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Año III • Diciembre 2015 • № 6 La Mujer Violentada: Aproximaciones a la macroestructura de la violencia en razón de género

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Año III • Diciembre 2015 • № 6

La Mujer Violentada:Aproximaciones a la macroestructura

de la violencia en razón de género

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La persistencia de la violencia en razón de género nos demuestra que las acciones desde el campo estatal están lejos de contrarrestar este fenómeno social, pues aún no han provocado transformacio-

nes estructurales a nivel político, económico, educativo y, sobretodo, cultural.

Esta violencia deviene de un sistema ideológico, económico y político denominado Patriarca-do. Éste propone un modelo desigual de organización y de relaciones de poder en el que las mujeres, junto con otros grupos sociales, están en desventaja. Actualmente, existen políticas, discursos y prácticas que, en apariencia, parecieran manifestarse a favor de los derechos de las mujeres, pero que en esencia sólo camuflan nuevas formas de dominación, de ejercicio de poder y de violencia patriarcal.

Entendemos que para el sostenimiento de la violencia hace falta un entretejido de estructuras que cooperan entre ellas y en la que permanece instaurada la ideología machista. Esta ideología afecta principal, pero no únicamente, a las mujeres. Otras trans-versales como la raza, edad, nivel educativo, posición económica, entre otras, sirven también de indicadores que intensifican la situación de explotación y abarcan grupos sociales heterogéneos. Así, las condiciones de desigualdad propias de este modelo hegemónico de organización implican no sólo la vulneración de los derechos de las mujeres, sino también los de los hombres, de las niñas y niños sometidos a una lógica adulto-centrista, y de la naturaleza que es, probablemente, la más invisibilizada de las víctimas.

A partir de esta reflexión, los artículos de La Mujer Violentada procuran un análisis que se aproxima a la macroestructura que explica la latencia, legitimación y repro-ducción de la violencia en razón de género. Así, indagan en el Neopatriarcado, que evidencia las nuevas máscaras de la dominación; en el Extractivismo, que devela la explotación desmedida de la naturaleza y cuyo costo social se refleja en el aumento de la precariedad de la vida de las mujeres; en la Urbe, que nos abre paso a reflexionar sobre la inseguridad ciudadana y las condiciones, riesgos y efectos específicos de ésta en la vida de las mujeres.

Por último, este nuevo número de la revista Mulier Sapiens cierra con un artículo es-pecial que refleja parte de la compleja relación existente entre la violencia y la cultura. Desde la literatura y el cine, el reconocido antropólogo Renato Rosaldo analiza la tensión

entre la permanencia y la transgresión de las estructuras machistas de culturas en movi-miento y desde sus conflictos fronterizos y de lenguaje. Las protagonistas de su ensayo son

mujeres curvas, “malas”, amenazantes; son aquellas que se resisten a heredar ya que prefie-ren transformar(se).

Daniela A. ElíasEditora

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Aproximaciones a la macroestructura

de la violencia en razón de género

Editora:Daniela A. Elías

Comité editorial:Miguel Gonzales G.

[email protected] A. Elías

[email protected]:Nona Martínez

[email protected]

Diseño y diagramación:

Isabel Rocío Avilés Jiménez

[email protected]ón:

Miguel Gonzales G.Daniela A. Elías

Cochabamba - Bolivia

Escriben en este número:

• María Esther Pozo [email protected]

• Marco Antonio Gandarillas Gonzáles

[email protected]

• Alejandra Ramírez Soruco

[email protected]

• Renato Rosaldo [email protected]

Una publicación de: Con el apoyo de:

LA

MU

JER V

iOLENTADA:

Violencia y Neopatriarcado

Nuevas formas de pensar la violencia: microma-

chismo y neopatriarcadoViolencia y Extractivismo

La bonanza extractivista y la depresión de los

derechos de las mujeresViolencia y Urbe

Reflexiones sobre la violencia social y ejercicios

de ciudadanía en la región metropolitana de

CochabambaViolencia y Cultura

Fábulas del caído

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Mulier Sapiens

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María Esther Pozo Licenciada en Sociología por la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), Máster en Educación Superior por la misma universidad. Doctora en Historia de América Latina y Diplomada en Estudios Avanzados por la Universitat de Barcelona. Directora del Área de Humanidades y Género, y Docente-Investi-gadora del Centro de Estudios Superiores Universitarios (CESU) de la UMSS. Coordinadora de las Maestrías de Género y Desarrollo y Derechos de Niños y Niñas y Adolescentes. Consultora en temas de Género. Actualmente es do-cente de la Facultad de Ciencias Económicas de la UMSS.

Violencia y Neopatriarcado06 - 07

Nuevas formasde pensar la violencia:

MICROMACHISMOy NEOPATRIARCADO

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Violencia y Neopatriarcado08 - 09

El patriarcado, además, se apoya en dos tipos fundamentales de relaciones: el macho domina a la hembra y el macho

de más edad domina al más joven.

de haber medidas que van en favor de la igualdad de oportuni-dades de hombres y mujeres, y el rechazo al machismo, la miso-ginia, el feminicidio, pero no se denuncian y visibilizan las causas que originan esa conducta del sistema patriarcal que asume una cara de reivindicación de cambios superficiales. Y así, se tornan más sutiles los recursos discriminatorios, sin modificar la lógica excluyente.

Este artículo pretende, en el marco de reflexiones del patriar-cado y el neopatriarcado, abordar el tema de violencia contra la mujer, fundamentalmente ejercida por el hombre. Tomando en cuenta que, en los últimos años, existen reflexiones teóricas que permiten considerar diversos factores, por lo tanto, tam-bién entradas para tratar el tema. De hecho, se habla de nuevas formas de violencia como el acoso e intimidación cibernética, la violencia generada por la cirugía estética y la violencia contra las mujeres políticas que resulta de mayores cuotas de participación entre otras.

Patriarcado

Las relaciones de género se desarrollan en un ordenamiento más abarcador que es el patriarcado, conceptualizado como un

sistema histórico y universal de relaciones de poder a través del cual se legitima el dominio de los hombres sobre las mujeres. De esta manera, el patriarcado se constituye en una estructura básica de las sociedades contemporáneas. Sin olvidar que uno de los mecanismos de repro-ducción del sistema patriarcal es el de la invisibi-

lización de las formas de subordinación, el no nombrar las cosas por su nombre, porque lo que no existe no se nombra.

Comenzaremos definiendo el patriarcado no sin antes advertir que se suele usar el término de ‘sociedad machista’ para referir-se a la discriminación, al menosprecio, al conjunto de actitudes, comportamiento y dignidad de la mujer considerada injustamen-te inferior a los hombres, permitiendo describir un orden social en la que la autoridad está representada y ejercida por los hom-bres, el jefe de familia y dueño del patrimonio. Se construye, de esta manera, culturas androcéntricas, donde los intereses y las experiencias de los hombres son el centro del universo.

Introducción

Los diferentes análisis de la violencia hacia las mujeres han descrito aspectos diferentes de la estructura patriarcal, la gran mayoría a partir de las relaciones de género con el objetivo de comprender la violencia ejercida contra las mujeres. La mayor parte de los análisis se realizaron en el marco de la sociedad ma-chista, son los estudios feministas que inciden en la conceptua-lización del patriarcado. En la actualidad, resulta difícil visibilizar los múltiples aspectos bajo los cuales se manifiesta y se ejerce el patriarcado; esto evidencia la necesidad de nuevas miradas sobre las manifestaciones actuales del sistema patriarcal.

Durante las últimas décadas, el feminismo, a través de las cien-cias sociales, identificó al patriarcado intentando explicar cómo se construyen referencias en las que se considera que las dife-rencias de hombres y mujeres son biológicamente inherentes y naturales, a partir de la diferencia entre sexo y género. De esta manera, se constató que el patriarcado se trata de una cons-trucción histórica y social. En los años 60, las feministas inician la discusión de la ‘maternidad’ a partir de la crítica a la familia como una institución, logrando su diferenciación de otros movimientos sociales, justamente por la priorización de sus elaboraciones en la noción de patriarcado.

El patriarcado en el desarrollo de la sociedad actual, a inicios del siglo XXI, representa una trama de pactos que mantiene el control de la sociedad en manos masculinas y permite expli-car los orígenes de la subordinación y discrimi-nación de las mujeres convirtiéndose en el centro medular para entender las causas de la violencia contra la mujer. De esta mane-ra, la ideología patriarcal no sólo explica y construye la diferencia entre hombres y mujeres, y no solamente se ha naturalizado, sino que se mantiene y se agudiza en otras formas de dominación como el denominado neopatriarcado. Si bien el siglo XX marca las transformaciones en la situación de las mujeres, es en el siglo XXI que se puede constatar la masificación de la presencia de las mujeres en el espacio público, así como también el ejercicio de poder en ciertas posiciones que vienen acompañadas de las reformas y cambios legales que hablan de equidad en favor de las mujeres y que, efectivamente, tienden a mejorar sus condiciones. Sin embargo, no han cambiado las raíces del patriarcado, a pesar

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Violencia y Neopatriarcado10 - 11

Kate Millet (1975: 34), parte de la descripción de las caracterís-ticas del patriarcado que se aceptan en todas las corrientes en sus enunciados; es la consideración del poder patriarcal como una institución mediante la cual se controla a la mitad de la po-blación, que son las mujeres, por la otra mitad que son hombres. El patriarcado, además, se apoya en dos tipos fundamentales de relaciones: el macho domina a la hembra y el macho de más edad domina al más joven.

Las conceptualizaciones anteriores nos muestran que las de-finiciones y el análisis del patriarcado en general, por un lado, contienen elementos comunes y muestran líneas metodológicas e ideológicas del feminismo y del marxismo. Y, por otro, al ser una construcción social, el patriarcado se manifiesta en las esferas socio-económicas.

Micromachismo

Los abordajes al tema de violencia de género se fundamentan en el concepto de patriarcado. En torno a esta violencia se confirman y actualizan conceptos en razón que es, al mis-mo tiempo, norma y proyecto de autoreproducción como tal, sensible a las relaciones de poder, inmen-samente sensible y sutil.

Uno de los conceptos utilizados en este nuevo siglo es el de micromachismo que, en términos generales, se constituye en prácticas de domi-nación y violencia masculina en la vida cotidia-na. Hace referencia, así, a una serie de estra-tagemas y engaños interpersonales en los que se sumergen los comportamientos masculinos en el espacio cotidiano. Estamos hablando de las formas de presión de baja intensidad que, en el ac-cionar de las relaciones, se manifiestan sutilmente en cómo los hombres intentan ejercer poder y violencia.

El término micromachismo se comienza a utilizar por el terapeuta argentino Luis Bonino, en 1990, preo-cupado por los comportamientos masculinos que refuer-zan la superioridad y el ejercicio de poder sobre las mujeres.

El patriarcado es visto como “un orden social caracterizado por relaciones de dominación y opresión establecidas por unos hombres entre otros y sobre todas las mujeres y criaturas. Los varones dominan la esfera pública (gobierno, religión, etcétera) y la privada (el hogar)” (MOIA, 1981: 231), denotando el espacio público y privado.

Dolores Reguant (citado en Varela, Nuria, Feminismo para Prin-cipiantes) desarrolla una de las definiciones más completas, men-ciona que el patriarcado:

Es una forma de organización política económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, en la que se da el predominio de los hombres sobre las mu-jeres; del marido sobre la esposa; del padre sobre la madre, los hijos y las hijas; de los viejos sobre los jóvenes y de la línea de descendencia paterna sobre la materna. El patriarcado ha surgido de una toma de poder histórico por parte de los hombres, quienes se apropiaron de la sexualidad y la repro-ducción de las mujeres y de su producto, los hijos, creando al mismo tiempo un orden simbólico a través de los mitos y la religión que lo perpetúan como única estructura posible (REGUANT, 2005: 177)

Manuel Castells sostiene que el:

…patriarcado es una estructura básica de todas las so-ciedades contemporáneas. Se caracteriza por la autoridad, impuesta desde las instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar. Para que se ejerza esta autoridad, el patriarcado debe dominar toda la organiza-ción de la sociedad, de la producción y el consumo a la po-lítica, el derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales y, por tanto, la personalidad, están también marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del patriarcado (CASTELLS, 200: 159).

El autor propone no olvidar su enraizamiento en la estruc-tura familiar y en la reproducción sociobiológica de la especie, reconociendo que éstas se modifican en la historia y la cultura, advirtiendo que en este milenio será el fin de la familia patriarcal, ya que ésta se ve desafiada por la transformación del trabajo y la conciencia de las mujeres.

Uno de los conceptos utiliza-dos en este nuevo siglo es el de

micromachismo que, en términos generales, se constituye en prác-ticas de dominación y violencia masculina en la vida cotidiana.

