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    Para una antropología del sujeto profesionalen perspectiva histórica. La mujer y la ayuda social

    en el Occidente cristianoBelén Lorente Molina

    Profesora Universidad de Málaga, España

    ResumenLa intención de este artículo es visibilizar a las mujeres como sujetos protagonistas en la constrde la profesión de trabajo social. Aquí, las mujeres se constituyen en la unidad de observación prescatadas del anonimato en su historia dentro de la profesión. En este sentido, la importanciaexperticia en el cuidado, la ayuda social y el servicio a los demás son vistos como contenidos femde la cultura, en la identidad socioprofesional del trabajo social. Esto constituye la unidad de an

    Se postula que la vida solitaria –a partir del cristianismo– fortalece las actividades de servicio crelativa “independencia” en el ámbito de lo público. Esta cuestión constituirá una variable cenla lucha subalterna que las mujeres emprendieron en la búsqueda del control de aquella experlo largo de la historia. Para la comprensión de este proceso, nos referimos al papel que la ideburguesa desempeñó en la configuración del sujeto femenino. Aquí es presentado un debate sorelevancia que adquirieron el catolicismo y el protestantismo, y su impacto en la configuraciónsentidos del trabajo social en el ámbito de las acciones caritativas.

    Palabras claves: feminización, cuidado, identidad profesional, ayuda social, ideología social, ideolburguesa, protestantismo, catolicismo, subalternidad, resistencias.

    AbstractThis article is intended to make women visible, as protagonist subjects in the construction of thcial Work as a profession. Here women constitute the observation unit for them to be rescued anonymity in their profession history. In that sense, importance of the expertnesses about care, help and service to the other, are seen as feminized cultural contents, in the socioprofessional idof social work. That makes the analysis unit. It is postulated that life in solitude –since the begiof Christendom– calls forth service activities with relative “independence” in the public scopeissue will constitute a central variable in the subaltern struggle that women undertake in lookincontrol of those expertnesses along history.In order to understand this process, we refer to the rôle accomplished by the bourgeois idelogy plthe configuration of the feminine subject. A debate on the relevancy of Catholicism and Protestathat they keep –having to see in the configuration of senses to social work, into the frame of caraction– is here introduced.

    Key words: feminization, care, professional identity, social help, bourgeois ideology, protestantcatholicism, subalternity, resistences.

    Artículo recibido: septiembre 07 de 2006. Aceptado: octubre 27 de 2006

    Trabajo Social No. 8, (2006) páginas 109-130 © Revista del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciemanas, Universidad Nacional de Colombia

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    Introducción

    Una vez más, la inquietud que suscita la historiade la profesión aparece entre las preocupacionesdel trabajo social en pleno siglo XXI. Esta nuevaedición de la Revista nos invita a pensar la historiade la profesión. Presiento que entre sus propósitos se

    encuentra estimular la producción de nuevas miradassobre los procesos que dieron lugar al trabajo social.Es una oportunidad para tomar distancia de unamemoria cerrada y suficiente, así como para hacerevidente que la apuesta por otras líneas de inves-tigación es un ejercicio decidido que puede arrojarinteresantes resultados. La historia no debe operarcomo una entidad monolítica, sino más bien comoun referente dinámico que nos emplace a descentrar-nos de las narrativas conocidas, no a negarlas, sinoa contextualizar las motivaciones que dieron lugar a

    ciertos discursos, así como sus vigencias. La revisiónde la historia no forma parte de un hecho aleatorio,se acude a ella para profundizar en los procesos delpresente y entenderlos mejor.

    Observar el pasado a la luz del presente y revisarciertas lagunas que aún conserva la historia oficialdel trabajo social constituyen en buena medida elpropósito de este texto. La pretensión no se dirige arepasar las cronologías conocidas, sino a hacer evi-dente la invisibilidad analítica del sujeto profesional,que en buena medida es el productor de la historiade la profesión. Aunque sea una obviedad, sabemosque sin sujeto no hay historia, no hay profesión y,definitivamente, no puede existir disciplina. Cuandose hace referencia al sujeto profesional se está ha-blando de las depositarias de una tradición culturaly social, transmisoras de una práctica social ligada

    al ámbito de la reproducción de las sociedade1 enel marco de los valores y contenidos que dan fa las relaciones de género en la cultura occide2 Se trata de aquellas prácticas de cuidado y asocial que apuntalan parte del saber y del hacelas mujeres han venido consolidando a lo largohistoria. Nociones como maternidad, socializa

    de la prole, cuidado, responsabilidad, servicotro, con base en una relación de proximidad,contribuido en la definición de lo femenino. Siesto es cierto desde una perspectiva global, al men la cultura occidental, se entiende que lo femeposee significaciones distintas, así como realiempíricas diferenciadas y, por tanto, procesosubjetivación de la identidad de género que dser contextualizados en función de la clase, lay de otras identidades como la religiosa, la edapolítica, en un momento histórico particular. E

    es fundamental porque las prácticas sociales de esa diversidad.1 Es interesante para un análisis acerca de las luces y sombrafemenino, y también de su valor para pensar la política y la acccial en el presente, el texto de Victoria CAMPS.El siglo de las mujeres .Madrid: Cátedra, 1999.2 Señalar los valores occidentales como referentes de estas práctresta a las producciones particulares o síntesis que se hayan elabofuera de Europa, si bien cuando lo occidental entra en juego entenque esos contenidos sociales y culturales no se encuentran locúnicamente en los países europeos, Estados Unidos o Canadá. Criamente a la tendencia de homogeneizar extensiones territorialmiradas y discursos que se producen sobre un otro distinto, se que lo que prevalece es una diversidad interna estructural, que los locales tienen dicultades en asumir, y esto no sucede únicen Europa, también es complicado en América Latina. Esta idel caso europeo es expuesta con claridad por Édgar MORIN (PensarEuropa, Barcelona: Gedisa, 1988), o también por Etienne BAL(“¿Es posible una ciudadanía europea?”. En:Revista Internacional deFilosofía Política 4, [1994]; pp. 7-22).

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    Dichas prácticas no pueden abordarse a cabalidad sincomprender la influencia que el cristianismo ha con-servado en la definición de las relaciones de género,así como en los contenidos que articulan las formas

    de ayudar y cuidar en hombres y en mujeres. Es más,la función religiosa y simbólica que ellas representanayuda a comprender la permanencia de algunos de sussignificados, lo que no implica en ningún caso que lasmujeres de ayer y de hoy sean las mismas, y muchomenos que la variable apostólica atraviese el sentido dela ayuda contemporánea. Efectivamente, para el aná-lisis histórico de las acciones de servicios es ineludibleconsiderar el hecho religioso como variable que ayudaa entender por qué aparecen determinadas tipologíasfemeninas articuladas con la identidad del trabajo social,

    por ejemplo, arquetipos como las mujeres burguesas,las viudas, las mujeres solas o las monjas se encuentranatravesando la episteme de la profesión. A lo largo deeste artículo expondré esta relación y su influencia enlas formas de hacer, de pensar, de mirar, que subyace ala cultura del trabajo de la profesión. Cuando el género,la historia y la cultura del trabajo entran en relación conlo que se apunta, sin duda alguna, es para contribuira la explicación de la dinámica de construcción de laidentidad socioprofesional del trabajo social.

    También se profundiza en la concomitancia que existeentre mujer y trabajo a partir de la objetivación de laayuda y el cuidado como ejes que van definiendo a lolargo de la historia la posición de las mujeres comotrabajadoras del cuidado y la ayuda social. Eso sí, bajouna lógica subalterna que se refrenda en la ausencia dereconocimiento, secular, del trabajo realizado por lamujer. La objetivación de este proceso es lo que ayudaa visibilizar al sujeto profesional, a rescatar parte de lamemoria de quiénes somos y por qué. Asimismo sesostiene que el trabajo social es una síntesis profesionalde los conocimientos ligados a las prácticas de cuidadoy ayuda social; también puede decirse que es resultadodel proceso de profesionalización de tales prácticas.3 3 Una precisión metodológica que es necesario plantear antes de continuartiene que ver con que las prácticas de ayuda social y cuidado no puedenser analizadas en perspectiva histórica a la luz de la moderna división deltrabajo, que posee, además, un fuerte componente de especialización. En

