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Gabriel ama a Sofía pero también legustan los hombres. Gabriel tienemucho éxito en televisión, pero loque ansía de verdad es huir delPerú y dedicarse sólo a escribir,lejos de la ambigüedad y de lahipocresía que lo envuelven y lolimitan.El huracán lleva tu nombre es unasingular historia de amor, dolorosa ygozosa a la vez, con una heroína,Sofía, que fascina por su capacidadde amar, y con un originalantihéroe, el narrador, Gabriel, queexpone al lector su conflicto a

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través de una sinceridad a veceshilarante y a veces conmovedora.Una novela que no va a dejar anadie indiferente.

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Jaime Bayly

El huracán llevatu nombre

ePub r1.0Titivillus 13.04.15

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Título original: El huracán lleva tunombreJaime Bayly, 2004

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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A Camila, mi hija, que me enseñó aamar

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El amor nunca trae nada bueno.El amor siempre trae algo mejor.

ROBERTO BOLAÑO, Amuleto

Pensé que la fe era el primer requisitopara amar.

ROBERTO BOLAÑO, Monsieur Pain

La vida no sólo es vulgar sino tambiéninexplicable.

ROBERTO BOLAÑO, Llamadastelefónicas

El amor y la tos no se pueden ocultar.

ROBERTO BOLAÑO, Los detectivessalvajes

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Me voy a ir a la cama contigo.Esto es lo primero que pienso

cuando la veo entre la penumbra y elhumo de la discoteca. Es una mujer muybella, más joven que yo, de ojoschispeantes y nariz angulosa. Me gustacomo nadie me ha gustado nunca. Meaburro en una esquina de la barratomando una coca-cola. Me acompañaSebastián, mi amigo y, secretamente, miamante. Sebastián es actor detelenovelas y obras de teatro; a mí meconocen por mi programa de televisión.A Sebastián le gusta bailar y por eso hainsistido en traerme esta noche alNirvana, donde se reúne la gente bonitay confundida de la ciudad, los que

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quieren irse del país pero no pueden ylos que se fueron pero regresaron, laschicas rebeldes y los cocainómanos, losactores de pacotilla y los músicosfracasados, los tontos como yo, que nobailamos porque no tenemos suficientecoraje (ya bastante tengo con hacer elridículo en la televisión), pero sídisfrutamos exhibiéndonos en eseenjambre de cuerpos hacinados que lasluces de neón iluminan al azar. Yo noquiero bailar, sólo mirar a Sebastián,alto y orgulloso, apretado en sus jeansde actor que sueña con ser roquerofamoso, lindo con su cara de niño buenoque, sin embargo, es un depredador en lacama y yo lo sé bien, y por eso no puedo

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dejar de mirarlo, porque es el primerhombre que me ha hecho el amor conuna ferocidad que no puedo olvidar yque me hace desearlo tandescaradamente como lo miro estanoche tumultuosa en la barra delNirvana. Todo está bien entre Sebastiány yo. Nos miramos con sigilo porque noes cosa de andar coqueteando como dosputos ardientes; hay que cuidar lasformas y preservar la reputación en estaciudad de descerebrados, energúmenosy cacasenos. Todo está bien porque,aunque rara vez nos miramos y noshacemos un guiño coqueto, yo sé queSebastián quiere acostarse conmigo mástarde y que voy a gozar cuando me haga

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el amor con esa cara de niño bueno conla que sonríe en las telenovelas y conese cuerpo soberbio que es mío, aunquetambién de su novia, la tontuela de LuzMaría. De pronto, Sebastián, que bebeuna cerveza, me presenta a tres amigassuyas. Creo que una se llama Mariana yla otra Lucrecia (pero no podríaasegurarlo, porque no oigo bien susnombres, y las dos son de una bellezapromedio, tirando a feas, o será que lapoca luz no les hace justicia o quesimplemente Lima afea a la gente), y laotra, cuya mirada me hipnotiza en elacto, se llama Sofía y es la chica máslinda que he visto nunca en este antro demal vivir que indebidamente llamamos

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el Nirvana, en cuyos pasillos puedenverse parejas frotándose sin pudor,drogadictos colapsados, chicasbesándose en la boca o algún despistadopidiéndome que le haga una entrevistaen la televisión. Sofía me mira y quedohechizado por ella, sacudido por unacorriente que me estremece con unafuerza extraña. Nunca había sentido estopor una mujer, ni siquiera por Ximena,la chica de mi vida, la niña bien que secorrompió por mi culpa, me entregó suvirginidad, fumó marihuana, se escapóconmigo al Caribe y lloró cuando seenteró de que me gustaban los hombres,algo en lo que no podía complacerme, ypor eso la pobre, muy juiciosa, terminó

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huyendo de Lima y de mí. Sofía es unamujer muy hermosa y la suya es unamirada perturbadora, cargada depromesas inquietantes. Me reconozco enella, en sus ojos turbios, y sé deinmediato que esta noche no me iré delNirvana con Sebastián, sino con Sofía,que yo sé bien qué clase de relación hatenido con Sebastián, porque él me lo hacontado, sé que han sido amantes y noamantes de paso, sé que ella estuvoenamorada de él y le entregó suvirginidad unos años atrás, porqueSofía, esta noche en el Nirvana, tiene yaveintidós años, y yo veintiséis, y ellaviene de regreso de Filadelfia, donde hapasado cuatro años estudiando historia,

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es decir, aburriéndose entre monjasamargadas y bibliotecarios tan maricasque no se atrevían a serlo, y yo no vengode ninguna parte ni voy a ninguna parteporque soy un perdedor más entre losmuchos que pululamos estas nochesdecadentes de Lima, soy apenas un chicoconfundido que ha tenido el buen gustode mandar al diablo la universidad yque, sin embargo, se permite el malgusto de salir todas las noches concorbata en la televisión. Sofía y yo nosmiramos, sonreímos embobados ytratamos de hablar en esta esquinasobrepoblada y bulliciosa de ladiscoteca, pero no podemos, porque losparlantes escupen con estruendo una

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música histérica y yo sólo quierollevármela lejos para perderme en susencantos y hacerla mía. Sebastián se dacuenta de que sólo tengo ojos para Sofíay me dirige una mirada severa, comodiciéndome no te metas con esta chica,que es mía, y no te hagas elhombrecito, que en un par de horas mevas a dar el poto como una hembrita,pero yo ignoro su mirada rencorosa y laatribuyo al despecho, a los celos, a queno puede tolerar que yo desee a nadiemás que a él. Vámonos, que acá no sepuede hablar y ni siquiera respirar;esta humareda me está matando, ledigo a Sofía, y la tomo del brazo, y ellaasiente encantada, sin oponer

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resistencia, y luego secretea algo consus amigas, las de la belleza promedio,que hablan entre sí y fuman con el rencorde saberse ignoradas por los chicos máslindos de esta discoteca subterránea a laque se han aventurado en busca de amoro por lo menos de buen sexo. Yo noquiero emborracharme ni tomar siquieraun poco de whisky porque llevo mesessin meterme cocaína y quieromantenerme lejos de ese polvillotraidor. No quiero tomar tragos,acercarme a los cocainómanos ni seguiraspirando este humo viciado que luegome deja el pelo y la ropa apestando,sólo quiero irme con Sofía y besarlaentera, volver a sentirme un hombre con

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ella, confesarle que sus embrujos me hansubyugado y que la deseo con unadesmesura que no había sentido por unamujer, y que incluso ha logrado apagarel ardor que Sebastián despierta en mí.Por suerte, Sofía tiene el buen juicio deno decirme que desea bailar estacanción pegajosa de Erasure, A littlerespect, cuando salimos de la discoteca,salvándome de una escena grotesca,pues el baile en cualquiera de susformas no ha sido nunca un pasatiempoque yo haya podido dominar, y quizá poreso soy un amante tan chapucero en lacama, aunque no estoy seguro de queexista una relación entre una cosa y laotra. Media hora más tarde, quizá

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menos, tras conducir mi automóvil porlas calles mal iluminadas y llenas demendigos de Miraflores, llegamos aldepartamento que he comprado graciasal dinero que gano sonriendo como unidiota en la televisión. Saludo alportero, que bosteza mientras mira untelevisor diminuto en el que aparecenimágenes borrosas, y él me devuelve unsaludo amable, y Sofía y yo subimos alascensor, cruzamos miradas en silencioy yo siento que ella me gusta porque nohace preguntas, no dice cosas estúpidas,no se hace la tonta ni la difícil, sabeexactamente por qué hemos salido deprisa del Nirvana y por qué subimosahora al piso diez de este edificio recién

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inaugurado, cerca del malecón, con unavista lejana al mar que en realidad es unembuste porque casi nunca puede verse;lo único que atisbo a duras penas es unaneblina espesa e impenetrable que le daa la ciudad este aire triste y fantasmalque suele acongojar al forastero yaturdir al nativo. En el ascensor,hechizado por sus ojos almendrados derara ternura, comprendo que esta mujeres distinta, sobrenatural, una de esascriaturas que el destino te pone enfrenteuna sola vez en la vida, y que si la dejopasar es porque soy un marica y unperdedor, cosas que sin duda soy, peroesta noche quiero escapar de la realidady soñar, aunque sea un momento, que mi

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vida podría ser mejor con esta mujer,Sofía, que ahora se deja besar y mecorresponde con una pasión rotunda,desenfrenada, con la certeza de saberque quiere meterse en mi cama sin haceruna sola pregunta boba ni un comentarioestreñido de niña bien. Porque Sofía, ypor eso me cae tan bien, no pide untrago, no me pregunta si el departamentoes mío y tampoco si mis intenciones sonserias u honorables, no menciona losprogramas de televisión en los queciertamente me ha visto desde laconfortable soledad de su casa en lossuburbios, no dice una sola palabra,simplemente se entrega con más audaciaque yo al acto de amor que se nos

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impone brutalmente esta noche. Así, ensilencio, besándonos, sin música defondo ni bebidas alcohólicas paraperder las inhibiciones, terminamos enmi cama, desnudos, apenas encendida laluz de la sala, a oscuras mi habitación, yyo le digo eres la mujer más linda quehe visto en mi vida, nunca voy a olvidareste momento, y ella me miraconmovida y creo que sabe que le hablocon el corazón, que no le miento comoun oportunista sólo para irme a la camacon ella. Sofía sabe que me tienederrotado, todo suyo, y lo sabe ensilencio, y entonces me dice, sentándosea horcajadas sobre mí, yo sabía que ibaa conocerte y que esto iba a pasar, y

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cuando lo dice me clava su mirada debruja sabia y amante suicida y yo sientoun ramalazo, un escalofrío, el presagiode que esta noche es sólo el principio dela aventura más peligrosa de cuantas hevivido. Luego es como un sueño, ellamoviéndose sobre mí, yo tratando deestar a la altura de las circunstancias,haciendo un esfuerzo para comportarmecomo un hombre y no defraudar a estamujer que ha venido a mi cama sin hacerpreguntas ni pedir promesas de amor.Entonces me siento un imbécil, unperdedor, porque, no puedo evitarlo, mevengo antes que ella, me vengo enseguida, no duro nada, y es obvio queella quiere continuar, apenas comenzaba

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y ya me he rendido como un pobrediablo, he colapsado con muy pocahombría. Aunque trato de prolongar elcombate, quedo inerme y abochornadopor tan torpe exhibición de mis dotesamatorias. Por eso, mientras Sofíadesmonta con gracia, me siento obligadoa pedirle disculpas, me vine tan rápidoporque me gustas muchísimo, y ellaapenas sonríe con un pudor que metraspasa, y yo atrapo esa sonrisa y mequedo con ella, la sonrisa pudorosa ycoqueta de Sofía, desnuda a mi lado,cuando la miro y le digo que no duré porsu culpa, porque es demasiado linda.Luego suena una bocina abajo, en lacalle, y me asomo en calzoncillos a la

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ventana y reconozco el auto deSebastián, ¿qué diablos quiere?, si sabeque me he venido con Sofía, ¿para quéviene a hacerme esta escena detelenovela? Pero, además, hay otro autoy de él han bajado las dos chicas de labelleza promedio, Mariana y Lucrecia,las amigas de Sofía, que ¿a qué cono hanvenido también?, ¿a comer bocaditos?,¿a hablar de política?, ¿a hacer unaorgía?, ¿a pedirme el baño paracambiarse las toallas higiénicas? No megusta que me toquen la bocina así,brutalmente y sin previo aviso, y menosa esta hora de la madrugada, cuando losvecinos duermen y no merecen verquebrantadas sus horas de reposo.

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Vístete rápido, que mis amigas hanvenido a recogerme para llevarme a micasa, me dice Sofía, vistiéndose conapuro. Esta mujer tiene la cabeza de unhombre, pienso, será por eso que me hagustado tanto. Yo me visto torpemente,tropezando, y luego salimos apurados,como si hubiésemos cometido uncrimen, pero con unas caras de felicidadque nos delatan, y en el ascensor nosbesamos fugazmente como nunca mehabía besado Sebastián, porque él diceque hay una cámara secreta en elascensor, él siempre cuida sureputación, y sólo me besa como unabestia enjaulada apenas entra en midepartamento. Ahora salimos a la calle

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Sofía y yo sin siquiera tomarnos de lamano, sólo como buenos amigos, y sinembargo Sebastián me mira condespecho y rencor, como si lo nuestrofuese ya cosa del pasado, como nuncame había mirado, como diciéndome mehas traicionado, te jodiste, ¿cómopudiste dejarme solo en el Nirvanapara venir a tirar con mi amiga Sofíade toda la vida, que tú sabes que hasido mi hembrita? Mientras tanto, lasamigas de Sofía, que por suerte no memiran de mala manera, porque enrealidad ni siquiera me dirigen lamirada, la invitan a subir al coche y nosé si están molestas o qué, pero meignoran, fingen que no existo, que no ha

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pasado nada, sólo quieren que Sofía semonte en el auto para salir de prisa lastres y seguro que acribillarla apreguntas, ¿qué pasó, qué pasó?,cuéntanos todo, por favor, eres unaloca, cómo se te ocurre venir a su depaasí de golpe, si recién lo habíasconocido, ay, Sofía, no puedes con tugenio, eres incorregible, bueno cuenta,pues, qué pasó, pero bonito, ah, conlujo de detalles y todo. Sofía se va, nosin antes besarme en la mejilla ymirarme con una intensidad en la que mereconozco extrañamente y decirme aloído gracias, no te voy a olvidar y yo ledigo te llamo y me siento un idiotaporque ni siquiera le he pedido su

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teléfono y se va, ya se fue, te llamo, ¿nopodría haberle dicho algo másromántico, más inspirado? Quientampoco parece inspirado es Sebastián,que me mira con una cara de perrohambriento, pero no hambriento de micuerpo, que es suyo, sino hambriento devenganza. No deberías haber hecho eso,ella es una chica bien, es una amigamía, ha sido mi hembrita, no es unachica para tener un agarre, me dicefurioso, como si fuera a pegarme, comosi le indignase que yo pueda ser unhombre con Sofía y no sólo el amanteservicial y abnegado que él conocecuando se acuesta conmigo. No ha sidoun agarre, huevón, ha sido algo

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increíble, le digo, pero no me cree,sigue mirándome mal, y yo tontamentepregunto si quiere subir a mi cama, peroSebastián me castiga con estudiadaindiferencia, por algo es actor, y dicejódete, esta noche no subo, eso te pasapor dejarme plantado en el Nirvana ylevantarte a mi amiga, y yo le digo note vayas, no seas huevón, y él me dicesi yo te llevo al Nirvana, te quedasconmigo, no te vas con nadie, y luegosube de prisa a su auto, ya un tantocochambroso en verdad, y yo mecaliento de verlo así, tan celoso yposesivo, porque me encanta que sea tanapasionado y que le moleste que yo mehaya permitido seducir a la más linda y

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memorable de sus amigas. Sebastián seva manejando raudo y yo subo a micama y no me toco pensando en élporque es ella, Sofía, la que ha invadidomi corazón, y por eso busco su olor enmis sábanas y me pregunto si volveré averla, si puede ser verdad tanta belleza,si estará pensando en mí con esta locuraadolescente con la que, echado en micama, sin extrañar a Sebastián, revivocada instante de mi encuentro con ella.Soy un tonto, debería haberle pedido elteléfono, pienso. Pero luego me digo:seguro que Sebastián lo tiene. y es raro,porque, por primera vez en muchotiempo, desde que se fue Ximena aAustin hace ya un par de años, tengo

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ganas de estar en esta cama no conSebastián, mi amante, sino con Sofía, lamujer que salió de las sombras de unadiscoteca para recordarme que aúnpuedo ser un hombre.

Me equivoqué: Sebastián no tiene elteléfono de Sofía o dice no tenerlo,porque en realidad no le creo,seguramente lo tiene pero no quieredármelo por celos de galán detelenovela que no puede admitir que yodesee a alguien que no sea él. Lo hellamado al departamento que tiene frenteal malecón y me ha dicho con una vozcortante que no es mi agenda telefónica,

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que no tiene ganas de hablar conmigo yque lo deje tranquilo porque estáensayando para la obra que va a estrenarpronto en un teatro incómodo al que iráa verlo su madre y con suerte sushermanos, pero no yo, que detesto lasbutacas crujientes de los teatrospulgosos de esta ciudad.

Si Sebastián no quiere ayudarme aencontrar a Sofía, no debodesesperarme, ya daré con ella: estaciudad es muy pequeña (al menos porlas calles donde nos movemos ella y yo)y una mujer tan notable no se me puedeperder fácilmente. Ahora tengo queapurarme porque me esperan en casa demis padres para una cena familiar, un

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espanto de reunión, una pesadilla, perono tengo alternativa, tengo que ponermelindo, dandi, regio, ganador, a la alturade las expectativas familiares, y acudircon el debido sosiego a la casona estilocolonial que poseen mis padres en unbarrio razonablemente acomodado de laciudad y a la que también han invitado,por razones que desconozco, a la familiaentera de mi padre. Me doy una duchade prisa y mientras me enjabono escuchoentre los ductos de aire del baño laconversación del vecino de arriba, ungerente de un canal de televisión,conversando con su amante, una locutoraguapa, sobre las pequeñas intrigas queazuzan sus minúsculas existencias. Me

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avergüenza trabajar en la televisión deeste país, tan chirriante y descerebrada,y tener que fingir en cámaras que soy unmacho picarón, rápido para lagalantería, zalamero con las damascurvosas y las forasteras casquivanas,cuando en realidad, y esto lo sabe sóloSebastián, tengo muy poco interés enseducir a las mujeres, pues lo que másme complace en la cama es que un varóndebidamente dotado como él —dotadopara el sexo, digo, pues sus dotesartísticas son menos conspicuas— meame sin reservas, remilgos higiénicos niprejuicios de ninguna índole. No séhasta cuándo voy a sostener en pie estejuego vicioso de la televisión, esta

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duplicidad entre lo que exhibo conimpudicia y lo que escondocobardemente, entre lo que pretendo sery lo que en verdad soy, aunque me duelaen el orgullo y ocasionalmente tambiénen la baja espalda. Por ahora mecontento con cumplir mi contrato, ganarla plata decorosa que me pagan, contarlos días para quedar libre y sobreviviren este arenal en el que nací y del quesueño con escapar.

Pienso todo esto mientras me ducho,me seco y me visto, eligiendodescuidadamente un pantalón arrugado,un saco azul, una camisa de cuadros y unpañuelo de Burberry que me regaló untío refinado —tanto que dicen que es

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bisexual en el clóset— al queseguramente veré esta noche en la cenade mis padres. Me miro al espejo y, nosé por qué, será por el recuerdo deSofía, no me veo afeminado, no me veotan gay como me hace sentir Sebastiáncuando hacemos el amor, me veo viril ycircunspecto, tal como me educó mamáque debía ser en público y más aún enprivado. Es así, viril y circunspecto,como llego esta noche, conduciendo miautomóvil, no demasiado lujoso peroapropiadamente sobrio, a la casona demis padres, dispuesto a disimular conaplomo lo mucho que me gustan loshombres y a encubrir con elegancia lopoco que me gustan las mujeres. Mi

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padre, que se conduce como un generalretirado aunque nunca fue militar, mesaluda marcialmente, inspeccionándomecon la mirada, y no me dice lo quepuedo adivinar que está pensando untanto adusto: ya tienes veinticinco años,manganzón, ¿cuándo vas a traer unachica a la casa? No me lo dice yseguramente piensa que soy un maricónperdido, acusación que yo no podríarebatir pero que él basa meramente en elhecho de que me gusta leer, ir al cine yver películas viejas en blanco y negro.Papá no va al cine y sólo ve en latelevisión los canales de noticias pararegocijarse con las últimas desgraciasque azotan al mundo y, en especial, los

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canales del clima, para solazarse conlos más recientes huracanes, tornados,sequías y terremotos. Por supuesto, nove mi programa, y así me lo ha dicho envarias ocasiones, porque no le interesael mundo de la farándula y consideraque mis apariciones públicas estánsignadas por un afán enfermizo deescandalizar y causar revuelo en estaprovinciana ciudad.

Mamá me saluda con un besocomedido, me amonesta por estar tandelgado y evita mencionar el programade televisión que la hace sufrir tantoporque es inconcebible que yo, su hijomayor, la promesa familiar, que nacípara ser presidente o cardenal, o ambas

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cosas en el mejor de los casos, hayaterminado entremezclándome en latelevisión con vedettes, travestís,cantantes populares y enanos libidinososy aventajados. Mamá no me lo dice peroyo adivino en su mirada triste unapregunta que me lastima: ¿cuándo vas acambiar tu vida, hijo? No lo sé, no tengola menor idea, sólo sé que necesitoremojarme los labios y cambiar de aire.Por eso salgo a la terraza y saludo a mishermanos, todos tan guapos, listos ygraciosos, todos completamenteignorantes sobre mi oculta pasión por elgénero masculino, todos heterosexuales,deportistas y un tanto alcohólicos comopapá, todos avergonzados por el

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programa que presento en la televisión yacaso envidiosillos por el dinero malhabido que me procuro haciendopiruetas ante cámaras.

Traicionando mis votos deabstinencia alcohólica, me sirvo, sin queasome la culpa todavía, una copa devino tinto, sólo una, nada más, pararelajarme y entrar en confianza. Pero sébien que ésa es una gran mentira, poralgo soy hijo de mi padre, y una vez queempiezo a tomar no puedo detenerme,olvido mis temores de recaer en el vicioinsano de la cocaína y me abandono algoce de la embriaguez, empresa en laque me acompañan con entusiasmo mishermanos, mis tíos, mi padre, la familia

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entera, con excepción de mamá, que notoma vino porque le da sueño, salvo enla misa, cuando el cura se lo da a beber,en cuyo caso se resigna, bebe un sorbode ese vino barato y luego conjura elsueño rezando con un celo de otromundo, porque mamá oye misa diariacon la misma intensidad como papá, yaretirado de los negocios, engrasa ylustra los cañones de sus pistolasrecortadas.

Algo borracho, pero en mis cabalestodavía, y sin ganas de meterme cocaína,porque no quiero volver más a esasnoches abyectas de las que sobreviví demilagro, me siento a una mesa en eljardín, al borde de la terraza, con dos de

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mis tíos más estupendos, Ian y Brian, unpar de ganadores en toda la línea,ricachones, elegantes y encantadores, unseductor profesional el tío Ian, que hahecho una carrera importante en la bancaprivada, y un empresario pujante yquerido el bueno de Brian, que,calladamente, sin hacer alardes, y apesar de su corta estatura y prominentevientre, ha amasado considerablefortuna en el negocio de la crianza deaves ponedoras. Tragos van, tragosvienen, terminamos hablando del futurodel país, que avizoramos tan incierto, yyo les digo que cuando cumpla en medioaño mi contrato con la televisión voy avender todas mis cosas, todas, mi auto,

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mi departamento y todo lo demás, y mevoy a ir al extranjero, a Miami o aMadrid, porque Lima es una mierda, unsilo profundo, una ciudad sin futuro, unpozo séptico en el que la gente seenvilece y se corrompe, se torna apática,mediocre y pusilánime.

Ellos, sorprendidos por la ferocidadde mis comentarios, pero relajados porel buen tinto que papá ha servido sinmesura, me dicen no, Gabrielito, no tevayas, sobrino, esta ciudad será mediojodida, pero acá somos los reyes, acáeres un príncipe, si te vas a Miami vasa ser uno más del montón, piénsalobien, no te vayas, pero yo me mantengofirme y tajante, este país se va a la

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mierda, no tiene futuro, es un desiertolleno de gente fea e ignorante, unarenal de borrachos desdentados ygordas jorobadas con ocho hijos, nadava a cambiar, seremos un paisuchopobre, feo e inculto toda nuestra putavida, hasta que ustedes sean viejos y semueran, y yo también, y entonces el tíoIan, un conquistador con fama bienextendida por la ciudad, hace un gestofatigado, de hombre de mundo, bebe unpoco de vino y me dice puede serverdad todo lo que dices, sobrino, perola plata que ganamos acá, que ganasacá, no la vas a ganar en ninguna otraparte del mundo, y por eso mejorquédate y cuando quieras ver gente

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bonita y empaparte de cultura, te tomasun avión y después regresas, y el tíoBrian, que es muy campechano, muyrealista, claro, Gabrielito, no teprecipites, no es bueno salir corriendo,si no cambia este país, por lo menos túpuedes cambiar de casa y de carro, yya es una manera de cambiar unpoquito el país, ¿no es cierto?, y haceun gesto cínico y a la vez gracioso yreímos los tres, y yo, será el vino queme enardece, lo que pasa es que ustedesya son mayores y les da flojera vendertodo y comenzar de cero afuera, peroyo soy joven, tengo veintiséis años, sino me arriesgo ahora, no me voy aarriesgar nunca, y el tío Ian ¿por qué

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no te arriesgas, Gabrielito, y te robasotra botella de tinto del bar?

Me levanto y me alejo de la mesa,procurando caminar con sobriedad paraque mis hermanos, que son tan listos, noadviertan que estoy borracho a pesar deque sólo he tomado tres copas de vino,suficientes para inducirme a este estadode laxitud y buen humor que hacíatiempo no me permitía por temor arecaer en la cocaína. Voy al baño y meencuentro con mi tío Chris, el menor delos hermanos de papá, un tipoestupendo, un ganador, el más inteligentey exitoso de la familia con muchadiferencia, porque, nada más terminar launiversidad, se fue a Nueva York,

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trabajó como banquero, ganó muchaplata y regresó a Lima con unareputación de primera y un trabajoespléndido en el mejor banco del país.Al verlo, recuerdo que mi padre, diez oquince años atrás, cuando yo era un niñoy Chris todavía un muchacho, le decíachiquilín, y se lo decía con un aireburlón, condescendiente, mirándolo paraabajo. El chiquilín creció y le dio unalección a papá, que ahora, por supuesto,ya no lo llama así, sino le pregunta muyrespetuoso, levemente adulón, dóndecompró esa camisa de seda tan fina yese reloj de oro, y si es verdad que lasplayas de Saint Barts son las mejoresdel Caribe, mejores incluso que las de

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La Romana. Chris, saliendo del baño,los ojos risueños de siempre, el rostromofletudo y regordete, palmotea miespalda y ahora yo me siento el chiquilínporque es Chris el grandullón, elmillonario, el que triunfó en Nueva Yorky regresó a Lima a disfrutar de su bienganada fortuna. Y, Gabrielito, ¿quéplanes tienes, en qué andas?, mepregunta cariñosamente y yo, con airehumilde, sabiendo que a su lado serésiempre un perdedor, ahí, jodido,esperando a que termine mi contrato enla tele para irme un tiempo afuera, y él,para mi sorpresa, buena idea, buenaidea, ¿adonde quieres irte?, y yo aMiami o a Madrid, y él ¿a qué?, y yo no

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sé, a descansar de Lima y a escribiruna novela, y él ¿por qué no te vas aestudiar mejor, por qué no te vas porejemplo al Kennedy School ofGovernment en Harvard?, y yo mequedo pasmado porque Chris tiene unapronunciación impecable en inglés yporque ¿cómo se le ocurre que yo, conveintiséis años, después de haber sidoun coquero, un fumón y la oveja negra dela familia, voy a ser admitido en unauniversidad tan estricta como Harvard, ala que a duras penas podría entrar comolimpiador de baños, asistente decafetería o chofer de los carros paraminusválidos? Buena idea, le digo, perome quedo pensando que lo que quiero no

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es irme a Miami ni a Madrid sino,primero que nada, a echar una meada yluego escaparme de esta cena familiar ysalir a recorrer la noche con ánimopendenciero.

Bebí, me alivié y ya me voy, no meesperen para los postres, lamento nodespedirme pero es mejor partir así, sinque nadie se dé cuenta. Al timón de miauto sueco, grande y pesado como el deun ministro, extraño con desusadaintensidad a Sofía, me invaden de prontolos recuerdos de la otra noche y medirijo por eso al Nirvana, pero estácerrado, seguro que lo están fumigandoo el dueño cayó preso por drogas. Dadala sed que me atenaza la garganta y las

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ganas que tengo de ver a Sofía, manejo atoda prisa, escuchando a TracyChapman, hasta otra discoteca,Amadeus, que está de moda, escondidaen una calle apacible de los suburbios,cerca del museo de Oro. En otras épocasmenos felices, no estaría buscando a unamujer a medianoche, sinoaventurándome por barrios peligrosospara comprar un papelito de cocaína,pero los tiempos han cambiado y ahorasólo quiero juntar plata, sobrevivir alcarnaval de la televisión y escaparileso, o casi, de esta pérfida ciudad queno va a poder doblegarme y a la que voya someter con la furia arrebatada de lashistorias que me perturban y que algún

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día, acallado el fragor histérico de latelevisión, me atreveré a escribir. Entroa la discoteca, que lleva un nombreinsólito, Amadeus, pobre Mozart,terminar apadrinando las titilantes lucesde una discoteca con aires pretenciososen los extramuros de Lima, y, aunque lodisimulo, estoy borracho y sólo quieroprolongar un rato más esta sensación defeliz y burbujeante aturdimiento. Poreso, sin saludar a nadie, y poniendo carade pocos amigos, me dirijo a la barra,pido una copa de vino y me quedo allí,encorvado, los brazos apoyados sobre elespejo de la barra que me devuelve unrostro que no reconozco del todo, tal vezporque el alcohol me permite distinguir

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todas las mentiras, embustes yfalsificaciones que llevo como caretasen este rostro de ex cocainómano, gay declóset y borrachín por una noche.

La discoteca está llena de chicoslindos y chicas deliciosas y suena lamúsica de moda y casi todos bailan yalgunos colapsan los baños para metersemás cocaína, y yo no quiero niacercarme a los servicios para que nome tienten esos malandrines peligrosos.Es entonces cuando, de la nada, comosalida de los humos de colores que seconfunden con las sombras de los quebailan, aparece a mi lado Sofía, bella ymisteriosa, sin decir nada, sonriendocon esa cara de bailarina odalisca que

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me turba tanto, la mujer que estababuscando con desesperación alcohólica,y sólo me dice, al verme con una copade vino y esta camisa floreada que mecompré en mi último viaje a FortLauderdale para parecer un escritorbohemio, ¿qué haces tú acá?, y yobuscándote, y ella ¿qué?, porque nooye, la música es un bullicio salvaje quete golpea las costillas, y yo grito en suoído estaba buscándote, y ella apenassonríe y me mira con una dulzura que nomerezco, y luego me grita al oído ¿porqué?, y yo también gritando parapedirte perdón, y ella me mira intrigaday vuelve a preguntar ¿por qué?, y yoporque la otra noche fui un desastre, lo

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siento, y ella no, para nada, ¿por quédices eso?, y yo porque como amantesoy un cagón, terminé en un minuto y túno terminaste, lo siento, y ella se ríe yme acaricia el pelo con cariño,enternecida al parecer por esaconfesión, y me toma de la mano y melleva a la pista de baile, que es unhervidero de cuerpos sudorosos, unamasijo de lujuria y arrogancia, unamasa movediza de apellidos de alcurnia,tetas gloriosas, vergas circuncidadas ysospecho que ninguna mujer virgen. Yono bailo merengue, le grito a Sofía, muynervioso, porque están tocando unmerengue del gran Juan Luis Guerra,pero ella ni caso, se echa a bailar, me

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coge de la cintura, me lleva y me trae,cimbrea como una zamba dominicana enel malecón frente al Jaragua, se mueve yzigzaguea con una gracia deliciosa, y yohago malamente lo que puedo paraacompañarla mientras los parlantes seestremecen con el cántico inspirado deJuan Luis, ojalá que llueva café en elcampo. Gracias a Dios estoy borracho.No podría bailar merengue si no loestuviera. Pero así, ebrio, gozando estemerengue, apiñado en medio de lamuchedumbre concupiscente, hechizadopor Sofía, atrapados mis ojos por lossuyos, moviéndome como un bufón yaguantando los codazos y los pisotonesdel rubio guapo y arrogante que baila a

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mi costado, me siento mejor de lo queme he sentido en mucho tiempo. Por eso,nada más terminar, le digo a Sofía ¿conquién has venido?, y ella con unasamigas, y yo ¿podemos salir un ratito?,y ella claro, y la tomo de la mano ysalimos a la calle y se despide de mí elmoreno embutido en un uniforme guinda,un pobre hombre que tiene que tolerarlos maltratos y las humillaciones de losmuchachos altaneros que llegan a ladiscoteca en camionetas doble tracción.Entonces cae la noche fresca y neblinosasobre nosotros, lo que es un agradosaliendo de aquel antro enrarecido, ycaminamos hacia mi auto.

Es un placer sentir este silencio. No

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sé qué decirle a la mujer que meacompaña, no sé cómo decirle que estoyidiotizado por su belleza, por sucapacidad de estar callada y decirmecon una mirada todo lo que me hacefeliz, y por eso no le digo nada, sólo labeso, la aprieto contra mi cuerpoesmirriado y devoro sus labios con unplacer que Sebastián nunca podríadarme con aquella barba que me raspa ysu lengua vulgar, insaciable. Nosbesamos de pie, recostados en mi auto, yella me dice estás borracho, y yo ledigo sí, pero es verdad que estababuscándote, no sabía dóndeencontrarte, no puedo creer la suerteque estuvieras acá, fui al Nirvana y

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estaba cerrado, y vine acá pensandoque tal vez te encontraría, y ella sequeda callada, como avergonzada, conuna timidez que revela su fineza, y nosbesamos nuevamente, y ella me pregunta¿y Sebastián?, y yo me quedo ensilencio, sorprendido, porque no sé siella sabe lo que nadie debería saber, queSebastián es mi amante, el primerhombre que me la ha metido, y yo no sé,no lo he visto desde la otra noche, creoque se molestó porque nos fuimosjuntos a mi depa y lo dejé en elNirvana, y ella Sebastián es un amor, aveces me llama y salimos juntos, somosmuy amigos, y entonces yo me muero decelos, celos de que él quiera acostarse

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con ella y de que ella todavía sienta algopor él, y no sé por qué le digo tencuidado con Sebastián, y ellasorprendida ¿por qué?, y yo no te puedodecir más, sólo te aconsejo que tengascuidado con Sebastián, que no le creasnada, y ella ríe, me mira intrigada, comosi supiera que le escondo algo, pero nome lo pregunta, sólo me dice tú sabrás,tú sabrás, y luego acaricia mi pecho,mis brazos y dice linda camisa, y yo ¿tegusta?, y ella sí, es original, y yohaciéndome el interesante me la compréel mes pasado en Fort Lauderdale, yella me encanta, y yo, por borracho,para impresionarla, desabotono lacamisa, me la saco y, el pecho

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descubierto, el aire de la madrugadaacariciando mis tetillas, se la regalo,toma, es tuya, y ella ríe, me la devuelve,póntela, tonto, te vas a resfriar, y yo¿vamos a mi depa?, y ella seria no, hoyno puedo, y yo no le pregunto por qué,pero pienso que soy un amante tandesastroso que Sofía no quierehumillarse una vez más conmigo, asíque, resignado, descamisado, la besonuevamente, me resisto a ponerme micamisa y subo a mi auto, mientras ellame mira divertida y se pone, encima dela camiseta sin mangas que lleva puesta,mi camisa floreada y tropical, todo ungesto de complicidad.

Luego se inclina hacia mí y me da un

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último beso, largo y entregado, y, antemi insistencia, se resigna a darme sunúmero de teléfono, que, como no tengolapicero, memorizo en el acto, y ella ¿nolo vas a olvidar?, y yo no, tengo buenamemoria, y ella llámame, y yo noregales mi camisa, pobre de ti que se laregales a Sebastián, y ella ríe y yo mevoy, cerradas las ventanas porque semete un viento traidor que me podríaresfriar, pensando que Sofía es unmisterio, que muero por verla otra vez yque es un placer manejar borracho a lasdos de la mañana en esta ciudad y quesería mucho más rico si estuvieraSebastián a mi lado besándome,arrancándome un suspiro y

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poniéndomela dura como la tengo ahoraque acelero, ignoro la luz roja y piensoque cuando me vaya de Lima voy aextrañar toda esta fealdad tan familiar.

Es sábado en la noche. He llamado aSofía y le he dicho para vernos, y ellame ha dicho que encantada, que meespera en su casa porque está conPatricia, una amiga, y me ha sugeridoque vaya con Sebastián, así él meenseña el camino, porque Sofía vivebien en las afueras de la ciudad, y yo nosé cómo llegar a su casa, pero Sebastiánsí conoce la ruta, ambos son amigosíntimos desde que estaban en el colegio,

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ya entonces salían, eran novios en elúltimo año del colegio, fueron juntos ala fiesta de promoción, o sea queSebastián sabe llegar a casa de Sofía ysupongo que también sabía llegarcuando hacía el amor con ella, peroprefiero no pensar en eso, porque él meexcita mucho, pero ella más. Llamo aSebastián, que siempre está ensayandopara algún casting o alguna obra deteatro, y él no se hace de rogar, pues hatenido un altercado con su novia LuzMaría, seguramente porque ambosquerían ponerse la misma blusa deblondas, y me dice que pasará abuscarme en un rato para llevarme acasa de Sofía, la mujer de la que estoy

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repentinamente enamorado.Nadie sabe en este país que soy

bisexual, me ven por la televisión ycreen que soy un chico bien, que ahorraen el banco, maneja un auto nuevo, viajaa Miami para comprarse ropa y se va acasar con su novia de toda la vida, a laque nunca ha sodomizado. Nadie, ni mispadres o hermanos o amigos del colegioo la universidad, a los que he dejado dever, ni los periodistas que me acosancon preguntas impertinentes a la salidadel canal, sabe que soy un bisexual máso menos torturado, un gay en lassombras. Sólo Sebastián lo sabe, y esole da un gran poder sobre mí, eso y elcuerpo soberbio que tiene. Creo que

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nadie sospecha de mí, todos creen que, amis veintiséis años, aunque no me hecasado todavía, soy un varónheterosexual, un hombre con éxito en elamor, en parte porque se me conoce unanovia, Ximena, que sufrió conmigo yhuyó a Austin para enamorarse de unchico que también la hizo sufrir porqueresultó ser bisexual, y en parte porquemis maneras no son las de una rumberade cabaret, sino las de un joven bienasentado en su masculinidad y muy agusto con sus genitales. Incluso mishermanos, que son tan listos, estánengañados y me creen uno de ellos, tanmacho como ellos, al punto que el otrodía el gordo Julián, que es un encanto y

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siempre está haciendo negociosprovechosos, vino con un amigo a midepartamento y me contó que se habíanquemado, es decir, contraído unaenfermedad venérea, y luego mepreguntó cómo y dónde podían curarse,asumiendo erróneamente que soy unputañero, frecuente visitante demeretricios, con un amplio historial deenfermedades venéreas, consulta queabsolví sin demasiada autoridad,enviándolos a la farmacia Roosevelt, enla calle Miguel Dasso, donde hay unchino bizco que pone unas inyeccionesde caballo que curan todas las venéreasy dicen que el cáncer también.

Por eso amo a Sebastián, porque es

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un encanto y conoce mi más oscurosecreto y, a pesar de ello, o por esomismo, me quiere a su manera torturaday culposa, pues, desde luego, él, que esactor y quiere ser perfecto o al menosparecerlo, tampoco le ha contado anadie, ni a su familia o su novia o susamigotes de la Universidad del Pacífico,de la que fue expulsado por tontorrón,que le gustan sexualmente los hombres,tanto que no he sido yo el primero, sinomás bien el último de una larga lista deconquistas, las que suelen multiplicarseen Nueva York, porque él, prudente,cuando quiere desatarse se escapa aManhattan con la excusa de ir al teatro,cuando su verdadero interés radica en el

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desenfreno de la comunidad gay deaquella ciudad, al que se entrega conentusiasmo.

Esto me duele pero no se lo digo,que yo sea uno de los tantos hombrescon quienes se ha acostado en su agitadavida de actor famoso que va de macholatino pero esconde a un gay en elarmario. Ahora debo salir corriendoporque mi amante pujante me esperaabajo, en su auto alemán no menospujante y ya algo venido a menos. No losaludo con un beso en la mejilla porqueestá viéndonos el portero, que algo debede sospechar, simplemente palmoteo suspiernas y me dejo conducir por tanapuesto piloto.

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Me encanta que Sebastián maneje.Me gusta ver cómo hace los cambios,cómo acelera excesivamente cuando nohay ninguna prisa, cómo quieresobrepasar a todos los autos con unvigor tan varonil. Allí, al timón de eseauto azul, se ve con claridad su ánimocompetitivo, sus ganas de ser siempre elprimero, el más exitoso y aventajado dela clase. Le cuento con aire distraídoque la otra noche estuve en Amadeussolo y que me encontré con Sofía ybailamos Ojalá que llueva café en elcampo, y luego nos besamos riquísimoen el parque y le regalé mi camisafloreada de escritor frustrado. Suelta unacarcajada y pregunta incrédulo ¿otra vez

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te acostaste con ella?, y yo le digo no,huevón, sólo nos besamos, y él ¿quépretendes, Gabriel, a qué estás jugandocon Sofía, por qué quieres hacerte elmachito con ella?, y yo no estoyjugando nada, de verdad me gusta, megusta muchísimo. Vuelve a reírse yacelera y dice no te creo nada, a tinunca te creo nada, en el fondo quieresuna chica para que no sospechen de ti,para hacerte el machito, para tener tubuena pantalla, y yo no digashuevadas, Sebastián, de verdad megusta, la otra noche con ella en midepa fue increíble, alucinante, nuncahabía sentido eso por una mujer, y élya, ya, muy macho eres, y si eres tan

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macho, ¿por qué te encanta que te lameta?, y yo porque tú también megustas, huevón, y él ¿más que ella?, ¿tegusto más que ella?, y yo no sé, soncosas distintas, no se puede comparar,y él ¿o sea que me vas a decir a mí queno eres gay?, y yo no sé, yo pensabaque sí, pero tal vez soy bisexual.

Ahora suelta una carcajada y diceputa, huevón, si tú eres bisexual, yo soyastronauta, y yo no me río y le digo¿qué, no puedo ser bisexual?, ¿acaso túno eres bisexual?, y él, sorprendido porla pregunta, sí, se podría decir que yosoy bisexual, pero tirando más fuerte alas mujeres, y yo no digo nada porquerecuerdo cuánto le gusta acostarse

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conmigo, mejor me quedo calladoporque además ya llegamos a casa deSofía. Sebastián toca la bocina y alguienactiva el portón de hierro que se abreenfrente de nosotros. Entonces veo másallá a Sofía, que nos espera, y algo enmi corazón se alborota porque la solacontemplación de esa mujer me produceunas dosis de felicidad que Sebastián noes capaz de generar; él últimamente sólome provoca dolor, sobre todo en lacama, cuando no usa lubricantes. Sofíaestá divina, espléndida en unos jeans,camisa de leñadora y botas, como siviniera de un paseo campestre,desarreglada y sensual, y nos saluda conuna sonrisa en el portón de esa casa

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rústica, rodeada de amplios jardines queconducen a la casa principal, casi unahacienda de arquitectura colonial.Porque la casa en la que nos recibe esen realidad sólo la de huéspedes, dondesuele reunirse con amigas y amigos,según me cuenta Sebastián, que noparece impresionado como yo por labelleza de esa casa, que en cierto modome recuerda a la casa de campo de mispadres, enclavada en la punta de uncerro árido, a una hora de la ciudaddonde yo crecí disimulando mal mi pocahombría y provocando por eso la furiade papá, que él disimulaba peor.

Ahora Sofía nos presenta a su amigaPatricia, que es baja, narigona, de ojos

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saltones e inquisidores y que, a pesar desus facciones angulosas, tiene un aire aIsabella Rosellini, o será que la casaestá iluminada muy suavemente y esasluces pálidas le sientan muy bien. PeroPatricia se las ingenia para parecerinteresante y guapa, más interesante queguapa, pero sin ninguna duda interesantey sin ninguna luz guapa. La saludo conun beso comedido, exento de todoapetito o curiosidad lujuriosa, como meenseñó mamá que debo besar a lasdamas, ya que con los varones tuve queser un autodidacta. En seguida Patriciame vapulea, a pesar de que acabamos deconocernos, porque, con una dureza queme sorprende, dice ay, qué voz tan rara

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tienes, voy a tener que acostumbrarmea tu voz. Sebastián se ríe burlón, comodiciéndome con esa mirada maliciosa, ydespués no me digas que eres bisexual,que la voz de loca te delata.

Sofía nos ofrece tragos, aguas,limonadas, coca-colas, porque, unencanto, advierte mi incomodidad anteel comentario de su amiga, que se hapermitido cuestionar mi voz, una vozque, por otra parte, me ha procuradomuchas satisfacciones en mi azarosacarrera en la televisión. Repuesto delgolpe, digo apenas ¿no te gusta mi voz?,y Patricia no es que no me guste, es queme pone nerviosa. Yo pienso indignadopero disimulándolo: a mí me pone

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nervioso que me mires con esa cara deloca y fumona, pero no te lo digo,porque he sido educado en colegiobritánico y en hogar de raíces británicas,no como tú, enana resentida, queseguramente fuiste becada al colegio ycreciste amasando pan en una panadería.

Entonces Sofía trae los tragos ySebastián pone la música, pero nada legusta porque él siempre quiere cantar, yno lo dice, pero yo sé que está pensandoque canta mucho mejor que Sting, queSpringsteen, que Jagger. Sebastián loque quiere es cantar más que actuar ypor eso ha sido cantante de un grupomusical que tuvo corta vida y lanzó undisco que vendió bastante bien entre sus

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familiares, y que luego se separó porquemuchos de ellos consideraron que eldisco era bastante malo y dejaron deinteresarse en aquel grupo, Crepúsculos,que Sebastián recuerda con emoción yno mucha más gente recuerda enabsoluto.

Sebastián espera una revancha y yoespero que ponga algo de música y dejede canturrear las melodías que nosinflige sin piedad. Entonces Sofía mepasa un whisky pero yo declino y lepido agua mineral, y ella me mirasorprendida, y le digo mejor así, ahorasoy un chico sano, y me siento muy gaypor decir eso, me siento más una chicasana, malsana, insana, que un chico

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sano, pero esto no se lo digo porquePatricia enciende un porro y ahora me loofrece con el rostro congestionado porel humo que retiene esta enana fumonaque se ha atrevido a decirme que tengouna voz rara, como si ella fuese juradode un concurso de canto. No, gracias,paso, digo, muy serio, y Patricia aspiraotra pitada como si fuese el últimoporrito de su vida, y luego se lo pasa aSebastián, que fuma con un entusiasmomayor que el que dedica a canturrear.

Sofía, para mi sorpresa, aspira untoque, sólo un toque, sin retener el airemedio minuto como su amiga, no tardaen ponerse un poco volada, y aplaca sused con un trago y me mira con una

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ternura que me deja mudo y pasmado,para felicidad de Patricia.

Nos sentamos los cuatro sobre unoscojines desparramados en el piso,alrededor de una mesa. Sofía baraja elmazo, reparte las cartas y propone quejuguemos ocho locos, pero Sebastiánestá tan volado que hay que repetirle lasreglas del juego, se ve que este chicotodo tiene que ensayarlo varias vecespara aprender. Yo tengo un ojo en misnaipes y otro en Sofía, que me perturba,porque cuando estoy con ella no meinteresa Sebastián, que, de tan volado,no entiende el juego, se confunde, echacartas de otro palo, se resiste a entenderlas reglas, es imposible jugar ocho locos

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con él. Sofía y Patricia se ríen de lotonto que se pone Sebastián después defumar. Yo pienso que es sólo un pocomenos tarado sin fumar, pero le perdonotodas sus taras, porque las compensacon un cuerpo que da envidia.

Entonces Sebastián, para mi estupor,se sube a la mesa, pisando las cartas porsupuesto, y se pone a cantar una canciónque está sonando en el equipo demúsica, I will survive, de Diana Ross,que ahora canta con un ardorsospechoso. Yo me muero de lavergüenza y las chicas de la risa, porqueSebastián, cantando encima de nosotros,moviendo el trasero como una cantinerainsaciable, revela, a los ojos de

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cualquier persona perspicaz, que es unaloca brava, una loca perdida, al menospara mí resulta evidente que sólo un gaycantaría I will survive de esa manera tanhistriónica.

Odio cuando se lanza a cantar deeste modo tan descarado yexhibicionista. Entonces Sofía dice ¿porqué no vamos a bailar?, y Patricia sí,vamos a bailar, mucho más divertidoque estar todos sentados viéndotebailar, Sebastián, y él no se da poraludido y sigue gimoteando histérico.Antes de salir le pregunto a Sofía dóndeestá el baño. Ella me acompaña y medetengo a mirar el cuadro de un hombrebarbudo, de nariz afilada, y le pregunto

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quién es, y ella es mi papá, y yo ¿estávivo?, y ella sí. Luego veo unos cuadrosen la pared y encuentro lindas dos fotos,una en la que aparecen Sofía y suhermana Isabel, niñas las dos, jugandoal pie de un columpio, y otra en la queestá Sofía, rubia, cachetona, con no másde siete años, abrazada por Francisco,su hermano mayor.

Eras linda de niña, le digo, y ella nodice nada, sólo sonríe y me mira, yluego añado pero ahora eres mucho máslinda, y ella ahoga una risa discreta,pudorosa, y tengo ganas de besarla, desentir sus labios hinchados por lamarihuana, de decirles a Sebastián y aPatricia que se vayan a bailar y me

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dejen solo con Sofía. Pero tenemos queir a bailar, qué espanto, con lo muchoque odio ir a bailar. Disimulo laagradable turbación que esta mujer meprovoca, entro al baño, alivio misurgencias y al salir me quedo mirando aaquella niña rubia y en apariencia felizque se ha convertido en esta mujer porla que siento una atracción irresistible,aunque el tontuelo de Sebastián no mecrea.

Ahora estamos los cuatro en el autoazul de Sebastián y él maneja, y yo voy asu lado implorando en silencio que no selance a cantar de nuevo. Atrás van las

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chicas, la fumona de Patriciaencendiendo de nuevo la chicharrita demarihuana y dándole un toque más, ySofía detrás de mí, quizá sintiendo lomucho que la amo inexplicablemente ylo mucho que lamento que vayamos abailar, porque no voy a poder hablarle,todas las discotecas de esta ciudad sonun carnaval de simios y ninfómanas y yosiento que no pertenezco a ese mundotrastornado. Yo no voy a bailar, a mídéjenme en mi depa, anuncio con uncoraje que me sorprende, y Sebastián medice no seas cabro, ven a bailar, y yono me provoca, gracias, no estoy conganas de bailar.

Sofía no dice nada y Patricia

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tampoco, porque seguramente piensa quesoy gay, pues de otra manera no seexplica que tenga esa voz tan engolada.Entonces Sebastián comenta bueno,mejor, así me quedo yo sólito con lasdos. Las chicas ríen pero no con ganas,sino por compromiso, y yo siento que nopuedo seguir saliendo con Sebastián,porque me encanta besarlo pero cuandohabla me puedo morir de la vergüenza.Sofía, un amor, me pregunta ¿no tendráshambre, Gabriel, no te provoca ir acomer algo?, pero Sebastián, que estávolado y maneja muy despacio, comouna señora, ¡no, vamos a bailar, no seanaburridos!, y yo tranquila, Sofía, vayanal Nirvana, seguro que está buenazo,

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yo prefiero quedarme en mi depa.

Cuando llegamos al edificio en elque vivo, estoy seguro de que Sofía va adecirles que prefiere quedarse conmigo.Me despido de Sebastián con unapalmada en la pierna y le digo a Patriciacon mi voz rara chau, encantado, que tediviertas, y ella chaufa, suerte, no tepierdas. Bajo del auto y espero a queSofía baje también para quedarnosjuntos, pero me llevo una sorpresa,porque ella baja sólo para darme unbeso en la mejilla y decirme duermerico, llámame mañana para vernos, ysube luego en el asiento que le he dejado

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calentito y se van los tres, y yo mequedo solo, despechado, hecho polvo,porque mi chico quiere estar con ellas yla chica que me gusta prefiere bailarantes que hacer el amor conmigo. Sofíano me quiere, pienso en el ascensor. Sime quisiera, se habría quedado. Me tiroen la cama y me toco pensando en queella y mi chico hacen el amor. No tengoeso que llaman autoestima. No me tocopensando en que me aman, sino en queellos se aman, traicionándome. Papá ymamá tienen la culpa. Si me hubiesendado amor en vez de dogmas religiosos,tal vez estaría bailando en el Nirvanacon Sofía y no acá, en el baño, llorandofrente al espejo.

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Odio los casamientos. Me deprime yme angustia tener que vestir traje ycorbata y concurrir con impostadaelegancia y ademanes de dandi a una delas tantas bodas que se celebran amenudo en esta ciudad. Esta vez, sinembargo, no puedo escapar. Me hainvitado Sofía a la boda de uno de susamigos, y la fiesta se celebra en casa desus primos, una mansión al pie de losacantilados, en Barranco, con una vistaespléndida al mar oscuro que lame lasplayas rocosas de Miraflores. Además,me ha dicho que irá Sebastián, íntimoamigo del novio, y no me sorprendería

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que íntimo amante también. De modoque no hay escapatoria, tendré que ir ala fiesta, ya que no a la iglesia, pues lehe dicho a Sofía que sólo estoydispuesto a acompañarla a lacelebración en casa de sus primos peroen ningún caso al templo católico en elcual la confundida pareja declarará suamor ante Dios y, lo que es másimportante, pagará los serviciosreligiosos. Me niego a pisar una iglesiaporque son cárceles del espíritu, camposde concentración en los que esospredicadores con aspecto de cuervosroban la libertad y torturan con dogmasy admoniciones trasnochadas, trampasen las que los fieles pierden su

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identidad, su derecho a pensar y arebelarse, y se confunden en una masaasustadiza, obediente y sosa. A laiglesia, que vayan Sofía y Sebastián, yopaso, que ya suficientes he visitado conmi madre y ya bastantes curas me hanmanoseado en los campamentos delOpus Dei, para mala suerte de los curas,que no encontraron mucho entre mispiernas y sin duda hubiesen preferidoauscultar a Sebastián.

Vestido como el principito que mehacía sentir mi madre cuando era niño,llego a la casa de los primos de Sofía,cuatro muchachos estupendos,guapísimos, encantadores, campeones depolo, acompañados de lindas mujeres

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siempre, es decir, todo lo contrario de loque soy yo, que tengo miedo de subirmea un caballo y más de jugar polo. Nadamás entrar a esta residencia que se erigesolitaria en la esquina del acantilado ydebe de costar una fortuna, busco, entrelos muchachos en traje y las chicas envestido, a Sebastián y a Sofía, aunque nonecesariamente en ese orden. Trassaludar a uno de los primos de Sofía,que se distinguen con facilidad por susnarices prominentes, la encuentro en unpasillo, con un hermoso vestido negro,acosada por un impaciente jovencito,guapo sin duda, pero tosco de maneras,que intenta besarla, incomodándola,mientras ella, con una sonrisa, se resiste

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dulcemente. Saludo a Sofía y él me mirarabioso, odiándome por interrumpir suspenosos esfuerzos por seducirla, y ellame sonríe porque le doy la oportunidadde escapar de este patán, que, porsupuesto, también es jugador de polo.Sofía me abraza y me dice llegaste en elmomento justo, me has salvado delpesado de Pepe, que no me dejatranquila.

Tal vez porque Pepe nos miradespechado desde el pasillo, Sofía meacaricia, me da un beso en la boca, cortopero rotundo, para que ese papanatasentienda que yo, a pesar de no jugarpolo, tengo más suerte con ella.

Salimos a la terraza, pasa un mozo

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impecablemente uniformado, tomamosdos copas de champagne y al momentode brindar y rozarlas suavemente, yo, nosé por qué, pues aún no estoy borracho,será que estos casamientos me ponenmuy nervioso, dejo caer la copa, que separte y se hace añicos, provocando lasmiradas reprobatorias y burlonas dequienes nos rodean, que, ya puedo oírlossusurrar a mis espaldas, dicen no sé quéhace este atorrante acá, parece que hallegado zampado porque ya estárompiendo las copas. Sofía ríedivertidísima con mi torpeza, y uno desus primos palmotea mi espalda sindarle importancia al percance, y ya unmozo limpia el piso y recoge las astillas

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de la copa deshecha. Yo sólo quieroirme de allí con Sofía o al menosencontrar a Sebastián, pero no lo veo, yle pregunto a ella ¿dónde andaSebastián, lo has visto?, y Sofía estáallá, bailando, cerca de los novios. Apesar de mi miopía, alcanzo a distinguira mi amigo y amante, bailando con sunovia oficial, la señorita Luz María, tanpequeña y pizpireta, y cuyo oficioconocido es el de fotografiar niños yfamilias, generalmente en blanco y negroy sin que aparezca nunca un negro. Measalta un ramalazo de celos al ver aSebastián bailando con su novia, peroese malestar es superado cuando Sofíame pasa otra copa de champagne y me

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dice para ir a bailar. Yo le digo no, nihablar, yo no bailo, y ella no seastonto, vamos, nadie te va a mirar, noestamos en la tele, y yo no me gustabailar, siento que lo hago mal, mepongo tenso, y ella yo te enseño,déjame enseñarte y vas a ver cómobailas regio, y yo no, gracias, yo sólobailo cuando estoy borracho, y ellaentonces emborráchate, porque hoy vasa bailar conmigo. Bebo de golpe lacopa de champagne, y el mozo, tansolícito, me alcanza otra sin demora, yvoy a bailar con Sofía tomados de lamano y la copa en la otra mano,sintiendo las miradas recelosas,hostiles, de los muchachos presentes,

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que por suerte no saben que soy amantede Sebastián pero que me ven con ciertaresistencia porque salgo en la televisión,soy famosillo, coqueteo travestís,defiendo a los gays (en un acto que yollamaría de legítima defensa o defensapropia) y gano más plata que todosellos, que seguro han comprado susternos a plazos. Estás deliciosa, susurroen el oído de Sofía, que en verdad luceespléndida, y ella me dice gracias, tútambién estás muy churro, y me encantaque me diga churro, porque es unapalabra muy peruana y dulzona que mehace recordar a los churros grasosos yespléndidos, bañados en polvilloazucarado y rellenos de manjarblanco,

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que comía en mi adolescencia en un caféde la avenida Larco en Miraflores,cuando me escapaba del colegio, esdecir, tres veces por semana. No sé siestoy churro, pero sí borracho, porque,bailando con Sofía muy cerca de losnovios, que no sé quiénes son y tampocome interesa, dejo caer otra copa, lasegunda, en un acto de imbecilidad queya no tiene disculpas. La copa se rompeen mil pedazos filudos de cristal quequedan dispersos por la pista de baile, ytodo el mundo me mira con mala cara,como diciéndome no puede ser que seastan pelotudo, has llegado hace diezminutos y ya rompiste dos copas. Yo mequiero morir de la vergüenza, arrojarme

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por el acantilado arenoso y acabar coneste sainete que es mi vida. Sofía se ríea carcajadas y me dice ¿qué te pasa?,¿por qué botas las copas?, ¿lo estáshaciendo a propósito?, y yo recuerdoapesadumbrado que cuando era un niñosiempre se me caían los vasos, losplatos, las tazas, todo se me caía, noagarraba nada de un modo seguro, y poreso papá se enojaba conmigo y megritaba ¡manos de mantequilla, manosde mantequilla!, y ahora creo oír a loschicos polistas de la fiesta, congregadosalrededor de mí, gritándome ¡manos demantequilla, manos de mantequilla!,pero es sólo mi imaginación paranoica.Sofía se apiada de mí, me toma del

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brazo y me saca de la pista de baile,mientras yo le digo no sé qué me pasa,no sé por qué se me caen las copas, yella no te preocupes, dicen que traebuena suerte, y yo no creo, essimplemente que estoy nervioso, estasfiestas no son para mí, vámonos mejor,y ella no seas aguado, recién hasllegado, ¿y ya te quieres ir? Entoncespasamos al lado de Sebastián y su noviaLuz María, y yo hago el ademán desaludarlos pero él finge que no me havisto, me da la espalda y sigue bailandocon ella, que me hace adiós pero delejos y sin mucho entusiasmo.

Odio a Sebastián por ignorarme yser tan hipócrita, por tener miedo de

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saludarme delante de sus amigos, comosi todos supieran que nos acostamos,cuando en realidad no lo sabe nadie,pero él es tan tonto que se asusta y meda la espalda, avergonzándose de mí. Nosé qué le pasa al tarado de Sebastián,que no me ha saludado, le digo a Sofía,y ella no me hace mucho caso y dice note ha visto, y está medio zampado y,además, estás conmigo, o sea, queolvídate de él. De pronto me doy cuentade que ella tiene razón, no debopreocuparme por Sebastián, él no mequiere de verdad, sólo para meterse aescondidas en mi cama, y debo disfrutarde tan inmejorable compañía, la de estamujer que me sonríe, me cuida y me

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consigue otra copa de champagne talvez porque está pensando, como yo, queestá bueno emborracharnos un poquitoantes de escapar a hacer el amor. No mehago el difícil, bebo más champagne, nole cuento de mi pasado cocainómanoporque no quiero asustarla, sé que conella estoy en buenas manos y puedotomar un poco más, no mucho tampoco,porque me emborracho fácilmente. Lepregunto dónde está el baño y ella medice ven, yo te llevo, y me toma de lamano y me lleva por un pasilloalfombrado.

Entramos al dormitorio de uno desus primos, ella cierra la puerta, meseñala el baño, se sienta en la cama y

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enciende el televisor. En el umbral de lapuerta del baño la miro y le digo ven, yella sonríe con malicia y se acerca sinrodeos. Luego entramos al baño, cierrola puerta y empezamos a besarnos, y medescontrolo y quiero amarla allí mismo,en el baño de su primo, y ella no medetiene, me deja avanzar. De prontogolpeo con un brazo la copa dechampagne que dejé en el tablero dellavatorio y la copa cae al piso demármol negro, fundiéndose en seguida elruido de esa copa despedazándose y elde Sofía partiéndose de la risa porque,no puede ser, tengo que estar bajo unmaleficio, he roto ya tres copas dechampagne esta noche. Ahora estamos

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Sofía y yo, de rodillas, medioborrachos, yo del todo en realidad,recogiendo los cristales rotos del piso,cuando deberíamos estar haciendo cosasmás divertidas, pero yo soy así, un chicotonto y resbaloso que deja caer lascopas en las circunstancias másinfortunadas. Entonces le digo vámonosde acá, no es mi noche, si nosquedamos voy a terminar rompiendotodas las copas y las ventanas, y ellaríe y tiramos los cristales al basurero ysalimos tomados de la mano, como sifuéramos una pareja, sin importarnosque sus primos o sus amigos nos veanasí. Subimos a mi auto, cuatro puertas,automático, y le digo ¿vamos a mi

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depa?, pero ella me sorprende y diceno, vamos allá arriba, señalando elmorro solar, donde se levantan lasantenas de televisión y la cruz iluminadaque erigieron cuando vino el papa, y yo¿estás segura, no es muy peligroso?, yella no pasa nada, vamos, la vista esalucinante, te va a encantar. Sóloporque estoy borracho, no mido elpeligro que entraña manejar hasta lacumbre de aquel cerro en medio de laoscuridad. Conduzco lentamente mi auto,serpenteando por unas curvaspolvorientas e inhóspitas hasta llegar nomucho después a la cumbre, desde lacual Lima es una suma de lucespequeñitas, una hendidura rocosa que

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corta bruscamente la ciudad y un pedazode mar oscuro que se pierde en elhorizonte. Ahora Sofía y yo bajamos lasventanas del auto y sentimos la fuerzainquietante del viento, y hay algo turbioen el ambiente, una sensación de peligroque hace más propicio el acto del amor,al que nos entregamos sin reservas, asabiendas de que pueden asaltarnos encualquier momento en este cerroabandonado al que hemos subido demadrugada para amarnos con violenciaen el asiento trasero de mi auto.

Cuando terminamos, bajamos delcoche y contemplamos en silencio elsiniestro perfil de la noche. La abrazo yme siento bien de ser un hombre y estar

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aquí arriba con esta mujer. No extraño aSebastián. Sofía ha hecho renacer en míal hombre que tenía dormido, me hahecho gozar esta noche peligrosa comonunca antes había gozado con nadie. Yosé que nunca seré un hombre del todo,pero tal vez podría ser losuficientemente hombre para amar a estamujer y hacerla feliz. No se lo digo, sólolo pienso, luego la abrazo, la beso y ledigo vámonos de acá, que ahorita vieneuna pandilla y nos violan, y ella medice bueno, entonces quedémonos unratito más, y nos reímos los dos, y yo¿tan malo soy como amante?, y ella seríe, me besa y me abraza. Piensoentonces que Sofía me llena de vida, me

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hace olvidar la existencia gris ymediocre a la que me he condenado enesta ciudad de la que quiero irme, mehace recordar que quiero ser un escritory no un periodista de televisión queentrevista gente famosa como si leimportase, cuando en realidad sólo leimporta cobrar su sueldo y salir en losperiódicos. Mientras bajamoslentamente del morro, pienso que estamujer es lo mejor que me ha pasado enmucho tiempo y que no voy a dejarlacaer de mi vida como si fuera una copade champagne.

Agonizo. La resaca me tiene

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destruido, hecho polvo, arrastrándome.Me siento un imbécil: aunque sé que eltrago me deja enfermo, no me haimportado emborracharme. Estoy enpijama, o lo que yo llamo pijama, unacamiseta rosada que compré en Gaphace años, unos boxers celestes de igualprocedencia y antigüedad y unas mediasgruesas, porque yo no puedo andardescalzo, me resfrío en seguida y me daasco andar pisando el polvo en estaciudad tan polvorienta. Mientras pierdoel tiempo saltando de un canal detelevisión a otro, intoxicándome con losprogramas del domingo, me pregunto,entristecido por mi ruinosa condición,cuándo tendré el valor de sentarme a

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escribir.No lo sé, pero me estoy suicidando a

plazos por entregarme a la vida fatua ylicenciosa de una estrellita local de latelevisión. Suena el timbre. Veo desde laventana a Sofía en su Volvo guinda. Mesorprende porque no le había pedidoque viniera y tampoco me anunció suvisita, aunque, como he desconectado elteléfono, víctima de un dolor de cabeza,quizá me ha estado llamando en vano ypor eso aparece así, repentinamente, enla puerta del edificio. Corro a abrirle yme pregunto, mirándome al espejo, siestaré presentable para recibirla así, tanmaltrecho y harapiento, con esta cara deatropellado y este aliento aguardientoso,

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pero decido, en un raro ejercicio dehonestidad, esperarla tal cual, en tancalamitoso estado. Sofía llega preciosa,con un vestido rojo, unos zapatos lindosy un aire fresco que no sé de dónde hasacado para este domingo después de lafrancachela que hemos perpetrado lanoche anterior.

Esta mujer no pierde la alegría ymenos la belleza, y por lo visto tampococonoce los efectos devastadores de laresaca, que conmigo se ensaña de unamanera innoble. Sofía, un ángel, llegaprovista de pastillas para el dolor decabeza de distintas marcas y en frascoscoloridos, tylenols, advils, mejorales,alkaseltzers, vitaperinas, un montón de

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cápsulas, brebajes y pócimasburbujeantes para aliviar este malestarque me está matando y que ella haadivinado tan bien. Me abraza con unaternura infinita y se ríe recordando losepisodios desmesurados de la nocheanterior, las copas que caían y elcombate amoroso en la oscuridad delcerro. Luego me echa en la cama, meacaricia la cabeza, me da pastillas conun tecito de mandarina y ya estoy mejor,sus caricias son el mejor remedio parala resaca.

Sofía me regaña porque no tengonada en la refrigeradora, sólo un yogurcon la fecha vencida y unos plátanosnegros de la semana pasada. Cómo

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puedes vivir así, sin nada en la refri,me dice, asombrada de mi desidia, y yole digo es que no hay nada que odiemás en el mundo que ir de compras alsúper, y ella se ofrece a comprarmefrutas, yogures, bebidas, cosas ricaspara mitigar el trance áspero de laresaca, pero yo le ruego que no, que sequede, que no tengo hambre, sólo sed, yme basta con las botellas de aguamineral que tengo allí, al pie de la cama,unas llenas y otras vacías, que merecuerdan a un periodista veterano,amigo mío, que conocí en el diario LaPrensa y que murió alcoholizado en elcuarto de una pensión, rodeado dedecenas de botellas de trago barato, ron

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principalmente, que había consumido enun viaje suicida, su última borracherakami-kaze.

Sofía se echa en mi cama y me sientoafortunado de tener conmigo a estamujer tan linda y bondadosa, y le quitola ropa y la beso entera y, a pesar de misdudas y torpezas, le hago el amor con lapoca hombría de la que soy capaz.Cuando terminamos fundidos en unabrazo, deja caer un par de lágrimas yyo le pregunto ¿por qué lloras? y ellame dice porque esto me parece unsueño, y yo me quedo sorprendido,pensé que lloraba porque soy un amantemiserable, pero no, al parecer he sabidocomplacerla como merece. Luego voy al

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baño, me meto a la ducha y, maldición,qué mala suerte, justo cuando me estoyduchando suena otra vez el timbre.Sofía, porfa, contesta, grito desde laducha, y ella ok, ningún problema, yunos segundos después anuncia esSebastián, ¿qué le digo?, ¿que pase?, yyo, casi sin pensarlo, no, dile que no lopuedo ver ahora, que estoy contigo,que no joda, y Sofía ¿seguro?, ¿noquieres que lo reciba y le converse unratito mientras te vistes?, y yo no, nihablar, dile que venga en otromomento, que se eche agua. Ella se ríe,creo que halagada de que sólo quieraestar con ella, y yo sigo duchándome ypienso que a Sebastián le va a molestar

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que le haga este pequeño desaire, perolo lamento, uno no puede multiplicarse.

Ya vestida, Sofía me sonríe sentadaen la cama cuando salgo del baño con latoalla amarrada y pregunta ¿vamos acomer algo? Claro, vamos, me muerode hambre, le digo, y en seguida no memires mientras me visto, y ella se ríe ydice me hace gracia que seas tanpudoroso, que te andes tapandosiempre, y yo no digo nada y pienso sí,claro, no soy como Sebastián, tú examante, mi amante todavía, cosa que túaún no sabes, porque él es lo másimpúdico que hay, y anda siempredesnudo, sobándose la entrepierna. Hayalgo que tengo que decirte, le digo a

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Sofía, que está distraída viendo latelevisión, apenas termino de vestirme, yella me pregunta con aire candido ¿esbueno o es malo?, y yo creo que es másmalo que bueno, y ella entonces dímelocuando estemos comiendo, no ahorita,que me muero de hambre.

Salimos de prisa, subimos a mi autoy Sofía saca de su cartera un disco y lohace sonar en seguida, y es un italianoque ignoro, Zucchero, me dice ella, conuna sonrisa, te apuesto que te va agustar, y yo manejo a toda prisa por lascurvas del malecón escuchandoOverdose d’amore, y ella se reclina y se

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acuesta sobre mis piernas, y yo acariciosu cabeza suavemente mientras manejo,y amo este instante, sentirla mía,sentirme hombre.

Poco después llegamos a un pequeñocafé al final de la avenida Larco, cercadel mar, y elegimos la mesa más discretapara esconder los estragos de la nochealcohólica. Tras pedir la comida,insisto, para sacarme este malestar deencima que no me deja respirar, hayalgo que tengo que decirte, Sofía, y elladime, dime, mientras come unas tostadascrocantes con tomate, y yo: no sé cómodecirte esto, pero siento que debodecírtelo, porque estamosacostándonos juntos, y no me parece

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justo que no lo sepas, porque si tequiero como te quiero es importanteque te diga quién soy y no te escondanada, al menos es así como yo entiendoel amor, no sé tú, pero yo siento que site miento no te estoy queriendo bien,como tú mereces que te quiera, y quieroque sepas que de vez en cuando meacuesto con Sebastián.

He dicho por fin lo que tenía quedecir y ahora no me importa si Sofía meabofetea, me abandona, se echa a lloraro me besa, ahora depende de ella si mesigue queriendo o me repudia por no sertan perfecto como mamá quiso quefuese. ¿Eso es lo que tenías quedecirme?, me pregunta sonriendo,

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tomándome de la mano, y yo,sorprendido, sí, eso es todo, ¿no temolesta?, y ella no, para nada, y yo laamo más de lo que nunca amé a nadie,más que a ninguna mujer en todo caso,porque la pobre Ximena, que huyó demí, se traumó cuando le confesé que metocaba pensando en varones atléticos.Después de respirar hondo y sentir quelas penurias de la resaca me abandonansúbitamente, le pregunto ¿pero no tesorprende al menos?, y ella no, yo yasabía eso, y yo me quedo estupefacto,pasmado, ¿cómo lo sabías, si yo no selo he contado a nadie?, y ella porqueSebastián nos lo contó a Patricia y amí la otra noche.

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No puedo creer que Sebastiánhiciera eso, no porque sea unadeslealtad, sino porque pensé queocultaba nuestra relación mucho más delo que yo mismo la encubro. Me sientoreconfortado al ver la mirada serena deSofía, que sigue queriéndome a pesar deque ya sabe que no soy tan hombre comootros piensan. Entonces le digo te adoro,eres genial, ¿y si yo no te decía nada,no me ibas a decir tú que ya sabías lode Sebastián?, y ella no, por ahora no,en algún momento vas a tener queelegir, si quieres estar conmigo, entreel y yo, pero recién nos estamosconociendo y está bien así, tú eres así yyo te quiero como eres y no te juzgo, es

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tu vida, por algo necesitas estar con el,y yo ¿pero no te parece mal, no teparece inmoral o sucio que yo quieratener sexo con un hombre?, y ella no,¿por que?, y yo no te preocupes, queSebastián es el único hombre con elque me he acostado, y ella está bien, nohay problema, yo también me heacostado con el, y yo ¿que?, me hago elsorprendido, pero en realidad ya lo se,porque Sebastián me ha contado quefueron amantes desde muy jóvenes,cuando tenían dieciocho años y estabanen el ultimo año del colegio, y ella sí,Sebastián fue mi primer enamorado,fuimos juntos a mi fiesta de prom, y yoperdí mi virginidad con el, y yo,

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después de un silencio, porque se acercael mozo y no quiero espantarlo, así queespero a que se retire, ¿y fue buenohacerlo con él esa primera vez?, unapregunta que tal vez podría habermeahorrado, y ella más o menos nomás, nogran cosa, y yo me río y ella también, ypor suerte no me pregunta cómo fue miprimera vez con él, porque tendría quedecirle la verdad, que me dolió y mehizo llorar, pero también me gustó, y yo¿y cuánto duro tu relación conSebastián?, y ella como un año, luegoél me saco la vuelta con otra chica yme dejo muy triste, y yo ¿y desdeentonces no se han vuelto a acostar?, yella bueno, cuando yo volví de

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Filadelfia hace un año, al terminar launiversidad, empezamos a salir denuevo y bueno, tú sabes, y se ruborizaun poco, y yo ¿volvieron a acostarse?, yella sí, y yo ¿y estuvo bueno?, y ella sí,digamos que sí, y yo ¿mejor que cuandofueron enamorados en el cole?, y ellasí, claro, mucho mejor, y yo ¿y cuándofue la última vez?, y ella no se, no meacuerdo, y yo ¿pero hace poco?, y ellahace unos meses, supongo, y yo no lepregunto más porque me queda claro queel bucanero de Sebastián se acostó conella ya estando de novio conmigo y queno me lo dijo cuando debería habérmelocontado, porque yo no conocía a Sofía nipodía enfadarme; si ya sabia que el se

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acostaba con su novia, Luz María, mehubiese dado igual que lo hiciera conotra chica.

Me quedo pensando en que no dejade ser curioso que a Sofía y a mí noshaya gustado tanto el mismo hombre yque ambos hayamos perdido lavirginidad con él y que incluso ella sehaya acostado con Sebastián mientras élya era mi amante, todo lo cual multiplicami cariño por ella. Por eso le digo porlo visto, tenemos los mismos gustos,nos gusta el mismo tipo de hombre, yella ríe y dice no, a mí Sebastián ya nome gusta, y no dice nada más, y yoespero a que me diga ahora me gustastú, y pregunto, haciéndome el tonto, ¿y

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ahora hay alguien que te guste?, y ellaahora me gustas tú, y yo beso su mano yella me pregunta ¿y yo te gusto más queSebastián? Enmudezco y trato de fingirque la pregunta no me ha afectado, perolo cierto es que no tengo una respuestaclara, y entonces digo son cosasdistintas, pero sí, por supuesto, tú megustas más que él, y ella ¿pero estásenamorado de él?, y yo no, no creo, megusta, nos acostamos, pero no estoyenamorado de él, nunca he estadoenamorado de un hombre y no sé sipodría estarlo. Nada más decir eso,pienso: probablemente sí estoyenamorado de Sebastián, sólo que no meatrevo a decirlo, y también podría

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enamorarme de otro hombre, sólo que nome atrevo a vivirlo, y me resulta másconveniente mentir y decir que es sólosexo y nada más lo que me une conSebastián. No te preocupes, que lo míocon Sebastián no tiene ningún futuro, ledigo a Sofía, y ella está todo bien, notienes que darme explicaciones, y yono, en serio, él tiene una novia, LuzMaría, y yo estaba buscando a alguiencomo tú, así que no hay más que decir,lo mío con Sebastián se estáterminando y cuando lo vea se lo voy adecir, y ella haz lo que creas que esmejor para ti, no quiero presionarte anada, yo te quiero igual.

Estoy en un dilema atroz porque no

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voy a encontrar a una mujer tan adorablecomo ella, y por eso no la quiero perder,pero tampoco a un chico tan lindo comoSebastián, y no puedo darme el lujo dedejarlo tan alegremente. En el auto, deregreso al departamento, ella recuesta sucabeza sobre mis piernas y yo le digo tequiero, y ella sonríe en silencio y sedeja querer y luego se va a su casaporque es tarde y mañana tiene quelevantarse temprano. Yo, inquietotodavía, sorprendido de que Sebastiánno me dijera nada cuando se acostabacon Sofía —¿con cuántas otras se habráacostado?, ¿con cuántas otras tengo quecompartirlo?—, oigo de pronto elbocinazo del auto de Sebastián y a

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continuación el timbre repetido, uno, dosy tres veces, lo que sólo puede ser elanuncio de que está impaciente porquequiere acostarse conmigo o reñirme demala manera. Le abro la puerta y entracomo un ciclón, la cara descompuesta,enrabietada la mirada, adusto el rostrode actor que usualmente sabe fingir suenojo pero que ahora por lo visto nopuede. Aunque me intimida verlo tanmolesto, porque sé que puede darme unmanazo, tengo tiempo para echar unamirada a sus brazos descubiertos y digomuy solícito hola, mi amor, ¿qué tepasa, estás molesto?, y él,controlándose, sí, estoy molesto, y yo,muy cariñoso, acercándome, tratando de

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darle un beso que rechaza bruscamente,¿por qué?, ¿qué te ha pasado?, ¿se teha bajado la llanta?, y él no te hagas elgracioso, huevón. Me gusta verlofurioso y que me diga huevón como unenergúmeno de la barra brava delestadio. Entonces le digo ¿qué te pasa?,cuéntame, y él, que no es demasiadorefinado con las palabras, me jode tuactitud, y yo ¿qué actitud?, y él,levantando la voz, me jode que no meabras la puerta cuando vengo avisitarte, y yo, interrumpiéndolo, es queestaba con Sofía, estaba en la ducha,no podía, y él sin escucharme, gritando,me jode que prefieras estar con ellaque conmigo, me jodió que ayer en la

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fiesta te fueras temprano con ella sindecirme nada, y yo, interrumpiéndolo denuevo, pero estabas con Luz María y niquisiste saludarme, Sebastián, y él sindetenerse me jode que ahora estésacostándote con Sofía, que es miamiga, y prefieras eso que estarconmigo, huevón de mierda, y yo,irónico, ¿es tu amiga o algo más que tuamiga?, y él ¿a qué te refieres?, y yo ¿tejode que me acueste con ella porque tútambién te acuestas con ella?, y élindignado, rabioso, no sé por qué tanto,sí, exacto, me jode porque yo te lapresenté, y tú te haces el machito queno eres y te agarras a mi chica, A MICHICA, y encima me tiras arroz, me

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choteas, como si yo fuera unhuevoncito que te puedes dar el lujo dedecirme no, estoy ocupado, ven otrodía, ven más tarde, ¿quién chucha tecrees que eres, Gabriel?, ¿el rey delmundo?, grita desaforado. Yo, tratandode mantener la calma, digo no, no mecreo el rey del mundo, porque para míel rey del mundo eres tú, y él se enfadamás aún y me dice vete a la mierda, siquieres seguir tirando conmigo,olvídate de Sofía, ella es mi amiga y mihembrita y no quiero que te metas conella, ¿ok?, y yo no te vayas así molesto,Sebastián, quédate un ratito, déjameservirte una cocacolita, un tecito, y esque cuando quiero engreírlo le hablo

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así, en diminutivos, pero él no me jodas,ya te dije lo que tenía que decirte yahora me voy, y yo porfa, no te vayas, yme acerco para abrazarlo pero él merechaza y dice elige, huevón, o Sofía oyó, pero no esta mazamorra que mellega al pincho. Luego da un portazo sindecir chau y se larga sin darme un beso,como se iba papá de casa todas lasmañanas, con un humor de perros, concara de perro y tratando de no pisar lascacas de los perros que se interponíanen su camino al automóvil.

Mis tardes han cambiado. Antes laspasaba en la cama, leyendo y esperando

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a que Sebastián viniese a amarme, loque ocurría tres veces por semana en elmejor de los casos, no más, porque elpobre andaba siempre corriendo y aduras penas tenía tiempo para mí. Ahoraha dejado de venir porque le molestaque me acueste con Sofía. Es una pena.Sofía viene todas las tardes, sin falta, yyo la espero con tanta ilusión o más dela que esperaba a Sebastián. No hagonada, o casi nada, desde que despierto,pasado el mediodía, hasta que ellaaparece, entre las cuatro y las cinco dela tarde, manejando su auto guinda conasientos de cuero y trayéndome algo ricopara comer, porque esta mujer me engríecomo nunca nadie me mimó, incluyendo

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a mi madre, que, a pesar de que en elcolegio me obligaban a escribir mimamá me mima, no me mimó nunca yahora menos, pues detesta que salga enla televisión haciendo travesuraslibertinas y sospecha, sin que yo le hayadicho nada, que tengo una pasión secretapor los hombres, inquietud que habréheredado de su hermano, ya que en lafamilia de mamá hay un tío gay y en lade papá se sospecha que otro, sólo quelo ha ocultado la vida entera sin que poreso la gente deje de murmurar a susespaldas.

No hago nada desde que me levantohasta que Sofía llena de vida este oscuroescondrijo, sólo comer yogures que ella

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me deja en la nevera, leer los periódicosque me trae un chico en bicicleta y luegotirarme en la cama a leer, salir a caminarpor el barrio, comprar unas frutas, hacertiempo —es decir, malgastarlo— hastaque Sofía venga a sacudirme de estamodorra que se apodera de mí y que talvez viene con la niebla. No extraño aSebastián, no todavía, porque Sofía sabetenerme contento. Hacemos el amortodas las tardes y es estupendo. Ella meama de un modo sutil que en nada puedecompararse al acto brutal que compartíacon Sebastián en esta misma cama,cuando venía a redimirse de la vida dementiras a la que se ha entregado sólopara triunfar como actor y para que la

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prensa no ponga en entredicho suvirilidad. Es como una rutina, unacoreografía: Sofía llega apurada y yo laespero sucio, desgreñado, sin bañarme,vestido con unas ropas viejas queencuentra divertidas, y ella, optimista yrisueña como yo nunca puedo estar, meregala un chocolate o unas galletas o unsánguche, porque sabe que en estamadriguera nunca hay nada rico, y luegovamos a mi cuarto y hacemos el amorsin prisas, con el júbilo de dos amantesque descubren maravillados una suma depequeñas complicidades íntimas.Después, y esto es tan rico comoamarnos, dormimos una larga siestadesnudos, más desnuda ella que yo en

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realidad, porque yo siempre me resfrío ypor eso me pongo una camiseta y unasmedias, aunque ella insiste en sacarmelos calcetines al hacer el amor, lo que amí me debilita, me llena de dudas,conspira de un modo sibilino contra eldudoso poder de mi virilidad.

Ya de noche, Sofía y yo nos vestimosy ella se marcha a su casa, es decir, a lacasa de su madre, allá lejos por losextrarradios de la ciudad, y yo me voy acorrer por el malecón con una lentitudpasmosa, tan lento, desganado y apático,como si fuese un enfermo, que hasta losseñores gordos que salen a trotar mesobrepasan, ni qué decir de los atletasque se entrenan para la maratón de

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Nueva York, que me desbordan a unasvelocidades que encuentro inhumanas.Después de correr, me doy una ducha,me pongo encima un terno estragado yuna corbata chillona y voy a latelevisión a hacer mis piruetasdisparatadas y entretener al público.

Así son mis días, lentos, previsibles,tristes porque no escribo. Cada día quepasa es una derrota secreta para mí, quesigo soñando con escapar de estamiseria y redimirme en los libros. Perohoy no es una tarde cualquiera, es micumpleaños. No pienso ir a casa de mispadres, que son tan pesados y quieren

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reformarme, curarme, llevarme por elcamino del bien. Tampoco creo queaparezca Sebastián, a quien no le hecontado de mi cumpleaños y seguro quelo ha olvidado. Sólo Sofía se acuerda deque hoy cumplo veintisiete años,veintisiete años malvividos en estaciudad en la que nací, veintisiete años alos que he sobrevivido tras dostentativas de suicidio y toda la cocaínaque me metí.

Sofía llega con globos, muchosglobos, un montón de globos inflados detodos los colores, y llena eldepartamento de globos que se elevan ytocan el techo, y yo río y la abrazo y labeso, y ella me dice feliz día, uno de

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estos globos tiene tu regalo. Yo mequedo perplejo con la alegría y lavitalidad de esta chica, ¿cómo pudohaber inflado y traído tantos globos?,¿cómo pudo pensar que mi regalo debíacolgar de un globo?, ¿cómo encontró unregalo tan liviano para meterlo en unsobre y amarrarlo a ese globo amarillo?,¿cómo pudo abrir ahora las puertas quedan al balcón, maldita sea, que se estánsaliendo todos los globos?, ¿cómo se teocurre abrir las puertas, Sofía?, grito,porque los globos han salido volandollevados por el viento y el amarillo conmi regalo también. Vuelan los globos yvuela mi regalo, y Sofía ríe a carcajadasy yo también, y es una escena

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memorable contemplar desde el balcónaquel puñado de globos multicolorespreñando de alegría el cielo grisáceo deesta ciudad, caracoleando en diversasdirecciones, provocando en lospeatones, los niños mendigos y losperros chuscos un instante de asombro yfelicidad, pues todos miran hacia arriba,a esos globos que avanzan díscolos,caprichosos, según los lleva el vientoque viene del mar. Entonces Sofía salecorriendo, vamos, corre, tenemos queseguir al globo de tu regalo, y, nadamás bajar del ascensor, yo corro detrásde ella, pero ella es más rápida que yo yno pierde de vista el globo amarillo conmi regalo colgando, y yo me pregunto si

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habrá fumado marihuana o qué, porquesigue riéndose de un modo eufórico y yome contagio y río también, y la gente nosve pasar y nos mira con caras dedesconcierto, pensando tal vez quesomos un par de locos corriendo a todaprisa tras un globo amarillo.

Lima en ese momento es una ciudadperfecta, alucinantemente feliz. Mientrascorro y veo el globo amarillo y lapromesa de mi regalo que se esfuma otal vez no y el cuerpo liviano de estamujer que corre delante de mí, me digoen silencio que no recuerdo un instanteen el que me haya sentido más feliz enesta ciudad, no recuerdo un mejorcumpleaños que el de hoy, corriendo con

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una chica linda detrás de un globo,oyendo el eco de sus risas impúdicas yolvidando por un momento los pesaresque me agobian, como que mis padresno me han saludado porque seavergüenzan de mí y Sebastián tampocoy que a la noche tengo que ir alprograma de televisión y el público, quéespanto, ¡me va a cantar happybirthdayl ¡Se ha enganchado en uncable, se ha enganchado en un cable!,grita Sofía, con un júbilo que no declina,y yo llego a su lado, jadeando, despuésde correr varias cuadras, y veo que elglobo amarillo con mi pequeño regalohamacándose por el viento se haatracado en un cable de electricidad, y

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pregunto ¿y ahora qué hacemos?, ySofía lo que sea, pero tienes que abrirtu regalo, no lo podemos perder, y yopero no podemos llegar allá arriba, esimposible, y ella nada es imposible,búscate una piedra, y yo ¿para qué?, yella me contesta tirando una piedra alglobo, pero no le da, para reventar elglobo, a ver si se cae, responde. AhoraSofía y yo estamos tirando piedritas alglobo amarillo y no le acertamos unasola y un par de niños de la calle, quehan corrido detrás de nosotros porqueme reconocieron y seguramente quierenuna propina, tiran piedras también, sinsaber bien por qué, pero por el meroplacer de apuntarle a un globo y tirarle

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una piedra. Así estamos unos minutos,tirando piedras fallidas, hasta que depronto alguien se asoma de un edificiovecino, en cuyo jardín al parecer estáncayendo todas las piedras que noconsiguen desinflar al globo, y grita

¡DEJEN DE TIRAR PIEDRAS, CARAJO,QUE AHORITA LLAMO AL SERENAZGO!

Yo me río y pienso que mejor nosvamos rápido porque no quieroescándalos, no quiero que losperiódicos digan mañana que andabadrogado tirando piedras a los edificiosdel malecón, y Sofía grita no se moleste,señora, es que hoy es el santo de mi

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amigo y su regalo está colgado de esecable, y la mujer desde su ventana haceun gesto obsceno y se disponeseguramente a llamar a la policía, y yoSofía mejor olvídate, dejémoslo, esimposible recuperar mi regalo, y ella nihablar, yo no me muevo de acá hastaque caiga tu regalo, y yo me resigno aacompañarla y los chiquillos preguntanqué hay en el regalo y yo les digo que nolo sé, que es una sorpresa. Poco despuésllega una camioneta blanca delserenazgo de Miraflores y los policíasparticulares me reconocen. Los abrazocon cariño y firmo autógrafos para susesposas y amantes y les explico lasituación y ellos ríen, ese Gabrielito,

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terrible eres, carajo, siempre haciendocosas raras, a quién chucha se leocurre colgar un regalo en un globo enun cable de alta tensión, puede morirgente electrocutada, hermanito, no esbroma, cuánta gente asada muere así, yyo les prometo una buena propina si mebajan el regalo antes de que se haga denoche, así que ellos llaman por radio alos bomberos y dicen que se trata de unaemergencia, pero sin entrar en detalles,lo que se agradece.

Pasa un buen rato, queaprovechamos para comer helados,mirar el globo y hablar con los serenos,mientras Sofía arroja incansablementetoda clase de objetos que puedan

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derribar el globo enroscado, hasta queaparece el camión cochambroso de losbomberos, que es un vejestorio y debede haberse incendiado varias veces, ylanza al aire el ulular de una sirena quemás parece el llanto de la señoraquejumbrosa del edificio. Ahora losbomberos comprenden que laemergencia consiste en que al tontorróninsigne de Gabrielito Barrios se le hacolgado un globo amarillo con su regalode cumpleaños en un cable de altatensión y hay que bajarlo, porque es susanto, pues, señores bomberos, tienenque colaborar acá con el santo delseñor, que les va a mandar saludos estanoche en su programa, promete Sofía, y

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los bomberos, animados por la promesa,por las propinas que he anunciado y porel cuerpo de Sofía que miran con ciertadesfachatez, relamiéndose, montan enseguida una operación de rescate delglobo amarillo, desplegando con lentituduna escalera mecánica, tanparsimoniosamente extendida que si elglobo fuese una persona en medio de unincendio ya no quedarían ni las cenizasde ella. Cuando por fin alargan laescalera y la aproximan al globo,ninguno de esos bomberos pusilánimes,que son tres y tienen unas caras dehambre peores que la mía, da señales deestar dispuesto subir. Yo no lo puedocreer y Sofía tampoco y por eso nos

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miramos riendo, mientras los bomberoshacen yan-ken-pó para dirimirdemocráticamente a quién le toca subir.El que pierde, un gordo de ojos saltonesy cara de pescado, se resigna a treparpor la escalera. Para entonces ya todo elvecindario está atento a la operación derescate, y alguna gente me pasa la voz,gritando cosas amables o burlonas, y yopienso que es el cumpleaños másextraño de mi vida. Los chiquillosaplauden cuando el bombero se acercaal globo amarillo, la gente se asoma alas ventanas, mira desde los edificios,nadie entiende qué diablos está pasando,y por fin el bombero regordete logracortar la pita del globo y atrapar el

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sobre con mi regalo. Sofía aplaudeeufórica y yo también y los chicos de lacalle gritan jubilosos y nadie entiendenada, mientras un bombero me abraza,feliz cumpleaños, Gabrielito, y elsereno se confunde en un abrazo efusivoconmigo porque no sabía que era susanto, don Gabriel, felicitaciones,caramba, a ver si nos echamos unasagüitas ahora para celebrar suonomástico, y yo no, mister, no sepuede, hay que ir a la tele más tarde.

Baja el bombero con el sobre y se loentrega a Sofía, que sonríe encantada yme lo da abrazándome, diciéndome aloído feliz día. Entonces los bomberos,los serenos, los niños de la calle y hasta

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los curiosos gritan ¡beso, beso, beso!, yyo no puedo defraudarlos, uno se debe asu público, y beso en los labios a Sofíay ellos aplauden y yo saludo como untonto y pienso que éste es ciertamente elcumpleaños más raro de mi vida.Entonces un bombero grita ¡que abra elregalo!, y Sofía lo secunda, dándomeánimos, así que, una vez más, dispuestoa complacer a este público tan exigente,abro sin demora el sobre que tanto nosha hecho sufrir y ¡es un calzón rojo!Sobreviene un momento brevísimo, dossegundos apenas, en que todosquedamos mudos, desconcertados, y yomiro a Sofía y ella rompe a reír yentonces todos comprenden la broma y

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ríen y aplauden y yo, como un idiota,muestro el calzón, abrazo a Sofía y merío con ella y le digo al oído eres unaloca, cómo se te ocurre regalarme uncalzón rojo, y ella, abrazándome, mesusurra al oído para que lo uses conSebastián, y los dos nos confundimos enuna risa franca y tierna que un bomberointerrumpe para pedirme su propina. Porsupuesto les doy un buen dinero a todos,y ahora se va el carro de los bomberos yyo les pregunto ¿me pueden jalar poracá nomás?, y ellos claro, Gabrielito,trepa, y Sofía y yo nos montamos en elcarro de los bomberos y yo llevo micalzón rojo en una mano y miro a estamujer bella y adorable que me lo ha

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regalado, y sonreímos los dos y soyrotundamente feliz en este momento,cumpliendo veintisiete años esta tardede febrero, trepado en un carro debomberos con la mujer que amo y elcalzón que siempre soñé.

Sofía quiere que conozca a suspadres. Yo no tengo ningún apuro enconocerlos. Su madre se llama Bárbaray es hija de una norteamericana que viveen Costa Rica. Bárbara está fastidiandoa Sofía porque no voy nunca a su casa yeso no le gusta, le parece que si tengointenciones serias con su hija debo ir avisitarla. Cuando Sofía me lo cuenta,

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entre avergonzada y riéndose, yo le digoque no tengo intenciones serias con ella,conmigo ni con nadie. Sofía insiste enque, si no es mucha molestia, seríaconveniente que pasara un día por casade su madre y cumpliera ese odiosoritual, el de presentarme, poner cara demuchacho confiable, esconder misdevaneos homo eróticos y fingir que soyun buen partido para su hija, o sea,mentir con descaro, pues el único buenpartido que estaba en juego esSebastián, que por eso nos lo hemosrepartido Sofía y yo. Mucho me temoque tendré que ir a conocer a Bárbara ya su esposo Peter, dueño de una cadenade hoteles, quien, según mis fuentes, es

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un caballero honorable. Los padres deSofía se divorciaron hace veinte años,cuando ella era una niña. Lucho, supadre, se volvió hippy, quemó todos susdocumentos, le regaló el auto a su mejoramigo y abandonó a su esposa Bárbara ya sus tres hijos pequeños, Francisco,Isabel y Sofía, para irse a las montañasy construir una casa rústica al pie delrío, en Carhuaz. No volvió más a Lima,se dedicó a la vida bucólica y sedesentendió por completo de lasresponsabilidades familiares y lasresponsabilidades en general. Sofía nole guarda rencor y cree que su padre mecaerá muy bien porque es un poco loco,un poco loco como tú, me dice,

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sonriendo con dulzura. Su padre,después de tantos años viviendo lejos,en las montañas, al borde de un río,cultivando un huerto, ensimismado en supequeño paraíso, lejos de la civilizaciónque según él todo lo corrompe, se havisto obligado a volver a Lima porquelos terroristas han destruido susplantaciones, lo han amenazado demuerte y han matado a varioscampesinos de la zona que se negaron acolaborar con ellos. Sofía me cuenta queLucho está perdido en la ciudad,impaciente por escapar a algún lugarmenos hacinado, haciendo pronósticosapocalípticos sobre el futuro queaguarda a los habitantes de Lima,

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viviendo a regañadientes en casa de suspadres, dos ancianos que ocupan undepartamento en la avenida Angamos, enMiraflores.

Me hace ilusión conocer a su padre,creo que me caerá bien.

Su madre, en cambio, me aterra:sospecho que es una señora caprichosa,de alta sociedad, que ve con espanto misdesenfrenos públicos y desaprueba estarelación ambigua que tengo con su hija.No hay más remedio, habrá queconocerlos. A sus hermanos, demomento, no tengo que verlos, porqueFrancisco, el mayor, está en Bostonestudiando una maestría, e Isabel, dosaños mayor que Sofía, en Washington,

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divorciándose de su esposo, unmillonario italiano con aires dearistócrata. Sofía espera irse pronto deLima, aún no sabe si a Ginebra o aWashington, a estudiar una maestría enciencias políticas. Está contenta porquela han admitido en dos universidadesestupendas: en la pública de Ginebra yen Georgetown, la más prestigiosa deWashington, y es seguro que en pocosmeses se irá de Lima y, me confiesa conuna sonrisa, lo más probable es quesólo vuelva a pasar la Navidad, porqueno me veo viviendo toda mi vida en estaciudad, la verdad es que me deprime unpoco la idea de quedarme acá. Yocelebro su buen gusto, querer irse de

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este arenal mugriento y lleno de moscas,y la aliento a irse de Lima, le digo queuna mujer tan elegante no puede dejarseenvilecer por esta ciudad indigna de sufineza, y ella me anima a irnos juntos apesar de que acabamos de conocernos yde que lo único seguro entre nosotros esque yo soy un niño tonto que sonríeextasiado cuando le regalan un calzón.Amorosa, entregada, dispuesta a vivirconmigo todas las aventuras que yo meescamoteo por pusilánime, Sofía medice que debería volver a launiversidad, pero no en esta ciudad quedetestamos, sino en el extranjero, yestudiar algo que me guste, además deescribir, dejarme de excusas y sentarme

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a escribir la novela con la que tantasveces he amenazado a mis amigos. Ellacomprende que yo desprecio mi trabajoen la televisión y piensa que debodejarlo apenas termine mi contrato, enpocos meses, cuando se vaya aWashington o a Ginebra.

Es bueno hacer planes con Sofía,imaginarme en alguna ciudad linda conella, estudiando ambos y yo escribiendomi novela y amándola como no amé anadie, pero ¿y Sebastián? ¿Podrédejarlo? ¿Podría vivir sin él, con elrecuerdo de su cuerpo brioso, sus jadeosde amante insaciable, su bocarecorriendo mi cuerpo,estremeciéndome? ¿No me engaño al

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creer que puedo ser feliz con esta mujer,con cualquier mujer? Ya lo veremos: porahora, sé que Sofía me hace feliz y queSebastián es lo bastante tonto parapelear conmigo sólo porque yo quieroacostarme con esta chica que fue suyapero ahora es mía, ¿y por qué tendríaque enfadarse, si a mí no me molesta quetenga una novia, Luz María, a la queexhibe compulsivamente para que nadiedude de su virilidad?

Sofía me convence, después demucho insistir, de que debo acompañarlaa su casa, es decir, a la casa de Bárbaray Peter, su padrastro, que es como supadre, porque ambos tienen curiosidadpor conocerme y si no voy será peor,

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pues desconfiarán más de mí. Tambiénme convence de salir a tomar un heladocon Lucho, su padre, el lunático que sefue a las montañas hace veinte años,vivió como un ermitaño y está de vuelta,derrotado, en la ciudad que abandonó. ALucho lo veremos otro día, primero hayque pasar la prueba más dura, conocer asu madre y a Peter, que, siendo dosfigurones de alta sociedad, me juzgarán,será inevitable, con cierta severidad.Después de mis habituales rodeos, meresigno, ante su dulce insistencia, que,bueno, ya está, hay que ir a su casa ysonreír mansamente para que su madreno crea que soy tan impresentable comoparezco en la televisión y para que deje

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de fastidiar a Sofía con preguntas,advertencias, reproches e intromisiones,porque, desde que sabe que su hija saleconmigo, no la deja en paz y le dice,según me cuenta Sofía riéndose, que soyun perdedor, un tipo escandaloso y pococonfiable, indigno de una señorita comoella.

Comprendo, sin conocerla, que sumadre puede ser muy impertinente.Porque Sofía tampoco es una niña, yatiene veintidós años y, además deSebastián, ha estado de novia con treshombres, según me ha contado en lacama después de amarnos: un italianocon quien tuvo una corta relación enFiladelfia; un peruano, Esteban, el

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dueño del Nirvana, la discoteca dondenos conocimos, y Laurent, un francés delque se enamoró en París y que siguearrebatado por ella, pues aún le ruegaque le dé una oportunidad más parasalvar un amor que ella ya cree perdido.Sofía no ve a Laurent hace meses y medice que ya no está enamorada de él,pero cree que tendrá que ir a verlo paraterminar esa relación y no hacerlo sufrirmás.

Quiero terminar bonito con él, hasido un hombre muy importante en mivida y no me gusta dejar las cosas amedias, me dice un día, anunciándomeque irá a Washington a verlo, porque él,que es dentista, tiene que ir a una

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convención en esa ciudad y la hainvitado con la esperanza dereconquistarla. Sofía no le ha habladode mí, me promete que se lo dirá enWashington y aprovechará ese encuentropara terminar con él. Haz lo quequieras, lo que sea mejor para ti, ledigo, abrumado por la idea de que elladeje a Laurent para estar conmigo, queestoy tan triste porque me ha dejadoSebastián. Cada uno mata sus pulgascomo mejor puede, y ahora hay una quematar: Bárbara, su madre, a la que yaestoy odiando antes de conocer.

Una noche antes de irme a latelevisión, Sofía, tras darme muchosbesos, me anima a pasar por la casa de

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su madre, hazlo por mí, para que mimamá deje de joderme, te prometo queserá sólo un ratito y nadie te va amorder, y yo bueno, ya, pero sólo iréhoy y nunca más, no quiero que mevean como tu novio, porque nosotros nosomos novios, yo no quiero tener unarelación seria y formal con nadie, y situ mamá no acepta eso, mala suerte,que se joda. Me hago el valiente con lapobre Sofía, pero, cuando llego a lamansión de su madre, que en realidad esdel acaudalado señor que se casó conella, se extingue rápidamente mi corajeporque veo una jauría de perros negros ymarrones, de raza oriental, ladrandoalrededor de mi carro, pobres que se

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atrevan a mearme una llanta, que losenveneno, ¿a quién se le ocurre tenertantos perros en su casa? No muerden,son mansitos, me dice Sofía bajando delcarro, al ver que no pienso bajar. No lehago caso y sigo paralizado dentro delauto y no doy señales de quererdescender, temeroso del ataqueconcertado de esa jauría de perrospeludos y hambrientos que, seguramenteazuzados por Bárbara, quierendespedazarme y comerme vivo. Sofíallama a gritos a sus empleadasdomésticas, un ejército de señoras enzapatillas y mandiles celestes, y lesordena encerrar a los perros, los quedesaparecen en un santiamén.