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Violencia y Neopatriarcado12 - 13

Neopatriarcado y Violencia

La descripción de la organización de los fe-nómenos sociales de las actuales sociedades es muy compleja. En el nuevo siglo XXI, a pesar de mostrar avances en el tema legislativo, no se plasman cambios en los imaginarios, en lo sim-bólico y lo social, ya que éstos presentan nuevas características que exigen la confirmación y/o la creación de nuevas categorías que permitan acercarnos a la realidad, como es el caso del patriarcado que constituye el origen del mode-lo del sistema neopatriarcal como uno de los

espacios históricos de poder masculino.

Se identifica como el origen del patriarcado moderno a la revo-lución liberal. Es el Estado refundado en las revoluciones decimo-nónicas el que legisló la minoría legal de la mujer, por lo que está sujeta a la protección del hombre a cambio de su obediencia. De manera que, en la actualidad, las mujeres están bajo la tutela del Estado (cf. DEL PRADO, 2013).

Paola Melchiori denomina como Neopatriarcado a la “ofensiva que se presenta como una guerra en contra las mujeres, con manifestaciones en el aspecto social, principalmente en el ima-ginario, que justifican los roles tradicionales asignados a las mu-jeres. La ofensiva se manifiesta de manera violenta en contra de las acciones y empoderamiento de las mujeres” (MELCHIORI, 2011:1), pero esta ofensiva que tiene diferentes fachadas no se presenta de manera frontal, sino que pasa por la búsqueda de la seguridad del sistema.

Silvia Federici (2014) al reflexionar sobre el trabajo asalaria-do de las mujeres, manifiesta que estamos viviendo un nuevo

tipo de patriarcado, en el que las mujeres no son sólo amas de casa, y donde los valores y las estructuras sociales tradicionales aún persisten. Por ejemplo, los lugares de trabajo asalariado no han incluido lugares para el cuidado, no están pensados para que mujeres y hombres conci-lien producción y reproducción. En este nuevo patriarcado, las mujeres deben ser dos cosas: productoras y reproductoras al mismo tiempo,

El autor indica que los micromachismos “son prácticas de dominación y violencia masculina en la vida cotidiana, del orden de lo ‘micro’, al decir de Foucault, de lo capilar, lo casi impercep-tible, lo que está en los límites de la evidencia” (BONINO 2014: 3).

En la actualidad, se puede observar que el ejer-cicio del machismo no es tan evidente, más bien encontramos relaciones aparentes de equidad, reconocedoras y respetuosas de los derechos humanos de las mujeres, a pesar de las acciones encubiertas para mantener el poder.

Bonino (2004: 2) clasifica los micromachismos en cuatro tipos:

• Los utilitarios, que fuerzan la disponibilidad femenina usufruc-tuando y aprovechándose de diversos aspectos “domésticos y cuidadores”.

• Los encubiertos que abusan de la confianza y credibilidad fe-menina ocultando su objetivo.

• Los de crisis que son la permanencia en el statu quo desiguali-tario cuando éste se desequilibra, ya sea por aumento del poder personal de la mujer o por disminución del varón.

• Los coercitivos que sirven para retener poder a través de utilizar la fuerza psicológica o moral masculina.

Estos tipos de micromachismo son fáciles de percibir en las relaciones interpersonales cuando observamos las relaciones políticas a nivel nacional y la microestructura de autoridad; cuan-do examinamos las relaciones de subordinación dentro la familia que a título de relaciones afectivas, de una u otra manera, buscan minar el derecho de elegir, de decidir y de ser libre de las mu-jeres. En el caso de Bolivia, a pesar de estar a la vanguardia res-pecto a la inclusión a través de normativas que, desde la mirada analítica de la sociedad, articu-lan las relaciones políticas a nivel nacional con las microestructuras de autoridad, aún permite y tolera el ejercicio de violencia contra las mu-jeres y legitima las relaciones de subordinación dentro la familia.

En este nuevo patriarcado, las mujeres deben ser dos cosas: productoras y repro-ductoras al mismo tiempo, convirtiéndose en una espiral que acaba consumiendo

sus vidas, por lo que el trabajo asalariado es una estrategia más de poder.

Estos tipos de micromachis-mos son fáciles de percibir en las relaciones interpersonales

cuando observamos las relaciones políti-cas a nivel nacional y la microestructura de autoridad; cuando examinamos las

relaciones de subordinación dentro la fa-milia que a título de relaciones afectivas, de una u otra manera, buscan minar el

derecho de elegir, de decidir y de ser libre de las mujeres

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Violencia y Neopatriarcado14 - 15

en términos generales, se entiende como violencia “todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psíquico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada” (ONU: 1995).

Asímismo, Naciones Unidas, en Beijing de 1995, define la violen-cia contra las mujeres como:

…una manifestación de las relaciones de poder histórica-mente desiguales entre hombres y mujeres, que han conduci-do a la dominación de la mujer por el hombre, la discrimina-ción contra la mujer y a la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo. La violencia contra la mujer a lo largo de su ciclo vital dimana especialmente de pautas culturales, en particular de los efectos perjudiciales de algunas prác-ticas tradicionales o consuetudinarias y de todos los actos de extremismo relacionados con la raza, el sexo, el idioma o la religión que perpetúan la condición inferior que se le asigna a la mujer en la familia, el lugar de trabajo, la comunidad y la sociedad (ONU: 1995).

Ana de Miguel (2008: 129), en su análisis del tema de la violencia plantea definir a los movimientos sociales como creadores de marcos de interpre-tación y de «marcos de injusticia». A partir de la interpretación patriarcal de la violencia contra las mujeres, sostiene la existencia de tres momentos claves en la construcción del nuevo marco de interpretación de la violencia contra las mujeres. El primero, parte de los feminismos del siglo XIX, sufragistas y socialistas, que tiene como objetivo desarticular la ideología de la natura-leza diferente y complementaria de los sexos, reivindicando los derechos básicos, denunciando y visibilizando las condiciones de subordinación y violencia que rodean a la condición femenina. El segundo lugar lo compone el feminismo radical de los años 60 (la elaboración de un marco estructural sobre la violencia patriar-cal), con su giro epistemológico con el “análisis de la esfera de lo privado y su nuevo concepto de lo político como toda área de la acción humana atravesada por relaciones de poder que des-

convirtiéndose en una espiral que acaba consumiendo sus vidas, por lo que el trabajo asalariado es una estrategia más de poder.

De esta manera, los obstáculos sexistas invisibles que se en-cuentran en espacios públicos coexisten con la violencia a las mujeres. A mayores indicadores de conquistas de las mujeres, como mayor acceso en educación, derecho al voto, mayor pre-sencia en el mercado de trabajo, mayor violencia se ejerce contra ellas. “Lo verdaderamente inquietante es cómo la bandera de la equidad de género, habiéndose transformado en casi un sentido común ampliamente aceptado y en políticas públicas de los más diversos ámbitos, aún persista en tan alto nivel de discriminación y violencia contra las mujeres. ¿Por qué los mandatos patriarcales persisten –aunque bajo nuevos ropajes– construyendo la jerar-quía de los géneros?” (D’ATRI, 2014: 26).

Existe la necesidad de construir y reconstruir conceptos que permitan entender la violencia hacia las mujeres, así como el

neopatriarcado. La definición que permite un mayor avance en la construcción del concep-to de neopatriarcado es la que la define como el Patriarcado de Estado que se basa en la in-ferioridad de la mujer, por tan-to el hombre debe protegerla y la mujer debe obedecerle. El neopatriarcado se basa en la

mujer como el sector más débil de la sociedad por lo que el Es-tado debe protegerla y, en compensación, ésta tiene la obligación de servir incondicionalmente al Estado (cf. MORA, 2012: 1).

Una de las mayores amenazas para la salud pública es la violen-cia. El costo social de los diferentes tipos de violencia ejercidos específicamente contra las mujeres, ya sea en el ámbito privado o público, es de gran relevancia ya que las acciones de acoso, la violencia que sufren, es una muestra de la falta de derechos, justi-cia y equidad en el tratamiento de los miembros de una sociedad.

La definición de violencia hacia las mujeres tiene diferentes matices. En todos los casos denota desigualdad, injusticia e in-equidad, con el objeto de reproducir y perpetuar la situación de subordinación de las mujeres. Para el caso de las mujeres,

Una de las mayores amenazas para la salud pública es la violencia. El costo social de los diferentes tipos de la violencia ejercidos especí-ficamente contra las mujeres, ya sea en el ámbito privado o público, es de gran relevancia ya que las acciones de acoso, la violencia que sufren, es una muestra de la falta de derechos, justicia y equidad en

el tratamiento de los miembros de una sociedad.

Es necesario puntualizar que la relación de poder y género implica tener presente que en las relaciones de mujeres y hombres no se juegan sólo diferencias sino desigualdades, es decir, situaciones de poder y estrategias de su ejercicio. El principio de lo que llamamos

violencia de género es la necesidad de los hombres de controlar a las mujeres en el sistema patriarcal.

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velará la cara oculta de la familia y las relaciones personales”. Y, finalmente, en

tercer lugar están las investigaciones de los estudios feministas y de género basados en la

consolidación de un nuevo marco interpretativo de “la violencia de género”, que parte de las nue-

vas teorías sobre los movimientos sociales, quedan-do demostrado que la violencia contra las mujeres

es un elemento estructural del poder patriarcal y se constituye en un grave problema social y político.

Sin duda, el análisis desde la violencia de género tiene una entrada desde el “poder”. Es necesario puntualizar que la rela-ción de poder y género implica tener presente que en las rela-ciones de mujeres y hombres no se juegan sólo diferencias sino desigualdades, es decir, situaciones de poder y estrategias de su ejercicio. El principio de lo que llamamos violencia de género es la necesidad de los hombres de controlar a las mujeres en el sistema patriarcal.

Luis Bonico (2014:2) afirma que la palabra “poder” tiene dos alcances popularmente utilizados: la primera es la capacidad de hacer, el poder personal de existir, decidir y autoafirmarse. Este poder autoafirmativo necesita para su ejercicio una legitimidad social que lo faculte, legitimidad a la cual sólo han accedido los hombres. La segunda facultad es la capacidad y la posibilidad de control y dominio sobre la vida o los hechos de los otros, básica-mente para lograr obediencia y todo lo que de ella procede. Éste es el poder de dominio, que es de quien ejerce la autoridad, es en este tipo de poder que se usa la tenencia de los recursos para obligar a interacciones no recíprocas y, de esta manera, ejercer control sobre cualquier aspecto de la autonomía de la persona a la que se busca subordinar.

De este modo, es la posición de género (hombre, mujer) uno de los ejes cruciales por donde discurren las desigualdades de poder y los ámbitos en que se manifiesta la familia, pareja y, aho-ra, en la acción de los espacios políticos donde los hombres ha-cen uso del poder de macrodefinición de la realidad.

La preocupación de la violencia se desarrolla, por un lado, a par-tir de las normas de género (binario) mediante el cual so-mos subjetivadas y, por otro, desde la posibilidad

de una ética–política que le da sustento a la crítica de la violencia de Estado Nación. Esta reflexión parte de la preocupación por las in-certidumbres del cuerpo como una centralidad de una pregunta política a partir de las nociones de sedimentación, materialización y corporeización, transformadas por las dimen-siones corporales del mundo psíquico hasta “el giro en dirección a la cuestión ética-política apuntando a la precariedad, a la vio-lencia y a la vulnerabilidad del sujeto en tanto sujeto corporal” (BUTLER en SABSAY, 2009:316). En síntesis, Butler nos plantea interrogantes que parten del cuestionamiento de operaciones de poder que visibilizan o reconocen algunos cuerpos y otros no. La necesidad de que el género sea performativo se expresa en la libertad, noción central e ineludible para el logro de una sociedad fundamentalmente no violenta y ética.

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las mujeres: ¡A vueltas con el amor!”. 16 – 18 Septiembre 2009. Castellón de la Plana. España.

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Violencia y Neopatriarcado

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Violencia y Extractivismo20 - 21

Licenciado en Sociología por la Universidad Mayor de San Simón. Investigador especializado en hidrocarburos, minería, economía y medio ambiente. Actual-mente es Director Ejecutivo del Centro de Documentación e Información Bolivia- CEDIB.

Marco Antonio Gandarillas Gonzáles

La BONANZA extractivistay la depresión de los DERECHOSde las MUJERES

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A costa de la integridad de sus cuerpos protegen el mineral. No encuentro una

mejor metáfora para el grado de someti-miento de las mujeres en el extractivismo

minero en pleno siglo XXI.

Violencia y Extractivismo

Hace un par de años el documental Minerita ganó el renom-brado premio Goya del cine español por exponer las terribles condiciones laborales y de inseguridad de las mujeres en el em-blemático Cerro Rico de Potosí. La presencia de las mujeres en la minería se remonta a la etapa colonial y, a pesar del tiem-po transcurrido, su situación, como la de la mayor parte de los hombres dedicados a esta actividad, no parece haber mejorado mucho(1). En pleno auge extractivista, el mérito que encuentro en el mencionado documental es el de relatar en primera persona (encarado por sus tres protagonistas: Lucia, Ivone y Abigail) la chocante realidad de las jóvenes mujeres que exponen su segu-ridad para proteger el mineral extraído del lugar que sostuvo, con sus recursos, la dominación colonial por más de tres siglos. A costa de la integridad de sus cuerpos protegen el mineral. No encuentro una mejor metáfora para el grado de sometimiento de las mujeres en el extractivismo minero en pleno siglo XXI.

