gil gomez el insurgente 1859 primera

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GIL (;OMEz EL JNSURGENTE (1859) Juan Diai Co'a! iubias LA MATRACA I I All \

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Page 1: Gil Gomez El Insurgente 1859 Primera

GIL (;OMEz EL JNSURGENTE(1859)

Juan Diai Co'a! iubias

LA MATRACA

II

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LA MATRACA

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NMJuanj Diaz. CovarrubiaJ0687

GiL GOMEZ EL INSURGENTE

PREMIA editora s.a

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(1c In cubierta reproduce tin fragmento (leuna pintura del pintor mexican() DIEGO RIVERA.Diseno de la colecciOn: Marambio.

FQ747 7

(3-,--,

Planra4i6!z V pIi)dUC 'ion1)i tC('CiOfl General de Pu blicacionesy I-ihIjutt'is/SE,l' v Prerniá Editors de Libros. S. A.

.',uI)erl '181011

Hilda Bautista, Rafael I3eeerra. Carlos Mapes.I'.nriquf 1. Lirnón. Felix Moreno e Hilda Rivera.

OF

IOTCi

() Dereehos reservados por los coeditores:Consejo Nacional de Fomento EducativoThiers 251-1i, 1)180 . colonia Nueva Anzurrs15.590 Mexico. fl F.Premiá Editors de Librr's. S. A.Morena 425-A. colonia del Valle03100 Mtxico. D. F.

ISBN 968-434-232-----2

Impreso y hecho en MexicoPrinted and made in Mexico

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PRESENTACION

Juan Diaz Covarru bias nace en Jalapa, Veracruz, ci añode 1837. Poeta, novelista, medico, encarna irreprochable-mente ci destino siempre inacabado de quienes part icipa-ron en la hechura de la nación mexicana que, a La postrede once años de guerra, se independizó de La espanola.Tempranamente huérfano m.archa, junto con su madre, ala ciudad de Mexico. Aqui estudia medicina y escribe ypublica en plena contienda entre liberates y conservadores,los dos bandos que proton gan esa crisis pro funda —pro-greso contra oscurantisino, libertad contra fueros—, queci triunfo del ejército Trigarante simplemente postergó.

En 1857 se recihe de medico y, en un brevisimo perio-do, abraza esa causa de las letras en la que algunos suelentipificarlo coma prornesa malograda, mds que por sushechos literarios mismos, por la muerte. Muerte trágicasegán anotaremos enseguida. Diaz Covarruhias, pues, da ala estarnpa La clase media, El diablo en Mexico, Gil GO-mez el Insurgente o la hija del medico, y La sensitiva. Lostres primeros titulos, nave/as, datan We 1858. El tiltimo,cuento, de 1859.

Gil Gómez el Insurgente o la hija del medico es la no-vela que la post eridad rescata cast unánimemente, como tomás t'alioso de Diaz Covarrubias. Tres elementos destacan.La novela se inscribe en la dcl ensa, jamás definitiva, de laempresa del euro Hidalgo. Empero, Diaz Covarru bias sevale mejor del género narrutivo, folietinesco inciuso, paracum.piir sit comet ida. Más todavia; ci personaje principalno es Hidalgo sino una creatura de ficcion, en un corn ienzo,por cierfo, atraido par ci honda realista. Quizd una lectura

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conternpordnea debiera parangonar este héroe inven (adocon el real, tam blén joven, también rebelde, que trazaMartin Luis Guzmán en su biografia sobre Francisco la-cier Mina. Por ültiino, cabe destaccirse que el autor entre-laza dos lineas narrativas, la época de la IndependenciaY la otra aventurera y amorosa, la que tiene a Gil Gdmezde protagonista. No rnuy distinta por cierto, es Ia forma deoperar de la novela histórica actual en el mundo. Realidadsocial entretejida con retratos imaginarios. Diaz Covarru-bias muere en 1859, a los 22 años de edad, fusilado por losconsercadores, en Tacuba ya. H. R.

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GIL GOMEZ

EL INSURGENTE,6

LA ILIJA DEL MEDICO.

Novela histdca micana

Par Juan oirrnbia.

Edition del "DI.xio de AvL$os."

MEXICO.ThIPRNTA DR YICNTE SGIBiA.

C. de S. And r6s N. 14.

1858.

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AL LECTOR

Cudntas veces siendo nino aán, perdido en los bosquesy en los cam pos de mi pals natal, o ya joven, con! undidoen el estruendo de la ciudad, he pedido a Dios con todo micorazón una pluma para escribir mis sentimientos o lasglorias de mi patria!

Un dia, coloqué tImidamente mi nombre al pie de unamala corn posición poética; segul haciendo lo mismo mu-chas veces, y la prensa de Mexico se digno recoger mispalabras y prodigarme an elogio que nunca he tenidopretensiones de merecer.

Entonces, una duice esperanza y una tierna gratitud,se derramaron en mi corazón, alentándome para seguirtrahajando.

Pero pensé que en vez de cultivar con tanto ahinco,una poesla tan exagerada y tan viciosa com.o es la mIa,que escrita en horas de amargura, en moment os de daday desesperación, no podia menos de sembrar malos gér-menes en ci corazón de la juventud, que hojea general-mente esta clase de libros; valdrIa inds que me dedicasea la novela histórica, género mucho inás átii y en el cualse pueden mds ensayar las fuerzas.

Esta novela es ci primer ensayo de ese género; formala priniera pOgina de un libro que dentro de algunos añoscontendrd bajo an aspecto to rnds agradable que me seaposible, Ia lust aria de nuestro pals, desde nuestra eman-cipaciOn de la corona de España, hasta la invasiOn ame-ricana de infeliz memoria.

Ahora corn ienzo por ci primer movimiento insurrec-cionario del cura Hidalgo.

He procurado para la parte histOrica, reunir ci mayornámero posibie de datos y docuinentos de la época. Me

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creo en la obligacion de dar las gracias a Las personas queme los han pro porcionado.

En cuanto a la otra parte de la novela, es una verdad,fria, descarnada, desconsoladora; una felicidad desvane-cidu en el momento de alcanzarse, que acaso producircimat efecto en el corazón de los que han sentido deslizarsesu existencia en una corn pleta Ventura; pero que tal vezencontrard acogida en el de los que solo han hallado enla vida pesares, decepciones y esperanzas desvanecidas.

He presenciado en mi carrera muchos dolores, mu-chas amarguras, muchos infortunios; 'o mismo he sidovictima de mi fantasia y mis errores juveniles; por con-siguiente, no puedo hacer ma's que ref erir mis propiasilnpresiones.

Yo quisiera tener talento suficiente para escribir lascostum bres de mi pat na; yo quisiera poder ref erir contoda su poesIa esas le endas populares, que en otros diashe escuchado de los labios de la sencilla gente del campocon fundido entre ella hajo el hospitalario techo de lascabanas; yo desearia tener un acento tan poderoso, quepudiese expresar to que he sentido at besar Ilorando nues-tro desdichado pahellOn de Iguala.

Pero puesto que hasta ahora no to he conseguido, meatrevo a pedir la benevolencia de mis corn patriotas; yo nopido un aplauso, porque nunca he creido merecerlo; mishermanos en poesia to saben bien; pero creo que merezcoesa benevolencia, porque he secado La savia de mi juven-tud escribiendo, porque yo no tengo más anhelo, mdsplacer, ni mds ambición que el aprecio de mis corn pat rio-tas; yo no ten go pretensiones, ten go esperanzas.

Si algán dia veo realizadas mis dulces ilusiones, habréconseguido cuanto pude desear en la vida; si por el con-trario, como es más probable, me abismo en todos missueños de gloria, entonces tendré la conciencia de habertrabajado hasta mi iiltimo aliento, y moriré tranquilo vresignado corno un rnártir.

Mexico, enero de 1858.

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PRIMERA PARTE

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A ASTUTO, ASTUTO Y MED JO

En las inmensas Ilanuras que se encuentran hacia el suren el estado de Veracruz, entre las pequeñas aldeasde Jamapa y Tlaliscoyan, orillas de un brazo del rioAlvarado y no tan cerca de la barra de este nombre, paraque pudiera considerarse como un puerto de mar, se a!-zaba graciosa a la falda de una colina y como oculta a lamirada curiosa de los escasos viajeros que por allI suelentransitar, la pequefla aldea de San Roque, cuyo modestocampanario se podia percibir entre el follaje de los árbo-les, dominando el pintoresco caserIo.

Esta aldea, medio oculta en una de las quebradasdel poco transitado y mal camino que conduce de la barrade Alvarado a la villa de Córdoba, aislada completamentede las relaciones comerciales y polIticas, contendrIa esca-samente en la época que comienza esta narraciOn, deseiscientos a ochocientos habitantes, la mayor parte mdi-genas, labradores en los sembrados de maIz, de tabaco yde cafia que se cultivan en algunas rancherIas de las inme-diaciones, familias de viejos señores de las ciudades máscercanas, como Veracruz, Jalapa, Orizaba, Cosamaloá-pam, antiguos guardias de las milicias del virrey, retiradosya del servicio, restos de la aristocracia de segundo orden,cuya decadencia comenzaba ya en aquella epoca o hastamedia docena de acomodados labradores, que poseIanfértiles terrenos en que cultivaban las semillas que tantoabundan en esos climas privilegiados.

Los habitantes de la primera clase, pasaban la mayor

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parte del dIa en los campos de las pequefias haciendas, ysolo en las primeras horas de la noche se veIan alumbrarsesus cabanas diseminadas sin orden y al acaso en un radiode cuatrocientas varas.

Los segundos hahitaban modestas y graciosas casasde un solo piso generalmente, diseminadas también sinorden y segün ci capricho de su dueno, ya en el fondode una quebrada, ya a la falda de una pequena colina,ya al fin de una canada, o en medio de una floresta.

Una tarde de los puimeros dias del ines de septiem-bre de 1810, a la hora en que el sol comenzaba a reclinarsefatigado detrás de las lejanas montañas, cuando empe-zaba a reinar en el espacio esa tint.a crepuscular, luz depenumbra que resulta de la lucha entre ci sol que semuere y las sombras que nacen; a la hora en que ci mo-nOtono y lejano ruido de la campana de San Roque seconiundia con los cantos de los labradores que volvianalegres del trabajo y ci mugido de los bueyes que desun-clan del arado, se unieron a los vagos pero infinitos mur-mullos que reman en esa poética y sublime hora, losacentos de una müsica lejana. -

,De dOnde naclan esas armonIas?,Quien, en ci rincón de esta aldea abandonada y

tranquila, asI impregnaba de dulces sones ci aura soño-lienta del crepscuIo?

Para saberlo, es necesario que sigamos los pasos deun joven que a la sazOn caminaba en la direcciOn de unacalle sombrIa de árboles y a cuyo fin se distinguia unacasita, blanqueando entre ellos a los ultimos rayos delmoribundo so!.

El que a ella se acercaba con precauciOn y como te-miendo ser visto, era un joven que representaba tener dediez y ocho a veinte aflos a lo más; pero tan alto, tanflaco, tan nervioso, que nada más propiamente personi-ficaba que la imagen de ese personaje, que bajo ci pro-saico nombre de Juan Largo, nos ha descrito ci pensadormexicano.

Sus brazos eran algo largos con relación a su cuerpo,

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y sus manos un poco largas con relación a sus brazos, suspiernas no estaban tampoco en razón muv directa de Ion-gitud con el resto de su individuo. Sus facciones l)astantepronunciadas para mar carse perfectamente, a pesar de Laescasa luz que ahora sobre ellas cala, no eran precisarnentehermosas, puesto que los ojos eran algo grandes y un pocosaltones, las orejas y la nariz grandes taml)ien, La harbaun poco saliente y La boca COfl los labios mu y ligeramentevueltos hacia fuera, dejando entrever dos hileras de (lien-tes blanqulsimos y afilados.

Pero por una de esas rarezas tan comunes en La natu-raleza, el conjunto de aquella fisonomia huesosa y u poco angular, colocada sobre un cuello prolongado comoel de una cigüena. era, Si no hermosa, a lo menos simpá-tica y agradable de contemplar, porque en ella se lelana primera vista la franqueza, la sencilla jovialidad, la ge-nerosidad, el valor, todos los sentimientos nobles del alma,que por ms que digan, en ninguna parte se retratan másclaramente al hombre observador, que en La fisonomIa.

En efecto, aquellos ojos vivos, niovihies, que lanzabanmiradas inmediatamente penetrantes, indicaban desdeLuego que acostumbraban verlo todo a primera vista:aquellos labios que se entreabrIan con frecuencia paraformai' una sonrisa muv particular, indicaban cierta ex-presión de chiste caustico y franqueza incisiva, cuandoera necesario; aquellas orejas que tanto sobresalian delresto de la cara, pareclan ir en efecto a la vanguardiapara oIrlo todo.

Vestla el joven un traje medio campesino, medio dehombre de la ciudad. Componiase de una especie de chu-pa o chaqueta de tela grosera, una corhata de color encar-nado vivo, anudada sin orden a su cuello v ca yendo suspuntas descuidadamente sobre su pecho, unos calzonesanchos y como ya entonces usaban los habitantes delcampo, muy diferentes a los cortos y estrechos que vestlanlos de la ciudad, ceñidos con una banda de fino buratoverde. Unos zapatos herrados y burdos de piel de gamuzade color amarillo y tin sombrero de la teLa llamada de

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"Vicuña" entonces muy en boga, cónico, color de canela,completaban este traje.

Va hemos dicho que el joven segula la dirección deLa calle de árboles, con precaución y como temiendo serobservado. A veces, en efecto, caminaba acercándose a lacasa que se distingula al final de la alameda, y despuéspermanecia un instante atento, lanzando sus penetrantesmiradas a través de los campos ya casi oscurecidos.

En aquel momento, la campana de la parroquia deSan Roque sonO la oración.

El joven se descubriO respetuosamente dejando veruna cabeza rapada a la puritana, cabeza irregular, quetenla un poco del rombo, del cono y del triangulo, cabezamatemática, terminada por una frente ancha, despejada,convexa, verdaderamente hermosa, que dehia encerrarpensamients builidores, de vida y de juventud. Sus Ia-bios perdieron su habitual expresión de malicia y murmu-raron una plegaria. Después, cuando huho acabado, vol-vió a cul)rirse y continuó su precautoria excursion.

La müsica seguia sonando y se hacla cada vez màsdistinta.

Va tocaba casi al fin de la alameda.De repente se quedo parado y aplicO el oldo en di-

recciOn al camino que atrás dejaba andado.Le parecla haber escuchado un ruido.El joven no se habIa enganado: eran los pasos de una

persona que se acercaba y que muy pronto se dejó ver.Era un anciano que por su traje y sus maneras reve-

laba a leguas al labrador acomodado y contento con susuerte.

El joven pensO prirnero en ocultarse, después en huir;pero ambas cosas eran sumamente imposibles, puesto queci que ilegaba se encontraba ya a una distancia en queninguna de estas dos maniobras hubiese escapado a suvista. Asi es que, el joven se quedO parado y afectó mirara la luna; que por uno de esos cambios tan comunes bajoci cielo de los trOpicos, en que el crepusculo dura un ins-tante y en que la noche sucede casi sin interrupción al

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dia, comenzaba ya a mostrarse en el firmamento todaviamedio confundida con las tiltimas inciertas tintas cre-pusculares.

El que se acercaba era como hemos dicho un ancianode fisonomia alegre y jovial, un tipo de hacendado, deésos que en Mexico usando de una metáfora ingeniosIsi-ma, se Haman "ricos-pobres".

—Hola, ,eres tü? Gil Gómez: por cierto que nadie teconocerla en esa posición tan extraña que guardas —dijoal joven con expresión de jovialidad.

—Ah!, ,es usted?, tio Lucas —prfeguntó éste afectandosorprenderse y apartando sus ojos del cielo.

—Si; pero ,qué diabios haces por aqul, asI mirandola luna, vienes hacia la casa del buen doctor para consul-tarle o estás oyendo tocar a su belia hija la señorita Cle-mencia?

—Ninguna de las dos cosas, tio Lucas, sino que pasabapor aquI y me ha dado gana de ver entre los claros de losárboles ese cielo tan sereno y esa luna naciente que anun-cia una noche tan bonita —respondió ci joven con su son-nsa particular.

—Si, en efecto, la estacion se presenta bien en estemes; pero, ,de cundo ac, ipiel de Barrabás!, eres t(i afec-to a contemplar la belleza de ]as cosas naturales, tü queencuentras demasiado cort.o para tus travesuras el tiempoque te deja libre de Los quehaceres de La sacristIa el huenpadre párroco?

—,Qué quiere usted?, tio Lucas, con la edad viene lareflexión. Asi dice ci señor cura que lo ha dicho un sabiocuyo nombre no recuerdo ahora: pero ello es que era unsabio —contestO el joven dando a su cara naturalmenteviva y animada un aire de seriedad grave que a cual-quiera otro que al inocente tio Lucas, habria parecidofingida.

—Vaya!, ,y estã bueno ci señor cura? —preguntó elanciano con interés—. Hace algunos dias que no lo veo.

—Con razOn, tio Lucas, con razón; sus reumas haceuna semana que le iinpiden salir y lo tiene clavado en un

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sillón de donde no saldrá sino para el sepuicro; yo lo veloy lo cuido como un buen hijo; pero ya usted ye que la edadtan avanzada a que ha liegado... , —y el joven se interrum-pió Ilevando a sus ojos el reverso de su mano y entrecor-tando su voz con un sollozo, que otro interlocutor que eltio Lucas hubiera calificado de demasiado doliente paraser verdadero.

—Hum! —dijo— no.hay que afligirse, due de mi parte,que mañana pasaré al curato para visit.arle, y tü, sigueasI siendo tan buen muchacho y ganándote el aprecio delas gentes de respeto.

