oscar zanetti: las manos en lo dulce. estado e intereses en la regulación de la industria azucarera...

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Santamar??a Garc??a, Antonio, LOPEZ JUNQUE, Fernando (Chinolope): 'Temporada en el Ingenio. Ensayo Fotogr??fico' (Book Review), Anuario de estudios americanos, secci??n historiograf??a y bibliograf??a, Suplemento, 49:1 (1992) p.250-262

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Santamar??a Garc??a, Antonio, LOPEZ JUNQUE, Fernando (Chinolope): 'Temporada en el Ingenio. Ensayo Fotogr??fico'(Book Review), Anuario de estudios americanos, secci??n historiograf??a y bibliograf??a, Suplemento, 49:1 (1992) p.250-262

Manuel MARTIN y Antonio MALPICA: El azúcar en el encuentro de dos mundos, Aso­ciación General de Fabricantes de España (1992).

He conocido mucha gente interesa­da en la historia del azúcar sin interés académico o profesional sobre el tema. El desarrollo de la industria azucarera a lo largo de la historia es fascinante porque fue uno de los motivos para la exploración del nuevo mundo y la ^erza motriz del comercio esclavista, '-a historia del azúcar en el imperio es-Pañol es igualmente fascinante porque '^e importante para el comercio ibéri­co aun antes de la conquista; más tarde, esto pudo ser un indicador del fracaso español como potencia colonia en ^"nérica, y finalmente, esta pudo ser la Causa determinante de la pérdida de Cuba y Puerto Rico, las últimas de las Colonias en las Américas.

Para las personas interesadas, Ma-J uel Martín y Antonio Malpica han rea-^ado una concisa y pintoresca histo-'* de la industria azucarera de la

península e Iberoamérica. Esta co­mienza con la llegada de la caña de azú­car al mundo mediterráneo. Antonio Malpica presenta dos capítulos infor­mativos sobre la industria de la caña de azúcar en la península ibérica, llegada a al-Andalus desde el norte de África. Los textos árabes indican que en el si­glo XIII se encontraba frecuentemente caña de azúcar en la península ibérica. El azúcar ibérico era conocido en toda Europa antes de la caída del reino Na-zarí en el siglo xv. Inmediatamente des­pués, el Concejo reconoció el valor fis­cal del azúcar en el área y estableció ordenanzas para el control fiscal de la industria azucarera. Hasta el siglo xix estas restricciones evitaron el creci­miento de la industria azucarera. En­tonces, tras la caída de Santo Domingo, las Antillas españolas alcanzaron su he­gemonía. Los últimos dos capítulos ex-

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ponen una narración de la separación de los intereses azucareros de la penín­sula y Cuba, el posible ascenso de la in­dustria azucarera cubana y los fracasa­dos intentos de establecer industrias eficientes en la península, primero con caña de azúcar y más tarde con remola­cha. Estos capítulos son una versión re­sumida del trabajo más completo, me­jor documentado y cuatitativo de Manuel Martín, Azúcar y descoloniza­ción. Como síntesis de su anterior tra­bajo, está escrito con un estilo aprecia-ble y resume amenamente sus ideas corrientes sobre el tema.

Para los especialistas en la historia del azúcar, la mejor faceta del libro son las ilustraciones. Esta tiene un caudal de 105 instructivas reproducciones en color de ingenios y otros materiales re­levantes que son presentados conjun­tamente en una sola obra.

La impresión dominante para lector es que éste es ciertamente un libro muy bien presentado. La estética no sólo es atractiva. Incluye reimpresiones de muchas conocidas fotografi'as del inte­rior y el exterior de los ingenios, nume­rosos diagramas técnicos y una selec­ción de otros interesantes dibujos y documentos. En este marco, el libro promovido por la Asociación General de Fabricantes de Azúcar de España es realmente una celebración de la indus­tria azucarera de España. Su texto tam­bién es presentado simultáneamente en castellano y francés.

El carácter celebrativo del libro es al mismo tiempo su punto fuerte y débil.

El texto tiende a centrarse en las inno­vaciones técnicas en la caña de azúcar o en la producción azucarera en el im­perio español. Otras innovaciones or­ganizativas se describen con menor de­talle. Es más, el lado oscuro de la industria del azúcar —la promoción y la dependencia del comercio de escla­vos—, en el cual la península ibérica jugo un papel sustancial, en el espacio que es mencionado no se le ha dado el peso que tuvo en una historia tan gene­ral, es decir, con enfoque de largo pla­zo. El sesgo hacia historia tecnológica, no obstante, es interesante aunque sea incompleto. Dos anexos ofrecen una interesante descripción de las tecnolo­gías utilizadas a lo largo de los siglos y un glosario de términos específicos a la industria azucarera española y anti­llana.

Como comentario final, esperaba un poco más de material sobre el desarro­llo del consumo de azúcar en España, como el que Sidney W. Mintz realizó en su libro Sweetness and Power. Since­ramente se lo ha hecho en parte, ya que obtenemos una impresión de los cam­bios en los patrones de consumo en el período medieval en los primeros capí­tulos de Antonio Malpica; entendien­do que éste fue un producto extrema­damente suntuario. Antes de la caída del reino Nazarí a fines del siglo xv, el azúcar de Málaga fue bien conocido en toda Europa. Por aquella época, las de azúcar eran vendidos y distribuidos por un amplia red de mercaderes geno-veses y portugueses que las transporta-

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ban a puertos del Mar del Norte. Asi­mismo, los autores sugieren que existe documentación sobre antiguas recetas con las cuales podríamos saber el uso dietético del azúcar y cómo era aplica­da, de forma similar a lo que hizo Mintz. Las impresiones que obtene­mos son fascinantes. Me hubiese gusta­do poder proponerles a los autores que comentasen más sobre el consumo de

azúcar en la historia de la península ibérica. En cualquier caso. El azúcar en el encuentro entre dos mundos es una magnífica y concisa historia de la in­dustria azucarera desde su aparición en la península ibérica al presente siglo.

Alan DYE Universidad Carlos III de Madrid (Traducción de Daniel Díaz-Fuentes)

Francisco LÓPEZ VILLAREJO: El Catastro de Ensenada en Linares (1752-1753), Jaén, Cá­mara de Comercio e Industria de la Provincia de Jaén, 1992, 188 pp. Biblio­grafía.

La reciente iniciativa editorial del grupo Tabaprés a través de su colección «La alcabala del viento» está poniendo a disposición de los investigadores y de los interesados por la economía rural del siglo XVIII la información contenida en las Declaraciones Generales del Ca­tastro de Ensenada de gran número de localidades de todo el reino de Castilla. Junto con sus estudios introductorios, poseemos ya un importante corpus fac-tual como para aventurar hipótesis re­gionales que puedan ir más allá de las sugerencias arriesgadas que se solían basar, como elemento contrastante, en algún que otro estudio particular o con los datos generales contenidos en obras ya clásicas como la del Grupo 75 o la de Malilla Tascón.

El libro que aquí presentamos, si bien no se imbrica en la colección arri­ba citada, sí que viene a insistir sobre un mismo planteamiento: el de poner a

disposición del público interesado la documentación catastral. Con la venta­ja, en este caso, de que no se facilita sim­plemente la información tal y como aparece reflejada en los legajos de la Única Contribución, sino que se orde­na, se tabula, se sacan porcentajes, se agrupa por sectores una enorme canti­dad de datos. Para los que hayan traba­jado alguna vez con las declaraciones particulares y generales del Catastro se­rá en seguida evidente la suma utilidad de obras como la presente, que nos dan ya hecho el trabajo más engorroso de dotar de sentido contable a una infor­mación desperdigada y enojosamente abundante.

El propio autor sabe reconocer en el prólogo las limitaciones de su trabajo, entre las que sobresale el efecto que el paso del tiempo provoca en su libro. En efecto, el libro se escribió hace ya más de doce años como Tesis de Licen-

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datura, y eso se nota básicamente en la validez de la bibliografía y, sobre todo, en una cierta rigidez intepretativa, casi siempre pegada al dato, no suficiente­mente contrastada con otras investiga­ciones similares. No obstante esto, el haber de la labor de López Villarejo su­pera ampliamente el debe que hemos señalado. Presenta su investigación el interés de ser la primera exploración sistemática del Libro Maestro (declara­ciones particulares) de una población de la provincia de Jaén, y de centrarse en un tipo de núcleo de población que es representativo de lo que fue la Anda-lucia Oriental de mediados del siglo XVIII. Entre las conclusiones que se pue­den extraer del libro, destacaríamos las siguientes. En primer lugar, la demos­tración, recurriendo a fuentes ajenas a la del propio Catastro, del manifiesto estancamiento demográfico de la parte oriental andaluza durante todo el siglo xviri. Linares, de hecho, tiene en 1752 la misma población (5.300 habitantes) que a mediados del siglo xvi y que la que tendría hasta mediados del XIX, cuando el «boom» de la minería del plomo atra­jera a miles de personas. Una población estable, (lero sumamente jerarquizada: el 78 por 100 está por debajo de los ni­veles de subsistencia, mientras que sólo unas treinta personas logran acaparar los dos tercios de la renta local. Esta evi­dente polarización del acceso a la rique­za, junto con el estancamiento demo­gráfico, van, a su vez, a condicionar la estructura de los sectores productivos: casi inexistencia del regadío, agricultu­

ra de autoconsumo basada en los cerea­les, escasos rendimientos por unidad de superficie cultivada... Hay un dato en esta investigación que nos puede per­mitir marcar la pauta en la divergente evolución económica de las dos Anda­lucías durante el siglo xviii. En Linares, casi un 30 por 100 de las tierras están baldías; sin embargo, en un estudio nuestro publicado en esta revista hace ya algunos años sobre la ciudad de Eci-ja decíamos que el reajuste demográfi­co y económico que se produce en el Valle del Guadalquivir desde el último tercio del siglo xvii tendió a concentrar la población en grandes núcleos junto a las tierras de mayor fertilidad, lo que, a su vez, impulsó a un máximo aprove­chamiento de la tierra. Al igual que de­mostró Josefina Cruz para el caso de Carmona {Propiedady uso de la tierra en la Baja Andalucía. Carmona, siglos xviii-XX), en Ecija no existían baldíos e, in­cluso, se había dado ya el paso hacia la especialización en cultivos comerciali-zables (olivar) en detrimento de las clá­sicas tierras «de pan llevar». Ello fue posible por la conjunción de varios factores: tierras disponibles y fértiles, red de comunicaciones, presencia de grandes centros mercantiles (Sevilla, Córdoba, Cádiz), crecimiento demo­gráfico; factores todos que, al estar au­sentes de Linares, explican su estanca­miento y su hundimiento en el círculo mortal del autoconsumo y la subsis­tencia. Lo que explica también el alto grado de endeudamiento de los cam­pesinos de esta localidad: dos terceras

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partes de las fincas estaban gravadas por censos o memorias de los que, en un 80 por 100, eran titulares institucio­nes eclesiásticas. Tendría que ser el re­lanzamiento de su minería, como el propio López Villarejo ha demostrado en su Tesis Doctoral en curso de publi­cación, el factor desencadenante de la ruptura de ese círculo vicioso. De he­cho, algo de ello se comienza a colum­brar ya a mediados del siglo xviii: la ter­cera persona más acaudalada de Linares es, precisamente, un comer­ciante de plomo, cuya renta anual supe­ra ampliamente a la de la mayoría de las familias hidalgas de la oligarquía local. Desgraciadamente, la no disponibili­dad en su momento de los archivos no­tariales impidió indagar con más detalle en la naturaleza de los negocios de este rico comerciante, fuertemente vincula­do con la Hacienda Real en la explota­ción de la mina de los Arrayanes.

Por otra parte, la escasa explotación de los recursos mineros (sólo dos de las treinta minas están en explotación y, aun así, desde hacía sólo tres o cuatro años) no pudo impulsar el desarrollo de un sector secundario que fuera más allá de las necesidades perentorias de la po­blación campesina. Sólo sobresale un

caso muy específico: las fábricas de ja­bón declaran unos beneficios diez ve­ces superiores a los de los demás es­tablecimientos fabriles. Dada la inexis­tencia en la vecina Baeza (ciudad de la que dependía Linares económicamen­te) de fábricas de jabón, eran las de Li­nares las que abastecían de dicho pro­ducto a toda la comarca. Hubiera merecido la pena seguirle la pista a este comercio, a sus circuitos y sus respK)nsa-bles, ya que se manifiesta como el único subsector de la economía local que rompe con la dependencia del auto-consumo.

Como ocurre en este último ejem­plo, los verdaderos méritos de este libro son más las líneas de investigación que sugiere, las hipótesis y comparaciones que se podrían llevar a cabo, que sus propias conclusiones. Lo que, bien con­siderado, no deja de ser un aliciente más que una limitación: a menudo agra­dece uno el que la lectura de un libro nos movilice hacia nuestros propios cál­culos y hacia la extracción de nuestras propias conclusiones.

Andrés MORENO MENGIBAR

Instituto de Bachillerato «Pablo Neruda»

J. RimónGAHCíALóPEZ: Las remesas íie los emigrantes españoles en América. Siglos xixy XX. Oviedo, Ediciones Júcar, colección «Cruzar el charco», agosto 1992.

El libro de Ramón García López for­ma parte de una interesante colección monográfica sobre el tema de la emigra­

ción española a América en los siglos XIX y XX dirigida por los profesores Na­dal, Maluquer y Macías, publicada por

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Ediciones Júcar y promovida por la Fundación Archivo de Indianos, con el patrocinio del Principado y la Caja de Ahorros de Asturias. De esta colección están, en estos momentos, a disposición del público al menos otros tres títulos. Uno sobre la emigración a Argentina, de Blanca Sánchez Alonso, otro sobre la emigración a Cuba, de Jordi Malu-quer de Motes, y un tercero de Antonio Macías Hernández sobre la emigración canaria. El título que reseño es uno de los más generales y más ambiciosos, da­do que trata un problema central como es el de la transferencia de dinero por parte de los emigrantes a sus economías de origen y que ha sido tratado de for­ma muy indirecta por la historiografía hasta ahora. La ausencia de fuentes es­tadísticas es la razón de que este tipo de estudios no haya sido abordado con an­terioridad de forma global. El intento de superar una descripción parcial del fenómeno y ofrecer una visión de con­junto se ha hecho muy difícil al contar sólo con informaciones esporádicas y fuentes dispersas. Esta es, a mi enten­der, la principal debilidad de este traba­jo, ya que frustra las enormes expectati­vas que crea un título con pretensiones generalizadoras. El libro se centra espe­cialmente los tipos y formas de remesas, así como sus cauces de envío, y para ello se divide claramente en cuatro ca­pítulos con introducción y conclusio­nes. En el primero se aclaran los proble­mas más generales relativos a lo que se entiende por remesas y los mecanismos de envío. En el capítulo segundo se tra­

ta el período anterior a 1880, en donde el protagonismo lo tuvo el emigrante en­riquecido conocido como el «indiano». Aquí, a través de protocolos notariales y correspondencia privada, se pasa revista a la importancia de las fortunas de algu­nos de estos personajes afortunados que influyeron en las economías locales y que establecieron las primeras cadenas de información para la posterior emigra­ción masiva. En un tercer capítulo se efectúa el análisis del período de inten­sificación de la emigración que va de 1880 a 1930. A través de la documenta­ción contable de varias casas de banca se estudian principalmente las institu­ciones y los mecanismos de intermedia­ción que permitieron la generación de los flujos de remesas. En el último capí­tulo del libro se pasa revista a los datos estadísticos de remesas de emigrantes disponibles desde 1931 a 1959 que vie­nen a sumarse a algunas otras estimacio­nes contempKjráneas, aportadas con an­terioridad, sobre los años 1920-21. Es en este momento del libro donde se ha­ce más patente la necesidad de plantear una hipótesis global, apoyada quizá, en la información disponible de saldos mi­gratorios y remesas de la década de 1930, que ayude a explicar lo ocurrido en años anteriores.

La presentación de este estudio es clara y atractiva. El intento de abordar el tema con una bibliografía secundaria escasa hace encomiable el esfuerzo de su autor por dar coherencia a dos siglos de historia de las remesas en España. Tiene el mérito de plantear algunas ge-

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neralizaciones usando como único ins­trumento protocolos notariales y fuen­tes primarias bancarias. Pero este es­fuerzo resulta heroico porque es planteado a partir de un rechazo explí­cito, por parte del autor, de cualquier tentación por adentrarse en el terreno de las hipótesis. La generalización de sus argumentos la plantea a partir de ejemplos y no con el apoyo de informa­ción indirecta global que le permita ir de lo particular a lo general. Al final de cada capítulo se echa de menos un resu­men en el que se valore la importancia del volumen de remesas introducido en España y de su significación para algu­nas zonas. El lector no puede percibir si la importancia de los ejemplos estudia­dos hay que cinscuscribirla a zonas muy pequeñas, o se habla de la totalidad de la economía asturiana, o gallega. Quizá la intención del autor es sólo la de ejem­plificar los mecanismos de llegadas de los capitales y transferencia provenien­tes de Cuba y no pretende una mayor generalización consciente de la ausen­cia de datos globales.

En el estudio de los mecanismos de transferencia de remesas el lector en­contraría probablemente interesante en­

contrar alguna propuesta tentativa para la estimación global de las remesas de emigrantes españoles a largo plazo. Al menos algún intento por responder a preguntas que ayudaran a desbrozar el camino de esta estimación. Por ejemplo, ¿existen muchos tipos de emigrante o se podría hablar de diversas categorías atendiendo a la cantidad de dinero que mandaban? ¿Es posible establecer cone­xiones estables entre saldos migratorios y remesas. ¿Por qué no se trata ni siquie­ra se menciona la historiografía publica­da sobre saldos migratorios?

Este trabajo aporta informaciones de gran interés sobre algunos problemas referentes a los mecanismos y las conse­cuencias de los diferentes tipos de transferencias monetarias, así como la relación entre los oferentes de remesas, los mediadores financieros y los recep­tores de las mismas. Sin embargo, en un libro de estas características no se pue­de renunciar a una sana «especulación» que nos permita elevar el vuelo en el te­ma de las remesas de emigrantes en los siglos XIX y XX.

Antonio TENAJUNGUITO

Universidad Carlos III de Madrid

Jorge PÉREZ-LÓPEZ: The Economics of Cuban Sugar, University of Pittburgh Press, 1991. 313 páginas.

El objetivo de The Economics of Cuban Sugar es revisar el desarrollo del sector azucarero dentro de la economía cubana en los últimos treinta años.

cuantificando la importancia de los cambios que la Revolución ha introdu­cido en la industria, la agricultura y el comercio, así como el éxito o el fracaso

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de las políticas económicas que, a lo lar­go de los tres décadas precedentes, al igual que durante toda la historia de Cuba desde su independencia, han te­nido al azúcar como punto de referen­

cia. El mayor obstáculo con que el autor

tropieza es el problema de la ausencia de series estadísticas completas, pro­ducto de que Cuba no ha publicado toda la información necesaria para el completo análisis del sector, así como de que una parte de los datos existentes presentan serias contradicciones entre sí y algunos problemas de fiabilidad. Las diferencias de información y la con­fianza de las estimaciones explican la desigualdad que existe entre las distin­tas partes de la obra. Los capítulos más logrados son los referidos al sector agra­rio, el trabajo, los costes de producción y el comercio, y, en general, el período mejor analizado es el posterior a 1970-1975. Con todo, el trabajo realizado es digno de encomio. Destacan el enorme esfuerzo de síntesis, las sugerencias para futuras investigaciones y la recopi­lación estadística, sobre todo para los últimos años de la década de 1970 y pri­mera mitad de los ochenta, parte de los cuales se nos presentan en un amplio y bien organizado apéndice.

La Revolución se planteó como ob­jetivo prioritario disminuir la depen­dencia económica del azúcar y moder­nizar su explotación. Comenzando por el estudio del sector agrario, Jorge Pé-rez-Lóp)ez demuestra que la supuesta reducción de la participación del culti­

vo cañero en la generación del produc­to agrario, de un 40 a un 27 por ciento entre 1978 y 1987, es sólo real medida a precios corrientes. A precios constan­tes, sin embargo, es de un 37 por ciento y apenas ha variado entre ambos años. El plan de modernización industrial ha dado mejores resultados; sobre todo, ha conseguido solucionar algunos proble­mas de obsolescencia, producto del es­tancamiento del sector desde el año 1927. En 1954 la industria azucarera re­presentaba el 37 por ciento del valor agregado de la industria doméstica y, aunque la información no permite ma­yor precisión, parece que su importan­cia no había disminuido para ñnales de los años ochenta. Las estadísticas oficia­les reflejan un 10 por ciento para la dé­cada de los años sesenta, pero son poco confiables, aunque reconocen cierto crecimiento durante la década de los ochenta hasta el 13-15 por ciento.

Los éxitos de la política revoluciona­ria en la mecanización del sector azuca­rero son indiscutibles. Partiendo de ni­veles irrelevantes, desde finales de los años setenta prácticamente todo el alza­do de la caña se hace con máquinas. Los avances en el corte han sido más lentos; no obstante, para 1988, se había conse­guido un nivel de mecanización del 67 por ciento. Esto se ha correspondido, sin embargo, con una pérdida de rendi­miento agrario, que se puede estimar en tomo al 20 por ciento entre 1962 y 1988. Por el contrario, el empleo agrí­cola se ha reducido en aproximada­mente en un 27 por ciento para el mis-

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mo período, al tiempo que se ha incre­mentado considerablemente la produc­tividad por trabajador. En el sector in­dustrial, por su parte, el nivel de empleo se ha mantenido entre 1970 y 1987. Aproximadamente un 19 por ciento de los trabajadores industriales de Cuba están ocupados en la industria azucarera.

Los éxitos a la hora de reducir la de­pendencia energética del sector han si­do más escasos. A pesar de la introduc­ción de nuevos métodos para la utilización del bagazo como combusti­ble en los años cincuenta, la disminu­ción de su producción y la llegada de petróleo barato de la Unión Soviética han incrementado absoluta y relativa­mente el empleo de fuel y de otros deri­vados del petróleo y no han permitido economizar energía. En lo que respecta a los medios de transporte, la Revolu­ción consiguió mejorar la coordinación del transporte ferroviario público e in­dustrial, tradicionaimente enfrentados. No obstante, los problemas de remode­lación del material y de la infraestructu­ra para los más de 15.000 kilómetros de vías férreas con que cuenta la isla no han podido ser resueltos.

La industria ha encontrado, asimis­mo, persistentes dificultades para au­mentar la producción de refino, con la pérdida de valor añadido que supone la exportación del azúcar crudo frente al blanco o refinado. Las considerables mejoras en la investigación científica y técnica han permitido, no obstante, in­crementar y mejorar la producción de

los distintos derivados y subproductos azucareros, tales como el ron, el alco­hol, los aguardientes y la miel.

Para el análisis de los costos de pro­ducción del azúcar, Jorge Pérez-López ha reunido la práctica totalidad de los estudios existentes, contrastando sus métodos y resultados. Cuenta con los informes de la Misión Truslow del Ban­co Interamericano de Reconstrucción y Fomento (BIRF), del año 1949; con un estudio parcial de 1939, con las estima­ciones que en 1960 realiza la compañía norteamericana Landell Commodities Studies, así como con algunos datos de finales de la década de 1970 y con sus propias estimaciones. Aunque existen serias discrepancias entre los datos de 1939 y 1949, estos últimos parecen más confiables y sugieren un costo de pro­ducción entre 11,9 y 15,4 centavos de dólar USA por cada saco de azúcar de 325 libras, así como que la caña repre­senta más de un 60 por ciento del coste final del producto. Las estimaciones de los años sesenta muestran muy pocas variaciones. La caña continúa siendo el factor de producción más caro con dife­rencia y sólo se ha conseguido reducir sensiblemente los costes de transporte y de manipulación con la mejora en la coordinación ferroviaria y con la intro­ducción de una nueva tecnología que permite transportar el azúcar a granel desde las centrales hasta los puertos. Las estimaciones de finales de los años setenta sugieren un estancamiento en los costes de producción (entre 12 y 17 centavos de dólar USA por cada

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saco de 325 libras de azúcar) y las de 1982 una pequeña reducción (entre 10,7 y 15,3), que puede ser sólo aparen­te, dado el solapamiento de los interva­los. La caña, por su parte, mantiene por­centajes en torno al 55 por ciento del costo del producto final. Finalmente, comparada con otros países producto­res de azúcar, tanto de caña como de re­molacha, Cuba aparece durante todos estos años como uno de los lugares del mundo donde más barato resulta pro­ducir azúcar.

Cuba compensó la pérdida del mer­cado preferencial norteamericano en 1960 con acuerdos especiales con los países del CAME y, fundamentalmente, con la Unión Soviética, en los que con­tó con precios estables y generalmente mucho más altos que los del mercado li­bre mundial. En este último la isla se ha caracterizado por su agresividad, lo que le permitió llegar exportar hasta un 25 por ciento de su producción a dicho mercado durante los años sesenta. El porcentaje se reduce durante la década de 1970 hasta el 7 por ciento, llegando a sólo un 5 por ciento en 1987. Esta situa­ción es producto tanto del aumento de la producción cubana de azúcar como del estancamiento de los mercados mundiales, consecuencia de la reduc

ción del consumo de azúcar per capita y de la competencia de los sucedáneos. Frente a ambos problemas, Cuba se ha caracterizado fundamentalmente por la defensa de la estabilidad de los precios en los mercados mundiales.

El análisis de las distintas variables permite concluir que los éxitos conse­guidos en la modernización de la pro­ducción azucarera han sido compensa­dos por los problemas de eficiencia de los sistemas de planificación central en sectores con la incertidumbre que ca­racteriza a la agricultura, por la fuerte dependencia externa de la isla para afirontar los procesos de renovación del material, la infraestructura y la tecnolo­gía, así como para la obtención de mate­rias primas combustibles y por el es­tancamiento del mercado azucarero internacional. Todos estos problemas se acentúan con la crisis de los regíme­nes socialistas, cuyas implicaciones no se tratan en la obra. Frente a ellos, los datos conocidos: Cuba no ha consegui­do disminuir su dependencia de las ex­portaciones y tampoco la abrumadora primacía del azúcar dentro de estas últi­mas.

Antonio SANTAMARÍA GARCÍA

Universidad Carlos III de Madrid

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Stephen H. HABER: Industria y subdesarrollo. La industrialización de México, 1890-1940, México: Alianza, 1992,278 pp. (Título original: Industryand Underdevelop-ment The Industrialization of México, 1890-1940, 1989, Traductora: Lili Buj).

Podría decirse que desde la Gran Depresión el águila mexicana dejó de atacar a Prometeo para ayudar a desen­cadenarlo. Durante el medio siglo ante­rior a 1980, el producto industrial me­xicano creció a una tasa anual prome­dio de 7,9 por 100 que doblaba la producción manufacturera cada diez o doce años, y que convirtió el crecimien­to industrial del México contemporá­neo en uno de los procesos históricos más fascinantes para el economista inte­resado en el desarrollo. El caso de la in­dustria mexicana suscita el interés de los economistas históricos no sólo por la rapidez de su aumento y por su gran tamaño, sino también por los compo­nentes cualitativos de su proceso de crecimiento. La intervención del Estado —especialmente a través de la omnipresente empresa pública—, las pautas de especialización sectorial, los vínculos con el sector energético y la inserción en los mercados internaciona­les son todos aspectos que trascienden claramente el ámbito de lo latinoameri­cano y por su interés general demandan un análisis histórico en profundidad.

El trabajo de Stephen H. Haber, ahora traducido al español, nos ayuda a reconstruir esta compleja historia. In­dustria y subdesarrollo investiga los oríge­nes del industrialismo moderno duran­te los años del Porfiriato (1876-1910) y su desarrollo hasta la Gran Depresión y

la Segunda Guerra Mundial. £1 relato de Haber se centra en nueve sectores manufactureros —acero, textiles, ce­mento, vidrio, cerveza, labores de tabaco, dinamita, papel, glicerina y ja­bón— que seguramente representaban (aunque este extremo nunca se aclara) la mayor parte del valor añadido indus­trial del país. El libro se desarrolla cro­nológicamente. Después de la introduc­ción, se pasa revista a la evolución de la economía mexicana anterior a la Revo­lución poniendo énfasis sobre la unifi­cación del mercado, la construcción de los ferrocarriles y las transformaciones sociales ocurridas bajo el Porfiriato. A p>esar de tratarse de una visión panorá­mica de la economía, el enfoque y las valoraciones del autor en este capítulo son importantes para comprender la ar­gumentación desarrollada en el resto del libro. En los capítulos tercero al sex­to aparecen los argumentos centrales del análisis. Se ponen de manifiesto en esta parte de libro los condicionamien­tos básicos de los sectores manufacture­ros y la estructura monopólica que adoptaron, y se detalla la trayectoria de las familias empresariales dominantes —Prieto y Alvarez, Basagoiti y Arteta, Ibáñez, Robert, Scherer, Signoret, Kelly, Braniff— sin cuyo conocimiento la historia empresal mexicana quedaría incompleta. La estrategia de cada sector industrial y sus resultados económicos

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están también presentes en esta parte del estudio. Los capítulos finales están dedicados a medir el impacto sobre la industria de la Revolución (cap. 8), la Gran Depresión (cap. 9) y la presidencia de Cárdenas (cap. 10). Un breve capítu­lo de conclusiones cierra el libro.

El argumento básico de Haber es co­nocido, sobre todo en la historiografía económica de Hispanoamérica: los paí­ses latinoamericanos eran pobres por­que eran pobres. La pobreza se conver­tía en un factor autoperpetuante del subdesarrollo porque la demanda era insuficiente y el mercado estrecho. Sin embargo, Haber no deja el análisis al ni­vel, usualmente simplista, de esta causa­ción circular. La argumentación de In­dustria y subdesarrollo es un intento sofisticado y brillante de usar la historia económica de la empresa para derivar conclusiones generales sobre el desa­rrollo mexicano relacionando la estra­tegia empresarial con la estructura del Estado. En primer lugar, el argumento de la estrechez del mercado adquiere más relevancia en el caso mexicano que cuando se usa, por ejemplo, para expli­car el atraso industrial en los países po­bres de Europa. El producto por perso­na en el México de finales del Porfiriato era, según Angus Maddison, menos de la mitad que en la periferia europea y la falta de integración —a pesar de los fe­rrocarriles— de su mercado interno te­nía necesariamente que imponer una seria dificultad para la expansión de las manufacturas. Por otra parte, la partici­pación en los mercados internacionales

como exportadores no era para los em­presarios mexicanos —ni para ningún empresario del mundo— una tarea fá­cil.

Bajo estas condiciones, arguye Ha­ber, los intentos de industrialización en el Porfiriato estaban llamados al fraca­so. Por una parte, la tecnología impe­rante en casi todos los sectores venía impuesta desde el extranjero. Esto te­nía el doble efecto de: a) elevar los pre­cios del capital para los industriales me­xicanos —que, además, no contaban con mercados financieros domésti­cos— por encima del de competencia en los mercados internacionales; y b) obligar a una escala mínima eficien­te muy alta para poder funcionar a cos­tes competitivos. Pero, por otra parte, la limitada capacidad de compra del cam­pesinado hacía que las instalaciones funcionasen con un enorme exceso de capacidad. Dada la gran incidencia de los costes fijos sobre los totales, la impo­sibilidad de usar las instalaciones a ple­na capacidad ponía en desventaja com­petitiva a la industria mexicana. Los condicionamientos de escala impusie­ron una estructura monopolista de la oferta, pese a lo cual los empresarios no lograron una rentabilidad adecuada de sus activos. Los empresarios, según esto, tuvieron necesariamente que acu­dir al Estado para pedir protección arancelaria y fiscal en la esperanza de que la situación general del país —es decir, el tamaño del mercado— mejora­se a largo plazo y sus inversiones se vie­sen adecuadamente compensadas. La

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estrategia empresarial mexicana pre­sentada p>or Haber sería, de acuerdo a este razonamiento, la de un sacrificio de los beneficios a corto plazo a cambio de una rentabilidad mayor en un horizon­te temporal más amplio. Los esfuerzos y sacrificios empresariales de la industria mexicana durante el Porfiriato —gran­des inversiones y bajos beneficios— ha­brían dado fi-uto más tarde, a partir de la presidencia de Cárdenas.

Stephen H. Haber construye una historia brillante y sugerente (fielmente traducida y con buen estilo por Lili Buj) que mantiene con habilidad la cone­xión entre la investigación empresarial y sus implicaciones macroeconómicas, y entre éstas y los cambios sociales y po­líticos mexicanos. Al hacer de los em­presarios la variable determinante. Ha­ber nos ofi-ece una visión «desde dentro» del proceso de desarrollo in­dustrial. La mezcla de análisis empresa­rial e institucional hacen de Industria y subdesarrollo un gran paso adelante en la historia económica contemporánea de América Latina. Sus hipótesis son claras, sus respuestas inteligentes y me­ditadas. Su información es amplia y su razonamiento es cuidadosamente ecléc­tico. Y... sin embargo.

Sin embargo, hay aspectos secunda­rios y de tipo simplemente técnico que sin restarle valor al estudio dejan algunas zonas oscuras. En primer lugar, el trata­miento de la capacidad es hasta cierto punto impreciso. La hipótesis de que la tecnología y la escala eran impuestas desde el extranjero nunca es demostra­

da, y explicar su adopción porque «na­die pensó en otra manera de hacerlo» (p. 239) no es consistente con la imagen de unos empresarios que «invertían por adelantado previendo mejores ingresos a largo plazo» (p. 20) y cuyas «inversio­nes en la industria formaban parte de una estrategia general de rentabilidad» (p. 153). Los empresarios mexicanos, como los de casi todos los sitios, eran, en efecto, calculadores e informados, y sugerir que actuaron con negligencia y sin cálculo contradice hasta cierto pun­to los mismos datos de Haber. No que­da clara tampoco la explicación de la estrategia.empresarial «en el sentido de que la clase trabajadora y el campesina­do podían ser explotados indefinida­mente para hacer avanzar con presteza el proceso de acumulación de capital» (p. 242) si se tiene en cuenta que la capa­cidad de resistencia del proletariado contra la disciplina fabril y contra el au­mento de la intensidad y productividad del trabajo fue «el segundo mayor obs­táculo para una rápida y exitosa indus­trialización» (p. 19).

Además de que la «gran escala» de la industria mexicana no queda probada en ningún lugar del libro, un análisis mí­nimo de organización industrial sugiere que la escala es una de las armas más po­derosas para desanimar la entrada de competidores en el mercado o para per­petuar una situación de monopolio. Esta razón, y no la imposición extranje­ra, aparece como la causa más probable de la sobredimensión —si es que alguna vez existió— de la industria mexicana.

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Es fácil entender la gran dificultad de entrada en mercados competitivos para empresas de baja productividad como las mexicanas. Sin embargo, la evidencia presentada por Haber para probar la imposibilidad de exporta­ción ofrece ciertas dudas. En primer lugar es por lo menos dudoso que la práctica normal y permanente en el co­mercio internacional de manufacturas fuese el dumping (p. 60), es decir, la ven­ta a precios por debajo de los costes medios totales como estrategia empre­sarial a largo plazo. La existencia de ca­pacidad ociosa, además, induce a pre­guntarse por qué no intentaron también los productores mexicanos di­ferenciar precios en los mercados in­ternacionales, especialmente teniendo en cuenta que, según Industrialización y subdesarrollo, la gran dimensión de la planta era la característica diferencial de la industria mexicana y que, por tan­to, la incidencia de los costes fijos so­bre los totales tenía que haber sido muy grande.

En cuanto a los beneficios, no que­da sufícientemente clara la distinción que Haber establece entre los sectores de «alto» y «bajo» riesgo para analizar actividades industriales que eran mo­nopolios virtuales, ni tampoco se ofre­ce una idea de rendimientos en otras actividades manufactureras, ni en los mismos sectores de otros países. Ni si­quiera hay una mención a los precios absolutos ni relativos de los productos mexicanos. Por esta razón es difícil ca­librar la rentabilidad de las empresas

industriales mexicanas a partir de la evidencia presentada. Sin embargo, los mismos datos de Haber ponen de ma­nifiesto que los beneficios industriales durante el primer decenio de este siglo fueron claramente más altos —en el caso de «alto riesgo», de hasta el 85 por 100 más alto (p. 150)— que los rendi­mientos de la deuda pública, y que los monopolios locales estaban generosa­mente compensados, por lo menos con respecto a la retribución normal de los capitales en aquel período. Con respec­to a las exportaciones. Haber afirma que «los empresarios de México esta­ban efectivamente interesados en la ex­portación» (p. 57). Podría pensarse, por el contrario, que la exportación está su­jeta a la competencia en mayor medida que las ventas domésticas y que genera un porcentaje menor de beneficios. Es difi'cil imaginar un grupo oligopolístico protegido por el Estado que esté de­seoso de competir en el mercado inter­nacional y renunciar así a sus benefi­cios domésticos.

En definitiva, el lector se debate a lo largo del libro entre unos empresarios que son, por una parte, ávidos busca­dores de rentas que habían sabido cap­turar y subyugar al Estado a sus pro­pios intereses (pp. 91-93), y por otra, ingenuos industriales sin experiencia ni talento en el campo de las manufac­turas (p. 109). Según Haber, la estre­chez del mercado, la imposibilidad de exportar y la gran dimensión del capi­tal fijo impuesta desde el exterior obli­garon a los capitalistas industriales me-

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xicanos a conformarse con beneficios muy bajos, a organizarse en monopo­lios y a obtener protección arancelaria y fiscal del Estado. La misma evidencia presentada por el autor y un poco de teoría económica sugieren, por el con­trario, que la causación pudo muy bien haber sido al contrario: la estructura institucional mexicana permitió a un grupo muy reducido de familias con­trolar los mecanismos protectores del Estado para separar el mercado inter­no de las importaciones y usar las eco­nomías de escala para eliminar la com­petencia y así obtener altos beneficios.

Sin embargo, es necesario insistir en que esto son solamente detalles técni­cos y secundarios que no desvirtúan la línea general de la argumentación. Des­de un punto de vista más general, el trabajo de investigación de Stephen H. Haber debe considerarse como un gran paso adelante no sólo por sus re­sultados, sino también por su método. Industrialización y subdesarrollo combi­na de manera brillante la historia em­presarial e institucional con el análisis

del crecimiento agregado y logra susci­tar la curiosidad del historiador sobre las cuestiones clave del crecimiento in­dustrial mexicano. Es verdad que plan­tea más preguntas de las que responde, pero esto es, en definitiva, la labor de los buenos historiadores. Indagar el proceso de modernización desde el punto de vista de la historia empresa­rial es un mérito metodológico en sí mismo que debería suscitar y poner en marcha investigaciones similares apo­yadas en una base económica firme. Sin estudios como el que se presenta en esta traducción de Haber la historia económica de los países periféricos se­guirá siendo una visión «desde fuera». Haber nos introduce en la empresa, y eso es un comienzo por el camino co­rrecto. Aunque sea sólo por eso, el tra­bajo de Haber es una aportación defi­nitiva al conocimiento de la historia económica del México contemporá­neo.

Pedro FRAILE BALBIN

Universidad Carlos III

Guido di Telia y Carlos Rodríguez Braun, eds., Argentina, 1946-83: The Economic Ministers Speak: Macmillan en asociación con St Antony's CoUege, Oxford, 1990.

La riqueza y el progreso fueron los rasgos más destacados de la economía argentina hasta la primera mitad de este siglo; desde entonces ha resultado paradójica su leve e irregular evolu­ción económica dada su dotación de

recursos naturales y humanos. La ines­tabilidad y las dificultades del país han sido una auténtica contradicción de di-fi'cil y compleja explicación. Este libro presenta varias interpretaciones del enigma argentino. La obra tiene, al me-

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nos, dos grandes cualidades, su origi­nalidad y la virtual irrepetibilidad. Por una parte, porque los editores conci­bieron un trabajo que trasciende am­pliamente la simple compilación de en­sayos histórico económicos. Por otra parte, las colaboraciones correspon­den a los auténticos policymakers de los distintos gobiernos del período 1946-1983, a muchos de los cuales no se po­dría volver a reunir.

El libro está integrado de un capítu­lo introductorio, dieciséis capítulos cro­nológicos elaborados a partir de las contribuciones de los distintos agentes políticos y un apéndice estadístico. Los editores introducen el trabajo con un breve ensayo histórico interpretativo, en el que se detallan los principales as­pectos políticos y económicos. Las cola­boraciones se inician con la de Alfredo Gómez Morales como representante de Juan Perón, que fue elegido por prime­ra vez para la presidencia en 1945, y el último ensayo pertenece a quien fue mi­nistro de Economía hasta fines de 1983, cuando Raúl Alfonsín inició un ciclo democrático, sin precedentes en las cuatro décadas cargadas de golpes de estado, intentos democratizadores y cambios de política económica sobre las que trata este libro.

Probablemente resulte difícil clasifi­car este libro como una obra de histo­ria económica, política o política eco­nómica; pero no cabe duda que se fue a la fuente primaria de las decisiones de política económica argentina, ya que recoge los testimonios de algunos de

los principales responsables de los asuntos económicos del país, a los que los editores denominaron genéricamen­te «ministros de economía». Si se trata­se de otra nación, este libro resultaría más breve y no despertaría mayor inte­rés; en cambio, resulta sorprendente que los principales responsables de la economía de un país medianamente de­sarrollado hayan cambiado a un prome­dio anual durante treinta y siete años, aún más, que nueve de ministros volvie­ran a su cargo con distintos gobiernos militares o civiles, y también resulta lla­mativo que la historiografía económica argentina se vincule estrechamente con estas personalidades, por cierto, con en­foques y concepciones político-econó­micas bastante antagónicas.

Los editores merecen un reconoci­miento por haber sintetizado y estiliza­do los ensayos y las declaraciones mi­nisteriales del encuentro «La política económica argentina entre 1946 y 1986», realizado en 1984, en Toledo, bajo los auspicios de la Fundación José Ortega y Gasset, del que también sur­gió otra gran obra coordinada por Gui­do di Telia y Rudiger Dombusch, que resulta indispensable para comple­mentar y profundizar el análisis históri­co de la económica argentina.

La introducción ofrece un breve compendio de la historia económica argentina que combina aspectos histó­ricos, políticos y de los principales en­foques económicos prevalecientes du­rante los distintos gobiernos del pe­ríodo considerado. Esta síntesis pue-

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de resultar compleja para el lector que se inicie en los problemas argentinos, pero indudablemente es una auténtico resumen de una historia de política económica cargada de acontecimien­tos e interpretaciones. El libro es com­pletado con un apéndice estadístico en el que se detallan las principales ma-cromagnitudes económicas de los años bajo estudio.

Cada uno de los dieciséis capítulos correspondientes a las disertaciones de «ministros de economía» se introduce con una breve reseña biográfica del respectivo colaborador. Estos capítu­los no se corresponden necesariamen­te con una cronología ministerial, ya que hubo treinta y siete gestiones, que considerando las autoridades difuntas y los que reiteraron sus funciones po­dían haberse limitado a diecisiete «mi­nistros de economía», aunque varios, por su brevedad, merecían ser ignora­dos, como de hecho se refleja. El título del libro no es totalmente adecuado, porque Rogelio Frigerio, Carlos Leyba, Guido di Telia y Domingo Cavallo, aunque ejercieron una influencia des-tacable, no tuvieron responsabilidades ministeriales durante las respectivas presidencias de Arturo Frondizi, Juan Perón, Isabel Martínez y Reynaldo Big-none. Por otra parte, a Alfi-edo Gómez Morales y a Jorge Wehbe se les dedican dos capítulos del libro y, con un crite­rio semejante, la memoria podía haber ampliado a veintiún capítulos, Roberto Alemán (abril de 1961 a diciembre de 1962, y diciembre de 1981 a junio de

1982), Adalbert Krieger Vasena (marzo de 1957 a abril de 1958, y enero de 1967 a junio de 1969), José Martínez de Hoz (mayo a octubre de 1963, y marzo de 1976 a marzo de 1981), José Dagnino Pastóte (junio de 1969 a junio de 1970, y julio a agosto de 1982) y Jor­ge Wehbe (marzo a abril de 1962, octu­bre de 1972 a mayo de 1973, y agosto de 1982 a diciembre de 1983). Posible­mente este trabajo tiene notables au­sentes, cuyas experiencias como minis­tros de Economía del pasado habrían sido interesantes y esclarecedoras, en­tre los que destacarían Juan Pugliese (agosto de 1964 a junio de 1966) y An­tonio Cafíero (agosto de 1975 a febrero de 1976). En cualquier caso, todas las salvedades señaladas son poco signifi­cativas a la hora de valorar un trabajo que reúne múltiples y valiosos testimo­nios orales y escritos del «drama de la Economía Argentina», como adecua­damente le definió Gabriel Tortella.

Cabe agregar que el lector puede confundirse con las explicaciones ad hocde los autores ministeriales sobre la situación y el papel que desempeñaron cuando les correspondió actuar; pese a ello, este riesgo es un desafio para la propia historiografi'a económica.

Se podría terminar señalando que esta obra es extraordinaria y constituye una referencia obligada e imprescindi­ble para todo investigador interesado en la economía argentina contemporánea.

Daniel DÍAZ FUENTES

(Universidad Carlos III de Madrid)

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Claude JESSUA: Histoire de la théorie économique, París, Presses Universitaires de France, 1991, 584 páginas, índice de autores, índice de materias.

En este valle de lágrimas hay sólo dos cosas plenamente ciertas. Una es que vamos a morir. Y otra es que escri­bir un manual de historia del pensa­miento económico es fácil. La irreme­diable constancia de la muerte prueba al menos inductivamente lo primero. La enorme profusión de textos prueba lo segundo. En esencia vivir requiere sólo sobrevivir. Y escribir un manual de historia del pensamiento económi­co exige nada más que tiempo y una bi­blioteca. Lo difícil, claro está, es que la muerte resulte realmente lamentable por la rica vida que deja atrás, y que los textos valgan la pena de ser escritos y sobre todo leídos. El libro de Claude Jessua, cono suele ocurrir en la vida, se queda a medio camino.

Uno de los grandes historiadores contemporáneos del pensamiento eco­nómico, D. P. O'Brien, sostiene que ca­rece de sentido acometer una historia de la economía completa que cubra, para nombrar a dos judíos célebres, de Moisés a Patinkin. El juicio parece acertado: a finales del siglo xx resulta bastante claro que es difícil mejorar lo ya existente, salvo en completar lo que el propio desarrollo de la ciencia eco­nómica va volviendo historia. Por ejemplo, tendría sentido una historia de la teoría económica en el siglo xx, pero Jessua se queda muy corto en este sentido, al interrumpir su discurso en Keynes y Schumpeter, con lo que sigue

ausente la espectacular historia del úl­timo medio siglo.

El método de Jessua es tributario de la línea de Schumpeter-Blaug, que pro­cura dejar atrás la vieja noción de doc­trinas económicas —la evocación del clásico de Gide y Rist es inevitable— y concentrarse en la historia de la cien­cia, de las teorías, sin importar ni las connotaciones políticas ni la influencia de las teorías sobre las opiniones de la gente. Nada hay en este libro, por lo tanto, anterior al siglo xviii, y las refe­rencias biográficas son escasas, aunque precisas. Mis héroes son teoremas, no personas, afirmó Schumpeter en su History ofEconomic Analysts, en decla­ración que luego se obstina en incum­plir. Jessua, en cambio, la sigue a raja­tabla.

El resultado hasta mediado el texto, cuando se llega al año mágico de la lla­mada revolución marginal, 1870, es de­silusionante. No aporta nada esencial­mente nuevo a la economía clásica y a Marx, con una sola excepción, higiéni­camente chauvinista: su tratamiento de los fisiócratas y otros autores franceses, como Boisguilbert y sobre todo Tur-got, es excelente.

Las ausencias en esta parte, sin em­bargo, son tan llamativas como deplo­rables. No hay un apartado sobre John Stuart Mili, a cuyas aportaciones teóri­cas se hacen mención exclusivamente con relación a la Ley de Say. Se ve que

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la sabidamente exagerada modestia de Mili, que siempre pretendió —sin jus­tificación— no haber formulado inno­vación alguna, fue tomada por Jessua al pie de la letra. No hay prácticamente nada de análisis monetario en los clási­cos, se ignora la polémica entre las es­cuelas currency y banking, y parece que David Hume no existió. Tampoco hay mención de las teorías ricardianas del dinero y del comercio internacional, que según apunta Jessua en una escue­ta nota al pie, «ils nous ont paru se si-tuer en marg, á la périphérie de son systéme théorique», proposición como mínimo audaz que exigiría más expli­cación, sobre todo cuando no hay esca­sez de páginas —nada menos que cin­cuenta, y suaves, se conceden a Marx.

A grandes rasgos, entonces, el lector hará bien en ignorar la primera mitad de esta Histoire, que encontrará mejor cubierta, por ejemplo, en el libro de O'Brien sobre los clásicos y en el ma­nual de Mark Blaug.

La segunda mitad se ocupa del pe­ríodo 1870-1950 y resulta un poco más satisfactoria que la primera. Los auto­res son los previsibles: Jevons, Menger y los austríacos Walras, Marshall y Wicksell, para terminar con la revolu­ción keynesiana y Schumpeter.

Algunos autores son tratados muy superficialmente, como Jevons, del que sólo se expone la teoría de la utili­dad y del intercambio, y además sin gráficos. En general el autor elude el tratamiento gráfico, lo que es de la­mentar, especialmente en el caso de Je­

vons, que pintó tres de bastante inte­rés: el del intercambio, el de la analogía con la palanca y el del mercado de tra­bajo.

Claude Jessua repite la francofilia de la primera mitad y asigna más páginas a Walras que a ningún otro autor. Wal­ras, que siempre se quejó del trato que le dispensaron los economistas, en par­ticular los franceses, habría aplaudido, primero por la cantidad de páginas y segundo porque la calidad de la expo­sición es elevada y las aportaciones teó­ricas de Walras están bien explicadas, tan bien como en los mejores manuales y más en detalle que en cualquiera de ellos —aparte de este extenso capítulo, Walras reaparece más tarde a propósi­to de la teoría del capital y de la inte­gración del dinero en la teoría del equi­librio general.

Las páginas dedicadas a Keynes son también dignas de mención, no por el análisis de la Teoría General, que no in­nova demasiado con relación a la co­piosa bibliografi'a sobre Keynes, sino por el relato de los orígenes del mag-num opus keynesiano. Jessua ocupa una docena de páginas, en efecto, a explicar el Treatise on Money, la obra que Keynes publicó en dos volúmenes en 1930 y a la que atribuyó importancia, al revés que sus continuadores, que se concen­traron en el más rupturista mensaje de la Teoría General.

