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Universidad Juárez del Estado de Durango Licenciatura en Psicología Lecturas para el curso de Filosofía de la Ciencia Agosto del 2009 1

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Antologia Filosofia de La Antologia Filosofia de la ciencia 2009

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Page 1: Antologia Filosofia de La Antologia Filosofia de la ciencia 2009

Universidad Juárez del Estado de Durango

Licenciatura en Psicología

Lecturas para el curso de Filosofía de la Ciencia

Agosto del 2009

Patricia Lorena Martínez Martínez

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Page 2: Antologia Filosofia de La Antologia Filosofia de la ciencia 2009

Índice

INTRODUCCIÓN..............................................................................................................................................3

MÓDULOS 1 Y 2................................................................................................................................................4

LOS GRADOS DE SABER....................................................................................................................................4ACERCA DEL CONOCER Y LA CIENCIA..............................................................................................................5QUÉ ES FILOSOFÍA...........................................................................................................................................11LA FILOSOFÍA COMO SABIDURÍA....................................................................................................................16LA FILOSOFÍA COMO CIENCIA.........................................................................................................................19

MÓDULO 3.......................................................................................................................................................24

INTRODUCCIÓN: NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA.................................................24

MÓDULO 4.......................................................................................................................................................28

EL ORDEN DE LAS CIENCIAS............................................................................................................................28

MÓDULO 5.......................................................................................................................................................37

EL PRINCIPIO DE NO-CONTRADICCIÓN............................................................................................................37

MÓDULO 6.......................................................................................................................................................42

LOS PRINCIPIOS DEL SABER CIENTÍFICO..........................................................................................................42

Conclusión..........................................................................................................................................................55

Introducción

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La ciencia ha avanzado en extensión, profundidad y aplicación y su desarrollo, no ha crecido a la par de la reflexión sobre este tipo peculiar de conocimiento. Esto, pareciera expresar cierta incapacidad para comprender lo que está sucediendo en el campo de la ciencia y su aplicación (la tecnología). No yéndonos tan lejos, los acontecimientos diarios nos revelan la falta de pericia humana para manejar los recursos técnicos que la ciencias nos ha facilitado (Serrano, 1973, p. 4).

Es urgente que se iguale el crecimiento científico y tecnológico con la responsabilidad moral del ser humano para colocarnos a la altura de las circunstancias. La inteligencia del siglo XX está siendo desafiada en relación a la ciencia y lo hace de la siguiente manera (Serrano, 1973, p. 4):

1. El influjo de las nuevas teorías y hallazgos, están transformando la visión que se tiene del mundo, la sociedad, el hombre y la vida (p. 4)

2. La aparición del conocimiento científico como un modo relevante de conocer (p. 5).

Es precisamente este segundo aspecto al que se dedica el presente curso y que no por ello podemos dejar al margen la nueva visión del mundo que trae en sus entrañas. La universidad debe emerger como un centro promotor del saber científico como un conocimiento sólido, fundamentado y comprobado.

Es por ello que el asunto que nos atrae en la presente antología para el curso de Conocimiento científico: criterios es el análisis y reflexión en torno al alcance, legalidad, límites, organización y jerarquía de la ciencia así como su vinculación con las diversas actividades intelectuales humanas de manera particular con la Psicología y las disciplinas vinculadas con la Comunicación Humana.

Las razones que motivaron los contenidos en esta compilación obedece a la importancia de formar al estudiante universitario en las características básicos indispensables para un espíritu científico, pero desde una visión filosófica puesto que, la inteligencia de un formando de este nivel, necesita no sólo conocer sino saber lo que conoce. Por ello, requerimos la familiaridad con la filosofía y, por otra parte, una seria formación científica para que la reflexión no resulte hueca.

Presentamos este grupo de lecturas diseñadas para introducir en una forma inicial a un estudio de los diversos tipos saberes, profundizar en el saber científico pero con una base sólida del enfoque filosófico.

Las lecturas seleccionadas no son documentos escritos por la compiladora sino por autores diversos cuyas fuentes originales y exactas están señaladas al iniciar cada lectura, por lo que se suplica al estudiante que si usa información recabada de cualquier de los textos que conforman la presente antología se cite al autor correspondiente de la misma.

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Módulos 1 y 2

Los grados de Saber

Datos para referencia bibliográfica:Aceves Magdalena. (1983). Filosofía: Introducción e historia. Segunda edición. Publicaciones Cruz. México. 1986. 20 y 22

Todos los hombres ansían saber. El hombre profesa en su saber de dos modos: en profundidad (saber más perfectamente) y en extensión (saber más). De aquí resultan los diversos grados del saber humano, cuya finalidad es la explicación de la realidad.

Distinguiremos tres grados del saber humano: el saber o conocimiento vulgar, el conocimiento científico y el filosófico.

1) Para el hombre vulgar, sin formación científica, la realidad es todo aquello que nos rodea: el hombre, animales, plantas, etc., y nosotros mismos con nuestras ideas sentimientos, deseos. Su saber se reduce a señalar las cosas y sus fenómenos o manifestaciones. Su conocimiento se basa en las causas aparentes y en la experiencia, por eso su explicación es empírica. Este hombre cree que es cierto todo lo que sus sentidos le dicen; su opinión respecto a la realidad es ingenua.

2) Para el hombre de ciencia, la realidad es la naturaleza, incluyendo el hombre y sus creaciones. Su saber no se limita a señalar las cosas, sino que las explica separadamente en función de sus causas inmediatas. Su explicación es científica, pues nos dice el porqué de los fenómenos. No cree que la información de los sentidos sea del todo fidedigna; su opinión es crítica, porque examina y comprueba las aportaciones de los sentidos para poder determinar su verdadero valor.

3) Para el filósofo, la realidad es el universo, el hombre, la cultura, Dios. El filósofo trata de explicar la realidad por sus causas primeras, dentro del orden natural, su saber es un saber total, y su explicación de la realidad es filosófica. Su opinión es crítica en sentido filosófico. Su conocimiento es fruto de la reflexión fundamental y sistemática. Agregaríamos que el saber filosófico se caracteriza por el “desinterés”, busca el saber por saber mismo, sin buscar la inmediata aplicación o utilidad de lo que llega a conocer.

Pongamos un ejemplo aplicado a los distintos grados del saber.

El hombre vulgar sabe que el sol “sale” por la mañana y “se pone” por la tarde; que el calor dilata los cuerpos. Su conocimiento se basa en la comprobación de los hechos que se repiten, y da una explicación total del hecho.

El científico da una explicación de los hechos, basándose en las causas inmediatas, no aparentes. Así nos hablará de las leyes que rigen el movimiento de los astros, y el aumento de energía cinética de los átomos.

El filósofo, en relación con los hechos anteriores, se hará estas preguntas: ¿Qué es el movimiento, qué es el espacio y el tiempo? ¿Cómo es posible la acción causal de un cuerpo sobre otro? Estas preguntas buscan la explicación última, y se refieren a la totalidad de la realidad, no sólo a un hecho particular como la salida del sol o la dilatación de los cuerpos.

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Acerca del conocer y la ciencia

Datos para referencia bibliográfica:

Ander-Egg, Ezequiel. (1996). Técnicas de investigación social. 24ª edición. 7ª reimpresión. Editorial el Ateneo. México, D.F. 1996. Capítulo 1.

2. La relación sujeto-objeto (p. 21-22).

Por último, y como derivados de los problemas de las relaciones del hombre con la realidad y las formas de relacionarse con la realidad, se nos plantea el problema de la relación sujeto-objeto como dos miembros o elementos de la relación cognoscitiva. La cuestión de la relación sujeto-objeto es un problema básico de la teoría del conocimiento y decisivo en la formulación de las ciencias y las tecnologías sociales. La relación; entre estos dos miembros es el punto de partida de toda teoría del conocimiento.

No hay pensamiento ni conocimiento sin la exterioridad de aquél que conoce. Sin embargo, ¿puede el sujeto ponerse frente a la realidad ‘con total prescindencia de ella?, ¿el sujeto se desenvuelve con total independencia del objeto?, ¿hay un dualismo entre el sujeto y el objeto?, ¿existe plena autonomía del sujeto frente al objeto?, ¿todo lo que no es sujeto constituye objeto de conocimiento? Estas son algunas de las cuestiones que el debate actual trata de responder, sin embargo, a efectos de este trabajo podernos introducir sintéticamente’ el tema del siguiente modo:

Decíamos que el hombre no escapa de la realidad por la especulación filosófica o científica; en consecuencia, el sujeto está siempre implicado en esa realidad. En cuanto sujeto, el hombre nace y se desarrolla en una matriz sociocultural, de ahí que la creatividad, la producción el conocimiento y aún el trabajo son expresiones sociales, o si se quiere, son un producto histórico.

Sin embargo, el hecho de que el hombre –el sujeto cognoscente esté implicado en la realidad no significa que la sociedad y la naturaleza se reflejen mecánicamente en el pensamiento y que el pensamiento sea totalmente pasivo frente a la realidad. El hombre, por sus modos de trabajar, de conocer y de ser, es capaz de trascender las circunstancias, aunque éstas siempre instituyen un condicionamiento.

Y aquí se nos plantea una nueva cuestión si el sujeto está implicado en la realidad, ¿hasta qué punto es posible conocer sin actuar?... Esta manera de comprender las relaciones del hombre con la realidad (naturaleza y sociedad), y la medición de los modos de conocer, no lleva a un nuevo nivel en ‘nuestro análisis: la dicotomía del conocer y el actuar, de la teoría y la práctica o bien la dualidad sujeto-objeto parecen ser supuestos inadecuados para el abordaje de la realidad. Por el contrario, el conocer’ y la ciencia se nos aparecen como incierta, como parte de las formas y de las relaciones del hombre con la realidad. Sujeto-objeto no están solamente uno frente al otro: se implican y se exigen mutuamente. Constituyen momentos dialécticos de un mismo proceso.

Esta forma de comprender al hombre en su relación con la realidad no es habitual. El ponerse en esta perspectiva exige con frecuencia una ruptura con los modelos tradicionales de conocer en los cuales la razón humana ocupa el centro y las leyes y

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categorías mentales se convierten en categorías y leyes del ser.- Nos cuesta mucho incorporar un modelo con preeminencia del ser sobre el pensamiento, habituados como estamos a atribuirle al pensamiento un papel predominante en el conocimiento.

Como resultado bastante claro en este análisis, el problema del conocimiento está para nosotros estrechamente ligado al problema de la realidad o, para ser más precisos, de cómo nos relacionamos con esa realidad. Aquí, a modo de conclusión del problema de las relaciones sujeto-objeto, resumiremos la cuestión, en dos proposiciones:

el sujeto de conocimiento es el hombre social en las condiciones reales de existencia

sujeto-objeto son dos polos de una realidad en relación dialéctica.

5. Las formas del saber: saber cotidiano y saber científico (pp. 11 – 14).

Todos los hombres poseen mayores o menores conocimientos según el grado y modo de participación en la totalidad de la cultura. En todos los hombres existen saberes, pero por las formas o tipos de conocimientos pueden discernirse dos modos:

el saber cotidiano el saber científico.

Se saber, pues, de manera natural por el solo hecho de vivir, y se sabe científicamente cuando existe disposición de conocer con arreglo a ciertos procedimientos.

Saber cotidiano

Es el saber o conocimiento que se adquiere en la experiencia cotidiana. Se trata de conocimientos inconexos entre si, a veces superficiales, constitutivos por una yuxtaposición de casos y hechos. Es el modo común, corriente y espontáneo de conocer “que se adquiere en el trato directo con los hombres y con las cosas, es ese saber que llena nuestra vida diaria y que se posee sin haberlo buscado o estudiado, sin aplicar un método y sin haber reflexionado sobre algo” (1).

Su contenido es “la suma de todos nuestros conocimientos sobre la realidad que utilizamos de una modo efectivo en la vida cotidiana y del modo más o menos

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El conocimiento parece ser la resultante de unas interacciones que se producen a medio camino entre el sujeto y el objeto, y, por tanto, que dependen de ambos al mismo tiempo, pero a causa de una indiferenciación completa y no de unos intercambios entre formas distintas.

Jean Piaget

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heterogéneo (como guía para las acciones, como tema de conversaciones, etc.). Existe –añade Séller en otra parte de su ensayo- un “determinado mínimo de saber cotidiano”). ¿Cuál es ese mínimo?, pues, la “suma de los conocimientos que todo sujeto debe interiorizar para poder existir y moverse en su ambiente”.... Según las épocas y los estratos sociales, cambia el contenido y extensión del saber cotidiano (2).

Este saber ‘cotidiano’ se caracteriza pro ser superficial, no sistemático y acrítico.

Cuando decimos que es superficial no es en el sentido de frívolo, insustancial o ligero, sino de que se conforma con lo aparente, con lo que comprueba en el simple pasar junto a las cosas. Se expresa en frases como “porque me lo dijeron”, “porque lo vi”, “porque todo el mundo lo dice”; para este tipo de conocimiento el criterio de evidencia inmediata, es suficiente.

Otra característica que se atribuye al saber de la vida cotidiana, es el de ser no sistemático, tanto en la forma de adquirirlos y vincularlos como en el modo de establecer cánones de validación. Se limita a percibir lo inmediato a través de experiencia, vivencias, estados de {ánimo y emociones de la vida diaria, permaneciendo a nivel de certeza sensorial. El mismo sujeto organiza las experiencias y conocimientos de un modo no sistemático.

Decíamos que también es a-crítico, puesto que apoyado ‘sólo en la evidencia inmediata, sólo percibe la epidermis de la realidad’. Los conocimientos del saber vulgar pueden ser verdaderos o no, lo cierto es que la pretensión de serlo no se plantea de una manera crítica o reflexiva. Como ya se dijo, es un conocimiento que está a nivel de certeza sensorial, o sea, un saber que pueda decir acerca de lo que pasa, pero no porque pasa lo que pasa.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que en nuestra época el saber cotidiano está penetrado por el saber científico. Se trata de algo reciente que se ha verificado paralelamente a la difusión de los medios de comunicación de masas. “El saber cotidiano acoge (o puede suceder que acoja), ciertas adquisiciones científicas, pero no ‘el saber científico’ como tal. Cuando un conocimiento científico cala en el pensamiento cotidiano, el saber cotidiano lo asimila englobándolo en su propia estructura..., estos saberes científicos están implicados “en el pragmatismo del pensamiento cotidiano... hay informaciones y conocimientos científicos que forman parte de la cultura” (3).

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La ciencia crece a partir del conocimiento común y le rebasa con su conocimiento: de hecho, la investigación científica empieza en el lugar mismo en que la experiencia y el conocimiento ordinarios dejan de resolver problemas o hasta de plantearlos.

Mario Bunge

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Saber científico

En su práctica social el hombre se enfrenta a una serie de problemas que no puede resolver con los conocimientos corrientes, ni por sentido común. Por otro lado, para el hombre que (naturalmente desea saber, como decía Aristóteles, o le basta la captación de lo externo, ni el sentido común, puesto que existen fenómenos que no se captan en el solo nivel perceptivo. Es preciso superar la inmediatez de la certeza sensorial del conocimiento vulgar y espontáneo de la vida cotidiana: hay que ir más allá del conocimiento ordinario. Este salto -que no supone una discontinuidad radical en lo que hace a la naturaleza, pero sí en cuanto al método- conduce al conocimiento científico.

Entre un tipo de saber y otro hay una separación que no es cualitativa sino grado; lo diferenciador no está dado por la naturaleza del objeto de estudio, sino por la forma o procedimiento de adquisición del conocimiento. Entre uno y otro tipo de conocimiento no hay una “ruptura” radical en lo que hace a contenido, tema, sustancia o verdad. Sin embargo, hemos de advertir que esta afirmación sólo es válida para el campo de las Ciencias Humanas (al menos en su estado actual de desarrollo). En las ciencias físicas y químicas existe una ruptura entre el conocimiento vulgar y el conocimiento científico.

Volviendo al sólo ámbito de las ciencias sociales, diremos que el corte o diferencia radical reside fundamentalmente en que el saber científico se obtiene mediante procedimientos metódicos con pretensión de validez, utilizando la reflexión sistemática, los razonamientos lógicos y respondiendo una búsqueda intencionada. Para esta búsqueda se delimita el problema que se estudia y se proceda a un análisis e interpretación de todo lo estudiado. En suma: el conocimiento científico es resultado de una tarea de investigación que se vale del método científico.

Ni la veracidad, ni la naturaleza del objeto conocido, son notas esenciales que distinguen uno y otro conocimiento; lo que las diferencia es la forma de su adquisición, el modo y los instrumentos del conocer. Saber, por ejemplo, que él río Paraná se ha desbordado no constituye por cierto un conocimiento científico, aunque sí pueda ser un conocimiento verdadero y comprobable. Afirmar, pues, que la ciencia es el único camino de acceso al conocimiento y a la verdad, no es más que una expresión del fetichismo cientificista. Por otra parte, un mismo objeto –una montaña, un cultivo, una determinada comunidad o las relaciones entre padres e hijos- puede ser motivo de observación tanto de un científico como de un “hombre de la calle”.

El conocimiento científico no guarda una diferencia tajante, absoluta, con el conocimiento de la vida cotidiana y su objeto o sustancia, como lo hemos dicho, puede ser el mismo. “en el saber vulgar hay muchos escalones y los superiores confinan con el saber científico, por lo menos en sus formas más humildes. Por otra parte, lo que ahora denominados saber vulgar, por lo menos para el hombre de ciudad, está impregnado de nociones científicas o pseudocientíficas que han ido pasando insensiblemente al uso de todos, organizándose espontáneamente en lo que suele llamarse verdades de sentido común” (4). El conocer científico (a diferencia del conocimiento de la vida cotidiana compuesta de saberes yuxtapuestos), pretende relacionar de manera sistemática todos los conocimientos adquiridos acerca de una determinado ámbito de la realidad. Digresión acerca de la distinción entre el nivel sensorial, conceptual y abstracto del conocimiento.

En América Latina algunos autores, en mayor o menos medida tributarios del pensamiento marxista, suelen distinguir tres niveles de conocimiento: nivel sensorial, nivel

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conceptual y nivel abstracto en donde sitúan el conocimiento racional científico; otros se limitan a distinguir entre conocimiento sensible y conocimiento racional.... Lo mencionamos porque es algo vigente. Sin embargo, queremos llamar la atención sobre algunos aspectos. La forma en que ha sido presentado este problema de los niveles del conocimiento, parece apoyarse en una concepción dualista del hombre: habría un conocimiento sensitivo, no penetrado por la inteligencia y habría un conocimiento racional, incontaminado de lo sensitivo... Creemos que este corte no existe: lo racional está penetrado y apoyado en lo sensitivo no prescinde de lo racional.

Una segunda crítica está dirigida a los trabajadores sociales y sociólogos que utilizan estas distinciones, pero que no pasan nunca a un nivel de pautas operativas que sirvan para investigar o para actuar. No digo que esta distinción deba ser abandonada, pero con este esquema se ha trabajado a un nivel de teorización que no sirve, porque en metodología la abstracción sin referencias operativas conduce a la elaboración de “metodologías”, o de libros sobre “métodos” que apenas tienen eficacia práctica, cuando no producen un verdadero caos y “cacao” mental en quienes desean hacer uso de ellas...

Se trata sólo de una digresión que es una invitación a la reflexión; no es una análisis crítico de esta distinción, sino del modo cómo lo están usando algunos.

6. Saber-doxa y saber-episteme (pp. 29-30).

Esta distinción entre el saber-doxa y el saber-episteme, nos parece más fundamental que la distinción ya tradicional entre el conocimiento vulgar y el conocimiento científico. El antecedente más lejano lo encontramos en Platón, pero hoy esta distinción ha sido retornada por una de las más profundas pensadoras contemporáneas, Agnes Séller.

Según Platón la doxa u opinión es apariencial y se contrapone a la ciencia y al Saber verdadero. La recta opinión es el sentido común, pero no un saber cierto. Para Séller la “doxa no puede ser separada de las acción práctica, en ella está única y exclusivamente su verdad. Pero no en la praxis como totalidad, y ni siquiera en un conjunto relativamente grande de acciones, su verdad, por el contrario, se muestra cada vez en tipos particulares de acciones concretas conseguidas”.

Por el contrario, la episteme “no constituye nunca un saber relativo a una sola cosa, sino que es un saber sobre una cosa en relación con otras cosas (conjuntas). Esta actitud no es práctica, sino teorética. Conocer un fenómeno en el plano de la epísteme no significa simplemente poder reaccionar ante él (o bien saberlo producir), sino conocer la conexión que lo liga a otros fenómenos, captar el puesto que ocupa en el sistema de otros fenómenos...).

Mientras la doxa, como el saber cotidiano, es indemostrable e irrefutable en sus datos y preceptos, la episteme –como saber de la ciencia- posee un “doble sistema de referencia. Por un lado (sus verdades) deben ser válidas en la realidad (praxis) y por otro deben ser situables dentro de un determinado sistema cognoscitivo (5).

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7. Supuestos del conocimiento científico

El conocimiento científico, como ya se explicó, va más allá del conocimiento ordinario, desborda la apariencia y trata de indagar las causas de los hechos que considera. En otras palabras: pretende alcanzar la esencia de los fenómenos y los hechos. Para ello se estructura sobre algunos supuestos:

el conocimiento es posible; este es el principio que da por sentado tanto el hombre común como el científico

existe un mundo objetivo y la realidad tiene una contextura independiente del conocimiento que el hombre pueda tener de ella

de esa realidad se puede afirmar algo de sus propiedades estructurales y relacionales, que se captan por una serie de procedimientos y por la imaginación es intuición del hombre

esta realidad es la base y el punto de arranque del conocimiento, en consecuencia el conocimiento científico queda acotado al terreno o ámbito de la realidad

como la realidad es devenir, la esencia del conocimiento científico ha de ser descubrir los hechos y fenómenos en el devenir de la realidad

el conocimiento científico procura establecer una conexión universal de los fenómenos

para que el conocimiento tenga carácter científico, es necesario elaborar instrumentos que garanticen y controlen la validez de los conocimientos adquiridos.

A la luz de estos supuestos, los conocimientos no aislados, sino incorporados a un sistema, constituyen una ciencia. Examinemos ahora brevemente qué se entiende hoy por ciencia.

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Qué es filosofíaDatos para referencia bibliográfica:Artigas, Mariano. Introducción a la Filosofía, Cuarta edición, Ediciones Universidad de Navarra, S. A. Pamplona,, 1995. Capítulo I: Qué es la Filosofía, pp. 15 a 23.