—Hasta mañana, Gil Gómez.—Hasta mañana; tio Lucas.El anciano torció a la derecha siguiendo la dirección

de un estrecho sendero que conducla a su posesion.Gil Gómez permaneció un instante atento, hasta que

el ruido de los pasos del anciano se fue desvaneciendogradualmente y se perdió en el silencio de la noche. Sufisonomia volvió a tomar su habitual expresiOn de fran-queza y travesura y murmurO entre dientes

—Pobre tio Lucas, qué bien la ha tragado; pero hu-biera yo quedado fresco si me sorprende el secreto de miexpedición, iJes6s, qué chismerbo me hubiera armado enel curato! ipufl, ni pensarlo quiero.

Y dichas estas palabras se preparO a continuar suinterrumpida marcha.

La müsica seguIa sonando siempre, y salIa, ya no ha-bIa que dudarlo, de la casa a que ya liegaba Gil Gómez.

Era una casa de un solo piso, cuyo ancho y sólidoportón pintado de color verde, y situado entre dos yenta-nas de madera del mismo color, se elevaba encima de unaescalinata'de cuatro gradas; las ventanas, por el contrario,estaban al nivel del suelo; de cada lado de ellas se hablaformado un bosquecillo de esos árboles pequenos, siempreverdes, que tanto abundan en los paisajes cercanos a lascostas de- Veracruz, y que se con tinuaban de cada ladofoimando un semicIrculo, con la alameda que con tantaprecaución hemos visto atravesar a Gil Gómez.

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La luna, que alumbra a sus ojos esta escena, Se ocultOrepentinamente, pareciendo favorecer los intentos del jo-yen, que con un paso tan silencioso que ni el oldo finisimode un perro hubiera percihido, se deshzó hasta ci bosque-cillo de su derecha, murmurando:

—Ahora si, aqul estoy bien y puedo calcular el mo-mento más favorable. Pero como no esté ahi ese malditoperro Leal que debe ser lo menos primo heimano de Sa-tanás, segün su astucia porque entonces toclo se lo llevóla trampa...

Gil Gómez habIa escogido un buen punto de obser-vación; protegido por los arboles habla liegado hasta unlado de la ventana y desde alli podia sin ser visto presen-ciar lo que pasaba en el interior de la habitación.

Avanzó con su misma precaución la cabeza por entrelos harrotes, y con una mirada rápida como el pensamien-to, mirO lo que vamos a decir:

La habitación era extensa, no habIa en ella másmuebles que tin par de canapes de sólicla madera COfl

asiento de Jo mismo, ocupando los dos costados de ella,del mismo lado en que se hallaba Gil Gómez, una mesagrande de madera de cedro colocada precisamente enfrente de la ventana y por consiguiente en frente de él yun inmenso y amplio estante que ocupaba los lienzos res-tantes de la habitación. Pero en cambio, ese estante estabaatestado de libros, y encima de él se veian pájaros dise-cados, instrumentos de qulmica, retortas, frascos grandescon fetos o pequeños con liquidos de diverso color, esferasgeográficas y otros mil objetos; pero todo colocado concierto orden, clasificado de cierta manera que revelabadesde luego ci gabinete de un hombre estudioso, consa-grado a la ciencia, y no la oficina de un charlatan.

Aquél era ci estudio de un medico, y por Si Gil Gómezlo hubiese ignorado, habrIan bast.ado a desenganarle dosesqueletos encerrados en sus nichos y colocaclos en los dosünicos ângulos de la habitación que Cl podia contemplardesde la ventana y que parecIan mirarlo sonriendo conesa nsa sarcástica de las calaveras, que tal vez se creyera

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que se están burlando de la humanidad que at verlas sus-pira.

Un estremecimeinto de horror que circuló por el cuer-P0 de Gil GOmez, denunció desde luego at joven todavIacándido, que conserva la superstición religiosa de los pri-meros años de la vida.

De codos sobre la mesa, apoyada su frente en unade sus manos, con la vista fija en un libro abierto, y sen-tado en una amplia butaca también de madera de cedrocon asiento y respaldo de cuero amarillo, habja un ancianoque leIa a lo& tenues resplandores de una lámpara quealumbraba escasamente el resto de la hahitación.

Aquella frente surcada con las huellas que dejan elestudio y la meditación, aquella cabeza cuyos cabelloshablan ido arrancando poco a poco las vigilias, e inclinadahacia el pecho, aquella fisonomla tan pensadora, denota-ban desde luego una juventud pasada en la reflexión, enla observación de las ciencias naturales, ciencia de La hu-manidad que envejece a los hombres en pocos años; peroque en medio de esa vejez les imprime un sello de juven-tud por decirlo asI, y de vida; vejez que nunca es ridIcula,vejez que despierta en el corazón de la juventud un noblerespeto.

Este anciano era en efecto un medico, que después dehaber ejercido largos años su noble profesión en algunasciudades de Europa y de La Nueva Espafla, habla venidohacla pocos años, fatigado del bullicio de la sociedad, avivir con el producto de su trabajo de treinta años, enel rincon de esta aldea oculta y apartada del mundo, consu hija, fruto de su pasión con una joven inglesa, quehacIa diez y ocho años habla desposado en su pals porgratitud, y que habla muerto at pisar las abrasadas costasdel Golfo de Mexico: con su hija, hermosa nina, que sOlodiez y siete veces habla visto cubrirse de verdes hojas losárboles, inocente, pura y amorosa como las palmas de losbosques en que habitaba. tierna y sencilla como la primerasonrisa de tin niño.

El doctor habIa dividido su tiempo entre la educaciOn

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de su hija, sus estudios y el recurso a los desgraciados y alos pobres enfermos que desde diez leguas a la redonda,le ilamaban bendiciéndole, su padre querido, su providen-cia, el amparo de los desvalidos.

Si en aquel momento el doctor hubiese levantado lacabeza del libro en que atentamente lea, hubiera obser-vado en la ventana, frente a él, pegado a los barrotes, unacabeza que le observaba con cuidado.

—Bueno! —dijo para si Gil Gómez—; bueno!, ci doctorestudia en su gabinete y la señorita Clemencia toca cipiano en su habitaciOn. Bueno!, como ese maldito perroLeal se encuentre ya en los corredores de adentro, la cosamarcha a las mil maravillas. Veamos.

Y con la misma precauciOn con que lo hemos vistoilegar a la ventana de la derecha, Gil Gómez se deslizó,siguiendo la dirección semicircular que limitaban los bos-quecillos hasta la ventana del lado opuesto y antes deobservar lo que pasaba en ci interior de la habitación, sequedO un momento de pie.

Tocaban ci piano, pero desde luego se conocIa quela persona que con tanta duizura despertaba a las dor-midas brisas de la noche, no era por cierta una aldeanay comprendla perfectamente el sublime espiritualismo dela müsica.

El piano preludiaba la mñsica de una nielancólicabalada inglesa ya antigua en aquella época; pero impreg-nada de triste poesia y dulce misticismo.

Después, una voz argentina, pura, vibradora comolas notas menore.s (Ic un clavicordio, es decir, con unavibración medio apagada, se mezcló a las dulces entona-ciones del piano y recitó en ingles las estrofas de la balada.

Eran las palabras que una joven dirige al amado desu corazón en el momento en que éste parte a lejanastierras para huscar fortuna y gloria en la guerra cada unaacababa con ese Farewell, for get me not de los ingleses,con que tanto quieren decir y que no tienen traducciónen ningtn idioma.

Aquella voz dulcIsima que cantaba en un idioma

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extranjero las estrofas moduladas en la mIstica de los pu-ritanos, estrofas que expresaban sentimientos acaso enacuerdo con los que ahora dominaban el corazOn de lacantora; aquella voz oIda en el rincón más oculto de unaignorada aldea del Nuevo Mundo, aquella joven hermosa,hija de un anciano medico, inglesa por nacimiento y porsentimiento, mexicana por educación y por idioma, aque-ha noche tan tibia de septiembre, aquella brisa cargadade aromas y de armonlas hubieron de hacer una impresióntan profunda en el corazón de Gil Gómez, que se quedóextasiado con las pupilas fijas y los labios entreabiertos,con el oldo atento por la emociOn, como queriendo aspirarlos perfumes, comd queriendo escuchar las melodIas deaquella brisa que hasta él liegaba.

—Oh! —dijo con visible emoción— iCuAn hermosa esella, y él qué dichoso; pero cuán desgraciados van a serambos dentro de poco!

Y al decir estas palabras, la cabeza volviendo a reco-brai' su imperio sobre el corazón, el joven se acercó a laventana y con la misma mirada particular con que lohemos visto recorrer el gabinete del medico, registró vio-lentamente el interior de la estancia.

La misma sencillez en los muebles colocados con eseorden que revela la tranquilidad, el bienestar de la vidade provincia; pero ese perfume, esas delicadezas, esos de-talles que solo en el gahinete de una joven hermosa yaristOcrata se encuenti'an; el lecho de metal sencillo, conun pabellón blanqulsimo de muselina con lazos encarna-dos, el tocador de madera de cedro barnizada. pero Cu-

bierto de esas chucherIas primorosas, arsenal desde donde]as mujeres se preparan al combate de corazones; la mesasencilla y modesta, pero adornada con un jarrón de nIveaporcelana cubierto de flores; el pavimento de madera,pelo sin que un ojo indiscreto pudiese encontrar ningtinobjeto que alterase su tersura; fibres en todas partes, flo-res en el .tocador, flores en la mesa, flores en La ventana,y p01 Oltimo, una joven de diez Y siete anos, blanca combuna inglesa, pSlida como una estatua de mármol, con una

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frente despejada como un cielo de verano, con unos ojosde ese azul oscuro particular que dejan transparentar lasniñas y que lanzan una mirada prolongada, adormecida,silenciosa, con una nariz recta y fina, casi transparentehacia las extremidades, con una boca pequeña como la deun niño, que nunca se entreabre para dejar caer un sar-casmo o un chiste, que sOlo parece formada para exhalarplegarias o palabras de amor, unos cabellos suaves decolor castaño oscuro, bajando a los lados de la frente, cu -briendo unas orejas pequeñas y finas y anudándose haciaatrás pam formar ese sencillo peinado de las inglesas; unóvalo de cara, un tipo peculiar, un cuello, una estatura,altiva y sencilla a la vez, modesta y aristocrática como lamás hermosa de las mujeres de la Biblia, "Ruth la espi-gadora" y luego esa joven que entona un cantar mIsticoy armonioso como todos los de los puritanos, y una jovenhuérfana que en su semblante está revelando la pureza desus sentimientos, la inocencia, la pasiOn, la poesia de suaislamiento.

Todo esto contemplO Gil Gómez en un momento;pero también contempló muy a su pesar un enorme perro,que con la cabeza entre las piernas vuelta hacia su ama,dormitaba o aparentaba dormir.

El joven se hizo atrás tan violent amente pam no servisto por ci perro, que produjo un ligero ruido en laventana.

El animal volviO la cabeza hacia ella y grunO sorda-mente, pero aquel ruido habIa sido tan ligero, tan senie-jante al que produciria una hoja seca al desprenderse delárboi que volvió indolentemente la cabeza a su primeraposicion.

—Maldito animal —murmuró Gil GOmez—, Si no se qui-ta de ese lugar todo se echo a perder y no puedo cumplirfielmente el encargo de Fernando. Además, va haciéndpseya muy tarde y van a extrañar mi presencia en el curato.

Entonces se entabló una lucha entre ci animal y elhombre, lucha de astucia, en la que este ültimo debiaquedar indudabiemente vencido.

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Gil Gómez, protegido por los sonidos del piano, vol-vió a avanzar con precaución la cabeza conteniendo hastala respiración. Pero esta vez, sea que el perro huhiesesentido al joven, o que lo hubiese visto, se separó de sitsitio y se acercó a la ventana ladrando estrepitosamente.

—Leal, quieto; aqul —dijo la joven con su misma vozde müsica que ya hemos escuchado y con su acento lige-ramente extranjero; pero tan ligero como el que se pueclerecibir de la costumbre de hablar su idioma primtivo lostres primeros aflos de su vida para no volverlo a hablarmás. Leal Ianzó otros tres o cuatro ladridos que se per-dieron por la vasta extension de los silenciosos campos.

—Leal, aqul —volvió a repetir la joven.El animal, no viendo moverse ni una hoja en el cam-

p0 que podlan abai car sus ojos, lanzó un ültimo ladridoy Se volvió refunfuñando descontento a su sit.io ; pero conla cara vuelta a la ventana.

Lo joven segula cantando sin sospechar la vigilanciade que era objeto.

Gil Gómez consideró que un perro de la especie deLeal no serla muy fácil de ablandar y que al verle en laventana, armarla un escándalo capaz de alarmar al doc-tor y a los demás criados de la casa; el hosquecillo en quetan violentamente se ocultó durante la presencia de Lealen la ventana pudo solo evitarlo.

AsI es que resolvió alejarlo de aquel sitio; para lo cualSe internó en el bosquecillo que se confundia con el cos-tado izquierdo de la casa hacia el cual daban ties yenta-nas de las piezas interiores de ella y produjo un ruido enuna de las vidrieras, ruido que nadie más que el animalpercihió, pues se lanzO ladrando fuertemente al interiorde la casa.

Fue tan violenta la acción del perro, que la joven dejóde cantar y Se paró del piano diciendo de nuevo:

—Vamos, Lea!; aqul.Percy después, oyendo que los ladridos del animal se

iban alejando hacia el fondo de la casa, volvió al pianomurmurando:

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—Qué se yo que tiene Leal esta noche.Gil Gómez, después de haber liamado la atención del

perro a otra parte, alejándolo por un momento, se deslizópor el bosquecillo, ligero como el pensamiento, hasta vol-ver a La ventana, a cuya vidriera dio tres golpecillos ti-miclos y discretos.

—,Quien llama? —dijo la joven ligeramente asustada.—Yo, señorita Clemencia, yo soy —dijo Gil GOmez

procurando dar a su voz un tono de confianza y seguridadpara tranquilizar a La joven.

—Ah! Les usted?, señor Gil GOmez —dijo ésta acer-cándose a la ventana.

—Si señorita —respondió Gil Gómez sacando precipi-tadamente un papel y poniéndolo en manos de la joven—;yo que traigo este encargo de Fernando.

A esta acciOn y a este nombre, la joven se estremecióde alegrIa y se ruborizó de sorpresa, tomando el papelque le entregaban.

Gil Gómez iba tal vez a continuar hablando; pero losladridos del perro se e.scuchaban cercanos y solo pudodecir precipitadamente:

—Buenas noches, señorita Clemencia.—Adios señor Gil Gómez, mil giacias —duo ésta con

su misma dulcIsima y argentina voz.Después se aproximó a la bujIa colocada encima del

piano y leyó trémula de emoción las siguientes palabras:Clemencia:Mañana debo partir, boy, como ya acaso sabrãs por el

doctor que ha hablado con mi padre, ha liegado eldespacho y la orden del señor virrey Venegas.

Tenemos muchas cosas que decirnos por la iiltima vez.Si me amas, espérame esta noche al dar las doce junto a la

puertecilla del jai-din que da a los campos, donde p0-dremos hablar librement.e, porque esta noche, no debeir mi padre a visitar al doctor.

Ah, por qué triste motivo nos juntamos!AdiOs.

Fernando

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—Ah!, crueles, ingratos, quieren separarnos, nos van aarrancar el uno del otro —dijo Clemencia dejándose caerde codos sobre el piano y ocultando su cabeza entre lasmanos para sollozar.

Cuando Leal se acercO a la ventana de la habitación,solo pudo oIr el rumor de los pasos de Gil Gómez quese alejaba corriendo.

Esta vez la primera de 'su vida, Leal habla sido bur-lado, completamente burlado en sus barbas, y cerca demedia hora permaneció en la ventana, ladrando fuerte-mente por intervalos, confundiéndose sus ladridos con losde los dems perros de San Roque, sin ser notado por sujoven ama, que con la cara oculta entre sus manos con-tinuaba sollozando dolorosamente.

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II

DOS MOR TALES FORMANDO UN ANGEL

,Que amores misteriosos eran éstos, que asI aliment.abanen el rincOn de esa aldea solitaria?

Cuárita poesla debIa haber en ci amor de esta pobrenina huérfana, aislada con sus pensamientos purIsimosy romancescos, lejos de su pals natal y del contacto enve-nenado de la sociedad, entregada a su inspiración, sin quela venalidad ni el interés hubiesen encontrado un eco ensu iiiocente corazón!

Pobre ave de blancas plumas, ave huérfana, avesola, ave extranjera, que vas atravesando ci espacio conraudo y sereno vuelo, aspirando todo el aire que te ilena,recibiendo todos los z'ayos de luz que te inundan, escu-chando todos los murmullos dulcIsimos y misteriosos deleter!

Pobre aye!, Dios no quiera que ese aire Se envenenepara tu aliento, que esa luz te ciegue al inundarte, queesos murmullos se tornen en adioses, en gritos de dolor,en suspiros de despecho. que esa vida que Dios te ha dadocomo bendición, languidezca y se te tome como castigo.

,Quien era ese joven Fernando, que tan profunda im-presiOn habIa inspirado en aquel inocente corazón? ,Quienera que con solo una palabra de despido hacia derramarabrasado ilanto de aquellos ojos?

Fernando era digno de tanto amor y de aquellas lã-grimas.

Hijo de Un flOI)le y honrado plantador de tabaco yhacendado de aqueila provincia, habIa pasado una partede su juventud en un colegio de la Puebla de los Angeles

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y hacIa dos aflos que habia vuelto al hogar a vivir al ladode su padre.

Muy al contrario de lo que sucede casi siempre contodos los jóvenes, hijos de familias acomodadas de pro-vincia a quienes se envja a educarse en la ciudad, fuerade la vigilancia paterna. Fernando solo habla traldo bue-nos sentimientos, instrucción, caballerosas maneras, respe-to a todo lo noble y ese aire de melancolia y distinciOnaristocrática que hàce tan interesante a los jóvenes.

Además, Fernando era artista, artista por inspira-en, artista por nacimiento Si se quiere, y la mayor partede los cuadros que adornaban los amplios y sencillos cuar-tos del hogar paterno, eran obras que a su mano habIadictado su imaginaciOn.

Con una fisonomla hermosa, melancólica y agradablede contemplar, con un porte simpático y distinguido, conuna alma ilena de pensamientos nobles, de espiritualismo,de amor, de poesia, dejándose arrebatar por todos susbuenos instintos, su vida era una incesante aspiraciOn atodo lo bello, cada pensamiento una ilusión, cada esperan-za una fantasia, cada palabra una estrofa de la poesiadel corazOn.

