Ángel caído 1

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1 Fernando Román EL LADO OSCURO

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Libro escrito por Fernando Román Vico, alumno de 6º de Educación Primaria del colegio Zola Las Rozas

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Page 1: Ángel Caído 1

1

Fernando Román

EL LADO

OSCURO

Page 2: Ángel Caído 1

2

Ángel Caído, I

GELÁNIAVENTURAS A

LO GRANDE II.

FERNANDO.

ROMÁN

Page 3: Ángel Caído 1

3

Se lo dedico a mi familia

Que me animaba constantemen-

te.

Y cómo no, a mis mejores ami-

gos:

Jorge, Alejandro, Guille, Fe-

lipe y Fidel.

Por último, a Tocha mi profe-

sora de lengua.

Page 4: Ángel Caído 1

4

Page 5: Ángel Caído 1

5

La Cuarta Generación

hristopher es un niño con cara de for-

ma redondeada, adornada con una nariz pe-

queña y unos ojos azul oscuro como las

olas del mar. Vive en las afueras de Hel-

sinki una ciudad de Finlandia cercana al

mar Báltico. Esa noche estaban cayendo

del cielo unos enormes copos de nieve, la

etérea luz de la luna y la tenue luz de

las estrellas apenas se vislumbraba tras los grandes

copos de nieve.

C

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6

Cuando Christopher se fue a la cama pensó en

ideas fantásticas como que las nubes son peces en el

amplio mar del cielo. Cogió un viejo volumen y leyó

hasta que oyó un ruido. Christopher, sobresaltado,

se levantó de la cama, dejó el volumen y sin preocu-

parse por sus pies, fue descalzo a una salita que

construyó su padre para las cosas que él clasificaba

como inútiles como los libros de niños, que habían

plagado la estancia. Christopher cogió un candelabro

de una mesa situada a la derecha de donde ahora es-

taba. En la ventana resonaba la nieve al caer. Pero

a él no le preocupaba demasiado eso, seguía buscando

el objeto que había producido el ruido, mas todo

permanecía imperturbable. Christopher, al ver todo

igual que antes, decidió irse a leer pero un ruido

lo frenó justo cuando estaba cerrando la puerta. Se

volvió hacia atrás y se cercioró de que todo estaba

igual. Pero ahora un libro estaba en el suelo. Se

abrió de golpe y de él salió un pájaro que voló tor-

pemente hacía la puerta y se escabulló pasando por

encima de Christopher que se acercó al libro y lo

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hojeó. Miró el reloj y al ver que era tarde cogió el

libro y se fue a su cama a leerlo. No había nada in-

teresante que leer, lo puso bajo la almohada, esa

era una de sus extrañas costumbres y cerró los ojos…

los sueños brotaron de su mente y se durmió.

A la mañana siguiente, nada más abrir los ojos,

saltó como un resorte hacía la ropa. Se vistió,

desayunó y salió al jardín, donde estaba situada su

bicicleta. La cogió y se fue por el atajo del bosque

que iba directo al colegio. Nada más llegar aparcó

la bicicleta atándola a un poste de metal con una

gruesa cuerda. Y se fue a su clase corriendo. Hacía

frío. En su clase, él se sentaba al lado de la ven-

tana, una ventaja; ya que las clases se pasan muy

rápido mirando las nubes… mientras la nieve caía. En

el patio jugaron al fútbol en un porche que habían

construido para que los niños jueguen al fútbol ya

que como siempre está nevando no pueden jugar al ai-

re libre, sin un techo que los proteja de la nieve.

Jugaron un partido.

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Cada uno era guardameta un día según el día que

se le hubiese asignado. Ese día era lunes y le toca-

ba a Christopher. Empezaron bastante mal ya que, a

pesar de que empezaran sacando ellos, enseguida se

la quitaban al delantero y tras una jugada indivi-

dual, uno de los contrarios chutó como una bestia y

dio al larguero pero por suerte, para los rivales,

se encontraba un centrocampista que remató y marcó

el primer gol. El equipo de Christopher sacó y empe-

zó a tocar como Dios manda, toque, toque, toque y la

centra el banda, remata de cabeza el delantero cen-

tro y la para el guardameta. Córner. Christopher

subió a la delantera y se metió en el área. Remató

con todas sus fuerzas y… ¡gooollll! Los rivales se

enfadaron tanto que tiraron nada más sacar y… Chris-

topher no tuvo muy buena suerte ya que le dio en la

cabeza y cayó al suelo.

Frío.

Tenía frío.

Todos le rodearon y le preguntaron: « ¿estás

bien?» hasta que vino la profesora y le examinó. Se

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había desmayado. Pasado un tiempo, al despertar no

estaba en el colegio, sino en un extraño lugar, todo

era transparente y no había nada, estaba flotando,

no estaba respirando ni sentía ganas de hacerlo, só-

lo sentía miedo y confusión y luchaba por contener

las lágrimas pero no pudo reprimir un chillido de

verdadero terror que resonó por todo el lugar (si es

que lo era). Estuvo caminando durante horas si es

que había, pero frenó en seco al ver un montón de

astros tremendamente transparentes. Se fijó en un

grupillo repleto de ellos. Chocaron y hubo una luz

cegadora. Se hizo un agujero del que salieron de

nuevo los astros formando un planeta… o por lo menos

algo parecido. Y en la lejanía se vislumbró la si-

lueta de varias personas. Era extraño, parecía que

habían salido del planeta que acababa de aparecer.

Caminaron hacia Christopher y, con una eficaz técni-

ca; lo desmayaron y lo alzaron. Le estaban llevando

hacia el único material tangible de aquel lugar, el

mini-mundo. Llevaba muchas horas sin comer pero no

tenía hambre, solo tenía el deseo de desaparecer de

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aquel lugar o retroceder en el tiempo para poder es-

quivar el balonazo. Sentía ganas de ir a su casa y

ver a sus padres. Pero no podía librarse de aquellos

hombres. Forcejeó con los hombres que lo llevaban,

pero sin resultado. Sintió falta de aire y se volvió

a desmayar.

Al despertar se encontraba en un camastro muy in-

cómodo, situado en un cuarto de grises paredes y

transparentes ventanas. Se fijó en las ventanas, no

había nada translúcido en aquel lugar. Un rato más

tarde, entró un individuo con un semblante serio.

—Te hemos metido en Rehitolen porque detectamos

magia en tu ser. Me gustaría saber cómo se llama el

niño que te dio el balonazo.

—Se llama Fergus.

—Ese chico no es normal, te hemos curado con ma-

gia, y, de no haberlo hecho, te podría haber matado.

Además, para entrar en la transparencia se necesita

magia o un golpe que te hiera profundamente, que se-

ría muy peligroso para Rehitolen. No creo que Fergus

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tenga tanta fuerza en el pie como para herirte pro-

fundamente.

—No entiendo nada —replicó Christopher.

—Nosotros tampoco sabemos mucho, solo sabemos que

un trío de brujas embrujó un bosque en un mundo mis-

terioso. Al parecer es el bosque con más árboles de

todo el planeta y se encuentra al norte de Finlan-

dia.

—En el libro que encontré en un lugar de mi casa

que hablaba de un bosque con grandes Serpientes y

tres brujas de las que mataron una. También hablaba

de unos aventureros.

—Tráeme ese libro —ordenó.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó Christopher.

—Mi nombre es de vital importancia para ese li-

bro, ya que en él aparece, y te lo voy a decir, pues

te será útil cuando hayas leído un poco más, me lla-

mo Glavertine ¿y tú?

—Christopher.

Cuando Glavertine se fue, Christopher se escapó

sigilosamente del edificio de Rehitolen y sin saber

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cómo, entró en su casa y cogió el libro, y volvió a

Rehitolen y leyó con atención su libro pero no en-

tendía por qué su nombre era tan importante. Leyó

durante horas pero no encontraba nada interesante.

Más tarde, se acomodó en su cama, puso el libro bajo

su almohada, se cubrió con el grueso y cálido edre-

dón y se durmió.

Al día siguiente, Glavertine le llevó a su casa,

con sus padres, y después, Glavertine, se volvió a

Rehitolen.

Fergus solía ir a recogerle pero ese día no le

recogió y tuvo que ir solo en bicicleta por las

frías calles de Helsinki. Fergus no fue al colegio

ese día y nadie sabía por qué. Ahora tenían uno me-

nos para jugar en el patio y tuvieron que jugar un

gol regate. Ese día nevó mucho y Christopher no pudo

volver a su casa en bicicleta y la tuvo que llevar a

rastras por la nieve. Al llegar a su casa, merendó

gachas y un vaso de leche y más tarde, para quitarse

el gélido sentimiento de encima se dio un baño bien

calentito. Se vistió y se fue a su cuarto a hacer

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deberes. Esa gélida tarde fue muy larga. La usual

llamada de su madre para cenar no llegaba y la noche

se cernía sobre la tierra. Bajó las escaleras y miró

a ver si su madre estaba en la cocina y después en

el salón, pero nada, era como si se la hubiesen tra-

gado las paredes o como si el viento se la hubiera

llevado y su padre tampoco se encontraba en la casa.

Christopher, ya muerto de hambre decidió preparase

un bocata de jamón y queso. Al ver que no venían,

cogió su libro e intentó ir a Rehitolen pero la ma-

gia no le salía. Fue al jardín a tomar una bocanada

de aire. Llamaron al timbre. Christopher abrió la

puerta y vio a Fergus y a sus padres. Un pálido mor-

tecino disfrazaba sus caras. Les preparó un té ca-

liente con el objetivo de que recuperasen su color

natural de piel.

— ¿Qué os ha pasado? —preguntó Christopher.

—Hemos visto los ojos de la muerte —respondió su

padre.

— ¿Dónde? —preguntó Christopher.

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—Verás —empezó Fergus— tus padres y los míos fue-

ron a visitar el bosque que va desde el norte de

Finlandia, de Canadá y otros países cercanos, ro-

deando el círculo polar ártico. Vimos Serpientes —

fue al grano, Fergus—, sus ojos eran terroríficos.

La miramos y casi… no salimos de esa.

Su madre llevó a Fergus hacia el coche y se diri-

gió a donde vivía Fergus. Su padre se había ido al

supermercado y él no tenía nada que hacer, por lo

que se durmió. Tardó en dormirse pero cuando lo hizo

soñó que una especie de dios destruía toda la vida

que se interponía en su camino mientras unos hombres

lanzaban olas de oscuridad y otros luchaban. Se des-

pertó con el rumor del crepitar de un fuego que le

rodeaba. Era imposible, había utilizado la magia pa-

ra protegerse de la pesadilla.

Una mujer de grises cabellos y ojos negros.

Christopher se levantó e hizo ademán de coger una

pistola de balines. Disparó. La señora lanzó una on-

da de aire que impulsó el balín hacía Christopher

que se agachó y lo esquivó. Otra mujer igual salió

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de la nada e intentó matarle. Cuando iba a matarle,

un hombre lanzó un cuchillo que hizo que las brujas

se fueran. Eran Glavertine y otro de sus hombres.

—Me llamo Trebo —se presentó— fui guerrero con tu

tatarabuelo Remo hace mucho tiempo.

—Espera, entonces soy la cuarta generación de ese

tatarabuelo que fue un gran guerrero —dijo Chris-

topher.

—Él tenía una amiga llamada Luna que falleció al

igual que Remo –dijo Glavertine.

— ¿Y qué la pasó?

—Nada murió de vieja.

—Remo murió en una batallita que tuvimos con unos

Nigromantes… —dijo Glavertine.

— ¿Y vosotros, por qué no morís igual que todo el

mundo?

—Veras en la transparencia, no solo existe Rehi-

tolen, sino que también hay otros… planetas, mundos.

De donde nosotros venimos, solo se muere peleando,

no hay muerte por ser viejo y por esa razón hay más

peligros —mintió Glavertine, en realidad había que

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hacer un juramento, pero prefería no decírselo toda-

vía—. Cuando Fergus y tus padres fueron a ese bosque

y vieron las Serpientes enormes con los ojos de la

propia Muerte, es, digamos, que hay un vínculo entre

este planeta y del que provenimos. Piensa en un

ocho, el círculo de arriba hace un vínculo con el de

abajo, pues es igual: el sur de mi planeta se junta

con el norte del tuyo; ese bosque también existe en

mi mundo —explicó Glavertine.

—Es alucinante —dijo Christopher.

—Sí, pero eso no es lo importante. Hay leyendas

que dicen que una familia tiene héroes cada cuatro

generaciones y después de Remo vas tú —siguió expli-

cando Trebo.

—Insinúas que mi familia es esa tan especial —

adivinó Chris.

—No lo insinúo, sino que lo afirmo. —dijo Trebo.

—Cuatro generaciones antes, es decir, con Remo

hicimos muchos aliados pero también muchos enemigos:

una sociedad traficante, una horda de nigromantes,

un ejército normal, las brujas y un Dios que ahora

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anda perdido en otra dimensión gracias al Maestro,

nuestro jefe, un mago tele-transportador. Tenemos

que matar a las dos brujas y a los enemigos que en-

contremos.

—Cambiando de tema, ¿qué quieren las brujas? —

preguntó Christopher.

—Matar a todos los que tengan magia en este pla-

neta —contestó Glavertine —pero en Rehitolen estás

a salvo.

Cuando Trebo y Glavertine se fueron Christopher

estuvo un buen rato ordenando su cuarto. Al día si-

guiente tendría que ir al colegio y su madre ya es-

taría cerca de su casa.

Su madre llegó sobre las diez, media hora más

tarde del acontecimiento con las brujas y su padre

vino más o menos a la vez. Cenaron tortilla con en-

salada y después todos se fueron a dormir. Todo es-

taba tranquilo desde la tarde. Se durmió.

Al día siguiente se despertó a las siete y media

por el pitido del despertador y a partir de eso el

día pasó lentamente. Cada hora del colegio era eter-

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na: examen de inglés a primera, ejercicios de mate-

máticas a segunda, más tarde, y —por fin—, recreo,

que pasó rápidamente jugando al fútbol. Todo el día

así. Hasta que llegó la hora de irse a casa. Chris

tenía una extraña sensación. Quería llegar a casa y

ver que sus padres estaban bien. Corrió todo lo rá-

pido que pudo durante el trayecto hacia su casa.

Sentía que sus piernas le flaqueaban y se cayó pero

se levantó y volvió a caerse unos instantes más tar-

des hasta que llegó. Su corazón le dio un vuelco al

ver la puerta. «Ha entrado alguien antes que yo»,

pensó. Entró: estaba todo desordenado y las sillas

estaban tiradas. Pero lo que más miedo le dio fue

encontrar a su padre en el suelo, corrió a tomarle

el pulso y… ¡Estaba vivo! Había tenido suerte. Pasó

a la habitación contigua, con cautela, aunque no le

sirvió de nada ya que nada más entrar, salió despe-

dido hacia el corredor. Volvió a entrar, pero esta

vez escondido y espió. Vio a una bruja que sostenía

el cuerpo herido de Glavertine que apenas podía

abrir los ojos. La bruja le amenazaba con una daga

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en su cuello. Christopher ladeó un poco la cabeza

miró a la otra bruja: sostenía otro cuerpo como el

de Glavertine herido. Se fijó en su pierna casi

inerte por un desgarrón profundo del que emanaba

sangre, mucha sangre. Parecía que se iba desangrar

de un momento a otro. Dejó de mirar el cuerpo del

desconocido. Le daba nauseas. No sabía lo que hacer

y se dejó llevar por su instinto. Se dejó ver y dio

un paso para adelante.

—No te muevas niño —dijo una de las brujas alzan-

do su mano desafiante.

Christopher sin saber por qué, también lo hizo y

de ella brotó una magia que dio a la bruja de pleno

y soltó a Glavertine, que cayó al suelo. Un niño ru-

bio apareció de la nada firme y dispuesto.

Chris todavía sentía el cosquilleo de la magia y

la energía en la punta de los dedos. En cuanto al

niño rubio no sabía que hacía ahí. La otra bruja

quedó perpleja, la tensión era agobiante. La bruja

hizo ademán de matar al desconocido, pero el niño

rubio lanzó un cuchillo a la velocidad del rayo que

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rozó a la bruja. Una advertencia. Esta se vio obli-

gada a soltar al individuo que sostenía. A juzgar

por su apariencia era un joven bastante agradable y

jovial. Pero, ¿si es así por qué le habían atrapado

justo a él entre las personas de ese grupo? Tal vez

le habían atrapado simplemente por pertenecer al

grupo. ¿De dónde había salido el niño rubio? ¿Forma-

ría parte del clan? Pronto lo descubriría.

Christopher estaba muy atosigado por las infini-

tas preguntas que se le ocurrían, una tras otra sin

dejarle un segundo en paz. Necesitaba esa informa-

ción, su ser la requería. Aquellos días fueron de lo

más extraños para él. En cuanto al libro antiguo que

aquel día encontró en la habitación, ya había leído

más de la mitad. Es más, ya se lo estaba acabando

cuan largo era. Ya había aparecido Remo y otros mu-

chos extravagantes personajes, vestían como caballe-

ros medievales. Chris supuso que sería otro mundo

que flota en la transparencia. Si ese mundo está

subdesarrollado todavía estarán más o menos en la

época de la Guerra Mundial o un poco más atrasada,

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aunque con esas cosa nunca se sabía. Otros persona-

jes como Glavertine, Tobilklo Laney y su hermano que

muere, un tal Trebo y otros más de los que la inmen-

sa mayoría acaba muerta. Una hora más tarde llegaron

sus padres que fueron recibidos con un largo beso y

un abrazo, más tarde cenaron. Al día siguiente sería

sábado con lo cual sus padres no irían a la oficina

y el lunes tampoco irían porque ya estaban de vaca-

ciones, ¿cómo volvería a Rehitolen sin que sus pa-

dres se enterasen? No quería pensar en ello en aquel

momento. En consecuencia al sueño que tenía encima,

se empezaban a notar las ojeras dibujadas en sus

facciones, y prefería dormir sin el presentimiento

de que las gélidas miradas de las brujas le vigila-

ban y se cercioraban una y otra vez de matarlo. Lo

pensaría al día siguiente. Cerró los ojos y se dur-

mió. Otra vez el mismo sueño: Verdes praderas y fér-

tiles tierras que dan fruto a varias plantas de un

tamaño descomunal. Bajo la fresca sombra un banal

personaje entrena con la espada. De la nada aparece

un nigromante que le desafía en una pelea a muerte.

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Lanza una especie de ola de oscuridad en vano, ya

que el banal personaje se aparta con la rapidez de

una pantera y con una sola estocada le desarma de su

cayado y le mata con crueldad y se va sin más. Deja

a su víctima tendida en el suelo, emanando sangre. Y

al darse la vuelta, encuentra a Christopher y le mi-

ra a los ojos, pero en lugar de ver unos ojos verdes

ve una barrera de hielo que demuestra sus voraces

ganas de que sus ojos beban imágenes de sangre.

“Soy un Dios. Muestra tu respeto ante mí”, dijo

el asesino. “Sé lo que soy, un Dios”, repitió.

El asesino envainó su espada y desafió la barrera

de hielo que había visto en los ojos de Chris. Sin

embargo, no consiguió derribar la barrera de hielo.

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«Lo más frío que te puedo dar»

l día siguiente, en Rehitolen, Glaver-

tine y Tobilklo (el desconocido para Chris-

topher), se hallaban en la enfermería recu-

perándose de sus heridas con ayuda de Ren-

sif que concentraba su magia y la ponía so-

bre la herida. Glavertine sentía la agrada-

ble calidez de la magia de Rensif, sentía

como sus heridas se cerraban. Rensif ejecu-

tó el mismo hechizo con Tobilklo que en un rato pudo

percibir como el dolor se iba, sentía que de sus he-

ridas dejaba de emanar sangre y se sustituía por una

sensación de calidez.

El Maestro se volvió a sentar en la silla y se

puso a estudiar de nuevo las Serpientes, seres de

A

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grotesco tamaño y que según la Profecía había una

que sería alada. La fascinante Serpiente alada, cu-

yos gélidos ojos congelan hasta los sentimientos,

solo sus profundos ojos azules revelan su identidad,

su cuerpo es capaz de moverse elegantemente a una

velocidad felina ondulando en cada movimiento y sus

alas siempre camufladas. El libro que había alimen-

tado la sabiduría del Maestro, quien a pesar de ha-

ber vivido durante mucho tiempo en el Bosque de las

Serpientes no sabía demasiadas cosas acerca de

ellas. Se tele transportó a la casa de Christopher a

llamarle y traerlo de vuelta a Rehitolen.

Chris se vistió nada más levantarse, desayunó a

la velocidad del relámpago y se tumbó en su cama a

leer. El día anterior se había fatigado mucho y

apenas le quedaban fuerzas para pensar. Sonrió al

ver al Maestro tras una nube violácea. Se había tele

transportado con uno de sus poderosos hechizos. Se

le congeló la sonrisa al ver que el pomo de la puer-

ta se movía. El Maestro lo percibió y con un elegan-

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te movimiento felino consiguió ocultarse. El padre

de Chris entró pero sólo encontró a un fatigado

Chris tumbado en la cama.

—Perdón me había parecido oír sonidos extraños.

—No pasa nada —dijo Christopher.

—Vas a ir a algún sitio hoy —preguntó su padre.

—No pretendía, ¿por?

—Vamos a ir a casa de Morla —respondió su padre.

— ¿Te refieres a la tortuga?

Su padre asintió.

—Está bien, iré —dijo Chris.

—Hoy no puedo ir a Rehitolen, mis padres están

en casa y se darán cuenta —dijo Chris una vez que su

padre se hubo ido.

Para el Maestro fue muy fácil responder a esta

pregunta.

—Hay una solución —murmuró.

— ¿Cuál? —pregunto Chris.

— ¿Tienes algún espejo?

—Mmm, sí en el armario, en la puerta.

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—Refléjate en él y junta las yemas de los de-

dos. Concéntrate y haz acopio de energía, ten en

cuenta que vas a crear a otro tú —concluyó.

—Vale —murmuró Chris.

Un rato más tarde el reflejo ya sabía su misión

y… ¡no solo eso sino que la estaba haciendo!

Se esfumaron de allí y tras pasar una nube violá-

cea llegaron a Rehitolen.

—Habrá una reunión dentro de un rato —avisó el

Maestro.

Chris asintió. Fue directo a su habitación y se

tumbó en la cama a descansar. Suspiró, estaba ate-

rrado por el reflejo: no vería a sus padres en bas-

tante tiempo y solo podría saber lo que hacían y lo

que veían a través de un clon.

Un rato después lo llamaron para la reunión. Bajó

las escaleras y giró a la izquierda. Entró en una

habitación bañada por una fresca y deliciosa luz

azul.

— ¿Qué es está zona? —preguntó en un susurro casi

inaudible a Glavertine.

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—Una importante sala mágica de reuniones —

respondió—. Antaño fue una biblioteca.

Se sentaron en unas cómodas sillas y dejaron que

la poderosa luz azulada penetrase en sus ojos.

—Nos hemos reunido para conocer a Christopher, un

chico de unos quince años que anda bajo la amenaza

de las brujas.

Fue presentando uno a uno a los hombres que allí

se hallaban: Tobilklo Laney, cuyos ojos almendrados

acompañaban su aceitunada tez; Gimlard un hombre ex-

traño que poseía una lengua bífida, Rensif un elfo

poderoso con el don de curar las heridas más graves.

Habló también de un tal Hugo un gólem de tierra y

de un hombre lagarto al que acababan de poner nom-

bre: Yeviess, que era el único de su raza que podía

hablar, aunque muy rápido. Antaño había servido como

conejillo de indias para los de su tribu ya que era

intrépido y sabía ejecutar las estratagemas pero se

vio obligado a traicionar a su estirpe y a ver morir

a sus mejores amigos por culpa de Leonardo, un anti-

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guo enemigo del clan. Gimlard se levantó de su

asiento en señal de que quería comunicar algo.

—Lamentablemente, para mí claro, Yeviess y yo so-

mos más semejantes de lo que parece. Yo albergo dos

almas en mi interior desde que nací —dijo con amar-

gura—. Y Yeviess también pero él no sabe cambiar de

uno a otro y yo solo puedo con el influjo de la luna

llena.

— ¿Qué es un Multimórfico? —preguntó Chris.

—Un mago que pertenece a una Orden de otro mun-

do que flota en la transparencia. También existen

los Nigromantes; los Polimórficos, los Mestizos que

son mezclas de razas como Yeviess o Gimlard, los Oc-

tavios, criaturas anfibias escamosas de colores vio-

láceos; y por último los Banales como los fantasmas,

espectros y los Sers, curiosos seres del desierto;

los férnilos que son seres que manejan el aire y

pueden volar pero no se consideran Grandes Seres co-

mo el resto al igual que otros muchos; capaz de usar

la magia de los Polimórficos y la de los Nigroman-

tes.

Page 30: Ángel Caído 1

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»Ahora que ya estás preparado debes saber que te…

mentimos, en realidad no morimos porque pertenecemos

a la Orden del Deseo Ardiente y juramos proteger a

los dos Mundos, el Mundo Tangible y el tuyo, la Tie-

rra. Y esa orden es como una llama que no se puede

extinguir y por esa razón somos… inmortales y por

esa razón creamos el clan. Y los demás seres son… —

buscó la palabra adecuada— por naturaleza inmortales

en cuanto al tiempo.

— ¡¿Por qué no me lo explicasteis antes?! —

preguntó Chris enfurruñado.

—Porque no estabas preparado —replicó Glavertine

con calma—, en toda la vida de Remo y Luna no les ex-

plicamos nada de Rehitolen ni de la transparencia y

tampoco del Mundo Tangible, las cosas que les enseña-

mos fueron mucho más reducidas, ni siquiera les ha-

blamos de la orden del Deseo Ardiente ni del juramen-

to.

Chris saltó de su asiento y fue corriendo a su

cuarto, se deslizó a su habitación y hundió su ros-

tro en la almohada y tras un sollozo las lágrimas

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empezaron a resbalar por sus mejillas. Tragó saliva

y siguió llorando durante horas. Cuando el sol co-

menzó a perderse por las montañas Yeviess le visitó

y le susurró palabras consoladoras al oído.

«ElMaestrodicequepuedeshacereljuramentocuando-

quieras», le informó Yeviess.

—No me interesa.

— ¿Porqué? —preguntó rápidamente.

—Estoy demasiado confuso como para asumir que se-

ré inmortal.

—Túabuelolohizo —lo apremió.

— ¿Y dónde está ahora?

—Probablementesehayavínculadoaotrapersona —

aventuró.

—Me lo pensaré.

—Vale —dijo Yeviess.

— ¿Todos lo habéis hecho ya? —preguntó Chris.

—Sí, hace bastante tiempo, puedes preguntar a

Rensif, si te decides, claro —respondió.

Yeviess se fue de su cuarto y suspiró. Lo pensó,

volvió a suspirar y fue a hablar con Hugo.

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32

Zarzai avanzó hasta una pequeña duna de K´mam, el

gran desierto del Mundo Tangible. Se asomó y encon-

tró una patrulla de férnilos dirigida por dos Mesti-

zos, estaban por todo el desierto y por casi todo el

mundo. De tres torres solo una permanecía en pie pe-

ro poco a poco se iba debilitando y ya ninguna era

completamente inexpugnable. El joven Sers estaba

atrapado mirara adonde mirase todo estaba patrullado

por férnilos y Mestizos. Nadie lo había localizado

todavía pero si lo hacían… Debía salir de ahí. Era

urgente. Se asomó a otra duna y observó como la cor-

dillera del Eisheggtesh sobresalía por encima de las

nubes, solo tenía una escapatoria. La cordillera del

Eisheggtesh, la gran cadena de montañas escarpadas,

era como un infame dragón herido por afiladas agujas

clavadas por todo el cuerpo, de pies a cabeza. Debía

llegar hasta la torre de Fersakk, situada en los

confines del sur. Corrió por la duna en dirección

sur. Hacia los escarpados picos del Eisheggtesh. Co-

rrió todo lo que pudo hasta que sus piernas le fla-

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33

quearon y tropezó cuan largo era. Miró a su alrede-

dor alerta. Se giró hacia la duna que había dejado

atrás. Estaba plagada de patrullas de férnilos que

lo miraban. Los férnilos parecieron escuchar una or-

den telepática porque todos asintieron y formaron

filas de a dos. Avanzaron hasta Zarzai a paso lige-

ro. El Sers intentó escapar pero sus piernas le fa-

llaron. K´mam iba a formar parte de las pertenencias

de los Mestizos. Zarzai se levantó con infinitos es-

fuerzos y desenvainó una espada de dorada empuñadu-

ra. Los férnilos se dispersaron y lo rodearon. Uno

de ellos se adelantó y le plantó cara. Zarzai aceptó

el desafío. El rival le miró a los ojos. El Sers le

sostuvo la mirada y… tardó un poco en comprender que

era una distracción porque otro férnilo le lanzo una

estocada con todas sus fuerzas. Zarzai interpuso su

acero entre él y la espada del rival. Hizo una finta

y aguardó a que su rival lo atacase. Su contrincante

le lanzó una lluvia de estocadas. Su técnica era

tosca y muy agresiva, sin fintas, ni amagos, sola-

mente su fuerza. Zarzai hizo un amago elegante y

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34

luego hundió su espada en el vientre de su rival y

lo tiró al suelo herido de muerte. De su vientre

emanaba sangre amarilla de férnilo. Un Sers solía

ser letal en su territorio. Sintió algo frío a su

alrededor. Sintió la esencia de un Mestizo por de-

trás. Se dio la vuelta y vio un rostro de un blanco

mortecino con manchas púrpuras pero que a pesar de

todo se asemejaba a la piedra de la montaña. Era de

Nesolia. Era una mezcla de gólem y de un muerto de

Gibaín. Una espada le atravesó el hombro. La espada

de Zarzai cayó al suelo produciendo un horrible rui-

do. El Mestizo alzó la espada con el fin de dar pun-

to y final a esa pelea. Atravesó el cuerpo del Sers

de parte a parte y Zarzai cayó al suelo. Tiritaba de

ira, odio y… frío. En el desierto no hacía frío. Por

alguna razón que a él se le escapaba tenía frío. Su

rostro lampiño se retorcía en muecas de dolor.

—Odlor-ardiente —dijo antes de desmayarse.

Era el código de la Orden del Deseo Ardiente.

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35

Khanssash, el Mestizo que había herido a Zarzai

ordenó a su patrulla que cargaran con él y lo lleva-

sen ante el señor del Mundo Tangible: Aliizer Bugg.

— ¿Por qué no le has clavado la espada en el co-

razón? —le reprochó Yter, su compañero.

—Porque le podemos encerrar y sacarle información

sobre los renegados—respondió.

Yter pensó en la idea de Khanssash. Era buena.

Además, no podía desobedecer a su líder. Asintió.

Un férnilo llegó corriendo e informó a Khanssash

de quién había caído a manos del Sers.

— ¿Kuyrt? —gritó el líder al enterarse—. Sabía

que alguien había caído pero… ¿Kuyrt? Era tan solo

un aprendiz que… llegaría lejos, muy lejos.

Esa pérdida había sido dura para los nuevos go-

bernantes de K´mam. Yter no se había atrevido a con-

tarle eso a su líder. Sabía que eso bajaría la moral

de Khanssash y eso no sería nada bueno en la lucha

por K´mam. Pero él ya lo sabía y eso podría ahogar

cualquier tipo de esperanza por conquistar K´mam.

Page 36: Ángel Caído 1

36

Yter hizo ademán de irse. No tenía ganas de ver a un

Mestizo enfadado.

Los Mestizos y férnilos partieron tres días más

tarde, cuando el sol empezaba a declinar. Se diri-

gían hacia Porkes situado al norte. Tenía ganas de

entrevistarse con Aliizer Bugg y sus dos mejores

hombres: un mago y un Mestizo. Dos días más tarde

habían llegado a Fhrirr. Cuando pasaran Fhrirr lle-

garían a Porkes. Fhrirr había sido el primer lugar

en plantar cara a Aliizer Bugg y en consecuencia ha-

bía quedado arrasada. En aquel lugar no había nada

más que ceniza y no era de extrañar encontrar una

res abandonada vagando por el desierto. Era tierra

de nadie. Era yerma y pocos animales sobrevivían más

de dos noches seguidas en aquel infierno. La mayoría

de reses morían de hambre o de calor. Solo los joi-

gebs eran capaces de vivir en esos lugares.