El relato no es particular a ese yacimiento minero. De forma generalizada es posible advertir una sistemática depresión de los derechos de las mujeres en un momento en que, paradójicamente, este sector económico atravesó por una etapa de auge, con precios altos y grandes utilidades. El propósito de este artículo es aproximarse a la especifi-cidad de la explotación y subordinación de las mujeres en el extractivismo boliviano.

La feminización extractivista

Abundan los relatos sobre las condiciones laborales de las mu-jeres mineras. Las más conocidas entre ellas, sin duda, son las palliris. Es menos conocido que a lo largo de las últimas décadas su presencia es notable en diversas actividades de los sectores extractivistas. Algunos estudios establecieron que cada vez más mujeres participan en distintos subsectores mineros. En la deno-minada minería mediana participan en: a) tareas de cuidados: lim-pieza de oficinas, enfermerías, cocina; b) administrativas: secreta-ría, almacén y administración; y c) extractivas: en ingenio, colas, relaves, machacado y separado de mineral (cf. GARCÍA, 2001: 155-158). En las cooperativas mineras las mujeres desempeñan actividades: a) de apoyo: contaduría, secretarías y personal de se-guridad, entre éstas la principal es la de ser las serenas y contro-(1) Un ejemplo es la esperanza de vida que, en Huanuni, ronda los 40 años de edad.

lar la entrada de la mina, cuidar el equipamiento, las herramientas de los mineros y el mineral extraído (cf. MICHARD, 2008: 56-57); b) en la extracción: las palliris son las que escogen manualmente el mineral de los desmontes o residuos preconcentrados de mi-nerales; y relaveras, que rescatan el estaño echado a los ríos por los ingenios mineros (CEPROMIN, 1998: 4).

La terciarización precariza, externaliza e invisibi-liza el trabajo de las mujeres

La terciarización es el tipo de relación laboral y forma predomi-nante de organización del trabajo en los sectores extractivistas de Bolivia (cf. GANDARILLAS 2013: 219-226). Este fenómeno se caracteriza por una reducción drástica del número de trabajado-ras/es directos; el desconocimiento de derechos laborales de las/os trabajadoras/es subcontratados; su externalización en unida-des o sectores formalmente desvinculados de la empresa matriz

sobre los que la misma no contrae obligaciones patronales; la precarización y la elevada inseguri-dad ocupacional en las actividades terciarizadas; y el impedimento a la formación de sindicatos u otro tipo de organizaciones de defensa de los derechos laborales. El propósito principal es la reducción de los costos y la eliminación de los derechos de las/os trabajadoras/es.

La externalización(2), que es inherente a la terciarización, tiene efectos directos sobre el trabajo femenino. En el sector petrole-ro las tareas de cuidados, denominados eufemísticamente como servicios de alimentación y limpieza de los campamentos recaen sobre mujeres que formalmente no son consideradas parte de la empresa petrolera o de la subcontratista. De este modo, tareas vitales, sin las que sería imposible el trabajo petrolero en alejados y/o aislados campamentos, se suministra como un servicio exter-no (nótese que con ello se remarca la idea de ajena/o) provisto por subcontratistas usualmente subcontratadas por las primeras (cf. GANDARILLAS 2013: 223).

(2) “La subcontratación multiplica las asimetrías dentro del sector petrolero debido a que externaliza áreas completas de la industria, reduciendo al mínimo indispensable al personal de planta de la empresa, el que está generalmente concentrado en las tareas administrativas y directivas, con mínimo personal de control y a veces inexistente per-sonal operativo o de campo. Reduce totalmente el personal además de las actividades de apoyo (mantenimiento, apertura de sendas, construcción de infraestructura, alimen-tación, seguridad, etc.)” (GANDARILLAS, 2013: 224).

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Violencia y Extractivismo

En el caso minero, la externalización del trabajo femenino de cuidados es todavía más extremo ya que gran parte del trabajo minero (a 2013, 92% de la fuerza laboral del sector pertenecía a las denominadas cooperativas mineras) está ya terciarizado y es-tas tareas son provistas a las pequeñas unidades cooperativizadas por mujeres ajenas a las cooperativas.

Externalizar estas labores tan fundamentales para el trabajo en las actividades extractivistas permite a las empresas, cooperativas y a los mismos trabajadores hombres, reducir los costos labora-les y productivos a costa de la depresión de los derechos labo-rales de las mujeres, acentuando todo tipo de discriminaciones sexistas como, por ejemplo, la discriminación salarial en función de sexo, lo que significa que con un similar tipo de calificación y por jornadas con igual número de horas de trabajo, las mujeres reciben menos salario que los hombres. En las petroleras una mujer cocinera percibe un salario entre 7 a 13 veces más bajo que un obrero no calificado (cf. GANDARILLAS 2013: 224)(3).

El fenómeno de la terciarización consiguió una radical disminu-ción de los costos laborales, añadiendo mayores cargas sobre las mujeres. Algunas feministas sostienen que se logró imponer una triple carga:

…Las mujeres fueron encargadas de la generación de auto-empleo, y de ingresar en condiciones de desigualdad al mer-cado laboral, donde sufrían discriminación salarial. Al mismo tiempo, con la orientación de las economías hacia la expor-tación, la alimentación familiar –tradicionalmente a cargo de las mujeres- se convirtió en una tarea cada vez más compleja. De esta manera las mujeres asumieron una triple carga. A pesar del supuesto que las mujeres ahora eran “incluidas en el desarrollo”, la modificación patriarcal dentro de la familia y en el espacio público adoptó otra forma, iniciando un nuevo ciclo de empobrecimiento femenino y feminización de la po-breza, anclado en las economías de subsistencia (AGUINA-GA et al., 2011: 63).

Debido a que el sometimiento de las mujeres resultó conve-niente a las empresas y a las unidades familiares dominadas por

(3) En la minería, de forma un tanto distinta, se produce también una discriminación sexual de ingresos. De este modo, una palliri que trabaja a cielo abierto gana entre seis a diez veces menos que un minero de interior mina (ABSI, 2009: 298).

los hombres, la situación ha sido, de cierta forma, naturalizada(4).

Por ello, este fenómeno conlleva además a la invisibilización y desvalorización del trabajo femenino. No tomar en cuenta el aporte de las mujeres en las variadas actividades extractivas y de cuidados en estos sectores, tiende a reforzar una imagen este-reotipadamente masculina, en la que predomina o sólo cuentan las tareas realizadas por hombres.

Este imaginario pretendidamente masculino de los sectores ex-tractivistas se expresa en las estructuras de representación que abiertamente marginan a las mujeres. De acuerdo con Michard, a pesar de representar al menos a 10% de la fuerza laboral en las cooperativas mineras, muy pocas mujeres acceden a cargos directivos en éstas (cf. 2008: 57). En el sector petrolero, la invi-sibilización de las actividades de cuidados tolera que la Cámara Boliviana de Hidrocarburos, entidad que agrupa tanto a las trans-nacionales petroleras como a las empresas de servicios petro-leros o contratistas y subcontratistas, sólo tenga afiliada a una empresa de servicios de limpieza o alimentación como parte del sector (GANDARILLAS, 2013: 223).

En pleno auge extractivista, con precios y utilidades en alza, la situación de las mujeres trabajadoras en estos sectores se depri-mió más todavía. A la discriminación laboral, expresada en la ya comentada inequidad salarial, se debe añadir el que las mujeres son objeto de la violencia patriarcal de sus compañeros de traba-jo: de agresiones físicas, psicológicas y sexuales. En el Cerro Rico, de acuerdo con un informe del Defensoría del Pueblo, 60% de las trabajadoras mineras sufre violencia laboral y psicológica(5). Más de un centenar de mujeres que trabajan de guardas o serenas protegen el mineral a riesgo de su propia integridad y seguridad personal.

El rentismo extractivista y las mujeres

Si los derechos laborales de las mujeres trabajadoras en estos sectores se han visto deprimidos, se podría argumentar que, sin embargo, el beneficio que se genera con los ingresos o las rentas provenientes del extractivismo tiene efectos positivos sobre las

(4) Desde esta visión machista, se trataría de mujeres “sacrificadas-abnegadas” y no explotadas por o en beneficio de una empresa, sector o cooperativa.(5) Tomado de La Prensa 15/12/2014. En el Cerro Rico se explota a 122 mujeres.

Externalizar estas labores tan fundamentales para el trabajo en las actividades extractivistas permite a las empresas, coope-

rativas y a los mismos trabajado-res hombres, reducir los costos laborales y productivos a costa de la depresión de los derechos laborales de las mujeres, acen-tuando todo tipo de discrimina-ciones sexistas, como por ejem-plo la discriminación salarial en

función de sexo.

No tomar en cuenta el aporte de las mujeres en las variadas actividades extractivas y de cui-dados en estos sectores, tiende

a reforzar una imagen estereoti-padamente masculina, en la que

predomina o sólo cuentan las tareas realizadas por hombres.

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condiciones de vida de las mujeres, en general, y las pobres, en particular. En efecto, las Transferencias Monetarias Condiciona-das - TMC son, a pesar de su origen neoliberal(6), promocionadas por el régimen de Morales como políticas sociales redistributi-vas(7) con amplios efectos positivos sobre la erradicación de la pobreza y la exclusión social(8). Ateniéndonos a los resultados, sobre los que existe poca información detallada(9), éstos son más bien modestos e insostenibles como veremos a continuación.

El Bono Juana Azurduy está dirigido a mujeres gestantes y a niñas/os hasta los dos años de edad. En total, se establece la transferencia de Bs. 1820.- a lo largo de 33 meses(10). De acuerdo con la información oficial, el número de beneficiarias/os, en los 6 años de implementación del Bono, han sido de 1,2 millones de personas (505.354 mujeres y 741.502 niñas/os).

Debido a que se desconocen las cifras desagregadas, y tan sólo se han difundido datos generales de las/os bene-ficiarias/os, sólo se pueden hacer estimaciones sobre el volumen de recursos transferidos por persona, que da como resultado Bs. 505,6.- por persona promedio en los 6 años. No parece ser que dicha suma saque a nadie de la extrema po-breza o que resuelva problemas estructurales de marginación socioeconómica. De hecho, el monto destinado a financiar este bono es ape-

(6) En tanto doctrina de la mercantilización, el neoliberalismo reemplazó el enfoque universalista (en el sentido de derechos de todas/os cuyo acceso es una obligación del Estado) al que estuvieron asociadas las políticas sociales del llamado Estado de Bien-estar. En este nuevo modelo, bajo el justificativo de reducir el gasto público, se privati-zaron las responsabilidades estatales en las materias sociales. La nueva doctrina social implica “…la focalización de los subsidios del Estado hacia los sectores más pobres y el diseño de esquemas público-privados…” (OCAMPO, 2008).(7) En el DS. 0066 de 03/04/2009 que instituye el Bono Juana Azurduy de Padilla se presenta al mismo como parte de una política de desarrollo de la “redistribución equi-tativa de los excedentes económicos en políticas sociales, de salud, educación, cultura y la reinversión de en desarrollo económico productivo”.(8) En la rendición de cuentas públicas del ministerio de Salud, entidad responsable del Bono Juana Azurduy, se califica a ésta como un logro en la reducción de “…la mortalidad materna e infantil, la desnutrición y la pobreza extrema de las bolivianas…” (2015: 5). (9) En el Decreto Supremo de creación se determina que al quinto año de implemen-tación (teóricamente el 2014) se evaluarán los resultados alcanzados a nivel municipal (Art. 3.V) y que, anualmente, el Ministerio de Planificación del Desarrollo evaluará la aplicación y el impacto de dicho Bono en la erradicación de la pobreza extrema (Art. 6.g).(10) De los cuales 320 se abonarán a la mujer gestante durante su embarazo hasta el parto institucional y el resto en doce cuotas bimestrales.

nas el 11,62% del presupuesto del ministerio de Salud en el año 2015, lo que significa que ni siquiera dentro de este ministerio es el principal rubro presupuestario. En ese mismo año, le aventaja la construcción de infraestructura hospitalaria(11).

Un tema que resulta especialmente provocador es la creciente simpatía del gobierno de Bolivia hacia este tipo de políticas fo-calizadas en el combate a la pobreza y su alejamiento de las po-líticas que podrían restablecer los derechos, como los laborales de las/os trabajadoras/es, en especial de aquellas/os terciarizadas/os en los sectores más boyantes de la economía, como son los de índole extractivista. La preferencia por los bonos revela una orientación clientelista y paternalista en los políticos del MAS que se suponía tienen un arraigo en la izquierda y, por tanto, una tradición vinculada con la defensa de los derechos laborales y sindicales de las/os trabajadoras/es.

