesía industrial, pueden lucrarse, en un momento dado, tanto de un régimen terrateniente adaptado a las condiciones del comercio internacional capitalista, como de un régimen capitalista dirigido por la burguesía industrial. La confusión de la "nueva historia" a este respecto reside en la consideración de que actualmente la burguesía industrial también se lucra del régimen terrateniente, pero no tienen en cuenta que no es la burguesía industrial la que domina el país, sino la gran burguesía financiera e industrial monopolista que no tiene contradicciones antagónicas con los terratenientes como sí los tiene la burguesía industrial no monopolista. De todas maneras, entre 1861

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y 1880 un sector de los comerciantes, en lugar de integrarse al proceso progresivo del desarrollo industrial, se aprovecha de las ventajas obtenidas en la lucha contra el general Mosquera para invertir en la compra de las tierras desamortizadas. Este fenómeno económico es aceptado por los autores de la "nueva historia" y por los historiadores norteamericanos que se ocupan de la época. Pero pasan por alto sus consecuencias políticas en la conformación de los partidos. El partido liberal sufre una nueva división, acaudillada por Rafael Núñez, la del liberalismo independiente, representante de un gran sector de comerciantes cuyos intereses habían ido coincidiendo con los de los terratenientes hasta transformarse plenamente en los de ellos. Así se explica por qué Núñez coincide con el sector más recalcitrante del partido conservador, el que se va a denominar de los conservadores nacionalistas, o pertenecientes al partido nacional fundado por Núñez. El partido liberal traiciona así la revolución democrática. Su último intento de retomar el camino lo hace en la "guerra de los mil días", pero ya, para entonces, todo un gran sector del viejo radicalismo prefiere negociar con los conservadores en lugar de persistir en la revolución democrática. Más adelante haremos una interpretación de este momento histórico crucial para entender el siglo XX. Ahora lo esencial es tener en cuenta que los vaivenes del partido liberal en el siglo XIX se debieron, primero, a su alianza interna con la clase de los artesanos, clase que no podría jugar un papel histórico progresista y, segundo, a la transformación de un sector de los comerciantes que claudican con la revolución democrática y arrastran a la conciliación la inmensa mayoría del partido liberal.

El partido liberal en el siglo XIX representó los intereses de la clase comerciante y ese fue su aspecto principal, pero en el siglo XX va a tener que sufrir un proceso de acondicionamiento al desarrollo del capitalismo nacional y del capitalismo imperialista. El desarrollo del capitalismo que se opera en Colombia desde principios de siglo da origen a dos clases sociales que no existían antes en el país, a saber, la burguesía y el proletariado. Una, la burguesía, va a dividirse por efectos del dominio imperialista y penetración del capital norteamericano, en burguesía monopolista y burguesía no monopolista o, lo que es lo mismo, en gran burguesía financiera y monopolista y burguesía nacional. El partido liberal va a dejar de representar los intereses de los comerciantes precapitalístas en transición hacia el capitalismo, para apropiarse los intereses de la burguesía. El conflicto inherente al partido liberal durante la primera mitad del siglo XX será el de la lucha entre estos dos sectores de la burguesía, conflicto que no viene a definirse por completo en favor de la gran burguesía sino hasta después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Pero esta lucha dentro del partido liberal no significa que, en algún momento, llegara ese partido a representar los intereses de la burguesía nacional. Los apologistas del partido liberal entre los escritores de la "nueva historia" siempre han presentado a los más connotados jefes del partido liberal, entre ellos a Olaya Herrera, López Pumarejo y Lleras Restrepo, como los representantes de una burguesía industrial progresista y antifeudal. Para el profesor de la Universidad Nacional, Darío Mesa, tan influyente en las nuevas generaciones liberales de sociólogos e historiadores, "en torno al doctor Olaya Herrera se dio lo que podemos llamar el combate antifeudal... La burguesía industrial que acaudillaba el doctor López llegó a 1936 con la gran tarea de liquidar la Colonia y aupar el país hasta los tiempos modernos" (13). Podríamos decir que este criterio es dominante en escritores como Arrubla, Melo, Tirado Mejía, Bejarano, Torres Giraldo, Buenaventura, Oscar Rodríguez y otros. Mesa, en su entusiasmo de ver por fin el ascenso de la burguesía en Colombia exclama: "Ya no es difícil descubrir en la base de todo ello el ascenso de la burguesía industrial. El doctor López la encarnaba como nadie; la encarnba en todo, hasta en su

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desenfado y su audacia" (14). Sin embargo, la estrecha conexión del partido liberal con el imperialismo norteamericano en el proceso de "modernización" nos lleva a conclusiones diferentes.

Ni Olaya Herrera, ni López Pumarejo, ni Santos, ni Lleras Camargo, ni Lleras Restrepo, ni López Michelsen, ni Turbay, que han encabezado los gobiernos liberales de este siglo, han defendido la ideología burguesa correspondiente a una revolución democrática que garantice la independencia nacional, la reforma agraria contra los terratenientes y los plenos derechos para las masas. Todos ellos, sin excepción de ninguna naturaleza, han sido ideólogos, con mayor o menor brillantez, de la modernización imperialista, de un liberalismo moderno que se ha llamado de "intervencionismo de Estado", del capitalismo de Estado como agente del endeudamiento externo, de las reformas constitucionales que puedan darle las mayores garantías no sólo al tipo de economía que ha impuesto aquí la dominación norteamericana, sino a los intereses directos del imperialismo. Los gobernantes elegidos por el partido liberal han sido los defensores más acérrimos, más audaces y más consecuentes, de la que hemos denominado "modernización imperialista". La ideología de la gran burguesía financiera y monopolista es, precisamente, la que ha adoptado el partido liberal en el siglo XX y que comienza a introducir muy lentamente en ese partido nada menos que Rafael Uribe Uribe con sus tesis de "socialismo de Estado". Acierta, por tanto, en su diagnóstico, Darío Echandía al definir el partido liberal colombiano como "social-demócrata". Dice Echandía: "Casi todos los que se dicen ’liberales’, lo que son es ’social-demócratas’... El liberal es el partido del laissez-faire; ése desapareció del mundo. Aquí quedan algunos pero no los nombro porque se ponen bravos" (15). Pero la socialdemocracia europea fue la que reivindicó desde finales del siglo pasado, como resultado de la corriente "revisionista" de la época, el capitalismo de Estado, que se iría imponiendo más tarde como la estructura política económica correspondiente al monopolio y al predominio del capital financiero. El pretendido "socialismo de Estado", sin la revolución que le dé el poder al proletariado, es la ideología correspondiente a la burguesía financiera que posee la visión más audaz en la dominación imperialista. Lenin afirma al respecto: "…el error más generalizado está en la afirmación reformista-burguesa de que el capitalismo monopolista o monopolista de Estado no es ya capitalismo, que puede llamarse ya "socialismo de Estado", y otras cosas por el estilo... Naturalmente, los monopolios no entrañan, no han entrañado hasta hoy ni pueden entrañar una planificación completa. Pero... por cuanto son los magnates del capital quienes calculan de antemano el volumen de la producción en escala nacional o incluso internacional... permanecemos, a pesar de todo, dentro del capitalismo: aunque en una nueva fase de éste, permanecemos indudablemente, dentro del capitalismo- La ’proximidad’ de tal capitalismo al socialismo... no debe constituir, en modo alguno, un argumento para mantener una actitud de tolerancia ante los que niegan esta revolución y ante los que hermosean el capitalismo, como hacen todos los reformistas" (16).

En el partido liberal ha predominado durante el siglo XX la ideología social-demócrata del capitalismo de Estado y se ha rechazado sistemáticamente la ideología de la revolución democrática. Por esta razón el partido liberal representa los intereses de la gran burguesía financiera burocrática. Así como para la dominación imperialista, el instrumento central ha sido el Estado y lo fue mucho más como agente que propició la entrega del país, en la misma forma el punto neurálgico del debate ideológico dentro del partido liberal lo constituyó, desde principios del siglo, el carácter del Estado. La

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dominación imperialista ha ido paralela con la transformación del Estado, llevada a cabo, principalmente, por los gobiernos liberales. Sin embargo, dentro del partido liberal se ha desarrollado una profunda lucha para poder imponer la nueva concepción del Estado, la dominación imperialista y el rechazo de la revolución democrática. Primero, esa lucha se dio contra las concepciones del siglo XIX, en las que predominaban los intereses de los comerciantes. Esta clase había adoptado, en esencia, la ideología burguesa de la revolución democrática, a la que traicionó, a finales del siglo. Esta lucha sumió al partido liberal en una crisis grave de transición que desembocó en un partido liberal diferente para la década del treinta. Fue la transición producida por el desarrollo del capitalismo. Pero, al mismo tiempo que se superaba esa crisis, se generaba una nueva, debido al surgimiento en el país de la burguesía nacional con el desarrollo de la industrialización , y de la gran burguesía financiera con el dominio imperialista que iniciaba el endeudamiento externo a través del Estado. La aparición y el desarrollo de las dos burguesías, una ligada por sus intereses económicos al capitalismo nacional, y otra ligada por su necesidad de supervivencia al Estado y al capitalismo imperialista, en forma simultánea, es el fenómeno fundamental que no se puede ignorar si se quiere comprender el proceso de la lucha política, tanto dentro del partido liberal, como de los dos partidos en la historia contemporánea. Dentro del partido liberal surge un sector minoritario y débil, pero importante a medida que se desarrollan las contradicciones del país, que representa los intereses de la burguesía nacional. Nosotros creemos que ese sector lo acaudilla Jorge Eliécer Gaitán, como lo analizaremos detalladamente a su tiempo. La división del partido liberal para las elecciones de 1946, expresa la agudización de la pugna interna. No puede decirse que Gaitán haya sido siempre fiel y consecuente en la representación de los intereses de su clase. En lugar de lanzarse, como lo intentó en un principio, a la formación de un nuevo partido, se integró al liberalismo tomado ya más o menos férreamente por la gran burguesía empotrada en el Estado y, para poder ascender y llegar a tomarse la dirección de ese partido, tuvo que hacer no pocas concesiones que debilitaban su independencia y arriesgaban los objetivos democráticos. En este sentido también Gaitán cayó en las tesis del "socialismo de Estado", inherentes a la "modernización" imperialista. Después del asesinato de Gaitán, el sector de la burguesía nacional dentro del partido liberal deja de tener expresión. La gran burguesía financiera, monopolista y burocrática queda completamente libre en poder del partido liberal, al cual, de todas formas, había conducido al control del Estado, por primera vez, en 1930 (17). La ideología socialdemócrata del partido liberal ha sido sellada en la práctica por las medidas adoptadas en los gobiernos liberales, varias de las cuales hemos analizado con amplitud.

Por su parte, el partido conservador también tiene que adaptarse a las nuevas condiciones del desarrollo capitalista en el país, el surgimiento de la burguesía y a la aparición de la clase obrera. Para este partido el proceso de adaptación será mucho más traumático, porque su ideología siempre había sido anticapitalista y porque los intereses de los grandes terratenientes se contraponían antagónicamente con el desarrollo de unas clases que podrían amenazar la supervivencia de sus intereses. Sin embargo, un sector terrateniente en Antioquia, dadas las condiciones peculiares en que se desarrolla la actividad minera, el proceso de comercialización y el auge de la colonización hacia el sur (18), se incorpora poco a poco a la industrialización y vira rápidamente hacia la "modernización" imperialista, como es el caso del general Pedro Nel ’Ospina y la corriente política de los conservadores "históricos". El surgimiento de este sector dentro del partido conservador conduce en pocos años a una profunda división y pugna interna que se hará más aguda en los momentos en que se sienta en Colombia con mayor fuerza

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la competencia por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y Alemania después de 1935. Un sector dirigido por Laureano Gómez, profundamente enraizados en la ideología terrateniente y otro sector que va agrupándose en tomo de la familia Ospina, cuyo jefe llegará a ser Mariano Ospina Pérez. Mientras Gómez dirigirá el sector recalcitrante de los terratenientes anticapitalistas, ferozmente opuestos a los Estados Unidos, Ospina, que a sus intereses terratenientes familiares añadirá los financieros, se erigirá en el defensor de la "modernización" imperialista, coincidiendo en gran manera con el partido liberal. Por esta razón, Ospina podrá trabajar en su retiro político al que lo obliga el sectarismo de Gómez, aun para sus mismos copartidarios, con la burguesía financiera liberal (19). Gómez se une con todos aquellos que en cualquier momento se coloquen contra el peligro capitalista, venga de donde viniere, no importa si es de los masones, de los norteamericanos, de algunos tímidos miembros del clero que defienden la "modernización". De esta manera Gómez conduce el partido conservador a su gran crisis, la de 1930 a 1945, crisis de transformación, similar a la sufrida por el partido liberal entre 1880 a 1930. En su lucha contra Estados Unidos, Gómez se pone de parte de los fascistas españoles y, más disimuladamente, de los fascistas italianos y alemanes. Entre 1934 y 1941, Gómez se convierte en una punta de lanza del imperialismo alemán con su posición neutralista a ultranza (20). Alemania libraba una gran batalla por la hegemonía en América Latina y, particularmente, en Colombia, no sólo por el comercio, en donde Alemania era desplazada rápidamente por Estados Unidos, sino también en torno a la aviación comercial latinoamericana que había llegado a convertirse en un sector estratégico de la lucha por la hegemonía mundial y que tenía su centro en Colombia (21). El partido conservador se mantiene unido en este momento por su tradición terrateniente, por el enfrentamiento partidista con rezagos del siglo XIX y porque no ha culminado el proceso de transformación de los dos partidos que tendrá lugar más adelante con la consolidación del control imperialista sobre la economía. Entre tanto, ante las nuevas circunstancias que hacen inevitable la penetración del capitalismo en el país, el partido conservador se vuelve, unas veces tímidamente, otras abiertamente, hacia los movimientos fascistas europeos del veinte al cuarenta. Esta es la forma que adopta la defensa de los intereses de los terratenientes que es común a todo el partido conservador. Aun el sector ’’ospinista’’, que va ligándose al sector financiero, no deja de representar los intereses de la clase terrateniente, la cual no pierde poder, pero tiene que luchar por mantenerlo adaptado a las nuevas circunstancias. No es que los terratenientes hayan desaparecido como clase ni que hayan perdido su poder político, sino que se han ligado al capitalismo por medio del capital financiero, con lo cual pueden lucrarse de las ventajas del capital y mantener incólume el régimen de la tierra que conviene a sus intereses.

2. Las alianzas de los partidos y de las clases

El Frente Nacional ha institucionalizado la colaboración de los dos partidos tradicionales en el gobierno. ¿Podría, entonces, decirse que el desarrollo del mercado interior y la acumulación de capital con su desarrollo en el capital financiero, llevaron a la unificación de la clase dominante? Esta es una tesis implícita o explícita en la mayor parte de la literatura histórica de izquierda, a la cual hemos hecho referencia reiteradamente. Lo que esta tesis significaría tendría que ver con la unificación de las clases dominantes del siglo XIX en una sola clase, la burguesía. De hecho, esto implicaría que los terratenientes dejaron de serlo y se convirtieron, por fuerza del desarrollo capitalista del país, en burguesía agraria. No habría entonces en Colombia sino una sola clase dominante, la burguesía, y el país, por lo tanto, sería un país

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capitalista. Se llega así a interpretar la colaboración del partido liberal y el partido conservador en el Frente Nacional como la unificación de la burguesía, determinante dentro de cada uno de los dos partidos, cuyas contradicciones y luchas han sido más aparentes que reales, más tácticas que surgidas de intereses de clases sociales contrapuestas, debidas, preferentemente, a luchas burocráticas o personalistas entre fracciones de la burguesía. Para nosotros el Frente Nacional es una alianza de dos clases sociales, los grandes terratenientes y la gran burguesía financiera y monopolista, cuyos intereses no coinciden plenamente, pero muchos de ellos han llegado a identificarse por fuerza del desarrollo del capitalismo imperialista y de la dominación norteamericana sobre nuestro país. Es de vital importancia, por tanto, mostrar cómo la alianza del Frente Nacional no surgió de un momento a otro, sino que tuvo una preparación concreta en otras alianzas desde principios de siglo y explicar por qué se rompió en diferentes oportunidades. Estas alianzas se empezaron a dar en momentos en que el mercado interior era apenas incipiente y cuando la acumulación de capital no permitía todavía hablar con toda propiedad de una burguesía unificada. No fue por tanto el fenómeno que permitió las alianzas. El factor que llevó a la coincidencia de intereses fue la dominación imperialista, a todo lo largo y ancho del proceso, hasta consolidarse en una alianza necesaria en el Frente Nacional.

El proceso de alianza de los terratenientes y de la gran burguesía financiera ha pasado por tres etapas. La primera etapa, la de la concentración nacional de Olaya Herrera en 1930; la segunda, la de la Unión Nacional de Ospina Pérez en 1946; y la tercera, la del Frente Nacional. Cada etapa tiene sus antecedentes, su proceso y su desenlace, menos la del Frente Nacional, en la que todavía nos encontramos en 1979,

Olaya Herrera, primer presidente liberal de este siglo, lanzó su candidatura y desarrolló su gobierno con un programa de "concentración nacional", nombró ministros conservadores, entre los que descolló Esteban Jaramillo, destacado economista y ministro de varios gobiernos conservadores, incluido el de Abadía Méndez, y fervoroso defensor de los intereses norteamericanos, al cual Olaya nombró, aun enfrentándose a algunos sectores de su propio partido, el liberal (22). Esta primera etapa, caracterizada por la concentración nacional, es la culminación de una serie de hechos de colaboración entre el partido liberal y el partido conservador. Tanto López Pumarejo como Eduardo Santos patrocinaron la política colaboracionista con los gobiernos conservadores antes de 1930. Durante el gobierno del general Ospina estos jefes liberales libraron una lucha interna para lograr la participación de su partido con los conservadores, movidos por la política de "modernización" del presidente Ospina y ya hemos hecho mención del agrio debate que suscita el sector anticolaboracionista dirigido por el senador Luis Cano, centrado en el problema del endeudamiento externo. Finalmente López y Santos no entraron al gobierno del general Ospina, pero López siguió empeñado en la colaboración con los gobiernos conservadores. Durante el proceso de selección del candidato para las elecciones de 1930, López, que no ocultaba su oposición a Olaya Herrera basado en la participación de éste en el partido republicano de Carlos E. Restrepo, inició conversaciones con los dos candidatos conservadores, Guillermo Valencia y el general Vásquez Cobo, con el objeto de escoger entre los dos para brindarle su apoyo y el del partido liberal (23). La posición colaboracionista del partido liberal no había sido ajena a sus jefes más connotados. Derrotados los liberales en la guerra de los mil días, Uribe Uribe y Benjamín Herrera se convierten en el apoyo principal del general Reyes y el intelectual liberal más prestigioso de la época, Baldomero Sanín Cano, surge como la figura descollante de ese régimen autocrático.

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Los liberales, bajo la dirección de Benjamín Herrera, proponen y hacen aprobar en la Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa, durante sus sesiones de 1905, la prolongación del período presidencial del general Reyes hasta el 31 de diciembre de 1914. Más adelante, Uribe Uribe ordena votar al partido liberal por el candidato conservador José Vicente Concha, después de lo cual acontece su asesinato en pleno centro de Bogotá. Casi todos los gobiernos conservadores de la época, que se han llamado "de hegemonía", contaron con gabinetes de liberales y conservadores. Todo esto culmina con el nombramiento de Olaya Herrera como embajador en Washington de tres gobiernos conservadores consecutivos, después de haber figurado como Ministro de Relaciones Exteriores en varios gobiernos de esa misma afiliación.

Este proceso de alianza entre el partido conservador y el partido liberal que desemboca en el gobierno de concentración nacional de Olaya, tiene raíces en el fenómeno económico que hemos examinado anteriormente y que denominamos desarrollo del capitalismo nacional. Es indudable que, durante el período de la "Regeneración" de finales de siglo, el sector liberal que todavía se llamaba de los "radicales", empeñados en la guerra y dirigidos por Herrera y Uribe Uribe, coincide en no pocos intereses con los conservadores históricos de Martínez Silva y Pedro Nel Ospina. En cierta manera esto explica que ambos sectores se hayan opuesto a Núñez y Caro, jefes de la "Regeneración" y hayan llegado a pensar en una alianza para llevar a cabo la guerra conjuntamente (24). Se trataba, entonces, de un sector de los comerciantes en proceso de transformación en industriales y de ese sector de los terratenientes, predominantemente antioqueño, que se interesaba en la industrialización, como lo era el mismo general Ospina. Los vínculos entre Uribe Uribe y el general Ospina quedan claramente al descubierto a raíz del mensaje conciliador y derrotista que Uribe Uribe le deja al retirarse de la plaza de Corozal en la guerra de los mil días ante la implacable persecución que le hace el general (25). Esta coincidencia de intereses vinculados al desarrollo del capitalismo nacional y a los fenómenos que prepararon el surgimiento de la industrialización, expresado en un intento de alianza de los liberales "radicales" y los conservadores "históricos", cambia radicalmente cuando aparecen los intereses del imperialismo norteamericano, sobre todo, al iniciarse el endeudamiento externo de 1920. El imperialismo norteamericano, a través del proceso ya descrito, produce en Colombia el surgimiento de la gran burguesía financiera empotrada en el Estado antes de que hubiera llegado a su pleno desarrollo la burguesía industrial no monopolista. El partido liberal se inclina por completo ante los nuevos intereses introducidos por el endeudamiento externo y sus consecuencias. Pero esta tendencia hacia Estados Unidos del partido liberal se daba ya, por lo menos, desde el conflicto del Canal de Panamá. Los jefes liberales Vargas Santos y Foción Soto autorizaron las declaraciones de Antonio José Restrepo al The Commercial Advertiser ofreciéndole el Canal a los Estados Unidos, después de que ganaran la guerra y llegaran al gobierno (26). Y el apoyo y la colaboración de los liberales al gobierno de Reyes, connotado partidario de los Estados Unidos, es expresión de la misma tendencia que toma rumbos firmes cuando los representantes de los financieros López y Santos arriban a la dirección de su partido.

En esta primera etapa el proceso ofrece no pocas confusiones que tienen su explicación en la transformación que está sufriendo el partido liberal de un partido representante de los comerciantes precapitalistas en uno representante de la gran burguesía financiera pro-imperialista. El partido conservador se ve cada vez más acorralado ante las exigencias de los nuevos fenómenos que corroen sus cimientos ideológicos

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anticapitalistas mantenidos por él hasta bien entrado el siglo XX. Esta es una primera etapa de acomodamiento de los dos partidos a las nuevas circunstancias históricas. Por eso puede verse a una figura ascendente del partido conservador como Laureano Gómez aliarse en diferentes oportunidades con los liberales para atacar a aquellos copartidarios que se atreven a coquetear con el "monstruo capitalista norteamericano" o se entregan a él. Así surgía como una figura fiel a sus principios, actitud que le abría camino hacia la dirección del partido, mientras los liberales aprovechaban para recuperar terreno con la oposición a algunos gobiernos conservadores. Pero una vez que la posición norteamericana de Olaya Herrera queda completamente al descubierto y se profundiza la crisis del gobierno liberal por la guerra con el Perú, desaparecen las confusiones ideológicas y se definen por completo las posiciones políticas. Para la década del treinta el partido liberal representa ya a la gran burguesía financiera en rápido desarrollo y patrocina sin ambages la "modernización imperialista". El partido conservador, por su parte, se encuentra en el momento de la iniciación de su crisis de acomodamiento. Elige como Jefe a Laureano Gómez a su regreso de la embajada en Berlín, rompe radicalmente con el partido liberal y adopta la posición recalcitrante proterrateniente de nuevas tonalidades religiosas. En un momento de lucha profunda por la hegemonía mundial entre el imperialismo alemán y el imperialismo norteamericano, el partido conservador, bajo la dirección de Gómez se opone con toda su fuerza a la influencia del imperialismo norteamericano y adopta posiciones "nacionalistas", de tinte fascista, que favorecen la posición y los intereses del imperialismo alemán en Colombia (27). En gran medida el rompimiento del partido conservador con el partido liberal se debió a la contradicción de esos dos imperialismos y al conflicto mundial de preguerra por la hegemonía mundial. También era un elemento determinante la transformación del partido liberal en un partido de capitalismo de Estado y el apoyo que Estados Unidos había dado a sus programas y a sus candidatos como en el caso de la candidatura de Olaya Herrera. Cuando Alfonso López Pumarejo, partidario siempre de la colaboración de los dos partidos en el gobierno, ofreció tres ministerios al conservatismo en 1934, entre los cuales incluía el nombre de Ospina Pérez para Hacienda, el Directorio Nacional Conservador, dirigido por Gómez, rechazó la oferta en forma tajante (28). Desde entonces hasta la renuncia de López en 1945, el partido conservador se lanza a la más feroz oposición a los gobiernos liberales de López y Santos.

De 1934 a 1953 vive la historia política de Colombia una etapa durante la cual se manifiestan con toda nitidez las diferentes posiciones ideológicas que expresan los intereses de las clases en conflicto representados por los partidos liberal y conservador del siglo XX. El partido conservador representa los intereses de esos terratenientes que ven un peligro en las fuerzas capitalistas identificadas con la penetración del imperialismo norteamericano. Los ideólogos de este partido que se han quedado sin las ideas que tenían en el siglo XIX recurren a un catolicismo trasnochado, a la hispanidad encamada en Franco, al fascismo de Mussolini, al nacionalsocialismo de Hitler. Las escisiones internas del partido conservador provienen de dos factores: 1) de que un sector de los terratenientes comprende que el imperialismo norteamericano y la penetración del capitalismo imperialista por medio del endeudamiento no pone en peligro el régimen terrateniente, pero que éste tiene que adaptarse a las nuevas condiciones incorporándose a las actividades financieras y a las reformas del Estado; 2) de que este sector se coloca de parte del imperialismo norteamericano en el conflicto mundial por razones del poder de los Estados Unidos en el país y por el carácter estratégico de Colombia para ese imperialismo. El fondo de la división conservadora entre "ospinistas" y "laureanistas" hunde sus raíces en las divergencias de los

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conservadores "nacionalistas" (es decir, pertenecientes al partido nacional de Núnez) e "históricos" en la última década del siglo pasado, de una parte, y en la posición pronorteamericana de Ospina Pérez, mientras Gómez sostiene el antinorteamericanismo, de otra parte. La derrota del imperialismo alemán, la oposición cerrada que suscita la constitución corporativista que Gómez intenta imponerle al país durante su gobierno, el convencimiento de Gómez después de la segunda guerra mundial de que el imperialismo norteamericano no era el monstruo capitalista sino el defensor de la civilización occidental contra el enemigo socialista, al mismo tiempo propulsor de ideologías muy semejantes a las que lo habían llevado a ponerse de parte del fascismo, y la lucha contra Rojas Pinilla, son factores que posibilitan no solamente la unidad conservadora, sino, sobre todo, la alianza del partido conservador y el partido liberal, ya a finales de la década del cincuenta. Por otra parte, el partido liberal, tal como lo hemos señalado, no solamente desbroza en esta etapa el camino hacia la dominación de la gran burguesía imperialista, sino que consolida sus condiciones económicas para que la burguesía nacional quede sin piso dentro del partido y del país, despejando así la vía para la alianza con los terratenientes. El sector financiero y burocrático que surge de la "modernización" impulsada por los liberales no posee contradicciones antagónicas con los grandes terratenientes. En el fondo, el mismo "parasitismo" improductivo del capital financiero reproduce en nuevas condiciones, el "parasitismo" feudal de los terratenientes. Cuando en 1930 se intenta una alianza de los dos partidos, todavía no se había culminado el proceso de transformación con las características propias del siglo XX. Para 1945, las dos fuerzas habían definido sus posiciones y habían "modernizado" sus ideologías, en términos generales. Es entonces cuando se hace un nuevo intento de alianza, propiciado por Alberto Lleras Camargo que había reemplazado a López Pumarejo en su último año de gobierno y recogido por Mariano Ospina Pérez. Es el inicio de la segunda etapa.

Todos los factores indispensables para la alianza se encontraban listos para las elecciones de 1946 y sólo faltaba encontrar la forma que ella tomaría. En efecto. El imperialismo norteamericano era hegemónico en el mundo y había consolidado su posición dominante en Colombia. El sector terrateniente antinorteamericano del partido conservador ya no contaba con el apoyo ideológico y económico del imperialismo alemán, derrotado en la segunda guerra mundial. Tanto el partido liberal como el partido conservador habían escogido sus candidatos oficiales en tal forma que fueran los más aceptables para la otra parte. Los financistas y los terratenientes habían transitado el camino penoso de reconocimiento ante el país y habían adquirido claridad sobre las nuevas características de la situación internacional y local. Pero sólo un obstáculo se interponía para el éxito de esta alianza tan esperada. Dentro del partido liberal se había fortalecido el sector comandado por Jorge Eliécer Gaitán y no pocos oportunistas veían en el caudillo popular el futuro de su partido y trasegaban en pos de él. Aunque Gaitán se había iniciado en su juventud con el partido liberal, hizo un intento de formar su partido político independiente con el apoyo del movimiento campesino del Sumapaz. La oligarquía liberal hizo todo lo posible por captar y neutralizar a Gaitán, ofreciéndole toda clase de garantías dentro de su partido. Pero las contradicciones iniciales que lo llevaron a separarse de él momentáneamente fueron agudizándose hasta hacerse antagónicas en la campaña electoral de 1946. Gaitán no estaba de acuerdo con el partido liberal, porque éste había llegado a convertirse en el partido de la gran burguesía financiera y monopolista. Tanto por su ideología, por su estilo de masas, como por sus vacilaciones, Gaitán no representaba esa clase social. Era más bien la figura solitaria que representaba los intereses de esa burguesía nacional que se había quedado sin una

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expresión política muy definida. De todas maneras la oligarquía liberal nunca se imaginó que Gaitán se convirtiera en un verdadero peligro para sus intereses. Jamás calculó que Gaitán obtuviera en las elecciones de 1946 los votos necesarios para hacerle perder a Gabriel Turbay la presidencia. Pero exactamente eso fue lo que sobrevino. Y tras la derrota de Turbay, no queda como alternativa para el partido liberal sino la fuerza popular de Gaitán, quien gana las elecciones de mitaca, logra la mayoría en el Congreso y asciende a la jefatura única del partido. Gaitán no iba a permitir la alianza con los terratenientes, contra los que se había enfrentado durante la década del treinta y todavía perduraba la imagen de la lucha antiimperialista librada por él en torno a la huelga de las bananeras y a la masacre que le siguió. Con Gaitán de por medio, la alianza de la oligarquía liberal-conservadora se volvía, si no imposible, por lo menos, extremadamente difícil. No le quedaba otra alternativa a la alianza gran burgués-terrateniente de la oligarquía liberal-conservadora que eliminarlo y acusar de su crimen al comunismo internacional. Eso fue lo que sucedió. Eliminado Gaitán, no se dio, sin embargo, sino una alianza transitoria, cuando los jefes liberales concurrieron a palacio y llegaron a un acuerdo con Ospina. El pueblo liberal se levantó por todo el país, salieron a la lucha los guerrilleros liberales del Llano, del Tolima y de otras regiones. La oligarquía liberal tuvo que jugar a las dos cartas, la del gobierno y la de los guerrilleros, con lo cual desintegró la alianza y el sector recalcitrante de los terratenientes de Laureano Gómez vio llegada la hora de tomar revancha de las dos décadas anteriores. La violencia, la lucha popular, la insurrección campesina, la reacción terrateniente, el sectarismo partidario entre el pueblo azuzado por los jefes, recorrieron el país y el imperialismo empezó a mirar con preocupación la explosiva forma como se desarrollaba la política colombiana. De ahí que el imperialismo no dude un momento y patrocine, con los sectores liberales y conservadores más fieles a su dominación, el golpe militar del trece de junio de 1953. El gobierno militar fue una forma de alianza, pero se enfrentó desde su iniciación con un obstáculo que no permitió su fortalecimiento, el que no todos los sectores del partido conservador y del partido liberal colaboraron con el golpe militar. No había una institucionalización de la alianza. Tuvo que darse el proceso de desgaste del gobierno militar con el sector de la oligarquía que lo había apoyado y con el imperialismo para que surgiera la fórmula definitiva que consagrara la alianza. Todo el proceso culmina con el establecimiento del Frente Nacional, es decir, con la alianza plebiscitaria de los terratenientes y la gran burguesía financiera, monopolista y burocrática.

Para comprender el proceso seguido por los partidos liberal y conservador en el siglo XX, definido como el de la alianza de los terratenientes y de la gran burguesía, y no como la unificación de la clase dominante en burguesía, es necesario clarificar cuatro elementos: 1) La clase que se fortalece con el desarrollo del capitalismo en el país es la gran burguesía financiera, monopolista y burocrática, clase con intereses contrapuestos antagónicamente a los de la burguesía no monopolista o burguesía nacional. 2) La clase de los terratenientes persiste con su base económica en el monopolio latifundista de la tierra, tiene que adaptarse a las condiciones del capitalismo imperialista, pero, a diferencia de los países capitalistas del siglo XIX que toleraron a los terratenientes o los derrotaron como en Estados Unidos, esta clase mantiene su poder y comparte el gobierno con el sector financiero. 3) El partido liberal, una vez culminado su proceso de transformación del siglo XIX al XX, llega a ser el partido de la gran burguesía, el partido conservador sigue representando a los terratenientes, pero dentro de su seno se desarrolla un sector financiero con vínculos económicos directos con esa gran burguesía representada por el partido liberal. Los financistas y monopolistas representados por el

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partido liberal provienen, principalmente, de los comerciantes del siglo XIX, mientras los financistas y monopolistas representados por el partido conservador, provienen de los terratenientes que invirtieron en la industria a principios de siglo. 4) Como factor aglutinante, es decir, como factor que crea una franja de intereses comunes, surge la dominación imperialista que actúa en dos sentidos, primero, en el de colocar a los terratenientes en la necesidad de utilizar el capital financiero y ponerse en el camino del desarrollo capitalista por la vía "junker", y segundo, colocando en el comando de la economía al sector financiero que ejerce el control y desarrolla las políticas encaminadas a obstaculizar el avance del capitalismo nacional.

Es indudable que esta interpretación de la historia política de Colombia implica premisas teóricas fundamentales que es necesario mencionar. La primera tiene que ver con la trayectoria que siguen los terratenientes. La segunda con la relación que establece el imperialismo norteamericano con ellos. La tercera se refiere a la división de la burguesía en dos sectores enfrentados antagónicamente, a saber, la burguesía nacional y la gran burguesía. Sobre estos tres puntos esenciales no damos aquí sino unos elementos básicos que sirvan de guía para la comprensión de la forma como hemos interpretado y vamos a interpretar nuestra historia contemporánea. Para la visión de los terratenientes partimos de la concepción marxista y leninista de que la propiedad privada de la tierra es la base material de esa clase y que el monopolio latifundista tiene un carácter feudal, aun dentro del régimen capitalista de producción. Lo que Marx y Lenin, en este aspecto, señalan como contradictorio es que, desde el punto de vista de los intereses económicos, a la burguesía lo que más le hubiera convenido hacer, hubiera sido suprimir la propiedad privada de la tierra y nacionalizarla para suprimir ese obstáculo al desarrollo del capitalismo; pero que, sin embargo, las razones políticas de tener que liquidar a los terratenientes y poner en peligro también la propiedad privada de todos los medios de producción, los llevan a sacrificar intereses que son inherentes a su clase (29). De ahí que para Marx, Lenin, Stalin y Mao Tse Tung, la eliminación de la propiedad terrateniente no sea una reforma de tipo socialista, sino de tipo capitalista, que le correspondía haberla llevado a cabo a la burguesía, pero que, dadas las condiciones concretas del desarrollo del capitalismo, es una tarea histórica que la lleva a cabo el proletariado. En todos los países capitalistas del mundo los terratenientes han sobrevivido y, apenas ahora, han venido siendo suplantados por los grandes grupos financieros que hacen de terratenientes y capitalistas imperialistas al mismo tiempo, como sucede en los Estados Unidos. En Colombia no sólo los terratenientes sobrevivieron al desarrollo del capitalismo, sino que mantuvieron el régimen de explotación terrateniente de carácter feudal basado en el monopolio latifundista incultivado de la tierra, fenómeno que no sucedió en los países capitalistas que se desarrollaron en el siglo XIX. Esto puede probarse con el solo hecho de examinar las estadísticas sobre tenencia de la tierra en Colombia y comprobar que siete mil terratenientes monopolizan más de doce millones de hectáreas, de las cuales no están cultivadas sino un poco más de ochocientas mil y que apenas cuatro millones y medio de hectáreas de un área cultivable de treinta y cinco millones, tienen algún cultivo distinto de pastos naturales. Estadísticas tan simples como éstas aterrarían a economistas clásicos burgueses como Smith y Ricardo, pero inducen a los economistas imperialistas a pensar mejor en la reforma de la producción en las parcelas campesinas o a ciertos intelectuales a defender que, en Colombia, ha desaparecido la clase terrateniente o se ha convertido en burguesía agraria (30). La diferencia entre la supervivencia de los terratenientes en los países capitalistas y los países semifeudales consiste en que en estos últimos permanece el régimen de explotación terrateniente y en

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los primeros se sujeta al régimen capitalista por medio de la reforma agraria y el arriendo capitalista. El papel del imperialismo norteamericano ha consistido en propiciar un tipo de "modernización" que deje intacto este régimen de propiedad agraria. A lo más que ha llegado es a proponer una reforma agraria que escamotee el problema principal de liquidar este régimen terrateniente y permita canalizar el capital financiero para crear la necesidad de una mayor importación de capital, en una forma semejante a como Stolypin, el famoso ministro de los zares, antes de la revolución, impulsaba una reforma agraria en Rusia, para neutralizar a los campesinos políticamente, someterlos al capital y preservar el régimen de explotación terrateniente con sus características feudales esenciales (31). Pero el imperialismo también ha impulsado programas como el del fomento a la aparcería feudal y la preservación del régimen minifundista (32). En esto consiste, exactamente, la alianza del imperialismo con los grandes terratenientes.

3. Nota sobre la revolución democrática en Colombia

La esencia de la revolución democrática en el plano económico radica en la destrucción del régimen de explotación terrateniente, objetivo que no se consigue sino con una reforma agraria de carácter revolucionario. A la consecución de esta meta se supeditan las demás medidas que exijan las condiciones concretas, todas tendientes a obtener el capital necesario para la inversión industrial y a liberar la mano de obra necesaria para la explotación capitalista. De todas maneras, sin la liquidación del régimen terrateniente resulta imposible el desarrollo de una economía capitalista o de una economía socialista. Es una condición de tipo material absolutamente indispensable para la construcción de una nueva economía. Las tareas políticas no son sino la consecuencia de esta necesidad material, no importa que, en el tiempo, deban proceder a la ejecución completa de la reforma agraria. Pero el carácter social de esta reforma, es decir, de la liquidación del régimen de explotación terrateniente, es burgués, capitalista, y no de naturaleza proletaria, socialista. Tanto Marx como Lenin y Mao Tse Tung, desarrollaron una teoría revolucionaria sobre esta premisa fundamental. Para Rusia, Lenin planteó una revolución en dos etapas, una democrática, cuyo objetivo central es orientada a la destrucción del régimen terrateniente y, de ahí, la alianza de la clase obrera con el campesinado, y otra socialista, dirigida a la construcción de una economía colectiva y de todo el pueblo. En 1912 decía: "El ’problema agrario’ engendrado por tal estado de cosas consiste en suprimir los restos de la servidumbre, que se han convertido en un obstáculo insoportable para el desarrollo capitalista de Rusia. El problema agrario en Rusia consiste en transformar radicalmente la vieja propiedad agraria medieval, tanto la latifundista como la campesina parcelaria. Y esta transformación ha devenido absolutamente indispensable como consecuencia del atraso extremo de esta propiedad agraria, de la discordancia extrema entre ella y todo el sistema de economía nacional, que se ha hecho capitalista... La transformación, en todo caso y en todas sus formas, no puede dejar de ser burguesa por su contenido, por cuanto toda la vida económica de Rusia es ya burguesa, y la propiedad agraria se subordinará ineludiblemente a ella, se adaptará inevitablemente a los mandatos del mercado, a la presión del capital, todopoderoso en nuestra sociedad actual. Pero si bien la transformación no puede dejar de ser radical, no puede dejar de ser burguesa, queda aún por resolver cuál, de las dos clases directamente interesadas, los terratenientes o los campesinos, llevará a cabo esta transformación o la orientará, determinará sus formas..." (33). Lenin respondía a este interrogante señalando que el campesinado era la única clase que podría darle una solución que conviniera a todo el pueblo, que fuera rápida, y que sacara a Rusia de su

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atraso feudal, pero que tenía que ser dirigido por el proletariado, ya que el campesinado puede quedar preso de sus vacilaciones o caer en manos de las utopías populistas y liberales. La utopía liberal consiste en "el deseo egoísta de los nuevos explotadores de compartir los privilegios con los viejos explotadores... De ahí la infinita serie de equívocos, mentiras, hipocresía y cobardes evasivas de toda la política de los liberales, que deben jugar a la democracia para atraerse a las masas, pero que, al mismo tiempo, son profundamente antidemocráticos, profundamente hostiles al movimiento de las masas..." (34). Y la utopía populista que es "socialistera", es el "sueño del pequeño propietario, que ocupa una posición intermedia entre el capitalista y el obrero asalariado, de suprimir la esclavitud asalariada sin lucha de clases, expresa la aspiración de acabar definitivamente con los antiguos explotadores feudales y es la falsa esperanza de eliminar ’a la vez’ a los nuevos explotadores, a los capitalistas" (35). Se trata del socialismo utópico, falso. Así como la utopía de los liberales corrompe la conciencia democrática de las masas, la de los populistas, corrompe su conciencia socialista (36). La diferencia entre las dos reside en que la utopía populista contribuye a la revolución en su etapa democrática, porque expresa "en la época de la transformación burguesa’’ (en que se encontraba Rusia en 1912) "el afán de lucha de las masas campesinas’’, mientras la utopía liberal no hace sino desviarla y neutralizarla (37).

A la esencia misma de la revolución democrática, la dominación imperialista de la nueva etapa del capitalismo, ha añadido el problema nacional consistente en la liberación del imperialismo. Así como el carácter social de la lucha contra el régimen de explotación terrateniente es burgués, en igual forma lo es la lucha por la liberación nacional. Los dos problemas están indisolublemente ligados por la naturaleza de la dominación imperialista en los países atrasados. Correspondió históricamente a Mao Tse Tung, clarificar completamente este problema en el proceso de la revolución china que enfrentó el problema democrático y el problema nacional. En esta forma Mao Tse Tung incorporó a la teoría marxista la "revolución de nueva democracia" como el camino de todos los países atrasados y dominados por el imperialismo, a los que nosotros denominamos, siguiendo a Mao, países semifeudales y neocoloniales. La revolución "de nueva democracia" es una revolución nacional y democrática cuyo contenido material radica en la lucha contra la dominación económica imperialista y contra el régimen de explotación terrateniente, los dos obstáculos fundamentales que afronta todo país atrasado y dominado por el imperialismo. Siguiendo a Lenin, Mao plantea que esta revolución, cuyo contenido es democrático y burgués, no puede ser dirigida por la burguesía ni por la pequeña burguesía, ni por el campesinado, sino que debe serlo por el proletariado, no importa lo poco numeroso que sea, para que pueda pasar a su etapa de revolución socialista (38). Es el mismo caso de Rusia, al cual se le añade la lucha por la liberación nacional que no existía entonces allí, porque Rusia no era un país neocolonial. La revolución en dos etapas, una democrática y otra socialista es, precisamente, la refutación más acabada de la utopía populista "socialistera" y de la utopía liberal antidemocrática.

En el siglo XIX la caracterización de los dos partidos políticos colombianos tenia que definirse sobre la base de la posición que adoptaran frente a la revolución democrática. No hay dudas al respecto. El único partido que se colocó en favor de ese objetivo fundamental fue el partido liberal, con todas las vacilaciones inherentes a los comerciantes, a falta de una burguesía industrial. Una dirección de esta naturaleza condujo a la claudicación de un sector que degeneró en el partido independiente de Núñez y, más tarde, en el partido nacional. No solamente se trató de una claudicación,

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sino de una traición a la revolución democrática. Pero en el siglo XX, una caracterización del partido liberal y del partido conservador tiene que partir de sus posiciones ante la revolución nacional y democrática, o sea, ante la liberación nacional y la liquidación del régimen de explotación terrateniente. De la ausencia de esta perspectiva, principalmente en la llamada "nueva historia", se ha seguido una serie de falacias sobre la historia colombiana de la época contemporánea, las más fundamentales son las siguientes: 1) El partido conservador es el representante de la reacción y el partido liberal del progreso social. 2) Alfonso López es la "revolución en marcha" y representa la burguesía industrial nacional progresista. 3) Jorge Eliécer Gaitán fue el ala radical del partido liberal, pero su lucha política no defiere substancialmente de los otros Jefes liberales. 4) La época de la violencia fue, esencialmente, una lucha entre el partido liberal que defendía al pueblo y el partido conservador que defendía a la oligarquía. 5) El partido liberal, como colectividad de avanzada, se ha ganado la mayoría electoral y, por tanto, salvaguarda al país de la reacción conservadora. 6) El partido liberal ha sido el motor que ha convertido a Colombia en un país capitalista. 7) En los gobiernos compartidos del Frente Nacional, los ministros liberales han sido, en general, el ala democrática del gobierno. 8) El liberalismo colombiano es el aliado natural de la revolución democrática.

Basta medir la trayectoria del partido liberal con la medida de la revolución nacional y democrática, para que estas falacias se descubran. El partido conservador, igual que en el siglo XIX, en ningún momento ha defendido los objetivos fundamentales del progreso en Colombia. Siempre estuvo contra la revolución democrática y su posición no se ha modificado en la época contemporánea. Más aún, la lucha proterrateniente que desarrolló durante la primera mitad de este siglo y su decidido apoyo al imperialismo norteamericano desde el fin de la segunda guerra mundial lo hacen tan reaccionario como en el siglo pasado. Los autores de la "nueva historia", en general, están de acuerdo con esta apreciación. Pero, en cambio, se convierten en los apologistas abiertos o velados del partido liberal, de sus dirigentes y de sus gobernantes. Unas veces saliendo en abierta defensa de su supuesto progresismo; otras disculpando sus entregas, vacilaciones y claudicaciones; otras callando o silenciando sus traiciones. De la primera posición son típicos los trabajos de Darío Mesa y Mario Arrubla, de la segunda, Gerardo Molina, de la tercera, Jorge Orlando Melo y Alvaro Tirado. Lo que la "nueva historia" no dice del partido liberal es que traicionó la revolución democrática y abjuró de la liberación nacional. Su traición se plasma en su alianza con el partido conservador, eliminando de sus programas y de su lucha política el objetivo de la liquidación del régimen terrateniente. La legislación agraria de López y de Lleras Restrepo apuntó a la neutralización del movimiento campesino y a la apertura de la agricultura para el capital financiero, favoreciendo así el régimen terrateniente que permaneció intacto. Fue eminentemente política en busca del apoyo campesino, por una parte, y totalmente antinacional en obediencia a los pedidos del imperialismo norteamericano. Su abjuración de la liberación nacional proviene de su táctica tendiente a modernizar el país por medio del endeudamiento externo que entregó el país al control y dominio del imperialismo norteamericano. No solamente la ideología que adoptó el partido liberal desde comienzos de siglo basada en el impulso al capitalismo monopolista de Estado, sino todo su esfuerzo de ponerlo al servicio de los intereses norteamericanos en todos los gobiernos a su mando o con su colaboración, convierten al partido liberal en un partido tan reaccionario como el partido conservador. Más aún, el partido liberal se yergue en el siglo XX como el adalid de la "modernización" imperialista y en ese sentido, libra una batalla con el partido conservador para someterlo a las condiciones de

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la *’modernización" antinacional. Gran parte de las luchas de los partidos tradicionales se explican por esta contradicción y por este proceso de acomodamiento.

Desde comienzos de su aparición a principios de siglo la clase obrera colombiana ha librado grandes batallas por la revolución democrática y contra el imperialismo norteamericano. Sus luchas han constituido la base para su desarrollo orgánico y político a todo lo largo de este siglo. En primer lugar, la clase obrera lucha en el contexto nacional por lograr su reconocimiento como una clase nueva en el panorama colombiano. Su aparición y primer desarrollo parten no solamente del avance del capitalismo nacional, sino también del desenvolvimiento del capitalismo imperialista. A diferencia de la burguesía nacional, la cual sólo se nutre del capitalismo no monopolista, la clase obrera brota por todas partes en el país como resultado de los dos capitalismos. En segundo lugar, la clase obrera, recién surgida, inicia su batalla por el reconocimiento de sus reivindicaciones económicas y políticas básicas en el campo del desarrollo capitalista, como son los derechos de asociación, movilización, contratación colectiva y huelga. En esta etapa surgen las primeras organizaciones centralizadas. El partido liberal es el primero en comprender que el reconocimiento de esas reivindicaciones, así sea en forma recortada, puede representarle un avance electoral, difícilmente reversible, el cual colocará a la clase obrera bajo su influencia. En tercer lugar, la clase obrera se lanza en forma decidida y osada a la toma de conciencia de su propia clase, al esclarecimiento de su ideología propia, a su organización independiente de clase en su partido político autónomo que defienda sus intereses estratégicos y que supedite a ellos todas las demás luchas intermedias y reivindicatorias. Ha sido este un proceso lento y doloroso. La etapa de su reconocimiento como clase se extiende hasta comienzos de la década del treinta, la del reconocimiento de sus reivindicaciones hasta la década del sesenta y de ahí en adelante la organización de su partido de clase como partido independiente. No fue antes de 1965 el surgimiento de ese partido del proletariado. Las organizaciones políticas que se autodenominaron representantes de la clase obrera, por cuyo control pugnan lo mismo la gran burguesía que los terratenientes o la pequeña burguesía, tales como el partido socialista o el partido comunista, siempre siguieron los principios del liberalismo, se mantuvieron a su cola, y favorecieron el avance del partido liberal. Por el hecho de no haber nunca distinguido entre la burguesía nacional y la gran burguesía imperialista, por el error de haber considerado el partido liberal el sector progresista de las clases dominantes, por haber aceptado que la revolución democrática y nacional puede lograrse sin la toma del poder, siempre hicieron concesiones en los intereses fundamentales de la clase obrera con la ingenua disculpa de atraerse a los sectores más avanzados de ese partido. El resultado salta a la vista. En lugar de atraer a los cuadros liberales, el partido liberal ha sido lo suficientemente capaz de neutralizarlos y absorberlos. La estrategia política de Alfonso López Pumarejo en su carta a Nemesio Camacho en 1928, ya citada, se cumplió paso a paso y sigue los efectos más perniciosos en las filas de la clase obrera. El partido liberal tomó las banderas reivindicativas, las barnizó de liberalismo, ablandó a quienes se decían representantes de la clase obrera, y avanzó hasta convertirse en el partido mayoritario electoralmente, dejando desarmados a los revolucionarios. Sólo la influencia de la revolución china y la traición de los dirigentes soviéticos desde Krushov, pusieron de manifiesto el liberalismo predominante en el partido comunista colombiano y le abrieron los ojos a la clase obrera, que desde la década del sesenta se lanza sin vacilaciones a la construcción de su partido y a la educación de las masas para el avance del proceso revolucionario.

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Es indudable que cada clase tiene su versión de la historia. En Colombia dominó por mucho tiempo en las escuelas y colegios la versión propia de los terratenientes. Sólo muy recientemente va desarrollándose y abriéndose paso la visión histórica de la gran burguesía imperialista. Su más connotado autor es Indalecio Liévano Aguirre. Pero también la pequeña burguesía o clase media, compuesta más que todo por intelectuales, se arroja a la palestra. La "nueva historia" que unas veces bebe en la interpretación propia de la gran burguesía y mantiene por momentos posiciones de los terratenientes, también adopta no pocos puntos de la versión propia de la clase obrera. Entre la historia elaborada por la gran burguesía y la pequeña burguesía se dividen su influencia en la educación colombiana. La visión histórica propia de la clase obrera está ausente de las escuelas y apenas va desbrozando un camino verdaderamente tortuoso, propio de una clase que dirige el proceso de la revolución.

NOTAS

(1) Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy, Siglo XXI Editores, Bogotá, 1978, págs. 105-106.

(2) Pangloss, "Temas de nuestro tiempo", El Espectador, septiembre 15 de 1978; en esta dirección se inclinan la mayoría de los historiadores positivistas norteamericanos interesados en nuestra historia. Ver, por ejemplo, Frank Safford, "Aspectos sociales de la política en la Nueva Granada, 1825-1850", en Aspectos del siglo XIX en Colombia, Ediciones Hombre Nuevo, Medellín, 1977.

(3)"Echandía sobre el partido liberal", El Tiempo, julio 24 de 1978.

(4) Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Humanas, op. cit.: "Durante los últimos cincuenta años avanza la unificación política de la clase dominante sobre la base del proceso de concentración y acumulación de capital que se realiza en la formación del mercado interior, unificación que corre paralela al desarrollo de la lucha de clases", pág. 102.

(5) Tirado Mejía, op. cit., pág. 116 (el subrayado es nuestro).

(6) Ver para profundizar en el debate ideológico más importante del siglo XIX, Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Editorial Temis, Bogotá, 1964; Gustavo Humberto Rodríguez, Ezequiel Rojas, Editorial ABC, 1970.

(7) Op. cit., pág. 115. "La aplicación de la oposición: liberalismo progresista expresión de los intereses de la burguesía comerciante o industrial, y conservatismo retardatario, expresión de los latifundistas, es gran parte trasposición mecánica de la situación europea de los siglos XVIII y XIX... Ni por las relaciones denominación, ni por su poderío económico y social puede asimilarse a los latifundistas granadinos con los aristócratas europeos del siglo XVIII o XIX". Ibid.

(8) Mariano Ospina Rodríguez, "Los partidos políticos en la Nueva Granada", en Jaime Jaramillo Uribe, Antología del pensamiento político colombiano, t.1, págs. 117-148.

(9) Ver Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Edit. La Nueva Prensa, Bogotá, t.1; López Michelsen, op. cit., Primera Parte.

(10) Tirado Mejía, op. cít., pág. 115.

(11) Lo que define el carácter progresista de los comerciantes en la lucha política del siglo XIX es el ataque frontal al régimen fiscal de la Colonia, las reformas sociales, y la defensa del librecambio. A diferencia de la mayoría de los historiadores de la "nueva historia", consideramos que el librecambio fue progresista, posición que defendió Marx en el análisis de las condiciones del siglo XIX: "Pero, en general, en nuestros días, el sistema proteccionista es conservador, al paso que el librecambio es destructor. Este

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régimen desintegra las antiguas nacionalidades y lleva a sus últimas consecuencias el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. En este sentido, exclusivamente, emito yo mi voto, señores, en favor del librecambio", Carlos Marx, "Discurso sobre el problema del librecambio", en Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, pág. 335.

(12) Ver cap. 2°, aparte 1.

(13) Darío Mesa, op. cit., págs. 134-135.

(14) Ibid., pág. 136.

(15) Darío Echandía, El Tiempo, julio 24 de 1978.

(16) Lenin, "El Estado y la revolución", Obras escogidas. 3 vol. Editorial Progreso, Moscú, v. 2.

(17) No puede confundirse en todo este debate el concepto de "burguesía nacional", con "burguesía nacionalista" o "antiimperialista". El primer término se refiere a la burguesía no monopolista, la cual, por supuesto en el proceso productivo, económico, sufre el embate del imperialismo, aparte de la actitud que tome políticamente la burguesía. El segundo término se refiere a una actitud política, a una posición consciente que puede reflejarse en su organización política o en su participación activa en la lucha por el poder. Nosotros consideramos que, en Colombia, la burguesía nacional es la dueña de la pequeña y mediana producción capitalista, cuyo carácter no es monopolista y que existe como clase, aparte de su posición política determinada, la cual puede estar con el imperialismo en un período o contra él en un momento dado.

(18) Ver James J. Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia, Banco de la República, Bogotá, 1961; Alvaro López Toro, Migración y cambio social en Antioquia durante el siglo XIX, CEDE, Universidad de los Andes, Bogotá, 1968; José Fernando Ocampo, Dominio de clase en la ciudad colombiana, Editorial La Oveja Negra, Medellín, 1971, cap. I".

(19) Departamento de Sociología, Hipótesis generales derivadas del estudio exploratorio del período 1920-1970, febrero de 1971, Bogotá, págs. 106-108. Ospina, mientras dura la jefatura de Gómez en esta época, con la cual está en desacuerdo, funda la Federación de Cafeteros, la Caja Agraria, en unión de liberales y se integra a una serie de negocios de este tipo con ellos.

(20) Gómez decía de Hitler en 1941: "Su obra la he contemplado a la distancia, y me parece gigantesca, para haber realizado lo que ya tiene hecho en tan pocos años. Si gana la guerra, será sin lugar a dudas, el hombre más grande de la historia, pero si la pierde será un héroe común, a pesar de todo lo que ha llevado a cabo...", El Siglo, 26 de enero de 1941.

(21) Ver Randall, op. cit., cp. 7.

(22) Carlos Lleras Restrepo, op. cit., págs. 36-40.

(23) Julio Holguín Arboleda, Mucho en serio y algo en broma, Editorial Pío X, Bogotá, 1959, págs. 227-236.

(24) Eduardo Rodríguez Piñeres, Diez años de política liberal. 1892-1902, Editorial Antena, Bogotá, 1945, passim; Carlos Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Imprenta de Juan Casis, Bogotá, 1934; Eduardo Santa, Rafael Uribe Uribe, Editorial Bedout, Medellín, 1968, 2a. edición, capítulo undécimo.

(25) Entre otras cosas dice Uribe: "A propósito: me complace tenerte por contrincante. Entre los dos no perderemos esfuerzo por civilizar la guerra... En cuanto a relaciones entre los dos, quedan por mi parte establecidas para todo objeto útil o de interés común. No en vano habremos sido condiscípulos y amigos

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de toda la vida; y aunque tendría yo derecho a guardarte rencor por querellas de juventud en que te excediste, los años han dejado caer sobre ellas capas sucesivas de ceniza fría". Santa, op. cit., pág. 250.

(26) Jorge Villegas y José Yunis, op. cit., pág. 36.

(27) Ver Silvio Villegas, No hay enemigos a la derecha, materiales para una teoría nacionalista, Editorial Zapata, Manizales, 1937; a este respecto es muy elocuente el libro de Laureano Gómez, El cuadrilátero, Mussolini, Hitler, Stalin, Gandhi, Bogotá, 1953; David Bushnell, Eduardo Santos and the Good Neighbor, 1938-1942, Grainsville, 1967.

(28) Lleras Restrepo hace un recuento detallado de este proceso y publica las dos cartas, la de López y la respuesta del directorio conservador dirigido por Gómez, ver op. cit., págs. 232-242.

(29) Lenin, "Carlos Marx", Obras escogidas, 3 vol., Editorial Progreso, Moscú, 1960. vol. I, págs. 43-47; ver Marx, El capital, t. III, Sección sexta; Marx, Historia crítica de la plusvalía, 2 vol., Editorial Cartago, Buenos Aires, 1956.

(30) Ver, por ejemplo, Kalmanovitz, "Desarrollo capitalista en el campo colombiano", en Colombia hoy; Bejarano, "Orígenes del problema agrario", en Biblioteca Básica Colombiana, La agricultura en el siglo XX, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1976. Hago referencia a programas como la llamada "revolución verde" auspiciada para el mundo subdesarrollado por la fundación Rockefeller y el Banco Mundial, adaptados a Colombia en el DRI (Desarrollo Rural Integrado), puesto en marcha por el gobierno de López Michelsen y continuado por Turbay como el punto central de la política agraria.

(31) Lenin, "El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905 a 1907", Obras completas, t. XIII.

(32) La ley de aparcería del gobierno de López Michelsen, discutida y aceptada por los dos partidos en el llamado Pacto de Chicoral.

(33) "La esencia del problema agrario en Rusia", en el Problema de la tierra y la lucha por la libertad, Editorial Progreso, Moscú, págs. 14-15.

(34) "Dos utopías", ibid., pág. 26.

(35) Ibid., pág. 28.

(36) Ibid., pág. 27.

(37) Ibid., pags. 26-28.

(38) Ver Mao Tse-Tung, "La revolución china y el partido comunista de China", Obras escogidas, vol. II; "Sobre la nueva democracia", ibid.; "Sobre la situación actual y nuestras tareas", vol. IV; "Sobre el gobierno de coalición", vol. III; etc.

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SEGUNDA PARTE: LA TRANSFORMACIÓN DEL PARTIDO LIBERAL. 1886-1934

Capítulo Primero. El movimiento político de la "Regeneración"

Rafael Núñez y la "Regeneración" han desquiciado a los historiadores contemporáneos. La antigua polémica que arrancó a los independientes del liberalismo y dividió a los conservadores entre nacionalistas e históricos, sobre el carácter y las consecuencias históricas de la "Regeneración ", así como la actuación de Núñez, es lo que ha unido a la "nueva historia" no importa sus distintas acepciones y matices, para convertirse en la apología más acabada de ese momento histórico que determina la vida contemporánea de Colombia. A Núñez lo obsesionaron la paz, el orden, el peligro del capitalismo y del socialismo, el problema monetario, el radicalismo, la Constitución del 63, el anarquismo y la anarquía, la falta de autoridad, el federalismo, el proteccionismo. De estos principios, los historiadores contemporáneos han concluido que Núñez fue el motor de la formación del Estado Nacional, el forjador de la unidad nacional, el ariete del capitalismo de Estado o socialismo de Estado, el iniciador del liberalismo como teoría del intervencionismo estatal, la fuerza generadora de la industrialización por medio del proteccionismo, el comienzo de una nueva era nacional de progreso y bienestar. Ningún escritor contemporáneo más influyente y determinante en la elaboración de esta imagen de Núñez y la "Regeneración" que un Liévano Aguirre, a quien siguen, en términos generales, historiadores ya muy citados en nuestro trabajo como Tirado Mejía, Jorge Orlando Melo, Darío Mesa, Salomón Kalmanovitz, Fernán González, Gerardo Molina. Liévano resume acabadamente su posición sobre Núñez en estas palabras: "Por eso Núñez es el verdadero organizador de la república y ante todo el constructor del Estado colombiano; el hombre que con la grandiosa actividad de su vida pública cerró para siempre las dos brechas por las cuales se estaban escapando todas nuestras posibilidades de llegar a constituir un verdadero Estado: el Federalismo y la teoría de los Derechos Individuales Absolutos... Intervención del Estado en la Economía, Tolerancia religiosa, Centralización política y Autonomía municipal, Protección aduanera a las industrias nacionales, Derechos individuales limitados por el Interés Social y Moneda dirigida, premisas fundamentales del pensamiento político-económico del injustamente llamado ’traidor al liberalismo", son hoy las doctrinas básicas del moderno liberalismo colombiano; y en cambio, los Derechos Individuales Absolutos, la persecución religiosa, el Estado Gendarme, el Librecambio y el Federalismo, son únicamente para este partido el recuerdo de un pasado extraño" (1).

1. La interpretación del liberalismo contemporáneo

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Esta posición de Liévano es trascendental, porque ha definido gran parte del proceso histórico colombiano más reciente. No ha sido sólo él un intelectual aislado, sino el gestor de toda una política, dirigida por su copartidario Alfonso López Michelsen, quien coincide en todo y por todo con las posturas ideológicas de Liévano en la interpretación de la misión del liberalismo. Todo lo que inspira, en el fondo, a Liévano Aguirre y a López Michelsen, es el concepto de que la teoría de los Derechos Individuales y del liberalismo manchesteriano fue importada de Europa a un país que no tenía por qué incorporarlas a su realidad, ya que poseía la herencia de España con una visión de Estado fuerte y de avanzada legislación social. Dice Liévano: "Alrededor de 1800... una teoría trasplantada de Europa se convirtió en la esperanza de todos los descontentos con el régimen colonial de España: la teoría de los Derechos Naturales del Individuo... Tener Derechos, he ahí algo que llenó de exaltación a todos los americanos sometidos al despotismo español y que unificó las voluntades en la grande y peligrosa empresa de la Emancipación... En la organización social lo principal no son los Derechos, sino los Deberes. De ahí que el ideal emancipador de Los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que tan efectivo resultó para la gesta libertadora, se convirtiera en el factor hondamente perturbador en la organización de la república. Pueblos en la infancia como los americanos, no podían justamente aspirar a ser gobernados por instituciones nacidas en Europa, como el resultado de largos años de cultura y de civilización..." (2). En la introducción a las obras de Núñez, repite la misma idea en una forma aún más explícita, si se quiere: "Así, el hecho más saliente, más trascendental en nuestra evolución política, es que si en Europa había que disminuir los poderes de un Estado largamente consolidado, en América lo que había que hacer era construir, crear el Estado; porque si a una población generalmente capacitada como la europea le convenía la libertad absoluta, las multitudes de indios hambrientos, indefensos e ignorantes que formaban la población americana, lo que naturalmente necesitaban eran Estados sólidos que gobernaran en su defensa y para su protección. Por eso si en Europa el liberalismo fue la lucha contra el Estado allí omnipotente, en América naturalmente tenia que estar encaminado a la construcción de un Estado que defendiera a las masas desharrapadas de la explotación. Por eso si en Europa se defendía al individuo, libertándolo, en América había que defenderlo, protegiéndolo. Si en Europa el liberalismo era anti-estatal, en América tenía que ser estatal" (3). Y continúa: "En América, donde todo estaba por hacer, la democracia y el liberalismo no podían tener otro sentido que el de crear un Estado capaz de enseñar a trabajar a la gente, a ayudarle a librarse de las enfermedades tropicales, de defender a los indios, a los mestizos y a los negros contra los explotadores y usureros. Por eso cuando se estableció la libertad en Europa, allí ella produjo inmediatamente óptimos frutos, pues nació la industria, se desarrollaron las naciones y progresaron los individuos, y en cambio el establecimiento de la libertad en América ocasionó resultados diametralmente opuestos..." (4). Para Liévano, la misión de Núñez fue coronar la obra frustrada de Bolívar de imponer este ideal antidemocrático contra el liberalismo decimonónico de origen europeo.