    Proceso que involucra necesariamente las luchalas mujeres han mantenido en el tiempo por el code este saber-hacer, como un ejercicio, entre ode conservación de su identidad feminizada, as

    cueste en un primer momento comprenderlo. Areflexión subyace una perspectiva que muestdificultades de las mujeres por mantener la audad material sobre las actividades de servicio aRoles sociales que, por una parte, les proporcioestatus social y, por otra, el necesario reconocimque como mujeres cristianas ejercientes les otola sociedad. En la medida que la autoridad sobrprácticas crecía, esta autonomía era reconductravés de sofisticadas estrategias de control socinvolucraban tecnologías de adiestramiento d

    cuerpos y de su pensamiento, mediante figuras la del confesor o los directores espirituales.4 Frente aestos intentos de dominación, la historia reboejemplos en los que las mujeres no actuaron pmente, sino que ejercieron resistencia ante las diformas de opresión de las que eran sujetos. Fode resistencia variadas que apuntaban a mantenespacios que se consideraban socialmente femeeso sí, con un propósito, no diría que consciente5 de

    el Occidente cristiano se constata que el cuidado y la ayuda social

    por mujeres, organizada en forma colectiva, se han hecho simultánumerosas ocasiones en un esquema perceptivo común de sus actiQuiere decirse que estas prácticas cubrían un amplio abanico deque podían tener relación con el cuidado y curación de enfermos, precursos para los menesterosos, impartir enseñanza, etc. Es inadpor tanto, analizar las actividades ligadas a la ayuda y el cuidado denominaciones profesionales contemporáneas que a ellas se dedicuna lógica feminizada: trabajo social, enfermería, magisterio, trasus sentidos y funciones actuales hacia el análisis del pasado. Ssentido de este trabajo es ir objetivando las condiciones que seproduciendo para que ciertos contenidos de la ayuda social y el fueran profesionalizados como trabajo social, lo que se quiere sque con las otras dos profesiones citadas compartimos parte de n

    antecedentes y de la historia.4 Cfr. DE MAIO, Romeo. Mujer y Renacimiento. Barcelona: Monda-dori, 1988, pp. 176-177; Cfr. FOUCAULT, Michel.La hermenéuticadel sujeto. México: FCE, 2002.5 Cfr. JULIANO, Dolores.Las que saben... Subculturas de mujeres . Ma-drid: Horas y Horas, 1998, y “Elaboraciones feministas y subcullas mujeres”. En: VALLE del, Teresa (ed.).Perspectivas feministas desde laantropología social. Barcelona: Ariel Antropológica, 2000, pp. 25-

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    bres equilibrará la balanza y el problema. Esta últimaidea no es descabellada, se puede identificar comoargumento en el trabajo de Llovet y Usieto8 acercade la evolución del trabajo social en la década de los

    ochenta del siglo XX en la Comunidad de Madrid,por demás período muy interesante del trabajo socialespañol. Estos autores, en el capítulo que denominan“Retrato básico de un colectivo”, concluyen: “El 92%de las personas encuestadas fueron mujeres. A pesarde esta abrumadora mayoría femenina, el habernosencontrado con un 8% de hombres estaría señalan-do una cierta ‘masculinización’ de la profesión, queaunque todavía muy tenue debe ser subrayada”. Sinembargo, en ningún momento explican qué entiendenpor masculinización. Realmente la están pensando

    como un indicador cuantitativo, sin contemplar unaexplicación que entre en detalle sobre las implicacio-nes de la masculinización, lo que habla de un déficitaclaratorio respecto de tal realidad y su continuidad enel tiempo. Más llamativa es la afirmación, si cabe aún,cuando consideran que “... el eventual aumento delcontingente masculino puede constituir en sí mismoun factor para su fortalecimiento”, a saber, la reducidapresencia de hombres, un 8% para 1990 en la Comu-nidad de Madrid, contrarresta los inconvenientes de lamayoritaria presencia femenina, todo ello sin concretar

    cuáles posibles ventajas e inconvenientes implica la in-corporación de hombres para las mujeres profesionalesy, lógicamente, para la profesión en general. Más bienle supone un beneficio de entrada, que lo tiene, perosi se aventuran de esa forma hay que explicar, en esecaso, lo que se afirma. Lo que se pretende es comenzara mostrar la ligereza con la que se ha venido tratandola cuestión femenina y su relevancia en el origen yconsolidación del trabajo social como profesión, sibien con esta muestra, infortunadamente, no se agotael panorama de ejemplos.

    Es cierto que progresivamente se forman hombrescomo trabajadores sociales, pero no por ello, al menoshasta ahora, la profesión o la disciplina pierde su ca-rácter feminizado, es decir, los contenidos culturales,8 LLOVET J. y USIETO, R.Los trabajadores sociales: de la crisis deidentidad a la profesionalización. Madrid: Popular, 1990, pp. 31-33.

    materiales, simbólicos y prácticos que se transestán en la base de aquello que define las identide género femeninas, es decir, los hombres tamse socializan profesionalmente en roles femini

    Lo que debe quedar claro es que esta reflexióplantea en absoluto un problema entre hombrmujeres, no es honestamente lo que interesa, sinbien deslindar cómo han funcionado las relacde género en la génesis y dinámica del trabajo como profesión y como disciplina.

    Se parte de que las imágenes, características yductas normalmente femeninas o masculinas tisiempre una especificidad cultural e históricsentido y los significados atribuidos a la cate

    “mujer” o a la categoría “hombre” no pueden por sobreentendidos, sino que deben ser investiy contextualizados y, como se apunta, están sujhistoricidad.9 Precisamente ello devela que las idtidades sociales, para el caso las de género, nesenciales ni inmutables; tanto hombres como jeres podemos feminizarnos o masculinizarnolo que dichos contenidos culturales que sustentaidentidades de género son construidos, reelaboy, en ocasiones, reversibles, si bien ello tiene lque también impone la socialización, la organiz

    de las relaciones sociales en nuestro entorno, instituciones, etc. Los contornos de la escenifictambién son definidos por el tipo de sanción sque se reciba por tales actuaciones.

    Efectivamente, del repertorio de prácticas inscrlas culturas de género pueden seleccionarse alcon el fin de obtener ganancias personales qusicionen al sujeto en sociedad, pero eso no sigque el individuo que interpreta incorpore el engrprofundo del sentido cultural que sustentan tprácticas; además, ese mismo engranaje precalcance de hasta dónde cada persona puede estrepresentación.10 Las identidades de género son di9 LAQUEUR, omas.La construcción del sexo. Cuerpo y género deslos griegos hasta Freud . Madrid: Cátedra, 1994.10En este sentido, Mercedes Bengoechea, en el análisis que realide los estudios de lengua y género, muestra cómo éstos se han vi

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    micas, están sujetas a historicidad, es desde aquí comose comprenden también las pautas de masculinizaciónlaboral/profesional de muchas mujeres. Así como des-de tal óptica también puede entenderse la presencia

    de hombres en actividades que tradicionalmente handesempeñado mujeres. Sin embargo, aún pudiendoidentificar este intercambio de roles, la elección no esautomática; igualmente hay que admitir que ciertoscomportamientos considerados culturalmente feme-ninos son desplegados por hombres con una identifi-cación real con lo que hacen.

    En la actualidad comienza a valorarse en el mundo em-presarial la feminización de ciertas actitudes y compor-tamientos. El género se publicita desde estos contextos

    laborales como intercambiables, las prácticas que hastaahora han sido asignadas sexualmente podrían transmi-tirse en función de las necesidades del mercado. Comosi los contenidos que definen las identidades femeninasy masculinas pudieran implementarse fluidamente, esdecir, en un momento, las identidades no tienen historiay se quedan sin sujeto, en una suerte de hibridez quecaracterizaría a los individuos en la actualidad. Lo feme-nino adquiere valor, pero sin sujeto; nos encontramosante discursos del mundo empresarial, pero también po-lítico, en los que se destacan referencias a las habilidades

    tados de forma negativa en algunas de sus derivaciones por una supuestareversibilidad del género, en la que las pautas del habla y de los com-portamientos no están vinculadas a las identidades, sino a una cuestiónde despliegue, considerando el género como pura actuación individual.Esta perspectiva se apoyaría en las aportaciones de la etnometodologíay el análisis de la conversación. Pone como ejemplo el seguimiento quese realizó de Agnes, transexual nacido varón y transformado en mujerque tuvo que aprender a ser mujer, lo que lleva a Garnkel (1967) aproponer la idea de actuación del género. Se piensa el género, en estesentido, como escenicación de pautas comportamentales. Cfr. BEN-GOECHEA, Mercedes. “El concepto de género en la sociolingüística,o cómo el paradigma de la dominación femenina ha malinterpretado ladiferencia”. En: TURBET, Silvia.Del sexo al género. Madrid: Cátedra,2003, pp. 313-358. También es interesante consultar los trabajos de dosautoras que abordan cómo la “supuesta” reversibilidad del género traeconsecuencias distintas en hombres y mujeres en los lugares de trabajo,a saber: ADKINS, Lisa. “Cultural feminization: Money, sex and powerfor women”. En: Signs: Journal of Women in Culture and Society, vol. 3,No. 26 (2001); pp. 669-695; McDOWELL, L.Capital Culture: Genderat Work at the City . Blacwell: Oxford, 1997.

    comunicativas, el diálogo, la amabilidad, el consetrabajo grupal como fuente inagotable de creativde asentamiento de las relaciones humanas. El téfeminización proyecta una ilusión óptica en la

    cualquier trabajador puede decidir por un reperu otro en su desempeño profesional. Si bien haadmitir que ninguna de las identidades –para el femeninas y masculinas– son primordiales, dadasciales al individuo, no puede ahora en sentido inpresentárselas como un folleto de ofertas en el qupersona pueda elegir a la carta. Produce escalpensar en la revalorización descontextualizada deprácticas culturales consideradas femeninas, comperversa manera de expropiación a las mujeres dque puede ser socialmente útil y valorado.11 Sacar de

    contexto estos saberes desconsidera que han sidsibles a través de innumerables conflictos afectilos que las mujeres o han sido explotadas a travéobligación que sienten hacia sus seres queridos, osu familia bajo la ideología del amor.12 Constituyenactividades que han practicado a lo largo de la hibajo la concepción ideológica de entrega al otque supone descentrarse de necesidades y aspiraparticulares, y lo que significa renuncias inimagiy no, desde luego, una identificación automátcomplaciente con los roles encomendados.