1. Significado del Término “Filosofía” (pp. 14 y 15)

El nombre “filosofía” significa, en griega, “amor a la sabiduría”. Una antigua tradición cuenta que los primeros pensadores griegos se llamaron “sabios”, y que Pitágoras, por modestia, sólo quiso llamarse “amante de la sabiduría” o “filósofo”: de ahí vendría el uso del término “filosofía”:

Cicerón atribuye esa tradición a un discípulo de Platón, llamado Heráclito de Póntico. Santo Tomás de Aquino la recoge y concluye: “desde entonces, el nombre de sabio se cambió por el de filósofo, y el nombre de sabiduría por el de filosofía. Y el nombre es significativo en este contexto. En efecto, ama a la sabiduría quien la busca por sí misma y no por otro motivo; pues quien busca algo por otro motivo, ama a ese motiva más que a lo que busca”1. Queda así indicado que es propio de la filosofía ser un saber que se busca de modo “último”, por sí mismo y no en función de otros saberes.

El hombre tiene un afán de saber que le lleve a preguntarse por las causas de cuanto sucede. Busca respuestas a las interrogantes que se plantean, y frecuentemente las respuestas plantean nuevas interrogantes. Esa búsqueda del saber está motivada por afanes teóricos (saber por saber, para satisfacer las exigencias intelectuales) y por razones prácticas (saber para actuar bien moralmente, o con eficacia técnica).

El afán teórico es búsqueda de la verdad, hacia la cual está naturalmente orientado el hombre por su inteligencia. La búsqueda de explicaciones, por tanto, connatural al hombre. Y tiene importantes repercusiones prácticas; por ejemplo, el hombre busca y necesita encontrar un sentido a su propia vida, y por ello necesita encontrar explicación a muchas interrogantes acerca de cuanto existe en su alrededor.

Por “filosofía” se entiende la búsqueda de un saber profundo acerca de la realidad, o sea, de un saber que va más allá del conocimiento espontáneo, de las artes, de las ciencias particulares y de las técnicas.

2. Filosofía y conocimiento ordinario (p. 16 y 17)

Efectivamente, un cierto conocimiento de la realidad, incluso de las verdades últimas objeto de la filosofía -existencia de Dios, inmortalidad del alma, principio de la ley natural, etc.- puede alcanzarlo la inteligencia humana de modo natural, sin necesidad de un estudio científico, siempre que la razón se use rectamente. Cualquier hombre que no haya violentado su inteligencia por malas disposiciones -la soberbia, por ejemplo- o por malos hábitos morales, es capaz de afirmar la existencia real de los seres que lo rodean, de conocer la necesidad de un Hacedor de los seres de la naturaleza, de saber que habrá un más allá, etc., sin que haya tenido que estudiar filosofía.

La filosofía, sin renegar de este conocimiento espontáneo -al contrario, de acuerdo y en continuidad con él-, estudia esas realidades de un modo científico, considerando su

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naturaleza y sus fundamentos: puede, por ejemplo, aducir argumentos para demostrar la existencia de Dios o del alma, algunos de ellos ya afirmados por el conocimiento espontáneo. Es decir, la filosofía, fundándose en ese conocimiento espontáneo, lo desarrolla (precisando, distinguiendo, explicitando, eliminando falsos elementos de la cultura ambiental, etcétera), y no debe contradecirlo, ya que el razonar científico se realiza con las mismas facultades cognoscitivas y parte de las mismas evidencias primeras que tiene cualquier hombre. Pretender que la filosofía sea un “empezar de nuevo”, como si no existiera ningún conocimiento válido anterior, no es legítimo, e históricamente ha dado resultados amargos, alejados de un auténtico conocimiento de la verdad, de la realidad del mundo y del hombre. El recto conocimiento espontáneo -que no es lo mismo que el consentimiento general de grupos concretos de personas, que puede estar imbuido de prejuicios- es necesario para hacer filosofía: apartarse de él es apartarse del recto conocimiento de la realidad.

Descartes afirmó que, para proceder con rigor, el filósofo debe poner en duda todo conocimiento y empezar desde cero, demostrando todo desde el principio con una certeza semejante a la de las demostraciones matemáticas2. Este planteamiento tiene cierto atractivo, y ha influido considerablemente hasta nuestros días. Pero, además de imposible, es ilógico. Ciertamente, el filósofo ha de examinar a fondo las razones de todo, pero para hacerlo ha de utilizar los recursos del conocimiento ordinario y admitir básicamente su valor: si no lo hace, no podará razonar, e inevitablemente acabará en posturas contradictorias o escépticas.

3. Ciencias especulativas, ciencias prácticas y artes (p. 18 y 19)

Por otra parte, la filosofía va más allá de las artes. El “arte” surge cuando, a partir de cierta cantidad de experiencia, se llega a obtener un juicio universal que pueda aplicarse a todos los casos semejantes. La filosofía busca explicaciones basadas en el conocimiento de las causas: por esto, ha de afirmarse que es una ciencia, y que se ocupa de un orden de conocimientos que es superior al que proporcionan las artes.

Santo Tomás define el arte como la racionalidad de las acciones mediante las cuales se fabrican objetos (“arte-factos”). Es un conocimiento que tiene cierta universalidad, y que, en este sentido, está por encima de la simple experiencia surgida de la práctica de los casos concretos: por el arte, se sabe el porqué, mientras que la experiencia es una práctica -muy valiosa y deseable- que ignora las causas de lo que sucede. Por encima del arte está la ciencia, que es el conocimiento por sus causas de algo que no es inmediatamente evidente: supone, pues un razonamiento por el que se pasa de unos conocimientos a otros mediante el uso de la lógica.

Pero la filosofía, siendo una ciencia, se distingue de las llamadas ciencias particulares: éstas se limitan a la búsqueda de causas próximas, mientras que la filosofía es la explicación por las causas más elevadas o causa últimas (o sea, las causa que se bastan a sí mismas, en cuanto que no hay otras más profundas a las que recurrir). Por ejemplo, las ciencias físico-químicas intentan explicar cómo se transforman unas sustancias materiales en otras, mientras que la filosofía se pregunta por las propiedades esenciales de la materia y por su origen, llegando así hasta la creación de la materia por parte de Dios.

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Se distinguen ciencias teóricas y prácticas. Las teóricas se dirigen sin más al conocimiento de la verdad. Las prácticas requieren conocimientos, pero se ordenan a su aplicación para realizar obras concretas.

Hay que añadir que los conocimientos filosóficos se alcanza mediante las posibilidades naturales de la razón, por lo cual la filosofía se distingue del conocimiento superior de la fe sobrenatural, mediante la cual (con la gracia de Dios) se alcanzan las verdades contenidas en la revelación divina, y se distingue también de la teología sobrenatural, que estudia científicamente esas verdades reveladas.

Sintetizando las consideraciones anteriores, consideramos, por ejemplo, los niveles de conocimiento respecto a la construcción de edificios. Un albañil tiene experiencia en la ejecución de obras concretas. Un maestro de obras puede dominar el arte de la construcción, sabiendo por qué se han de hacer las cosas de un modo más que de otro. Un arquitecto ha aprendido la ciencia práctica de construir, que se fundamenta en diversos principios que son estudiados de modo teórico por el ingeniero, el físico, o el matemático en diversos niveles: éstos cultivan una ciencia teórica (con respecto a la construcción).

Estos niveles se exigen mutuamente y son complementarios: por ejemplo, con la sola experiencia se encuentran muchas limitaciones que se superan mediante el arte y la ciencia, pero, por otra parte, un saber universal es poco eficiente si no cuenta con la experiencia concreta. Además, hay evidentes conexiones objetivas entre los distintos niveles: el progreso de las ciencias depende en buena parte de las experiencias con que se cuente, por ejemplo, y las ciencias teóricas progresan también movidas por las exigencias plateadas por las ciencias prácticas (puede pensarse en la estrecha conexión entre la física moderna y la tecnología entre otros casos).

4. Definición de Filosofía (p. 20 y 21)

De modo general, puede caracterizarse la filosofía mediante la siguiente definición: “La filosofía es el conocimiento de todas las cosas por sus causa últimas, adquirido mediante la razón”.

Esta definición expresa cuál es el objeto material de la filosofía, o sea, qué realidades estudia: la filosofía estudia todas las cosas. Todos los aspectos de la realidad pueden ser objeto de estudio filosófico, ya que de todos ellos pueden buscarse las explicaciones últimas o más radicales. En cambio, las “ciencias particulares” se centran en el estudio de algún aspecto concreto de la realidad, dejando fuera de su consideración los demás.

Por este motivo, existen una “filosofía del arte”, “filosofía de la ciencia”, etc., ya que cualquier tipo de entes o de actividades puede ser objeto de estudio filosófico.

El objeto formal de la filosofía, o sea, el aspecto bajo el cual estudia su objeto material, es el estudio de la realidad “por sus causas últimas”, es decir, buscando las explicaciones más profundas acerca de la existencia y la naturaleza de los entes. Este enfoque es lo característico de la filosofía: por él se distingue de otros tipos de saber, que se limitan a la búsqueda de explicaciones y causas dentro de ámbitos más restringidos.

Se añade en la definición anterior que el conocimiento filosófico es “adquirido mediante la razón” para señalar que la filosofía pertenece al ámbito natural: busca las explicaciones

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últimas que pueden alcanzarse aplicando el razonamiento a los datos proporcionados por la experiencia (analizándolos, estudiando sus implicaciones y su razón de ser).

Como las explicaciones últimas de la realidad se centran en Dios y se refieren muchas veces a aspectos puramente inteligibles, la filosofía tiene carácter metafísico, o sea, es un saber que conduce a explicaciones fundamentadas en causas que se encuentran más allá de la realidad sensible.

La definición propuesta corresponde estrictamente a la metafísica, que es la parte central de la filosofía. Respecto a otras partes de la filosofía (tales como la filosofía de la naturaleza, la lógica y la ética) la definición se aplica en la medida en que se encuentran relacionadas con la metafísica.

Por ejemplo, la ética estudia la moralidad de los actos humanos, y en su propio orden no está subordinada a ninguna otra ciencia; pero ha de recoger de la metafísica nociones básicas sin las cuales no podría plantear correctamente sus problemas (p. ej., la noción de bien y de mal, la libertad humana, la existencia de Dios). Algo análogo sucede con las demás ramas de la filosofía.

5. Filosofía y “visión del mundo” (p. 21 y 22)

La filosofía es un saber connatural al hombre. Cada persona tiene su concepción de Dios, del hombre y del mundo: tiene su “filosofía”, más o menos coherente, profunda y verdadera. Las teorías científicas, política, etc., tiene también bases filosóficas. Las diversas culturas e ideologías suponen y transmiten ideas filosóficas. En definitiva, en los distintos niveles señalados, el dilema real no es tener o no una filosofía, sino tener unas ideas filosóficas suficientemente profundas y ordenadas o, por el contrario, aceptar -con los riesgos de error que esto implica- unas ideas filosóficas sobre las que no se ha reflexionado seriamente.

Esto se refleja en la vida diaria cuando se habla de la “filosofía” que orienta la actividad de una empresa, un sindicato, un partido político, etc. En último término, cualquier actividad con fines y medios programados supone una cierta “filosofía”, y quien no reflexiona sobre este tema puede recibir inconscientemente influencia que no desearía o estar contribuyendo a su difusión.

Por tanto, el estudio ordenado de la filosofía es muy conveniente para alcanzar una visión correcta y bien fundamentada de la realidad, y sirve como defensa frente a las ideologías de los ambientes culturales que deforman los conocimientos del saber espontáneo, al mismo tiempo que permite discernir los aciertos y errores de las ideas predominantes en los diversos ámbitos científicos, culturales y sociales.

El estudio de la filosofía requiere sin duda esfuerzo, y tiene dificultades como en cualquier otro estudio especializado, sólo se adquiere una adecuada perspectiva cuando se ha llegado a un cierto nivel de conocimientos; y además es necesario familiarizarse con lo terminología específica que suele utilizarse en filosofía.

La “oscuridad” que se achaca a muchos escritos filosóficos se debe, en ocasiones, a los dos factores mencionados (sin excluir que pueda atribuirse a un defecto del escrito). Existe a veces la falsa convicción de que los problemas filosóficos deben ser asequibles a

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todos sin ningún esfuerzo. Pero su estudio profundo requiere al menos un esfuerzo análogo al exigido por oros conocimientos especializados.

Por otra parte, al tratar acerca de las explicaciones más profundas de la realidad, la comprensión de la filosofía no raramente requiere un esfuerzo mayor que otras disciplinas. La dificultad aumenta cuando se tratan cuestiones para las que no basta la experiencia o los conocimientos ordinarios; por ejemplo, la filosofía de la ciencia o la psicología filosófica exigen frecuentemente una reflexión que versa sobre conocimientos proporcionados por otras ciencias, cuyo dominio es entonces indispensable.

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La Filosofía como Sabiduría

Datos para referencia bibliográfica:

Tomado de: Artigas, Mariano. Introducción a la Filosofía, Cuarta edición, Ediciones Universidad de Navarra, S. A. Pamplona,, 1995. Capítulo II, pp. 25 a 30

1. La sabiduría en la vida humana (p. 25 y 26)

El afán de saber es algo natural en el hombre, y su felicidad está íntimamente relacionada con la sabiduría: ésta le capacita para descubrir el sentido de su vida y actuar correctamente, mientras que la ignorancia es fuente de desequilibrios y de errores en la conducta que impiden conseguir la felicidad.

Puede alcanzarse la verdadera sabiduría sin el estudio de la filosofía: la metafísica espontánea del conocimiento ordinario basta para el conocimiento de las verdades principales que permiten orientar adecuadamente la vida humana. Sin embargo, se requiere un estudio sistemático de esas verdades para alcanzar la sabiduría en toda su extensión y profundidad.

Suele llamarse “sabio” a quien posee un saber cierto y fundamentado acerca de las verdades más profundas y, por ello, es capaz de dirigir y persuadir a los demás.

De modo general, la sabiduría es el conocimiento cierto de las causas más profundas de todo3.

Comentado las ideas de Aristóteles sobre esta cuestión, Santo Tomás dice: “entre las artes, llamamos sabiduría a las más ciertas que, conociendo las causas primeras en un género de artes dirigen a las otras del mismo género, como la arquitectura dirige a los trabajadores manuales... así también estimamos que algunos son sabios del todo, o sea, no respecto a algún tipo de entes sino respecto a todos... así como el sabio en algún arte tiene en él la máxima certeza, la sabiduría general (simpliciter) es la más cierta entre todas las ciencias, ya que alcanza los primeros principios de los entes”4.

Por eso, la sabiduría tiene como función propia ordenar y jugar todos los conocimientos, ya que un juicio perfecto acerca de algo sólo se consigue mediante la consideración de las causas últimas5.

Aunque el nombre de “sabio” suele aplicarse a quien destaca en alguna especialidad concreta, propiamente se aplica a quien posee un conocimiento cierto de las causas más generales de todo: puede suceder que personas corrientes sean realmente más sabias (en sentido estricto) que un científico que aborda la erudición pero, superficialmente cuestiones que caen fuera del ámbito de su especialidad.

2. Tipos de sabiduría (26 y 27)

En el plano natural, la sabiduría más perfecta, se alcanza mediante la metafísica, ya que ésta considera las causas más profundas de la realidad en la medida en que pueden

3 Cfr. Tomás de Aquino, In metaphys, I,2.4 In Ethic., VI, 5 (1180 - 1181)5 Cfr. Tomás de Aquino. S Th., I-II, q. 57, a 2, c.

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conocerse por la razón natural (por lo que se refiere a toda la creación, Dios; y en un ámbito más restringido, al alma humana que es espiritual). La metafísica proporciona las bases para el correcto planteamiento de las ciencias particulares y para interpretar sus resultados, y es el fundamento de la ética natural. Aunque la metafísica no abarca en detalle todas las ciencias, juzga el valor y el sentido últimos de esos conocimientos particulares, y así hace posible la ordenación de los conocimientos y de las acciones hacia su verdadero fin.

Los conocimientos particulares suponen siempre unos fundamentos filosóficos, que la metafísica estudia sistemáticamente. Con ello no se afirma, por ejemplo, que los científicos tengan que esperar el juicio de los filósofos sobre temas de su competencia, pero se advierte que cuando quieran hacer explícita la metafísica contenida en sus presupuestos o resultados, deberán plantear la cuestión con todo rigor metafísico.

De modo general, la sabiduría considera todas las cosas a la luz de sus causas últimas (y, sobre todo, las considera en relación a Dios, que es principio y fin de todas las criaturas): permite juzgar y ordenar convenientemente todas las cosas y acciones respecto a su último fin (que es Dios). Si se consideran las causas últimas de modo relativo a los diversos ámbitos de la realidad, puede hablarse de sabiduría respecto a cada uno de esos ámbitos particulares: por ejemplo, respecto a las ciencias particulares (que estudian ámbitos concretos de las realidad), a la filosofía moral (que considera las acciones voluntarias), o a las artes (que versan acerca del orden que el hombre pone en las cosas que produce, llamadas artificiales). También suele aplicarse el nombre de sabiduría a la prudencia, que es la aplicación de la moral a los casos concretos.

3. Sabiduría y ciencia (27 y 28)

La sabiduría es también ciencia, puesto que la ciencia es el conocimiento de verdades a las que se llega por demostración a partir de unos principios: la sabiduría filosófica añade a la ciencia la característica de versar sobre las causas últimas (metafísica) o de proceder a partir de ellas. En este sentido, la sabiduría filosófica se distingue de la propia de las ciencias particulares por la máxima amplitud de su objeto, por las causas a la luz de las cuales ve la realidad, y, por tanto, también en razón del método.

La metafísica es a la vez ciencia y sabiduría: no hay oposición entre ambos aspectos, ya que precisamente es sabiduría por ser ciencia que considera las causas últimas en el orden natural.

Santo Tomás dice que “aquella ciencia que se llama sabiduría es la que versa sobre las causas primera y los principios primeros” 6 afirmando también que “la sabiduría no es una ciencia cualquiera, sino la ciencia de las realidades más nobles y divinas, siendo por tanto la cabeza de todas las ciencias”7. En definitiva, “la sabiduría es ciencia en cuanto que tiene lo que es común a todas las ciencias, que es demostrar la conclusión a partir de unos principios. Pero tiene algo propio que está por encima de las otras ciencias, ya que juzga a cerca de todas las cosas, y no sólo en cuanto a las conclusiones, sino también en cuanto a los principios primeros. Y por eso es una virtud (intelectual) más perfecta que la ciencia”8.4. Sabiduría e ignorancia (28, 29 y 30)

6 In Metaphys, Y, Y (35).7 In Ethic, VI, 6 (1184).8 S. Th., I-II. q. 57, a. 2, ad I.

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Así como la sabiduría tiene gran importancia para ordenar la vida humana a su fin, la ignorancia es causa de diversos obstáculos que impiden esa correcta ordenación. Por eso la ignorancia ocasiona serios perjuicios a quien la padece. La sabiduría no basta para hacer al hombre bueno moralmente, pero facilita notablemente conseguir la rectitud moral y, con ella, la felicidad.

Se atribuye a Sócrates la identificación entre la virtud y el saber, y a la Ilustración haber recogido esa identificación, concluyendo que la ciencia bastaría para hacer bueno al hombre. Pero el conocimiento y la virtud moral se influyen mutuamente, ya que la rectitud moral exige la prudencia, pero ésta exige la virtud9, el conocimiento no basta para hacer al hombre bueno y feliz; pero la ignorancia sobre el bien dificulta la vida moral y la felicidad.

El estudio de las ciencias particulares no suele interferir con las disposiciones morales que tenga el sujeto, al menos mientras se trata de cuestiones poco relacionadas con un compromiso personal (tales como las demostraciones matemáticas o de la física matemática, o muchos aspectos de la sociología o la historia). Pero cuando se estudian problemas que tiene repercusiones sobre la actitud ante la vida, la objetividad en la ciencia dependerá también de las disposiciones subjetivas: puede darse, por tanto, una ignorancia revestida de ropaje científico, que lleva a defender lo que coincide con las preferencias personales más allá de los permitido por las razones objetivas. Esa ignorancia presudocientífica es un obstáculo serio para llegar a una visión objetiva de la realidad y, por tanto, a la verdadera sabiduría teórica y moral.

Por ejemplo, quien acepta las leyes históricas defendidas por el marxismo, se ve inclinado a interpretar muchos hechos históricos en función de la lucha de clases y de los intereses económicos, aunque no haya datos para hacerlo o los datos sean contrarios a esa interpretación. Algo semejante sucede con el materialista al estudiar la psicología: tenderá a ver la conducta humana de modo determinista, de un modo arbitrario y anticientífico. Es fácil advertir que, en estos casos y otros análogos, la verdadera sabiduría facilita una actitud libre y objetiva, ayudando a descubrir los errores de los reduccionismos pseudo-científicos.

Cuando se trata directamente de la sabiduría, el hombre se encuentra con verdades que comprometen profundamente su existencia; por eso, la ignorancia y el error en estas materias tienen estrecha relación con la rectitud moral del sujeto. El conocimiento acerca de las verdades más profundas exige una voluntad recta que busque sinceramente el bien sin dejarse arrastrar por las preferencias arbitrarias. Por eso el ejercicio de la libertad humana desempeña una función importante en el progreso del conocimiento sapiencial, que se refiere a las causas últimas y juzga y ordena los demás conocimientos.

Advierte Santo Tomás que la doctrina, “para que tenga eficacia en alguien, es necesario que encuentra una alma que, por las buenas costumbres esté preparada allegarse con el bien y a odiar el mal; como es necesario que la tierra esté bien cultivada para que la semilla dé fruto... el que vive según las pasiones no oye con buena disposición la palabra de quien le amonesta”10. Evidentemente, como en estos temas la libertad desempeña un papel central, las disposiciones del sujeto no son necesariamente las mismas siempre ni en cualquier sentido, y siempre cabe el cambio. Pero es claro que lo determinante en cuestiones que caen dentro de lo que hemos llamado “sabiduría”, no son sólo los argumentos teóricos, por sólidos que puedan ser.

La filosofía como cienciaDatos para referencia bibliográfica:

9 Cfr. Tomás de Aquino, In Etich., VI, II (1285).10 In Ethic., X, 14 (2146).

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Diéz, José A., C. Ulices Moulines. Fundamentos de la Filosofía de la Ciencia, Editorial Ariel. Barcelona, 1997.