Los manuales de historia del pensa­miento económico han seguido esa in­terpretación, con lo que la atención prestada al Treatise on money suele ser

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relativamente pequeña. Es así de agrade­cer la exposición de Jessua, que se con­centra en el primer volumen —sobre la teoría pura del dinero— y explica las in­teresantes ecuaciones macroeconómicas que Keynes llama «fundamentales».

Con pocas excepciones, entonces, un libro apenas correcto —y esto es censurable en un país con antigua tra­dición de historiadores del pensamien­to económico— y que aporta poco a la bibliografía. En su favor hay que recor­dar que «la bibliografía» es en extremo abundante. Como corresponde a un francés, destaca especialmente las con­tribuciones galas. Será inútil buscar en sus páginas reconocimiento a la priori­dad de algún autor de la Escuela de Sa­lamanca frente a Jean Bodin en el des­

cubrimiento de la teoría cuantitativa del dinero, ni de la menos discutible anticipación de Miguel Caxa de Lerue-la sobre Turgor a propósito de la ley de los rendimientos decrecientes.

Pero, en cambio, las páginas dedica­das a autores franceses son muchas y en general de buena calidad, lo que es plausible puesto que cierto imperialis­mo anglosajón hace a veces olvidar la literatura no escrita en inglés.

Lo mejor habría sido, en realidad, llevar el patriotismo hasta el final, su­primir del libro todo lo no francés y re­ducirlo a los fisiócratas (con Turgot) y Walras.

Carlos RODRÍGUEZ BRAUN

Universidad Complutense

Joel MoKYR: La palanca de la riqueza. Creatividad tecnológica y progreso económico. Madrid, Alianza Universidad, 1993, 433 pp. Trad. E. Gómez Parro.

La palanca de la riqueza, de Joel Mokyr, es un libro pequeño con una gran tarea. Su objetivo es presentar una breve historia del progreso tecnológico occidental desde la Edad Antigua has­ta principios del presente siglo. Pocas personas se hubieran atrevido a en­frentar tal obra; pocas personas hubie­ran podido hacerlo tan bien como Mokyr. Pero debo advertir que no debe buscarse en el libro una teoría unificada del progreso tecnológico. Si Mokyr hubiera intentado tal cosa, su trabajo hubiera quedado incompleto. Tal como está, juega con una multipli­

cidad de ideas que deberán ser trata­das más profundamente.

Es un libro que explica el por qué sólo algunos países se han beneficiado de un alto grado de creatividad tecno­lógica. La «creatividad tecnológica» es ese ingrediente único que ha permiti­do disfrutar de altos niveles de consu­mo, a la vez que experimentar elevadas tasas de crecimiento económico, sin te­ner que consumir factores de la pro­ducción en las mismas proporciones. La obra no se propone contestar por qué ello ocurre, sino más bien especu­lar provocativamente sobre sus causas.

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La mayor virtud del libro es que se trata de un relato conciso de un tema enorme e importante. Mokyr ha sinteti­zado para nosotros una gran cantidad de literatura proveniente de diversas disciplinas. La concisión del autor per­mitirá al lector recorrer 25 siglos de historia tecnológica en menos de 350 páginas, además de enterarse de su vi­sión sobre el hombre occidental y su enfrentamiento con la naturaleza para modiñcar su bienestar. Aunque es principalmente una historia económi­ca y tecnológica, también llega a incluir una aplicación de la biología evolutiva al cambio tecnológico.

Se debe admitir que su enfoque es limitado y ecléctico. Aunque en casos parece que intenta explicar las causas del crecimiento económico en la últi­mas décadas, de hecho sólo desea con­centrarse en la influencia del cambio tecnológico en el crecimiento. El lector puede encontrar que en cierta parte Mokyr ha ignorado algún factor que en cualquier trabajo exhaustivo sobre el crecimiento económico europeo de­biera haberse considerado. Sin embar­go, eso mismo es el objetivo de Mokyr, el ignorar todo lo posible los otros fac­tores del crecimiento económico de modo de examinar el curso histórico de la tecnología sin tratarlo con livian­dad o simplicidad. Esto no significa que la obra sea limitada, dado que in-tencionalmente se propone extender el anáhsis económico en tena incógnita. La mayor parte de los estudios econó­micos de la tecnología prestan dema­

siada atención al análisis económico de la maximización de objetivos, dadas las restricciones corrientes. Pero para Mokyr, las variables económicas con­vencionales no explican lo esencial de la creatividad tecnológica; mas bien «el cambio tecnológico implica el ataque de un individuo a una restricción con­vencional, que el resto de las personas toma como inalterable». Se pregunta: ¿cómo y por qué a veces el individuo percibe el paso de lo factible a lo no factible como posible? ¿Qué es lo que lo estimula a realizar el cambio que lo haga posible? Mokyr nos muestra que no es simplemente una cuestión de hombre versus naturaleza; las restric­ciones incluyen también un elemento social, y su movilidad es, en parte, un fenómeno social. Para ponderar por qué algunas sociedades son más creati­vas que otras, Mokyr considera el en­torno social, las instituciones, y los valores sociales que crearon las econo­mías que incentivaron la creatividad tecnológica. El autor explica cómo el surgimiento de las naciones-estado in­trodujeron una competencia que moti­vó mejoras tecnológicas. Venecia, por ejemplo, descubrió que la protección a los derechos de propiedad de un in­ventor fomentaba el avance tecnológi­co. El conocimiento tecnológico du­rante el Renacimiento era una virtud. Sin embargo, la lealtad de Mokyr es con lo económico. Aunque no limita su discusión a los factores económicos que explican la creatividad tecnológi­ca, cuando la influencia de los incenti-

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VOS económicos no es dominante, no queda una idea clara sobre cuál es la causa dominante.

El libro está organizado de una ma­nera no convencional que el lector puede encontrar algo molesta. Sus dos partes principales, descripción y análi­sis, no están perfectamente integradas. Es posible leerlas de forma indepen­diente, pero no pueden ser compren­didas independientemente. La prime­ra parte es una recorrida cronológica que va desde la antigüedad clásica hasta 1914. Los cinco volúmenes de la History of Technology, editado por Charles Singer, tienen más de 4.000 páginas y aun así son considerados in­completos desde un punto de vista meramente descriptivo. Es innecesa­rio aclarar que el volumen de Mokyr es selectivo. La narración detalla la evolución de los inventos más impor­tantes y los descubrimientos que mo-diñcaron el estado material de la con­dición humana: caminos, provisión de agua, armamento, navegación, el ara­do, el arnés, los nuevos métodos agro­pecuarios, energía hidráulica y eólica, metalurgia, el reloj mecánico, texti­les, química, electricidad, producción ingenieril, tecnología alimentaria y la máquina de escribir. De vez en cuando comenta brevemente las con­tribuciones de otras culturas, como la china o la islámica, al progreso tecnológico europeo. Nos cuenta so­bre el óptimo entorno político del Re­nacimiento y cómo la historia de la tecnología se transforma en algo dis­

tinto con el surgimiento del sistema fa­bril, al hacerse importantes las econo­mías de escala.

La narración se detiene en 1914. La segunda parte del libro analiza el por qué algunas regiones del mundo se han beneficiado de una mayor creatividad tecnológica que otras, o por qué perío­dos de cambio rápido eran espástícos y seguidos por otros de estancamiento. En un capítulo evalúa con impaciencia 16 posibles causas o teorías del progre­so tecnológico. El lector se sorprende­rá del incansable salto de un factor ex­plicativo a otro. Desafortunadamente, la organización es un poco confusa. La persona interesada en esta sección no deberá depender de la descripción que se hace de cada faceta de la literatura; no obstante no deja de proveer intui­ciones y un amplio resumen. Después de terminar el capítulo el lector queda­rá inundado de ideas y teorías del cam­bio tecnológico.

La parte más provocativa y útil a los historiadores económicos es la que si­gue. Tres capítulos comparan la creati­vidad tecnológica en los tiempos clási­cos y medievales, entre China y Europa en el estadio de la proto-industrializa-ción, y entre Gran Bretaña y Europa durante la Revolución Industrial. Estas historias no se ocupan de la tecnología, sino del entorno social, político e insti­tucional, que fue tanto un obstáculo como un estímulo a inventores e inno­vadores. Por ejemplo, en su análisis del fracaso de la revolución industrial chi­na, él enfatiza la influencia negativa de

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la extrema centralización política que permitió al Estado detener el progreso tecnológico, cuando en el siglo xv el imperio se preocupaba de preservar el orden social existente. La ventaja que Europa tenía sobre China era su con­junto de gobiernos más pequeños y ciudades-estado en competencia mu­tua. Mientras que un Estado puede haber intentado interferir con las acti­vidades innovadoras de pensadores creativos, para favorecer gremios po­derosos, ningún Estado podía blo­quear por sí solo el progreso en las in­novaciones, pues el inventor podía fácilmente mudarse a otro Estado ve­cino que le otorgara libertad de ac­ción. Los intereses privados coinci­dían con los públicos. La inhabilidad de una persona u organización cuales­quiera para contenerlos hacía que el ambiente fuera propicio. Estos capítu­los son atrevidos y especulativos. No son concluyentes, pero nos estimulan a pensar más allá de lo que aparece en las páginas.

Para concluir el análisis, Mokyr su­giere utilizar la analogía con la biología evolutiva para modelar el cambio tec­nológico. La idea no es nueva, pero Mokyr le da una nueva vuelta de tuer­ca al concepto. Mokyr sugiere que la li­teratura sobre biología evolutiva pue­de ser hoy muy pertinente al análisis del cambio tecnológico, debido al de­bate actual entre los gradualistas y los que creen en saltos discontinuos. Una similar discusión se está dando entre historiadores económicos cuantitati­

vos y no cuantitativos. Mokyr sugiere que, de acuerdo con los biólogos dis-continuistas, el concepto de macroin-vención puede ser un instrumento teórico útil para ser constrastado con su contraparte, la microinvención. Desde el punto de vista económico la macroinvención puede no tener una influencia inicial muy importante en la productividad, pero permite elevar la productividad marginal de las mi-croinvenciones subsiguientes. Esta clasificación conceptual es análoga al paradigma tecnológico propuesto por Giovanni Dosi. Las microinven-ciones se producen fundamental­mente por el estímulo de incentivos económicos. Las macroinvenciones surgen del azar. Mientras que pare­ce útil distinguir a veces entre descu­brimientos mayores y menores, es di­fícil ver cómo una distinción de esta naturaleza puede ser hecha de una manera general, ¿cómo es posible identificar una macroinvención? Todavía debe convencernos de que alguna aplicación de esta idea pueda realizarse.

La palanca de la riqueza no es una obra que otro autor hubiera escrito; a la vez es uno de aquellos libros breves que era necesario escribir. La energía y la visión son de Mokyr y no podrían ser de otro autor. Es una obra importante para los historiadores económicos inte­resados en las causas del crecimiento económico europeo, aun para aquellos no interesados en la tecnología per se. Es de agradecer que se haya traducido

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al castellano, pues no hay un traba­jo mejor sobre el tema que pueda ser utilizado en cursos de historia econó­mica. Es accesible y entretenido, y se

guramente impactara a una gran au­diencia.

Alan DYE (Universidad Carlos III de Madrid)

P. R. KRUGMAN: Geografía y Comento, Antoni Bosch, ed. 1993. índice temático y bibliografía.

Pocas construcciones análiticas han tenido mayor influencia en histo­ria económica que la teoría neoclásica del comercio internacional. La elegan­cia formal de su planteamiento, su simplicidad y la contundencia de sus conclusiones han cautivado a un buen número de historiadores dedicados a investigar los mecanismos que expli­can el crecimiento económico con­temporáneo. £1 panorama consolida­do entre nosotros por esta poderosa influencia es bien conocido: la consi­deración, no unánime pero sí mayori-taria, de que cualquier tipo de barrera a la asignación de los recursos por el mercado es un obstáculo al crecimien­to del producto y de la renta. De lo cual se ha seguido una evaluación ne­gativa de la política económica de, al menos, los seis decenios que transcu­rren entre 1870 y 1930.

Por más que la evidencia compara­da (Alemania y Estados Unidos hasta 1945 son dos excelentes ejemplos) no avale una conclusión tan poco matiza­da, pocos investigadores se han plan­teado la necesidad de revisar una inter­pretación en apariencia tan sólidamen­te basada en la teoría. Y aquellos que lo

han hecho, compartiendo la añrma-ción de Stuart Mili de que la fatal ten­dencia a deja de pensar en una cues­tión cuando está ya clara y no ofi"ece lugar a dudas es la causa de la mitad de los errores, han experimentado las consecuencias que se derivan de la in­comprensión en el mundo académico.

El libro de Paul Krugman, sin duda uno de los especialistas en teoría del comercio internacional más destaca­dos en el mundo universitario de los Estados Unidos, aporta sólidos argu­mentos para avanzar en esta revisión, destrozando con una contundencia y una habilidad difíciles de igualar el confortable marco dominante. Y lo ha­ce con un lenguaje sencillo y compren­sible al ser el resultado de tres confe­rencias pronunciadas a fines de 1990 en la Universidad Católica de Lieja dentro de las «Professor Dr. Gastón Eyskens Lectures». Lo cual le permite obviar a lo largo de las poco más de cien páginas que conforman Geography and Trade la formulación analítica exi­gida en las publicaciones académicas sin perder por ello un ápice de rigor. Por contra, las posibilidades que brin­da este tipo de presentación de las

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ideas dota al libro de sugerencias y ejemplos, buena parte de ellos de ca­rácter histórico, que facilitan la com­prensión de los argumentos expuestos, incluso para aquellos no familiarizados con el lenguaje matemático, y convier­ten su lectura en apasionante.

La idea central en torno a la cual se articulan los tres capítulos del libro es sencilla, y hasta obvia, pero no así las implicaciones que de ella se derivan. ¡Qué más evidente que partir del he­cho de que los países —y en general la actividad económica— se localizan en el espacio geográfico y que la movi­lidad de los factores no es instantánea ni el comercio entre países se produce sin costes de transporte! Pero intro­ducir estos aspectos en el análisis obliga a considerar dos factores cru­ciales en el crecimiento económico y en las causas del comercio internacio­nal: los rendimientos crecientes y las estructuras de mercado de competen­cia imperfecta.

Al configurar sus reflexiones en torno a éstos, el libro puede conside­rarse una síntesis de las aportaciones previas de Krugman dentro de la co­rriente más renovadora y más sugesti­va de la teoría actual del crecimiento y del comercio internacional (en don­de la historia desempeña un papel re­levante). De la cual emerge, como se­ñala el autor, una percepción de la economía muy diferente a la resultan­te de la mayor parte de los desarrollos previos a 1980, mostrando «que vivi­mos en una economía mucho más

próxima a la visión de Kaldor de un mundo dinámico impulsado por pro­cesos acumulativos que por el mode­lo habitual de rendimientos constan­tes» (p. 10).

Incorporarando estos progresos de la teoría, parte de ellos como he men­cionado realizados por él mismo, Krugman articula una explicación ri­gurosa de hechos de trascendencia histórica evidente. Así, en la primera de las conferencias, «Centro y Perife­ria», el análisis de la localización in­dustrial en Estados Unidos a partir de la elaboración de un modelo de desa­rrollo endógeno basado en la interac­ción entre economías de escala, cos­tes de transporte y emigración —formalizado en el apéndice A— le permite explicar las razones de su concentración en el área —relativa­mente pequeña en términos relati­vos— entre Green Bay, St. Luis, Balti-more y Portland.

Un enfoque ampliado en el si­guiente capítulo, en el cual se detalla un sugestivo razonamiento para com­prender la persistencia de la concen­tración de los sectores industriales en zonas determinadas. Un planteamien­to que podría tener su aplicación di­recta al caso de España (como de otros países de Europa) en donde —en contra de lo que cabría esperar según los postulados neoclásicos (mo­vilidad perfecta de los factores, rendi­mientos constantes y retribución de los primeros según su productividad marginal)— la actividad industrial no

461

RECENSIONES

tendió a difundirse por el conjunto del territorio. Por el contrario, hasta fechas próximas a la finalización del proceso de industrialización quedó concentrada en una parte muy redu­cida de su geografía: las comarcas que circundan Barcelona y en menor me­dida Bilbao.

Desde la perspectiva de lo señalado al comienzo es, sin embargo, en la ter­cera conferencia/capítulo —«Regio­nes y Naciones»— en donde la argu­mentación del autor es más explícita y contundente. En él se demuestra cómo la abolición de las barreras a la libertad comercial pueden tener efectos desin-dustrializadores notables sobre las re­giones/naciones con menor densidad industrial más alejadas del «centro» en donde se localiza el grueso de la activi­dad del sector secundario y en donde los niveles de renta por habitante han alcanzado históricamente valores más elevados.

Además de explicitar un ejemplo so­bre las desastrosas consecuencias que podría tener la formación del mercado único europeo sobre la industria espa­ñola (pp. 96-98), esta parte del libro re­coge una persuasiva y sólida línea argu-mental para comprender la eficiencia y racionalidad de la actuación de dife­rentes países —concretada en el libro en Canadá a fines del xix— al intentar fomentar el crecimiento de la industria mediante barreras a la importación.

Una actuación en la que podrían in­cluirse la política industrial de los go­biernos de la Restauración, sin necesi­

dad de concluir por ello que la totali­dad de las medidas aplicadas fueran eficientes desde la perspectiva de la obtención de una tasa de crecimiento del producto más elevada y estable en el largo plazo. O, alternativamente, contemplar la política económica de la Restauración desde la nueva pers­pectiva planteada por Krugman per­mitiría avatizar en la identificación de los elementos favorables al creci­miento industrial y de aquellos que contribuyeron a mantener el atraso relativo. Así, la difusión de los plan­teamientos y conclusiones que con­tiene el libro de Paul Krugman po­dría contribuir a aumentar la im­portancia de dos rasgos de la histo­ria económica española que pueden considerarse positivos para llegar a una interpretación más rigurosa de la trayectoria seguida por la economía en el siglo xx. Por un lado, mayores dosis de cautela a la hora de descalifi­car comportamientos de grupos so­ciales amplios desde la fácil —y a me­nudo inexistente— ventaja que otorga el conocer lo ocurrido en dé­cadas posteriores o desde modelos cuyos supuestos de partida ignoran elementos decisivos sobre la que se basó su actuación. Y por otro lado, una mayor profundidad analítica al interpretar la evolución económica, al menos, entre 1870 y 1959. La cual, aun cuando siempre parece tenerse en cuenta, precedió a uno de los esca­sísimos procesos de industrialización consolidados en el presente siglo. Si-

462

RECENSIONES

tuación claramente excepcional en el privados de los que depende el aumen-panorama internacional no fácil de to del producto, ni, tampoco, por parte compatibilizar con la caracterización del sector público. del período inmediatamente anterior como una larga sucesión de decisiones Jordi PALAFOX GAMIR

ineficientes. Ni por parte de los agentes Universidad de Valencia e I.V.I.E.

463

REVISTA DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

SUMARIO DEL NUM. 15 (mayo-agosto 1993)

1. SEMINARIOS DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

ANDRÉS DE BLAS GUERRERO: El estudio de la autodeterminación y la secesión. ARMIN VON BOCÍDANDY: Perfiles de la Europa integrada. Resultados de una investigación interdiscipli-

naria acerca del origen, la situación y las perspectivas de la integración europea. JULIO COTLER: Descomposición política y autoritarismo en el Perú. FERENC FEHER: El socialismo de la escasez. DIEGO LÓPEZ GARRIDO: Apuntes para un estudio sobre la constitición económica. JAVIER DE LUCAS: Algunos problemas del estatuto jurídico de las minorías Especial referencia a la si­

tuación en Europa. FERNANDO PANTALEÓN: Técnicas de reproducción asistida y Constitución. LUIS SANZ MENÉNDEZ, EMIUO MUÑOZ y CLARA E . GARCÍA: Auge y declive de la política científica y

tecnológica española: coordinación y liderazgo. MANUEL JOSÉ TEROL BECERRA: Sobre la interpretación de la Constitución y de la ley en España.

2. DOCUMENTACIÓN

3. ACTIVIDADES DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

España 4.500 pus. Extranjero 59 $ Número suelto España 1.600 ptas. Número suelto Extranjero 20 $

Pedidos y suscripciones CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarral, 45 - 28004 MADRID

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9

28071 MADRID

REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS

(NUEVA ÉPOCA)

PRESIDENTE DEL CONSEJO ASESOR: Carlos OLLERO GÓMEZ

DIRECTOR: Pedro DE VEGA GARCÍA

SECRETARIO: Juan J. SOLOZÁBAL ECHAVARRIA

SUMARIO DEL NUM. 80 (abril-junio 1993)

ESTUDIOS Antonio MORALES MOYA: LOS conflictos ideológicos en el siglo XVIU español. Guillermo MARyuEz CRUZ: La transición local en Galicia: Continuidad de las élites políticas del

franquismo y renovación de los gobiernos locales Ángel CUENCA: Valor y Ley. Agustín SÁNCHEZ DE VEGA: Primeras reflexiones sobre la Ley del Consejo Económico y Social.

NOTA Colin TuRPlN; Tendencias recientes en el Derecho Constitucional británico. Joan OuvER ARAUJO: La cuestión religiosa en la Constitución de 19)1: Una nueva reflexión sobre un

tema clásico. Xavier BALLART: Evaluación de políticas (Marco conceptual y organización institucional). Jesús M.' OSES GORRAIZ: foseph de Maistre: Un adversario del Estado moderno. Juan Bosco DIAZ-URMENETA MUÑOZ: Isaiah Berlín y la pluralidad de fines. Jorge BENEDICTO: ¿Espectadores o actores potenciales?: El debate sobre los sistemas de creencias. Ismael CRESPO MARTÍNEZ y FERNAND(5 FILGUEIRA: La intervención de las fuerzas armadas en la po­

lítica latinoamericana.

CRÓNICAS Y DOCUMENTACIÓN Octavio SALAZAR BENITEZ y Miguel J, AGUDO ZAMORA: El sistema político de Andalucía.

RECENSIONES. NOTICIAS DE LIBROS

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL España 4.800 ptas. Extranjero 61 $ Número suelto España 1.400 ptas. Número suelto Extranjero 22 $

Suscripciones: EDISA

López de Hoyos, 141 - 28002 MADRID

Números sueltos: CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarraí, 45, 6.' - 28004 MADRID

REVISTA DE ADMINISTRACIÓN PUBLICA

Director: Eduardo GARCÍA DE ENTERRIA

Secretario: Fernando SAINZ MORENO

SUMARIO DEL NUM. 131 (mayo-agosto 1993)

ESTUDIOS • S. MARTIN-RETORTILLO BAQUER: Reflexiones sobre el Procedimiento Administrativo Común. M. SÁNCHEZ MORÓN: Ordenación del territorio, urbanismo y medio ambiente en el anteproyecto de

plan hidrológico nacional E. GARCÍA LLOVET: Autoridades administrativas independientes y estado de derecho. J. R FERNANDEZ TORREÍ: Refundición y constitución: examen del texto refundido de la Ley sobre ré­

gimen del suelo y ordenación urbana de 26 de junio de 1992.

JURISPRUDENCIA I. Comentarios monográficos C. CHINCHILLA MARÍN: El derecho a la tutela cautelar como garantía de la efectividad de las resolu­

ciones judiciales. B. LOZANO CUTANDA: La libertad de cátedra en la enseñanza pública superior (A propósito de la

Sentencia 217/1992 de 1 de diciembre.l M. M.' RAZQUIN LIZARRAGA: Funcionarios, bases y negociación colectiva. M.' T. CARBALLEIRA RIVERA: La intervención del Consejo de Estado en la elaboración de disposicio­

nes generales autonómicas. M. CASINO RUBIO: Breves consideraciones en tomo al nacimiento y la legislación aplicable al derecho

de reversión en la expropiación forzosa. J. I. RICO GÓMEZ: El expediente administrativo presentado por medio de fotocopias: alcance de su efi­

cacia probatoria. II. Notas — Contencioso-adminislrativo

A) En general (T. FoNT i LLOVET y J, TORNOS MAS). B) Personal (R ENTRENA CUESTA).

CRÓNICA ADMINISTRATIVA

DOCUMENTACIÓN

BIBLIOGRAFÍA

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL España 4.800 ptas. Extranjero 61 $ Número suelto España 1.700 ptas. Número suelto Extranjero 22 $

Suscripciones: EDISA

López de Hoyos, 141 • 28002 MADRID

Números sueltos: CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarral, 45 • 28004 MADRID

REVISTA ESPAÑOUV DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Presidente: Luis SÁNCHEZ AGESTA

Director: Francisco RUBIO LLÓRENTE

Secretario: ]a.\'\cx ]vMí.íiíz CAMPO

SUMARIO DEL AÑO 13, NUM. 38 (mayo-agosto 1993)

ESTUDIOS Diego LÓPEZ GARRIDO: Reflexiones sobre k constitucionalidad del Real Decreto-Ley 1/1992 de me­didas urgentes sobre el Fomento del Empleo y Protección por Desempleo. Francisco DELGADO PIQUERAS: Régimen Jurídico del Derecho Constitucional al Medio Ambiente. José Juan MORESO MATEOS: Sobre normas inconstitucionales. José CAMARASA CARRILLO: Aspectos críticos y Jurisprudencia contencioso-administrativa en tomo al

derecho constitucional a la objeción de conciencia al servicio militar Alberto ARC;E JANARIZ: El procedimiento legislativo en el Principado de Asturias

NOTA Germán FERNÁNDEZ FARRERES: La subvención y el reparto de competencias entre el Estado y las Co­

munidades Autónomas.

JURISPRUDENCIA Estudios y Comentarios Fernando SANTAOLALLA LÓPEZ: La inmunidad parlamentaria y su control constitucional: comenta­

rio a la Sentencia 206/1992, de 27 de noviembre, del Tribunal Constitucional Mariano BACIGALUPO SAGGESE: La aplicación de la doctrina de los ^límites inmanentes» a los Dere­

chos Fundamentales sometidos a reserva de limitación legal (A propósito de la Sentencia del Tribunal Administrativo Federal Alemán de 18 de octubre de 1990.)

Crónica, por el DEPARTAMENTO DE DERECHO CONSTITUCIONAL DE LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE

MADRID

Crónica parlamentaria, por Nicolás PÉREZ-SERRANO JAUREGUI.

CRITICA DE LIBROS Ricardo L. CHUECA RODRÍGUEZ: Sobre la normación del proceso representativo. Javier CAÑO: Derecho Autonómico Vasco. José Manuel RODRÍGUEZ URIBES: Un comentario al libro de Rafael de Asís: «Las paradojas de los

Derechos Fundamentales como límites al Poder».

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA. Noticias de Libros. Revista de Revistas.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL España 4.500 ptas. Extranjero 59 $ Número suelto España 1.600 ptas. Número suelto Extranjero 20 $

Suscripciones: EDISA

López de Hoyos, 141 - 28002 MADRID

Números sueltos: CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarral, 45, 6.* • 28004 MADRID

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9

28071 MADRID

REVISTA DE INSTITUCIONES EUROPEAS

Directores: Manuel DíEZ DE VELASCO, GIL CARLOS RODRÍGUEZ IGLESIAS

y Araceli MANGAS MARTIN Directora ejecutiva: Araceli MANGAS MARTÍN

Secretaria: Nila TORRES UGENA

SUMARIO DEL VOL. 20, NUM. 2 (mayo-agosto 1993)

ESTUDIOS Elisa PCREZ VERA: El Tratado de la Unión Europea y los derechos humanos. José Manuel SOBRINO HEREDIA: La actividad diplomática de las delegaciones de la Comisión en el

exterior de la Comunidad Europea. Luis María DlEZ-PlCAZO: Reflexiones sobre la idea de la Constitución europea.

NOTAS Nuria BouZA VIDAL: El ámbito personal de aplicación del Derecho de establecimiento en los supues­

tos de doble nacionalidad. (Comentario a la Sentencia del TJCE de 7 de Julio de 1992, «Micheletti c. Delegación del Gobierno de Cantabria, as. C 369/90».)

Rafael BUSTOS GISBERT: Cuestiones planteadas por la jurisprudencia constitucional referente a la eje­cución y garantía del cumplimiento del Derecho Comunitario.

Fernando CASTILLO DE LA TORRE: Derecho de la política comercial y derecho de la competencia: al­gunas consideraciones sobre su interacción en el ámbito comunitario.

JURISPRUDENCIA

CRÓNICAS Consejo de Europa. Comité de Ministros, por Nila Torres. Crónica de la jurisprudencm de la Comisión y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos,

por Fanny Castro Rial.

BIBLIOGRAFÍA

REVISTA DE REVISTAS

DOCUMENTACIÓN

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL España 4.500 ptas. Extranjero 59 $ Número suelto España 1.600 ptas. Número suelto Extranjero 20 $

Suscripciones números sueltos: CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarral, 45 • 28004 MADRID

E C O N O M I C H I S T O R Y R E V I E W Edited by Christopher Dyer and Forrest Capie PuNishedfor úte Economic Hisiory Sodety by Blackwell PubUshers. Free to members! A joumal of economic and social history coveríng the whole períod from classical times to the present day. It is easily the most comprehensive and comprehensible source available and is essential reading for all econcMníc and social Mstorians.

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Paula O'Connor, Blackwell Publishers, 108 Cowley Road, Oxford, OX4 1JF, UK

EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O COMITÉ DICTAMINADOR: Carlos Bazdresch P., Jotge Cambiaso, Benjacnin Contreras, Carlos Márquez, Lucia Segovia, John Scott, Rodolfo de la Torre. CONSEJO EDITORIAL: Edmar L. Bacha, José Blanco, Gerardo Bueno, Enrique Cárdenas, Arturo Fernández, Ricardo Ffrench-Oavis, Enrique Florescano, Roberto Frenkel, Ricardo Hausmann, Albert O. Hirscbman, David Ibarra, Francisco Lopes, Guillermo Maidonado, José A. Ocampo, Luis Ángel Ro|o Duque, Gert Rosenthal, Fernando Rosenzweig (t), Francisco Sagasti, Jaime José Serra, Jesús Silva Herzog Floras, Osvaldo Sunkel, Carlos Tello, Ernesto Zedilto.

Director Carlos Bazdresch P. Subdirector: Rodolfo de la Torre Secretario de Redacción: Guillermo Escalante A.

Vol. LX (2) México, Abril-Junio de 1993 Núm. 238

ARTÍCULOS

Rodrigo Parot Un rmxMo d» formación d» pncios: Inflación monataria • inarcial

Felipe Larrain y Rodrigo Vergara Invarsión y ajusta macmaconómico: El caso dal Esta da Asia

Lealle Young y José Romero Cracimianto constanta y transición an un modalo diná­mico dual dal Acuardo da lAra Comarcio da la América daINorta

Santiago Levy y Sweder van Wijnbergen

Marcados da trabajo, migración y bianastar: La agricul­tura an al Tratado da Libra Comarcio antra México y los Estados Unidos

Ricardo Martner F. y Daniel TMelman K.

Un análisis da cointagración da las funcionas da da-manda da dinaro: El caso da Chila

DOCUMENTOS:

Batanea praliminar da la aconomla da América Latina y al Cariba 1992

Precio de suscripción por un afto, 1993 La suscripción en México cuesta $90 000; N$90.00

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España, Centro y Sudamérica

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ANNO L X X X I I I - SERIE III MAGGIO1993 FASCICOLO V

Rivista di Política Económica Direttore responsabile: MARIO BALDASSARRI

Direttore: INNOCENZO CIPOLLETTA

SOMMARIO

SAGGI

Hideki YAMAWAKI: Le multirtúzionaligiapponesi nel settore manifatturiero di Usa ed Europa: ingres-so, strategie e comportamenti.

Enrice SANTARELLI • Alessandro STERLACCHINI: Profili e determinanti settoriali delk formazione di nuove imprese nell'induslria italiana. Fabio GoBBO - Tommaso SALONICO: L'azienda póstate: crisi di un modello O del monopolio? Alberto Niccou: Tasso d'interesse, probabilita di insolvenza ed errori ¡egati alia percezione del ris-

chio.

TEMA DEL MESE

Antonio FAZIO: Sistema económico e societa civile.

RASSEGNA BIBLIOGRÁFICA Analisi d'opere Giacomo VAGIAGO: Europe 1992 and Monelary Union. Libri ricevuti.

Direzione, Redazione, Amministrazione: Viale Pasteur, 6-00144 Roma

Abhonamento annuo: Italia: L. 170.000 - Estero: L. 220.000 - Un numero L. 20.000

ANNO L X X X I I I - SERIE III GIUGNO1993 FASCICOLO VI

Rivista di Política Económica Direttore respomabile: MARIO BALDASSARRI

Direttore: INNOCENZO CIPOLLETTA

SOMMARIO

SAGGI Willem H. BurrER - Giancarlo CORSETTI - Nouriel ROUBINI: Disavanzo eccessivo, ragionevolezza

e nomenso ne/Trattrato di Maastricht. Grzegorz W. KOLODKO: Stabilizzazione, recessione e cresciut neUe economiepost-sodaliste. Lorenzo GARBO: LOttimizzazione in economía e inpolítica: alcune ríflessionísulproceso discam-

bio.

TEMA DEL MESE Enzo GRILU: Quando il top del mondo gioca col GATT: crisi o ripresa del muhilateralismo?

RASSEGNA BIBLIOGRÁFICA Analisi d'opere ZANETTI G. (a cura di): Innovazione tecnológica e strutturaprodutiva.

Direzione, Redazione, Amministrazione:Vi»le Pasteur, 6-00144 Roma

Abhonamento annuo: lulia: L. 170.000 • Estero: L. 220.000 - Un numero L. 20.000

Una revista trimestral, de ciencias sedales sobre la agricultura, la pesca y la alimentación

ABRIL ^ ^ 2 a ^ JUNIO

1992 P a i M s d a l E a l *

Coordina T « r « M Viroili

E S T U D I O S

SUEPHAN DABBERT L J inuisfofmaáón de la i g ñ o i l n i i i de Alemania oóonul: peo-

[VANCHIROKKH La ifDCuJiun aoviéiica « i d i ñ s .

PMSMYSLAW H DABROWSKI Evolueidn afraña y nirm] en Moma: una aproiimacidn háttó-rica.

ALAINFOUUQUEN Afñeu ln in chacceloveca: crieia de eaCBdanlee; ajuele noaávo; pávali»C3¿a prabkrailaca.

xmXINIO SÁNCHEZ El aecbor tpvio en Bulfaiia y Rumania a la h a de lea i

TDOK rexENca BACHO La cucRün a i n ú en la mneidta de Huqfíia.

LAURENCE BLOTNICXI Per^ecóvaa aobie loa inaeicaffibioa de producu» apoelimenu* noa de lee paiaea del eaie.

NOTAS

LA UKENCE BLOTNICXI L i paveüZBOdn de lae tierna acdoolaa en loa paitea del aau. AnA-liiia per palana de l u nuevas leyes aobie pnpiedad de la i k m .

ALBERT PUIO OOMEZ Inversidoes d incus y presencia de «mpreses agroelimenUfiaa eapaAolea en Ice paiaea del eei* de europe.

CARMEN DE LA CAMAKA Opcncáonea de oomarcio niangulaz,

BENJAMÍN BASTIDA Un debele oponuBO.

BIBLIOGRAFÍA

L Crttk* de Hbrae: CARLOS CUKIEL: «Etucna del Eaie ame el cambio Eoonámáco». ISABEL f l A JUUAN: «Commu-nis Agnculimc. Fasniog in (he Soviet Union and Eancm Eu-rape». X)SEP LLADOSl MASLLORENS: «Povaie agricuHin Bi ihe Soviet Union». AJAN LUIS HOMEDES: «Soviet Afíi-culnov».

I I . Monotrel las anbrt la agr lo i l ture en loe Paisa* del Cite.

JUUO ^ ^ " n i r ^ SEPTIEMBRE

1992 WoHwioIngli y lyleMltuí»: ilntiuUn e t»»»ltieKn Kaita?

Cotxdina Mvla Fon»

rusonAOOH h a a l l y e y M a i k P o a a I f r U D l O *

LA OIMEKSION BOONOMICA Y SOCIAL DEL DES AlUtOLLO •KnBOMLOOlOO

mBDBRICK H BUrraL Maaletia y M o l e t k amn

M I C A L • ¥ £ y MAMA PQKTB l i l l l la<nair«nr lcel»e»tM«««i OUDORUIVENKAMP

1 • bata i dri i i ( le X X b M a H » k > | i i

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LAS B S n u n a i A S INDUSnUAtBS Y LA lUBSTKUCIUltACION DCLSirraMA AOKOAUMBNTAIUO

MHMWUCimON •WMBdli

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MOLOBPANI BMnMaMaataa di b héoMcnelogia: U t<Mm á» pala

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RTMAONAVAL BioMcMleglaay ai OIOVAMNIDOSI »l» imlMi i i i f t i í a i

f K A N Q O n a a S N A B ' l e l t e n i i e a l

Devdacite y levaliHite iSanÍGaT

ttlavMllaala

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•nuooKAru L CrilICB da I k f M i AaceeaMe C A L A T R A V A : «Feniet Airkal lwe (ItXyimy. MUm naZi M « I « Í « VÍ. A m i J n M » : Taa<a OAROA AZCAlUra! < U aan» y «AvkalaenI • a n t u c a a ^ eaUcy: ¡Moalio.

te Ika iiiiiirii Kailk HOOOAIIT: Wlka n n l slaaT U-edB le j I íM l i ie m ma l aoMy»; M* Delen OARCU RAMÓN: «Pai. i ^ f WiaiMl, & n ^ , «tak má nsBly tantea; Rekane t A N C H a 1 itiliiiii fi ii 11 iiir riniTiiwir"T"ii n i i r™"" -

J ^ Jad KUAS:

>. I(J>.|93S>.—IL Raaade da pertklpeeta*.

Diiceior Cristóbal Cima Btnito.

Ediu: Stcnlaría Gttural Téatica

UÍMÍsUrio d* Agricultura, Ptsea y

AlimtraaciÓH.

SUSCRIPCIÓN ANUAL PARA 1992

— EtpalU S.OOOput.

— Edadiamei 3.500 pus.

— Extnnjeio 6.S0O piu.

— Númeraniebo l.SOO pus. Solkitadcr A trav<s de lifarelu espedalizadu o di­rigiéndote al Cenüo de Publiocionei del Ministerio de Agriculnin, Pesca y AUmenucidn. Paseo de la In-fanu Isabel, n* 1.28071 MADRID (ESPAÑA).

HISTORIA INDUSTRIAL B

199 2

I. TonitAS, Gremio,

familia y cambio econó­

mico. I. M. PEDREIRA,

La industria tañera

en el sur de Europa.

J. MALUQUER DC MOTES,

Obstáculos a la industriatilación de • La Sociedad Española de Electricidad.

Portugal em el siglo XIX. í. SIERRA, El * A. AUBANELL. La competencia en la

complejovidrierotieCampóo. A.PAKVO, * distribucióndeelectricidadenUadrid.

NOTAS DE INVESTIGACIÓN • RECENSIONES • NOTICU BDLIOGRÁnCA

EDITA: Departament d'Hisióría i Institucions Económiques

(Universitat de Barcelona).

DIRECTOR: Jordi Nadal i Oller.

CONSEJO DE REDACCIÓN: Joan Carmona Badía, Albcrt Carreras i Odríozola. Emiliano Fernández de Pinedo, Antonio Gómez Mendoza, Jordi Maluquer de Motes, Antonio Parejo Barranco, Pere Pascual i Doménech, Caries Sudríá i Tríay, Jaume Torras i Elias.

SECRETARIO: Alejandro Sánchez Suárez.

SECRETARÍA DE LA REVISTA Y RECEPCIÓN DE ARTÍCULOS:

Departament d'Histdría i Institucions Econ6miques. Facultat de Ciéncies Econó­miques i Emprcsarials. Universitat de Barcelona. Avda. Diagonal, 690 - 08034 Barcelona. Tcl. 93 - 280 51 61 - Fax. 280 23 78.

ALIANZA EDITORIAL

Comercializa: Grupo Distribuidor Editorial

Tlf.:3610809

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Douglas C. Nordi ESTRUCTURA Y CAMBIO EN

LA fflSTORIA ECONÓMICA

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COERCIÓN, CAPITAL Y LOS

ESTADOS EUROPEOS, 990-1990 AU721

S. Bowles, D. M. Gordon y T.E. Weisskopf

TRAS LA ECONOMÍA DEL

DESPILFARRO Una economía

democrática para el año 2000

AU735

Leandro Prados de la Escosura y Samuel Amaral (Editores)

LA INDEPENDENCIA

AMERICANA:

CONSECUENCIAS

ECONÓMICAS

AU745

Pablo Fernández Albaladejo

FRAGMENTOS DE

MONARQUL\

AU734

Thotnas F. Glick TECNOLOGL\, CIENCL\ Y

CULTURA EN LA ESPAÑA \j\JÍJ± \/L\í i LJÍ ^ LJÍ \ 1-^\JÍ J i< 11 1

MEDEVAL

AU725

Joel Mockyr LA PALANCA DE LA

RIQUEZA.

Creatividad tecnológica y

progreso económico

AU748

ALIANZA ECONOMÍA

Robert M. Solow EL MERCADO DE TRABAJO

COMO INSTITUCIÓN

SOCL\L

AE2 —

Antonio Espasa y José

Ramón Cancelo (Editores)

MÉTODOS CUANTITATIVOS

PARA EL ANÁLISIS DE LA

COYUNTURA ECONÓMICA

AE3

Pablo Gutiérrez Junquera

E L CRECIMIENTO DE LOS SERVICIOS

Causas, repercusiones y pob'ticas

AE4

ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE HISTORIA ECONÓMICA

XI CONGRESO INTERNACIONAL

Universidad Bocconi - Milán - 12-17 septiembre 1994

PROGRAMA PROVISIONAL (Sesiones A y B)

SESIONES A

Al. ha imprtsa g/ohal: Las gratiáis firmaty ¡a riqueza de las lucioHts en la títima centuria, 1890-1990. Coordinadores: A. D. CHANDLER, Jr. (USA)

P. FRIDENSON (Francia) F. AMATORI (Italia)

A2. Los problemas de la transición a la economía de mercado. Coordinador I. BEREND (USA-Hungria)

A3. Las relaciones cambiantes entre las repones europeas. División y cooperación. Siglos xiv-XVlu. Coordinador: A. MACZAK (Polonia)

SESIONES B

Bl. Los poderes públicos y la producción económica en la mtigüedad clásica. Coordinadores: J. ANDREAU (Francia)

P. ORSTED (Dinamarca)

B2. £ / desarrollo de la enerffa eléctrica. Comparaciones intemacianaUs (1880-1980). Coordinadores: A. BELTRAN (Francia)

P. HERTNER (Italia) H. MORSEL (Francia)

B3. Las redes de comunicaciones europeas (siglos XtXy XX). Nuevos enfo^s para el estudio de un sistema transnaeienal de transporte y comunicación. Coordinadores: A. CARRERAS (España)

A. GlUNTINl (Italia) M. MERGER (Francia)

B4. El control de las agfus en Europa (siglos XU-XVl). Coordinadores: E. CROUZET-PAVAN (Francia)

J. C. ViGUlER (Italia) C. PONÍ (Italia)

^

B5. CoHjtcMHcias lociotcoHÓmicas de les coefititiiles sexuales («sex ratios») en perspectiva histórica. Coordinadores: A. FAUVE-CHAMOUX (Francia)

S. SoGNER (Noruega) A. EIRAS ROEL (España)

B6. La integración del mercado internacional de trabajo j el impatto de las migraciones sobre los mercados nacionales de trabajo desde 1870. Coordinadores: T. J. HATTON ( R U )

J. WlLLIAMSON (USA)

B7. La evolución estmctiaral del sistema económico del Extremo Oriente desdi 1700. Coordinadores: H. KAWAKATSU (Japón)

A. J. H. LATHÁN (RU)

B8. Trabajo j ocio en perspectiva histórica. Coordinadores: I. BLANCHARD (RU)

B. N. MiRÓNOV (URSS)

B9. Crecimiento económico j cambio estructural. Enfoques comparativos a UrgjOpla^o basados en series de renta nacional. Coordinadores: A. MADDISON (Holanda)

H. VAN DER W E E (Bélgica)

BIO. Inversión extranjera en América Latina: sus efectos sobre el desarrollo económico, 1850-1930. Coordinador: C. MARICHAL (México)

BU. La economía política del proteccionismo j el comercio, sigfos XVUl-XX. Coordinadores: J. V. C. N Y E (USA)

P. LINDERT (USA)

B12. La evolución de las instituciones financieras modernas. Coordinadores: U. OLSSON (Suecia)

G. D. FELDMAN (USA)

B13. La nación, Europa j el mercado en el pensamiento económico. Coordinadores: P. RoGGl (Italia)

L. BAECK (Bélgica) G. GlOLi (Italia)

B14. Los salarios realts en los siglos XIX j XX. Coordinadores: V. ZAMAGNI (Italia)

P. SCHOLLIERS (Bélgica))

B15. La cultura material: consumo, estilo de vida, nivel de vida (1500-1900). Coordinadores: A. J. SCHUURMAN (Holanda)

L. S. WALSH (USA)

B16. Gestión, finans^as y relaciones industriales en la industria marítima. Coordinadores: S. P. VILLE (Nueva Zelanda)

D. M. WILUAMS (RU)

Aunque el orden, titulo y coordiiudores de las sesiones son provisionales, los interesados pueden dirigirse a los coordinadores, a la Secretaria de la Asociación Internacional (Prof. Josep GoY, Sécrétaire General, Ecole de Hautes Etudes en Sciences Sociales, Centre de Recherches Historic^ues, 54 Blvd. Rasrail, 75270 París CEDEX 06, Francia), o a la Secreuria de la Asociación Española (Prof. Pablo MARTIN ACEÑA, Facultad de Qencias Económicas y Empresa­riales, Universidad de Alcalá, Plaza Victoria, 3, Alcalá de Henares, Madrid).

XI CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA ECONÓMICA

Milán, Septiembre 1994

TEMAS C (Seminarios)

Espacio urbano y organización económica en la Europa medieval {Alberto Grobman, Italia).

The role of crafts and craftsmen in ancient near eastem economies {Johamts Ktnger, Universidad de Berlín).

Tenuríal relations and markets in late medieval and early modcm Europe {Epstek, Trinity College, Cambridge, UK).

The Florentine economy and east-central Europe in the 14th and 15th ccMMnti{Smamut Teke, Hungarian Academy of Sciences, Budapest).

Organisation commerciale et économie régionale dans l'éspace alpin, xv-xviir siecles {Christian Pfister, Universidad de Zurich).

Plague and trade in Europe and North África during the early modern period (15th-18th centuries) {Condal Lápe^ Naja/, Universitat de las Illas Balears, Mallorca).

La base pré-statistique pour les recherches socio-démographiques en Europea xvi-xviil siecles {Aiidryei V^jn^anski, Academia Polaca de Ciencias, Varsovia).

Information technology and transaction costs in the devclopment of firms, markets, and economies (James Foreman-Peck, St. Antony-s College, Oxford).

Le fmancement de l'entreprise au fil de l'industrialisation (milieu xviir-milieu xx' siecles) {Alam PUssis, París).

Compctition and cooperation of entcrprises on national and intemational markets (19th-20th centuries) (Haas Pohl, Universidad de Bonn).

International cartels revisited (Km/o, Asahigaoka 1.615.3, Kiyoshe-shi, Tokyo 204).

L'entreprise privée en période de crise économique: stratégies de survie ou stratégies de renouvellement? {Lanlbier, Université de Quebec á Trois Riviéres, Trois Riviéres, Canadá).

The firm and the businessman in capitalist economies {Kohertson, The University of New South Wales, Canberra).

The free-standing company within the intemational economy, 1870-1970 (Harm Scbroeter, Freie Universitaet Berlín).

Capital flows and cntrepreneurial stratégies in Southern Europe and the Balkans (19th and 20th centuries) (Geor^f DtrtíUs, Universidad de Atenas).

Agricultutal labour: génesis, forms of employment, changing role in agricultural production (Grigoty Kotwskj, Academy of Sciences, Moscú).

Agrarian technology in North-west Europe in the Middle Ages. Developments and comparisons ((LjmgdoK, History, University of Alberta, Canadá).

Nécessités économiques et pratiques ¡uridiques: problemes de la transmission des exploitations agricoles, xviir-xx- siecles (Joseph Goy. EHESS-CRH, 54 Bd Raspail, 75270 París).

An intemational view of commercialization in agriculture (Marvin Mclmii, Queens University, Canadá).

Technological change and the labour process in the sugar industry, 1815-1914 (B/// Albert, University of East Anglia, UK).

Industry and design since the Industrial levolution (Ley Cburcb, Univetsity of East Anglia, UK).

Film: an industry on the crossroads of economics, p>olitics, and art {Ktimis, Cesky Filmovsky Ustav, Praga).

Skill formation Por industry: Europe, USA, and Japan {Keike Okajama, Meiji University, Tokyo 101).

The social organization of iron production in Europe, 1600-1900 {Coran Ryjeti, Universidad de Uppsala, Suecia).

Forced labour and labour markets, historical approaches (Hermán Diederiks, Universidad de Ley den).

The emergence of a transatlantic labor market in the nineteenth century: confronting the North and the South experiences (Femando Devoto, Centro de Estudios Migratorios Latinoamerica­nos, Independencia 20, Buenos Aires).

Production and consumption of beer sonce 1500 (Erik Aerts, Vlaamse Ekonomische Hoges-chool, Koningsstraac 336, 1210 Bruselas).

Comparativo history of European stock exchanges (RMUU Michié).

International banking in the northem Pacific área, 1859-1959 (Tamaki, Keio University, Tokyo 108).

Trade and pre-colonial commercial structures of the Indian sub-continent (Josepb, Mysore University, Mysore 570006, India).

Saharian business and merchant capital in Nineteenth-ccntury International commerce (McDonga-II, University of Alhena, Canadá).

Commercial netwotks in Asia, 1850-1959 (Sugitfama, Keio University, Tokyo 108).

Oceanic trade, colonial wares and industrial development, 1600-1800 (Maxine Berg, UK).

Micro-et macroéconomie de la protection sociale (de l'Antiquité a nos jours) (Cnes/in, Université Blaise Pascal, 63037 aermont-Ferrand, Francia).

The political economy of late-nineteenth century govemment regulation ((Gaty Ubecap, Univer­sity of Arizona, USA).

Food policy duríng the World wars in the Twentieth century (Odtfy, The Polytechnic of central London, UK).