—Un soldado ha muerto, un férnilo —informó Yter

cuando el sol se posaba sobre las montañas y la luna

emergía del horizonte.

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37

Utter, el enfermero corrió a atenderle. Su cora-

zón no latía y sus sienes ardían. Su piel era pega-

josa.

—Ha muerto de calor —informó—. Necesitan más

frío.

—Puedo hacer que corra el viento —dijo Yter.

—Hazlo —ordenó Khanssash.

Yter onduló el aire y pronunció unas palabras

en el idioma arcano. El aire comenzó a fluir por

aquellas tierras yermas.

—Vale, descansemos —dijo el líder—. Ya no hay

problemas con el calor. Podemos pasar la noche en

Fhrirr —anunció.

El Maestro lo había percibido, en alguna parte del

Mundo Tangible algo no iba bien. Alguien de la Orden

del Deseo Ardiente estaba siendo utilizado y había

pronunciado el código. Llamó a Hugo. Debían pensar

en el Portador de Yatass. La Daga. Forjada por Zra-

kax, un Nigromante del Lago de las Lágrimas que aho-

ra se había secado. En Nesolia, al sur. El Portador

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38

encontraría el istmo entre los dos planetas y abri-

ría el Portal, para derrotar a Aliizer. O al menos

eso quería.

Hugo llegó un rato más tarde. Venía con Laney,

Trebo, Glavertine, Gimlard. A Hugo se le habían

caído las cuerdas vocales como a todos los gólems de

arena cuando pasaban del siglo de edad. Ahora se co-

municaba expandiendo información, era algo entre la

telepatía y hablar.

— ¿Quién va a ser el Portador? —preguntó el Maes-

tro.

—Yo voto por Yeviess o por Chris —opinó Gimlard.

—No, ellos no están preparados, Chris tiene quin-

ce años y Yeviess es un hombre-lagarto, no pueden

cargar con esa responsabilidad —desaprobó Glaverti-

ne.

—Podría ser el Maestro—sugirió Trebo.

—No, yo no —respondió el aludido.

—Sí, yo no puedo porque soy un Mestizo, ¿quién

será? —preguntó Gimlard.

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39

«Mmmm, Rensif», dijo Hugo.

—Sí, Rensif, el elfo, es buena idea —admitió el

Maestro.

Un rato después, Yeviess, el híbrido, irrumpió

en la sala rápida y atropelladamente.

—Meheenteradodeloqueestáocurriendo, ¿por quéno-

contaísconmigo parahablardeesto? —dijo.

—Rensif va a ser el Portador —anunció Tobilklo.

—Yotambiénestoydeacuerdo —dijo Yeviess—. Hoyes-

plenilunio.

—No, no, no puede ser, hoy no —dijo Gimlard asus-

tado—. Hoy me convierto en Serpiente.

—Ah, tengo que hablar contigo Gimlard —dijo el

Maestro.

— ¿A solas? —preguntó.

El Maestro asintió. Todos se fueron a sus respec-

tivas habitaciones. El Maestro y Gimlard se quedaron

a solas.

—Hace unos días —empezó el Maestro— estuve inves-

tigando sobre las Serpientes y una leyenda dice que…

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—buscó palabras— una Serpiente es, bueno, alada, y

quería saber si eres tú.

—No.

—Solo era eso.

Gimlard se fue a su cuarto y el Maestro quedo so-

lo.

Khanssash no había dormido en toda la noche, la-

mentaba la perdida de Kuyrt. Reprimía su instinto

por no matar al renegado Sers y se le ocurrió una

fantástica idea. Necesitaba un ayudante y un doctor

y tal vez a Utter. Paró a todo el grupo y les habló:

—Cambio de idea, me voy con Yter, Cotess y Ut-

ter. Decidle a Aliizer que iré en unos días.

—Vale —dijo Ash.

—Dirige tú el grupo, Ash —dijo Khanssash.

Khanssash se dio la vuelta y se fue directo a

K´mam. Ya casi habían pasado Fhrirr cuando un joigeb

se abalanzó sobre Cotess.

— ¡Yter! ¡Ayúdale! —ordenó el líder.

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Yter desenvainó su espada y corrió hacia la bes-

tia. Una lluvia de mandobles cayó sobre el joigeb

que chilló y tiró a Cotess al suelo. Lanzó una mira-

da asesina a Yter y se abalanzó sobre él. Khanssash

se convirtió en gólem y lanzó su puño sobre el joi-

geb.

—Maldita sea, ¡mi brazo! —chilló Yter.

El joigeb cayó al suelo con un chillido agóni-

co. Cotess posó el filo de su espada sobre el cuello

del animal y le cortó la cabeza.

—No hagas más eso, Cotess, no me gusta ese estilo

de lucha —dijo el líder.

Caminaron durante horas y horas hasta que llegó

la noche. Descansaron bajo un árbol cuyas raíces so-

bresalían del suelo. Arrancaron hierba y la pusieron

bajo las raíces para acolchar el suelo.

—Mañana tendremos que caminar hasta donde murió

Kuyrt. Si un joigeb no se ha comido sus restos po-

dremos hacer lo que quiero si no… habremos hecho el

viaje en vano —dijo Khanssash.

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—Pues, más vale que no sea así, estoy muy cansa-

do. Ya casi no puedo mantener el viento —dijo Yter.

Khanssash señaló el horizonte.

— ¿Lo ves?

— ¿Qué tengo que ver? —preguntó el férnilo.

—La arena roja.

Yter oteó el horizonte y efectivamente la arena

roja estaba ahí. La línea que separaba la arena roja

de K´mam de la gris de Fhrirr. Era como un oasis en

medio de un infierno.

—Al fin —gritó al cielo. La noche ya casi había

pasado y la arena se divisaba a la perfección.

Utter estaba muy cansado. Apenas hablaba y no co-

mía demasiado. Hacía lo que tenía que hacer y punto.

Y en esa lista no estaba apuntado comer.

Yter corrió hacia K´mam gritando de alegría. Co-

tess lo imitó. Khanssash observaba como iban hacia

la muerte. No habían visto lo que se ocultaba tras

la duna. Utter se tiró contra el tronco del árbol

solitario en el que habían dormido estremeciéndose

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de puro miedo. El semblante serio de Khanssash se

torció en una mueca de horror.

Ash ya había llegado a Porkes y a la Torre de

Porkes. Les había costado convencer a los guardias

un férnilo y un humano de que venían de K´mam y de

que Khanssash se había retrasado. Burbull el rey de

los férnilos les había recibido en la puerta de la

Torre de Porkes. Iba acompañado por un Multimórfico

que había traicionado a su estirpe: Vollten. Ash

examinó a Burbull y después a Vollten. Se fijó en

los ojos de Vollten, una espiral de oscuridad y ti-

nieblas que amedrentaban al más fiero de los bárba-

ros. Sus ojos irradiaban ira, odio y frío. Ash re-

primió el odio y la ira que le inspiraban sus ojos y

les siguió por la escalera de caracol. Algo en esa

Torre latía como un corazón rebosante de alegría, de

magia o de poder. Llegaron a la parte de arriba de

la Torre que se dividía en varios pasillos como un

laberinto. Entraron por el del lado derecho. El pa-

sillo era estrecho y a Ash le costó pasar con el

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cuerpo del renegado Sers. Vollten le quitó el cuerpo

del Sers y se lo llevó a una mazmorra. Los soldados

de Khanssash le acompañaron. Un rato más tarde entró

en el cuarto de Aliizer Bugg.

—Me he enterado que Khanssash te ha enviado como

jefe del grupo, Ash —dijo Aliizer.

Ash asintió.

—He oído que habéis conquistado K´mam.

Ash volvió a asentir. Hizo una elegante reveren-

cia y se deslizó al pasillo.

Se encontró con Burbull en el pasillo pero no le

dio mucha importancia y siguió caminando. Bajó las

escaleras de caracol atropelladamente. Quería ver a

sus soldados. Salió de la Torre a un cobertizo con

varias cabañas y un césped mal cuidado y muy creci-

do. Los soldados entrenaban la esgrima y la magia en

los distintos cobertizos de la Torre de Porkes.

Gimlard avisó a Chris de que Rensif iba a ser el

Portador de la Daga, y le explicó que era un arma

legendaria. Christopher no tardó en comprender lo

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importante que era esa información y tampoco tardó

en asimilarlo.

— ¿Y por qué solo lo puede coger Rensif? —

preguntó Chris.

—Es el símbolo de la Orden del Deseo Ardiente —

explicó—. Tiene el código escrito en la empuñadura y

no solo eso, la Daga es el Deseo Ardiente y por lo

tanto esta hecho por fuego azul. Fuego que quema lo

de dentro y la superficie la deja intacta. El Maes-

tro utilizará poderosos hechizos para convertir a

Rensif en el Portador.

— ¿Cuál es el código?

—Odlor-ardiente —respondió el hombre-serpiente.

Chris fue con Gimlard al cuarto de Rensif, debían

avisarle del prestigioso cargo que le iban a otor-

gar.

—Tenemos que hablar –empezó Gimlard.

Rensif les sonrió. Miró a Gimlard y después se le

congeló la sonrisa al ver el semblante serio del

hombre—serpiente.

— ¿Qué… qué ocurre? –preguntó.

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—Vas a ser el Portador –respondió Chris.

—Portador de qué.

—La Daga. Vas a ser el Portador de la Daga –

respondió Chris.

—No puede ser… no, no puedo ser yo, solo soy un

elfo que domina el arte de la magia.

—Pero eres sensato y muy poderoso –dijo Gimlard.

Rensif asintió.

—Está bien —cedió Rensif.

Yeviess irrumpió en la habitación ondulando su

larga cola.

—Veoqueyaselohabéisdicho. »MañanaelMaestroejecu-

taráelhechizodetransformación.

Yter y Cotess cruzaron la frontera de Fhrirr gri-

tando de alegría. Khanssash permaneció callado con

Utter sin poder hablar. Un tornado de fuego voló ha-

cia Cotess que se lanzó al suelo con el fin de es-

quivarlo. El tornado de fuego chocó contra el suelo

y se esfumó. Una espiral de tinieblas se precipitó

contra Cotess que intentó esquivarlo. La espiral de

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fuego viró y formó un círculo alrededor de Cotess.

El círculo se fue estrechando lentamente. El profe-

sor chilló aterrado y se consumió entre las llamas.

Le sangró la nariz. El círculo se esfumo en el aire

y Cotess quedo en el suelo moribundo. Una criatura

muy grande de expresión indefinida. Salió corriendo,

o mejor dicho volando. Yter arrastró a Cotess de-

jando un rastro carmesí tras de sí. Llegaron a donde

Khanssash y Utter aguardaban bajó el árbol en el que

habían pasado la noche. Cotess tenía el rostro yerto

y pálido.

—Aplicaré ungüentos sobre el cuerpo de Cotess y

hechizos también.

»Esto es lo más frío que te puedo dar dijo —Yter

mirando el rostro yerto de Cotess.

—No creo que pase la noche –opinó Utter.

Khanssash miró a Cotess y negó con la cabeza. De

detrás de la duna apareció algo, que desprendía un

halo de energía muy fuerte. Todo se hacía negro a su

paso. Era una criatura divina de un tamaño grotesco,

era imposible adivinar su rostro. Era un Dios, un

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halo de energía gigantesco que destruye todo a su

paso. Cotess cerró los ojos con un soberano esfuer-

zo. Utter supo que era posible que no los volviese a

abrir. Los labios amoratados de Cotess se torcían en

muecas de dolor. Utter resopló. La cara de Cotess

palideció y su corazón se paró. Khanssash se fue a

dormir, se mantuvo entre el sueño y la vigilia. Yter

cayó profundamente dormido mientras que Utter se

quedó despierto observando el rostro yerto de Co-

tess. Se estremeció al ver tiritar al fallecido, pe-

ro, ¿cómo iba a haber tiritado un muerto? Tiritó aun

más. Después paró y se movió frenéticamente. Utter

había estudiado esta clase de fenómenos relaciona-

dos, a veces, con la nigromancia. Veló por el Alma

que acababa de salir del cuerpo de Cotess. Veló por-

que su muerte hubiese tenido algún sentido.

Pasó toda la noche observando el cuerpo de Co-

tess, esperaba algún otro movimiento con vehemencia

por su parte, pero esto no sucedió.

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Khanssash despertó de aquel fino sueño caracte-

rístico suyo. Estaba contento y eso lo demostraba su

sonrisa.

—Vamos a hacer un zombi —fue lo primero que dijo.

Le dio muchas instrucciones a Utter. Se colocaron

al lado de Cotess y le metieron arena en la boca.

Khanssash extrajo una cantimplora de un zurrón que

colgaba de su cinto y vertió parte del líquido que

guardaba en su boca.

Cotess fue reaccionando poco a poco. Su carne

era de color verdusco.

— ¿Qué me habéis hecho? –preguntó.

—Eres un zombi – dijo Khanssash.

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3

La Oleada Zombi

ras muchos días de camino Khans-

sash, Yter, Utter y Cotess ya del

todo recuperados avanzaron hacia el

corazón de K´mam.

Cotess avanzaba lentamente y con la cabeza gacha,

no bebía ni comía. Hacía tiempo que Cotess avanzaba

de aquella forma. Khanssash ya se lo esperaba porque

sabía que los zombis eran lentos y actuaban como

cualquier Mestizo en la transparencia. A pesar de

todo podía ser un beneficio ya que les ayudaba a

ahorrar víveres y si seguían comiendo así las provi-

siones, les duraría toda la vuelta.

Acamparon cuando la luna se alzó llena con todo

su esplendor y al zombi se le acababa la energía. La

noche paso rápido y se levantaron dispuestos a en-

T

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contrar el cuerpo de Kuyrt. Habían conseguido mucha

energía.

— ¡Ahí está! ¡Ahí está! —gritó Yter con júbilo.

Se había empezado a podrir y habían llegado a

tiempo, si se hubiese degradado por completo ya no

hubiesen podido hacer nada y su viaje habría sido en

vano.

Se arrodillaron en torno a Kuyrt y Yter y Utter

comenzaron un ritual en el idioma arcano de los do-

blealma, que así eran como llaman a los Mestizos. El

cadáver fue adaptando un tono de piel ligeramente

verdusco. Los ojos de Kuyrt relucieron por un ins-

tante y luego volvieron a su color normal. Khanssash

dejó escapar una risa malévola.

Llegaron hasta Fhrirr rápidamente ya que los zom-

bis habían encontrado dos joigebs en los que po-

drían montar los cuatro. Las criaturas no dieron mu-

chos problemas eran animales capaces de comer arena.

Hasta que llegaron a la frontera de Fhrirr con Por-

kes. Estaba todo lleno de rocas en lugar de arena y,

a pesar de que los joigebs tenían unas poderosas

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mandíbulas capaces de comer de todo, no podían comer

aquella roca porque en la frontera el sol pegaba muy

fuerte y la roca no podía soportar tal calor, por lo

tanto, se fundía. Ahí empezaron los problemas, ten-

drían que dar un rodeo porque las patas de los joi-

gebs no soportaban tal calor.

Rensif ya era el Portador de Yatass. Él, Gimlard

y todos los demás habían emprendido una búsqueda pa-

ra conseguir un objeto del Mundo Tangible.

Llegaron al hogar de Christopher en Finlandia,

pero no se les ocurrió pasar a saludar, fueron dis-

cretos, abrazados por las sombras, por la oscuridad.

—Me parece que esta búsqueda no va a acabar nunca

—jadeó Chris.

» ¿Por qué no usamos a Yatass? —preguntó. Al

terminar la pregunta se estremeció, «Maldita Ya-

tass», pensó. Otro estremecimiento le recorrió la

espalda. Se mordió el labio inferior con rabia.

—Porque abrir la Puerta merece un sacrificio, por

eso el objeto se destruiría —respondió el Maestro.

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A Chris no se le escapó que al decir, se destrui-

ría, Rensif oprimió con más fuerza su maravillosa

Daga.

Trebo oteaba cada recoveco que veía. Puso la mi-

rada fija en un resquicio extrañamente pequeño. Me-

tió la mano por él y al sacarla tenía un líquido

pringoso.

—Me parece que lo he encontrado –comentó con una

sonrisa.

El Maestro metió la mano y encontró la fuente

del líquido pringoso. Una araña blanca de un tamaño

colosal.

—Servirá —dijo el Maestro con aprobación.

Quitaron las hojas que había de por medio, dejan-

do una tierra lisa y perfecta. Depositaron el líqui-

do viscoso y a la araña en el suelo. El Maestro de-

positó toda su energía en la Puerta. Unos granitos

de luz púrpura se fueron depositando en el aire di-

bujando una silueta redonda.

El Maestro intentaba abrir la Puerta. Jadeó y

volvió a la carga. No tenía más energía y la Puerta

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apenas se había abierto. Cerró los ojos y volvió a

jadear. Dejo que la energía de su alma fluyese por

sus dedos. Se empezaba a sentir vacío.

—Un poquito… más —dijo con un soberano esfuerzo.

Una lágrima recorrió su mejilla. El Maestro si-

guió dando parte de su alma. Abrió los ojos y vio

que la puerta púrpura estaba abierta. Envió a su im-

pronta, que se había quedado flotando en el aire, la

impronta entró por la Puerta y se metió en ella. Un

rato más tarde salió y desapareció. Ahora les toca-

ba a ellos.

El Maestro dejo de expulsar parte de su alma.

—Cruzadla vosotros —jadeó.

— ¿Y tú? —preguntó Gimlard.

El Maestro sollozó y pronunció unas palabras in-

comprensibles antes de caer al suelo.

—Rensif, ayúdame a cogerle. No voy a permitir que

se quede aquí.

El aludido asintió con la cabeza.

Poco a poco todos fueron cruzando la Puerta. Esta

se cerró tras ellos.

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55

Zarzai llevaba días vagando por Porkes. Las ratas

habitaban por las calles y todo estaba lleno de ba-

rro y las tabernas estaban construidas con bambú.

Habían puesto barras para evitar que aquel local se

hundiese en el fango. Entre las tablas de bambú se

colaban monedas. Zarzai no tenía dinero por lo tanto

ese era su trabajo. A ese local acudían asesinos pa-

ra matar a las ratas que se escondían bajo los ci-

mientos de aquel local, para robar. Zarzai se había

escabullido innumerables veces arrastrándose por el

fango. El joven ladrón se tumbó en el barro y se

arrastró por él. Al sumirse en el abrazo de la oscu-

ridad distinguió una moneda de oro. Alargó la mano

para cogerlo pero enseguida la madera de bambú se

combó amenazando al ladrón con romperle el brazo.

Zarzai sumergió su cabeza en el barro para evitar

una rotura. Estuvo a punto de respirar bajo el barro

pero pudo reprimirlo. Por fin pudo respirar. Cogió

el oro y salió. Un asesino le esperaba con la espada

desenvainada.

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—Soy un ejecutor podría matarte, rata —le escu-

pió.

—Vete a la mierda —dijo Zarzai.

El ejecutor le escupió y le propinó varias pata-

das.

—Vas a morir —le dijo con una sonrisa sádica.

El Sers retrocedió hasta alcanzar una piedra. La

oprimió con fuerza hasta que le salió sangre.

—En ese caso moriremos los dos —replicó Zarzai

con tono burlón.

El ejecutor lanzó un grito de guerra y se abalan-

zó sobre el Sers. Zarzai cayó al suelo estrepitosa-

mente con el ejecutor encima. Zarzai le pegó una pa-

tada con la pierna que le quedaba libre. El asesino

estuvo a punto de caer pero no lo hizo. El ejecutor

intentó inmovilizar también la pierna que le quedaba

libre. Zarzai calculó los movimientos de su rival y

cuando este levantó el vientre su puño derecho quedo

libre. Aferró la piedra y se la lanzó a su rival en

la cabeza. Este cayó hacia atrás. Zarzai se levantó

de un salto y con la palma de la mano le pegó un

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tortazo en la oreja. El ejecutor se desplomó muerto

al suelo. Zarzai se volvió hacia atrás y entró en la

taberna. El tabernero se había ido cuando aquél eje-

cutor había matado al bárbaro. Buscó algún resquicio

en las cañas de bambú donde el tabernero pudiese

guardar su dinero. Zarzai vio que una baldosa del

suelo estaba mal fijada, pegó puñetazos y patadas

hasta que por fin la caña se desprendió, no obstan-

te, no había nada guardado. Siguió rompiendo el sue-

lo y las paredes hasta encontrar el dinero. Dos

oros, tres con el que había robado; cuatro platas y

ocho cobres. Suficiente para esta semana. Salió de

la taberna y se internó en el bosque sonriendo.

Christopher abrió los ojos por la noche. Las es-

trellas brillaban con fuerza y le pareció que la lu-

na era más grande, lo comprobó y efectivamente era

un pelín más grande que la luna de la tierra. Se le-

vantó y buscó al resto del Clan. El Maestro y Gla-

vertine no estaban. Se internó en el bosque. El via-

je le había sentado mal y tenía una pequeña jaqueca.

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Se le pasaría. Encontró a una persona con la camisa

ensangrentada y unos pantalones holgados teñidos de

rojo.

—No me intentes matar no lo conseguirás –murmuró.

—Acabo de venir de mi planeta no sé nada, solo

conozco a los Sers, Octavios, Nigromantes y Multi-

mórficos.

—Soy un Sers –dijo la persona con orgullo.

—Yo soy Christopher.

— ¿Te puedo llamar Christoph? Yo me llamo Zarzai.

—La gente me llama Chris.

—Prefiero Christoph.

Chris se encogió de hombros.

—Estoy buscando a Glavertine y al Maestro.

—A Uroth… quiero decir al Maestro y a Glavertine

–sonrió.

— ¿Uroth?

—Se llama Uroth pero no le gusta, prefiere Maes-

tro.

— ¿De qué les conoces?

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—La Sagrada Orden del Deseo Ardiente, Odlor—

Ardiente –dijo con ímpetu.

Los dos recorrieron la espesura hasta que encon-

traron al Maestro o a… Uroth y a Glavertine.

Se saludaron con un cálido abrazo y todos dijeron

el código.

—Odlor-Ardiente.

Regresaron al campamento con una amplia sonrisa.

Zarzai se presentó y todos gritaron: “Odlor-

Ardiente”.

Khanssash, Yter, Kuyrt, Cotess y Utter llegaron

al castillo aquella noche. Ash ya no mandaba era

simplemente Ash pero, Khanssash tampoco el indiscu-

tible jefe era Aliizer Bugg.

—Zombis, debéis crear más zombis –ordenó.

Los dos asintieron.

Partieron aquel mismo día. Fueron por Porkes. Pa-

saron por la taberna del fango. Estaba destartalada.

La habían saqueado. Dos ejecutores yacían muertos en

el fango. Primero reanimaron al bárbaro que según la

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sangre llevaba más tiempo y luego al que parecía más

fuerte. Luego pasaron por una aldea gobernada por

Yapikatane. Entraron en una posada de un tal Vau-

rien. Entró Cotess con indiferencia. Metió su mano

en un bolsillo de su cazadora. Avanzó unos pasos sin

fijarse con quien se chocaba.

— ¡Eh tú! —le espetaron algunos.

Él no les prestaba atención. Fue seguro de sí

mismo hasta la barra de la taberna. Acuchilló a Vau-

rien y luego le metió un líquido por el ojo y este

se puso de pie. Había adquirido un tono verdusco,

los dos zombis salieron y todo se acabo en el bar.

Algunos bebieron hasta tener resaca y otros tu-

vieron pesadillas durante varios días. Estuvieron

varios días recaudando zombis, sembrando el terror y

la pesadilla por las ciudades. Nesolia era un caos.

La gente corría por las calles y se escondía en los

recovecos más oscuros del país. Solo Kaysa, una ciu-

dad de Nesolia permanecía normal, peligrosamente

normal.

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61

En una taberna se agrupaba un grupo de asesinos.

Makerace era uno de los asesinos de la taberna.

— ¡Que se beba otra birra! ¡Qué se beba otra bi-

rra! –todos gritaban a su alrededor en una competi-

ción. El primero que se emborrachase o cayese dormi-

do perdía. Cada uno debía apostar cinco oros que pa-

ra ellos era un pastón.

Uno de los participantes cayó al suelo mareado y

empezó a decir cosas incomprensibles. Makerace sin-

tió muchísima presión ya que un mogollón aplastante

animaba a uno de sus últimos rivales. Debía ganar.

Por su familia. Por su casa. Y por Iata, su mujer.

Su rival eructó con violencia y cayó rendido al sue-

lo. Los gritos de la gente habían empezado a animar-

le a él. Su presión bajo aliviadoramente pero empezó

a tener una vergüenza bestial. Puso su vaso con

vehemencia sobre la mesa.

— ¡Otra! –pidió.

— ¡Ehhhh! –corearon los demás.

Solo quedaba otro rival y el pastón apostado se-

ría suyo. Frunció el ceño y bebió copa tras copa. De

Page 62: Ángel Caído 1

62

repente la puerta se abrió. Makerace vio a Iata en-

trar y empezar a echarle la bronca.

— ¡Makerace, qué haces!

—Ganar dinero –dijo. Siguió bebiendo hasta el

punto de no hacer caso.

»Debes saber hasta qué punto te obedezco por el

hecho de que seas mi mujer. Luego hablamos.

Su mujer salió de la taberna sobre la que se cer-

nía un terrible olor a alcohol y tabaco. Siguió be-

biendo. Estaba empezando a desarrollar un ligero

burbujeo en la barriga. Su enemigo empezó a tamba-

learse y Makerace sonrió. Dejó su vaso en la barra y

cogió el dinero y se fue.

— ¿Puedo ser tu amigo, maese Makerace? –le pre-

guntaba la gente.

—Un asesino perfecto no tiene más amigos que su

sombra.

—Hola Iata —le dijo a su esposa con una sonrisa.

— ¿Cuánta pasta has ganado? —preguntó su esposa.

—Veinticinco oros —dijo Makerace.

Page 63: Ángel Caído 1

63

—Dios mío podríamos comprar una casa con eso,

cambiar nuestra vida pordiosera por una vida de ri-

co, podríamos ser… dioses —dijo Iata emocionada.

— ¡Iata la diosa! Suena bien –bromeó Make. En

inglés significa hacer y su esposa se refiere a que

sabe hacer muchas cosas bien cuando le llama así.

— ¡Make el dios! –le devolvió.

—Prefiero Make el asesino perfecto.

—Para mi eres un dios.

—Como quieras, diosa.

Empezaron a llamarse dios o diosa. Rieron durante

horas.

El Clan estaba buscando refugio en R`oth. Habían

acabado con la vida de varios férnilos y algún zom-

bi. Caminaban con pesar y suponían que una oleada de

zombis les iba a atacar tarde o temprano, no podían

luchar a campo abierto. Habían entrado en un hostal

de un piso con tres habitaciones. Buscaron a gente

que los fuese a ayudar a luchar. Encontraron un mago

elemental y un caballero de Kaysa.

Page 64: Ángel Caído 1

64

—Pronto vendrán —dijo Zarzai— han evacuado la

frontera con K`mam.

Efectivamente en una hora se empezó a divisar un

gran ejército verdusco. En eso de una hora les ve-

nían zombis por los cuatro costados.

—Hora de matar a la escoria no muerta —sonrió el

elemental.

—Rebanemos vidas —resumió Zarzai.

Empezaron a sonar golpetazos en la puerta y en

las paredes, el miedo se palpaba en el ambiente, un

ambiente sudoroso y pegajoso.

—Voy a salir —anunció el caballero de Kaysa.

Abrió la puerta pero una fila de zombis lo espe-

raba. Intentó apartarse y retroceder pero era dema-

siado tarde. Había puesto un pie fuera de la casa y

le habían agarrado por todas sus extremidades. Los

zombis empezaron a tirar de ellas. Se le arrancó un

brazo e intentó llevarse su otra mano al muñón pero

no pudo soltarse. Una a una los zombis le fueron

arrancando las extremidades. Un zombi agarró el

cuerpo del caballero y lo estrelló contra la puerta

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65

que se derrumbó y el zombi entró con el cuerpo ago-

nizante del Kaysano. Chocó la cabeza del caballero

contra una pared y le dio muerte al Kaysano. Trebo

lanzó un cuchillo arrojadizo que trazó extraños

efectos en el aire y mató al primer zombi que pasó

por la puerta. Laney se lanzó con su espada corta

al mogollón.

—Morid sacos de mierda –gritó.

—Laney, ¡sal de ahí! –avisó el elemental.

El Maestro y el elemental lanzaron un hechizo de

fuego que quemó a una buena parte de zombis. Zarzai,

el sanguinario mató a muchísimos zombis y su ropa

era prueba de ello. Divisó al tabernero de su taber-

na favorita.

— ¡Vaurien! Ven aquí pequeño borracho —gritó. El

tabernero acudió a él con infinitas precauciones.

»Me vas matar zombi.

—Esta vez no, asesino.

—Yo no tengo amigos, zombi.

— ¿Y…?

Page 66: Ángel Caído 1

66

El sanguinario le clavó un cuchillo antes de que

acabase de hablar. «Traidor», pensó.

El elemental se había fatigado y había parado de

utilizar hechizos. Un zombi le empezó a pegar puñe-

tazos hasta dejarle la cara irreconocible. Le empo-

tró contra la pared hasta matarlo. Casi al instante

Chris estaba pegándole tortazos con todas sus fuer-

zas. Desenvainó su cuchillo y le propinó una muerte

lenta y dolorosa. Rensif mataba de maravilla con Ya-

tass.

Makerace había acudido a la batalla a pesar de lo

que había bebido. Mató zombis hasta saciar su hambre

de sangre. Mató a sangre fría. Sin pensar en dinero

ni en nada. Sólo en sangre, rojo, rojo. Era el te-

rror de los zombis una pesadilla de fintas y fantás-

ticas estocadas. Un hombre serpiente comía zombis y

después los escupía machacados.

Los dos se acercaron hasta llegar al hostal.

Chris se reunió con el hombre de su sueño. Makerace

que mataba gritando: “Soy un dios”.

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67

Iata mataba con un arco. Vestía unos pantalones

demasiados holgado y, sin embargo, una camiseta

apretada.

El número de zombis había descendido radicalmen-

te. Quedaban cuatro. Laney y todos fueron a por

ellos.

— Matad a tres y dejad a uno para que cuente el

terror del Clan.

Entonces Cotess huyó aterrorizado.

—Ya sabemos quién es el que se salva –dijo Iata

con una sonrisa.

Kuyrt peleó con fiereza. Tuvo un error demasiado

malo y mató al que le cubría las espaldas. Gruñó y

apretó los dientes. Lanzó una mirada calculadora y

buscó un resquicio entre los miembros de la orden.

Encontró un rincón y pasó arrastrándose por debajo

de las piernas de Zarzai.

Trebo preparó un cuchillo arrojadizo y le persi-

guió con sigilo. Kuyrt miró hacia atrás para cercio-

rarse de que nadie le seguía. Entonces observó, no

sin horror, que un humano lo seguía armado. Vio un

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68

cuchillo acercándose hacia él lentamente. Cuando es-

tuvo cerca vio que la punta desprendía veneno la

única forma de matar a un zombi, a excepción de Ya-

tass. Kuyrt mantuvo la sangre fría hasta el último

instante y lo paró con su mano color verdusco. Una

sangre tibia y viscosa emanó de su mano. Se llevó su

otra mano al corte con el fin de detener la hemorra-

gia. Ya había muerto una vez a manos de un Sers. Tu-

vo suerte porque su piel de zombi absorbía la sangre

de tal forma que nunca morían desangrados.

—Lo has hecho de maravilla, dios Make –dijo Iata.

—Tú también, diosa de las maravillas.

Se abrazaron con cariño. Makerace hundió los de-

dos en el cabello de su diosa. Crispó los dedos en

un mechón de pelo y lo trenzó con esmero. Se besa-

ron. Un beso intenso y electrizante.

—Ojalá la guerra se acabase ya –murmuró Iata.

—No todo es tan sencillo –replicó Make.

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—Las divinidades del cielo… ojalá quisieran una

tregua eterna. Se fueron a dormir cuando ya era no-

che cerrada. Los demás se habían ido ya.