1. El carácter científico de la filosofía (p., 31 y 32)

La filosofía es ciencia, y lo es de un modo eminente -o sea, más elevado que otras ciencias-, como se ve examinando los dos sentidos principales del término “ciencia”:

- en cuanto la ciencia es un “conocimiento cierto por medio de las causas”, la filosofía lo es, y además, al ocuparse de las causas más profundas de la realidad, es la ciencia primera y más eminente de todas, ya que las demás estudian solamente las causas próximas o más inmediatas;

- en cuanto la ciencia es un conocimiento en el que se llega a conclusiones por demostración a partir de unos principios, la filosofía procede así; hay que señalar, sin embargo, que la filosofía estudia también los principios primeros o más básicos de todo el conocimiento, cosa que no hace las otras ciencias: por ello, la filosofía es ciencia, pero no es simplemente una más entre las ciencias particulares, sino que es superior a todas ellas.

La diversidad de opiniones en la filosofía parece un obstáculo para admitir su carácter científico. De hecho, algunos filósofos han pretendido construir un sistema que acabara con esa pluralidad y lograra un asentimiento general en virtud de su método.

Así, Descartes tomó como modelo de la filosofía la claridad y rigor de las matemáticas, y pretendió deducir todos los conocimientos a partir de evidencias indudables11. Kant tomó como modelo su peculiar interpretación de la física de Newton, cuyo rigor le parecía un conquista definitiva, y concluyó que la universalidad del conocimiento proviene del empleo necesario de unas mismas categorías de pensamiento comunes a todos los hombres12. Otros intentos más recientes son el de Husserl, cuyo método fenomenológico ha influido mucho en la filosofía del siglo XX13, y el de los neo-positivistas del Círculo de Viena, que redujeron toda la filosofía al análisis lógico del lenguaje14.

Pero estos planteamientos consiguen una claridad ficticia, reduciendo arbitrariamente las cuestiones filosóficas a algún aspecto parcial15.

El verdadero rigor sólo puede conseguirse razonando correctamente a partir de la experiencia, y evitando reduccionismos unilaterales. La falta de asentimiento general no debe achacarse a la filosofía misma, sino a los fallos de quienes no estudian los problemas con el rigor necesario y pretenden explicarlos reduciéndolos a aspectos parciales, y también a la dificultad de los problemas filosóficos más profundos.

2. Unidad y multiplicidad en la filosofía (pp. 32 y 33)11 Cfr. E. Gilson, La unidad de la experiencia filosófica, Rialp, Madrid, 1973, pp. 147-176; C. Cardona, René Descartes: Discurso del método, Emesa, Madrid, 1978.12 Cfr. R. Verneaux. Immanuel Kant: Crítica e la razón pura. Emesa, Madrid, 1978.13 Cfr. J. S. Pereira de Freitas, E. Husserl. La filosofía como ciencia rigurosa, Emesa, Madrid 197914 Cfr. M. Artigas, Karl Popper: Búsqueda sin término. Emesa, Madrid, 1979, pp. 87-195 (Popper no es neo-positivista)15 E-Gilson, El ser y los filósofos. EUNSA, Pamplona 1985 (2ª ed).

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Por otra parte, la filosofía es un conjunto de ciencias más que una ciencia única. No es de extrañar que, a pesar de esto, puede hablarse de “la” filosofía ya que sus diversas partes están íntimamente relacionadas y tiene un mismo enfoque de fondo. El núcleo de la filosofía es la metafísica, que estudia los aspectos básicos de la realidad (su “ser”) y sus causas últimas; el enfoque metafísico, proyectado al estudio de los seres de la naturaleza, da lugar a la filosofía de la naturaleza inanimada, de la vida corpórea, y del hombre.

Por tanto, cuando se habla en singular de “la” filosofía no hay que olvidar que este término designa diversas disciplinas, que tiene un enfoque básico común: el enfoque de la metafísica, o sea, el estudio de la realidad a la luz de las últimas causas. Por eso, las diferencias entre la filosofía y las ciencias particulares se centrarán en las peculiaridades del enfoque de la metafísica: aunque no toda la filosofía sea propiamente metafísica, se plantea siempre desde una perspectiva metafísica.

Cualquier ámbito de la realidad puede ser objeto de estudio filosófico. Por tanto, cualesquiera que sean los nombres que se dé a estas disciplinas, son ramas de la filosofía: la “filosofía de la naturaleza”, la “filosofía del hombre”, la “filosofía del derecho”, etc. Sin embargo, para que una disciplina sea considerada como filosófica, no basta que plantee cuestiones generales sobre algún tema, sino que ha de responder a un planteamiento en el que se investigue acerca del “ser” de las realidades consideradas y se buscan sus explicaciones últimas.

3. Filosofía y ciencias particulares (pp. 33 y 34).

Intentando explicar las diferencias entre la filosofía y las ciencias particulares consisten, sobre todo, en que la filosofía estudia la realidad en su aspecto más radical y buscando sus causas últimas, mientras que las ciencias particulares estudian aspectos concretos de la realidad, buscando causas más inmediatas. El ámbito propio de las ciencias particulares (bien sean las ciencias naturales, como la física y la biología, o las ciencias humanas, como la sociología y la historia) está constituido por aspectos determinados de la realidad (propiedades físicas o comportamientos humanos, por ejemplo), que se estudian buscando explicaciones que no sobrepasan ese nivel (cómo unas propiedades físicas influyen en otras, o unos comportamientos humanos en otros). La filosofía estudia toda la realidad, en último término su ser mismo.

Al buscar las últimas causas de la realidad, la filosofía llega al estudio de las realidades espirituales y las considera en sí mismas: el conocimiento de Dios, del alma humana, de la ley moral, etc., es tema propio y exclusivo de la filosofía. Además trata todos los aspectos de la realidad a la luz de las explicaciones últimas estrictamente metafísicas.

El cientificismo afirma que el método de las ciencias experimentales es el único válido para conocer la realidad. Se trata de una postura contradictoria, pues esa afirmación no puede probarse mediante el método de las ciencias.

Respecto al cientificismo optimista de las siglo XVIII y XIX, que veían en las ciencias la solución de todos los problema humanos, el cientificismo reciente suele ser pesimista: reconoce los límites de las ciencias, pero incluso los exagera y los extrapola a todo el conocimiento humano, afirmando que nunca se puede llegar a afirmar con certeza ninguna verdad (es el caso de posturas como las de K. R. Popper y M. Buge).

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Puede hablarse también de un cientificismo respecto a las ciencias humanas. Por ejemplo, el “historicismo” que reduce toda explicación de la realidad, en último término, a factores históricos que además responderían a leyes necesarias (negando arbitrariamente la existencia de otros factores y -al menos en teoría- de la libertad humana).

4. Las bases filosóficas de las Ciencias Particulares (pp. 35 a 37)

Las ciencias particulares consideran la realidad desde una perspectiva y con un método propios, que no son filosóficos. Pero se fundamentan en la metafísica (en distinta medida, según la rama científica de que se trate). en efecto, se basan implícitamente en determinadas concepciones acerca de la realidad que estudian, y la reflexión explícita sobre esos presupuestos es una tarea filosófica: por ejemplo, la física parte de ciertas nociones y principios generales acerca de los cuerpos, el espacio y el tiempo, la causalidad física, etc., que son objeto de la reflexión filosófica.

Es posible, por tanto, que una ciencia particular se construya sobre unas bases metafísicas más o menos equivocadas; tal fue el caso de la física mecanicista, edificada sobre el supuesto de que todas las propiedades de la materia se reducen a los aspectos relacionados con la cantidad; y lo mismo sucede con una sociología que admita la existencia de leyes necesarias en los comportamientos sociales o con la psicología conductista. A pesar de ello, pueden encontrarse afirmaciones, experiencias y descripciones verdaderas en un contexto globalmente equivocado, pero esa ciencia mal fundamentada contendrá también afirmaciones falsas y transmitirá una imagen errónea de los aspectos de la realidad que estudia.

El mecanismo concibe la realidad al modo de una máquina mecánica, donde todo se explica por el desplazamiento de piezas materiales. Esta explicación, que ya encuentra serias dificultades científicas y filosóficas respecto a los cuerpos materiales, pretende a veces abarcar incluso al hombre en todo su ser. Evidentemente, algunos aspectos de las realidad pueden explicarse parcialmente mediante modelos mecánicos, lo cual puede ser utilizado para defender un mecanicismo global que es inadmisible.

El marxismo reduce los fenómenos humanos a factores económicos y a leyes necesarias de las historia, de modo que las verdades parciales que pueda contener quedan enmarcadas en un contexto claramente erróneo en el que se prescinde de las dimensiones espirituales, que son las que caracterizan más esencialmente al hombre.

El conductismo supone que todo en el hombre se reduce a factores materiales, bajo el pretexto de que otros factores (como la conciencia, el espíritu, la libertad, etc.) no pueden someterse a los métodos de la ciencia experimental.

Estas tres posturas son ejemplos de doctrinas reduccionistas, porque reducen la realidad que estudian a algunos aspectos prescindiendo de otros. Tiene el atractivo de una falsa claridad, que se consigue simplificando arbitrariamente los datos reales. Y, en cuanto que suelen presentarse como conclusiones científicas sin serlo, son doctrinas pseudo-científicas, en las que algunas verdades parciales y científicas se encuentran mezcladas con otras afirmaciones falsas (y de tal modo que estos errores suelen presentarse formando una sola doctrina con las verdades parciales, por lo que discernir unos y otras no siempre es fácil).

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Cuanto más elevado es el objeto que tiene las ciencias particulares, mayor será su vinculación con la filosofía. La biología, al estudiar los seres vivos, timen más implicaciones metafísicas que la química. Las ciencias que se ocupan directamente del hombre (como la psicología, la sociología y la historia) utilizarán necesariamente conocimientos filosóficos, y la verdad de sus conclusiones dependerá en buena parte de que esa base metafísica sea correcta.

Por ejemplo, las teorías evolucionistas de la biología no pueden negar la creación divina del universo (puesto que sólo se extienden al posible origen de unos seres a partir de otros ya existentes), ni la espiritualidad del alma humana (que no puede ser objeto de experimentación científica del mismo modo que las realidades materiales): si se pretende apoyar el materialismo sobre la biología, se realiza una extrapolación falsa y científicamente injustificable16.

La identificación, debida al influjo del positivismo, entre ciencias “particulares” y ciencias “positivas” conduce a notables confusiones. En realidad, no existe ninguna ciencia “positiva”, si con ese nombre se quiere designar una ciencia que no tenga ninguna relación con la metafísica, pues se trataría de un simple instrumento pragmático sin valor para conocer la realidad, que es el objeto primero de las ciencias. La concepción positivistas es falsa históricamente e irrealizable en la práctica: desde el momento en que una ciencia estudia aspectos de la realidad (y todas lo hacen), necesariamente ha de contar con una base metafísica; cuando esto se niega, sucede que se construyen las ciencias con bases metafísicas implícitas, con el peligro de dar como científicamente comprobado lo que no son sino concepciones filosóficas quizá injustificadas.

5. Autonomía de las ciencias (pp. 37 a 40)

Las ciencias particulares no realizan un estudio propiamente metafísico: utilizan bases metafísicas sin adoptar el enfoque propio de la filosofía. Esas ciencias tiene su propia autonomía: su relación con la filosofía ni impide que tengan sus propios métodos para obtener y juzgar sus conclusiones específicas. La filosofía tiene respecto a ellas una función directiva de orden superior, que no interfiere con su autonomía.

La filosofía juzga y dirige a las demás ciencias, porque le compete juzgar los principios primeros de todo conocimiento humano y el valor de los métodos científicos, de modo que es tarea suya determinar el objeto propio de cada ciencia y clasificar las ciencias en una jerarquía según la naturaleza de cada una.

Esto no supone merma alguna de la autonomía de las ciencias: la filosofía no interfiere con ellas en el mismo terreno, pues su función directiva se ejercita desde un plano superior. Por ejemplo, la filosofía no proporciona los medios para juzgar la verdad de una ley física o biológica, pero puede advertir que determinadas afirmaciones hechas en nombre de la física o de la biología son extrapolaciones injustificadas que caen fuera de lo que sus métodos permiten afirmar.

Las conclusiones de las ciencias particulares no se “deducen” de la filosofía (como pretendía en algún modo Descartes), ni tampoco son totalmente “independientes” de ella (como afirman los positivistas): se obtienen mediante métodos propios de cada ciencia, pero el juicio sobre el valor de esos métodos exige consideraciones filosóficas17.16 Cfr. p. ej., P. Jordan. Creación y misterio. EUNSA, Pamplola, 1978.17 Cfr. J. Martain. Introducción general a la filosofía. Club de lectores, Buenos Aires, 1945, pp. 89-100.

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Desde la antigüedad hasta el siglo XVIII, se consideraba la filosofía como el conjunto de todo el saber, incluida las ciencias particulares, de modo que en muchos casos la relativa autonomía de éstas no era respetada. Por el contrario, el positivismo del siglo XIX reducía la tarea de la filosofía a una simple reflexión sobre los resultados de ls ciencias “positivas”. Una visión correcta del tema ha de tener en cuenta los diversos enfoques de la filosofía y de las ciencias particulares y, al mismo tiempo, sus relaciones tal como han quedado expuestas.

En la antigüedad y en la Edad Media, los estudios científico-experimentales se agrupaban, junto con los filosóficos, en la filosofía natural. Incluso la obra principal de Newton, que fue publicada en 1687 y es un tratado de física en el sentido moderno, lleva el título de “Principios matemáticos de la filosofía natural”.

El desarrollo de las ciencias experimentales desde el siglo XVII, sin que le acompañara una comprensión exacta de los métodos de esas ciencias, provocó que la situación se invirtiera: la ciencia experimental parecía a algunos ser el único conocimiento válido de la naturaleza, y la filosofía quedaba reducida a reflexiones metodológicas o al estudio de las conclusiones científicas para lograr una síntesis de ellas. Junto a esas posturas positivistas (que tuvieron su principal defensor en Augusto Comte), se daban también exageraciones de signo opuesto, pretendiendo limitar las ciencias a una función secundaria y poco acorde con sus logros reales (en posturas idealistas, por ejemplo). Por lo general, las relaciones entre ciencias y filosofía, hasta el siglo XX, adolecen de múltiples equívocos y confusiones por ambas partes.

Las importantes revoluciones científicas del siglo XX han ayudado a comprender mejor la naturaleza del método experimental. Sin embargo, la difusión de los prejuicios positivistas, y la insuficiencia de algunos planteamientos filosóficos más difundidos (de tipo racionalista, existencialista o materialista), han hecho que la situación, en conjunto, siga bastante confusa: la “filosofía de la ciencia” ha experimentado gran desarrollo, y ha conseguido notables logros respecto a temas parciales (sobre todo de tipo metodológico), pero la escasez de enfoques filosóficos suficientemente profundos y rigurosos sobre estos temas sigue siendo notable.

Módulo 3

Introducción: naturaleza y función de la filosofía de la ciencia

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Datos para referencia bibliográfica:Díez, José A. y C. Ulices Moulines. Fundamentos de Filosofía de la Ciencia. Editorial Ariel, Barcelona, 1997. Capítulo I, pp. 15 a 25.

1. La ciencia como objeto. Los estudios sobre la ciencia (pp. 15 a 19)

El conocimiento científico es el resultado de determinada práctica o actividad específica que podemos denominar, en sentido amplio, teorización, y la filosofía de la ciencia consiste en una determinado tipo de saber relativo a dicha práctica.

Para clarificar la naturaleza y función de la filosofía de la ciencia es preciso distinguir dos sentidos en que se puede hablar de “saber” en relación con una práctica o actividad. En un primer sentido, el saber relativo a una actividad consiste simplemente en realizar dicha actividad satisfactoriamente; en otro sentido, el saber relativo a una actividad consiste en conocer y ser capaz de formular explícitamente determinadas propiedades o características de esa actividad. Consideremos, por ejemplo, la actividad proferir oraciones gramaticales, o la de argumentar. Una cosa es saber realizar estas actividades correctamente y otra muy distinta es saber en qué consiste realizar estas actividades correctamente. Debe quedar claro que lo primero no es condición suficiente para lo segundo. Se puede saber hablar correctamente sin saber formular en qué consiste ello exactamente, y se puede argumenta correctamente sin ser capaz de explicar qué es una argumentación correcta. En ambos casos se tiene cierto conocimiento implícito. Eso es lo que hace la Gramática en el caso de las proferencias gramaticales, o la Lógica en el caso de las argumentaciones. Y hay por supuesto muchos otros hechos relativos a estas prácticas que, por no consistir en reglas para su correcta realización, ni siquiera conocer implícitamente hechos tales, como el desarrollo histórico de las prácticas, o sus características o variaciones.

La capacidad de realiza correctamente un actividad, por tanto, no basta por sí sola para poder formular explícitamente en qué consiste la práctica correcta de dicha actividad. Por otro lado, si bien quizás menos manifiesto, es igualmente cierto que lo primero tampoco es condición necesaria para lo segundo. Aunque poco probable, es posible que alguien conozca explícitamente las reglas que rigen la argumentación correcta y que, por ejemplo debido a algún tipo de disfunción cognitiva, no sea capaz de aplicarlas y argumente en general incorrectamente. O, para tomar otros ejemplos menos controvertidos, es claro que se puede ser un excelente entrenados de un deporte y ser un pésimo jugador del mismo, o que se puede ser un competente crítico de arte y ser un perfecto desastre como artista.

Estas consideraciones se aplican también, en principio, a esa actividad que hemos denominado, en sentido amplio, teorizar. Teorizar, como hablar o argumentar, también es una actividad que se puede realizar correctamente sin saber formular explícitamente las reglas que la guían, ni por supuesto otros hechos históricos-sociales relativos a ella. Sin embargo, teorizar, a diferencia de proferir oraciones gramaticales o argumentar, es una práctica que genera un cuerpo de saber explícitamente formulado acerca de cierto ámbito. El resultado de realizar correctamente un actividad no consiste en general en la formulación explícita de cierto saber sobre determinado ámbito. El resultado de realizar correctamente la proferencia de oraciones gramaticales produce proferencias correctas, y éstas no tienen por qué consistir en generar en la formulación explícita de saber sobre cierto ámbito; el resultado de argumentar correctamente produce argumentaciones correctas, y éstas no consisten en saber explícito sobre determinado ámbito. Esto es todavía más claro de otras prácticas, como las deportivas o las artísticas; o sea el

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resultado que genera practicar correctamente un deporte, es claro que no consiste en la formulación de un cuerpo de conocimiento. Pues bien, en este aspecto la práctica de teorizar es peculiar, pues el resultado que genera es la formulación explícita de cierto conocimiento sobre determinado ámbito. Así, si denominamos “saber” en sentido estricto a la formulación explícita de cierto conocimiento, entonces teorizar produce saber en sentido estricto, mientras que proferir oraciones gramaticales, argumentar o practicar un deporte, no.

En este sentido se puede considerar que teorizar (genera) saber explícito. Ahora bien, el contenido del saber explícitamente formulado en cierta teorización específica no versa (en general) sobre la teorización misma, sino sobre otro objeto o dominio. El conocimiento formulado explícitamente en cierto teorizar no consiste en la explicación de las prácticas seguida implícitamente en ese teorizar, ni tampoco en la formulación de sus peculiaridades socio-históricas. Estas cosas son (o pueden ser) objeto de estudio y de formulación explícita de otro teorizar, que toma así el primero como su objeto. El resultado de este nuevo teorizar es también un saber en sentido estricto, pero es un saber de otro orden o nivel. Decimos que es un saber de segundo orden, un saber que tiene otro saber por objeto, saber-objeto que se considera en ese contexto un saber de primer orden.

En general, los saberes de primer y segundo orden son, en cada contexto, diferentes; por ejemplo: economía y sociología de la economía, biología y filosofía de la biología, filosofía de la física e historiografía de la filosofía de la física, etc. Pero hay al menos un tipo de saberes que aparece reflexivo, en el sentido de que se estudia a sí mismo, y ése es la filosofía. No nos referimos sólo a la iteración de estudios de segundo orden. Se pueden hacer estudios históricos de las teorías biológicas, y también estudios históricos de los estudios históricos de las teorías biológicas. Pero la historiografía biológica y la historiografía de la historiografía biológica son disciplinas diferentes, el saber-objeto de la primera son teorías biológicas, el de la segunda son teorías históricas. Esta distinción, en cambio, no puede trazarse de manera tan tajante en filosofía, la cual, cuando se itera, parece reflexiva en un sentido específico que la distingue de las demás disciplinas de segundo orden; en filosofía, la integración no parece generar un nuevo nivel de teorización. Así, mientras que la historiografía de la disciplina X y la historiografía de la historiografía de la disciplina X son teorizaciones de segundo orden diferentes, y lo mismo sucede por ejemplo con la sociología, ello no está nada claro en el caso de la filosofía. Por ejemplo, apenas tiene sentido hablar de filosofía de la filosofía de la biología (o del derecho, o etc.) como algo diferente de la filosofía de la biología (del derecho, etc.) misma. En principio parecería que sí, que el objeto de la primera son las teorías biológicas, mientras que el de la segunda son las teorías filosóficas sobre las teorías biológicas, Pero en este caso el estudio filosófico de la teorías biológicas no se distingue del estudio filosófico de las teorías filosóficas de las teorías biológicas. En esto consiste el carácter reflexivo de la actividad filosófica, carácter que se deriva de la naturaleza de la filosofía como análisis conceptual.

La actividad científica es una de las formas de esa práctica que hemos denominado genéricamente teorización. Como toda teorización, la teorización científica sobre los diferentes ámbitos de la realidad genera diversos saberes, los cuales pueden a su vez ser objeto de estudio de nuevas teorizaciones (científicas o no). Como se ha sugerido en el párrafo anterior, hay por lo general más de una dimensión desde la que se pueden estudiar las teorizaciones científicas. La investigación metacientífica tiene por objeto determinar ciertos hechos o propiedades de la investigación científica y no todos esos hechos o propiedades, aunque indudablemente interrelacionados, son exactamente del

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mismo tipo, requieren del mismo tipo de investigación. Así, cada uno de los aspectos de la actividad científica abre una dimensión desde la que se puede estudiar dicha actividad, da lugar a un saber de segundo orden específico. Llamaremos estudios metacientíficos, o estudios sobre la ciencia, a las diversas teorizaciones de segundo nivel sobre las teorizaciones científicas de primer nivel, y distinguiremos al menos cuatro aspectos diferentes de la actividad científica susceptibles de investigación metateórica: el psicológico, el sociológico, el histórico y el filosófico. La distinción entre los correspondientes ámbitos metacientíficos no se pretende tajante sino gradual, pero no por ello es menos importante.