The system of centrally planned economies in central-east and south-east Europe after World War II and the causes of its decay (Vaciap Prma, Prague School of Economics, Checoslova­quia).

Creating local-govenunent infrastructure in the industrialization process: a fmancial and budgc-ury perspective (Kichard Tilly, Universitaet Muenster, Alemania).

Economic associations and political change in late Nineteenth-century Europe (Paola Suhaccbi, Universitá Bocconi, Milán).

Croos-country comparisons of industrialization in small countries, 1870-1940: altitudes, organi-zational pattems, technology, productivity (Olle Krant^, Umea University, S90187 Umea, Suecia).

Transpon et crissance del economies africaines aux XIX' et XX' siédcs (TsumtOltla, B. P. 4749, Lubumbashi, Zaire).

Strategies for developing and exploiting new technologies: USA and Japan (André MilUrd, University of Alabama at Birmingham, USA).

Diffusion of technology and European integration, 1840-1914 (Kristine Bntland, Universidad de Oslo).

Colonialism and technology choices (Dwijandra Tripatbi, Indian Institute of Management, Ahmadabad 380056, India).

Trajectoires individuelles (aspects démographiques et sociaux) dans une période de mutations économiques {Bturdelais, EHESS-CRH, 54 Bd Raspail, 75270 Paris).

Nineteemh and Twentieth-century Business Cycles: the interplay of historical data, reconstruc-tion, and analysis (Trevor Dick, University of Lethbridge, Canadá).

Histoire des télecommunications {Grisit, IHMC, 45 re d'Ulm, 75005 Paris).

Econonuc history and the arts {Micbatl Nortb, Universitaet Kiel, Alemania).

Japan's war economy (Erie PaMtr, Philipps Universitaet Marburg, Alemania).

Cities at war, 1914-1918 (Jay Miirray mnter, Pembroke College, Cambridge CB2 IRF, UK).

Production networks: market roles and social norms {Cario Pont, Universita di Bologna).

Coastal communities in a cross-cultural and historical perspective: the interaction of economic activity and societal change (Jobn Kogen, Uppsala University, Uppsala, Suecia).

Recent developments in cliometrics {Sam tl^i/lúmtm, Miami University, Oxford, Ohio 45056, USA).

INTERNATIONAL ECONOMIC HISTORY ASSOCIATION

Eleventh International Economic History Congress

SESSIONS D

COMPETITION FOR RECENTLY COMPLETED DOCTORAL THESES

Young scholars are invited to present summaries of theif doctoral research at the Milán Congress of the International Economic History Association in September 1994. Summaries of these theses will be published in a volume of the congress proceedings, and four diploma and four prizes of 1.000 doUars will be awarded.

To be eligible for these sessions candidates must have been awarded their doctórate or equivalen! after 1 September 1988 and not later than 31 Oecember 1992.

Scholars interested in participating in these sessions should write details without delay to:

Professor Joseph GoY General Secretary International Economic History Association Centre de Recherches Historiques 54 Bd Raspail 75270 París Cedex 06 - France

They should specify the thesis's title, su|>ervisor and assessors, and the institution which awarded the dcgree. PUate Jo net send tbesis.

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

ULTIMAS PUBLICACIONES

MANUEL GARCIA PELAYO: Obras comphtai (3 tomos). 18.500 ptas. ConstitmiÓH Espaáo/a, 1978-1988. Obra dirigida por Luis Aguiar de Luque y Ricardo Blanco

Canales (3 vols.). 35.000 ptas. PALOMA BIGLINO CAMPOS: lj>t vicios ai el procedimitnto Ugislalivo. 1.400 ptas. C. MCILWAIN: Constitucionalismo antiguo j moderno. Traducción de Juan J. Solozábal. 2.200 ptas. ANTONIO FANLO LORAS: Fundamentos constitucionales de la Autonomía Local. 3.700 ptas. PABLO SALVADOR CODERCH y otros: El mercado de las ideas. 3.400 ptas. JAVIER PARDO FALCÓN: El Consejo Constitucional Francis. 3.500 ptas. ANDRÉS BBTANCOR: El Acto Ejecutivo. 2.700 ptas. ÁNGEL GÓMEZ MONTORO: Conflictos de atribuciones entre órganos del Estado. 3.000 ptas. JESÚS PRIETO DE PEDRO: Cultura, culturas j Constitución. 2.700 ptas. MANUEL MEDINA GUERRERO: La incidencia del sistema de fimmciadin en el ejercicio de las competencias

de las CC.AA. 3.300 ptas. KONRAD HESSE: Estudios de Derecbo Constitucional (2.* ed.). 1.100 ptas. FuLVio ATTINA: Introducción al sistema político de la Comunidad Europea. 1.700 ptas. CENTRO DE ESTUDIOS INSTITUCIONALES DE BUENOS AIRES: El presidencialismo puesto a prueba.

2.400 pus. ELIDE KEDOURIE: Ncuionalismo. Prólogo de Francisco Murillo Ferrol. Traducción de Juan J.

Solozábal Echevarría. 900 ptas. RAMÓN GARCIA COTARELO: Del Estado del bienestar al Estado del malestar. 1.800 ptas. ALFONSO RUIZ MIGUEL: La justicia de la tuerray de la pa^. 2.000 ptas. GREGORIO PECES-BARBA: La elaboración de la Constitución de 1978. 2.000 ptas. PILAR CHAVARRI SIDERA: Las elecciones de diputados a Cortes Generales j Extraordinarias (1810-

181)). 2.200 ptas. ALF ROSS: ¿Por qué Democracia? 1.500 ptas. ÁNGEL RODRÍGUEZ DÍAZ: Transición política j consolidación constitucional de los partidos políticos. 1.600

ptas. MANUEL RAMÍREZ: Sistema de partidos políticos en España (1931-1990). 1.700 ptas. JAVIER CORCUERA ATIENZA: PolíticaJ Derecho. La construcción de la Autonomía vasca. 2.300 ptas. JOSÉ MARÍA GARCÍA MARÍN: Monarquía católica en Italia. 2.800 ptas. ANTONIO SERRANO GONZÁLEZ: Como lobo entre ove/as. Soberanos j marginados en Bodln, Shakespeare,

Vives. 2.500 pus. JF ÚS VALLEJO: De equidad ruda a ley consumada. Concepción de la potestad normativa 1250-1350. 2.800

ptas. JOSÉ MARÍA PORTILLO VALDÉS: Monarquía y gobierno provincial. Poder y Constitución en las provincias

vascas (1760-1808). 3.600 ptas. BARTOLOMÉ CLAVERO SALVADOR: Ra^ón de Estado, ra^ón de individuo, ra^ón de historia. 1.800 pus. CARMEN MUÑOZ DE BUSTILLO ROMERO: Bayona en Andalucía: El estado bonapartista en la prefectura

de Xere?. 2.800 pus. JERÓNIMO BETEGÓN: La justificación de castigo. 2.700 ptas. JOSÉ MARTÍNEZ DE PISÓN: Justicia y orden político en Hume. 2.600 ptas. MARTÍN D . FARRELL: La filosofía del liberalismo. 2.300 pus. CARLOS THIEBAUT: LOS límites de la Comunidad. 1.800 pus. EMIUO LLEOÓ: El silencio de la escritura. 800 pus. AUUS AARNIO: LO racional como ra:^onable. 2.200 pus. RAFAEL DE ASÍS ROIG: Deberes y obligaciones en la Constitución. 2.800 pus.

M.« TERESA RODRÍGUEZ DE LECEA: Antropología jfilosefia de la historia en JuHán San^ Jel Rio. 1.700 pus.

MARINA GASCÓN ABELLAN: Obtáieiuia al derecho y objeciin de concieiuia. 2.600 ptas. JEAN LOUIS DE LOLME: Constitución de Inglaterra. 2.500 ptas. JOAQUÍN COSTA: Histeria crítica de la Repolnción EspaOola. 2.600 ptas. GASPAR DE AÑASTRO ISUZA: LOS seis libros de L Kepihlica de Bodino traducidos del francés j

católicamente enmendadas. Ed. preparada por José Luis Bermejo. 6.000 ptas. FRANQSCO MURILLO FERROL: Saavedra Fyardoj la política del Barroco. 2.* edición. 1.800 ptas. JUAN ROMERO ALPUENTE: Historia de la Kepolncián espaihlay otros escritos. Edición preparada e

introducida por Alberto Gil Novales. Dos volúmenes. 5.000 ptas. JOSÉ MARCHEN A: 0\>ra española en prosa. 1.700 pus. JUAN MALDONAIX): E / levantamiento de España. Edición bilingüe. Traducción e introducción de

M.' Angeles Duran. 3.600 ptas. HoBBES: Bebemoth. Traducción e introducción de Antonio Hermosa Andújar. 2.500 pus. GUILLERMO OCCAM: Ohra Política. Traducción de Primitivo Marino. 3.700 ptas. ARISTÓTELES: Política. Edición bilingüe. Reimpresión. 1.800 ptas. ARISTÓTELES: Etica a Nicómaco. Edición bilingüe. Reimpresión. 1.200 ptas. ARISTÓTELES: Retórica. Edición bilingüe. Reimpresión. 1.800 ptas. SENAC DE MEILHAN y A. BARNAVE: DOS interpretaciones de la Revolución Francesa. 1.600 ptas. TOMAS DE CAMPANELA: La Monarquía del Mesías y las Monárquica di las Naciones. Traducción e

introducción de Primitivo Marino Gómez. 1.800 ptas. JUAN ALTUSIO: La política. 4.800 ptas. J. BENTHAM: Falacias políticas. 2.200 ptas. E. SIEYÉS: Escritos y discursos de la revolución. 2.200 pus. G. JELUNEK: Reformas y mutación de la Constitución. 1.800 ptas. CONDORCET, CASTILLÓN y BECKER: ¿ES conveniente engañar <upuebM Traducción e introducción de

Javier de Lucas. 2.300 ptas. PLUTARCO: Consejos políticos. Edición bilingüe. 2.000 ptas. Constituciones Iberoamericanas. Edición preparada por Luis López Guerra y Luis Aguiar de Luque.

4.600 ptas. Jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Edición preparada por Manuel

Diez de Velasco y Gil Gtrlos Rodríguez Iglesias. 4.000 ptas. GONZALO MENÉNOEZ PIDAL: La España del si¿o XIX vista por sus contemporáneos. Dos volúmenes.

6.000 ptas. cada uno. MARIO G . LOSANO, ANTONIO E . PÉREZ LUÑO y M.» FERNANDA GERRERO MATEUS: Libertad

informática y leyes de protección de datos personales. 1.300 ptas. VICENTE ESCUIN PALOP: Régimen jurídico de la entrada y permanencia de extranjeros en España. 950

ptas. MANUEL C. PALOMEQUE: LOS derechos laborales en la Constitución española. 1.000 ptas. CENTRO DE ESTUDIOS INSTITUQONALES DE BUENOS AIRES: Fundamentos y alcances del control judicial

de constitucionatídad. 1.500 pus. LUQANO PAREJO ALFONSO: Crisis y renovación en el derecho público. 1.100 ptas. VICTORIA CAMPS y SALVADOR GINER: El interés comía. 800 pus. RICHARD GUNTHER: Política y cultura en España. 1.000 ptas. JOSÉ MARIA CONTRERAS MAZARIO: La enseñanza de la religión en el sistema educativo. 1.300 ptas. CENTRO DE ESTUDIOS INSTITUQONALES DE BUENOS AIRES: La Autonomía personal. 1.400 ptas. JOAN SUBIRATS HUMET: Un problema de estilo. La formación de políticas pMicas en España. 1.300

ptas. DANIEL MENDOZA: Introducción al análisis normativo. 1.100 ptas. LUIS PRIETO SANCHIS: Principios y normas. Problemas del razonamiento jurídico. 1.300 ptas.

NUEVO DICCIONARIO BILINGÜE DE ECONOMÍA Y EMPRESA Inglés-español Español-inglés José María Lozano Irueste 3* edición revisada y ampliada Cartoné, 21 x 26,5 cm, 896 páginas

El Nuevo Diccionario Bilingüe de Economía y Empresa, único en la bibliografía española, ofrece una recopilación exhaustiva de términos y expresiones del lenguaje económico-empresarial, pertenecientes, tanto a la economía en todas sus ramas y de las ciencias próximas a ellas, como las del léxico común que se utiliza con frecuencia en los textos económicos. Consta de dos partes: la primera, inglés-español, ofrece 61,808

términos y expresiones. La segunda, español-inglés, aporta en esta tercera edición 53.507 voces.

Este diccionario, fruto del trabajo del autor durante treinta y cinco años, se ha elaborado en la creencia de que puede ser útil para el gran número de economistas y estudiantes de economía que hay en nuestro país. También para el mundo empresarial, filiales españolas de multinacionales, empresas exportadoras e importadoras y los organismos oficiales y privados que están en relación con la Comunidad Europea y, en general, para todas aquellas empresas que comercien con el extranjero.

EL SISTEMA JUST IN TIME Y LA FLEXIBILIDAD DE LA PRODUCCIÓN Tomás M. Bañegil

Rústica. 14 X 22 cm. 264 páginas

Presenta una reflexión actual, sistemática y detallada de todos los conceptos teóricos y prácticos que sobre la flexibilidad de la producción en general, y del sistema |ust m t ime (JIT) en particular, existen actualmente. ¿Es el JIT la causa principal del éxito japonés? ¿Está siendo adaptado correctamente por la industria española? ¿Es el JIT un buen sistema de trabajo en los actuales momentos de crisis?

LA NUEVA DIRECCIÓN DE PERSONAS. MARCO PARADÓJICO DEL TALENTO DIRECTIVO

José María Gasalla

Rustica, 14 X 22 cm. 352 páginas

Sugerente e insistentemente, analítica y científicamente, conjugando el rigor y el pensamiento creativo, el autor nos invita a redescubir el talento directivo necesario para mejorar la eficacia en la dirección de personas en el marco paradójico en el que se mueven las organizaciones actuales

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r G V i S t a N* 11 febrero 1993

FINANZAS PUBLICAS

El Estado Privatizador: Las Condiciones y los Riesgos Reynaldo Susano Lucero

Los Bancos y el Franchising Alfonso Gastañaduy Benel

Una Nueva Banca de Desarrollo Para Un Nuevo Modelo de Crecimiento de América Latina

Rommel Acevedo F. de P.

El Uso del Con ercio Compensado Como Pago de la Deuda Rubén Berríos

Revisión de las Principales Políticas Globales de Comercio Exterior Percy Correa

Neoproteccionismo y Megaeconomía Alejandro Indacochea Cáceda

La Inversión Bursátil: Evolución y Perspectivas Julio César de la Rocha Corzo

Recent Developments in Econometrics: an Historical Account J.J. Thomas

^ ^ F//V/*WZ4SPL/S/./t/ASesunapublicadóndelProgfamadePo«l-Gradode "" """ la Facultad de Economía, UNIVERSIDAD DE LIMA. Perú.

Informes y suscripciones Univ. de Linia, Av. Javier Prado s/n, Monterrico. Pabellón B, primer piso. Telfs. 376767 anexo 2114 y 379291. Fax 378066.

NOTICIARIO

HISTORIAAGRARIA Revista Semestral del Seminario de Historia Agraria (SEHA)

I N E R O - J U N I O 1 9 9 3 • N . * S

DEBATES DEL SEHA SAAVEDRA, Pegoto Contideraciones sobre U renu de la tierra y la comercialización de exoedemes agrarios en la España del Antiguo Rígimen. MOX, Isabel, y MIKELARENA. Fenuuido Elementos para el estudio de las sociedades agrarias; De los procesos de trabajo al ciclo de vida.

ESTUDIOS VICEDO, Enric Las condiciones de reproducción de la unidad familiar campesina en la Catalunya Nova: Las Terres de Lleida". MARTÍNEZ LÓPEZ. Maitfn Reproducción social y parentesco en un proceso de ascemión socio-económica en la Vega de Granada. (Siglos XVI I I y X IX) GARRABOU. Ramón; SAGUER, Enríe, y SALA, Flere Formas de gestión y evolución de la rena a partir del análisis de contabilidades agrarias: los patrimonios del Marqués de Senimenat oi el Valles y Urgell(lSaO'l917).

ESTADO DE LA CUESTIÓN BRETÓN SOLO DE ZALDIVAR, Vfctor ¿De campesino a agricultor? La pequetfa producción familiar en el marco del desarrollo capitalista. DIPPER, Chrístof Una agricultura en transfomiación. Nuevas perspecti­vas de la historia agraria de Prusia y Alemania en el siglo XIX.

NOTAS DE INVESTIGACIÓN MOLL, I.; ALBERTl. A., y MOREY, A. El repartimiento individual de la Contribución Terri­torial, Industrial y Mercantil de Baleares en 1852: una fuente para el estudio de las estructuru sodo-eoonó-micas y de la distribución social de recursos.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS SIMPSON, James ftoductividad en la agricultura europea. CALATAYUD OINER, Salvador SeAores y campesinos en la penbisula Ibérica.

ENCUENTROS

ERDQZAIN, Pila Los espacios rurales y urbanos a través de las fuentes catastrales. Aspectos teóricos y metodológicos. DOMÍNGUEZ CASTRO, Luis Antiguo Régimen y Revolución Liberal: Crónica de un Homenaje. SARASUA, Cvmen La Accademia dei Georgofili y la agricultura loscana: el olivo y el aceite en los estudios de los GeorgoTilos. MAYAUD, Itm-Lac Reflexiones sobre la historia salarial y de los asalaria­dos en la Eiropa de los siglos XIX y XX.

CRITICA Y RESEÑA DE LIBROS ANA AOUAIX): Regadío, producción y poder en la Ribera del Xíguer. (La Acequia Real de Alzira, ¡258-¡847). ANOH. I. ftRNANcez GGNZALEZ: A vida coíidiá en Galicia de ¡550 a ¡850. PERE SALAS I VlVES: El man rural mallorquí. SegUs XV¡¡¡ i XIX. M.* TERESA PÉREZ PlCA7X>: Femtt, Enterprise, famiUe. Grande exploilalioH el Changement agricoles, XV¡¡'-X¡X' sueles. JOSÉ COLOMÉ FERRER: Agricultura i industriaUíació a la Caíaíunya dd tegU XIX. Formació i desestrucluració d'un sistema económic. RtANCISCO AcxiSTA RAMÍREZ: Sociedad riojana y crisis dei caci­quismo liberal: Logro*), ¡903-1923. LlRS GARRIDO GONZALEZ: Labradores, campesinos y jormderos. Protesta social y diferenciación interna del campesi­nado jienense en los orígenes de la guerra civil (¡931-¡936). ALEJANDRO GARCIA: La fantasía organixada.

SUSCRIPCIONES:

SEMINARIO DE HISTORIA AGRARIA (SEHA) Facultad de Qcnciss Económicas y Eni|iretuiales

Universidad de Zaiagoza C/. Dr. Canda. 1. E-SOOOS Ztngozt

TeUfonos (976) 233SSI 6 231341 Número Fas (976) 232762

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Revista de i i Historia Económica 9"778402"126109"

D

Sebastián COLL y Marta GUIJARRO: Estadística aplicada a las ciencias sociales, Madrid, Pirámide, 1998.

Como su título indica, este libro presenta una introducción a la Esta­dística para historiadores, sociólogos y politólogos y estudiantes de huma­nidades. Los dos autores del libro han conseguido una buena síntesis entre los resultados y métodos teó­ricos y sus aplicaciones a las ciencias sociales y especialmente a la historia. El libro consta de doce capítulos y un apéndice matemático. Concep-tualmente el libro está dividido en dos partes. La primera, que cubre los capítulos 1 al 7, se dedica a la Estadística Descriptiva. La segunda, capítulos 8 a 12, considera los pro­blemas de inferencia estadística.

En los capítulos de Estadística Descriptiva se abordan las represen­taciones gráficas (capítulo 1), las

Revista de Historia Económica Año XVIII, Otoño-invierno 2000, N." i.

medidas de posición, dispersión y concentración (capítulo 2), los números índices (capítulo 4), el aná­lisis descriptivo de series temporales (capítulo 6) y la correlación y regre­sión simple entre dos variables (ca­pítulo 7). Los capítulos 3 y 5 pre­sentan ejemplos de aplicaciones his­tóricas de la descripción de datos (capítulo 3) y de los números índices (capítulo 5).

En la segunda parte se introdu­cen las ideas de muestreo en pobla­ciones finitas (capítulo 8), se estudia la regresión múltiple (capítulo 10) y las Tablas de Contingencia que en el libro se denominan Estadísticas de Atributos (capítulo 12). Los capí­tulos 9 y 11 presentan ejemplos de aplicaciones históricas del muestreo

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(capítulo 9) y de la regresión múl­tiple (capítulo 11).

Este libro presenta para los estu­diantes de historia y ciencias sociales el atractivo de incluir capítulos con ejemplos detallados de la aplicación de las técnicas expuestas a distintos problemas de interés. Después de presentar la descripción de datos, en el capítulo 3 se presentan tres ejem­plos de su utilización. El primero analiza el estudio de la distribución personal de la renta a lo largo de la historia; el segundo, la reconstruc­ción de datos perdidos de las esta­turas de los individuos mediante la distribución normal, y el tercero, una aplicación a la historia agraria. Otros capítulos incluyen también datos interesantes. Por ejemplo, en el capítulo 5 se presentan dos ejem­plos de la utilización de los números índices. El primero, los índices de producción industrial en España. El segimdo, la evolución de los salarios reales en Inglaterra. En el capítulo 9 se aborda la reconstrucción mediante muestras de la evolución de la estatura humana, y la estima­ción de la riqueza de los individuos en el pasado. En el capítulo 11 se aborda el estudio de las relaciones internacionales, los factores que determinan el resultado de las elec­ciones, los factores que inciden en el trabajo de la mujer fuera de casa, y la estimación de la elasticidad del precio del algodón en USA en el siglo XIX. Finalmente, en el capítu­

lo 12, que es capítulo mixto donde primero se presentan los resultados metodológicos y las aplicaciones, hay dos interesantes ejemplos: la relación entre el nivel de organiza­ción política y el nivel de organiza­ción social, y una aplicación a la his­toria parlamentaria.

El libro está en general muy bien escrito y se adapta muy bien para un curso de introducción a la Esta­dística para la historia, la sociología o las humanidades. Tiene el enorme atractivo de ver mediante ejemplos reales muy bien escogidos la utilidad de los métodos estadísticos y puede motivar al lector a avanzar por su cuenta. Como todo trabajo valioso, el libro incluye algimas partes que pueden mejorarse en ediciones futu­ras. Dado que por su calidad este libro debe venderse bien, recomien­do a los autores que en ediciones futuras presten atención a los cinco puntos siguientes.

En primer lugar el libro está en general claramente escrito, pero podría en algunas secciones aligerar­se de álgebra y matemáticas, ponien­do menos énfasis en los cálculos a mano, que raramente serán ejecu­tados por un historiador en el mun­do actual de ordenadores baratos y rápidos, y más énfasis en la inter­pretación de resultados obtenidos por programas de ordenador. Por ejemplo, algunas de las derivaciones de las fórmulas básicas, como las presentadas en la p. 64 sobre la

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varianza, pueden evitarse, y apéndi­ces de álgebra simple pero tediosa como los de las pp. 227 a 229 serán de muy poca utilidad al lector inte­resado en aplicaciones. Conceptos que no sean de uso habitual y no se ilustren en los ejemplos, como el de media cuadrática de una variable, deben eliminarse del texto. Por otro lado, en algún momento se desliza en el libro la utilización de herra­mientas matemáticas avanzadas que probablemente el lector desconoce. Por ejemplo, en la p. 364 se utiliza el concepto de derivada parcial, que excede con mucho el nivel del libro y ni siquiera se incluye en el apén­dice matemático al final del libro, con lo que es dudoso que el lector pueda beneficiarse de este concepto.

En segundo lugar, convendría poner más énfasis en la utilización de programas informáticos. Por ejemplo, en los casos reales podrían incluirse salidas de ordenador rele­vantes comentando los resultados. Para ello pueden usarse salidas de ordenador de distintos programas populares en las ciencias sociales. Sería conveniente además poner los datos disponibles en la red en una página web para que los lectores puedan analizarlos.

En tercer lugar, la combinación entre teoría y práctica es muy ade­cuada, pero siempre puede mejorar­se en algunos aspectos. Por ejemplo, después de presentar la descripción de datos, en el capítulo 3 se presenta

un primer ejemplo que analiza el estudio de la distribución personal de la renta a lo largo de la historia. El estudio es muy interesante y bien realizado pero se limita a utilizar las medidas de concentración. Hubiera sido interesante aprovechar este pri­mer ejemplo real para presentar aplicaciones de las medidas de cen­tralización y de dispersión estudia­das comentando sus ventajas rela­tivas en este problema. También sería interesante en este primer ejemplo ilustrar el uso de los grá­ficos y especialmente de los histo-gramas. Este mismo comentario puede aplicarse a otros ejemplos del libro.

En cuarto lugar, aunque la pre­sentación de los conceptos es en general precisa y clara, convendría distinguir más claramente en la pre­sentación entre datos y modelos. Por ejemplo, la definición de la cur­va normal y del teorema central del límite es, desde mi punto de vista, mejorable. La curva normal (p. 73) se presenta como una suavización de los datos, en lugar de como un modelo ideal que no esperamos se cumpla exactamente pero que es útil para entender la realidad. Como está dudo que el lector entienda cla­ramente su significado. Por otro lado, la base del teorema central del límite no es la aleatoriedad, que apa­rece en muchos procesos que no son normales, sino la existencia de

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muchas causas independientes que configuran el efecto observado.

Finalmente, las referencias bi­bliográficas son relevantes y de nivel adecuado en general, pero en mi opinión convendría incluir más refe­rencias a libros anglosajones de nivel similar al presentado y evitar algunas referencias a textos avanzados que suponen un salto en el vacío para el lector. Por ejemplo, la referencia a Brockwell y Davis en la p. 202 es sin duda excesiva, ya que es un libro preparado para la docencia en un doctorado de Matemáticas. Existen buenas referencias sobre series tem­

porales aplicadas a la historia en español y en inglés mucho más ade­cuadas al nivel de este libro.

Con independencia de estos pequeños matices se trata en mi opi­nión de un libro excelente, muy recomendable para la docencia de la historia y que aporta una visión aplicada y actual a la enseñanza de la Estadística en la historia y las ciencias sociales.

Daniel PEÑA

Universidad Carlos III de Madrid

Pedro TEDDE DE LORCA: El Banco de San Femando (1829-1836), Banco de España, Alianza Editorial, 1999, 316 pp.

Este nuevo libro de Pedro Tedde era largamente esperado porque se sospechaba que —dada la inmensa cantidad de fuentes originales con­sultadas— constituiría un aporte de importancia fundamental para la historia económica española. Pero, no es sólo eso, sino además, una contribución fundamental a la his­toria poh'tica y empresarial de la España de la primera mitad del siglo XIX que obligará a todo inves­tigador interesado en el período a replantearse una cantidad notable de hipótesis e interrogantes sobre la prolongada y conflictiva transición del Antiguo Régimen hacia un nue­

vo Estado liberal y hacia una eco­nomía capitalista.

Por las páginas de esta obra des­filan no solamente datos económi­cos sino además miembros de la familia real, financieros privados y empresarios, generales influyentes y poderosos, altos cargos del banco de Estado, así como buen número de los políticos más prominentes de finales del régimen absoluto de Fer­nando VII, del decenio liberal de 1834-1843, de la primera década de g o b i e r n o de los m o d e r a d o s (1844-1854), así como del bienio progresista (1854-1856). En este sentido, este trabajo constituye una

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historia institucional, política y eco­nómica novedosa pero también una historia social de la élite del Madrid de la España de los últimos años de la monarquía de Fernando VII, de la Regencia de María Cristina y del reinado de Isabel II.

La primera parte de la obra que reseñamos revisa los orígenes del Banco de San Fernando, el cual echaba raíces en los últimos dece­nios del siglo xvin. Como es bien sabido Pedro Tedde ya había estu­diado en forma magistral la institu­ción antecesora que fue el Banco de San Carlos, fundado en 1782 y que se cerró formalmente en 1828. Debe subrayarse que el Banco de San Car­los había dejado de pagar dividen­dos ya en 1798, en medio de la peor crisis fiscal y financiera del Antiguo Régimen, y posteriormente mantuvo una actividad crediticia asaz limita­da porque contaba con cada vez menos recursos. La razón era sen­cilla: el gobierno de Carlos IV estu­vo cada vez más agobiado de deudas (por razón de las múltiples guerras internacionales en la que se vio invo­lucrada) y no pudo devolver los ade­lantos que le había efectuado el Banco de San Carlos. Por este moti­vo, el banco vio mermado su capital real, disponiendo en los años de 1820 de apenas 10 millones de rea­les en metálico al tiempo que no podía cobrar deudas del gobierno por la colosal suma de cerca de 300 millones de reales. De allí que los

antiguos accionistas desearan que se les reembolsara una parte de esas deudas oficiales para resarcirse de las prolongadas contribuciones al gobierno de la monarquía que habían efectuado a lo largo de varias décadas.

A raíz de una importante Memo­ria redactada en 1825 por José Mar­tínez de Hervas, marqués de Alme­nara, el régimen de Fernando Vil comenzó a discutir la forma de liqui­dar al viejo Banco de San Carlos, dando pie posteriormente a la cons­titución del Banco de San Fernan­do. Esta pequeña historia es relata­da en el primer capítulo del libro de Pedro Tedde, siendo titulada «El renacer del banco». Allí se explican las complejas liquidaciones de deu­das del Banco de San Carlos y las conversiones de las viejas acciones a las del nueva institución bancaria. Otro elemento de interés es el aná­lisis de los primeros accionistas del Banco Español de San Fernando en los años de 1830-1833, que resul­taron ser, en lo fundamental, insti­tuciones colectivas del antiguo régi­men, en particular aquellas ligadas al Estado. Este hecho era lógico, considerando la debilidad de los mercados de capital en la España de la época. Sin embargo, ello no impli­caba que la nueva institución fuera simplemente un banco de gobierno, pues, en la práctica, era administra­da por las casas más destacadas de la élite comercial y financiera de la

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capital que la utilizaron para ope­raciones de descuento en la propia plaza y en distintas ciudades de pro­vincia. Los detalles de estas transac­ciones comerciales, al igual que las primeras negociaciones con títulos de deuda pública se detallan en el capítulo segundo del libro.

El volumen de negocios del Ban­co de San Fernando ciertamente no fue muy cuantioso en sus primeros años, lo que se explica tanto por ser una institución que apenas comen­zaba a desarrollarse como por el aún escaso dinamismo de la economía española. Algo paradójico es el hecho de que sería el estallido de la guerra carlista de 1833-1839 lo que daría mayor ímpetu al banco, sobre todo en lo que se refería a las operaciones en deuda pública. En el tercer capítulo se analizan las ope­raciones (algo turbias) del ministro de Hacienda, el Conde de Toreno, quien llevó a cabo una conversión de la vieja deuda exterior en los años de 1834-1835 con el apoyo de la casa Rothschild a cambio de ceder­les el pingüe monopolio de azogues de Almadén. Sin embargo, las ges­tiones de Toreno y del primer minis­tro Martínez de la Rosa acabaron mal, viéndose obligados a dimitir a raíz de las crecientes protestas y tumultos populares que criticaban su ineficaz prosecución de la guerra en el norte. Estas insurrecciones (que se extendieron por gran parte del centro y sur del país) catapul­

taron a Juan Álvarez Mendizábal al poder y, con él, al partido de los exaltados que insistieron en la nece­sidad de llevar a cabo reformas radi­cales para consolidar el régimen liberal. Mendizábal, por su parte, ponía el énfasis principal en ganar la guerra, por lo que promovió una conversión de la deuda que permi­tiera al Estado allegarse mayores recursos crediticios; como es bien sabido, esta conversión se fundó en la desamortización de bienes ecle­siásticos que comenzó a realizarse en estos años.

En los capítulos 3 y 4, Pedro Tedde reseña la actuación del Banco de San Fernando durante la guerra carlista, aclarando de manera magis­tral las complejísimas finanzas gubernamentales y militares de la época, aportando una impresionan­te cantidad de información nueva al respecto. Demuestra que las refor­mas financieras del gobierno liberal no estaban sencillamente dirigidas a debilitar a la Iglesia sino más bien a apuntalar al nuevo Estado liberal y a su Ejército. Para ganar la guerra carlista era necesario aumentar el tamaño del Ejército de manera fun­damental y garantizar sus suminis­tros. Pero no bastaban ni los impuestos ordinarios ni la emisión de deuda a plazo. Para cubrir los déficit, Mendizábal inauguró el sis­tema de contratos de anticipación de fondos al Tesoro. Tedde cita el testimonio de Ramón Santillán

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(quien sería luego gobernador del Banco), quien señalaba que si bien fueron muy criticadas estas opera­ciones por los altos intereses, no existían otras fuentes de ingresos para el Estado en ese momento. En este sentido los adelantos efectua­dos por la élite financiera de la capi­tal fueron cruciales para proseguir con la guerra carlista, la cual absor­bía una cantidad siempre creciente de recursos al tiempo que el ejército del norte pasaba de una fuerza de 70.000 hombres en 1835 a casi 180.000 en 1839.

Como el gobierno tenía escasos ingresos fiscales para cubrir los pagos y sostener el servicio de la deuda, tuvo que aceptar las condi­ciones de los prestamistas. Este tema resulta uno de los sugerentes y originales del libro, pues demues­tra la precariedad fiscal y financiera del Estado español en esta época. Los prestamistas (verdaderos ban­queros privados) solían ofrecer sola­mente la mitad del préstamo en cuestión en metálico y el resto de letras o cupones de deuda consoli­dada que no había amortizado el Tesoro. De esta manera, los banque­ros particulares no se descapitaliza­ban, ya que lograban recuperar una parte de los considerables adelantos en metálico que fueron suministran­do al gobierno y de provisiones al Ejército. El riesgo era alto, pues el desenlace de la guerra carlista fue azaroso debido a las constantes

incursiones de las guerrillas en el norte del país, en Cataluña y, en ocasiones, en Castilla.

Entre los prestamistas más des­tacados se contaba un grupo que giraba alrededor de José Safont, integrantes de un grupo de hombres de negocios y comerciantes de ori­gen catalán que operaban activa­mente en Madrid en la época de la guerra carlista. Otros banqueros pri­vados, ligados a los anteriores, incluían a Gaspar Remisa, Felipe Riera y Francisco Javier Albert, los que participaron activamente en anticipaciones al Tesoro y suminis­tros al Ejército a cambio de billetes del Tesoro o de libramientos sobre rentas futuras como podían ser los pagarés sobre las rentas de la rica isla de Cuba.

Aparte de los prestamistas de Madrid, también apoyaron al gobierno diversas casas bancarias de Londres —los Rothschild, Murrieta, Campbell, entre otros—. Ello reconfírma la importancia de las relaciones internacionales financie­ras de Mendizábal en este momento crítico de la historia del joven y ame­nazado régimen liberal español. No obstante, una vez que los modera­dos tomaron control del gobierno en diciembre de 1837 tras unas elec­ciones generales muy disputadas, el nuevo ministro de Hacienda, el joven Alejandro Mon, resolvió intentar consolidar el conjunto de deudas asumidas y colocar al Banco

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de San Fernando en el centro de esta magna operación financiera. En realidad, como se observa en los capítulos 5 y 6 del estudio de Pedro Tedde, esta primera reforma finan­ciera de Mon era prematura, dada la penuria fiscal y el tamaño de los gastos militares no sólo hasta la fir­ma de la paz en Vergara en 1839 sino después, dada la dificultad en reducir el tamaño del Ejército y en particular de la oficialdad, ya acos­tumbrados a tener una activa par­ticipación en la vida pob'tica en gran número de las provincias españolas.

En la tercera parte del libro —ti­tulada de manera un tanto atrevida «El nacimiento del moderno capi­talismo financiero en España»— se reseñan temas fundamentales pero aún insuficientemente analizados en la historiografía que incluyen las relaciones entre el Ministerio de Hacienda y el Banco de San Fer­nando durante la Regencia de Espartero (1841-1843), la creación del Banco de Isabel 11 en 1844, y los orígenes del auge bursátil de 1846 y la posterior crisis financiera de 1847-1848. Tedde subraya la importancia del fenómeno de crea­ción de nuevas sociedades anónimas en el período, aunque menester es reconocer que las estadísticas de Pablo Martín Aceña que utiliza demuestran claramente que no sería hasta 1845 cuando se produjo un verdadero despegue de las mismas. Más oríginal es el argumento acerca

de las relaciones entre los prestamis­tas más fuertes de Madríd y sus ope­raciones con gobiernos de diferente color político. Estos banqueros prí-vados fueron adaptándose como camaleones al dominio progresista —durante la Regencia de Esparte­ro— y al régimen moderado, des­pués de su consolidación en 1844 merced a la acción represora del caudillo militar conservador, Ramón de Narváez. Los empresarios más hábiles como José Safont y José Salamanca obtuvieron el arrenda­miento de diversas rentas y mono­polios, como el papel sellado, el estanco de la sal, la administración de azogues, entre otros. Si bien el autor detalla muchas de estas ope­raciones, es nuestra opinión que podría haber subrayado con mayor énfasis el enorme poder que los ban­queros privados fueron adquiriendo sobre el Estado. Ello hubiera ayu­dado a explicar por qué en enero de 1844, precisamente en medio de la crisis del régimen progresista y el despuntar de la primera década de gobierno moderado, estos grandes prestamistas pudieron obtener la concesión para fundar el Banco de Isabel n , una institución financiera privada que llegó a ser más poderosa que el Banco de San Fernando. Este tema es analizada en el capítulo 8, seguido por un análisis de las con­tradictorias finanzas del año de 1846. Allí, de nuevo, argumenta y demuestra Tedde que el Banco de

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San Fernando prestó una atención preferencial a proporcionar adelan­tos al gobierno.

Mientras tanto, el alma del Ban­co de Isabel II, José de Salamanca, casi hundió al Banco de San Fer­nando al insistir en cobrar cuantio­sas deudas en metálico. No obstan­te, el banco de gobierno pudo sobre­vivir merced a los adelantos de 10 millones de reales por la casa ban­cada internacional de los Roths-child. Pedro Tedde relata con con­siderable detalle la rivalidad entre ambos bancos en los años de 1845-1848, subrayando cómo el Banco de San Fernando pudo sobrevivir mediante los negocios rentables de los adelantos al Estado mientras que el banco de Salamanca se fue debilitando por negocios alta­mente especulativos. En todo caso, a raíz de la crisis económica europea de 1847, ambos bancos empezaron a sufrir graves problemas. Por ello, a pesar de la rivalidad entre ambos, en 1847-1848 se llevó a cabo la fusión de ambas instituciones, deno­minándose ahora Banco Español de San Fernando.

En los últimos capítulos de su libro Pedro Tedde explica con gran claridad el proceso de moderniza­ción del banco de gobierno, el cual se debió en parte fundamental a la labor administrativa, gerencial e ideológica de Ramón de Santillán, gobernador del banco desde 1849. La recuperación de la crisis econó­

mica reciente aunada al impacto favorable de las reformas de Alejan­dro Mon sobre la Hacienda pública permitieron que el Banco Español de San Fernando redujera el alto volumen de créditos pendientes de cobrar del gobierno, consolidara su papel como agente de la deuda pública y ampliara sus operaciones en descuentos comerciales. Por otra parte, merced a la labor pedagógica de Santillán, comenzó a difundirse un concepto más actualizado de lo que debía ser un banco central.

Aunque el Banco de San Feman­do no llegó a ser banco central, en el penúltimo capítulo de esta mag­nífica obra se reseñan los debates acalorados durante el bienio progre­sista de 1854-1856 sobre la necesaria reforma del banco de gobierno, sobre la conveniencia o no de que ejerciera un monopolio de emisión y sobre la política (a la postre exitosa) de crea­ción de sucursales en numerosas pro­vincias. En estas últimas páginas se observa cómo un banco que había tenido una actividad fundamental­mente ligada al gobierno central y a la plaza financiera de Madrid comen­zaba a extender sus alas hacia el con­junto del territorio nacional, lo que reflejaba el progreso paulatino de integración de un mercado bancario también nacional.

Como colofón, sólo cabe añadir que con esta obra de Pedro Tedde queda rellenado el mayor hueco que estaba pendiente en la historia ban-

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caria española que es precisamente el período de 1829-1854. Los trabajos de numerosos investigadores que han estudiado los períodos posteriores de la evolución bancaria española ahora cuentan con un trasfondo detallado y magníficamente redactado e ilustra­do de los antecedentes de esa historia compleja pero fascinante.

Parte cuarta: «Fusión de Bancos y Crisis Financiera».

Capítulo 10, «La ftisión de los Bancos de San Fernando y de Isa­bel n» .

Capítulo 11, «El hundimiento de 1848 y los intentos de recuperación de 1849».

La Etapa SantÜlán. Capítulo 12, «El plan de sanea­

miento de Santillán». Capítulo 13, «Hacia el Banco de

España, 1854-1856». Conclusiones: «El Banco de San

Femando y la revolución liberal».

Carlos MARICHAL

El Colegio de México

Francisco COMÍN COMÍN y Pablo MARTÍN ACEÑA: Tabacalera y el estanco de tabaco en España (1636-1998), Madrid, Fundación Tabacalera, 1999.

El libro de Francisco Comín y Pablo Martín-Aceña, Tabacalera y el estanco del tabaco en España (1636-1998), Fundación Tabacalera, Madrid, 1999, es fruto de un ambi­cioso proyecto de varios años de investigación con el objetivo de cubrir la historia del estanco del tabaco en España desde la consti­tución del mismo en 1636 hasta 1998 cuando se cierra la interven­ción directa del Estado en la indus­tria tabaquera española. Exceptuan­do el primer capítulo que supone una concisa aunque completa mtro-ducción del estanco del tabaco des­de sus orígenes hasta la privatización de su gestión a finales del siglo XK, el libro se centra en la gestión pri­

vada del estanco por parte de Taba­calera, S. A., y su antecesora, la Compañía Arrendataria de Tabacos (CAT). La CAT fue fundada por el Banco de España y algunos de sus mayores accionistas en 1887 para hacerse cargo del monopolio de tabacos, del que estuvo al frente hasta que en 1944 el Estado decidió no renovar más el contrato de arriendo a una compañía completa­mente privada, y publicó unas nue­vas bases para la creación de una nueva compañía mixta, con capital privado y público. De esa forma nació Tabacalera en 1945, donde la antigua compañía arrendataria comenzó teniendo la mayoría del capital, reservándose el Estado un

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47,7 por 100 del mismo. En 1971, la participación estatal superó el 50 por 100, convirtiéndose Tabacalera en una empresa privada de capital mayoritariamente público que ges­tionaba un monopolio de Estado. El análisis de Comín y Martín-Aceña llega hasta 1998 cuando por ley se aplica a la industria del tabaco el Principio de Libertad de Empresa y cuando el Estado español vende el capital de Tabacalera que tenía en su poder, que entonces supom'a el 52,36 por 100 del capital de la empresa, cerrando así un largo ciclo en la historia de España de inter­vención estatal en el sector taba­quero.

Este libro supone un recorrido esencial por un sector clave de la economía española y una oportuni­dad extraordinaria para entender la interacción entre lo público y lo pri­vado en el campo empresarial. No obstante, Tabacalera y el estanco del tabaco en España, aunque no sólo, es básicamente un libro de Historia Empresarial, una company history, y por tanto, debe situarse dentro de la proliferación de estudios empre­sariales, que cada vez generan mayor interés tanto en la sociedad como en el mundo académico. No obstante, por regla general y a pesar de este creciente interés donde la Historia Empresarial tiene un gran protagonismo, la historia de una determinada compañía aún se cir­cunscribe a un público muy redu­

cido y carece de lectores incluso entre los propios historiadores eco­nómicos y de la empresa. Por tanto, habría que preguntarse a quién inte­resa la historia de una empresa con­creta y a quién interesa la Historia de Tabacalera y el estanco del tabaco en España.

Primero, la historia de una empresa determinada preocupa e interesa a dicha compañía. De hecho, son las propias empresas las mayores promotoras de este tipo de trabajos, ya sean o no de corte aca­démico. Esta circunstancia siempre genera una fuerte polémica en torno a la objetividad de las company his­tories, aunque ésta dependa princi­palmente de la modalidad de encar­go o tipo de promoción. Las moda­lidades varían desde la práctica de encargar la historia de la empresa a sus propios empleados, principal­mente a los archiveros —muy corriente en Alemania—, hasta encargarlas a académicos, que o no firman la obra, como en el caso de Japón, donde las historias empresa­riales se pubHcan por las empresas y son anónimas, o bien, como en el mundo anglosajón, la firman a cam­bio de respetar el resultado de la investigación. La Historia de Taba­calera de Francisco Comín y Pablo Martín-Aceña pertenece a esta últi­ma modalidad, al estar patrocinada por la Fundación Tabacalera. Y en este sentido no defrauda, ya que se trata de una historia con rigor cien-

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tífico, objetiva y crítica con la inter­vención estatal y con la gestión empresarial que a veces son difícil­mente distinguibles. La doble tutela a la que la CAT se veía sujeta por parte del Estado y el Banco de Espa­ña que mermaba su libertad de ges­tión, el delicado tema del contraban­do y la participación en él de per­sonas cercanas al gobierno, sobre todo durante el régimen de Primo de Rivera, o los mercados cautivos de los que se beneficiaba pero de los que también se perjudicó Tabacale­ra, son argumentos recurrentes en los capítulos del libro. Sin embargo, se echa de menos una referencia a algunos temas claves de la historia de la industria del tabaco en estas últimas décadas que aún pueden perjudicar la imagen de la empresa como lo que se conoce en Estados Unidos como la «crisis del cáncer», y que comenzó en ese país y en otros como el Reino Unido a mediados de los años cincuenta. No obstante, esta circunstancia no tiene por qué implicar necesariamente falta de objetividad. Por una parte, en el caso español, la carencia de fuentes legales o de grupos de presión con respecto a este tema en los años cin­cuenta y sesenta es notable, y por la otra parte, esta ausencia hay que relacionarla con una debilidad común de la Business History, en general tanto dentro como fuera de las fronteras españolas, la de no ana­lizar ni la cultura ni la imagen de

las empresas y que poco tiene que ver con el grado de objetividad de una investigación. Esta carencia supone una fuerte contradicción con el desarrollo de la empresa moderna porque, aunque las compañías encarguen sus historias para conocer su propio pasado, éstas sirven cada vez más como instrumentos de iden­tidad e imagen. Puesto que hoy en día se considera que las empresas están formadas por sus directivos, accionistas, empleados, redes y aso­ciaciones comerciales y profesiona­les, consumidores, gobiernos y la sociedad en general, las company his­tories se convierten en instrumento privilegiado de identidad empresa­rial. Cierto es que esta función empresarial relacionada con la ima­gen de las propias empresas será más eficiente cuanto más importan­te sea la presencia de dicha empresa en la sociedad. En este sentido, la Historia de Tabacalera cuenta con muchos potenciales lectores, al ser una de las mayores empresas espa­ñolas, con un accionariado muy repartido desde 1998, al haber sido uno de los mayores empleadores del país, teniendo en su plantilla a las famosas cigarreras, uno de los mitos literarios, folclóricos y obreros más caracterísiticos de la España deci­monónica, y al ser la única empresa que producía y comercializaba un producto que, según la primera encuesta sobre el consumo de taba­co en España realizada en 1972,

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consumía el 48 por 100 de la pobla­ción total del país.

La gran habilidad de Tabacalera y la renta del tabaco y por tanto de sus autores es el haber conseguido hacer una historia empresarial que combina el interés de varios grupos sociales con el rigor científico. El interés académico de una company history se basa principalmente en la calidad de la misma y en su capa­cidad de insertarse en debates aca­démicos más generales. Como his­toria empresarial resulta impecable ya que trata tanto la financiación, organización y estructura de la empresa y los cambios que sufre a lo largo del tiempo, como la escala y alcance de sus actividades, inclu­yendo el cambio tecnológico y sus resultados. Igualmente, el análisis de la CAT y de Tabacalera, S. A., presta especial atención a temas que han sido marginados dentro de la disci­plina como las relaciones laborales y las relaciones con el Estado. Estas inclusiones facilitan el que el análisis de una compañía trascienda a deba­tes más amplios dentro de la histo­riografía y los estudios empresaria­les.

Desde el punto de vista laboral, resulta especialmente interesante el papel del Estado como empleador y el inten'cncionismo estatal en el mundo empresarial en relación con la gestión de la fuerza de trabajo. Desde el punto de vista de las rela­ciones con el Estado, la historia de

la CAT y de Tabacalera es también una historia sobre la fiscalidad en España y una historia paralela de la intervención de los distintos gobier­nos españoles en el mundo empre­sarial. Se trata igualmente de un análisis moderno desde el debate actual de las privatizaciones y sobre la eficacia de la gestión pública y pri­vada —demostrando que importa más la situación de la empresa en el mercado en régimen de monopo­lio o dentro de un mercado com­petitivo que la naturaleza de su ges­tión—. La diversidad de temas tra­tados, que llevan el análisis más allá de la sala de juntas y de las deci­siones allí tomadas, convierte este trabajo en un ejemplo de Historia Empresarial, que también es una Historia Económica, Institucional y Social. La prueba más factible son las numerosos y escogidísimos docu­mentos gráficos que se intercalan entre las páginas del libro. De hecho, estos documentos junto con la fuerte base estadística de tablas y gráficos son aspectos esenciales del libro que lo enriquecen enorme­mente.

No obstante, este libro, como todos, también tiene debilidades. Aparte de la ya mencionada sobre la falta de tratamiento de la cultura e imagen empresarial sobre todo en lo referente a la «crisis del cáncer» y la estrategia de Tabacalera frente a ella, se podrían incluir algunas otras. Por ejemplo, se echa de

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menos una mayor comparación internacional con los mercados y estructuras empresariales de otras industrias tabaqueras. Si en el párra­fo anterior se ha resaltado que uno de los mayores logros de esta com-pany history frente a la mayoría ha sido el haber traspasado fronteras temáticas que la hacen especialmen­te valiosa para incluirla en debates generales, las fronteras geográficas no se han cruzado con el mismo éxi­to. Puesto que a lo largo del siglo xx la industria tabaquera ha tenido una estructura bipolar repartida entre grandes multinacionales y monopo­lios fiscales, hubiera sido interesante haber situado la empresa en un con­texto internacional. Esto se analiza bien cuando se trata el fracaso de la CAT en sus primeros años de ges­tión, tras hacerse cargo del mono­polio, en su intento por conquistar mercados exteriores, pero se olvida en parte posteriormente. El haber recurrido en mayor medida a la comparación internacional habría situado este análisis más de lleno en el debate sobre el crecimiento de la economía española y de su falta de convergencia con otros países.