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70

4

Una Perturbación En El Ambiente

as estrellas relucieron con mucha in-

tensidad durante un instante y luego se

apagaron todas a la vez.

Yapikatane ya había visto aquel fenómeno días

atrás y su población se había quedado sin luz. Temía

por su poblado. Él había luchado contra esa mons-

truosidad destructora que atacaba a todo. Ya lo ha-

bía demostrado años atrás y el Maestro lo había ex-

pulsado del Mundo Tangible milagrosamente sin que

costase su propia vida. Pero eso no impedía que el

Lado Oscuro absorbiese la energía del ambiente y lo

usase para destruir el mundo paralelo que el Maestro

había hecho con la energía de los dioses. El Lado

Oscuro había elegido este mundo. Para expulsarlo del

todo se necesitaría crear un universo entero. Esta-

L

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71

ban en tiempos difíciles y les costaría superarlos.

Todo el mundo rezaba en sus casas por no quedarse

sin luz por la noche. Yapikatane se mordió el labio

inferior y esperó a que el sol espantase a la penum-

bra. Un tímido rayo de sol asomó por el horizonte.

La Luz poco a poco fue venciendo a la Oscuridad.

Yapikatane agarró la antorcha con fuerza y con-

templó como la extraña oscuridad se disipaba poco a

poco y daba lugar a un pegajoso calor.

Días atrás la taberna de la Birra Sonriente había

sido atracada y en ese saque habían tenido lugar dos

asesinos. El asesino había tenido suerte. Yapikatane

y él habían sido amigos de pequeños y los dos son de

la misma orden, la Orden del Deseo Ardiente y no po-

dían morir de forma natural, es decir, de viejo. Re-

zó a los dioses para que el Lado Oscuro se fuese

pronto. Se fue a la cocina y se apoyó en una alace-

na. Pisó el suelo y abrió una trampilla. Envainó su

espada y se la cargó al cinto. Cogió una espada cor-

ta y dos dagas.

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Se encapuchó y salió de la cocina como una som-

bra. Salió a la calle y fue directo a la parte de

las tabernas, dejó atrás las casas bonitas y las ro-

pas limpias para sumergirse en una parte embarrada y

sucia. Caminó como una sombra silenciosa y dando pa-

sos cautelosos. Miró hacia una chabola. Entró.

—Ya no eres el rey. No lo eres desde que la Torre

de Porkes se erigió en tu pueblo, en tu ciudad —dijo

Zarzai.

—Para ti lo sigo siendo, soy un rey digno del

trono, para ti —le espetó.

—Soy un ladrón, un ejecutor, no tengo superiores.

—Te has escapado de los Mestizos, de Aliizer

Bugg.

—Y ese tal Bugg ha sido el que te ha quitado el

liderazgo.

—Y ahora es el líder del mundo.

—Está haciendo tratos con las brujas. ¿Era esa la

información que querías?

—No, era acerca del Lado Oscuro. Va a matar a to-

dos.

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73

—Si Bugg lo quiere, pero de momento no le viene

bien. Tiene buenos aliados.

— ¿A qué te refieres?

Zarzai suspiró.

—Bugg tiene poder sobre los férnilos y Mestizos

porque tiene tres espíritus. Podría dar dos espíri-

tus al Lado Oscuro para chantajearle para atacarnos.

—Al Lado Oscuro le atraen las sombras –dijo Zar-

zai.

—No podremos ganar. Pero antes de morir quiero

ser como tú, tu aprendiz.

—Un rey aprendiendo de un ejecutor.

Yapikatane se encogió de hombros.

—Acepto. Desenvaina tu espada y atácame, mátame.

El rey aferró su espada con fuerza e intentó

matar a Zarzai. Este desvió la estocada con un ele-

gante movimiento. Dio una vuelta y trabó su pie en-

tre las piernas de su contrincante, Yapikatane cayó

al suelo. Rodó sobre sí mismo y tiró a Zarzai al

suelo. Yapikatane se levantó e intentó matarle. Zar-

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74

zai se desenvolvió bien y le pegó una patada al rey,

que cayó al suelo.

—No está mal. ¿Conoces a Khanssash?

—Sí.

—Mata a su soldado de confianza, Ash.

— ¿Dónde está?

—Torre de Porkes.

— ¿Cómo me infiltro?

—Espérale en el bosque, al lado de la taberna de

la Birra Sonriente. Es el tabernero. Los que van son

férnilos camuflados o Mestizos.

—Fácil. Seré una sombra.

—Mata a Ash.

Chris había peleado en una batalla contra zombis

y dos habían huido. Había visto sangre, mucha sangre

y se había mareado. Ahora todos iban a por Yapikata-

ne. Zarzai se había ido hacía tiempo. Yapikatane era

un miembro de la Orden. Ya no era el Clan. Había co-

menzado la matanza de Bugg. De las brujas, de los

Mestizos y férnilos. Ya estaban en Porkes. Llegaron

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75

a la parte embarrada. El Maestro reconoció la taber-

na de Zarzai al instante y entró en la chabola sin

siquiera llamar.

— ¿Qué has hecho con el rey?

Zarzai sonrió con aspecto siniestro.

—Mi aprendiz está continuando la matanza que em-

pezamos el siglo pasado.

— ¿A quién va a matar?

—Ash. Hombre de confianza de Khanssash.

—Glavertine vigila la taberna de la Birra Son-

riente. Chris ve con él.

Salieron de allí. Se fueron a la taberna.

Glavertine vio una sombra y la siguieron. La som-

bra agarró a un guardia de la taberna le ahogó sin

dejarle hablar

Glavertine se acercó. Chris y él entraron en la

taberna. Se pusieron en un rincón. Todos se fueron

de la taberna. Yapikatane se lanzó sobre un hombre

corpulento. Ash le pegó un puñetazo y una patada. El

rey cayó al suelo.

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—Eres muy flojo. En mi entrenamiento no podía ser

como tú o me pegaban y tú eres una cagarruta de al-

cantarilla.

Yapikatane desenvainó sus dos dagas y fue a por

su rival. Ash lo tiró al suelo innumerables veces.

El rey utilizó su talento para las sombras y saltó.

Trepó por el techo y saltó sobre Ash. Le hizo un ta-

jo en el pecho. Ash apenas se mostraba herido. Ash

dio un paso hacia adelante. Glavertine y Chris pu-

sieron el pie y Ash cayó. Yapikatane le pegó golpes

en la cara. La cara de Ash estaba destrozada y Gla-

vertine dudaba que estuviese sufriendo, sus faccio-

nes apenas se torcían en muecas de dolor.

Una oleada de recuerdos acudieron a la cabeza de

Christopher, en R´oth no les habían dejado quedarse

días atrás, James y Yeviess no habían ido a este

mundo. Los zombis caían al suelo, muertos.

El rey odiaba a Ash. Él había trabajado para

Aliizer Bugg. Ash pegaba puñetazos al aire. Había

perdido su orientación y con ello algunas de sus fa-

cultades.

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Todo fue rápido. Yapikatane salió de la taberna y

se escondió. Glavertine y Chris saltaron sobre Ash y

le intentaron estrangular. Ash lanzó un manotazo ha-

cia la cara de Glavertine que salió despedido hacia

atrás. Chris le quitó el arma y la tiró fuera de la

taberna. Ash le sacaba dos cabezas y media y un com-

bate cuerpo a cuerpo no estaría nivelado. Christop-

her saltó por la puerta y salió al aire libre. A Ash

no le importó y fue a por Glavertine. Yapikatane, el

rey desterrado por sus enemigos saltó hacia Ash y le

tiró al suelo. Agarró una espada corta y dio fin a

la existencia de alguien gigantesco, Ash, le brindó

una muerte rápida.

—Gracias —pudo decir Yapikatane. Se sentía nau-

seabundo y totalmente asqueado. Lo había matado a

base de puñetazos y una espada. Había matado en

otras ocasiones pero nunca había tenido objetivos y…

no los había matado así. Les había matado rápidamen-

te. Y en un combate más o menos nivelado. Nunca con-

tra un hombretón que le saca una cabeza y media. Pe-

ro lo había conseguido, había hecho el trabajo impo-

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luto no había fracasado. No había matado a nadie

más, solo al objetivo.

Zarzai seguía con el resto de la Orden. Esperando

a que el ejecutor le trajese la cabeza del objetivo.

De que llegase asqueado y nauseabundo como las pri-

meras veces. De que le hubiese hecho el trabajo que

el boidah había ordenado. El jefe de los objetivos.

Él mandaba los objetivos. El jefe del ejecutor, cada

ejecutor tenía un boidah. Por fin llegó su objetivo.

Una cabeza llena de cicatrices y heridas recientes.

—Buen trabajo –murmuró.

— ¡Solo eso! ¡Eso es mi recompensa!

—Eres tú el que me debería dar dinero a mí. Te

doy una enseñanza. Igual que yo tuve esa enseñanza

del boidah, de una persona neutra. Que no es de nin-

gún bando solo da objetivos a un ejecutor. Qalegar

recibía mucho dinero. Ahora recibe cabezas. Las per-

fuma y las vende como un anti espíritus. El gana di-

nero así. Antes no. Yo le pagaba por la enseñanza,

pero ahora no. Porque no tiene nada que enseñarme.

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79

Yapikatane no supo qué responder. Qalegar, el

boidah se estaba haciendo rico vendiendo las cabezas

de los objetivos. Mientras que él tenía recaudador

de impuestos. Tenía. Ya no. Por gente como a la que

acababa de matar. Y comprendió que su siguiente ob-

jetivo sería Khanssash o alguien importante para sus

rivales. Hasta que Bugg se quedase sin hombres y le

pudiesen matar. Era la voluntad de Qalegar. El se-

creto de los ejecutores rebeldes o renegados como

decían los férnilos. Su objetivo múltiple. Todo es-

taba encadenado. Matar a alguien es poner el si-

guiente objetivo. Todo tenía un sentido muy enreve-

sado para los ejecutores y boidahs.

»Nunca veras a mi boidah. Porque un boidah jamás

se deja ver por un ejecutor y menos por su aprendiz.

Yapikatane asintió.

—Que así sea —dijo.

—Así me gusta. Así me gusta —murmuró Zarzai,

Carzo Zarzai. Carzo Zarzai, el ejecutor.

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Carzo Zarzai se quedó solo en su chabola. Hacía

frío. Cogió algunas prendas de ropa que había robado

y recubrió la chabola con las prendas de vestir. Al

entrar sintió un ambiente tórrido en comparación con

el anterior. Suspiró. El equipo de Buscadores lo en-

contraría pronto y lo llevaría de nuevo a la prisión

de la Torre de Porkes. Carzo estaba acabado. La

parte moderna de la ciudad ya estaba registrada. So-

lo quedaba la parte del barro. Registrarían todas

las chabolas y saquearían por diversión. Lo encon-

trarían.

Necesitaba a Wandiel y a Kòps. Ellos eran maes-

tros del disfraz. Lo ayudarían. Salió de la chabola

y corrió todo lo rápido que pudo en el fango. Trope-

zó y cayó cuan largo era. Una mujer salió de la cha-

bola más cercana y lo riñó.

—Has estropeado mi invento, mira por dónde vas –

le espetó.

—No tengo tiempo para pelear señora —dijo antes

de salir corriendo.

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Zarzai llegó en un rato a la casa de Wandiel y

Kòps. Llamó a la puerta con fuerza.

— ¡Ya voy! –dijo una voz femenina.

— ¿Quién va? –dijo otra voz masculina.

—Soy Carzo Zarzai.

Un señor de avanzada edad y una mujer de pelo

blanco abrieron la puerta.

— ¿A quién buscas? –preguntaron.

—A Wandiel y a Kòps.

—Se mudaron hace años.

— ¿A dónde?

—A Porkes al lado de la Torre de Bugg.

— ¿Podríais ayudarme?

—Claro. ¿A qué?

—Ocultadme de los Buscadores.

—Cinco oros.

—Tres.

—Cinco o nada.

—Hecho.

Carzo le entregó el dinero y se ocultó. Yapika-

tane ya no volvería a ser su aprendiz, no podía per-

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mitírselo. Ahora solo se ocuparía de sí mismo, de

nadie más.

«Mi vida tiene un precio.»

— ¿Dónde está la cámara secreta o el escondite?

— ¿Eres un ejecutor que va por las sombras? ¿O

no? —le dijo el hombre.

Carzo asintió.

Entró rápidamente en la casa sin hacer el menor

ruido.

«Pueden estar en cualquier lugar»

Entró en la cocina y se arrastró bajo la alacena.

«Es un sitio demasiado obvio»

Se descubrió buscando con desesperación un escon-

dite en el salón. Esa casa no tenía escondites. Se

obligó a relajarse para no confundirse.

«A veces lo que buscamos está justo delante»

Alzó la vista y vio un trozo grueso de cuerda,

lanzó una mirada calculadora al techo. Era bajito no

como los abovedados techos de los condes y duques de

Nesolia. Se impulsó hacia arriba una y otra vez in-

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tentando alcanzarlo y agarrarse. La cuerda era escu-

rridiza y no conseguía escalarla.

Un rato después se descubrió corriendo escaleras

abajo. Respiró hondo y se agazapó en un rincón os-

curo en el que casi nadie podría encontrarlo.

Respiró hondo y desenvainó. Vio un destartalado

mueble a su lado. Parecía hecho para alzarse sobre

el barro como la taberna que había atracado, tenía

cuatro grandes patas sobre las que se alzaba. Lamen-

tó el mal estado de este porque en mejores condicio-

nes no se hubiese rifado de ese modo. En ese rincón,

algún mago podría encontrarlo. Habría entrado en

aquel mueble grande y se hubiese agazapado en el

fondo. Le habría dado igual aunque hubiese cucara-

chas por doquier. Se hubiese escondido y punto.

Un horroroso ruido de sangre salpicando contra

una pared lo sobrecogió. Se temió lo peor.

—Señor, señora —impuso su orgullo al miedo.

—Shhhh —le chistó la señora.

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Se alegró al saber que la señora estaba viva… pe-

ro su semblante pálido dejaba entrever una máscara

de un miedo indescriptible.

—Lo van a matar –lloró.

—No.

Qetniss Keyl sintió el lamido cortante de un ace-

ro helado. Un puñal le atravesó el hombro limpia-

mente. Otra puñalada le atravesó un pulmón y este

reventó envuelto en sangre. Qetniss erró en una es-

tocada y tosió sangre. Lo estaban matando a puñala-

das. Sintió que el pulmón se inundaba de sangre. To-

sió con el fin de despejarlo pero se volvió a llenar

enseguida. La vista se le empañó terriblemente rápi-

do. Creyó ver una sombra matando al Buscador y luego

a otro y a otro. Le estaba defendiendo. ¿Sería Carzo

Zarzai? Esbozó una sonrisa, probablemente su última

sonrisa. Su vista se fue haciendo más nítida. ¿Iba a

morir? ¿Sería el fin del señor Keyl? ¿La última son-

risa de Qetniss Keyl sería esa? No se sabía. Empezó

a respirar entrecortadamente. No había sido buena

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idea ocultar a un ejecutor. Pero él venía a salvar

su vida. Se lo debía. Zarzai onduló el aire y un

Buscador salió despedido. Qetniss forzó la vista pa-

ra descubrir quién era su rescatador. Pero solo con-

siguió que su vista se fuese haciendo todavía más

nítida. Su rescatador lanzó un cuchillo arrojadizo y

en un santiamén ya tenía otro preparado. Había mata-

do a seis Buscadores, con lo cual le quedaban dos

víctimas. Keyl se desmayó y Carzo lo agarró y lo al-

zó para llevarlo al escondite de la señora Keyl.

Carzo tumbó a Qetniss sobre el destartalado mueble.

No debía de ser muy cómodo pero había dos razones

para no dejarlo en otro sitio, la primera era la más

evidente: no había otro sitio; y la segunda razón es

que si lo acomodaban en un lugar mejor tal vez, no

despertase. A lo mejor se sumía en el sueño eterno.

Quería ayudarle. Era un caprichito… tal vez igual

que Yapikatane.

Qetniss resopló y se movió en sueños. La señora

Keyl lloraba, desesperada. Zarzai se envolvió en

sombras y fue hacia los Buscadores de Bugg.

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Se impulsó escaleras arriba, aun sabiendo que un

Buscador le estaría esperando. Sintió una perturba-

ción en el ambiente, una perturbación oscura y tene-

brosa. De repente un Buscador rodó por las escaleras

e hizo que resbalara. Carzo le resquebrajó el cuello

con un cuchillo. Se oyó un grito de terror y un sal-

picón de sangre golpeando la pared. El grito se aho-

gó después de oír la sangre rebotar en la pared. Un

gritito de mujer salió de la habitación que acababa

de abandonar. Un estremecimiento le recorrió la co-

lumna vertebral. Regresó sobre sus pasos dando por

hecho que corrían peligro y ese peligro no era por

el dominio de Aliizer Bugg ni por sus Buscadores,

sino por la perturbación en el ambiente de la que se

había percatado minutos atrás. El cuerpo de la seño-

ra Keyl yacía inerte sobre el del señor Keyl. Qet-

niss tosió sangre y se arrastró hacia el suelo. Llo-

raba y en sus facciones se denotaba un semblante

triste.

«El Lado Oscuro ya ha llegado»

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87

Sacó Qetniss Keyl de allí y se fue de la casa en-

vuelto en sombras y en la penumbra más absoluta que

nunca. Subieron las escaleras todo lo rápido que pu-

dieron. Zarzai intentó derrumbar la puerta pero esta

no cedió. Estaba atascada. Miró a los lados y se di-

rigió a la cocina. Rompió la ventana y salió al ex-

terior. Corrió con Qetniss en brazos. Llegaron a la

chabola en un santiamén. Entró y habló con el resto

de la Orden. El Maestro suspiró nuevamente cuando

Carzo entró.

—Ya ha llegado –dijo sin alzar demasiado la voz.

—Todavía no ha llegado. Tenemos tiempo para ro-

bar un barco y pirarnos a las islas de Gibaín las

Malditas.

—Eso no me exime del deber como Archimago, debo

crear otro mundo. Sacrificarme –dijo el Maestro.

Desvió la vista hacia Qetniss Keyl, estaba tosiendo

en sueños y se movía frenéticamente. Estaba fatal –

.no creo que el señor sobreviva.

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—Sobrevivirá, se lo debo. Arriesgó a su mujer por

mí, arriesgó su vida, su destino. Ahora vivirá eter-

namente –le espetó al Maestro.

—Y cómo pretendes que sobreviva en esas condicio-

nes –le preguntó Laney.

—Haciendo el Juramento de la Orden del Deseo Ar-

diente.

— ¡ODLAR-ARDIENTE! –recitaron todos al unísono.

—Lo hará cuando esté medianamente recuperado y

por lo menos pueda hablar y aprenderse el Juramento:

“Por la Sagrada Orden

Del Deseo Ardiente

Yo Qetniss Keyl me

Propongo y estoy

Conforme a hacer el

Juramento de esta Orden”.

—Estoy de acuerdo –esas palabras las fueron reci-

tando todos hasta llegar al Maestro.

—Vamos a aceptar a todos. ¿Makerace también va a

hacer el Juramento?

—Si –dijeron todos con solemnidad.

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—Qué haremos cuando llegue el Lado Oscuro a noso-

tros. No podemos ignorarle. Es un peligro y pronto

se van a celebrar los Juegos de Sacrificio.

— ¿Qué es eso? –preguntó Christopher.

—Son Juegos mortales. Cogen a cinco representan-

tes de cada país. Van al Panteón y abren el estadio

del Equilibrio. Allí hacen los Juegos. Se llama es-

tadio del Equilibrio porque se dice, que los dioses

necesitan sacrificios a cambio de equilibrar el Mun-

do Tangible.

— ¿Debe ser necesariamente en el Panteón? –

preguntó Chris.

—En el Panteón del Mundo Tangible, en Gibaín. To-

dos los que lo presencien también debían hacer el

sacrificio de viajar en barco hasta Gibaín. Los pi-

ratas de la tripulación de Glasdus acechan por aque-

llos mares. Han descubierto su guarida en Ykler la

isla de las Malditas situada más cerca de Gibaín. –

Respondió Glavertine.

—Este año los Juegos del Sacrificio estarán im-

pregnados de trampas para que el grupo de cinco del

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90

rey Uksuul quede finalista. He oído que las tierras

del norte, principalmente Carsolia que son las tie-

rras de Uksuul andan muy pobres –dijo Trebo.

— ¿Y cuál es la recompensa a parte del Equili-

brio?

—Si quedan los cinco finalistas, doscientos cin-

cuenta oros; si quedan cuatro, doscientos oros; si

quedan tres, cien oros; y si quedan dos, cincuenta

oros –respondió Laney.

Chris evocó cuando el Maestro le mintió diciéndo-

le que eran inmortales por haber nacido en un mundo

de peligros. Y luego se excusó diciéndole que no es-

taba preparado. Le preguntó por qué al Maestro. Y él

le respondió:

—Se requiere magia para el Juramento. Queríamos

asegurarnos de que la tenías. Por eso te cogí pero

debía asegurarme –le respondió.

Cuando el sol le cedió el puesto a la luna y el

día a la oscuridad, todos se habían ido menos Carzo

y Christopher. Carzo Zarzai murmuró algo incompresi-

Page 91: Ángel Caído 1

91

ble y convirtió su semblante en una expresión indes-

cifrable.

— ¿Qué?

— ¿Conoces el significado de tu nombre? –Zarzai

si sabía el suyo y quería poner a prueba al mucha-

cho.

El chico se encogió de hombros.

—No, señor.

—Es bueno saberlo. Deberías habértelo preguntado

y haberte interesado por ello.

—Nunca me había formulado esa pregunta, señor.

—Mi madre solía contarme historietas relacionado

con eso. Cuando tenía seis años se fue a la Gran

Guerra para no dejar solo a mi padre. Me dejó con

Cicatrices. Me contaron el significado de mi nombre:

Carzo. Y lo comparó con el de Cicatrices.

»Nunca te has preguntado por qué tú o yo tenemos

esos nombres tan… —buscó la palabra adecuada— privi-

legiados. Y por qué el Maestro se llama Maestro. Por

qué hay personas con nombres privilegiados y otras

con motes que no llegan a ser nombres propiamente

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92

dichos, o con nombres de esclavos: Cicatrices, Maes-

tro, Cartero…

—No, señor –no se atrevía a llamarlo Carzo, o

Zarzai o Carzo Zarzai. Nunca había hablado a solas

con él.

—Mi madre estudió los nombres cuando mi familia

era rica, hasta que mis padres murieron y ahora… yo

soy un donnadie y en el colegio fui el hazmerreir.

Soy la… un cacho de impronta de la sombra de un gran

señor –dijo lastimeramente—. Mi madre me puso este

nombre, Carzo, porque mis ojos, según mi madre, eran

como el cuarzo, igual de reveladores por así decir-

lo. Se veía la verdad reflejada en mis ojos. Un glo-

bo ocular casi perfecto. Por eso soy uno de los me-

jores ejecutores de Nesolia. Unos ojos semi—etéreos

casi como los de los dioses.

—Ahhh –dijo Chris con gesto aprobador –pero, ¿qué

tiene que ver eso con el Lado Oscuro y Aliizer Bugg?

—Conoces la expresión de: como que me llamo…

¿Verdad?

Chris asintió con la cabeza.

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93

—Resulta que a veces un nombre es una debilidad y

una puerta a la derrota y a veces es nuestra mejor

arma.

»Es un punto débil porque cuando has apostado

cinco oros para que alguien mate a alguien y dice:

«Lo voy a conseguir como que me llamo…» Sabes que va

a ir a por todas. Entonces si el rival tiene esa in-

formación va a pretender que caigas en una trampa.

Estarás motivado y entonces tu nombre habrá actuado

en tu contra. Por haber jurado diciendo tú nombre.

Sin embargo, si mantienes la sangre fría lograras

convertir tu nombre en la vulnerabilidad del otro.

¿Entiendes?

El chaval asintió y sonrió.

— ¿Es ese tu propósito para vencer al rival?

—A los humanos. Sólo a los humanos.

Page 94: Ángel Caído 1

94

5

Mudanza A Las Malditas

Hanssash se acababa de enterar de

la pérdida del robusto Ash. Y de la

llegada de Cotess y de Kuyrt. Ese

Clan era terrible en las batallas y

el único nombre que le habían dado del enemigo había

sido Makerace el Dios de la Guerra y la Matanza. El

sucesor de Ash fue Yter. Era un férnilo que había

llegado a ser la mano derecha del comandante de Por-

kes. Eso merecía un aplauso pero no en estos tiem-

pos. Los Juegos del Sacrificio se acercaban y nece-

sitaban dos de Porkes y otros tres del resto de Ne-

solia. Uksuul iba a ser la primera víctima del Lado

Oscuro. Lo citaría en su propio reino para que re-

sultase convincente para él y todo el gobierno que

seguía al rey Uksuul. Todo su séquito y sucesores

K

Page 95: Ángel Caído 1

95

del rey caerían y la línea sucesoria se borraría del

mapa y así un enclenque subiría al Trono y Carsolia

sería débil y la línea sucesoria consistiría en ple-

beyos tan enclenques como el propio rey escogido al

azar. Yter sería uno de los ejecutores de la línea

sucesoria, él iría personalmente a envenenar a

Uksuul cubriendo todas las pistas, ya que el veneno

que administraría al rey no iba a ser venenoso solo

atraería al Lado Oscuro de tal forma que se lo co-

miese a él y al resto del pueblo. Le hipnotizaría y

le ordenaría que no exterminase todo Carsolia. Ese

programa de guerra todavía no se lo había hecho sa-

ber a nadie. Tampoco se le había escapado que Uksuul

iba a sabotear los Juegos de Sacrificio para ganar

doscientos cincuenta oros. Uksuul era un experto en

eso pero esta vez un espía le había oído hablarlo

con el príncipe. Los árbitros estarían pendientes de

que los combates serían limpios y vigilarían a

Uksuul. Las brujas tampoco se le habían escapado del

plan. Ellas harían el hipnotismo al dios negro. Y

conquistarían Carsolia. Uksuul estaría acabado. Los

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96

soldados irían con los médicos, entre ellos Utter, y

los dos zombis que sobrevivieron a la batallita con-

tra los miembros del Clan o como quiera que se lla-

mase. Aquel grupo era una amenaza para la línea su-

cesoria de la que Yapikatane por supuesto no formaba

parte. Era un grupo de personas banales que en cual-

quier momento podrían causar un golpe de estado o

una guerra. Nadie estaría pendiente de ellos y ellos

podrían asestar un golpe inesperado en cualquier mo-

mento. Años atrás existió una sociedad traficante

que les ayudaba con las armas y batallas, pero esta

se había disuelto al morir el jefe. Antes había pre-

tendido que el ejército de zombis fuese el sucesor

al gran Imperio de Leonardo. Pero acababa de descu-

brir que era imposible sustituir a la magnificencia

del Imperio de Leonardo. Había sido un fracaso que

se sumaba a la lista de actos fracasados de los go-

bernantes criminales que habitaban Porkes. La muerte

de Ash había sido un golpe inesperado como el golpe

de estado que podía producir el Clan en cualquier

momento. Todo eso eran bofetadas a los gobernantes.

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La muerte de Ash había sido una de esas bofetadas,

cuál sería la siguiente. Yter no era ni la mitad de

robusto de lo que era Ash. Lo peor era que el Clan

empezaba a ser grande, no cuatro personas.

— ¡Cicatrices! —llamó a su esclavo favorito.

Un esclavo esbelto y lleno de cicatrices abrió la

puerta y asomó una cabecita pequeña.

— ¿Qué quería, amo?

—Fuiste el tutor de un niño llamado Carzo Zarzai.

¿Verdad?

—Sí, amo —respondió rápidamente.

—Te gusta ser esclavo —trató de decir las pregun-

tas como si fuesen afirmaciones para imponer respe-

to.

Cicatrices no sabía que decir, en el fondo no le

gustaba pero si decía la verdad le podrían matar a

pedradas.

Iba a decir algo pero pensó que si mentía a un

máster, un mago con una única capacidad: leer la

mente.

—No —decidió decir la verdad.

Page 98: Ángel Caído 1

98

—Pues dejas de serlo a partir de hoy.

—Pero Khanssash, Bugg os castigará, a usted y a

mí.

—Me encargaré de que eso no pase.

—Sí señor.

Khanssash tenía la información del fugitivo en la

palma de la mano. Cicatrices le ayudaría a convencer

a Carzo Zarzai, preso 2 a matar a un hombre de la

línea sucesoria. Uksuul y Carsolia irían directos a

la bancarrota y a la muerte. Glasdus también era pe-

ligroso. Ykler también formaba parte del territorio

que Bugg le iba a conceder. Acabarían también con

los piratas de Ykler. Los Juegos de Sacrificio se

acercaban. Los dos elegidos de Porkes serían el rey

Yapikatane y el preso 2 o el chaval. El chaval tiene

magia pero necesita someterse a demasiada presión

para utilizarla. La estratagema resultaría algo evi-

dente para los demás, porque como los Juegos se

acercaban convenía acabar con Carsolia.

—Cicatrices, escribe una carta a Aliizer Bugg con

el plan que te dicte.

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—Como desees.

El barco de Carsolia hacia Gibaín ya había parti-

do días atrás. Los soldados y un alguacil los acom-

pañaban. El recorrido era largo y complicado debido

al clima y a los piratas de Glasdus. El capitán Pes-

hoa manejaba el barco. Una docena de esclavos rema-

ban para hacer que el barco fuese más rápido. Peshoa

había empezado a notar el hedor que desprendían sus

grumetes. Un hedor de alcohol, comida caducada, pes-

cado… Acabarían ahogándose entre malos olores.

Uksuul iba en el navío que los acompañaba. Una bar-

caza de guerra rápida y eficaz. Peshoa era conscien-

te de que ellos constaban de menos protección y de

que llegar a Ykler ya era costoso pero a Gibaín la

isla Maldita, era casi imposible. La niebla se los

tragaría.

— ¡Piratas, piratas! —gritó el vigía.

Peshoa viró bruscamente y varios tripulantes ca-

yeron al agua y fueron rescatados más tarde por el

tercer navío que estaba tripulado por médicos. El

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100

barco de Peshoa fue colocado en la vanguardia y el

de médicos y el de rey en la retaguardia. El barco

de la vanguardia disparó sus cañones quemando así el

mástil enemigo. Se acercaron más pero un desagrada-

ble recibimiento con cañones les esperaba. El barco

fue herido por la proa y la borda. Empezó a inundar-

se y con ello a hundirse. Peshoa saltó hacia la par-

te más hundida del barco. Intentó salir por la proa

pero un esclavo muerto atascaba la salida. Subió de

nuevo y escaló el suelo ya casi vertical. Llegó al

ventanal cuando estaba medio barco hundido. Lo rom-

pió y salió al exterior. Alguien le esperaba. El pu-

ñetazo con el que rompió la ventana lo prolongó y

golpeó al pirata en la cara, este cayó al mar. La

barcaza del rey había salido con el rabo entre las

piernas y la de médicos luchaba por salvarle.

Saltó y se agarró a la mano de un médico.

—Gracias.

Peshoa contempló hasta el final como su barco se

hundía lentamente entre los cañonazos del barco de

Glasdus. El barco se hundió, y con él todos sus re-

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cuerdos y antiguas añoranzas para llegar a ser capi-

tán en una de esas expediciones a las Malditas. En

cuanto el barco se sumergió en las aguas se internó

en el barco que le había salvado la vida. Fue a la

cocina. Sus tripas rugían como dos perros peleando

por un bistec. No pudo evitar que unas lágrimas car-

gadas de recuerdos y antiguas añoranzas resbalasen

por sus mejillas.

«Adiós, adiós a todo lo que constituía en mi vida

de capitán»

Christopher se fue a la cama sin cenar aquella

noche. Le costaría asimilar su nueva arma, hacer que

los demás juren por su nombre.

«Los nombres son armas, pero no por ello debo ol-

vidar que los cuchillos también»

Durmió. Esta vez las pesadillas no le dieron mie-

do. Sabía que las podría matar como a un muriente

más.

«Nunca te acuestas sin saber algo más», pensó

sarcásticamente.

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Despertó temprano. El sol todavía no se alzaba en

todo su esplendor y decidió dormir más. Cerró los

ojos y se recostó sobre la enorme cama. No soñó en

nada. Todo blanco, sin hambre, sin frío, sin nada.