No es extraño que López Michelsen ofrezca los mismos argumentos para defender un Estado todopoderoso, autoritario, como el que salió de la "Regeneración". Dice López: "La historia de nuestro pensamiento político y la de nuestras instituciones quedaría falseada si este período liberal no se estudia desde el sitio que le corresponde, con una perspectiva completa, o sea, entre las instituciones coloniales españolas y la nueva orientación socialista del Estado que trajo al gobierno el Partido Nacionalista en 1886 y el llamado partido liberal en los últimos quince años... La paz, la cultura y el progreso de nuestro continente durante los siglos XVI, XVII y XVIII fueron el fruto de un

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intervencionismo de Estado Individualista en toda la acepción del vocablo. Únicamente hacia la mitad del siglo XVIII aparecieron en España y en sus colonias los primeros brotes de la nueva ideología, la doctrina liberal... que produjo, como una consecuencia accidental, a nuestro entender, nuestra separación de España en la guerra de la Independencia... Los dos grandes virreinatos de Nueva España y el Perú... y el virreinato de Nueva Granada..., fueron los más perjudicados con el advenimiento del liberalismo como doctrina política en la América Latina... El liberalismo como ideología, no como partido, adelantó un proceso de anarquía y de disolución en estas tres nacionalidades (México, Lima y Santa Fe)... Milagrosamente y, por un fenómeno para nosotros inexplicable, nuestros Estados, victimas de la anarquía y el desorden, no fueron definitivamente absorbidos por sus vecinos de América a los cuales no causó la ideología liberal trastornos de tanta entidad como a los nuestros... Para nosotros la causa remota y común de esta mutilación geográfica de México, el Perú y Colombia tuvo por origen la anarquía política, social y cultural producida por la implantación súbita de las doctrinas liberales en los países que no estaban preparados para recibirlas... El liberalismo en todas partes fue la doctrina con que la burguesía obtuvo respaldo popular en su lucha contra la nobleza; fue la bandera de guerra de los comerciantes contra los príncipes; del capitalismo contra la Iglesia Católica. Entre nosotros sirvió para erigir en doctrina de Estado al individualismo contra la tradición unitaria de la Colonia... La magnifica obra legislativa de inspiración típicamente social, fue perdiéndose en el olvido, desacreditada por los nuevos encomenderos de la república que veían sus intereses afectados por cualquier intervención del Estado que no fuera encaminada a favorecerlos... La fuente de todos estos males radica en el candido optimismo de la mayoría de los hombres públicos de nuestro siglo XIX que aplicaron indiscriminadamente en nuestro suelo la doctrina liberal inglesa y los principios esenciales del Derecho Público norteamericano... Lógicamente la doctrina política que debía surgir como consecuencia de estas prácticas individualistas de los ingleses en el comercio, en la religión y en la concepción, era el liberalismo económico. Entre nosotros esta ideología, sin antecedentes, carecía de actualidad y desvirtuaba una política social avanzada en relación con los indios. Es, pues, inadmisible que se califique de progreso en este continente la brusca implantación de esta doctrina... Los grandes acontecimientos históricos del siglo XIX, los grandes sacudimientos nacionales, las revoluciones sangrientas que se registran en nuestra historia republicana, se explican todos por este conflicto entre el individualismo destructor y la organización colectivista en muchos aspectos de los colonizadores..." (5). Y López concluye su disquisición, no solamente negando la vigencia de los derechos individuales, tal como lo hace Liévano, sino haciendo esta apología de Núñez: "Basta leer las páginas consagradas por Indalecio Liévano Aguirre a la pugna entre el presidente Núñez y los dirigentes radicales, para apreciar en todas sus proporciones la magnitud de uno de los más trascendentales entre estos conflictos. Lucha del sociólogo y del hombre, conocedor de la realidad histórica nacional en cuanto a las funciones que el Estado había llenado en nuestro país, frente a un millón de pequeños intereses privados para los cuales el mantenimiento del librecambio, del patrón oro, del negocio de la banca privada, etc., son cuestiones de vida o muerte que se cobijan con la bandera del liberalismo .económico. De este conflicto surgió un nuevo partido, el ’nacionalista’ reaccionario si se quiere, pero divorciado de la ideología liberal común a ambos partidos, en cuanto que no pierde de vista la tradición intervencionista del Estado colonial" (6).

Aciertan Liévano y López al señalar que la "Regeneración" fue un movimiento antiliberal, en contra de ese liberalismo individualista y decimonónico, que era el

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producto del desarrollo del capitalismo en el mundo. No hay duda ninguna de que Núñez reacciona contra el radicalismo, porque éste defendía o había defendido las tesis del liberalismo, tanto en el terreno político como en el terreno económico. Sin embargo, parece existir una sutil diferencia entre Liévano y López en la apreciación de cuál fue el objetivo de Núñez en su movimiento, cuál la alternativa planteada para reemplazar el liberalismo como ideología y como sistema de gobierno. Liévano le atribuye a Núñez el haber impuesto en el país el "capitalismo de Estado" (7). En cambio, López trata más bien de insinuar que lo que Núñez logró fue restaurar el sistema político centralista de la Colonia. Desde este punto de vista, ninguno de los dos tendría la razón. No la tiene Liévano, porque para el capitalismo de Estado se requiere una infraestructura económica, por lo menos capitalista, que apenas se insinuaba en Colombia muy a lo lejos, y estrictamente monopolista, la cual no existía en el país en ese momento y en la que Núñez no estaba pensando al impulsar las medidas económicas que llevó a término. Pero, además, porque Núñez fue un enemigo declarado del llamado "socialismo de Estado", como lo atestiguan sus artículos y sus referencias contra Bismarck, y al que Liévano se refiere como capitalismo de Estado (8). Y no tiene razón tampoco López, porque él confunde el centralismo autocrático de la Colonia con el "socialismo de Estado" o "capitalismo de Estado". A él le parece que lo que los identifica esencialmente es que ambos son intervencionistas y reguladores, no importa que uno sea la expresión de la monarquía absoluta feudal y el otro de la burguesía monopolista y burocrática basada en el auge del capital financiero y el imperialismo.

Muy posiblemente la forma de clarificar el sentido de la "Regeneración" en relación a estas ideas, sea mirar la concepción que Miguel Antonio Caro, coautor de la Constitución del 86, jefe con Núñez del partido nacional, gestor muy principal de la ideología del movimiento regenerador, aparte de haber sido su principal realizador, tenia del proceso que Núñez había iniciado y con el cual estaba plenamente de acuerdo. Dice Caro: "Nuestro deber, en globo, se cifra en mantenemos fieles al espíritu de esta transformación social. ¿A qué se reduce esta gran transformación? Es, Señor Presidente, el paso esforzado y glorioso, de la anarquía a la legalidad; tránsito que dentro de una nación corresponde a lo que en el concierto de las naciones significa la situación del principio de arbitraje al derecho de conquista con todos sus horrores. Es, Señor Presidente, la condenación solemne que vamos a hacer, con los labios y el corazón, de la vida revolucionaria, de todo principio generador de desorden" (9). Y más adelante añadía Caro en el mismo discurso ante la Asamblea Constituyente: "Peor aún que un mal sistema es la falta de todo sistema: nada es tan funesto en las instituciones de un pueblo, como la contradicción... Por manera que la contradicción fundamental, el principio de Hegel aplicado a la política, la afirmación de que una cosa puede ser y no ser a un mismo tiempo, es lo primero de que debemos huir, como del mayor, del más pernicioso de todos los errores... Para no provocar una revolución, sembremos de una vez en las instituciones la semilla de la revolución" (10). No era para Caro la lucha contra la revolución un problema de palabras. Puso en práctica la política más represiva y autocrática de la época. Ya en el poder Caro hace su primer informe al Congreso, elegido en las primeras elecciones que seguían a la promulgación de la Constitución del 86 y se refiere a la oposición que el partido liberal orientaba contra el gobierno en estos términos: "El partido reaccionario (se refiere al partido liberal) se compone de una masa revolucionaria y en parte anarquista, de algunos políticos doctrinarios, especie de sacerdotes de una religión muerta... Los políticos directores pretendieron conciliarlo todo... recomendando la paz por el momento, pero no como un bien en sí misma, sino como un medio para organizar las fuerzas diseminadas y preparar para más tarde una

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revolución bien combinada. A fines del año anterior recibió el gobierno denuncias ciertas de que se provocaba en la capital un desorden con intentos feroces... Baste decir que aquello era una amenaza social sin antecedentes. Fracasó el criminal y torpe proyecto, cesó la alarma, pero la hidra no ha muerto... Verdad es que este embrión de revolución no ha sido viable, ni lo será bajo las mismas condiciones que hoy reprimen el desorden; pero seria error muy grave, sería demencia suponer absoluta aquella impotencia y mandar a abrir la jaula de las fieras sólo por la razón de que las fieras aherrojadas son inofensivas... Toca al gobierno conservar el orden, a la opinión pública apoyar lo que se hace en beneficio común, a vosotros asegurar la confianza en la estabilidad de la paz..." (11).

Aparte de una posible o supuesta posición, de Núñez en torno al movimiento de la "Regeneración" aparte de sus ocultos propósitos en llevarlo a cabo, históricamente el apoyo de Caro a su movimiento significa que Núñez interpretaba correctamente los intereses representados por el jefe del partido conservador y por la ideología de los terratenientes. Manifestaciones tan expresas como las de Caro sobre el contenido y el sentido de la reforma constitucional del 86 no dejan duda al respecto. Caro era el máximo ideólogo del orden conservador, de la ideología reaccionaria de los terratenientes más feudales, de la reacción contra la ideología liberal de la revolución democrático-burguesa, de la restauración de los ideales medievales y religiosos dentro de un mundo que iba ya muy adelante en la época del capitalismo. Podrá decirse que Núñez no compartía las ideas de Caro y que tuvo que plegarse a su extremismo reaccionario porque fue abandonado por el partido liberal representado por los radicales. Pero la realidad es otra. Núñez consideraba a los radicales tan anarquistas como lo hacía Caro. En un famoso artículo contra el radicalismo fustigaba en esta forma: "¡En todas partes el mismo! El radicalismo es uno y siempre usa las mismas armas, pone en juego iguales medios y persigue idénticos fines. Afortunadamente, ya es demasiado conocido entre nosotros, porque su dominación ha sido larga y desastrosa y sabemos cuánto valen sus promesas como oposición y qué frutos tan amargos se cosechan durante su gobierno... En los corrillos habla de paz, en sus periódicos la predica, y entonces es cuando más conspira, cuando más inminente riesgo corre el orden social, cuando en más grave peligro se encuentran las vidas y los hogares, porque pone la dinamita en manos de asesinos y reos prófugos a quienes, en la ebriedad de la ambición y de la cólera, inviste con el carácter de jefes indiscutibles... ¿Qué partido, pues, es ese que proclama la libertad absoluta y tiraniza; que habla de tolerancia y es perseguidor; que encomia el gobierno de todos y para todos y no vive sino en irritante oligarquía; que condena la pena de muerte cuando se ejecuta por mandato de la ley en empedernidos criminales; y sin embargo asesina individual y colectivamente a pacíficos y honrados ciudadanos; qué partido es ese que invoca la paz y es fomentador de la anarquía, y del desorden y no puede vivir sino respirando la atmósfera de las revueltas y de las conspiraciones permanentes? Y si es de esa clase el enemigo que tenemos que combatir, ¿por qué quieren algunos de nuestro propio credo que tengamos gobiernos débiles incapaces de contener con mano firme el desborde que permanentemente amenaza a la nación?... Para el que levanta el puñal del asesino, para el que prende la dinamita cuyo resultado son escombros y despojos humanos, no hay ni puede haber misericordia ni contemplaciones; porque en estos casos toda contemporización es una grave falta, toda debilidad es un delito, faltas y delitos que no perdonan nunca ni la Patria ni la Historia" (12). Estas ideas se repiten en una y otra forma en los artículos de Núñez. Hay momentos que parecen frases textuales de Caro dichas con anterioridad, como si el jefe del partido conservador hubiera copiado fielmente con su estilo clasicista

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las frases más secas y escuetas de su aliado del partido independiente. Por ejemplo, Núñez en 1885 decía: "La nación acaba de salvarse por su propio buen sentido y gracias a la Divina Providencia, de la anarquía armada, que intentó un último esfuerzo para impedir el advenimiento de instituciones verdaderamente libres" (13). Y Caro decía al inaugurar el Congreso de 1896: "Si para mí es altamente satisfactorio al presentaros respetuoso saludo en este solemne día, reconocer el gran beneficio que Dios nos ha dispensado concediéndonos los medios de salvar a la república de un cataclismo social, no deja de ser, de otro lado bien penoso recordar sucesos deplorables..." (14). Decía Núñez: "El gobierno ha dirigido con reflexiva firmeza la defensa de la sociedad amenazada de inminente desastre; y ahora le corresponde preparar el restablecimiento del régimen constitucional profundamente alterado..." (15). Y decía Caro: "Más bien comprendo que no podría lícitamente excusarme de hablaros de la revolución, porque la revolución, bajo formas varias, constituye el acontecimiento característico de los últimos tiempos, y la materia que especialmente debe llamar vuestra atención, si han de prevenirse grandes desgracias" (16). Por supuesto, ni Núñez ni Caro se referían a los movimientos revolucionarios del siglo XX, inspirados en el marxismo-leninismo. Están hablando simplemente del partido liberal del siglo XIX.

2. La "Regeneración", movimiento proterrateniente

Núñez y Caro, y con ellos el movimiento de la "Regeneración", acudieron, para la justificación de su movimiento reaccionario, a una ideología inspirada en una especie de socialismo cristiano de sabor medieval, base de la restauración católica en Europa y del re acomodamiento de las fuerzas reaccionarias al movimiento implacable del capitalismo en el mundo. Esta posición anticapitalista en un mundo que no puede evadirse de las condiciones mundiales que impone el desarrollo del capitalismo es la base que da pie a Liévano y a López para levantar una bandera anticapitalista y en favor del régimen feudal colonialista de España en América, postura que los acerca a la "Regeneración". Para los dos se trata de un "socialismo de Estado" con carácter intervencionista tal como lo era el Estado colonial español que, según ellos, tanto beneficio le trajo a los indios americanos. López se apoya en el análisis de Liévano sobre la legislación de Indias de la Colonia que desarrolla ampliamente en su trabajo sobre los conflictos sociales y económicos de nuestra historia (17). La diferencia radica en lo siguiente: Mientras Núñez y Caro defienden la estrategia política del escolasticismo, de la Iglesia Católica y de los terratenientes feudales, acomodando un régimen autocrático a las condiciones de finales del siglo XIX, Liévano y López propugnan por la ideología del partido liberal del siglo XX que nosotros hemos definido como la ideología del "capitalismo monopolista de Estado", estrategia necesaria de la dominación imperialista en nuestro país, tal como lo hemos señalado en la Primera Parte (18). Lo que ha sucedido es que estos historiadores contemporáneos, tan influyentes en los autores de la "nueva historia" han hecho la apología de Núñez y del Estado colonial español en América para justificar sus teorías políticas autocráticas necesarias para la dominación del imperialismo características de una historia que defiende los intereses, igual que el partido liberal del siglo XX, de la gran burguesía financiera, monopolista y burocrática (19). López surge, así, como el gran ideólogo de la historia gran burguesa, que entendía que los intereses del imperialismo norteamericano coincidían en la forma con el colonialismo español, aunque en el contenido éste fuera feudal y aquél capitalista monopolista de Estado.

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En esta forma es posible clarificar la polémica contemporánea sobre Núñez y la "Regeneración". La piedra de toque para poder dar un juicio histórico sobre este proceso tiene que ser el de su relación con la revolución democrática, desde el punto de vista económico en sus reformas frente a la tierra, la banca, el comercio, la industria, por una parte, y desde el punto de vista político frente a su posición ante los derechos individuales y democráticos, por la otra. Hemos venido defendiendo que el librecambio en Colombia era una premisa económica necesaria para la acumulación originaria de capital, necesario para las inversiones exigidas por una industrialización. Al mismo tiempo hemos señalado que la reforma agraria contra el régimen terrateniente es igualmente la otra premisa que acelera la descomposición del campesinado, genera la liberación de fuerza de trabajo y permite el aumento de la producción y la productividad agrícola. En otras palabras, nuestra tesis ha sido la de que el siglo XIX giraba en tomo a la lucha por el desarrollo capitalista y que los sectores progresistas y revolucionarios eran aquellos que lo impulsaran, lo favorecieran y lo llevaran a la práctica. Si esto era cierto a nivel mundial, con mayor razón puede aplicarse a Colombia, sumida en el atraso económico.

Desde el punto de vista teórico, Marx considera el librecambio como un factor desintegrador de la sociedad feudal, acelerador de las contradicciones entre la burguesía y el proletariado, destructor de las condiciones feudales de producción, generador de la liberación de mano de obra. Marx defiende al librecambio sólo en el sentido de constituir un factor que contribuye a destruir el régimen feudal y a barrer los rezagos feudales en una sociedad atrasada (20). Sin embargo, una vez se ha iniciado en forma firme un proceso de industrialización, Marx no es partidario del librecambio, sino del proteccionismo. El librecambio acelera la acumulación de dinero en manos de los comerciantes, es decir, del capital comercial, independiente de que exista o no un proceso de producción industrial capitalista. La esencia del capital comercial autónomo es precapitalista, aparece cómo una premisa de la acumulación capitalista y estimulado por el librecambio. El proteccionismo, por otra parte, está orientado a fortalecer el proceso de industrialización ya iniciado, protegiéndolo de la competencia extranjera. Desde ese punto de vista se aplica la frase de Marx sobre el proteccionismo: "es un medio artificial para fabricar fabricantes, expropiar obreros independientes, capitalizar los medios de producción y de vida de la nación y abreviar el tránsito del antiguo al moderno régimen de producción" (21). No hay, pues, contradicción en lo que Marx defiende respecto del librecambio y del proteccionismo. Para Marx, el librecambio es un instrumento generador de capital comercial susceptible de ser invertido en industria, y por tanto, necesario para la desintegración del régimen feudal. El proteccionismo es un instrumento artificial que contribuye a acelerar el avance del régimen capitalista, una vez que se ha iniciado. La confusión de autores como Kalmanovitz a este respecto es no ver esta distinción que hace Marx frente al proteccionismo. De ahí que considere a la "Regeneración" de Núñez como un régimen que acelera la transformación capitalista del país, no importa que se apoyara en un sistema político reaccionario y en unas clases caducas como los terratenientes y los artesanos (22).

Núñez comprendió perfectamente el papel del librecambio en la sociedad colombiana como un elemento generador de capitalismo y desintegrador de la sociedad feudal terrateniente defensora de los artesanos, de los gremios y de la producción atrasada y aislada. Por eso se opuso ferozmente al librecambio. Sus testimonios son múltiples, porque, entre otras cosas, su obsesión contra los radicales, era una obsesión también contra el librecambio. Dice Núñez: "Después de 1848 en que se pusieron en vigor las

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reformas arancelarias del doctor Florentino González, reformas que no eran, en sustancia, sino traslado automático de lo que acababa de hacerse por la inspiración de Cobden y el apoyo de Peal, en la vieja Gran Bretaña, ningún estadista serio había osado en este país sostener el sistema de protección a la industrias, hasta que en 1880, en su discurso de posesión, el señor Núñez se expresó en estos términos: ’Nuestra agricultura está apenas en la infancia. Nuestras artes permanecen poco menos que estacionarias. Nuestra vasta extensión territorial sólo cuenta unos pocos kilómetros de rieles... Y de todas maneras es evidente que el trabajo nacional está en decadencia. La formidable calamidad de la miseria pública se aproxima, pues, a nuestros umbrales. Un vasto plan de medidas destinadas a promover el desenvolvimiento de la producción doméstica debe ser, por tanto, combinado y reducido pronto a práctica. La tarifa de aduanas necesita reformas destinadas a fomentar las artes. Estudio particular requiere este asunto a fin de que sólo se proteja lo que ofrezca fundadas esperanzas de progreso. Y las grandes industrias europeas y norteamericanas no se han formado y crecido, en lo general, sino por este medio. El consumidor pagará por algún tiempo parte de la protección como paga permanentemente todos los servicios públicos. Al procederse con tino en la materia, el nuevo gravamen indirecto que se imponga será, a la larga, reproductivo, como lo es el que se invierte en el sostenimiento de los diversos ramos" (23).

Ospina Vásquez muestra el proceso a través del cual Núñez fue volviéndose más y más contra el librecambio y en defensa a ultranza del proteccionismo en un esfuerzo por proteger a los artesanos (24). Uno de los artículos más importantes escritos por Núñez sobre este tema es el de 1884 titulado "Gato por Liebre". En este artículo Núñez lanza un argumento muy socorrido por los autores modernos de la "nueva historia" por el cual se defiende que el librecambio era una medida más que favorecía a Inglaterra y que no contribuía al desarrollo del país (25). Indudablemente el librecambio favorecía el desarrollo capitalista de Inglaterra, pero favorecía también el desarrollo mundial del capitalismo. Las condiciones de Inglaterra variaban de acuerdo a sus condiciones de fortalecimiento del capitalismo y a su política colonial. Pero las de Colombia eran de tal naturaleza que no podían prescindir del librecambio para impulsar el capitalismo, así favoreciera los intereses ingleses. La defensa que hace el "regenerador" del proteccionismo no tiene que ver nada con la situación de Inglaterra, sino con el problema de lo que él llama el "fomento de las artes". No puede confundirse, por tanto, el fomento de la industria artesanal con el impulso a la industrialización capitalista. Cuando Núñez tuvo que defender su política proteccionista en favor de las artesanías porque estaba golpeando duramente a los consumidores del país por los impuestos indirectos, expresó: "Entre nosotros el librecambio mercantil no es sino la conversión del artesano en simple obrero proletario, en carne de cañón o en demagogo, porque ese librecambio no deja casi vigentes más de dos industrias: comercio y agricultura, a que no pueden de ordinario dedicarse los que carecen de capital y de crédito" (26). Esta cita retrata los propósitos de defender la economía artesanal predominante en el país y los intereses de los terratenientes íntimamente ligados a la preservación de una fuerza de trabajo campesina sometida. Por eso Núñez concibe la defensa de la industria artesanal como un prerrequisito de la paz política. Preservando las condiciones artesanales y terratenientes, Núñez podía adaptarse a las condiciones del desarrollo mundial del capitalismo, por una parte, y someter la burguesía colombiana incipiente al predominio terrateniente desde el punto de vista político y económico. La clave de esta contradicción residía en ese entonces en el régimen político reaccionario y en impedir el desbordamiento de la proletarización, sin la cual se hacia imposible un verdadero

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despegue de la industrialización. Núñez, entonces, acudía a los argumentos más atrasados como el de que la condición de los proletarios era en Europa y en los países capitalistas más infeliz que lo que había sido la de los esclavos en la antigüedad: "El inmenso problema económico que diariamente crece, no ha podido ser resuelto por los economistas. Sus dogmas han tenido durante medio siglo, decisiva influencia en los Parlamentos, en la prensa y en la cátedra; y si ellos han contribuido a la supresión de la esclavitud, por ejemplo, en cambio han hecho surgir, o permitido que surjan, los proletarios de las fábricas y los rurales, que son más infelices todavía que los antiguos esclavos urbanos; proclamando el principio de la concurrencia y de la abstención oficial en materia de industria... El predominio del criterio del interés individual ensalzado por los economistas no puede ya sostenerse, porque la ola encrespada del sufrimiento se ha vuelto constante peligro para los pocos cuyos palacios puedan caer en ruinas, como cayeron los castillos feudales a impulsos de la pólvora, recién inventada entonces’’ (27). Y reforzaba este argumento que tanto esgrimieron los esclavistas del sur de los Estados Unidos en la época de la guerra de secesión: "A la época de las guerras brutales ha seguido allí... la de la lucha por la existencia en la deleznable órbita del comercio, de la industria y de la explotación agrícola. Pasaron los esclavos y los siervos de la gleba de los tiempos antiguos; pero el obrero fabril y el obrero rural se hallan en realidad en peor condición que los esclavos y los siervos; porque nadie tiene interés en su conservación. El esclavo era una cosa, un valor. El obrero es una entidad anónima, un número reemplazable por otro número, como se reemplaza en una fábrica un manubrio por otro manubrio o una rueda dentada por otra rueda dentada, o como se reemplaza una hoz, por otra hoz en un fundo agrícola’’ (28). Para impedir el surgimiento y desarrollo del proletariado, había que fortalecer el gremio de los artesanos "porque es este gremio la fuerza científica, por decirlo así, que debe servir de contrapeso o de fiel dé los platos extremos de la balanza" (29). La defensa del proteccionismo, entonces, era una necesidad surgida de impedir la proletarización. Por tanto, el proteccionismo no era una alternativa para el desarrollo del capitalismo. Tampoco era ya suficiente el librecambio, aunque seguía teniendo vigencia como un instrumento de descomposición del campesinado y de capitalización. Lo que no entendieron los "regeneradores" ni la burguesía representada por los radicales fue la urgencia de una política tendiente a la inversión de capital en la industria que no fue favorecida por la monopolización de la banca y el crédito por parte del Estado.

La posición de Núñez y de la "Regeneración" opuesta a realidades incontrastables del desarrollo capitalista queda aún más clara cuando se considera su pensamiento frente al problema de la competencia capitalista y su visión francamente opuesta al individualismo. Para él la competencia es otra forma de guerra. En consecuencia, su oposición a la guerra, su obsesiva lucha contra todo tipo de guerra, su abstracta posición frente a la guerra que lo llevó a plantear la defensa de la paz por la paz, el orden, por el orden, lo hace levantarse contra la competencia capitalista. "La guerra, que llamaremos económica, es la otra causa fundamental de malestar a que hemos querido referimos. Esta guerra económica es lo que llaman los economistas competencia (especie de struggle for life, lucha por la vida)" (30). Y más adelante agrega: "La desaforada competencia económica es fruto del individualismo proclamado por la filosofía impropiamente apellidada liberal (impropiamente, por haber conducido a la universal miseria, como tantas otras cosas así calificadas por la superstición política)" (31). La ingenuidad o la mala fe han presentado esta lucha contra el individualismo y la competencia como un signo de que Núñez propiciaba lo que Liévano ha llamado su "capitalismo de Estado" y otros autores su "socialismo de Estado". Pero el

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"regenerador" no enfrentaba contra el individualismo el socialismo, ni mucho menos. "El socialismo —escribe— es la hidra mitológica cuyas cabezas mutiladas sin cesar se renuevan. ¿Dónde está el Hércules que habrá de troncharlas radicalmente? Esa hidra no se abate con fuerza material, sino con espada flamígera" (32). La máxima coincidencia entre Núñez y Caro radicó en su oposición a realidades concretas del capitalismo, al individualismo, a la competencia, al "desorden", a la "anarquía". Para ellos todo era lo mismo. Se inspiraban en ese socialismo cristiano puesto en marcha por León XIII que buscaba acomodar la Iglesia con ideología feudal y terrateniente a las condiciones ineludibles del capitalismo al que tanto se había opuesto. El desorden de la competencia que trajo el capitalismo era, para ellos la anarquía política y la causa de la guerra y el individualismo pernicioso. Sólo la religión católica y el cristianismo social podían salirle al paso a la revolución socialista y al avance del capitalismo por igual. Refiriéndose al proceso que se daba en Alemania, Núñez señalaba: "Pero en contra, en el nuevo imperio germánico se lidia más desventajosamente con el socialismo, cuya preponderancia crece cada año, según se deduce de la estadística sucesiva del sufragio. Y como afirma al final de un artículo extenso que sobre la materia inserta la Revue des Deux Mondes, y nos hizo notar nuestro amigo el señor Caro, no hay otra solución sólida allí que la que puede proporcionar la luz evangélica en su ingenua irradiación práctica: caridad en la cúspide y resignación cristiana en la base de la pirámide. La ciencia y las bayonetas serán impotentes... La espada de luz a que hemos antes aludido está, pues, iniciada. No puede ser otra que la estética y la ética católicas" (33).

Núñez no solamente se oponía al librecambio en un momento en que, para el país, seguía siendo una condición necesaria de su desarrollo capitalista. Se enfrentaba también a la competencia que es una característica esencial del capitalismo, ineludible para su expansión y fortalecimiento, así sea como una guerra que causa estragos y arrasa a los débiles. Igual posición mantenía frente al individualismo, rasgo connatural de la economía capitalista, sin el cual no le es posible abrirse campo y formar profundas raíces. El capitalismo está basado en la necesidad de la ganancia capitalista y depende de la explotación que se haga de los obreros y de la competencia que se entable a, nivel de la sociedad. No hay duda de que este sistema crea una especie de anarquía económica y social (34). Esta especie de anarquía social, de necesidad de libre movimiento y de total libertad inherente al capitalismo de libre competencia es lo que aterroriza a Núñez y, por supuesto, a Caro. La democracia política que es la forma de Estado natural del capitalismo, como lo señala Lenin, es, en cierta medida, una anarquía social sistematizada con ciertas regulaciones mínimas que no dejen desintegrar el sistema (35). El hecho de que el capitalismo exija la democracia liberal, proviene de su ineludible necesidad de libertad de oferta y demanda para permitir campo abierto a la competencia. Como ya lo hemos mostrado en la Primera Parte, el imperialismo modifica estas condiciones al agudizar la contradicción entre la superestructura política de democracia que impulsa la libertad y la igualdad y la infraestructura económica que desde un principio niega las dos mediante la explotación del obrero y la división irreconciliable de las dos clases enfrentadas, capitalista y proletaria (36). Al negar el imperialismo la libre competencia e imponer el monopolio, tiene que proceder a negar la democracia y a establecer el régimen autocrático. He ahí también una coincidencia más de Liévano y López Michelsen, los cuales ven un acercamiento del régimen autocrático de la Colonia y el que va "imponiendo el capitalismo monopolista de Estado, del que son fervientes defensores. La obsesión de Núñez y Caro con la anarquía existente y con la necesidad del orden, se origina en su posición proterrateniente y en la defensa de un régimen que salvaguarde los intereses de los terratenientes aun a través

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del desarrollo del capitalismo. La derrota política que infligen a la burguesía y las condiciones económicas que imponen en favor de los terratenientes, preparan el terreno para la entrada del imperialismo que encontrará unos terratenientes fortalecidos e inexpugnables dispuestos a entablar una alianza del imperialismo que asegurará sus intereses y asegurará un desarrollo modemizador sin tocar sus privilegios feudales. Por eso Núñez y Caro se revelan contra el régimen democrático y disfrazan su postura con una apología de la autoridad, de la limitación de las libertades, de la paz y de la lucha contra el desenfreno desatado por los radicales decimonónicos que sólo pensaban en la guerra. La preocupación por la paz es justa. Pero la paz no es un ente abstracto que venga a la tierra por la buena intención de los personajes que aspiran a ella. La paz tiene condiciones. Para 1880 la paz carecía de los mínimos requisitos en Colombia. Era indudable que no se había resuelto el conflicto existente desde la revolución de independencia y que constituía la esencia de la revolución democrática en Colombia, a saber, el conflicto entre las fuerzas propulsoras del capitalismo y las fuerzas anticapitalistas, entre los terratenientes feudales y los comerciantes procapitalistas. La paz, por tanto, en cualquier instancia, mientras ese conflicto no se resolviera en favor de las fuerzas procapitalistas, iría a favorecer a los terratenientes. En todos los países capitalistas del orbe se libró esa lucha. Y sólo la definición de la guerra resolvió el problema. Núñez, por ejemplo, ve con horror la guerra civil norteamericana, precisamente, mediante la cual se consolidó el proceso capitalista de Estados Unidos y la derrota de los terratenientes feudales y esclavistas (37). Es su visión anticapitalista que defiende los intereses de los terratenientes.

Tal vez los hechos y las medidas de la "Regeneración" no correspondan a su ideología y a sus manifestaciones. Los autores de la "nueva historia" han venido repitiendo la tesis de Liévano sobre los grandes avances de la economía colombiana en la época de la "Regeneración" y sobre su gran contribución al desarrollo capitalista del país (38). Atribuyen, sobre todo, este efecto benéfico de progreso a tres medidas: a la protección aduanera que estimula la industrialización, al establecimiento del Banco Nacional, y al impulso a la infraestructura ferrocarrilera. El proteccionismo y el monopolio bancario establecido por el Banco Nacional fueron medidas económicas exclusivamente orientadas a golpear los intereses de los comerciantes que apoyaban, principalmente, al partido liberal (39). Ya hemos señalado el carácter del proteccionismo como una medida regresiva y opuesta al desarrollo capitalista del país en el momento que vivía Colombia. Es necesario hacer algunas consideraciones sobre el Banco Nacional. Ospina Vásquez tiene el siguiente análisis: "El lo de enero de 1881 abrió operaciones el Banco Nacional con capital suministrado íntegramente por el Estado (anticipo de las regalías del ferrocarril de Panamá). El objeto primordial de la institución era hacer préstamos al gobierno. No hay para qué entrar en el proceso que llevó primero a la aceptación forzosa de sus billetes en parte de los pagos hechos a los gobiernos nacional y seccionales, y luego a la exclusividad del privilegio de emisión y la inconvertíbílidad, y por último a la liquidación del banco. La restricción de las facultades de los bancos particulares fue desastrosa para la economía del país, y especialmente para la de Antioquia. El privilegio volvía al Estado, quien hubo de extraer de este recurso todo lo que podía dar, en la etapa final del periodo. Para darse cuenta de lo que fue aquello basta seguir el curso de la cotización de los cambios sobre el exterior; pasan de 7 a 16% de primera en 1881 al 36% en diciembre de 1885, a 111% en junio de 1888, para caer luego al 100%, alrededor de cuya cifra se mantienen hasta los primeros meses de 1893; con fluctuaciones marcadas, se llega al 200% en agosto de 1898. En diciembre del año siguiente se llega al 550%, y en marzo de 1900 al 1.000%. A principios del año

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siguiente se llega al 5.000 %, y a principios de 1903 al 10.000. La cotización se estabiliza alrededor de esa cifra (con algunos movimientos bruscos, poca duración) hasta la conversión, en tiempo de Reyes (al 10.000%)" (40). El testimonio directo de Tomás O. Eastman sobre las consecuencias inmediatas de las medidas económicas de la "Regeneración’’ resulta elocuente: "Diose pues a purificar las costumbres, a hacer propaganda de las sanas ideas, a enseñarnos religión... empeñóse en hacer que hacía caminos, puentes, plazas, muelles, monumentos, estatuas, palacios, murallas, museos, jardines; subvencionó ferrocarriles, vapores, empresas de todo género; en una palabra, se convirtió en maestro, empresario y protector de todas las cosas habidas y por haber. Vemos algunas consecuencias necesarias de semejantes proezas: Como ellas no se realizan sin dinero, fue preciso aumentar desmesuradamente las contribuciones y hubo que ocurrir a arbitrios como el papel moneda y los monopolios. Con lo primero infligió a la industria una sangría copiosa y debilitante. El papel moneda hizo oscilar el tipo de cambio; perturbó los precios de los artículos y servicios; alteró sin pacto previo las relaciones existentes entre acreedores y deudores y entre capitalistas y trabajadores; desvió los capitales de su giro natural; en asocio con las altas tarifas aduaneras, levantó una especie de muralla china alrededor del país, para que no llegase hasta nosotros, o llegase tan debilitada cuanto fuese posible, la influencia del progreso industrial en el exterior; y después de hacernos pasar por las angustias de una alza de las letras, nos traerá en conclusión los horrores de una baja, aún peores que los del alza. De los monopolios no hay para qué hablar, pues sus inconvenientes son hoy visibles para todo el mundo. Cualquiera de esos males bastaría por sí solo para condenar cualquier sistema político" (41).

La confusión de base respecto a la interpretación del Banco Nacional radica en colocarlo como un banco central de una economía capitalista. Colombia vivía un momento crucial de su desarrollo económico en que se iniciaba un proceso de lucha por la industrialización. Era indudable que la banca tenía que jugar un papel definitivo, por ser intermediaria de los comerciantes. Pero esa banca no era de carácter totalmente capitalista, sino que dependía del carácter del capital comercial precapitalista de naturaleza independiente de la producción (42). Lo que hace Núñez es monopolizar la función bancaria, como lo hace con otras actividades económicas al modo de la Colonia, de intermediario de los comerciantes en el Estado. La quiebra de la banca privada, principalmente la antioqueña, significó la supresión de un elemento esencial para el proceso comercial. El papel del Banco Nacional no era regulador como el que tenían los bancos centrales capitalistas en otras partes del mundo capitalista avanzado, los cuales, en realidad, respondían más al proceso de monopolización y de comienzo de prevalencia del capital financiero. La unificación de la moneda que trajo el Banco Nacional no exigía la monopolización estatal de la función bancaria. Carlos Martínez Silva lo señalaba en su momento como un representante de ese sector de los terratenientes que estaba en proceso de convertirse en burgueses, como lo hemos analizado anteriormente. Decía Martínez Silva: "No hay necesidad de entrar a demostrar aquí cuan perjudicial es el monopolio oficial, o en manos de una compañía particular de la industria bancaria. Cuestión es ésta tratada en cualquier manual de economía política, y se necesita ser intonso en la materia para sostener el sistema de monopolio en este tiempo, en que la civilización cuenta como una de sus mayores conquistas, el haber alcanzado en todos los pueblos cultos la libertad de comercio. Sólo como recurso fiscal, y eso en muy determinadas circunstancias, puede justificarse hoy el monopolio de un ramo de industria. Pero tratándose de la bancaria, las razones que militan a favor de la libertad son más fuertes que en ningún otro caso... La competencia es el alma y el

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estímulo de toda empresa; donde falta ese aguijón, la industria desfallece y muere..." (43).

3. La lucha contra la "Regeneración"

La lucha política que desencadenó la "Regeneración" provino, por una parte, de los comerciantes que vieron limitada y amenazada su libertad de comercio y, de otra parte, de un sector de terratenientes y comerciantes que iban convirtiéndose en industriales y vieron en peligro sus nuevos intereses. Las dos causas principales de la lucha radican en el proteccionismo y en el monopolio bancario. Es posible que puedan aducirse otras causas económicas, pero no tan determinantes como estas dos. Las fuerzas políticas del país se dividieron frente a la " Regeneración" en tres posiciones. El partido liberal dirigido por los radicales presentó una oposición desde el principio del movimiento de Núñez hasta el final de la guerra de los mil días. El partido nacional de Núñez y Caro, compuesto por los independientes de Núñez, salidos del partido liberal y el conservatismo en pleno que fue dividiéndose a medida que se agudizaron las contradicciones del proceso regenerador, se constituyó en su soporte. El conservatismo histórico, dirigido por el general Marceliano Vélez y Carlos Martínez Silva, que rompió con el partido nacional ya avanzado el proceso de la ’’ Regeneración’’.

El partido liberal del siglo XIX fue un partido que empezó a sufrir un proceso lento de descomposición desde la Convención de Rionegro, primero por su oposición a las medidas de Mosquera frente a la desamortización de bienes de manos muertas y frente a la Iglesia, y segundo por la tendencia de un sector de los comerciantes a invertir sus excedentes en propiedad territorial. De este último sector surgió el partido independiente de Núñez. Pero de la oposición a Mosquera también se desarrolló una tendencia conciliacionista con los terratenientes que va a ser representada dentro de los radicales en su oposición a la "Regeneración" como los pacifistas en el momento en que el partido liberal tiene que definir su conducta frente a Caro. Esto significa que en el partido liberal después de la Constitución del 63 van apareciendo tres tendencias: una que es fiel a los principios del liberalismo decimonónico y que no concilia con el partido conservador, por lo menos hasta la guerra de los mil días; otra que se mantiene dentro del partido liberal, pero conciliador en los principios del liberalismo, que va a enfrentarse de distintas maneras a la fracción más radical y persistente en los principios; y otra que conforma el partido nacional con los conservadores y acaba fundiéndose con el partido conservador. Estas tres tendencias hacen crisis en el período que va de 1880 a los primeros años del siglo veinte. Se ha acusado al partido liberal de haber lanzado a Núñez en brazos del conservatismo por la oposición violenta que desde el principio del proceso de la "Regeneración" le presentó. Pero la razón la tenia el liberalismo radical en oponerse a Núñez que lanzó un movimiento de restauración a favor de los terratenientes, con los cuales coincidía ideológica y políticamente. La línea de Núñez no se modifica substancialmente en sus escritos y en su conducta de 1880 a 1896, ni su coincidencia con Caro, como lo hemos tratado de demostrar, es puramente casual o adjetiva. El Banco Nacional, por ejemplo, se convirtió en un instrumento de financiación de los terratenientes, no solamente para la represión de los liberales, sino para la guerra de los mil días (44). La oposición liberal a Núñez adolecía de un problema fundamental y consistía en la división de intereses dentro de los comerciantes que sostenían al partido liberal. Si el partido liberal inició muy rápido su descomposición, se debió precisamente al carácter de la clase que era su apoyo fundamental, clase históricamente en transición y que no poseía sus raíces en la

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propiedad territorial como los terratenientes ni la fuente de su atesoramiento provenía de la propiedad de los medios de producción industriales como la burguesía industrial. Este era el carácter de los comerciantes precapitalistas agentes principales de la revolución burguesa en Colombia, los cuales dependían del capital comercial. Por eso los comerciantes no poseían una ideología propia, aunque en la lucha por la independencia y por la revolución democrática hubieran adoptado las ideas de la burguesía industrial, las del liberalismo revolucionario que impulsó el surgimiento y avance del capitalismo en el mundo. Dentro del partido liberal unos sectores, pocos, se mantuvieron fíeles a esos principios; otros sectores, la mayoría, claudicaron en el fragor de la lucha contra los terratenientes; y los demás traicionaron pasándose a los terratenientes y adoptando su ideología. Estos factores fueron los que hicieron relativamente fácil la tarea de Núñez en el proceso de un movimiento esencialmente proterrateniente. No fue, no podía ser en la época en que ya el capitalismo pasaba de su maduración a la decadencia, la restauración del feudalismo, pero sí significaba la garantía al régimen de monopolio feudal de la tierra para los terratenientes.

En la época de auge de la "Regeneración", en el momento de la elaboración y discusión de la nueva Constitución, y durante los primeros años de su vigencia, el partido conservador parecía haber desaparecido para fundirse con el partido nacional de Núñez. Todo el partido conservador se puso de parte de la "Regeneración". Ya hemos visto cómo Caro se convirtió en su baluarte fundamental hasta el punto de haber llegado a ser el redactor del texto mismo. Pero es necesario, por los acontecimientos posteriores de la división conservadora, ofrecer los testimonios de uno de los jefes más connotados de ese partido, Carlos Martínez Silva. "Con absoluta seguridad —afirma— puede decirse por lo mismo, que ninguna de las Constituciones que ha tenido la república ha sido fruto de un trabajo más sereno y meditado. Defectos podrá tener la de 1886, pero en ningún caso habrá de tachársele de taita de sistema, de ligereza o de inconsistencia. En ella hay plan y unidad perfecta; y como no ha sido hecha ni en contra ni a favor de nadie, ni ha sido inspirada por ningún sistema exclusivista y absoluto, como está calcada en nuestra propia y peculiar condición social y política, es de presumirse que está destinada a vida larga y robusta, no estacionaria ni momificada, sino progresiva, porque los constituyentes de 1886 no han tenido la soberbia y la vana presunción de los de 1863, que consideraron su obra acabada, perfecta e irreformable. Esta otra Constitución, dejando la puerta abierta a las enmiendas, ha fiado su ratificación definitiva a la voluntad nacional genuinamente expresada... La Constitución de 1886, promulgada el 7 de agosto, se caracteriza por cuatro rasgos dominantes: restablecimiento de la unidad nacional; libertad de la Iglesia Católica; libertades individuales prácticas y bien definidas; robustecimiento del principio de autoridad" (45). Estas cuatro características que señala Martínez Silva han sido acogidas por casi todos los tratadistas e historiadores como los rasgos determinantes de la Constitución del 86. No solamente coincidía Martínez Silva con Núñez y Caro en el proceso de la "Regeneración", sino que estaba de acuerdo con todo su contenido, lo mismo en la oposición a los radicales y en la interpretación de su obra que en la forma autoritaria y autocrática que debía tomar el nuevo gobierno. "Pero de nada servirían todas esas saludables reformas —decía— si no hubiera organizado un gobierno suficientemente fuerte para defender la sociedad contra los ataques de los hombres audaces y depravados. Los que parten del anárquico principio de que el gobierno es un mal necesario fueron lógicos al reducir la autoridad a la impotencia; la experiencia que ha enseñado qué funesta cosa es anular la acción del gobierno por malo que él sea, para depositar toda la suma de la autoridad de que se le despoja en manos de los que quieran tomarla y ejercerla sin responsabilidad y sin

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contrapeso... Demostrado que los gobiernos débiles son de suyo violentos, era necesario constituir un gobierno fuerte para hacerlo suave en su ejercicio" (46). No había dudas de que el partido conservador cerraba filas en torno a la Constitución del 86 y que los argumentos para defenderla y propiciarla no diferían de los de Núñez.

Pero pasados diez años después de su promulgación, las contradicciones de una Constitución que había intentado por encima de cualquier otra consideración reforzar el poder económico y político de los terratenientes, afloraron en una forma tan violenta que iban a llevar al país a la más cruenta de las guerras civiles. Con el movimiento de la "Regeneración" se cerraban en Colombia las posibilidades de que la burguesía llevara a cabo la revolución democrática que se había iniciado con la revolución de independencia. En efecto, el camino de una reforma agraria democrática que liquidara el régimen terrateniente y neutralizara su poder político quedaba cerrado. El regreso al proteccionismo y al monopolio bancario habían sido golpes muy fuertes a las fuerzas burguesas que, mal que bien, venían propiciando el avance del capitalismo en el país. Pero el regreso al despotismo y al autoritarismo consagrados en la Constitución del 86, al igual que la práctica de la autocracia por parte de Caro desde el gobierno, aprobada por Núñez desde su estratégico retiro de la presidencia, colmaron la tasa de las contradicciones. No solamente apuró la crisis del partido liberal, sino que también dividió al partido conservador. Martínez Silva salió como el abanderado de un sector del partido conservador que tenía su asiento, principalmente en Antioquia, y que representaba una débil tendencia terrateniente a pasar a la industria, pero que poseía intereses significativos en la floreciente economía cafetera impulsada, entre otros factores, por la colonización hacia el sur (47). Martínez Silva encama la contradicción del partido conservador, en el que iban surgiendo fuerzas que favorecían el desarrollo del capitalismo, aunque no fueran capaces de desprenderse por completo de sus intereses terratenientes y, más adelante, claudicaran totalmente ante ellos. Su violento artículo contra la ley que establecía el Banco Nacional que ya hemos citado se contradice, en cierta manera, con su apoyo irrestricto que por la misma época le daba a la Constitución del 86. Afirmaba, entonces, "muchas tiranías se han presentado en el mundo, y la historia está llena de atropellos y violencias cometidos por los gobiernos despóticos; pero hasta ahora no teníamos noticia de que a ninguno se le hubiera ocurrido obligar a sus súbditos o ciudadanos a entrar con él, en determinado género de especulaciones. Esa pretensión que a los cesares romanos hubiera parecido ridícula, estaba reservada para estos tiempos de libertad y de progreso... Mañana, si el proyecto que analizamos llegara a convertirse en ley, otro acto legislativo podría expedirse para imponer multas o prisión al que no sembrara café, o al que tuviera trapiche movido por bueyes, o al que no empleara en sus labranzas arados Collins" (48). Estas palabras las escribía en 1880. Casi veinte años después, en medio de los sufrimientos impuestos por la Constitución del 86, en respuesta a la siguiente aseveración de Caro: "Es que el juicio es más sereno y amplio, y la apreciación del interés común más certera, en altos puestos de dirección unipersonal y de gran responsabilidad moral, que en medio de las agitaciones parlamentarias y de los meetings populares" (49). Martínez Silva fustigaba los resultados de la "Regeneración" en esta forma: "Por desgracia para la escuela absolutista, la doctrina que hoy se pretende hacer prevalecer en Colombia lleva en su contra una dolorosa experiencia. Nadie pretenderá sostener que aquí hay al presente régimen parlamentario, ni elecciones populares, ni partidos organizados, ni meetings, ni prensa libre, ni ministros responsables y sometidos a los vaivenes de la política, ni se conoce medio alguno para que la opinión pública se haga sentir en los consejos de gobierno. Prevalece en él de tiempo atrás la ’dirección unipersonal y de gran

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responsabilidad moral’; y sin embargo, en nada se ve aquella certera apreciación del interés común, tan encomiada por los maestros y doctores de la nueva ley" (50). Ya había roto con la "Regeneración", había iniciado la oposición a Caro que conduciría al restablecimiento del partido conservador, y había iniciado la división conservadora entre "históricos" y "nacionalistas".

4. División del partido conservador

Entre enero de 1896 y agosto de 1897, al mismo tiempo que arrecia la oposición liberal y se prepara la guerra civil, se materializa la división conservadora, con la publicación del famoso Memorial de los 21, elaborado por Martínez Silva, y con el retiro del apoyo al gobierno. En julio de 1896, Martínez Silva sostiene una polémica con Caro sobre el carácter del partido conservador. Caro decía: "El partido que ejerce hoy el poder público se compone de los elementos que concurrieron a reintegrar la nación y expedir la Constitución de 1886 y que hayan permanecido fíeles a su bandera. Este partido es conservador en cuanto sostiene y conserva el orden constituido, el respeto a la autoridad y la concordia con la Iglesia, base de la paz social. Pero no es éste un partido reaccionario. El partido que votó la Constitución de 1886 no puede ser el mismo que había votado la del 58, porque ésta y aquella ley fundamental son antagónicas. El partido que sustenta la Constitución del 86 se fundó para efectuar y defender una gran transformación política que se ha llamado regeneración; es un organismo que tiene principios y fines determinados, vida y desarrollo propios, y por lo mismo, un nombre propio, el cual es el hermoso nombre del partido nacional, bajo el cual, con la obra que ha realizado, se presentará ante el tribunal de la posteridad" (51). Entonces Martínez Silva le responde. Por fin Caro declara públicamente lo que venía diciendo desde hace mucho tiempo, que no hay partido conservador. La Constitución del 86 no representa en modo genuino las doctrinas tradicionales del partido conservador. El partido conservador no dictó esa Constitución. Simplemente la acogió porque consagraba dos puntos fundamentales capitales de la doctrina conservadora, la unidad nacional y el reconocimiento de los derechos de la Iglesia Católica. De esa Constitución surgió "todo un sistema político y administrativo" que todavía no ha sido suficientemente estudiado y de ahí la confusión reinante en torno a lo que pasa. El partido nacional son dos cosas: la Constitución, el sistema político y administrativo a que dio origen, y el hombre, Caro. No solamente hay que rechazar al hombre, sino también al sistema a que dio origen esa Constitución. Martínez Silva no estaba contra la Constitución del 86, sino contra el sistema que la dirección unipersonal de Caro había establecido apoyándose en ella (52). Pero la preocupación principal suya radicaba en la crisis del partido conservador. Para él el partido nacional no era el partido conservador menos los independientes, sino un partido diferente. Por eso decía: "¿Y el partido conservador, existe, o no? se preguntan algunos. La respuesta es sencilla: existen aún conservadores, en mayor número acaso de lo que comúnmente se cree; pero partido organizado con este nombre, capaz de influir en la dirección de la política y en los destinos del país, en ninguna parte se ve. Absorbidos unos de sus antiguos miembros por el nacionalismo, separados otros francamente de esta bandería, deseosos los más de volver a las antiguas filas, pero detenidos por el espantajo del "enemigo común" y por el miedo de que se les tilde de disidentes, ninguna acción colectiva, ningún movimiento de independencia, ningún conato de organización ejecutan, y de bueno o mal grado los más de ellos siguen uncidos al carro del nacionalismo, renegado por lo bajo, alimentándose de ficciones y viviendo en perpetuas transacciones con la conciencia" (53). Así se materializó la

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división del partido conservador, la cual estuvo a punto de llevar a que los "históricos" apoyaran a los liberales en la guerra de los mil días.

El sentido fundamental de esta división conservadora consiste en el acercamiento básico entre el partido liberal y el conservatismo ’’histórico’’. La oposición a la Constitución del 86, aun así fuera por motivos no siempre idénticos, manifestaba coincidencia de intereses. Martínez Silva se levantaba contra el sectarismo, defendía la participación del partido liberal, fustigaba su exclusión total de la política, hasta el punto de ser considerado liberal por los adalides conservadores del clero. En una famosa polémica del presbítero Baltasar Vélez con la jerarquía y con el clero conservador, en que Martínez Silva servia como protagonista, fueron condenadas las posiciones proliberales de los dos, por estar fuera de la ortodoxia eclesial (54). Por esta razón se ha considerado a Martínez Silva como precursor de la Unión Republicana, un partido de corta vida que agrupó a liberales y a conservadores (55). Para Martínez Silva los dos partidos tradicionales estaban en crisis, porque ninguno de los dos correspondía a los intereses nacionales. A medida que se acerca la guerra de los mil días, se hace más notorio el enfrentamiento dentro de los dos partidos. En el liberal los partidarios de la guerra que se oponen a los pacifistas. En el conservador, los "históricos" están contra Sanclemente. El mismo Martínez Silva anotaba: "Error y prueba de miopismo político es considerar esas divisiones en los partidos como obra de ambiciones y de las impaciencias de unos pocos agitadores díscolos e indisciplinados. En ellas hay siempre un fondo de convicciones honradas y sinceras, y tarea vana es tratar de detenerlas o de ocultarlas por medio de artificiales combinaciones" (56). Y caracterizaba la división de los dos partidos: "De esta suerte, ninguno de los dos grandes partidos llamados históricos, que en épocas pasadas contribuyeron ambos, a su medida, y a pesar de sus exageraciones, al progreso del país, corresponde hoy a las aspiraciones verdaderamente nacionales. Uno y otro hicieron su obra, y como entidades apegadas a un pasado que no puede revivir, no tienen nada nuevo ni bueno que ofrecer a la nación; viven de recuerdos, se alimentan de odios y de pasiones, debilitados en lo interior por las naturales disidencias. e incapacitados para obrar de un modo benéfico en favor del país, por las desconfianzas que recíprocamente se inspiran. Situación tan anómala e irregular no cesará sino cuando los políticos de uno y otro bando reconozcan los hechos cumplidos por modo irremediable, y en vez de consumir inútilmente sus energías en mantener unidades artificiales, promuevan sin miedo la liquidación definitiva de los elementos heterogéneos que constituyen nominalmente cada partido" (57).

Colombia vivía una época en que las fuerzas económicas del capitalismo que lentamente se habían ido abriendo paso, por encima de todas las torpezas, conciliaciones, vacilaciones y traiciones de los comerciantes representados por el partido liberal, y superando la oposición radical de los terratenientes expresada en el partido conservador, se encontraron con una Constitución política que recortaba las garantías democráticas, eliminaba los respiraderos políticos de las clases que se abrían campo, restauraba el despotismo colonial sin monarquía, imponía una talanquera insoportable para los comerciantes que pugnaban por salir adelante en sus negocios, destrozaba los poros del sistema económico de un momento de transición, y concedía, en esta forma, plenas garantías a las fuerzas de los terratenientes más reaccionarios, mientras aplastaba sin contemplaciones a las desorganizadas y todavía no bien consolidadas fuerzas procapitalistas. Una corriente no bien constituida, incipiente, un tanto amorfa si se quiere, de burguesía industrial integrada con comerciantes y con terratenientes, pugna para abrirse campo, por defender sus intereses, por recuperarse del

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golpe mortal que les ha asestado la "Regeneración". Del lado de los terratenientes, esa corriente es representada por los conservadores "históricos". No dejan de ser terratenientes, no abandonan su partido conservador y sus tendencias reaccionarias enraizadas en la lucha del siglo XIX, pero no soportan las medidas que les impone la "Regeneración" y que, objetivamente, atenían contra sus incipientes interésese de burguesía industrial. Esa contradicción, de conservadores decimonónicos transformándose en burguesía industrial, es la que expresa la lucha enconada y ambigua que libra Carlos Martínez Silva. En el partido liberal la lucha será más clara, más enconada, más decisiva. Lo veremos inmediatamente. Lo que simboliza esta lucha intensa contra la "Regeneración" es la defensa de las garantías democráticas y el reconocimiento de todas las fuerzas políticas. Quizás allí radica su fortaleza, pero también su debilidad, porque ni en el partido liberal ni en los "históricos" aparece con claridad un objetivo económico y social que garantice esa lucha intensa y profunda que caracteriza el último quinquenio del siglo XIX y el primero del siglo XX.

En un país como Colombia, atrasado y feudal, como lo era al comienzo del movimiento de la "Regeneración", es un adefesio histórico defender que se dio impulso al desarrollo económico del país con una política terrateniente y reaccionaria. La "Regeneración", Núñez y Caro, el partido nacional, no representan sino un movimiento de restauración despótica, autocrática y antidemocrática, al mismo tiempo que la garantía definitiva para el régimen terrateniente que iría a subsistir en Colombia por encima de todas las transformaciones y modernizaciones. Bajo esa caracterización pueden juzgarse las demás interpretaciones que se han esgrimido sobre este período histórico. La defensa que Líévano Aguirre y López Michelsen hacen de Núñez queda completamente al descubierto y su famoso "capitalismo de Estado" no es sino la aplicación de su ideología de mitad del siglo XX proimperialista a la tendencia despótica y autocrática de tinte colonial español de Núñez y Caro, en lo cual consiste la coincidencia reaccionaria de la concepción de Liévano y López con la práctica política de Núñez y Caro. Algo parecido podría decirse de Núñez como adalid de la unidad nacional. Fue este el argumento de los conservadores para apoyar las ideas de Núñez y abanderarse de ellas. Pero ni desde el punto de vista económico, con un mercado interior, ni desde un punto de vista político, de la desmembración del país, esa unidad peligró verdaderamente. Todas las guerras civiles que siguieron a la Constitución de Rionegro y que tuvieron alguna trascendencia, giraron sin excepción en torno al poder central del Estado y ninguna tuvo como objetivo la independencia de uno o varios Estados. El argumento de que Núñez y la "Regeneración" constituyeron un movimiento de fortalecimiento del Estado es completamente ambiguo. Si se trata de un fortalecimiento del Estado en relación a luchas externas, quedaría completamente sin piso ante la impotencia de Colombia para enfrentar el robo de Panamá y del canal. Y si es un fortalecimiento del Estado hacia el caos y la anarquía interna, este es el argumento de los más reaccionarios defensores de la "Regeneración’’ manifiesto en los documentos de Núñez y Caro. El fortalecimiento del Estado puede ser un argumento esgrimido tanto por los colonialistas españoles de la monarquía, como por los terratenientes feudales del siglo XIX y los fascistas más recalcitrantes del siglo XX. La "Regeneración" fortaleció el régimen central autoritario contra las fuerzas progresistas del país, ya bastante debilitadas y desorientadas y en favor de las corrientes más reaccionarias.

Este momento fundamental de la historia de Colombia que significa la "Regeneración", quedó signado por la incapacidad de la burguesía para resolver el problema del desarrollo capitalista del país, no solamente contra los terratenientes, sino en un proceso

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de superación de los comerciantes quienes se guiaron en ciertos momentos por la ideología de la burguesía mundial. Los radicales no ofrecieron salidas que definieran el camino para el despegue del capitalismo en el país sin permitirle a los terratenientes tanto su supervivencia como su poderío. Se había iniciado en el mundo la era del imperialismo, es decir, de la decadencia del capitalismo y en Colombia todavía no había despegado el capitalismo. Los terratenientes no enfrentaban el peligro del proletariado que los forzara a adaptarse más rápidamente a las condiciones capitalistas. Si hubiera sido otra época, la "Regeneración" hubiera restaurado el feudalismo puro. Esas posibilidades estaban cerradas. Con la "Regeneración" se guardaron las espaldas y lo que hizo Núñez históricamente, objetivamente, aparte de sus deseos subjetivos y de sus intenciones, fue preparar las condiciones políticas y la organización estatal para la entrada de Colombia al siglo veinte con la dominación del imperialismo. De todas maneras, el punto de partida de un estudio del siglo veinte depende, en gran medida, de la interpretación dada a esta etapa de transición que coloca al partido liberal en una profunda crisis y hace tambalear al partido conservador.

NOTAS

(1) Indalecio Liévano Aguirre, Rafael Núñez, Segundo Festival del Libro Colombiano, Bogotá, pág. 447.

(2) Ibid., págs. 144-145 (el subrayado es nuestro).

(3) Indalecio Liévano Aguirre, "Prólogo", en Rafael Núñez, La reforma política en Colombia, 7 vols.. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1945, vol. VI, t. 2, pág- 9.

(4) Ibid., pag. 10 (el subrayado es nuestro)

(5) Alfonso López Michelsen, El Estado fuerte, Editorial Revista Colombiana, Ltda,, Bogotá, 1968, citas extractadas de la primera parte, passim, (el subrayado es nuestro).

(6) Ibid., pág. 32.

(7) Op. cit., pág. 37.

(8) Ver, por ejemplo, Núñez, op. cit., vol. II, págs. 225-228; vol. III, págs. 199, 209; 209-217; vol. VII, págs. 77-82.

(9) Miguel Antonio Caro, "Imperio de la legalidad", Obras completas, Imprenta Nacional, Bogotá, 1932, t VI, pág. 3 (el subrayado es nuestro). Ver texto completo en la Antología, Parte III.

(10) Ibid., pág. 10.

(11) Caro, "Mensaje dirigido al Congreso Nacional en la apertura de las sesiones ordinarias de 1894", op. cit., págs. 106-117.

(12) Núñez, op. cit., vol. VII, págs. 36-37.

(13) Ibid., vol. III, pág. 130.

(14) Caro, "Mensaje al Congreso Nacional", op. cit., pág. 178. Ver texto completo en la Antología, Parte III.

(15) Núñez, op. cit., vol. III, pág. 130.

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(16) Caro, op. cit., pág. 178.

(17) Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Edit. La Nueva Prensa, Bogotá, t.1.

(18) Ver cap. 1°. aparte 3.

(19) López Michelsen recorrió las plazas de Colombia como jefe del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), atacando al capitalismo y al individualismo en favor del intervencionismo estatal, y amplios sectores intelectuales creyeron ver en esta postura la de un nuevo revolucionario, cuando, en realidad, sólo se reducía, por una parte, a pensar en el estado colonial autocrático que la revolución de independencia había barrido, y en el capitalismo monopolista de Estado que el imperialismo norteamericano le venía exigiendo a la oligarquía liberal conservadora como garantía del endeudamiento externo y de su dominación.

(20) Marx, "Discurso sobre el librecambio", en Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México, 1962. Ver la nota 11 de la Parte I, cap. 3o.

(21) Marx, El capital, t.1, cap. 24.

(22) Kalmanovitz, La transición según McGreevy, una interpretación alternativa. Instituto de Estudios Colombianos, mimeógrafo, julio de 1975.

(23) Núñez, op. cit., t. IV, p. 108.

(24) Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, Editorial Santa Fe, MedellÍn, págs. 287-292.

(25) Op. cit., t.I (2) págs. 241-250.

(26) Ibid, pág. 246.

(27) Op. cit-, t. III, pág. 45.

(28) Op. cit., t. III, pág. 45.

(29) Citado por Luis Ospina Vásquez, op. cit., pág. 290

(30) Op. cit., t. III, pág. 213.

(31) Ibid., pág. 215.

(32) Ibid, pág. 46.

(33) Ibid., pág- 47 (el subrayado es nuestro).

(34) Marx hacía notar que el capitalismo de libre competencia consistía en el establecimiento del despotismo interno dentro de la fábrica, con una disciplina estricta y una jerarquización rígida, mientras se exigía el caos y la libertad total de la oferta y la demanda en la organización de una sociedad dada, sin la intervención del Estado. Marx, El capital, t.I, cap. XII, aparte 4.

(35) Lenin, "El Estado y la revolución". Obras escogidas, 3 vols., Editorial Progreso, Moscú, vol. II.

(36) Lenin, "La caricatura del marxismo y el economismo imperialista", Obras completas, Editorial Cartago, Buenos Aires, t. XXIII.

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(37) Contrasta con la actitud de Núñez contraria a la guerra civil norteamericana, el apoyo que Marx y Engels brindaron a la lucha de Lincoln contra los esclavistas sureños, porque era favorable para el movimiento obrero mundial. Ver Karl Marx y Federico Engels, The Civil War In the United States, International Publishers, New York, 1973, passim.

(38) Liévano Aguirre, Núñez..., cuarta parte, capítulo primero. Ver Kalmanovitz, op. cit.; Jorge Orlando Melo, "La república conservadora", Colombia hoy, Editorial Siglo XXI, México, 1978.

(39) Ver, Liévano, Núñez; Luis Martínez Delgado, "República de Colombia", t.I (1885-1895), en Historia extensa de Colombia, Ediciones Lerner, Bogotá, 1970, vol. X, cap- XI y XII; Joaquín Tamayo, Núñez, Editorial Cromos, Bogotá, 1939.

(40) Ospina Vásquez, op. cit., pág. 278 (el subrayado es nuestro).

(41) Tomas O. Eastman, "Panegírico de la Regeneración", El Autonomista, Bogotá, mayo 24 de 1899 (el subrayado es nuestro).

(42) Ver Marx, El capital, t III, cap. XX.

(43) Carlos Martínez Silva, "El proyecto del Banco Nacional", Obras completas. Imprenta Nacional, Bogotá, 1937, t. VIII, pág. 239. La adopción del papel moneda por el Banco Nacional durante la Regeneración ha creado la confusión, principalmente originada por los escritos de Liévano Aguirre a quien siguen autores como Darío Bustamante, entre la unificación de la moneda y la centralización y monopolización de la banca por el Estado. El primer fenómeno era un paso ineludible impuesto a cualquier gobierno de la época en un país integrado a la economía mundial, aparte del carácter que lo definiera, como era ineludible e inevitable la construcción de ferrocarriles en ese entonces o más tarde de carreteras y actualmente de aeropuertos o acueductos. Pero así como no puede caracterizarse un gobierno del Frente Nacional, por ejemplo, por las obras inevitables de servicios públicos y las obras de infraestructura que inauguren, en la misma forma tampoco puede calificarse el gobierno de Núñez por una medida que le imponían las condiciones. Algo muy diferente significa la centralización y monopolización del crédito. Esa es una medida que caracteriza un régimen, como puede serlo la reforma tributaria o financiera para Alfonso López Michelsen o la reforma agraria para Lleras Restrepo. La monopolización y la centralización del crédito fue una medida retardataria. El papel moneda, por su parte, agenció toda esa política que no hizo sino darle fondos a los terratenientes en la guerra de los mil días y durante todo el periodo de la "Regeneración". Todavía en la década del 20 cuando se iba a establecer el Banco Central con la misión Kemmerer, se acordaban de los efectos estremecedores del Banco Nacional y del uso del papel moneda.

(44) Joaquín Tamayo muestra a todo lo largo de su obra el papel jugado por las emisiones del Banco Central en la financiación de la guerra. Joaquín Tamayo, La revolución de 1899, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1975.

(45) Carlos Martínez Silva, Capítulos de historia política de Colombia, 3 vols. Biblioteca Banco Popular, Bogotá, t. II, septiembre 30 de 1886, pág. 251.

(46) Ibid., págs. 254 y 255.

(47) Ver biografías de Pedro Nel Ospina, Emilio Robledo, La vida del General Pedro Nel Ospina, autores antioqueños, Medellín, 1959; Jorge Sánchez Camacho, El General Ospina, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1960. También Mariano Arango, Café e industria, 1850-1930; Jesús Antonio Bejarano, editor, El siglo XIX en Colombia visto por historiadores norteamericanos, Ediciones La Carreta, Bogotá, 1977.

(48) Carlos Martínez Silva, "El proyecto del Banco Nacional", op. cit., pág 237.

(49) Citado por Martínez Silva, op. cit., t. II, enero de 1897, pág. 380 (el subrayado es nuestro).

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(50) Ibid.

(51) Miguel Antonio Caro, "Declaración sobre el partido nacional", citado por Julio Holguín Arboleda, Mucho en serio y algo en broma, Editorial Pío X, Bogotá, 1959, pág. 100. En la Parte III se puede consultar el texto completo del Memorial de los 21.

(52) Ver Carlos Martínez Silva, op, cit., t. II, págs. 273-275, julio 22 de 1896.

(53) Ibid., pág. 276.

(54) Luis Eduardo Nieto Caballero, "Carlos Martínez Silva", en Carlos Martínez Silva, Obras completas, t. VIII, págs. 9-25.

(55) Ibid., pág. 41. Ver también Luis Eduardo Nieto Caballero, "En torno de Martínez Silva", Por qué caen los partidos políticos, Librería Colombiana, Camacho Roldan, Bogotá, 1934.

(56) Carlos Martínez Silva, Capítulos de historia política..., t. III, pág. 350.

(57) Ibid., pág. 352

Capítulo Segundo. Fenece el partido liberal del siglo XIX y surge el del siglo XX

1. Consecuencias de la "Regeneración"

La "Regeneración" fue, entre otras cosas, un movimiento contra el partido liberal. Núñez y Caro dirían que el ataque no fue al partido liberal, sino al anarquismo y extremismo de los "radicales"- Pero después de la Constitución del 63, el "radicalismo" fue el movimiento que constituyó el partido liberal, no importa sus divergencias internas transitorias. El partido independiente de Núñez salido del partido liberal, se transformó rápidamente en el partido nacional en alianza con el partido conservador y más adelante, fue absorbido por éste. El partido independiente no representa al partido liberal, aunque hubiera surgido, en principio, como una disidencia. En la lucha contra la "Regeneración" el partido liberal fue el mismo partido que venía del 63, guiado por los radicales. Los puntales de su ideología descansaban en el liberalismo decimonónico, parte integrante de los principios de la revolución democrática-burguesa de los siglos XVIII y XIX. El partido liberal defendió la vigencia de las plenas garantías a los derechos individuales; la libertad de cultos y la separación de la Iglesia y el Estado, con sujeción de aquélla al poder estatal; la libertad plena de comercio; la libertad de imprenta sin limitaciones; la abolición de la pena de muerte y de todos los privilegios legales o eclesiásticos; el sufragio directo, universal y libre; impuesto directo y progresivo; división de los poderes del Estado. Se orientaba este programa a la defensa del gobierno democrático burgués que garantizara el libre juego económico de carácter capitalista cimentado en las libertades políticas. Estas ideas podrían resumirse en estos tres principios fundamentales: 1) Garantía a los derechos individuales y a las libertades democráticas; 2) sometimiento de la Iglesia al Estado; 3) una política de impuestos que

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permitiera el libre juego económico, sin monopolios, fueros o privilegios. La lucha contra el partido conservador sobre estos tres puntos básicos llevó al partido liberal a profundizar el sentido de las reformas, tales como la liberación de los esclavos, la supresión de los resguardos, el librecambio, la desamortización de bienes de manos muertas, una política de baldíos, la supresión de todos los monopolios, la eliminación de la pena de muerte, la limitación de la fuerza policiva del Estado, etc. Durante gran parte de la segunda mitad del siglo XIX, el enfrentamiento entre los dos partidos se concentró en el problema religioso, por la resistencia de la Iglesia a aceptar la expropiación de sus tierras y por la defensa que el partido conservador hace de los privilegios eclesiásticos amparado en su fidelidad a la religión. Un principio como el de que la Iglesia tenia que someterse al Estado constituyó un punto trascendental en la lucha del liberalismo contra el escolasticismo medieval que defendía la supremacía del poder religioso sobre el poder temporal apoyado en la concepción teocrática del Estado, raíz de la ideología política del feudalismo.