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Bajo del auto y contemplo la bellezade esa casona colonial: el patio interiorcon una fuente de agua en la que bebenlas palomas; los techos de tejas a dosaguas; las salas y los salones decoradoscon muy buen gusto, llenos de obras dearte, antigüedades y alfombras quedeben de valer más de lo que yo gano enun año; unos jardines interminables, muybien cuidados, con pozas de agua; unacasa, en fin, que me deja mudo porqueme recuerda dos cosas: que yo vivo enuna madriguera y que nunca ocuparé unamansión tan espléndida como ésa. Sofíame acomoda en la sala principal, desillones rojos aterciopelados y en la queun ángel de mármol me apunta con una

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flecha, como un esbirro seráficocontratado por Bárbara, que yo sé queme odia y ahora sonríe regia, muyelegante, entrando en el salón como sifuese la reina de esta paupérrimacomarca en la que habitamos,acompañada por un señor taciturno, bienvestido, de facciones angulosas yseveras, que, muy serio, me mira conojos recelosos, como si fuese yo unintruso que ha invadido su predio.

Bárbara es una señora en suscincuentas, estupendamente bienconservada, que me clava una miradainquieta, llena de malicia, apenasdisimulada por una sonrisa falsa queintenta hacerme creer que me ve con

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simpatía. Yo, procurando preservar unaire distraído para disipar lassuspicacias, escudriño el cuerpoespléndido que ella exhibe, todo unmérito para una señora de su edad: unospechos primorosos, cintura dequinceañera y un trasero soberbio,desmesurado. Esto es lo primero quepienso cuando conozco a Bárbara: ¡quédaría yo, señora, por tener un poto tanlindo como el suyo! Claro que no se lodigo, porque podría dar lugar a peoresmalentendidos de los que ya se ciernencomo buitres sobre la felicidad de Sofía.Lo primero que pienso cuando conozcoa Peter, un caballero pasmosamentecircunspecto, con aire de monje

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anacoreta, es, pero tampoco se lo digo:si yo tuviera una casa tan linda como latuya, también andaría en ese estado delaxitud que te permites, aunque tampocote vendría mal tomar vitaminas, porquecon tremenda mujer al lado, tienes queespabilarte, que la calle está dura y lasleyes del libre mercado son crueles einexorables.

Por fin te conozco, exclamaencantadora o tratando de serlo Bárbara,mientras Sofía parece nerviosa y Peterme estudia como si fuera yo una ave rarade la amazonia, y yo hola, mucho gusto,y le doy un beso a Bárbara y me extravíoen el aroma que emana de sus mejillas ysu cuello. Sin darme tiempo de saludar a

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Peter, ella me toma de los brazos, memira de arriba abajo, comosometiéndome a un examen, y dice lindoterno, te queda bien, pero ¿qué coloniate has puesto?, dime. Sorprendido, digocon orgullo Brut, y no miento, me hepuesto esa loción de frasco verde queme regaló uno de mis hermanos porNavidad. Entonces ella abre la boca,escandalizada, y comenta con airecómplice, ay, no, no puedes ponerte esacolonia, ¡ésa es colonia de cholos!, yyo me río por la crudeza del comentarioy Sofía ríe también, acostumbrada a losdesatinos de su madre, de los que ya mehabía advertido, y Peter no ríe, nosonríe, no relaja en absoluto la rigidez

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de sus músculos faciales, mientrascontinúa estudiándome con una raraminuciosidad. Entonces extiendo lamano y digo hola, yo soy Gabriel,encantado, y él me aprieta la mano confuerza y al mismo tiempo,examinándome con su miradainquisidora, dice Gabriel, ¿Gabrielqué?, y se hace un silencio, porque casitodos saben en esta ciudad quién soy ycuál es mi apellido, y entonces él ríe yBárbara también y yo caigo en cuenta deque me está tomando el pelo, y ríotambién con mi colonia Brut de cholos ymi apellido que fingen no conocer.

Asiento, asiento, invita Peter,señalando los sofás aterciopelados, pero

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yo, incómodo por lo que me dijoBárbara sobre mi colonia, digo unratito, voy al baño, y Sofía me lleva albaño de visitas y susurra ¿todo bien?, yyo no sé, creo que no, creo que meodian, y ella no le hagas caso a mimamá, ella dice esas cosas sin darsecuenta, y yo ahorita salgo, y me metoen el baño, me huelo y no reconozco elolor a cholo, pero si he ofendido elolfato de Bárbara con el olor de micolonia, que seguramente es una versiónespuria de Brut, debo enjabonarme bienla cara, cosa que hago con vigor,dispuesto a eliminar todo olor a cholo, acolonia de cholo o cualquierreminiscencia chola que pudiera exudar

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mi piel. Por fin, bien enjabonado, y metemo que, sin embargo, todavía oliendoa cholo, regreso en mi traje azul a lasala, me acomodo en un sillón y Bárbaramanda traer bebidas y bocaditos, y Peterme pregunta ¿de aquí te vas a latelevisión?, y yo, mirando el reloj, sí, enuna hora tengo que estar en el canal, yél ah, caramba, o sea que has venidocon el tiempo medido, una pena,queríamos invitarte a comer, y yo nopuedo, no puedo, me encantaría perotengo que ir al programa, y Bárbara ¿tepagan bien en la televisión?, y yo,haciéndome el tonto, bueno, sí, más omenos, no me quejo, y Sofía, tratando desalvarme, pero no está contento en la

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televisión, quiere dejarla, estáesperando a que termine su contrato, yBárbara ¿cuánto te pagan?, ¿ganas muybien?, y yo, asombrado de que estaseñora se permita preguntarme cuántogano habiéndome conocido hace apenasun momento, bueno, me da un poco devergüenza hablar así de plata, y Sofíairritada claro, mamá, ¿cómo se teocurre preguntarle cuánto gana, quéclase de pregunta es ésa?, y Peter ¿yqué piensas hacer cuando termines tucontrato?, ¿vas a dejar la televisión?, yyo bueno, todavía no sé, estoypensando, y Sofía va a estudiar, y sumamá a estudiar, ¿estudiar qué?, ySofía va a volver a la universidad, y su

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mamá ¿qué?, ¿no te has graduado?, yyo bueno, no y voy a añadir me botaronpor no ir a clases pero Sofía, dispuestaa socorrerme, dejó la universidad porla televisión, pero ahora va a seguirestudiando, se va a ir afuera a estudiarfilosofía, y yo me quedo sorprendidopor la audacia de Sofía, que ya decidióque estudiaré filosofía en unauniversidad de prestigio, y Peter québueno, filosofía, muy interesante, y sumamá yo no sé, creo que mejor se ganaen la televisión, los filósofos se muerende hambre, y yo agrego, risueño, yhuelen todos a cholo, y ella suelta unarisa cómplice y pregunta ¿no te habrásofendido por lo que te dije de tu

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colonia, no?, y yo no, qué va, paranada, y ella, más cariñosa, no lo tomesa mal, lo dije por tu bien, para mejorartu posición social, porque un chicoguapo, un ganador como tú, queademás sale con Sofía, que es unachica del más alto nivel, que cualquierhombre ya quisiera a su lado, tiene quetener todo lo mejor, pues, y no puedeestar usando una colonita barata detercera ¿no?, y yo claro, señora, milgracias, y ella ¡te prohíbo que mellames señora, yo soy Bárbara, nada deseñorearme, por favor!, y Peter, muyserio, bueno, ha sido un gustoconocerte, pero antes de que te vayas,quiero decirte algo, y yo sí, claro,

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encantado, y él, asumiendo su papel dejefe familiar, mira, nosotros no tenemosproblemas de que salgas con Sofía, apesar de que no tienes muy buenareputación, por las cosas medio rarasque haces en la televisión, nosotros notenemos problemas, eso sí, sólo unacosita: si vas a salir con ella, tienesque venir por esta casa, dejarte ver,para que no parezca que te escondes denosotros y que tienes una relacióndigamos extraña, poco formal, conSofía, tú comprenderás, y yo claro,absolutamente, tiene razón, y éltrátame de tú, hombre, y yo perfecto,gracias, Peter, así será, mientras piensoque acá no regreso más, vuelvo mañana

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con Sebastián y renuncio a esta vidaheterosexual que, está claro, no es paramí, y Sofía, mirando el reloj, bueno,creo que tienes que irte, y Bárbara unacosita más, y yo nervioso, pensando enque me preguntará cuánto costó midepartamento, sí, dime, y ella no se tevaya a ocurrir hablar de Sofía en latelevisión o en las entrevistas que dasen los periódicos, ¿ya?, y yo porsupuesto, ni hablar, hay que cuidar laprivacidad, y ella exacto, nosotrossomos una familia muy privada.

Entonces nos ponemos de pie, beso aBárbara sin dejar de admirar suelegancia y le doy un apretón de manos aPeter, que, insospechadamente bromista,

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insiste con un chau, Gabriel, ¿Gabrielqué?, y yo bueno, nos vemos pronto, milgracias, y cuando estoy por trasponer elumbral de la puerta y recobrar lacordura, oigo la voz suave de Bárbara:Gabriel, ven, una cosita más. Yo medetengo, vuelvo tras mis pasos y ella metoma de la mano y dice sonríe, y yosonrío como un tonto y ella me dice,bajando la voz, con un aire cómplice, nopuedes salir así en la tele con losdientes amarillos, y yo ¿están muyamarillos?, y Sofía ay, mamá, déjalotranquilo, y Bárbara tienes queblanquearte los dientes, ya, urgente, telo digo yo, que soy tu asesora deimagen, y yo sin sonreír, porque tengo

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los dientes amarillos, y sin acercarme aella, porque huelo a cholo, mil gracias,Bárbara, lo voy a hacer, no tepreocupes.

Salgo aliviado de esta casa tan lindaa la que no pertenezco, pues soy paraellos un cholo oloroso y amarillento, ySofía me acompaña al auto, me da unbeso agradecido y me dice no estuvotan mal, ¿no?, y yo no, no, ya pasó, yella mil gracias por venir, no les hagascaso, ellos son así, y yo ¿te parece quedebo blanquearme los dientes?, y ellabueno, sí, no te vendría mal, y yosubiendo al auto, con ganas demarcharme, ¿de verdad quieres queestudie filosofía?, y ella me encantaría,

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pero tú dirás, y nos damos otro beso ysalgo manejando a toda velocidadporque el programa comienza en mediahora y no tengo idea de lo que voy adecir, sólo sé que no voy a sonreír conestos dientes amarillentos, pienso,mirándome al espejo, disgustado por elrostro asustadizo que me devuelve.Extraño a Sebastián. Después de todo, élsiempre me dice que le encanta mi olor.

Sigo extrañándolo. Cuento los díasque no viene a verme. Van seis. No metoco pensando en él, porque mi energíasexual, que no es mucha, la dedico todaa Sofía, pero lo extraño cada día más y a

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veces, cuando estoy haciendo el amorcon ella, pienso fugazmente en él,aunque después me siento un canalla. Talvez por eso, porque lo echo de menos,me provoca ir al teatro a verlo actuar enuna obra que acaba de estrenar sobreRimbaud y Verlaine en la que hace deRimbaud, con buena crítica y éxito depúblico. Estoy seguro de que no ha leídouna línea de Rimbaud o Verlaine o delperiódico siquiera, porque él, siendo unamante delicioso, no cuenta entre susaficiones la lectura. Sin embargo, nodudo de que estará encantado en elteatro, gimoteando, desgarrándose,hiperventilándose, protagonizandoescenas histéricas, todo lo cual le

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permite dar una imagen de actor serio,comprometido con el arte y al que leduele este país en que nació y sin lamenor codicia por el dinero, porqueésas son cosas para espíritus chatoscomo el mío y él no se rebaja a esacarrera de ratas, él vive para el arte ypara acostarse a escondidas con chicoscomo yo.

Buena falta me hace Sebastián,buena falta me hace un revolcón con él,pero esto no se lo digo a Sofía porqueno quiero lastimarla, sólo le digo acercade ir a verlo al teatro hoy sábado y ellaacepta encantada y me pide, si no memolesta, que antes de ir al teatrotomemos un helado con Lucho, su padre,

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sólo un ratito, media hora nomás, élmuere por los helados y ya le dije quelo vamos a invitar, y yo bueno, genial,vayamos a tomar helados con tu papá,ojalá que no me pregunte cuánto ganoy me diga que tengo los dientesamarillentos, digo, sarcástico, y ellasonríe y me acaricia el pelo y dice no,no, ya verás que te va a caer bien, esun loco como tú. Muy bien, iremos atomar helados con su padre, el lunáticoque volvió de las montañas, y de ahí alteatro a gozar con Sebastián.

Vamos en mi coche nuevo, que es unagrado, y Sofía pone un disco de REMque me fascina, y cantamos Losing myreligion y yo me siento tan leve porque

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he perdido mi religión, a los curasmañosos del Opus Dei y a mis padresfundamentalistas.

Llegamos al edificio donde vive supadre y él nos espera en la calle. Bajodel auto, le doy la mano y él me dicehola y me mira con una intensidadperturbadora, con un brillo de locobueno y genial. Está vestido de un mododescuidado, con pantalones viejos,sandalias de jebe y una camisacualquiera, y huele fuerte a tabaco. Semonta en el auto, Sofía baja el volumeny yo me dirijo a la heladería de moda, apocas cuadras de allí. Espero a queSofía tome la iniciativa y lleve laconversación, pero no dice nada y su

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padre tampoco, va en el auto sin decirnada, mirándome con curiosidad, y yo¿qué tal, Lucho?, ¿todo bien?, y él conuna voz nasal ahí, medio jodido, comotodos, y yo me río pero él no se ríe,permanece serio, ensimismado.

Lo miro por el espejo: es un hombrede cara alargada, ojos vivarachos ynariz de gancho que en su juventud debióde ser muy apuesto. Le pregunto¿extrañas tu casa en el campo?, porqueno sé de qué hablarle pero quiero llenarestos silencios tan incómodos, y él sí,claro, esto es una mierda, y entoncescomprendo que es un tipo estupendo,que me cae muy bien y que podríamosser buenos amigos si dejase de fumar,

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porque ya encendió un cigarrillo y ahorasufro pensando que me va a dejar el autoapestando, pero no le digo nada poramor a Sofía, y ella por suerte se dacuenta y me mira con cariño y le dicepapi, mejor bota el cigarro, que aGabriel le molesta que fumen en sucarro, y Lucho, sin hacerse problemas,ah, carajo, no sabía, y ahora veo quecon él se habla así, como en la calle, sinremilgos, y entonces aspira una pitadalarga y bota el cigarrillo, y yo gracias,Lucho, perdona la molestia, y él no dicenada, se calla, no sé si está molesto, seve que le gusta ir callado y eso medesconcierta por momentos.

Apenas llegamos, se arma un

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revuelo en la heladería porque laschicas uniformadas del mostrador, consus gorros verdes y sus mandiles rojos,me reconocen, se alborotan, me hacenojitos y se confunden en risas ahogadasy murmullos picaros, mientras losclientes del local, en su mayoría señoresbarrigones que han sido derrotados porla vida y tal vez intentan olvidarlo, memiran con recelo y antipatía, y lasseñoras que los acompañan, revestidasde ese aire beatífico que es tan comúnentre las damas mayores de esta ciudad,me miran con ojos de honda tristeza,como diciéndome ay, pero qué pena, túque eras la última esperanza blancapara salvar a este país, ¡haciendo ese

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programa adefesiero, mamarrachento,de calatas y maricas en la televisión, túque eres hijo de nuestra devota amiga,la supernumeraria del Opus Dei, queno merece la vergüenza de tener un hijoasí!

Supernumerarias superlocas,déjenme comer mi helado y no me mirencon esas caras de consternación,mírenme como las señoritasuniformadas, que son tan adorables y nome juzgan y al parecer no les molesta laimagen de libertino deslenguado que meesmero en cultivar, pues me sonríen concariño y me miran muy taimadamentecon aire coqueto pero a la vezcomedido, sin ignorar que me acompaña

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Sofía, que pide un helado de chocolate,y su padre, el loco de Lucho, quereclama, con su voz nasal y un tantoáspera, a mí dame puro chocolate, perosirve sin miedo, pues, métele bastanteque estoy con hambre, y cuando toca miturno pido, muy consciente de la barrigaque escondo mal, sólo fresa al agua,por favor, y no en barquillo, en vasito.Luego nos vamos al carro con nuestroshelados, ignorando las miradas decensura de los caballeros honorables ysus señoras avinagradas y sintiéndomeextrañamente bien con Lucho, que nodebería haber abandonado a sus hijoscuando eran niños pero que tuvo elcoraje de mandar al diablo a esta ciudad

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de pacatos, cucufatas y pusilánimes.En el auto, las ventanas abajo, la

música suave en REM, comemos sinapuro, no importa que lleguemos tarde ala función de Sebastián. Estamosdisfrutando de los helados cuando Luchome dice yo no veo tu programa, perotodo el mundo dice que es el deshueve,y lo dice atropelladamente, tan de prisaque no resulta fácil entenderlo. Sofíasonríe porque no ignora que Lucho haquerido decirme que le caigo bien, y yo¿no ves nada de televisión?, y él, conuna franqueza desusada en esta ciudadde embusteros, no, la televisión es unabasura, me llega al pincho. Yo me ríoporque no deja de ser curioso que Lucho

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hable con tanta crudeza delante de suhija y de mí mismo, que he hecho unacarrera en el contenedor de basura queél repudia en términos tan virulentos.Tratando de cambiar de tema y relajar latensión, le pregunto ¿y a ti qué te gustahacer, Lucho?, y él me mira comodiciéndome no me hagas preguntastontas, que yo no tendré plata perotampoco soy un huevón, y luego dicecomer helados. Yo no digo nada porquecomprendo que es mejor no hablarmucho con este señor, que al parecer nomiente y habla a una velocidadalucinante, y él agrega también me gustapintar, y Sofía sí, pinta increíble.

De pronto Lucho, sin más rodeos, me

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dice oye, ¿es verdad que eres cabrocomo dice la gente?, y yo casi me atoro,se me chorrea el helado, me quedopasmado, y Sofía suelta una carcajada,relajando la tensión del momento, y dicepapá, ¿qué dices?, la gente habla unmontón de tonterías, y Lucho, alparecer muy divertido, bueno, yo no sé,eso dicen pues, a mí me da igual, yotengo amigos cabros, no tengo nadacontra los cabros, es más, mi hermanomenor es medio cabro, sólo que no seatreve a decirlo porque le da miedo laopinión de la gente, debería cagarse enla gente y hacer lo que le dé la gananomás, y yo saboreo mi helado de fresay digo bueno, Lucho, la verdad es que

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me gustaría ser más cabro, pero tu hijame gusta mucho, y él ríe y ella también,y yo siento que he pasado la prueba.

Ahora Lucho baja del carro, deregreso en su edificio, y yo le doy lamano y él gracias, chau, y yo nos vemospronto, encantado de conocerte, pero élya se fue, gracias, chau, se fue con suhelado y habiendo conocido al cabro dela televisión basura que sale con su hijapero al menos tiene plata para invitarlehelados.

Un loco genial tu papá, me cayómuy bien, le digo a Sofía, mientrasmanejo por el malecón, rumbo al centrode Miraflores, donde presumo que yacomenzó Sebastián a dar sus alaridos

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desgarrados, y ella sabía que te iba acaer bien, se parece en algo a ti, y yome quedo pensando que en realidad nonos parecemos mucho, porque yo tengomás entrenamiento en el oficio dementir, y ella me pregunta ¿te molestó lode cabro?, y yo, no, para nada, me hizomucha gracia, sólo me sorprendió queme dijera que todo el mundo piensaeso, y ella no es así, tú sabes que lagente siempre habla estupideces de losfamosos, y yo ¿tú crees que soyamanerado?, y ella sorprendida no,para nada, y yo ¿pero tú alguna vez,viéndome en la tele, pensaste que eragay?, y ella no, pensé que eraschurrísimo y que quería conocerte, y

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me da un beso y yo acelero por amor aSebastián.

Llegamos al teatro, ubicado en unacalle muy angosta, refrescada por labrisa que llega del mar, y la función yaha comenzado pero la señora de laboletería me reconoce, se contenta alverme, me pide un autógrafo para suhija, se niega a cobrarnos y nos hacepasar. Como al parecer deseahalagarnos, descorre una cortina y noshace subir por una escalera. Los voy aacomodar en la mezzanine, para queestén solitos y nadie los moleste, nosdice susurrando. Sofía y yo nos

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acomodamos en la primera fila de estamezzanine desierta. Allá abajo está miex novio, mi Rimbaud despechado queya no me quiere, vestido con ropas queparecen de otro tiempo, diciendo unasparrafadas ampulosas, mientras sucompañero, el Verlaine esmirriado quelo acompaña, recita sus líneas floridas,ambos muy exagerados, muysobreactuados, tanto que no les creonada. Trato de pasarla bien pero siguenrecitando una cháchara retorcida ypomposa que me irrita y me haceextrañar a Lucho, que no se las da dehombre culto y te pregunta si eres cabrocomo los valientes. Entonces le digo aSofía esto es un plomazo, no entiendo

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un carajo, y ella sonríe con malicia yme dice sí, Sebastián sobreactúa tanto,es insoportable, y yo sí, gritan comolocas histéricas, y dicen un montón decosas que se han aprendido de memoriay no tienen ni puta idea de lo quesignifica, y ella se ríe cubriéndose laboca y dice sí, tal cual, esto es unbodrio. Entonces yo la beso y ella sedeja besar, se enardece y yo me erizo ynos besamos con pasión.

Mientras la beso veo a Sebastiánallá abajo y me excito besando a Sofía,que fue su chica y ahora es mía, y élsigue gritando su parlamento con lamirada extraviada. Sofía me diceparemos mejor, no seas loco, y yo no,

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no pasa nada, nadie nos ve, y sigobesándola, mi mano subiendo por suspiernas, y ahora estoy tocándola y ellase deja y yo la beso y la toco y miro aSebastián y eso me turba y ahora los dosnos tocamos en la penumbra de lamezzanine y Sebastián grita cosaspomposas que yo no le creo y yo beso aSofía mirándolo de soslayo y siento unplacer intenso amando a mi chica en lapresencia lejana de mi ex chico.

Luego recobramos la cordura y,faltando mucho para que termine lafunción, salimos del teatro. ¿Qué pasó?,¿no les gustó?, nos pregunta la señorade la boletería, y yo sí, nos encantó,estuvo buenísima, saludos a su hija. Me

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gustas tanto, Sofía, pienso, tomándola dela mano, y me gustas más cuandoSebastián nos mira con su cara de mono.Pero eso no se lo digo, desde luego,sólo le pregunto ¿qué tal Rimbaud?, ¿tegustó?, y ella contesta sí, mucho, meencantó y los dos reímos abrazados.

Sofía ha viajado a Washington paraver a Laurent. Al despedirse, me haprometido cortar del todo esa relaciónamorosa, lo que me abruma un pocoporque tal vez le conviene volver conese dentista que al parecer empieza aprosperar en París, pues, según mecuenta ella, se ha comprado un auto de

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lujo y un apartamento en Montecarlo. Ladespedida ha sido muy romántica, conbesos y promesas acarameladas, porejemplo, que voy a escribirle un poematodos los días, pero no tanto como paraacompañarla al aeropuerto de estaciudad, que es un espanto, un herviderode gentes crispadas, ladronzuelos ychicas a la espera de que llegue algúncantante famoso. Me viene bien pasarunos días solo, sin Sofía, porque, si bienla quiero mucho, mi lado femenino estámuy descuidado y ahora puedo ponermeal día, es decir, acudir presuroso enbusca de mi chico.

Lo espero a la salida del teatro peroSebastián no me saluda y sigue de largo

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y yo me quedo pasmado, sin comprenderla razón del desaire. La señora amablede la boletería me lo explica: Pareceque el joven Sebastián está asado conusted porque se enteró de que el otrodía vinieron al teatro y se fueron a lamitad, y yo ¿pero cómo se enteró?, yella, muy tranquila, yo le conté, pues,señor Gabrielito, y yo pero cómo se teocurre decirle que nos fuimos a lamitad, y ella es que no sé mentir y eljoven me preguntó si se quedaron hastael final, que por qué no fueron asaludarlo al camerín, y allí yo le contéque se fueron apurados usted y suseñora, que es tan linda si me permite,pero que me dijeron que habían gozado

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mucho con la obra, y yo bueno, muchasgracias, hasta lueguito, y me marchoenojado con aquella señora tan amableporque ¿cómo diablos se le ocurredecirle a Sebastián que estuvimos mediahora en el teatro y que nos largamosaburridos, siendo él un ego maníacopeor que yo?

Decido entonces, herido por sudesplante, que debo ir a sudepartamento, darle una explicación ypedirle disculpas. Llego al edificio y,nada más verlo, una ola de recuerdos mesofoca y me obnubila, me cierra elpecho y me entrecorta la respiración,porque Sebastián ha sido el únicohombre que he amado. Temblorosa mi

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mano, no menos que mi estragadocorazón, toco el timbre del piso siete, alque ya le está haciendo falta un poco deaseo. ¿Sí, quién es?, oigo el vozarrón deSebastián, y adelgazando la voz paraque perciba cuan honda es misensibilidad, contesto Sebastián, soy yo,Gabriel, y se hace un silencio pesado,opresivo, y por fin habla ¿qué quieres?,pero me habla con tosquedad, como siyo fuera un vendedor de biblias, así quecontesto, sin darme por aludido, quieroverte un ratito, te extraño, y él no,ahorita no puedo, estoy ocupado.

Por lo visto, sigue furioso conmigo,la señora del teatro tiene razón,Sebastián se enteró de que nos fuimos a

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media función y está indignado.Entonces digo no seas malo, quierodecirte algo importante, porfa, déjamesubir sólo cinco minutos, y él, alparecer dudando, ¿qué quieresdecirme?, dímelo por acá mejor, y yo,ofendido pero disimulándolo, Sebastián,no seas así, te extraño, déjame verte,ya sé que te molestó lo del teatro, sóloquiero explicarte qué pasó, por qué nosfuimos antes del final. A continuaciónsuena un timbre, se abre la puerta, entroal edificio y el portero me mira conmala cara, como si supiera que el galánde arriba es mi amante, chisme que élpodría contar a la televisión.

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Estoy subiendo para ver a Sebastián,pedirle perdón, rogarle que no searencoroso y que me deje hacerle elamor. Sebastián sabe que es guapo, quelas chicas se apasionan por él y quealgunos chicos también, como sabeigualmente que tiene la verga másestimable de la ciudad, pues, en lo que amí respecta, ninguna se compara engarbo, extensión, don de gentes ylaboriosidad a esa poronga que antessentía mía y que ahora me es esquiva.Me abre la puerta con cara de perro, sinafeitarse, el pelo largo y desgreñado, yyo me turbo porque está recién bañado,en pantalones cortos y negros y con una

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camiseta sin mangas, también negra, queresalta de un modo rotundo su belleza.

Pasa, tienes cinco minutos, me dicecon frialdad, y yo trato de abrazarlopero él me lo impide y me mira conmala cara, y yo ¿qué te pasa, por quéestás tan molesto, sólo porque nosfuimos del teatro a la mitad?, y él,indignado, sí, por eso, ¡qué clase deamigos son, que vienen a verme y selargan a la mitad!, ¡yo jamás te hubiesehecho eso!, ¡jamás!, y yo Sebastián, nolo tomes así, yo quería quedarme peroSofía estaba mal, se sentía pésimo, tuvoun ataque de náuseas y tuvimos queirnos por eso, y él no seas mentiroso,huevón, no te creo ni una palabra, y yo

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te juro, te juro, la obra me parecióbuenísima, tu actuación es notable,espectacular, estás mucho mejor que elotro actor, tú te llevas solo la obra,pero, bueno, si Sofía se siente mal y sequiere ir, ¿qué puedo hacer yo?, y él, yamás tranquilo, porque una dosis dehalagos nunca le viene mal, ¿en serio tegustó mi actuación?, y yo no me gustó,me fascinó, creo que es tu mejoractuación, me muero por volver alteatro y ver la obra entera, y él no sabesi creer mis mentiras y pregunta ¿enserio tenía náuseas Sofía?, y yo piensoclaro, náuseas de lo insoportable queera aquella obra pretenciosa, pero digosí, estaba fatal, comimos algo y le cayó

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mal, y él no dice nada, pero se relaja, vaa la cocina y sirve dos coca-colas.Entonces me acerco, lo abrazo, le hagocaricias y siento la protuberancia de susexo, lo que me pone contento, saber quetodavía tengo el poder de ponérseladura. Ven, vamos a la cama, le digo, y élno, no, mejor no, pero me besa conpasión, me araña con su barba de pocosdías, me empuja el paquete y yo insisto ypor fin se deja llevar a la cama. Nosquitamos la ropa, él con una premuraque me excita, yo como un señorito quedeja su ropa doblada en el perchero, yluego él se recuesta sobre unosalmohadones, se agarra el paquete y memira como diciéndome ya sabes lo que

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tienes que hacer. Yo me preparo para elcombate cuando de pronto me dice ¿meextrañas cuando estás con ella?, y yoclaro que te extraño, te extrañosiempre, nada me gusta más que hacerel amor contigo, y él ¿te gusta másestar así conmigo que estar con ella?, yyo, muy gay sí, claro, esto es lo másrico, y él ¿entonces por qué estás conSofía?, y yo no me jodas, Sebastián, nohablemos de eso ahora, pero él insiste,dime, dime, ¿por qué mierda estás conella, si lo que te gusta es tirarconmigo?, y yo bueno, por la mismarazón que tú estás con Luz María,porque también me gustan las mujeres,y él no metas a Luz María en esto, no

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tiene nada que ver, ella es mi hembritay yo la quiero de verdad, tú a Sofía nola quieres, la estás usando para que losperiódicos no digan que eres cabro, yyo ay, Sebastián, no digas tonterías,relájate, por favor, y yo trato de besarlopero él, a pesar de que la tiene dura, no,no quiero, y yo me hago el sordo y lobeso, y él no, para, para, pero yo noparo y él dice que pare pero la tieneparadísima y me dice no quiero, mejorándate, y yo desolado ¿por qué?, y élno sé, no me provoca, y yo no seas así,Sebastián, juguemos un rato, nos hacebien a los dos, y él no, a mí me deprimeporque ya sé que no me quieres, quesólo me buscas por sexo, y yo no digas

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eso, claro que te quiero, y él, sentado enla cama, no, si me quisieras, dejaríasde jugar con Sofía y sólo tiraríasconmigo, y yo ¿pero por qué te jodetanto compartirme, si yo te compartocon Luz María?, y él no sé, seré másceloso que tú, pero me jode que jueguesasí conmigo, que me robes a Sofía, y yo¡pero no te la he robado, sigue siendotu amiga, sólo que nos queremosmucho!, y él sí, claro, se quierenmucho, no te mientas, que yo sé locabro que eres, Gabriel, y yo bueno,contigo soy muy maricón y con ella soymuy hombre, ¿no es posible eso?, y él,levantándose de la cama, no, y mejor tevas, tengo que hacer mil cosas, y yo

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¿pero no podemos al menos terminar?,y él no, ándate, y yo me acerco, quierobesarlo, pero él me rechaza y dicemientras te acuestes con Sofía, olvídatede mí, y yo no seas cruel, no me hagasesto, y él si me quieres, déjala y sé mipareja, sólo mi pareja, de nadie más, yentonces te creeré que de verdad meamas y que se fueron del teatro por unataque de náuseas. Entonces me vistodesolado y le doy un beso en la mejilla.

No es justo. Yo quiero a Sofía perono menos a Sebastián, y necesito laternura de mi chica y también la de minovio. ¿Por qué todo tiene que ser tancomplicado? Entro al carro, estoyllorando, enciendo la radio y pasan una

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canción de Sting, If l ever lose my faithin you, que a Sebastián le encanta.Llegando a mi cama, me toco pensandoen él y luego le escribo un poema triste aSofía y estoy a punto de llamarla aWashington y decirle que mejorterminemos, que no puedo vivir sinSebastián, que será mejor para todos sise queda con Laurent y yo con Sebastián,pero no la llamo porque algo en mí medice que esta relación torturada conSebastián no tiene futuro y que Sofía es,en cambio, una promesa de felicidad.No sufras, Gabrielito, que a lo mejorahora mismo ella está haciendo el amorcon Laurent.

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Sofía ha regresado de Washingtonextenuada, como si viniese de unabatalla. Dice que ha terminado surelación con Laurent y está triste poreso, porque estuvo muy enamorada deél, vivieron juntos en París, pensaron encasarse y ahora todo se ha acabado yeso le duele aunque tenga ilusión en mí,en nuestro futuro. No fui a buscarla alaeropuerto, la esperé en mi cama y ellallegó con una sonrisa espléndida y lacasaca de cuero que le presté para elviaje aunque le quedaba grande. Le hedado los poemas que escribí en suausencia, la mayor parte escritos enservilletas del café en el que suelo

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comer, y, luego de entregarme loschocolates que me trajo de regalo, los haleído con emoción y me ha agradecidocon muchos besos. Yo sé que nunca seréun poeta como mi amigo Bolaño, el granmaestro, pero esas líneas inflamadas denostalgia son una manera de decirle quehe pensado en ella, que mi vida en suausencia es más triste. Sofía lee mispoemas, hacemos el amor, comemoschocolates en la cama y luego me cuentaque los días en Washington fueron deuna intensidad brutal y que por eso sedesmayó, porque Laurent no la dejabatranquila, la acosaba, le rogaba que nolo dejase, que se fuera con él a París, yella tenía que explicarle llorosa que ya

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no estaba enamorada de él, que nopodían seguir juntos, y entonces él seponía histérico, agresivo, rompía cosas,pateaba las puertas y las paredes, lepreguntaba si estaba con otro hombre, yella mentía, decía que no, que no habíanadie más, porque habría sidoimprudente hablarle de mí, Laurent esdemasiado celoso, y entonces él noentendía nada y trataba de hacerle elamor, pero ella se negaba o al menoseso es lo que me cuenta, quizá cedió, loque sería muy comprensible después detodo el tiempo que estuvieron juntoscomo pareja. Por suerte, no compartíanel hotel, pues Sofía dormía en eldepartamento de su hermana Isabel, en

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Georgetown Park, y Laurent se alojóbastante cerca, en el Four Seasons de lacalle M, pero igualmente se veían todoslos días.

Yo le pregunto a Sofía si durmieronjuntos y ella me dice que no, que él se lorogaba, le pedía que se quedase adormir en su hotel aunque no hicieran elamor, pero ella declinaba tan peligrosainvitación y entonces él enloquecía,gritaba obscenidades, rompía floreros ypor eso una noche, abrumada por tandesmesuradas presiones, y con unasojeras de no dormir varias noches, Sofíacayó desmayada. No fue nada serio, nohabía comido nada en todo el día y mequedé sin fuerzas, me dice cuando le

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pregunto si la llevaron a una clínica.Seguramente que este francés histéricoaprovechó para manosearla mientrasquedó inconsciente, el muy cabrón, malperdedor, patético en sus ruegos yamenazas, pienso, pero no le digo nada,pues Sofía aún lo quiere y estápreocupada porque él le ha dicho que sino siguen juntos se matará. Es uncobarde y un infeliz, le digo, indignado,y ella pobre, está pasando por un malmomento, y yo pero no tiene derecho apresionarte de esa manera, es unabajeza decirte que se va a matar si nosigues siendo su novia, ¿qué clase dedentista perdedor se rebajaría a esosniveles de abyección?, ¿no tiene un

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poquito de amor propio?, y ella,comprensiva, no, tú no lo entiendes, losfranceses son así y él me ama, no es tanracional como tú, es más apasionado, yyo siento en sus palabras que todavía loquiere, pero no me molesta porque laentiendo, cómo no comprender que sigaqueriendo a ese francés deportista,aventurero, rubio, de cuerpo atlético ymirada soñadora, cuyas fotos ella meenseña con cierta reticencia y yo admirosecretamente.

Es muy guapo, le digo, y ella sí,pero tú más, y yo no creo, no creo, y mequedo pensando por qué será que ya nolo quiere. Sofía dice que se aburrió, queno lo admiraba intelectualmente, que la

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rutina de Laurent era simple y tediosa,todos los días al consultorio y en lasnoches salir a cenar y luego follar comoun guerrero y los fines de semana subiral auto deportivo y manejar al campo.Sofía me dice que se aburrió de hacer elamor con él, que ya no lo aguantaba, nosoportaba su olor, su cuerpo, susexigencias desaforadas, su insaciableapetito sexual. Las últimas veces quehicimos el amor, me daba náuseas, lorechazaba, me confiesa. Por otra parte,me cuenta que su hermana Isabel no pasapor un buen momento, pues estádivorciándose de Fabrizio, un italianomuy rico y con aires de aristócrata quenunca le hacía el amor y la tenía

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abandonada en Washington mientrasviajaba con sospechosa frecuencia y queahora se ha mudado a Río de Janeiro,huyendo al parecer de ciertos problemastributarios en Estados Unidos y, esto nome lo dice pero lo sospecho, tal vezporque se habrá enamorado de unjovencito brasilero, pues de otro modono me explico, siendo tan linda Isabel,cuyas fotos he visto con admiración, queno quisiera hacerle el amor y laabandonase en Washington sin darle unaexplicación, dejándole el departamentoen Georgetown Park, que no baja delmillón, apunta Sofía, siempre atenta aesos detalles, y el Mercedes de lujo enel que las hermanas iban a tomar el té en

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el hotel Four Seasons.Le pregunto si cree que Fabrizio es

gay en el clóset y me dice que no lesorprendería, que no es afeminado peroque no parece tener un interés por lasmujeres, con lo cual, añade, es gay osimplemente asexuado, pero yo le digoque esto último no creo que exista, quetodos tenemos deseos, pulsiones,apetitos y fantasías sexuales, sólo quealgunos se resignan a reprimirlas y esoles da una apariencia de asexuados, perono porque carezcan de unos deseos, sinoporque los sofocan y los ahogan.Mientras Sofía toma una ducha, mepregunto por qué las dos hermanashabrán tenido la debilidad de

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enamorarse de Fabrizio y de mí, quesomos bisexuales en el mejor de loscasos y gays en el peor, en el peor de loscasos para ellas, digo. Será porque sonmujeres muy sensibles, que buscanhombres con una ternura femenina; oporque tuvieron un padre ausente que lasabandonó y fue duro con ellas; o porquecrecieron con una madre mandona,egoísta y caprichosa, que no supo darlesamor propio; o simplemente porquetuvieron mala suerte o poco criterio paraelegir novio.

Del hermano mayor de Sofía,Francisco, no sé mucho, con excepciónde las fotos que he visto de paso, en lasque siempre aparece rechoncho,

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cachetón y con anteojos gruesos. Es unjoven estudioso con aires de nerd, queha tenido novias de paso y ahora está enBoston estudiando una maestría denegocios y viviendo con una peruana defamilia muy tradicional, Belén Pardo,que era muy amiga de mis hermanas y,hasta donde recuerdo, un encanto y muyguapa, como sus seis hermanas, quecausaban alborotos adonde iban porqueno había chicas más lindas en Lima queellas seis, nada menos que seishermanas Pardo, espléndidas todas yacechadas por los muchachos másapuestos de la ciudad. Yo, por cierto, nosoy uno de esos chicos, yo soy bisexual,me gusta acostarme con hombres, pero

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no le he mentido a Sofía, ella lo sabe yme comprende, y no le molesta porquesabe que ante todo la amo. No soy uncanalla como Fabrizio, porque mi chicasabe quién soy, sabe que me encantahacer el amor con ella y que jamás ladejaría sin darle al menos unaexplicación.

Ahora Sofía sale de la ducha, seviste de prisa, me da un beso apurado yse va corriendo a visitar a Lucho, supadre, a quien llamó desde Washingtony, según me cuenta, sintió mal, raro,deprimido, al parecer ha dejado detomar las pastillas que le ha recetadola psiquiatra y está más alterado quede costumbre, tengo que verlo, tengo la

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corazonada de que algo está mal conél, me dice, y se va apurada. Yotampoco pierdo tiempo porque tengo quecorrer a la televisión. Me doy una ducharápida en agua fría, porque la poca aguacaliente ya la consumió Sofía, y visto elterno de siempre, el único traje azul queme compré en Fort Lauderdale y queaguanta gallardamente cada noche decarnaval barato en la televisión.

Me subo al Volvo, disparo elvolumen en REM y me dirijo al canalpor el zanjón, esa horrenda hendidura deasfalto que parte la ciudad en dos yparece un río seco, atestado de autosdesvencijados que expelen humosnegruzcos, un espanto de ciudad es la

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que me ha tocado, ya falta poco paraterminar mi contrato y salir corriendo.Cumplo con la euforia esperada mipapel de bufón, agitador de escándalos,exhibicionista y provocador en una horade televisión que me permite vivir muycómodamente en Lima y no hacer nadaútil las veintitrés horas restantes, nisiquiera visitar a mis padres, que medeprimen, ni ir al gimnasio, que es unagobio porque todos tienen cuerposmejores que el mío, ni meterme al cine,llenas de pulgas todas las salas, nipasear por la ciudad, que es dantesca,sólo acuartelarme en mi pequeño bunkerprivado, una inmundicia porque nadieviene a limpiarlo, y leer los periódicos,

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los serios y los canallescos, y luegoalguna novela.

Fuera de eso, no hago nada, tampocoescribo, cosa que Sofía me reprochadiciéndome que no tengo excusas, que side verdad quisiera, lo haría en uncuaderno, a mano, pero no diría que notengo computadora y que por eso noescribo. Soy un pusilánime. Al menos enla televisión no doy esa imagen dezángano, allí finjo ser emprendedor,audaz, lleno de vitalidad y picardía, loque es una impostura, pues sólo memueve una codicia rampante para cobrarel dinero malhadado que me procura esacaja boba, llena de mitómanos yegomaníacos como yo. Cuando estoy

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saliendo del canal, Sofía me llama alcelular y dice llorosa que está en laclínica San Felipe, que su papá está mal,que, por favor, vaya corriendo aacompañarla. En cinco minutos estoyallá, espérame, le digo, y acelero por laavenida Salaverry, que bordeainterminables cuarteles militares, casasde estudio militares —como si fueseposible que los militares pudiesenaprender algo— y estatuas de próceresmilitares.

Me abruma que la vida de este paísesté dominada por militares que merecuerdan a mi padre. Llego a la clínica,estaciono mal pero no importa, entro deprisa, llamo a Sofía al celular, me dice

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dónde está, subo dos pisos por laescalera, vaya que huele mal estaclínica, parece la escalera del estadionacional, que despide el olor del ácidoúrico reseco de miles de peruanos enmedio siglo de fútbol paupérrimo, yencuentro por fin a Sofía, sola, llorosa,descompuesta, sentada en una banca.¿Qué pasó?, le pregunto, y ella meabraza y llora y no dice nada. ¿Qué hapasado?, insisto, y ella me dice mipapá, y yo temo lo peor y espero a queme diga algo más, pero ella no puedehablar, está agitada por el llanto y laemoción contenida que ahora ladesborda. No me atrevo a preguntarle siha muerto. Ella me dice trató de

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suicidarse, y yo me quedo perplejo, sinsaber qué decir, y pregunto ¿está muymal?, y ella no sé, lo han dormido,llegué al departamento y no loencontré, y el llanto la interrumpe, seabraza a mí, por suerte estamos solos amedianoche en este pasillo desangelado,y yo ¿qué hizo?, y ella se cortó, secortó los brazos, lo encontrésangrando en la azotea del edificio,estaba loco, quería tirarse, y yo Diosmío, pobre mi amor, ¿y qué hiciste?, yella le hablé, traté de calmarlo, peroestaba loco, no me escuchaba, decíacosas absurdas, y trató de saltar peroyo lo agarré y no lo dejé, fue horrible.Sofía llora desconsolada porque no sólo

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le tocó un padre que la abandonó cuandoera niña, sino que además quisoabandonarla esta noche saltando por laazotea del edificio, pero ella tuvo elcoraje de impedírselo, de retenerlo yabrazarlo y decirle que lo quería mucho,que no podía irse y dejarla una vez más.

Sofía llora y yo con ella, y le digo teamo, nunca te voy a abandonar, eres lamujer más noble y buena del mundo, yella se recuesta en mi hombro y me diceno sé qué haría sin ti, y yo siento quenunca he amado a nadie como a estamujer tan noble que acaba de salvar lavida a su padre.

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Domingo en la noche. Faltan pocosmeses para terminar mi contrato con latelevisión. Recién entonces podré irmecon Sofía adonde ella decida, aWashington o a Ginebra. Tengo unosahorros en el banco. Esta vez no habráexcusas, invertiré ese dinero en misueño de escribir una novela. Sé que nopuedo hacerlo en esta ciudad. Estoydemasiado absorbido por el mundochato de la televisión y, además, nopuedo salir a la calle sin que nadie memoleste, porque todos en el barrio —elpanadero, el verdulero, los del camióndel gas, los cuidacarros que a menudo

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son también los robacarros, losvigilantes, las fruteras con sus hijos acuestas— me pasan la voz a gritos y mecomentan las cosas bochornosas quehago en la televisión sólo para aumentarla sintonía. Me iré lejos, con Sofía, ypelearé por escribir la novela que medesvela ciertas noches. Ahora no puedoescribir, estoy atrapado por la rutina,sedado por el éxito fácil, idiotizado poresta ciudad que aturde a la gente, la hacedébil y apocada. Sofía insiste en quedebería comenzar a escribir cuanto antesy dejarme de pretextos, como que Limame roba la inspiración, pero yo meaferró a esa idea o superstición, que nopuedo escribir en esta ciudad con la que

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me llevo tan mal. Me iré. Sólo faltancuatro meses. Paciencia. Me iré y novolveré. Me iré y escribiré una novelaen la que me cobraré la esperadarevancha y ajustaré cuentas con estaciudad de hienas y chacales.

Sofía está conmigo. Ha venido amedia tarde, después de comer con supadre, que está de vuelta en su casa bajoun estricto régimen de medicamentos, yhemos hecho lo que es ya una rutina losdomingos, echarnos en la cama, tomar téy galletas, amarnos, soñar el futuro ytratar de olvidar a los hombres quesecretamente todavía amamos, ella aLaurent y yo a Sebastián. No hablamosde ellos, yo sé que a ella le molesta,

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prefiere que olvide a Sebastián, quedeje atrás mis devaneos homosexuales,que sea feliz con ella, sólo con ella. Noquiero lastimarla, no le he contado quevisité a Sebastián mientras ella estabaen Washington, sólo le he dicho que porel momento no tengo ganas de verloporque es un egocéntrico, un vanidoso yun tonto, como la mayor parte de losactores de esta ciudad, que sólo leen laspáginas del periódico en las que ellospuedan aparecer.

Sofía no me habla de Laurent porpudor, no porque a mí no me interese —yo estoy siempre curioso por conocermás detalles de su ex novio—, sinoporque le resulta incómodo hacerme

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confidencias y compartir conmigo lospequeños secretos que tuvo con él. Detodos modos, a veces le hago preguntasy ella se resigna a contarme algunosepisodios de la agitada vida sexual a laque Laurent la sometió, obligándola ahacer el amor en las más pintorescascircunstancias, por ejemplo en el mar, enla cumbre de una montaña que escalaronjuntos o en su consultorio, en la sillareservada a los pacientes. Yo no sé yaqué creer de mí, sólo me aferró a lailusión de ser feliz con ella en algúnlugar menos feo que esta ciudad. Sofíaes, por el momento, mi mejor promesa:la amo, me da fuerzas, saca lo mejor demí y me recuerda que debo dejar la

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televisión y ser un escritor. Sé que meayudará contra viento y marea a cambiarde vida, a afincarme en Washington o enGinebra —yo prefiero Washingtonporque no hablo francés— y a restaurarla armonía que perdí hace mucho, no sébien cuándo, quizá cuando sentí de niñoque papá me odiaba.

Son las siete en punto, hora de losSimpson. Amamos a Bart, pero más aHomero y a su hija Liza. No nosperdemos un capítulo. Yo salgo a vecesen mi programa de televisión con unacamiseta que tiene el rostro estampadode Bart Simpson, mi héroe. Todos loshéroes de este país parecen muyvalientes, pero, al mismo tiempo, y que

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me disculpen los patriotas, un puñado deperdedores: el marino caballeroso que,sin embargo, perdió la guerra naval; elsoldado que se arrojó a caballo desdelas alturas del morro para no caer enmanos enemigas; el valeroso militar quelibró combate desigual y perdió la vida;el aviador que fue derribado; todos muyheroicos y perdedores. A diferencia deellos, Bart Simpson sí que es mi héroe:hace lo que le da la gana, a menudo sesale con la suya y es condenadamentedivertido. Por eso, Sofía y yo no nosperdemos sus aventuras los domingospor la noche, en episodios viejos,doblados al español, que nos hacen reírmucho. Sofía goza especialmente con el

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viejo Homero y me dice que yo me voya poner así de barrigón, pedorro yperdedor si sigo saliendo aregañadientes en la televisión y no meatrevo a escribir. Yo, riendo, le doy larazón, porque mi jefe, el dueño de latelevisora, me recuerda al narigón queno se cansa de humillar a Homero en lafábrica de Springfield, Missouri.

De pronto, a mitad de los Simpson,se interrumpe la programación y aparececon rostro sombrío el presidente encadena nacional, anunciando, en elespañol deplorable que sus nervios lepermiten leer, que ha sacado las tropas ala calle para cerrar el Congreso y lostribunales. Es un discurso breve, mal

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leído, que alude a la seguridad nacionalpara urdir esa felonía, un golpe deestado más en la larga historia debarbaries y tiranías que se han sucedidoen el país. El granuja que fue elegidopresidente por una masa de ignorantes yresentidos acaba de perpetrar un golpede estado con la complicidad de loscanales de televisión, que hantransmitido el discurso sin censurar eseacto de barbarie, el de sacar lossoldados a la calle para aporrear a losparlamentarios elegidos por el pueblo.

Sofía y yo estamos pasmados,mirando desde la cama cómo, una vezmás, el país se va a la mierda, con elentusiasta apoyo de la mayoría, que, por

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supuesto, votó por este bribón y ahoraaplaude el golpe. Yo no me quedo ni undía más en este país de mierda, yo mevoy mañana mismo, le digo a Sofía. Ellame escucha, asiente y me da ánimos paratomar una decisión que me devuelva ladignidad que parezco haber perdido enla televisión. Esto es un golpe deestado, es un escándalo que boten apatadas a los parlamentarios quefueron elegidos por el pueblo, no sepuede apoyar una barbaridad así, estosólo va a traer cosas malas, éste es unpaís salvaje, donde la ley no vale nada,donde mandan los matones, los hijos deputa, los mafiosos y los canallas. Yo nome quedo acá ni loco. Yo no pertenezco

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a este país de matones y militares. Metengo que ir. Cuanto antes, mejor.Porque, además, todas las noches letomo al pelo al japonés, me burlo de losescándalos que sacuden a su gobierno,de las denuncias de corruptelas ycomechados que se multiplican comouna plaga, de los trajes que usa el felóny que seguramente ha hurtado de la ropadonada por Japón para los pobres deeste país.

Está claro que el canal de televisión,ocupado por los soldados después delgolpe, no me permitirá seguir haciendoescarnio del presidente, de su esposaque dice disparates, de sus ministrosesperpénticos. Sólo me permitirán

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seguir con mi programa si no hago unasola broma contra el golpe y no aludopara nada al impresentable que nosgobierna. Sí, tienes que irte, no puedessalir mañana lunes en tu programa yapoyar el golpe, me dice Sofía. ytampoco puedo salir y poner cara detonto y hacer bromas sobre otras cosasy no decir una palabra al respecto,cuando hay soldados con fusiles frentea mí, digo. Si hago el programa, tendréque decir que estoy contra el golpe, queel presidente es un traidor que hadeshonrado su juramento de cumplir laConstitución y que la mayoría que apoyaeste golpe se equivoca, pero es obvioque el dueño del canal no me dejará

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criticar a un gobierno que él apoya.¿Qué vas a hacer?, pregunta ella

desde la cama, viéndome caminaragitado por la habitación. Porque tienesun contrato y no lo puedes romper, tepueden enjuiciar. No sé qué voy ahacer, pero creo que lo mejor es irmedel país mañana mismo, digo. No dudoen buscar el celular y llamar al dueñodel canal, que es mi amigo o finge serlo.Me contesta con amabilidad. ¿Quévamos a hacer mañana?, pregunto. Nosé, no sé, el canal está tomado por lossoldados, responde. ¿Vamos a hacer elprograma?, insisto. ¿Qué dirías si salesen tu programa mañana?, me pregunta.Si salgo, tendría que decir que estoy

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contra el golpe y hacerle diez bromasduras al chino. No puedo quedarmecallado. No puedo acobardarme. Lagente sabe que todas las noches, eneste último año, he venido jodiéndolo.Ahora no me puedo callar.

El tipo guarda silencio, medita surespuesta, mide sus intereses y susconveniencias. De ninguna manerapuedes salir mañana hablando mal delgolpe y jodiendo al chino, me dice.Sería un suicidio para ti y para mí. Amí me quitarían el canal. Y a ti podríanmeterte preso. Me quedo frío, el corajenunca fue una de mis virtudes. ¿Preso?,digo, incrédulo. Sí, confirma él, con vozsombría. He visto una lista de

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periodistas de oposición que podríanser detenidos en cualquier momento ytú estás en esa lista. Sería una locurahacer el programa mañana contra elchino. Si sales, tendrías que hacerte elloco y no decir nada y hacer tus jodasde siempre, tus pendejadas, tuspicardías que le gustan a la gente, perosin meterte para nada con el gobierno,sin tocarle un pelo al chino, porque ahísí que nos jodemos, y tú vas preso y ami me quitan el canal.

Las cosas están claras, no puedohacerme el despistado y salir en latelevisión sin condenar el golpe, sinhacer gala de la irreverencia que elpúblico espera de mí. Si me callo, me

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dejo intimidar, me hago el tonto y nodigo nada, ni una broma siquiera contrael japonés felón, perderé mi fama derebelde e irreverente. Entonces mejorno hacemos programa mañana y asítodos contentos, digo. Porque si salgo,voy a decir lo que pienso, no voy apoder callarme, tú sabes cómo soy enla tele, agrego. Mi amigo, elempresario, listo como de costumbre, nolo duda: Sí, lo mejor es que no hagas elprograma por ahora, tómate unasvacaciones, ándate de viaje y despuéshablamos según cómo vayan las cosas.Yo escucho esa decisión con júbilo.Perfecto, de acuerdo —me apresuro—.No hacemos más el programa y me voy

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a Miami mañana mismo y el contratoqueda anulado, ¿de acuerdo? y él,firme: Sí, mejor así, va a ser una locuraque salgas mañana en tu programa, vasa decir un montón de barbaridades ynos vamos a meter en un problemón delcarajo. Arráncate a Miami, no digasnada y hablamos allá en unas semanas—me aconseja—. Pero eso sí —añade—: no hagas una sola declaraciónantes de irte, ándate calladito porquesi te metes con el chino, te van a joder,vas a ir preso. No te preocupes, me voycalladito, que no tengo vocación demártir, le digo. Nos vemos en Miami,me dice aliviado, y yo, muy contento,pues siento que estoy recobrando mi

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libertad, nos vemos en Miami, y graciaspor la confianza.

Dejo el celular, apago la televisión yabrazo a Sofía. Me voy mañana en elprimer vuelo a Miami, le digo. Tienesque irte, me dice, con una mirada llenade ternura. Vámonos juntos, la animo.No, yo me quedo, anda tú primero, yoordeno mis cosas y voy después, loimportante es que te vayas de acácuanto antes. Ya no alcanzo a llegar alvuelo de esta noche, tendré que irmemañana en la noche, digo. No voy asalir del departamento. No voy acontestar el teléfono. Mañana mequedaré encerrado acá y con suerte meiré para siempre. Sofía está asustada

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pero también ilusionada. Cree que notendré problemas en tomar el avión,porque no soy un enemigo encarnizadodel presidente, sólo un periodistarisueño que a menudo se burla de él enla televisión. Si no dices nada y tesubes al avión, no te van a hacerproblemas —opina, exasperada comoyo por los eventos de esa noche—. Perosi te haces el valiente y sales en tuprograma y le das con palo al chino, tevas a joder, porque él ahorita tiene quedemostrar que no le aguanta pulgas anadie, y además, la gente apoya elgolpe.

Es cierto, la mayor parte de losperuanos, asustados por el avance del

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terrorismo, apoya el golpe del felón y sucamarilla militar. Sofía ha hablado porteléfono con Bárbara y con Peter, yambos apoyan resueltamente laconspiración. Mis padres, a quienes hellamado por curiosidad, me han dicho lomismo, que en buena hora el presidenteha tenido los pantalones de cerrar elCongreso y mandar a su casa a loslegisladores. Este país de ignorantessólo se arregla con mano dura —dicemi madre—. Mano dura es lo que noshace tanta falta.

Claro, mi madre adora la mano dura,por algo es militante del Opus Dei. Mipadre, por su parte, que suele alegrarsecuando ve salir a los militares de sus

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cuarteles, pues considera que deberíangobernar este país como lo hizoPinochet en Chile, está encantado con eldiscurso del mandón de turno: Me sacoel sombrero por lo que ha hecho elchino, hay que tener cojones paragobernar este país, ahora si se van aarreglar las cosas, el Parlamento no lodejaba gobernar, estaban jodiéndole lavida, bueno, que se dejen de joder, queles metan palo, que los bañen con elrochabas, yo apoyo ciento por ciento alchino, hay que gobernar con losmilitares, es la única manera deganarle al terrorismo y poner orden.

No conviene discutir con ellos, sóloescucho sus opiniones y recuerdo con

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melancolía que ellos naturalmentedefienden lo que siempre han encarnado:la prepotencia, la intolerancia, el triunfode la fuerza sobre la razón. Porque mipadre no sabe razonar o discutirserenamente, siempre se impone a gritosy a manazos, y mi madre no es menosintransigente, ejerce su poder con undogmatismo y una intolerancia dignas deuna satrapía africana. No es casualentonces que se alegren cuando un felónpervierte la democracia e instaura unadictadura. ¿Cómo podrían ellos, ungolpista de toda la vida y una ayatollahreligiosa, creer en las virtudes de latolerancia? Imposible. Estoy en lafamilia equivocada, en el país

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equivocado, en el trabajo equivocado,¿con la mujer equivocada, porquedebería volver con Sebastián y noaferrarme a la superstición de que podréser un hombre cabal? No: Sofía es lamujer de mi vida y no la voy a perder.Me iré a Miami y pronto nos reuniremosallá.

Al día siguiente, no me muevo deldepartamento ni contesto el teléfono,sólo me dedico a hacer maletas ypreparar el viaje, la esperada partida ala libertad. Antes de salir, hago el amorcon Sofía, lloramos abrazados y le digote amo como nunca amé a nadie, lo

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mejor está por venir, te espero allá.Ella me promete que venderá todas miscosas —el departamento, el auto, eltelevisor, los teléfonos, la lavadora ysecadora, el equipo de música, losmuebles, todo lo que pueda vender,absolutamente todo, incluso miscorbatas usadas a los ropavejeros quedeambulan por los alrededores de laclínica Americana—, y yo le agradezcoporque no pienso volver en muchotiempo a esta ciudad envenenada ypérfida.

Ahora Sofía me lleva al aeropuertoen mi Volvo. Vamos en silencio. Tengomiedo de que me detengan en loscontroles migratorios y me impidan

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viajar, pero no digo nada y ellatampoco. No bajes del carro, nosdespedimos acá, le digo, llegando alaeropuerto. Nos besamos largamente.Me conmueve la nobleza de su mirada,no puedo evitar llorar, sentir que sin ellay Sebastián voy a estar perdido, que losvoy a extrañar miserablemente. Te amo,le digo, y me voy llorando.

Dos horas después, el avión despegahaciendo un estruendo. Miro el perfilpobremente iluminado de la ciudad. Nopienso volver más a este arenal. Juropor lo poco que me queda de dignidadque no volveré a vivir en esta ciudad,que sólo volveré cuando haya publicadouna novela y que seré un escritor y

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escupiré sobre este páramo hediondo.

Miami me ha recibido con más calordel que esperaba en abril. He pasado lasprimeras noches en el hotel Hampton dela avenida Brickell, que es barato y bienubicado, y luego he alquilado unapartamento en un edificio nuevo, apocas cuadras del hotel, en el número550 de la avenida Brickell. En el autoque también he arrendado, he ido acomprar a regañadientes —porquedetesto ir al centro comercial de Da-deland— las cosas mínimas para estarcómodo, es decir, una cama, una mesa,un teléfono y un televisor. Una vez

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instalado, no hago nada. Paso los díasdurmiendo, hablando por teléfono conSofía, saliendo a correr por elvecindario y comiendo en los caféscercanos. No quiero salir más entelevisión. Me han llamado de un canalen español, ofreciéndome un programade entrevistas, pero he sido evasivo y nohe querido comprometerme porque nodeseo seguir esclavizado a la televisión,prefiero esperar a Sofía y luego viajaradonde ella decida.

Mi rutina es de una pereza deliciosa:me mantengo en forma, duermo diezhoras, hago una dieta sana ycuriosamente no extraño a nadie, aSebastián ni a Sofía, ni mucho menos a

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mis padres. Soy extrañamente felizviviendo solo en este pequeñoescondrijo mal amueblado, sin trabajo niocupación conocida, esperando las oncey media de la noche para ver elprograma de Letterman, que me hace reírmucho. El calor es agobiante, pero atodo se acostumbra uno. Me molesta elaire acondicionado, me irrita la gargantay me provoca dolores de cabeza, aunquemás me molesta sudar cuando lo apago ytrato de sobrevivir abriendo lasventanas y exponiéndome al airesofocante de esta ciudad.

Sofía vendrá en unas semanas. Demomento, está dedicada a vender miscosas en Lima. Por lo demás, ya decidió

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estudiar en Georgetown. Celebro sudecisión. La universidad de Ginebra nole parece una buena idea porque Laurentestaría muy cerca. Washington nosconviene más, dado que ella esciudadana de Estados Unidos y yo estarémás cómodo en esa ciudad. Todo estásaliendo razonablemente bien. Animadopor ella, hago unas gestiones ante laUniversidad de Georgetown y consigoque me admitan en los cursos de inglésque comenzarán en agosto, cuandoempiece su maestría. Qué vergüenza,ella estudiará un postgrado en cienciaspolíticas, y yo, ¡Inglés como segundalengua! No es que no pueda hablar eseidioma, sé hablarlo con algún decoro,

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aunque bastante peor que Sofía, que lohabla con envidiable fluidez, pero, siquiero estudiar en Georgetown, comoella desea, haría bien en desempolvarmi inglés macarrónico y hacerme a larutina de la vida universitaria, queabandoné con euforia cocainómana añosatrás.

Todo está bien en Miami, mis díasson una fiesta de libertad y holgazanería.Todo está bien menos mi vida sexual,que ha entrado en franca decadencia, afalta de Sofía y Sebastián, y se limita atocarme en las noches pensando en él, enella, en ellos. Duermo mejor si memasturbo y termino a gritos, perturbandoseguramente al vecino. Para despertar

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del letargo que se ha instalado en mivida amorosa, llamo a Sebastián y leruego que venga: Te extraño, vente unosdías secretamente, sin que nadie seentere allá, y quédate en mi depa, yhagamos el amor como antes, como alcomienzo, cuando nos enamoramos,pero él, con una voz muy seria, me diceno quiero verte, quiero dejarte atrás,me haces daño, por favor, no me llamesmás y olvídate de mí, que lo nuestro seha terminado. Luego cuelga y me dejatriste, sin poder entender por qué sepermite estos exabruptos, por qué se haensañado conmigo desde que empecé asalir con la chica que me presentó en elNirvana.

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Te jodiste, Sebastián, ahora me irédespechado a South Beach y buscaré enotros hombres el amor que tú, mezquino,me niegas. No es cosa de ponerse muyatildado, pues detesto las ropasajustadas y los productos químicos en elpelo, sólo es cuestión de recorrer elafiebrado circuito de la noche gay y,tomando las debidas precauciones, irmea la cama con un hombre que sepa amarcon ternura.

Aunque parece fácil, no lo es: lasdiscotecas, llenas de gente tonta yvulgar, me aturden, dejan apestando ahumo y odiando a los fumadores, y merecuerdan el tiempo en que fui undrogadicto, pues en sus baños la gente

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se droga con descaro y, además, mereducen a un pedazo de carne adiposa—es obvio que no estoy en condicionesde bailar con el torso desnudo, comoesos chicos lindos, de admirablemusculatura, a los que, por pura envidia,encuentro idiotas— en aquellosmercadillos de carne fresca de los queme marcho disgustado, jurando novolver. Prefiero tocarme en mi cama,desintoxicado, lejos de las drogas, sinsoportar el asedio de los viejoslibidinosos con miradas de hienas ychacales. No puedo estar bien sin unhombre que me ame ocasionalmente,pero tampoco quiero ser una locaescandalosa, chillona, desesperada,

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putísima, rogando por una vergaenhiesta.

Una noche, paseando por LincolnRoad, entro en un café con aire francés yme atiende un camarero muy guapo,francés, que extrañamente huele bien, yno tardamos en mirarnos con interés ycuriosidad. Espero a que termine suturno a las once de la noche, lo subo enmi auto y lo llevo de prisa, sin darletiempo a que se arrepienta, a un hotelcercano, el National, en la avenidaCollins. Francois, que así se llama, esun chico alto, delgado, con ojos de gatoy manos de pianista, se desnuda con unafacilidad asombrosa, se echa en la camay me espera. Yo me quito la ropa, me

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echo en la cama y lo espero. Está claroque él quiere que se la meta y yotambién quiero que me la meta. Estamoslos dos echados, besándonos, y nadietoma la iniciativa.

Entonces me pide que se la meta,pero yo declino cordialmente y le digoque no me apetece, que es mucho estrésporque hay que usar cremas, lubricantes,preservativos, toda una operación queme abruma y me disgusta. Yo le sugieroque me haga el amor, pero él tambiéndeclina cordialmente, porque, meexplica decepcionado, es sólo pasivo,no puede ser activo. Entonces yo le digobueno, se ve que no somos lesbianas,no hay mucho futuro entre nosotros,

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casi mejor si cada uno se toca y ya.Luego nos tocamos mientras

Francois me cuenta que está pensando enel marroquí que se lo cogía en los bañosde la universidad, y yo me consuelo conel recuerdo pálido de Sebastián. Cuandoterminamos, cada uno se va a su casa ytrato de olvidar tan desafortunadoencuentro. Irritado porque Sebastiáninsiste en no hablarme, dispuesto avengar tan innoble afrenta, decidosubirme a un avión a Nueva York ybuscar a Geoff, a quien conocí enManhattan paseando por el Museo deArte Moderno, donde trabajaba comoguía y repartidor de folletosinformativos. Desde entonces nos

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hicimos amigos. No nos hemosacostado, no todavía, pero cuandohablamos por teléfono nos excitamosdiciéndonos las cosas que nos gustaríahacer cuando estemos juntos. Geoff noes demasiado guapo, es flaco y tiene unavoz afeminada, lo que a veces medisgusta, pero está siempre caliente ycon ganas de hacer travesuras. Dice quees bisexual y yo no sé si creerle, porqueahora todos dicen que son bisexuales ynadie se acuesta con una mujer, aunqueGeoff jura que tiene una amante enManhattan, una cubana, Grettel, queestudia arte y quiere ser pintora.

Geoff no me cree cuando le digo queme he acostado con varias mujeres y

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sólo con un hombre, Sebastián. No mecree porque ya tengo veintisiete años,cinco más que él, pero yo le digo que esverdad, que no tendría por qué mentirle,que Sebastián es el único hombre que heamado, sin contar por supuesto a miurólogo, el doctor Ramírez, que atiendeal lado de la clínica Americana y mehace unos tactos rectales tan delicadosque ¡cómo podría no amarlo!

Geoff me recibe contento, excitado,más guapo de lo que recordaba y másflaco también. Salimos a cenar ydespués volvemos a su departamento,donde acaba pasando lo que tenía que

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pasar, es decir, me hace el amor con unaternura, una paciencia y una destreza quenunca, y no lo digo por despecho, tuvoSebastián conmigo. Luego se duerme sindemora y ronca toda la noche, lo que meimpide conciliar el sueño. A la mañanasiguiente, va a trabajar al museo y reciénentonces consigo dormir profundamente.Cuando vuelve del trabajo, no salimos.Sólo nos interesa hacer el amor yconversar en la cama. Tras un fin desemana de mucho sexo, nos despedimosllorando en La Guardia, prometiéndonosun encuentro en Miami, y vuelvoentonces a mi departamento de Brickellsintiéndome un puto y un canalla: unputo porque ahora son dos los hombres

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con los que me he acostado y un canallaporque Sofía estaba en Lima vendiendomis cosas mientras yo hacía el amor conGeoff.

No sé por qué, llamo a Sebastián yle dejo un mensaje en el contestadordiciéndole que he estado un fin desemana en Nueva York y que me heacostado con un amante delicioso, a versi le dan celos y me llama indignado.Después llamo a Sofía y se lo cuentotodo, que he viajado a Nueva York aescondidas sin decirle nada y que losúltimos días le he mentido, pues no lallamé desde Miami, sino desdeManhattan, donde pasé un fin de semanacon un amigo gay con el que me he

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acostado, pero no fue nada serio, miamor, sólo sexo, una aventurilla sinimportancia, yo estoy enamoradísimode ti, y esta escapadita a NY para ver aGeoff fue una tontería, nada más.Entonces ella se echa a llorar y yo lepido perdón, no sé por qué lo hice,perdóname, mi amor, no volverá aocurrir, no sabía que te molestaríatanto, y ella lo que más me molesta esque me hayas mentido, y yo pero ahorate lo estoy contando, y ella sí, perotodos estos últimos días me mentiste,me dijiste que estabas en Miami y queme extrañabas, y en realidad estabasen Nueva York, acostándote con unamigo, y yo perdóname, mi amor, no

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volverá a ocurrir, te juro que es laúltima vez que me acuesto con unhombre, y ella no me tienes queprometer eso, sólo prométeme quenunca más me vas a mentir, y yo te juroque nunca más.

Colgamos y me siento un canalla quesiempre acaba lastimando a los que másquiere. Ahora es Geoff quien no cesa dellamarme, de decirme que me extraña yque quiere venir a Miami, que no puedevivir sin mí. Yo no contesto susllamadas aunque sufro oyendo su voz enel contestador. No quiero hablarleporque en pocos días llegará Sofía y noquiero lastimarla más. Geoff llora en micontestador y me pregunta por qué

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diablos no quiero hablarle y Sofía lloracuando la llamo y me dice que no sabesi debe venir a verme, y yo tambiénlloro porque quiero estar con Geoff ycon Sofía y supongo que eso esimposible.

He escrito un artículo condenando elgolpe en mi país y lo he enviado a unsemanario que dirige un amigo,pidiéndole que lo publique. También selo he mandado por fax a Sofía pensandoque le gustaría, pero ella lo ha leído conPeter, su padrastro, y me ha llamadoalarmada, sugiriéndome que desista depublicarlo porque, según dicen Peter y

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ella, me voy a meter en problemas. Todoel país apoya al chino, no te mandes acriticarlo, vas a perder popularidad, note conviene, me aconseja Peter, con suvoz de cardenal, y Sofía lo secunda, note metas en líos políticos, que esosiempre termina mal, y más aún en estepaís en el que los políticos son unasbestias, me dice, y yo ¿pero no te hagustado mi articulillo, no te parece quesería una pena guardarlo y nopublicarlo?, y ella sí me ha gustado,pero Peter tiene razón, el ochenta porciento apoya el golpe, todo el mundocomo nosotros está con el chino, tú tehas ido a Miami, deja que la gente teextrañe, no salgas a criticar al

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gobierno desde Miami, que se veríapésimo.

Yo me dejo intimidar por ellos,llamo a mi amigo de la revista y le pidoque no publique el artículo contra eltruhán que nos gobierna. Sofía y Peter sesienten halagados con mi decisión, y yo,un timorato, un hombrecillo apocado.Entretanto, mi amigo, el dueño de latelevisora en la cual trabajaba, pasa porMiami vestido de blanco como si fuera apasear en yate y me invita a un almuerzoexcesivo en el que se emborracha,mientras yo lo secundo como un adulón,riéndome de sus bromas malas ycelebrando sus artimañas y corruptelas,y me aconseja que no vuelva a Lima, que

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me quede en Miami para producir unprograma juntos, pero yo le digo que nopuedo, que me voy a estudiar aWashington, pues ya me admitieron enGeorgetown University, y él se quedapasmado y dice ¿a estudiar, tú aestudiar, a estudiar qué?, y yo,tragándome el orgullo, a estudiar inglésprimero, y después ya veremos, y él seríe en mi cara y dice es una pelotudezque te vayas a estudiar inglés, yo nohablo una puta palabra de inglés y meimporta un huevo, igual tengo mi casaen Key Biscayne y mi yate y miMercedes convertible, para eso no hayque saber inglés, sino saber hacerplata, y yo sí, pues, pero yo quiero ser

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un escritor, y él no me escucha, meatrepella, tú tienes un talento para latelevisión, no lo desperdicies, no seaspelotudo, sigue haciendo tu programadivertido, pendejo, jodedor, acá enMiami, y vas a tener un éxito de trespares de cojones, y yo, renuente adiscutir, le digo sí, tienes razón,hagamos tele, pero luego me marchoentristecido, manejando este auto cuyocolor me resulta un tanto hiriente, ypienso que no, que se vaya al carajo latelevisión, me voy a Washington aestudiar inglés y a escribir la novela yque se joda mi amigo el millonario.

Sofía, por suerte, me apoya en esepropósito: No te metas de nuevo en el

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remolino, que te va a tragar, y si temetes en la tele de Miami, que es unremolino más fuerte, te vas a hundirmás que en Lima y te va a costar muchomás trabajo salir. Yo lo tengo claro: meiré a una ciudad donde pueda escribir,porque acá en Miami, entre lagartijas,zancudos y cubanos vocingleros, meresulta imposible, Miami es la ciudadmenos literaria del mundo.Desorientado, aburrido y con dinero enel banco, pues Sofía ha vendido midepartamento y mi auto y ha transferidola plata a mi cuenta bancaria en Miami,decido, con su aprobación, escaparmeun mes, quizá más, a Madrid, aldepartamento de un amigo que me acoge

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con generosidad, permitiéndome dormiren el sofá de la sala.

Madrid me fascina como siempre;Miami es una ciénaga pretenciosa, unpantano al lado de esta ciudad conhistoria y cultura, en la que, sinembargo, no me atrevo a quedarme,porque ya tengo un compromiso conSofía y no quiero decepcionarla. Ellapiensa que voy a quedarme en Madrid ya terminar con ella, y por eso cuando ledije que viajaría rompió a llorar y luegome confesó que hizo añicos mis discosde Bosé, pero yo le prometo, en lascartas largas y amorosas que le escribo,

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que sólo estaré un mes, que la extrañocon desesperación, que no puedo vivirsin ella y que nos iremos juntos aWashington. Todos mis besos son parati, mi amor, termino siempre esas cartastan cursis que me hacen llorar, pero¿acaso no es siempre cursi el amor?

Mi amigo Álvaro, que me ha alojadoen su departamento, está escribiendo unlibro, y por eso, nada más despertar,salgo a la calle y no regreso hasta lanoche, para no perturbar su rutina deescritor, porque él, de quien me hiceamigo cuando éramos adolescentes, esun escritor de raza, como su padre, unode los más grandes escritores en lenguacastellana. Álvaro es completamente

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heterosexual, tiene una novia que lovisita a menudo y quizá sospecha perono sabe con certeza que yo soy bisexual,y casi mejor así, prefiero no compartircon él esas intimidades que podríanincomodarlo.

Paso los días en los cines de laciudad, en los que me recluyo a ver dosy hasta tres películas seguidas, con unbreve descanso para comer algo, lo queme permite escapar de la humaredaconstante de los fumadores que están portodas partes. Yo tengo alergia al humodel tabaco y en Madrid parezco unconejo asustado, saltando de una acera aotra, conteniendo la respiración,cubriéndome la boca y la nariz con una

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bufanda para no aspirar el humo viciadode los fumadores, que son abrumadoramayoría.

Cuando he visto toda la cartelera yempiezo a desarrollar una fobia pertinazcontra los fumadores, Sofía me anunciaque está lista para viajar y decidovolver a Miami. Álvaro me despide concariño y yo me alegro de volver aMiami, donde casi nadie fuma, hay unabrisa fresca que viene del mar y meencontraré muy pronto con la mujer queamo. Sin embargo, apenas llego a Miamiy sufro el calor agobiante, echo demenos caminar por las calles de Madrid,tomar el metro, entrar a museos ylibrerías. Acá me siento en una jungla

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espesa y bárbara, llena de mosquitos,iguanas y lagartijas. Exhausto y abatido,llego a mi departamento y me doy unaducha llorando porque no sé adonde ir,no sé cuál es mi lugar en el mundo, nopuede ser Miami, porque acá no sepuede caminar por la calle, y tampocoMadrid, pues todo el mundo fuma. Nome queda sino confiar en que Sofía merevele el lugar en que estaré bien, no mequeda sino esperarla y seguirla.Mientras tanto, me consuelo riendo conLetterman, mi mejor amigo aunque él nolo sepa, y extrañando a mis chicos, losque dejé o me dejaron, Sebastián yGeoff, y llorando con Sofía en elteléfono mientras le prometo, como le

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escribía en las cartas desde Madrid, quetodos mis besos, todos, son para ti, miamor. Unos días después, Sofía llega aMiami y yo la espero en el aeropuerto yquedo arrobado al verla tan guapa yelegante, empujando el carro de lasmaletas. La abrazo, me recuesto en sucuello y siento cuánto me quiere.Comprendo entonces que es allí dondequiero estar, donde mejor me siento,entre sus brazos.

Manejo de prisa al apartamento y alllegar hacemos el amor con una pasiónque había olvidado y, amándola en micama, no pienso en ningún hombre, sólome pierdo en su belleza y en su mirada yen sus jadeos. Luego nos vamos a cenar

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al restaurante de Gloria y Emilio Estefanen la calle Ocean Drive y al terminar, nosé por qué, me invade una tristezaextraña, inexplicable. Tal vez por eso lepido que caminemos por la playa. Es denoche y ella me acompaña encantada.Nos sentamos en la arena, contemplandoel mar manso cuya quietud es sóloalterada ocasionalmente por los pobresbalseros que huyen del sátrapa. Sofíaestá contenta y me lo dice, presiente queseremos felices en Washington, ellaestudiando y yo escribiendo. De prontoestoy llorando, y ella ¿qué te pasa, porqué lloras?, y yo porque no sé si voy apoder ser feliz contigo, y ella ¿porqué?, y yo porque me gustan mucho los

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hombres, porque a veces necesito estarcon un hombre, y ella yo entiendo eso,no te preocupes, poco a poco vas a irdejando eso atrás, no hay apuro, y yo,lloroso, pero es que no sé si voy apoder cambiar, mi amor, y tú estássegura de que sí y yo creo que no, quesiempre me van a gustar los hombres.

Ella se queda en silencio, no dicenada, y me siento un tonto por haberlalastimado, y yo ¿estás bien?, y ella sí,pero no, no está bien, y yo tú sabes quete amo, y ella yo también te amo, teamo como nunca he querido a nadie, yno quiero perderte, y yo pero qué coñohago con los hombres, porque noquiero mentirte, no quiero decirte que

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voy a poder cambiar, que no me van agustar más, me sentiría un farsante, uncabrón, porque yo creo que a veces vaa ser inevitable que quiera estarsexualmente con un hombre, por eso meescapé para estar con Geoff, no poramor, sino porque tenía una necesidad,¿me entiendes?, y ella sí, te entiendo,pero ¿no te basta estar conmigo?, ¿noeres feliz cuando estamos juntos?,¿igual necesitas estar con un hombre?,y yo sí soy feliz contigo, y sí meencanta hacerte el amor, pero a vecesmi cuerpo me pide otras cosas, otrassensaciones, y estar con un hombre esalgo distinto, no digo mejor ni máslindo ni más placentero, pero distinto, y

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hay una parte de mí que me lo pide, y silo niego y te miento, todo será peor y lonuestro se irá a la mierda, por esoestoy llorando, porque te quiero y noquiero mentirte, y ella me abraza y mebesa y me dice por eso te quiero tanto,porque no me mientes, pero no tepreocupes por el futuro, pasará lo quetenga que pasar y yo te quiero igual, note quedes en Miami, esta ciudad no espara ti, y no vuelvas a la televisión,que te vas a arrepentir, vámonos aWashington y siéntate a escribir por finy haz lo que quieras, yo te amo y tú losabes, yo quiero que seas feliz, y si undía me dices que quieres estar con unchico, yo te llevaré a la mejor

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discoteca gay de la ciudad y te ayudaréa encontrar al chico más lindo, al quete haga más feliz, y yo la abrazo, labeso y la amo con desesperación, eresla mujer más genial y adorable delmundo, por eso te quiero tanto, porquesiento que me entiendes como nadie yme quieres incondicionalmente, ylloramos abrazados y ella ¿vas a venirconmigo a Washington?, y yo claro, porsupuesto, y vamos a ser muy felices y tejuro que nunca te voy a mentir, y sinecesito estar con un hombre te lo diréy tú serás mi cómplice, mi amante y mimejor amiga, y ella suena bien, creoque es un buen acuerdo, ya verás quetodo saldrá bien, pero eso sí, nunca

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más me hagas lo que me hiciste conGeoff, no me mientas, no me tratescomo a una tonta, no me digas queestás en un lugar cuando estás en otro,dime siempre la verdad que yo nopuedo dejar de quererte, y yo, los ojosllorosos, mi rostro en su pecho,enterrados mis pies en la arena, teprometo que nunca más te voy a mentir,y perdóname por eso, fue sólo unaaventura tonta, y ella ¿pero al menosvalió la pena?, y yo no, porque te hicellorar, y ella pero ya estoy hecha a esaidea, tú has venido a mi vida parahacerme muy feliz y para hacermellorar mucho, y por eso te amo.

Luego regresamos callados al

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departamento, oyendo en el auto Tearsin heaven, la canción que Clapton cantaen memoria de su hijo Connor, quemurió al caer del piso cincuenta y tresde un rascacielos en Manhattan.

Cuando llegamos a casa, hacemos elamor con una pasión inolvidable. Alterminar, lloro en su pecho y le digonunca he sido tan feliz como esta nochecontigo llorando en la playa y ahoraacá, en tu pecho.

Isabel, la hermana de Sofía, haviajado a Río para discutir su divorciocon Fabrizio, dejando desocupado sudepartamento en Washington, que según

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Sofía es precioso, digno de verse,ubicado en el corazón de Georgetown,al lado del centro comercial másexclusivo del barrio. Sofía me animapara aprovechar que el departamentoestá vacío, a nuestra disposición, yviajar unos días a Washington y, dadoque faltan pocas semanas para quecomience su maestría y mi curso deinglés, alquilar un lugar en el cualpodamos instalarnos en agosto, cuandonos mudemos a esa ciudad. Yo aún tengodudas: ¿me atreveré a mudarme, a vivircon ella, volver a la universidad yescribir la novela? ¿O me vencerá elmiedo y volveré derrotado a Lima aseguir sonriendo sin ganas en la

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televisión? Aburrido de la vidaprevisible en Miami —desayunar veinteuvas contándolas, leer como un viejojubilado los periódicos en inglés, ir alcine en las primeras funciones, que sonlas más baratas, ver el programa deLetterman comiendo helados dechocolate, correr con Sofía cuando cedeel calor, al final de la tarde—, celebrola idea de pasar unos días enWashington, ciudad que aún no conozco,y alojarnos en el departamento deIsabel, quien ha tenido la gentileza deofrecérnoslo mientras dure su viaje aRío.

Desde el avión, oteando el horizonteboscoso de la ciudad, el río marrón que

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la divide, la imponente arquitectura dela universidad que nos espera,comprendo que ésta es una ciudad dignade ser llamada así, a diferencia deMiami, que es sólo un pueblo. Sofíasonríe al ver el júbilo contenido con quecontemplo la ciudad desde el avión.Sabía que te gustaría, vas a ser muyfeliz acá, Miami no es para ti, me dice,tomándome de la mano, ya en el taxi.Siendo un peruano familiarizado con elcaos y la inmundicia, quedo pasmado alver tanto orden, tanta belleza. Eldepartamento de Isabel es hermoso,lleno de detalles exquisitos y decoradocon el mejor gusto. Lo primero quellama mi atención son las fotos: a pesar

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de que está divorciándose, no las haretirado todavía. Enmarcadas en plata,siguen allí, en una mesa de la sala, lasfotos de su boda con Fabrizio, de la lunade miel, de los viajes a esquiar, de losmomentos felices que vivieron esos tresaños que estuvieron casados. Fabrizioes atractivo, con un aire misterioso,como si sus ojos marrones escondieransecretos turbios que su esposa ignorabaal casarse y nunca sabrá, pero no llega aser un hombre guapo y ciertamente noparece contento, porque, aunque sonríe,una sombra de tristeza se cierne sobre surostro. Isabel es muy linda, con el pelomarrón ensortijado, unos ojazosvivarachos y traviesa la sonrisa, y uno

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advierte en seguida que ella no vio venirla infelicidad, que se casó enamorada yengañada y sin saber quién erarealmente ese hombre de mirada esquivay aire taciturno, que, sospecho, bienpodría ser un gay en el clóset. Me quedoun rato mirando las fotos, examinandocada expresión de ese italiano que,según me cuenta Sofía, es un tipoencantador, muy refinado, pero al mismotiempo enigmático, indescifrable.

Por suerte hay dos habitacionesgrandes en el departamento, en las quereina un silencio de camposanto, y losbaños están radiantes, como nunca hanestado en mi casa, porque yo detesto quevenga gente extraña a limpiar, prefiero

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convivir con el polvo y las arañas. Todoen apariencia marcha bien, la ciudad meha maravillado, paseamos por lastiendas de Georgetown Park, comemosgalletas de chocolate en Mrs. Fields,vamos a tomar té al Four Seasons, dondeIsabel conoció a Fabrizio, visitamos laUniversidad de Georgetown, que medeja boquiabierto, porque es hermosa ylos chicos que pasean por sus jardinesmás aún, y vamos a cenar todas lasnoches a Au Pied de Cochon, unrestaurante francés que a Sofía leencanta, en la Wisconsin y la P, frente alGeorgetown Inn, y hacemos las comprasen el Safeway, y yo soy en aparienciafeliz, pero algo en mí no está bien, algo

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empieza a inquietarme, toda esta vidadesahogada y confortable me recuerdade pronto, de una manera inesperada,que me falta algo, alguien, y que Sofía,por muy amorosa que sea, no logracompensar esa ausencia.

Me siento solo, vacío, aburrido. Noduermo bien. No estoy del todo presentecuando hago el amor con ella. Aquéllaes una rutina, la del sexo, que pormomentos se me hace tediosa. Tengo queforzarme para terminar. Después quedodesvelado, no duermo bien, salgo atientas de la cama y me voy al cuarto dehuéspedes, donde me asaltan misfantasmas, el recuerdo de que me gustanlos hombres y no puedo ser feliz con una

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mujer, aunque sea tan adorable comoSofía. No estoy bien pero se lo escondopara no lastimarla, y ese esfuerzo, esaimpostura, minan todavía más mi estadode ánimo y me hunden lentamente en unadepresión inexplicable, porque ¿cómopodría estar deprimido en esta ciudadtan linda, con una mujer bellísima y eneste departamento de revista? Extraño aSebastián, a Geoff, a un hombreconmigo. Cuando hago el amor conSofía, la veo gozar pero yo no disfrutotanto como aquella noche en NuevaYork, cuando la traicioné pero fui felizde una oscura manera. No le digo nadade esto, pero ella me pregunta si estoybien y yo le miento, le digo que sí, que

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estoy así, abatido, quizá porque el ociome debilita, necesito ponerme a escribir,y ella me dice que ya falta poco, que seafuerte.

Con una energía que admiro, Sofíase levanta temprano y recorre el barrioen busca de un departamento al quepodamos mudarnos en pocas semanas,cuando comiencen las clases. A vecesme pide que la acompañe, pero hacecalor y estoy fatigado, mal dormido, conuna quemazón en el sexo porque me heforzado con ella, y por eso caminomalhumorado por este barrio tanhermoso, de calles empedradas, casasvictorianas con buhardillas y árbolesque la primavera llena de flores. Es

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penoso que no pueda disfrutar de tantabelleza, ensimismado en mi propiaamargura, en esta pesadumbre queintento esconderle pero que ella percibede todos modos. Por eso discutimos enla calle, le digo que no aguanto más elagobio de caminar bajo este calor ymirar apartamentos tan feos, que meregreso al departamento de Isabel adormir una siesta y que no me molestemás pidiéndome que la acompañe a suscitas con agentes inmobiliarias.

Es la primera vez que discutimos ypeleamos y ella se queda triste en unaesquina, frente al edificio al que me herehusado a entrar, y yo me subo a un taxiy regreso a la cama de Isabel y me toco

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pensando en Geoff, que está tan cerca,en Nueva York, y a quien podría ir avisitar en tren si tuviera el coraje dedecirle a Sofía todo lo que estoysintiendo. Comprendo entonces que estavida de lujos no consigue mitigar miinfelicidad, que ésta es una vida forzada,lejos de mis sueños, de mis verdaderosdeseos y apetencias. Ninguna antigüedadde las que adornan la sala, ningúndepartamento de un millón de dólares,ningún coche de lujo como el queconducimos compensa lo que tanta faltame hace, la pasión por un hombre queme recuerde quién soy en verdad, cuálesson mis miserias y mis debilidades,cómo es que me gusta gozar en la cama

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aunque luego me dé vergüenza.Sofía es mi amiga y no quiero seguir

peleando con ella, por eso se lo digouna noche, después de cenar, mientrasescuchamos música clásica —el pianode Rachmaninov que ella adora— ybebemos vino tinto, algo que ladesinhibe y que a mí, en cambio, metorna callado y sombrío: Quiero llamara Geoff. Se hace un silencio pesado.Llámalo, haz lo que quieras, se rindeella, sin disimular su tristeza y sucansancio, pues ha pasado el díacaminando por todo Georgetown paraencontrar un lugar bonito en el quepodamos vivir juntos y yo escriba lanovela tantas veces prometida, y ahora

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yo se lo agradezco diciéndole quenecesito hablar con Geoff, el chico quele juré había sido sólo una aventurafugaz, intrascendente.

Me encierro en el cuarto dehuéspedes y ella sube el piano. Llamo aGeoff, que me atiende con su voz dulce,se queja de que me he perdido y nuncadevolví sus llamadas, y le digo queestoy en Washington y que podríatomarme un tren y pasar un fin desemana con él. Se alegra mucho, meruega que vaya y le prometo que iré, ysiento que mi ánimo se recompone y quemi espíritu se llena de alegría cuando unhombre como él me dice que me extraña.Soy bisexual, no puedo evitarlo, y

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aunque vaya de escritor solitario, alfinal del día necesito el cariño de unhombre para sentirme bien. Es tristepero es la verdad, y no me queda sinodecírsela a Sofía, anunciarle que me iréen tren a visitar a mi chico neoyorquino.

Empaco en silencio, avergonzado demí mismo, salgo del cuarto de huéspedesy me presento en la sala con mis dosmaletas y mi cara de bisexual torturado.Sofía me mira triste y no dice nada,mientras el piano de Rachmaninov meclava aguijones en el corazón. Me voy aNueva York a pasar el fin de semana,digo. Ella permanece en silencio y memira con una tristeza que la sobrepasa yle impide hablar. Aunque trata de

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evitarlo, llora, me mira y llora, y haceapenas un gesto, un ademán contrariadocomo diciéndome vete, vete ya, no mehagas sufrir tanto. Le digo entonces nocreo que vuelva, es mejor que me vaya,lo nuestro no puede ser, no tiene futuro.Ella se cubre el rostro con las manos,sin poder creerlo, sin entender por quéun viaje que prometía tanta felicidadtermina así, de un modo tan penoso.

Camino a la puerta con mis maletasy entonces me vence la tristeza, me echoa llorar, me doy vuelta y la veodestrozada y no puedo hacerlo, no puedoabandonarla, no puedo ser tan canallapara irme a tener sexo con Geoff y dejartirada a esta chica linda, que se desvive

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por hacerme feliz. No puedo ser taninsensible, tan egoísta. La amo, a pesarde todo. Me rompe el alma verla llorar.Me siento a su lado, la abrazo, lloramoslos dos y ella me dice si tienes que irte,ándate, no te quedes por pena, y yo ledigo no me quedo por pena, me quedoporque te quiero, no puedo dejarte así,y ella no te preocupes, ya se me va apasar, y yo tranquila, mi amor, todo vaa estar bien, perdóname, fue sólo unamala idea, ya pasó, no me voy aninguna parte, y ella ¿pero por qué noestás contento, por qué quieres irte,por qué te entran estas crisisinexplicables?, y yo no me atrevo adecirle crudamente la verdad, que

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necesito a un hombre besándome laespalda, las tetillas, el cuello, por esodigo simplemente tú sabes que yosiempre quiero estar donde no estoy,que siempre quiero tener lo que notengo, lo imposible, lo prohibido, y ellasonríe y me mira con una nobleza que yosé que nunca encontraré en mi corazón.

Entonces la beso y le pido perdón yapago la música que ya me irrita yvamos a la cama de Isabel, nosdesnudamos, nos besamos con pasión yyo amo a esta mujer mientras unrecoveco pérfido de mi mente merecuerda a él, a Geoff, ese cuerpolánguido y apetecible que aparece enmis recuerdos como una tentación

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prohibida, y es la primera vez que hagoel amor con ella sintiendo que la amo yque al mismo tiempo la traiciono. Latraiciono pensando en un hombre que nome atrevo a amar porque no quierolastimarla y porque en el fondo soy uncobarde, un tipo no muy distinto deFabrizio, el italiano que huyó de estacama porque no podía hacerle el amor aIsabel y acaso pensaba en un muchachofornido que lo esperaba en Río como amí me espera en vano Geoff, que agitami imaginación y me hace gozar conSofía de este modo oscuro,inconfesable.

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Sofía ha arrendado un departamentoal final de la calle 35, casi llegando a laavenida Wisconsin, a unas cuadras de laUniversidad de Georgetown, en unedificio viejo, de tres pisos colorladrillo, al lado de un colegio de arte yun parque de juegos para niños. Hafirmado el contrato de alquiler por unaño, pero aún no podemos ocuparlo,pues hay un inquilino que se marchará laprimera semana de agosto y nosotrosllegaremos poco después, al final delverano, cuando con suerte amaine estecalor abrasador. Sofía me cuenta que ellugar es perfecto para nosotros, antiguo

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pero renovado, con pisos de madera,techos altos y un baño a la antigua:Entré allí y sentí que es un lugarperfecto para que escribas y, además,la vista es linda porque miras a unparquecito. Yo le agradezcoemocionado porque no la heacompañado a mirar departamentos nime he dado el trabajo de llenar lasaplicaciones y cumplir los trámites derigor, como tampoco he tenido el detallede pagar el depósito de garantía, puestodo ha corrido a cuenta de ella, que noescatima esfuerzos por salvarme delcarnaval patético que me espera en Limasi regreso a la televisión y cree en mícomo escritor más que yo mismo.

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Isabel, su hermana, sigue liada enRío, envuelta en peleas y discusionescon Fabrizio, quien, al parecer, no estádispuesto a ser generoso en el divorcioy le regatea las cosas más ínfimas.Francisco, el hermano mayor, estáestudiando en Boston con su noviaBelén, y Sofía, que ama a su familia, meanima a visitarlo juntos un fin desemana, pero yo no tengo fuerzas paraviajar, sigo deprimido, me paso los díastirado en la cama, leyendo, escuchandomúsica, evitando el teléfono porqueGeoff no cesa de llamar y Sofía dereprocharme que le haya dado estenúmero a mi amante neoyorquino, quien,por lo visto, no está dispuesto a

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olvidarme. Si algo me queda claro,enfermo de tedio en Washington, es quemi vida en Lima no era tan mala comopensaba, que aquellos días de amoresprohibidos, circo de televisión y platafácil no eran tan infernales como loscreía entonces, pues, si bien vivía en unaciudad objetivamente fea, al menoshabía una cierta violencia en lasemociones que ahora echo de menos.

Sofía es muy buena conmigo, mequiere como nunca me han querido, pero—será por mi tendencia autodestructiva— eso a veces me aburre, me cansa, mehace pensar que no merezco tanto amor yque ella está obsesionada conmigo, que,por mucho que tratemos de ser felices

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juntos, siempre desearé el cariño de unhombre y no podré ocultarlo. Ella sabeque soy bisexual y no por eso me amamenos, pero también cree, aunque no melo dice, que cambiaré gracias a ella, quelogrará desterrar mi ambigüedad, quenuestro amor me bastará para ser feliz. yyo sé, en cambio, que, cuando estoy asolas en el baño o en el cuarto dehuéspedes, a veces necesito tocarmepensando en un hombre, en uno queconozco y que me ha amado, comoSebastián o Geoff, o en uno anónimo,ficticio, hecho desesperadamente a lamedida de mis fantasías.

Sofía no ve esa películacalenturienta que yo proyecto en la sala

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secreta de mi imaginación, en esapenumbra a la que ella no tiene acceso yque, sin embargo, tanto revela de mí. Sila viera, a lo mejor me dejaría conbrusquedad. Ella sólo advierte lo másvisible y tal vez insincero, misademanes más o menos refinados, mivida sedentaria de lector, miscomentarios presumiblemente irónicosque no son otra cosa que chisporroteosneuróticos. Sofía ve todo eso y tambiénmis bríos en la cama cuando me acuerdode ser un hombre, la hago mía, le digocosas desmesuradas al oído y le arrancopalabras inflamadas de las que luego searrepiente. No deja de sorprendermeque me diga que nunca gozó con ningún

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hombre como disfruta conmigo. Mesorprende y no la creo del todo, porquesé que soy un amante torpe, chapucero,lastrado por la ambigüedad, pero ellame jura que ni siquiera Laurent, su exnovio francés, que era un adicto al sexo,le dio orgasmos tan buenos como losque tiene conmigo.

Eso curiosamente me hace feliz, mecolma de una extraña manera, porque, ala vez que reconozco en mí un ladofuertemente gay, también me gustamantener vivo al seductor profesionalque suelo mostrar en la televisión de mipaís. Por eso, cuando salgo a caminarpor el barrio a solas y veo a una mujerguapa, no puedo evitar ser coqueto,

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mirarla, sonreírle, estar a la caza de laprimera oportunidad para ser infiel, y noporque en realidad me apetezcaacostarme con esa chica linda que paseaa un perro cojo y me recuerda a Ximena,mi primera novia, sino por el placer deentregarme a un acto oscuro y prohibidoy sentir que el hombre que habita en míno ha muerto del todo. Sofía, sinembargo, sabe que escondo una herida,la creciente apetencia de sentir el amorfísico de un hombre, lo que ella atribuyea la mala relación que he tenido siemprecon mi padre, que fue muy violentocuando yo era un niño, humillándome amenudo, y a quien procuro ver lo menosposible, porque aún está fresco el

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recuerdo de lo abusivo que fue conmigo,de todo lo que me hizo llorar sin razón,sólo porque su vida era una suma defrustraciones, y yo, su hijo mayor, lehabía salido más sensible y delicado delo que podía tolerar.

Sofía cree que dejaré de desearsexualmente a los hombres —a la ideaborrosa de un hombre que me ame condesenfreno— cuando haga las paces conmi padre, me deshaga de esta mochila demalos recuerdos que cargo sobre loshombros y aprenda a querer a ese señorgruñón que es papá. Tú no eres gay —me dice en la cama, después de hacer elamor—. Tú eres un hombre, máshombre que tu padre, más hombre que

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cualquiera de tus hermanos. Yo estoysegurísima de eso. Tengo amigos gays,adoro a los gays, no tengo nada contraellos, pero tú no eres gay, y eso esdemasiado obvio para mí. Yo laescucho en silencio, sorprendido por ladeterminación de sus palabras. Me gustacreer en esa superstición, que soy unhombre del todo y no a medias, que nosoy un hombre roto, tal vez porque milado más estúpidamente orgulloso mehace pensar que ser gay es un estigma,una imperfección, una condición que tehace vulnerable, blanco de burlas,desprecios y abusos. Tú necesitas elcariño de un hombre, no el sexo de unhombre, el cariño, la ternura, el afecto

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de un hombre, porque estás buscandoen alguien lo que no encontraste en tupadre, lo que él no te dio, y como tienesese hueco, ese vacío en el corazón,estás tratando de taparlo concualquiera, con el primer Geoff que sete cruce en el camino, dice Sofía, llenade amor.

Infatigable en su cariño por mí, quees probablemente una de las manerasmás nobles y tortuosas de elegir elsufrimiento, me anima a ir al psiquiatray a deshacerme de los recuerdostraumáticos que me inspira mi padre,exorcizar esos demonios que azuzan miinfelicidad y perdonarlo, ser capaz deperdonarlo. Nunca vas a ser feliz si

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vives molesto con tu papá, odiándolo,culpándolo de todas las cosas malasque te pasan —me asegura—. Tienesque hacer terapia y perdonarlo ydecírselo: Papá, te perdono, fuiste unamierda conmigo, pero te perdono y tequiero y voy a ser muy feliz.

En esto, Sofía me recuerda a mimadre, que, cuando yo era niño, medecía a menudo, con una insistenciadesesperante: Sólo vas a poder torearal mundo si aprendes a torear a tupapá, que es el toro más bravo detodos. Yo no sé si ella aprendió atorearlo, creo que no, porque se pasabalas noches llorando en silencio, pero yonunca pude, no traté siquiera, le tenía

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demasiado miedo. Pero Sofía, desde suadorable ingenuidad, cree que no soygay y que perdonaré a mi padre. Yo creoque papá sabe que soy gay y nunca meperdonará por eso. A veces creo que soygay por su culpa y que nunca se loperdonaré. Es decir, que la única capazde perdonar en esta fea foto familiar esSofía, porque mi padre no parece sercapaz, aferrado a sus modales degeneral, y mi madre tampoco,secuestrada por el Opus Dei, esa sectade fanáticos intolerantes, y yo menos,porque no sé perdonar.

Si alguien me hace daño, lo alejode mi vida para siempre, aunque sea mipadre, y más aún si es mi padre, le digo

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a Sofía, a quien he contado aquellashistorias de abuso y prepotencia quepapá ejerció contra mí en lascircunstancias más innobles, pero ellame dice, con una terquedad que merecuerda a mamá, que en el fondo tupapá te quiere, está orgulloso de ti,sólo que no sabe expresar ese amor, nosabe quererte porque no sabe querer anadie, ni siquiera sabe quererse a símismo. Yo creo que te equivocas, que sítengo un lado gay muy fuerte, que esono es un delirio mío, que no es culpa dela mala relación con mi padre y que nova a desaparecer si lo perdono, digo.Pero ella discrepa con ternura y me dicete apuesto que, si tratas, tu lado gay va

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a desaparecer. y yo le digo no creo, nocreo, ni siquiera creo que deberíatratar, porque cuanto más intentaseliminar esos deseos, con más fuerza teasaltan en seguida.

Bella, apasionada, cubriendo sudesnudez con unas sábanas de seda,Sofía me dice que yo exagero, queidealizo el amor homosexual, quefantaseo sobre unos placeres que no sontales. Te apuesto que no vas a ser feliznunca con un hombre, afirma, para misorpresa. Te aseguro que no podríasenamorarte de un hombre, que nuncavas a ser sexualmente feliz con unhombre. Me quedo pasmado, porque yopienso exactamente lo contrario, que,

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aunque la amo con pasión, nunca voy apoder ser feliz con ella, con ningunamujer, porque la sombra del deseohomosexual estará acechándome, y que,si me doy una oportunidad para estarcon un hombre como Geoff, podríaenamorarme y ser feliz con él, sin sentirla urgencia de poseer a una mujer. No selo digo de esa manera, pero pienso quela violencia del deseo homosexual esinfinitamente superior en mí a la palidezde las pulsiones heterosexuales quetodavía me agitan a veces. Le digo esto:Yo te amo, y soy feliz contigosexualmente, pero necesito estar con unhombre. ¿Le he mentido? ¿De veras soyfeliz en la cama con ella? No del todo.