La filosofía de la ciencia, por tanto, pertenece al campo de los estudios metacientíficos, pero es sólo una parte de ellos; no es ni historiografía de la ciencia, ni psicología de la ciencia, ni sociología de la ciencia, aunque está relacionada con todas ellas. Por otro lado, la filosofía de la ciencia pertenece también al campo de los estudios filosóficos, pero es sólo una parte de ellos; no es ni lógica, ni filosofía del lenguaje, ni filosofía de la mente, ni filosofía de la técnica, aunque está relacionada con todas ellas. Estas afirmaciones pueden parecer obvias, y a nuestro juicio son, pero conviene recordarlas. Es inadecuado tomar esas distinciones de un modo rígido, pero igualmente, o más, incorrecto es negarlas, no su inexistencia. Es cierto que “todo es cuestión de grado”, y que todo tiene que ver con todo, pero no todo es lo mismo. Entre el sueño ilusorio de las distinciones rígidas y el caos paralizante de la indistinción absoluta se encuentra el mundo real de las distinciones graduales. Una justificación precisa de la naturaleza y límites de estas distinciones requiere una discusión metafilosófica que excede los límites de esta introducción. Nos limitaremos pues a unas breves consideraciones para motivar nuestra posición.

El método correcto en filosofía, en tanto que análisis conceptual, exige fijar la atención en las intuiciones más firmes sobre nuestros conceptos y, “teorizando” sobre ellas, explicarlas, y a la vez, arrojar nueva luz sobre otras “situaciones conceptuales” menos claras, proceso éste que puede exigir, siempre como última instancia, la revisión de algunas intuiciones originales. Parte de esta tarea es común a toda disciplina explicativa: a partir de ciertos casos paradigmáticos se desarrolla una “teoría” que las explique y, a la vez, pueda dar cuenta de nuevos casos menos claros, siendo posible, aunque inusual, modificar a lo largo de este proceso nuestra ideas originales sobre algunos casos paradigmáticos. Lo peculiar de la filosofía es, fundamentalmente, que los datos básicos que en ella manejamos son las intuiciones que tenemos sobre nuestros propios conceptos, un territorio por lo general más movedizo que el resto de disciplinas. Estas observaciones muestran que, para ciertos fines, puede ser suficiente ilustrar las diferencias que se quieren destacar mediante la presentación de algunos ejemplos paradigmáticos. Tal es nuestro caso. No vamos a intentar siquiera ofrecer o esbozar una teoría metafilosófica sobre la naturaleza de la filosofía de la ciencia y su diferencia respecto a otras disciplinas, tanto metacientíficas como filosóficas; nos limitaremos a presentar unos pocos ejemplos que expresan en nuestra opinión de forma clara, las intuiciones que queremos destacar.

Lo que sigue son ejemplos claros de cuestiones que corresponden a diferentes disciplinas, y muestran que tenemos conceptos diferentes de cada una, por más que estén estrechamente relacionadas y de que respecto de otros ejemplos nos sería más difícil establecer, fuera de toda duda, la asignación a una disciplina dada. Historiografía de la ciencia: ¿a quién corresponde la prioridad histórica en el establecimiento del principio de conservación de energía?, ¿cómo influye el descubrimiento del telescopio en el debate

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entre geocentristas y heliocentristas? Sociología de la ciencia: ¿qué papel juegan las instituciones estatales en la constitución de las comunidades científicas?, ¿cuáles son los criterios de aceptación de un nuevo miembro de una comunidad científica? Psicología de la ciencia: ¿hay algún patrón común de comportamiento individual asociado a la pérdida de confianza en una teoría en los períodos de crisis científica? Filosofía de la ciencia: ¿cuál es la diferencia entre una generalización accidental y una ley?, ¿en qué consiste la distinción entre términos teóricos y términos no teóricos? Filosofía del lenguaje: ¿depende el valor veritativo de una oración sólo de las entidades denotadas por las partes de la oración, o depende también de los modos en que éstas denotan a aquéllas?, ¿llevan asociados los nombres propios modos de presentación? Filosofía de la mente: ¿tienen los estados mentales poder causal?, ¿expresan los predicados mentalistas conceptos funcionales?

Podríamos seguir con más ejemplo, pero los mencionados bastan para mostrar que, al menos a veces, las diferencias, aunque graduales, son claras (y ello, por supuesto, independientemente de que incluso para responder “hasta el final” a cuestiones como las planteadas sea preciso muchas veces usar conocimiento de las otras disciplinas). Pues bien, ¿qué muestran, por lo que a la filosofía de la ciencia se refiere, estos ejemplos?, ¿en qué consiste?, ¿qué la distingue de las otras disciplinas? La respuesta general más apropiada, aunque parezca tautológica es: del resto de los estudios sobre la ciencia se distingue por su carácter filosófico, y del resto de las disciplinas filosóficas se distingue porque su objeto es la ciencia. Que su carácter es filosófico significa que se ocupa principalmente de problemas conceptuales, esto es, de arrojar luz sobre los conceptos relativos al objeto en cuestión. Esto distingue la filosofía de la ciencia de la historiografía, la sociología y la psicología de la ciencia; ello, una vez más no presupone tampoco que haya un distinción rígida entre cuestiones de hecho y cuestiones conceptuales. Que su objeto es la ciencia la distingue de otras disciplinas filosóficas y en especial de la filosofía de la técnicas y del lenguaje: ciencia, técnica y lenguaje son todos ellos productos culturales humanos íntimamente relacionados, pero no son el mismo producto.

Resumiendo, la filosofía, en tanto que análisis conceptual, es un saber sustantivo de segundo orden, interrelacionado tanto con otros saberes de segundo orden como los saberes usuales de primer orden. La filosofía de la ciencia tiene por objeto poner de manifiesto o hacer explícitos los aspectos filosóficos-conceptuales de la actividad científica, esto es, elucidar conceptos fundamentales de la actividad científica, como los de ley, contrastación, explicación o medición, y reordenar conceptualmente o reconstruir esos sistemas de conceptos producidos por la ciencia que son las teorías científicas. En ambas tareas se ve influida por, y debe tomar en cuenta, tanto otros estudios de la ciencia (historiografía, psicología y sociología), como las ciencias mismas, así como otras áreas de la filosofía, pero ello no la vacía de contenido ni la disuelve en otros saberes. Veamos ahora con un poco más de detenimiento en qué consiste la tarea específica de nuestra disciplina.Módulo 4

El orden de las cienciasDatos para referencia bibliográfica:

Sanguineti, Juan José. Lógica. Tercera edición. Ediciones Univesidad de Navarra, S. A , Pamplona, 1989. Parte II, capítulo III, pp. 183 a 195.

1. La visión general (pp. 183 y 184)

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Una clasificación definitiva de las ciencias es prácticamente imposible, pues los criterios de división son muy diversos, Sólo diremos un panorama general, resaltando algunos puntos de mayor interés para la lógica.

Las ciencias que parten de principios cognoscibles racionalmente son ciencias humanas (esta expresión también puede referirse, en otro sentido, a las ciencias del hombre). Se contrapone a ellas la ciencia teológica, saber sobrenatural que toma como principios datos de la Revelación.

El objeto formal de la teología es Dios mismo y sus obras (Creación, Elevación, Redención), en cuanto se ha revelado a los hombres. Su punto de partida no es la experiencia de las cosas hecha por medio de la razón humana, sino las verdades reveladas por Dios y que hemos recibido por la fe. A partir de estos principios, la teología argumenta y alcanza conclusiones teológicas, que ya están implícitas en las verdades de fe.

La teología es una verdadera ciencia, pues es un conocimiento de Dios, Causa y Principio supremo de todas las cosas, y porque se realiza de modo racional y ordenado, a la luz de la fe. Como sus principios no son evidentes para el hombre que no goza de la visión beatífica, se puede considerar a la teología como un saer subordinado a la Ciencia de Dios (Cfr. S. Th., Y. q. 1, a. 2). Aunque la teología nos es filosofía, no por ello es ciencia particular, sino universal, pues conoce la causa más universal; por eso sus conclusiones siempre afectan de algún modo a toda la realidad.

En cuanto a su finalidad, las ciencias pueden ser especulativas o prácticas, independientemente del fin subjetivo del que se dedique a ellas. Las ciencias especulativas o teoréticas se proponen dar a conocer la naturaleza de un objeto, estudiar lo que es (por ejemplo, la física, la filosofía); las ciencias prácticas u operativas consideran lo que se ha de obrar, algo que el hombre debe realizar: no se limitan a describir, sino que son normativas (por ejemplo, la ética, el derecho, la medicina, la ingeniería). Naturalmente, las ciencias prácticas se subordinan a alguna ciencia especulativa correspondiente, y a que el punto de partida de las acción humana radica en el conocimiento de las cosas.

Las ciencias especulativas, como vimos en el apartado anterior, son la filosofía y muchas ciencias particulares. Además, pueden dividirse según los ámbitos de la realidad que estudian: ciencias de los cuerpos (física y química), de la cantidad (matemáticas), de la vida (ciencias biológicas), del hombre (ciencias humanas), y de Dios (una parte de la filosofía, y la teología sobrenatural). Pero junto a las ciencias reales, está la lógica, ciencia de nuestro modo de conocer, que estudia también a las demás ciencias.

Según su método, las ciencias pueden ser deductivas, si su modo de desarrollarse es preferentemente demostrativo (matemático), o experimentales, cuando su método más característico es la experimentación (ciencias naturales).

Una ulterior división de las ciencias, realizada por Aristóteles, atiende a los grados de inmaterialidad de las cosas, y paralelamente a los modos de abstracción. La explicamos en el siguiente punto.

2. La consideración física, matemática y metafísica (pp. 184 a 189)

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La ciencia, así como todo conocimiento intelectual, es posible en la medida en que con nuestros conceptos abstraemos los aspectos esenciales de las cosas. La abstracción no consiste sólo en aislar un aspecto y prestar atención a él, sino en extraer un cierto elemento inteligible de las cosas, separándolo de su materia sensible: así entendemos “árbol” por separación mental de la esencia respecto del árbol sensible y material en que esa esencia existe. Los modos de abstracción son pues modos de desmaterializar, que nos permiten entender las estructuras inteligibles de las cosas (inteligible significa captable por la inteligencia y no por los sentidos). Los modos de abstracción constituyen modos de intelección de la realidad. Veámoslo en particular:

a) La intelección física es propia de las ciencias de la naturaleza. Estas trabajan con conceptos inteligibles (no sólo con sensaciones) de nivel físico. Los conceptos físicos reflejan aspectos que son en la materia sensible, y que se deben entender en la materia sensible: se deja de lado sólo la materia individual. Todas las nociones y definiciones físicas contienen elementos observables o experimentales, de modo inmediato o remoto, directo o indirecto. Por ejemplo, el hierro no puede pensarse como algo invisible, impalpable, etc., sino que implica un quid, una esencia en cuya definición entran aspectos observables. Las nociones físicas no trascienden las realidades sensibles; aun las hipótesis (por ejemplo, la existencia de una nueva partícula elemental) deben someterse a algún control experimental.

El concepto físico, y todas las nuevas proposiciones de tipo físico, se remiten siempre a una experiencia externa. Cualquier afirmación de las ciencias naturales o es evidente para los sentidos externos (“las cosas se mueven”, o se debe probar por algún experimento (“la tierra es redonda”). El punto de mira de las ciencias de la naturaleza es lo observable, de modo que todos los resultados de sus elaboraciones teóricas, por muy matematizadas que estén, deben remitirse al juicio definitivo de la verificación experimental, directa o por medio de instrumentos. En las ciencias naturales, por otra parte, intervienen también conceptos metafísicos implicados en las afirmaciones que realiza sin que la ciencia física reflexione directamente sobre ellas (por ejemplo, pulmón implica ente; quemar implica causar,; soluble implica capacidad para disolverse). Y también hay en física conceptos psicológicos, no externamente experimentales, como las nociones de experiencia, observador, observable, etc.

Se ha de notar que los conceptos físicos (cuerpo, átomo, masa, planeta) son universales, no sensaciones o resúmenes de sensaciones. La abstracción física no coloca al científico en un nivel animal, sino en un nivel de inteligibilidad, en el que se captan naturalezas y no puros fenómenos. El biólogo, por ejemplo, no se limita a ver cómo la sangre circula en un organismo concreto, sino que entiende la naturaleza “circulación sanguínea”. Por eso verificar no consiste en traducir el concepto físico en una sensación (cosa imposible), sino en encontrar la base experimental adecuada a partir de la cual se ha abstraído el concepto.

b) la intelección matemática es propia de las ciencias matemáticas. Estamos en un nivel de inteligibilidad peculiar. Los conceptos matemáticos dejan de lado los aspectos experimentables y significan estructuras cuantitativas en abstracto, algunas de las cuales son o pueden ser en la materia sensible, mientras que otras son entes de razón que resultan de nuestro modo de conocer. Esas estructuras (figuras geométricas y números) se conciben al margen de toda cualidad sensible (un círculo no tiene color, peso, resistencia), y por eso como tales no se pueden experimentar: la mente humana

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las contempla en su propia inteligibilidad, las construye con libertad, bajo la única exigencia de la no-contradicción.

Actualmente muchas interpretaciones sostienen que la matemática moderna ya no estudia la cantidad, sino estructuras lógicas. Ciertamente la matemática actual, avanzando en la abstracción y debido a una mayor exigencia de fundamentación axiomática, llega a confundirse con algunos desarrollos de la lógica formal. Pero en la práctica se observa que la mayor parte de los juicios matemáticos se refieren invariablemente a aspectos cuantitativos, partiendo de la misma idea de conjuntos de elementos diversos, que implica la noción de multiplicidad. La matemática estudia la cantidad abstracta, sea realizable en el mundo, o se tan sólo una ente de razón. La lógica estudia sólo un tipo de entes de razón: las segundas intenciones, que es el modo en que la mente opera en su conocimiento de los entes (reales, posibles o de razón).

La correspondencia de las matemáticas con la realidad es un problema importante de la filosofía de las matemáticas. La aplicación de esta ciencia a la física, realizada en los últimos siglos, manifiesta que esa correspondencia existe, y a veces de un modo sorprendente. Naturalmente, eso no significa que todos los entes matemáticos encuentren sin más una réplica en la realidad, ya que el modo de ser de la cantidad real es distinto del modo de ser de la cantidad ideal que analiza la matemática. Pero en último término, las nociones matemáticas se reducen a las de número natural y a la de continuo dimensivo, que tienen una referencia real directa: se basan en la multiplicidad de los entes y en el accidente extensión de los cuerpos.

c) La intelección metafísica es propia de la filosofía. Los conceptos metafísicos indican aspectos de las cosas que se entienden sin materia sensible, y que se encuentran también realzados en seres inmateriales; es decir, si bien esas realidades a veces son en la materia, también pueden existir separadas de toda materia (esto se experimenta en el espíritu humano, o se demuestra con relación a Dios). Los conceptos de ente, verdad, sustancia, causa, finalidad, relación, etc., son inteligibles puros o metafísicos; así aunque hay entre materiales, ser no exige necesariamente ser material, ya que existen entes inmateriales. Los conceptos referentes a los seres espirituales y a sus actos (Dios, entender, amar, persona) son también metafísicos, pues indican realidades positivamente inmateriales. Si la matemática trasciende la experiencia en el ámbito lógico o mental, la metafísica la trasciende en el orden real, y por eso puede elevarse al conocimiento de las realidades “meta-físicas”, más allá de lo físico, como el alma humana espiritual y, en último término, Dios.

Pero como los aspectos inteligibles de las cosas se dan muchas veces en la materia sensible, se pude decir que son sensibles per accidens. Por ejemplo, decimos que vemos el color rojo, que vemos a una persona, que vemos algo real: sólo en el primer caso percibimos un aspecto propiamente sensible; en los otros dos ejemplos, captamos un aspecto inteligible (metafísico) en una experiencia sensible.

El conocimiento de la verdad se apoya en criterios de evidencia adecuados a los diversos niveles de intelección. El criterio último de verdad de los juicios físicos se basa en la evidencia sensible y experimental, y esto vale también para la verdad material de los juicios matemáticos (su correspondencia con la realidad sensible); la verdad de los juicios metafísicos tiene como criterio de evidencia intelectual que se manifiesta en la experiencia: es la evidencia, por ejemplo, con que al ver las cosas externas, se nos hacen

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patentes como reales (corresponde a estudiar más a fondo este tema a la teoría del conocimiento).

Así resume Santo Tomás esta doctrina: “Hay algunas cosas cuyo ser depende de la materia, y que no pueden ni siquiera definirse sin materia; otras, en cambio, aunque no pueden ser sino en la materia sensible, de todos modos en su definición no interviene la materia sensible (...). Otras, por fin, no dependen de la materia ni en el ser ni en cuanto al entender humano, o porque nunca son en la materia, como Dios y otras sustancias espirituales, o porque no son en materia en todos los casos, como la sustancia, el acto y la potencia, y el mismo ente. De estas realidades trata la metafísica; sobre las que dependen de la materia en cuanto al ser, pero no en cuanto al entender, versa la matemática; de las que dependen de la materia tanto en el ser como en el entender, la física” (In Y Phys., lect. 1).

Estos tres niveles se dan en el conocimiento espontáneo, como también pueden encontrarse -con frecuencia implicados unos en otros- en las diversas ciencias: el hombre corriente utiliza conceptos físicos, matemáticos y metafísicos, y cualquier científico -como vimos- emplea algunas nociones metafísicas básicas. Los tres grupos de ciencias, sin embargo, concentran su investigación en uno de estos niveles.

Recordemos que, junto a los conceptos físicos, matemáticos, y metafísicos, están los conceptos lógicos, que también trascienden toda materia sensible, pero sin ser conceptos primointencionales, como los anteriores.

Aclaraciones. Indicamos una serie de puntos que conviene tener en cuenta para entender correctamente la doctrina expuesta:

1) Muchos autores afirman que los tres grados de inmaterialidad son grados de abstracción. Sin embargo, en el In Boet. de Trin., q. V, a. 3., Santo Tomás considera que sólo el nivel físico y el matemático serían tipos de abstracción (en el sentido de separación mental), mientras que los conceptos metafísicos se utilizarían más bien en un contexto de separatio o juicio real, por cuanto separan de la materia lo que realmente es separable o está separado de materia. De todas maneras, no ha inconveniente en considerar abstractivo también el tercer nivel de inmaterialidad, siempre que por abstracción no se entienda captar aspectos parciales (pues así son abstractas más bien las ciencias particulares), sino superar la materialidad.

2) Algunos han puesto en duda el valor de la teoría de los grados de abstracción para responder a las cuestiones epistemológicas modernas. Pero con las debidas aclaraciones, esta división resulta adecuada para explicar las diversas formas en que el saber se eleva sobre lo sensible. Esto es importante para la ciencia moderna, cada vez más abstracta y desvinculada de las representaciones intuitivas.

3) Cabe preguntarse si las llamadas “filosofías segundas” (filosofía de la naturaleza, filosofía de las matemáticas, etc.) se colocan en el nivel metafísico o en los inferiores. Más bien da la impresión de que operan un tránsito entre los grados inferiores y el grado metafísico, porque intentan aportar inteligibilidad al conocer físico y matemático, a la luz de los principios metafísicos. Por eso, las conclusiones de la filosofía de la naturaleza no pueden someterse a la experimentación, ni las de la filosofía matemática a demostración matemática: materialmente pertenecen a estos grados, pero formalmente se mueven en un ámbito metafísico.

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4) Popper ha intentado “demarcar” la ciencia de la metafísica del modo siguiente: un enunciado es científico si es falsificable empíricamente (si admite una evidencia sensible contraria), y de lo contrario, es metafísico. Esta caracterización de la proposición metafísica es insuficiente, pues en ese caso cualquier frase fantasiosa sería metafísica. en esta misma línea, hoy existe como una difusa tendencia a pensar que una frase es metafísica si no es controlable por la experiencia, si no consta empíricamente: el equívoco está en no admitir más experiencia que la propia del nivel físico del conocimiento, olvidando que existe también una experiencia en el nivel metafísico, no cuantificable, pero más válida y fundante de toda experiencia científica física. Otro equívoco -peor- es definir las frases metafísicas como ideológicas, pues dependería de “intereses” de grupos.

3. El nivel físico-matemático (pp. 189 a190)

La doctrina de los tres niveles de inmaterialidad no ha de interpretarse de un modo cerrado, como puede entreverse por las aclaraciones precedentes, caben movimientos de uno a otro nivel, y situaciones más o menos intermedias. Concretamente, ya desde la época de Aristóteles se conocían las llamadas ciencias medias, que aplicaban los conocimientos matemáticos a las investigaciones físicas, como ocurría en la astronomía, a agrimensura, la óptica, etc. (cfr. In II Phys., lect. 3).

Este nivel intermedio, que podemos llamar físico-matemático, ese característico de la física moderna, cuya eficacia se debe precisamente al enfoque matemático de sus estudios. La física actual considera los cuerpos sensibles en cuanto observables y mensurables: la mensurabilidad entra esencialmente en la determinación de su objeto formal.

Son muchos los aspectos matematizables de la naturaleza: las dimensiones, el espacio y el tiempo, la velocidad y otras magnitudes ligadas al movimiento, etc., pueden considerarse sólo en un aspecto cuantitativo, al margen de otras cualidades, ocasionando así una abstracción físico-matemático análoga a la abstracción puramente matemática. Y algo semejante sucede con los aspectos propiamente cualitativos de la naturaleza (calor, luz, fuerza, etc.), que son susceptibles de una matematización per accidens, pues están íntimamente ligados a aspectos cuantitativos de los cuerpos.

El estudio estrictamente cuantitativo de la naturaleza es inteligible, ya que conocer la cantidad y las dimensiones es conocer una realidad. Sin embargo, se trata de una inteligibilidad pobre, desde el punto de vista del conocimiento de la naturaleza de las cosas (aunque muy útil desde una perspectiva técnica); por eso, las fórmulas matemáticas no agotan el ser de las cosas medidas, y siempre hace falta una visión filosófica que esclarezca, en la medida de los posible, la esencia de los entes corpóreos.