Si la lucha del partido liberal se concentró en el problema religioso y en el librecambio, obedeció a las condiciones concretas del desarrollo del país que tenían que ver, como lo hemos repetido varias veces, con la creación de las condiciones para el despegue del capitalismo. El problema agrario colombiano del siglo XIX se mantuvo ligado íntimamente al problema religioso. Resultaba prácticamente imposible cualquier principio de reforma agraria que no se iniciara por el primer terrateniente de la época que era la Iglesia con sus comunidades religiosas. Pero el otro problema, el del librecambio, a su vez, tenia una ligazón profunda con el problema agrario, dado que para las condiciones del mercado interior era necesaria la liquidación o neutralización del régimen terrateniente imperante. En estas circunstancias el problema agrario no surgió a primera línea sino en contadas ocasiones, porque la primacía se la llevaban el conflicto religioso y la lucha alrededor de una estrategia económica del librecambio, que llevaban implícito el de la necesidad de suprimir el sistema de latifundio inculto que predominaba en el régimen feudal desde la Colonia. El partido liberal no hizo sino conciliar permanentemente en la lucha por la reforma agraria desde el enfrentamiento entre los dos sectores en que se dividió durante la Convención de Rionegro. En otros términos, la necesidad de la reforma agraria que constituía el nudo gordiano del desarrollo económico del país, permaneció en segundo plano, con etapas esporádicas de auge que no fueron suficientes para llevar adelante la revolución democrática con toda consecuencia. Al llegar la época de la "Regeneración" los problemas centrales que se pusieron al orden del día tuvieron que ver con el carácter de la democracia política y con la vigencia del librecambio en todos sus aspectos. La derrota política sufrida por el partido liberal en 1880 y la derrota militar de 1885 por el entreguismo de Sergio Camargo, colocaron al partido liberal en gran desventaja frente al partido conservador unido con Núñez, lo cual fue aprovechado en forma magistral por este último para imponer las condiciones a que habían aspirado largamente los terratenientes.

Es necesario ante todo definir a qué se debió la derrota del partido liberal en 1880 y en 1885. Aparte de una serie de factores secundarios, la causa fundamental radicó en la incapacidad del partido liberal para dar pasos adelante en el desarrollo económico del país y sacar las consecuencias necesarias de su política de librecambio orientadas a impulsar la inversión capitalista en la industrialización. Desde el punto de vista político, el partido liberal no quiso y no fue capaz de liquidar el poder de los terratenientes. Y desde el punto de vista económico, el partido liberal no tuvo el suficiente valor de llevar adelante una reforma agraria democrática. Un gran sector de los comerciantes que le

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servían de apoyo, adquirieron intereses en la propiedad latifundista y ambicionaron extender su dominio sobre la tierra sin que se diera cambio estructural en el régimen terrateniente. Política y económicamente el partido liberal no solamente dejó un margen para el avance de los terratenientes, sino que contribuyó a consolidar su posición. Fue éste el fenómeno que tan sagazmente aprovechó Núñez. El partido liberal no estaba en las mejores condiciones para el gran ataque, y definitivo, que le lanzarían los terratenientes. Políticamente un sector que venía deslizándose hacia el partido conservador, encuentra en Núñez su dirigente y se lanza sin vacilaciones en esa dirección. Sufría, pues, el partido liberal una deserción cuantitativa importante, que, aunque minoritaria, cualitativamente poseía una interpretación del momento que vivía el país y una alternativa que iba a contar con el apoyo decidido del partido conservador. Económicamente, el partido liberal no contaba con una alternativa para la crisis económica coyuntural que venía aproximadamente desde 1875 ni para los problemas de estancamiento que lo que exigía era un impulso más allá del librecambio. Por eso Núñez lanza su consigna de "regeneración política o catástrofe". Ante la guerra, paz; ante la anarquía, orden; ante el caos federal, autocracia; ante las libertades democráticas, autoridad. Y en el plano económico, ante el librecambio, proteccionismo; ante el dogmatismo radical de los liberales, pragmatismo sin principios; ante la competencia mercantil, monopolio estatal; ante la proletarización inminente, vigencia de los artesanos. Así respondía Núñez a una coyuntura que le era favorable y derrotaba al partido liberal desconcertado y acobardado política y económicamente. De ahí a la entrega, la conciliación y la traición, no hubo sino un paso.

Núñez y Caro lograron amarrar y amordazar al partido liberal con el régimen aprobado en la Constitución del 86. Diez años después de promulgada, el partido liberal se encuentra profundamente escindido entre los partidarios de una oposición pacifista y de una oposición armada contra la "Regeneración". Todo el partido liberal coincidía en la inexorabilidad de la oposición. La generación radical de expresidentes, exgobernadores, exministros anteriores a 1880 dirigían la facción pacifista. Una generación joven sin muchas ideas nuevas dirigía la facción guerrerista. En vísperas de la guerra civil de los mil días, esta división era aguda. No hay testimonio más elocuente que el violento editorial de Uribe Uribe en su periódico El Autonomista contra la vieja generación de dirigentes del partido liberal: "Singular es el contraste entre la suerte de la generación nueva y la que la precedió. Formóse ésta cuando el partido estaba en el poder y llegó la segunda a la ciudadanía cuando la obra liberal se derrumbaba. Los hombres de aquélla desarrollaron su inteligencia bajo el reinado de la libertad absoluta de la imprenta; y ésta ha padecido algo como la ablación de la mitad de su cerebro, bajo la cuchilla de la represión de la prensa. Se hicieron ellos jurisconsultos en los Juzgados y Fiscalía, en los Tribunales y en la Corte; nosotros litigando pobremente ante una administración de justicia banderiza, o copulsando los comentadores en la soledad del gabinete; se formaron ellos militares bajo el uniforme, con el pré y mandando tropas veteranas al servicio del gobierno; nosotros en las filas aleatorias de la revolución, y leyendo las teorías de los tratadistas; en las cátedras universitarias se instruyeron en las reuniones públicas, en las Legislaturas y Congresos tuvieron escuela de oratoria; en los gobiernos de los Estados y ministerios nacionales se hicieron estadistas; en las Legaciones aprendieron diplomacia; y con la tranquilidad y tiempo que deja la posesión de los empleos, cultivaron la literatura, y otros ramos del saber. ¿Qué cosas semejantes pueden decirse de los desventurados que les hemos sucedido? Ni honores ni gajes tuvimos nunca del partido; sólo sacrificio nos cuesta. Repleto está nuestro Haber con él; en blanco o poco menos la página del Debe. Las amarguras, no las dulzuras, los dolores no

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los goces del servicio a la causa es lo que nos ha tocado en suerte. Barcos llamó Daudet a las generaciones que van llegando a la vida. El que trajo la nuestra navegaba con presagio siniestro y feliz el que condujo la pasada... Hay entre los jefes liberales muchos que por gozar de comodidades para la vida, tienen todo el tiempo necesario para proclamar las esperas de la evolución social, que ellos llaman científica; gentes felices que soportan las miserias y desventuras de los otros con una amable filosofía... ¡Ah! pero ellos, los viejos jefes, acatados por los adversarios y bien a cubierto de las contingencias de la vida» pueden desde sus gabinetes más o menos confortables, encomiar la espera en el triunfo final, pregonar las virtudes del quietismo y motejar los males de la impaciencia" (1). Esta división que venía gestándose desde el momento mismo en que se sintieron los efectos de la "Regeneración", pero que se agudizó después de las elecciones para el Congreso de 1896, al que sólo llegó un solo representante, Rafael Uribe Uribe, alcanzó su momento culminante con el editorial de El Autonomista. Pero ¿cuál era el carácter de la oposición liberal a la "Regeneración"?

El partido liberal, bajo la dirección de los "radicales", se propuso despojar de todo poder al partido conservador, imponerle las reformas más urgentes que le quitaran a los señores de la tierra sus privilegios y, si fuera posible, liquidarlo de la vida política efectiva del país. Esa fue la etapa que siguió a la Constitución de Rionegro. Pero su incapacidad quedó manifiesta. Parte por el gran poder de los terratenientes, parte por la vacilación, unas veces, y otras, por la traición, del partido liberal. En este proceso los terratenientes no se plegaron, no vacilaron, no adoptaron las posiciones del partido liberal, con el objeto de ganar terreno y tomarse el poder en la mejor oportunidad. No lo hicieron así. Por el contrario, se dedicaron al hostigamiento, al sabotaje, a la guerra permanente. No era como decía Núñez que los "radicales" fueran los señores de la guerra, sino que los conservadores no dieron un paso atrás en la defensa de los principios esenciales que defendían el orden terrateniente. En esta forma, veinte años de lucha permanente, les dio el triunfo con la gran "traición’’ de Núñez. Entonces el partido conservador dio los pasos necesarios para devolverle en la misma moneda que el partido liberal le había pagado. Se dispuso a liquidarlo. Los señores de la tierra elaboraron una Constitución que neutralizara al partido liberal y que le diera los instrumentos para darle el golpe mortal en el momento definitivo. La división entre los partidarios de la oposición pacifica y la oposición armada, demuestra cuan efectiva fue la táctica del partido conservador para liquidar a su enemigo. El debate efectuado por Uribe Uribe en el Congreso de 1896 presenta toda la tragedia del partido liberal en la oposición.

Uribe Uribe tiene que afrontar solo a un Congreso homogéneamente "nacionalista" y defensor extremo de la "Regeneración". El mensaje de instalación es una diatriba de Caro contra el partido liberal, a los que considera una banda de anarquistas, cuya rebelión ha sido develada por las fuerzas de la legalidad. Para poder darse cuenta del ambiente de aquel Congreso es necesario escuchar a Caro: "Para el mes de abril de 1894 se había organizado en la capital una conspiración anarquista, de que di cuenta al Congreso de aquel año... La revolución no dejó tras sí ningún documento en el cual se tratase de cohonestar de algún modo la guerra que se desataba sobre los pueblos... las pocas proclamas de caudillos revolucionarios de que tuve conocimiento, eran documentos de redacción grosera, que sólo contenían injurias cuando no impudentes amenazas de exterminio... Continúa la maquinación secreta, los medios para hacer el mal faltan, la intención persiste... se conciben y discuten proyectos infernales... El sufragio es un derecho político que emana de la ley, y no se concibe que honradamente

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usen de él los enemigos de la ley, los que sólo pretenden discutir violentamente el orden legal; las urnas son palenques a que concurren los partidos políticos propiamente dichos, esto es, los partidos legales, no los bandos de facciosos, ni los grupos de gentes notoriamente perniciosos... Enhorabuena que los anarquistas, ejerciendo derechos políticos de que podían usar por indulto del gobierno, habrían concurrido a las urnas a depositar sus votos por candidatos de un partido legal de oposición... Como ejemplo de los resultados a que se aspiraba por medio de un trabajo electoral al parecer encaminado a fines pacíficos, citaré el caso de haber sido elegido representante quien, habiendo sido uno de los principales autores, acaso el principal, del proyecto del 23 de enero (se refiere a Uribe Uribe), se ha vanagloriado de aquella hazaña, lo cual bien claramente demuestra la extensión de la libertad de sufragio concedida por el gobierno en las últimas elecciones, y el carácter revolucionario que prevalece en organizaciones exteriormente pacíficas..." (2).

Lo primero que hace Uribe es salir a la defensa del partido liberal y para ello utiliza el debate sobre la legalidad de los representantes y el fraude de las elecciones. Entonces dice: "Lo cierto es que hoy se apela a otra clase de razonamientos para explicar la ausencia del partido liberal en estos bancos. El Ministro de Relaciones Exteriores, y con él algunos de los honorables representantes que me han combatido, cree que esa ausencia se debe a que el partido liberal, ha perdido todo prestigio entre las masas populares, que se han apartado de él y que lo temen por el solo recuerdo de sus fechorías antiguas; que el partido liberal está, por consiguiente, del todo debilitado; y poco faltó para que el señor Holguín lo declarase muerto y sepultado. Pero entonces ¿por qué se hace que se paren 30.000 soldados sobre la losa de la tumba de ese nuevo Lázaro, agitados de día y de noche por el temor a su resurrección? ¿Por qué se apuntan contra ese sepulcro los cañones de una inmensa y costosa artillería, en que el señor General Holguín parece depositar toda su confianza? ¿A qué contra un muerto, todo ese aparato de parques, de cruceros, de acorazados y fortalezas, de facultades omnímodas, de inseguridad, de supresión de la prensa y de mensajes presidenciales dedicados exclusivamente a escarnecer al que, según se afirma, ya no es de este mundo? A este respecto tengo que repartir el dilema propuesto por un notable escritor conservador, que no vacila en calificar de grande iniquidad la conducta que se ha venido observando con el partido liberal; o éste es tan fuerte y temible que justifique el alto pie de fuerza y las medidas que se adoptan contra él, y entonces el modo de aplacarlo y de alcanzar la tranquilidad nacional no es seguir oprimiéndolo, sino reconocerles sus derechos, en virtud de los cuales él tendría aquí, en ley y justicia, una numerosa representación, proporcional a la fuerza que se le supone; o bien, no le corresponde legalmente más representación que la escasa que ha alcanzado, porque su número e importancia en el país no dan para más, y entonces sobran el numeroso ejército, los costosos armamentos y todo el aparato de resistencia desplegado contra un enemigo" (3).

Partiendo de la defensa del partido liberal, Uribe Uribe desarrolla un furibundo ataque a las facultades omnímodas dadas al Ejecutivo por la Ley 61 de 1888 o ley de los caballos, la emprende contra la "Regeneración", se opone a los gravámenes del café que ponen un inmenso peso sobre los productores, se alza contra los recargos en las contribuciones, y sienta su posición sobre la ley de prensa, el servicio militar y otros asuntos de vital importancia para la vida del país. En todo el furioso debate que el representante liberal adelanta, hay un argumento central y es el de distinguir entre la Constitución del 86 y la "Regeneración" un movimiento del partido nacional que utiliza la Constitución del 86 contra el partido liberal. Pero el partido liberal no sólo acepta la

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Constitución del 86, sino que la tiene que aceptar para que se le considere un partido legal, no obstante las objeciones que pueda abrigar contra algunos puntos de la Constitución. Por eso dice: "A lo menos en cuanto a los liberales, la conducta de la Regeneración, a fuerza de inicua, ha llegado a ser curiosa. Ha hecho de las instituciones, y especialmente de las facultades omnímodas, elemento de opresión contra nosotros, y cuando resistimos a plegamos bajo el peso, nos califica de rebeldes impenitentes, de eternos enemigos del orden y de la paz, y en esa virtud agrava las persecuciones y castigos: es decir, que por cuanto no besamos sumisos y agradecidos el látigo con que se nos flagela, admirando su fuerza y contextura, se nos vapula más aún, increpándonos duramente, como en el último mensaje, nuestra falta de simpatías por este instrumento. A nadie sino a nuestros tiranos sorprenderá entonces que el castigo nos confirme en la aversión..." (4). Para Uribe el problema es la aplicación de la Constitución que ha recurrido a las facultades extraordinarias y las ha hecho permanentes. Los nacionalistas defendían el carácter constitucional de la Ley 61 y la necesidad de mantenerla para preservación del estado de derecho. Uribe plantea su posición en la siguiente forma: "Porque lo que se propone es convertir la ley de facultades omnímodas de temporal en permanente. Ocho años largos hace que ella rige, pero como su vigencia es abiertamente inconstitucional hay la esperanza de verla cesar algún día, mientras que la que ahora se propone lleva trazas de hacerse perdurable, en su carácter de reglamentación permanente de lo irreglamentable. El partido liberal prefiere que se deje en pie la Ley 61, que, como exceso de un mal, clama por el remedio, en vez de esta hipócrita suavización del mismo mal, que en definitiva lo agrava y lo prolonga" (5). Pero es importante hacer la comparación entre la Ley 61 que Uribe prefiere al proyecto de institucionalización de esas medidas. Las descripciones que el mismo Uribe nos hace de las consecuencias de la ley de los caballos son para si mismas elocuentes; proscripciones, encarcelamientos sin cuenta, detenciones arbitrarias y sumarias, deportaciones, multas a la prensa, suspensión de periódicos, clausura de imprentas, violación de domicilios, clausura de institutos docentes, interceptación del correo, prohibición del derecho de reunión, violación de todos los derechos (6). El decreto que proponen los nacionalistas mantiene todas las atribuciones del Ejecutivo para apoderarse del poder judicial, a tal punto arbitrario que Uribe exclama: "No queda, pues, duda de que este proyecto ’en desarrollo de un artículo de la Constitución’, es la supresión de toda normalidad constitucional, y como ya sabemos contra quién van esas nuevas ’medidas de seguridad’, el proyecto equivale al mantenimiento del partido liberal fuera de la ley" (7).

¿Era la posición de Uribe de tal carácter que lo llevaría a levantarse en armas contra la Constitución del 86? Se levantara o no se levantara en armas Uribe declara que el punto de partida en cualquier caso sería la Constitución del 86 (8). Acusado de perjuro por haber entrado al Congreso jurando fidelidad a la Constitución y sin embargo estar contra ella, Uribe replica que debe acatamiento a la Constitución, no obstante los procedimientos irregulares que sufrió el proceso de su promulgación (9). Y añade: "Y sin embargo de todo esto; sin embargo de que esa Constitución se ha hecho despreciable para todos, y para el partido liberal odiosa, como instrumento de la más ruda opresión de que jamás comunidad política alguna haya sido víctima; sin embargo de eso, deseo sinceramente que, si la paz continúa, la normalidad constitucional se establezca plenamente, para que si la Constitución es buena, como a despecho de todo lo afirman algunos, su bondad resalte, y si no para verificar en ella la máxima inglesa: la ley mala, ejecutarla, para que su maldad se patentice y la reforma se imponga. Es decir, creo que el partido liberal debe aceptar la Constitución del 86, contra la cual se le considera en

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permanente rebeldía; debe aceptarla como un hecho cumplido y positivo, si no como una creación de derecho, por razón de su origen; debe aceptarla por declaración explícita, como implícitamente la aceptó no combatiéndola desde su promulgación, y la ha aceptado ejecutando actos pacíficos que presuponen el régimen político que en ese instrumento se apoya; pero debe aceptarla reservándose el derecho de esforzarse por introducir en esa Carta las reformas solicitadas por la opinión, en especial la de que sea lealmente practicada en todo tiempo, erigiendo —si posible fuere— en traición a la patria la concesión o el ejercicio de facultades omnímodas ni extraordinarias, que la desvirtúan o la anulan. Y creo más: que el partido liberal debe aceptar el Código del 86, no con el inconcebible propósito vindicativo de medir un día a sus adversarios con la misma vara con que lo han medido, sino por una científica y elevada consideración política: si la garantía de duración de un instrumento constitutivo proviene de la concurrencia en su formación de los dos grandes partidos nacionales, a fin de que en él desaparezcan combinadas y adunadas las dos tendencias que ellos representan: fortificación de la autoridad a expensas de la libertad, el uno, y extensión de la libertad a expensas de la autoridad, el otro; autoritario el uno, individualista el otro, ¿por qué no admitir la Constitución del 86, que representa la primera tendencia, esforzándose por introducir las reformas que representarían la segunda, y llegando así a la formación de un Código político verdaderamente nacional?" (10).

Queda muy a las claras el dilema de la oposición liberal comandada por Uribe en ese momento. Ya no posee los principios de los liberales que impulsaron la Constitución del 63, se arrepiente del federalismo que consagró esa Carta, pide un compromiso entre las dos posiciones extremas representadas por las ideas del 63 y del 86, acepta los principios básicos de la Constitución del 86, propone una forma de gobierno que a la vez sea conservadora y liberal "para garantizar el orden y la tradición, y favorecer la libertad y la innovación... se preconizaba, en fin, la virtud de un justo medio, adquirido por concesiones reciprocas en lo adjetivo, dejando en pie lo sustancial, a fin de alcanzar de ese modo la realidad de la república" (11). Esta era la fracción "extremista" del partido liberal, la partidaria de la lucha armada contra el régimen conservador, la heredera de los principios liberales abandonados supuestamente, por la vieja generación fustigada agriamente por Uribe. En esas condiciones, presenta un programa liberal que los conservadores de la Cámara tildan de conciliacionista y de haber adoptado los principios de la "Regeneración" (12). No tiene Uribe otra alternativa que salir a clarificar su posición, con lo cual no hace sino reafirmar la tragedia de su lucha, vacía ya de los grandes principios democráticos que habían inspirado casi cuarenta años de confrontación. Dice así: "Los cuatro objetos que me propuse no quedarían por eso menos logrados: lo., presentar temas concretos de consideración para inducir a cada uno a hacer su examen político de conciencia, y para facilitar el acuerdo de unos y otros sobre bases positivas; 2o., tranquilizar al verdadero y único partido conservador sobre las miras y propósitos del liberalismo; 3o., tranquilizar también a la porción seria, prudente o timorata de nuestro mismo partido, acerca de las tendencias de la porción avanzada; y 4o., quitar al gobierno regenerador el pretexto para seguir persiguiéndonos so capa de partido ilegal y rebelde" (13). Todo el fondo del asunto radica en que Uribe Uribe ha perdido el sentido sobre el verdadero contexto en que se debate el país. Así se justifica que hable de alcanzar de ese modo (conciliando) la realidad de la república". No existe, por tanto, para él la necesidad de que el régimen representado por los terratenientes, victoriosos y fortalecidos por diez años de ’’Regeneración’’, desaparezca, como la condición necesaria de cualquier desarrollo para el país. Esa perspectiva ha quedado liquidada. Es indispensable, por tanto, que el enfrentamiento secular desde el

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mismo momento en que se inicia el movimiento revolucionario de la emancipación, quede saldado y se inicie una etapa en que las dos posiciones contrapuestas, convivan y esa convivencia se consagre en la Constitución. En esencia, la oposición de Uribe Uribe se dirige a que la Constitución del 86 no sea el instrumento de un solo bando, de un solo partido, de una sola clase, sino que se reforme para dar cabida a las dos clases que se habían venido disputando el destino de Colombia, sobre el presupuesto de la aceptación mutua y la tolerancia recíproca. Lo grave, en el punto de vista de Uribe y del liberalismo "avanzado" que comandaba, consistía en la renuncia a los principios de la revolución democrática y la traición a la lucha por el desarrollo del país cimentado en la liquidación del régimen terrateniente. Desde este punto de vista, la lucha contra los terratenientes no sólo se justificaba, sino que era una condición indispensable, tal como lo hemos venido defendiendo. El feroz debate de Uribe no es sino una claudicación.

Entonces, ¿qué exigía el partido liberal? Cuatro cosas: 1) abolición de las facultades omnímodas y de la irresponsabilidad presidencial; 2) expedición de una ley racional de prensa; 3) reforma de la ley de elecciones; 4) esclarecimiento y castigo de los fraudes fiscales (14). Con estos propósitos enmarcaba su posición en la lucha por las libertades democráticas fundamentales. Decía Uribe: "...sepan todos que los liberales no sostenemos estas luchas solicitadas por el ansia de recuperar el poder o porque no nos consolemos de haberlo perdido, sino por la necesidad de reducir a nuestros opresores a que nos otorguen la efectividad de nuestros derechos. Peleamos por la libertad, no por el Presupuesto... Sólo un móvil tan elevado como urgente puede echarnos inermes a la guerra o a estériles luchas parlamentarias contra la rabia de los sectarios o el interés de los explotadores" (15). No se encontraba Uribe muy distante de las posiciones de Carlos Martínez Silva que, en ese momento, partía diferencias con el nacionalismo. Pero Caro y los nacionalistas tenían muy claro sus propósitos. Ellos no hacían discriminaciones entre los nuevos y viejos liberales. Más aún, sabían que la línea más radical estaba representada por Uribe y no por Aquileo Parra, Sergio Camargo, Nicolás Esguerra y demás representantes de la línea pacifista. Estaban dispuestos a liquidar al partido liberal, a borrarlo del mapa y no iban a hacerle concesiones que pusieran en peligro su propósito principal. A pesar de los esfuerzos de algunos "históricos" para que se reconociera la legalidad del partido liberal y se hicieran las reformas pertinentes exigidas por los liberales, los nacionalistas no transigieron. Por otra parte, los terratenientes presionaban en el Congreso una serie de reformas tributarias tendientes a la recolección de fondos para adelantar su política contra los liberales y para favorecer las ambiciones de su clase. Los impuestos al café afectaban a los liberales de Antioquia y el recargo en las contribuciones afectaban a los comerciantes y a la incipiente burguesía industrial. Uribe Uribe abandera los intereses afectados, sin obtener ningún resultado. A la posición política absolutamente intransigente de los nacionalistas se añadían los atentados contra intereses muy sentidos de esa clase que estaba dejando de jugar un papel en el país y de la nueva que iba surgiendo poco a poco. El partido liberal, no obstante su posición conciliadora y vacilante, había quedado acorralado. Uribe Uribe lo expresaba con vehemencia a su regreso de México en 1898: "...ni el bochorno de tantas afrentas nos ha enardecido; ya que no el sentimiento de la justicia, ni la sed de venganza nos ha aguijoneado; puestos fuera de la ley, perseguidos y acosados, como no lo fueron jamás los iroqueses, los pieles rojas ni los maoríes, hemos sido incapaces de pagar con odio varonil el odio que se nos dedica; hemos permanecido impasibles y como dormidos. Señores: ya no es sangre, es suero incoloro lo que a los liberales nos circula por las venas..." (16). Y añade al final de su discurso: "Declaro, por tanto, que renuncio a la lucha. Los hombres de cierta clase y cierto temple nada tienen que hacer

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con colectividades que no saben o no quieren cumplir con su deber; y si ellas se amañan a vivir sin libertad, u optan por recibir humildes la limosna del derecho a las puertas de los detentadores poderosos, en vez de derribarlas a culatazos, penetrar animosamente en el edificio, expulsar a los usurpadores y traficantes, y tomar por la fuerza posesión de lo propio, hay quienes sentimos invencible repugnancia para coadyuvar en esa obra... Continuara todavía la brega si por asomos creyera al liberalismo capaz de demandar con altivez lo que le pertenece y le ha sido inicuamente arrebatado; pero pues todo lo aguarda de la clemencia del gobierno me retiro, porque no tengo medios de obrar sobre él, y porque aun cuando los tuviera, me daría vergüenza emplearlos, trocando la actitud de reclamante orgulloso por la de palaciego suplicante" (17). Estaba planteando desesperadamente la guerra, porque era la única forma de supervivencia, pero sin ningún planteamiento revolucionario. Así queda evidente que la guerra de los mil días no surgió por la defensa de los principios de la revolución democrática a punto de perecer, que hubiera levantado el partido liberal, afanoso como estaba de hacer las concesiones indispensables a los terratenientes, cuyo testimonio es el debate y la conducta de Uribe Uribe, sino por la decisión inflexible de los conservadores de liquidar al partido liberal que los lleva a no transigir ni en las modestas peticiones de su contrario.

2. La encrucijada del partido liberal

Se encontraba el partido liberal en la encrucijada. En vísperas de la guerra sus lineamientos ideológicos apenas encontraban asidero, embarcados como estaban sus jefes y sus ideólogos en busca de un rumbo seguro. En efecto, el periódico liberal dirigido por Uribe Uribe, El Autonomista, publica una serie de artículos firmados por Aníbal Galindo y Tomás O. Eastman sobre la verdadera naturaleza del liberalismo y su posición ante el proceso de la "Regeneración". Este proceso venía dándose desde 1880, cuando Núñez descubre sus verdaderas intenciones y se lanza contra el liberalismo. La Convención de 1892 sólo muestra la división profunda del partido liberal en las tres corrientes que enfrentan a la "Regeneración": pacifistas, guerreristas y guerreristas sólo en última medida, pero sin infundirle un rumbo ideológico y programático al partido liberal que lo capacitara para enfrentar la reacción nacionalista. Al nombrar al pacifista Santiago Pérez como jefe del partido, se ratifica tan sólo la posición medrosa que trata de impedir la descomposición del organismo, sin darle salidas para la lucha. La Convención de 1897 arma al partido liberal con un programa con el que pretendía enfrentar las nuevas condiciones. Esencialmente, coincide con las posiciones de Uribe Uribe en el Congreso; 1) limitación del Poder Ejecutivo; 2) descentralización política y administrativa; 3) reforma electoral con un organismo independiente del Ejecutivo; 4) supresión de los recargos impositivos y de los monopolios estatales; 5) libertad de ejercicio de la industria bancaria; 6) reformas al monopolio monetario y crediticio del Estado; 7) relaciones del Estado y la Iglesia reguladas por un Concordato. El Manifiesto de la Convención caracterizaba este programa en la siguiente forma: "La Convención ha acordado, y somete al examen sincero de los hombres de buena voluntad, un programa político, que es moderación del antiguo credo liberal. Ese programa concuerda en muchos puntos con el formulado por su adversario histórico, el partido conservador, que a su turno ha cogido rizos a su antigua bandera" (18). Se entregaban todas las banderas económicas de más de cuarenta años de lucha y se cedía en un punto fundamental como era el de la libertad religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado. El hondo significado de esta entrega del partido liberal radicaba en la aceptación irrestricta de que los terratenientes controlaban el poder y que la táctica de supervivencia residía

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exclusivamente en la conciliación. No es extraño que Aníbal Galindo reniegue hasta de la idea de libertad con los mismos argumentos de Núñez y Caro: "Pues lo mismo, exactamente, lo mismo ha pasado con la libertad en el mundo. Nadie cree hoy en ella como se creía en 1848. Entonces se creía que la libertad era un principio absoluto que lo curaba todo, que resolvía y desataba por si sola todas las dificultades. Hoy no se tiene en ella la misma fe. Después de aquella época, el mundo político, y con él sus publicistas y sus más grandes hombres de Estado, se ocupan en hacer la rectificación del principio, en pedirle cuenta de sus exageraciones y de sus errores, de lo que esos grandes pensadores llaman ’mécomptes de la liberté’, mezclando al principio de libertad grandes dosis del de autoridad y seguridad; y es claro que a una generación que se ocupa en hacer estas mezclas, en rectificar estas cuentas, no se le puede exigir el mismo entusiasmo, ni los mismos sacrificios de tranquilidad, de bienestar y de vida que a la generación educada por Lamartine y por Esquiroz en los idilios de la revolución" (19).

Gerardo Molina interpreta esta crisis ideológica, programática y política del partido liberal como la transición hacia un partido popular que habría surgido transformado de la guerra de los mil días (20). Según Molina las ideas de Uribe Uribe de "socialismo de Estado" de 1904 estarían coincidiendo con las de Aníbal Galindo y éstas, a su vez, constituirían un polo opuesto a las de Eastman, partidario todavía del laissez-faire decimonónico. En todo el pensamiento de Molina, lo que hace popular al partido liberal, es la adopción de ese "socialismo de Estado" que se pone, supuestamente, al servicio del pueblo. Una interpretación de esta naturaleza nos hace regresar a la polémica sobre la "Regeneración" y al significado que le da Liévano Aguirre a las ideas de Núñez como la concreción de un "socialismo de Estado". Pero Galindo, al proponer un nuevo programa para el partido liberal que tendría que transformarse en "partido demócrata", y centrándolo en la reorganización de la Hacienda Pública, en la reconstrucción fundamental del sistema oligárquico de educación pública, y en la abolición del servicio militar obligatorio, no está proponiendo ningún "socialismo de Estado". Coincide más con Núñez que con ningún otro y da su apoyo a la Constitución del 86. Desde este punto de vista, la apología que hace Molina de las ideas de Galindo, se contradice con su tímida oposición al movimiento "Regenerador". En realidad, Molina ataca a Eastman porque se opone a éste que él también llama "socialismo de Estado", pero no cala el fondo de sus planteamientos. El acierto fundamental de Eastman radica en la correcta caracterización de la "Regeneración" como un sistema de tendencia monarquista y autocrática, no importa que confunda el intervencionismo de Estado y la centralización propia de la época del absolutismo con el "capitalismo de Estado" de la época del imperialismo. Esa es también la confusión de Molina, la que le sirve, precisamente, para salvar la posición antidemocrática y absolutista de Galindo, en la misma forma que ha confundido a tantos otros.

La guerra de los mil días sorprende al partido liberal en condiciones extremadamente precarias, sometido a una cuádruple crisis: 1) Grave crisis ideológica, cuando ha abandonado los principios programáticos de 1850 y de 1863 y todavía no ha logrado adherirse a otros que le sirvan como alternativa, mientras, por el contrario, ha adoptado tesis del partido conservador que contradicen su lucha secular; 2) grave crisis política, cuando carece de una táctica cohesionada y clara para enfrentar la represión brutal que se ejerce en su contra y la amenaza de liquidación a que está abocado, dividido como se encuentra entre los pacifistas y guerreristas enfrentados antagónicamente; 3) grave crisis popular, porque no llega a interpretar con precisión y visión el momento económico que vive el país, la etapa de su evolución y el momento en que el librecambio tenia que

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haber dado paso a medidas políticas y sociales que favorecieran el desarrollo capitalista y no retrocedieran el proceso histórico; 4) grave crisis militar, porque no está preparado para la guerra, no tiene armas, no posee una dirección unificada, no cuenta con una estrategia militar planificada, no tiene un control centralizado sobre sus efectivos en todo el país. El gobierno nacionalista parece comprender esta situación desesperada del partido liberal y, en lugar de impedir la guerra, la azuza. No vamos a hacer un recuento de la guerra, pero es conveniente preguntarse: ¿por qué el gobierno deja en libertad a los jefes guerreristas, estando perfectamente enterado de sus planes de insurrección? ¿Por qué el gobierno permite a las juventudes liberales de la capital salir libremente de Bogotá a enrolarse en el ejército y llega hasta facilitarles el transporte? ¿Por qué el gobierno cambia su Ministro de Guerra interesado en aligerar la contienda y facilitar la paz por un ministro que da órdenes para que se prolongue la lucha lo más posible? ¿Por qué el Ministro de Guerra le da ánimos a los liberales para que se organicen y les otorga tiempo con el fin de que permanezcan en el campo de batalla? (21). Estos y otros interrogantes serían pertinentes. No nos cabe la menor duda de que el gobierno nacionalista buscaba atrapar a los liberales, no para infligirles una derrota cualquiera, sino para liquidarlos como partido. El gobierno estaba fuerte, contaba con las condiciones para conseguir los recursos necesarios, estaba cohesionado, y encontraba un partido liberal en completa crisis. Era tal el grado de descomposición del partido liberal que, ni siquiera ante la guerra logró unificarse ni encontrar criterios comunes para adelantar la política en un momento en que la mayoría del pueblo estaba dispuesta a apoyar una lucha contra el régimen despótico de la "Regeneración". Aníbal Galindo, Carlos Arturo Torres, Lucas Caballero, connotados representantes de ese partido, colaboraban íntimamente con el gobierno que controlaba su enemigo. Tal era la situación.

El partido liberal perdió la guerra de los mil días. La perdió militar, política e ideológicamente. Podría argumentarse que desde el punto de vista político, el partido liberal consiguió una amplia amnistía, que gracias a su lucha consiguió su reconocimiento por parte del partido conservador y que, por la fuerza de las armas, obtuvo del gobierno de Reyes los cuatro objetivos básicos que Uribe le había señalado a la revolución de 1899. Eso es cierto. Pero el precio de esos cuatro puntos consistió en el sometimiento político al partido conservador y en la renuncia a los programas de la revolución democrática. La derrota de 1902 significó el fin del partido liberal del siglo XIX. En los últimos veinte años se venia precipitando a su ruina. Podría aventurarse que el mismo triunfo no habría logrado la recuperación ideológica del partido liberal, dadas las premisas que jefes como Rafael Uribe Uribe habían colocado ya en la base de la lucha contra la "Regeneración". El partido conservador no alcanzó a liquidarlo en la guerra, pero lo mantuvo bajo su égida. En esta forma culmina un proceso trascendental para la historia de nuestra patria, proceso que consideramos de suma importancia para entender el siglo XX, y en el cual hemos venido insistiendo. Nosotros consideramos que la contradicción principal del siglo XIX tuvo que ver con la lucha por la consolidación de la revolución democrático-burguesa y el desarrollo del capitalismo en el país. De ahí que no podemos estar de acuerdo con aquellos autores de izquierda, más bien románticos que científicos, por ejemplo Torres Giraldo, que colocan la contradicción principal en la lucha del pueblo contra las clases dominantes, incluyendo en ellas tanto a los terratenientes como a los comerciantes. Precisamente la lucha del pueblo tenía su manifestación fundamental en todo el esfuerzo por liquidar el régimen terrateniente heredado de la Colonia, bajo la dirección de una de las clases dominantes que habían dirigido la revolución emancipadora, la de los comerciantes. Esta clase formó el partido

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liberal. Por el carácter del comercio que servia de base económica a una clase precapitalista, por la alianza con los artesanos en un largo tramo de lucha, por el poder de los terratenientes, por la traición de un amplio sector de los comerciantes, el partido liberal fue incapaz de consolidar la revolución democrático-burguesa. La tragedia de la oposición al proceso de la "Regeneración" es testimonio elocuente de este fracaso y de esta traición. No fueron los nuevos dirigentes del partido liberal, como Uribe Uribe y Benjamín Herrera, capaces de contrarrestar el embate feroz de los terratenientes desde 1880. Cuando la contradicción con el partido nacional se agudizó hasta el extremo, el partido liberal no contaba con ideas políticas y económicas que orientaran su acción revolucionaria. La paz de Wisconsin, con la que el partido liberal selló su derrota, señaló el fin del partido liberal como partido revolucionario, carácter que venia en decadencia desde el comienzo de la "Regeneración". Aunque Joaquín Tamayo no es consciente del significado que tienen sus palabras, sin embargo son lo suficientemente elocuentes como para reflejar ese momento histórico: "La quiebra de los partidos políticos fue un hecho e irremediable... El liberalismo como partido doctrinario a mediados de 1902 a duras penas soportaba esa crisis orgánica. Los civilistas de Bogotá, representantes de la escuela de Rionegro, carecían de poder para imponer a la masa sus aspiraciones; el viejo partido dividido hasta lo infinito por querellas inoportunas —como al final de la guerra de Melo— quedó al margen de toda intervención posible" (22). La obra de Rafael Núñez había llegado a su cima. Los terratenientes lograban derrotar a sus adversarios, someterlos a sus condiciones e imponerle al país la hegemonía de su estructura feudal. En esas circunstancias Colombia entraba al siglo XX, al siglo del imperialismo, atrasada, débil, indefensa y con el poder del Estado en manos de los terratenientes con su hegemonía consolidada.

3. La claudicación del partido liberal

La etapa histórica del partido liberal que abarca los últimos cuatro lustros del siglo XIX es de descomposición, la que surge con la derrota y dura hasta la subida de Alfonso López es de reconstrucción. El signo de esta reconstitución está dado por el encuentro de una nueva ideología y por la adopción de una táctica política de sometimiento al partido conservador. Los jefes liberales que simbolizan esta transición son Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera y los dirigentes que van a recibir y a impulsar al partido liberal del siglo XX con una nueva ideología son Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos. Esa nueva ideología adoptada por el partido liberal se imponía poco a poco en el mundo, principalmente en Europa, impulsada por la socialdemocracia, ante la liquidación de casi todos los partidos liberales del siglo XIX. Se trataba del "socialismo de Estado". Sólo dos años después de haber firmado la paz el partido liberal, Uribe Uribe plantea con toda claridad el nuevo rumbo ideológico que debe seguir. Es la famosa conferencia dictada por él en el Teatro Municipal de Bogotá el 4 de octubre de 1904. Para entonces, ya estaba trazada también la nueva táctica política. El partido liberal no solamente da su apoyo al gobierno conservador de Rafael Reyes, sino que se convierte en su principal soporte, aun por encima de un amplio sector del mismo partido conservador. Posteriormente se compromete en la conformación de un nuevo partido, la Unión Republicana, bajo la dirección del conservador Carlos E. Restrepo. Un sector del partido liberal vota por el candidato conservador José Vicente Concha. El general Benjamín Herrera apoya la candidatura de Guillermo Valencia contra Suárez y acepta un ministerio en el régimen de Concha. Se desata una gran polémica interna en el partido liberal sobre la colaboración con el gobierno del general Ospina. Alfonso López Pumarejo trata de organizar un

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movimiento de apoyo liberal a uno de los candidatos conservadores en las elecciones de 1930. Candidato de "concentración nacional" lo es Olaya Herrera que ya había colaborado con Holguín, Ospina y Abadía Méndez, llama conservadores a su gobierno, entre ellos, al más notable de los financistas de ese partido, Esteban Jaramillo. Los datos son innumerables para testimoniar la táctica de sumisión al partido conservador para llegar al gobierno. Indudablemente, el partido liberal logra este objetivo, pero a costa de una transformación ideológica fundamental que le permite no solamente convivir con su adversario del siglo XIX, sino llegar a identificarse en los objetivos cruciales de gobierno del país.

La conferencia de Uribe en el Teatro Municipal traza los lineamientos ideológicos del partido liberal del siglo XX. Su punto de partida es el arrepentimiento de su actitud guerrerista pasada y la renuncia a los principios que lo llevaron a las armas: "...hemos creído—dice— muy inteligente, muy estético y muy caballeroso entrematarnos por teoremas que el pueblo a quien hemos arrastrado a los campos de muerte no supo nunca con qué salsa se comían" (23). Y, al terminar su disertación, añade: "Yo he podido renunciar, como en efecto he renunciado, una vez por todas y para siempre, a ser un revolucionario con las armas, pero no he renunciado a ser un revolucionario y un agitador en el campo de las ideas. Cada mañana toco tropas a las que he venido profesando, y pasada la revista revaluadora, doy de baja sin pena a las que hallo inútiles para el servicio y las repongo con otras jóvenes y robustas" (24). La idea nueva que Uribe ofrecía al partido liberal era la de un socialismo de arriba hacia abajo, un socialismo que tomara al Estado como guía suprema de la economía, único capaz de sacar al país del atraso, un socialismo que no cayera en los extremos de atacar los bienes de los ricos, sino solamente que formulara principios económicos de mejor repartición por medio de los impuestos, un socialismo que no es anticristiano. "El socialismo que defiendo difiere tanto del absolutismo que mata la dignidad humana, como del individualismo que mata la sociedad" (25). Y al iniciar su discurso había dicho: "No soy partidario del socialismo de abajo para arriba que niega la propiedad, ataca el capital, denigra la religión, procura subvertir el régimen legal y degenera, con lamentable frecuencia, en la propaganda por el hecho; pero declaro profesar el socialismo de arriba para abajo, por la amplitud de las funciones del Estado..." (26). Planteaba Uribe en esta forma las tesis antiindividualistas y anticolectivistas, las cuales parten de la tesis utópica liberal de la neutralidad del Estado, pero que, renunciando a los principios del liberalismo revolucionario de los siglos XVIII y XIX, adoptan el intervencionismo estatal como planificador, racionalizador y organizador de la vida económica, mediante la limitación de la libertad, la imposición, la regulación, propias de un sistema de gobierno que ha entrado en flagrante contradicción con la democracia política para someterse a las fuerzas propias del monopolio. Es esta la fórmula que adopta el capitalismo monopolista de Estado en la búsqueda de proteger los nuevos intereses surgidos de la etapa de "decadencia" del capitalismo y de la necesidad de neutralizar el movimiento revolucionario mundial dirigido por el proletariado. De esa necesidad se hace eco Uribe que había leído la literatura socialdemocrática imbuida en el revisionismo europeo: "Para prevenir el socialismo de la calle y de la plaza pública, no hay más remedio que hacer bien entendido socialismo de Estado y resolver los conflictos antes de que se presenten. Para ello, no basta esperar el simple desarrollo de lo establecido, confiando en que se cumpla la ley de Bastiat: todos los intereses legítimos son armónicos, ¿porque quién defiende esa legitimidad? Lo que a diario presenciamos es precisamente el choque de los intereses. Para evitar las formas agudas, hay que prever" (27). Las reformas fundamentales planteadas por Uribe sirven de pauta

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al liberalismo del siglo veinte, en la mejora de la asistencia publica, en un sistema tributario, en una legislación laboral, y una serie de puntos tocantes con la vivienda, las herencias, la inmigración, la cultura que hoy se han convertido en el programa repetitivo de los dos partidos liberal y conservador. Pero hay que notar dos aspectos de suma gravedad. Primera, Uribe preconiza el corporativismo en una forma muy similar a como lo habría de impulsar la fallida reforma constitucional de tinte fascista de Laureano Gómez en 1953. Y segundo, el problema agrario se reduce a convertir en duraderos los contratos de arrendamiento, ignorando el más grave problema del país, porque según Uribe, refiriéndose al problema de la tierra, "entre nosotros la propiedad no es cuestión que se debate". La tierra sobra y cualquiera puede hacerse a unos baldíos (28).

De inmediato las nuevas ideas planteadas por Uribe al partido liberal tenían un doble efecto. Por una parte, eludían los temas candentes que habían enfrentado a los dos partidos durante el siglo pasado y, en esta forma, preparaba el terreno para la colaboración y la sumisión. Por otra parte, los nuevos principios ideológicos se presentaban lo suficientemente neutrales e inocuos como para no ir a producir una reacción del partido conservador en un futuro próximo. Uribe podría tranquilamente, y con él Benjamín Herrera, los grandes intelectuales liberales como Baldomero Sanín Cano y casi todo el partido liberal, dar su apoyo al régimen de Rafael Reyes (29). Pero Uribe no sólo había renunciado a los principios liberales que podrían, en alguna forma, haber contribuido a la culminación de la revolución democrática, como lo hacían en ese momento figuras de la talla de Sun Yat-Sen en China, sino que conciliaba en igual forma con quien se iba convirtiendo en el enemigo más peligroso del país, después del atraco de Panamá, el imperialismo norteamericano. En este sentido es típica su actitud frente al problema más candente del momento, el de Panamá. Nombrado por Reyes delegado a la Conferencia Panamericana de Rio de Janeiro en compañía de Guillermo Valencia, redacta un documento de tipo jurídico para demostrar la violación que había cometido Estados Unidos de las leyes internacionales y de los tratados, pero sin mencionar el atentado contra la soberanía nacional y el carácter imperialista de la expansión norteamericana mediante el patrocinio de una supuesta independencia nacional de Panamá. Uribe era perfectamente consciente no sólo de lo que significaba esa supuesta independencia de Panamá, sino también de los propósitos que abrigaba Estados Unidos con la Conferencia de Río tendientes a crear una actitud favorable para las concesiones comerciales a que aspiraba, así como del peligro que representaba Estados Unidos para América Latina. En su artículo sobre la separación de Panamá que fue escrito como una ponencia para la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro, en donde nunca la quiso presentar, dice: "La conferencia dará lugar a un formidable gasto de vocablos como fraternidad, solidaridad, americanismo, unión, estrechamiento de relaciones amistosas, aproximación, y otros análogos, que no sonarán como sarcasmo en los oídos de los delegados colombianos si proceden de labios hispano o lusoamericanos, pero que viniendo de los Estados Unidos habrán de clasificar entre las mentiras convencionales, en tanto que subsista sin composición el atentado de Panamá’’ (30). Y también tiene claridad sobre el peligro norteamericano. Al analizar el propósito del Secretario de Estado, Mr. Root, de quebrar el monopolio comercial de Europa en América Latina, añade: "El viaje de Mr. Root es, pues, un viaje de conquista comercial. La Conferencia de Río, trae envuelto en números de programa de puro adorno y fantasmagoría un clou, un plato de resistencia: otorgar a los Estados Unidos tarifas aduaneras y otras ventajas que le permitan convertirse en proveedores de nuestros mercados. Es una nueva y muy lógica derivación de la Doctrina Monroe, en una de sus últimas ediciones, corregida y aumentada, con glosas y comentarios de la acreditada

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Casa Rooseveit & Root. ’América para los americanos’ quiere ahora decir que este continente debe bastarse a sí mismo, producir, porque eso es pagarle tributo. La emancipación comercial debe ser el complemento de la emancipación política... Con todo, si conquista comercial hubiere, seguirá una marcha progresiva de norte a sur. Verdaderamente México va siendo en lo económico, y quizá no tardará mucho tiempo para serlo también en lo político, una simple prolongación de los Estados Unidos... Después seguirán Venezuela y Colombia por ocupar las costas septentrionales más vecinas a los Estados Unidos, con los cuales establecerán tráfico rápido al través del Mar Caribe, como ya en parte lo tiene establecido..." (31). No obstante estas declaraciones, la actitud de Uribe en Río y su cambio frente a los Estados Unidos confirman su falta de principios y su entrega a quienes consideraba conscientemente enemigos reales o potenciales.

En Río, la delegación colombiana presidida por Uribe y Guillermo Valencia actúa de la siguiente forma: 1) acepta en silencio la asistencia de Panamá como república independiente; 2) calla completamente el atentado de Estados Unidos contra Colombia; 3) ninguna exigencia hace de modificar el orden de la Conferencia para tratar un problema de tal magnitud. Uribe Uribe se sienta con los delegados de los Estados Unidos y Panamá. Pero el delegado de los Estados Unidos era nada menos que el Secretario de Estado de Roosevelt, el mismo que había robado a Panamá. No solamente eso, sino que sale de los contactos con la delegación americana completamente transformado: "Contra los pronósticos pesimistas de muchos que auguraban una política egoísta, absorbente e imperiosa de los Estados Unidos de América, en el seno de la Conferencia; contra el deseo acaso de los que en muchas partes la anhelaban, para salir verídicos en sus afirmaciones antiyanquistas, la conducta de los representantes de la república del Norte ha sido inspirada, en su conjunto, como en el más insignificante de sus detalles, por el más elevado, noble y desinteresado amor al bienestar común. Por ninguna parte ha aparecido la más leve insinuación de imperio, el menor gesto de desdén hacia una nación débil, la más insignificante tendencia a beneficiarse, desde el punto de vista comercial, con algún acto impuesto a la asamblea. Dando un hermoso ejemplo del más puro sentimiento republicano, nos han tratado a todos en el mismo pie de igualdad, han hecho uso de una exquisita tolerancia, y en casos en que habrían podido tomar iniciativas incontrastables, han preferido adherir modestamente a las fórmulas de conciliación. El gran trust panamericano, predicho por algunos, bajo la dirección de los Estados Unidos, no ha aparecido por ninguna parte. La delegación americana ha dado esta vez el inesperado espectáculo de hacerse amar irresistiblemente, aun de sus adversarios naturales" (32). Esta declaración de amor irresistible a quienes había declarado apenas un mes antes enemigos potenciales de Colombia y a quienes habían desmembrado el país, es el símbolo más elocuente del partido liberal del siglo XX salido de la guerra de los mil días y de la "Regeneración" con un nuevo contenido político e ideológico. Un partido sumiso y entregado a los terratenientes y al imperialismo, conciliador y vacilante, sin los ideales democráticos que adopta esa ideología precisa, la del capitalismo de Estado, que le permite esgrimir la más desaforada demagogia de socialismo desde arriba para poder neutralizar las fuerzas revolucionarias y mantener sometido el pueblo a sus condiciones. Esta declaración amorosa de Uribe a los Estados Unidos fue incluida en el informe oficial de la delegación colombiana al gobierno.

La actitud contra la conducta entreguista de Uribe no se hizo esperar. Una violenta carta de Diego Mendoza, el mismo que había sido destituido por Reyes cuando trató de tomar

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una posición patriótica ante Estados Unidos, destitución que no fue protestada por Uribe Uribe su fiel colaborador, en contra de la delegación colombiana a la Conferencia, obliga a Uribe a dar una respuesta en la que justifica plenamente su conducta entreguista. Uribe declara que no era conveniente censurar a los Estados Unidos ni protestar por la presencia de la delegación panameña. Las razones que aduce lo dibujan de cuerpo entero: el asunto de Panamá no estaba en el programa, porque Estados Unidos había maniobrado para que se eliminara ese punto; no era conveniente enemistarse con los países que habían ya reconocido a Panamá; tratar este asunto hubiera dividido una Conferencia en la que no hubo la más mínima discordancia importante que enfrentara a los participantes. Como dice Uribe textualmente: "Propiamente, no había manera de orillar el asunto sin herir y sin aparecer extemporáneo y descortés" (33). Pero además, argumenta Uribe, el gobierno colombiano, de quien recibimos directivos para esta Conferencia, ha aceptado los hechos de la separación y se encuentra en los trámites de negociación, la cual pudiera ponerse en peligro con una actitud demasiado inflexible. Una actitud de ese carácter hubiera orientado la Conferencia contra Estados Unidos, porque se encontraban allí muchos países agraviados por él. Pero el argumento más contundente, el más profundo y el que descubre la verdadera realidad de lo que pasaba en Colombia en ese momento es el siguiente: "Con tales antecedentes no era posible ni oportuno, ni de utilidad ninguna, suscitar querellas y despertar rencores en el seno de una corporación de confraternidad americana... Incriminar a los Estados Unidos y a Panamá equivalía a distribuir las responsabilidades que les cupiera a ellos según nuestros discursos, con los otros países de América...; habría sido echar a un lado, con escándalo de cultura universal, la cortesía entre naciones, base de la vida internacional, que si en toda ocasión es atendible, singularmente lo era en ésta, en que el Brasil ofrecía graciosamente su hospitalidad y se empeñaba en halagar y festejar de todos modos a los representantes de los Estados Unidos. ¿En qué pie habríamos colocado a la república después de malquistarla con los demás países, hoy que tanto necesita de la concurrencia extranjera?" (34).

La razón verdadera del entreguismo de Uribe, era la misma que movía al gobierno de Reyes a buscar por todas formas el arreglo con Estados Unidos, no importa a qué precio, hasta llegar a firmar un tratado tan indignante como el Cortés-Root que no tuvo su curso en el Congreso, y la que movió a los gobiernos siguientes a desarrollar un gran debate en torno al precio con que Colombia se contentaría con la "venta" de Panamá y en torno a la frase precisa que señalara alguna mínima responsabilidad moral a Estados Unidos sin exigirle el respeto a la soberanía nacional. Esa razón radica en la ansiedad de la oligarquía colombiana por recibir los grandes capitales norteamericanos disponibles para la exportación e iniciar la gran carrera del endeudamiento. Uribe Uribe, por ejemplo, mostró tanta urgencia de "arreglar" lo de Panamá que invitó a Mr. Root, con la aprobación del gobierno de Reyes, a que en su paso de la Conferencia Panamericana, hiciera escala en Cartagena, lo que lleva a que un personaje como el general Ospina firme una carta contra el gobierno, como resultado de lo cual es encarcelado (35). ¿Qué otra "concurrencia extranjera" distinta de la de Estados Unidos tenía en mente Uribe Uribe que pudiera ponerse en peligro con una actitud de denuncia en la Conferencia de Río? Ningún otro país de los allí presentes estaba en capacidad de exportar capital a Colombia y financiar las obras de infraestructura, fuera de los Estados Unidos. Esa es la raíz profunda del afán entreguista de Uribe y de su servilismo ante el gobierno de Reyes a quien obedecía fielmente. En ese preciso momento la única concepción sobre el desarrollo colombiano era la del endeudamiento y Uribe empezaba a distinguirse como uno de los abanderados de ese tipo de modernización. Esencialmente, su inquietud por

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una modernización a toda costa, así fuera por medio de la entrega a los Estados Unidos, explica su apoyo irrestricto a un gobierno de carácter modernizante para las condiciones de extremo atraso que vivía Colombia, como lo fue el régimen de Reyes. Reyes es el primer abanderado de la modernización desde arriba que va a caracterizar también el gobierno del general Ospina, con lo cual coincide Uribe Uribe y los gobiernos liberales más connotados.

Rafael Uribe Uribe representa la etapa de transición del partido liberal, de ese partido francamente antiterrateniente que fue en el siglo XIX a un partido modernizante por capitalismo monopolista de Estado que propicia las estructuras favorables al imperialismo norteamericano. Primero, Uribe Uribe comanda la oposición más radical a la "Regeneración" hasta conducir a su partido a la guerra. Segundo, Uribe Uribe es quien orienta el sentido, la estrategia y el contenido de la guerra de los mil días, a pesar de la competencia que le ofrece Benjamín Herrera. Tercero, Uribe Uribe es quien ofrece por primera vez, en forma clara, la nueva ideología del partido liberal, la del capitalismo de Estado. Cuarto, es Uribe Uribe quien orienta al partido liberal en la etapa que va de la derrota de la guerra hasta la fecha de su asesinato. Su posición vacilante ante la Constitución del 86 y, por tanto, ante la "Regeneración", no es sino la expresión de un partido que ha perdido su rumbo ideológico y no encuentra un asidero para enfrentar a su enemigo. La derrota de la guerra que Uribe acepta con anticipación a la paz de Wisconsin no es sino la consecuencia lógica de esa crisis política, ideológica y militar que padecía el partido liberal, por lo menos desde 1880 y que fue organizándose a medida que la "Regeneración" se consolidaba. La guerra de los mil días fue más el resultado de la determinación de los conservadores de acabar con los liberales que la consecuencia de una determinación decidida de estos últimos por defender los principios que había alimentado su colectividad. La renuncia expresa y taxativa de Uribe a los principios del liberalismo representa el testimonio más elocuente de que la guerra de los mil días lo que logró fue liquidar los últimos vestigios decisorios de esa ideología en el partido liberal. Los rezagos que quedarían de esa hecatombe no contarían con la fuerza suficiente para hacerse sentir en adelante en la orientación del partido liberal contemporáneo. La división de guerristas y pacifistas en la última década del siglo pasado dentro del partido liberal y la misma falta de apoyo de un sector de los liberales a la guerra fueron señales muy claras de que el partido liberal no contaba con una posición ideológica resistente contra el embate de los conservadores. De ahí a una entrega ideológica y política no había sino un paso que dieron los dirigentes liberales después de la derrota. No se trató solamente de una colaboración táctica con el propósito de recuperar fuerzas y ser capaz de dar una lucha más efectiva por el poder. Era que esa táctica conciliadora reflejaba la situación interna del partido liberal que renunciaba, como lo hemos dicho, a los objetivos de la revolución democrática y, además, adoptaba principios francamente opuestos a ellos que, por el momento, se disfrazaban con las ideas demagógicas y rimbombantes de "socialismo de Estado", de "liberalismo moderno"; de "capitalismo de Estado", de "liberalismo modernizante". La traición del partido liberal a la revolución democrática coincide, por supuesto, con el cambio que sufre la burguesía en el contexto mundial con el paso del capitalismo al imperialismo. Se ponía de acuerdo el partido liberal colombiano, no con las condiciones revolucionarias de los pueblos oprimidos contra el imperialismo, como lo hacían muchos en ese momento, sino con las condiciones que el imperialismo exigía para entrar a saco nuestros recursos y nuestra economía. Esa fue la misión de Uribe como la expresión del proceso que sufrió el partido liberal en esa etapa.

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No era, por tanto, de extrañar que apareciera en el país el intento de un nuevo partido político, en el que se agruparon aquellos conservadores que procedían del sector de los ’’históricos" y un sector del partido liberal francamente partidario de la armonía conciliadora con los conservadores. Este partido se denominó Unión Republicana. A él se afiliaron no solamente jefes connotados del liberalismo como Nicolás Esguerra, Benjamín Herrera y Tomás O. Eastman, sino liberales de las nuevas generaciones que entrarían rápidamente a jugar un papel decisivo en el destino del partido liberal como Enrique Olaya Herrera y Eduardo Santos. La Unión Republicana simplemente significó el esfuerzo de ambos sectores por institucionalizar el reconocimiento del partido liberal, después del frustrado intento de los terratenientes por liquidarlo de la vida política del país. Jugaron en la efímera existencia de esta organización política un papel preponderante la reforma electoral que consagró la representación de la minoría, la limitación del Poder Ejecutivo que había extralimitado la Constitución del 86 y algunas reformas administrativas tendientes a establecer un sistema tributario y rentístico así como una real descentralización hacia los municipios y departamentos. Tanto los programas como los proyectos de ley del republicanismo aparecen firmados por representantes de los dos partidos, entre los cuales sobresalen los ya mencionados y además Pedro Nel Ospina, Miguel Abadía Méndez, Agustín Nieto Caballero, Luis Eduardo Nieto Caballero, Tomás Rueda Vargas, Aquilino Villegas, Lucas Caballero, Luis Cano, Eduardo Rodríguez Piñeres, Armando Solano, Guillermo Quintero Calderón y otros (36). Inclusive Rafael Uribe Uribe entra en conversaciones con los republicanos y, especialmente, con Carlos E. Restrepo, muy desde el principio del movimiento con el propósito de fusionar el partido liberal y el republicanismo. El rechazo de Restrepo motiva el rompimiento radical de Uribe con el republicanismo y su oposición frontal contra él, oposición que lo lleva a votar por Concha y no por la candidatura republicana representada por un liberal en la persona de Nicolás Esguerra (37). Sólo después del fracaso de este intento, Uribe mantiene su independencia liberal frente al republicanismo, pero queda patente su espíritu conciliador.

Después de la guerra de los mil días, el surgimiento del republicanismo sella la paz entre el partido liberal y el partido conservador y es un primer paso que anuncia ya el proceso que seguirá la política del país en el siglo XX. Resultaría ingenuo, sin embargo, confundir este intento de fundar un nuevo partido compuesto por militantes de los dos partidos tradicionales con lo que representó la vigencia del partido nacional de Núñez y Caro en la época de la "Regeneración" o con la alianza institucional de los dos partidos en el Frente Nacional. Como fenómeno eminentemente transitorio, el republicanismo refleja el proceso que toma auge en esta etapa, pero que venía ya manifestándose desde la división del partido conservador en 1896, al que hemos aludido más atrás, y que tiene que ver con el desarrollo del capitalismo nacional con base en una incipiente industrialización. Se trata, por una parte, del partido liberal en busca de una identidad como partido de la burguesía y, por otra parte, un sector del partido conservador que se conecta con los intereses de los cafeteros y con la misma industrialización antioqueña. Pero tanto uno como otro tomarán rumbos muy distintos a los que en este momento han escogido. El partido liberal no llegará a representar los intereses de la burguesía nacional ni ese sector del partido conservador renunciará a sus intereses terratenientes. Como el país se enrulará por las vías que le trace el neocolonialismo, los dos partidos encontrarán fácil la adopción de los dictámenes de la dominación imperialista. Resultará más productivo para el partido liberal la independencia forzosa de Uribe Uribe, la cual le permite mirar con mayor seguridad el futuro de su partido. Eso es lo que harán. Pondrán en marcha la elaboración de una nueva ideología, de una nueva táctica, de

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nuevos métodos y se lanzarán sobre los nuevos efectivos electorales compuestos por una clase obrera en ascenso. Sin embargo los "republicanos" pertenecientes al partido liberal servirán de puente más adelante cuando se empiece a gestar la alianza de la gran burguesía y de los grandes terratenientes con el gobierno de Olaya Herrera en los últimos años de esta etapa que pone fin a la transformación del partido liberal.

Si en 1904 Uribe Uribe trazó los lineamientos generales de lo que sería el partido liberal en el siglo XX, en 1911 le da los principios básicos de organización y un nuevo programa. Como punto de partida afirma: "No hemos agotado nuestra obra ni nuestro destino; al contrario, puede decirse que nuestra tarea apenas comienza... El liberalismo es hoy el único partido capaz de instituir en Colombia un órgano a la vez impulsor y moderador... Venimos con la antigua fuerza de propulsión pero sin el fogoso aturdimiento que nos caracterizaba. Nuestra actitud es conciliadora. Desterremos toda idea de ceder a un espíritu de exclusivismo. Partido igualmente celoso de progreso y del respeto por sus tradiciones, no entiende jamás conservar sin renovar, ni innovar sin conservar, ni transigir con el mal sólo porque sea antiguo. Ni reacción ni revolución, es su divisa; eso es, no se pondrá a remolque de los reaccionarios, sean de la clase que fueren, ni de los revolucionarios tomando esa palabra en el sentido corriente. En otros términos, se mantendrá sin reservas igualmente lejos de dos políticas que condena por igual: la de los enemigos del progreso y la de los amigos de los medios violentos" (38). Quedaba, en esta forma, plenamente definida la perspectiva en que se movería el partido liberal, cuyo ambiente se había venido preparando desde antes de la guerra de los mil días. Por esta razón, es importante examinar el diagnóstico que nos da Uribe Uribe y el programa que le traza al partido liberal.

Son cuatro los puntos del programa: 1) Una acción política, 2) una acción legislativa, 3) una acción económica y 4) una acción organizativa. Para Uribe el partido liberal debe centrar una acción legislativa en el problema administrativo del Estado y, por tanto, en la solución adecuada de lo que había sido siempre esa contradicción inextricable de federalismo y centralismo, superando la fórmula "regeneradora" de centralización política y descentralización administrativa. Y apunta a un problema importante del régimen político colombiano: "En efecto, no es a los hombres a quienes hay que acusar, es al sistema, es al desacuerdo entre el régimen administrativo y el político. Nos llamamos república y somos despotismo: esa es la paradoja sobre el cual vivimos. El favoritismo, la política de clientela, la tiranía presidencial, ministerial, departamental y municipal; las candidaturas oficiales; todos esos choques, todos esos abusos tienen la misma causa; la contradicción fundamental entre el nombre de república y el fondo cesarista, o sea este formidable pisón de mina, creado para triturar todo lo que necesita, por la omnipotencia de los centros directivos" (39). Todo el documento tiene este tono. Ha desaparecido ya la beligerancia que reclamaba la vigencia del contenido democrático del régimen político, reducido ya a una simple forma. Por eso puede añadir: "En estos propósitos no estamos solos; no somos los únicos que abrigamos estas aspiraciones; son muchos los conservadores que piensan en la necesidad de reformas radicales..." (40). Resulta comprensible que uno de los puntos álgidos de la lucha contra la "Regeneración", como la de la total libertad de prensa, haya quedado reducida a esta fórmula anodina e insípida en el programa de Uribe: "Mejora de la ley de prensa" (41). Pero algo más, todo el problema central del país, alrededor del cual había girado medio siglo o más de luchas y contiendas trascendentales, como el problema religioso, que expresaba de fondo el del régimen terrateniente, en la forma ya señalada por nosotros, desaparece por completo y queda reducida a una fórmula general que nada dice: "Ley

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de defensa agrícola" (42). Y cuando en el punto referente a la acción económica resume todas las reformas que serán el código de todos los programas liberales del siglo en materia social, explica mejor esta ley agraria con una sola frase: "Creemos en las ventajas de una ley agraria, en favor de los arrendatarios..." (43). En ningún momento Uribe deja de ser el maestro de la demagogia liberal contemporánea, cimentada firmemente en proponer minúsculos remedios e inoperantes para grandes males. La tendencia de los liberales ha sido la de señalar los problemas en una forma más o menos descamada, especialmente los de carácter social relativos a la desigualdad, para darles soluciones que nunca llegan al fondo de los problemas. Encontramos frases lapidarias, semejantes a las que ya hemos leído sobre la amenaza norteamericana, que quedan en el vacío o porque se proponen alternativas conciliatorias o traidoras a los intereses que dicen defender, o porque los hechos concretos históricos los desmienten, en forma similar a como el amor irresistible a los norteamericanos le hace olvidar los crímenes que acaban de cometer. Por ejemplo dice: "Ya que los otros partidos nada han hecho en definitiva por el pueblo, salvo empobrecerlo, fanatizarlo y envolverlo en sombras de ignorancia cada vez más espesas, es necesario que el liberalismo esté con el pueblo, no con meras reformas políticas, sino económicas..." (44). Pero añade a continuación su concepto de oro que permite llegar al verdadero fondo del pensamiento liberal expuesto por Uribe: " ’Siempre tendréis pobres con vosotros’, dice el Evangelio y es una gran verdad. Por eso nadie se promete el milagro de que todos lleguen a ser ricos; no se trata de crear aquí abajo el Paraíso; ya se sabe que el hombre perdió sus llaves para nunca jamás; pero siquiera que no sea el infierno anticipado" (45). No puede en esta forma llamarse al liberalismo de Uribe un liberalismo popular, como lo hace Gerardo Molina, simplemente porque se adelanta a una serie de medidas lenitivas para la condición extremadamente grave del pueblo. No se justifica el silencio de los autores de la "nueva historia" sobre la violación, la conciliación y la traición de Uribe Uribe a la revolución democrática tan patente en Ignacio Torres Giraldo, Jorge Orlando Melo y Alvaro Tirado (46).