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Ninguna mujer me ha complacido tantocomo Sofía, que es una amantedeliciosa, pero no sé si en verdad mesatisface del todo, porque a veces,sacudiéndome con violencia dentro deella, estremeciéndome entre sus piernas,pienso en un hombre. ¿Alguna vez,haciendo el amor con Sebastián, penséen una mujer? Nunca: esa mujer era amenudo yo mismo. ¿Pensé en una mujercuando Geoff me asaltó con premura enesa cama estragada de su habitación enNueva York? No: yo quería ser su chica,dejarme poseer. Entonces Sofía mesorprende una vez más: Si realmentenecesitas estar con un hombre, vamos.Me dice eso y sonríe con un punto de

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locura que me recuerda a la sonrisa desu padre. ¿Vamos adonde?, le digo,sorprendido. Vamos a que estés con unchico, dice ella, con la mismanaturalidad como si me estuvieraproponiendo ir al supermercado.

Río de buena gana, celebrando estacomplicidad que hace más verdaderonuestro amor, y le digo pero cómo voy aencontrar a un chico, es imposible, noes tan fácil. y ella ¿realmente quieresacostarte con un chico hoy? Yo no lodudo, realmente quiero estar con unchico y más aún desde que, abatido,renuncié a tomar el tren paraencontrarme con Geoff. Sí, meencantaría, pero es imposible, y

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además no lo haría si te molesta, digo.Pero ella está decidida: Vamos, te voy allevar a la mejor discoteca gay deWashington, y vas a elegir al chico quemás te guste, y te vas a ir con él, te vasa acostar con él. Yo sonríonerviosamente y le digo estás loca, notiene sentido, ¿dónde me voy a acostarcon él, y dónde vas a estar tú? Sofíasonríe con aplomo y dice puedes venircon él a este departamento, yo me voy abailar y los dejo solos un par de horas,y yo no, ni hablar, no tiene sentido, yella tienes que hacerlo, tienes quesacarte el clavo, no puedes vivir conesa idea que te hace infeliz, que no tedeja estar bien conmigo, vamos a la

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discoteca, que está llena de chicoslindos, y escoge al que más te guste, yyo, de pronto animado por la promesade tantos chicos lindos a mi alrededor,me dejo convencer y digo bueno, vamos,pero Sofía me advierte vas a ver que tevas a arrepentir, que no lo vas adisfrutar, que cuando te acuestes con elchico que elijas, no va a ser tanperfecto, tan lindo como te imaginas, yentonces te vas a dar cuenta de que lonuestro es amor verdadero y eso es sólouna fantasía tuya que viene de la faltade amor de tu papá, de todo ese venenoque has ido metiéndote por odiarlo, yyo, asombrado por la contundencia de surazonamiento y por la ausencia de dudas

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que pone en evidencia, ¿de verdad creesque, si me acuesto hoy con un chico, mevoy a arrepentir?, y ella sí, estoysegura, vamos, y yo pienso que es muyimprobable que me arrepienta.

>Entonces nos arreglamos, nosechamos encima pañuelos de seda ycolonias finas, y nos montamos en elauto de Isabel, y yo manejo, siguiendolas instrucciones que Sofía me da conprecisión, hasta un barrio más bien feo,en los extrarradios de Adams Morgan,entre tiendas de chamanes, baresbulliciosos, comercios de baratijas yconsultorios de videntes que predicen el

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futuro por veinte dólares la hora. Sofíaseñala un galpón de aspecto siniestro,una especie de fábrica abandonada ohangar en desuso, y me dice es allí, ésaes la discoteca, cuadra donde puedas.Yo estaciono a regañadientes, pues ellugar me parece horrendo, arrabalero,sin una fachada digna o un carteliluminado, apenas un portón de fierro enla penumbra y alrededor unos cuerposmusculosos de hombres con las ropasapretadas, y digo mejor nos vamos, estelugar no me gusta nada, y ella ríe y medice vamos, no seas maricón, y yosonrío de que ella me diga maricón ypregunto ¿de verdad crees que me va agustar?, y ella sí, seguro, y yo ¿pero tú

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has entrado alguna vez?, y ella mesorprende sí, cuando estudiaba enFiladelfia venía mucho a Washington yuna vez vine con un amigo francés yotra vez con un italiano, por fuera esfeo el lugar, pero adentro, ya verás, teva a gustar, hay chicos lindísimos.

No resisto la tentación de curioseara esos chicos lindos. Bajamos delcoche, caminamos tomados del brazo yamo en silencio a Sofía por dejar suorgullo de lado y traerme a esteescondrijo de hombres afantasmados, decuerpos en remate. Pagamos —es decir,paga ella, siempre más ágil que yo parasacar la cartera— y nos estampan unossellos en las manos y odio al sujeto

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prepotente que nos sella y nos dejapasar, como haciéndonos un favor. Nobien entramos, es un estruendo demúsica electrónica cuyos decibelioschillones me sacuden el estómago, unanube de gases multicolores, un amasijocompacto de cuerpos, músculos,extremidades, apéndices, glúteos,colgajos, hinchazones y erecciones, desonrisas falsas y ojos sin alma. Nada delo que veo me gusta, todo me recuerda ala atmósfera decadente de las discotecasgays de Miami Beach. Esos hombressudorosos y saltimbanquis pueden tenercuerpos bonitos, pero la maneradescarada cómo los muestran, aquellavanidad de la que parecen jactarse, la

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desesperación con la que mueven eltrasero, el brillo malicioso de susmiradas, me intimida y me resultaabrumador. Me siento un pedazo decarne, le grito a Sofía al oído, y ella ríey me dice yo me siento peor, unfantasma, porque nadie me mira.

Los cuerpos se agitan hacinados,muy cerca unos de otros, entremezcladosy rozándose, y no es posible caminarcon holgura, pues todo el mundo sefunde en esa masa ansiosa, saltarina,descamisada, histérica, en esa suma devergas y culos que quieren anudarse, loque me provoca una claustrofobia atroz:siento que no puedo respirar, que metocan, me manosean y me dicen cosas

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inaudibles, y Sofía sonríe comodiciéndome ¿tú eres uno de ellos o yotengo razón y nunca podrás serlo?, yyo le pido ir a bailar, pero ella me diceno, anda solo, busca a tu novio de estanoche, yo me voy a la barra.

En seguida se marcha y yo me quedosolo y angustiado, rehuyendo lasmiradas más persistentes, y trato debailar pero no puedo, no me sale, no mesuelto, soy demasiado tímido paraentregarme a esa exhibición impúdica detorsos, bíceps, six packs y paquetesajustados. Me muevo a duras penas perosé que hago el ridículo, que Sofía se ríede mí desde la barra. Se me acerca unviejo con mirada de chacal y empieza a

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moverse a mi lado, hamacándose de unmodo repugnante, y yo me alejohorrorizado y termino al lado de untravesti que se relame los labiosvoluptuosos y me guiña el ojo, y escapode él también sólo para terminaratrapado en medio de un grupo dehombres fornidos, con el torso desnudo,que bailan frenéticos, mostrando losmúsculos henchidos y recordándome queel mío es un cuerpecillo esmirriado ycontrahecho, con abundante tejidoadiposo y un abdomen indigno de sermostrado en esta feria de adonis.

Entonces, ahogado por el ruido, elhumo, la euforia colectiva y elhacinamiento, pienso que no voy a

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encontrar a nadie aquí que puedaresultar mínimamente interesante, quetodos tienen mejores cuerpos que el mío,incluyendo al viejo repugnante de lamirada de chacal y al travesti relamido,y que nadie me interesa siquiera parauna noche de sexo, porque, díganmeviejo y aburrido, a mí todavía meinteresa la ternura, y en esta discotecahay todo menos eso.

Busco desesperado a Sofía y por finla encuentro conversando muy animadacon un chico lindo, y le digo no aguantomás este lugar, vámonos, y ella se ríe yme dice gritando ¿por qué?, y yo porqueno estoy cómodo, no me gusta, y ellame presenta a Dick, su amigo afeminado,

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una niña histérica, y yo insisto vamos,por favor, que no aguanto más, y ella sedespide de su amigo/amiga y salimos aempellones, abriéndonos paso condificultad en medio de la muchedumbredesaforada. Es un alivio respirar el airefresco de la calle, despedirme conaltivez del gorila que me selló la mano yalejarme de ese fragor vulgar que me hadejado enfermo, con dolor de cabeza,sintiéndome menos gay que nunca.

Un asco este lugar —le digo. Ellano dice nada, sólo sonríe y me dejahablar—. No me gustó nadie, no megustó la música, no me gustó cómobailan, cómo me miraban, cómo erantodos tan escandalosamente felices, me

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quejo, amargado. Yo te dije —sonríeella, encantada—. ¿Pero estás segurode que no quieres entrar solo y buscara un chico para acostarte con él?, mepregunta, burlándose de mí. No, noquiero, no quiero volver más a estelugar, digo, muy serio.

Cuando subimos al auto, la beso enla boca, la miro a los ojos, sonrío conella. Tú ganas —digo—. Esta noche noquiero estar con ningún chico, sóloquiero acostarme contigo. Ella me besasin ocultar una sonrisa y dice, mientrasmanejo de regreso a Georgetown, eso esel mundo gay y tú no perteneces a esemundo, y yo no, a ese mundo nopertenezco, y ella tú no tienes ni la

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cabeza ni el cuerpo de esos gays; tútienes la cabeza de un hombre, elcuerpo de un hombre y el sexo de unhombre, dice, rozándome entre laspiernas, erizándome un poco. Puede ser,digo. Créeme, yo sé lo que te digo, si deverdad fueras gay, te habrías quedadofeliz en esa discoteca y me hubierasolvidado. Pero no eres gay. Estásconmigo y se te ha parado porque eresun hombre. No dudes de eso. Eres unhombre, Gabriel.

Llegando al departamento, hacemosel amor. Después, cuando ella duerme,vuelvo a dudar: es el signo de mi

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carácter, el oscuro destino al que tendréque resignarme. Yo no soy un puto dediscotecas, pero tampoco el hombre queella cree. Mi alma está perdida en algúnpunto del camino y sospecho que unhombre, y no ella, me ayudará aencontrarla.

De nuevo estoy solo en Miami. Nome quejo, me gusta pasar un día enteroen silencio, sin hablar con nadie,durmiendo todo lo que me dé la gana,recordando con orgullo que no tengo unaoficina, un jefe, un horario de trabajo yque puedo hacer lo que me apetezca conplena libertad, sabiendo que me

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respaldan unos ahorros en el banco, conlos que puedo vivir austeramente un parde años sin trabajar para nadie, sólopara mí. Sofía ha regresado a Lima y asíestá bien. La extraño pero al mismotiempo disfruto de estos días solitarios ysoleados, con toda la cama para mí ycon la secreta libertad de ver losprogramas más impresentables entelevisión, como aquellos en los que lagente cuenta sus peores miserias y searroja sillas en la cabeza, sin que Sofíame reproche, como solía hacer mi madrecuando era niño, que estoydesperdiciando mi vida, malgastandomis supuestos talentos.

Ha sido triste despedirla en el

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aeropuerto, hemos llorado y prometidovernos pronto, cuando ella regrese paramudarnos a Washington, porque yo nopienso volver a Lima en mucho tiempo,pero, una vez que ha partido y yo hellorado lo que tenía que llorar, he vueltoa disfrutar de mí mismo, de miscaprichos y mis manías, de mi obsesióncon dormir nueve horas, hablar poco onada —pues siento que hablar medesgasta como escritor—, comer enalgún café cercano para no tener quehacer muchas compras en elsupermercado ni lavar los platos encasa, desconectar el teléfono —en unpequeño acto de arrogancia queequivale a decir: que se joda el mundo

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— o comerme un litro de helado dechocolate mientras río con el humornegro de Letterman. A Sofía, por lodemás, Lima le resulta menos hostil quea mí, en parte porque no es conocidapúblicamente, pues no sale en latelevisión ni le interesa, y tambiénporque se lleva mejor con sus padresque yo con los míos. Hablamos porteléfono todas las noches, a las nueve enpunto, y ella me cuenta la suma dedesgracias, catástrofes y vergüenzas quees la vida peruana, celebra que me hayamarchado, me anima a persistir en elánimo combativo del exilio, me informade las últimas barbaries y tropelías delmandón de turno, que goza por cierto del

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favor popular, y me dice, ya en un tonomás dulce, que cuenta los días paraverme, que su vida sin mí es triste yvacía, que seremos felices enWashington, en el departamento que dejóalquilado.

Curiosamente, a pesar de quehablamos todas las noches, también memanda unas cartas muy amorosas, en lasque a veces escribe en español y firmacomo Sofía, y otras me seduce en inglésy firma Anne, y al parecer cuando estámás traviesa me coquetea en francés yfirma Cybille, lo que me divierte y mehace pensar que en ella, como en mí,cohabitan múltiples personalidades,siendo Anne la más seria y formal,

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Cybille la osada y casquivana, y Sofía lanoble y alegre. Yo no le escribo eninglés ni en francés, porque mi dominiode ambas lenguas es precario en elprimer caso y nulo en el segundo. Noescribo cartas a nadie, ni a ella, ni a mispadres, ni a mis hermanos ni aSebastián, a quien, en desmedro de miorgullo, he llamado un par de veces y hedejado mensajes en su contestador conmi número en Miami, sin recibirrespuesta alguna, sólo la cruelindiferencia de su silencio de divo,ensoberbecido con su éxito en la aldeaen que nacimos y de la que, sospecho,no se irá nunca, cuidándose siempre dedar la imagen de un varón heterosexual y

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escondiendo con pavor su verdad gay,aquella que compartió conmigo en lacama. Podría escribir o llamar a mispadres, pero siento que no lo merecen,que no me entienden ni me entenderán,pues atribuyen todos mis supuestosmales a mi rebeldía ante la Iglesiacatólica y el Opus Dei, instituciones enlas que creen a ciegas y de las que yodesconfío igualmente a ciegas.

A pesar de que no doy señales devida, mi padre, debido a que conseguridad se aburre en su despacho, memanda por correo, todas las semanas ysin que yo se lo pida, las revistas depolítica y actualidad que más se leen enaquella confundida ciudad de la que

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nunca se atrevió a partir, y yo no sé porqué insiste en mandarme esas revistas,pero lo cierto es que, aunque meavergüence, las leo con fruición,regocijándome con las intrigas políticas,los chismes del espectáculo y las fotosde los amigos que se casan y merecuerdan que ése no es el futuro que yoquiero para mí. Mamá, un tantoenloquecida por su fe desmesurada en elOpus Dei, la secta de fanáticos que la hatomado de rehén, me despacha porcorreo, desde el supermercado quevisita todas las mañanas después de oírmisa, panfletos y folletería religiosa,boletines de los clubes del Opus Dei yhojas parroquiales de la iglesia María

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Reina, en las que subraya, con unremarcador amarillo, ciertas líneas delas parrafadas obtusas que ha dicho elcura el domingo y de los evangelios quehan leído ante los feligreses aterradosdel infierno, pobres almas que no sabenque el infierno está allí, en Lima lahorrible, y no en la eternidad abrasadoracon que amenazan los curas paramantener en pie el negocio del miedocon el que han lucrado impunemente a lolargo de siglos.

Mamá no se da por vencida, insistiráhasta el final en convertirme a su credoe inscribirme en su secta de exaltados.Yo me río cuando abro aquellos sobresamarillos y encuentro sus notas entre

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signos de exclamación, al pie de laspalabras del cura que ella ha subrayado,diciéndome, por ejemplo: ¡el señor teama!, o de pronto, sin previo aviso:busca la luz, encuentra el camino, orecordándome con infinita dulzura loque tantas veces me dijo cuando eraniño:

DIOS TIENE GRANDES PLANES PARA TI,ESCUCHA SU VOZ EN TU CORAZÓN y

DEJA QUE ÉL TE GUÍE.

Pero yo, será por holgazán ydescreído, no alcanzo a escuchar la vozde Dios, sólo la de Sofía a las nueve dela noche, diciéndome que no me rinda,

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que no vuelva a Lima, que la esperepara irnos a Washington y escribir lanovela. Por eso la amo tanto, porqueella se ríe conmigo de las beaterías demi madre, de su incansable espíritumisionero, de sus monsergas ysermones, como se ríe también delmachismo procaz de mi padre, quecuando yo era un adolescente queríameterme en un colegio militar, elLeoncio Prado, y mandarme a la guerra,no sé a cuál, a cualquiera, mejor si a unacontra los cholos, para hacerme hombrede una vez por todas.

Además de la voz de Sofía, escuchoa menudo la de Geoff, mi amanteneoyorquino, aunque, claro, esto no se lo

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cuento a ella, porque no quierolastimarla más de lo que ya la herícuando le conté torpemente mi viaje aNueva York para acostarme con mi guíaturístico, que, ya digo, me llama con unainsistencia muy halagadora y afirma queme extraña con una pasión impropia deun habitante de esa ciudad, que es lacuna y celebración del egoísmo másferoz, del individualismo salvaje,porque yo he dejado de creer que mamátenía razón cuando me decía que hay quecompartir, que hay que ser solidarios yamar al prójimo y servir a los demás, yocreo que todo eso es una mentira quesólo te hace más pobre mientras algúnlistillo está haciéndose rico sirviéndose

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a sí mismo con pasión, amándose muchomás que al prójimo y siendo solidariosólo con las urgencias de su entrepierna.Geoff no deja de llamarme con celo denovio a la distancia. Hablamos muytarde por teléfono, porque le sale másbarato llamarme después de lamedianoche, pues se ha inscrito en unplan de tarifas rebajadas, y nosquedamos hasta las tres o las cuatro dela mañana, diciéndonos trivialidades,fruslerías, cosas banales, sinimportancia, pero sobre todocompartiendo fantasías sexuales,historias calenturientas, revolcones delpasado, todo aquello en lo quepensamos afiebrados cuando nos

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tocamos a dos manos.Me gusta Geoff, no puedo evitarlo.

Me encanta sentir que me desea, que meperdona por no haberlo visitado cuandoestuve en Washington, que acepta sinreproches mi amor por Sofía y que hastale gusta que yo tenga una novia y, sinembargo, lo desee secretamente. Mealivia que no quiera ser mi novio con elespíritu posesivo de Sebastián, queacabó por sofocarme y darme la exactamedida de su egoísmo. Me excita que leguste preservar en secreto nuestrarelación, estas conversacionesprohibidas de medianoche que, porsupuesto, Sofía ignora. Me enardece, ysé que está mal, que me pregunte con

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curiosidad insaciable por las cosas quehacemos con Sofía en la cama, por losmás íntimos detalles, todo lo que a ellale gusta y a mí me descontrola, lastransgresiones y los desafueros que noshemos permitido, como hacer el amor enla cama de Sebastián cierta vez que élviajó y le dejó la llave de sudepartamento a Sofía para que ella leregase las plantas, o hacerlo en el bañode visitas de la casa de mis padres, unatarde en que pasamos a darnos unchapuzón en la piscina y no había nadie,sólo las empleadas, adoctrinadas todaspor mamá y reclutadas por su secta defanáticos. Geoff quiere venir a verme aMiami y yo le digo que me parece una

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mala idea, que me da miedo, que mejorno, porque le he prometido a Sofía nodecirle más mentiras, y si él viene y sequeda conmigo, tendría queescondérselo a ella, no podría llamarlatodas las noches a las nueve, como unnovio formal, para contarle lo rico quehe cogido esa tarde con mi amanteneoyorquino del cuerpo esmirriado y lamirada de gato, después de mirar juntoslos culebrones mexicanos de latelevisión.

No conviene que venga Geoff, comotampoco conviene volver a Nueva Yorka dormir en su cama de sábanas deWallmart y su colchón usado delmercado de pulgas. Le explico todo esto

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en mi precario inglés, que no quieromentirle a Sofía, que no puedo seguirsiendo tan puto y canalla, que ella mehace feliz y que vamos a vivir juntos yva a convertirme en el escritor quesiempre soñé, pero él, perverso,delicioso, se ríe con su risa sibilina, metienta, insiste, me dice cosas traviesas yno se da por aludido.

De pronto me anuncia una noche quevendrá a verme ese fin de semana, puesya compró el boleto en tren, y sequedará conmigo, si es bienvenido, o enun hotel en la playa, si no quiero queduerma en mi casa. Yo me ríonerviosamente, supongo que estábromeando, pero en seguida comprendo

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que no es una travesura y que en efectovendrá en tren a visitarme. Quedo alborde de la histeria nada más colgar elteléfono y, a pesar de que son casi lastres de la mañana, ataco con furia lasprovisiones de la nevera, y doy cuenta, acucharazos, de todo el helado dechocolate, tratando de mitigar laangustia. ¿Le digo la verdad a Sofía, quesigo pensando en Geoff, que él mecalienta por teléfono y que se va aquedar en mi cama, aunque ella memande al carajo, es decir, de regreso aLima? ¿Le miento y me acuesto sinremordimientos con Geoff y me hago eltonto con ella? ¿Recibo a Geoff concortesía pero sólo como un amigo y me

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niego a hospedarlo y lo mando a un hotelen la playa y luego le cuento todo aSofía para que sienta orgullo por migallardo comportamiento, por no habercaído en la tentación del pecadoaberrante del cual hablan las hojasparroquiales que mamá subraya con celofundamentalista? ¿Qué diablos hago?¿Cómo concilio mi deseo de ser noviode Sofía y mis impulsos de entregarme aGeoff? ¿Por qué tiene que ser tan difícilser bisexual, un puto y un caballero a lavez? ¿Es tan complicado entender queuno puede sentir gratificación poseyendoa una mujer y en otras ocasionesencontrar regocijo ensartando o siendoensartado por un varón brioso? Combato

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desesperadamente aquellas dudasatracándome con helados de chocolate yconsolándome con el sufrimiento de lasmujeres del culebrón mexicano, todasesas actrices carroñeras con sombrerosabsurdos, ropas horribles yvocabularios ampulosos, que, porsuerte, parecen pasarla mucho peor queyo.

Tal vez por amor a Sofía o porquesoy un cobarde o porque prevalece miegoísmo, decido no contestar más elteléfono y desaparecer súbitamente paraGeoff. Después de todo, me parece unabuso de su parte que me notifique, sinconsultarme, que vendrá a verme y queinsista en subirse al tren cuando he

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intentado disuadirlo tantas veces.Decido no contestar sus llamadas, pero,cobardemente, no se lo digo, no le digonada, simplemente desaparezco, mequedo al pie del teléfono escuchando suvoz preguntando por mí, recordándomecon dulzura que mañana subirá al trenmuy temprano y contará las veintisietelargas horas tediosas del trayecto paraabrazarme por fin al pie del mar. Es unromántico, un soñador. Dice que quierevivir conmigo en un departamento frenteal mar y no hacer otra cosa que escribir,porque él también quiere escribir unanovela; por lo visto, todo el mundoquiere escribir una novela, sólo faltaque Sofía también quiera novelar su

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infancia torturada, la fuga hippy de supadre y los amores saltimbanquis de sumadre con no pocos ricachones y, de serasí, mejor vivimos los tres juntos yponemos un taller literario, a ver siganamos algo de plata.

Geoff sube al tren y yo no le digonada a Sofía porque no sé qué diabloshacer, tengo muchas ganas de verlo perosiento vergüenza de confesárselo a ellay miedo porque él quiere ser mi novio yquedarse conmigo en Miami, y la verdades que no lo conozco mucho, a lo mejorresulta un asesino en serie y mesodomiza y me despedaza con un hachay guarda mis extremidades en bolsas deplástico en la nevera y escribe una

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novela rosa mientras mis padres mebuscan con detectives, perros ynumerarios del Opus Dei. No le digonada a Sofía, no hablo con Geoff yespero callado, sufriendo, comiendohelados, deseándolo y odiándolo a lavez, tocándome con sus recuerdos ydetestando que me haya puesto en estatesitura tan cruel. No debería habersesubido al tren, imponerme una visita, nocuando le dije que no podía verlo, queestaba comprometido con Sofía, que erauna locura que viniese a vivir conmigo.No debería haberse subido al tren, y yono debería haberle dicho a Sofía quenunca más vería a Geoff, que había sidouna travesura de una noche, algo sin

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importancia. No debería haberlementido. Ahora está Geoff en la estaciónde tren en Miami, después de veintisietehoras de viaje, fatigado y ardiendo deilusión, hablándole a mi teléfono,diciéndome baby, ya estoy aquí, ¿dóndeestás?, ¿por qué no has venido?, venrápido, por favor, que estoy loco porverte, no me dejes solo, mi chini, michinito lindo. Porque Geoff me dice así,chini, chinito, y sufre tratando de hablaren su español tortuoso, y yo sufro más allado del teléfono, escuchando su voz,sus suspiros, sus jadeos, su llantoinminente, sin saber qué hacer, si ircorriendo a recogerlo y abrazarlo,besarlo, amarlo y escribir juntos frente

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al mar, o si quedarme allí paralizado,con el corazón de piedra, escuchándolosufrir por mí, sin entender, desde sucandor de niño bueno, el rigor de miausencia en aquella estación del tren.

Geoff me llama desesperado, cadacinco minutos, con las contadas monedasque ya se le van acabando, desde unteléfono público, y me ruega queaparezca, se molesta, llora, sedesespera, vuelve a ser dulce, mepromete noches deliciosas, pero denuevo se enfurece, me insulta y me diceque soy una mierda, que cómo puedohacerle esto, dejarlo tirado en unamiserable estación del tren, y yo me tiroen la cama, lloro y me estremezco,

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porque no sé qué diablos hacer, quieroverlo pero me da pánico, me da miedoque se joda todo con Sofía, me da miedoenamorarme de Geoff, me da miedo sergay y ser feliz, me da miedo eso mismo,atreverme a ser feliz. Es el miedo lo queme paraliza, sólo el miedo, porqueGeoff me inspira una gran ternura, megusta mucho y me excita como no puedeSofía ni podrá mujer alguna; es el miedoa los reproches de Sofía, a la tristezasegura que le provocaré si la abandonopor él, a quedar como un miserable conella; pero, más aún, el miedo a aceptarque, aunque me duela, soy gay más quebisexual, un puto, una loca, un maricón.

Es el miedo a ser gay lo que me

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tiene aquí, postrado en esta cama,escuchando un mensaje más de Geoffdesde la estación del tren, llorando él,desesperado, llorando yo, avergonzado.Me odio por ser tan cobarde, tan pocohombre. Se puede ser maricón y unhombre digno, pero yo no soysuficientemente hombre para sermaricón. Soy un remedo de hombre, unesperpento. Llora Geoff una vez más enel teléfono y me dice que me odia, quees el peor día de su vida, que no meperdonará nunca este desaire, estamaldad inesperada. Porque han pasadohoras, se ha hecho de noche, está solo enla estación, se muere de hambre y tienemiedo de que una pandilla de

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energúmenos lo asalte, y por eso meanuncia que no me esperará más, quetomará un taxi y dormirá en un hotel enla playa. Lloro como un imbécil,asqueado de mi cobardía, de mi ruindad.

Me quedo tirado en la cama,odiándome, extrañándolo, amando aSofía pero detestándola por habermenegado sin saberlo el encuentro con michico neoyorquino que, tan amoroso, semetió veintisiete horas en un tren paravenir a besarme. y me toco y pienso enél con desesperación y me duele en elalma desearlo tanto y esconderme comoun mísero perdedor. Por eso terminocomo nunca he terminado, gozando conel recuerdo del hombre que he

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humillado y llorando desconsolado poruna de las peores cobardías de mi vida.Después llamo a Sofía, le hablo con vozde hombre confiable, finjo que todo estábien y la odio un poco por eso.

Esa noche no duermo porque mequedo pensando en Geoff, esperandoque llame una vez más. Pero no llamaesa noche ni al día siguiente. No llamarámás. Ahora es él quien desaparece de mivida y yo me quedo solo, con elrecuerdo quemante de sus besos,escuchando una y otra vez sus mensajesen el contestador, diciéndome cuánto meama esa tarde, en la estación del tren,esperándome, soñando con el beso quetantas veces le prometí de madrugada y

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no me atreví a darle. Escucho, tirado enla alfombra, muerto un poco, esosmensajes de amor y entonces odio a mispadres porque siento que ellos menegaron eso, el amor, y que por esotienen la culpa de que yo me hayaescondido de Geoff, de sus besos y desu ternura, para quedar así, tirado en laalfombra, llorando como un niñoconfundido, escondiéndole a Sofía lapena tan grande que llevo en el corazón.

Es agosto y en Miami arde el mar.Geoff se ha retirado de mi vida y yo meresigno a su ausencia. Lo he llamado,pero ha cambiado de número, supongo

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que en represalia al desaire que leinfligí. Sofía llega con tres maletas enlas que trae ropas gruesas para pasar elinvierno en Washington, que, meadvierte, es de una crudeza a la quenosotros, los peruanos, no estamosacostumbrados. La espero en elaeropuerto y me alegro al verla, tanguapa y elegante como siempre. No ledigo una palabra de mi desencuentro conGeoff. El calor es brutal, insoportable, ypor eso casi no salimos deldepartamento de la avenida Brickell,550, tercer piso, con vista a la calle, enel que sólo caben, por pequeño, tresformas de entretenimiento: ver latelevisión, leer o hablar por teléfono. La

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llegada de Sofía añade una cuarta, pues,nada más entrar y dejar las maletas,hacemos el amor con premura, con elarrebato de tantos días extrañándonos.Ésa es la mejor manera de resistir lainclemencia del verano, quedarnosdesnudos en la cama, con el aireacondicionado a tope, riéndonos de lasmiserias de nuestras familias, haciendoplanes para lo que nos aguarda en pocosdías, la esperada mudanza a Washington.Viajaremos en avión, ya he compradolos pasajes para conseguir las tarifasmás convenientes, y mandaré en uncamión de mudanza las pocas cosas quehe comprado acá en Miami, es decir, lacama, la mesa, el televisor y un puñado

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de novelas con las que intento mejorarmi defectuoso inglés.

Nos aguardan dos semanas desosiego bajo el sol impiadoso de Miami,luego dejaremos este apartamento y nosiremos a Washington a estudiar y aescribir. Yo no me veo estudiando, estoyinscrito en unos cursos de inglés enGeorgetown University y supongo quetendré que asistir porque ya pagué y nopienso perder mi dinero, pero dudo quepueda complacer a Sofía en su sueñoinsólito de verme estudiando filosofía.Me veo, sí, escribiendo con rabia lospeores recuerdos que llevo en elcorazón, novelando la guerra que helibrado con mis padres desde niño, las

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heridas y las cicatrices que han quedadoabiertas por ser bisexual en la familiaequivocada y en la ciudad equivocada.No quiero estudiar, me parece unapérdida de tiempo, ya fue un agobioestudiar en una universidad peruana queera una abigarrada reunión decharlatanes, demagogos casposos,enanos presumidos y viejas amargadas,una pléyade de profesores mediocresque repetían como cotorras las cosasmás o menos inútiles que habíanmemorizado sin un ápice de talento.

Sofía, en cambio, si bien me alientasin desmayo a que escriba la novela quevengo prometiéndole desde que meconoció, considera que es

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indispensable, si uno quiere tener éxito,estudiar una maestría en algunauniversidad de prestigio, y por esosueña con colgar en las paredes de suhabitación un diploma escrito en latín yfirmado por algún cura jesuita,acreditando que ha concluido conexcelencia académica una maestría enGeorgetown. Yo no sueño con esediploma, sino con una novela que meafirme como escritor, avergüence a mispadres por cucufatos e intolerantes, ysea una forma de venganza y redención,que me libere de las culpas del pasado yme permita salir del armario y revelar,entre las sombras borrosas de la ficción,al bisexual torturado que habita en mí y

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que el público que me festejaba en latelevisión ignora casi por completo.

Los días pasan lentos, perezosos, enla cama y en la piscina del edificio, a laque voy embadurnado por cremasprotectoras de sol y repelentes deinsectos, y en los cines más cercanos,los del Cocowalk, a los que acudimospor la noche, cuando decae el calor,pero nunca los fines de semana, paraevitar el gentío, los nudos del tráfico yel penoso espectáculo de las chicas queexhiben sus carnes regordetas yapretadas, los negros en carros quebrincan y escupen un ruido atroz y lasparejas felices y heterosexuales quesalen a cenar en pantalones cortos y

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mostrando el avance devastador de lacelulitis. Yo no quiero ir a la playa, noquiero ir a bailar, no quiero ir al básquetni al béisbol ni a los conciertos demúsicos famosos, no deseo ir siquiera alsupermercado. No me gusta salir,confundirme con la gente, pasar horas enel coche atascado en un embotellamientode tráfico y ahogarme de calor en esasplayas donde todo me irrita, la arena, laferocidad del sol, las malaguas y losmosquitos, la vulgaridad de las gentestiradas de cara al sol como lagartos. Porsuerte, Sofía celebra mis manías deermitaño y se contenta con encerrarseconmigo a hacer el amor, comer helados,ver la televisión y apenas salir para lo

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indispensable, comer en un café cercanode Brickell, donde todos los mozos sonvenezolanos amanerados, y hacer lascompras en un supermercado quecolinda con el barrio de los haitianos.

Agosto es un mes cruel, salvaje, elpeor en Miami; un castigo de los dioses,que parecen ensañarse conmigo para queno siga profiriendo insultos contra latierra malhadada en que nací y a la quehe jurado no volver, no al menosmientras no haya publicado mi novela.Pero esto es sólo el preludio, unanticipo de lo que está por venir, delcastigo mayor, de la catástrofe que,anestesiados por la quietud frívola denuestros días, ignoramos Sofía y yo. Los

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meteorólogos de la televisión empiezana alertar que se acerca un huracánpoderoso a las costas de la Florida,pero ella y yo no prestamos atención adichas advertencias, principalmenteporque nunca hemos sido testigos de unhuracán, pues en Lima no lluevesiquiera, es una ciudad árida ypolvorienta como pocas, con el cieloencapotado y el sol como una quimera,allá todo lo que llueve son losconstantes salivazos de los choferes deltransporte público y los ríos de orín delos meones ambulantes que descargansus vejigas en cualquier esquina. Nosreímos de los meteorólogos, que sonunos muñecos, unos aparatos, unos

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hombrecillos esperpénticos, y nohacemos el menor caso a las noticiascrecientemente alarmantes que publicala prensa en español, en un diario en elque sólo leo con placer las columnas demi amigo Carlos Alberto Montaner,estupendo escritor afincado en Madrid,y las de su hija Gina, tan bellas quesuelen hacerme llorar, así como losartículos atrabiliarios y valientes de uncubano monárquico, Vicente Echerri,que vive en Nueva York, y los deFrancisco Pérez de Antón, un español deprosa fina, avecindado en Guatemala.

Se viene el huracán, se acercavertiginosamente a Miami, podría llegaren los próximos días si mantiene la

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actual trayectoria, advierten agitados yfelices los meteorólogos, quienes, porcierto, sólo cobran importancia enmomentos así, pues cuando hay buenclima, es decir, casi siempre, sus vidasson perfectamente prescindibles, estosodiosos señores viven de lascatástrofes, de sus profecías agoreras,pájaros de mal agüero. No les hacemoscaso, pero la gente del edificiocomienza a inquietarse, a hacer maletas,a comentar con ansiedad el huracán quese avecina. Sofía y yo nos reímos,decimos que no va a pasar nada, que essólo un vientecillo cabrón queseguramente se desviará y ni siquierapasará por Miami, todo esto tiene que

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ser un negocio crapuloso de latelevisión y de sus meteorólogos querebuznan. Sin embargo, las cosasempeoran con las horas, pues la gente seapelotona en los supermercados, seaprovisiona de aguas, comidas en lata,linternas y velas, y muchos se precipitanal aeropuerto y a las estaciones del tren,para alejarse con premura de la ciudad,temiendo lo peor, como mi tío, el exministro ricachón, que estaba de paso enMiami y ha salido disparado de regresoa Lima sin saludarnos siquiera.

Nuestro edificio, el modesto peroconfortable 550 Brickell, empieza aquedar vacío, desolado, pues todo elmundo empaca y se larga, creyendo a

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pie juntillas en los pronósticos deltiempo, la inminente furia del huracánque se aproxima, the big one, el tantemido viento que arrasará la ciudadentera y la reducirá a escombros.Gringos de mierda, partida depelotudos, qué ganas de exagerar yjoder la vida, me quejo, tirado en lacama, viendo la televisión. Sí, son unosexagerados, no es para tanto, mesecunda Sofía, un amor. Ni siquiera esseguro que el huracán pasará por acá,y si pasa, bueno, será un viento fuerte,nos quedamos en el departamento ynadie se muere, digo, burlándome deesta ola de alarma que recorre la ciudad.Pero la policía no desdeña los sombríos

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vaticinios de los meteorólogos, queahora aparecen sin descanso en latelevisión, mostrando mapas, dibujandoposibles trayectorias, arengando a lapoblación a ponerse a buen recaudo,pues numerosos agentes policiales, enautos con sirena y altavoces, recorrennuestro barrio alertando del peligroinminente y pidiendo a la gente que seretire cuanto antes a lugares seguros, notan cercanos al mar, y que, si no tieneadonde ir, busque refugio en losalbergues y asentamientos que la ciudadha acondicionado a prisa paraguarecerla del huracán.

Oficialmente, estamos en zona deevacuación y no debemos permanecer

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allí, nos recuerda la voz metálica eimperiosa del policía que grita en inglésdesde su automóvil. Si nos quedamos,añade, estaremos en grave peligro y sinprotección de nadie, a expensasnuestras. Vemos por televisión cómo lagente huye despavorida de las playas, deesa línea delgada que es la isla deMiami Beach, cuyos comercios de modacierran sus puertas y se protegenclavando tablas de madera en susfachadas, lo mismo que escapanalborotados los residentes de KeyBiscayne, una isla muy vulnerable a loshuracanes, así como quedan abandonanlas mansiones opulentas de CoconutGrove y Coral Gables, que miran al mar

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y quedan desiertas en un santiamén, a laespera de lo peor. En nuestro barrio, laavenida Brickell, una sucesión degrandes rascacielos que se erigen decara al mar y echan sombras sobre elpequeño edificio al otro lado de la calleen el que Sofía y yo permanecemosimperturbables ante el alboroto general,la gente obedece las órdenes policialesy evacua, es decir, se marcha de prisa alugares tierra adentro, a casas deamigos, hoteles de lujo, moteles detreinta dólares la noche al pie de lacarretera, incluso refugios públicos,shelters, habilitados por la ciudad paralos pobres, los que viven en las calles,los que no tienen mejor sitio donde

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esconderse del huracán.En la televisión aparecen las

imágenes de esos refugios, comocanchas de básquet y auditoriosmunicipales, que empiezan a colmarsede familias que instalan allí suscolchones, sus provisiones de alimentos,sus bolsas de dormir, una imagendantesca de la que Sofía y yo nos reímoscomo niños mimados de alta sociedad.Prefiero morir en este departamento,despedazado por el huracán, que pasaruna noche en una jodida cancha debásquet, tirado en el piso con toda esamasa de gordos pedorreros y señorashistéricas y bebés chillones, digo. Sofíaestá de acuerdo: Me parece divertido

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vivir un huracán, no nos pasará nada,los policías son unos exagerados, lopeor que puede pasar es que se rompanalgunos vidrios y se caigan algunashojas de las palmeras, no creo que más,y eso de metemos a un shelter con unmontón de gente horrible y apestosa,no way, dice, y yo la amo porque elladesconfía de la policía siempre, encualquier caso, igual que yo.

Cae la noche tropical y se instalauna quietud desusada que parecepresagiar el desastre mayor. Sofía y yoseguimos viendo la televisión, que esuna repetición monocorde de alarmas yadvertencias, y ya empezamos a odiar alos meteorólogos que chillan histéricos

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que nos aguardan pocas horas para sertragados por el huracán, como odiamosigualmente al maldito coche de lapolicía que sigue pasando por estebarrio afantasmado, gritando queevacuemos perentoriamente, que nosvayamos, que nadie debe quedar allí, alpie del mar. No salimos a comprarcomida ni bebidas por temor a que lapolicía nos arreste y conduzca a unrefugio maloliente. Nos quedamostranquilos, en la cama, viendo latelevisión con el aire acondicionado atope, sintiéndonos más valientes yaventureros que los gringos exageradosy los hispanos acomplejados que hansalido huyendo del temido huracán. Es

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sólo un huracán, no es para tanto.Nosotros, que hemos vivido terremotosdevastadores en Perú, no vamos asobresaltarnos tanto por un huracán.Lloverá a cántaros, pasará un vientofuerte, se mojarán las gaviotas, volaránquizá las lagartijas, pero nada más, sóloeso, no es para tanto.

Ahora se ha hecho de noche.Cenamos en casa, viendo la televisión.Sofía llama por teléfono a su madre y ledice que está todo bien, que no sepreocupe. Yo no llamo a mis padresporque sospecho que ellos dejaron depreocuparse por mí hace mucho tiempo.Llegan por fin unos vientos fuertes hacialas diez de la noche y vemos fascinados

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cómo se doblan las palmeras, sebalancea el semáforo de la esquina,vuelan hojas y desperdicios, suenangolpes secos de objetos que el vientodesplaza con violencia, se enfurece lanaturaleza con esta ciudad privilegiadade ricos y fugitivos, latinos y gringos,señoras de compras y señoritosafeminados en busca de libertad. Nopasa nada con el huracán, es sólo unviento fuerte, digo, desde la ventana,contemplando cómo se hamaca la ciudadentera, los árboles, los cables de luz, lasseñales de tránsito y todo lo que elviento puede doblegar y hacer bailar enese festín despiadado que viene delfondo del mar a recordarnos que

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también en Miami te puedes ir a lamierda cualquier día, que también enesta ciudad eres mortal y estás aexpensas de los caprichos de lanaturaleza.

Pero Sofía y yo no estamossufriendo, más bien gozamos con elhuracán, siendo testigos de tan raro ypoderoso fenómeno. Seguimos gozandohasta que el viento empieza a silbar deun modo pérfido, inquietante,anunciándonos que lo peor está porvenir y entonces vemos caer postes deluz, cables de alta tensión, árbolesenteros que son descuajados, pasanvolando al lado del edificio y caensobre el techo de un auto de lujo,

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estacionado en la cochera, cuya alarmase activa y se confunde con el silbidocruel de los vientos. Entonces todo seoscurece, se interrumpe la corrienteeléctrica, un apagón más como losmuchos que ella y yo hemos vivido enLima, cuando el terrorismo volaba lastorres de alta tensión y la ciudadquedaba ennegrecida y asustada, pero elprimero que nos ha tocado vivir acá, enMiami, una ciudad en la que uno suponíaque estas cosas no pasarían. No estamosasustados todavía, sólo incómodos,porque ahora carecemos de luz, teléfonoy, por supuesto, aire acondicionado.Tampoco contamos con velas, apenasuna pequeña linterna que Sofía,

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previsora, trajo desde Lima.La potencia destructiva de aquellos

vientos de medianoche que vienen delmar y humillan a esta ciudad arroganteva en aumento, se multiplica con losminutos, así como crece el número deobjetos que vuelan y caen en lasinmediaciones del departamento,cualquier cosa que el viento puedaarrancar de raíz, descuajar y hacer volarcaprichosamente, a su antojo. Esto seestá poniendo feo, le digo a Sofía,mirándonos con el primer miedo de lanoche, cuando el silbido vengativo delhuracán parece ensañarse con nosotros,empequeñeciendo nuestra bravura ydando la razón a los policías y

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meteorólogos que pidieron queevacuásemos. Ojalá no se rompan laslunas, porque allí sí que la vamos apasar mal, dice ella, más valiente queyo, como de costumbre. No muchodespués, pasada la medianoche,empiezan a sonar, uno tras otro, losvidrios que se rompen, despedazadospor el impacto furibundo del viento, yentonces comprendemos que es sólocosa de minutos que nuestras ventanassalten también por los aires y el huracánse meta como un intruso loco aldepartamento, tome posesión de él y denosotros, revuelva todo, lo inunde dedesperdicios y malezas y se llevenuestras cosas con una furia asesina que

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desconocíamos.Ahora tenemos que gritar para

hacernos oír, porque el viento brama,ruge, silba, grita más fuerte que nadie,como si Dios estuviese gritando rabiosoque Miami es la nueva Sodoma yGomorra y que la borrará de un solosoplido rencoroso. ¡Agarra tus cosasmás valiosas y aléjate de la ventana,que ahorita se rompe!, me grita Sofía, yyo corro al cuarto, busco nerviosamenteen la penumbra mi pasaporte, mibilletera y las llaves del auto, que ojaláno termine chancado por una palmera, yella también rebusca entre sus cosaspara asegurarse de que el huracán no learrebate sus documentos, su dinero, sus

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pocas joyas y las fotos familiares.Cuando estamos terminando de reunirnuestras más preciadas posesiones, elhuracán nos anuncia que ha llegadorompiendo las ventanas de la sala ymetiéndose como un gigante dandopatadas, sacudiéndonos, haciendo volartodo a nuestro alrededor y casi tambiéna nosotros mismos. ¡Vamos al baño!,grito, y Sofía se agarra de mi mano yavanzamos contra la fuerza chucara delviento que nos escupe con todo sudesprecio.

Logramos encerrarnos en el baño,que está a oscuras y no tiene ventanas, ynos sentamos en el piso de la ducha,aterrados, y comprobamos que estamos

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bien, que no nos hemos cortado con losvidrios que salieron volando y quetenemos el dinero y los pasaportes,menos mal que alcanzamos a guardarlos,fue cosa de minutos, ahora seríaimposible volver a la sala. Tengo miedode salir volando, de terminar siendoarrastrado por el huracán y caer sobrelas ramas de un árbol o encima de lostechos de los autos vecinos. No le digoesto a Sofía, trato de ser un hombre ycalmarla. Aunque estamos abrazados,sentados sobre el piso de la ducha,debemos gritar para comunicarnos,porque el ruido del viento y los objetosvolando, agitándose, cayendo yrompiéndose es ensordecedor, y ella me

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grita con un humor invencible ¡ojalá quesi el viento nos lleva, nos deje enWashington y no nos regrese a Lima!, yyo sonrío pero no puedo reírme porqueestoy muerto de miedo, y sólo grito¡deberíamos haber evacuado, tengomiedo de que se caiga el puto edificio!,y ella ¡no, no se va a caer, tranquilo!, yyo ¡estas paredes son endebles, elviento las puede tumbar, estamosjodidos!, y ella ¡tranquilo, que nopodemos ir a ningún lado, si salimos alpasillo y tratamos de bajar por laescalera, sería mucho peor!

Claro, tiene razón, adonde vamos air, ahora que el huracán se ha instaladoen la ciudad y barre todo a su paso,

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incluyendo nuestro orgullo, que haquedado hecho escombros, confinado enesta esquina oscura y temblorosa delbaño. Cuando ya estoy resignado a quecaigan las paredes, perdamos la vidaaplastados y me arrepienta para siemprede no haber escrito la novela ni amado aGeoff, los silbidos empiezan a declinar,el rugido del viento a amainarse y losgolpes de los objetos que vuelan y serompen a hacerse menos frecuentes.Entonces suspiramos aliviados, hapasado lo peor, se aleja el ojo delhuracán y quedamos vivos pero hechosunos guiñapos, mojados, despeinados,empavorecidos, con el departamentotransformado en un caos. Aunque la

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tempestad parece darnos tregua, no nosatrevemos a salir del baño por temor aque arrecien de nuevo los vientos másbrutales. Sofía entreabre la puerta delbaño y dice ya pasó lo peor, creo quepodemos salir. Aún sopla fuerte elviento, pero ya no destruye con la rabiaque nos atemorizó tanto y me hizo pensarque podíamos salir volando o moriraplastados. Yo no me muevo del baño yespero a que el viento se calme un pocomás.

Bien entrada la madrugada, todavíaasustados, salimos al cuarto y a la sala.Todo está sucio y mojado, los vidriosrotos en la alfombra, el televisor caído,la mesa de espaldas, las sillas ausentes,

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robadas por el viento, y nuestro colchónde quinientos dólares todavía allí,invicto a pesar de todo. Después deasomarnos al balcón y atestiguar conasombro que la avenida Brickell haquedado convertida en un caosinterminable de árboles descuajados deraíz y caídos, postes derribados, ríos deagua surcándola y autos volteados yarrastrados por el viento, regresamosexhaustos al cuarto y nos tumbamos en lacama. Tratamos de dormir, pero nopodemos. El viento sigue pasandoamenazante, recordándonos lo poco quesomos, la fragilidad de nuestracondición. Humillado, con miedo, metumbo en la cama y cierro los ojos,

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sabiendo que no podré dormir. Un ratodespués, despierto sobresaltado y veoque Sofía se toca calladamente entre laspiernas y respira de un modo intenso. Laescena es de una belleza mórbida,oscura: entre los escombros del huracánque osamos menospreciar, una mujerhermosa se toca a mi lado. Empieza adespuntar el alba cuando la beso conviolencia, me monto sobre ella y le hagoel amor, celebrando de esa manera quesigamos vivos, juntos, después de estanoche horrenda.

A mediodía, después del huracán, esel infierno en Miami. El departamento es

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una pocilga, la alfombra mojada einmunda, todas las cosas rotas y tiradaspor el suelo, y un bochorno insoportablenos hace sudar sin tregua porque nodisponemos de aire acondicionado ytampoco de agua para darnos una ducha,y en la piscina no podemos bañarnosporque sus aguas han quedado oscuras yapestosas, llenas de plantas y desechos.Tenemos hambre. Ya hemos comido laspocas cosas que quedaban en buenascondiciones en la nevera, las demás sehan malogrado por el calor y la falta decorriente eléctrica. Hambrientos,aturdidos por la violencia del sol,gruñones por la falta de sueño, salimos acaminar en busca de algún lugar donde

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comer algo. Mi auto está en buenascondiciones, no ha sido golpeado por unárbol como otros del parqueo, loenciendo y al parecer está bien, pero nopodemos salir a manejar porque lascalles están cortadas e inundadas.Caminamos con cuidado, entre charcosde agua y cables desparramados,recordando que puede ser peligrosopisar uno de esos cables negros que latormenta ha tumbado sin dificultad.

Llegamos al supermercado pero estácerrado, los vidrios rotos y un par deagentes de seguridad cuidando que loshaitianos del barrio vecino no irrumpana saquearlo. La ciudad es una pesadilla,el sol descarga su furia sobre nuestras

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cabezas con saña inexplicable, como sino hubiese bastado un huracán paraestropearnos la vida. Maltrechos,extenuados, llegamos a pie a un pequeñorestaurante argentino en Coral Way, queestá abierto de milagro y ofrece unpedazo pollo a la parrilla por veintedólares. Parecemos dos balseros reciénllegados a las costas de la Floridacomiendo esas pechugas al carbón conuna voracidad vulgar, entre gentes quecuentan con orgullo cómo sobrevivierona la debacle. De vuelta en eldepartamento, comprendemos que lomejor es no movernos, tendernosdesnudos en el colchón estragado yesperar a que baje el calor, regresen la

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luz y el agua y podamos salir en el auto.En Lima estábamos mejor, digo,abrumado. Quién hubiera dicho que enMiami estañamos así, sonríe Sofía,tratando de ponerle buena cara al maltiempo. No provoca hacer el amorporque el calor mata cualquier deseo demoverse o acercarse a otro cuerpo. Hayque irnos de acá —digo—. No aguantomás. Esta es una señal del destino.Estamos en la ciudad equivocada. Nodebemos volver a Lima, pero hay queirnos cuanto antes de Miami.

Sofía se entusiasma. Nunca le gustóMiami, le parece un pueblo sin cultura,no una ciudad respetable. Odia que nohaya estaciones marcadas, que los días

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sean mínimos altibajos entre mucho opoco calor, mucha o poca lluvia, y lamisma humedad densa y pegajosa desiempre. Yo no puedo vivir en Miami —dice—. No podría. Al menos, con aireacondicionado se puede sobrevivir.Pero así, sin agua ni luz, vamos aterminar matándonos. Tiene razón, elcalor y el hambre provocan taldesesperación que uno podría cometerun acto de violencia, como darle unabofetada al argentino de las parrillas deCoral Way para que deje de gritar tantasboberías. Esperemos a que abran lacalle y podamos salir en el carro hastala autopista y nos largamos de acá,digo resueltamente. Podemos irnos

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cuando quieras, yo tengo las llaves deldepartamento que hemos alquilado enWashington, me anima ella.

No lo hemos alquilado, en honor a laverdad: lo arrendó ella sola, sin que yohiciera otra cosa que quejarme. PeroSofía es así, fuerte y combativa, y elhuracán no ha destruido sus reservas dehumor, y se ríe por eso de todo, de queel televisor esté roto y una lagartijacorra por la alfombra y los mosquitos seenseñoreen en la casa y yo tenga queecharme un aerosol repelente en todo elcuerpo y me confunda a la hora de usardesodorante y termine echándome elaerosol contra insectos en las axilas, yella riéndose a carcajadas de mi

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torpeza. El edificio ha quedado en unestado calamitoso, casi todas lasventanas rotas, las sillas, los colchones,las sábanas y toda clase de mobiliariodesperdigado en el estacionamiento, enel jardín, al lado de la piscina. Nadieduerme en este edificio, sólo nosotros,los valientes que desafiamos a la policíay ahora pagamos cara aquellaimprudencia, porque no podemos saliren automóvil, pues la calle siguecerrada, aunque ya las cuadrillas detrabajadores comienzan a desbloquearla,cortando árboles caídos, retirando lospostes y los cables de luz que se handesplomado sobre la pista, allanandocon dificultad el camino.

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Tan pronto como Brickell quedeabierta, nos vamos, digo. Apestamos.Apesto yo, en realidad, porque Sofíasiempre huele bien. No puedo bañarme,salvo que quiera meterme al aguaverdosa con los sapos de la piscina. Meresigno a echarme desodorante y coloniavarias veces al día, pero eso no mejoralas cosas. Si me quieres así como estoy,toda cochina y sudada, es que mequieres de verdad, dice Sofía con unasonrisa estupenda. Yo no puedo querer anadie cuando estoy con hambre y sueño;sin embargo, a ella la quiero aun así, ycelebro que me acompañe en estemomento desgraciado.

Salimos a caminar como zombis

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cuando el hambre acecha y todos loscomercios siguen cerrados, no haydónde conseguir comida, y yo me sientoun idiota por no habernos aprovisionadode alimentos antes del huracán, comohizo la gente previsora que confió en losmeteorólogos, hasta que por fin,exhaustos, bañados en sudor, hallamosun cafetín grasoso que está abierto y queofrece cafés y medialunas frías de jamóny queso. Todavía me queda dinero enefectivo, lo que es una suerte, porquenadie acepta tarjetas de crédito, losbancos no funcionan y las máquinas parasacar dinero tampoco. Comemos al finalde la tarde, volvemos al edificio ruinosoy le digo a Sofía es como si Miami se

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hubiese convertido de pronto en LaHabana, no hay comida, no hay luz niagua, no puedes hablar por teléfono,tienes que caminar para movilizarte,¡extraño Lima! Sofía me calma y medice que en Washington estaremos bien,que ya falta poco.

También falta poco, recuerdo ensilencio, para que mi organismo digieralos cuatro emparedados llenos demayonesa que he deglutido conviolencia, y entonces tendré que ir albaño, ¿a qué baño, al inodoro deldepartamento, que no podemos jalarporque no hay agua? No: tendré que irsigilosamente a algún rincón del jardín,esconderme tras los arbustos y los

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matorrales, con un de papel higiénico, ycagar como los perros. Yo, que antes erauna estrella de la televisión de mi país,ahora ando defecando a la sombra deuna palmera. El amor y el huracán handestruido mi vida. Ahora soy unnáufrago, un sobreviviente, un hombrecansado y apestoso que no tiene dóndedormir. La calle sigue bloqueada y nopodemos escapar. Ya hemos metido lasmaletas en el auto, estamos listos,aguardamos con impaciencia la partida,pero dependemos de los pobrestrabajadores que se turnan sin descanso,día y noche, para reabrir el tránsito en laavenida y restaurar los servicios básicosen la ciudad. Entretanto, seguimos

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completamente desinformados, sintelevisión ni periódicos, y sólo podemosescuchar las noticias encendiendo elauto y sintonizando la radio, pero no lohacemos por más de cinco minutos parano consumir la poca gasolina que nosqueda.

Por las noticias que escuchamos enla radio, sabemos que el aeropuertopermanece cerrado, la ciudad hacolapsado y en los barrios pobres lagente se pelea por bloques de hielo. Nonos queda sino esperar. Sofía y yo, contodo el edificio estragado para nosotros,y con su linterna y la luna llena comoúnicas fuentes de luz, nos tumbamosafuera, en las perezosas maltrechas de la

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piscina, bien cubiertos de repelenteantimosquitos, a descansar de este díatan miserable. No podemos dormir en elcolchón del departamento porque elcalor es insoportable y terminamosmojándolo todo de sudor. Es mejor estarafuera, mirando la luna, tratando deolvidar esta pesadilla. Para escapar unmomento del infierno, hacemos el amoraquí, al aire libre, ella sentada sobre mí,el vestido apenas levantado. Cuandoterminamos, me pregunta cómo será minovela y yo empiezo a divagar, acontarle las ideas borrosas que excitanmi imaginación, y ella se entusiasma, meayuda a aclarar dudas, me sugiereescenas o personajes y es un momento

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espléndido, Sofía y yo hablando conpasión de mi novela después delhuracán, esta noche de luna llena al piede la piscina.

No dormimos, pasamos la nochehablando, contándole yo pequeñashistorias impresentables de mi familia,relatando ella las visitas que hacía, consu hermano Francisco y su hermanaIsabel, a la casa rústica que su padre,Lucho, tenía al borde del río, en losAndes peruanos, donde debían dormiren el suelo, con las arañas y losalacranes, lavar la ropa en el ríochucaro, llevar agua a la casa cargandounas bateas muy pesadas —que pobresde ellas si se les caían, porque entonces

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Lucho las castigaba sentándolas encimade una piedra en el río—, y cocinarpobremente en una cocinita a gascualquier cosa que ellas, las hermanas,dos niñas apenas, pudiesen imaginar.Pienso en Sofía castigada porque se lecayó la batea de agua, sentada sobre unapiedra del río turbio, y no puedo sinoamarla y pensar que su padre resultósiendo casi tan loco como el mío. Mipadre no me castigaba así,exponiéndome a la corriente traicionerade un río, sino de maneras másretorcidas y sañudas, obligándome arecoger con las manos las cacas de losperros, golpeándome en las nalgas conun látigo para montar a caballo o

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burlándose de mí ante sus amigos, lo queme dolía en el alma, que papá fuese tantraidor como para decirles a sus amigos,en presencia mía, que yo era unamariquita y un bueno para nada, como siél, aparte de vivir de la fortuna de supadre, hubiese hecho algo útil con suvida.

Sofía al menos tuvo suerte, porqueno le tocó una mamá beata, sino másbien casquivana y liberal, y porque supapá, siendo un lunático, prefirió irse alcampo y no quedarse amargado en unmatrimonio que lo hacía infeliz, almenos tuvo el valor de quemar todo —su matrimonio, su reputación, susdocumentos de identidad y una parte de

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su cerebro con las drogas que consumía— y largarse a un rincón en la sierradonde nadie lo jodiese y él no jodiese anadie, a diferencia de mi padre, quenunca tuvo coraje para irse a ningunaparte y se quedó torturando a mi madre yensañándose conmigo, volcando en mítoda su rabia, sus complejos y susfrustraciones. Yo no le perdono eso, quefuese tan cobarde conmigo cuando yo nopodía defenderme, pero Sofía no leguarda rencor al suyo, lo comprende y loperdona, lo quiere de verdad, yotampoco podría haber aguantado a mimadre, dice, yo también me hubieseescapado de ella a una casita en el río,el pobre tuvo que hacer eso para

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sobrevivir. Yo digo que me parece atrozque Lucho las obligase a ellas, dosniñas, sus hijas, a dormir en el suelo conlas arañas, a cargar bateas de aguapesadísimas, a cocinar y a lavar la ropaen el río, y que me parece imperdonableque las castigase con tanta brutalidad,sentándolas sobre una piedra del río,pues nada justifica, salvo la locura, uncomportamiento tan irresponsable yegoísta, el de abandonar a sus hijos,obligarlos a hacer un viaje larguísimo enautobús para verlo en ese parajeinhóspito del norte peruano y someterlosa las privaciones de su vida deermitaño.

No, no fue así —dice ella—. Mi

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papá se volvió loco, estaba enfermo, noestaba bien de la cabeza. Nosabandonó y se fue a la sierra porquetenía que hacerlo, porque era la únicamanera de sobrevivir. Pero no era malocon nosotros. Nos quería a su manera.Cuando lo visitábamos, nos obligaba avivir como él, pero no por malo niegoísta, sino porque ésa era su manerade querernos. Así nos mostraba sumundo. Así nos hacía un poquito comoél. y a nosotros nos gustaba eso, que mipapá tuviese un mundo propio,completamente distinto del de todos.Nadie tenía un papá que vivía solo alborde del río, sin luz, sin agua, sinteléfono, sin empleadas. Eso me hacía

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sentir especial No me acomplejaba. Alcontrarío, me daba orgullo que mi papáfuese un hippy genial. Yo no quiero serun hippy. No quiero comerme los saposde la piscina ni las lagartijas que correnpor la alfombra del departamento.Quiero irme de acá. Quiero volver almundo civilizado.

A la mañana siguiente, Sofía y yoseguimos vivos, aunque hediondos, y laavenida Brickell ha sido reabierta. Mearrastro de cansancio, el hambreaguijonea mi estómago y la concienciame remuerde diciéndome que no deberíahaberme ido de Lima, donde lo teníatodo tan fácil, incluyendo, conintermitencias, el cuerpo de Sebastián.

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Tras hablar a gritos con los trabajadoresque siguen limpiando la avenida yasegurarnos de que podemos llegar alacceso a la autopista I-95 y manejar sininterrupciones rumbo al norte, subimosal auto, abandonamos sin pena losmuebles desvencijados y el colchónheroico, dejamos las llaves deldepartamento en medio de la alfombra,entre charcos grisáceos, lagartijas ymosquitos que se multiplican, y noslargamos del maldito 550, Brickell,donde nos pasó por encima el huracán,del que ahora somos orgullosossobrevivientes. Cuando, tras sortearramas, cables y camiones detrabajadores, logramos subir a la

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autopista I-95 rumbo al norte, miro aSofía, sonreímos, y ella me diceacelera, baby, que Georgetown nosespera. Te amo, le digo, y no le doy unbeso porque mi aliento apesta.

>Es una mañana luminosa a finalesde agosto. Lima ha quedado atrás,Miami es un mal recuerdo, el huracánnos ha dejado inmundos y hambrientospero no ha logrado doblegarnos, y ahoranos espera Georgetown, donde nosamaremos y escribiré mi novela.Acelero. El auto es demasiado pequeñoy está atestado de maletas y no parececómodo hacer el viaje hasta Washington

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en estas condiciones. En FortLauderdale tomamos un desvío, paramosen un lugar de comida rápida y comemoscomo carreteros. Ya no me suena labarriga de hambre, ahora sólo apesto.Necesito darme una ducha. Sofíatambién parece desesperada por eso,quiere un baño decente y una cama en laque podamos echar una siesta. Le pareceimprudente manejar así, con tanto sueñoy estas ropas de presidiarios. Meconvence sin mucho esfuerzo. Nosdesviamos en West Palm Beach y nosregistramos en un hotel modesto alborde de la autopista, en el que nosmiran con cierta desconfianza, puesnuestro aspecto es de terror. Entonces

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Sofía explica que venimos huyendo delhuracán y el tipo de la recepción sonríey nos da las llaves con amabilidad.

Es un cuarto horrible, con unadecoración nauseabunda, digna de unapelícula truculenta de bajo presupuesto,pero con aire acondicionado, un inodoroque puede jalarse, luz, agua, teléfono yuna alfombra seca y sin lagartijas, todoaquello de lo que no disponíamos enMiami. Nos damos una ducha muy larga,la mejor de nuestras vidas, y luego nostumbamos en la cama y caemosdormidos.

Despierto asustado horas después.No sé dónde estoy. Sofía me sonríe, meda un beso y me devuelve el sentido de

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la realidad. Has dormido cuatro horas,dormilón, susurra, enroscándoseconmigo, ovillándose. ¿Todavíaapesto?, le pregunto, y ella mordisqueami oreja y me dice tú siempre apestas,pero me encanta tu olor. Nunca imaginéque haría el amor con una mujer tanlinda en un motel deplorable a la salidade Palm Beach. Ahora estoy de buenhumor, seguro de que lo mejor está porvenir. Nos vamos del motel y Sofía meconvence para dejar este auto ycambiarlo por uno más grande, que nospermita disfrutar del viaje. Se ve que ami chica le gusta la comodidad, ¿perocómo podría reprochárselo, cuandotiene que ser una grandísima

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incomodidad ser mi chica? Damosvueltas, nos perdemos, encontramos porfin la tienda de autos y cambiamos estecoche pequeño por una camionetagrande, color guinda, con un buenequipo de música y unos asientosmullidos en los que hundiremos eltrasero las no sé cuántas horas,dieciocho o veinte, que nos esperan enla carretera. Ahora avanzamos en lacamioneta a una velocidad ilegal, lasventanas abajo, el viento despeinando aSofía, sonando con fuerza la música queella ha escogido, y yo la miro de soslayoy la veo canturrear y mover levemente lacabeza, como bailando sola, y siento queno merezco tanta felicidad y que la vida

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no es tan mala como pensaba.

Podríamos hacer el viaje hastaGeorgetown durmiendo una sola nocheen la carretera, pero eso sería agotador.El huracán nos ha dejado cansados y nome gusta conducir de noche, por esodecidimos viajar sin apuro, dormir unpar de noches en hoteles de paso yrecorrer en tres días las mil cincuentamillas que nos separan de Washington.Serán más o menos veinte horas al timónde esta camioneta. El primer día deviaje avanzamos unas cuatrocientasmillas, por las horas que perdimosdurmiendo la siesta en West Palm

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Beach, así que apenas alcanzamos atrepar en unas seis horas todo el litoralde la Florida y, ya de noche, paramos adormir en el hotel Ramada deBrunswick, Georgia, no sin antes ver en«Nightline», con Ted Koppel, losdestrozos que ha causado el huracán enMiami. Desde el modesto cuarto dehotel, Sofía llama a su madre y leasegura que estamos bien y que no debepreocuparse. Por suerte, no me pide quehable con ella. No quiero hablar conBárbara porque sé que no me quiere,desconfía de mí y me ve con el aire desuperioridad con que suele desdeñar alas personas que tenemos menos plataque ella. De momento, parece resignada

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a que su hija quiera vivir conmigo. Hatratado de disuadirla, diciéndole que soyun peligro, un personaje de la farándulaque goza de mala reputación, un tipo quese viste mal, con los pantalones caídos yel pelo bochornosamente largo, perotodo eso no hace sino avivar el cariño ola pasión que Sofía siente por mí, demodo que, por ahora, Bárbara serepliega y espera el momento paraatacarme. Si supiera que no soy tan malocon su hija, que le compro donuts yhelados en las gasolineras en que mepide detenernos, que sé hacerla reír, quela complazco decorosamente en la camay pago todas sus cuentas, tal vez meodiaría menos. No deja de sorprenderme

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que esa señora tan frívola y odiosa tengauna hija como Sofía, quien, por suerte,se parece bastante más a su padre.

En el hotel de cuarenta y nuevedólares la noche, sin servicio a lahabitación ni una cafetería digna, nosdamos un atracón de comida chatarraque sacamos hambrientos de unamáquina tragamonedas. Si la madre deSofía nos viese así, mal vestidos, en elestacionamiento de un hotel barato,tragando con felicidad estos bocadillosgrasosos, quizá contrataría a unosmatones y me haría desaparecer.Supongo que sueña con que Sofía secase con un millonario y vengue así lasprivaciones que ella tuvo que sufrir

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cuando su marido la abandonó parahacerse hippy. Sin embargo, ahora tieneque resignarse a que ella se hayaenamorado de un bisexual que detesta asus padres, hace escándalos en latelevisión y se opone al régimen mandónque ella tanto admira. Sofía y yodormimos esa noche en camas separadasporque así nos ha tocado la habitación,con dos camas pequeñas de una plaza, yyo estoy irritado tanto por el cansanciodel viaje como por un ardor en laentrepierna que atribuyo a la excesivafrecuencia de nuestros encuentrosamorosos.

A la mañana siguiente, buscamos eneste pueblo perdido una cafetería donde

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podamos desayunar, pero no hay sinolugares de comida rápida, y no nosquejamos por eso y comemos huevoscon tocino y salchichas, un festín degrasa. Sofía cuenta a quien puede quehemos escapado del huracán Andrew,por ejemplo, a la cajera negra y obesade este McDonalds de Brunswick,Georgia, y yo le reprocho que andealardeando de nuestro heroísmo portodo el sureste del país, pero ella no mehace caso, está orgullosa de habermirado a los ojos al huracán y se locuenta al primero que cruza su camino.Tras desayunar, manejo despacio, sintraspasar la velocidad máxima quemanda la ley por temor a que nos

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detenga la policía y compruebe que sólotengo un carnet de conducir expedido enmi país, que además es fraudulento, apesar de lo cual me ha servido paraalquilar esta camioneta. Aunque engeneral no me gusta conducir, pormomentos puede ser un agrado recorreresta autopista sin sobresaltos, ancha ybien afirmada, rodeada de unavegetación que se hace más boscosa amedida que avanzamos al norte, tandistinta de las rutas ahuecadas ypolvorientas de mi país. El paisaje eshermoso, inspirador, y me da unasensación de libertad, como si hubiesesalido de un largo cautiverio. Lacompañía de Sofía no podría ser más

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gratificante. Ella reclina el asiento paraatrás, pone los pies sobre el tablero y aveces saca el pie derecho fuera de laventana y decide sin consultarme lamúsica que hace sonar. Cada ciertotiempo, examina obsesivamente el mapaque hemos comprado en una gasolinerapara decirme el nombre del pueblo porel que estamos pasando. Cuando le dahambre o quiere estirar las piernas, meordena con dulzura que debemosdetenernos en la siguiente gasolinera, yal llegar, busca los enrollados de canelaque le encantan.

De vuelta en la carretera, seentretiene enseñándome francés. Yo nohablo francés. A pesar de que mi madre

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me matriculó en la Academia Francesacuando era niño, he olvidado las pocaspalabras que aprendí. Sofía, para mivergüenza, lo habla muy bien, tal vezmejor que el inglés, lo que atribuye a losaños que vivió en París con Laurent. Mepregunto si lo seguirá extrañando, sipensará en él cuando hacemos el amor,si lo llamará por teléfono secretamente yle prometerá que irá a visitarlo en susvacaciones. Ella me dice que ya no estáenamorada de él que sólo quiere ser suamiga, pero yo no la creo del todo ysospecho que todavía juega con la ideade irse a París, casarse con él ysometerse con resignación a susdesmesuras amatorias; sospecho que

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piensa todo eso cuando yo le recuerdoque todavía me gustan los hombres. Peroahora no se lo digo porque estamosjugando a que es mi profesora de francésy yo su alumno remolón.

Mientras avanzamos a setenta millaspor hora por la carretera 95 a través deCarolina del Sur, ella me enseña unaspocas palabras en francés y yo las repitoobediente, y ella se ríe de mi acento yme enseña la correcta pronunciación yyo lo intento pero soy un desastre, yentonces ella vuelve a reír de lo mal quehablo francés y lo lento que soy paraaprenderlo. Nos reímos y la amocuando, ruborizándose, me dice, asugerencia mía, cosas atrevidas en

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francés, y yo las repito con mi acentomacarrónico y el brazo izquierdobastante más tostado que el otro por elsol, y ella se sonroja, sonríe pudorosa,se reclina, descansa en mi pierna y mepide que acaricie su pelo mientrasvemos pasar los verdes campos deCarolina.

Esa noche dormimos en el hotelHampton Inn de la calle Industrial ParkDrive, en Selma, un pueblo desolado apoco de entrar en Carolina del Norte.Estamos contentos. El hotel es bastantemejor que el de la noche anterior. Hayun comedor muy grande, decorado consimpleza, en el que atienden unasseñoras negras, ya mayores, con

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mandiles amarillos y sonrisas fatigadas.Después de cenar, nos damos un baño enla piscina. Aun de noche, hace calor.Desde el tercer piso, parado fuera de suhabitación, con el torso desnudo quemuestra el obsceno tamaño de suvientre, un hombre se apoya en labaranda de fierro y nos mira conobstinación. Podría ser un pervertido, unasesino en serie o más probablemente untipo solitario, hastiado de su vida. Sumirada pertinaz me asusta, y por esoevito besar o abrazar a Sofía y le digode volver al cuarto de inmediato. Nohacemos el amor porque me duele elsexo, pero amo a esta mujer y ella losabe.

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Despierto de madrugada, acalorado,sin saber dónde estoy. Ella duerme a milado. La miro con perplejidad, sinentender por qué una criatura tanhermosa elegiría amarme. No puedoevitar tocarla, besarla, despertarla, peroella no se queja y se entrega al acto delamor. Me duele un poco pero noimporta, porque quiero que Sofía mesiga diciendo que soy el mejor amanteque ha tenido y que ni siquiera Laurentla hacía gozar como se estremececuando me muevo entre sus piernas y ledigo cosas inflamadas. Al día siguiente,amanecemos tarde, yo con los ojos

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hinchados y un dolor de espalda queatribuyo a la blandura del colchón, ysalimos dispuestos a recorrer las casitrescientas millas del tramo final, dejaratrás Carolina del Norte, cruzar elestado de Virginia y llegar a Washington,al apacible barrio de Georgetown, a lacalle 35 del noroeste, esquina con lacalle T, donde nos espera vacío eldepartamento que hemos alquilado.

Una creciente excitación se apoderade nosotros a medida que dejamos atráslos pequeños pueblos de Virginia —Sussex, Petersburg, la capital Richmond,Fredericksburg, Stafford— y nosacercamos a Washington. Por primeravez en el largo trayecto, acelero con

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impaciencia y traspongo el límite develocidad. Sofía ya no quiere parar enlas gasolineras para comprar donuts,enrollados de canela, helados de yogur,pasteles de manzana y chocolates, ahorasólo desea llegar a la calle 35, tomarposesión del departamento y llevarme acaminar por ese barrio que tanto ama.Como está contenta, casi eufórica, ponenuevamente los pies descalzos sobre eltablero, deja que el viento desordene supelo y me somete a un examen defrancés, recordándome las palabras queme ha enseñado el día anterior, cuandosurcábamos los bosques de Carolina, ycorrigiendo de paso mi pronunciación.Es un momento fantástico: yo repitiendo

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cómo se dice en francés queso, pan,auto, señorita, camarero, y ella riendode mi torpeza y mi horrorosapronunciación y soltando una carcajadaque rompe el aire quieto de Virginia yme contagia de su felicidad. Por algunarazón, Sofía parece más feliz que nunca,tal vez porque el sueño de llegar juntosa Georgetown se hace realidad, y todoparece sugerir que seremos felices enesta aventura. No te había visto así decontenta en mucho tiempo, le digo, y ledoy un beso en la mejilla, sin desviar lamirada de la ruta. Estoy feliz porque séque en Georgetown vas a ser más felizque nunca en tu vida, me dice, y luegose deja caer en mis piernas para que,

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como hacíamos en mi auto azul cuandonos conocimos en Lima, le acaricie lacabeza mientras ella cierra los ojos ycanturrea alguna canción.

Son casi las cinco de la tarde cuandocruzamos el Key Bridge, contemplandoa ambos lados el río Potomac yadmirando la cúpula de la Universidadde Georgetown que se perfila a lo lejos.Sí, tienes razón, acá voy a ser muyfeliz, le digo. Poco después, entramospor la calle M, nos metemos entre losrecovecos de Georgetown, recorremosla calle 35 y llegamos a la puerta deledificio viejo, de ladrillos rojos ypuerta de vidrio, con el número 83, en laesquina de la 35 y T, donde dormiremos

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esta noche. No lo podemos creer. Hemosllegado. Me duelen la espalda, laspiernas, el trasero, todo el cuerpo, ytengo el brazo izquierdo más morenoque el otro, pero hemos llegado por fin.Entramos al edificio, caminamos por unpasillo oscuro, abrimos la puerta deldepartamento y compruebo que Sofía haelegido bien: es pequeño pero acogedor,con el piso de madera y una bonita vistaal parque de juegos vecino. Nosabrazamos. Te amo, le digo. Acá vas aescribir tu novela, dice ella. Seguro quesí, prometo. Luego salimos a caminar.Vamos a un café que te va a encantar,me dice. Bajamos por la calle 34tomados de la mano, admirando la

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belleza de las casas antiguas yseñoriales, de estas calles tansilenciosas en las que la gente se saludaal pasar. Es un momento de granfelicidad y se lo debo a Sofía, quesonríe como diciéndome confía en mí, lomejor está por venir.

Poco después comemos en Booey-monger, un café lleno de estudiantesguapos que multiplican mis ganas devolver a la vida académica, yregresamos caminando por la avenidaWisconsin, entre comercios de ropa,licorerías, farmacias y salones debelleza, hasta encontrar una muebleríaen la que, apurados, recordando que notenemos dónde dormir esta noche,

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compramos un colchón y unas sábanasque la vendedora se compromete aentregarnos personalmente, un par dehoras más tarde o quizá menos, en eldepartamento de la calle 35. Esperamosa que nos traiga el colchóncolumpiándonos en el parque de juegosal lado del edificio. No hemos fumadomarihuana, pero reímos como siestuviésemos volados. Sofía es unadroga buena que me hace reír. No quieroirme nunca de acá. Por suerte, lavendedora llega con el colchón y nosayuda a cargarlo hasta el cuarto. Esanoche hacemos el amor en ese colchóntirado en el piso, Sofía sentada sobremí, y no nos importa que la ventana esté

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abierta y que el vecino pueda vernos.Sofía grita de placer cuando termina.Nunca habías gritado así, le digo. Esque nunca me habías querido comohoy, contesta con una sonrisa.

Las clases han comenzado y, aún mecuesta creerlo, he vuelto a launiversidad. Me siento un extraño en lasclases de inglés en que me inscribí paracomplacer a Sofía. Las clases se dictandesde muy temprano, las ocho de lamañana, lo que resulta una pesadillapara mí, pues a esa hora suelo estarmalhumorado, y terminan a las dos de latarde. Mi profesora, una señora de

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mediana edad, regordeta, de aspectodescuidado, con gafas gruesas y el pelolargo y algo canoso, me cae bien.Cumple su trabajo con un aire depesadumbre y aburrimiento, sin fingirque la está pasando bien. No trata conseveridad a nadie y eso me gusta. En elsalón predominan los estudiantesorientales: chinos, coreanos, japoneses,vietnamitas e indonesios. También hayun puñado de árabes –un marroquí, unlibanés y un par de sacudís con aires demillonarios y sólo dos latinoamericanos:un colombiano y yo. Me resulta penosoaceptar todas las mañanas que, a miedad, habiendo sido expulsado de launiversidad en mi país, pertenezco a

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este grupo académico, el de losinmigrantes que tratan de mejorar sudominio del inglés, es decir, el últimoescalón, los de más abajo.

Es una vergüenza asistir a estasclases pero lo hago por amor a Sofía,que parece tan contenta cuandocaminamos juntos por la mañana laspocas cuadras que separan nuestrodepartamento de la universidad. Ellatambién ha comenzado sus clases deciencias políticas. Entre sus profesores,está muy contenta con un cubano, LuisAguilar León, que le parece un sabiohumilde, y con el gran escritor chilenoJorge Edwards, que, según me cuenta,dicta unas clases fascinantes. Yo no hago

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amigos en mis clases, mantengo lasdistancias e intervengo sólo cuando esinevitable, aunque a veces, en losrecreos, se acerca a conversarme unchino simpático, Huan, que me cuenta,en su inglés desopilante, cómo es la vidaen Pekín, donde nació. En realidad,cuento los días para terminar el curso,rendir un examen y quedar libre paraescribir mi novela.

Sofía no ignora que me aburreestudiar inglés, pero me anima aperseverar para sacarme un buen puntajeen el examen y quedar en condiciones deseguir estudiando en Georgetown, ya noinglés, sino lo que ella sueña para mí,filosofía. Yo sonrío y no digo nada,

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porque estoy seguro de que no podríaser un filósofo. A pesar de lahumillación que significa asistir a lasclases de inglés y tener como amigo alchino Huan, que usa unos anteojos muygruesos de científico perseguido, comelos bagels solos, habla atropelladamentey al hacerlo muestra los pedacitosblancuzcos del bagel que se le atracanentre los dientes; y a pesar de quetodavía no comienzo la novela y ningúnchico lindo del campus corresponde mismiradas, la estoy pasando bastante bien.El departamento ha quedado muy bonitogracias a los esfuerzos de Sofía, que hacomprado, en la feria de pulgas que semonta todos los domingos en el parqueo

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aledaño a nuestro edificio, sillas, mesas,velas, espejos y hasta un televisor usadoque ha colocado en el dormitorio, sobreunos contenedores plásticos. Yocontribuyo a duras penas, y quejándome,con un equipo de música y un aparatotelefónico que conseguimos en lastiendas de Georgetown Park.

Increíblemente, la primera llamadaque recibimos es la de mi padre, queestá en Lima y habla a menudo conBárbara, la madre de Sofía, quien le dionuestro número sin consultarnos. Nocontesto a mi padre, escucho disgustadosu voz ronca en la grabadora y me niegoa responderle. No sé para qué llamaeste pesado, le digo a Sofía. Contéstale,

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no seas malo, me dice con ternura. Yono quiero hablar con él, sólo me traemalos recuerdos. Si nunca me llamabaen Lima, ¿por qué me llama ahora queestoy lejos? Será porque está aburridoen la oficina y quiere saber cómo está eltiempo en Washington. Aunque nocontesto sus llamadas, papá insiste enhablarle todos los días a mi grabadora.Nada más regresar de clases, escuchosus mensajes generalmente largos, en losque no me llama Gabriel, sino hijo, y mecuenta las novedades familiares —quiénviajó, quién se enfermó, quién celebrósu cumpleaños, quién salió retratado enuna revista— y las desgracias políticasque, como de costumbre, afligen a ese

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desdichado país. Estoy harto de quepapá llame todos los días, qué ganas dejoder, ¿cuándo se va a dar cuenta deque no quiero hablarle?, me quejo conSofía. Te llama porque te quiere, es unamanera de decirte que sabe que hajodido las cosas contigo y quieremejorarlas, dale una oportunidad, diceella, conciliadora. Que no me joda, queme deje en paz, digo.

Como si fuera poco, mi padre haconseguido, gracias a Bárbara, ladirección del departamento en quevivimos, y ahora me acosa también condespachos de correo que llegan cadasemana. En ellos me envía revistas yperiódicos peruanos y especialmente

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recortes en los que se hace alusión a míy se me critica con mezquindad. Meirrito cuando leo todo eso. ¿Cómo se leocurre a este viejo huevón mandarmerecortes donde me dicen cosas feas ymezquinas?, se nota que disfrutaobligándome a leer toda esa mierda, esel colmo del desatino y la estupidez quese dé el trabajo de recortar ymandarme críticas negativas, le digo aSofía, indignado, y ella me da la razón eintenta calmarme. No te guardes todoeso que sientes, díselo a tu papá, hablacon él y explícale que no quieres que temande recortes de periódicos que teatacan, me dice con serenidad. En lasiguiente llamada de mi padre, yo

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todavía furioso por sus impertinencias,escucho su voz, levanto el teléfono ygrito: ¿No te das cuenta de que noquiero hablar contigo? ¿Vas a seguirllamando todos los putos días aunqueno conteste nunca? ¿Me vas a seguirmandado esos estúpidos recortes deperiódicos que me critican?

¡Deja de joderme la vida, porfavor! ¡No me llames, no me mandesrevistas ni periódicos, no me recortesnada, ni cosas buenas ni cosas malas,déjame tranquilo! Oigo que tosenerviosamente y me pregunta: Hijo, ¿quéte pasa?, ¿estás tomando drogas otravez? No me llames más, digo, y cuelgoel teléfono. No estoy tomando drogas.

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No creo que vuelva a tomarlas. Siquiero ser un escritor, no puedo ser uncocainómano.

Has sido muy duro, no deberíashaberle tirado el teléfono —mereprocha Sofía, con cariño—. Pero almenos es bueno que te atrevas a decirletodo lo que piensas, añade. Desdeentonces, papá deja de llamarme y demandar correos. Mucho mejor así.Nadie más me llama desde Lima, esaciudad que quiero olvidar. Cuando Sofíano está en casa, a veces llamo a Ximena,que estudia en Austin y fue mi primeranovia. Ximena conoce a Sofía porqueestudiaron en el mismo colegio demonjas americanas en Lima. También

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conoce a Sebastián, sabe de misandanzas con Geoff y cree que soydemasiado gay para poder ser feliz conuna mujer. Le parece cómico que estéestudiando inglés con chinos, coreanos yvietnamitas, que mi mejor amigo seaHuan el pekinés y que Sofía me obliguea levantarme a las siete de la mañanapara ir a clases. Ximena es un amor. Nola veo desde hace un par de años, perosu voz me reconforta. Como yo, detestaLima y no piensa volver. Tiene un noviotejano que sabe darle muy buenosorgasmos y que es medio pobretón, cosaque ella pasa por alto. Me anima aescribir mi novela y a visitarla en Austinsi alguna vez me peleo con Sofía. Ojalá

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te pelees pronto para que vengas avernos, acá hay un montón de chicoslindos, o sea, que estarías muy feliz, medice traviesamente.

No le cuento a Sofía que me gustahablar con Ximena porque sé que letiene celos. Pero a mí también me dancelos cuando Laurent la llama desdeParís, se quedan hablando horas en elteléfono y yo no entiendo nada porquehablan en francés y ella no dice pan,queso, auto, señorita o camarero,algunas de las pocas palabras queaprendí en la carretera. Por su tono devoz, la estridencia de sus risas y laalegría que exuda cuando la llama, meparece que Sofía todavía está

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enamorada de Laurent. Se lo digo y ellalo niega: Sólo quiero que seamosamigos, no me gustaría quedesaparezca de mi vida cuando noshemos querido tanto, él sabe que yo noquiero volver a ser su novia y, si no loacepta, no es mi problema, con eltiempo se dará cuenta. No sé por qué tellama tanto, ¿acaso no sabe queestamos viviendo juntos?, es unaimpertinencia que llame a cualquierhora de la noche para decirte que teextraña, cuando tú estás durmiendoconmigo, me quejo con una amarguraque me avergüenza. No le tengas celos,yo estoy enamorada de ti, he dejado aLaurent para estar acá contigo, me

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susurra ella en la cama. Me he vueltoadicto a su cuerpo, a sus besos y a suscaricias, a sus jadeos ahogados de niñapudorosa de colegio de monjas.Hacemos el amor todas las noches conlas ventanas abiertas porque todavíahace calor y el aire acondicionado es undesastre, hace un ruido espantoso yapenas enfría. Yo le pido que me cuentetodos sus secretos, las historias másoscuras de su sexualidad, y ella, conreticencia, venciendo el pudor, mecuenta con voz entrecortada laspequeñas aventuras, las travesuras, losdesafueros y las transgresiones que se hapermitido desde que perdió lavirginidad con Sebastián en el último

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año del colegio.No sé por qué me gusta tanto que me

cuente aquellos secretos que en ciertomodo la avergüenzan. Me excita lahistoria del jugador de polo, un tiponarigón, de cuerpo atlético, que unatarde la invitó al cine y la tocó entre laspiernas; la noche en Filadelfia que sefue a la cama de un francés que acababade conocer en una discoteca; yespecialmente cómo le gustaba hacer elamor con Sebastián cuando regresó aLima, tras graduarse en Filadelfia.Sebastián está muy presente, demasiadoquizá, cuando hacemos el amor Sofía yyo. Aunque sé que la incomoda, yo laobligo a hablarme de él mientras

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hacemos el amor, lo que me produce unplacer extraño, pues a menudo imaginoque soy Sebastián complaciéndola. Séque él no me perdonará y que novolveremos a ser amantes, pero tampocoignoro que fue uno de mis pocos amoresy tal vez por eso me aferró a su recuerdoaun en los momentos más íntimos conSofía. Después, en la quietud de estasnoches, cuando ella duerme, medesasosiegan los fantasmas de siempre.No me siento del todo un hombre. Meesfuerzo para serlo cuando hago el amorcon Sofía. Por eso, a veces quedoadolorido ahí abajo y paso las nochesdesvelado, soportando una irritación yun escozor en el sexo que me van

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llenando de rencor contra ella y merecuerdan que todo esto, ser un hombre,dormir con una mujer, es un esfuerzo,porque lo que más me provoca esacostarme con un hombre, por ejemplo,con el chico precioso que veocaminando por los jardines de launiversidad, de pelo negro y miradamelancólica, que lleva siempre botas devaquero y un walkman amarillo.

Sofía duerme cuando entro al baño.Yo me encierro, veo en el espejo mirostro angustiado y me toco pensando enél, en ese chico esquivo a quien sueñocon besar. Esto se convierte en unarutina que por suerte ella ignora:después de amarnos, y cuando ya

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duerme, me levanto sigilosamente, meescondo en el baño y recién entonces meatrevo a ser yo mismo, a liberar misdemonios y mis fantasías, areencontrarme con el chico suave que hequerido ignorar pero que resucitasiempre. Soy más gay de lo que Sofíasabe. Soy más gay de lo que miscompañeros chinos y coreanossospechan. Si Huan supiera lo gay quepuedo sentirme en el baño a las tres dela mañana, quizá dejaría de hablarmecon sus ojillos risueños y los pedazos debagel incrustados entre los dientes. Nopuedo decirle a Sofía que ella no mebasta para ser feliz. Tengo queescondérselo; le partiría el corazón. La

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amo y sólo quiero verla feliz. Por esovoy todas las mañanas a las clases deinglés, me preparo para el examenestudiando en la biblioteca, laacompaño a hacer las compras y le hagoel amor en las noches antes de dormir.Sin embargo, sé que algo no está bien.Porque tengo que pensar en un hombrecuando me agito sobre ella y refugiarmemás tarde en el baño para soñar con queun hombre me hace el amor.

Algo está mal y sólo yo lo sé. Sofía,tan ingenua, cree que todo está bien, quevoy a sacarme el mejor puntaje en elexamen, que voy a inscribirme en elprograma de filosofía y a escribir unanovela linda de la que se sentirá

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orgullosa y que quizá algún día mecasaré con ella en una iglesia de estebarrio tan bonito. Yo veo el futuro de unmodo más sombrío: creo que siempreme gustarán los hombres, que noestudiaré filosofía, que escribiré unanovela sobre el amor gay que ellalamentará y que no tendré el valor paracasarme con ella ni con nadie, y que meesconderé en algún lugar oscuro paraseguir escribiendo. Por el momento,sólo me queda fingir que todo está bieny esperar a que termine el curso deinglés para comenzar a escribir. Eso,escribir la novela, me salvará. Huan, miamigo chino, no tiene idea de la trama nide los personajes que excitan mi

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imaginación, pero me dice que tengocara de escritor. No sé si será verdad,no quiero mirarme al espejo, me davergüenza haberme tocado pensando enHuan cuando una mujer tan hermosaduerme en mi cama. Me doy pena. Sólonecesito dormir unas horas.

Regreso a la cama después de esamedia hora de encierro en el baño queme deja relajado, en armonía con misecreta identidad. Ahora puedo dormirbien, sabiendo que me he esmerado enser un hombre con Sofía y, en la soledaddel baño, todo lo gay que me ha dado lagana. Duermo plácidamente y amanezcocon una sonrisa cuando Sofía me trae ala cama el café con leche y las tostadas

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con queso y me dice que me apureporque en media hora comienzan misclases. ¿Cómo podría no amar a estachica linda, que huele tan rico y me traeel desayuno a la cama? ¿Dóndeencontraré valor para decirle que no soyel hombre que ella cree y dejarla solapara que encuentre a un hombre deverdad, que sepa hacerla feliz? Sisupiera que me he tocado una madrugadapensando en Laurent, me tiraría el caféen la cara.

Ahora caminamos a la universidadpor la calle 35 tomados de la mano, conlas mochilas llenas de libros en laespalda, animosos y sonrientes,disfrutando de esta mañana fresca,

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prometiéndonos un encuentro en lacafetería Sugars para almorzar juntos, ycualquiera diría, al vernos pasar, quesomos una pareja feliz. Pero yo no soyfeliz: la mía es, una vez más, una sonrisaimpostada.

Por fin han terminado las clases deinglés. Junto con decenas de postulantes,he rendido el examen un sábado en lamañana y, para orgullo de Sofía, que hallamado a su madre a contárselo, heobtenido un puntaje bastante alto, lo queme deja en buenas condiciones paraseguir estudiando en la universidad, algoque a ella le entusiasma pero que a mí

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me abruma. Ya no hay más excusas,ahora puedo escribir la novela. Sofíainsiste en que debo estudiar además deescribir, que puedo hacer las dos cosasbien, pero yo le digo que eso esimposible, que si me dedico a estudiarme quedaré sin energías para escribir.No quiero estudiar nada, ni siquieraliteratura. Sería una pérdida de tiempo.Prefiero elegir libremente las novelasque me interesen de la biblioteca y noleer por obligación las que me mande unprofesor que sólo debe de pensar en sujubilación y que leerá bostezando ysoltando flatulencias las tareas que yo leentregue a regañadientes. No seas tonto,aprovecha esta oportunidad, métete a

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estudiar lo que quieras, tienes unpuntaje buenísimo, vas a disfrutarlomucho y te va a servir para ser unmejor escritor, te van a tomar más enserio como escritor, me anima Sofía,entregándome los papeles y lasaplicaciones que ha recogido en launiversidad, y en seguida me sugierellenarlos para que no venza el plazo ypueda ser admitido ya no comoestudiante de inglés, sino de la Facultadde Filosofía.

Pero yo me niego, aferrándome a unsolo argumento: Quiero escribir minovela y si no la escribo ahora no laescribiré nunca, y si me preguntas quéme hace más ilusión, publicar una

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novela o graduarme en Georgetown,sin duda prefiero publicar. Infatigable,Sofía sigue tratando de convencerme.Ella sueña con reformar mi vida,adecentarme, convertirme en un hombreserio, y para eso cree indispensable quetermine la universidad y me gradúe conhonores. También le parece bueno queescriba la novela, pero esto último leparece menos importante o en todo casomenos urgente. Yo discrepo: lo másurgente es escribir. Si me dicen que mevoy a morir en un año, no perdería mitiempo estudiando pendejadas en launiversidad, me dedicaríaexclusivamente a escribir, le digo.¡Pero no te vas a morir en un año,

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tienes que planificar tu vida pensandoque el futuro es largo, que vas a vivircincuenta años más!, se ríe ella. Estavez, sin embargo, no doy mi brazo atorcer y me niego a seguir estudiando.Además, la universidad es muy cara, yoestoy viviendo de mis ahorros y no meparece prudente dilapidarlos en unasclases que no me apetece llevar. Siescribo y llevo una vida austera, puedoestar dos años, quizá tres, sin trabajar,viviendo en esta ciudad, leyendo sincosto alguno en la biblioteca,persiguiendo en secreto a los chicosguapos que tanto animan la vida delcampus, dándome, en suma, la vida quetanto soñé en Lima, cuando me sentía un

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prisionero.

Empiezo a escribir la novela con unarutina estricta: me levanto a las siete,cuando Sofía me despierta, desayunamoshojeando el Washington Post que nosdejan en la puerta envuelto en una bolsaamarilla, caminamos a la universidadpor las calles de siempre, pero en vezde meterme a las clases de inglés medirijo al centro de computación, elijo unordenador, empiezo a rumiar misficciones truculentas y no me muevohasta oír las campanadas de las dos dela tarde, salvo para ir a los lavabos,comer algún bocadillo en las máquinas

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tragamonedas del pasillo o, lo que esmás importante, coquetear con unitaliano que estudia inglés, un jovenrubio y de contextura delgada que, pordesgracia, no parece tener el menorinterés en mí, porque cuando le digopara ir al cine algún día, se ponenervioso y me contesta que mejor no,que hace mucho frío y que prefiere vervídeos en casa. No hace tanto frío,aunque ya va cediendo el verano y sesienten los primeros rigores del otoño.

Estoy contento todas las mañanas enlas computadoras de la universidad. Esun ambiente muy propicio para escribir,pues reinan el silencio y el orden,aunque a veces me perturba la chica que

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se sienta a mi costado y golpeahistéricamente las teclas mientras chateacon un amante presumo quecalenturiento, así como un argentinoinsoportable, con aires de intelectual,que tiene la manía de sentarse a mi lado,hacerme preguntas impertinentes, opinarcon aires de sabiondo y, lo que es peor,fisgonear las cosas que escribo, laspalabras inflamadas que titilan en lapantalla y que él no se cansa de espiar.Entre la chica del chat y el argentinoespía, escribo con más paranoia de lahabitual, pero esto quizá sea bueno. Detodas formas, confirmo que esta rutiname da mucha más satisfacción quesentarme a bostezar como alumno en una

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clase, sólo para complacer lasalucinaciones de Sofía, que insiste enrecordarme mi destino como filósofo. Asugerencia de ella, que ve como unaamenaza a la chica que me acosa en lascomputadoras y comparte mi alergia porel argentino fisgón, decido comprarmeun ordenador, cuya marca ella elige trasleer todas las revistas, reportes alconsumidor y boletines cibernéticosdisponibles. Es una alegría recibir tresdías después la computadora Dell,instalarla en mi mesa de trabajo, frente ala ventana que mira al parque infantil, ycargarla con los programas piratas quenos ha enviado Francisco desde Boston,en un acto de generosidad que le

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agradezco por teléfono. Ahora puedoquedarme a escribir en casa todas lasmañanas, después de despedir a Sofía ydesearle un buen día en la universidad.

Lo primero que hago cuando ella semarcha es meterme de nuevo en la camay dormir un par de horas más, paraescribir contento y relajado al despertar,a media mañana, oyendo el barullo delos niños que juegan en el parque vecinoy que me recuerdan las inestimablesventajas de vivir solo. Ya no voy confrecuencia a la universidad, salvo enocasiones a la biblioteca o con Sofía aalguna conferencia. Sólo echo de menosa mi amigo Huan, que se ha ido aMaryland a estudiar ingeniería, y al

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italiano desdeñoso que ignoró misavances amatorios. Una mañana,escribiendo en ropa de dormir, tomandoun té más, caminando en pantuflas comoun demente, suena de pronto la puertaapolillada y me acerco presurosopensando en que quizá Sofía olvidó algoo se siente mal. Pero no: tan prontocomo abro, me encuentro con una mujermuy guapa, de pelo marrón levementeenrulado, ojos almendrados y unasonrisa dulce.

No la reconozco en seguida porquesoy un tontorrón. Ella me saluda concariño: tú debes de ser Gabriel, hola,yo soy Isabel, la hermana de Sofía.Entonces me siento un estúpido porque

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claro, es ella, Isabel, más linda enpersona que en las fotos que había visto.La hago pasar, le digo que Sofía no estáen casa y ella echa un vistazo y dice noestá mal el departamento, tiene suencanto, y yo comprendo que es sólouna pocilga al lado del suyo, tan lujoso yconfortable, pero ella no me hace sentirmal, sonríe con cariño, acepta la taza deté que le ofrezco y me cuenta que acabade llegar de Río. Yo prefiero nopreguntarle nada porque seguro que laspeleas con su marido han sido horribles,sólo atino a preguntarle si hablabrasilero y ella me responde con unaspalabras sensuales en portugués queconfirman la impresión que me he

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llevado al verla: es una mujerespléndida. Está vestida con elegancia ysus ademanes son finos y muy suaves,los de una persona cuya vida ha sidoamortiguada por el dinero. Mira y sonríedivertida, como si no hubiese perdido uncierto espíritu travieso con el cual meidentifico en seguida. Nos sentamossobre el sofá cama, el único lugar dondepodemos sentarnos a no ser el piso, y,como es pequeño y ella no se sienta enun extremo sino casi al medio,quedamos bastante cerca. No puedoevitar mirarla, recorrer su cuerpo conmis ojos, adivinar sus pechos y suspiernas, desearla en silencio mientrasella me cuenta que Washington es la

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ciudad perfecta para vivir, es tranquilay tiene mucha cultura, y hay gente detodas partes, lo único malo es el frío,pero yo prefiero vivir en una ciudadfría, con estaciones marcadas, que enMiami, donde el calor me vuelve loca.Mientras habla, miro su boca, suslabios, sus brazos, sus pechos erguidos,y siento ganas de besarla, pero sólo lamiro con una sonrisa mansa y me excitoimaginando las cosas que me gustaríahacerle en la cama donde duermo con suhermana, tan linda y distinta de ella.

Ahora Isabel me dice que tenemosque salir juntos los tres, los voy a llevara la ópera y al ballet, porque desde quemi marido me dejó estoy harta de

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quedarme sola en el departamento,necesito salir, airearme un poco, ojaláme presentes a un amigo, no mevendría nada mal. Yo sonrío y mepregunto si ella también estará pensandoque deberíamos callarnos, dejar lastazas de té de mandarina y besarnos.Ahora me mira fugazmente allí abajo yquizá nota que la tengo dura porque ardopor besarla y acariciarla. Yo no sé si lonota, pero de pronto se queda ensilencio y hay algo espeso en elambiente y nos miramos de una maneracómplice, como dudando si besarnos ono, como reconociendo la atracción quese ha instalado entre nosotros. Yocomprendo que es ahora o nunca, que es

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el momento de besarla y arriesgarme aque después ella se arrepienta, se locuente a Sofía y todo se vaya al carajo.Entonces el miedo me detiene y, a pesarde que estoy erizado por ella, que es tanlinda y encantadora, no me atrevo, mequedo en silencio, mirándola, y ellaparece comprenderlo, porque se pone depie y dice bueno, tengo que irme, noquiero interrumpirte con tu escritura,me ha encantado conocerte, dile aSofía que pasé por acá, vénganse porla casa cuando quieran. Me levanto,tratando de disimular la erección, y ledigo ven cuando quieras, yo estoy solotodas las mañanas escribiendo; yo,feliz si me visitas cuando quieres y nos

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tomamos un tecito. Entonces ella meabraza, y yo también la abrazo y no sé sisiente que la tengo dura. Luego se vafeliz, con su pantalón ajustado, mientrasyo le hago adiós desde la puerta yadmiro su belleza.

No puedo seguir escribiendo en esteestado de turbación. No me queda sinotumbarme en la cama y agitarme unosminutos soñando con Isabel, la hermanade mi novia, que ha llegadoinesperadamente esta mañana paradespertar al hombre que pensé que ya noexistía en mí y que ahora se alborotapensando en ella. Al terminar, vuelvo ala computadora y trato de escribir, perohay algo que me provoca un

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desasosiego: un dolor en la entrepierna,el ardor y la comezón que suelo sentirallí abajo después de amar a Sofíaciertas noches y que ahora me asalta confuerza. Se lo cuento cuando vuelve declases y ella se preocupa, me mira losórganos genitales y comprueba que estánhinchados, aunque no le cuento que enlas madrugadas me toco en el bañoluego de hacerle el amor y que quizá poreso tengo todo tan irritado. Siempredispuesta a ayudarme, ella lo toma comoun desafío y consigue toda clase deremedios, cremas, ungüentos, pócimas,jarabes tonificantes y hierbas que le traeuna amiga de Lima, enviadas por eldoctor Pun, un chino que se dedica a

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curar las enfermedades con sus hierbaspresumiblemente mágicas. Creyentes enel poder curativo del doctor Pun,hervimos las hierbas y un olorrepugnante invade de inmediato eldepartamento y se impregna en nuestrasropas. Bebo asqueado ese líquidoverduzco que Sofía vierte de la olla enun vaso y aguanto el sabor amargo,espeluznante, de las hierbas de estechino que debe de ser un charlatán.

Por unos días, las hierbas meproducen una sensación de alivio ybienestar, y Sofía parece orgullosa dehaberme curado. Sin embargo, en dossemanas regresan los dolores en el sexoy el bajo vientre, una quemazón que no

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me deja respirar, me priva del sueño yme envenena contra Sofía, a quien culpoen secreto de obligarme a ser máshombre de lo que puedo ser. Entoncesella pierde la paciencia y me dicevamos al urólogo, esto no puede seguirasí. Obedezco sumiso. Recurriendo alseguro médico de la universidad, haceuna cita con el doctor Rumsfeld, que es,según me cuenta, un distinguidoespecialista que atiende en el hospitalde Georgetown University, al ladomismo del campus, a pocas cuadras denuestra casa. No nos costará un centavo,el seguro se hará cargo de los gastos ycon suerte pondrá fin a mispadecimientos genitales, que amenazan

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nuestra vida amorosa. Yo sigo pensandoque quizá me arde la entrepierna detanto masturbarme en el baño demadrugada, tras hacer el amor con Sofía.Días después, hartos de las hierbas y losungüentos que de poco o nada hanservido, nos presentamos como unapareja amorosa y compungida en elconsultorio del doctor Rumsfeld, quenos hace pasar a su despacho y nospregunta la naturaleza del problema,asunto que Sofía describe con superfecto inglés: que después de hacer elamor, me sobrevienen un dolor y unairritación en el área genital. Entonces eldoctor, que es bastante amanerado, uncincuentón canoso y de rostro ajado,

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hace otras preguntas de rutina, y Sofíalas responde con solvencia y aplomo,muy en su papel de novia, consciente deque el doctor Rumsfeld me ha echado elojo.

