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RECUERDOS DE VIAJE Y DE GUERRA POR FLORENCIO MÁRMOL CARTA A MI AMIGO D. JUAN CARBALLIDO BUENOS AIRES

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Descripción de batalla. Testimonio.

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Page 1: Florencio Del Marmol-Recuerdos de Viajes y Guerras

RECUERDOS

DE

VIAJE Y DE GUERRA

POR

FLORENCIO MÁRMOL

CARTA A MI AMIGO D. JUAN CARBALLIDO

BUENOS AIRES

___________

IMPRENTA DE OBRAS DE LA NACION, CALLE DE SAN MARTIN NUMERO 208.

1880

Page 2: Florencio Del Marmol-Recuerdos de Viajes y Guerras

CARTA A MI AMIGO EL DOCTOR D.JUAN CARBALLIDO

Distinguido amigo:

Alguna vez te has manifestado deseoso de conocer en detalle los sucesos de la guerra del Pacífico en que haya tomado alguna parte - las observaciones hechas durante mi permanencia en Bolivia y el Perú - y los incidentes ocurridos y esperimentados en el viaje.

De ninguna manera podria satisfacer mejor ese deseo, que haciéndote la relacion de todo ello por medio de esta carta, cuya publicidad espero me disculpes.

Te estrañará, quizás, este proceder, cuando sabes que mi primer propósito fué de no ocupar la atencion del público con nada relativo á mi última campaña.

Tú conoces mis desconfianzas y mi temor hácia las interpretaciones que puedan darse á una pública manifestacion, por mas sincera y humilde que ella sea. Tú sabes que siempre temí los calificativos arbitrarios con que muchas veces, la naturaleza humana, en su pequeña condicion, se siento inclinada á juzgar las espansiones de un hombre jóven. [pág. 5]

Pero cuando he visto terminada la tarea que me impuse en tu obsequio particular, he creido que de ella podría servirme al mismo tiempo, para esplicar á mis demás amigos y relaciones, á mis compatriotas en general, la conducta observada por un miembro de la juventud argentina, cualquiera que sea su nombre de pila, en país extranjero, con las armas en la mano, en las filas de un ejército no cobijado por la bandera blanca y azul- celeste de nuestras gloriosas tradiciones.

Encarando la cuestion bajo este punto de vista, faz que tiene una verdadera razon de ser, he considerado un deber mio dar publicidad á esta carta, venciendo todo temor, afrontando toda interpretacion, subordinando todo al dictado de mi conciencia.

Y al hacerlo, abrigo la esperanza y la satisfaccion de que cuántos de mis compatriotas se dignen leer estas líneas, han de pensar, como es mi convicción, que mis humildes servicios prestados á la causa de los aliados en las filas del ejército Boliviano, pueden sintetizarse en toda su modesta esfera, diciendo que los colores argentinos ostentados con orgullo en el extranjero sobre el peto de mi casaca, han sido llevados siempre con honor y dignidad.

Sentado lo que precede, entro en materia.[pág. 6]

I

En Febrero de 1879 un ejército chileno invadia sin prévia declaracion de guerra el territorio boliviano en la costa del Pacífico. Se pretestó el falseamiento de tratados internacionales por parte del gobierno de Bolivia, y, violando un principio de hidalguia reconocido y practicado por naciones civilizadas, quedó consumada la empresa, como lo hiciera el tirano paraguayo en 1865 sobre la ciudad de Corrientes.

El grito de indignacion que estos actos debian arrancar á Bolivia, se tradujo inmediatamente en la protesta que sus principales ciudades levantaran con toda la energía de un pueblo que se siente herido en su honor, en su derecho, en sus intereses: así nos lo hicieron comprender los écos del Illimani, del Potosí y del Chorolque, al repercutir en la cuenca del Plata.

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Las manifestaciones del patriotismo exacerbado por el ultraje del extranjero, fueron presididas siempre y en todas partes por banderas argentinas y peruanas, entrelazadas á la bandera nacional. Estas demostraciones de simpatia del pueblo boliviano hácia la República Argentina, eran el resultado de la íntima conviccion abrigada en aquel país, de que los argentinos seríamos sus decididos aliados en el vivac y en el campo de batalla.

Llevada á cabo la invasión chilena al territorio boliviano, el Perú, que iba á verse envuelto en la guerra, en virtud del tratado ofensivo-defensivo contra Chile, firmado con Bolivia en 1873, envió una misión diplomática á Santiago que tratara de evitar el desarrollo de los sucesos.

Esta embajada no tuvo otra consecuencia que la declara- [pág. 7] cion de guerra, violenta y temeraria, hecha por Chile al gobierno del Perú.

Desde aquel momento se abrió á la contemplacion de América y Europa el escenario de la contienda que iba á ensangrentar el Pacífico, amenguar la fuerza de tres naciones y retardar en su seno los beneficios que la paz fecunda y estimula.

II

La causa de Bolivia y el Perú tuvo de su parte las simpatias de la República Argentina. En muchas de sus capitales se hicieron manifestaciones numerosas y entusiastas.

Esta actitud era el resultado de la petulancia y la mala fé con que Chile procedia en el arreglo de nuestra cuestion de límites: la justicia, tan altamente reconocida y proclamada, que asistia á Bolivia y al Perú : y el medio indigno de que Chile se servia para declarar la guerra á esas dos repúblicas.

Pero algun tiempo antes de producirse estas manifestaciones de la opinion pública argentina, ya me habia impulsado un profundo sentimiento y una madura conciencia, á dirigirme al teatro en que iban á desarrollarse los sucesos de la guerra del Pacífico.

Sin recursos disponibles para hacer frente al viaje y sus preparativos, me decidí á consumar el mas costoso sacrificio, enagenando mi biblioteca, rica de libros y documentos americanos antiguos y modernos y mi colección de cuadros, una y otra reunida y legada por mi padre. [pág. 8]

Con el escaso capital conseguido por este medio, me hallé en circunstancias de emprender el viaje.

Hecho mi ligero equipaje de soldado en campaña, y arreglados todos mis asuntos particulares, dí el adios á Buenos Aires y un abrazo á mis amigos y familia, zarpando del puerto en la mañana del 27 de Abril á bordo del vapor Proveedor, en momentos en que la gran mayoría del pueblo se reunia en la plaza de la Victoria, para protestar contra fraudes y falsificaciones cometidos por la Legislatura.

III

Habia abandonado mi país y consagraba desde aquel momento mis servicios y mi sangre á otra Patria.

No era Bolivia - no era el Perú. Esa Pátria era la Justicia, los Derechos y la Independencia de dos pueblos, amenazados y comprometidos por la conquista armada de un vecino insolente y temerario. Pátria ilimitada, sin fronteras, cuyo gobierno y cuyo régimen están en la conciencia y el corazon de cada átomo en el mundo republicano. Pátria encarnada en las banderas de Bolivia y el Perú, flotando ante las huestes de Chile, hermana impúdica, que rompiendo con principios y tradiciones de la gran familia americana, jamás se la vio sonrojar al escandalizarla con los hechos de su bárbara usurpación.

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IV

En el Rosario encontré de viaje para Buenos Aires al Enviado de Bolivia, Dr. Quijarro, quién me favoreció con una carta de presentacion para el Dr. Dória Medina, Mi- [pág. 9] nistro del Gobierno del General Daza. El 29 continué mi viaje hasta Córdoba, de donde salí inmediatamente para Tucuman, teniendo el gusto de hacer este trayecto en compañia del Ingeniero Civil D. Pedro Coni. Al dia siguiente tomé asiento en la mensageria hasta Salta, en cuya ciudad fuí saludado por el General D. Nicanor Flores, el Dr. Caballero y otros ciudadanos bolivianos residentes allí. Tuve tambien la satisfaccion de encontrar en Salta á mi amigo y antiguo condiscípulo en las aulas de Jurisprudencia, D. Severo Gomez, que poco tiempo después pasó la cordillera y fué á ocupar un puesto en el ejército chileno, de cuyo país es natural. Pasados dos dias - y merced á las atenciones que me dispensaron los señores Dr. D. Abel Ortiz y D. Juan Martin Leguizamon - eché mi recado sobre el lomo de un caballo que me proporcionó el primero de estos señores, y en compañia de un oficial de Policía urbana puesto á mis órdenes, emprendí marcha hácia Jujuy. El 12 de Mayo me hallaba á tres leguas de esta ciudad, cuando tuve conocimiento de haber estallado en ese dia la revolucion que derrocó al Gobernador Torino. Creí prudente no entrar al pueblo esa noche, y me alojé en el rancho de un gaucho octogenario, que cautivó mi atención hasta cerca de la madrugada con el recuerdo de sus aventuras y peripecias en los hermosos tiempos de la patria vieja.

El dia 13 entré á la ciudad, cuyo Cabildo ocupaban algunas fuerzas revolucionarias. Me dirigí á ellas preguntando por su jefe, quién, una vez presentado, me pidió las pruebas del objeto que, segun habia enunciado, tenia mi viaje. Puse en sus manos varias cartas y otros comprobantes y quedé en libertad, prévio compromiso de no seguir adelante mientras [pág. 10] no se tuvieran noticias de la actitud que asumiera la Quebrada de Humahuaca, cuya influencia en las cuestiones políticas de aquella provincia, pesa poderosamente en la balanza del éxito. Seis dias estuve detenido por esta emergencia, la cual trastornaba profundamente el órden económico que me veia obligado á guardar, tanto mas cuando ni siquiera habia salido del territorio de la República.

En Jujuy no pude haber permanecido sin visitar con religioso respeto el edificio cuyo pavimento regó con su sangre, al exhalar el último aliento, el soldado caballeresco y mas preciosa víctima de la libertad argentina. Aun se conserva en la puerta de aquel edificio, el agujero abierto por la bala que, lanzada al acaso, fué á herir de muerte al noble general Juan Lavalle.

Tucuman, Las Piedras, el Pasaje ó Juramento, Salta, Jujuy, y mas tarde Cotagaita, Suipacha, Vilcapugio y otros, fueron lugares que conmovieron mi espíritu á influencia de diversas impresiones, templadas en las fibras del patriotismo.

El 18 de Mayo recien pude proseguir mi viaje. Devuelto al doctor Ortiz el caballo que me facilitara, y sentado en el lomo de una mula que se me entregó por órden de mi hermano político, el señor don Adolfo E. Carranza, aquel día fué el primero de una verdadera peregrinación, bien aventurada por cierto, pero que no pudo ser mas feliz.

Desde entónces emprendí la marcha sin otro compañero que el recuerdo querido de lo que dejaba atrás, y las esperanzas é ilusiones que me sonreían en los horizontes que tenia á mi frente - sin mas guia en mi itinerario que la huella del camino que tarde ó temprano habia de conducirme hasta Tacna. [pág. 11]

Desde entónces pude esperimentar muchas veces lo que siente el corazon y madura el pensamiento del hombre, al avanzar solitario en la estension estéril de la llanura, ó al doblar la cumbre del cerro, envuelto por la vaporosa gasa de una nube viajera. Desde entónces, cuánto encontré á mi paso fué una nueva impresion producida por la novedad que me ofrecian los lujosos caprichos de la naturaleza, estereotipados en el terreno, y los hombres, en sus costumbres, en sus vestidos, en su idioma. Valles, montañas, nieves eternas - rios congelados ó corrientes cristalinas que serpentean en las quebradas - precipicios en cuyo abismo se pierde la mirada y se produce el vértigo - cabras, llamas y alpacas pastando en una ladera fértil ó en el valle - el canto y la quena melancólica y monótona del pastor salvaje en las cumbres del cerro - las pampas, de hermosos mirajes en sus dilatadas sábanas,

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ó salpicadas de moles que se levantan rígidas, negras, aisladas, como gigantes en los horizontes de la llanura - todo era para mí objeto de incesante novedad y nuevas impresiones.

El 25 de Mayo, por la mañana, entré al pueblo de Humahuaca, donde no fuí estraño á las sencillas fiestas patrióticas que celebraban los niños y niñas de la escuela, dirigidos por su preceptor y el cura. Reunidos en la plaza, llevando cruzada al pecho la banda celeste y blanca, entonaron la primera estrofa del Himno Nacional. Como advirtiera que no se descubrian la cabeza, hice esa manifestación de respeto á la tradición histórica que se resume en el canto sagrado, y en el acto tuve la satisfaccion de ver que la practicaban los directores y los escolares, repitiéndola toda vez que entonaban una nueva estrofa en varias boca- calles del pequeño [pág. 12] pueblo. El paseo patriótico terminó á la puerta de una tienda-almacen, de propiedad del representante de la primera autoridad civil hasta hacia pocas horas, en que fué derrocado por un movimiento inmóvil, que respondiendo al de los revolucionarios de Jujuy, era la manifestacion tremenda de las soberanas voluntades del pueblo de Humahuaca. Formados los niños en semi-círculo frente á la puerta de aquella casa, fueron obsequiados por la señora del ex-funcionario con algunos confites y copas de licor.

Yo habia seguido aquella manifestacion, á tal punto conmovido, que me fué imposible ocultar alguna lágrima que asomó á mis ojos. El acto de haberme descubierto la cabeza, la constancia con que seguí á los escolares, llamó quizá la atencion del cura, español de nacionalidad, pues al llegar á la puerta de la tienda mencionada, puso en mi mano una copa y me pidió dirigiera á los niños algunas palabras. Lo hice con verdadero placer, espresando los sentimientos del puro patriotismo que me animaban en aquel momento. Esto me mereció ser invitado por la señora á pasar adelante, cuando ya los niños se habian retirado. Un minuto despues me hallaba en una sencilla y modesta habitación, sentado frente á frente de aquella amable señora, ambos con el sombrero puesto, ambos fumando un cigarrillo de papel, ella con su rebozo y yo con mi poncho, y ambos tomando alternativamente el mate que nos servia una bonita chola echada al pié de un brasero colocado entre la señora y yo.

Pocos dias despues atravesaba el rio de La Quiaca, que separa á la República Argentina de Bolivia. Cuando pisé la banda Norte de ese cajon por donde apénas corria un hilo de agua, dí vuelta instintivamente la cabeza y miré la tierra [pág. 13] que dejaba atrás, su cielo, su mata de yerba doblándose al soplo de las auras, y su rancho y su cerro, envuelto todo en las primeras sombras del crepúsculo, y todo apareciendo á mi vista como las últimas espresiones de la Pátria, en cuyo grato recuerdo seguí abstraido mi camino hasta llegar á la inmediata posta.

V

El viajero ménos curioso echa de ver el cambio paulatino que se desarrolla en la naturaleza y en las poblaciones, á medida que se sale de nuestro territorio para entrar al de la vecina república por el camino de La Quiaca á Mojos. La falda de los cerros vá desnudándose del verde oropel que puede admirarse desde Tucuman á Salta y de ésta hasta muchas leguas al Norte de la capital de Jujuy. La fisonomía de los naturales pierde simultáneamente ese sello peculiar á nuestro criollo, de tan varonil hermosura y altiva independencia. Aparece en su defecto el tipo del indio, que poco á poco mas se acentúa y se generaliza, hasta mostrar en cada rasgo fisionómico la humildad del esclavo, y al propio tiempo el ódio que abriga disimuladamente á la raza blanca, su bárbara civilizadora desde los remotos dias de la Conquista.

El que no conoce Bolivia, no digo por los libros de geografía descriptiva, que casi siempre mienten, sinó aquel que no ha tenido oportunidad de hablar con quiénes hayan estado una vez allí, se sorprenderá al oir asimilar el esclavo á las poblaciones de una república americana, legislada en sus orígenes por Bolivar y Sucre é ilustrada por el brillo de los ejércitos de Santa Cruz y Ballivian. No obstante, basta ir [pág. 14] á Bolivia para conocer los horrores de la esclavitud, palpitante en el corazón de la América y en el seno de una República.

En adelante quizá tenga mejor oportunidad para detenerme en este y otros rasgos de la fisonomía moral del pueblo boliviano.

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A mi llegada á Tupiza fuí víctima inocente de una manifestacion de simpatías que me ofrecieron algunas personas á quienes no conocia, y cuyos nombres ignoro hasta ahora. Sabiendo el objeto de mi viaje, me invitó uno de ellos para almorzar á su mesa; - á las 9 de la mañana me presenté en la casa, y me hicieron entrar en una pequeña sala, donde se hallaban con mi huésped siete personas mas, sentadas alrededor de una mesa. Solo un ciego hubiera dejado de advertir en los ojos, en los labios y visajes de aquellos viracochas (caballeros), la prueba repugnante de que debian haber pasado toda la noche anterior, apurando una tras otra sencillas tazas de té.

La taza de té en Bolivia tiene una particularidad que la distingue de la de cualquier otra parte. En Bolivia se sirve el té hasta mitad de la taza, justamente en su parte de ménos capacidad, á lo que se agrega el venerado pisco ó cualquier otra clase de licor, hasta tocar los bordes del receptáculo. Con semejantes tazas de té, apuradas quizá desde la oración del dia anterior, es fácil concebir el buen humor, la chispa que reverberaba á las 9 de la mañana en la cabeza de mis amables manifestantes.

Sin embargo, es necesario hacer justicia á la fortaleza de los tunos bolivianos, diciendo de ellos, que son capaces de soportar aquella jarana durante seis dias y sus noches. [pág. 15]

Cuando me presenté, la teteada no habia mermado. Lo primero que se me ofreció despues de un saludo cortéz y lleno de solemnidad, fué una taza de té, lanzada por la bateria que desde la mesa no habia dejado de tronar durante toda la noche. A la primera, sucedió la segunda; y despues de la etiqueta del primer momento, caracterizada por discursos entusiastas, aunque circunspectos y graves en la forma, sucedió también la francachela, los apretones de mano, los interminables abrazos, las bombásticas manifestaciones de agradecimiento, traducidas en alocuciones fogosas por la espresion, por la mímica, por las gesticulaciones de los oradores. En su patriótico arrebato llegaron hasta trazar mis rasgos biográficos, atribuyéndome distinguidos antecedentes políticos, que yo, comprendiendo el origen ó causa que tenian, me guardé bien de rectificar una sola de sus apreciaciones.

Entre tanto no dejaba de darme maña en apurar aparentemente el brevaje con no ménos intrepidez que la suya. A pesar de esta estrategia, mi situación no mejoraba: condenado á escuchar con simulada atención y á contestar unos veinte discursos sobre el mismo tema, abrumado bajo el peso de seis ú ocho brazos estrechados á mi cuello á un mismo tiempo, soportando el aliento ágrio de aquellos estómagos alcoholizados, despedido por la válvula de una boca de avejigados lábios - francamente - no encontraba en esta escena mucha analogía con las manifestaciones con que, segun persona caracterizada de Buenos Aires, habia de ser recibido en todos los pueblos bolivianos, y especialmente en Tupiza. Al fin fuimos á almorzar: el vino sustituyó al té, y nuevos discursos sustituyeron á los anteriores. A las 12 me abraza- [pág. 16] ron, abracé, y me mandé á trocar, habiendo contraido el compromiso de volver á acompañarlos en la comida - ¡Qué habia de ir! - Fui al tambo (posada), ensillé mi mula y emprendí marchas hacia Potosí.

VI

Cuando entré en Potosí fuí dónde el Prefecto del Departamento, señor D. Francisco Buitrago, y le hice entrega de cartas con que me obsequiaron en Buenos Aires el Dr. D. Santiago Vaca-Guzman y el Sr. D. Cecilio Mallo.

El señor Buitrago, cuya señora es argentina, me ofreció la oportunidad de saborear unos mates, cosa no fácil de conseguir en aquella república. En seguida me hizo alojar en una de tantas piezas desocupadas de Palacio (cabildo), sobre cuyas baldosas estendí mi recado. No era una novedad: durante el año y medio de ausencia, estuve reñido con todo lo que fuera servicio de cama.

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La hermosura del cerro de Potosí, que se levanta á 4,888 m. sobre el nivel del llano, es digna de sus riquezas. Las tierras extraidas de las diferentes capas de sus cinco mil bocas abiertas en el trascurso de mas de 250 años de trabajo, dan al cerro una pintoresca perspectiva en que campean los colores rojo, azul y otros. Como es sabido, débese el descubrimiento de las riquezas de este cerro al indio Gualca, de la Provincia de Porco, que, en Enero de 1546, con el objeto de calentar sus miembros entumecidos por el frio de una noche en que buscaba una llama, hizo fuego en un lugar próximo á la cima, sorprendiéndole á la madruga- [pág. 17] da el hilo del mineral derretido al calor de aquel elemento. En la base del cerro, y por la parte oriental, se vé la gran portada que franquea el paso hácia el Socabon del rey, comenzado á abrir durante el coloniaje, y cuyos trabajos, que hasta hoy se continúan, tienden á perforar hasta la parte opuesta, mientras que otra escavacion principiada en la cima venga á unirse á la primera, quedando así esploradas perfectamente las entrañas del gigante acaudalado.

La ciudad, dominada por el cerro, está dividida en vieja y nueva, que son prolongación una de otra. No tiene ningún edificio moderno notable como obra de arquitectura; pero está su Moneda, cuyos caudales salvó el general Pueyrredon al emprender su memorable retirada en 1811, - y su Matriz, que se destaca entre sus 32 iglesias y que tiene bien merecida la fama de que goza, por las riquezas ostentadas en sus altares.

El plano de las calles de Potosí es sumamente inclinado: en el ascenso de muchas de ellas el viandante se siente fatigado y se vé espuesto á apunarse ó asorocharse (asfixia), si apresura su andar. Pero es sabido que este resultado no solo se debe á la irregularidad del plano, sinó también al aire raro y sutil que se respira en una elevacion como aquella, de 4160 m. sobre el nivel del mar.

Es fama en otros Departamentos de Bolivia de que los potosinos son agobiados á causa de la inclinación de sus calles. Sea ó nó merecida, los paceños, que también hacen éco de ella, debieran estar sujetos á la misma crítica, porque La Paz adolesce del mismo defecto, habiendo varias cuyo descenso yo no lo hacia sin algún recelo.