    Las prácticas de cuidado, ayuda y servicio realizalas mujeres no surgen a partir de una bondad extintrínseca como colectivo; es una imposición culsocial que dispone de sofisticados dispositivos de para que estas acciones articuladas en una relacproximidad, en la que se ponen en interacción afintereses, pasiones, odios, compasión, deseo sde ayudar, angustias, etc. (es decir, aquello que m

    11 Cfr. PROBYN, E. “McIdentities: Food and the Familial Citizeneory, Culture and Society, vol. 2, No. 15 (1998); pp. 155-173.

    12 Cfr. ACCATI, Luisa. “La diversidad original y la diversidad hisexo y género, entre poder y autoridad”. En: TURBET, Silvia.Del sexoal género. Madrid: Cátedra, 2003, pp. 215-252; BADINTER, ElisaExiste el amor maternal. Historia del amor maternal, siglo XVII a sigl

    XX. Barcelona: Paidós, 1981; JÓNASDÓTTIR, A.El poder del amor .Madrid: Cátedra, 1993.

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    estrechamente las relaciones humanas),13 continúensiendo ejercitadas fundamentalmente por mujeres hastala actualidad, tanto en el ámbito público como en elmarco doméstico. Es una actividad sexualizada, sin valor

    político y sin reconocimiento social, así el cuidado entoda su extensión constituya hoy un problema meri-diano, presente en las políticas públicas de los Estadosque pretenden consolidar un modelo de bienestarsocial. Por ejemplo, el envejecimiento de la población,el incremento de enfermedades mentales –como el Alzheimer– y de orden funcional relativamente nuevaspero con gran proyección expansiva, las discapacidadespresentes no sólo en los mayores sino en personas si-tuadas en cualquier tramo de su ciclo vital, hacen quela dependencia, y lógicamente su abordaje, entre otros,

    a través del cuidado, bajo esa relación de proximidadineludible, directa entre personas, sea uno de los grandesretos de las sociedades contemporáneas.14

    Son saberes, por tanto, aprendidos bajo tensionesduras y emocionalmente costosas, donde escoger pen-sando en las necesidades propias también significabaabandonar o restar cuidados a los más cercanos. Porello es muy complicado transmutarse; la cooperacióno el trabajo en grupo significa impregnarse de este sen-tido de renuncia al ego, es decir, ceder, manejando la

    conflictividad personal que supone entender el trabajocooperativo, restándole a los protagonismos individua-les para pasar a un segundo lugar colectivo, tanto sise desea como si no. Y el mundo empresarial/laboralsólo lo ha tenido en el horizonte para rentabilizar lasventajas de ciertas habilidades femeninas, puestas

    13 Cfr. MOSQUERA, Claudia. “Pluralismos epistemológicos: hacia lavalorización teórica de los saberes de la acción. Una reexión desde laintervención social hacia la población afrocolombiana desplazada”. En:Palimpsestos (2005-2006); p. 274. La autora trata los obstáculos para lacomprensión intercultural entre la población afrocolombiana desplazaday lo que ella denomina intervinientes, para el caso mujeres profesionalesdel trabajo social. Señala la necesidad del “sentipensamiento” de lasintervinientes como una vía exploratoria en la posibilidad de alcanzarun diálogo intercultural simétrico.14 Cfr. CAMACHO, Ana. “Trabajo social, discapacidad y accionespara el reconocimiento”. En: LORENTE, Belén y JIMÉNEZ, Isabel. Género e intervención social. Convergencias y sentidos. Jerez de la Frontera:Universidad de Cádiz, 2003, pp. 47-68.

    retóricamente en valor en los contextos de trabagénero es consustancial a las relaciones socialesque se proyecte activamente en las relaciones laby profesionales.

    Las mujeres y las prácticas de cuidado yayuda en perspectiva histórica

    En los apartados anteriores se ha procurado orgaun marco conceptual para facilitar las visionpartida que se asumen desde este trabajo. Recapitu-lando, son las relaciones de género y sus concnes en cada momento histórico las que están horizonte interpretativo del análisis que se prePara abordar la cuestión de género en el ámbi

    la producción del sujeto trabajador/a social se acomo eje explicativo a cómo producen las práde cuidado y ayuda social las mujeres ubicadamarco ideológico del Occidente cristiano. Se soque el cuidado y la ayuda serán actividades definde sus vidas por la vía de la socialización, accionconformarán progresivamente parte importante identidad de género. El hogar, como el locus cede aprendizaje de las prácticas culturales femelocus, por tanto, que garantiza la reproducción cultura y de las relaciones de poder en ellas ins

    no es el referente único de la socialización idende lo femenino. Ésta también se produce en entoajenos al espacio estrictamente familiar. Unos ycontribuyen a forjar el sujeto que cumplirá esasciones en el ámbito de lo público, a responsabilde lo doméstico en/de lo público.

    A lo largo de la investigación sobre este hechologrado identificar que dichas actividades eracomplejo ejercicio cuando se llevaban a cabo podel ámbito de los hogares. Mientras que las mudesempeñaran su saber y su hacer dentro de puede afirmarse que las prácticas se implemenen el espacio que naturalmente les estaba resernormalizando así las pautas de relación intergecas y contribuyendo sin resquicio de sospechareproducción social. ¿Qué sucedía, por tanto, cucuidar y ayudar trascendían los muros domés

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    para realizarse en el marco de las parroquias, de lascalles, de los conventos, de las congregaciones, de losentornos vecinales, etc.? La frontera entre el espaciopúblico y el privado organiza la base del conflicto en

    el marco de las relaciones de género, y, para el casoque nos ocupa, ayudar y cuidar constituía el remolinoque agitaba el problema.

    Al hilo de esta cuestión interesa, concretamente, vis-lumbrar el modo en que la ayuda social y el cuidadotoma cuerpo como actividad en el espacio público,traspasando el contexto familiar. Es decir, distinguirque estas prácticas se sitúan no sólo en el tradicionalespacio privado, es decir en el ámbito de la reproducciónsocial, sino que progresivamente, y no sin conflictos, se

    van consolidando en la vida pública, a la que tambiénpodemos referirnos como el ámbito de la producciónsocial. El cuidado y la ayuda directa al otro, como ejer-cicio de caridad, es una responsabilidad asignada a lasmujeres desde bastante tiempo atrás. Necesariamente,esta asignación no es inocente, forma parte del sustratocultural, simbólico y práctico que se situará progresiva-mente en la base de la división sexual del trabajo. Ya enlos “Statuta Ecclesiae Antiquae” aparecen reservadas alas mujeres, principalmente a las viudas, las funcionesasistenciales y de cuidado de los enfermos, a la vez que

    prescribe normas de cómo deben vestir y en qué con-sistía el modo de vida honesto que debían seguir.