4. Estructuración del nuevo partido liberal

Casi cincuenta años transcurren desde la derrota del partido liberal en 1880 hasta el triunfo de una candidatura liberal en 1930. En este transcurso el partido liberal se descompone durante el período que va hasta la guerra de los mil días y trata de levantarse bajo el impulso que le da Uribe Uribe. Lo fundamental en la etapa de 1902 a 1914, fecha del asesinato de Uribe, radica en el establecimiento de las bases principales que servirán de guía al partido liberal para su desarrollo posterior, no importa que no lleguen a ser completamente acatadas en ese momento por sus jefes y por sus seguidores. Dos rasgos esenciales hay que señalar como resultado de esos primeros quince años del siglo: formulación de unos principios ideológicos cuyo núcleo reside en el capitalismo de Estado, por una parte, y el planteamiento de una serie de reformas sociales tendientes a ganar un nuevo sector social que será clave para el futuro del liberalismo, la clase obrera, por otra parte. Así como el proceso de descomposición del partido liberal en los últimos veinte años del siglo XIX da origen a diversos enfrentamientos internos y divisiones de toda índole, la efervescencia de ideas y tácticas políticas que se produce en el seno del partido liberal en estos quince años conduce a divisiones, enfrentamientos y tendencias de diverso tipo. El partido liberal continúa en crisis, pero está a punto de salir de ella, ya no como el partido de la revolución democrática sino como el partido de la modernización imperialista dirigido por la gran burguesía financiera. Pero esta transformación pasa por un momento intermedio,

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difícilmente definible en términos de fechas precisas, relacionado íntimamente con el despegue de la industrialización, y que tiene que ver con el encuentro del partido liberal con la burguesía. Aproximadamente esa definición de su nuevo carácter de clase ligado a la burguesía moderna y no simplemente precapitalista, como en el siglo XIX, comprende de 1915 hasta el final de esta etapa, o sea, hasta el ascenso de Alfonso López Pumarejo al gobierno. El fenómeno que se opera en estos años resulta de la conformación al mismo tiempo en el país de la burguesía nacional y de la burguesía financiera, burocrática y monopolista, ambas representadas por el partido liberal del siglo XX en plena formación, con intereses económicos opuestos y contradictorios y aunque no aparezca así desde el primer momento dado el completo proceso de desarrollo capitalista del país durante este período. Al mismo tiempo que está despegando la industria nacional no monopolista, base de la burguesía nacional, empieza a desarrollarse un sector financiero, principalmente ligado al Estado, mediante el vertiginoso endeudamiento externo de 1920 en adelante. O sea, al mismo tiempo que despega el capitalismo nacional se desarrolla el capitalismo imperialista, y los dos parecen interconectarse y confundirse en los inicios del proceso. Por esta razón resulta tan compleja la transformación del partido liberal y a este fenómeno se deben las múltiples confusiones a que ha dado origen.

Desde el asesinato de Uribe hasta el comienzo de la llamada "danza de los millones" que se abre paso con el gobierno del general Ospina, el partido liberal aún mantiene la posibilidad de escoger entre las dos alternativas de desarrollo que se le abren al país y que, implícita o explícitamente, merodean el ambiente nacional. La gran frustración de Reyes y, en cierta medida, de Uribe Uribe, consistió en no haber podido impulsar el desarrollo por endeudamiento externo a que tanto aspiraba y por el que hizo tantos esfuerzos, tratando de todas maneras de componer la situación con los Estados Unidos. Sólo quedaba en este periodo la otra alternativa, la de la revolución democrática basada en la extirpación del régimen terrateniente. Sin embargo, el clamor por el desarrollo coincidía no con el esfuerzo y decisión de llevar a cabo esta tarea fundamental de nuestra historia, sino con la abierta o disimulada aspiración por los capitales extranjeros. Las posibilidades de que el partido liberal volviera a plantear los principios fundamentales de la revolución democrática que habían sido la bandera de ese partido en el siglo XIX, quedaban en las manos del general Benjamín Herrera quien iría a conducir su partido hasta las vísperas del triunfo del liberalismo con su llegada al gobierno. No estaba en capacidad la generación de los "centenaristas", grupo liberal civilista que se había agrupado en torno a la oposición a Reyes, cuya norma de conducta radical residía en la conciliación y en la armonía con los terratenientes, de emprender esta tarea, lo cual no solamente emanaba como conclusión de sus escritos periodísticos, sino que iba a quedar a la luz del día con su actuación política desde el gobierno (47). A eso lo llamaron los centenaristas una tarea "civilizadora", a la que le hacen eco sus apologistas contemporáneos como López Michelsen (48). Su espíritu conciliacionista, no sólo llevó a los centenaristas a caminar de brazo con los terratenientes, sino a eludir permanentemente la lucha contra el imperialismo hasta convertirse en connotados agentes de sus intereses (49). Quedaba, pues, Benjamín Herrera. Pero pocas esperanzas podía ofrecer un personaje que había permitido el desembarco de los marinos norteamericanos en Panamá en 1902, y había aceptado la mediación de los invasores para firmar la paz en el buque almirante Wisconsin, en el fondo, con el mismo argumento de Uribe Uribe de que Marroquín le entregaría el canal a los norteamericanos si no hacían la paz (50). Quien tuviera un mínimo de sentido patriótico y contara con un triz de ánimo de lucha por la soberanía nacional no podía esgrimir el

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argumento de que si entregaba las armas, Marroquín iría a defender a Panamá y el canal, cuando él mismo había llamado a los norteamericanos para enfrentarlos a los liberales. Pero además, desde el punto de vista de la estrategia política, no era una solución entregarle el país a los terratenientes después de mil días de lucha, para salvarla, sino precisamente, rescatarlo de las garras del enemigo interior, para enfrentarlo con más fuerza al enemigo exterior. Posteriormente, Herrera, con Uribe Uribe, apoya el gobierno de Reyes, se enrola en el republicanismo, se enfrenta a Uribe que pugnaba por mantener al partido liberal independiente de los republicanos apoyando a Nicolás Esguerra, participa como ministro de Concha cuya candidatura había combatido mientras Uribe la había apoyado, y se embarca en una aventura financiera con la United Fruit Company en 1915. El general Herrera fue uno de esos defensores ocultos de la empresa norteamericana hasta el punto de que los amigos de ese monopolio aducían los negocios suyos con la United para probar que esa empresa no constituía un peligro para el país: "El general Herrera, dicen, es amigo de la United Fruit Company luego ésta no puede ser el peligro nacional que algunos creen" (51). Lo grave fue que el general Herrera tampoco fue respetado por la United Fruit, porque esta empresa le incumplió el contrato como lo hacia con todos los cultivadores de la zona, pero el general se limitó, a pesar de todo su poder, del control que adquirió sobre el partido liberal, a entablar una demanda judicial contra el monopolio norteamericano, sin haber dado nunca una lucha ni contra el control de los monopolios sobre nuestros recursos, ni contra el endeudamiento externo que se operó en el quinquenio posterior (52). Puede decirse que el general Benjamín Herrera constituyó la última oportunidad del partido liberal para salir en defensa de la revolución democrática e iniciar la lucha contemporánea por la liberación nacional contra el imperialismo norteamericano. A él le tocó dirigir al partido liberal en el momento en que hubiera podido escoger esta alternativa. De ahí en adelante el general Herrera va entregando lo último que le queda al partido liberal hasta llegar a la famosa Convención de Ibagué, después de la cual irá quedando ese partido en manos de los principales agentes financieros del imperialismo en el país, Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos, como se verá inmediatamente y como queda claro de lo expuesto en la Primera Parte.

El programa liberal de 1922, proclamado en la Convención de Ibagué, posee el significado de haberse constituido en la pauta de un partido ya claramente consolidado. Sus rasgos fundamentales expresan no solamente un lenguaje completamente nuevo, sino la incorporación de las ideas principales sometidas durante estos años de descomposición y recomposición. La Convención de Ibagué ha superado totalmente el lenguaje decimonónico y plantea los principios de ese partido liberal que se apresta a la lucha con las ideas de una clase nueva que está conformándose rápidamente, la gran burguesía financiera. Podemos dividir los puntos esenciales de ese programa en la siguiente forma: 1) reforma electoral que garantice la modernización de los sistemas utilizados para las elecciones; 2) descentralización administrativa y política dándole al Poder Legislativo injerencia directa en la elección del presidente y de los gobernadores; 3) reforma tributaria con la asesoría de técnicos extranjeros; 4) reforma del Concordato; 5) legislación laboral que regule las condiciones de trabajo, establezca un régimen mínimo de bienestar social para los trabajadores, haga obligatorios los tribunales de arbitramento en las huelgas y fomente la instrucción técnica para los obreros; 6) legislación sobre la propiedad territorial y la colonización; 7) fomento del crédito externo y de la inversión extranjera; 8) estatización de todos los servicios públicos (53). No hay vestigios siquiera de la lucha pasada. Ni sobre el problema religioso y la separación de la Iglesia y el Estado, ni sobre las libertades y derechos democráticos, ni

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sobre la libertad de prensa, ni sobre el problema de la tierra, ni sobre las medidas tendientes a la transformación del atraso económico se hace una mención aunque sea pasajera. Mucho menos sobre el librecambio o el proteccionismo que eran un problema superado por completo. En cambio quedan en claro los rasgos de una política de modernización con la que el partido liberal impulsará la transformación del país, como son, una legislación laboral que regule las actividades de la nueva clase social que se siente surgir por todo el país, una reforma tributaria que dote al Estado de recursos, los primeros pasos efectivos hacia un capitalismo de Estado con la estatización de los servicios y, el más importante de todos, el impulso al endeudamiento externo. Se pone así en marcha una corriente que conducirá al país al intervencionismo de Estado y hacia la dominación imperialista. La inquietud de Uribe sobre la necesidad de una legislación laboral responde claramente a las luchas de la clase obrera desde comienzos del siglo, pero principalmente las del último quinquenio en los enclaves del imperialismo, en los servicios públicos y en los puertos. A pesar de que el partido liberal se opuso a las huelgas y a los movimientos populares de esa época, también fue poco a poco comprendiendo que tenia que salir a ganarse esas masas urbanas nuevas, si es que iba a luchar efectivamente por la toma del gobierno (54). Y por otra parte, el programa a favor del endeudamiento externo coincide con la apertura del país hacia el capital norteamericano en el gobierno del general Ospina y con la lucha interna dentro del partido liberal sobre el colaboracionismo con el gobierno conservador sobre la base de participar en las ventajas aportadas por los millones de dólares que se vertían sobre el país (55). Es de anotar que todo el problema agrario del país es reducido al punto de la colonización y de los títulos sobre la propiedad de las pequeñas parcelas. Ha desaparecido el partido liberal del siglo XIX en toda su dimensión.

Consideramos, pues, el programa de la Convención de Ibagué como la señal de la consolidación del partido liberal del siglo XX, de ese partido que hemos caracterizado como el "modemizador" del país por la vía del capitalismo de Estado y del endeudamiento externo. Gerardo Molina atribuye a esta Convención una importancia significativa pero con un contenido diferente al que le hemos dado nosotros. "No puede decirse —afirma— que haya innovación en él (en el programa del partido), pues se repiten principios conocidos y se reiteran viejas líneas de acción. Lo que vale es ciertamente la atmósfera popular y democrática que lo baña, como se ve en el acento puesto en la política social e instruccionista. Si nos atenemos a la letra, se sienten en el citado Acuerdo las vacilaciones del liberalismo, su falta de adecuación a un mundo que estaba en ebullición por el influjo de las revoluciones mexicana y soviética y la necesidad de mantener el compromiso entre las diferentes clases y sectores que lo forman..." (56). Primero que todo, no puede decirse que el programa de la Convención repita los principios conocidos, porque en ella no se encuentra explícitamente ninguno de los fundamentales que guiaron el partido liberal durante el siglo XIX. Lo único que podría interpretarse como tal seria el planteamiento sobre el sistema electoral, pero se refiere más a la organización administrativa de las elecciones que a una concepción sobre el proceso democrático que representaban, como sí se había sostenido durante la lucha contra la "Regeneración". En segundo lugar, un partido que está en proceso de reconstrucción y que tiene que luchar por ganar el apoyo de las masas y de sectores nuevos de la población, no puede estar lejos de reivindicaciones populares, es una necesidad para él plantearlas y llevarlas a cabo, o de lo contrario ni atrae a sus electores ni conserva su confianza y se desmorona. La habilidad del partido liberal en ese momento radicó en escoger, precisamente, los puntos que podían ponerlo en contacto con la clase obrera ascendente, todavía sin una gran conciencia política, pero al mismo

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tiempo excluir de su programa no solamente los problemas más candentes de la etapa histórica que vive el país, sino sacarle el cuerpo a los puntos esenciales del programa democrático, la independencia nacional y la reforma agraria antiterrateniente. No se trata simplemente de "vacilaciones", como afirma Molina, porque no está presentando en el programa ni siquiera posiciones intermedias o conciliacionistas, sino que está ignorando completamente el núcleo de la situación real y concreta del país. No puede atribuírsele al partido liberal una falta de información o de conocimiento, porque eran los años en que hervía por el mundo entero la corriente de la revolución proletaria en Rusia, de la revolución china y del movimiento democrático mexicano. Se trata, sin duda alguna, de una firme y decidida orientación del partido liberal hacia los intereses de la gran burguesía financiera. Lo que estuvo en debate en la Convención de Ibagué no fue la posibilidad de enrutar ese partido por el camino de la revolución democrática, a la que un sector hubiera presentado oposición, sino la mejor forma de ponerse a tono con la modernización del país que venían exigiendo los prestamistas norteamericanos y la política expansionista de los Estados Unidos en América Latina. La pugna entre colaboracionistas y no colaboracionistas con el gobierno conservador no era un problema de grandes principios que estuvieran en debate, sino de la táctica más adecuada para atraerse el nuevo electorado. Esta política no puede denominarse "popular", porque ignora y elude las necesidades más fundamentales del pueblo. Molina acierta, solamente cuando señala que el partido liberal tiene necesidad de mantener un compromiso entre las clases. Efectivamente, esa va a ser la táctica preferida de ese partido, con la cual va a obtener sus grandes éxitos políticos. Benjamín Herrera cursa una invitación a los socialistas para que se hagan presentes en la Convención y apoyen su candidatura. La táctica de conciliación con los conservadores y de neutralización de la izquierda, que será manejada con maestría sin igual por Alfonso López Pumarejo, fue uno de los resultados de la Convención de Ibagué. La crítica de López a su partido a finales de esta década, ya en vísperas del triunfo de Olaya, será la de que no ha sido lo suficientemente audaz en su esfuerzo por atraerse a una izquierda beligerante dirigida por los socialistas y a la que empiezan a coquetearle personajes de una importancia futura muy significativa para el partido liberal como Gabriel Turbay y Alberto Lleras Camargo (57).

Tanto el programa intervencionista de capitalismo de Estado planteado por la Convención de Ibagué como su apoyo definitivo al endeudamiento externo indican inequívocamente los dos intereses más cruciales de la gran burguesía financiera que, con ese programa, tomaba la delantera en la política del país. Pero ¿era la política laboral planteada por la Convención el producto de una posición progresista y popular definida de acuerdo a los intereses de la burguesía nacional o, más bien, el resultado inevitable de la lucha de la clase obrera que amenazaba los intereses de estas dos burguesías en ascenso no suficientemente consolidadas que pugnaban por neutralizar las fuerzas capaces de poner en peligro el éxito de su nueva táctica, reforzada esta amenaza como estaba por el proceso revolucionario mundial? No tenemos la menor duda de que el programa de legislación laboral extremadamente tímido que propone la Convención no se contraponía a los intereses de la gran burguesía financiera y monopolista, sino que iba perfectamente acorde con su táctica de neutralización de la clase obrera y de los movimientos de izquierda por una parte, y de modernización imperialista, por otra. Al mismo tiempo que plantea el programa algunas reivindicaciones de bienestar social, coloca sobre la clase obrera el fatídico tribunal de arbitramento que mantiene en manos del gobierno y de los patronos la definición de los conflictos laborales, en desventaja de la clase obrera. La inteligencia de la gran burguesía, representada por el partido liberal,

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consistirá durante este período y el que sigue en mantener los sentidos aguzados para incorporar las reivindicaciones de la clase obrera y para ponerse a tono con ese movimiento reformista generalizado que coincidirá tanto con la orientación de un Roosevelt, siempre y cuando no amenace sus propios intereses y los del imperialismo norteamericano que irán haciéndose cada vez más imperantes.

El partido liberal reconstruido ideológica y organizativamente después de una crisis tan prolongada, se comprometía con la "modernización" del país y coincidía plenamente con las mismas inquietudes que abrigaba el imperialismo norteamericano respecto de Colombia. Mientras en el interior del país los jefes ascendentes del liberalismo agenciaban la política financiera del imperialismo y, por ejemplo, Alfonso López Pumarejo se convertía en el primer gerente del Banco Mercantil Americano primero, y en agente de la Dillon, fedeicomisaria de los empréstitos norteamericanos, después, Olaya Herrera dirigía en el exterior la entrega de los recursos naturales y preparaba el apoyo del imperialismo norteamericano al ascenso del partido liberal. El partido conservador, si bien había iniciado el proceso de endeudamiento externo con el gobierno del general Ospina, se había mostrado fiel defensor de los intereses norteamericanos desde la entrega de Panamá, la conciliación de Reyes, las teorías de la Estrella Polar de Suárez y el enclave bananero; había comenzado la entrega del petróleo y de los recursos naturales durante toda la llamada ’’hegemonía conservadora’’; era un partido que había venido desgastándose y no presentaba la cohesión ideológica respecto a la modernización que demostraba el partido liberal. La dependencia estrecha del partido conservador respecto de la jerarquía eclesiástica, de la ideología católica y de los terratenientes feudales, no era garantía para las reformas que el imperialismo norteamericano necesitaba impulsar con el fin de dar unas bases firmes a la exportación de capital. No fue suficiente argumento para el imperialismo norteamericano la decidida acción del gobierno de Abadía Méndez en defensa de los intereses de la United Fruit Company que culminaron con la matanza de obreros en las bananeras. Por encima de todo estaban los intereses petroleros y financieros privados de los Estados Unidos y los del gobierno norteamericano en relación con la política comercial y el refinanciamiento de la deuda externa que confiaban más en los oficios de Olaya Herrera, Alfonso López, Eduardo Santos y los programas imperialistas del partido liberal que en un partido como el conservador apegado todavía a las posiciones anticapitalistas, antimasonas y antiprotestantes de la Iglesia, bajo la dirección de la figura ascendente de un Laureano Gómez. Alvaro Pío Valencia en un articulo de El Espectador sobre la caída del partido conservador cuenta que Andrew Mellon, Secretario del Tesoro de Estados Unidos ofreció su apoyo a la candidatura de Olaya; que Mr. Piles, embajador norteamericano en Colombia, renunció porque era amigo de Valencia y en Washington se había pactado ya la presidencia para Olaya; que Jefferson Caffery fue designado nuevo embajador con el propósito de impulsar la candidatura de Olaya (58). Estos testimonios se añaden al que ya hemos narrado de la influencia decisiva que tuvo la Circular Especial de la Secretaría de Comercio de los Estados Unidos en 1928 para la elección de Olaya (59). Era quizás, la primera vez que el imperialismo norteamericano presionaba una candidatura y una presidencia. El partido conservador no respondía a las necesidades apremiantes de la dominación imperialista. Por esta razón Washington no apoya sus candidatos que como en el caso de Vásquez Cobo, habían sido fieles amigos suyos. Se cae por su desgaste, por sus pugnas internas, por la fuerza nueva que presenta el partido liberal y por la alianza del imperialismo norteamericano con los liberales.

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La táctica de Olaya consistió en apoyarse en el imperialismo norteamericano y en atraer el sector conservador más comprometido con los intereses imperialistas. Un sector del partido conservador apoyó a Olaya y otro le lanzó la oposición. Con el primero conformó la "concentración nacional’’, primer intento de una alianza de la gran burguesía y de los grandes terratenientes para defender los intereses del imperialismo norteamericano, esta vez bajo la dirección de un liberal. El programa de Olaya se dirigió a garantizarle las condiciones indispensables para la entrada segura de Estados Unidos. Lo planteó en cuatro puntos: 1) tranquilidad política; 2) ambiente despejado para el capital extranjero; 3) política financiera; y 4) dosificación e incremento de las exportaciones, especialmente, del café (60). Olaya se dedicó a lograr desde un principio las reformas administrativas, fiscales y financieras que este programa exigía y para ello, recurrió, como lo había hecho el general Ospina, a la misión Kemmerer, propulsora de la estrategia norteamericana para América Latina (61). De su experiencia en la embajada de Washington, Olaya había salido convencido de que los norteamericanos conocían mucho mejor nuestro país y que, por tanto, eran ellos los que debían trazar nuestra política. Decía: "Es de causar verdadera sorpresa en esas grandes instituciones bancarias ver cómo llevan mes por mes un conocimiento tan exacto y completo sobre la situación de todos aquellos países en donde tienen intereses radicados. Creo que no son raros los casos en que ellos están mucho mejor enterados de la situación de un país, que los nacionales sobre los fenómenos sociales, políticos, sobre lo que hacen los Congresos, sobre la tendencia de los gobiernos, sobre lo que dice la prensa. Y todo aquello con conclusiones tan perspicaces que a uno le maravilla que haya elementos extranjeros que sigan tan de cerca el curso de los acontecimientos de su país natal..." (62). No solamente se sirvió Olaya de las misiones norteamericanas, sino también de importantes figuras nacionales que agenciaban la política de los Estados Unidos. Esa fue, como queda consignado ya, la figura de Esteban Jaramillo, conservador, Ministro de Hacienda. Así como su admiración por Estados Unidos no tenía límites, su afán de entrega y de endeudamiento no conocía fronteras. A pesar de que el gobierno norteamericano se oponía a ampliar la deuda externa, mientras no se arreglara su refinanciamiento, ésta creció de 87 millones en que la había dejado Abadía Méndez a 170 millones (63).

La oposición conservadora no hizo sino denunciar en el Congreso y en la prensa la política pronorteamericana de Olaya. Nadie en el partido liberal salió a atacarla. Esta oposición conservadora va a trazar la pauta de la década siguiente, porque va a mantener una posición antinorteamericana bajo el liderazgo de Laureano Gómez. Sin embargo, la clave de esa oposición no residió nunca en una política antiimperialista del partido conservador, sino en un planteamiento terrateniente recalcitrante. Típico de esa oposición es el ataque de Aquilino Villegas al gobierno de Olaya por el endeudamiento, en el que dice: "Otro de los problemas que suscita el concepto nacionalista en la conducción de los Estados, sobre todo de los Estados hispanoamericanos, es la posición que deben adoptar en frente a los capitales extranjeros... En Colombia tenemos ya suficientes experiencias para comenzar a estudiar con sentido crítico y desprevenido la cuestión. Entre los innumerables mitos que nuestra pobreza de otros días forjó ante la imaginación colombiana como la fuente única de salud y el anhelo de todos los anhelos nacionales, ninguno que haya tenido la vida más dura y más indiscutida que la introducción de capitales extranjeros... Y hay que pensar que estamos amenazados por la invasión de la gran máquina organizada, productora mecánica incansable, ahorradora de trabajo humano y por consiguiente, devastadora y sembradora de hambre y de terror entre los trabajadores. Males grandes nos han hecho algunos capitales extranjeros, pero

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está inédito todavía el horror inconmensurable que nos amenaza, si no tomamos medidas oportunas, cuando se venga sobre nosotros en la forma del gran maquinismo y el trabajo racionalizado, que ha sembrado el hambre en la vieja Europa. Será el último de los espantos; y es un deber imperioso de los partidos que sostienen el estado intervencionista, y que saben reírse de la vieja fanfarria de Manchester, poner pecho a esta nueva forma de barbarie y de esclavitud con que nos amenaza lo que llaman la civilización. Es mil veces preferible nuestra pobreza y nuestra ignorancia, nuestra pequeña industria y nuestro artesanato colonial, laborioso y libre, que siquiera asegura el pan de cada día para todos. Yo sé que esta tesis tradicionalista es revolucionaria ante la flamante académica y oficial del capital extranjero (64).”

El gobierno de "concentración nacional" inició la primera etapa de las alianzas del partido liberal y del partido conservador, sobre la base de un nuevo partido liberal ya consolidado en representación de la gran burguesía financiera proimperialista. Un sector del partido conservador caló en esta etapa la verdadera esencia de ese nuevo partido liberal y anunció al país la desgracia que le sobrevendría con la introducción del imperialismo norteamericano agente de las máquinas, el dinero y la proletarización, bajo los auspicios de Olaya y López. Esta oposición conservadora no se materializó sino hasta el momento en que quedó completamente claro para el país que el partido liberal agenciaba la modernización imperialista. Sólo un sector del partido conservador, que hundía sus raíces en los "históricos" de la época de la "Regeneración" estaba de acuerdo con la alianza que ofrecían los liberales. Desde el punto de vista político, la estrategia de dominación iniciada por el imperialismo norteamericano desde principios de siglo, la cual encontró dificultades tras el asalto sobre la soberanía nacional en el caso de Panamá, pero que se abrió camino expedito tras la ratificación del tratado Urrutia-Thompson, propiciaba la alianza de las clases sociales que favorecieran el tipo de modernización que exigía su necesidad de exportación de capitales, con el propósito de hacer menos vulnerable su penetración en el país. Pero las clases sociales en Colombia venían sufriendo una profunda transformación durante la primera mitad del siglo XX, de cuyo proceso da testimonio fehaciente el proceso de la etapa que hemos analizado. El partido liberal pasa de los comerciantes precapitalistas a la gran burguesía financiera, manteniendo en su seno durante un tiempo a la burguesía nacional. Pero en el partido conservador se da una división que obedece primero a la tendencia de un sector de terratenientes hacia la industrialización del país y después hacia la aceptación de la modernización imperialista, lo cual los lleva a impulsar una serie de transformaciones para poner a tono el país con los intereses de la dominación norteamericana. Entre tanto, el otro sector del partido conservador mantiene la posición intransigente de los terratenientes que defienden la preservación del régimen feudal, sin ninguna contaminación imperialista, aunque en la década del treinta tomen partido en favor del fascismo y del imperialismo alemán. Mientras el partido liberal no consolida su nueva forma y adquiere por completo su nuevo contenido, los dos sectores del partido conservador, unas veces más y otras menos, aceptan su colaboración y la solicitan en distintos momentos del proceso, durante el cual el partido liberal iba abandonando sus antiguos principios en favor de los de la gran burguesía financiera, monopolista y burocrática. Una vez que la Convención de Ibagué fija las nuevas pautas del partido liberal y que los nuevos dirigentes de ese partido lo conducen por el nuevo sendero, entonces el sector recalcitrante que se toma el partido conservador, define su rompimiento con él y le abre la oposición. La división para las elecciones de 1930 es el primer paso en este sentido. La oposición de Laureano Gómez a Olaya Herrera es el

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segundo paso. Y el rompimiento total llega con el triunfo de Alfonso López Pumarejo, con lo cual se inicia una nueva etapa.

La gran burguesía financiera, monopolista y burocrática surge en Colombia como producto del endeudamiento externo, de la entrega de los recursos naturales al imperialismo y de la adecuación del Estado a los intereses financieros de los Estados Unidos. No es el producto de la transformación del capitalismo de libre competencia en monopolista por la fuerza misma del desarrollo interno de las fuerzas productivas. Por esta razón la burguesía nacional se queda a medio camino, completamente debilitada, por el brusco salto que dan comerciantes precapitalistas y burgueses industriales en ciernes, a la gran burguesía proimperialista. Por su parte, los terratenientes se dividen en quienes favorecen la alianza con el imperialismo y quienes se oponen a ella por considerar un peligro para sus intereses las transformaciones que exige la dominación extranjera. La burguesía nacional queda como una clase minoritaria, débil, entre el fuego de la gran burguesía intermediaria del imperialismo, los terratenientes proimperialistas y los terratenientes nacionalchauvinistas. Al mismo tiempo que en este período surgían la burguesía nacional como producto del capitalismo nacional, la gran burguesía financiera, monopolista y burocrática ligada al capitalismo imperialista, se transformaba un sector de los terratenientes favorables a la modernización imperialista, surgía también el proletariado y se desarrollaba haciéndose sentir por todas partes como una clase nueva y luchando por su reconocimiento en la sociedad colombiana en paros, huelgas y luchas de todo tipo. Pero también hacia su aparición una pequeña burguesía intelectual y profesional que daba muestras de radicalismo y de oposición al régimen con luchas antiimperialistas y con apoyo a la insurgencia de la clase obrera. Gran influencia va a tener esta clase en el surgimiento y desarrollo de la izquierda revolucionaria en Colombia y sus primeros pasos se dan desde principios de la década de los años veinte. Esperamos tener la oportunidad de analizar las primeras luchas de la clase obrera, las primeras incursiones de la pequeña burguesía en la vida política del país y la lucha que adelantaron los campesinos en esta etapa.

NOTAS

(1) Rafael Uribe Uribe, "Los desagradecidos", en El autonomista, 13 de septiembre de 1899. (2) Miguel Antonio Caro, "Mensaje al Congreso Nacional, julio 20 de 1896", Obras completas, Imprenta Nacional, Bogotá, t. VI, págs. 179-184. El texto completo se encuentra en la Antología, Parte III.

(3) Rafael Uribe Uribe, Discursos parlamentarios, Congreso Nacional de 1896, Imprenta de Medardo Rivas, Bogotá, 1897, págs. 27 y 28. Estos discursos están publicados en Obras selectas, Colección Pensadores Políticos, Cámara de Representantes, Bogotá, 1979. Citamos Discursos parlamentarios...

(4) Ibid., pág. 172.

(5) Ibid., pág. 169.

(6) Ibid., pág. 168.

(7) Ibid., pág. 169.

(8) Ibid., pág. 191.

(9) Ibid.

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(10) Ibid., págs. 194-95.

(11)Ibid., pág. 206.

(12) Ibid., págs. 267-272.

(13) Ibid., pág. 272 (los subrayados son nuestros).

(14) Ibid., pág. 350.

(15) Ibid., pág. 183.

(16) Obras selectas, tomo II, pág. 168. Texto completo en la Parte III.

(17) Ibid., pág. 172.

(18) "Manifiesto que dirige la Convención Electoral del partido liberal a la nación", La Crónica, septiembre 15 de 1897. El texto completo del programa y el manifiesto se encuentra en la Parte III.

(19) Aníbal Galindo, "Nueva orientación", El autonomista, septiembre 19 de 1899.

(20) Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, Tercer Mundo, Bogotá, 1973, 3a. ed., pág. 193.

(21) Ver, entre otros textos, Joaquín Tamayo, La revolución de 1899, Biblioteca Banco Popular, 1975; Eduardo Rodríguez Piñeres, Diez años de política liberal, 1892-1902, Camacho Roldan y Cía., Bogotá, 1945; Carlos Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Camacho Roldan y Cía., Bogotá, José Manuel Marroquín, Pbro., Don José Manuel Marroquín, íntimo, Arboleda y Valencia, Bogotá, 1915; Luis Martínez Delgado, República de Colombia, 1885-1910, Historia Extensa de Colombia, Ediciones Lerner, Bogotá, 1970, vol. X, t. 2; Jorge Villegas y José Yunis, La guerra de los mil días, Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1978.

(22) Joaquín Tamayo, op. cit., pág. 177.

(23) Rafael Uribe Uribe, "Socialismo de Estado", en El pensamiento político de Rafael Uribe Uribe, Antología, Colección Popular No. 155, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, pág. 23.

(24) Ibid., pág, 55.

(25) Ibid., pág. 52

(26) Ibid., pág. 17.

(27) Ibid., pág. 51.

(28) Ibid., pág. 19.

(29) Baldomero Sanín Cano, "Administración Reyes, 1904-1909", en Escritos, Biblioteca Básica Colombiana, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1977.

(30) Rafael Uribe Uribe, Por la América del Sur, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Editorial Kelly, 2 vols., Bogotá, 1955, t.1, pág. 135.

(31) Rafael Uribe Uribe, "Conferencia Panamericana, informe de la delegación de Colombia en la tercera Conferencia Panamericana", op. cit., t. II, pág. 636.

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(32) Ibid., pág. 598.

(33) Ibid., pág. 607.

(34) Ibid., págs. 610-611.

(35) Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos colombianos, 1900-1924, Universidad de Antioquia, Medellín, 1977, pág. 99. Sobre la ansiedad de la oligarquía liberal conservadora por arreglar el conflicto de Panamá para conseguir capitales norteamericanos es interesante el comentario de El Tiempo del 19 de agosto de 1916 a un editorial del periódico La Patria, en el que arguye que el patriotismo tampoco puede ir hasta sacrificar intereses superiores del país como es la posibilidad de su desarrollo, mucho más importante que seguir defendiendo a Panamá, cuando ya es un hecho cumplido. Dice, entre otras cosas, "La opinión pública está ya perfectamente empapada de una verdad no sujeta a más discusión; la de que las objeciones hechas por el señor gobernador de Cundinamarca al proyecto de empréstitos para Bogotá obedecen sólo a un sentimiento de viva repulsión contra el capital yanqui, ’que nos robó a Panamá’. Los escrúpulos legales, las sutilezas de carácter constitucional, han sido meros pretextos que cubren el verdadero móvil, revelado y aplaudido con loable franqueza por La Patria en categórico editorial. ¿Conviene que el país tome en consideración el problema que hoy se presenta y del que depende todo su porvenir? ¿Va contra nuestro decoro y contra nuestro honor el negociar empréstitos en un país cuyos poderes públicos andan remisos a satisfacer nuestras justas exigencias de pueblo agraviado? ¿Debemos, si esas exigencias son desoídas, petrificamos en una actitud de altivo rencor y cerrar nuestras fronteras a todo lo que venga del aborrecido país?... Es indudable que por lo menos por un cuarto de siglo los Estados Unidos, enriquecidos por la guerra que a otros arruina, convertidos en lugar de refugio del oro que huye de la hoguera en que arde el viejo mundo, serán el único lugar a donde puedan volver los ojos los pueblos jóvenes que necesitan recursos". Ibid., pág. 261.

(36) Ver para el programa del republicanismo Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos..., págs. 127, 219; Convención Nacional del Partido Republicano, Arboleda y Valencia, Bogotá, 1915.

(37) Villegas y Yunis, Sucesos..., pág. 151; ver Carlos E. Restrepo, Orientación republicana, 2 vols, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, t. I, págs. 392-94. (38) Rafael Uribe Uribe, "Exposición sobre el presente y el porvenir del partido liberal en Colombia", El Liberal, Bogotá, abril de 1911; ver Obras selectas, t. I; en Romero Aguirre, op. cit., págs. 178-179. Citaremos Romero Aguirre. El texto completo se encuentra en la Parte III, Antología.

(39) Romero Aguirre, op. cit., pág. 183.

(40) Romero Aguirre, op. cit., pág. 184.

(41) Romero Aguirre, op. cit., pág. 185.

(42) Romero Aguirre, op. cit., pág. 186.

(43) Romero Aguirre, op. cit., pág. 191.

(44) Romero Aguirre, op. Cit., pág. 187.

(45) Romero Aguirre, op. cit., pág. 189.

(46) Torres Giraldo va dando puntadas acá y allá sobre las actuaciones de Uribe, pero siempre calla sus hechos bochornosos que en nuestra opinión, son tan importantes que resultan decisivos para juzgar de su posición histórica. El juicio central de Torres es el siguiente: "En Uribe, colgada también la espada estaba su propia concepción evolucionada de la política, reformista, democrático-burguesa, con una visión propia también de los problemas nacionales y una actitud progresista definida ante las masas trabajadoras", op. cit., t. III, pág. 90. Uno puede preguntarse ¿era democrático-burguesa la posición de Uribe Uribe, en qué; y era progresista respecto a qué?. Melo y Tirado se limitan a consignar que Uribe propició "el abandono de las doctrinas del laissez taire y su sustitución por otras acordes con las nuevas

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situaciones y la afirmación del poder del Estado para intervenir en la vida económica y en la regulación de las condiciones de producción, que dada la estructura de clase, tenía que ser de explotación", Alvaro Tirado Mejía, "Colombia: siglo y medio de bipartidismo", Colombia hoy, Siglo XXI Editores, Bogotá, pág. 142. (47) Ver Gerardo Molina, op. cit., t. II, cap. VII.

(48) Alfonso López Michelsen, "Apología de la Generación del Centenario", en Cuestiones colombianas. Impresiones Modernas S.A., México, D.F., 1955

(49) Ver Stephen Randall, The Diplomacy of Modernization: Colombian American Relations, 1920-1940, University of Toronto Press, Toronto, 1977; David Bushnell, Eduardo Santos and the Good Neighbor, 1938-1942, Grainsville, 1967.

(50) Ver para un recuento de los hechos, Gustavo Humberto Rodríguez, Benjamín Herrera en la guerra y en la paz, Universidad Libre, Bogotá, 1973, caps. 20-23. Rodríguez defiende, en contra de Lemaitre, que Herrera tenía suficiente armamento, soldados y posibilidades de retomar la guerra. Con mayor razón la tendría entonces para enfrentar a los norteamericanos, como lo hicieron después en peores condiciones otros patriotas de América Latina, como por ejemplo, Sandino en Nicaragua. Para los argumentos de Uribe Uribe, ver "Manifiesto del General Rafael Uribe Uribe a los liberales de Colombia", en Carlos Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Camacho Roldan y Cía., Bogotá, 1934, págs. 176-198. El texto completo aparece en la Parte III.

(51) El Tiempo, cit. por Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos colombianos, pág. 222.

(52) El 31 de marzo el corresponsal de El Tiempo, Gil Blass, cablegrafiaba lo siguiente: "El General Benjamín Herrera citó a Mr. Williams, Gerente de la United Fruit Company en Santa Marta, a absolver posiciones para entablar demanda contra la United Fruit por incumplimiento del contrato. Queda así contestado el artículo". Ibid. Ver, por ejemplo, Molina, op. cit., cap. VIII, en donde muestra que Herrera sólo puso algunas reservas al tratado Urrutia Thompson y a la misión Kemmerer pero nunca emprendió una posición contra ellos ni contra el imperialismo norteamericano.

(53)"La convención de Ibagué" en Romero Aguirre, op. cit., pág. 215. El programa completo se encuentra en la Antología, Parte IIL

(54) Ver César Ferrero Calvo, "Los sindicatos obreros colombianos", Estudios sindicales y cooperativos, Madrid, vol. 4,1970, No. 15/16, págs. 40-44.

(55) Ver Parte Primera, cap. 2°, aparte 4.

(56) Gerardo Molina, Las ideas liberales, 1915-1934..., pág. 83, (el subrayado es nuestro).

(57) Ver cartas de Alfonso López Pumarejo a Nemesio Camacho, El Tiempo, abril 26 de 1928, mayo 21 de 1928. Consultarlas en la Parte III, Antología.

(58) Alvaro Pío Valencia, "Una historia incompleta", Magazine Dominical, lo. de abril de 1979.

(59) Ver Parte I, cap. 20.

(60) Enrique Olaya Herrera, "Conferencia sobre los problemas económicos de Colombia", El Tiempo, 30 de enero de 1930. Ver texto completo en la Parte III.

(61) Ver Robert N. Seidel, "American Reformers Abroad: The Kemmerer Missions in South America, 1923-1931", The Journal of Economic History, vol. XXXII, No. 2, June, 1972.

(62) Olaya Herrera, op. cit.

(63) Aquilino Villegas, "El espectro", El País, octubre 7 de 1934.

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(64) Aquilino Villegas, La moneda ladrona, Editorial Arturo Zapata, Manizales, 1933, págs. 227-228 (el subrayado es nuestro).

TERCERA PARTE: ANTOLOGÍA POLÍTICA. 1886 -1934

IMPERIO DE LA LEGALIDAD (1)Miguel Antonio Caro, Mayo 17 de 1886

Intervención de Miguel Antonio Caro en los debates del Consejo Nacional Constituyente, sobre la reforma constitucional, el 17 de mayo de 1886.

El punto central en discusión, es la división territorial del país; y hacen uso de la palabra los consejeros José Domingo Ospina Camacho, Felipe Paul, Juan de Dios Ulloa y Rafael Reyes, defendiendo las tesis del centralismo, en contra de la constitución liberal de 1863, que había otorgado independencia a los Estados federales.

Caro, en su intervención, defiende más ardorosamente aún el centralismo, y fija además los criterios políticos y filosóficos, que a su parecer, deben orientar en general, la nueva reforma. Señala a la revolución liberal, como el peor de los males que soporta el país, y por tanto, como al enemigo fundamental, al que se debe aplastar. Acusa a los principios filosóficos de la dialéctica y la contradicción, como causantes y generadores de todo mal, desorden y anarquía social, haciendo un llamado a luchar contra ellos en el campo de las ideas, y a perseguir con todos los medios que posee el Estado, a quienes los sustenten o divulguen.

La facultad de modificar la división civil del territorio, es en todas partes y ha sido siempre atribución que ejerce la representación nacional por medio de una ley expedida y sancionada en la forma ordinaria. En el estado normal de la sociedad yo votaría una proposición que dijese sencillamente eso. Pero en esta vez no votaré atendiendo a lo que en tesis general dicta la sana razón, sino a lo que, a mi juicio, aconsejan el estado de transición y las circunstancias en que nos hallamos. Por manera que mi voto es ahora, en este punto, una concesión, una contemporización. Pero quisiera yo que se entienda bien que ni yo estoy dispuesto a estas concesiones, ni nadie en esta Asamblea puede tampoco hacerlas, así como quiera, sino dentro de la esfera de los principios fundamentales de la consecuencia y del deber. Y este mismo acomodamiento en lo que no es esencial a la reforma política, será prenda segura, cuando lleguemos más adelante a cuestiones en que no es dado ceder un ápice, de que no es el espíritu de intransigencia, sino la voz del más riguroso e ineludible deber, lo que en esos puntos habrá de determinar una inquebrantable insistencia.

Nuestro deber, en globo, se cifra en mantenernos fieles al espíritu de esta transformación social. ¿A qué se reduce esta gran transformación? Es, señor presidente,

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el paso esforzado y glorioso, de la anarquía a la legalidad; tránsito que dentro de una nación corresponde a lo que en el concierto de las naciones significa la sustitución del principio del arbitraje al derecho de conquista con todos sus horrores. Es, señor presidente, la condenación solemne que vamos a hacer, con los labios y con el corazón, de la vida revolucionaria, de todo principio generador de desorden.

Acaso no ha habido una nación más sistemáticamente anarquizada que Colombia bajo el régimen de la Constitución de Rionegro. Aquel código impío y absurdo, después de negar la suprema autoridad divina, pulverizó la soberanía nacional, creando tres soberanos absolutos, la nación, la provincia, el individuo. De aquí nacieron las disensiones civiles, y aquel estado social, más deplorable que la tiranía y la revolución material, en que los signos de la legitimidad se borran, y se pierde el respeto a la autoridad por los mismos que en principio la proclaman y en hecho no aciertan a descubrirla.

En nuestras guerras civiles no se ha sabido muchas veces dónde está la revolución y dónde la autoridad, porque ha habido violación recíproca de derechos reconocidos por la Constitución, y de ahí ha surgido el conflicto entre potencias soberanas: nuestras guerras han sido, en lo malo, a un mismo tiempo domésticas e internacionales. De aquí que los depositarios de la autoridad se hayan declarado muchas veces enemigos de la sociedad; que los que en principio condenan las revoluciones, se hayan lanzado en ellas; y que, con la confusión de las nociones de lo justo y de lo injusto, haya sobrevenido el caos.

La proclamación de la soberanía nacional es la primera muestra de la resurrección de este cuerpo político que se llama la Patria. Ya no hay República diseminada; ya no hay soberanos coexistentes; la Nación es una, y una es la Autoridad.

Tal es el principio a que estamos obligados a obedecer todos los amigos u operarios de esta reconstrucción política; y por lo que hace a los miembros de este consejo, no será inoportuno que fijemos de una vez, ya que la ocasión de tratar este punto se ofrece, al principio del debate de la nueva Constitución, nuestro criterio y juntamente nuestro deber, porque de esta manera habremos también circunscrito y escombrado el campo de la discusión, alejando de él los pensamientos retrospectivos, las alegaciones exóticas.

En primer lugar convinimos en someter las bases de la reforma a un plebiscito municipal. El voto de la Nación, solicitado en esa forma, se ha pronunciado uniforme y solemne. Nuestro primer deber es inclinamos ante el mandato imperativo que la Nación nos ha conferido. Estamos obligados a edificar sobre las bases establecidas; a respetar su espíritu, su verdadera y genuina significación.

Yo distingo, señor presidente, entre los puntos que aquí debemos tratar, aquellos que se enlazan íntimamente con las bases, como concomitantes o corolarios suyos legítimos, y los que nada tienen que ver con aquellos principios; doctrinales los primeros, opinables los segundos.

Y por lo que mira a las materias doctrinales o íntimamente conexionadas con las bases, sólo debemos averiguar lo que a ellas es contrario, para desecharlo sin más examen, y lo que con ellas lógica y necesariamente se conforma, para sancionarlo luego, sin temor ni vacilación.

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En materia doctrinal no podemos admitir, debemos guardarnos cuidadosamente de admitir nada que ofrezca contradicciones con lo acordado, porque cualquiera inconsecuencia nuestra, en lo que es sustancial, implicaría una infidelidad al voto de confianza que hemos recibido, y nosotros, que venimos aquí a condenar, a matar si fuese posible, la hidra de la revolución, faltaríamos al deber de la obediencia, quebrantaríamos la disciplina, revolviéndonos contre la primera fuente de autoridad que hemos reconocido, y seríamos así, al abrir la era de la legalidad, los primeros revolucionarios.

Ni sólo hemos de respetar las bases por deber de fidelidad, sino también por razón de conveniencia; que la virtud es fecunda en bien, y el error engendra males de todo linaje. Peor aún que un mal sistema es la falta de todo sistema; nada es tan funesto en las instituciones de un pueblo, como la contradicción. Porque así como el trastorno del juicio, el error de entendimiento tuerce la voluntad, y ocasiona una conducta viciosa y funesta, la contradicción en las leyes fundamentales de una nación, se traduce luego en hechos, y la discordia de los principios sembrada en las leyes no tarda en germinar, y aparece al fin en forma de discordia civil efectiva. ¿Cuál fue, si no, el vicio característico de la Constitución de 1863, sino el reconocer soberanías que recíprocamente se excluyen, el ser anticientífica, el ser absurda? Por manera que la contradicción fundamental, el principio de Hegel aplicado a la política, la afirmación de que una cosa puede ser y no ser a un mismo tiempo, es lo primero de que debemos huir, como del mayor, del más pernicioso de todos los errores. Y ante esta consideración nada debe pesar en nuestro ánimo consideraciones de ningún género. Si se demuestra que una disposición es esencialmente contraria a las bases ya sancionadas, en vano será buscar argumentos especiosos que la justifiquen. Yo he oído decir aquí: aceptemos esto, desechemos aquello, para evitar tal peligro, para conjurar tal protesta. Buen argumento, y yo soy el primero en aceptarlo tratándose de materias opinables. Pero guardémonos de darle oídos cuando se trate de materia doctrinal, porque en ese caso, señor presidente, valdría tanto como ésa esta otra fórmula más clara y exacta: "Para no provocar una revolución, sembremos de una vez en las instituciones la semilla de la revolución".

Tal sería el caso si tratáramos de dar a las asambleas departamentales el carácter de legislativas, renovando así la dualidad de soberanías, o si, en el caso presente, quisiéramos dejar a esas corporaciones la iniciativa para variar la división general del territorio. Pero como ya se haga esta variación por medio de una ley sujeta a ciertas precauciones, ya por medio de una reforma constitucional, todos estamos aquí de acuerdo en que al Congreso, y sólo al Congreso, como representante de la soberanía nacional, corresponde decretar tal variación, bien podemos votar en esta cuestión con el señor General Reyes, sin detrimento de los principios. Bien es verdad que el medio que él propone no es, considerado en sí mismo, el más natural y conveniente; pero como la forma adoptada en la disposición que se discute ha dado materia a interpretaciones que, aunque infundadísimas, pueden a su vez engendrar males, creo que estamos en el caso de hacer en este punto una prudente concesión a las circunstancias, y yo por mi parte la haré negando mi voto al artículo.

Para terminar, señor presidente. No basta nuestra fidelidad a lo pasado; también ha de mirar a lo futuro. Hemos convenido en reconocer a este cuerpo como legítimo poder constituyente, y estamos obligados en conciencia a sostener y defender en todo terreno sus resoluciones definitivas, aunque no hayan tenido nuestro voto. Es para nosotros, y debe ser para todos los miembros del partido nacional en la República, dogma

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indiscutible que contra esta Constitución no habrá más recursos lícitos que los que ella deje para su reforma. Así no sólo habremos consignado en ella el principio de la autoridad y del orden, sino que sabremos todos confirmarlo con el ejemplo de un horror invencible a la anarquía, de una sumisión incondicional a la legalidad.

MOTIVOS DE DISIDENCIA (2)Carlos Martínez Silva, Enero de 1896

Este documento de excepcional importancia, escrito por Carlos Martínez Silva y conocido también como el "Manifiesto de los 21", aclara perfectamente las razones de la división conservadora, que posteriormente se conocería con los nombres de "nacionalistas" e "históricos". El grupo que firma este manifiesto, está apoyado especialmente por el conservatismo antioqueno.

Para este año, 1896, el gobierno de Caro ha entrado en franca decadencia, por el sectarismo despótico del presidente, el dogmatismo religioso y la incapacidad de Caro para manejar los asuntos políticos, a pesar de sus conocimientos filosóficos y literarios. Tal actitud del gobernante, sumió progresivamente al país en una crisis irreversible de todo orden, la que causaría esta línea oposicionista a su administración.

En este memorial, firmado por Carlos Martínez Silva, Jaime Córdoba, Emilio Ruiz, Rafael Ortíz, Juan Arbeláez, Rufino Gutiérrez, Gerardo Pulecio, Luis Martínez Silva, José Joaquín Pérez, Emilio Sáiz, Mariano Ospina Ch., Carlos Eduardo Coronado, Eduardo Posada, Mariano Ospina V., Bernardo Escobar, Guillermo Durana, Cipriano Cárdenas, Rafael Pombo, Rafael Tamayo, Joaquín Uribe, y Jorge Roa, inicialmente analiza la condición de miembros del partido conservador, de los suscritos. Hace un examen de lo que ha significado la "Regeneración" para el país, y la participación de los firmantes en el gobierno. Señala dos tareas alcanzadas por la "Regeneración":la pacificación del país y el haber alcanzado la unidad nacional. Pero observa que la Constitución de 1886 concebida para acabar con la anarquía generada por la de 1863, se ha sobrepasado en sus funciones y no ha cumplido los objetivos inicialmente propuestos, especialmente el de alcanzar una democracia republicana. Al contrario, lo que se ha obtenido es centralizar al máximo el poder político, concentrando en las manos presidenciales todo el poder posible, convirtiendo al Estado en una dictadura personal. Esto ha traído como consecuencia el abandono regional y el manejo administrativo del país desde la capital, con sus secuelas de despilfarro y corrupción, como sucede con las obras públicas.

En lo electoral, la constitución sólo ha permitido el libre juego político para los conservadores, mientras a los liberales se les margina del poder. Prueba de ello es la existencia de un solo diputado liberal, en 10 años de gobierno "regenerador". Pasa el documento a defender al partido liberal, como movimiento político cuya fuerza no se puede desconocer.

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Más adelante, critican acerbamente la rígida censura de prensa, impuesta por el gobierno, señalando que es contraria a una constitución democrática, convertida en cortina de humo para cubrir los despilfarres y negociados oficiales. Se fortalece al ejército, no se hacen las obras públicas necesarias, pero sí se cobran los impuestos, afirman. Se ha manejado de manera equivocada la economía nacional y por tanto el país está al borde de la ruina.

Como consecuencia de lo anterior, y finalmente, este grupo conservador exige el estudio de una nueva reforma constitucional, que regule el juego político de una manera acorde con las nuevas circunstancias históricas que vive el país.

Las peligrosas circunstancias que en la actualidad atraviesa la república, próxima a entrar en una nueva crisis electoral; la lucha sorda, más que de ideas, de intereses, que se advierte en algunos círculos políticos y personales; las lecciones recibidas de una larga y dolorosa experiencia, que han desvanecido muchos ideales y puesto en duda o desacreditado no pocos principios, considerados antes como dogmas indiscutibles por las escuelas políticas; el general anhelo que hoy se percibe de encauzar el movimiento de las ideas, apartándolo de las regiones meramente especulativas, para hacerlo contribuir a resultados positivos en favor de la paz y del progreso de la nación, imponen a cuantos hayan tomado o tengan hoy parte en la dirección de la cosa pública, el deber de la lealtad y de la franqueza, a fin de acabar con los equívocos y de facilitar el acuerdo de las inteligencias y de las voluntades en puntos de capital importancia para todos los colombianos.

Por estas razones alzamos la voz los que suscribimos este documento, como miembros del antiguo partido conservador, y colaboradores, en escala más o menos modesta, en la obra política que se ha llamado la regeneración, sometida hoy en su pleno desarrollo y madurez a la severa crítica experimental.

A aquella obra contribuimos todos nosotros con generoso entusiasmo, con honradas convicciones, y en ella veíamos desde lejos realizadas, no las conveniencias de un partido y menos aún cualquiera especie de granjerías personales, sino la prosperidad y grandeza de la patria común.

De ello no nos pesa, primero, porque la conciencia nos dicta que el móvil fue bueno y generoso, y segundo, porque abrigamos aún la seguridad de que el bien alcanzado no ha sido escaso ni será tampoco efímero. En la vida política de los pueblos el progreso es lento: como en la marea —siguiendo el pensamiento de un conocido escritor inglés— la ola avanza y retrocede alternativamente, pero siempre es más el terreno conquistado que el que se pierde, y el avance es constante.

A la regeneración se deben dos beneficios, que consideramos conquistas definitivas de nuestro derecho público, y que han penetrado ya en nuestras costumbres políticas: la unidad nacional, quebrantada por la federación; y la pacificación de las conciencias por medio de amistosos convenios entre la Iglesia y el Estado, dejando a salvo la necesaria independencia de las dos potestades.

Aquellas dos conquistas representan ya mucho en la historia de Colombia, y sobre esas bases bien puede asentarse algo sólido, que nos permita también discutir y aun modificar otros puntos constitucionales de secundaria importancia.

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Evidentemente, la Constitución de 1886 fue obra de reacción contra la de 1863, desprestigiada ya entre sus mismos autores; pero, como en toda reacción, el impulso fue más allá de lo deseable y conveniente.

La Constitución de Rionegro sancionó y organizó la anarquía con los Estados soberanos, la descentralización del orden público, la pluralidad de legislaciones y la debilidad e impotencia del gobierno general. Tratando de huir de aquellos males, los constituyentes de 1886 organizaron un sistema autoritario sin contrapeso ni correlativos bastantes, que amenaza ya seriamente, en sus desarrollos prácticos, ponerse en pugna con las tradiciones republicanas de la nación y del mismo partido conservador, en cuyo nombre y representación obraron, por lo menos, la mitad de los miembros del consejo nacional constituyente.

Y al adelantar este concepto no les formulamos cargo: convencidos estamos de que los miembros de aquel consejo sólo tuvieron en mira una organización política que afianzara el orden sin menoscabo de las libertades públicas, caras a todos los colombianos.

Las leyes, sin embargo, y en especial las leyes políticas, no son de aquellas obras sobre cuya bondad puede decidirse a priori. Sin desconocer el poder educador de las instituciones sobre los pueblos, preciso es admitir también que la piedra de toque de la experiencia es lo que viene a dar a aquellas su verdadero valor; y a menudo sucede que las más estudiadas combinaciones políticas, producen funestos resultados, por circunstancias peculiares del pueblo a que se aplican, según su estado de civilización o atraso.

Que era indispensable robustecer entre nosotros el principio de autoridad y enfrenar la anarquía, es hecho que parece innegable aun para los más avanzados liberales. Pero también está ya fuera de duda que las cortapisas y contrapesos que la Constitución de 1886 opuso al principio autoritario dominante en ella, han resultado en la práctica ineficaces y baldías, sea por el desarrollo lógico de los principios, sea porque los encargados de guardar el depósito constitucional hayan abusado de él, sea por ambas causas combinadas, como lo creemos nosotros.

Ensayaremos demostrarlo, tocando algunos puntos generales.

La fórmula conservadora, anterior a la aparición del partido nacional, era, en materia de organización pública: centralización política y descentralización administrativa. Se combatía la forma federal, porque rompía la unidad nacional, porque tendía a amortiguar el sentimiento patrio, porque trazaba, dentro de la heredad común, barreras arbitrarias, incompatibles con la fuerza y grandeza de la nación, y porque absorbía en las entidades seccionales la autonomía del municipio, base y fundamento de la república. Pero al mismo tiempo se rechazaba y condenaba también por todos los colombianos el riguroso centralismo, tan contrario a la naturaleza de nuestro suelo, como a nuestras costumbres y tradiciones desde la época colonial.

La Constitución de 1886 quiso, por lo mismo, aunque con la debida subordinación, poner enfrente de la nación el departamento y el municipio como entidades administrativas, con facultades bien deslindadas y con campo de acción propio y determinado.

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En la práctica, sin embargo, aquel saludable equilibrio no tardó en romperse, y hoy tenemos confundidas y arbitraria o caprichosamente amalgamadas las funciones de las distintas entidades. La nación ha tomado sobre sí no pocas de las obras que corresponden a los departamentos, a los municipios y a los particulares, introduciéndose a la sombra de esta confusión un socialismo de Estado, tan corruptor para la administración como nocivo para los intereses políticos y económicos. Asuntos que son de la exclusiva competencia de la administración departamental o municipal, son resueltos por el supremo gobierno, pasando por encima de ordenanzas y acuerdos que quedan, sin embargo, válidos en su letra. Las autoridades superiores seccionales en los departamentos no gozan de la independencia correlativa a sus responsabilidades legales, independencia que es de rigor en cuanto aquellas autoridades administren intereses que no sean nacionales. La acción del gobierno se ejerce y se ha ejercido directamente sobre los empleados subalternos departamentales, y éstos, a su vez, prescinden a menudo de todo orden jerárquico para buscar arriba apoyo o impunidad para sus desmanes y atropellos. El municipio ha venido a ser entidad inerte y sin vida; y en tan poco se le mira, que el gobierno se ha creído autorizado para nombrar y remover libremente los miembros de los concejos municipales, que tan respetados fueron en los primeros tiempos de la república, y aun por los mismos reyes de España y sus tenientes.

Argüíase antes contra la forma federal que la debilidad intrínseca del gobierno le obligaba a apelar a la fuerza para mantener siquiera el orden material; y se decía que cambiando el sistema, el vigor de la contextura interior permitiría reducir considerablemente el ejército y destinar de preferencia los recursos públicos a las obras de progreso que la nación demandaba y demanda con anheloso grito. El sistema se cambió; el gobierno se hizo fuerte por extremo; los departamentos perdieron el derecho de tener fuerza pública; el libre comercio de armas desapareció; los gobernadores se constituyeron como agentes inmediatos del poder supremo; y a pesar de todo esto, el ejército ha sido, durante la regeneración, y en tiempo de paz, más numeroso que en ninguna otra época de la república; de donde resulta que la mayor parte de las contribuciones nacionales han tenido que invertirse en este servicio, con grave detrimento de todos los demás ramos de la administración.

Y lo que hay en ello de más pernicioso (prescindiendo de los quebrantos que experimenta la industria con tantos brazos sustraídos del trabajo), es que la importancia que al ejército se da, como elemento de orden y gobierno, lleva a tener en muy poco la fuerza de la opinión pública, y aun la misma fuerza del partido en cuyo nombre se pretende gobernar. Tal desequilibrio, tal desconocimiento de los elementos vivos de la nación, producen la atonía, la inercia, las divisiones intestinas, el malestar general y, acaso como consecuencia final, las mismas agitaciones que se quisieron evitar. Reciente experiencia demuestra que un numeroso y bien equipado ejército no sirve sino para prevenir las revueltas, con lo cual ha venido a patentizarse, una vez más, que el mejor sustentáculo de la paz está en el bienestar y contento de los pueblos.

Decíase antes que las pretensiones regionales desarrolladas por la federación hacían imposible la concentración de los recursos públicos en favor de ninguna obra verdaderamente nacional; y el cargo era, a la verdad, justo, como lo acreditó la experiencia de largos años. Sin embargo, el cambio de instituciones no ha puesto tampoco remedio al mal. Diez años cuenta ya la regeneración, diez años de paz apenas interrumpida por unos pocos meses, y todavía no se ha visto, ni hay esperanza de verse,

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una obra grande llevada a término o iniciada siquiera por el esfuerzo común de la nación. En cambio, abundan, hoy más que antes, los proyectos de empresas descabelladas, los contratos leoninos para la construcción de ferrocarriles y caminos, que implican dispersión de recursos y que invariablemente terminan en litigios y en ruidosas indemnizaciones, perseguidas de antemano por los especuladores.

Deseando los constituyentes de 1886 hacer fácil y efectiva la responsabilidad de los altos empleados administrativos, resolvieron —introduciendo una novedad en nuestro derecho público— hacer irresponsable al presidente, pero responsables a los ministros, con la precaución de exigir, para todo acto de gobierno, la firma del respectivo ministro de Estado. Semejante disposición implicaba también, como consecuencia, que los ministros tuviesen cierta independencia e iniciativa en los asuntos confiados a su estudio y dirección, y que esta independencia estuviese respaldada por numerosos grupos sociales o políticos, acatados en el país, abriéndose con ello camino a un ensayo de régimen parlamentario, como se practica en las monarquías constitucionales en Europa.

En la práctica, sin embargo, el sistema ha resultado contradictorio y absurdo, primero, porque los encargados del poder ejecutivo han hecho a menudo caso omiso del precepto constitucional, dictando graves providencias sin el concurso del ministro del ramo; y segundo, porque los presidentes también se han considerado en el derecho y en el deber de dirigir personalmente todos los asuntos del servicio público, considerando a sus ministros, no ya siquiera como obligados consultores, únicos responsables, sino tan solo como agentes de muy secundaria importancia, hasta el punto de que durante varios periodos, y no cortos, diferentes ministerios han sido desempeñados por los respectivos subsecretarios, a los cuales no puede alcanzar la responsabilidad legal y moral que al verdadero ministro corresponde.

En estas circunstancias, la responsabilidad del gobierno viene a ser imposible, quedando con ello falseada la base moral primordial de toda organización humana. Dedúcese de aquí la necesidad de un cambio en la disposición constitucional, ya sea tornando a la responsabilidad directa del jefe del ejecutivo (responsabilidad casi siempre nominal y engañosa, ya sujetando a los ministros, por cada uno de sus actos, a las mayorías parlamentarias, en punto a su permanencia en el puesto.

Quisieron nuestros constituyentes acabar con el antiguo sistema electoral, implantado en la época de la federación, en virtud del cual en cada Estado se votaba por una sola lista para la Cámara de Representantes, de donde resultaba el predominio de la organización burocrática y de los círculos apandillados, sobre el querer de los pueblos. En vez de aquel sistema, vicioso de suyo, y viciado luego por los cacicazgos regionales, la Constitución de 1886 estableció el sistema de pequeñas circunscripciones electorales con representación unitaria y directa. Túvose con ello en mira asegurar a todos los partidos el medio de llevar a las asambleas departamentales y a la Cámara de Representantes diputados propios, como que sería moral y materialmente imposible que cualquiera de nuestras grandes y viejas agrupaciones políticas tuviese sobre la otra mayoría en todos los círculos electorales de la República.

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Muy otra, sin embargo, ha sido la consecuencia del sistema, ya por la manera artera y mañosa como la ley formó los círculos electorales, ya —lo que es más seguro y eficaz— por la presión ejercida por las autoridades (altas y bajas) en todos los actos conexionados con la emisión del sufragio popular. El hecho indiscutible y de bulto es que, después de diez años de vigencia de la Constitución de 1886, el partido liberal, cuya fuerza es innegable en la república, no ha podido llevar al Congreso Nacional sino un solo diputado, y que su representación ha sido absolutamente nula en las asambleas departamentales, que, como cuerpos meramente administrativos, requerían más amplia participación de la gran masa de contribuyentes, sin distinción de colores políticos.

Este hecho tiene por sí solo significación inmensa, porque indica que el sistema republicano está socavado en su base. El predominio absoluto de un partido sobre otro es monstruosa iniquidad. En una sociedad en que gran porción de ella —y porción inteligente, honrada y rica— no goza de derechos políticos, y sólo se la tiene en cuenta para pagar contribuciones, cuya inversión no vigila, asentada está sobre el despojo y sobre la forma más hipócrita de la esclavitud moderna.

Mientras el partido conservador estuvo en la oposición, no cesó de clamar en todos los tonos contra las violencias y abusos en materia de elecciones; y hoy, cuando es gobierno, o que al menos se gobierna en su nombre, está en el deber moral de respetar los derechos políticos de sus contrarios, so pena de renegar de todo su pasado y de que se tengan por nulos e infundados los agravios de que antes se quejó y de los cuales hizo bandera para apelar hasta el desesperado recurso de la guerra.

Y la exclusión sistemática y permanente del partido liberal de los cuerpos de elección popular, sobre ser inicua, obedece a la política más torpe y desacertada; porque faltando a los mismos dominadores la lucha y el contrapeso, surgen entre ellos, por ley natural, las divisiones y los círculos personales y bastardos. Las cuestiones públicas se empequeñecen, los caracteres se abaten, el entusiasmo se extingue, y cuando llega la hora de las grandes crisis, aparece de su peso que la menor de las fuerzas es la de las bayonetas. Todo ello sin contar con que de la exclusión de los contrarios en ideas, se pasa fácilmente a la exclusión de los propios, que se creen también con derecho a pensar y discutir, reduciéndose así, día a día, el círculo que aspira a adueñarse de las influencias y del manejo de la cosa pública. Nacen de allí las oligarquías republicanas, tanto más ruines y odiosas, cuanto no están Fundadas, como las de los países monárquicos, en largos años de servicios a la patria y de lustre tradicional.

Imposible desconocer tampoco que cuando en un país, en que las instituciones se declaran libres, se cierran las puertas del sufragio, se abren de par en par las de la revolución. Tocaba al partido conservador, fuerte por su número y por su predominio en las masas populares, perderle el miedo al sufragio libre, educar a su contrario en la práctica de la república, amansar sus instintos bélicos y preparar el camino para la solución del gran problema de la alternabilidad pacífica de los partidos en el gobierno. Nada de eso se ha hecho, y estamos hoy todavía en los comienzos de la vida civil, conteniendo con la fuerza brutal otra fuerza, brutal también, que más o menos tarde abrirá brecha en la fortaleza, para tomar a recorrer el vergonzoso cuadrante.