Por último habría que hacer refe­rencia a una debilidad de forma, si bien la edición es esmeradísima y el texto es conciso y ágil, al igual que precisa la selección y el número de

gráficos, tablas y fotografías, existen algunas incoherencias internas en el texto. Bien porque se trata de un proyecto muy ambicioso al cubrir toda la historia de la renta del taba­co o bien porque se trata de una obra firmada por dos autores, el lec­tor atento encontrará alguna incohe­rencia sobre todo en lo relacionado con la gestión laboral entre la época de la CAT y la de Tabacalera —co­mo en las novedades en la política salarial encaminadas a eliminar par­cialmente el sistema de remunera­ción a destajo que se le atribuyen a Tabacalera pero que tal y como queda patente en el capítulo quinto ya estaban presentes en la época de la CAT—. No obstante, estas defi­ciencias de forma no le hacen perder calidad e interés a la obra y quedan contrarrestadas con una estructura del libro difícilmente mejorable dada la extensión del tema y la pro­fundidad de análisis. En definitiva y por todo lo expuesto en los ante­riores párrafos, este trabajo debe considerarse como una pieza funda­mental para entender la Historia de la Empresa en España y su interac­ción con la sociedad y el Estado en los últimos años desde finales del siglo XDí hasta hoy en día.

Lina GÁLVEZ MUÑOZ

Universidad de Reading

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J. MiLLÁN GARCÍA-VARELA: El poder de la tierra. La sociedad agraria del bajo Segura en la época del liberalismo, Alicante, Institución Gil-Albert, 1999, 286 pp.

Desde hace años abundan las revisiones historiográficas sobre el cambio económico y social de la España contemporánea que no hacen más que engrosar la corriente de opinión, cada vez más caudalosa, en contra de la tesis del fracaso o del excepcionalismo hispánicos. No deja de ser curioso que algunos de los revisionistas eludan el ejercicio de la autocrítica, pero sobre todo que el debate se alimente a veces de lecturas secundarias, con lo que el avance en el conocimiento histó­rico es forzosamente muy limitado, como lo es el de cambiar el término de atraso por el de modernización. El lector dispone de un artículo publicado en esta misma revista por J. Pujol en el otoño-invierno de 1998 donde se comentan amplia-mante estos y otros aspectos.

El libro de Jesús Millán escapa de los defectos anteriores, pues se basa en la investigación de historia social, denominación que debería ampliarse a la historia agraria o a la historia poh'tica. Otra ventaja es el marco cronológico escogido, más amplio de lo habitual, pues se inicia, aunque el subtítulo no lo refleje, a fines del xvni para concluir a prin­cipios del siglo XX. Por último, la comparación que se hace a menudo

con la historia política europea es el mejor antídoto para superar los vicios del localismo.

El primer capítulo, que sirve de introducción, constituye una breve reflexión sobre algunos plantea­mientos de la historiografía española en torno a la «normalidad» de nues­tra historia contemporánea. El autor critica las concepciones de tipo nor­mativo en que se inspiran tanto las teorías de la modernización como buena parte de la tradición marxista porque parten de ciertos aprioris-mos y modelos ideales; con tales presupuestos, lo que interesa es cla­sificar la realidad para saber si se han desviado o no de las pautas del modelo, buscar «anomah'as» o «ana­cronismos», más que comprender su significado en contextos históricos con entidad propia. Si lo único que acaba contando, dice el autor, es la secuencia de desarrollo económi­co -f- movilización política (identi-ficable con democracia), entonces dejamos de conocer algo tan impor­tante como las circunstancias socia­les concretas, los fenómenos que dejaron su impronta en la memoria colectiva o las oportunidades que a primera vista quedaron por el cami­no. En suma, en el Hbro se apuesta por huir del reduccionismo y por

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considerar a los hombres como algo más que «anónimas fuerzas socia­les».

El marco geográfico donde se desarrolla la investigación es el bajo Segura, que tiene en Orihuela su principal núcleo urbano. En esta comarca se había desarrollado una agricultura precozmente intensiva y mercantil, que, aunque no adquirie­ra la relevancia de Valencia o Ali­cante, se había convertido en polo de atracción para agentes comercia­les de áreas muy diversas encarga­dos de la exportación de productos agrarios o de atender la demanda interior. Como la agricultura era la principal y más segura fuente de ingresos, la acumulación de capital mercantil buscó aquí su principal inversión, una opción restringida por el nivel de la amortización, sien­do el crédito la vía indirecta para conseguir las adquisiciones. Pero este sector comercial no podía com­petir con el acaparamiento conse­guido tiempo atrás por los propie­tarios forasteros, predominantemen­te privilegiados, mediante enlaces familiares, la carrera en el ejército o el funcionariado.

A través del padrón del Equiva­lente se puede conocer el reparto de la tierra en Orihuela en 1831 que nos descubre tres cuartas partes de la población sin propiedad alguna y una representación destacada de los propietarios privilegiados. Expuesto así, parecería un cuadro tópico más

de la sociedad agraria con una mayoría de desposeídos frente a una minoría de aristócratas acaparado­res; el autor, sin embargo, tiene buen cuidado en precisar la ausencia de la aristocracia señorial, valencia­na o española, y referirse a otro tipo de nobleza bien distinto, de títulos más recientes y poco interesada en la defensa del orden señorial; sería más bien valedora de una «versión oligárquica del liberalismo bur­gués», de gran importancia en el futuro por la distancia que marcaba respecto al mundo del feudalismo.

Una de las constantes de la inves­tigación del profesor Millán es com­batir la imagen continuista de los grupos dirigentes de la sociedad agraria dispuestos a apoyar las opciones más conservadoras, desde el Antiguo Régimen al caciquismo de la Restauración, pasando por el moderantismo. El esquema se debi­lita si se comprueba que la sociedad del antiguo régimen no era un «con­junto feudal» o «tradicional» sino que a principios del siglo xix estaba dominada por el individualismo agrario con un grupo heterogéneo de propietarios privilegiados donde era marginal el peso de los señoríos. Cuando se produjo la crisis del abso­lutismo, la vieja oligarquía fue sus­tituida por un grupo de hacendados junto con algún comerciante acomo­dado al frente del poder local; rece­losos ante cualquier apertura liberal, dieron pocas muestras de adapta-

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ción cuando llegó el momento del triunfo del liberalismo revoluciona­rio de 1835. Luego, tomarán el rele­vo otros individuos que apenas si tenían tierra a fines del absolutismo, desvinculados, pues, de la vieja oli­garquía, y muy relacionados con el comercio y otros negocios. Accede­rán al poder en los momentos de ruptura política y acabarán forjando fortunas muy significativas. Al rom­per con el orden heredado por medio del liberalismo revoluciona­rio, la sociedad recibió un impulso de movilidad social, renovándose de manera acelerada los rangos de riqueza y del prestigio social.

Clausurada la revolución después de 1843, el núcleo de poder instau­rado por los moderados estaba cla­ramente disociado respecto a la oli­garquía del absolutismo en la medi­da en que sus orígenes y en gran parte su práctica económica se halla­ban en el comercio. El panorama social en la segunda mitad del ocho­cientos nos acerca de nuevo a una mayoría de población desposeída, pero la concentración de la riqueza agraria no era la reproducción del pasado, pues se había producido el rápido ascenso de un pequeño núcleo procedente del comercio mientras tem'a lugar el ocaso de las viejas familias del patriciado. No era, pues, bajo el peso abrumador de las supervivencias del pasado como se desarrolló en la zona la épo­ca del liberalismo.

Es bajo esta perspectiva como debe contemplarse la cambiante poh'tica oligárquica durante la Res­tauración, primero con un hombre de Cánovas, Rebagiiato, hasta que en 1885 el liberal Ruiz Capdepón consolidó en toda la comarca un sólido «cacicato propio» capaz de escapar al mecanismo del tumo y de prolongarse hasta 1923. A primera vista, he aquí una buena prueba para confirmar el fracaso liberal en una zona que por otra parte se dis­tinguía por el peso de la propiedad aristocrática y la tradición carlista. Este caciquismo, sin embargo, fomentaba ciertas formas integrado-ras de opinión y no eludió el pro­tagonismo de personajes con pasado progresista, por ejemplo, en el Sexe­nio revolucionario. Este político canalejista logró igualmente la bene­volencia de la mayoría de los con­servadores, haciendo superfluo el asociacionismo agrario confesional que retrasó más de veinte años su inicio efectivo. Tal integración de la mayoría de los sectores influyentes induce a pensar que el cacicato de Capdepón no era un residuo del pasado sino que reflejaba la fuerza de la movilidad social y la tradición progresista, dice Millán. A largo pla­zo se impuso un entendimiento eli­tista bajo hegemonía liberal porque esa estabilidad oligárquica, burguesa y ajena a la democracia, era para buena parte de esas élites un hori­zonte estable más prometedor que

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una democracia de ciudadanos; era el carácter burgués del liberalismo quien le poma en guardia frente a la democracia.

La renovación que hemos obser­vado en las jerarquías sociales y polí­ticas ¿dejó alguna huella en la ges­tión de la explotación agraria y en las opciones que adoptaban los pro­pietarios? El autor contesta a esta pregunta en la línea habitual de los estudios de historia agraria más recientes, es decir, combatiendo una situación de atraso o inmovilismo y explicando las mejoras que se pro­dujeron dentro de los límites que marcaba la agricultura de la zona. El sur valenciano no podía competir con el ritmo de especialización ni con los rendimientos de las comar­cas del centro o del norte del país valenciano. Aun así, se produjo una intensa renovación en las produccio­nes, aprovechando las ventajas com­parativas que había en el terreno de los arbustos, las fibras y las horta­lizas.

De acuerdo con las intenciones expuestas al inicio del libro de no confiar en una visión «estructuralis-ta» de la historia, el autor expone en uno de los últimos capítulos cua­tro o cinco resúmenes biográficos (desde un gran propietario a un campesino) que muestran diversas trayectorias, tanto en la gestión patrimonial como en las actitudes sociales. Con esto se refuerzan argu­mentos anteriores y se caracterizan

mejor algunos segmentos sociales. Yo destacaría la biografía de un anti­liberal, el comerciante y hacendado M. Sorzano, un bourgeois conquérant que lejos de impulsar la revolución liberal se resistió a ella. No se tra­taba, pues, de una fortuna en decli­ve que buscara el refugio del abso­lutismo sino de un pujante hombre de negocios, comprador en la desa­mortización e innovador en la explo­tación agraria, que necesitaba el apoyo de la religión y del rey para legitimar el capitalismo real y la desi­gualdad social y poh'tica.

El Hbro concluye planteando el papel del liberalismo en la sociedad agraria del siglo XK. Es en estas páginas finales donde la investiga­ción propia deja paso a una discu­sión historiográfica polemizando con las tesis de la persistencia del antiguo régimen o del conservadu­rismo agrario de A. Mayer, B. Moo-re y R. Herr. Millán destaca por el contrario la movilidad social lograda por el liberalismo, el escaso eco de los mecanismos de legitimidad aireados por los carlistas, el drástico declive del poder de la Iglesia y del dominio directo de los señores, extinguido con frecuencia desde muy pronto, etc. Algunas apreciacio­nes como la no identificación directa entre burguesía y liberalismo políti­co o que «las transformaciones sociales que se derivaron del triunfo liberal no instauraron un capitalismo ideal o previsto en un modelo»

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deberían servir para corregir visio­nes muy lineales de un continuismo social en la historia contemporánea. Entonces ¿cómo interpretar el régi­men de la Restauración? No era la ominosa herencia del pasado la que desarrolló un peculiar liberalismo capaz de sustentarse en la herencia progresista y a la vez en las premisas antidemocráticas de la doble sobe-ram'a o de la desmovilización del electorado. Se trataba más bien del resultado de las distintas trayectorias de los grupos que componían la sociedad y del tipo de racionalidad que practicaban.

Ya para concluir cabe señalar que desde que en 1843 Gerschenk-ron publicara Bread and Democracy in Germany argumentando el papel

de las élites terratenientes y de la subordinación de la masa rural en los desenlaces fascistas, una pode­rosa corriente de opinión ha inda­gado en la sociología de las clases agrarias para detectar lo que era desviación o no respecto al modelo de crecimiento agrario francés o inglés. El libro de Jesús Millán, que obliga a lecturas nada precipitadas, no se adentra en estos temas, pero constituye un sólido argumento para debilitar la tesis de la persis­tencia de la sociedad tradicional como explicación principal del sur­gimiento de los movimientos auto­ritarios.

Ricardo ROBLEDO

Universidad de Salamanca

Juan Manuel MATES BARCO: La conquista del agua. Historia económica del abastecimiento urbano, Jaén, Universidad de Jaén, 1999, 542 pp., biblio­grafía, índice.

El abastecimiento de agua a las ciudades es uno de los grandes logros que se ha conseguido resolver con la industrialización. La conquista del agua nos describe cómo ha sido posible ese proceso, desde la Época Antigua hasta la actualidad. En este proceso, la sociedad industrial creó un instrumento, el Sistema de Agua Potable, para poder desarrollar un modelo que permitiera considerar y

evaluar el problema del abasteci­miento a las distintas ciudades.

El libro de Juan Manuel Mates está basado en parte de su tesis doc­toral Las empresas de abastecimiento de agua en España (1840-1970). Una aproximación histórico-económica. En el libro se amplía el estudio a otros países para destacar aspectos relevantes de algunos de ellos sin hacer un estudio detallado de cada

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uno. Así, se analiza en conjunto la evolución durante la industrializa­ción del sistema de abastecimiento de agua potable en países como Francia, Gran Bretaña, España, EE UU y Japón. En realidad, Mates no hace un estudio en paralelo de estos países, sino que va explicando algunas de las transformaciones generales ocurridas en algunos de ellos durante la primera y la segunda revolución industrial. La obra tiene un título sugerente que relata la his­toria llena de vicisitudes del acerca­miento y suministro continuo del agua potable a la vida urbana. El abastecimiento de agua potable a las ciudades ha sido una tarea ardua y compleja por haber tenido que enfrentarse a múltiples problemas técnicos, jurídicos, sociales y econó­micos, así como a la confusión o poca claridad sobre la propiedad de las aguas durante mucho tiempo.

El libro está estructurado en cua­tro partes claramente distintas. En el capítulo primero, introductorio, se detalla el objeto del libro: des­cribir el origen y la evolución del sis­tema de abastecimiento de agua potable a los centros urbanos. Aquí se estudian en detalle los motivos de las transformaciones, los cambios en los distintos factores implicados y los numerosos obstáculos a los que tuvo que enfrentarse en diferentes países de distintos continentes. Todo ello teniendo en cuenta que se trata de la distribución de un

recurso caracterizado por su escasez y por su enorme importancia no sólo económica sino también social. Tal es precisamente lo que hace tan interesante el tema estudiado. Al final de este capítulo se dedican unas páginas a suministrar las fuen­tes y bibliografía utilizada, útiles para un futuro desarrollo de los temas aquí presentados.

El capítulo segundo desarrolla el origen y la evolución del Sistema Clásico de Agua Potable (SCAP), desde la aparición de las primeras ciudades en la Época Antigua hasta el final del Antiguo Régimen. Durante este largo tiempo el pro­blema principal se encontraba en la complejidad de la propiedad de las aguas que dificultaba su mejor apro­vechamiento y distribución. Esta situación no se aclarará hasta el comienzo de la revolución industrial por los cambios que ésta originó, pues el fuerte aumento de la deman­da en todos los sentidos provocó la necesidad de clarificar la propiedad. Hasta aquel momento la inversión en ofrecer servicios de abasteci­miento e innovación había sido mínima por la escasa demanda en siglos anteriores. En el capítulo ter­cero trata de la transición del Sis­tema Clásico (SCAP) al Sistema Moderno (SMAP) como consecuen­cia de las transformaciones ocurri­das durante la primera y segunda revolución industrial. A partir del comienzo de la industrialización

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sucedieron cambios que llevaron a un proceso rápido y continuo de urbanización generador de aumen­tos de la demanda y oferta de bienes y servicios. Finalmente, en el capí­tulo cuarto desarrolla, de una forma muy exhaustiva, dentro ya del Sis­tema Moderno (SMAP), los avances técnicos, nuevos tratamientos y sus efectos en las nuevas construcciones hidráulicas, surgiendo nuevas preo­cupaciones en relación, fundamen­talmente, a la calidad del agua en los abastecimientos. Estos cambios fueron fruto de la nueva demanda, más preocupada por la salud y la higiene, muestra evidente de la modernización de la población.

El tema del libro es novedoso en varios sentidos. En primer lugar, se han escrito pocos trabajos sobre el abastecimiento de agua á las ciuda­des. Hasta este momento no se había hecho un estudio general de la cuestión, tan sólo existían algunos estudios locales, por lo que Mates con su libro hace una aportación relevante a la historia económica. También con este trabajo se preten­de cubrir parte del vacío que existe sobre la historia de las empresas des­tinadas a cubrir los servicios públi­cos y abre, de esta manera, una gran puerta a futuras investigaciones. En segundo lugar, en el libro se han tenido en cuenta varios aspectos: el económico, referido al cambio, cua­litativo y cuantitativo, de la deman­da y de la oferta; el cambio tecno­

lógico, que permitió diseñar e implantar redes de distribución con­tinua de agua potable a presión y con calidad garantizada; y, final­mente, el cambio institucional, que posibilitó la acción combinada de las competencias públicas y de las ini­ciativas privadas. En este sentido, y siguiendo el pensamiento del profe­sor Douglass C. North, es necesaria una organización eficaz en la que se haya creado un marco institucional adecuado y una clara estructura de la propiedad, para poder alcanzar el crecimiento económico. Partiendo de esta idea era absolutamente fun­damental el cambio institucional, pues bajo el Sistema Clásico nos encontrábamos con un marco, típico del Antiguo Régimen, nada apropia­do para el crecimiento y desarrollo económico.

Juan Manuel Mates hace un estu­dio de la evolución del marco jurí­dico y legislativo, junto a un análisis de la evolución de las empresas de abastecimiento que han existido en nuestro país. El Estado hizo algunos esfuerzos, ya entonces insuficientes, para crear y disponer de un marco legal que permitiera una mejor orga­nización del servicio público del agua y un mayor desarrollo. Desde mediados del siglo XDÍ, la normativa sobre competencia municipal y sobre aguas experimentó un consi­derable desarrollo como consecuen­cia del aumento de núcleos de

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población urbana y de la ejecución de nuevos planes de urbanismo.

En esta línea se elaboró una con­siderable legislación sobre construc­ción de obras hidráulicas y se aprobó la primera ley general de aguas —la Ley General de Aguas de 1866—, modificada trece años después con la Ley General de Aguas de 1879. Esta última Ley sobrevivió a las t ransformaciones indus t r ia les ocurridas, en España, desde enton­ces hasta 1985, en que se promulgó la actual Ley de Aguas. Con la legis­lación de 1879, que repetía prácti­camente los contenidos de la de 1866, se determinó la propiedad del agua, pasando a ser ésta de dominio público y, por tanto, para uso públi­co, con la única excepción de las aguas subterráneas extraídas por los particulares, y estableció la prioridad en los usos del recurso acuífero, siendo el del abastecimiento uno de los principales. De esta manera, se había fijado la propiedad de las aguas clarificando las distintas situa­ciones dudosas que existían y crean­do los incentivos necesarios para un mejor aprovechamiento de este valioso recurso. Hasta la Ley de Aguas de 1866 la complejidad de la propiedad del agua había llevado a su mala utilización y a una oferta muy limitada. Este problema se hará acuciante con el aumento de la población y su mayor demanda, lo que a su vez coincidió con el cre­

cimiento de los distintos usos de este recurso.

Es este trabajo igualmente inno­vador, pues analiza las interacciones entre el sector público y el sector privado en el contexto municipal con gran riqueza de matices para la teoría económica. Describe la pugna entre las actuaciones de ambos sec­tores, indicando una evolución cam­biante en las inversiones, que Mates ha calificado como «un proceso de ida y vuelta». En el siglo XK, por la falta de dinero en el Estado, exis­tió una manifiesta preferencia por la gestión privada. A pesar de ello, y con el transcurso del tiempo, dada la escasa inversión privada, el Esta­do tuvo que participar con una polí­tica de inversiones en la construc­ción de obras hidráulicas contando con el ejercicio de las competencias de los distintos municipios interesa­dos. Este proceso se desarrolló des­de finales del siglo XK hasta casi la mitad del siglo xx. Actualmente la tendencia es de «vuelta» a la inver­sión privada.

Por último, el libro es de gran utilidad para aquellas personas inte­resadas en temas de política hidráu­lica, pues en él se recoge desde el lado de la oferta del recurso una ampb'sima bibliografía que permite revisar temas relacionados con los servicios locales en general y con la distribución de aguas en particular, aunque desde el lado de la demanda y de cambios en la legislación se

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echa en falta parte de la actual bibliografía. A pesar de ello, La con­quista del agua tiene el mérito de aportar muchísimos datos sobre las sociedades gestoras de servicios de aguas potables, en las distintas ciu­dades españolas, a lo largo de los siglos XDC y XX. Algunos de ellos se refieren a las cifras de ventas de las sociedades de aguas, las cuales segu­ramente velaron celosamente por ocultar esa información. No obstan­te, quizá al encomiable esfuerzo de recopilación de datos podría haber­

se acompañado su análisis estadís­tico más pormenorizado. Por lo demás, el marco general establecido por Mates permitirá a futuros inves­tigadores acometer estudios más detallados de casos concretos que podrán utilizar los datos suministra­dos en su libro. Un trabajo serio y generoso en sus fuentes, donde el autor demuestra su rigurosa forma­ción investigadora

Beatriz MERA GONZÁLEZ

Universidad San Pablo CEU

Javier ORTIZ BATALLA: LOS bancos centrales en América Latina. Sus antecedentes históricos, Buenos Aires, Editorial SudamericanaAJniversidad de San Andrés, 1998, 207 pp., bibliografía e índice de gráficos.

Este libro analiza la experiencia de los bancos centrales ortodoxos de América Latina durante las décadas del veinte y del treinta. Es la tesis preparada por el autor para obtener el título de Doctor en Economía en la Universidad de California-Los Angeles. En cuatro breves capítulos examina cómo se fundaron estos bancos, su reacción ante la Gran Depresión, y las causas por las cua­les gradualmente se convirtieron en instituciones subordinadas a las necesidades financieras y presu­puestarias del Poder Ejecutivo.

El capítulo inicial explica la crea­ción de estos bancos centrales en el

marco de profundas reformas ban-carias y monetarias en diversos paí­ses de América Latina, de su retorno al régimen del patrón oro y como resultado del asesoramiento a los países andinos de Edwin Kemmerer, un «gurú financiero» estadouniden­se vinculado con Wall Street y el Departamento de Estado, durante los años veinte. El segundo está focalizado en los años finales de la década del treinta. Trata la indepen­dencia de los bancos centrales del poder político, sus poh'ticas mone­tarias y la relación con la estabilidad de los precios, sus esfuerzos para responder mejor a los desafíos de

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la Gran Depresión, y cómo al mismo tiempo muchos de ellos trataron de mantener su independencia y de centralizar todas las decisiones de política monetaria. Los dos últimos capítulos, el tercero y el cuarto, se centran en dos casos del Cono Sur hasta la Segunda Guerra Mundial. El primero trata la experiencia chi­lena con un banco central ortodoxo creado en 1926 por recomendación de una misión encabezada por Kem-merer. El segundo se refiere al ban­co central argentino creado en 1935. Evalúa en especial sus «políticas de esterilización monetaria en gran escala» y su influencia sobre la evo­lución de la legislación latinoameri­cana pertinente hacia una mayor intervención estatal en la economía.

Según Ortiz Batalla los bancos centrales creados en América Latina durante los años veinte eran parte de una profunda reforma que bus­caba el retorno de estos países al régimen del patrón oro. También sostiene que, aunque con ciertas reservas, al estallar la Gran Depre­sión casi todos abandonaron el patrón oro y los criterios ortodoxos que habían regido estas entidades. Con relación a ello, subraya que si bien las autoridades percibían los beneficios a largo plazo de la esta­bilidad, durante la convulsionada década del treinta ganaron prioridad otros objetivos de corto plazo como la búsqueda de la estabilidad inter­na, el financiamiento de proyectos

de desarrollo, y el salvataje de sis­temas bancarios en crisis. Su con­clusión es que los gobiernos latino­americanos posteriores malinterpre-taron las políticas intervencionistas de los años treinta y se equivocaron al intentar repetirlas en la segunda posguerra.

El primer capítulo ofrece una útil aproximación a los años veinte. Pero no explícita que los países latino­americanos se adhirieron al patrón oro para mejorar sus condiciones de acceso a los préstamos externos y que la comunidad financiera inter­nacional aprobara sus políticas eco­nómicas (M. Bordo y H. Rockoff, «The Gold Standard as a Good Housekeeping Seal of Approval», Joumal of Economic History, 56, 2, 1996). El análisis del ingreso de estos países al patrón oro, su aban­dono durante la Primera Guerra Mundial y su retorno al mismo a fines de los años veinte no incluye las coyunturas que explican estos vaivenes y los principales problemas de su funcionamiento: la rigidez del sistema, la dependencia de la oferta monetaria de las entradas y salidas de oro, y la consecuente vulnerabi­lidad de estos países frente a los ciclos generados por factores exter­nos.

Los capítulos tercero y cuarto examinan la trayectoria inicial de los bancos centrales de Chile y la Argentina hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Al estu-

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diar el caso chileno bosqueja la pri­mitiva historia monetaria del país y traza más detalladamente la de su banco central durante el período 1926-1938. Alh se pueden ver los comienzos de un banco ortodoxo creado por recomendación de Kem-merer, sus vicisitudes durante la Gran Depresión y el período 1933-1938, cuando se inclinó a atender demandas crediticias del sector privado que tuvieron serias consecuencias inflacionarias. Quizás aquí faltaría ahondar en los alcances y beneficiarios de esta política, así como en el sustento técnico e ideo­lógico de la reorientación de la poh'-tica del banco central durante los años treinta.

El último capítulo de la obra estudia la creación del banco central en la Argentina como parte de la heterodoxa política económica intervencionista aplicada en el país desde 1933 a instancias de figuras como Raúl Prebisch en el banco central y Federico Pinedo en la car­tera de Hacienda. En este caso falta resumir con mayor claridad el cono­cido contexto de la época y explicar mejor las razones y el alcance del lúcido pragmatismo de ambos fun­cionarios, apoyándose para ello en los clásicos e insoslayables aportes de Prados Arrarte {El control de

cambios, Buenos Aires, Ed. Sudame­ricana, 1944), Beveraggi Allende (El servicio del capital extranjero y el con­trol de cambios, México, FCE, 1954) y en el más reciente de González y Pollock («Del ortodoxo al conser­vador ilustrado: Raúl Prebisch en la Argentina, 1923-1943», Desarrollo Económico, 30, 1991, 120). Por últi­mo, en las Conclusiones Ortiz no pormenoriza el grado de influencia concreta de la experiencia argentina sobre la evolución posterior de los demás bancos centrales latinoame­ricanos y cómo y por qué ésta «fue malamente interpretada por otros políticos de América Latina» (p. 182).

En conclusión, la obra de Ortiz es importante porque aborda la his­toria inicial de entidades públicas clave que en décadas posteriores tuvieron un controvertido funciona­miento. Sin embargo, queda la sen­sación de que sus valiosos méritos y aportes a la historia económica de América Latina hubiesen sido mayo­res con un poco más de investiga­ción y una cuidadosa revisión final.

Raúl GARCÍA HERAS

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas

y Universidad de Buenos Aires (UBA)

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Fernando GUIRAO: Spain and the Reconstruction of Western Europe, 1943-1957. Challenge and Response, Macmillan in Association with St. Antony's College, 1998.

El libro reseñado deja de entrada algo perplejo al lector, puesto que el autor comienza advirtiendo que la obra no es ni una historia del régi­men de Franco, ni de la economía española, ni de las relaciones comer­ciales y exteriores durante el período de 1945-1957. Pese a ello, después de haberlo leído, queda la impresión que el libro es sobre todo un estudio sobre las relaciones económicas internacionales del franquismo, cen­trado en la segunda mitad de los años cuarenta.

El origen del trabajo se encuen­tra en la tesis doctoral del autor, dirigida por Richard Griffiths y pre­sentada en el Departamento de Historia y Civilización del Instituto Universitario Europeo de Floren­cia. En el activo del libro sobresalen tres aspectos. Primero, un concien­zudo trabajo de archivo. Segundo, un estudio minucioso de las vías por las que se establecieron las relacio­nes económicas con los Estados europeos. Tercero, una voluntad de irmovar terciando en el debate sobre el margen de maniobra de la política económica del franquismo.

En el primer aspecto, cabe des­tacar que el autor no sólo ha hur­gado intensamente en varios de los archivos españoles relevantes (Asun­

tos Exteriores, Banco de España, lEME, Agricultura) sino que ha prestado también importancia capi­tal a las fuentes exteriores (especial­mente Public Record Office, Foreign Office y varios archivos diplomáticos de países europeos y de los Estados Unidos).

Respecto al objeto de estudio, debe reconocérsele al autor la valen­tía de escoger un período en que las relaciones exteriores de la economía española son poco transparentes debido a la maraña de mecanismos interventores: control de cambios, multiplicidad de tipos de cambio, bilateralismo, compensación, cuen­tas combinadas, licencias de impor­tación, cuotas obligatorias de expor­tación, acuerdos de dearing, etc.

Por último, aunque su tesis no quede siempre clara, el autor mani­fiesta una voluntad poco frecuente de reivindicar el trabajo llevado a cabo por la administración franquis­ta, en la que no encuentra ningún resquicio proautárquico a partir de 1945. Así el programa de importa­ciones a realizar, de haberse apro­bado la ayuda del Plan Marshall para España, quedaba «outside any ideological commiíment toward autarchy» (p. 84). El rechazo de la devaluación en 1947 y la apuesta

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para estimular el comercio exterior por artilugios como compensación, cuentas combinadas, subsidios y cuotas de exportación, es evaluado como esencialmente correcto: «The system (adopted in several other European countries at the time) has been criticized by most authors. In my opinión, the system itself was essentially sound; it was only the conditions of the domestic market which made it a caricature of itself» (p. 97). El reforzamiento de los con­troles de importación y el estable­cimiento del tipo de cambio múlti­ple en 1948 se derivarían sobre todo de la escasez de medios internacio­nales de pago: «The need to con­serve exchange acted as a greater incentive to direct licensing, control of foreign exhange transactions, and progressive devaluation of the pese­ta through a system of múltiple exchange rates (rather than official straight devaluation), than any policy of economic self-sufficiency» (p. 172). Cuando el autor defiende que no existió discriminación hacia las exportaciones agrarias españolas por parte de los Estados europeos, llega a apuntar que la administra­ción franquista actuó con maestría: «Considering the narrow margins within which the policy was applied, Franco's foreign economic adminis-tration was masterful in adjusting to new political and economic variables during that period» (p. 186).

La exclusión de España del Plan Marshall desempeña un papel cen­tral en el trabajo de Guirao. El autor defiende que las dos sucesivas ver­siones de asignación de los hipoté­ticos fondos del European Recovery Programme, que preparó el Minis­terio de Industria y Comercio en 1947, indican que la administración española apostaba por un ambicioso intento de modernización con cargo a los fondos estadounidenses (capí­tulo 4). La exclusión del ERP habría conllevado la introducción de acuer­dos de compensación y cuentas combinadas (agosto de 1947) y del sistema de tipos de cambio múlti­ples (diciembre de 1948), debido a la falta de fondos para completar la escasez de medios de pago. El rechazo de la devaluación en 1947 se argumenta en base a que, sin ayu­da exterior, tal medida a corto plazo habría exacerbado los estrangula-mientos derivados de la falta de importaciones (p. 99).

La alternativa fue seguir con el intervencionismo en el comercio exterior. España entonces exploró, sin suerte, la concesión de ayuda directa por parte de los Estados Unidos. La falta de éxito en lograr financiación exterior, habría impedi­do que el giro de poh'tica económica que experimentó el franquismo en 1959 se hubiera producido más de un decenio antes: «Had the westem Allies displayed a less ideological attitude and had Spain received

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ERP financial support, regardless of Franco's political regime, its econo-mic retardation might have been overeóme sooner, making possible in 1948 what the most famous Sta-bilization Plan made possible a decade later» (p. 126).

Difícilmente puede negarse que si España hubiese sido incluida en el Plan Marhaíl, la recuperación se hubiera dado con mayor rapidez: el problema básico de la posguerra fue de falta de materias primas, inputs intermedios y energía y, al aumentar la capacidad de importación de dichos bienes, hubieran mejorado las producciones agraria e industrial y las exportaciones. Pero para con­cluir que las decisiones de la admi­nistración económica española fue­ron las únicas o mejores posibles o que la estabilización no vino mucho antes por falta de ayuda exterior, hacen falta evidencias más sólidas que las que presenta Guirao.

El programa de gastos de la hipo­tética ayuda Marshall más que refle­jar un ideal impulso modernizador, parece responder a las prioridades de los ganadores de la guerra civil, manifestadas en la creación de nue­vos entes institucionales como el INI y la RENFE. Así, mientras al transporte por ferrocarril se asigna­ba el 29 por 100 de las importacio­nes inicialmente estimadas con car­go a los fondos Marshall, para el transporte por carretera se disponía sólo del 5 por 100 de las mismas.

En cuanto a los sectores industria­les, sobresalían las importaciones para el sector eléctrico (que pasó a constituir una prioridad en la inver­sión del INI a partir de la genera­lización de las restricciones eléctri­cas en 1944) y de productos petro­líferos (ramo que había centrado el interés del INI desde sus orígenes, con la creación de la E. N. Calvo Sotelo).

También cabe objetar que los controles de precios y la asignación centralizada de recursos a que estu­vo sometida la econonu'a española durante los años cuarenta, más que contribuir a disminuir los estrangu-lamientos físicos, tendieron a agu­dizar su impacto. La existencia de mercados negros en los que los inputs se pagaban al doble y el triple de sus precios de tasa, provocaba importantes distorsiones en la asig­nación de recursos que contribuían a retrasar la recuperación tanto de la producción como de las exporta­ciones. Dichos controles fueron ele­gidos libremente por la administra­ción del franquismo y su desapari­ción podía estar perfectamente des­ligada de la ayuda exterior. De hecho, algunos (como el raciona­miento) desaparecieron a principios de los años cincuenta aunque otros, impulsados por entes como la Dele­gación Oficial del Estado en la Industria Siderúrgica, subsistieron hasta la estabilización.

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En el caso del sector exterior, los economistas hemos insistido en la devaluación como alternativa a los controles. De hecho, la introducción de tipos de cambio múltiples en 1948 (aunque fuese una devalua­ción de hecho) comportó seguir huyendo de los mecanismos trans­parentes y crear nuevas categorías de beneficiados por el régimen, los que conseguían cambios más favo­rables. ¿Por qué se prefirió los tipos múltiples a la devaluación pura de un tipo único y se siguió con una ficción de paridad teórica comple­tamente alejada de la realidad? Seguramente por voluntad política del propio Franco, que asociaba la caída de la Dictadura de Primo con la debacle de la peseta. Pero una administración que aceptó los tipos múltiples y que mantuvo la peseta significativamente sobrevalorada hasta 1959 no puede mantenerse que siguiera la mejor ni, incluso, la única de las políticas posibles.

Guirao simpatiza con la idea de rechazar la devaluación porque no era factible un gran aumento de las exportaciones en los cincuenta dado que España no sufrió discriminación en las exportaciones agrarias y no estaba en condiciones de exportar grandes cantidades de productos industriales debido a la estructura de su comercio exterior. La expe­riencia de la Primera Guerra Mun­dial y la de los años sesenta sugiere que, cuando los precios fueron lo

suficientemente favorables, la eco­nomía española pasó a ser exporta­dora de productos industriales. Con una divisa no sobrevalorada y con menos distorsiones en la fijación de precios y la concesión de licencias de importación, España hubiese podido aumentar notablemente sus exportaciones industriales, además de haber recuperado algunas de sus cuotas prebélicas en el mercado mundial de productos primarios.

Si la adopción del paquete de medidas de ajuste y reforma estruc­tural que conocemos como plan de estabilización se pospuso hasta 1959 fue, antes que nada, responsabilidad de la administración española. Todavía en 1958 en la Asamblea de la Junta Central Económica del Ser­vicio Comercial de la Industria Tex­til Algodonera se pugnaba por obte­ner la libre importación de algodón para los industriales del ramo. Los fabricantes subrayaron que entre los clientes de los Estados Unidos, los únicos tres países que todavía importaban algodón directamente a través del Estado eran España, Corea y Formosa. Uno de los ponentes de la misma asamblea inquiría cómo se podía mantener el sector textil con un sistema que con­denaba al industrial «a vivir al mar­gen de su más importante decisión como empresa: la compra de mate­ria prima».

Si finalmente se impuso el giro estabilizador fue por la confluencia

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de tres factores históricos que no estaban presentes en los años cua­renta: la preparación técnica y los contactos de Joan Sarda con el FMI; el inmediato precedente estabiliza­dor en Francia, y el drenaje de reser­vas acontecido durante los dos años anteriores a julio de 1959, que pare­cía poder poner fin a la moderada prosperidad alcanzada durante el segundo decenio de posguerra. Diversos testimonios significativos apuntan que fue la amenaza del retomo al gasógeno, lo que hizo ven­cer la reticencia de Franco hacia el programa diseñado por Sarda. De los mismos se deduce la importancia del general en la toma de decisiones

económicas, que el doctor Guirao tiende a minusvalorar.

Guirao es un investigador dedica­do y seguramente estará en condicio­nes de contestar a las anteriores obje­ciones. Su trabajo tiene la virtud de despertar controversia entre los estu­diosos del período. Su dominio de la lengua inglesa conllevará un apre-ciable eco de su trabajo entre los his­toriadores diplomáticos y de las rela­ciones económicas internacionales. Debe recomendarse la lectura del libro a los especialistas en la política económica exterior del franquismo.

Jordi CATALÁN

Universidad de Barcelona

Philippe AGHION y Peter Howm: Endogenous Crowth Theory, Cambridge (MA), MIT Press, 1997, 694 pp., contiene índices y bibliografía, 6.700 pesetas.

Desde mediados de la década de los ochenta, la teoría macroeconó-mica ha sufrido ima profunda trans­formación que ha acarreado un ver­dadero cambio de paradigma. Pri­mero fue la llamada «nueva» teoría del comercio internacional la que trastocó los cimientos en los que se basaba la interpretación de la eco­nomía internacional y poco después fue la «nueva» teoría del crecimien­to, también conocida como teoría del crecimiento endógeno, la que

alteró la visión que los economistas tenían sobre el crecimiento econó­mico. Este magm'fico volumen de Philippe Aghion y Peter Howitt es un heredero directo de esas dos corrientes renovadoras de la teoría económica.

El libro consta de 14 capítulos, que dan un repaso exhaustivo a los principales temas sobre los que la teoría endógena del crecimiento tie­ne algo que decir. Entre otros, las fuentes del crecimiento, el creci-

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miento sostenido, las causas de la innovación, la relación recíproca entre crecimiento y desigualdad, comercio internacional y crecimien­to, la organización de la innovación, los efectos de la educación, los ciclos económicos y la estructura del mer­cado y la innovación. Aunque se ha publicado bajo la apariencia de un manual (cada capítulo contiene un resumen de los puntos más impor­tantes y una serie de problemas para resolver), esta obra representa un notable avance en el camino de la teoría del crecimiento endógeno porque no sólo condensa y analiza de forma magistral los conocimien­tos que se habían acumulado hasta este momento sino que también es capaz de señalar las direcciones de la futura investigación. Asimismo, hay que destacar que los autores han hecho un enorme esfuerzo para sim­plificar y exponer de forma clara y concisa una serie de teorías y mode­los matemáticos sumamente com­plejos e integrar las nuevas propues­tas de la teoría endógena con las teorías anteriores, en particular con el modelo neoclásico de crecimien­to. El volumen no sólo es importan­te para todos aquellos economistas interesados en el análisis teórico, sino también constituye una notable fuente de nuevas ideas y sugerencias para los historiadores económicos. Por ello, a lo largo de los siguientes párrafos, más que desgranar en detalle todas las aportaciones que

contiene el libro, voy a tratar de resumir algunos de los resultados relevantes para la historia económi­ca. En otras palabras, esta reseña no va a ser exhaustiva de los contenidos del texto y sólo va tratar de invitar al lector a un acercamiento más detallado al Übro.

La formulación principal de la teoría del crecimiento, el conocido modelo de Solow-Swan, tiene un limitado interés para la gran mayoría de los historiadores económicos. En este modelo, el crecimiento a largo plazo se encuentra sujeto a la ine­xorable ley de los rendimientos decrecientes y la innovación tecno­lógica es exógena. En otras palabras, la innovación —y por tanto el cre­cimiento a largo plazo— no pueden predecirse ni explicarse a partir de la teoría. Sin embargo, durante las últimas décadas, la teoría de creci­miento ha evolucionado para tratar de comprender y explicar no sólo la acumulación de factores de produc­ción sino también los mismos pro­cesos de innovación. Dentro de esta nueva corriente se incluye este manual. Más concretamente, este volumen se inscribe dentro de la lla­mada escuela Neo-Schumpeteriana que tiene últimamente gran predi­camento en las más importantes revistas internacionales de econo­mía.

La escuela Neo-Schumpeteriana sostiene que el crecimiento econó­mico envuelve una interacción entre

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la tecnología y las diversas caracte­rísticas de la economía y la sociedad. Más concretamente postulan —si­guiendo directamente a Josef Schumpeter— que el crecimiento económico es básicamente resultado de un proceso de «destrucción crea­tiva» en que los empresarios están constantemente buscando nuevas ideas que conviertan en obsoletas las de sus rivales. También defien­den que la innovación es una acti­vidad económica particular con sus propias causas y efectos. En resu­men, estos economistas pretenden analizar cómo las organizaciones, las instituciones, la estructura del mer­cado, el comercio internacional, la política del Estado y el marco legal afectan a los agentes económicos cuanto éstos se deciden a innovar.

El primer resultado relevante de estos modelos para el historiador económico concierne al llamado cre­cimiento sostenido. En el modelo Neoclásico no se puede suponer la existencia de crecimiento sostenido a largo plazo ya que la innovación es exógena, y por tanto impredeci-ble, mientras que la acumulación de factores de producción se encuentra sujeta a la inexorable ley de los ren­dimientos decrecientes. En otras palabras, cualquier incremento del tamaño de la población conducirá a un descenso de la cantidad de recur­sos per cápita. Por el contrario, la teoría endógena parte del supuesto de la existencia de rendimientos cre­

cientes. Es decir, los incrementos de población pueden acarrear incre­mentos más que proporcionales de los recursos disponibles por habitan­te. Indudablemente, la utilización de argumentos de este tipo podría cambiar de manera radical nuestra visión sobre las sociedades prein-dustriales. En concreto, George Grantham ha utilizado recientemen­te los argumentos de esta teoría para criticar la interpretación maltusiana de la economía del Antiguo Régi­men. Así, según este historiador canadiense, el crecimiento de la población no conducía de manera necesaria a crisis de subsistencias, y a un descenso del nivel de vida, sino que podía redundar en el incremen­to de la productividad de la tierra como resultado del aumento de la especialización y de un uso más intensivo de la fuerza de trabajo.

Un campo muy fecundo de la nueva teoría, en la que entronca directamente con la «nueva» econo­mía internacional, concierne a la interpretación de las relaciones entre comercio y crecimiento. Al contrario de lo que piensan algunos historiadores económicos, los nue­vos modelos no implican una defen­sa de las medidas proteccionistas. Bien al contrario, la nueva teoría concluye que la apertura al comercio es beneficiosa mientras que la autar­quía es dañina para el crecimiento porque el incremento del tamaño

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del mercado permite la obtención de economías de escala.

Finalmente, otro de los resulta­dos de los modelos Neo-Schumpe-terianos que podría interesar al his­toriador económico es aquel que postula una relación directa entre la tasa de inversión, el nivel de capi­tal humano, la presión fiscal y la tasa de innovación. En concreto, N. F. R. Crafts ya ha utilizado estos argumentos para explicar por qué Gran Bretaña se industrializó antes que Francia. Aunque no es obvio que considerando sólo estas tres variables, junto a las clásicas acu­

mulación de capital y aumento de la fuerza de trabajo, se pueda res­ponder completamente a la pregun­ta, sí que parece que Gran Bretaña disfrutaba de menores tipos de inte­rés, de menos impuestos y más capi­tal humano que Francia y que, como predicen los modelos Neo-Schumpeterianos, a consecuencia de ello tuvo una tasa de innovación mayor.

Joan R. ROSES

Universidad Carlos III de Madrid

Alan D. DYE: Cuban Sugar in the Age of Mass Production. Technology and the Economics of Sugar Central, 1899-1929, Stanford, California, Stanford University Press, 1998, 343 pp., índice de contenidos, figuras y tablas y onomástico, apéndices, bibliografía, cuadros, gráficos e ilustraciones.

La industria azucarera cubana es una de las actividades económicas mejor estudiadas de América Lati­na; además, ha gozado y goza del interés de muy buenos investigado­res. Por citar algunos autores, M. Moreno, L. W. Bergad, R. T. Ely, A. García Álvarez, R. Guerra, J. Pérez de la Riva u O. Zanetti han escrito trabajos sobre el tema que en pocos años se han convertido en obras clásicas del conocimiento his­tórico, no sólo cubano, sino latino­americano en general. El Ingenio, de Moreno; Cuando reinaba su Majestad

el Azúcar, de Ely, o United Fruit Co.: un caso de dominio imperialista en Cuba, de Zanetti y García Álvarez, son libros que gozan de esa consi­deración. El de A. D. Dye, sin duda, figurará en breve entre esa selecta historiografía.

A pesar de las muchas y buenas obras con que cuenta el tema, el estudio de la industria azucarera cubana presenta aún importantes lagunas de conocimiento. Hay cier­tos problemas y períodos sobre los que apenas sabemos nada, y posi­bilidades de análisis que no han sido

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exploradas. El libro de Dye cubre un vacío en todos esos sentidos: aborda en uno de dichos períodos —las primeras décadas del si­glo XDC— aspectos poco conocidos —la historia empresarial y de la tec­nología— apHcando técnicas econo-métricas y con una perspectiva com­parada, métodos bastante inusuales en la historiografía acerca del sector.

Dice Dye que la cubana, entre las industrias tecnológicamente más avanzadas del mundo en la produc­ción de azúcar, fue la única que se modernizó en las décadas finales del siglo XDC rompiendo la tradicional integración vertical de ese sector y dejando la oferta de caña en manos de agricultores más o menos inde­pendientes llamados colonos. Ade­más, y hablando también en térmi­nos comparados, fue la que desarro­lló fábricas (centrales) más grandes, las cuales se dotaron de vastas extensiones de tierra y líneas de ferrocarril privado para el servio de sus cañaverales.

Otra característica de las centra­les insulares fue su desigual desarro­llo tecnológico-organizativo en el espacio y el tiempo. Tradicional-mente se localizaron en la mitad occidental de la isla, debido funda­mentalmente a que la oriental per­maneció aislada, prácticamente inexplotada y poco poblada hasta el inicio del siglo xx. Esa situación cambió tras la independencia y la industria azucarera se extendió

entonces hacia el este del país. Allí se construyeron las fábricas más grandes y modernas y, por ende, dotadas de mayores latifundios y kilómetros de vía. Además, fue en dicha zona donde se concentraron las inversiones extranjeras y, sobre todo, norteamericanas.

Las diferencias entre las centrales cubanas y otras en el mundo se deben a que éstas se modernizaron optimizando el uso de los recursos disponibles. El más abundante y barato en el país es la tierra y, por ende, la caña, cuyo cultivo, además, goza allí de varias ventajas frente a los competidores. La isla posee una extensión de terreno idóneo para su siembra única en el planeta, su maduración desde el momento en que es plantada dura sólo doce a quince meses —lo normal en otros lugares es de dieciocho a veinte—, y tras el primer corte rebrotan reto­ños durante cinco ó seis años con calidad suficiente para ser explota­dos. Con el fin de aprovechar esos recursos se dotó a las fábricas de técnicas de producción a gran esca­la, cuya rentabilización —explica el autor— al ser la elaboración de dul­ce una tecnología de proceso con­tinuo, fue esencialmente un proble­ma organizativo, consistente en la necesidad de coordinar perfecta­mente todas las latitudes de la cade­na de fabricación, agraria e indus­trial, y evitar estrangulamientos oca­sionados por un desigual desarrollo

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de una de esas partes respecto a las demás. Por eso, Dye señala que fue habitual que los ingenios recién construidos subutilizasen su capaci­dad durante unos años, hasta lograr esa coordinación.

La complejidad del proceso de producción y organización de la industria azucarera aumentó en el caso cubano por el hecho de tener que hacer frente al problema aña­dido de operar con la oferta de caña descentralizada, sujeta normalmente a acuerdos contractuales, fenómeno que se explica por la escasez y cares­tía relativa de la mano de obra en la isla. Impedir que los colonos fija­sen el precio de materia prima y obligarles a asegurar su suministro en la cantidad y plazo necesarios para no provocar estrangulamientos en otras partes de la cadena de ela­boración del dulce explica que se dotase a éstos de extensas áreas de terreno y kilómetros de ferrocarril, con el fin de conseguir ese control sobre la agricultura a través de la propiedad de la tierra y de los medios de transporte; es decir, pro­curando establecer condiciones de monopsonio.

Una descripción sucinta del com­plejo entramado agroindustrial azu­carero cubano es imprescindible para valorar la obra Dye, ya que el autor es capaz de analizar en ella todos los elementos de ese entrama­do, usando métodos econométricos para medir la incidencia precisa de

cada uno de los factores de produc­ción, de las innovaciones técnico-or­ganizativas, incluso de las decisiones de inversión. Así, el autor calcula con exactitud no sólo cuáles fueron los beneficios de producir a escala, sino también de la citada optimiza-ción de la capacidad de fabricación tras unos años infrautilizándola.