El rentismo es frontalmente opuesto a aque-

llo. Dichas medidas tienen efectos cortoplacis-tas y son insostenibles debido a que la fuente de financiamiento es el propio extractivismo, que atraviesa por ciclos de auge y depresión en función de factores externos como los precios internacionales de las materias primas. Los bo-nos no generan universalidad y progresividad en derechos sociales, por el contrario, son entendi-dos como dádivas de las autoridades que usual-mente los otorgan con afanes proselitistas. Por tanto, nuevamen-te su generalización como políticas sociales focalizadas recortan derechos, en este caso, de las mujeres embarazadas a las que pretendidamente les mejora sus condiciones de vida.

Opresiones: patriarcado y extractivismo

Los derechos de las mujeres, objetivamente deprimidos con el extractivismo, se sostienen y enraízan en una espiral de violencia mucho más profunda, de carácter cultural e ideológico. Si nos re-mitimos nuevamente a la cuestión del trabajo femenino minero, como bien hace notar Absi (2009: 293-294), a lo largo de la his-toria hubieron momentos con una alta presencia femenina en la minería, y ésta bordeó normalmente el 10% de la fuerza laboral.

(11) El Bono Juana Azurduy en esta gestión requerirá de 202 millones de bolivianos, la construcción de 9 hospitales de 3er y 4to nivel de 240 millones.

La preferencia por los bonos revela una orien-tación clientelista y paternalista en los políticos del MAS que se suponía tienen un arraigo en la

izquierda y, por tanto, una tradición vinculada con la defensa de los derechos laborales y sindicales de

las/os trabajadoras/es.

A la discriminación laboral, expresada en la ya comentada inequidad salarial, se debe añadir el

que las mujeres son objeto de la violencia patriar-cal de sus compañeros de trabajo: de agresiones

físicas, psicológicas y sexuales.

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A pesar de esto se enraizó la creencia que este trabajo es únicamente masculino.

A través del tiempo, los mitos machistas han enraizado complejos mecanismos de exclusión y discriminación de género. Un ejemplo muy ilustrativo es la arraigada creencia que el traba-jo femenino en interior mina trae “mala suerte” a los mineros. Dicha creencia se sostiene en una pretendida rivalidad entre mujeres y Pachama-ma, a esta última le molestaría la presencia de mujeres en los socavones debido a que es una

especie de amante de los hombres mineros a los que por ce-los les negaría disfrutar de sus riquezas(12). La autora rebate esta creencia:

…es en función de las contingencias de la historia producti-va y de los requerimientos de mano de obra que la creencia campesina de una rivalidad entre la fertilidad de las mujeres y la de la tierra puede surgir, o desaparecer, en el contexto minero.

En la actualidad, el alejamiento de las mujeres del interior mina permite a los trabajadores masculinos consolidar su dominación y resguardarse de la competencia femenina en un contexto de agotamiento de los yacimientos subterráneos. Desde un punto de vista legal, nada impide a una viuda heredar el paraje subterrá-neo de su marido difunto y de explotarlo. Ante las presiones de los hombres, las palliris prefieren, sin embargo, solicitar un lugar de trabajo a cielo abierto. De esta manera, lo simbólico legitima la dominación económica de los hombres, que se reservan la explotación subterránea, ciertamente mucho más rentable: una palliri gana entre seis y diez veces menos que un minero de inte-rior mina (ABSI, 2009).

La rivalidad entre hombres y mujeres por la explotación de so-cavones casi agotados se trastoca en una disputa entre mujeres y la deidad femenina, asunto en el que las mortales difícilmente ga-narán. En el fondo, se trataría de la combinación y estructuración de una cultura, a la vez extractivista y machista, que subordina

(12) Una descripción muy completa de los mitos mineros es realizada por Absi (2009). Ella profundiza la relación entre la producción minera en el Cerro Rico de Potosí y la relación sexual fértil de la Pachamama: el mito de la seducción a la montaña para po-seerla y las creencias de por qué las mujeres no deben entrar a la mina.

y justifica la depresión de los derechos de las mujeres hasta en el campo cultural.

Otras mujeres son también afectadas por el extractivismo en Bolivia. Debido a la diversidad de regiones y territorios en los que se desa-rrolla la extracción de materias primas para la exportación y a la amplitud de los impactos, se trata de grupos humanos muy diversos, social, económica y cul-turalmente. De modo general, es posible advertir una depresión generalizada de los derechos de las mujeres y sus comunidades-sociedades sometidas al extractivismo.

En el caso minero, se han logrado identificar impactos diferen-ciados a nivel de salud (mujeres gestantes con niveles elevados de metales pesados en sangre), violencia sexual (trata y tráfico), sobre el rol productivo (afectaciones sobre actividades comu-nitarias sostenidas por mujeres como la ganadería) y, de forma predominante, sobre medios/modos de vida tradicionales, espe-cialmente de agricultura, aunque también se podría incluir las silvopastoriles (cf. RODRIGUES et al., 2013: 57-58).

Los movimientos socioambientales han cobrado mayor prota-gonismo y, debido a ello, también sus agendas son las más visibles en la actualidad(13). En sus reflexiones se apela con frecuencia a la necesidad de vincular la crítica al extractivismo con el patriar-cado y en sus reivindicaciones se apela a la defensa del cuerpo de las mujeres, los territorios de sus comunidades y la Pachama-ma(14).

(13) En Bolivia, y en varios países, se han constituido grupos y colectivos de mujeres feministas que luchan contra el extractivismo. El más notorio en el país es la alianza de mujeres indígenas de tierras bajas y altas. En otros movimientos socioambientales el liderazgo de las mujeres es evidente. (14) Un ejemplo de esta perspectiva nos ofrece Aguinaga: “De igual manera invisibiliza a la naturaleza misma como abastecedora de recursos naturales. A pesar de que estos ámbitos constituyen el sustento sin el cual la acumulación capitalista no podría existir, son invisibilizados en el discurso y las políticas económicas hegemónicas, y considera-das “gratuitos”. Esta invisibilización, según Mies, lleva a ignorar los costos ambientales y sociales del desarrollo” (AGUINAGA et al., 2011: 69)”.

A través del tiempo, los mitos machistas han enraizado complejos mecanismos de exclusión y

discriminación de género. Un ejemplo muy ilustrati-vo es la arraigada creencia que el trabajo femenino en interior mina trae “mala suerte” a los mineros.

La rivalidad entre hombres y mujeres por la explotación de socavones casi agotados se trastoca en una disputa entre mujeres y la deidad femenina,

asunto en el que las mortales difícilmente gana-rán. En el fondo, se trataría de la combinación y

estructuración de una cultura, a la vez extractivista y machista, que subordina y justifica la depresión de los derechos de las mujeres hasta en el campo

cultural.

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Licenciada en Sociología. Doctora en Desarrollo Humano Sustentable por la Universidad Bolivariana de Santiago de Chile, 2012. Es responsable del Área de Estudios del De-sarrollo del Centro de Estudios Superiores Universitarios de la Universidad Mayor de San Simón (CESU-UMSS). Docente a nivel de grado y posgrado en diferentes uni-dades de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS). Ha investigado sobre temas de “Desarrollo Humano”, “Cul-tura, interculturalidad y políticas culturales”, “Identidades y políticas de identidad en Bolivia”, ‘Descentralización y ciudadanía”, y “Agencia ciudadana”.

Alejandra Ramírez Soruco

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Esta dinámica de crecimiento de una región, caótica en todas las dimensiones, tiene sus consecuencias en las interre-

laciones de las personas que co-habitan en ese espacio y que van desplegando lo que aquí vamos a denominar sus agen-

cias ciudadanas.

Es indudable que el incremento de hechos de violencia social e inseguridad en una sociedad van cambiando las interrelaciones que se dan entre los distintos individuos que habitan en ella –in-dependientemente de su sexo o su pertenencia generacional-, teniendo sus propias consecuencias en las forma de ejercer ciu-dadanías, consolidar regiones y construir escenarios con mejo-res o peores niveles de calidad de vida.

Según los diferentes estudios realizados, sobre todo en Amé-rica Latina(1), a mayor sentimiento de inseguridad frente a la problemática, menor percepción de calidad de vida y más alta desconfianza y recelo frente a los “otros” (co-ciudadanos). Ello, conlleva a un constante deterioro en el ejercicio de derechos ciudadanos básicos, lo que se traduce en la propia configuración del territorio en el que se asienta una sociedad: se cierran ba-rrios, se privatiza el espacio público, se fragmentan los espacios de convivencia colectiva, por dar algunos ejemplos.

Tomando en cuentas estas ideas generales de partida, en este artículo, quiero reflexionar so-bre la relación que existe entre la violencia so-cial y el ejercicio de ciudadanía dentro del mar-co de una sociedad urbana que actualmente está en pleno proceso de consolidación. La pregunta a la que quiero responder es: ¿Cómo la violen-cia social está afectando las formas de ejercer ciudadanía en la región urbana metropolitana de Cochabamba, repercutiendo en la configuración que ésta está adquiriendo? Creo que, respondiendo esta pregunta, podemos tener un marco de análisis general para abordar hacia el futuro la relación específica que puede interesar en esta revista dedicada a las relaciones de género, a saber: la situación de la mujer frente a este panorama de violencia social.

Para responder a la pregunta, dividiré el artículo en tres partes: en una primera, a manera de aclarar la pregunta planteada y guiar el artículo, explicaré las formas en que estoy trabajando los tres conceptos básicos que sirven de eje para las reflexiones pos-teriores: ‘región urbana metropolitana’, ‘ciudadanía’ y ‘violencia social’. En una segunda parte, presentaré algunas herramientas

(1) Según algunos autores, se trata de una de las regiones más violentas del mundo: “ninguna otra región muestra tal variedad de diferentes tipos y formas de violencia” (cf. IMBUSCH, MISSE Y CARRION, 2011: 88).

teóricas, conceptuales y metodológicas en base a las cuales, en la tercera parte, lanzaré algunas hipótesis sobre la violencia social actual que predomina en la región metropolitana de Cochabam-ba.

1. Aclarando conceptos

La problemática de inicio planteada en este artículo busca re-lacionar tres conceptos básicos: la cuestión espacial, el tema del ejercicio ciudadano y la violencia social. A continuación, paso a detallar las formas en que estoy abordando los tres conceptos.

Debo partir diciendo que la consolidación de una región urbana metropolitana (proceso que hoy estamos viviendo en Cochabam-ba) conlleva varios desafíos socio-económicos, políticos, cultura-les y ambientales, que van desde la construcción de una infraes-tructura básica(2), el (re)establecimiento de las relaciones sociales

entre los habitantes, la readecuación económica y emocional de contingentes migrantes dentro del marco de un nuevo entorno, el manejo de un medio ambiente que se está reconfigurando –cambio de paisajes rurales a unos, más o me-nos, urbanos- hasta, otros múltiples problemas que, a grandes rasgos, tienden hacia la re-estruc-turación de las relaciones sociales, culturales, económicas en un territorio determinado que también va transformándose –en algunos casos

destruyéndose.

Esta dinámica de crecimiento de una región, caótica en todas las dimensiones, tiene sus consecuencias en las interrelaciones de las personas que co-habitan en ese espacio y que van desple-gando lo que aquí vamos a denominar sus agencias ciudadanas. Entendemos a éstas como las diversas estrategias que las perso-nas utilizan para ejercer sus derechos y obligaciones ciudadanas, mediante las cuales intervienen directa o indirectamente en la definición de medidas públicas que hacen a la construcción de su calidad de vida (cf. RAMIREZ, 2012). Estas estrategias pueden sustentarse en entramados armónicos inter-ciudadanos y/o en-tre ciudadanos y gestores públicos, o, al contrario, sobre relacio-nes conflictivas. En ambos casos, de lo que se trata es de actuar

(2) No sólo de caminos, viviendas, alcantarillas, electricidad; sino también de unidades educativas, de salud -con sus propios ítems-, espacios de recreación, etc.

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para influir en los tomadores de decisiones públicas encargados de la construcción de lo que una/o percibe como su bienestar.

De ahí que estas estrategias pueden ser tanto destructivas –en términos de las interrelaciones ciudadanas, sociales y territoria-les en general(3) - como constructivas. Y son sobre estas agencias, sobre las que se están construyendo las dinámicas de las violen-cias sociales que se dan en una sociedad. Aquí, siguiendo una línea de análisis emprendida en un anterior documento (cf. RAMÍREZ, 2015), entiendo que el concepto de violencia social incluye a las interacciones inter-ciudadanas violentas que van desde las accio-nes consideradas criminales, según criterios vertidos por reglas y leyes en una sociedad -robos, asesinatos, ataques, raptos, viola-ciones, etc.(4)-, hasta las diversas formas de rupturas de contratos de convivencia social armónica, no necesariamente sancionadas jurídicamente(5). También forma parte de esta definición el ejerci-cio abusivo de los gobiernos hacia los ciudadanos sobre la base del monopolio de la violencia física (coerciones, violaciones de derechos ciudadanos –físicas o simbólicas- violaciones, robos, asesinatos, etc.). La violencia social, en general, en sus múltiples manifestaciones, se caracteriza por conllevar rupturas en las in-terrelaciones sociales ciudadanas en un territorio determinado.