Era la transparencia. Yapikatane le había caído bien

y Zarzai también, pero sabía que no debía confiarse

con ellos o su cabeza rodaría por el mármol de un

castillo, por las escaleras de una casa del árbol o

en el fango. Una luz le obligó a abrir los ojos. Mi-

ró por la ventana. Se le había olvidado cerrar las

cortinas de ropa. Esta vez no había dormido en la

chabola de Carzo. Estaba en la taberna de Vaurien.

Le sonaba ese nombre a zombi, pero era la única ta-

berna con habitaciones. Vaurien llevaba un tatuaje

mágico en el brazo. Se llamaba zahir, el tatuaje.

Significaba segunda vida. Era un zombi revivido. Un

empleado se llamaba Bill el bebio. Tenía fama como

asesino, pero era el mejor bebedor de cerveza, de

momento. Su próximo rival como asesino sería en Gi-

baín contra Carzo. Bugg lo había proclamado así.

Bill el bebio tenía pinta de turista. Ropas extrava-

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103

gantes, ojos pintados de morado por debajo debido al

alcohol.

Movió sus extremidades a lo largo de la cama bus-

cando calor. Pero el otro lado de la cama estaba

frío. Se desperezó moviendo la cabeza frenéticamen-

te. Levantó la liviana sábana con la que se tapaba

con vehemencia. Sentía en su boca un sabor rancio

parecido al del… ¡veneno! No podía ser. No podía mo-

rir. Escupió en un pañuelo de seda, (¡de seda! ¡Un

pañuelo!). Se tocó el paladar con la lengua y luego

volvió escupir en el pañuelo de seda. Sentía la tri-

pa revuelta y una jaqueca terrible. Se fue a mear.

El veneno le había fastidiado bastante. La meada

trazó un arco antes de rebotar contra el baño. Salió

del baño y se volvió a recostar en la enorme cama.

Se tapó con la liviana sábana de nuevo. Volvió a mo-

ver las extremidades buscando un calor imposible de

encontrar volvió a escupir. Vio una sombra en la

ventana por la que se filtraba la luz del sol. Se

miró las manos e hizo una prueba para saber si esta-

ba delirando. No. No deliraba, lo había visto. Si

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104

iba a morir, mataría a su asesino antes de que las

puertas de la vida se le cerrasen en las narices. Se

puso las calzas moteadas de gris y negro y un traje

a juego. Se envolvió en sombras. Había presenciado

el asesinato de Ash y había aprendido a ocultarse.

Salió por la ventana sin cristal y caminó, siempre

por el borde más próximo a las paredes, sobre un

toldo. Escaló las paredes. Llegó hasta arriba. En

cuanto tocó la azotea sintió que pisaban su mano. La

otra mano resbaló por la pared desnuda. Una cara en-

mascarada se mostró y rió a carcajadas. Le levantó y

le pegó un puñetazo en el pecho. Se quedó sin oxí-

geno y cayó al suelo cuan largo era. Se sintió

desorientado. Parpadeó y respiró. Tragó saliva y se

mordió el labio inferior.

«Maldición»

Se le había escapado pero lo encontraría. Corrió

y saltó de azotea en azotea. Corrió y forzó la vista

hasta ver una sombra justo debajo.

«La ha cagado».

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Saltó sobre él y los dos cayeron al toldo de aba-

jo.

—Esto por el veneno —le pegó un puñetazo rompién-

dole la nariz.

»Esto otro por hacerlo a traición —le dejó sin

aire —.Y esto otro por intentar acabar con nosotros

—le rompió la muñeca y le inmovilizó.

El asesino sonrió.

—Ya os he matado.

— ¡Eso es mentira! ¡Todos los venenos tienen un

antídoto!

— ¿De verdad crees eso? ¿Alguna vez te han enve-

nenado con veneno de áspid blanco?

— ¡No, maldito! –le tiró del pelo y le hizo su-

frir.

—Mi vida ya ha cumplido su misión. El veneno ha

sido mi vida, traficar con plantas ilegales en Neso-

lia. Me iban a arrestar y quería hacerle un favor a

Bill el bebio.

—Pues muere… ¿Para quién trabajas?

—Si te lo digo… ¿me matarás?

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—No.

—Para el Ba`yagé.

—Y el Ba`yagé, ¿incluye a Bugg?

—No, incluye a Uksuul y al capitán Peshoa. Somos

de Carsolia, estoy contra Bugg y sus Mestizos y fér-

nilos.

—Me has intentado matar.

—No he fingido matarte.

— ¿Qué?

—Khanssash me obligó a quitaros de en medio para

hacer un favor a Bill, su siguiente combate en los

Juegos son contra Carzo Zarzai. Quería fingir que os

envenenaba con veneno de áspid blanco.

—Únete al Clan. ¿Conoces a Makerace?

—Gran bebedor.

—Sí. Está con nosotros.

—No sé. No sé cuál es vuestra función.

—Matar enemigos. Los que surjan. Matamos a Ash.

—El Ba`yagé tiene la misma función.

— ¿Te unes?

—Carsolia entera con vosotros.

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—Vamos a irnos a las Malditas a cazar a Glasdus y

a los Juegos de Sacrificio.

—Iré contigo.

Volvieron juntos y contentos a la taberna de Vau-

rien. La Birra Sonriente había sido cerrada por

Khanssash tras la muerte de Ash.

Llamó a los componentes del Clan –ya no era el

Clan, pero no se había atrevido a decir delante de

alguien a quien no conocía demasiado bien, la Orden

del Deseo Ardiente –tocó la puerta de la habitación

del grupo. El Maestro abrió la puerta y dejó entrar

a Chris.

— ¿Quién es?

—Nuevo.

Le dejó entrar. Qetniss Keyl estaba como nuevo y

Makerace e Iata estaban ahí.

—Triple Juramento.

Todos tomaron asiento a excepción de los recién

incorporados a la Orden. El Maestro fue al grano.

Empezó por Makerace que estaba aparentemente tran-

quilo. Con el pelo despeinado y ligeras ropas de

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asesino: moteadas de negro y gris. Asentía con la

cabeza cada vez que el Maestro pronunciaba las pre-

guntas. Empezó a asentir con vehemencia como un bo-

rracho, demasiadas preguntas. El Maestro le hizo una

seña para que no se pasase. Luego, empezó con Iata.

Siempre con su arco y un carcaj repleto de flechas

afiladas. Ella decía “sí” a todas las preguntas y en

las preguntas más evidentes respondía frases más

complejas como “como no” o “no hace falta responder

a esa pregunta”. Llevaba el pelo recogido en una co-

leta y llevaba pantalones holgados y una camisa li-

gera. Pero toda la ropa moteada de puntos grises y

negros.

Por fin empezó con Keyl. Él tenía manchas de san-

gre en la boca, señal de haber escupido sangre. Su

pelo corto no necesitaba ser peinado. Él decía “sí”

pero muy bajito porque la pelea contra los Buscado-

res le había rasgado las cuerdas vocales. Luego pasó

con el nuevo.

— ¿Cómo te llamas?

—Jed Dews de Carsolia.

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—Empecemos.

Jed fue tímido y asentía con la cabeza. Su pelo

quedaba oculto tras la máscara. Pero se la tuvo que

quitar a petición del Maestro. Jed Dews fue directo

y no tardó mucho. Finalmente hicieron una piña entre

todos los de la Orden y el Maestro los hizo inmorta-

les. Todos reían a carcajadas. Las vidas de Jed

Dews, Qetniss Keyl, Iata y Makerace habían dado un

giro. Lo peor es que no había vuelta atrás. Al fin y

al cabo era un Juramento.

El Maestro y Carzo Zarzai robaron una embarcación

lo suficientemente grande como para llevar a todos

hasta Gibaín. La llevaron hasta el mar y llamaron al

resto. Keyl arrastró la embarcación hasta mar aden-

tro y cuando el agua cubría su pecho, subió a la em-

barcación. Iata comenzó a remar y todos la imitaron

al darse cuenta de que las olas los llevaban de nue-

vo hacia la costa. Remaron y remaron, día y noche,

día y noche y así sucesivamente.

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Al tercer día Glasdus los alcanzó. Ellos remaron

frenéticamente. Si Glasdus estaba allí, ellos esta-

ban cerca de Ykler. Remaron cuan pudieron. Y se tur-

naron para manejar el timón. Ahora estaba Chris al

timón y le pareció un videojuego de la Tierra. Es-

quivó todos los cañonazos destinados a matarles.

Dews empezó a remar más que frenéticamente. La costa

se empezaba a ver y los piratas se acercaban. Chris

hizo cuan pudo y siguió virando el barco.

Un pirata entró en el barco. Carzo dejó su puesto

y se envolvió en sombras. Onduló el aire y el pirata

salió despedido hacia atrás. Carzo Zarzai le mató y

saltó al barco de Glasdus. Iata suspiró.

—Asesinos locos.

Carzo fue por las sombras apuñalando a los pira-

tas uno a uno. Estos caían a la cubierta como mario-

netas. Parecía una serie de humor negro. Una sombra

iba por un barco matando a gente que caía al suelo

como fardos.

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111

Apuñaló a uno más y al acabar con su vida sintió

un pinchazo en el hombro. Un pirata apareció detrás

de él y se rió.

—Sois vos tan atrevido como para infiltraros en

mi barco.

Carzo corrió por la cubierta y saltó al otro bar-

co. Glasdus estuvo a punto de cogerle pero no lo

consiguió. Zarzai entró en el barco y avisó al resto

del inminente ataque. Makerace y Jed Dews se levan-

taron dispuestos a ayudar. Christopher los siguió un

poco más apartado. Iata, Tobilklo, Trebo y el Maes-

tro se quedaron remando, mientras que Glavertine ha-

bía tomado el mando del barco siguiendo las indica-

ciones que Qetniss Keyl le daba.

Makerace mató a muchos piratas y seguidores de

Glasdus a sangre fría mientras que Chris lo hacía a

traición, por la espalda, y siempre envuelto en som-

bras; Carzo Zarzai mató a una gran suma de piratas

con la elegancia de siempre, pero no pudo evitar

pensar en Yapikatane. Pero, ¿dónde estaba? Carzo

evitó a Glasdus y a su hermano M`lasus que parecía

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concentrado en las ordenes. Buscó a Yapikatane por

toda la cubierta y luego entró en las habitaciones

inferiores. Una sombra lo rozó. Él se dio la vuelta

y buscó con la mirada al rey de Nesolia.

«Ya ha aprendido»

Un acero intentó atravesarle pero Carzo estuvo

listo y muy rápido y lo esquivó.

— ¿Qué haces?

—Eres el próximo muriente de Bill el bebio.

— ¿Pero por qué…?

—Ciento veinticinco oros.

—Traidor —esquivó otra estocada.

El rey quedó paralizado al ver que Carzo Zarzai

era mejor que él y sabía esquivar estocadas.

— ¡Hemos llegado! –dijo Makerace.

— ¡O me matas o te mato! –gritó el ejecutor.

Yapikatane huyó y salió de la embarcación. Todos

se fueron dejando atrás a M’lasus y a Glasdus. Ha-

bían llegado.

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113

6

El Sabotaje Del Ba’yagé. L Ba`yagé atracó en la dársena

cuando el sol desaparecía por el hori-

zonte. Uksuul y el capitán Peshoa se

comunicaban verbalmente.

—Ejecute el plan —le ordenó Uksuul.

—Sí, señor.

El sol se sumergía en el horizonte mas no había

anochecido. Tenían tiempo para planearlo y para li-

brarse de los guardias del afamado torneo. Un Mesti-

zo alto y fornido se les presentó mientras trazaban

la estratagema. Peshoa lo tiró todo al suelo y se

escondió bajo la cama. ¡Bajo la cama, un lugar para

principiantes, para esconderse de un tonto! No les

habían dejado llevar tantas personas a los Juegos de

Sacrificio, ya que Khanssash planeaba contra Carso-

lia.

— ¿Cuántos sois? –preguntó el Mestizo.

—Seis. Cinco luchadores y yo, el rey Uksuul.

E

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114

—El rey dios Bugg, gobernador del Mundo Tangible,

me ha ordenado vigilancia a todas horas.

—Sólo somos seis –dijo Flup, uno de los luchado-

res —se puede pirar, no molestamos.

El vigía lo fulminó con la mirada y un rechino de

dientes sonó de su mandíbula.

—He oído siete voces y exijo saber la verdad.

—Flup está afónico y a veces la voz… —mintió

Uksuul con un hilito de voz. Ese vigía estaba rodea-

do de un halo de fuerza y manipulación.

—Llamaré a Vürd, el máster del castillo de Gi-

baín.

—Adelante.

—Les aconsejo que no tomen la mentira como atajo

o sus luchadores drogadictos y usted no saldrán vi-

vos de los Juegos de Sacrificio.

Peshoa se encogió bajo la cama. Y después, esperó

pero, ¿a qué? No lo sabía ni él.

La puerta se cerró y Flup llamó a Peshoa. El alu-

dido salió de su escondite.

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115

—Qué haremos con el máster. Sabrá al instante

nuestra gran conspiración. Además, ¿y Jed Dews?

—Le buscaremos, Flup.

Flup y el capitán se encogieron de hombros.

—La familia de los Gywe está aquí. Le robaremos

todo el oro que tienen y si la cosa se complica nos

iremos, con Jed o sin Jed.

Todos asintieron.

—Dews era del Ba`yagé, nos visitará y nos expli-

cará todo –predijo el capitán —. Uksuul, serás el

rey dios. Te lo prometemos.

Los luchadores se encogieron de hombros.

—Los Gywe tienen más dinero que nosotros, contra-

taran un asesino. Seguramente elija entre Carzo Zar-

zai de Nesolia o de Bill el bebio que también es de

Nesolia. Los Gywe adoran Porkes a pesar de vivir en

Ykler, compartiendo tierra con Glasdus –dijo Uksuul—

. Aliarnos con Glasdus sería buena idea pero aliar-

nos con alguna Orden Mágica nos vendría mejor.

—Glasdus no es fiable —recomendó Flup.

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116

—Nos aliaremos y punto. No sabemos hasta qué pun-

to serán nuestros o nosotros seremos suyos, el

Ba`yagé no sabe cuán fiables son –dijo Flup—. Tene-

mos tiempo hasta que llegue el máster Vürd, si llega

ellos no fallarán.

—Escondámonos. Vayamos a Ykler –dijo Peshoa.

La puerta se abrió repentinamente. A Peshoa se le

antojó esconderse tras un mueble semi pegado a la

pared, un pequeño caprichito no vendría mal.

Vürd agarró a un luchador y le quiso leer la ver-

dad. El luchador se desenvolvió bien y una lluvia de

estocadas rebanó al Mestizo vigía. Uksuul desenvainó

y se preparó. Un charco de sangre acompañó a las re-

banadas de Mestizo. Vürd intentó escapar de aquella

carnicería pero la mano de Flup lo agarró.

—No quieres jugar —se burló un luchador.

—La muerte es un arte y el Ba`yagé lo ejecuta a

la perfección —dijo Uksuul—. ¿Quieres comprobarlo?

Vürd tenía una cara lívida, su semblante torcido

en una mueca de terror.

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—Yo pinto con la sangre de una muerte. Dibujo

rostros aterrados o prefieres un rostro herido que

recuerden a la gente la muerte de Vürd, de tu espí-

ritu, serás un ser sin espíritu, sin derecho a vi-

vir. Tu vida de muerte empieza hoy, ahora –dijo un

luchador transmitiendo miedo al máster.

A Uksuul le encantaban aquellas situaciones, sus

luchadores sembrando el terror entre sus enemigos.

Lo extraño era que esta vez estaban transmitiendo

miedo a un máster. No debían darle ninguna oportuni-

dad, Vürd no desaprovecharía ninguna ocasión para

leerles la mente y escapar. Uksuul acercó su espada

al cuello de Vürd.

Peshoa se deslizó por detrás del mueble. El esta-

dio se veía tras el cristal de la ventana. Estaba

completamente desprotegido. Ni un guardia apostado

en la entrada. Se cercioró de tener razón. Vio un

guardia apostado en una especie de compartimento se-

creto.

«Maldita sea, tenía que haber un guardia en el

lugar con mejores vistas al estadio»

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118

Se agachó, avanzó lentamente. Vürd no lo obser-

vaba. Saltó por la ventana y cayó sobre un asiento

alejado. Se tumbó y se fue acercando al guardia.

Lanzó una mirada acusadora al máster y siguió avan-

zando. Se paró en un lugar oculto con vistas al lu-

gar del que había saltado. Vürd había quedado bajo

la amenaza de Flup, si decía algo sería hombre muer-

to. El máster se volvió hacia atrás y salió por la

puerta casi esprintando. El capitán subió por los

asientos saltando. Peshoa se atascó entre dos asien-

tos. Miró hacia atrás y no le gustó lo que vio. Una

persona hablaba discretamente con el guardia. La

persona habló con el vigía hasta el punto de olvi-

darse de lo que estaban haciendo. El vigía estaba

muy serio, no le gustaba. Tiró con fuerza de su

puerta. Peshoa siguió caminando. Trepó por la pared

desnuda. «Maldita sea», maldició por el color de la

pared. Sus dedos presentaban cortes y arañazos de

trepar. Entró por la ventana de la habitación. Vol-

vió a maldecir en voz baja.

— ¿Dónde estaba capitán? –preguntó Uksuul.

Page 119: Ángel Caído 1

119

—Oculto —dijo muy serio— Vürd es hombre muerto y

ustedes saben perfectamente por qué.

—Acabamos de llegar y ya tenemos objetivos, eso

me gusta —comentó Flup.

—Debe morir antes de los Juegos de Sacrificio —

dijo Uksuul—, ahora Vürd es más peligroso que Alii-

zer Bugg y mis planes para ser rey dios.

—Está usted en lo cierto, rey Uksuul –dijo una

voz desde la puerta.

Todos se giraron hacia él y sonrieron.

—Bienvenido Jed Dews, bienvenido al Ba`yagé.

—Yo también me alegro de veros –respondió e re-

cién llegado.

— ¿Dónde has estado?

—Con la Orden del Deseo Ardiente.

—Estábamos pensando en aliarnos con una Orden.

Buen trabajo –le dijo Uksuul.

—Carzo está con ellos. Nuestro sabotaje debe in-

cluir la supervivencia de la Orden.

—Como quieras –le respondieron todos.

—Pues adelante. Asesinato y sabotaje –dijo Flup.

Page 120: Ángel Caído 1

120

—Os presentaré a la Orden. Les permitieron llevar

a muchas personas. En lugar de cinco luchadores y un

anfitrión –les prometió Jed.

—Maese Dews —dijo un luchador— os esconderemos a

los dos.

Todos asintieron.

—Empecemos con el complot —dijo Uksuul impacien-

tándose.

»Flup acaba con el máster, como primer paso; lue-

go vuelve y si no ha conseguido matar a su objetivo

le echaremos una mano; si ha salido victorioso, nos

infiltraremos en la sala de calendarios, donde se

escriben los nombres de los luchadores y de su ri-

val. Cambiaremos los nombres y luego nos tocará lu-

char y ganar. Más tarde nos encargaremos de mantener

con vida la línea sucesoria de Carsolia. De todas

formas Si murieseis todos los Gywe se ocuparían de

nuestras tierras.

—Sólo veo un defecto al complot –dijo Peshoa.

— ¿Cuál? —dijo Uksuul con voz pesada.

Page 121: Ángel Caído 1

121

— ¿Cómo se supone que vamos a entrar en la sala

de calendarios?

—Hay un verbo que se lama “matar”, ¿lo conoces? —

respondió Uksuul burlón.

—Limpiemos las rebanadas del Mestizo muerto antes

de que nadie las vea.

Tanto luchadores, reyes, capitanes y amigos se

pusieron a ocultar las rodajas del Mestizo vigía por

todo el cuarto. Cuando terminaron ya casi era la

hora de cenar. Vürd fue a avisar de que acudiesen al

gran salón a cenar.

Flup se quedó un rato más. Iba a ejecutar su par-

te antes de lo esperado. Un veneno de áspid blanco

reposaba sobre un cojín rojo. Introdujo el veneno en

otro frasco con algo parecido a la leche mezclada

con agua. Deseaba saborear la muerte del máster.

Deseaba sentir los jugos sanguinolentos deslizándose

por su barbilla. Que exquisitez. También hubiese es-

tado bien cortarle la cabeza. Que su cabeza cayese

sobre el plato. Él sí que saborearía un plato san-

guinolento. La forma más discreta sería envenenar su

Page 122: Ángel Caído 1

122

comida. Y él había preferido esa forma. Los cocine-

ros serían ahorcados o llevados al verdugo, pero su

vida permanecería exacta. El único órgano invisible

que quedaría tocado sería la compasión. Y a él no se

le había escapado aquel detalle. Se disfrazó de ca-

marero y bajó discretamente a cenar.

Le tocó llevar la comida a varias mesas. Algunas

caras le sonaban, eran de algún distrito de Carso-

lia. Pero… ¿dónde estaba el máster? No lo veía por

ninguna parte. Paseó una vez más la mirada por las

mesas más próximas y por las más lejanas pero no ha-

bía ni rastro del máster.

«Maldita sea»

Flup volvió a la barra y pidió el encargo de una

mesa especial. Espera, en las mesas especiales,

aparte de tener manteles de seda, ¡seda! También ce-

naban los atributos del torneo más importantes. Eso

también incluía a reyes, anfitriones y… ¡Eso es! ¡En

las mesas especiales también había másteres! Rezó y

cruzó los dedos. Pero Vürd no estaba. Maldijo esta

vez en voz alta pero con el farfullo de la gente no

Page 123: Ángel Caído 1

123

se le oyó. Pidió una docena de encargos, ya que ha-

bía doce mesas especiales. Fue cumpliendo encargo

tras encargo pero no estaba el máster por ninguna

parte. Se ocultó y se quito el disfraz. Fue a la me-

sa del Ba`yagé.

—Objetivo no localizado.

—Morirá, tarde o temprano pero Vürd caerá.

La ciudad de J`khif nunca le había gustado, aquel

distrito de desierto: K`mam, Fhrirr y R’oth. Y no

era por los Sers. Era por la abundancia de másteres.

—Veneno.

—De áspid blanco mezclado con leche y agua.

—Buena mezcla —le felicitó Peshoa.

—Eso no importa, lo que importa es darle una

muerte discreta. Sin pistas.

Todos asintieron.

—El r’otheño nos tiene pillados. Debe morir ya.

Sino… —dijo Uksuul.

—Ese malnacido morirá pronto, Uksuul, sólo dale

tiempo –le tranquilizó Dews.

Page 124: Ángel Caído 1

124

— ¡Tiempo –rugió Uksuul indignado –, no le puedo

dar algo que no tengo!

Peshoa le dio una palmadita en la espalda y le

tranquilizó pronunciando unas palabras tranquiliza-

doras.

—Claro que este complot funcionará, ya lo creo

que sí –se rió el rey carsoliano.

Un halo de esperanza los embadurnó a todos. El

plan no podía fallar, claro que no.

—Voy a entrar en la habitación del máster. Casi

seguro estará dormido. Verteré el veneno por su boca

y… —saboreó la muerte, tragó el sanguinolento jugo.

Deseaba la muerte de aquel hombrecillo que tanta in-

felicidad les había causado—. Morirá pronto.

La gente les había oído pero a trozos y la gran

mayoría había sacado la conclusión de que estaban

borrachos y otros se habían inclinado a pensar que

los carsolianos estaban locos.

Flup se retiró el primero, subió una escalinata

que llevaba a las habitaciones de alto rango. Había

varias puertas, reyes, generales… y másteres. Entró

Page 125: Ángel Caído 1

125

por la puerta de másteres y la cerró con sumo cuida-

do. «Adelante». Entró en la habitación uno, luego en

la dos. Hasta llegar a la quince. Vürd lloraba en

sueños. Eso no le hizo retroceder. Vio a una mujer

triste. Vürd se lo había contado, su posible muerte

aquella noche. La mujer le había apenado.

«El Ba`yagé o esta desdichada familia. Decide ya

maldita sea». Miró fijamente a Vürd. Su muerte no le

aterraba, pero la cara triste de la mujer… No quería

ver a la mujer de Vürd andando sola por la calle,

triste por ser viuda. Escribió una nota anónima a la

mujer del máster:

«No he matado a tu marido, hoy no. No quiero verte por las calles caminando

triste. Vürd no está en tu cuarto del castillo de los Juegos. Os esconderé. A ti y a él.

Me encargaré de que permanezcáis ocultos pero… siempre felices. No quiero que

Vürd me moleste, ni a mí, ni a mis amigos. Si no cumple tu marido morirá. Encontra-

rás a tu marido en un habitáculo secreto de la isla de Ykler. Cerca de la mansión de los

Gywe. Muro derecho. Cinco pies. Cava cinco pies hacia abajo. Por favor haced lo que

os diga. En el plenilunio me reuniré con vosotros. Mantened esto en secreto».

Anónimo.

Page 126: Ángel Caído 1

126

Cogió a Vürd y se marchó. Sintió que su caligra-

fía no fuera demasiado buena. Bajó la escalinata.

Salió del castillo por el estadio. Flup robó una ca-

noa y remó durante una hora hasta llegar a Ykler.

Esquivó el refugio de Glasdus y se puso al lado de

la mansión de los Gywe. A los cinco pies encontró un

habitáculo con cama y suficiente comida para un año.

Depositó al máster en la cama y se fue de nuevo. Re-

mó y se fue a Gibaín. Ya había cumplido. Mentiría y

harían la segunda parte del complot. Al día siguien-

te empezarían los Juegos, por la tarde. Tenían la

mañana para ejecutar la estratagema.

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127

7

Inauguración

Ed Dews iba y venía. Nadie sabía que ha-

cía en el tiempo que no estaba. Qetniss

Keyl se había inclinado a pensar que se

iba para rezar. Pero nadie creía eso.

Christopher pensaba que se iba con otra

gente. O recopilaba información. No sabía

qué día era en la tierra. No sabía nada acerca de su

reflejo. Cómo iría en el colegio. En qué curso esta-

ría. Qué tema estudiaría si estuviese allí. Chris se

había acostumbrado a no saber nada de eso. Dentro de

dos días sería la inauguración de los Juegos de Sa-

crificio. De Nesolia sólo había cuatro. Carzo Zar-

zai, Bill el bebio, un tal Kuyrt y Cotess. Chris la-

mentaba haber dejado atrás una vida sin muerte. Sin

que un grupo ilegal gobernase el Mundo Tangible.

Ojalá todo fuese más fácil. Sin conspiraciones. Sin

J

Page 128: Ángel Caído 1

128

rey dios. Sin nada de eso. Mas no todo podía ser

así.

Jed Dews llegó unos instantes más tarde. Chris

sabía que algún día Dews se iría. Se dispersarían

por el mundo. Cuando hubiese paz. Christopher había

aprendido a mantener la sangre fría hasta el final.

Su forma de pensar era matar o morir. El tiempo le

había inculcado conocimientos o frases “ayudantes”.

Solo los muertos han visto el final de la guerra. La

vida es un pasajero más en un tren infinito. Esas

frases lo ayudaban a decidir.

—Hola —saludó.

Jed le saludó con la cabeza. Christopher se fijó

en la forma más triste con la que había saludado. Se

iba en poco tiempo. Lo agarró por el hombro sabiendo

que no tenía muchos días antes de que se fuera.

—Cuando no estás, ¿dónde estás?

Vio la cara de “no comprendo” típica de su nuevo

amigo.

—Ahhh –dijo al entenderle—. Es difícil de expli-

car.

Page 129: Ángel Caído 1

129

—Dilo.

—En Carsolia hay una especie de grupo tan secreto

como la Orden. Se llama el Ba`yagé. El rey Uksuul

está con nosotros.

—Grupo legal —bromeó.

—Cuando dije que Carsolia estaba con vosotros me

refería al Ba`yagé.

—Ba` yat –dijo intentando decir el nombre.

—Es difícil de pronunciar. Si te unieses y fueses

una especie de agente doble se te haría un tatuaje

mágico, invisible para la vista normal. Te enseña

cosas —pensó antes de hablar—. Tu magia ha empezado

a florecer, el ejercicio da frutos. Recuerdas cuando

le lanzaste una bola de fuego a una bruja.

—Sí.

—Fue instintivo. La magia hace que la curiosidad

y algún poder aumenten. Tu magia es asesina. Eres

una máquina para matar. No es que te guste pero son

como envolverte en sombras, ocultar el ruido de tus

pisadas, menos dolor —aclaró—, te sigue haciendo he-

rida pero con menos sufrimiento.

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130

Le pareció fascinante a la vez de aterrador. En

Helsinki, en su casa en el colegio con Fergus… Nunca

hubiese matado a nadie, ni lo habría intentado y,

sin embargo, era un asesino, un ejecutor.

—No… sé qué… decir…

—Te entiendo… ¿Confías en mí?

—Claro —dijo sin pensárselo dos veces.

—El Ba`yagé está haciendo una gran conspiración.

Sabotaje.

A Christopher se le quedó una cara indescifrable.

Sabotear el primer torneo al que iba a acudir en to-

da su vida.

»Lo hacemos para que Carsolia y Nesolia ganen. ¿O

acaso quieres que mis amigos mueran?

—No, ni hablar.

—Pues no lo cuentes —le espetó.

Chris supo que él se iba. No hizo nada por evi-

tarlo. Iban a matar a Aliizer Bugg o a Khanssash. No

tenía ni la menor idea.

Buscó a Qetniss. Le había caído muy bien. Como

Makerace y Jed Dews.

Page 131: Ángel Caído 1

131

Entró en el castillo. Subió por la escalinata pa-

ra salir del comedor. Giró hacia las habitaciones de

luchadores. Entró en su habitación.

Todos le saludaron. Iata estaba ahí. En el cas-

tillo había encontrado a un tal Kòps. Su esposa se

llamaba Wandiel. Para Iata, Wandiel era su enemiga

porque Kòps le había gustado. Era un hombre fornido,

alto con ojos verdes, Su cabello cobrizo destacaba

sobre todos sus rasgos. Lo malo para Iata era que

ella misma estaba casada con el dios Make. Un gran

asesino bebedor. Al igual que Carzo.

Carzo tenía la vista en la mujer de Makerace. Le

daba la sensación de que un amigo estaba a punto de

morir. No le gustaba esa sensación. Christopher se

había fijado en eso. Y el resto no tardaría en darse

cuenta.

Tuang-sssss. Sonó la cuerda de un arco al tensar-

se y luego el recorrido de un virote por el aire. Se

estrelló con la pared. Todos se lanzaron al suelo.

Tuang-sssss. Otro virote apareció por la cerradu-

ra de la puerta. La habían ampliado silenciosamente.

Page 132: Ángel Caído 1

132

«Maldición». Chris se deslizó por el suelo directo

hacia la pared. Vio una espada. Era la de Carzo. A

su lado estaba Yatass. Chris la cogió con cuidado y

avanzó espada en mano.

Tuang-sssss. Chris llegó a ver a cuatro arqueros

enmascarados en la puerta. Detrás había una bruja.

Supuso que un gran asesino los acompañaba. Rensif y

Gimlard atacaron a la vez. Gimlard empujó la puerta.

Los muy cerdos los habían encerrado. Las bisagras

temblaron y desprendieron polvo. Rensif había tensa-

do su pequeño arco en comparación con los carsolia-

nos de los rivales.

Gimlard volvió a placar la puerta. Esta no hacía

más que desprender polvo. Gimlard se transformó en

hombre serpiente. Se deslizó por la cerradura rota.

Tuang-sssss. Se oyó el siseo de una serpiente y

el tensar de un arco carsoliano. Chris se situó al

lado de Rensif y pegó un puñetazo a la puerta.

—Los malnacidos han puesto magia. ¡Rensif dispa-

ra por la cerradura!

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133

Rensif disparó. Gimlard parecía mudo y todos ha-

bían desenvainado. El gólem se había encogido. Por

fin se oyó la voz de Gimlard maldiciendo. Un siseo y

otra maldición.

Tuang-sssss. Gimlard no pudo acabar la maldición.