La Constitución de 1863 no previó el caso de guerra interior o extranjera, o a lo menos juzgaron candorosamente sus autores que para las circunstancias extraordinarias

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bastaban las facultades ordinarias. La experiencia no tardó en disipar aquellas ilusiones, y cada vez que ocurría algún trastorno del orden público, el presidente de la nación declaraba por sí y ante sí, suspendidas las garantías individuales, investíase de facultades extraordinarias y ponía por cima de la ley fundamental los vagos e indeterminados principios del derecho de gentes.

Los constituyentes de 1886 adoptaron distinto criterio y, juzgando que las circunstancias anormales en la política, como en todas las circunstancias de la vida humana, requieren medidas extraordinarias —que si no se otorgan se toman de hecho— invistieron al jefe del gobierno de todas las atribuciones que se estimaron necesarias a prevenir y reprimir cualquier trastorno del orden público. Mejor es —pensaron— y más franco y honrado permitir, llegado el caso, una desviación de la normalidad constitucional, que autorizar por vía de defensa y como necesidad social, la violación de la misma Constitución.

El principio así formulado es, sin duda, correcto, y acaso no haya país alguno civilizado en que no se le reconozca y practique. Pero esta doctrina, que en otros pueblos no presenta peligro alguno para la parte sana de la sociedad, por la energía con que en ellos se expresa la opinión pública y por el hábito que da la cultura general de respetar todos los derechos de tal modo se ha desvirtuado entre nosotros, que las facultades extraordinarias se han convertido en ordinarias; y en virtud de ellas hemos visto, en plena paz y por los más leves pretextos o motivos, ciudadanos desterrados, presos o confinados, imprentas cerradas y bienes confiscados, sin que el gobierno se haya creído obligado a dar siquiera al público las pruebas de los hechos que dieran fundamento a tales procedimientos. La inseguridad ha venido así a ser crónica, y de tal suerte preocupa ella todos los ánimos, que muchas personas creen ya preferible el sistema antiguo, que a lo menos circunscribía la arbitrariedad al tiempo de guerra, al practicado hoy, que erige el estado de guerra en norma de gobierno, a voluntad del jefe de Estado que, a su vez, es arbitro de las voluntades y de las entidades que debieran servir de contrapeso a sus actos.

Ninguna prueba más elocuente de ello, que el hecho de haber subsistido la república entera en estado de sitio por muchos meses después de haberse extinguido las últimas chispas del incendio revolucionario. Y aun hoy todavía, en vísperas de elecciones generales, la ciudad capital y algunas otras porciones del territorio nacional, están en la misma anormal situación, sin que nadie pueda descubrir o comprobar el menor síntoma o conato de trastorno del orden público.

Tal estado de cosas puede prolongarse indefinidamente, sin que haya recurso alguno legal para compeler al gobierno a entrar de nuevo en el carril constitucional. Del jefe del ejecutivo—y sólo de él— depende, pues, que los derechos individuales se suspendan o se reconozcan a los colombianos; y de tal suerte hemos llegado a convencernos de que aquellos derechos son obra de gracia o favor del gobernante, que para todos es cosa de secundaria importancia la declaratoria oficial del restablecimiento del orden público.

El desenfreno de la prensa periódica, y la convicción, más o menos justificada, de que la libertad ilimitada del pensamiento escrito fueran causa principal de las continuas agitaciones que en época anterior padeció la república, llevaron a los constituyentes de

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1886 a poner al ejercicio de aquel derecho, fundamental en todos los pueblos libres, ciertas restricciones que deben ser reguladas por la ley,

Van ya, sin embargo, corridos diez años desde que se promulgó la Constitución, y cuatro legislaturas ha tenido el Congreso, sin que se haya expedido la ley de prensa, ya sea por orden del gobierno, que ha resistido enérgicamente toda restricción a sus atribuciones provisionales en la materia, ya por culpable omisión del cuerpo legislativo, ya porque se haya creído insoluble el problema de asegurar la libertad de imprenta y de prevenir y castigar sus abusos con imparcialidad, eficacia y justicia (3).

El hecho es que hoy no existe, en materia tan grave, otra regla que la voluntad o capricho del jefe del gobierno, que unas veces muestra cierta tolerancia engañosa, y va en otras hasta perseguir con el destierro, el confinamiento, el reclutamiento de los escritores y la clausura material de las imprentas, las más legítimas manifestaciones del pensamiento público.

Una circular del ministro de gobierno y las medidas gubernativas adoptadas contra el periódico, la imprenta y el director de El Heraldo, han venido a destruir, una vez más, la poca normalidad que existía con el asendereado decreto sobre prensa, y a demostrar que en esta materia sólo prima la caprichosa voluntad del mandatario. Está sentado, pues, el precedente de que la firma de un decreto ejecutivo, y de que cualquier censura, hasta contra un presunto empleado, puede considerarse por las autoridades como causa directa o indirecta de trastorno del orden público. De esta suerte quedan cubiertos con manto de impunidad todos los desmanes y aun delitos que los funcionarios o empleados puedan cometer o hayan cometido.

Bajo semejante régimen, la imprenta no puede ser libre, como lo quiere la Constitución. Y ya se sabe que donde falta esta libertad, base y sustentáculo de todas las demás, la sociedad carece de defensa contra todos los abusos del poder, la propaganda de las ideas se hace imposible, la opinión pública deja de ser fuerza ponderativa y de equilibrio, los partidos degeneran en círculos personales, la juventud se apoca y se empequeñece por falta de campo abierto a sus naturales expansiones, la intriga sorda, mezquina y de encrucijadas, se sustituye a la lucha por los grandes intereses públicos; la conspiración se urde en las sombras, y el silencio mismo viene a ser amenaza constante para la sociedad y para el gobierno, que sólo por la delación y el espionaje, interesados en el engaño y la mentira, puede pretender tomar el pulso a las palpitaciones de la opinión.

Y si alguna prueba inequívoca necesitamos de ello, ahí la tendríamos a la mano en el reciente movimiento revolucionario, combinado y adelantado durante un largo periodo de mutismo de la prensa de oposición. Dolorosamente sorprendidos fueron los pueblos y los hombres de trabajo, que ningún síntoma pudieron percibir de la catástrofe, y no menos graves fueron la sorpresa y la contrariedad para aquellos ciudadanos patriotas y bien intencionados que fiaban en la paz la solución de los problemas políticos de la actualidad.

Ante hecho tan elocuente, fuerza es convenir en que si la agitación producida por la prensa libre puede ser un mal, mayor lo es quizás el engañoso adormecimiento a que suele conducir el silencio del periodismo independiente, al cual, necesariamente, viene a sustituir otro periodismo bastardo, interesado en el engaño, y cuyas fuentes de vida no se encuentran ni se buscan en el apoyo espontáneo de los pueblos.

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Aun pudiera extenderse este examen a otros muchos puntos, a fin de hacer patente el antagonismo entre la doctrina constitucional y la práctica, ya legislativa, ya administrativa, tales como la anulación del principio fundamental de que los presupuestos de rentas y gastos se voten por el Congreso cuando en realidad es el gobierno quien viene a formularlos por medio de los créditos extraordinarios, de que tan escandalosamente se ha abusado; el de las incompatibilidades para el ejercicio de ciertos empleos públicos, destruidas todas por la ley, a solicitud del gobierno, para aumentar el caudal de sus influencias en el cuerpo legislativo, harto supeditado de suyo; y el prescindir de las condiciones constitucionales para la provisión de los más altos empleos de la jerarquía judicial, la cual perdió primero aquel prestigio y respetabilidad que fueron canon permanente de la escuela conservadora, para perder después su necesaria independencia.

Basta, sin embargo, lo expuesto para concluir lógicamente que ha llegado el momento de promover la reforma de la Constitución —si acaso su cumplimiento fiel es imposible o la reforma fundamental de la política, para sustituirla por otra más amplia, expansiva y tolerante, que se armonice mejor con los ideales republicanos y que deje, sobre todo, juego más libre a la opinión, cimentando así la paz en algo menos efímero que el poder de las bayonetas y el amaño corruptor de los intereses personales.

Si hemos errado en los puntos de partida, reconozcámoslo honradamente, que ni a los hombres ni a los partidos les perjudica reparar los errores cometidos; y si el vicio radica solamente en la manera de dirigir el mecanismo político y gubernamental, apliquemos todas nuestras energías a buscar los conductores de la cosa pública entre aquellos hombres modestos y de buena voluntad, que quieran ser servidores y no amos del pueblo y de sus intereses.

Y no nos arredra el cargo, que de seguro se nos formulará, de deslealtad a la doctrina; porque, en primer lugar, los llamados principios políticos no son siempre dogmas o verdades absolutas, como los considerarían los musulmanes; y luego porque, según queda ya establecido con hechos innegables, no son precisamente aquellos que ni siquiera pueden oír hablar de reformas, los que hayan dado mayores pruebas de fidelidad a los preceptos constitucionales.

Y sobre todo: desconfiemos de ciertas rigideces doctrinarias, que si son respetables en hombres candorosos y desinteresados, son supremamente despreciables en aquellos que se cubren con el manto pomposo de los principios para explotar en su propio provecho las influencias y posiciones oficiales. Desde los hierofantes egipcios, aquella casta de hipócritas y rapaces sectarios condenada está a la execración y al vilipendio de las gentes que estimen en algo la dignidad humana y los fueros de la razón.

Y aun suponiendo que la fidelidad a los principios hubiera sido absoluta de parte de los legisladores y gobernantes, restaría averiguar qué aplicación han tenido esos principios a la gobernación de los pueblos y a la administración de sus intereses; porque si es verdad que no sólo de pan vive el hombre, como lo repiten muy a menudo los tranquilos usufructuarios de todas las materialidades del poder, también lo es que no sólo de doctrinas, y sobre todo de frases, viven las sociedades políticas. Ellas piden algo

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positivo y tangible en cambio de las contribuciones que pagan, que son cosa harto positiva y tangible.

En esta materia, doloroso es reconocerlo, la labor del gobierno ha estado muy por debajo de las necesidades públicas y de los sacrificios impuestos; y para demostrarlo no habría para qué entrar a estudiar uno a uno los diferentes ramos del servicio administrativo, sino que bastaría preguntar cuál de ellos ha recibido vigoroso impulso merced a la pericia, actividad y celo de los respectivos funcionarios.

Hacienda, instrucción pública y mejoras materiales, son hoy en todas partes los ramos a que los gobiernos cultos consagran atención preferente, y por lo mismo son también los que se toman como piedra de toque para juzgar de los adelantos de un Estado en punto a administración pública.

¿Y qué se ha hecho entre nosotros en materia de hacienda? ¿Cuál renta puede considerarse científicamente organizada, cuál, siquiera, en vía de organización?

La aduana —la primera de todas por su importancia fiscal y por su influencia económica— viene de años atrás regida por aranceles empíricos que imponen gravámenes monstruosamente desproporcionados sobre las clases más desvalidas y necesitadas del pueblo; que entraban y mantienen estacionarias muchas industrias nacionales, especialmente la agrícola; que dificultan y hacen demasiado costosa, por trivialidades de detal, la percepción de la renta, cuyo rendimiento podría elevarse considerablemente, con positivo alivio de los contribuyentes, poniendo en juego una vigilancia más honrada y activa en las aduanas y un estudio más científico de la materia. De todo ello se ha quejado el comercio; trabajos muy prácticos y luminosos se han publicado sobre los vicios y defectos de las tarifas vigentes; y sin embargo, en más de diez años no ha habido un solo ministro de hacienda que se haya preocupado con introducir en esta renta las reformas más fáciles y elementales. El afán de nuestros llamados financistas no ha sido por mejorar lo existente, sino por ver de crear nuevos impuestos y monopolios, que a su vez corren la suerte de los anteriormente establecidos.

Dígalo, sí no, el echado sobre el consumo del tabaco, en cuya organización no sólo se violó la ley que determinó su creación, sino que se desplegó un lujo tal de impericia y de pedantesca terquedad, que en vez de hacer de aquel ramo una renta, se habría convertido en capítulo crónico y gravemente oneroso de nuestro presupuesto de gastos, si no hubiera estado ahí a la mano el Banco Nacional para hacer frente al desastre.

Ninguna mejora sustancial ha recibido tampoco la renta de salinas. Continúa imperando en este ramo la vieja rutina; sigue el pueblo pagando a precios muy altos este artículo de primera necesidad; sigue careciendo de él la industria agrícola; y, lo que es más grave, en la administración y explotación de las salinas interiores y marítimas es en donde ciertos especuladores han encontrado campo más vasto y fecundo a su inventiva y a su rapacidad, a ciencia y paciencia del gobierno y hasta bajo su protección y amparo, según se patentizó en las pasadas sesiones del Congreso.

No ha sido la instrucción pública primaria y secundaria objeto de preferente atención del gobierno, sobre todo en los últimos tiempos, a pesar de la ilimitada amplitud de facultades que en la materia le confirió la ley. Las escuelas elementales no aumentan, ni el número de escolares tampoco; los sueldos de los maestros no se pagan, o se pagan

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con vergonzoso atraso; la pobreza de útiles y elementos de enseñanza es deplorable en todos los pueblos y aun en la misma capital de la república: los buenos métodos docentes se olvidan y bastardean en su origen, por falta de maestros competentes y de una vigilancia inteligente y celosa. Los colegios de letras costeados o auxiliados por la nación no han reemplazado, ni en número ni en calidad, los establecimientos privados de educación existentes en tiempos de la dominación liberal; y los mismos excepcionales favores dispensados a algunos empresarios de enseñanza, so color de estímulo y fomento a la instrucción, han dado por resultado el hacer imposible toda libre competencia en este ramo, a lo menos entre los conservadores, dejando con ello un vacío que el gobierno no puede colmar, y que los padres de familia amargamente deploran.

Los altos estudios universitarios no corresponden tampoco a las necesidades de la época, a los progresos en todas partes alcanzados y a las exigencias de una Juventud inteligente y ávida de saber, que no se contenta ni puede contentarse con el empirismo y la rutina. Hasta el profesorado ha llegado el espíritu de exclusión, no justificado siquiera por las conveniencias de escuela o de partido; y en la provisión de ciertas cátedras universitarias, especialmente en las que más o menos pueden rozarse con la política, no se buscan ni la competencia científica ni el amor a la enseñanza, sino tan solo la adhesión personal al jefe del gobierno. De esta suerte los estudios se detienen en región demasiado baja, no se inicia a los jóvenes en las nuevas corrientes que llevan ciertos ramos del saber, y los estudiantes que reciben ya hecha, formulada y dirigida la doctrina oficial, se encuentran desabroquelados e inermes al salir de los claustros y entrar en lucha con otra juventud muy diversamente preparada. Las consecuencias de esta debilidad no tardarán en palparse.

En punto a mejoras materiales, muy pocas son las que la nación haya llevado a cabo en los últimos años, y esas pocas, ni guardan proporción con los gastos en ellas impendidos, ni corresponden a las necesidades bien estudiadas del país. En cambio, han sido numerosos los contratos celebrados para la construcción de ferrocarriles, sin plan ni sistema, ni garantías de seriedad de parte de los contratistas, y de tal modo gravosos para la república, que debe ella darse por bien servida cada vez que uno de aquellos contratos termina en la consabida indemnización de daños y perjuicios... en favor del empresario.

Ni un solo paso serio se ha dado para el arreglo de nuestra deuda extranjera, repudiada de hecho desde hace varios años, con desdoro del buen nombre de la República, con perjuicio de su crédito, de que tanto necesita para su redención industrial, y con mengua del mismo partido conservador, que siempre consideró deber preferente del gobierno el pago de las deudas de la nación. Recordar hoy este principio se mira casi como una blasfemia política, o a lo menos como una candorosa necedad (4).

La ley sobre crédito público interior, dictada a raíz de la Constitución de 1886, no tardó en ser modificada por el Congreso; y de entonces para acá ha sido el gobierno mismo el legislador en la materia, alterando, por medio de decretos, las disposiciones legales, modificando las condiciones y términos de pago de los documentos de crédito, y suspendiendo el servicio de la deuda cada vez que se presenta alguna dificultad en la tesorería. Los intereses de los acreedores son siempre los últimos, como indignos de protección y respeto, hasta el punto de que alzar por ellos la voz o tratar de proveer a su defensa, se ha llegado a considerar como acto poco menos de traición a la patria. No

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procedieron así los antiguos gobiernos conservadores, y oportuno es aquí recordar que en los mismos días en que cayó el de la Confederación Granadina, pagándose estaba el cupón correspondiente de la deuda consolidada.

Perdida está ya toda esperanza de que Colombia salga del régimen del papel moneda inconvertible, para tornar a una circulación monetaria normal y verdadera, que dé seguridad a los capitales, desarrollo al crédito y base sólida a los negocios; y ello, no porque la nación no haya clamado por la reforma, ni porque hayan faltado la oportunidad y los medios de iniciar siquiera la conversión, sino porque el gobierno se ha opuesto tenazmente a todo plan fiscal que pudiera redimirnos de la "moneda evangélica", viendo siempre en el billete del Banco Nacional un medio permanente y fácil de saldar todo déficit, de salir al encuentro de toda dificultad, de hacer innecesaria toda economía.

Ni aun el ejército, objeto predilecto de la atención del gobierno, ha sido atendido con aquel esmero inteligente que demandan las exigencias de la guerra moderna. Se ha aumentado mucho, es cierto, el número de los soldados, se les viste y se les arma bien, se les adiestra para paradas y revistas; pero al mismo tiempo la educación técnica de los oficiales y jefes se ha desatendido en absoluto. En los estados mayores, recargados de empleados inútiles, ni se estudia ni se trabaja con aquel tesón, callado y perseverante, cuyo resultado se palpa en el momento de la acción decisiva y rápida; y en cuanto a la formación material del ejército, ninguna medida se ha dictado aún para sustituir el infame, cruel y odioso sistema de reclutamiento forzoso, —negación absoluta de la forma republicana y repudiación efectiva de todo principio cristiano—, por otro que consulte, siquiera en algo, la igualdad de los ciudadanos y los dictados de la humanidad (5).

La carrera militar, tan noble de suyo, en vez de recobrar la respetabilidad y el prestigio que en otros tiempos tuvo, tiende a decaer y desautorizarse aún más, entre otras causas, por la manera caprichosa como se confieren los grados y ascensos en las escalas superiores; de tal suerte, que aquellas distinciones han dejado de considerarse estímulo y premio al valor y a viejos servicios, para convertirse en meras prendas de favor cortesano.

Con profunda amargura y dolor hemos entrado en el breve recuento que precede, dejando deliberadamente en la sombra muchos puntos que pudieran llevarnos al campo odioso de las personalidades. Para hombres como nosotros que, con tanto ardor y entusiasmo han puesto el contingente, más o menos valioso, de sus esfuerzos al servicio de una causa política, duramente probada por todo género de infortunios, tiene que ser supremamente doloroso verse obligados a reconocer, años después de obtenido el anhelado triunfo, que sus resultados no han correspondido ni a las esperanzas en él fincadas, ni a las promesas hechas en su nombre, ni a los sacrificios exigidos para alcanzarlo.

Pero, por cima del que llamaremos amor propio de partido, debe ponerse el amor santo de la patria, los fueros de la verdad, los dictados de la justicia social, y el interés por esa misma causa política, que tanto hemos amado, y que está condenada a irremisible y afrentoso desastre si no se hace un esfuerzo generoso y viril para salvarla, no por medio de equívocos, amaños o de artificiales combinaciones, sino reconociendo los errores

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cometidos, aceptando las reformas reclamadas por la opinión, introduciendo en la política más cristianismo práctico y llevando a los puestos de elección popular hombres, antes que todo, honrados, modestos, exentos de cualquiera pretensión de caudillaje, y que den a los problemas administrativos y fiscales la importancia que en sí tienen siempre, y en todas partes, y muy especialmente en Colombia, donde, en achaques del gobierno, todo está por crear y organizar.

Y esperamos que no se apelará ahora, al estudiar los diferentes puntos tocados en esta exposición, al fácil y gastado expediente de escudriñar nuestros propios actos y nuestra conducta política o privada; porque, aunque nada tememos a este respecto, y aunque abrigamos la conciencia de haber procedido siempre con honradez y patriotismo, nos anticipamos a reconocer que en muchos de los males que dejamos apuntados nos corresponde no poca responsabilidad, siquiera sea la del silencio y la aquiescencia; responsabilidad que aceptamos con hidalga franqueza, y que desde hoy nos creemos con derecho a considerar descargada, en parte a lo menos, en gracia de esta paladina confesión de nuestras faltas y errores.

Mientras tanto, la responsabilidad colectiva del partido conservador es inmensa, y será indeclinable; porque si él no hace hoy un esfuerzo para tornar a las prácticas sanas y a las honradas tradiciones que le dieron esplendor y gloria en tiempos pasados, y prestigio y fuerza de resistencia en largos años de proscripción, la catástrofe vendrá con incalculable cortejo de horrores y desgracias para la patria.

No nos forjemos la ilusión de que los cuarteles bien colmados y los parques bien provistos bastaran por sí solos para contener un derrumbamiento general; porque cuando la opinión abandona a un régimen político, cuando la corrupción interna lo carcome y devora, el más leve y fortuito impulso es en ocasiones poderoso a dar en tierra con la fábrica en apariencia mejor apuntalada.

Y cuando llegue aquel tremendo día; cuando los perversos elementos que bullen en las capas bajas de ésta, como de todas las sociedades humanas, rompan sus diques; cuando la anarquía, por vía de reacción, señoree la república y arrolle hombres, instituciones y partidos, la patria tendrá razón para maldecir el día en que el partido conservador volvió al poder, pues con él habrá pasado, a lo menos por muchos años, toda esperanza de fundar en Colombia un gobierno sólido y estable.

Nada valdrá entonces damos a la estéril y vergonzosa tarea de los lamentos y de las recriminaciones, tratando de echar la responsabilidad sobre ciertos personajes y gobernantes, porque, así como cada pueblo es digno de su suerte, todo partido en el poder es solidariamente responsable de los actos de sus gobernantes.

Por esta misma razón es. absurda y mostruosa aquella teoría de la disciplina muda, inconsciente y pasiva, en virtud de la cual se pretende someter un partido entero, compuesto de seres inteligentes y libres, a la dirección arbitraria de un solo hombre, ya sea él jefe del gobierno, ya caudillo de oposición. Aquella disciplina, profundamente inmoral, puesto que anula la responsabilidad y la conciencia individuales, es también causa y origen de suprema debilidad colectiva, una vez que la fuerza entera de una gran agrupación política se subordina a las flaquezas y caprichos de una sola inteligencia y

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de una sola voluntad. Si aquella doctrina fuera correcta, preciso sería concluir que un pueblo esclavo es más fuerte que un pueblo libre.

Buscando las causas de la mala situación actual de nuestro partido, quizá no se encuentre otra en el fondo que aquella bastarda teoría de la disciplina cuartelaria, que ha matado toda iniciativa particular, que ha autorizado con el silencio muchos abusos, que ha cubierto con el manto de la complicidad mucha corrupción, y que ha permitido que se hagan en nombre del partido muchas cosas que su índole rechaza y condena.

Cuando hemos hablado de la responsabilidad del partido conservador, de propósito hemos eliminado el nombre de partido nacional, porque es éste un ente de razón, que nada significa ni nada representa hoy. En época anterior, en el partido nacional entraron, es cierto, el independiente y el conservador, como entidades distintas y ligadas para una obra común; pero con el tiempo esta combinación desapareció. El independientismo, que tan importante papel desempeñó en la evolución histórica, ha desaparecido como partido para convertirse, con pocas y honrosas excepciones, en una mera compañía industrial, que trabaja en el campo de la política, y cuya fuerza radica en la absoluta y servil adhesión al gobierno, no por lealtad a principio alguno político, sino porque del gobierno es de quien recibe y puede recibir lo que constituye la materia de sus especulaciones industriales; y aunque sea cierto que hoy es aquella compañía la que ejerce influencias más eficaces y decisivas en la dirección de la política, ello no aminora la responsabilidad histórica del partido conservador, que autoriza y consiente semejante usurpación.

No sabemos qué efecto ni qué eco tendrán estas palabras nuestras. Al viento de la publicidad las lanzamos, y las confiamos al estudio sereno y maduro de nuestros copartidarios todos, no como expresión o programa de un círculo o parcialidad, pues que de todo círculo personal, regional o de ciega oposición nos declaramos desligados, sino como voz de alerta y de protesta; como voz, sobre todo, de patriotas, que sólo aspiramos a la grandeza y prosperidad de la república. En todo caso, las precedentes consideraciones sintetizan nuestras aspiraciones en el presente y marcarán nuestra línea de conducta en lo porvenir.

Jaime Córdoba, Carlos Martínez Silva, Emilio Ruiz Barreto, Rafael Ortiz B., Juan C. Arbeláez, Rufino Gutiérrez, Gerardo Pulecio, Luis Martínez Silva, José Joaquín Pérez, Emilio Sáiz, Mariano Ospina Ch., Carlos Eduardo Coronado, Eduardo Posada, Mariano Ospina V., Bernardo Escobar, Guillermo Durana, Cipriano Cárdenas, Rafael Pombo, Rafael Tamayo, Joaquín Uribe B., Jorge Roa.

MENSAJE AL CONGRESO NACIONAL (6)

Miguel Antonio Caro, Julio 20 de 1896

En este informe de actividades del gobierno, Caro presenta un balance de su administración en los dos últimos años, justificando las medidas oficiales que tomó durante el período, especialmente relacionadas con el orden público.

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Inicialmente, señala a la revolución liberal, como el fenómeno más destacado, que surge en toda América en los últimos años. Indica a países que como Brasil, Perú, Salvador, Ecuador y Venezuela, han tenido que, según él, soportar el flagelo. Pone como ejemplo al gobierno de México por su drasticidad en aplastar la revolución; posteriormente, analiza la revolución de 1895 en nuestro país, para argumentar en favor del "estado de sitio" y la coacción a la prensa.

Después de la muerte de Núñez en 1894, los liberales creen encontrar en un supuesto vacío de poder creado, sin analizar objetivamente la conducta de Caro, la ocasión propicia para lanzarsen a una nueva guerra civil, en enero de 1895.

El gobierno avisado de la conjura, moviliza rápidamente las tropas comandadas por Rafael Reyes, para aplastar la rebelión, objetivo que se alcanza en abril. Caro justifica en la revuelta la represión, pero observa además, que no fue suficiente con derrotar militarmente a los liberales, sino que ejerció la censura de prensa para desmantelar a las publicaciones liberales, que con sus escritos ponían en aprietos a su gobierno y la hegemonía conservadora. Con este pretexto y bajo los decretos de censura, Caro clausuró los periódicos: El Liberal, La Sanción, El Constitucional, El Correo Nacional, Mochuelo, La Crónica y El Heraldo.

Levantado posteriormente el "estado de sitio", el presidente exige ahora a los congresistas, que conviertan en leyes de la república, todas las leyes tomadas por él, bajo el estado de excepción.

Luego, Caro presenta un informe sobre la situación de orden público, estado de la economía nacional, y relaciones internacionales. Finalmente, el presidente solicita la unión del país, especialmente de los conservadores para combatir y acabar con el partido liberal.

En esta sesión del Congreso, levanta su voz, el representante liberal Rafael Uribe Uribe, para rebatir el informe oficial, atacar al gobierno, y fijar la posición del partido liberal ante la Constitución de 1886.

Honorables senadores y representantes:

Si para mí es altamente satisfactorio, al presentaros respetuoso saludo en este solemne día, reconocer el gran beneficio que Dios nos ha dispensado concediéndonos los medios de salvar a la República de un cataclismo social, no deja de ser, de otro lado, bien penoso recordar sucesos deplorables. ¡Fuéseme dado prescindir de esta consideración retrospectiva! Más bien comprendo que no podría lícitamente excusarme de hablaros de la revolución, porque la revolución, bajo formas varias, constituye el acontecimiento característico de los últimos tiempos, y la materia que especialmente debe llamar vuestra atención, si han de prevenirse grandes desgracias.

Una década de paz estaba próxima a cumplirse para Colombia en el año anterior cuando los pueblos fueron sorprendidos por grande alarma.

Durante aquellos años las erupciones revolucionarías han agitado casi toda la América meridional y central, sembrando dondequiera nuevos gérmenes de discordia. El Brasil,

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Chile, Venezuela, Salvador, Ecuador, Perú, han sido presa de guerras civiles. No nos toca apreciar los motivos que puedan justificar a éste o aquel gobierno, a tal o cual otra revolución. El espectáculo general desconsuela; la guerra civil es una forma de barbarie, que, arraigada, desmoraliza y arruina a los pueblos. Y habiendo llegado a ser las revoluciones una como epidemia hispanoamericana, no podemos menos de reconocer que aquella nación que exhiba un periodo de paz más largo, ha realizado un gran progreso en cuanto se aproxima a la normalidad que debe caracterizar las sociedades de hombres.

Verdad es que puede un pueblo haber asegurado la paz interior y carecer todavía de otros bienes muy interesantes en el orden político y religioso; pero la firme garantía del orden favorece por sí sola la acción del bien, y ella, sobre todo, ha venido a ser de necesidad primaria para la existencia misma de estas nacionalidades americanas en un período crítico de su desenvolvimiento.

La república de México, después de una serie de convulsiones como las que han padecido y padecen aún otros pueblos del mismo origen, parece haber asegurado la paz y el bienestar público, y dando desde el norte un grande ejemplo en ese capital asunto a las coetáneas naciones del. sur, se ha granjeado la admiración y el respeto de los extraños. Colombia se ufanaba ya de seguirle los alcances a México en la labor de cultivar y aclimatar la paz.

Desde fines de enero del año anterior la acción del gobierno se ha consagrado de preferencia a restablecer el orden, material y moralmente conmovido por el espíritu revolucionario y anárquico.

En cincuenta días, después de varios combates en casi todos los departamentos de la república, sucumbió la rebelión: la sangrienta batalla de Enciso y la rendición de Capitanejo pusieron término a la contienda armada.

No fue dado entonces licenciar las tropas que se habían organizado ni levantar el estado de sitio: el peligro de nuevos pronunciamientos y de nuevas invasiones; el anuncio de haberse agitado otra vez la región de Casanare y de haber sido ocupadas, a viva fuerza, la población de Arauca y otras por malhechores de una y otra nacionalidad; la noticia cierta de que en Nueva York se trataba de contratar por agentes de la revolución un barco para introducir armas en nuestras costas; la guerra civil que conmovió el Ecuador, y que, como en tales casos acontece, vino a exaltar los ánimos, ya en favor, ya en contra del movimiento insurreccional, en las provincias nuestras limítrofes: la tentativa revolucionaria que después ocurrió en Venezuela, produciendo iguales efectos, —todos estos sucesos, a veces simultáneamente, a veces uno en pos de otro—-, complicaron la situación y obligaron al gobierno a adquirir nuevos elementos de guerra y nuevos medios de vigilancia y defensa de la Costa Atlántica y de la grande arteria que con ella comunica las regiones del interior; a movilizar fuerzas y enviar expediciones militares a los opuestos extremos y confines terrestres de la república, con el objeto de prevenir cualesquiera conflictos, de evitar que la guerra renaciese por contagio, de guardar las fronteras, observando la más estricta neutralidad, conteniendo por igual a los amigos y los adversarios políticos interesados en las contiendas de los países vecinos, y de completar, en suma, la pacificación de la república en el interior y en sus relaciones externas.

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La guerra fue breve, la campana dilatada, y tan costosa para el fisco como lo habría sido si hubiese continuado el derramamiento de sangre, porque no es la sangre sino los grandes aprestos y previsores esfuerzos lo que impone erogaciones extraordinarias. En las naciones europeas, teatro de avanzada civilización, el peligro de un conflicto internacional o de una conflagración producida por el anarquismo, es causa de enormes gravámenes para los pueblos durante largos años de paz. A gran precio se conserva el orden, pero se considera que el bien asegurado excede al precio. Muy lejanos ya los tiempos patriarcales, las naciones modernas están fundadas sobre un sistema que no es dado reformar con generosas utopías, y en el cual persiste como verdad incontestable el antiguo proverbio, Si vis pacem para bellum.

Examinad los gastos de la guerra, y si algo encontrareis irregular o excesivo, condenadlo severamente; mas al mismo tiempo confío en que no habrá uno solo de vosotros que pretenda, como lo ha pretendido la estulticia o la mala fe, que los gastos requeridos por la necesidad de restablecer el orden y por otras consideraciones de gran trascendencia, se reduzcan únicamente a los que hayan sido justificados por funciones de armas.

Presenta la última revolución dos caracteres odiosos, novísimo el uno, y muy raro el otro, aunque no desconocido, en nuestros anales.

Es el primero de ellos la solicitación de auxilio extranjero.

Hace mucho tiempo que aquí se conspira de continuo, y muchos de los agentes de la conspiración han viajado por el exterior demandando apoyo para sus planes. Hechos y publicaciones recientes han demostrado esta verdad a los más escépticos. Los gobiernos de Costa Rica y Venezuela, lejos de coadyuvar a la maquinación, dieron oportunos avisos al de Colombia, y aun persiguieron a algunos de los agitadores que tramaban la ruina de nuestras instituciones; lograron, sí, los agentes de la conspiración comprometer a no pocos aventureros, confiriéndoles mando militar con las más altas graduaciones, y prometiéndoles ventajas y preeminencias en su soñado reino. La expedición que desembarcó en Bocas del Toro, comandada por un famoso forajido que llevaba correspondencia con algunos de los cabecillas que debían pronunciarse en el interior, pone vergonzosa marca a la revolución del 95.

Agréguese a esto la ferocidad de que hicieron muestra los invasores que lograron ocupar alguna plaza, y que no alcanzaron a desplegar los que fueron rechazados y vencidos en la primera acometida. Sabido es que las guerras se encruelecen a la larga, y raro, si no único, es el caso de una guerra iniciada con matanzas de personas pacíficas, como la que dejó huella imborrable en las casas y plazas de la ciudad de Cúcuta, sancionada por sanguinaria proclama del que acaudillaba la hueste. Uno de los expedicionarios que atacaron a Bocas del Toro había ofrecido a sus auxiliadores del exterior enviarles el primer parte de triunfo "con cabezas de frailes"; y el que sucumbió en Baranoa. en carta que se interceptó y tengo en mi poder, prometía que, al ocupar a Barranquilla, fusilaría ante todo a algunos "liberales platudos" (estas eran sus palabras), para comprometer a los indiferentes y establecer el terror.

Mientras la revolución ostentaba desde el principio este carácter de fílibusterismo, violencia y atrocidad en las invasiones que intentó o efectuó, en el interior habla hecho

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sus preparativos calladamente, señalándose en ellos por el segundo de los caracteres odiosos a que me he referido, cual fue el del engaño y la alevosía.

Con satisfacción que compensa la amargura de estas verdades, tratándose de compatriotas, debo declararos, y vosotros lo sabéis, que la fidelidad de nuestros veteranos es incorruptible. Sabíanlo bien los jefes de la conspiración, pero fingieron e hicieron propagar entre los suyos, como estímulo poderoso, que parte de la guarnición de la capital estaba vendida. Algunos de aquellos conspiradores, arrestados antes, por tener el gobierno conocimiento perfecto de sus maniobras y compromisos, habían sido puestos en libertad mediante promesas o seguridades que no cumplieron o no respetaron. Algunos de ellos se ocultaron en la capital en el momento crítico, otros se pronunciaron fuera. Ni faltó quien, debiendo ser después uno de los principales cabecillas en el departamento de Cundinamarca, y de los que no se rindieron hasta el último momento, me pidiese audiencia privada, que le fue concedida, para ofrecerme sus servicios en caso de peligro, en los términos más encarecidos, manifestando que así procedía no sólo por ser amigo de la paz y del trabajo honrado, sino por motivos de especial gratitud hacia un gobierno que sabía hacer justicia, como él lo había recientemente experimentado, a todos los ciudadanos, sin excepción de personas ni distinción de colores políticos. Podría extenderme sobre casos más graves de perfidia; pero la pluma del magistrado se resiste a ello, y el ejemplo citado basta para fallar.

Para el mes de abril de 1894 se había organizado en la capital una conspiración anarquista, de que di cuenta al Congreso en aquel año. Limitose el gobierno, por entonces, a ordenar la detención de los directores del movimiento que se preparaba, y a esperar los acontecimientos si aquella providencia no bastaba a desconcertarlo. Uno de los más exaltados oposicionistas de la Cámara de Representantes, siendo miembro de la comisión encargada de examinar los documentos que pasó el gobierno relativos a las cuestiones de orden público, informó que la conspiración de abril había sido efectiva y estaba comprobada, y la calificó como tentativa de revolución "social" y no política. Sabedores de lo que ocurría los que, de acuerdo con los conspiradores del exterior, meditaban el modo de dar un golpe en la capital, pensaron explotar para sus fines aquella previa organización anarquista, y comprometieron a algunos de los más influyentes socios para un asalto nocturno de la índole que podía halagarles; y como de los inscritos anteriormente en decurias y centurias para el golpe de abril, pocos concurrieron a la cita del 22 de enero, uno de los que debían dirigir el asalto en esa fecha, ha declarado, ante la autoridad que le interrogó, que aquel asalto constituía el objeto primordial del movimiento, y que se frustró por "la increíble cobardía del pueblo bogotano".

El plan concertado consistía en lanzar en altas horas de la noche, en diversas direcciones, grupos numerosos armados, promoviendo un gran tumulto popular, en asaltar las habitaciones del Presidente de la República y de los magistrados que legalmente podían reemplazarle, y en obligar, en medio del pánico, a la guarnición de la ciudad, que constaba de mil trescientos hombres, a rendirse o capitular. Los pronunciamientos de otros lugares tenían por objeto apoyar el esperado triunfo de la conspiración en la capital, aterrando a los pueblos e impidiendo la organización de fuerzas restauradoras. En los lugares donde la audacia de algunos conjurados bastaba a sorprender y sojuzgar una población desprevenida e inerme, no había necesidad de derramar sangre; con todo, en la vecina población de Facatativá, donde no hubo resistencia alguna, fueron asesinados, por obra de sanguinario instinto, algunos soldados

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que habían llegado custodiando un correo, y que dormían en una pieza de la casa consistorial, habiendo dejado afuera las armas. Este acto de fiereza corresponde al primero de los caracteres de la revolución, e indica lo que en grande escala, y a las mismas horas, pudo haber ocurrido en la capital de la república.

Por lo demás, la revolución no dejó tras sí ningún documento en el cual se tratase de cohonestar de algún modo la guerra que se desataba sobre los pueblos; confiábase únicamente en el impulso de las malas pasiones y en la brutalidad de los hechos; las pocas proclamas de caudillos revolucionarios de que tuve conocimiento, eran documentos de redacción grosera, que sólo contenían injurias cuando no impudentes amenazas de exterminio.

Los principios de moral y de honor que regulan las relaciones entre los individuos, se aplican también a las colectividades de hombres, y constituyen las reglas del derecho de gentes. Los diseñados caracteres y tendencias de la revolución pasada establecen entre ella y la generalidad de las contiendas civiles, diferencia idéntica a la que, tratándose de particulares, existe entre un atentado atroz, premeditado en las sombras, y la riña franca o el desafío público en que se parte el sol a los contendores.

El Código Penal define y castiga el delito de rebelión y congéneres; mas como la Constitución inviste al gobierno de amplias facultades en tiempo de guerra, los consejos de una política en extremo generosa prevalecieron sobre la justicia legal. Se consideró que estos movimientos, cuando toman creces, extravían y arrastran a muchas gentes; que el vértigo de las agregaciones produce efectos de difícil imputación individual en muchos casos, y que los que más se comprometen y aparecen con las armas en la mano, son menos culpables que los secretos instigadores, y que aquellos que sistemáticamente siembran y propagan las malas doctrinas donde radica todo desorden. Se ofrecieron garantías a los que depusiesen las armas, se concedieron honrosas capitulaciones; los vencidos fueron perdonados, y sólo se exceptuaron de castigo los delitos comunes inequívocos. Las penas impuestas por consejos de guerra han sido levantadas y, en un caso de excepcional gravedad, conmutadas por destierro, equivalente a indulto para los extranjeros favorecidos por la conmutación. No hay presos políticos, y se ha permitido regresar al país a los expatriados que quieran volver para dedicarse a honrado trabajo.

Si después que se restableció el orden público se hubiese correspondido con propósitos de enmienda y espíritu pacífico a la clemencia de que hizo uso el gobierno, yo sería el primero en perder voluntariamente la memoria de sucesos tan ingratos, dejando su calificación a quien haya de historiarlos.

Mas no sucede así, por desgracia: continúa la maquinación secreta, los medios para hacer el mal faltan, la intención persiste; se ensalza y festeja a los "héroes" de la revolución, estimulando así la reincidencia; se conciben y discuten proyectos infernales, que unos acogen y rechazan otros, siendo bien triste que, a quien tiene honradez y conciencia para censurar el proyecto, le falte valor para alejarse indignado de quien lo propone; se solicita de nuevo la cooperación de agitadores extraños a título de reciprocidad... Otros que aparentemente, y en teoría no son partidarios del desorden, parece que hayan olvidado que el gobierno ha salvado y está preservando a la sociedad de una inmensa calamidad, y que cuanto contribuya a debilitarle y a dividir las fuerzas que le sostienen, propende, como ya se ha visto, a dar creces y poder al mal.

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No, no debemos olvidar hechos cuyo germen vive, ni acallar su elocuente enseñanza, cuando ese olvido puede implicar el desconocimiento del peligro o la justificación del crimen de lesa patria.

En esta hora solemne, en presencia de una amenaza de barbarie y retroceso, los partidos políticos, sin renunciar a sus principios o aspiraciones, suspenden hostilidades, se prescinde también de cuestiones personales, y apoyando al gobierno, concurren todos a la común defensa, Era de esperarse que, por un hermoso arranque de patriotismo, o por interés bien entendido, los hombres de posición social y de honorable conducta privada, que llevan la misma denominación política de que hacían gala los facciosos, ofreciesen sus servicios al gobierno en alguna forma, o expresasen sus simpatías por el triunfo de la legalidad.

No sucedió así, por obra de respetos humanos, o de ofuscaciones deplorables: unos simpatizaron con la revolución, otros se encerraron en una neutralidad tal como si se tratase de la guerra entre la China y el Japón; uno solo, que yo sepa, improbó el acto de lanzar el país en una guerra civil, por consideraciones generales sobre los horrores de esta especie de contiendas, pero sin desconocer los vínculos políticos que le ligaban a los que propagaban el incendio.

Error grave y de consecuencia: nada hay, en efecto, que tanto enaltezca a los hombres públicos como el valor civil de reprobar los crímenes que se cometen bajo el nombre de la causa a que aquellos pertenecen; lo que se pierde, por lo pronto, en número de prosélitos, se gana en honra y fuerza para el porvenir. Nada hay, de igual modo, tan funesto para la sociedad como aquella doble moral o cobarde contemporización, por la cual hombres por otra parte honrados prestan su nombre de tribu para que corran con patente política los contrabandos del delito.

No bien se había restablecido el orden público cuando llegó la época de las elecciones generales de diputados a las asambleas, representantes del pueblo y senadores de la república, otro género de lucha que agita y conmueve, pero de naturaleza esencialmente distinta de la contienda armada entre el gobierno, defensor y ejecutor de las leyes y los facciosos, que desconocen toda ley y toda autoridad y amenazan con incógnitas pavorosas.

El sufragio es un derecho político que emana de la ley, y no se concibe que honradamente usen de él los enemigos de la ley, los que sólo pretenden destruir violentamente el orden legal; las urnas son palenques a que concurren los partidos políticos propiamente dichos, esto es, los partidos legales, no los bandos de facciosos, ni los grupos de gentes notoriamente perniciosas; el título de ciudadanía supone, como toda distinción social, algunas condiciones morales, y no se comprende que el que no cesa de conspirar contra la sociedad se improvise legislador, y vaya a tomar asiento en augusta asamblea mediante un evidente perjurio.

Las elecciones abrían, por tanto, campo adecuado y libre a los que, siendo partidarios de cualesquiera reformas y de cambios en el personal que dirige los negocios públicos, reconozcan, no obstante, y respeten al propio tiempo el orden social, para que pudiesen organizarse, votar y triunfar en todo círculo electoral donde tuviesen mayoría. Si así hubiesen procedido los que aparecen como directores de política, en vez de dejar explotar sus nombres por el espíritu anárquico que agita y domina la masa, cualesquiera

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ventajas materiales que hubiesen obtenido, y aunque éstas hubiesen sido nulas, habrían ellos alcanzado un gran triunfo moral, llevando la lucha política con la autoridad de que creen o se cree que disponen, al terreno del derecho, habrían devuelto la tranquilidad a la sociedad en general y adquirido justo título a la estimación y gratitud del pueblo colombiano. Que si la autoridad que tienen es condicional y ficticia y no puede ejercerse sino a cambio de servir y halagar a las pasiones revolucionarias, obligados moralmente estaban a retirar sus nombres de una corriente en que no les es dado comprometer su propia e individual responsabilidad.

Enhorabuena que los anarquistas, ejerciendo derechos políticos de que podían usar por indulto del gobierno, hubiesen concurrido a las urnas a depositar sus votos por candidatos de un partido legal de oposición. Eso se explica, pero no se justifica lo que se intentó realizar y en parte pequeña se realizó.

Si la rebelión hubiese triunfado, demasiado claro está que no habría habido elecciones en 1896, ni a ellas, en la hipótesis contraria, habrían concurrido los actuales defensores del gobierno, a quienes la rebelión amenazaba con persecuciones a muerte. La revolución de 1860 pretextó para justificarse la necesidad de reformar la ley de elecciones que a la sazón regía, y bien sabemos qué especie de elecciones siguieron al triunfo de aquella revolución.

Si el gobierno permitió ahora que concurriesen a votar los revolucionarios a quienes acababa de indultar, procedió así inspirado por el deseo de pacificar el país con actos de excepcional tolerancia, pero en el concepto de que aquellos votantes serían cooperadores cuasi anónimos de un partido legal, aunque de su misma denominación equívoca; pero en ningún caso podía entenderse que, apenas dominados e indultados, pretendiesen los revolucionarios obtener victoria para sí propios, para su propia obra de demolición y de venganza.

No se entendió la situación por los que pensaron explotarla: reclamaron derechos con altivez de vencedores, se concibió la idea de vengar la reciente derrota y de convertirla en triunfo por artes y ligas inmorales.

Sucede, además, que los resabios de la viciada política de épocas anteriores, de aquella política de pandillaje a que se resignan los hombres políticos que desearían otro apoyo y no aciertan a encontrarlo, perturba la mente de muchos y origina graves daños a la sociedad. El respeto a la verdad nos haría libres, según la enseñanza evangélica. ¡Cuántos que hablan de honor, de dignidad y de altivez republicana, faltan en sus actos políticos al respeto debido a la verdad, como si pudiese haber dignidad, ni honor, ni moral, faltando a la verdad que es Dios mismo!

En las nóminas de directorios o comités electorales, en los memoriales elevados al gobierno sobre ejercicio del derecho de sufragio, en las listas de candidatos, en las protestas contra alegados agravios, supuestos o verdaderos, han aparecido mezclados y confundidos nombres que no se juntan en una invitación para reuniones domésticas, ni en una escritura pública, aunque se trate solamente de testigos, ni en una asociación de comercio, ni en acto alguno, excepto esa especie, y la más grave, de documentos públicos, puesto que por ellos no se disputa la composición de la junta directiva de un banco, o de una empresa cualquiera, sino la dirección de los negocios públicos, el

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ejercicio del poder en una nación y la representación de ella ante los pueblos civilizados.

La protesta de un hombre de gran respetabilidad moral, valdría infinitamente más que una de aquellas protestas donde algunos nombres honorables parecen como zozobrando en un mar desconocido, o encallando en escollos tristemente célebres. Y sucede que persona honorable que se aventura a firmar así una protesta, no se atreve a sostenerla individualmente, de lo cual hay pruebas que verá el público.

Los resabios de la mala política de otras épocas, el recuerdo de las "sociedades democráticas" y clubes de "salud pública" que aterraban a la sociedad y doblegaban o sojuzgaban a los gobiernos, producen una obsesión reaccionaria, hacen que se pierda la fe en el poder de la razón, en la propaganda culta de las ideas, en los medios lícitos de formar y manifestar la opinión, y que se ponga la confianza en las agregaciones ocasionales, heterogéneas, ficticias. En todo centro populoso, sin excepción, existe un fermento subversivo que en cualquier momento puede suministrar muchos nombres a toda manifestación de mala voluntad hacia la autoridad y el orden establecido, y los registros de esta especie, por más exornados que aparezcan, no serán nunca prospecto de paz y de ventura para una nación, ni fuerza moral de ningún partido político.

Como ejemplo de los resultados a que se aspiraba por medio de un trabajo electoral al parecer encaminado a fines pacíficos, citaré el caso de haber sido elegido representante quien, habiendo sido uno de los principales autores, acaso el principal, del proyecto del 23 de enero, se ha vanagloriado de aquella hazaña, lo cual bien claramente demuestra la extensión de la libertad de sufragio concedida por el gobierno en las últimas elecciones, y el carácter revolucionario que prevalece en organizaciones exteriormente pacíficas.

Durante largos meses, desde que se restableció el orden público, antes y después de las elecciones, concedióse la más amplia libertad de imprenta, y hubimos de observar el mismo triste fenómeno que en los casos anteriores. Nunca se vio igual tolerancia, nunca se ha visto mayor abuso. Los diarios de oposición aparecieron dirigidos y escritos por individuos desautorizados; ningún escritor de ejecutoria en su partido los sancionó con su nombre; alguno de aquellos diarios se presentó como órgano de un comité, pero ningún comité ha aceptado la responsabilidad de los productos de tales fábricas.

Periódicos procaces hemos visto en todas las épocas; pero nunca se había organizado una conjuración tal al servicio exclusivo y diario de la calumnia. Parece que existiese un certamen de invenciones falsas y monstruosas, examinadas por secretos jurados; parece que la impotencia de derribar por las armas un gobierno honrado y justo, hubiese sugerido la idea de matarlo con el veneno, comprometiendo sin pudor la honra nacional a los ojos de los extraños, y haciendo en cierto modo imposible la vida pública para los hombres de bien, porque ¿quién se resuelve a servir en una carrera en que ha de estar expuesto un día y otro día a los excesos de una maledicencia que nada respeta?

Nunca se vio tampoco tan intencionada y maligna concitación a la rebelión como la que contienen aquellas publicaciones, de las cuales debe quedar memoria para estigma eterno de sus autores como representantes de una escuela de armas vedadas; porque sí fuese cierto que el gobierno de Colombia de tiempo atrás es encubridor o cómplice de delitos comunes, de robos y asesinatos; si fuese cierto que un artesano que murió públicamente agredido por resultas de un altercado con quien, por haber sido su

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victimario, ha sido puesto a disposición del poder judicial, fue muerto por orden secreta para impedir revelaciones de otros delitos oficiales; si eso fuese cierto, si fuese meramente posible, declaro que el gobierno de Colombia no sería gobierno, sino el más abominable engendro que hayan visto los siglos, y que yo, señores, ¡ sería el primero en justificar cualquier revolución que se promoviese para librarnos de tal monstruo! Esas sugestiones, que no van contra ningún hombre, ningún partido ni gobierno alguno, sino contra el honor de la patria y de la humanidad misma, han sido miradas con indignación por todo hombre honrado y rechazadas por la incredulidad general; ellas no pueden producir por sí mismas ningún mal efecto, pero lo producirían por el pernicioso ejemplo de la impunidad si hubiesen sido del todo toleradas, porque la ineficacia del torpe medio no hace que sea menos perversa la intención, ni excusa a sus autores de la mayor culpabilidad de que es capaz pecho humano.

Debemos esperar, con esta ocasión, que expidáis una ley de imprenta, pero no una ley que embrolle el derecho, sino que, hasta donde alcance el poder de la sanción legal a reprimir el mal, ofrezca medios expeditos que permitan proteger a las víctimas de la calumnia y librar a la sociedad de los escándalos a que está expuesta, en tanto que, por falta de otras sanciones, exista tolerada, y por malas pasiones fomentada, la profesión de difamador.

La rápida exposición que acabo de hacer, y que a algunos parecerá acerba, sin que deje de ser completamente exacta, es demostración melancólica de que el partido revolucionario, indultados sus hombres por el delito de rebelión, ni se transforma ni se depura, porque revolucionaria es su base, y de que no se somete voluntariamente al orden legal. Es gran desgracia para una nación que exista en ella un partido que conspira y que, sirviendo de centro de atracción a los que desertan de la bandera nacional, espía en las disensiones y en algún posible conflicto de las agrupaciones políticas legales, ocasión propicia para interrumpir la marcha regular de la república y producir profundo trastorno y enorme retroceso.

Fuera del malestar que ocasiona aquel germen vivo de rebeldía, nada hay que hoy por hoy alarme al gobernante ni al legislador. Las cuestiones administrativas, las reformas que la experiencia aconseja, y de que detalladamente tratarán los señores ministros ante vosotros, por escrito o de palabra, pertenecen a aquel género de asuntos que serenamente se debaten y que no son causa de ninguna grave preocupación.

Los males de la guerra fueron menores que en otras épocas, por la celeridad con que fue sofocada la insurrección, y en parte se tornaron en bienes. Sí no fue dado prevenir la guerra, si siempre es deplorable que hubiese ocurrido aquel descarrilamiento de una máquina que parecía segura en su movimiento regular y progresivo, también se puso de manifiesto que existían fuerza de opinión y fuerza material bastante para remediar prontamente el daño; quedó comprobada la iniquidad de viejas maquinaciones ocultas, justificado el gobierno, y más estrechamente unidos por amor de patria, ya que no del todo reintegrados, los elementos que sostienen el orden. La prosperidad económica del país, excepcional en los últimos años, no ha padecido interrupción en su desarrollo fecundo; el crédito del gobierno no sólo ha salido incólume de la prueba, sino que ha sacado de ella nuevo lustre, comoquiera que el papel moneda, a pesar de la emisión legal que se hizo para atender a los gastos de la guerra, sostiene y eleva su valor, y corre ya a la par con la moneda de plata a que en su calidad primitiva de billete de banco estaba asimilado, verificándose de esta suerte en los mercados aquella impaciente

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aspiración de financistas quejumbrosos que tanto alarmaron al país con sus clamores, y que hoy, ante la elocuencia de los hechos, guardan respetuoso silencio.

La lealtad observada por nuestro gobierno en toda ocasión, en sus relaciones internacionales, su propósito inconmovible de no inmiscuirse en los asuntos privativos de otras naciones, respetando su independencia y soberanía, condenando toda sugestión lesiva del honor de un gobierno serio, y reclamando igual respeto hacia Colombia, son hechos de notoriedad pública, que han granjeado a nuestro gobierno la merecida confianza de los jefes de otros Estados, concordes en la misma política, y que han contribuido a disipar todo temor de complicaciones internacionales.

No queda, pues, otro problema que inquiete, que aquél cuya causa ha sido materia especial de este mensaje; y a remediar este mal, a conjurar el peligro que entraña, debemos concurrir todos reflexivamente en la esfera de nuestras respectivas facultades.

Cuando disputan el poder, o mejor dicho, la dirección de los negocios públicos, partidos legítimos que reconocen una base común tradicional o constitucional, el jefe del Estado es centro y moderador de ellos, y con ellos por turno gobierna, según se marque la opinión parlamentaria, sin peligro de conmoción social.

Otra, y esencialmente diversa, es la situación política de una nación en la que los elementos que sostienen el gobierno, en cuanto el gobierno defiende, no tal o cual principio económico, no tal o cual tesis secundaria, sino la unidad nacional, el imperio de la ley y el orden público, tienen enfrente un partido que está en perpetua rebeldía contra lo existente, y que sería poderoso a destruirlo todo sí aquellos elementos de unión constitucional riñesen y se disgregasen.

En 1885 se unieron esos elementos para salvar el país de la anarquía que amenazaba devorarlo: movimiento espontáneo que, aun más que por la fuerza material que ostentó en la guerra, asombró por su grandeza moral al poder fanático que le resistía.

Un cuarto de siglo de anarquía había sido prueba demasiado evidente de que habíamos errado el camino, y de que siguiendo así, no podíamos entrar económica ni políticamente en el concierto de los pueblos constituidos por razas disciplinadas. Todos reconocían la enfermedad y deploraban sus efectos; pero, como suele acontecer con enfermedades producidas por el vicio, muchos pretendían que se remediase el efecto sin corregir la causa. Era preciso salvar la patria, y todos fueron invitados a la obra santa de filial piedad y de honor de la familia; a ella concurrieron cuantos tuvieron la virtud de deponer rencores y olvidar antiguas denominaciones que pudiesen hacer revivir las pasadas querellas de aquella vida de infierno, y fuertes por la fe y por el recíproco perdón de los agravios, salvaron la república.

Los primeros invitados a la obra grandiosa rehusaron cooperar a ella, y se opusieron a la reconciliación de los colombianos, por lo cual el ilustre finado fundador de la regeneración pudo decirles: "Os llamé y me rechazasteis’’. Cegados por la pasión provocaron una gran sublevación, y levantaron caudillos cuyo recuerdo todavía "quema la frente" honrada de quien, por error de compañerismo, se incorporó en el alzamiento. La rebelión quedó vencida, pero no murió su espíritu. Continuaron los enemigos del

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orden y de la tranquilidad maquinando y agitando el país con publicaciones subversivas, y con la tentativa última han demostrado a la faz del país su impenitencia.

La situación creada por tales antecedentes y hechos inequívocos, si no es de guerra, tampoco es el estado normal de la paz.

Es un estado de paz armada. No tenemos la culpa de que así sea: la amenaza obliga a la defensa. A las necesidades de esta situación responden las leyes que invisten al poder público de facultades especiales para contener a los agitadores y prevenir la agresión: leyes que, estén o no escritas, emanan de un derecho social incontrovertible, y cuyos efectos cesan, sin derogación expresa, desde el momento en que los mismos que las censuran porque las temen, quieran sinceramente abolirías, cesando de conspirar, ellos primero.

Sin perjuicio de que el gobierno ejerza la debida vigilancia, y esté, como lo está, preparado para todo, juzgo, sin embargo, que para asegurar la paz, más que de facultades extraordinarias y de recursos legales, necesitamos de mayor suma de virtudes cristianas y cívicas, de la religión del respeto, de ausencia de viejas preocupaciones banderizas, de sacrificios de amor propio, de unión y disciplina vigorosa. Nuestras disensiones, a veces escandalosas, nos desautorizan, y alientan al enemigo; las apostasías y defecciones de los nuestros lo robustecen. Creo yo que una demostración honrada, solemne y firmísima de unidad en el nacionalismo, causa que abraza a todos los leales defensores del orden y con su generalidad convida a todos los hombres de buena voluntad, bastará a desconcertar a los perturbadores, convenciéndolos de impotencia, y a fundar una paz estable.

Ved ahí, señores, la parte trascendental de la misión que debéis cumplir; ved ahí la gloria que podéis alcanzar como representantes de los pueblos. Ajeno de toda ambición, ni tuve iniciativa alguna en vuestra elección, como es notorio, ni quiero tenerla en vuestros actos de carácter político. Sólo debo deciros, como conclusión lógica de precedentes razonamientos, que implícitamente votaréis la guerra si presentáis espectáculo de discordia, y del propio modo decretaréis la paz y la confianza si os mostráis grandes y fuertes marchando en unidad de fe y de sentimiento. De vosotros pende el porvenir de la república. ¡Que Dios os ilumine!

CENSURA DE LA POLÍTICA DEL DIRECTORIO LIBERAL (8) •

Rafael Uribe Uribe, 1898

Al regresar de México, donde había permanecido un año, en Barranquilla, Uribe Uribe pronuncia este discurso, pieza de excepcional importancia, pues fija claramente la posición del dirigente liberal para aquella época, justo después de las pasadas elecciones y en la antesala de la "guerra de los mil días".

El documento tiene dos partes fundamentales: la primera, es una severa autocrítica a la conducta liberal en años anteriores; y la segunda, es la renuncia de Uribe a continuar luchando, y mucho menos a participar en una nueva guerra revolucionaria. Su

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afirmación: "la guerra que era justa, es ya imposible’*, ilustra perfectamente bien su posición.

Inicialmente, Uribe enjuicia con energía, toda la conducta que ha guiado al partido liberal en los tiempos precederos, señalando cómo no ha tenido el valor, la decisión, y la dirección necesaria, para enfrentar a un partido conservador en el poder, pero debilitado por las rencillas internas y sin apoyo popular por la desacertada conducción general del país.

Más aun, dice Uribe, lo que ha hecho el partido liberal, es legitimar la farsa electoral montada por la "Regeneración", al participar en unas elecciones fraudulentas, que por supuesto, dieron el triunfo al conservatismo, fraude reconocido por el General Reyes. Cometimos un error táctico monstruoso, señala, pues en vez de abstenernos de ir a elecciones y hacer una guerra revolucionaria, participamos en ellas a sabiendas que eran fraudulentas y perdimos.

Pero ahora, continua, el partido liberal se encuentra desmoronado; algunos sectores tratan de conciliar con el gobierno, otros no quieren pelear y hay un reflujo general de las masas que ya no creen en el partido; por tanto, no hay condiciones para ir de nuevo a una guerra civil y considera descabellado, cualquier intento por hacerla.

Al no haber condiciones propicias para seguir luchando y no contar con un aparato partidario organizado y decidido, Uribe Uribe considera que no hay ya razón, para que él siga participando activamente en la política nacional y anuncia: "renuncio a la lucha"; informa que se retirará a la vida privada, que para él, significa la muerte política.

Al final del discurso y en amargo acento, Uribe deja a los liberales y al arbitrio de su responsabilidad, toda la actividad futura del partido.

Señores:

No teniendo nada agradable que decir y no siendo yo hombre de ocultar mi pensamiento por temor de disgustar, habría preferido que no se me pusiese en el duro trance de producirme como habré de nacerlo; mas ya que no está en mi mano evitarlo, prestad paciencia para escucharme.

Si me someto a vuestra exigencia no es con el fin de hablar por hablar; soy enemigo jurado de las frases porque sé que quien gasta en hacerlas su tiempo y su energía, deja poco para la acción: largo de palabras, corto en obras. De ahí que procure con ahínco que, cuando por necesidad inevitable he de expresarme, mis discursos equivalgan a verdaderos actos o preparen su ejecución.

Entiendo hablar en presencia de nuestros adversarios y, no obstante, deberé aludir a hechos y proyectos de que los liberales no nos hemos ocupado hasta ahora en público, imaginando que solo algunos de nosotros los sabían, cuando en realidad eran y son el secreto de Polichinela, el secreto de todo el mundo- Espero que nadie me calificará por ello de imprudente, sino sólo de franco, pues sin duda es llegada la hora de acabar con los falsos supuestos y con las situaciones equívocas; hoy es de conveniencia política y casi asunto de humanidad impedir que continúe esta incertidumbre que hace de nuestra vida un tormento y que contribuye a la ruina de la nación.

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Suplico que no se me interrumpa ni con censuras ni con aplausos: declino éstos en el remoto caso de que llegue a merecerlos, y en cuanto a aquéllas, si bien sé que voy a provocarlas, os ruego que las reservéis para después, si no consideráis que debéis ahorrármelas del todo, porque repleto el pecho de amargura, no es extraño que traspire en mi lenguaje, derramando los labios lo que el corazón rebosa.

Excusado es advertir que mi acusación no toca con los liberales de Barranquilla en especial, sino que —al sentar el pie en tierra colombiana, después de un año de ausencia— es a todos mis copartidarios a quienes me dirijo; lo mismo que voy a decir aquí, habría dicho en cualquier otro lugar donde hubiese arribado y donde se hubiese inquirido mi opinión. Excusado es también observar que si increpo en globo al partido liberal, hay hechas en mi mente excepciones de grupos y personas que desde luego se eximen de todo cargo. Prevengo, por último, que mis juicios quedan sujetos a rectificación, pues durante mi ausencia es natural que mis medios de información hayan sido insuficientes y que esa circunstancia me haga incurrir en errores de apreciación.

Señores: la guerra, que era justa, es ya imposible.

¡Lo que es el influjo enervante de los sofismas! ¡Lo que es el poder extraviador de las frases hechas! Fue el partido liberal a las elecciones —¡quién lo creyera, al cabo de doce años de tiranía!— en busca de "bandera para la guerra", a "llenarse de razón", a "hacer que cayese en la copa repleta de sus padecimientos la gota que la hiciese derramarse", a "escribir la última hoja del proceso de la Regeneración", a hacer "acto de presencia" y "pasar lista en el campamento liberal".

Y el resultado es que la bandera se ha perdido, el proceso se ha anulado, la copa se ha roto, la razón inmediata ha desaparecido y la revista puede parar en dispersión.

La guerra, que hubiera sido justa en 1886 o en cualquiera de los años subsiguientes; que habría sido justa y legítima en 1892, tras la imposición oficial; que fue justa, legítima y oportuna en 1895; que hubiera sido todo eso y además santa en 1896, después de la burla electoral; y que es una vergüenza que no la hiciéramos en diciembre pasado, a raíz del nuevo fraude; la guerra ha dejado de ser oportuna y posible.

Si el partido liberal fue a las urnas confiado en las promesas del gobierno sobre respeto al sufragio, mostró con ello un candor verdaderamente inoxidable y una virginidad de inocencia superior a todo contratiempo; tras la experiencia de doce años, pensar que la palabra de los regeneradores envolviese otra cosa que engaño y farsa, fue exhibir candidez primaveral. Y si el partido fue a los comicios para disimular los preparativos de guerra, debió cerciorarse de que en verdad se hacían con eficacia, o, mejor aún, debió hacerlos por sí mismo, en vez de considerar esa consecuencia como "valor entendido" con los jefes una vez realizado el fraude electoral previsto- Aunque parece bien establecido que ni el partido ni los jefes son capaces de ocuparse a la vez de las dos cosas: toman la agitación electoral como fin, no como medio; se engolosinan con las peripecias de la lucha y, en definitiva, el brío y los recursos que en ella gastan, se pierden absolutamente con respecto al objetivo esencial, a cuyo logro debieran dirigirse y cuya mira se oscurece u olvida.

Por eso la labor revolucionaria no adelantó un solo paso y, lo que es peor todavía, la presencia del liberalismo en el debate, a sabiendas de lo que forzosamente había de

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suceder, asumió el carácter de concurso voluntario a la legitimación del resultado (9), desde que al día siguiente del atropello no desenvainó la espada para protestar contra la iniquidad. Porque, como dijo el General Grant, citado oficialmente por el honrado gobernador de Antioquia, doctor Bonifacio Vélez: "Los partido pueden sin deshonor y deben por civismo conformarse con el éxito desfavorable de elecciones puras, prometiéndose para más tarde el desquite por el mismo camino, después de hacerse propicia la opinión que les fue adversa; pero de ningún modo están obligados a tolerar el régimen resultante de elecciones que no aparezcan libres de toda sospecha de ilegalidad y fraude".

Mas, se entiende que la reivindicación del derecho debe emprenderse inmediatamente, para que el aplazamiento no se tome por aquiescencia, mucho más si el atropello no fue inopinado sino largamente previsto; y porque, si bien es cierto que el derecho no prescribe en favor de la usurpación, no lo es menos que la oportunidad forma parte esencial de su defensa, so pena de hacerla discutible y de éxito dudoso.

De ahí que cada día pasado en la inercia desde el 5 de diciembre para acá, haya sido una declaración tácita de conformidad con lo sucedido. La concurrencia a los colegios provinciales de los pocos electores que obtuvimos, no siquiera a levantar una protesta ruidosa contra la legalidad de la elección, sino a sancionarla con su presencia y con sus firmas al pie de las actas de escrutinio, acabó de consolidar su legitimación (10); y cada hora transcurrida desde el 2 de febrero, sin alzarnos en armas, ha equivalido a revalidar con nuestra aprobación definitiva el triunfo fraudulento de los detentadores de nuestro derecho.

Poco valen en contrario los documentos acusadores del proceso electoral: lo que del exterior se ve, la noticia que la prensa extranjera pregona, el fenómeno que en el interior mismo se columbra en globo, o sin reparar en pormenores que pronto se olvidarán, es que los nombres de ciertos candidatos surgieron victoriosos de una lucha acalorada en que todos los partidos tomaron parte, y que el país se conformó con ese resultado.