Ocurre luego lo que yo presagiaba:el doctor le dice a Sofía que, por favor,se retire un momento porque tiene quehacerme unos chequeos privados. Ellase marcha muy digna del despacho peroalcanza a mirarme, y creo que me dicecon esos ojos asustados: Ten cuidadocon este viejo pervertido, que no tevaya a manosear, a la primera que tetoquetee este sátiro, me gritas y yoentro y le aviento una patada en loshuevos. Sofía sale del consultorio y el

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doctor Rumsfeld respira aliviado y mepregunta por qué creo que me estápasando todo esto. Yo le confieso quequiero a mi novia pero que también megustan los hombres, que me encierro enel baño de madrugada y me tocopensando en un hombre, y que tal vezpor eso estoy irritado allí abajo, por laexcesiva virulencia en los frotamientos ylos sacudones de madrugada.

El doctor Rumsfeld sonríecomedido, muy profesional, comocelebrando esta confesión, casi como sila hubiese adivinado, y me pide quepasemos a un ambiente privado parahacerme un examen, una pequeñainspección. Yo pienso: todo bien

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siempre que no me inspecciones la pingacon tu lengua de viejo depravado,estudioso de mil pollas. Me pide que mebaje los pantalones y yo obedezco.Entonces me sugiere que también mequite los calzoncillos, lo que hago enseguida. Me mira con descaro,respirando pesadamente, se aproxima amí, me hace sentir su aliento rancio,desagradable, y toquetea suavementemis partes, recordándome los manoseosa que me sometía un cura ojeroso delOpus Dei que mi madre creía un santo.Luego me dice que me dé vuelta, queabra las piernas y me apoye sobre lacamilla. Yo obedezco y quedo enposición de recibir. El doctor enguanta

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su mano, la unta de un lubricante y meadvierte que va a introducir su dedo. Yoconsiento encantado la operación. Ahorael doctor Rumsfeld se apoya en mí, memete el dedo, lo mueve y me pregunta siduele y yo le digo que sí, que unpoquito, mientras pienso que duele rico,que no me lo saque tan rápido, que lomueva despacio y con cariño. Entoncesme pregunta si he tenido sexo anal y yole digo que sí, que hace algún tiempo nolo practico pero que he tenido un amanteen mi país y otro en Nueva York. Muevela cabeza, asiente, sonríe, me mira concierta complicidad, como diciéndome:No me vas a decir a mí, que soy unviejo resabido, lo rico que se siente

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cuando te ensartan el culo. Ahora mesubo los pantalones y él se quita elguante y me dice que todo está bien, queno hay lesiones serias, y que lasensación de malestar es sólo unaconsecuencia del sexo forzado a que mesometo, y sugiere a continuación que meponga en contacto con lasorganizaciones gays de la ciudad y quelleve una vida gay si eso es lo quedeseo, y promete que entonces estedolor malhadado desaparecerá comopor arte de magia. Yo sonrío y lepregunto si todo es tan simple. Me diceque sí, que no es el primer caso que hatratado, que el dolor se irá cuando tengauna vida sexual razonablemente buena.

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Yo pienso que si Sofía estuviera allí yale hubiese tirado una bofetada poratreverse a decir que nuestra vida sexualno es feliz.

Saliendo del consultorio, encuentroa Sofía ansiosa, que no tarda enpreguntarme qué tal salió todo. Yo no sébien qué decirle, no quiero mentirle,pero tampoco lastimarla. Entonces lecuento que el doctor me hizo un tactorectal y que me dijo que todo está bien,que no hay nada serio, pero ella mepregunta ¿pero no te recetó nada?, y yosonrío y le digo no, dice que el dolor seirá sólito, y ella se enfada ¿cómo quesólito?, y yo dice que no tendré eseproblema cuando tenga una vida sexual

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feliz, y ella me mira incrédula,indignada, y pregunta ¿eso te dijo?, y yosí, tal cual, y ella ¡pero qué se cree esteviejo maricón pervertido para venir adecirte eso!, y yo bueno, no sé, ésa essu opinión, que yo debería hablar congrupos gays y que así se me iría eldolor, que todo es provocadomentalmente, que es una tensión que yogenero y se convierte en dolor, y ella¿eso te dijo, que hables con gruposgays?, y yo sí, tal cual, y ella, furiosa,ni más volvemos donde este viejoamanerado, qué asco me da, seguro quese morboseó contigo, yo me di cuentaclarísimo que te miraba con ojitos devieja loca, y yo muy sumiso, porque no

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quiero que se enfade más, sí, ¿vistecómo me miraba?, era un asco el viejo,no sabes cómo respiraba cuando metocaba el poto, juraría que se excitótocándome, y entonces Sofía sentenciani más volvemos donde este viejomaricón, y yo la secundo ni más, peropienso secretamente qué ganas devolver.

Esa noche, en el baño, me tocopensando en el doctor Rumsfeldmientras Sofía duerme plácidamente,confiando en el hombre que cree que soyy que yo sé que no podré ser.

Una noche regreso a la cama

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después de tocarme en el baño,traicionando el amor de Sofía yevocando a los hombres que medesearon, y ella me espera despierta conun gesto de fastidio. Me acomodo a sulado, la beso en la mejilla y el cuello,paso mi brazo sobre su camisón blanco,pero ninguno de esos gestos de cariñologra borrar esa mirada sombría, latristeza que no consigue esconderme.¿Qué hacías en el baño? pregunta, ysiento la pesadez de su aliento. El cuartoes muy austero, sólo hay una cama, untelevisor sobre unas cajas de plástico yuna silla vieja que compró en la feria debaratijas de los domingos. Nada, nadaimportante, tuve que ir un ratito,

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contesto con dulzura, tratando de disiparsu preocupación. Pero ella no quieredormir, necesita saber la verdad.¿Estabas masturbándote?, me preguntaa quemarropa. No, no, para nada —miento—. Sólo tuve que ir a sentarmeal baño, eso fue todo, añado, y trato dedarle un beso, pero ella lo elude y memira con desconfianza. Me estásmintiendo, me acusa. No me estabamasturbando, tontita, estás alucinando,duerme, que estás cansada y mañanatienes clases, me hago el tonto, con mipantalón de franela de cuadros que ellame ha regalado, la camiseta de mangalarga que debería lavar más a menudo ylos calcetines que jamás me quito para

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dormir, pues me previenen de laspesadillas que suelen asaltarme cuandotengo frío. Mientes —dice secamente—.Te he oído. Sé que te has masturbado.De pronto comprendo que no puedoseguir encubriendo la verdad: cuandoterminé, hice más ruido del que hubieraquerido, un gemido ahogado que ellaquizá ha oído en toda su intensidad.

Bueno, sí, es verdad, me toqué en elbaño, admito, avergonzado. Recuerdoentonces la culpa que sentí la primeravez que me masturbé y no fui a comulgarese domingo en misa: de regreso en lacasa, mi madre me interrogó conseveridad, preguntándome por qué nohabía comulgado, qué pecado mortal

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había cometido. Tuve que confesarlellorando, sintiéndome un pecador queardería en el infierno, que me habíamasturbado. Entonces ella se cubrió elrostro con las manos y rompió en unllanto sofocado, como si le hubieseconfesado que había matado a alguien.¿Por qué me mentiste cuando tepregunté qué hacías en el baño?,pregunta Sofía, con una ciertatosquedad. Porque me daba vergüenza,respondo. Sí, debería darte vergüenza—afirma indignada, sentándose en lacama, sin el menor ánimo de volver adormir—. Debería darte vergüenza queprefieras irte a masturbar al baño quehacerme el amor. Me quedo herido: esa

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noche no he querido hacerle el amor,alegando cansancio y dolores deespalda, y ahora ella me descubreagitándome en el baño, jadeando,gozando a escondidas. Lo siento, digo, yguardo silencio. ¿En quién pensabas?,pregunta. No sé qué decirle. No quierodecirle la verdad, que he pensando enSebastián, en Geoffy también en elvaquero del walkman amarillo quecamina melancólico por la universidad ynunca me mira. No quiero confesarleque he terminado mascullando el nombrede Sebastián, rogándole que me hicierael amor con esa violencia que tanto meexcitaba.

No pensé en nadie en particular,

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simplemente me toqué porque estabadesvelado y quería relajarme parapoder dormir, contesto, tratando depreservar la calma. Si no podías dormir,me hubieras despertado, sabesperfectamente que me encanta que medespiertes para hacer el amor, diceella, dolida, haciendo un esfuerzo por nollorar. No quise despertarte, lo siento,digo. Ella queda callada un momento,como midiendo la pregunta que ahoralanza sobre mí: ¿Pensaste en un hombreen el baño? Yo no vacilo en contestar:No. Porque es verdad: no pensé en unhombre, pensé en varios. Pero ella nome cree: Estoy segura de que estabaspensando en Sebastián o en Geoff, me

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dice, y le cuesta decir esos nombres quela amenazan y le roban la paz. Me quedounos segundos en silencio, lossuficientes para que ella sepa que noquiero seguir mintiéndole, que la amo yque me siento un canalla cuando laengaño. ¿Pensaste en ellos, verdad?,insiste, desolada. Bueno, sí, un poquito,digo. Ahora está llorando y yo trato deconsolarla pero me rechaza. Déjame —dice—. No me toques. Yo intentocalmarla: No es para tanto, Sofía. No lotomes así. Sabes que te quieromuchísimo, pero también sabes que soybisexual y es normal que a veces tengaganas de pensar en un hombre. Ella seencoleriza, levanta la voz: ¿Te parece

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normal que prefieras masturbarte en elbaño pensando en el huevón deSebastián que hacer el amor conmigo?¿Eso te parece normal? Yo no quierogritar, rasgar la calma de la noche conrecriminaciones mezquinas: No prefierotocarme que hacer el amor contigo.Nada se compara a hacer el amorcontigo. Pero me toqué porque nopodía dormir, eso es todo. Tampoco espara tanto.

Sin embargo, ella se toma todo conmucha seriedad, sabe que algo está mal,por eso llora furiosa y humillada y medice: ¿Por qué no te masturbaste acá,en la cama, mirándome? ¿Por qué tefuiste a esconder al baño? ¿Por qué me

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engañas así? No puedo entender quesigas pensando en Sebastián cuando élte ha demostrado que es un pelotudo,un vanidoso de mierda, un gran huevónque vive enamorado de sí mismo. Meduele en el alma que seas tan maricónde mentirme, de encerrarte en el bañomientras yo duermo. ¿Cuántas veces lohabrás hecho antes? Dime: ¿lo hashecho un montón de veces mientras yodormía? Yo, cobarde, sigo mintiendo:No, lo he hecho poquísimas veces. Peroella no me cree y grita con un descontrolque me irrita porque va a despertar a losvecinos: ¡No te creo! ¡Siguesmintiendo! Estoy segura de que lo hashecho muchas veces porque te he

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sentido ir al baño, sólo que ahora mepareció raro que te demorases tanto yme acerqué a la puerta y oí todos tusruiditos. No sabes cómo me ha dolidoen el corazón oír eso. Sofía se cubre elrostro y llora y me recuerda al día enque mi madre también lloró cuando leconfesé que me había masturbado,aunque por suerte mamá no me preguntóen quién había pensado, hubiese tenidoque decirle la verdad, que habíapensado en mi prima Inés, que era tanlinda y graciosa. Perdóname —digo, yle acaricio el pelo, pero ella hace ungesto de disgusto y se aleja de mí—. Nopuedo evitar que me gusten loshombres —añado—. No puedo evitar

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pensar en eso de vez en cuando.Entonces ella me mira con menoslástima que enfado: ¿Pero siguespensando en Sebastián? ¿Estásenamorado de él? ¿No estásenamorado de mí? Yo no sé bien quécontestar, no quiero herirla, perotampoco seguir mintiendo, por eso digo:No estoy enamorado de Sebastián, peroa veces necesito estar con un hombre yme toco pensando en él porque es elhombre con el que más gocé. Ella haceun gesto de disgusto: ¿El hombre con elque más gocé? —me remeda—. ¿Acasohas estado con muchos hombres? Meapresuro en contestar: No, sólo conSebastián y con Geoff, tú sabes todos

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mis secretos, digo. ¿Me quieres,Gabriel?, pregunta ella con una seriedadque me desarma.

Son casi las cuatro de la mañana yno quiero pelear. Si no logro dormir,seré incapaz de escribir mañana. Claroque te quiero —respondo—. Te quieromuchísimo, tú lo sabes. Sofía no parececontentarse con esa respuesta: Si mequieres, si estás enamorado de mí, ¿porqué diablos tienes que irte al baño apensar en Sebastián? Siento que meestás engañando, que yo no te bastopara ser feliz. No entiendo quenecesites pensar en un hombre para

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satisfacerte cuando me tienes a mí.Empiezo a irritarme, aguijoneado por undolor de cabeza: ¿Es tan difícilentender que soy bisexual y que tepuedo querer mucho pero tambiéndesear mucho a un hombre? —levantola voz—. ¿Es tan difícil entender eso,que me gustaban los hombres antes deconocerte y que me van a seguirgustando toda la puta vida? Ahoraestoy gritando y tengo miedo de que elvecino, un gordo que va a jugar al golflos fines de semana, se entere de misdebilidades y mis pecadillos. Sí, a míme duele muchísimo que no seas felizconmigo y que necesites pensar enotras personas, no me importa si son

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hombres o mujeres, pero que tengas queencerrarte en el baño a correrte la pajacomo un enfermo, sacándome la vueltamentalmente con otras personas que nisiquiera te quieren el uno por ciento delo que yo te amo. Sí, me jode en el almaque me digas eso, añade, muy triste, otravez llorando. Pero sus lágrimas no meconmueven, más bien me irritan, y poreso digo: ¡Deja de llorar, por favor, quesólo me he hecho una paja! ¡Si vas allorar porque soy bisexual, mejorcómprate un montón de kleenex porquete vas a pasar llorando la vida entera!Sofía me mira, ofendida. ¡No meimporta que seas bisexual o qué, loúnico que quiero es que me ames a mí y

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sólo a mí, que me seas fiel como yo soycontigo! —grita—. ¿O acaso tegustaría que me vaya al baño amasturbarme cuando tú estásdurmiendo y que piense en Laurent?¿Te gustaría descubrirme en el bañoasí? Yo sonrío con más cinismo del queella es capaz y digo secamente: Meencantaría que te encierres en el bañoa hacerte una paja pensando enLaurent. Me parecería delicioso. No memolestaría en absoluto. Más bien tepediría que me cuentes todo lo que haspensando para calentarme yo también.Ella se pone de pie y grita, moviendocon virulencia la mano derecha: ¡Eresun degenerado. Yo me río mientras ella

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se retira de prisa del cuarto y grita: ¡Mevoy a dormir a la sala, buenas noches!Luego tira la puerta del cuarto haciendotemblar estas viejas paredes.

Me tiendo de espaldas en la cama ytrato de recuperar la calma y respirarprofundamente para dejar ir el enojo.Me duele la cabeza. No puedo dormir.Las palabras de Sofía me taladran elcerebro y me rasguñan el corazón. No sépor qué le enerva tanto que me gustenlos hombres. No puedo cambiar eso.Tampoco me ha pillado con otrohombre, sólo haciéndome una paja demadrugada. No es para tanto. Peroentiendo que se moleste. Es una mujernoble, está enamorada y no quiere tener

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a un puto o casi puto como novio. Elproblema es que yo no puedo ser elhombre que ella quisiera. ¿Cómo dejode ser gay? ¿Cómo elimino de mi cabezaesas fantasías que perturban mis noches?No lo sé, creo que estoy condenado aser medio puto toda mi vida, aunque aella le moleste.

Me levanto abatido de la cama, abrola puerta y camino hasta la sala. Sofíaestá acostada en el sofá cama, cubiertasólo por una manta de cuadros que robóde algún avión cuando viajaba conLaurent. Me siento a su lado y la oigosollozar. No llores, mi amor —le digo,acariciando su cabeza, besándola conternura. Ella no contesta, sigue llorando

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—. No llores, por favor, que me partesel corazón —digo, y ahora yo tambiénderramo unas lágrimas—. Ven a lacama, no duermas acá sólita. Tú sabesque yo te amo, pero me tienes quequerer como soy, aceptarme como soy,porque yo no puedo cambiar. Entoncesella me sorprende: No puedo. No puedoestar contigo si me eres infiel, selamenta. Yo me defiendo: Pero no te hesido infiel, mi amor, sólo me hemasturbado. Ella dice, derrotada: Perote masturbas pensando en hombres. Esoes serme infiel. Los deseas más que amí. Prefieres imaginarte con ellos quehacerme el amor a mí. Eso me destruye,me duele en el alma. No puedo vivir

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así, Gabriel. No puedo. Me hace muyinfeliz. Yo me quedo en silencio,acariciando su pelo, y sólo atino a decir:Te entiendo. Entiendo que quieras tenerun novio que te sea fiel. Es normal. Nomereces nada menos. Pero, siendobisexual, creo que no puedo prometerteeso, mi amor. Porque sé que en algúnmomento voy a necesitar estar con unhombre, y si eso te lastima, no quierolastimarte. Ella solloza derrotada,escondiendo su rostro. No sigas, porfavor, dice.

Me hace daño verla así. Ven a lacama, te ruego que vengas a la cama,insisto. No, no puedo —dice ella—. Nopuedo seguir acostumbrándome a ti. Te

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vas a ir, me vas a dejar. Mejor mequedo acá sólita. Anda a dormir. Le doyun beso en la mejilla, apretándomecontra ella, y le digo: Duerme, mi niñalinda. Te amo mucho. Luego me voy a lacama, me dejo caer derrotado y piensoque ella tiene razón: me voy a tener queir pronto, no puedo seguir haciendosufrir a esta mujer tan noble y tampocopuedo dejar de ser muy gay, y si a ella lefastidia que yo desee a un hombreocasionalmente, me voy a tener que ir.Pero ¿adonde? ¿De regreso a Lima? ¿AMiami? No: si Sofía se niega aaceptarme como soy, me iré a undepartamento cercano, en este mismobarrio, seguiré escribiendo la novela,

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seremos buenos amigos y a lo mejor ellavolverá con Laurent y yo con Sebastián.Sí, eso haré, me quedaré en esta ciudadpero viviré solo. y cuando quieratocarme pensando en un hombre, notendré que esconderme en el baño ysofocar mis gemidos de hombre/mujer.

Mi vida es todo, menos excitante.Virtualmente no salgo de casa. Meabandono con placer a la mecánicarepetición de unos actos que se parecena los de un hombre retirado. Duermohasta bien entrada la mañana, con todala cama para mí; desayuno huevos ytostadas leyendo el periódico; salgo a

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correr por la calle 35, desde la esquinacon la T, donde está nuestro edificio,hasta la calle N, más allá de la cafeteríaSugars, y luego regreso por la 34, que esmás bonita que la 35 y también algo másempinada; me doy una ducha en el bañodel pecado; visto las mismas ropasviejas y holgadas que lavo sólo una vezpor semana en el sótano terroríficodonde están las máquinas de lavar ysecar; pongo música suave,generalmente Mozart, Bach o Vivaldi,los discos de siempre, y me siento aescribir toda la tarde. Si me da hambre,como una manzana o una rebanada depan integral. Sólo bebo agua, muchaagua. No contesto el teléfono. Por

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suerte, mi padre ha dejado de llamar.Sólo contestaría si llamase Geoff oSebastián, pero eso es imposible, ya séque no llamarán. Bárbara, la madre deSofía, llama todos los días y yo dejo quedesarrolle una amistad con la máquinacontestadora. No quiero perder eltiempo, sólo contesté una vez y mearrepentí, la señora me abrumó conpreguntas e impertinencias, por ejemplo:¿Hasta cuándo piensas quedarte en eldepartamento de Sofía? Yo le dije: Nosé, ya se verá. Debería haberle dicho loque pienso: no es el departamento deSofía, es de ambos, pues lo pagamos amedias. No es caro, por suerte: cuestamil dólares al mes y cada uno paga

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quinientos.Lucho, el padre de Sofía, nunca

llama, y uno agradece su silencio. Isabelno ha vuelto a visitarme. Es una pena.Creo que sabe que no soy de fiar. Es unamujer lista y sintió mi erección cuandola abracé aquella mañana. Uno no tienela culpa de sus erecciones, comotampoco de las cosas que escribe. Meduele escribir la novela. Me duele enlos cojones. Me hace llorar. Odio a mispadres. Me gustaría llamarlos y decirlestodo lo que pienso de ellos pero nuncatendré suficiente coraje para hacerlo.Sofía me dice que debería llamarlos ydesahogarme. No lo haré. La novela mesirve de terapia. Allí puedo ser todo lo

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que ellos ahogaron con esa mezcla tanperniciosa de homofobia y celoreligioso. La vista frente a mi mesa detrabajo es inspiradora: un parque dejuegos en el que ríen niños y niñascuando salen al recreo. Los veo jugarfelices y recuerdo que yo no fui un niñoasí. Yo fui un niño triste, preocupado.Sabía que era distinto y que estabacondenado a sufrir por ser menoshombre que los matones de la clase, loschicos rudos, los que hablaban demujeres y se frotaban con descaro laentrepierna. Escribo mis ficcionesmientras esos niños juegandespreocupados en el patio de cementovecino, entre columpios y resbaladeras,

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bajo el sol tibio del otoño.Las tardes pasan sosegadas, el

silencio apenas quebrado por las risas ylos gritos del recreo y, a veces, por elruido que hace una pareja vecina cuandose entrega al amor. Son un chico muyflaco y una chica baja y de pechosgrandes. Viven en un departamento alfondo del pasillo. No me saludan cuandonos cruzamos. Creo que me desprecianporque no soy un blanco norteamericanocomo ellos. Soy un hispano, tengo elpelo mal cortado, rara vez me afeito, lospantalones se me andan cayendo y micamisa es una reliquia. Me encantaoírlos tirar. Golpean con ferocidad lapared de mi sala. Su cama debe de estar

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exactamente al otro lado de la pared. Lachica baja, de pechos grandes, gritacuando termina, sin importarle que yopueda oírla. Sofía nunca grita así. Sofíatermina ahogando sus gritos, conscientede que los vecinos podrían oírla. Pero lavecina es una gritona y no le importaperturbar mis tardes con sus alaridos,rogando que le den más. Yo me calientocuando la oigo. Me caliento no por ella,sino por el chico flaco, que es atractivoy por lo visto muy sexual, y que merecuerda un poco a Geoff. Me encantaríaque me cogiera como se revuelca con lachica baja y tetona. Pero yo no tengotetas y no sé gritar como puta. Yo quieroser un escritor y sexualmente soy un

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híbrido raro. De todos modos, cuandocomienzan a gemir y a hacer crujir lacama, me acerco a la pared de la sala yme quedo parado hasta que terminan.Luego ríen y yo regreso a escribir.

Es un recuerdo de lo que me estoyperdiendo, pero nunca he tenido nitendré una vida sexualmente feliz. Mivida sexual es la que escribo en lacomputadora tecleando con más rabia dela que quisiera, rogando que Sofía nollegue todavía, que se demore un pocomás. Por suerte, ella sabe que escribo enlas tardes y que aprecio la soledad, poreso no se apura en volver y, cuandotermina sus clases, visita a su amigaAndrea, una argentina que la adora, y a

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su hermana Isabel, la ricachona de lafamilia. Termino de escribir cuandooscurece, pasadas las seis. Por logeneral, me duele la espalda. Me tiendoen el piso, hago abdominales, mealimento con cualquier cosa que saco dela nevera y espero las noticias de lasseis y media. Las veo en inglés, conPeter Jennings, y en español, con JorgeRamos, admirando el rigor con queambos hacen su trabajo. En el noticieroen español es bastante más probable quedediquen un reportaje de dos minutos ala última desgracia acontecida en mipaís. Lo que veo suele darme vergüenza:la gente es fea y chilla embrutecida anteel micrófono, y los monigotes del

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gobierno son unos bribonzuelosencabezados por el felón y su brazoderecho, el pérfido intrigante en lasombra. No quiero saber nada de eso.Mi país es un desastre, y cuanto más mealeje, mejor para mí.

Después de las noticias salgo acaminar sin rumbo fijo, llevado sólo poruna necesidad de respirar aire fresco yatrapar con la mirada a algún chicoguapo. Bajo por la calle 35, me detengoen The Little Corner Shop, en la esquinade Dent y la 34, compro una banana y unrefresco, hablo brevemente con la mujerturca que atiende al otro lado de la barray me mira con simpatía, y me sientoafuera, a una mesa en la calle, a ver

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pasar la gente, con la secreta esperanzade que alguno de esos chicos guapos quevan y vienen de la universidad se sientey me dé su teléfono y me salve de estasoledad. Pero nadie me mira ni se sientaconmigo, salvo la mujer turca, que aveces sale a la calle y me hacecompañía. Es joven y está casada, perosospecho que no es feliz. Me limito asonreírle con ternura, no sabe que puedoser más mujer que ella en la cama.Luego me despido y sigo caminando sinsaber adonde ir. A veces paso porBooeymonger, el café de los estudiantesmimados, en la esquina de Potomac yProspect, donde tomo un jugo de naranjanatural, converso con la cocinera

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peruana y trato de seducir inútilmente aalguno de esos chicos fornidos quellevan gorras de béisbol, traganhamburguesas y no se rebajan amirarme. Derrotado, bajo hasta la calleM, evito las tiendas de GeorgetownPark, que son muy caras, entretengo elhambre con una galleta en Dean andDeluca, donde compran las señorasdistinguidas como Isabel, y termino en latienda de los periódicos, bien arriba enla M, casi llegando al desvío que cruzael Key Bridge, sobre el río Potomac.

Nada más entrar, me saluda Juan, elmuchacho salvadoreño que vendeperiódicos y revistas y ya sabe que novoy a comprar nada pero que, después

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de pasar un buen rato hojeando laprensa, le dejaré una propina generosa.Juan es un buen chico. Sabe que no debeinterrumpirme ni preguntar nada, porquesuelo contestar con evasivas y unaexpresión melancólica que él atribuye atodos los años que he pasado sin jugarfútbol. Juan me invita a jugar fútbol consus amigos salvadoreños, pero yodeclino cordialmente, me voy a unaesquina de la tienda y leo los tresdiarios españoles que llegan con sólo undía de retraso, El País, ABC y ElMundo, mientras, a mi lado, otroshombres solitarios hojean revistaspornográficas o periódicos en otraslenguas. Ya conozco a los diplomáticos

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amanerados que llegan de prisa ycompran un periódico extranjero y unarevista pornográfica para homosexuales,que luego llevan en una bolsa de papelmarrón para encubrir su interés por loschicos. Yo no veo esas revistas. Me davergüenza delatarme ante Juan y,además, las encuentro vulgares. Prefieroleer los periódicos en español y soñarcon irme a Madrid cuando termine lanovela. Le dejo su propina a Juan, quebien ganada la tiene porque cada diariocuesta tres dólares y me deja leerlosenteros, y emprendo lentamente elcamino de regreso a casa, subiendo porla calle 35, a ver si me encuentro conSofía saliendo de la cafetería Sugars,

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que tanto le gusta, o de la universidad.Siempre cenamos en casa. No

salimos porque es muy caro y nos gustavivir con austeridad. Ella cocina, yosólo ordeno la mesa y lavo los platos.No hay un menú muy variado: puede seruna pasta con salsa de tomate yensalada; unas lentejas con arroz; o unsánguche de jamón y queso y una sopaen lata. Durante la cena, Sofía me cuentasu día en la universidad. Su mejor amigaes Andrea, la argentina. Hay dos tiposque le tienen ganas y al parecer lacoquetean: Peter, un cubano que lleva elpelo recortado como si fuese militar, yLarry, un gordo con el pelo largo encolita que se da aires de politólogo.

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Sofía se aburre en las clases y labiblioteca. No le interesa lo que estáestudiando, ciencias políticaslatinoamericanas. Lo único que ladivierte, y no la culpo, es ir a Sugars atomar café con su amiga Andrea y salirde compras con Isabel por las tiendas deGeorgetown Park. Pobre Sofía: ¿quiénquiere estudiar ciencias políticaslatinoamericanas? La política enLatinoamérica es todo menos unaciencia: es un carnaval de bárbaros,truhanes, pillarajos y babosos, una sumade mil intrigas y traiciones» un circobarato en el que suelen triunfar lospeores charlatanes, todo menos unaciencia. Si el curso se llamase «circos

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políticos latinoamericanos», a lo mejorSofía podría aprender algo. Pero losjesuitas que dirigen la universidad sonunos señores más o menos avinagrados ylo único que quieren es sacarle plata aSofía, como a otros miles de estudiantesdespistados, para seguir gozando de losprivilegios que ellos, ensotanados y conaires de sabios virtuosos, se permiten enel viejo castillo que habitan.

Yo no le cuento nada de mi novelaporque no quiero alarmarla, y es obvioque ella prefiere no saber. Nunca mepide leerla, echar una mirada a lo queescribí esa tarde. Mantiene una prudentedistancia y no se mete en mi trabajo.Después de la cena, me gusta lavar los

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platos. Me recuerda a mi padre,gritándome anda a lavar los platos,mariconcito, a ver si cuando seasgrande trabajas como empleada, lo quesolía hacer, borracho, cuandoterminábamos de almorzar los fines desemana, él furioso porque yo no habíaquerido comer mariscos, camarones,langostinos, machas, almejas, todas esascosas apestosas que él devoraba y a míme daban náuseas y me hacían correr albaño. Su venganza consistía eninsultarme y en hacerme lavar los platos.Pero yo gozaba como lavandero y sigodisfrutándolo ahora en la cocina, conSofía a mi lado contándome laspequeñas historias que animaron su día.

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Después vemos a Letterman tirados en lacama. Es como una rutina para mí. A lasonce y media, como hacía en Miami,enciendo la televisión y me río con lasbromas de ese señor con cara traviesa,que se pone unos sacos cruzadoshorribles y medias blancas y nos hacereír mucho.

Nada excitante pasa en mi vida:escribo, miro a los niños del recreo,escucho agitarse a los amantes vecinos,camino sin rumbo y ya con frío porquese viene el invierno, busco con secretadesesperación a un chico que me rescatede la trampa en que me he metido, y en

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las noches finjo que amo a la mujer tanlinda que me cocina y que duerme a milado. Sofía me pregunta en la cama,después de hacer el amor, si todavíapienso irme a vivir solo. No lo sé —digo—. Por ahora estoy bien así. Nohay apuro. No quiero mudarme ahoraque estoy escribiendo. Ella se alegra alver que no estoy impaciente pormarcharme. Me recuerda el infierno queme espera en Lima si regreso derrotado,me anima a seguir viviendo con ella, mepide perdón por la escena histérica de laotra noche. Adoro a esta mujer de pieltan suave, que huele tan rico y me besacon un amor incondicional. Por ahora noquiero irme. Pero tengo un plan secreto:

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a fin de año, cuando Sofía se vaya aLima a pasar las Navidades, me quedaréen Georgetown, porque de ningunamanera quiero ir a Lima a visitar a mispadres y cumplir la odiosa rutinanavideña y cantar villancicos con mamáy soportar las borracheras de papá, yaprovecharé su ausencia para alquilar undepartamento, mudar mis pocas cosas ydarle una sorpresa cuando vuelva. Deese modo, mi partida será más leve,menos traumática. Me mudaré a fin deaño.

Paciencia, sólo faltan unas semanas.Por ahora estoy bien así. Sólo me iríaantes si un chico se enamorase de mí, unchico como el vaquero de los walkman

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amarillos que suele comer enBooeymonger, un chico como cualquierade esos dos que son pareja y vivenjuntos en una casa preciosa, de revista,en la esquina de la 35 y la S, a mediacuadra del edificio, recordándome lafelicidad que me estoy perdiendo, unchico incluso como el flaco deldepartamento número 4, que se coge conviolencia a su novia tetona que yaquisiera ser yo. Pero no se puede tenertodo: por ahora una mujer hermosaduerme a mi lado y no me quejo, así estábien.

Fines de noviembre. El frío golpea

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con un rigor que no conocía y anuncia lacrudeza del invierno por venir. Salgo lomenos posible: al banco de la avenidaWisconsin a sacar plata del cajeroautomático; a trotar muy abrigado con unbuzo grueso y la cabeza cubierta; a hacerlas compras con una mochila queregreso cargando a mis espaldas contodos los pedidos que Sofía me dejaescritos en un papel. Me gusta esta vidade peatón, aunque a veces desearía tenerun auto cuando regreso delsupermercado con la mochila tan pesadaencorvando mi espalda y tambiéncuando vamos al cine en autobús, bienarriba en la Wisconsin, en la callecincuenta y pico, pasando los

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departamentos de MacLean, la catedraly Sidwell Friends, el colegio dondeestudia la hija del presidente Clinton.No es agradable esperar en la paradadel autobús, de cara al viento helado,viendo pasar tantos autos de lujo comoel que yo podría conducir si me fuera aMiami a trabajar en la televisión. Tengosuficientes ahorros para comprarme unbuen auto, pero eso sería dilapidarlos.No quiero un coche de lujo, prefierogastar cuidadosamente mi dineromientras escribo la novela. A Sofía, porlo demás, el frío le molesta menos que amí. Se abriga poco y desafía el otoñocon una reciedumbre de la que soyincapaz. Nunca se queja ni me pide que

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compre un auto. A veces me acompaña acorrer y, para mi asombro, sale enpantalones cortos. Supongo que estáacostumbrada al frío porque ha vividocuatro años en Filadelfia, donde estudióhistoria. Esta noche, sin embargo, voy asalir a correr solo. He terminado deescribir y necesito despejarme un poco.No corrí por la mañana porque estabahelado y me dio pereza y no quiero dejarde hacerlo ahora; me hace bien, me agitala cabeza, me da ideas para la novela,me previene de resfriarme.

¿No te animas a correr conmigo?,le digo a Sofía, en la cocina. No,gracias —contesta—. Prefieroquedarme preparando la comida.

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Mejor, correré solo, pienso. Así puedoir despacio, a mi ritmo, gritando unaobscenidad si me provoca. Cuandocorro con ella, voy más de prisa, comosi eso me hiciera más hombre, y a vecesconversamos al trotar y luego me quedosin aire. Creo que Sofía me ganaría unacarrera de cien metros planos. Creo quees más atleta que yo. En realidad, creoque es más viril que yo. Cuando sequema un foco, ella lo cambia. Cuandohay que bajar con la ropa sucia a lalavadora del sótano terrorífico, va ella,no yo. Cuando es preciso destrabar unaventana, martillar un clavo, desatorar ellavatorio o aplastar una araña, es Sofíala que me supera en aptitudes y valor,

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mientras yo me repliego como unaquinceañera tontuela y celebro sucoraje. Me voy al cuarto, me cambio deprisa porque hace frío a pesar de que lacalefacción está encendida, rodeo micuello con una bufanda de lana, cubro micabeza con una vieja gorra verde, anudolos cordones de las zapatillas, me miroal espejo de Sofía y confirmo que tantaspastas y lentejas han abultado mi barrigay me han convertido, quizá parasiempre, en un gordo abúlico que va alcine en autobús, regresa delsupermercado con una mochila llena decomida y sueña con publicar una novelaque seguramente nunca terminará. ¿Seréyo también uno de los tantos pusilánimes

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que se pasan la vida escribiendo unanovela que jamás se atreven a concluir?¿Será la novela un pretexto paraquedarme en casa, no trabajar y darmeuna vida de holgazán? Mi madresiempre me decía que mi principaldefecto es la pereza y que todos mismales y pecados provienen de esatendencia al ocio y la haraganería.

Para fingir que no soy un ocioso,saldré a correr esta noche y bajaré nohasta la calle N, sino más allá, pasandoProspect, hasta la misma M y luego elKey Bridge, y entonces volveré trotandoa prisa a ver si tengo la fortuna decruzarme otra vez con el príncipe Felipede Borbón, que está estudiando en

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Georgetown y el otro día pasó corriendoen ropa deportiva, seguido por susguardaespaldas, que me miraron con unacierta hostilidad, seguramenteadvertidos de que estudié al príncipecon unos ojos inquietos, admirando subelleza. No fue aquélla la primera vezque lo vi en este barrio que tanto amo yque él embellece con su presencia. Apoco de llegar huyendo del huracán,paseando una tarde por la librería deGeorgetown Park, tropecé con él, queme sonrió amablemente, y yo quedé ental estado de pasmo y estupor que tuveque correr a los servicios higiénicospara echarme agua en la cara y jurarmeque era verdad lo que acababa de ver, al

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príncipe heredero del trono españolsonriéndome al pasar, custodiado porsus agentes. Así estaba, mojándome lacara y recuperando el aliento cuando, enuna coincidencia que podría parecerinverosímil, vi salir de los inodoros,levantándose los pantalones, a BryantGumbel, periodista negro de latelevisión, estrella del noticiero matinal,que pasó sin mirarme y dejó un olorferoz en el baño, un olor indigno de unaestrella de su calibre y su sueldo anualde siete dígitos. ¡Es demasiadoencontrarme un mismo día con elpríncipe de Borbón en una librería yluego con Bryant Gumbel cagando en losbaños de Georgetown Park!, pensé.

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Luego reflexioné: ésos son losprivilegios de comprar en unas tiendastan exclusivas, codearse con la realeza yencontrarse en el lavabo con una estrellacon diarrea.

Me dispongo ahora a salir a correr,animado por la esperanza de cruzarmecon el príncipe tan apuesto, algo que nopuedo decirle a Sofía porque mearrojaría en la cabeza la cacerola en laque me prepara amorosa un caldo depollo. ¿Segura de que no quieres venira correr?, insisto, entrando en la cocina.No, baby, anda tú solo, yo me quedofeliz cocinando, dice, con una sonrisa.Me detengo un momento a admirar subelleza: el rostro distinguido y anguloso,

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iluminado por esos ojos vivaces y unasonrisa tierna; su pelo largo, entre rubioy café, que dice estar perdiendo y cuidacon cremas y vitaminas y huele tan ricocuando se lo seca después de darse unbaño; sus manos finas y alargadas; laexacta voluptuosidad de esos pechos nomuy abultados pero tampoco magros; laamplitud de sus nalgas, que esospantalones ajustados remarcan bien; losmovimientos rápidos, precisos, un pocoatropellados, que me recuerdan a supadre. Me gusta amansarla, someter aesta mujer chucara, dominarla cuandohacemos el amor. Me gusta queinterrumpa su ritmo febril, se rinda unosminutos, me entregue su orgullo y se

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mueva al ritmo que yo le marque, lacadencia de mi cuerpo agitándose entresus piernas. Me excito mirándola y ellame dice ya, anda a correr, no seas flojo,pero yo no me voy a correr, me acerco aella, la abrazo por detrás, haciéndolesentir mi erección, y la beso en elcuello.

No seas travieso, anda a correr,sonríe ella, halagada. Necesito misvitaminas para correr mejor, susurro ensu oído, mientras acaricio sus pechossobre la blusa y mordisqueo su nuca. Nopodemos ahorita, se me va a quemar lacomida, protesta débilmente. Yo insisto:Déjate, por favor, me muero de ganas,mira lo dura que la tengo. Entonces ella

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apaga la hornilla, da vuelta y me besacon todo el amor que siente por mí y yono merezco. Yo la beso, acaricio sucuerpo de atleta, deslizo una piernaentre las suyas y me erizo con sus jadeoscuando la beso, la mordisqueo y laacaricio sin tregua. La llevo entonces ala sala, muevo mi computadora y lasiento sobre mi mesa de trabajo. Estoymuy excitado y al parecer ella también.Quítate el pantalón, le digo. Ella meobedece de prisa, mientras yo me bajoel buzo y muestro con orgullo laerección que, a sus ojos, prueba que nosoy marica, que soy un macho y quemuero por metérsela. Yo no sé si soymarica o macho, puedo ser ambas cosas,

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marica cuando veo pasar trotando alpríncipe de Borbón y macho cuandoquiero hacerle el amor a mi novia. Sofíaabre las piernas, sentada sobre mi mesa,los brazos apoyados hacia atrás, yaguarda la arremetida. Espérame untoque, que voy aponerme un condón,digo, agitado, y camino hacia el bañocon el pantalón abajo. No, no tepreocupes, no tienes que ponerte uncondón, estoy en un día seguro, diceella. Me detengo. Dudo. ¿Seguro,seguro?, pregunto. Segurísimo, diceella. Mucho mejor, digo. Detesto usarcondones y ella lo sabe, pero a vecesresulta inevitable porque no puede tomarpastillas anticonceptivas, le caen mal.

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Regreso donde mi chica, la beso conpasión, con más amor del que nuncasentí por nadie, ni siquiera porSebastián, que fue su chico y el mío, yhundo mi sexo entre sus piernas, y nosmovemos primero con ternura y luegocon una cierta violencia, y siento quenos vamos a venir juntos, lo veo en susojos, y le digo espérame, no te vengastodavía, y ella me puedo venir cuandoquieras, yo te espero, y yo me agitocomo un hombre, levantando suspiernas, dejando que me atenacen en laespalda, y le digo te amo, Sofía, y ellaalcanza a decir yo también te amo, justocuando nos venimos juntos con unosgritos que no podemos ahogar.

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Luego quedamos abrazados, ellatendida sobre la mesa, yo recostado ensus pechos, besándolos, y se instala unsilencio que sólo me atrevo a quebrarpara decirle: Nunca te había amadotanto como esta vez, ha sido la mejorde todas. Ella sonríe, revuelvesuavemente mi pelo y dice para mítambién ha sido la mejor. En seguidanos incorporamos, me subo el pantalón yella me da un beso fugaz, se arregla y seva al baño. Antes de irme a correr, lepregunto: ¿Segura de que era un díaseguro? Detrás de la puerta, lavándose,ella dice: Tranquilo, no pasa nada,corre rico.

Me voy a correr. Salgo a la calle, me

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cubro el rostro para soportar la asperezade este viento helado que me deja lanariz y las orejas lastimadas, estiro losmúsculos y empiezo a trotar por la calle35, frente al Colegio de Artes Fillmore,en dirección a la universidad. Unasensación de orgullo me llena de energíay me hace correr más de prisa de lohabitual. Esjoy escribiendo una novela,vivo en un barrio hermoso y acabo deamar con una intensidad inolvidable a lamujer de mi vida. Ignoro, corriendo contanto vigor, que una violenta tempestad,un huracán que lleva su nombre, está porazotarme.

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Bárbara, la madre de Sofía, y Peter,su esposo, han llegado de visita aWashington y se han alojado en eldepartamento de Isabel. Sofía estácontenta porque le han traído dinero yregalos, pero yo estoy inquieto porquetemo que tendré que verlos. Peter es unhombre rico, dueño de una cadena dehoteles, y trata a Sofía como si fuera suhija, con ternura y generosidad, aunquesin perder su extraño aire circunspecto.Bárbara aprovecha estos días enWashington para renovar su vestuario enlas tiendas lujosas de Georgetown Parky pelea con Isabel la primera noche,

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según me cuenta Sofía riéndose, porquela acusa de haberse apropiado de unosalmohadones de plumas que eran deella, riña que termina a gritos, insultos ygolpes de almohadas, a pesar de losintentos de Peter por apaciguarlas.Bárbara y su hija Isabel se parecen en lafascinación que comparten por la moda,la ropa y la decoración. Sofía, porsuerte, es bastante más relajada y se ríede las costumbres de su madre, porejemplo, comprar un conjunto muy caro,usarlo esa noche y devolverlo al díasiguiente alegando que no le quedó bien,que le ajustó un poco o le raspó la piel.Sofía me pide que vayamos a cenar conellos pero yo le doy pretextos y

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evasivas, porque sé que su madre medetesta y me acosará con preguntasimpertinentes que no sabré responder.Le explico que estoy escribiendo y noquiero distraerme en una cena familiarque, estoy seguro, me hará pasar un malrato, y la animo a que ella salga decompras con su madre, se paseen juntasy me disculpe diciéndole que me heimpuesto una rutina estricta de escritor.

Logro eludir el encuentro con sufamilia un par de noches, pero Sofíainsiste tanto que acabo por rendirme,aunque recordándole que no nosconviene dar ante ellos una imagen depareja feliz porque en pocas semanasdejaremos de vivir juntos. Sofía hace un

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gesto de tristeza cuando le digo eso, quetengo planes de vivir solo. Espero queno me hagan pagar la cuenta, digo, yella me tranquiliza, no te preocupes,Peter es un caballero y jamás haríaeso. Me consuelo pensando en que almenos veré a Isabel, tan linda yestupenda, y por fin comeré algo distintodel menú de pasta o lentejas que me hapuesto rollizo. Para que Bárbara no meacuse de verme como un pordiosero,porque ya tengo claro que me juzgasegún mi ropa y mi corte de pelo, decidoponerme el único traje que tengo en elclóset y unos zapatos que detesto porqueson elegantes pero muy incómodos. Mesiento disfrazado, falso, con esa ropa de

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hombre serio, como me sentía cuandohacía televisión. Sofía se arreglaestupendamente y queda muy bella. Yorecuerdo entonces que Bárbara, el día enque la conocí, me amonestó por usarcolonias baratas, así que, como no tengoningún perfume fino, le pido a Sofía queme preste alguna de sus fragancias, lamenos femenina, y ella se ríe, me bañaen Chanel, y yo le digo tu madre se va acaer desmayada cuando me huela amujer, y ella dice, riéndose, no, estábien, este perfume es unisex. Antes desalir, nos miramos al espejo, vestidosambos de negro, y parecemos una parejaradiante, ambiciosa y feliz: por lo visto,hay espejos benévolos, y el de Sofía,

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comprado en la feria de baratijas de losdomingos, ciertamente lo es. Bárbaraquería reunirse con nosotros en eldepartamento de Isabel, pero yo, paraabreviar la noche, insistí con Sofía encitarlos en un restaurante.

Caminamos de prisa por la calle 35,el sosiego habitual del barrio apenasperturbado por el paso de un autobús, yme siento bien cuando Sofía me toma delbrazo y ríe de las ironías que digo de sumadre, que seguramente vestirá unconjunto muy fino recién comprado enGeorgetown Park, el cual devolverámañana con algún cuento inverosímilque la vendedora tendrá que aceptar,odiando en silencio a esa señora

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presumida que devuelve casi todo lo quecompra. Sé que me van a incomodar conpreguntas indeseables que merecordarán mi condición de marginal yperdedor a sus ojos de figurones de altasociedad, pero habrá que capear eltemporal con sonrisas falsas yrespuestas de niño bien. Llegamos a lapizzería Cero, casi en la esquina deWisconsin y M, y es un gentío atronador,pero por suerte Peter, siempre previsor,ha hecho reservaciones, y entonces Sofíay yo ocupamos una mesa al fondo, a laespera de que aparezca su familia.Inquieto, me pregunto qué dirá Bárbaracuando me huela, y cómo me miraráIsabel cuando la abrace y tal vez

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recuerde esa mañana de contenidacrispación erótica en mi departamento, yqué intrigas políticas contará Peter,quien, según me cuenta Sofía, acaba derechazar una oferta del dictador, a quienapoya con entusiasmo, para incorporarsecomo ministro al gabinete. Recuerdo quedebo ser prudente, replegarme, callarmis opiniones, celebrar las bromas aunsi son malas y hacerme el idiota.

Poco después llegan Bárbara, Isabely Peter y es como si fuesen a un desfilede modas, ellas esplendorosas,demasiado arregladas para esta pizzeríade moda, con unos vestidos y unospeinados que de inmediato levantanmiradas, y él muy sobrio y formal, con

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traje negro, corbata gris brillosa comopara vestir en un casamiento, anteojosde bisnieto de Freud y el pelo rubio,planchado hacia atrás, cortesía deBárbara, que lo viste y lo peina a suantojo. Nos saludamos con cariño, todosfingiendo por supuesto, salvo Isabel yyo, que nos miramos con genuinasimpatía y luego le doy un abrazo y ledigo qué rico verte, te he extrañado, yBárbara me da un beso distante y medice: ¿Te has puesto una colonia deSofía, no? Yo me quedo pasmado, no séqué decir, y Sofía me rescata diciendono, mamá, no seas pesada, se ha puestouna colonia suya y no lo fastidies contus frivolidades, por favor, y Peter la

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mira como diciéndole sí, Barbie, déjalotranquilo al muchacho, no seas tanpesada, y yo bueno, la verdad, para quévamos a estar mintiéndonos, sí, me hepuesto una colonia de Sofía, y Bárbaracelebra mi franqueza con una risotada eIsabel se ve tan linda riendo y Sofía porsuerte no se enoja y sonríe también,contenta de que yo por un momento logreencajar en su familia de revista. Sinsaber bien por qué, hago más varonilesmis ademanes y mi tono de voz, y sientoque Sofía me ama por eso, poresconderle a su familia mi lado gay. ¿Noquieres quitarte el saco?, me sugiereBárbara, después de que Peter se quitael suyo y lo cuelga en la silla, pero yo

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declino la sugerencia no, gracias, asíestá bien, yo soy muy friolento, yBárbara echa una mirada a mi sacomaltrecho y dice te queda bien eseterno, pero tenemos que ir de compras,yo voy a ser tu asesora de imagen, y yoprocuro sonreír con los labios cerradospara que no examine mis dientes y merecuerde que debo blanquearlos, comolos suyos y los de Isabel, que soninmaculados.

Bárbara parece hermana de sus hijasy ella lo sabe, se sienta muy erguida,orgullosa de esos pechos generosos quese ha operado recientemente, y acomodasu pelo rubio que cae ondulado yperfecto sobre los hombros pecosos y

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me mira con unos ojos inquisidores,desconfiados, al tiempo que yo le mirolos pechos con descaro, cosa que estoyseguro ella aprecia y que Peter no debede hacer con la debida frecuencia, ycalculo los estiramientos y lascorrecciones quirúrgicas que se habráhecho en la cara para tenerla así, tanplanchada, sin una sola arruga. Peterposee un vozarrón grave y un aire deintelectual, y está contento porqueBárbara lo ha obligado a ir al gimnasio,lo que le ha sacado buenos músculos.Debes seguir estudiando en launiversidad, es importante que saquesun título, me aconseja, con su mirada debúho. Yo me hago el tonto, no quiero

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discutir, no conviene mencionar siquierami novela porque podría meterme enlíos y malentendidos, por eso digovamos a ver, estoy viendo mis opcionescon calma, ya tengo un buen puntaje enel examen de inglés. Peter no parecetenerme antipatía, me trata con cariño, elproblema es que no me conoce yproyecta mi futuro de un modo que mesorprende: Termina la universidad,regresa a Lima y métete a la política,que allí está tu futuro y para eso esobligatorio que tengas un título ymejor aún si lo sacas acá, enWashington. Sofía asiente: Yo le digo lomismo, que ha nacido para la política.Bárbara opina: Con ese terno no

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llegarías muy lejos, y suelta una risitaburlona que yo acompaño dócilmente.Déjenlo que haga lo que quiera, no lometan de político si él quiere serescritor, me defiende Isabel, y yo lamiro con simpatía y contemploembobado sus labios voluptuosos, laspequitas en sus brazos, su sonrisajuguetona, los pechos que se insinúanbajo el lino blanco.

En el Perú la política es un nido deratas, digo con cierta brusquedad. Peterme amonesta con la mirada y discrepa:El gobierno está haciendo las cosasmuy bien, por fin tenemos un presidenteserio, que sabe mandar y poner manodura, y Bárbara se alborota, lo secunda

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con entusiasmo, sí, el chino es unestadista, un presidente de lujo, ni se teocurra criticarlo, que te hacemospagar la cuenta, me advierte, traviesa.Sofía trata de intervenir pero mamá, lademocracia…, y Bárbara la atropellacon aire de superioridad ay, por favor,no vengas a hablarme de esas cosasintelectuales que te enseñan en launiversidad, yo no fui a la universidadpero tengo suficiente criterio parasaber lo que pasa en mi país, y el chinoes un gran presidente, punto final. Asíes —dice Peter, con aire pontificio, yluego zarandea al consagrado escritorque ha condenado el golpe del felón—:Es una vergüenza que un peruano ande

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atacando a su país por el mundo, y yotrato de defender al escritor, pero noataca al país, sino a la dictadura queha usurpado el poder, y eso es un actode honestidad intelectual y de lealtadal país, digo, pero no encuentro eco, esuna traición a la patria —se exaltaBárbara—, no tiene nombre echarlebarro al Perú en el extranjeroaprovechando su fama y sus contactos,y Peter sentencia: Nadie lo quiere en elPerú, ha quedado como un picón y unantipatriota, más le vale que no regresenunca porque le tirarían piedras, todosen nuestro ambiente están indignadoscon su actitud.

El problema es que nuestro

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ambiente, es decir, «su» ambiente, el delos señores vanidosos y cabezahuecasde Lima, que montan caballos de paso,se emborrachan con sombreros de alaancha, van a toros para dárselas decultos y enamoran a las mujeres conpiropos encebollados, no es el mío, peroprocuro que eso no se note mucho ysuavizo por ello mis opiniones políticaspara no agitar una discusión innecesaria.Sofía toma partido por mí y dice losgolpes de estado siempre son malos ynada justifica destruir la democracia,pero su mamá se ríe y le toma el pelo ay,hijita, se ve que estás estudiandomucho, anda de compras de vez encuando para que no te afecte el

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pensamiento, que está probado que irde shopping reduce el estrés y elcolesterol y aumenta el promedio devida. Isabel se ríe de las ocurrencias desu madre y Sofía la mira molesta, comodiciéndole eres una vieja ignorante yfrívola, pero Bárbara le lanza unamirada altanera, como respondiéndolesí, soy eso mismo, una vieja frívola,pero tengo unas tetas mejores que lastuyas y un marido millonario, no comotu noviecito, que es un perdedor y notiene plata para comprarse un sacodigno.

Todos comemos pizzas, que Peter hapedido con cierta austeridad enprevisión de que pagará la cuenta, e

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Isabel cuenta con euforia su viaje a Ríoy comparte con nosotros los pormenoresde sus peleas con Fabrizio y luego Peter,que se da aires de jefe, nos aburrehablando de las distintas especies deorquídeas que cultiva en sus hotelesandinos, de los pájaros que ha mandadodibujar en carbón a un artista nativo, deloso enjaulado que atrae a los turistas ydel funicular que quiere construir hastalas ruinas de Machu Picchu, mientras amí me duele el trasero en esa silla tandura y pienso que quiero construir unfunicular que me lleve derechito alpecho pecoso de Isabel. Yo no digonada, ya me han mandado de vuelta alPerú, me han metido a la política y me

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han mirado feo por defender al escritorfamoso, así que mejor me callo, me doyun atracón de pizzas y sigorepresentando mi papel de escritorpusilánime y futuro politicastro que amaa la niña rica que estudia enGeorgetown. ¿Y hasta cuándo piensasquedarte en el departamento de Sofía?,me ataca de pronto Bárbara, con unasonrisa falsamente inocente, y Sofía lamira con indignación, y yo prefiero noentrar en detalles incómodos y decir quepagamos la renta a medias, pero no séde dónde saco coraje y digo vamos avivir juntos hasta fin de año, despuésvoy a alquilar un departamento yo soloporque estoy escribiendo una novela y

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me viene mejor así.De pronto la mesa ha enmudecido.

Sofía me mira con indudablecontrariedad, como diciéndome eres unbocazas y un marica, no tenías quecontarles eso, me has dejado pésimo, yBárbara se alegra y dice ay, qué bueno,porque Sofía necesita su espacio paraestudiar, me parece una gran idea quete mudes cuanto antes, y Peter bueno,Barbie, pero no lo presiones almuchacho, déjalos que se entiendanentre ellos, y Sofía no te metas ennuestras cosas, mamá, ya veremosnosotros si Gabriel se consigue unestudio para escribir, pero Bárbaravuelve a la carga ¿y se puede saber qué

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estás escribiendo?, y yo carraspeo,dudo, no sé qué decir, y contesto mansitouna novela, y ella, con ese aire deprepotencia que se permite con todosquienes tenemos menos plata que ella,¿una novela de qué?, y yo una novelainspirada en mi vida, e Isabel,ayudándome amorosa, ay, qué bueno,suena divertido, y Peter me mira concara de preocupación y no dice nada,pero su mirada es bastante elocuente yparece decirme cuidado con andarcontando mariconadas, que se jode tufuturo político. Entonces Bárbara saltasobre mí y me machaca con elegancia¿tan interesante es tu vida paracontarla en una novela?, y yo no, no,

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mi vida es un aburrimiento y por esotrato de hacerla interesantenovelándola, y Peter interviene yoinsisto en que deberías estudiar, volveral Perú y meterte a la política, yBárbara sentencia sí, sin un títulouniversitario eres un loser total, y Sofíacree que me auxilia pero me hunde másal decir va a hacer las dos cosas, lanovela y la universidad, y yo miro aIsabel con desesperación y ella mesonríe amorosa y se me atraganta lapizza y las palabras de Bárbara resuenanen mis oídos, eres un loser total, y yosólo digo no se preocupen, que ningunode ustedes va a salir en la novela.

Nadie se ríe, sólo Isabel, que bebe

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un poco de vino y dice ay, quédecepción, yo me muero de ganas desalir, y Sofía ay, Isabel, no seasdesubicada, y yo la miro comodiciéndole ay, Isabel, yo me muero deganas de salir contigo, y Bárbara memira diciéndome loser total y Peter medice en voz baja, inclinándose hacia mí,tengo un contacto muy bueno que tepuede dar trabajo acá en unafundación internacional, hazmeacordar para que te comente después, yyo le digo gracias, y pienso ni loco voya rogarle un trabajo a tu amigo, yo voy aser un escritor y no un burócratapedorro. Sofía me mira comodiciéndome no me odies, yo no tengo la

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culpa de tener una mamá tan loca, y yorozo mis piernas con las de Isabeldebajo de la mesa y ella me sonríe y medice no te preocupes, Gabriel, que si notienes un lugar donde escribir, puedesvenir a mi departamento y ahí nadie temolesta, y yo la amo con pasión ysonrío, pero no mucho, para que no mevean los dientes amarillentos, y Sofía lamira con ferocidad como diciéndole uncoqueteo más con Gabriel y te tiro enla cara la copa de vino, y yo mastico labola de masa y queso que tengo en laboca y me digo en qué carajo estabapensando cuando acepté venir a estacena delirante.

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Caminando de regreso a casa, Sofíay yo discutimos acaloradamente. No separa qué diablos me obligaste a venir aesta comida absurda con la loca de tumadre y su esposo, protesto. No teobligué, tú quisiste venir —se defiendeella, indignada, caminando rápido paramitigar el frío, y añade—: Yo sé que mimamá es una pesada y yo no tengo laculpa de eso, pero no tenías que decirleque en un mes te vas a mudar solo yque estás escribiendo una novela sobretu vida. Yo me enfado más y levanto lavoz: ¡Ella sí puede decirme que soy unloser total porque no he terminado launiversidad y yo no puedo decirle la

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verdad, que estoy escribiendo unanovela y que quiero irme a vivir solo!Además, fue ella quien me preguntóhasta cuándo me quedaría contigo,como si yo fuese un intruso, unmantenido.

Sofía camina golpeando los tacos,las manos metidas en el abrigo negro, ungesto de fastidio avinagrando su mirada:¡Pero lo que más me jodió fue quecoquetearas tanto a Isabel delante demí, como si yo fuera un florero o qué!Me río exageradamente, burlándome dela acusación: ¡No digas tonterías, porfavor! No he coqueteado a Isabel,simplemente la traté con cariño porquees buena gente conmigo, punto, nada

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más. Sofía se exalta, me toma del brazo,se detiene en la esquina de las calles 34y P, por donde pasan los rieles del viejotranvía ya en desuso: ¡Te has pasadotoda la noche haciéndole ojitos ycoqueteándole descaradamente, nocreas que soy una cojuda y no me doycuenta! ¡Y al final le has dado unabrazo que un poco más y le manoseasel poto! Yo me río de buena gana ypienso que no se le escapa un detalle, ydigo: Bueno, sí, tu hermana me pareceguapa, ¿no puedo sonreírle y admirarsu belleza? ¡No, no puedes, si estásconmigo no puedes!, contesta furiosa, yyo le digo: No grites, por favor, queparecemos un par de actores malos de

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telenovela, cálmate. Sofía hace unesfuerzo por permanecer en silenciopero no lo consigue y vuelve a disparar:No sé por qué, siempre tienes que estarcoqueteando con alguien, sea hombre omujer. Me enferma tu coquetería. Sifueras mujer, serías la más puta detodas. Yo, para irritarla, le doy la razón:¡absolutamente, sería la más puta detodas, no una celosa amargada comootras. ¡No me insultes!, se enfurece ella,y yo sonrío sarcásticamente y digobueno, tú me has dicho puta, yo sólo tehe dicho celosa. Pobre de ti que teatrevas a coquetear con Isabel delantede mí otra vez, que te tiro una bofetaday se te acaba todita la gracia, me

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amenaza, turbia la mirada, y yoreacciono con virulencia y digo: Mira,hijita, yo puedo coquetear con quienputa me dé la gana, porque tú y yovivimos juntos pero no somos unapareja formal y tú lo sabes, yo en unpar de semanas me voy a alquilar unestudio y se acabó, así que no me jodascon tus celos histéricos.

Es una vulgaridad discutir en estascalles tan apacibles y hermosas, en lasque reina el silencio, que estamosenvileciendo con nuestras pequeñasintrigas domésticas. Pero Sofía no cede,no se acobarda: Está bien, ándatecuando quieras, no te voy a rogar quete quedes conmigo, y coquetea con

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quien te dé la gana, para que te descuenta de que no eres como dices yvengas después a llorarme como niñitoarrepentido, pero eso sí, te prohíbo quecoquetees con mi hermana, te prohíboterminantemente que te acerques a ellay le hables todo melosito, ¿está claro?Ha gritado esa última pregunta, ¿estáclaro?, que es también una amenazavelada, y yo por eso levanto la voz ycontesto: ¡Yo voy a coquetear conIsabel todo lo que me dé la gana y túno tienes ningún derecho de prohibirmeeso ni nada! Sofía vuelve a detenerse,como dando énfasis a sus palabras, y mesujeta fuertemente del brazo: ¡Claro quetengo derecho! ¡Es mi hermana! ¡Tú la

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conociste por mí, porque yo te lapresenté! ¡No puedes ser tandegenerado y no respetar nada! Yo meenfurezco, me irrita que me llamedegenerado, no es para tanto, sóloencuentro guapa y encantadora a suhermana, eso es todo.

Para provocarla, no mido mispalabras y digo: La verdad, me muerode ganas de acostarme con Isabel y mehe tocado pensando en ella. Sofía novacila en darme una bofetada que sacudemi rostro y me deja ardiendo la mejilla.¡Eres un degenerado! —grita, llorando,histérica—. ¡Me voy a dormir a casa deAndrea, no me llames!, añade, y davuelta y se marcha presurosa calle

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abajo, rumbo a la esquina de Prospect yWisconsin, donde vive Andrea. Caminorápido, avergonzado por la escena, y alllegar al departamento me tiro en lacama a recuperar el aire. Suena elteléfono. No contesto. Prefiero que seocupe la máquina. Es Bárbara, que dejaun mensaje corto pidiéndole a Sofía quela llame. No me manda saludos. Noexisto para ella. Vieja malvada, yo séque me detestas, el sentimiento esrecíproco. Me gustaría llamar a Isabel ydecirle sobre tomarnos una copa en labarra del Four Seasons. No tomoalcohol, pero ahora estoy descontroladoy un poco de champagne no me vendríamal.

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Me levanto de la cama y reviso lospapeles de Sofía hasta encontrar lascartas que le ha enviado Laurent todaslas semanas desde París. Trato deleerlas y entender algo, pero no loconsigo, lo que me enardece más porqueimagino que le ruega que me deje y sevaya con él, le recuerda los momentosde amor que compartieron y le prometedías mejores si me abandona y semarcha a París a vivir con él. Encuentrolos poemas que le escribí a Sofía enLima cuando viajó a Washington aencontrarse con Laurent. Leo esaspalabras inflamadas, aquellas promesas

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rotas, y siento vergüenza, rompo lospoemas y los tiro a la basura. Estoy mal,descontrolado. Necesito una copa. Conqué ganas me fumaría un porro. Haceaños dejé la marihuana, pero enmomentos así, abrasado por la ira y elrencor, la echo de menos. Levanto elteléfono y marco el número que Laurentha anotado en sus cartas a Sofía. Miro elreloj, deben de ser las seis de la mañanaen París. Suena el timbre varias veces,luego contesta la voz somnolienta de unhombre. Sin pensarlo, digo con mi peorvoz: Hey, fucking asshole, stop writingletters to Sofía, she’s my fiancee now,so go to hell and stick your letters upyour ass! Cuelgo y me río de la

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estupidez que acabo de perpetrar. Siquiero vivir solo y acostarme con unhombre, ¿por qué me molesta tanto queLaurent siga enamorado de Sofía y tratede reconquistarla? No lo sé, pero meindigna. Si ella puede coquetear con él,pues sin duda le escribe de vuelta cartasamorosas que yo no he leído y tampocoentendería, ¿por qué yo no puedocoquetear con Isabel?

Necesito tomar aire. Salgo acaminar. Está helado. Es medianoche.Me encantaría besar a un chico guapo.No estoy desesperado por besar aIsabel, como cree Sofía: lo que medesasosiega es el recuerdo de loshombres que dejé, Sebastián y Geoff,

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para entregarme a ella, posesiva hasta lalocura. Necesito estar con un hombre.No conozco en todo Georgetown unlugar gay en el que pueda probar suerte.Sé que en Dupont Circle hay bares dehombres, pero la noche está helada y meda miedo ir hasta allá. Recuerdoentonces que hay un festival de cine gayen la calle M, casi frente al FourSeasons. Es tarde para ver una película,pero podría pararme en la puerta delcine y esperar a que salga algún chicolindo que me salve de esta noche en laque me siento una mentira, un hipócritamás, un marica asustado que tiene noviay cena con la familia de ella y sonríecuando le dicen que su futuro está en la

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política y juega a coquetear a su cuñadacuando, en realidad, secretamente, esmás gay de lo que todos saben, más gayincluso de lo que su orgullo le permitereconocer.

Camino de prisa por la 34,bordeando el parque y la piscinapública, y bajo por la calle P hastaWisconsin, evitando las miradas de losnegros con ropas fosforescentes quevenden chucherías, baratijas y toda clasede drogas, y cruzo los dedos para queSofía y Andrea no me encuentren en estamisión gay, rumbo al festival que meestoy perdiendo por comer pizzas conuna señora que me llama perdedor y suesposo que me exhorta a dedicarme a la

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vida pública. Llego por fin al cinemodesto en la calle M, pasando lalibrería Borders, y la señora lesbiana dela boletería —y digo que es lesbianaporque en ciertos casos las aparienciasno mienten— me dice que estánexhibiendo la última película y ya faltapoco para que concluya, así que decidoquedarme allí tranquilo, con mis viejoszapatos Clarks, mis pantalones Gapchorreados y el abrigo negro usado quecompré en la feria de pulgas de losdomingos. Me congelo pero no importa,estoy seguro de que pronto saldránhombres guapos del cine y alguno deellos me mirará intensamente y sequedará conmigo esta noche y me dará

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el amor que ni Sofía ni Isabel ni ningunachica podría darme, el amor áspero deun hombre mordisqueándome el cuello ylas tetillas.

Ahora salen los espectadores delcine, al parecer contentos con lapelícula que acaban de presenciar, y yolos miro, las manos en los bolsillos,ofreciendo mi alma a quien deseeatraparla esta noche, pero nadie se fijaen mí, todos salen felices, distraídos, enmedio de un gran barullo chismoso yalborotado, y casi todos enamorados, enpareja, tomados de la mano, o grupos deamigos más o menos chillones, y hay unaque otra lesbiana por ahí, pero nadie,ninguno de esos chicos lindos se fija en

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mí, todos pasan a mi lado, me ignoran yme dejan solo, muy triste, cuando ya elcine se ha vaciado y no queda nadie sinola boletera lesbiana que me pregunta siespero a alguien, y yo le digo que no,porque no espero a nadie en particular,sólo al amor, que por lo visto no estáaquí esta noche y habrá que buscarlo enotra parte. Camino entonces hasta launiversidad, donde tiene que estar elchico que el destino me escamoteavilmente, y me siento en una banca frentea la rotonda principal, desde la cual memira adusta la estatua de John Carroll,patriot, priest, prelate, y espero a michico mientras me pregunto qué trespalabras dirán de mí cuando muera, qué

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escribirán de mí, no ciertamente patriot,priest, prelate, sospecho que más bienputo, pusilánime, potón, tres palabrasque describirían mejor las andanzas ylas peripecias a que me entregué con lapasión que siento esta noche, sentado enuna banca frente a los dos cañonesvetustos del Healy Hall, en el corazónde la universidad que los jesuitasfundaron en Georgetown en 789,esperando a que pase un chico,corresponda mi sonrisa, se detenga y sesiente conmigo, me deje abrazarlo ycomprenda la urgencia que tengo desentir sus labios con los míos, comerlela boca y rogarle que me lleve a su camano para tener sexo, sino para

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acomodarme en su pecho y dejar caer unpar de lágrimas.

Pero ese chico no pasa ni pasaráesta noche, sólo me acompañan unviento helado que me cala los huesos ylas ardillas que se acercan en busca decomida. Me echo en la banca derrotadoy lloro por el chico que no aparece.

Sofía ha viajado dos semanas apasar la Navidad y el Año Nuevo enLima, aprovechando un breve recesoacadémico y la invitación de Peter, quele ha enviado billetes de avión enprimera clase, lo mismo que a Isabel yFrancisco, para que los tres hermanos se

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reúnan con Bárbara y con él a pasar lasfiestas de fin de año. A mí, por suerte,Peter no me ha invitado, y mis padresmenos, así que, aunque Sofía insistiómucho en que la acompañase a Lima, mehe quedado en Georgetown, dispuesto apasar a solas las fiestas navideñas enmedio del frío. Ni siquiera la heacompañado al aeropuerto: he cargadosus maletas hasta el taxi, le he dado unabrazo y un beso en la mejilla y le hedeseado buen viaje.

Ahora estoy solo en el departamentoy es un placer. Hago lo que me da lagana, duermo hasta cualquier hora,escribo de madrugada en calzoncillos,engordo comiendo helados de chocolate

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y salgo poco, ni siquiera a correr, sóloal supermercado o a dar una vuelta a lamanzana, porque hace un frío atroz.Nadie me saluda por teléfono, mispadres saben que sus llamadas no sonbienvenidas y por eso han desaparecidode mi vida; mis hermanos prefieren nosaber de mí tal vez porque meconsideran una mancha en la familia, ySebastián y Geoff al parecer me hanolvidado como yo no he podidoolvidarlos. Sólo llama Sofía todas lasnoches a contarme las novedades deLima y muy rara vez la adorableXimena, desde Austin, a contarme lobien que está con su novio pobretón yanimarme a que los vaya a visitar, pero

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yo no quiero interrumpir mi novela nisalir de casa, y me parece agradablepasar una Navidad a solas.

Las Navidades en Lima sondeprimentes: la gente se atropella porcomprar regalos, el tráfico enloqueceaún más, la miseria de los que nopueden comprar nada se hace másvisible y golpea los cristales del auto,mi madre entra en trance religioso ycanta villancicos como una alucinada,mi padre se emborracha y andaparanoico pensando en que los ladronesse van a meter a su casa porque élafirma que se roba mucho más enNochebuena, y yo tengo que corrercomprando regalos para toda la familia,

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y si no voy a la misa de gallo con el curamarica que habla boberías, mi madre memira mal y en represalia me sirve menospuré de manzana en la cena. No, estaNavidad no haré regalos, ni cantarévillancicos ni iré sumiso a la misa degallo. Esta Navidad escribiré y seré másegoísta que nunca. No adoraré a ningúnniño en el pesebre: me adoraré a mímismo, nacerá el Niño Gabriel enNochebuena y será un Niño Muy Gay, yle haré regalos y prenderé velas en suhonor. Sofía, un amor, quiso comprarmeun arbolito de Navidad en el mercado depulgas de los domingos y dejarloinstalado en la sala antes de partir, peroyo le rogué que no lo hiciera y ella me

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dejó en paz.Navidad es perdonar y amar: tengo

que perdonarme por ser tan gay yamarme por ser tan gay; perdonarme portener unos padres tan trastornados yamarme por vivir lejos de ellos;perdonarme por no querer estudiar en launiversidad y amarme por escribir todoslos días un fragmento más de la novela;perdonarme por haberme enamorado deSofía y amarme por desear a su hermanaIsabel; perdonarme por nacer en Lima yamarme por vivir en Georgetown;perdonarme por ser el loser total queme considera Bárbara y amarme por serun loser totalmente feliz cuando medejan solo en este departamento lleno de

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cucarachas; perdonarme por estar tangordo y amarme por ser tan puto; ensuma, esta Navidad me voy a amar y aperdonar como nunca lo hicieron mispadres. Sin embargo, algo debe deamarme mi madre todavía, aunquelamentando mi debilidad por loshombres y la alergia que siento por loscuras, pues recibo un papel del correo,notificándome de que me ha llegado unenvío certificado, y me apresuro encaminar bajo el frío inclemente hasta lapequeña oficina de correos enfrente dela universidad, y me doy con la sorpresade que mamá me ha mandado un regalonavideño.

Nada más salir de la oficina, de

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vuelta al frío despiadado de diciembre,me siento en una banca y abroimpaciente el regalo que ella haenvuelto cuidadosamente en un papelcolorido en el que predominan el verde,el rojo y las repetidas figuritas de PapáNoel. Mamá, indesmayable en su fe, nodeja de sorprenderme: al abrir la caja,encuentro una bolsa de fruta seca, otrade nueces y almendras, y una tercera dechocolates redondos envueltos enpapelitos dorados como si fuesenmonedas y, en medio, una biblia verde,de tapa dura, en cuyas páginas hadeslizado una tarjeta de saludo navideñoque abro en seguida y leo con unasonrisa:

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«Mi hijo querido: Que Dios,la Virgen y el Niño te enseñen elCamino de la Rectitud en estaNavidad y te lleven por laSenda de la Santificación delTrabajo Ordinario y la Oraciónal Altísimo. ¡Abre tu Corazón alNiño Jesusito y Pídele que TeIlumine con Su Infinita Bondad!Te quiere y reza por ti, TuMamita Querida, que te conocemejor que nadie y sabe lo tristeque está tu Corazón de Oro.»

Suelto una risotada que interrumpela quietud de la tarde y provoca unabocanada de aire helado que puedo ver

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como si fuera humo. Mamá es increíble.¿Cómo se le ocurre mandarme una bibliade casi mil páginas y escribir estemensaje inverosímil? Pero ella es así yno cambiará, y no me queda sino reírmey probar los chocolates, que estándeliciosos, y arrojarles a las ardillas unpuñado de nueces y almendras. Regresoa casa y dejo la biblia en mi mesa detrabajo, pero su sola presencia meincomoda, me recuerda los dogmaslunáticos de mi madre y el aliento ranciodel cura del Opus Dei que memanoseaba cuando era niño. No sé quéhacer con esta biblia voluminosa ytampoco si llamar a mamá paraagradecerle el detalle o llamar a Sofía

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para leerle la tarjeta pintoresca y reírnosjuntos. No voy a llamar a mamá.Terminaríamos discutiendo sobrereligión y ella me rogaría que meconfiese con un cura y vaya a misa, y yome irritaría y le diría que soy agnósticoy que desconfío de todas las religiones,que son formas organizadas de lucrarcon el miedo de la gente más débil, yque desconfío en especial de la católica,tan intolerante y cuya historia estáplagada de atrocidades, y con seguridadle estropearía estos días prenavideñosen los que ella suele andar de buenhumor, canturreando villancicos,decorando la casa con motivosreligiosos y balbuceando promesas y

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agradecimientos ante el pesebre del niñoJesusito que ha desplegado en la sala desu casa.

Tampoco voy a llamar a Sofía. Noquiero que piense que la extraño y nopuedo vivir sin ella. Éstos son díasfelices y quiero pasarlos en silencio,hablando con mis personajes ficticios,conmigo mismo y, en las noches, cuandome toco, con el recuerdo de Sebastiánatizando el fuego de mis fantasías. Comono sé qué hacer con la biblia, trato deleerla pero me hundo en el aburrimiento,me tiro en la cama con ella y me calientopensando en Sebastián. Lo llamo porteléfono pero me da el contestador y nodejo mensaje. Me toco pensando en él y

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cuando termino le encuentro unainsospechada utilidad a los sagradosevangelios que mamá me ha regalado:arranco unas hojas delgadas, me limpiocon ellas, las tiro al basurero del baño ysonrío pensando que mamá no tiene lamás vaga idea de lo útil que me haresultado la biblia de tapa dura con laque me ha recordado, en vísperas de laNavidad, que soy un pecador y que meespera el infierno, y que no podré viajarcon ella en el vuelo chárter al cielo queha fletado para toda su familia o almenos la parte de la familia que laobedece en la sumisión al Opus Dei.

Podríamos ser tan felices Sebastiány yo viviendo juntos en esta ciudad.

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Debería convencerlo para que deje a sunovia de mentira y se venga un tiempo aWashington o a Nueva York a tentarsuerte como actor. Pero Sebastián esorgulloso y no quiere saber nada de mí,no contesta mis llamadas y ya me canséde dejarle mensajes en la grabadora.Aunque quisiera borrarlo de mi cabeza,no lo consigo, y las imágenes imprecisasque retengo de él son las que más placerme dan cuando me toco pensando en unhombre. Pienso todo eso, en llamarlo yrogarle una oportunidad para estarjuntos, mientras corro por la calle 35,con toda la ropa que he podido echarmeencima, y me doy luego una ducha tibiaen el baño que, en ausencia de Sofía,

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luce sucio y descuidado. Más tarde,preparando la cena, suena el teléfono,espero a que atienda la máquinagrabadora, escucho la voz de Sofía y nodudo en contestar. Me trata con cariño,pero la siento triste, acongojada. Lepregunto si ha tenido una pelea familiary me asegura que no, que todo está bien,pero yo siento que algo está mal y poreso insisto te noto tristona, siento queno me estás diciendo algo, ¿qué tepasa? Ella demora la respuesta y medice no te preocupes, estoy bien, y unossegundos después, ¿me extrañas?, y yosí, claro, te extraño, pero lo digo en untono frío y distante que revela locontrario, que estoy contento solo, no la

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echo de menos y en una semana piensoalquilarme un estudio para que cuandoella regrese los primeros días de eneroya no sigamos viviendo juntos.

Colgamos y yo atribuyo su tristeza aque no la acompañé a Lima a pasar lasNavidades y ni siquiera la llevé alaeropuerto, y a que ella no ignora que enunos días llevaré mis pocas cosas a unlugar que arrendaré a solas. Dos díasdespués, el día mismo de Navidad,descubro el motivo de su extrañamelancolía. Suena el teléfono mientrasestoy escribiendo. Maldigo el aparato ysólo lo levanto cuando reconozco la vozde Sofía. Feliz Navidad, me dice, peroestá triste como en los últimos días, y yo

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feliz Navidad para ti también —y luego—: ¿cómo la estás pasando?, y ellaacá, tranquila, con la familia, ¿y tú?, yyo muy feliz, escribiendo, muerto defrío, no sabes el frío de mierda quehace, y ella extraño tanto Georgetown,estar allá contigo, todo esto me parecehorrible, insoportable, no veo la horade regresar, y yo qué bueno, menos malque no te acompañé, es tan deprimentepasar la Navidad allá; en cambio acáes toda una aventura. Ahora ella sequeda callada y yo siento que está mal,¿qué te pasa? —le pregunto, y ella nocontesta, la oigo sollozar—, ¿por quéestás tan triste, Sofía?, insisto, y ellasigue muda, no responde, y yo pienso

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está triste porque sabe que no podemosser una pareja y que me gustan loshombres y que nuestro amor esimposible. Dime, ¿qué te pasa?, ¿porqué lloras?, pregunto, y ella, haciendoun esfuerzo, balbuceando, tengo quedecirte algo importante. Yo siento quees una mala noticia, tal vez ha muerto mipadre, ha chocado uno de mis hermanosy está grave en el hospital, o ella estáenferma y me lo ha ocultado estosúltimos días. Dime, ¿qué ha pasado? —me apresuro, y ella vuelve a enmudecery yo me desespero—: Dime, por favor,no me tortures así. Entonces ella haceacopio de todo el coraje que le quedaesta tarde de Navidad y me dice con la

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voz llorosa y un tono de disculpa: Estoyembarazada.

Yo me quedo helado, sin saber quédecir, como si de pronto estuvieseactuando en una película de la quequiero escapar pero no puedo. Respirohondamente, me llevo una mano a lacabeza y pregunto ¿estás segura o essólo un atraso?, y ella ¿estás molesto?,y yo no, pero sólo dime, ¿es un hecho ocrees que estás embarazada? Ellalloriquea, como pidiéndome perdón y ala vez ayuda en este momentodesesperado, y dice con una voz débilhoy salieron los resultados del examenen la clínica y es un hecho. Entoncesme siento abrumado y no sé qué decir,

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porque no me atrevo a preguntarle si yosoy el padre, simplemente me callo,asumo que es así, sólo atino a decir¿cómo te sientes?, y ella sigue llorando¿cómo crees?, fatal, y yo lo siento, quémal momento, y qué pena que te fuiste yestás sólita allá, y ella al parecer seenternece y dice no sabes cómo teextraño, y yo, aterrado ¿qué vas ahacer?, y ella, más aterrada aún, no sé,no tengo idea, estoy muy confundida, yyo ¿se lo has dicho a alguien?, y ellasólo lo sabe mi amiga Macarena, queme acompañó a la clínica, y yo pero nose lo has dicho a tu madre, ¿no?, y ella,bajando un poco la voz, no, cómo se teocurre, estoy embarazada pero no loca.

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Me quedo en silencio unos segundosy pregunto ¿qué quieres que haga?,¿cómo puedo ayudarte?, y ella no sé,no hagas nada, espérame allá, yo mequedo unos días más, paso Año Nuevo yal día siguiente me regreso y vemos quéhacemos, y yo ¿quieres que vaya aLima y nos regresemos juntos?, y ellano, no te preocupes, y yo ¿segura?, yella otra vez rompe en llanto y me diceno sé, ya no estoy segura de nada, y yono te preocupes, en un par de díasestoy allá, no te voy a dejar sola en unmomento así, y ella gracias, sería lindoque vengas, y yo claro, te entiendo,quédate tranquila que pasamos AñoNuevo juntos allá, y ella ¿no estás

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molesto conmigo?, y yo, tratando deaparentar calma y dominio de lascircunstancias, no, tranquila, todo bien,no le cuentes esto a nadie, no estéstriste y espérame, que en unos díasestoy contigo allá, y antes dedespedirnos ella ¿me quieres?, y yoclaro que te quiero, te adoro, y ahoramás que nunca, y luego ella bueno, quetengas una linda Navidad, te extrañomucho, y yo feliz Navidad, preciosa, yotambién te extraño.

Cuelgo el teléfono y siento que mehan pegado con un bate de béisbol en elpecho, no puedo respirar bien, camino alcuarto, me tumbo en la cama, pienso queesto no puede ser verdad, que tiene que

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ser un mal sueño. Luego veo la bibliamutilada y pienso: Dios me ha castigadopor limpiar mi esperma con su santapalabra. Soy gay y he dejadoembarazada a mi chica. Estoy jodido.Ahora sí que estoy jodido. ¿Qué mierdavoy a hacer? ¿Por qué diablos no mepuse un condón esa noche que la amésobre mi mesa de trabajo antes de salir acorrer? Nunca más usaré la biblia paralimpiar los residuos de una pajanavideña. Ansioso, me pongo ropadeportiva y salgo a correr a toda prisaen medio del frío y siento que ésta es laNavidad más extraña de mi vida, unaque nunca olvidaré.

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Estoy en un vuelo entre Miami yLima. Es la última noche de diciembre yel avión está vacío. Me quieroemborrachar. Una azafata muy amable nodeja de traerme champagnes, la últimafila de clase económica en la que tratode olvidar mis angustias. Le pido que sesiente a mi lado y me haga compañía,pero ella se excusa con una sonrisa ypromete que vendrá más tarde, apenaspueda. Es guapa, no me molestaría darleun beso.

Trato de dormir, estoy extenuado, nohe podido dormir bien las últimasnoches en Georgetown, abrumado por lanoticia que Sofía me dio el día de

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Navidad, pero mis esfuerzos soninútiles, no logro conciliar el sueño, unasola idea me golpea como un martillo lacabeza: voy a ser papá en el peormomento de mi vida, justo cuandoquería ser un escritor y atreverme a sertodo lo gay que me diese la gana. Nopuedo ser papá. No puedo ser pareja deSofía, vivir con ella, hacerla feliz.Quiero estar solo, sentirme libre, vivirausteramente como escritor y, si tengosuerte, enamorarme de un hombre. Seríauna locura ser papá. Sofía tendrá queentenderlo. Si no somos una pareja yestamos separándonos y ella está enmedio de una maestría y yo escribiendouna novela y es casi un hecho que soy

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gay o al menos bisexual y en todo casolos hombres me gustan más que lasmujeres, ¿qué sentido tiene obligarnos aser padres en este momento crucial denuestras vidas? Ninguno. Ella tendríaque dejar sus estudios y quedarse solacon el bebé porque yo no puedo ser supareja. Yo no podría seguir escribiendola novela.

Estos últimos días, angustiado por lanoticia del embarazo, arrepentido porhaber cometido un descuido tanelemental que nos ha llevado a estacrisis, los nervios crispados, no hepodido escribir una línea. Si quiero serescritor, no puedo tener un hijo de estemodo tan irresponsable con una mujer

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de la que no estoy enamorado. Sí, laamo, la amaré siempre, pero no puedoser su novio o su esposo, el hombre queella sueña y necesita, porque yo tambiénsueño con un hombre que me ame. Nohay alternativas: Sofía tendrá queabortar. Lo siento por ella, porque unaborto debe de ser un trauma, pero es unpésimo momento para ser padres y nome parece bueno traer al mundo a unapersona en tan adversas circunstancias.Eso haré: hablaré con Sofía, seré tiernopero firme al mismo tiempo, le explicaréque este embarazo es un error, undescuido de ambos, le recordaré quedebe terminar su maestría y yo minovela y que no podemos seguir

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viviendo juntos porque yo no soy felizcon ella, y le daré todo el apoyonecesario para que, sin demora, cuantoantes, se haga un aborto, mejor aún si enLima, donde, a pesar de estar penadopor la ley, es bastante fácil someterse auna intervención de esa naturaleza enalgún consultorio confiable y discreto.

Sofía tendrá que abortar. No puedeobligarme a ser padre. Es una mujerinteligente, bondadosa, y no se leescapará lo que resulta obvio: que nopodemos traer al mundo a una personaen estas circunstancias. ¿Podréconvencerla? ¿Se resignará a abortar?¿Me mandará al diablo y se aferrará a subebé invocando principios morales? No

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lo sé. No lo sé y por eso tengo miedo.Estoy aterrado porque mi futuro hadejado de pertenecerme y ahora está enmanos de otra persona. Le pido a laazafata otra copa de champagne y ella,aunque sabe que estoy borracho o casi,no duda en traérmela con una sonrisa, yyo le sonrío por eso y le recuerdo queestoy esperándola para conversar y ellame promete que ahorita viene. Bebochampagne con un descontrol que merecuerda la facilidad con que puedohacerme adicto a cualquier cosa que mesaque de la realidad, y recuerdo conprecisión el instante en que amé a Sofíasobre mi mesa de trabajo, antes de salira correr, y la dejé embarazada cuando ya

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era un hecho que no podíamos seguirjuntos. Recuerdo que ella me aseguróque era un día confiable, que no habíanecesidad de usar un condón. Meenfurezco por eso y me pregunto si habrásido una trampa en la que ella cayó sindarse cuenta, una manera desesperadade aferrarse a mí y seguir creyendo ennuestro amor.

¿Fue en cierto modo un embarazodeseado por su parte? ¿Me mintió?¿Sabía que era un día peligroso y no melo dijo? ¿Pensó como piensan algunasmujeres que un bebé nos unirá comopareja y traerá la felicidad que se nos haescapado? No lo sé, pero sólo pensar eneso me llena de rabia y de rencor hacia

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ella y confirma mi decisión de pedirleun aborto. Debo pedírselo con cariño,sin resentimiento, para que ella nopiense que si aborta desapareceré de suvida. Debo ser cuidadoso. Debo decirleque podemos seguir juntos comoamantes pero que eso sólo será posiblesi ella no me echa encima el lastre deuna paternidad accidental. Sofía sóloabortará por amor a mí, y por eso, ahoramás que nunca, debo ser amoroso conella. Si insinúo que quedó embarazadadeliberadamente, me arriesgaré a queprevalezcan su rebeldía, su terquedad,sus instintos maternales y su amor por loúnico que le quedaría de mí, el bebé quelleva en el vientre. Además, conociendo

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su bondad y su nobleza, no creo quehaya planeado, deseado o buscado de unmodo deshonesto este embarazo. Tieneque ser un accidente. Cuando me dijoque era un día seguro, lo pensó de verasy no me mintió a sabiendas. Sofía esincapaz de jugarme sucio y hacermetrampa. Es la mujer más buena queconozco y no me haría eso nunca.¿Nunca? ¿Ni siquiera por un amor loco,obstinado, irracional? ¿Porque me amatanto que no puede dejarme ir? Ya notengo nada claro, no me queda otracerteza que la de rogarle que aborte.

Llegaré en pocas horas a Lima conesa misión: que Sofía aborte sin quenadie se entere y que regresemos juntos

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a Georgetown. Tal vez tenga queacompañarla unas semanas más antes demudarme, me quedaré con ella hasta quese recupere del trauma del aborto, queno debe de ser una cosa menor. Pidomás champagne. La azafata linda me lotrae y por fin se sienta conmigo. Elavión está desierto, nadie nos mira, lacabina sigue a oscuras y yo humedezcomis labios en ese líquido burbujeanteque adormece mi conciencia. Ella mepregunta por qué estoy tan preocupado yyo le miento, me hago el tonto, le digoporque nadie me quiere. Entonces ellame sonríe y yo la coqueteo y le hagopreguntas bobas y ella me cuenta cosasde su vida y yo finjo interés pero en

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realidad sólo quiero olvidar por unmomento mi desgracia y darle un beso.Por eso dejo caer con aire distraído mimano sobre la malla negra de su pierna.No parece incomodarse, seguimosconversando y ella toma un poco delchampagne de mi copa y yo le digo ereslinda, y ella se sonroja y le brillan losojos almendrados y se acomoda el pelonegro azabache.

Ya es primero de enero, Año Nuevo,y yo le digo feliz año y le doy un besoen los labios, y ella me mira traviesa ydice no seas loco, que si me venbesándote me botan, y yo le digoentonces, que no nos vean, y nosagachamos y le doy un beso borracho y

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desesperado, y ella se incomoda unpoco aunque no tanto y me dice eres unloquito pero un loquito lindo, voy a daruna vuelta y regreso en un ratito. Mequedo borracho y triste pensando quesoy un patético aspirante a gigoló queanda seduciendo a todas las azafatas dela cabina. Esta pobre chica no va aregresar con más champagne porque yasabe que quiero besarla y que no meimporta si después la echan del trabajo.Es Año Nuevo, voy a ser papá y estoyborracho.

Cuando bajo del avión, la azafata sedespide cariñosamente y me deja unpapel con su teléfono. Es un agradosentir la brisa húmeda que me revuelve

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la cara al bajar la escalinata, sacándomepor un momento del aturdimientoalcohólico en que me encuentro. Juréque no volvería en mucho tiempo, quesólo regresaría con la novela publicada,y ahora, nueve meses después, estoy deregreso, borracho, angustiado, con unapena horrible porque amo a Sofía perono quiero ser papá y odio la idea dehacerla abortar pero no veo otraalternativa. Mientras camino a duraspenas hacia el sudoroso agente demigraciones que sellará mi pasaportedespués de una cola infernal que merecuerda el caos tercermundista del quesalí huyendo, pienso que, una vez más,he sido incapaz de cumplir una promesa

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y he vuelto a esta ciudad que tantoaborrezco de la peor manera, ebrio yenfermo del corazón, más gay que nuncay con mi novia embarazada. Soy unperdedor, Bárbara tiene razón, soy unloser total, pienso en el taxi.

La ciudad no ha cambiado, es elmismo caos polvoriento y bullicioso, losletreros de pollerías con nombres eninglés, las casas de juego con luces deneón y dueños seguramentenarcotraficantes, los colectivoscochambrosos que zigzaguean sinrespeto alguno por la ley, un fragor debocinazos, gritos de cobradores y

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obscenidades de peatones borrachos ybarras bravas del fútbol que lo rompentodo a su paso, las paredesembadurnadas de lemas políticos ypromesas de amor, la cochinada general,la mugre en los rostros desdentados, lasensación de pobreza, de abatimiento yde confusión de la que quise escapar yque ahora me atrapa en el asiento traserode este taxi decrépito que se mete entodos los huecos de la calle y me golpeasin tregua.

Sofía sabe que he llegado y meespera en un hotel de San Isidro en elque me ha hecho una reserva por tresnoches. No quiero ir a casa de suspadres y menos a la de los míos. No

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quiero que se enteren de que estoy enesta ciudad. Sólo Sofía y sus dosempleadas de confianza, Matilde yGloria, que darían la vida por ella,saben que he venido a Lima, aunque esasdos señoras a su servicio ignoran queella está embarazada y creen que miviaje es un acto de amor. Llego al hotel,me registro de prisa y, todavía de noche,el eco de las fiestas de Año Nuevoretumbando en el aire, entro en lahabitación donde ella, mi chicaembarazada, me espera. Toco la puerta.Sofía me abre, me mira con amor y nosabrazamos sin pudor delante del botonesque carga mis dos maletines. Graciaspor venir, me dice al oído. He venido

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porque te amo y nunca te dejaría solaen un momento así, le digo, mirándola alos ojos, tan pronto como el botones semarcha con su propina. Nos besamos.Ella siente el aliento amargo delchampagne en mi boca y me pregunta sihe tomado. Le digo que no, pero mimirada me traiciona y quizá mis pasoserráticos también. Espérame en lacama, me voy a lavar, digo. Entro albaño, me doy una ducha rápida y salgocon una toalla en la cintura. Ella se hametido en la cama, está viendo latelevisión y tiene los ojos hinchados detanto llorar. Es una mujer hermosa, nomerezco que me ame. Ahora está así,jodida, por mi culpa, porque soy un

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demente, un irresponsable.Me acuesto a su lado, la beso,

acaricio su pelo, ella se esconde en mipecho. ¿Qué vamos a hacer?, preguntocon la voz más tierna que me sale delcorazón. No sé, no sé qué hacer, diceella y me mira con angustia. ¿Quéquieres hacer tú?, pregunto. Ella sequeda callada, mueve la cabeza conansiedad, me mira como pidiéndomeperdón. Es una locura —dice—. No sé.Yo, borracho a pesar de la ducha yamándola no obstante ser gay, le digo:Sí, es una locura tenerlo, pero ¿quierestenerlo? Ella me mira con amor y seatreve: Sí, quiero tenerlo, no puedoabortar este bebito que es tuyo,

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nuestro. Yo la beso despacio, la miro alos ojos y digo: Si quieres tenerlo,vamos a tenerlo, cuenta conmigoabsolutamente. Ella me abraza, seenrosca conmigo, llora en mi pecho. Tequiero tanto —susurra—. Eres unhombre bueno. Por eso te amo. Yo séque se equivoca, pero guardo silencio,conmovido. ¿Dónde quieres tenerlo?,pregunto, con serenidad, como si nadame diese miedo. Allá —contesta ella,sin dudarlo—. Acá sería una locura. Yole doy la razón: Si vamos a tener estebebé, tiene que nacer allá. Claro —dice ella—. Mucho mejor. Acá sería unescándalo con mi familia y la tuya y tuimagen de televisión y todo eso.

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Se hace un silencio mientrasacaricio su pelo y ella me da besos en elpecho. Le encanta acomodarse así, sucabeza en mi pecho, y sentir mi manojugando en su pelo. ¿Entonces vamos atenerlo?, insisto. ¿Tú quieres?, preguntaella. Si tú quieres, yo quiero, respondo.Ella suspira abrumada y es valiente: Sí,yo quiero, y quiero tenerlo allá, yquiero que estés conmigo. Le doy unbeso en la frente y digo: Muy bien,entonces nos vamos cuanto antes aWashington. Luego nos besamos yhacemos el amor muy delicadamente, yantes de quedarme dormido pienso quequizá no sea una locura convencerme deque todavía puedo ser feliz con esta

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mujer y nuestro bebé. No puedoobligarla a abortar, me digo en silencio.Seré un hombre y la ayudaré a tener albebé. Luego busco su barriga, la beso,acomodo mi cabeza sobre ella y lloroporque soy un perdedor, un mal escritor,un puto perdido, el novio de esta chica yel padre de este bebé que no merecía unpapá tan impresentable. Estoy jodido,pienso, besando su barriga. Estoycondenado a ser un hombre aunque noquiera.

Amanece en Lima. Se oyen todavíalos fuegos artificiales serpenteando en elaire y estallando allá arriba, el ladridode unos perros chuscos, el chirriar delas llantas de un auto cuyo conductor

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borracho morirá unas cuadras más allá.Esta noche tampoco voy a dormir.

Es primero de enero. Sofía se ha idoa casa de sus padres. Yo estoymalhumorado porque he dormido poco.Odio comenzar el año así, fatigado,ojeroso, con dolor de cabeza y en laciudad equivocada. No sé qué hago enLima, para qué vine, debería habermequedado en Georgetown y no darleilusiones a Sofía. Es una locura tener albebé. ¿En qué estaba pensando anochecuando me hice el valiente y le dije queno hay ningún problema con tenerlo?Ahora Sofía está ilusionada con ser

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madre y no será fácil llevarla a abortar.Será mejor postergar el aborto paracuando volvamos a Washington. Estoymuy incómodo en esta ciudad. Ya notengo un departamento ni un auto, ahorasoy un turista y un peatón. No meprovoca salir a la calle. Tengovergüenza de que me reconozcan. Noquiero que me pregunten dónde estoyviviendo, qué me pasó, por quédesaparecí, cuándo volveré a latelevisión. No tengo fuerzas para mentirni dar explicaciones. Tampoco tengocoraje para decir que me fui porque soygay, porque no me atrevo a ser gay ytampoco a escribir en esta ciudad. Esaes la verdad, aunque duela. Podría pasar

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por casa de mis padres pero sería unmal rato seguro. Los puedo imaginarsentados al lado de la piscina, comiendolos bocaditos que trae una empleada conmandil celeste, comentando la noche deAño Nuevo, papá renegando de losvecinos que reventaron cohetes hasta elamanecer, mamá un poco somnolientaporque tomó una copa de vino y le sentómal. No debo ir a verlos.

Papá me recibiría con cara de perro.Debe de estar resentido porque le dijeque no me llamara más por teléfono nime enviase revistas y recortes deactualidad a Washington. Mamá sealegraría al verme, pero sólo paraatormentarme con su prédica religiosa y

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sus exhortaciones a que conduzca mivida por el camino del bien. Porqueella, como Sofía, quiere que yo vuelva ala universidad, pero no a estudiarfilosofía, sino teología, y sueña, comoPeter, con que, ya graduado comoteólogo, me dedique a la política y seacandidato a algún puesto públicoimportante, a presidente en el mejor delos casos, porque ella es ambiciosa,como cualquier supernumeraria delOpus Dei, y no se conforma con tener unhijo alcalde o concejal, ella quiere unhijo primer ministro o presidente,siempre que sea un presidente muy pío,muy devoto, un presidente que prohíbael aborto, el divorcio, la

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homosexualidad, las drogas, la risa ytodas las religiones que no sean lacatólica. Mamá tiene reservado esedestino para mí, el de presidenteultraconservador que rija los destinosdel país según la Constitución, y muchome temo que voy a tener quedefraudarla, porque yo me he trazado undestino distinto: en el exilio,desintoxicado de fundamentalismosreligiosos y entregado con pasión a loslibros y a mí mismo.

Por eso no quiero ir a casa de mispadres, porque les echaría a perder elalmuerzo del primero de enero yterminaría pensando que he dejadoembarazada a Sofía por limpiarme una

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paja con hojas de la biblia de tapa duraque mamá me envió para salvarme delas tentaciones del diablo. Tampocotiene sentido que vaya a casa de Sofíacon esta cara hinchada, estas ojeras yeste dolor de cabeza. No quiero que mevean así, demacrado y abatido. Tambiénpuedo imaginar sin dificultad a Sofía y asu familia, sentados en la terraza convista al jardín, tomando vino blanco,comiendo quesos, Peter hablando de susproyectos ecológicos en Machu Picchu,Francisco y su novia Belén comentandolo difícil que se les hace la vida deestudiantes en Boston sin empleadasdomésticas, Isabel muy linda en unvestido veraniego, calculando el dinero

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que le dará Fabrizio por el divorcio yconsultando cómo invertirlo, Sofíafingiendo interés en la conversación,sonriendo sin ganas, pensando en elbebé que les esconde, en el novio quetambién les esconde en un hotel de SanIsidro y en el futuro tormentoso que nosaguarda, y las empleadas Matilde yGloria yendo y viniendo con fuentes debocaditos mientras los perros no secansan de ladrar porque quieren que lesabran la puerta para salir a correr por elbarrio, y entretanto el vecino haciendosonar una música chillona y vulgar, yahora Bárbara pidiéndole a Peter quehaga algo, que hable con el alcalde, quearresten a este cholo pezuñento que nos

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ha tocado como vecino, que chanquensu casa con un bulldozer, o si no nosmudamos de acá cuanto antes, porqueeste barrio se ha maleado muchísimo,Peter, y ya es insoportable vivir así conlos cholos en las narices.

También podría llamar a la chicalinda que besé en el avión, la azafatacuyo nombre no recuerdo, pero no tengofuerzas para seguir haciendo el papel dehombre, ya bastante me cuesta hacerlocon Sofía. Además, he dormido poco ymal, así que hoy sólo puedo ser muy gay.Me siento muy gay, un puto angustiado yperdido, víctima de la discriminaciónhomofóbica que me ha perseguido lavida entera, comenzando por mis padres,

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pasando por curas y profesores yterminando en la canallesca prensaperuana, siempre dispuesta a cebarsecon los gays y a hacer escarnio de ellos.Hoy quiero sentirme muy gay. Necesitoque un hombre me bese en la espalda yno hay nadie en esta ciudad que meprovoque más que Sebastián, a quien, enun momento de obnubilación, dejé porSofía.

Salgo del hotel y la señora de larecepción me pregunta ¿y cuándovuelves a la televisión, Gabrielito, quese te extraña?, y yo sonrío como un niñobueno, como el personaje ganador de latelevisión, y digo vamos a ver, vamos aver, conmigo nunca se sabe, y ella me

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hace un aspaviento coqueto con la mano,chau, Gabrielito, feliz año, y yo salgocon el andar más varonil que puedenimprovisar, detengo un taxicochambroso, subo a duras penas y, trasnegociar la tarifa con tacañería, le pidoal conductor que me lleve al malecón,donde espero que siga viviendoSebastián.

No digo una palabra para que eltaxista barrigón, que va escuchando unacanción de moda, no me reconozca yhaga preguntas que sólo podríaresponder mintiendo. La ruta es unapesadilla y me recuerda la barbarie dela que escapé y debo mantenerme lejos,el futuro que no quiero para mi bebé si

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Sofía impone su voluntad y le da vida:la insoportable grisura de la ciudad, lafealdad de sus edificios construidos amedias y sus comercios empobrecidos,el desánimo que se respira en el aire ysalta a la vista en cada esquina, allídonde pululan los niños mendigos, lostullidos pedigüeños y los ladronzuelosque rompen las ventanas de los autos,las mujeres con los pechos caídos y losbebés en la espalda pidiendo limosna alpie del semáforo, los ex drogadictos quevenden caramelos y piden unacontribución para el centro derehabilitación que dicen que los curó.

En diez minutos llegamos almalecón. Pago de prisa, desciendo de

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ese vejestorio que escupe un sonidovocinglero y ahora se marchatraqueteando como si fuera a desarmarseen la próxima esquina. Miro el mar yconfirmo que esto es lo que más extrañode Lima, este paisaje brumoso al pie delos acantilados, entre parejas que sebesan y se frotan. Es verano. Abajo lasplayas son hervideros de gentes queduermen la resaca al sol. El mar lamesuavemente las orillas rocosas y ofreceal bañista un montón de cacadesperdigada que ha sido vertida allípor los desagües de la ciudad, lo que noparece intimidar a toda esa gente, quedesde arriba semeja un hormiguero y sebaña en el agua salada y cagada del mar

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peruano. Dios libre a mi bebé de estavida de mierda, pienso, con el orgullode saberme de paso y la convicción deque en un par de días estaré de regresoen Georgetown, lejos del caos.