SucediO lo que era natural que sucediera.Fernando al volver del colegio encontrO a Clemencia

que hacla cuatro años se habla ido a habitar la aldea encompañIa de su padre, la vela en la misa mayor los dIasfestivos, en los paseos que ella, nina melancólica y éljoven soflador, errante, admirador de los lugares hermososy solitarios, escogian de igual manera.

Además, el doctor y su padre eran antiguos amigosy se visitaban mutuamente, acompanados de sus hijos.Asi es que, en las largas noches de invierno o en las tern-pestuosas del otofio, mientras los dos ancianos y algunoscaballeros de la vecindad conversaban entretenidamentesobre polItica, sobre viajes o jugaban al ajedrez en unrincón de la sala, los jóvenes corrian al cuartito de Cle-mencia, y alli sentados, cerca del piano, hablaban tambiénen voz baja, o tocaban juntos, extasiándose con las mis-

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mas melodlas, alabando las mismas piezas de müsica, par-ticipando del mismo entusiasmo, o se alternaban para leerlas obras, que tales como el Pablo y Virginia de Bernardi-no de Saint Pierre, la Atala y René de Chateaubriand,el Werther de Goethe, las cartas de EioIsa y Abelardo,las poeslas de Meléndez, se encontraban por una casuali-dad rara en aquella época, en la biblioteca del doctor.

Esta semejanza de edad, de carácter, de costumbres,de inclinaciones, de pensamientos, este aislamiento co-mün en medio de una aldea solitaria, que no presentabaningunas otras distracciones al corazón, estas largas horaspasadas solos en compañIa, escuchando el monótono ruidode la iluvia que fuera azotaba los cristales de la habita-cion, o contemplando con el mismo arrobamiento, conigual extasis el hermoso espectáculo de los silenciosos yserenos campos iluminados por la blanda luz de la luna,esta conversación inocente, pero sin testigos, estas lectu-ras en que figuraban personajes tan interesantes a losojos de los jóvenes y en situación tan análoga con la suya;esta vida corriendo en comUn, armonizada pot' la mñsicadel piano y embellecida por ese perfume de melancolIa yrecogimiento interior que la semejanza hacIa nacer, estaspalabras vagas, incoherentes, estas confidencias a mediavoz de lo que sonó anoche, de lo que se pensó durante eldIa, de esas alegrias o dolores ocultos de la vida, hicieronnacer en el corazOn de los dos jóvenes, sin saberlo, sincomprenderlo, primero una amistad, entre un joven yuna señorita que tan pronto degenera en una ternura dul-Ce, en un cariño, en un amor, en una pasión.

Lo que primero habla sido un efecto de la casualidad,se hizo una necesidad; los dos jóvenes acabaron por nopoder vivir sin verse.

Clemencia pasaba el dIa inquieta, distralda y melan-cólica hasta la noche; y Fernando por su parte, no haclaotra cosa durante el dIa que suspirar, pasearse cerca dela casa del doctor, pot' los campos que estaban 'detrás deljardin y sirviendo de lImite entre ést.a y la hacienda, hastalas ocho, hora en que su padre, con ese buen orden, con

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ese arreglo en las costumbres que preside a todos losactos de la vida de provincia, tomaha su ancho sombrero,su grueso bastón de nudos y su amplia capa o su paraguasen tiempo de liuvias y apoyado en el brazo de su impa-.ciente hijo, se dirigia siguiendo la espalda del jardIn 'por el bosquecillo, que ya conocemos, a la casa del doe br,donde de nuevo se entablaban los juegos, las discusiones,las relaciones de viajs o aventuras de la juventud.

Por su parte los jóvenes se aislaban como de costum-bre y después de haber permanecido un momento silen-ciosos como para saborear el recogimiento del placer dehallarse juntos, dejaban deshordar por sus labios el to-rrente contenido en su corazón durante veinticuatro lar-gas horas, primero con suspiros, después con medias pala-bras, con frases incoherentes y con discursos arrebatados,hasta confundirse, hasta tocar casi sus rostros, para volverdespués a su silencio y a su absorción.

Clemencia dejaba caer sus manos sobre el teclado yhacla brotar de él las armonias que la vispera hahianextasiado a Fernando, o siguiendo el giro de sus coifiden-cias, tocaba fantasias hijas de su imaginación y de sualma.

Fernando por su parte, presentaba a la joven copiashermosas y vistas de los sitios que la vIspera ella habiaelogiado, o imágenes de las descripciones que juntos ha-bIan admirado en los libros que leIan.

Y ese cambio delicioso de pensamientos, de ilusiones,de esperanzas, duraba hasta las diez, hora en que el ha-cendado sacaba su enorme reloj de plata y después dehaber dado las buenas noches al doctor, a su hija y a losdemás vecinos, salla apoyado en el brazo de su entriste-cido hijo.

Clemencia habIa hecho una costumbre de salir aacompañar a sus huéspedes hasta el final del corredor queterminaba en el jardIn, y alli los jóvenes podIan cambiarun ültimo adiOs, una ültima mirada, una ültima espe-ranza.

Clemencia permanecIa reclinada contra una de las

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columnillas del corredor, hasta que el joven desapareciaa su vista y el ruido de sus pasos se perdla en el silenciode la noche.

Fernando por su parte, volvIa repetidas veces lacara para ver dibujarse aquel cuerpo querido en el fondooscuro del corredor; para enviar al través de la brisa unültimo suspiro de despedida.

sus padres, no notaban aquel anhelo de buscarse?Si, lo notaban.Pero j,qué mal podia haber en ello?Por el contrario pareclan recocijarse interiormente de

aquel afecto que debla tener un desenlace tan feliz y queestrecharIa más los lazos de la amistad que los unIa.

AsI se paso para los jOvenes un año, como un dulcesueño; aquellas dos horas diarias les parecieron poco paraverse, para estar juntos y desearon ya que no podlan pro-longarlas, verse a otras distintas.

El doctor acompanado de Clemencia acostumbrabapasearse durante las tardes, por los sitios más hermosos ymás solitarios de la aldea hasta la oraciOn, hora en queambos volvIan lentamente a la casa.

Fernando lo sabIa perfectamente y muchas vecesoculto en un recodo del camino, habia seguido con la vistaa la señorita Clemencia, cuyo rostro encantador y gracio-so vestido, vela dibujarse entre los claros de los árboles;pero por un sentimiento de vergüenza y respeto al doctorque, ciertamente no podia dejar de conocer aquella soli-citud en reunirse con ellos, no siempre los encontraba.

,Clemencia sabla esto? Quien sabe!Pero uha noche, preguntó con una voz ligeramente

conmovida, sin ver a Fernando y con los ojos fijos en elteclado:

—,Y no' acostumbra ust.ed pasearse durante las tar-des?

—No señorita —respondió éste— paso unas tardes muytristes encerrado en mi cuarto dibujando, o en el cuartocon Gil GOmez, cuya alegre conversación apenas me dis-trae.

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—Pues Lno serla mejor pasear y hacer ejercicio, locual serla muy provechoso por el buen sueño que da lafatiga? —continuó la joven con esa misma voz, que quiereocultar el pensamiento que desea hacer comprender.

—Oh!, si, ciertamente, muchas veces he pensado enello, pero de no ir acompanado me son ya tan conocidoshasta los rincones más apartados de la aldea de San Ro-que, que no tienen ningün encanto para ml.

—Ah, SI; pero nosotros paseamos también todas lastardes.

No es necesario decir que a la tarde siguiente Fer-nando encontró "casualmente" al doctor y a Clemencia alvolver la pequefia canada que conducIa al curato, cercadel torrente que se precipitaba detrás de él, y venciendosu timidez y su verguenza, dijo con un acento perfecta-mente natural, pero que no debiO engafiar al doctor, quecomo todos los medicos era filósofo, observador y hombrede mundo:

—Oh!, qué casualidad que nos hayamos encontrado.—Muy feliz por cierto —dijo el buen doctor, que como

hemos dicho, no vela mal aquella dulce intimidad quereinaba entre su hija y el hijo de su antiguo amigo—, ydebe usted adoptar esa costumbre de acompaflarnos alpaseo durante las tardes que es muy provechosa para lasalud.

Los dos jóvenes se ruborizaron de placer.La costumbre se adoptó en efecto.De manera, que mientras el doctor andaba a pasos

lentos conversando algunas veces con un vecino, los jó-venes se internaban en las selvas, salvaban con dificultadbrincando sobre las piedras, el rIo en los lugares en quecorrIa mansamente; admiraban el sublime espectáculodel sol moribundo que se abismaba detrás de las lejanasniontañas, que desde ese punto se dirigen a encontrarse ycontinuarse con la Gran Cordillera de los Andes, o dete-niéndose al pie del torrente, cuyas aguas después de haberservido para mover las ruedas de una pequeña fábrica, seprecipitaban al cabo de un cuarto de legua de camino,

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rugidoras, blanquizcas, formando una ancha cinta de pla-ta, salpicando de pequeflos copos de espuma a los jóvenesque sentIan nacer en su alma esas sensaciones indefiniblesde alegrIa y terror, de gratitud a La Providencia, que seexperimentaban con la contemplación de todos los obje.

-tos de la creación, en esos momentos en que cada pensa-miento es una plegaria, cacla palabra un himno de ala-banzas al Señor de lo creado.

Aill sentados en una de las grandes piedras que sobre-sallan del nivel del rio a La sombra de esos verdes y fron-dosos arboles que orillan todas las confluencias del Alva -rado, aspirando esa brisa fresca y agradable que suspiraen la superficie de los rIos, apagadas sus palabras por elestruendo rugidor del torrente, banado su semblante porlas ült.imas suavisimas tintas crepusculai-es, pasaban jun-tos instantes que tralan siglos de felicidad, hasta que seoia la voz del buen doctor que les ilamaba y entoncesvolvIan lentamente a la casa, cambiando antes (le sepa-raise las flores que habjan recogido, como para conven-cerse que no eran sueños mentirosos dc inmensa felicidad,aquellas tardes de alegrIa, de esperanzas, de recogimien-to interior, separabanse para volverse a ver en La noche yhacer recuerdo de La tarde, como temiendo ver borradastan pronto de su alma aquellas impresiones purIsimas deamor.

Los dorningos y dias festivos tralan para los jóvenesnuevos dulces placeres.

A las nueve ci anciano cura (IC San Roque decIa enla pequeña parroqwa una misa, misa que nuestro conocidoGil Gomez, en su calidad de sacristán, a yudaba despuésde haber adornado ci altar y haber permanecido desde lasocho en la tone para dar los tres repiques, que segiin Lacostunibre de Las aideas, servIan para ilamar a La gentede San Roque y de las rancherias inmediatas.

Desde esa misma hora, Fernando, echado de codossobre ci baiconcillo de piedra del campanario, desde dondela vista descubrIa todo ci pueblo y sus inmediaciones,permanecia con los ojos fijos en dirección a la alameda

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que ya conocemos, hasta que descubria entre el follajede los árboles, la gorrita verde, el tápalo encarnado y elvestido blanco de Clemencia apoyada en el brazo deldoctor.

Fernando descendla precipitadamente a la iglesia yocupaba el rincón de una columna cercana a un confesio-nario donde Clemencia acostumbraba generalmente arro-dillarse.

El templo se ibailenando poco a poco de gente: losjóvenes permaneclan aislados en medio de aquella mul-titud.

El cura era demasiado anciano y la misa duraba porconsiguiente más de media hora, que para ellos era unmomento, arrobados como estaban por la mIstica müsicadel órgano y más que todo por el placer de liallarse juntos.

Después, el templo se iba vaciando gradualmente ylos jóvenes eran los ültimos en salir, pues el doctor acos-tumbraba conversar un rato con los vecinos notables quese reunIan formando grupo en el cementerio, Fernandoles acompañaba hasta su casa y aun algunas veces, invi-tado por el doctor, pasaba el resto del dIa en su 'ompanIa.

Además, hacla algün tiempo que el joven preparabauna sorpresa a Clemencia.

Una noche en que como de costumbre ambos perma-necIan aislados de la pequeña tertulia del doctor, Fer-nando con acento conmovido dijo a la joven.

—Si usted no se ofendiera, le enseñarIa una cosa quehe traIdo.

—G Que cosa? —preguntó la nina con interés.—Una pintura —respondió Fernando.—,Una pintura?, y 6por qué me hahIa de ofender?—,Me lo promete usted?, Clemencia.—Se lo juro a usted.Entonces Fernando sacó del bolsillo de su levita una

cajita pequeña que abrió con precaución, desenvolvió cui-dadosamente una placa de marfil sobre la que se habIapintado una miniatura y la colocó ante los ojos de Cle-mencia, que seguIa con curiosidad sus movimientos.36

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Clemencia hizo una exclamaciOn de sorpresa y se ru-borizó por la emoción.

Aquella miniatura era un retrato suyo, pero tan per-fecto, tan semejante, que ciertamente la nifla no pudodisimular preguntando a quién pertenecla.

Después lo volvió a lievar a sus ojos para contemplar-le de nuevo, y pálida por la sorpresa, por la emoción, porel amor, digámoslo de una vez, lo volvió a colocar en ma-nos de Fernando, diciendo con un acento trémulo y con-movido:

— 4 ,Y por qué gasta usted su inspiración en esto, novaidria mé.s emplearle en otra cosa mejor?

cree usted asI?, señorita —preguntó Fernando.Clemencia no respondiO, pero sus ojos se clavaron

con sublime expresión de amor en los de Fernando.Los dos jóvenes sintieron que un fluido magnético

circulaba por sus venas, sus rostros se juntaron hastatocarse y al darse un beso casto, pero quemador, ardiente,apasionado, que nadie más que la perfumada brisa de suairededor escuchó, pero que resonó con eco de msica ensu corazón, sellaron para siempre aquel amor silencioso,que durante un año no se habla revelado más que porpalabras vagas, por miradas y por suspiros.

En lo sucesivo los jóvenes Se vieron a hora y en sitioexcusados para decirse siempre lo mismo, para jurarseamor y eterno amor, para perderse en recuerdos del pa-sado, en delirios del presente, en esperanzas y proyectospara el porvenir.

(,Cuáles eran esas e.speranzas?,Quién sabe?, ellos pensaban en vivir siempre juntos,

sin ver que aquella union en apariencia tan fácil, era casiimposible de verificarse.

Ay!, el viento del desengaflo debla evaporar algündIa el perfume de aquel amor.

Asi se deslizaron otros seis meses, mll veces más en-cantados que aquel primer año de amor silencioso, sinque los jóvenes pensasen en otra cosa que adorarse y es-perar.

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Pero esta felicidad, como al fin felicidad, no debIadurar mucho tiempo.

En efecto, aunque Fernando no desperdiciaba comple-tamente su tiempo, puesto que las horas de la mañana ylas que le dejaba libres su adoración a Clemencia, lasconsagraba a la pintura, al estudio de las lenguas muertas,que formaban la base de la ünica educación que entoncesse daba a los jóvenes en la Nueva España, al padre deFernando le entró ese escrüpulo que les entra a todos lospadres de provincia, de creer que sus hijos no pueden la-brar su fortHna sino lejos del hogar doméstico, tomandouna carrera, un tzabajo diferente y que el tiempo que enél .pasan es perdido para su porvenii.

Una circunstancia vino a convertir en realidad el pen-samiento del hacendado.

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III

DESPUES DE TREINTA ANOS

El virrey Venegas habla desembarcado en Veracruz y elruido de su ilegada habla venido como un eco perdidohasta el rincon de aquella aldea ignorada.

El hacendado se alegro demasiado cuando supo p01acaso que entre los militares que forrnaban el séquito delvirrey, se encontraba un her mano SU() (Ic menor edadque él, que desde muy joven habla pasado a Espana, des-pués de haber servido algün tiempo en las milicias deManila. Además, ahora volvIa con el grado de brigadier,grado demasiado honorIfico en aquella época y con la pri-vanza del virrey que ponla en él toda su confianza en losasuntos militares.

Una mañana, tres dIas después del desembarco delvirrey en Veracruz, los vecinos de San Roque contempla-ron un espectaculo enteramente nuevo en su pacIfica a]-dea: el de un miitar de grado superior, lujosamente yes-tido, perfectamente montado y seguiclo de dos dragones,preguntando por la habitación del hacendado.

Mientras que los vecinos, después de habérsela mos-trado, formaban un corrillo en ci que se opinaba que aquelmiita rvenIa para vender las tierras o para poner presode orden del virrey al hacendado, entraba éste por lamaciza puerta de la hacienda y después de haber dadoórdenes en el patio a los criados para que se cuidase delos caballos, subja la amplia y sólida escalera de piedra,atravesaba el extenso corredor que conducla a las habi-taciones interiores y sin hacer caso de los perros que ladra-

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ban alborotados al aspecto de aquellos tres hombres, tandesconocidos para ellos y vestidos de tan extraña manera,ni de los criados que salIan azorados al ruido de su sabley sus espuelas, penetraba en el salon y caIa en brazos delhacendado exciamando con acento rudo y varonil, peroconmovido:

—Ah!, mi querido Esteban, al fin te vuelvo a verdespués de treinta años de ausencia.

—Rafael!, hermano mb —exclamó el hacendado sor-prendido al aspecto de aquella vision tan querida para él.

Y los dos hermanos volvieron a abrazarse, sin hablar,sin que se oyese durante diez minutos otra cosa que sussollozos, esos sollozos de alegrIa o de dolor que nos arrancala vista de una persona querida, muerta tal vez para nos-otros, pero cuya tumba estaba en nuestro corazón y cuyorecuerdo vivIa en nuestra memoria.

Por fin, el militar se desprendió de los brazos de suhermano, y con un acento de chiste y familiaridad, en elque se conocla se trataba de ocultar la emoción del hom-bre bajo la ruda corteza del soldado, exclamó:

—Eh!, pero qué diablos nos estamos jirimiqueandoni más ni menos que dos mujeres, cuando por el contrario,debemos l'egocijarnos, puesto que vengo a pasar dos me-ses en tu companIa, con licencia del señor virrey.