La tardanza ha determinado después una tripe corriente: en el campo opuesto, la de formación de una nueva legitimidad, ya que así parece convenido llamar de nombre y recibir de hecho el nuevo orden (otra voz sofisticada) surgido del fondo impuro de las urnas, sea o no continuación del sistema político anterior, y tenga o no el apoyo de todos los conservadores, a quienes se habrá dado tiempo de reflexionar, de calmarse y aun de unirse; en nuestro campo, la de un creciente caimiento de ánimo entre los que si esperaban la apelación a las armas y estaban listos para secundarla, pero en quienes al hervor de cólera producido por la nueva afrenta electoral, ha sucedido un desaliento equivalente a sustracción de la materia prima revolucionaria, que es la pasión más bien que la convicción; y en el campo neutral, si acaso no en todos los espíritus, la concepción de una última, aunque débil y quimérica esperanza, de que la próxima administración ejecutiva y la nueva reunión de las Cámaras, puedan traer a los problemas nacionales alguna solución tolerable. Todos saben que a esa administración no le será permitido separarse una línea del camino que le tracen los fautores de la que termina, y que esta sesión del Congreso en nada se diferenciará de la pasada, no habiendo variado su personal; y sin embargo, tal es la tenacidad de la ilusión en este pueblo de niños, que delante de esas perspectivas, un movimiento revolucionario sería de todos mal recibido, después de que por muchos fue ansiado.

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Esa ha sido la serie de consecuencias deplorables de un primer error. Y no se diga que es fácil la censura retrospectiva. Acaso no hubo un solo liberal que, en un principio, no manifestara repugnancia para ejercer otra vez el sufragio, previendo lo que acontecería; muchos no cedieron sino por disciplina; y algunos pocos se denegaron del todo a votar. De suerte que el instinto y tendencias de la comunidad eran adversos a entrar en la nueva lucha. En cuanto a mí, fundo mi derecho a la crítica en no haber sido un solo instante partidario de la concurrencia a los comicios electorales, y en haber dejado constancia de esa opinión en mi correspondencia, en diversas publicaciones, en varios trabajos encaminados a generalizar esa idea, y en mi discurso de Panamá.

Cierto que la abstención de sufragar no nos eximía de ir a la guerra; pero a ésta habríamos llegado con mayor rapidez y seguridad no distrayéndonos con sofismas electorales; y aun en el caso de no haberla hecho, a lo menos ninguna responsabilidad nos habría cabido en la prolongación de este régimen inicuo, porque en nuestra abstención habríamos fundado nuestra protesta, mejor que en el gastado recurso de procesos inconducentes. Se dispuso después la prescindencia en las elecciones de diputados y concejales; pero es patente que las mismas razones que hubo para ordenarla, militaban para decretar la abstención en las de presidente, o que el propio motivo que indujo entonces a insistir en el ejercicio del derecho, obraba para adoptar la misma conducta en la última ocasión. La lógica indicaba lo uno con exclusión de lo otro, o viceversa, en ambos casos.

El único partido de quien el gobierno no podía jactarse de haberse burlado era el liberal; prestarse a la burla fue, por tanto, una infeliz inspiración. Si a las luchas políticas es aplicable —como a veces lo es— aquella máxima de guerra del General Santander: "Hacer lo contrario de lo que el enemigo desea", el ansioso interés del gobierno en que el liberalismo concurriese a las elecciones, debió despertar nuestras sospechas y advertimos de que no debíamos plegarnos a ser una ficha en su juego. Y que no fuimos sino eso, es lo que luego se patentizó y lo que debió preverse. El fantasma del enemigo común fue mañosamente explotado para conducir a un tiempo a disidentes y nacionalistas, asustándolos con él unos tras otros, dejándolos halagarse en secreto con nuestro apoyo o acusándose recíprocamente de haberlo obtenido; compactando de ese modo las escasas filas ministeriales, y obteniendo, sobre todo, para el fin previsto y hábilmente preparado, la sanción decisiva de nuestra presencia en los comicios.

Nos hemos exhibido, pues, con una inferioridad verdaderamente humillante y lastimosa. Porque, señores, lo que nadie acertará a explicarse satisfactoriamente, lo que el historiador futuro de este triste período no podrá comprender jamás, es por qué desaprovechó tan en absoluto el partido liberal la maravillosa oportunidad que la profunda división de sus adversarios le ofrecía para recuperar su influjo y su derecho. Ellos mismos reconocían que el liberalismo era el árbitro de la situación, y que en esa ocasión única y propicia, era llegada nuestra hora (11). "O evolución o revolución", eran los términos imprescindibles del dilema, y si no se presentaron facilidades para la primera, debimos alistamos para la segunda, y hacerla. Pero salirse al cabo sin la una y sin la otra; no resultar ni políticos ni guerreros, ni hábiles ni intrépidos, ni astutos ni valientes, ni zorras ni leones, sino sólo mansos corderos, eso es lo que no alcanzará ante la Historia excusa ni perdón. Quedamos como antes; ser los únicos excluidos de la vida del derecho, puesto que los diversos grupos de nuestros adversarios acabarán al fin por entenderse a nuestras expensas; acomodarnos a seguir siendo parias o ilotas, incapaces

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de transacción por terquedad o por ineptitud, y de reivindicación por cobardía, ese es —sin género de duda— el colmo de la decadencia.

Ahora bien: la burla recibida y no vengada, no sólo es irritante, como demostración de la ajena superioridad, sino de malas consecuencias para el régimen interno de la comunidad liberal. La confianza en el porvenir, la certidumbre de que se combatía por una causa invencible, y el optimismo acerca de los jefes, eran elementos constitutivos de la fe liberal, y fuerza es confesar que ella ha salido sumamente quebrantada del debate, sí es que del todo no ha muerto. Esa fe era, ante todo, fuerza de cohesión; si malbaratada o destruida, la dispersión comienza, ¿de quién la culpa?

De la lid no sacamos, por otra parte, sino insultos y la confirmación de la cordialidad con que todos los bandos conservadores nos detestan. La sola idea de nuestra alianza era formulada entre ellos como cargo sangriento y rechazada como imputación infamante. Nuestro contacto ha sido objeto de asco y repulsión, como el de leprosos. El único motivo de desavenencia entre nacionalistas, históricos y reyistas, era el recelo de que alguna de esas fracciones ganase el concurso del partido liberal, con la promesa de hacerle justicia. Al fin nuestro derecho fue conculcado acaso más por los reyistas y los históricos que por el gobierno, y a la postre la conciliación de nuestros enemigos se verificará sobre la base de nuestra opresión y explotación. Se ha comprobado, pues, una vez más, el hecho singular de que a nosotros, compatriotas y hermanos de los conservadores —si es que los esclavos pueden hablar de patria y de fraternidad— se nos profesa una aversión mucho más fuerte y persistente, siendo víctimas del despotismo, que el odio que se tendría por un conquistador extranjero que abusase de su poder para tiranizamos a todos por igual.

Sin embargo, ni el bochorno de tantas afrentas nos ha enardecido; ya que no el sentimiento de la justicia, ni la sed de venganza nos ha aguijoneado; puestos fuera de la ley, perseguidos y acosados como no lo fueron jamás los iroqueses, los pieles rojas ni los maoríes, hemos sido incapaces de .pagar con odio varonil el odio que se nos dedica; hemos permanecido impasibles y como dormidos. Señores: ya no es sangre, es suero incoloro e inerte lo que a los liberales nos circula por las venas.

Nos hemos contentado hasta ahora con lo que se ha convenido en llamar "triunfos morales": mucha unión, mucha disciplina, muchas adhesiones y mucha sujeción a la orden de tener paciencia para soportar las vejaciones de nuestros adversarios, permitiéndoles que nos arrebaten nuestros derechos y contentándonos con llamar testigos, dejar constancia de lo torticero de ese proceder y llenar de protestas baldías las páginas de nuestros periódicos.

Mas yo os digo, una vez por todas, que daría con gusto una docena, y aun una gruesa, de triunfos morales por un décimo de triunfo material efectivo, que en todo caso sería legítimo; yo os digo que, ciertamente, el progreso del partido liberal ha sido grande en estos doce años, pero más que labor nuestra, voluntaria y calculada, más que fruto directo de nuestros esfuerzos y sacrificios, ha sido obra del tiempo y contragolpe de los errores y crímenes de nuestros enemigos, por lo cual es corta la gloria que en ello nos corresponde; yo os digo, sobre todo, que a nada conducen las fuerzas adquiridas si no se las emplea, y que llegados a la repleción del vigor, vamos a consumirlo y disiparlo en la inacción; yo os digo, además, que dar la firma y el voto, que tan poco cuestan, y no el dinero ni el brazo, es sentar las premisas y carecer de valor para sacar las consecuencias;

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y yo os digo, finalmente, que a estar unidos y disciplinados en este abismo de servidumbre, habría sido preferible que nos hubiésemos dividido, y que la fracción audaz y valerosa, libre de toda traba, se hubiese lanzado sola: el triunfo evidente habría realizado la única unión ambicionable, la unión en la cumbre. Nuestra disciplina bajo la opresión regenerante se me parece mucho a la obediencia de las cuadrillas de esclavos bajo el látigo del capataz.

Porque, decidme a vuestro turno, ¿qué utilidad práctica tienen la unión y la disciplina en la situación que voluntariamente nos hemos creado, o que por lo menos soportamos sin contradicción? Ellas no son fines que una vez alcanzados nos permitan descansar satisfechos y nos releven de la acción: son apenas medios o vehículos para ir más adelante. ¡Triste consuelo el de desfilar en formación compacta, a paso regular y a la vez de nuestros jefes, rodeando inermes las murallas de la Jericó regenerativa, recibiendo las burlas y escupitinajos de las almenas! ¡No en la séptima, en la septuagésima vuelta vamos ya, esperando el milagro de que los bastiones caigan por sí mismos, en vez de ir animosamente al asalto y batirlos en brecha con la piqueta revolucionaria!

Aun entiendo que esta unión y disciplina nuestras, tan decantadas, lejos de constituir un mérito, se vuelven contra nosotros como causal de acusación y afrenta. En nuestro vencimiento consuetudinario no nos queda ni la excusa de la debilidad proveniente de división y desorganización: es agrupados en cuerpo de ejército, sometidos a la obediencia pasiva y moviéndonos al unísono cual veteranos, como padecemos y nos aguantamos las derrotas políticas- Nuestra conducta es tan indisculpable como la del atleta a quien se preguntase: "¿en qué proezas empleas tus fuerzas hercúleas? " y contestase: "en mantenerme echado en mi cama". Fuera menos censurable su holgazanería no siendo robusto sino enclenque.

Parece que los liberales colombianos se hubieran afiliado en aquella secta rusa de los doukobors, tan encomiada por Tolstoi, y cuya principal máxima es: "no oponerse al mal con la violencia", como medio de renovar la práctica del Evangelio en toda su prístina pureza. Apaleados, escarnecidos, encarcelados, despojados de sus bienes, proscritos, sólo contestan con la insumisión irreductible y serena de la resistencia pasiva: se resignan, pero no se someten, y a despecho de todo, persisten en su resolución inquebrantable. Hicieron de sus armas un montón a que rociaron petróleo y pusieron fuego, para demostrar que de cuantos ultrajes y vejaciones fuesen víctimas no tomarían venganza por la fuerza; y terminaron por rehusar el servicio en el ejército, para evitar el combate y excusar a todo trance la efusión de sangre.

¡Oh vosotros, evangélicos doukobors colombianos!... ¡Pero no: los liberales no tenemos ni el mérito de la secta eslava; nuestra conducta no es resultado de ninguna regla doctrinaria, de ningún principio científico, moral o religioso, de ninguna determinación reflexiva; si soportamos el despotismo no es por renuncia tácita ni expresa de combatirlo a mano armada; nuestro proceder no se explica por dictados del espíritu: es egoísmo materialista; nuestra humildad no es la cristiana, es abyección; nuestra inercia no es voluntaria, es pereza; nuestra resignación no es virtud, es miedo!

Hemos olvidado que, como dice un escritor alemán, "el derecho no es una abstracción lógica, sino una idea de fuerza, por lo cual si la justicia lleva en la mano izquierda la balanza para pesarlo, empuña en la diestra la espada para hacerlo efectivo. Espada sin

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balanza es fuerza brutal; pero balanza sin espada es algo peor; es el derecho impotente, confundido y desacreditado. Espada y balanza se completan entre sí, y el reino verdadero del derecho no comienza sino cuando la fuerza desplegada por la justicia iguala o sobrepuja a la destreza para mantener el fiel".

Puede parecer rudo, pero es franco y práctico el lema chileno por la razón o la fuerza cuyo verdadero significado es que el poder moral del derecho implica y requiere la facultad y la resolución de usar de la fuerza para imponerlo a quienes lo resistan y defenderlo de quienes lo desconozcan o vulneren. Eso es lo racional y lo humano. Lo demás es necio jacobinismo.

Porque la verdad es que todo el mundo tiene derechos: la monta está en saber defenderlos. Derechos tienen, por fuero de la naturaleza, las multitudes asiáticas, arreadas como rebaños por los shas, los sátrapas, los rajahs y los mandarines; y derechos tienen el inglés y el norteamericano; pero como éstos saben reclamarlos, por eso los gozan. La efectividad del derecho es inseparable de su defensa.

Jamás se presentan a los pueblos sus derechos en azafates de plata, como a los reyes las llaves de las fortalezas; antes bien, no logran más libertades que las que sepan conquistarse por su propio esfuerzo; pero es ley inmutable que cuanto anticipen en sangre de mártires, en años de prisión o destierro, y en sacrificios, privaciones y padecimientos de todo género, les será tarde o temprano retribuido con creces en derechos efectivos y gozados.

De este modo, la única afirmación eficaz del derecho, la única base racional para discutirlo delante de los que pretendan menoscabarlo o suprimirlo, no es proclamar la paz a todo trance ni la fertilidad final del dolor, sino pensar y decir:

—"Creo en mi derecho hasta estar dispuesto al martirio por él; pero, naturalmente, antes de llegar a esa extremidad perjudicial para mí, comenzaré por disparar mi fusil contra tí, déspota, en cuanto te atrevas a manifestar la intención de despojarme".

Esa fue la enseñanza que nos dejaron los padres de la patria y los fundadores de la república; y si diariamente hiciéramos esa declaración y nos pusiéramos en capacidad de ánimo y recursos para cumplirla, seguro está que ninguno de nuestros mandatarios se saldría un ápice del carril de su deber.

En vez de esto ¿cómo procedemos? El Presidente de la República ha confesado que no hubo libertad electoral, esto es, que el poder surgido de las urnas es espurio, hecho de que nosotros estábamos bien convencidos, sin necesidad de esa confesión. Por su parte el General Reyes dijo que el triunfo liberal en las elecciones habría sido la guerra, esto es, que la victoria no nos habría sido reconocida ni el poder pacíficamente entregado, propósito en que abundaban todos los bandos conservadores. Pues si nuestros adversarios estuvieron determinados a rechazar con la violencia el triunfo electoral legítimo, ¿con razón cuánto mayor debimos nosotros desconocer y atacar el ilegítimo? En cualquier otro país esas declaraciones habrían bastado para alzarse en armas sin otra espera.

Debimos, además, reflexionar en que era disyuntiva ineludible que, de esta hecha, o el liberalismo o el despotismo debía perecer, porque era imposible que ambos cupiesen

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bajo un mismo cielo, y que aun cayendo nosotros en la lucha, era mil veces preferible que nos exterminasen, conforme nos lo tienen prometido, pero que fuese con el hierro y el fuego que purifican, hacen mártires y dejan en pie la idea, y no con la corrupción, el espionaje y el papel moneda, que descomponen los partidos como la peste, anonadan su ser moral y convierten a los ciudadanos en rufianes. Y debimos, por fin, abrigar este supremo pensamiento y este supremo temor: que si este régimen se prolongaba por algunos años más, desaparecería en Colombia toda entereza de carácter y no quedarían siquiera quienes llorasen como mujeres lo que no supieron defender como hombres.

Y sin embargo, el régimen regenerador no era más que una armazón frágil, que con poco esfuerzo habríamos podido derrumbar. ¿No habéis oído hablar de aquella estatua del dios egipcio Osiris, hecha en madera y que por largos años existió en un templo de Alejandría, aun después de convertida al cristianismo esa ciudad? Para casi todos los neófitos la divinidad no era ya sino un mito y su imagen el remanente de una creencia abrogada; y, no obstante, ninguno se le atrevía al formidable ídolo, consagrado por un culto secular de respeto y temor. Pero llegó el día en que un monje resuelto le asestó al exdios jubilado un tremendo martillazo en la cabeza, en presencia del pueblo reunido; y en vez de estallar el rayo contra el sacrílego, como muchos de los concurrentes —no bien curados aún de la superstición antigua— lo esperaban, viéronse salir del seno carcomido de la estatua... tres ratones fugitivos, "e Isis tuvo que llorar una vez más la muerte de su esposo" (12) , a tiempo que el fraile audaz recibía las felicitaciones de todos aquellos a quienes libraba de secretos remordimientos y temores.

Faltó quien se le atreviera a esta momia grotesca de la Regeneración, armatoste medroso y amenazante sólo para los timoratos; que de no, al caer despedazada, en medio de la mofa y del alivio universal, tampoco se habrían visto salir de sus huecas entrañas sino los roedores a quienes sirve de guarida y que a su abrigo viven y pelechan. Despiertos luego todos los colombianos de esta horrible pesadilla, hecha de superstición y miedo, habrían aplaudido al hombre que de ella los hubiese libertado, no por hazaña fabulosa, sino por mero desenfado y despreocupación.

Pero repito que el tiempo oportuno pasó ya.

La significación de mi regreso no se os oculta, y él os dirá mi melancolía y desesperanza. Nunca creí volver a Colombia bajo la Regeneración sino en armas para combatirla. Tuve la legítima ambición de no dejar ocioso en mi mano el machete de Maceo, sino esgrimirlo por la Libertad, que fue a lo que lo tuvo acostumbrado el férreo brazo del héroe que tantas veces lo blandió. He sido revolucionario de noche y de día, despierto como dormido, repleto de la convicción de que los nudos de estas infames ataduras que nos ahogan no podían ser soltados sino a tajos de espada. Creyendo que el partido liberal cumpliría con lo que se debe a sí mismo y al país, me fui al exterior a estar listo para la hora del combate. Podéis creerme si os digo que, en cuanto a mí, estuve dispuesto a los mayores actos de audacia, para cuya ejecución no me habría arredrado la posibilidad de mi propio sacrificio, por más atractivos que tenga para mí la vida y por más que a ella esté fuertemente ligado por lazos de amor y de deber. Pero, sin que yo pudiera impedirlo, pasó la ocasión propicia, y es ya tarde. Creo que Colombia es tierra definitivamente perdida para la libertad.

Declaro, por tanto, sin sombra de reticencia, antes con entera sinceridad, que renuncio a la lucha. Los hombres de cierta clase y cierto temple nada tienen que hacer con

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colectividades que no saben o no quieren cumplir con su deber; y si ellas se amañan a vivir sin libertad, u optan por recibir humildes la limosna del derecho a las puertas de los detentadores poderosos, en vez de derribarlas a culatazos, penetrar animosamente en el edificio, expulsar a los usurpadores y traficantes, y tomar por la fuerza posesión de lo propio, hay quienes sentimos invencible repugnancia para coadyuvar en esa obra. Por activa, no por pasiva, es como hubiera seguido acompañando al liberalismo en la gestión de su causa; esto es, pugnando esforzadamente de abajo para arriba, en lugar de esperar sumisos las migajas que por lástima puedan tirarnos de lo alto. Continuara todavía la brega si por asomos creyera al liberalismo capaz de demandar con altivez lo que le pertenece y le ha sido inicuamente arrebatado; pero pues todo lo aguarda de la clemencia del gobierno, me retiro, porque no tengo medios de obrar sobre él, y porque aun cuando los tuviera, me daría vergüenza emplearlos, trocando la actitud de reclamante orgulloso por la de palaciego suplicante.

Estoy en una hora negra de decepción y abatimiento. Después de haber vivido varios años bajo la tensión nerviosa de quien espera la redención por la guerra, viene ahora la sedación consecuencial a la pérdida de toda esperanza, porque veo alejarse indefinidamente el empleo de ese recurso único y decisivo. Alguna vez dije que la convicción inapeable de que este régimen había de caer, era el resorte que me mantenía en pie luchando, pero que la distensión o ruptura de ese resorte me anonadaría. El caso ha sobrevenido y por eso voy ahora camino de la vida privada, que es la muerte política, si no pudiere alzar mi tienda y trasladarme a otro país, después de sacudir de las sandalias el polvo de esta tierra envilecida.

Porque, señores, hasta tal punto se ha fatigado la paciencia del partido y a tal punto ha llegado su anonadamiento, que ya hoy lo que pide de sus jefes es apenas un poco de franqueza. Pide que si no se puede o no se quiere ir a la guerra, se le diga eso una vez por todas con entera claridad; y pide que si, contra la ilusión que el partido se forja, es en él mismo donde reside la incapacidad para la acción, se le saque de ese engaño en que a sí propio se mantiene, haciéndole ver que es él quien no quiere la guerra. Por este falso supuesto y mala inteligencia, los ganaderos han perdido año tras año sus pastos, temerosos de vestir sus dehesas por sí mismos ni en compañía; los comerciantes, lejos de ensanchar sus negocios, los han reducido a lo mínimo posible, obligados a ello también por la disminución de los consumos y la restricción de los créditos, determinadas por la inseguridad; los empresarios de industrias que requieren algún tiempo para desarrollarse, no pudiendo contar con él, se han abstenido de acometer trabajos, o los han limitado a lo puramente indispensable; todos los que necesitan de capitales los han visto escasear, doblarse la rata del interés y acortarse extraordinariamente los plazos; la falta de brazos, producida por el reclutamiento y el temor, ha hecho perder las cosechas de los agricultores y dificultado o hecho imposibles sus labores; los jóvenes y los hombres de acción, que para estar listos no han querido emprender ocupación alguna, han estado viviendo de lo poco que tenían, y aun no pocos han diferido formar hogares que el huracán revolucionario podría desbaratar; los proscritos y los emigrados han preferido no regresar al seno de sus familias y llevar vida precaria en el extranjero, a trueque de no inutilizarse para prestar sus servicios en la oportunidad esperada; a todos, en fin, nos ha arruinado y hecho infelices una perspectiva de guerra que dura hace ya tres anos, que no acaba de llegar, y que, sin embargo —influyendo en todos nuestros actos y formando la atmósfera que respiramos— ha sido para todos más costosa que dos revoluciones perdidas. Hemos desempeñado el papel de las vírgenes necias del Evangelio: es media noche todavía, el aceite de

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nuestras lámparas se agotó en la espera y, sin embargo, el Maestro no parece darse trazas de venir.

Es ya tiempo de que cese situación tan tirante; teniendo la culpa de nuestras propias cuitas y hasta cierto punto de la inseguridad general, lo que no puede tolerarse más, lo que no es de probidad ni de conciencia, es que se prolongue una situación de que todos somos victimas. Si en definitiva no estamos resueltos a asumir actitud militante, conformemos las palabras a los hechos, y los hechos a las intenciones; declaremos u obremos de modo de resignarnos a la servidumbre, y vayámonos cada uno y todos a nuestro trabajo. Con esto nos evitaremos la ruina personal, en cuanto de nosotros depende; devolveremos la calma al país, en cuanto por nosotros esté alterada, y desapareciendo de la escena el liberalismo como entidad política temible, acaso nuestros adversarios se resuelvan por compasión a mejorar la suerte de seres que son y se reconocen inofensivos. Casos hay en que se da por graciosa concesión lo mismo que antes se negaba por exigencia imperiosa.

No tengo más autoridad para hablar que la del conocimiento de los hechos, y por eso creo de mi deber declarar que el partido liberal me parece impotente para alzarse en armas contra la opresión regenerativa, de una manera provechosa y conforme a un plan general de ejecución simultánea; que habiendo dejado pasar la ocasión oportuna, declino tomar parte en intentonas descabelladas que de antemano condeno si, contra mi consejo, llegan a verificarse; y que, en consecuencia, debemos prepararnos a vivir en esta especie de paz que nos dan, abandonando, no diré todo propósito serio de guerra, pues nunca lo hemos tenido valedero, sino toda preocupación, o pongamos temor, de que esta tranquilidad sepulcral se altere por nada ni por nadie.

Como hasta ahora, los liberales no deben desesperarse. No necesitan que nadie les prescriba conformidad, pues ellos se la tienen de antemano recetada. Su resignación inimitable les asegura la bienaventuranza prometida a los mansos de corazón y a los que padecen persecuciones por la justicia; pero lo que es en este mundo, la supremacía corresponde, por ministerio de Darwin y de una realidad contundente, a los mejor dotados para la lucha, en razón de mayor fuerza, más habilidad y más arresto. El porvenir de la Regeneración queda así asegurado por tiempo indefinido, y como lo profetizó el presidente Caro, todo se conjura para hacer creer que de veras este régimen no está destinado a morir de muerte violenta. La merece, pero no hay ejecutor.

Tenemos, por otra parte, distracciones de sobra, en clubes y casinos, circos, bailes, carnavales y juergas, donde la falta de libertad política no impide divertirse, antes es para muchos la salsa de la alegría. Fiestas parecidas debió de haber en los tiempos de la decadencia bizantina; pero confiemos en que cuando sobrevenga el inevitable despertar a la vergüenza y al castigo, ya nosotros dormiremos el sueño de la muerte. Tendremos, mientras tanto, en primer lugar, la lectura de los magníficos editoriales que nuestros pensadores no dejarán de seguir escribiendo, y los excelentes chistes que a nuestros ingenios continuará, sin duda, ocurriéndoseles para solazarnos a expensas de nuestros enemigos. Verdad es que éstos, en cambio, se ríen de nosotros a mucho mejor título, puesto que a nuestra costa imperan y pelechan; y verdad es que con artículos de prensa está visto que nada se remedia, mucho menos bajo el palo de la ley Calomarde que la rige; pero como de remediar no se trata, sino de vivir agradablemente, ya veréis que no escasearán expedientes para engañar nuestra propia servidumbre.

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En segundo lugar, nuestros gobernantes cuidarán de que no nos falten frases suyas ambiguas para que nos entretengamos en descifrarlas; que si fueren promesas claras, nos halagaremos con la dulce esperanza de verlas algún día realizadas; y cuando el desengaño venga —que no dejará de venir—, comparando entonces el texto de dichas promesas con la evidencia de los actos contrarios, les echaremos en cara enérgicamente a nuestros amos su carencia de lógica y de buena fe. Cierto que ahí parará el daño, para en seguida volver a las andadas; pero no por eso habrá dejado de transcurrir el tiempo, que es lo importante; las generaciones venideras resolverán o no el punto, y nosotros habremos vegetado tranquilos. En esto coincide nuestra opinión con la del General Vélez, signo inequívoco de que estamos equivocados; pero, reconocido el error, ¿quién está en disposición de corregirlo?

En tercer lugar, vamos a tener toda especie de buenas razones para no haber hecho la guerra. Diremos que "ella nos habría llevado a la anarquía o a la dictadura militar", como si el sistema regenerador no fuera un compuesto crónico de las dos. Nos horrorizaremos por imaginación de "los sacrificios de vidas que habría acarreado la lucha, haciendo correr ríos de sangre, sembrando de cadáveres el territorio nacional y cubriendo de luto miles de hogares", como si la muerte no fuese preferible a la pérdida del honor y de la dignidad, como si habiendo de extirpar el cáncer el cirujano se parara en sacrificios de órganos delante de la inminencia del peligro, y como si la Regeneración no hubiera hecho llorar y sangrar al país más que diez revoluciones. Caeremos en la cuenta de que "la guerra habría sido, sobre todo, ruinosa". Pensaremos, efectivamente, que "hemos podido pasar guerreando casi todo el siglo, sin advertir en nuestro enardecimiento que nos suicidábamos, a la manera que en la batalla de Cannes no sintieron romanos y cartagineses que la tierra temblaba bajo sus pies. En nuestra fácil vida económica, para satisfacer cortas necesidades, en medio de la sencillez y frugalidad de nuestras costumbres, casi nos bastábamos con la producción nacional, o cubríamos el saldo de las importaciones con frutos exportables, baratamente adquiridos. Mientras que ahora, parece que hubieran venido a acumularse en este fin de siglo todas las pérdidas de tiempo, vidas y riqueza, padecidas en el prolongado curso de nuestras contiendas civiles; parece que hoy vinieran, como con recargo y capitalización de intereses y con cobro de lucro cesante y daño emergente, a pesar juntas todas esas pérdidas sobre nosotros, hijos y nietos de los guerreadores, y guerreadores nosotros mismos; y parece que la exigencia de esa vieja deuda se nos hiciera en la forma perentoria de atraso en el tiempo, escasez de capitales, carencia de brazos, y sobra de desmoralización y de ignorancia. Cansados de esperarnos los mercados extranjeros, determinaron al fin producir por sí mismos los pocos artículos que les enviábamos, y hoy tenemos que luchar en condiciones desventajosas para competir con los nuevos productores. Derrotados hace tiempo en la quina, el tabaco, el añil, el cacao, el azúcar, las píeles, el caucho, el algodón y otros artículos, estamos a punto de serio en el café y los metales preciosos, únicos géneros de importancia que nos quedan y que parecen bien comprometidos. De suerte que cuando nuestras necesidades han seguido una progresión creciente extraordinaria, y cuando pasamos por la vergüenza de ser hoy importadores de productos que antes exportábamos, inclusive artículos alimenticios y otros de primera necesidad, los medios de pagar nuestros consumos han venido en progresión decreciente hasta tocar los límites del agotamiento.

"Este es, por tanto, un momento decisivo en nuestra vida de nación, porque en esta hora hace crisis todo nuestro organismo económico. Salir derrotados o victoriosos en la lucha con los competidores es cuestión de centavo más o menos en la libra de café o en la

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onza de plata, y es cuestión de perder o aprovechar un mes de más o de menos. De la mayor economía y prisa en la producción de esos artículos, depende que se aleje definitivamente, que se retarde o que se apresure el desenlace trágico de la espantosa crisis en que estamos. Si enérgica y reflexivamente realizamos un vasto plan de disminución de consumos y aumento de productos, y si nos damos tiempo de fortificar las industrias que flaquean o de sustituirlas por otras, quizá nos salvemos, pero si desaprovechamos estos momentos preciosos empleándolos en destruimos y arruinarnos, nunca más los recuperaremos, y el desastre económico y social vendría con tal fuerza, que acaso traería consigo la disolución y muerte de la nacionalidad; peligro no remoto delante del coloso de absorción que crece a ojos vistas hacia el Norte, y delante de la necesidad de territorios francamente expuesta por las naciones del Viejo Mundo, para derramar el excedente de sus razas sin dejar de cobijarlas con su bandera y darles una protección que de nosotros no puedan esperar, incapaces como nos hemos demostrado para gobernamos a nosotros mismos".

¿He traducido bien nuestro pensamiento?

Pues bien: Casi todo eso es exacto, pero no lo es menos que el agente principal si no único de nuestra ruina ha sido la Regeneración, que pecuniariamente nos ha costado más que diez guerras civiles; que ese mismo sistema es el mayor obstáculo para todo proyecto de mejora económica; y, sobre todo, que todos esos argumentos en favor de la abstención belicosa, no provienen de cálculo ni son fruto de la prudencia, no tenemos en ello el mérito de la previsión ni el de la determinación voluntaria; ya he dicho y repito que la abstención sólo proviene de los tres más bajos móviles que pueden dirigir las acciones humanas: el egoísmo, la pereza y el miedo.

Finalmente, aunque nos maten a contribuciones y aunque las nuevas emisiones de papel moneda, los monopolios y las depredaciones fiscales acaben de arruinarnos, alguna empresa, alguna industria, alguna ocupación lícita, nos restará para lisonjeamos con la perspectiva de ser ricos y tener con qué pagar los impuestos con que el gobierno tiene gravados nuestros vicios, y las indemnizaciones que nos ocasionan sus torpezas y bellaquerías. En la seguridad de que si somos formales y juiciosos; si no nos metemos en esta borrachera de las ideas, de las doctrinas, de la desigualdad, del derecho y otras abstracciones peligrosas; si, como la universidad española de Cervera, condenamos "la funesta manía de pensar", si prescindimos de poner obstáculos a la ilustrada y benévola acción del gobierno, depositando en él una confianza incondicional e ilimitada; si a lo menos renunciamos a este espíritu inmoderado de la censura que no nos permite hallar bueno ni honrado nada de lo que hacen nuestros inteligentes y probos mandatarios; si echamos el previsto insano de inquisición y curiosidad que nos lleva a revisar cuentas y evaluar la diferencia entre el precio oficial y el real de los objetos o de los servicios; y sí, una vez por todas, hacemos nuestra sumisión, despreciamos el mundo y abandonamos el siglo, entregándonos al sueño del espíritu en medio de los goces materiales; entonces, señores, seguro está que nadie se atreverá a molestarnos y que podremos llevar vida regalada y feliz en el regazo de nuestras esposas, dedicadas al cuidado de nuestros hijos y al fomento de nuestros intereses. Si todos estos quehaceres y consuelos no nos bastaren, será porque contagiados de la demagogia pecamos de descontentadizos y exigentes, pero de eso ya nadie tendrá la culpa sino nosotros mismos.

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!Ah! se me olvidaba: aunque la ley electoral no reciba ninguna reforma, preparémonos para concurrir a las elecciones del año entrante, y más especialmente para las de renovación del ejecutivo de 1904. Eso piden la perseverancia doctrinaria, la fe en la evolución social, la disciplina bien entendida, el civismo y la gallardía.

Adiós, señores.

MANIFIESTO DE PAZ A LOS LIBERALES DE COLOMBIA (13) *

Rafael Uribe Uribe, Abril de 1901

Con muchas dificultades, Uribe Uribe logra salir personalmente indemne de la bravía persecución que le hiciera por medio territorio nacional, Pedro Nel Ospina. Acechado en Antioquia, casi derrotado en Córdoba, a punto de caer en Bolívar y Magdalena, finalmente consigue llegar a Guajira donde se entrevista con el General Gabriel Vargas Santos, al momento jefe del partido liberal y de la revolución en desarrollo. Después de analizar la situación militar, acuerdan la necesidad de buscar auxilios en el extranjero, única manera de continuar la contienda y asegurar el triunfo. Vargas concede a Uribe Uribe toda la autoridad de su representación y cartas de presentación para los jefes liberales de otros países.

Inicialmente Uribe viaja a Venezuela, no obteniendo éxito alguno en su gestión. Se dirige entonces a Centroamérica, y en Managua es sorprendido por la noticia de que el General Vargas, le ha quitado autoridad como su representante y se la ha concedido a Benjamín Herrera. Ante esta situación, decide por su cuenta viajar a New York, con la esperanza de encontrar apoyo en viejos amigos del partido liberal y volver al país en calidad de jefe máximo de la revolución. Su decepción es grande cuando los neoyorquinos enterados de los últimos reveses liberales en Colombia, le niegan el apoyo buscado. Ante esta situación y teniendo en cuenta las circunstancias militares en que se encuentra el liberalismo, decide ofrecer la paz, a través de este documento, fechado en New York, el 12 de abril de 1901.

En él, Uribe Uribe analiza la situación planteada, señalando especialmente seis razones que impiden obtener la victoria: no ye consigue ayuda en el exterior; no se cuenta con los recursos materiales suficientes; el liberalismo no tiene una estrategia global que pueda asegurar el éxito de la revolución; militarmente se observa una desbandada general de las guerrillas liberales; el país desea la paz, no hay ambiente de guerra; y finalmente, el gobierno posee todos los recursos económicos, armas y hombres para defender el régimen. Por tanto, Uribe ofrece la paz.

Como por aquel entonces están en discusión las negociaciones sobre el Canal de Panamá, y ante la actitud claudicante del gobierno, que entrega la soberanía a cambio de recursos para acabar con el liberalismo, Uribe dice que prefiere ofrecer la paz, para no dar a los conservadores, excusas para entregar la soberanía.

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No se hace ilusiones acerca de la actitud que asumirá el partido conservador y el gobierno después de la victoria y previene a sus partidarios acerca de la represión que se avecina. Finalmente, pide a los liberales no echarse mutuamente culpas por la derrota, insiste en que los errores fueron globalmente cometidos y ahí la causa del descalabro. Pide a todos volver a la vida privada y al trabajo, sin desear venganzas ni revanchas.

285

EPÍGRAFE

I. Me consta que muchos de mis amigos políticos desean oír mi voz para determinar su conducta. Bien que no siendo en mí en quien se halla depositada la autoridad oficial del partido, no estaría yo, en rigor, obligado a hablar pero sería cargo de conciencia no hacerlo cuando un falso supuesto podría traer la continuación de sacrificios que he venido a reputar estériles, y cuya responsabilidad pesaría, de cierto modo, sobre mí si los autorizara con mi aquiescencia y mi silencio.

Saben todos que si me retiré de la lucha fue para salir en busca de los elementos por cuya absoluta carencia terminó la campaña de Bolívar, y con el propósito firme de volver a la guerra en cuanto los adquiriera. Mientras esperé conseguirlo, nada dije, pero desvanecida hoy la esperanza de una inmediata realización de nuestros deseos, es deber mío anunciarlo así con franqueza. Hube también de aguardar a convencerme de la ineficacia de los esfuerzos que otros intentaban en distintas partes para que nadie pudiese acusarme más tarde de que el mal éxito se debía a mi inoportuna intervención pacífica, que había venido á perturbar sus proyectos cuando estaban en vía de desarrollo.

Si, faltando elementos suficientes y un buen plan general, únicas garantías de victoria, todavía creyera útil mi regreso a la revolución, o que la ofrenda de mi vida sirviera para salvar al partido liberal, demostrado tengo que sería capaz de hacerlo.

Porque si no yerra el juicio de amigos y enemigos, ni la repugnancia a la fatiga ni el temor al peligro me fueron conocidos durante la campaña; por consiguiente, ni a miedo, ni a egoísmo, ni a cansancio puede atribuirse mi retraimiento, y así quizá nadie me niegue autoridad moral para decir a los liberales: ¡tengamos paz!

No son razones políticas, ni económicas, ni sociales, las que me inducen a aconsejar la suspensión de las hostilidades. Sólo por cuanto no veo ahora la posibilidad de triunfar, es por cuanto creo que debemos poner término a la guerra, y reservar para una mejor oportunidad los elementos y recursos que tenemos y los que estamos en vías de conseguir.

El objetivo de la apelación a las armas no es la guerra por sí misma sino el triunfo. No se trata de ejecutar hazañas sino de vencer. Reconocido está por el mundo entero nuestro arrojo; maravillados están todos de nuestra entereza heroica y gallardía caballerezca; nuestros generales han dado prueba de pericia militar y de valor personal. Pero hemos llegado a un punto en que se impone la cesación de la lucha. El gobierno es impotente para debelar la revolución, pero la revolución es impotente para derribar al gobierno. Hace muchos meses que la campaña está limitada a un infructuoso tejer y destejer de operaciones, y a un tomar y dejar territorios, que a nada conduce. El sistema

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de guerrillas, de que siempre he sido enemigo, sirve para extender el área de destrucción, mas no para resolver el problema militar, lo cual está reservado a las batallas libradas entre ejércitos. No pudiendo ahora formarlos, envainemos los aceros para que el pueblo no diga que los contendores son cuadrillas de locos, igualmente ominosas ambas banderas, funestos sus caudillos, infernales sus armas. Arrastraremos las simpatías y el aplauso universal si nos mostramos más sensibles que nuestros adversarios a la ley de compasión por la masa neutral y pasiva, menos tercos ante los sacrificios de amor propio, más cuidadosos de la opinión extranjera.

La prensa de los Estados Unidos ha publicado que se piensa en ceder a este país el dominio territorial sobre la faja del Istmo de Panamá por donde se construye el canal, y como debemos suponer que ese sacrificio de soberanía se hace en cambio de compensaciones de dinero destinado principalmente a debelar la revolución y exterminar al partido liberal, éste debe dar una muestra suprema de amor a la patria, renunciando sus esperanzas en esta hora sombría, a trueque de que ni directa ni indirectamente pueda atribuírsele culpa o suministrado ocasión o pretexto para mutilaciones a la nacionalidad.

II. Entre las fracciones conservadoras no hay ninguna cuyo predominio podamos preferir, ni que por sus actos y sentimientos con respecto a nosotros nos merezca calificativo menos amargo. En la paz como en la guerra se han mostrado igualmente sectarios, perseguidores y crueles, con raras excepciones de casos y personas. No cabe, después de tan larga y dolorosa experiencia, forjarse ilusiones sobre el republicanismo de esos bandos ni sobre la sinceridad de sus promesas. La única cosa en que surgirán rivalidades será en la saña de su opresión irremisible y de su odio implacable a cuanto tenga el nombre de liberal.

El jefe reconocido del conservatismo, que a sí mismo se llamó histórico o genuino, declaró, antes de la guerra, que el gobierno no representaba a su partido, como nada había de común entre los dos, y que si el liberalismo se alzaba en armas permanecerían neutrales. La confianza en que así se haría fue lo que principalmente nos decidió a la revolución; pero en vista de lo sucedido después, estaría autorizada la sospecha de que con aquella declaración se nos tendió una celada, si no estuvieran patentes los motivos de interés y de temor que llevaron al conservatismo a combatirnos y a defender al gobierno.

Nada menos justificado, sin embargo, que el miedo al triunfo del partido liberal. Su índole generosa es incapaz de rencor y de venganza. La historia demuestra que al otro día de sus victorias ha igualado su condición con la de sus adversarios vencidos, cubriéndolos con amplias amnistías y devolviéndoles todos sus derechos. El liberalismo triunfante se habría esforzado por no justificar ninguna de esas predicciones funestas acerca del empleo que habría hecho del poder, y habría demostrado que la adversidad no ha pervertido su corazón y sí ha iluminado su mente.

El verdadero resorte de la conducta de los conservadores fue el interés. Le recibieron armas al gobierno para aplastar primero con ellas al partido liberal y volverlas luego contra el nacionalismo. El plan se realizó puntualmente, pero la historia juzgará la moralidad de la acción.

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Apoderados del mando hace nueve meses, no dieron un solo paso conducente a terminar por transacción la guerra, y so pretexto de ella no se han preocupado por poner en práctica ninguno de los artículos de sus viejos programas de oposicionistas, cuando se hacían pasar por elementos ofendidos por la vieja iniquidad. Fundaron y mantienen la nueva, esto es, la misma, con circunstancias agravantes, y son exclusivos responsables de la suerte del país, sin que les sean admisibles nuevas excepciones y distingos. Parecía que si apelaron a la fuerza en la forma de un golpe de Estado o de cuartel era porque algo bueno, algo distinto de lo anterior traían, y porque la impaciencia de plantearlo les vedaba la espera, los impulsaba a precipitar los sucesos y los obligaba a echar por tierra lo que habían llamado "legitimidad", y defendido como tal; mas, para repetir los mismos o peores métodos de gobierno y para prolongar como sistema lo que apellidaron "interregno de vergüenza" no valía la pena del escándalo.

III. Yo sé, pues, que los atropellos salvajes de los corchetes en los campos y aldeas, de los alcaldes en los municipios, de los prefectos en las provincias, de los gobernadores en los departamentos, de los militares y del gobierno de la capital y en toda la república, arreciarán aún más en cuanto desaparezca todo temor de un vuelco de la suerte por obra de las armas; sé que los liberales que salgan de los calabozos donde no los siga reteniendo la ley marcial, volverán a ellos so color de responsabilidades criminales, por actos ejecutados de buena fe durante la guerra, y que el Poder Judicial se prestará a servir de instrumento de venganzas políticas y particulares; sé que en la hora en que suene el último tiro de la revolución, será la en que comience la peor de nuestros padecimientos, y que precisamente porque a ese respecto no cabe duda posible, es por lo que la lucha se ha prolongado; sé que miles de liberales se verán perseguidos y cazados como bestias monteses en las breñas y espesuras en donde se refugian; sé que es baldío aguardar que haya ley o respeto por ella, y que para nosotros no habrá otro régimen que el del terror blanco; sé que los proscritos habrán de continuar lejos de su patria y familia, muchos otros irán a reunírseles huyendo del despotismo, y que los capitales tendrán que emigrar en busca de seguridad: sé que las expoliaciones y empréstitos llevarán a la miseria a los que no estén aún totalmente arruinados, y que nuevos impuestos y nuevas emisiones, con cualquier pretexto, agravarán más y más la situación del pueblo hambreado; sé que la corrupción y el contratismo seguirán floreciendo como en los peores días de la regeneración; sé que no habrá amnistías o salvoconductos, o que serán violados, y que el gobierno faltará a su palabra, sea cual fuere la forma y solemnidad con que la empeñe; y sé que pensar en derechos civiles y políticos procurados por el sufragio y las evoluciones, seria aumentar la pena de la opresión con la esperanza engañada y el escozor de la burla.

Con todo, afirmo que, juzgando serenamente las cosas, no como político sino como general, conviene que pongamos término a la guerra, porque no hay probabilidades de vencer. Aceptemos la ley adversa del destino, lo fatal de la necesidad, pero sin renunciar por un momento al derecho de sacudir la servidumbre. Las persecuciones de nuestros enemigos nos confirmarán en la justicia de nuestros proyectos de resistencia futura, de modo que cuando llegue la hora de ejecutarlos no haya un solo hombre en el partido que vacile en levantarse. No podemos hablar de concordia, porque ésta no reina sino entre iguales; no podemos hablar de fraternidad, porque no existe entre amos y súbditos, entre explotadores y explotados; no podemos hablar de reconciliación, puesto que se nos rechaza miserablemente; no podemos hablar de unión nacional en un país en donde un partido predica y practica el exterminio de otro; sólo podemos hablar de resistencia mientras nos resignemos a la esclavitud.

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IV. Por desgracia, no son meses sino años los que pueden transcurrir antes de que podamos ponernos en capacidad de demandar otra vez por la fuerza el derecho que por las buenas no se nos ha querido ni se nos querrá reconocer. Pero no consintamos en que sobre ese derecho corra la prescripción del olvido. Si fuera yo de los que temen que suspendiendo ahora la lucha nunca más se reanudaría, excitara para que la continuáramos hasta la desesperación. Con los elementos que poseemos y con los que quitáramos al gobierno, como tantas veces lo hemos hecho, sabríamos prolongar indefinidamente la lucha; pero en lugar de cansarnos ahora dando coces contra el aguijón, es evidente que conviene más conservar y aumentar nuestras energías y recursos para emplearlos a su debido tiempo conforme a un plan general de ejecución simultanea. Siempre habrá bajo el rescoldo brasas suficientes para que, cuando sea posible arrimar los tizones y soplar, la hoguera prenda y fulgure. Dejemos a los débiles lamentarse de los males de la guerra, y reservemos todo nuestro desdén para los que puedan vivir satisfechos en la abyección, y todo nuestro horror para la vergüenza indeleble de soportar sin protesta el pie de nuestros enemigos eternamente sobre nuestros cuellos.

El partido liberal ha demostrado que prefiere sentir en lucha desigual el sable de sus enemigos abriéndole las carnes y derramando su sangre, a recibir su golpe de plano sobre la espalda estando inerme: aquello es un infortunio que eleva, esto una infamia que envilece; ha demostrado que prefiere ver su riqueza consumida en el incendio de la guerra antes que tributada mansamente a las arcas de la tiranía; y ha demostrado que estima la vida sólo por cuanto ella puede ser ofrecida a la libertad en holocausto, porque morir por una causa hermosa estará siempre mil codos por sobre una existencia inútil y humillada.

V. Los conservadores no quisieron reconocer nuestros derechos antes del 95, porque no creyeron al liberalismo capaz de hacer la guerra; no cedieron después, porque lo consideraron incapaz de repetirla con más acuerdo y brío, pero hoy saben que la tercera acometida a que estamos resueltos, será irresistible. De ellos depende que cambiemos de actitud y de propósitos. Nuestra conducta se amoldará a la suya. Suspendiendo voluntariamente la guerra, suprimimos la excusa de la anormalidad y los dejamos en libertad completa para que desarrollen sus planes, si algunos tienen para el bien de la república; y como no participaremos de la vida política ni volveremos a los comicios mientras permanezca sin cambio la ley de elecciones vigente, tampoco en ese campo les estorbaremos para que den de sí todo aquello que tengan reservado.

Retirémonos, mientras tanto, a la vida privada y al trabajo honrado, del que todo liberal sabe vivir, pues ninguno de nosotros necesita del merodeo de la guerra ni de los gajes del presupuesto. Por eso, ni aceptamos ni mucho menos exigiremos empleos en ningún ramo de la administración, sin perjuicio de trabajar por nuestra cuenta y en la medida de nuestras propias fuerzas por la reconstrucción moral, industrial y financiera de un país que si no podemos llamar patria, siempre será nuestra tierra natal.

VI. Con respecto al orden interno de nuestra comunidad política, dos cosas se hacen necesarias, si mi indicación en favor de la paz fuere atendida. Evitemos cuidadosamente la discriminación de responsabilidades anteriores a la guerra o procedentes de ella. No construyamos frases con sí, como "sí se hubiera obrado de tal modo", "si fulano hubiese ejecutado tal movimiento", que a fuerza de ser fáciles pasan a ser vulgares, y no teniendo poder para reformar lo pasado, sí lo tienen, y grande, para producir disensiones

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en lo presente y para oscurecer el porvenir. No escribamos historia: dispongámonos a agregarle capítulos. Miremos adelante, no hacia atrás. En vez de censurarnos recíprocamente, consolémonos los unos a los otros en la aflixión de nuestra común desgracia. En presencia del enemigo, a quien hay que seguir combatiendo, se impone el toque de silencio en nuestras filas. Más o menos, todos hemos cumplido con nuestro deber con abnegación y patriotismo y la buena voluntad y la recta intención excusan suficientemente los errores que hayamos cometido.

Lejos de tener el partido liberal nada de qué avergonzarse, tiene mucho de qué enorgullecerse. La epopeya que ha escrito con la punta de la espada es inmortal. Sobre nuestra obra guerrera pueden nuestros adversarios derramar la hiel de su iracundia, pero no el veneno del ridículo. El liberalismo ha sido heroico. Sin una especie de conjuración de los hados, que lo han perseguido, sus esfuerzos habrían bastado para derribar diez veces el despotismo que lo oprime. Ha puesto tan alto el honor de su bandera, que ningún adversario que sepa lo que es valor y constancia podrá alcanzar hasta ella para tirarla por el suelo.

¡Compañeros de armas! tomemos una tregua: restañemos la sangre de nuestras heridas, honremos la memoria de nuestros mártires, celebremos las proezas de nuestros héroes, y virtamos el agua de la paz sobre nuestros sables sangrientos, no para que se oxiden, sino para retemplarlos.

Rafael Uribe Uribe

Nueva York, abril 12 de 1901

EXPOSICIÓN SOBRE EL PRESENTE Y EL PORVENIR DEL PARTIDO LIBERAL EN COLOMBIA (14)

Rafael Uribe Uribe, Abril de 1911

Las elecciones de febrero de 1911 fueron ganadas por Carlos E. Restrepo, candidato de la Unión Republicana, organización recién formada por miembros de los partidos liberal y conservador, como reacción al régimen despótico del General Reyes.

A mediados de abril, Uribe Uribe visita al presidente, para proponerle la fusión del republicanismo con el partido liberal, propuesta que es rechazada por Carlos E. Restrepo. A continuación, Rafael Uribe Uribe se coloca en la oposición al gobierno, pronunciando luego este discurso. En primer lugar, analiza los últimos 25 anos de gobierno conservador, que han significado 25 años de persecuciones al liberalismo.

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Señala la inevitabilidad de la caída conservadora, para dar paso a la nueva corriente liberal. Sin embargo, ofrece una posición conciliadora, pidiendo alternabilidad política y solicitando al conservatismo que sea realista y deje su puesto en el gobierno al partido liberal.

En este discurso, Uribe señala que el partido liberal no tiene programas fijos que ofrecer, pero si principios generales, y el principio que guía su accionar político es: dar a los problemas sociales, políticos y económicos, soluciones conformes con la libertad. Así propone, libertad civil y religiosa, igualdad delante de la ley y derecho común.

Define al partido liberal como civil y administrativo y su principio político fundamental: ni reacción ni revolución. Para alcanzar el poder político, Uribe Uribe propone cuatro formas de acción: acción política, que permita enfrentar en mejores condiciones al partido conservador, exige una participación más decidida en las campañas electorales.

Acción legislativa, es decir, proponer una serie de reformas que el Congreso debe adoptar, para poner la república acorde con las necesidades del país. Inicialmente solicita reformar la Constitución del 86, reformas electorales, expedir nueva ley de prensa, reorganizar la administración estatal, cambios en los ministerios, reformas tributarias y aduaneras, fiscalización del presupuesto, reformar la estructura militar del ejército, y otra serie de medidas que a su juicio, transformarán profundamente el país.

Acción económica, destinada a cerrar el abismo existente entre las clases sociales. Resume así la política liberal en este campo: previsión social, solidaridad, mutualismo y protección al trabajo. Solicita al Congreso dos cosas: proteger la riqueza nacional como fuente de ingresos y expedir un código del trabajo.

Acción disciplinaria, referente al partido liberal. Exige la reorganización del partido, como instrumento para afrontar con éxito la acción política. Acatar los estatutos, pagar los afiliados las cuotas a que están obligados, y hacer del partido liberal un partido de gobierno.

Finaliza su intervención, confiado en el pronto éxito del partido liberal en el ascenso al poder político.

Saludo a la bandera

Van a cumplirse veinticinco anos de persecuciones al nombre liberal. En tan largo espacio hubo periodos en que lejos de atraer consideraciones despertaba saña, aumento de gravámenes y negación de derechos, así ante las autoridades administrativas como ante el Poder Judicial; en que era denostado en los periódicos y en los altos documentos oficiales, como los mensajes y alocuciones de los presidentes y los informes y circulares de los ministros; en que sus periodistas y conductores eran echados a las cárceles o lanzados al destierro; en que se le privaba de manifestarse por la prensa, y en los comicios populares, donde se le arrebataba, como aún sucede, la representación correspondiente en las corporaciones deliberantes ; en que no tuvimos parte alguna en la composición del Ejército, en la dirección de las relaciones exteriores ni en asunto alguno de interés nacional; en que la hacienda pública, formada principalmente con nuestras contribuciones, era empleada en nuestro daño; en que gran parte del Clero

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trabajaba, como trabaja todavía con sin igual tesón, por hacer abominable el nombre liberal en las pastorales de los prelados, en la cátedra sagrada, en el confesionario y en toda hora y ocasión; en que se ponía, como se sigue poniendo, tortura a las conciencias, para obligarlas a renunciar al liberalismo o al ejercicio de sus derechos, so pena de negación de sacramentos; en que todo el esfuerzo de la instrucción pública oficial —primaria, secundaria y universitaria— y la dirigida por congregaciones religiosas o en institutos privados favorecidos por el gobierno, se encaminó, como en gran parte se encamina aún, a formar enemigos de nuestro nombre; y en que él era causa y señal de ultrajes, de ruina y de matanza, de modo que la mejor parte de nuestra juventud, de nuestros jefes y de nuestros soldados, dejó sus huesos blanqueando por sobre toda la superficie del territorio colombiano y que las mujeres, los ancianos y los niños de muchas familias liberales fueron objeto de ofensas y vejaciones incalificables.

Y, sin embargo, nada se ha podido contra ese nombre. Los que lo llevan han opuesto a la tempestad deshecha una resistencia heroica, no tanto la aparente como la sorda; se han dado perfecta cuenta de que la condenación canónica del liberalismo se refiere a la escuela filosófico-religiosa europea y no a este partido político americano; y ante la opresión no sólo se han mantenido incontrastables sino que su decisión y cantidad han crecido cada día. Han mostrado el tranquilo e imperturbable valor que los grandes corazones sacan de las grandes convicciones y, a despecho de todo, sobre el campo mismo de batalla, bajo los fuegos del enemigo, han logrado constituir un ejército cívico, fuerte por el número y por la disciplina, pero más fuerte aún por el altísimo ideal que no cesará de tener ante sus ojos.

¡Honra y gloria para la causa que sabe inspirar a sus defensores semejante poder de perseverancia! ¡No habrá hombre sensato y valiente que no se incline lleno de admiración ante un haz de ideas y sentimientos que torna a sus sostenedores capaces de soportar, sin doblegarse, el martirio, la pobreza y el dolor¡. ¡Qué gracia agruparse alrededor del poder y de sus gajes! ¡Mérito grande mantener la existencia de la colectividad bajo el azote de las tribulaciones!

¡Saludo a la bandera que, vencida y perseguida, nunca se abatió!

Sin duda, en tan prolongada y penosa marcha, nos han sobrecogido lamentables vacilaciones y desfallecimientos; hemos pasado por desfiladeros peligrosos en que hemos perdido a algunos de los nuestros; en no pocas ocasiones los mismos jefes, por error de criterio, nos han extraviado; hemos padecido duras pruebas. ¡Cuántas emboscadas se nos han aderezado! ¡Cuántos asaltos se nos han dirigido! A cada caída se nos ha creído muertos; enterradores de buena voluntad corrían para cavarnos la sepultura, pero hemos escuchado con la misma indiferencia las imprecaciones siniestras y las oraciones fúnebres; cada vez se nos ha visto levantarnos y exclamar para nuestros enemigos:’’¡Aún estamos en pie! Ya que no habéis podido exterminarnos, fuerza es que os resignéis a que vivamos".

Digno es de regir los destinos nacionales el partido que tan incomparable muestra de vitalidad y persistencia ha dado.

¡Saludo a la bandera irremisiblemente destinada a coronar victoriosa las alturas!

Porvenir del liberalismo

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Porque es una franca e irresistible popularidad la que hoy acompaña a las ideas liberales en Colombia. El país se ha dado cuenta de dos cosas: de que el liberalismo en vez de un salto hacia lo desconocido, puede ser y es la paz, el progreso y el orden, junto con la libertad; en una palabra, el gobierno de la democracia por la razón, mientras que el conservatismo es indefectiblemente la continuación indefinida de lo demasiado conocido, la marcha en retroceso, en busca de un Estado social y político anticuado e inasible, por el fallo inapelable del tiempo. El ensayo —largo ensayo de un cuarto de siglo— está hecho con resultados desastrosos, y el país tiene necesidad de hallar algo distinto. Por donde hemos venido, por donde vamos, no podemos seguir, so pena de ir cayendo de abismos en abismos cada vez más insondables.

De ahí que el hombre liberal ya a nadie inspire miedo y que su vuelta al gobierno en nadie despierte recelos. El pueblo colombiano se está poniendo resueltamente del lado de lo que dura, de lo que está destinado al triunfo, al buen éxito, a la posesión del poder y de la fuerza. La conciencia pública quiere darse a sí misma la satisfacción no tanto de un cambio de personal político como de ideas directivas y de orientación nacional.

Alternabilidad de los partidos en el gobierno

Nosotros vamos a venir, eso es ineludible; no hay poder humano capaz de contrarrestar el cumplimiento de la ley política en cuya virtud, fatigado el país de la gestión conservadora, quiere sustituirla por la gestión liberal. La fuerza de las armas y el fraude electoral no son ya capaces de detener el ímpetu ascendente de la marea liberal; servirán apenas para corroborarle al país y al extranjero que a esos medios anormales sólo apela un partido que, por confesión implícita, se reconoce minoría, pues si tuviera conciencia y confianza de ser mayoría, cumpliría lealmente la ley electoral.

Pedimos a nuestros adversarios que se plieguen a la alternabilidad republicana regular, como nosotros lo haremos el día en que la opinión pública nos abandone; y les pedimos que no se aferren a la posesión de un poder que, conforme a los principios de gobierno representativo y de república que nos hemos dado, ya no les corresponde.

Así como las buenas jornadas en los caminos de nuestro país no se hacen sin llevar caballerías de remuda, tampoco la nación hará bien la jornada del progreso sin partidos de repuesto en el gobierno. Si existiera en Colombia un partido de recambio, resuelto a no correr aventuras, listo a gobernar pacíficamente con las instituciones actuales, modificadas a lo largo del tiempo, por los medios establecidos en ellas mismas, el país se arrojaría en sus brazos sin vacilar.

Ahora bien, el liberalismo viene esforzándose hace largos años por ganar la confianza de la nación y por constituirse en ese partido salvador, destinado a suceder próximamente al conservatismo. Forma hoy una colectividad homogénea y poderosa que se da perfecta cuenta de su misión histórica y que se siente capaz de hacer con método cuanto bueno y mucho más hizo antes por instinto. Hay derecho a esperarlo todo de la labor liberal; y existe una razón específica para que se piense en el liberalismo: no es un partido solamente, es un refugio; se aparece en estos momentos como el arca de salvación en que deben precipitarse asustados y confundidos todos los amenazados de sumersión por el diluvio que de otro modo se ve venir.

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No hemos agotado nuestra obra ni nuestro destino; al contrario, puede decirse que nuestra tarea comienza apenas. Nuestra próxima entrada en escena señala bien las aspiraciones nuevas de un país que quiere cuidar el orden, pero agregándole una resuelta voluntad de progreso. El liberalismo es hoy el único partido capaz de instituir en Colombia un órgano a la vez impulsor y moderador.

El programa liberal

Se nos pregunta por nuestro programa. Quizá es improcedente exigir a partidos políticos bien conocidos que a cada paso estén expidiendo programas; podría contestarse que en todos los países del mundo y en todas las épocas de la historia lo que los partidos se proponen es promover la felicidad de la nación, por un conjunto de medios que casi siempre se resumen en la posesión del poder.

Los acontecimientos son los que dictan los programas, que no pueden ser eternos ni siquiera permanentes, porque las circunstancias varían y los partidos tienen que ir transformándose para adaptarse a las situaciones que van apareciendo. Así sucede que los partidos verdaderos y durables, como los de Inglaterra, no tienen programa escrito.

Pero queremos disipar preocupaciones nacidas a la vez de la mala voluntad de nuestros adversarios (en ocasiones de su falta de buena fe), y de un insuficiente conocimiento de nosotros mismos. Queremos señalar bien el puesto que pensamos ocupar y hacer bien conocida la razón social bajo la cual vamos a actuar. A riesgo de despertar recelos en sus adversarios y aun de parecer indiscreto a sus propios amigos, el liberalismo quiere emplear un lenguaje sin equívocos y decir en voz alta su pensamiento, sus móviles y su fin. Cuando todo se espera de la opinión y sólo de la opinión, se puede hablar con franqueza, sin reticencias ni disfraces, porque cuanto más se procure ilustrar esa opinión, mejor se preparan sus juicios libertadores. Por lo demás, ¿de qué servirían la disimulación y la astucia? La obra del liberalismo es una obra de lealtad política y de patriotismo, y entiende proseguirla a la luz del día. Ni aspiran los liberales a distinguirse de los demás patriotas colombianos; solamente se definen.

Desde luego no creemos haber encontrado la fórmula definitiva del soberano bien social; dejamos esa pretensión a los que se dicen poseedores exclusivos de la verdad absoluta. No somos los sectarios empíricos que pretenden llevar en el bolsillo la receta infalible, el específico inerrable para curar todos los males. Somos modestos y prudentes como la ciencia. Sabemos que no hay dogmas en política; sólo hay verdades experimentales que acostumbramos decorar con el nombre de principios, porque creemos que nunca han engañado y nunca engañarán a quienes los aplican con tino y buena te. Confesamos que buscamos la verdad, que procuramos deletrearla trabajosamente en los catecismos de la historia y de la experiencia y que esperamos leerla de corrido algún día. Adoptamos en política el método experimental y evolutivo. Nos creemos en permanente devenir.

No es posible, se repite, resolver de antemano, con una fórmula general, todas las dificultades de especie, de tiempo, de lugar, de personas y de circunstancias. Ni los programas pueden ser inmutables, porque es necesario responder a los incidentes cotidianos de la política corriente: deben tener aristas vivas, con la unidad de un principio central: un ideal como un faro guiador al través de los tiempos, y una porción concreta para realizarla en determinado período.

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Principios generales

El culto de la forma republicana no nos basta; queremos ponerle un contenido activo y eliminar las quimeras, para tener la seguridad de no reincidir en la porción inasequible del programa radical de 1848.

Dar a los problemas sociales, políticos y económicos soluciones conformes con la libertad, esa es la idea madre, el rasgo dominante de todo programa liberal, la índole misma del partido, la razón de su nombre. Por eso nuestro programa se resume en una concepción sencilla: libertad civil y religiosa para todos los ciudadanos; igualdad delante de la ley; derecho común; mejora de la suerte de los trabajadores.

No obraremos en nombre de las miras de un partido ni de los intereses de una clase, sino por el honor de la república y por respeto a los derechos del hombre.

Una vez en el gobierno, y aun antes, nos dedicaremos a despertar el sentido social atrofiado y nos esforzaremos por desarrollar el sentimiento de la solidaridad humana y la religión de la justicia, en estas sociedades que, bajo un barniz de cristianismo, conservan un fondo de barbarie primitiva, exacerbado en el último cuarto de siglo, durante el cual no han prevalecido otras reglas que las del estado de guerra, otro derecho que el del más fuerte, ni otras máximas que la del vae victis y la del homo homini lupus.

Un partido verdaderamente liberal tiene que ser un partido idealista; debe tener como función propia simbolizar el alma misma de la nación y debe aspirar a que su interés particular se identifique fácilmente con el interés general. Ahora bien: el patrimonio liberal hace parte integrante del patrimonio nacional; todo lo que sea nacional es liberal; somos un partido que aspira a confundirse con la nación. Lo que nos une es la firme voluntad de realizar la mayor suma posible de justicia social.

El liberalismo se presenta, en primer término, como un partido civil y de administración. ¿Qué mejor programa puede ofrecer que remediar las necesidades del momento? Sin ahondar en las producciones de los pensadores, para buscar en ellas problemas que sirvan para alimentar el "fuego sagrado" de los odios políticos y de las preocupaciones de secta, hay en Colombia grandes problemas que resolver, y al ejercitar tan noble tarea creemos ganar mejor el reconocimiento de la posteridad que con la invención y propaganda de doctrinas filosóficas, religiosas y políticas, que aticen la discordia entre los colombianos.

No merecen el nombre de estadistas los que plantean los problemas sino los que resuelven aquellos que ya se encuentran planteados por la naturaleza de las cosas, por el curso de los acontecimientos y por las necesidades sociales. Obrar de otra manera es acometer la faena estéril de acumular dificultades sobre dificultades, y es aumentar en vez de aligerar la carga, en un país anarquizado y desmoralizado como el nuestro.

Venimos con la antigua fuerza de propulsión, pero sin el fogoso aturdimiento que nos caracterizaba. Nuestra actitud es conciliadora. Desterramos toda idea de ceder a un espíritu de exclusivismo. Partido igualmente celoso del progreso y del respeto por sus tradiciones, no entiende jamás conservar sin renovar, ni innovar sin conservar, ni transigir con el mal sólo porque sea antiguo. Ni reacción ni revolución, es su divisa; esto es, no se pondrá a remolque de los reaccionarios, sean de la clase que fueren, ni de los

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revolucionarios, tomando esa palabra en el sentido corriente, En otros términos: se mantendrá, sin reservas, igualmente lejos de dos políticas que condena por igual: la de los enemigos del progreso y la de los amigos de los medios violentos.

La nueva era que pretendemos abrir se nos aparece con el advenimiento de los ideales del derecho, de la justicia, de la libertad, del honor, del desinterés y de la belleza moral en el gobierno de Colombia. Los liberales haremos cuanto nos sea posible para que ella recupere el puesto de vanguardia que un día llevó en la marcha de las naciones hispanoamericanas. El liberalismo se ofrece, sobre todo, a levantar la hoy abatida bandera de la patria. El liberalismo se compromete a cambiar esta triste defensiva internacional, a que hace tiempo estamos reducidos, por la ofensiva de la integridad y del derecho, contra quien quiera vulnerarlos, dentro de la paz si es posible, pero en todo caso sobre la norma de la firmeza y del orgullo.

Cuatro formas de acción

Una cuádruple acción se impone a la actividad de los liberales: una acción política, una acción legislativa, una acción económica y una acción disciplinaria.

Acción política. Entre los individuos y la nación se necesitan intermediarios, y esos son los partidos, desde el punto de vista político.