Christopher se había hartado y lanzó una bola de

fuego por la cerradura. Luego intentó quemar la

puerta. La puerta por fin cedió. Zarzai se quitó una

camisola y la dejó sobre la alcoba. Carzo atacó con

el torso desnudo. Chris se aseguró de tener las som-

bras consigo imitando a Zarzai. Salió. El cuerpo de

Gimlard había caído por la rampita que había para

entrar en la habitación. Pero… no le gustó lo que

vio… la cabeza había caído por separado. Gimlard, el

hombre serpiente, ayudante del Maestro. No podía

ser. Gimlard había muerto. «Ni hablar». Carzo se es-

condió. Chris no. Saltó en plancha a por los arque-

ros. Su vida estaba vacía. Gimlard, le conocía desde

mucho tiempo atrás. Casi un año.

Se impulsó hacia arriba y se agarró a una de las

vigas. Se tumbó y avanzó por ella. Saltó sobre un

Page 134: Ángel Caído 1

134

arquero y le clavó la espada entera en el ojo. Era

una máquina de matar. Lanzó un tajo ascendente a

otro arquero. Sintió como los tejidos del rival se

resquebrajaban. Le agarró, dio una vuelta y dejó in-

movilizados a dos arqueros a la vez. Les rajó una

arteria del cuello y los dejó tirados desangrándose.

Solo quedaban tres en la pelea y pocas fuerzas.

Chris sintió un pinchazo en el hombro. Pero no dema-

siado. Pero sobresalía por su carne. Era una ilu-

sión, lo supo en cuanto vio que Carzo estaba detrás.

Una distracción. «Ahora». Se lanzó sobre el último

arquero.

Tuang-sssss. Chris vio un cuchillo arrojadizo vo-

lando por la habitación. Vio que la hoja era negra.

Trebo. El último arquero lo esquivó tirándose al

suelo. Zarzai fue a por él y le pegó un puñetazo.

Christopher le rajó la misma arteria que a los otros

dos. La bruja se había esfumado. Khanssash los que-

ría muertos. Y ya.

Page 135: Ángel Caído 1

135

Khanssash no había querido celebrar los Juegos de

Sacrificio ese año. Pero Bugg sí. Estaba furioso, él

debería ser el rey dios. Aliizer era irritante.

Khanssash había reclutado un ejército de carsolianos

traidores y de Sers, la mayoría r’otheños. Había in-

troducido «topos» en el torneo. La Orden y Carsolia

eran peligrosos. Iría en una expedición a Carsolia a

matar al príncipe. Los Gywe también deberían morir.

Visitaría Gibaín en ese mismo día. La inauguración

sería todo tejidos resquebrajados y cuerpos decapi-

tados. Uksuul moriría el último. Quería ver una más-

cara de sufrimiento en su cara. Su esposa, sus hijos

todos muriendo. La inauguración sería su día de des-

canso. Cicatrices mataría a todos. Aparte de esclavo

era asesino a sueldo. Los arqueros que había mandado

eran profesionales. Eran duros de pelar. Se imaginó

una habitación con montones de muertos y charcos de

sangre. Era una exquisitez para cualquier artista

del asesinato. No para los ejecutores. «Me pondré

las botas». Ahora mismo Aliizer debía morir. Era su

próximo objetivo. Lo estropeaba todo. Salió de sus

Page 136: Ángel Caído 1

136

aposentos y salió al patio exterior, Yter y sus sol-

dados estaban ahí. Entre ellos Cicatrices.

— ¿Objetivo?

—Mataremos a Aliizer Bugg. El rey dios. En la

inauguración. El será el presentador. Cortadle la

cabeza. En público, que sepan quienes mandan —les

dijo a sus ayudantes. La casa de los Gywe, en Ykler

estaba al lado de la de Khanssash. Se habían alojado

al lado de la mansión de los Gywe. Dormían al aire

libre. La chimenea de la mansión daba calor. Glasdus

cazaba animales por lo que no muchos se atreverían a

acercarse a humanos.

Khanssash había ido acumulando enemigos y objeti-

vos a pesar de que no era ejecutor. La línea suceso-

ria de Carsolia, los Gywe entre ellos; el Clan o lo

que fuese y Aliizer Bugg. Sabía que era difícil pero

era posible. Yter, los dos zombis, las brujas y mu-

chos ejecutores y montañeses atacarían por la noche

la fortaleza de Aliizer Bugg. Después de los Juegos,

Nesolia y el Mundo Tangible sería suyo. Aunque Bugg

muriese los soldados, nobles, y que viven bien con

Page 137: Ángel Caído 1

137

el reinado de Aliizer se resignarían y lucharían

hasta el último aliento. Después de todo eso se en-

cargarían del Lado Oscuro. Quedaría vedado el acceso

a lugares que ocupe el Lado Oscuro.

—Señor. Si cumplimos la misión, ¿nos entregará

una recompensa?

—Seréis soldados de alto rango. Palacios y dine-

ro.

—Ya creo que lo haremos.

«Estos codiciosos»

Una bruja se tele transportó a su lugar.

—Hemos matado al hombre serpiente.

— ¿Sólo?

—Son fuertes. Un ejecutor joven mató a los cuatro

arqueros con un tajo y un corte.

—Con qué esas tenemos ¿Ehhhh?

—Atacaremos con la artillería más pesada que ten-

gamos. Ese ejecutor saldrá de la sombra en la que

vive. Me habéis quitado a uno de en medio.

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Christopher no quería celebrar la inauguración

después de unos sucesos terribles. No se había lava-

do la sangre de las manos. Porque era una máquina de

matar. Quería llevar una marca para recodarse lo que

era. La ropa se la había cambiado. El Maestro se ha-

bía puesto una túnica dorada. El dorado representaba

la magia en abundancia.

— ¿De verdad queréis celebrar hoy la inaugura-

ción? –dijo con la voz áspera y en un tono seco,

signo de que no se había guardado las lágrimas.

Nadie respondió. El silencio era sepulcral. Todos

tenían la voz estrangulada. Los malditos arqueros

los habían dejado secos.

Gimlard había muerto y Jed Dews pertenecía a otro

grupo llamado el Ba`yat o algo así. Dos bofetadas

fuertes.

—Anhelo los comentarios de Gimlard —soltó de

pronto.

—Todos le queríamos —respondió el Maestro con un

hilito de voz.

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139

Rensif trataba de ocultar su aljaba y su arco en

unos pantalones holgados o algo así. Ningún lugar

era tan espacioso para guardar el arco y se disfrazó

de guardia.

Chris llamó a Carzo. No dudó en contarle por

quién estaba Iata. Carzo sonrió y murmuró algo. Bajó

corriendo las escaleras con Chris. Doblaron esquinas

y corrieron. Zarzai parecía saber a dónde iba. Llamó

a una puerta y vio el indudable rostro envejecido de

Kòps. Wandiel salió a trompicones para verle.

—Maldita sea ¿dónde te habías metido cacho memo?

–dijo Kòps.

—Soy un ejecutor. He estado en las sombras.

—Cuántas vidas habrás arrebatado ya –murmuró Wan-

diel.

Zarzai no respondió.

— ¿Irás a la inauguración?

—Sí. ¿Y tú?

—Yo también. Tengo objetivos.

—Aliizer Bugg.

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140

—En realidad mi deber es observarle y hacer que

alguien se me adelante. No quiero complicaciones.

—Hasta luego —dijo el matrimonio.

Carzo se caló el sombrero que se había puesto pa-

ra la celebración.

—La vida es una cáscara sin frutos. Está vacía.

No pienses en Gimlard. Estará en el Paraíso con el

resto de los caídos.

«Palter, Roble, Melfar, Malfor…»

Hicieron de nuevo el recorrido y Chris aprovechó

para asimilar los hechos. Ha matado como un verdade-

ro aprendiz. Lo llevaba en la sangre. Yapikatane les

avisó de que la ceremonia empezaba. Rensif y el res-

to bajaban detrás. Recogieron armas de la alcoba y

bajaron la rampita de la puerta. Bajaron por la es-

calinata y llegaron al comedor. Salieron al exterior

y montaron guardia. Khanssash y sus hombres y Jed y

sus amigos estaban allí.

Algunos bailaban a la luz de la luna. Makerace e

Iata no estaban de humor. Kòps y Wandiel bailaban

Page 141: Ángel Caído 1

141

con una felicidad incalculable. Chris respiraba len-

ta y pesadamente. «La vida está vacía».

Carzo vigilaba disimuladamente a Bugg. Chris-

topher miraba a Kòps y luego a Wandiel. Se echó a la

boca un diente de ajo. Carzo le había regalado una

de sus espadas. Los dos iban vestidos de negro mo-

teados de gris. Asesinos. Eso eran los dos. Se ocul-

taron y esperaron.

PACIENCIA. ¡PACIENCIA! LOS DOS A LA VEZ. La pa-

ciencia de un maldito ejecutor. La paciencia que se

deshacía como se separa el agua del metal o la roca

y la arena.

Aliizer Bugg iba a empezar a hablar de un momento

a otro. Chris mantuvo la sangre fría y contuvo la

voz.

Un gritito sonó de repente. Salieron disparados

hacía el lugar del grito. Una mujer yacía muerta en

el suelo despilfarrando la sangre que le quedaba.

Unas letras habían quedado grabadas en el cuerpo.

«El rey dios va a ser destituido, y va a haber muertos».

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142

El ejecutor moriría pronto porque seguro que ese

rey dios no velará cada noche por el futuro del Mun-

do Tangible. La inauguración había sido trasladada

al comedor.

Gaelan había sido el ejecutor que Khanssash había

elegido para la inauguración. El sargento Ilem se lo

había recomendado. Ilem también había acudido a pre-

senciar la matanza del rey dios. Gaelan se deslizó

por una viga del techo desprendiendo volutas de pol-

vo. Desenvainó un cuchillo arrojadizo. Una persona

cayó al suelo. Luego otra. De lo que no se dio cuen-

ta fue de quién le seguía. Otra persona cayó al sue-

lo. Ilem disfrutaba de la caída de los nobles al

suelo. Gaelan se movió un poco más y volvió a dispa-

rar.

—Estamos aquí… —Aliizer siguió despilfarrando pa-

labras para la inauguración de su vida eterna.

Gaelan mató a otro y se siguió desplazando. Miró

hacia atrás y vio a dos asesinos más. Chilló y cayó

con estrépito.

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143

— ¡Maldita sea! –gritó el sargento Ilem. Carzo se

ocultó con Chris.

Khanssash se agachó. Gaelan emitió un quejido y

resopló indignado. Khanssash le «arrestó».

Al cabo de un rato volvieron a entrar y no hubo

ni una molestia en toda la celebración. Gaelan no

podía interrumpir más. Ilem no era capaz de involu-

crarse.

Khanssash pospuso la matanza para otro día. Había

fallado. Gaelan había fallado, el sargento Ilem ha-

bía fallado. Todos habían fracasado.

«Maldita Orden. Morirán»

Page 144: Ángel Caído 1

144

8

Los Juegos De Sacrificio

LEM estaba decepcionado con Gaelan. El

ejecutor estaba perdiendo facultades.

Seguían en Gibaín. En una gran casa

al borde del mar.

Gaelan y él se habían peleado y se

volvían a pelear con sólo verse.

Khanssash estaba con el resto de su séquito. Ilem

encontró a Gaelan entrenando en el piso de arriba.

Ilem desenvainó. Gaelan cambió de arma y esperó a

que Ilem le atacase.

—Puedes camuflarte en las sombras, puedes parecer

un borrón de sombra pero nunca serás invisible —dijo

Ilem.

Gaelan arqueó una ceja. Ilem embistió. El elegido

de Khanssash se apartó con elegancia. Gaelan hizo

una finta y atacó. El sargento lo paró con su acero

I

Page 145: Ángel Caído 1

145

en el último instante. Gaelan desenfundó una cuchi-

lla e hizo un amago de tirársela. Ilem quitó la es-

pada y golpeó la cuchilla de Gaelan. Esta cayó. Gae-

lan sonrió y lanzó una estocada a Ilem. El sargento

rodó por los suelos esquivando los golpes que Gaelan

le propinaba. Gaelan tropezó y cayó. Ilem se levantó

y se aferró a una barra metálica, trepó por ella y

se asió a uno de los ganchos que pendían del techo.

Hizo fuerza para mantenerse con pies y manos aferra-

dos a unos ganchos. Gaelan lo imitó. El sargento no

se movió ni hizo ningún movimiento de ataque. Gaelan

poseía más fuerza y pudo avanzar. Observó el techo

alto y comprobó que podía levantarse. Se levantó y

caminó. Tropezó y cayó. Se aferró a los ganchitos

más cercanos y siguió avanzando. Estaba al lado del

sargento y no tenían manos para pegarse.

—Suéltate —sonrió Gaelan. Ilem soltó los pies y

quedó en la misma posición que Gaelan. Saltó. Al

caer flexionó las piernas y rodó.

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146

Al incorporarse, Gaelan no estaba. Se había embo-

zado con los colores del lugar. Caminó pulcramente y

buscó. Una sombra le empujó bruscamente hacia delan-

te. Gaelan se hizo perceptible a su espalda. Ilem se

puso al lado de la chimenea. El rumor de unos dedos

de fuego crispándose sobre unos troncos no lo dis-

trajo. Gaelan lo acorraló e intentó matarle con la

espada. Ilem se agachó y pasó por debajo de sus

piernas.

«Nunca he intentado hacer eso, va él y le sale»,

pensó Gaelan. Se volvió y un sablazo lo recibió. Lo

paró con la mano. La espada, por suerte, no le atra-

vesó sino que le hizo un tajo. Se agachó y lanzó un

cuchillo arrojadizo. Ilem cerró las piernas cuando

estaba pasando por ellas. Su cara se aplastó entre

las piernas del sargento. Hizo fuerza para escapar

del abrazo rival. Se arrastró y escapó. Ilem le em-

pujó. Chocó contra un ventanal. Este resistió al im-

pacto. Otro sablazo le rozó la mano. Su mano herida

no le serviría de mucho. Las preocupaciones ajaron

su rostro prematuramente. Otro sablazo iba destinado

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147

a él. Interpuso su acero que salió despedido hacia

el ventanal. El ventanal se rompió. Ilem empujó a

Gaelan que se precipitó por él. Unas barras metáli-

cas curvadas pertenecientes al balcón en construc-

ción le permitieron agarrarse a algo antes de preci-

pitarse al vacío. Se aferró a una barra. Estaba oxi-

dada y su rostro se ajó aun más.

Su mano herida se cortaba mucho con la barra oxi-

dada. Su mano se ajó todavía más que su rostro. Ob-

servó que Ilem se iba escaleras abajo a ver su cadá-

ver flotando en el mar. Se aferró con fuerza sin im-

portarle nada la salud de sus manos. Subió la otra

mano a la barra. Destrabó su mano herida del metal

oxidado. Su sangre se despilfarró sobre el vacío.

Ilem estaba justo debajo.

Tuang—sssss. Un virote atravesó su pie. Soltó un

alarido. El arco carsoliano se volvió a cargar y

disparó. Tuang—sssss. Le acertó en el otro pie. ¡Lo

estaban acribillando!

Ilem tenía a la milicia detrás y le había delata-

do. Ilem había sido ascendido a sargento superior.

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148

Tenía derecho a tener un castillo y un palacio con

esclavos. «Maldito retrasado». Gaelan trató de esca-

lar. Se rajó la espalda. Y la mano se ensangrentó

con rapidez. No conseguía subir con dos pies inertes

y una mano herida.

Se soltó.

Se agarró a otro balcón rajándose la mano y reci-

biendo flechazos. Tuang-sssss. Un virote venenoso

pasó próximo a su cara. Ya no quedaban balcones an-

tes del impacto contra el mar. Un último flechazo le

atravesó el pie antes de sumergirse en el mar.

El agua atravesó sus labios y penetró por su boca

a una velocidad vertiginosa. Su boca recibió un sa-

bor salado. Escupió pero enseguida una ola lo volvió

a sumergir. Nadó buscando un lugar en la orilla que

no ocupase la milicia. Todo estaba repleto. Bugg es-

taba ahí. Sintió que no pertenecía a ninguna parte

del mundo. Su sargento le había traicionado. La mi-

licia le buscaba.

Se camufló. Salió para coger aire y nadó hacia la

orilla. Saldría pasara lo que pasase. El agua ya no

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149

le cubría y apenas le alcanzaba la cintura. Salió

del agua y escupió en la arena.

Tuang-sssss. Le habían visto. Corrió. Un soldado

le seguía. Se paró y le clavó la espada.

Una sombra apareció por el horizonte. Parecía un

ángel caído que iba a recogerle. Iba vestido de eje-

cutor. Un rebelde. Mataba como un dios. Una cresta

de sangre rodeaba las cabezas que cortaba.

Gaelan salió corriendo hacia la batalla. Era una

locura estando herido pero no iba a dejar al asesino

solo.

Tuang-sssss. El asesino esquivó el flechazo. Ilem

fue contra Gaelan. Él le pegó un puñetazo. Luego

otro. Y otro. Quería mutilar a Ilem. Matarlo a puñe-

tazos.

¡Crac! La nariz de Ilem se rompió. Ilem le inten-

tó pegar un tortazo.

Al instante una espada estaba en su garganta.

Gaelan nunca perdería sus facultades. Ilem era escu-

rridizo tanto para él como para todo el mundo. Se

escapó.

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150

Los que quedaban, que no eran pocos, se recluye-

ron en la casa.

Gaelan y el otro ejecutor entraron. Fueron al

cuarto donde se recluían todos.

Entonces se produjo uno de esos momentos de una

cotidianidad aterradora que se daban en pleno caos

de una batallita; Gaelan los había presenciado antes

y nunca podría acostumbrarse.

Uno de los arqueros pasó su arma a un compañero,

derrumbó la puerta y la cogió.

—Disculpa —dijo al capitán que había intentado

contribuir en la matanza de los ejecutores. En su

voz no había sarcasmo, sino simple educación. Arran-

có la puerta de los dedos agarrotados del capitán

caído, volvió al hueco de la escalera y colocó la

puerta en su quicio ante la mirada de los dos ejecu-

tores.

En ese momento atemporal, antes de que la reali-

dad se les echara encima de nuevo, el ejecutor Gae-

lan observó a los soldados, nobles. Ellos lo mira-

ron. Esas eran las personas que habían estado dis-

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151

puestos a jugarse la vida para rescatar al rey dios.

Hombres valientes, por muy necio que fuera alguno,

pensó mirando a Ilem escudado tras un cuadro. Esos

eran los hombres que le habían querido matar y a los

que él había conducido a la muerte.

Gaelan mató a casi todos menos a los más necios

que se le escaparon, como Ilem. Al matar a esos hom-

bres, Gaelan eliminaba a quienes probablemente más

se opondrían al escape del ejecutor y su rescatador.

Por debajo del borboteo y la respiración trabajo-

sa del soldado moribundo, Gaelan oyó otro sonido.

Sus oídos lo identificaron de inmediato: el cabes-

trante de una ballesta al cargarla.

Clic, clac. Clic, clac.

—Para que sepáis a quién maldecir cuando muráis

—dijo una voz con siniestro regodeo desde su escon-

drijo—, soy el cabo…

El hombre que les seguía cayó muerto al suelo. El

borboteo de la sangre aumentó. Había otro asesino.

Bajaron la escalera. Una chica llorando se interpuso

entre ellos y la salida.

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152

—Han… matado a mi… padre… ustedes… qué clase de…

de monstruos sois –farfulló la chica desconsolada-

mente.

Gaelan hizo ademan de abrazarla para consolarla.

Su salvador adivinó un brillo metálico bajo el ves-

tido de la chica.

—Me llamo Chris —dijo su salvador. Agarró un cua-

dro y golpeó a la chica con él—. Apártate de ella.

El llanto de la chica se hizo insoportable. El

borboteo y la respiración trabajosa de los moribun-

dos cesaron por un momento. El llanto de la chica se

volvió inaudible y luego fue ahogada por la respira-

ción cada vez más trabajosa de los moribundos. Se

convirtió en un gruñido. Acuchilló al aire y luego

fue acuchillada por su propia arma. Chris le pusó el

cuadro y la cuchilla encima caballerosamente.

—Yo me llamo Gaelan.

Salieron de aquel valle de sangre y fueron a al-

gún lugar más tranquilo. Todo por una pelea con

Ilem. Habría acabado en una pelea a muerte entre

dos. Y no en una guerra civil contra ejecutores.

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153

—Salí a cazar algo para comer –contó Chris— cuan-

do vi a toda la milicia reunida persiguiéndote. Mi

instinto me obligó a ayudarte. Soy una máquina de

matar.

—Para mí eres un salvador –en su voz no había

sarcasmo, sino agradecimiento. Buscaron a Ilem para

mutilarlo. El tiempo pareció pararse en todo lo que

estuvieron buscando. La gente se tiraba horas ha-

ciendo la misma cosa repetitivamente. Ilem probable-

mente matar. El despilfarro de sangre de la casa to-

davía resonaba en la mente de Gaelan. La gente tra-

bajaba en las cosas más cotidianas de la vida. Como

si nada hubiese pasado. Aquella fase atemporal ex-

traña ya había pasado. Iban a matar a Ilem.

—Disculpa —le dijo a Gaelan con educación— los

Juegos de Sacrificio…

—Lo sé –dijo con pesar—. Habrá guardias aposta-

dos en todas partes.

—Iré contigo otro día. Mataremos a Ilem.

—Le mutilaremos –corrigió Gaelan.

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Los dos asesinos se despidieron y cada uno se

fue por su lado. Gaelan lo sabía todo. Había mentido

a los soldados de Aliizer Bugg. Él también estaba

involucrado en la estratagema de Khanssash. Ilem ha-

bía engañado a los gobernantes criminales del mundo

y sin darse cuenta él también estaba cometiendo un

delito.

Christopher anduvo deprisa. La leve brisa del

atardecer azotaba su cara y revolvía su pelo. Andan-

do a ese ritmo llegó pronto al castillo de Gibaín.

Una torre vigía antaño abandonada, estaba siendo

utilizada para administrar nombres.

El Maestro sería el hombre que dijese los nombres

del primer combate. El resto de la Orden, luchadores

y espectadores, estaría presente. Sería rápido. Los

Juegos se iniciarían ese mismo día. El límite de

tiempo antes del empate era del momento en que em-

pieza el combate hasta que anocheciese o fuese la

hora de comer. No era complicado.

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155

Vio a Zarzai con Makerace y Rensif. Sonrió. Alii-

zer Bugg ya había llegado. Era la hora. Le tendió la

mano al rey dios y este correspondió al saludo.

El rey dios no era malo. Al principio, mataba a

los que se le oponían. Luego las cosas se tranquili-

zaron y Bugg era un buen rey dios.

—Próximo combate: Trrojz de Torrealta contra Zo-

cat de Lactora, la isla perdida —anunció el Maestro.

Torrealta tenía mejores luchadores que Lactora.

Lo más probable era que Trrojz ganase a Zocat.

El Maestro avistó a Chris en la lejanía. Ya ve-

nía. Trrojz y Zocat subieron a la plataforma en la

que el Maestro y Bugg se habían saludado amigable-

mente. Cogieron armas. Trrojz calentó —cosa que lo

calificaba buen deportista —mientras que Zocat lan-

zaba estocadas al aire calculando los sonidos que

producían. Se notaba su gusto por las armas ligeras.

Clic, clac. Clic, clac.

El oído del Maestro identificó una ballesta, el

cabestrante de una ballesta al recargar. ¡Un asesino

intentaba infiltrarse! Se oyeron gritos de mujer. El

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156

Maestro y Bugg se tumbaron detrás de una protuberan-

cia de la plataforma. En esos tiempos, las cosas es-

taban preparadas por asesinatos y atentados en fes-

tejos.

Christopher estaba atemorizado al oír el cabes-

trante de una ballesta al recargar. Temía por Gae-

lan. Fue el primero en correr hacia la puerta, pero

también el único. Los demás se habían refugiado, y

si alguien más había salido ese era Carzo Zarzai. No

era Gaelan. Pero la imagen helaba la sangre en las

venas. Jed Dews y el resto de su grupo habían llega-

do después. Un compañero puso una cara extraña al

ver al máster tirado en el suelo con sangre en el

labio y un proyectil clavado en el costado. Para

alivio de algunos la herida era superficial.

Todos los compañeros de Dews y él miraron a un

luchador que ponía cara de «no fastidies».

— ¡Flup! –le regañaron los del Ba`yagé.

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157

—Vi a su mujer –replicó Flup—. No podría verla

viuda. Era terrible y no sé cómo pero han vuelto de

Ykler.

Chris alargó la vista. Efectivamente, una mujer

estaba tendida boca abajo en el suelo mirando a su

marido.

—Hola –dijo el máster. La pierna del máster esta-

ba hendida en dos —. Soy Vürd, el máster. Sé por qué

sigo vivo. Mi mujer hizo retroceder a un ejecutor.

Flup asintió con la cabeza.

—A la horca, ¡intento de asesinato!

La voz de Zarzai acalló al guardia.

Todos se desplazaron al estadio. Trrojz y Zocat

se colocaron en sus posiciones.

—Que empiece el combate –dijo el guardia. Al ins-

tante Zocat estaba cuerpo a cuerpo contra Trrojz. Le

había arrebatado sus armas. Trrojz se alargó buscan-

do su espada. Zocat le inmovilizó incrementando más

fuerza a cada movimiento. Trrojz de Torrealta reptó

como una serpiente intentándose librar del abrazo de

Zocat.

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158

Por un momento, Trrojz sólo se fijó en el rumor

del público animándole a matar a Zocat. Una patada

en el costado hizo rodar a Zocat de Lactora por los

suelos. Trrojz se agarró y se equipó de su espada

más la de su rival. Zocat se deslizó como un felino

reptando por el suelo. Trrojz no consiguió fijar a

su objetivo y recibió varios golpes en la cara por

la distracción de las voces del público. Un golpe de

suerte a favor de Zocat le hizo conseguir de nuevo

su arma. Ahora, Trrojz tendría una distracción a

parte de Zocat, el fervor del público.

Zocat le asestó un golpe seco en la mejilla.

Trrojz volvió a encargarse de su problema principal.

Una lluvia de estocadas y fintas cayó sobre Zocat

que iba retrocediendo poco a poco. El atributo de

Lactora paró forzadamente las ligeras y dolorosas

estocadas, sabiendo que el más nimio de los fallos

que cometiese conllevaba la muerte. Otra fuerte es-

tocada cayó ligera como una gota de lluvia sobre su

espada que estaba empezando a partirse. Trrojz lanzó

la espada buscando un poco de suerte pero esta gota

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159

de esperanza nunca existió. El público ovacionaba

ahora a Trrojz por sus osados movimientos. A Trrojz

le pareció ver unos ojos vidriosos en Zocat pero,

por desgracia, era sólo una ilusión. El lanzamiento

de su espada nunca sirvió.

Zocat no tenía los ojos vidriosos, lloraba de

ira. Se sentía traicionado por el público. Lanzó los

mejores golpes de espada que sabía ejecutar, pero

Trrojz se movía a la velocidad del relámpago. Él no

podía lanzar estocadas a la velocidad del atributo

de Torrealta. Sin darse cuenta estaba haciendo re-

troceder a Trrojz hacia donde yacía su espada.

Trrojz esquivó un golpe y se apoyó contra la pared

del estadio circular. Esquivó otro golpe que Zocat

le proporcionaba. La espada semi rota chocó contra

la pared y cayó al suelo hendida en dos partes.

—Disculpad —dijo Trrojz con respeto al agarrar su

espada. Sin sarcasmo, solo era caballeroso. Alzó la

espada e hizo que Zocat se arrodillara. Alzó la es-

pada todavía más alta y la dirigió hacia el pescuezo

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160

de Zocat. En el último momento Zocat lo esquivó y

agarró su espada rota.

—Discúlpeme usted a mí —se burló Zocat. Trrojz

imitó a Zocat. Se apartó. Hizo una finta y descargó

los mejores golpes que pudo.

Una ligera llovizna cayó sobre ellos. La tierra

se ennegreció hasta parecer barro o tal vez serlo.

Las paredes caladas de agua se volvieron negro aza-

bache. Zocat resbaló. Trrojz esta vez sí, le cortó

la cabeza. El cuerpo de Zocat cayó al suelo causando

no gran estrépito. Su cabeza se unió al estadio como

una piedra más.

—Trrojz de Torrealta es el vencedor –proclamó el

Maestro. Velaron por el difunto Zocat e hicieron un

pequeño festejo por el primer combate.

Christopher presenció el encontronazo carente de

emoción. A él le gustaba matar, no presenciarlas. El

festejo no había sido largo, sucedió en mesas en las

que cabían una docena de personas o el doble catorce

escalones debajo de la sala del trono (evidentemente

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161

ocupado por Aliizer Bugg). Bugg llamó a un bufón.

Chris salió del estadio y del castillo. Buscó a Gae-

lan. Ilem iba a ser mutilado según había dicho Gae-

lan. Chris «necesitaba» matar. Se internó en la es-

pesura que separaba la costa del centro. Caminó du-

rante horas en busca de una sombra algún clic, clac.

Clic, clac o un Tuang—sssss que sus oídos pudieran

identificar.

Silencio. Un silencio sepulcral y siniestramente

peligroso se cernía sobre la espesura.

— ¡Ahhhhhhh! –unos gritos de guerra resonaron por

la espesura. ¡Todo un campamento Hy`shuy se le venía

encima!

La tribu de Hy`shuys avanzaba imparable por la

espesura.

Tuang-sssss. Llevaban buenas armas. Clic, clac.

Clic, clac. Un humano medio animal cayó. Era una

tribu Mestiza. Otro ser irracional cayó. Un arquero

estaba clavando virotes en los cuerpos Mestizos. Es-

caló el árbol más cercano y saltó a otro. Gaelan se

giró y le saludó.

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162

—He descubierto los planes de Khanssash –informó.

—Soy todo oído.

—Aliizer Bugg adora Nesolia. Y Khanssash también.

Pretende ser rey dios.

Rey. Solo rey. Sin esa ínfula de dios que se pro-

clamaban los reyes a sí mismos. Por gobernar casi

todo el Mundo Tangible, a pesar, de que haya más no-

bles al servicio de sí mismos que al del rey.

»Hy`shuy, nobles, montañeses, férnilos y Mestizos

a su servicio, es todo lo que he oído –dijo Gaelan.

—Los Hy`shuy son los más débiles –dijo Chris.

—Han matado al barón Hatov, primo de los Gywe –

dijo Gaelan. Era su forma de decir que eran peligro-

sos.

—Y a…

—Gimlard, un hombre…

—…serpiente que era mi amigo –completó Chris.

—Lo siento.

Christopher ladeó la cabeza. Los Hy`shuy obede-

cían órdenes de un mayor. Le resultó familiar y a

Gaelan le recorrió un sudor frío.

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163

—Ilem –murmuró.

Saltaron del árbol y caminaron sigilosamente ha-

cia el sargento. Este ladraba órdenes como un loco.

El ejecutor lanzó un guijarro blanco al Hy`shuy más

cercano. Otro guijarro blanco recorrió el aire di-

recto hacia Ilem. El objetivo se apartó y se alejó

del grupo.

«Perfecto –pensó Chris—, justo donde queríamos»

Tuang—sssss. Gaelan condujo a varios hombres a la

muerte y después lanzó otros tres guijarros. Ilem se

hallaba no muy lejos del cauce de un río. Otro gui-

jarro, esta vez negro, flotó en el aire y rebotó

contra Ilem que cayó sobre una roca. Chris y Gaelan

agarraron dos guijarros negros y comenzaron a matar

a pedradas al hombrecillo infeliz.

—Muere… infeliz –dijo Gaelan con una voz curtida.

Amorataron los ojos de Ilem y con una espada tra-

zaron cicatrices con forma de equis y flechas. El

fino pelo castaño de Ilem caía en cascada a sus hom-

bros. Pronto ese pelo acabó en el suelo totalmente

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164

enredado. Los ojos amoratados de Ilem suplicaban

piedad.

»Me deberías haber dado otra oportunidad. Ahora

muere.

Otro guijarro golpeó la cara de Ilem. A Chris le

gustaba cargarse personas, pero no de ese modo. Le

dio dos pedradas más y le hizo un tajo ascendente

que cruzaba la yugular. Un baño de sangre inundó el

cuerpo del difunto. Sus pulmones, seguramente estu-

viesen cargados de sangre y una vez en la Vida Eter-

na, en el Paraíso, sus peores pesadillas serían

aquellos guijarros blancos. Los negros golpeando su

cara, y el rasgar de las cotas de malla. Sobre todo,

los guijarros acabando con su vida, golpeando su ca-

ra.