No todas las ciencias naturales son estrictamente matematizables, ni están matematizadas de hecho. La química, la geología, la geografía, la historia natural, no pueden considerarse sin más matematizadas, y tampoco las ciencias biológicas, en las que interviene la noción de finalidad. En esta disciplinas se usa con eficacia la matemática, pero en un grado menos que en la física como instrumento para conocer la base material de los fenómenos estudiados.

4. Las ciencias humanas (pp. 190 a 195)

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A partir del siglo XIX comenzaron a desarrollarse con gran ímpetu ciencias humanas, como la historia, la pedagogía, la psicología, la sociología, etc., que antes no se habían considerado como ciencias o estaban fusionadas con la filosofía.

A comienzos de siglo, muchos filósofos espiritualistas (Dilthey, Windelband, Rickert) llamaron ciencias del espíritu a esas nuevas disciplinas, para subrayar su irreductibilidad a las ciencias naturales, que los movimientos “naturalistas” pretendían erigir como parámetros de todo el saber. Los defensores de las ciencias del espíritu estaban vinculados a diversas tendencias filosóficas ajenas al materialismo (neohegelianismo, neokantismo, historicismo, fenomenología). Pese a sus defectos, su crítica al naturalismo fue certera: los hechos humanos no podían entenderse con un método de análisis empírico-matemático, sino con una comprensión espiritual que captara su naturaleza.

Al mismo tiempo, estas ciencias se fueron elaborando, ya desde el siglo pasado, y al margen de las filosofías espiritualistas, según los preceptos del método positivo, que las desvincula hasta cierto punto de las interpretaciones filosóficas. El método positivo consiste en partir de la observación de los hechos, sin ideas preconcebidas sobre la naturaleza o los fines de los fenómenos humanos estudiados. El objeto es pues observar hechos y grupos de hechos, comprender su estructura y relaciones, inducir leyes más o menos generales, sustrayendo los juicios y las valoraciones morales. El método estructural puede considerarse como una modalidad de la metodología positiva. Se elaboraron es estos cánones ciencias como la economía, la historia, el Derecho, la psicología, la sociología, la lingüística, la lógica simbólica, la antropología cultural, la pedagogía, etc. Por otra parte, el actual desarrollo de los métodos hermenéuticos ha puesto de relieve la diferencia radical entre estas ciencias y el saber físico-matemático.

En la práctica, las ciencias humanas nunca se han desarrollado al margen de toda filosofía. De hecho muchas han nacido al amparo de teorías materialistas, o al menos en el área del positivismo. Casos muy evidentes son, por ejemplo, la economía de Marx, la psicología de Freud, la sociología de Durkheim, que contienen una gran dosis de visión filosófica del mundo. En otros sectores, sin embargo, respetando su carácter positivo, tales ciencias se han formado en armonía con la filosofía verdadera, que en este terreno aporta ciertas tesis fundamentales sobre la naturaleza humana, la esencia de la justicia, la religión, etc.

La inteligibilidad de las ciencias positivas humanas es física y espiritual, pues el hombre es a la vez corpóreo y espiritual. Las ciencias particulares del hombre no pueden captar su objeto con una intelección meramente física, o sólo matemática. Ellas parten de las manifestaciones sensibles del obrar humano individual y social (hechos culturales, lenguaje, acciones externas, documentos, etc.) y las interpretan mediante cierta intelección, al menos implícita de la naturaleza humana, de su libertad, de la personalidad espiritual del hombre. No por eso se reducen a la filosofía, o a la ética, pues son verdaderas ciencias particulares, que pretenden estudiar con detalle un tipo de fenómenos humanos, en sus causas próximas.

Las ciencias del hombre están particularmente vinculadas a la filosofía, ya que estudian aspectos más inmateriales, cercanos a la intelección metafísica (de algún modo esto va sucediendo paulatinamente, a medida que una ciencia estudia grados superiores de ser). En una investigación histórica, jurídica, etc., se emplean algunos conceptos fundamentales sobre el ser del hombre, su finalidad, tomados del conocer espontáneo, de

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las ideologías dominantes, o de una doctrina filosófica concreta; según los casos, y el nivel de un determinado estudio, tales ideas constituirán una luz orientadora, un criterio pra seleccionar los datos, etc. Por ejemplo, no analizará del mismo modo la Revolución francesa, o el fenómeno social de la familia, una persona con una concepción filosófica u otra.

Ciertamente se puede en tales investigaciones prescindir metódicamente de las apreciaciones filosóficas, pero sólo hasta cierto punto; y no consta que tal actitud, llevada a límites extremos, sea la más conveniente. Las ciencias humanas parecen más formativas y auténticas cuando, sin confundirse con la filosofía o la moral, son guiadas por correctas ideas filosóficas, y se desnaturalizan si admiten presupuestos filosóficos inexactos.

5. Las consideraciones precedentes permiten vislumbrar la unidad de orden del saber.

Las ciencias son diversas y tienen sus propios métodos, pero entre todas ellas hay una profunda unidad, basada en la unidad de las cosas. Existe un peligro de atomización de las ciencias, o también de querer reducirlas a un único método, a una única ciencia particular (cientificismo, con sus múltiples manifestaciones, como el matematicismo, mecanicismo, fisicismo, etc.); el extremo contrario sería identificar todas la ciencias particulares con la filosofía, negándoles carácter autónomo.

Subalternación o subordinación de una ciencia a otra es la dependencia de un saber científico respecto de otro, del que recibe algunos conocimientos. La economía, por ejemplo, se coloca bajo otra ciencia distinta (sub alterna), como la estadística, en la medida en que acoge principios estadísticos y los utiliza convenientemente para su objeto de estudio.

La ciencias subordinada supone nociones y principios que se estudian a fondo en la ciencia subalternante, y que no es necesario volver a replantear; este último saber ya los ha demostrado y, en consecuencia, se puedan acoger como conclusiones seguras. Por ejemplo, cualquier ciencia utiliza principios lógicos; la física emplea conocimientos matemáticos; la sociología cuenta con datos históricos.

Cabe subalternaciones en diversos sentidos, según criterios de jerarquía entre la ciencias. Entre los seres del universo existe un orden de grados de perfección, al que corresponde un análogo orden jerárquico entre las ciencias: las que estudian entes o propiedades de rango inferior, son inferiores, y las que estudian seres más altos y perfectos, son superiores. En otros casos, el criterio jerárquico viene dado por el grado de comprensión de las cosas: las ciencias que aportan más intelección, mayor luz sobre los seres, son más valiosas que las que no lo hacen (la teología es más alta que cualquier saber humano; la filosofía más que las ciencias particulares). Por la debilidad del intelecto humano, a veces sabemos con más facilidad muchas cosas de ciencias inferiores, y menos de otras más altas; sin embargo, “ese poco que se puede saber de las causas primeras es más amable y más noble que todo lo que se puede conocer de las cosas inferiores” (In X Librum de Causis, prooemium).

La subalternación de una ciencia en otra puede ser material o formal. En la subalternación material, una ciencia superior recibe principios de otra inferior, que viene a ser como su auxiliar (por ejemplo, la filosofía ayuda a la teología); en este caso se ha de evitar el

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peligro del reduccionismo: por ejemplo, la psicología se sirve de conocimientos fisico-químicos, pero no se reduce a química. La subalternación formal -que es una verdadera fundamentación- se produce cuando una ciencia de rango inferior recibe conocimientos de otra más alta, que da a conocer más plenamente su objeto material. Esta fundamentación crea un vínculo de finalidad extrínseca, pues el conocimiento parcial se ordena por naturaleza al conocimiento total o esencial. Concretamente:

a) Las ciencias particulares se fundamentan formalmente en la filosofía, ya que sus últimos principios no pueden ser examinados más que por un método filosófico. Este fenómeno ocurre necesariamente, incluso entre los autores que estiman ser más positivistas.

b) Las ciencias particulares se subordinan a la ética, pues cualquier objetivo práctico del hombre -en medicina, economía, política, educación- es regulado por normas últimas, que orientan el actuar humano a ciertas finalidades últimas, cuyo estudio corresponde a la ética. Sin esta regulación, el ejercicio de los saberes prácticos fácilmente puede infringir el orden moral verdadero (por ejemplo, la práctica de la medicina contraria a la ley moral natural).

Relaciones mutuas entre las ciencias y lo filosofía. La tesis positivista que propugna una total separación entre las disciplinas científicas y la filosofía, como hemos dicho, no es verdadera ni siquiera de facto: los hombres de ciencias, especialmente los investigadores y los innovadores, tienden a especular filosóficamente sobre sus propias conclusiones. Es una exigencia subjetiva, pues el científico ese un hombre, que desea conocer la realidad completa; y es también una exigencia objetiva, pues conocer lo parcial de alguna manera reclama conocer lo total. Pero no es una necesidad absoluta, ya que una ciencia particular puede construirse con independencia de la filosofía.

La filosofía y las ciencias particulares son relativamente autónomas. Son autónomas en el sentido de que se elaboran con un método propio, y que una no sustituya a la otra, y ni siquiera la promueve necesariamente. Una ciencia particular no puede deducirse de la filosofía, ni viceversa; por eso no hace falta estudiar filosofía para ser un químico o un biólogo, ni tampoco saber químico otorga una comprensión filosófica del mundo corpóreo. Pero son autónomas relativamente, pues, existen puntos de encuentro, y porque mutuamente se necesitan.

La filosofía necesita materialmente de las ciencias particulares, pues éstas proporcionan datos concretos sobre la realidad, que una doctrina filosófica realista no puede ignorar. Pero no necesita de esos datos en todo su detalle y minuciosidad, sino más bien tomados globalmente, debidamente seleccionados, para que sobre ellos pueda realizarse la reflexión filosófica.

Las ciencias particulares necesitan formalmente de la filosofía, ya que sólo con el análisis filosófico se dictamina sobre la naturaleza de la materia de estudio de una ciencia. Ya dijimos que esto teóricamente podría hacerse con el sentido común, con el simple conocer espontáneo, pero si ha de ser riguroso debe acudir a una filosofía científicamente elaborada. Cualquier empresa científica presupone que existe el mundo externo, que es ordenado, y que el hombre puede conocerlo; desentrañar estos presupuestos es tarea de la filosofía.

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Módulo 5

El principio de no-contradicciónDatos para referencia bibliográfica:

Alvira, Tomás; Luis Clavell y Tomás Melendo. Metafísica. Ediciones Universidad de Navarra, S. A., Pamplona, 1984. Capítulo III, pp. 43 a 50.

En el conocimiento humano existen una verdades primeras, que son fundamento de todas las demás certezas. Así como “ente” es la primera noción de nuestra inteligencia, incluida en cualquier idea posterior, hay también una juicio naturalmente primero, que está supuesto en todas las demás proposiciones: “es imposible ser y no ser a la vez y en el

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mismo sentido”. Así, por ejemplo, al afirmar que una cosa es de tal modo, se presupone, en efecto, que no es lo mismo ser eso que no serlo: si decimos que ayudar a los demás “es” bueno, es porque no es lo mismos “ser bueno” o “no serlo”.

Aunque se utilice en todos los sectores del saber humano, este principio básico hace referencia al ser, y por eso corresponde a la metafísica, ciencia del ente en cuanto tal, pone de manifiesto todo su alcance. Al considerar esta verdad suprema, estamos ahondando en una de las características más evidentes y fundamentales del ser.

1. El primer principio acerca del ente (p. 43 a 44)

Ese juicio primero se llama principio de no-contradicción, porque expresa la condición fundamental de las cosas, es decir, que no pueden ser contradictorias. Este principio se funda en el ser, y expresa su misma consistencia y su oposición al no-ser.

Conocemos este hombre, esa montaña, aquel animal, percibiendo a cada uno como algo que es, como un ente. A continuación se alcanza la idea de “negación de ente” o “no-ser”; con ocasión de que advirtamos, por ejemplo, que un objeto que estaba aquí, ahora ya no está, o que este perro no es aquel otro, la inteligencia forma la primera noción negativa, la idea de no-ente.

Una vez aprehendido a partir de las cosa el no-ser, entendemos que un ente no puede ser y no ser, a la ve y en el mismo sentido; el principio de no-contradicción expresa así la incompatibilidad radical entre ser y no-ser, fundada en que el acto de ser confiere a todo ente una perfección real, auténtica, que se distingue absolutamente de estar privado de ella.

Se dice “a la vez”, porque no hay contradicción por ejemplo, en que las hojas de un árbol sean verdes en una época del año, y marrones o rojizas en otra. Se añade “en el mismo sentido”, pues no es un absoluto contradictorio, pongamos por caso, que un hombre sea sabio en una materias e ignorantes en otras.

Aunque parezca muy obvio, este principio tiene, como veremos, una importancia fundamental en el conocer humano, tanto espontáneo como científico, y en las acciones de la vida, ya que constituye el primer presupuesto de la verdad de nuestros juicios.

2. Diversas formulaciones del principio de no-contradicción (pp. 44 a 45)

El primer principio es, ante todo, un juicio acerca de la realidad. Por eso, las formulaciones más profundas de este principio son las de carácter metafísico, es decir, las que se refieren directamente al ser de las cosas; como, por ejemplo, “es imposible que una misma cosa sea y no sea”18, No se afirma sólo que “lo contrario es impensable”, ya que el principio de no-contradicción es la ley suprema de lo real, no un axioma o postulado de la mente para interpretar la realidad: es el ente mismo el que no es contradictorio.

Pero como nuestra inteligencia conoce la realidad tal como es, el primer principio del ente es, de modo derivado, una ley del pensamiento, la primera ley lógica19. De ahí que encontramos otras formulaciones de carácter lógico, que se refieren más bien a nuestro 18 Aristóteles, Metafísica, IV, 3, 1005b, 25.19 Ibidem, IV, 4, 1006a 3.

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conocimiento del ente: por ejemplo, “es imposible que las afirmaciones contradictorias respecto de un mismo objeto y al mismo tiempo sean verdaderas”.

La inteligencia está sometida al principio de no-contradicción: no puede conocer al ente como contradictorio, porque no lo es. Ciertamente, es posible contradecirse al pensar o al hablar pero esto sucede sólo en la medida en que nos apartamos de la realidad, por un defecto de nuestro razonamiento; y cuando alguien nos hace ver la incoherencia en que habíamos caído, tendemos a rectificar inmediatamente porque, aunque cabe afirmar algo contradictorio, no es posible entenderlo.

3. Conocimiento inductivo del primer principio (p. 45)

El principio de no-contradicción es conocido de manera natural y espontánea por todos los hombre, a partir de la experiencia. Constituye una juicio per se notum omnibus, es decir, manifiesto por sí mismo a todos, pero no es una sentencia innata que el entendimiento poseería ya antes de empezar a conocer, ni una especie de esquema intelectual para comprender la realidad.

Para emitir este juicio es necesario conocer con anterioridad sus términos, ente y no-ente, nociones que captamos sólo cuando, a través de los sentidos, la inteligencia entiende la realidad externa y aprehende, por ejemplo, el papel (ente) y la máquina de escribir como distinta de aquél (no-ente). Tratándose de las dos necesariamente y de modo inmediato esta ley de la no-contradicción.

Como es natural, en los inicios del conocer este principio no se expresa en su formulación universal -”es imposible ser y no ser”-, pero sí se conoce con toda su fuerza y se acentúa de acuerdo con él; por ejemplo, un niño sabe muy bien que no es lo mismo comer que no comer, y obra en consecuencia.

4. Evidencia de este principio y su defensa “ad hominem” (p. 46)

Por ser el primer juicio, este principio no admite una demostración a partir de otras verdades anteriores. Su indemostrabilidad, sin embargo, no es un signo de imperfección, sino al contrario, porque cuando una verdad es patente por sí misma, no es necesario ni posible probarla. Sólo requiere ser demostrado lo que no es evidente de forma inmediata. Además , si todas las afirmaciones tuvieran que probarse a partir de otras, nunca llegaríamos a verdades manifiestas por sí mismas, y todo el saber humano estaría infundado.

Defensa del principio ante sus negaciones (p. 46)

Aunque el principio de no-contradicción no se puede demostrar recurriendo a otras evidencias más básicas, que no existen, sí cabe defenderlo de forma indirecta, poniendo de manifiesto las incoherencias en que incurre quien lo niega. Estos argumentos tienen un valor indudable, pero no son propiamente demostraciones, pues la fuerza y la certeza del principio no se deriva de ellos, sino de la aprehensión natural y espontánea del ente; son sólo una defensa contra los que lo niegan. Veamos algunas de las argumentaciones que Aristóteles da en su Metafísica:

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a) Para negar este principio habría que rechazar todo significado del lenguaje: si “hombre” fuese lo mismo que “no hombre”, en realidad no significaría nada; cualquier palabra indicaría todas las cosas o no designaría ninguna; todo sería lo mismo. Resultaría imposible, entonces, cualquier comunicación o entendimiento entre las personas. De ahí que cuando alguien dice una palabra, ya está admitiendo el principio de no-contradicción, pues sin duda pretende que ese término significa algo determinado y distinto de su opuesto; en otro caso, no hablaría (Cfr. Metafísica, IV, c.4).

b) Llevando hasta sus últimas consecuencias esta argumentación del ad hominen. Aristóteles afirma que quien desecha el primer principio debería comportarse como una planta, porque incluso los animales se mueven par alcanzar un objetivo con preferencia sobre otros; por ejemplo, al buscar alimentos (Cfr. ídem).

c) Además, negar este principio supone aceptarlo, pues al rechazarlo se concede que no es lo mismo afirmar que negar si se sostiene que el principio de no-contradicción es falso, se admite ya que lo verdadero no es igual a lo falso, aceptando así el principio que se quiere eliminar (Cfr. Metafísica, XI, c. 5).

El relativismo consiguiente a la negación del primer principio (p. 47)

A pesar de su evidencia, el principio de no-contradicción ha sido negado en la antigüedad por diversas escuelas (Heráclito, sofistas, escépticos) y en la época moderna de modo más radical y consciente, por ciertas formas de filosofía dialéctica (marxismo) y de relativismo historicista. Son doctrinas que reducen la realidad a puro devenir: nada es, todo cambia. De este modo rechazan la naturaleza estable de las cosas, los entes, la consistencia del acto de ser y sus propiedades. No ha entonces punto de referencia firme ni un principio de verdad absoluta, y se sostiene que doctrinas opuesta entre sí son igualmente válidas: no es más verdadera una afirmación que su contraria.

Una vez desechado el ente, se suele erigir la subjetividad humana como único punto de apoyo de lo verdad. Lo constitutivo de la realidad sería su referncia a cada individuo: el ser de las cosas se reduce a su ser-para-mí, a la particular valoración y uso que cada persona puede hacer de ellas en los diversos instantes de su vida. Por eso, todas las negaciones del principio de no contradicción a lo largo de la historia del pensamiento se ha caracterizado por un relativismo subjetivistas, que atenta contra la vida humana en sus vertientes teórica y práctica. Es sobre todo en el ámbito de la vida moral donde se advierte con mayor claridad la importancia del primer principio, pues al negarlo, realidades como el matrimonio o la sociedad, por ejemplo, no tendrían una naturaleza propia ni unas leyes estables, sino que dependerían del sentido que les confieran los hombres a su arbitrio; desaparece también la distinción objetiva entre lo bueno y lo malo, y por consiguiente, el primer principio en el orden del obrar humano, que prescribe hacer el bien y evita el mal; quedaría como único motivo y norma de actuación el “yo quiero hacer esto”20.

5. Función del primer principio en la Metafísica (p. 48 y 49)

20 Se erige la subjetividad humana como único punto de apoyo de la verdad: “el hombre es la medida de todas las cosas”

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Por tratarse de la ley suprema del ente, el principio de no contradicción juega un papel de primer orden en todo el saber humano teórico y práctico, pues nos impulsa a conocer y a obrar, evitando la incoherencia. Por ejemplo, es contradictorio que Dios sea infinito y que a la vez progrese a lo largo de la historia (concepción hegeliana), y por eso desechamos esa segunda opción; no tiene sentido pensar en el mundo como una materia que se autoproduce (marxismo), pues es contradictorio que algo sea causa de sí mismo.

De modo especial, el primer principio impulsa el conocimiento metafísico, ya que es el juicio fundamental acerca del ente. El principio de no contradicción ayuda a descubrir la estructura interna de los entes y sus causas. Por ejemplo, al advertir el carácter espiritual de las operaciones humanas de entender y querer, nos vemos obligados a concluir que el principio de esos actos -el alma- es también espiritual, porque sería contradictorio que un sujeto material realizase acciones inmateriales; o también, la limitación del ser de todas las cosas del universos conduce, en la Teología natural, a concluir en la existencia de Dios, pues sería una contradicción que un universo con todas las características de lo causado (finitud, imperfección, etc.) no tuviese causa. Es el ser de los entes el que obliga al pensamiento a avanzar y profundizar en su conocimiento de la realidad, evitando toda contradicción.

Nuestra inteligencia obtiene los restantes conocimientos en virtud del principio de no contradicción. Con todo, conviene advertir que así como las demás nociones están incluidas en la de ente, pero no se obtienen a partir de ella mediante un análisis o deducción, tampoco el primer principio, aunque latente en todos los juicios, permite deducir de él los restantes conocimientos humanos: no se conoce propiamente a partir del principio de no-contradicción, sino de acuerdo con él; con sólo este juicio primero, y sin el conocimiento de los distintos modos de ser que nos proporciona la experiencia, el saber no avanzaría. De ahí que el principio de no-contradicción se utiliza casi siempre de modo implícito e indirecto -sin repetirlo cada vez como premisa de un razonamiento-, para desechar lo absurdo y avanzar hacia las soluciones correctas.

Aunque el cometido del primer principio se irá comprendiendo mejor a lo largo de la Metafísica, se puede entender un poco ya desde ahora, viendo cómo los filósofos avanzaron impulsados por la necesidad de evitar contradicciones.

Predecesor del relativismo, Heráclito sostenía que la realidad es puro devenir, negando el principio de no-contradicción: nada es, todo cambia. Parménides quiso restablecer la verdad del ente, en contra de la disolución de lo real operada por Heráclito, y formuló la célebre afirmación de que “el ser es, el no-ser no es”. Sin embargo, al entender este principio de manera rígida e inflexible, rechazó todo no-ser, incluso relativo, declarando así imposible la limitación, la multiplicidad, el cambio, etc., y concluyendo que la realidad es un único ente inmóvil y homogéneo.