Estas tres definiciones me llevan a preguntarme: ¿Cómo se es-tán dando las interacciones entre las tres variables? Concreta-mente ¿Cómo la violencia social está afectando al ejercicio ciuda-dano? ¿Cómo éste –en las múltiples dimensiones que asume en tanto agencia- va profundizando los mismos procesos violentos? Y ¿Cómo todo ello repercute en la fisonomía que está adquirien-do la región urbana que se analiza?

Para responder a estas preguntas, después de recuperar ciertas herramientas teóricas y conceptuales que han sido desarrolladas

(3) Pienso, por ejemplo, en el manejo muchas veces irresponsable y poco sustenta-ble de basura (botarla al río o a los lotes baldíos), la toma de tierras anteriormente comunitarias, el manejo displicente de agua, es decir, todas aquellas situaciones en las que las personas despliegan agencias que buscando mejorar su calidad de vida van en detrimento de la de los otros ciudadanos. En el caso de las reacciones ciudadanas hacia la violencia social y/o inseguridad, ello es más visible, como se verá posteriormente.(4) Es decir, todas aquellas acciones que conforman la inseguridad ciudadana entendida como los “fenómenos delictivos y de violencia [que redundan en] la fractura de las sociedades y el deterioro del tejido social” (PALACIOS y SIERRA, 2014: 60). En este sentido, la inseguridad ciudadana es una de las dimensiones de la violencia social. (5) Por ejemplo, la violencia de ciudadanos de un barrio que mediante contrataciones de guardias impiden la circulación de otros “extraños”, a través de sus fronteras.

para comprender el tema de la violencia, principalmente des-de la sociología, voy a terminar planteando, desde los enfoques priorizados, ciertas hipótesis sobre cómo se da la relación entre configuración de la región, ejercicios ciudadanos y violencia.

2. Recuperando algunas herramientas teóricas y con-ceptuales

¿Cómo comprender la violencia? ¿Desde qué unidades de aná-lisis y niveles? Durante mucho tiempo (cf. RAMIREZ, 2015) se ha ido priorizando, ya sea el análisis de lo macro (las estructuras, las desigualdades sociales, la pobreza, etc.) como el principal factor que explica el fenómeno, o de lo micro (características individua-les, ruptura de tejidos sociales, insuficientes procesos de sociali-zación y cánones de relacionamiento dentro y fuera de la familia, frustración de expectativas, etc.). Es recién a partir de la segunda mitad del siglo XX que empiezan a aparecer explicaciones más complejas, integrando niveles micro-macro/acción-estructura. Una de las primeras propuestas innovadoras al respecto es la de Norbert Elías (1994), quien argumenta que la violencia es fruto de la ausencia de cánones civilizatorios de convivencia los cua-les están determinado por el establecimiento y cumplimiento de ciertos contratos sociales de respeto mutuo y manejo racional de la violencia por parte del Estado(6).

En los últimos años, la mirada se ha ido dirigiendo hacia la agen-cia violenta de las personas, explicándolas ya sea como producto de las instituciones (y, por lo tanto, regida de acuerdo a ciertos código morales de una población(7)), o como reacciones, en mu-cho casos subjetivas (vinculadas a los imaginarios), frente a la agencia de otros (cf. Wievorka, Tilly y Joas en ARTEAGA, LARA y NIÑO, 2014).

Complementando este proceso de debate teórico-conceptual sobre el tema, también se han ido desarrollando algunas pro-puestas metodológicas concretas. Entre ellas, recupero cuatro miradas. Por un lado, el “Modelo Sociológico Multifactorial” de-

(6) Sobre los aportes de Elías al análisis de la violencia cf. Pamplona (2013).(7) Desde esta perspectiva, Wilkstrom (2009), Felson (2009), entre otros, van a plan-tear que la acción violenta es un acto racional tipificado como tal según códigos de la sociedad en la que se dan. Así algunos actores puedes ser considerados violentos en un determinado contexto y no en otros. Un ejemplo es el castigo físico a un niño, que en algún período histórico ha sido visto como parte de un proceso educativo mientras que en otros si es caracterizado como violencia.

... la violencia es fruto de la au-sencia de cánones civilizatorios de convivencia los cuales están determinado por el estableci-

miento y cumplimiento de cier-tos contratos sociales de respeto mutuo y manejo racional de la violencia por parte del Estado .

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sarrollado por Briceño-Leon (2007), que plantea que para com-prender la violencia se deben entremezclar en el análisis los tres niveles que hacen al fenómeno: lo macro constituido por los “factores que lo originan”(8), lo meso referido a los elemen-tos “que lo fomentan”(9) y lo individual que está constituido por los componentes “que facilitan el comportamiento violento”(10). Para comprender las dinámicas del fenómeno se deben analizar los diferentes niveles de manera integrada, ya que solamente con esta mirada multifactorial podemos comprender el problema en su complejidad.

Una segunda propuesta es la que plantea Beck (2011), quien propone ver la violencia social como un proceso triangular que involucra un performador, un objetivo (la/el víctima) y un(os) observador(es), mostrando, a partir de las tres miradas, que exis-ten formas cambiantes de experimentación de la problemática. La visión desde la tercera parte resulta fundamental ya que: “las consecuencias sociales de la interacción violenta dependen de la forma en que el incidente es observado y juzgado por el público” (BECK, 2011: 347), y así, el observador puede inclinar hacia uno u otro lado el desenlace del hecho violento. De ahí que, cuando se quiere comprender a la violencia social, resulta necesario no sólo preguntarse quiénes interfieren directamente en los hechos (los(as) performadores y los(as) víctimas), sino quiénes y cómo los observan y los van definiendo. Esto resulta importante, por-que muchas veces son éstos –los observadores- los que van a ir construyendo socialmente nuevas formas de violencia.

En esta dinámica triangular, los datos empíricos (número y tipo de hechos) no importan en sí mismos, sino en el sentido en que aportan a la comprensión de la visión del observador. Esta idea se puede sistematizar en la pregunta siguiente ¿Qué realidad se está construyendo a partir de los informaciones interpretadas

(8) En este nivel se incluirían variables como incremento –histórico- de las desigualda-des urbanas, mayores niveles educativos en escenarios con menores posibilidades de empleo, transformaciones de estructuras familiares y de su capacidad de control social, cambios en aspiraciones frente a una ineficaz capacidad de satisfacerlas; disminución del poder emocional de la religión, por ejemplo, católica.(9) Éstos tienen que ver con situaciones específicas, tales como: la segregación y densi-dad urbana (vinculadas a la migración y al asentamiento caótico, así como a los cambios físicos territoriales), el predominio de una cultura de masculinidad, el incremento del mercado local de drogas, la impunidad y corrupción, el racismo, la incapacidad estatal para proteger ciudadanos, etc.(10) Por ejemplo, el acceso a posesión de armas de fuego, el consumo de alcohol, la incapacidad de expresar verbalmente los sentimientos, etc.

por las/los observador(es)? En general, concluye la autora, la perspectiva triangular conlleva “un cambio en la forma de con-cebir la violencia: desde una percepción en la que la violencia es empíricamente evidente hacia concebirla como construida so-cialmente” (BECK, 2011: 354); por lo tanto. lo que también hay que investigar es “cómo estos procesos son observados, descri-tos y juzgados por una tercera parte” (BECK, 2011: 354).

Otro enfoque que aporta elementos novedosos para encarar el tema, es el de Bakonyi y Bliessermann (2012), quienes proponen trabajar con la metáfora de “mosaicos de violencia”. Esta meto-dología supone un estudio interrelacionado entre detalles (et-nográficos) y contexto (general) en el que los hechos violentos se producen. Desde esta metáfora, si no se entiende cada uno de los elementos, no se aprehende el conjunto, pero viceversa, si no se analiza lo global, no se aprehende el retazo. La idea es ir tejiendo un análisis que vaya del estudio etnográfico de casos de violencia hacia la comprensión del conjunto, a la vez que el conjunto sirve de marco referencial para entender cada hecho.

Por último, la cuarta propuesta es la planteada por Artega, Lara y Niño (2014) quienes, recuperando el concepto de “paisajes de sentido de violencias”, proponen ir más allá de las explicaciones solamente focalizadas en el sujeto y su agencia, para construir explicaciones interpretativas de las violencias sociales; lo cual im-plica “considerar que la acción violenta no puede deducirse de la mera reacción de los sujetos a una situación, sino que debe ser entendida como un hecho social dotado de sentido que apunta a ciertas redes de códigos en contextos que permiten su expan-sión y, por ende, su reproducción, pero sobre todo que hablan de la constitución de valores propicios a la violencia” (ARTEA-GA et. al, 2014: 37). Ello, metodológicamente, conlleva a partir de preguntas acerca de “la manera en que participan en estos paisajes actores y grupos y a la red de códigos que comparten y cómo ello permite la reproducción y modificación de mundos de vida” (ARTEAGA et. al, 2014: 37); es decir, supone comprender la experiencia de los individuos y grupos sociales a través de la

Si durante los primeros años del Estado de 1952 la violencia era más bien la política (estatal); la puesta en marcha de un modelo neo-liberal, durante la década de 1980, ha ido introduciendo otro tipo de violen-

cia social como la económica que, actualmente, está siendo vinculada a la intrafamiliar.

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contextualización de los sentidos profundos que para ellos tiene la acción violenta y, en este sentido, “dibujar los paisajes de sen-tido” que los sujetos, según los contextos en los que se mueven, dan a la acción y situación concreta.

En resumen, las nuevas propuestas metodológicas para com-prender la violencia, ponen el énfasis en su característica multi-facética, su funcionamiento en términos de mosaico, la dinámica triangular que incluye y los paisajes de sentido que se generan. La pregunta que sigue es ¿Cómo comprender, recuperando estas lecturas y metodologías más complejas que integran diversos ni-veles, las dinámicas de violencia social que se están dando y for-man parte de la construcción de la región urbana metropolitana de Cochabamba?

3. Hipótesis sobre la violencia social urbana en la re-gión

El constante bombardeo de los medios de comunicación res-pecto a los hechos de criminalidad en la región nos llevan a plan-tearnos como sociedad una serie de preguntas tales como: ¿So-mos verdaderamente una sociedad tan violenta? ¿O se trata más bien de una etapa histórica de máxima violencia social? Lo que, a su vez, nos obliga a pensar ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué tipo de sociedad nuestros hijos tendrán? Cómo reflexionábamos en un anterior artículo (cf. RAMÍREZ y CAMACHO, 2015), aunque nos pudiéramos consolar retomando el argumento de algunos auto-res según los cuales la violencia es más un mito que una realidad empírica (cf. VÉLEZ, 2000).

Lo cierto es que, por un lado, la percepción que la gente tenga frente al tema(11) es la que, a la larga, marca sus agencias frente a los otros y a la sociedad, definiendo las estrategias de acción (de-fensivas, agresivas, conflictivas u armónicas) que van a elegir. Ello está directamente relacionado con el tema de ciudadanía, ya que acceder a una seguridad ciudadana (estar libre de violencia in-terpersonal en nuestras vidas cotidianas) forma parte de uno de los derechos básicos del ejercicio ciudadano. Así, si uno se siente inseguro, sus derechos ciudadanos se ven vulnerados y, por lo tanto, se tiende hacia el desarrollo de estrategias individuales que permitan alcanzarlos, lo que muchas veces pasa por vías poco democráticas y violentas que, a su vez, pueden ir en contra de (11) A saber, sentirse inseguro o seguro, tener miedo o no.

los derechos ciudadanos de los otros. Como plantea Cruz, la inseguridad “convence a muchos ciudadanos de la necesidad de restringir ciertas libertades civiles e incluso políticas ganadas en la democratización” (CRUZ, 2000: 138).

Por otro lado, estas percepciones también inciden en el tipo de política pública que desde las organizaciones estatales se va a priorizar. No es gratuito que éstas tiendan hacia el control y la aplicación de sanciones junto con el fortalecimiento del prota-gonismo de la policía nacional (cf. RONCKEN y CHACIN, 2014).Ello tiene que ver con la importancia que lo que se considera criminalidad adquiere en el marco de las decisiones políticas es-tatales: a mayor peso, mayor incidencia en el protagonismo poli-cial y en la sanción. A su vez, esto provoca un círculo vicioso, ya que una política controladora y punitiva lleva siempre hacia una mayor violencia poblacional (cf. KARSTEDT y EISNER, 2009).