A Chris le hubiese gustado ejecutar directamente

el tajo que cruzaba la yugular de ese hombre, pero

Gaelan no se lo había permitido. Gaelan había dejado

claro que nadie jugaba con él, él jugaba con ellos.

El final de Ilem, había sido también la venganza de

Gaelan.

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165

Gaelan envainó la espada y miró a Chris.

—Ángel Caído, ese eres tú —dijo.

—Solo

Los golpes y cicatrices eran justicia y el tajo

final piedad. Acabar con su vida redimiéndole de una

muerte lenta.

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166

9

El Fin De Glasdus

ter se había permitido el lujo de que

otro participase en los Juegos en su lu-

gar. Christopher había sido el elegido por

Khanssash. Utter también se había permiti-

do ese lujo. Alguien fuerte pero poco im-

portante, Me. Mequino Gorgol. El luchador.

Me Gorgol. Yter gozaba ahora de un profundo sueño en

el que soñaba:

Los Juegos de Sacrificio han comenzado, la vuelta

atrás es inexistente, imposible. Los atributos de-

ben saltar a la arena. El primer combate de Trrojz

contra Zocat muy empatado en el que al final la ca-

beza de Zocat rueda por los suelos. Yo debo salir a

luchar contra Carzo Zarzai, el famoso asesino de Ne-

solia. Todo por un sabotaje. Lucho con calma pero

con la certeza de caer de bruces y no sentirlo por-

Y

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167

que he perdido la sensibilidad, porque he muerto. Me

muevo a un lado y luego interpongo mi acero ante el

de Zarzai. El sabotaje ha hecho que los atributos de

Nesolia peleemos contra los representantes de nues-

tro propio país. El combate empieza con el fin de la

frase del sargento Ilem, tras la muerte del Maestro.

Zarzai oculta sus pisadas y su cuerpo nada más empe-

zar el combate. Me muevo y un sablazo corta el aire

al lado de mi cabeza. Respiro aliviado y trago sali-

va sabiendo que esa pelea lleva atados con gruesas

sogas esos peligros.

Yter se movió en sueños, parpadeó aturdido en

sueños y volvió a cerrarlos… tal vez para siempre.

Un golpe en la tripa me deja aturdido y caigo al

suelo con la respiración entrecortada. Me levanto

entre jadeos e interpongo mi espada parando otra

perfecta estocada del rival. La arena se levanta

ayudada por el viento. Respiro profundamente inha-

lando arena. Lanzo un cuchillo arrojadizo al ejecu-

tor que trastabilla esquivando sus golpes. Carzo se

echa a la boca un diente de ajo y una de las bolitas

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168

de patatas que lleva en un pequeño cinto. Yo aprove-

cho para atacar. Zarzai se mueve hacia un lado. Me

Gorgol lo observa desde las gradas. La zaga de Zar-

zai se debilita a cada golpe. Yo jadeo de emoción.

El rostro de Zarzai se aja al ver un cuchillo arro-

jadizo volar por el aire. Meridano Gorgol tuerce el

rostro en una mueca de horror al ver el cuero cabe-

lludo de Carzo ensangrentado. Yo recibo con euforia

el abrazo de las voces del público. La arena se

vuelve a elevar por los aires y a penetrar por las

narices de los rivales. Carzo tose sangre y muere

ahogado por la arena y mi mano desnuda apretando su

cuello. Zarzai muere. De pronto un flechazo atravie-

sa mi pulmón.

— ¡Trampa! ¡Tramposos! –grita el dueño del viro-

te.

Siento que mis pulmones revientan y se inundan.

Chillo involuntariamente y voy perdiendo la nitidez,

oigo un pitido muy agudo incesablemente. Me ha desa-

parecido. Todo ha desaparecido. Solo veo blanco. Mi

cuerpo ya no respira y he perdido completamente la

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169

sensibilidad y entonces voy ascendiendo hacia el

cielo o… al infierno.

Yter se levantó gritando y empapado de sudores

fríos. Jadeó y se estiró temblando. No es justo.

Siempre que Yter ganaba una pelea en sueños, siempre

acababa muerto. ¿Por qué? ¿Por qué el codicioso de

Khanssash era superior? No entendía por qué.

— ¡Yter! —Utter le llamaba dándole bofetadas—.

Despierta, dormilón.

Yter saltó de la cama, se vistió y miró por el

ventanal. El sargento Ilem hablaba con Khanssash.

Esos miserables Ilem y Khanssash no se merecían sus

puestos. Habían traicionado a Bugg y era casi seguro

que una docena de hordas Hy`shuy estuviesen atacando

la Casa de Bugg. Y también la Mansión Gywe. Los Gywe

estaban con Bugg. Ahora mismo él era un infiltrado,

él trabajaba con Aliizer. Nada de Khanssash. Se iba

hoy. Utter lo acompañaría.

—Adelante –dijo Yter ya dispuesto a irse.

Bajaron y salieron por la puerta trasera. Se fue-

ron.

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170

Bugg había contemplado las muertes de sus solda-

dos. Tanto tiempo de paz no podía ser tan bueno. No-

lin de Gywe ladraba órdenes a los soldados y Ulaine

el general supremo peleaba con fiereza. El general

supremo Ulaine y Nolin de Gywe defendían a Aliizer

IX de Bugg. Un Hy`shuy lanzó una flecha a la venta-

na. Utter e Yter vendrían.

—La planta baja esta libre, han matado a todos

menos a algún noble que se haya escapado –informó

Nolin de Gywe.

—Tu hermana, Natalye de Gywe está bajo nuestra

protección –aseguró el general supremo Ulaine.

El señor Gander de Gywe estaba en Ykler luchando

contra Glasdus. Y Natalye, Nolin y Cesia de Gywe es-

taban protegidos por el general supremo Ulaine y el

propio Bugg. Cesia y Natalye estaban en uno de los

pasadizos del castillo. Todos los que quedaban se

recluían en la sala del Trono.

Ulaine arrebató la vida a tres hombres y cerró la

puerta.

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171

—Nolin ayúdame a mantener fuera a los Hy`shuy –

dijo Ulaine.

Aliizer IX de Bugg ejecutó un hechizo de blo-

queo en la puerta. Un arco se clavó en la puerta.

Dos hordas de soldados se prepararon esperando una

orden del rey dios Aliizer IX de Bugg o del general

supremo Ulaine o incluso del señor Nolin de Gywe.

Nolin pensó en Gander de Gywe, su padre matando

a Glasdus. Eso le dio fuerzas. Cuando el corazón de

Glasdus hubiese dejado de latir, Gander y sus tropas

les ayudarían. Otra flecha se clavó en la puerta. Se

oyó un salpicón de sangre rebotando contra las pare-

des. Toc, toc.

— ¡Abrid! –gritó alguien tras la puerta.

— ¿Quién es?

—Soy el barón Hatov –dijo.

—Entonces está muerto –dijo Nolin de Gywe.

— ¡Me van a matar!

—Abrid –ordenó el rey dios –si es otro usurpador

Hy`shuy matadlo, preparaos.

Abrieron la puerta y dos soldados cayeron.

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172

—El barón Hatov es un usurpador y no le mataron –

dijo el general supremo Ulaine.

— ¡Maldita sea cerrad la puerta! –dijo un soldado

antes de pasar a soldado difunto.

Me Gorgol era uno de los soldados. Me era fuerte

pero herrero. Mató a un soldado y después se ocultó.

—Cargaos a Hatov –ordenó Aliizer IX de Bugg.

Hatov salió corriendo a la planta baja del casti-

llo. Los Hy`shuy le imitaron. Un mago apareció blan-

diendo una espada de poder.

—Tienen a Jo, la espada mágica –gritó un soldado

antes de acabar masacrado por Jo.

Nolin, Ulaine y Aliizer saltaron por un pasadizo

secreto. Un hatajo de idiotas Hy`shuys se puso de-

lante del hechizo de Jo.

El general supremo atrajo a los soldados de los

dos escuadrones y entraron en el pasadizo. Cesia y

Natalye de Gywe estaban allí. Cerraron las puertas

tras de sí. Eran solo dos veintenas de hombres.

Tuang—sssss.

—Tardarán días en derrumbar la puerta.

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173

—Tienen a Jo –dijo Nolin de Gywe.

—Entonces recemos –dijo Aliizer IX de Bugg.

Esperaron a que sucediese algún milagro en Gi-

baín.

Gander de Gywe luchaba contra los piratas de

Glasdus. Yurik y Povic luchaban con él. Glasdus mató

a tres hombres de una estocada. El escuadrón Acero

había caído al instante pero la Horda del Nono, he-

cha en honor a Aliizer IX de Bugg, no. El escuadrón

que manejaba el ujier del palacio de Ykler permane-

cía en pie. El ujier era Jastro que ahora luchaba

contra Glasdus. Jastro lanzó una estocada ligera pe-

ro Glasdus lo esquivó y cortó la aorta y en un tajo

ascendente la yugular. Jastro murió tosiendo sangre.

Glasdus solo disponía de una docena de piratas.

Glasdus era temido y Jastro acababa de entender por

qué. Yurik mató a un cuarto de los soldados que que-

daban. Povic a otro cuarto eso le llevaba a tener

que matar a media docena de piratas y a Glasdus. La

Horda del Nono había perdido a la mitad de hombres

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174

que los piratas. Gander de Gywe había comprendido ya

el ritmo de las peleas. Giro e inmovilización. Tajo

ascendente y puñetazo. Patada en la tripa y puñeta-

zo. Corte y defensa. Todo tenía su propia canción. Y

su propio ritmo. Jadeó y mató a dos hombres. Una es-

tocada le pasó a medio centímetro de cortarle la ca-

beza. Otra a un cuarto. Y no hubo otra. Povic jadea-

ba contento y esbozaba una sonrisa satisfactoria. Le

tendió la mano. Yurik le ayudó a defenderse. Gander

desenvainó de nuevo y mató a otros dos hombres. El

resto, incluido Glasdus les habían acorralado. Po-

vic, Yurik y él suspiraron.

—Vosotros ganáis —se rindió el señor de Gywe.

—Tirad las armas —les ordenó Glasdus.

Povic y Yurik nunca se rindieron. Mataron a to-

dos los soldados de Glasdus pero Povic cayó primero.

Glasdus avanzó un poco y posó su cuchillo en la gar-

ganta de Gander de Gywe. Yurik gritó y tiró a Glas-

dus al suelo. Yurik era un mago profeta además de

gran luchador de la Horda del Nono. Rodaron por el

suelo.

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175

—O le matas ahora o todos tus amigos y familia-

res morirán –profetizó Yurik.

Glasdus estaba bocabajo. Y él tenía un cuchillo

en la mano. Avanzó un paso y cortó la piel del pira-

ta. No quiso clavar el cuchillo.

—Mátalo —ordenó Yurik—.O si no voy a morir.

Le tembló la mano, clavó el cuchillo en el cos-

tado y lo retorció. A Glasdus le dio una infame ra-

bia sentir el cuchillo retorciéndose. Gander de Gywe

destripó al pirata y le rajó el cuello. Glasdus es-

bozó una sonrisa amarga.

—Morir no esta tan mal. Nunca… pensé que hoy se-

ría mi último día. ¿Quién lo iba a decir? –dijo an-

tes de morir.

—Yurik, volvemos a Gibaín. Rescatemos a Aliizer

IX de Bugg y a los Gywe.

Yurik asintió. Recogieron armas y acudieron a la

costa. Alquilaron una barcaza y regresaron a Gibaín.

—Glasdus, el temido, el pirata ha muerto –comentó

Gander de Gywe.

Avanzaron lentamente por las aguas.

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176

Al llegar desembarcaron y corrieron a la ciudad.

Había indicios de una avanzadilla de Hy`shuys avan-

zando. Cruzaron el Puente Real de Oriente a toda

prisa. Gander conocía con detalle todos los pasadi-

zos secretos del castillo. Povic, uno de sus hombres

de confianza había muerto a manos de los piratas, o

del pirata.

Sobornaron al guardia y entraron. La planta baja

estaba repleta de Hy`shuys felices por su cacería.

Pasaron inadvertidos gracias a la sombra de las ri-

gurosas estatuas de mármol. Subieron las escaleras

agachados y en ocasiones, fingiendo ser dos de los

cientos de cadáveres.

En la planta de arriba un mago manejaba la espada

legendaria, Jo. Yurik le ahogó y dejo a Jo en el

suelo. La vida importaba más que una espada que solo

podían coger los grandes magos. Distinguió un pasa-

dizo marcado por una gota de sangre. Que astutos los

Gywe. Lamentó no haber traído tropas. Uno o dos mi-

llares de soldados poblarían la planta baja en cuan-

to mandasen soldados. Si es que al poderoso noble

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177

que había mandado Hy’shuys se le antojaba. Abrió el

pasadizo y él y Yurik entraron antes de que los

Hy’shuys se enterasen de la caída del gran mago que

manejaba a Jo. Cerró la puerta tras de sí. Nolin,

Cesia, Natalye de Gywe y el general supremo Ulaine

los saludaron. Aliizer IX ya había visto que sólo

venían dos.

— ¿Cómo diablos les venceremos? Los refuerzos

son Khanssash y los suyos. Me temo lo peor y Khans-

sash no lo sabe –dijo Aliizer IX de Bugg.

Gander de Gywe supo que esta vez no había escapa-

toria, la familia de los Gywe podía desaparecer.

—Luchemos. Tenemos a Jo –dijo Nolin de Gywe.

—Pero a nadie para empuñarla –replicó el general

supremo Ulaine.

Nolin abrió el pasadizo. Tenía la sangre de un

verdadero guerrero.

— ¿Quién me sigue?

El general supremo Ulaine levantó la mano. Gan-

der, su padre también. Un grupillo de cinco soldados

del escuadrón del Nono le seguían.

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178

—Peleemos –dijo Nolin de Gywe.

Cesia, Natalye y el rey serían protegidos por los

soldados del escuadrón. Un noble se les había unido.

Seis personas contra tal vez millares de Hy`shuys.

Era un suicidio. Uno a gran escala.

— ¿Alguno es mago poderoso? —preguntó Gander.

El noble que se había unido era un mago, no le-

gendario ni mucho menos. Pero era una pequeña ayuda.

Yurik les seguía. Era uno de los seis.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó Yurik al noble.

—Soy Fergus. Vengo de la tierra.

Fergus, Yurik, Gander, Nolin y el general supremo

siempre acompañado por un soldado bajaron las esca-

leras cautelosamente. Un Hy’shuy fue ahogado y su

cuerpo ocultado. Yurik era el más adelantado. A la

señal disparó un cuchillo arrojadizo al guardia más

apartado. El guardia encargado de escoltar a Ulaine

parecía nervioso. Su rostro estaba cubierto por una

gruesa tela.

Se retiró la tela para coger un poco de aire. Me-

ridano Gorgol. Nolin le reconoció al instante. Yurik

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avanzó más. Un poco más. Se puso al lado de un

guardia.

—Hola —susurró. Acto seguido le mató sin darle

oportunidad para engendrar al más mínimo sonido.

Todos se pusieron a su altura. A eso se le podía

llamar matanza: avanzar sigilosamente matando a cen-

tenares de personas.

Se tiró al suelo hacia el general supremo Ulaine.

Miraron la estructura del techo, con vigas de made-

ra. Esa cámara tenía recovecos en lo alto del techo.

Sin duda, estaba preparada para espías. Un espía

lanzaba bolas acabadas en punta, seguramente envene-

nadas. Otro cuchillo arrojadizo voló hacia el espía.

Se cayó sobre el recoveco aparentemente dormido, pe-

ro en realidad muerto. Los Hy`shuys les habían des-

cubierto.

Tuang-sssss. Meridano volvió a salvar a Ulaine de

la mortífera flecha de un arco carsoliano. Povic era

un experto en homicidios y magnicidios. Pero había

muerto junto a Jastro, el ujier, contra Glasdus aho-

ra muerto. Un Hy`shuy corrió, espada en mano, direc-

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to a ellos. Nolin de Gywe también corrió hacia él.

Se agachó esquivando la estocada enemiga y asestando

un golpe letal en el corazón.

Gander y Yurik se unieron a él. Me y Ulaine se

limitaron a matar a los hombres que pasaban la zaga

que Yurik, Gander y Nolin les proporcionaban. Fergus

creó una barrera defensiva. Era endeble y fina pero

aguantaría lo suficiente para poder matar a los es-

pías apostados en el techo sin que ellos les mata-

sen. Ulaine lanzó otro cuchillo al espía más próxi-

mo. Este no moría.

— ¡No merecéis ni que os diga mi nombre para po-

der maldecirme cuando tengáis una espada clavada en

el costado! ¿Me oís pequeños usurpadores? Al Nono

ni una pero para vosotros todas –dijo Nolin de Gywe

matando al último Hy`shuy de las escaleras.

El general supremo vio una sombra. ¿Era Khans-

sash? ¿Los rescataba o venía para matarles?

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Cesia y Natalye no aguantaban más tiempo en ese

refugio. Aliizer IX de Bugg se movía nervioso. Tam-

poco parecía gustarle aquel lugar.

Se abrió la puerta trasera del pasadizo. Yter y

Utter venían para salvar al rey.

—Cien montañeses con nosotros –dijo Yter sonrien-

do.

—Gander de Gywe y su hijo están con Meridano Gor-

gol y con el general supremo Ulaine. Un noble mago

que se hace llamar Fergus va con ellos. Matando –

aclaró la señora de Gywe.

—Entrad por la puerta delantera. Asestemos un

golpe a traición –propuso Natalye de Gywe gesticu-

lando con las manos.

El Nono aprobó la propuesta pero él no podía

arriesgarse. Los Hy`shuy no eran tontos. Cesia y Na-

talye estarían con él. Pero… en el exterior. Nada de

pasadizos y refugios. Yter y Utter salieron con los

que restaban del escuadrón del Nono. Los montañeses

no se andaban con chiquilladas. Habían asistido a

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182

los problemas menos nimios que habían surgido en el

Mundo Tangible.

Yter dirigió a los soldados. Con una seña todos

se movieron a paso ligero pero silencioso. Dos colo-

caron paja en la puerta cerrada del castillo. La

prendieron usándola como combustible para quemar la

puerta de madera. Corrieron hacia atrás y escucharon

la agonía de los Hy`shuys que morían quemados. Apa-

garon el fuego y derrumbaron lo que quedaba de la

puerta. Tres hombres murieron aplastados por el peso

de la puerta.

Los montañeses atacaron derrumbando o masacrando

todo con lo que tropezaban. Todas las piedras del

camino. Yter atacaba en la vanguardia con fervor.

Utter se quedó en la retaguardia curando a los heri-

dos. Tuang—sssss. Un virote se clavó en la coraza de

uno de los montañeses. Nolin de Gywe y Gander de

Gywe acompañaron al general supremo y a su escolta

reducida a un solo hombre a seguir a Fergus que co-

rría hacia los montañeses. El mago había generado

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183

una gran protección en torno a ellos. Un hombre sa-

lió volando, literalmente, hacia atrás.

Les había quedado claro que Khanssash podía ser

acusado de traición. Khanssash era un usurpador. Él

conocía los pasadizos y podría obligar a Aliizer

Bugg a cederle el puesto. Me divisó a Khanssash en

la lejanía. Escapaba hacia la entrada del pasadizo.

Me avisó a Yter del peligro inminente.

Los dos corrieron cruzando el Puente Real de Oc-

cidente. Khanssash no les quedaba muy lejos. Un cu-

chillo arrojadizo se clavó en su coraza sin llegar

si quiera a hacerle un rasguño. El también cruzaba

por el largo Puente Real de Occidente. Su pesada ar-

madura podía ahogarle. ¿Sería esa su perdición o ga-

naría el puesto de rey? Ahora mismo la traición no

importaba. Lo que realmente importaba era la salud

del rey.

Sin duda pasar de nuevo por la adaptación del

Mundo Tangible al nuevo rey dios no podía significar

otra cosa que muerte.

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10

Salvación O… Perdición

os Juegos de Sacrificio no continuarían

hasta que hubiese un rey dios claro. Era

imposible celebrarlos en aquellas condicio-

nes. Matones de las diferentes hermandades

vigilaban todos los Puentes Reales y puer-

tos. Nadie debía irse de la isla. Cualquie-

ra podría tomar papeles en el asunto. Dos guardias

estaban apostados en el Puente Real de Occidente.

Christopher los tenía en frente. Los matones de las

hermandades se distinguían de los guardias por los

ropajes y armas. En los puertos había callejeros ma-

tones y en los Puentes Reales había guardias. Pre-

tendían tener la ciudad perfecta, la isla perfecta.

Pero nadie podía vigilar a las sombras. Nadie podía

vigilarle. Sobornar a los matones era fácil. Y a los

guardias había que matarlos. Su plan era infiltrar-

se en el castillo matar a Khanssash y pirarse. Los

L

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185

Puentes Reales estaban muy bien vigilados. Pero no

vigilaban las aguas del río Klin. Daban por hecho

que cualquiera que hubiese perdido el juicio inten-

taría pasar por el río Klin, actualmente de alto

caudal, sería arrastrado y moriría ahogado. Pero

afortunadamente Chris lo había perdido hacía tiempo.

Además, ¿cómo arrastrar a una sombra? Era un suici-

dio. Que los guardias cayesen “accidentalmente” era

fácil. El Puente Real de Oriente estaría despejado.

Él prefería lo arriesgado, aunque en cualquiera de

los casos encontraría riesgos. Los férnilos los re-

servaban para las guerras y conflictos, aprovechando

su inteligencia e instinto para sobrevivir. Escudri-

ñó el extraño color del río Klin. Se deslizaba por

debajo del Puente Real de Oriente, Resultaría una

bendición para cualquier hombre que no hubiese bebi-

do en más de dos semanas, a excepción del color.

Se dejó caer al rio. Olvidándose por completo de

camuflar el sonido. Total los ignorantes guardias

creerían que un gran pez estaba en el río Klin e in-

tentarían pescarlo y pescarían su muerte. Nadó hacia

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186

la primera columna del Puente Real de Oriente. Se

encaramó a ella para no ser arrastrado. Buceó y nadó

hacia la segunda. Se encaramó a ella aferrándose con

toda la fuerza que tenía. El Klin le hacía sufrir la

presión del agua contra la columna. Cogió aire y

volvió a bucear. El agua apestosa le hacía situarse

bajo el puente. Él se encaramó a la siguiente colum-

na. Sucedió eso sucesivamente. Hasta que llegó a la

orilla. Un guardia le vio y avisó al segundo. Murie-

ron en el acto. Chris no debía arriesgarse. Arrojó

los cuerpos al río Klin. Corrió y se ocultó. Khans-

sash corría y tres personas le perseguían. Iban ha-

cia una pared. ¿Pretendían atravesarla? No podía ser

una cosa tan absurda. Debía de haber un pasadizo o

algo así. Se quedo para verlo.

Les siguió de cerca, espada en mano. Khanssash le

pegó una patada a una piedra y pateó el suelo. La

pared se abrió como una puerta. Distinguió la figura

del Nono y de dos doncellas de prestigio encerrados

en el pasadizo o tal vez no estuviesen escondidos

sino refugiados… ¡Eso es! Refugiados. Corrió adelan-

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tando a los tres hombres. Ellos también parecían ser

de prestigio.

Khanssash pretendía matar a Aliizer IX de Bugg.

Una bola de fuego se formó en la mano de Chris. La

magia se iba desarrollando en su interior con el pa-

so del tiempo. La lanzó contra Khanssash. Una oreja

ardió y se consumió sin más. La sangre cayó a borbo-

tones por su cabeza. El fuego mágico se propagó se-

gún su deseo. Su otra oreja se desintegró bajo el

poder del fuego. Khanssash soltó un alarido y se

arrodilló involuntariamente. Aliizer le propino dos

bofetadas sin importarle en absoluto los hilos de

sangre que recorrían su cara, con un pañuelo se lim-

pió la sangre de sus manos.

Los tres hombres llegaron a su posición en un

santiamén. Los dos empapados en sudor. Parecían a

punto de desfallecer.

—Soy Nolin hijo de Gander, señor de Gywe – se

presentó el primero, él también se había unido en el

último momento, su buena forma le había permitido

alcanzarlos.

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—Soy Yter, mano derecha de Aliizer IX de Bugg –se

presentó el segundo.

—Soy Meridano Gorgol, Me, el herrero y luchador

de los Juegos de Sacrificio –se presentó el último.

Chris lanzó otra bola de fuego al usurpador. Vol-

vió a rugir esquivando la nueva bola de fuego. Chris

comprendió que aunque él era casi invisible, el fue-

go no. Khanssash miraba hacia su posición fijamente.

Cambió de posición situándose detrás de él. Onduló

el aire y Khanssash salió despedido hacia adelante.

El usurpador desenvainó y lanzó una estocada a cie-

gas a Me. Este la esquivó y desenvainó. Tensó sus

músculos advirtiéndole del poder que poseían. Khans-

sash volvió a atacar. Erró y acabó pillado por los

protuberantes bíceps de Gorgol. Yter y Nolin le ayu-

daron a sostenerlo. Este gritaba y maldecía en voz y

en grito. Me apretó más los brazos. Christopher se

hizo visible.

—Tú. Tú serás el primero en morir –dijo Khans-

sash.

—Me parece que vas a morir antes –bromeó Chris.

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Chris le ató una cuerda en el pie.

—A pescar –gritó.

Lanzaron a Khanssash al río Klin. Ataron la

cuerda a un barrote del puente y abandonaron a

Khanssash. El agua era profunda. Acabaría ahogado.

Era lo más probable.

Natalye y Cesia de Gywe salieron con el Nono. No-

lin las saludó y caminó en busca de Gander. Chris se

marchó en busca de Laney y Trebo para librar esa ba-

talla. Al llegar a la taberna en la que estaban aco-

gidos llamó a Trebo y a Laney.

—La última vez que el Lado Oscuro emergió de las

aguas que habita, hubo un proceso llamado, el Ciclo

de la Muerte –contó Trebo—. No se completó por la

mudanza interdimensional de una muchacha.

—Lo profana el Lado Oscuro, eso explica la muerte

de Gimlard. En Keyl hemos detectado amenazas por

grandes indicios de magia –continuó Tobilklo Laney.

—En cuanto todo esto acabe debemos vigilarle. Se

lo hemos encomendado a Makerace, Iata, Rensif y a

Carzo.

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Salieron de la taberna y corrieron hacia el Puen-

te Real de Occidente. Al alcanzarlo cruzaron por él.

La entrada estaba infestada de cuerpos caídos. La

mayoría Hy`shuys. Los montañeses lanzaban flechas y

mataban. Debían de ser unos setenta o por ahí. Un

soldado les saludó. Era el general supremo Ulaine, a

su lado Yurik, fiel amigo de Gander Gywe.

—Disculpad, ¿queda algún enemigo? –preguntó Trebo

con sarcasmo.

—Planta de arriba.

Subieron todos. Tuang—sssss. La bala voló hacia

Yurik que la esquivó con una facilidad insultante.

Chris lanzó una bola de fuego. Dos brujos cayeron al

suelo, muertos. Trebo lanzó cuchillas a trancas y

barrancas. Chris mató a otros dos brujos. Una espada

desprendía un haz de energía.

— ¡Chris, no la cojas! –gritaron todos.

Este no les hizo caso. Estalló en llamas todo a

su alrededor. Los enemigos se desplomaron muertos

sobre el suelo.

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—Se ha ido –lloró Laney. Antes de ver que todos

los cuerpos a su alrededor estaban tendidos en el

suelo.

Los siguientes minutos fueron eternos. Dos enemi-

gos saltaron del techo y le intentaron matar. Laney

se agachó y les mató. Yurik, Gander, Trebo y Me no

podían estar muertos, y Chris no podía haberse suma-

do. La cantidad de energía mágica había matado a to-

dos. Bajó a la planta baja. Una estatua se alzaba en

el medio de la estancia.

Reconoció sus rasgos, eran los de Christopher.

Rompió toda la piedra. Un cuerpo cayó. Parecía elec-

trificado. Su ropa rezumaba de magia. Los cuerpos de

sus amigos yacían más allá. El corazón de Chris la-

tía. El de los demás también pero a una velocidad

mucho más lenta. Pidió ayuda. El Nono apareció con

Nolin, Cesia y Natalye de Gywe.

— ¿Qué ha pasado aquí? –exigió saber el rey.

—Jo –respondió Laney atemorizado.

—Esa maldita espada.

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Alzaron a Chris recibiendo fuertes descargas. Le

soltaron metiéndole en una especie de vitrina metá-

lica grande. Los demás cuerpos fueron colocados al

lado. Así los trasladaron a otro lugar. Dos montañe-

ses se habían convertido en supervivientes. Los ayu-

daron y luego volvieron a su turno.

Lo llevaron a la taberna. También había muertos

tendidos en el suelo. Al estar cerca, Gander y el

resto de gente como él, sobrevivieron como Chris, Un

escudo se podría haber proyectado protegiéndoles.

Tendieron a los heridos en la cama de la habitación.

El Maestro y los demás exclamaron sorprendidos.

Carzo examinó a Chris y maldijo.

— ¿Qué imbécil ha llevado a Jo?

—Los Hy`shuy.

— ¿Khanssash, ha conseguido el trono? –preguntó

Qetniss Keyl.

—No –dijo Aliizer IX de Bugg.

Rensif ejecutó varios hechizos. Pero era imposi-

ble, rebotaban contra el halo de brujería que des-

prendían los cuerpos.

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Trebo lo animó. El elfo ejecutó el mismo hechizo.

Volvió a rebotar.

—Esto no debería estar pasando –murmuró el Maes-

tro –el Lado Oscuro…

Qetniss intentó con su hechizo más poderoso, pero

¿quién sería capaz de inhabilitar la energía de la

esencia del mal? Nadie.

Chris yacía completamente paralizado en una pose

heroica, debía de tener a Jo entonces. Trebo contem-

pló una carta en la repisa de la habitación.

CURA DE ACCIDENTES:

Os voy a comunicar varios hechizos:

*Galán de hoja punta, contempla el sol en su hora

punta.

*Tremenda criatura, picadura mortal cuidado con

el veneno que no te cura.

El resto se había quedado borroso. Se lo enseñó a

Keyl. Este pronunció los dos, la segunda hizo que

Chris y los demás abriesen los ojos. Se incorporaron

lentamente.

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—Jo, es terrible pero no debemos abandonarla, es

la clave. Sacrificios se requieren –murmuraban to-

dos.

— ¡Cuánta razón tienen! –dijo Nolin de Gywe.

—Jo matará al Lado Oscuro, pero se requiere un

sacrificio –completó Keyl.

—Seré yo. Pero deseo que el mundo me recuerde –un

hombre fornido y con la barba descuidada entró por

la puerta.

— ¡Gaelan! –saludó Chris.

—Hola –saludó el ejecutor.

El resto de la Orden desenvainó. Chris les calmó.

Gaelan había venido a vincularse a la Orden.

Pasó un rato y Gaelan recitó las palabras para

unirse a la Orden. La Orden era muy numerosa, pero

algunos morirían como lo había hecho Gimlard.

Laney, Chris, Trebo, el Maestro, Carzo Zarzai,

Makerace, Iata, Hugo, el gólem; Qetniss Keyl, Ren-

sif. Todos miembros de la Orden del Deseo Ardiente.

— ¡ODLAR—ARDIENTE! –exclamaron al unísono.

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Saltaron por la ventana. Un gritito los había

asustado.

Unas garras esqueléticas agarraron a una señora

que iba por la calle. Ella gritó pero la calavera

del esquelético la destruyó.

—Imbécil disfrazado, deje ya sus bromas –le espe-

tó el barón Nº I9, un superviviente. Una garra oscu-

ra y esquelética despedazó su cuerpo y se lo llevó a

la boca. Corrieron. El Puente Real de Occidente les

quedaba no muy lejos.

El cuerpo de Khanssash seguía en el río Klin ata-

do por cuerdas. Seguía vivo. Debía de haber empleado

magia. Moriría en las próximas horas. Pero nadie se

había dado cuenta de que otra sombra observaba la

escena. Chris saltó. El agua amortiguó su caída pe-

ro el Lado Oscuro acechaba la ciudad. Corrió y se

arrastró por la orilla. Se envolvió en sombras.