El edificio en que vive Sebastián esalto y moderno y está pintado muyadecuadamente de rosado opaco, lo queparece describir el carácter gaydisimulado del dueño del piso siete, miex novio. Aunque sé bien lo que quiero,me asalta un extraño pudor antes detocar el timbre. Nadie contesta. Mirohacia arriba, pero nadie aparece. Vuelvoa tocar el timbre. Un sol tibio muere en

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mi cabeza, el viento levanta unapolvareda, en el parque más allá sepelean los perros chuscos y se besansobre el césped los amantes con alientoa ron barato. Al tercer timbre, yaresignado a irme, oigo la voz metálicade Sebastián, ¿quién es?, y contesto conla mayor delicadeza hola, Sebastián,soy Gabriel, y él, con una voz que másparece ladrido, ¿Gabriel qué?, y yo,herido en mi orgullo, Gabriel Barrios,feliz año. Se queda en silencio y yopermanezco allí parado esperando a queme abra la puerta, y él estabadurmiendo, huevón, me has despertado,¿qué hora es?, y yo las dos y media,ábreme, que vengo a visitarte un ratito,

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y él, con muy malos modales, ¿quéquieres?, y yo, muy digno, sólo quieroestar contigo un ratito porque mañaname voy de viaje, he venido a Lima dosdías y me gustaría verte, y él bueno,sube, pero sólo diez minutos porquetengo que ir a casa de mi hembrita.Oigo la alarma que destraba la puerta yme permite entrar. Subo por el ascensor,dándome un vistazo en el espejo yacomodando el pelo chucaro que caesobre mi frente. Cruzo los dedos paraque Sebastián me reciba con las mismasganas de un revolcón amoroso queaniman mis pasos. Se abre el ascensor ySebastián me espera en la puerta de sudepartamento con cara de dormido, el

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pelo revuelto, hinchados los ojos,molesto porque lo he despertado. Nolleva nada de ropa, salvo unoscalzoncillos negros, apretados. Así, enropa interior, con cara de resaca y elpecho levemente velludo, Sebastián merecuerda, por si hacía falta, que soy muygay y nada me gusta más que acostarmecon él. Me mira con mala cara, caminohacia él, lo abrazo y le digo feliz año,perdona por despertarte, pero moría deganas de verte. Feliz año, contesta aregañadientes y cierra la puerta detrásde él.

El departamento es pequeño y no letoma mucho caminar hasta su habitaciónsin decir palabra, tumbarse en la cama y

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estirarse con una mueca perezosa. ¿Teacostaste muy tarde anoche?, pregunto,sentándome en la cama, y él me mirasabiendo lo mucho que lo deseo, y dicesí, tuve una fiesta con Luz María,ahora estoy con una resaca de mierda,y yo, servicial, ¿quieres que te traigaalgo de la farmacia?, y él no, gracias,pero tráeme una botellita de agua de lacocina. Voy a la cocina con premura deempleada recién estrenada y regreso conuna botella de agua, y él toma un par detragos largos y eructa sin vergüenza.¿Cómo van tus cosas?, pregunto, y élahí, dándole, y yo ¿pero contento?, y élsí, no me quejo, al menos tengo trabajoy gano buena plata, y yo ¿y qué tal con

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Luz María?, y él, abriendo las piernas,rascándose la entrepierna, contento,tranquilo, cero problemas con mi chica,nos compenetramos súper bien, y yo loodio por decir eso que suena tan feo,nos compenetramos, pero Sebastián esasí, siempre me sorprende con algunapalabreja, y no me pregunta nada, memira con cara de perro, no hace elmenor gesto de cariño, mira el reloj ydice en un ratito me tengo que ducharporque Luz María me espera. Meatrevo a preguntarle ¿estás molestoconmigo?, y él, tranquilo, no, paranada, ¿por qué voy a estar molestocontigo?, y yo no sé, porque te sientofrío, y él no, no, lo que pasa es que

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estaba durmiendo y tengo una resacade puta madre, ¿qué quieres?, ¿que meponga a bailar un merengue contigo?Yo miro ese cuerpo hermoso que ahorasiento tan lejano y maltrato mi orgullodiciéndole he venido porque me muerode ganas de estar contigo como antes.Luego pongo una mano en su pierna y lomiro suplicándole un beso, y él aja, ¿osea que me extrañas?, y yo sí,muchísimo, he pensando en ti todo estetiempo, me he hecho mil pajas contigoen la cabeza, y él sonríe halagado y dicequé bueno, ¿pero sigues con Sofía o yaterminaron?, y yo no, no, seguimos,estamos viviendo juntos en Washington,pero igual te extraño un huevo, y él no

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me dice si me extraña, me mira conarrogancia y dice ¿pero ella sabe queme extrañas, que te la corres pensandoen mí?, y yo claro, y él ¿no le jode?, yyo no, no le jode, si ella también fue tuamante, y él se ríe de buena gana y dicesí, pues, qué cague de risa, me acostécon los dos y ahora ustedes son pareja,y yo me pongo serio y digo en realidadno somos pareja, vivimos juntos peroyo soy demasiado gay para ser feliz enpareja con una mujer, tú sabes, y él sí,claro, yo te dije eso cuando túempezaste a salir con Sofía, pero no mehiciste caso y te importó un pincho, yahora me habla como si estuvieseresentido, no me mira bien, hay un

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rencor empozado en sus ojos, y por esole digo ¿sigues empinchado conmigopor eso, porque me enamoré de Sofía ydejamos de vernos?, y él me mira confrialdad, no, empinchado no, perodolido sí, porque te fuiste con unahembrita que era mi amiga íntima ydejé de verlos a los dos.

Me acerco a darle un beso y él dejaque bese sus labios pero no hace elmenor movimiento, simplemente se dejabesar. Luego beso su cuello, su pecho,sus tetillas, y él no se mueve, se quedainmóvil, como si estuvieseconcediéndome un premio deconsolación, el de su cuerpo espléndido.Cuando acaricio su sexo por encima de

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los calzoncillos negros y lo sientoendurecerse, él me detiene con unasonrisa cruel y dice sorry, Gabriel, estarde, voy a ducharme. Luego se levantade la cama y me da un abrazo, graciaspor venir, feliz año, cuídate y salúdamea Sofía, y yo ¿puedo ducharmecontigo?, y él me mira con lástima y medice no, mejor no, nos vamos aconfundir, lo nuestro ya terminó y esmejor dejarlo así. Le doy un besorápido en la boca, y él, sabiendo que mehace sufrir, se baja los calzoncillos yqueda desnudo y con el sexo erguidofrente a mí, recordándome lo que meestoy perdiendo, lo que dejé por irmecon Sofía, y me dice chau, buen viaje,

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gracias por la visita. Lo miroembobado y él me da la espalda y semete en la ducha soltando unaflatulencia.

Disgustado, me marcho tan rápidocomo puedo. Camino perdido por elmalecón, viendo a los amantes que sebesan calenturientos, arrepentido dehaber visitado a este hombre que fuemío y que ahora me desprecia, y detengoel primer taxi que veo pasar. Me hundoen el asiento de atrás y lloro en silencio.Lima me está matando. El aire que vienedel mar me golpea la cara, me revuelveel pelo y se lleva las lágrimas que caenpor Sebastián, por Sofía, por el bebéque no puede nacer, porque todo se ha

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ido a la mierda y ahora estoy solo, tristey confundido.

Regreso a Georgetown antes de loprevisto. Apenas pasé dos noches enLima y no aguantaba una más. Sofía noquiso acompañarme en el viaje deregreso. Prefirió quedarse unos días enesa ciudad que le resulta menos hostilque a mí, descansando, siendo mimadapor las empleadas a su servicio,visitando a sus amigas, almorzando en elclub de polo y pasando tardes tranquilasen la playa, cien kilómetros al sur. Llegoextenuado pero contento al aeropuertode Washington. Me subo a un taxi

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manejado por un africano que no tieneinterés en hablar más de lo estrictamentenecesario, lo que se agradece, teniendoen cuenta las nueve horas de vuelo quellevo encima, y me dejo embargar poruna cierta alegría cuando cruzamos elKey Bridge y veo las calles apaciblesde Georgetown, este barrio tan hermosodel que no quiero irme. Nadie elige ellugar en el que nace, es unaarbitrariedad a la que debo resignarme,pero, si tengo suerte, podré elegir ellugar en el que deseo vivir, y yo quierovivir en este país, en esta ciudad yespecialmente en este barrio.

Mientras recorremos la calle 35,admiro las casas de tres pisos que miran

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los campos verdes, adyacentes a launiversidad, donde juegan al fútbol lasmujeres jóvenes con una vehemencia dela que yo sería incapaz a estas alturas demi vida. Al llegar al departamento,enciendo la calefacción, mato trescucarachas arrojándoles un aerosol en lacocina, reviso el correo —sólo cuentaspor pagar y cartas de Laurent que no voya abrir porque no las entendería—, mepongo ropa deportiva y, a pesar de quelas calles están heladas y ya oscurece,salgo a correr para sentir el pulso delbarrio y ordenar mis ideas. Trotando apaso lento por la calle 34, me digo quedebo volver al plan original: Sofíatendrá que abortar. Lo haremos acá. Será

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más fácil que en Lima. Quizá hasta lopague el seguro médico de launiversidad. Estos días averiguaré cuáles el mejor lugar para llevarla a abortar,cuánto cuesta la operación y quédebemos hacer para pedir una cita. Deese modo, cuando ella regrese, seencontrará con que todo está dispuestopara abortar.

Estoy molesto conmigo mismo.Corro más de prisa que de costumbrepara sacarme de encima esta furia queme aprieta la mandíbula y me pesa en lacabeza como un ladrillo. No deberíahaber dejado a Sebastián por ella,pienso. No debería haberme engañadopensando que era posible ser feliz con

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una mujer. No debería haber venido aesta ciudad. No debería haber tenidosexo sin protegerme. No debería haberconfiado en su palabra. No deberíahaber sido blando, viajar a Lima ydecirle que no me opongo a que seamospadres. Toda esa larga cadena deerrores, me digo corriendo como unenergúmeno en medio del frío, es laconsecuencia de mi probada cobardía.He tratado de huir de mí mismo y no sergay, por ahora tengo una novia y la hedejado embarazada. Mi vida es unapelícula mala, serie B, bajo presupuestoy cámara vacilante.

Tengo que editar esta secuencia dehechos desafortunados en la penosa

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cinta de mi vida. Editar, borrar,suprimir, eliminar; eso es lo que haré,editar el error que hemos cometido.Todavía puedo corregir la película ybuscarle un final feliz. Ese desenlace noes otro que abortar, despedirme de ella,mudarme solo, seguir escribiendo ybuscarme un novio. Porque Sebastiántambién será editado de la película demi vida. No tiene sentido seguirpensando en él, darle un protagonismoque él mismo desprecia. No meconviene estimular más la fantasía boba,irreal, de que volveremos a ser amantes.En realidad, no quiero tener un novioperuano. No volveré a vivir en ese país.Me quedaré acá. Buscaré un novio en

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este barrio tan lindo, un hombre que notenga miedo de ser gay, que no escondacomo Sebastián su verdadera identidady no necesite salir a la calle tomado dela mano con una mujer que en verdad noama. Editaré al bebé, a Sebastián y aSofía: haré un corte preciso en elmomento oportuno, se irán a negro yrecién entonces retomaré la dirección dela película de mi vida. Porque ahora heperdido el control y la cámara la llevaSofía, es ella quien tiene la últimapalabra y no será fácil convencerla deque editemos su embarazo. Porque supelícula termina de un modo muydistinto de la mía: tenemos al bebé, noscasamos enamorados, me gradúo en

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Georgetown como filósofo, regresamosa Lima, nos afiliamos al club de polo,compramos una casa de playa en esafranja privilegiada del kilómetro ciendonde los indios y los mestizos sólocaben como empleados domésticos y mededico a la política para que ella algúndía sea la Primera Dama que convirtió aun Escritor Gay en PresidenteHeterosexual del Perú.

Esa superstición me aterroriza. Sébien que me haría infeliz. Mi película esun corto oscuro y deprimente, unasucesión de imágenes tristes en las queun hombre, incapaz de amar, se hunde ensu propia soledad, devorado por unprofundo rencor contra sus padres, y se

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encierra a escribir con una violencia queno puede dominar, traicionando a sufamilia y a sus amigos, y entregándose alsexo en encuentros desalmados. Así meveo cuando sea viejo: escribiendo en uncuarto con arañas en las esquinas,gordo, solo y apestoso, rumiando ensilencio mis fracasos, gritandoobscenidades contra mí mismo, llorandoporque no tuve coraje para ser padre.Entretanto, a la espera de que ellavuelva de Lima, he regresado a mi rutinade escribir, dormir mucho y salir lomenos posible para evitar el ruido y lagente. Me acompañan los niños del patiode juegos, las cucarachas de la cocina,los jadeos amorosos de la pareja vecina,

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unos pocos discos que repito sin cesar yla voz de Sofía en el teléfono,anunciando que está por llegar.

Ahora estoy en el aeropuerto Reaganuna noche helada, esperándola conflores en la mano. La gente me mira ypiensa que soy un hombre bueno. Nosaben que estas rosas son una trampa,una emboscada, un señuelo para que ellacrea que la amo y, contra sus instintos,se resigne a abortar. Sofía llega conretraso, se ilumina con una sonrisacuando me ve extendiendo las flores,luego me besa y me abraza, y nosquedamos abrazados un momento. Ellame dice pensé que el avión se iba acaer, y yo no seas tontita, bienvenida a

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Washington, y ella me mira con sus ojosamorosos, sonríe y me dice tengo unantojo, y yo, como jugando, dime,¿cuál?, y ella que me lleves a comerahorita a Au Pied du Cochon, y yosonrío, beso su frente y le digo vamos,encantado, dejamos las maletas en lacasa y vamos a comer.

En el taxi nos tomamos de la mano,nos besamos, nos decimos cosas dulcesal oído, le prometo que todo va a estarbien. ¿Por qué, cuando estoy con ella,caigo en este trance hipnótico, quedoembobado, olvido mis planes y digotantas insensateces que después, estoyseguro, no podré cumplir? No lo sé, seráque esta mujer es adorable y que, muy a

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pesar mío, la amo más de lo quequisiera. Me alegro de tenerla de vuelta.¿Quién no quisiera tener una novia comola mía?

Después de dejar las maletas en eldepartamento, la llevo a cenar a Au Pieddu Cochon. En medio de los comensalesque hablan agitadamente y fuman en sumayoría, elegimos una mesa afuera, enla terraza cubierta por un techo deplástico que la protege del frío, en unrincón débilmente iluminado por pocasvelas. Sofía me mira con gratitud yordena una sopa de cebolla, un plato dequesos y una copa de tinto de la casa.No puedes tomar, me apresuro, y ella,halagada, una copita no es nada, y yo

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bueno, como quieras, pero casi mejor sitomas sólo agua, y ella ay, no, no seasaburrido, te prometo que sólo tomomedia copita, y el mozo nos miraimpaciente y yo ordeno un pollo alhorno. Si quiero que Sofía aborte, ¿porqué finjo preocuparme cuando pide unacopa de vino? Soy un idiota, pienso unacosa y digo otra distinta ycontradictoria. Es lo que soy, una sumaincontable de miserias y traiciones.Sofía me cuenta los pormenores delviaje, ensañándose con una azafata quela trató con rudeza (no sé por qué,siempre se pelea con alguna azafata).Parece animada, contenta. No sabe quetengo un plan secreto, hacerla abortar, y

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que he hecho una cita en una clínicacerca de Dupont Circle para la próximasemana. Me siento un impostor: la miroembobado como si la amase, cuando enrealidad pienso hacerla abortar y luegoescapar, dejándola sola, malherida.

Cuando se cansa de contarme loschismes de nuestra ciudad, y mientrascomemos con remordimiento esos panescon mantequilla, pierdo el control, dejode actuar, me harto de la duplicidad yrevelo mi verdadero rostro, el de unhombre mezquino, sin escrúpulos. Hecambiado de opinión, digo, muy serio.¿A qué te refieres?, pregunta ella. Creoque tenemos que abortar, digo,mirándola con ternura, pero mis

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palabras me delatan y no la engañan.¿Por qué piensas eso?, pregunta,dolida. Porque lo nuestro no tieneningún futuro, afirmo. Yo sé que lascosas son difíciles, pero no tires latoalla tan rápido —me anima, forzandouna sonrisa—. Tratemos de estarjuntos, yo creo que sí podemos serfelices —insiste—. Tienes que dejartequerer, no le tengas miedo al amor —me aconseja—. Yo te amo y estoysegura de que tú también me quieresmucho, sólo que tienes miedo acomprometerte y eso es normal. Sofíame mira con ojos rebosantes de amor yeso me enerva. No es así —lainterrumpo—. No estoy enamorado de

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ti. No te engañes. Te quiero mucho, sí, yeso no va a cambiar, pero soy gay. Ellaha escuchado las palabras prohibidas:Soy gay. Su rostro se ensombrece,frunce el ceño. ¿Tenemos que hablar deeso ahora?, pregunta, molesta. Sí, ahoramismo —respondo—. Soy gay y voy apublicar un libro gay y no me vas aobligar a tener un hijo, digo, con unaviolencia que me sorprende. No, no tepuedo obligar a que seas papá —diceella, a punto de llorar, y toma un tragode vino—. Tampoco puedo obligarte aque te quedes conmigo. Si no estás felizen el departamento, ándate cuandoquieras. Pero tú no puedes obligarme aabortar, dice, ahora llorando con mucha

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dignidad. Sí, vas a abortar —digo, y mesiento un canalla, un miserable—. Vas aabortar porque no tienes derecho aobligarme a ser papá. Ella meinterrumpe, furiosa: ¡Y tú no tienesderecho a quitarme a mi bebito! Yoinsisto: Vas a abortar, ya hice una citapara la próxima semana, déjate dehuevadas románticas, acepta que soygay y que lo nuestro no tiene ningúnsentido, y acabemos cuanto antes conesta pesadilla.

Sofía me mira desolada. Hace unahora le daba un ramo de rosas yacariciaba su barriga y le decía al oídotranquila, mi amor, que todo va a estarbien, y ahora, en su restaurante favorito,

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la traiciono y le digo que tendrá queabortar porque no la amo y es un estorboen mi vida. Soy un mal bicho, no tengoperdón. El mozo deja la sopa de cebollapero Sofía ni la mira. No sé si voy apoder abortar —dice—. No seas maloconmigo. —Me suplica con la mirada—. Entiéndeme. No puedo matar a unbebito que llevo en mi barriga. ¿Tandifícil es entender eso? Yo muestro mipeor cara: ¿Y tan difícil es entender queno quiero ser papá porque soy gay y nopuedo ser tu pareja? Sofía no aguantamás. Está llorando. Me voy a dormircon Andrea, no me esperes, dice, y sepone de pie y se marcha presurosa. Yobebo su sopa de cebolla y me siento un

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tipo abyecto.Más tarde, tirado en la cama, viendo

a Letterman sin poder reírme, llamo aldepartamento de Andrea y pregunto porSofía, pero Andrea me contesta: Noquiere hablar contigo. Dile que, porfavor, venga a dormir, insisto. No creoque vaya, está descansando, llámalamañana, responde, y cuelga. Ésta va aser la peor pesadilla de mi vida, pienso,y trato de tocarme pensando en unhombre pero no puedo. Recuerdo laescena de Au Pied du Cochon y meinvade una vergüenza profunda, que mehace llorar bajo la almohada. ¿Por quésoy tan malo y egoísta? ¿Por qué hagosufrir tanto a la única mujer que me ha

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querido incondicionalmente? ¿Por qué lahe humillado así? Dios, perdóname, quees tu oficio, porque yo no puedoperdonarme.

Sofía me perdona siempre, sólo ellaes capaz de perdonar lo imperdonable.Regresa al día siguiente, después declases, cuando estoy escribiendo. Alverla entrar con el rostro demacrado, mepongo de pie, la abrazo y le digoperdóname por las cosas feas que tedije anoche en el restaurante. Ella, conuna calma que me sorprende, dice: No tepreocupes, yo entiendo que no es fácilpara ti, ya pasó, está todo bien. Luego

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entra a la cocina, prepara cosas ricasque acaba de comprar y me llama atomar lonche. Sobre un mantel decuadros, sirve muffins con queso yjamón, galletas, pasta de guayaba,ensalada de frutas y unos jugos de peraexquisitos. Amo a esta mujer tanhacendosa, que no se cansa de idearmaneras para hacerme feliz. Comemosen silencio. Extrañaba tanto mi mesa ymi cocina, dice. Me imagino, digo. Noquiero mencionar el tema prohibido.Parto un pedazo de guayaba y saboreo eldulce que se deshace en mi boca. ¿Tevas a mudar?, pregunta, con una vozdébil. No sé —digo—. No sé qué hacer.Ella pone su mano sobre la mía y me

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acaricia. Perdóname —dice—. Esteembarazo es mi culpa. Yo sé que elmomento no podía ser peor. Te juro quelo siento en el alma por ti. Yo la mirocon ternura y digo: No, perdóname tú.Yo debería haberme cuidado y no lohice, y ahora estás sufriendo por miculpa.

Sofía pasa su mano por el pelo quecae sobre sus hombros. Está vestida conunos jeans, casaca gruesa y botas dejebe para protegerse de la lluvia. ¿Quéquieres que haga?, me pregunta, con unaserenidad que me desarma. Me quedo ensilencio. No quiero lastimarla pero deboser franco. Tenemos una cita el lunes enla clínica, digo, sin mirarla a los ojos.

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Creo que lo mejor es ir juntos. Ellapermanece callada, me mira con pena.¿Estás seguro?, pregunta. No —digo—.No estoy seguro de nada, me da muchapena, pero creo que es lo mejor. —Como ella no dice una palabra, insisto—: Si vamos a la clínica, será duropara ti, yo lo sé, pero me quedarécontigo, no me mudaré, lo tomaré comoun acto de amor y no te daré laespalda. Sin embargo, al mismo tiempopienso: es mentira, huiré como uncobarde tan pronto como te recuperesdel aborto. Continúo hablando:Podemos irnos unos días al campo, aMaryland o a Virginia, a esos bed andbreakfast lindos que salen en los

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periódicos, y recuperarnos juntos deeste mal momento. Yo te prometo que note voy a abandonar y te voy a querermás si vienes conmigo a la clínica.

Me siento un manipulador y untramposo prometiéndole amor siempreque aborte. Soy un asco. Ella, que es tanbuena, no lo advierte. Pero duda: ¿Y sino voy a la clínica? Yo no vacilo mirespuesta: Si no vamos el lunes a laclínica, me tendré que ir de acá cuantoantes, no podría quedarme contigo.Ella trata de tomarlo con calma pero leduele y apenas consigue disimularlo:¿Por qué? ¿Por qué te quedaríasconmigo si aborto y me dejarías si noaborto? ¿No te das cuenta de que si no

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puedo abortar es por amor a ti? Yoprocuro no enfadarme. Mantengo lacalma, preservando un tono de afecto enmi voz: Sí, entiendo que no quierasabortar por cariño al bebito y a mí. Loentiendo. Pero si decides tenerlo, yo nopodría quedarme contigo porqueestaría muy nervioso, muy abrumado,viviría de mal humor y te haría la vidaimposible. Por eso me iría, paradejarte en paz y no amargarte elembarazo. Muerdo más dulce deguayaba y ella me mira desolada, comopidiéndome un poco de nobleza. No medejes —me ruega—. Voy a tratar deabortar, pero si no puedo, no me dejes,añade. ¿Vas a tratar?, pregunto,

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acercándome a ella, acariciando surostro. Sí, voy a tratar, confiesa con undolor que ensombrece su mirada y lequiebra la voz. ¿Vas a venir conmigo ala clínica el lunes, mi amor?, pregunto,besándola en la frente, en las mejillas.Sí, voy a ir, se resigna, derrotada. Es lomejor, digo, mirándola con cariño, ypienso al mismo tiempo: soy unmanipulador, estoy torturando a estapobre mujer, no tengo derecho dehacerle esto. Yo no sé si es lo mejor,pero si tanto me lo pides, lo haré por ti,dice ella, y rompe a llorar, y yo laabrazo, su rostro en mi pecho, y leprometo: Tranquila, todo va a estarbien, tenemos que ser fuertes, salir de

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esta crisis y seguir juntos. Quizá másadelante, cuando sea el momentoadecuado, tendremos un hijo. Peroahora no podemos, mi amor. Es unalocura. Vamos a sufrir mucho y esapobre criatura sufrirá también. Sofíaasiente llorando y dice con dificultad:Entiendo, entiendo, pero igual memuero de la pena.

Nos levantamos, la llevo a la cama yse deja caer abatida, como si le hubieserobado toda la ilusión que trajo al llegarde clases. Voy al teléfono, marco elnúmero del consultorio, me aseguro deque la cita siga en pie y le pido a Sofíaque dé sus datos generales y diga que iráel lunes. Ella me mira disgustada, sin

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entender por qué la violento de estamanera. Luego confirma que irá aabortar y me devuelve el teléfono conlágrimas en los ojos. Me echo a su lado,acaricio su pelo, la abrazo y hago queapoye su cabeza en mi pecho. Lloramoslos dos. ¿No te da ni un poquito deilusión tener este bebito?, me pregunta.No sé qué contestar. Sí, pero me muerode miedo —respondo—. Ningún bebémerece tener un papá como yo —añado—. Es una cobardía pedirte queabortes, pero sé que no voy a ser unbuen padre y prefiero evitarle a estebebé una vida de mierda. Ella llora, nome mira, no me entiende, pero me ama apesar de todo, y dice: Serías un gran

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papá, no sé por qué dices esas cosastan feas. Tú no mereces esto —le digo—. Mereces un hombre que te ame sinmiedo, que se muera de ganas de tenerun hijo contigo. Yo soy un pobre diablo.No te jodas la vida teniendo un hijocon un perdedor como yo. Aunque nome creas, te amo, te amo mucho, y amoa tu bebé, pero por amor a ti y al bebé,prefiero que abortes. Para que tengasuna vida mejor y para que ese pobrebebito no venga al mundo a sufrir.

Sofía descansa su cabeza en mipecho y habla desde el fondo de sucorazón: No sé si voy a poder abortar.Yo respondo con frialdad: Sí vas apoder. Lo vas a hacer por amor a mí.

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Ella se estremece y dice: Nunca meimaginé que se podía sufrir tanto poramor. Yo me siento un miserable ypienso: tranquilo, ya la convenciste,ahora llévala el lunes a la clínica yresuelve cuanto antes este problema.Después, piérdete y no la veas más.

Es domingo a mediodía. Despiertoresfriado. He tenido pesadillas: mipadre encañonándome con una pistolade su colección; Sofía confesándomeque ama a un colombiano repugnante queme pidió mil dólares prestados en unhotel de Miami y nunca me los pagó;Sebastián y Geoff casándose en una

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playa y riéndose de mí porque me fuicon una mujer y perdí el amor. Paraevitar más pesadillas, a las seis de lamañana me he puesto un pantalón y unacamiseta de manga larga, pues habíadormido desnudo, la calefacción apenascalienta y estoy convencido de que laspesadillas me asaltan cuando tengo frío.Sofía no está en la cama cuandodespierto tosiendo, la narizcongestionada. La busco en eldepartamento pero no la encuentro.Tomo vitaminas y jugo de naranja y mesiento en la computadora a corregir loque escribí el día anterior. Poco despuésla veo llegar. Viene sonriendo, muyabrigada, con un gorro, una bufanda y

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guantes en las manos. Le doy un beso ysiento sus mejillas y su nariz heladas.Me fui al mercado de pulgas, me dice.Qué bueno —digo—. ¿Estuvistecontenta? Ella entra en la cocina y ponecafé a calentar. Mucho —responde—.Tú sabes que me encanta ir losdomingos a mirar chucherías aquí allado. Es cierto, Sofía gozaconfundiéndose en esa pequeñamuchedumbre de curiosos que husmeanentre baratijas, muebles decrépitos,antigüedades, ropa usada y toda clase deartículos extravagantes que sonexhibidos allí por un puñado devendedores en camiones y casasrodantes, muchos de los cuales lucen

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barbas crecidas y tatuajes, como sifuesen parte de una secta o cofradía queopera al margen del sistema. Yo prefieroquedarme en la cama y dormir un pocomás. ¿Compraste algo?, pregunto. Ellame mira con una sonrisa: Hice unatravesura. ¿Qué?, pregunto, curioso.Ven, ayúdame a cargar, me sorprende.¿Cargar qué?, digo, sin mucho interés.Es una sorpresita, dice ella, juguetona,y me toma de la mano y me lleva haciala puerta. Espera, que me abrigo unpoco, digo, y me pongo encima un sacón,sombrero y anteojos oscuros. Salimosdel edificio.

Es un día frío y soleado, los arceshan quedado resecos, una señora en

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buzo pasa cargando dos cuadros y nossaluda amablemente. ¿Me tenías quesacar al frío?, me quejo. Sofía me tomadel brazo y dice es sólo un ratito, noseas malo. Bajamos la escalera quelleva al estacionamiento donde se hainstalado el mercadillo, frente alColegio de Artes Fillmore y la academiade idiomas, entre la avenida Wisconsiny la calle 35. En menos de dos minutosllegamos a un pequeño toldo debajo delcual conversan unos hombres panzones,desparramados en sus sillas plegables,escuchando música estridente. Nada másverla, le sonríen a Sofía con simpatía yyo susurro ¿quiénes son estoscachalotes pervertidos?, ¿tus amigos?,

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y ella finge que no ha oído nada y lesdice hi guys, this is Gabriel, myboyfriend. Ellos me saludan sinentusiasmo y yo hago un ademán distantey pienso que Sofía, por muy embarazadaque esté, no debería andar diciendo quesoy su boyfriend, no cuando yo estoybuscando un boyfriend en este mismobarrio, aunque no en este mercado depulgas. Esta es la sorpresita —diceSofía, sonriéndome, señalando una cunablanca, y yo me quedo pasmado, sinentender nada, y ella—: ¿no está linda?,y yo sí, muy bonita, y ella radiante,jubilosa, coloradas las mejillas por elfrío, la punta de su nariz helada, ¿meayudas a cargarla, porfa?, y yo claro,

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encantado, porque debo hacer mi papelde boyfriend servicial delante de esosgordos barbudos que deben de ser unoscleptómanos que han robado esta cuna.

Ahora Sofía y yo cargamos la cunablanca, con un colchoncito amarilloadentro, y parecemos una pareja feliz,bien avenida, del todo heterosexual ycon planes de procrear. Un par deseñoras nos miran al pasar, seenternecen y una de ellas dice goodluck!, you’ll make a gorgeous baby, ySofía sonríe fascinada y yo pongo mimejor cara de tonto feliz y cargo la cunaarrastrando un resfrío que no cede yempeora con los minutos.

Ni bien entramos al departamento,

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Sofía me pide que llevemos la cuna a lahabitación. La dejamos al lado de lacama, y ella viene, me abraza, sonríecon aire maternal y me dice ¿no estálinda? Yo pienso: esta mujer se ha vueltoloca, anoche aceptó que irá a abortar yahora compra una cuna, ¿quién laentiende? Sí, está muy bonita, pero nosé para qué carajo va a servir, pierdola paciencia y me separo de ella. Noseas aguafiestas —dice, sin perder elbuen humor—. Simplemente la vi y meenamoré de ella y no pude evitarcomprarla, añade, despreocupada. Pero¿vamos a ir a la clínica mañana, no?,pregunto. Ay, no seas pesado, por ahorano quiero hablar de eso, dice,

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acomodando la cuna en un rincón.¡Cómo que no quiero hablar de eso! —levanto la voz, indignado—. ¿Se puedesaber qué carajo te pasa? ¿Vas aabortar mañana sí o no?, grito. Ella nose deja intimidar, se lleva las manos a lacintura y me mira desafiante: ¡Ya te dijeque voy a ir a tu maldita clínica! ¡Ya tedije que voy a tratar de abortar! ¡Perono sé si voy a poder! ¡Y me dio la ganade comprarme esta cuna, y si no tegusta, déjame sola y no me sigasamargando la vida! Ahora camina deprisa, entra al baño y cierra la puertacon llave. ¡Deberías ir a devolver lacuna donde ese par de pervertidos conlos que has estado coqueteando toda la

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puta mañana!, grito en la puerta delbaño. ¡No la voy a devolver! —gritaella más fuerte—. ¡Voy a quedarme conla cuna porque es linda y me hace feliz!No le doy tregua: y si abortas mañana,¿de qué carajo te va a servir? Ellaresponde, agitada: ¡No sé, ya veré,pondré una muñeca o un monito, ahoraándate a comprar el periódico ydéjame en paz! Antes de salir, grito:¡Gracias por joderme el día!

Tiro la puerta y me voy caminandode prisa por la calle 35. Al llegar a laesquina de la 33 y Dent, compro elWashington Post en la tienda de lamujer turca y me siento a una mesaafuera. Trato de leer el periódico pero

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no lo consigo, porque estoy demasiadocrispado.

Lunes, siete de la mañana. Suena eldespertador, lo apago en seguida y saltode la cama. Sofía sigue durmiendo. Voyal baño, me doy una ducha caliente y mevisto en silencio para no despertarla. Estemprano. A las nueve tenemos la cita enla clínica. Con salir media hora antes,llegaremos a tiempo, pues queda cercade Dupont Circle y un taxi desde acá nodemora más de quince minutos. Mesiento en la cocina y tomo desayuno:jugo de naranja, tostadas con quesocremoso, yogur cero grasa y un pedazo

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de dulce de guayaba. Sofía no podrácomer esta mañana, tiene que ir enayunas. Me acerco a la ventana y veo alos niños que, bien abrigados,enguantadas las manos, juegan en loscolumpios y la resbaladera, antes deentrar a clases. ¿Quiero realmente queSofía aborte nuestro bebé? ¿Estoyseguro de lo que estamos haciendo? Sí.No soy feliz, no quiero quedar atado aella para toda la vida, no puedo serpadre cuando me siento tan gay, no almenos con una mujer que, sospecho,quiere hacerme padre para impedirmeser gay. Me da pena, porque este bebécuya vida vamos a interrumpir en pocashoras podría ser un niño que juegue en

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unos años en este mismo patio frente ami ventana, una persona sana y alegreque disfrute de la vida ignorando que supadre se acobardó cuando ella estaba enel vientre de su madre, que fui un traidory preferí escapar antes que sacrificarmepor darle vida.

Eso soy, un cobarde y un traidor, ypor eso no quiero ser padre, porque mihijo tendrá vergüenza de mí y prefieroque no me conozca, que no venga almundo, que de un zarpazo quirúrgicodeje de existir. Estoy llorando frente a laventana porque esos niños que jueganabajo, en el frío, me recuerdan unafelicidad que mi bebé no conocerá. Enpocas horas, ese bebé que fue procreado

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en un momento de amor, de amor loco ydesmesurado, será sólo un feto sin vida,una promesa rota, un cuerpecillo amedio hacer que terminará en un pomo oenvuelto en la basura. ¿No me queda unpoco de compasión, una pizca dedignidad? ¿Voy a llevar a rastras a minovia para que aborte a mi bebé? ¿Tancondenadamente egoísta soy? ¿Mearrepentiré toda la vida por haberorganizado este aborto contra lavoluntad de Sofía? No lo sé. Prefiero nopensarlo. Ahora sólo tenemos que ir a laclínica y salir de este trámite odiosopero necesario. Voy de prisa al cuarto ydespierto a Sofía. Son las ocho —ledigo—. Levántate. En una hora

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tenemos que estar en la clínica. Ella memira con un aire de fragilidad que meconmueve. No me hagas esto, por favor—me ruega, tomándome de la mano—.No me lleves a la clínica. No puedoabortar. No seas malo. Yo saco lo peorde mí: Tenemos que ir, Sofía. No mehagas escenas, por favor. Esteembarazo es una locura y tú lo sabesmejor que yo. Levántate y vístete. Teespero en la cocina. Ella me miradesolada y yo me levanto, camino a lacocina y pongo el agua a calentar paraservirme un té. Soy una mierda, pienso.Estoy destruyendo a esta pobre mujer.Al no oír ruidos, regreso a los pocosminutos y la encuentro en la cama. Me

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siento a su lado, le acaricio el pelo y laveo sollozar. ¿Qué te pasa?, le digo. Nopuedo levantarme —dice ella—. Nopuedo hacer esto. Mi bebito está vivoacá adentro. No puedo ir a que me loarranquen a la fuerza. No puedo, dice,llorando. Yo apelo a la carta más ruin yhablo con frialdad: Si no vamos a laclínica, hago mis maletas, me voy y nome ves más. Elige: el bebito o yo. Si tequedas con el bebé, no me verás nuncamás, te juro que nunca más. Si vamos ala clínica, me habrás dado una pruebade amor y me quedaré contigo y quizáalgún día podremos tener un hijo, peroen las circunstancias apropiadas. Sofíame mira desgarrada, una pena infinita en

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sus ojos cafés, y yo me levanto, vuelvo ala cocina y bebo mi té de mandarina.

Un momento después, sale vestida ycon anteojos oscuros. Está pálida, lamirada hundida, bruscos y ásperos losmovimientos. Dice secamente: Vamos.Me pongo un sacón y un gorro y salimosa la calle. Miro el reloj, son las ocho ycuarto. Es temprano, estamos bien detiempo. Caminamos hacia la avenidaWisconsin en busca de un taxi. La tomodel brazo pero ella rechaza mi mano.Nunca te voy a perdonar que me hayashecho esto, dice, el rostro adusto,amarga la voz. Me quedo en silencio, noquiero decir nada que pueda poner enpeligro el aborto. Pensé que me

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querías, ahora ya sé que no me quieres,dice ella, la voz quebrada. No digaseso, claro que te quiero, respondo, ytrato de tomarla del brazo pero merechaza otra vez. No mientas —diceella, y me dirige una mirada furiosa—.Si me quisieras, no me harías esto. Nome conviene discutir, pienso. Cuantomenos hablemos, mejor. En cualquiermomento, se arrepiente, me manda a lamierda y vuelve sobre sus pasos. Estiroel brazo, detengo un taxi y subo concuidado para no golpearme la cabeza.Le digo al taxista la dirección de laclínica. Te la sabes de memoria, quévergüenza —dice Sofía, cuyo enfadoparece crecer con los minutos—. No te

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acuerdas de los cumpleaños de nadie,pero sí te sabes de memoria ladirección de la clínica. No puedo creerlo egoísta que eres. Me quedo callado,mirando hacia la calle, ignorando susquejas.

La mañana está gris, helada, y estaciudad que siempre me ha parecido tanhermosa ahora luce sombría. Sofía tomami mano y la pone sobre su barriga.Toca —me dice—. Aquí adentro hayvida. ¿Sientes? ¿No te das cuenta? ¿Note da pena? Yo la miro a los ojos,molesto también, y digo: Sí me da pena,pero es lo que tenemos que hacer, es loracional, lo sensato, y la razón tieneque prevalecer sobre los sentimientos.

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Ella retira mi mano con un movimientobrusco y dice: A veces pienso que notienes corazón. El taxi se detiene y suconductor, un hombre negro, de cabezarapada, nos informa que hemos llegado.Pago, dejándole una propina generosa.Soy generoso con el taxista pero no conmi bebé. Bajamos del auto y el viento esun látigo que azota en la cara.Caminamos mirando al suelo para evitareste viento helado. De pronto un puñadode manifestantes, agolpados en la puertade la clínica, empieza a gritarnosinsultos y amenazas en inglés. Sonhombres y mujeres de mediana edad,con camisetas y pancartas en las que leoal pasar: Shame on you, Baby-killers!,

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You will go to Hell!, Stop the Murder ofInnocent Children!, Abortion isGenocide. También veo letreros conalusiones a pasajes bíblicos y dibujosde bebés acuchillados y ensangrentados.

Sofía se detiene, los mira a los ojosy por un momento parece dudar. Vamos,no los mires, le digo, y la animo a seguircaminando. Pero esas caras iracundas,amenazadoras, violentas, le gritan queno entre en la clínica, que no mate a subebé, que Dios la condenará sin piedadsi comete un crimen tan horrendo, que sevaya a su casa y dé vida al bebé,mientras otros exaltados me gritancobarde, asesino, genocida, hijo deSatanás. Camina, Sofía, insisto, y ella

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me obedece. Tras subir una escalera,entramos de prisa en la clínica yrespiramos aliviados. Qué mala suerte—digo—. Nos tenía que tocar unamanifestación en la puerta. Lo siento.Sofía me mira asustada y dice: Es unaseñal de algo. Por algo están acá. Nosestán recordando la verdad, que elaborto es un asesinato. Me quito lagorra y los anteojos y procuro calmarla:No digas eso. Estos tipos son unosenergúmenos, unos locos de mierda.Dicen que el aborto es un crimen yluego van y le meten un balazo a undoctor que hace abortos. No les hagascaso, están mal de la cabeza. Teapuesto que son unos pésimos padres y

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que tratan como el culo a sus hijos.Pero Sofía no me escucha, estáensimismada, como hablando consigomisma.

Después de identificarnos ante larecepcionista, nos sentamos en unossillones y esperamos a que nos llamen.Hojeo unas revistas en las que aparecegente bonita y famosa, pero sólo estoypensando: ¿Lo hará o no lo hará? ¿Searrepentirá, saldrá corriendo, seconvertirá en una manifestanteantiabortos más y me gritará insultoscuando salga de la clínica? Sofía bebeel vaso de agua que le ha alcanzado larecepcionista. Tiene una miradainexpresiva, vacía, y cruza las manos

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sobre su barriga, como protegiendo albebé cuya vida quiero interrumpir. Depronto, aparece una doctora y la llama.Nos ponemos de pie. La mujer me diceque sólo puede entrar Sofía, que yo deboesperar. No sé qué decirle a Sofía. Lamiro a los ojos. No puedo decirle:Suerte. Simplemente le doy un beso enla frente y le digo: Te quiero. Sé que loestás haciendo por mí. Nunca lo voy aolvidar. Ella no me contesta. Me miratriste, decepcionada de mí, aterrada delo que está por venir, y caminalentamente, las manos en los bolsillos,perdida la mirada. Me dejo caer en elsillón y trato de relajarme, pero sólooigo el eco de los insultos en la calle,

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los cánticos y las admoniciones de esosmanifestantes que, desafiando el frío,nos llaman asesinos, criminales,genocidas. ¿Qué he hecho tan mal paraterminar viviendo esta situaciónespantosa? Sólo quise amar a una mujer,no ser gay: ¿merezco un castigo tansevero? y la pobre Sofía, que me amócon pasión: ¿merecía vivir esta mañanade mierda que nunca olvidará ni mepodrá perdonar? Dios, perdóname,perdónala, cuida, por favor, a mi bebé,porque yo no puedo hacerlo, a duraspenas puedo conmigo mismo. Contigo, siexistes, estará en mejores manos, y si noexistes, y estos espantapájaros alláafuera te inventan para odiarnos,

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prefiero que mi bebé se salve de estavida sin sentido, llena de crueldades ysufrimiento.

No te arrepientas, Sofía. Relájate, nopienses, déjate llevar, deja que el bebése vaya a un lugar mejor. No te aferres auna ilusión absurda, a un sueño queterminará mal. Hazme caso. No piensesy aborta. Después, me quedaré unassemanas contigo, me iré y no me verásmás, no me querrás ver más. De pronto,una mano toca mi hombro, sacándome deestas cavilaciones. Abro los ojos. EsSofía y está llorando. Vamos, me dice.¿Qué pasó, tan rápido?, pregunto,sorprendido. Vamos, no aguanto estelugar un minuto más, contesta, y

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empieza a caminar hacia la puerta. Ladoctora me mira y dice: She’s not ready,take good care of her.

Salimos a la calle. Sofía caminaunos pasos delante de mí y yo me apuropara alcanzarla porque me da miedo quepase sola frente a los manifestantes,pero ella camina tan rápido que no logroalcanzarla. Entonces arrecian los gritos,las miradas de odio, los insultos y lasdiatribas, las amenazas de quearderemos en el infierno y Diosdescargará su rabia infinita sobrenosotros. Sofía se detiene frente a unagorda loca que le grita baby killer!,baby-killer!, y le grita en la cara shutup, you asshole!, I still have my baby

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and I’ll keep it!, y la gorda se quedasorprendida y se calla la bocaza, y ahoraalgunos de esos fanáticos aplauden aSofía y yo camino detrás de ellaodiándola, odiando a estos predicadorescretinos, odiando mi vida y esta mañanaque no pudo ser peor.

Vamos callados en el taxi. No medigas nada —me advierte Sofía, conuna mirada fría—. Traté y no pude.Pobre de ti que me digas una cosa fea.Yo entiendo, guardo silencio. La tomode la mano y digo: Gracias por tratar,no te preocupes, está todo bien. Ella nocontesta. No te voy a perdonar nuncaque me hayas llevado a ese lugar, dice,y siento que me odia. Llegando al

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edificio, bajamos de prisa y entramossin decir una palabra. Sofía va a lacocina y abre la nevera. Yo me dirijo alcuarto, saco mis dos maletas y comienzoa empacar. Un momento después, me vehaciendo maletas y preguntasorprendida: ¿Te vas? Tratando de nollorar, digo: Sí. Me voy. Es mejor así.Ella me mira con desprecio, como si yasupiese la verdadera catadura de la queestoy hecho, y dice: Muy bien, ándate.Tendré a este bebito yo sola. Si noquieres ser el papá, ándate y novuelvas más. Luego vuelve a la sala,pone un disco de Rachmaninov que meeriza los nervios y espera a que mevaya. Cargo mis maletas llorando como

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un niño, avergonzado de mí mismo, y ledigo desde el umbral de la puerta, sinacercarme a ella, porque sé que si laabrazo no podré irme: Adiós, Sofía. Queseas muy feliz. Gracias por todo. Ellame mira incrédula y no dice una palabra.Salgo de la casa y cargo mis dos maletaspor la calle 35 y sé que ella me mira porla ventana y llora como estoy llorandoyo. Pero sigo caminando sin saberadonde ir, alejándome de la mujer quemás me quiere y del bebé que me rehúsoa amar.

Estoy alojado en el Georgetown Inn,en el número 30 de la avenida

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Wisconsin, enfrente de Au Pied duCochon. Es un hotel tradicional, de seispisos, cómodo sin ser lujoso, con unavista lateral a las casas de la calle N yno muy lejos del departamento de Sofía,distancia que he recorrido a pie,arrastrando mis maletas como unmiserable. No es un hotel distinguidocomo el Four Seasons, pero tampocollega a ser tan económico como elHoliday Inn de la avenida Wisconsin.

No puedo escribir. He pasado el díafrente a la computadora, encerrado en mihabitación, pero el recuerdo de Sofía meatormenta. La he abandonado en el peormomento, como un cobarde. Estarállorando, pensando que su bebé no

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tendrá un padre. No pudo abortar y lacastigué de la peor manera, huyendo,dándole la espalda cuando más menecesitaba. Pero no puede obligarme aser padre. No es un acto de amor: es unalocura, una insensatez. Por eso debo serfuerte, olvidarme de ella, resistir yseguir escribiendo. Sin embargo, nopuedo. No consigo escribir una palabra.Me arrastro por la habitación, me echoagua fría en la cara para sacarme laslágrimas, me siento como un zombifrente a la pantalla y se me aparece, unay otra vez, sin que pueda evitarlo, elrecuerdo de Sofía angustiada con elbebé que ahora quiero ignorar. No séqué hacer. Podría buscarme un

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departamento por acá y tratar deescribir, pero no le veo sentido porqueeste barrio es pequeño y no tardaría encruzarme con ella, su hermana y susamigas. Si quiero desaparecer de suvida, que no me vea más como laamenacé, debería irme de Washington.Además, todo me recuerda a ella, nohago sino pensar en Sofía.

No salgo del hotel por temor aencontrarla en la calle, a no podermirarla a los ojos porque me siento untipejo acobardado, un pusilánime quesalió corriendo por temor a ser padre.Tendré que irme de esta ciudad. Pero¿adonde? ¿De regreso a Lima?Imposible. Muy pronto, todos los que me

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conocen allá sabrán que he abandonadoa Sofía embarazada y nadie me loperdonará. Lima no es una opción.Además, he jurado terminar la novelaantes de poner pie en esa ciudad, y estavez cumpliré mi juramento. Quizá podríatomar el tren a Nueva York, buscarmeuna madriguera, esconderme del mundoy tratar de anestesiar mi conciencia, queahora, ya de noche, sin haber escrito unalínea en todo el día ni haber salido delcuarto, no me deja dormir porque merecuerda que tengo una obligación moralcon ese bebé y que nada justificaeludirla. Esto es lo que no me dejaescribir, dormir, respirar con calma: lacerteza de que mi conducta es indigna,

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deshonrosa. El bebé no tiene la culpa denada y merece tener un padre. Que yosea gay, que quiera ser escritor, que nopueda ser pareja de Sofía, que necesitevivir solo, que esté a favor del aborto enesta ocasión, no justifica, en ningúncaso, abandonar al bebé y negar mipaternidad. Sí, Sofía me está obligandoa ser padre, pero tiene derecho ahacerlo, porque el bebé está en subarriga, no en la mía, y ella tiene laúltima palabra, y me consta que trató deabortar pero no pudo, porque, siendouna mujer noble y bondadosa, se impusosu instinto maternal y prefiriócomplicarse la vida por ser mamá. Laculpa del embarazo, en todo caso, es

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mía, no suya, porque yo no tuvesuficiente cuidado al hacerle el amor.Ahora que está embarazada, el bebé esmás suyo que mío, una parte de sucuerpo, una prolongación suya, y por lotanto es justo que sea ella quien decida,aun contra mi opinión, la suerte delbebé.

Yo quise que abortase pero fracasé.Ahora sólo tengo dos opciones: escaparpara siempre, negando mi paternidad, yvivir con ese peso abrumador en laconciencia, o cumplir mi deber y aceptarser padre a sabiendas de que no quiseserlo y de que no quiero ser novio,pareja ni esposo de Sofía. Agonizo todala noche, desvelado, pensando qué

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hacer. Mi voz más egoísta me dice: ya tefuiste, no vuelvas, toma el tren a NuevaYork, busca a Geoff, haz una vida gay,no te enrolles más con Sofía, que te va ahundir en la miseria y obligar a vivir unapelícula equivocada. Pero mi lado másnoble, que curiosamente todavía existe,me recuerda: no podrás vivir en paz siabandonas a Sofía y a tu bebé, vivirásavergonzado de ser tan poco hombre, tancobarde, y no podrás enamorarte denadie porque sentirás asco de ti mismo,y tampoco podrás escribir porque teverás como un perdedor, un canalla.Regresa. Pídele perdón. Dile queaceptas ser el padre del bebé, quecumplirás tus obligaciones y que, al

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mismo tiempo, no serás su pareja,porque te sientes gay y quieres vivirsolo. Luego búscate un departamento eneste barrio, sigue escribiendo, visita aSofía con frecuencia y enséñale a ser tuamiga, nada más que tu amiga, y vivecon ella esta aventura loca perodivertida de la paternidad, sin perder tulibertad para estar con un hombrecuando te dé la gana. Además, si vas atener un hijo porque ella así lo hadecidido, tienes que ser un buen papá,no puedes ser un padre egoísta y abusivocomo el que te tocó. Si voy a ser padre,seré uno muy amoroso, todo lo contrariode lo que fue mi padre conmigo. Laúnica manera de sentirme mejor que él,

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más noble y decente, es perdonando aSofía por imponerme al bebé y amandosin reservas, con todo el corazón, a estapersona que imprudentemente vamos atraer al mundo.

Comprendo entonces,revolviéndome en la cama con angustia,que si escapo y me escondo como uncobarde, mi padre me habrá ganado lapartida final, definitiva, y que si regresodonde Sofía, doy la cara, aprendo aquerer a mi bebé y me las ingenio paraque la paternidad no me haga tan infelizcomo ahora, seré yo quien habrá ganadoeste duelo, aquella rivalidad secreta yenconada que él inició y que seprolongara hasta el final. Me levanto,

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voy al baño, me echo agua en la cara ydecido que no puedo seguir viviendoasí, sintiéndome un miserable, y quetengo que volver adonde Sofía y hacerlas paces con ella y con mi bebé.

Miro el reloj, son las cuatro de lamadrugada. Me suena de hambre elestómago. He entrado a esta habitación alas once de la mañana y sólo he comido,a media tarde, una pasta y un helado queme trajo el camarero. Me ha costado ungran esfuerzo no beber el alcohol delminibar; lo he conseguido porque noquiero ser un alcohólico como mi padre.Me miro al espejo, veo mi rostrodesdibujado, me avergüenzo de habersido tan malo con Sofía y prometo no ser

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el miserable perdedor que papá me dijoque sería aquellas mañanas cuando mellevaba al colegio y escupía sobre mítodo su rencor. Llamo por teléfono aSofía pero no contesta. Me visto con loprimero que encuentro a mano y salgo dela habitación. Camino resueltamente porel pasillo, con la convicción de estarhaciendo lo correcto, lo decente, lo queme dará paz y me permitirá seguirescribiendo y tal vez algún día amar.Salgo a la avenida Wisconsin. Estáhelando, una ráfaga de viento merasguña la cara. Camino a toda prisa porla calle N, rumbo a la 35, para luegogirar a la derecha y emprender elregreso a casa. Sofía debe de estar

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durmiendo. Eso espero. ¿O se habrá idoa casa de Andrea? ¿O estará en lo deIsabel y ya toda su familia se habráenterado de que soy un cerdo y laabandoné por no querer abortar? ¿Oquizá estará en el teléfono con Laurent,pidiéndole que venga a visitarla? No losé, me da igual: iré al departamento, quetodavía es mío porque he pagado laparte de la renta que me corresponde, ydaré la cara, y si ella no está, laesperaré.

La calle 35 está desierta. Envidio alos ricachones que duermen en esascasas espléndidas que miran al parque.Sé que nunca conseguiré ser uno de ellosporque he elegido ser un escritor y eso

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me condena a la pobreza, pero no meimporta, mi bebé entenderá, y a lo mejoralgún día leerá mis libros y meperdonará. Paso por el Corcoran Schoolof Arts, en la calle Reservoir, con susesculturas grotescas en el jardín, y llegopor fin al edificio, en la esquina de lacalle T. Por suerte, todavía tengo millave. Entro tratando de no hacer ruido,reviso el buzón pero hay sólo una cartade Laurent que prefiero no retirar ycamino por un pasillo oscuro hastallegar a la puerta número 3, la nuestra.Nada más entrar, siento que algo estámal. Las luces están prendidas. ¿Sofía?,digo, y no hay respuesta. Camino haciala habitación. Veo manchas de sangre en

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el baño y el corazón me salta de golpe.Ahora espero lo peor. ¿Sofía?, digo,más fuerte, y hay un silencio que mellena de miedo. Sigo las gotas de sangreen el pasillo hasta llegar al cuarto aoscuras. Prendo la luz, temeroso. Veo aSofía en la cama, entre manchas desangre. Me acerco a ella. Está vestida,sin zapatos. Se ha cortado las muñecas.Ha sangrado mucho. Está inconsciente yno responde cuando le hablo, la muevo,intento reanimarla. Tiene la bocalevemente abierta y no sé si está viva.No me atrevo a tocarle el pecho. Puedeestar muerta, desangrada, y yo tengo laculpa de todo. He matado a esta mujer ya mi bebé, los he matado por cobarde.

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Mierda, no puede ser, tiene que ser unapesadilla. Sofía, despierta, por favor,dime algo, digo, desesperado, pero ellano da señales de vida.

Veo angustiado un frasco de pastillaspara dormir en la mesa de noche. No sési las ha tomado, esto no puede serverdad. Dios, no me hagas esto, no mecastigues así, por favor, sálvala y teprometo que seré bueno, que la querré,que seré un buen papá. Corro alteléfono, llamo a emergencias y pido unaambulancia porque mi novia estádesangrándose en la cama y no sé si estámuerta. Me dicen que llegará en diezminutos. Corro al baño, saco las toallas,las llevo a la cama y trato de ajustarías

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alrededor de sus muñecas para impedirque siga desangrándose, pero lo hagotodo mal y las toallas quedanimpregnadas de sangre y me sientoimpotente y lloro desesperado.

Llega por fin la ambulanciaperturbando el silencio de la noche.Entran de prisa los enfermeros, cargan aSofía, la tienden en la camilla y salimosrápidamente. Tiro la puerta y veo alfondo del pasillo que los amantesruidosos se asoman a la puerta yobservan incrédulos la escena. Subo a laambulancia y me apresuro en decir queella es estudiante de GeorgetownUniversity y que tiene seguro médico,mientras rebusco nervioso en su

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billetera y encuentro el carnet delseguro. Por suerte, el hospital está apocas cuadras y llegamos en un par deminutos. ¿Está viva?, le pregunto a unode los tipos en la ambulancia, y él letoma el pulso y me dice sí, y luego mepregunta ¿hace cuánto ocurrió esto?, yyo le digo no sé, acabo de llegar y laencontré así, y luego pregunto ¿va avivir?, y él me dice parece que sí,tienes suerte, no se ha desangradomucho, las heridas no son tanprofundas, y yo digo pero no sé siademás ha tomado pastillas paradormir, y él hace un gesto depreocupación, y yo digo por si acaso,está embarazada, y él me mira con

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rostro adusto.Llegamos al hospital por la puerta

de urgencias, cargan la camilla con elcuerpo inerte de Sofía y yo camino a sulado, viéndola ensangrentada,inconsciente, al borde de morir, y mesiento asquerosamente culpable de todoy maldigo el momento en que fui tancobarde y la abandoné por no abortar.Entran con ella a la sala de urgencias yme dicen que no puedo ingresar, quedebo quedarme afuera. Es la media horamás larga de mi vida, caminando comoun energúmeno por este pasillodesangelado. Pienso que, si Sofía muere,no podré seguir viviendo. Me siento enel piso, de espaldas contra la pared,

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hundo la cabeza entre mis rodillas ylloro porque no puedo creer que estedía, el peor de mi vida, haya comenzadoen una clínica de aborto con aquellosmanifestantes insultándome y termineacá, en el hospital de Georgetown, conSofía desangrada y muriéndose. Por finaparece el doctor con una expresiónserena y me mira con lástima al vermeasí, encogido en el piso. Me pongo depie y espero lo peor. El doctor habla conaplomo: No se preocupe, va a vivir, lasheridas no son tan malas y no haperdido mucha sangre, de todos modos,le hemos hecho una transfusión, y yo ¿yel bebé?, y él está vivo, está bien, y yo¿pero han visto si tomó pastillas para

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dormir, porque quizá eso pueda hacerledaño al bebé?, y el doctor tomóalgunas, está sedada, pero no lassuficientes para hacerse daño olastimar al bebé, no se preocupe que vaa descansar y a recuperarse y en unashoras, quizá a mediodía, podrá llevarlade regreso a casa. Gracias, doctor, ledigo y lo abrazo.

Se queda pasmado y no hace nada,no corresponde el abrazo pero tampocome rechaza. Yo lloro en su hombro y élme deja llorar y no hace preguntasporque tal vez comprende que soy elculpable de tanto dolor en el corazón deesa mujer que yace adentro con lasmuñecas heridas. Tranquilo, tranquilo,

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váyase a dormir un rato y regrese porla mañana, me dice, y se marcha conpaso sereno. Pero yo no puedo irme, nopuedo dejar sola a Sofía. Me siento enuna esquina del pasillo, me cubro lacara de vergüenza, lloro desolado y juroque nunca más dejaré a Sofía y a mibebé. Si hasta hoy fui el peor enemigode este pobre bebé, ahora seré su aliadoy su protector incondicional y nopermitiré que le hagan daño. Perdóname,Sofía, por ser tan canalla.

Sofía y yo salimos del hospitalcaminando lentamente. Por fortuna, hasobrevivido y el bebé también. No tengo

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palabras para decirle cuánto lo siento,mi mirada lo dice todo. Ella me tratacon ternura, que es también una manerade perdonarme. Hace frío pero un solradiante mitiga el rigor del invierno.Caminamos en silencio, yo paso unbrazo sobre sus hombros, ella va con lasmuñecas vendadas y el rostro hinchadopor los sedantes. Su familia no se haenterado de su intento de suicidio y susamigas tampoco. Le ruego que no diganada y ella promete que guardará elsecreto. Llegando a casa, me pide quenos sentemos en los columpios delparque vecino, que a esa hora estávacío. Bien abrigados, nos balanceamosen los columpios y ella me sonríe. No

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quiero hablar de cosas difíciles, quieroverla así, distraída y contenta, como enlos primeros días de nuestro amor,cuando tan fácilmente la hacía reír. Teves linda así, le digo. Tú también, medice. Me gustan los hombres, pero amo aesta mujer más de lo que nunca amé a unhombre. Hay algo en ella —las heridasde su alma, esa nobleza que tan bienconozco, sus ganas de arriesgarlo todopor mí, una pasión para amar que yoignoraba— que me resulta irresistible.Todo va a estar bien, le digo. Ella memira, se columpia y sonríe. A partir deahora, todo será de bajadita, prometo.Gracias por volver —me dice—. Penséque no te vería más y así no valía la

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pena seguir, añade, y no me mira conrencor, sino con aire bondadoso. ¿Quépuedo hacer para que seas más feliz?,pregunto.

Desde la ventana del departamentonúmero 4, la vecina de los pechosgrandes, aquella que hace unos ruidosescandalosos en la cama, nos mira conperplejidad, quizá preguntándose cómoayer Sofía yacía ensangrentada en unacamilla de urgencias y hoy se balanceatan contenta en el columpio de los niñosdel barrio. Son hispanos, estarápensando. Esa gente es distinta, sepelean, se pegan y luego se aman, dirápara sí misma. Sofía me mira conserenidad y dice: Nada, sólo quiero

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verte tranquilo y feliz, eso es todo loque quiero. Seguimos columpiándonos.No podemos quedarnos en estedepartamento, necesitamos algo másgrande y bonito para nosotros tres,digo, y ella sonríe con gratitud y yo mesiento bien de haber dicho eso, nosotrostres, y ella dice con humildad comoquieras, podemos quedarnos acá yacomodarnos, pero yo insisto no, estedepartamento nos queda muy chiquitoy, además, ya me trae malos recuerdos,quiero que nos mudemos cuanto antes auno más grande. Ella asiente, sonríe,me dice que me ama con sólo mirarme yse columpia con más fuerzas, levantandolos pies y dejando que su pelo se

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alborote. Mañana mismo empezamos aver departamentos —digo—. Tú eligesel que más te guste y nos mudamos. y apartir de ahora yo pago toda la renta,no la compartimos más. Ella sesorprende: No, estás loco, yo quieropagar mi parte. No way —digo—. Pagoyo y punto final.

Me pregunto si el bebé estará biendespués de tanta angustia en el cuerpode su madre. Espero que estédisfrutando de esta tarde en el columpio,una tarde que me hace pensar que serfeliz con Sofía no es una quimera, esalgo que podemos conseguiresporádicamente si persistimos en elempeño de amarnos a pesar de todo.

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¿Qué más puedo hacer para que seasfeliz?, pregunto. Nada más, baby, noquiero que hagas nada por mí —diceella—. Tú escribe tranquilo y relájate,no hagas ningún esfuerzo por mí.¿Quieres que nos casemos?, pregunto, yme sorprendo de haberlo dicho. Ella memira, perpleja y halagada, y dice: Perotú no crees en el matrimonio, me dijistesiempre que no querías casarte. No mecasaría nunca por la religión —aclaro—. Pero creo que debemos casarnospor el bebé, digo. Ella dice con timidez:Me encanta la idea, pero no quiero quete sientas obligado. Yo siento que lehace mucha ilusión casarnos y por esoprosigo: Sería bueno, sobre todo, por

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los papeles. Yo estoy acá como turista ytengo que salir en unos meses. Tú eresciudadana de este país. El bebé naceráacá y también tendrá la ciudadanía. Yono quisiera seguir como turista. Si noscasamos, puedo aplicar de inmediato ala residencia y quedarme acá conustedes todo el tiempo que nos dé lagana. Sofía me mira con un aire risueñoy pregunta, traviesa: ¿Sólo por esoquieres casarte conmigo, para sacar laresidencia? Yo le digo: No, tambiénporque te amo. Ella se burla: Pero enese orden, primero por la residencia,después porque me quieres. Yo sonrío ydigo: No seas tontita, creo que es unabuena idea por razones prácticas, yo

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no tengo que ir donde ningún juez paradecirle que te quiero, pero me pareceuna buena idea casarnos para que lostres podamos vivir tranquilos en estepaís. Ella aprueba con entusiasmo: Meencanta la idea. ¿O sea que me estáspidiendo matrimonio en estoscolumpios? Yo me siento raro perodivertido con la escena y digo: Sí,¿quieres casarte conmigo? Ella memira a los ojos y responde: Esodepende. Yo sonrío, la amo por ser tanjuguetona y pregunto: ¿De qué depende,mi amor? Ella me sorprende: Dependedel lugar al que quieras llevarme deluna de miel. Yo suelto una risotada quealborota a las palomas que se alejan

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volando. Esta mujer es alucinante,pienso. Ayer quería matarse por amor yhoy me hace reír hablando de nuestraluna de miel. ¿Adonde quieres ir?,pregunto. Ella ríe, orgullosa de sutravesura, y dice: Si me llevas a Limade luna de miel, no nos casamos nicagando. Pero si nos vamos a París,podemos casarnos cuando quieras. Yorío de buena gana y digo: Trato hecho,nos vamos a París. Ella me dice:Entonces podemos casarnos, pero conuna condición más. Intrigado, pregunto:¿Cuál? Ella, dice muy seria: Quehagamos una separación de bienes. Yosonrío y digo: Pero yo no tengo bienes,mi amor, sólo una magra cuenta

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bancaria. Ella me mira socarrona: Poreso, no quiero que después vengas areclamarme que los hoteles de mimadre y de Peter también son tuyos.

Yo me río de su descaro y mecolumpio con fuerzas pero ella llegamás alto que yo. Muy bien, señoritaricachona —digo—. Yo seré el escritorpobre y mantenido y tú serás mimecenas. Ella se divierte: Yo no, mimamá en todo caso. Espérate a quesepa que estoy embarazada y que nosvamos a casar. Le va a dar un ataquede nervios. Se le va a caer el pelo. Teva a querer matar. y me va adesheredar. Yo digo: Que se joda. Poreso es mejor quedarnos acá, para estar

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lejos de ella y de los locos de mifamilia. Mi mamá no me va a perdonarnunca que no nos casemos por lareligión. Sofía se ríe, le divierteburlarse de la histeria religiosa de mimadre. ¿No quieres casarte en unaiglesia de Lima para hacer feliz a tumami?, pregunta, con aire pícaro. Lashuevas —digo—. Antes me pego untiro. Sólo faltaría que nos case el curadel Opus que me manoseaba cuandoera chico. Sofía no se ríe. Entonces,¿nos vamos a París?, pregunta, con unafelicidad que no veía en ella hacíatiempo. Nos casamos y nos vamos aParís —respondo, entusiasmado—.Pero antes nos mudamos. Ella me mira

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con amor y dice: Ven acá, dame unbeso. Me bajo del columpio, me acercoa ella, que abre sus piernas y me atenazaen la espalda, y me inclino y la beso enla boca. Te amo, le digo. Yo también —dice ella—. Pero estoy esperando mianillo.

Nos reímos, me doy vuelta, ella bajadel columpio y caminamos hacia eledificio. Bueno, ya que vamos a ir aParís y tú no conoces todavía, hay queir practicando lo que te enseñé —diceella, y me toma de la mano suavemente ysiento sus vendas rozándome—. ¿Cómose dice queso en francés?, pregunta.Laurent, respondo, y ella suelta unacarcajada. Soy tan feliz en este instante

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y, sin embargo, pienso: ¿No querrá ir aParís de luna de miel para ver aLaurent?

Domingo en la mañana. Sofíadesayuna en la cama. He despertadotemprano, he caminado hasta elStarbucks de la avenida Wisconsin, hecomprado el cappuccino descafeinadoque le encanta y, de vuelta en casa, le hellevado una bandeja con tostadas, queso,mermelada y café, y la he despertadocon un beso y una sonrisa. No estoydurmiendo bien, me abruma la idea deser padre y casarme con ella, pero tratode ser optimista. Ahora tenemos un plan

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y debo aferrarme a él: mudarnos,casarme, sacar el permiso de residenciay viajar de luna de miel a París. Nodebo dudar, mirar atrás, llenarme derabia, seguir torturando a esta mujer.Debo darle lo mejor de mí. Por esosonrío con todo el amor que soy capazde inventar a pesar del cansancio;mientras ella, sentada en la cama, bebesu cappuccino. Leo los avisos delWashington Post buscando undepartamento en este barrio al quepodamos mudarnos pronto para escaparde los malos recuerdos. Hay uno quellama mi atención: cuesta el doble delque ocupamos y está en la misma calle,la 35, pero más cerca de la universidad,

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entre la N y la O, a media cuadra de lacafetería Sugars, y se alquila sin mueblepor un año, con una habitación, cocina ybaños renovados. Me suena bien, digo.La ubicación es perfecta, a dos cuadrasde la universidad, dice Sofía. Apunto elteléfono y llamo en seguida. Contesta unhombre amable, que describe sin apuroel departamento. Le digo que meinteresa verlo y acordamos reunimos unahora después en el edificio, que no estálejos, apenas a cinco cuadras caminandopor la 35 hacia abajo, en dirección alrío Potomac. Cuelgo y le digo a Sofíaque se aliste. Parece contenta. Mientrasse cambia, veo los programas políticosde la televisión y recuerdo que nunca

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seré uno de esos señores importantes, detraje y corbata, porque la oculta certezade que me gustan los hombres me inhibede pelear por el poder con aires desabiondo.

Ahora caminamos por la calle 35tomados de la mano. Hace frío, todavíaes enero, pero reina un sol espléndidoque alegra el domingo. Resuenan a lolejos las campanas de la iglesia de SanIgnacio de Loyola, adonde acuden a oírmisa los señores en trajes impecables ylas señoras con vestidos, sombreros yzapatos de taco. Al pasar, la gente nossaluda con ademanes sobrios,deseándonos buenos días. En el parquede la calle 34 y la Q, las risas y los

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gritos de los niños se confunden con losladridos de los perros que juegan sobreel césped, y más atrás luce seca ydesierta la piscina municipal, y un airede plácida armonía familiar parecerecordarnos las ventajas de ser padres.Sofía, las manos vendadas, una sonrisatibia, me mira con amor. Me pregunto sien unos meses vendremos con el bebé ajugar a este parque y yo seré uno de esoshombres vigorosos y levementebarrigones que arrojan una pelota paraque el perro la traiga de vuelta,eufórico, y Sofía será una de aquellasmujeres que cuidan a sus niños mientrashablan trivialidades con las amigas ydisfrutan del invierno porque pueden

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engordar un poco sin que se note, puestodo el mundo anda muy abrigado. Estapostal de felicidad que veo en el parquees, a un tiempo, linda y aterradora.Prefiero no pensar en el futuro, sólocaminar sin prisa y confiar en que lascosas saldrán bien si mantengo unaactitud positiva.

Llegamos al edificio a la horaconvenida. Es de apenas dos pisos,rosado opaco, y dice «Summit» en lafachada. Nos hace sonreír que una placade bronce anuncie el número 38, cuandoen nuestro edificio, unas pocas cuadrasmás arriba, entre las calles T y la S, unaplaca idéntica dice 83. Es una buenaseñal —dice Sofía sonriendo—. Nos

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mudaremos del 83 al 38, en la mismacalle. No te apures —digo, con unasonrisa—. Veamos el departamento aver si nos gusta. Pero la ubicación nopuede ser mejor, la cuadra me encantay en la esquina está Sugars paracomprar el periódico y comer algo.Poco después, llega un auto negro,deportivo, se estaciona frente al edificioy baja un tipo alto, apuesto, con el pelonegro enroscado en una colita y unaactitud de hombre de éxito. Debe de serunos años mayor que yo, tendrá treinta otreinta y dos, no creo que más. Está bienvestido, lleva anteojos oscuros y eldetalle del pelo enroscado no memolesta. Nos da la mano, muy

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respetuoso, sin darle un beso a Sofía, ynos dice que se llama Don Futerman y esel dueño del departamento número siete,que nos enseñará en seguida. Yo sonríoencantado porque es el hombre másguapo que he visto en algún tiempo yporque, al estrecharme la mano, me hahablado con una suavidad y una finezaque resultan prometedoras.

Aunque trato de ser leal con Sofía,estos encuentros me recuerdan que soymás débil de lo que quisiera y que lastentaciones aguardan a la vuelta de laesquina. El joven Futerman sube conpresteza la escalera alfombrada de azuly blanco y detrás subimos Sofía y yo,con menos vigor que él. Ella echa un

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vistazo al pasillo, que huele bien, y medice al oído qué diferencia con nuestraratonera, está mucho mejor este lugar,y yo asiento y fijo mis ojos en el traserodel amigo Futerman, que se mueve conagilidad y al que sigo sumiso. Enseguida nos abre la puerta, pasamos aldepartamento y la primera impresión,que es la que cuenta, es tan favorablecomo la que su dueño ha provocado enmí. Con sólo echar una mirada, Sofíadice es perfecto, y yo digo sí, genial,me encanta. No siendo grande, es muyacogedor, tiene un piso de maderareluciente, la cocina y los baños estánimpecables, con buenos acabados yequipos modernos, y la vista a la calle

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35 es hermosa, un árbol encorvadohaciendo sombra sobre las ventanas. Enla sala hay una chimenea, lo que hacesonreír a Sofía, y en medio del cieloraso se abre una claraboya por la que sefiltra una luz muy blanca que inunda ellugar de buena energía. Nos encanta,digo, y el señor Futerman sonríe, memira con simpatía, y luego nos cuentaque compró y renovó el departamento elaño pasado y que ahora se ha mudado auna casa en Virginia pero no quierevender este lugar porque le tiene muchocariño. Lo queremos, definitivamente,lo queremos, digo. ¿Cuándo podríamosmudarnos?, pregunta Sofía. Cuandoquieran —responde él—. Podemos

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firmar el contrato mañana mismo,porque me han caído muy bien, y mepagan y les entrego la llave. ¿A qué sededican ustedes? Sofía se apresura: Yoestudio una maestría acá enGeorgetown. Él me mira y yo digo:Estoy escribiendo una novela. Sofíainterviene: y pronto va a terminarla y aestudiar una maestría. Estupendo —dice él. Luego me sorprende—: ¿Sonpareja o amigos? Yo digo con mi mejorvoz de hombre: Somos novios, nosvamos a casar pronto. Futerman sonríesorprendido y dice: Qué bueno, todavíahay gente que se casa y cree en el amor,felicitaciones. ¿Tú no estás casado?,pregunto, a sabiendas de que es una

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pregunta inapropiada. No, me casé y medivorcié, ahora vivo solo y soy muchomás feliz, responde. Nos vamos a casary vamos a tener un hijo, dice Sofía.

El joven Futerman se alegra, nosfelicita, pregunta para cuándo esperamosel nacimiento del bebé y sonríe conternura cuando Sofía le dice que naceráen agosto, en el hospital de launiversidad. Los felicito, me encantasaber que están embarazados y que vana tener un bebé en este departamento,que es tan pacífico y tiene tan buenaenergía, dice, con un cariño que parecesincero, y yo me quedo pensando en loque nos ha dicho, que estamosembarazados, algo que nunca antes me

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habían dicho. No digo nada, comprendoque eso de que estamos embarazados esuna cortesía muy moderna ynorteamericana, y acuerdo con él en quemañana firmaremos el alquiler, pagarétres meses adelantados y nos dará lasllaves. Nos damos un apretón de manosy algo en mí renace y se estremececuando me mira a los ojos y dice que leencantaría que nos viésemos en otraocasión y que le cuente de qué va minovela, y yo por supuesto, veámonos,será un placer, y Sofía sigue distraída ycontenta, mirando la tina del baño, elcounter de la cocina, los vestidores, queson muy amplios, y yo pensando que talvez el destino me ha premiado por ser

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bueno con ella, aceptar al bebé ycomprometerme a casarnos.

Bajamos la escalera, nosdespedimos, Futerman se marcha en suauto deportivo y Sofía me dice esperfecto, ideal para nosotros, y luegome abraza con amor, y yo repito sí, esperfecto, ideal para nosotros, pero nopensando en el departamento, sino eneste tipo encantador que ahora semarcha presuroso. Vamos a Sugars atomar algo y a celebrar, me dice Sofía yyo le doy un beso en la mejilla helada ydigo buena idea, ¿estás contenta?, yella me mira con amor y dice feliz, muyfeliz, y mi baby más, y acaricia subarriga y yo siento que todo está bien

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así, con mi novia, mi baby y mi flamanteamigo con colita.

Al día siguiente, mientras Sofíaasiste a una de sus clases en las que seentretiene haciendo el geniograma de ElComercio que le envía su madre porcorreo, me reúno con Don Futerman enel edificio, firmo el contrato y le entregoel cheque. Ahora me parece menosatractivo que el día anterior; incluso loencuentro pedante y me ofende cuandome pregunta si nosotros, siendoperuanos, sabemos usar una lavadora yuna secadora de ropa. De todos modos,le miro las manos, que son bonitas, y me

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turbo un poco cuando, nada más selladoel trato, me da un abrazo y me preguntasi quiero que me lleve de regreso a midepartamento. Sin pensarlo, digo que no,que prefiero caminar. Pero hace frío,déjame llevarte, insiste. Yo, tal vezporque me avergüenza el edificio tanviejo en que vivimos, insisto en queprefiero caminar, pero no se da porvencido y casi me empuja adentro delcoche.

Ahora estamos en su auto y élenciende la calefacción y manejadespacio por la calle 35 y me preguntacómo va la novela. Yo digo: Va bien,gracias. Me gustaría leerla, dice, y memira con una simpatía que me confunde.

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Pero está en español, digo. Lástima —dice—, sólo hablo inglés. Se hace unsilencio. El auto avanza lentamente.Estaría bueno tener un carro así para iral supermercado y no muriéndome defrío con una mochila en la espalda,pienso. Tu mujer es muy guapa, mesorprende. Gracias —digo—. Sí, esmuy linda. ¿Tú tienes novia, sales conalguien?, me atrevo. Algo nervioso, seacomoda la colita y dice: Sí, tengo unaamiga con la que me acuesto, pero noestoy enamorado. Mejor, pienso: quizáno estás enamorado porque no te gustantanto las mujeres. Sería bueno vernosalgún día —digo, tímidamente—. No sé,ir al cine o comer algo, lo que te

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provoque. Luego señalo el edificio ypido que se detenga. Claro —dice—,llámame cuando quieras, y me da sutarjeta y apunta el número de su celular.¿Aquí viven?, pregunta, mirando eledificio. Sí, digo, avergonzado. En eledificio nuevo van a estar mejor, dice,sonriendo. Extiendo la mano pero él seacerca y me abraza, a la vez que pasa sumano por mi cabeza y dice: No dejes dellamarme. No, seguro, te llamo, digo.

Bajo del auto y lo veo alejarse. Esun tipo raro, pienso. Pero me gusta, mecae bien. Ahora me echo en la cama yme agito pensando en él. Cuandotermino, me siento mal. No debo caer enestas tentaciones peligrosas, pienso. Me

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preparo algo rápido en la cocina —unbatido de frutas y un pan con quesoderretido— y salgo a buscar un taxi.Camino hasta la avenida Wisconsin, mesubo al taxi y le pido al conductor conturbante que baje el volumen de la radio—esa música sibilina me enerva— y melleve al edificio de la Corte Federal, enel centro de la ciudad. Llegamos enmenos de diez minutos. No tardo enreservar una fecha para nuestrocasamiento —el primer día disponible,un miércoles a principios de marzo—,pagar el costo del trámite, escuchar lasinstrucciones generales y recibir unfolleto con información sobre los pasosprevios que debemos cumplir antes de la

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boda. La mujer afroamericana que meatiende, una secretaria obesa y atenta, talvez percibe una cierta tensión en mismovimientos y me pregunta si realmentequiero casarme. Sí, claro, ¿por qué?,contesto. Porque no parece contento,dice, con una sonrisa amable. Estoy muyilusionado, no se preocupe, miento,pero es cierto, la sola idea de casarmeen pocas semanas, ante un juez deWashington, me llena de temor.

Salgo cabizbajo de aquel edificiogrisáceo, lleno de recovecos y pasillos,miro la fecha en el papel y pienso quetodavía puedo cambiar de opinión ycancelar la boda. Pero si lo hago, nopodré sacar los papeles para vivir en

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este país, me quedaré como turista,tendré que salir cada cierto tiempo yseguiré atado al Perú. No te engañes,pienso, en el taxi de regreso: esta bodaes menos un acto de amor que unesfuerzo desesperado por liberarte parasiempre de esa enfermedad contagiosaque es el Perú. Apenas me case, serémenos libre en teoría, porque habréunido mi vida a la de Sofía, pero podrévivir en Estados Unidos como residentetemporal, luego como residentedefinitivo y finalmente como ciudadano,según me ha informado un abogado deconfianza: Si te casas con Sofía, que esciudadana, puedes hacerte ciudadanonorteamericano en cinco años.

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Tranquilo, Gabriel, me digo: te estáscasando con Sofía, pero divorciando delPerú, lo que parece un buen negocio.Además, de todos modos vas a estaramarrado a Sofía, porque tendrás unbebé con ella. Si no te casas, perderás laoportunidad de escapar del destinochato que el Perú reserva a susatribulados habitantes. Es entonces unadecisión fría, racional, bien calculada.

Llego a la casa, me doy una ducha,pongo un disco de Clapton y me relajo.Ha sido un día agitado aunqueprovechoso: ya tenemos un nuevo lugardonde vivir, más cómodo y aseado queeste escondrijo, y una fecha para elcasamiento, el segundo miércoles de

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marzo. Una y otra vez, me repito,caminando en círculos por la sala:Cásate y en cinco años serás ciudadano,podrás divorciarte y vivir en este país elresto de tu vida. Sofía es tu pasaporte ala felicidad: te hará padre y sacará deesa cárcel que es tu país de origen. Nodebes sentirte abatido porque tu vidatoma ahora una bifurcación inesperada:la inteligencia consiste en saberadaptarse a los cambios y ver en unaadversidad una oportunidad. chácharabarata, me desmiento. Sería más felizcon Sebastián en Lima que casándomecon Sofía en las Cortes de Washingtonpara ser US citizen. Ya es tarde. Ahorasólo queda ser fuerte, resistir y ejecutar

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el plan.Bebo un té de melocotón cuando ella

llega cansada de sus clases. La recibocon un abrazo y anuncio la buenanoticia: Nos casamos el miércoles, 10de marzo. ¿Cómo así? —pregunta,sorprendida. Le muestro el papel de laCorte, con la fecha que he reservado—.Te adoro, eres tan bueno, dice,abrazándome. Luego le enseño elcontrato y digo con una sonrisaimpostada: y nos mudamos cuandoquieras a The Summit. Nos damos unabrazo y le digo que la amo. Más tarde,cuando duerme, me levanto en silencio ymarco el celular de Futerman. Tengoganas de decirle que soy bisexual, que

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me gustan los hombres, que necesitoverlo. Por suerte, no contesta. Me da lagrabadora. No dejo un mensaje. Entro albaño.

Escribo en silencio. Sofía se ha idoa clases. Los niños juegan en el parquevecino. Hace frío y por eso tengopuestos dos pares de calcetines, paramantener tibios los pies, y dejoencendida la estufa al lado de mi mesade trabajo. La novela avanza condificultad: escribir es una agonía, peroes mucho peor dejar de hacerlo. Suenael teléfono. No contesto, espero aescuchar el mensaje. Me sorprende la

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voz de mi padre: Hijo, soy tu papá.¿Estás por ahí? Contesta, por favor.Bueno, supongo que estarás en launiversidad. Me he enterado hoy deque te vas a casar con Sofía. Tu mamáy yo estamos muy contentos. Te queríafelicitar. Nos da mucho gusto que deseste paso tan importante en tu vida.Estamos muy orgullosos, hijo. Es lamejor decisión que podías tomar. Sofíaes una chica estupenda y será una granesposa. Ojalá podamos estar juntos porallá el día de la boda. Tu mamá y yo temandamos muchos cariños yfelicitaciones a los dos. Bueno, ya tellamo en otro momento. Un saludo muycariñoso a la novia y un abrazo para ti.

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Me quedo en silencio, pensativo.¿Cómo se ha enterado de que nos vamosa casar? ¿Por qué llama cuando le pedíque dejara de hacerlo? ¿No es obvio quemis padres están contentos porquepiensan que ya no seré homosexual, quela boda me salvará de ese estilo de vidaque ellos consideran inmoral yaberrante? Trato de calmarme pero no loconsigo, una ola de rencor me invade,me oprime el pecho y me acelera larespiración. Es obvio que mis padres sehan enterado porque Sofía ha esparcidocon orgullo la noticia de nuestra boda.¿No podía quedarse callada? ¿Tenía queirse de boca? ¿No es evidente que elnuestro es un casamiento de emergencia?

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¿Habrá llamado a casa de mis padres ose lo habrá dicho a su madre, quien, a suvez, habrá corrido con el chisme dondemi familia? ¿Sabrá Bárbara que su hijaestá embarazada? ¿Lo sabrán mispadres? No lo creo: si mi padre losupiera, hubiera dicho algo en sumensaje telefónico. Pero Sofía tiene quehabérselo contado a alguien, de otramanera no se explica que mi padre llamea felicitarnos. Estoy enfurecido yagitado cuando vuelve a sonar elteléfono. Me quedo de pie y escucho:Hijo, soy tu papi otra vez. Me olvidé dedecirte algo. Es muy importante que teacuerdes de regalarle un anillo a Sofía.Me imagino, conociéndote, que te has

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olvidado de ese detalle, que, créeme,hijo, es vital para que las cosascomiencen bien en tu matrimonio ypara que quedes como un hombreeducado, de buena familia, comosiempre te hemos educado tu mamá yyo. Consíguele un buen anillo a lanovia y, si no sabes dónde, me das unallamadita y yo te paso unos datos quete servirán o me encargo deconseguirte el anillo acá en Lima y veola forma de hacértelo llegar o te lollevo con tu mamá cuando vayamos a laboda. Bueno, hijo, sólo queríarecordarte esto del anillo. Un abrazo yfelicitaciones nuevamente, tu papi.

Me quedo perplejo, sin poder

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creerlo. ¿Comprarle un anillo a Sofíaporque así me educaron ellos? ¿Pedirlea mi padre que me lo envíe desde Lima?¿Esperar a que vengan a la boda? ¿Van avenir? ¿Quién los ha invitado? ¿Tienenderecho a invitarse a una ceremonia queyo quería que fuese un acto íntimo yahora amenaza convertirse en un eventosocial que saldrá en las revistas de allá?No puedo seguir escribiendo. Tengoganas de caminar hasta la universidad,buscar a Sofía y confrontarla a gritos:¿En qué estabas pensando cuandodecidiste contarle a alguien en Limaque nos vamos a casar? ¿Se puedesaber a quién le dijiste el benditochisme? Pero no: me quedo furioso,

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dando vueltas por la sala, arrepentidodel momento de debilidad en que le dijeque me quedaré con ella, nos casaremos,tendremos al bebé y nos iremos de lunade miel a París. No la llevaré a París. Siquiere ir, que la invite Laurent. No habráluna de miel y a lo mejor tampoco boda,me vuelvo a Lima y que Sofía se lasarregle con su embarazo. No, Gabriel,tranquilo, no te precipites: sé frío,piénsalo bien, te conviene casarte, sacarla residencia y en cinco años hacerteciudadano. Pero, eso sí: en caso de quehaya boda, de ninguna manera vendránmis padres a sonreír con orgullo en estacharada absurda. Que se jodan. Me hanamargado la vida y, por si fuera poco, se

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invitan a mi boda. No lo permitiré.Ahora sólo quiero que vuelva Sofía parasaber qué está pasando, con quién oquiénes habló en Lima, si dijo o no queestá embarazada.

No puedo dominar la rabia. Levantoel teléfono y llamo a la oficina de mipadre. Sé de memoria el número aunquehubiese querido olvidarlo. Contesta lasecretaria. Es agradable y educada. Enseguida mi padre se pone al teléfono:Hijo, qué sorpresa, ¿escuchaste mismensajes? Hablo con una voz que delatami rabia: Sí, los escuché y por eso tellamo. Papá se apresura a hablar, quizáporque advierte que estoy enfadado yquiere evitar una discusión: Bueno, ante

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todo quería felicitarte, porque es unagran cosa que hayan decidido casarseSofía y tú, en la casa todos estamosmuy felices. Lo interrumpo: Gracias,papá, pero las felicitaciones están demás. Llamo para saber cómo te hasenterado de esta payasada delmatrimonio. Mi padre se queda callado,como meditando su respuesta, y habla:Me llamó Bárbara, la mamá de Sofía, adarnos la buena noticia. y no meparece bien que hables así de una cosatan importante en tu vida de pareja conSofía, hijo. Yo, furioso, disparo devuelta: Sofía no es mi pareja. No nosvamos a casar por amor, sino para queme den los papeles. y no quiero que

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vengas ni que venga mamá, no estáninvitados, no quiero verlos, ¿estáclaro? —Mi padre guarda silencio, nocontesta—. Esto es todo lo que queríadecirte, añado, y cuelgo con violencia.

Ya me siento mejor. Ya están másclaras las cosas. ¿Debería haberle dichoque vamos a casarnos porque Sofía estáembarazada? No: mejor así, cuantomenos sepa, mejor. Ahora sigodescontrolado, furioso, con ganas deromper algo. Voy al cuarto, agarro unretrato enmarcado en el que sonreímosSofía y yo, lo arrojo contra el piso y serompe el vidrio. Levanto el teléfono ymarco el número de la casa de Bárbara.No lo hagas, Gabriel, pienso. Cuelga.

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Suena el teléfono. Contesta Matilda, laempleada gorda y amorosa. Hola, Mati,¿está la señora Bárbara?, pregunto,tratando de disimular que estoyindignado. Joven, qué gusto, ¿cómo estála Sofía?, pregunta Matilda, cariñosa.Muy bien, muy bien, en la universidad—respondo—. Por favor, pásame conBárbara. Cómo no, ahoritita la llamo,joven. Bueno, cuídese y salúdeme a laSofi y vengan prontito, pues, que sehacen extrañar. Seguro, Mati, seguro.Me quedo en silencio, el teléfonoaplastándome la oreja derecha,pensando en lo que debo decir y en eltono en que debo decirlo. Bárbara sepone al teléfono: Hola, Gabriel, qué

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sorpresa, dice, con una voz que pretendeser educada y encubre mal la antipatíaque siente por mí. Hola, Bárbara, digo,muy serio. ¿Y esa voz?, dice, burlona.No contesto el sarcasmo, digo: ¿Hasllamado a mis padres para decirles queSofía y yo nos vamos a casar? Sí, mepareció lo más lógico contarles, ¿porqué?, contesta, en tono desafiante.Porque son mis padres, no los tuyos, ysi alguien debía llamar o no llamar, erayo, no tú, digo con agresividad. Noestoy de acuerdo —dice ella—. Yotengo todo el derecho del mundo dellamar a contarles. y me parece muymal de tu parte que llames aregañarme, es una insolencia que no

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tengo por qué aceptarte. Yo prosigo:¿Cómo te enteraste? ¿Te lo contóSofía? Bárbara contesta: Sí, me llamóesta mañana y me contó que handecidido casarse. Y, si quieres que tesea franca, me pareció una pésimanoticia, porque ni siquiera haterminado su maestría y no veo por quétienen que casarse así tan apurados sirecién están juntos hace un año, menos,ni siquiera un año. Yo la escuchodisgustado y contesto: ¿Sofía te hadicho por qué vamos a casarnos tanapurados? ¿O te ha contado una lindahistoria de amor?

Ahora Bárbara parece sorprendida ypregunta con curiosidad: ¿Por qué van a

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casarse? Yo dudo: ¿Qué te ha dichoella? Bárbara habla con una voz odiosa:Que se van a casar en marzo por la ley,no por la iglesia. ¿Nada más?, insisto,mientras dudo si decirle toda la verdad.Nada más —dice ella—. ¿Qué másdebo saber? Yo escupo entonces todo elrencor que llevo adentro, tantas nochesde dormir mal, tantos encierros secretosen el baño, tantas lágrimas defrustración: Nos vamos a casar porqueSofía está embarazada. ¿Qué? —chillaBárbara—. ¿Qué has dicho? Yo levantola voz: Que está embarazada. Nosvamos a casar por eso. Yo no quierotener el bebé. Le pedí que abortasepero ella no quiso. Está terca con que

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quiere tenerlo. y como se ha obstinadoen tenerlo, yo me tengo que quedar conella y por eso nos vamos a casar, paraque yo pueda sacar los papeles yquedarme con ella. Bárbara se quedaperpleja y habla con una voz decatacumbas: ¿Me estás diciendo que sevan a casar para que tú saques lospapeles norteamericanos? Sí,exactamente —contesto—. Vamos acasarnos no por amor, sino por lospapeles, añado, con crueldad. Esto esdemasiado para mí —dice Bárbara,llorosa—. Siempre supe que eras unamala compañía para mi hija, pero nome imaginé que llegarías a tanto. Yo nome dejo intimidar y sigo machacando el

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orgullo de esa señora presumida que secree una estrella de cine y trata a susempleadas domésticas con un racismorepugnante, como si fuesen sus esclavas:Hay algo más que quiero decirte.Bárbara chilla: ¿Más? ¿Después detodas estas cosas horribles que me hasdicho? Yo digo, muy frío ydisfrutándolo: Sí, más. Yo no estoyenamorado de tu hija. Yo quería irme avivir solo. Pero ella quedóembarazada. Yo le dije que aborte. Ellano quiso. y quiero que sepas por qué lepedí que abortase. Bárbara dice: No sépor qué, pero me parece una buenaidea, yo tampoco quiero que Sofíatenga un hijo contigo. Continúo, sin que

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me sorprendan sus ataques insidiosos:Yo no quería tener al bebé porque noestoy enamorado de Sofía. y no estoyenamorado de Sofía porque soy gay.Bárbara chilla otra vez: ¿Qué? ¿Qué mehas dicho? Yo grito: ¡QUE SOY GAY!¡QUENO QUIERO CASARME CON SOFÍA NITENER UN HIJO CON ELLA PORQUE SOYGAY!

Bárbara se confunde o fingeconfundirse: No te entiendo y no megrites, por favor. ¿Me estás diciendoque eres maricón y que vas a tener unhijo con Sofía y que te vas a casar sólopor los papeles? Yo contesto confrialdad, sin gritar: Sí, exactamente. Teestoy diciendo que soy maricón, que no

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quiero casarme con tu hija, que noestoy enamorado de ella, que hubierapreferido no tener el bebé y que sí, laúnica razón para casarnos es que meden la residencia. Ahora Bárbara llorao simula llorar para cumplir a cabalidadsu papel de señora de alta sociedad queno tolera estas emboscadas del destino:Éste tiene que ser el peor día de mivida, comenta, abatida. Yo no siento lamenor lástima y digo: El mío también. ypor eso te pido que dejes de llamar amis padres y darles informaciónequivocada. Ahora Bárbara grita:¿CUÁNDO TE VAS A IR DE LA VIDA DE MIHIJA? ¿CUÁNDO VAS A DEJAR EN PAZ? Yocontesto con cinismo: No grites, por

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favor, que se va a enterar tu vecina. Mevoy a ir apenas pueda. Me iré cuandonazca el bebé y me den los papeles. Y,si por mí fuera, ya me habría ido hacemeses, pero Sofía quedó embarazada yacá estoy, jodido, sin poder irme. Perono te preocupes, que me iré pronto y nonos veremos más, porque sé que medetestas y yo te detesto igualmente.Gracias, chau.

Cuelgo el teléfono y sonrío frente alespejo que Sofía compró en la feria debaratijas. Estoy demasiado tenso, sientoque me puede dar un infarto en cualquiermomento, un dolor agudo me oprime elpecho. Necesito tomar aire. Me pongoun saco y un sombrero negro y salgo a

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caminar. Hace frío, ya oscurece. Mi vidaes una puta mierda: vivo en el barriomás lindo que he conocido y soy tanmiserablemente infeliz, qué ironía.Detengo un taxi y le pido que me lleve aThe Fireplace, un bar de hombres cercade Dupont Circle. No me importa que elconductor, un tipo de apellidoimpronunciable que seguramente nacióen otro continente, piense que soy gay.Lo soy y a mucha honra. Me gusta cómome queda este sombrero negro: me miroal espejo del taxista y sonrío coqueto.Poco después, entro en The Fireplacesin quitarme el sombrero. A pesar deque es temprano, hay un buen número dehombres alrededor de la barra. Nadie

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baila, pero una música agradable relajael ambiente. Voy a la barra, siento quealgunos me miran con interés, miro aquíy allá con coquetería, le pido una copaal barman, que está guapo y muestra losmúsculos con un descaro que seagradece, y me quedo sentado, bebiendocon premura, esperando a que venga unhombre amable a salvarme de esteinfierno.

Esta noche voy a emborracharme y aacostarme con un hombre, pienso, ysiento cómo el vino me raspa la gargantay apaga el incendio que llevo en elestómago.

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Regreso borracho al departamento.No me acosté con ningún hombre. No meatreví. Me daba miedo ir a la casa deuno de ellos y descubrir que era unasesino en serie y terminar cortado enpedacitos en su nevera. Desconfío de laespecie humana, imagino siempre lopeor, no puedo evitarlo. Sólo uno deesos hombres borrosos de TheFireplace, cuyos rostros se perdíanentre la penumbra y el humo, me inspiróconfianza y me gustó. Creo que me gustócuando me dijo: Con ese sombrero y esasonrisa, pareces un político encampaña. Yo sonreí y le grité al oído,

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porque la música era un estruendo: Soyun político y estoy en campaña. El tipo,algo mayor que yo, pero aún joven ybien puesto, me miró con simpatía ypreguntó: ¿Yen qué consiste tucampaña? No dudé en responderle: Enirme a la cama con el hombre másguapo de este bar. Nos reímos,hablamos de cualquier cosa y creo quenos gustamos, pero cuando le dije parairnos a un hotel, me sorprendió: Nopuedo, tengo novio. Yo pregunté sinentender: ¿Y entonces por qué vienesacá? El sonrió encantador, su manosobre la mía, y dijo: Para entretener losojos, pero yo sólo me acuesto con minovio. Una lástima, dije, y seguimos

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bebiendo y yo tuve ganas de arrancarleun beso, sólo uno, y poco después, yaborracho, cuando hablaba de su trabajocomo arquitecto y de la casa que estabanconstruyendo con su novio en Maryland,le robé un beso en la boca y él sonriócon ternura y me devolvió el beso, perosólo nos besamos, nada más.

De todos modos, esas horas en TheFireplace me hicieron bien, porque salírelajado, contento y habiendo olvidadola tarde miserable que pasé en elteléfono, peleando con mi padre y conBárbara. Cuando le conté al arquitectotodo lo que estoy viviendo, se conmovióy me dijo al oído: Los gays somos losmejores padres del mundo, ya verás que

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serás un gran papá y gozarás mucho dela experiencia. Lo amé por ser tanoptimista, envidié a su novio y sentí, porsi hacía falta, que ese mundo, el de loshombres suaves, con los pantalonesajustados y los glúteos remarcados, erael mío, uno al que pertenezconaturalmente.

Estoy borracho en el taxi y extrañoaquellos días en Lima en que acudía alugares peligrosos en busca de cocaínapara despejar la embriaguez y sentirmemenos inseguro. Pero no quiero volver aser un cocainómano, no podría mirarmea los ojos, tendría asco de mí mismo.Soy gay y estoy borracho pero novolveré a meterme coca. En The

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Fireplace pensé pedirle cocaína albarman, pero me contuve. Ahora estoytratando de abrir la puerta deldepartamento, en este pasillo mugrientoy oscuro por el que a menudo corren lascucarachas, y no puedo acertar la llaveen la cerradura porque mi manotemblorosa no me lo permite. De pronto,Sofía abre bruscamente la puerta y merecibe con una cara tremenda. Yo lamiro con los ojos chispeantes, unasonrisa traviesa y sin sacarme elsombrero negro a pesar de que son lasdiez de la noche. ¿Se puede saber dóndeestabas?, pregunta, furiosa.Emborrachándome, digo, y hago unavenia burlona con el sombrero. Muy

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gracioso —dice, y luego—: ¿Se puedesaber dónde? Yo, haciéndome elgracioso: Sí, cómo no. En TheFireplace, un bar gay muy bonito, ¿loconoces? Sofía me mira con odio yestalla: ¡Eres un maricón. Yo contestosarcásticamente: Bueno, sí, eso losabíamos desde el principio, ¿no? y nogrites, por favor, que se van a enterarlos vecinos, que son los únicos quetiran rico en este edificio.

Sofía me mira como si quisierapegarme. Tiene las mejillas coloradas,los ojos desorbitados y los labiostemblando. ¡No pensé que podías sertan maricón!, vuelve a gritar. ¿Tangrave te parece que vaya a coquetear a

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The Fireplace?, digo. Ella viene haciamí y yo espero una bofetada, pero mesaca el sombrero y lo tira al suelo.¡Quítate esto, por favor, que son lasdiez de la noche y pareces un payaso!,grita. Cálmate, por favor, que si yoparezco un payaso, tú pareces una loca,digo, recogiendo mi sombrero. ¡La locaeres tú!, grita, histérica, y yo, máshistérico, porque ya puestos a gritar nome voy a dejar atropellar, ¡sí, la locasoy yo, y a mucha honra! Entonces ellacamina de un lado a otro, las manos enla cintura, y dispara: Te juro que nuncame imaginé que podías ser tan maricónde llamar a mi madre a decirle todo.¡Eres una rata!, me acusa y yo,

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borracho y atontado como estoy, caigoen cuenta de que está furiosa por eso,porque llamé a su madre y le conté laverdad, que soy gay y su hija una loca, yque vamos a tener un bebé y noscasaremos para sacar los papeles.Llamé a tu madre para decirle laverdad, me defiendo, sentándome a mimesa de trabajo y apagando lacomputadora que había quedadoencendida. ¡No tenías que decirle queestoy embarazada y que eres gay!,chilla ella. ¡Y tú no tenías que decirleque nos vamos a casar! —grito yo—. ¡Yella no tenía que llamar a mis padres adarles la buena noticia de que su hijitoes muy hombre y se va a casar! ¡Y mi

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padre no tenía que llamarme apreguntarme si ya te regalé un anillo!,sigo gritando, descontrolado.

Sofía se me acerca, me mira condesprecio y grita: ¡La llamé porque túmismo me dijiste que teníamos fechapara casarnos! ¡Me pareció lógicocontarle! Pero no le dije nada de miembarazo y tampoco de tu plan desacar la residencia, y menos de tusexualidad, porque todo eso era unsecreto entre tú y yo, ¡y ahora tú mehas traicionado de la peor manera,como el maricón malvado que eres! Yono aguanto más: ¡Basta de decirmemaricón como si fuera un insulto! ¡Y note he traicionado, sólo les he dicho la

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verdad! ¡El problema es que tú nosoportas la verdad y prefieres vivir enla mentira de que somos una parejafeliz y nos vamos a casar por amor! ¡Yla verdad es que yo soy gay y tú me vasa obligar a ser papá y por eso nosvamos a casar! Sofía se lleva las manosa la cara y dice: ¡Basta! Luego va alteléfono y marca de prisa unos números.¿Qué haces?, ¿a quién llamas?,pregunto. A Laurent —dice—. Me voy aParís a vivir con él. No aguanto másesta pesadilla. ¡Genial! —grito, burlón—. Me parece una gran idea. Ándatecon tu francesito y déjame en paz. Mevoy al cuarto y tiro la puerta. Sofíahabla en francés, llora, yo no entiendo

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nada y me siento una mierda. Mi mujer ymi hijo se van a ir y me voy a quedarsolo y arrepentido. No me importa.Estoy borracho y necesito tomar aire.Salgo de la casa, me subo a un taxi y ledigo que me lleve a The Fireplace.

En el camino siento el sabor saladode mis lágrimas resbalando hasta miboca. La vida es una puta mierda,pienso. Ahora sí se jodió todo. Mi bebétendrá un padre francés. Me estoycayendo de borracho, apesto a humo,tengo la boca seca y pastosa y me sientoun asco cuando vuelvo al departamento,pasada la medianoche, y confirmo queSofía se ha marchado. Su ropa no está enel clóset y tampoco sus cremas y

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perfumes en el baño. Echo de menosnuestros retratos en el cuarto, perotodavía queda su olor y eso me hacellorar en la cama, arrepentido dehumillarla una vez más. Seguramentehabló con Laurent, le dijo cosashorrendas de mí, lamentó tantasdesgracias que no cesan y él le rogó quese tomara el primer avión a París y ellaprometió que llegará pronto y se fue consus maletas y ahora estará en elaeropuerto o ya volando y no hay nadaque pueda hacer, ya todo está perdido.Tal vez esto sea lo mejor, que Sofíatenga al bebé pero no conmigo, conLaurent como padre, y viviendo enParís, una ciudad que ama. Será el

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destino. Me quedo dormido pensandoque se ha cerrado este capítulotormentoso de mi vida, este huracán queparece eterno y lleva su nombre.