—Oh, Rafael, qué dichoso soy con volverte a ver,cuando ya te habIa creldo muerto! iPobre de nuestra ma-dre, en su agonia no pensaba rnás que en ti, no hizo másqeu nombrarte hasta su ültimo suspiro —dijo don Estebancon acento conmovido.

—Eh, si sigues hablando de esas cos-ts tan tristes, meobligas a volver a montar a caballo y tomar el pésimocamino por donde con mil trahajos he venido desde Ve-racruz —exclamó don Rafael Ilevando su mano a sus ojospara borrar los ültimos vestigios de las lágrimas que acasopor la primera vez después de su infancia le arrancabanlos tristes recuerdos de los primeros años.

—No, hermano mb, ya no hablaremos més de eso.Los dos hermanos se sentaron en un canapé.

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—Diablo!, cOmo hemos envejecido —continuO el miii-tar con su tono naturalmente jovial—. Buen chasco me heilevado yo que no hace media hora al venirme acercandoa esta aldea, venla pensando en ti, y viéndote cómo erashace la friolera de treinta años, es decir, un joven gallardo,y en lugar de aquella estatura elegante, aquellos negroscabellos, aquellos ojos vivos, me encuentro con una esta-tura encorvada, unos cabellos canos y unos ojos que envez de brillar con el fuego de otros dIas, me miran contristeza y loran y más loran.

—Ah Rafael!, pero qué ingrato has sido con no hacercaso ni contestar a las cartas que en diversas épocas tehe escrito a Espana —dijo don Esteban.

—Pues te aseguro que no es muy fácil por cierto, re-cibir cartas de la Nueva Espana, cuando no se está niuna semana en un mismo lugar, cuando se hace la guerraa los revoltosos o se pelea con los soldados de ese truhánde Bonaparte en Sierra Morena, en Madrid, en Zaragoza;además, si te he escrito dándote razón de mis grados;pero no era muy fácil que las cartas que yo dirigIa a Me-xico Ilegasen hasta este rincón donde te has venido a me-ter y donde he sabido que vivIas p0 runa casualidad queme hizo encontrar en Veracruz a nuestro antiguo amigoPerez quien me dio razón de ti. Pero en fin, me alegro,porque segün veo, no estás tan mal puesto y no faith lonecesario. Te acuerdas de lo que decIa nuestra buenamadre? —continuó don Rafael procurando disimular consu tono jovial su emoción—. Esteban ha de ser más rico queRafael; pero Rafael ha de pasar mejor vida que Esteban.Oh, qué bien adivinó la buena señora!

—,Y tu salud no se encuentra quebrantada, hermanomb? —preguntó don Esteban con interés.

—Asi, asi, Esteban, mi brazo y mi pie izquierdos fla-quean un poco, por dos mosquetazos que les debo y no lespodré pagar ya a esos pIcaros franceses; me los recetaronen Zaragoza.

—Además, mira mi pecho —afladió desabotonando sucasaca de paflo de grana y mostrando a su hermano una

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profunda cicatriz bastante reciente todavIa. Este fue unlanzazo con que me obsequió un bribón de polaco enSomo-Sierra... pero no, no bribón, Dios le haya perdo-nado, porque tuve la satisfacción ante-s de caer del caba-ho, de responder a su lujoso obsequio con un magnIficosablazo que le dividió la cabeza en dos, lo mismo que sifuera una naranja.

—Y cómo fue eso, Rafael? —interrogó don Esteban.—Figürate que estbamos el general y yo al pie de

una colina, dirigiendo la artilleria, porque todos los arti-ileros habian sido lanceados por los polacos, cuando ésteme dice:

—Capitán, mire usted, mire que carnicerIa est.án ha-ciendo los polacos, sobre nuestros pobres guerrilleros.

—En efecto, exciamé yo viendo a los lanceros de Po-niatowsky cargar sobre nuestros infantes.

—Oh!, y son los guerrilleros de ese bravo capitãn donJavier Mina, n1i buen amigo.

—General, continue señalando a un grupo de drago-nes que formaban su guardia de reserva, (,me permiteusted que tome veinticinco hombres de esa reserva?

—Vea usted ho que hace!, capitán, ya est.amos perdi-dos y va a aumentar la carniceria inütilmente: pero enfin, tómelos usted.

—Gracias, mi general —dije—, y acercándome al grupode dragones que veIan impacientes y sin poderles auxiliarla matanza de sus compañeros, les grité:

Ea, destáquense treinta hombres y los que amen alcapitán Mina y a sus compatriotas, que me sigan.

En un instante estuvieron a mi lado.Ahora, muchachos, a galope tend ido hasta ilegar a

donde están esos bribones polacos y a cerrar a sablazos contodo el que esté a caballo.

Oh!, aquello era magnIfico, si no daba uno un sabla-zo tenia que recibir un lanzazo, es decir, habia que mataro morir. Los polacos en mayor nümero o calan sobre donJavier Mina, que viéndose .auxihiado se batla como un de-sesperado; todo eran gritos, blasfemias, lamentos, vivas a

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Bonaparte o a Fernando, a Francia o a Espana, todos nosconfundlamos, nos atropellábamos, caIamos del caballoheridos o desmontados por la violencia de la carrera o elempuje para dar un sablazo.

Yo vi cerca de ml pecho la hoja de una lanza quepara agrado de la vista tal vez, tenIa una banderola trico-lor, a la extremidad opuesta de esa lanza, ni vi más queunos bigotes y unos ojos centelleantes de furor.

Aqul acabó todo, pensé para ml pero muramos ma-tando, y al sentir en mi pecho el frlo del acero, alcé mlsable con las dos manos y después de haberle dado ladirección, lo dejé caer con todas mis fuerzas a tiempo quecala del caballo.

No sé lo que paso después.Cuando volvI en ml, eran ya las seis de la tarde segUn

la luz que ya se iba acabando. Lo primero que vi a mi ladoal abrir los ojos, hombro con hombro y pie con pie, lomismo que si fuera mi hermano, fue al polaco, cuya carano se me habla olvidado a pesar de que solo le habla vistoun instante en la mañana; el bribón parecia todavia eno-jado a pesar de que en defecto de su cabeza habla corres-pondido con generosa magnificencia a su obsequio.

Volvime del otro lado para contemplar aquel espec-táculo, ilevé maquinalmente mi mano al pecho donde sen-tIa un dolor agudo y la retire ilena de sangre; pero no erala herida lo que más me molestaba, yo sentia todo mlcuerpo adolorido, lo cual no era extraño puesto que comoconoçi desde luego los caballos de los dragones y los fugi-tivos hablan pasado sobre ml, lo mismo que si fuerayerbecilla o césped.

Me levanté con precauciOn, cuando las tinieblas hu-bieron inundado completamente el espacio, y favorecidopor ellas me deslicé fuera de aquel sembrado de hombresmuertos, anduve casi arrastrándome hasta una cabanadonde llegué a la media noche.

Las buenas gentes que la habitaban me prestaronauxilios y me informaron del éxito de la batalla. La heridapor fortuna no era de gravedad, la punta de la lanza

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habiendo encontrado un obstáculo en la costilla, se deslizóentre ella y los müsculos causando poco daflo.

AsI es, que cuatro dIas después salIa yo de alli per-fectamente curado, luego que llegué al punto donde sehaban reunido los restos del dispersado ejército, supe quese me habla creido muerto y se me habIan hecho honrasfünebres y no sé cuantas cosas más.

Ocho dIas después ponjan en mis manos un despachoen el que en atención a mis méritos, servicios, etc., se meconcedia el grado honorifico de brigadier.

Di a todos los santos el obsequio del polaco y aüncreo que mandé decir una misa por el descanso de su alma.

Por fin, ültimamente he sido destinado a las miiciasde la Nueva Espana que desde la destitución del virreyIturrigaray creo no está muy contenta, y para acompaflaral señor virrey Venegas que casi ha depositado en ml todasu confianza. Con que ya sabes, Esteban, en resumen mivida, miseria primero, despues balazos, batallas, lanza..das y distinciones, aventuras y alegria en medio de todo.

Ahora te toca a ti.—En mi vida no hay grandes agitaciones —dijo don

Esteban— siempre he vivido pacIfico y oscuro. Diez aflosdespués de tu partida murió nuestra buena madre y alverme aislado en la tierra me unI en matrimonio con unajoven colombiana.

—Bravo! —interrumpió el brigadier— bravo!, es decirque tendré una media docena de sobrinitos lo menos. Ea,niños, venid a conocer a vuestro tio que liega de España,dispuesto a daros gusto, a pasearse con vosotros por estosandurriales, a refiriros cuentos de batallas.

—Oh!, no —interrumpió don Esteban con una sonrisaal ver el rapto de su hermano—, mi ventura no debla serlarga, porque dos años después de nuestra union, mi tiernaesposa murió al dar a luz un nino y yo entonces, cansadodel bullicio de la ciudad, lastimado mi corazón por tantapesadumbre, dejé pocos años después a Veracruz y mevine a habitar esta aldea,. donde habla comprado esta pe-quena hacienda.

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—Ah!, eso es otra cosa; pero ,es decir que siempretengo un sobrino, no es asI?

—Si, Rafael, un gallardo joven por cierto.—Bravo!, <,y vive a tu lado? —preguntó el brigadier.—Si, desde hace dos años, pues ha permanecido cua-

tro instruyéndose en un seminario de Puebla.—PIcaro, ,y por qué no me lo hablas dicho desde

luego, para hacerle venir a fin de que le conozca yo?—Ya que has descansado un poco, despojate de tus

armas y vamos a buscarle a su cuarto para que te ense-ñemos toda la casa y las siembras —dijo don Esteban quese sentla revivir de treinta años con aquella visita tanquerida.

El brigadier se despojô de sus arreos militares y losdos hermanos salieron a los corredores.

—Bonita casa tienes por cierto, lindas vistas, amplitud,alegre aspecto —dijo don Rafael— de buena gana vivirla yosiempre contigo.

—Y <por qué no?, Rafael.—,Por qué, por que?, porque tengo presentimientos

de que no he de pasar mucho tiempo sin que el virreynecesite de mis servicios.

—Oh!, no temas —dijo don Esteban con una sonrisa-aquI en la Nueva España se goza de una paz octaviana yluego, ,en qué fundas tus temores?...

—En nada, absolutamente en nada por ahora, es unsimple presentimiento; pero en vez de perder el tiempoen presentimientos, ilévame donde esté mi sobrino, o haz-le venir que ya rahio por conocerle. LEs acaso aquel mu-chacho flaco y larguirucho que viene subiendo la escalera?—preguntó el brigadier al ver a nuestro conocido GilGOmez.

—No, ese joven es un huérfano que se ha criado en micasa, que ama con exceso a Fernando y a quien éstequiere igualmente bien.

—Qué cara tan franca y tan simpática tiene; pero, sino me engano, es un joven que a media legua de esta aldeaestaba subido en un árbol y que me ha indicado la direc-

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ción del camino mejor y más corto para liegar: si, es elmismo —continuó don Rafael reconociendo a Gil Gómeza medida que se acercaba.

Gil Gómez llegO donde se hallaban los dos hermanos.—Amiguito, mil gracias por el consejo, dijo don Ra-

fael; pero ,cómo ha podido usted ilegar casi al mismotiempo que nosotros que venIamos en buenos caballos?

Gil Gómez no respondio; pero bajó los ojos lanzandouna mirada significativa a sus largas y ágiles piernas.

—Ah!, ya comprendo —continuó sonriendo el briga-dier— con esas piernas es usted capaz de aventa jar el Ca-ballo de más largo correr, ,pero qué hacla usted trepadoen aquel árbol?

—Cogia un nido para el señor cura que es muy afectoa los pájaros, señor jefe —respondió Gil Gómez.

—Vaya un gusto; pero usted que debe conocer las cos-tumbres de esta casa, quiere decirme, ,qué han hecho conmis caballos y los de mis asistentes?

—Ahora que entraba yo por el corral vi a Juan el Va-quero que preparaba la pastura de los tres aniniales, mien-tras se revolcaban a su sabor en el estiércol.

—Bueno, bueno! —dijo el brigadier— porque desdeayer en la tarde que salimos de Veracruz no hemos encon-trado casi ni un ventorrillo ni una posada, árboles muyhei'mosos, campiñas muy bellas, fibres de muy bonitoscolores; pero muy poco pan para nosotros y forraje paralos animales.

—Supuesto que ya cuidan de los caballos —dijo donEsteban dirigiendose a Gil Gómez— manda poner el al-muerzo y haz que coloquen e esos soldados que acompa-nan a mi hermano, en el cuartito que está junto al pajary... ,dónde está Fernando?

—Debe estar en su cuarto —respondió Gil Gómez.—Pues ye y dile que venga a saludar a su tio don

Rafael, que como nos habIan anunciado ha vuelto deEspana.

Gil Gómez corrió a ejecutar lo que se le habia man-dado.

M.

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—Me gusta el muchacho; pero Zqu6 tiene que ver conel señor cura de la aldea? —preguntó don Rafael.

—Lo he enviado a él para que le ayude en los que-haceres del curato.

—Pues no tiene por cierto aspecto de sacrist.án. Perosi no me engano, aquel joven que se acerca es mi sobri-no —dijo don Rafael—, viendo liegar por ci corredor aFernando acompanado de Gil Gómez.

—Si, es mi hijo Fernando.—Acércate pinto, sobrino Fernando, acércate a abra-

zar a tu tio que ya rabia por acabar de conocerte —gritOel bullicioso brigadier saliendo al encuentro del joven yestrechãndole con efusión entre sus brazos—. Ho1a!, y quéguapo mozo eres —continuó voiviendo a abrazarle. Québien sentaria a ese semblante pálido y a ese cuerpo dc-

gante, un uniforme de teniente de la guardia particulardel virrey. Oh!, más de un corazoncito mexicano hablade suspirar tImidamente. Si, cuando parta, tü tambiénpartirás conmigo a ]as milicias, ,no es verdad?

Un ligero rubor y un sentimiento de contrariedad sepintaron en el rostro de Fernando al oIr ese deseo; perotan leve.s, tan imperceptihies que pasaron enteiamentedesapercibidos. Además, se apresuró a responder con cor-tesania:

—Mucho me alegro de conocer a un herrnano tanquerido de mi padre y me regocijo también de que vengaa hacernos compañIa acaso pot , algün tiempo.

—Oh!, si, por dos meses, guapo y cortés sobrino, yaverás qué hermosos dias pasaremos juntos, tu conocerásperfectamente todos estos andurriales y pescaremos y ca-zaremos, porque yo se quién en esta casa me dará razónde los sitios donde hay pájaros.

En este momento se present() tin criado a avisar queel almuerzo estaba servido.

—Bueno, bravo!, viva €1 almuet'zo —gritó ci briga-dier— que tengo un apetito como cuatro.

Y Jos tres se dirigieron a! comedor.—Caramba!, solo la vista de esta pieza es capaz de

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abrirle a uno el apetito; jqué alegria, qué luz, qué airetan fresco se respira aquI! —continuó con tono alegre donRafael.

El comedor era en efecto una vasta pieza cuyas am-plias y envidrieradas ventanas calan a una huerta cuyosdi-boles se velan verdeai' agradablemente; el pavimentoera formado de anchas lozas, los muebles de sólida made-ra; pero todo tan limpio, con un aire de frescura y bien-estar, que justificaba ciertamente la opinion del brigadier.

Los tres se sentaron a la mesa cubierta con un mantelblanquIimo de tela de Alemania, encima del cual se velancuatro cubiertos, un jarrón con fibres y a los lados de éstedos enormes fruteros de porcelana, lienos de cuantos fru-tos agradables producen esos climas benditos del Señor.

Gil Gómez, después de haber dado sus ültimas dis-posiciones vino a ocupar su lugar en la mesa.

—Qué vida tan bella la de provincia —dijo don Ra-fael después de haber satisfecho su apetito con los dosprimeros frugales platos que se sirvieron—, de muy buenagana pasaria yo en esta feliz morada los dIas que me res-tan; de muy buena gana haria yo la dimisión de mi em-pleo al señor virrey.

—Pues ,hay cosa más sencilla que eso? —dijo donEsteban.

—En fin, si hay paz ya veremos.—,Que si la hay?, ,pero de dónde infieres que no,

cuando hace tres siglos casi no hemos tenido para alterar-la más que la conjuración del marques del Valle y el mo-tin de los comerciantes cuando Iturrigaray9....

—Yo sé lo que me digo. Esteban, yo vengo de Vera-cruz y en un momento solo que he permanecido aIlI, heobservado en los que cumplimentahan al virrey una dis-posición de änimos muy parecida a la que hahIa en Ma-drid los üliinios dIas de abril que preparaban un aiza-miento nada menos.

—Ah! —dijo don Esteban—, pero aill habIa el domi-nio reciente de un tirao.

—4Y la luz que ha derramado en Mexico la indepen-

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dencia de los Estados Unidos? Pero en fin, iDios no loquiera!

Fernando est.aba embebido en sus pensamientos amo-rosos.

Gil Gómez no perdla una palabra de la conversación.Reinaron la alegrIa y el buen humor en todo el al-

muerzo. Por la tarde el brigadier, acompañado de donEsteban, de Fernando y Gil Gómez recorrió La huerta ylas siembras, en La noche fue presentado en casa del doc-tor, acaso con algün pesar de Fernando, que esa nocheno habló a media voz con Clemencia y sOlo estuvo cercade ella en las veces que la acompañó al piano mientrascantaba para complacer al nuevo visitante.

—Linda nina, parece una santita —dijo ci brigadier alsalir de la casa de Clemencia—; ah sobrinito, sobrinito, yahe observado qué miraditas se dirigIan ustedes a hurta-dilias, se me figura que estoy en mis veinte aflos, yo tecontare también mis aventuras, no te avergüences, ni sus-pires, mi corazón todavia no ha envejecido y puedo muybien ser tu confidente y tu padrino... y cuanto quieras.

La habitación que fue destinada a don Rafael estabasituada entre ci aposento de Fernando y el cuartito deGil Gómez.