¿Y para qué se necesitan intermediarios? Para hacerse cargo de la responsabilidad, esto es, para soportar el castigo o recoger la recompensa, lo cual no es posible sin esos seres vastos o colectivos que se llaman los partidos, porque sólo ellos pueden durar lo bastante para que se les castigue con la aversión pública o se les premie con la confianza nacional, únicas sanciones serias. Al partido que la sirve mal, la nación le retira su apoyo; al que la guía con prudencia, le entrega su adhesión y el cuidado de sus destinos.

Pero hace algún tiempo que la responsabilidad política es ficticia y verbal en Colombia; a cada momento se escucha a los hombres públicos "salvar su responsabilidad"; se controvierte si la general de la administración y la particular de ciertos actos censurables incumbe a los liberales o a los conservadores, y como de una y otra parte se alegan buenas razones, el punto queda indeciso. Cuando se sabe que las consecuencias de los hechos políticos estallan muchas veces diez o veinte años después de ejecutados, si la responsabilidad se hace personal, esto es, de tal o cual ministro o funcionario, ya puede haber muerto cuando se le vaya a exigir; fuera de que no hay paridad entre el mal causado al país y un castigo individual que casi nunca se impone. Supóngase un desastre nacional dentro de cinco años o antes, como muchos lo prevén: ¿a la cuenta de qué partido lo cargaría la historia?

Es menester, por tanto, procurar que los partidos se organicen fuertemente, por grandes masas homogéneas, sin perjuicio de las transacciones decorosas, pero proscribiendo las hibridaciones, que desmoralizan las colectividades y les hacen perder el concepto exacto de sus derechos y de sus deberes. Hay que reconocer existencia legal a los partidos y proveer a su funcionamiento normal, como órgano de propulsión. Cada uno de ellos debe estar en su puesto y constituirse de modo de economizar conflictos inútiles con los demás, porque el gobierno debe ser una adición, no una sustracción de fuerzas políticas. Hasta ahora, las unas han ido al ataque de las otras o se han puesto a la defensiva, con una violencia que nada ha limitado; el poder ha estado integro de parte de unos y en

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contra de otros, y así la acción se ha expresado por una diferencia, como de antagonismo, en vez de ser un total por suma. Al emplearse el grupo vencedor únicamente en oprimir al vencido, se ha anulado a sí mismo, porque la acción se ha equilibrado con la reacción.

Si cada partido obrara en el poder de modo que al ser reemplazado por el otro no tuviera que deshacer lo hecho, éste no le minaría la base, porque calcularía que, pasado un período, le tocaría ejercer a su turno el gobierno y le seria útil hallar en pie lo adelantado por el otro. Sólo de la continuidad de esta obra sucesiva puede esperarse el progreso del país; pero si el partido que llega se entretiene invariablemente en destruir lo que el otro obró, la nación, lejos de avanzar, retrogradará constantemente. En Inglaterra el whig jamás anula en el gobierno lo que hizo el tory que le precedió, y viceversa; son reformas definitivas, porque propiamente no son los partidos quienes las han hecho, sino la nación misma, por medio de sus mayorías parlamentarias.

Actualmente la organización autonómica de los partidos colombianos resulta del reconocimiento de estos dos hechos evidentes: no todos los liberales ni todos loa conservadores formaron en la unión republicana y después la mayoría de los que en ella entraron ha regresado a sus respectivos campos; para que no lo sean de Agramante, conviene al país y a los mismos partidos, en sus operaciones internas y en sus relaciones recíprocas, que se organicen y se disciplinen. Así ha procurado hacerlo la unión republicana, aunque con escaso éxito; no se descubre una razón valedera para que el liberalismo y el conservatismo dejen de practicar otro tanto. Grupo político que para subsistir necesita que los demás estén anarquizados, poca confianza tiene en su fuerza intrínseca y aun en su razón de ser.

Ni el liberalismo entiende, en modo alguno, que con la reorganización independiente se ponga en peligro la paz, pues condena explícita y enérgicamente la apelación a la violencia y al fraude, como medio de que los partidos y los ciudadanos hagan valer sus derechos y obtengan justicia. Quienes otro alcance den, en teoría y en práctica, a las concentraciones, las desacreditan y dan la razón a las hibridaciones.

Facilitando la actual ley electoral (si se cumple lealmente y si se le introducen las reformas que la experiencia señala como necesarias) la representación simultánea de los partidos, el liberalismo cree que lo único que en los debates electorales se trata de decidir es a cuál de dichos partidos corresponde la mayoría y a cuál la minoría, con solo la diferencia de uno o dos candidatos, lo que nadie puede razonablemente decir que sea por sí motivo u ocasión de guerra civil.

Disciplinada por aparte cada comunidad, es en las corporaciones deliberantes que resulten de elecciones ordenadas, donde los voceros genuinos de las distintas agrupaciones pueden y deben entenderse para realizar el bien general, según sus afinidades, pues la organización autonómica en el pensamiento de los que de buena fe la defendemos, lejos de impedir las inteligencias en favor del procomún, abre campo a las transacciones o acuerdos sobre puntos no doctrinales, con bases ciertas y expresas, convenidas por mandatarios autorizados, en vez de la indeterminación creada con alianzas individuales ocasionadas a engaños y quejas.

Acción legislativa. La república no está organizada actualmente. En períodos anteriores de nuestra historia se tenía la impresión —ya correspondiera a una realidad, ya a una

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apariencia— de un sistema cuyas partes estaban conexionadas entre sí y que producían movimientos coordenados, una acción general y una conducción continuada.

— ¿El examen de Colombia da hoy la misma impresión? La mayoría del país contesta negativamente. Ahora bien: todo el mundo conviene en la importancia de los órganos nacionales. No hay cuestión política más considerable. Este problema del valor de los órganos constitucionales, de la calidad intrínseca de cada uno y de sus relaciones recíprocas, es asunto de vida o muerte para un país, y no para lo futuro sino para lo presente, pues aunque las naciones tengan existencia más larga que los hombres, de lo que se trata es de vivir vida sana, y así como para el individuo no es indiferente tener huesos sólidos o cariados y corazón o pulmones averiados o normales, Colombia será o no capaz de seguir existiendo y progresando, según que tenga o no órganos bien constituidos y bien avenidos entre sí.

El punto se resuelve por esta interrogación: ¿están bien hechas las dos operaciones esenciales para constituir un buen gobierno, su división y su distribución?

Cuanto a lo primero: ¿da el Poder Legislativo el rendimiento, en calidad y en cantidad, correspondiente a su importancia y a su costo? ¿El Poder Ejecutivo—presidente y ministerios, gobernaciones y prefecturas— funciona de acuerdo con un mecanismo de resultado eficiente? ¿La administración de justicia es lo que debe ser y lo que el país necesita? ¿Existe un Poder Electoral bien constituido para dar origen legitimo a los otros tres? ¿Las relaciones de los cuatro están reguladas de modo de evitar choques y de que su interdependencia permita fijar y hacer efectiva la responsabilidad legal y la moral? Las respuestas son todas negativas, por desgracia.

Cuanto a lo segundo; ¿han sido trazadas con pulso firme y líneas nítidas las órbitas de lo nacional, de lo departamental, de lo municipal y de lo individual? Porque si, como sucede, la demarcación es vaga y confusa, de manera que permita invasiones mutuas, estaremos más vecinos del caos que de la creación.

Tenemos una administración de forma absolutista, y eso es inconciliable con la república. La dirección de los departamentos está toda en manos de los gobernadores, como el gobierno de la nación está todo en manos del presidente. El Ejecutivo personal en las secciones es corolario del Ejecutivo personal en el Estado. Sólo existe una responsabilidad única y directa para con el jefe supremo, en todos los grados de la escala, lo que permite romper todas las resistencias e imponer una dominación sin límites. Es una organización enteramente cesárea.

Esa concentración de todos los poderes en una sola mano pudo, en rigor, explicarse hace veinticinco años como una reacción contra el federalismo excesivo; pero, pronto se vio, como un experimento concluyente, que era un contrasentido y un peligro, y sin embargo, nada se hizo por corregir el extravió, probablemente porque sólo iba contra los liberales. Todavía ahora se vio a la última asamblea nacional rechazar la reforma que hacía intervenir a las asambleas departamentales en el nombramiento de gobernadores y negar la elección de los alcaldes por las municipalidades. Sin duda temieron que si se abandonaba una parte del poder discrecional, se debilitaba al Estado, cuando precisamente es lo contrario; ese poder discrecional, en vez de guardar a los gobiernos, los expone, y este peligro es mayor en las repúblicas, cuando se trata de fortificar el régimen por medios discrepantes de su espíritu.

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Pero entonces, ¿qué tenía de particular ni de sorprendente que el pueblo colombiano, sumiso y habituado en el distrito al poder personal y arbitrario del alcalde, en la provincia al del prefecto y en el departamento al del gobernador, volviera, sin cesar, instintivamente los ojos hacia el poder personal y arbitrario en el Estado? Todas las instituciones estaban listas para el déspota desconocido; todas las cosas estaban en su lugar para recibirle; se educó cuidadosamente al país para eso, y cuando el resultado llegó, ¡hubo quienes se admiraran! "Se habla de responsabilidad —exclamaba con amargura, refiriéndose al presidente Reyes, un diputado conservador de los confinados— se habla de responsabilidad, cuando nosotros lo habíamos hecho constitucionalmente irresponsable".

En efecto, no es a los hombres a quienes hay que acusar, es al sistema, es al desacuerdo entre el régimen administrativo y el político. Nos llamamos república y somos despotismo; esa es la paradoja sobre la cual vivimos. El favoritismo, la política de clientela, la tiranía presidencial, ministerial, departamental y municipal; las candidaturas oficiales; todos esos achaques, todos esos abusos tienen una misma causa: la contradicción fundamental entre el nombre de república y el fondo cesarista, o sea este formidable pisón de la mina, creado para triturar todo lo que resista, por la omnipotencia de los centros directivos.

Deberíamos, por tanto, tender a clasificar cada día más, así en las atribuciones como en los presupuestos, los intereses generales y los intereses locales. En suma, la alternativa que se nos presenta es entre el sistema de gobierno que consiste en mantener pendiente a todo el país de las puntas del alambre telegráfico cuyos manipuladores están en el Palacio de la Carrera y en los Ministerios, o un sistema de gobierno propio que sea capaz de formar hombres y ciudadanos.

Todos los pueblos del mundo han pasado por fases semejantes a las que nos afligen, y cuando se han querido librar de ellas han trabajado por restaurar y fortalecer sus libertades locales. En otros países, aun de los hispanoamericanos que están al mismo nivel de civilización que el nuestro, numerosos ciudadanos se ocupan en la administración de la comuna, hacen allí su educación cívica y política, y aprendiendo a gobernar a sus convecinos, aprenden a gobernarse a sí mismos y se preparan para gobernar en más vastas esferas. Entre nosotros, esa escuela de aprendizaje falta por completo; en el municipio no hay espacio sino para la influencia del funcionarismo; carecemos de las costumbres de la libertad y de los instrumentos propios para hacérnoslas adquirir; estamos nivelados y modelados para la dominación de un hombre o de una oligarquía.

Como el liberalismo es un partido verdaderamente innovador, no tergiversará en materia de descentralización; conservará la unidad nacional, para aplicarla en lo útil, ya que hasta ahora solo se ha practicado en lo dañino, pero reconocerá que la concepción napoleónica del Estado y de su administración autoritaria, copiada por nuestros constituyentes del 86, carece de razón de ser en nuestro país. Introducirá el espíritu democrático en la organización de los servicios públicos y en el estatuto de funcionarios que es menester expedir, eliminará rigurosamente el poder personal en todos los grados de la escala y asegurará a los empleados la libertad cívica, fuera del servicio oficial.

El liberalismo cree, en una palabra, que se puede organizar la república y crearle instituciones mejores, partiendo de las actuales para modificarlas progresivamente por

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los procedimientos que ellas mismas arbitran. Es decir, que los liberales proponemos al país los mejores medios de perfeccionar los órganos que lo constituyen. Si el país concuerda con nosotros, nos dará a su tumo las facilidades que necesitamos para llevar a cabo nuestro plan, bien seguro de que para levantar la construcción orgánica que proyectamos prescindiremos de las disposiciones flotantes que se inspiran en el sentimiento o en la pasión, para apelar al método positivo, a la vez racional y experimental, único que puede cimentar obras durables.

En estos propósitos no estamos solos; no somos los únicos que abrigamos estas aspiraciones; son muchos los conservadores que piensan en la necesidad de reformas radicales; la prueba es que el Congreso pasado y la Asamblea última se ocuparon en ellas, con lo que admitieron que la Carta íntegra del 86 no es un corán intocable. Se explica que el liberalismo quiera que se modifique, porque eso podría atribuirse al deseo de conquistar el poder; pero que quienes están en él señalen los vicios fundamentales del sistema y se den cuenta de que funciona mal, es sumamente significativo. Contra lo que era de esperarse, los conservadores ya no juran por el Código intacto del 86, como poseedor de todas las condiciones, de todas las virtudes y de todos los elementos necesarios de dicha y de salud para la patria. Cierto que hay unos pocos que proponen conservarlo como está y que pretenden que todo va bien y aun inmejorablemente en Colombia; pero nadie los escucha, ni ellos mismos tienen aire de estar convencidos de lo que dicen.

La actuación liberal, así dentro como fuera del gobierno, se ejercitará, en consecuencia, a la vez en los círculos concéntricos de la nación, de los departamentos y de los municipios.

En lo nacional propenderá por los siguientes puntos principales de reforma, aparte de los indicados en otros lugares de este escrito:

1° Elección directa de los senadores por las Asambleas, a razón de tres por cada departamento. Renovación del Senado y de la Cámara, por mitad cada dos años;

2° Mejora de la ley de prensa;

3° Modificación de la ley de elecciones, para reemplazar el sistema del voto incompleto por el acumulativo o por el del cuociente electoral y el sistema de la inscripción en listas por el de la cédula personal, mediante el censo permanente llevado por las municipalidades; exención de contribuciones al ciudadano a quien se prive del derecho de sufragio; retiro del voto a la fuerza armada; nombramiento de las corporaciones electorales que funcionan en el distrito por las municipalidades, de las provinciales y departamentales por las Asambleas y de las nacionales por el Congreso. Para más adelante, en lo futuro, representación de los intereses agremiados; comercio, agricultura, minería, universidades, industrias y clases obreras;

4° Restablecimiento de la comisión legislativa, compuesta de cinco miembros y con mayores atribuciones que antes, entre ellas la de intervenir en la apertura de créditos adicionales y extraordinarios;

5" Creación de los visitadores fiscales;

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6" Mejora de la ley sobre expedición y servicio del presupuesto;

7" Supresión de los Ministerios de Obras Publicas y del Tesoro, erección del de Agricultura, y reemplazo de la actual desesperante atonía ministerial por la actividad en el despacho, con el señalamiento de términos cortos para los asuntos pendientes;

8" Expedición de una buena tarifa de Aduanas, basada en el principio de la protección racional a las industrias del país;

9" Modificaciones al sistema tributario, encaminadas a realizar una mayor equidad en la distribución de las cargas;

10, Aumento del fondo de conversión del papel moneda y apresuramiento de la acuñación de las monedas de plata y níquel para recoger los billetes de uno a veinticinco pesos;

11" Fomento del crédito hipotecario y agrícola, de las cooperativas y de las cajas de ahorro, y ampliación de los servicios del cheque;

12" Nueva ley sobre reclamaciones de extranjeros;

13" Leyes de sanidad contra el paludismo y las enfermedades contagiosas, y lucha contra el alcoholismo, el juego y la disolución, esa vergonzosa trilogía en que se resume la desmoralización contemporánea;

14° Desarrollo de la reforma militar y establecimiento del servicio obligatorio;

15" Autonomía de la universidad, formación de su patrimonio y reforma instruccionista general, sin perjuicio de que los grupos liberales de los departamentos fomenten la instrucción por medio de las escuelas nocturnas, conferencias públicas, bibliotecas y periódicos;

16" Ley general de caminos, para determinar bien los nacionales, los departamentales y los municipales y aplicar a cada clase rentas fijas y suficientes; construcción inmediata, por cuenta del tesoro nacional, de las vías al Chocó y al Caquetá y las de Tamalameque y Sarare;

17" Reforma judicial para hacer la administración de justicia más rápida y barata, así en lo civil como en lo criminal; en particular, facilitar las sucesiones de los pobres, cambios en la división judicial;

18" Expedición de un código sobre lo contencioso administrativo;

19" Reducción de salvajes y colonización con elementos nacionales;

20° Ley de defensa agrícola;

21" Aumento de la descentralización seccional y, en particular, nombramiento de gobernadores por las Asambleas o sobre ternas propuestas por ellas al Ejecutivo;

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22" Ley de autonomía municipal, con rentas suficientes para los distritos y con nombramiento de alcaldes, jueces, personeros y tesoreros por los Concejos;

23" Ley de asignaciones civiles y sobre nominación, promoción y jubilación de funcionarios públicos, especialmente los del Poder Judicial y la instrucción pública, y

24" Adopción de medidas especiales y enérgicas para hacer efectivo el amparo de las garantías individuales por parte de la autoridad.

En lo departamental el liberalismo, como gobierno o como oposición, atenderá cuidadosamente al desarrollo de la instrucción pública y de los caminos departamentales, a la reglamentación del impuesto del trabajo personal subsidiario, y si esto no es posible, a su reemplazo por otra renta que no de lugar a tantos abusos; a la limitación del número de tabernas y a su fuerte gravamen; a las demás medidas conducentes para disminuir el consumo de bebidas embriagantes; a la beneficencia; a la reforma del sistema penitenciario; a la erección de municipios que puedan tener vida propia; a la eliminación de provincias que carezcan de razón de ser; a la colonización de los baldíos departamentales; al levantamiento de la carta geográfica de cada distrito y a la general del departamento; a la formación de un censo de población y de un catastro de la propiedad raíz que merezcan fe por su exactitud; a la demarcación racional de las circunscripciones para la elección de diputados; y, en suma, al uso amplio y progresista de todas las atribuciones de las asambleas y gobernaciones.

En lo municipal propenderá por el buen estado de las escuelas y de los caminos vecinales, por la honrada recaudación y empleo de las rentas, por el progreso de los servicios locales y por dar a la administración el tipo de la gerencia de los negocios comunes, apartándola de la política y emancipándola del caciquismo.

En resumen, ante todas las cuestiones importantes, el partido tomará resoluciones viriles, en vez de este cobarde aplazamiento indefinido, en que todo se pospone para un mañana que no llega nunca.

Con celo y cuidado sabremos desarrollar hasta su plena florescencia y fructificación nuestro programa integro, en toda su fuerza y originalidad, y esto no en vista únicamente del porvenir cuando seamos gobierno, sino desde ahora, en el presente, como poderosa fuerza política.

Con este programa, el liberalismo no se propone luchar con sus adversarios hasta aplastarlos y repartirse sus despojos, sino esforzarse por conquistarlos para sus ideas y propósitos, o por lo menos hacerlos beneficiar un día de su propia victoria. Iremos al combate como partido de oposición constitucional, que aspira a convertirse en gobierno por los caminos de la ley, más bien que por los del azar.

El partido procurará ante todo bastarse a sí mismo, pues se siente harto fuerte para no tener necesidad de la ayuda ajena, pero sabrá, llegado el caso, con quién ha de aliarse. El papel que desempeñará será el de un combatiente que no excusa la fatiga para lograr el triunfo, pero que estará listo a tender a derecha o a izquierda su mano de compañero leal, a quien la solicite.

Acción económica

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Se dijo atrás que "mejorar la suerte de los trabajadores" hacía parte del programa liberal, y esa no es una fórmula de parada, simple exhibición de una simpatía platónica.

Ya que los otros partidos nada han hecho en definitiva por el pueblo, salvo empobrecerlo, fanatizarlo y envolverlo en sombras de ignorancia cada vez más espesas, es necesario que el liberalismo esté con el pueblo, no con meras reformas políticas sino económicas, si es que se quiere poner realidad, la mayor realidad posible, en las sonoras pero hasta hoy huecas palabras de Libertad, Igualdad y Fraternidad con que hace más de un siglo viene halagándosele; hay que buscar en las capas sociales a todos los que de veras no sean libres ni iguales, a todos los que vivan en un estado de inferioridad, por culpa de la defectuosa organización social.

La reforma política es muy importante, pero no la que más interesa al país; es buena como medio, pero no como fin; la reforma económica es la que el liberalismo considera primordial.

Partimos del principio de que todas las sociedades actuales están padeciendo una evolución que en vano se querría detener y que el empuje de las aspiraciones sociales crece en el mundo y plantea graves problemas que sería locura querer resolver a golpes de negaciones autoritarias y rotundas. Por eso creemos que hoy el primer deber de los gobiernos es inspirar sus leyes y sus actos en el sentimiento cristiano de la fraternidad y, en consecuencia, ejercer el poder no en provecho de una élite o flor social, sino en el de la inmensa multitud de los que se ganan penosamente el pan con el sudor de sus frentes. La utilidad general sigue siendo, en este aspecto, el mejor principio de legislación pública.

Suficientes son las causas naturales que tienden a establecer la desigualdad de los caudales, tan contraría a la democracia verdadera, para que se aumente su número o su intensidad con medidas legales. Se pide que el Estado intervenga para disminuir sistemáticamente el imperio de esas causas; en segundo término, se le exige que no las favorezca, que no las estimule, que no cree otras nuevas. O en orden inverso: que se ponga de parte de los débiles contra los fuertes, o que permanezca neutral, pero que en ningún caso se ponga de parte de los fuertes contra los débiles.

Una noción nueva se ha apoderado de las sociedades modernas, y es la de que ya hoy no se trata de disputarse la transmisión de los privilegios sino de llamar la universalidad de los ciudadanos a una condición mejor. Esto no se realizará sin vacilaciones y tanteos, pero es un paso decisivo y magnífico en la vía de la humanidad. "Ese gran hecho, de tan conmovedora belleza, dice J. Tierry, no implica ningún menoscabo a los principios de orden, de autoridad y de propiedad, salvaguardia indispensable de la sociedad; al contrario, hará la aplicación de esos principios menos empírica, más legítima y más noble".

Si queremos que la república sea otra cosa que un engaño, hay que esforzarnos por asegurar a cada colombiano condiciones de vida material que garanticen su libertad y su independencia, y le suministren el tiempo y la seguridad indispensables para el ejercicio de las funciones cívicas. Y si no ¿para qué en la Constitución y en las Leyes lo llamamos ciudadano? Suena como una paradoja la frase proudhoniana "nadie tiene derecho a lo superfino cuando otros carecen de lo necesario", pero nadie podrá vedar a los espíritus cultos la facultad de meditar en un posible justo medio en que se equiparan

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las condiciones de los que están en lo alto de la escala económica, si descienden un tanto, con la de los que están en lo bajo, si ascienden otro tanto.

"Siempre tendréis pobres con vosotros", dice el Evangelio, y es una gran verdad. Por eso, nadie se promete el milagro de que todos lleguen a ser ricos; no se trata de crear aquí abajo el paraíso; ya se sabe que el hombre perdió sus llaves para nunca jamás; pero siquiera que no sea el infierno anticipado. Es lícito pensar, con el buen Rey Enrique IV de Francia, en un Estado social próspero, en que cada familia colombiana tenga los domingos gallina en el puchero; es agradable imaginar, con Napoleón, cuando leía los artículos del Código Civil, un campesino acomodado.

Ahora bien; está fuera de toda duda que hoy son raros en Colombia los presupuestos de familia equilibrados; los más se saldan con déficit, aun de los que parecen holgados. ¡Cómo serán los de los obreros! ¿Nos resignaremos a que esto sea eternamente así?

¿Será una exigencia inmoderada la de pedir que no se esculque más los bolsillos de los pobres? Porque es una cosa singular que no hay Pactolo más inagotable que esos bolsillos, dice M. Sembat; allí es donde cada cual va en busca de fortuna; no hay mina de oro igual. Mete el pobre la mano en su faltriquera y la saca limpia, porque en realidad no tiene un ochavo; pero llega el financista, mete la mano en todos esos bolsillos vacíos y saca lingotes, saca millones a centenas.

De suerte que si es una gran cosa proponer que no despoje más a la colectividad, o sea al conjunto de los ciudadanos, en provecho de unos pocos. Es una aspiración humilde pero efectiva la de que no se saque de los bolsillos del pueblo sino lo que siempre se ha sacado, lo que es costumbre sacar, y que se deje allí todo lo demás, que a la larga y en total resulta ser bastante.

Los ríos, las florestas, las tierras, las minas, el mar, son del pueblo colombiano; consérveselos, no se los dilapide. Sobre el suelo y bajo el suelo hay riquezas que duermen, que son de todos nosotros. Busquémoslas y explotémoslas, en nombre y provecho de todos, hasta donde sea posible. No habrá para enriquecernos todos, pero tal vez alcance para crear retiros de ancianos, para asegurarle un lecho y una taza de caldo al obrero o al peón agricultor enfermos, baldados por el trabajo o víctimas de sus accidentes, y para arrancar a la familia obrera del tugurio donde se amontona en la estrechez y la mugre obligatorias, y darle habitación barata, limpia, aireada, alegre, con un rincón de jardín donde los niños jueguen y aprendan a conocer ese primor de la naturaleza que se llaman las flores, y que muchos tienen la ignorada pero no por eso menos enorme y lastimosa desgracia ¡de vivir y morir sin haberlas visto!

La riqueza del país tiene que ir en aumento. En 1910 ha sido veinte o treinta veces mayor que en 1810; ninguna razón valedera hay para que no se suceda otro tanto en este segundo siglo; en 2010 se habrá, por lo menos, decuplicado; esto es, la riqueza actual constituye la décima parte de la que tendremos dentro de cien años.

Siendo ello así, nadie podrá negar lo muy interesante que parece para la nación, para este ser colectivo de vida tan larga, que se preocupe de que ese desarrollo progresivo de la riqueza no caiga Íntegro en poder de unos pocos, sino en las manos del pueblo, para que sea equitativamente distribuido en toda la comunidad.

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En ese sentido dirigirá siempre su esfuerzo el partido liberal. En una afirmación resuelta de este aspecto de nuestra doctrina es donde queremos buscar una fuerza nueva y una compatibilidad más amplia con todos los que quieran sinceramente las reformas y el progreso, guardándose muy bien de confundirlos con el desorden, la anarquía y la destrucción, pues entre nosotros no hay ninguno que desconozca la necesidad del gobierno, de la ley y de la propiedad.

Es que las reformas económicas nada tienen de misterioso ni de difícil; sólo sí que son prosaicas, materiales, positivas y hasta vulgares. La cuestión económica se reduce, en definitiva, a saber cómo se viste el pueblo, cómo se alimenta, cómo se aloja y cómo se mueve; si lleva bultos a la espalda, cual bestia de carga, o si tiene acémilas, carros y trenes; cómo se calza o si va descalzo, cómo se cura las enfermedades, si se las cura, qué lee, si lee, cómo se divierte, si se divierte y, en suma, cuánto es su salario y si le alcanza para satisfacer sus principales necesidades.

Todo eso es poco poético, especialmente para aquellos a quienes la vida sonríe como un sonrosado cuento de hadas, que parece velaran por sus deseos, y suministraran a punto los platos regalados, las ropas suaves y finas, la rica habitación, los objetos de arte, los carruajes y las fiestas; por lo cual no quieren saber que debajo de ellos hay multitudes que trabajan de sol a sol, que comen y duermen mal, que van semidesnudas, que adolecen y mueren como perros, y que se quejan, o que si no lo hacen no es porque les falte motivo, sino porque no han aprendido a protestar o porque ignoran que tienen derecho a ello. Ya comienzan a saberlo o sospecharlo, y los felices que hoy bostezan cuando se les habla de estas cosas, o que toleran cuando más que les sean recordadas en términos vagos, generales y nobles, deben interesarse en la cuestión económica aunque les disguste; pues como a los que comen, visten y duermen mal hay que dejarles siquiera la libertad de pensar o, por lo menos, de soñar en algo mejor, resulta necesario que también todo el mundo se preocupe de ello, porque sin esto se corre el riesgo de que el dulce sueño social en que se arrullan, se interrumpa bruscamente por algún sobresalto desagradable, si no por una sacudida trágica. Pero que se preocupen no como asunto de piedad cristiana solamente, que lo mismo puede ejercitarse que omitirse, sino como un derecho de los de abajo y como un deber de los de arriba.

Los liberales creemos que la previsión social, la solidaridad, el mutualismo y las leyes de protección del trabajo deben intervenir para templar el rigor del destino individual; creemos que hay males y abusos que es necesario remediar y reprimir, y que eso no puede hacerse sino por una intervención de la ley; creemos que la benevolencia de los poderes públicos debe mostrarse para con los débiles; creemos en el estado bienhechor, que haga la policía de la miseria como la de las calles, no en el estado industrial concurrente de las iniciativas privadas salvo determinados servicios que sí pueden confiársele ventajosamente; creemos que la intangibilidad de la propiedad es uno de los principios tutelares de la civilización, porque constituye el amparo de la vida de familia y como la coraza de la libertad personal, garantía de independencia, y fuente de energía y de dignidad moral; pero creemos también que si el salariado moderno señala un progreso evidente sobre la esclavitud antigua, quizá no es el último peldaño de la evolución, porque en lugar de la producción de tipo monárquico y patronal, vendrá un día la del tipo cooperativo, más eficaz y justo, por cuanto entrega a los obreros mismos, esto es, a los que ejecutan el trabajo y crean el producto, la parte proporcional que les corresponde; mas creemos que para alcanzar ese término de la evolución se necesita que el proletariado se esfuerce por adquirir suficiente valor profesional o técnico y

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cualidades intelectuales y morales para poder elevarse a la dignidad del patronato colectivo; creemos en las virtudes del corporativismo, de las cooperativas, de los sindicatos y de todas las formas nuevas de agremiación, nacidas del contacto permanente de los trabajadores; creemos en la obligación social de dar asistencia a los ancianos caídos en la miseria y que ya no tienen fuerzas para trabajar; creemos que es necesario dictar leyes sobre los accidentes del trabajo y protectoras del niño, de la joven y de la mujer, en los talleres y en el trabajo de los campos; creemos que se debe obligar a los patronos a preocuparse de la higiene, del bienestar y de la instrucción personal; creemos que en los distritos debe fundarse la asistencia medica gratuita para los desamparados, y que el personero municipal o un abogado de pobres debe ayudarles a defender sus derechos; creemos en la conveniencia de plantear el reposo hebdomadario; creemos en las ventajas de una ley agraria, en favor de los arrendatarios, y creemos, en fin, que a los códigos existentes hay que agregar uno que todavía no se ha escrito, y es el Código del Trabajo, de la previsión y de la ayuda social mutua.

En suma, juzgamos que hay que procurar sustituir paulatinamente el actual sistema de relaciones económicas por otro distinto, o por lo menos introducirle modificaciones sustanciales, particularmente en la manera de organizar el trabajo y la producción.

Este es sólo un esbozo fugitivo de las reformas económicas que ayudarán a marchar hacia el fin, pero que tampoco constituyen el fin mismo. Ni son para plantearlas sobre la marcha; tomemos, sí se quiere, todo este segundo siglo de vida nacional para llevarlas a cabo; la labor es lenta y difícil porque todo está por hacer, sobre un plan nuevo; pero a lo menos, adoptemos la resolución de comenzar a preocupamos de la materia seriamente; estemos atentos a lo que, en el dominio de estas aspiraciones, van realizando otros países, para tratar de poner en práctica lo que esté a nuestro alcance. Los pormenores podrán variar; los textos de las medidas legales y su aplicación podrán mejorar, pero la justicia de su principio es indiscutible, y el progreso cristiano las reclama. Son innovaciones que pueden acarrear dificultades, pero mayores son los peligros que se derivan de atravesarse como un obstáculo en la senda del mejoramiento social.

Es sensible que no haya todavía en Colombia elementos suficientes para organizar un partido obrero, que haga de estos proyectos bienhechores de reforma la base de su programa, englobando las clases agrícolas inferiores, que son quizá las más necesitadas de mejora en su triste situación presente. El liberalismo ve con buenos ojos la formación futura de ese nuevo grupo político; mientras tanto, las reivindicaciones obreras caben todas dentro del programa liberal, sin que esto quiera decir que reclamemos como un monopolio las medidas de solicitud y previsión social, que son la honra de nuestro tiempo; pero dentro del programa liberal hallarán las clases trabajadoras, como hallarán la juventud actual y las generaciones venideras, espacio suficiente para moverse y para satisfacer su ansia de ideal.

Acción disciplinaria

La organización liberal no es platónica o al vacío, por el solo gusto de decir que estamos organizados: es para la acción cívica. Los más refractarios a ella han comprendido la necesidad de la lucha y de una organización para sostenerla. De todas las regiones del país se ofrecen buenas voluntades y se ponen a la obra con un empeño y desinterés admirables. Sin duda, muchos concursos que había derecho a esperar, hurtan el cuerpo y

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se muestran indiferentes. Veces habrá en que sea necesario levantar la bandera que algunos dejen caer; pero atrás vendrá quien lo haga. Veces habrá en que se nos venga abajo lienzos enteros de la fábrica levantada con tan largos y penosos esfuerzos; mas no faltarán arquitectos que tornen a construirlos con los mismos materiales, pero con mejor argamasa y más cierta plomada. El liberalismo no está destinado a morir: es eterno; siempre habrá que contar con él. Como no obra por ilusiones, jamás cede al desaliento. Su lema es perseverare divinum.

El apoyo vendrá de todas las clases sociales, más de las humildes que de las elevadas. En la gran familia liberal no se conoce otra distinción que la de la actividad; el más diligente y el más generoso será siempre el primero, venga a pie o a caballo, calzado o descalzo, de frac o de ruana. Como Alejandro legó su imperio "al más digno", el más digno, esto es, el más abnegado y laborioso, será el llamado dentro del liberalismo a prevalecer sobre las voluntades de sus compañeros.

En los municipios donde todavía no existen juntas liberales, deben constituirse inmediatamente. Dichas juntas deben llevar la inscripción de los copartidarios, con mención de sus residencias y de la cuota mensual que deben pagar para gastos electorales, suscripción a los periódicos del partido, auxilio a los liberales desvalidos o enfermos, subvención a las familias pobres que perdieron sus hombres en la guerra, y educación de sus niños. Si la comunidad de ideas no sirve para prestarse apoyo reciproco en la desgracia ¿qué objeto tiene?

Es cosa probada en todo el mundo que no hay asociación sin cotización. Los partidos políticos son meras ficciones de derecho público si no se apoyan en pequeños pero regulares sacrificios pecuniarios: es una mentida o inútil adhesión la de quien no lo abona con su dinero. La abnegación y el sacrificio son los grandes sembradores de ideas; con egoísmo y con pereza no se funda nada. Liberal y tacaño no pueden ir juntos. Miembros ad honorem, que no se creen obligados a nada, son provisionales; el día menos pensado se pasan al enemigo. El amor por su causa se demuestra prácticamente. El partido liberal llegará a tener una fuerza incontrastable cuando sólo acepte miembros cotizantes. No nos conviene compañeros gratis; los cedemos al conservatismo como peso muerto. Es indispensable persuadirse de que ser liberal es un honor que cuesta.

La necesidad que se impone es, pues, la del pago de una cuota periódica, por pequeña que sea. Unos pocos pesos dados cada semana o cada mes, para una obra cuyos resultados prácticos no se esperan de pronto, parecen una prodigalidad enojosa, y los que gastan cinco, diez o cincuenta veces más en unos cuantos minutos, en licores, en mujeres, en juego, en tabaco o en artículos de lujo, no son luego capaces de erogar una pequeña suma para la defensa y triunfo de sus ideas, sin embargo de que es colocar esa cuota a interés compuesto, el ayudar a establecer un régimen que disminuya las contribuciones o que las emplee de un modo reproductivo.

Son también muy numerosos los copartidarios que le niegan a su causa el concurso de sus votos o que creen ejecutar un gran acto de civismo y dejar cumplida la totalidad de sus deberes, tomándose el trabajo de poner su papeleta en la urna, una vez cada dos o cuatro años; y si el triunfo electoral no corresponde a esa acción distinguida de valor, se creen héroes traicionados por el destino, y motejan con amargura a los jefes que los hicieron incomodarse sin garantizarles la victoria; es un concierto de quejas el que entonces se escucha, y la derrota produce el escepticismo y la dispersión.

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Sin embargo, hasta ahora no se ha descubierto otro modo de que un partido en la oposición gane el poder, fuera de estos dos: o por la fuerza, o por el sufragio repetido. Habiendo renunciado a emplear la primera, no nos queda otro recurso que apelar al segundo.

Porque la lucha ha sido larga y dura; ¿renunciaremos a ella, faltos de paciencia? Más cómodo seria, sin duda, cruzarnos de brazos y esperar lo imprevisto. Pero ¿cómo hacerlo cuando el país va para abajo a toda prisa, cuando la miseria avanza, cuando las cuestiones externas nos abruman, cuando los sentimientos separatistas crecen, y cuando la autoridad pública se muestra cada vez más incapaz de afrontar tantos problemas y detener la obra de licuefacción política y social que amenaza la existencia misma de la nacionalidad?

El liberalismo podría aguardar porque sus hombres estamos acostumbrados a vivir del trabajo y no necesitamos del poder para medrar; pero la suerte de Colombia no da espera. La inoculación del virus disolvente es demasiado profunda, y si no se acude pronto, el envenenamiento no tendrá remedio. El progreso del mal es rápido, y el peligro harto visible para que tengamos el derecho de subordinar nuestra acción a azares que pueden tardar. Va el país hacia el abismo, como leño muerto al amor de la corriente, y nuestro papel estaría reducido a dejar hacer, a esperar que un golpe teatral cambiara la faz de los sucesos, o a que un lento apostolado ¡transformarse el alma popular!

El liberalismo entiende de otro modo su deber: en la medida de sus fuerzas, en la esfera de su acción, trata —sin temor a las derrotas— de disputar a su adversario la dirección de los negocios públicos. Por eso está en la brecha, por eso se bate; como no entrevé otro camino de salvación para la patria que un partido whig opuesto a este partido tory que la ha hecho desgraciada, trabaja por acabar de constituirlo y no cesa de confiar en la justicia de su causa, en el buen sentido del pueblo colombiano, en la clara visión de las generaciones nuevas y aun en el patriotismo de muchos de sus adversarios.

Hasta ahora muchos de los más violentos enemigos del régimen entre los nuestros, sólo han puesto su esperanza en alguna de esas crisis que periódicamente estallan en nuestro país. Pero así como Cavour decía, lleno de confianza, l´Italia fara da sé, es necesario que el liberalismo haga por su cuenta; es imposible que deposite la suerte de su causa en manos del adversario, que bien se cuidará de no servirla, pues su interés es todo lo inverso. La quietud y el silencio por parte de los liberales, son omisiones, simples hechos negativos que mal pueden engendrar hechos positivos. Sólo la acción y la palabra son fecundos. Si nos ponemos a aguardar a que el régimen conservador se caiga por sí solo, seguro es que perdurará; hay que empujarlo, empujarlo con las corrientes de la opinión pública organizada y activa.

Hay quienes creen que no son tanto los partidos los que edifican y las oposiciones las que derrumban, sino que son los gobiernos los que se vuelcan a sí mismos con sus errores; por lo cual, en Colombia todo se reduce a saber cuándo el régimen conservador acabará por suicidarse; como si la experiencia de veinticinco años, en que muchos se han estado mano sobre mano, esperando en la virtualidad desgastadora del tiempo, no nos tuviera enseñado que hay una fuerza de inercia que basta por sí sola para prolongar la duración de los gobiernos, por malos que sean.

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Sabemos que no todo el mundo nos sigue hoy; sabemos que en el fondo de los campos, en las masas profundas de la población hay todavía muchas preocupaciones que disipar y muchas resistencias que vencer en cuanto a nuestros propósitos más bien que en cuanto a nuestras ideas; sabemos que hay muchas buenas gentes predispuestas contra nosotros, porque no nos conocen o porque se les ha enseñado a miramos mal; pero acabaremos por persuadirlas de que no entrañamos ningún peligro para nada que sea legítimo o que merezca vivir, y en poco tiempo el liberalismo acabará por conquistar el país entero.

Algo le falta también al liberalismo para acabar su propia educación, para formarse una conciencia de su identidad, para adquirir plena confianza en su propia fuerza, para levantarse a la altura de la misión que le corresponde y para recuperar la hegemonía que perdió el día en que dudó de si mismo y de sus principios.

Pero tenemos fe en la república, fe en el espíritu colombiano, fe en la libertad y fe en la naturaleza humana, elementos todos que combaten por nosotros.

Queda dicho que la sola salida a la actual difícil situación nacional es constituir un partido de gobierno, que sin violencia dispute a los conservadores el poder, resuelto a ejercerlo sin represalias, y que ese partido es el liberal.

Aquellos de los conservadores que sean verdaderos patriotas, son quienes menos deben asustarse por el inevitable cambio que sobrevendrá; porque mediante la labor liberal, la república, dotada de dos partidos sin los cuales no hay gobierno representativo verdadero ni régimen libre, saldrá del bache en que se halla atascada, para convertir en gobierno nacional el de secta que hasta ahora hemos tenido.

"Estimo seguro el triunfo del liberalismo, que está bien organizado y es numeroso, escribe el General Marceliano Vélez. Yo no creo que esto sea un mal; soy partidario decidido del sufragio puro, el cual debe respetarse religiosamente. Si la mayoría del país quiere cambiar de gobierno, en buena hora; una minoría, por más respetable que sea, no debe de ninguna manera oponerse al cambio. Conseguido esto, la causa de la paz está asegurada en Colombia. Al conservatismo lo depurarían algunos años de prescindencia en la dirección de la cosa pública, que no es patrimonio exclusivo de ningún partido político.

"Repito que a mí no me asusta el triunfo del partido liberal; hasta creo que muchas de las reformas que introdujera serían en extremo convenientes. Este extraordinario centralismo está acabando con la nación. Hace falta autonomía para las secciones y para los municipios".

El liberalismo no viene como un vengador por la violencia sino como mi convictor por la razón. Colectivamente no ejercitará venganzas, ni como gobierno permitirá que las ejerciten los particulares. El partido entiende no tener cuentas pendientes que cobrar. Con nuestro triunfo no habrá vencidos, puesto que todo el mundo ganará con seguirnos por la senda de la libertad y de la justicia. El liberalismo es una esperanza, no un temor.

Queremos restituir al nombre liberal su preciso sentido, su significado noble, generoso y magnánimo que nuestros enemigos han querido empañar; y queremos destruir la reputación de partido negativo, de partido de destrucción que se ha querido acreditar

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contra nosotros. Sin duda, tantos males como durante veinticinco años han caído sobre el país y sobre el liberalismo, no habrían sido posibles sino merced a una impotencia prolongada de los verdaderos elementos conservadores y de resistencia; y esa impotencia no se debe tanto a la hostilidad de los vencedores como a las divisiones de los vencidos, a su desatinada dirección y a la repulsión opuesta por mucho tiempo a las concesiones inevitables. Durante trece años se mantuvo al partido en estado de rebeldía contra las instituciones del 86, sin parar mientes en que un bando que rehúsa aceptar el régimen establecido, se condena a volcarlo por la fuerza o a marcar el paso de su adversario, y que si hace de la total eliminación de lo existente la idea madre de su política, tiene que permanecer indefinidamente como una minoría de irreductibles, en atisbo de la revolución, siempre guerreando, siempre vencida. Esta incomprensible conducta nuestra les hizo ganar a los conservadores su permanencia en el poder, más que su propia habilidad, y les permitió multiplicar impunemente las iniquidades y chocar con los sentimientos populares más profundos y sanos, sin provocar entre los suyos movimientos de revuelta.

Con todo, si precisamente hemos de permanecer en el dominio de la realidad, es patente que —ensayado ya el recurso de la guerra— el gobierno conservador no será reemplazado con el liberal sino por un gran movimiento de opinión en el municipio, en el departamento, en la nación; y que ese movimiento no se producirá sino cuando la opinión acabe de ver claro delante de sí, sepa a dónde se la lleva, y se le garantice que aquello que va a dársele vale más que lo que tiene.

Puede parecer ingenuo esperar el triunfo de un partido con prescindencia de la apelación a la fuerza y confiando únicamente en el poder de la opinión y en el sufragio como su medio de manifestación directa. Los liberales estamos desarmados y los conservadores armados hasta los dientes, ya como gobierno, ya como particulares, con elementos sustraídos a los parques nacionales. Si la cuestión fuéramos a plantearla en el terreno de la fuerza, estaríamos perdidos; pero como es en el campo de la acción cívica, donde los fusiles más bien dañan que sirven las causas, y donde sólo se esgrimen las razones que producen convicción, podemos estar seguros de la victoria si laboramos con energía, con abnegación y con actividad.

Los devotos de la fuerza sonreirán y nos tendrán lástima ante la enunciación de estas ideas; pero nosotros creemos que la esperanza es un deber, antes que una virtud; e ignoramos cómo valdría la pena de vivir la vida si no fuera consagrándola íntegra a una tarea que la ocupe plenamente y aun la desborde. Suceda lo que quiera, jamás deploraremos un esfuerzo que lleva dentro de sí mismo su propia recompensa, por la satisfacción de realizarlo. Esa es ya una victoria que nada podrá arrebatarnos y que tiene su precio en este tiempo de egoísmo y de cobardía civil.

¿Que no hemos obtenido buen éxito hasta ahora? Los impacientes que formulan ese cargo quizá sean los que, por su falta de concurso, han contribuido a detener nuestra marcha; pero habremos de contestarles que si no hemos ganado todo el terreno que deseábamos, en cambio los más rudos ataques no nos han hecho retroceder una pulgada, y podemos hoy comprobar la verdad de aquella gran palabra de un célebre general: Un ejército no conoce su verdadero valor sino cuando ha experimentado reveses. Nuestras luchas, nuestras mismas derrotas nos han hecho dar cuenta de nuestra fuerza, distinguir más claramente nuestro camino y precisar nuestros fines y nuestros medios. Hoy,

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pasada una batalla electoral y en vísperas de otra, nos encontramos en línea, con tropas aguerridas y una bandera sin mancha.

¡Vamos adelante!

CARTAS DE EDUARDO SANTOS, LUIS E. NIETO, LUIS CANO Y CARLOS E. RESTREPO, SOBRE POLÍTICA REPUBLICANA (15)

El General Rafael Reyes ante la imposibilidad de gobernar de acuerdo con el Congreso, lo clausuró, nombrando una Asamblea Nacional de bolsillo, convirtiéndose de hecho en dictador. Su equivocado manejo del poder pronto le ganó opositores en los dos bandos; los liberales, porque se consideraban perseguidos todavía, y los conservadores, porque el despotismo de Reyes perjudicaba sus intereses en ese momento. Para 1909, el gobierno ha caído en crisis total, minado por la corrupción, la ineficacia y la arbitrariedad. Numerosas manifestaciones opositoras suceden en el país y los principales dirigentes exigen la renuncia del presidente.

Así las cosas, en marzo de este año se crea la Unión Republicana, partido de conciliación entre liberales y conservadores, dispuestos a enfrentar la dictadura y ganar las elecciones. Posteriormente Reyes renuncia, y el 30 de julio la Unión gana las elecciones. En noviembre del año siguiente, la Asamblea Nacional elige como presidente a Carlos E. Restrepo, quien había sido el principal propulsor del republicanismo, e inmediatamente asume el poder. Entre los adictos a este movimiento, se contarían José Vicente Concha, Miguel Abadía Méndez y Benjamín Herrera. El gobierno republicano daría vida luego, legalmente, al partido liberal, que comienza a actuar con mayores garantías. Luego de cumplir el objetivo propuesto, la Unión Republicana comenzó a declinar, y para 1920 ya no responde a la situación política que vive el país.

El 20 de junio de 1920, Eduardo Santos, Luis E. Nieto Caballero y Luis Cano, dirigen una carta a Carlos E. Restrepo, fundador y jefe del partido republicano, para manifestar sus inquietudes políticas. Ante la crisis que afronta el movimiento, los corresponsales proponen revitalizarlo orgánica y programaticamente, para llevarlo a ser de nuevo la primera fuerza política del país. Sugieren la fusión con el liberalismo para alcanzar tal fin. Su orientación será hacer del republicanismo una fuerza intermedia, entre el conservatismo derechista y el socialismo izquierdista y anarquizante.

Carlos E. Restrepo, responde de manera ambigua y confusa, aceptando algunas cosas pero rechazando otras. Sin embargo sugiere que sólo una convención nacional, es el organismo que debe discutir y aprobar las reformas. Con esta actitud gaseosa, Carlos E. Restrepo prácticamente expidió certificado de defunción a la Unión Republicana, pues

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sus seguidores esperaban otra conducta. Al final, la convención jamás se convocó, no se hicieron las reformas, y la organización se diluyó sin pena ni gloria, regresando sus miembros a los partidos de donde habían procedido, el liberal y el conservador.

Bogotá, junio 20 de 1920 Señor doctor Carlos E. Restrepo. Medellín.

Muy respetado doctor y amigo:

Muchos días hace ya que venimos pensando en la conveniencia de examinar fría y francamente la situación actual del partido republicano, su papel en la política del país y la relación de su programa con las presentes necesidades de la república y con las corrientes universales en materia de ideas y reformas sociales. Con tal fin provocamos hace una semana una junta privada de copartidarios, y la respuesta que a nuestra invitación dio el doctor Pedro M. Carreño, miembro del Directorio Nacional Republicano y presidente que fue de la primera convención del partido, ha convertido aquella conveniencia en necesidad inaplazable. La seguridad de que esto es así, nos mueve a escribir esta carta, que va dirigida a usted como la figura más alta y prestigiosa de nuestra colectividad, y cuyas ideas sometemos también a los miembros del Directorio Republicano de Medellín y a los del Directorio Nacional que residen en Bogotá.

No nos detendremos en esta carta, dirigida a jefes y copartidarios, en rememorar los éxitos y las glorias del partido republicano, que ha sido frecuente tema de nuestros escritos; queremos sólo exponer algo de lo que constituye lo que hoy podría llamarse sin exageración una crisis en el seno del republicanismo, que ojalá se resuelva en forma favorable para el partido y para la república.

En nuestra calidad de periodistas republicanos, obligados a librar en la medida de nuestras fuerzas el diario combate, sentimos actualmente la necesidad, -para las ideas que defendemos, de una base política más firme, más activa y más adecuada que la que ofrece la organización o mejor la desorganización actual del republicanismo. Comprendemos bien que quienes lejos de toda lucha viven entregados a sus intereses particulares, se hallen satisfechos con la inercia actual y alaben las excelencias de un partido que no les exige, ni de ellos recibe esfuerzo ni cooperación algunos, y que antes bien les concede una especie de patente para vivir lejos de las actividades ciudadanas. Pero no pueden pensar de la misma manera los que por la naturaleza misma de sus diarias labores, o por la posición que ocupan, —como es el caso para usted y los miembros de los Directorios citados— están en contacto permanente con necesidades, anhelos, peligros y aspiraciones que no pueden satisfacerse ni conjurarse con la quietud inerte. De ahí que deseemos vivamente un recio esfuerzo para modificar la presente situación, para hacer algo que responda a las necesidades de las ideas progresistas en Colombia.

Hemos sido escritores republicanos desde hace muchos años y casi se confunde el periodo de nuestra actividad con el de la existencia del partido. Por ello, si no por otro género de razones, nos creemos con derecho a opinar en esta delicada materia, y condensamos nuestras opiniones y sentimientos en la forma siguiente:

En primer lugar, parécenos que la posición del partido republicano no puede hoy ser la misma que fue nace ocho años, cuando entre los dos grandes partidos debía ser un

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campo intermedio, de moderación y de paz, "un algodón entre dos vidrios", que impidiera el choque estridente. Esa misión necesaria y oportuna se cumplió ya, y creemos que en el día las circunstancias la harían anacrónica. Muerto el General Uribe, dispersas las fuerzas que acaudillaba, anarquizado y debilitado el liberalismo en grado máximo, reducidas las fuerzas progresistas a un indeciso anhelo y a una incoherente acción, enfrente al conservatismo, cuyas discordias intestinas y perpetuas luchas no le impiden presentarse unido y compacto cada vez que se trata de asegurar la permanencia de su hegemonía, todo demuestra que la situación hoy en Colombia es de intensa y amarga crisis para los elementos liberales, entre los cuales se cuentan los que componen el partido republicano.

Absolutamente nada hemos podido hacer los republicanos por mermar las fuerzas de que dispone el partido conservador; a él han vuelto no pocos de quienes nos acompañaron en horas difíciles, como el doctor Marcelino Uribe Arango, y ahora el doctor Carreño se aleja de nosotros a un retiro no hostil para sus copartidarios de hace diez años. Cierto es y profundamente honroso y grato para el partido, que la mayoría de los conservadores que de 1911 para acá figuran en el republicanismo se mantiene fiel a él, pero es el hecho que en los últimos siete años el partido conservador ha acentuado su personalidad, sus éxitos y su hegemonía, en tanto que el vidrio opuesto se ha despedazado, quedando sin contrapeso aquella masa, cuya cohesión ha sido hasta ahora superior a nuestro esfuerzo.

Estas reflexiones nos han hecho pensar en la necesidad de que el republicanismo procure servir, más que de grupo intermedio, de elemento francamente progresista, con tendencias avanzadas y favorables a la organización y robustecimiento de las fuerzas liberales, cuya acción precisa y ordenada es necesaria para el engrandecimiento de la república. Nos parece evidente la necesidad de organizar, —entre el conservatismo estrecho que se ha plegado a las libertades, porque le era imposible oponerse a ellas, pero que se muestra reacio a las reformas y a la obra intensa del progreso renovador, y el socialismo apenas naciente, pero que crecerá, porque es corriente universal de poder enorme— un amplio y robusto partido liberal, de ideas avanzadas y de orientación netamente generosa y reformista en materias sociales, partido que en el mundo contemporáneo es el verdadero partido intermedio, y a cuyo establecimiento, en nuestro sentir, debe cooperar el republicanismo con clara decisión, para ser leal con sus íntimas tendencias y si no quiere que por sobre la debilidad y anarquía de los grupos hoy llamados progresistas se empeñe una pugna bárbara entre el conservatismo reaccionario y las fuerzas tumultuosas del socialismo criollo.

El programa que ha tenido el republicanismo en lo referente a cuestiones sociales nos parece que requiere una revisión completa, un cambio decisivo. Es preciso contemplar esas cuestiones desde nuestro propio punto de vista nacional, en el que el asunto sanitario representa lo que para otros países puede ser el trabajo de ocho horas y la nacionalización de las minas. No retroceder ante un impuesto sobre la exportación, destinado a combatir la anemia tropical y el paludismo, ni ante disposiciones draconianas en lo que hace a las habitaciones obreras urbanas, en las cuales hoy la codicia de los propietarios suele alimentarse de la salud de los desventurados. Crear el Ministerio de Higiene y Salubridad con mejor organización y dotaciones que cualquier otro; pedir al impuesto sobre la renta lo necesario para salvar las vidas de los infelices y el destino futuro de la raza; imprimir un cambio radical a lo que es hoy Beneficencia y debe ser Asistencia Pública; consagrar atención sostenida a los problemas que crea el

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desarrollo industrial y el estado primitivo de regiones, como muchas de Boyacá y Cundinamarca, en donde se pagan a jornaleros y peones salarios con los cuales es imposible la vida, por pobre que sea. Todo esto y muchas otras cosas que usted conoce de sobra, forman un conjunto en el cual liberales y republicanos deben formar una plataforma moderna, vigorosa y clara, que responda a las necesidades del momento, plataforma de la cual hoy carecemos.

Respecto a la cuestión religiosa, creemos indispensable luchar no sólo como consejeros y abogados del clero, predicándole lo que pierde con intervenir en las luchas banderizas, sino como servidores del poder civil, para reivindicar para éste, mediante reformas del Concordato, la libertad y supremacía en materias de enseñanza, la institución legal de la familia, cementerios civiles, independencia efectiva de las autoridades, todo lo que en otros países concede gustosa la Iglesia y que aquí se nos niega porque no lo reclamamos; todo lo que sin representar persecución religiosa, ataque a las conciencias, al dogma y a la fe, implique la realidad y predominio del poder civil en la vida de la república.

No hablaremos en esta breve exposición de cuanto se relaciona con el progreso material, porque sobre este punto casi lodos estamos de acuerdo en la teoría, y sólo se requiere el impulso eficaz en la práctica.

Evidente parece para cuantos estudian la actual situación de Colombia, en donde creemos asegurada la paz interna que existe aquí una honda inquietud revolucionaria, en el más noble sentido de la palabra; un anhelo general e intenso en pro de nuevas ideas y de mejores rumbos.

Es preciso servir a esa revolución oportuna y urgente, y tememos que la inacción total del republicanismo antes la estorbe que la impulse. Lo hemos sentido así, y muchas veces hemos tenido el dolor de ver que nuestro partido, quieto e inerte, que no trabaja ni da señales de vida organizada, antes que un elemento de fuerza y de adelanto en la política progresista, es un peso muerto que sólo sirve para mantener anarquizadas e inactivas las corrientes que se oponen al conservatismo.

Nuestro deseo, pues, es solicitar de jefes autorizados —en esta hora de innegable crisis para el partido— una consideración serena de los problemas que se presentan y una resolución precisa que defina el presente y el porvenir del republicanismo y su actuación ante las fuerzas liberales. "La patria por encima de todos los partidos", acaba de decir el General Herrera, y eso hemos dicho los republicanos siempre; pero la patria reclama acción, reclama la creación de una fuerza capaz de imponer en el país doctrinas y prácticas más avanzadas, rumbos más modernos y eficaces. Un nombre generoso sobre una inmovilidad casi indiferente, en la que hay quien no obra sino "cuando tiene rabia", no pueden bastar para el buen servicio de una patria necesitada de tantas cosas.

Pedimos, pues, respetuosamente a usted y a sus compañeros de los Directorios citados una decisión que abarque los puntos ligeramente esbozados en esta carta. Nos conocen ustedes suficientemente para que tengamos que hablar de las intenciones que nos mueven, de cuáles son nuestros sentimientos respecto del republicanismo y del desinterés perfecto que inspiran estas palabras, hijas de una honrada inquietud de ciudadanos que creen indispensable para la salud de la patria una mayor solidaridad, un mejor acuerdo, una más avanzada orientación y una acción política más firme y activa

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por parte de los elementos progresistas, obligados a realizar en Colombia labor tan vasta y hoy tan retardada.

En espera de su para nosotros tan importante respuesta, nos es muy grato repetirnos sus más adictos y sinceros copartidarios y amigos.

Eduardo Santos, Luis Cano., L. E. Nieto Caballero.

* * *

Medellín, junio 30 de 1920

Señores doctor Eduardo Santos, don Luis Cano y doctor L. E. Nieto Caballero. Bogotá.

Muy apreciados señores y amigos:

Correspondo con gusto a la muy importante carta de ustedes fechada el 20 del presente mes.

Sobran a ustedes títulos para hablar sobre materias políticas, ya por la briosa y perseverante actuación que han sostenido en ese campo en los últimos años, ya por la inteligencia, el desinterés y la buena fe con que han obrado. Hacen, además, muy bien en hablar con la franqueza con que hablan, y deben esperar que yo proceda de igual modo, toda vez que estamos cobijados por el nombre republicano, que es todo claridad y libre examen en materias políticas.

Perdonen que al contestar haga implícita referencia a mis escritos, especialmente a los de los últimos once años y, con mayor particularidad, a los que titulé Orientación republicana. Mis convicciones en el sentido allí expuesto se han ido formando desde la niñez y robusteciendo con los años; y hoy, al declinar de ellos, no tengo que rectificar ningún punto sustancial: en todos me ratifico singular y absolutamente.

Traté de demostrar en esa Orientación que ella no fue improvisación de un momento ni obedecía a la necesidad de remediar situaciones accidentales, sino que la tendencia llamada hoy republicana había nacido en toda Hispanoamérica como fruto seleccionado, desde que alborearon los primeros días de la Emancipación, y con ellos nuestros partidos políticos, con sus excesos, con sus errores y con sus fanatismos. Más aún, la idea republicana no es, en síntesis, sino la consagración política del viejo principio filosófico, que bien puede ser el lema que sintetiza todo nuestro programa: In medio, veritas.

Por eso no puedo prestar mi asentimiento a la afirmación de ustedes, de que ya está cumplida nuestra misión —hace ocho años oportuna— "de ser un campo intermedio de moderación y de paz". Mientras haya hombres, mientras haya partidos, y los habrá siempre, esa misión, altísima, será de permanente actualidad.

La agrupación republicana surgió en Colombia, vuelvo a repetir más concretamente, como un freno para el radicalismo liberal y para el radicalismo conservador, para el fanatismo azul y para el fanatismo rojo —que ambos tienen graves responsabilidades en las desventuras nacionales - . En la ancha órbita de mi comprensión y de mi tolerancia

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republicanas, admito, sin el menor encono y sin ninguna extrañeza, que unos colombianos inviten a sus compatriotas a formar una avanzada, aún más extrema que las conocidas hasta hoy. Lo que no comprendo es que el llamamiento pueda hacerse en nombre del partido que se fundó como "un campo intermedio de moderación y de paz", Esa avanzada podrá llamarse radicalismo o cesarismo, jacobinismo o autoritarismo; pero a ella no se le puede dar el nombre de partido republicano, tal como yo lo entiendo.

Es cierto, dolorosamente cierto, que muchos y muy importantes amigos nos han abandonado y han vuelto a sus viejas tiendas liberales o conservadoras, y es seguro que otros seguirán tomando los mismos rumbos, muy a nuestro pesar; pero ello no afecta en nada la esencia misma de nuestras ideas.

Los fundamentos filosóficos de las opiniones que profeso, se hallan casi íntegramente expuestos y detallados en el libro de F’aguet titulado El liberalismo, en que, por rara coincidencia, dice que si en Francia se pudiera formar un partido con ellos, debería llamarse partido republicano. Pero allí mismo advierte que, más que partido, debe llamársele contra-partido, porque su verdadera misión consiste en oponerse a los excesos y abusos de todos los partidos.

El profundo expositor francés analiza un siglo de errores en su patria, arrancando desde los que cometió la Revolución contra los derechos del hombre y contra el liberalismo bien entendido; y concluye por exponer nuestra doctrina republicana, no para una ocasión ni un tiempo, sino para todas las ocasiones y los tiempos todos.

El republicanismo, tal como yo lo entiendo, es, ante todo, un criterio: un criterio arquetipo. Criterio que se aplica a lo social, a lo político, a lo religioso, a todo orden de ideas humanas; y en la aplicación precede con ánimo moderado y moderador, para sacar de allí lo que crea verdadero, y exponerlo con sinceridad, buscando los puntos de contacto en las relaciones humanas, evitando los de diferenciación y condenando siempre la propaganda por el terror y la violencia.

Fundase ese criterio en la evidente relatividad de los principios políticos, que hace imposible para toda mente racional el proclamarlos como dogmas infalibles y el imponerlos con procedimientos draconianos o inquisitoriales. Criterio de adaptabilidad y de tolerancia, "de moderación y de paz", como ustedes lo han llamado, que nos obliga a no buscar la destrucción del adversario ni la de sus principios, sino la rectificación de los últimos por medios racionales y persuasivos; y, mientras llega, procurar la convivencia civilizada con ellos bajo el cielo de la patria y la interinteligencia en los puntos de contacto que nos son comunes.

Procediendo sobre la base fundamental de ese criterio, podemos abordar sin miedo —y si se quiere con audacia— todos los problemas que se presenten en nuestra existencia individual y colectiva.

Acaso no haya un colombiano más convencido que yo de la necesidad imperiosa, vital, de una absoluta renovación en nuestra existencia nacional. Hay que hacerlo y rehacerlo todo, desde los cimientos hasta la cumbre, no dejando subsistir sino lo poco que la experiencia haya demostrado ser de conveniencia incontrovertible.

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Si se aplican los principios republicanos que enuncié, puede y debe hacerse la renovación, sin producir trastornos que amenacen nuestro organismo ni catástrofes que lo destruyan. De este modo, proclamamos toda clase de garantías, hasta donde ellas constituyan un derecho, para liberales y conservadores, progresistas y reaccionarios, creyentes y no creyentes, y trabajamos porque unos y otros cumplan con sus deberes y llenen sus obligaciones.

Ejercitando esos principios, que son justos y son equitativos para cualquier situación que pueda presentarse, pediremos que se reconozcan al capital los derechos innegables que tiene, y al trabajo los que con toda razón le corresponden. Defenderemos a los industriales contra las huelgas injustificables, y a los obreros contra los salarios inicuos; protegeremos a la sociedad contra los perturbadores del orden, y al pueblo contra los conculcadores de sus garantías.

Para individuos o agrupaciones que proceden sobre las bases expuestas —de relatividad, de adaptabilidad, de justicia y de tolerancia, y que merced a ellas se han librado de todo prejuicio incómodo— no hay problema de los expuestos por ustedes que no pueda estudiarse con ánimo sereno y con todas las probabilidades de acertada solución, higiene, protección a los trabajadores de las ciudades y de los campos, rentas y contribuciones, nacionalización de algunos servicios, asistencia e instrucción públicas, vías de comunicación, relaciones entre la Iglesia y el Estado, etc.

Lo que importa es conocer y meditar él procedimiento que ha de aplicarse para realizar la inmensa obra de rectificación y de renovación sociales de que estamos tratando.

Ustedes preconizan hoy la necesidad de la revolución; yo sigo creyendo en la eficacia de la evolución. Ustedes abogan ahora por los métodos draconianos; yo insisto en dar mi preferencia a los republicanos, métodos que no excluyen ni la eficiencia ni la energía.

Procuro vivir enterado de lo que pasa, no sólo en Colombia, sino en el resto del mundo; y, hasta donde mis facultades me alcanzan, trato de sacar de ese conocimiento lecciones que me aprovechen a mí y a mis semejantes. Creo advertir que, pasada la guerra mundial, han quedado los hombres —quizá como consecuencia de la misma guerra— viviendo una vida de imperialismo, de fuerza y de violencia. Fundándose siempre en el eterno error de que se es dueño de la razón y de la verdad absolutas, los más fuertes están imponiendo sus puntos de vista por medio de procedimientos draconianos: el Japón en la China, en Corea y en Siberia; Polonia en Rusia; Italia en lo que excede de sus provincias irredentas; Francia en África y en Alemania; Inglaterra en la India, en Egipto y en Irlanda; los Estados Unidos en las Antillas, Centro América y Colombia. ¿Qué más? Los mismos Estados Unidos, en aquel país en donde todos los hombres estábamos acostumbrados a ver irradiar’ ’la Libertad iluminando al mundo", se repiten constantemente los atentados contra la libertad del pensamiento, de asociación, de elegibilidad, de locomoción, hasta el punto de que un grave periódico inglés (The New Statesman), al estudiar esta situación, exclama: "La campaña presidencial puede ser una purga social (para esos procedimientos draconianos). Al menos, así lo esperamos, porque debido a su conducta interna en los últimos diez y ocho meses, los Estados Unidos escasamente pueden ser mirados por el mundo como un país civilizado".

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¿Estará Colombia amenazada de que a ella también la invada una ola de coacción y de draconianismo? Dios no lo quiera; pero lo hacen temer algunas prácticas y doctrinas de los gobernantes (véanse el 16 de marzo, los sucesos de Ibagué, y sus comentarios conservadores), y la impaciencia, acaso el brío, de algunos gobernados.

Lo cierto es que siempre será conveniente, y más que conveniente, necesario, que queden individuos y agrupaciones que se interpongan como un algodón sedante entre los partidos y entre las creencias, entre mandatarios y mandantes, entre el capital y el trabajo... dondequiera que haya dos fuerzas contrarias que amenacen destruirse. Ahora, es indudable que conviene y es preciso imprimir mayor celo y, si se quiere, mayor actualidad a nuestras actividades políticas, con lo que estoy enteramente de acuerdo con ustedes; pero en el orden de las ideas que he apuntado. La próxima renovación del Poder Ejecutivo —cuya discusión, a mi ver, se ha festinado— es una ocasión propicia para acelerar el rumbo, ya que no para variarlo ni torcerlo, según lo que llevo expuesto.

Es más, admito que lo que hoy llamamos partido republicano varíe su programa accidental o sustancialmente, o que adopte el de cualquiera de las otras agrupaciones políticas en que están divididos los colombianos; pero no creo que ni ustedes ni yo tengamos facultades para hacerlo, si bien es verdad que tampoco nos las estamos arrogando.