Despierto a las ocho de la mañana,con pesadillas y dolor de cabeza,cuando los niños llegan al colegio yjuegan ruidosamente en el patio vecino.Corro al baño a tomar unos tylenols,pero Sofía se los ha llevado todos. Mearrastro hasta la cocina y bebo un jugode naranja. No están las vitaminas, selas llevó también. Veo que hay unmensaje en el teléfono. Me precipito aescucharlo: Hola, soy yo, Sofía. Sóloquería despedirme. He venido a dormira casa de Andrea. En la tarde me voy a

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París. Lamento haberte complicadotanto la vida. No te preocupes, ahoraya no estaré por acá molestándote ypodrás hacer lo que quieras. Que seasmuy feliz. Adiós.

Todavía no se fue, me digo, aliviado.Tal vez podría impedirlo. Podría ir acasa de Andrea, pedirle disculpas aSofía y rogarle que me dé una últimaoportunidad. Pero no tengo fuerzas;estoy rendido. Regreso a la camaarrastrando los pies, me dejo caer bocaabajo y cierro los ojos tratando de ponerla mente en blanco y olvidarlo todo. Eleco de las risas infantiles me recuerdaque no tuve valor para ser padre y quealgún día mi hijo reirá en un patio de

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juegos de un colegio en París sin saberque soy su padre, y volverá a casa adecirle «papá» a Laurent. Quizá seamejor así. El niño será feliz allá, noconmigo. Yo no puedo hacer feliz anadie, siempre hago llorar a la gente quemás quiero, y este pobre niño no será laexcepción. Ahora mismo podría haceralgo para evitar que se vaya lejos de mí,levantarme de la cama y buscar a Sofía,pero soy un perdedor, un maricónborracho que agoniza en la cama de lamujer que lo abandonó. Dios, regálameun poco de sueño para olvidar quién soyy a qué niveles de abyección hedescendido.

Cuando despierto, miro el reloj y

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son las dos de la tarde. Ya me sientomejor. Camino a la cocina, muerdo unamanzana, veo que no hay mensajes y mepregunto si Sofía habrá partido. Trato dellamarla a casa de Andrea paradespedirme pero no encuentro elnúmero. Caminaré, no es lejos, apenassiete u ocho cuadras, y me hará bienrespirar el aire fresco de la calle. Medoy una ducha fría, me veo gordo en elespejo mientras paso una toalla por micuerpo flácido, huelo la ropa de lanoche anterior, que apesta a humo, mepongo encima ropa limpia y salgo acaminar. Llueve. Abro el paraguas negroque Sofía me regaló y apuro el paso,bajando por la calle 34. Miro el reloj,

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son las dos y media. Con suerte, todavíano habrá partido. A medida que camino,lleno mis pulmones de aire fresco y medesintoxico de la noche anterior, mesiento con más fuerzas y me animo adesear que no viaje, que se quedeconmigo. A veces me siento un hombre yahora es uno de esos raros momentos.

Llego al edificio donde vive Andrea,en la esquina misma de la calle Prospecty la avenida Wisconsin, en cuya primeraplanta funciona una tienda de ropaexclusiva, y me apresuro en tocar eltimbre del cuarto piso, el penthouse conuna amplia terraza que ella, argentina,hija de médicos exitosos que viven enChicago, estudiante como Sofía de una

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maestría en ciencias políticas, ocupadesde que se mudó a esta ciudad. Elviento silba entre los autos, parte lalluvia, me chicotea la cara y merecuerda algo que Sofía solía decirme:el clima frío produce gente que piensa,es muy raro encontrar pensadores en losclimas tropicales. Yo no soy ni seré unpensador, apenas soy un hombreconfundido. Ahora sólo quiero abrazar aSofía pero nadie contesta y sigoapretando el timbre y no hay respuesta, ylas ráfagas de viento y esta lluviapertinaz se ensañan conmigo y me mojansin piedad a pesar del paraguas. No memuevo de allí, hundo mi dedo en elbotón y miro hacia arriba a ver si se

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asoma Andrea, que yo sé que me odia,pero nada, es un fiasco, será mejor quevuelva y acepte la derrota con dignidad,si queda alguna. Camino entonces por lacalle Prospect, dispuesto a detenerme enel café Booeymonger a tomar unos jugosde naranja que consigan aplacar elincendio de la resaca, cuando, depronto, una voz familiar interrumpe miscavilaciones.

Es precisamente Andrea, laargentina infatigable que suele estarestudiando, cargando pilas de libros yhablando de cosas intelectuales que yono entiendo ni quiero entender. ¿Quéhace vos acá?, me pregunta, con malacara, porque conoce todas las miserias

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que he perpetrado contra Sofía. Vine atu departamento a buscar a Sofía —digo, secamente—. ¿Sabes dónde está?,pregunto. Se fue al aeropuerto hacemedia hora, responde con todo eldesprecio que le inspiro. ¿Se fue aParís?, pregunto, parado bajo la lluvia,mi paraguas negro rozando el suyoceleste. Sí, a París, y no creo quevuelva, contesta con ponzoña, y yopienso: nadie te pidió un pronóstico,vaticinio o augurio de mala leche. ¿Aqué aeropuerto fue, al National o aDulles?, pregunto, a sabiendas de quetal vez no me lo dirá. La veo triste y noes casual, porque es la mejor amiga deSofía en esta ciudad, siempre leal y

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generosa con ella. No se le conocennovios y la pasión que exhibe por Sofíadespierta una cierta suspicacia en mí.Con frecuencia la invita a dormir, lehace los trabajos académicos, le regalaropa y la lleva a cenar a los mejoresrestaurantes, es decir, hace con Sofíatodo lo que yo debería hacer y nuncahago. ¿Por qué preguntas?, dice ella,desconfiada. Porque queríadespedirme, digo. Obvio que se fue aDulles, de allí salen los vuelosinternacionales, contesta. ¿Air France?,pregunto, y ella asiente. Gracias, chau,digo, y bajo la mirada y apuro el paso,pero ella grita: Mejor no vayas alaeropuerto, déjala en paz, ya basta de

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hacerla sufrir. Avergonzado, sigocaminando y me alejo de ella.

Me refugio de la lluvia enBooeymonger y le pido a la cajeraperuana, que ya me conoce, dos jugos denaranja, tratando de disimular con unasonrisa falsa la tristeza que llevo en elcorazón. ¿Qué te pasa, Gabrielito?, medice la mujer, baja y morena, los ojosvivaces, voluptuosos los labios. Nada,nada, todo bien, respondo, pero ella nome cree: Andas tristón, será la lluvia.Será, digo, y le pago. Tomo los jugos depie, salgo a la calle y detengo un taxi. Alaeropuerto Dulles, digo, sin pensarlo.Miro el reloj, son las tres, no voy allegar a tiempo. No importa, lo intentaré.

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Y si la encuentro, ¿qué haré? ¿Le pediréque se quede? ¿Me despediré conaplomo? ¿Lloraré en sus hombros y lerogaré que me perdone? Sofía se haquedado sin alternativas: huye a Parísporque yo, con toda maldad, heescandalizado a su madre, diciéndoleque soy homosexual, que Sofía estáembarazada y no la amo y que sólo estoydispuesto a casarme por los papeles. Séque, aunque le ruegue que no suba alavión, se irá de todos modos, porque hedestruido la poca felicidad que quedabaentre los dos y le he revelado minaturaleza pérfida y mi infinitacapacidad de ser ruin y desleal.

El taxi avanza con exasperante

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lentitud en medio de la lluvia que cae acántaros. Los autos circulan despacio,con las luces encendidas, por unaautopista rodeada de bosques, que nosaleja de la ciudad a través de un caminoque no conocía. Le pido al taxista, unsujeto de mal aspecto, que, por favoracelere pues voy a perder el avión, peroel hombre responde con unos exabruptosy hace un gesto crispado, comomandándome al diablo, y yo no digonada porque lo último que quiero es queeste forastero malhumorado me dé unagolpiza y arroje mis huesos al bosque.No sé para qué estoy metido en este taxicamino al aeropuerto Dulles, haciendouna escena romántica de culebrón,

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cuando lo sensato sería dejarla partir yolvidarme de ella. Se ve que no puedohacer lo que tanto digo anhelar: estarsolo y borrar a Sofía de mi vida. Tanpronto como la pierdo, salgo corriendoa buscarla como los galanes de lastelenovelas malas que veía de chico conlas empleadas domésticas en la cocinade mis padres. ¡Cómo me conmovían lasescenas en los aeropuertos! Ahora,ironías del destino, estoy atrapado enuna de ellas porque mi amor, mi heroína,la madre de mi bebé me abandona, semarcha a París en busca de un antiguonovio, y yo no puedo vivir sin ella.Vergüenza debería darme: yo quería serun escritor y ahora estoy metido en este

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culebrón serie B.Llegamos por fin al aeropuerto

Dulles, le pago de prisa al crápula en elvolante y pienso que a lo mejor hancancelado el vuelo por la lluvia. Entro aese edificio moderno, luminoso, unprodigio de cristales y barras circulares,me confundo entre la muchedumbreimpaciente y avanzo con dificultad hastael mostrador de Air France. Me detengoentonces a observar entre la hilera depasajeros de clase económica. Sofía noestá. Echo una mirada a los alrededores,tampoco la encuentro. Son las tres ycuarenta y cinco y la pizarra electrónicaanuncia que el vuelo sale a las cinco ymedia. Lo más probable, pienso, es que

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ya se registró y pasó los controles. Esmuy tarde. La he perdido. Si no mehubiese tirado en la cama toda lamañana, si la hubiera buscado mástemprano, quizá habría alcanzado adespedirme. Pero soy un holgazán.Prefiero dormir antes que ser papá. Soyuna vergüenza. Necesito un café parareponerme. Camino entre masas deviajeros malhumorados, maldigo lainsana costumbre de viajar, recuerdoque todos los males provienen de nosaber estarse quieto —todos los míos,especialmente— y me acerco, abatido,mojados los zapatos, un aguijónpersistente taladrándome la cabeza, auna cafetería atestada de personas con

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maletines rodantes y ordenadoresportátiles.

De pronto, la veo: allí está Sofía enun teléfono público, al final del pasillo.Un sobresalto me recorre la espalda yme produce escalofríos. Entonces laescena del culebrón cobra vida: ahoraestoy corriendo entre las azafatas y lostripulantes amanerados y sólo quieroabrazar a Sofía antes de que cruce loscontroles de inmigración y seademasiado tarde para despedirnos.Llego por fin a su lado, con larespiración agitada y la duda estúpidade no saber qué decirle. Sofía estáhablando por teléfono. Toco su hombro.Voltea sorprendida y palidece al verme.

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Cuelga. Estaba dejándote un mensaje,dice. Yo sonrío, no sé qué decir. ¿Quéhaces acá?, pregunta, seria, aunque suvoz delata que no me odia. Vine adespedirme, digo. Ella baja la mirada,las manos en los bolsillos, y, aunquetrata de no llorar, se le humedecen losojos. Me muero de la pena de haceresto, pero siento que no tengoalternativas, susurra, sin mirarme. Estan noble, tan decente. Nunca seré comoella, soy una alimaña a su lado y una vezmás la hago llorar. Perdóname, le digo.Me mira a los ojos como tratando deescrutar la sinceridad de mis palabras.No puedo perdonarte —dice ella—. Nosabes el escándalo que has armado en

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mi familia. No puedo entender por quéle dijiste todo eso a mi mamá. Tú sabeslo loca que es. Me has tirado unabomba en la cara. La escucho, asientodócilmente, me conmuevo, se me aneganlos ojos, no sé qué decir. Meemborraché, perdí el control, la cagué—digo, pero es una mala disculpa—.Fue un momento de locura, añado, yella me mira con lástima, ni siquiera condesprecio, y siento que no me cree, queya no puede creerme una palabra más.Ya no importa, ya es tarde —dice ella,mirando el reloj con nerviosismo—. Teestaba dejando un mensaje diciéndoteque no te preocupes por mí, que voy aestar bien en casa de Laurent. —Ahora

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se le quiebra la voz y desvía sus ojos delos míos. Sin embargo, hace un esfuerzopara continuar—: Me da pena dejarte,abandonar la universidad, irme conLaurent a pesar de que te amémuchísimo, tú lo sabes. Pero lo hagopor el bebé. No puedo obligarte a serpapá, tú no lo quieres y eso me parte elcorazón, Gabriel. Tengo que buscar lomejor para mi bebé. Laurent quiere serel padre, está muy ilusionado, mequiere con una seguridad que tú notienes, y por eso me voy con él.

Yo la escucho, la veo llorar, mesiento un pedazo de mierda y lloro conella, y no puedo sino darle toda la razón:es comprensible que se vaya y esté harta

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de mí, es lógico que quiera proteger albebé y darle un padre. Te entiendo, teentiendo perfecto, pero igual me damuchísima pena y siento que todo estoes culpa mía y me siento una mierdapor eso, digo. No me atrevo a tomarladel brazo, a pasar una mano por su pelo,a rozarla mínimamente. Siento que ya laperdí, que ahora ama a Laurent, que soyuna pesadilla que quiere cortar de raízpara iniciar una nueva vida. ¿Meperdonas?, digo. Ella permanece ensilencio. No puedo —responde—. Esmuy pronto. Quizá algún día pueda,pero ahora no. Me has hecho muchodaño. Ni siquiera sé si esta pobrecriaturita nacerá bien, añade,

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tocándose la barriga, y de nuevo se leparte la voz. No digas eso, lainterrumpo, pero ella mueve su cabeza,impaciente, mira el reloj y dice: Tengoque irme, voy a perder el avión. Latomo del brazo, la miro a los ojos contodo el amor que todavía siento por ellay digo: No te vayas. Ella me mirasorprendida pero a la vez apenada y sinfuerzas ya, sin ninguna esperanza en mí.Por favor, no te vayas, quédate, leruego. Ella mueve la cabeza, negándose.Le tiemblan los labios, las manos, y yoinsisto: Te juro que estaré contigo y teharé feliz y seré un buen papá. Ellaretira su mano y dice con ciertacrispación: No me hagas esto, por

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favor. No sigas haciéndome sufrir. Mevas a matar de un infarto. Me quedocallado, comprendo que la he perdido.Ya no te creo nada —dice ella—. Undía dices cosas bonitas y al díasiguiente eres un monstruo. Ya no séquién eres. Adiós, Gabriel. Se acerca amí, besa tímidamente mi mejilla y semarcha a pasos rápidos. Sofía, le digo,caminando detrás de ella, pero novoltea, se aleja de mí.

Me detengo. Ella entonces mesorprende. Se da vuelta, improvisa unasonrisa muy triste y dice: Te mandaréfotos cuando nazca el bebito. Luego mehace adiós, pasa los controles ydesaparece tras unos vidrios gruesos.

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>En el taxi de regreso a casa nopuedo dejar de llorar en silencio. Hadejado de llover, es de noche y sientoque es el momento más triste de mi vida.Entro al departamento, recuerdo suausencia definitiva y lanzo un grito dedolor. Me miro al espejo y veo a unhombre que tendrá que vivir con lavergüenza el resto de sus días. Tengo losojos rojos, hinchados, y un dolor agudoy creciente en el pecho que no me dejarespirar. Camino hasta el cuarto, abrolas ventanas para que se meta el vientohelado, me tumbo en la cama, busco suolor entre las almohadas y lloro con una

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desesperación que no conocía. Nopuedo moverme. Me quedo así,tumbado, exhausto, sin saber adonde ir,qué hacer con mi vida. No podréescribir una línea más, menos aúnvolver a Lima y sonreír a sueldo en latelevisión. Quizá convenga acabar conesta pesadilla, caminar a la farmacia,comprar un frasco de somníferos,tomármelos todos y escapar de mí, deesta cárcel en que se ha convertido mivida. Trato de dormir pero no puedo.Tampoco quiero comer. He perdido,debo irme. Pasan los minutos y una solaidea machaca mi cabeza: debo irme, lapelícula se ha terminado. Me quedotendido un rato largo, quizá una hora o

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dos. Luego me incorporo con dificultady salgo a la calle sin paraguas. Havuelto a llover. Me mojo. No importa.Nada importa ya. Ella se ha marchado yotro hombre será el padre de mi hijo.

Llego desesperado a la farmacia ypido pastillas para dormir. Un sujetoimperturbable, en mandil blanco, meinforma que necesito una prescripción.No tengo —le digo, con voz grave—. yrealmente necesito dormir. El tiposeñala unos frascos en un estante y medice que, sin prescripción, sólo puedollevarme esas pastillas. Agarro diezfrascos de Tylenol PM, voy a la cajaregistradora y pago. Camino las doscuadras de regreso pensando: si me

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tomo estas diez cajitas, me muero oduermo una semana entera, es decir, queen cualquier caso las tomaré.

Entro al departamento y me recibeuna música familiar, el piano deRachmaninov. Me quedo atónito. Sofíame mira, las piernas cruzadas, desde mimesa de trabajo. Cancelaron el vuelo,dice, con una sonrisa. Yo la miroincrédulo, los ojos irritados, la ropamojada, las diez cajitas de Tylenol PMen los bolsillos de mi sacón negro.Falló una turbina del avión antes dedespegar, regresamos y nos bajaron,dice, de pronto seria. Qué bueno, digo,y me acerco a ella. Estás empapado, sealarma, al verme húmedo, goteando de

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pies a cabeza. Me olvidé el paraguas,digo. Te vas a resfriar —me amonestacon cariño—. Voy a hacerte un tecito,¿quieres?, pregunta. Sí, porfa, digo. Ellase levanta y camina hacia la cocina,pero yo la detengo, la abrazo y lloro ensu hombro. No te vayas, mi amor —ledigo—. Si te vas, yo me voy también.Ella me abraza con fuerza, se moja conmis ropas, se estremece y dice: ¿Adondete irías? Yo respondo: Me iría,simplemente me iría. Ella me acariciael pelo mojado con una ternura quepensé ya no sentía por mí y dice: Nodigas tonterías. Acá estoy contigo. Esel destino, supongo.

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Sofía no puede tener al bebé, es unalocura absoluta, yo me opongototalmente, dice Bárbara, levantando lavoz, el rostro crispado, las manosinquietas, temblorosas. No digas eso,Barbie, déjala decidir tranquila, quehaga lo que ella crea más adecuado, lereprocha Peter, su marido. Estamos en eldepartamento de Isabel, que escucha ensilencio, el ceño fruncido y, a pesar dela gravedad del momento, me mira consimpatía, apiadándose de mí por el malrato que estoy pasando frente a sufamilia. Peter y Bárbara han llegado enel primer vuelo desde Lima y se hanacomodado en el cuarto de huéspedes.

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Francisco, el hermano mayor de Sofía, ysu novia, Belén, han tomado un tren enBoston, donde estudian, y se han sumadoa este consejo familiar, reunido paradecidir qué hará Sofía con su embarazoy conmigo. Somos siete personas —Bárbara y Peter, Isabel, Francisco yBelén, Sofía y yo— sentadas en la sala,y parece como si alguien hubiese muertoen la familia porque la atmósfera essombría, deprimente. Bárbara es, conmucha diferencia, la que parece másmolesta. Me mira con furia, culpándomede esta suerte de desgracia familiar.Peter procura mantener la calma y evitarlos excesos dramáticos en que a menudocae su esposa. Es un tipo frío, con

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bastante dominio de sí mismo, y sólo enocasiones se permite un gesto decontrariedad, en particular cuandoBárbara dice un disparate. No sé quéesperas para abortar, no puedes tenerun hijo con Gabriel, que no te quiere ydice que quiere vivir solo, estallaBárbara, dirigiéndose a Sofía. Peter lamira pidiéndole calma, pero ella loignora. No puedo abortar, ya les dijeque traté y no puedo, se defiende Sofía,con voz débil, sentada en un sillón conlas piernas cruzadas. Creo que teequivocas, Sofía, interviene Francisco,su hermano, vestido con vaqueros y unacamisa de cuadros.

Es un hombre todavía joven,

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bordeando los treinta, pero haengordado y perdido pelo, lo que haceque parezca mayor. Tienes que hacer unanálisis frío de los costos y losbeneficios de tu decisión, añade, conaire de sabiondo, envanecido porqueestudia en una universidad de prestigio.En mi opinión, los costos serían muyaltos, porque no podrías terminar tumaestría, serías madre soltera,volverías a Lima en medio de lavergüenza social y limitaríasmuchísimo tu desarrollo y crecimientoprofesional, prosigue, acomodándoselas gafas, sentado en la alfombra. Meirrita su actitud de geniecillo nerd quetodo lo analiza rigurosamente, salvo el

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tamaño de su barriga, me digo, ensilencio, con actitud culposa, porque elmalo de la película soy yo y Sofía lavíctima de mis desmanes amorosos. Yosé que si soy mamá ahora, mandaría altacho mi futuro profesional, pero no meimporta, prefiero darle vida a estacriaturita y ser pobre, dice Sofía, la vozquebrada, y Belén la mira llena decompasión, mientras Isabel hace ungesto de impaciencia, harta de estemelodrama, y Francisco vuelve a lacarga, estimulado por las miradascómplices de su madre: No seas terca,Sofía. Piensa. Piensa con la cabeza, nocon las hormonas. Te falta un año paraterminar la maestría. ¿Vas a dejarla a

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la mitad? ¿Qué clase de trabajo vas aconseguir sin una maestría y con unbebito? ¿Quién va a cuidar al bebito?Vas a estar sola, en Washington, sinempleadas, sin trabajo y con un bebitollorando todo el día. ¿Qué clase devida es ésa?

Bárbara asiente y lo secunda: ¿Quéclase de vida es ésa, Sofía? Vas a vivircomo las negras que se llenan de hijos,no puede ser. Nuestra familia tiene unaposición social, no podemos pasar poresta vergüenza de que tengas un hijosin casarte y abandonando tus masters.Sofía se eriza y levanta la voz: Ya sé quetienen vergüenza de mí, ya me lodijeron mil veces, ¿cuántas veces más

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me lo van a decir? Yo pienso ensilencio: No tienen vergüenza de ti,tienen vergüenza de que yo sea el padrede tu bebé, por eso quieren que abortes,para borrarme de tu vida y de tu familia.Bárbara me considera un impresentableporque le he dicho que soy gay, un temadel que aún no se habla en este consejofamiliar; su hijo Francisco me tienecomo un perdedor porque no terminé launiversidad y me dedico a escribir, unoficio que a él le parece absurdo, uncamino seguro a la pobreza; Peter me vecon lástima, pues no atiendo susconsejos de volver al Perú y dedicarmea la política; Belén, curiosamente, no metrata con hostilidad y por momentos

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hasta me mira con simpatía, e Isabel esmi aliada incondicional y me defiendecon pasión cuando su madre me lanzasus habituales insidias.

No tenemos vergüenza de ti —ledice Bárbara a Sofía—. Estamos acápara ayudarte. Pero no podemospermitir que te hagas un daño teniendoun hijo con Gabriel, que, perdóname lafranqueza, no está a la altura denuestra familia y ni siquiera se sienteun hombre, si me dejo entender. Petercarraspea nerviosamente y mira aljardín; Francisco me escudriña con ojosdesafiantes; Isabel sonríe y mueve lacabeza como diciendo yo sé queGabriel es más hombre de lo que

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ustedes creen.El daño me lo haría si abortara,

mamá, ¡no entiendes nada!, sedesespera Sofía, mirando conindignación a su madre, que le devuelveuna expresión fría, mezquina, egoísta. Yoestoy con Sofía totalmente —intervieneBelén, que ha permanecido en silenciohasta entonces—. No podemos obligarlaa abortar. Se haría un daño muygrande. Ella quiere tener al bebé ytodos debemos apoyarla para que lotenga, aunque la situación seacomplicada. Pero mucho peor para ellasería abortar, porque se quedaríatraumada y hecha puré. Sofía la miracon gratitud. Belén ha hablado con

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determinación, con una fuerzainesperada que nadie había mostrado enesta reunión. Yo la miro con respeto: esuna mujer de convicciones y no tienemiedo de defenderlas aun estando enminoría. Sólo Belén y Sofía han tomadopartido claramente a favor de que nazcael bebé. Yo creo que, si queremosayudar a Sofía, tenemos que hacerlever las cosas como son, aunque leduela —discrepa Francisco con sunovia—. y lo que más le conviene,desde el punto de vista económico yprofesional, de su futuro en el mercadolaboral de este país tan competitivo, esabortar un embarazo indeseado yseguir adelante con sus estudios,

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agrega, con una voz profesoral que meresulta odiosa. Belén lo mira con furia ylevanta la voz: Déjate de hablarcojudeces, Pancho. En este momento noestamos buscándole trabajo a Sofía,sino tratando de ayudarla a que estébien. Vuelves a pedirle que aborte y meparo y me voy de esta casa, ¿estáclaro?

Francisco se empequeñece ante elexabrupto de su novia y asiente condocilidad. Bárbara e Isabel miran aBelén con disgusto, ofendidas de quevapulee así al niño estrella de lafamilia. ¿Tú qué vas a hacer, Gabriel?,me pregunta Peter. Se hace un silencioincómodo. Yo casi no he hablado hasta

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entonces. No sé, depende de lo queSofía decida, digo, tímidamente. Sofíaya decidió, va a ser mamá, y tú eres elpapá, dice Belén, con una seguridad queme intimida. No es así, Belén, todavíatengo dudas —la corrige Sofía concariño—. Pero, sinceramente, no creoque pueda abortar, es algo que meparece tan horrible, tan cruel, que meda pesadillas todas las noches, añade, yse le quiebra la voz. Por eso, prohibidohablar del aborto, es una mariconadaseguir haciéndole esto a Sofía, afirmaBelén, con aspereza. Yo me hago eltonto y miro a otro lado, pero mesonrojo cuando ella habla demariconadas, porque sé que todos

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piensan que soy un maricón vergonzoso,un maricón que ha dejado embarazada asu chica y ahora sale del armario a gritarque es gay. No me has dicho qué vas ahacer, Gabriel, dice Peter, y me miracon una insistencia desesperante, altiempo que Bárbara me clava sus ojosinquisidores y Francisco me observacon inocultable desdén. Bueno, yaparece que todo está claro —hablo conla voz más viril que puedo improvisar—. Sofía va a tener al bebé y yo me voya quedar con ella y ser el papá.

Isabel me sonríe cariñosa; Belénaprueba, moviendo la cabeza, y Bárbaray Francisco me desprecian, pues me vencomo un intruso en la familia. ¿Vas a

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ponerte los pantalones y ser unhombrecito?, pregunta Peter en un tonode superioridad, dirigiéndose a mí conuna cierta condescendencia irritante. Yolo odio por hablarme así, como si fuesemi padre, pero trato de disimularlo yrespondo: Voy a cumplir misobligaciones. Me hubiera gustado tenercoraje para añadir: y no voy a seresposo de Sofía, ni me voy a poner lospantalones, ni voy a ser el hombrecitoque tú quieres que sea, porque soy gay,y así como Sofía tiene todo el derechodel mundo de ser feliz con su bebé, yotambién tengo derecho de ser gay, sindescuidar mis obligaciones comopadre. Así que no me hables deponerme

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los pantalones con esos modales decapataz homofóbico, no me hables conesa actitud prepotente y abusiva,porque yo soy gay pero puedo ser muyhombre, y tú eres un pobre sacolargocasado con una bruja que te domina asu antojo, así que poca autoridadtienes para hablarme de pantalones.No digo nada de eso, me quedo calladoy aguanto el vendaval. ¿Vas a casartecon Sofía y apoyarla varonilmente?,insiste Peter. Yo siento sobre mí todaslas miradas, carraspeo, busco una vozgruesa para fingir que soy más hombre ybalbuceo: Bueno, sí, el plan escasarnos. Entonces Bárbara metecizaña: Pero tú me dijiste que el plan es

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casarte para sacar la residencia, noporque estés enamorado de ella.Francisco se exalta y hace un gestocínico: O sea, una boda deconveniencia, un braguetazo. Isabelsuelta una carcajada: Te están diciendobraguetero, Gabriel, defiéndete, medice, con una sonrisa cómplice.

Yo guardo silencio, me sientoacorralado, no quiero mentir, y ademáses cierto que nos casaríamos para queyo pueda quedarme a vivir en este país,cerca de Sofía y del bebé. ¿Entonces esun matrimonio por papeles y nadamás?, pregunta Peter, que no me dejaescapar. Belén me mira comodiciéndome pobre de ti que digas que

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sí, que te casas para sacar una jodidatarjeta de residencia, te aviento elflorero si dices tamaña pachotada.Sofía no mira a nadie, se hunde en unsilencio compungido, mira esta alfombraque Isabel aspira dos veces al día,porque, como su madre y su hermana, esmaniática de la limpieza. No, yo quieromucho a Sofía —digo, y se hace unsilencio—. La quiero mucho y voy aapoyarla en todo lo que pueda. Noquiero que deje sus estudios. Yo puedocuidar al bebé para que ella vaya aclases y termine su maestría. Bárbarase impacienta: Eso es imposible, tú nosabes cuidar un bebé, no digastonterías. Tampoco es tan difícil, mamá

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—dice Isabel—. Podemos cuidar albebé entre Gabriel y yo, y así Sofía nodeja sus clases, me parece una buenaidea. Yo amo a Isabel una vez más.Sofía respira aliviada, se siente menosacosada. Belén me mira comodiciéndome muy bien, muy bien, yosabía que no me ibas a defraudar, yo teconozco de chiquito y no creo que seastan marica como anda diciendo la locade Bárbara.

¿O sea que te comprometes antetodos nosotros a casarte con Sofía yapoyarla ciento por ciento en suembarazo y su maestría?, preguntaPeter, con desconfianza, como si fueseun abogado tratando de hacerme firmar

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un contrato. Sí, respondo, secamente.Pero igual vas a casarte y rapiditonomás vas a sacar la residencia, opinaburlona Bárbara. Bueno, ¿y eso quétiene de malo?, me defiende Sofía,mirando con enfado a su madre. Claro,si puede sacar los papeles, muchomejor, dice Isabel. No me estoy casandopor los papeles, sino para ayudar aSofía —digo—. Pero no puedoayudarla si estoy como turista y tengoque irme cada tres meses. Es más fácilsi me dan la residencia, así puedo estaracá tranquilo. Peter asiente: Bueno, sí,tiene todo el sentido del mundo. Sofíadice: Además, el bebito va a nacer acáy tendrá la ciudadanía como yo, y no

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sería bueno que Gabriel se quede comoturista, si podemos sacarle los papeles.Bárbara me mira con hostilidad, lomismo que su hijo Francisco; los demásse resignan a la idea de tenerme en lafamilia y no parecen demasiadocontrariados por eso. Bueno, ¿cuándose casan?, pregunta Peter. Bárbara selleva las manos al pecho, como si fueseuna derrota atroz aceptar que me casarécon su hija. El segundo miércoles demarzo, respondo. Ahorita, en menos deun mes, qué emoción, dice Isabel. Queconste que yo me opuse, y sigopensando que todo esto es una locura,que estás pensando con las hormonas,le dice Francisco a Sofía. ¡Pancho,

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carajo!, le grita Belén, callándolo enseguida. Ya basta de hacer sufrir aSofía —interviene Peter, en tonoconciliador—. Hemos evaluado todaslas opciones con serenidad, pero ya setomó una decisión, que es la mejorpara ella, y ahora todos tenemos quetrabajar en equipo por el bien de Sofía—afirma—. ¿Estamos claros, Gabriel?,me pregunta. Muy claros, Peter,respondo. ¿Te vas a poner lospantalones, dejarte de dudashamletianas y aceptar tusresponsabilidades con hombría yvirilidad?, insiste. Sí, no te preocupes,contesto. El problema no es que seponga los pantalones, sino que no se

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los saque tanto, por eso estáembarazada Sofía, dice Isabel, risueña,y las mujeres sueltan una risotada, salvoBárbara, que me mira prometiendovenganza. Bueno, salud por los novios,dice Peter, y Sofía y yo rozamosnuestros vasos de agua mineral y nosmiramos con amor aunque también conmiedo. Salud por el bebito, dice Belén,al parecer contenta. Salud por tu tarjetade residencia, dice Bárbara y me mirasarcástica, y yo la odio pero sonríoamablemente.

Las cosas han vuelto a una ciertanormalidad. Sofía está más tranquila,

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asistiendo a clases y permitiéndoseantojos de embarazada, como ir todaslas tardes con su amiga Andrea al caféDean and Deluca y darse un atracón dedulces. Yo he retomado mi rutina:escribir cuatro horas diarias, encerrarmeen el departamento, no ver a nadie niatender el teléfono y salir a correr yhacer las compras. No falta mucho parala boda, apenas tres semanas. Unos díasdespués, nos mudaremos al nuevodepartamento que hemos alquilado y nosiremos a París. Peter ha regresado aLima para seguir dirigiendo susnegocios. Antes de despedirse, me hadicho con su habitual frialdad: Tener unhijo con Sofía es lo mejor que te podía

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pasar en la vida, te has sacado lalotería, sólo que todavía no te dascuenta, cambia de cara, no lo tomescomo una desgracia, sino como elpremio mayor, y no la vayas a cagar denuevo. Creo que Peter me quiere a sumanera, o al menos no me tiene aversióncomo Bárbara, que, para micontrariedad, ha decidido quedarse conIsabel hasta nuestra boda, así aprovechapara hacer compras en Washington,descansar de la violencia de Lima yayudar a su hija en los preparativos delcasamiento. Yo he insistido con Sofía enque no quiero ninguna celebración, sólola ceremonia legal en la más absolutaintimidad, pero bien pronto he

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comprendido que es una batalla perdiday que será inevitable una pequeña fiestafamiliar organizada por Bárbara, en eldepartamento de Isabel.

Isabel está encantada con la idea detenerme como cuñado y yo, contento desentir su cariño tan noble y sucomplicidad juguetona. Francisco y sunovia Belén han tomado el tren deregreso a Boston, lo que es un alivioconsiderable, aunque prometen volverpara la boda. También vendrían Harry yHillary, tíos de Sofía que viven en SaintLouis, Missouri; su abuela Margaret,que Sofía adora, desde San José, CostaRica, y sus primos George y Brian,residentes en Miami. De mi familia no

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vendrá nadie, he sido claro con mi padreen decirle que no están invitados, y él hadejado de llamarme. Bárbara, sinembargo, insiste, con su habitualcapacidad para entrometerse en asuntosque no le competen, en que debo invitara mis padres a Washington, hospedarlosen el Four Seasons y convidarlos a lafiesta del casamiento. Es curioso, peroella siempre habla bien de mi padre,dice que es un señor encantador,bonachón, gracioso y zalamero con lasmujeres, y yo pienso que debería vivirun mes con él y aguantar sus borracherasa ver si sigue pensando lo mismo.

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Corre el mes de febrero y el frío vacediendo. En las noches se siente más, ypor eso me pongo dos pares de medias yun suéter grueso. Sofía duerme en el sofáde la sala. No está molesta conmigo, meha perdonado, pero dice que así yoduermo mejor y ella también, porquecon el embarazo se mueve mucho y nome deja dormir y luego a la mañana lepongo mala cara y la culpo de todos mismalestares. Ella parece habercomprendido que mi felicidad dependede dos cosas elementales: dormir ochohoras sin sobresaltos y quedarmeescribiendo a solas en la casa. Por eso

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prefiere dormir en la sala, despertartemprano, alistarse sin hacer ruido ymarcharse a clases, dejándome una notaen la cocina, y no volver hasta la noche,cuando he terminado de escribir, asípeleamos menos y todo es más fácil.Don Futerman, el dueño deldepartamento al que nos mudaremospronto, ha dejado un mensaje en elteléfono, invitándonos al cine, pero lo heborrado sin contestarle porque no meprovoca ver a nadie y menos a él, queme recuerda ciertas debilidades que, porel momento, estoy tratando de ignorar,en aras de la armonía con Sofía.También ha dejado un mensaje mimadre, que ahora escucho desde mi

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mesa de trabajo: Hijo, soy tu mami, séque estás en una etapa de reflexión eintrospección, que te has metido en tuburbuja de soñador como hacías dechiquito, pero igual quiero decirte queestoy feliz y orgullosa por la noticia detu matrimonio con Sofía. Es unverdadero regalo del Señor que te casescon una mujer tan buena, tan cristianay tan fiel a ti, y por eso no dejo de dargracias a Nuestro Señor. No sé si nosveremos el día de tu boda, pero eso eslo de menos, porque te veo siempre enmis oraciones y todos los días ofrezcola misa por tus rectas intenciones y tusantificación personal. Mi amor, miGabrielito, te mando un beso muy

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grande y dile a mi nuera que la tengomuy presente en mis oraciones.

Aunque conozco bien la religiosidadexacerbada de mi madre, me quedosorprendido y sonrío cuando la oigodecir que Sofía será su nuera, esapalabra tan horrible. ¿Es Sofía la mujercristiana y fiel que cree mamá? No estoytan seguro de ello. Sofía no va a misa,descree como yo de la Iglesia católica ytiene una vida espiritual tan intensacomo la mía, es decir, reza cuando viajaen aviones, especialmente en zonas deturbulencia, y cuando le sale un bultoraro que ella de inmediato sospecha quepuede ser un tumor. Poco después, suenael teléfono nuevamente y oigo la voz de

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Bárbara: Gabriel, sé que estás ahí,contesta el teléfono, por favor, que esimportante. —No me muevo de mi mesade trabajo—. Gabriel, contesta, no mehagas este desaire, tengo algo quedecirte que es muy urgente y te va ainteresar. —Sigo sin moverme—.Gabriel, si no contestas voy a ir a tudepartamento y te voy a esperar en lapuerta hasta que salgas, así quecontesta. Me rindo. Contesto. Hola,Bárbara, estaba saliendo de la ducha,miento. Necesito verte cuanto antes,dice ella, con voz urgida. ¿De qué setrata?, pregunto. No te puedo decir,tenemos que hablar en secreto, sin queSofía se entere, me dice en voz baja.

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Bueno, cuando quieras, digo. Tiene queser ahora mismo, es muy urgente, diceella, con un apremio extraño, que sólomultiplica mi curiosidad. Estabaescribiendo, alego. Bueno, no te vendrámal un recreo —dice, confianzuda—.Encontrémonos en el bar delGeorgetown Inn en media hora, añade.No conviene, porque a Sofía le gusta irallí, digo. ¿Dónde es seguro?, ¿adondeno va nunca?, pregunta, con unacomplicidad que me desconcierta. ElFour Seasons es más seguro, digo. Peroes carísimo, protesta. No, si tomamosun té, digo. Bueno, está bien, en el FourSeasons en media hora, y no le digasnada a Sofía, esto es un secreto entre

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los dos, ¿okay , dice ella. Okay, no tepreocupes, nos vemos en media hora,digo y cuelgo.

¿Qué estará tramando esta brujaincansable? Algo malo con seguridad,alguna intriga desalmada y ponzoñosasin duda. Trato de escribir pero estoydemasiado inquieto por la llamada deBárbara, así que me cambio de ropa, mepongo algo más apropiado para lascircunstancias, le dejo una nota a Sofíapor si llega —«me voy a la biblioteca,regreso en un par de horas, te quiero»—y salgo a la calle. Camino a paso rápidopara resistir mejor el frío. Decido notomar un taxi, sino caminar por toda laavenida Wisconsin hasta la calle M y

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luego unas cuadras más hasta el hotelFour Seasons. Me hace bien pasear poreste barrio donde nadie me conoce,mirar a los chicos y a las chicas guapas,perderme entre los pocos turistas quecontemplan las vidrieras a ambos ladosde la avenida. Esto, caminar, mirar, esalgo que nunca pude hacer con placer enLima y menos en Miami. Media horadespués, llego al Four Seasons y sientoel aire cálido que me envuelve trascruzar el umbral de la puerta de vidrioscorredizos. Camino hasta los salones delté, sacándome el sombrero y los guantes,y advierto que Bárbara no ha llegado.Me siento a esperarla. Miro el reloj, sonlas cinco de la tarde, estoy puntual.

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Poco después la veo llegar: Bárbaracruza el vestíbulo como una estrella decine, en sus pantalones de cuero negro ysu abrigo de piel, maquillada yenjoyada, toda una señora de altasociedad que pasea por el Four Seasonscon absoluta naturalidad y no se detienea contestar los saludos de los porteros,quienes inclinan levemente la cabeza asu paso y no se atreven a mirarle eltrasero, como harían en Lima. Quépuntual, me dice, con una sonrisaexagerada, y me da un beso en lamejilla, envolviéndome en la nube deperfume que la rodea. Te ves regia, digo,adulón, y ella sonríe encantada con elhalago, aunque esa palabra, regia, es

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demasiado afeminada y tal vez deberíahaber usado otra. Tú estás un pocogordito, tienes que ir al gimnasio ybajar la barriga, me dice con cariño.Entonces se acerca el mozo y pedimosté, galletas y agua mineral. No healmorzado, me muero de hambre,confiesa ella, haciendo un ademáncompungido. Pide un sanguchito, laanimo. No, ni loca, estoy a dieta, sóloalmuerzo una manzana, responde. Meparece una locura, si estás espléndidaasí, continúo con los halagos. No, tengoque bajar tres kilos, si no, cualquierdía Peter se va con otra, dice, con unapreocupación afectada, y luego se ríe.

Yo sonrío mansamente y me pregunto

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qué ardides y triquiñuelas la habrántraído a sentarse conmigo en este hotel.Sé que no me quiere, no me engaño,pero finjo que todo está bien entrenosotros porque en eso, el arte de laduplicidad y la hipocresía, ella es, comobuena señora limeña, una artistaconsumada. ¿Cómo va la novela?, mepregunta. Bien, bien, avanzando,respondo. ¿Pero crees que vas a ganarplata con un libro?, me dice. Bueno, nosé, supongo que no, pero no estoyescribiendo por plata, digo. ¿Entoncespor qué lo haces?, pregunta, con un tonode voz que rezuma amabilidad y no hacesino avivar mi desconfianza. Bueno,porque siento que es mi vocación,

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contesto. No, no, te equivocas —medice, con esa arrogancia tan natural enella—. Tu vocación es la televisión,eres muy bueno en eso y ahí puedesganar mucha plata, sentencia. Prefierono entrar en una discusión inútil y digo:Bueno, quizá. Pero cuéntame, ¿quéquerías decirme que era tan urgente?Ella se queda callada, ensombrece surostro con una expresión acongojada,hace chasquear los dedos de las manos ydice, bajando la voz: Quiero proponertealgo que puede ser beneficioso para losdos. Lo único de mutuo beneficio paraambos sería vernos lo menos posible,pienso, y digo: Cuéntame, por favor,que me interesa mucho. Ella cruza las

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piernas, tensando el cuero negro delpantalón, y balancea levemente la botaderecha, también negra y de cuero, y acontinuación tira los hombros para atrás,tratando de no encorvarse y mantenerseerguida, y dice: Yo sé que tú no quieresque Sofía tenga el bebito y yo teentiendo. Permanezco en silencio.Bueno, en algún momento me parecióque el aborto era lo mejor para los dos,comento con vergüenza. Ella prosigue,como si no me hubiese oído: Yo sé quetú quieres que Sofía aborte y que noquieres casarte con ella, que todo estoes muy duro para ti, ¿no es cierto? Mesorprende el tono de cariño con que sedirige a mí y digo: Bueno, sí, es duro

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para mí y para Sofía, y supongo quepara ti también. Ella asiente, apretandolos labios, como tratando demantenerlos muy rojos y brillosos, ydice: Yo estoy contigo totalmente. Sofíano puede tener al bebito y menoscasarse contigo. Es un error garrafal.No deben hacer eso. Van a joderse lavida por un capricho, por unacalentura hormonal. Yo tengo un planpara que ella aborte y tú puedasrecuperar tu libertad, que sé cuántovaloras, y acabemos con esta pesadillaque no sabes cuánto me ha hechosufrir.

Ahora Bárbara se lleva las manos alrostro muy maquillado, me mira

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desolada y se le humedecen los ojos. Losiento —digo, incómodo—. Supongoque estás sufriendo mucho. No sabes —me interrumpe—. No sabes cómo sufrode ver a mi hija destruyendo su futuro,cavando su propia tumba. y tengo quehacer lo que sea para ayudarla.Entiendo, digo. Ella recupera el alientoy dice: Pero tengo un plan, y sonríe conaire maquiavélico. ¿Cuál es el plan?,pregunto, lleno de curiosidad. AhoraBárbara juega nerviosamente con elcollar de perlas que baila sobre supecho pecoso y dice, con un aire demisterio: ¿Conoces Londres? Intrigado,respondo: No, pero me muero de ganas.Ella sonríe y me sorprende de nuevo:

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¿Te gustaría pasar un mes en Londres?Yo me hago el tonto y digo: Claro, meencantaría, pero ahora no puedoporque tengo que acompañar a Sofía yseguir con la novela. Pero nos vamos air de luna de miel a París y tal vezdespués podríamos pasar unos días. Teinvito a Londres, me dice, con unasonrisa inquietante y esa mirada demujer trastornada. ¿Cómo es eso?,pregunto, tratando de mantener la calma.Te invito un mes a Londres, insiste. Estavieja se ha vuelto loca, pienso. Estácaliente y quiere llevarme a Londres. Noentiendo nada, todo esto es muy absurdo.¿Me puedes explicar bien en quéconsiste la invitación, porque estoy un

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poco confundido?, digo.Ella sonríe, pone una mano sobre mi

pierna, me palmotea el muslo y dice:Escúchame y no digas nada hasta quetermine. Yo quiero que Sofía aborte.Cuanto antes, mejor. Sofía no puedetener un hijo ahora y menos contigo.No tengo nada contra ti, creo que eresun buen chico, pero tú mismo me hasdicho que eres gay y que no estásenamorado de ella, y yo no quiero quemi hija tenga un bebito con un gay, ¿meentiendes? Entonces, tengo que movercielo y tierra para que aborte. Peroella no va a abortar si tú te quedas a sulado. Porque si estás a su lado, lehaces creer que eres su pareja, que no

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eres gay, que la quieres de verdad. Poreso Sofía no ha podido abortar todavía.Porque te has quedado con ella. Pero site vas, si la dejas, entonces estoysegurísima de que abortará. Es mi hijay la conozco mejor que nadie. Lo quetenemos que hacer para que aborte,cosa que tú y yo queremos, es dejarlasola, que la dejes, que te vayas.Entonces ella se va a dar cuenta de queestaba engañada, de que no puedecontar contigo, y ahí abortará de todasmaneras. Créeme, estoy segura de eso.Lo que tenemos que hacer, si me sigues,es ponernos de acuerdo para que tevayas cuanto antes. Le dices que no laquieres ver más, que estás harto de

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ella, que no quieres ser el papá de esacriatura ni verla más a ella, y te vascon todas tus cosas, desapareces, tehaces humo. Ahí entro yo a tallar y éstees mi plan. Obviamente, no te convieneregresar a Lima. Tienes que irte a unsitio donde nadie te conozca y puedasestar escribiendo tu libro tranquilito.Bueno, te invito un mes a Londres. Esosí, no le puedes decir a nadie nuestroplan, no le puedes decir a Sofía que teestás yendo a Londres, ella no puedesaber eso, no puede saber dónde estás—Bárbara habla agitadamente, pero envoz baja, casi susurrando, al tiempo quela escucho con atención, y luegomordisquea una galleta y prosigue—:

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Entonces te vas a Londres con unpasaje en British que yo te voy a sacarpor lo bajo en la oficina de Peter,porque tenemos unos descuentosbuenísimos con British, y te quedas enel departamento de una amiga, que yame prestó las llaves. No tienes quegastar en nada, yo te consigo el pasajey te doy las llaves del departamento,que es lindo, comodísimo, te vas asentir un rey. y te quedas ahí un mesenterito y no das señales de vida. Sóloyo puedo saber que estás allí. Yo tellamaría de vez en cuando paracontarte las novedades. y entoncesSofía se daría cuenta de que no puedetener al bebito sin un papá y de que tú

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no la quieres, que la has abandonado. yte puedo jurar que abortaría. Yo laayudaría en todo eso, los trámites delaborto y toda la recuperación. ycuando aborta, te llamo, te aviso y yaestá, puedes hacer lo que quieras,seguir con tu vida, pero ya salimos delproblema. ¿Qué te parece mi plan? Noestá malo. Un mes en Londresescribiendo en un lindo departamento yyo te aseguro que Sofía aborta y losdos, tú y yo, que en esto estamos en elmismo barco, nos quitamos unproblema de encima. ¿Qué te parece?

Yo me quedo pasmado. Esta mujer esmás astuta e inescrupulosa de lo quepensaba, una manipuladora de cuidado,

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una arpía que no descansará hastaarrancarle el bebé a Sofía. No es unamala idea —digo cobardemente—. Meencanta la idea de pasar un mes enLondres y te agradezco la invitación —añado, y ella sonríe encantada—. Pero,la verdad, no sé si puedo hacerle esto aSofía. ¿Hacerle qué?, pregunta ella,perdiendo la sonrisa. Bueno,abandonarla, dejarla en este momentotan difícil de su vida. Creo que seríamuy duro para ella. Bárbara seimpacienta y me mira con poco cariño:Pero peor sería que tenga al bebé y queluego la dejes, porque igual la vas adejar. Esto sería más franco, máshonesto, y le harías un bien a mi hija.

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¿Y qué pasa si no aborta?, pregunto, ybebo un poco de té que ya está frío. Esimposible, ella va a abortar de todasmaneras si tú la dejas —responde,cortante—. Pero si te quedas, siduermes con ella, si la engañashaciéndole creer que vas a ser supareja, su esposo, ¿cómo se te ocurreque va a abortar? ¡Imposible!,sentencia, levantando la voz. Bueno,quizá tengas razón, si me voy esprobable que ella vea las cosas de otramanera y se convenza de abortar, digo.Claro, yo la voy a convencer, no tepreocupes por eso, dice, y se acomodael pelo rubio, tieso por todos losproductos químicos que lleva encima.

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Es un buen plan —digo, tratando deparecer más convencido de lo que estoy—. Pero, insisto, no sé si voy a sercapaz de dejarla, y no estoy seguro deque lo mejor para ella sea abortar,porque ella es muy buena, muymaternal, y creo que un aborto sería untrauma terrible.

Bárbara hace un esfuerzo para noperder la paciencia, respiraprofundamente y dice: Te equivocas, unaborto es una cosa sencilla, un mes yya está todo olvidado. Yo soy mujer y sémejor que tú de estas cosas. Yo lainterrumpo: ¿Pero y qué si no aborta?Yo ya traté y fracasé. ¿Qué si túfracasas también y ella, que es terca, se

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niega a abortar? No puedo desaparecerde su vida y darle la espalda a mi hijo.No puedo hacer eso. Sería unacanallada. Ella sonríe muy tranquila,como si lo tuviera todo bajo control:Qué bueno que digas eso, que seas unbuen tipo después de todo —comenta,con alivio—. El plan es muy simple: siSofía aborta, todos contentos, y si noaborta en ese mes que tú estás enLondres, te llamo, te cuento que no lapude convencer, que mi hija es tercacomo una mula y quiere cavar supropia tumba, y regresas rapidito, lepides perdón, te arreglas con ella y secasan, ya está.

Esta mujer es una bruja de cuidado,

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pienso. Pero a lo mejor regreso y no meperdona, no me quiere ver más. Derepente se aloca, toma un avión, se va aParís y se casa con Laurent y decideque él será el papá del bebé, porque yaestuvo a punto de hacerlo el otro día.Bárbara suspira y dice apesadumbrada:Sí, ya sé, me contó. —Luego añade,como para sí misma—: Es una lástimaque haya dejado a Laurent, que era tanbuen partido, para estar contigo. Nome hizo caso. Yo le dije que se casaracon el francés. Pero, bueno, así es lavida, las hijas no escuchan, no hacencaso. —Luego se hace un silencio, memira con una cierta conmiseración ydice—: Entonces, ¿te gusta mi plan? Yo

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finjo entusiasmo: Sí, me gusta. Tengomis dudas, porque dejarla estandoembarazada me parece una cosahorrible, pero me gusta. Ella vuelve apalmotear mi pierna derecha y sonríecoqueta: Un mes en Londres te haría lamar de bien. Los hombres son tanguapos, tan distinguidos. —Yo mesonrojo, pero ella prosigue—: y si Sofíaaborta, te quitarías un peso tremendode encima, créeme. y sólo va a abortarsi te vas, yo soy mujer y sé de esascosas. Y, bueno, si no aborta, teregresas y ya está, igual pasaste un mesde vacaciones en Londres, no te puedesquejar. Gracias, le digo. ¿Tenemos unplan, entonces?, me dice, con

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vehemencia. Tenemos un plan, digo.Bárbara me da la mano y dice:

Siempre supe que eras una personainteligente, pragmática. Me alegro deque veas las cosas con claridad yconfíes en mí. No te preocupes, sólohazme caso, sigue mis consejos y todova a salir bien. Gracias, Barbie, digo,como un niño obediente, y ella me miracon esos ojos inquietos, rebosantes decinismo, y suspira: Es un desperdicioque seas maricón, con lo bueno queestás. Luego hace un gesto impaciente ypide la cuenta. Yo pago, digo, pero ellasonríe y me detiene: No, no, a partir deahora, tú eres mi invitado. ¿Cuándoquieres viajar? Yo no sé qué decir: Ni

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idea, déjame pensarlo. Bueno,piénsalo, no le digas nada a Sofía ymañana te llamo y me dices cuándoviajas. Sonrío con una debilidad que meavergüenza y digo: De acuerdo, mañanate diré cuándo viajo. El mozo trae lacuenta y ella deja su tarjeta dorada.Apenas el muchacho se retira, Bárbaramira sus pechos erguidos, echa unamirada fugaz a mi entrepierna y dice: Sieres gay, ¿por qué te acostabas conSofía? A pesar de la incomodidad,respondo: Porque soy bisexual y Sofíame gusta. ¿Pero los hombres te gustanmás?, pregunta, curiosa. Sí, supongoque sí, digo. ¿Supones?, se burla.Bueno, sí, los hombres me gustan más.

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Ella mueve la cabeza levemente, mirahacia el pianista, que sigue tocando conaire ausente, y dice: Es un desperdicioque seas maricón, y te lo digo concariño. Si fueras un hombre de verdad,podrías ser presidente, como te dicePeter. Pero así, siendo mariquita, lomejor que puedes hacer es vivir lejosdel Perú. Yo sonrío amargamente ydigo: Lo mismo dice mi padre.

Esa misma noche se lo cuento todo aSofía. No puedo hacerte una bajeza así—le digo en la cama—. No puedoconspirar con tu madre contra ti. Notengo cara para decirte que me voy a

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ir, dejándote embarazada, y que no mevas a ver más, tengas o no al bebé,porque me parece una cobardía, unacanallada sin nombre, y ya traté dehacerlo y me sentí un miserable. Novoy a ser un títere de tu madre y hacerlo que ella quiera. Que se vaya alcarajo. Sofía me mira con cariño. Estáen camisón, con unas ojeraspronunciadas, y sus ojos revelan tristezay fatiga, como si ya nada lesorprendiese. Es increíble que mi madresea tan desleal conmigo —dice, menosmolesta que cansada—. ¿Tan difícil lees entender que no puedo abortar? Sifuese menos egoísta, me entendería.Pero sólo le preocupa la imagen social,

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el qué dirán, la opinión de sus amigasde Lima. —Luego me toma de la mano,me acaricia suavemente y dice—:Gracias por decírmelo. Gracias por sermi amigo y no caer en su juego. Meinvade una sensación de orgullo. Estavez, he hecho lo correcto, he sido noblecon ella y he desenmascarado a lapérfida de su madre. Yo entiendo que tumadre esté a favor del aborto en estecaso —digo—. No la culpo por eso. Yole dije que soy gay y está aterrada y nome quiere nada. y piensa que si tú tequedas con el bebé, no terminarás tumaestría y joderás tu futuro. Entiendoque piense eso. Yo también lo pensé y tepedí que abortases. Pero lo que me

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parece sucio, bajo, innoble es que mepida que haga esta especie de teatromaquiavélico y te diga que me voy, quete abandono para siempre, y que luegome esconda en un departamentoprestado por ella hasta que abortes.Eso me parece indigno. Sofía me miracon cariño. Claro, es una perrada, dice.Yo continúo, envalentonado: Porque yono tendría cara para decirte eso: queme voy, que te jodas con el bebé, queno quiero verte más. No tendría cara.Yo ya entendí que no puedes abortar,que es una crueldad pedirte queabortes, que vas a tener al bebéconmigo o sola, y por eso no te haríaalgo tan traidor, sabiendo el daño que

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te harías abortando.

Estoy sentado en la cama en ropa dedormir, la habitación apenas iluminadapor la luz que irradia el televisor.Tendida de costado, Sofía parecereconfortada de sentir mi cariño y dice:Pero aunque te fueras otra vez, noabortaría. Aunque hicieras el plan demi mamá y me abandonases, igualtendría el bebito. Quiero que entiendaseso, mi amor: yo voy a tener a estacriaturita contra mi mamá, contra mifamilia entera y contra ti mismo si hacefalta. Es mi hijo y nadie me lo va aquitar. y la tarada de mi mamá no

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entiende que es mi decisión y mi futuro,y que ella no tiene la última palabra,sino yo. En la voz de Sofía no hayrencor hacia su madre, no al menos elque yo siento por mis padres. Eso nodeja de sorprenderme. Aunque sabe quesu madre ha intrigado contra ella, no lemolesta tanto como pensé que lemolestaría. En seguida digo: Yo creo quedeberías mandarla al carajo y que novengan a la boda. Pero Sofía mecorrige: No vale la pena, no quiero máspeleas, mi mamá es así de loca y espeor si no la invito al matrimonio,porque seguro que viene igual y mehace una escena. Yo discrepo: Creo quete equivocas. Deberíamos casarnos tú y

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yo solos, nadie más. Ni mis padres, queno vendrán porque ya los mandé alcarajo, ni tu familia, que, seamosfrancos, me ve con abierta antipatía,porque nadie quiere que te cases ytengas un bebito conmigo, salvo Isabel,creo, que es la única que me quiere.

Sofía se irrita cuando menciono a suhermana: Isabel no es que te quiera ono te quiera, sino que está feliz de queyo tenga a esta criaturita porque creeque así no voy a terminar mi maestría yde puro envidiosa eso la hace feliz,porque ella no pudo entrar aGeorgetown y yo sí, y ahora suvenganza sería que yo tenga que dejarla universidad. Me quedo sorprendido y

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digo: No creo, Isabel no es tanenvidiosa. Sofía prosigue, como si nome hubiese oído: Pero se equivoca,porque voy a ser mamá, no voy a dejarmis clases y, como sea, voy agraduarme con toda mi promoción,aunque tenga que contratar unaempleada para que me cuide al bebito,pero yo no soy una loser, una quitter, yno voy a tirar la toalla con miembarazo ni con la universidad. Veo sudeterminación y digo: Haces bien. Teadmiro. Cuenta conmigo. Yo te voy aayudar con tus papers de launiversidad, y cuando nazca el bebito,no tenemos que contratar empleada, yome quedo cuidándolo mientras estás en

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clases. Sofía se ríe, me hace cosquillasen la barriga y dice: Sí, claro. Quieroverte cambiando pañales y haciendo demamá. ¡No aguantarías una semana!Seguro que traerías tres empleadas deLima. Yo me río y digo sin pensarlo: Laventaja de ser bisexual es que puedoser un buen papá y también una buenamamá. De pronto, Sofía se queda muyseria, pues no le ha hecho gracia mibroma. No digas tonterías —dice—. Túserás un excelente papá. Ahora se echade espaldas a mí. Apago el televisor. Ledoy un beso en la cabeza y me quedooliendo su pelo, abrazándola por detrás.Perdona si te molestó la broma, digo.Ella se queda callada y luego dice: No

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me molestó, pero me cae fatal quehables de tu bisexualidad. Prefiero nooír esa palabra. Me da dolores debarriga.

Sí, claro, pienso. Muy convenienteno escuchar esa palabra, pero ¿y qué sesupone que debo hacer yo? ¿Fingir queesos conflictos no existen? ¿Hacerme eltonto? Mejor no me molesto. No máspeleas. No esta noche. Le doy un besoen la cabeza y digo: Duerme rico. Meecho de costado, dándole la espalda,pero me quedo desvelado y siento queella tampoco duerme. ¿Le vas a decir atu madre que te conté todo?, pregunto,en voz baja. Creo que mejor me hago latonta y no le digo nada, responde. ¿Y yo

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qué le digo?, insisto. Lo que quieras,dice, con voz dulce. Dile que no teparece una buena idea, que no quieresdejarme sola con un embarazo quetambién es tuyo, y que sabes que,aunque te vayas, no voy a abortar.

A lo lejos se oye el televisor delvecino. Suele dejarlo encendido hastatarde, quizá se duerme así, como dormíami padre cuando yo era niño, mirando latelevisión aunque ya no hubiese señal,sólo unos puntitos intermitentes que yopensaba eran hormigas. Tienes razón —digo—. Le diré eso mismo, que es unamala idea y que no puedo dejarte

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porque sería una canallada y te quiero.Sofía busca mi mano con la suya pordebajo de las sábanas y me acaricialevemente. Gracias —dice—. Graciaspor ayudarme a tener el baby. Ya veráslo feliz que vas a ser cuando seas papá.Miro el reloj despertador, los númerosrojos: es temprano, todavía no son lasdoce. Voy a llamar a tu mamá y así mequito este peso de encima, digo. Mejormañana, mi amor, dice ella, con vozcansada. No, mejor ahora, insisto, y mepongo de pie, camino a la sala, marco elnúmero de Isabel y espero. Oigo su vozpidiendo que deje un mensaje en lagrabadora. No digo nada, prefierocolgar. ¿Realmente quiero a Sofía?

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¿Tengo ilusión de ser padre? ¿Estoydispuesto a ayudarla con sus trabajosacadémicos? ¿Seré capaz de cuidar albebé mientras ella asista a esas clasesen las que no parece aprender nada?¿Por qué le digo tantas cosas de las queno estoy seguro? ¿Por amor o porcobardía? Soy débil. Me parezco a mimadre, que ha sufrido toda su vida ysigue sufriendo al lado de mi padreporque nunca tuvo el coraje de dejarlo.¿No tendrá razón Bárbara cuando medice que debería irme para que Sofíacomprenda que eso ocurrirá tarde otemprano, que no debe engañarsepensando que cuando nazca el bebé yome quedaré y seremos una familia feliz?

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Quizá era un buen plan hacer maletas,viajar a Londres y obligar a que Sofía sedesengañe. Pero ya lo estropeé porhacerme el bueno. Me voy a dormirmolesto. Soy un hombre débil y por esosoy tan infeliz, pienso. La felicidad es unbotín que sólo conquistan los fuertes, losaudaces, los que se atreven a pelear porella. Como mi madre, no seré feliz porfalta de valor.

Cuando despierto con los ruidos delos niños en el patio vecino, Sofía ya seha ido. Me miro al espejo del baño,rasco mi cabeza y veo cómo caen lospelos en el lavatorio. Me voy a quedarcalvo, pienso. Es el estrés, la tensión,las noches mal dormidas con la

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mandíbula apretada y los dientesrechinando. Sofía quiere que vaya aldentista para que me den una placadental como la que usa mi madre en lasnoches, pero esas placas me parecen unasco y no estoy dispuesto a ceder en eso,al menos no en eso. Suena el teléfono.Es Bárbara, que empieza a dejarle unmensaje a Sofía. Contesto en seguida.Hola, Barbie —le digo, y meavergüenzo de saludarla con esediminutivo tan falso—. Sofía se fue aclases, añado. Qué raro, tú despiertotan temprano —dice ella, en tonosarcástico—. Pensé que dormías hastamediodía. Yo me hago el laborioso ycontesto: No, ahora me levanto

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temprano y me siento a escribir. Ellabaja la voz y dice como secreteando:Bueno, ¿y cuándo nos vamos aLondres? Yo me armo de valor y digo:No, Barbie, no me voy a ir, es una malaidea. Pero lo digo con una voz suave,mansa, servicial. No sé por qué estamujer arrogante me intimida. Debe deser porque es tan prepotente como mipadre, porque se da aires de princesa yme trata como si fuese su lacayo. ¿Quépasó?, ¿por qué has cambiado deopinión?, dice, tratando de sonarcariñosa, pero sé que en el fondomaldiciéndome. Lo pensé bien y nopuedo hacerle eso a Sofía —digo—. Nopuedo abandonarla así. Sería una

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cobardía, y estoy segurísimo de queella no abortaría. Incluso si me voydiciéndole que no la veré más, te puedoapostar plata que ella no va a abortar,añado, con voz firme. ¿No se lo habráscontado, no?, pregunta, suspicaz. No,cómo se te ocurre, miento. Porque si lecuentas nuestro plan, ahí sí que tejodes conmigo, Gabriel, y más te valeno tenerme como enemiga, porque yocuando quiero ser mala puedo ser muymala, me amenaza.

Yo sé que eres una vieja malévola,no tienes que decírmelo, pienso. No tepreocupes, Barbie, Sofía no sabe nada—la tranquilizo—. Pero no puedo irmea Londres, por ahora me voy a quedar

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con ella, añado. ¿Hasta cuándo?,pregunta, desafiante, interrumpiéndome.Hasta que nazca el bebé y ella segradúe, respondo. ¡Pero ella no va apoder graduarse, es imposible!, seenfada. No creo que sea imposible —respondo, tratando de mantener la calma—. Yo puedo ayudarla con sus tareas.Ella se impacienta y grita: ¡Tú lo únicoque quieres es casarte para sacar laresidencia! ¡Y ni bien te den los papeleste vas a ir corriendo y no te vamos aver más, te lo puedo asegurar! Teconozco, Gabriel. A mí no me vas ameter el dedo a la boca como haces conSofía. ¡Tú la has dejado embarazada apropósito, para obligarla a que se case

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contigo y así sacar los papeles! ¡Eresun manipulador y no quieres a Sofía nia nadie, sólo te interesa conseguir lospapeles y por eso has hecho todo esto!Yo me quedo pasmado. No puedo creerque me acuse de ser tan perverso. Jamáspensé dejarla embarazada. Fue untropiezo, un accidente, un descuido deambos. Si esta loca supiera que llevé asu hija a una clínica de abortos, que laobligué a entrar en medio de aquellosenergúmenos que nos insultaban, tal vezno me diría tantos disparates. No es así,Bárbara —digo, haciendo un esfuerzopor no levantar la voz y contestar susinsidias con otras peores—. Yo no quisedejar a Sofía embarazada. Yo no quise

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ser papá. No me interesan los papeles.Pero ya que ella quiere tener al bebé,sí, lo mejor es casarnos y sacar lospapeles.

Bárbara chilla como una perturbada:¡No te creo ni una palabra, pendejo demierda! ¡Eres un wimp! ¡Te conozcomás de lo que crees, conozco a losbragueteros como tú, y sé que te estásaprovechando de Sofía para hacerteresidente acá, porque eres un maricón yno quieres volver al Perú! ¡Necesitaslos papeles, no me mientas! ¡Por eso ladejaste embarazada y no te quieres irahora, porque sabes que, si te vas, ellaaborta y te quedas sin matrimonio y sintu green card y te vuelves a Lima como

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el loser que eres. Yo sonrío, caminandoen círculos por la sala con el teléfonoinalámbrico en un oído y luego en elotro, y digo con todo el cinismo del quesoy capaz: Aunque grites y me insultes,no voy a dejar a Sofía, nos vamos acasar y sí, voy a sacar los papeles. yestás cordialmente invitada a la boda.y si quieres prestarnos el departamentoen Londres para la luna de miel, seríatodo un detalle de tu parte. Bárbaragrita, odiándome: ¡Idiota! Asshole! Gofuck yourself. ¡Ya te jodiste conmigo,vas a ver! ¡Ojalá termines tirado enuna vereda muriéndote de sida ypidiendo limosna! ¡Vete a la mierda! Enseguida cuelga y yo permanezco de pie,

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mirando la imagen que me devuelve elespejo, la de un hombre barrigón, enpijama, perdiendo pelo, que no sabe quéhacer con su vida, cómo salir delembrollo en que se ha metido.

Me doy una ducha, me hago unatortilla con jamón, desayuno en la cocinaescuchando mi disco favorito de Bach yvoy a la computadora a escribir. Tratode seguir con la novela, pero no puedo.Sólo consigo escribir insultos contraBárbara, uno tras otro. Lleno la pantallade invectivas, diatribas y procacidades.Más tarde me calmo y vuelvo a mi libro.De pronto suena el teléfono. Nocontesto. Reconozco la voz de Isabel enel contestador. Gabriel, si estás ahí,

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contesta, porfa, me dice, con voz dulce.Amo a esa mujer. Si la hubiese conocidoantes que a Sofía, habría intentadoseducirla. Ya es tarde. Hola, Isabel,digo, con mi mejor voz de escritorrebelde, gay torturado y machoocasional. ¿Qué ha pasado, que mimamá está hecha una loca?, me dice.Ay, Isa, es una larga historia —suspiro—. Básicamente, cree que he dejadoembarazada a Sofía a propósito, parasacar los papeles, añado, con voz devíctima. No sabes lo histérica que está—me cuenta ella—. Ha gritado toda lamañana contra ti y ha dicho unas cosasincreíbles que te juro que me handejado preocupada, Gabriel, y por eso

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te llamo, porque me da miedo que mimamá haga una locura. Me encanta queIsabel sea mi aliada y mi confidente.¿Qué ha dicho? ¿Que me va a cortarlas pelotas?, digo, haciéndome elgracioso. Ay, es que no sé si decirtetodo, duda ella. Cuéntame, Isa. Túsabes que te adoro y que puedesconfiaren mí. Ella habla susurrando:Bueno, te cuento porque estoy sola yaprovecho que la loca se ha ido decompras aquí al lado. Dice que te va ahacer brujería con su bruja en Lima.Yo me río y digo: Me da igual, no creoen esas huevadas. Pero ella sigue, muyseria: Escúchame, escúchame. y diceque le va a meter una pastilla a Sofía

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en la comida, sin que se dé cuenta,para hacerla abortar. Yo me sorprendo:No te creo. Isabel continúa, alarmada:¡Te juro! ¡Y mami es capaz! ¡Está hechaun pichín! Por eso te llamo, porque dijoque iba a comprar esas pastillas. O seaque avísale a Sofía ahorita mismo, queno vaya a comer nada que le dé mimamá. Anda ahorita a la universidad,búscala y dile esto, ¿okay? Yo le digoagradecido: Tranquila, que se lo voy adecir apenas la vea. ¿Pero existen esaspastillas para hacerte abortar? ¿Sepueden mezclar con la comida? Isabelhabla con voz grave: Claro que existenpastillas abortivas que te aceleran laregla. Y, créeme, Gabriel, mi mamá es

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capaz de meterla en una bebida ydársela a Sofía como si nada y adiósembarazo. Yo la secundo: Claro que escapaz, no tengo la menor duda. Ellasigue: O sea, que anda ahorita, busca aSofía y cuéntale. Pero no le digan amami que yo les avisé, porque me mata.Háganse los locos, y eso sí, que Sofíano coma ni tome nada que mami le dé.Yo le hablo con todo el cariño que ellame inspira: Gracias, Isabel. Eresgenial. Eres, de lejos, lo mejor de tufamilia. Te adoro y te agradezco muchopor ser buena y cariñosa conmigo. Ellame interrumpe: Ya, ya, no seas sobón.¿Cuándo nos vemos, ingrato? Yo mealegro: Cuando quieras. Vente un día

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por acá y nos tomamos un tecito. Ellase ríe: Qué aburrido eres. Nunca sales,¿no? Más bien vente tú un día a micasa y te preparo una comidita rica.¿Estás loca? —le digo—. No pienso ira tu casa mientras tu madre esté allí.Ay, cierto —se lamenta—. No veo lahora de que mami se vaya a Lima y medeje en paz. Es una tortura vivir conella. Me imagino, digo. Bueno, nopierdas tiempo, corre a la universidad,que tengo pánico de que mami vaya abuscarla y le meta la pastilla.

Me despido, cuelgo y salgo de prisaa la universidad. Por suerte, son pocascuadras, apenas cuatro: dos por la calleS hasta la 37, y dos por la 37 hasta la

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universidad, ingresando por la entradalateral. Llego a la rotonda, busco a Sofíacon impaciencia y finalmente laencuentro en la biblioteca, sola, leyendoun libro en inglés. Vamos a tomar algo aSugars, le digo. Sonríe encantada. En lacalle O, caminando sin mucho apuro, selo cuento todo: que su madre me acusóde embarazarla deliberadamente paraconseguir la tarjeta de residencia; queme mandó a la mierda con insultosporque me negué a ejecutar su plan defugarme a Londres; que amenaza conhacerme brujerías y maleficios, y que ledará una pastilla para abortar sin queella se dé cuenta. Sofía lanza unacarcajada. Me irrita que se ría, que no

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tome en serio lo que le digo. No esbroma, Sofía —le digo—. Tu mamá escapaz de hacer cualquier cosa paraque abortes. No, no —me corrige,divertida—. Eso es imposible. Lo dicepara hacerse la mala, pero no es capazde meterme una pastilla y hacermeabortar. Yo hago un gesto de enfado: Yocreo que es capaz de eso y mucho más.Mi madre es una cucufata insoportable,pero la tuya es una bruja. Sofía memira disgustada: No insultes a mimamá, por favor. Me lleno de furiacontra ella por ser tan tonta, tan ingenua.Bueno, si no me crees, jódete —le digo—. Vine corriendo para avisarte, perosi quieres, anda con tu mamita y toma

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todas las cocacolitas que te dé, a vercómo te va con el embarazo. —Le doyun beso en la mejilla y digo, cortante—:Chau, me voy a escribir. Ella me mirasorprendida: ¿No me ibas a invitar uncafé en Sugars? Yo hago un gestodesdeñoso, las manos en los bolsillos, ydigo: Cambié de opinión. Sofía se ríe yeso me irrita todavía más. Tonta, eresigual que tu mamá, pienso.

Esa noche Sofía llega a casasobreexcitada cuando estoy leyendo yescuchando música, me mira condesusada intensidad y dice: ¡No sabes loque pasó! Su voz revela que no está

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molesta conmigo por haberla desairadomás temprano en la puerta de Sugars.Cuéntame, ¿qué pasó?, digo, y piensoque seguramente hizo una travesura enclase, copió un examen o algo así. Mimamá me invitó a comer y teníasrazón: ¡quiso meterme la pastilla!,grita, menos colérica que divertida. ¡Yaves, te dije!, digo, acomodándome en elsofá. Sofía apaga la música, no se sientaporque luce demasiado nerviosa yhabla: Pasé por casa de Isabel alterminar clases y mami me invitó acomer. Isabel no estaba. Fuimos aMilano, que tú sabes que es unrestaurante que a mí me encanta. Mamiestaba amorosísima conmigo, tanto que

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me parecía raro. No me hablaba de ti nidel embarazo, estaba irreconocible, unamor, súper relajada y positiva. Medecía que se iba a quedar acá aayudarme con el bebito, que no mepreocupe por nada, que si quieromanda traer a una de las empleadas deLima, porque Peter es amigo del cónsulamericano y les consigue la visa altoque, sin problemas. —Yo la escuchofascinado, sin moverme, y ella prosigue,dando pasos cortos y nerviosos por lasala—: Entonces todo iba bien, nossentamos adentro, claro, porque hacefrío, y yo me acordaba de lo que tú mehabías dicho de la pastilla, pero, laverdad, pensé que era una locura de

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Isabel, que mami no podía ser tan loca.Yo la interrumpo con un mohín

cínico: Eres tan ingenua, Sofía. Ella searregla el pelo, hace un gesto nerviosocon la boca, parecido a los que yo hacíacuando tomaba cocaína, y continúa: Eneso, pedimos la comida, yo pido unrisotto, por supuesto, que tú sabes queme fascina el risotto de Milano, y pidoagua mineral, pero mami me dice queno sea aburrida, que mejor pida unacoca light, y ahí me pareció raro yempecé a sospechar, y por eso cuandonos traen las bebidas, yo le digo amami que voy un ratito al baño. y meparo de la mesa y voy al baño, pero mequedo escondidita atrás de la pared,

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justo donde comienza el pasadizo quelleva a los baños. ¡Y no me vas a creerlo que veo! Mami voltea así todasolapada, como chequeando por si lasmoscas que nadie la esté mirando, peroyo estoy en la esquina del bañomirándola atrasito de la pared sin queella se dé cuenta, y saca una pastillitadel bolsillo de su saco y la parte en doscon el cuchillo y tira todo el polvito dela pastilla adentro de mi coca light. Yola interrumpo, perplejo: ¡No! —digo—.¡No puede ser! ¡La muy cabrona lohizo! Sofía se enardece aún más: ¡Memetió el polvito de una pastilla, moviómi coca-cola como si nada y pusocarita de yo no fui, la desgraciada! ¡Yo

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vi todito desde la esquinita de la pared,no sabes la rabia que me dio, te juroque quería llamar a la policía ydenunciarla! Yo me río y pregunto: ¿Yentonces, qué hiciste? Ella mordisquealas uñas de su mano derecha y yo lamiro reprochándoselo y ella deja dehacerlo y dice: ¿Qué hice? ¿Qué crees?Fui a la mesa, me senté y me hice laestúpida, la cojuda. Me hice la que nohabía visto nada. Yo me erizo: ¡Pero notomaste la coca-cola! Ella sonríe conaplomo: No, claro que no. Al ratitotrajeron la comida y empecé a comermi risotto y mami comía su ensalada depollo y tomaba su vino blanco y las doshablábamos muy bonito, súper

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hipócritas, pero yo por supuesto nitocaba mi coca-cola. y mami se hacíala loca pero miraba medio nerviosa mivaso de coca-cola y no entendía porqué yo no tomaba ni un trago.

Yo suelto una risotada: Me hubieraencantado estar ahí Sofía prosiguecomo si no me hubiese oído: Entoncesmami no pudo más, perdió la pacienciay me dijo que por qué no tomaba micocacolita, que ni la había tocado,pero, claro, me lo dijo así, con unavocecita de buena gente que no mata nia una mosca. ¿Y tú que hiciste?,pregunto, impaciente. Sofía sonríe conorgullo y responde: Yo le dije que no meprovocaba, que se la tomase ella mejor.

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—Yo río de buena gana—. Entoncesmami puso una cara rarísima y dijoque no le provocaba tomar coca-cola,que estaba feliz con su vinito. Pero yono me iba a dejar cojudear por ella. Asíque le dije muy tranquilita, sin gritarni alocarme ni nada, muy lady yo, ledije mami, te vas a tomar toda micocacolita. Yo vuelvo a reír: ¡No, nopuede ser! ¿Y qué dijo ella? Sofía se ríeconmigo y prosigue: Puso una cara deculo increíble y me dijo que no leprovocaba y punto. Y yo le dije: te lavas a tomar toda ahora mismo o llamoa la policía y les digo lo que acabas dehacer. Yo me pongo de pie, me acerco aella, la abrazo y siento que huele a

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tabaco, pero no le digo nada, no quieroestropearle el buen humor preguntándolesi ha fumado. Eres genial, le digo. Ellada unos pasos muy agitada, disfrutandocada pequeño instante de esta historiaque recrea para mí, y continúa:Entonces mami se hizo la loca, porsupuesto, y me dijo que ella no habíahecho nada, que no entendía de qué leestaba hablando, pero yo la cuadré y ledije déjate de huevearme, que no soyninguna cojuda, te he visto cuando hastirado el polvito de la pastilla adentrode mi coca-cola, y no sé qué mierda es,pero te la vas a tomar todita tú y, si nolo haces, llamo a la policía, te juro quelos llamo. Yo río, los ojos achinados y

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risueños: ¿Entonces? Los ojos de Sofíabrillan de complicidad al encontrarsecon los míos. Con voz acelerada,atropellándose, prosigue: Entoncesmami me dijo que sólo me habíaechado un calmante porque me veíamuy nerviosa, que me había echadouna pastillita para relajarme yhacerme dormir mejor.

Yo me enfurezco: ¡Mentirosa, viejacabrona! Sofía ni me escucha: Pero yo,ni cojuda, le dije que no la creía, queseguro me había echado una pastillapara que me venga la regla, y ella pusocara de locaza, me dijo nada que ver,cómo se te ocurre, jamás haría unacosa así, y yo le dije bueno, dejémonos

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de huevadas, tómate la coca-colaahorita mismo, pero mami no quería, sehacía la pendeja, decía que era unapastillita relajante y nada más, y yo lajodía, ¿entonces por qué no te tomas lacoca-cola?, y como ella no quería,llamé al mozo y le dije que llamen a lapolicía, y entonces mami se asustó, nosabes la cara de pánico que puso, yagarró mi coca-cola y empezó atomarla y le dijo al mozo que no llamena la policía, que todo estaba bien. Yosuelto una carcajada. ¿Se la tomótodita?, pregunto, eufórico. ¡Todita! —responde Sofía, y ríe conmigo—. Nosabes la cara de mami tomándose lacoca-cola, una cara de asco como si

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estuviese tomando cicuta. ¿Y entonces,le va a venir la regla nomás?, pregunto.Sofía levanta los hombros, como si no leimportase: No sé, me da igual, creo quemami ya tuvo la menopausia, o sea quesupongo que la pastillita le dará dolorde barriga nomás, y si todavía le vienela regla, bueno, se jodió, le vendrá unacatarata, un huaico, pero bien hecho,que se joda. Yo me alegro y digo: Talcual, que se joda. ¿Bueno, y entonces?Sofía sigue, agitada: y entonces ahí notermina la historia. Porque me paréantes de que trajeran los postres y mefui y dejé a mami sólita para que paguela cuenta. Yo amo a Sofía y le pregunto:¿Adonde te fuiste? Ella me mira,

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traviesa: ¿Adonde crees? A casa deIsabel, pues. Caminé rapidito, porqueestaba cerca, a tres cuadras, y porsuerte encontré a Isabel y le contétodo.

Yo me sorprendo: ¡No! ¿Lecontaste? Ella se enorgullece: Le contétodito, tal cual, e Isabel se quedóhelada, pero estaba feliz porque ellanos avisó y me salvó, le agradecíhorrores, la verdad es que si Isabel note llamaba y tú no ibas corriendo aavisarme, ahorita ya me habríatragado la coca enterita y estaríaperdiendo al bebito. Inquieto, pregunto:¿Y qué hizo Isabel? Sofía chasquea losdedos y me mira con alegría: Bueno,

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bueno, le dije a Isabel que mami habíaquerido hacerme abortar con esapastillita que me metió en la coca-cola,que yo la vi, que vi todito, que laobligué a mami a tomarse la coca, eIsabel se cagó de la risa, por supuesto,y luego decidimos las dos que mami nopodía seguir quedándose en el depa deIsabel, que tenía que irse. Yo aplaudo:Bien hecho, digo. Sofía continúa: Asíque, ni bien llegó mami, Isabel larecibió con una cara de culo y le dijoque tenía que irse inmediatamente, queno se quedaba un segundo más en sucasa. Yes!, salto de alegría. y mami nolo podía creer, se hacía la cojuda, lonegaba todo ante Isabel, decía que me

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había querido dar un calmante para losnervios, la muy mentirosa. Pero Isabelno le creyó un carajo, sacó toda la ropade mami del clóset, y empezó a tirarlaa la alfombra, diciéndole que tenía queirse en ese momento, que se dejara dehablar huevada y media, que nadie lecreía nada. y mami, por supuesto, sepuso a llorar como una loca, diciendoque no la podíamos botar así a la calle,que era una falta de respeto, peroIsabel, tú sabes cómo es mi hermana,se puso firme y no le creyó suslágrimas de cocodrilo y le dijo que setenía que ir, punto, no excuses.

Yo estoy en éxtasis: Todo esto es toogood to be true, digo. Sofía termina

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entonces la historia: y como Isabelseguía tirando la ropa de mami a laalfombra, y dijo que si no se iballamaba a security del edificio, a mamino le quedó otra que hacer susmaletitas llorando como unamagdalena, haciéndose la víctima, yllamar un taxi. Yo me quedo incrédulo:¿Y se fue? ¿Adonde se fue? Sofíaresponde: Se fue, se fue allí delante demí y de Isabel. Nos dijo que nunca nosiba a perdonar esa insolencia, que erauna falta de respeto, nos dio un sermónhaciéndose la madre superiora, peroIsabel la calló y la puso en su sitio y ledijo que lo que había hecho con lapastilla era una mierda, y que ella no

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podía alojarla en su depa porque lehabía perdido todita la confianza y elrespeto, y yo la amenacé con contarle aPeter, y no sabes la cara de pánico quepuso, porque ahora sólo falta que Petertambién la bote de la casa y le pida eldivorcio, y bueno, mami se fue con susmaletitas, llorando a moco tendido,como si hubiese abortado ella.

Yo me hago el gracioso: ¿No le vinola regla, no tenía el pantalónmanchado? Sofía se ríe y dice: No sé,pero se fue llorando, e Isabel y yo nosquedamos un rato chismeando ycomentando la escena, pensando quesegurito que mami volvía, pero novolvió. ¿Y adonde se fue?, ¿a Lima?,

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pregunto. No, está en el Four Seasons,llamó un rato después y dejó unmensaje, seguro que piensa que Isabelse va a arrepentir, pero pobre de ellaque la deje a mami quedarse en sudepa, esto que me ha hecho hoy notiene nombre. Yo pongo cara de tristeza:Qué pena que no se fue a Lima. Sofíame consuela: Seguro que se va mañanao pasado. Cuando vea que Isabel no ladeja volver, se va a ir, porque con lotacaña que es debe de estar sufriendoen el Four Seasons. Yo sonrío: Sí, ydebe de estar con unos cólicos delcarajo. ¿Entonces no va a venir anuestro matrimonio?, pregunto,ilusionado. Ni cagando —responde

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Sofía—. Over my dead body. Mamiquiso hacerme abortar a la fuerza, aescondidas, y yo esto no se lo voy aperdonar así nomás. Ya le dije que nipiense en venir a la boda en dossemanas, que no está invitada, y que siviene le digo a la policía lo que mehizo en Milano para que la arrestenpor mala madre. Yo me río, la abrazo denuevo, siento el olor a tabaco y piensoque está loca si ha fumado con el bebéadentro, pero no le digo nada porque noquiero más discusiones. Perfecto —mealegro—. No vienen mis padres ni tumamá, ahora sí será una boda feliz,para mí era un estrés casarme delantede tu mamá, cuando ella piensa que te

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he dejado embarazada a propósito,para sacar los papeles, imagínate loloca que tiene que estar paraimaginarse eso.

Sofía me acaricia la cabeza y memira con ternura. Pobre, mi amor, todolo que estás sufriendo por mi culpa —me consuela—. Pero no te preocupes,que ahora mami no te va a joder más.Te debo la vida de mi bebito —añade,emocionada—. Te has reivindicadoconmigo, ahora sí, porque si no fuerapor ti y por Isabel, habría perdido elembarazo. Yo la miro con amor y digo:Lo hice porque, aunque tengo miedo deser papá, te quiero y entiendo que nopuedes perder a tu baby, que tienes

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mucha ilusión, y porque simplementeme parecía una pendejada sin nombreeso de meterte una pastillita. Sofía meda un beso y dice: I’m proud of you,baby. Le has salvado la vida a estacriaturita que es tuya también. Yo laabrazo y siento que la amo a pesar detodo. ¿Tú crees que Peter vendrá a laboda si no invitas a tu mamá?,pregunto. No, imposible —responde—.Peter es demasiado bueno con mami, ysi ella no viene, él tampoco, dalo porhecho. Pero el que sí tiene que venir esmi papá, él no puede faltar. Yo meentusiasmo: Sí, claro, tu papá esbuenísima gente, espero que le den lavisa nomás. A Sofía no parece hacerle

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gracia el comentario, pues me mira contoda seriedad. Si le cuentas a lacucufata de mi madre lo que tu mamá tehizo hoy, te juro que va y la ahorca consus propias manos en nombre de Dios,digo, riéndome. Sofía ríe conmigo ydice: Tu mami y la mía son los extremostotales, son polos opuestos. Yo añado:Sí, pero las dos están locas.

Por fin nos hemos mudado aldepartamento que alquilamos a DonFuterman, en la misma calle 35, peromás cerca de la universidad. Ha sidouna tarea extenuante porque, paraahorrar un dinero, hemos hecho la

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mudanza solos, en un camión U-Haularrendado por el día y con la solitariaayuda de Juan, el empleado salvadoreñode la tienda de periódicos, un muchachocallado y servicial que, a cambio decien dólares, pasó el domingo connosotros, cargando los pocos mueblesque tenemos. A pesar de que eldepartamento que dejamos eraimpresentable, pues estaba lleno decucarachas, el sótano de la lavanderíaparecía un cuarto de torturas, los jadeosamorosos de los vecinos se filtraban porlas paredes y el piso de madera crujíade un modo inquietante, nos ha dadopena marcharnos, tal vez porque allíhemos vivido un pedazo memorable de

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nuestras vidas, un capítulo queprobablemente no olvidaremos. Allí,entre las cajas plásticas de leche quesostenían el viejo televisor, el colchóntirado en el piso, la mesa en queescribía y la ventana que miraba al patiode los niños, quedó embarazada Sofía,escribí con rabia, traté de escapar perono pude, la torturé pidiéndole queabortase, se cortó las venas, la encontrédesangrándose, nos amamos y nosodiamos, fui un miserable y rara vez uncaballero.

Ahora nos vamos y todo serádiferente y con suerte mejor. Los dadosestán echados: el bebé nacerá, ya estarde para dar un paso atrás, y por eso

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nos casaremos en pocos días ante unjuez, lo que me tiene muy inquieto, y enseguida viajaremos a París de luna demiel, y a la vuelta nos instalaremos eneste departamento que está lleno de luz yes un lujo comparado con el que hemosdejado, y ella seguirá estudiando lascosas absurdas que estudia y yoescribiendo las cosas absurdas queescribo y que ella prefiere no leer, a versi algún día termino la maldita novelaque me está robando media vida, y unosmeses después, si no hay contratiempos,nacerá el bebé en el hospital deGeorgetown University. El departamentoha quedado muy bonito con los pocosmuebles que tenemos, no gracias a ellos,

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que carecen de refinamiento, sino a quees tan lindo que luce bien aun conmuebles feos. Tampoco son tan feosnuestros muebles, son básicos, exentosde cualquier lujo —una mesa de trabajo,una cama, un sofá cama, una pequeñamesa de cocina, además del televisor, elteléfono y el equipo de música—, peroSofía insiste en que debemos comprarplantas para darle más vida al lugar y unestante para colocar mis libros, quesuelo apilar en desorden sobre el piso.Yo dormiré en la sala, en el sofá camadonde tú dormías en el otro depa —ledigo a Sofía, apenas el muchachosalvadoreño se marcha, dejándonos todobastante limpio y ordenado—. Así tú

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puedes dormir más cómoda en la camay moverte todo lo que quieras sindespertarme. Sofía hace un gesto decontrariedad. Yo prefiero que duermasconmigo en la cama, porque estamoscomenzando una nueva etapa y no megusta que durmamos separados, pero siestás más cómodo así, no hayproblema, dice, con cierta tristeza.

Quiero dormir en el sofá porque noconsigo dormir bien a su lado: memolesta su presencia, su respiración, losruidos más leves, los inevitablesmovimientos que hace durante la noche.Además, si duermo en el sofá me sientomenos cautivo y puedo tocarme aescondidas pensando en un hombre o

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despertar abruptamente de madrugadacon una idea para la novela, saltar a lacomputadora y escribirla, sin que ella sedespierte, me pregunte qué estoyescribiendo y me obligue a mentirle,porque aquellas escenas suelen ser deuna sensibilidad gay que a ella lemolesta. Mi mesa de trabajo, ya algoenclenque y paticoja, está frente a laventana que da a la calle, la vista apenascubierta por las ramas frondosas de unárbol añoso por el que a menudo correnlas ardillas, y al caer la tarde, laprimera que pasamos juntos en estedepartamento, se llena de una luznaranja pálida que anuncia la noche. Mequedo mirando a la gente que pasa por

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la calle 35, gente agradable decontemplar, estudiantes y profesores,chicos que salen a correr, chicas quepasean a sus perros, muchachos enbicicleta, y no extraño el patio de juegosinfantiles cuyos ruidos ya me teníanharto y a veces me obligaban a escribircon tapones en los oídos. Prendamos lachimenea para celebrar, dice Sofía,radiante de entusiasmo.

Aún no se le nota la barriga, apenasuna leve hinchazón que ciertamente esmenor que la de mi barriga, y parecesatisfecha con la mudanza y nuestrainminente boda. Pero no tenemos leña,digo. No importa, yo voy a comprarla,alega ella. Es domingo, ¿dónde vamos a

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conseguir leña?, pregunto con mihabitual cansancio. En el súper, tonto,dice ella, optimista invencible. ¿Estássegura de que en el súper vendenleña?, desconfío. Segurísima. Túquédate acá y yo voy y vengo en quinceminutos y te prendo un fueguitoriquísimo y nos calentamos los pies,dice, muy amorosa.

Hace frío y no vendría mal encenderla chimenea, pero me abruma caminarhasta el supermercado y cargar la leñade regreso. El problema con esta mujeres que tiene demasiada energía, pienso.Acabamos de mudarnos, cargandomesas, cajas y colchones, ¡y ahoraquiere traer medio árbol partido en

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troncos! Tranquilo, Gabriel, no teexasperes, todo sea por el bebé y la vidamatrimonial que se avecina. En vez demeterte en la ducha, acompaña a tumujer al supermercado, carga losjodidos troncos y pon cara de felicidadcuando ella prenda la chimenea. Bueno,vamos —me resigno—. Pero, eso sí,vamos en taxi y sólo compramospoquita leña, que me duele la espaldade cargar, añado, en tono quejumbroso.Sofía me abraza y me besa y yo no laabrazo porque estoy sudoroso y huelopeor que el salvadoreño que ya se fue.

Tomamos un taxi en la misma calle35, vamos al Safeway de la Wisconsin ycompruebo que Sofía tiene razón:

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camina resueltamente, encuentra lasbolsas de leña, cargamos una entreambos y no pesa tanto pero de todosmodos pongo cara de sufrimiento y ellame pide disculpas y se ríe de la cara deagonía que tengo al cargar estos pedazosde madera con los que se haencaprichado y que constituyen su másextravagante antojo de embarazada.Lleno de amabilidad y ternura, cargo labolsa hasta el taxi porque tú no puedeshacer ningún esfuerzo físico, puedeshacerle daño al baby, mi amor, y Sofíame mira con cariño redoblado porquenos hemos mudado a un departamentolindo y ahora estoy complaciendo suarrebato de conseguir leña para prender

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la chimenea esta misma noche.Llegando al edificio, cargo la bolsa

hasta el segundo piso, resoplando comoun buey de carga, odiando a mi mujerque será pronto mi esposa, es decir,odiándola más por eso, y dejo caer elatado de leña al lado de la chimenea yme voy al baño a darme una duchacaliente para sacarme toda la suciedadque la mudanza me ha dejado encima.No te preocupes, que cuando salgas vasa encontrar la chimenea prendida y tepreparo una comidita rica, me diceella.

No me masturbo en la ducha:simplemente me quedo de pie, inmóvil,bajo el chorro de agua caliente, tratando

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de no pensar en nada, porque todo loque puedo pensar me resulta deprimente.De pronto, oigo un sonido agudo, un pitoque interrumpe bruscamente estepequeño momento de sosiego eintimidad y me hace salir corriendo dela ducha. Salgo del baño con una toallaamarrada en la cintura y veo a Sofíaagitándose en medio de una humareda enla sala, abriendo las ventanas, tratandode echar el humo hacia afuera, mientrasel pito sigue sonando con una intensidadque me taladra la cabeza. Entonces lepregunto, mojado y asustado, ¿quédiablos pasa?, y ella, riéndose, prendíla chimenea pero está cerrada y la casase ha llenado de humo; ven, ayúdame a

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apagar el fuego. No entiendo de qué seríe si la situación es bochornosa y elpito enloquecedor. Me lleno de rabia ygrito ¿qué coño quieres que haga?, yella ¡abre la puerta para que se vaya elhumo y tira agua a la chimenea paraque se apague el fuego! Corro y abro lapuerta y me encuentro cara a cara conuna chica linda al otro lado del angostopasillo alfombrado, mirándomeasustada. Por suerte la toalla semantiene anudada en mi cintura y no caeal suelo. Le digo en mi inglés chapucerono se preocupe, prendimos la chimeneapero estaba cerrada y la casa se nos hallenado de humo, y ella hace un gesto dealivio y otros vecinos se asoman al

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fondo del pasillo y yo, tosiendo, porqueel humo no cede y me irrita los ojos,pido disculpas a gritos y digo que no sealarmen, que no es nada serio, peroigual una china con cara de puta salecorriendo histérica porque no me cree yseguramente piensa que vamos a ardervivos.

Regreso a la sala y veo que Sofíasigue riéndose y echando el humo haciaafuera y la odio porque no entiendo dequé diablos se ríe. Lleno una olla deagua y arrojo el agua sobre losrescoldos todavía humeantes de lachimenea que ella ha logrado apagarpero no del todo, y repito la operaciónvarias veces, soportando el chillido

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enloquecedor de la alarma y temiendoque en cualquier momento aparezcan losbomberos. Veo a Sofía moviéndosecomo una loca en la sala, agitandofrenéticamente los brazos como siestuviese tratando de atrapar a unfantasma escurridizo, y sigo sin entenderde qué se ríe, por qué la situación leparece cómica o risible, cuando a mí meresulta tan irritable. Por fin se disipa elhumo y la alarma calla y yo, con latoalla aún en la cintura y medio mojadoy congelado por el viento que se metepor las ventanas, le digo gracias porjoder mi primera noche acá, y ella,para mi desesperación, se ríe todavíamás y dice no te amargues la vida, me

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he sentido una estúpida pero me hecagado de risa viendo cómo se llenabade humo la sala, y yo, furioso, meparece bien que te sientas unaestúpida, porque fue una granestupidez que prendieras la chimeneasin asegurarte de que estuvieraabierta, y ella se ríe de que yo esté tanfurioso y eso me pone más molestotodavía y entonces estallo ¡deja dereírte, carajo, que no es graciosollenar la casa de humo!, y ella hace ungesto leve y despreocupado comodiciéndome ay, no seas exagerado, noes para tanto, y yo ¡no es bueno tragarhumo, me has intoxicado y seguro quele has hecho daño al baby, aunque,

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claro, ya estará acostumbrado al humo,con todo lo que andas fumando aescondidas!, y entonces ella se ríe denuevo, no sé qué le pasa, qué ha fumado,de dónde provienen esas sospechosasreservas de felicidad, y me dice ahorate preocupas tanto por la salud delbaby, qué bueno, cómo has cambiado.

Me enerva que se permita serirónica conmigo. Me voy al cuarto avestirme y estoy poniéndome cualquierropa y rumiando mi odio contra ella porser tan cretina de obstinarse en prenderla chimenea este primer día en eldepartamento cuando de pronto suenauna sirena, otro pito agudo, más potenteaún, que interrumpe de nuevo el silencio

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del barrio y se instala con intermitenciasen la puerta del edificio. Nada másasomarme a la ventana, confirmo mispeores sospechas: es el carro debomberos, a los que seguramente hallamado la china histérica que saliócorriendo por el pasillo del segundopiso. Entonces acabo de vestirme deprisa y salgo corriendo a la sala, y Sofíaestá atacada de risa otra vez y me dice¡qué exagerados son los gringos, hanllamado a los bomberos por estehumito ridículo!, y yo no sonexagerados, son responsables, casiquemas el edificio, es normal quevengan los bomberos, deberían venirunos enfermeros también y llevarte a

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un manicomio, ¡eres una loca delcarajo, no puedes estar tranquila,coño!, y me sorprendo de estar tanfurioso con ella, pero no puedo evitarlo.

Luego se asoman a la puerta deldepartamento, que sigue abierta, dosbomberos uniformados y preguntan quéestá pasando, y yo en mi mejor inglés lesexplico que ha sido un accidenteminúsculo, una torpeza absurda por laque les pido disculpas, que hemosencendido unas leñas en la chimeneaestando clausurado el ducto de aire, conlo cual la casa se llenó de humo y lasalarmas antiincendios se dispararon y,comprensiblemente, algunos vecinoscreyeron que estaban en peligro. Los

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bomberos me preguntan si pueden pasary yo desde luego asiento y ahora pasanlos dos tipos con sus botas de jebe ysaludan a Sofía, que les devuelve unamirada coqueta, sólo para fastidiarme, yles explica en su impecable inglés queella tiene la culpa de todo, que no se leocurrió pensar que la chimenea podíaestar bloqueada, pero es su primeranoche en este departamento, al queacabamos de mudarnos, y además estáembarazada y nos vamos a casar en unosdías y por eso lo quería celebrar.Entonces los bomberos se enternecen yla felicitan, nos felicitan, y ahora uno deellos palmotea mi espalda y yo no sé dequé me felicitan, tal vez por eso, en mi

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país dicen para cojudos, los bomberos,y se despiden con cariño, y Sofía lesdice espero que no tengan que volverpronto, y ellos se ríen y ella suelta unarisotada de pirómana peligrosa.

Cuando por fin se van, cierro lapuerta, me siento en el sofá dondedormiré esta noche, miro a Sofía y no lopuedo creer: ahora que los bomberos leenseñaron a abrir el ducto quebloqueaba el humo, ¡va a encender lachimenea a pesar de todo! En efecto,prende unos periódicos viejos y cuandola leña empieza a crujir y a atizar elfuego, voltea, me sonríe con amor apesar de todo y dice no te molestes, thathappens, lo mejor es reírse nomás. Yo

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trato de sonreír pero creo que me saleuna mueca patética, y ella me dice no temuevas, quédate ahí sentado que te voya preparar una comidita rica y vamos acomer con los pies calentitos por lachimenea. La veo caminar contenta a lacocina y no sé por qué estoy tan irritado,por qué todo me fastidia, el humo, losbomberos, su coquetería con ellos, laabsurda obstinación por prender estefuego, creo que lo que me irrita es ella,vivir con ella, y por eso cada pequeñacosa que hace o dice me pone de tanmalhumor.

Ahora tengo los pies calientes, tomouna sopa de zanahorias, Sofía me miracon amor y sonrío como si todo

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estuviera bien. Debería estar satisfecho,porque el departamento está lindo y mimujer embarazada y nos vamos a casaren unos días, pero me siento un rehén ysólo puedo pensar: en medio año serélibre otra vez. Pero ahora estoy atrapadoy tengo que tomar mi sopa de zanahoriascomo un niño bueno.

Mañana me voy a casar. No lo puedocreer. Yo, que soy gay, a pesar mío,estoy a punto de casarmeprecipitadamente, bajo presión, casicontra mi voluntad, con una mujer a laque he dejado embarazada. No meengaño: la boda me hace infeliz y,

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aunque trate de fingir lo contrario, creoque se me nota. Podría servirme deconsuelo que, gracias a mi nuevo estatusde hombre casado, podré sacar unpermiso para vivir en este país, pero laverdad es que estoy abrumado por laceremonia a la que debo concurrirmañana, en un juzgado de Washington,acto en el que voy a declarar que amo auna mujer, tanto que quiero casarme conella, cuando en realidad sólo la quierocomo amiga, es decir, que voy a mentir,a cometer perjurio, un gay más que secasa en circunstancias desafortunadas.Al menos no vendrán mis padres ni mishermanos, nadie de mi familia. Ya seríademasiado. Sofía, con esa terquedad tan

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suya, ha insistido en invitarlos, en queyo perdone a mis padres y les dé laoportunidad de que, si así lo desean, sepaguen el viaje y nos acompañen en laboda, pero yo me he negado y la heamenazado: Si los invitas y se aparecende milagro acá, te juro que mando todoa la mierda y no me caso contigo.

Tal vez en represalia, ha invitado asu familia, aun sabiendo cuánto memolesta, porque sin duda prefiero quenos casemos solos ante el juez, con lamenor cantidad de gente posible, esdecir, con los dos testigos que manda laley, que bien podrían ser su hermanaIsabel y su amiga Andrea. Pero no:vendrán Peter y Bárbara desde Lima; su

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tía Hillary desde Saint Louis; suhermano Francisco y Belén desdeBoston; y, por supuesto, Isabel, que,junto con Hillary, hará de testigo. Estoyfurioso con Sofía porque me prometióque no invitaría a su madre después delincidente de la pastilla abortiva, pero,incapaz de un mínimo acto de rebeldía,la niña buena del colegio de monjas hacedido tras hablar con Peter y se haresignado a que Bárbara y él nosacompañen mañana, cuando esa señorano lo merece, porque ha hecho todo loposible para que Sofía pierda al bebé yyo la abandone. No sé con qué caramiraré a Bárbara mañana. Sé que meodia y me desprecia, que no me

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perdonará por haber rehusado cumplirsu plan de abandonar a Sofía, que mecree un calculador que ha embarazado asu hija sólo para conseguir la residenciaen Estados Unidos. Será espantosocasarme en un ambiente tan hostil,rodeado de gente que espera borrarmecuanto antes de la foto familiar.