Platón desarrolló una metafísica que, al admitir la realidad de la privación y al hacer del mundo sensible una participación del mundo de las Ideas, acogía en el ámbito del ser al mundo limitado. Sin embargo, es Aristóteles quien determinó el verdadero sentido del no-ser relativo que hay en las cosas, al descubrir un principio real de limitación: la potencia; y así llegó a formular de manera más matizada la exigencia de la no-contradicción: “algo no puede ser y no se a la vez y en el mismo sentido”.

6. Otros principios primeros fundados en el de no-contradicción (pp. 49 y 50)

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Existen algunos otros principios estrechamente vinculados al primero, que veremos brevemente.

a) El principio de tercero excluido: “no hay medio entre el ser y el no-ser”, o “entre afirmación y la negación no hay término medio”. Este juicio significa que una cosa es o no es, si otra alternativa, y se reduce al principio de no contradicción: el término medio es imposible, porque debería ser y no ser a la vez, o bien ni ser ni deja de ser. La utilización de este principio es constante en los razonamientos, por ejemplo, bajo la fórmula “toda proposición necesariamente es o verdadera o falsa”.

Aunque el ser en potencia parezca un “intermedio” entre ser y no ser, en realidad, es una situación media entre ser en acto o no ser en acto o no se en absoluto. Y también para la potencialidad vale este principio: nada puede ser a la vez en acto y en potencia, y, por eso, no hay intermedio entre ser en potencia y no ser en potencia.

b) El principio de identidad: “el ente es el ente”, “lo que es, es lo que es”, “el ser es, el no ser no es”. Aunque ni Aristóteles ni Santo Tomás hablan de la identidad como primer principio, en ambientes neoescolásticos muchos autores lo mencionan, reudiciéndolo casi siempre al de no-contradicción.

En la época moderna se ha concedido gran importancia a este principio, situándolo por encima del de no-contradicción. en muchos casos, sobre todo en los seguidores de Spinoza, con esta ley se intenta afirmar que el mundo es idéntico a sí mismo, homogéneo, no surcado por la división, y que, por tanto, es ilimitado, de forma que no remite a otra causa fuera de sí. Como en el caso de Parménides, pero ahora de modo más radical, esta opinión comporta un panteísmo en el que la criatura sustituye a Dios.

Junto con estos principios fundamentales, a veces se enumeran otros, como el de causalidad (“todo efecto tiene una causa”, “todo lo que empieza a ser es causado”), o el de finalidad (“todo agente obra por un fin”). En sentido estricto no se trata de primeros principios, ya que en ellos intervienen nociones más restringidas y posteriores a las de ente y no-ente, como son “causa”, “efecto”, “fin”; por eso presupone ya el principio de no-contradicción, y tienen un alcance más limitado.

Módulo 6

Los principios del saber científico

Datos para referencia bibliográfica:Sanguinetti, Juan José. Lógica. Tercera edición. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1989. Capítulo V, Parte II, 213 a 232.

1. Noción de principio (pp. 213 y 214)

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Principio (del griego, arjé) es aquello de lo que algo procede. Hay principios ontológicos, que forman parte del mundo real, como por ejemplo el punto de partida de un movimiento, o las causas y elementos constitutivos de las cosas. Aquí nos referimos sólo a los principios científicos, que son un tipo de preposiciones fundamentales en las que se contienen implícitamente los desarrollos formales de una ciencia.

Todas las demostraciones se basan en presupuestos primeros o principios, en el sentido indicado. Los principios científicos son enunciados universales e indemostrables, que son premisas de las demostraciones. Estas proposiciones, sean verdades ciertas o hipótesis, son siempre principios lógicos, pues causan el conocimiento de las conclusiones. Pero al mismo tiempo, tratándose de ciencias reales, expresan de algún modo principios reales, o que probablemente son reales, pues señalan causas del mundo existente, o características del los objetos de la ciencia.

Aunque la ciencia comienza por la observación experimental, las verdades particulares - llamadas a veces en las ciencias enunciados protocolarios, o enunciados básicos- no son los auténticos principios. Se llegar a un principio cuando se alcanza una afirmación universal que permite efectuar deducciones en torno a amplios sectores de una ciencia, o incluso de toda ella; esto sucede así especialmente cuando el principio es una tesis fundamental acerca de las nociones básicas de una disciplina científica.

En las ciencias pueden existir, naturalmente, verdades importantes que se concluyen de otras, y que por tanto no constituyen verdaderos principios. Un caso peculiar se da en la metafísica, que deduce muchísimas conclusiones de una verdad como “Dios es el Ser Subsistente”, que expresa el Principio radical y último del universo; sin embargo, para la filosofía esa afirmación no es una primer principio, sino una conclusión demostrable del conocimiento inmediato y universal de los entes, que conocemos por experiencia.

Acerca de los principios, se plantean una serie de interrogantes: cómo se alcanza, cómo se usan, y qué valor de verdad poseen. Examinarlos en particular exige distinguir las diversas clases de principios.

No hay que pensar que siempre se procede deductivamente a partir de ello. Esto sucede sólo con los axiomas matemáticos, cuyos términos la mente conoce con tal claridad, que puede pasar fácilmente a deducción. Pero los principios de la filosofía, de las ciencias naturales y humanas, se emplean más bien como premisas orientativas, que guían la investigación. Es necesario acudir una y otra vez a la experiencia, internado los nuevos datos a la luz de los principios.

2. Tipos de principios científicos (pp. 214 a 216)

Las ciencias operan con principios de diversa índole. hay principios físicos, matemáticos y metafísicos; los hay ciertos o más o menos hipotéticos; otros son universales o particulares. Cada ciencia, por otra parte, los emplea en el contexto de su propio modo de argumentar.

Principios comunes y propios. Esta es la primera división de los principios del conocimiento científico. Principios comunes, primeros o metafísicos, son las verdades inmediatas y ciertísimas que se refieren a las propiedades del ente, o en todo caso a algunas características básicas de la realidad. Así, se puede observar que cualquier juicio,

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sea espontáneo o científico, presupone el principio de no-contradicción: “algo no puede ser y no ser a la vez, en el mismo sentido”. Quien no admite esta verdad, ni siquiera podría hacer una afirmación con sentido; al intentar negar este principio, lo afirmaría.

Otros principios de este orden son, por ejemplo: el de causalidad, presupuesto de las ciencias físicas; el de la identidad comparada (“dos cosas idénticas a una tercera son iguales entre sí”), que se aplica especialmente en las matemáticas; el de finalidad, que es muy claro en los vivientes y en el obrar humano; el de la bondad moral, primer principio práctico (“hay que hacer el bien y evitar el mal”); el del conocimiento de la verdad, o persuasión de que el hombre puede conocer algunas verdades, lo cual es presupuesto de cualquier ciencia.

El conocimiento espontáneo advierte estos principios con facilidad, pues son inmediatos al ejercicio de la inteligencia y, una vez recibidos de la experiencia, permanecen en ella como un hábito intelectual (hábito de los primeros principios). Por eso no sólo son verdades ciertas, sino que está dotados de la máxima certeza, y son fundamento de la certeza de las demás verdades universales (negarlos supone caer en el escepticismo). Esto no significa que su aplicación en caso concreto no pueda resultar difícil a veces, y que el hombre no pueda negarlos por medio de construcciones teóricas, aunque normalmente en su vida práctica los seguirá utilizando. El examen a fondo de estos principios pertenece a la metafísica.

Las ciencias particulares presuponen algunos de estos primeros principios, utilizándolos implícitamente: “los principios comunes son asumidos por cada ciencia demostrativa de una manera analógica, en la medida en que se proporciona a ella” (In Y Anal. Post., lect. 8). Algunos, como el de la no-contradicción del ente, son presupuestos de cualquier ciencia; en este sentido, “los primeros principios desde los que se demuestra son comunes a todas las ciencias” (In Y Anal. Post., lect. 43), pues “los principios segundos reciben su fuerza de los primeros” (ibídem).

En teología, los principios son artículos de la fe, contenidos en las fuentes de la Revelación, y a veces declarados solemnemente como dogmas por el Magisterio de la Iglesia. Son más altos que los primeros principios metafísicos, y aún más ciertos que cualquier verdad humana, pues no se basan en la razón del hombre, sino en la misma Sabiduría de Dios. Sin embargo, la negación de algunos de los primeros principios metafísicos implica la negación de las verdades de fe (por ejemplo, si alguien dice que no puede conocer la verdad, tampoco aceptará las verdades de fe).

Los principios propios, segundos o particulares conciernen a las ciencias particulares, pues son tesis fundamentales acerca del objeto formal de una disciplina particulares, o con relación a sus nociones primitivas. Entre éstos hay una jerarquía interna, ya que unos abarcan toda la ciencia, mientras que otros se refieren más bien a algunas de sus ramas.

En las ciencias prácticas, los principios se denominan normas, leyes o reglas. Así sucede, por ejemplo, con las leyes morales, estudiadas por la ética, o con las reglas para efectua deducciones en la lógica como arte. Un principio operativo es una regulación de los actos humanos en orden a un determinado fin: la norma no expresa lo que es, sino lo que debe ser o, mejor, lo que el hombre ha de hacer para conseguir una finalidad. Las leyes pueden ser humanas, cuando son establecidas por los hombres (por ejemplo, las reglas de un juego); divino-naturales, cuando responden a una inclinación natural puesta por el

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Creador; o divino-positivas, cuando son promulgadas por Dios que se revela a los hombres.

3. Principios Matemáticos y Lógicos (pp. 216 a 219)

La matemática es una ciencia esencialmente deductiva. Opera partiendo de principios formales, no necesariamente reales, que son enunciados básicos y primeros que formulan ciertas características de los objetos matemáticos; suelen llamarse axiomas o postulados: la matemática clásica consideraba que los axiomas eran principios verdaderos, mientras que los postulados no eran conocidos como verdaderos ni falsos, de modo que se asumían como hipótesis de trabajo. La matemática moderna parece haber eliminado esta distinción, dando al término axiomas el sentido de un simple postulado: los principios matemáticos ahora no se formulan según un criterio de evidencia material (por inducción a partir de la realidad), sino por simple evidencia formal (en el sentido de no-contradicción). Pero ya veremos que no pueden eliminarse en matemáticas algunos axiomas en el sentido clásico.

Algunos principios matemáticos son consecuencias de libres construcciones ideales, no fruto de la inducción, y por tanto no son ni verdaderos ni falsos. Al moverse las matemáticas en la abstracción cuantitativa, se desentiende de la realidad extramental, sobre todo en las elaboraciones sumamente abstractas de los dos últimos siglos. Posee, por eso, un amplio margen de libertad para construir definiciones (conceptos de razón), y para proponer axiomas, juicios en que entras construcciones matemáticas (por ejemplo, espacios de n dimensiones), que no se contradicen entre sí (por ejemplo, la recta de la geometría euclidiana no es la misma que la recta de las geometrías de Riemann y Lobatchewski). El objeto de la matemática es un ente de razón (si no puede existir en la realidad) o bien un ente posible (en el caso de que pueda existir) que a veces encontrará un refrendo en la realidad física.

Los principios matemáticos no son arbitrarios, pues se sujetan a la no-contradicción, y se han elaborado partiendo de una abstracción originaria de la cantidad real. La matemática no es una ciencia puramente originaria de la cantidad real. La matemática no es una ciencia puramente convencional, pues como mínimo se somete a la ley de la no-contradicción aplicada al ámbito cuantitativo. Ningún de sus axiomas puede negarse sin contradicción, aunque sí pueden negarse las definiciones, cambiando el concepto o el sentido del hombre (por ejemplo, definir la recta de un modo o de otro). Por otra parte, la idea de cantidad - número y dimensión- no es una invención humana, sino que se ha tomado abstractivamente de la multiplicidad de entes y de la extensión corpórea, fundamentos últimos de la ciencia matemática.

Existen principios matemáticos reales, leyes de la cantidad como tal, obtenidos por inducción, inmediatamente evidentes, y que están implícitos en todo razonamiento matemático. Por ejemplo, “dos cantidades iguales a una tercera son iguales entre sí”, “el todo es mayor que la parte”, son enunciados que se aplican a las cantidades reales, y ni siquiera de un modo aproximado, sino exacto. No tiene importancia que estos principios sean muy pocos, y que no aparezcan explícitamente en los sistemas axiomáticos (pueden estar presupuestos). Lógicamente los principios convencionales a que antes nos referíamos no sólo son más numerosos, sino que pueden ser indefinidos; pero todos ellos se basan en estos principios reales, que la filosofía de la metafísica examina a fondo21.

21 Cfr. F. Selvaggi. Scienza e metodología, PUG, Roma 1962, pp. 65 y ss.

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Algo semejante ocurre con los principios de la lógica simbólica, aunque los signos lógicos se refieran no ya a la cantidad, sino a las segundas intenciones. La lógica formal se fundamenta en el principio de no-contradicción, ley lógica y principio real del ente.

El método axiomático. Las ciencias deductivas, como matemáticas y lógica formal, se construyen actualmente según el método axiomático22, En lógica, este método se basa en la construcción de una serie de enunciados formales - compuestos de signos variables, cuyo significado material se deja de lado por abstracción -, de modo que casi todos ellos se deducen de unos pocos, tomados como axiomas indemostrables.

Las relaciones entre los signos se llaman sintácticas. El cuerpo de todos esos enunciados constituye un Sistema lógico deductivo formal, una Teoría deductiva, o un Lenguaje formalizado y axiomatizado. Un sistema formal consta esencialmente de: a) signos primitivos; b) signos introducidos por definición; c) reglas de formación, para establecer expresiones con sentido entre los signos; d) axiomas, o enunciados indemostrables; e) reglas de inferencia, que establecen el modo en que se pueden usar los axiomas para efectuar deducciones; f) pruebas, o demostraciones en las que, partiendo de los axiomas y aplicando las reglas, se obtienen nuevos enunciados, que se consideran demostrados (teoremas).

la relación de los signos con su significado se llama semántica. Una vez que se estudia la estructura interna de un sistema formal, se puede considerar su aplicación a ciertos objetos externos al sistema, a través de relaciones semánticas. Con la referencia semántica de los signos a un universo de objetos reales o posibles (universo llamado modelo), se dice que un sistema es interpretado.

Desde el punto de vista sintáctico, un sistema deductivo aspira a tener las siguientes propiedades: a) consistencia, o no contradicción, condición básica sin la cual el sistema no existe; b) completitud, o capacidad de los axiomas de demostrar todas la fórmulas válidas en su dominio, aunque a veces esto no es posible; c) independencia de los axiomas, de manera que uno no pueda ser deducido de otro; d) decidibilidad de las fórmulas, cuando existe un mecanismo automático para demostrarlas o retirarlas, lo cual muchas veces no se consigue.

Hay procedimientos que demuestran, en algunos casos, la existencia o no de estas propiedades para determinados niveles de los cálculos lógico-matemáticos. Estos estudios reflexivos de un sistema formal sobre sus propias características, se denominan metalógicos (o también metateoréticos). La metalógica comprende pues una sintaxis, una semántica, y también una pragmática, cuando se considera la relación de los signos con los individuos que los emplean.

Ya desde los años 30, con algunos importantes teoremas del matemático K. Gödel, se han demostrado los límites del formalismo axiomático23. Los sistemas lógico-fomales no son autosuficientes: no pueden autodemostrar su consistencia con sus propios modos, y en ciertos niveles son incompletos o indecibles. Están como gobernados desde fuera por la mente humana, que intuye más allá de las fórmulas demostrables.

22 Cfr. R. Saumells. Fundamentos de matemáticas y de física, RIALP, Madrid 1961, pp. 41 y ss.23 Cfr. O. Becker, Magnitudes y límites del pensamiento matemático. RIALP, Madrid, 1961; J. Ladriere, Les limitations internes des fomalismes, Nauxelaerts-Gauthier Villars, Lovaina-París 1957; E. Díaz Estevez, El teorema de Gödel, EUNSA, Pamplona.

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Como sucede en las matemáticas, el convencionalismo de los sistemas axiomáticos es limitado, ya que están regulados por la no-contradicción que, aunque no comparezca en los axiomas formales (o aunque puede deducirse de un teorema), constituye su principio real lógico-metafísico. Además, su utilidad es del mismo alcance que la lógica formal del raciocinio: aseguran la coherencia, más no la verdad material, y son aplicables sólo a la ciencias deductivas. Por eso la fundamentación formal de una ciencia no ha de confundirse con su fundamentación real o metafísica.

4. Principios físicos (pp. 219 a 226)

Los principios físicos son formulaciones universales que expresan ciertas propiedades de las cosas sensibles, conocidas en el nivel de abstracción físico, y en la ciencia moderna también en la abstracción físico-matemáticas. Por consiguiente, los principios físicos no pueden limitarse a enunciar naturalezas ideales, sólo no-contradicciones, sino que han de contener siempre alguna referencia empírica, y para ser verdaderos deben verificarse sensiblemente. Los principios físicos suelen denominarse leyes.

Leyes físicas. En sentido estricto, leyes son los principios normativos que regulan las acciones humanas en función del fin, que existen tanto en el promulgador de la ley, como en los que se someten a ella; ley natural (o ley natura - moral) es la inclinación de la naturaleza humana a conocer y cumplir los principios de su obrar en orden a su fin último: es un inclinación puesta por el Creador, en quien existe la ley de modo originario (ley eterna) (Cfr. S. Th., I-II, qq. 90, 91, 93 y 93).

Por extensión, se suele hablar de leyes naturales físicas, que son a modo de reglas según las cuales los cuerpos naturales actúan siempre del mismo modo (por ejemplo, leyes por las que los planetas describen sus órbitas, el fuego quema, los vivientes crecen). Propiamente las leyes físicas son inclinación activa de las cosas materiales a actuar de un modo determinado, que se sigue de su naturaleza. La ley en este sentido se identifica con la potencia activa por la que un ente material es causa constante y unívoca de determinados efectos.

En las ciencias naturales, la ley física es un enunciado universal que significa una propiedad, un modo de actuar uniforme y regular de los fenómenos o cosas sensibles (es pues sinónimo de principio físico, tal como lo hemos definido arriba); por ejemplo, la ley de la gravitación universal, o de la conservación de la energía. A veces las leyes se denominan por sus descubridores (ley de Newton, Kepler, Mendel, etc.). Como pieza lógica de la ciencia, la ley de la física tiene su correlato real en la ley entendida como inclinación activa a obrar en cierto sentido, o al menos como el mismo comportamiento uniforme de los fenómeno de la naturaleza24.

Las leyes físicas normalmente se expresan en ecuaciones matemáticas, en cuanto miden ciertas relaciones cuantitativas de la actividad corpórea (así ocurre con la ley de la gravedad, la ley de las proporciones múltiples de Dalton, etc.) A veces pueden ser aproximadas, si el hombre mide con imprecisión los aspectos cuantitativos; o estadísticas y por tanto probables, cuando se refieren a fenómenos variables (por ejemplo, leyes de la herencia biológica, o sobre enfermedades).

24 Cfr. J. M. Riaza. Ciencia moderna y filosofía. BAC, Madrid 1961.

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Las leyes físicas suelen tener un carácter abstracto o esquemático, pues dejan de lado otros aspectos de las cosas reales que, al influir realmente en los fenómenos, hacen que la realidad no se comporte exactamente igual al enunciado de la ley, sino sólo de un modo aproximado. En este sentido, las leyes físicas muchas veces contienen cierta carga de idealización: la física las formula escogiendo determinados aspectos, no teniendo en cuenta por convención otros detalles, imaginando cómo actuarían los cuerpos si no existieran más variables que las consideradas por la ley.

Por ejemplo, la ley de la inercia se expresa imaginando que un cuerpo se desplaza en el espacio sin estar sometido a influjo externos, cuando en realidad siempre es influido exteriormente: esto no implica falsedad, ni pura creación de la mente, pues por abstracción se puede considerar sólo una propiedad de los cuerpos (en este caso, la tendencia observada a mantenerse en el estado de movimiento o reposo adquiridos). Naturalmente, la imagen que se da del mundo es parcial, y esto es muy propio de la ciencias particulares.

En la misma líneas, las ciencias físicas en sus explicaciones acuden con frecuencia a modelos, que vienen a ser representaciones esquemáticas o simplificadas de realidades complejas (por ejemplo, el modelo del átomo de Thomson, Rutherfod, Bohor). Así nociones como las de gas perfecto, cuerpo rígido, punto material, etc., son a modo de idealizaciones de la realidad. Ya hacía notar Santo Tomás, refiriéndose a la geometría y a la astronomía: “las líneas sensibles no son tales como las firma el geómetra (...) pues el círculo toca la línea recta sólo en un punto, como dice Euclides, y esto no parece verdad del círculo y las líneas sensibles (...). De modo semejante los movimientos y órbitas celestes no son tales como el astrónomo los afirma (...). Ni las cantidades de los cuerpos celestes son como las describen, pues usan los astros como puntos, aunque en realidad son cuerpos con magnitud” (In II Metaph., lect 7). Más adelante resuelve estas cuestiones acudiendo a la abstracción: no se trata de pensar que las cosas son realmente de este modo, sino que se consideran así en el plano de la abstracción (cfr. ibid.).

Los modos a veces pueden contar con la imaginación visual, como sucedía normalmente en la física clásica, que tendía a expresar las leyes en términos mecánicos; en otros casos se trata sólo de modelos matemáticos, no visualizables, no intuitivos mecánicamente, pero que siempre tiene una referencia a datos sensibles. Es la tendencia características de la física contemporánea.

Esto no significa que la ciencia sólo conozca modelos, y no realidades. Por medio del modelo se captan parcialmente aspectos reales de las cosas. Por eso los modelos se van perfeccionando a medida que la experiencia es más honda y precisa25.

Verdad e hipótesis. Los principios de la física, la química, las ciencias biológicas, muchas veces son verdades ciertas, suficientemente corroboradas por la experimentación, aun cuando se mueven -como hemos dicho- en el ámbito de la inducción empírica. Así, la composición molecular y atómica de los cuerpos, las propiedades fisico-químicas de los elementos, la estructura del sistema solar, son conocidas con certeza por la ciencia moderna, aunque en tiempos pasados estos conocimientos fueran hipotéticos. Principios como la gravitación, la inercia, la conservación de la energía, etc., hoy son conocimientos seguros. Evidentemente, estos principios en el futuro quizá podrán formularse mejor,

25 Cfr. E. Agazzi, Temi e problemi di filosofía della fisica, Abete, Roma 1974, pp. 289-311.

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desde una perspectiva más alta, teniendo en cuenta más variables, explicando ciertas posibles excepciones, etc.