La obra de Dye, además, es igual de refinada teórica que metodoló­gicamente. Básicamente el autor contrasta sus evidencias sobre la organización y los cambios tecnoló­gicos en la industria azucarera insu­lar con la tesis de A. D. Chandler, W. E. G. Salter y P. David para explicar la racionalidad de la refe­rida descentralización vertical de un sector que, al mismo tiempo, se con­centraba horizontalmente, si dichos cambios respondieron al modelo vintage capital, o cuál fue el peso de los factores institucionales en su modernización. Por otra parte, con el fin de determinar la importancia y especificidad de los problemas que aborda, examina la historiografía existente, las posibles teorías aplica­bles a su caso y, lo que es más rele­vante, sus diferencias y semejanzas respecto al de otros grandes produc­tores azucareros internacionales, observando la presencia en ellos de esos mismos problemas y, sobre todo, la manera que tuvieron de afrontarlos. Especialmente intere­sante es la comparación con Austra­lia, lugar donde las condiciones

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materiales a las que tuvo que enfrentarse la producción de dulce podrían haber provocado soluciones similares a las cubanas, pero que finalmente fueron muy distintas debido a causas de índole institu­cional.

Dye divide el libro en tres gran­des partes, aunque explícitamente consta de nueve apartados. En la primera presenta el citado análisis historiográfico. En la segunda, que en realidad es el cuerpo de la obra, examina las tecnologías de produc­ción en masa aplicadas al sector azu­carero, los problemas de coordina­ción para realizar las economías de escala inherentes a tales tecnologías, los mencionados costes de ajuste que, como consecuencia, conllevó la expansión de la capacidad de fabri­cación de los centrales, y los impe­dimentos para dicha expansión. Además, investiga la diversidad regional de la industria y de las inversiones, producto de la también referida expansión tardía del cultivo de la caña a las provincias orientales del país, de la instalación aUí de los ingenios más grandes y modernos y de la concentración en esa zona de casi todo el capital extranjero colo­cado en el negocio. Es muy intere­sante el estudio de la correlación de esos factores para precisar si hubo una conexión directa entre la mayor rentabilidad de las fábricas y la pro­cedencia de las inversiones o más bien si se trató de una coincidencia

determinada por el tiempo en que se realizaron y las mejores condicio­nes de la mitad este de Cuba para la producción de dulce, tesis por la que se decanta el autor tras sopesar todas las evidencias.

La segunda parte de Cuban Sugar in the Age of Mass Production con­cluye con un estudio sobre la elec­ción de las técnicas y la moderni­zación del sector azucarero, lo que deja paso a una conclusión en la que, además de sintetizar los resul­tados de su estudio, el autor con­trasta sus tesis sobre el colonato con las mantenidas por el historiador cubano R. Guerra en Azúcar y pobla­ción en las Antillas (La Habana, 1927). Desde nuestro punto de vista tal ejercicio no debería tener la importancia que se le confiere en la obra, pues si bien es cierto que la investigación del primero refuta casi todos los argumentos del segundo, dichos argumentos y el anáHsis que los sustenta no tienen parangón his-toriográficamente hablando con los de Dye, pues aquella obra tuvo en su momento un objetivo más poÜ-tico que científico.

El contraste de sus tesis con las de Guerra, junto con el estudio his­toriográfico inicial, algo escaso, aun­que suficiente para los objetivos del análisis, y la pretensión explícita del autor en un subapartado de extra­polar su modelo de análisis a las condiciones posteriores a la Primera Guerra Mundial son las partes más

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débiles de la obra. Se puede decir que el análisis de Dye describe con suma precisión el funcionamiento, la organización y los cambios tecnoló­gicos en la industria azucarera cuba­na hasta el inicio de dicha guerra, incluso que podría extrapolarse a las décadas finales del siglo XK, pero el conflicto y los acontecimientos de la posguerra alteraron sensiblemente las condiciones del mercado y tal extrapolación no puede hacerse sin aplicar correcciones en los modelos de análisis. Por ejemplo, durante la contienda las decisiones de inver­sión estuvieron más determinadas por la necesidad de expandir la ofer­ta debido al fuerte crecimiento de la demanda y a los altos precios pagados por el dulce, que por los criterios de eficiencia examinados en Cuban Sugar in the Age of Mass Production. Por otro lado, las cen­trales comenzaron a preocuparse por economizar costes variables y empezaron a intensificar el uso de los recursos productivos, reducien­do el período de la molienda (en Cuba la zafra azucarera dura sólo

unos meses, coincidiendo con la estación seca de año), incluso hay evidencias que indican que en la década de 1920 las fábricas de tama­ño medio ganaron más en rentabi­lidad que las grandes, mostrando una mayor capacidad de adaptación a las nuevas condiciones de un mer­cado cuyas reglas de juego se fueron apartando progresivamente de la libre concurrencia.

Con sus limitaciones, que no son ni más ni menos que las que tienen otras grandes obras, reiteramos que la obra de Dye destaca por su ori­ginalidad, el interés de los proble­mas que aborda, la rigurosidad y el refinamiento de su análisis y la importancia de sus conclusiones para el conocimiento tanto histórico como económico. Razones que, en nuestra opinión, harán de ella un clásico, en muy poco tiempo, de ambas disciplinas.

Antonio SANTAMARÍA GARCÍA

Consejo Superior de Investigaciones Científicas

T. R. GouRViSH y N. TiRATSOO (eds.): Missionaries and managers: American influences on European management education, 1945-1960, Manches-ter-New York, Manchester University Press, 1998, USD 69.95.

En el cuarto de siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial —pe­ríodo que algunos han llamado edad

de oro del capitalismo industrial— Europa occidental experimentó un crecimiento sin precedentes. Los

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Estados Unidos tuvieron mucho que ver con la feliz recuperación de sus aliados en el Viejo Continente, ya que a través del Plan Marshall —el programa de ayuda económica internacional más eficaz hasta el momento— facilitaron la recons­trucción y modernización de sus economías en un plazo muy breve. La ayuda americana se tradujo, en esencia, en una aceleración del pro­ceso de transferencia tecnológica que se había iniciado en los años veinte, y en una vinculación aún más estrecha de las economías europeas a la americana: en la «americaniza­ción» de Europa. Pero la incorpo­ración masiva de innovaciones téc­nicas y organizativas estadouniden­ses a los diversos sistemas industria­les europeos no fue tan sencilla como su crecimiento pudiera hacer pensar. Desde hace al menos vein­ticinco años —cuando las econo­mías capitalistas, arrastradas por la crisis energética, dejaron de reful­gir— admiradores y detractores de la primera potencia económica mun­dial han tratado de evaluar el impac­to real de la americanización. El resultado, hasta el momento, ha sido una bibliografía abundante, con autores tan significados como Char­les Maier, uno de los pioneros en el tema, pero más rica en impresio­nes que en cuantificaciones. La con­solidación, en este fin de siglo, del Hderazgo poh'tico y económico de los Estados Unidos ha vuelto a ins­

pirar estudios nuevos y más espe­cíficos sobre el tema, de los que pue­den servir como botones de muestra el libro de Mathias Kipping y Ove Bjarvar (1998), Americanisation of Europea» Business, algunos proyec­tos europeos en curso, o la multi­tudinaria sesión sobre «americaniza­ción» prevista para el próximo con­greso de la Asociación Internacional de Historia Económica en Buenos Aires.

Missionaries and managers es el primer resultado editorial de un pro­yecto europeo que entre 1995 y 1998, y bajo la dirección de Vera Zamagi, ha abordado uno de los aspectos más relevantes —y difíciles de aprehender— de esa transferen­cia masiva de conocimientos que tuvo lugar tras la contienda mundial: la educación formal de los empre­sarios y directivos europeos. Fue éste, en efecto, uno de los temas que más interés y recursos de los respon­sables de la Ayuda Americana absor­bería hasta su extinción en los años sesenta. Para que las economías europeas recuperaran el pulso —ra­zonaban desde los Estados Unidos técnicos e ideólogos— era impres­cindible incrementar la productivi­dad de sus industrias, y para esto se necesitaba el concurso de empre­sarios y trabajadores. En el clima de conflictividad laboral potencial de Europa, el papel de los primeros devenía esencial, y para ellos preci­samente habían surgido desde fina-

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les de siglo las escuelas de negocios. Pero la única dificultad para difun­dir sistemas más productivos en el Viejo Mundo no era la resistencia obrera. Ya en los años diez y veinte, los apóstoles de la organización científica del trabajo y otras técnicas más o menos depuradas para racio­nalizar las labores industriales habían comprobado que, en Euro­pa, los empresarios podían ofrecer tanta o más hostilidad que sus empleados. En buena medida, el tejido empresarial europeo estaba formado por compañías pequeñas, gestionadas por familias que care­cían de estudios formales. Esto con­trastaba con las grandes sociedades anótiimas americanas, que desde finales de siglo estaban experimen­tando una profesionalización de la gestión sin precedentes (la inspira­dora del modelo chandleriano), y apoyaban las actividades de las escuelas de negocios. La mayor par­te de los administradores del Plan Marshall (o, mejor, de la maraña de agencias a través de las cuales se canalizó la ayuda americana) tenían en sus mentes la experiencia ame­ricana. Una vez desembarcados, comprobarían que el capitalismo industrial europeo era muy distinto del americano, y que cada país, de hecho, ofrecía un paisaje particular, convirtiendo la aplicación de fórmu­las generales en una empresa extraordinariamente difícil. Aun así, los empresarios continuaron siendo

el objetivo preferente de la Admi­nistración americana en ese gran plan modernizador de sus socios y aliados. Fueron ellos los destinata­rios de las misiones industriales a los Estados Unidos, y las escuelas de negocios, las empresas de consulto-ría y una gran cantidad de organi­zaciones dedicadas al cultivo de la cultura empresarial recibieron en Europa el apoyo decidido de los americanos. Extinguidos los progra­mas (o parcialmente reconvertidos en la OEEC/OCDE), la Fundación Ford tomaría el relevo, haciendo del empresariado, una vez más, el prin­cipal instrumento para influir en las sociedades europeas.

¿Fueron efectivas las iniciativas para difundir las escuelas de nego­cios —y otras instituciones afínes— a la americana en Europa? ¿Tuvie­ron éstas impacto sobre las econo­mías? El escepticismo aflora ya en el título de esta obra colectiva, edi­tada por Terry Gourvish —director de la Business History Unit de la London School of Economics— y Nick Tiratsoo. Los misioneros ame­ricanos, desconocedores casi todos del terreno que pisaban, chocaron, en cada país, con una serie de obs­táculos tan difícÜes de vencer (hasta hoy) como las patronales, las univer­sidades, las burocracias, o los sin­dicatos nacionales. Los siete capítu­los de la obra se encargan de mos­trar cómo viajó el credo producti-vista y racionalizador desde los Esta-

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dos Unidos, a través de las agencias oficiales, hasta Francia, Italia, Noruega y el Reino Unido, y cómo fue recibido por las fuerzas sociales en liza en cada país. Todos ellos se basan en la rica información de los National Archives de los Estados Unidos en Washington y de la Fun­dación Ford en Nueva York, y, en su caso, en documentos poco o nada explotados de archivos, públicos y privados, nacionales.

Empieza Jaqueline McGlade desentrañando, a la luz de los acon­tecimientos poUticos y militares más notorios de la época, el contenido y funcionamiento de los principales programas de asistencia técnica de los Estados Unidos. La autora subraya el desconcierto y las reorien­taciones que hubieron de sufrir tales programas. Inspirados por el mode­lo americano de cooperación entre universidades y empresas, los admi­nistradores americanos habían con­fiado en reproducirlo en Europa, y en canalizar a través del mismo las ayudas (15 millones de dólares anuales en la década de los cincuen­ta). Ni las universidades ni los altos directivos, sin embargo, mostraron el entusiasmo esperado en las ideas americanas de gestión empresarial. Pero los problemas no procedían sólo de los destinatarios de los pro­gramas. La guerra de Corea hizo que el carácter civil de los primeros programas se volviera más militar.

De lo más emblemático de la ayuda americana, la European Pro-ductivity Agency (EPA), se ocupa Bent Boel en el siguiente capítulo. La predecesora de la OCDE estuvo marcada por la falta de coordinación y claridad de objetivos entre sus miembros, los centros nacionales de productividad. Desde la central se clamaba por el estímulo a la com­petencia y a la formación de los empresarios y directivos. En 1954 logró ponerse en marcha un progra­ma de educación empresarial que llegó a unos 175 centros y escuelas. Aunque la EPA no fuera la única institución promotora de esta acti­vidad, fue —según el autor— la más amplia e influyente en el tejido empresarial y social europeo. En la mayor parte de los casos se adap­taron las ideas americanas a la rea­lidad —local, regional o nacional— europea. La más importante —que los empresarios no nacen, se hacen— tardaría mucho en implan­tarse. Los países menos maduros institucionalmente, y los sectores más intensivos en capital y, por tan­to, más poblados de empresas gran­des y burocratizadas, serían, razona­blemente, los más receptivos.

Los casos nacionales incluidos aquí confirman esta impresión de desorientación y choque de intere­ses. En su análisis sobre Francia (ti­tulado «¿Mucho ruido y pocas nue­ces?»), Mathias Kipping y Jean-Pierre Nioche relatan minuciosa-

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RECENSIONES

mente las gestiones y reacciones de la patronal y de los estamentos aca­démicos galos. Hubo en Francia, paradójicamente, im interés precoz por las ideas e instituciones produc-tivistas, que encarnaría el propio Jean Monnet y que se apoyaba en la rica tradición del país en la orga­nización científica del trabajo (mé­todo Bedaux). Sin embargo, el cen­tro nacional de productividad fran­cés, uno de los pioneros en Europa, fue escenario de luchas y cambios de personal continuos. La patronal, inicialmente partidaria de las inicia­tivas americanas, acabó por enfren­tarse a los gobiernos —para que no las monopolizaran— y a los admi­nistradores americanos —por su indisposición a compartir los bene­ficios de la productividad con los trabajadores—. Por su parte, las universidades —singularmente las grandes écoles— se resistieron a cam­biar sus planes de estudio para ade­cuarlos a la moderna gestión empre­sarial. El resultado de todo ello fue un retraso considerable en el pro­ceso de difusión del movimiento productivista y de la institucionali-zación de la educación empresarial. La contribución más importante de Francia en este terreno, la escuela europea de negocios INSEAD, no tuvo relación alguna con la Ayuda Americana, sino que nació de las conexiones privadas entre algunas personalidades —empresariales y académicas— galas con la mítica

Harvard Business School y la Fun­dación Ford. En el ámbito más amplio de la economía francesa, la verdadera presión modernizadora no se dio hasta los años sesenta, por efecto de la competencia intracomu-nitaria y del desembarco de las mul­tinacionales americanas en el país.

De la experiencia italiana se ocu­pan dos trabajos. Luciano Segreto analiza la constitución y actividades del centro nacional de productivi­dad, pasa revista a las muchas ini­ciativas que surgieron en Italia en torno a la Ayuda Americana, y se detiene a explicar la resistencia (e inercia) de la Administración y de la patronal Confíndustria a la difu­sión de las ideas americanas de for­mación empresar ia l . Giuliana Gemelli minimiza el impacto de los Estados Unidos, y pasa a continua­ción a hacer un examen proHjo de las redes personales que se tejieron alrededor del nuevo evangelio. El objetivo original del centro de pro­ductividad habría sido estimular la interacción entre industriales y aca­démicos, pero el corporativismo uni­versitario y el fracaso de los partidos de centro-izquierda a la hora de resolver los enfrentamientos entre capital y trabajo habrían dado al traste con buena parte del proyecto. Las iniciativas más notables fueron, pues, hijas del empeño de una serie de personas concretas —algunas herederas del fascismo—. Como consecuencia, la educación empre-

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RECENSIONES

sarial a la americana siguió una tra­yectoria errática, dio lugar a escuelas efímeras, y limitó su influencia a una élite.

La pob'tica nacional también fue clave en la recepción noruega a los proyectos americanos para educar al empresariado local, según Rolv-Pet-ter Amdam y Gunnar Yttri. En Noruega —el país que más satisfac­ciones procuró a la EPA—, la misión americana hubo de buscar un modm vivendi con el gobierno laborista y la patronal. Mientras el laborismo trataba de monopolizar la ayuda, los empresarios se resistían a los planes de nacionalización o racionalización desde arriba. El cen­tro nacional de productividad se con­virtió aquí en el mejor aliado de los americanos, que dejaron una huella visible en varias escuelas de negocios públicas y en la actividad de las empresas de consultoría. Ambas fue­ron los dos grandes canales de difu­sión del modelo americano.

Menos fáciles fueron las cosas en el Reino Unido. Nicle Tiratsoo abor­da el caso británico con un enfoque muy atractivo: el de la asistencia téc­nica como un proceso social. Este, en el Reino Unido, se frustró por la resistencia de académicos e indus­triales. El prejuicio y el conservadu­rismo se aliaron —de acuerdo con el autor—- para que el país perdiera la oportunidad de modernizarse y frenar el declive económico iniciado en el siglo anterior. El nacimiento

de la London Business School o la Manchester Business School en los años cincuenta se produjo a pesar de eso, pero su impacto fue, durante mucho tiempo, limitado.

A la espera de otras publicacio­nes derivadas del proyecto que lo ha hecho posible, el mayor interés de este libro reside en el análisis bilateral y sobre fuentes de archivo que sus autores hacen de ese pro­ceso social en que se tradujo la defi­nición y recepción de la ayuda téc­nica. Algunas reconstrucciones de las constelaciones nacionales de los agentes que intervinieron en el pro­ceso son excelentes estudios de his­toria socioeconómica, que sugieren vías poco exploradas hasta ahora para abordar la historia económica nacional e internacional de ese dorado cuarto de siglo. Los efectos reales de la americanización sobre la sociedad y la economía europeas, sin embargo, siguen sin evaluarse. Tampoco se ofrece, en ninguno de los casos, un análisis convincente —y diferenciado— del impacto de las políticas y del de la propia reconstrucción, que al margen de aquéllas implicaba una transferen­cia tecnológica considerable, y con­tinuadora de la que siguió a la Gran Guerra. El examen, finalmente, de unos casos despierta curiosidad sobre los ausentes. Incluso sobre el único no invitado a formar parte del Plan Marshall. El análisis compara­do de Guillen (1994), el libro

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reciente de Fernando Guirao más atendido. He aquí un buen (1998) y algunos estudios en curso libro para inspirarse, sobre el alcance de la americaniza­ción en España hacen pensar, no Nuria PuiG obstante, que será un tema cada vez Universidad Complutense

John CoATSWORTH y Alan TAYLOR (eds.): Latín America and the World Eco-nomy since 1800, Cambridge, Mass., Harvard University Press-David Rockefeller Center Series on Latin American Studies, 1998, 484 pp., índices: general, de cuadros y alfabético, bibliografía para cada capítulo, apéndices con datos.

El libro Latin America and the World Economy Since 1800, editado por John Coatsworth y Alan Taylor es un conjunto de ensayos que muestra el estado de la cuestión en la historia económica de Latinoamé­rica. Una de las características más sobresalientes de la obra es la indis­cutible calidad de la mayor parte de los artículos que la forman, además de incluir a varios de los investiga­dores más conocidos sobre el tema.

De acuerdo con Coatsworth y Taylor la historia económica de América Latina se ha caracterizado últimamente por hacer un mayor uso de herramientas cuantitativas y de teoría económica neoclásica. No obstante, el área se ha enriquecido con distintas vertientes historiográ-ficas desde los años sesenta, en par­ticular la escuela de los Anales, así como variedades del estructuralis-mo, de la teoría de la dependencia

y del marxismo. A su vez, la reciente incorporación de la economía insti­tucional ha facilitado un mayor diá­logo entre distintos enfoques. En este sentido, este libro es un buen complemento a la antología ante­riormente editada por Stephen Haber (How Latin America Fell Behind. Essays on the economic his­tories of Brazil and México. 1800-1914, Stanford, 1997). Los editores explican que con los ensa­yos del Hbro se busca ilustrar la variedad metodológica en el campo de la historia económica. El libro busca un diálogo interdisciplinar que provea, no una visión exhaus­tiva de la historia económica de América Latina, sino mostrar focos de atención que permitan reconocer los distintos enfoques, los tipos de fuentes primarias de datos útiles, desarrollar un análisis comparativo y congruente, así como hacer uso de

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RECENSIONES

teoría, aplicación empírica e hipóte­sis contrafactuales.

Coatsworth y Taylor argumentan que de la colección de ensayos sur­gen algunas lecciones importantes para la disciplina, tales como: la importancia de la recolección de datos completos y confiables; la necesidad de hacer comparaciones internacionales y pensar en los cri­terios de comparación; entender cómo América Latina «se quedó atrás» en relación con otras econo­mías; analizar la organización de los mercados, en particular en tamaño, eficiencia e integración; asimismo, las investigaciones futuras deben documentar y explicar los patrones de desarrollo institucional que rigen la vida económica.

Los quince artículos del libro están organizados en cinco seccio­nes temáticas: 1. Comparaciones internacionales; 2. Patrones de inversión y crecimiento; 3. Medidas de integración nacional e internacio­nal; 4. Instituciones y crecimiento económico, y 5. Políticas guberna­mentales y el sector extemo. El lec­tor encontrará difícil entender el porqué de tal organización, así como la cohesión entre las secciones y entre los artículos de dichas seccio­nes.

Cabe mencionar que John Coats­worth, Stephen Haber y Aurora Gómez presentan tres artículos modelo dentro de la obra. Otros ar­tículos interesantes y de primer nivel

son los presentados por Aim Han-ley, Carlos Newland, Gail Triner, Alan Dye, William Summerhill y Graciela Márquez, así como el de Alston, Liebcap y Mueller. Los capí­tulos de Hofman y Mulder, Della Paciera y Taylor, Twomey, Naka-mura y Zarazaga, y Díaz Fuentes tie­nen contribuciones interesantes para la historia económica latino­americana y algunos de ellos repre­sentan esfuerzos muy serios de investigación histórica. No obstante, el lector encontrará que más de uno de estos últimos requería una revi­sión adicional antes de su publica­ción final. A continuación voy a comentar algunos de los capítulos más sobresalientes en la misma secuencia que se encuentran en el libro.

El capítulo de John Coatsworth es un artículo excelente que se abre con la pregunta genérica: ¿Por qué la región no pudo alcanzar un desarrollo económico sostenido? La respuesta yace en cómo se ha dado el cambio institucional y la innova­ción en los medios de transporte. El autor enfatiza la necesidad de adop­tar un enfoque comparativo. La evi­dencia cuantitativa en la literatura muestra que el retraso económico en América Latina empezó a finales del siglo XVIII y principios del xix. Los vastos recursos naturales de Latinoamérica no fueron necesaria­mente un factor determinante del desarrollo económico colonial ya

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RECENSIONES

que áreas muy grandes quedaron sin explotar hasta después de la colonia. Un factor importante fueron las res­tricciones coloniales al comercio exterior. La evidencia muestra que las economías con mayor crecimien­to del producto fueron aquellas que tuvieron mayores exportaciones con respecto al producto nacional. A su vez, los gobiernos coloniales impu­sieron serias restricciones institucio­nales a las actividades empresariales y productivas. Estos arreglos insti­tucionales llevaban a mayores costes y riesgos en la actividad económica; en concreto a una mayor incerti-dumbre política, derechos de pro­piedad mal definidos, un sistema impositivo imperfecto y falta de bie­nes públicos, en particular capital humano e infraestructura. Por otra parte, el autor, pionero en unir la historia latinoamericana y el estudio de las instituciones, pone de nuevo el dedo en la llaga al argumentar que la distribución del ingreso y de las oportunidades es un factor histórico que explica el subdesarroUo de la región.

Alston, Libecap y Mueller ofre­cen una interpretación discutible sobre cómo la indefinición de los derechos de propiedad pueden generar violencia en una región, en concreto, en el Amazonas brasileño. Los autores explican que a fines del siglo XIX, tanto en los Estado Unidos como en Brasil, el gobierno federal no hizo valer los derechos de pro­

piedad de la tierra, lo que generó violencia en la zona. En Estados Unidos esto creó conflictos entre rancheros y granjeros. Pero se gene­ró relativamente menor violencia ya que los rancheros tem'an ventajas absolutas en el uso de la fuerza. En Brasil la ley favorecía a los invasores de tierras que ocuparan terrenos no productivos y esto motivó mayores conflictos y violencia. El artículo es una aplicación novedosa de concep­tos sobre derechos de propiedad. Carlos Newland analiza las dispari­dades regionales en la economía argentina en el período 1810-1870. El artículo es un ejercicio interesan­te de historia cuantitativa, ya que ante la carencia de series económi­cas basa su estudio en datos de población. Newland argumenta que la integración de mercados no nece­sariamente se traduce en convergen­cia económica.

El libro incluye trabajos sobre aspectos financieros y bancarios como el de Gail Triner o el de Anne Hanley. Hanley, por ejemplo, argu­menta que el mercado de valores de Sao Paulo tuvo un despegue con una actividad muy intensa que fue crucial para tener un impacto sig­nificativo en el desarrollo económi­co de la región. A pesar de que depués de 1913 la actividad bursátil declinó, un buen inicio fue suficien­te para capitalizar parte de la indus­trialización. A su vez, Stephen Haber demuestra en su trabajo

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RECENSIONES

sobre regulación de los mercados financieros y productividad indus­trial en Brasil entre 1866 y 1934, cómo cambios regulatorios pueden tener efectos notables en el desarro­llo de la industria. Las conclusiones del artículo son interesantes desde varias perspectivas: de la historio­grafía económica, del análisis insti­tucional y de la economía de la empresa. Este trabajo logra con éxi­to el difícil matrimonio entre análisis institucional y econometría. Haber es provocativo al argumentar y demostrar que el mejor campo para el estudio de las instituciones son aquellas sociedades que han expe­rimentado cambios institucionales significativos en mercados poco desarrollados, como lo son las eco­nomías latinoamericanas. Puesto que existe endogeneidad entre el desarrollo institucional y el desarro­llo de los mercados. Haber propone que toda relación conceptual entre cambio institucional y eficiencia de los mercados no es una verdad nece­saria, sino una hipótesis a contrastar.

El artículo de Alan Dyle explica que en Cuba los primeros contratos entre los sembradores de caña y los ingenios daban mucha autonomía a los sembradores. Sin embargo, el cambio tecnológico y la innovación organizativa permitió que los con­tratos evolucionaran de tal manera que dieron mayores derechos de control a los ingenios. El resultado fue una ganancia en la productivi­

dad. A pesar de que los sembradores sufrieron pérdida de su autonomía, se beneficiaron con el incremento en la productividad. El artículo es una buena aplicación de la teoría de contratos a un caso histórico. Aurora Gómez-Galvarriato en su trabajo sobre evolución de precios y salarios reales en México entre 1900 y 1920 argumenta que los trabajadores industriales tuvieron que enfrentar­se a inflación y deterioro de sus sala­rios reales entre 1908 y 1920, en particular aquellos que no estaban organizados en movimientos labora­les. En este sentido, las huelgas y movimientos fueron efectivos para proteger los intereses de los traba­jadores. A su vez, la mano de obra que recibía parte de su salario en especie no vio tan mermado su sala­rio ya que podían cubrirse contra la inflación. El artículo retoma exph'-citamente una pregunta planteada en los años sesenta por Rosenzweig y otros fundadores de la historia económica de México, pero en este caso la respuesta está sustentada por fuentes novedosas y un sóUdo aná­lisis cuantitativo. El trabajo combina bien narrativa histórica y teoría eco­nómica. El resultado es una historia de cómo cambios institucionales y del contexto histórico afectan las condiciones de vida material de los trabajadores, y cómo puede esto reflejarse en la evidencia cuantita­tiva.

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RECENSIONES

William Summerhill se une a la tradición historiográfica de autores como Albert Fishlow y John Coats-worth con su trabajo sobre ferro­carriles en el Brasil imperial. Sum­merhill explica que la historiografía t radicional argumenta que el desarrollo de los ferrocarriles hizo poco por la integración política y el desarrollo económico regional, constituyendo una fuente de riqueza para los terratenientes y de empo­brecimiento para la población en general. Sin embargo, hay pocas evaluaciones al respecto. El trabajo hace una evaluación de las implica­ciones económicas de los ferrocarri­les y argumenta que fallos de mer­cado llevaron a que se subsidiara a la industria ferroviaria. El autor sos­tiene que el ahorro social en costes de transporte fue mayor del 10 por 100 del producto nacional, lo que fue una contribución siginificativa al crecimiento económico de la región. A su vez explica que la integración de Brasil en los mercados interna­cionales permitió que tuviera acceso a financiamiento externo para el desarrollo ferroviario.

Por último, Graciela Márquez presenta un trabajo sobre protec­ción a rance la r ia en México , 1892-1909, argumentando que la política comercial y de promoción industrial del Porfiriato produjo condiciones favorables para el desarrollo industrial, ya que protegió el mercado interno y creó incentivos

fiscales para los productores. Már­quez explica que durante las dos últimas décadas del Porfiriato los aranceles disminuyeron en impor­tancia como fuente de protección, en particular antes de 1905, cuando el declive del precio de la plata daba protección a las exportaciones mexi­canas. Sin embargo, tras la reforma monetaria de 1905 los aranceles resultaron ser una barrera efectiva al eliminarse la protección implícita derivada de la depreciación de la moneda.

El lector encontrará que la obra, en conjunto, carece de unidad, algo que ocurre con frecuencia en colec­ciones de ensayos. A pesar de que Coatsworth y Taylor explícitamente buscan mostrar la heterogeneidad y la variedad metodológica en el área, esto no justifica falta de cohesión, equilibrio, ni de una secuencia clara. Tampoco está claro que exista el diálogo interdisciplinar que ellos proponen. Aquellos lectores no familiarizados con la historiograft'a podrían subestimar el trabajo de buenos autores por tener muestras apresuradas de la investigación.

En otro orden de cosas, Coats­worth y Taylor consideran que en los últimos diez años se ha alcan­zado una masa crítica de académi­cos especializados en la historia eco­nómica latinoamericana que usan teoría neoclásica moderna y méto­dos cuantitativos. Esto da pie a pre­guntar si la historia económica está

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RECENSIONES

limitada por la teoría económica. Por un lado, hemos visto en este libro que la incorporación del aná­lisis de organizaciones e institucio­nes en la historia económica ha lle­vado a una mayor apertura concep­tual que incrementa el poder expli­cativo. A su vez, economistas nota­bles que han analizado problemas históricos han ido más allá de los parámetros de la economía neoclá­sica. Por ejemplo, el trabajo de Avner Greif [«Micro Theory and Recent Developments in Study of Economic Institutions Through Economic History», en D. Kreps y K. Wallis (ed.), Advances in Econo­mic Theory, vol. 2, 1996] que incor­pora teoría de juegos, y el de Paul David («Why are the institutions the "Carriers of History"? Path-Depen-dence and the Evolution of Conven-tions, Organizations and Institu­tions», Economic Dynamics and Structural Change, vol. 5, 2, 1994), que usa metáforas de sistemas com­plejos, lo demuestran.

La historia económica puede dar retroalimentación no sólo a la eco­nomía misma, al ponerla en un con­texto histórico, sino también a otras ciencias sociales. Al abordar un pro­blema, la historia económica permi­te confrontar, en el terreno de la his­

toria, teorías que provengan de dis­tintas disciplinas y crear retroali­mentación entre ellas. Si la historia económica goza de «lo mejor de dos mundos», como dicen Coatsworth y Taylor, entonces es necesario crear estos puentes entre disciplinas. En este sentido, este libro nos muestra, al igual que ya lo hizo el libro edi­tado por Haber, que la historia eco­nómica latinoamericana ha alcanza­do la solidez que en el futuro le va a permitir renovar sus hipótesis, ampliar sus explicaciones y refinar sus marcos conceptuales con todo el rigor metodológico de las ciencias sociales.

Recomiendo el libro de Coats­worth y Taylor como indispensable en la biblioteca de todo historiador económico, de todo economista y de todo estudioso de América Latina. Es un libro de utilidad para cien­tíficos sociales interesados en las tra­yectorias del desarrollo económico y las instituciones que lo circundan. Es también un libro recomendable para empresarios y gobiernos que busquen tener una visión de largo plazo y vean a la historia como una escuela.

Gustavo A. DEL ÁNGEL-MOBARAK

Stanford University

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ÍNDICE DEL VOLUMEN XVIII

PREMIO RAMÓN CARANDE 1999

LINA GÁLVEZ MUÑOZ: Género y cambio tecnológico: Rentabilidad económica y política del proceso de industrialización del monopolio de tabacos en España (1887-1945) 11

ARTÍCULOS

CALATAYUD, SALVADOR; MILLÁN, JESÚS, Y ROMEO, M.'' CRUZ: El rentismo nobiliario en la agricultura valenciana en el siglo xix 79

COLOMÉ FERRER, JOSEP: Pequeña explotación agrícola, reproducción de las unidades familiares campesinas y mercado de trabajo en la viti­cultura mediterránea del siglo xix: el caso catalán 281

COLL, SEBASTIAN: Perspectivas de futuro en historia económica 249

CUSSÓ, XAVIER, y NICOLAU, ROSER: La mortalidad antes de entrar en la vida activa en España. Comparaciones regionales e internacionales, 1860-1960 525

DÍAZ MARÍN, PEDRO: Oligarquía y fiscalidad: los primeros pasos de la contribución de inmuebles, cultivo y ganadería en la provincia de Alicante 309

DOMÍNGUEZ MARTÍN, RAFAEL, y GUIJARRO GARVI, MARTA: Evolución de las disparidades espaciales del bienestar en España, 1860-1930. El índice Físico de Calidad de Vida 109

GARCÍA DE PASO, JOSÉ L: La estabilización monetaria en Castilla bajo Carlos n 49

MARTÍNEZ SOTO, ÁNGEL PASCUAL: Las Cajas de Ahorros españolas en el siglo XJX: entre la beneficencia y la integración en el sistema financiero 585

NEWLAND, CARLOS, y COASTWORTH, JOHN: Crecimiento eco­nómico en el espacio peruano, 1681-1800: una visión a partir de la agricultura 377

Revista de Historia Económica Año XVín, Otoño invierno 2000, N," } .

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ÍNDICE DEL VOLUMEN xvín

SALES COLÍN, OSTWALD: Las cargazones del galeón de la Carrera de Poniente: primera mitad del siglo xvii 629

SALORT VIVES, SALVADOR: Hacienda local, servicios públicos urbanos e industrialización. El alumbrado público de la ciudad de Alicante: del Antiguo Régimen al Liberalismo, 1815-1874 553

SÁNCHEZ, ALEX: Crisis económica y respuesta empresarial. Los inicios del sistema fabril en la industria algodonera catalana, 1797-1839 485

SANT.\MARÍA GARCÍA, ANTONIO: Precios y salarios reales en Cuba, 1872-1914 339

TORRES VILLANUEVA, EUGENIO: Intervención del Estado, propiedad y control en las empresas gestoras del monopolio de tabacos de España, 18871998 139

NOTAS

LLOPIS AGELÁN, ENRIQUE: A propósito de Spain's Golden Fleece. Wool Production and the Wool Trade from de Middle Ages to the Nineteenth Century 177

LLOPIS, ENRIQUE; JEREZ, MIGUEL; ALVARO, ADORACIÓN, y FERNANDEZ, EVA: índices de precios de la zona noroccidental de Castilla y León, 1518-1650 665

MARTÍN PLIEGO, F. JAVIER, y SANTOS DEL CERRO, JESÚS: Luca Pacioli: en el origen del cálculo de probabilidades 405

VELARDE FUERTES, JUAN: \Jna reflexión sobre la economía de España y de sus posesiones ultramarinas en tomo a 1898 187

WALLERSTEIN, INMANUEL: Comment on «The economic consequen-ces ofEmpires (1492-1989)» 397

RECENSIONES

AGHION, P. , y Howrrr, P.: Endogenous Growth Theory. Por Joan R. Roses 716

ALDCROFT, D . H . , y OUVER, M . J.: Exchange Rate Regimes in the Twentieth Century. Por José Luis García Ruiz 455

CiPOLLA, C. M.: La odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes. Por Rafael Dobado González 199

CoASTWORTH, J., y TAYLOR, A. (eds.): Latin America and the World Econ-omy Since 1800. Por Gustavo A. del Angel-Mobarak 729

CoLL, S., y GUIJARRO, M.: Estadística aplicada a las Ciencias Sociales. Por Daniel Peña 687

736

ÍNDICE DEL VOLUMEN xvm

CoMÍN CoMÍN, F., y MARTÍN ACEÑA, P.: Tabacalera y el estanco de tabaco en España (1636-1998). Por Lina Gálve2 Muñoz 696

DYE, A. D. : Cuban Sugar in the Age of Mass Production. Technology and the Economics of Sugar Central, 1899-1929. Por Antonio Santamaría García 719

FRAILE BALBÍN, P. : La retórica contra la competencia en España (1875-1975). Por Santiago López 222

FRIED MN, M. y R.: Two Lucky People. Por Francisco Cabrillo 458

GARCÍA DELGADO, J. L. (dir.): España, economía: ante el siglo xxi. Por Montserrat Cabello Muñoz 441

GouRViSH, T. R., y TIRATSOO, N . (eds.): Missionaries and managers: Amer­ican influences on European management education, 1945-1960. Por Nuria Puig 723

GUIRAO, F.: Spain and the Reconstruction of Western Europe, 1945-1957. Challenge and Response. Por Jordi Catalán 712

HATTON, T. J., y WiLLiAMSON, J. G.: The Age of Mass Migration. Causes and Economic Impact. Por Abel Losada 449

HERNÁNDEZ ANDREU, J.: Del 29 a la crisis asiática. Por José Morilla Critz . 219

HouPT, S., y ORTIZ-VILLAJOS, J. M . (dir.): Astilleros españoles, 1872-1992. La construcción naval en España. Por Alberto Lozano Courtier 207

LÓPEZ GARCÍA, J. M . (dir.): El impacto de la Corte en Castilla. Madrid y su territorio en la época moderna. Por Emilio Pérez Romero 424

MATES BARCO, ] . M . : La conquista del agua. Historia económica del abas­tecimiento urbano. Por Beatriz Mera González 705

MILLÁN GARCÍA-VAF£LA, J.: El poder de la tierra. La sociedad agraria del bajo Segura en la época del liberalismo. Por Ricardo Robledo 701

MORALES MOYA, A. (coord.): Las bases políticas, económicas y sociales de un régimen en transformación (1759-1834). Por Bartolomé Yun 203

MORILLA CRITZ, J.; GÓMEZ-PANTOJA, J., y CRESSIER, P . (eds.): Impactos exteriores sobre el mundo rural mediterráneo. Por Vicente Pinilla 232

ORTIZ BATALLA, J.: Los bancos centrales en América Latina. Por Raúl García Heras 709

PALAFOX, J. (coord.): Curso de Historia Económica. Por Antonio Miguel Linares Lujan 421

PARDOS, E.: La incidencia de la protección arancelaria en los mercados españoles (1870-1913). Por Antonio Tena Junguito 434

PIOLA CASELLI, F.: // Buon Govemo. Storia della Finanza Pubblica nell'Eu-ropapreindustriale. Por Francisco Comín 235

737

ÍNDICE DEL VOLUMEN xviD

PONS PONS, J.: El sector seguros en Baleares. Empresas y empresarios en los siglos XIX y XX. Por M." Jesús Malilla 215

QuiROGA VALLE, M.^ G.: El papel alfabetizador del Ejército de Tierra espa­ñol (1893-1954). Por Fernando Puell de la Villa 439

SANZ FERNÁNDEZ, J . (coord): Historia de los ferrocarriles de Iberoamérica a^37-I99j;. Por Javier Vidal Olivares 226

SOLEES FERRI, S.: Rentas reales de Navarra: proyectos reformistas y evolución económica (1701-1763). Por Juan Zafra 429

TEDDE DE LORCA, P.: El Banco de San Femando (1829-1836). Por Carlos Manchal 690

THORP, R.: Pobreza y exclusión. Una historia económica de América Latina en el siglo XX. Por Daniel Díaz Fuentes 444

TOLEDO BELTRÁN, D. , y ZAPATA, F.: Acero y Estado: Una historia de la industria siderúrgica integrada en México. Por Carlos Marichal 210

738

BANCO DE ESPAÑA

UNA GUÍA DE FUENTES

SOBRE INVERSIONES EXTRANJERAS

EN ESPAÑA

(n80-1914)

Teresa Tortella

ümm.

!t"¡»'!s<-nia(k> jtov }IO(H)ríf^ioni'a ni¡iat1n(ku: d*" 300 fjfsetas rada una, - - folfilinriitf hlH-ititiag. — • -"

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ARCHIVO Dhl. BANCO DE ESPAÑA

Revista de Historia Económica

Número especial

Editada en la Fundacito Empresa Pública

LA HISTORIA ECONÓMICA EN LATINOAMÉRICA

Edición a cargo de: Pabk) Martin Aceña, Adolfo lAeisel, Carlos Newland

MARCIAL PONS en colaboración con el Centro de Estudios Constitucionales

SUMARIO

riESENrjtCIÓN, r i l b Matfa AMte, AWf> U d n l t Caba N c » h a ¿ »

n n i E K A PiURE< H B T D l I O G U I l A LATDKMMEUCANA

NOEL MAUSER: haffai wühait orifr. UakM íivHcmic hñtory M Ite 19)0. 13

ADOUO MEISEI> Li e<ib>«Mi af CoJbiiiAt i « inaJk^a á M a » -H l l " ! - " » "

GAn. TRINEIt: TV i i l v ^ ^n»<í«»>M y a ^ i>K>(i~ . « w ñ ; i>^

áohartpit, itm-mo 53 LUIS BÉRTOLA: Lé biaahá tcvñámct en Vnpity demnúo y pm-

77

SEGUNDA rAKIEi ESTUDIOS Ue m S T O I U

ECONÓMICA LATINOAMEtlCANA

JEFFREY VILLIAMSON: RMI tuvs mfqmÉlUf mid ¿tMtvtíoM m Lslm Amena hefon 1940 101

MARIO CERUrri: Empnséhos eepéUaia en ti Nortr Je UAko (mO-lfW 143

AURORA GÓMEZ-GALVARRIATO ¡ulnaHél ¿mlelmeía "njer na-lünaoinj >iu/(>. Ae ¿nelofment of Ihe MeaCMH iaalf mjiaíry M dx nmettemlii exnmry 191

C/iS(LOSSEVnJiSl>.Bieck>rte<9'nmoMViitim> en ei periodo enor. i^ot (arcmienu eamtSmüo e munsijéd Je /naora). UM reinsün biaonou^K* 223

10'

•' {^smmñ La Hacienda desde sus ministros

Del 98 a la guerra civil

Francisco Comín María Jesús Gomáiex Hernández

Javier Moreno Luzón Rafael VaUejo Pousada Juan Luis Pan-Montofo

Juan Pro Ruiz Merecedes Cabrera

José María Serrano Sam Femando dei Rey RegiüHo

SantosJuHá María Teresa Costa Campi Ekty-Fernández Üemenie M^uel Martareü linares

Pablo Martín Aceña

PABLO MARTÍN ACEÑA Catedrático de Historia Económica

Universidad de Alcalá

EL SERVICIO DE ESTUDIOS DEL BANCO DE ESPAÑA

1930/2000

BANCO DE ESPAÑA 2000

IX Simposio de Historia Económica sobre

«Condiciones medioambientales, desarrollo humano y crecimiento económico»

con sesiones sobre:

Crecimiento y sostenibilidad, Recursos y residuos en la evolución de la actividad económica

y Población y calidad de vida en perspectiva histórica

a realizar los días

5, 6 y 7 de junio del año 2002

en la

Universidad Autónoma de Barcelona

Para más información dirigirse a la

Secretaria del Simposio M.^ Paz Chivite

Departamento de Economía e Historia Económica Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales

Universidad Autónoma de Barcelona 08193 Bellaterra (Barcelona)

Teléfono 93 581 12 00 Fax 93 581 20 12

E-mail: [email protected]

Comisión organizadora: Ramón Garrabou, Giuseppe Munda y Josep Pujol

PATRONATO Gabriel Tortella (Presidente) Carmen Iglesias (Directora del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales) Carlos Pascual (Director de Marcial Pons) Francisco Prada Gayoso (Director de la Fundación Empresa Pública) Felipe Ruiz Martín (Presidente Honorario de la Asociación de Historia Económica)

Revista de Historia Económica

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Book Reviews

MODERN EUROPE

Industrial Clusters and Regional Business Networks in England 1750–1970. Edited by JohnF. Wilson and Andrew Popp. Aldershot, Hampshire: Ashgate, 2003. $84.95, £47.50.

Policy makers, such as those in the British Treasury (http://www.hm-treasury.gov.uk,Productivity in the UK: 3 The Regional Dimension), commonly believe that “industrialclusters” are a key to regional development. The evidence provided by the present study ofclusters and industrial districts in England over two and a half centuries is therefore verywelcome support for sounder policies, as well as for understanding history.

At the outset the editors define a district as a concentration of firms in an industry, in asingle town or in a zone of a city, a cluster as a wider agglomeration of industries connectedby common products or technologies or markets or institutions, and a region as consisting ofinterlinked urban areas. Networks are more contentious and so the editors do not tie them-selves down. Their engagement with theoretical developments has created much more thana collection of local industrial histories. The coherence of their project is further increased byMark Casson’s contribution on regional business networks, interweaving warranted mutualtrust, information, metropolitan links, leadership, and institutional sclerosis.

In her study of a warranted mutual trust network, Gillian Cookson’s chapter on Darling-ton, shows how in 1776 a mere 160 Quakers in a population of 3,500, with suspect entre-preneurial vision, opened up the mineral resources of the Tees valley and transformed theregion. No less constructive behavior is identified in the Birmingham jewelry trade of the1880s. Francesca Carnevali describes how morally confident trade leaders organized toreduce price volatility from dumping of bankrupt stock and overtrading in this cyclicallysensitive industry, while maintaining competition. Similarly, spontaneous order breaks outin West Yorkshire between 1800 and 1830, where Steven Caunce’s examination of thefinance of woollen textiles reveals effective country bankers providing media of exchangeand assessing credit-worthiness. As in Darlington, extra-regional, metropolitan, linksmattered for raising very large amounts of capital in Lucy Newton’s analysis of sharehold-ers in new limited liability Sheffield companies between 1855 and 1885.

Mark Casson’s claim that networks create path dependence because they cannot becostlessly reconfigured when conditions change, is supported in other chapters; they iden-tify a persistence in industrial location that is hard to explain other than by path dependence.The glove industry (Richard Coopey) for instance was centered in Worcester and Tauntonfor a number of centuries, with no privileged access to markets or raw materials. Path-dependent technological experience also contributes to the changing pattern of industry ina given location; Coventry engineers from the nineteenth century to the 1930s shifted outof ribbon-making machinery, into bicycles, machine tools, and cars, with changing demand(Roger Lloyd-Jones and Myrddin Lewis).

A number of authors find that networks constrained, rather than boosted, economicdevelopment, all in the north-west; Andrew Popp notes how changed market conditions ledentrepreneurs to co-operate in the formation of the huge monopolistic United Alkali Com-pany in 1890. In the British industrial district par excellence, Steve Toms and IgorFilatotchev conclude that the interlocking directorates of interwar Lancashire textilesundermined accountability and prevented restructuring. Trust and cooperation disappearedin the vertically specialized cotton industry because the depressed economic environmentpitted entrepreneurs against each other, and precluded productivity-enhancing changes inwork practice (Sue Bowden and David Higgins). Also in the North West from the 1930s,Till Geiger points out shortcomings of centralized procurement for establishing localnetworks—the uncertainty of government demand. Yet he also notes English Electric(Preston) in the Manchester industrial district sold the Canberra bomber to the United States

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and produced the Lightning (the only exclusively British Mach 2 jet fighter). John Wilsonand John Singleton similarly condemn the clusters and networks of the Manchester indus-trial district in the twentieth century, despite offering counterexamples to inertia such as theManchester Ship Canal and Trafford Park Estate; there were “too few firms likeMetroVicks, Ferranti and Avro.” But they do not buttress their case with regional perfor-mance measures, such as population, income tax payments, or rateable value.

It is at least arguable that the North West was the best performer outside the largestregion, the South East (which is unrepresented by any case studies here), and that relativesuccess needs explaining, rather than failure. The claim that “In 1850 the industrial northdominated the British Economy” is contestable because twice the proportion of U.K. popu-lation (24 percent) lived in the South East region as in the North West, even in 1861 (p. 77).Income measures convey a similar impression. London was dominant in 1859/60, with 50percent more adult males than the Lancashire boroughs, and almost three times the propor-tion of higher rate (D and E) income taxpayers. Bearing in mind the agglomeration econo-mies of the dominant South East, it is striking that the formation rate of firms (relative toemployment) was higher in North West during 1930s than in any other region outsideLondon and the South East. Moreover in the 1920s the number of new firm registrationswas above that of the South East, excluding London. This type of aggregate data is essentialfor a correct interpretation of the valuable local studies in John Wilson and Andrew Popp’svolume. For those without a detailed knowledge of English geography, so also is an atlas.

JAMES FOREMAN-PECK, Cardiff University

Banques et entreprises en Europe de l’ouest, XIXe–XXe siècles: aspects nationaux etrégionaux, textes réunis et édités par Philippe Marguerat, Laurent Tissot et YvesFroidevaux (Actes du Colloque de l’Institut d’histoire de l’Université de Neuchâtel: Lefinancement bancaire de l’entreprise, 27–28 octobre 1997) Geneva: Université deNeuchâtel, Neuchâtel - Droz, 2000. Pp. 270. 40 SF, paper.

This well-edited collection of essays will benefit students of the relations between banksand industries as well as all historians mindful of economic imperatives. By looking at therelations between the worlds of finance and industry through three complementary perspec-tives, and, in each of the corresponding sections, surveying or analyzing a range of mean-ingful cases, this volume illustrates what a comparative approach can do best—question thestale conceptions of generalists and remove the blinders of specialization.

The history of the financing of modern Europe’s industrial expansion has been builtaround a series of contrasts and the attendant temptation of generalizations. Behind theclearly distinct experiences of industrialization in Britain, France, and Germany, historianshave found and sketched very different financial circuits. Although few explicitly soughtto erect these three cases as models, comparisons nevertheless quickly came to dominatereflections on the matter. More problematic even than some of these parallels, however,may be their common denominator—the idea that financial systems made industrializationpossible, shaped it, and paced it. These essays challenge this fundamental assumption in agratifyingly coherent manner.