    La relación Iglesia-mujer se asienta, entre otros, en laprovisión de fondos económicos y patrimonio, por unaparte, y en el uso estratégico y control de su fuerza detrabajo, por otra. Ambas funciones las entiendo impres-cindibles para la expansión de la Iglesia como institu-ción de poder a lo largo de la historia. Serán las viudas“tanto en Oriente como en el Occidente cristiano, lasdestinadas a asumir un papel caritativo y espiritual,para ir poco a poco fundiéndose con el monaquismofemenino”.15 Constituirán un grupo sociológico queoperacionalice el ejercicio de asistencia social: “... estasviudas fueron el manantial del que brotaron muchas15 ALEXANDRE, Monique. “Imágenes de mujeres en los inicios de lacristiandad”. En:Historia de las mujeres , vol. I. Madrid: Taurus, 2000,pp. 511-513.

    fuentes: comunidades de vírgenes, eremitas, mde clausura y trabajadoras sociales que, bajo ddenominaciones, experimentaron sin descanso uncasta compartida con sus hermanas”.16

    Una de las circunstancias que desde muy antdesquiciaban sobremanera a las sociedades patriera el ocio de las féminas, así como los efectosseables que podían provocar en éstas la percepcitiempo propio. Es por ello que la castidad se impcomo condición vital a todas aquellas que no efundamentalmente, sujetas al vínculo conyugacastidad comporta no sólo un cuerpo incontaminsino un alma libre de deseo y tentación; asimismcastidad funcionará como un medio de control d

    mujeres que se acentúa en la medida que se disdel vínculo matrimonial. Empero, en el ejerciciocastidad se gesta el salvoconducto, la “moneda dbio” para fluctuar entre el ámbito privado y públo que coadyuva a instalarse en este último, atensospechas adicionales. Por tanto, castidad se asotrechamente a cierto control del tiempo propio, pono puede calificarse de libertad, diferenciado en particular del de las mujeres casadas. “La castidala jerarquía de valor absoluto, ya que la castidadla pastoral que surge a partir del siglo XIII el

    criterio de clasificación de las mujeres”.17

    Precisamente la caridad se configuró, junto a actividades, como un potente dispositivo de orgación del tiempo libre de las mujeres. Si el ocio dya era traumático, la soledad elegida voluntariamescapó a la sujeción ideal que hubiesen deseaautoridades eclesiásticas durante toda la cristiatanto en un primer momento las católicas, como después las protestantes. El acto misericordiosolimosna se convertirá en una tarea específica deLa caridad, ejercicio supremo del amor cristiany para el otro sin pensar en una misma, es un prpio de organización de los contenidos de la iden16 McNAMARA, Jo Ann Kay.Hermanas en armas . Barcelona: Herder,1999, p. 18.17 MADERO, Marta. “Injurias y mujeres”. En:Historia de las mujeres ,vol. II. Madrid: Taurus, 2000, p. 99.

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    femenina, y asimismo de las prácticas sociales de lasmujeres en la ideología cristiana.

    Por medio de la caridad, la mujer parece entrar por fin

    en contacto con el mundo que se agita fuera de las casasy de los monasterios; un mundo poblado por margina-dos, pobres, enfermos, lisiados, vagabundos, mendigos,pero, siempre un mundo que, aunque por poco tiempo,le arranca de la quietud doméstica y le impone con-tactos sociales ajenos a la familia. (...) La caridad es ensí misma objeto de control, sometida como está a unaserie de reglas y de cautelas que presiden su actuación(...) éstas evaluaciones de la licitud y la oportunidad dela limosna se confían a la tranquilizante racionalidadde los maridos y de los directores espirituales (...) con

    la caridad la mujer tiene, sin duda, un contacto con lasociedad, pero se trata de un contacto parcial, cauto, amenudo mediado, y, en todo caso, custodiado.18

    Aun así es llamativo que la soledad voluntaria, o laimpuesta por las condiciones de vida, como es el casode las viudas, será la alternativa que parte de las mujeresescojan desde los inicios de la cristiandad; esa dispo-nibilidad se dirigirá hacia las actividades de servicio alotro, mayoritariamente. Encontramos que la opción devida en soledad configuraba un modo de existencia para

    muchas mujeres. La vida sin la obligación del matri-monio y sus corolarios les proporcionaba estrategias derelación con su entorno, vetadas en algunas dimensionesa las casadas. Vivir al margen del vínculo matrimonialcontribuye a perfilar elementos comunes en ellas, comoun particular control del tiempo propio: mayor libertadpara dedicarse a actividades no estrictamente familiares,cierta lejanía de las funciones directas de crianza y cui-dado de la prole (ya no como actividades definitorias desus vidas), aprendizajes de otros saberes al margen delespacio del hogar, movilidad que obedece a otras pautas,relaciones más estrechas con el mundo público y conlos problemas sociales de cada tiempo, lo que coadyuvaa conformar un repertorio de posibilidades que van apermitir proyectar la cultura de género femenina en elespacio público.18 CASAGRANDE, Carla. “La mujer custodiada”. En:Historia de lasmujeres , op. cit., p. 139.

    La ayuda y el cuidado. Su relación con las formasde organización de vida de las mujeres en el marcode la tradición cristiana

    Este apartado continúa adoptando como perspectorganización de vida de las mujeres bajo el contelas actividades públicas. Como se viene explicasoledad de las mujeres desde los inicios de la crdad hasta bien entrado en siglo XX, sin menosde las particularidades de cada coyuntura histórigenerado conflictos de género por los inconvenque la existencia independiente entrañaba parautoridades. Si embargo, la opción solitaria pprácticamente por la alternativa religiosa. Parhan existido vías intermedias que no han sido e

    sivamente las monásticas. Desde bastante tiempellas no tenían que seguir la opción monástica, tampoco las mujeres solteras. Schultz van Kedenomina vida semirreligiosa: “vivían como lsolas o en grupo, en familia o por separado, a meunidas, en calidad de terciarias a órdenes mendicespecialmente a los franciscanos, pero a veces taa los jesuitas y al clero secular”.19 Establece la relacióexistente entre lo que denomina iniciativas protdernas de comunidades abiertas, fundadas porcantidad notable de viudas y las congregaciones

    ninas del siglo XIX. Constituye una organizaciónvida religiosa de las mujeres, que podemos idenhasta la actualidad. Las fórmulas semirreligiosaque se refiere este autor serán duramente combdesde el catolicismo hegemónico, entre otras, pestán relacionadas, de un lado, con la exclusiónmujeres del clero dentro de la Iglesia y, de otroelementos de resistencias que van tomando formel tiempo, y que propician cierto autogobierno.

    Siguiendo el análisis de McNamara, el hecho dlas mujeres no pudiesen realizar actividades cleinclinó la balanza hacia el predominio de vocacfemeninas de servicio al prójimo, lo que fomeproliferación de agrupaciones religiosas más o m19 SCHULTZ van Kessel, Elisja. “Vírgenes y madres entre cielo y tcristianas en la primera Edad Moderna”. En: DUBY, George y PEM.Historia de las mujeres , vol. III, Madrid: Taurus, 2000, p. 218.

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    cercanas al estamento eclesial. Herbert Grundmann,20 citado por Opitz,21 MacNamara 22 y Epiney-Bugard yZum Brunn,23 destaca la proliferación de comunidadesreligiosas femeninas durante el Medioevo, hecho al

    que califica como “movimiento de mujeres”. Consi-dera que detentan una importancia similar que otrosmovimientos sociales y religiosos que determinaronel clima social y espiritual de Europa a partir de laBaja Edad Media. Recomienda concebir la relevan-cia de este movimiento sin disociar lo económico, loreligioso y lo social, pero sobre todo pone énfasis enresaltar su carácter político, lo que pone en la pista sucercanía y vinculación al espacio público. Sintetizanuna opción espiritual que para su realización exige,entre otras, acciones de ayuda social, las cuales se si-

    túan en la base material que le confiere fortaleza a sudestacada presencia social y política. La intensidad deestos movimientos alertó a las autoridades eclesialespor la libertad que acumularon para tomar decisioneseconómicas y administrativas por fuera del controlde la Iglesia, cuestión que coadyuvó a una estrategia,que con el tiempo se iría refinando, para poner frenoa cualquier proceso que favoreciera la autonomía ycapacidad de autogestión de las mujeres.

    Las posibilidades económicas y su independencia per-

    mitieron que fuesen mujeres con influencia en la polí-tica y en lo religioso. La opción de vida semirreligiosase comprende, por tanto, como una forma cultural degénero que ejemplifica resistencias femeninas.24 Las

    20 GRUNDMANN, Herbert.Religiöse Bewegungen im Mittelalter .Berlín: Historische Studien, 1935, p. 170.21 OPITZ, Claudia. “Vida cotidiana de las mujeres en la Baja Edad Me-dia (1250-1500)”. En:Historia de las mujeres , vol. II,op. cit., p. 405.22 McNAMARA, Jo Ann Kay,op. cit., p. 220.23 EPINEY-BUGARD, G. y ZUM BRUNN, E. Mujeres trovadorasde Dios. Una tradición silenciada en la Europa Medieval. Barcelona:Paidós, 1998.24 McNamara, en el capítulo 11, “Mujeres sin orden” (pp. 261-289), de sulibroHermanas en armas, analiza numerosos ejemplos de órdenes religiosasfemeninas a lo largo de todo el Medioevo que apoyan esta armación. Cfr.OPITZ, Claudia, op. cit., p. 404. Este autor destaca en su trabajo que elporcentaje de mujeres dedicadas a la vida religiosa hasta la edad modernasupuso, aproximadamente, un 10/% de la población femenina.