Por otro lado, las ciencias naturales trabajan también con hipótesis, enunciados universales o particulares cuya verdad no consta, pero que explican suficientemente una serie de hechos. Eran conocidas por los antiguos: “para explicar algo se pueden aducir dos tipos de razones; unas prueban una tesis suficientemente (...). Otras no lo hacen, sino que se limitan a mostrar la congruencia de una serie de efectos; así, en la astronomía, se acude a los excéntricos epiciclos, de modo que a partir de esta hipótesis se salvan las apariencias de los movimientos celestes; pero quizá podían explicarse con otra hipótesis (S. Th., Y, q. 32, ad 2). Este tipo de razonamiento se llama método hipotético deductivo.

Tal método opera en dos fases:

a) se indica una probable causa de los hechos observador (demostración qua imperfecta), mostrando que ella al menos puede producirnos;

b) Se deducen de esa hipótesis determinados efectos, que ninguna hipótesis concebida hasta ahora puede explicar adecuadamente.

Estas hipótesis, en las ciencias experimentales, se plantean siempre en el nivel físico o físco-matemático del conocimiento. La física no asciende a explicaciones metafísicas, donde se alcanza la naturaleza de las cosas y la causalidad de Dios.

Algunos criterios para la formulación de hipótesis válidas son:

Coherencia con otros sectores de la ciencia. En este sentido, una hipótesis es reforzada si, además de ser verificada, se deduce de principios teóricos más altos. Si una hipótesis entra en contradicción con otros principios, o debe desecharse, o habrá que revisar la teoría.

Verificación empírica suficiente, en ámbitos heterogéneos, con ausencia de constrastaciones experimentales. Verificar es comprobar la verdad de un enunciado acudiendo a los datos adecuados para ello, que en materias físicas son los datos de la experiencia sensible. El principio de verificación físico - matemático sólo vale para las ciencias experimentales; las demás ciencias cuentan con criterios de verdad más altos. Verificar, por otra parte, no es sólo acudir a los sentidos, pues supone también “leer” en los datos un aspecto inteligible, que se conoce conceptualmente.

Fecundidad, o capacidad de explicar nuevos fenómenos, que otras hipótesis no explican. Una hipótesis más fecunda no siempre implica que la más pobre sea falsa, quizá porque la primera tiene en cuenta datos que la segunda dejaba de lado. Aún en estos casos, la admisión de una nueva hipótesis no supone una mera acumulación de conocimientos, pues con frecuencia es necesario reorganizar de nuevo la materia. Este es el sentido de las “revoluciones científicas”.

Simplicidad, en el sentido de que pocas causas sean capaces de explicar grupos de fenómenos de diversa índole. El criterio de simplicidad no es mera economía de pensamiento, sino que procede de la experiencia: cuando una explicación comienza a presentar excepciones curiosas o hipótesis ad hoc para los nuevos fenómenos que se van descubriendo, es decir, cuando se complica demasiado, la experiencia enseña que probablemente es falsa. La simplicidad es una señal - aunque no inequívoca- de la verdad. En buena parte, la

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simplicidad es universalidad explicativa: por ejemplo, la ley de la gravitación es simple porque explica muy diversos fenómenos particulares de la mecánica terrestre y celeste.

En las hipótesis se contienen a veces aspectos convencionales, esquemáticos, especialmente cuando entran en juego relaciones matemáticas, pero nunca son como los postulados matemáticos, al margen de la realidad. Puede suceder que alguien utilice las hipótesis sólo pragmáticamente, desinteresándose si son reales o no, pero el verdadero científico las emplea con intención realista, viéndolas como una conjetura, un conocer probable o posible, que tiende a la certeza.

No es extraño que en la ciencia de nuestro siglo exista un gran caudal de conocimientos hipotéticos, no definitivamente probados, debido a que todavía no ha pasado demasiado tiempo para una plena confirmación. Además, no es inconcebible que el hombre, al llegar a ciertos límites del conocimiento del universo, no pueda más que razonar aventurando hipótesis que difícilmente podrán comprobarse del todo.

Las hipótesis son principios fecundos del conocer científico. Sin duda implican una debilidad del conocimiento humano, sujeto a errores y tantas veces incierto. Pero las hipótesis orientan las investigaciones, y no raramente conducen al descubrimiento de verdades parciales, a veces incluso en el caso de que fueran falsas. La hipótesis geocéntrica, siendo errónea, promovió el desarrollo de las astronomía antigua; más tarde, la teoría copernicana obligó a explicar de otro modo muchas observaciones y predicciones exactas hechas por los astrónomos antiguos.

Teorías científicas. Las ciencias físicas son inductivo - deductivas, pues ascienden desde la experiencia hasta principios universales, y luego pueden organizarse deductivamente, como en un sistema axiomático que sigue las reglas de la lógica. Los principios (leyes, hipótesis) son axiomas de los que se deducen los hechos conocidos, y que permiten predecir fenómenos futuros (por ejemplo, conociendo las leyes planetarias, se prevén los sitos por donde pasará un planeta). La serie de proposiciones encadenadas deductivamente se llama teoría26.

Teoría es el conjunto organizado de conocimientos científicos, a partir de ciertos presupuestos iniciales (por ejemplo la relatividad, la teoría cuántica, la teoría atómica, etc.). Algunas ciencias, como la geografía o la historia, son más bien descriptivas, y no se configuran de este modo: su objetivo es dar a conocer datos y hechos concretos, situarlos espacio - temporalmente, con cierto orden. Pero estas ciencias, que podríamos llamar descriptivo - concretas, dependen de otras que examinan en abstracto las causas y principios de esos hechos: son las ciencias abstractas y explicativas. En su génesis histórica, estas últimas suelen comenzar por una fase empírica, en la que se van recogiendo datos y se formulan por inducción leyes más bien restringidas; poco a poco a medida que la investigación avanza, se proponen explicaciones más altas, y se va formándola teoría científica. A veces la teoría puede presentarse en una forma más o menos axiomatizada (por ejemplo la mecánica de Newton); en otros casos no es posible o no hace falta (por ejemplo, la biología), aunque de todos modos las experiencias siempre son guiadas por principios superiores.

En el campo ordenado de una ciencia pueden distinguirse diversos niveles:

26 Cfr. J. Ladrière. Y rischi della razionalità, SEI, Turín 1978, pp. 24-47.

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a) Hechos singulares reconocidos y expresados en las proposiciones básicas. Los hechos singulares contemplados por las ciencias no son puras sensaciones - como ya hemos dicho- sino que presuponen una intelección, a veces propia del conocer ordinario, y otras veces inherente a la misma interpretación científica (por ejemplo, datos sobre la masa, el peso específico, la temperatura). Si la teoría cambia, también cambia la intelección del hecho, aunque permanece su base sensible.

b) leyes que explican grupos de hechos (por ejemplo, la ley de Boyle-Miriotte);

c) principios superiores que explican diversas leyes, y de los que depende toda la teoría. Así, la teoría de la gravitación de Newton simplifica y recoge las leyes de Copérnico, Kepler y Galigeo, y a su vez es recogida por la teoría de la relatividad de Einstein.

Naturalmente caben niveles intermedios. La ciencia se va desarrollando, ampliando, en un pasar continuo de unos niveles a otros: la leyes permiten inferir nuevos hechos, que al conocerse ayudan a mejorar la formación de las leyes, o a inducir otras ulteriores; los principios dan pie para prever leyes más particulares, que luego se comprueban. La llegada de nuevos datos, positivos o negativos, sirve para reajustar constantemente las teorías.

En la práctica, las ciencias no se adecuan rigurosamente a este orden. Existe teorías muy universales (por ejemplo, la relatividad), y otras más restringidas (la teoría cinética de los gases). Además, no existe una sola teoría física, sino múltiples, para distintos campos de estudios, aunque a veces unas se superponen a otras, y pueden llegar a unificarse, o incluirse una en otra (así la mecánica clásica es como un caso - límite de la mecánica cuántica). Existen también teorías rivales (en otros tiempos, las teorías corpuscular y ondulatoria de la luz), y naturalmente, algunas teorías han sido eliminadas por la prueba de la experiencia (como las teorías del éter).

Aceptabilidad de las teorías. Una teoría científica puede ser desautorizada por pruebas decisivas contrarias, como sucedió con la teoría astronómica del Ptolomeo; pero al descubrir la falsedad de los principios supremos en que se apoyaba, no por eso se destruyen todos los elementos de la teoría: los más cercanos a la experiencia se mantienen, aunque han de explicados de otro modo. en la historia de la física moderna más bien se observa que las teorías antiguas no se destruyen, sino que se purifican e incorporan a las nuevas teorías: la mecánica de Newton no ha sido “falseada” por la teoría de la relatividad y la teorías cuántica, ya que sigue siendo válida a cierto nivel.

las teorías no son necesariamente hipotéticas: algunas son verdaderas, cuando consta la verdad de sus principios, aunque tengamos de ellas, en este terreno, una certeza física y no metafísica. Así, la teoría atómica en el siglo pasado era hipotética, y ya no lo es en este siglo. No se opone esto a la reversibilidad de las teorías, que en el caso de ser ciertas, no por eso son construcciones cerradas o plenamente acabadas: son una réplica parcial de la realidad, y por eso no sólo son mejorables, sino que con el tiempo podrán ser sustiuidas por teorías mejores, más perfectas, más útiles, sin prejuicio de la verdad.

Algunas teorías son hipotéticas, y no sabemos si lo serán siempre, como decíamos al referirnos a las hipótesis. Por ejemplo, la tesis de la dualidad onda - corpúsculo de la

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teoría cuántica por ahora parece más bien un postulado que una certeza; algo semejante cabe decir de las teorías sobre la formación del universo.

5. Panorama histórico conclusivo (pp. 226 a 232)

A modo de conclusión, presentamos una sumaria síntesis de las principales corrientes de la filosofía de la ciencia, dando más importancia a la época actual.

Antigüedad. La ciencia nace en la antigua Grecia, más o menos mezclada con la filosofía, como intento de buscar los principios detrás del flujo de los fenómenos sensibles. Se desarrollan la geometría (axiomatizada por Euclides), la astronomía (culminando con Hiparco y Ptolomeo), la mecánica (Arquímedes), la medicina (Galeno), la óptica (Herón), la lógica (Aristóteles, los estoicos). La filosofía pitagórica y platónica da gran importancia a la interpretación matemática de los hechos naturales. Aristóteles concibe la ciencia como conocimiento cierto por las causas, obtenido demostrativamente, partiendo de principios inducidos por la experiencia. El Estagirita estableció los niveles de las ciencias según grados de inmaterialidad (física, matemática y metafísica), considerando que las ciencias particulares se resuelven en la metafísica, la ciencia más alta porque busca las causas últimas.

Edad Media. Los autores cristianos recogen el legado científico greco - latino, introduciendo la teología sobrenatural, aún más elevada que la metafísica aristotélica. La razón está en armonía con la fe, las ciencias humanas con la teología. Además, el saber humano en último término se ordena al saber teológico (philosophia ancilla theologiae), como explican Clemente de Alejandría y San Agustín. Por otra parte, Santo Tomás enseña que la teología es verdadera ciencia, en el sentido aristotélico de la palabra, ya que estudia la Causa más alta partiendo de principios ciertísimos.

Las Universidades europeas fueron el foco más poderoso de los estudios científicos medievales. Al principio estuvieron centradas en la teología y las artes liberales, especialmente la lógica. Con la llegada en el siglo XIII del corpus aristotelicum y de las obras de los árabes, comenzó el interés por las ciencias naturales y las matemáticas, especialmente en Oxford y París. Estos estudios conducirán al nacimiento de la ciencia moderna27. en el siglo XIV comienza el tratamiento físico - matemático de fenómenos terrestres, en el campo de la cinemática y la dinámica, mientras poco a poco se va abandonando la mecánica aristotélica.

Edad Moderna. Es la época de formación de la ciencia modera, empezando por la mecánica, la astronomía, y la matemática; el éxito de esta empresa se debe a la aplicación metódica de la experimentación y a la lectura matemática de los fenómenos. Los grandes científicos de los siglos XVI y XVII Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, no se oponen a la filosofía ni a la teología y consideran que la ciencia es conocimiento cierto de la realidad, en sus principios causales; no admiten, sin embargo, la filosofía natural aristotélica, que es reemplazada por la nueva física (concebida aún como una filosofía)28. En algunos filósofos (Descartes, Gasendi, Bacon) se forja una visión mecanicista del mundo físico, que terminará por aliarse con la ciencia.

27 Cfr. S. Jali. The Road of Science and the Ways to God. The University of Chicado Press, Chicago, 1978; y The Origin of Science and the Sciende of its Edad Media, De. Columba, Buenos Aires 1967.28 Cfr. W. Wallace, Causality and Scientific Explanatio, Univ. of Michigan Press, Ann Arbor, Michigan 1976.

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En el siglo XVIII, los filósofos de la Enciclopedia empiezan a difundir el ideal cientificista, según el cual sólo es válido el conocimiento físico - matemático, que habría de desterrar los “mitos” religiosos y las ideas filosóficas, demasiado abstractas. Se produce la ruptura entre la ciencia y la fe, la ciencia y la filosofía, que dominará poco a poco en los ambientes científicos, mientras se espera de la ciencia la solución para todos los problemas humanos. Kant considera ilegítima la metafísica, otorgando valor cognoscitivo sólo a la física y a la matemática; las convicciones metafísicas quedan fuera del campo del conocer científico.

Llegamos así al positivismo clásico del siglo XIX (Comte, Stuart Mill, Spencer). La teología y la filosofía serían etapas superadas de la historia de la humanidad: el hombre tiene ante su horizonte sólo las ciencias positivas, que no dan a conocer la naturaleza de las cosas, sino sólo los fenómenos, las regularidades constantes expresadas en fórmulas matemáticas.

Edad Contemporánea. Se caracteriza por las crisis del dogmatismo científico, favorecida por la nueva matemática (aparición de geometrías no-euclidianas) y la nueva física (teorías de la relatividad y cuántica, que producen la caída del mecanicismo); influyen también las ideas del criticismo clásico (Locke, Hume, Kant). Esto conduce a cierto ambiente relativista, aunque como consecuencia positiva se ha de mencionar también una mayor conciencia de los límites del saber científico. Problemas sociales más recientes - peligro atómico, contaminación de la naturaleza, crisis de la energía - contribuyen a desmitificar algo las ideas cientificistas del siglo pasado. El desarrollo de la biología, especialmente la genética, impone hoy la necesidad del respeto de la persona humana y exige perentoriamente que la ciencia sea orientada por convicciones morales29.

Indiquemos algunas de las principales teorías epistemológicas modernas. Muchas de ellas contienen elementos de verdad, junto a ciertas insuficiencia en puntos más o menos importantes, según los casos.

A principios de siglo surgen varios filósofos de la ciencia que de un modo u otro ponen de relieve aspectos de la ciencia introducidos por la mente humana. Así, Poinciaré opina que las matemáticas adolecen de cierto convencionalismo, y que también los supremos principios de las teorías físicas serían elaboraciones de la razón (convencionalismo). Otros como Bergson, consideran que sólo la filosofía da un conocimiento auténtico de la realidad, mientras que las ciencias físico - matemáticas, con sus esquemas puramente nacionales, sirven para manipular la realidad, mas no para conocerla. Ideas semejantes penetran en la fenomenología de Husserl, en el existencialismo, y en los movimientos espiritualistas que critican el materialismo cientificista. Duhem, filósofo de la ciencia antipositiva, reconoce también el valor de la filosofía, otorgando a las ciencias positivas, en sus aspectos teóricos, un valor formal - simbólico.

La crítica de la ciencia llevó a los fenomenólogos y a los filósofos existencialistas a una aguda conciencia de la pobreza del cientificismo, y en ocasiones a la defensa de los valores de la persona humana. Sin embargo, como dijimos en su momento, las ciencias humanas en las últimas décadas han entrado por lo general en el marco epistemológico positivista, aunque al mismo tiempo esta orientación fue contrastada por la concepción hermenéutica de las ciencias humanas. Debido a una deficiente metafísica, tampoco la hermenéutica ha sido capaz de fundamentar el realismo científico.29 Cfr. G. Sermotni. II crepusculo delo scientismo, Rusconi, Milán 1971; T. Burkhardt, Scienza modrena e sagezza tradizionale, De. Borla, col. “Documenti di cultura moderna”, 8, Turín 1968.

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Algunos filósofos de la ciencia, a principios de siglo, sostuvieron tesis relativistas muy radicalizadas. en esta línea se sitúa W. James (pragmatismo o instrumentalismo), para quien las teorías científicas no contienen un valor de verdad, sino que sirven sólo como teorías para la acción. Importante por su influjo en el Círculo de Viena fue E. Mach, cuya filosofía suele llamarse empiriocriticismo: la ciencia se reduce al análisis de las sensaciones, que el hombre agrupa en estructuras para adaptarse al mundo en el contexto de la lucha por la vida. Se le opuso Lenin, quien defendió más bien las ideas del positivismo dogmático; los filósofos de la ciencia marxista, en general, mantienen una teoría leninista en función de una apología partidaria.

La lógica - matemática y algunas situaciones críticas en la evolución de las matemáticas llevaron a algunos autores a intentar fundamentar las ciencias matemáticas en la lógica (Frege en una línea intensionalista, y Sussel extensionalista). Más adelante, los esfuerzos de fundación científica se centraron en la construcción de sistema axiomáticos formales (Hilbert), cuyos límites se demostraron más tarde (Gödel); la escuela intuicionista rechazó el axiomatismo puro, apelando a intuiciones creativas de la mente en el trabajo matemático (Brouwer).

El movimiento de filosofía de la ciencia que cristalizó con mayor claridad en la década de los años 30 fue el Círculo de Viena, influido por la doctrina de Wittgenstein, y cuyo fundador es M. Schlick; otros filósofos de este Círculo son Carnap, Neurath, Reichenbach. Mantuvieron una rígida postura antimetafísica: aparte de las proposiciones lógicas, que son puras tautologías intercambiables unas por otras, para estos autores sólo tienen sentido científico las proposiciones verificables, reconducibles a los enunciados protocolares: las frases que pretendan referirse a la realidas sin cumplir este requisito son metafísica y sin - sentido. El Círculo de Viena ejerció un fuerte influjo en los ambientes científicos, ya que pretendió ser el intérprete oficial de la nueva física. Uno de los miembros, Bridgman, difundió la doctrina opracionalista, según la cual todo concepto físico debe definirse en términos de operaciones experimentales, fuera de las cuales no significa nada30.

Algunos científicos importantes de este período propugnaron tesis más bien realistas, como Planck, Einstein, De Broglie, Schrödinger, Heisenberg, sin compartir el neopositivismo. Señala Max Born, por ejemplo, que “la afirmación, frecuentemente repetida, según la cual la física moderna ha abandonado la causalidad, está completamente privada de fundamento. Es verdad que la física moderna ha abandonado o modificado muchos conceptos tradicionales, pero ella dejaría de ser ciencia si hubiera renunciado a indagas las causas de los fenómenos31. En esta época surgen algunos filósofos de la ciencia más o menos independientes, y con cierta tendencia realista, como Meyerson, Bacherlard, Gons Gonseth.

Las ideas del Círculo vianés entraron en crisis, al quedar en la vaguedad el principio de verificación, que no podía admitirse sino apelando a alguna convicción metafísica, salvo que se optara por un convencionalismo absoluto. Popper propuso que las proposiciones científicas deberían ser más bien falseables, es decir, tan sólo admitir una evidencia contraria. Las teorías científicas, así como cualquier afirmación universal, para Popper son siempre hipotéticas, pues nunca pueden verificarse definititamente, siendo sólo posible que alguna falseación las elimine; la ciencia se reduce a una construcción 30 Cfr. Masi. Reliogone, sciencia e filosofía. Morcelliana, Brescia 1958, pp. 236 y ss.31 M. Born, Filosofoia natuale della causalitâ e del caso. Bornighieri, turín 1962, p. 14.

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hipotético-deductiva. Las afirmaciones no falseables son metafísica, pero Popper les reconoce cierta función orientativa, aunque carezcan de valor objetivo. La posición de Popper influyó notablemente en las última décadas32.

Posteriormente han surgido otros filósofos de la ciencia, preocupados por la credibilidad y la evolución histórica de las teorías científicas. Para Thomas Kuhn, la ciencia en estado normal es un cuerpo de conocimientos bajo un paradigma global aceptado por la comunidad de los científicos; la ciencia en estado extraordinario, en cambio, corresponde al momento en que una revolución científica promueve el paso de un paradigma a otro, paso que no se justifica racionalmente, sino por un avance en la evolución del pensamiento. SE plantea así el interrogante sobre la racionalidad de los cambios radicales en la historia de las ciencias, a los que el reciente desarrollo científico tanto nos ha acostumbrado; el planteamiento historicista de Kuhn no ofrece una respuesta adecuada, pues no da una verdadera razón del progreso científico. Otros autores (Stegmüller, Toulmin, Feyerbend, Lakatos, Bunge) han seguido gravitando en torno a estos problemas.

Sin el tránsito a la metafísica, es difícil que estas cuestiones encuentren una solución aceptable. Admitir el principio de verificabilidad, falseabilidad o cualquier otro, y reivindicar algún criterio de progreso, al menos exige reconocer que esos principios son verdaderos. Pero esto supone aceptar una verdad que trascienden la experiencia. Se abre así la puerta a un nuevo nivel de conocimientos, superior al físico y al lógico - matemático: el conocer metafísico, espontáneo o desarrollado científicamente, que se basa en evidencias intelectuales captadas a partir de la realidad sensible.

Sólo una filosofía metafísica justifica la posibilidad del conocimiento científico, y la validez de los métodos de las diversas ciencias. Eludir toda convicción sobre la verdad, o es incoherente con la efectiva labor científica, o lleva a un escepticismo que termina por destruir toda motivación científica.

“Sin la creencia en que es posible captar la realidad con nuestras construcciones teóricas, sin la creencia en que la armonía interna de nuestro mundo, no podría haber ciencia. Esta creencia es y será siempre el motivo fundamental de toda la creación científica. En todos nuestros esfuerzos, en cada lucha dramática entre las concepciones antiguas y las concepciones nuevas, reconocemos la aspiración a comprender, la creencia siempre firme en la armonía de nuestro mundo, continuamente reafirmada por los obstáculos que se oponen a nuestra comprensión”33. Los hombres de ciencia, especialmente los que han aportado grandes descubrimientos, experimentaron con intensidad la admiración filosófica, la atracción especulativa de la verdad.