Four national surveys, four sectoral studies, and four case studies of large and smallbanks illustrate the reciprocal and unsystematic rather than causal or even permissive natureof the links between banks and industry. The contribution of the first section of the bookis perhaps the less remarkable, because national boundaries are increasingly proving poorlysuited to the work of economic historians. Still, national surveys need to be updated (if onlyfor teaching purposes), and the British, German, Italian, and French experiences are articu-

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lated in new terms here. In the first case, we are invited (not for the first time, but the pointbears repeating) to reflect upon the ways in which a long period of leadership shaped thecompetitiveness of the British industrial complex, rather than upon the role of bankingpractices in what is too easily seen as its decline. For its part, and contrary to some recentefforts, the essay devoted to the German context reaffirms the importance of the role playedby great financial institutions, but also insists on the continuing distinction made by allparties between the functions of financing and producing. In a third paper, sharp periodi-zation and careful attention to the tensions existing between core and periphery as well asother unique aspects of Italian industrialization sketch a scenario that defies easy parallelswith precedents north of the Alps. Finally, a more chronologically focused probe suggeststhat the weaknesses of the support given by French banks to industry may be rooted infundamental characteristics of the former, but also that a range of circumstances regularlyrecast the problems facing them. Without negating the distinctions between these fourhistories, these analyses all draw the attention of readers to the autonomy of the strategiesfollowed by both bankers and industrialists.

The second section is devoted to the French public works and hydroelectric sectors, theSwiss counterpart of the latter, and the diverse but sensitive field of French foreign invest-ment. The conclusions reached by the authors of these essays again point to the distanceseparating industrial and banking projects. Changing technologies or conjonctures, power-ful exogenous factors such as political choices or national preferences, or, conversely, thesometimes surprising persistence of sharp sectorial characteristics, have regularly invitedindustrial groups to cultivate a variety of strategies to supply their capital needs, whilediscouraging financial institutions from developing coherent and sustained ambitions todominate them. A final section drives this theme a little further by looking at the long-termevolution of the choices made by four banks. In the first two cases, we learn that the robust-ness of two great banking vocations was never fully eclipsed by their substantial involve-ments into primary or secondary production. And when we turn to two lesser-known banksremarkable for the weight and steadiness of their interest in industrial affairs, we discovera range of factors that paint them as exceptions rather than models.

Sections two and three clearly point toward the need for further sectorial analyses andcase studies, while the opening essays remind us that national generalizations are alwaysin need of revisions. Yet, it is clear that we should avoid thinking of banking systems ascommanding supports, guides, or obstacles to industrialization. Banks have been and arefinancial institutions with a conditional interest in industry. The comparative approach thatmakes this volume one instance of a sum greater than its parts is well chosen to reveal thecontingent nature of this relationship.

PIERRE CLAUDE REYNARD, The University of Western Ontario

Labour’s First Century. Edited by Duncan Tanner, Pat Thane, and Nick Tiratsoo. NewYork: Cambridge University Press, 2000. Pp. x, 418. $49.95.

“The desire for socialist change . . . has produced a record which contains far moresuccess than failure, including policies which have vastly improved the lot of those Labourexists to serve. All those associated with this party should feel justly proud” (p. 5). Thisbook, conceived to mark the centenary of the formation of the British Labour Party, has abroadly upbeat message—the party has been a success, a qualified success perhaps but stilla success. The evidence in support of this judgement appears here not as a chronologicalnarrative but as a series of essays dealing with different aspects of the party’s history. Theessays are on the party’s political thought (by José Harris), its economics (Jim Tomlinson),

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Labour and welfare (Pat Thane), Labour and international affairs (Stephen Howe),constitutionalism (Miles Taylor), gender (Martin Francis), trades unions (Alistair Reid), itsmembership (Duncan Tanner), the electorate (Nick Tiratsoo), a comparative perspective(Stefan Berger), its myths (Jon Lawrence), and finally one on New Labour (Steven Fielding).

In some ways the times might seem unpropitious for the judgement that the Labour Partyhas been even a qualified success. The state socialism of the communist block is surelydiscredited, and even the social democratic consensus of Keynesianism and a welfare statemight perhaps best be described as having been in retreat since the late 1970s. In addition,most historians, especially those on the left, have been dismissive of the party’s claims,seeing it as theoretically unsophisticated compared to its European counterparts, as lackingsocialist vigour, as neglecting issues of gender and race, and as a mere extension of thetrade-union interest. This book sidesteps many of these latter criticisms by insisting onjudging Labour in its own terms. The party has always acted within certain constraints,among which the two most important here are the electorate and its own internal divisions.Any attempt to bemoan a lack of socialist vigour can thus be met by saying there was noalternative given the constraints. Within these constraints, this book suggests, the LabourParty’s record compares favourably with that of all its rivals.

The book highlights the Labour Party’s achievements in several areas. Surely the mostimportant is its dedication to improving the lot of impoverished sections of society. Anyonewho grasps just how awful the condition of the working class in Britain was between thetwo world wars must allow there has been enormous improvement. Again, even if some ofthe ideas behind the welfare state came from without Labour, others did not, and anywayit remained to the party to provide the political energy that passed the necessary legislation.In addition, the party has a reasonable, if flawed, history of fighting against prejudice. Noother British party, for example, has done more to promote equal opportunity for women.Finally, the Labour Party has taken a moral stand on certain issues, and sought thereby tolead public opinion, even when this has been harmful to its electoral chances.

In highlighting these achievements, several essays in the book standout as of particularinterest. The essay by José Harris on Labour’s political thought, particularly when read inconjunction with Jim Tomlinson’s on the economy, does much to show that Labour’sthinkers were more consistent, rigorous, and sophisticated than is normally believed. Thestudies by Stephen Howe and Stefan Berger suggest the party, including its leadership, wasmore international, and less insular, than the stereotype of British socialism suggests. Andthe essays of Alistair Reid and Duncan Tanner give us a sense of the party’s activists asfallible but engaged and passionately committed individuals working to better the humancondition for little reward and often in difficult conditions. In these ways, and others, thebook manages to rescue the Labour Party—its thinkers, politicians, and activists—from thecondescension of posterity.

Generally I applaud this book both for the stance it takes to the Labour Party and for thehigh quality of the individual essays. However, I would like to express one note of caution.In taking an internal perspective on the history of the party and in judging it on its ownterms, this book does not allow sufficiently for the extent to which the party is implicatedin the very constraints under which it operates. The fratricidal battles within the party, forexample, have done much to increase the suspicion it arouses among the electorate. Like-wise, the role in the party of trade unions with a masculine culture surely was one of themost significant constraints on what the party could do on issues of gender. Now, if weopen up the possibility of the party transforming the constraints under which it operates,then we must allow that had it acted differently—say, taking a stronger line on gender andrace—it might have transformed the constraints—say, creating a more powerful constitu-ency in favor of positive discrimination—in a way that might have enabled it to do consid-erably more. Debates about what the party might have done thus remain open to a diverse

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range of voices. These voices speak, moreover, not only to the past but to what the partynow might do and how it might do it. To write about the party’s history is to enter currentversions of those passionate, heated, and divisive debates that have been such a prominentpart of its past.

MARK BEVIR, University of California, Berkeley

Economics and Politics in the Weimar Republic. By Theo Balderston. Cambridge: Cam-bridge University Press, 2002. Pp. vii, 123. $35.

From the wheelbarrows of money needed to purchase a loaf of bread in 1923 to the longqueues of the unemployed during the Depression, Weimar Germany is mainly rememberedfor industrial-strength economic disasters and political instability. Ever since Hitler becameChancellor in 1933, economists, historians, and political scientists have pored over Ger-many’s first, brief experiment with democracy, producing study after study on economicand social policy, productivity performance, management of the currency, and the repara-tions issue.

Theo Balderston’s brief text is a heroic attempt to survey and summarize this vast litera-ture, and to highlight key areas of debate. By and large, it succeeds admirably—the bookis ideal classroom material for a short course on interwar German economic history. In littlemore than 100 pages of chronologically organized text, Balderston covers the period fromdemobilization to the slump’s end in 1933/34. Except for the editorial sloppiness that hasbecome commonplace, the text is highly readable throughout. A glossary of key economicterms and concepts nicely complements a well-chosen bibliography. Balderston, whohimself has made important contributions to some of the debates, begins his chapters withan overview of key facts and figures, and then moves on to a summary of controversies inthe literature. The discussion is often scrupulously even-handed, sometimes to the point ofsitting on the fence as a matter of principle—Balderston often presents all sides of anargument, and then leaves the reader to reach his own conclusions. Graduate students mayappreciate such an approach, but most undergraduates would probably prefer more guid-ance and considered judgment. Students can quickly gain an overview of crucial issues, butBalderston’s approach misses important opportunities to summarize where the scholarlydebate now stands—the text often breaks off so abruptly that this reader sometimes won-dered if a page was missing from his copy. The section on the inflation, for example, givesgood summaries of the various theories that have been advanced—from the quantity theoryto the balance-of-payments approach, from structural interpretations to expectational mod-els. Yet after having been treated to a mouth-watering selection of appetizers, this readerfelt that the main course was not being served—there is no compelling summary of what,in Balderston’s view, is well explained by existing interpretations and what remains to bedone.

In contrast, the discussion of Weimar’s growth record during the late 1920s does notsuffer from such defects. During the brief interlude between the currency’s stabilization in1923 and the outbreak of the crisis in 1930, output, productivity, and employment were allmore or less rising in tandem. Nonetheless, many scholars from Knut Borchardt to HaroldJames and Albrecht Ritschl have detected signs of imminent collapse and underlying eco-nomic malaise—principally because profits and investment did not revive as much as onemight have expected, given the empire’s splendid record before 1914. Balderston sides withthese authors and accepts that profligate spending, over-generous pay deals, and inepteconomic policy had already undermined Weimar’s political and economic system before1929.

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Balderston also accepts that much of the criticism normally leveled against HeinrichBrüning, the “hunger chancellor” in charge during the Great Depression, has been mis-guided. The policy of brutal pay- and price-cuts, pushed through with emergency decrees,was largely without alternative because the Reich could not borrow and default was theonly alternative. In this section in particular, Balderston makes an impressive effort toincorporate the latest research findings, citing numerous unpublished papers as well asRitschl’s important revisions of national statistics. Yet some readers may well remainunconvinced that austerity policies were essentially without alternative.

Although the text works hard to make economic history accessible to history undergradu-ates, it highlights the difficulties that the field has had to contend with in recent de-cades—economic models and terminology are hard to explain in layman’s language andmany of the key research issues are difficult to describe verbally. Harold James’s TheGerman Slump and Holtfrerich’s book on the inflation are the model texts in this literature.Balderston’s text does well even compared to such an elevated standard. Yet despite exem-plary texts such as this one, it appears that economic history by and for historians is slowlyturning into an academic no man’s land. In the intellectual marketplace, this particular brandhas not done well. Economists, when they deign to deal with historical evidence, normallyinsist on the rigor of explicit theoretical models and the systematic analysis of quantitativeevidence; historians influenced by the linguistic turn and by history from below havelargely turned their backs on macroeconomic concepts such as “growth,” “inflation,” and“unemployment,” using economic “terms” only in “inverted” commas to “make” points. Inorder to reclaim its niche in history departments, the field needs more undergraduatecourses taught on the basis of books like this one.

HANS-JOACHIM VOTH, Universitat Pompeu Fabra, Barcelona

Enterprise in the Period of Fascism in Europe. Edited by Harold James and Jakob Tanner.Aldershot: Ashgate, 2002. Pp. xii, 283. $74.95.

Until recently the history of enterprises during the Nazi regime was analyzed primarilyin ideological terms. Were members of the managing board also members of the Nazi Party?Did “big business” and the Nazis have common political objectives, or did they at least havethe same political enemies? Did big business finance Hitler?

Even today many political historians have difficulties accepting that the Nazi economicpolicy and the business strategies of individual firms sometimes followed fundamentallydifferent objectives. In contrast, economic and business historians who analyze the ThirdReich are now used to thinking primarily in economic rather than political terms. Thequestion is no longer whether a CEO shared the Nazi ideology but to what extent the topmanagement adapted the company strategy to the new institutional setting, and how muchit was able to influence this environment. It is not that moral questions are no longer ofinterest. Rather, they are set into relationship with economic motives. And, the decisivepoint, they are embedded in a kind of explicit or implicit cost-benefit analysis: What wherethe opportunity costs of resisting the demands of the Nazis?

Fortunately, this discussion is no longer confined to Germany. In many countries thatwere occupied or indirectly controlled by Germany during World War II there is newinterest in how native firms dealt with the German occupants. This interest has its origin intwo interrelated causes. One is the general question of who collaborated with the Nazis, andwhy. As in Germany, this discussion seems to have started only when the generation of theprotagonists faded away. The other cause is legal action. German firms were not alone inbeing subjected to class action lawsuits in the 1990s. Swiss banks and, subsequently, com-

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panies in other countries also faced legal action. It is not an exaggeration to say that litiga-tion that originated in the United States led to a large job creation program for many Euro-pean (and a few U.S.) historians. In this context the Society for European Business Historyorganized a conference in 1998 on enterprise in the period of fascism in Europe. Thirteenpapers discuss the experience of companies vis-a-vis the Nazis or other fascist dictatorshipsin Belgium, Denmark, France, Germany, Italy, the Netherlands, Poland, Spain, Switzerland,and the German-occupied part of the Soviet Union. Most are discussed in four shortercomments.

In contrast to what the title may suggest, this is not a collection of company case studies.Most papers focus on a country’s entrepreneurs as a whole or those of a certain industry orsector. Economic historians will like the contributions of Per Hansen on Denmark and HeinKlemann on the Netherlands who support their arguments with ample macro- and microeco-nomic data. If there is something like a common theme in these quite disparate contributionsit is the questions of how firms reacted to the opportunities offered and constraints imposedby the Nazis or other fascist regimes like in Italy and Spain and how far they were able tobenefit from that environment. With respect to carrots and sticks, the latter dominated inPoland and the occupied territories of the Soviet Union. All major companies were takenover by the Germans and given either to state holdings such as the notorious ReichswerkeHermann Göring or to private German firms. How far privately run firms were pulled orpushed remains controversial. Peter Hayes and Richard Overy find good arguments to tendto the latter. They corroborate once more Tim Mason’s primacy-of-politics hypothesis,which is hardly challenged nowadays. But a wording like “the larger directions of policy. . . proved to be processes to which firms could either adapt or see themselves superseded”(Hayes, p. 33) underestimates the active role of many firms when it came to participate inplunder, spoliation, and the deployment of forced labor.

In this context, widening the perspective to the European experience is illuminating. Ingeneral, firms in Western Europe and Denmark were quite reluctant to cooperate openlywith the Nazis. In contrast to German entrepreneurs, their West and North European peerswere quite confident that the German occupation would somehow be superseded by at leasta status of restricted autonomy under German hegemony or, after Germany’s defeat at theAfrican and Russian war theatres, to full independence. Thus the trade-off between short-term profits due to collaboration with the Nazis and long-term considerations had totallydifferent parameters than for German firms who expected to remain under Nazi rule. Thismay explain why it was the construction industry—reported for the Danish case by Hansenbut very probably observable in the Western European countries as well—that showed arelatively high propensity to cooperate with the Germans, who urgently needed defencefortifications for their “Fortress Europe” and were willing to pay for it.

In conclusion, one might infer from this valuable volume that entrepreneurial behav-ior—either in states under fascist regimes or in occupied countries—was much less domi-nated by political preferences than was thought before. It was, rather, sheer economicopportunism that prevailed in entrepreneurial decision making. One might speculate thatentrepreneurs are more apt to adapt to changing political regimes because their assets areto a larger fraction fixed and thus “sunk” than those of other professions (e.g., profession-als). When fascist regimes established foreign exchange controls (all did), entrepreneurswere no longer able to liquidate their assets and emigrate with their wealth. They werelocked in and should not be blamed for trying to save their assets under fascist rule. Manyshould, however, be blamed for realizing opportunities that could only be offered by dicta-torial and predatory regimes even though they had viable alternatives.

MARK SPOERER, University of Hohenheim

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CARIBBEAN AND LATIN AMERICA

Sugar Baron: Manuel Rionda and the Fortunes of Pre-Castro Cuba. By Muriel McAvoy.Gainesville: University Press of Florida, 2003. Pp. 338. $27.95.

Manuel Rionda Polledo was one of the most important Cuban business man of the lastdecades of the nineteenth century and the first half of the twentieth century. His biographyis representative of a trajectory that many Spaniards and Creoles in the Gan Antilla fol-lowed, although not all were as successful.

Rionda was born in Spain, in Noreña (Asturias) specifically, as a member of a familywith business in the Cuban sugar industry. He emigrated to the United States, where hedeveloped while working for one of the world’s most important sugar runners, CesasCzarnikow. From that position he eventually emerged to form the independent Czarnikow-Rionda Company.

Although there are still many unanswered questions, the Cuban sugar industry in theperiod in which Manuel Rionda lived has been the object of many able studies. There is,however, little research with Muriel McAvoy’s biographical-enterprise perspective. Thisis the major contribution of her book to the topic, and this context provides considerableinterest.

McAvoy’s book is not remarkable in its analyses. It mainly describes the framework ofrelations that composed the sugar business and its evolution between the last decades of thenineteenth century and the 1930s. This overall perspective, however, provides a valuablecontribution in the context of a historiography that has analyzed the details of the sector inall its dimensions: productive, technological-organizational, commercial, and financial.

The information that McAvoy provides in Sugar Baron: Manuel Rionda and the For-tunes of Pre-Castro Cuba is a very valuable view from the perspective of a sugar business-man and his personal relations on the evolution of the sector. That view challenges someconclusions of other studies. In particular, the book improves our knowledge of the interestnetworks that were developed around the sugar industry in the Gan Antilla and the UnitedStates at two very significant moments: the last decades of nineteenth century and theperiod during and immediately after the First World War.

In the last decades of the nineteenth century, several North American investors, espe-cially sugar refiners, began to participate in the transformation of Cuba’s sugar industry.This process continued into the twentieth century, after the independence of the Gan Antillafrom Spain. Cane culture and manufacture and the railroads to support it expanded into theeastern half of the island, a region that until then had remained practically unexplored.Rionda participated in that process, especially in association with one of the main Americaninvestors, Edward F. Atkins.

By the beginning of the First World War the transformation and expansion of the Cubansugar industry had consolidated, and the island hacendados took advantage of opportunitiesarising from the international conflict. The war drastically reduced European sugar produc-tion, and Cuban producers took advantage of the opportunity to double their supply. Thisrequired investment that could not be supplied by the industry’s usual means. In response,great corporations developed to support the entrance of banks and other financial organiza-tions. His network of personal and enterprise relations and his prestige as a sugar baronallowed Rionda to lead this process. He led the formation of the society that constructed theCentral Manatí in 1912 and then led the creation of the greatest sugar company of the worldin 1915, the Cuba Cane Sugar Company.

McAvoy s well-written book allows us to know with considerable precision the frame-work of business and financial relations involved in both the transformation and moderniza-tion of the Cuban sugar industry at the end of the nineteenth century and the opening of the

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business to financial capital in the twentieth century. McAvoy also illuminates the problemsassociated with the process. These problems became particularly acute during the crises ofthe 1920s and 1930s.

In general, the conclusions of McAvoy s study confirm the hypotheses defended by otherworks that have analyzed the problem of the Cuban sugar industry at greater depth and froma wider perspective. It is important, however, to be aware of the underlying evidence thatsupports its conclusion. The author draws on the Braga Brothers Collection, an archive ofthe Rionda family, deposited in the University of Florida, in Gainsville. Unfortunately, theauthor practically uses this as her only source and does not support or challenge it withdocumentation from other archives, and even seems to ignore parts of the existing historiog-raphy. However, despite that defect, the result is a good reference book and an importantcomplementary piece advancing our knowledge about the subjects considered.

ANTONIO SANTAMARÍA GARCÍA, Instituto de Historia, Consejo Superiorde Investigaciones Científicas, Madrid

The Sugar Industry and the Abolition of the Slave Trade, 1775–1810. By Selwyn H. H.Carrington. Gainesville: University Press of Florida, 2002. Pp. xxii, 362. $59.95.

In nearly all his publications, Selwyn Carrington has followed the view put forward inEric Williams’s Capitalism and Slavery (1944) that the British West Indian economy wasin serious decline in the later eighteenth century and that the problems were so grave thatthe British abolished their slave trade as a result, primarily for economic reasons. Sucharguments were first given prominence by Lowell J. Ragatz in The Fall of the Planter Classin the British Caribbean, 1763–1833: A Study in Social and Economic History (London:Oxford University Press, 1928). Williams, however, sharpened Ragatz’s arguments andfocused particularly on the economic determinism that led Britain to dismantle its nefariouscommerce in enslaved Africans. Carrington has already written The British West Indiesduring the American Revolution (Royal Institute of Linguistics and Anthropology/ForisPublications 1988), which deals with trading problems in a prolonged conflict that wit-nessed falling levels of slave imports, reductions in sugar prices, and interruptions to thesupply of foodstuffs from the United States to the West Indies. These themes are retreatedin The Sugar Industry and the Abolition of the Slave Trade, but the chronological span isgreater and the trawl of evidence to support the argument is more thorough. Carringtonargues that the British West Indian plantation system experienced declining profits, in-creased debts, and other economic inefficiencies that made the sugar industry in the Carib-bean no longer a viable ongoing proposition in the post-1783 period. British politicians,influenced by these calamitous signs, pulled the life support away from the sugar planta-tions—so Carrington’s argument runs—by ending the British transatlantic slave trade in1807.

In making these arguments, Carrington confronts the consensus of modern historians thatthe British West Indian economy recovered after considerable difficulties experiencedduring the American revolutionary war; that the British Caribbean slave system was ex-panding, not contracting, in most years between 1783 and 1807; and that therefore it madelittle sense to abolish the slave trade on economic grounds. Seymour Drescher’s Econocide:British Slavery in the Era of Abolition (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1977) isthe main proponent of this more positive line of argument. His views have been broadlyaccepted in B. W. Higman’s summative assessment in The Cambridge Economic Historyof the United States, (vol. 1, edited by Stanley L. Engerman and Robert E. Gallman, NewYork: Cambridge University Press, 1996). Drescher and others, in addition, have under-

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scored the British abolitionist achievement in pressuring Parliament to act against the slavetrade. Carrington, on the contrary, emphatically believes that abolitionist agitation was aconvenient smokescreen for Britain to get rid of the slave trade for economic reasons.

Unfortunately, in making his claims Carrington ignores important published material thatcontradicts his arguments. He states that “virtually no plantations made any profits” duringthe 1780s but provides no statistics to support his case (p. 97). No systematic data areproduced for the further statement that “the profitability of West Indian estates had all butdisappeared at the end of the eighteenth century” (pp.125–26). In making these assertions,Carrington fails to cite the carefully compiled estimates of sugar plantation profitabilityproduced by J. R. Ward (“The Profitability of Sugar Planting in the British West Indies,1650–1834,” Economic History Review 31, no. 2. (May, 1978): 197–213) and in BritishWest Indian Slavery: The Process of Amelioration, 1750–1834 (Oxford: Oxford UniversityPress,1988). Ward showed—and no-one has bettered his estimates—that though profitsdipped on British Caribbean estates, especially in wartime, the fact remains that on averagemost British West Indian territories produced plantation profits in the late eighteenth cen-tury and that, just as declining profits had previously been recuperated, there was no reasonto think the same would not happen again. For Ward, and for most historians, the BritishWest Indian economy was still a viable proposition until at least 1815.

Carrington’s failure to cite Ward on crucial aspects of the British West Indian economyis symptomatic of a broader tendency to omit the work of various historians. Ward is leftout from the footnotes to Carrington’s chapters 8 and 9, dealing with new managementtechniques and planter reforms, though this is a central concern of British West IndianSlavery: The Process of Amelioration. Higman’s summary of the British West Indianeconomy, mentioned previously, is not addressed or cited. David Ryden’s work, document-ing falling sugar prices in the British Caribbean after 1790, is ignored even though itsevidence lends some support to Carrington’s case. Drescher’s articles, restating and refininghis position in Econocide, are not cited. The statistics Carrington tabulates on the slavetrade ignore the data presented in The British Transatlantic Slave Trade: A Database onCD-ROM by David Eltis, Stephen D. Behrendt, David Richardson, and Herbert S. Klein,(New York: Cambridge University Press, 1999). A table of slave prices for 1772–1808 (p.206) is not compared with statistics on slave prices for the late 1780s that can be found ina volume that Carrington jointly edited entitled Capitalism and Slavery Fifty Years Later:Eric Eustace Williams—A Reassessment of the Man and his Work (New York: Peter LangPublishing, 2000). Carrington’s discussion of the rum trade between the British Caribbeanand North America is rendered redundant by failure to cite John J. McCusker’s comprehen-sive Rum and the American Revolution: The Rum Trade and the Balance of Payments ofthe Thirteen Continental Colonies, 1650–1775 (New York and London: Garland, 1989).I could extend this list of omissions, but the point has been made.

The fact that so many authorities are ignored on matters crucial to Carrington’s argu-ments means that one cannot recommend The Sugar Industry and the Abolition of the SlaveTrade. But there are other reasons why it is a seriously flawed book. Though based onextensive research, the plantation records for the Windward Islands, Trinidad, and BritishGuiana—all expanding areas of the British slave system in the late eighteenth- and earlynineteenth centuries—have not been investigated properly. Chapter 6 is based almostentirely on one set of plantation papers for Jamaica. These have been researched skillfully,but Carrington does not tell us why they should have wider application to the entire BritishCaribbean, or why he has not consulted equivalent papers, which do exist, for the LesserAntilles. Sugar import figures are given in terms of different containers (e.g., pp. 18–20,citing hundredweights and hogsheads) but a common system of quantities could have beenestablished by using Customs records in the Pubic Record Office, London rather than thesources cited. Carrington’s main point, following Williams closely, is that “overproduction

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[of sugar] coupled with underconsumption, which both had the effect of overstocking themarket, provided Britain with the rationale for destroying the slave trade” (pp. 94–95). Butto investigate why Britain abolished its slave trade—and this is, after all, the second partof Carrington’s title—one needs to examine the political debates in Parliament on this issue.Carrington fails to do so, but if he had done he would have noticed, as Roger Anstey longago pointed out, that economic matters relating to slave trade abolition were not discussedprominently at Westminster in 1806 and 1807.

Colin Palmer writes an enthusiastic preface to the book stating that Carrington “clini-cally” dissects “the arguments and conclusions of less careful and gifted scholars” (p. xv):who these people are is not divulged. Palmer also states that The Sugar Industry and theAbolition of the Slave Trade is “a model of exhaustive research, measured in its analysis andbrilliant in its conclusions” that will be “read, reread, and debated” (pp. xvi–xvii). I canonly think that this was written in a spirit of West Indian solidarity. Carrington has pro-duced a book that is based on scholarly research but the omissions are of such significancethat they cannot be ignored: they really should have been seen a mile away by the Univer-sity of Florida Press’s readers. Furthermore, as stated previously, though evidence is pro-duced on aspects of economic difficulties in the British Caribbean plantation economy inthe 30 years after 1775, the argument that the British eliminated their slave trade for eco-nomic reasons is not handled in a convincing manner.

KENNETH MORGAN, Brunel University

Campanha Gaúcha: A Brazilian Ranching System, 1850–1920. By Stephen Bell. Stanford,CA: Stanford University Press, 1998. Pp. xviii, 292.

Bell’s prize-winning monograph traces the evolution of the rural economy in the grasslandsof Brazil’s southernmost state, Rio Grande do Sul. In a country notable for its plantationagriculture and tropical exports, the ranching and farming activities of temperate regions havenot, until now, enjoyed the attention they merit. The book follows in a time-honoredBrazilianist tradition of local and regional studies of rural economy and society, self-con-sciously echoing earlier works on agricultural regions by Stanley Stein and Warren Dean.

In establishing the unique character of the regional economy within the Brazilian setting,Bell provides original insights on ranching operations, including a discussion of finance andprofitability, as well as the role of slave labor. The book then turns to the changes wroughtin the second half of the nineteenth century. Ranchers organized to pursue improvementsin livestock herds, and fencing haltingly diffused across the campanha. The traditionalprocessing of jerked beef gradually gave way, with a lag, to the more advanced preparationof refrigerated meat exports in the early twentieth century. Throughout the book, but espe-cially in the chapter on the rise of modern meat packing, Bell provides explicit comparisonswith the larger, more advanced, and better-known pastoral economies of the Rio de la Plata,especially Uruguay. Beyond simply charting major changes within southern Brazil, thebook provides an array of analytical insights on the main factors explaining the gap betweenthe region and its wealthier neighbors to the south. In a tellingly titled chapter on the “slowpath to modernization” Bell exploits his mastery of the primary and secondary sources toconsider the broader array of economic and political conditions bearing on the pace ofdevelopment in the region. Fencing was slowed by an absence of necessary legal reforms,tariff reductions made it difficult to compete with imported beef for decades, andtransportation-cost-reducing railroads were late in arriving to the region. These delaysnearly reduced the area to an effective appendage of Uruguay’s more successful ranchingeconomy, with its higher levels of economic and legal infrastructure. But, by the end of the

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period considered, the campanha was catching up. The rise of cereals production helped diver-sify the state’s economy, and though still behind the Spanish American ranching areas, RioGrande do Sul was, by 1920, the most technologically advanced of Brazil’s agricultural regions.

Neither foreign investors, nor a more abstract notion of dependency, take on a large rolein either the region or in Bell’s analysis. Crafted as a historical geography, this erudite studyeschews formal hypothesis testing and econometrics in favor of more traditional treatmentsof sources and questions. In this regard, the book resembles the richly textured old economichistory more than the new. As both varieties remain in short supply for Brazil the book is anespecially welcome addition. Brazilianists will find in it a sorely needed study of a neglectedregional question, while economic historians, specialists on South America, and students ofpastoral economies will find it an invaluable reference for comparative work.

WILLIAM SUMMERHILL, University of California, Los Angeles

AFRICA, ASIA, AND AUSTRALIA

The Decline of the South African Economy. Edited by Stuart Jones. Cheltenham, UK:Edward Elgar, 2002. Pp. xv, 238. £59.95.

Economic history was at one time a thriving discipline in South Africa. A number ofdistinguished scholars—including W. M. McMillan, C. W. de Kiewiet, H. M. Robertson,and Francis Wilson—published stimulating studies investigating and explaining the charac-ter and causes of the country’s economic growth. But in recent decades there has been apersistent decline, to the point where none of the leading universities now has a chair ineconomic history, many no longer even offer courses on this subject, and very little originalresearch is being done. The profession was fractured by ill-tempered ideological disputes;scarcely any new recruits are coming in; and the attention of most of those who were at onetime engaged in this field has turned to other areas. The editor of this volume, Stuart Jones,is one of the few who have struggled persistently to keep the subject alive, but in a form,and from a perspective, that has not gained many adherents.

The absence of significant new research and analysis is all the more regrettable becauseso much of interest has occurred in South Africa in the last three decades. From the latenineteenth century, the economy was transformed and driven forward by the developmentof its vast gold reefs. But the metal is no longer able to play that role; and the output of theSouth African mines has fallen by over 40 percent since its peak in 1970. It was generallyexpected that manufacturing would become the new engine of growth, and governmentpolicy has assiduously promoted this goal since the 1920s, but the sector proved unable tofulfil this task. By the end of the twentieth century, the rate of growth of real GDP droppedto little more than 1 percent per annum, and real income per head declined to a level 10percent lower than it had been 25 years earlier. One of the most unfortunate consequencesof these trends was a continuous rise in unemployment, and by the late 1990s the numberout of work was close to 7,000,000, almost half the potential labor force.

The volume is focused on this period of decline, but its format and method does notreally enable it to do justice to the central issues. There are nine substantive chapters,beginning with a useful overall survey of the period 1970–2000, and a concise account ofmonetary and fiscal policy. There are then five chapters devoted to individual sectors:agriculture, mining, manufacturing, transport, and finance, and two to the external account,covering trade and the balance of payments. The editor is responsible for four of the chap-ters, and also contributes a brief introduction and a closing comment on the situation as hesees it in 2000. The other chapters are all by economists rather than historians.

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Apart from Trevor Bell and Nkosi Madula, the approach adopted by all the other authorsis very similar, and might be described as descriptive economics. There are brief accountsof the relevant internal and external developments, and of the introduction and applicationof major government policies, accompanied by numerous tables and a commentary on thedata. The chapter by Bell and Madula stands apart because of its more rigorous methodol-ogy, and offers an excellent exploration of the reasons for the poor performance of themanufacturing sector, and for its failure to make the required transition from import-substi-tuting to export-orientated industrialization. The volume thus provides much useful infor-mation and some interesting explanations for specific developments, but only Bell andMadula approach their subject by formulating hypotheses and attempting to test them inways that would be familiar to readers of this Journal.

The other significant weakness from the perspective of someone looking for an explanationof why the South African economy has declined are the omissions in the coverage. In particu-lar, the volume lacks a detailed treatment of the critical developments that occurred duringthese decades in the labor market. These included dramatic shifts in the relative pay of blackand white workers, the steady upward mobility of black workers into skilled and semi-skilledoccupations previously reserved exclusively for whites by legislation and custom, changes incapital intensity, and the rise in unemployment. One might also suggest that the adverseeffects on economic growth of various Apartheid policies, such as the deliberate neglect ofinvestment in human capital for 80 percent of the population, deserve more attention ascontributory causes of poor economic performance. Above all, the volume needs a coherentoverall analysis to explore in depth what has changed since earlier phases of relatively suc-cessful growth, and why the South African economy declined in this latest period.

CHARLES H. FEINSTEIN, All Souls College, University of Oxford

China Maritime Customs and China Trade Statistics, 1858–1948. By Thomas Lyons.Trumansburg, NY: Willow Creek Press, 2003. Pp. 184. $34.95.

The rich and high-quality trade statistics published by the China Maritime Customs overa continuous span of 90 years, stand as an outstanding contrast to the confusion and conten-tion that often characterize quantitative studies of the nineteenth- and twentieth- centuryChinese economy. Whereas for some, the Maritime Customs, an organization entrusted bythe Imperial government but controlled and managed by the Western elite bureaucrats,remains as the embodiment of Western efficiency and transparency, for others, it symbol-izes that very cause of China`s downfall in the modern era: Western colonialism.

Controversies notwithstanding, scholarly estimates on Chinese national trade statisticsfrom the 1860s to the 1940s were on much firmer ground than any other aggregate produc-tion or consumption statistics, thanks largely to the Maritime statistics. The recent contribu-tion by Thomas Lyons is intended to serve as a guide to the voluminous China MaritimeCustoms statistics, but more importantly, to utilize the rich port-specific and commodity-specific trade statistics to throw light upon questions concerning China regional economicdevelopment (p. 2).

The book consists of two parts with a CD ROM of statistics of tea trade for Fujian prov-ince. The first part, chapters 1, 2, and 3, provides an introduction to the origin and evolutionof the Maritime Customs Organization, the sources, types of its publications, and the formatof its statistics. Scholars have long cautioned that changing geographic coverage, shifts indefinitions and uses of different prices for evaluating trade as well as changing statisticalformat could cause serious pitfalls and inconsistencies in using Maritime statistics to derivenational time series of trade statistics. Lyons’s presentation on these issues, aided by sum-

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mary boxes, maps, and illustrations using actual tea trade statistics in Fujian province, issufficiently detailed and refreshingly lucid.

The second part, which begins with chapter 4, is a case study of the tea trade of Fujianprovince based on Maritime port and commodity-specific statistics. With an introductionof the source and format of Fujian tea trade statistics in the Maritime publications, thechapter carefully reconstructs the time series tea exports for three main ports in Fujianprovince as well as Taiwan, which was ceded to Japan after 1895. The author then proceedsto show the marked inconsistencies in two existing tea export statistics of Fuzhou in com-parison with his reconstructed series. Chapter 5 of the second part combines the port-spe-cific trade data to derive tea export time series data for the entire Fujian province for theperiod between the 1860s and 1940s. Using his trade data as well as other supplementaryinformation, Lyons makes an estimate of the total tea output of Fujian province in the 1910sand 1930s. The chapter ends with a descriptive and graphic illustration of regional flowsof tea trade and production in Fujian province.

The accompanying data CD in excel spreadsheets contains the original tea trade dataculled from the Maritime publications as well as the step-by-step reconstructions of the timeseries data illustrated in the text. Each folder of data files also has a PDF file with detailedsource and explanatory notes. Undoubtedly, the meticulous care and procedural transpar-ency that Lyons has maintained for constructing the data and statistics is exemplary forfuture quantitative studies of Chinese economic history.

In view of the historical interest in China’s macro-regions as well as the current burgeon-ing literature on China’s regional inequality and convergence, the regional emphasis in thebook is most welcome and timely. Unfortunately, the book’s relentlessly narrow focus onthe tea trade of Fujian province may not appeal to a wider readership. At the end of thebook, little was said of the possible linkages, potential biases, or statistical correlationsamong the tea trade statistics at the port-specific, provincial level and the national level.Neither was there any mention of whether or how the methodology and findings of the casestudy of Fujian tea trade may be applicable to studies of other commodities or other regionsof China. This is clearly a disappointment given the high level of intellectual disciplinedisplayed throughout the book, and given that the title of the book as well as the informa-tion provided on its back cover, seem to suggest that the book would be a more generalstudy of Maritime custom statistics and that the data CD that would cover trade statisticsbeyond the tea exports of Fujian province.

Thus, much work still remains to be done for future scholars to explore the rich statisticson commodities, ports, destinations, volumes, and value-added in the Maritime Customspublication, which, given careful data compilation and statistical analysis, could bring tolight some of the fundamental long-term issues and debates on the nineteenth- andtwentieth-century Chinese and world economies such as the evolving patterns of intra- andinterregional trade, the changing structure of trade and comparative advantages, and muchmore. Hopefully, this book serves as a stimulus for future research with more ambitiousvisions and scope.

DEBIN MA, Foundation for Advanced Studies on International Development, Tokyo

Nugget Coombs: A Reforming Life. By Tim Rowse. Cambridge: Cambridge UniversityPress, 2002. Pp. x, 419. £50.00.

Economist, central banker, trade diplomat, university chief, arts administrator, environ-mentalist, and, finally, outspoken advocate for Australia's indigenous people: H. C. “Nug-get” Coombs was one of the most influential Australians of the twentieth century. This

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important new biography of Coombs by Tim Rowse, the first since Coombs’s somewhatelusive autobiography in 1981, is a meticulously researched examination of its subject and,by extension, key episodes in Australian economic and social history.

Coombs’s rise to iconic status in Australia was as meritorious as it was meteoric. Docu-menting and accounting for it occupies the core of Rowse’s narrative, which begins withCoombs’s birth in 1906 in a small outback town in Western Australia. Rowse explains thatthe nickname “Nugget” (by which Coombs was universally known) was acquired in hisyouth and was an allusion to both his small stature and “solid” qualities. From a poorfamily, Coombs was a scholarship student at the University of Western Australia, and in1931 he won a fellowship to complete a Ph.D. at the London School of Economics. Coombsarrived at the LSE at the beginning of the ascendancy of Lionel Robbins and FrederickHayek. Neither of these made an impression upon him, however, and at the LSE he wasrather more influenced by R. H. Tawny, Harold Laski, and through them, J. M. Keynes.

Coombs completed his Ph.D. (on central banking) in the rapid time of two years. Arriv-ing home to an Australia still in the grip of the Depression, he found employment at theCommonwealth Bank (then the central bank). In 1939 he was seconded to Treasury and in1942, at the age of 36, he became Australia’s wartime Director of Rationing. For the next30 years he was never outside the first rank of administrators and advisers. In late 1942 hewas elevated again to head the new Department of Post-War Reconstruction and, in 1948,Coombs was appointed Governor of the Commonwealth Bank. Coombs remained governorof Australia’s central bank until his “official” retirement in 1968.

Rowse uses the story of Coombs’s life as a public official to explore the question he saysoccupied Coombs throughout his professional life, namely: “how to secure within thepolitical elite an economic rationality that was socially integrative.” For Coombs the answerwas Keynesianism. He opened his 1981 autobiography with the declaration that the publica-tion of “Keynes’s General Theory . . . , was for me and many of my generation the mostseminal intellectual event of our time.” Of course, as a practical economist, Coombs wasonly to approximate the application of Keynesian ideals in his work. Nevertheless, a some-what dogged pursuit of full employment informed most of his actions—both as Governorof the central bank and, more overtly, as Director of Post-War Reconstruction.

Coombs’s retirement from the machinery of economic policymaking scarcely dented hispublic activities, and it is a strength of Rowse’s biography that these are given their dueweight in terms of both Coombs’s life and his impact upon Australian society. From 1968,however, Coombs played the role of public intellectual rather than official. As such heserved as Chancellor of the Australian National University, Chairman of the AustralianCouncil for the Arts, and Chair of the Council for Aboriginal Affairs. The last of thesemarked the pinnacle of Coombs’s role as an advocate for Australia’s indigenous population,but his interest and work on indigenous issues continued until his death in 1997.

Rowse’s biography of Coombs has not been well received by all, but the criticisms boildown to two main issues. Firstly, for some reviewers the biography is not sufficientlyrevealing of “Coombs the man.” Rowse himself acknowledges that the book is “moreimpersonal than most readers of biographies would wish”—a result, he says, of commit-ments made to secure Coombs’s cooperation. In the opinion of this reviewer, the absenceof the “tell all” approach does not detract from the contribution the book makes to impor-tant questions of Australian economic history. The second set of criticisms concern whatsome have regarded as an excessive veneration for Coombs. In Australia, as in mostcountries, economic policymaking is contested domain and Coombs’s political savvy, andsuccess in gaining the ears of generations of politicians, did not endear him to some bu-reaucratic rivals. One reviewer of the biography, a former Secretary to the Treasury (thegreat institutional rival to the central bank in Australia) even went so far as to labelCoombs a “phoney.”

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1 Copyright © by EH.Net. Reprinted by permission.

This is a serious book that is a welcome addition to the study of Australian economic andsocial history, and the role of key officials and advisers in the nation’s political economy.

SEAN TURNELL, Macquarie University

UNITED STATES AND CANADA

River of Enterprise: The Commercial Origins of Regional Identity in the Ohio Valley,1790–1850. By Kim M. Gruenwald. Bloomington: Indiana University Press, 2002. Pp.xvi, 214 pp. $39.95.

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The author, an assistant professor of history at Kent State University, has written aslender but satisfying narrative describing three generations of merchants along the OhioRiver. Focusing upon Marietta, Ohio, but extending her case studies from Pittsburgh toLouisville, Kim Gruenwald analyzes how the commerce of the region shaped its identity.The heart of the tale is in the period before 1830, when the Ohio River formed the core ofnearby settlers’ sense of place. For the first two generations, their identity was with thewest, and they referred to their region as the Western country. But from 1820 forward, thenorthern and southern areas surrounding the river began to pull away from each other astransportation systems, foreign immigration, and slavery underwrote new identities thatwere no longer Western but Northern or Southern.

This sense of place is derived from a careful analysis of three generations of merchants;Dudley Woodbridge, his son, and grandson. Their correspondence, account books, ledgers,invoice books, blotters, and letter books form the evidentiary base for this study. From themthe reader can see how widely the merchants traded, from whom they got their goods andhow they were paid for, to whom they marketed their goods and what they received inreturn. This close analysis of commercial patterns and practices not only supports the au-thor’s thesis about regional identity, it also offers a first-rate case study of mercantile prac-tice on the frontier.

Dudley Woodbridge arrived in Marietta in 1789, determined to speculate in the lands ofthe Ohio Company and to engage in entrepot trade between this fledgling town and theEastern seaboard. His efforts to supply area farmers with goods and markets, while fraughtwith hazard, proved to be successful, and he became one of the leaders of Marietta.Woodbridge’s ledgers show an amazing variety of goods handled as well as imaginativemethods of payment. To facilitate his business, Woodbridge encouraged more settlementby farmers and he recruited artisans, such as smiths, shoemakers, and boatbuilders, tomigrate into the Ohio Valley. By the turn of the century, Marietta was a center of trade forsoutheastern Ohio and northwestern Virginia.

Dudley Woodbridge Junior, was part of the second generation that linked Marietta withthe growing regional hubs at Pittsburgh and Louisville. He began to move into wholesaling,buying up lots of goods to be shipped to country stores in the Marietta subregion. Havingsuch access to goods, Woodbridge opened up branch stores as well, relying upon partnersto help fund and operate the business. Success here required not only knowledge of marketsand the trust of customers, but goods and credit from the regional hubs such as Philadelphia.As the area developed, trade with the burgeoning towns of Pittsburgh, Louisville, andCincinnati grew. Expanding markets encouraged the development of regional manufactures,such as Pittsburgh’s iron and glass, Cincinnati’s textiles, and Lexington’s gunpowder.Meanwhile, the steamboat made upriver traffic possible and Woodbridge got tobacco andhemp from Louisville, salt from western Virginia and even cotton from Nashville and sugar

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from New Orleans. As he developed wholesaling based upon this greatly extended OhioRiver commerce, trade with local farmers shrank. If the Western country got its identityfrom the patterns of commercial trade, Gruenwald argues that it was cemented by its sharedpolitical interests, as westerners sought both better banking and transport systems.

The new transport systems would erode the importance of the Ohio River system. Withtwo major canal systems crossing Ohio from south to north and connecting with Lake Erie,the Ohio River was no longer a primary route for those heading further west into the interiorof the North America continent. The Great Lakes–Erie Canal waterway and good wheatlands led to development of the northern parts of the state. Railroads would confirm thisnorthward shift. Ohioans now identified themselves with the term the Buckeye State.

The author’s focus upon commercial networks and regional identity is well placed. Theconsequences of the shift in identity from Western to Northern and Southern would havemomentous effects in 1861. For economic and business historians, however, the virtues ofthis book are to be found in the author’s ability to recreate the patterns of mercantile tradeduring the earliest years of the Ohio territory and statehood. While the Woodbridges assumecenter stage, the patterns of their commercial exchange are confirmed with account books,ledgers, and blotters of other merchants. The work in these primary documents is impressiveand the results will no doubt find themselves in the published work of others.

A classic piece of history, this book does not employ economic models nor does it relyupon advanced statistical technique. For some this may be a limitation, but for others, itmeans a more readable narrative.

DIANE LINDSTROM, University of Wisconsin

John Hull, the Mint and the Economics of Massachusetts Coinage. By Louis Jordan.Hanover, NH: University Press of New England, C4 Publications, The Colonial CoinCollectors Club, 2002. Pp. xx, 348. $50.00.

Louis Jordan has put together an impressive volume detailing the historical, political, andeconomic circumstances surrounding the issue of coinage in Massachusetts. His work offersboth a thorough examination of the primary sources and literature on the topic as well asnew information and interpretations. Jordan is able to synthesize the vast materials on thetopic into a well-written scholarly volume that I suspect will become a standard referencefor those interested in monetary matters of the British North American colonies.

Jordan explains every element related to his subject, from account book date recordingto the various methods for minting coins. Numerous figures also provide a wonderfulcomplement to his vivid descriptions, allowing you to see the layout of a mint along withpictures of the coins produced. The two appendices provide invaluable tools for researchers:a transcription of the Hull Shop Account from 1671 to 1680 with comments and explana-tory notes provided by Jordan as well as a listing of relevant documents and events relatedto the Massachusetts Mint, in chronological order.

The history of the Hull family and John Hull’s principal partner, Robert Sanderson, isentertaining reading. While attempting to provide well-supported answers to questions suchas the location of the mint, Jordan provides a rich backdrop on the development of Bostonand the surrounding communities. He also includes relevant political details such as therequirements of the Puritan church and the relations between the colony and England in theturbulent eighteenth century. Jordan’s work offers excellent examples of the process usedby England to govern the colonies as we follow petitions and representatives to meetingsof the Privy Council and the Lords of Trade and Plantations. Perhaps more impressive thanthe information provided was Jordan’s ability to keep on point and not get drawn into

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discussions of the political tensions between England and Massachusetts that relate to hismain point in a purely tangential way.

The book provides technical details about the rules and methods for determining thepurity of silver and the operation of a mint. For the period covered by the available accountrecords, Jordan attempts to estimate the productivity of the mint by such measures as turn-around time for orders and the optimal size of a silver melt. Although his analysis requireshim to make assumptions, none seem implausible. Jordan arrives at good estimates for thetime to produce coins in Massachusetts. The problem of coin weight (pp. 54–63) was wellpresented though there were some simple steps that would have made it more informative.The lack of a scientific approach to coinage made weight something of a problem, evi-denced by the examples Jordan presents (pp. 59–61). He provides an average coin weightin grains of silver but does not give the standard deviation. As a result the reader does notgain a sense of the distribution of coin weight.

The later chapters (Part 5, pp. 148–78) introduce issues of international exchange suchas the activities of Spanish mints and the eight reales coin. One again Jordan provides anexhaustive amount of detail as he discusses the different exchange values attached to coinsthroughout the British Empire at the time, the one based on the silver content and then thelegislated exchange value. He does a good job explaining the attempts to legislate the valueof a shilling in Massachusetts to keep the coinage in circulation in the colony. This sectionof Jordan’s work combined with John McCusker’s Money and Exchange in Europe andAmerica, 1600–1775: A Handbook (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1978)gives students and scholars alike a detailed set of references to examine for exchange-ratemovements and monetary history in colonial America.

DAVID T. FLYNN, University of North Dakota

Gaining Ground: A History of Landmaking in Boston. By Nancy S. Seasholes. Cambridge,MA: MIT Press, 2003. Pp. xiv, 533. $49.95.

It is impossible to write a review of Gaining Ground without resorting to superlatives.This is the most meticulously researched and lavishly illustrated (and heaviest) book I haveever reviewed. The subtitle, A History of Landmaking in Boston, refers to the leveling ofhills and filling of bays that contributed to Boston’s growth. Nancy Seasholes documentsthis process on a year by year, wharf by wharf, block by block basis. Maps, drawings, andphotographs depict the changes.

The book is the result of the author’s involvement in archaeological assessments, part ofthe environmental review process required of urban construction projects. One of the tasksin Boston is to determine whether the land is original or made land. If the latter, it has to bedetermined “when it was filled, why, by whom, how, and with what” (p. ix). The book,based in part on Seasholes’s dissertation, covers “the various parts of Boston Proper butalso the Fenway and Bay State Road areas, Charlestown, East Boston, South Boston, andDorchester” (p. ix).

The Shawmut peninsula on which the Puritans settled was 487 acres. Roughly 500 acreshave been added, largely by filling tidal flats. Nearby communities have grown in a similarfashion. Landmaking was facilitated by the Colonial Ordinance of 1641 that defined therights of shoreline property owners as including the flats to the low-tide mark (p. 21). Thedemand for wharves (later railroads and airports) was one major reason for made land,especially at those times Boston felt it was losing trade to New York City. The demand fora place to live (especially during the Irish immigration of the 1840s) was a factor, as waspollution from wastewater disposal.