    Hijas de la Caridad25 y las beguinas proporcionan dejemplos relevantes de organización semirrelpara pensar los antecedentes del trabajo social. Emer lugar, porque constituyen un referente histó

    de agrupación sociológica de mujeres que conpara el ejercicio de la caridad y tareas asistenciasegundo lugar, porque permiten mostrar la profudad y continuidad histórica de las prácticas de asocial y cuidado, organizadas e implementadas pmujeres en el Occidente cristiano. Y, en tercer porque dan cuenta de las características involucen la producción de los saberes femeninos que esla base de un modo particular de conceptuar, ejecevaluar la acción de ayuda y cuidado social del.En su configuración guarda estrecha relación c

    necesidades de aprendizaje de modelos de autogedirección de las prácticas de ayuda y cuidado queejercidas mediante la caridad, visibles, por ejemtravés del liderazgo de mujeres en el seno de sus como Hildegarda, para el caso de las beguinas en XIII, y Luisa de Marillac (Patrona de la Acción Católica), para el de las Hijas de la Caridad en e XVII. Pero la presión sistemática a la que fuerontidas contribuyó a dibujar una imagen de la espiridad femenina que para el siglo XVII ya sólo despsospechas. La política de la inquisición se enca

    reconducir cualquier manifestación de espirituaque no respondiera a los contenidos oficiales. Cargumenta Opitz, “el éxtasis de las místicas dio la pesadilla de la caza de brujas”.26

    A lo que se apunta con este último comentariomostrar que las estrategias de poder fueron cotándose en términos de persecución de todo aqque se saliera del canon que progresivamente se25 Por ejemplo, las Hijas de la Caridad se distinguieron en la atea la pobreza. Una de las actividades que tuvo comienzo con ella ayuda social y cuidado de enfermos en sus hogares. La mayuda a domicilio en el marco del sistema público de servicios tiene uno de sus antecedentes en estas actividades de ayuda y sorganizadas en el contexto de la planicación caritativa del sigl Asimismo, sus saberes sobre la atención a los enfermos marcalínea de trabajo que más tarde fue reconocida y asumida por FlNittingale (fundadora de la enfermería moderna).26 OPITZ, Claudia,op. cit ., p. 409.

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    gestando y que veremos con mayor claridad en el si-guiente apartado. Abordar las relaciones entre formasde espiritualidad femenina, génesis de la ideologíaburguesa y gestación y divulgación de saberes por parte

    de las mujeres sobrepasa en demasía las pretensionesde este trabajo, pero sin duda es una concomitanciade factores que no pueden ser descuidados, si se quiereprofundizar en las inflexiones históricas. Desde ahíes que se propone acercarse a la complejidad de estosprocesos y al cómo afectan la interiorización que deellos han realizado las mujeres, no de forma indepen-diente, sino como sujeto colectivo. En ese sentido seentiende mejor cómo se ha configurado una men-talidad subalterna que afecta a la producción de lossaberes y de las prácticas relacionada con el servicio y

    cuidado de los demás.Génesis y evolución de la ideología burguesa. Surelación con la dinámica de expansión del cuidado y la ayuda de las mujeres en lo público

    Es ineludible abordar la cuestión burguesa, si laintención es reflexionar acerca de la incidencia queésta posee en el proceso de profesionalización de lasprácticas de ayuda social, que sintetizarán en el traba- jo social como profesión. Varios son los argumentos

    que hay que incorporar para entender este debate.En primer lugar, no hay duda de que son las mujeresadscritas a la burguesía quienes están en el origen dela aparición del trabajo social como profesión, hechoque se estudiará en el marco de las universidades, perohay que pensar que esto no se produce inicialmente enel ámbito católico, sino en el protestante. En segundolugar, no podemos olvidar que uno de los grandesdebates que, lógicamente, no finaliza en el marco deltrabajo social es la cuestión de la desigualdad de cla-ses. Para desentrañar los fundamentos profundos dedicho debate resulta del todo apropiado saber cómo juegan las bases de la ideología burguesa y determinarcómo las relaciones de género y sus contenidos se venafectados por los valores diferenciales y jerárquicosque la concepción burguesa estimará para hombresy mujeres. Sus cometidos serán totalmente distintos,pero con fines complementarios. En tercer lugar, si

    bien las mujeres durante el Medioevo gozarociertas prerrogativas que luego irán desapareciprecisamente, por la manera en que se produadoctrinamiento religioso, con su consecuente

    lítica de terror hacia aquellas que no entraran eclichés del pensamiento burgués, no es menos que las mujeres produjeron formas de resistencila dureza desmedida que el poder dirigió haciaMe atrevo a plantear, sobre todo, la mayor cruen el espacio del catolicismo y también a la largrepercusiones distintas.

    La gestación de la ideología burguesa que coadconsolidar una nueva representación de la mujer pidentificarse ya con el Medioevo. Los contenid

    esta representación, que van a moldear la idenfemenina, implican un retroceso respecto de cventajas que las mujeres obtuvieron, y que puobservarse con mayor claridad durante los últres siglos de las Baja Edad Media. Como plElias, los procesos de cambio, aun siendo conti“no han tenido las características de un desarlineal y simple. Si lo examinamos en relación equilibrio de poder entre los sexos los cambivan desde un total sometimiento de las mujerlos tiempos tempranos hasta un gradual descen

    la desigualdad”.27

    El trabajo de las mujeres, sujeto a remuneracióel ámbito público, fue objeto de hostigamientogresivo y más concretamente a partir del desade la economía urbana en Europa, momento deportantes cambios que afectaron su actividad laEl enfrentamiento con los gremios o la consolidde las universidades cristianas escolásticas, queformó las formas de acceso a determinados ofexcluyendo a las mujeres de los estudios universcontribuyen a sustentar la tesis del desplazamiento dela mujer fuera de la vida laboral . Las transformacioneeconómicas, culturales y sociales que estaban aciendo no las beneficiaron; más bien, las posibdes de autonomía que este período pudo ofert27 ELIAS, Norbert.Conocimiento y poder . Madrid: La Piqueta, 1994p. 126.

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    fueron rigurosamente reconducidas a través de unarecristianización de las relaciones sociales y familiares.Manuel Fernández Álvarez precisamente aclara que,en la mayor parte de Europa (Alemania, Inglaterra,

    Países Bajos y España), “las corrientes humanistas notraerán un sentido pagano de la existencia, sino porel contrario una intensificación de los sentimientosreligiosos”.28. En ese sentido también se pronunciaFoucault; sin embargo, añade nuevos componentesnada despreciables, si pensamos en la vinculación entreEstado, reorganización de las hegemonías y de las ins-tituciones y las primeras políticas destinadas hacia lapobreza: “de la Reforma a la cacería de brujas, pasandopor el Concilio de Trento, tenemos toda una épocaen que empieza a formarse por un lado, los Estados

    modernos y, al mismo tiempo, los marcos cristianosse cierran sobre la existencia individual”29.

    Si bien el Renacimiento ha sido identificado, común-mente, con una revolución en términos culturales,científicos o artísticos, parece ser que no a todos y to-das benefició por igual. El pensamiento de los grandeshumanistas, a los cuales la literatura social les tienereservado un espacio destacado, se dedicó, en relacióncon lo que se viene argumentando, a consolidar todauna doctrina moral acerca cuáles serán los contenidos

    femeninos que contribuyeron a delimitar los contornosde la mujer burguesa. Se decide por la importancia dela instrucción femenina, planteando que las capaci-dades y virtudes en hombres y mujeres son diferentesy complementarias, lo que fundamentará un modeloeducativo sustentado en la polarización, y consecuente justificación, de los roles de género. Esta nueva con-cepción de la educación adecuada para la mujer nosólo configura una intención pedagógica, sino queimplica toda una política de segregación de génerosa través de la educación. La perpetuación de dichasegregación conlleva formas de subjetivación del “serfemenino”, que construyen un arquetipo de feminidadinteriorizado por amplios colectivos de mujeres, el cualpodría decirse que perdura hasta bien entrado el siglo28FERNÁNDEZ, Manuel.Casadas, monjas, rameras y brujas . Madrid:Espasa, 2002, p. 37.29 FOUCAULT, Michel,op. cit., p. 167.

    XX. Los reformadores católicos dirigen su miraimportancia de la educación de las niñas comosocializadora de una reconquista moral y religioadoctrinamiento de la mujer en su función mater

    familiar trasciende cualquier sector de clase.30

    Adquiere,por tanto, todo su sentido la pregunta que se forKelly,31 en cuanto a si la mujer disfrutó de las misopciones que el hombre en el Renacimiento.