Tuang—sssss. El virote voló hacia el Lado Oscuro.

Su esqueleto no se rompió. Su mano agarró el virote

y lo lanzó hacia un soldado. Este murió. Otro virote

más ligero voló hacia la esencia del mal. Otro sol-

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dado cayó. Un valiente intentó cortarle la cabeza

pero nada sucedió, solo provocó su propia muerte.

Trebo salvó al resto en varias ocasiones. De mo-

mento estaban a salvo en la sala del trono pero

Chris no aparecía. Por fin, su silueta se dibujó en

la puerta. El general supremo Ulaine cerró la puerta

tras Chris. Yter se cubrió con una mugrienta sábana.

La puerta salió volando hacia ellos. Una garra

oscura intentó agarrar a Laney. Este la esquivó y

corrió. Subieron una escalera y entraron en otro de

los muchos pasadizos del castillo. Un vagón de made-

ra estaba atado a la puerta con dos cuerdas, Laney

las cortó con su espada una vez todos estuvieron en

el vagón. Este descendió. Cayeron y cayeron por la

infernal rampa subidos en el vagón. Una abertura se

abría ante ellos en el techo en una recta del ser-

penteante pasadizo. Chris alternó la mirada entre

los miembros del vagón. Podía abandonar a sus amigos

de lado y matar él al Lado Oscuro, cosa que no con-

seguiría o huir de él saltando por una ventana.

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197

Así hizo, saltó y se asió al borde de la abertu-

ra. Se incorporó y caminó por el finísimo borde.

Respiró hondo y caminó con una tranquilidad imper-

turbable. Observó como el vagón seguía su curso como

una roca en un río. Saltó el último trecho de la

abertura y buscó una salida. Se había metido en una

habitación con un pequeño ventanuco y sin puertas.

Era una habitación segura, un refugio. Escaló la pa-

red y se metió por el ventanuco, saltó.

Khanssash renovó su burbuja mágica de aire. El

Lado Oscuro le convertiría en un difunto en unos

instantes. Koth, el matón del Puente Real lo obser-

vaba impasible. No sabía si le convenía salvarle.

Era posible que le matase, o que le nombrase su mano

derecha, pero fuese como fuere Koth no pensaba ofre-

cerle ayuda. Un hilillo de sangre se expandía por el

río, y atravesaba el Puente del Klin.

Khanssash alzó las manos señalando al Lado Oscu-

ro. Koth miró atrás, se aproximaba. Mojó las manos y

desató la soga que ataba a Khanssash. Este nadó e

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198

inhaló el aire como el bien más preciado. El arma

que Koth sostenía, un kantô, una cuchilla de fácil

agarre con una hoja de lo más finita. El kantô pasó

a la mano de Khanssash. Koth se giró imaginándose

que Khanssash mataría a la esencia del mal con el

kantô, pero no, un pinchazo en una pequeña parte del

estómago lo alertó, pensaba que era la garra del La-

do Oscuro, pero le asustó recibir otra puñalada y

otra, acabó cayendo de rodillas a orillas del Klin.

Cuando Khanssash ejecutó el golpe final Koth cayó al

Klin y fue barrido por el agua.

—Oh, Lado Oscuro, tu belleza es lo mejor de este

mísero mundo –pronunció Khanssash –introduce mi alma

en tu cuerpo para permitirme el lujo de ser una par-

tícula del Lado Oscuro. Yo Khanssash paso a ser Koth

en este mismo instante. Quiero ocultar mi verdadera

identidad –dijo Koth (Khanssash).

Los globos oculares de Koth resbalaron por sus

mejillas como lágrimas, como lombrices atravesando

un montón de tierra. La piel de Koth se transparen-

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tó. Todo desapareció de la cara de Koth. Excepto la

cara. Su cara se alargó y su pelo cayó.

«Tú, no serás parte de mí, serás Boca de Koth.

Verás sin ojos, oirás sin oídos pero tu palabra será

mortal, una palabra será tan poderosa como el tri-

dente de Zeus», oyó la voz grave del Lado Oscuro.

«Llámame Karlya». La voz del Lado Oscuro resonó en

su cabeza antes de desaparecer.

Koth… Boca de Koth nunca pensó que el Lado Oscu-

ro fuese una chica, Karlya.

Sus poderes no eran ni mucho menos como los de

Karlya, pero más poderosos que los del Archimago más

poderoso del mundo. El kantô se resbaló de su mano.

Fluyó por el Klin mientras Koth asimilaba los he-

chos. En un momento de salvación o perdición, el La-

do Oscuro… Karlya le había salvado la vida, infun-

diendo el terror en Koth, el matón de hermandades.

Boca de Koth pronunció la palabra «morir» y sin-

tió como en su mente se proyectaban líneas y como

una se convertía en un hilo y luego se fundía, le

gustaba, lo malo era que él podía morir, Karlya no.

Page 200: Ángel Caído 1

200

Khanssash se había esfumado de la faz del Mundo Tan-

gible, ahora era Koth… Boca de Koth, sirviente del

Lado Oscuro, él era el portador del nombre de la

esencia del mal, en otras palabras: Karlya.

Pero, ¿había muerto? ¿Se habría escacharrado el

perno que hacía que su vida fluyese? Él no lo

creía, simplemente era otra persona. Pero con venta-

jas, una magia negra incalculable. Saltó y se esfumó

del río Klin, el que casi podría haber sido su lecho

de muerte.

«Los que fastidiaron mi plan… ya pueden decir

adiós»

Los días siguientes, Boca de Koth era sólo Koth y

con su magia había dibujado ojos, nariz, pelo y ha-

bía aumentado su estatura para imponer respeto. Los

Juegos de Sacrificio eran los torneos que más le ha-

bían horripilado desde la infancia. Y gracias a él

se habían anulado. Agarró su kantô y se apartó de la

ciudad instantáneamente, con tan sólo desearlo. Vol-

vía a Nesolia y con él Karlya. Era hora de poner or-

den en la ciudad. Sin Juegos todo el mundo volvería

Page 201: Ángel Caído 1

201

a su ciudad. El Ba`yagé a Carsolia. La Orden a Neso-

lia.

Eso de ser Boca de Koth no le parecía nada malo.

Había averiguado los nombres de sus mayores enemi-

gos.

«Perfecto»

Page 202: Ángel Caído 1

202

11

Objetivo

staba en frente de dos de los mato-

nes del puente levadizo, en el castillo

de Gibaín. Uno agarraba una espada gan-

cho con un dedo y la hacía dar vueltas.

El otro no hacía más que bostezar y en-

fundar y desenfundar su daga. Observó

hacia los lados para asegurarse de que

solo había dos matones. Pero nunca era fácil. Un

tercero vestía una cota de malla y saltaba con ner-

viosismo haciéndola sonar frenéticamente.

Christopher examinó a los tres matones que iba a

tener que matar de más para completar el objetivo

que Carzo le había encomendado. Avanzó. El nervioso

tenía que fingir matarlo, era Jake. Los otros dos

tenían que ver como Jake mataba a un ejecutor. Los

otros le tendrían miedo y Jake los mataría. Jake

E

Page 203: Ángel Caído 1

203

portaba las llaves del cuarto del general Tecious

Hallin, el objetivo. Jake desenfundó con vehemencia.

—Hay alguien.

—Que va.

—No nos pongas nerviosos, Jake –dijo un tercero.

—No pienso salvaros el culo, cuando el borboteo

de vuestra sangre fluya por el Klin —dijo Jake.

Christopher saltó con su kantô en mano.

El kantô se había convertido en un arma corta y

buena con muy buena fama.

Jake lanzó un cuchillo arrojadizo. Chris lo es-

quivó. Jake se lanzó a por él con el cuchillo, detu-

vo un golpe de Chris e imitó una escena en la que

Jake le clavaba un cuchillo con una ilusión. Se dejo

caer. Por desgracia cayó al foso en un fallo.

—Nos has salvado el trasero, Jake –dijo alguien.

Jake forzó una sonrisa y les empujó. Clavó el cu-

chillo en la espada gancho de su antiguo amigo.

—Me hubiese gustado trabajar más tiempo contigo,

una pena que nos hayamos conocido hoy –dijo Jake.

Page 204: Ángel Caído 1

204

Agarró otro cuchillo y lo clavó en la piel del

otro. En un giro hizo que la espada gancho cayese al

foso. Clavó la daga en el pecho del centinela y lo

dejo morir.

Chris ya no oyó más. No supo si había sucumbido,

tal vez hubiesen pasado diez minutos desde su caída.

Vio una cuerda que cayó al foso. La agarró y la es-

caló. Una balsa de madera le esperaba en el foso,

¿una balsa en un foso?

El rey Uksuul, Peshoa y otros dos a los que no

conocía, le esperaban.

—Flup, súbelo –dijo uno.

—Vürd ayúdale –ordenó el capitán Peshoa.

Al subir miró el puente levadizo, Jake se había

ido sólo.

Conoció a los dos que no conocía y saltó con

ellos al puente levadizo. Corrieron por él y entra-

ron en el castillo.

Las entradas estaban adornadas con arcos apunta-

dos y delgadas columnas sujetaban las techumbres.

Flup y Vürd saltaron los últimos. Siguieron corrien-

Page 205: Ángel Caído 1

205

do por las angostas callejuelas que formaba el cas-

tillo. Por fin, llegaron al patio de armas. Jake los

esperaba.

— ¿Creías que te daría el mérito de héroe a ti?

Dijo Jake— sé lo que eres y lo que significa tu nom-

bre.

—Dime.

—Doce platas.

—Seis.

—Diez.

Chris le entregó las diez platas que exigía Jake.

—Eres un Ángel Caído. Un demonio, una máquina de

matar traída del cielo. Un Expulsado.

—Y tú un estúpido.

— ¿Qué?

Chris le asestó un golpe en la mandíbula. Jake

desató la furia de un titán, se le abalanzó e inten-

tó rezagarle, y matarle. Jake salió despedido con un

hechizo. Y cayó por un agujero del suelo que llevaba

directamente al foso.

— ¿Por qué has hecho eso? –preguntó Flup.

Page 206: Ángel Caído 1

206

—Egoísta. Eso era Jake –soltó Chris malhumorado.

Tecious Hallin. Él era su objetivo, no Jake, pero

este no le caía nada bien. Uksuul avanzaba con la

espalda recta y llevaba el pecho desnudo. Flup y

Peshoa le seguían por detrás. Vürd avanzaba por de-

trás de Christopher.

—He oído pasos –dijo una voz.

— ¿Por dónde? –pregunto otro.

—Escalera abajo.

Se pudo apreciar el sonido de un grupo de solda-

dos de guardia que bajaba. Chris se camufló y ayudó

a sus amigos a esconderse.

Los soldados se contaron para asegurarse de que

no había ninguna baja.

—Soldado X, Soldado O… Maese G —contó en voz al-

ta.

Soldado X cayó en frente de su posición y a Chris

no le quedó más remedio que matarlo. Soldado O les

vio y se lanzó sobre el Ba`yagé. Chris zancadilleó a

Soldado O y le pegó un puñetazo con todas sus fuer-

zas. Uksuul salió al descubierto con sus dos amigos,

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207

Peshoa y Flup, a luchar. Chris mató a Soldado O con

un cuchillo arrojadizo y se lanzó sobre el que esta-

ba contando.

— ¡Por Tecious Hallin y Azaed de Gyterl! –gritó

uno antes de morir. Azaed de Gyterl debía de ser

otro noble importante, pero no era un objetivo, a él

le dejarían en paz, por ahora. Pero Tecious debía

morir, por fingir un asesinato. Su “víctima” estaría

pudriéndose en prisión.

Maese G observaba todo sin entender absolutamente

nada. Los soldados caían como moscas. Corrió hacia

la salida para llamar al Ejército. Sin embargo, la

misión se la había encomendado Bugg a través de Ja-

ke. No le haría demasiado caso. El tema eran los ma-

tones, o… Khanssash, en caso de seguir vivo. Maese G

salió esquivando cuchillos arrojadizos. Aún en la

calle corrió hasta oírles decir algo.

—A ese le dejamos.

La habitación de Tecious Hallin no les quedaba

lejos. Al final del pasillo había una puerta con el

nombre del objetivo grabado. Chris hizo una seña pa-

Page 208: Ángel Caído 1

208

ra que el Ba`yagé avanzase. Los carsolianos corrie-

ron cautelosamente por el pulcro pasillo. Las pala-

bras de Jake retumbaban en su cabeza. ¿Era él un Án-

gel Caído? Sí. Y él lo sabía, sólo que le costaba

asimilarlo. El Ángel Caído avanzó con la elegancia

de lo que era, un Ángel, porque era un Ángel a fin

de cuentas.

Llegaron a la puerta de Tecious Hallin con rapi-

dez. Chris examinó la cerradura, había tres trampas.

En la ranura para la llave, había un proyectil enve-

nenado. En las bisagras había pinchos que se lanza-

ban y en el timbre, una campana pequeña, había un

frasco de cristal con veneno de áspid, veneno mortal

al tacto, el frasco tenía forma campaniforme por lo

que se adaptaba al timbre y era bastante frágil.

Rompió el frasco con un cuchillo arrojadizo. Le

cortó un mechón de pelo a Flup y lo utilizó como

llave, al instante se retiró de la cerradura al ver

que un virote envenenado volaba hacia él. Retiró los

proyectiles de las bisagras y giró el pomo de la

puerta.

Page 209: Ángel Caído 1

209

Unos pasos se oyeron tras la puerta. Un hombre

corpulento y fornido fue tras ellos. ¡El guardaes-

paldas de Tecious! Cómo era posible que se hubiesen

olvidado de él. Hallin seguía al guardaespaldas mur-

murando palabras.

— ¿Qué queréis? –dijo el guardaespaldas con voz

grave.

—N… a… nada –farfulló Peshoa.

El guardaespaldas descargó un puñetazo sobre Pes-

hoa que calló anonadado.

Hallin iba a sobrevivir, con un guardaespaldas

así no le mataba ni una horda entera de montañeses.

Tecious salió detrás del guardaespaldas.

— ¿Queríais algo? —preguntó con una voz muy ama-

ble.

—Fingió usted el asesinato del barón Hatov, re-

cién fallecido, antes de repoblar el castillo por el

incidente —dijo el rey Uksuul con un tono potente.

—No señor —respondió inocentemente Tecious

Hallin— yo no cometí tal crimen.

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210

—Tengo informes de arrestarlo por ello –dijo

Uksuul.

—Pasen y les contaré la historia.

Pasaron al cuarto de Hallin y se acomodaron para

escuchar la historia.

—Cuente.

—El barón Hatov y yo teníamos pensado casarnos

con la misma mujer. Pero Hatov no sabía que yo tam-

bién quería a aquella mujer y un día intentó aniqui-

larme, cuando se enteró, claro está.

— ¿Hatov era malvado? –interrumpió Peshoa.

—No. Al ser joven no. Pero al convertirse en ba-

rón Hatov el poder le envileció. Habíamos quedado

para una pelea por la mujer, pero Hatov no quería

pelear por lo que lo hicimos a suertes. Le tendimos

un puñado de pajas a un voluntario para ayudar. Em-

pezamos a sacar pajas y a mí me tocó la pajita cor-

ta. Perdí. A Hatov no le gustó ganar así. Por ello

me engaño para que cometiese un crimen, fingir un

asesinato. Yo no creí que mi asesino se fuese a pu-

drir en prisión y a morir más tarde en una pelea.

Page 211: Ángel Caído 1

211

Entonces él fingió que yo moría para quitarme de en

medio. Así tendría fácil acceso hacia ella. Yo soy

inocente.

Chris lo había apuntado todo en un papiro como

informe a Bugg.

—Informaremos a Aliizer Bugg –prometió Flup.

—Gracias por entenderme.

Se despidieron cortésmente.

Uksuul silbó llamando a un halcón mensajero. Le

tendió el papiro y lo mandó al cuarto de Aliizer IX

de Bugg, en el otro torreón.

Tecious Hallin cerró la puerta y suspiró. El am-

bicioso barón Hatov le había condenado a una vida

llena de preguntas por un crimen que no había come-

tido y lo peor era que si le arrestaban, no eran

unos carceleros corrientes. Era un Gobierno crimi-

nal, con matones que hacen lo que les dé la gana,

usurpadores, traidores, alguaciles aliados con otros

países o legiones y a él le pretendían arrestar por

un delito inexistente. Eso era la gota que colmaba

el vaso.

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212

Salieron de la habitación y supieron que su obje-

tivo no era el duque Tecious sino Azaed de Gyterl el

señor por el que los soldados habían velado. Azaed

de Gyterl y Tecious Hallin los dos duques.

Azaed de Gyterl caminó orgulloso por los pasillos

del torreón que compartía con Tecious Hallin. Maese

G llamó a la puerta. Azaed esperaba verle con sus

soldados, Soldado X o Soldado O, iba sólo.

El barrigón de Azaed botaba al caminar a pesar de

estar sujeto por un apretado cinturón marrón con he-

billa de oro.

Saludó a Maese G.

— ¿Qué ha pasado? –dijo Azaed de Gyterl.

—Ataque –respondió.

—Llama al general supremo Ulaine con refuerzos –

ordenó.

—Como usted diga Azaed de Gyterl –se despidió

Maese G.

Azaed perdió de vista a Maese G cuando se acabó

el pasillo. Sonrió. No sabía quiénes se habían in-

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213

filtrado pero su espada temblaba. Indicios de magia

de Ángel y un Ángel no podía bajar al Mundo Tangible

a no ser que fuera un Expulsado del Cielo. ¡Era un

Ángel Caído!

El general supremo llegó en unos instantes. Se

saludaron. Maese G acudió a su lado y el general su-

premo Ulaine esperaba órdenes.

—Protéjanme a mí y al Nono. Mejor sólo a mí –

dijo. No era ambición era que los asesinos estaban

en su torreón y si quisiesen matar a Tecious ya le

habrían matado.

Cuatro guardias formaron una barrera. Otros dos

se apostaron en la puerta. El general supremo y Mae-

se G entraron con Gyterl. Otros se dispersaron.

Por fin, un ejecutor con ropas negras moteadas de

gris se divisó al final del pasillo. El general su-

premo abrió un ventanuco situado en la parte alta de

la puerta. Disparó una ballesta. Sin resultado. Lo

intentó de nuevo pero sin resultado. Se agacharon

tras la puerta preparados para atacar.

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214

Vieron como los soldados caían. Maese G le puso

un mote a uno. El Dagas. Su cuerpo estaba lleno de

ellas y era con lo único con lo que mataban. Gritó

su nombre antes de morir. Enzerberguer. Lo olvidó

porque sabía que había muerto. Le puso mote al si-

guiente Klin porque el color de la tez de su cara

era del color de las pestilentes aguas del río. Este

también murió. Tras él otro, tras él otro. Hasta

caer todos.

—Seguidme —dijo Azaed. Le siguieron y bajaron

por una cuerda en un pasadizo. Bajaba mucho proba-

blemente hasta el foso. Caerían sobre el puente le-

vadizo. Un soldado intentó llegar hasta ellos pero

pareció muerto. No, era la puerta la que había caí-

do. El soldado vivía.

Page 215: Ángel Caído 1

215

12

Yatass No Importa

ed Dews avanzó por el pasillo del cas-

tillo. Jake había sido su disfraz. Había

conseguido sobrevivir gracias a un salien-

te del agujero por el que había caído. ¿Y

Chris? ¿Se habría ido ya? Subió las esca-

leras a una marcha forzada. El torreón estaba despe-

jado. Se subió en una especie de estatua ocultándo-

se. Los refuerzos llegaban aunque sólo había cuatro

brujos. Uno indicaba ser de prestigio y los otros

tres sus aprendices. Uno de ellos lo miró.

—Jefe, ¿ese de ahí es uno de los brujos o Nigro-

mantes nuestros o un infiltrado?

El jefe le miró con fijeza sin hacerle un apéndi-

ce de gracia.

—No. Pero… tiene a Jo.

J

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216

Yurik y Rensif salieron de detrás de la estatua.

Yurik llevaba una burbuja protectora pero Jo era pa-

ra asustar. Rensif desenvainó a Yatass. Una explo-

sión de magia hizo temblar los cimientos del casti-

llo y un ruido sordo rompió los cristales. Los cua-

tro magos quedaron reducidos a ceniza.

Rensif envainó a Yatass y la sustituyó por un

kantô. Caminaron por la estancia y subieron las es-

caleras. El rey Uksuul y el Ba`yagé estaban con

Chris. Comentaban acerca de que se había producido

un “desborde” de magia.

Jed instó a los demás a entrar en la habitación

de Azaed de Gyterl. Flup derribó la puerta y todos

entraron. Un pasadizo se abría ante sus pies. Jed no

dudo un instante y saltó por él. Flup lo imitó. Lue-

go Vürd. Chris, Rensif, Yurik y Uksuul se metieron

los últimos.

La oscuridad reinaba en aquel pasadizo tan extra-

ño. Hacía frío y la magia era casi tangible en ese

lugar. Varios candiles estaban apagados pero no se

quisieron parar a encender uno. A nadie le hubiese

Page 217: Ángel Caído 1

217

gustado entrar y ni mucho menos pararse a encender

una maldita vela.

Ni por asomo les hubiese gustado entrar en aquel

agujero. Los ladrillos eran más que tétricos. Uksuul

encabezaba el grupo con Rensif. El elfo había desen-

fundado a Yatass. Cuanto más avanzaban, más se nota-

ba la falta de oxígeno. Christopher detuvo al grupo,

aunque no les apeteciese era casi obligatoria.

— ¿No escucháis los gritos? –dijo Chris.

Efectivamente se oían gritos de puro pánico. Es-

cucharon solo un grito. Parecía de soldado. Corrie-

ron todo lo que pudieron. Llegaron a un descansillo

un poco más iluminado. Jed Dews y Christopher desen-

fundaron el kantô casi al mismo tiempo. Olían el pe-

ligro.

Uksuul se detuvo a encender un candil.

— ¡No! –le dijeron todos.

Era tarde. El candil estaba encendido.

—Era una trampa. Podemos morir. ¡Por un maldito

candil! –le espetó Yurik.

Page 218: Ángel Caído 1

218

Se oyó otro grito. Uksuul se apresuro a apagar el

candil. Esta vez el rey de Carsolia se puso una

prenda sobre su pecho desnudo. Tenía frío.

Yurik empezó a moverse. Buscaba calor. Todos le

imitaron menos Rensif. El elfo apretó a Yatass. Esta

envió un poderío mágico tremendo al aire que se ca-

lentó y se volvió a oír un grito… de agonía.

Corrieron más que nunca. Un cuerpo de soldado

yacía en el suelo. No era Azaed de Gyterl. Maldije-

ron y continuaron la búsqueda de Azaed. Cada vez ha-

bía más luz mágica que natural. La silueta de un

hombre insufló sus corazones de esperanza. No era un

hombre sino una mujer. Era muy alta y esbelta. Unos

ojos dorados brindaban con un pelo de mechones co-

brizos. Por supuesto aquella esperanza se esfumó. La

mujer llevaba pendientes con forma de gotas de agua.

Incluso el fornido rey Uksuul se acobardó al ver a

aquella mujer. Una explosión de luz y color los en-

volvió. Chris no dudo ni tan siquiera un instante

para atacar. Un hechizo de luz lo deslumbró y le hi-

zo errar.

Page 219: Ángel Caído 1

219

—Soy la Señora de Todo y de Nada –dijo la horri-

pilante mujer—. Nada me vence pero no pierde. No

arrebato vidas…

—…a los inocentes. Y que yo sepa ninguno de voso-

tros es inocente –dijo la Señora de Todo y de Nada.

La Señora le empujó y Chris cayó al suelo. Vürd

se puso delante de Uksuul y Flup atacó con Chris. La

Señora de Todo y de Nada hizo que dos rayos de luz

les atravesasen. Nadie murió. Se sintieron desorien-

tados.

Chris hizo acopio de fuerzas y lanzó bolas de

fuego a diestras y siniestras. Estas rebotaron con-

tra la pantalla de luz que la enemiga había proyec-

tado en su derredor. Flup se lanzó contra ella.

Este también cayó al suelo. Rensif apretó con to-

das sus fuerzas a Yatass. Una explosión de magia os-

cureció la luz que desprendía la Señora de Todo y de

Nada. Yurik, Flup y Chris atacaron a la enemiga.

Flup cayó al suelo de nuevo.

—No podéis matarme –dijo la Señora—. No con un

asesino protegiéndome las espaldas.

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220

Cicatrices tensó un arco carsoliano y disparó.

Tuang—sssss. Esta vez Flup no se levantó. Pero se-

guía vivo. Respiraba forzosamente y el borboteo de

la sangre resonaba por la estancia. Jed Dews le le-

vantó y se escabulló del lugar. Con Flup. Se refugió

en un rincón. La maldita Señora de Todo y de Nada.

—Huye conmigo –le dijo una voz. Se lo repitió

hasta que Jed le miró.

—Soy el general supremo Ulaine, estoy con Azaed

de Gyterl y con Maese G –prosiguió la voz.

—Yo soy Jed Dews, estoy con Flup.

Contemplaron la pelea. Uksuul y Vürd también se

retiraron un rato más tarde.

—He solicitado refuerzos –dijo Azaed. Efectiva-

mente en la escalera se oían pasos. Y al cabo de un

rato llegaron. Trrojz de Torrealta y unos cuantos

más llegaron. Meridano Gorgol también estaba. Y para

su sorpresa más atrás, estaba el Nono con dos de sus

mejores hombres, Vollten y Burbull.

Los contó:

Page 221: Ángel Caído 1

221

Me, Trrojz, Vollten, Burbull y otros muchos. Pero

uno vestía con túnicas negras con líneas doradas en

la manga, un mago. Se presentó.

—Soy Fergus.

Todos fueron a pelear a excepción de Aliizer IX

de Bugg, Vollten y Burbull. Burbull atendió a Flup.

Chris luchaba con Yurik. Trrojz, Me y otro que le

resultaba familiar se habían unido a la pelea. Se

acordó al instante y exclamó:

— ¡Fergus! –sin distraerse de la lucha, se echó

hacia atrás y dio varias vueltas para llegar a Cica-

trices. Le rompió el arco y le inmovilizó con hábi-

les movimientos.

La Señora de Todo y de Nada, lanzó luz cortante a

Chris que salió despedido hacia atrás.

Al levantarse respiró hondo y sondeó su mente en

busca de un hechizo. Lo encontró al instante. Y lo

ejecutó al momento. Cicatrices se desplomó muerto.

La Señora de Todo y de Nada lanzó múltiples rayos

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222

cortantes de luz pero, con varios hechizos la Señora

desapareció en luz.

La sala quedó oscura y sus “moradores” se des-

plomaron al suelo, abatidos. Fergus habló con Chris-

topher.

—Al dejarte inconsciente con el balonazo, yo ya

conocía la magia por mi tío Blas. Él me lo contaba

todo. Y quise acompañarte. El viaje no salió muy

bien y aparecí en las Cumbres. Fui a Kaysa y para

los Juegos de Sacrificio recién anulados vine a las

Malditas, a Gibaín.

—Yo he estado principalmente en el casco pobre de

Nesolia.

Se levantaron y salieron de aquel pasadizo.

Jed no había pensado ni por asomo contarle lo de

Jake a Chris. El objetivo era mentira. Se lo había

inventado por Hatov.

A pesar de los hechos volvieron a intentar dete-

ner a los infiltrados pero iban a por Yurik, Rensif

y a por Jed Dews. Estaban en un puerto del castillo.

Page 223: Ángel Caído 1

223

Cuatro brujos los perseguían y el resto eran solda-

dos. De haber tenido ganzúas podrían haber llegado

al barco más cercano pero no era así.

—Recuerda, Yatass no es importante –recordó Yu-

rik.

Rensif asintió.

Un virote de un arco medianamente bueno atravesó

la mano de Yurik. De parte a parte. Un brujo resbaló

y se hizo una brecha. Se la curó con su propia magia

y continuó la persecución.

Yurik torció el rostro en una mueca de dolor. Se

lanzó al mar. A una cuerda que sujetaba un barco.

Sus ropas pesaban demasiado y se hubiese ahogado de

no haber esa cuerda. La sangre caía en tropel por su

herida mano.

Rensif aferró a Yatass y todos los soldados mu-

rieron. Los cuatro brujos, los persiguieron. Yatass

se despegó de la mano del elfo y cayó.

Yurik se sostenía con una mano en la cuerda a un

par de metros, y Yatass estaba a su otro lado a otro

par de metros. Jed intentó ayudarle pero resbaló y

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224

se torció el cuello. Hizo un último esfuerzo pero

otro hechizo le torció el pescuezo de nuevo. Jed

Dews murió.

Mientras tanto Rensif elegía, Yatass o Yurik; Yu-

rik o Yatass. Escogió por la vida de su amigo. Los

brujos se apoderaron de Yatass alzándola con hechi-

zos. Yurik le dio la mano a Rensif que tiró de ella

hasta llevarla hasta él.

Yurik y Rensif escaparon como lo habían hecho en

anteriores ocasiones el resto de la Orden y el

Ba`yagé. Al filo de la muerte. Y Jed más allá de

ella. Yurik tenía razón, Yatass no importaba.

Page 225: Ángel Caído 1

225

12

De Vuelta A Nesolia

a habían planeado la vuelta a sus paí-

ses. El Ba`yagé a Carsolia. La Orden del

Deseo Ardiente a Kaysa en Nesolia. Wandiel

y Kòps al casco pobre de Nesolia. Trrojz

de Torrealta sería soldado para Tecious

Hallin en Porkes. Me Gorgol se iría con el

rey Uksuul y el Ba`yagé a Carsolia. Bill el bebio

sería guardia de los Gywe que se iban a Lactora.

Vürd se iría a investigar en las Cumbres.

Y Chris pretendía robar un barco en el puerto pa-

ra irse de vuelta a Nesolia, seguramente a Kaysa.

Agarró el kantô y corrió hacia el puerto. Un guardia

vigilaba los barcos con cierto desdén en sus ojos,

probablemente desdén a su jefe. Chris no quería man-

charse las manos de sangre, pero si tenía que herir

o matar a alguien no dudaría en hacerlo.

Y

Page 226: Ángel Caído 1

226

La razón por la que intentaría robar de día era

porque embozarse en sombras por la noche reducía su

campo de visibilidad. Además, el puerto estaba muy

adornado con árboles y sombras.

Se acercó al guardia y simplemente conversó con

él.

— ¿Has visto algo, compañero?

—No —dijo con un tono muy grave.

—Me había parecido ver un kantô tras los arbus-

tos.

—Iré a comprobarlo, Comadreja —dijo el guardia

fulminándolo con la mirada.

¿Comadreja? ¿Le había llamado Comadreja? Su cara

se había grabado en su mente. Nariz grande, ojos ma-

rrones… Decidió llamarle el Napias.

«Comadreja y el Napias. ¡Qué originalidad!»

Lo pensó con evidente sarcasmo.

Se acercó lentamente al Napias.

—Aquí no hay nada —dijo el Napias.

— ¿A no? —Le empujó al arbusto y le tiró el

kantô a la pierna—. No hables o te mataré.

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227

Se acercó al segundo barco. Negro moteado de

gris. El barco perfecto.

—Lo llaman el ‘Assasin’ –dijo el Napias. (Assasin

es asesino en inglés).

Chris sabía que una amenaza vacía era como comer-

se una cascara de huevo. Prefirió no soltar otra.

Cogió el ‘Assasin’ y esperó a sus amigos.

Al cabo de un rato el Napias dijo algo.

— ¡Chist! Comadreja, ¿son esos tus amigos?

Chris los identificó al instante y asintió. Fal-

taban tres.

Su carro ascendía por las leves rampas que rom-

pían las llanuras de Gibaín. Eran dos personas que

parecían querer rectificar algo de un pasado muy

próximo al presente inmediato. El carro continuaba

avanzando. Si las piedras tuviesen sentimientos, se

hubiesen sentido impotentes para parar aquel carro.

—Lo siento, Rensif –decía Yurik atormentado.

— ¿Por qué? –dijo Rensif apenado.

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228

—Yo lo sabía –dijo Yurik echándose las manos a la

cabeza—. Yo sabía lo que iba a pasar, pero no le hi-

ce demasiado caso y no os lo conté.