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The first chapter provides a general overview; the second chapter, a discussion of land-making technology. Although the technology always involved building a perimeter struc-ture and filling behind it until the level was above the high-tide mark, there were changesover time in “the perimeter structures, the foundations on which they were set, the methodsused to excavate, transport, and deposit the fill, and even the fill itself” (p. 13). Thereafter,the book is organized geographically, with the chapters each organized (roughly) chrono-logically. Each chapter begins with a map showing the part of modern Boston under discus-sion with the 1630 shoreline superimposed.

The simplest way to provide the flavor of the book is to provide an (edited) excerpt fromthe middle of Chapter 9.

. . . in January 1833 a group of lawyers, merchants, and businessmen formed the SouthCove Corporation for the express purpose of filling the flats between Sea (the FreeBridge) and Front Streets in order to provide land for the terminals of the railroadsthen being built to Boston from Worcester and Providence. . . . In April 1833 theSouth Cove Corporation paid the railroad a bonus of seventy-five thousand dollars andagreed to sell it land in South Cove for merchandise . . . and passenger depots.

In April 1833 this land did not exist, however, and had to be created by filling. TheSouth Cove Corporation had originally planned to purchase and fill the entire seventy-seven acres of wharves and flats bounded by Front, Essex, and Sea Streets and theSouth Boston Bridge . . . , but even before the project began the corporation decidednot to undertake so much and to fill only about as far south as Orange (now Herald)Street. . . .

Filling of South Cove began in May 1833. To obtain fill the corporation had pur-chased eighteen acres of marsh about a mile away at the south end of South Bay . . .and a three-acre gravel hill in Roxbury, also on South Bay. Scows brought the mudand gravel to South Cove (p. 246).

What this excerpt cannot show is that the text is illustrated by a 1777 map of Boston and itsenvirons, a close up of South Cove on an 1832 map, and an 1835 map showing the filled area.

A short review cannot cover all this book has to offer; there are gems lurking in everychapter. For example, the first railroad in the United States was part of the Mount Vernonproject (1805) and was used to carry gravel from the top to the flats (p. 138). And LoganAirport was named after a South Boston judge who was never in an airplane but had a wifeinterested in aviation (p. 377).

The book closes with an “Afterword” that amplifies three problems identified earlier inthe book. First, falling groundwater levels, at least partially due to more efficient waste-water disposal, have led to rotting foundations in some of the filled areas. Second, the fillin some places has led to flooding in others that were not originally filled above the high-tide mark. Finally, even though the last major earthquake was in 1755, it remains true thatthe extensive (and expensive) capital developed on filled land is at greater risk.

Gaining Ground is packaged as a coffee table book, and it should find its way to the coffeetables of all those interested in Boston history. Others, particularly those interested in urbandevelopment, will find it rewarding because the issues Seasholes addresses are common tomany cities. Among these are concerns about growing concentrations of bridges and railroadsand the need to develop public land to accommodate public buildings (e.g., Faneuil Hall andthe Custom House) and public space (e.g., Charlesbank-the Esplanade-Storrow Drive andFrederick Law Olmsted’s Back Bay Fens). Gaining Ground is an encyclopedic work that canbe consulted with profit in whole or in part. We are indebted to Nancy Seasholes.

LOUIS P. CAIN, Loyola University Chicago and Northwestern University

266 Book Reviews

The Price of Progress: Public Services, Taxation, and the American Corporate State, 1877to 1929. By R. Rudy Higgens-Evenson. Baltimore: Johns Hopkins University Press,2003. Pp. x, 168. $39.95.

In this admirably short book, Rudy Higgens-Evenson encapsulates an important chapterin the history of American governance. Between Reconstruction and the Great Depressionstate and local governments underwent a fundamental transition, as the scope of theiractivity widened and as the center of gravity shifted to the states. Higgens-Evanson situatesthe expanding public agenda within an emerging interest-group politics, which allowedexpenditure demands to find expression outside the fiscal restrictions of nineteenth-centurypartisanship. Government officials and academic experts also played key roles in lobbyingfor a larger government role, in critiquing the old fiscal regime—one based on a locallyadministered general property tax, and in shaping the particulars of new tax systems. Achief complaint centered on the general property tax’s inability to effectively tap the wealthof an emerging corporate economy. Land owners felt unduly burdened compared to theholders of financial and corporate property. Government officials and program advocatesthought their efforts were being hampered by a constrained fiscal device. And corporationschafed under the complexity and unpredictability of the general property tax, which variedconsiderably from one jurisdiction to the next, depending on the sympathies of the localassessment machinery.

These concerns merged in the fiscal transformation running through the center ofHiggens-Evenson’s narrative: the movement of state governments away from the generalproperty tax and toward an assortment of corporate levies. Political acceptance of the newsystems of corporate taxation typically required a compromise among three parties: stategovernments, which got a new revenue source to satisfy rising expenditure demands;corporations, which got significant exemptions from the local property tax, rationalizing—and sometimes lowering—an important business expense; and local governments, whichreceived revenue from the state to compensate for their diminished property tax base. Thegrowing state dependence on corporate wealth also had important political consequences,as corporations became more directly involved in state policy making, exerting greaterinfluence along administrative, legislative, and intellectual channels.

The precise outcome from this three-way bargaining varied across the states, differingin the types of corporate taxes employed, in the relative winners and losers across eco-nomic sectors, in the fiscal arrangements struck between governments, and in subsequentcorporate influence over state policy. Also, even though policy expansion and administra-tive centralization were widespread, the shift to corporate taxation was not universal.Fiscal divergence was underway, creating a division between what Higgens-Evenson callsthe “corporate states” and the “Jeffersonian republics.” The former were typically moreindustrial; they had a larger corporate sector to tax; and they embarked earlier on programsof fiscal expansion. The latter had economies based mainly on agriculture and extractiveindustries and thus funded their growing, though less ambitious, commitments under thegeneral property tax.

Higgens-Evenson captures this diversity through an approach that aptly combines casestudy, fiscal data collection, and a synthesis of secondary literature. In addition to trackingthe course of tax reform, the book examines prominent expenditure areas, notably educationand road building, the latter tied to another significant revenue transformation beginningin the 1920s: heavy reliance on gasoline taxes and related licenses.

My primary reservation about the book falls under the category of missed opportunities.This topic cries out for more explicit quantitative treatment, especially in light of the pro-ject’s data collection efforts. The available data may not be perfect and the fiscal sourcescan be maddeningly idiosyncratic, but the situation is not hopeless. A number of statistical

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patterns and relationships could have been explored, quite possibly buttressing the book’sthemes, several of which are reinforced by an encouraging, though still underdeveloped,body of recent fiscal research. Missed opportunities aside, Higgens-Evenson has done thefield a service by placing a concise narrative on the table, ready for closer scrutiny.

Such scrutiny must grapple with an interpretive puzzle and a historical irony. The puzzleconcerns our larger political evaluation of the shift to corporate taxation. Although corpora-tions were targeted with new taxes amid a political environment with some anti-corporatestrains, they also were relieved of the hassles and (potentially heavy) burden of the generalproperty tax, which at its core was a tax on wealth. Still unclear in the existing literature isthe extent to which changes in tax policy were driven by corporate politicking and ideologi-cal predispositions sensitive to corporate interests, rather than by high-minded tax reformor a pragmatic effort to fund a wider public agenda. In rough schematic terms, the presentnarrative suggests a causal chain running from diverse expenditure demands, through taxreform modulated by expert opinion and interest-group pluralism, and to the (seeminglyunintended) consequence rising corporate influence over state governance and politics. Analternative schematic might place a more sustained emphasis on corporate influence allalong, in propagating some expenditure demands, in defining the fiscal crisis and acceptablesolutions, and in engineering a system conducive to enhanced political influence. Such analternative might find reinforcement in the historical irony revealed by extending the timeframe beyond 1929. Although state governments relied heavily on corporate taxation fora time, the larger trend was very different—away from a taxpaying public defined byproperty ownership and corporate status, and toward a universal taxpaying public tappedon both its incomes and purchases. The corporate tax may have been the “price of progress”during the early twentieth century, but a rebate was right around the corner.

MONTY HINDMAN, University of California, Riverside, and University of Michigan

A History of Public Sector Pensions in the United States. By Robert L. Clark, Lee A Craig,and Jack W. Wilson. Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2003. Pp. ix, 259.$49.95.

This useful book is a publication of the Pension Research Council of the WhartonSchool. It provides an analytical history of public-sector pensions in the United States,which had important differences in their management, distribution, and investment fundingand which offer important lessons for recent proposals to restructure Social Security andto expand defined contribution, employer-provided pension plans. There are 11 chapters,an appendix of historical price and wage indices covering various periods from 1720 to1939, and detailed references to the history and economics of public- and private-sectorpension systems.

The book has three objectives: to provide the first basic reference volume on the historyof public-sector pensions in the United States; to identify policy lessons for modern daypension analysts; and to provide a chronology of the theory and practice of pension fundmanagement. As the authors state there is no disentangling the history of public-sectorpensions from that of the financial management of the monies in the pension funds and theevolution of finance in the United States. Accordingly, pension history offers insights intothe development of American financial markets as well.

Chapter 1 summarizes the evolution of public pensions in the United States that predatedprivate-sector arrangements. Military pensions were the first to appear, and for a while,navy and army pension systems were quite different. Both were aimed at providing replace-ment income for soldiers and sailors injured in battle, to offer performance incentives, to

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arrange for orderly retirements, and to respond to political pressures. Naturally, theseobjectives were not always mutually consistent. A major difference between the navy andarmy plans, however, was that the navy plan was financed with monies from the sale ofcaptured prizes. Revenues were very erratic, fluctuating with the fortunes of war and peace.As a result, Congress established the navy pension fund and allowed the trustees of thisfund to invest in a wide range of assets, including private equities. The history of the man-agement of the fund reveals the many problems that arise when public pension monies areused to purchase private assets. One problem was investing in politically favored firms thatdid not offer the highest returns, weakening the fund. There also were other moral-hazardissues. Congress expanded benefits and coverage, and along with low investment returns,these actions caused the fund to become bankrupt. Congress then was required to shiftfinancing to the treasury’s general fund and government debt. Contemporary proposals toallow the Social Security trust fund to be invested in private equities are likely to encountersimilar problems. The army pension plan has a much smoother history. It was alwaysfinanced on a pay-as-you-go basis from general revenues. Other government pensionsbegan with disability and retirement benefits to some city employees, beginning in 1850.The first state retirement system was inaugurated by Massachusetts in 1911, and the FederalEmployees Retirement Act of 1920 systematically provided federal employee pensions. Theauthors point out that private pensions began later and were less generous than were gov-ernment programs. Private pension systems did not expand dramatically in coverage andbenefits until after World War II, but were influenced significantly by public pensionpractices.

Chapter 2 summarizes pension economics to provide a framework for the subsequentdiscussion. Chapter 3 reviews the history of military pensions from Roman times throughfeudal practices in Europe and on to their use by the British government to develop thenavy. American colonial practices are described, and the chapter ends with a comparisonof the army and navy systems. Chapters 4–7 present the development and management ofthe American naval pension system. Very useful data series are provided in the chaptertables, including numbers of pensioners, outlays, key dates, benefit payments, and the valueand investments of the naval pension fund. Problems with the administration of the fundand its ultimate bankruptcy are described. The authors also suggest how the naval fundrelied upon and at the same time stimulated the growth of broader U.S. financial markets.Chapter 8 presents the army’s pension development from the Revolutionary, Civil, andIndian war pensions through more modern conflicts. Once again, the data tables are verycomplete and informative. Chapter 9 turns to the development of federal employee pensionsand describes the growth of public-sector unions in influencing the timing and nature of theplans. State and local worker pensions are discussed in Chapter 10. These began with policeand fire department pensions and spread to teachers and other municipal and state employ-ees. Key inaugural dates and state plan provisions are summarized. Funding arrangementsalso are detailed. Chapter 11 draws some useful lessons from these pension histories to thecurrent policy debate. The authors summarize four points: monitoring costs affect the timingand characteristics of public sector pensions; moral hazard and administrative problemsplagued the plans and in some cases were only recently, if ever, overcome; the pensionsgrew dramatically, pushed, in large part, by politics; and the growth of public pensions andtheir generosity had effects on labor markets throughout the economy.

All in all, this is valuable economic history that informs current debate. The book servesas an important reference for all scholars who work on U.S. labor market issues, as well asthose interested in the provision and financing of certain government services.

GARY D. LIBECAP, University of Arizona

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Public Markets and Civic Culture in Nineteenth-Century America. By Helen Tangires.Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 2003. Pp. xx, 265. $45.00.

When discussing “markets” today we usually are bandying about abstractions; so it waswith great anticipation that I started a book that deals with physical markets: the originalsort, places where farmers came to sell food to townsfolk. This short, illustrated book treatsthe history of what the author calls the “public market system” in the United States from thenineteenth century, when publicly owned facilities “were the principal source of the city’sdaily supply of fresh food,” (p. 26) to the early twentieth century, when many markets hadclosed, replaced by distributed grocery stores and butcher shops. The reason the author callspublic markets a “system” is that they embodied, in her view, a “moral economy”: “It wasthe duty of the state to ensure that the urban populace would have an adequate, wholesome,and affordable supply of necessities,” (p. 3) and the only way to accomplish this wasthrough “regulated public markets.” This preconception runs through the book; against theideal—a competently managed public market, where farmers and consumers meet di-rectly—all other “laissez-faire” commercial arrangements (peddlers, shops, private markethouses) are judged and found wanting. That the ideal frequently was not achieved, as theauthor recounts, does not weaken her conviction.

Central markets were ancient venues for trade. We learn that in America, laws regulat-ing markets were commonplace. In particular, some laws restricted the selling of foodoutside public markets except under certain conditions. Markets were often located in thecenter of town, sometimes in the middle of a street, as was Philadelphia’s High (laterMarket) Street market. They might be placed on the ground floor of multi-purpose build-ings (like Boston’s Faneuil Hall Market) or simply in open sheds. Animals were broughton the hoof through the streets to the butchers’ market stalls. Over time in large cities, withpopulations spreading out and businesses replacing residences in the old centers, the earlymarkets became inconvenient. Moreover, the rationale for a city operating real estate,rather than regulating food safety and weights directly, was questioned. Thus began agita-tion to loosen restrictive laws and reconfigure the markets. Food was supplied by peddlers,neighborhood shops, and modern private markets. But the tenants of public market stallsopposed these developments, as did some city fathers. It seems that markets could beimportant sources of revenue for cities, bringing in more in rents and fees than they costto manage, and in such cases, cities were reluctant to loosen restrictions. Market build-ings—some very large ones—continued to be constructed into the twentieth century bymunicipalities and private investors.

But demographic and economic trends worked against the central, publicly owned mar-ket. Not only was population living farther from the old centers, but farms were locatedfarther from cities. Food arriving from greater distances was handled by wholesalers, andsome public markets became wholesale markets. But with growing traffic, wholesale mar-kets needed to be removed from congested areas. Public markets can be found in somecities today, and some cities arrange for farmers’ markets in harvest season. But these playa minor role in a city’s food supply.

What I wish the author had provided, in addition to the focus on markets, is an overallpicture of how urban households obtained food. How important were public markets com-pared with alternative sources? What kinds of vendors actually occupied the markets: farmers,or retailers and wholesalers? Regarding the public markets’ purported advantages, did themarkets actually keep food prices down and quality high, and assure food abundance?

The biggest problem with the book for someone interested in economic history is that theauthor does not analyze the developments in economic terms. She takes for granted that herideal market arrangement yields the best results for public welfare. Rather than tracing howand why food marketing changed, the author laments the divergence from her ideal. She

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plainly loves public markets, but writing as their defender rather than impartial interpreter,she fails to explore the interesting economic questions a study of markets raises.

SARA E. WERMIEL, Massachusetts Institute of Technology

Calculating the Value of the Union: Slavery, Property Rights, and the Economic Originsof the Civil War. By James L. Huston. Chapel Hill: University of North Carolina Press,2003. Pp. xvii, 394. $45.00.

James L. Huston, professor of history at Oklahoma State University, has written bookson The Panic of 1857 and the Coming of the Civil War (Baton Rouge: Louisiana StateUniversity Press, 1987) and Securing the Fruits of Labor: The American Concept of WealthDistribution, 1765–1900 (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1998), as wellas numerous articles on topics in antebellum history. In this book Huston argues that thecause of the Civil War was economic, generated by the southern defense of property rightsin slavery, which would have created an unfair labor market that would have ruined theopportunities for free northern village labor. It was the reaction in the North to this growingslave system, with the possible expansion of slavery into the North, lending to the ruinationof that society, that generated the late antebellum political changes that made compromisebetween the sections impossible. The title of the book, drawn from an 1829 comment byThomas Cooper, president of South Carolina College and a political economist, on the tariffdebates, suggests the southern willingness to make a decision on secession on the basis ofa simple benefit-cost calculation.

Calculating the Value of the Union is based on extensive archival research and a thor-ough reading of the secondary literature on antebellum political and economic history. The41 page bibliography includes 78 manuscript sources and 126 newspapers and periodicals.In addition there are two detailed appendices on political history, one tracing out “A Theoryof Political Realignment” to describe the political changes of the 1850s, and the otherproviding graphical presentations of the changing pattern of voting by state in the last twoantebellum decades. The basic presentation of the volume is in two parts, the first relatingto the issue of property rights, particularly those in slaves, to sectional conflict, and thesecond a rather more traditional narrative on the role of slavery in the political strugglesbetween North and South in the years 1846 to 1860.

There is much of considerable interest said about northern and southern attitudes towardsslavery, free labor, and property rights. The author’s major contention that the war wasfought over property in slaves, although perhaps not as novel as suggested, does point toa basic aspect of the sectional debate. Whether republican ideology is so easily dismissedas “puny ideals” in contrast with the “brute fact” of slave values, perhaps draws too sharpa distinction. As Adam Smith pointed out, the demand for morality is downward slopingand some trade-offs may exist—between wealth maintenance and belief—although, giventhe value of southern slaves a compensated emancipation would have been quite expensivefor the North (as was also the war). This was undoubtedly the reason that compensation ofslaveowners, as done in most previous cases of slave emancipation, was seldom discussedin the United States, but Huston does not say much about the compensation discussions orof the emancipation practices of other countries. He does describe the beliefs in the naturaldeath of slavery held at that time, but little is said in any detail about the period of time overwhich this would occur, a crucial issue for setting policy.

The timing of the Civil War is linked to what is described as the “North’s paranoia,” dueto the fears of competition from slave labor affecting the middle and lower classes in north-ern agriculture. Southern paranoia, on the other hand, reflected the fear of changes in the

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nature of property rights in slaves. Transportation improvements and market integration ledto more competition between free and slave labor, and a drive toward territorial expansionin both sections. An interesting counterfactual proposed by Huston (p. 100) is that in theabsence of the slave emancipation resulting from the Civil War, “it is not inconceivable tothink that around 1890 or 1900 the North would have seceded from the Union to protect itseconomy from slave labor domination,”—but it is not hypothesized what the southernreaction to northern secession might have been in that circumstance.

Huston’s analysis of the economic and political debates about slavery is first-rate, drawingtogether a great deal of information. Whether or not one is fully convinced of his interpreta-tions of northern and southern society, much that is useful is presented about the experiencewith slavery in the United States. Little, however, is said about slavery and abolition in othercountries, or why the North ended slavery before the South and in a quite different manner,so that some possible comparative dimensions are not explored. None of this, however,detracts from the contributions made in this most thoughtful and stimulating work.

STANLEY ENGERMAN, University of Rochester

Health and Labor Force Participation over the Life Cycle: Evidence from the Past. Editedby Dora L. Costa. Chicago and London: The University of Chicago Press, 2003. Pp. xvi,343. $75.00.

This book represents an attempt to bring historical evidence to bear on issues that main-tain contemporary importance in the areas of public health and public policy. Contributorsuse new historical data sets to explore the factors affecting mortality and health outcomesacross populations and labor-supply decisions of the aged.

Most of the papers make use of the Life-Cycle Data on the Aging of Veterans of the UnionArmy collected under the project title “Early Indicators of Later Work Levels, Disease andDeath.” The sample consists of longitudinally linked observations for 39,616 white males inthe Union Army. The data set was created by linking information from military records, pen-sion records, surgeons’ reports, and population censuses. It includes a wealth of informationthat provides a picture of the life history of each veteran. In the first chapter, Larry Wimmerprovides an account of the collaborative effort that was required to create this data set.

There appear to be three central themes that connect the articles in this volume. The firstis the effect of socioeconomic status on mortality and health. Joseph Ferrie uses a sampleof 175,000 individuals from the 1850 and 1860 censuses to examine the relationship be-tween wealth and mortality. Previous studies had found little relationship between wealthand mortality in historical data. Ferrie, on the other hand, finds evidence of disparities inmortality by socioeconomic status in 1860 (p. 31). In an investigation of the effects ofsocioeconomic status on health outcomes, Clayne Pope and Sven Wilson considercommunity- and family-level influences that affect adult heights. They find that farmersenjoy a distinct height advantage over other occupations in both urban and rural communi-ties (p. 132). This finding is explained by both better nutrition and reduced exposure toinfectious disease for farmers in rural areas.

The second central theme in the book is the effect on mortality of infectious diseases andmigration, both important features of nineteenth-century life in America. In a pair of papers,Chulhee Lee and Daniel Scott Smith examine the question “Why did so many Union Armysoldiers die of disease during the Civil War?”(p. 110). Whereas Lee focuses on prior expo-sure to infectious diseases, Smith considers the environment to which soldiers were exposedduring the war. Lee finds that prior exposure to infectious diseases reduced the chances ofdying from disease (p. 69). This appears to be due to increased resistance. Smith finds that

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although prior exposure was important, its effects became less important over time. Afterthe first year of service, the environment experienced during the war became a more impor-tant predictor of death from infectious disease (pp. 107–08).

Mario Sanchez examines the characteristics of migration patterns in the nineteenthcentury and the effect of migration decisions on later mortality of migrants. He finds returnmigration was a common feature of nineteenth-century migration patterns (p. 219). Migra-tion was also found to reduce life expectancies, a finding that is explained by the increasedprobability of dying from infectious diseases (p. 220).

The third theme connecting the papers in this volume concerns the labor-supply and retire-ment decisions of Union Army veterans. Tayatat Kanjanapipatkul finds that the receipt ofpensions reduced labor-force participation among Union Army Veterans (p. 246). In addition,the elasticity of retirement with respect to pension income varies across occupations (p. 249).Chen Song and Louis Nguyen examine the labor-supply implications of poor health for UnionArmy veterans. Specifically, they examine the case of hernias. They find that retirementdecisions for Union Army veterans were not influenced by the existence of hernias.

As the papers in this book depend largely on the Life-Cycle Data on the Aging of Veter-ans of the Union Army, its focus may at first appear somewhat narrow. Yet a particularlyappealing feature of the book is that it carries implications for broader issues in Americaneconomic history. For example, the evidence relating to the costs of migration may help toexplain the existence of large urban wage premiums in the nineteenth century. Likewise,the evidence on the factors affecting adult heights of Union Army veterans may shed lighton the larger issue of declining heights in mid-nineteenth-century America. Despite theseadvantages, it is also true that the Union Army data are confined to a sample of white malesfrom the North. It is unfortunate that this wonderful data set cannot be used to examine theexperiences of women, children, Southerners, or African Americans.

Overall, the book provides a detailed analysis of the factors affecting health, mortality,and labor-force participation in nineteenth-century America. As such, it will be of interestto economic historians, labor economists, and historians. One point that emerges clearly isthe importance of infectious diseases for health outcomes and subsequent mortality innineteenth-century America. From this standpoint, there may be implications for developingeconomies in which infectious diseases remain prevalent. This book may therefore be ofspecial interest to those in the field of public health. Finally, the attention devoted to migra-tion means that this book should also hold the interest of those interested in demography.

MARIANNE WARD, Loyola College in Maryland

The Claims of Kinfolk: African American Property and Community in the Nineteenth-Century South. By Dylan C. Penningroth. Chapel Hill: University of North CarolinaPress, 2003. Pp. x, 310. $14.95, cloth; $19.95, paper.

During the past generation a number of scholars have examined the question of blackproperty ownership in the South. None of the articles and books, however, has looked atthe question from the perspective of slavery in West Africa and communal or kinshipownership in the United States. Dylan C. Penningroth uses a case study of the Fante regionon the Gold Coast of Africa (present day Ghana), following the British emancipation in1874, to show how kinship claims to property were in some ways similar to slave propertyownership in the United States. In both locations, he writes, “ownership often includedmultiple, overlapping, and sometimes competing claims” (p. 41). Viewing the history of ex-slaves’ negotiations “over property and social ties through the prism of African Studies,”the author contends, brings into better focus black social relationships. It turns attention

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away from white–black race relations and shows black kinship and black community lifeon “their own terms, with all their dynamism and noisy dissent, rather than as mere sideeffects of their dealings with whites” (p. 185).

The author follows his case study with an analysis of the internal slave economy and thechanges that occurred as a result of the Civil War. The major theme that emerges is that thebest way to view black property ownership in the mid-nineteenth century is not, as otherhistorians have done, through cultural change (blacks accepting the ethos of acquisitive-ness), or as a means of resistance, but rather through the prism of African history where the“negotiations over kinship, labor, and property” (p. 12) were pervasive.

Penningroth uses a wide variety of sources—-the WPA slave narratives, black autobiog-raphies, Frederick Law Olmsted’s travel accounts, and others. The author relies particularlyheavily on the Southern Claims Commission reports. Created by Congress to reimburseUnion loyalists who lost property to Union troops who were foraging for supplies and foodduring the Civil War, this evidence is skewed toward a few densely black populated sec-tions of the Lower South, especially the Sea Islands and coastal regions of South Carolinaand Georgia, and the Natchez and Vicksburg areas of Mississippi. Although the authormakes every effort to place the interpretation—that black economic dealings were moresocial and communal than financial and economic—in a South-wide context, he keepsreturning to these locations. Indeed, a few counties, including Liberty County, Georgia,appear to be extremely important to understanding his thesis. To the author’s credit headmits that his evidence is only suggestive and in some respects “inconclusive” (p. 161).The theories advanced, however, are evocative, even if they do not offer a new methodol-ogy for conceptualizing African American property ownership.

LOREN SCHWENINGER, University of North Carolina at Greensboro

Charity, Philanthropy, and Civility in American History. Edited by Lawrence J. Friedmanand Mark D. McGarvie. Bloomington: Indiana University Press, 2003. Pp. xi, 467.$40.00.

Robert Bremner’s little classic, American Philanthropy (Chicago: University of ChicagoPress), has, since its publication in 1960, been the place to start for anyone interested in asurvey of charity and philanthropy in the history of the United States. Bremner’s book—revised a bit and then reprinted in 1988—has of course the historiographical markings ofits birth time, the late 1950s. Charity, Philanthropy, and Civility in American History,edited by Lawrence J. Friedman and Mark D. McGarvie, argues that Bremner’s “consensusapproach to the American past” (p. 4) is not fit for “our time,” and sets out to fix things.According to Friedman, the “central purpose” of the collection is to “replace Bremner’sAmerican Philanthropy with a book that [reflects] the research and thinking of some of themost sophisticated of the current generation of American History scholars” (p. 21).

The contributors would like the book to be more than simply a restatement of Bremner-without-the-consensus approach. Allegedly unlike Bremner, the contributors believe “[f]irst. . . that charity and philanthropy have always involved intense preoccupations with deeplycompelling visions” (p. 10); the authors believe further that “despite the intentions ofphilanthropists to impose their vision of the ‘good society,’ philanthropy has also involvedreciprocity between givers and recipients of ‘good’ qualities” (p. 11); that “philanthropy .. . redefined concepts of gender” (p. 12); that “the lines between ethnic and philanthropicexperiences were often deeply permeable” (p. 12); that “philanthropists derived a sense ofboth empowerment and identification from their activities” (p. 13); that “the American mixof public, private, and voluntary agencies to meet peoples’ needs” fluctuates (p. 13); and

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that “American philanthropy can hardly be understood without the benefit of a complexinternational perspective” (p. 15).

The 19 essays cover a wide range of material, aiming, of course, to articulate features ofAmerican charity and philanthropy that Bremner, “preoccupied,” Friedman says, “with elitewhite male Protestants” (p. 11), had missed. It is not clear whether the book hits its target. Forexample, Part 1, “Giving and Caring in Early America, 1601–1861,” contains six essays and155 pages on colonial and antebellum charitable practice but only one essay— “AmericanIndians and the Practice of Christianity,” by Stephen Warren—departs from Bremner’s preoc-cupation. Parts 2 and 3 certainly reach beyond a concern with elite whites. Here one findsessays sensitive to, if not heavily concentrated upon, the donor-recipient interplay of race,gender, ethnicity, and religion; American philanthropy abroad (chapters 11, 15, and epilogue);and a (perhaps overplayed) distinction between public, private, and nonprofit organizations.

Mary J. Oates offers a compelling story on the politics of Catholic charity in Quincy andSpringfield, Illinois, showing from a case study the sometimes-brutal competition internalto the church for the allocation of charitable funds—a competition that was often“resolved,” Oates finds, by the coercive power of bishops (p. 283). But Roy Finkenbine’sessay on “Law, Reconstruction, and African American Education in the Post-EmancipationSouth” (chapter 7) is probably the chief example of an essay that succeeds in the post-Bremner mode. Finkenbine tells the story of the Slater Fund—“the earliest of the majorfoundations devoted exclusively to the education of the recently freed slaves” (p. 168).Directors of the Slater Fund, Finkenbine shows, were entwined complexly in the politicsand economics of abolition and segregation. Drawing closely upon primary source material,Finkenbine is conservative in his suggestion that the Slater Fund and other foundations“imposed on African Americans—often against their explicit wishes—a curriculum de-signed [at Tuskegee and elsewhere] to train [African Americans] for political, social, andeconomic subservience” (p. 178). He points out that W. E. B Du Bois, Carter G. Woodson,Thurgood Marshall, and Martin Luther King Jr. were graduates of Slater Fund and otherfoundation-sponsored industrial curricula and that after all the foundations were not “theonly sources of funding available for the support of African American education in theSouth” (p. 178). (Perhaps, as Friedman and McGarvie find in Bremner, some “hierarchies”can be found in Finkenbine when he omits Booker T. Washington, a graduate of theHampton Institute, from his short list of heroes.)

Bringing to philanthropy studies a more explicit rhetoric of race, class, gender, andreligion is a valuable and long-awaited revision of the Bremner style of scholarship. Eco-nomic historians however will not find fulfillment in some big promises of the book. Ac-cording to Friedman, the authors “ask whether private nonprofit resources have ever beenvery significant, proportionate to government resources, in addressing” poverty and othersocial ills (p. 18). Yet none of the chapters try to answer the question. Philanthropy schol-ars, Friedman insists, “must demonstrate precisely how much “change” (up and down)—inreal dollars, concrete services, and poverty levels—has occurred in America since” theElizabethan Poor Law of 1601 (p. 20). Yes. Again, however, none of the chapters do so(see, for example, page 400).

Charity, Philanthropy, and Civility in American History is not a book for footnote scholars:oddly, despite the editors’ desire to raise the level of scholarship on philanthropy, individualauthors were allowed a brief “suggestions for further reading” only, with no room for explicitcitations of source material. Still, anyone wanting acquaintance with the current state ofscholarship on charity and philanthropy in America shall profit from reading this book.

STEPHEN T. ZILIAK, Roosevelt University

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Encyclopedia of Tariffs and Trade in U.S. History. Vol. 1: The Encyclopedia. Vol. 2:Debating the Issues: Selected Primary Documents. Vol. 3: The Texts of the Tariffs.Edited by Cynthia C. Northrup and Elaine C. Prange Turney. Westport, CT: GreenwoodPress, 2003. $300.00.

The Encyclopedia of Tariffs and Trade in U.S. History is an ambitious project that spansthree volumes and over 1,600 pages. Volume 1 is a standard encyclopedia consisting ofmany entries on trade- and tariff-related subjects. Economic historians will probably findthis volume disappointing for two reasons. First, nearly all of the contributors are historians.This is not a problem in itself, but it means that the focus of the entries is limited to politicalfigures, industries and industry associations, a few events, and very few concepts. Moreimportantly, the authors make virtually no mention of the economic-history literature on thevarious topics under consideration.

Second, most of the entries are very short, just five to seven paragraphs, and do not providemuch more than a basic sketch about the subject. One does not find detailed and ambitiousessays as in Joel Mokyr’s Oxford Encyclopedia of Economic History, but just a few basic factsand description. The bibliographic citations are meager, serving up a standard reference ortwo, no more. With this limited detail and basic bibliography, the volume is most likely to beof value to undergraduate students who are starting research on a trade-related topic.

Volume 2 consists of various primary documents related to trade policy debates. Theserange from excerpts from The Federalist and Alexander Hamilton’s Report on Manufac-tures, to various Congressional and Presidential statements on the tariff, to the text of the1947 General Agreement on Tariffs and Trade and a transcript of the Al Gore-Ross Perotdebate over NAFTA on CNN’s Larry King Live in 1993. This volume usefully collectsvarious materials that would otherwise be difficult to locate. This volume contains muchmore historical material than Frank Taussig’s older collection State Papers and Speecheson the Tariff (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1893) and has the added advan-tage of bringing things up to the present. This makes it a valuable resource.

Volume 3 presents the actual texts of the major tariff legislation, from the first tariff in1789 to the Smoot-Hawley Tariff of 1930. This volume will be valuable for researchersinterested in tracing the evolution of a duty on a particular commodity by having all themajor tariff acts collected in one handy volume. This is a useful compilation insofar as themain previous reference, Tariff Acts Passed by the Congress of the United States from 1789to 1909, published by the Government Printing Office in 1909, lacks the Underwood tariffof 1913, the Fordney-McCumber tariff of 1922, and the Smoot-Hawley tariff of 1930, andhas generally been banished to off site, remote storage by most libraries. The GPO volume,however, is more comprehensive than the Encyclopedia’s volume 3 as it includes otherproclamations and acts related to trade. In addition, the GPO volume has a complete indexof commodities so that one can trace the evolution of duties much more easily than one canin the Encyclopedia’s volume.

Overall, these volumes bring together a good deal of useful information and universitylibraries would do well to acquire them.

DOUGLAS A. IRWIN, Dartmouth College

American Workers, American Unions. 3rd edition. By Robert H. Zieger and Gilbert J. Gall.Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 2002. Pp. xii, 292. $17.95, paper.

In 1986, just when many were beginning to question the viability of the American unionmovement, Robert Zieger published a survey history of the American unions from 1920–

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1985. In American Workers, American Unions, Zieger sought to provide a “civic history”of American workers, or a history of workers’ collective action in labor unions. As such,the book was a great success. In barely 200 pages, Zieger provided a survey of the orga-nized labor movement suitable for undergraduate history classes that was also of value tograduate students and their professors.

The current third edition is an update of the classic Zieger text with two new chapters andsome additional material added to a third. Written by Zieger, the first chapter reviews laborrelations before World War I. He shows how competition and the imperative to reduce costsled employers to challenge the position of skilled craftsmen within American manufacturingand to recruit lower-wage immigrant workers from Southern and Eastern Europe. Behindemployer anti-unionism, he argues, was a determination “to control the workplace free ofrestriction” (p. 21). New material added to the next chapter describing labor relations duringWorld War I adds a useful review of that period’s dramatic industrial changes as well as theentry of new workers, especially women and southern African-Americans, into the indus-trial labor force.

The second entirely new chapter is written by Gilbert Gall whose previous works includea superb biography of Lee Pressman, the lawyer associated with the Congress of IndustrialOrganizations of the 1930s and 1940s, and studies of the politics of “right to work” legisla-tion. After reviewing the rise of the new “organizing model” for American unions in the1990s, Gall’s chapter discusses organized labor’s growing political activism through the1980s and the Clinton administration of the 1990s. Gall nearly reverses the earlier focus onemployers and technology to emphasize union strategy and politics. In the new chapter 1,for example, Zieger says nothing about the AFL’s campaign against the judicial injunctionand for the Clayton Act (1914); Gall, by contrast, neglects recent technological changes andpopulation shifts to focus on recent union political campaigns such as that against NAFTA.

The enhanced focus on politics and state policy rather than economics and technologyin Gall’s concluding chapter continues a trend in Zieger’s own chapters where politicslooms more important in the chapters covering the later twentieth century. Zieger and Gallmay be suggesting that organized labor’s recent problems may be more in the political thanin the economic realm. If so, there may also be a lesson here for labor activists, and forhistorians.

American Workers, American Unions is a good book made better in its latest incarnation.Those looking for a course book for twentieth-century labor history should consider it.Those looking for their own enlightenment will find it a quick and useful read. Each editionhas been better; I look forward to the next.

GERALD FRIEDMAN, University of Massachusetts at Amherst

Forging a Common Bond: Labor and Environmental Activism during the BASF Lockout.By Timothy J. Minchin. Gainesville: University Press of Florida, 2002. Pp. xii, 233.$55.00.

Timothy Minchin continues his solid work on labor in the post–World War II South withForging a Common Bond. Minchin blends labor history with environmental history toproduce a narrative of the infamous BASF lockout of union workers at its Geismar, Louisi-ana, facility in the 1980s. Based on union records, press accounts, and oral histories withparticipants on both sides of the lockout, Minchin’s latest work tells an important story ofan unlikely alliance between unionized industrial workers and environmentalists.

Buoyed by the Reagan revolution and the conservative political tide in Washington,Minchin argues, German chemical giant BASF sought concessions on wages and seniority

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from its workers at Geismar in 1984. Union leaders, convinced that the company’s trueintent was to destroy the union, balked at the changes. Workers seemed particularly com-mitted to resisting alterations to “non-economic” benefits such as seniority. When theexisting contract expired in June 1984 without an agreement, workers refused to strike,preferring to remain on the job as negotiations continued. BASF locked out its 370 workerson 15 June. Company officials justified the lockout by arguing that they feared sabotage ifdisenchanted union members were allowed into the plant without a contract. The BASFdispute lasted more than five years before a settlement was finally reached. In the process,the Geismar local of the Oil, Chemical, and Atomic Workers International Union (OCAW)forged alliances with environmental groups such as Greenpeace and the Sierra Club toprosecute its struggle against the German chemical giant.

OCAW developed an effective corporate campaign against BASF. Like other unionofficials in the 1970s and 1980s, OCAW leaders believed that strikes “were becomingincreasingly ineffective” and “looked for other ways to exert pressure against companiesthat vehemently opposed organized labor” (pp. 58–59). Corporate campaigns encouragedconsumer boycotts and used the media to spread negative publicity about the target firm.The campaign against textile giant J. P. Stevens was perhaps the most famous example ofthis new union strategy. The textile workers’ victory at Stevens in 1980 inspired othercorporate campaigns, though few duplicated the success of the Stevens campaign.

OCAW’s corporate campaign developed new themes, such as environmental danger, thathad traditionally been ignored by organized industrial workers. Before the lockout, BASFworkers in Geismar viewed the environmental movement “with suspicion, or even hostil-ity,” exemplified by the comment of one worker: environmentalists “were a bunch ofloonies that . . . were after my job” (p. 17). Although Minchin notes that the hostility oflabor toward environmentalists has been exaggerated, the attitudes of BASF workers werefar from warm and welcoming toward the environmental movement. BASF workers exhib-ited little environmental awareness or concern until after the lockout began. The union madeno mention of safety or environmental concerns at the outset. Indeed, many workers spokeof the “trade-off” they had made in going to work for BASF—a slightly shorter lifespan inexchange for (comparatively) decent wages and benefits. Eventually, however, OCAWleaders decided to use the environmental issue against BASF.

A disastrous leak from a Union Carbide plant in Bhopal, India, in December 1984, killedand injured thousands. The event did not go unnoticed by OCAW leaders involved incoordinating the union’s campaign. The Bhopal disaster, combined with a similar (thoughfar less deadly) leak at a chemical plant in West Virginia in August 1985, helped pushOCAW leaders toward a greater emphasis on environmental safety. BASF continued tooperate the plant using salaried personnel and temporary workers. The union charged thatthis compromised safety. Eventually, the union used the Bhopal accident in its signaturepublicity effort. At the beginning of the lockout, OCAW had placed a large billboard alongInterstate 10 in Baton Rouge that read “Stop Foreign Oppression of Louisiana Workers.”After deciding on the environmental angle, the union changed the billboard to read “Bhopalon the Bayou? Stop BASF Before They Stop You.” The billboard incensed companyofficials but proved an effective public relations tool for the union.

Minchin’s book illustrates the difficulties in uniting workers across national bound-aries, even when the laborers in each nation are organized. BASF’s unionized Germanworkers, for example, had difficulty relating to their American counterparts. U.S. unionswere more confrontational than those in Germany. In addition, early in the campaign, theAmerican union used some questionable tactics that alienated German workers, such asleaflets that referred to BASF’s participation (through the old I. G. Farben cartel) in theHolocaust. German workers also were uncomfortable with the American union’s use ofthe environmental issue. OCAW leaders, for their part, believed that German workers

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were too willing to accept BASF’s safety assurances at face value. In the end, OCAWreceived more support from German branches of Greenpeace than from its internationalunion brothers.

Eventually, the connections with environmental groups in Louisiana and pro-environ-ment politicians such as Buddy Roemer put enough pressure on BASF to encourage thecompany to settle. OCAW successfully linked its cause with environmental responsibilityand concern for the broader community in Louisiana. The company and the union finallyreached an agreement in December 1989 and most locked-out workers returned to their jobswith promised wage increases and seniority guarantees.

The union’s environmental awareness did not fade with victory, Minchin argues, andworkers insist that there will be “no more trade-offs” between safety and material well-being (p. 155). Forging a Common Bond is an effective and detailed account of a localstruggle with broader implications.

RANDALL L. PATTON, Kennesaw State University

Riding the Roller Coaster: A History of the Chrysler Corporation. By Charles K. Hyde.Detroit, MI: Wayne State University Press, 2003. Pp. xv, 385. $34.95.

A survey of nine business college faculty standing in the hallways or whose office doorswere open found only three who could correctly answer the question: “Where does the“Chrysler” in Chrysler Corporation come from?” Granted that faculty who keep their doorsclosed may be more knowledgeable, there is not much doubt that Walter Chrysler is littleknown today. Such was his fame in the 1920s, though, that when the directors of theMaxwell Motor Corporation recruited him to be president, they renamed the company—andthe cars it produced—after him.

The current obscurity of Walter Chrysler is partly due to the very limited access Chrysler hasallowed to its company archives. There is, of course, a mountain of biographies of Henry Fordand histories of the Ford Motor Company based on the readily available material in the Fordarchives in Dearborn. But Charles K. Hyde has written the first history of Chrysler based onarchival material. (Walter Chrysler’s autobiography, Life of an American Workman, concen-trates on his early life and devotes surprisingly little space to his years at Chrysler Corporation.)Hyde was hired by Chrysler in 1980 to document the Dodge factory in Hamtramck, Michigan,before it was consigned to the wrecking ball. Subsequently, the corporation gave him accessto what he calls “the wealth of materials the company had saved.” Hyde has made good use ofthese materials to write a readable and comprehensive history of the company.

Hyde begins with the early life of Walter Chrysler, sketches the histories of the compa-nies that eventually became the Chrysler Corporation, and carries the story all the waythrough the 1998 merger with Daimler Benz to form the current DaimlerChrysler Corpora-tion. One theme of the book is that, more than Ford or General Motors, Chrysler’s successesand failures were attributable to the engineering of its cars. For instance, the introductionof the Plymouth in 1928 was an enormous success because the car had features such ashydraulic brakes and aluminum alloy pistons that were not available on competing cars.Largely because of the success of the Plymouth, Chrysler actually sold more cars in 1933,at the trough of the Great Depression, than it had in 1929.

Hyde sheds new light on a number of interesting episodes, including the Chrysler Air-flow debacle, an incident not mentioned by Walter Chrysler in his autobiography. In 1934,Chrysler developed a new model that was both more aerodynamically sound and that gavea less bumpy ride by moving the rear passenger bench forward of the rear axle. Chryslerexpected this model would allow them to pass General Motors in sales. Instead, the model’s

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poor reliability and ugly front end—somewhat similar to Ford’s later Edsel model—madeit such a flop that it almost sank the company.

For more recent times there was apparently little material available in the company archives,and Hyde relies primarily on articles from business magazines and the Detroit papers. Whatlittle archival material he uses in discussing events of the last four decades consists largely ofsemi-public documents such as transcripts of press conferences by Chrysler officials.

It is always possible, of course, to nitpick the interpretations of an author whose bookcovers so much ground. For instance, in the first few decades of the automobile industryonly Ford gathered consistent and timely data on final sales. This left other companiesvulnerable to accumulating large unsold inventories of finished automobiles. Hyde ignoresthe role that record-keeping played in the bankruptcy of the United States Motor Corpora-tion—the forerunner of Maxwell, which became Chrysler—and the difficulties that DodgeBrothers encountered in 1927, which led to the sale of the company to Chrysler the follow-ing year.

Finally, like most books these days, this one could stand some copyediting. There is anannoying amount of repetition of small facts. At one point the reader is told four times inthe space of five pages the exact date—2 November 1978—when Lee Iacocca was ap-pointed president of Chrysler. There are a number of errors—for instance, Walter Chrysler’sage is wrong in the very first sentence of the book—that also might have been caught. Butsuch quibbles aside, Hyde deserves substantial credit for filling a major hole in the businesshistory of the United States.

ANTHONY PATRICK O’BRIEN, Lehigh University

Why the Bubble Burst: US Stock Market Performance since 1982. By Lawrance Lee EvansJr. Cheltenham, UK, and Northampton, MA: Edward Elgar Publishing, 2002. Pp. ix, 237.$90.00.

Time and time again, when the U.S. stock market experiences a correction during whichinvestors adjust expectations about future corporate earnings and dividend growth, a num-ber of less-conventional economists take the opportunity to illustrate how, and with thebenefit of perfect hindsight, share prices must have become “ruptured” from their funda-mental values. Lawrence Evans’s monograph is no exception. After all, the time is ripe forinvestors in the face of large losses to become receptive to the idea of such a “disconnect.”Some researchers in the field now known as “behavioral” finance, and most notably RobertShiller, have even argued the point persuasively enough to gain some degree of acceptance,though mostly in nonacademic circles.

Evans aims his pitch more deliberately at academic audiences than does Shiller, and ata glance the view that the 1980s and 1990s were somehow “different” than earlier eras interms of underlying market conditions seems compelling. It is when Evans uses thesedifferences in chapter 2 to suggest that the efficient markets hypothesis (EMH) is eitherwrong or no longer applicable to the equity market that things go astray. The EMH in itssemi-strong form asserts that stock prices reflect all publicly available information aboutthe future growth of dividends, meaning that the market gets prices “right” in an ex-antesense. But the author seems to interpret the hypothesis as requiring that stock prices becorrect in an ex-post sense as well. Under this faulty premise, the sharp decline of stockprices in 2001 suggests that investors must have been acting irrationally.

The treatment in chapter 2 starts off balanced enough, with Evans offering lengthycritiques of the EMH and other theories that use fundamentals to explain stock price behav-ior in the 1980s and 1990s, including the “new economy” and “declining risk premium”

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theories. But it soon becomes clear where the author stands on these alternatives. Hereasons that, because the stock market fell, the idea that we are entering a new technologi-cal age of higher productivity must have been wrong. Yet informational technology hasalready had sweeping effects on the way that the world does business. And despite thepresence of increasingly sophisticated institutional investors spreading risk across countriesand time, Evans maintains that investors could not have lowered their required returnenough to justify the valuations of the 1990s. All of this leads to a recommendation that theEMH be discarded in its current form and replaced with a new “supply and demand” theoryof stock valuation that the author introduces in chapter 4.

Setting aside for the moment that standard economic theory also takes the notions ofsupply and demand as central to the formation of prices, including those in equity markets,it is disappointing that the new framework turns out not to be a “theory” at all, at least inthe sense of having any analytical foundations. Rather it is a reduced form that includesthree new arguments in an implicit function for equity prices: the volume of foreign portfo-lio inflows; the growth of mutual funds; and the supply of corporate equities. Evans insertsthese arguments because evidence presented in chapters 5 and 6 shows that they have somepredictive power for stock returns since 1982. The story is simple. Share repurchases in the1980s and 1990s reduced the supply of equities available to investors, and a bubble formedas mutual funds and foreigners (but for some reason not pension funds) continued to pumpfunds into the market. When firms could not afford to keep up the repurchases, the bubbleburst.

The new supply and demand “theory” is clearly outside of the classic Modigliani-Miller(MM) paradigm, where repurchases are just an alternative to dividends that shift the debt-to-equity ratio with no effect on market values. But the deviations from MM are quitedifferent than the usual taxes or accounting for the possibility of financial distress. Indeed,imperfections in the new theory are driven by herding behavior among investors who eitherbecame more risk-loving in the 1990s, or did not discount the potential for financial distressrationally. The empirical evidence that is offered in support of the new framework, how-ever, is unconvincing. Evans presents estimates from several vector autoregressive modelsand structural (i.e., ad hoc) specifications in chapters 5 and 6 that seem to show mutual fundgrowth Granger-causing stock returns, but the exercises are at best exploratory, possiblymis-specified, and largely oversold.

Maybe investors did act irrationally in the 1990s. Perhaps the downside risks of equityinvestments went unappreciated by market participants who discounted lessons of the pasttoo deeply. Evans contends that rational economic agents should have seen the bubble andburst coming, but that real world investors continued to buy shares anyway. It does notnecessarily follow, however, that investors did not process the information available to thembefore calling their brokers. It just means that their analysis turned out to be inaccurate. Anda battery of regressions subject to omitted-variable bias, though interesting, will do little toconvince the skeptic, or the mainstream economist for that matter, that the author has foundthe smoking gun that practitioners in behavioral finance seek. After reading Why the BubbleBurst, this reviewer emerged more convinced that conventional economics and its efficientmarkets hypothesis are alive and well.

PETER L. ROUSSEAU, Vanderbilt University

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GENERAL AND MISCELLANEOUS

Rationalizing Capitalist Democracy: The Cold War Origins of Rational Choice Liberalism.By S. M. Amadae. Chicago: University of Chicago Press, 2003. Pp. xii, 401. $59.00,cloth; $19.00, paper.