En Potosí visité al general don Narciso Campero, actual [pág. 18] Presidente de Bolivia, y jefe entónces de la 5ª division del ejército. Este señor me obsequió con una carta para el general Daza, y dos ejemplares de un manual sobre disciplina y observaciones generales para el oficial en campaña, que habia hecho traducir del francés y dedicado á los jefes y oficiales de la División de su mando.

Despues de dia y medio de residencia en Potosí, continué mi marcha hácia Oruro, pueblo feo y triste, donde estuve alojado una noche en el Tambo del Sol.

Esta noche no la pasé solo... pero ántes de que llegues á imaginar lo que no es cierto, me apresuro á decir que la pasé acompañado de mi mula, pues habiendo en el patio del tambo otros animales que la robaban su cebada, resolví introducirla en mi cuarto, durmiéndome al arrullo de la masticación acompasada que hacía de su pienso.

VII

En el trayecto de Potosí á Oruro se encuentra el tambo de Vilcapugio, algunas leguas mas arriba de la pampa en que se sufrió la memorable derrota. Llegué allí una noche oscura, despues de haber perdido varias veces el camino, viéndome obligado á echar pié á tierra á cada momento y orientarme á la luz de un fósforo. Esto mismo me sucedió en muchas ocasiones durante el viaje.

La indiada que servia la posta de Vilcapugio estaba soberanamente borracha: alrededor de un fogon en agonía, se veian hombres y mujeres echados en el suelo, en asquerosa confusion, con sus ropas desprendidas, sus cabellos desgre- [pág. 19] ñados, á cual mas embrutecido por el alcohol; - entonaban en coro una cancion quíchua con voz chillona y monótona, á menudo entrecortada por pausas prolongadas.

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Al sacramental tatay! con que llamé, nadie contestó ni se movió. Me fué necesario apearme y emplear la fuerza á fin de que alguno se levantara y fuese tambaleando hasta la cebada, de la que compré un pienso para mi mula. Por mi parte hube de renunciar esta vez al plato de chupe y jarro de café, alimento único de que me serví cada 24 horas en todo el trayecto hasta Tacna, esceptuando el dia de llegada á una ciudad.

VIII

De Oruro seguí hácia la Paz, á la que llegué el 22 de Junio, sin accidente extraordinario alguno.

Hacia un mes que habia empezado mi viaje, á partir de Jujuy. Y, no obstante no haber tocado dificultades, en cuanto al itinerario, muchas veces durante el trayecto me sentí afectado por la falta de comunicación espansiva con un mundo que me comprendiera.

Se pasaron hasta cinco dias sin encontrar con quién poder hablar. Entraba en una posta, y siempre el mismo espectáculo, siempre la misma perspectiva: un grupo de indios é indias sentados al sol, silenciosos, alzando apenas los ojos á presencia del viajero, y ocupados en rebuscar en la cabeza del vecino que la recuesta en su falda, el parásito inmundo de que se sirven como alimento. Ninguno habla español: así el viajero que no conoce quíchua ó aymará, tiene de antemano que haber aprendido algunas de las mas [pág. 20] necesarias palabras, siquiera sea para pedir de comer. Los indios, duros para entender por señas, ó pillos para aparentar que no comprenden, hacen muy difícil su trato sin aquella precaución. Todavia hay mas: el quichuista no comprende el aymará, y éste no habla el quíchua; y como en el trayecto que se recorre desde Tupiza á La Paz, están unos y otros divididos allá por Oruro, como por un tabique, sin que el de un lado comprenda al del otro, resulta la necesidad para el viajero de munirse de palabras de los idiomas hablados por aquellas dos naciones, entre cuyos habitantes indígenas no espere encontrar uno solo que le entienda en otra lengua que la suya.

En semejante situacion, condenado á no tener con quién hablar durante 4 ó 5 dias, me veia precisado por una fuerza íntima á hacer durante la marcha mis reflexiones en alta voz.

El indio no vende de buena voluntad otra cosa que el plato de chupe, proporcionando el agua caliente. Es cosa rara que el viajero consiga cualquier extra, como ser huevos ó un asado; se le ha de contestar manan- canchu ó haniutjiti; es decir, no hay, espresado en quíchua ó aymará. Pero esos egoistas mienten, y ni siquiera esperan ser creidos obedecen al instinto mezquino de su carácter. Si se toma uno el trabajo de penetrar en sus cuartos, hallará indudablemente lo que desea; si no encuentra, pide con mayor imperio, y si es brutal para con el indio, como son la mayor parte en aquella tierra, usa de la fuerza y castiga de cualquier manera á la pobre bestia, que sufre con toda resignación. Si se le propone en compra una oveja de la majada que está á la [pág. 21] vista por allí cerca, el indio tiene el cinismo y la audacia de contestar manan-canchu. Se vé uno precisado á pillar en persona y carnear por sus propias manos; cuando las indias han visto la sangre del animal, se acercan llorando, y con chillidos y ruegos fervientes piden las achuras, la sangre, el cuero. No solo obtienen esto, sino también el precio, que generalmente es un peso ó doce reales bolivianos.

IX

En el camino se encuentran á menudo indios viajeros arreando sus rebaños de llamas cargadas, único medio, ó el mas general de que ellos se valen, para el trasporte de efectos del comercio entre aquellos pueblos.

La llama carga solo dos arrobas; pero esas caravanas nunca se componen de menos de 20 animales. Los indios ó indias que las arrean van ocupados en hilar durante la marcha, hecha constantemente á pié. Las mujeres cargan sus hijos á la espalda; y en defecto de estos, ellas, como los hombres y los chicos, llevan un envoltorio sobre aquella parte. En la boca del indio nunca falta la mascada de coca, que llaman akullico, el cual arrojan sobre cada apacheta que hallan en el camino, con cuya práctica creen tener asegurada su felicidad en el viaje.

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Apachetas son las mesetas naturales del terreno, y por estension, dícese de los grandes montones de piedra, á cuyo caso aludo, formados de distancia en distancia á los costados del camino, provenientes de la limpieza que de ellos mandan hacer cada cierto tiempo los corregidores. [pág. 22]

Llama tambien la curiosidad del viajero la innumerable cantidad de piedras que se encuentra á cada lado del camino y que superpuestas con cierta regularidad parece indudable fuera el resultado de alguna otra preocupacion del indio. Pasa uno de estos y deja parada perpendicularmente una piedra de forma cilíndrica, chica ó grande, dónde mejor se le ocurre; el que viene atrás, le agrega otra en sentido horizontal. Así que, según sea la forma de la última, las dos piedras representan una T, ó se asemejan á una I. Nótanse asimismo pequeñitos nichos que forman con solo dos ó tres piedras y en cuyo interior colocan un terron de tierra ó algunas bostas de llama, á guisa de reliquia guardada en un tabernáculo.

Otra particularidad que se advierte en esos caminos son los pueblos de los indios, formados regularmente por 30 ó 50 ranchos, sin que falte su capilla, pero en los que jamás he visto un solo habitante, una sola puerta abierta, ni perros, ni aves, ni el menor indicio de que cada una de esas habitaciones sea ocupada quizá por 6 individuos. Reina en ellos un silencio tan profundo como en la mas desierta llanura ó la mas encumbrada mole de cerro.

Aquellas poblaciones, pues, léjos de dar una esperanza al viajero que ha marchado solo durante dias y dias, y anhela el momento do comunicacion con un semejante cualquiera, no hacen sinó incitar mas sus deseos, porque la esperiencia le ha demostrado que las chozas que tiene á la vista ni siquiera le ofrecerán la soledad y el silencio de tumbas ó de ruinas, que siempre son elocuentes.

Pero no falta razón á los pobres indios para proceder con el egoísmo quo les caracteriza, Tienen conciencia de que [pág. 23] nada les pertenece ni que autoridad alguna les ampara ante el capricho ó la voluntad del primer viajero hijo del país y que proceda á la usanza del país. Un oficial en comisión, por ejemplo, es para ellos el peor de los enemigos, porque es el que mas abusa de lo que les pertenece, el que peormente les castigará, y el que mas ultraja su condición humana, - ni siquiera ha de llamarle tatay, sinó chói con imperiosa voz.

No obstante: suelen no quedar impunes estos desmanes de los viajeros, principalmente cuando son gauchos, como nos llaman en todo Bolivia á los hijos de La Argentina. Algunos comerciantes que van de nuestras provincias al interior de Bolivia, se han visto en el caso de sostener combates con los indios, á causa de cualquier imprudencia do sus peones. El indio ofendido hace sonar su cuerno, y al instante, de donde ni se imaginaba que hubiera habitantes, aparecen 20 ó 30 indios por la ladera de este cerro y la cumbre de aquel otro, todos armados de honda, que manejan con admirable precision, y que cargan con la piedra que la naturaleza, en cada pulgada del suelo, les ofrece como inagotable elemento de guerra.

X

La triste y humillante condicion á que está reducido el indio en Bolivia, no se limita á los que viven en los campos: en las mismas ciudades en un ser sin derecho ni consideraciones de ningun genero. Sin embargo, él desempeña en ellas casi todas las profesiones del jornalero: es albañil, aguador, mozo de cordel, sirviente, etc. Entre esta última categoria se distingue el pongo, ó sea el indio que el propie- [pág. 24] tario hace venir de la hacienda á su casa en la ciudad, para toda clase de servicio, y que se renueva cada año. El pongo es un verdadero esclavo, no solo por el mal trato que casi siempre recibe, sino también por la miseria absoluta en que vive. La trenza, la desnudez, la fisonomía entristecida por el rigor de un clima frio contra el que vive sin amparo, hacen advertir al pongo entre los indios de que se ven cuajadas aquellas ciudades.

XI

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Celebran los indios tantas festividades de la iglesia católica, que no pasan ocho dias sin que las poblaciones de la campaña presenten un espectáculo el mas chocante que pueda imaginarse.

Quisiera tener la facilidad de hacer una minuciosa y fiel descripcion de esas fiestas; pero como sé apreciar mis fuerzas, me contentaré con narrar ligeramente algunas de esas grandes farsas que he presenciado, poseido de la mas profunda indignacion y menosprecio hácia los curas que las fomentan y las presiden.

Por la mañana se reunen en distintas casas grupos de diez ó doce indios engalanados con trapos y grandes pañuelos de color, sobresaliendo siempre el colorado, y puestos á su capricho, ya como delantal, como rebozo, ó sujetados al pescuezo, cubriendo desdoblados la parte posterior del cuerpo. Cada grupo guarda uniformidad en aquello con que sus individuos cubren la cabeza: ya son grandes plumas colocadas alrededor de un arco de madera, ó bien los habituales sombreros de su uso que ellos mismos se fabrican, ó sus [pág. 25] largas y puntiagudas gorras de lana. Organizadas así unas 6 ú 8 comparsas, llevando cada una su orquesta de bombos destemplados y flautas de caña, salen formados en dos filas de sus respectivos puntos de partida, hacen una evolucion por medio de flancos y contramarchas frente á la puerta de la casa, y luego se dirigen de á cuatro en fondo hacia la plaza, al son de un aire siempre el mismo, igual en cada grupo, y á cuyo compás de trote van hasta detenerse delante de la puerta de la iglesia. Una vez allí se forman en rueda independiente las respectivas comparsas y dan comienzo á una ronga-catonga bajo la direccion de uno que lleva el compás, vigila sus movimientos y reprime cualquiera descompostura con un gesto lleno de solemne severidad. Cuando éste lo crée oportuno, hace cesar el baile, y entra al centro del círculo un indio sin disfraz, que lleva en una mano una botella de aguardiente y en la otra un pequeñito vaso de lata. Reparte por turno su medida á cada uno, empezando por las mujeres, si las hay, y pasado un momento, en que todos guardan circunspeccion y silencio, vuelve otra vez la ronga-catonga y otra vez el vasito de aguardiente.

En uno de aquellos grupos ha de notarse alguna india que sobresale entre todos los concurrentes por el lujo de sus vestidos ó sus adornos.

Esa es la mujer del alférez, nombrado para preparar la misma fiesta que se celebrará en el año venidero. El nombramiento lo hace con anterioridad el cura, bajo la nave de la iglesia, desde lo alto de su púlpito sagrado, consultando siempre la fortuna del que recibe aquel honor.

El alférez nombrado trabaja durante el año con mas [pág. 26] ahinco que nunca, porque entonces no solo debe atender á las necesidades de su familia, al costo de la fiesta de la que es alférez, sinó tambien á la bodega del cura y al pesebre de la mula. Huevos, papas, corderos, maíz, harina, lana, mantas, cebada, son los efectos con que debe contribuir á sustentar la vida del zángano que lo explota, y la de su bestia. Al hacer el nombramiento, este zángano no tiene el menor escrúpulo en recomendar al alférez ponga el mayor cuidado en contribuir abundantemente á sus necesidades, señalándole con especialidad el objeto ó manjar de su preferencia.

En tanto que la fiesta ha empezado en las calles y la plaza, dentro de la iglesia se canta una misa, oida por la indiada, separados los hombres de las mujeres, y todos con la mayor reverencia. Próximo al altar mayor se ven tres indios hincados, cubiertos por un tupido velo negro, y cada uno teniendo en su diestra una vela encendida. Son el alférez cesante, el alférez nombrado y el padrino de éste. Terminada la misa, el cura revestido los descubre, quedando así llenada la última formalidad del nombramiento. A las 12 tiene lugar la procesion por las calles del pueblo: la presiden dos ó tres indios disfrazados de monos, y munidos de cuerdas con las que azotan á los que encuentran á su paso, en medio de mil cabriolas, que festeja la estúpida concurrencia. Siguen á los monos, las comparsas que hacen sonar á un mismo tiempo sus 15 ó 20 bombos y otras tantas flautas; luego vienen las imágenes de Maria, de Jesús, siendo raro que falte la de Santiago, á la que rinden especial idolatría, todas llevadas en andas por los indios. Detrás de alguna de ellas se destaca la voluminosa personalidad del cura, refun- [pág.27] fuñando con voz gangosa sus rogativas en un latín que quizá no comprende. A ambos lados marcha una fila de acompañantes, y por último, una desordenada muchedumbre cierra aquel séquito escandaloso, mezcla de salvaje paganismo y repugnante explotación.

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Terminada así la fiesta religiosa, se abren á las comparsas y á la demás indiada las puertas de la casa del alférez cesante, en donde se beben sendas botellas de aguardiente, cuyos efectos caracterizan el canto, el baile y las grescas. Algunas veces sucede también la muerte de algunos indios sobrevenida á causa de un exceso ilimitado, lo que prueba que ha habido abundancia de bebida, en cuyo caso se hace el elogio lacónico del que ha costeado aquellos gastos, diciendo de él que ha sido un buen alférez.

Estas fiestas, por lo general, se prolongan hasta ocho dias, durante los cuales el aguardiente desempeña el mas importante papel entre los elementos de la diversion.

Cuando se celebra el dia de Santiago, los indios llevan á la iglesia su imágen ecuestre, imágen de bulto, por cuya entrada al templo pagan al cura un tributo mayor ó menor, segun sea el tamaño del muñeco.

Semejantes espectáculos, no solo se producen en los pueblos de campaña, cuya poblacion es enteramente de indios, á escepcion de una docena de personas, - sino tambien en capitales como La Paz, Potosí y otras.

Para poder dar una idea exacta de la ignorancia de aquellos pobres indios, y de la explotacion que hacen de ella los mansos pastores de la iglesia católica, me bastará referirme á un caso especial de que tuve noticia mas tarde, y que me lo contaron varios jóvenes bolivianos, mis compañeros de [pág. 28] armas. En uno de los pueblos del Departamento de Cochabamba, el cura habia habilitado para cementerio tres áreas de terreno. El alma de los que son enterrados en el primero remonta directamente y sin tropiezo hasta el cielo, - la de los depositados en el segundo, se dirije al purgatorio, -y la del desgraciado cuyo cuerpo se destina al tercero, cae irremisiblemente en la abrasadora región de los infiernos. Cada cual tiene, naturalmente, su tarifa á precio fijo: el del cielo cuesta 20 pesos, por ejemplo -el del purgatorio, 15 - y el del infierno, 10 pesos. De aquí resulta una salvacion general, pues no pudiendo haber deudos de tan malas entrañas que permitan hacer pasar un minuto de dolor al alma del difunto, todos hacen enterrar su cuerpo en el cementerio del cielo, para provecho y gloria de su espíritu, y mayor provecho y contento del seráfico cura.

No paran aquí los abusos de la absoluta preponderancia de los ministros de la iglesia católica entre las mansas poblaciones indígenas de Bolivia. El cura tiene también derecho al usufructo de servicios personales; y así, puede verse en su casa al locallito y la imillita, que son el hijo y la hija de algun indio que los entrega para que atiendan y cuiden durante un año al tata, nombre con que generalmente se designa á los curas.

Estos tienen buen tino en la elección de la imillita cuyas cualidades físicas deben ofrecer la mayor satisfacción á su lujuria, tanto mas aguijoneada por la soledad y la holganza en que viven. [pág. 29]

XII

He dicho que el 22 de Junio llegué la Paz, despues de un mes de viaje á partir de Jujui. Allí me presenté al Dr. Dória Medina, ministro de gobierno, encargado de la cartera de Guerra, y le entregué la carta con que me favoreció el Dr. Quijarro en el Rosario.

No teniendo otra relacion, le pedí me informara dónde podria tomar noticia de la salida de algun arriero para Tacna. Me indicó al Jefe Político, a cuyo despacho me dirigí, despues de agradecer al Dr. Medina, pero sin hacer uso de ellos, los servicios personales que me ofreció, y de recibir de sus manos una nota oficial para el general Daza, comunicándole el objeto de mi viaje.

Acompañado del Jefe Político volví al Ministerio que acababa de dejar. Hallándose el Ministro ocupado en ese momento, permanecimos algun rato en la habitacion contígua, yo sentado, sin entablar conversacion con nadie, y mi acompañante con algunas otras personas, platicando de pié en el otro extremo de la habitación. No habia puesto empeño alguno en saber de lo que trataban, cuando me llamó la curiosidad una frase suelta que pude

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oir al acaso: “Dicen que la Encalada anda por acá”. Al escuchar esto, miré hácia el grupo de aquellos circunstantes, y pude apercibirme de que algunos se fijaban en mí, mientras que el Jefe Político agregaba en voz no tan baja que no pudiera oir: “y he creido conveniente traerlo para presentarlo al Ministro ". En el acto presumí que inspiraba desconfianzas, que se me consideraba chileno; es decir, que á juicio de aquellos señores yo debía ser espía. Sentí hervir repentina- [pág. 30] mente mi sangre, me levanté con arrogancia, y con un despecho que no pude disimular, dije al Jefe Político: que no necesitaba ni había pedido ser presentado al Ministro, y me retiraba porque no estaba dispuesto á perder en vano mi tiempo. Me retiré sin que contestaran una palabra.

Despues, al recordar calmado aquella circunstancia, la encontré, como hoy la considero, perfectamente razonable. Los chilenos tenian establecido un regular servicio de espionaje - mi fisonomía, segun opinion general allí, era de chileno - el jefe político no tenia antecedente alguno relativo á mi persona: motivos bastantes para que le inspirara las desconfianzas que abrigó. Pero á pesar de esto, no me arrepiento de mi primera actitud.

XIII

La Paz está situada en el centro de un valle profundo, de una hoyada. Desde el alto á la ciudad media la distancia de una legua. La Paz tiene una población como de 60,000 habitantes; sus edificios son antíguos en su mayor parte, y en muchos se vé entre sus materiales de construcción, la piedra tallada. Sus calles, como he dicho antes, tienen un plano muy irregular, y muchas están desprovistas de aceras, llegando el mismo empedrado del centro hasta la pared de los edificios; el movimiento que se agita en ellas es escaso. Los indios, sus vestidos originales, las llamas en manadas, los innumerables burros, la casi absoluta falta de rodados, los vendedores ambulantes, sentados en las aceras con sus montoncitos de tierras y yerbas medicinales, sus frutas, sus [pág. 31] dulces y otras golosinas, imprimen al conjunto general un aspecto en nada semejante á nuestras ciudades. Allí no se nota ese movimiento, ese bullicio febril que caracteriza á las poblaciones modernas, en cuya fisonomía se refleja el espíritu civilizador del siglo.

La Paz tiene una hermosa Alameda, tanto mas embellecida por las perspectivas accidentadas de la naturaleza que la rodea, y por la presencia gigantesca del cono eternamente nevado de Illimani.

La Paz es el asiento de las autoridades nacionales de Bolivia, á pesar de que su capital constitucional es la ciudad de Sucre; pero en atención á las mayores comodidades y recursos que aquella ofrece para la vida, y de su relativa proximidad á la costa del Pacífico, los gobernantes de la República la han designado para su residencia y la del cuerpo de diplomáticos estranjeros.

No he conocido Sucre; pero tengo entendido que es una ciudad que cuenta con muchos hermosos edificios modernos, con calles rectas y proyectadas sobre un plano regular.

En Sucre residen las familias de mayor fortuna, lo que la constituye en el centro mas aristocrático y de buen tono de la sociedad boliviana.

XIV

Dias antes de llegar á La Paz me habia visto precisado á vender mi bestia, algo maltratada ya, y seguir mi viaje por posta. Pero como éstas, desde La Paz á Tacna, á mas de ser escasas, no ofrecen medios de movilidad, tuve que fletar otra bestia, viéndome obligado para conseguirla á esperar 6 dias [pág. 32] en La Paz, al cabo de los cuales emprendí la cruda travesía hácia Tacna, trasmontando la alti-planicie de los Andes y cruzando la region glacial del Tacora.