—Oh!, voy a pasar una noche magnifica, como hacemucho tiempo no la paso, La alegrIa, el cansancio y establandIsima cama serian capaces de causarle sueño a unadivino —dijo don Rafael al despedirse de su hermanoque le habla acompanado hasta su habitación.

A las once no se ola ni el más ligero ruido en toda Lahacienda y sus habitantes parecian dornìir profunda -mente.

Sin embargo, si ci brigadier hubiese tenido un sueñomenos pesado, habrIa escuchado perfectamente el rechi-nido que produce una puerta al abrirse en el aposentode Fernando contiguo a! su yo, Si advertido por ese ruidohubiese espiado desde su puerta lo que en el corredorpasaba, habria visto a Fernando penetrar con la mismaprecaución en el cuartito de Gil GOmez, y si se hubiese

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dirigido a la ventana los habrIa visto descender con faci-lidad, desde el ventanilo que daba a la huerta y se aizabaa poca altura del suelo por medio de una pequeña esca-lerilla de madera, atravesar con precaución el jardin a finde no despertar a los criados y a los perros que dormIanen el primer patio, saltar una cerca de una vara de alturay correr a través de los solitarios campos hacia la casadel doctor.

Si atento a todos los ruidos de la noche, hubiese des-pertado una hora después al murmullo de unos pasos enla huerta, los habrIa vuelto a ver subir la escalerilla, in-troduciéndose después en el aposento y luego habria es-cuchado a Fernando retirarse con precauciOn a su cuarto.

Pero el buen brigadier dormia profundamente y nooyO ni el lejano ladrido de los perros, ni el canto de losgallos de la hacienda.

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Iv

DONDE SE DA A CONOCER EL PASADODE GIL GOMEZ

Antes de pasar adelante, es necesario que el lector hagaun conocimiento más perfecto que el que ahora tiene conel joven Gil Gómez.

Una tarde en que don Esteban volvIa a la hacienda,que hacIa poco tiempo habla arrendado, después de haberfalt.ado de ella quince dIas empleados en un viaje a Vera-cruz, para el arreglo de la exportación a Tampico de unPOCO de tabaco, lo primero con que lo recibieron sus cria-dos, fue con la nueva de que esa mañana se habla encon-trado debajo de U) de los Arboles de la huerta, una cunaque contenIa un niño (le un año poco más o menos y unpapel que nadie hahia leido aün, esperando la vuelta delhacendado.

Don Esteban se hizo conducir al lugar donde provi-soriarnente Se habja colocado la cuna y encontró en ellaun nino de la edad designada; pero lo que más conmovióel corazón del honrado arrendatario, fue el ver que suhijo Fernando, entonces de lä edaci de dos años y mediosolamente, hacja caricias y sonreIa al recién Ilegado, quecon esa dulce ignorancia del presente y confianza de laniñez se habIa dormido profundamente.

Los criados pusieron en sus manos el papel que sehabIa encontrado en Ia cuna, le abrió y leyó las siguientespalabras:

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Señor:El niño que ahora se coloca en vuestras inanos, confiando

en la bondad de vuestro corazón, es hijo de La des-dicha y no del crimen.

Su padre ha muerto antes que él naciera y su infeliz ma-dre ha venido casi arrastrándose desde los confinesde Yucathn, para amparar a su inocente hijo en lacasa de Un pariente acomodado en Oaxaca; pero Ladesgracia la persigue en todo y aver ha sabido queese pariente ha muerto repentinamente.

Ella acaso morirá también muy pronto; pero seth conel consuelo de haber dejado a su hijo 1)ajo el paternalamparo de un hombre tan caritativo como vos.

El niño no ha podido ser baut.izado atin.

El honrado don Esteban se alegro verdaderamente deeste incidente que traIa un companero a su hijo Fer-nando: hizo venir a una nodriza que se encargase de lacrianza y cuidado del nino y éste fue bautizado soLem-nemente, dándole el nombre de Gil por el dIa en que habIasido encontraclo y don Esteban no vaciló un momento enhacerLe 11evar su nombre de familia.

El nino creció y se desarrolió rápidamente; a la edacide dos años ya parecia un muchacho de cuatro, segün suestatura y la facilidad con que corria por los largos corre-dores de la hacienda en compania de Fernando, que cornohemos dicho, era un año mayor que éL. Nada pareciahaber heredado de la tristeza que el infortunio habla de-jado en el corazón de sus padres, pues por ci contrario,era vivo, alegre, bullicioso, era en la extensiOn de la pala-bra lo que se llama generalmente "Un muchacho travieso",una "pie! de Barrabás", un "Judas". Aunque su inteligen-cia era naturalmente despejada, sin embargo desde unprincipio pareció poco apto para ci estudio, el estudio delsilabario y de las primeras letras, que desde la edad decuatro años seguIa con Fernando, bajo la direcciOn delanciano maestro de escuela de San Roque, que venIa to-dos los dias a la hacienda, y no era porque dejase de

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c()mprender las lecciones que éste les senalaba, nada deeso, sino que en vez de estudiar gustaba ms de correrdetras de ]as mariposas en las huert.as, de jugar revol-cándose en el suelo con los perros de la hacienda que ya leconocian, de seguir a los vaqueros al campo para ver la()rdeña, o la encerrada del ganado, de lazar a los cerdosen el chiquero, de arrojar piedras a los frutos madurosque estaban fuera de su alcance y de cantar y armar gres-ca todo el (ha.

Eso si, le bastaban solo diez minutos para aprenderlo que Fernando habla conseguido en media hora de tra-bajo y por eso ci buen cura de San Roque al ver la pron-titud con (1UC comprendia desde luego lo que se le expli-caba y su admirable memoila, decia sonriendo aquelantiguo proverbio latino.

Nolosed possum, si i'olwsse potuz.sse.AsI es que a la edad de diez años, mientras que Fer-

nando ieia perfectamente, escribia con COrreCCión, poselalos primeros principios de rnatematicas y lo más notablede la historia sagrada y profana, Gil Gómez hahiendopeidido su tiempo, leia tan cancaneado, deletreando tana menudo, equivocindose con tanta frecuencia, que eracasi imposible entenderle: no era menos con respecto a Lapuntuación, de la cual tenla ideas tan imperfectas, quecreIa se debia hacer una pausa después (IC las paiabrasque tenian acento, y cargar la pronunciación en La letradonde habia coma.

Sus pianas eran un arlequIn, un album de historianatural, aquellos signos parecIan todos ius objetos de Lacreación, árboles, casas, hombres y no las letras del abe-cedario, y no era torpeza, sino que ni ponia atencion a lamuestra de donde copiaha, ademãs, casi siempre derra-maba la tinta sobre Ia plana, que entonces se hacla mãsininteligible, y esto le ocasionaba algunos castigos y re-primendas del bueno y prudente maestro de escuela; encuanto a la aritmética, hacIa nUmeros I que parecian 9,2a que parecIan 4, y 5 que dificilmente se distinguIan deun 8: creia que 4 por 4 eran 8, 6 por 6 12 y ciue los ceros

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a la izquierda valIan 10: no estaba muy fuert.e tampocoen La historia y respondla con inucho despejo a las pre-guntas que se le haclan, diciendo que Noé habla sido reyde las Galias cuando estas fueron invadidas por Moisés yque Nerón en companIa de Judas, Goliat y la Sarnaii-tana, eran los ünicos que se habIan salvado del diluviocon que Dios castigó el orgullo de los israelitas: pero encambio a los doce años Gil Górnez ganaba Las carreras apie y a caballo que se solIan apostar algunos domingos enel gran corral de la hacienda entre los mozos, montaha alos becerros grandes solo pasando a su lomo una cuerda,trepaba a los árboles más elevados para coger nidos deesos pájaros de vivos y primorosos colores que tanto abun-dan en esas regiones, ponIa trampas en los bosques a losconejos y las ardillas: y aun algunas veces desapareciaun dia entero de La hacienda, Volviendo ya a! caer La tar-de, con un saco de red al hombro cargado de peces, aquienes echaba el anzuelo en un sitio en que el rio bastan-te profundo los traIa en abundancia, pero situado a másde una legua del pueblo. Estas travesuras, estas excursio-nes le ocasionabari grandes reprimendas de don Esteban:pew el regaño pasaba pronto y en cambio. Gil GOmez enla noche hacla en ci portal que estaba delante de La casa,o en los corredores, una lumbrada como las que habiavisto hacer en los bosques a los pastores y a los arrieros, yalli condimentaba de mil maneras los productos de sucaceria o de su pesca, reservando antes de corner la mejorparte a Fernando, que aunque generalrnente andaba ycorrIa junto con él, no siempre se atrevia por temor decausar cuidado y pena a su padre, a acornpanarle en tanlargas v peligrosas excursiones. Hasta aquI no hernoshecho rnãs que la relación de las travesuras y malas cua-lidades dc Gil Gómez; pero nada hernos dicho de susbuenos instintos y de sus nobles sentimientos. Ningunaruin pasión habla encontrado hasta aill acogida en sualma: no era ni envidioso COmO es tan comun que lo seantodos los niños de esa edad ni vengativo, ni apegado alinterés, ni aduLadot con sus rnayores; defectos que son

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igualmente generales en la infancia; pot ci con trario GilGómez, se contentaba con lo que se le daba y lo recibIasin murmurar, sin coniparar si era inferior a lo de Fer-nando, sin enorgullecerse si era superior, una travesura ouna mala partida que le hiciesen los dems muchachosde la hacienda o del pueblo, entre los cuales tenIa pot otraparte una gran popularidad, la pagaba con la indiferencia,o con una buena acción; era muy poco apegado al dineroy del que solIa recihir de don Esteban, reservaba unapequefla parte para sus gastos menores, tales corno re-composición de sus redes, honorarios al herrero de SanRoque pot la compostura de su escopeta, por La hechurade anzuelos, pot clavos, municiones y polvora; regalandoci resto a los demás muchachos o distribuyéndolo a lospobres, tales como el baldado que se ponla todos los do-mingos en el cementerio de la iglesia, la ciega que venlaen las mañanas a pedir limosna a la hacienda, o al viejosoldado cojo que tocaba la vihuela y referla escenas debatallas, o reservando su pan cuando carecIa de reales.En las riñas y cuestiones de Los demás muchachos, éi erasiempre ilamado como juez, tomando siempre la parte delque tenla ms justicia, o en igualdad de circunstancias,del débil contra el fuerte; los contendientes se mostrabangeneralmente contentos de su fallo; pero si alguna vez unrebelde desconocla a la autoridad o se demandaba enpalabras injuriosas contra su representante, entonces eljuez, dejando a un lado la gravedad del magistrado, seconvertIa en ejecutor de la icy, arrancando de las manosdel rebelde litigante, ci objeto causa de la riña y pasandode las razones a las obras, aplicaba una dolorosa correc-ción al mal ciudadano, que se levantaba del suelo, liorosopero convencido. Gil Gómez ponIa en todos estos actostal sello de grandeza, aplicaba ci castigo con tanta sangrefrIa, sin encolerizarse, sin que los insultos lo hiciesen par-cial, sin humillar al vencido, que éste no se crela conderecho para odiar a un vencedor tan magnánimo, y a!reconocer en éi la superioridad que dan la fuerza y la jus-ticia, acababa por ser su mejor amigo.

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Pero entre los nobles sentimientos que se albergabanen el corazón de Gil GOmez, habia uno mil veces másdesarrollado que los demás; era un amor entrañable, unaadhesion profunda a Fernando, su companero de infancia,su hermano querido; un deseo de éste era para Gil Gómezuna orden impuesta por él, asimismo no habia placerocmpleto si Fernando no participaba de él, no podia vivirun momento separado de él, en las excursiones que amboshacIan algunas veces con peligro de una calda, Gil GómeztemIa por la seguridad del joven y velaba por ella comolo harla una madre con un hijo pequeno.

Por otra parte, est.aba prodigamente recompensado,pues Fernando le amaba con el mismo cariño; desde lainfancia ambos hablan dormido en un mismo lecho, habIanparticipado de las mismas alegrIas o pesares de niños, ha-bIan Ilevado unos mismos vestidos, iguales juguetes; siuno era timido, estudioso y naturalmente melancOlicodesde niño, si el otro era travieso, alborotador y alegreambos tenlan iguales buenos sentimientos.

Gil Gómez, hijo privilegiado de la naturaleza, segulaen todo las leyes de la naturaleza. Se levantaba al rayarel dia, cuando en la hacienda todo el mundo domnila aOn,tomaba el desayuno que consistIa en una enorme taza deleche, at aile libre, entre los vaqueros ordeñadores y lasvacas que ilenaban el patio de la hacienda; y la mayorparte de la mañana la pasaba en compañIa de Fernando,ya en excursiones a pie o a caballo a las cercanlas, ya ensus juegos en la huerta; distribuja él mismo el maIz y elgrano a las palomas y demás animales domésticos, queestaban tan acostumbrados a su vista, que luego que sepresentaba en el patio destinado para ellos, corrian a ély le rodeaban sin desconfianza; estaba muy al tanto delos animales muertos o nacidos el dIa anterior, recogia loshuevos y vigilaba a las gallinas encluecadas, eliminandodel resto de sus compañeras a las que est.aban afectadasde algunas de las enfermedades que él conocla ser conta-giosas y que distingula perfectamente bien. Sabla el nü-memo existente de vacas de ordena, de becerros, de bueyes

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para el arado, de caballos, de perros, de palomas que hablaen la hacienda, dando siempre importantes noticias detodo esto a don Esteban y al mismo administrador; cono-cIa todos los animales dañinos a los plantIos de tabaco ymaiz, y el modo de destruirlos o librarse de ellos; lashoi'as en que éstos acostumbran caer sobre las siembras pa-ra hacer sus estragas; entre los infinitos ruidos que pueblanel aire, sabla distinguir el grito del águila, del gavilán yde todas las ayes que giran en derredor de los sembrados,de manera que advertido de la proximidad de éstos y co-nociendo los plantios objeto de su codicia, corrIa a ocul-tarse entre ellos con su escopet.a y correspondiente pro-visión de pólvora y municiones, causando graves estragossobre las bandadas de tordos y haciendo importantes cap-turas de algunas ayes grandes y de variados colores: enla era distingula sobre la tierra las huellas de los conejos,de las liebres, de los topos y de las ardillas; disecaba todosestos animales perfectamente, de manera que su cuartitoparecla un gabinete de historia natural, un museo zooló-gico; habla allI en efecto desde el águila caudal cuya pu-pila atrevida parece foi'mada para graduar a su antojola intensidad de los rayos solares, hasta el ligero y graciosocolibrI, el pájaro galán de las rosas; desde el gavilán decorvo pico, terror de las palomas, hasta la tortolilla y elrojo cardenal sorprendidos en su nido al nacer; pocoslibros, muchos instrumentos de herrero, carpintero y di-secador, algunas redes descompuestas o en recomposición,anzuelos, municiones, pOlvora, ese péle-méle que indicalos hábitos y las inclinaciones del hombre; he aqul el con-junto del cuartito de Gil Gómez. Hasta las doce, diezminutos antes de la liegada del maestro, solla Gil Gomez,cuando solla, leer precipitadamente la lección señalada, ohacer su borroneada plana, para cumplir a medias, o me-jor dicho, para no cumplir con los mandatos de aquel, ydurante la hora que duraba la lección, en todo pensaba,menos en atender a la explicaciOn cansadIsima general-mente y casi siempre poco inteligible. A la una en puntose comIa en la hacienda, y Gil GOmez se deleitaba pro-

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fundamente viendo que casi todo lo que se servIa era pro-duoto de la misma hacienda, desde la came hast.a el frijoly las verduras de la huerta; es decir, hahIa en él unaeterna admiración a los objetos maravillosos y provecho-sos de la creación; cada una de sus palabras era un him-no al autor de la naturaleza; su alegria nunca se habiaturbado; amado por don Esteban y Fernando, popularentre los criados, libre a su antojo, teniendo todo lo nece-sario, el cielo de su vida no se habIa enlutado con lasnubes del dolor, a pesar de que ya hahIa liegado a la ado-lescencia. Solamente un dja en que el maestro al ver queno sabla una lección atrasada de una semana, le dijo porestimularlo:

—Pues ciertamente, no sé en qué piensas con no que-rer aprender, don Esteban puede mont de un dIa a otro,y th siendo huérfano nada posees, entonces ya no tendrásquien te mantenga.

Gil Gómez, al oIr aquellas palabras, se echo Ilorandoen los brazos de Fernando que también iloraba al verel dolor de su hermano, por mãs que el maestro arrepen-tido procuraba suavizar la dureza de su reprimenda conexpresiones de consuelo y ternura; aquellas palabras segraharon piofundamente en el corazón del joven, y du-rante un mes, casi olvidO sus juegos y sus correnlas paraestudiar, poniéndose casi al nivel de Fernando; pero pocoa poco se fue borrando de su ánimo aquella impresiónde tristeza, y la alegria recobró su impenio en su almanaturalmente expansiva.

Pero Fernando habla ya cumplido quince aflos y eraimposible que continuase aquella vida casi ociosa, asI esque don Esteban determinó, después de consultar con elcura de San Roque y el maestro de escuela, enviar aFernando al colegio para que se instruyese en la filosoflay en las ciencias metafIsicas, o siguiese, si para ello tenIainclinación, una de las dos ünicas cameras literanias queentonces se podlan seguir en la Nueva España, la delclaustro o la del foro; quedando Gil Gómez, cu ya pocainclinación al estudio era proverbial al cuidado y al ma-

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nejo de la hacienda en compafiIa de don Esteban. HabIaentonces en la Puebla de los Angeles un seminario din-gido por los religiosos de la CompaflIa de Jesus, que goza-ba de una gran reputación en toda la Nueva Espafla,viniendo a instruirse a él jóvenes de los confines másremotos de la Colonia. En ese establecimiento pensó donEsteban para Fernando, el cual, deseoso de instruirse ysiguiendo los impulsos de esa ambición que alimentan to-dos los jóvenes de provincia de habitar La ciudad, Se ale-gró verdaderamente de aquel pensamiento de su padre,sintiendo solamente que Gil Gómez no le acompañase ysolo consintiendo en esta separación, en el supuesto queéste irIa a la ciudad en compafiIa de don Esteban una vezal año, viniendo él mismo a pasar en su compañIa el tiem-p0 de las vacaciones; pero el hacendado habla contadocomo dicen, "sin la huéspecla", porque luego que a losoIdos de Gil Gómez ilegaron los rumores de aquel viaje,luego que sus ojos comenzaron a ver los preparativos,luego que su corazón rnidió el sentimiento de una vidapasada lejos de Fernando, se rebeló contra las disposi-ciones tomadas, renunció el empleo que sin su conoci-miento se le habla señalado y rogó, lloró, habló tantodiciendo que ya se le crela inepto para Los estudios, nose le podrIa impedir acompanar a Fernando siquiera encalidad de cniado; que don Esteban, viendo su obstina-ción y al mismo tiempo el deseo de su hijo, consintió porfin en envianle también al colegio, bondad que estuvo apique de volver loco a Gil Gómez, que por un momentohabja creIdo verse separado de su hermano querido; ade-rnás, proinetió solemnemente que estudiarIa con empeñoy que ,quien sal)e si algun dIa ilegarla a ser una de Laslumbreras de la igksia, o Ia gloria del foro?