Conclusión

Datos para referencia bibliográfica:Artigas, Mariano. El desafío de la racionalidad. Ediciones Universidad de Navarra. Pamplona, 1994. Introducción. Páginas 11 a 21.

El nacimiento y desarrollo de la ciencia experimental a partir del siglo XVII ha estado frecuentemente acompañado de polémicas filosóficas, y no pocas posturas filosóficas de la época moderna han representado, en parte, intentos diversos de solucionar esas polémicas. Sin embargo, sólo en épocas relativamente recientes ha llegado a constituirse la filosofía de la ciencia como una disciplina autónoma, que ha dado lugar a la aparición de un nuevo tipo de dedicación profesional.

32 Cfr. M. Artigas, Karl Popper: Búsqueda sin término, EMESA, Madrid 1980.33 A. Einstein, L*evolution des idées du physique, Payot, Oparís 1978, p. 276.

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El comienzo de la moderna filosofía de la ciencia puede situarse en el año 1929, cuando el Círculo de Viena hizo público su manifiesto programático. La actividad del Círculo se tradujo en publicaciones y congresos que contribuyeron decisivamente a la consolidación de la filosofía de la ciencia como disciplina autónoma. Como consecuencia, esta disciplina nació y se desarrolló bajo el fuerte impacto de la filosofía neopositivista.

Son muchos, en la actualidad, los filósofos que cultivan esa especialidad, cuyo desarrollo reciente ha sido considerable. Este desarrollo ha girado básicamente alrededor de unas pocas figuras que han marcado la pautas fundamentales de los temas y enfoques filosóficos, dando lugar a un amplio moviendo en el cual, a pesar de notables divergencias acerca de problemas específicos, ha existido durante años una gran unidad en cuanto a las posturas filosóficas de base.

Un rasgo común, admitiendo generalmente en este movimiento, ha sido la defensa de una "actitud científica" que representaría, en cierto modo, el paradigma de la "racionalidad" y de la "objetividad". En un principio, la actitud científica se presentó, en manos de los neopositivstas, como una superación de la mentalidad metafísica, que sería simplemente ilegítima. Esta actitud extrema fue superada posteriormente. Sin embargo, según la perspectiva que llegó a ser predominante, las ciencias experimentales venían consideradas como el modelo de la actitud "racional" y "objetiva" para todo conocimiento válido de la realidad.

No es de extrañar, por tanto que uno de los temas centrales que se han planteado en ese contexto haya sido precisamente el problema de la "racionalidad", y que buena parte de los esfuerzos se han dirigido a proporcionar explicaciones de la racionalidad propia de las ciencias experimentales, considerándola como el ideal que debería ser imitado por toda pretensión cognoscitiva responsable.

Pero, de hecho, las diversas "teorías de la racionalidad" que se han propuesto nunca han llegado a ser suficientemente convincentes y, siempre han encontrado serias objeciones por parte de diversos representantes de la moderna filosofía de la ciencia. Al cabo de los años, puede advertirse que quizá la única postura admitida generalmente en su seno sigue siendo una "actitud científica" que resulta cada vez más difícil de concretar.

Diversos autores han criticado los condicionamientos cientificistas de la moderna filosofía de la ciencia, señalando que esos condicionamientos son responsables de la confusión imperante en esa disciplina. Sin embargo, no aparece que se hayan llegado a superar completamente los defectos cientificistas. Esa superación exigiría el planteamiento de una base metafísica que permitan dar cuenta del sentido realista del conocimiento en general y del conocimiento científico en particular: sólo desde la perspectiva de una metafísica realista pueden llegar a plantearse adecuadamente los problemas acerca de la naturaleza y el valor del conocimiento científico.

En nuestro estudio examinamos ocho posiciones en torno al problema de la racionalidad científica. Cada apartado está dedicado monográficamente a un autor. Hemos escogido ocho autores que pueden considerarse especialmente representativos del desarrollo de la moderna filosofía de la ciencia. Sin duda, podríamos haber incluido algunos otros, pero nuestra selección ha tenido por objeto proporcionar un panorama que permita advertir la continuidad de los problemas que tratamos y que, de este modo, pueda resultar útil para el no especialista y esclarecer para quien se dedica estos temas.

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El enfoque es abiertamente crítico. Hay que advertir que nuestra crítica se limita a algunos enfoques básicos especialmente importantes relacionados con el problema de la racionalidad y que, por tanto, no se pretende negar el valor de muchos análisis concretos que se encuentran en las obras de los autores que estudiamos. Convendrá también tener presente que diversos autores dentro de la moderna filosofía de la ciencia han realizado criticas semejantes a las nuestras: la peculiaridad de nuestro trabajo es que intenta poner de relieve la implicaciones de una planteamiento metafísico realistas para el correcto enfoque de los problemas que se examinan34.

Para mayor claridad, estudiamos cada una de las posturas en su contexto propio, evitando en lo posible incluso las citas de otros autores que se han ocupado de los mismos temas: de este modo, esperamos conseguir una visión coherente de cada postura.

Dado el enfoque de nuestro trabajo, no pretendemos fundamentar ni desarrollar en detalle el punto de vista de una metafísica realistas: esta tarea exigirían una planteamiento propio, diverso del que aquí nos hemos propuesto. Existen estudios, tanto introductorios como especializados, acerca de la metafísica realista y de sus implicaciones con respecto a la teoría de la ciencia, que pueden resultar útiles para quien se interese por estos temas35. Por nuestra parte, hemos publicado una obra en la que se expone de modo sistemático nuestra interpretación del conocimiento científico, analizando sus objetivos, métodos construcciones, objetividad, verdad y progreso36.

De todos modos, puesto que las alusiones a la metafísica realista son frecuentes y constituyen una parte importante de nuestras argumentaciones, aludiremos a continuación a algunos puntos que tienen especial relevancia para poder captar adecuadamente nuestras críticas y sugerencias positivas. No deberá perderse de vista que se trata solamente de exponer sintéticamente algunos aspectos concretos que puedan ayudar, sobre todo al lector menos especializado en los temas filosóficos, a captar el sentido de nuestras argumentaciones posteriores: el desarrollo sistemático de una

34 Los científicos también se han lamentado, en ocasiones, de la minusvaloración a que queda sometida la verdad científica en algunas interpretaciones que analizamos en nuestro trabajo. "En un ensayo publicado en Nature en 1987, dos físicos se quejaban de que el escepticismo público hacia la ciencia no dejase de crecer. Atribuían esta corrosiva tendencia a cuatro filósofos que habían atacado las ideas tradicionales de verdad y progreso científico: Karl R. Popper, que propuso que las teorías nunca pueden ser probadas, sino tan sólo falsadas; Imre Lakatos, que sostenía que los científicos se niegan a aceptar pruebas que vayan contra sus teorías; Thomas S. Kuhn, que arguye que la ciencia es una actividad más política que racional, y Paul K. Feyerbend. Distinguían a Feyerbend llamándolo 'el peor enemigo de la ciencia en este momento'": J. Horgan, "Paul Karlo Feyerbend: El peor enemigo de la ciencia", Investigación y ciencia, no. 201 (junio 1993), p. 36.35 Pueden consultarse, por ejemplo los siguientes: R. Vernaeux, Epistemología general o crítica del conocimiento, Herder, Barcelona 1971; C. Cardona, Metafísica de la opoción intelectual, 2ª ed., Rialp, Madrid 1973; J. Piper, El descubrimiento de la realidad, Rialp, Madrid 1974; J. J. Sanguinetti, La filosofía de la ciencia según Santo Tomás, Eunsa, Pamplona 1977; S. L. Jaki, The Road of Science and the Ways to God. The University of Chicago Press. Chicago, 1978: A. Llano, Gnoseología, Eunsa, Pamplona 1983; E. Forment, Filosofía del ser, PPU, Barcelona 1988, y Lecciones de Metafísica, Rialp, Madrid 1992.36 Se trata de: M. Artigas, Filosofía de la ciencia experimental, 2ª ed., Eunsa, Pamplona 1992. Otros aspectos relacionados con los temas que aquí se tratan se encuentran en: E. Agazzi-M. Artigas-G Radnitzky, "La fiabilidad de la cincia", Investigación y Ciencia, no. 122 (noviembre 1986), pp. 66-74; M. Artigas, "Objectivité et fiabilité dans les sciences", en: E. Agazzi (ed.), l'objectivité dans les différentes scieces, Editions Universitaires, Fribourg (Suisse) 1988, pp. 41 - 54; M. Artigas, "Three Levels of Interaction between Science an Philosophy", en: C. Dilworth (ed.) Intelligibility in Science, Rodopi, Amsterdan 1992, pp. 123-144. En el apartado dedicado a Popper se citan otros estudios que hemos dedicado a este autor.

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epistemología realistas es una tarea más compleja, que puede encontrarse en las obras a las que acabamos de remitir al lector.

Los aspectos que nos interesan subrayar aquí puede reducirse a cinco afirmaciones, que presentaremos y comentamos a continuación.

1. Existen en la naturaleza un orden interno y unas estructuras reales, que puedan ser captados por el conocimiento humano (pp. 14 y 15).

Esta afirmación implica que la naturaleza posee una organización peculiara, centrada en torno a pautas37. Y también implica el valor realista del conocimiento humano, que puede captar la estructura de la realidad.

El realismo del conocimiento es un punto de partido, no una conclusión. Es un dato básico constatable pero no demostrable. Si se pone en duda el sentido básico realista del conocimiento humano, nunca podrá llegar a demostrarse: la demostración de que conocemos la realidad es imposible si no se admite de algún modo que conocemos algunos aspectos verdaderos de la realidad, con lo que nunca podrá darse una demostración estricta del realismo del conocimiento.

Esto no significa que l realismo debe aceptarse ciegamente. Por el contrario, pude mostrarse que es la postura que corresponde a la estructura del conocimiento humano en su correcto funcionamiento, puede además ser defendido frente a las posibles objeciones, yu puede mostrarse que su negación conducirá inevitablemente a alguna forma de escepticismo teórico o práctico claramente insostenible.

El desarrollo sistemático de las afirmaciones precedentes da lugar a una teoría metafísica de la naturaleza y del conocimiento. La pretensión de fundamentar el valor del conocimiento como punto de partida, fácilmente conduce a teorías filosóficas que, cuando son desarrolladas coherentemente, llevan a posturas pragmatistas.

Por otra parte, es interesante advertir que la existencia de un orden interno en la naturaleza, aunque pueda parecer obvia, encuentra frecuentemente una cierta oposición por parte de quienes no admiten la existencia de un Dios creador de ese orden, ya que la reflexión sobre el orden de la naturaleza fácilmente remite a Dios. La metafísica realista, desarrollada coherentemente, conduce a la existencia de Dios como Causa primera del ser, y uno de los caminos que conducen a esa Causa es precisamente la existencia del orden natural.

2. En el conocimiento humano, es posible alcanzar la certeza en la posesión de la verdad (p. 15 y 15).

La verdad pertenece al plano objetivo: las cosas son como son, independientemente de que se las conozca o no por parte del hombre. La certeza, en cambio, se encuentra en el plano subjetivo, ya que consiste en la seguridad con que se afirma algo como verdadero, Se trata de dos planos diferentes: es posible estar subjetivamente seguros de algo objetivamente falso, y es posible dudar de algo objetivamente verdadero. El problema es cómo justificar la legitimidad de la certeza, o sea, qué garantías existen de que podamos estar seguros de la verdad de nuestras afirmaciones.37 Se encuentra une estudio sistemático de este aspectos fundamental de la naturaleza, así como de sus implicaciones, en: M. Artigas, La inteligibilidad de la naturaleza, Eunsa, Pamplona 1992.

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En el último término, la certeza legítima se basa en la evidencia. Existen diversos tipos de evidencia y, desde luego, no siempre será posible llegar a una evidencia suficiente como para alcanzar la certeza.

Pero es posible legar a la certeza legítima en muchos casos. Esto no es sino un aspecto del realismo del conocimiento humano, expuesto en el punto anterior, y cuyo desarrollo requeriría también estudios más detenidos.

En no pocas ocasiones, y debido a un prejuicio racionalista injustificado según el cual sólo podría admitirse como conocimiento cierto aquel del cual pudieran proporcionarse demostraciones lógicas estrictas, llega a afirmarse que todo conocimiento acerca de hechos es conjetural. En efecto, si se identifica la certeza con la posibilidad de demostrabilidad lógica, es patente que en la experiencia humana de los hechos no podría darse nunca certeza, puesto que nos encontramos o bien con hechos contingentes (que podrían ser de otro modo), o bien con hechos necesarios pero de los cuales tenemos una conocimiento parcial y fragmentario (por lo que no captamos completamente su necesidad).

El prejuicio racionalista surge cuando se pretende que el conocimiento humano debiera ser omnicomprensivo y perfecto; al comprobar que de hecho no lo es, la conclusión escéptica es inevitable si se sigue aceptando la caracterización racionalista del conocimiento humano.

Puede afirmarse, por el contrario, que el conocimiento humano suele ser parcial y aproximativo, pero que no por ello es siempre conjetural: es posible alcanzar la certeza acerca de determinados aspectos de la realidad, aun a sabiendas de que nuestro conocimiento es parcial (no hay que identificar "parcial" con "erróneo" o "conjetural").

Muchas posturas epistemológicas están condicionadas por interpretaciones inadecuadas de este punto, como veremos, y por ello acaban afirmando que la "verdad" es una ideal regulativo del conocimiento que no puede alcanzarse en concreto (o, al menos, que no puede saberse si se han alcanzado), o acaban prescindiendo totalmente de la utilización del concepto mismo de "verdad". Con frecuencia, se sigue hablando de la "verdad" `pero de modo confuso y poco satisfactorio, lo cual es lógico si se admite el planteamiento racionalista pero se pretende compaginarlo con la afirmación del sentido realista del conocimiento.

3. Las ciencias experimentales consiguen conocimientos verdaderos.

La actividad científica busca y consigue un conocimiento verdadero de la realidad. Si esto no se admite, las ciencias experimentales quedan reducidas a un plano instrumental: no sería más que un "preámbulo de la técnica", o sea, un conjunto de instrumentos o herramientas conceptuales útiles para conseguir un mejor dominio de la realidad.

Puede objetarse que, aunque la intención realista de la ciencia sea evidente, de hecho los métodos de las ciencias experimentales son sumamente complejos e impedirían que se alcance un conocimiento verdadero de la realidad: la construcción de los conceptos científicos, los formalismos matemáticos, las técnicas experimentales, y la complejidad de las aplicaciones prácticas de la ciencia, aparecen como obstáculos para hablar del sentido realista de la ciencia experimental.

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Pero hay que tener en cuenta que no pocas afirmaciones científicas se refieren claramente a la realidad: así, las que se refieren a la existencia de entidades antes desconocidas, o de propiedades reales de los cuerpos, o de relaciones entre esas propiedades. Las "leyes experimentales" científicas suelen tener una referencia real directa. Ciertamente, el valor realista de muchas afirmaciones científicas ha de ser valorado teniendo en cuenta las condiciones mencionadas anteriormente. Habrá que distinguir afirmaciones con un sentido realista inmediato, otras puramente instrumentales, y entre ambas se dará una amplia gama de afirmaciones cuyo sentido realista será parcial y diverso según los casos.

Frecuentemente, la epistemología se centra en los grandes sistemas teóricos axiomatizados de la ciencia, y con ello se crea un nuevo obstáculo para hablar del sentido realista del conocimiento científico. Hay que advertir al respecto que los sistemas científicos tienen una función "heurística" (permiten manejar de modo mucho más sencillo los conocimientos ya adquiridos). Pero la sistematización no es un fin en sí misma, sino una ayuda para conseguir los objetivos de la ciencia experimental (conocimiento de la naturaleza sometido a control experimental). Por tanto, aunque los grandes sistemas científicos tengan una importancia innegable, ha de tenerse en cuenta que en un mismo sistema pueden encontrarse yuxtapuestas afirmaciones claramente realistas (por ejemplo: leyes experimentales), otras puramente instrumentales y otras con carácter intermedio.

En nuestro estudio afirmamos que determinadas posturas epistemológicas afirman el sentido realista de la ciencia, pero adoptan posturas que de hecho, si se desarrollan de modo coherentes, son incompatibles con el realismo. Esto suele suceder debido a los motivos recién mencionados: si se pone demasiado énfasis en las peculiaridades de los métodos científicos, se llega fácilmente a este tipo de dificultades.

Un desarrollo más detenido de los problemas relacionados con el sentido realista de la ciencia exigiría el análisis detallado de los problemas cuyo enfoque y solución aquí esbozados simplemente.

4. Existe continuidad entre el conocimiento científico y el conocimiento ordinario.

El cientificismo, interpretando equivocadamente el éxito de la ciencia, la considera como paradigma de todo conocimiento válido. El "conocimiento ordinario" quedaría entonces reducido a la condición de una primera estadio que es superado con el progreso de la ciencia. En el mejor de los casos, se llega a admitir que existe entre ambos tipos de conocimiento una continuidad, pero afirmando que en la ciencia se da de un modo perfeccionado el proceso del conocimiento ordinario, de tal manera que ´ñeste ha de ser siempre valorado en función de la ciencia.

Afirmamos ahora que la ciencia supone siempre el valor propio del conocimiento ordinario y se apoya en él.

El conocimiento ordinario no es sólo un punto de partida para la ciencia (desde luego, lo es). Además el empalme de la ciencia con la realidad se efectúa mediante conceptos del conocimiento ordinario. Más aún: los cánones de validez del conocimiento científico no son esencialmente diferentes de los del ordinario; la evidencia, la observación, la abstracción, la inducción, la inferencia deductiva, etc., se dan básicamente del mismo

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modo en ambos casos, aunque haya que tener en cuenta las peculiaridades de las métodos científicos a las que hemos aludido anteriormente.

Todo ello hace ver con mayor fuerza todavía que, para valorar el conocimiento científico, es importante disponer de una teoría del conocimiento en general construida sobre una adecuada base metafísica, Si se deja de lado este aspecto imprescindible, será 8imposible caracterizar correctamente la naturaleza del conocimiento científico, y la teoría de la ciencia se verá abocada a dificultades insuperables. Esto sucede, en diversos grados, en las posturas que examinaremos.

Podría objetarse que el desarrollo de la ciencia modifica las imágenes de la realidad "pre-científicas", lo que vendría a probar que la ciencia posee una superioridad sobre el conocimiento ordinario. Pero hay que tener en cuenta que las modificaciones introducidas por la ciencia se refieren a aspectos de la realidad acerca de los cuales el conocimiento ordinario se encuentra con limitaciones obvias, pero no afectan a los aspectos sobre los que existe evidencia suficiente. Por tanto, una teoría del conocimiento humanos e revela imprescindible para abordar con suficientes garantías la filosofía de la ciencia.

Uno de los aspectos más importantes de la teoría del conocimiento que conviene resaltar es la continuidad entre el conocimiento sensible y el intelectual, lo cual implica un enfoque adecuado de los problemas de la abstracción y de la inducción. Precisamente, la moderna filosofía de la ciencia adolece por lo general de serias lagunas al respecto, lo que motiva múltiples dificultades,. La inducción es frecuentemente concebida como simple inducción o por enumeración; entonces, su justificación es imposible, por lo que suele concluirse erróneamente que la inducción no desempeña papel alguno en el conocimiento científico; la consecuencia de ello es que el sentido realista de la ciencia queda en suspenso, ya que todo conocimiento de la realidad se apoya de algún modo en una inducción por la cual se pasa de los datos sensibles concretas al conocimiento de las propiedades generales.

No es aventurado afirmar que una buena parte de la moderna filosofía de la ciencia parte de unos planteamientos de tipo racionalistas y empiristas en los que se establece una separación tal en el conocimiento sensible y el intelectual, que se hace imposible sostener coherentemente el valor realista del conocimiento científico.

5. La ciencia supone una metafísica realistaLa actividad científica tiene un sentido claramente realistas; sin una referencia a un orden real extra-mental que se intenta conocer, la ciencia no tendría ningún sentido ni podría existir. Así, toda actividad científica es realista al menos implícitamente.

Puede suceder, desde luego, que quien trabaja en la ciencia no piense explícitamente en el sentido realista de su actividad, pero ese sentido siempre se encontrará implícitamente presente en su trabajo.

Hay que distinguir la actividad científica real, de las interpretaciones filosóficas que los científicos o los filósofos pueden hacer de los resultados de es actividad o de sus métodos. No es raro, en efecto, que científicos o filósofos defiendan interpretaciones de la ciencia que son incompatibles con su sentido realista: tales interpretaciones filosóficas no deben confundirse con los resultados válidos alcanzados por la actividad científica.

El hecho de que la actividad científica suponga el realismo no significa que el científico como tal debe admitir explícitamente el desarrollo de una metafísica realista. Lo más

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frecuente será que el científico se dedique a su tarea sin pensar expresamente en consideraciones filosóficas, aunque, de hecho, su actividad suponga implícitamente unas bases realistas. Pero el análisis de la naturaleza y valor de la ciencia -la "filosofía de la ciencia"- habrá de contar necesariamente con una base metafísica realista si quiere plantear los problemas filosóficos con un mínimo de garantías.

Por otra parte, hay que distinguir el trabajo científico ordinario, en el que se trabaja sobre unas bases admitidas comúnmente, de las fases creadoras verdaderamente de la actividad científica, en las que llegan a proponerse nuevas concepciones acerca de determinados aspectos de la realidad. La creatividad científica implica nuevas visiones de la realidad que no tendrían sentido fuera de un contexto realista.

Estos cinco aspectos de una teoría realista del conocimiento ayudarán a comprender el alcance de nuestras críticas y sugerencias. Pero su desarrollo sistemático nos llevaría fuera del objetivo que nos hemos propuesto. Por ese motivo, hemos preferido limitar nuestras reflexiones filosóficas a los aspectos más básicos, evitando análisis que complicarían excesivamente el desarrollo de nuestro objetivo y restarían claridad a la exposición.

Una base metafísica realista no garantiza sin más que los enfoques concretos de la filosofía de la ciencia sean correctos, pero constituye una base imprescindible para que los problemas se puedan plantear correctamente. Por tanto, cuando insistimos en la necesidad de una metafísica realista, no hacemos más que señalar la dirección básica que deberían seguir un enfoque epistemológico adecuado. El desarrollo sistemático de una filosofía de la ciencia orientada en esa dirección supera los límites del presente trabajo, pero se encuentra en otros trabajos a los que ya hemos aludidos38.

38 Especialmente, en nuestra Filosofía de la ciencia experimental, citada en la nota 3 de esta Introducción.

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