Ocho dias despues, el domingo 6 de Julio, á las 6 de la tarde, entraba en Tacna por las calles de San Martin, Bolívar y Necochea, ginete en una yegua blanca, á cuya grupa llevaba un balijin. En su correspondiente lugar iban las alforjas, con el contenido de una bombilla, un jarro de loza, café, azúcar, la Escuela del Oficial, por

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Moreno; la Descripción de Bolivia, por D'Orbigny; los Estudios tácticos de infanteria, por el brigadier español Moreno, y las Reglas del tiro y de la Artillería de Campaña, extractadas del reglamento prusiano. Atada á los tientos del recado y colgando sobre el anca derecha del animal, una caja escritorio. El chambergo, poncho, granaderas, espuelas, un revólver al cinto y bajo las caronas la espada que me regalara mi malogrado amigo Dr. Juan Cárlos Lagos - completaban mi equipo y el aspecto con que me deslicé por aquellas calles, muy concurridas y embanderadas, en festejo del movimiento revolucionario iniciado en La Paz por Murillo y otros patriotas el 6 de Julio de 1810.

Al pasar á la vista de aquella concurrencia, oía de muchos labios escaparse una palabra, una sola, pero muy grata al corazon: "Argentino". Nos conocen sin mirarnos - les basta ver el apero y algunas otras prendas del equipo. [pág. 33]

XV

Averiguando en mi trayecto por la casa del general Daza llegué á ella sin cuidarme de hacer innovacion alguna en mi persona, que sin duda lo necesitaba, pues poco abonaba en mi favor el efecto que pudiera producir á primera vista. Hacian la guardia al capitan general seis gigantes soldados de bruñida coraza y brillante casco, adornada aquella con el escudo nacional de Bolivia en la parte anterior, y el segundo de una magnífica cola de cerda negra. No tenian mas arma que la lanza. Una vez allí, eché pié á tierra, dí la brida á uno de los soldados, y me presenté á varios jefes que se hallaban á la puerta. Estos me indicaron al general Manuel Othon Jofré, Jefe de E. M. G. del ejército, que se encontraba en el mismo grupo. No hice sino preguntarle si seria posible ver al general Daza, é inmediatamente me hizo pasar al salon de su despacho, donde cinco minutos después se presentaron ambos. A su presencia me puse de pié y contesté al saludo del Capitan General. Manteniéndonos en el mismo estado, le dije que era argentino, hijo de Buenos Aires, de donde acababa de llegar en aquel momento con el objeto de ofrecer mis servicios á la alianza en la guerra contra Chile, como lo ratificarían las comunicaciones de que era portador. Al decir así, metí mi mano bajo el poncho para sacar las cartas; esta accion parece que causó algun recelo al Capitan General, pues sin dejar de mirarme con fijeza, dió disimuladamente un paso atrás. Pero una vez que tuvo las cartas en su poder, tomó asiento en una butaca y me brindó á hacer lo mismo en un sofá que estaba á su lado. [pág. 34]

Se impuso de una de esas cartas, y me signifió su agradecimiento por el paso que daba. Entre otras preguntas, me dijo le espresara lo que juzgaba acerca de la actitud que debiera asumir el gobierno argentino en presencia de la guerra del Pacífico. No esperaba semejante honor; - le contesté, que, "á mi humilde juicio, el Gobierno de mi patria debia guardar la mas estricta neutralidad; que creia que solo debia dirijir sus armas contra Chile, en el caso de quedar agotados los recursos que la diplomacia ofrece á las naciones, conciliados con su honor, para salvar derechos ó controversias como las que discutia mi patria con la República chilena”. No sé si le agradó mi contestación; pero me inclino á creer que no, pues guardó silencio sin dejar de mirarme.

En conversaciones particulares, posteriormente, manifesté las mismas ideas:

“Que la República Argentina tenia un gobierno encargado de velar por sus intereses y destinos que no podia comprometer en empresas aventuradas; que no debia hacerla jugar el papel de redentora de vecinos mal parados; que no debia considerarla como á un individuo, quién aisladamente puede proceder sin afectar otra personalidad que la suya propia; y, por último, que, como argentino, deseaba con todo anhelo que mi pátria pudiera alcanzar por la diplomacia, sin mancilla de su honor, el arreglo de sus cuestiones con Chile".

Estas ideas eran recibidas por todos con marcado resentimiento, manifestado por el silencio.

En el ejército boliviano todos creian segura, en un principio, la alianza de la República Argentina. Con el tiempo [pág. 35] desapareció esa esperanza, y se mostraban como resentidos de que nuestro país no hubiese cumplido con su deber. En efecto, nos consideraban en la obligación de ser sus aliados.

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Al cabo de un instante, viendo que nada me decia el general Daza sobre el destino que me diera ni cosa parecida, me despedí.

Monté mi animal, y bien preocupado de mis circunstancias, piqué las espuelas sin saber dónde dirigirme.

XVI

¿Por qué me preocupaba? Indudablemente que tenia harta razón para ello. En Tacna no conocia á nadie - ni habia llevado otras cartas que las entregadas á Daza. Lo mas grave de todo era que mis recursos se habian agotado, pues mal podian llamarse tales, seis reales plata conservados en mi bolsillo. Anduve dando vueltas por el pueblo y reflexionando sobre el partido que debia tomar. Al fin me decido á buscar una caballeriza, dejar en ella mi bestia á nombre del arriero y echarme en pos de algún alojamiento. Así lo hice: con mis alforjas al hombro, y por el medio de la calle, me puse á andar hasta que tropecé con un cuartel. Pensé que podia hacer presente lo que me pasaba y conseguir albergue en una de sus cuadras. Me acerqué á la puerta, en la que encontré sentado en un banco, y rodeado de jóvenes soldados, á un viejo militar, de simpática fisonomía, no obstante la mirada enérgica de sus ojos.

Supe despues que era el general Juan José Perez, distinguido soldado de la independencia, y una de las principales categorias del ejército boliviano. [pág. 36]

El cuartel estaba ocupado por el regimiento « Murillo » compuesto de la juventud de la Paz.

Apersonado al general Perez, pedíle permiso para pasar la noche allí, despues de haberle espresado quién era y las circunstancias que me rodeaban. No hubo inconveniente; me hicieron pasar adelante, y una vez en el patio, oí que alguien gritaba desde la puerta al que me conducía: que lo coloquen en el cuarto de arrestados! “No importa”, pensé para mí - Seguí hasta el mencionado sitio, á donde me acompañaron varios soldados, cuyo trato, modales y fisonomía, me daban á conocer que eran jóvenes decentes y educados. No obstante esto, á medida que se fueron retirando, pude advertir que entre los alojados en aquel cuarto, sin duda arrestados, habia algunos chispas (ébrios), otros mal entrazados y un grupo de jugadores á la pinta (dados).

Sentado sobre mis alforjas empecé á considerar mi situacion: “aquí, me decía, voy á caer rendido y me dormiré profundamente - entre tanto, es posible que estos compañeros se tienten en alivianar mis alforjas mas de lo que están”. Busqué un pretesto cualquiera para salir, y me fué fácil encontrarlo diciendo que iba á traer mi recado de la caballeriza.

Salí en su busca, pero sin pensar en volver al cuartel. Una vez en la caballeriza, acomodé como pude sobre mis hombros el recado, alforjas, caja y balijin, y me eché á correr calles y calles hasta que encontré un paseo público, en uno de cuyos bancos resolví pasar la noche, que hacia ya algunas horas envolvía en sus sombras á la ciudad.

Contemplaba el firmamento estrellado desde la fria piedra mármol que me servía de cama, preguntándome porqué me [pág. 37] trataba la suerte de tal manera, cuando ningun dedo podia señalarme como un aventurero: era un hombre que impulsado por su corazon y su conciencia lo habia abandonado todo sin ostentacion, y sin ostentacion se presentaba á mil leguas de su patria, para ofrecer sus servicios á la causa de la justicia y el derecho, amenazada y violada por un ambicioso conquistador. No ignoraba la falta de significacion de mi personalidad: tenía íntimo conocimiento de ello; pero en aquel momento azaroso, sentía revelarse ese instinto de amor propio natural á todo hombre que algo se estima, y mil reflexiones daban su golpe de gracia á las ilusiones y esperanzas que naturalmente abrigara, hermanadas al perfecto conocimiento de la noble mision que me propuse desempeñar, guiado por la justicia que entrañaba la causa á que me ofrecía.

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XVII

Muy de madrugada dejé mi hospitalario banco, y fuí en busca de un mejor alojamiento. Al pasar por una chichería, (cuartos donde se espende la chicha), á cuya puerta encontré una india, pregunté á ésta donde hallaria una posada; me ofreció alojarme en su tienda, mediante un real por dia. Acepté en el acto, seguro de no encontrar otro hotel mas arreglado á mis circunstancias, y traté de buscar algun contento para mi estómago, que nada recibia hacia 24 horas. Nueve dias pasé alojado en aquel inmundo cuarto, manteniéndome con un plato de mondongo con arroz, que saboreaba á eso de las 12, mediante un medio plata, Durante estos nueve dias, no dejé pasar uno sin ir á la oficina del G. de [pág. 38] E. M., donde siempre se me contestó: nada ha resuelto todavia el Capitan General.

Entre tanto mi capital se agotaba, y me ví necesitado de llevar dos ponchos á una casa de empeños, los cuales rescaté algunos dias despues. Cuando me presenté con mis ponchos al prestamista, sentíme tan avergonzado, que no pude ménos de esplicarle lo que me pasaba Entónces él, que era peruano, me dió un diario de Lima para que leyera la relación del suntuoso recibimiento hecho en esa ciudad á tres jóvenes argentinos: Alvina, Espora y otro que no recuerdo, llegados allí por la vía del Estrecho.

Al cabo de ocho dias, creyendo depresiva para mi delicadeza personal semejante situación, habia resuelto retirarme á pié á Calana, distante 2 leguas de Tacna, dirigir antes una carta al general Jofré, esplicándole mi proceder, y una vez en aquel punto, arreglar de algun modo mi regreso á Buenos Aires. Pero cuadró la casualidad de encontrarme esa tarde en la calle con el General Jofré, quién me dijo haberse ya resuelto mi destino; y que fuera al dia siguiente á su despacho.

XVIII

Ya que he nombrado la chicha, diré algo sobre ella.

Chicha es .una bebida de maiz fermentado, cuyo consumo en Bolivia está en proporción con el de la yerba-mate entre nosotros. En La Paz la hacen también de maní, polvoreándola con canela.

La Chicha es esencialmente nacional, y la toman sin distinción todas las clases sociales. La de Cochabamba goza [pág. 39] de mejor fama que otra alguna, y mucho mas si ella es moscada.

Hé aquí el procedimiento de preparacion de la chicha moscada: Alrededor de un gran tacho lleno de maiz, se sientan cierto número de operarios, los cuales echan á su boca un puñado de granos que mastican hasta reducirlos á una masa; arrojan esta masa á otro receptáculo, y continuan la operación mientras haya maiz que mascar. El resultado, la masa obtenida á fuerza de mandíbula y saliva, se pone al fuego en grandes vasijas durante varios dias, espumándola contínuamente hasta que bien fermentada quede en condición de saborearse. Es de advertir que para la operacion de masticar son preferidos siempre los cretinos ó idiotas, por la abundancia de baba que los distingue y que dá mayor fortaleza á la bebida.

La chicha es agradable, refrigerante y nutritiva; pero traidora.

Hay tambien otra especie de chicha, que llamaré falsificada. Su nombre verdadero es güyñapo.

En Cochabamba el lunch se toma en la chicheria, y lo constituye un plato de picante ó de ají de conejo y un vaso de chicha.

XVIII

La situación de que hablé antes, terminó por fin el dia 15.

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El general Daza me hizo llamar á su salón de recibo, y me preguntó en qué arma deseaba servir y con qué graduación. Le espresé los motivos que tenía para preferir la infantería; agregando, que en cuanto á lo segundo, nada [pág. 40] me tocaba determinar, dejándolo á su resolución. Entónces aproveché aquella oportunidad, para solicitar: 1º el uso de los colores argentinos en una pequeña cinta llevada al pecho – 2º que inmediatamente de tenerse noticia de haber sobrevenido una guerra nacional en mi patria, se me concederia permiso para retirarme de allí - 3° que se me daría el mismo permiso, una vez terminada la guerra de la Alianza contra Chile.

Se me concedió lo primero, prometiéndome lo demás.

Media hora despues, me volvió á llamar, y me entregó los despachos, cuyo tenor es el siguiente: "Hilarion Daza, Presidente de la República de Bolivia, etc., etc. - Atendiendo al entusiasmo y decision del ciudadano argentino Florencio del Mármol, que voluntariamente ha venido á ofrecer sus servicios á la causa Perú- Boliviana; he venido en admitirlo al servicio activo de las armas, en la clase de capitan efectivo del ejército de línea boliviano, destinándolo al Escuadron escolta. Por lo tanto, ordeno . . . etc. etc. - En Tacna, á 15 de Julio de 1879.- H. Daza - Refrendado: Manuel Othon Jofré”.

Me agregó el general Daza que me destinaba al Escuadron Escolta 1º de Coraceros, por ser un cuerpo de su preferencia, cuya primera compañía la componian en su totalidad jefes y oficiales desde la clase de tenientes coroneles abajo, que prestaban espontáneamente sus servicios como soldados.

La Orden general de ese mismo dia, me daba á reconocer al ejército en los siguientes términos:

"...Artículo 2º. El distinguido ciudadano argentino Florencio del Mármol, que desde la capital de Buenos Aires [pág. 41] ha venido á ofrecer sus servicios en la guerra contra Chile, ha sido admitido al servicio en la clase de capitan efectivo de caballeria y destinado al Escuadron Coraceros, escolta del Capitan General”.

Por la noche me presenté al cuartel de mi cuerpo y el 16 me hicieron reconocer, tomando desde entónces el mando de la 2ª compañía del escuadron.

XIX

Tacna es un pueblo de bastante estension, que cuenta con muchos buenos establecimientos de comercio y una distinguida sociedad. Tiene una hermosa Alameda, por cuyo centro corre en algunos dias el agua de que se sirve el público, traida por un canal que arranca desde muchas leguas al interior, hecho á costa del gobierno. El agua es escasa y mala. En su plaza principal, llamada de Armas, juega una fuente, idéntica á la que en nuestra plaza de la Victoria ostenta simbolizadas las cuatro estaciones. Cuenta también con otro bonito paseo, llamado Pasage Vigil, en honor del ilustrado eclesiástico peruano, el libre pensador señor Vigil, á quién anatematizaron los rayos del Vaticano.

Tacna se halla situada en el centro de uno de tantos valles, que cual otros oásis, encuentra el viajero en las ardientes y arenosas llanuras de la costa del Pacífico. A su oriente se levantan gigantes é imponentes los picos de los Andes - á doce leguas por el lado opuesto, siguen su curso no interrumpido las aguas del mar Pacífico - y al Norte y al Sud, están las grandes faldas que circunscriben el valle, y que conducen al desierto. [pág. 42]

XX

Esta capital del Departamento del mismo nombre servia de cuartel general al ejército boliviano, que entónces constaba allí de unos 2,500 hombres, divididos en los siguientes Cuerpos de línea: batallon “Daza” núm. 1; batallón “Sucre” núm. 2; regimiento “Santa Cruz” de artilleria; escuadron escolta, 1º de Coraceros. Cuerpos de Guardia Nacionales: Cochabamba. “Batallón Aroma 1º,” “Viedma” de Cliza; “Padilla,” de Torata; “Vanguardia de Cochabamba”. La Paz: “Regimiento Murillo”. Chuquisaca y Potosí: “Regimiento Libres del Sud”.

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El ejército boliviano, tan dignamente afamado en la administración del general Ballivian y otras épocas, habia relajado todas sus virtudes de administración y disciplina, debido á la influencia perniciosa de los caudillos que mas tarde gobernaron la República. Melgarejo, Morales y Daza, convirtieron el ejército en un almácigo de hombres vicioso.

Asi como Belzú aterrorizó á la porción distinguida de la ciudad de La Paz, con el predominio sin límites que dió á los cholos, así también los caudillos que he nombrado, y muy especialmente Melgarejo, dieron al ejército una educación que le creó la conciencia de su superioridad social, ejercida con funestísimas consecuencias, no solo en menoscabo de su propia moral y de su disciplina militar, sino tambien del dogma político en que se funda la organización del pais, de la civilización moderna, y de las garantias públicas.

Todavia se recuerdan en Bolivia, y muchas veces he escuchado con indignacion, la narracion de los actos despóticos y escandalosos que tenian lugar en aquellas épocas ver- [pág. 43] gonzosas para la república; y que no obstante conservan aun prosélitos fíeles que lamentan su desaparicion, al mismo tiempo que hacen el recuerdo de sus detalles con el mas dulce regocijo.

Cuando tuvieron lugar las espediciones hechas al Sur y al Norte de Tacna, me complacia escuchar á mis soldados, en noches de avanzada, encuclillado sobre la movible arena de alguna falda de cerro, transido por las heladas brisas del mar, las narraciones hechas sotto-voce de las escenas que se originaban en el palacio de la Paz, en los cuarteles y en las calles, durante la administración de los mencionados caudillos.

Ellos me representaban á Belzu, el ídolo del populacho, mostrándose en los balcones de Palacio, y arrojando á manos llenas el oro y la plata sobre una innumerable masa de cholos que lo victoreaba y lo aclamaba el tatai grande entre los grandes tatais.

Estas masas humillaban en todas partes á la gente decente, que se veia precisada á soportar aquella tiranía de la ignorancia y la barbárie, ó emigrar á otros departamentos de la república ó al extranjero.

XXI

Melgarejo quebró al fin el poder y la influencia de Belzu, arrebatándoselos con la vida; y entronizó á la clase militar, tan odiosa como las chusmas, por su degradacion, por la soberbia con que mandaba y la ruindad con que obedecia.

De todos es conocida la audacia y el valor que caracterizaban á Melgarejo, desplegados con mayor brillo que nunca [pág. 44] el dia de sn triunfo sobre Belzu. Se sabe que atacado éste en La Paz, había obtenido completa victoria sobre las fuerzas de Melgarejo; y que cuando la festejaba en los salones de Palacio, rodeado de sus adictos, de repente se presenta en aquella escena el caudillo derrotado, y dá muerte con su revólver, al que, dueño de la victoria, se consideraba también dueño de la situación.

Los historiadores contemporáneos bolivianos que han escrito acerca de este suceso, han callado hasta ahora sobre quién fuera el matador de Belzu, ó han imputado el hecho á uno de los tres soldados que acompañaban á Melgarejo y al general Campero. Pero la voz pública atestigua que no fué sino el mismo Melgarejo, quién diera muerte con su revolver al Presidente Belzu.

Melgarejo no pudo conformarse con la suerte que le deparó la batalla; y cuando todo su ejército estaba derrotado y disuelto, penetró en la ciudad con Campero y tres coraceros de la escolta, y al grito de: "Coraceros! si no me seguís, me levanto la tapa de los sesos!” - descansa la boca de su revólver sobre la sien - pica su caballo - y seguido de aquellos, penetra hasta Palacio, se introduce por medio de los soldados de la guardia - que quedan estupefactos - y salva á grandes pasos la escalera que lo conduce hasta presentarse arrogante en los salones donde

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su adversario brindaba por su reciente triunfo, salones cuyo pavimento era minutos despues manchado con su sangre, y oprimido con el peso de su cuerpo exánime.

Servia todavia en mi compañia uno de los tres soldados que acompañaron á Melgarejo en aquella atrevida empresa; y referiré de paso un detalle de la batalla de San Juan, cé- [pág. 45] lebre en los fastos de las últimas guerras intestinas de Bolivia, y que se relaciona con aquel soldado. En una soberbia carga que llevaron los coraceros contra otro cuerpo de coraceros enemigo - Arias - que así se llama aquel, provocó á uno de sus adversarios, y á gran carrera del caballo se fue sobre él con lanza enristrada. Pero en este primer choque la lanza del enemigo penetró en su frente, sobre el ojo izquierdo, lo cual, lejos de desfallecer el ánimo del coracero Arias, redobló su coraje, y lleno de furia enristra de nuevo su lanza y de un bote la penetra por la juntura de la coraza en el costado izquierdo del adversario, le arranca al caballo, y le deja postrado en tierra. Desesperado por el dolor de la herida, exclama á grandes gritos: ¡Matáme hermanito por Dios! - Arias, con la supina indolencia de su carácter, con esa cachasa que lo hacia el juguete de sus compañeros en el vivac, le dice: Bueno, sacáte la coraza - El herido obedece; y entretanto que desabrocha las correas y grita desesperado - Arias le mira impasible, sin la menor conmocion, sin cuidarse de la sangre que vierte la herida que también ha recibido; y una vez que su víctima exclama ya está - tranquilo, sin enojo, sin impaciencia, clava repetidas veces su lanza en el cuerpo del adversario, hasta dejarlo enteramente sin vida.

XXII

Las anécdotas sobre las genialidades de Melgarejo son muchas y tan interesantes, que bien pueden dar materia á un Federico Barbará boliviano para un volúmen de Diahluras.

Si mi memoria fuera fiel á las que he oido narrar, segu- [pág. 46] ramente que me servirian para dar algún colorido á esta carta.

En sus últimos años de Gobierno, Melgarejo se hizo un borracho consuetudinario. En este estado cometia las mayores locuras y arbitrariedades. Bastaba verle acariciando con temblorosa mano su larga y espesa barba negra, para que cuantos le rodeaban temieran sus impertinencias. Ya era con sus Edecanes, á quienes obligaba á parar los golpes de su sable esgrimido con la misma intrepidez que si lo hiciera frente á su adversario; - ya con los soldados de su guardia, que hacia formar en círculo, ocupando él el centro, y les mandaba orinar con tiempos, en cuyos detalles no me es lícito entrar; - ya con un general de la Independencia cuyo nombre no recuerdo, quién, no gustando de la cerveza, se veia imposibilitado de acompañar al mandon en sus libaciones, obligándosele cortezmente á tomar una gran taza de chocolate por cada vaso de cerveza que Melgarejo se servia; - ya con un coronel de la Nacion, que continúa todavia en servicio activo, á quién hacia colocar en cuatro piés, y sobre cuya espalda descargaba con fuerza la mano abierta, diciendo: por aquí pasó Carlos V (y daba un golpe) con su caballeria (otro) haciendo grandes destrozos (otro) en las filas enemigas (otro); continuando en la misma farsa de haoer pasar á Carlos V con infanteria, con artilleria, y su real cortejo.