En general, una primera idea que se puede lanzar es que la violencia social en la región tiene que ser entendida desde la dinámica triangular planteada por Beck (2011): más allá del dato empírico(12), es en la interrelación entre performadores (y hechos violentos en sí), víctimas y observadores (el énfasis el tema que pone la prensa o las autoridades públicas), que se genera la for-ma que asume el fenómeno en el espacio y en la ocupación del mismo. Así, es esta percepción de inseguridad la que va a llevar a la gente a encerrar físicamente sus barrios, amenazar con car-teles o muñecos colgados a todas aquellas personas externas al mismo, o contratar guardias que limitan el libre paso de los otros ciudadanos por las calles. Es decir, conllevando al desarrollo de iniciativas que dan forma y moldean el mismo crecimiento físico de la región metropolitana.

Ahora bien, ello no es estático; así como los agentes involucra-dos en la violencia (desde esta perspectiva triangular) cambian, los hechos y las realidades violentas también se transforman. Si durante los primeros años del Estado de 1952 la violencia era más bien la política (estatal); la puesta en marcha de un modelo neo-liberal, durante la década de 1980, ha ido introduciendo otro tipo de violencia social como la económica que, actualmente, está siendo vinculada a la intrafamiliar. Destaca dentro del marco de (12) Resultados preliminares de una encuesta llevada a cabo en la región metropolitana de Cochabamba, dentro del marco del Proyecto Violencia e Inseguridad ciudadana en procesos urbanos, nos muestra que si bien más del 53% de los encuestados considera peligroso su municipio, sólo alrededor de 19% ha sufrido un hecho de violencia en sí.

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Violencia y Urbe

... las agencias ciudadanas específicas que emergen como respuesta a la ruptura institu-cional y al descreimiento en la eficacia del monopolio de la

violencia en el Estado, también provocan violencias,

(c) A nivel individual (micro), las agencias ciudadanas específicas que emergen como respuesta a la ruptura institucional y al des-creimiento en la eficacia del monopolio de la violencia en el Esta-do, también provocan violencias, como se planteó anteriormente.

Ello nos lleva a plantear una segunda característica respecto a las violencias sociales que vemos en la región; pareciera que estamos viviendo una dinámica histórica en la que: (a) Las insti-tuciones sociales que buscan pacificar las interrelaciones se han ido rompiendo y nos encontramos en un momento de re-cons-trucción de las mismas, que está dando lugar a la emergencia de actitudes autoritarias inter-ciudadanas (amenazas, control y sometimiento del otro, etc.) (b) Frente a la des-protección oca-sionada por la ineficiencia de las instituciones legales(14) se acen-túa el culto al líder mesiánico (presidente, gobernador, dirigente barrial, u otro), que es visto como el único capaz de proteger. (c) La perspectiva de un futuro en común, el sentimiento de perte-nencia y la construcción de una meta que da sentido a la vida, son elementos que están en crisis, ocasionando vacíos que también provocan reacciones violentas. sobre todo, entre los jóvenes. A saber, siguiendo a Elías (1994), a la par del crecimiento territorial y la consolidación de la región urbana, se han ido desestructuran-do los cánones civilizatorios que regían en este espacio cuando la sociedad era más pequeña.

Esta crisis se manifiesta también en los paisajes de sentidos que se crean y recrean frente a los acontecimientos y escenarios de violencias. El hecho de que, como muestran datos preliminares de la encuesta del Proyecto sobre violencia e Inseguridad Ciuda-dana, cerca del 50% de la población esté de acuerdo con la pena de muerte, 71% con la castración en caso de violaciones, y 44% con el linchamiento, está mostrando paisajes violentos de senti-dos que son los que están marcando no sólo las interrelaciones sociales sino, sobre todo, las formas de asentamiento y circula-ción que se están configurando en la consolidación territorial de la región.

Ya concluyendo, lo que he querido hacer en este artículo es, partiendo de reflexiones teóricas y metodológicas, ir proponien-do pautas para comprender las violencias sociales que se están

(14) Según la encuesta de Cochabamba nos Une, cerca de 60% de la población des-confía absolutamente de la policía, institución encargada de la Seguridad Ciudadana (cf. RAMÍREZ y CAMACHO, 2015: 107).

esta forma de violencia el feminicidio que caracteriza a la región como uno de los espacios geográficos más violentos en términos intrafamiliares del país. De hecho, una encuesta de Cochabamba nos Une (cf. ZEGADA (Coord.), 2015) muestra que en la región 76% de los encuestados consideran que los hechos de violencia ocurren en el hogar.

Frente a ello, surge la pregunta: ¿Realmente ése es el rasgo pri-mordial de esta sociedad? O ¿Existen otros elementos que per-miten comprender las violencias sociales y su relación con el ejercicio ciudadano y el crecimiento de la región urbana metro-politana de Cochabamba? Creo que, si recuperamos una lectura que ponga el énfasis en las diferentes dimensiones que hacen a la violencia, una conclusión básica es que, en general, la sociedad que se está construyendo a la par de la configuración territorial de la región metropolitana es absolutamente violenta y está mar-cada por las características que menciono a continuación.

Identifico como primer rasgo, el entretejimiento de tres niveles

en los que se producen las violencias sociales en la región. (a) Un nivel macro, constituido por el incremento de movimientos po-blacionales hacia la región, vinculado a la creciente pero caótica urbanización que estamos viviendo. Migrantes que llegan a lugares donde no cuentan con una infraestructura básica mínima, debien-do re-estructurar sus relaciones sociales, adaptarse o chocar con distintos patrones culturales y donde los nuevos desafíos que en-frentan –físicos y psicológicos- los llevan, en muchos casos, hacia una actitud hostil predispuesta al conflicto y a la agresividad. A ello hay que sumar los flujos migratorios transnacionales, y entre ellos, específicamente la feminización de la migración que asume la forma de proyectos individuales sin políticas de apoyo social, económico y, mucho menos, emocional; y que tiene sus propias consecuencias sobre la creación de nuevas formas familiares que, al estar en proceso de emergencia, aún provocan ajustes que se traducen en actos violentos, por ejemplo, entre jóvenes(13). (b) A nivel meso, el incremento del narcotráfico y, en general, de la economía subterránea (que incluye, entre otros, también al contrabando) produce, como toda actividad ilícita –que ya forma parte de las mismas estructuras institucionales de la sociedad-, brotes constantes de violencia tanto individual como comunal.

(13) El fuerte desarrollo de pandillas durante los últimos años, está muy vinculado a es-tos procesos migratorios transnacionales junto con la creciente utilización de las TIC’s. La aparición de Maras Salvatruchas es uno de los ejemplos.

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generando en la metrópolis de Cochabamba, viendo cómo las mismas están íntimamente relacionadas con el tipo de ejercicio ciudadano predominante de sus habitantes, los cánones civiliza-torios que rigen en las interrelaciones sociales y la misma confi-guración que asume territorialmente la región. La pregunta que queda por hacerse en una revista que busca un espacio para el análisis crítico de la problématica de género, es ¿Cómo estas ca-racterísticas de la violencia en la región afectan específicamente a las mujeres y sus situaciones –interrelaciones con los otros- en la región? Por ejemplo, ¿Forma parte el incremento de lo que se clasifica como feminicidios de este escenario de violencias que se están dando en la región?

Tratar de comprender el caso específico de la relación violen-cias sociales y mujeres, desde miradas más complejas en las que se interrelacionen no sólo diferentes niveles (macro, meso, indi-vidual), sino también lo subjetivo con lo objetivo (los datos) y, so-bre todo, las diferentes visiones y participaciones en los hechos (performadores/víctimas/observadores) tal vez nos dé nuevas luces no sólo para denunciar, sino para explicar y, por lo tanto, actuar sobre la problemática.

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VÉLEZ, Luis Fernando.

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Violencia y Cultura48 - 49

Profesor de Antropología emeritus en la Universidad de Nueva York. Es de ascendencia mexicana. Recibió la licenciatura y el doctorado en Harvard. Fue elegido miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras en Los Estados Unidos. Sus libros incluyen Ilongot Headhunting: 1883-1974. A Study in Society and History, Cultura y Verdad (Abya-Yala), y Renato Rosaldo: Ensayos de antropología crítica. Su primer poemario, una colección bilingüe, Prayer to Spider Woman/Rezo a la mujer araña, ganó el American Book Award el 2004. Su poemario más reciente es The Day of Shelly’s Death (Duke University Press, 2014).

Renato Rosaldo

Fábuladel Caído(1)

(1) Estoy en deuda con el Stanford Humanities Center por su apoyo durante el periodo en que escribí este ensayo. José David Saldívar alentó mi proyecto y sugirió, de inicio, que leyera a Sandra Cisneros, a Denise Chávez y a Alberto Ríos. Kathleen Newman y Mary Louise Pratt también hicieron útiles comentarios sobre este ensayo.

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Violencia y Cultura50 - 51

En inglés, mi nombre quiere decir esperanza. En español, dema-siadas letras. Quiere decir tristeza, quiere decir espera. Es como el número nueve. Un color lodoso. Es los discos mexicanos que mi padre toca los domingos por la mañana cuando se rasura, cancio-

nes como sollozos.

Era el nombre de mi bisabuela y ahora es mío. También era una mujer caballo, nacida como yo, en el año chino del caballo –que se supone que es de mala suerte si naces mujer- pero creo que es un cuento chino porque a los chinos, como a los mexicanos, no les

gusta que sus mujeres sean fuertes.

Mi bisabuela. Me hubiera gustado conocerla, un caballo salvaje de mujer, tan salvaje que no se iba a casar hasta que mi bisabuelo le echó un costal sobre la cabeza y se la llevó, así, como si fuera

un candelabro elegante. Así lo logró.

Y cuenta la historia que jamás lo perdonó. Miró por la ventana toda su vida, como tantas mujeres asientan su tristeza sobre el codo. Me pregunto si sacó el mejor provecho dadas sus circuns-tancias, o si estaba apesadumbrada porque no podía ser todo lo que quería ser. Esperanza, he heredado su nombre, pero no quiero

heredar su sitio junto a la ventana.

En la escuela pronuncian mi nombre de manera graciosa, como si las sílabas estuvieran hechas de latón y lastimaran el paladar. Pero en español mi nombre está hecho de una cosa más suave, como la plata, no tan grueso como el nombre de mi hermana, Magdalena, que es más feo que el mío. Magdalena quien al me-nos puede llegar a casa para volverse Nenny. Pero yo siempre soy

Esperanza.

Me gustaría bautizarme con otro nombre, un nombre más como mi yo verdadero, ese que nadie ve. Esperanza como Lisandra o

Maritza o Zeze la X. Sí. Algo como Zeze la X estaría bien(Cisneros, 1988: 12-13).

“Mi nombre”, del grupo de cuentos cortos de Sandra Cisne-ros, The House on Mango Street, ejemplifica la experimentación y logros de la narrativa chicana reciente. Al ensayar con formas nuevas, las escritoras chicanas han desarrollado una visión fresca del yo y de la sociedad; han abierto un espacio cultural alternati-vo, un mundo heterogéneo, dentro del que sus protagonistas ya

no actúan como “sujetos unificados”, pero se mantienen seguros de sus identidades. Al moverse por un mundo entretejido con pobreza, violencia y peligro, Esperanza actúa de manera confiada y festiva. Prospera, y no sólo sobrevive, conforme virtualmente baila por su vida con gracia e ingenio.

Esperanza cuenta un relato de llegada a la edad adulta que toca un hilo distintivo de la herencia chicana. Más matriarcal que pa-triarcal, su perspectiva llega al pasado, hasta su bisabuela, y avanza hasta Zeze la X. Sin embargo, su juego constante y su engañoso parloteo infantil subvierten los opresivos puntos de coherencia y fijeza cultural patriarcales.

Esperanza habita una zona límite poblada por múltiples subjeti-vidades y una pluralidad de lenguas y culturas. Al moverse entre el inglés y el español su nombre cambia de tamaño (de cuatro letras a nueve), de significado (de esperanza, a tristeza y espera), y de sonido (de ser tan cortante como el latón a ser tan suave como la plata). Habiendo inicialmente aceptado su matrimonio, su nombre, Esperanza, se rehusa después a tomar el lugar de su bisabuela, al lado de la ventana. Al concluir su relato, una vez más desbarajusta las cosas al bautizar a su ser real, invisible, con el nombre de Zeze la X.

Como su bisabuela, Esperanza es una mujer caballo, pero no la contraparte femenina del guerrero hombre caballo, el jinete o el hidalgo. No, ella nació, entre todas las posibilidades, en el año chino del caballo; en su mundo cultural heterogéneo, lo chino y lo chicano se entretejen fácilmente. Tanto los chinos como los mexicanos están de acuerdo, dice, porque ninguna de estas cul-turas acepta que sus mujeres sean fuertes. Su narrativa camina como por eslabones de una cadena de asociación libre, y la bis-abuela Esperanza sufre una metamorfosis de supuesta cabalgado-ra, la mujer caballo, a la bestia misma, un caballo salvaje de mujer.