Ello seria de la competencia de una Convención Republicana, en que estuviesen debidamente representados los republicanos.

Querría decir —y eso es consustancial a nuestro programa— que los miembros de ese partido quedaríamos en plena libertad de aceptar o no la plataforma de la Convención, porque el republicanismo dejaría que los miembros delegaran en cualquier individuo o entidad, incondicionalmente, la facultad de pensar. Podemos y debemos ofrendar a la disciplina los puntos accidentales, pero los principios fundamentales no.

Viniendo ahora a la práctica de los procedimientos que pueden adoptarse para el momento actual, doy a ustedes mi opinión gustosamente.

Convendría que en una época próxima, de aquí a diciembre, se reunieran en esa capital sendas convenciones de los partidos progresistas, en que estén genuinamente representadas las ideas de cada agrupación. La reunión de las convenciones debe coincidir en la época de sus sesiones, y las Asambleas tratarán de ponerse de acuerdo en los puntos principales de la política general y de su venidera campaña presidencial.

No creo difícil que, dados el patriotismo y la buena fe que han de inspirar a esas convenciones, pueda acordarse un programa común para el próximo debate electoral, sin perjuicio de que cada uno de esos cuerpos exponga y desarrolle el suyo peculiar.

Ruego a ustedes que perdonen lo extenso de esta exposición, en gracia de la capital trascendencia que tienen los puntos tratados en la carta de ustedes a que ella se refiere.

Soy de ustedes afectísimo servidor y leal amigo,

Carlos E. Restrepo

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MENSAJE DE BENJAMÍN HERRERA A LA CONVENCIÓN DE 1922 Y PROGRAMA

Abril de 1922

Esta asamblea nacional del liberalismo, reviste particular importancia, pues ella definirá la política y la conducta de ese partido, prácticamente hasta hoy.

La época nos muestra un país convulsionado políticamente, con la agitación social al orden del día. Diversas huelgas ha tenido que enfrentar el gobierno de Suárez, huelgas impulsadas ardorosamente por los socialistas, que acababan de realizar su segundo congreso en Honda. Para 1921, el republicanismo yace pasivo sobre sus cenizas y sus antiguos dirigentes comienzan a hablar de la unión liberal.

La cercanía del próximo debate electoral, ha tensionado a los partidos políticos, urgidos por encontrar candidatos para la contienda. El conservatismo manifiesta agudas contradicciones a su interior, al lanzarse simultáneamente varias candidaturas; Pedro Nel Ospina por el gobierno; José Vicente Concha, quien aspira a un segundo período presidencial y Alfredo Vásquez Cobo, quien se ha manifestado en contra del gobierno de Suárez, en abierta oposición. Del otro bando, un grupo de liberales proclama la candidatura del General Benjamín Herrera por su partido. Sin embargo, también el liberalismo se debate en crisis a causas de profundas desavenencias internas.

A todas estas, Suárez; presionado por una serie de graves acusaciones en su contra, renuncia a la presidencia, encargando de ella a Jorge Holguín. Inmediatamente, se iniciaría en la Cámara un juicio a Suárez, en base a las acusaciones hechas.

En febrero de 1922, Benjamín Herrera, convoca una reunión nacional del liberalismo, que se realizará en abril, donde se deberían tratar tres aspectos fundamentales: la unión liberal; adoptar un programa político y elegir un candidato para las próximas elecciones.

Al instalar la asamblea en Ibagué. Benjamín Herrera dirige un mensaje a los delegatarios, para expresar su pensamiento acerca de la situación. Inicialmente renuncia a la dirección del partido liberal, para permitir la elección de una nueva Junta Directiva Nacional. En su análisis político, considera que el liberalismo es la fuerza mayoritaria del país, no dejada expresarse en el gobierno, por la política discriminatoria del conservatismo, a pesar de los ingentes esfuerzos hechos por él, para lograr acuerdos con ese partido. Se queja de la falta de apoyo a las tesis liberales, por parte de socialistas y republicanos.

Pero se abstiene Herrera, de fijar orientaciones claras como las circunstancias lo exigían, delegando en los convencionistas esa responsabilidad. Insiste sin embargo, en algunos puntos que a su juicio debe adoptar un programa liberal: nueva reforma electoral, y educación pública y gratuita para todos los colombianos. Sugiere finalmente

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algunas directrices para la mecánica electoral que deberá seguirse en los próximos comicios.

Una vez instalada la asamblea y desarrollada la discusión propuesta, el partido liberal adopta un programa político, importante en la medida que orienta toda la conducta del liberalismo hasta hoy. Del programa sobresalen los siguientes puntos: legalización de títulos para los campesinos que ya tienen tierra y para colonos; reforma electoral; igualdad civil para todos los colombianos; fomento a las obras públicas; reorganización del Ministerio de Agricultura, especialmente para atender a los territorios nacionales; supresión de derechos civiles a miembros de las fuerzas armadas; expedición de medidas de bienestar social para los obreros, reforma al concordato; fomento y mayor introducción de crédito exterior; nacionalización de servicios públicos; creación del Ministerio de Salud; extensión y ampliación de los poderes del Congreso y expedición de una ley del servicio civil. Firman este programa: Simón Bossa, Ramón Neira, Alejandro Hernández y Benjamín Herrera.

Finalmente, la convención elige al General Benjamín Herrera como candidato del liberalismo, para enfrentar al General Pedro Nel Ospina, candidato del partido conservador.

MENSAJE DE HERRERA A LA CONVENCIÓN

Ibagué, marzo 29 (16) *

Señores delegados:

Os presento el más respetuoso saludo, y en nombre del liberalismo os doy las gracias por la manera admirable como habéis respondido a su llamamiento. Representáis la genuina opinión de nuestros amigos de toda la república, conocéis por estudio personal y directo la situación en que ellos se encuentran en los distintos lugares, y estáis por eso, y por vuestras capacidades y merecimientos, en condición excepcional para .marcar al liberalismo rumbos de acción acertados y eficaces, que éste seguirá con entusiasmo y disciplina.

Ante las reiteradas exigencias de la anterior Convención Nacional y de diversos comités y directorios, acepté, contra mí deseo, el cargo de director del partido, y quise con ello tan solo ocupar el puesto de trabajo y de responsabilidad que éste quiso señalarme, pero me apresuro a depositar en vosotros la totalidad de los poderes de que fui investido, para que procedáis a reorganizar la Dirección Nacional del partido, en la forma que juzguéis más conveniente y oportuna.

Nada que vosotros no sepáis podré deciros acerca de la política liberal en los últimos meses. Realizada el año pasado la unión del partido, congregados todos sus elementos en torno de la antigua bandera, ha recobrado el liberalismo una cohesión y pujanza digna de los mejores tiempos de su gloriosa historia, y puede afirmarse que se presenta hoy como la fuerza de opinión más poderosa que exista en el país, predominante en la inmensa mayoría de los centros cultos, arraigada en el corazón del pueblo, que nos acompaña con noble lealtad, desinterés y decisión incomparables, apoyada por las altas clases, que ven en las ideas y prácticas liberales la mayor esperanza de redención nacional.

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Esa es, señores delegados, la colectividad compacta, consciente de su fuerza, que tenéis ante vosotros y de cuyos destinos vais a decidir.

Sabéis bien, cómo a pesar de todos nuestros leales esfuerzos, fue imposible una coalición con elementos avanzados del conservatismo, que hubiera obtenido una sincera unión electoral de todos los elementos progresistas en tomo de un moderado programa común que habría podido salvar a la república de mayores males. No ignoráis cómo la Convención conservadora se apresuró a lanzar ella sola, y sin acuerdo ninguno con otras agrupaciones, un muy respetable y digno candidato conservador, y cómo fue imposible obtener el lanzamiento de un programa completo que justificara nuestro apoyo. En esas condiciones, no se trataba ya de coalición sino de simple adhesión, fórmula del todo incompatible con el decoro y la independencia de nuestro partido.

Desechada esa posibilidad, la Convención Nacional resolvió que el partido fuera a las urnas con un candidato propio, y para ese efecto, haciéndome un honor que me abruma y que sobrepasa cuanto yo haya podido hacer por nuestra causa, escogió mi nombre, y puedo decir que me impuso la aceptación de una candidatura rechazada por mí con la más sincera insistencia,

Con gran acierto la Convención invitó de manera cordial a los elementos republicanos y socialistas a acompañar al liberalismo en la lucha electoral, y aunque los Directorios Supremos de esas agrupaciones decidieron mantenerse neutrales, la gran mayoría de quienes ellas forman parte trabajaron por el candidato liberal y por las ideas que éste representaba con energía, decisión y lealtad, que las hace acreedoras a la gratitud de todo liberal, especialmente de quien tiene en este momento el honor de hablaros.

En cuanto al liberalismo, vosotros sois testigos de su esfuerzo prodigioso, que superó a todos los cálculos y que lo mostró como nunca, lleno de vida y de entusiasmo. Personalmente, no tendría palabras para expresar la gratitud infinita que siento hacia quienes en torno de mi nombre lucharon de tan gallarda, tenaz y en no pocos casos heroica manera; pero, sin que ello atenúe en forma alguna mi reconocimiento, comprendo que el fin de tan titánicos esfuerzos no era un nombre sino una idea, y quien mereció tan maravillosa exhibición de fuerza, de disciplina y de entusiasmo no fue un candidato, sino cuanto se simboliza en la política y en la doctrina liberal. Espero que este augusto Cuerpo, auténtico personero del liberalismo, dará su autorizada voz de sincero aplauso a los millares de nobilísimas mujeres colombianas, que con el apoyo de su valiosa adhesión, realzaron el debate electoral, poniéndole un sello del más puro patriotismo.

En el curso de este intenso debate fueron por desgracia víctimas de inicuos atropellos algunos de nuestros amigos, y cumplo con el deber de consagrar a su memoria un respetuoso recuerdo y con el de renovar la expresión de hondísimo pesar que causó su trágico fin. Entre los crímenes ocurridos tiene espacialísima gravedad el de que fue teatro la ciudad de Salazar de las Palmas, tanto por la calidad de las víctimas, algunas de ellas jóvenes meritísimos que honraban a la patria y al partido, como por los caracteres de salvajismo y de ferocidad que revistiera tan atroz delito. Estos hechos altamente deplorables, contra los cuales el liberalismo sostiene permanente protesta, y la impunidad que hasta ahora ha cobijado a sus autores, han creado una situación delicadísima, especialmente en el Norte de Santander, y sobre ella me permito llamar vuestra atención de modo encarecido.

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El resultado probable de los escrutinios demuestra que fue vano tan intenso y legítimo empeño. Mejor que yo sabréis vosotros las condiciones en que se desarrolló el debate, y os toca resolver cuál debe ser ante todo eso la línea de conducta del partido que representáis. A más de las medidas tendientes a consolidar la unión del partido, a perfeccionar su organización en todas las regiones del país en la forma más democrática posible y a crear entre sus miembros lazos de solidaridad sincera, os corresponde la tarea de echar bases prácticas y efectivas para la creación del fondo liberal que permita intensificar los trabajos del partido y el desarrollo de iniciativas que muchas veces se malogran por falta de recursos. Me parece éste uno de los puntos esenciales de vuestras labores, y sobre él llamo respetuosamente vuestra atención.

Punto delicado y trascendental es el de la participación del liberalismo en el Poder Ejecutivo y en los gobiernos departamentales, y aunque, como es obvio, en los actuales momentos él no se plantea ni podría plantearse, es preciso que acerca de él deis normas claras, que estoy seguro se conformarán a lo que aconsejen el decoro y la independencia de la comunidad, que en ningún caso podría seguir siendo causa de sus adversarios en gobiernos que atropellen el derecho o sean indiferentes a las altas conveniencias públicas.

Diferencia indiscutible hay entre los empleados del servicio público que se costean con los fondos de un Tesoro por todos pagado, y en los cuales no debe regir sino la competencia y la probidad, como que se trata de trabajos secundarios para desempeñar a los cuales todo ciudadano tiene derecho, y aquellos altos puestos que tienen carácter directivo y llevan envuelta responsabilidad en la manera como se manejan los asuntos públicos. Respecto de estos últimos, su aceptación o rechazo no puede ser indiferente a la política liberal, y debéis fijar sobre ese particular normas que correspondan a los anhelos y necesidades del partido.

Me parece indispensable que la Convención encarezca como uno de los puntos esenciales del programa liberal el de una reforma electoral justa, que permita la libre y exacta representación de todos los distintos partidos o corrientes de opinión que a ello tengan derecho y que, además, garantice la verdad en el sufragio, evitando los fraudes que hoy lo convierten en una irritante farsa, controlando y protegiendo la personalidad del elector, y dando al poder electoral la imparcialidad y equidad que lo harían digno del respeto de que hoy totalmente carece.

He sido partidario de que se adopte en nuestras filas y para las campañas electorales, el sano principio de que no puedan figurar como candidatos los miembros de los respectivos Directorios, práctica usada ya con buen éxito en algunos lugares, y que tiende a dar a los dirigentes el prestigio y la autoridad que da el desinterés evidente. Así mismo considero conveniente delegar en los Directorios la designación de los candidatos, previa consulta a los Directorios y Comités Seccionales, y acatando la opinión que éstos exterioricen. Me parece este sistema más adecuado para reflejar la verdadera opinión de los pueblos, que el de Asambleas que muchas veces se prestan a intrigas de todo género, y en que los delegados pueden muchas veces trabajar en forma distinta del querer de sus comitentes. Una inteligencia directa entre los Directorios, un escrutinio hecho por éstos, sobre las tendencias que se manifiesten, daría quizás mayores probabilidades de acierto. Sobre este importante asunto, me permito someter a vuestra consideración, un proyecto de acuerdo.

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La Convención Departamental, que en esta misma ilustre ciudad se reunió hace un año, echó en proposición muy discreta y elocuente, las bases de la actividad social del partido, al llamar a su seno a los elementos socialistas momentáneamente alejados, y os ruego prestar a este tópico la mayor atención. Las clases populares son la base misma del liberalismo, son sangre de su sangre, y en nuestra patria están ellas en un estado de inferioridad evidente, y apenas de nombre conocen reformas e instituciones que en pueblos más afortunados son ya realidades que dan al obrero protección y garantías efectivas. El partido debe escribir en su programa esas reformas, adaptadas a nuestras posibilidades y circunstancias, y debe dar a sus voceros en Congresos, Asambleas y Municipalidades, como misión principal, la de luchar por ellas incansablemente hasta sacarlas adelante. Así lo manda la justicia y así lo reclama el verdadero sentido del liberalismo moderno.

Importancia no menor tiene el fomento de la instrucción casi monopolizada en Colombia por quienes, a pesar nuestro, se empeñan en ser nuestros peores enemigos. Elemental sentimiento de defensa impone la creación y sostenimiento de escuelas y colegios no inficionados con la pasión sectaria, y que den a las nuevas generaciones la orientación científica y libre indispensable para que no quedemos rezagados en el mundo contemporáneo. Bien comprendéis, señores delegados, que este nobilísimo propósito no podrá realizarse careciendo de los fondos necesarios que debe sufragar el partido. Y rezagados nos hemos quedado por la culpa de una política rutinaria, inspirada no pocas veces en sentimientos de intolerancia y de irrespeto al derecho y con la cual el país yace en la miseria y el atraso, por falta de sistemas nuevos, de ideas y prácticas renovadoras que se inspiren en sentimientos de justicia, por falta de un patriotismo creador capaz de impulsar a la nación por amplias vías de libertad y de progreso. Corresponde esa tarea al partido liberal, y él ha demostrado que ya tiene fuerza suficiente para llevarla a cabo.

Vosotros sabréis trazar a grandes y precisos rasgos los lineamientos de nuestra política futura, los caminos por donde pueda ir el liberalismo al poder, a realizar desde allí los anhelos nacionales; a colocar a la patria en el sitio que le corresponde, y del cual, por desgracia para ella y para nosotros, está hoy tan lejos. Yo confío plenamente en que el liberalismo acatará y obedecerá vuestras decisiones, y estoy seguro de que ellas serán fruto del muy sereno y hondo estudio y de la atenta y reflexiva consideración de todas las cuestiones que van a resolverse, y cuya importancia excepcional no se oculta a vuestro ilustrado criterio.

Por último, señores delegados, reitero, de manera ’expresa, la renuncia de la Dirección del partido, con que he sido honrado, en la seguridad de que desde mi puesto de soldado estaré, en donde quiera que me halle, listo a continuar rindiendo a la patria mi modesta pero decidida cooperación, en la obra del mejoramiento, del progreso y de la defensa de la causa liberal. Queda, señores delegados, instalada la Convención Nacional del partido liberal.

B. Herrera

PROGRAMA LIBERAL DE 1922 (17) •

La Convención Nacional del partido liberal, siguiendo las normas de la última época que acreditan a nuestra colectividad como un partido civil y de administración,

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recomienda al pueblo colombiano, y especialmente al liberalismo, las siguientes bases de acción y de aspiraciones políticas:

Art. 1°. Reforma de la ley electoral en la cual aparezcan y queden como disposiciones esenciales, las siguientes:

a) Levantamiento del censo nacional de una manera científica por técnicos extranjeros;

b) Adopción de un sistema que garantice la representación proporcional de todos los partidos de una manera equitativa y Justa;

c) Necesidad de la cédula personal, sin la cual no podrá votar ningún ciudadano;

d) Elecciones directas o de primer grado para la formación de los concejos municipales, e indirectas o de segundo grado para diputados a la asamblea y de representantes y senadores;

e) Que se obtengan sanciones efectivas y rápidas para castigar a los empleados o corporaciones electorales que se nieguen a dar las copias, cédulas y demás documentos que la ley ordena expedir a quienes lo soliciten, y que los jurados que forman la lista de electores funcionen permanentemente desde el día de su instalación hasta las elecciones inclusive.

f) Que no puedan ser elegidos electores ni para puestos de elección popular los individuos que no sepan leer y escribir;

g) Que las divisiones electorales correspondan con las divisiones políticas y administrativas y que se descentralice el poder electoral;

Art. 2°. Igualdad civil de todos los colombianos en el sentido de que desaparezcan los fueros y privilegios constituidos por la actual legislación en beneficio de los sacerdotes y de los militares.

Art. 3°. Descentralización administrativa y política. En consecuencia elección de Presidente de la República por el Congreso; de los gobernadores por medio de ternas presentadas al Ejecutivo por las asambleas departamentales y de los alcaldes por el pueblo mismo. Separación de las rentas y gastos departamentales y nacionales, libertad para los departamentos de aplicar sus recursos a las necesidades seccionales, pudiendo mancomunarse varios departamentos, lo mismo que varios municipios, para emprender obras públicas que les interesen conjuntamente.

Art- 4°. Reforma del sistema tributario sobre bases científicas, y si es preciso, con la colaboración de técnicos extranjeros en la materia, de modo que el peso de las contribuciones no recaiga sobre determinadas clases sociales.

Art. 5°. Conversión del papel moneda y prohibición absoluta de nuevas emisiones de signos inconvertibles, cualquiera que sea la forma y nombre que se les de.

Art- 6°. Reforma de la instrucción secundaria y profesional sobre bases científicas y prácticas, para que corresponda a las necesidades nacionales y a los principios de la

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pedagogía moderna. Autonomía universitaria. Difusión de la enseñanza primaria, que debe ser obligatoria. Nacionalización de esta enseñanza. Prohibición de que la historia de la patria se enseñe en las escuelas por maestros extranjeros y con textos que no sean escritos por ciudadanos colombianos,

Art. 7". Fomento de las vías de comunicación, especialmente de los ferrocarriles y carreteras automoviliarias, con obligación para los departamentos de destinar un tanto por ciento de sus rentas a este objeto. Protección decidida a la navegación aérea.

Art. 8°. Lucha contra el alcoholismo y supresión del arbitrio rentístico consistente en explotar las bebidas embriagantes. Supresión de los juegos de suerte y azar.

Art. 90, Reorganización del Ministerio de Agricultura y Comercio o creación de una sección de colonización, destinada exclusivamente a la organización de los territorios del Caquetá, Putumayo, Casanare y los demás que se encuentren en condiciones análogas, sobre las bases siguientes:

a) Sostenimiento en cada una de esas secciones de una fuerza suficiente para mantener el orden y presentar seguridad a los colonos que en ellas se establezcan y a los indígenas de esas regiones;

b) La creación en cada comisaría de una oficina integrada por un ingeniero, un médico y un farmacéutico para atender a las necesidades coloniales;

c) La creación de una legislación especial que reglamente la colonización de esos territorios y comprenda un sistema de primas por extensiones cultivadas de treinta hectáreas para arriba, las cuales se pagarán con bonos amortizables destinados al efecto;

d) El fomento de la navegación en los ríos que lo permitan;

e) Que en puntos convenientes se establezcan colonias penales y agrícolas;

f) Creación del departamento del Chocó y fomento de sus vías de comunicación con el interior del país.

Art. 10°. Establecimiento del registro obligatorio del estado civil de las personas, por funcionarios civiles de la república.

Art, 11°. Reforma fundamental y científica del Código Penal y de los actuales sistemas penitenciarios.

Art. 12°. Supresión del voto del ejército y demás cuerpos armados. Nacionalización efectiva del ejército.

Art. 13°. Reforma del Concordato en un sentido favorable a la independencia y soberanía del poder civil; acuerdo para que el Presidente de la República no pueda presentar ternas para la elección de obispos sino formadas de ciudadanos colombianos de nacimiento, y redención definitiva de la deuda contraída por el Estado a favor de la Iglesia.

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Art-14°. Defensa y protección de las clases obreras y con ese objeto persistente e intenso esfuerzo para obtener el mejoramiento efectivo de su condición, y para reconocerles en la práctica y en la ley las garantías y los derechos que en todas las sociedades cultas les corresponden. Para este fin, el partido consagra como aspiraciones suyas, las siguientes, cuya completa realización es una de sus esenciales misiones:

a) Organización eficiente de la asistencia pública como servicio esencial en la organización social, y en forma que proteja debidamente y dentro de un criterio de justicia, de utilización y de progreso social a las clases proletarias y en especial a la infancia desvalida y a los que se encuentren sin recursos después de una vida de trabajo;

b) Intensificación, hasta el extremo que permitan los recursos públicos, de las campañas sanitarias que liberten al pueblo de los males que le abruman y contrarresten con los recursos de la ciencia moderna, los estragos causados por el clima y el medio, y especialmente por enfermedades como la anemia tropical, el paludismo, la tuberculosis y la sífilis;

c) Habitaciones obreras, a cuya realización debe atenderse preferentemente y de manera práctica y rápida. Aplicación enérgica y constante de las disposiciones existentes sobre higiene y salubridad de los locales que se arriendan a las clases trabajadoras;

d) Creación de la Oficina del Trabajo;

f) Fomento de la instrucción técnica, estableciendo escuelas de artes y oficios, que den a los obreros los conocimientos que indica la industria moderna y la instrucción cívica que inculque a todos el conocimiento claro de sus derechos, de sus deberes y de su dignidad de ciudadanos de una república independiente y democrática;

g) Legislación sobre propiedad territorial y colonización con auxilio del Estado, garantizando la adquisición y estabilidad de la pequeña propiedad;

h) Reglamentación y efectividad de la indemnización por los accidentes de trabajo, declarando imprescriptibles las acciones y sin limitación de jornales y sueldos, para el reconocimiento del derecho correspondiente, y aplicando, de acuerdo con nuestras circunstancias y posibilidades, las teorías de la acción social moderna:

i) Fijación de jornales mínimos, descanso hebdomadario, horas de trabajo y, en general, un Código que reglamente el arrendamiento de servicios;

j) Reglamentación del trabajo de las mujeres y de los menores;

k) Nombramiento de abogados de pobres en todos los municipios, y reforma de la legislación judicial en beneficio del pequeño capital, para juicios de sucesión, particiones, etc.

1) Reglamentación del arrendamiento de predios rústicos, de manera que queden garantizados los derechos y obligaciones del arrendatario, y no esté a merced de los arrendadores;

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m) Supresión del servicio personal subsidiario, con prohibición de reemplazarlo por contribuciones equivalentes, y de la policía municipal obligatoria y gratuita;

n) Establecimiento del arbitraje obligatorio para la solución de las huelgas, y reforma de la ley actual en el sentido de permitir la libre representación de los huelguistas, previos poderes debidamente expedidos;

ñ) Fundación de bibliotecas populares y casas del pueblo, en donde éste encuentre centros de esparcimiento honrado y de práctica instrucción;

o) Garantía de la inviolabilidad de los hogares, de manera que no puedan ser allanados por ningún pretexto, sino mediante condiciones y en los casos previstos por la ley;

p) Fomento del ahorro popular en forma que garantice los fines a que debe responder la fundación de las Cajas de Ahorro.

Art. 15". Conservación de las riquezas nacionales, restringiendo la adjudicación de baldíos y revocando las concesiones hechas bajo condiciones que no se hayan cumplido, y tratar de recuperar las tierras adjudicadas que no se cultiven dentro de los 30 años posteriores a la ley que tal cosa disponga. Protección de los colonos que siquiera por dos años continuos, hayan incorporado su trabajo a las tierras baldías.

Art. 16", Fomento del crédito exterior en el sentido de facilitar la inversión del capital extranjero en el país, y desarrollo de los servicios públicos por medio de empréstitos con destino a las obras nacionales, departamentales o municipales.

Art. 17°. Nacionalización de los servicios públicos, e intervención del Espado, en cuanto tienda a una más equitativa distribución de los bienes naturales, y a impedir los monopolios y privilegios que puedan afectar a la comunidad.

Art. 19°. Reforma legislativa que mejore la condición civil de la mujer casada, y que en general asegure a la mujer en la vida social el alto y libre puesto que le corresponde.

Art. 20". Creación de un Ministerio de Higiene y Salubridad, especialmente encargado de velar por la salud del pueblo, en el cual se centralicen todos los servicios correspondientes al fin que se persigue.

Art. 21°. Extensión y ampliación de los poderes del Congreso, facultándolo para dar votos de censura que tengan como consecuencia la dimisión de los ministros que sean objeto de ellos.

Art. 22°. Expedición de una ley sobre servicio civil, en forma que garantice los derechos de los empleados subalternos, y los ponga a cubierto de las intrigas y de la arbitrariedad o sectarismo de sus superiores.

Dado en Ibagué, a 2 de abril de 1922. El Presidente, Simón Bossa. El primer vicepresidente. Ramón Neira N. El secretario, Alejandro Hernández Rodríguez. Auténtico, B. Herrera".

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CARTAS DE ALFONSO LÓPEZ PUMAREJO A NEMESIO CAMACHO

Abril y mayo de 1928

A mediados de 1926 se posesiona del gobierno Miguel Abadía Méndez, conservador del grupo de los ’’históricos", y quien se había presentado como único candidato en las elecciones pasadas. Abadía, un inepto estadista, pronto se vio colmado de conflictos surgidos a cuenta de su ineficaz administración. A lo anterior, se sumaba la intensa actividad de los socialistas, una nueva organización política, que divulgaba sus programas especialmente entre la clase obrera. Fruto de este trabajo, eran las dos huelgas realizadas por los trabajadores de la Tropical Oil Co., el paro de braceros del río Magdalena y el movimiento cívico de Barrancabermeja. De otro lado, crecía desmesuradamente la miseria de las masas, a cuyas peticiones, Abadía respondía con los fusiles del ejército.

Para abril y mayo de 1928, la situación se ha agudizado críticamente, y un nuevo movimiento obrero, que daría el empujón final a la hegemonía conservadora, comienza a gestarse: la huelga de los trabajadores de la United Fruit Co.

Así las cosas, López dirige estas dos misivas al jefe del liberalismo, para trazar orientaciones tácticas claras, que permitan al partido, hacer frente a su tradicional rival en agonía, y contrarrestar la labor socialista, que les quita votos y audiencia entre las masas obreras, clase estratégicamente clave para los proyectos políticos liberales del futuro.

En primer lugar, López Pumarejo aboca el problema de la Dirección Nacional del partido, acusándola de ser la culpable del anquilosamiento en que se ha venido sumiendo el liberalismo, como consecuencia del estilo militar impuesto por los jefes, antiguos caudillos militares. Afirma que el liberalismo es un partido civilista y mal puede, entonces, estar dirigido por militares. Exige por tanto, democratización de sus estructuras internas y recambio de las figuras dirigentes, para permitir a los jóvenes, orientar de otra manera a la colectividad.

Al analizar la situación del gobierno, indica López, la pronta e inevitable caída de la hegemonía conservadora, caracterizada por la corrupción, el nepotismo, los malos manejos y el burocratismo, manifestados con singular crudeza durante el gobierno de Abadía Méndez. La alternativa al conservatismo, señala, es el ascenso al poder del partido liberal, pero esto no será posible, si en su programa no se incluyen algunos puntos destinados a mejorar mínimamente la vida material de los obreros, y por tanto, propone algunas reformas reivindicativas, para captar la atención de los proletarios, más susceptibles en ese momento a las arengas encendidas de María Cano, que a las demagógicas proclamas del liberalismo.

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Luego, solicita al jefe del partido, que encabece un movimiento destinado a renovar el aparato partidario y a reformar el programa liberal, para que se puedan sacar adelante los objetivos por él propuestos. Exige finalmente, que el jefe y la dirección del partido se manifiesten claramente sobre sus tesis y actúen en consecuencia; o aceptan y siguen adelante o renuncian.

La ciudad, abril 25 de 1928 (18)

Señor don Nemesio Camacho. E.L.C.

Estimado amigo:

María Cano, o mejor dicho, la agitación social de que ella es instrumento o símbolo transitorio, me trae a escribir a usted esta carta, informada en el deseo de participar en el estudio de uno de los más inquietantes problemas nacionales de la hora actual.

El Congreso ha sido convocado con urgencia, intempestivamente, a sesiones extraordinarias y hay muchos motivos para creer que el Poder Ejecutivo habrá de solicitar autorizaciones muy amplias, tal vez discrecionales, para reprimir y castigar o suspender la propaganda de ideas económicas, políticas y sociales que chocan abierta, decididamente, con las que los beneficiarios del orden establecido al amparo de las bayonetas conservadoras ha dado en juzgar insustituibles y más convenientes para el progreso de la república. El gobierno está alarmando a la nación, activamente. Una buena mañana el director general de la policía anuncia que es necesario estar en guardia para defender a la sociedad de las maquinaciones de los revolucionarios. En seguida el Ministro de Guerra declara que tiene en su poder las pruebas inequívocas, irrefragables, de que en Colombia existe un partido comunista revolucionario, y en tono de admonición agrega: "No sólo existe, sino que se mueve, se agita, se organiza, recibe apoyo nacional y extranjero, consigue elementos y máquinas de destrucción, conspira y se halla en acecho de la ocasión propicia, para producir, si Dios y el gobierno lo permiten, una desastrosa conflagración de carácter social". El espectro comunista ha sido llamado, en vísperas de la reunión de las cámaras legislativas, a ocupar el centro de nuestro escenario político. Las cárceles están abiertas, aguardando a los enemigos del régimen. La paz, la propiedad, la religión, están otra vez en peligro, al decir de nuestros mandatarios; y la prensa no duda, no quiere dudar, de la seriedad de las declaraciones oficiales. El país está hondamente preocupado; hay turno para otro hombre providencial.

Esta emergencia ofrece a los hombres de ideas avanzadas una nueva oportunidad para tratar de constituir un grupo político capaz de asumir la responsabilidad de continuar la misión del partido liberal depurándolo de los vicios antidemocráticos que adquirió bajo la dirección de sus jefes militares, y si esto no fuere posible ahora, para empujar a los numerosos elementos reaccionarios que nacieron y han vivido afiliados al liberalismo, sin saber qué significa éste o qué debe perseguir en cada nueva etapa de su actividad, hacia las comodidades del conservatismo imperante o hacia las vicisitudes del desarrollo del partido socialista en Colombia. Porque las ideas liberales quieren la realidad y aceptan tranquilamente sus consecuencias, en los días en que se abren paso victoriosas, como en los que sufren eclipse, y en este trance de la vida nacional en que la fuerza y la violencia principian a recobrar entre nosotros su antiguo prestigio para arrestar las reivindicaciones populares, los representantes de tales ideas se deben

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congregar y aprestarse para defenderlas, defendiéndolas con entera claridad y renunciando al apoyo de cuantos no las entiendan y no las amen de verdad; o deben resolverse a confiar a otros, más animosos y desinteresados, la ardua tarea de sostener la lucha contra el privilegio, en busca de una distribución menos inequitativa que la actual del poder económico y político.

Yo estoy seguro de que usted también querrá invitar al país a investigar las causas de la revolución social que desvela a los guardianes de la hegemonía conservadora y parece excitarlos a desandar el camino por donde alcanzaron la adhesión del partido liberal, después de ensayar inútilmente, durante largos años, el sistema de represión. Con el pretexto de impedir que sean difundidas en Colombia las ideas fundamentales del bolcheviquismo ruso, se pretende, o se puede tratar, de restringir la libre expresión del pensamiento, en el mismo instante en que la inveterada incapacidad administrativa del régimen comienza a ser a todas luces tan evidente para sus amigos como para sus enemigos; y lejos de ser improbable, es propio de la fragilidad de nuestra memoria y de nuestra torpe índole política, que un gran número de liberales, olvidando los atropellos y vejámenes de que fue víctima nuestra comunidad antes de que los gobiernos regeneradores se allanaran a darle representación en las corporaciones públicas y sitio de honor en la mesa del presupuesto, se unan y confundan con los conservadores en el empeño de negar acceso en las instituciones y en la administración a las ideas y a los hombres de otras tendencias políticas. No son pocos los liberales que piensan y sienten como los conservadores ante lo que ellos llaman la amenaza comunista. Un egoísmo estúpido puede llevarlos a oponerse juntos al desarrollo del socialismo, como en los años que siguieron al quinquenio de Reyes los llevó a combatir sin tregua ni descanso al partido republicano.

Esta es la cuestión. ¿Vivimos realmente en el mejor de los mundos? Nos lo ha asegurado tantas veces el doctor Pangloss, que muchos conservadores y la gran mayoría de los liberales del país han acabado por creerlo. Para ellos, la Arcadia está aquí, y sus más felices moradores son los desheredados de la fortuna: los campesinos, los peones, los pobres artesanos, carecen de todas las ventajas de la vida civilizada, pero no les hacen ninguna falta: no las conocen, no les han sido enseñadas, no aspiran a disfrutar de ellas. Sumisos en extremo, han vivido durante los primeros cien años de la república bajo la triple autoridad de sus patrones, de sus caciques y de los curas párrocos, sin que nada llegase a turbar su esclavitud en tiempo de paz. Vegetaban así, sin esperanzas de mejorar las condiciones de su existencia, cuando de repente sobrevino la importación de capitales extranjeros y con ellos el activo desarrollo de las obras públicas y, al favor de este desarrollo, la movilización del pueblo colombiano. Los siervos de la gleba abandonaron el corral de sus gallinas, dejaron de pagar diezmos, dijeron adiós a sus viejos amos y olvidaron el deber de concurrir a las urnas para justificar el fraude sempiterno a la voluntad popular. Libres de las cadenas de la parroquia, los labriegos principiaron a experimentar las efusiones de la vida, y ya bajo la impresión de nuevas condiciones, emancipados de su antigua servidumbre, los encontró María Cano, llamada la flor del trabajo revolucionario.

María Cano nos ha colocado a usted y a mi, como a los otros liberales de Colombia, que probablemente alcanzamos a sumar medio centenar, en una posición muy desairada. Confesémoslo, cándidamente. Nosotros los liberales jamás nos habríamos atrevido a llevar al alma del pueblo la inconformidad con la miseria. Nos habríamos sentido hasta cierto punto culpables de la embrutecedora monotonía de su vivir aprisionado, y

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habríamos considerado contrario a los intereses de nuestra clase, enseñarles los caminos de la independencia económica, política y social. ¿Qué mucho, pues, que los conservadores y los pseudoliberales atribuyan a las doctrinas de Lenin y de Trotsky el fermento social contra el orden y los intereses creados por ellos, para no reconocer que María Cano predica la rebeldía contra estos intereses y contra el orden en que descansan desde la roca escarpada de la injusticia general a que se encuentran sometidas las masas populares?

Los trabajadores de los campos y las ciudades no creen estar habitando el Paraíso Terrenal donde los suponen los discípulos del doctor Pangloss. No han tenido la ocasión de experimentar la felicidad de vivir pobres e ignorantes, al margen del progreso, sin otra alegría que la de beber chicha, o aguardiente en exceso. Han vivido un siglo en obligada quietud, estacionarios, aprendiendo a ser resignados y obedientes; pero al paso que salen a incorporarse en la corriente de la vida activa, van sintiendo nuevas necesidades y nuevos anhelos; quieren calzarse, vestirse, alimentarse mejor, entretenerse. Y esto, que es natural, es humano y es conveniente, espanta a los afortunados.

Con el cambio de clima, de dieta, de horizonte, de circunstancias, ha hecho por fin su advenimiento el afán del pueblo por mejorar de condición. Es un suceso que los liberales auténticos debemos saludar con alborozo en franca oposición con los reaccionarios de todas las tendencias y divisas, que ven en ese afán un peligro para la república. Sería imperdonable que en esta coyuntura nos faltara sensibilidad moral, energía o emoción para explicar al país que es desatentado el propósito oficial de crear en la conciencia pública un ambiente hostil a las aspiraciones de las clases obreras, y necia la inclinación a sofocarlas por la fuerza, sin detenerse a examinar los elementos de justicia que ellas reclaman en su apoyo.

No pierden sus bases de equidad las reivindicaciones de los prosélitos del partido socialista en Colombia, por el hecho de que María Cano o Torres Giraldo, no Ramsay Mac Donald o León Blum, sea el portador de su bandera. Es una tontería de nuestra aristocracia intelectual exigir a una clase que puede allegar entre sus mayores agravios el no haber sido enseñada a leer y escribir, apoderados y defensores menos preparados, más brillantes, que los malos empleados públicos que viven a expensas de los contribuyentes ostentando el pomposo título de estadistas. En condiciones muy adversas, luchando con todo género de resistencias, Uribe Márquez, Torres Giraldo y María Cano adelantan la organización de un nuevo partido político que lleva trazas de poner en jaque al régimen conservador; y no es el menor de sus derechos a la simpatía de los espíritus sinceramente democráticos, el estar sirviendo, en esta hora de confusión y cobardía, de exponente del descontento general con la incapacidad administrativa de los encargados de la cosa pública.

El partido liberal está domesticado: limpio de ideas liberales, falto de arrestos para la lucha política, satisfecho con su porción de prebendas, a gusto en la condición de partido de minoría. No aspira a alternar con el partido conservador en el poder, ni cree tener en la actualidad mejor derecho a la confianza del país. En su actividad política observa hoy las mismas prácticas, adopta los mismos procedimientos y persigue los mismos fines que su adversario tradicional. Es otro grupo esencialmente burocrático, pero de menor importancia que el conservatismo, y completamente subordinado a éste.

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Ya en 1913, Uribe Uribe consideraba al liberalismo colombiano fatigado por modo definitivo en la oposición. Años después Herrera quiso llevarlo a ella, y fracasó en su intento. Ahora usted habrá podido observar en el corto tiempo que lleva de acompañar al general Bustamante en la dirección, que sería por lo menos muy aventurado esperar del reducido grupo que acata sus decisiones que se coloque frente al gobierno para exigirle responsabilidad por su desastrosa gestión administrativa. Yo no extraño que usted haya guardado absoluto silencio desde que fue llamado con los generales Cuberos y Bustamante a dirigir la política oficial del partido, pero quiero invitarlo cordialmente a que regrese del desierto mental a donde se marchó, de brazo con ellos, para que me haga el favor de decirme cuál es, en su ilustrado concepto, la actitud liberal en este momento de la revolución económica y social que está cuarteando el edificio conservador y que promete derrumbarlo, a pesar de todos los cañones que se emplacen en sus grietas; y también cuál debe ser la actitud de los congresistas liberales ante cualquier proyecto de facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo para reprimir o suspender el ejercicio de las libertades establecidas, encubierto en arbitrarios planes de defensa social.

Con la excusa de evitar las exageraciones de la propaganda socialista es fácil atentar contra el derecho de asociación y lograr que se instituyan limitaciones inconvenientes y peligrosas para la libertad de la prensa, a contento de la opinión irresponsable de muchas gentes bien intencionadas. Yo creo ver en la conducta de las autoridades un marcado interés, contrario al interés público, en acallar la oposición derrochando los dineros nacionales o apagando por medio de la violencia el fuego de la protesta; y creo entender que la suprema necesidad de la hora que vivimos es el análisis desprevenido de los graves problemas de diverso orden que conturban nuestra conciencia colectiva y la crítica desembarazada de los actos y omisiones del gobierno que afectan la suerte del país. Usted sabe tan bien como yo, o mejor, que una revolución no la hace el primer demagogo a quien se le ocurra pararse sobre una mesa a predicarla o escribir artículos subversivos en cualquier hoja periódica. Una revolución necesita fundamentos. Los malos gobiernos, los abusos del poder, la falta de garantías y libertades, la dilapidación de los impuestos, las crisis económicas, la necesidad de reformar instituciones caducas y de asegurar el imperio de los más aptos, son agentes muy eficaces, de inestabilidad social. El hombre también ha desempeñado papel principalísimo en la historia de los movimientos revolucionarios de otros pueblos; y aquí parece cosa fácil de discernir que la papa a doce centavos la libra, la harina a quince, el azúcar a veinte, la carne a treinta y cinco, la manteca a cuarenta y la mantequilla a setenta, ejercerán más influencia que María Cano y sus camaradas en la legislación constructiva de los próximos congresos.

Aquí llegamos a otro aspecto fundamental de la cuestión: ¿Vamos los colombianos a convenir en que se haga el silencio en derredor de la política gubernativa, como aceptamos que se hiciera en derredor de la política liberal, y a dejar con igual indiferencia que el país ruede a la ruina, como cayó el partido de Herrera y Bustamante, creyendo encontrar la salud en la disciplina cuartelaria? ¿Vamos a presenciar impasibles el espectáculo de un ejército armado hasta los dientes y que no ha servido para defender las fronteras patrias, listo a fusilar por la espalda al pueblo indefenso, como el 16 de marzo, esta vez con el objeto ostensible de cerrarle el paso a los adictos del socialismo? ¿O vamos, por el contrario, a oírlos, a cambiar ideas y a transigir con ellos en aquellos puntos en que les asista la razón? ¿Podemos declarar que la evolución del pensamiento liberal llegó a su fin en 1897, y justificar la docilidad del partido, diciendo que el conservador ha llevado al gobierno gran parte del programa político de la asamblea que presidieron Aquileo Parra y Nicolás Esguerra? ¿Podemos anatematizar hoy las ideas

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socialistas o cualquiera otras diferentes de las nuestras, como los conservadores anatematizaron ayer no más las ideas liberales y autorizarlos a perseguirlas y condenarlas del mismo modo? ¿Carecen ya de fundamento nuestras acusaciones contra el gobierno conservador, y así como los liberales regulares renunciaron a disputarle la dirección de los negocios públicos, debemos todos tratar de obligar a los ciudadanos que no comulguen en nuestro altar político —sean socialistas o republicanos— a resignarse a la condición de parias?

Es un lugar común de constante actualidad decir que el liberalismo colombiano necesita liberalizarse para redimirse. Figuras intelectuales del prestigio de Sanín Cano han creído que necesita pasarse al socialismo. No parece posible siquiera democratizarlo, porque en la oposición logró ocupar, trabajando fuera del gobierno, las mejores posiciones económicas del país, y en ellas se ha conservatizado, se ha hecho reaccionario. Ahora es enemigo de la renovación. Cree que el progreso económico, político y social va contra sus intereses, y se opone a la reforma del arancel de aduanas, se opone a la reforma electoral, se opone íntimamente a la organización y adelanto de los obreros. Ha perdido el civismo que caracterizó su actividad, hasta época reciente. Como el partido conservador, se ha fosilizado en el presupuesto —cuyo aprovechamiento ha colmado todos sus anhelos— así el liberal ha descuidado el progreso de sus intereses espirituales, embelesado por la corriente de prosperidad que ofusca a la nación hace cinco años. Ambos están en el deber de modificar inmediatamente su política, en beneficio del país, porque su ineficacia es la realidad más inquietante de este momento y una de las causas fundamentales de la agitación social que avanza. El ejercicio burocrático en silencio, sin competencia de ideas, ni de hombres, ni de sistemas, está perjudicando gravemente los intereses públicos y produciendo una pléyade de presuntos estadistas que no tienen conceptos sobre ninguno de los grandes problemas, y sin embargo pasean su arrogante humanidad por todos los departamentos del gobierno ejecutivo, o dirigen por años y años la marcha de nuestras colectividades políticas. Es imperativo que estas cambien de rumbo, y particularmente, insistir en que el liberalismo haga un esfuerzo decidido y decisivo por reconquistar el favor del pueblo adoptando como principio de su acción el concepto democrático de que todos los ciudadanos deben tener iguales oportunidades y saber que las tienen y encontrar en el Estado el mismo apoyo para aprovecharlas.

Si esta es una aspiración irrealizable y a mí se me preguntara qué otra cosa puede hacer el partido liberal para volver a pesar en la vida de la república, no vacilaría en recomendar que se trifurcase de acuerdo con sus afinidades ideológicas. Nada perdería con que los liberales de nombre, que abominan sinceramente de las nuevas ideas y temen el libre desarrollo de la lucha política, fueran prontamente a acampar bajo las toldas conservadoras. Los socialistas ganarían mucho reforzando sus filas con las masas liberales, ahora inutilizadas para la lucha cívica por la miopía de sus caudillos militares. Y el liberalismo propiamente dicho, reducido en sus proporciones numéricas, quedaría acendrado para hacer la crítica de las tendencias opuestas y secundar las iniciativas que mejor consulten el bienestar común.

Tiene usted en sus manos, mi estimado amigo, los elementos necesarios para definir esta situación: ilustración y sagacidad, independencia personal, un puesto en la Cámara de Representantes, otro en la Dirección Nacional de nuestra comunidad, y el deseo de servirla.

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Dejaría de ser leal conmigo mismo si por no extender más esta pesada comunicación me abstuviera de agregar que he llegado al convencimiento de que el partido liberal ha venido camino del desastre, como va la república, aunque otra cosa piensen y digan nuestros optimistas profesionales, porque no ha tenido el valor de exigir a los depositarios de su confianza la responsabilidad correspondiente. Han fracasado las direcciones liberales, como los gobiernos conservadores, sin perder el mando. Abrigo la seguridad de que cualesquiera que sean las discrepancias del modo de pensar de usted con el mío, en un punto estaremos irrevocablemente conformes: el honor de dirigir un gran partido político o un país, impone la obligación de aceptar o renunciar.

Cordialmente, Alfonso López

S.C., mayo 20 de 1928 (19) *

Señor doctor Nemesio Camacho, E. L. C.

Muy estimado amigo:

Deseo reiterar a usted que leí con emoción y agradecimiento la respuesta que tuvo a bien dar a mi carta política del 25 de abril último. Ella me ha movido a hacer una rápida incursión al pasado del liberalismo, para traer al debate de la política de la Dirección del partido las reflexiones que me permito someter a la consideración de usted en seguida.

Siempre fue grato hacer memoria de los esfuerzos del liberalismo por conquistar las libertades que hoy constituyen el patrimonio común del mundo civilizado, con excepción de aquellos países, como Italia y Rusia, en donde las reacciones de la guerra europea lograron asegurar transitoriamente la dictadura de la extrema derecha o de la extrema izquierda de la opinión. Hasta los afiliados a las agrupaciones políticas que están o se consideran comprometidas a oponerse al avance de las ideas liberales —como el partido conservador en Colombia— cuando ya las han aceptado, se complacen en reconocer su influencia en el bienestar social. Y para quienes, como usted, han corrido los azares de la lucha en todos los campos en que el liberalismo ha venido sosteniéndola entre nosotros desde que perdió el poder: con el rifle al hombro en los campamentos; en la prensa, en la tribuna, bajo el imperio de la ley 61 de 1888, conocida en los anales de la Regeneración con el nombre de "Ley de los caballos"; y finalmente en todas las esferas de la actividad gubernamental disfrutando con impaciencia unas veces y otras con resignado contento, las prebendas de un partido de minoría, que se siente y se cree fatalmente vencido, debe ser muy satisfactorio volver la vista hacia atrás y reconstruir el proceso de las dificultades que superó con su ayuda para alcanzar la altura en que ahora se encuentra.

A mí me conmueve la historia del empeño liberal en poner fin al régimen de la arbitrariedad, que prevaleció en el país hasta 1910. Aún recuerdo los días de mi niñez, cuando seguía atribulado las vicisitudes de la protesta armada en Santander y en las llanuras del Tolima. Con cariñosa devoción destinaba entonces mis pequeños ahorros a la compra de retratos de Uribe Uribe y Herrera, los grandes caudillos de nuestra decadencia y de Figueredo y Gómez Pinzón, los gallardos paladines que cayeron en los primeros encuentros de la contienda, y de los infatigables guerreros que subieron al patíbulo con Cesáreo Pulido y Suárez Lacroix, o bajaron más tarde a la tumba, como Marín, dejados de la mano de Dios y de los hombres. Yo no creo con usted —no he

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creído nunca— que en las guerras de 1895 y 1899 "el partido liberal sacrificó con estéril heroísmo sus energías y sus inteligencias más ilustres, sin derivar de ellas otro beneficio efectivo que el de haber constatado a costa casi de su propia existencia, la inutilidad de ese procedimiento y la necesidad de sustituirlo por el de una permanente y ordenada demanda pacífica de sus derechos y de sus libertades". El espectáculo de la desolación que esas guerra llevaron a todos los campos, obligó al partido conservador a reconocer al partido liberal las garantías indispensables para que adoptara los caminos de la paz, primero para la defensa de las libertades públicas, y después para la reivindicación de todos sus derechos como partido constitucional. A sangre y fuego se disolvió la intransigencia conservadora, en un mar de lágrimas. Yo diría que las revoluciones de 1895 y 1899 taladraron la conciencia de los regeneradores con el convencimiento de la inutilidad de los sistemas de represión para usufructuar el poder con el asenso colectivo; y que la paz dejó de ser una tregua en los conflictos armados de nuestros partidos políticos cuando la oposición al gobierno obtuvo libertad para manifestarse en la plaza pública, y representación directa en las Cámaras legislativas. Diría también, con el mismo énfasis, que el gobierno de Reyes, desde el mismo día en que él entró al palacio presidencial, acompañado por la opinión del país, hasta el día en que se embarcó en Santa Marta, huyendo de ella, es el último y el mejor, aunque no el único ejemplo, de la falaz conveniencia de subvertir el normal funcionamiento de nuestras instituciones republicanas con el asendereado pretexto de asegurar el orden establecido, promover la prosperidad, material o impedir la propaganda de nuevas ideas, que precisamente por ser nuevas y contrarias a los intereses creados se consideran malas y perjudiciales. La concordia nacional no tuvo por eficaces artífices a los constituyentes del quinquenio ni surgió al favor de las facultades extraordinarias que ellos otorgaron al General Reyes, ni quedó sellada sobre los cadalsos de Barrocolorado. Al acto legislativo No. 3 de 1910, reformatorio de la Constitución de 1886, han de ir a buscarse los fundamentos más sólidos del actual orden de cosas.

Los miembros de la generación del centenario no podemos desconocer los títulos que tienen al agradecimiento del partido liberal sus jefes militares; los que hoy comparten con usted la responsabilidad de dirigirlo oficialmente, como los que rindieron ya la jornada sin escatimarle sacrificios ni desvelos. Ya he dicho que en la hora de la última prueba, cuando exponían la vida en una lucha desesperada, que nos relevó de soportar las mismas persecuciones y fatigas, mi corazón estuvo con ellos. Años después, me he encontrado con mucha frecuencia en pugna abierta con las ideas y los procedimientos que tales jefes han creído conveniente adoptar para el gobierno de nuestra colectividad o enfrente del gobierno conservador, y varias veces he visto mi actitud atribuida a pequeños sentimientos de animadversión o vanidad, porque la inclinación constante de la gran mayoría liberal ha sido a condenar acremente, con injusticia, las discrepancias de los jóvenes con los caudillos, y a dejarse imponer la disciplina militar como buena para la lucha cívica, con una persistencia indicativa de desconfianza en los métodos republicanos, según lo anota usted con grande acierto; pero no sabría yo desperdiciar esta oportunidad que usted me brinda para repetir cuando estoy retirado de la política activa que sigue acompañándome, la creencia de que aquella inclinación equivocada ha sido una de las causas eficientes —acaso la principal— de la ruina ideológica en que contemplamos ahora al liberalismo y de la insignificancia de su influjo en la vida política de la república.

Sobre esto no debe haber duda, ni conviene que perdure el engaño en que vive nuestra comunidad. En manos de Herrera y Bustamante, y a pesar de sus nobles intenciones,

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perdió ella su vigor espiritual, perdió gran parte de su fuerza numérica, perdió el apoyo de la juventud, perdió el respeto del adversario. De su antigua grandeza no queda sino el recuerdo, muy debilitado por cierto, en la conciencia nacional.

No se han violado impunemente los principios liberales pretendiendo asimilar nuestro partido a un ejército en marcha. El régimen militar es incompatible con el progreso de las ideas libres, con la vida misma de estas ideas. Se peca mortalmente contra el espíritu liberal aherrojando su actividad con las restricciones de ese régimen, de funesta recordación en los anales del país y de sus colectividades políticas; y usted sabe que desde que la convención de Ibagué cometió el despropósito suicida de otorgar al General Herrera poderes omnímodos para dirigir a su talante la acción política de la nuestra, se ha preconizado la disciplina, se ha exigido sumisión, se ha condenado la independencia intelectual como nociva para los intereses liberales, y se ha llegado al desastre dando precedencia a la adhesión a los jefes sobre la adhesión a nuestras ideas o la capacidad para sobreponerlas a las ideas conservadoras.

Bien dijo don Miguel Antonio Caro que no se puede decir misa con cardenales protestantes. La dirección de un partido liberal que hace su camino hacia el poder por las vías legales, requiere hombres de pensamiento, amplios y generosos, enérgicos pero tolerantes, y dotados de confianza comunicativa en la virtud de las ideas y de los métodos democráticos. Son los hombres a quienes entusiasma el carácter esencialmente experimental del pensamiento y de la vida los que hacen amable y pueden conducir a la victoria definitiva al liberalismo, el cual es, en último análisis, hoy más que nunca, una inclinación del espíritu a establecer el imperio de la razón en las relaciones humanas. Los hombres de espada, como Herrera y Bustamante, carecen generalmente de la disposición adecuada para acometer con buen éxito la tarea imponderable de crear en la conciencia pública el ambiente propicio para que arraiguen en las instituciones las nuevas ideas que van trayendo consigo las nuevas necesidades sociales.

El general Bustamante confesó en meses pasados el insuceso de su gestión directiva, pero no tuvo el valor de proceder en consecuencia; y si yo ahora hago mérito de este antecedente, es porque comprendo la necesidad de insistir en que el liberalismo vuelva al carril democrático, dentro del cual alcanzó en otro tiempo el favor de las masas populares y sus más claros títulos a la gratitud del país. Es conveniente aprovechar este momento de efervescencia intelectual, en el que con la ilustrada intervención de usted se trata de revaluar serenamente la política que ha venido desarrollando el partido y de determinar al propio tiempo la que deba adoptar en el inmediato futuro, para poner de relieve el error de presumir que la ley marcial tiene alguna eficacia para el gobierno de sus actividades.

El prestigio de los militares, como el de los médicos y el de los sacerdotes, ha entrado en decadencia, porque en las sociedades modernas la milicia es hoy una especialidad, como la medicina o la carrera eclesiástica, y la maravillosa complejidad de la civilización occidental va desalojando al cura de almas, al galeno y al hombre de charreteras y chafarote de las funciones que no están preparados para desempeñar en la administración pública. En Colombia, antes de la guerra europea, que marca el principio de una nueva era en los destinos de la humanidad, los jefes militares que más contribuyeron a darle brillo y pujanza al partido liberal fueron Santander, el hombre de las leyes; López, Mosquera, Gutiérrez, Acosta, Camargo, Uribe Uribe; y cuenta la historia que cuando el gran general Mosquera dijo que aquí no había más ley que su

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espada, los jefes civiles del partido en ese tiempo, con Murillo y Zapata a la cabeza, no vacilaron en privarlo de la autoridad de que estaba investido para llevarlo a la barra del Senado. El liberalismo es esencialmente civilista, y sólo por ofuscaciones de momento ha podido apartarse de esa tradición, que caracteriza la fisonomía política del pueblo colombiano y la distingue de la de los pueblos vecinos.

Por una reacción de mecánica política, que creo haber explicado en las líneas anteriores, usted llegó a ocupar un puesto en la Dirección del partido cuando ya éste había quedado reducido a la condición de una pequeña sociedad electoral, organizada en beneficio exclusivo de los amigos de los generales Bustamante y Cuberos Niño, mal llamados "liberales homogéneos".

Desde ese alto puesto nos invita usted a sus antiguos compañeros a congregarnos al píe de la bandera liberal, "haciendo caso omiso de pasajeras y transitorias divergencias". Es la invitación que ordena el rito; pero hecha en términos que son desconcertantes autorizados por la firma de usted.

Yo creía coincidir con usted en que no eran transitorias y pasajeras divergencias las que nos separaron del general Herrera primero, y de los generales Cuberos y Bustamante después. Yo entendía que en nosotros se prolongaban las diferencias ideológicas y de temperamento que han dividido la opinión liberal a todo lo largo de nuestra historia; y hubiera considerado superfluo de mi parte informar a usted hasta qué punto es vano pedir a los jóvenes de mi tiempo identidad de ideas y de métodos con los de los hombres que entraron a la vida pública cuarenta o más años antes, cuya experiencia y conocimientos, adquiridos durante el período convulsivo de nuestra democracia, ha hecho inadecuados e inútiles para resolver los problemas de la hora actual, la celeridad de nuestro progreso económico.

Yo reputo ocioso cualquier propósito de realizar la unión liberal a base de desconocer, voluntaria o involuntariamente, las razones que la entorpecieron hasta ayer; pero estimo eminente el servicio que usted puede prestar hoy al país y al partido encarándose a la realidad de la hora que vivimos para organizar la defensa de los intereses generales, tan gravemente comprometidos por la irremediable incompetencia del gobierno conservador, en colaboración con los nuevos grupos políticos que aspiran a ocupar una posición de vanguardia en nuestro desarrollo institucional, y a los cuales anima la esperanza muy legítima de asegurar su derecho a una mayor participación en los haberes morales y materiales de la comunidad.

Ningún nuevo llamamiento a la unión habrá de ser atendido. No pierda usted su tiempo haciendo declaraciones sobre la misión del liberalismo que no abrirán surco en la conciencia colectiva mientras no sean reforzadas por los hechos de sus representantes en las corporaciones públicas, y fuera de éstas, por el partido mismo. Las plataformas políticas de Ibagué y Medellín están relegadas al olvido porque no expresan de una manera auténtica la íntima voluntad de sus autores, o porque la expresaron en desacuerdo con el sentimiento de las clases directoras de la opinión liberal, o que se apellida así. En la práctica, la conformidad con el pensamiento conservador, reaccionario, ha sido demasiado evidente para que el pueblo pueda engañarse respecto de la verdadera actitud del liberalismo frente a los fenómenos económicos y políticos de los últimos cinco años.

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En cambio, la empresa de iniciar y dirigir enérgicamente el examen desapasionado de los actos de este gobierno, presenta a usted una oportunidad excepcional de ofrecer al país el servicio de su clara inteligencia y singulares conocimientos de la administración pública, para informarlo del insólito desbarajuste en que ésta se encuentra, señalando al propio tiempo los caminos por donde él pueda evitar o disminuir los desastres de una desorganización extensiva como la que fomenta y explota el séquito del presidente Abadía Méndez.

Esta crítica, tal como yo concibo que la reclaman con urgencia los intereses generales y que puede acometerle usted con el apoyo de la representación liberal, sin tardanza ni desfallecimientos, es una apremiante necesidad de la república, y haciéndola, cumplirán con el deber de fiscalizar al gobierno, que es una de las obligaciones que ha descuidado la oposición.

Usted y yo incurrimos en un grave aunque justificable error en 1921, al no aceptar los ministerios que nos ofreció él presidente Holguín en representación del liberalismo, a sabiendas de que se aproximaba un cambio fundamental en las condiciones generales del país, y de que tendría una importancia decisiva para el partido, que entonces nos honraba con su confianza, identificarlo con el aprovechamiento de los recursos que la desmembración de Panamá, la entrega de una buena parte de nuestra riqueza petrolífera y los empréstitos americanos pusieron al servicio del progreso nacional. Nosotros previmos y anunciamos el desastre inevitable de la política del general Herrera, pero nos faltó valor para contrariarla en el momento en que pudimos afirmar decisivamente nuestro pensamiento y nuestra voluntad.

Ese acto de debilidad, excusable por el interés que lo determinó, de no dividir al liberalismo en vísperas de una elección presidencial que creía tener asegurada, fue funesto para el avance de nuestras ideas y está causando grave daño a los intereses comunes. Reconociendo esto así no podríamos ahora, sin aparecer esquivos al cumplimiento de nuestros deberes políticos, dejar de asumir la responsabilidad de provocar un estudio de la administración pública enderezado al fin de poner en evidencia los peligros que nos cercan por culpa del abandono o de la ineptitud oficial.

Sería imperdonable que dejáramos rodar el país al desastre, colocados al margen de los acontecimientos, para no interrumpir la molicie de nuestra despreocupada burocracia, como aguardamos a que el tiempo sacara verdadero el vaticinio que hicimos del desastre del partido liberal bajo la dictadura de sus jefes militares.

En esta tarea, ardua y seductora, a que lo invitan su probado patriotismo y el carácter de director del único partido de oposición que tiene garantías sociales y acceso a las Cámaras Legislativas, usted podrá utilizar su preparación especial para demostrar en qué grado es inconsulta, ineficaz e insoportable por más tiempo, la manera como el gobierno está dilapidando los fondos públicos.

Todos los congresistas independientes —no solamente los liberales— acompañarán a usted a estudiar el costo de los ferrocarriles, carreteras y edificios nacionales, los contratos de construcción, el famoso departamento de provisiones, los empréstitos americanos, las reclamaciones inglesas, la situación de nuestra agricultura, los complicados problemas del petróleo, los pleitos de las esmeraldas, el alza alarmante del precio de los artículos de primera necesidad, la extensión inusitada del servicio

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diplomático y consular; y sin ahondar demasiado el análisis de estos asuntos, y otros de análoga importancia, inexplicablemente olvidados por nuestros legisladores, verá usted a todos los hombres de buena voluntad ayudándole a fiscalizar las actividades de este desenfadado nepotismo, que amenaza dejar sobre los contribuyentes colombianos muy pesadas cargas fiscales y multitud de problemas administrativos por resolver.

La nación debe ver —cuanto antes mejor— cómo con la misma eficacia que un poderoso monitor hidráulico arrasa en poco tiempo un enorme banco aluvial, el derroche de los impuestos y los recursos extraordinarios que entran a la tesorería de la república está socavando rápidamente todas las bases del orden establecido, y dando pábulo a la revolución social, que pretenden sofocar sus propios autores, poniendo en manos de la policía a Torres Giraldo y Uribe Márquez, a despecho de los derechos civiles y de las garantías individuales consagradas en el título 3º de nuestra carta fundamental. Porque hoy son las masas populares las que están inquietas y ansiosas de imponer una nueva distribución del poder económico y político; pero mañana estallará el descontento de la clase media, agobiada por el alto costo de la vida; y por último, llegará de improviso el día de prueba para las gentes acomodadas, que han visto subir el precio de sus tierras, sus ganados, sus acciones industriales, o que de la noche a la mañana se encontraron dueñas de los caudales públicos y creyeron conveniente aplicarlos en parte a holgar aquí o en Europa con algún título oficial. Las facultades extraordinarias que solicita el Poder Ejecutivo servirán primero para atropellar a los amigos de María Cano, es decir, a los ciudadanos que andan con el pie al suelo, trabajando con la aspiración de calzarse; luego, para ahogar los gritos desesperados de las víctimas de la escasez de pan y carne; y finalmente, para tratar de impedir que se reúnan y que escriban y que hablen y que manden representantes al Congreso los desafectos y damnificados del régimen.

Pero las medidas de represión serán baldías para hacer el silencio alrededor de los actos del gobierno, so capa de impedir la propaganda comunista. No enmudecerá la prensa ni se apagará la voz del sentimiento republicano en las corporaciones de origen electivo. El país necesita poner orden en su administración y fiscalizar el manejo de las rentas nacionales, y no se someterá tranquilamente a que la arbitrariedad oficial recobre su imperio. La revolución económica no tiene aquí por base las teorías de Marx y Lenin, sino el abuso del crédito exterior, ni sus más activos agentes son los directores del movimiento socialista, sino los ministros de Hacienda y de Obras Públicas. Como es el mejor propagandista de este movimiento el Ministro de Guerra. El edificio de nuestra prosperidad, levantado a debe, no puede descansar sobre la incomprensión y el capricho de nuestros mandatarios.

Haríamos mal los colombianos en reconocer a nuestros gobernantes el derecho de fracasar, que los liberales homogéneos les han concedido a sus conductores políticos. Debemos exigirles que acierten, y juzgar con benevolencia sus yerros de buena fe cuando con una justa noción de su carácter de servidores públicos se muestren asequibles al consejo, o a la crítica, y dispuestos a la enmienda.

No es un empeño superior a sus fuerzas intelectuales, éste, que me permito recomendar a Ud. con todo acatamiento, de dirigir desde la oposición la enérgica campaña de defensa nacional que he esbozado atrás; y es un empeño que abarca y dignifica cualquier esfuerzo que usted pueda intentar para revivir y robustecer al liberalismo. Yo estoy seguro de que si su salud no hubiera estado tan quebrantada, como lo estuvo por

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desgracia en meses pasados, la ausencia de sus colegas en la Dirección del partido liberal no habría obstado para que usted principiara a señalar, o por lo menos a buscar, en la opinión pública, el cambio de rumbo que las circunstancias aconsejan a la colectividad. Y estoy igualmente seguro de que para determinar con acierto el nuevo rumbo que ella pueda adoptar, usted habrá tratado ya de inquirir qué reacciones provocan en su seno las nuevas corrientes económicas y políticas que están agitando la conciencia popular; pero el liberalismo colombiano es —a mi juicio— demasiado propenso a desconectarse de la realidad ambiente, y sería inútil trazarle derroteros sin tener averiguado cómo piensa y cómo siente respecto de los problemas de esta hora de confusión que estamos viviendo. Son cuestiones concretas, en su gran mayoría de carácter económico, las que ahora solicitan la atención del país, y yo tengo por cierto que al definir las líneas divisorias de la opinión, usted encontrará que la opinión conservadora cuenta con el apoyo franco o disimulado de muchos liberales que no han visto la necesidad ni el objeto de cambiar su rótulo político; de tal modo confundidos en el pensamiento y en la acción aparecen ante los ojos de algunos observadores ¡los reaccionarios que predominan en los dos partidos tradicionales!

Dichas cuestiones son por fortuna las que usted domina mejor, y las que más necesitan conocer los hombres del gobierno. La discusión de ellas ofrecerá a usted y a todos los demás miembros de la minoría parlamentaria una oportunidad singularmente propicia para desenvolver su pensamiento en contraposición con el pensamiento oficial, señalando en cada caso las rectificaciones que a éste le demanda el interés común.

En esa pugna por el bien colectivo alcanzará usted, entre otras legítimas satisfacciones, la de reivindicar un titulo más alto que la voluntad del general Bustamante para llevar en sus manos la bandera de las aspiraciones liberales, y nos dará a todos los fugitivos del viejo y desolado campamento, así a los que están luchando por la justicia social con otra divisa como a los que resultamos definitivamente incapaces de someter nuestro espíritu a la camisa de fuerza de la disciplina de partido, el gusto de compartir con usted el afán diario de una lucha de finalidades concretas, llamada a satisfacer agudas necesidades que están dando aliento a la presente agitación democrática.

Disimúleme que haya abusado de su paciencia con otra carta tan larga, y reciba un cordial apretón de manos.