El amor, como relación dual, es una dinámica de intercambio que satisface

diversas necesidades fisiológicas y psicológicas humanas1. En las relaciones interpersonales, el amor tiene como eje rector a la necesidad. Sin embargo, cuando se trasciende del plano humano al divino o espiritual, el creyente encuentra a una entidad —Dios— que no está carente ni necesitada: en principio, Dios no necesita del hombre. Por tanto, la dinámica cambia

asentamiento del intelecto (cf. Ez. 38:10). Alma: motor de la voluntad (cf. Gn. 23:8, Dt. 18:6, 1 Cr. 28:9). Fuerza: intensidad, los antiguos griegos —en especial Parménides, Hesíodo y Empédocles— creían que el amor, origen del bien, era una fuerza cósmica cuya actividad movía y unía al universo; y el odio, una fuerza repulsiva, desordenada, origen del mal4.

Dios solicita que se le ame intensamente (fuerza) en dos ámbitos vitalísimos: entendimiento (corazón) y voluntad (alma).

El amor a Dios no es una mera concepción teorética, aterriza, más bien, en el campo volitivo. Un amor privado de acción es vacuo y sin sentido.

_________________________________ 1. GALIMBERTI, Umberto.

“Amor”. En: Diccionario de psicología. México: Siglo XXI, 2002, p. 61.

2. FROMM, Erich. El arte de amar. Barcelona: Paidós, 1966, pp. 80-81.

3. p. ej., Zeus rapta a Ganimedes para servirle de copero y favorecerlo sexualmente, cf. PLATÓN, Leyes, I, 636c.

4. cf. ARISTÓTELES, Metafísica I, 4, 984b 25ss.

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2 de Enero, 2021

Voz que ClamaBoletín para el orden de culto

Por el ministerio de Valle Verde

El amor a Dios

abruptamente. En un sistema religioso patriarcal, la

relación se centra en la obediencia y en la más próxima semejanza con el padre2 —a diferencia del matriarcal donde el amor es incondicional—. Dicha obediencia trasluce a través de los hagiógrafos. Desde un principio Dios exige obediencia (Gn. 2:16). En la época neotestamentaria el panorama permanece inmutable: por amor a la divinidad se entiende una fiel obediencia a los mandamientos establecidos (Jn. 14:15), con base en el temor.

El amor a Dios no se desarrolla por la proximidad —como sucede con familiares o amigos—, ni por retribuciones maritales —como entre los griegos3: los dioses del panteón tomaban libremente a hombres hermosos para cohabitar sexualmente—, sino porque el creyente conceptúa a Dios como el sumo bien. Aprende a amarlo después de comprender que sus caminos son verdaderos (cf. Sal. 86:11, 119:127-128). El hombre ama la belleza, la verdad, la perfección, pues carece de tales virtudes. También lo aprende a amar por las misericordias que recibe desinteresadamente (Sal 116:1-2).

El amor hacia Dios exige una entrega total, incluye cada esfera del ser: «corazón, alma y fuerzas» (Dt. 6:5). Corazón:

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