    Julia Varela, en su trabajoEl nacimiento de la mujerburguesa, argumenta la influencia que la imposicdel matrimonio cristiano indisoluble, la expulsilas mujeres de clases populares del ámbito del treglado, la institucionalización de la prostituciódiferenciada vinculación de las mujeres con el

    legítimo tuvieron en la consolidación del moburgués. Para esta autora, dichos acontecimie“son algunos de los sólidos pilares sobre los qautoridades civiles y religiosas trataron de erignueva identidad sexual y moral que resultó serdamental en la formación de un nuevo orden scapitalista: la mujer burguesa. La modernidad rimpensable si no se tiene en cuenta el inconscsimbólico resultante de esta innovación”.32

    A partir del siglo XIII se emprende una estrateg

    institucionalización del matrimonio cristiano cmodelo habitual para las clases sociales altas dla Alta y Baja Edad Media. El grado de libertla elección del cónyuge queda reservado con mamplitud a las capas sociales con menor estatus,en el campo como en la ciudad. La política de ración radical de las esferas públicas y privadatanto, estaba en marcha. La segregación de las mdel mundo laboral coincide con la emergencia relaciones capitalistas y con un proyecto eclesi

    30 SONNET, Martine. “La educación de una joven”. En:Historia de lasmujeres , vol. III,op. cit.,p.146.31 KELLY, J. “¿Tuvieron las mujeres Renacimiento?”. En: AME James y NASH, Mary.Historia y género: las mujeres en la Europa mo-derna y contemporánea. Valencia: Edicions Alfons el Magnanim, 19pp. 93-126.32 VARELA, Julia.El nacimiento de la mujer burguesa . Barcelona: LaPiqueta, 1997, p. 82.

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    tiene como uno de sus fundamentos la reclusión y elcontrol de la mujer a través de la institución familiar.La reorganización de las relaciones entre los géne-ros mediante el destierro laboral, el confinamiento

    al hogar y la educación centrada en competenciasrelacionadas con las tareas de reproducción socialconstituyen una práctica política y religiosa que con-tribuyó decididamente a sostener una “dependenciay “domestificación” del trabajo femenino hasta lossiglos XIX y XX”.33

    Con el Concilio de Trento, el matrimonio es decla-rado sacramento indisoluble, condenando cualquierotra forma de unión, circunstancia que coadyuvó aestablecer la inferioridad jurídica de la mujer. Las mu-

    jeres han tratado de combatir la política matrimonialde variadas formas. Aquí interesa cómo se acentuabala opción por la vida en castidad o la reclusión encomunidades conventuales en tanto respuesta. Ellono implica que dichas opciones no fuesen anterioresa esta política matrimonial, sino que se intensificóla opción de la vida en soledad, independiente de laautoridad del marido.

    Como se ha visto, con base en la elección de la vidareligiosa, y sobre todo la semirreligiosa, se despliega

    la organización colectiva de las actividades de ayudasocial y cuidado. Tareas que por estar inscritas en losdeberes de una buena cristiana, y apuntar a la salva-ción de las almas, se convertían, una vez más, en unaexcusa adecuada que permitía a la mujer incorporarsea otros espacios que trascienden el marco doméstico,sin generar controversias mayores de las que ya existíanen términos generales. Las actividades a las que podíanacceder progresivamente están relacionadas con laacción caritativa, pues, como se viene apuntando, porun lado se acelera un discurso moral por parte de laIglesia que desacredita y persigue la vida laboral de lasmujeres, y por otro serán las tareas de ayuda y cuidadolas consideradas respetables y necesarias, sin que estoconstituya una alternativa ideal, pero sobre todo, y lomás importante (lo que ayuda a comprender esta idea)es que, no serán concebidas como trabajo en el sentido33 OPITZ, Claudia,op. cit., p. 390.

    convencional, sino como parte del repertorio de laque las hacen ser consideradas ejemplares. En enario de esa lucha que moldea relaciones de géno todas las mujeres, lógicamente, se decidieron

    castidad o la reclusión conventual. Si bien buenade las actividades de ayuda social se llevarán a camarco de la opción casta y religiosa, también es rla posibilidad que les quedó a muchas mujeres de recursos económicos fue trabajar en institucioncaridad urbanas y eclesiásticas o como subalternaconventos. Ni siquiera para el pensamiento oficiaIglesia ha sido bien recibido que las mujeres pupreferir la vida religiosa.

    Hay que tener en cuenta que la política matrim

    funcionó en estrecha relación con la exclusión lade las mujeres, dando lugar a una nueva reorganizde los espacios de trabajo, lo que generó el empomiento de amplios grupos de mujeres conforme mapartaban del ideal previsto para ellas. La prosticomo alternativa fue incorporada a la vida de mde estas mujeres, como señala Varela: “A parla Baja Edad Media se formaron y desarrollaroconjunto de saberes, prácticas e institucioneshicieron que la naturaleza y el cuerpo de las mua través de la sexualidad se convirtiesen en un e

    estratégico para la naturalización del desequilibpoder entre los sexos”.34

    En este sentido, la sexualidad femenina continúgando como un elemento estratégico en la limitde la capacidad de acción de las mujeres, que conreconducirse hacia la exacerbación de la matery la familia como ámbito natural de la mujer yello de construcción de feminidad. La importancla función natural de la mujer circunscrita al hperdurará hasta los primeros intentos de profeslización del trabajo social, y ciertamente se extemás allá, hasta bien entrado el siglo XX, comejemplo en España.

    Rodríguez también destaca, por una parte, los eque han producido discursos que siendo eman34 VARELA, Julia,op. cit ., p. 173.

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    dores generan sometimiento de colectivos específicos;como ejemplo cita el fenómeno de la institucionali-zación de las universidades cristiano-escolásticas enel siglo XIII, que consiguieron la exclusión de las

    mujeres del ámbito intelectual y relegaron a la peri-feria el protagonismo que adquirió el conocimientoen los claustros conventuales. Por otra parte, insisteen cómo aquellos discursos que persiguen la reclusióny el control pueden llevar en su germen la aperturade caminos a la independencia: “... el ‘ideal del ángeldel hogar’ que sustenta la cosmovisión domésticaburguesa, estableció estereotipos de competencia enlabores específicamente femeninas que configuraronlos primeros modelos de profesiones fuera del hogar:enfermera, maestra, áreas de beneficencia, cuidado

    social, etc.”.35

    Es llamativo que esta autora no nombre el trabajosocial como profesión y lo circunscriba a ciertasfunciones que tienen una denominación profesionalreconocida en la actualidad, como las otras dos. Encualquier caso, el sentido es aplicable y así lo enten-demos. Empero en la ideología del ángel del hogar norecae en exclusiva la profesionalización posterior de lasactividades de ayuda y cuidado social; es un eslabónimportante del proceso que desemboca en la profe-

    sionalización, pero uno más dentro del proceso queviene gestándose desde bastante tiempo atrás. Comose ha argumentado, la asignación de las prácticas deayuda transita con altibajos respecto del control de lasmujeres sobre ellas a lo largo de la historia occidentalcristiana.

    No quisiera finalizar este epígrafe sin abordar la rela-ción entre humanistas y la fijación de los contenidosfemeninos. La producción de literatura en este sentidotiene numerosos exponentes y las mujeres poseen enella un lugar privilegiado, en el que se destaca su papelconsagrado al hogar. Entre los autores se encuentranErasmo de Rotterdam (Christianae matrimoni ins-titutio, 1521); Luis Vives (De institutione feminaechristianae , 1524); Fray Luis de León (La perfecta35 RODRÍGUEZ, Rosa María.Foucault y la genealogía de los sexos .Barcelona: Anthropos, 1999, p. 173.

    casada,1583); Pedro de Luján (Coloquios matrimo-niales , 1550); Fray Alonso de Herrera (El espejo de la perfecta casada , 1637). Con todos ellos y algunos mse instaura, por tanto, el arquetipo de familia nu

    y se define el lugar que debía ocupar cada uno componentes. En este sentido, Vives, tambiénsu textoOfficio mariti, impele al marido a enseñarsu mujer a ser religiosa, a ser casta como virtuexcelencia, a amarlo y a respetarlo. Es pertinente en este momento plantear una sción llamativa al hilo de esta argumentación, fondo paradójica para el trabajo social. Con jusla profesión incorpora a Luis Vives como antecehistórico del trabajo social; una de sus aportac

    incuestionables es ser precursor de la asistenciaorganizada. Él expone las primeras argumentacque fundamentan la responsabilidad de los popúblicos respecto de la beneficencia y de la desacción de la limosna. Su libroDe subventione pauperum,sive de humana necessitate(1526) es un texto obligadpara la historia de la acción social y desde ahreconoce en este trabajo. Ahora bien, a su vez,es uno de los referentes más influyentes de la ideque confina a la mujer al hogar, incapacitándolaotros menesteres distintos, es decir, contribuye,

    apunta Varela, a una nueva redefinición entre los que expropia a la mujer de alternativas distintafamilia y le prescribe un decálogo de actuaciótambién estaría en la base de parte de esa subjetfemenina, subalterna, que obstaculiza acciones ecipadoras. Espero que algún día pueda también ca Vives en la historia oficial del trabajo social, cotros tantos, en el marco de un análisis rigurososu influencia en la subalternidad del sujeto profeque construye la profesión de trabajo social, y amo como un antecedente ligado a las prácticas dda social y cuidado que desembocan en una proffeminizada. Desde luego, esto ofrecería indicade empoderamiento en la actualidad. Lo que vseñalando no es ocioso; precisamente, tal condes decir la feminización y la subalternidad, tamconstituye elementos de relevancia para profunen las bases epistemológicas del trabajo socia