Melgarejo habia hecho conocer este juego con el nombre de Muerto el perro; y, así, el referido coronel quedó hasta hoy con ese nombre como apodo.

Pero no paraban aquí las buenas humoradas de aquel caudillo. Compraba todos los relojes existentes en varias joye- [pág. 47] rias, para regalo á la oficialidad de unos ú otros cuerpos del ejército. Repartia con frecuencia, á oficiales y soldados, los tomines y tostones, con una prodigalidad asombrosa: firmaba ascensos militares en medio del calor de las orgías que á menudo tenian lugar en los salones de su despacho: y, por último, - pues no todas habían de ser flores, - daba de puntapiés al mas pintado de los señores coroneles que le rodeaban.

También es famoso el recuerdo que ha dejado en La Paz uno de los caballos de Melgarejo: El Holofernes. Su tamaño colosal - su pelo negro y brillante - su hermosa cabeza - su fornido cuello adornado de largas y ondeadas crines - sus ojos en continuado y atrevido movimiento - su cola flamígera - cada detalle era una

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proporción exacta, y su conjunto una armonia perfecta, con la talla, con el vigor, con la destreza de su dueño, que sentado sobre su lomo apenas domeñaba su impetuoso brio.

Pero entre esas excelentes condiciones, tenia el Holefernes una particularidad que lo hacia mas estimado de Melgarejo. No eran las herraduras de plata brillando en sus cascos, golpeadas con fuerza contra las piedras de las calles, cuyo ámbito llenaba con éco estrepitoso. Era su marcha, su porte en el andar, ya de elegante mansedumbre ó de indomable fúria, segun que Melgarejo lo montara vestido de paisano, ó con sus entorchados de oro, su bota granadera, y envuelto en los pliegues de una gran capa colorada. [pág. 48]

XXIII

Melgarejo tuvo por imitadores en la manía de trompadas y puntapiés, á los generales Presidentes Morales y Daza.

A. esta manía debió Morales su inesperado paso á mejor vida: Estaba en los salones del Palacio de La Paz, con varios jefes y entre éstos su sobrino, el coronel D. Octavio Lafaye. Ignoro con qué motivo se le habia afirmado á uno de los circunstantes, con tanto entusiasmo, que Lafaye pretendió interponer su mediacion pacífica, invocando el nombre de tio con que llamaba á Morales. Pero éste, abandonando su presa, se volvió repentinamente hácia Lafaye, al grito de ¡á vos también, c . . . ! No sé si alcanzó á pegar su trompada al sobrino, cuyo carácter no debia, indudablemente, amoldarse á ellas, cuando supo poner fin tan dignamente á la escena, descargando los tiros de su revolver, que en el acto dieron la muerte á su caro tio, el General Presidente de Bolivia.

XXIV

Por lo que respecta á Daza, mas de una vez, durante la permanencia del ejército en Tacna, hizo sentir su puño y su taco al rostro de sus edecanes y otros jefes.

Recuerdo, con este motivo, el incidente que paso á referir: Estaba yo de guardia y vino á presentárseme en calidad de preso un coronel perteneciente al cuerpo de Edecanes del Capitan General. Me bastó verlo para suponer que acababa de salir de bajo de la bota de S. E., pues tenia uno de sus ojos inyectado en sangre, sus párpados ennegrecidos, y una pequeña herida en la frente. Le hice pasar al calabo- [pág. 49] zo. y despues de un momento fuí á darle conversacion. Me refirió que Daza lo habia trompeado hasta hacerle caer en lo mejor de la felpa, de cuyas resultas habia dado con la frente en el contramarco de una puerta. En tal situación, Daza se proponia continuar en sus caricias, pero intervino oportunamente uno de los doctores Medina, médico del capitan general. Mi estropeado preso y señor coronel, siguió apreciando á Daza bajo diversas faces; al juzgarlo como hombre, esclamó: lo que tiene el capitan general es ser muy ligero en la trompada!

XXV

He nombrado á los doctores Medina, y no puedo resistir al deseo de narrar lo que oí una noche en conversación con uno de ellos. Conversaba con él sobre los hombres, las costumbres y los progresos de mi patria, y no se con qué motivo recordé incidentalmente á Montevideo - ¿Qué se cree que me preguntó el Dr. Medina? - ¿si era lindo ó feo? - nó - ¿si pertenecia ó nó á la República Argentina? - tampoco. El Dr. Medina se espresó así: “¿Dígame mi capitan, ese señor Montevideo es un hombre muy acaudalado?” - Me dió no se qué salvar el error á boca de jarro y á son de carcajada - le dije sin demostrar estrañeza, ni siquiera sonreirme: "No conozco, mi doctor, á ese señor; pero tampoco me he referído á él, sino á la ciudad de Montevideo... á la capital de la República del Uruguay.

Sin embargo del cuidado que me tomé para no enrostrarle sin piedad su ignorancia, noté que se sonrojó y no tuvo voz sino para exhalar un oh! débilmente articulado. [pág. 50]

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XXVI

En el ejército boliviano gozaba de gran reputacion el Batallón “Daza” 1º de línea, vulgarmente conocido con el nombre de colorados, por la chaquetilla que usaba de ese color. Este cuerpo era realmente magnífico, por su personal, por su instruccion y por su número. Constaba de 500 plazas y tenia una banda como de sesenta instrumentos, muchos de ellos ejecutados por hábiles músicos.

Todas estas buenas condiciones del Batallon Colorados eran contrarestadas por la falta de una severa disciplina ; y este defecto no reconocia otro orígen que la influencia perniciosa del general cuyo nombre llevaba.

Imagínese qué consideraciones y respetos hácia sus oficiales podian tener aquellos soldados, cuando el Capitan General del Ejército y Presidente de la República se presentaba en su cuartel entraba en la cuadra de cada compañia que le esperaba formada en ala, hacia retirar de allí á los oficiales de la misma, y hablaba á los soldado en términos como estos: Cómo están, hijitos? - Cómo les tratan? - Qué les falta? - Tienen alguna queja que darme? - Hablen, díganme todo - Semejante proceder, al propio tiempo que relajaba la influencia moral del oficial, que en cualquier caso y en todos los momentos debe pesar decisivamente sobre el ánimo del soldado, creaba en este un instinto de casi superioridad sobre aquel, ó cuando menos, la conciencia de un equilibrio de fuerzas é influencias, que no podia sinó producir una profunda relajacion de la disciplina militar.

Muchos oficiales y aun los mismos jefes recibian repri- [pág. 51] mendas grotescas motivadas por quejas mas ó menos fundadas de los soldados al Capitan General.

No era esto todo: no eran estos los únicos vínculos que unian á los colorados y Daza. Una gran parte de los soldados del 1º eran sus compadres, y como tales, garantidos por los privilegios que semejante lazo origina con tanta influencia entre el vulgo - y si vulgo eran los soldados, vulgo era tambien el general Daza.

Bajo otro aspecto: los colorados costaban una suma ingente á la nación. Un número considerable de su personal, entraba en la calificación de grado y paga; es decir, soldados, cabos ó sargentos con grado y paga de tenientes, capitanes, mayores y tenientes coroneles.

Tanto mas lamentable resultaban estos vicios al espíritu observador y consciente de ellos, cuando se veia á los colorados en formación, con su profunda masa, su arrogancia y desenvoltura marcial, su destreza en las maniobras y en el manejo del arma, y llevando á la cabeza su gigante coronel Murguia, de magnífica apostura y fisonomía severa.

El Batallón “Sucre” 2º de línea, conocido por los amarillos, de cuyo color era la chaquetilla, así como el “Illimani”, 3º de línea, llamados los verdes, eran cuerpos que reunian casi en el mismo grado las buenas condiciones de los colorados, y que por cierto le superaban en el respeto á sus superiores, porque no tenian, como éstos, la suerte de ser los niños mimados del Capitan General.

El Regimiento “Santa Cruz” de artillería se resentia por la falta de piezas que reunieran las modernas condiciones inventadas por el arte de matar; pues, á parte del arma particular de cada soldado, solo contaba con unas cuantas [pág. 52] ametralladoras y dos ó cuatro Krups de poco calibre. En cuanto á su disciplina é instruccion, era intachable; y entre su distinguida oficialidad, habia capitanes de mucho mérito.

XXVII

Al nombrar el Regimiento de Artilleria, hago un recuerdo que me es personal, y abro un paréntesis para darle cabida, antes de seguir en el desarrollo de esta lijera idea que pretendo dar sobre el Ejército Boliviano de operaciones en el Perú. Poco después de mi llegada á Tacna, cuando empecé á perder la esperanza en la hora de

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acción, y con la idea de prestar algun servicio, por humilde que fuera, al ejército en cuyas filas servia á la causa de la alianza, traduje del francés el opúsculo ya mencionado sobre las reglas del tiro y de la artilleria de campaña, tomados del reglamento prusiano y publicado en Paris en 1879. Remití esa traducción y el original al general Jofré, J. de E. M. G., para que, dedicada como iba la primera á la oficialidad del Regimiento “Santa Cruz” de Artilleria, se sirviera darla á luz en las columnas del “Boletin del Ejército".

Sin embargo, hasta el dia en que se retiró de Tacna dicho general, en Noviembre, no se habia hecho la publicacion, ni tampoco traté de averiguar la suerte que tocara á esos manuscritos.

XXVIII

El Ejército Boliviano estaba organizado en un Estado Mayor, un Cuartel Maestre, una comisaria general y tres Comandancias de Division, desempeñadas hasta poco antes [pág. 53] de Diciembre por los generales Juan José Perez, Casto Arguedas y Luciano Alcoreza.

He nombrado antes al jefe del Estado Mayor.

¿Quién era el general Jofré ?

Don Manuel Othon Jofré, Ministro de la Guerra de la Administración Daza, desempeñó hasta fines de 1879 el cargo en que le conocemos.

Nada abonaba en favor de dicho personaje: ni sus dotes intelectuales, ni sus antecedentes de soldado en el campo de batalla, ni sus cualidades morales, ni su fisonomía.

Gozaba de una reputación que lo perfilaba: pobre inteligencia, valor menguado - chismoso de Daza - paciente y manso á sus reprimendas y á su acción— arbitrario y cruel para con sus subordinados.

Completaba este cuadro físico-moral, su fisonomía sin luz, sin movimiento, sin espresion: fisonomía antipática - su palabra articulada con cadencia monótona, voz débil, acento cascado - y su esqueleto gigantesco doblado sobre un lado y perezosamente movido.

No podria decir que Jofré era el consejero de Daza, porque éste lo despreciaba profundamente - y mal podia entonces existir ese vínculo simpático, esa influencia recíproca y las respectivas consideraciones que insensiblemente acrecientan su influencia en el espíritu del aconsejado y de su consejero.

Pero á semejanza de Donato Muñoz, el Ministro de Melgarejo, que sacaba todo el partido conveniente á sus fines cuando Melgarejo se hallaba bajo la influencia del alcohol, - así tambien Manuel Othon Jofré, esperaba los momentos biliosos del Presidente Daza, para comunicarle un hecho [pág. 54] cualquiera sobrevenido en el Ejército, revistiéndolo á su antojo, esgrimiendo la mentira y la calumnia con toda la rastrera humildad de un hombre vil.

Debido á esta perniciosa influencia apareció en Noviembre una Orden General, que para honor de Bolivia debiera el gobierno de Campero hacer testar de todos los libros en que se escribió, como un homenaje á la memoria del patriota que en ella se pretendía escarnecer. En ese documento se daban los mas denigrantes calificativos al valiente y distinguido general Juan José Perez, so pretesto de una supuesta insubordinación á la que se atribuía el ánimo preconcebido de un motin militar; y se mandaba borrar del escalafon militar de la República el nombre del general Perez.

Todo fué obra de Jofré, celoso y lleno de envidia ante aquel distinguido oficial de la Independencia, que ostentaba en su pecho las condecoraciones merecidas á costa de sacrificios y de sangre, y cuyo cuerpo rígido no

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habian conseguido doblar las vicisitudes y los años. El general Perez, no obstante sus 70 años, sus campañas, sus heridas, conservaba aun sus hombros hácia atrás y en una, misma línea y su cabeza albi-calva derecha, la barba recogida y la vista al frente, en cuya mirada se reflejaba toda la nobleza y energía de su alma.

Si el general Pérez es tomado por Daza en esa ocasion, quizá no hubiera tenido la gloria de caer en el campo de batalla mortalmente herido al golpe de una bala chilena. Es posible que Daza lo hubiera hecho sentar en el banquillo de los criminales, haciéndole romper la frente por balas bolivianas; pero quiso el destino ahorrar á Bolivia esta angustia, dando á Perez tiempo suficiente para abandonar á [pág. 55] Tacna, ponerse fuera de la accion ejercida por Daza con el fin de hacerlo preso é ir sin novedad hasta Lima, donde fué objeto de esquisitas atenciones, y donde esperó el momento oportuno para regresar al ejército, que poco despues habia de llorarlo perdido para siempre.

Al nombre del general Perez puede agregarse el de otros jefes llenos de mérito, que honrarian el escalafon de cualquier ejército. El ilustrado y muy digno Coronel Eleodoro Camacho, el caballeresco Teniente Coronel Pando, el patriota coronel Miguel Castro Pinto, el intrépido coronel Ramon Gonzalez, los de igual clase Zapata y Suarez, los Tenientes Coroneles Ravelo y España, el joven y pundonoroso Comandante Romero, y algunos otros que ahora no recuerdo - son de ese número.

En esas filas formaban tambien algunos oficiales de merecida buena reputación, por su valor, sus aptitudes y decencia; aunque pocos, no me será posible nombrar á todos. Sin embargo, me plazco en hacerlo, como homenaje de justicia, para con la oficialidad del batallón Colorados en general, y como doble homenage de justicia y de grato recuerdo de amistad y compañerismo, para con Justo L. Moreno, Donato Archondo ( muerto en la batalla de Tacna ), Vega, Pinto, César Ruiz, Pinedo, Allara (italiano), Mayores Romero, Gutierrez, Aldunate, y doctor Moscoso.

La juventud ilustrada de La Paz, Cochabamba, Sucre, Potosí y otros departamentos, tenia sus dignos representantes en los cuerpos de “Murillo”, “La Vanguardia” y “Libres del Sur” ; y será siempre honroso recuerdo para Bolivia aquel núcleo numeroso de jóvenes doctores que han hecho la campaña de 1879 y 1880, en clase de soldados. Y [pág. 56] no se crea que los regimientos que formaban fueran cuerpos sagrados de los que no se dispusiera para toda clase de servicio y toda clase de peligros. Al contrario: no tenian ningún privilegio que los colocara en distinta condición á los demás cuerpos del ejército, á no ser el privilegio de quedar impagos sus haberes durante siete y ocho meses consecutivos, de lo que resultaba que una infinidad de ellos cuyas familias no pudieran atenderlos como desearan, anduvieran desnudos, á tal punto de faltarles hasta una camisa; y á no ser el privilegio de la benévola aceptacion con que contaban entre el bello sexo medio de la sociedad tacneña, de lo que indudablemente ha resultado un aumento de población sin proporción relativa á otros años, cuya causa no será á la Estadística difícil de presumir.

XXIX

Pero nada he dicho todavia sobre el Escuadrón Escolta 1º de Coraceros.

Por desgracia nada bueno puedo decir de ese cuerpo, de cuya 2ª compañía ejercia el mando superior; y, sin embargo, Daza me habia dicho al destinarme á él, que era el cuerpo de su preferencia - y sin embargo minutos despues agregábame Jofré, de una manera que no dejó de chocarme, porque la interpreté de proteccion ó favoristismo: y vea que allí vá Vd. á mandar muchos jefes y oficiales.

El Escuadrón Escolta 1º de Coraceros, era algo ménos que un manicómio sin vigilancia, y algo mas que una taberna de jornaleros en dia domingo. No puede imaginarse mayor indisciplina, mayor corrupcion, mayor escándalo, [pág. 57] cual se ofrecia por aquella agrupacion de soldados, cuyo mayor número eran jefes y oficiales, desde la clase de alférez hasta la de teniente coronel.

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El cuartel de los coraceros era digno de ser visitado, especialmente en los 3 y 4 dias siguientes al del pago - ¡Ay del capitán y del oficial de servicio en semejantes dias! - En los patios, en las cuadras, en los calabozos, en todos los rincones estaba el llanto, el grito, la discusión, la pelea, requiriendo su presencia, su autoridad, su energía, casi siempre ineficaz y muchas veces peligrosa para su vida, en tratándose de la 1ª compañía.

Habia entre estos tigres de Bengala, como se les llamaba en el ejército, hombres afectados de delirium tremens, manifestado en unos con carácteres de hidrofóbia y en otros con alucinaciones perfectamente cómicas: á cada momento se les veia armados de sus lanzas, queriendo enterrarla en el cuerpo del primero que les molestase: otros hacian su equipaje, se vestian de paisanos, y se despedian de sus compañeros porque habian resuelto hacer un viaje á Londres: quiénes eran atormentados por visiones que les arrancaban los mas desaforados gritos: estos lloraban: los demás reian ó cantaban - y entre todos ofrecian un conjunto que, como he dicho, hacia de aquel cuartel algo menos que un manicomio sin vigilancia, y algo mas que una taberna de jornaleros en dia Domingo.

Si de los soldados pasamos á los oficiales y jefes del cuerpo, veremos al 2º de éstos y á la mayor parte de aquellos embriagarse con el mismo escándalo, jugar á la pinta con la tropa, ofreciendo así los mas repugnantes ejemplos de indisciplina é inmoralidad. El 2º jefe se ha pasado en una [pág. 58] ocasion durante tres dias bebiendo en un altillo en compañia de soldados y mujeres.

En los ejercicios doctrinales que se practicaban algunas veces, diariamente, á menudo era el 2º jefe quien sacaba el escuadrón al campo de instrucción. Allí mandaba dos ó tres movimientos, y daba largo reposo á la fatiga. Habia tomado este hombre la costumbre de venir entonces hácia mí, y darme una esplicacion, sobre lo innecesario de continuar maniobrando, pues la instruccion del escuadron era completa: lo sabemos todo, decia - lo que haremos despues de descansar un rato es irnos por allí, hacer dos ó tres movimientos mas y nos regresaremos al cuartel.

Debo advertir que estas palabras las decia sobre las narices de los soldados, quienes entre bromas y risas aprobaban las sábias medidas adoptadas por el comandante; y debo advertir que el escuadron era tan recluta como en el primer dia de su creacion - y que el comandante no era mucho mas esperimentado que sus soldados.

¡Pobre Bolivia con semejantes coraceros!

Dos ó tres oficiales que conocíamos la mision y el deber de nuestra posicion, nos veíamos imposibilitados de estirpar tan profunda relajacion. Hubiera sido necesario no solo matar ó hacerse matar, sinó que aquel que viniera entonces á continuar en la obra, tuviera conciencia de encontrar apoyo en sus jefes ó el Capitan General del Ejército. Pero nuestro primer jefe temia cordialmente los rayos de cólera del Júpiter Tonante; no habia para él amenaza mas terrible que cuando alguno de la 1ª Compañia manifestaba deseos de llegar hasta el olimpo.

Seria injusto sinó hiciera algunas honrosas escepciones al [pág. 59] pervertido elemento del Escuadrón Coraceros: Habia en él una media docena de jóvenes decentes, educados, cuya conducta contrastaba notablemente con la de los demás; estos jóvenes llegaron á Tacna al mando de fuerzas que habian reunido en el Luribai y Caracato (valles del Departamento de La Paz), y que el estado mayor distribuyó en varios cuerpos, mientras á sus oficiales les cargó con el casco y la coraza en clase de soldados.

El elemento de movilidad de este escuadron eran caballos y mulas, superando en mucho el número de estas; circunstancia que, á parte de desvirtuar el poder y la influencia de la accion de la caballería en sus terribles cargas, era altamente ridícula si se considera á un coracero cubierto de un coludo casco y armado de una triste lanza, mal ginete caballero en una mula, y formando hilera ó en una misma fila al lado de otro montado en un caballo.

Cuando tuvo lugar la espedicion al Sur, la lanza de los coraceros quedó archivada con el casco y la coraza en los depósitos de Tacna, y se les armó de carabinas de varios sistemas; de las cuales era mucho si habia una

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docena en perfecto estado de servicio. Esto daba lugar á escenas capaces de desalentar al oficial de mas templado espíritu militar. Casi todos los dias se hacia prueba de las armas; la que hoy resultaba buena, porque lanzaba el proyectil, á pesar de faltarle esta ó aquella pieza, al dia siguiente se mostraba malhumorada y no habia ingenio que consiguiera hacer fuego con ella.

En una madrugada en que á nuestro jefe se le antojó creer que la camanchaca (neblina) que nos rodeaba ocultaba á nuestra vista al enemigo, se hizo alto y se procedió á una [pág. 60] averiguacion de las buenas y las malas armas. Los soldados que tenian aquellas se hicieron pasar á primera fila, y viceversa. Con este motivo recuerdo que algunos objetaron tener su arma en mal estado, sin duda porque, encontraban mas cómodo ocupar un puesto de segunda fila en tales circunstancias

XXX

Cuenta el Ejército Boliviano con un elemento del cual no puede prescindirse: es la rabona.

En Bolivia, y aun en el Perú, llámase rabona á la mujer que acompaña en todas partes al ejército y cuyo número es casi igual en muchos cuerpos al de los soldados. La rabona es cocinera, lavandera, bodega, y mujer del soldado.

He dicho bodega, porque, en efecto, ella se constituye en depositaria y proveedora del pisco ó del aguardiente, sin los cuales parece fuera imposible la vida para aquellos hombres. Bajo esta faz, la rabona es el fantasma que mas preocupa al oficial de guardia durante el dia; pues á pesar de la escrupulosa requisicion que se hace en todo su cuerpo, la rabona consigue su objeto y tiene siempre nuevos recursos para lograrlo.