Antecedentes patriarcales y cultura “auténtica”

La perspectiva chicana de Cisneros se ha acuñado contra na-rrativas anteriores, pero aún vitales, de autenticidad cultural. Ta-les narrativas sostienen un ideal de “pureza”, una pureza en la que la cultura es autónoma, homogénea y coherente. La ética de

Miró por la ventana toda su vida, como tantas mujeres asien-

tan su tristeza sobre el codo. Me pregunto si sacó el mejor

provecho dadas sus circunstan-cias, o si estaba apesadumbrada

porque no podía ser todo lo que quería ser. Esperanza, he heredado su nombre, pero no

quiero heredar su sitio junto a la ventana.

La ética de la “pureza” con frecuencia produce formasculturales duraderas a partir

de un orden patriarcalprimordial.

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52 - 53 Violencia y Cultura

“Si un hombre ha sido hombre, siempre lo será. Yo sé que lo seré. Jamás olvidaré lo que creo que está bien. Debe haber un sentido del honor o el hombre no tendrá dignidad, y sin dig-nidad, el hombre está incompleto. Siempre seré un hombre”.“Ojalá”, dijo el General.“Por el momento”, dijo Juan Rubio, “voy a pastar el ganado de tu gringo, pero sólo porque prefiero hacer eso que tra-bajar de peón en el campo. Después de todo, soy un jinete” (VILLARREAL, 1959: 15).

Al insistir en su identidad de jinete o de hidalgo, Juan Rubio, de hecho, asume la identidad masculina tan diestramente manejada por la mujer caballo, Esperanza. Con una dicción que parece una mala traducción del español, se introduce al mundo de la historia oficial castellana habitada, por ejemplo, por los españoles épicos de Américo Castro quienes, por sobre todas las cosas, valoran su honor y dignidad. Villarreal así proyecta al héroe guerrero Juan Rubio hacia el pasado irrecuperable. Para Richard, su padre pa-rece representar un estándar de conducta particularmente inal-canzable.

De manera similar, otra obra pionera de fines de los cincuenta, With His Pistol in His Hand (Con su pistola en la mano) (1958), crea de manera imaginativa una cultura patriarcal “auténtica”. Su obra coloca al centro a un héroe guerrero. En su visión poética introductoria, la sociedad mexicana del sur de Texas, desde los 1750 hasta después de la invasión anglo-texana de después de 1848, se representa como un medio pastoril, igualitario y patriar-cal. Sin embargo, esta versión temprana de la sociedad mexicana del sur de Texas parece demasiado armoniosa como para ser cierta. Aún si fuera cierta, no obstante, su orden patriarcal de-biera, después de más de quince años de estudios feministas, ser criticada. La noción de un orden patriarcal justo y estable envuel-ve los conflictos internos y las contradicciones inherentes a las desigualdades entre los hombres (cf. MONTEJANO, 1987).

Para que no haya confusión, mi propósito al subrayar la calidad mítica de la poética caracterización que hace Paredes de la socie-dad mexicana temprana del sur de Texas, no es menospreciar su obra. Gregorio Cortez fue una figura crucial de resistencia para el imaginario mexicano del sur de Texas a lo largo de los años cincuenta y hasta entrados los sesenta. En ese entonces, la supre-macía blanca anglo-tejana era incluso más virulenta de lo que es

la “pureza” con frecuencia produce formas culturales duraderas a partir de un orden patriarcal primordial.

Repasemos una versión épica, medio en broma medio en serio, de un ritual de llegada a la edad adulta bajo el orden patriarcal primordial. En esos días de alta solemnidad mimética, se eligió a un joven para que adquiriera la potencia espiritual y física de una figura ancestral. Durante un sueño profético, con su atmósfera de verdad culturalmente innegable, el patriarca fundador pasó lista de sus sucesores en un linaje dinástico que culminaba con el joven “elegido” (cf. ROSALDO, 1978). Así, en el pasado mítico, el joven recibía su patrimonio, su nombre y sus “objetos sagrados”, que consistían en una espada y escudo majestuosos.

De manera alternativa, repasemos un precedente patriarcal mucho más ligado al presente, como Pocho (1959) de José Anto-nio Villarreal. De manera similar a Barrio Boy (1971) de Ernesto

Galarza, esta es una historia de irse “al norte”. Entre otras cosas, la novela trata de los di-lemas que se presentan entre la resistencia y la asimilación. El personaje principal, Richard Rubio, parece estar atrapado en la tensión irresoluble entre lo que percibe como las tres maneras disponibles de ser en

el mundo: la del héroe guerrero heredada del pasado irrecupera-ble, la pérdida absoluta que representa la asimilación, y la corrup-ción del pachuquismo. La ambigüedad de lo que percibe como su situación, evita que Richard Rubio se establezca inequívocamente en una posibilidad única, o que desarrolle su propia visión alter-nativa.

Richard presenta a su padre, Juan Rubio, como el héroe guerre-ro del pasado irrecuperable. En una escena paródica, evocadora de una película mexicana vuelta cliché, Juan entra a una cantina, elige a una adolescente e insulta deliberadamente a su pareja para después matarlo a tiros. Cuando los soldados que lo arres-tan descubren su identidad de héroe revolucionario, lo llevan con su general. Al conversar los dos soldados, Juan habla de dignidad, hombría y honor:

En su visión poética introductoria, la sociedad mexicana del sur de Texas, desde los 1750 hasta después de la invasión anglo-texana de después de 1848, se representa como un medio pastoril, igualitario y patriarcal. Sin embargo, esta versión temprana de la sociedad mexi-cana del sur de Texas parece demasiado armoniosa como para ser cierta. Aún si fuera cierta, no obstante, su orden patriarcal debiera,

después de más de quince años de estudios feministas, ser criticada.

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hoy día, y el movimiento chicano aún no hacía su aparición. De hecho, si fuera a tener un santo patrón para estos menesteres intelectuales (cosa que no pienso hacer), ése sería Américo Pa-redes y no, por ejemplo, Fredric Jameson.

Dejando de lado su visión poética de la sociedad del sur de Texas, Paredes ha desarrollado una concepción sofisticada de la cultura que toma en cuenta la historia, la política y las relaciones de desigualdad (cf. ROSALDO, 1985). Ve a la cultura como ata-da por sus circunstancias en constante cambio e internamente diversa. Su meta no es totalizadora, sino contextualizante. Más que delinear un patrón estático, muestra las interconexiones en-tre cultura, poder e historia. Cuando uno pregunta, por ejem-plo, sobre las llamadas etiquetas étnicas de auto-identificación (mexicano, chicano, etc.), Paredes replica con astucia, no con una “auto-designación” única, sino con una miríada de nombres. Todo depende, dice, de quién le habla a quién y bajo qué circunstancias. ¿Se trata de personas íntimas o distantes? ¿Se trata de una rela-ción igualitaria o de una de dominio y subordinación?

El desvanecimiento del héroe gue-rrero

La transformación del héroe guerrero en otras formas y figuras de resistencia se ha desarrollado bastante desde fines de los años cincuenta. Considere, por ejemplo, la representación que Edward James Olmos hizo de Gregorio Cortez en la versión cinemato-gráfica del libro de Paredes, The Ballad of Gregorio Cortez. Como sabemos por Zoot Suit y por Miami Vice, Olmos puede interpretar al extravagante tanto como al tipo rudo y taciturno, pero en la película interpretó a Cortez como un campesino humilde que de casualidad estaba en un mal lugar en un mal momento. Su resis-tencia le fue impuesta debido a una mala traducción. No nació héroe, se hizo héroe.

De manera similar, el héroe guerrero se ha desvanecido en el siguiente pasaje del poema reciente de Reyes Cárdenas, Nunca fui militante chicano:

Jamás disparécontra una corte federalcomo Reies Tijerina

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pero sé que las frustracionesno se quedaránencerradas para siempre.Nunca fuiun verdadero pachucopero entonces vi lo que aún veo hoy-que no vamosa ningún lado,que todoestá peorde lo que estabaen los cuarenta y los cincuenta.(1987, 43-44)

Reyes Cárdenas apoya las metas del movimiento chicano, pero se distancia deliberadamente de su anterior rimbom-bancia masculina, no del todo moribunda. Ha allanado el te-rreno para las nuevas figuras y modos de resistencia, aún por definirse. En lo que sigue, exploraré una política de la cultura que surge inscrita, entre otros sitios, en la obra de Denise Chávez, Alberto Ríos y Sandra Cisneros.

El espejo y la danza

En la búsqueda de definiciones frescas de la cultura de la re-sistencia, tomemos en cuenta no a la novela, sino a su pariente pobre, el circuito del cuento corto. En un ensayo al respecto, Mary Louise Pratt (1981) sugiere que la marginalidad formal de tales circuitos les permite ser arenas de experimentación, de de-sarrollo de visiones alternativas y de introducción de mujeres y adolescentes como protagonistas. De este modo, los géneros marginales son, con frecuencia, el sitio de innovación política y de creatividad cultural. Ése ha sido el precedente, por ejemplo, en la obra de Tomás Rivera.

La siguiente argumentación sobre Chávez, Ríos y Cisneros am-pliará el paradigma, presentada de manera juguetona pero en se-rio, ya introducido en la primera fase: el paso de generación en generación del patrimonio (o, como en los casos siguientes, del matrimonio) que con frecuencia sucede en estados de ensueño, y se concretiza en “objetos sagrados” culturalmente apropiados.

... los géneros marginales son con frecuencia el sitio de inno-vación política y de creatividad

cultural.

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misma (63).

El linaje retrocede, vía femenina, hasta su abuela. Su matrimonio (por oposición a patrimonio) no consiste de objetos o nombres, sino de su propio cuerpo, su carne, alma, poros y posturas. Todo se hace visible ante el espejo en que Esquibel se mira y encuentra a su hermana mayor, a su madre y a su abuela.

Sexualidad y peligro. Enfrentada al peligro, la muerte de su tía

abuela Eutilia, Rocío, de trece años, danza su sexualidad adoles-cente. Mientras la tía abuela Eutilia huele y exuda su muerte, Rocío responde con baile y canción:

Al bajar los escalones salté ante la conciencia desvanecida

y nebulosa de Eutilia donde remolineé y bailé y canté: soy tu carne y la carne de mi madre y tú eres… eres…

Eutilia me miró fijo. Me volteé.

Bailé alrededor de la cama de Eutilia. Me abracé a la puerta con mosquitero, mis senos marcados en la trama del alambre. En la oscuridad Eutilia gemía, mi cuerpo húmedo, su cuerpo seco. En vapores estábamos, y plenas de oración (14-15).

El matrimonio de Rocío provee de una conexión corpórea, se-xual, con su tía abuela, cuya muerte amenaza a su persona misma.

Gracia. El cuerpo de Rocío, así como su ser, son uno con los de su madre, su abuela, y la hermana de su abuela. Rocío danza va-porosamente su naciente sexualidad en respuesta al certero pe-ligro de la pérdida devastadora. Más que negarlo o retraerse a la muerte, Rocío encuentra su ruta con movimientos de remolino y en el abrazo erótico que deja su marca en la pantalla de la puerta.

Poder pedorro

La reconstrucción de la hombría se tematiza en el grupo de cuentos cortos de Alberto Ríos, The Iguana Killers. Twelve Stories of the Heart (Los mata iguanas. Doce relatos del corazón)(1984). Si Chávez experimenta al introducir a una narradora anglo, Ríos lo hace en uno de sus cuentos al hacer que su narradora sea una joven adolescente. Cada cuento tiene un narrador diferen-te y un elenco de distintos personajes. Esta dispersión narrativa

La segunda fase es el despertar de la sexualidad adolescente, tan-to con sus promesas como con sus peligros. ¿Cómo encuentran las protagonistas maneras de sobrevivir conforme se enfrentan a un mundo amenazante? La tercera fase reside en el descubri-miento de la elegancia o la potencia que permite a las protago-nistas prosperar en mundos peligrosos.

El libro The Last of the Menu Girls (La última de las muchachas del menú(1)) (1986) de Denise Chávez, consta de siete relatos que varían mucho en tamaño –de siete a cincuenta y un páginas-. En uno de ellos, Chávez “cruza al otro lado” de manera experi-mental al usar dos narradores, una de ellas anglo-americana. A lo largo de la obra juega con la dicción y la voz de un modo tal que sus historias se vuelven prácticamente dramas. Sus relatos siguen a una protagonista central, Rocío Esquibel, quien aparece en el mundano medio del trabajo como ayudante de enfermería, como maestra y como escritora.

Matrimonio. El linaje de Rocío Esquibel proce-de de una matriarca. Cuando se encuentra en un estado como de sueño, al despertar de una siesta, ve el rostro de una mujer fuerte, bella y elocuente:

¿Quién era esa mujer?Yo misma.

Pensé en amar a mujeres. Su belleza y sus dudas, su dulce y segura claridad. Sus insondables profundidades, sus carnes y almas unidas al misterio.

Me paré, miré al espejo y pensé en Ronelia, mi hermana ma-

yor, que siempre fue la mujer mayor para mí. Fue ella a quien seguí por último. Fue su vida la que inspeccioné y absorbí como propia.