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    pendientes. Como sabemos, esto es de trascendenciapara comprender la estructura del conocimiento dela disciplina, así como la forma en que se organiza elproceso de producción de conocimiento desde una

    lógica feminizada.Católicas y protestantes. Pensando las diferenciasculturales y religiosas en la génesis del trabajosocialCuando se hace referencia a protestantes y católicas esdel todo inadecuado pensar que existe un tipo especí-fico de mujer que encarne en un modelo totalizantecada una de las representaciones existentes. No podríasostenerse un análisis riguroso, si de ese modo se con-cibiese. Más bien interesa introducir el debate acerca

    de la concomitancia que existe entre los modos de vidade mujeres protestantes y católicas, y su influenciaen el desarrollo del trabajo social profesionalizado.El vector de la indagación pone el acento en hacerevidente cómo las especificidades en una y otra lógicacultural adquieren protagonismo en el asentamientode las bases de la profesión. En este apartado se poneénfasis, por tanto, en las significaciones que tuvieronlas dos confesionalidades más cercanas a los orígenesy expansión del trabajo social, y de alguna maneragenerar pistas para mirar las diferencias y similitudes

    en la actualidad.Las circunstancias económicas, sociales y políticas de lospaíses protestantes y católicos en los siglos XIX y XX enEuropa, EE.UU., Canadá y América Latina son deter-minantes para establecer un mapa de las trayectorias deprofesionalización y sus particularidades. Se consideraque la mujer constituyó un recurso inestimable paralas dos grandes estrategias religiosas del cristianismo enOccidente; que ambas confesionalidades generan unproyecto de expansión a través de la institucionalizaciónde centros de formación para la prestación de ayudasocial tecnificada; y que el hecho de que las mujeres seutilizaran como soportes de la expansión para el controlde la caridad cristiana, procuró trayectorias emancipa-doras a mujeres de clases burguesas, que adicionalmenteeran las que poseían el capital social, favoreciendo laconsolidación de dicho proyecto.

    Mirando hacia atrás, el referente que actuó cpunto de inflexión en las distintas opciones qumujeres manejaron para organizar sus propias tiene que ver con los corolarios que la Reforma

    para la definición de las relaciones de género, para protestantes como para católicas. La Refprotestante hace valer una concepción de la mque implica una ruptura con el universo católictanto que la valorización de la virginidad y el rea la vida conventual son eliminados de su horizEl Concilio de Trento, en el marco de la estrategla Contrarreforma, si bien no acabó con el panoconventual, es decir hacer desaparecer a las mreligiosas y convertir la Iglesia católica en un aexclusivamente de hombres, sí llevó a cabo una p

    de reclusión con el ánimo, entre otros, de erradlas agrupaciones semirreligiosas y condenar a l jeres a una vida hermética. Se estableció un coextremo sobre ellas, bien a través del ejerciciode los valores burgueses como madres de famesposas en el seno de sus hogares, bien limitanmovilidad y el contacto con los espacios públicodiante el ingreso a la vida de clausura. La realidun caso y otro es que se procedió, contundentema dividir sexualmente los espacios masculino-pvs. femenino-privado bajo el canon de la ideo

    burguesa. Otro asunto distinto es hasta dóndIglesia y los poderes fácticos pudieron cumplir objetivo, pues las congregaciones no desaparecidieron cara a los intentos de reconducción.36

    La virtud se construye como cualidad de la feminse expresa a través de acciones ejemplarizantesinscriben desde el ejercicio de la maternidad ideda, hasta la religiosa sumisa entregada a los desde su iglesia. Se institucionalizan dispositivos pobediencia, renunciando a toda condición indiviPara ser, siempre, se es a través del servicio al mediante la consulta y el permiso. En este sencobra enorme trascendencia la figura del condel pastor, del director espiritual, como patriarca36 AMELANG, James. “Los usos de la autobiografía: monjas yen la Cataluña moderna”. En:Historia y género: las mujeres en la Europamoderna y contemporánea , op. cit., p. 204.

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    guían el camino del rebaño. Dicho referente mascu-lino se convierte en una presencia habitual en la vidacotidiana de las mujeres, lo que sugiere la magnituddel fenómeno. Empero, en el caso protestante, las

    esposas de los pastores se convierten en teólogas queaconsejan y explican la Biblia. Proceden de un mediocultural más elevado que sus fieles. Ejercen comomaestras, dispensan cuidados sanitarios a otras mujeresy, sobre todo, llegan a lugares que les estaban vedadosa las mujeres en general. Las tareas de asistencia directaa los más desfavorecidos son posibles, precisamente,por la representación cuasi pastoral reconocida quedetentan en el seno de sus parroquias.

    El poder pastoral tendrá gran relevancia tanto en la

    sociedad protestante como en la católica. La reflexiónde Magda Rodríguez sobre las relaciones entre género ypoder pastoral están en la misma línea de este trabajo:

    ... en virtud de la reforma se postula un nuevo modelode familia en la cual el padre-esposo asume los atributosdel pastor, y en el ámbito católico la figura del confesorva a influir decisivamente en la dirección espiritual dela doncella, la esposa, la viuda y la monja... Todo ello,siglos XVI-XVIII, configura la matriz de un modelofamiliar y de identidad de género, que, consolidado en

    el siglo XIX demarca el subsuelo de nuestro presente,y en él la aplicación del modelo pastoral sobre lasmujeres no es una mera addenda, sino un elementoclave para entender la configuración moderna de lafamilia, el horizonte axiológico del mundo burgués,la separación público/privado, y en última instanciala noción de individuo.37

    Otro aspecto a considerar tiene que ver con que la du-reza de las estrategias de reconducción de la vida de lasmujeres, no sólo forma parte de una intencionalidadreligiosa, sino también constituye un hecho de poderque entrecruza la primacía del varón por el controldel espacio político público con el asentamiento de laburguesía como clase dirigente. El peso del elementoreligioso en el fortalecimiento de la asociación mujer/virtud, es una ecuación que ilustra el arquetipo de una37 RODRÍGUEZ, Rosa,op. cit., p. 182.

    nueva guerrera necesaria, en el caso del catolicismhacer frente en el siglo XIX y XX a sus varones dedos que se volvieron liberales, hacer frente tambipobres que asumen el marxismo como nueva re

    y hacer frente a los países protestantes que llevangermen la locomotora de la modernidad.

    La cultura católica de la Restauración, en la Euposrevolucionaria, favorece un modelo femeen el que el alma de la mujer constituye el vaprincipal de la Iglesia católica. Características la fragilidad, la sensibilidad, la entrega no aparcomo signo de debilidad, sino de fortaleza espillamada a combatir los valores asociados al progla modernidad. “Excluidas de la escena política o

    las mujeres católicas encuentran en la beneficencampo de acción. Las pioneras de la inmersión den la miseria social son aristócratas, para algunacuales se ablandan, tanto en Italia como en Españleyes del honor mediterráneo (…) esta práctica ponía de manifiesto la consciente tentativa femde fundar valores alternativos a la gestión masdel poder”.38 La herencia de los contenidos religien su práctica social incide en el papel de la mcomo “servidora del prójimo”. Sin embargo, essión vocacional propiciará la incorporación prog

    al mundo laboral moderno, profesionalizando cnidos genéricos. Lo femenino entra en el camplucha que supone el mundo laboral, para denomincoloquialmente, “por la puerta trasera”, aspectnos devuelve a los modos históricos de presenlos grupos oprimidos, rompiendo con la idea devidad: “En la oscuridad de una beneficencia anóquedó sepultada una inmensa energía femenina efectos sociales son difíciles de medir”.39

    Este es un punto de partida estimable para vael hecho de que se produjeron dos construcciparticulares respecto de los contenidos de génque ambas tuvieron su consecuente extensión 38 GIORGIO, Michela. “El modelo católico”. En:Historia de las mujeres ,vol. IV. Madrid: Taurus, 2000, p. 219.39 PERROT, Michel. “Salir”. En:Historia de las mujeres , vol. IV,op.cit .,p. 486.