Ella introduce las botellas de bebida, unas veces entre sus numerosas polleras cortas de gruesa bayeta - otras, atando á su cintura un cordel del cual lleva suspendida la botella y oculta entre ambas piernas! - yá en el fondo de sus grandes ollas de comida - ó en grandes vejigas que colocan á la espalda ó en el seno - y por fin, entre otros muchos recursos, en una larga cana tacuara perfectamente hueca con disimulados tapones en sus estremos. [pág. 61]

La rabona, como cocinera, tiene una especialidad que seguro estoy no muchos se someterian á esperimentarla, poniendo á prueba la despreocupación del estómago.

Sentada al lado de su olla de chupe, de picante, de cuatro cosas, ó de lahua, (todos platos nacionales), la rabona busca parásitos urgando la cabeza de su hijo ó compañera, entre tanto no se presenta un cliente á pedirle de comer.

Para dar á conocer su especialidad, supondré que ha servido á uno, que este le ha devuelto el plato, y que otro se presenta en demanda de comida - entónces ella, teniendo en su mano izquierda el plato grasiento que acaba de recibir, pasa sobre la grasa el índice de su mano derecha, lo lleva á la boca y chupa la grasa, lo trae de nuevo al plato y de nuevo lo lleva á la boca, continuando en esta operación hasta trasportar del plato á la boca toda la grasa del primero, para lo que le ha servido de vehículo el mismo dedo con que hacía un momento arrancaba parásitos de la cabeza de su hijo ó compañera.

XXXI

El ejército no recibe ración de ninguna especie durante su permanencia en un centro de poblacion. Con el socorro que se le dá tiene que proveer á su manutención. Ese socorro consiste en 2 pesos plata para los jefes, 1 peso para los oficiales y 4 reales para los soldados: es un anticipo del haber mensual que queda reducido para el soldado á unos 3 ó 4 pesos.

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En campaña el ejército era racionado con lo que hubo y se pudo, pues, á pesar de recibir el socorro, nada podia [pág. 62] hacerse con éste por la falta absoluta de víveres en las pequeñas poblaciones de los valles.

Durante la campaña tampoco se ha dado al ejército pieza alguna del vestuario confeccionado por el Estado. Solo ha recibido el material; es decir las varas necesarias de una especie de jergon blanco, amarillo verde ó colorado, con el que los mismos soldados hacian su vestuario ó lo mandaban hacer á su propia costa.

Este vestuario (de cuartel y campaña) consistia en una especie de chaquetilla suava con vivos negros, y un pantalon ancho en la parte superior y angosto en el otro estremo, pero sin la gracia del corte militar francés. El kepí, de cierta forma que tiraba á morrion, generalmente se cubria de una funda blanca. El calzado de la infanteria era la ojota, ó sandalia de cuero.

No he conocido el uniforme de parada; pero tengo entendido que era lujoso y de buen gusto.

El remington, arma de la mayor parte de los cuerpos de infantería, no era de tan buena fábrica que no dejase de hacer sentir su mala calidad en la batalla de Tacna, donde muchos soldados se vieron imposibilitados de su uso por uno ú otro motivo.

XXXII

La inaccion en que estuvo el ejército de Tacna desde Abril, en que llegó allí de Bolivia, hasta principios de Noviembre, quebró el espíritu militar y amenguó el patriotismo de la misma juventud, que, dejándose dominar por el tédio y las privaciones sufridas, llegó hasta olvidar los mas delicados deberes del hombre y del ciudadano. [pág. 63]

Era vergonzoso para el país la deserción que se esperimentaba aun en los cuerpos formados por la juventud, de de los cuales, grupos de tres y hasta de seis jóvenes abandonaban sus filas como desertores ó licenciados y volvian al seno de sus familias.

La desercion en Bolivia, no solo se consuma por los individuos de tropa; jefes y oficiales han cometido siempre ese delito tan rigurosamente castigado por las Ieyes militares, y tanto mas denigrante en un jefe ú oficial, por el acto en sí como por lo extraordinario que seria un caso semejante en cualquier otro ejército.

XXXIII

Otro vicio (creo poderlo calificar así) que hay en el ejército boliviano, pero que resulta de la falta de cumplimiento de una excelente disposicion de su código, es la condicion á que se ve reducido el oficial respecto al servicio particular de su persona y necesidades. Las ordenanzas no dan derecho al oficial para tener un asistente militar; le asignan un sobre sueldo con que pagar el servicio de un mozo. Pero este no lo recibió una sola vez durante la última campaña, de lo que resultaba que los oficiales tenian que atender en persona á todas sus necesidades : ir en busca de su rancho, regresar á su fogón en el campamento con un puñado de maiz, ó de arroz, ó un pedazo de carne, ó de grasa, llevado honoríficamente en la mano: ir á la caballada, tomar su bestia por sí mismo de entre todas, llevarla al agua, traer y darle el forraje; aperarla para seguir la marcha y desaparerla y atenderla en todo lo indispensable al acampar. [pág. 64]

No critico esta condicion del oficial por el acto material en sí, sino porque su desempeño en presencia y á la vista de los soldados, le rebaja en su categoria y en su autoridad, desvirtuando ese prestigio de que debe rodearse y hacer sentir en todos sus actos á la imaginacion del soldado.

XXXIV

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La pena de azotes se encuentra en Bolivia en todo su odioso apogeo.

Los cabos son obligados á llevar consigo una azotera trenzada, en cuyo manejo tienen una destreza admirable.

Cuando en Febrero regresaba á Tacna la division espedícionaria á Moquegua, presencié en el campamento de Ite la mas prolongada ejecucion de las que tuve el desagrado de ver.

Se dirigian los cuerpos al campo en que se iba á maniobrar en línea, cuando un soldado de los Amarillos hizo fuego sobre su jefe el coronel Niño de Guzman. Inmediatamente fué remitido el delincuente al campamento. Al regresar la division, formó un inmenso cuadro con sus batallones en batalla, y en su centro se hizo colocar al reo. El coronel Castro Pinto, con palabras inoportunas - pues sin que viniera al caso se detuvo demasiado en consideraciones sobre los vínculos de Alianza entre el Perú y Bolivia, - con espresiones muy humanitarias - pero que debió haber acallado en su corazon, - informó que aquel pícaro debia ser fusilado y que no obstante habíase conmutado la pena por la de mil azotes, en atencion á las interposiciones hechas en su favor. [pág. 65]

En seguida se hicieron entrar al cuadro y formar al lado del reo unos dos ó cuatro cabos de cada cuerpo de la division. Echado aquel en el suelo, boca abajo, desnuda la parle posterior, oprimida la cabeza por un cabo y por otros dos cada una de las piernas - rompieron las bandas de música y empezó la bárbara ejecucion, produciéndose á un propio tiempo el quejido del aire al ser cortado por el látigo y el quejido del hombre, arrancado por el dolor.

Pocos momentos despues de principiada la aplicacion de la pena, la parte azotada del paciente ofrecia el espectáculo de su carne viva hirviente y ensangrentada - espectáculo horroroso é indigno de producirse ó presenciarse por hombres civilizados.

XXXV

La Revista de Comisario que mensualmente pasa el ejército boliviano, es una verdadera parada militar y una excelente práctica por las formas de que se la reviste, y que segun creo acaban de adoptarse en nuestro ejército, habiéndose practicado en los primeros dias de este mes.

Ella es una garantia para la Nacion, pueblo y gobierno, siendo presidida por la primera autoridad militar del lugar en que se hallen las fuerzas que revistan, como el Jefe de Estado Mayor en la capital, ó los comandantes generales de cada division, allí donde se hallen los respectivos de su mando, y deben hacerse siempre en parajes públicos en los casos que seria óbvio determinar.

Hasta no hace mucho tiempo, en nuestro ejército solo asistian á ella los jefes del cuerpo, los oficiales de la compañía, el soldado llamado por turno, el comisario pagador y su [pág. 66] auxiliar; y en este mismo acto se abonaban al soldado sus haberes correspondientes.

De esta práctica resultaban irregularidades y defectos de que la opinion pública llevaba cuenta, pero que no eran corregidos por las autoridades competentes.

En el ejército Boliviano de Tacna, la Revista de Comisario era presidida por el jefe de E. M. G., acompañado de las tres Divisiones, el Comisario General del Ejército, los jefes del cuerpo que revista y los oficiales de compañía.

Estos últimos, llegados por turno á la mesa en que se hallan aquellos superiores, son llamados por su graduacion, nombre y apellido por el que preside el acto, responden - Servidor á la Patria - y hacen el saludo militar con la espada al propio tiempo que desfilan por frente á la mesa.

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El Sargento 1º pasa entónces á colocarse en el mismo punto, llama á cada soldado por su nombre, rompe este su marcha, se detiene á la altura del Sargento, dá un golpe de mano sobre la culata del fusil, carabina ó lanza, que lleva al hombro, pronuncia su apellido en alta voz, con acento verdaderamente marcial, y sigue la marcha para entrar en formación en el otro costado.

Naturalmente que el llamado á cada uno se ciñe al órden de tres listas de un mismo tenor, de las cuales dos tiene la mesa y la otra el sargento 1°.

Antes de seguir adelante, advertiré que en mi calidad de argentino, sustituí para mi uso y por mi propia cuenta - sin que jamás se me hiciera observacion alguna - El Servidor á la Patria, por el Servidor á Bolivia.

Una vez pasada la Revista de Comisario, el Habilitado de cada cuerpo (que lo es uno de sus oficiales nombrado por [pág. 67] mayoria de votos por un colegio representante de todos los del mismo), recibe de la Comisaria General, mediante una órden superior, el pret que corresponde á su cuerpo; cuya distribucion se hace por una mesa compuesta por un jefe del estado mayor nombrado al efecto, los jefes del cuerpo, los oficiales de la compañia y el Habilitado.

Quisiera dar una idea completa de la organizacion y las prácticas establecidas en el Ejército Boliviano; pero me es imposible. Escribo lo que conservo en la memoria: son pálidos reflejos. La pérdida en dos ocasiones de mis Apuntes diarios, y confieso avergonzado, hasta la desidia con que he procedido durante la campaña en lo relativo á tomar datos y hacer prolijas observaciones á éste y muchos otros respectos - me imposibilitan hoy ser minucioso en mis detalles, y no hago sino tratar lijeramente la materia, porque deseo evitar el caso de decir una cosa por otra ó decir lo que no es verdad.

XXXVI

Ofrezco en este paréntesis un cuadro característico.

El 6 de Agosto se celebró en Tacna una de las grandes fiestas nacionales de Bolivia.

Despues de la misa, oida por todo el Ejército, como era de costumbre cada Domingo, se mandó á Palacio una guardia de honor compuesta de 2 oficiales y de 20 de los mejores soldados del Escuadron Coraceros.

Se me dió el mando de esta guardia, y en consecuencia me constituí en honorífico planton hasta las 10 de la noche.

Durante el dia no cesó un momento el flujo y reflujo de autoridades civiles y militares, peruanas y bolivianas, que [pág. 68] acudian en corporacion al besa -manos en el salon del Presidente de Bolivia y Capitan General de sus Ejércitos. Como es natural, los brindis continuados habian llegado á eso de las 2 de la tarde á electrizar la sangre y hacer bullir como volcan preñado la cabeza de los circunstantes, cuya alta y entusiasta vocingleria á puerta cerrada, hacia llegar, no obstante, sus écos de tempestad á todos los rincones de la casa. Yo me hallaba en el patio que cuadraba el salon de recibo, en cumplimiento de mi deber, oyendo el ruido de voces, risas, exclamaciones y choque de cristales. Llegó un momento en que oí la voz algo tiple del General Daza sobresaliendo entre todas, y repitiendo muchas veces con acento entusiasta: ¡De lo que se trata ahora es de apoderarse de Antofagasta! - Minutos despues se abrieron las puertas del salon que comunicaban al patio. En aquel instante me paseaba vestido de levita y pantalon negros, kepí gransé con las insignias de mi graduación, capona dorada sobre ambos hombros, mi espada al cinto - y en el pecho, sobre el corazón, los colores de mi Patria, en una cinta de gró suspendida de un pequeño broche dorado. El General Daza me vió, y acercándose á la puerta me invitó á pasar adelante. Una vez en el salon, hizo servir una copa de generoso vino y la puso en mi mano. Estaban allí el Jefe de Estado Mayor, los de las tres Divisiones, los de los respectivos cuerpos del Ejército, su numeroso cuerpo de Edecanes y varios oficiales. El General Daza, con una copa en la mano, me dijo, en voz

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alta y agitada: “Capitán Mármol! es para mí un honor que en este dia sea Vd. quien se halle á la cabeza de la guardia que se hace en esta casa. Esa espada en su cinto y esa insignia en su pecho, esplicarian á los que no le cono- [pág. 69] cieran, de dónde ha venido y á dónde va: Vd. vino de Buenos Aires, su lejana pátria, y vá en pos de cualquier sacrificio por la causa que Bolivianos y Peruanos sostenemos contra los vándalos de Chile!.... Pero no pasará mucho tiempo sin que su pátria y la mia se hallen unidas sobre un campo de batalla contra esos mismos enemigos. Sí! su Pátria y la mia, identificadas por el orígen, por los intereses, por glorias comunes, han de rematar esos lazos ayudándose para aplastar á Chile! Yo quiero tomar con Vd. una copa, para que estas verdades del porvenir se realicen cuánto antes y por su salud de Vd.” Las copas se apuraron, y llenadas de nuevo, contesté: “Por el triunfo de la alianza - por la salud del Capitan General.”

En seguida me retiré á ocupar mi puesto.

Por la noche fuí llamado á la mesa. Estaban allí el general Jofré - el Dr. D. Serapio Reyes Ortiz, Secretario General de Daza - el Dr. Vazquez (Colombiano), Secretario privado - unos diez Jefes del Ejército - y varios empleados civiles de la Secretaria General, entre ellos el Dr. Julio Quevedo, que residió en 1879 en esta ciudad é hizo una edicion de sus producciones poéticas. El General Daza no estaba: se habia metido en cama desde la oracion. En esta ocasión, mas que en otra alguna, pude experimentar y fastidiarme al mismo tiempo, de la costumbre que reina en Bolivia, en el Perú y en algunas de nuestras provincias interiores, á la que puedo llamar el obligo. Incesantemente oía decir á los comensales, con la copa en la mano y en señal de invitación: con usted - y uno y otro apuraban la copa. Donde quiera dirigía mi vista, tropezaba con dos ojos amables y lábios que sonreian, al decirme: con usted. No acos- [pág. 70] tumbrado á semejante etiqueta, tampoco se me venia á las mientes que alguna vez debia también tocarme hacer lo mismo. El primer Edecan, que estaba á mi lado, me insinuó que obligara al Dr. Reyes Ortiz: lo hice - y ya advertido seguí obligando á cuántos hasta entonces me habian obligado.

A los postres se iniciaron los brindis por Jofré. Se siguieron otros, siempre sobre el tópico de la patria y la guerra. Reyes Ortiz tuvo una frase verdaderamente candorosa: "Ah! dijo - si consigo hacer prácticas mis ideas, no solo dominaremos á Chile, sinó á la América del Sur!" - ¡Dominantes ideas las del señor Secretario General! - pero en aquel momento ellas estaban dominadas por los vapores del vino.

El primer edecan torció el torrente del entusiasmo abriéndole un nuevo cauce. Dijo: “Por el Capitan General que por desgracia no nos acompaña en este momento." Aquí Jofré parece que se sintió arrepentido de no haber sido el primero en hacer semejante recuerdo; pero enmendó la plana y dió vuelta y media al primer edecan, pronunciando palabras de tan repugnante servilismo..... que me imaginé estar oyendo uno de aquellos discursos de los servidores de Rosas, publicados en la Biblioteca del Comercio del Plata. Se siguieron otros sobre el mismo tema.

Pasado un momento, Jofré recordó que se cumplia tambien en ese dia el 53° aniversario de Junin. Habló de Bolivianos, Peruanos y Colombianos - ni una palabra de los Argentinos. En seguida agregó el mismo: “A ver capitán Mármol que nada ha dicho - del mármol tambien se saca " fuego, " Me disculpé sin hacer caso del cumplimiento. Hablando, hubiera tenido que chocar con la palabra de am- [pág. 71] bos Ministros: el General Ministro y el Ministro General. Por otra parte conocia mi absoluta falta de fácil espresion, y fué este el principal motivo que me inclinó á guardar silencio. Hablando, deseaba hacerlo de una manera digna de mi calidad de extranjero y digna de las circunstancias. Callé, aunque lamentando profundamente la rudeza de mi palabra, porque veia que allí se me brindaba la honrosa oportunidad de imitar á Lavalle en su réplica á Bolívar, cuando refiriéndose á la carrera triunfal hecha en el lomo de su caballo de batalla, auguraba que no la detendria hasta hacerle beber las aguas del Plata.

XXXVII

Mientras el ejército boliviano se reducia en Tacna por la desercion y las licencias de retiro que se solicitaban, sufria tambien otras consecuencias originadas por la inercia á que estaba condenado.

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Conocidos son los resultados de las largas guarniciones militares, mucho mas perniciosas en ejércitos en que no impera una severa y estricta disciplina: el espíritu del soldado decrece, se enerva, trabajado por el fastidio de la monotonia.

Semejante situacion solo fué alterada hasta Noviembre, por las noticias de las atrevidas espediciones del Huáscar, del combate de Pisagua y de los bombardeos de las indefensas é inofensivas poblaciones de la costa, llevados á cabo con salvaje cinismo por la marina de Chile.

De todas estas nuevas, la única favorable á las armas aliadas fué la captura del trasporte Rimac y de otros tres buques de vela, efectuada por el blindado Huáscar y la [pág. 72] corbeta Union en la madrugada del 23 de Julio, frente á Antofagasta.

Como se recordará, el Rimac llevaba á su bordo el regimiento Yungay, fuerte de 240 plazas, y mandado por el coronel Búlnes, hijo del vencedor en Yungay sobre el ejército confederado de Santa Cruz. La espada victoriosa en 1838 fué hecha botin de guerra en 1879, por los mismos á quiénes abatió en aquella época: la llevaba en su cinto el Jefe de la espedicion chilena que tripulaba el Rimac.

Estos prisioneros fueron objeto de las mayores consideraciones prestadas con generosa nobleza por parte de los aliados. Los jefes y oficiales pidieron ser conducidos á Lima donde residieron colmados de nuevas atenciones. Los soldados llegaron á Tacna, cuya poblacion presenció apiñada su desfile sin manifestar un grito, una palabra, un gesto, una acción contra el vencido. Allí fueron alojados en un cuartel donde se les proveia de todo lo necesario para su manutencion. Pidieron que se les dieran las especies en su estado natural, para hacer su cocina chilena, y las obtuvieron. Manifestaron su temor de ser conducidos á Bolivia, y se les prometió que quedarian en el Perú. Poco despues se veia á muchos ocupados en sus respectivos oficios y en la mas amplia libertad. Esta era una medida imprudente de las autoridades peruanas, pues se esponian á tener á su lado el mejor servicio de espionaje que pudiera establecer el enemigo, desempeñado por los mismos con quienes se procedia con tan elevada hidalguía.

Antes de pasar adelante, debo observar lo inmotivado del temor manifestado por los prisioneros de ser conducidos á Bolivia, Para probarlo no tendré que hacer lirismo sobre la [pág. 73] civilidad del pueblo boliviano, de cuyos grandes vicios sociales me he ocupado, á pesar mio, pero en homenaje á la verdad. Los hechos prácticos, así como me han bastado para probar con su simple narracion lo que denigra á Bolivia, me bastarán tambien para dejar demostrada la sin razon de las desconfianzas manifestadas por los prisioneros chilenos.

En efecto: aquellos que mas tarde pasaron á Bolivia, fueron objeto de las mismas pruebas de generosidad que en el Perú. Los soldados se emplearon en las empresas mineras á su propia solicitud, y los oficiales vivieron en La Paz, en completa libertad, comunicándose con sus familias, recibiendo de ellas toda clase de recursos, y frecuentando la sociedad de la juventud boliviana, sin que jamás se les infiriera una ofensa de palabra ni de acción. Y es tanto mas digno este proceder, cuando se les pudo ver en las mismas circunstancias y rodeados de las mismas consideraciones, aun despues que entraron á La Paz los restos del ejército boliviano derrotado en los campos del "Alto de la Alianza”. Entónces conocí de vista á varios de ellos, y observé con mis propios ojos lo que he afirmado.

XXXVIII

En Noviembre terminó al fin esta campaña de pan tierno, que, como lo dije otra vez, era la calificacion que daba el general Perez á la residencia del ejército boliviano en Tacna.

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El Sur iba á ser teatro de importantes acontecimientos, en los cuales el general Daza se preparó á desempeñar el principal papel, retrocediendo espantado cuando tuvo muy cerca el escenario que su deber le señalaba. [pág. 74]

A la cabeza de todas las fuerzas bolivianas de Tacna se movió hácia Arica á principio de Noviembre, emprendiendo desde allí la travesía del ardiente desierto, hasta llegar tres dias después á Camarones con su ejército postrado por la fatiga.

En un valle cuyo nombre no recuerdo, antes de llegar á Camarones, desertaron varios soldados que tuvieron la peregrina idea de emprender la fuga en momento en que el ejército habia hecho alto, y pasar por cerca de la carpa de Daza. Advertido éste, salió con su revolver en mano; y al grito de ¡quiénes son los cobardes que me abandonan! les persiguió unas dos ó tres cuadras, haciéndoles disparos por la espalda que hirieron á uno. Los otros se ocultaron en un monte de espinosos arbustos, al que Daza hizo poner fuego en varios puntos del contorno.

No sé cómo terminaría aquella escena, pues el Escuadrón Coraceros recibió la orden de continuar la marcha cuando ella no habia tenido aun su desenlace.