Estoy muy nervioso. Me odio porhaberme metido en una situación así. Nopuedo escribir, he dormido mal losúltimos días, ando de un humor deperros. Sólo quiero cumplir el trámitede casarme y luego seguir con mi vida.¿Por qué diablos tenías que invitar a labruja de tu mamá?, le grito a Sofía,cuando llega de clases con una sonrisa

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beatífica que me enerva aún más. ¿Quéte pasa?, ¿por qué estás tan molesto?,me pregunta, al parecer sin entender lomal que la estoy pasando. Porque odiotener que casarme delante de tu mamá,que es una bruja y me detesta,respondo. Gabriel, por favor, no hablesasí de mi mamá, me corta ella. Gabriel,por favor, no hables así de mi mamá, laremedo con un sonsonete burlón, y voy asentarme a mi escritorio, donde sé queno podré escribir nada, salvo másinsultos contra su madre, que tiene quevenir desde Lima a estropearme la boda,como si no estuviese ya bastante jodidosin ella. Sofía se encierra en el baño.Puede pasar una hora allí. No sé bien

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qué hace —lee, habla por teléfono, semete en la bañera, resuelve elgeniograma de El Comercio de Lima quele envía su madre por correo—, pero lousa como un refugio cuando me vemalhumorado.

Tengo que aprender una brevedeclaración en inglés, que debo recitarmañana en la boda, de cara al juez, perotodavía no me sé una línea y me danescalofríos cuando la leo, así que ladejo a un lado y me digo que algoimprovisaré mañana, aunque Sofía memire con indignación y su madre meodie más, si cabe. Por fin Sofía sale delbaño, se acerca a mi escritorio y mepregunta con voz dulce: ¿Qué te vas a

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poner mañana? No he pensado quévestir, seguramente me pondré el únicotraje que cuelga en el ropero quecomparto con ella. No sé, supongo queuno de tus vestidos, respondo, sólo porfastidiar, y ella sonríe mansamente, nocae en la provocación y dice: ¿Qué talsi salimos un ratito a comprarte unlindo terno? Yo respondo enojado, sinsaber por qué sigo tan enfadado, pues enrealidad ella no me ha hecho nada maloy tampoco me obliga a casarme mañana,podría largarme, tomar un taxi, novolver, no verla más, reinventar mi vidaen otra ciudad, en otro país, pero sigoenojado con ella porque siento quecasarme será un día muy triste, un

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accidente del que me costará tiemporecuperarme. Por eso, molesto,refunfuño: ¿Estás loca? No voy a gastarmi plata comprando un terno que nonecesito. Con el que tengo estoy másque bien. Ella sonríe tierna,comprensiva, cariñosa, todo lo cual mepone de peor humor, y me dice: No espor nada, baby, pero ese terno ya estáun poquito gastadito, ¿no crees? Yo, sinceder: Bueno, sí, ¿y qué? Es una simpleboda civil, no un desfile de modas, ¿oquieres que trate de impresionar a tumamá y me disfrace de dandi? Entoncesella ríe de buena gana, se sienta a milado y dice: No seas tonto, no mediscutas por discutir, yo te quiero y

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sólo estoy tratando de que te veas lindomañana, déjame que te compre unterno, porfa, no seas malito, es unregalo mío, tú no tienes que gastarnada.

La miro con la escasa ternura quesoy capaz de improvisar en estemomento de ofuscación y digo: No,gracias. Prefiero usar mi terno desiempre, aunque me quede mal. No meimporta que tu mamá se burle de míporque es un terno viejo y lo he usadomil noches en la televisión. Si mepongo un terno nuevo, igual se va aburlar de mí, así que para quépreocuparnos tanto. Sofía suspira,haciendo acopio de paciencia, y me

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aconseja: Deja de hablar tanto de mimamá. No me escuchas siquiera. Teestoy ofreciendo un terno de regaloporque me da ilusión que te veas guapomañana. Aunque no te guste, nos vamosa casar y hay que hacerlo bien, ¿no teparece? —Yo me resigno a darle larazón—. Ven, siéntate acá, te voy ahacer un masajito en la espalda paraque te pase la tensión, me dice.Obedezco porque sé que sus manospresionando mi espalda me producen unplacer que no me atrevo a menospreciar.

Mientras me masajea con precisión,pregunto, los ojos cerrados: ¿Tú qué tevas a poner? Ella responde con orgullo:Un vestido que mi tía Hillary me ha

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prestado. ¿Cómo así? —pregunto,sorprendido—. ¿No era que tu tíaestaba en Saint Louis? Sí, pero me lomandó por UPS y me quedó regio —dice. Me abandono al placer que susdedos arrancan en mi espalda y ellapregunta—: ¿Quieres que me pruebe elvestido de Hillary que me voy a ponermañana? Yo, sedado por la fuerza desus manos, digo, más bien balbuceo: Sí,claro, si tú quieres. Sofía va a su cuartoa ponerse el vestido y yo me quedotirado en el sofá donde voy a dormiresta noche, echando de menos a lapersona con quien debería casarme si laley lo permitiese: Sebastián, el actorperuano, mi primer amante. ¿En qué

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estaba pensando cuando lo dejé parajugar a ser un hombre con esta chica queahora se prueba radiante el vestido quellevará mañana en nuestra boda? Si soyuna persona inteligente —cosa que aestas alturas dudo—, ¿no tendría quehaberme dado cuenta de que me gustanmás los hombres y que, si bien puedocomplacer a una mujer en la cama, sólopuedo sentirme satisfecho si hago elamor con un hombre?

Todo esto me recuerda que la vidaes una suma de fracasos y decepciones,y por eso mañana voy a casarme no conSebastián, sino con Sofía, que, ironíasde la vida, fue su novia y, como yo,perdió su virginidad con él. Debería ser

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Sebastián el testigo de nuestra boda,pues, en rigor, fue él quien lo atestiguótodo: cómo Sofía le dio su virginidad,cómo yo le entregué la mía y cómo ella yyo nos enamoramos aquella noche que élnos presentó en el Nirvana y lo dejamosabandonado. Lo peor no es que él ya nome ama; lo peor es que, según he podidoleer en las revistas que llegan a la casa,anda de novio con otra chica, ya no LuzMaría, a la que, por lo visto, hará sufrircomo yo a Sofía. ¿No podemos los gaysamarnos entre nosotros sin tratar deamar inútilmente a las mujeresconfundidas que se enamoran denosotros sabiendo que somos gays peroseguras de que dejaremos de serlo por

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amor a ellas? Todo esto es un trágicoerror: Sofía debería casarse con Laurenten París —estoy seguro de que elfrancés debe de ser un tigre en la cama,no sé cómo ella insiste en decirme quesus mejores orgasmos los ha tenidoconmigo—, y yo con Sebastián. Quierollamarlo, oír su voz, desahogarmeaunque sea por teléfono.

Esta noche, cuando Sofía duerma, lollamaré. Iré a un teléfono de launiversidad y lo llamaré para decirleque me voy a casar y que me sientodesolado, triste, con ganas de patearalgo, a alguien, porque en realidad yoquería estar con él y terminéempantanado en este amor heterosexual

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que me está costando media vida. Lomás penoso es que yo no sabía queestaba enamorado de Sebastián cuandonos acostábamos furtivamente; yo sabíaque me gustaba, que me reía con él, queera un amante estupendo, pero no que talvez era el amor de mi vida. Lo era, perofui un tonto y no me di cuenta. Nadie megusta, me excita y me enternece más queél. Siempre que me toco, pienso en unhombre, y siempre que evoco a unhombre, termino pensando en él. Puedodistraerme con otros rostros, otroscuerpos, pero en el momento crucial deacabar, en aquel instante en que meconvierto en el gay que llevo adentro ytermino jadeando como un animal

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insaciable, pienso en Sebastián, sólo enél, y es su pecho el que lamo, sus tetillaslas que beso y sus brazos los quemuerdo.

¿Qué tal?, me dice Sofía,trayéndome de vuelta a la realidad. Estáde pie frente a mí, con el vestido queusará mañana, y parece una princesaatacada de melancolía porque se haenamorado de un bisexual torturadocomo yo. No merezco a esta mujer. Es,con mucha diferencia, la más linda ybuena que he conocido. Ninguna lepodría ganar en nobleza, ternura ygenerosidad. Cuando la veo desnuda enla cama, bajo mis brazos, me quedomaravillado. Estás preciosa, ese vestido

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te queda regio, digo. ¿En serio? —pregunta, halagada—. ¿No me veodemasiado señorona? Yo me pongo depie y la beso en la mejilla: No, te veslindísima, demasiado linda, nodeberías casarte con un perdedor comoyo, deberías casarte con un tipoexitoso, con plata, que te lleve a vivir auna casa preciosa. Ella me abraza y medice: Yo no quiero eso. Yo te quiero a ti.Nadie podría hacerme más feliz que tú.Yo pienso: esta mujer es increíble, cómopuede decirme eso, he sido un canalla y,sin embargo, dice que la hago feliz.Pruébate tu terno, no seas malo, a vercómo te queda, me pide, con una vozmuy dulce que me obliga a complacerla.

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Como quieras, digo. Porque si te quedabien, no importa que esté viejo, pero site queda medio mal, mejor te comprouno, ¿ya?, insiste, amorosa.

Voy a su cuarto, cierro la puerta,abro el ropero y veo mi traje bienescondido en una esquina, arrinconadopor su ropa. Entonces descuelgo unvestido, me desvisto, quedo desnudo,busco sus calzones, elijo uno blanco yme lo pongo con dificultad porque heengordado, qué horror, voy a parecer unvendedor de empanadas mañana en lascortes de Washington. Bien apretado ensu calzón, me embuto como puedo en unvestido de flores, que me queda bienporque ella lo usa como vestido de

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embarazada, y me miro al espejo ysuelto una risa desgarrada de chacal, unarisa de hombre roto. Salgo de su cuartoy me presento así, vestido de mujer, consus calzones y su vestido de flores. Ellame mira boquiabierta, pasmada,risueños sin embargo los ojillosvivarachos, y, para mi sorpresa, en lugarde enfadarse, suelta una risa franca ydice: Te ves graciosísimo, ¿quieres queyo me ponga tu terno y nos tomamosuna foto? Yo, aliviado porque no meodia en su vestido, pensando quedespués de todo podríamos ser unabuena pareja, le digo sí, claro, pruébatemi terno. Entonces ella entra a su cuartoy poco después sale en mi traje

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estragado pero aún gallardo, y nosmiramos al espejo y nos vemosestupendos, yo muy dama, muy altiva,pero con un escozor de puta agazapadarecorriéndome la espalda, y ella muynovio, muy circunspecto, muy en supapel, y así, mirándonos al espejo, nosdamos un beso y entonces me erizo y leabro la bragueta que es mía y la toco,pero no encuentro lo que quisiera yterminamos haciendo el amor, las ropasconfundidas, todo confundido, sobre elsofá cama donde me confundo en lasnoches pensando en Sebastián.

Es tarde. Sofía duerme. Yo no puedo

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dormir. Me levanto del sofá, me vistosin hacer ruido y salgo a la calle. Hacemucho frío. Camino a pasos rápidos, lasmanos en mi sacón negro, la cabeza y lasorejas cubiertas por un gorro de lana.Tres cuadras más allá, subiendo por lacalle O, cruzo la entrada principal de launiversidad y camino hasta los teléfonosde la biblioteca. Sé que no debo haceresta llamada pero el corazón metraiciona. Nunca he podido ser unhombre racional; en realidad, nunca hepodido ser un hombre. Llamo a unacompañía de larga distancia, doy minúmero de tarjeta de crédito y marcan elteléfono de Sebastián. Es allí donde yodebería estar, durmiendo a su lado. Pero

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estoy acá, en Georgetown, muerto defrío y de miedo, porque en unas horasme voy a casar. Suena el teléfono.Contesta, Sebastián. Dime que me amas,que no me has olvidado, que meperdonas por haberte dejado, quevolveremos a estar juntos. Dime algo,contesta. No hay respuesta, sólo lagrabadora pidiendo un mensaje que yosé que no debo dejar pero que voy adejar de todos modos, aunque lo escuchesu nueva novia y le haga un escándalo yél me odie más, si cabe. Hablo con lapoca hombría que me queda: SoyGabriel. Estoy en Washington. Hoy mecaso. Te amo. Luego cuelgo y emprendoel camino de regreso.

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El guardia de seguridad me mira coninsistencia pero no me pregunta nadaporque comprende, por mis ojosllorosos y mi andar errático, que soy unhombre perturbado. Regreso al sofácama. Odio estar allí. Supongo que esmi naturaleza: soy un hombre que amenudo quiere estar en otra parte. Novoy a poder dormir. El amor no está acá,se quedó lejos, en el arenal donde nací,y ahora es irrecuperable, sólo unaquimera. No voy a poder casarme. Notengo coraje. Debería escapar. Todavíaestoy a tiempo. No voy a poder mirar aljuez y decirle sin que me tiemblen laspiernas que amo a Sofía. No, Gabriel:tranquilo, no huyas como un maricón

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patético, sé un hombre, anda a la bodacon el alma en la espalda pero no lefalles a Sofía, cumple el compromisoque has hecho con ella, acepta por unavez tus responsabilidades y lasconsecuencias de tus actos kamikazes.Me revuelvo en el magro colchón delsofá como si fuese un condenado amuerte esperando el patíbulo alamanecer. Siento que esta boda es unapequeña muerte: la extinción de unasfantasías secretas —vivir con unhombre, llevar ligero el equipaje de lasobligaciones, poder ser todo lo gay queme dé la gana— y del poco amor propioque me queda. ¡Cómo se reirán de mí loshombres que dejé en el camino! Cuando

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Sebastián se entere de que me he casadoen Washington con Sofía, su primeranovia, no creo que se entristezca,seguramente soltará una risa burlona.

Hoy a las cuatro de la tarde iréarrastrándome a decir que amo a unamujer. Nunca había tenido tanto miedo auna ceremonia. Por eso no puedodormir. Me levanto, salgo al pasillo,bajo la escalera, abro la puerta deledificio, me siento al lado del portón demadera y me quedo en silencio, lasmanos cubriéndome el rostro.

Sofía y yo vamos en el asientotrasero de un taxi, camino a la CorteFederal de Washington, D. C. Son lastres y media de la tarde. En media hora,

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un juez nos casará. Sofía está molestaporque no he llamado un taxi de lujo,uno de esos town-cars negros quecuestan el doble que un taxi regular, paraque nos lleve a los tribunales en elcentro de la ciudad. Es una tacañeríaque me lleves a mi matrimonio en untaxi cochino, me dice, espléndida en suvestido prestado y sus zapatos ManoloBlahnik, cuando detengo un taxicualquiera en la puerta del edificio. Vaseria, callada, las piernas muy juntas,los zapatos balanceándose ligeramenteen el piso polvoriento del auto, lasmanos cruzadas sobre la cartera. Le pedíque no se maquillase, que no se pusierazapatos de taco, pero no me hizo caso.

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Ella me rogó que no vistiese el viejotraje que llevo puesto y también por esoestá enfadada conmigo. Parece quefueras a una fiesta bailable de tusamigas vedettes de la televisión y no acasarte, me reprendió en la casa, alverme con el terno arrugado y loszapatos opacos, cubiertos por una finacapa de suciedad que a duras penasretiré con papel higiénico.

Yo no estoy molesto, estoy aterrado.Mi respiración se acelera a medida quenos acercamos al centro de la ciudad,me tiemblan las piernas, tengo las manosmojadas de sudor, aprieto los dientescon fuerza, miro por la ventana hacia lacalle envidiando a los peatones que veo

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al pasar, pensando que ellos son libres yyo un rehén. Tengo ganas de abrir lapuerta, saltar y salir corriendo. Cada vezque el conductor en turbante, con unabarba espesa y la mirada desorbitada,detiene el auto, considero abrir la puertay escapar de las miradas recelosas deSofía, que no imagina el pánico que meatenaza la garganta. Sal corriendo en elpróximo semáforo, pienso. No tecompliques más. Ya cometiste un errordejándola embarazada: ¡ahora vas acometer otro peor casándote con ella!Dos errores no hacen un acierto,Gabriel. Run, baby, run. Run for yourlife.

Pero no me atrevo. No puedo hacer

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una escena tan cobarde. Ya es tarde.Estoy atrapado. Yo tengo la culpa detodo. Yo y ella, para ser justos. Por esola miro con rencor y le digo en voz baja,no vaya a ser que este sujeto de malaspecto entienda algo de español: Teodio, Sofía. Ella me mira con frialdad,como diciéndome: No me sorprende y,en realidad, yo también te odio. Sequeda en silencio, saca un pequeñoespejo de su cartera y se repinta loslabios con un lápiz rojizo. Yo me irritomás porque me ignora, no me contesta, ydigo: Te odio por obligarme a todoesto. Ella me mira con desprecio yapenas masculla, agobiada: No sigas,por favor. Nadie te ha obligado a nada.

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Nos vamos a casar porque es lo mejor,y vas a sacar los papeles, y vas a poderestar cerca de tu hijo, y cuandoquieras, nos divorciamos, no creas queme hago la menor ilusión de que estematrimonio va a durar.

Me asombra la dureza de esta mujer.Lo tiene todo muy claro: no es una bodapor amor, sino por desesperación,porque las circunstancias nos handerrotado y ésta es la mejor manera deperder con honor. Sí, me has obligado—digo con amargura, como elhombrecillo abyecto que he terminadosiendo—. Me has obligado a casarmecontigo y tú lo sabes. Ella me mira conincredulidad. No puede entender que a

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pocos minutos de la boda le haga estosreproches tan mezquinos. Si no quierescasarte conmigo, todavía estás atiempo —me advierte, con aplomo—.Dile al taxista que dé media vuelta yvolvemos a la casa, añade. No, ya estarde —me lamento—. No podemoshacer escenas de telenovela. Hay quecumplir con la jodida boda y ponercara de novios felices para que labruja de tu mamá nos tome la foto.Sofía me mira, furiosa: ¡Nadie va atomar ninguna foto!, levanta la voz, y eltaxista mira de soslayo por el espejointerior y luego sigue escuchando lamúsica insufrible que vomita la radio.Eso espero —refunfuño—. Porque ya

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sería demasiado tener que salirsonriendo en la foto. Sofía hace ungesto de fastidio, cruza las piernas ydice: Si puedes sonreír muy bien en latelevisión sólo porque te pagan, tratade hacer el esfuerzo de sonreír hoytambién. Yo la miro con mi peor cara ydigo, vengativo: Te odio. Tú tienes laculpa de todo. Tú querías quedarembarazada. Tú te negaste a abortar.Tú querías casarte conmigo a la fuerza.Bueno, te felicito, has logrado lo quequerías, ¿no? Los ojos de Sofía sellenan de lágrimas que intenta disimular.¿Me vas a seguir pidiendo que aborte?—se pregunta, la voz quebrada, sinmirarme—. ¿Vas a pedirme que aborte

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hoy que nos casamos?, dice.Siento vergüenza. Es una bajeza

seguir atormentando a esta mujer en eldía de su casamiento. Pero no lo puedoevitar, tengo un nudo de rencor en lagarganta y por eso escupo rabia: No, note pido que abortes, ya perdí esabatalla. Pero sólo te digo que te odio yque me voy a divorciar apenas pueda.No te hagas la menor ilusión de queseremos felices en este matrimonio dementira. Ni bien pueda, me divorcio y,chau, no me ves más. Sofía encaja elgolpe con serenidad y se permite unaironía: Gracias. Me harías un favor. Siquieres, nos divorciamos antes decasarnos. Luego sonríe a pesar de sus

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lágrimas y me hace sentir una alimaña.Al menos ella, en medio de tantaadversidad, es capaz de hacer unabroma; yo, en cambio, soy un atado denervios, un cobarde. Algún día me voy avengar escribiendo todo esto, laamenazo, poco antes de llegar a lostribunales donde sellaremos este amorde amantes suicidas. Ya lo sé, no me lotienes que decir —suspira ella—. No tepreocupes, escribe lo que tengas queescribir. Sólo espero que cuandocuentes esta historia se la dediques aesta criaturita que llevo acá adentro yque es fruto del amor, añade, a punto dellorar otra vez. No digas «criaturita»,por Dios —la amonesto—. ¡Qué

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palabra tan cursi que te empeñas enusar! Di bebé, bebito, pero nocriaturita, por favor.

El taxista se detiene frente a unedificio gris, le pago de prisa, bajamosdel auto y caminamos sin hablarnos,como dos extraños, rumbo a nuestraboda. El nuestro debe de ser uno de loscasamientos menos románticos en lahistoria de esta ciudad, pienso, al ver alas parejas que salen del lugar, reciéncasadas, celebrando ruidosamente,haciéndose fotos, besándose.

Subimos una escalera, pasamos loscontroles de seguridad —¿lleva algometálico, cortante?, me pregunta unamujer obesa, en uniforme azul, y yo le

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contesto secamente: sí, mi lengua, peroella no entiende la broma y me diceabra la boca, por favor, ¿tiene un areteen la lengua?, y yo abro la boca y ledigo: era una broma y Sofía me miracon mala cara, como diciéndome a versi te ahorras tus bromas de comediantefrustrado, por favor— y en seguidasubimos por la escalera mecánica,camino al tercer piso, donde nos esperael juez Diosdado Peynado, el pobrehombre que nos casará ante las leyes deldistrito de Columbia. ¿Puede un juez delas cortes de Washington, D. C, llamarseasí, Diosdado Peynado? Por lo visto, sí:vuelvo a leer el papel que nos cita a laceremonia y confirmo que ese mismo es

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el nombre improbable del juez. Lo debede haber enviado mi madre, pienso.¡Tenía que llamarse Diosdado! Debe deser un numerario del Opus Dei, esostipos están por todas partes, han urdidoun complot para adueñarse del mundo.Pobre de ti que me mires con ojosbeatos, Diosdado, que te rompo lasbolas de una patada.

Apenas bajamos de la escaleramecánica en el tercer piso, se acercanBárbara y Peter con caras depreocupación. Pensé que no venían,están tardísimo, dice Bárbara, y mesaluda con un beso en la mejilla, lo queme sorprende, porque pensé que no mehablaría más. En seguida me echa una

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mirada, hace un gesto de desaprobacióny dice: ¿Tenías que ponerte ese ternoviejo en tu matrimonio? ¿No podíascomprarte uno? Peter la mira con rostroadusto, me estrecha fuertemente la manoy dice risueño: Pensé que nos ibas adejar plantados. Yo sonrío, tratando deaparentar una cierta calma, y digo: No,hombre, cómo se te ocurre. ¿Estástranquilo?, me pregunta,palmoteándome la espalda, con un airede complicidad que agradezco. Más omenos, respondo. Me mira a los ojos ydice, circunspecto como de costumbre:No te preocupes. Yo te entiendo. Yotambién he pasado por esto. Es normaltenerle un poco de miedo al

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matrimonio. Yo me casé a los cuarentaaños. Pero ya verás que el matrimoniotrae cosas muy buenas. Esto te va ahacer mucho bien, créeme. Yo sonríomansamente, como él quiere que sonría,y escucho sus consejos paternales, perome resisto a creer que la vidamatrimonial me hará bien. Lo únicobueno de todo esto es que nuestro hijosabrá que nos casamos por amor a él y,de paso, que podré sacar los papelespara vivir en este país, pienso, mientrascaminamos detrás de Sofía y Bárbara,que algo se dicen al oído como buenasamigas, como si nada hubiese pasadodos semanas atrás, cuando Bárbara lemetió una pastilla abortiva en la coca-

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cola.Entramos a la antesala del despacho

del juez Diosdado Peynado y nosencontramos con Isabel, espléndida enun vestido rojo, y con Hillary, lahermana de Bárbara, que ha venidodesde Saint Louis, Missouri, y parece aprimera vista una señora encantadora.Isabel me besa y me abraza suavementey pregunta con una sonrisa traviesa:¿Cómo estás? Yo le digo al oído:Cagado de miedo. Ella sonríecubriéndose la boca. Amo a Isabel. Mecelebra todo y es tan guapa. Me fascinasu pelo ensortijado y marrón, susmejillas pecosas, el brillo pícaro de susojos, la facilidad con que sonríe,

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mejorándome un poco la vida. Luegosaludo a la tía Hillary. Es una señorarubia, hermosa, distinguida, muyelegante, que me trata con inesperadacalidez, conquistándome en seguida.Qué mujer tan agradable, pienso. Meacerco a Sofía y le digo al oído: Quéencanto tu tía Hillary. Ella asiente,nerviosa, y sonríe al verme de mejorhumor. En realidad, no estoy de buenhumor, sólo que no puedo mostrar miamargura delante de ellos, su familiamás íntima. Debo actuar como elcaballero refinado que creen que soy,aunque Bárbara no lo cree ni por unsegundo, ella piensa que soy un maricón,un braguetero, un trepador y una

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cucaracha que se encargará deenvenenar pronto.

El ambiente es tenso, solemne, y másparece un velorio que una boda, puestodos hablamos en voz muy baja, casisusurrando. El juez no aparece todavía.¿Puedes creer que el juez se llamaDiosdado?, le digo a Isabel, y ellasuelta una risa que ahogaconvenientemente, toda una dama. Lindonombre para tu hijo, si es hombre,susurra en mi oído, y yo me río. Sofíame mira con mala cara, comodiciéndome basta de coqueteos, porfavor, y Peter me inflige un sermónsobre el honor, la hombría, laresponsabilidad y el deber patriótico

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que tengo de volver a Lima paraconstruir juntos un futuro mejor. Lashuevas del gallo que vuelvo a Lima,pienso. De este país no me mueve nadiey por eso me estoy casando.

Aparece de pronto el juez, donDiosdado Peynado, y es, para misorpresa, un hombre de muy cortaestatura, tez aceitunada, bastantemoreno, con el pelo muy corto yenrevesado como si fuese un pedazo dealfombra negra adherida a su cuerocabelludo, todo él embutido en un trajecruzado, relucientes los zapatos y aúnmás el anillo en la mano. Se presentaante nosotros con absoluto dominio delas circunstancias, nos saluda

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respetuosamente, elogiando de paso labelleza de la novia —enano zalamero,pienso, debes de hacer esto con todaslas novias que casas de prisa para ganarmás plata— y nos pide que procedamossin más demora a cumplir la formalidaddel casamiento. Yo lo miro asombrado ydivertido: no puedo creer que estemuñeco sea el juez que nos casará. ¿Dedónde son ustedes?, nos pregunta muyamable, pensando seguramente en que leconviene adularnos para que le demosluego una buena propina: te equivocas,pigmeo codicioso, no te voy a dar ni lasgracias. De Perú, responde Peter conorgullo, y yo pienso: por favor, no levayas a lanzar el discurso sobre la

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belleza de Machu Picchu. ¿Y usted?,sorprendo al juez, que no esperaba lapregunta de vuelta. Diosdado carraspealevemente incómodo y escupe la verdadaunque le duela: Soy de origendominicano, pero de nacionalidadnorteamericana, naturalmente, dice,como si hubiese corregido un defecto denacimiento adoptando la ciudadanía deeste país generoso que, además deacogerlo entre los suyos, le ha conferidoel honor claramente inmerecido derepresentar a la autoridad en esta boda ymuchas otras. Yo soy un gran amante desu país, he vivido cinco años en SantoDomingo, le digo, para incomodarlo.Hacía un programa de televisión allá,

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añade Sofía, tan amorosa, siempredispuesta a exaltar mis dudosos méritos.De repente usted vio alguna vez elprograma, agrega ella.

Diosdado se empequeñece un pocomás, al parecer molesto de que lerecuerden que viene del Caribe, y dice,como zanjando el tema: Yo soy depadres dominicanos, pero he vividotoda mi vida acá. Yo digo entonces,sabiendo que es una impertinencia: Quélástima, no sabe lo que se pierde, SantoDomingo es una belleza. Sofía me miracomo diciéndome cállate, e Isabelobserva todo con una sonrisa coqueta yyo pienso: a ver si Diosdado se pone unmerengue para aliviar un poco la tensión

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y terminamos todos bailando borrachosy dando vivas a Balaguer, a Juan LuisGuerra, a Óscar de la Renta y a SammySosa. Bueno, procedamos, dice el juez,en su inglés sospechoso. Luego nosconmina a los novios a pararnos frente aél y cita a los testigos, la tía Hillary, unadama espléndida, e Isabel, tan linda yadorable, a acompañarnos. Más atrás,Bárbara mira acongojada y Peter, serenoe indescifrable, aunque se diría quedisfrutando del momento, quizá porquepiensa que ahora sí, casado con unadama de alta sociedad, tengo expedito elcamino para la política y el serviciopúblico en mi país, cuando yo sóloquiero correr a los servicios higiénicos.

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De pronto, Diosdado nos sorprendecon un vozarrón, como si en el actomismo de casarnos se transfigurase enotra persona, alguien más serio y grave,con otra voz y otra actitud: Dearlybeloved, we are gathered here today tojoin this man and this woman inmatrimony, anuncia. Enano quisqueyano,jinete de circo, ¿por qué cono tienes quehablarnos en tu inglés masticado sipodrías casarnos en puro dominicanosabroso?, pienso, sorprendido por elcarácter pintoresco que ha tomado laceremonia. Entonces Diosdado Peynadose dirige a mí con una solemnidad queme abruma y casi me deja mudo:Gabriel Barrios, do you take this

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woman to be your wife, to livetoghether in matrimony, to love, honor,comfort her and keep her in sicknessand in health, and forsaking all other,for as long as you both shall live? Yome quedo en silencio, no sé qué decir.Diosdado, malparido, ¿por qué me tengoque quedar con ella incluso si estáenferma? ¿Y si es una enfermedadcontagiosa? ¿No sería mejor que en esecaso se quede con ella el médico? Estoyabsorto en esas cavilaciones cuandoSofía me dice al oído: Tienes que decir«I do». I do, me apresuro a decir.Diosdado me mira complacido, Hillarye Isabel sonríen levemente y a Bárbarani la miro porque sé que me está

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odiando. Luego el juez le pregunta lomismo a Sofía y ella responde rápido ybien: I do. Entonces Diosdado, enéxtasis casi, y en pleno dominio de suspoderes, mandando a sus anchas sobrenosotros, me ordena: Repeat after me.Yo empiezo a repetir balbuceante lo queél dice: I, Gabriel Barrios, take you,Sofía Edwards, to be my wife, to haveand to hold you from this dayforward… No vayas tan rápido,Diosdado, mamón, dame tiempo pararepetir despacio, enano renegado. …Forbetter for worse… Yo digo mal: forbetter or worse. Diosdado sigue: forricher, for poorer. De nuevo me atraco ybalbuceo: for richer or poorer. El rey

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del merengue prosigue su bachata: insickness and in health, to love and tocherish. Yo digo cherish y me acuerdode esa canción tan linda de Madonna,Cherish, del disco «Like a Prayer», yquiero llorar. Till death do us part,repito tras Diosdado Peynado, y pienso:las huevas, no será la muerte sino otrojuez adefesiero, pero de divorcios, elque nos separe, y lo más pronto que sepueda.

Entonces el juez obliga a Sofía arepetir la mismas promesas que ella y yosabemos falsas, vacías, y ella las dicecon más convicción que yo y con mejoringlés también, y Diosdado le sonríe conun apetito lujurioso que encuentro

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completamente impropio de este acto.Por fin hemos terminado, pero no

todavía, pues el menudo juez anuncianow, you exchange rings y yo me quedopasmado, porque no tengo ningún anillo,pero Sofía, siempre más lista, saca unpar de anillos y yo la amo por eso, porsalvarme de tan bochornosacircunstancia, porque habría sido unavergüenza tener que pedirle prestado aDiosdado ese anillo de narcotraficanteque lleva puesto o, peor aún, a Bárbaray a Peter sus anillos matrimoniales.Sofía me da un anillo y el juez me obligaa repetir tras él: I give you this ring asa token and pledge of our constantfaith and abiding love. Sofía se pone el

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anillo, que le queda perfecto, esta chicaes un avión, está en todos los detalles, yyo pienso, mientras ella dice lo mismo ydesliza el anillo en mi dedo, que almenos saldré con un premio de estaboda, un anillo que sabe Dios oDiosdado quién se lo habrá dado.Finalmente, intercambiados los anillos,el pintoresco caballero, desde elsubsuelo en que preside la ceremonia,anuncia con excesiva solemnidad: Byvirtue of the authority vested in meunder the laws of the District ofColumbia, I now pronounce youhusband and wife. The bride and groommay now exchange a kiss.

Sofía y yo nos besamos. Todos

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aplauden, incluyendo Diosdado. ¿Dedónde sacaste los anillos?, le pregunto,susurrando en su oído. Son prestados —responde, con una sonrisa—. Tienes quedevolvérmelo saliendo de acá, añade.Te amo, le digo, y beso su mejilla.Entonces Diosdado se acerca, me tomadel brazo empinándose un poco y mesepara de los demás para decirme: Acále dejo un sobre, por si quiere dejarmealgo de propina. Asombrado por suosadía y su codicia, le pregunto:¿Cuánto se estila que le dejen depropina? Diosdado responde con laseguridad que Dios le ha dado: Bueno,de cincuenta a cien dólares.Comprendo, digo. Pero no es una

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obligación, es sólo una cortesía de losrecién casados con el juez, me advierte.Entiendo, digo, con una sonrisa. Medeja el sobrecito aquí en la mesa,añade, y luego se despide a prisa,repartiendo felicitaciones y parabienes.La tía Hillary, un amor, saca una cámaray hace algunas fotos. Yo escribo en unpequeño papel: «Mr. Godgiven, Muchasgracias. Fue un placer. No le dejo undinero porque en Perú somos pobres,usted comprenderá. Pero le prometo quealgún día lo haré inmortal. Su másrendido admirador, Gabriel Barrios.»Meto el papel dentro del sobre de lapropina y lo dejo donde Diosdado meinstruyó. Hillary insiste en hacernos más

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fotos, así que sonrío de buena gana. Noestuvo tan mal, pienso. Fue un sainetedivertido. Bueno, vamos a midepartamento a celebrar, anunciaIsabel.

Salimos de prisa, alborotados, conganas de comer, beber y olvidar estecirco. ¿Cuánto le dejaste de propina?,me pregunta Sofía, bajando la escalera.Nada, ni un peso, que me la chupe siquiere propina, digo en voz baja, sólopara ella. No seas grosero —se ríe—.Bueno, ya, dame el anillo, no te vaya agustar, me advierte. En el taxi, en eltaxi, le digo, pero pienso: este anillo nome lo quita nadie, de acá me voy directoa una casa de usura, lo empeño y voy a

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emborracharme a The Fireplace contodas las locas de la ciudad. ¿De quiénson los anillos?, le pregunto, intrigado.De Isabel —responde—. ¿Cómo tesientes casado?, me pregunta, mientrassu familia se agita tratando de encontrarun par de taxis. Si me regalas el anillo,muy feliz, respondo, coqueto.Braguetero, me dice ella, traviesa. Mevas a tener que cortar el dedo paraquitarme este anillo, le digo y nosreímos. No estuvo tan mal casarnos,pienso en el taxi y le doy un beso a Sofíaen la mejilla. ¿Ya no me odias?, mepregunta. No, ya no. Debe de ser unmilagro de Diosdado.

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Me cuesta creer que estoycelebrando mi propia boda. Nunca loimaginé. Mi vida es una suma de erroresy el de hoy, casarme con Sofía,parecería uno de los más conspicuos.No sé si ponerme triste, emborracharme,reírme de todo, coquetear con Isabel opelearme con Bárbara, que estásospechosamente amable conmigo.Sofía, muy prudente, no se me acerca,me mira desde lejos, me sonríe concariño, tal vez porque no ignora quetodo esto es un esfuerzo para mí, y,aunque no debería, pues estáembarazada, sigue bebiendo vino aescondidas de su madre y con la

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complicidad de Isabel, que tampoco lehace ascos al tinto que circula enabundancia por su casa. La tía Hillaryme habla de su vida acomodada en SaintLouis, ciudad en la que se ha instaladocon su esposo, un alto ejecutivo de unacorporación multinacional, después dehaber vivido juntos en varios paíseslejanos y exóticos. Es un encanto, nohace preguntas indiscretas, es todo loque no será nunca su hermana Bárbara:atinada, respetuosa, fina, sensible.Bárbara mira cada tanto desde la cocina,como si quisiera enterarse de lo quehablo con su hermana. Parece quetuviera celos, pues ella quiere estarsiempre en el centro de la atención, no

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como Peter, tan discreto y callado,sentado en la sala leyendo el NationalGeographic. Si bien parece amar a suesposa, es probable que Peter quieramás a cualquier especie animal en víasde extinción.

Isabel ha puesto como música defondo unos ritmos brasileros que trajode Río de Janeiro, donde estuvo no hacemucho, tratando de salvar su matrimoniocon Fabrizio, el millonario italiano quealgunos sospechamos es gay en el clóset.No sé si me gusta esta música, pero almenos consigue acallar los esporádicoschillidos de Bárbara en la cocina, dondeprepara la cena junto con sus hijas.Sofía se ha quitado los zapatos y parece

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un tanto acelerada, señal de que estácontenta. Ella es así, nerviosa ysobreexcitada, y más si toma vino. No selo puedo decir, porque me arriesgaría aque me diese una bofetada, pero piensoque ha heredado la tendencia alhisterismo de su madre, aunque, porsuerte, también la nobleza de su padre,que no ha venido a la boda porquecuando quiso subirse al avión en Limase dio cuenta de que no tenía elpasaporte vigente. La tía Hillary siguehablándome y yo me siento muy a gustocon ella. ¿Sabrá que me gustan loshombres? ¿Le habrá contado Bárbara lahistoria secreta de esta boda?Probablemente, sí, pero no por eso

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Hillary es menos cariñosa conmigo.No creo que esta noche haga el amor

con Sofía, estoy muy cansado y meabruma el miedo escénico, pues lasexpectativas son altas siendo la nochede bodas. Suena el teléfono. ContestaIsabel. Me llama en seguida. Es para ti,dice. Me pongo al teléfono y es mipadre, que me dice con su vozinconfundible, ronca, áspera:¡Felicitaciones, hijo, bien venido alclub de los casados! Me quedo mudo,sin saber qué decir, pensando que noquiero pertenecer a ese club y menos simi padre es socio. Gracias, digosecamente. ¿Cómo se enteró? ¿Quién ledio el teléfono de Isabel? Tiene que ser

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la intrigante de Bárbara. Ella se llevabien con mi padre, habla maravillas deél, dice que es un señor educado, galantecon las damas y con gran sentido delhumor. ¿Qué tal salió todo?, preguntami padre, muy cariñoso, al parecer sinimportarle que no haya sido invitado alcasamiento. Bien, muy bien, todo rápidoy sin contratiempos, digo. Qué bueno,hijo, has tomado una gran decisión, tumadre y yo estamos muy felices con tumatrimonio con Sofía, que es una chicaestupenda, de tan buena familia. —Yono digo nada—. Nos hubiera encantadoestar allá pero, bueno, no estábamosinvitados y no queríamos caer comoparacaídas, ¿no? Luego se ríe

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nerviosamente y yo digo: Lamento nohaberlos invitado, pero era mejor así.

Mi padre no es una mala persona,aunque sería exagerado decir que lasensibilidad es una de sus virtudes. Nohace mucho le pedí que no llamase más,que dejase de molestarme, pero ahoraestá de vuelta, formal y caballeroso,diciéndome: Bueno, hijo, te deseo lomejor en tu vida matrimonial, esperoque llegues a cumplir tus bodas de orocomo vamos a cumplir tu mamá y yo enpocos años, acá te paso con ella, que tequiere saludar. Yo trato de decirle: no,papá, mejor no, pero no me da tiempo:¡Felicitaciones, mi Gabrielito! ¿Cómote sientes ya casado y bien casado

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además?, exclama mi madre, con unavoz muy aguda. Bien, gracias, digo,mirando a Sofía, que comprende miincomodidad, y a Bárbara, que se hacela distraída, aunque estoy seguro de quees ella quien ha tramado esta llamada.¿Cómo que bien? ¡Tienes que sentirteno bien, sino excelente, mi amor! —mereprocha cariñosamente mi madre—. ¡Tehas casado con la mujer ideal para ti,mi hijito! ¡Has tomado la mejordecisión de tu vida! Yo acá estoyrezando mucho, mucho por ti,pidiéndole al santo Escrivá que teilumine para que seas un hombre muyrecto. Sí, claro, digo, fatigado de lacháchara religiosa de mamá. Ahora sólo

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te falta casarte ante los ojos de Dios,mi amor —me recuerda—. Te falta elpaso más importante. Tienes quesantificar tu matrimonio. Si quieres, tevoy buscando parroquia acá en Lima,yo tengo muchos padres amigos de laObra, y ¡quién no estaría gustoso decasarte!

Que me la mamen en fila india y conrodilleras los padres de la Obra, pienso.Son todos una manga de mañosos,depravados, tocaniños, pajeros conhalitosis y locas ensotanadas. No tepreocupes, mamá, de momento no hayboda religiosa, así que tómalo concalma, le digo. Bueno, no te demoresmucho, mi amor, que si no te casas a

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los ojos de Dios, tu matrimonio va aser un completo fracaso, te lo digo yocon la experiencia que tengo y lasabiduría que me da el ejercicio de lafe y la piedad. y las huevas del gallo,pienso, y me despido: Bueno, mamá,saludos a todos, te dejo porque tengoque sentarme a la mesa, ya vamos acomer. ¡Pero pásame a mi nuera, a mihija política, que es como mi hija!,reclama ella, y yo, encantado de escaparde sus monsergas, sí, claro, chau, y lepaso el teléfono a Sofía, que la saludacon cariño. Bueno, a sentarse, anunciaBárbara.

Todos nos sentamos alrededor de lamesa, que está impecable, con un mantel

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blanco, cubiertos de plata, las mejorescopas de cristal y una vajilla muy fina.Fiel a su estilo, Peter se sienta en unacabecera y me invita a sentarme en laotra. Para mi desgracia, Bárbara seacomoda a mi lado. Sofía termina dehablar por teléfono con mi madre, vienea la mesa y brindamos. Por la felicidadde los novios, dice Peter. Por la novia,que está lindísima, más linda quenunca, dice la tía Hillary. Salud por elhijo de Sofía, dice Bárbara, haciendo unesfuerzo por ser diplomática, pero se lenota un rictus de amargura, una sombraque tensa su rostro. Por el hijo de Sofíay Gabriel, la corrige Isabel, y todosdecimos salud, y yo miro a Isabel y le

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guiño el ojo. Bueno, que hable Gabriel,dice Peter, y me mira con gesto adustode científico. Isabel se entusiasma ySofía también, y yo, todo un caballero ofingiendo serlo, me pongo de pie,arrepentido de no haber bebido unascopas de vino que me aflojasen lalengua, y me dispongo a hablar, no sé dequé, de algo falso, desde luego, porquetoda esta celebración es un ejerciciosofisticado de esa hipocresía tannuestra.

De pronto suena el timbre en unmomento que no podía ser más oportunopara mí. Corre Isabel a la puerta yanuncia que es Francisco, su hermano,que llega agitado, mofletudo y barrigón,

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embutido en unos pantalones que lequedan chicos e hiperventilado comosiempre. Todos lo saludan con grandesmuestras de afecto, que en mi caso sonmenos grandes, pues me parece unpresumido y un tontorrón, sólo nosdamos la mano y él palmotea mi espaldacon una virulencia excesiva, y yo piensosuave, Pancho, que vas a romperme lascostillas, no tienes que demostrarme queeres tan machito. Con sus anteojosintelectuales, su camisa adquirida aprecio de liquidación y el voraz apetitoque ya le conocemos, sobre todo cuandono es él quien paga la comida, Franciscose remanga la camisa, remoja su lenguacon el vino que Sofía le alcanza

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servicial, demasiado servicial para migusto, y se lanza a contarnos las últimashazañas de su vida académica, porqueeste chico es un genio, dice su madre,Bárbara, casi babeando de orgullo. Yosonrío encantado de ahorrarme eldiscurso, o eso pensaba, porque ahora,para mi consternación, y una vez queFrancisco nos da un respiro y calla,Peter, siempre tan apegado a lasformalidades, me recuerda que es mideber de novio decir unas palabras depie. Ay, Peter, qué pesado eres, nomolestes a Gabriel, te voy a cortar lasuscripción de National Geographic, ledice Isabel en tono risueño, peroBárbara, seguro que para molestarme,

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insiste en que debo hablar, y la tíaHillary se entusiasma y celebra la idea,mientras Francisco me mira con esa caratan antipática que, por mucho queestudie en una universidad de prestigio,no va a cambiarle aunque saque tresmaestrías y cuatro doctorados.

Me pongo de pie y oigo que Bárbaradice con ironía ponzoñosa a ver,Hamlet, qué vas a decir, y entonces mehago el tonto, no me doy por enterado ydigo:

Estoy muy contento y les agradezcoa todos por este momento tan feliz paramí. Nunca pensé que me casaría. Por

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momentos, me parece irreal todo esto.Pero es un privilegio estar casado conuna mujer tan inteligente, tan buena ytan linda como Sofía. Gracias, Sofía,por quererme a pesar de todo. Sé queno lo merezco, que tú mereces algomucho mejor, y no me atrevo a hacertepromesas, porque no soy bueno paracumplirlas. Pero gracias por casarteconmigo. Lo tomo como un honor, comouna distinción. y sobre todo teagradezco por querer ser la madre denuestro hijo, a pesar de lo complicadoque se ve el futuro. Eres una granmujer y vas a ser una gran mamá, ysiempre te voy a querer por eso yporque me has regalado este anillo tan

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bonito que no pienso devolverte.Muchas gracias.

Todos aplauden y se ríen, Sofía,Isabel y la tía Hillary con especialcariño, Bárbara y Francisco con eldesgano previsible, y Peter de esamanera fría y distante con la que sueleexpresar sus sentimientos. Cuando sehace un silencio, Isabel me advierte: Nosales de esta casa si no me devuelves elanillo, hijito. Todos reímos. Pidopermiso para ir al baño, pero Peter mecontiene: Que hable Sofía. En seguidaella enrojece porque no le gusta hablarante un grupo de personas aunque sean

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de su propia familia. Resignada,encuentra valor en un trago más de vinoy dice simplemente: Éste es el día másfeliz de mi vida. Gracias. Luego sesienta, la aplaudimos, me pongo de pie,paso a su lado, la beso y voy al baño.

Exhausto, me encierro en el baño deIsabel, me miro al espejo y veo latristeza escondida en mis ojos. Deberíaemborracharme. Doy una meada rápiday al salir me encuentro con Isabel.¿Estás cómodo, lo estás pasando bien?,me pregunta, acercándose, tomándomedel brazo. Huele tan rico, es tan linda,los suyos son unos labios tan turbadores,que hago un esfuerzo para guardar lacompostura y no irme sobre ella. Estoy

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feliz porque estás tú, le digo. Ella hatomado unas copas y sonríe. Qué bueno,quiero que la pases bien esta noche¿ya?, me dice. Imposible, le digo,coqueto. ¿Porqué?, pregunta,siguiéndome el juego, casi rozándome enla puerta del baño. Porque tendría quepasarla contigo, digo, muy serio.Picarón, picarón, cuñadito picarón, medice, haciéndome cosquillas en labarriga. En serio, Isabel —le digo—.Todo esto es un error. Sofía deberíahaberse casado con Fabrizio y yocontigo. Isabel suelta una carcajadademasiado ruidosa y luego se cubre laboca con una mano, comoarrepintiéndose, no vaya a oír Sofía lo

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bien que la estamos pasando aescondidas. No digas huevadas, estásborracho, dice. No, no he tomado nada,digo. Bueno, voy a hacer pila, me dice,empujándome levemente. ¿Puedo entrarcontigo?, le digo. Ella me mira, comodudando, y dice: No seas loco, si llegaSofía y nos encuentra encerrados en elbaño, la cagada.

Amo a Isabel. Mejor me voy, meacobardo. Mejor, dice ella. Me acerco,le doy un beso en la mejilla y le digo: Teadoro, Isabel. Si pudiera, me casaríacontigo. Ella se deja besar encantada ydice: Too late. Luego añade: Bueno,ándate, que me hago la pila. Me armode valor y la beso en la boca, un beso

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corto pero intenso. Ella me miradivertida y no dice nada. Me voy deregreso a la mesa. ¿Todo bien?, mepregunta Sofía. Todo bien, digo, yacaricio su pelo al pasar.

La fiesta termina pasada lamedianoche. Estoy sobrio, no he tomadonada de alcohol y eso me hace menosvulnerable a las inevitables asperezasde este día tan brutal. Sofía y yocaminamos por la avenida Wisconsin, lanoche está helada y el frío me cala loshuesos, poca gente deambula por lacalle, sólo los mendigos de siempre,cuyos rostros ya me resultan familiares,

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y algunos borrachos escandalosos. Miesposa parece contenta. La tomo delbrazo, aún llevo puesto el anillo y eltraje de la boda, los zapatos duros queme ajustan y la corbata que no hequerido desanudarme. No hablamos.Aprecio que sepa guardar silencio. Esuna virtud que ha aprendido de su padre.

Llegamos al departamento en diezminutos o poco más, por suerte está muycerca del de Isabel. Nada más entrar, mequito el anillo y se lo doy a Sofía.Gracias —le digo—. Fue todo undetalle de tu parte. Ella sonríehalagada. No tienes que dármeloahorita, dice. Mejor así, me incomoda,digo. Yo voy a dormir con el mío

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puesto, dice, con aire travieso. Escucholos mensajes en el teléfono: no hallamado Sebastián, sólo mis padres afelicitarnos. Me meto en la ducha y tratode relajarme bajo el agua caliente. Mepregunto si Sofía estará esperando aque, siendo la noche de bodas, hagamosel amor. No me provoca, sólo quierodormir y olvidar que soy un hombrecasado, a punto de ser padre, que lloraen la ducha porque recuerda al hombreque ama. Me visto en su habitaciónmientras ella, ya en camisón de dormir,me escudriña desde la cama con un libroabierto, Los miserables, cuya lectura hainterrumpido al verme salir del baño.¿Estás bien?, pregunta. Podría estar

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peor —digo—, pero podría estar mejor.Ella trata de levantarme el ánimo:Bueno, pero tampoco estuvo tan mal,¿no? Mientras me pongo un buzo gruesoy dos pares de medias, digo: No, noestuvo tan mal, tu tía Hillary es unencanto, e Isabel se portóincreíblemente bien. —Y fue divertidobesarla a escondidas, pienso—. Pero eljuez, dime si no era un personajeabsurdo, cantinflesco, digo. Totalmente—ríe ella—. ¿En serio le dejastepropina?, pregunta. Ni un peso,respondo, con aire arrogante.

Se hace un silencio que de pronto meincomoda porque siento que Sofía memira con un amor que yo debería

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corresponder, dadas las circunstancias,y no sé si podré hacerlo. ¿Vas a dormiren la sala hoy también?, me pregunta.No sé, supongo que sí —digo—. Asícada uno duerme bien y mañana noestoy de un humor de perros, añado.Ella pone una cara triste que me llena deculpa. No dice nada, sólo me mira comosi estuviese castigada y necesitase unpoco de cariño. Es tan linda, tanamorosa, y yo tan mezquino. Duermehoy conmigo, no seas malito, me pidecon su voz más dulce. No sé qué decirle,cómo salir del apuro sin lastimarla. Meapetece dormir solo, en el sofá, peroacabo de casarme y, aunque ha sido unaboda poco romántica, precipitada por

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nuestros errores, hoy es la primeranoche que pasamos como esposos.Bueno, te acompaño un ratito hasta quete duermas, después me paso a mi sofá,digo, tratando de ser tierno. Me meto ensu cama, la abrazo, acaricio su barriga,la beso con todo el amor que meinspiran ella y su bebé y le digo cosasdulces al oído, por ejemplo que, aunqueme gusten los hombres, ella va a sersiempre la mujer de mi vida y que, paselo que pase entre nosotros, no dejaré deamarla. Supongo que era inevitable:terminamos haciendo el amor con muchadelicadeza, no sé si con más delicadezaque amor. Luego le doy un beso, le digobuenas noches, que duermas rico, te

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quiero mucho, y me levanto de la cama,pero ella me pide que me quede un ratitomás, y yo la complazco y recién cuandose queda dormida me voy al sofá.

Estoy casado con una mujer muylinda, que me ama, una mujer que mequiere tanto que va a darme un hijo; vivoen el barrio más hermoso que heconocido; trabajo haciendo lo que másme gusta, que es escribir, y en unos díasnos iremos a París de luna de miel.Debería sentirme feliz esta noche, perono estoy contento, estoy desvelado en elsofá, sufriendo en silencio porqueSebastián no está conmigo o, lo que espeor, sigue en mi cabeza, en misrecuerdos, azuzando unas fantasías que

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ahora parecen más lejanas e irreales quenunca.

Me despierta el timbre del fax. Miroel reloj, son casi las diez. Oigo elronroneo del papel imprimiendo algunanoticia en el fax, me quito los tapones delos oídos y el antifaz con que me protejodel chorro de luz que cae como unacatarata desde la claraboya sobre misofá y me arrastro hasta el fax, al ladode mi escritorio. Sofía sigue durmiendo,así que me muevo con cuidado para nohacer ruidos que pudieran despertarla.Fax de mierda, olvidé desconectarloantes de dormir, pienso, malhumorado.

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Leo el logotipo del periódico: esExpreso, el segundo más leído del Perú,después de El Comercio, el más serio ytradicional. Cuando era joven trabajé enExpreso como reportero y columnista.Su director, Manuel D’Ornellas, un granperiodista y un amigo muy querido, fuecomo un maestro para mí. Cuando ledije que quería irme a vivir al extranjeroy ser un escritor, no dudó en animarme ydecirme que me tenía mucha fe comoescritor. Manuel fue uno de los mejoresamigos de mi madre cuando amboscorrían olas en colchoneta en LaHerradura, la playa que por entoncesreunía a la gente más bonita de la ciudad(no era una playa muy grande, y no hacía

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falta que lo fuera, porque naturalmentehabía muy poca gente bonita).Reconozco en la pequeña pantalla delfax el número de teléfono desde el cualme envían este recorte de la primeraplana del diario Expreso de Lima: es,claro, el de la oficina de mi padre,¿quién más podía mandarme un fax aesta hora de la mañana?

Arranco la hoja que reproduce laportada del periódico y leo uno de lostitulares: «Gabriel Barrios se casó enWashington.» Veo una foto mía, vieja ymuy fea, en la que salgo haciendo unamueca grotesca en la televisión y con elmismo traje que usé ayer en la boda, yun titular más pequeño que dice:

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«Estrella de televisión contrajomatrimonio con la peruana SofíaEdwards.» Me quedo perplejo. Nopuede ser verdad: ¿cómo diablos se haenterado la gente de Expreso que me hecasado ayer, si no se lo he contado anadie en Lima? Una llamarada meabrasa el pecho, me sofoca la garganta yme recorre la espalda. Me sientohumillado, herido, avergonzado. Yo noquería hacer alarde de mi boda porquesiento que es un casamiento deemergencia, desesperado, pero ahoratodos en mi país sabrán que me hecasado y creerán que soy el hombre queno soy ni puedo ser, salvo Sebastián,que pensarán que soy un farsante, un

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embustero y que me he casado con Sofíapara acallar el creciente rumor de quesoy gay.

Mierda, digo, indignado, mientrasveo aparecer una segunda hoja deldiario Expreso, esta vez una páginainterior, en la que aparece la noticia demi boda con Sofía. Incrédulo, leo eltitular de la página seis, confundidoentre las noticias de actualidad:«Gabriel Barrios perdió su codiciadasoltería en Washington, se casó con laestudiante peruana Sofía Edwards.» Conesfuerzo, porque las letras son pequeñasy la copia del fax algo defectuosa,alcanzo a leer:

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«En una emotiva ceremoniacelebrada ayer en la ciudad deWashington, capital de EstadosUnidos, el recordado periodistay animador de televisiónGabriel Barrios contrajomatrimonio con la guapísimaestudiante Sofía Edwards, encompañía de familiares yamigos. A pesar de la estrictareserva con que se llevó a cabola ceremonia, Expreso pudosaber de fuentes confiables queBarrios lució muy emocionadocuando pronunció las sagradaspalabras de amor ante su bellaesposa y que incluso en un

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momento estuvo a punto dellorar. La novia, Sofía Edwards,estudiante de ciencias políticasen una universidad muyimportante de esa ciudad, lucíabella y radiante y estuvo entodo momento acompañada porsus padres Peter Cannock yBárbara Gubbins, y por sushermanos Isabel y FranciscoEdwards, que viajaron desdedistintos confines del mundopara estar presentes en laceremonia nupcial. Fuentesdignas de crédito, cercanas a lafamilia de la estrella detelevisión, revelaron a Expreso

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que Barrios cayó perdidamenteenamorado desde el primer díaque conoció a Sofía EdwardsGubbins, en una academia detenis del exclusivo barrio deCamacho, a la que el joven ytalentoso hombre de televisiónacudió a practicar uno de susdeportes favoritos,encontrándose allí con laseñorita Edwards, que estabatomando clases de tenis, y porcuya belleza quedóinmediatamente fulminadocayendo rendido ante susencantos. Desde entonces,Gabriel y Sofía se hicieron

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inseparables —comentó nuestrafuente—. No sólo juegan muchoal tenis juntos, casi a diario,sino que son grandes lectoresde novelas y biografías depersonajes históricos, y otra desus pasiones es la política,puesto que ambos tienen unagran fascinación por la políticay no sería raro que en unosaños vuelvan al Perú y sedediquen a la política, revelóuna de nuestras fuentes, muyallegada a la familia de GabrielBarrios, que prefirió no seridentificada, por obviasrazones. Se supo, asimismo, que

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el recordado Barrios y suflamante esposa partirán deluna de miel en los próximosdías a París, la Ciudad de lasLuces, y que luego volverán aWashington, donde amboscursan estudios en la afamadaUniversidad de Georgetown,cuna de grandes pensadores yfilósofos y escuela dondeestudió el actual presidenteWilliam J. Clinton. Por último,Expreso pudo saber que GabrielBarrios está ultimando detallespara contraer muy prontomatrimonio religioso con SofíaEdwards, y que ambos desean

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que tan magno evento, que sinlugar a dudas concitará lacuriosidad del público peruano,se lleve a cabo en una iglesia deSan Isidro o Miraflores,seguramente la Virgen del Pilaro María Reina. Siendo Gabriely Sofía tan buenos cristianos ytan buenos peruanos, podemosdar por seguro que muy prontovendrán a Lima a santificar sumatrimonio ante Dios, revelónuestra fuente, digna de todaconfianza, muy allegada a lafamilia del recordado hombrede televisión. Desde las páginasde este diario, en el cual

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trabajó Barrios no hace muchosaños, les hacemos llegar a losnovios nuestras más sincerasfelicitaciones y les deseamoséxitos, alegrías y parabienes ensu vida conyugal.»

Termino de leer la noticia y no sé siestallar en una carcajada o romper elflorero que Sofía ha comprado en unanticuario de la calle P. Voy a su cuartocon los papeles en la mano, pero la veodurmiendo y prefiero no despertarla.Regreso a mi escritorio, levanto elteléfono y llamo a la oficina de mipadre. Hola, hijo, ¿viste el fax queacabo de mandarte? —me pregunta él

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—. Estás en la primera plana deExpreso, tu madre está muy orgullosa,añade. Yo hablo con toda la indignaciónque me calienta la sangre: ¿Quién llamóa Expreso a contarles que me hecasado, papá? Mi padre parece advertirque no estoy contento. Carraspea, señalde que está nervioso, y dice: ¿Por qué,no te ha gustado la noticia? A mí meparece que está muy positiva, estáescrita con mucho cariño, hijo. Yoinsisto: ¿Quién llamó? ¿Tú llamaste,papá? Él responde en seguida: No, hijo,cómo se te ocurre, yo te hubieraconsultado antes, yo sé que tú tepreocupas mucho por tu imagenpública. Guardo silencio. Vuelvo a la

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carga: ¿Fue mamá? Mi padre responde:Sí, hijo, tu mami se encontró porcasualidad con Manu D’Ornellas en uncóctel diplomático, tú sabes que soníntimos amigos desde chicos, y pareceque le contó que te habías casado y,bueno, así fue la cosa. Pero ¿no estásmolesto, no?

Yo no puedo evitarlo y respondo:¡Claro que estoy molesto! Yo queríaguardar el secreto y sale esta noticiaestúpida, llena de falsedades eidioteces, en la primera plana deExpreso. No lo puedo creer. Voy allamar a mamá ahorita mismo. Mipadre intenta calmarme: Tranquilo, hijo,no lo tomes a mal, tu mamá lo ha hecho

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con las mejores intenciones. Sí, claro—digo—. y quiero que sepas algo: ¡nome voy a casar por la religión, aunquemamá lo anuncie en Expreso! Cuelgofurioso, con ganas de romper algo, yllamo al teléfono de mi madre. Contestasin demora, seguramente estaba rezandoun rosario a esta hora de la mañana.Hola, mamá, soy Gabriel, digo,secamente. Hola, mi amor, ¿cómo estáel recién casado?, me pregunta, muyamorosa. Muy molesto, digo. ¿Porqué,mi amorcito?, ¿qué te pasa?, ¿hasdormido mal?, pregunta con una voz tandulce que me resulta insoportableporque parece falsa. No, estoy molestoporque llamaste a Manu D’Ornellas a

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contarle que me he casado y ha salidoen la primera plana de Expreso hoy,digo, tratando de no levantar la voz. Ay,sí, hijo, lo llamé, claro, y con muchailusión cristiana, porque sentí que erami deber contarle esto a Manu, quetanto te quiere, y que corría olasconmigo en La Herradura, y compartiresta linda noticia con tu público defans en el Perú, que tanto te quieren.

Yo no puedo creer la osadía de mimadre: ¿Y no te pareció que podríashaberme consultado antes? ¿No creesque era yo quien debía decidir sicontar o no a los periódicos losdetalles de mi boda? Mamá meresponde imperturbable: No, mi hijito,

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no me pareció, tú estabas muy ocupadoallá y yo pensé que era mi deberayudarte hablando con Manu y dándolela noticia. Además, déjame decirte queha salido muy linda, muy positiva,Manu se ha portado como el caballerohecho y derecho que es, ya le he dichoa tu papá que no me traiga más ElComercio a la casa, que a partir deahora me traiga el Expreso, que es undiario tan ético y moral. Indignado,entrecortada la respiración, grito: ¡Esuna payasada todo lo que has hechopublicar en Expreso, mamá! ¡Casi todoes mentira! ¡Yo no conocí a Sofía enuna academia de tenis, sino en unadiscoteca! ¡Nunca hemos jugado tenis!

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¡No pensamos dedicarnos a la política!¡Y no es verdad que vayamos acasarnos en la Virgen del Pilar o MaríaReina! ¡Ya te dije que no voy a casarmepor la religión! ¿No entiendes? ¿Eressorda o bruta o las dos cosas? Mamáno pierde su candor insoportable: Ay,hijito, no grites, por favor, no seas tanviolento, que me haces acordar a tupapá. La nota de Expreso está linda ytodo lo que dicen es cierto, aunque túte me hayas vuelto un poco olvidadizo yno te acuerdes de las cosas. Pero yo teconozco más que nadie en todo elmundo, y te quiero más que nadie entodo el mundo, mi Gabrielito, y sé loque te gusta el tenis, la política, la

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lectura, y estoy segurísima, como queme llamo Diana Luna de Barrios, quemás rápido de lo que canta un gallo tevas a casar ante el padre García enMaría Reina, mi amor, y no tepreocupes, que yo te consigo laparroquia cuando quieras, para esoestá tu mamacita, para ayudarte en loque quieras, mi Gabrielito.

Yo comprendo entonces que es undiálogo de sordos y que mi madre no meentiende ni me entenderá, pues estáextasiada con la noticia llena defalsedades que ha filtrado a Expreso, ypor eso digo, lleno de rencor: Eres unaloca del carajo, mamá. Lo que hashecho es una manipulación tramposa y

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tú lo sabes. Como te da vergüenza quetu hijo sea gay, has corrido a Expreso apublicar la noticia de que me hecasado con Sofía. y como te parecehorrible que sólo me case por la ley,anuncias sin ninguna razón niautoridad que me casaré ante laIglesia. Deberías estar avergonzada deactuar así. Mamá me interrumpe: ¡Másrespeto con tu madre, mi hijito, que yono le aguanto insolencias a nadie! Noestoy avergonzada, estoy muy orgullosode lo que ha publicado Expreso ytambién estoy muy orgullosa de ti,porque, como ya te dije ayer, lo mejorque has podido hacer en tu vida escasarte con Sofía, claro que sólo te

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falta ahora santificar tu matrimonioante Dios Nuestro Señor. Yo la corto:Estás más loca que una cabra delmonte, mamá, y tiro el teléfono. Luegocamino hacia el cuarto de Sofía y laencuentro despierta, mirándome conojos asustados. Tiro sobre su cama lashojas del fax y digo, sarcástico: Teespero en la cancha de tenis, mi amor.Luego me voy a la sala, me pongo unaszapatillas y me voy a correr. Si no salgoa correr ahora mismo, voy a romperalgo.

Son las cuatro de la mañana. Estoymanejando el auto negro de Isabel, que

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me lo ha prestado con generosidad,mientras suena un bolero cantado porLuis Miguel, que ella adora. Conduzcodespacio y con cuidado porque llueve acántaros y apenas puedo ver la pista.Tengo que llegar cuanto antes a lasoficinas de Inmigración en Virginia, amedia hora desde mi departamento enGeorgetown, porque me espera una colalarga y lenta, llena de extraviados comoyo, algunos de los cuales pasan la nocheentera frente al edificio. Hace muchofrío, pero por suerte la calefacción delauto me previene de esas molestias.Sofía se ha quedado durmiendo, me diopena despertarla, prefiero hacer soloeste trámite odioso pero indispensable

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para sacar el permiso de residencia.Aunque las plumillas del vidrio semueven a una velocidad frenética,echando el agua a los costados, la lluviacae con tanta fuerza que a duras penaslogro ver. Temo perderme: es un caminoenrevesado para un forastero como yo ylo es más todavía por las malascondiciones climáticas. Lo conozco máso menos bien porque ayer por la tardemanejé hasta la mole de concreto deInmigración, aprendiendo las curvas, losdesvíos y las señales que debo seguirpara llegar hasta aquel barrio apaciblede Virginia. A mi lado tengo un papelcon todas las anotaciones que he tomadoayer, cuando ensayé la ruta que debía

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seguir, así como una manzana y unplátano, el desayuno que tomaré apenasllegue a la cola y aguarde a que abranesas oficinas públicas a las siete de lamañana. Espero que el trámite sea brevey sencillo, que no me hagan muchaspreguntas, que sean indulgentes con miacento inglés y que me autoricen a salirfuera del país en los próximos días,porque Sofía está impaciente por ir aParís conmigo.

El auto de Isabel, un Mercedes unpoco viejo pero que aún conserva suprestancia, avanza sin sobresaltos entrelas lagunas que se forman en la pista,levantando pequeñas olas que caensobre la acera. Todo se ve tan distinto

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desde el timón de este coche conasientos de cuero; ya me habíaacostumbrado a tomar el autobús o taxiscochambrosos guiados por gentes depoco fiar. Isabel es un encanto: apenasse enteró de que tenía que ir demadrugada a Virginia para gestionar miresidencia, no dudó en dejarme su auto.No quisiera chocárselo. Para comenzar,no tengo una licencia de conducirexpedida en este país. Nunca tuve unalegal en el Perú, abrumado por lainterminable pesadilla burocrática queme esperaba si quería obtenerla. Cuandocumplí dieciocho años, la edad mínimapara conducir en mi país, mi padre meregaló una licencia. Pensé que era

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válida, pero un tiempo después medetuvo la policía por conducir a altavelocidad y, alegando que era falsa, mepidió un soborno, que, por supuesto, lepagué. Por eso tengo miedo de que medetenga la policía. Acá no podríasobornarlos ni firmarles un autógrafopara salir del apuro.

Por suerte, no me pierdo a pesar dela lluvia y la niebla. Llego a las oficinasde Inmigración y veo desde el auto unacola muy larga de por lo menos cienpersonas, quizá más, que resisten estefrío de madrugada y el aguaceropertinaz. Me espera una cola brutal. Trasdar vueltas por los alrededores,encuentro un espacio donde aparcar,

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salto del auto y me protejo con elparaguas que me prestó Sofía. Luegodeposito en el parquímetro ochomonedas de veinticinco centavos ycamino, mojándome los zapatos, hasta lafila de inmigrantes que esperan, comoyo, algún favor, concesión o permiso deeste país que nos ha acogido. No meengaño: sólo un pobre diablo podríaestar en esta cola, a las cuatro y mediade la mañana, convulsionándose de frío,temblando con cada ráfaga helada que leazota la cara, protegiéndose a duraspenas del diluvio que el cielo descargacon saña sobre nosotros, apátridas,fugitivos y traidores, gentes que huimosde nuestro pasado y soñamos con un

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futuro más libre en este país tan cruelcon nosotros, los recién llegados, losque no tenemos dinero para contratar unabogado que nos ahorre esta cola deespanto.

Entre la bruma de la noche y ladelgada cortina de agua que me separade los demás, alcanzo a ver a quienesme anteceden: chinos esmirriados,negros haitianos que vociferan cosasincomprensibles y ríen de un modoobsceno, mujeres en turbante yprobablemente sin clítoris, cholosbarrigones agringados,centroamericanos tullidos que huyeronde la barbarie, rusos con el pelo muycorto y aspecto de mañosos. Yo era una

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estrella de la televisión en mi país, unapromesa política incluso; ahora soy unomás de los varados en este naufragio, unpobre hombrecillo que tiembla de frío yse esconde bajo un paraguas que nisiquiera es suyo. Algo tengo que haberhecho muy mal para terminar tan jodido.Trato de hablar con un hombre de ojosrasgados a mi lado pero me sonríetímidamente y dice: No english, noenglish. Miro mi reloj: me esperan doshoras por lo menos. ¿Valdrá la pena todoesto? ¿Me darán la residencia? ¿Tendrásentido quedarme en este país? ¿Noestaba mejor en Lima con empleadas,lavanderas, choferes y jardineros? ¿Éstees el sueño americano del que tanto se

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habla? ¿Una cola de cien extrañosmojados que a duras penas hablaninglés, miran al cielo pidiendoclemencia y se estremecen ateridos porel frío de la madrugada? Mi madre solíadecirme que uno no nace para gozar,sino para sufrir, que no se viene almundo para hacer lo que uno quiere,sino lo que debe. Ahora mismo piensoque tal vez tenía razón. Este matrimonio,esta cola de madrugada, el agua que seme mete en los pies, las miradas deotros forasteros que me recuerdan quesoy sólo un número como ellos, todoesto es una humillación de la que no sé aquién culpar.

Sofía tiene la culpa de todo: ella me

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forzó a casarnos. Podría decir que mispadres tienen la culpa, porque ellos meenseñaron a ser infeliz. En realidad, soyyo quien tiene la culpa: soy un pobre ytriste tontorrón. No seré menos tontoteniendo la residencia norteamericana,si es que me la dan, pero al menos seréun tonto con permiso a vivir en estepaís, cosa que, en el mejor de los casos,me convertirá en un tonto con suerte.

Han pasado sólo tres días. Estoy deregreso en las oficinas de Inmigración,ya no de madrugada, sino a mediamañana, citado a las once en punto juntocon mi esposa Sofía para probar, ante

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quien corresponda, seguramente unoficial odioso y con mal aliento, que eltrámite que he iniciado no está basadoen una mentira y que mi matrimonio esverdadero, una desconfianza o recelocomprensible, puesto que muchosinmigrantes se casan con ciudadanasnorteamericanas con el único propósitode obtener el permiso de residencia, yyo, en honor a la verdad, soy en parte —pero sólo en parte— uno de ellos,porque me he casado con Sofía por estarembarazada y para no alejarme denuestro bebé, y por eso me será muy útilel permiso de residencia, pero en ningúncaso me hubiera casado sólo paraconseguir el famoso green card, es

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decir, que la verdadera razón de aquellaboda es el amor a mi bebé —y porextensión a su madre—, y nonecesariamente a este país. En ningúncaso me hubiese casado con Sofía si noestuviera embarazada y creo que ella losabe bien. Por eso acudimos a la citacon la conciencia tranquila, sin sentirque estamos actuando de un modotramposo o fraudulento. Bajo ningunacircunstancia me hubiese casado conella ni con nadie sólo para burlar la leyy obtener el permiso que he solicitadohace tres días y que ahora espero que meconcedan sin más demora, dado que,mientras no me lo otorguen, no podemosviajar fuera del país. Sofía está

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tranquila, de buen humor.En el camino, mientras yo conducía

el auto de su hermana, la he visto cantarsuavemente un bolero de Luis Miguel,señal de que está contenta, porque esmuy raro que se atreva a canturrearcuando vamos juntos en el auto, sólo lohace si está segura de que no estoycrispado o furioso, de que esademostración de alegría no va amolestarme. En efecto, no estoycrispado, si acaso sólo con Luis Miguel,que me parece insoportablementevanidoso, pero el auto de Isabel no tieneotro casete y no nos queda sino repetiruna vez más esos boleros cursis yquejumbrosos. El sol es tan intenso que

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me enceguece y por eso no me saco losanteojos oscuros. Ahora estamossentados en una antesala, con un papel yun número impreso, a la espera de queen la pantalla electrónica aparezcanuestro número y nos llamen a laentrevista. No hemos tenido que haceruna cola tan larga y cruel como la quepadecí la otra mañana bajo la lluvia.

De momento, todo va bien. Sofía notiene dudas de que aprobaremos elexamen y me expedirán el permiso. Yotengo mis reservas, y por eso he traídono sólo el certificado de matrimonio,sino también una hoja médica dando fede que ella está embarazada, el contratode alquiler del departamento de Don

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Futerman, unas pocas fotos que Sofía yyo nos tomamos en la playa de Miamiantes del huracán y, aunque meavergüence, las dos hojas del fax quereproducen la noticia que el diarioExpreso de Lima publicó sobre nuestraboda. Con todos esos papeles y retratos,creo tener suficientes pruebas parademostrar, más allá de cualquier duda osospecha razonable, que nuestromatrimonio es verdadero y no una puraoperación mercenaria para conseguir lospapeles que estoy solicitando. Será quela conciencia me traiciona —me hecasado a regañadientes, odiando a ratosa la novia, echando de menos al novioque abandoné—, pero me siento

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nervioso, inseguro, y no hago sinorepasar con Sofía las posibles preguntasdomésticas a que nos podrían sometercon la intención de pillarnos en falta.Tranquilo, es una estupidez, todo va asalir bien, me calma ella, que está linda,huele rico y lleva unos zapatospreciosos, Manolo Blahnik, porqueSofía tiene una debilidad por los zapatosde marca, no como yo, que calzo elmismo par de zapatos arrugados todoslos días.

De pronto, antes de lo que meesperaba, la pantalla electrónica saltavarios números sin que nadie losreclame y llega al nuestro. Entonces nosponemos de pie y nos acercamos a una

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mujer uniformada, que, tras hojear mispapeles, confirma nuestra cita y nosconduce a la oficina de otra mujer, másobesa y negra si cabe, quien nos recibecon poca cordialidad y nos invita asentarnos frente a su escritorio. Es unaoficina diminuta, atestada de papeles, encuyas paredes cuelgan el retrato delpresidente Clinton, un decálogo para serfeliz —uno de cuyos puntos dice: «Tomaun vaso de leche con una galleta todaslas tardes», y yo me pregunto si habrátontos que crean que eso da felicidad,porque a mí la leche me producedesarreglos estomacales— y fotos deunas niñas negras, cachetonas, con elpelo amarrado en colitas, que podrían

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ser sus hijas, aunque nunca se sabe.La mujer, que lleva en el pecho un

cintillo con su nombre impreso, Ofelia,nos pregunta cuándo nos casamos, a quénos dedicamos, hace cuánto vivimos enEstados Unidos y por qué queremos queme den el permiso de residencia. Sofíacontesta casi siempre y yo apenasintervengo con timidez porque mi ingléses bastante impresentable comparadocon el de ella, con el de Sofía, digo,porque el inglés de Ofelia parececreoley no entiendo gran cosa, pareceque la señora tuviese atracado un donuten la garganta porque pronuncia todo deuna manera que resulta indescifrable.Entonces Ofelia me pide que me retire

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un momento porque quiere hacerle unaspreguntas a Sofía, a quien yo,poniéndome de pie, miro con una ciertaagonía y todo el amor del que soy capaz,como diciéndole no la cagues, porfavor, contesta todo bonito, que noquiero tener que volver a Lima a pedirque me renueven la visa de turista en elconsulado, que la última vez que hiceel trámite tuve que hacer una cola peorque las de acá. Sofía me mira comodiciéndome tranquilo, no soy tan tonta,a esta negra me la almuerzo conketchup y mostaza, así que salgo, cierrola puerta según me ordena Ofelia —botael donut, gorda, pienso— y me siento ahojear una revista toda manoseada,

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arrugada y olorosa, que debe de habersido leída por miles de orientales,africanos y latinoamericanos que hanpasado por esta misma sala. Espero quefumiguen las revistas de esta oficina,pienso, y luego, a riesgo de contraeralguna enfermedad contagiosa, meabandono a leer la vida de los ricos yfamosos sabiendo que nunca seré uno deellos.

No pasa mucho tiempo, apenas diezminutos, quizá menos, y aparece Ofelia,tremenda morena con unos pechos queparecen misiles, y deja libre a Sofía yme pide que la acompañe, no sin queSofía, al pasar a mi lado, me mire conuna expresión sombría, inquietante,

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como advirtiéndome de que la señora esde cuidado y me va a querer joder.Ahora estamos solos, Ofelia y yo, y estáclaro que ella, una importante masa delípidos embutida en su uniforme delservicio migratorio, será quien decidami suerte y diga si merezco o no serresidente en este país que tantos donutsle ha dado. Si esta mujer de insaciableapetito va a decidir mi futuro, vamos pormal camino, pienso. ¿Por qué se hacasado con Sofía?, me pregunta,mirando un papel para no equivocarsecon el nombre de mi esposa. Porqueestoy enamorado de ella —respondo,con determinación, y en seguida añado—: y porque vamos a tener un hijo, no

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vaya a ser que Sofía le haya dicho eso,que nos hemos casado sólo por elembarazo. A mí no me vas a pillar contus preguntas capciosas, simiasobrealimentada, pienso, dándomefuerzas para salir airoso de laemboscada burocrática. ¿Hace cuántotiempo viven juntos?, pregunta,mirándome a los ojos como si quisierabañarme en azúcar en polvo y tragarmeentero con su bocaza de foca. Bueno,hace más o menos un año, digo. Ellatoma anotaciones y hace pequeñasmuecas que no sé si deberíanpreocuparme. ¿Dónde se conocieron?,ataca de nuevo, y yo no lo dudo, no creoque Sofía se haya equivocado en este

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punto: En una discoteca de Lima. Enseguida, por las dudas, añado: Aunqueel recorte del periódico peruano quetiene allí enfrente dice que nosconocimos en una academia de tenis deLima, lo que no es verdad, ya sabe quelos periódicos a veces publican muchascosas falsas. Ofelia sonríe y aprueba elcomentario, parece que le hizo gracia loque dije, aunque sospecho que cuandova a comprar al supermercado no vacilaen adquirir los tabloides escandalosos.¿Qué le regaló a Sofía en su últimocumpleaños? Ahora, sí me pilló lagorda. No me acuerdo bien. Sofíacumplió años en abril, hace casi un año,y lo pasamos juntos —no sé si juntos, lo

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dudo, quizá lo celebramos unas semanasdespués, cuando llegó de Lima— en eldepartamento en Miami, el mismo quedevastó el huracán. ¿No se acuerda? —pregunta Ofelia, como burlándose—.Porque ya vivían juntos, ¿verdad?, mepone a prueba. Sí, ya vivíamos juntos enMiami —digo—. No recuerdo conexactitud, pero creo que le regalé undisco y un libro y un par de zapatos,digo, por si Sofía sólo mencionó una deesas tres cosas. Ella hace un gesto deaprobación, lo que me da a entender,aunque tampoco estoy seguro, de queacerté. No creo que Sofía haya dichoque también le compré unos calzones enVictorias Secret, supongo que dijo

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zapatos o un libro para darse aires deintelectual. ¿De qué color son lassábanas de la cama?, pregunta Ofelia,haciéndose la distraída, y yo piensogorda mamona, no te propases, no temetas en mi cama, porque yo no duermocon Sofía y no creo que la ley nosobligue a dormir juntos para probar quesomos un matrimonio real, bien avenido,y no uno ficticio y amañado. Grandísimoimbécil que soy, casi he preguntado:¿De mi cama? ¿O de la cama de Sofía?pero, a tiempo, he caído en cuenta deque eso hubiera sido un errorcatastrófico, porque debemos parecer lapareja más feliz del mundo, una queduerme junta, cocina cantando, hace el

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amor tres veces al día y va al bañotomada de la mano.

Supongo que debo contestar por elcolor de las sábanas de Sofía, pienso.Acá me puedo equivocar. Porque meestoy demorando un par de segundosmás de los que debería y ella ya me miracon cierta suspicacia y por eso, paradistraerla, digo: La verdad, no soy muyatento a esos detalles, rara vez ordenola cama yo, pero ella sonríe porcompromiso y abre mucho los ojos a laespera de mi respuesta. Celestes —digo,porque creo que las de Sofía son de esecolor—, aunque a veces las cambiamospor blancas o marrones, añado,balbuceando, porque las mías, creo, no

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estoy seguro, son de esos colores, peroes Sofía quien las lava y extiende en lacama. Bueno, ¿son celestes, blancas omarrones?, insiste Ofelia, burlona, conuna saña que no encuentro justificada,salvo que le moleste que yo no sea tangordo como ella. Sonrío mansamente,ocultando el encono que tan voluminosaseñora despierta en mí, y digo: Celestes,ahora mismo, celestes, porque estoycasi seguro de que así son las sábanasen las que ha dormido Sofía anoche,espero que ella no haya contestadopensando en mi sofá. Pero Ofelia hapreguntado por nuestra cama, y Sofía nopodría pensar que el sofá es nuestracama, sino la mía. Celestes, repite ella,

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desconfiada, como haciendo notar mierror. Celestes, sí —digo—. Celestes oblancas, ya no estoy seguro, añadocomo disculpándome. Ofelia me miracon su jeta protuberante y sus ojoscaídos y dispara una vez más, sinpiedad: ¿De qué color es el horno?Ahora sí que me jodí, pienso. ¿El hornode microondas?, pregunto, nervioso. Elhorno, responde, secamente. Bueno, aver —digo, ganando tiempo—. Laverdad, yo no soy de cocinar, no entromucho a la cocina, yo soy un escritor,estoy escribiendo una novela, así queno me fijo mucho en esos detalles,explico, pero ella me mira sin ningunasimpatía y dice: Bueno, si es escritor,

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debería ser observador, prestaratención a los detalles. Yo digoentonces: El horno, el horno, creo queel horno de microondas tiene la puertablanca, y creo que el horno grande dela cocina tiene la puerta negra, perotambién podría ser marrón, marrónoscura, en todo caso, es de coloroscuro, digo, y siento que no deberíaestar equivocado. ¿Me está diciendoque el horno es blanco, negro omarrón?, me pregunta Ofelia, yaabiertamente odiosa, dándoselas delista. Gorda malparida, te estoy diciendoque el microondas es blanco y el otrooscuro, ¿no te basta con eso?, pienso, ysigo odiándola: ¿de qué color eres tú?

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¿Negro, moreno, aceitunado, prieto,marrón oscuro? Escondo mi rabia y digotranquilo: Bueno, creo que no me dejéentender bien. El horno grande esnegro, estoy casi seguro, y el chiquitode microondas es blanco. Blanco ocrema, añado, dudando, porque quizáSofía, tan minuciosa para la decoración,dijo crema y nos jodimos y no me dan laresidencia porque ella dijo crema y yoblanco. Bueno, eso es todo —dice lamujer, y yo me levanto y espero a quediga algo—. Ya se puede ir, muchasuerte en su matrimonio, me dice. Peroyo no me voy. ¿Y cuál es el siguientepaso?, pregunto. El siguiente paso esque le diremos por correo si califica o

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no para ser residente temporario, meinforma. ¿Por correo?, pregunto. Así es,recibirá nuestra respuesta por correo,afirma. ¿Sabe más o menos cuándo?,insisto, sabiendo que va a odiarme más.Pronto —dice ella—. Muy pronto.¿Como en una semana o un mes?,pregunto. Como en una semana, seresigna a confesar. Muchas gracias,encantado, digo, y salgo de su oficina.

Sofía me toma del brazo, me miracon curiosidad y, mientras nos alejamosbuscando el ascensor, me pregunta:¿Qué dijiste, qué dijiste? y yo: ¿Tepreguntó por las sábanas y el horno? yella: Sí, claro, ¿qué dijiste? Creo que lacagué, digo, sombrío. ¿Por qué?, ¿no

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sabías?, se impacienta ella, sonriendode todos modos porque la escena leparece divertida. Dije que las sábanasson celestes y que el horno es negro.Sofía suelta una carcajada en la puertadel ascensor. ¡Yo dije que las sábanasson blancas!, dice, riendo. ¡Pero lastuyas son celestes!, digo. Sí, pero yopensé que tú ibas a responder por tussábanas, que son blancas. La cagamos—digo—. Creo que me van a deportar.De todos modos, yo dije celestes oblancas, que no recordaba bien. Ellasigue riéndose: ¿Y el horno, dijistenegro? Yo: Sí, claro, es negro, ¿no? ¡Noes negro, es marrón, marrón oscuro!,dice ella. Está todo mal, nos vamos a la

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mierda, me río. ¿Nunca has visto lapuerta del horno?, pregunta risueña,cuando salimos del ascensor ycaminamos hacia la puerta del edificio,entre guardias de seguridad y gentes detodas nacionalidades. No, creo quenunca —digo, y luego le pregunto—:¿Dijiste que nos conocimos en unadiscoteca, no? Ella me mira muy seria ydice: Ahora sí estamos jodidos. ¿Porqué?, me preocupo. Porque dije que fueen una academia de tenis, responde.¡Estás loca, ya pareces mi mamá,nunca hemos ido a una academia detenis! —me exalto, y añado—: Nosconocimos en el Nirvana, nos presentóSebastián, nos acostamos esa noche,

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¿no te acuerdas? Ella me mira coquetay dice: Bueno, sí, pero no podíacontradecir al periódico que le hasdejado. —Advierto por su sonrisapicara que me está tomando el pelo yrespiro aliviado—. Mentira, tonto —me calma—. Dije que te conocí en unadiscoteca y que esa misma noche meacosté contigo y que las sábanas eranblancas y olían como si no las hubieseslavado en un año. Nos reímos.

Caminamos buscando el auto deIsabel. ¿Y ahora qué?, pregunta ella. Aesperar el correo, respondo. ¿Y si no tela dan?, pregunta, juguetona. Nos vamosa París y nos quedamos allá —digo—.Porque a Lima no vuelvo ni a palos.

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Entramos al auto. Hace frío. Enciendo lacalefacción. A ver, ¿de qué color es micepillo de dientes?, pregunta ella. Merío. No sé qué contestar, pero sí que laamo a pesar de todo.

Exactamente tres días demora enllegar por correo la respuesta delServicio de Inmigración. Nada másrecibirla, abro el sobre amarillo con laseguridad de que me comunicarán que hesido rechazado como residente. Para misorpresa, la respuesta es positiva: mehan concedido un permiso temporal,válido por un año, para vivir en estepaís. Me alegro mucho. Por fin puedo

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decir que no volveré al Perú, que estoyprotegido de la barbarie y el caos.Cuando Sofía regresa de clases, le doyla buena noticia. Ella se pone muycontenta, me abraza y luego llama aLima a contarle a su madre, con quienhabla extensamente de ese y otros temas.Tan pronto como cuelga el teléfono, ledigo que no debería seguir hablandotanto con su madre, a quien considerouna intrigante y una chismosa, pero ellala defiende y dice que no quiereterminar como yo, que a ella le gustallevarse bien con sus padres a pesar delas peleas que pueda teneresporádicamente con ellos.

Para celebrar mi nueva condición de

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residente, vamos a cenar a un restaurantefrancés en la calle M y al volver a casahacemos el amor. Mientras me agitosobre ella, pienso ocasionalmente enSebastián. Me pregunto si ella pensaráen otro hombre, quizá en Laurent,cuando hacemos el amor. Sería divertido—divertido para mí, no creo que paraella— que pensara en Sebastián, suprimer amante, precisamente cuando yotambién pienso en él, aunque no creoque eso ocurra, porque no lo recuerdacon cariño, dice que él la trató muy maly se portó como un perro.

Al día siguiente voy nuevamente alas oficinas del Servicio de Inmigracióny pido que me expidan un salvoconducto

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para salir del país, dado que, mientrasdure mi permiso temporal comoresidente, sólo puedo salir y volver aentrar si poseo una autorización emitidapor ellos. Por suerte, el trámite es cortoy me entregan el salvoconducto sindemora. Ya está todo listo para partir aParís, sólo nos faltan los pasajes deavión. Hemos hecho una reserva en AirFrance, en clase turista, y el plazo paracomprar el billete vence en unas horas.Una vez que tengamos los pasajes en lamano, tendré que pedir la visa en elconsulado francés, pero es muyimprobable que me la nieguen, dado quemi esposa es norteamericana, y yo,residente legal. Cuando le digo a Sofía

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que me voy al banco a sacar dinero y enseguida a la agencia de viajes a comprarlos billetes de Air France, ella mesorprende y anuncia con una sonrisa quePeter nos ha regalado dos boletos enBritish Airways, primera clase, aLondres, París y Madrid, como obsequiopor nuestra boda. Me quedo en silencio,abrumado por esa muestra degenerosidad que no esperaba. Mesorprende que Bárbara, que sé que medetesta, le haya permitido regalarnosdos pasajes en primera a Europa, quedeben de costar mucho dinero.

A sugerencia de Sofía, llamo a Petery le agradezco. Contesta con lacaballerosidad de siempre: Estamos

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muy contentos de tenerte en la familiay esperamos grandes cosas de ti, medice, con cariño paternal. Estoy segurode que lo defraudaré, pienso, pero noserá fácil olvidar este detalle. Mispadres no nos han regalado nada, salvola noticia del periódico, aunque no seríajusto esperar algo de ellos cuando nofueron invitados a la boda. Peter no mepregunta por la novela. Es prudente.Nunca menciona el tema, hace como sino existiera. Sabe, por Sofía y porBárbara, que estoy escribiendo algo muypersonal, pero respeta esos fuerosíntimos y sólo nos desea suerte en elviaje y me da un par de consejos sobrehoteles en Londres y Madrid, porque en

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París no será necesario buscar uno, yaque nos quedaremos en el departamentode Isabel, que era de Fabrizio, el maridoitaliano, pero, tras la separación, esahora de ella. Isabel no deberíaquejarse, su matrimonio fue poco felizpero le ha dejado un departamento enWashington y otro en París.

Cuando me entregan los billetes enla oficina de British Airways, piensoque casarme con Sofía y tener a Isabelcomo cuñada ha mejorado mi vida de unmodo que sería mezquino negar. Nuncahe viajado en primera clase, no conozcoLondres ni París, y ahora debo todosestos lujos a mi flamante vida conyugal.Por suerte, el consulado francés, al

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comprobar que viajo en primera y miesposa es norteamericana, me expide lavisa en pocas horas. Algún día tendré unpasaporte norteamericano como Sofía,dejaré de ser un ciudadano de segundaclase y podré viajar sin las restriccionesy las penurias que se imponen a losperuanos, sospechosos de ser losbribonzuelos, pillarajos y tramposos quepor desgracia a menudo somos. Algúndía no tan lejano, porque, si me hainformado bien un abogado al que heconsultado discretamente, podré aspirara la ciudadanía norteamericana en cincoaños, siempre que pueda probar quedurante ese tiempo he residido y pagadomis impuestos en este país, sin cometer

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delitos ni felonías, y, por supuesto, quesigo casado. No debo divorciarme encinco años. Si lo hiciera, perdería laposibilidad de ser ciudadano. Sólocuando, con suerte, me sea otorgada lagracia de ser norteamericano poradopción, podré disolver mimatrimonio, sin que ello ponga enpeligro mi condición de ciudadano deEstados Unidos. De momento, noconviene pensar en esas cosas, sino enlos placeres que nos aguardan enEuropa, donde pasaremos un mes yquizá algo más.

Sofía anda ya con una barriga

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notoria y siente los malestares propiosdel embarazo, pero a pesar de esoparece entusiasmada cuando vamos entaxi al aeropuerto Dulles, en las afuerasde la ciudad, allí donde le rogué que nose fuera a vivir con Laurent y ella nopudo viajar porque el avión sufrió undesperfecto mecánico. Estoy contentoporque, en medio de tantastribulaciones, he terminado el primerborrador de mi novela, que ahora llevoimpreso conmigo, con la intención decorregirlo durante la luna de miel, queno sé por qué la llaman así, pero es unnombre espantosamente cursi paradesignar al período de sexo, ocio yturismo que suele seguir al acto de

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casarse.La primera clase de British Airways

es de un lujo mayor del que imaginé.Nunca he viajado tan cómodo y bienatendido, nunca amé tanto a Sofía, nuncame sentí tan cómodo de pertenecer a lafamilia de Peter, el magnate que nos haconcedido estos privilegios. Entre laspelículas en pantalla privada, lascomidas exquisitas y las sonrisas de lasazafatas, el vuelo a Londres se nos hacemás bien corto, tanto que cuandollegamos no me quiero bajar del avión,quiero que me sigan cuidando tanminuciosamente.

En Londres me siento un bárbaro, unignorante. Comprendo que he nacido en

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las cloacas del mundo, en los arenalesmás paupérrimos, y que siempre seré unsalvaje por mucho que intente refinar miacento inglés. El hotel es tan caro que nome provoca salir de la habitación. Sofíame ruega que la acompañe a los museos,pero yo sólo quiero dormir y caminarpor los alrededores del hotel. Procuroconcentrarme en unas pocas cosas:dormir ocho horas consecutivas, noimporta si durante el día; ponerme abuen recaudo del humo de losfumadores, que están por todas partes, ycaminar por los parques más bonitos, aver si trabo amistad con algún chicoguapo. Esto último es más difícil,porque Sofía suele acompañarme, así

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que me dedico a dormir y a ver latelevisión, una manera sosegada deconocer la ciudad.

Unos días después, llegamos a París.Sofía luce radiante, eufórica. Ha vividoun par de años acá, cuando era novia deLaurent. Habla el idioma perfectamentey se mueve por la ciudad como sitodavía viviera aquí. Yo no hablofrancés, ni siquiera las palabras que ellame enseñó en una autopista aWashington, así que ella oficia detraductora y lo hace muy a gusto. En laportería del edificio, una mujer nosentrega las llaves del departamento deIsabel, que está en el último piso.Subimos por la escalera, yo cargando

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las dos maletas porque mi esposa estáembarazada y no puede llevar la suya,ya bastante tiene con cargar al bebé, quedebe de pesar casi como una maleta.

La buhardilla, siendo pequeña yaustera, es muy acogedora. Nos damosun baño de tina en una bañera muyantigua como aquellas que se ven en laspelículas, nos echamos en la cama yhacemos el amor. Estamos en París deluna de miel, en una buhardilla coqueta,amándonos en la cama de Isabel.Debería estar todo bien, pero yo lepregunto a Sofía, mientras hacemos elamor, si piensa ver a Laurent, y ella seenoja, interrumpe el lance amoroso y sealeja de mí. Deberías verlo —le digo

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—, no sé por qué te molestas. Noquiero que me hables de Laurent —medice, muy seria—. No voy a verlo y noquiero que me digas que debo verlo.Me sorprende la dureza de su actitud. Lomás normal sería que lo vieras —digo—. No te digo que quiero que teacuestes con él, obviamente prefieroque no te acuestes con él, pero meparece raro que, estando acá, yhabiendo sido tu novio tanto tiempo, noquieras verlo. Sofía me grita al tiempoque se viste: ¡Basta! ¡Ya te dije que novoy a verlo! ¡No sigas! Luego se vadando un portazo.

No sé por qué le molesta tanto que lehable de Laurent. Me gustaría conocerlo.

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He visto sus fotos y me parece guapo.Ahora estoy desnudo y huelo estassábanas buscando el olor de Isabel, perono lo encuentro porque en realidad no sécómo huele en la cama. Me tocopensando en ella y en Laurent, mientrasmi esposa, de luna de miel, caminaenojada por las calles de esta ciudad.

Quiero conocer a Laurent. Estoycansado de París, o tal vez sería másexacto decir que estoy cansado en París.Sofía, incansable, me lleva en metro atodas partes, a pesar de que detestobajar al metro porque mucha genteapesta y comienza a hacer calor, lo que

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agrava las cosas. Ya fuimos a loslugares turísticos más obvios y noshicimos fotos o, en realidad, Sofía melas hizo a mí, no sé por qué estáempeñada en hacerme tantas fotos. Sí,París es una ciudad hermosa, pero sushabitantes por lo general son rudos,poco amables y me tratan como si fueraun apestado sólo porque no hablo elidioma y pretendo comunicarme eninglés, lo que genera una resistenciainmediata. A pesar del embarazo, Sofíaquiere verlo todo, los museos, lasplazas, los cafés famosos, las obras deteatro, y ya no me quedan fuerzas paraarrastrarme de un lado a otro, sóloquiero quedarme en la cama. Lo que más

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me interesa de París son sus hombresguapos, que por suerte abundan y miranocasionalmente con intensidad,recordándome la vida que el destinoparece negarme. Si no estuviera conSofía, me acercaría a hablarles, lespediría el teléfono, trataría de llevarlosa mi cama. Ella no es tonta y adviertecómo miro a esos chicos lindos, elsilencio incómodo que se instalacuando, sin tratar de disimularlo, sigocon ojos inquietos el andar cadenciosode algún joven. No creo que a Sofía lemolestara que yo fuese un gaydesbocado, si sólo fuésemos amigos; loque le molesta es que va a tener un hijoconmigo y sigo sin dar señales de que

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pueda o quiera cambiar mi pasión porlos muchachos. Ella, de puro bondadosa,me propone un día ir a Queen, ladiscoteca gay más grande y de moda, enlos Campos Elíseos, que ella conoceporque fue con Laurent cuando erannovios. Me sorprende que me lo digacon tanta naturalidad, mientras comemosun baguette con queso brie en labuhardilla de Isabel. Acepto encantado.

Esa noche vamos a Queen, que másque una discoteca parece un coliseo,pues es muy grande y está atestada degente joven embriagándose, fumando ybailando, cuando no besándose otocándose con descaro, en medio de lassombras y las luces giratorias que me

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dan dolor de cabeza. No la pasamosbien porque el humo nos molesta, más amí que a ella, naturalmente, pues Sofíafuma o solía hacerlo. No puedo seducira un chico dado que estoy con ella y mesiento vigilado. Por eso vamos arriba, aun entrepiso para los curiosos, a mirar ala muchedumbre compacta que se mueveallá abajo en la pista de baile como unhormiguero lujurioso, donde me gustaríaperderme, abandonarme, rozarme conotros cuerpos, pero no puedo porqueSofía me dice que se siente mal, quetiene náuseas, así que salimos de prisade este templo hedonista y volvemos entaxi a casa, molestos y en silencio, ellaporque cree que no debería haberme

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llevado a Queen y así me lo ha dicho alsalir, y yo porque pienso que no deberíahaberme acompañado, pues he sufridoviendo tantos hombres bellos ysintiéndome prisionero de Sofía. Esentonces cuando comprendo que quierover a Laurent. Se lo digo llegando a casay ella se enoja. Sólo quiero conocerlo,sería bueno invitarlo a cenar y salir lostres una noche, insisto, pero Sofía se vaa la cama y no me dice nada. Está claroque, si quiero conocer a Laurent, que fuesu novio antes de que ella me conociera,deberé hacerlo solo, y creo que esto eslo que haré, aunque a ella le moleste.

Cuando Sofía duerme, me levantosin hacer ruido, busco su agenda y

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encuentro los números de Laurent, queapunto en un papel que a continuaciónescondo. Al día siguiente le digo a Sofíaque no me siento bien y le doy mi tarjetade crédito para que vaya a comprarropa, algo que la pone de muy buenhumor. Confío en que no compre enexceso porque mis ahorros handiezmado, teniendo en cuenta que hacemás de un año que vivo de ellos y novivo mal, aunque sí con austeridad.Apenas Sofía se va, llamo al consultoriode Laurent, que es dentista y, según ella,bastante exitoso. Me contesta una mujeren francés a la que yo hablo en inglés.Por suerte, ella me comprende. Pocodespués, Laurent se pone al teléfono.

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Parece sorprendido, sin saber bien quiénsoy. Tengo que explicarle dos veces quesoy el esposo de Sofía Edwards y queestamos de luna de miel en esta ciudad.Alarmado, me pregunta si Sofía estábien. Yo le digo que sí, que está muybien, pero que ella no quiere verlo porel momento —uso esas palabras, por elmomento, para ser amable—, y que yosí quisiera verlo a solas, sin que ella seentere, para decirle unas pocas cosasque considero importantes, sobre todo sitodavía se preocupa por ella, lo queparece obvio, a juzgar por sus frecuentescartas y llamadas telefónicas. Con unavoz distante y poco amable, que no sé siatribuir al carácter natural de los

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habitantes de esta ciudad o a ciertaanimadversión que tal vez siente por mí,acepta reunirse conmigo al salir deltrabajo, en el café de la Paix, al lado dela Ópera Garnier, cuyo nombre tiene querepetir tres veces para que yo puedaanotarlo correctamente. Luego, en unaseñal de cortesía, me deja su número decelular y dice que no dude en llamarlo sitengo algún inconveniente. Antes decortar, me pregunta nuevamente si Sofíaestá bien y le digo que sí, que no sepreocupe, que ya le contaré esta tarde enel café. No le pido una cita porque yasería demasiado, aunque buena falta mehace pasar por el dentista y blanquearmelos dientes, como me sugirió Bárbara

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nada más conocerme.Cuelgo el teléfono y me alegro de

haberlo llamado. Fue un acto de audaciapero valió la pena. Si Sofía se llega aenterar de que he hecho una cita con suex novio francés, no me lo perdonará, ypor eso haré mi mejor esfuerzo para queno lo sepa, claro que ahora dependo deque él sea discreto y leal, lo que esbastante improbable, porqueseguramente me detesta, dado que ella lodejó para estar conmigo. Trataré decaerle bien a Laurent, que por fotosparece guapo y presumido, como casitodos los franceses que veo por la calle.

Paso la mañana tratando de dormirun poco más, lo que resulta difícil por

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los ruidos de la calle, y Sofía regresacon bolsas de ropa y se prueba losvestidos, los zapatos y la cartera que hacomprado, y luego me llena de besos ycaricias, y yo siento que me ama muchomás cuando le presto mi tarjeta decrédito y mucho menos cuando meacompaña a una discoteca gay. A latarde, me invento que tengo que visitar auna editorial francesa, Gallimard, a versi tienen interés en publicarme, y ella sepone suspicaz y sugiere acompañarme,pero yo le digo que prefiero ir solo yque no le conviene agitarse por elembarazo. Ella asiente de mala gana, talvez pensando que anoche, en el baño deQueen, hice una cita secreta con algún

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chico, y dice a regañadientes queaprovechará para darse un baño de tinay descansar, y yo pienso que ojalá nollame a Laurent cuando yo vaya a verloal café de la Paix, en la plaza de laÓpera.

Me visto con la mejor ropa quetengo en la maleta, un saco azul, unpantalón marrón claro y unos zapatoscómodos de suela engomada, nodemasiado abrigado porque el inviernoya pasó y comienza a sentirse el primercalor del verano, y me despido de ellacon cariño, para que no sospeche nada,prometiéndole que estaré de vuelta en unpar de horas para salir a cenar. Insistoen rogarle que duerma una siesta, pero

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ella nunca lo hace porque dice que lemalogra el humor y que la deja insomne,y antes de irme me dice que me quiere,que me cuide, que ella y el bebito —porsuerte, no dijo la criaturita— estaránesperándome. Bajo la escalerasintiéndome un traidor de poca monta —no es por lujuria o por calentura quedeseo conocer a Laurent, es tan sólo porcuriosidad— y tomo un taxi y le pido alconductor en mi mal inglés que me lleveal café donde en unos minutos deboencontrarme con el hombre que,sospecho, mejor ha amado a Sofía en lacama.

Llego al café de la Paix, me paseoentre las pequeñas mesas circulares y la

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espesa nube de humo que se ha instaladosobre ellas, y compruebo que Laurentaún no ha llegado, así que me siento auna mesa en la calle para no intoxicarmecon el humo del tabaco y pido un jugo denaranja, pero el camarero se ríe en micara, porque no sirven esas bebidassaludables, y me sugiere una coca-cola oun café y yo, para no discutir, pido lasdos cosas, que en realidad no tomo nidebería tomar, pues me ponen muynervioso y ya bastante nervioso estoyesperando a Laurent.