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    noción de la ayuda social. Circunstancias que ten-drán sus repercusiones más adelante. Sobre todo, lasque tienen que ver con la percepción diferenciadaque protestantes y católicas elaborarán respecto del

    valor de sus acciones de servicio en el marco de suscomunidades. Se apunta, por tanto, a la producciónde dos formas de subjetivación de la identidad fe-menina condicionadas por las prescripciones queestablecieron ambos sistemas religiosos, sin olvidarque la caridad se constituye como una vía que calificay confiere protagonismo a la mujer en el seno de suscomunidades. Es interesante profundizar en cómoestas mujeres manejaban concepciones diferenciadassobre el trabajo o sobre los fines últimos de la ayuda.En este sentido son imprescindibles las aportaciones

    de Weber,40

    si se lleva a cabo un análisis exhaustivo delas relaciones entre “ética de la convicción”,41 sentido dela cáritas como empresa racional,42 en el marco de lasrelaciones capitalistas, y las razones por las cuales seaen el contexto protestante donde primero adquierenforma profesional las prácticas feminizadas de servicioy ayuda social, cuestión que excede las posibilidadesde este epígrafe, pero que sí quería señalar.

    No obstante la fuerte sujeción de las mujeres protes-tantes a sus maridos, no les impidió manifestar desde

    diversas estrategias su inconformidad con tal modelo.Es llamativo, en primer lugar, el interés que elrevival yel metodismo tuvieron en las mujeres en los inicios delsiglo XIX. Fue una práctica que caló hondamente enellas y que implicaba en sus inicios actos de insumisiónen el seno de las familias, puesto que se llevaba a caboa espaldas de los maridos y de los padres. El revivales una contestación a las instituciones, en este caso seposiciona frente a la estructura clerical, y convoca a loslaicos como predicadores legítimos, entre los que seencuentran las mujeres, de forma que accedieron a dartestimonio público de su fe, es decir, en el seno de estasnuevas corrientes pudieron acceder a la predicación.40 WEBER, Max.La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Madrid:Taurus, 1998.41 WEBER, Max.Economía y sociedad . México: FCE, 1993, pp. 453-454.42 Ibid., p. 461.

    Demandas que se hunden en la profundidad deltianismo. En tercer lugar, es llamativa la importpara acciones posteriores, de la creación del minde las diaconisas.43 En la base de tal creación estuvo

    posibilidad de manifestar públicamente su piedarealizar actividades caritativas y sociales en el slas clases medias. Nuevamente, pese a la prescrprotestante frente a la vida conventual, volvió a la fórmula de agrupación de mujeres, presentehistoria cristiana desde bastante tiempo atrás, cse ha expuesto, en tanto modelo de organizacolectiva, entre otras, para realizar con autonomacciones de ayuda social y cuidado. Estas diactuvieron su origen en la Sociedad de Damas pacuidados a los pobres y a los enfermos, creada en

    por Amelie Sieveking. La proliferación de lasde diaconisas “está ligada al desarrollo de la asude la carga social de los pobres, ya se trate deasistencial, ya de instrucción”.44

    Enlazado con esto último, hay otro factor releva considerar: las mujeres no sólo irrumpen cocreación del ministerio de las diaconisas,45 sino que sufuerte consideración demtro del protestantismo paso a la participación contundente en movimiesociales, como el antiesclavismo y el feminism

    testante. Las mujeres incorporaron el argumentener conciencia de ejercer deberes sociales, razmoldea la experiencia de las damas de la benefidurante el siglo XIX, mediada también por un ponente de moralización social muy arraigado eprácticas y que lógicamente trasciende a la formintervención social. De esta tensión entre indepecia y sumisión a los valores establecidos da mu43 BAUBEROT, Jean. “La mujer protestante”,Historia de las mujeres ,vol. IV , op. cit., pp. 241-258.44 Ibid ., pp. 246-247.45 Esta nueva forma de vida especíca de las mujeres se aparconcepción protestante clásica de la vida cristiana y suscita y numerosas críticas. El miedo surge, entre otros, por fomeapartamiento de las mujeres de la vida matrimonial, y que supregreso a formas católicas que ya se habían dado por desaparelibroDe las corporaciones monásticas en el seno del protestantismo (1854-1855), de Madame Gasparín, trata precisamente de estos miedoBAUBEROT, Jean,op. cit ., pp. 248-249.

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    por ejemplo, el dato que aporta Bauberot sobre doscongresos internacionales de obras benéficas e institu-ciones femeninas que se celebran en Versalles en 1889y en 1900, dominados por mujeres protestantes. En

    ambos congresos se trató la cuestión de la mujer, y ellascomprueban que el avance en este asunto es considera-blemente mayor en EE.UU., Inglaterra, Dinamarca ySuecia respecto de Francia. Sin embargo, las formas derelación que imperan entre ellas para tratar este asunto,por demás complicado, se miden por la “calma” y la“medida”, y aunque aparecen ciertas reivindicacionesfeministas, el argumento central de su encuentro es lafilantropía y la misión social de la mujer.

    Con ello se apunta a que las actividades filantrópicas,

    de servicio, constituyen un foco de interés de las mu- jeres, pero también implica una de las estrechas salidasque la sociedad les permitía desde bastante tiempoatrás. Esta forma de encontrarse, no sólo la de reunir-se en eventos públicos, sino también de conformarasociaciones, espacios dentro de la Iglesia para llevara cabo la misión social de la mujer (por entonces enco-mendada), progresivamente coadyuva a situar parte delas prácticas de servicio y de ayuda social, los debatesque suscitan y su ejercicio en el espacio público, peroya en el contexto de la vida moderna, con grados de

    reconocimiento que se han ido consolidando a travésde las luchas y resistencias que las mujeres fueronprotagonizando en el tiempo.

    Hay más datos interesantes que corroboran que la ten-sión entre independencia y sumisión no desaparece porel hecho de que la vida moderna (con sus modernos,laicos, seculares y androcéntricos valores) irrumpa enel moldeamiento de las mujeres, y en sus ya secularesprácticas de ayuda. La confianza de las mujeres en elLondres victoriano para transitar con tranquilidadpor las zonas más pobres y sórdidas, entre las que seencuentra en Este de la ciudad, es trastocada por losrelatos sobre los peligros sexuales que esa parte de laciudad encarnaba para la tranquilidad de la vida cita-dina. Tuvieron una fuerte repercusión las narracionesque se elaboraron a partir de los crímenes cometidospor el destripador, así como las imágenes distorsiona-

    das que se difundieron sobre la prostitución en lugares. De entre los diferentes sujetos que entrpugna por la necesidad de reapropiación del esurbano se encuentra lo que Walkovitz46 denomina

    las redes crecientes de filantropía femenina,entre otras,porque no estaban dispuestas a abandonar la ade visitadoras de pobres, que la autora reconocejercían al menos desde 1790, aunque ya sabemincluso desde mucho antes.

    Tanto Walkovitz como Burke47 ofrecen datos en sutrabajos sobre el papel que los hombres jugaroninstitucionalización de la filantropía. En ambos Samuel Barnett (esposo de Henrietta Barnett, cderados ambos como antecedentes del trabajo s

    no queda bien parado por su sistemática negatque las mujeres participaran en la vida y accionToynbee Hall. En palabras de Walkovitz: “Barnetaba decidido a modelar el trabajo comunitario cuna empresa masculina, una extensión de la sevida masculina de la universidad en los barrios Con el fin de atraer a jóvenes intelectuales hafilantropía, Barnett tuvo que reinventarla comoexpresión moderna del ideal caballeresco medun código de hombría para la nueva aristocracibana”.48 Curiosamente, “las activistas de la carida

    muchas ocasiones, tenían menos prestigios entfilántropos de la burguesía que entre los trabajaa quienes ayudaban y observaban. Los hombretrabajaban en centros comunitarios intentaban emel individualismo de las mujeres y, al mismo tiemantener alejadas a las verdaderas reformistas”49 Porúltimo, para cerrar la idea de pugna y subalternise cita a la historiadora Michel Perrot:

    46 WALKOVITZ, Judith.La ciudad de las pasiones terribles . Madrid:Cátedra, 1995, pp. 38 y 116.

    47 BURKE, Sara.Seeking the Highest Good: Social Service and Gendeat the University of Toronto 1888-1937 . Toronto: University of TorontoPress, 1996. Esta autora maneja las mismas referencias respectoinuyó en la puesta en marcha del movimiento de reforma sociUniversidad de Toronto el Toynbee Hall, como antecedentes a incde las universidades británicas. En este contexto se reere a Bar48 WALKOVITZ, Judith,op. cit., p. 127.49 Ibid., p. 126.

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