Se conoce perfectamente el resultado que tuvo la espedícion al Sur: Llegar á Camarones, de donde regresó á Tacna la infantería y artillería, que es como si dijéramos todo el ejército. El recibo bochornoso que hizo ese pueblo á los que inocentes lo soportaron con el rostro encendido, pues todas las puertas se cerraban á medida que la columna se internaba en las calles: la continuación de la marcha de Daza con el Escuadrón Coraceros y otro pequeño grupo de caballería: su llegada á Chiza: su avance hasta Tana, á 40 leguas al Sur de Tacna y á 5 horas de camino de Dolores ó San Francisco: la contramarcha á Chiza: la vuelta hácia Tana, donde se llegó el 19 por la mañana, justamente en [pág. 75] momentos en que el ejército aliado del Sur, con sus líneas tendidas frente á la posicion ocupada por el enemigo en Dolores, miraba ansioso los horizontes esperando á Daza como el genio de la victoria : una nueva contramarcha á Chiza y un nuevo avance á Tana, donde nos alumbro el sol del día 20 al propio tiempo que se nos reunían los primeros derrotados de la víspera: y por fin, la retirada hasta Tacna, en cuyas calles entramos cubiertos de polvo y de vergüenza.

XXXIX

Los reveses de nuestras armas en Pisagua y San Francisco se debieron á la mala disposición de los directores de la guerra, dividiendo un ejército que mal podría llamarse numeroso y dándole por teatro de operaciones el estenso territorio que media entre el rio Loa y el puerto de Arica.

Así se vió que el desembarco de los chilenos en Pisagua solo fué resistido por 900 soldados bolivianos, sin que los refuerzos pudieran llegar oportunamente. Arrollados por la superioridad numérica, se esterilizó para el triunfo, pero no para la gloria de las armas aliadas, el denuedo y bizarría con que combatieron las que las llevaban en sus manos.

En San Francisco ó Dolores, a pesar del pésimo plan de ataque adoptado, a pesar de no haberse sabido aprovechar el ardoroso entusiasmo de nuestros soldados en las primeras horas del dia, y de haberse empezado el combate á las 3 de la tarde, cuando ya los soldados sentian debilitadas sus fuerzas y enervado su espíritu por la fatiga y la sed; - á pesar de todas estas circunstancias, en San Francisco se hubieran segado los laureles de la victoria por las armas [pág. 76] de la alianza, y no se hubiera recogido la vergüenza y el oprobio que las cubrió en ese dia, si al general Daza no le detienen el miedo y la cobardía á pocas horas del teatro del combate.

Daza regresó á Tacna llevando como único gaje de su descabellada y ridícula empresa, la noticia del desastre sufrido por nuestras fuerzas en San Francisco. Esta empresa le costó el completo desprestigio de la injusta fama de valiente que habia gozado hasta entonces, trocándose en el baldon y la maldicion que como hombre y como boliviano arrancó al ejército.

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Poco despues de este segundo desastre se cubrian de gloria las armas aliadas triunfantes en Tarapaoá; pero esta fué una victoria que, si bien llenó de pavor á las filas del enemigo destrozado por nuestros soldados, que combatieron con la rábia de los despechados, no tuvo otro resultado material que las bajas hechas al ejército chileno, pues los aliados abandonaron el terreno conquistado con su bravura para no detenerse hasta llegar á Arica. Era imposible que se sostuvieran en un campo de operaciones donde no contaban con auxilio de ningun género, y á tan larga distancia del centro único de que podian esperarlo.

XL

Despues de estos sucesos, no podian ser mas críticas las circunstancias del Ejército aliado.

A mi modo de ver, nuestra completa derrota hubiera sucedido irremisiblemente, si el enemigo, en vez de detenerse como lo hizo, continúa con energía sus operaciones ofensivas. El desaliento, la indolencia y una funesta indiferencia, [pág. 77] se apoderaron de todos los ánimos. Muy pocos eran los que demostraban ese anhelo de vengar los ultrages recibidos. Nadie parecia preocuparse de preparar al ejército para hacer frente á una defensiva á que era lógico esperar le obligara el enemigo. Solo algunos ilusos, cada vez que los chilenos amenazaban con un nuevo golpe, creian verlos pagando las hechas en que la suerte les fué propicia. Al pensar así, lo hacian confiados en el valor con que han combatido siempre en sus guerras intestinas; valor verdaderamente acentuado por mil rasgos heróicos. Pero no tenian presente que esta no era la guerra á que estaban habituados: que ahora habia cañones que vomitaban la andanada mortal abriendo claros inmensos en las masas: que ahora las armas con que contaba el enemigo eran superiores y mas precisas y terribles que las nuestras: y en fin, que no se tenia una cabeza regularmente organizada, capaz de imprimir una sábia dirección á las operaciones. Habia otros que criticaban al enemigo y le llamaban cobarde porque se presentaba ocupando posiciones fuertes ó en mayor número. Así demostraban su poca esperiencia del nuevo sistema de guerra: no sabían darse cuenta de que la táctica moderna solo persigue el triunfo, la victoria, y no la ostentación vana del valor, ligada quizá á la derrota; no se daban cuenta de que hoy es cuestion principal el aprovechamiento de los obstáculos que ofrece la naturaleza, ó pedirlos á las ciencias, para refugio contra los fuegos enemigos; y por fin, que son otros medios para alcanzar la suprema aspiracion, matar mas, esperimentar las menos bajas posibles, y operar siempre con el mayor número que sea dado y aventaje al del enemigo. [pág.78]

XLI

Pero un acontecimiento posterior vino á demostrarnos que en medio de aquella indiferencia, de aquella impasibilidad ante los desastres esperimentados por las armas aliadas, habia algunos espíritus superiores que sin dejarse dominar por la tiranía de las circunstancias, meditaban y preparaban en secreto los medios y las influencias que pusieran término y remediaran tan afligente y vergonzosa situación.

Repito lo que en otra ocasion he dicho : A la arbitrariedad brutal y despótica que caracterizaba los actos personales y políticos de Daza - á su ineptitud como magistrado y como militar, se agregaba el ningun celo que demostraba por el honor de la bandera. Y Daza - mal político, mal administrador, mal militar, mandon grosero y torpe para con sus inferiores, fomentando la indisciplina, no era posible continuara en el mando superior de la nación y de su ejército - y debia desaparecer de la escena pública para honor de Bolivia y en beneficio de los destinos de los pueblos aliados.

Estas ideas eran del dominio de los mas conspícuos jefes, de los distinguidos oficiales y de la juventud ilustrada ó patriota que formaba en el ejército; y tal fué el elemento directivo y consciente que apareció á la cabeza del movimiento del 27 de Diciembre, cuyo resultado fué la deposicion de Daza y su sustitucion por el coronel don Eleodoro Camacho.

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Este acto, tan brillante y aplaudido, por su significacion como por la forma en que se realizó, no costó una sola gota de sangre, un solo disturbio; concurriendo á él el ejército entero con tan digna y tan elevada actitud, que mereció el [pág. 79] aplauso y las felicitaciones del pueblo y de las autoridades peruanas de Tacna.

XLII

Para que pueda tenerse una idea de la administracion de Daza, bastará que haga el recuerdo de uno de los asientos que figuraban en los libros de contabilidad, cuyas partidas, desde Abril de 1879 hasta el 27 de Diciembre, se copiaron y publicaron poco despues. A mas de las grandes sumas invertidas en donaciones, gratificaciones (sin causa justa) y otras - llamaba principalmente la atención una de noventa y tantos mil fuertes pedidos en cantidades parciales por fulano y mengano, sin órden escrita unas veces, otras sin firmar recibo, y todas imputadas á Gastos del Capitan General.

XLIII

Algunos dias despues del movimiento del 27 de Diciembre, salió de Tacna una division de 2,500 hombres para operar sobre Moquegua, donde se habia hecho sentir el enemigo.

A nuestro paso por Ite, el Escuadron Coraceros, que marchaba á la vanguardia, desfiló de á uno en fondo como á seis cuadras de la costa del mar, en previsión de las hostilidades que pudiera hacerle un buque de guerra enemigo que á la sazón se hallaba en aquel puerto.

Cuando llegamos á la esplanada, desde donde mostrábamos al buque toda la estension de nuestra fila, rompió sobre nosotros el fuego de sus cañones, cuyos proyectiles pasaban sin ocasionar ningun daño. [pág. 80]

A cada disparo le contestábamos, por invitacion que hice, con un golpe de boca, lo cual parece no fué del agrado de un coronel peruano que iba á nuestra cabeza, pues mandó á uno de sus ayudantes con la orden original de que no se hiciera bulla, cuya interpretación no fué muy favorable á aquel de quién dimanaba.

A las doce del dia, alumbrados por un sol abrasador, sin que nada nos ocultára á la vista del buque - semejante órden impartida durante la marcha y bajo el fuego del cañon del enemigo, no pudo ser interpretada de otro modo que como lo hizo un soldado: "El Perulero nos prohibe que hagamos jaleo para que los marinos no nos kaekéen tanto con sus tamañotas de punta".

A las pocas leguas de aquel lugar se hizo campamento, donde toda la division permaneció durante diez y ocho dias, soportando sin carpas ni otro amparo los rigores del sol y sobre un terreno de arena, circunstancias que materialmente nos hacian caer en angustiosa desesperación en las horas del dia.

XLIV

Allí nos encontró acampados el general Juan José Perez en viaje para Tacna, donde fué llamado á ocupar el puesto de Jefe del Estado Mayor del ejército boliviano. Al dia siguiente de su paso encontré en el campamento al 3er. jefe del Regimiento de Artilleria, Teniente Coronel Pando, quién me dijo que el general le habia encargado de espresarme: “que sentia no haberme visto - que le escribiera á Tacna - que ya sabia cuánto me apreciaba - que ocupara sus servicios particulares - y en fin, que le hiciera presente, [pág. 81] si deseaba dejar el puesto que desempeñaba en el Escuadrón para pasar al Estado Mayor”.

En consecuencia escribí al general Perez agradeciéndole íntimamente la distincion y aprecio que hacia de mí; pero en cuanto á cambio de destino, deseaba continuar mis servicios en el escuadron Coraceros, pues á pesar de los disgustos que consiguientemente me ocasionaba el mando de gente tan viciosa, estaba ya acostumbrado al cuerpo, á cuyos jefes y oficiales apreciaba y á cuyos soldados conocia y habíame hecho conocer de ellos.

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Pocos dias despues recibí una carta del general Perez insistiendo directamente en su deseo de que pasara al estado mayor; y de nuevo, aunque pesaroso de no satisfacerlo, pues siempre me habia sido antipático el desempeño de funciones en el Estado Mayor, insistí en la negativa de la manera mas cortés que me fue posible.

XLV

El 20 y tantos de Enero levantamos al fin nuestro campamento en Ite, siguiendo marchas hasta el hermoso valle de Moquegua, salvando enormes y empinadas faldas en cuyo trasmonte hasta el soldado boliviano, que es cuanto mas se puede decir, sentía estenuadas sus fuerzas por el cansancio y la fatiga. En sus marchas el infante no se lamentaba de los accidentes del terreno, sino de la ardiente arena en que se enterraba su pié, poco menos que desnudo, pues la ojota de nada podia servirle allí - y principalmente de la falta de agua, tanto mas sensible en aquel clima.

Muchas veces me he apeado de mi muía para recojer en [pág. 82] su lomo al soldado que quedaba postrado por la fatiga, á tal punto de no serle posible sostenerse á la grupa.

Cuando llegamos al valle de Moquegua, el enemigo, que habia desembarcado y penetrado en corto número hasta ocupar la capital del Departamento, abandonó todo y volvió á sus buques apenas tuvo aviso de nuestra aproximacion.

XLVI

Esta corta campaña no tuvo consecuencia alguna, y el 6 de Febrero llegábamos á Calana, distante solo dos leguas de Tacna, donde nos establecimos en Canton.

Aquí volví á recibir otra carta del general Perez, insistiendo de nuevo para que pasara al Estado Mayor.

Hubiera sido descomedido negándome á la aceptación de la propuesta; y contesté al general Perez aceptando el puesto que me ofrecia.

La órden general del dia 13 disponia mi pase al E. M. G. para formar la mesa de Topografia.

En consecuencia me dirigí á Tacna, dónde hice presente al general Pérez y al coronel Camacho, mi sorpresa al verme destinado á funciones que no me creia capaz de desempeñar por falta de preparacion.

El coronel Camacho me significó que no obstante se aprovecharían mis servicios en el E. M. En cuanto al general Perez, me contestó: “No importa - lo que he buscado desde un principio es apartarlo de aquella gente tan corrompida, cuyos vicios incorregibles deben haberle dado bastantes dolores de cabeza - Quiero tener á V. á mi lado en el Estado Mayor, para siquiera con las demostraciones de mi aprecio [pág. 83] recompensar el paso que ha dado al venir hasta nosotros - Tenga V. esto presente y por nada mas se preocupe."

Desde aquel momento fuí objeto de las mayores consideraciones por parte del general Perez.

La confianza ilimitada con que me distinguia, imponiéndome de los mas delicados asuntos y operaciones militares - entregándome para que contestara su correspondencia oficial con los principales hombres de Bolivia, con el Dictador Piérola, con el general Montero y otras entidades políticas del Perú - abriendo á mis oidos su corazon lleno de amargura por las desventuras de su patria - criticando ágriamente la inmoralidad de los jefes, oficiales y soldados de aquel ejército, al cual, decia, era necesario deshacer para volver á hacerlo - llamándome con insistencia para que me sentara á su mesa y me alojara en su domicilio, que nunca quise aceptar - y por fin, la oportunidad que me brindó de dejar mi nombre humildemente escrito en la bibliografía militar de Bolivia, son

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hechos que demostrándome la sinceridad de su aprecio, obligaron mi gratitud y mis simpatías hácia aquel venerable patriota, cuyo recuerdo ha quedado grabado indeleblemente en mi memoria, y ante cuya tumba gloriosa, de lejos ó de cerca, he de inclinarme siempre con respeto y con cariño.

Fué en un dia de los que acostumbraba mandarme llamar á su casa con su ordenanza, para tener un rato de conversacion ó para que le leyera algun capítulo de táctica ó estrategia, que me sugirió la idea de extractar el Código Militar de Bolivia, dándole una forma dialogada, y publicándolo para uso de los oficiales y soldados del ejército.

Pocos dias despues habia terminado mi trabajo y me pre- [pág. 84] paraba á hacer tirar una edicion de 500 ejemplares á mi costa, cuando me ví impedido de hacer esto último, por la resolución del general Perez y coronel Camacho, que terminantemente dispusieron hacer una edicion de 2000 ejemplares á costa del Estado, para ser repartidos en el ejército.

A principios de Abril se hacia la distribucion de estos extractos, publicados en un folleto de 115 páginas in 8º, en cuya carátula se leia: “Ejército Boliviano - Manual de Soldados, Cabos, Sargentos y Oficiales subalternos, que trata de sus respectivas obligaciones, tomadas del Código Militar de la República, por Florencio del Mármol - ciudadano argentino - Capitan de caballeria del ejército de Bolivia, etc. - Tacna, 1880 - Imp. de “La Revista del Sur".

XLVII

Por este mismo tiempo tuve la satisfaccion de abrazarme con un distinguido compatriota, hijo de Buenos Aires, antiguo condiscípulo en las aulas de la Universidad; que abandonó tambien la tierra querida para ofrecerse en sacrificio á la causa de la Alianza, en cuyas filas del ejército peruano habia tocádole ya la suerte y la gloria de combatir y distinguirse en los dias de San Francisco y Tarapacá.

Era el doctor Roque Saenz Peña, teniente - coronel del ejército peruano, en el que representaba dignamente el nombre argentino, gozando de generales simpatías y consideraciones, de una reputacion legítimamente adquirida por sus aptitudes, su caballerosidad y su valor.

No habiéndonos visto en una ocasion que Saenz Peña bajara de Arica á Tacna, le escribí una carta al primero de [pág. 85] estos puntos, donde residia entonces, carta dictada como únicamente podia hacerlo un corazon argentino para con el compatriota que halla léjos de la tierra querida. Su contestacion no se hizo esperar, diciéndome entre otras cosas: “Decididamente mi amigo: nuestra incomunicacion en tierra estraña y en un mismo ejército, no era digna de corazones argentinos, y si la suerte nos devolviera ilesos á la patria querida, no nos habríamos encontrado allí, sin sonrojarnos ante nuestros compatriotas y amigos comunes."

Algunos dias despues me trasladé á Arica á hacer una visita á Saenz Peña en su campamento. Ese puerto sufria entonces diariamente el bombardeo de dos ó tres buques chilenos, cuyos resultados habian sido dejar completamente abandonado el pueblo, muchos de cuyos edificios se veian destrozados por las balas. Recuerdo que en sus calles solitarias y silenciosas, me llamaba la atención el terror que habia cundido hasta en los pocos perros que quedaron, los cuales al caminar no se apartaban una línea del muro de los edificios, marchando con la cabeza inclinada y la cola entre las piernas.

Tuve tambien allí el gusto de almorzar bajo el fuego del cañón monstruoso de la Angamos, con Saenz Peña y tres argentinos mas, los señores Michel, Puch y de la Vega, proveedores del ejército peruano. Terminado el almuerzo salíamos con Saenz Peña, y al llegar á la puerta reventó una bomba á pocas varas de distancia, mandando una granizada de cascos y piedras en nuestra direccion.

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Deseo tambien hacer un recuerdo de otro jóven de apellido Toscano é hijo de la provincia de Tucuman, que servia en la clase de teniente en el ejército peruano. [pág. 86]

Toscano se habia conducido bizarramente en San Francisco, despues de cuyo desastre fué mandado á La Noria, atravesando el desierto poblado de enemigos, en busca de la bandera del batallon en que servia. Toscano fué el único oficial de su cuerpo que no opuso pretestos de ningun genero para aceptar esta honrosa comision. Se dirigió á La Noria, salvó la bandera, la llevó á Iquique, en cuyo resguardo la hizo pasar por debajo de las narices de las autoridades militares chilenas, y de la misma manera la condujo consigo á bordo de un vapor en el que se dirigió á Arica en cumplimiento de la órden que tenia. Esa bandera pertenecia al batallon Ayacucho, y era una reliquia de la gloriosa guerra de la independencia.

Ultimamente el Ayacucho residia en Tacna; y un dia que Toscano me invitó á comer á la mesa comun que tenian en el cuartel los jefes y oficiales del batallon, fuí agradablemente sorprendido por la armonía magestuosa del Himno Nacional Argentino, ejecutado por la banda del cuerpo y oida de pié por todos los comensales.

En el ejército Boliviano militaban también tres argentinos.

El Sargento Mayor Gelabert, de nuestro ejército nacional, reconocido allí en su grado, llegó últimamente á Tacna formando parte del Cuerpo de Edecanes del General Campero.

Los jóvenes Ruiz y Córdoba, de Buenos Aires el primero y el otro de Santiago del Estero, ambos con el grado de Teniente, servian en el Batallon Chorolque aquel, y éste en el Batallón Alianza, antes Daza.

En la batalla de Tacna, Toscano fué ligeramente herido [pág. 87] por una bala en el cuello ó en la cara - Gelaber recibió una contusion en el brazo derecho - Ruiz dos balazos en el muslo del mismo lado y otro en la ingle - Córdoba arrancó una banderola á un guia chileno, y con ella en la mano alentaba y daba ejemplo á los soldados de su mando.

Hoy, Gelabert y Córdoba se hallan en Bolivia – Ruiz, que fué hecho prisionero despues de la batalla, pasó á Chile en la misma calidad, y allí reside hasta ahora - Toscano siguió la retirada del ejército peruano, y es el único que se encuentra todavia con las armas en la mano, esperando dentro de los muros de Lima la suerte decisiva de esta campaña.

Habia tambien un Mayor Rivarola, cuya conducta comprometió mas de una vez nuestro nombre nacional; hasta que al fin fué espulsado de Bolivia por órden del general Campero.

XLVIII

Poco despues de mi pase al Estado Mayor, el Escuadron Coraceros marchó al valle de Locumba; á fin de observar y prevenir cualquier movimiento ofensivo del enemigo, que habia desembarcado en Punta Negreros ó Coles un ejército como de 10,000 hombres.

El Jefe del Escuadron pidió desde allí al Estado Mayor una dotacion para sus armas, pues el enemigo amenazaba hacer reconocimientos sobre aquel punto. Pedí al general Perez desempeñar esa comision, la que en seguida practiqué sin ningun guía desde Tacna á Locumba, llevando de tiro una mula cargada con la municion. En Locumba esperé tres dias al cabo de los cuales, no temiéndose suceso alguno, regresé á Tacna, no sin estar perdido toda una noche entre las ondu- [pág. 88] laciones del desierto arenal, donde muy luego habia de establecerse el campamento funesto denominado "Alto de la Alianza”.

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Pasaron pocos dias y el escuadron Coraceros llegaba á Tacna con su 1er. jefe y hasta el último soldado, á escepcion de 15 y 4 oficiales, atacados por la terciana, que los inutilizaba para todo servicio activo, y de la cual murieron seis individuos de tropa.

El 30 de Marzo habia salido de Locumba y el 1º de Abril se presentó allí una ligera fuerza enemiga, que indudablemente hubiera hecho carniceria del escuadron por el deplorable estado en que se hallaba. Al recibo de esta noticia, el general Perez, a quién con insistencia habia pedido me mandara al escuadron, me decia riendo alegremente: ¿No vé, mi capitan? - y despues dirá Vd. que es -desgraciado! - Vea de la que se han librado los Coraceros - Si Dios lo está guardando para cosas mas grandes!

XLIX

Las circunstancias entrañaban importantes acontecimientos.

El enemigo asumía una actitud decidida por el lado de Moquegua.

Los jefes del ejército aliado estaban radicalmente divididos respecto del plan que debia adoptarse en aquellos momentos.