La partida Se verificO por los ültirnos dias de diciem-bre de 1804, el mismo don Esteban quiso acompañar a losjóvenes para ponerlos bajo La dirección y la tutela de unlejano pariente suyo que hahitaba en Puebla y era almismo tiempo su corresponsal en esta ciudad. A tiempoque partlan, saLudó el hacendado a un señor de fisonomIa

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noble y respetable que ilevaba del brazo a una hermosajovencita de doce aflos, pareciendo dirigirse ambos al cen-tro de la aldea.

—,A quién saluda usted, padre mb? —pregunt.ó conindiferencia Fernando, que como todas las naturalezasmelancólicas, sentla la tristeza en su corazón al abando-nar aquel hogar querido, asilo de su infancia y relicariode sus recuerdos de nino.

—A uno de mis antiguos amigos, a quien he conocidoen Veracruz, el doctor extranjero Fergus, que despuésde haber habitado algunos aflos aquella ciudad, se vienea vivir en compañIa de su hija en e.sta aiclea.

—,Y desde cuándo ha ilegado? —volviO a preguntaiFernando—, con los preparativos del viaje hace ya algunosdIas que no salgo de la casa.

—Hace solo una semana —Se apresuró a responderGil Gómez—, y habita en una casa muy bonita que hacemás de dos meses han estado construyendo al final de laarobleda que sale a! rio.

Y continuaron su cammno.Don Esteban, después de haber arreglado lo concer-

niente a los gastos de los jóvenes, regresO a su hacienda.La ilegada de Gil Gómez causó sensación en el cole-

gio, aquel muchacho, flaco, largo y huesoso a quien eltraje talar hacia mãs exagerado en todo, era necesarioque ilamase notablemente la atención de sus concolegas,y no habian transcurrido ocho dias desde el de su eritrada,cuando en junta de colegiales viejos, se determinó dar uncapote al recién venido. Consiste este act.o en esperar ala victima designada y sorprendiéndole, caer sobre ellaun ntTimero considerable de ejecutores a golpes con capo-tes, almohadas y aun palos, hasta dejarle tend ida en tierramolida y ato1ondrada pero Gil Gómez, pot' una conver-sación ojda una de las noches anteriores, y por algunaspalabras sueltas escapadas de la boca de sus compañerosde dormitorio, que eran los que hahIan recetado la medi-cina, en el momento en que roncaba estrepitosamentefingiendose dormido, habIa escuchado todo el plan. El

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dormitorio donde el acto debla tener lugar la noche si-guiente era una vasta sala en que habitaban más de veintecolegiales, se trataba de esperarle cuando se retirase aacostar después de haber paseado en los corredores comoacostumbraba hasta oIr el toque de silencio; se apagarlanlas luces que habIa en la sala dejando solo el gran farolsuspendido de las vigas en medio de la pieza para distin-guir a la vIctima, luego que entrase se atrancarIa la puertaa fin de impedirle la salida y después cada uno sabia suobligacion. Pero ya hemos dicho que por una casualidad,Gil Gómez habla descubierto todo el plan, y en vez de ira quejarse con el superior, to cual le hubiera valido la feanot.a de chismoso o soplón en el lenguaje de la universi-dad, determinó luchar cuerpo a cuerpo con sus improvi-sados enemigos y vencerlos si era posible; para to cualfraguo también su plan. Se armó de un largo y gruesobastón que ocultó todo el dIa, y en la noche, después dehaber estado observando t.odos los preparativos desde quesalieron del refectorio, requirió su arma; pero en vez deentrar at dormitorio at oir el toque de la queda como toacostumbraba, se ret.iró cinco minutos antes de que lacampana sonase a silencio; y aun cuando aOn no se leesperaba con atención, cuando los contrarios atrancaronla puerta, ya Gil GOmez estaha en medio de la sala, yantes de recibir el cuarto golpe dio un fuerte garrotazoat farol sumergiendo la pieza en una profunda oscuridady deslizândose sin pérdida de tiempo casi por debajo delas camas hasta la puerta, quito sin ruido la t.ranca co-rriendo con la misma precaución a refugiarse at rincónen que se hallaba su lecho; los estudiantes se precipitaronprirnero en medio de la oscuridad en la dirección en queGil Gómez hahia desapai'ecido; pero solo dieron golpesat aire, después se confundieron entre si y cerraron unossobre otros sin verse. Gil GOrnez desde su rincón solo oyógolpes, quejidos, gritos de cólera, pataleos, sin que a élle tocase nada de aquello. El ruido del farol at rompersey el de la lucha, atrajeron at padre maestro y los supe-riores.

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La puerta se abrió repentinamente, la sala se inundóde luz , y los contendientes, cogidos infraganti delito ar-mados de almohadas, turcas y palos, fueron a pasar elresto de la noche, después de haber sido confundidos ymolidos, a dormir sobre las duras lozas del calabozo, sinabrigo. Solo Gil Gómez fue encontrado sobre su cama,dormido profundamente, dormido en medio de aquellagresca con el sueño de la inocencia. El angelito fue elünico que exceptuado del castigo durmió aquella nocheen blando. Este acto de audacia y algunos otros ejempla-res semejantes a los que habla aplicado a los rebeldes deSan Roque, le dieron una gran popularidad entre los es-tudiantes, y el que primero habla sido designado comovIctima, fue considerado como caudillo en todas las tra-vesuras y motines.

No es necesario decir que Gil Gómez jams cumpliólo que habla prometido, y la lumbrera de la iglesia solofue en los cuatro años que permaneció en el colegio, loque allI se llama un estudiante perdido, ganando al cabode ellos, después de haber sido reprobado dos veces, elcurso de artes, como se dice en el lenguaje de las univer-sidades, "en redua".

Pero lo mismo que Fernando, que por otra parte ha-bla seguido los cursos con provecho, Gil Gómez no tenIaincinación ala iglesia y ambos jóvenes volvieron al hogaral cabo de cuatro años. Gil Gómez volvió más largo, unpoco serio y hablando en latin, acaso ya pai a justificaraquel proverbio ya popular en la época de perritiquismiquis, no me conosorum?, arguyendo en forma silogIsticay con cierto aire doctoral, que unido a sus conocimientosen el latin, le hicieron ser solicitado por el cura de SanRoque para ayudar la misa y atender a la administracióninterior del templo. Si como ya sabemos en los dos aflostranscurridos antes de que tomásemos el hilo de esta his-toria, se hahia verificado un cambio notable en el corazónde Fernando, nada habla sucedido con respecto al de GilGómez que era tan niño y casi tan travieso como antes,lo ünico que habIa dado un poco más gravedad a su Ca-

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rácter, eran las confidencias de los amores de Fernando;pero por otra parte habla vuelto a sus antiguas costum-bres, a sus cacerIas, a sus excursiones, lanzando a los airespapelotes de diversas dimensiones casi fal)ulosas, y mien-tras refiriendo escenas de colegio a los azorados mucha-chos, que Ic rodeaban considerãndolo como Un ser extra-ordinario, como tin personaje de los que habian admiradoen los cuentos. Además de su empleo de sacristãn, desem-penaba también el de practicante de medicina, para nodecir el de flebotomiano, acompañal)a en efecto al doctorFergus en las visitas que éste hacja en la aldea o en lasrancherIas inmediatas, montado en una jaca, conducien-do los instrumentos, las medicinas, las sanguijuelas y sa-bla ya muy regulamente sangrar, curar los cáusticos y aunlas heridas. j,Y no se habla albergado alguna vez tin amoren aquel corazón de diez y ocho años? No se puede dareste nombre al episodio que vamos a referir.

Gil Gómez habIa notado que al volver de sus excur-siones siempre encontraba en la ventana a Manuela la hijadel tio Lucas, linda, robusta y colorada moza de diez y seisaños, Gil Gómez la veIa con t.imidez, Manuela Ic lanzabatiernIsimas miradas. Sea casualidad, o hecho pensado, elcaso es que Gil Gómez comenzó a pasar por su casa conmás frecuencia; después vio y le vieron, tosió y le tosieron,hizo señas y se sonrieron, enseñó una carta y bajaron lacabeza en señal de asentimiento, marco la hora de una citacon los dedos de su mano derecha presentada por la palmay por el dorso para indicar las diez, y después de haberlerespondido afirmativamente con la cabeza, se retiraron dela ventana envindole con la mano una graciosa despedida.

Gil GOmez corrió a Ia casa, buscO en el escritorio deFernando ci papel de color azul más subido, le pinto doscorazones inflamados y atravesados por una flecha y consu letra grande y gruesa escrihiO la siguiente carta, no sa-bemos Si inocentemente o por buriarse de la aldeanita.

Señorita Manuela:Nadie diga, "de esta agua no l)ebere", comb dijo el otro.

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pues no sé qué fue primero si verla o amarla como elchupamirto a los mirtos. Es usted más hermosa queuna mazorca en sazOn, dIgame si por fin me ha dequerer de veras, o si nada más hemos de estar em-bromando. Mañana en la noche vengo pot' la respues-ta. Piénselo usted bien antes de resolverse, no luegosalgamos con un domingo siete y...

Yo le juro amor eternosin andarme con rodeospues Si son asI los dial)losaunque me vaya a linfierno.

Quien usted sabe.

Posdata. No se le vaya a olvidar a usted que a las diezde la noche he de venir a recoger la razón.

El mismo.

Hemos visto que Gil Gómez habla apurado su elocuen-cia oratoria y poética en su misiva, que fue entregadaaquella misma noche; a las diez de la noche siguiente, reci-bió la siguiente contestación en letra casi ininteligible.

Señor don Gil Gómez:Si lo que dice es cierto, me alegro mucho; pero siempre

como luego ustedes son tan malos, no le quiero res-ponder todavia S "SI o no". A la otra si ya le digocon seguridad lo que haya. Viva usted mil años comolo desea su criada

Maria Manuela Tiburciade la Luz Sanchez.

La segunda carta de Gil Gómez, contenia tan sOlo estaspalabras:

Señorita doña Manuela:Qué hay por fin del negocio que traemos entre manos?

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Lo que ha de ser mañana que sea de una vezEl mismo.

La contestaron asI con el mismo laconismo.

Señor don Gil GOmez:Muy señor mio y de todo mi aprecio. Pues siempre me

resuelvo que 'Si' pero no se lo vaya usted a decir anadie porque donde lo sepa mi padre. quedamos fres-cos y es muy capaz de dare una paliza.

Quien de veras lo quiere.

Gil Gómez, volvió a escribir esta carta a fin de romperaquellos prosaicos amorios.

Señorita doña Manuela:Pues si de veras me quiere usted, cleme una prenda como

un mechoncito de su cabello, una tumbaga, o lo quefuere más de su gusto. Cuando veo a usted todo micorazón late, porque me parece que veo a la burrade Balaam

El de siempre.

Est.a galanteria, nada debiô agradar a la señorita Ma-nuela, que por ignorante que fuese siempre conocIa elsimile, pues ya no volvió a presentarse en la ventana a lashoras que pasaba Gil Gómez ni a aceptar ninguna cartasuya.

Gil Gómez, por otra parte, que no t.enIa por norma laconstancia, en vez de Ilorar aquel desvIo repentino se riode él y no volvió a pensar más en la señorita Manuela.

AsI acabaron al nacer estos poco espirituales amores.

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V

UN DESPACHO DEL VIRREY VENEGAS

—Diablo!, repito que te vendria a las mil maravillasun uniforme de teniente, en los' dragones de la reina, sobri-no Fernando —dijo una mañana el brigadier don Rafael,que durante los cuatro dIas que habian transcurrido desdesu ilegada a la casa de su herinano, no habla hecho otracosa que pasear, cazar y armar gresca toclo el dia en corn-pañIa de Gil Gómez a quien habla tornado una fuerteafición—, ,qué dices tü de eso, Esteban?

—Me alegraria demasiado, que el pobt'e Fernando, envez de consumirse aqul en el tedio y la melancolia, disfru-tase algo y conociese un poco el mundo, pues al fin mien-tras yo viva no tiene otra cosa en qué pensar —respondiódon Esteban, a quien lisonjeaba la idea de que su hijoalcanzase un grado, que en aquella época valia tanto comohoy un generalato.

—Qué dices tü de eso, sobrino?—DarIa yo gusto a mi padre —respondió Fernando, que

por mucho que sintiera abandonar a Clemencia, no podiamenos de lisonjearse, como todos los jóvenes, con unadistinción que era tan honorifica en aquella época.

—,Y si supieras —continuó el brigadier—, que ese sol-dado, uno de los asistentes que me acompanaban y que hapartido el dIa siguiente de mi Ilegada a esta aldea, ha con-ducido a Jalapa una carta dirigida al señor virrey donFrancisco Javier Venegas?

—Por qué?—(,Y si pudieras adivinar lo que contenia esa carta?

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—Ciertamente que no es muy Mcii —dijo Fernando.—Pues mira, voy a decIrteio en dos palabras —prosi-

guio el brigadier—, el dIa en que he liegado, en que hevuelto a ver a mi querido hermano después de una ausen-cia de treinta años, me he sentido rejuvenecer, he creIdovolver a los dIas felices de otra edad y me he puesto apensar, de qué manera recompensaria el placer que me hacausado esa visita; diciendo para mis adentros: Vamos,Rafael, ya ciue no tienes otro bien que una espada siempredesenvainada en defensa de la justicia y la buena causa,ya que no puedes en nada favorecer a tu querido herrnanoEsteban, puesto que él es diez mil veces más rico que tü,haz a lo menos algo por tu sobrino, ese beilo muchachoFernando, tan simpático y de una figura tan interesante,alguna de esas cosas que no siempre se consiguen condinero y que al mismo tiempo halagan tanto a la juventud;después he pedido a ese locuelo de Gil Gómez papel y plu-mas, he subido a su cuartito y he escrito una carta al señorvirrey, incluyendo dentro de esa earth, ,a qué no adivinasqué cosa?, sobrino mb.

—No, ciertamente.—Un despacho en toda forma, de teniente en el mejor

cuerpo que hay ahora, segün noticias en la Nueva España,el de dragones de la reina.

—,Y en favor de quién era ese despacho? —preguntóFernando con una ansiedad, que ciertamente no se podrádecir a primera vista si era causada más por el sentimientoque pot' la alegrIa.

—Cómo!, ,aün no adivinas? —preguntó el brigadier.—Ah!, si, ya comienzo a entender —murmuró el joven

en voz baja.—Pues eso es, a favor del joven don Fernando de

Gómez, cuyo buen nacimiento, excelente conducta, buenapresencia, corteses modates, etcetera, etcetera, se hananunciado en la earth solicitud que firmó su tio el briga-dier don Rafael de Gómez.

—De manera que esa carta? —murmuró Fernando.—De manera que esa earth y ese despacho deben ha-

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ber sido leldos ya por el señor virrey, que al momentopondrá su firma al pie del segundo, y como el conductorva advertido de que son papeles interesantes, cuya con-testación importa demasiado, acaso a estas horas ya ha-bra salido de Jalapa para volver aquI.

—Pero acaso el virrey se niegue a firmar ese despacho,asI sin ninguna formula, con sOlo una solicitud que ni elmismo solicitante ha presentado —observO don Esteban.

—El señor virrey Venegas, nada negará al hombre queninguna gracia le ha pedido todavIa, a pesar de sus ofre-cimientos y más cuando ese hombre le ha salvado la vidaen la malograda batalla de Almonacid, libertándole delfuror de los soldados de Sebastiani, cuando todos los gene-rales y hombres que le rodeaban hablan huido cobarde-mente, dejándole aislado a los esfuerzos de la compañIadel capitán don Rafael de Gómez, que protegiO su retiradapor un estrecho, en el que indudablemente habria pere..cido sin ese auxilio a manos de los rabiosos soldados fran-ceses, que le persegulan —dijo el brigadiet con ese orgullodel militar honrado y valiente, que sin jactarse det los ser-vicios prestados a sus jefes, ni hacer mérito de ellos, losrecuerda sin embargo, cuando se presenta la ocasion.

Fernando permanecla silencioso.—Vamos, yen a mis brazos, sobrino querido —continuó

el brigadier jovialrnente estrechando al joven con efusiónen sus brazos—. Ya verás, partiremos juntos, y al mes dehaber permanecido por mera formula en las milicias, serásnombrado oficial de la corte del señor virrey y entoncesvivirás a mi lado, te cuidaré como a un niflo, serás el oficialmás elegante y más mimado de la corte, suspirarán por tilas damas y de tiempo en tiempo vendremos a pasar algu-nas semanas en la hacienda; cada vez que vuelvas, vendráscon una graduaciOn ms. Bravo!, viva la vida de militar,que por más que digan es la mejor que hay.