This book is the “story of the ideological war against communist and totalitarian forms ofeconomic and political order” (pp. 1–2). It argues that not only did the west win a military andeconomic triumph over socialism; it also won an ideological triumph, and that this ideologicalwar was consciously fought by a group of scholar warriors who, as part of the United States’cold war strategic plan, sought to “rescue capitalist democracy from the threat of authoritariansocialism” (p. 2). According to Amadae, these scholars “fought with tenacity” and becauseof their work, the ideological war ended with almost total victory for the side of capitalistdemocracy. The weapon of choice of these scholar warriors was “rational choice theory” andthis book is a “narrative account of the ascendancy of rational choice theory in a variety offields” (p. 9). The success of the war means that rational choice theory serves “as a philo-sophic underpinning for American economic and political liberalism” (p. 9).

The book is divided into an introduction, which summarizes the argument; a prologue,which relates rational choice theory to J. Schumpeter, F. Hayek, and K. Popper; a four-partcore book, which makes the central arguments; and an epilogue.

In the core book, Part 1, “Rational Policy Analysis and the National Security State,”Amadae describes the beginnings of formal rational choice theory with RAND Corporationat its center. (According to Amadae, “virtually all roads to rational choice lead fromRAND” (p. 75).) Part 2, “Rational Choice Theory in American Social Science,” is a storyof the various battalions of scholar warriors in the battle; it has separate chapters on K.Arrow’s social choice theory, J. Buchanan and G. Tullock’s public choice theory, and W.Riker’s positive political theory, all of whom Amadae sees as having “rebuilt the theoreticalfoundations of American capitalist democracy and defeated idealist, collectivist, and author-itarian social theories” (p. 13). Part 3, “Antecedents to Rational Choice Theory,” providesa broader context for the larger battle, and discusses how this ideological war fits with thetradition of liberalism. Part 4, “Rational Choice Liberalism Today,” places the discussionin the present context; it discusses J. Rawls, A. Sen, and younger scholars such as K.Binmore, who is expanding rational choice theory into a broader social, rather than justeconomic, theory.

As is obvious from the brief summary, this book covers an enormous amount of materialand shows impressive erudition. But to me, the book is fundamentally unsatisfying for tworeasons. The first is its description of the rational choice research program as a war. Amadaeseems to be arguing that rational choice theory was a rationally chosen battle tool, whereasI see it as a research program that scholars followed for the same reasons they follow anyresearch program—because it was interesting and potentially insightful, and because work-ing on it offered them possibilities for articles and books that they needed to advance theircareers. Although some of the researchers he discusses may have favored democraticcapitalism as an ideology, the ones I know were not especially ideologically committed, butinstead were willing to follow the analysis wherever it might lead. Scholars gravitated toRAND because that was where the money and interesting people were, not because orga-nizers of RAND or the scholars had some grand design to construct a research program toprotect democratic capitalism.

The second problem I have with the book is its assumed premise that rational choicetheory is a central pillar in the support of democratic capitalism. In my view rationalchoice theory offers little support for democratic capitalism. But that does not matterbecause an ideology needs no formal theoretical support. Had social choice theory, public

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choice theory, and positive political theory never developed, our economic and ourpolitical system would still be there, and would have as much, or as little, support as itnow has.

Today, in the academic discussions in which I take part, formal rational choice theory ofthe type described by Amadae is waning, but public support of markets is waxing. Althoughthe new work is based on the premise that rationality in some sense is a reasonable assump-tion, the type of super rationality that formed the basis of social choice theory is not seenas the most useful version. At best, one may still get some gain from the assumption byconsidering issues in an evolutionary game theory perspective.

This broader, less restrictive, perspective of rationality has been around for a long time,but Amadae specifically rules it out of his consideration. Thus, Amadae omits any discus-sion of Milton Friedman, who, among economists, was probably the person most concernedwith saving democratic capitalism.

In short, for me, this book provides an unsatisfying narrative that attributes too muchglobal logic both to researchers and to the system in driving the formal rational choiceresearch program. Although it is true that a system will provide greater support for thoseresearch programs that support rather than challenge the system, the story of how that takesplace is far subtler than the story told in this book.

DAVID COLANDER, Middlebury College

First Globalization: The Eurasian Exchange 1500–1800. By Geoffrey C. Gunn. Lanham,Boulder, New York, Toronto, Oxford: Rowman & Littlefied Publishers, 2003. Pp. xviii,341. $80.00, paper.

In recent years works by Andre Gunder Frank, R. Bin Wong, and Kenneth Pomeranz,among others, have placed Asian societies in a new historical light. This research contra-dicted the accepted views of an European exceptionalism. These historians pointed out howthe invention of the steam engine enabled European nations to achieve standards of livingcomparable to those of China or Japan and to gain supremacy in the world economy.

Recent debates about the European role in the world have centered on the comparisonof economic developments in Europe and Asia. In contrast, Geoffrey Gunn studies culturalrelations in the Eurasian landmass. Instead of comparing economies, he considers thecultural exchanges between Asians and Europeans.

According to Gunn, the European imperialism of the nineteenth century was contingentupon the previous three centuries of cultural exchanges with Asia, “unlocking the knowl-edge and empowerments necessary for establishing commercial bridgeheads and futurecolonial empires” (p. 247). Before the nineteenth century, Dutch, British, French, Spanish,and Portuguese influences were confined to outposts of the Asian continent. Japanese,Indians, Chinese, Ottomans, and Persians dictated the terms of trade and the cultural impactof the Europeans was relatively minimal.

The cultural interactions of this 300-year period were made possible by the “Print Capi-talism” ushered in by the Gutenberg Press, which made accessible new worlds to Europeanpublics. Post-Ptolemaic atlases, cartographic reproductions, and travel accounts wereprinted and had great impact on European voyages of exploration. For instance, in 1461,Aeneas Sylviis Piccolomini, Pope Pius II, in a geography book rejected the notion of aclosed Indian ocean and supported the idea of rounding Africa to reach India. LudovicoVarthema in his Itinerario, printed in several European cities between 1508 and 1550,indicated the places where nutmeg and cloves were grown. Five years later the PortugueseAntonio de Abreu went to the Moluccas.

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During the sixteenth century the Jesuits were the main providers of knowledge aboutAsian lands. In addition to missionary activities, the Jesuits participated in a two-waycultural exchange introducing European science and culture in general to Asian countriesand sending back to Europe news about unknown regions. This was not an open exchange,as the missionaries censored secular ideas contrary to Catholic teachings. “Even so, theJesuits played a key bridging role in interpreting the Orient for European audiences andseeking to change it through demonstrations of ‘superior’ cosmology” (p. 110). It is duringthe prominence of Iberian powers in Asia that in addition to the coveted species, tea, porce-lain, lacquerware, and other merchandise reached markets in Europe and America. In spiteof the prominence achieved by the Dutch in Asian waters in the seventeenth century andthe arrival of other European powers, “the church canon in Asia remained canonical untilbreached by the scientific discoveries and knowledge gathered by the great Enlightenment-era discoverers” (p. 110). During the eighteenth century China was admired due to “indus-try, inventiveness, philosophical strengths, and cultural richness” (p. 146). Voltaire cele-brated the Chinese system of government as an “enlightened despotism” that was criticizedby European intellectual after the French Revolution as an odious Oriental despotism. Marxconsidered “Asian regions as not only despotic but also fossilized, incapable of progressand offering obstacles to capitalist development” (p. 167). European imperialism andnegative views of Asian societies went hand in hand.

Geoffrey Gunn is right when he observes that without “schools, churches, presses, andmissionary activities, the circuits of commerce and trade reaching from Europe to Asiacould not have flourished”(p. 284). Nonetheless, the book’s central argument is highlyproblematic: “Our thesis of Eurasian cultural metamorphoses restores Asia to its rightfulcivilizational equivalence or even preeminence in an era before the rise of industrialism”(p. 284), in light of his observations about the state of science and technology in Asia. InChina, according to Gunn, “intellectual involution appeared to be entrenched across theConfucian world.” The Ottomans lacked technological know-how and “only TokugawaJapan came to emulate the spirit of Enlightenment inquiry”(p. 279). However, the Japanese,in scientific terms, were far behind Americans and Europeans when Commodore Perryarrived. The author does not address the reasons why the Japanese, the Chinese, and theOttomans did not have the technological edge that he attributes to “Enlightenment advancesin sciences and technology” (p. 279). It appears that in the Eurasian exchange, which is,according to Gunn, the crucial intellectual arena in world history, the Europeans were ableto profit the most.

Many of the themes and ideas present in Gunn’s book have been addressed before indetail by historians such as Donald F. Lach, Joseph Needham, Charles Boxer, and JonathanSpence. Lacking in the present volume, despite the diverse topics, regions, and time periodscovered, is a coherent intellectual synthesis of the material. Nonetheless, as an introductionto the cultural exchanges in Eurasia, Gunn’s book is highly useful.

ARTURO GIRALDEZ, University of the Pacific

Wirtschaftspolitik nach dem Ende der Bretton-Woods-Ära. “Jahrbuch fürWirtschaftsgeschichte.” 2002/1. Pp. 269. i64.80, paper.

This is a medley of essays on the political economy of transatlantic relationships in thesecond half of the twentieth century, offered by a group of distinguished economists andeconomic historians as a festschrift for the 60 years of their German peer, Carl-LudwigHoltfrerich. The Yearbook encompasses a variety of topics, among which a personal ac-count of the rise of monetarism as a policy rule by Charles P. Kindleberger, a “wise and

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witty” man (in Richard Sylla’s words) we already miss. However, the core issue at stakeis the scope for national sovereignty in a globally integrated economy—a world of “capital-ism in many countries,” writes Welf Werner in his final remarks (p. 249), as opposed to the“socialism-in-many-countries” regime of Bretton Woods (a variation on Peter Temin’sfamous motto suggested by Knick Harley) (p. 157).

A unifying theoretical background is provided by the analysis of twentieth-centurymonetary regimes through the “trilemma,” the policy trade-off suggesting that a viableinternational monetary regime has to give up at least one corner of an incompatible triadformed by fixed exchange rates (sacrificed in the early 1920s as well as in the post–BrettonWoods era), free capital mobility (renounced both in the 1930s and under Bretton Woods),and domestic monetary policy discretion (which governments gave up during the GoldStandard). As Harley emphasizes, however, both the Gold Standard and Bretton Woodscollapsed under the mounting pressure of the subordinated monetary goal—increasingglobalization and capital market integration in the case of the latter (p. 169). This is thefocus of Sylla’s contribution, which challenges the standard geopolitical account of thebreakdown of Bretton Woods by proposing an alternative story based on a reversed causal-ity (p. 84). It was not, Sylla argues, the Cold War and its impact on U.S. fiscal and mone-tary policies in the second half of the 1960s that undermined the viability of the system; itwas rather the unprecedented transnational thrust of U.S. banks, escaping from anoverregulated domestic system—an issue addressed also by Randall S. Krosner in a paperon the economics and politics of branching deregulation in the United States (p. 217)—andfollowing their multinational customers abroad, that sowed the seeds of the transition to thepost–Bretton Woods regime.

Quite in the same vein, Richard Tilly surveys the rise of Euro currencies and internationalcapital markets to suggest that deregulation, liberalization, and market-oriented institutionalconvergence, although triggered by the exogenous shock brought home by the UnitedStates, were basically a reaction to the restrictive regulation of financial institutions thatprevailed after 1945 (p. 216). Indeed, Heiner Flassbeck suggests that political elites whogave in to such powerful market forces were actually misled by the promise of increasednational sovereignty, in terms of insulation from international shocks, embedded in a flexi-ble exchange regime. This, Flassbeck argues, was a fallacious “fiction” that spelt disasterfor international trade and financial stability (p. 33). Marcello De Cecco also espouses acritical view of globalization in his learned historical excursus on the secular experience ofEurope with capital controls. He warns against the destabilizing potential of massive short-term capital movements and cautions emerging countries against “following incautiousadvice” to adopt “prematurely” capital account convertibility (p. 65). He is neverthelessskeptical about the effectiveness of unilateral capital controls, and qualifies his open-mindapproach to Tobin’s “sand-in-the-wheel” argument by stressing the higher degree of inter-national cohesion that multilateral regulation would require.

The importance of international cooperation is also emphasized by Barry Eichengreen.He raises the question whether in fact the explosive growth of international capital flowsof the late twentieth century made national economies alarmingly more vulnerable tointernational contagion, relative to past periods. After modeling the channels through whichcrises spread internationally, he empirically analyses the experience of 21 countries overthe period 1880–1998, and finds strong similarities between the post-1971 and the pre-1940period as to frequency, incidence, and determinants of financial crises. At the same time,the pre-1913 globalized system looms up as relatively stable, due to institutional character-istics that reinforced the credibility of national authorities’ commitment to currency stabil-ity, thus making globalization politically and socially viable (p. 102). This is a lesson froma distant past that, Eichengreen regrets, political elites of nowadays might have to learnagain at high costs for the society.

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Harold James expresses the same concerns as to the politics of de-globalization. Canredistributional conflicts or radicalized extremes, he asks, translate again into a backlashagainst internationalization similar to the interwar one? He suggests that the highly frag-mented political spectrum within Western democracies and the absence of any strongnational model of antiglobal success has so far prevented the pendulum from swinging backfrom globality too fast (p.144). Nonetheless, he warns, the emergence of new populismsbased on “mild” protectionism against trade as well as capital and labor movements mightwell drive us into the same mistakes that in the 1920s prepared the ground for the catastro-phe of the following decade.

STEFANO BATTILOSSI, Universidad Carlos III Madrid

The World Economy and National Economies in the Interwar Slump. Edited by TheoBalderston. Basingstoke, Hants: Palgrave Macmillan, 2003. Pp xii, 226. $72.00.

This slim and eminently readable volume of essays provides an impressive coverage andupdate on recent research on the causes and course of the Great Depression of the 1930s.It builds on the substantial and authoritative scholarship already deployed by BarryEichengreen and Peter Temin on the subject. It exhibits depth as well as breadth and offersa panorama of the “chain reactions” set in motion by the initial and concomitant deflation-ary shock in both core and periphery economies. Despite being obviously aimed at theprofessional economist or economics-literate historian with a taste for monetary and finan-cial questions, the approach is very reader friendly so as not to discourage the nonspecialists(including this reviewer).

Although the editor has clearly given free rein to the contributors to recount the unfoldingof the slump in their area of expertise, what is affectionately labeled by the editor the “ET(or Eichengreen-Temin) thesis” on the primacy of the deflationary transmission of the goldstandard provides the fil rouge of the quest for the underlying causes of the slump whichcarried the West and the rest of the world into an unprecedented cataclysm. In an openingchapter Balderston offers a clear and welcome exposition of the “propagation mechanism”fostered by international monetary arrangements in setting off the worldwide depression.He complements it with a chronological recounting of policy decisions and new estimateson the distribution of gold money stocks before and in the course of the slump. In chapter2, Pierre Siklos analyses the behavior of the Canadian economy during this period in rela-tion to that of the United States. The immediate geographical proximity makes Canada aprime example for testing the transmission through interest rates and capital flows mecha-nism of the depression. After investigating the monetary and financial integration of the twoeconomies prior to the shock, he scrutinizes the business cycle(s) and price movements toidentify the primum mobile for the Canadian slump. In spite of institutional differences (nocentral bank until 1935) and the Canadian dollar’s peg on the pound, the two economiesexhibit a strikingly similar behavior with regard to the slump’s timetable and subsequentrecovery. Begging to differ on the centrality of monetary forces’ thesis, the author con-cludes that the identification of one single central cause should not detract from the investi-gation of additional determinants that triggered “such a cataclysmic event.” The next majorplayer in the international gold standard system was of course France whose central bank,along with the Fed, powerfully contributed to deflation by increasing its gold assets at theturn of the 1930s. Pierre Villa (chapter 3) concentrates first on explaining why Franceentered the depression as late as it did. Using a portfolio model he subsequently shows thatthe same policy that helped stabilize the franc and foster gold inflows also accounts forFrance being spared the full blow of the depression until 1931. He reasserts the primacy of

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deflationary policies, and hence of policy-makers’ ideology and representations, in trigger-ing the slump. The unintentional combination of restrictive monetary and neutral fiscalpolicy proved “effective in fighting inflation and boosting growth” but reduced growthprospects in the long run. Villa emphasizes the lack of coordination between central bankersas a key element but exonerates French authorities for the retention of excessive goldreserves during the crucial monetary crunch.

Whereas ET stress that gold accumulation by creditor countries was the obvious sign ofa profound credibility crisis, Kitson, reviewing the British case (chapter 4) tends to adoptan “absolutist” view according to which the rigidity of any fixed-exchange-rate regimewould have brought about a worldwide recession “sooner or later.” With regard to the swiftexit from gold by British authorities in September 1931, Kitson calls into question thestrength of the “chain reaction” of monetary deflation to transmit the depression and addsthe qualification that the effectiveness of the propagatory mechanism depended on thefinancial crisis being the “endogenous consequence of prior monetary contraction.” Altoughthe devaluation of the pound contributed mightily to the domestic economic revival of1932–1937, the British economy was not large enough for its “apostasy” to carry with it theworld economy. Ritschl (chapter 5) pushes the case further and contends that the ET ex-planatory model minimizes the impact of “reparations politics” on capital flows to Germanyand that reparations constituted the principal obstacle to the reconstitution of inter–centralbank cooperation. In this view, of the “double whammy” taken by the German economy in1931 (banking crisis in June, Brüning decrees in December), it was clearly the first shockwhich set the depression in motion: thus, the gold standard turned a foreign borrowing crisisspurred by the Young plan (1929) into a contraction of domestic money (and later of out-put). But the adoption of a floating rate regime would not have averted the consequentbalance of payment crisis.

Both Balachandran’s chapter on India (chapter 6) and Singleton’s on New Zealand(chapter 7) offer fascinating insights in the unfolding of the depression in two peripheryprimary producing countries. The British government forced monetary cooperation on itsempire and dominions; this translated into engineering a gold outflow from India to bolsterBritish reserves which increased four-fold in 1932–1938. As the editor emphasizes, thecollapse of the gold standard made the world more dependent on gold as a reserve asset, notless. But as elsewhere, the accompanying deflationary policies for defending the rupee’speg to the pound resulted in lowering living standards, especially among India’s ruralclasses. In New Zealand by contrast, the “double-dip” deflation of 1930–1933 allowed aredistribution of income to farmers from their urban creditors and purveyors. Perhaps anadditional chapter on one of those South American countries that defected from the goldstandard early (Argentina or Brazil) would have illustrated more dramatically the damageendured by primary producing countries at the onset of the slump.

Thus the emergence of an excess global demand for gold seems critical to the effectivenessof the propagation mechanism. The “run for gold” was consequential upon U.S. and French“excess” accumulation soon emulated by a host of core countries but supported by a generaldistrust in the ultimate sustainability of the system. Even the Soviet Union seems not to havebeen immune from this fatal bent. Gregory and Sailors offer an in-depth examination of theSoviet economy’s fundamentals in the interwar (chapter 8). Thanks to the former’s unrivaledexpertise on Russian and Soviet national accounts, the authors show that GDP, which doubledwithin a decade, did indeed outpace capitalist countries’ performance. Growth was home-grown, maintained as it was by buoyant investment financed by taxation of the urban sector.Insulated from Western economies, the Soviet economy embraced autarky, a set of policiesthat amounted in fact to pushing the mercantilist precepts adopted in the West to their limits.

As a conclusion, Eichengreen and Temin present a particularly concise and illuminating“afterword” in which they reformulate their scenario for the international transmission of

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the depression and examine three complementary counterfactuals, which strengthen theircase. In their view the responsibility for pulling the world into a deep and lasting depressionlies firmly with the operation of a gold standard in which the adjustment procedure wasdeflation rather than devaluation. They do not deny that the initial downturns could havehad “independent roots” but the choice of deflation and the inability of governments, mademore dependent on their electorate since World War I, to implement it fully, explains theensuing tightening of credit, profit squeeze, and eventual contraction of business activityas well as the rapid erosion of investors’ confidence. What made deflationary policy sucha lethal weapon under the circumstances was the “hegemony” of the gold standard mentalitamong central bankers and their political masters. With regard to the German case, theyreassert their belief that even without a banking crisis spurred by the dispute over repara-tions, any improvement would have been “minor.” The implications of fixed-exchange-rateregimes the authors have expounded elsewhere; here they conclude by stressing the far-reaching consequence of poor policy choices and the absence of effective internationaladjustment mechanisms. After unduly blaming the Fed’s incompetence, it is perhaps timeto take on French authorities. After all it was their dogged insistence on fantastic reparationsand their (self-destructive) obsession of a gold-backed “franc fort” that hampered thereconstitution of mutually guaranteed foreign exchange reserves.

JEAN-PIERRE DORMOIS, Universit Marc-Bloch, Strasbourg

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NOTES

Antonio Santamarıa Garcıa

Muriel McAVOY, Sugar Baron. Manuel Rionda and the Fortunesof Pre-Castro Cuba, University Press of Florida, Gainsville, 2003,338 pp.

Manuel Rionda Polledo fue el empresario cubano mas importante de finales del si-glo XIX y de las primeras decadas del XX y tambien uno de los hombres de negociosespanoles y norteamericanos mas importantes de su epoca y, sobre todo, en su sector, laproduccion y el comercio azucarero. Su biografıa, ademas, es representativa de una tra-yectoria que siguieron muchos inmigrantes metropolitanos y criollos en la Gran Antilla,aunque no todos tuvieron tanto exito como el.

Rionda nacio en Espana, concretamente en Norena, pueblo de la provincia de Astu-rias, en el seno de una familia que, en parte, habıa emigrado a Cuba e iniciado negociosrelacionados con la industria azucarera. En 1879 se traslado a los Estados Unidos, dondese formo y trabajo para la Czarnikow-McDougall Company, propiedad de uno de los corre-dores de dulce mas importantes del mundo en ese momento, Cesar Czarnikow. Ademas,contrajo matrimonio con la hija de un magnate norteamericano de las comunicaciones ycomenzo a establecer una nutrida red de relaciones sociales, empresariales, comercialesy financieras que serıan clave en su trayectoria como hombre de negocios, pero tambienpara el desarrollo de la produccion de azucar en la Gran Antilla.

Aunque quedan muchas cuestiones por resolver, la industria azucarera cubana en elperiodo en que vivio Rionda ha sido objeto de multiples estudios, en general de muy buenacalidad, pero practicamente ninguno con una perspectiva biografico-empresarial como elde Muriel McAvoy. Esta es la gran contribucion de la obra al tema y es, en su contexto,donde cobra un gran interes.

El trabajo de McAvoy, Sugar Baron. Manuel Rionda and the Fortunes of Pre-CastroCuba, no destaca por sus analisis. Mas bien se trata de un ensayo descriptivo del ya men-cionado entramado de relaciones que componıan el negocio azucarero y de su evolucionentre las ultimas decadas del siglo XIX y los anos treinta del XX. Por eso resulta unaaportacion muy relevante en el contexto de una historiografıa que sı ha analizado con de-talle el sector en todas sus dimensiones: productiva, tecnologico-organizativa, comercial ofinanciera.

La informacion que aporta el estudio de McAvoy es muy valiosa para contrastar desdeel angulo de un empresario concreto, quizas el mas destacado como ya hemos dicho, y desus relaciones personales y profesionales las conclusiones de otras investigaciones acercade la evolucion de la industria azucarera cubana e internacional y, particularmente, de lasredes de interes que se desarrollaron en torno al negocio. La autora insiste especialmente

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en dos momentos muy significativos: las ultimas decadas del siglo XIX y el periodo de laPrimera Guerra Mundial y de su inmediata postguerra.

En las postrimerıas del siglo XIX varios inversores norteamericanos, especialmenterefinadores de dulce, empezaron a participar en la transformacion de la industria azucarerade Cuba. Por entonces, el sector estaba completando su mecanizacion y concentrando-se horizontalmente y descentralizandose verticalmente con el fin de abaratar los costesde transaccion del procesamiento de la cana mediante la incorporacion de tecnologıas deproduccion en masa que permitiesen economıas de escala, ası como del transporte y co-mercializacion de su oferta, y para solucionar los problemas ocasionados en el mercadolaboral por la abolicion del trabajo esclavo, prohibido definitivamente en 1886, que hastaentonces habıa sido utilizado por los ingenios como mano de obra.

La transformacion de la industria azucarera continuo en Cuba en el siglo XX, trasla independencia de la isla del dominio espanol, sobre todo con la expansion del cultivoy manufactura de cana y de los ferrocarriles por la mitad Este de la Gran Antilla, hastaese momento poco poblada y relativamente aislada e inexplotada, y culmino durante laPrimera Guerra Mundial con la aceleracion del proceso de concentracion de la propiedad,dando entrada en el sector al capital financiero y bancario.

El libro de McAvoy muestra como Rionda fue un hombre clave en todos los procesosdescritos anteriormente. En las ultimas decadas del siglo XIX, comenzo a realizar negociosen Cuba, especialmente junto a los principales inversores norteamericanos interesados enparticipar de la transformacion de la industria azucarera insular, el refinador Edward F.Atkins, Walter E. Ogilvie o Henry O. Havemeyer, el creador del llamado Sugar Trust(American Sugar Refinig Company) en los Estados Unidos. La actividad de Rionda secentro principalmente en esos anos en la compra, reparacion y modernizacion del centralTuinicu en colaboracion con su hermano Francisco, que vivıa en la Gran Antilla.

Las actividades de Rionda en Cuba se vieron afectadas por la Guerra de Indepen-dencia, pero se reanudaron tras ella con mas ımpetu. En 1899 fundo en las nuevas tierrasabiertas a la explotacion azucarera en la mitad Este de la isla, concretamente en el Sur de laprovincia de Camaguey, el central Francisco, llamado ası en honor de su hermano y socio,que habıa fallecido recientemente, y poco despues construyo tambien en la misma zona elElia. En 1907 constituyo, ademas, la Cuban Trading Company, empresa familiar dedicadaa la comercializacion del dulce de sus propios centrales, pero que opero como una especiede holding de todos sus negocios en el sector, y algo mas tarde establecio tambien la ReglaCoal Company con el fin de centralizar el abastecimiento de sus ingenios.

Las actividades de Rionda fueron, pues, paradigmaticas de los procesos de moderniza-cion productiva, tecnologico-organizativa, financiera y comercial de la industria azucareracubana e internacional y el libro de McAvoy, aunque desatiende tales procesos en sı mis-mos, explica con detenimiento las relaciones empresariales y personales que los hicieronposibles. En los prolegomenos de la Primera Guerra Mundial, concretamente en 1912,Rionda reorganizo el negocio con el que habıa comenzado. Tras la muerte de Czarnikow yla retirada de McDougal, refundo la firma creada por ambos con el nombre de Czarnikow-Rionda Company y asumio su presidencia, y erigio en la Gran Antilla un nuevo central,

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Antonio Santamarıa Garcıa

tambien en la mitad Este insular, el Manatı, en sociedad con otros inversores norteameri-canos como Sullivan & Cromwell y J. & W. Seligman, dando entrada en el negocio porprimera vez al capital bancario y financiero, algo que serıa muy usual en anos venideros.

El inicio de las hostilidades de la Primera Guerra Mundial provoco una drastica re-duccion de la oferta azucarera en Europa y la posibilidad de que los hacendados cubanosaumentasen extraordinariamente la suya para atender la demanda de dulce que ya no erasatisfecha por aquella. Para los segundos esto implico la necesidad de invertir grandescantidades de capital y Rionda afronto el problema con la solucion empleada en la recien-te construccion del central Manatı y que enseguida proliferarıa. Asociado con Morgan &Company y el Chase Nacional Bank, entre otros, creo en 1915 la Cuba Cane Sugar Com-pany, la mayor empresa mundial del sector en su momento, y compro 17 ingenios en laGran Antilla con sus tierras y ferrocarriles, que en total fabricaban por entonces alrededorde un 15 % de su dulce.

La red de relaciones empresariales, financieras y personales establecida por Rionday su experiencia y prestigio como sugar baron, usando la terminologıa empleada por laautora, no solo le permitio consolidar su liderazgo empresarial en la industria azucare-ra cubana, estadounidense, incluso internacional, sino que ademas facilito el proceso detransformacion que el sector tuvo que afrontar tras el inicio de la Primera Guerra Mundial.El libro de McAvoy, por tanto, permite conocer con precision las entranas de dicho pro-ceso y el modo en que el citado Rionda participo. Sin su aportacion, sin duda, no habrıasucedido tal y como ocurrio, al menos habrıa sido mas lento y mas complejo. De muypocos individuos en la historia se puede decir algo ası.

En conclusion, el estudio de McAvoy, del que es preciso senalar, ademas, que esta muybien escrito, permite conocer con mucha mas precision el entramado de relaciones empre-sariales y financieras que participaron en la transformacion y modernizacion de la industriaazucarera cubana a finales del siglo XIX y la apertura del negocio al capital financiero enel XX, ası como los problemas asociados a ella que, durante las crisis de las decadas de1920 y 1930, condujeron al predominio de este ultimo en el sector. La actividad de Rionda,de nuevo, ejemplifica mejor que cualquier otra la nueva fase en la evolucion de la produc-cion de dulce en la Gran Antilla. En 1921, debido a una fuerte reduccion de los preciosde dicho artıculo que, ademas, siguio a una subita inflacion, conocida como la Danza delos Millones, muchas de las corporaciones creadas durante la Primera Guerra Mundial sehallaron en serias dificultades y desaparecieron o fueron reorganizadas con cambios en supropiedad.

Rionda dejo de presidir en 1921 la Cuba Cane Sugar Company. Sin embargo, comomuchos otros empresarios azucareros de Cuba y de los Estados Unidos, no solo mantuvo lapropiedad de sus empresas familiares, sino que inicio en ellas una nueva fase de expansion.La Cuban Trading Company llego a poseer 8 centrales en la isla, lo que la situo entre lascinco mayores productoras de azucar de la Gran Antilla.

La crisis de 1930, finalmente, concluyo el proceso de desplazamiento de la propiedadde la mayorıa de las empresas y centrales azucareros cubanos creados o modernizadosdurante la Primera Guerra Mundial y los anos veinte a manos de consorcios financieros

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Sugar Baron. Manuel Rionda and the Fortunes of Pre-Castro Cuba

y bancarios, pero tambien consolido la posicion en el sector de muchas de las sociedadesmas vinculadas a los hacendados, como la Cuban Trading Sugar Co. Aunque Rionda, sufundador, fallecio en la decada de 1940, su familia conservo la firma tras la Revolucion de1959.

Las conclusiones del libro, en general, confirman las tesis sostenidas por otros trabajosque han analizado la evolucion de la industria azucarera cubana entre las ultimas decadasdel siglo XIX y mediados del XX con mayor profundidad y desde una perspectiva masamplia, por lo que es un referente importante en la validacion de tales tesis. El princi-pal problema es que la autora utiliza practicamente como unica fuente la Braga BrothersCollection, depositada en Gainsville, en la Universidad de Florida, archivo de la referidafamilia Rionda, y apenas contrasta la informacion obtenida de ella con documentacion deotra procedencia, incluso con la aportada por la historiografıa. No obstante, aun con esedefecto, el resultado es una obra relevante y una importante pieza complementaria en elavance del conocimiento acerca de los temas que aborda.

ANTONIO SANTAMARIA GARCIA

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191RESEÑAS

Oscar ZANETTILas manos en el dulce. Estado e intereses en la regulación de la industria azucarera cubana,1926-1937La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2004, 203 pp.

Las manos en el dulce cuenta cómo la industria azucarera cubana abandonó lanunca libre concurrencia y fue regulada por el Estado entre 1926-1937. Haymuchos estudios del sector en ese período, generales y sobre diversos aspec-

tos, pero todavía es preciso profundizar en varios temas, y el citado es uno de losmás importantes.

La principal característica del libro es el grado en que descansa en la historio-grafía anterior. La regulación estatal de la industria azucarera a partir de 1927 fueanalizada en el momento en que se produjo y, aunque éste fue el hecho más rele-vante que afectó al sector y a toda la economía cubana, los estudios posteriores sólolo han tratado como parte de los procesos generales que sucedieron en aquél o porsu vinculación con otros aspectos. Las manos en lo dulce, por tanto, es un libro nece-sario y de una factura excepcional dentro de sus límites: el problema de descansarsobre el resto de la historiografía es que su indudable valor para los especialistas nolo es tanto para lectores menos instruidos. Habría sido conveniente detenerse másen los procesos que afectaron a la industria azucarera y a la economía cubana einternacional en el período abordado. Resulta llamativo que apenas se dediqueespacio a explicar la evolución de la producción, exportaciones y precios del dulce,y a ilustrarlas con datos sistemáticos que ayuden a entender el porqué de la regula-ción estatal y de las negociaciones en los mercados entre los distintos implicados enel negocio.

Zanetti comienza el libro analizando el lapso anterior a lo que denomina “la pri-mera experiencia reguladora” de la industria azucarera —objeto del segundo capí-tulo—, que ocurrió tras la crisis que en 1925 derrumbó los precios del dulce debidoal exceso de oferta internacional provocado por la I Guerra Mundial, la recuperaciónposbélica y el proteccionismo de los mercados. Durante la Gran Guerra, la ofertaeuropea de azúcar —la mayor del mundo— disminuyó drásticamente, ocasionandoel alza de los precios. Otros productores, sobre todo Cuba, aumentaron extraordina-riamente la suya, de manera que tras el armisticio, al recuperarse la primera, los mer-cados se saturaron, las cotizaciones descendieron y se necesitarían dos décadas pararecuperar los niveles perdidos.

El primer ensayo regulatorio de la industria azucarera cubana no fue exitoso.Según Zanetti, los productores no estaban organizados —podemos añadir que eljoven Estado cubano tampoco—. Sin embargo, disentimos del valor explicativo deese factor, pues puede aplicarse a muchas otras actividades económicas en el mundode esos años. Tal organización comenzó a pergeñarse cuando hubo motivos, no

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antes. El problema es que los signos depresivos de los años veinte no fueron claros ylos distintos intereses inmiscuidos en el negocio no los interpretaron igual. Así, fren-te a una primera caída del precio del dulce al acabar la guerra debida a la satura-ción de los mercados, los centrales de la Gran Antilla aumentaron su oferta ayuda-dos por la financiación recibida durante el conflicto y tras el mismo, cuando los ban-cos que les prestaron dinero se hicieron con la propiedad de muchos de ellos ydecidieron seguir colocando capital pensando que sus bajos costes redundarían enla eliminación de la competencia. Disponer de capital fue condición necesaria delincremento de la oferta azucarera cubana a pesar de los signos de saturación delmercado. Según Zanetti, también contribuyó a ello una plaga de mosaico que afec-tó a los productores cañeros caribeños y del Golfo de México. A ello se sumó la cri-sis renana, que retrasó la recuperación de la industria remolachera europea. Elhecho de que el mercado estuviese ofreciendo información contradictoria y fuesesusceptible de maniobras especulativas se explica por todos esos factores y otromás: los centrales de la Gran Antilla creados y/o modernizados durante la guerra,por razones de eficiencia tecnológica, estaban elaborando menos dulce del que per-mitía la infraestructura instalada y requería su rentabilidad (realizar economías deescala). Ante ello, se aumentó la producción para acaparar mercado con una estra-tegia de dumping. Sin embargo, ésta no pudo ser tampoco la condición suficiente,pues para ofertar más en tan poco tiempo no basta con querer hacerlo o poderpagarlo. La estrategia, además, tropezó con las barreras proteccionistas, pues casitodos los países demandantes contaban con una industria azucarera menos eficien-te que la de Cuba. La razón suficiente, por tanto, fue la necesidad de optimizar lacapacidad tecnológica de los centrales insulares que contaron con financiación. Sino se lograba eliminar la competencia internacional, quizá al menos se conseguiríaacabar con parte de la interna. Frente a tales peligros se unieron los hacendadosafectados exigiendo regulación al Estado.

La crisis de los años treinta tuvo un efecto curioso: deprimió la demanda y losprecios del azúcar, aumentó el proteccionismo y cortó el flujo de capital, pero las cau-sas no dejaban ya lugar a dudas y maniobras, se unificaron los intereses y hubo elacuerdo que había faltado para que la regulación fuese exitosa. Los vaivenes prece-dentes dejaron paso a una limitación continua de la zafra. El capítulo 3 de Las manosen el dulce analiza el tema, siendo ésta su gran contribución. La mayor aportación dela parte previa es lo que ayuda a avanzar el conocimiento del efecto del mosaicosobre la oferta de dulce, que hasta ahora sólo intuíamos. No obstante, la razón de serde la obra es estudiar la regulación definitiva de la industria azucarera cubana, loque ocurrió, como quedó dicho, tras la Gran Depresión.

Luego de ponerse de acuerdo la mayoría de los intereses implicados en el nego-cio azucarero cubano en cómo afrontar la crisis, lo necesario era negociar con otraspartes. Para ello eran conscientes de que debían limitar su producción, todo lo con-

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trario a lo que habían hecho antes. Había dos interlocutores, los representantes delGobierno y mercado estadounidenses, y los del mercado mundial. Para ambos, perosobre todo para los primeros, se ofreció desde la isla caribeña un proyecto de estabi-lización, llamado Plan Chadbourne. El análisis de las negociaciones, sus entresijos,éxitos y fracasos, y la redefinición de la agenda de actuación conforme a ello es lagran contribución del libro, junto con el estudio de las instituciones creadas pararegular la industria azucarera cubana y aplicar los acuerdos. La prioridad fue lograrun convenio que permitiese acceder en las mejores condiciones posibles al mercadoestadounidense, donde se había vendido tradicionalmente la mayoría del azúcar dela Gran Antilla. Los intereses de los remolacheros norteamericanos fueron los másdifíciles de vencer, pero la coherente posición de los azucareros y gobierno de Cubay de las compañías estadounidenses con intereses en la isla, así como el hecho de quelos mecanismos arancelarios no se mostrasen eficaces para proteger a aquéllos, fue-ron eliminando los obstáculos. Conseguir un acuerdo, sin embargo, tuvo otros incon-venientes. El presidente Gerardo Machado, dictador desde 1928 y que había estable-cido los presupuestos de la regulación estatal sobre la industria azucarera, debiódimitir ante el conflicto social provocado por la crisis.

Zanetti confirma las tesis anteriores acerca de la continuidad de la política azu-carera. Dice que el gobierno revolucionario que sustituyó a Machado en 1933 aplicósustanciales modificaciones, pero tal aserto resulta de mezclar planos distintos de lacomplicada situación de la época. Se respetaron los acuerdos alcanzados y las insti-tuciones creadas, pero se dio un giro social a dicha política con el fin de distribuirmás equitativamente la renta generada por la exportación de dulce. A su antecesorle faltó ese ingrediente para afrontar la conflictividad social. Sin embargo, otro ele-mento imprescindible en la estabilización era la colaboración de la Administraciónestadounidense, y ésta no se dio mientras se mantuvo el referido gobierno, que ade-más no apaciguó el país.

La consolidación del sistema (capítulo 4), se alcanzó cuando se conjugaron todoslos elementos mencionados. Un nuevo gobierno, con Fulgencio Batista como hom-bre fuerte, terminó por imponerse. Mantuvo el giro social de la política revoluciona-ria, pero actuó con fuerza frente a los conflictos, logró aplacarlos, y la Administra-ción estadounidense incluyó a Cuba en el sistema de cuotas y precios privilegiadosestablecidos para abastecer su demanda azucarera. Nuevas instituciones se crearonpara gestionar lo logrado en el mercado norteamericano y en el mundial, en el quese acordó una cartelización en 1937, nuevas leyes distribuyeron definitivamente laoferta convenida entre centrales y agricultores, y se fijaron las cotizaciones cañeras ylos salarios.

Las manos en el dulce, pues, es una aportación sustantiva al conocimiento de lahistoria azucarera cubana en el siglo XX. Analiza hechos poco conocidos, corroboratesis anteriores mediante su estudio y las fuentes que lo sustentan. Al final se echa

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de menos un examen pormenorizado de algunos efectos de la regulación del sectory la economía que fueron transcendentales, como las leyes de nacionalización deltrabajo o la expulsión de los inmigrantes antillanos que habían llegado a trabajar enla zafra y se quedaron en la Gran Antilla, pero quizás ésos son temas para futurasinvestigaciones. Con su sugerente trabajo y las cuestiones que plantea, Zanetti animaa que se emprendan.

Antonio Santamaría GarcíaCentro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid

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desarrollaron posteriormente en los estudios sobre el peronismo, como los aportes de Murmis y Portantiero, Torre y Doyon, respectivamente.

En dos ensayos, David Rock aborda los populismos del siglo xx ar-gentino, el radical, de aparición más temprana, y el peronista, y su super-vivencia que el autor trata en el segundo trabajo. El concepto de alianza de clases es la clave interpretativa que atraviesa ambos textos, el éxito o fracaso de esos lazos inestables, dependientes de la riqueza a distribuir. La afirmación fuerte que recorre el trabajo sobre el radicalismo y la elite conservadora desde la ley de reforma electoral de 1912 hasta el golpe mi-litar de 1930 es que la democracia no fue más que un mito, impedida por la estructura de poder basada en el sector agrario. En el último trabajo, considerado por el mismo autor como exploratorio por la cercanía de las circunstancias en que fue escrito y por el objeto de estudio, Rock advierte la continuidad entre las políticas de Yrigoyen y Perón, pero aplicadas de manera más organizada y específica por el gobierno de este último. Reco-rre el peronismo y el periodo posterior a 1955, en el que distingue el mo-mento de su supervivencia y el de su restauración, cuando se evidencian los obstáculos para conformar una nueva alianza de clases populista que reemplazara a la conformada por Perón, y una segunda fase, singularizada por el retorno del líder a la presidencia, interpretada como un medio de evitar una revolución.

Este libro, claro y de calidad homogénea, registra valiosos y desafian-tes aportes de indiscutible centralidad y perdurable vigencia a la hora de descifrar tanto el país de ayer como el de hoy.

María de los Ángeles Castro MonteroUniversidad Argentina de la Empresa

Alberto Perret Ballester, El azúcar en Matanzas y sus dueños en La Habana. Apun-tes e ico nografía, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2008, 482 pp.

El azúcar en Matanzas y sus dueños en La Habana. Apuntes e iconografía es un libro peculiar a primera vista, aunque no tanto en una historiografía muy voluminosa y muy especializada –la de dicada a la agromanufactura azuca-rera en Cuba. Se trata de una obra de iconografía, documental, informati-va y censal, que enlaza con una tradición editorial con larga tradición en la Gran Antilla y cuyos máximos exponentes son quizá los libros de Justo Germán Cantero, Los ingenios. Colección de vistas a los principales ingenios de azúcar de la isla de Cuba, Aranjuez, Doce Ca lles/Ministerio de Fomento/CehopU/CsiC/Fundación MApfre Tavera, 2005, edición a cargo de Luis

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Miguel García Mora y Antonio Santamaría, primera edición 1855-1857; Carlos Rebello, Estados relativos a la producción azucarera en la isla de Cuba, La Habana, Intendencia del Ejér cito y Hacienda, 1860, o el Portfolio azuca-rero. La industria azucarera en Cuba, La Habana, Se cretaría de Agricultura, Industria y Comercio, 1912-1913. Se trata también de un trabajo dedicado a una provincia, la matancera, que fue la principal productora de dulce en la isla durante el si glo xx (su oferta, por término medio, rondó en esa centuria 50% del total del país), y que por ello ha merecido investigaciones particulares como la de Laird W. Bergad, Cuban Rural Society in the Nine-teenth Century. The Social and Economic History of Monoculture in Matanzas, Princenton, Princenton University Press, 1990.

En ese contexto historiográfico, como libro documental, iconográfico y regional, aunque por la importancia del caso estudiado cuasi nacional, El azúcar en Matanzas, no es obra de un historiador, sino de un ingeniero, Al-berto Perret Ballester. Pero esto tampoco es peculiar en un sector en el que han participado profesiones muy diversas y ejercidas por muchos hombres con interés por la historia. Lo que sí imprime a la obra ese hecho es que su interés radica sobre todo allá donde los conocimientos del autor son ma-yores. En definitiva, se trata de una edición valiosa por su iconografía, sus comentarios técnicos, sus datos de personas y de empresas, digno comple-mento de investigaciones que inciden más en lo social y en lo económico, como la ya referida de Laird W. Bergad, o los múltiples estudios más gene-rales disponibles para el siglo xviii (Mercedes García Rodríguez, Entre ha-ciendas y plantaciones, La Habana, Ciencias Sociales, 2007), el xix (Roland T. Ely, Cuando reinaba su majestad el azúcar, Buenos Aires, Sudamericana, 1963; Ma nuel Moreno Fraginals, El ingenio. Complejo económico social del azúcar cubano, La Habana, Ciencias Sociales, 1978, o Fe Iglesias García, Del ingenio al central, Río Piedras, Universidad de Puerto Rico, 1999), o el xx (Alan D. Dye, Cuban Sugar in the Age of Mass Production, Stanford, Stanford University Press, 1998; Antonio Santamaría García, Sin azúcar no hay país, Sevilla, Universidad de Sevilla/CsiC/Diputación de Sevilla, 2004; Óscar Zanetti Lecuona, Las manos en lo dulce, La Habana, Ciencias Sociales, 2004; Arnaldo Silva, Cuba y el mercado azucarero inter nacional, La Habana, Cien-cias Sociales, 1971; Marcelo Fernández Font, Cuba y la economía azu carera mundial, La Habana, Pueblo y Educación, 1989, o Jorge Pérez-López, The Economics of Cuban Sugar, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1991).

El principal defecto que tiene el libro de Alberto Perret Ballester es ajeno al autor. Su edi ción es muy pobre, lo que perjudica a la calidad de reproducción de las fotografías, gravados o mapas. La razón, sin duda, son los costos, pero por eso mismo habría sido quizá recomendable optar por un formato electrónico, en Cd-roM, más adecuado, además, para el tipo de

Antonio Santamaría García

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trabajo al que nos estamos refiriendo, pues permitiría tener un acceso mu-cho mejor y más rápido a la ingente cantidad de información que aporta.

El libro se estructura en distintos capítulos con un mismo orden de contenidos. La división responde a las distintas esferas inmiscuidas en el negocio azucarero, a las cuales se dedica un en sayo con datos económicos complementado luego por cuadros, gráficos, mapas y por gran canti dad de iconografía. La obra se inicia con un repaso al desarrollo azucarero de Matanzas y de Cuba desde sus inicios hasta finales del siglo xx, en el que se incluye información sobre la producción, las variedades de caña, adere-zada, en cuanto a la iconografía, con ilustraciones diversas de los equipos manufactureros, agrarios y de transporte.

Los siguientes capítulos de El azúcar en Matanzas presentan la informa-ción de los 24 in genios activos en la provincia en el año 1958, antes del triunfo de la revolución castrista, su capa cidad de molienda y sus rendi-mientos, así como de los 593 que fueron demolidos antes de esa fe cha, de otras industrias derivadas, especialmente de las destilerías, de los diversos talleres que pro dujeron para la agromanufactura del dulce, y de las re-finerías. En todos los casos, claro está, los apartados se completan con iconografía.

Capítulos sobre los ferrocarriles, el almacenaje y exportación azucare-ras y la esclavitud completan la obra de Alberto Perret Ballester, y en ellos se combinan con el mismo criterio análisis e iconografía. En total el libro incluye 350 ilustraciones. El apartado dedicado a los esclavos –algo distin-to de los anteriores por su propia naturaleza– examina las conspiraciones y rebelio nes de los africanos, la cimarronería y los palenques, y dedica un acápite especial a los coolíes chinos, que fueron llevados masivamente a Cuba entre las décadas de 1840 y 1870 para comple tar el trabajo de los africanos cuando fueron efectivas las medidas de prohibición de la trata ne grera.

El libro termina con un centenar de microbiografías de personas y con datos de compañías, antes de proporcionar un extenso apéndice y una sucinta bibliografía y detalle de las fuentes. El referido apéndice comienza con un mapa y una relación de los 618 ingenios matanceros que el autor ha podido localizar, así como con el detalle de los 75 que no ha logrado ubi-car. Incluye, además, un listado de los nombres que tuvieron esos ingenios, distintos de los utilizados en la referida relación, y otro de los que estaban activos en el año 1903, después de la proclamación de la inde pendencia de Cuba, al concluir la guerra contra España y la ocupación estadunidense de la isla que siguió a aquella. Componen el apéndice, además, apartados sobre la cantidad de tierra dedicada a caña de azúcar en distintas épocas, la cantidad de ingenios, también, su producción y rendimiento en Ma tanzas

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y en toda Cuba en los siglos xix y xx, los precios promedio del dulce y el valor estimado de la oferta de la citada provincia entre los años 1885 y 1960.

Acerca de los ingenios, también hay apartados del apéndice dedicados a su capacidad de producción promedio en diferentes periodos, a su ubica-ción en los distintos municipios que com ponen la provincia de Matanzas, y a la relación de sus dueños. También incluye otra relación de propieta-rios de industrias derivadas de la azucarera y un índice de otras personas vinculadas con el negocio del dulce.

Otros índices del apéndice, aparte de los usuales sobre los ingenios y demás empresas y entidades referidas en el libro y acerca de los gravados, fotografías y mapas con que se ilustra, se dedican a los médicos matance-ros que trabajaron en las fincas azucareras, a las minibiografías y datos de compañías incluidas en el texto principal de la obra y a los hechos más relevantes relacio nados con la agromanufactura del dulce, así como con las guerras por la independencia de la isla de Cuba.

Finalmente el apéndice se completa con un cálculo para obtener la exportación de dulce por los distintos puertos de Matanzas en 1860, una relación de los precios del azúcar según sus enva ses, una tabla de equiva-lencia de medidas y listados de nombres de antiguas localidades y de las jurisdicciones de la región estudiada, incluyendo los ingenios que hubo y hay en ellas. En definitiva, como se puede deducir de la mera relación de su contenido, El azúcar en Matanzas y sus dueños en La Habana. Apuntes e iconografía es un libro especialmente relevante como texto de consulta y apoyo para la investigación. El libro es resultado de décadas de trabajo con la multitud de fuentes disponibles en los diversos archivos y biblio-tecas de Cuba, y una va liosa aportación a la historiografía sobre la Gran Antilla, particularmente a la más especializada en temas azucareros y tam-bién regionales.

Antonio Santamaría GarcíaEscuela de Estudios Hispano-Americanos, CsiC

Antonio Santamaría García

Carmen Yuste López, Emporios transpacíficos. Comerciantes mexicanos en Ma-nila, 1710-1815, México, iih-UnAM, 2007, 512 pp.

Los comerciantes novohispanos han sido un tema constante dentro de la historiografía, por lo menos desde la década de los setenta del siglo xx. Su estudio ha generado interesantes apreciaciones y otras tantas hipótesis sobre la realidad económica y social novohispana, como podemos ver en

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