Jefes peruanos y bolivianos, presididos por Camacho y Perez, juzgaban ventajosa la ocupación del valle de Sama como base de línea de operaciones. [pág. 89]

Jefes bolivianos y peruanos, presididos por el Contra-Almirante Montero y el coronel Latorre, jefe de E. M. del ejército peruano, pretendian encerrar al ejército en Tacna y Arica, reconcentrándolo en caso necesario á este último punto, con todos los recursos que ofreciera el primero, para hacer allí una resistencia hasta vencer ó morir.

En consecuencia de esta desarmonia de opinion, se acordó practicar un estudio de las condiciones tácticas y estratégicas que ofreciera el valle de Sama; y al efecto su pusieron en marcha hácia este punto el general Perez, el coronel Latorre, varios jefes del ejército aliado, un ingeniero militar y el que estas líneas escribe, escoltados por un escuadron de caballeria peruana.

Durante la marcha, el General Perez me impuso de la disidencia que habia originado aquella espedicion, y me encargó que á las observaciones particulares que pudiera yo hacer, fijára detenidamente mi atencion en las discusiones que se producirian en el terreno que iba á estudiarse, pues deseaba que fuera redactado por mí el informe que habian de presentar los jefes que apoyaban la ocupacion de Sama.

Llegamos á nuestro destino á las 12 del día siguiente, y despues de un momento de reposo, la comitiva se puso en marcha para estudiar el ála izquierda de la posición en una estension como de tres leguas.

En la mañana inmediata se reconoció el frente y el costado derecho que ofrecía las mayores ventajas y hasta posiciones inexpugnables.

Una vez llenado el objeto de la espedicion, regresamos á Tacna; y despues de una corta conferencia, celebrada entre el General Perez y el Coronel Inclán, del ejército peruano, [pág. 90] á la que también asistí, me puse á redactar el informe que firmaron los que respondian á su espíritu y fundamentos.

En definitiva, el resultado de esta controversia fué la ocupacion del campamento denominado “Alto de la Alianza", establecido como quince días despues, á unas dos leguas de Tacna, en la direccion de Sama, y que si bien no satisfacía ninguna de las dos opiniones, se armonizaba mejor con la de aquellos que se manifestaron en contra de la ocupacion de ese valle.

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Entre tanto, habia llegado de Bolivia la 5ª Division del Ejército, fuerte como de 1,500 hombres, compuesta de los batallones Chorolque, Tarija y Grau, al mando del General Acosta.

Dias despues llegaba un Escuadron de Caballería, formado en la Paz, y mandado por el Coronel Ballivian.

Y, por último, para complemento mas satisfactorio y digno de la representacion militar de Bolivia en el teatro de operaciones, llegaba á Tacna el 19 á la noche, el Presidente provisorio de la República y Capitan General de sus Ejércitos, General D. Narciso Campero.

El dia 20 fué visitado por las autoridades civiles y milires de las dos naciones aliadas, y saludado por las bandas de todos los batallones del Ejército.

El 21 espidió el Contra- almirante Montero una proclama y órden general á sus subordinados anunciando que quedaba dispuesto á cumplir las órdenes del Director Supremo de la Guerra, general Narciso Campero.

Al siguiente dia, se leía con avidez en cada cuartel, en las calles, en todos los hogares de la sociedad tacneña, la siguiente proclama: [pág. 91]

"El Presidente de Bolivia, al Ejército Aliado de Tacna.

Defensores de la Alianza:

Vengo del corazon de Bolivia, portador de sus nobles y generosos sentimientos, que hoy se cifran en una sola idea: la idea del sacrificio y de la gloria comun.

Fuí el primero en protestar, allá en Tupiza, contra la villana ocupación de Antofagasta; seré el último en plegar la santa bandera que entónces enarboló mi brazo.

El desenvolvimiento de la guerra separó nuestros campamentos; pero, al través de la distancia, no dejó de circular entre ambos el fluido eléctrico del patriotismo".

(En otra parte).

« Peruanos: Si no puedo ofreceros un gran contingente de luces, contad á lo menos, con mi entera consagracion á la santa causa de la alianza, que es la causa de los peruanos como lo es de los bolivianos. "Fuimos unos, seamoslo siempre”, ligados por el imperecedero vínculo de la sangre generosa, que Bolivia y el Perú habrán de confundir en una misma arena, por la vida de la patria comun.

Bolivianos: Subordinacion y constancia, y hareis pagar bien caro á los invasores las efímeras ventajas con que tanto se han envanecido.

Valientes del ejército unido! - al vivac, al campo de honor, á la gloria!

¡Viva la Alianza!"

La "Revista del Sud", periódico tacneño, decía en el mismo dia:

Ambos ejércitos han mirado con alborozo y entusiasmo al simpático general que acude lleno de ardiente amor pátrio á blandir su espada en el campo del honor, contra [pág. 92] las hordas estúpidas que representan la usurpacion, la conquista, el incendio, la matanza... la barbárie, en fin, en toda su monstruosa deformidad".

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Ciertamente, la presencia de Campero en aquellos momentos retempló los espíritus y fortificó las esperanzas y la fé en la victoria.

Campero, así como Camacho, era digno de esta confianza por su talento, por su patriotismo, por su probidad.

Pero si tales resultados eran naturales y legítimos, inspirados por el patriotismo, sancionados por la significacion moral de la persona que les daba vida y fuerza de espansion ; no eran los resultados de una reflexion serena y fria que meditara y apreciase en cuanto importaban las circunstancias que rodeaban al ejército.

No podian ser obra de un dia, las reformas fundamentales de que habia menester la organizacion de las trapas bolivianas, la correccion de sus vicios arraigados, la estirpacion de sus malos elementos; y del mismo modo como el coronel Camacho se viera sorprendido en el principio de sus saludables medidas de reforma por la presencia de Campero, así tambien éste, debia ser encontrado en el mismo término de obra análoga, por las operaciones decisivas que emprendia el enemigo, sin que le dieran tiempo ni oportunidad para dedicarse á otra cosa que á contrarestarlas, conservando encendida la mecha en el cañon.

Por otra parte, el armamento, el número, la falta de jefes experimentados que con sus conocimientos, su accion y su ejemplo, contribuyeran á la obra comun en el terrena teórico y práctico de organizacion y estratégia, eran otros tantos móviles que hacian presentir, á una razon fria, el [pág. 93] momento terrible de la derrota que poco despues envolvió á nuestras armas, pero sin que pudiera el enemigo cubrirlas de baldon.

Quizá preveía el noble general Perez este doloroso resultado en lo íntimo de su conciencia, cuando en una fiesta ofrecida por un batallon peruano á otro boliviano recien llegado allí, decia poco mas ó menos estas palabras, espresadas con noble emocion: “Me acerco al fin de mi carrera - no sobreviviré á la próxima batalla - me odian las balas chilenas y han de empujarme al abismo - Pido únicamente á los jefes peruanos que me den una buena sepultura en Tacna - y ¡ojala que ella pudiera ser el nudo de nuestra amistad y estrecha alianza hasta vengar nuestros desastres y castigar severamente á Chile!”

L

Recibido Campero del mando del ejército unido, se organizó por primera vez un Estado Mayor General del Ejército Aliado, cuyo mando superior se encomendó al general Perez.

Al ocupar este destino el general Perez no quiso dejarme en el Estado Mayor Boliviano, y por la órden general en que dió á conocer la organizacion de su nueva administracion, disponia mi pase á su lado.

Pero pocos dias despues me veia precisado á cesar en todo servicio por la postracion á que me redujo la terciana, á tal punto que el mismo general me prohibió terminantemente de asistir á su despacho.

En Tacna, y desde que pasé al Estado Mayor, habitaba una reducida pieza, sin mas muebles que el recado que me [pág. 94] servia de cama y una silleta. La pieza era una de tantas que componian un conventillo. No tuve persona alguna que me acompañara durante la enfermedad. Postrado en aquella cama, pasaba todo el dia, transido por el frio ó devorado por la fiebre que le sucede, y que son característicos de la enfermedad, sin lograr hacer oir mi voz á los vecinos pidiéndoles un poco de agua para calmar la insaciable sed que sufre todo paciente de terciana. Solo al caer la tarde me la proporcionaba un chino de nacionalidad, al llevarme tambien el alimento.

Este estado me impidió ir á ocupar el campamento del Alto de la Alianza, establecido en los últimos dias de Abril ó primeros de Mayo.

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La terciana fué quizá causa de dos nuevas afecciones de mayor gravedad, que reclamaban atencion y cuidados especiales. El médico me prescribió entonces entrar á la Ambulancia Militar, donde me hice conducir por dos chinos, pues carecia absolutamente de fuerzas para sostenerme.

LI

¡Cuál no debia ser mi desesperacion al verme condenado al Hospital en semejantes circunstancias!

El momento decisivo se acercaba. Ya no era posible dudar que al fin iban á medirse las armas beligerantes en una gran batalla.

El enemigo tenia sus avanzadas en Cuilona y Yalata al Sur de Sama y sobre el rio del mismo nombre.

Su ejército, fuerte como de 14.000 hombres, mandado por el general Baquedano, venia resuelto esta vez á no [pág. 95] frustrar las esperanzas de los aliados, que en número de nueve mil y pico de hombres, ocupaban aquel limitado espacio del estenso arenal, en el que tres naciones tenian fija su mirada.

Un periódico peruano, decia: “El enemigo viene: venga cuándo quiera y por dónde quiera: estamos listos”

Los écos del interior de Bolivia, nos llegaban en sus hojas periódicas, enviándonos palabras de noble aliento.

Tacna vivia en horas de zozobra.

Hacia algunos dias - antes de establecido el campamento en el Alto de la Alianza - habia visto desprenderse de las altas barrancas que la rodean por el Norte, al Escuadron del coronel Albarracin, derrotado por las primeras fuerzas avanzadas del enemigo.

Ahora miraba esas mismas barrancas, cuajadas de soldados que iban y venian, llevando el agua y las provisiones para el ejército, y no presentia quizá el espectáculo terrible que ellas iban á ofrecerle, mostrándole destrozadas y dispersas las huestes de combatientes, á quienes entonces proveia y de quienes todo lo esperaba.

El 22 de Mayo, el enemigo hizo un fuerte reconocimiento sobre nuestro campo, sin mas resultado que el cambio de fuegos de cañón, sostenido por ambos beligerantes durante una hora.

Las detonaciones alarmaron á Tacna que creyó llegado el supremo momento.

La iglesia de San Ramon tiene una gran campana que solo se hace sonar para anunciar al pueblo los grandes sucesos. En la mañana del 22 el éco imponente de su plañi- [pág. 96] do se sucedia alternativamente con el éco del cañon, poniendo en movimiento á toda la poblacion.

Yo no pude permanecer en cama, que hasta entonces habia guardado. Sin escuchar las reflexiones del Ecónomo del Hospital, me vestí y me dirijí á pié, hasta el campamento, ascendiendo las altas barrancas de arena, y llegando despues de una marcha de dos leguas, á la carpa del general Perez.

Mi exterior debió revelar al general Perez el estado de absoluta estenuacion en que me encontraba. Me abrazó cariñosamente - me hizo recostar en su catre de campaña, diciéndome en tono de amistosa reconvencion: Descanse, y en seguida mándese mudar de aquí, y cuidadito con repetir esto.

Mi ascension fué infructuosa. No habia novedad alguna. El cañoneo no tuvo mayor consecuencia.

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Despues de un momento, el general me hizo ensillar una mula, y trayendo á la grupa un soldado, regresé al hospital y á mi cama.

El dia 25, los Húsares de Junin, del ejército peruano, tomaron al enemigo 60 mulas cargadas con 120 barriles de agua.

En ese mismo dia, el general Campero daba al ejército la síguiente Orden General:

“El ciudadano Narciso Campero, General en Jefe y Director de la guerra en el Sur del Perú - Al Ejército Unido.

Defensores de la Alianza:

Por el espíritu de las actas populares de Bolivia, que me encomendaron transitoriamente el gobierno de la República, y por los términos de mi decreto y consiguiente proclama [pág. 97] de aceptacion, hoy deben cesar, de hecho, mis funciones como Presidento de Bolivia.

Por una consecuencia necesaria, debe cesar tambien mi investidura del mando en jefe del Ejército Unido.

No importa: mi espada continúa, como hasta aquí, al servicio de la Alianza.

Camaradas: Aunque pasajeramente, he merecido la alta honra, la dicha de mandar en jefe este lucido y denodado ejército. Quiero, ahora, tener la satisfaccion de enseñar, prácticamente, á nuestros jóvenes guerreros - que, mas que todo, sé obedecer, especialmente cuando se trata de salvar la pátria.

¡¡Viva la Alianza!! - y por cuánto, al descender de la silla presidencial debo entregar á otro el mando en jefe del Ejército Unido, cúmpleme dar la siguiente

ÓRDEN GENERAL

Con sujecion al artículo 1º del protocolo celebrado entre los plenipotenciarios de Bolivia y del Perú, en Lima, á 5 de Mayo de 1879, y aplicando por analogía á los que hoy comandan el ejército del Perú y el ejército de Bolivia, lo establecido por dicho artículo para los respectivos Presidentes.

Art. 1º. Desde esta fecha queda encargado del mando en jefe de ambos ejércitos, S. S. el General Contra- almirante D. Lisardo Montero.

Art. 2º. Caso de muerte ó imposibilidad de S. S. el General Contra-almirante, lo reemplazará, como es natural, S. S. el Comandante en Jefe del ejército boliviano, coronel [pág. 98] don Eleodoro Camacho, miéntras el Exmo. Gobierno del Perú resuelva lo conveniente.

Art. 3º. El infrascrito queda, desde esta misma fecha, sujeto á las órdenes del general, (y, en su caso, del comandante) en jefe del Ejército-Unido, y listo para ocupar el puesto que se le designare.

Hágase saber oficialmente á S. S. el general en jefe del ejército del Perú y á S. S. el comandante en jefe del de Bolivia, para que cada cual comunique el contenido de la presente, á su respectivo ejército, en la correspondiente órden general del dia.

Dada en este “Campamento de la Alianza”, á 25 de Mayo de 1880. — Narciso Campero".

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“El general Montero se resistió á aceptar esta resignacion del mando, y el coronel Camacho, por su parte, tuvo la peregrina ocurrencia, que la trasmitió tambien al general Montero, de imponer al general Campero á continuar con el mando en jefe del ejército, ordenándolo así en uso de las mismas facultades que se les habia conferido en la órden general aludida.”

Terminada así esta circunstancia, esa misma noche se practicó un movimiento sobre el enemigo, que, debiendo ser de sorpresa para este, faltó muy poco para servir de sorpresa desastrosa á los aliados.

Las columnas se perdieron. Interrogados los guias, resultó que estaban mareados, lo que, asi como en el mar, sucede á menudo á los mejores vaqueanos en aquel desierto de arena.

Hubo un jefe del cuerpo de edecanes del general Campero, que mandado por éste al ala izquierda, llegó á un punto [pág. 99] avanzado del enemigo, donde se le dió el ¡quién vive! Contestó: ¡Bolivia! y se alejó precipitadamente sufriendo el fuego de una descarga.

Este incidente me lo contaba ese mismo jefe algunos dias despues, ponderándome la confusion que envolvió al ejército en aquella noche.

Habiendo declarado los guias que no podian orientarse, se ordenó la contra-marcha hacia el campamento.

LII

Amaneció el memorable dia 26.

El ejército aliado preparaba su rancho para el desayuno, cuando á eso de las 9 de la mañana se presentan á su vista sus avanzadas y algunos cuerpos que no habian llegado al campamento de regreso de la marcha en la noche anterior, peleando en retirada contra las descubiertas del enemigo, cuyas negras y compactas masas aparecieron en seguida cubriendo todo nuestro frente.

Acto continuo se rompió por ambas partes el fuego de cañon, que duró como dos horas, pero interrumpido por intérvalos varias veces.

Al éco de sus detonaciones, Tacna fué puesta otra vez en alarma, y la bronca campana de San Ramon empezó á pregonar vivamente el peligro.

Así como el 22, dejé tambien ahora la cama, é hice por conseguir cabalgadura, diligencias que en el primer momento fueron infructuosas. Habia resuelto no dirigirme esta vez al campamento, sinó cuando el fuego de cañon se sintiese acompañado por el de la infanteria.

Este momento no se hizo esperar. [pág. 100]

Como á las ll de la mañana, estaba vestido y recostado en mi cama, cuando fuí llamado por el ecónomo para hacerme advertir un ruido que no sabia si creer fuese producido por un carro llevado á galope por el empedrado de una lejana calle, ó si realmente era el fuego de las infanterias.

Al principio abrigué tambien mis dudas. Sin embargo, eran aquellos écos tan precipitados, tan terribles; tanto era su fragor, que no podian ser sino la repercusion de las palabras mortíferas con que los Aliados y los chilenos debian ya estar hablándose en el campamento, convertido en campo de batalla.

La campana de San Ramon continuaba pregonando el alarma.

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Salgo á la calle, y veo agrupados en las esquinas adyacentes á los soldados enfermos, mirando hácia las alturas del campamento, que hasta entonces no ofrecian otra cosa que los contornos superiores de las densas columnas del humo de la batalla.

Desesperado de verme á pié en aquellas circunstancias, me puse en direccion hácia la plaza de Armas para tratar de conseguir un animal. No habia andado una cuadra cuando tuve la felicidad de ver entrar en un corralon varias mulas de carga que un jefe peruano y algunos arrieros traian del campamento para volverlas con agua.

Me dirigí á él y á fuerza de insistencia conseguí un raquítico macho, en el que, una vez ensillado, me puse en camino hácia el campo de batalla, acompañado de un jóven empleado del hospital.

Las calles estaban llenas de ciudadanos que armados se [pág. 101] dirigian tambien al Alto, de mujeres entusiastas unas, otras llorando, y de niños que ofrecian el mismo contraste.

Al pasar por una esquina veo entre varios otros al dueño del cuarto en que habia vivido, y aproveché la oportunidad para chancelar el alquiler del último mes. Mi huésped y sus compañeros trataron de detenerme; pero me despedí agradeciéndoles el interés que me demostraban.

Al tiempo de picar la bestia, algunas señoritas que estaban en un balcon frente á aquel sitio, agitando sus pañuelos, me saludaron al grito de ¡viva el argentino!

Di vuelta la cabeza y contesté el saludo sin detenerme.

Cuando ascendia la cuesta, era verdaderamente conmovedor el espectáculo que ofrecian unas 300 á 500 rabonas, descendiendo hácia Tacna, con sus hijos á las espaldas, sus ollas de comida en la mano, sus lágrimas en los ojos, su queja dolorida en los lábios.

Media hora despues llegaba al campo de batalla.

Me dirijí al costado izquierdo y me coloqué en la fila exterior del batallon Sucre 2º de línea, sin otra intencion que la de exponerme como todos, pero no para desempeñar un papel activo, absolutamente imposible en el estado de mi salud y la estenuacion de mis fuerzas.

En aquel hervidero de balas, peor que tostadera, como decian los bolivianos, parecía imposible que un solo hombre pudiera salvar ileso. Las balas cruzaban sin cesar silbando al oído, ó picaban al frente, á los costados, á retaguardia, levantando cada una su grano de arena para formar esa espesa nube que por todas partes nos rodeaba confundida con el humo.

En aquel costado estaban también los colorados, llegados [pág. 102] de la derecha en proteccion de la izquierda. Conteniendo y rechazando unas veces, avanzando y arrollando otras, llegaron hasta apoderarse de prisioneros y tomar una bateria que luego abandonaban acosados por las masas que, cada vez mas compactas, oponia el enemigo, ante cuya superioridad de número y de elementos era materialmente imposible alcanzar un resultado feliz.

El Batallón Buin, afamado de los chilenos, avanzaba resuelto, y se oia en sus filas el grito de: ¡donde están los colorados!

Estos no eran hombres de hacerse esperar en tales ocasiones. Avanzan tambien, y despues de un nutrido fuego ganando terreno, esgrimen la bayoneta y cargan con admirable denuedo. Pudo verse allí en tierra y bañado

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en sangre un grupo formado por un Colorado y uno del Buin, cuya bayoneta la tenia aquel clavada en el pecho cerca del hombro izquierdo, mientras el Colorado habia introducido la suya en la ingle derecha del chileno, encontrándose así ambos recíprocamente inutilizados.

Entre el cholaje chileno habia también muchos hermosotes. Uno, que quizá estaba herido, manteniéndose con una rodilla en tierra, se clavó la bayoneta en el pecho con sus propias manos, volvió á arrancarla, y la introdujo de nuevo encontrando lo que tal vez buscaba: el corazon y la muerte. Este soldado debia ignorar la máxima de Napoleón sobre el suicidio.

Otro cuerpo chileno que tenian á su frente los jóvenes "Murillos", gritaba á medida que se fusilaba con ellos: ¡Sostenete bolivianito!

Los bolivianitos decentes de La Paz, de Sucre, Cochabam-[pág. 103] ba, Potosí y Santa Cruz, se sostenian con heróica intrepidez.

El Batallon Chorolque hacia prodigios de valor. Sus soldados aun heridos no cesaban de mandarle balas al chileno.

Idéntica era la conducta del Canevaro, Ayacucho y otros batallones peruanos.

Los amarillos, 2º de línea, recibieron cargas de caballeria que rechazaron. Los fuegos que todas partes le venian, hicieron sufrir á este cuerpo quizá mas que á otro alguno.

Pero todo esfuerzo era imposible. Las líneas chilenas se prolongaban, aumentándose siempre, formando un círculo que tendia á cerrarse por nuestra izquierda.

La artilleria boliviana se sostuvo mortífera é inconmovible hasta el último momento. Por desgracia, el número y calidad de sus piezas era algo ménos que cero comparado con los 60 ó 70 krupps del enemigo, aunque sus proyectiles no nos causaban mayor estrago por el lecho de arena en que caian.

Así se sostuvo este imposible hasta mas de las 3 de la tarde.

Momentos antes habian caido sucesivamente el coronel Camacho y el general Perez, herido el primero en la region del vientre, y el segundo en la parte superior izquierda de la nariz.

Poco después la derrota empezó.