Los tristes pensamientos que Fernando habIa expe-rimentado al sentimiento de una separación de Clemencia,se disiparon al aspecto de aquel porvenir tan brillante, tancolor de rosa que su tio le presentaba; después, en su

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corazón de amante, habla también encontrado siempre uneco la vanidad y la ambición del hombre. Además, ,acasoperdIa a Clemencia?, por el contrario, luchando con lasseducciones del mundo, iba a hacerse m%s digno de ella,en pocos años adquirirIa un nombre, distinciones, méritosque poner a sus pies y entonces se unirla a ella para novolverse a separar más; la ausencia encenderla y avivarIamás el fuego de su pasion que tal vez la costumbre y laspocas dificultades podrIan liegar a entihiar, Si no a apagarcompletarnente:

AsI pensó Fernando.Dulce privilegio de la juventud, que entre den espe-

ranzas halagadoras que le sonrIen a la vez, bien puededejar perder una segura que antes que las espinas deldesengano lastimen su planta, todavIa encontrará muchasfibres en el camino de la vida!

,Que paso aquella noche entre Fernando y Clemencia?Quien sabe! Nosotros no podemos decir más que la

nina entró brando a su habitaciOn, y que Fernando y GilGOmez volvieron a la hacienda a las dos de la mañana, esdecir, dos horas más tarde de lo que acostumbraban ha-cerlo en las citas en el jai-din del doctor.

En la mañana del 3 de septiembre, es decir, dos dIasdespués de la conversaciOn que hemos referido, se oyeronen el patio de la hacienda las pisadas de un caballo queentraba precipitadamente y el ruido de un sable sobrelas losas.

Don Rafael, al ruido aquel que tan bien conocIa, salióa los corredores y vio apeaise del caballo al soldado quehacla solo tres dIas habIa enviado a Jalapa con la carta alvirrey, y que sin desmontar al animal, subiO, sudoroso ypálido por la precipitaciOn y la fatiga, y puso violenta-mente en sus manos un pliego que extrajo de su piquetadonde parecla haberlo ocultado.

Don Rafael le tomO con violencia. Decia el sobre: "Alseñor brigadier de las milicias de la Nueva Espana donRafael de Gómez. Urgente".

RornpiO el sello y al leer en ci primer renglOn "Reser-

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vada", dijo al soldado que casi próximo a desmayarse espe-raba de pie y descubierto, delante de su jefe.

—RetIrate un momento a descansar; pero, ,cuándohas salido de Jalapa?

—Ayer en la tarde —respondió el soldado—, pero hecorrido noche y dIa sin parar.

—,Por qué?—Porque el mismo señor virrey ha hablado conmigo

y me ha dicho que importaba que su merced leyese esepliego lo más pronto posible.

—Está bien, ye a descansar —dijo don Rafael ret iran-dose a su habitación, y cerrando la puerta por dentro, seacercó a la ventana, separó después de haberlo recorridoligeramente el segundo pliego que dentro el papel venIa,y leyó lo siguiente:Muy estimado señor brigadier:Por los señores don Juan Antonio Yandiola y don José

Luyando, he tenido aviso de la conspiraciOn que hasido descubierta en Queretaro y en Ia cual está inte-resado el corregidor Dominguez y algunas otras per-sonas influyentes; parece adernás que esa conjuracióntiene ramificaciones extensas en las provincias deGuanajuato y Queretaro y mucho me temo un a!-zamiento en toda la Nueva Espana. En mal tiempohemos ilegado a este pals, pero ya no hay más queluchar con las circunstancias y vencerlas si es po-sible. Yo estoy resuelto a todo y en este mismo ins-tante salgo de esta ciuclad, para ponerme de acuerdoen Puebla de los Angeles con el señor intendente Flon.Pew como no tengo ninguna confianza en las perso-nas que me rodean, desearla, mi amado brigadier,que me sacrificasesi como tantas veces lo habéis he-cho, el tiempo de descanso que os he concedido y queOs unieseis a ml antes de liegar a la capital, a dondeme debo encontrar del 13 al 14 de este mes. Quierotener. a mi lado en circunstancias tan difIciles a unmilitar tan leal y tan valiente como vos. En cuantoal despacho para vuestro sobrino, ya va firmado

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cunlo veis, solo algunas sernanas hará su noviciadoen las milicias, y despues le hare venir a formar partede mi guardia de honor; pero para que no Se califiqueeste acto de favoritismo, haced que al moniento sedirija a su destino que segün me han informado esen San Miguel ci Grande, en la provincia de Guana-juato, en la compañia de guarnición que está a lasórdenes del capitán don Miguel de Allende, a quiense deberá presentar con su despacho y a quien eneste momento se lihran Las órdenes convenientes."

Jalapa, 1810.Francisco Javier de Venegas

Al acabar de leer el brigadier La cart.a del virrey, laguardo con precaución, tomó el despacho de su sobrino ysalió a! corredor. El soldado que los habIa conducido nohabla tenido fuerzas niás que para descender la escalei'ay dejarse caer en un corredor del piso bajo donde dormIaprofu ndamente; su compañero desensillaba su fatigadocaballo.

—Hola, cabo! —llama a uno de los mozos de La hacien-da para que cuide de ese animal, y tü en ci momento ensiliami caballo y el tuyo, pon a La grupa mi maleta, pero toclocomo un rayo, porque dentro de un cuarto de hora par-timos. En cuant.o a ese soidado —dijo don Rafael—, Icdejarás dicho que luego que haya descansado part.a aunirse con nosotros en Mexico.

—Esta muy bien, mi jefe —dijo ci soldado, corriendoa ejecutar lo que se le mandaba.

Don Esteban, Fernando y Gil Gómez, habian salidoal ruido a Los corredores.

—Cómo!, j,por qué vas a partir? —dijo don Esteban,que habIa escuchado las órdenes de so hermano.

—Hermano mb!, los dos meses se convirtieron encuatro dIas; pero ese soidado me ha tiaido una carta delseñor virrey, en la cual me ordena que parta inmediata-mente a unirme con él. Ya lo yes, sobrino, cómo era cierto

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cuanto te habla dicho -continuó el brigadier poniendo enmanos de Fernando el despacho que dentro de la cartahabia venido.

Mientras que Fernando y Gil Gómez leIan el despa..cho, don Esteban preguntó a su heimano.

-Por qué causa quiere el señor virrey tenerte a sulado?

-No te lo habla dicho ya?, Esteban -respondiS elbrigadier en voz baja-, se ha descubierto una conspiracionen Queretaro y el señor virrey teme tarnbién unaizamientoen todo el pals.

-Dios nos valga -exclarnO el hacendado.-Siento que Fernando entre a la milicia bajo estas

Clrcunstancjas, pero en el ültimo caso Yo conseguiIé 811retiro como he conseguido su nombramiento. Adems, elseñor virrey me dice que para que forme pronto parte desu guardia de honor, es necesario que inmediatamente sedirija a San Miguel el Grande, donde es su deseo que sOloper manezca unas semanas, para salvar las apariencias yacallar la maledicencja; de manera que ya que no puede irconmigo en este momento, haz que parta mañana mismoo pasado.

-Oh! -exc1am6 don Esteban-, luego que Fernandoesté a tu lado en Mexico, ya nada temeré por él, porque tülo cuidarás mucho, ,no es verdaci?

-Como a un hijo, acaso mâs que t(i -respondiO elbrigadier enternecido, y luego para disimular 811 eniociOn,continuó dirigiendose a Fernando.

-Conque, ,qué dices ti'i de eso?, sobrino.-Está muy bien, tio mb, y icudndo debo partir?

-dijo Fernando.-Mañana mismo te dirigiräs a San Miguel el Grande

en la provincia de Guanajuato y entregarãs ese despa-cho a. .. ,a quién? -dijo el brigadier abriendo la carta delvirrey para volver a leer el nombre en ella designado-. alcapitãn don Miguel de Allende a cuya compañIa vas des..tinado, por un poco de tienipo, despues yo te escribirécuando el señor virrey determine que vayas a nuestro lado.

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Fernando apuntó en un papel el nombre del pueblo yel del militar, y guardó cuidadosamente su despacho.

—Pues ahora —duo el brigadier con un acento jovialpam ocultar la emoción—, ahora, her mano mb, iqui,6nsabe hasta cuándo nos volvamos a ver, quién sabe lo queva a pasar en este pais! Yo, mexicano por nacimiento y porafecciones de familia, espanol por costumbre y por gra-titud, me encuentro en una posicion harto aflictiva; perode cualquier manera, mi espada no se desenvainará sinopara defender Ia buena causa, la causa de la justicia y delhonor y creo que nuestro cariño nunca se debiitará porrencores de partido, Z.no es verdad, Esteban?

El hacendado no respondió, y los dos hermanos seabrazaron en silencio conteniendo los sollozos que estabana punto de estallar.

El asistente subió a avisar que ya todo estaba pronto.Don Rafael se desprendió de los brazos de su her-

mano, estrechó igualmente entre los suyos a Fernandorecomendándole el cumplimiento en el servicio, y sobretodo, su pronta partida, y luego dirigiéndose a Gil Gómez,le dijo:

—Amiguito, mil gracias por las compañIas y los bue-nos consejos de caceria, no sé por qué me parece que noshemos de volver a ver muy pronto; pero de todos modosestreche usted esta mano y cuente conmigo paia siempre.

—Mil gracias, señor brigadier —dijo Gil Gómez.—Pues ahora, shasta otra vista!—Adiós! —respondieron todos.Y cinco minutos después, el brigadier y su asistente

galopaban en dirección a la capital de Nueva Espafla.—Que franco y qué valiente, de buena gana comba-

tirla yo bajo sus órdenes! —exclamó Gil Gómez entusias-mado.

—Si amaras como yo —dijo Fernando en voz baja—,no seria tan grande tu alegrIa.

Aquella tarde, mientras que Fernando disponIa conuna triste lentitud los preparativos de su viaje, mientrasque Gil GOmez se paseaba por los corredores de la hacien-

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da triste y perisativo, acaso por primera vez en su vida, donEsteban se dirigla a Ia casa del doctor Fergus, Ilaniaba ala puerta de su estudio y despues de haber saludado cor-dialmente y tornado asiento, se entablaba entre ambos elsiguiente dialogo.

—Doctor, dispénseme usted que lo interrumpa en susestudios, viniéndole a visitar a una hora no acostumbradaentre nosotros.

—Nunca interrumpe ni es molesto un amigo comousted, señor don Esteban.

—Además, esta visita tiene mucho de negocio, doctor.—Me alegrarla de poder servir a usted en algo, mi

querido amigo.—Mi hijo Fernando parte mañana para San Miguel

el Grande, al ejército donde va destinado —dijo don Es-teban.

El doctor Fergus, miró fijamente a su amigo y sumirada de costumbre radiosa e inteligente, se veló conuna nube de tristeza, como padre, temió por su hija, comofilOsofo y observador del éorazón humano, sabia lo que esuna ausencia en materia de amor, y como hombre, sabIaque la mujer ileva la peor parte en esas separaciones; perocomo caballero y hombre de honor, no quiso hacer corn-prender aün a su mejor amigo, que aquellos pensamientoshabIan cruzado por su mente y se limitó a decir con unacento en el que mal se ocultaba el desconsuelo.

—Ah!, ,conque Fernando parte mañana?—Si, doctor, ya usted ye que ha cumplido veintiün

años y que teniendo algunos recursos con que poder vivirdescansadamente el resto de su vida, aun cuando yo lefalte, es necesario que deje esta vida casi ociosa que aqulileva, que se enseñe a luchar con las circunstancias, a sufrirun poco, en fin, es necesario que adquiera algün mundo,que sea menos niño para no poder ser enganado con tantafacilidad el dIa que se encuentre ya sin mi consejo.

—Mal consejero es el mundo para un joven de veinteanos separado del hogar paterno —observó el doctor.

—Pero reflexione usted, amigo querido, que si yo fal-

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tase de un dIa a otro como es necesario que suceda, ,quéserIa de ese nino, dueño de algunos intereses, ciego al des-lumbramiento de la pompa del mundo, no sabiendo cerrarsus oldos a los sonidos engañosos de la adulación y depasiones interesadas, ,no cree usted acaso que se lanzariaávido a gozal de esos halagUenos placeies, cuyas deliciasnunca probadas tanto le brindaban, que teniendo en susmanos el medio de comprar goces que no conocia, en uninstante dilapidaria su patrimonio en la prost.itución paracaer después en la degradación y la miseria?

Yo he observaclo ese resultado en 10(105 los jóvenesque han quedado entregados a esas circunstancias.

El doctor iba tal vez a desvanecer este segundo argu-menlo, pero se detuvo por temor de hacer creer que ciinterés de su hija le movIa a ello, y solo (lijo:

—En fin, usted como padre sabe mejor que yo lo quedebe hacer; pero...

—No prosiga usted doctor, ya comprendo todos susjustos temores, Fernando y Clemencia se aman.

—Eso no es un secreto para nosotros, amigo mio.—Usted teme y con razón, por su hija, doctor.—Me ha evitado usted la pena de decirlo.—Pues, ,qué piensa usted de esta partida?—Creo que hasta cierto punto es necesaria; pero augu-

ro mal de ella.-, Por qué?—Por la experiencia, tal vez por tin presentimiento;

pero no creo que a un simple presentimiento se le de tantaimportancia cuando se trata acaso de la felicidad de unhombre.

—.No cree usted, doctor, que tres o cuatro años deausencia avivarán más el fuego de esa pasiOn?

—,Me pide usted francamente mi opinion, don Es-teban?

—Francamente.—Pues bien; creo que ese amor month con la ausencia.—Oh, Dios no 10 quiera!--Creo que esa muerte seth en mal de mi pobre hija,

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Fernando, además de ser hombre, va a encontrar nuevosobjetos, a recibir nuevas impresiones, a contraer tal veznuevos afectos; pero Clemencia es mujer, y se queda aquiaislada con sus recuerdos, que se avivarán más y más conla conternplación de los mismos objetos, que queda aisla-da, sin que su pasiOn irnposible se borre por otras impre-siones.

—Pienso que son algo infundados los temores de usted,doctor.

—PermIta.lo el cielo.—Hagamos entonces otra cosa.—Cuál?—Si esa nina Clemencia sufre demasiado, como usted

lo cree, esa ausencia cesará y mi hijo se vendrá a unir aella, tal vez antes del tiempo en que ese matrimonio deblahabeise venficado, con lo cual habrán ganado ellos y nosotros también.

—Es el ünico recurso que queda. ,Me da usted supalabra de que asI lo hará, don Esteban?

—Palabra de caballero, doctor.—Está bien, esa promesa me consuela un poco.Y despues de haber conversado otro rato de diversos

asuntos, los dos amigos se despidieron cordialmente, pro-metiendo volverse a ver muy pronto.

—Oh! —duo el doctor dejándose caer abatido en susillon, despues de haber acompanado a don Esteban hastala puerta—, jnecia humanidad, a la calma del placer lellamas ociosidad, to hastia que los pesares del mundo nohayan desgarrado tu corazón, dejas el fértil vergel y corresalegre a precipitarte en el abismo! jMisera humanidad!Mal to comprendes todavIa!

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Iai

ADIOS!

Si el lector tiene buena memoria, recordará que hemosdejado en el capItulo primero a Gil Gómez, después dehaber vencido a Leal en lucha de astucia, corriendo a darparte a Fernando del resultado de su misiva.

Era la media noche, la luna después de haber luchadodurante algün tiempo con las nubes que intentaban velarsu brillo, habla aparecido por fin, fulgorosa y radiante,iluminando con su cuanto pálida, suavisima Juz, la exten-sión de los silenciosos campos de San Roque; Fernando yGil Gómez, despues de haber descendido del ventanillo delaposento del iltirno, salvaron con precaución la pequeñatapia que limitaba el jardIn de la casa de Clemencia, y sedeslizaron sin hacer el menor ruido hasta una especie desenador, o mâs bien invernadero, que el doctor habla hechoconstruir allI. Más de un cuarto de hora esperaron, som-brIos, preocupados, sin hablarse una palabra, hasta quepor fin, Fernando interrumpió el silencio diciendo a GilGómez.

—Son cerca de las doce y media, ( ,qué habrá sucedidoa esa pobre nina?

—Acaso le sea imposible salir al jardIn todavIa —res-pondió Gil Gómez.

—,Dices que le has entregado mi carta en su propiamano?

—Por supuesto, y por cierto que con algün trabajo.—Y nada te dijo?—Nada, porque ese bribón de perro me dejó con la

palabra en la boca; solo me dio cortésmente las gracias.

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—Oh, cuánto la amo! —exclamó Fernando con entu-siasmo, siguiendo esa vaguedad del p€nsamiento de losamantes al habiar del objeto amado.

—Si lo creo —murmurO lacónicamente Gil Gómez.—(,Y qué harás tü, qué hare yo, qué haremos, her-

mano mb, separados? —dijo Fernando con expresión deangustia.

—En cuanto a lo que hare yo bien me lo se', porquedesde ayer tengo formado mi plan.

—,Qué plan es ese?—Ya lo sabrás en el camino —respondiO Gil GOmez con

expresión de misterio.—j,En ci camino?—Si, en el camino.—(,Y cómo?—Oh!, eso es cuento mb —dijo Gil Gómez.—Misterioso cual nunca estás esta noche conmigo.—Un poco.—Es extrafio, cuando nunca hemos ocultado el uno al

otro ni Un pensamiento.—Si, es extraño; pero ese franco y huen brigadier, tu

tb, ha venido sin intentarlo, creyendo por el contrariohacer un bien, a trastornarlo todo en la hacienda.

—Oh!, si, sus palabras Iisonjeras han despertado enmi corazón y en el de mi padre, la ambición, el deseo debrilar, ci tedio de esta vida tranquila que hasta aqulhabia Ilevado.

—Pero ,hay cosa más Mcii que desistir de este fatalviaje? —dijo flemáticamente Gil GOmez.

—,Y la orden del señor virrey, y ci compromiso con-traido con mi tb, y el deseo de mi padre? y...

—Y tu deseo también, Fernando.—Gil Gómez, tü tienes algo esta noche, si te he ofen-

dido, perdóname —exclamó Fernando al oIr las ültimaspalabras de su hermano.

—No, Fernando, nada tengo más que el temor deperderte, nada tengo más que un presentimiento de fatalaguero para este viaje —duo Gil Gómez enternecido—; pero78

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f,has oIdo? —continuO at percibir un ruido ligero, como elde una reja que se abre a lo lejos.