Mi despertar fueron los poros de mi hermana, sus posturas

que fueron mis maestras, su carne, con y sin ropa, y su rostro que era la imagen misma, como de espejo, de mi rostro al crecer. Mirarla era ver a mi madre y a mi abuela, y ahora a mí

(1) N. de la T.- Este es el título de la obra traducida al español por Liliana Valenzuela. El título hace referencia a una joven sin preparación que entrega los menús a los pa-cientes de un hospital para que escojan sus alimentos. Agradezco a Renato Rosaldo la búsqueda del título preciso y la aclaración de su significado.

Violencia y Cultura

Pensé en amar a mujeres. Su belleza y sus dudas, su dulce y segura claridad. Sus insondables profundidades, sus carnes y

almas unidas al misterio.

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Violencia y Cultura

Un poco después de que Sapito recibiera los objetos sagrados

de la matriarca, se involucra en el remedo de decapitación de un patriarca. Sapito y sus amigos encuentran una caguama, una tortuga de mar gigante, que el narrador describe de la siguiente manera: “La caguama parecía enorme cuando los chicos la jala-ban, luchando con fuerza desde el agua, pero sólo medía como un metro cuando finalmente respiraron y la vieron. Sin embargo, estuvieron de acuerdo, esta caguama estaba muy gorda. Segura-mente ya era abuelo” (9). Un poco después, un hombre le corta la cabeza. Hasta ahí llegó el patriarca.

Sexualidad y peligro. La historia del despertar sexual cruza las posibilidades adolescentes. En un extremo, los chicos preadoles-centes no pueden imaginar tener que vérselas con chicas. Cuan-do Joey, por ejemplo, oye hablar de relaciones sexuales, sabe que no puede ser verdad porque no se siente bien: “Es más o menos como la escuela. Justo como la escuela” (35). En otro ejemplo, Ríos experimenta al hacer que una niña sea su narradora-prota-gonista, una pequeña que lleva un romance con un chico desco-nocido recibiendo y enviando notas atadas a una vaca. En este re-lato pastoril, tiernamente paródico, las vacas huelen mal: “Como cuando hueles un zorrillo –de seguro sabes que estás vivo” (61). Para los protagonistas adolescentes de Ríos, los peligros para sus personas sexuales emergentes se hacen evidentes más a través de elaborados actos de supresión, que a través de habilidosos momentos de expresión explícita.

Potencia. La potencia de la floreciente sexualidad de los pro-tagonistas surge del cuerpo. Es “bio-poder”. Sapito tiene ojos abultados. Pato es gordo y sudoroso: apesta. Tonio resume estas potencias corporales en sus pedos:

Fue un buen almuerzo. Debe haber sido, porque explotó. Fuerte. “¿Otro pedo?” gritó su padre desde la sala. “Al menos salte de la cocina, Tonio, ¡por favor!” No lo estaba pidiendo de buen modo, pero a Tonio no le importó. Ya no, no cuando finalmente se dio cuenta. Este pedorrearse significaba poder, “poder pedorro” le llamaba Jaime, su hermano, y era algo que valía la pena hacer (85).

contrasta con el “sujeto unificado” que organiza las sagas de los extravagantes actos masculinos. La colección de cuentos cortos de Ríos se unifica, más bien, entre otras maneras, por el clásico relato de ida al norte, desde México, y por una exploración del despertar sexual adolescente.

Con una longitud que va de diez a veinte páginas, los cuentos cortos tienen una resonancia de aquellas fábulas cuyos persona-jes centrales son animales. Sapito o “Frog” es el protagonista del primer cuento, y Pato o “Duck” es la figura central de otro rela-to. El reino animal aparece cercano a la superficie en el conjunto inicial de fábulas, ubicadas en México, y se atenúa conforme la colección procede.

Matrimonio. De manera similar a como lo hace Esperanza en el relato de Cisneros, Sapito, que vive en Villahermosa, Tabasco, sigue su ascendencia hasta una matriarca, su abuela que vive en Nogales, Arizona. Su vínculo con la matriarca se vuelve ritual-mente real a través de la entrega de “objetos sagrados”, no una espada y escudo reales, sino un par de objetos más paródicos aunque igualmente fálicos: un bat y una pelota de béisbol. Los objetos sagrados llegan por correo como regalos del Día de los Reyes Magos:

Abrió los dos paquetes de Nogales para encontrar una pelota de béisbol y un bat. Sapito sostuvo ambos regalos y sonrió, aunque no estaba tan seguro de qué eran. Sapito ni había nacido en los Estados Unidos ni había ido jamás de visita, y no tenía idea de lo que era el béisbol. Estaba seguro de reconocer y admirar la pelota, y sabía para qué servía. Sin duda podría utilizarla. Pero miró al bat de béisbol y quedó confundido durante algunos segundos.

Era un palo mata-iguanas. “¡Mira mamá! ¡Un palo para ma-tar iguanas!” Era precioso, un sueño. Era perfecto. Su abuela siempre sabía qué le gustaría tener (2).

Esta descripción alude burlonamente a sueños rituales más ele-vados durante los que las personas, en una atmósfera de verdad culturalmente innegable, reciben su sagrado patrimonio.

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Al describir su llegada a la mayoría de edad, Esperanza entreteje su sexualidad, sus caderas que se curvan, con automóviles. Y como un auto, está pulida y lista para partir (¿a dónde?). Al ser “mala” se mueve hacia las orillas sensuales, amenazantes, del mundo.

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El poder deja a Tonio sintiéndose apenado, pero le da algo que ningún otro chico del rumbo tiene: una habitación propia. Lo protege de ciertos peligros.

Sexualidad, peligro, elegancia

En The House on Mango Street, de Sandra Cisneros, uno no en-cuentra mudanzas “desde México, rumbo al norte”, nada como la trama de obras tales como Barrio Boy de Ernesto Galarza (1971). En lugar de ello, las protagonistas permanecen en un vecindario de Chicago, que cambia en torno a ella conforme madura. La co-lección de cuentos cortos de Sandra Cisneros contiene cuarenta y cinco relatos que van de una a cinco páginas de extensión.

Matrimonio. “Mi nombre”, el cuento con el que empieza este ensayo, versa sobre la recepción y juguetona redefinición del ma-trimonio –por oposición a patrimonio- de Esperanza como mu-jer-caballo, pero no como una mujer que ve por la ventana toda su vida. Incluso jugueteó con su nombre, su sonido y significado en inglés y en español, hasta que se bautizó a sí misma, “Zeze la X”. Esperanza se hizo a sí misma, con imaginación y capricho, a partir de una tradición viviente, cambiante.

Sexualidad y peligro. Si Chávez escribió casi dramas, los relatos de The House on Mango Street son casi poemas. Su juego en torno a temas de sexualidad y peligro sucede al interior del parloteo de una dicción precisa e “infantil” que con frecuencia imita can-ciones de cuna:

Del otro lado de la calle frente a la taberna un vagabundo contra el poste.

¿Te gustan estos zapatos?El vagabundo dice, Sí, pequeña. Tus zapatitos de limón son

tan lindos. Pero acércate. No veo bien. Acércate. Por favor.Eres una niña bonita, prosigue el vagabundo. ¿Cómo te lla-

mas nena bonita?Y Rachel dice Rachel, así nada más.Y ya sabes que hablar con borrachos es una locura y de-

cirles tu nombre es peor, pero cómo culparla. Es chiquita y está mareada de oír tantas cosas bonitas en un día, incluso cuando son las palabras de whiskey de un vagabundo las que se escuchan.

Rachel, eres más bonita que un taxi color amarillo. Ya lo sabes (39).

Los ecos de “Caperucita roja” se hacen evidentes cuando el vagabundo le pide que se acerque, virtualmente diciendo, “para verte mejor”. Su presencia amenazadora hace eco de las adver-tencias vueltas cliché de los padres a sus hijos: “No recibas dulces de gente extraña”. En lugar de dulces, el vagabundo ofrece pala-bras de sacarina y la llama nena bonita con zapatos lindos. Pasado un tiempo le ofrece un dólar por un beso.

La protagonista Esperanza cuenta la historia de su despertar sexual, un proceso sensual y peligroso a la vez. “Caderas” em-pieza así: “Un día te levantas y ahí están (tus caderas). Listas y en espera como un Buick nuevo con las llaves en el encendido. Listas para llevarte ¿a dónde?” (47). En un relato posterior, Esperanza revienta: “Todo contiene su aliento en mi interior. Todo espera estallar como las navidades. Quiero estar nuevecita y brillante. Quiero quedarme largo afuera, en la noche, mala, un joven ro-deándome el cuello y el aire bajo mis faldas” (70). Al describir su llegada a la mayoría de edad, Esperanza entreteje su sexualidad, sus caderas que se curvan, con automóviles. Y como un auto, está pulida y lista para partir (¿a dónde?). Al ser “mala” se mueve hacia las orillas sensuales, amenazantes, del mundo.

En esta articulación entre deseo y peligro, Esperanza hace fren-te a las amenazas al avanzar con elegancia. Si su sexualidad se asemeja a un auto nuevo, sus zapatos y su baile representan su elegancia: “Y mi tío me hace girar y mis brazos flacos se doblan como me enseñó y mi madre mira y mis primitos ven al chico que es mi primo de primera comunión mirando y todo mundo dice, guau, quiénes son esos dos que bailan como en las película, hasta que me olvido de que llevo sólo los zapatos comunes y co-rrientes, cafés y blancos, como los que mi madre compra para la escuela cada año” (46). Las amenazas que combate con su gracia implican violencia masculina la mayoría de las veces, y esfuerzos tanto literales como figurativos por confinar y subordinar a las mujeres.

Rehacer las culturas de la resistencia

Las colecciones de cuentos cortos de Chávez, Ríos y Cisneros han abierto panoramas frescos en aquello que Américo Paredes

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Mujer & Ciencia62 - 63

Infante-Promoción Integral de la Mujer y la Infancia desde sus orígenes ha basado su accionar y su dimen-sión financiera en la captación de recursos mediante la figura de la cooperación externa. Estos recursos financieros han permitido sostener toda la actividad de la institución con una orientación de corto y me-diano plazo.

Los cambios de tendencia en el apoyo de la cooperación externa, debido a la situación de crisis económica mundial como al cambio de las prioridades geográficas de la cooperación, contribuyen también a un re-planteamiento sustancial del modelo de captación de fondos de Infante-Promoción Integral de la Mujer y la Infancia. De esta forma, vemos necesario transitar desde un modelo económico de captación de fondos basado prioritariamente en la cooperación externa a otro de captación de fondos desde el involucramiento de las empresas y de personas particulares, por un lado, y desde la oferta de servicios, por otro, en el marco de las capacidades institucionales, donde la capacidad de ejecución, con calidad, coherencia y profesionali-dad, marque la dimensión óptima de la estructura financiera que puede gestionarse adecuadamente.

Infante-Promoción Integral de la Mujer y la Infancia viene diversificando las fuentes de ingresos con que se financian las actuaciones, reduciendo al máximo su vulnerabilidad ante cambios del entorno.

En este sentido, Relaciones Públicas es el Programa que se encarga de las acciones estratégicas de la institu-ción con la finalidad de lograr sostenibilidad financiera para los diferentes programas con los que contamos.

Para ello, se han diseñado diferentes estrategias que involucran a distintos públicos, como empresas del medio y personas particulares, a quienes se les informa de nuestra labor, se busca su apoyo y fidelización en acciones presentes y futuras sumándose, de esta manera, en una lucha conjunta contra la violencia hacia la niñez y la mujer.

vio de manera tan clara como los reinos inextricablemente en-tremezclados de la cultura y la política. Lo que la cultura pier-de en términos de coherencia y “pureza”, lo gana en alcance y compromiso. La política de la cultura que se encuentra en estas colecciones recientes de cuentos cortos se mueve hacia el te-rritorio de las fronteras, espacios que incluyen, sin dificultad, a africanos, estadounidenses, anglos, escuelas, lugares de trabajo, y a vecindarios heterogéneos que cambian.

Las y los protagonistas de Chávez, Ríos y Cisneros viven con gracia, de su ingenio, improvisando. Sus mundos están cargados de lo impredecible y de peligros, pero sus figuras centrales tienen enormes capacidades de respuesta ante lo inesperado. La muerte es ocasión de un baile erótico, un bat de béisbol se vuelve un palo mata-iguanas, y un nombre se contorsiona hasta llegar al final de su alfabeto, “Zeze la X”. Con el tiempo, sin duda, las y los protagonistas de tales relatos crecerán y mudarán sus desperta-res sexuales adolescentes hacia mundos adultos con sus tramas de formas duraderas de intimidad, amistad y antagonismo, en los que las relaciones sexuales son tanto heterosexuales como ho-mosexuales.

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Infante - Promoción Integral de la Mujer y la Infancia

COMUNIDAD MONTESSORI

Una educación para niñ@s sin que dejen de ser niñ@s

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