Entre los batallones que pasaron del costado derecho en proteccion de la izquierda, estaba el Victoria, del ejército peruano.

Al entrar en línea lo hizo en desórden. Rompió una descarga sobre el enemigo, y quién sabe cómo se infundió [pág. 104] tanto pavor en sus filas, que acto contínuo se le vió dar media vuelta y declararse en dispersion.

No recuerdo qué cuerpo siguió el ejemplo del Victoria.

Los jefes aliados en este instante hicieron proezas de valor. La idea de la derrota los desesperaba. Recorrian la línea blandiendo la espada, exhortando á todos al sacrificio. Al propio tiempo el general Campero, con una bandera peruana en la mano, trataba en vano de contener la dispersion.

Era ya tarde: el imposible habia llegado á su colmo.

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La retirada en derrota se declaró en toda la línea. Los Coraceros, que estaban á la derecha, con sus inservibles rifles, no esperaron mucho para abandonar el campo.

Ya no habia soldados.

Los mismos bolivianos lo dicen: No hay valor que aventaje al de nuestros soldados (y es cierto) - pero una vez que han dado vuelta la espalda, ya nada ni nadie los detiene, y no paran hasta llegar á su casa (y tambien es cierto).

¡Todo el mundo emprendió la desastrosa retirada!

¡En vano los cornetas se reventaban el pecho llamando á reunion á los dispersos!

La retirada continuaba.

¡Cuántos cayeron en ella! Un jovencito de los “Libres del Sur”, ya en el descenso de la barranca hácia Tacna, recibió un balazo en el brazo derecho - continúa su marcha - Momentos despues, otra bala le hiere en la pierna del mismo lado - continúa su marcha. - Pero en seguida, y como si desobedeciera á un mandato superior que le ordenaba quedar en el campo, cae de bruces traspasado el pulmon por una bala. [pág. 105]

Los chilenos, llegados á la ceja de la barranca, nos fusilaban por la espalda.

LIII

Media hora despues, las calles de Tacna ofrecian el cuadro mas extraordinario.

Principalmente la plaza de Armas y la calle del Comercio, estaban materialmente repletas de soldados, oficiales y jefes de todos los cuerpos, bolivianos y peruanos, en la mayor confusión, cubiertos de polvo, bañados de sudor, muchos ensangrentados. Ginetes, infantes, artilleros - fusiles, espadas, lanzas, - todo mezclado. Aquí entraba en una casa á examinar sus heridas - allí, en las mismas aceras, se vendaban piernas y brazos baleados; - de todas partes, principalmente de las casas del comercio extranjero, salian á la puerta para ofrecernos agua, refrescos, cerveza.

Tambien por todas partes se oia el llanto de las mujeres tacneñas, acriminando á los soldados bolivianos de haber sido ellos la causa de la derrota. Hablaban sin saber. El Victoria las desmentía. No obstante, los aliados no pueden hacerse semejante inculpación; y cuando ésta fuera proferida por álguien de elevado rango político, no solo careceria de razón, sino que reuniria el carácter de una indisculpable ligereza.

En aquellos momentos, llenas ya las calles por nuestro ejército derrotado, desembocó el general Montero á la calle del Comercio, seguido de sus ayudantes.

Minutos despues encontré en la misma calle al mayor Gelabert con el brazo suspendido de un pañuelo: “Paisano! me dijo, ya no hay mas remedio que volver á nuestra tierra". [pág. 106]

En toda la calle habia cundido la voz de ¡á Pachia!

Varios jefes y oficiales me manifestaron que no nos quedaba otro oriente que la Paz. Recien entónces pensé en las consecuencias de la derrota y en el camino que yo seguiría.

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En Tacna era imposible organizar una resistencia. No habia nada preparado de antemano - los restos del ejército se hallaban dispersos y desmoralizados por la derrota - y en tales condiciones, en vano hubiera sido toda tentativa, habiendo ya asomado á la ceja de la cuesta la boca de los cañones enemigos, que acto contínuo empezaron á arrojar sus balas sobre la ciudad.

Aquella masa de soldados, oficiales y jefes empezó á evacuar á Tacna en dirección á Pachia; pero sin órden y sin que nadie tratara de imponerlo - cada cual marchaba á su antojo.

LIV

Acompañado de un oficial del Chorolque y tres de Colorados, seguí tambien el mismo rumbo.

Nuestro plan era reunimos dónde encontráramos reunion, y de lo contrario seguir la caravana hasta La Paz.

Llegamos á Pachia, distante 4 ó 6 leguas de Tacna; pero nadie se detenia allí porque no habia comisionados ningunos para reunir los dispersos.

Entrada ya la noche, avanzamos hasta otra pequeña poblacion, en cuyas chacras descansaban y se buscaban algun alimento infinidad de soldados, que disparaban sus armas sin objeto y en cualquier direccion.

Allí nos detuvimos tambien, pues si yo conservaba mi raquítico macho, que me aguantó hasta La Paz, mis compa- [pág. 107] ñeros marchaban á pié, y sentian ya necesidad de algun reposo.

Compramos una caja de anchoas! Despues de un mes de cama, de un mes de caldos y otros alimentos de enfermo, una reaccion como aquella, de agitacion, de marcha, de intemperie, de anchoas á las 11 de la noche... dos dias despues tuvo su consecuencia, manifestada con la repeticion de la maldita terciana.

Hecha nuestra cena, seguimos la marcha con dirección á Calientes, dónde se decia debia hallarse el General Campero. En este camino encontramos un cañon sin cureña, abandonado. En Calientes se nos dijo que Campero habia tomado el camino de Yarapalca. Flanqueamos á la derecha, salvando un terreno muy accidentado, durante cuya marcha mis compañeros se turnaban para montar á la grupa de mi bestia.

Como á las tres de la mañana llegamos á San Francisco. Hallamos reunidos unos cien hombres - jefes, oficiales y soldados - Habia también dos ó tres piezas de artillería boliviana, salvadas con toda abnegacion.

En la madrugada del 27 continuamos la marcha, empezando el ascenso de la gigante cordillera.

En este dia me fué satisfactorio saber que el coronel Camacho habia lamentado mi supuesta muerte en el campo de batalla, con mucho sentimiento y benévolas espresiones. Dos ó tres dias despues, cuando ví al general Campero, me manifestó sus felicitaciones, pues habia oido decir que quedaba en Tacna mal herido.

Como he dicho, al segundo dia me repitió la terciana, lo que vino á aumentar los sufrimientos de la marcha. [pág. 108]

¡Qué marcha! ¡qué frios! ¡qué noches! ¡qué alimento!... éramos verdaderos derrotados.

En el paso del Tacora, dos ó tres jóvenes amanecieron duros. Hubo necesidad de machacar sus brazos á golpes de puño, de restregar con fuerza todo su cuerpo, para conseguir la circulacion de la sangre.

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Uno ó dos días despues, en Yarapalca, dónde se detuvo el general Campero para reunir los dispersos, era tal mi estado de debilidad, que el general comisionó á un oficial amigo para que me acompañara, y un soldado para mi cuidado. Nos dió tambien un pasaporte con el que pudiéramos adelantarnos al ejército; pero no lo hicimos porque era peor.

En esa retirada, atacado diariamente por la terciana, siempre á la intemperie, sin mas comida que maiz tostado y chancaca - la marcha no podia ser muy placentera.

Habia algunos que inspiraban verdadera compasion. Un jóven gravemente afectado del pulmon, murió sin amparo á pocas leguas del Tacora, despues de haber pasado á mi lado la noche anterior, de cuyas resultas me dejó como recuerdo manchado un pellon de mi recado con la sangre que esputó en toda esa noche.

Otro jóven llegó á La Paz con los piés enteramente llagados, y sin poder andar sin que cada paso fuera un terrible martirio. Habia pasado las aguas del camino con medias y botines, y no habia tenido la precaución de sacarlos oportunamente. El cuero del botin se encogió, la media se pudrió y los pies se hincharon y se llagaron horriblemente.

Creo que el 8 llegamos á Corocoro. En aquel pueblo de mineros una señora argentina me mandó invitar a su casa [pág. 109] por medio de una tarjeta en que se leia este nombre: Presentación I., viuda de Marquiégui.

Acudí á la invitacion y tuve el gusto de tomar dos mates, despues de mas de un año que no lo hacia. Sin embargo, estuve muy molesto, sin poder hacer los honores que merecia el almuerzo con que me obsequió, á causa de la terciana que me sacudió con extraordinaria violencia.

LV

Por fin, el 12 llegamos á La Paz, despues de quince dias de marcha, que fueron otros tantos via-crucis.

Me alojé en un cuarto del Tambo de los Aguardientes, y ese mismo dia tuve la satisfaccion de recibir la visita de varios respetables comerciantes argentinos de aquella plaza y de otros que transitoriamente se encontraban allí.

Los señores Jorge Tezanos Pinto, Francisco S. Lopez, Felipe S. Leguizamon, señores Viaña, Otárola y Daniel Pozo obligaron sinceramente mi gratitud por los señalados servicios y atenciones que me dispensaron desde el primer momento.

Mi cuarto quedaba al lado de una cocina, cuyo humo, entrando en mi habitacion, ondulaba magestuoso en aquel reducido espacio. Los señores Lopez y Leguizamon lo advirtieron y consideraron que no podia pasarlo allí. Por mi parte me encontraba perfectamente.

Al dia siguiente se presentó de nuevo el señor Pinto acompañado del señor Otárola y seguido de un indio changador.

Me encontró acostado. Hízome presente que venia á in- [pág. 110] vitarme para ir á alojarme en su casa. Como me escusára, el señor Pinto me dijo en tono de amistosa reconvencion: Yo no vengo á preguntarle si puede ó si quiere ir - vengo á llevarlo á mi casa.. No tuve qué replicar, me vestí, y de su brazo seguí hácia aquel hogar, donde las señoras suegra y esposa del señor Pinto, me dispensaron tan esquisitas atenciones y cuidados, que con nada podria espresar la gratitud que les conservo.

Inmediatamente me hicieron asistir por un médico italiano, y algunos dias despues me veia libre de los males que me aquejaban.

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El 24 de Junio, los señores Lopez y Leguizamon me invitaron á conducirme hasta Salta, para cuyo punto se ponian en marcha el 25.

Creyendo imposible ser despachado por el gobierno en tan corto término, ellos transfirieron su viaje hasta el 26. Entónces presenté al Ministro de la Guerra la siguiente solicitud:

“La Paz, Junio 25 de 1880 - Al Señor Secretario Ministro en el Departamento de la Guerra - Señor: Tengo el honor de elevar á su conocimiento la presente solicitud de Baja del Ejército y regreso á mi Patria, que me veo en el caso de hacer, por las consideraciones que en seguida me permito espresar:

“Bolivia, despues de los desastres que ha soportado en la suerte de las batallas libradas contra las armas de Chile, vé profundamente afectado su poder militar, y aunque ha lanzado el grito de ¡adelante! - grito digno de Bolivia, porque ella es noble y es valiente - necesita para poner en obra esa patriótica y viril manifestacion, y para esperar [pág. 111] razonadamente en felices resultados, de un tiempo que no puede limitarse á ménos de un año.

“Tenemos el ejemplo reciente en la Francia del 70 - en la Francia, que acto contínuo de sus terribles desastres, producia en las arcas de los tesoros públicos de su enemigo, el ruido metálico de cinco mil millones de francos. La Francia no daba, sin embargo, por terminada la lucha -se prometió volver á ella en demanda de su integridad nacional que quedaba empeñada; y la Francia, desde aquel momento, que 10 años han dejado atrás, se preocupa de sus ejércitos y del arte militar, con su corazón palpitante y la vista fija en la Alsacia y la Lorena.

“Cuando en las costas del Pacífico se produjeron los hechos que dieron lugar á esta guerra, me sentí íntimamente influenciado por la actitud, y mas aun, por la causa que á Bolivia tocaba defender; y el 27 de Abril me despedia de mi familia, dejaba mis ocupaciones en Buenos Aires, mi tierra natal, y despues de otro género de sacrificios que no hay para qué exponer aquí, emprendia mi marcha por tierra hasta Tacna, donde llegué el 6 de Julio, siendo dado de alta en la clase de capitan efectivo, con fecha 15 del mismo mes.

"No fué en busca de aventuras, no fué un ímpetu de entusiasmo del momento, propio en un corazon jóven, ni el ánimo de estudiar ó conocer la guerra, lo que me llamó y me trajo hasta estos paises. Fué un impulso de la conciencia y del corazon, que leyeron escrito el sacrosanto lema de Justicia, en las desplegadas banderas de la Alianza.

"Hoy, considerando que la tregua despues de nuestro último desastre, tan amargo como heróico y honroso, ha de [pág. 112] ser por lo menos de un año - sintiendo satisfecha mi conciencia y mi corazon, con el servicio que durante 14 meses he prestado á la causa de Bolivia - oyendo ruido de armas en los horizontes por donde veo la vision de mi Patria - y en fin, notando mi salud deteriorada por afecciones contraidas últimamente en Tacna: - Solicito de V. S. me sea concedida la licencia final en el servicio del Ejército de Bolivia.

“Creo oportuno manifestar al señor Ministro mi agradecimiento por las consideraciones de algunos señores jefes y oficiales que me ha cabido la satisfaccion de tratar; y no puedo menos de hacer en esta ocasion, por el digno intermedio de V. S., ante el primer majistrado de la República, igual manifestacion de gratitud y de respeto, hácia la memoria de la ilustre víctima de la batalla del 26, el distinguido general Juan José Perez.

“Al terminar, aseguro al señor ministro, que en Bolivia, como léjos de ella, me regocijaré con el corazon de su pueblo en sus futuros triunfos, ó con él lloraré sus degracias. - Dios guarde al señor Ministro, etc.”

Al siguiente dia, el Dr. Belisario Salinas, Ministro de la Guerra, me hacia abonar los haberes que se me adeudaban y un sobre-sueldo con todo lo cual pudiera costear mi viaje. Al despedirme, me significó su agradecimiento por mis servicios, y me dijo que el general Campero deseaba hablarme antes de mi retiro.

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Me presenté en el despacho de éste, quien me dispensó como una hora de conversacion sobre los últimos sucesos de la campaña. Me hizo entregar algunos periódicos y cópia de documentos relativos á su mando en jefe del ejército, [pág. 113]

Me dió tambien varios ejemplares de su mensaje á la Convencion Nacional, para que los entregara á los señores Rawson, Sarmiento, Irigoyen y Magariños Cervantes, de quienes hizo apreciables recuerdos.

Aquellos documentos y mi flaca memoria, son las dos únicas fuentes de que me he servido para escribir esta carta; pues mi primer Diario de Campaña lo perdí en la espedicion al Sur, y el segundo quedó con todo lo que tenia en la ciudad de Tacna, de donde no salvé otra cosa que mis armas y la ropa que vestia.

Al despedirme del general Campero, me hizo entrega del siguiente documento:

“Narciso Campero, Presidente Provisorio de la República de Bolivia y Capitan General de sus Ejércitos - Atendiendo á los méritos, aptitudes y bizarro comportamiento del Capitan de Caballeria, Florencio del Mármol, en la campaña de la Alianza sobre el ejército de Chile; - he venido en ascenderle á Mayor efectivo en su arma misma - Por tanto ordeno..... etc. - Dado, firmado de mi mano, sellado con el gran sello, y refrendado por el Ministro de la Guerra, en La Paz á 26 de Junio de 1880 - Narciso Campero - Belisario Salinas.”

Una hora despues me ponia en marcha acompañado de los señores Lopez y Leguizamon, cuyas mulas y comodidades de viaje me dispensaron con abierta generosidad.

LVI

Los Cuerpos que representan el contingente de sangre que Bolivia ha llevado al teatro de operaciones en la presente guerra, son: [pág. 114]

1º. Cochabamba, ha contribuido con las siguientes fuerzas:

1 Batallon Aroma 1º.2 Aroma 2º.3 Viedma de Cliza.4 Padilla de Tarata.5 Escuadron 1°. Húsares de Mizque.6 Vanguardia de Cochabamba (jóvenes decentes).7 Batallon Grau. 8 Escuadron Escolta.9 Escuadron 2º. Húsares.

2º La Paz:

10 Batallon Victoria.11 Independencia.12 Murillos (jóvenes decentes).13 Coraceros Escolta.14 Paucarpata.

3º Oruro:

15 Batallon Dalence.16 Oruro 1º.

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4º Chuquisaca:

17 Batallon Olañeta.18 Libres del Sud (jóvenes decentes).

5º Potosí:

19 Batallon Colquechaca.20 Chorolque.

6º Tarija:

21 Batallón Tarija.

7º Santa Cruz

22 Escolta Velasco. [pág. 115]

8º Cobija:

23 Franco-Tiradores.24 Loa.

Cuerpos de línea:

25 Batallon 1º Colorados, Daza, despues Alianza.26 Batallon 2º Sucre.27 Batallon 3º Illimani.28 Escuadron Rifleros Húsares.29 Artilleria.30 Coraceros.31 Escolta Lanceros.

Además, la 6ª Division, que hasta Junio se hallaba en Potosí á las órdenes del general Flores, se componía así:

32 Batallon Ayacucho.33 Reconquista.34 Calama.35 Escuadrón Abaroa.

LVII

Antes de terminar no puedo resistir al deseo de hacer conocer tambien el sentimiento nacional de Bolivia, palpitante desde un estremo á otro de la República, despues de las derrotas que le han costado el sacrificio de tantos tesoros y de todo un ejército, como en seguida lo revelan su gobierno y su prensa:

El Presidente de la Convención Nacional, Dr. Belisario Salinas, actual Ministro de la Guerra, al investir del mando supremo de la República al general Campero, decia:

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"Os entregamos, señor, una patria enlutada, es verdad, [pág. 116] por sus desgracias y sangrando de sus heridas; pero con la confianza de que, con mano benéfica y solícita, restañareis esa sangre, cicatrizareis esas heridas. Una pátria mutilada por la que ayer se llamó su hermana; pero no deshecha ni destrozada, porque la disolucion de unos centenares de hombres no importa la destruccion de una Nacion, ni la muerte de un pueblo. Los países viriles arrancan fuerzas de sus mismas desgracias, retemplan su patriotismo. Nuestros padres para darnos libertad é independencia, no vieron si les faltaban elementos; solo supieron que debian emprender una obra gigantesca, y la emprendieron coronándola de un éxito feliz”.

El general Campero, en su contestacion espresaba estas otras:

"Bajo tales auspicios, y fiado en el patriotismo de la Soberana Convencion y en el poder del Pueblo, no ménos que en la eficacia de la Alianza, emprendo, señor, mi marcha gubernativa abrigando la esperanza - diré la fé - de que, mas tarde ó mas temprano, verá la América del Sur y verá el mundo entero, levantarse en alto, ceñida de laureles la frente y radiante de gloria, á la hija predilecta del inmortal Bolívar".

Por lo que respecta al espíritu de la prensa, puede juzgarse por los siguientes párrafos, que tomo de varios periódicos:

— “Guerra á Chile!! sea nuestra oracion de la mañana y de la noche.

¡Guerra á Chile!! nuestra salutacion.

¡Guerra á Chile!! la primera palabra que enseñemos á pronunciar á nuestros hijos. [pág. 117]

¡Guerra á Chile!!, guerra sin trégua, sin cuartel, á muerte, sea nuestra divisa”.

-“Podemos vivir sin escuelas, sin empleados - De ningun modo sin patria”.

- “Ahora nos toca la vez de esclamar:

- “¿Qué importan mis hijos? - Qué importa mi mujer?”

- ¡Mueran mis hijos, muera mi mujer - sálvese la Patria!”

- “No debemos desconfiar de nuestros hombres. Necesitamos armas y armas. Acumulemos sin descanso, y busquemos plata para comprarlas y mantener tropas.

¡Guerra á Chile!”

-”Flojos los que piensan en la paz! Ni los conventos la quieren!”

Desgraciadamente - sea la falta de elementos de que carece el gobierno de Bolivia - sea que halle resistencias en las masas del pueblo, dominado por la incuria y la inercia, antipatrióticas en las actuales circunstancias; las últimas noticias venidas de aquel pais, nos dicen que la actitud de Bolivia no responde á las espresiones viriles de su gobierno y de su prensa, manifestadas en Junio.

¡Y cuánto convendria al honor de Bolivia un esfuerzo cualquiera!

El Perú fué fiel en 1879 á su palabra empeñada seis años antes.

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Durante quince meses acompañó á Bolivia en la lucha, soportó con ella unos mismos reveses en la batalla, la aventajó en sacrificios de todo género, viendo incendiadas y entregadas al pillaje sus poblaciones - é hízola participar de la gloriosa pájina escrita por Grau en el ancho campo de sus hazañas. [pág. 118]

El Perú ha sido hoy abandonado á su propia suerte.

Mientras tanto, los diarios de esta ciudad acaban de hacer saber, que en Santiago se ha concedido la libertad á ocho jefes bolivianos, prisioneros en Tacna; - y es de suponerse un prévio juramento de no tomar las armas en la presente guerra contra Chile.

La honra de Bolivia, con su actitud despues de la batalla de Tacna, ha quedado comprometida ante su enemigo, ante su aliado y ante los demás pueblos americanos.

¡Arriba corazon......!

¡Ojalá oyéramos el éco de esta palabra pronunciada en Bolivia, á cuya influencia se levantara ese pueblo como un solo hombre, sacudiendo el marasmo que lo adormece, y yendo de nuevo á la lucha con la inquebrantable resolución del sacrificio 6 la victoria!

El Perú, encerrado en Lima, se prepara á librar en estos momentos sus últimas fuerzas en el baluarte de su última esperanza.

Y la América, que há condenado con el sentimiento y las manifestaciones de sus pueblos la política de absorcion y la guerra bárbara que hace Chile, pronuncia votos fervientes, aunque sin bastante fé, por el triunfo de los aliados, por la reconquista de sus derechos y de su integridad nacional!

Buenos Aires, Diciembre de 1880.

FLORENCIO DEL MÁRMOL.[Pág. 119]