—Si, y es Clemencia que se acerca —dijo Fernando atdistinguir entre el follaje de los Arboles del jardIn el yes-tido de la nina, alumbrado por los rayos de la luna.

Gil Gómez se retiró discretamente del senador, yendoa sentarse en un tronco que estaba dehajo de la tapia y aalguna distancia.

Fernando, loco, apasiofla(1O, sahó al encuentro de lanina, conduciéndola al senador, donde ambos se sentaron.

—Clemencia, jpor qué triste causa nos juntamos! —ex-clamó el enamorado joven.

—Si, para vernos acaso por la ültima vez —dijo la her-mosa nina con tristeza, y con un acento dulcIsirno y vi-brador.

_Oh ! , no lo digas, Lpor qué para siempre?; Si asIfuera, no partiria, te lo juro, iClemencia de mi vida!

—La ausencia es ci sepulcro del amor —murmuró Lanina con desconsuelo.

—Clemencia, Lio dices acaso por ti? —exciamó Fer-nando con acenth de reproche.

—,Por ml, por mi?; ,puedo yo acaso olvidar?, mira,mira, hace seis horas que he recihido tu carta, y en estecorto tiempo he envejecido de seis años por tanto sufri-miento y tanta lagrima.

—Clemencia, te adoro!—Te idolatro, Fernando!—Jamás te olvidaré!—Mi amor, morirá conmigo.Y los dos jóvenes se estrecharon, sintiendo exhalar

toda su vida en un beso silencioso que resonó en su corazón.—Mira —continuO Fernando—, si es cierto que nos

dejamos de ver un poco de tiempo, en cambio nuestro cora-zôn se punfica más con Ia concentraciOn de un pensa-miento solo, fijo, eterno; de un pensamiento que es vidade la vida, y at mismo tiempo alimento de la llama inextin-guible que nos consume.

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—Oh!, (,me amarás mucho, me amaras en cualquierlugar donde el destino te arroje, como yo te adoro en estemomento, como te adoraré en silencio todo el tiempo quedure esta fatal ausencia?

—Te idolatraré con toda mi vida, pensaré en ti a todashoras, y aspirare a la gloria, a los honores, a las distin-ciones, para venir a of recerlas a tus plantas.

—6Quien sabe?, td vas al bullicio del mundo, alli talvez te cegará la ambición de gloria, alil encontrarás otrasmujeres que te ofrecerán encantos que no tengo yo, pobrehuérfana, educada en la soledad, sin conocer más amorque el tuyo. Oh!, para qué te conoci si habla de perdertetan pronto, cuando mi felicidad habla durado tan poco,cuando apenas por la vez primera se confundia mi vidacon la tuya.

Y al decir estas palabras la nina, rompió a ilorar amar-garnente, ocultando su rostro entre las manos.

—Clemencia --dijo con, apasionada exaltación Fer-nando—, por el recuerdo siquiera de esos dIas tan felicesque hemos pasado juntos, si algo te vale el juramento delhombre que te adora, no despedaces mi corazOn de esamanera tan dolorosa con tu ilanto.

—Ya no iloro, no, mira —continuó la nina, después deun rato, procurando borrar en vano las huellas de sus lá-grimas—, mira, ya estoy tranquila, acerca de tu amor; unpresentimiento me hacla ilorar; pero tus palabras me vuel-yen la calma y la confianza.

—Gracias, Clemencia, gracias!, me acabas de quitarun peso que oprimla dolorosamente mi corazón.

—Tü serás bueno, (,no es verdad?, tü siempre me ama-rás al través de la distancia que nos separe, pensarás enml, en las alegrias como en las tribulaciones, mi recuerdoserá tu consuelo; y yo esperaré en silencio, sufriré conresignación tu separaciön; pero si ésta durase mucho tiem-po, entonces, no lo dudes, Fernando, entonces moriré—duo la nina con inocente candor.

—Mira —exclamó el joven, abriendo su camisa y ense-nando a Clemencia un medallón suspendido a su cuello

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de un cordon de seda—, zves este retrato que formO la pri-mera página del libro de nuestro amor?

—Oh, qué triste recuerdo!—Hace dos aflos que le he ilevado sobre mi corazOn, y

te juro no apartarlo jamás de éI mientras esté lejos de ti,,quieres un juramento más sagrado aün?

—Basta, basta Fernando, perdóname si he podidodudar un momento de tu amor.

Y los jóvenes se acercaron hasta juntar sus manos,hasta tocar sus labios, hasta cerrar sus ojos con sus ojos,hasta confundir su aliento, hasta escuchar los latidos desu corazón agitado por el amor, pero por el amor casto,todo espiritualismo, todo poesla, todo silencio, todo resig-naciOn.

Dormid, jóvenes, en el silencio de la noche! 113ormiddespiertos y sonando! Soñad por la ültima vez, adormeci-dos por este éxtasis divino en que los labios se cierran sinexhalar una sola palabra, porque el fuego del interior lasvaporiza y las confunde con el aliento de la persona ama-da, en que los ojos no miran, pero derraman lágrimas; enque el oldo cerrado a todos los ruidos verdaderos del mun-do, solo escucha mñsicas lejanas que modulan un nombre,un nombre querido, tantas veces repetido en el delirio dela pasiOn.

6Qu6 pensamiento ocupa vuestro corazón? (,Acaso Unrecuerdo? (,El poema del pasado? 6Aquellos paseos solos,debajo de la bóveda espesa de los árboles, cuando el brazose apoyaba indolentemente en el brazo, cuando la dulceatmOsfera del presente, serena porque todas las sombrasdel pasado habIan desaparecido, porque m la lontananzadel porvenir se presentaba aün; sOlo mentira, campos, luz,cielo, ayes, másicas, misterios, cuando velais retratada unaimagen adorada en las aguas, la imagen de la realidad quea vuestro lado Os miraba amorosa, cuando las ayes y lasbrisas pasaban murmurando a vuestro oldo en son de mu-sica el nombre de la imagen de aquella realidad, cuandola naturaleza toda os decla "ama y goza"?

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,Soñáis en aquella mirada languida, prolongada, ador-mecedora que se humedecIa al fijarse en la vuestra?

,Soñáis en aquella sonrisa que el fluido del amor for-maba graciosa y melancólica a la vez?

(,Aspiráis todavia el perfume de aquellas flores que osdio una mano trémula que llevásteis a vuestros labios?

(,Escucháis de nuevo los acentos de aquella müsica queun indiferente no hubiera comprendido; pero que paravosotros decian tanto, porque cada una de aquellas vibra-ciones formaban el ceo de un sentimiento, la expresión deuna esperanza, el aliento de un suspiro, la traducciónde una duke palabra, y esos sentimientos, esas esperanzas,esos suspiros, esas palabras, formaban el poema de vuestrapasiOn que era el poema de vuestra felicidad, porque vos-otros siendo dos os hablais convertido en uno, porque dedoe criaturas humanas se habla formado un angel?

Soñad y no despertéis, porque a! fin sueño es la vida!Soñad y no desperteis, porque al despertar hallaréis lafria realidad, el desengano descarnado, la duda, la separa-ción dentro de pocas horas, el olvido, el ilanto, el adios.

Soñad y no desperteis, porque a la, amarilla luz de laverdad, se desvanecerá el encanto de la ilusión, y los re-cuerdos felices del pasado vendrán, torcedor del corazón,a escarnecerle con una perspectiva de amor que ya noexiste, porque el cielo que creisteis hallar en el suelo setrocará en árido y oscuro yermo de pesar, porque las pala-bras de amor se trocarán en palabras de despedida el si-lencio de la fruiciOn, en el silencio del desconsuelo y elmarasmo, las esperanzas en dudas, los suspiros en queexhalabais el aliento aspirado del ser ainado, en suspiros dedespecho, las lágrirnas tibias de entusiasmo y felicidad enlágrimas abrasadoras de martirio.

Sofiad despiertos a la ilusiOn y dormIos a la realidad!

A las cuatro de la mañana los jOvenes se dieron ci á1-timo adios, y en tre lágrimas, prornesas, juramentos y sus-piros, se arrancaron de los brazos el uno del otro.

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Fernando y Gil Gómez volvieron a La hacienda; mien-tras que el ñltimo se paseaba silencioso en los corredores,el primero se encerró en su cuarto para acahar de arreglarsu maLet.a de viaje pues dentro de dos horas debia partir.Luego que hubo cerrado con cuidado la puerta, corno teme-roso de set- sorprendido en lo que iba a ejecutar, abrió uncajón de su guardarropa, ci ms escondido de todos y co-menzó a extraer lentamente los objetos que en éì se con-tenian.

Era UflO dc esos cajones, rehcario de nuestros recuer-dos más queridos, que todos nosotros jóvenes siempre te-nemos; aLli estãn reunidas Las duLces rerniniscencias de lainfancia, y las aspiraciones de la juventud, aUI los rosarios,los juguetes de ninos, y todos esos objetos en cada uno delos cuales encontramos la mono amorosa y La cariñosaprevision de nuest.ra muerta madre, alli las memorias msdulces de nuestro pals natal, de ese pals querido que deja-mos para buscar fortuna, nombre, gloria, y que nunca he-mos vuelto a ver, alli las impresiones ms gratas de la ju-ventud, flores ya secas, que nos dio una mono temerosa,rizos de cabeilos que todavia esparcen su suave perfume,cartitas primorosamente dobiadas cuyas palabras escritasapresuradamente con el fuego de la pasiOn y el temor deuna sorpresa, apenas podriamos deletrear, si no compren-diésemos dc antemano ci pensamiento encerrado en cadauna de ellas, panuelos con una cifra, recuerdos de amigosque se han muerto, se han ausentado o nos han olvidado,fragmentos de versos, diarios de memorias y confidenciasinterrumpidas, recuerdos de viajes, de baiLes, dias de cam-po, retratos, V en fin, ese conjunt.o que revela todas lasesperanzas, los deseos, las ilusiones, las igrimas de uncorazOn dc veinte años, un guante que nos dejaron comorecuerdo de un baile, todavIa manchado ligeramente conel vino que formó ci juramento de un amor que se disipocon sus vapores, una flor que cortamos en La mañana deun dIa de campo y que después de haberse prendido todoci dia en un seno. se nos dejó caer en la mono a una simpleinsinuaciOn, Un anillo que eambiamos por otro con un ju-

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ramento, hoy ya olvidado; el amor bajo todas sus fases, elamor embellecido porque ya ha pasado y lo per funian losrecuerdos.

Fernando no podia referir todas estos objetos más quea un solo amor, el ünico que habia sentido en su vida pasa-da lejos de la bacanal del mundo. Vosotros, jóvenes de lasciudades, habéis experimentado en vuestra vida muchossentimientos que se parecen al amor, a Los seis años yajugabais a Los esposos con una nina de igual edad, a losdiez amasteis a vuestra hermo.sa prima, a quien ibais aesperar a la salida de la escuela para hablarla furtivamentesin ser visto, a los catorce os quemahais en dulce fuego poruna amiga de vuestra casa, que era ya una joven completa,puesto que tenla cuatro años más que vosotros, a los diezy seis fueron unos amorcillos democráticos, porque a esaedad domina el deseo animal, y a los veinte, oh!, a losveinte, son veinte amores a un tiempo, en la mañana vaisa ver a la iglesia a vuestra vecina, en La tarde corréis deli-rante detrás de un car ruaje, en La noche vais al teatro,para no apartar las miradas de un palco, adonde os mirantambién y os envian graciosos saludos y sonrisas, despuésen vuestro sueño continta el delirio y veis pasar a untiempo mil imágenes brillantes, que todas hablan a vues-tro corazón, o bien es una pasión desgraciada, amáis auna joven orgullosa y más rica que vosotros y que Osdesprecia, y la amáis, la adoráis desde el rincOn de vuestroaposento de colegio, y a ella sacrificáis vuestro amor pro-pio, vuestra dignidad, vuestra reputaciOn, y pasais unasemana entera delirando para salir a recoger el domingouna mirada de desprecio o una sonrisa de odio, y después,cuando as hablais resignado a esperar un titulo, una repu-tación, un nombre que os hiciese superior a ella para po-nerlo todo a sus plantas, entonces ella se casa, y entoncesel desengano ocupando vuestro corazón, roe y carcomevuestros buenos instintos y vuestros nobles sentimientos,y os hacéis hombres de teorlas y comenzáis a dudar delamor y a cerrar vue.stra alma a ]as dulces afecciones deIa vida.

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0 bien es un amor dulce, sereno, sin grandes tempes-tades, vais a pasar una temporada en el campo y alli hayuna joven que Os mira, que os conduce a los sitios hermo-sos, que solo vuestro brazo acepta en los paseos, que osregala flores mirándoos con particular expresión de ter-nura, que os da celos con vuestras conocidas de La ciudad,que casi liora cuando habláis de partir, y a quien conocéisque habéis amado, sOlo cuando la distancia y Las conve-niencias sociales os separan ya de ella. Y sin embargo,todos esos recuerdos ocupan a La vez vuestra memoria, ypensáis al través de los aflos con la misma ternura en Lanina de seis años, que en vuest.ra prima, y guardáis conigual cuidado el velo de la amiga de vuestra casa, que elanillo de la costurerita, que las f1ores de la aldeanita, quelas cartas vuestras que os volvió despedazadas la orgu-liosa cortesana, que el panuelo que os dieron en el baile.Pues bien, si haIis podido amar igualmente a veinte mu-jeres, con un amor de un dIa, de un mes, de un año a loniás, y si lloráis al separaros de los objetos que Os conser-van el recuerdo de esos veinte amores, pensar cuánto su-friria, cuánto lioraria el pobre Fernando, al ver pasar antesu vista todas aquelias prendas de un solo, de un ünico,de un purIsimo arnor de dos años, pensad cuántas ardien-tes lagrimas caerIan sobre aquellas flores secas, sobreaquellas cartas que solo le hablaban de Clemencia, y solode Clemencia a quien iba a perder. Le pareció que aquellosobjetos no deblan quedar alil abandonados y los ocultóen el rincOn de su maleta, para poder al menos pensarsiempre en el amor de Clemencia, para poder llorar conlos testigos de su dicha en cualquier sitio que el destinolo arrojase.

Porque asI es ci corazón humano: Fernando liorabapor una partida que bien podia, si él quisiese, dejar deverificarse; pero habria liorado mãs si esto hubiera suce-dido. Porque asi es el corazón, un abismo impenetrable,fThrica de todo lo bueno y de todo lo malo a La vez; hoyse encuentra La ilusiOn clonde mañana el desengano, ayerhigrirnas, hoy sonrisas, mañana tal vez más lágrimas.

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A las seis de la mañana ilamaron a la puerta del apo-sento. Fernando se apresuró a ocultar en su maleta losültimos objetos, compuso su cabello desordenado, procuróborrar de su rostro las dltimas huellas de sus lágrimas yabrió al que ilamaba. Era su padre, que le dijo con emo-ción:

—Buenos dIas, hijo mb!, ,cómo has dormido estanoche?

—Bien, padre mb— dijo Fernando ruborizándose ii-geramente al tener que decir una mentira a su padre.

—,Has arreglado ya tu maleta de viaje?—Si, padre rnio.—,Has puesto en ella el despacho del señor virrey y el

papel en que apuntaste el nombre del pueblo donde vasy el del capitári de tu companIa?

—Esos papeles, los ilevo en mi cartera para más Se-guridad.

—(,Y el dinero?—Aqui —dijo el joven extrayendo de su gabin un bol-

silo ileno de oro—, ademàs de las monedas de plata quetengo conmigo.

—Está bien —dijo el hacendado—, con ese dinero tealcanza para los gastos del viaje y para tus necesidadesdurante algunas semanas, mientras envio más a mi her-mano para que te lo entregue.

—Mil gracias, padre mb!—Pues ahora ya toclo está listo y es tiempo de que

partas.—,Han ensillado ya el caballo?—Si, y Ilevas el mejor y más fuerte que hay en la

hacienda.—,Es acaso el Huracán?—No, porque está enfermo de la vista hace algunos

dias y seria expuesto caminar en él, solo Gil GOmez seha atrevido a montarlo en ese estado.

—,Dónde esta Gil Gómez?—Ha ido a un negocio que le he encargado —dijo don

Esteban.

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— l Oh , padre mb!, le ha querido usted alejar de mien este ultimo instante.

—Pues bien, asi ha sido, porque considero imposibleque ese nino piieda SLIfrir ci verte partir.

—Pero ,1e dlrA usted que me he acordado de él hastaci ultimo momento? —exciamo ci joven enternecido.

—Le dire todo, v durante tu ausencia no haremosotra cosa que habiar de ti que rogar al Seflor por tu fell-cidad, que esperar tu vuelta, hijo de mi corazon —exclamóci hacendado casi entre soilozos. Nada tengo que anadira lo que aver te he dicho, hazte digno de la estimación delrnundo, aprende a luchar con las circunstancias y a yen-cerlas, piensa mucho en ml, y ya sahes, ya te he dichoel preinio que te aguarda a In vuelta.

- Ciemencia!—Si, Clernencia y ci amor de tu padre, ahora abräza-

mc, por (iltimo torna lu maleta y pane.—Adios!, padre mb, y dé usted ml adios a mi her-

ma no.—1Adi6s!, hijo de mi vida.Y los dos después de haberse abrazado se separaron.Fernando, en vez de seguir la ruth que debla sacanle

al camino real, quiso hacer un pequeño rodeo para pasarpor detrás de la casa de Clemencia, acaso para venla portiitima vez; pero la puertecilla del jai-din estaba cerraday al trav6s, del enverjado no Se distinguIa ninguna personaen él.

Por consiguiente, el joven no vio a Ciemencia, queoculta detrs (Ic Lin bosquecillo Ic siguió COfl la vista du-rante algn tiernpo hasta quc le hubo perdido.

—Y ahora —exclarno la nina con acento desgarradortendiendo los brazos en la direccion en que ci jinete habiadesaparecido—, jahora, amor ml(), adiOs, adios para siem-pre!

Y al dccii estas palabras, cayó desma ada sobre elfnbo y duro suelo del jai-din.

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