Diez minutos más tarde, cuando yahe tomado la coca-cola y el café, lo veollegar agitado. Lo reconozco en seguidaporque no ha envejecido ni engordado

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desde las últimas fotos que le mandó aSofía y yo alcancé a fisgonear. Tampocoha cambiado su corte de pelo, que esmás bien largo y tirado hacia atrás,aunque un mechón rubio cae sobre sufrente, lo que le queda muy bien, claroque no se lo diré. Me pongo de pie, ledoy la mano y me saluda fríamenteaunque con un esbozo de sonrisa. Pareceun hombre tímido, lo que me sorprende,y también más guapo de lo que las fotosrevelaban, lo que me sorprende más,porque nunca entenderé por qué Sofía lodejó por mí. Es alto, arrogante, debrazos largos y manos bonitas, con carade águila, ligeramente narigón y pequeñala boca, y sus ojos son los de un hombre

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duro, desconfiado, quizá tacaño, alguienque puede ser muy mezquino o muygeneroso, pero diría que más a menudomezquino.

Es un hombre atractivo a no dudarlo,aunque él no parece sentirse así, y estávestido de un modo descuidado. Aprimera vista no parece afeminado comopueden ser los hombres en París sin quepor eso sean gays. Le hablo en inglés yme dice que no tiene dificultades enhablarme en ese idioma y le agradezcopor haber venido. Me pregunta porSofía, le digo que está muy bien, muyilusionada con su embarazo. Mepregunta cuándo nacerá el bebé y digoque en pocos meses. Me pregunta, no

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con amabilidad, sino con rigurosacorrección, si ya sabemos el sexo delbebé y le digo que no, que preferimossaberlo cuando nazca. No me lopregunta, pero le digo que Sofía prefiereque sea mujer y yo ciertamente también.Me pregunta por qué Sofía no quiereverlo y yo me tomo un momento pararesponder. Llamo al mozo, le sugiero aLaurent que pida algo y él pide unacerveza y un bocadillo y yo una coca-cola más. Cuando se va el camarero, ledigo que estoy seguro de que Sofíatodavía lo quiere pero que evitallamarlo o verlo tal vez porque piensaque, al estar casada conmigo y llevar enel vientre un bebé del que soy padre,

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sería desleal, inconveniente o peligrosoreunirse con él. Ella es una mujer muytradicional, muy a la antigua, y no creoque no quiera verte por falta de interéso de cariño, sino porque debe depensar que estaría mal y que quizáterminaría metiéndose en un problema,digo, y él me escucha con una miradaintensa que no sé si esconde simpatía,encono o nada, lo más probable es quenada.

Me pregunta si Sofía sabe que lo hellamado y nos hemos reunido y le digoque no, que he preferido no decírselo, yél hace un gesto adusto, comodesaprobando mi actitud, pero yo no medejo intimidar por sus modales ásperos

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y le digo que conozco bien a Sofía y séque no me hubiera permitido verlo asolas, pues le pedí varias veces que lollamase para reunimos los tres y ellarechazó indignada la idea, y que por esono me quedó más remedio que llamarloa escondidas, porque tengo algoimportante que decirle. ¿Qué?, preguntasecamente, interrumpiéndome. Entoncesme pongo un poco nervioso y digo sinmirarlo a los ojos, bebiendo más coca-cola, adelgazando la voz a extremosalgo afectados, pero sin perder, creo, elaplomo y la compostura: Quiero quesepas algo. Yo no sé si tú todavía amasa Sofía y quieres estar con ella, perosupongo que sí, porque la sigues

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llamando y le escribes con frecuencia.Si es así, si te gustaría volver con ella,quiero que sepas que yo me he casadocon ella y soy el padre de su bebé, perono puedo ser su pareja.

¿Por qué? —me pregunta, conbrusquedad—. ¡Pero te has casado conella! —observa, como si hiciera falta—.¿No la amas? Yo trato de recuperar elaliento: La quiero mucho, siempre lavoy a querer, pero no puedo ser supareja porque soy bisexual, me gustanlos hombres. Laurent arquea levementelas cejas, hace un gesto de sorpresa y nosé si también de disgusto, creo que sólode sorpresa, y no me deja continuar,pues pregunta: ¿Pero ella lo sabe? Yo

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afirmo: Claro que lo sabe. Siempre losupo. Ella ha decidido tener un hijoconmigo y casarse aun sabiendo que yosoy bisexual y no puedo ser su pareja.Eso es muy admirable, por supuesto, yme hace quererla mucho más, pero esbueno que sepas que yo, tarde otemprano, voy a dejarla, y quiero queella sea feliz, y si tú la amas de verdad,cosa que yo no puedo, porque aunquequisiera no puedo —y créeme que hetratado—, entonces yo no tengo ningúninconveniente en que, cuando nazca elbebé, que será pronto, tú trates devolver con ella, si quieres, porsupuesto. No quiero meterme en tu vidani en tus planes amorosos, Laurent,

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sólo quiero ser honesto y decirte quecuando nazca el bebé yo dejaré de vivircon Sofía y que tal vez sería bueno quetú entonces la busques, porque ellatodo este tiempo ha pensando envenirse a París a vivir contigo, lo queme hace pensar que todavía te quiere.

Laurent se queda en silencio, bebesu cerveza con aire ausente, no me mirao lo hace con frialdad, y pasa una manonerviosa por su cabellera rubia. Graciaspor decirme todo esto —me dice, de unmodo distante y desconfiado—. Mesorprende. No lo sabía. Pensé queestaban enamorados, aunque sabía quetenían problemas y que peleabanmucho. —Después de un silencio que no

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me atrevo a romper, me pregunta—: ¿Túcrees que todavía me ama? Yo no vaciloen responder: Sí. Creo que sí. Pero noquiere verte porque está embarazada yacabamos de casarnos y, recuerda,hemos venido de luna de miel. ¿Creesque debo llamarla?, me pregunta, yentonces parece un hombre menosarrogante de lo que lucía al llegar alcafé. No, no la llames y, por favor, no ledigas que nos hemos visto, porque nome lo perdonaría —insisto—. Pero nodejes de llamarla a Washington omandarle cartas, y recuerda que enpocos meses, cuando nazca el bebé, yome iré, y si tú quieres volver con ella,entonces sería un buen momento para

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que vayas a visitarla y veas si laconvences de volver contigo.

Laurent me dice que le parece unabuena idea y que no me preocupe, queno le dirá nada a Sofía. ¿Puedo confiaren ti?, le pregunto, y él me mira conseveridad y dice: Sí, claro, soy unhombre de palabra. Entonces pide lacuenta y, para mi sorpresa, paga sindejarme cancelar siquiera mi parte.Luego se pone de pie y me da la manocon más calidez que cuando llegó. Antesde irse, me pregunta: Si crees quetodavía me quiere, ¿por qué crees queme dejó? Yo me quedo en silencio,meditando mi respuesta, y digo: No losé. Quizá se enamoró de mí, pero nunca

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dejó de quererte. Mi explicación no leparece satisfactoria a juzgar por elmohín de disgusto que hace. Adiós, medice. Adiós, buena suerte, le digo.

Me quedo pensando: creo que tedejó porque eres dentista y a ella eso leaburría y le daba asco. También porqueeres un sexómano y ella estaba harta dehacer el amor contigo, sobre todocuando te pedía que no lo hicieran y túla forzabas. Laurent se va con aireausente. Tarde o temprano, Sofíavolverá con él, me digo. Me voy delcafé con una pena que no entiendo y talvez debería atribuir al cansancio,porque ahora estoy llorando, llorandopor Sofía, porque la amo, quizá más que

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Laurent, y sin embargo sé que no podrévivir con ella mucho tiempo más. Notiene sentido llorar en París de luna demiel, pero a mí me pasan siempre estascosas absurdas, sin sentido.

Hemos llegado a Madrid con buentiempo, el sol tibio que trae laprimavera, y viniendo de París ha sidocomo llegar al paraíso. Nos alojamos enun hotel pequeño, más bien modesto, sinningún refinamiento, a dos cuadras de laCastellana, que me ha recomendado unamigo muy querido, Carlos AlbertoMontaner, uno de los tipos másinteligentes y generosos que conozco. Ledigo a Sofía que, cuando termine sumaestría y nazca el bebé, deberíamos

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mudarnos a Madrid, pero ella, que estámuy cansada y ni siquiera tiene fuerzaspara salir a caminar, se enfada, pierde lapaciencia, me dice que soy un tonto yque no tiene sentido mudarnos sin untrabajo, sin los papeles en regla y menosahora, cuando acaban de darme laresidencia en Estados Unidos, lo que meobliga a seguir viviendo allá al menosunos años. Yo le digo que un escritordebería estar donde mejor puedaescribir, en el lugar que le resulte máspropicio para hacer su trabajo, y que nosería tan difícil encontrar un trabajocomo periodista en Madrid, inclusoCarlos Alberto me ha ofrecido unempleo en su editorial, que más parece

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una fundación benéfica, porque el granMontaner socorre a todas las almas enpena que llegan a esta ciudad, dándolestrabajo, aliento, consejo, amistad y hastacasa.

Sofía se agita, abre la ventana convistas a un viejo museo y me dice que nocuente con ella para venirnos a Madrid,que no tiene fuerzas para más aventuras,que si me voy de Washington y la dejosola con el bebé, se irá a Lima porqueallá se siente más querida y protegidapor su familia y sus amigos. Yo la calmoy digo que no vale la pena discutir poruna idea tan incierta, pero me quedopensando que sería fantástico que ellaviviera con Laurent y nuestro hijo en

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París, y yo solo —o con un amante omuchos— en España, ganándome la vidacomo escritor. Pero esto último es hartoimprobable y depende de que algunaeditorial quiera publicar mi novela, quees tan excesiva y deshilvanada que nisiquiera sé si llamarla así. Aunqueparezca un sueño insensato, aspiro a quese publique aquí, en Madrid o enBarcelona, y no en Lima, donde muypocos leen y nadie me tomará en seriocomo escritor. Por eso me reúno con unviejo amigo, Álvaro Vargas Llosa, elhijo mayor del escritor, y le pido que leael manuscrito y me oriente en el mundoeditorial español, que él conoce mejorque yo, o dicho de un modo más exacto,

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que él conoce y yo no.Álvaro, amigo de los buenos,

siempre leal y combativo, se toma eltrabajo de leer el manuscrito, que es unmamotreto infumable, y me dice que leha gustado mucho, tanto que se lo hapasado a su padre, uno de los escritoresque más admiro, y yo no sé cómoagradecerle ese gesto de generosidadque siento no merecer. Mario, el padrede Álvaro, uno de mis grandes héroesliterarios, a quien admiro no sólo comocreador de ficciones, sino como agitadorintelectual, como un pensador que noteme ir a contracorriente y desafiar lostópicos, sobrevive a la lectura de minovela y me cita en el hotel Palace para

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darme sus impresiones y sussugerencias, todo lo cual me abrumabastante y me alegra más, lo mismo quea Sofía, que de pronto comprende conalgún temor que esa cosa rara que hevenido escribiendo hace tiempo —y queha leído de lejos, como si pudierahacerle daño— podría ser publicada, loque provocaría un seguro revuelo ennuestro país, donde se me tiene comouna joven promesa —de algo, no se sabebien de qué— y no como el bisexualfrustrado que delata inequívocamente lanovela.

Esa tarde camino por la Castellanacon mi novela bajo el brazo, setecientaspáginas impresas y anilladas en el

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Kinkos de la calle M de Georgetown,tan aterrado como orgulloso de queVargas Llosa me haya leído —pobre,debe de odiarme— y se dé el tiempo derecibirme para decirme qué le parecióese libelo gay que he perpetrado,convenientemente agazapado tras laficción. Mario sale del ascensor angostodel Palace como el caballero espléndidoque es, me da la mano con la amabilidadque siempre le he conocido y me lleva alos sillones del amplio vestíbulo, bajoesa cúpula de cristal que es una joya yno muy cerca del pianista, que tal vezdebería tomarse un descanso. Lointerrumpe brevemente Octavio Paz, quelo saluda con aprecio y parece un

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hombre fatigado. Nada más sentarnos,Mario dice con esa pasión tan suya queha leído la novela y le ha gustado, peroque hay cosas que podrían estar mejoresy debería corregir, por ejemplo, el puntode vista del narrador, que a veces saltaindebidamente, rompiendo la coherenciadel relato, o la profusión de adjetivos,que habría que podar, o la extensión dela historia, algo desmesurada, o inclusola manera como he articulado losdistintos capítulos. Yo lo escucho conmucha atención y tomo nota de susobservaciones, que son todas muysensatas además de generosas, porquesospecho que recibe decenas, centenaresde manuscritos de aspirantes a

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escritores que lo acosan sin cesar y loflagelan pidiéndole que los lea, que lesdé una opinión, que los ayude a abrirsepaso en el espinoso mundo editorial.

Sin que yo se lo pida, y en unademostración de su gran nobleza, Mariose ofrece a ayudarme a publicar minovela en una editorial española y diceque hablará con Beatriz de Moura, deTusquets, y con Pere Gimferrer, de SeixBarral, y yo no hago sino agradecerle ydecirle que no olvidaré ese gesto suyotan generoso. Luego, por si fuera poco,nos invita a cenar a Sofía y a mí, juntocon su esposa Patricia y con Álvaro y sumujer, Susana, en el casco viejo de laciudad. Yo siento que todo esto es como

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un sueño hecho realidad y que con suertepublicaré la novela en alguna editorialespañola gracias al empeño que Mario yÁlvaro han puesto en ayudarme. Sofía,con una barriga que ya se le nota, sonríeencantada a mi lado y conversa conPatricia, que es un amor, y me susurra aloído: Tienes suerte, desgraciado, te hasconseguido al mejor padrino delmundo. Yo pienso que es verdad, que nopodría estar en mejores manos y que laayuda de Mario y de Álvaro esinestimable y me deja en deuda conellos.

Mi familia no es la gente quearbitrariamente me impuso la naturaleza,sino las personas que me quieren bien y

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me hacen feliz, que no siempre son lasmismas que llevan mi sangre, y por esome siento en familia esta noche con losVargas Llosa en un restaurante lleno dehumo en Madrid, como me siento enfamilia con Carlos Alberto y LindaMontaner y su hija Gina, una escritorabella y fascinante de la que estoyenamorado sin que ella lo sepa. Mariopaga la cuenta de este banquetedesmesurado, se despide con cariño y semarcha con Patricia, su mujer, en un taxide vuelta al hotel Palace. Sofía estácontenta, orgullosa de mí, tal vez porquesiente que sé portarme como un hombrecuando las circunstancias lo exigen. Poreso me toma del brazo mientras

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caminamos sin saber adonde ir,disfrutando de esta noche en Madrid.

Cuando llegamos al hotel —hemostomado un taxi a mitad de caminoporque Sofía se cansó—, nos quitamosla ropa, nos damos un baño juntos —meencanta que ella me enjabone y mecepille la espalda con reciedumbre— yluego hacemos el amor en una camaangosta, en la que no conviene moversemucho porque podría caer de bruces alsuelo, un suelo que, sospecho, no eslimpiado a diario y con aspiradora,como limpia Sofía, tan hacendosa —hacendosa incluso cuando hacemos elamor—, el piso de nuestro departamentoen la calle 35, en Georgetown. Cuando

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terminamos, me visto y digo quenecesito salir a tomar aire fresco, puesha sido una noche hermosa y quieroprolongarla un poco más. Te acompaño,me dice, sonriendo. Creo que, a pesar detodo, Sofía es feliz conmigo; creo que, apesar de ser muy gay en ocasiones, heaprendido a hacerle el amor y acomplacerla como merece. Se pone unvestido holgado, que no esconde subarriga abultada, y calza unos zapatoschatos para mi felicidad, porque odiocuando se pone tacos altos. Salimos a lacalle, caminamos hacia Serrano, unabrisa nos despeina y nos detenemosfrente a la librería Crisol, mirando lasnovedades iluminadas en la vitrina,

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entre ellas una del gran Vargas Llosa, yyo, en un arrebato, le digo a Sofía teprometo que algún día volveremos aesta librería y verás un libro mío enesta vitrina, y ella se ríe, me abraza contodo el amor que siente por mí, me besaen la mejilla y dice: Sí, claro, sueñanomás, tontito, y yo la miro con ojosrisueños y le digo te apuesto miscojones que algún día venderán unlibro mío acá, y ella vuelve a reír y medice no me apuestes tus cojones,porque te vas a quedar sin huevos, y site quedas sin huevos yo me voy conotro, y yo, terco, orgulloso, digo yaverás, mi amor, ya verás, y ella merecuerda, amorosa, sólo espero que ese

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libro, si algún día lo publicas, estédedicado a esta criaturita, y lo dicetocándose la barriga, y yo la amo y amoa mi bebé a pesar de que Sofía insiste endecirle criaturita y juro, por el pocohonor que me queda, que algún díaexhibirán mi libro en esa vitrina tanlinda que admiramos esta noche comodos tercermundistas recién llegados dela barbarie.

Despierto sobresaltado demadrugada en la pequeña habitación dehotel en Madrid. Sofía sigue durmiendo.Tengo frío en los pies y la espalda.Estaba soñando con Bárbara, su madre.

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Se podría decir que era una pesadillapero tenía un matiz cómico que me hacesonreír. Yo estaba en Lima con unosamigos, dos amigos concretamente, perosólo puedo recordar a uno de ellos, PaulBullard, que me enseñó a fumarmarihuana y siempre jugó al fútbolmucho mejor que yo. No veo a Paul haceaños, no recuerdo la última vez que nosvimos. En el sueño habíamos fumadomarihuana y nos reíamos con Paul y otroamigo. Estábamos sentados a una mesajugando cartas y tomando unos tragos.Yo ya no tomo alcohol, pero cuandofumaba con Paul solía tomarme unoswhiskys y él prefería beber cerveza. Depronto se acerca Bárbara, la madre de

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Sofía, enfundada en una bata blanca,furiosa, como si la hubiéramosdespertado. Va descalza, mediodespeinada, y me mira con mala cara,como si me odiase. Yo también la odio,aunque, y esto es lo raro del sueño, lamiro sonriendo, con una gran sonrisaque debo atribuir a la marihuana, comosi no me importara en absoluto que ellame odiase. Mis amigos también se ríende Bárbara. Creo que ellos no saben quesoy gay, y por el momento es mejor así.Bárbara se acerca con una jarra en lamano. Está molesta, quiere hacerme algomalo, vengarse de mí. Yo la miro con unaire risueño, burlón, y le pregunto: ¿Tepasa algo malo, Bárbara? ¿Te hemos

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despertado? ¿Quieres jugar cartas connosotros? Entonces ella me diceextiende la mano, y yo comprendo queva a hacerme algo malo, pero no measusto, sigo riéndome, gozando con lacerteza de que esta bruja en albornoz meodia pero no consigue enfadarme osiquiera incomodarme. Extiendo la manoy Bárbara vierte sobre ella el aguahirviendo que trae en la jarra. Me echamucha agua caliente, muy caliente, peroa mí, si bien me quema, no me dueletanto como ella quisiera, en realidadcasi no me duele, tal vez porque lamarihuana me ayuda a relajarme y asoportar la agresión sin crisparme.Entonces sigo riendo y ella no

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comprende cómo puedo tolerar tantaagua hirviendo sobre mi mano derecha.Yo, más burlón todavía, le digo: Quérico, está riquísimo, sigue echándomeagüita caliente, por favor, ¿no quiereshacerme un masajito también. Laseñora se enfurece aún más al ver queestoy tan contento y continúaderramando sobre mi mano el contenidode la jarra de plata. Mis amigos se ríende la escena y yo me río más. Qué rico,no pares, Bárbara, está delicioso —digo, para molestarla, y ella me miracon rabia, frustrada porque su agresiónha sido un fiasco—. ¿No quieresecharme un poquito en la cabezatambién?, la fastidio. Paul me mira con

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sus ojillos chinos y brillosos y ríeextasiado. Bárbara me odia, me miracon un odio que me divierte. Entoncesdeja de echarme agua en la mano, se davuelta y, cuando empieza a retirarse, letoco el trasero con la mano mojada. Misamigos sueltan una carcajada y ellavoltea y me mira indignada, y yo me ríomuy volado, mirándola a los ojos sinmiedo.

Quiero depilarme las nalgas. Sé quemi luna de miel no es el mejor momentopara ello, pero se lo he dicho a Sofía yella curiosamente no se ha enfadado y haprometido encargarse de tan delicada

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tarea. Quiero depilármelas porque, sibien no las tengo muy velludas, megustaría despoblarlas de esos pelitos taninconvenientes para el amor. No memolesta tener vellos en las piernas o elpecho, pero unas nalgas velludasespantan la pasión y disuaden al másvaleroso de los amantes. Sofía dice quele encanta mi trasero, que no hace faltadepilarlo. Yo digo que se vería mejorsin pelos y ella tiene que aceptar quetengo razón. Además —añade—,deberías depilarte también esos pelitosque tienes en la parte baja de laespalda, porque cuando te pones ropade baño se te notan, y eso en la playase ve feo. Tiene razón: quiero depilarme

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no sólo las nalgas, también la bajaespalda y parte del pecho. No dudo deque Sofía hará un buen trabajo, porque,como Bárbara, su madre, es una doctorafrustrada, con una curiosidad insaciablepor conocer las cosas relativas a lamedicina y el cuerpo humano, aunque noniego que me habría sentido en mejoresmanos si hubiese sido Sebastián quienme arrancase uno a uno los pelitosindeseables del trasero. Es sorprendenteque Sofía no se enoje conmigo porquepedirle que me depile las nalgas es uncapricho extravagante, más aún ennuestra luna de miel. Atribuyo esacomplicidad a que, además de gozarhaciendo de mi enfermera, le parece

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divertido que comparta estas miseriasíntimas con ella. Eso me hace pensarque a ella no le molesta que yo sea gay obisexual; lo que le fastidia es que quieraacostarme con otra persona que no seaella. Creo que me consentiría toda clasede arrebatos gays —no sólo depilarmecada tanto el trasero, sino hastaprestarme sus calzones— si yo lehiciera el amor todas las noches.

En realidad, Sofía es muy gayfriendly y suele atraer a loshomosexuales de todo pelaje y plumaje,porque es una mujer elegante y consentido del humor, pero conmigo nosuele ser tan amigable, salvo ahora, queha ido a la farmacia para comprar los

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aditamentos, las cremas, los paños y losalcoholes que necesita para dejarme untrasero tan lampiño como el suyo. Elculo más lindo que he visto en unhombre es el de mi amigo CarlosTravezán, a quien conocí en launiversidad. Era menudo, musculoso yarrogante —él, no su trasero, aunquetambién su trasero— y sabía que yo lodeseaba secretamente, pero nunca dejóque se lo tocase, algo de lo que ahora,esperando a que regrese Sofía de lafarmacia, me arrepiento, porque era elsuyo un trasero muy viril y enhiesto, muydigno de ser palpado. Ahora estoy enMadrid, de luna de miel, esperando aque mi esposa me haga una depilación

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en las nalgas, y Carlos probablemente enLima, aspirando cocaína ovendiéndosela a muchachos incautos queno saben la clase de basura que inhalanpara prolongar la noche.

Sofía no llegó a conocer a Carlos, ycasi mejor así, porque si ella y yofuimos amantes de Sebastián, noresultaría extraño que a ella también legustase Carlos, dado que nos gusta elmismo tipo de hombre. Sebastián teníaun buen trasero, pero era difícil fijarseen sus nalgas, nada velludas como las deCarlos, por el pedazo de tranca quellevaba entre las piernas, un garrote conel que me hacía sufrir y gozar. Sebastiánsí dejaba que le tocase las nalgas, pero

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no que se la metiera, porque decía quele dolía demasiado. Yo no he renunciadoa la ilusión de volver a seducirlo, y séque con un trasero depilado —y un libropublicado— aumentan mis posibilidadesen la ruleta del amor.

Por fin regresa Sofía de la farmacia.Ha tardado porque, además de comprarlas cosas para depilarme, trae frutas,bebidas y helados. Soy una vergüenza:debería ser yo quien cargue las bolsas yella quien se quede en la cama viendotelevisión, pero Sofía es feliz así y yo nopuedo cambiarla, a ella le encanta salira la calle, moverse de un lado a otro,agitarse, ir de compras, bajar al metro,comprar mapas, hablar con extraños,

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recorrer la ciudad, visitar museos,reliquias, tumbas y monasterios, caminarel parque entero y meterse a nadar alestanque si la dejan.

Quítate la ropa, baby, que te voy ahacer una depilación muy profesional,me dice con voz coqueta, y yo obedezcocomo un niño. Antes de darle mi trasero,le pregunto si me va a doler y ella mepromete que no, que sólo un poquito. Nome mientas, si me va a doler dímelo,quiero estar preparado, digo, desnudo asu lado, y ella ríe, me acaricia lasmejillas y dice: Tranquilo, te va a dolermucho menos que cuando te la metióSebastián, y reímos los dos y yo adoroque ella tenga este sentido del humor.

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Tomo un jugo de durazno en caja, metiendo en la cama con el trasero haciaarriba y Sofía se dispone a mejorar eldescuidado aspecto de mis zonasposteriores. Comienza suavemente porla espalda, afeitando con una navajaportátil todos los pelitos que me hansalido, lo que, por supuesto, me resultamuy placentero, porque amo que meacaricien la espalda, no importa si lohace una mujer. Luego echa una cremasobre el exuberante matorral de pelosque han crecido justo donde termina miespalda pero antes de que comience eltrasero, es decir, esa zona intermedia,esa tierra de nadie que no es la espalday tampoco el culo, y que en mi caso

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parece más un pequeño huerto, porqueentre tanta pelambre podría esconderhortalizas y tubérculos. Entonces Sofía,mi esposa o simplemente mi señora,como dicen algunos, me advierte quepasaré un poquito de dolor —y ésa es laexpresión que usa: un poquito de dolor— cuando retire bruscamente el pañoadhesivo que ha fijado con firmezasobre la selva velluda que preside eldescenso a mis nalgas. No pasa nada,soy un hombre después de todo, le digo,y ella me pregunta, por las dudas,¿listo?, y yo me hago el recio, aprieto eltrasero y digo listo. Ella tira fuertementeel paño adhesivo y yo siento que me haarrancado un pedazo de piel, un trozo de

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la baja espalda, y ahogo un grito dedolor mordiendo la almohada como lamordía cuando Sebastián me hacía elamor, una técnica que él me enseñó,como me enseñó a poner otra almohadadebajo de mi entrepierna para que asíquedar en posición de recibir, ¡ydespués el caradura anda diciendo quenunca estuvo con un hombre y todas sonhabladurías mías de marica despechada!¿Dolió mucho?, pregunta Sofía,soplándome la parte baja de la espalda,que arde como no imaginé, como si mehubiesen prendido fuego, y yo¡demasiado, te ruego que no sigas, novoy a poder aguantar! Ella ríedivertida, no hay duda de que debería

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haber estudiado medicina, y me pide queno sea tan cobarde: Te ha quedado lindala espalda, ahora sólo te falta el poto yvas a quedar regio. Yo protesto: ¡Peroen el poto me va a doler mucho más, esmás sensible que la espalda incluso!Sofía se divierte viendo cómo meretuerzo en la cama y dice: Tienes queaguantar, te juro que son dos pañitosmás, uno en cada cachete del poto, y teva a quedar el poto más lindo que tepuedas imaginar.

Resignado, pienso: ¿sabrá quequiero tener el poto lindo no para ella?Bueno, ya, sigue nomás, pero, porfavor, házmelo con cariño, no te olvidesde que estamos de luna de miel, digo,

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con una voz que procura inspirarcompasión. Pero no: ella simula ser unaprofesional y hará su trabajo sin que letiemble el pulso, aunque yo gima y chillecomo una loca histérica. Por suerte, laprimera parte de la operación esagradable, porque Sofía unta una crematibia, que se calienta con la fricción desus dedos, en mis nalgas pedigüeñas, ylo hace con el amor de una esposa enluna de miel, dejándome medio culocremoso, blancuzco y relajado gracias asus caricias un tanto viscosas. Luegoviene lo peor: vuelve a pegar el pañoextra largo, que cubre casi la totalidadde la nalga derecha, lo que algo dice deltamaño de mi trasero, y me previene que

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debo ser fuerte porque va a tirarlo deuna vez y sin más rodeos. Aguanta, nogrites, sé un hombre, me dice. Oír esavoz recia a mis espaldas, con el traseroal aire, me excita un poco, porque merecuerda las cosas inflamadas que medecía Sebastián cuando yo le rogaba queme la sacara y él seguía dándome sinpiedad. ¡Ay, ay, ay!, chillo, y meneo eltrasero cuando me arranca decenas si nocentenares de vellos finos y odiosos.Entonces me incorporo y le digo no más,no puedo más, no sigas, por favor, estoes una tortura china, pero Sofía sedobla de la risa, no comprende ladevastadora quemazón que me asalta enel trasero, sólo atina a darme vuelta y

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soplar con todas sus fuerzas, soplarmerico para concederme, a la par que esabrisa bienhechora, una mínima tregua, unrespiro.

No podemos parar ahora, mi amor—me dice, soplándome el traserorapado a medias—, ¡no te puedesquedar con un cachete sin pelos y otrocon pelos, comprende, baby!, diceriendo a carcajadas. Resignado, le doyla razón y me echo mansamente en lacama. De nuevo ella me llena de cremasy yo me engrío con su mano recorriendomi nalga izquierda y muevo un poco elculo, a ver si se anima a deslizarme eldedo cremoso y darme un premio deconsolación, pero ella no parece

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advertir la invitación que le hagoencarecidamente, cimbreando ymeneando el trasero como unacabaretera, y luego me avisa que ya va ajalar, que aguante, y yo te odio, te odio,te odio, ¿por qué me tienes que hacerllorar así en mi luna de miel?, y ella seríe y me dice que me ama, que soy unniño tontito y engreído y que ella meama como si fuera mi madre. Esaspalabras dulces me anestesian un poco ycuando tira el paño adhesivo me dueleen el alma pero quizá un poco menos,porque siento que Sofía me quieresiempre, a pesar de todo, aunque sea unbisexual con el culo recién depilado. Yaestá, ya terminó, ya pasó, me dice,

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soplándome el trasero, y me canta sanasana, potito de rana, y yo amo estar enMadrid de luna de miel con esta mujerque me ha depilado las nalgas con tantoamor. Por eso, cuando pasa el dolor, medoy vuelta, la lleno de besos y le hago elamor con pasión, sólo rogándole que,por favor, no me toque el trasero,porque duele mucho, baby, duelemucho.

Regresamos a Washington en unvuelo directo desde Madrid. Todavía meduelen las nalgas al subir al avión. Porsuerte, viajamos en primera clase,cortesía de Peter, que insiste en

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conseguirme trabajo en Washington enuna organización ecologista cuyodirectorio integra, probablemente con laintención de que yo desista de publicarmi novela, si alguna casa editorial deseahacerlo, lo que parece harto improbable.El embarazo de Sofía avanza sincomplicaciones. La fecha del parto estáprevista para agosto, finales del verano.Los peores malestares parecen haberpasado.

Ahora que ya no se habla de abortar,nos hemos casado y he terminado lanovela, Sofía parece más relajada ycontenta. Yo le prometo que podréayudarla con sus trabajos de launiversidad, que suelen abrumarla, y

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que, cuando nazca el bebé, podrácontinuar su maestría sin interrupciones,porque yo me encargaré de cuidarlohasta que ella, dos semestres después,concluya sus estudios y se gradúe. Paraentonces, el bebé ya tendrá casi un año yyo llevaré casi tres sin trabajar,viviendo de mis ahorros, y con muchasuerte habrá salido la novela. Demomento sólo está claro que nosquedaremos en Washington, en eldepartamento tan agradable de la calle35, esperando a que nazca el bebé en elhospital de la universidad. Confío enque al llegar a casa no encontraremosuna carta de Laurent contándole a Sofíanuestro encuentro en París. Ahora

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mismo, lo último que quiero es volver apelear con ella. Ya bastante he hechosufrir a esta mujer, llevándola a abortar,empujándola al borde del suicidio;ahora quiero darle un poco de ternurapara que termine sin más sobresaltoseste embarazo tan accidentado.

En el avión, jugamos a escogernombres para el bebé. Ella dice sindudarlo que, si es mujer, se llamaráMaría Gracia, y si es hombre, Martín.Yo, para hacerle una broma, digo que sies mujer quisiera llamarla Ximena, y sies hombre, Sebastián. Ella no se ríe, memira con un gesto de contrariedad,frunciendo el ceño. No ignora queXimena fue mi primera novia y

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Sebastián mi amante y que secretamentetodavía pienso en ellos. Le pidodisculpas, besando su mano, y digo queella elegirá el nombre y que MaríaGracia me gusta y Martín también. Yodigo que prefiero que sea mujer, porquesospecho que comprenderá con menosdificultad o vergüenza que me gusten loshombres, pero ella, para mi sorpresa,dice que prefiere tener un hijo, aunqueno explica por qué, tal vez porquepiensa que si es hombre me obligará asuprimir mis devaneos bisexuales y aconvertirme en heterosexual, lo que, porsupuesto, me parece imposible, no queSofía se aferré a dichas supersticiones,sino que yo pueda cambiar mi

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sexualidad.Mi plan es simple: seguir viviendo

con ella un año más, hasta que segradúe; acompañarla en el parto; cuidaral bebé mientras ella termina sumaestría; publicar la novela y seguirescribiendo; no moverme mucho deWashington y no bajar a Lima en ningúncaso, y al cabo de un año, cuando ella segradúe, irme a vivir solo y conseguir untrabajo en la ciudad, salvo que minovela haya sido publicada y meprocure unos ingresos que me permitanseguir viviendo como escritor sin tenerque agenciarme algún trabajoalimenticio. El plan de Sofía no loconozco porque ella dice no tener planes

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y estar resignada a que yo haga lo quequiera, aun contra su voluntad, perosospecho que piensa que las cosasmejorarán gradualmente entre nosotros,que el nacimiento del bebé afianzaránuestro amor y que no me iré a vivirsolo y saldremos adelante como parejay, eventualmente, después de sugraduación, nos mudaremos a Lima,conseguiré un trabajo en la televisión,tendremos otro hijo, nos inscribiremosen el club de polo, compraremos unacasa de playa al sur y todos losdomingos comeremos cebiche con susamigos.

Prefiero que me corten una manoantes que vivir esa pesadilla. Quiero

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mucho a Sofía y supongo que es la mujerde mi vida, pero volver a vivir en Limame parece una idea espantosa. Yo puedovivir contento sin empleadas, cocineras,lavanderas ni choferes a mi servicio; mebasta con barrer el departamento una vezpor semana, si acaso, y vivir sin auto enuna ciudad con buen transporte públicoy en la que sea agradable caminar. Sofía,en cambio, echa de menos lascomodidades domésticas de la vidalujosa en el Tercer Mundo, donde, pormuy poca plata, puede tener un ejércitode criados y mucamas que le facilitenconsiderablemente la vida.

Al llegar al aeropuerto Dulles,soportamos las colas de turistas —Sofía

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puede entrar por la fila denorteamericanos, pero yo sigo siendoperuano y tendré que esperar cincolargos años para emanciparme de eseyugo—, llegamos por fin donde eloficial de inmigración y le entregamosnuestros pasaportes. Con gesto adusto,nos pregunta por la razón de nuestroviaje y Sofía dice, sonriendo: Luna demiel. El tipo, un moreno rechoncho ymal afeitado que debe de hablar españolpero prefiere darse aires de gringo, nosonríe y dice que mi visa de turista haexpirado hace poco. Yo le explico quetengo un permiso de residencia temporaly un salvoconducto para salir del país,sellado en mi pasaporte. Mira bien las

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hojas del pasaporte, batracio ignorante,pienso, con una sonrisa falsa. El tipoencuentra el sello y lo examinaminuciosamente, como si desconfiase demí o yo le cayese mal y quisierameterme en problemas. Tal vez medetesta porque le encantaría viajar conuna mujer tan linda como Sofía. Elsalvoconducto sólo le permitía salir delpaís por una semana y usted ha estadomás de una semana fuera, dice, concara de pocos amigos. Sofía y yo nosmiramos sorprendidos. Nadie me dijoeso —alego—. Me dijeron que podíaviajar con mi esposa de luna de miel,no me dijeron que sólo podía estarfuera por una semana, me defiendo. El

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tipo me mira con desdén y afirma:Bueno, usted debería haber leído elsello en su pasaporte, acá diceclaramente que se le concede unpermiso para salir por siete días, ni undía más, y usted, ¿cuándo salió? Sofía,se apresura en contestar: Hace como dossemanas. Casi tres, digo. Hace tressemanas que está fuera. Ha violado elpermiso. Ésa es una falta grave.Espéreme un momento, por favor, dice,y se marcha con mi pasaporte en lamano.

Sofía y yo nos miramos asustados, yla gente en la cola nos mira con odio porhacerlos demorar más en este infiernoburocrático. Poco después, el tipo

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regresa con la misma cara de pocosamigos y me dice que he violado la ley yque no puedo entrar al país, que quedarédetenido en un cuarto del aeropuerto conotros pasajeros en tránsito y medeportarán a mi país de origen apenaspuedan. Sofía rompe a llorar, levanta lavoz, dice que es injusto, que acabamosde casarnos, que ella es norteamericanay yo su esposo, que no pueden hacernosuna cosa así. El tipo nos pide una pruebade que estamos casados y, por supuesto,no tenemos a mano el certificado dematrimonio, ¿quién se iría de luna demiel con el certificado en el maletín? Notienen anillos de casados, observa eloficial, dándoselas de listo, y Sofía me

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mira furiosa, como diciéndome tonto, tedije que no te sacaras el anillo, y yodigo no llevamos anillos porque nocreemos en esas formalidades, oficial,pero es un hecho que estamos casadosante la ley de Washington, D. C, y ustedpuede comprobarlo si desea. Al tipo nole gusta que yo le hable con esosairecillos leguleyos y retruca como ungorila: No importa, aunque esténcasados, el hecho es que usted haviolado la ley y por lo tanto no puedeentrar al país y, mientras se aclara suestatus legal, quedará detenido acá enel aeropuerto. ¿Y yo qué? —protestaSofía, como una dama humillada—. Yoestoy embarazada de seis meses, ¿me

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voy a quedar sola, sin marido, sóloporque nuestra luna de miel fue máslarga que una semana, señor?

Amo a Sofía cuando hace estasescenas, llorando con una elegancia queyo nunca podría igualar y que a estehombrecillo vulgar le recuerda sucondición de semianalfabetoacomplejado. Usted puede entrar sinproblemas, usted es ciudadana, pero elseñor queda detenido, lo siento, dice elagente. ¡No es el señor, es mi marido, elpapá de esta criaturita!, dice ella,tocándose la barriga. Puede ser, señora,pero igual queda detenido, afirmaenfático el oficial, y luego me dice quelo acompañe, pese a las protestas de

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Sofía, a quien miro desesperado yalcanzo a decir llegando a la casa,llama a Peter y busquen un buenabogado que me saque de acá antes deque me manden de regreso a Lima.Sofía me manda un beso volado y dice:No te preocupes, baby, te voy a sacarcuanto antes de acá. Yo trato deablandar al sujeto no ofreciéndole unaretribución económica, que eso podríallevarme a la cárcel, pues no estamos enel Perú, sino apelando a su improbablecorazón: No me haga esto, le juro quevenimos de nuestra luna de miel, fue unerror no leer con cuidado lasrestricciones del salvoconducto, pero lejuro que no tuvimos ninguna mala

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intención de incumplir la ley, fue sóloun descuido, una distracción, perosomos gente decente y mi esposa estáembaraza y me necesita, le ruego queme deje libre, no me haga esto, porfavor, póngase en mi caso. El tipo,mudo, no me mira, ignora mis súplicas yme mete a un cuarto grande y algopestilente, sin aire acondicionado o conel aire tan bajo que no se siente, lleno deturistas ilegales, y me dice que no memueva hasta que otro oficial me llame.Luego se va, cerrando la puerta.

Me encuentro de pronto entre ungrupo de morenos haitianos,desparramados por los asientos deplástico y en el piso, hablando a gritos

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en un idioma que no entiendo, comiendocosas que huelen feo, babeando, dejandoa sus niños correr, gritar y cagarse.Respiro aliviado cuando veo unamáquina de bebidas gaseosas y otra degalletas, chocolates y papas fritas. Almenos no me voy a morir de hambre,pienso. Luego voy al baño, que es unasco, me echo agua en la cara, trato deno llorar, y me resigno a lo peor, a queen unas horas me suban a un avión deregreso a Lima, deportado por ilegal.Me imagino el titular de Expreso enportada, anunciando, ya no mi bodaglamorosa, sino mi llegada a Lima en tanaciagas circunstancias: «Gabriel Barriosexpulsado de EE. UU. por ilegal.» Tal

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vez mi madre pueda hablar con nuestroquerido amigo Manu D’Ornellas, eldirector, y hacer un poco de damagecontrol. Dios parece haberse ensañadoconmigo, ¿y dónde irán a caer, sino ensaco roto, todas las súplicas, los ruegosy las plegarias de mi madre, si es quesigue rezando por mí? Camino hasta lasmáquinas de comidas y bebidas,evitando las miradas de los haitianos,saco una bebida en lata y unas papasfritas, me siento en una esquina sobreesta alfombra inmunda que apuesto nohan aspirado hace un mes y en la queseguramente han follado mil negroslujuriosos con igual número de negrasardientes, y, tras comer este paquete de

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grasa con cafeína, me tumbo en el suelo,cierro los ojos, me coloco mis tapones ymi antifaz, me abrazo bien a mi maletínpara que no me lo vayan a robar si mequedo dormido, y espero el sueño.

Unas horas después, alguien medespierta. Milagrosamente, he dormidoy no me han robado nada. A pesar deldolor de cabeza, me encuentro con lacara amable de un oficial que meconmina a incorporarme y a seguirlo.Me jodí, pienso. Me voy derecho aLima, se acabó la vida de escritoritinerante y el sueño de hacermeciudadano de este país en cinco años.Sígame, por favor, me pide el tipo,menos rudo que el que me detuvo. Salgo

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de ese cuarto horrendo, ahora todavíamás hacinado de inmigrantes ilegales, ycamino detrás de este agente que tieneun trasero que parecen dos y lo mueve alcaminar como si fuera una batea. Losculos más grandes del mundo están sinduda en Estados Unidos de América y enel servicio de inmigración y aduanas enparticular. Dios me ha castigado porquerer abortar, por casarme ante la ley yno por la Iglesia, por no invitar a mispadres a la boda y por ser tan gay,pienso, tal vez porque mis padres meeducaron a flagelarme así.

Tras caminar unos minutos que sehacen interminables, el tipo me hacepasar a sus oficinas, se acomoda tras un

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escritorio y me invita a sentarme frente aél. Luego examina mi pasaporte, mira lapantalla del ordenador y dice: Hemosrevisado su caso y hemos verificadoque usted se casó hace poco con unaciudadana norteamericana y que notiene antecedentes policiales. —No eneste país, pienso. El tipo prosigue—:Aunque usted excedió el tiempopermitido por su salvoconducto y ésaes una falta que podría ameritar que sele retire el permiso temporal deresidencia y se lo devuelva a su país deorigen, hemos considerado que esasanción sería excesiva y que vamos aperdonarle la falta y a dejarlo entrar,más aún considerando que su esposa se

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encuentra en avanzado estado deembarazo. Dios lo bendiga, pienso, ydigo: Muchas gracias, señor oficial. Lepido disculpas por incumplir misalvoconducto y le prometo que esto novolverá a ocurrir. El tipo, que a lomejor es gay, me mira con sospechosasimpatía y dice: Eso espero. Puede irsea casa. Suerte en su matrimonio. Yo ledoy la mano y digo: Igualmente, lomismo para usted, muchas gracias. Alretirarme pienso que he dicho unaestupidez, que a lo mejor no está casado,pero estaba tan nervioso que no pensé enlo que decía.

Antes de tomar un taxi, llamo de unteléfono público a Sofía y le digo que

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voy en camino. ¿En camino adonde?, ¿aLima?, pregunta, asustada. No, tontita,camino a abrazarte, ya me soltaron,digo. Media hora después, entro aldepartamento, la abrazo y siento que mivida sin ella sería mucho más triste.Gringos de mierda, me han dado unsusto de la gran puta, digo, y ella medice: No hables así, que el bebito va asalir lisuriento. Luego prepara una cenadeliciosa y esa noche duermo en sucama.

Tres veces por semana Sofía y yovamos juntos al hospital de GeorgetownUniversity a tomar clases de

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respiración, preparándonos para el partoque se avecina. Nunca había necesitadouna profesora de respiración, pensabaque podía hacerlo adecuadamente sinayuda de nadie, pero mi profesora, lamiss Milligan, me ha nombradoentrenador del parto de Sofía y trata deeducarnos con mucha paciencia en lasformas, técnicas y modalidades másconvenientes de respirar cuando llegueel momento de dar a luz al bebé. Somosno más de diez parejas las que acudimosa sus clases, aunque a veces las mujeresvienen solas y la relación que seestablece entre ellas es de absolutacordialidad, si bien generalmente lasgordas se hacen amigas entre sí y las

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más lindas se juntan entre ellas. Para mipesar, ningún marido, novio oacompañante es atractivo. Así como alas mujeres embarazadas les enseñan enestas clases a dosificar el aire y echarloen largas bocanadas o exhalacionescortas y repetidas, a los gays ybisexuales también deberíanadiestrarnos en respirar apropiadamentecuando nos meten una verga por eltrasero, pero por desgracia no hayclases de respiración para sobrellevarmejor aquellos dolores que a vecesresultan inevitables.

Yo dejé de respirar, me pusecolorado y lloré cuando Sebastián mehizo el amor por primera vez. Según

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estoy aprendiendo ahora con laprofesora Milligan, experta en lastécnicas de respiración Lamaze, eso,ponerte tenso, es lo peor que puedeshacer cuando pasas por un trancesemejante. Por eso estoy asistiendo aestas clases con mucho rigor ycuriosidad. Echado al lado de Sofía enunas colchonetas sobre el piso de lacancha de básquet del hospital, veo a laprofesora Milligan gritar ¡tomen muchoaire, aguántelo, bótenlo despacito!, yyo siento que Sebastián me la estámetiendo y debo dosificar el aire sinecharme a llorar, y luego la profesora,que a lo mejor nunca ha parido, chillaorgullosa ¡ahora respiren rápido, uno,

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dos, tres, uno, dos tres, uno, dos tres!, ySofía y yo, tumbados en las colchonetas,ambos en buzo, mirándonos con unamedia sonrisa, respiramos al ritmofrenético que nos marca la instructora ycasi silbamos exhalando el aire de esamanera, uno, dos y tres, y yo pienso enSebastián metiéndomela de esa formamachacona y repetida, uno, dos y tres, yque esta respiración habría sido muy útilpara mitigar la natural aflicción o pesarque me producía esa penetración.

Tales fantasías hacen mis clases másentretenidas. Desde luego no lascomparto con mi esposa, pues la veosatisfecha de tenerme a su lado como unentrenador responsable y dedicado.

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Luego la profesora Milligan nos entrenaa los hombres en las frases, palabras olos latiguillos de aliento que debemosdecir a nuestras mujeres cuando esténpasando por los peores dolores delparto, además de recordarles lasdistintas fases y técnicas respiratorias.Lo más importante es decirles cosasoptimistas, alentadoras, positivas, porejemplo, vamos, tú puedes, ya faltapoco, lo peor ya pasó, no te rindas, nosabes cuánto te admiro, puja fuerte, miamor, que ya está saliendo el bebito,pero yo, hincado de rodillas detrás deSofía, hablándole al oído mientraspractica sus ejercicios respiratorios,siento que toda esa cháchara es inútil y

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que cuando le duela la matriz entera, nosolvidaremos de ella. Yo creo que,llegado el momento, será mejor respirarcon ella, ambos al mismo ritmo, guardarsilencio y tratar de no caer desmayado,pues no creo que tenga fuerzas pararepetir el discurso optimista de laprofesora.

Las clases también ponen énfasis entodo lo que debemos hacer parareconocer que ha llegado el momento deir al hospital a dar a luz, explicándonosen detalle las contracciones, la rupturade aguas, el grado de dilatación y todaslas señales que podemos detectar paraestar seguros de que debemos correr aser padres. Yo, atento y en silencio,

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considero que, por el tamañodesmesurado del sexo de Sebastián,debo tener una dilatación anal aúnmayor que la dilatación vaginaldiagnosticada por miss Milligan comoadecuada para parir, y en cuanto a laruptura de aguas, recuerdo que se merompieron las lagrimales cuando eldesgraciado me la empujó sin un ápicede ternura, pues dejé muy aguada laalmohada en la que lloré de dolor,mordiéndola (mordiendo la almohada,digo, aunque bien merecía eldesconsiderado que lo mordiera ahíabajo).

Las clases disipan en parte nuestrostemores y nos recuerdan, como no se

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cansa de repetir la profesora, que noestá embarazada sólo la mujer, estamosembarazados ambos padres, y por esonos obliga a repetir en voz alta, depareja en pareja, sentados sobre lascolchonetas haciendo un círculo, hola,mi nombre es Sofía y estoyembarazada, hola, mi nombre esGabriel y estoy embarazado, y luegoambos al unísono: ¡nos queremos muchoy estamos embarazados!, y los demásaplauden y yo me siento un idiota. Talvez por eso, una noche sueño con queme encuentro casualmente con mispadres caminando por las calles deGeorgetown y les anuncio con orgullo loque me ha enseñado la profesora

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Milligan: Papá, mamá, ¡estoyembarazado! Ellos quedan mudos,pensando que es una broma de malgusto, y yo, afirmando mi condición dehombre preñado, insisto: De veras, noestoy diciendo esto para molestarlos,¡estoy embarazado! Entonces mi madrepalidece en el sueño, aprieta con fuerzasel rosario que lleva entre las manos yme dice: Hijo, eres un hombre, el Señorte hizo así, ¡no puedes estarembarazado! Yo, sin dejarme intimidarpor sus dogmas intolerantes, digo casigritando para que me oiga el vecindarioentero: ¡Estoy embarazado, mamá!¡Hay un bebé en mis entrañas, unacriaturita moviéndose en mi vientre!

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Tócame la barriga, mira cómo semueve, ¿sientes sus pataditas?Entonces mi padre dice: ¡Pataditas sonlas que te voy a dar yo, maricón demierda!, y me da una patada en eltrasero, al tiempo que mamá, para misorpresa, grita: ¡Si estás embarazado,tienes que abortar!, pero yo medefiendo: No, mamá, la religióncondena el aborto, es un crimen, unasesinato, ¿cómo puedes pedirme queaborte a tu nietecito, a una criaturitainocente! Entonces ella me toma confuerza del brazo, mirándome con unosojos flamígeros, inquietantes, poseídospor la fe única y verdadera, y sentencia:Tienes que abortar porque estás

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embarazado del diablo.

Sofía ha leído mi novela y estáindignada. En realidad, no la ha leídotoda, sólo la primera parte, el primertercio más o menos, lo suficiente paraque se escandalice y se oponga a queintente publicarla. La leyó mientras yofui al cine en autobús, y casi mejor quelo hiciera, porque ya me parecía extrañasu reticencia a leerla. Yo nunca quiseesconderle el manuscrito y más bien laanimé a que lo leyera, pero ella decíaque estaba muy ocupada en sus tareasacadémicas y que lo haría apenastuviese tiempo. Pensé que en realidad

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ella sospechaba, por las cosas que lehabía contado escribiéndola, que no legustaría leerla, dado que la historia o lashistorias están impregnadas de unasensibilidad gay que me resultó natural,inevitable.

Al llegar del cine, ya de noche, laencuentro en el teléfono hablando con sumadre, que está en Lima, y apenascuelga me mira con ojos llorosos y dice:Por favor, no publiques este libro,Gabriel. Me quedo sorprendido. Veo elmanuscrito abierto sobre la cama y lepregunto: ¿Lo has leído todo? Ella dice:No todo, pero me basta con lo que heleído. Yo trato de tomar las cosas concalma y le pido que se siente conmigo en

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la cama. Luego le pregunto con dulzura:¿No te ha gustado? Ella no me mira alos ojos, como si le costara trabajoresponderme: No puedo mentirte, tú meconoces demasiado. Me duele decirteesto, pero no, no me ha gustado, meparece demasiado fuerte. Yo meentristezco porque, a pesar de que lanovela es por momentos dura y hastasórdida, pensé que ella podía entendermi necesidad de escribirla, deencontrarle algunos méritos y de leerlacon cierto agrado. Sí, es fuerte —digo—. Pero la vida también es fuerte, y yohe escrito esta novela porque me hasalido del alma y tenía que escribirla.Es así. No hay vueltas. Ésta tenía que

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ser mi primera novela. Ella me acariciala mano y me mira con amor. Es tanhermosa cuando me mira así, llena deternura. Yo te entiendo —dice—.Entiendo que tenías que escribirla.Tenías que sacarte de encima esosrecuerdos tan feos. Ha sido como unaterapia y ahora te veo más feliz. Perosólo te pido, por favor, que no lapubliques. No ahora. Yo retiro mi manode la suya. ¿Porqué?—pregunto—. ¿Porqué no ahora? Ella me mira como si lesorprendiese la pregunta, una sombra ensus ojos: ¿No te das cuenta? Vamos atener un hijo. No puedes publicar esanovela tan escandalosa. Me haríasmucho daño. Nos harías daño a esta

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criaturita y a mí. Yo asiento y digo,resignado: Te entiendo. Déjamepensarlo. Pero no te preocupes, que, laverdad, no creo que ninguna editorialquiera publicarla. O sea, que no hayningún peligro por el momento.

Sin embargo, parece que esarespuesta no la deja satisfecha y por esodice: ¿Y si te dicen que quierenpublicarla? Acuérdate de que VargasLlosa te está ayudando. Yo creo que siél les pide que la publiquen, lo van ahacer. Yo tomo aire profundamente,como nos ha enseñado miss Milligan ahacer en los momentos de tensión, ydigo: Si una editorial española me haceuna buena oferta, lo pensaría, pero

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creo que sería muy difícil para mídecirle que no. Sofía se pone de pie,molesta: ¿Aunque yo te pida que no lapubliques? Yo también me pongo de piey digo con firmeza: Aunque tú me lopidas. Ella se da vuelta y se retirabruscamente de la habitación. Yo meacerco y la detengo con suavidad. No meentiendes, mi amor —le digo conternura, y veo que está llorando—. Yo nopuedo abortar mi novela como tú nopudiste abortar a tu bebé, amado,tocándole la barriga. Ella me mira,fastidiada por la comparación, y dice:Es muy distinto. No es igual. Tu novelame va a dejar humillada. Puedesescribir otra. Puedes escribir una

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historia bonita, que no sea tandeprimente, tan fea, tan escandalosa.Una historia tierna, que tu hijo puedaleer algún día. ¿Por qué no escribesuna novela así? ¿Por qué tienes quepublicar un libro lleno de historiasfeas, horribles? Yo trato de noenfadarme y digo: ¿Tanto te hadisgustado el libro? Ella dice: ¿No tedas cuenta de que si lo publicas novamos a poder volver más al Perú? ¡Esuna locura! ¡Vas a tener un hijo yquieres publicar un libro diciéndole atodo el mundo que eres una loca! ¡Y nisiquiera eres una loca, eres mucho máshombre de lo que dices en el libro! Yome irrito y digo antes de salir del cuarto:

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Lo siento, Sofía. Si no te gusta lanovela, mala suerte. Pero si algunaeditorial se anima, creo que voy apublicarla. Ella tira la puerta de sucuarto.

Esa noche vamos a dormir sinhablarnos. No me gusta dormir así,peleado con ella. Duermo mal, tengopesadillas. A la mañana siguiente, se vatemprano y no me deja una nota ni eldesayuno preparado. A media mañana,mientras trato de escribir, suena elteléfono y cometo la imprudencia decontestar. Es Bárbara, que me habla conuna amabilidad sospechosa: Hola,Gabriel, qué gusto hablar contigo,hace tiempo que no hablamos. Yo me

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hago el tonto: Sí, qué gusto, ¿todo bien?Ella no pierde tiempo: Sí, mira, te llamoporque Sofía me ha contado que yaterminaste tu libro y que quierespublicarlo en España. Yo temo lo peor.Sí, así es, digo, odiando a Sofía poracusarme ante su madre. Mira, sóloquiero decirte algo para que lo pienses,y no te lo digo para fastidiarte la vida,sino por tu bien. —Claro, seguro que espor mi bien, pienso, seguro que noduermes pensando en hacerme feliz,vieja arpía, ¿crees que soy tan ingenuopara engatusarme de esta manera tanchapucera? Ella continúa—: Sofía meha contado que tu libro es tremendo,que está lleno de mariconadas, que es

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un libro para maricones. —Yo guardosilencio: nada que pueda decir cambiarálas cosas. A Bárbara, al parecer, lemolesta que no diga nada, tal vez poreso se pone más agresiva y dice—:Todos en la familia pensamos que seríauna locura que publiques un libro así.Recapacita, por favor. Tú eres unapersona inteligente. Comprende queestás por tener un hijo con Sofía. Esoes para toda la vida, Gabriel. Vas a serpapá y no puedes seguir haciendopayasadas, irresponsabilidades, cosasde chico malcriado que quiere fastidiara sus papas. Ya basta de rebeldías,basta de poses de niño terrible. Nopuedes publicar ese libro, Gabriel.

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Simplemente, no puedes publicarlo siquieres ser papá. —Yo sigo callado.Ella pregunta—: ¿Me estásescuchando?, ¿estás ahí? Yo digosecamente: Sí, aquí estoy. Bárbara diceentonces: Tienes que elegir. O tu hijo oel libro. No puedes hacer las dos cosas.Si eliges a tu hijo, olvídate de tu libro,bótalo a la basura, quémalo. Si eligesesa novela de maricones, olvídate de tuhijo, no vas a ver a Sofía y no vas a vernunca a tu hijo. Yo me indigno deescuchar ese chantaje vil: ¿Y quién diceeso? ¿Lo dices tú o lo dice Sofía? Ellaresponde con firmeza: Lo decimos todosen esta familia, incluyendo a Sofía. Yome defiendo, aunque no debería decir

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nada, lo mejor sería quedarme callado:No tienes derecho a decirme eso. Yopuedo ser un buen papá y tambiénpublicar mi novela, aunque a ti y aSofía no les guste. No es justo que mehagan escoger entre mi hijo y minovela. Ella habla con su voz másdespiadada y egoísta: A mí no meimporta si te parece justo o no. Yo lo hehablado con todos en la familia yhemos tomado una decisión: Sipublicas ese libro de maricones y hacesun escándalo asqueroso y nos salpica atodos la mierda que vas a poner en elventilador, olvídate de tu hijo y deSofía para siempre. Eso es todo lo quetenía que decirte. Adiós.

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Me quedo desolado y rabioso al piedel teléfono. Regreso a la computadorapero no puedo escribir. Estoy indignadocon Sofía. No debería haber llamado asu madre y urdir este complot contra minovela. Un rato después, vuelve a sonarel teléfono. Es mi madre: Mi amor, miGabrielito, mi pericotito, no vayas apublicar ese libro que has escrito, ¿ya?Porque sería muy malo para tu futuro,para tu vida familiar. Te lo digo yo contodo el amor que tú sabes que sientopor ti, que siempre has sido mifavorito, mi engreído. Yo le digo: Pero,mamá, ¡no has leído una línea dellibro! ¿Por qué te parece que no debopublicarlo? Su respuesta me irrita aún

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más: Porque yo no tengo que leer tulibro para saber que no te convienepublicarlo, mi amor. Yo te escucho lavoz y ya sé perfectamente cómo estás. ysé que estás confundido, pasando porun mal momento, pero con la ayuda delSeñor y del Beato José María saldrásadelante, ya verás. No vale la penadiscutir con mamá, es inútil, estáaferrada a unas supersticiones tóxicas delas que ya es obvio que nunca sesacudirá. Sólo falta que llame mi padre.

Antes del mediodía, cumple conhacerlo. Con voz consternada, me dice:Hijo, te suplico que no publiques eselibro. Te ruego que no lo hagas. Vas ahacerle mucho daño a la familia. Le

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digo que lo voy a pensar, que no sepreocupe, que no es seguro que lopublique porque todavía no hay unaeditorial interesada. Tras despedirnos,me quedo pensando que es la primeravez que mi padre me ruega algo en esostérminos tan desesperados. Está todomuy claro: si llego a publicar la novela,habrá una guerra familiar y todos en lafamilia de Sofía y en la mía me odiarán,tomarán represalias contra mí y acasoSofía cometa la locura de alejarme demi hijo. Si creen que me van a intimidar,se equivocan. No me rendiré ante ellos.Si quiero ser un escritor, es ahoracuando debo demostrarlo. No abortaréesta novela aunque toda mi familia me

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odie. Tal vez algún día mi hijo puedacomprenderme. ¿Cómo podría querer aese niño o a esa niña si destruyo estanovela que tanto trabajo me ha costado?¿Debo renunciar a mi sueño de ser unescritor sólo porque, como voy a serpadre, se supone que debo cuidar elhonor tal como estúpidamente loentienden las señoras beatas o refinadasde la ciudad en que nací? ¿No seré unmejor padre si lo arriesgo todo ypublico la novela, aunque deje de ver untiempo a mi hijo y a Sofía? Lo tengoclaro: nadie va a negarme el derecho dedar vida a mi novela. La publicaréporque amo a mi hijo y quiero que algúndía se sienta orgulloso de que su padre

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se atrevió a ser lo que soñó y no se dejóintimidar por su familia. No abortaré minovela. Voy a ser padre y tambiénescritor. Que se jodan mi madre, miesposa, mi suegra, mi padre, mishermanos, mi cuñado y todos losmaricones reprimidos del Opus Dei.

Sofía vuelve agotada de clases, mesaluda con cariño, lo que me sorprende,y sugiere ir a tomar un café a Sugars. Megusta esa cafetería a sólo media cuadradel edificio: los dueños son unoscoreanos muy amables, Kim y su esposoSun, que hacen unos sánguches muybuenos, y a menudo la visitan los chicos

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guapos de la universidad, claro queninguno se fija en mí; el único que aratos me mira es Julio, el hondureño dela cocina, un chico bajo, con las patillaslargas y pobladas como Elvis, que debede ser gay porque me mira con unainsistencia sospechosa. En Sugars hayuna barra con asientos rojos, redondos ygiratorios, frente a la plancha eléctricaen la que Julio fríe agitadamente lascomidas, y un puñado de mesasdispersas, no más de diez, siendo lamejor aquella que da a la ventana de lacalle 35, donde por lo general nossentamos Sofía y yo, como ahora, queacabamos de entrar, saludar a Kim, lacoreana y pedir Sofía un café con leche

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y tostadas y yo unos huevos con tocino yun jugo. Sofía me mira con cariño.

No sé qué decirle. No haynovedades. Ninguna editorial me hacontestado y quizá no lo haga nunca. Sinembargo, seguiré escribiendo. Esprobable que no pueda dejar de hacerloa pesar de tantas contrariedades oprecisamente a causa de ellas. Ya le hedicho a Sofía que, por mucho que seopongan su familia, la mía y ella misma,la decisión sobre los textos que debo ono publicar la tomaré yo solo. Ella mecomunica entonces la decisión que hatomado: Si publicas la novela que heleído, te dejo, me voy, no podemosseguir juntos. Lo dice con una voz

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serena, pero sus ojos la traicionan yrevelan la tristeza que trata en vano deesconderme. Ni siquiera has terminadode leerla, digo con suavidad. No puedo,me hace daño, siento que cada palabraes un cuchillo que me estás clavandoen la barriga —dice con excesivodramatismo, tanto que me molesta. Mequedo callado para no decir algomezquino, hiriente—. Siento que tengoque proteger a esta criaturita —añade—. No puedo envenenarme leyendo tunovela, Gabriel. Bueno, está bien, si note provoca, no la leas —digo—. Pero sila publico algún día, cosa que no espara nada segura, ¿qué harías?, ¿nome dejarías ver a nuestro hijo, te irías

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a vivir con tu madre y me odiarías?Sofía demora su respuesta porque seacerca el camarero y deja el café paraella y el jugo de naranja. Cuando elmuchacho se aleja, ella habla sin dudar:Si publicas tu novela, no volveré alPerú nunca más. No podría. Sería unavergüenza para mí. No podría mirar ala cara a nadie allá. Yo me sorprendode que diga algo tan tajante y pregunto:¿Tanto te avergüenza que puedapensarse que soy gay o bisexual? No espara tanto. Creo que exageras. Ellacontinúa hablando como si no me oyese,mientras miro sus ojeras pronunciadas ylas manos que mueve nerviosamentesobre la mesa: Si tú me amas de verdad,

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no publicarás ese libro. Te lo estoypidiendo de rodillas. Si me quieres,escribirás otro que no me haga daño ybotarás este que me hace llorar y sentirvergüenza de ti. ¿Y si no lo boto? —pregunto—. ¿Y si lo publico? Sofíaresponde: Apenas me gradúe, te dejo,me voy. Yo pregunto: ¿Adonde? Ellahace un esfuerzo para no llorar y dice:Todavía no sé bien. Al Perú ni cagando.y acá no me quedaría porque prefierono estar cerca de ti. Creo que me iría aParís. Lo dice sin mirarme a los ojos,como si le diese vergüenza. Pero no mesorprende, es comprensible que pienserefugiarse allá. ¿Con Laurent?,pregunto, sin ninguna hostilidad,

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tratando de ser amable. De nuevo, no memira a los ojos: Sí, volvería conLaurent, esta vez de verdad.

Me asalta la duda: ¿habrán habladoestos días?, ¿le habrá contado ella queleyó mi novela?, ¿le habrá confesado élque nos vimos en París sin que ella losupiera? Pregunto: ¿Has hablado con élen los últimos días? Ella respondelacónicamente: Sí. Yo insisto: ¿Y? Ellase queda en silencio. ¿Y?, vuelvo apreguntar. Y nada —responde, cortante—. Le pregunté si quiere que vaya avivir con él y me dijo que sí, quecuando yo quiera, que me estáesperando. Yo digo sin pensarlo: Esincreíble cómo te quiere ese tipo, pero

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ella me mira con mala cara, no le hacegracia el comentario. Tal vez tú todavíano sabes lo que es amar, dice, conamargura. Tal vez —digo, y la sientodistante—. y si te vas a vivir conLaurent y yo publico el libro, ¿no medejarías ver más a nuestro hijo?,pregunto, asustado. Sofía hace un gestode sorpresa: Yo nunca haría una cosaasí. Claro que podrías ver a tu hijo.Pero tendrías que ir a París a visitarlo.y tendrías un régimen de visitas. Loverías cada cierto tiempo, no más. Y amí no me verías más.

Ahora está llorando, seca suslágrimas con una servilleta de papel ymira hacia la calle 35, donde una chica

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linda que me recuerda a Ximena, miprimera novia, pasea a su perro cojo,que sólo tiene tres patas. No digas esascosas, por favor —digo, tomándola dela mano—. No tiene sentido que digascosas tan tremendas. Entiendo que noquieras que publique mi novela, peroyo no puedo jurarte que no lapublicaré, porque si Tusquets, SeixBarral o Alfaguara me dicen que laquieren, creo que sería una locuranegarme a publicarla, y entiendo queeso pueda molestarte, entiendo queprefieras no vivir más conmigo,entiendo que quieras irte con Laurent,pero no puedo entender que me digasque no nos veríamos más, eso no tiene

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sentido, y menos sentido tiene que tumamá me amenace diciéndome que sipublico la novela no veré nunca a mihijo, porque eso sólo me da más ganasde publicarla para joder a la loca de tumadre, que no tiene derecho dehablarme así. Sofía sonríe conamargura: No hablemos de mi mamá, túsabes cómo es ella, está loca y yo nopuedo hacer nada. Yo insisto: ¿Mejuras que nunca me quitarás a nuestrohijo, que nunca me prohibirás verlo, niaunque publique esta novela o cienmucho peores?

Desde la caja registradora, Kim y suesposo advierten que algo está mal entrenosotros y hablan en coreano, tal vez

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lamentando vernos discutir. No tengoque jurarte nada, tú me conoces —responde Sofía—. Pero sí te digo unacosa bien clara: si me quieres, aunquesea un poquito, si quieres vivirconmigo y con nuestro hijo, nopubliques el libro. Porque te juro, estosí te lo juro, que si lo publicas, me suboa un avión y me voy a París y me olvidode ti.

Tal vez sea lo mejor para todos,pienso, pero sólo digo: Comprendo.Ella come un pedazo de tostada conmermelada mientras yo doy cuenta conmalos modales de unos huevosdemasiado salados. ¿O sea que te daigual y vas a publicar la novela?, me

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pregunta, y luego tose, porque al parecerse atraganta con un pedazo de pan y se leponen coloradas las mejillas hasta querecupera el aire. No, no me da igual —digo, con una voz fría, impersonal—.Preferiría que te gustase la novela, queno te jodiese tanto entender mi ladogay. Me encantaría que pudierasentender que no es tan fácil para mídecir «no voy a publicar esta novelaque he escrito en los últimos tres añosporque a Sofía no le gusta y voy aescribir otra novela muy bonita, muylinda, llena de historias de amor muyheterosexuales y con finales muyfelices y cristianos, para que a Sofía ya su mami y a mi mami les guste

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mucho». Ella me interrumpe: No teburles de mí. Yo prosigo: Pero nopuedo decirte eso, porque me sentiríaun farsante. Lo mejor que puedodecirte es que te quiero mucho, quesiempre te voy a querer, y que amo albebé que va a nacer y que voy a tratarde ser un buen papá, pero las cosas quepublico no las negocio contigo ni contu madre, y no estoy dispuesto asometerlas a tu censura. Ella me miracon una furia que no le interesadisimular: Eso sólo demuestra que nome quieres. Porque si me quisierascomo un hombre de verdad, no temolestaría que decidamos juntos quépublicas o qué no publicas. Yo hago un

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gesto burlón y digo: Bueno, será que nosoy un hombre de verdad. Ella selevanta bruscamente y dice: No, sí eresun hombre, sólo que no quieres serlo yno te atreves a quererme. Paga lacuenta, te espero en el departamento.

Kim me mira con el rostro adustodesde la caja porque comprende quehemos peleado. Yo desvío la mirada,avergonzado. Sólo falta que estoscoreanos también me pidan que rompami novela, que la tire a la parrilla deJulio, el hondureño, para quemar allítodas las páginas pecaminosas queponen en peligro mi matrimonio. Yavísame con tiempo cuándo piensaspublicarla, para comprar mi pasaje a

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París, dice Sofía ofuscada y se marchade prisa, sin despedirse de los coreanos,tirando la puerta. Sería gracioso que mihijo me hablase en francés, pienso.

Estoy escribiendo a solas cuandosuena el teléfono. Contesto en seguida.No debería hacerlo pero tampoco puedoevitarlo. Me traiciona la curiosidad:quizá sea una editorial española, esperocon impaciencia esa llamada. Por lodemás, estoy enloqueciendo al escribir oal menos volviéndome esquizofrénico.Cuando escribo, me siento una dama yuna puta, camino por la casa diciendodisparates como si fuera otra persona y

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a veces grito, me río a carcajadas ysiento que estoy volviéndome loco. Esmi tío, que no me había llamado nunca ya quien no veo hace años, a pesar de lobien que me cae, aunque no sé si yo lecaigo bien a él, puede que no, porque legustan los jóvenes viriles y musculososy yo no alcancé a ser así y tampoco soyun joven. Se llama Henry, es hermano demi madre y tiene unos años más que ella,cincuenta y pico, quizá sesenta, y vivesolo, con muchos perros y criados a suservicio, a quienes desgraciadamentequiere en ese orden, en una vieja casonade Lima. Es un hombre cuya fortunaprocede de la minería y también de laastucia con que ha sabido invertir su

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dinero en las Bolsas más pujantes delmundo. Nunca se casó. No se le conocenovia. En realidad, todos sabemos quees gay, y Henry no hace ningún esfuerzopor ocultarlo, lo que me parecerespetable, dada la ciudad provinciana yoscurantista en que vive. Le tengo cariñoporque es un hombre refinado, culto ycon sentido del humor. Solía invitarme asu casa hace ya muchos años, comíamosestupendamente y me hacía reír comonadie con una lengua afilada y venenosaque no debe de haber perdido. Legustaba burlarse de la beatería de mimadre, de su fanatismo religioso, y poreso yo lo quería más. Siempre pensé queHenry era el más inteligente de los

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hermanos de mi madre y sin duda el másdivertido también.

Ahora está al teléfono desde Lima yme dice con esa voz chillona que por lovisto no le ha cambiado: ¿Cómo va lavida del escritor distante? Yo me ríocon sólo oír su voz y digo: Muy bien,muy bien, disfrutando de lacivilización. Henry no se ríe, porque élsólo se ríe de sus propias bromas, ydice: Eres un ingrato, hace años que novienes a visitarme. Yo le doy la razóncomo siempre, porque no me atrevería adiscutir con él y ponerme a merced de sulengua tan temida: Sí, lo siento, pero esque no paso mucho tiempo en Lima, teprometo que cuando vaya iré a

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visitarte, o mejor si tú vienes por acá,podemos vernos y tomar el té. Henrycarraspea y dice: Eso sería estupendo.Luego se hace un silencio que no meanimo a romper. Prosigue con una vozinesperadamente grave: Te llamo porquehe tenido esta mañana unaconversación con tu señora madre, queme llamó bastante alarmada. Yo lointerrumpo: ¿Por qué está alarmada mimadre? ¿Se le ha aparecido monseñorEscrivá? Henry ríe pero sólo a medias,desganadamente, y continúa hablandocon la voz condescendiente que empleacon todos: No, tú sabes bien por quéestá alarmada tu madre, estápreocupada porque dice que vas a

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publicar una novela muy inconvenientepara la familia, una novela que, segúnella, y éstas son las palabras que usó,«será como una bomba». Yo me río ypor suerte él también. No es así, Henry,digo, sin llamarlo tío, algo que,sospecho, él agradece. Cuéntame tuversión, por favor, dice, con los buenosmodales de siempre. Pues, sí, he escritouna novela y la he mandado a unaseditoriales en España, y Mario VargasLlosa me está ayudando a publicarla,pero no es seguro que la publique,dependerá de que alguna editorial seinterese, digo. Henry permanece ensilencio unos segundos que meincomodan. ¿Ese señor que se ha hecho

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español y que anda por el mundohablando mal de su país es el que teestá ayudando?, pregunta. Ya veo queno te cae bien —digo—, pero tú sabesque yo lo admiro mucho y él ha sidomuy generoso conmigo. Henry levantala voz, haciéndola levementeinsoportable: No es que no me caigabien a mí, es que no le cae bien a nadieen esta ciudad, porque ha quedadoresentido con la derrota en laselecciones y odia al chino por eso, perono se puede negar que el chino estáhaciendo las cosas bien y poniendoorden en el país. Pero no nosdesviemos. ¿Y es verdad, como dice tumamá, que es una novela muy horrible,

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muy escandalosa, que ataca a loscuras, al OpusDei y a toda la familia?Yo procuro ser honesto: Bueno, sí, esuna novela un poco fuerte, sobre todopara los estándares de mi madre, que,como tú bien sabes, sólo lee los librosque le autoriza el Opus Dei. Pero nocreo que le haga daño a nadie, y nodiría que ataca a mi familia.Simplemente hay escenas de amorhomosexual y cosas así que a mi madrele parecen abominables y repugnantes,pero a mí no. Yo espero que él diga y amí tampoco, pero no lo dice, guardasilencio porque es un caballero a laantigua con un alto sentido de ladiscreción. A continuación, dice algo

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que me sorprende: Tu madre me hapedido que negocie contigo para quedesistas de publicar esa novela que yono he leído pero que, por supuesto, megustaría leer. ¿Que negocies conmigo?,lo interrumpo. Sí, tus padres quierenhacerte una propuesta a través de mí,que yo me limito a comunicarte en lostérminos más cordiales, sin que esosignifique necesariamente que yo estéde acuerdo con esa propuesta o con lasideas o prejuicios que la inspiran.

Me gusta que sea Henry quiennegocie en representación de mispadres, me gusta que llame a pedirmecuentas por una novela que, sospecho, leencantaría. ¿Y cuál es esa propuesta?,

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pregunto. La oferta es la siguiente: sialguna editorial te hiciera unapropuesta económica para comprar tunovela, tu familia está dispuesta aofrecerte el doble para adquirirla y nopublicarla. Ésta es la oferta que mehan pedido que te haga llegar y que yocumplo lealmente en decírtela. Yo merío halagado y digo: No está mal, perode momento ninguna editorial me hadicho nada. Henry dice: Bueno,piénsalo. ¿Qué crees que debo hacer?,pregunto. Por lo pronto, mandarme unacopia de tu novela —dice, y yo ríoencantado—. y luego, tú sabrás, yoprefiero no opinar, aunque siempre tehe dicho que debes hacer todos los

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esfuerzos posibles para llevarte biencon tus padres, por encima de lasdiferencias de opinión que puedastener con ellos. Yo le digo: Te enviaréla novela, y muchas gracias por llamara decirme la oferta familiar. EntoncesHenry, astuto, vuelve a sorprenderme:Sólo te pido un favor. Yo digo: Claro, loque quieras. Con voz apropiadamentesarcástica, dice: No me vayas a meteren la novela. Si me has puesto, sácamecuanto antes, hazme el favor. Yo estalloen una risotada y digo: No, Henry, quéocurrencia. Tras despedirnos, me quedosonriendo porque sí, hay un personajeinspirado en él y ahora no sé si sacarloo dejarlo en el texto. Lo que sí tengo

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claro es que no le mandaré la novelaporque empezaría a circular por laciudad y llegaría a manos de mi madre,y tampoco la venderé a mi familia acambio de no publicarla, porqueentonces no sería un escritor, sino unmercenario y un cobarde y no tendríacara para mirar a los ojos a mi hijo.

Sofía me despierta oliendo a unperfume fresco y con un vestido deflores que me gusta mucho. Es mivestido favorito, quiero decir que, detodos sus vestidos, es el que más megusta que ella se ponga, porque yo nuncame he puesto ni me pondría uno de sus

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vestidos, salvo en vísperas de nuestraboda. Sofía me pide que me levante yme vista rápido. Yo demoro enreaccionar porque anoche nos hemosquedado hasta tarde tomándole fotos asu barriga, que está gigantesca, tanto quetemo pueda traer a dos bebés. Una vezque me estiro y me quito el antifaz queme protege de la luz indeseable que caedesde la claraboya, le pregunto,cuidándome de que no sienta mi alientoamargo: ¿Qué te pasa?, ¿por qué estásvestida tan temprano?, ¿cuál es elapuro? Ella me mira con el airematernal que reserva para mí, porque aveces siento que soy su hijo adoptivo yno su esposo, y me dice: Vístete rápido

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que vamos a misa, apúrate, que nollegamos. Me quedo perplejo y digo¿estás loca? Ella me toma de la manoemocionada y dice: Estoy bromeando,tontito, vamos a que nazca el bebito,hoy es el día. Doy un salto del sofá yella me mira ahí abajo con una sonrisacómplice, porque he despertado con unaerección que debo atribuir a mis sueñosmás profundos, y pregunto, alarmado:¿Te sientes mal? ¿Ya te vinieron lascontracciones? Ella, tan valiente,mucho más que yo, dice serenamente:No he podido dormir en toda la noche,he tenido unos dolores muy fuertes, mevienen cada media hora, estoy segurade que tenemos que ir al hospital.

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Mientras me quito la ropa de dormiry busco algo limpio para ponermeencima, le digo, no en tono de reproche,sino de cariño: ¿Pero por qué no medespertaste? Hubiéramos ido en lanoche al hospital. No deberías haberpasado toda la noche con dolores. Ella,sentada, las manos cruzadas sobre labarriga, dice: No quería despertarte, noquería que vayas al parto de malhumor,yo sé que tú tienes que dormir tus ochohoras para estar contento, así queesperé las ocho horas y, bueno, losiento, tuve que despertarte, ya noaguantaba más.

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Me siento un caprichosoinsoportable por haber tenido a miesposa sufriendo toda la noche,desvelada con las contracciones, sinatreverse a despertarme. Ella es la únicamujer en el mundo que haría eso por míy es también la única con el coraje dedarme un hijo a sabiendas de micobardía. Me echo agua fría en la cara,me cepillo los dientes, me aseguro dellevar las tarjetas del seguro médico ysalimos de casa apurados, aunque notanto, porque, con esa barriga inmensa ylos dolores que le vienen a menudo, ellacamina naturalmente con dificultad.Apenas salimos del edificio le digo queme espere, que buscaré un taxi, pero ella

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me sorprende: No, quiero caminarhasta el hospital. ¿Estás loca?, le digo,con toda la ternura que mis nerviosexacerbados me permiten, y ellaresponde con aplomo: No, pero no meduele tanto y juré que iría caminandoal hospital, quiero pasar por losjardines de la universidad y ver lasardillas y llegar a pie a dar a luz. Mequedo aterrado y apenas articulo unaspalabras que revelan mi estado denervios y sobreexcitación: ¿Y si te vieneel parto en el jardín de la universidad?Ella me calma: Me aguanto un pocomás y llego al hospital. Vamos,ayúdame a caminar.

La tomo del brazo y empezamos a

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caminar lentamente por la 35, hasta laesquina de Sugars, y luego doblamos porla calle O y nos dirigimos a launiversidad, dos cuadras más arriba.Sofía camina despacio pero con unasonrisa. El día está espléndido, es unamañana soleada, fresca, luminosa, unade esas mañanas en las que uno sienteque la vida no es totalmente una mierda.Pasamos al lado de un viejo teatrín de launiversidad y de la Holy TrinityCatholic Church y vemos una pancartaadherida a las rejas de la iglesia, queanuncia en letras grandes: «Pregnant?Need help? The Gabriel Project. 800533 0093.» Pienso: no deja de ser unaironía que veamos este cartel en este

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preciso momento. Sofía y yo nosmiramos, recordando en silencioaquellos momentos tan tristes delembarazo, cuando yo le rogaba queabortase y ella no podía hacerlo porqueme amaba y amaba al bebé que yo sinquerer le había dado, y sonreímosmirándonos con amor después de todo yes un momento extraño y feliz. En losprimeros meses del embarazo, cuandono sabía si huir, abortar o matarse, Sofíaseguramente hubiese llamado a TheGabriel Project de haber visto estapancarta, y a lo mejor habría pensado endar al bebé en adopción. No me cansaréde darle gracias por no dejar que elbebé terminase en un frasco de vidrio

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lleno de sustancias químicas. Me acercoa ella, la abrazo con cuidado para noapretar esa barriga que le pesa tanto yseguimos avanzando a su ritmo, aunque aveces vienen los dolores, ella tiene quedetenerse y yo temo lo peor, terminarhaciendo de partero en la puerta de laUniversidad de Georgetown, ante lasmiradas perplejas de los chicos quenunca tuvieron ojos para mí.

Recia y valerosa, Sofía sesobrepone a los dolores y continúa lalenta marcha hasta el hospital, ahoracruzando los jardines de la universidad.Pasamos frente a la estatua de JohnCarroll y los dos cañones viejos delHealy Hall, por el jardín de la virgen

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donde mi madre estaría de rodillasrezando un rosario por el alma delnonato, al lado del edificio del ForeignService School, en el que estudió elactual presidente, y finalmente por larotonda floreada, apacible y llena deestudiantes del Edward BunnIntercultural Center, donde suelenreunirse los chicos más lindos, que soncasi siempre los que menos estudian.Ahora sólo tengo ojos para ella, miamor, la mujer de mi vida, que avanzamuy despacio, parando cada tanto, a dara luz y hacerme papá. Ya falta poquito,mi amor, ¿te sientes bien?, pregunto, sinimportarme que los estudiantes,profesores, limpiadores y curas que

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pasan por ahí nos miren con ojos depreocupación, simpatía o miedo, porquees obvio que Sofía camina con estabarriga enorme y el rostro compungidodebido a que es inminente el nacimientode su bebé.

Nadie se acerca a ofrecernos ayuda,ni siquiera los curas jesuitas que salenespantados cuando ven a mi mujerembarazada, con esta barriga colosal.No te preocupes, que voy a llegar, medice Sofía. Un poco más allá, entre eledificio de Ingeniería y el cementerio delos muertos ilustres, que no es sino unjardín hermoso y escarpado donde loscuras se hacen enterrar al morir, Sofía sedetiene de nuevo, abrumada por el

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dolor, y yo la consuelo: Ahora síestamos a una sola cuadra del hospital,mi amor, sólo nos falta un pasitonomás. Éste es el mismo camino queella y yo recorrimos maravilladoscuando llegamos a Georgetown y nosinstalamos en el primer departamento, elmás viejo, el de los pisos crujientes ylas cucarachas de madrugada, másarriba en la 35, casi llegando a laWisconsin, y ahora recorremos denuevo, pero ya siendo tres, o casi tres, yyo no sé si llorar, no todavía, debo serfuerte, un entrenador profesional comome enseñó la miss Milligan, recordarlelas fases respiratorias y decirle palabrasde aliento cuando dé a luz a nuestro

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bebé.Entrando al hospital, nos recibe la

bocanada fría del aire acondicionado.Tras verificar las tarjetas del seguromédico, sientan a Sofía en una silla deruedas y nos conducen rápidamente alpiso de maternidad. No tarda enaparecer la doctora que, según nosanuncia con voz firme, se encargará deasistir a Sofía en el parto, una mujer demediana edad, calculo que un par deaños mayor que yo, en sus primerostreintas, vestida con un mandil verdecomo el que suelen usar los doctores enlas películas o en las series detelevisión, pero sorprendentementeguapa, uno no espera encontrarse a una

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partera tan hermosa como ella. Yo lemiro fugazmente el trasero, que seinsinúa bajo unos pantalones ajustados,pero el anestesiólogo, un hombre deojos rasgados y segura procedenciaasiática, me pilla mirándole las nalgas ala doctora y me dirige una miradasevera, como diciéndome no mirandousted culo de doctora, cuidado que leclavo epidural por mañoso. Yo hago unademán distraído como si conmigo nofuera la cosa, mientras Sofía se tiende enuna camilla y la doctora la examina.

No sé qué hacer, si quedarme o irme,pero permanezco a su lado porque leoen sus ojos que eso es exactamente loque desea. Entonces la doctora, con el

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hombre de los ojos rasgados al lado,listo para ponerle a mi mujer lainyección con anestesia, le dice a Sofía,tras examinarla allí abajo, que todavíafalta para el parto, pues no tienesuficiente dilatación, y que puederegresar en un par de horas. Sofía memira indignada, bastante trabajo le hacostado llegar para que la devuelvan acasa, y dice con firmeza: No, gracias,preferimos quedarnos. Pero la doctorainsiste en que mejor volvamos luego, yel chino anestesiólogo, que parece unpsicópata armado con esa inyeccióngigantesca, asiente con su cabezota detorturador en mameluco. Entonces Sofíapierde las buenas maneras porque le

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sobreviene otro dolor fulminante y dicecon dificultad: A mí no me mueve nadiede acá, mi bebito está por nacer, y si nolo sacan ustedes, empiezo a gritarcomo una loca hasta que alguien meatienda. Yo admiro su valor y digo: Sí,por favor, doctora, hemos venidocaminando y mi esposa está muyadolorida, por favor, atiéndala ahoramismo, si es posible. La doctora meignora por completo y no se atreve amedir fuerzas con Sofía, tal vez porqueha comprendido que ella es capaz detirarle una palangana en la cabeza, y poreso dice: Mandaré a las enfermeraspara que vayan preparando todo. Luegose retira y detrás de ella, aunque sin

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mirarle el trasero, va el torturador conla epidural en la mano como si fuese unarma cargada.

Me acerco a Sofía y la acaricio en lacabeza, pero ella, sufriendo lascontracciones, me dice: No me toques,que me da más calor. Está acalorada ysudorosa a pesar del aireacondicionado. Parece que el bebé le damucho calor y por eso no vuelvo atocarla, aunque le digo cosas dulces aloído, que la amo, que todo va a estarbien, que el bebé será precioso y noshará muy felices. ¿Qué crees que va aser?, me pregunta. Niña, digo, sinpensarlo. Yo creo que va a ser niño —me dice—, y se llamará Martín. ¿Y si

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es niña?, pregunto, sólo para distraerla.María Gracia —responde—. MaríaGracia. Siempre quise tener una hijaque se llame así, María Gracia.

Poco después, llegan las enfermeras,tres mujeres obesas, uniformadas y deorigen hispano, lo que sin duda resultauna comodidad, pues nos hablan enespañol y es como si estuviéramos en laclínica Montesur o en el Hogar de laMadre de Miraflores, donde yo nací.Son tres mujeres diligentes y hacendosasque nos atienden con un cariño que nosería capaz de brindarnos esta doctoracircunspecta, y menos su asistente, elpsicópata, quienes ahora regresan yexaminan a Sofía poniéndole cremas en

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la barriga y aparatos que miden no séqué y me ponen más nervioso. Pareceque va quedando todo dispuesto para elparto porque las enfermeras incorporana Sofía, y el chino nos advierte que va aponerle la epidural para aliviar losdolores del parto. Sofía ni lo mira y ledice póngame doble ración, por favor,póngame dosis de caballo y lasenfermeras se ríen, pero el chino nosonríe siquiera porque es un torturadorprofesional, absorto en clavar su agujaen las espaldas de mujeres inocentes. Lohace con precisión y minuciosidad,mientras escudriño su rostro y descubroque sus labios inferiores tiemblanlevemente, como si encontrase un placer

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secreto y retorcido en el acto de hundirsuavemente esa punta metálica en la pieldesnuda de las mujeres que llegan aparir.

Odio a este psicópata anónimo,estoy seguro de que no es un enfermero,sino un pervertido, un sádico y unfisgón, que trabaja como anestesiólogosólo para ver a las mujeres con laspiernas abiertas, espiarles el sexo ycomplacer su apetito de crueldad congente indefensa. Chino cabrón, si teencuentro en la calle te muelo a patadas,pienso, mirándolo con severidad, peroél me devuelve una mirada fría, vacía,inexpresiva, como la de undescerebrado o un robot. Poco después,

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la doctora anuncia que es hora deponerse a trabajar. Showtime!, grita,algo trastornada. Yo miro aterrado aSofía, me paro detrás de ella y meacuerdo de que he olvidado traer lacámara de video, pero no le digo nada yle susurro al oído fase uno de larespiración, muy lenta y profunda, ¿teacuerdas? Ella empieza a respirarconmigo, ambos aspirando largasbocanadas y luego echándolas muydespacio, cuidando el aire, procurandorelajarnos, y yo siento que estoyhaciendo bien mi trabajo pero ellafrunce el ceño y se pone tensa porque noaguanta el dolor tan agudo. Entonces ledigo fase uno, fase uno, no te pongas

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tensa, mi amor, y ella hace un esfuerzopara seguir respirando como nos enseñóla profesora Milligan, y la doctora gritapush, push, push, y las tres enfermerastraducen por si hiciera falta empuje,señora, puje y empuje, puje y empuje,lo que me deja pensando en lasdiferencias entre pujar y empujar a estasalturas, cuando Sofía sólo trata desobrevivir. La pobre se pone roja,colorada, haciendo fuerzas para quesalga el bebé hacia afuera, y recuerdo loque una vez me dijo mi madre: Cuandodas a luz, hijito, duele tanto que escomo si te cortaran un brazo. Entoncesle digo fase dos, Sofía, fase dos, siendola fase dos un ejercicio respiratorio

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consistente en tragar y botar el aire entres turnos cortos, rápidos y repetidos,lo que, según la profesora Milligan,asegura que la mujer dosifique el aireapropiadamente, no se ponga más tensay logre mitigar de ese modo el crecientedolor que se origina en la matriz y lerecorre todo el cuerpo.

La doctora grita push harder, pushharder, y las enfermeras chillan pujandoy empujando más fuelle, señora, debende ser boricuas porque no dicen fuerte,sino fuelte, y Sofía sigue respirandoconmigo en la fase dos, inhalando yexhalando el uno, dos y tres, uno, dos ytres, y yo sigo muy orgulloso en mipapel de entrenador que no pierde el

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dominio de las circunstancias. EntoncesSofía grita ¡no puedo, no puedo más!, yla doctora keep pushing, keep pushing,it’s coming out, don’t give up on menow!, y el psicópata de la anestesiaobserva todo impávido, mirando desdela ventana, babeando de felicidad al vera Sofía con las piernas abiertas, y lasenfermeras alborotándose ya sale,señora, ya está saliendo, puje, empuje,bendito nene, y yo no sé por qué estastres enfermeras rollizas tienen que gritarcomo una muletilla bendito nene,bendito nene, pero me están volviendoloco. Sofía grita desesperada ¡no puedomás, no puedo más!, y deja de respirar,se pone toda tensa y colorada y puja con

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sus últimas fuerzas y yo siento que está apunto de desmayarse y que yo tambiénpodría colapsar en cualquier instante.Entonces le digo fase tres, Sofía, fasetres, porque pienso que es el momentocrucial en que debemos recurrir a latécnica Lamaze número tres, queconsiste en respirar de un solo golpe, yano en tres turnos, corto y muy rápido,casi como hiperventilándose, peroasegurándose de inhalar bien y botar elaire al mismo ritmo.

Sofía no me acompaña en la fasetres, sólo yo hago esta respiraciónextraña y frenética, mientras el chinopsicópata de la epidural me mira conaire burlón y Sofía chilla de dolor y yo

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le recuerdo fase tres, mi amor, fase tres,y entonces ella grita súbitamente¡cállate, carajo, métete la fase tres alculo y deja de joderme con esaestupidez! Ahora las enfermeras memiran muy molestas como diciéndomesí, cállese, señor, no moleste a laseñora, bendito nene, y la doctora gritaits coming, its coming, I got the headalready, give me a final push, give it tome! Entonces Sofía saca fuerzas delenfado, se ve que le ha hecho biengritarme, pero la culpa no la tengo yo, latiene la profesora Milligan, cuyastécnicas de respiración Lamaze hanresultado un fiasco, según me consta.

Tras mandarme callar a gritos, Sofía

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parece encontrar fuerzas en aquellarabia y puja y empuja con todo su amormaternal y grita como un animal herido,entregando sus últimas fuerzas en eseenvión desesperado que descarga ahíabajo entre las piernas. Entonces oigo unllanto, un chillido, y veo maravilladoque la doctora sostiene en brazos a unbebé manchado y asustado que llora sincesar. Luego anuncia con emoción Its agirl, its a girl! Sofía me mira llorando yyo lloro emocionado, las piernastemblándome. Las enfermeras limpian ala bebita, se la entregan a Sofía y ella lebesa la cabecita, las mejillas rosadas, yyo lloro mirando a esa persona frágil,inocente, aterrada, pero ahora menos

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porque de pronto se calma en los brazosde su madre y deja de llorar comosintiéndose protegida. Sofía la llena debesos llorando y le dice hola, MaríaGracia, hola, mi amor, y yo me acerco yle doy un beso en la cabecita todavíamojada y en seguida la bebita busca elpezón de Sofía, abre su boca inquieta ycomienza a chupar el pecho de su madre.Entonces se calma un poco y yo beso aSofía en la cabeza, llorando, viéndolallorar, sin poder creer que después detodo ha nacido esta niña que yo quisematar y que Sofía protegió con tantocoraje y que ahora me regala como elmás perfecto regalo de amor.

Le digo te amo, te amo, gracias por

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hacerme papá, siempre te amaré poresto, es el momento más feliz de mivida, y Sofía me mira con ternura y diceyo también te amo, por eso no pudeabortar. Conmovido, maravillado, veoque mi hija me observa mientrassucciona el pecho de su madre y creoque me mira con curiosidad y casisonríe al mirarme, y yo le digo hola, miamor, bienvenida, yo soy tu papá, ya sé,nada es perfecto, pero te amo, graciaspor hacerme tan feliz, y María Graciatoma su leche y yo me recuesto en elpecho de Sofía y lloro como un bebéporque siento que he nacido de nuevo yque esta niña, María Gracia, mi hija, meenseñará a amar.

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Más tarde se llevan a María Graciay Sofía se queda dormida. Lasenfermeras me dicen que puedo irme acasa, que Sofía dormirá unas horasporque está sedada y cuando despiertetraerán a María Gracia. Beso a Sofía enla frente y camino de regreso a casa.Cruzando los jardines de la universidad,me siento un hombre distinto, más librey feliz, lleno de un amor que no conocía.Siento que he nacido con mi hija, quesoy su hermano, y que juntosaprenderemos a amarnos, que ella meenseñará más cosas de las que yo puedaenseñarle y que me educará en el amor.Nunca me he sentido tan feliz. Lloro poreso. Amo a Sofía por darme esta

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lección, por hacerme padre a pesar demi cobardía y mi egoísmo, porenseñarme el amor incondicional. No sési seguiré viviendo con ella muchotiempo más, pero estoy seguro de queesta niña, María Gracia, hará mi vidamejor. Nunca me había sentido tantranquilo, liberado de rencores yamarguras.

Camino por estos jardines hermosos,respirando el aire fresco de la tarde ydando gracias por este día, el más felizde mi vida. Al llegar a casa, encuentroun fax que ha llegado de España. Es unacarta con el sello de Seix Barral, en laque Pere Gimferrer, legendario poetacatalán y director de la editorial, me

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anuncia que ha leído mi novela, que estámuy impresionado y que quierepublicarla. Me emociono y siento que esel primero de los muchos milagros queMaría Gracia ha venido a hacer en mivida. Ahora soy padre y van a publicarmi novela en España. Es el día másmemorable. Por eso estoy llorando en lacocina. Todo te lo debo a ti, MaríaGracia, amor de mi vida.

DIEZ AÑOS DESPUÉS

Este miércoles María Graciacumplirá diez años. Mañana tomaré elavión a París para estar con ella en su

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fiesta de cumpleaños. María Gracia novive conmigo, pero nos vemos todos losmeses. Vive con Sofía y Laurent en unacasa en el distrito dieciséis de París.Sofía y yo nos divorciamos cinco añosdespués de casarnos, aunque paraentonces ella ya vivía con Laurent.Tuvimos que esperar cinco años paraque yo pudiese hacerme ciudadano deEstados Unidos y en seguida nosdivorciamos, de modo que ella pudieracasarse con Laurent. A pesar de queahora tengo el pasaporte norteamericanocon el que tanto soñé, ya no vivo en esepaís. Cuando Sofía y María Gracia sefueron a vivir con Laurent, decidímudarme a España para estar más cerca

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de mi hija. Pasé un tiempo en Madrid,pero luego comprendí que el aire deBarcelona me venía mejor. Todos losmeses viajo a ver a mi hija y pasamos unfin de semana juntos. La amo comonunca pensé que podía amar a nadie. Eslo mejor que me ha pasado en la vida.Por eso no tengo sino amor y gratitudpor Sofía, porque nunca olvidaré queella me regaló a esta hija maravillosaque en algún momento quise evitar.

María Gracia es adorable, no dejade impresionarme, nos reímos muchojuntos. Creo que, para bien o para mal,se parece más a mí que a su madre. Diceque cuando sea grande quiere serescritora, pero no de libros, porque no

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quiere ser pobre, sino de películas, quedejan más dinero. Nos encanta ir al cinejuntos.

Aunque sólo tiene diez años, le gustair conmigo a las películas de niños ytambién a las de adultos, especialmentesi son historias de amor. El mes pasadovimos una comedia norteamericana ynos reímos mucho porque dos perrosterminan siendo gays. Nunca le hecontado que me gustan los hombres, quesoy bisexual, pero tal vez ella lo intuye,y no creo que nada cambie entrenosotros cuando se entere, porque sabeque la amo con todo mi corazón, queestoy orgulloso de ella, que soy su másrendido admirador y que daría mi vida

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por ella, literalmente daría mi vida porella. Puede sonar cursi escribir esto,pero es la verdad: sólo hay en el mundouna persona por la que yo entregaría lavida y ella es María Gracia, mi hija.

Por lo demás, podría decir que nome ha ido mal. He publicado otroslibros, he ganado un par de premios decierto prestigio, la crítica no ha sidodespiadada conmigo y ha creído veralgunos méritos en mis libros, y puedovivir modestamente, sin lujos, pero singrandes privaciones, con el dinero quegano escribiendo. Me considero unhombre afortunado: gozo de buena salud

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y me gano la vida haciendo lo que másme gusta, que es escribir. Pero, además,ahora sé lo que es el amor. CuandoMaría Gracia me abraza al verme llegarcon los regalos que me ha pedido y medice que me quiere y sonríe excitada yfeliz, yo siento que vuelvo a ser un niño,que la vida no carece de sentido y quetodo está bien.

Con Sofía las cosas no han sidofáciles. Ahora tenemos una relacióncordial aunque distante. Procuramos nohablar por teléfono, salvo que searealmente necesario, porque hemosaprendido que eso nos hace discutir portonterías. Preferimos comunicarnos porcorreo electrónico. Sólo nos escribimos

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cosas que tienen que ver con MaríaGracia o con el dinero que le transfieromensualmente a un banco francés parapagar el colegio de mi hija —un colegionorteamericano, en el que ha aprendidoa hablar un inglés mucho mejor que elmío— y sus gastos generales. Sofíatermina sus correos diciéndome:«Cariños.» Antes se despedía mássecamente: «Saludos.» Supongo queahora es más feliz. Está casada conLaurent, vive en una casa muy linda, notiene obligación de trabajar y se dedicaa cuidar a sus hijos: María Gracia,nuestra hija, y los mellizos Dominique eIsabella, que nacieron hace cuatro añosy cuyo padre es Laurent. Son dos niños

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hermosos y traviesos, muy parecidos asu madre. Creo que me quieren, me hacegracia que me digan tío. Laurent no es unhombre cálido, es más bien áspero yretraído, y me trata correctamente perosin el más leve gesto de cariño. Supongoque Sofía le habrá contado todo lo quesufrió conmigo y por eso él me mantienea prudente distancia de su mujer.

Cuando voy a su casa a buscar aMaría Gracia, me saludan amablementepero nunca me invitan a cenar o a tomaruna copa y parecen aliviados cuando mevoy con mi hija. En cierto modo, para mítambién es un alivio. Soy más feliz conMaría Gracia cuando estamos a solas,riéndonos de todo y de todos, también

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de Sofía y de Laurent, peroespecialmente de Bárbara, su abuela,que por suerte se quedó en Lima y a laque no veo hace años.

El mejor momento del año es julio,en pleno verano, cuando María Graciaestá de vacaciones en el colegio yviajamos adonde ella quiera. Hemos idoun par de veces a Washington, a conocerlos lugares donde comenzó su vida —elhospital, las casas en que vivimos hastaque Sofía se graduó, los parques a losque la llevaba a jugar mientras su madreestudiaba—, pero a ella le encanta ir aMiami y especialmente a Disney y a losparques de diversiones de Orlando,donde, pese al calor y la gente, es

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espléndidamente feliz y yo lo soy más,porque su felicidad es la mía también.En las últimas vacaciones, pensépresentarle a Martín, mi novio, pero éles muy tímido y prefirió que viajásemossolos María Gracia y yo, y se fue un mesa Buenos Aires a visitar a su familia.Martín es argentino y lo conocí hace unaño en el bar del hotel Majestic enBarcelona. Es muy joven, trece añosmás que yo, y tiene un cuerpo muy alto ydelgado que yo encuentro bellísimo.Martín dice que quiere ser escritor. Estáescribiendo una novela. Mientras tanto,colabora en una revista de modas, mepromete que irá pronto al gimnasio y meenseñará a patinar. Algún día me

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gustaría patinar con María Gracia.Algún día quisiera bailar con ella. Megustaría verla bailar a mi lado, libre yfeliz, y decirle: Ahora sé lo que es elamor, lo sé gracias a ti. Tal vez se lodiga este miércoles en su fiesta decumpleaños.

FIN DE EL HURACÁN LLEVA TUNOMBRE

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JAIME BAYLY. Nació en Lima en 1965.Tras ejercer el periodismo, inició sucarrera de escritor en 1994 con No se lodigas a nadie. Se han señalado conjusticia las virtudes de su estilo:personajes entrañables o afiebrados,diálogos ágiles e intensos, excelentemanejo de la acción y, sobre todo, un

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corrosivo sentido del humor.

En La lluvia del tiempo recrea sutrayectoria en la televisión. Otros librossuyos son Fue ayer y no me acuerdo(1995), Los últimos días de La Prensa(1996), La noche es virgen (1997), Yoamo a mi mami (1998), Los amigos queperdí (2000), La mujer de mi hermano(2002), El huracán lleva tu nombre(2004), Y de repente, un ángel (2005),El canalla sentimental (2008), El cojoy el loco (2009) y la trilogía Morirásmañana (2010-2012: El escritor sale amatar, El misterio de Alma Rossi yEscupirán sobre mi tumba).