— ¿Por qué no nos lo dijiste, maldito desdichado?

—Creí…

—Siempre fallas en tus creencias. Jed Dews ha

muerto, Yurik. Sal de ese río en el que vives, asoma

la cabeza –dijo Rensif un pelín más calmado.

—Creí que tú o él escaparíais con Yatass y sin

mí, el Destino habría cambiado –murmuró Yurik miran-

do al suelo.

—Sí. Pero prefiero que la vida de mi amigo perdu-

re –dijo Rensif alzando el tono. Estaba claro que él

no era un profeta como Yurik.

—No sabes los sacrificios que vas a tener que ha-

cer para que mi vida perdure –rió el profeta.

—Supongo que nuestras vidas están llenas de peli-

gros, pero Jed sigue muerto –añadió Rensif melancó-

lico.

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229

—Además, sigo sin entender el porqué de tu deci-

sión. ¿Por qué saltaste a la cuerda? –prosiguió Ren-

sif.

—No tenía escapatoria. Con la mano herida era lo

único que podía hacer. Pensé que estaría atada a un

barco y… ahora entiendo el error que cometí. Perder

a Yatass y a Jed Dews en una pelea… no es algo muy

normal –añadió Yurik intentando que Rensif lo perdo-

nara.

Rensif cambió de tema al instante. Le había per-

donado.

—Ya llegamos.

—Cierto. –dijo Yurik al divisar a dos ejecutores…

tres ejecutores (Gaelan).

Llegaron rápidamente sobrepasando las fronteras

entre las llanuras y colinas y el puerto.

Saludaron y montaron en una embarcación. La gente

los miraba sorprendidos y Christopher fue el primero

en preguntar.

— ¿Y Jed Dews?

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230

—Muerto. A manos de cuatro brujos –dijo Rensif

gesticulando—. Yatass se perdió.

Chris no se lo podía creer y su expresión no daba

duda de que su rabia no cabía en sí.

—La recuperaremos. Estará en el continente, Neso-

lia, Carsolia y las Cumbres –añadió Yurik.

—Los brujos no tenían aspecto de cumbrainí, pero

tampoco nesoliano o carsoliano –hizo memoria Rensif.

—Y nadie nace en las Malditas –añadió Yurik.

— ¡Eran lactorianos! –coincidieron los tres.

—Piel blanca lactoriana, atuendos cumbrainíes

proporcionados seguramente por su maestro, ojos ne-

gro azabache…

—Completamente lactorianos, pero si sirven a

Azaed de Gyterl irán a Porkes –completó Yurik.

Un hombre con aspecto leporino tenía un kantô

clavado en una pierna. Preguntaron quién era y Chris

dijo, el Napias.

—Comadreja, puedo ir con vosotros.

—Sí, a Kaysa.

—O.K.

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231

—Adelante

El barco partió sin problemas. Sin Glasdus y sin

su hermano M`lasus todo era más fácil.

Boca de Koth avanzó por las calles de Porkes con

poco entusiasmo. Karlya estaba en su casa en la que

construyó cuando todavía era Khanssash. En Nesolia

se habían quedado los matones, un usurpador se había

proclamado rey en ausencia del Nono, había grafitis

en las paredes… Boca de Koth, era Koth al andar con

matones, con una ilusión su cara se ocultaba y se

cambiaba por la de Koth. El usurpador no era otro

que Aj Leporino. En cuanto el Nono llegase, Khans-

sash tendría que estar muerto, Koth más vivo que

nunca y Leporino moriría.

¿Si querían darlo por muerto? No pasa nada, ni

caso. ¿Qué querían jugar sucio? Se mancharían ellos.

¿Qué quieren encerrarle en las mazmorras sin comida

ni agua? Ellos serían su comida. Para él lo demás le

era indiferente. Ojo por ojo, diente por diente. Así

jugaría él.

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232

Sobrevivir. Ese era su objetivo. Y matar a los

que se interpusiesen. La invasión de Carsolia era

inminente pero a él ya nada le ataba a Nesolia. Las

calles siempre habían jugado sucio con él. Ahora

quería venganza. Aún sabiendo que la venganza es un

plato que se sirve frío.

Ya se divisaba la costa desde el barco. Muchos

saltaron, entre ellos Chris, Carzo y Gaelan. Tres

almas gemelas. El Napias les imitó.

— ¡Ehhhh! Comadreja. Espérame.

—Tranquilo, Napias –dijo Chris.

—Yo estoy tranquilo –dijo el Napias—. No me llamo

así pero me gusta.

Carzo, Chris, Gaelan y el Napias escalaron el

puerto. El duque Tecious Hallin hablaba amistosamen-

te con el duque Azaed de Gyterl. Dos matones se pe-

leaban. El Nono avanzando imponente hacia sus rique-

zas en su Trono. Eso era Nesolia. Y además se habían

ganado un amigo, el Napias.

«Hogar. Nesolia. Kaysa»

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233

14

Cuestión De Tronos

j Leporino cruzó la calle y se fue

al castillo con la cabeza gacha. Alii-

zer IX de Bugg ya había llegado. Aj se

sentó sobre el Trono y esperó a que

llegase la muerte.

Lo matarían en cuestión de horas pero le había

resultado llevadera la idea de proclamarse rey. El

Nono nunca tenía piedad, con los traficantes, usur-

padores, saqueadores, herboristas con plantas ilega-

les, y ese tipo de cosas. El verdugo no solía ser

muy majo con los presos, pero… ¡Maldita sea! Se te-

nía que librar. Se frotó el cuero cabelludo con to-

das sus fuerzas. El Nono no disponía de muchos más-

teres.

«Maldita sea, piensa Aj Leporino»

— ¡Garl! —llamó a su mayordomo.

— ¿Qué quiere, señor?

—Un plan para que no me maten.

A

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234

—Lo siento, pero yo no soy el típico que tiene

pájaros en la cabeza y vos lo sabéis —dijo Garl.

Leporino agarró el kantô.

—Ilusiones, ese es el plan. ¡Maldita sea, que los

dioses se apiaden de mí! –gritó Garl. Era obvio que

Garl era el mayordomo del Nono.

—Gracias, Garl.

Una lágrima recorrió la mejilla de Garl. El ma-

yordomo conocía aquella media sonrisa de Aj. La hor-

ca le esperaba.

—MALDITO USURPADOR —chilló Garl.

—No me hagas reír —se burló Aj.

— ¡POR EL NONO! —Garl cogió un kantô e intentó

acuchillar a Leporino.

—No me llamo el Nono. Soy Aj Leporino —rió Aj.

Dos personas entraron en la cámara del Trono.

Luego otras tres.

Luego el Nono.

— ¿Quiénes sois? —murmuró Aj.

—La pregunta no es esa. —Dijo un ejecutor vestido

de negro moteado de gris— ¿Quién eres tú?

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235

—Yo soy Aj Leporino, el rey dios.

—No. —Corrigió de nuevo el mismo ejecutor— Tú

eres mi muriente.

»Y yo tu ejecutor. Y para maldecir. Me llamo

Chris.

Leporino dejó su pecho desnudo. Garl se separó de

él y se unió a todas las personas.

—Si quieres nos presentamos —dijo el Nono.

—Christopher, Gaelan, Carzo, Qetniss Keyl, To-

bilklo Laney, Trrojz, Iata, Makerace…

—Y tú ya sabes lo que eres. Un muriente.

Aj Leporino miró hacia los lados intentando es-

quivar las miradas que se dirigían hacia él. Lepo-

rino miró a Garl y este le miró a él. En la sala del

Trono sólo había una salida y no podría matar a to-

dos esos.

Bill el bebio disfrutaba de una agradable cena

con los Gywe. Era su recompensa por haber estado de

guardia durante todo el día desde que habían llegado

a Lactora. Allí no había conspiraciones, ni homici-

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236

dios, ni magnicidios, ni saqueadores, ni usurpado-

res… En el pueblo sin nombre en el que estaban todo

era paz.

—Bill, ¿te gusta tu nueva vida en Lactora? –le

preguntó Gander de Gywe.

—Mucho, señor –respondió Bill.

Gander rió. A todo el mundo le gustaba Lactora

más que Kaysa o que Porkes.

—Aquí no tendrás que preocuparte de asesinatos o

invasiones como en Nesolia –dijo Cesia.

—Nadie querría perturbar una paz tan absoluta –

explicó Natalye.

—Aquí, como puedes observar, los pueblos no ne-

cesitan delimitaciones entre ellos. Nadie va a lu-

char. No se necesitan fronteras

La explicación de Nolin de Gywe resultaba con-

vincente, mas había conocido hombres como Uksuul a

los que lo único que les importa son los territorios

que conquistan, sin preocuparse por los hombres a

los que mata.

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237

—Hace siglos, Lactora era tan solo una isla per-

dida gobernada por los mismos dioses. ¡Dioses! Sabes

el poder que tenía Lactora –prosiguió Nolin.

Bill asimiló la información.

— ¡Señor! ¡Cuidado! –gritó Shirukteino, el guar-

dia de los Gywe. Normalmente mayordomo.

Shirukteino irrumpió en la sala.

— ¿Qué ocurre? –preguntó Gander.

—Hay Sombras en la isla.

— ¿Qué? –dijo Bill.

—Sombras. Ángeles Caídos esbirros de demonios –

explicó Shirukteino.

— ¡Ya llegan!

Chris se acercó a Aj Leporino y le clavó el kantô

en el muslo. Lo retorció y lo sacó. Repitió el pro-

ceso en el estómago y luego en el corazón. Él sujeto

apenas opuso resistencia. Sacó dos sanguinolentos

tejidos del cuerpo del difunto usurpador y se lo en-

señó al Nono. Aliizer ordenó a Garl que limpiase el

Trono. Llamó al Napias y le adjudicó un puesto entre

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238

sus soldados personales. El general supremo acudió

al instante.

—Me gustaría hablar con el rey dios y con el Án-

gel Caído —dijo. Christopher se adelantó y Aliizer

IX de Bugg hizo una seña para que todos se fueran.

Se sentaron en una mesa de madera los tres.

»Santidad, el rey Uksuul de Carsolia pretende or-

ganizar una rebelión contra usted. Mis espías lo

afirman. Y no creáis que Carsolia no tenga un buen

ejército. Santidad, le ruego que haga algo.

—Tengo varios amigos allí —dijo Chris—. Podría

ofrecerles cosas e irlos destruyendo por dentro.

—No —el Nono hizo un gesto con la mano como si

tratase de apartarlo—. Los llevaremos hasta la cor-

dillera del Eisheggtesh y los destruiremos allí.

—Puedo reclutar a los que viven en la parte po-

bre de Nesolia, si usted me da el permiso. No creo

que nadie tenga algo que perder. —Ofreció el general

supremo buscando mejorar su reputación.

»En el Eisheggtesh los pobres lucharan bien, ya

que nacen acostumbrados al fango. El honor de morir

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239

en la guerra los impulsará a combatir el miedo. No

veo por qué no.

—Acepto —sentenció Aliizer IX de Bugg.

—Yo también —dijo Chris aun sabiendo que por mu-

cho que él hubiese dicho que no la opinión del Nono

valía el doble que la suya.

—Hasta que no recibamos un ataque de las tropas

de Uksuul, no atacaremos. Cuando un nesoliano muera

a manos de un carsoliano, la guerra habrá empezado —

ordenó Aliizer IX de Bugg.

—Sí, santidad —dijo el general supremo Ulaine—.

Así haré.

Shirukteino guió a los Gywe y a Bill por Lactora.

Las Sombras habían recibido las dotes de un dios.

Bill tropezó varias veces por las sendas que Shi-

rukteino les ofrecía. Todavía no habían visto a nin-

guna Sombra, pero todo estaba por llegar. A no ser

que no quisiesen destruir Lactora, y causasen daños

a su paso.

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240

« ¿Estarán acudiendo a la llamada del Lado Oscu-

ro?», pensaba Bill el bebio. A pesar de haber cam-

biado de vida, le gustaba conservar su mote.

No fueron a ningún puerto. Se refugiaron en un

abrigo natural formado por un tronco y un desnivel

del suelo.

—Voy a explorar —dijo Shirukteino. Se fue.

Shirukteino oía el retumbar de la isla a cada pi-

sada de la Sombra. Cada vez oía los pasos cada menos

tiempo y llegó un momento que los pasos resonaron

incesables. Tragó saliva y regresó a su escondite.

—Están corriendo o algo así —informó.

—Investiga. Sigue investigando. Observa su rumbo

Ordenó Gander de Gywe.

Shirukteino se volvió a ir. Las pisadas parecían

estar cada vez más lejos… Siguió el sonido. Pronto

un chapuzón se escuchó. Fue a las orillas y se es-

condió tras un árbol grandioso, evidentemente dotado

de un poder de crecimiento inmenso. Dos Sombras go-

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241

zaban de un baño. Sólo se veían dos caras horripi-

lantes, esqueletos oscuros. Shirukteino miró hacia

todos los lados. El Lado Oscuro no iba con ellos.

Sonrió aliviado. Su cara estaba pálida. Si él

medía dos metros, por una vez se sintió bajo. Escu-

driñó las aguas que rodeaban Lactora, estaban oscu-

reciéndose.

Las Sombras, salieron del agua un rato después.

Él se agazapó tras el árbol.

«Corre, Shirukteino corre, maldita sea»

Estaba totalmente paralizado. Los Gywe y Bill es-

taban ocultos tras otro de esos árboles. Habían sa-

lido del refugio. Les hizo una seña para que volvie-

sen al refugio, pero ellos negaron con la cabeza, no

querían perder a su mayordomo. Una lágrima se desli-

zó por su mejilla.

Nolin desenvainó esperando otra seña de Shi-

rukteino. Pero este no quería dar otra seña. No que-

ría arriesgar a aquella familia. Nolin pareció de-

sesperado y señaló a su espalda. Shirukteino hizo

acopio de valor y miró. Las Sombras se acercaban.

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242

Dio un paso cauteloso hacia adelante. Otro más. El

árbol cayó. Shirukteino saltó hacia un lado y rodó

por el suelo.

Una garra rajó el suelo a su lado. Él se levantó

y salió despavorido.

— ¡Corred! —gritó a los Gywe.

—No te vamos a dejar aquí. ¡Maldita sea Shi-

rukteino! —gritó Nolin de Gywe.

Shirukteino corrió pero una garra oscura le para-

lizó.

— ¡No! —gritó Nolin.

El mayordomo tenía el semblante lívido.

—Adiós. —dijo.

La Sombra le mordió la barriga. Los ojos de Shi-

rukteino se enrojecieron y luego se ennegrecieron.

Las piernas y brazos del mayordomo se oscurecieron y

después la carne se despegó dejando un esqueleto.

Pasó lo mismo con todas las partes de su cuerpo. Los

huesos se ennegrecieron como los ojos y quedó otra

Sombra.

Page 243: Ángel Caído 1

243

Se lanzó al agua y luego salió como las otras

dos.

Los Gywe y Bill corrieron buscando su casa, Se

aseguraron de que las Sombras cambiaban de rumbo y

se protegieron.

—No quería dejar atrás a Shirukteino —lloró Na-

talye.

—Oh vamos hermana, sigue vivo —la intentó conso-

lar Nolin.

—Nunca había visto algo parecido —murmuró Bill el

bebio.

—No vamos a perder a nadie a partir de ahora —

afirmó Gander sin mucha convicción.

—Esto es la guerra. ¡Por Shirukteino! —dijo Cesia

de Gywe.

—Contra el Lado Oscuro y sus Sombras —completó

Natalye secándose las lágrimas.

« ¿En qué lío nos vamos a meter esta vez?»

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244

15

«El Preludio De Una Guerra»

¿General supremo, que he de hacer en

esta guerra frente a Carsolia? —preguntó

Chris.

—Vigila Carsolia, desde las sombras —respondió—.

Tenía… tenía unos papeles por aquí de tu tatarabuelo

que me dio el Maestro… a… Aquí están —dijo.

Se los entregó.

—Me encargaré de leerlos dentro de mucho tiempo

—dijo Chris. Se los guardó en el zurrón del cinto—.

Gracias de todas maneras.

—Ulaine, estás seguro de lo de Carsolia —Aliizer

hizo la pregunta a modo de afirmación—. Azaed de

Gyterl y Tecious Hallin lo niegan.

»Ah, y Chris, ¿me han dicho que intentaste matar

al duque de Azaed de Gyterl, y antes habías estado

vigilando a Tecious, quién te lo ordenó?

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245

—Un tal Jake —respondió el Ángel Caído—. Me dijo

que era orden tuya.

—Azaed y Tecious son duques famosos por todo Ne-

solia. No hablamos de Porkes o de Kaysa, hablamos de

todo Nesolia ¡dioses, si los hubieses matado! —dijo

el Nono.

—Santidad, le prometo que yo no me lo inventé —

replicó Chris a la defensiva.

El Nono asintió.

—Chris te tienes que ir a Carsolia —le instó el

general supremo.

—Ya voy, no se impaciente.

—Corra.

Chris corrió a por su arma y una vez listo salió

del castillo. Un carruaje le esperaba en la puerta.

Sonrió; el Nono le había alquilado un carro con cho-

fer. Subió y sentó en los asientos traseros. Un bo-

wing-knife reposaba sobre la tapicería de cuero.

—Lléveme a Carsolia —le pidió al chofer.

—O.K.

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246

El viaje fue lento y monótono, pero permaneció

muy despierto. En varias ocasiones se descubrió afe-

rrado al kantô sin coger, por instinto, el bowing-

knife del asiento.

— ¿De dónde es usted? —preguntó el Ángel Caído

aburrido.

—De las Cumbres —respondió el chofer.

— ¿Para qué este viaje?

— ¿Qué?

— ¿Para qué este viaje? —repitió el cum-

brainí.

—Asuntos del trabajo —respondió Christop-

her.

— ¿Para quién trabajas?

—Para mí —respondió Chris.

— ¿Quién te manda la misión? —preguntó el

cumbrainí.

—El Nono y el general supremo Ulaine —respondió

el ejecutor serio.

El chofer no volvió a hablar hasta que llegaron.

—Bájese —dijo.

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247

«Con el mismo gusto con el que cumpliré la mi-

sión»

El rey Uksuul se paseó por los pasillos de su

castillo. Flup y Vürd lo seguían. El capitán Peshoa

traía el cargamento más pesado (armas y mercancías

robadas) y vendría más tarde.

Pensó en su lista de objetivos de Nesolia a los

que mataría en la invasión.

«Tecious Hallin, Azaed de Gyterl, el Ángel Caído,

la Orden y por supuesto al rey»

Aj Leporino había sido un intento de conquistar

el Trono mediante un usurpador, pero el Nono nunca

estaba solo. Chris sólo había sido un compañero, no

un amigo ni socio. No le importaba matarlo. Mataría

a cualquiera para ser rey dios.

Pensó de qué manera mataría al Ángel Caído.

Sacar uno a uno los sanguinolentos tejidos no le

gustaba, contrataría a un ejecutor. Seguramente al

más famoso de Carsolia, Van Whell Sangre. Van Whell

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248

Sangre le retorcería los órganos y le estrujaría los

sesos, literalmente.

—Majestad, ¿cuándo iniciaremos la invasión? —Dijo

Vürd leyéndole los pensamientos—. Van Whell Sangre

me parece un buen ejemplo de ejecutor—dijo para

chinchar al rey.

—A la próxima te citaré con el verdugo—amenazó

Uksuul—. Sabes que no me importas.

Vürd tragó saliva; Flup le miró sin comprender la

estupidez del máster. Siguió a Uksuul. El rey estaba

llamando a un guardia.

»Llévate a Vürd a las mazmorras. Tenle sin comer

en la jaula de los irracionales—así llamaba él a los

moradores de la celda en la que permanecían sin co-

mer—. Una semana. Sí, ya te avisé Vürd. Flup te de-

bería haber matado.

— ¡No puedes hacerme esto! —gritaba el máster.

—Calla, ¡máster de pacotilla!—le espetó.

Uksuul le sonrió burlón.

«Quien ríe último ríe mejor»

—Flup, infórmate de la posición de Peshoa.

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249

—Sí, santidad —respondió.

Chris estaba oculto en una de las calles de Car-

solia. Todo parecía tranquilo. Peligrosamente tran-

quilo. Aguzó el oído, pero no se oía nada. Salió de

las sombras y un hombre que vestía igual que él le

acalló situando su mano sobre la mano de Chris.

— ¿Qué haces aquí?—le preguntó Carzo Zarzai.

—El Nono y el general supremo me han contratado,

¿y tú?

—Es una misión del boidah, Qalegar, ¿recuerdas? —

le respondió.

Christopher asintió.

—No debo matar a nadie, vengo para espiar —dijo

Chris.

—Yo debo matar al conde Versena—dijo poniendo una

cara rara al pronunciar el nombre.

—Suerte—le dijo Chris.

—No creo que la necesite—dijo Carzo—. Nos vemos

en Kaysa.

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250

Chris se limitó a asentir con la cabeza. Chris se

desplazó hacia la derecha buscando una buena vista

de la ciudad. El castillo estaba a unos cuantos me-

tros de él. Corrió y se situó tras un transeúnte que

pretendía entrar en el castillo. Entró tras él con

cautela y se situó en la pared, envuelto en sombras.

Cada vez que alguien pasaba él le seguía. Con un po-

co de suerte uno iría hacia los aposentos del rey

Uksuul.

Uno de ellos, parecía la mano derecha del rey

subió las escaleras. Se situó tras él a una veloci-

dad felina y le siguió como si fuera su sombra. Lle-

garon al piso superior en un santiamén. El transeún-

te miró hacia atrás y Chris se tuvo que agachar.

¡Era Flup! El sujeto subía las escaleras con elegan-

cia, sin prisas.

Por fin, llegaron a los aposentos de Uksuul. Flup

se sentó en una silla.

Chris se quedó fuera escuchando.

—Santidad, ¿cuándo iremos a Nesolia para la inva-

sión? —preguntó Flup con firmeza.

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—Cuando venga Vürd—dijo Uksuul

—A propósito, ¿dónde está Vürd? —lo dijo aposta,

el ya conocía su paradero.

—Pudriéndose en las mazmorras.

Era obvio que Flup lo había dicho para hacer rec-

tificar a Uksuul.

» ¿Sabes tú parte? —Flup negó con la cabeza—. De-

bes luchar con mis soldados y tú, eres el más apto

para luchar contra el Ángel Caído, porque fuiste su

amigo. No creo que vaya a matar a su viejo amigo

¿no?

—Disculpa, pero usted sabe perfectamente que un

Ángel Caído mata a su enemigo y punto. Usted no sabe

hasta qué punto le va a mandar. Él es libre. ¿No lo

entiende?

— ¿Cree que he nacido ayer? —se burló el

rey.

—No, santidad —negó Flup.

Chris ya sabía que le querían matar a manos de

Flup. Y que la invasión era inminente

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252

—Dentro de seis días atacaremos Porkes y luego

Kaysa. La parte de los pobres no importa—dijo el

rey Uksuul.

Chris se fue de vuelta con su chófer. Repitió

el proceso de seguir a los transeúntes del casti-

llo para salir.

«Este es el preludio de una guerra. Tengo seis

días»

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253

16

La Cordillera Del Eisheggtesh

hris ya había llegado al castillo de Por-

kes. El plan se había modelado un poco con la

información que había traído. En lugar de irse

a K`mam para ir a la cordillera del Eisheg-

gtesh, algunos se refugiarían en la parte po-

bre de Nesolia. Porque sabían que esa parte no

la conquistarían.

—Ahí sólo se refugiaran algunos—decía Ulaine—. Noso-

tros haremos otro ejército en K`mam. Tenemos a Carzo,

como dice Chris, es un Sers.

—Yo iré a K`mam contigo y con el Ángel Caído más los

que se unan—dijo el Nono.

—El duque Azaed de Gyterl y Tecious Hallin irán

con nosotros y seguramente con la Orden—dijo Chris.

—Alguien debe liderar a los pobres—dijo el gene-

ral supremo.

—El anterior rey de Nesolia, Yapikatane—dijo

Chris.

C

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254

—Santidad, ¿usted qué opina? —dijo Ulaine.

—Llamad a Yapikatane—dijo Aliizer IX de Bugg.

Christopher se fue a llamar a Yapikatane por Kay-

sa. No estaba muy lejos. Al salir del castillo ya le

divisaba. Corrió y lo llamó.

—Tienes un trabajo.

— ¿Cuál?

—Ven.

Le guió hasta le despacho del Nono.

—Debes quedarte donde los Pobres…—le contó el

plan.

—Cualquier cosa por recuperar mi dignidad.

—A reclutar soldados —le instó el general supre-

mo.

Yapikatane se fue.

—Una parte está hecha —dijo el general supremo.

Llamaron a varios hombres a la orden de Bugg.

Yter, Glavertine, y un bárbaro llamado Lengar, que

al parecer tenía una espada llamada Otengar.

—Lengar —le examinó el Nono—. ¿Qué tipo de magia

tiene Otengar?

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255

—Elemental —respondió Lengar con rapidez.

El general supremo Ulaine pululaba por la habita-

ción dubitativo.

—Chris, ¿qué escuchaste? —dijo Ulaine.

—En seis días será la invasión de Uksuul —repitió

Chris.

—Yter, liderarás cuatro equipos de pobres —dijo

Ulaine, todavía dubitativo.

Miró a Glavertine y se frotó la barbilla.

—Tú, liderarás una de las cuatro torres de defen-

sa del castillo —le dijo a Glavertine.

Se volvió para mirar a Lengar, que sostenía a

Otengar como si le fuese la vida en ello.

—Tú harás una prueba a los pobres y escogerás a

los más fuertes para proteger la línea sucesoria y a

la nobleza.

—Partiremos dentro de tres días, cuando queden

tres días para la invasión —dijo el Nono.

Lengar, el bárbaro; Yter, el férnilo; y Glaverti-

ne, el Multimórfico, se fueron cada uno por un ca-

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256

mino. A cumplir su misión. El Nono los observó hasta

que desaparecieron por los corredores.

—Chris, espero que estés seguro de que van a in-

vadirnos dentro de seis días —dijo Aliizer IX de

Bugg.

—El rey Uksuul lo dijo —replicó el Ángel Caído.

—Ya podéis iros —suspiró Aliizer.

El general supremo y el Ángel Caído desaparecie-

ron de la estancia al instante.

Christopher tenía cosas que hacer, asuntos con

Carzo Zarzai, en Kaysa. Por suerte la Torre de Por-

kes estaba justo en la frontera de las dos ciudades.

Llegaría en unas horas. Quería hablar con él. Y tam-

poco desaprovecharía la oportunidad de avisarle de

la inminente invasión.

Van Whell Sangre recorría Porkes envuelto en som-

bras. Disfrutando del pensamiento asesino para matar

al rey dios. Tejidos sanguinolentos deslizándose por

el cuerpo del difunto rey dios. Un estremecimiento

bastante satisfactorio le recorrió la espalda. «Le

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257

clavaré la punta de dos cuchillas en las pupilas.

Las haré girar lentamente y luego le sacaré los glo-

bos oculares. Una vez haya cegado a mi víctima, le

romperé las costillas y lo heriré de muerte.» Otro

satisfactorio estremecimiento le recorrió la espal-

da. Van Whell Sangre trepó por una pared del barrio

nobiliario. El castillo se veía desde allí. Se sentó

en una de las balconadas de las viviendas nobilia-

rias y descansó. Una doncella salió a limpiar la

balconada. No le vio, él sabía cómo esconderse. La

doncella volvió a entrar y a cerrar. No tenía ni

idea de qué noble habitaba en aquella vivienda, le

importaba lo mismo que la vida de un sirviente.

Sólo servía a Uksuul por el estupendo placer de

matar a Aliizer IX de Bugg. Y por una maravillosa

pasta. Veinte oros.

Van Whell Sangre saltó del tejado y aterrizó fle-

xionando las piernas. Desde hacía mucho le gustaba

pegarse caminatas pero, también matar. Y a eso le

sacaba provecho: primero, una larga caminata para

inspeccionar la ciudad y si acaso el lugar de la

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258

sentencia; y después, mataba. Pero su deber, no su

derecho, era matar. Necesitaba manejar ese arte,

pintar con la sangre, con pinceles…

Se acercó a una herrería situada al final de la

calle. El maestre herrero le dejó entrar. La sala

tenía una forma de hemiciclo, y límpidos suelos

adornaban la estancia, en la techumbre abovedada,

habían hecho un minúsculo agujero para que el humo

de la hoguera ascendiese hasta atravesar el agujero.

Van Whell Sangre preguntó por una espada adornada

con dragones y una piedra en la cruceta. Le habían

respondido que era una imitación de la que su maes-

tro guardaba en su casa. La imitación era barata y

cualquier imbécil la hubiese pagado. Valía quince

platas, la de verdad valdría veinte oros, su recom-

pensa.

—Valioso hantð —le sorprendió una voz.

El maestro estaba a su lado sobre un hantð proba-

blemente hecho por algún aprendiz experto. Nunca ha-

bía oído hablar de esa arma en Carsolia, ni en las

Malditas, sólo en una de las herrerías que probable-

Page 259: Ángel Caído 1

259

mente, por su diseño, hubiese ido adquiriendo más

fama que cualquier otra herrería de Nesolia, tal vez

del Mundo Tangible.

Van Whell Sangre salió de la herrería y se desli-

zó por la calle perfectamente disfrazado de borra-

cho. Se apoyó en una pared fingiendo tambalearse.

Escuchó una voz ronca. No miró.

Al cabo de un rato, un matón le salió al paso pa-

ra saquearle y dejarle sangrando igual que a otro

drogadicto al que le oía el aliento desde su posi-

ción, tenía la dentadura mellada por la droga y unas

estupendas ojeras adornaban su cara. Los párpados se

le caían demasiado, como si le pesasen. Aquellos ma-

tones no sabían a quién se enfrentaban.

—Eh tú —le llamaron—. ¿Qué, a qué esperas?

Van Whell Sangre le sonrió forzosamente, obvia-

mente fingiendo ser un borracho.

Se había disfrazado de borracho para matar a un

grupillo de matones. Y ahí estaban.

—La pasta, leñe —dijo otro matón. Eran tres, car-

gados con porras. Le dieron una patada.

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260

«Ahora empieza la fiesta»

Le asestó cuatro puñetazos sin ninguna pausa y

lanzó una patada al primero. ¡Crac! Sintió como las

costillas se rompían. Su rival cayó al suelo. El se-

gundo saltó con la porra y le dio una patada en la

tripa. Van Whell Sangre no gritó, soltó un puñetazo

a su cara. Le rompió la nariz.

El jefe desenvainó una espada larga. El asesino

se quitó el disfraz para que el matón supiese quién

era. El rival exclamó y lanzó dos puñetazos. Van

Whell Sangre lo paró y estrujó la mano del matón co-

mo si de un tomate se tratase, el jefe gritó. El

asesino retrocedió para coger carrerilla y placó al

matón contra la pared. Al cabo de un rato, se descu-

brió dando patadas y puñetazos al cuerpo de un muer-

to. Sonrió. El primero tenía las costillas rotas y

le costaba respirar. Le torció el cuello. Repitió la

acción con el siguiente. Se convulsionaba.

Gaelan le había estado observando durante toda la

acción. Estaba aburrido y había buscado peleas por

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261

Porkes. Esta era, sin lugar a dudas, la más intere-

sante. Sostenía un arco en la mano. Por si acaso.

Saltó a otro tejado y observó al asesino. Nadie

era mejor que el Ángel Caído. Se descubrió trotando

por los tejados vigilando al asesino. Su ropaje es-

taba más ensangrentado que el cuerpo del mismísimo

muriente.

Aquella vida, sin boidah o algo por el estilo,

todo era mucho más monótono. Y ahora no sabía si de-

bía matar al asesino o dejarlo con vida. Había visto

los ojos de la Muerte en su cara, los movimientos de

un felino y aun así, no superaba a Chris. Era extra-

ño.

Los tres días siguientes hizo lo mismo. Vigilar.

El asesino de la otra noche ya no salía. Había mata-

do a tres sobre cuatro de un grupo. Tensó el arco y

pensó. « ¿Va a ser mi vida tan remotamente aburri-

da?» Soltó la cuerda y vio los extraños que la fle-

cha hacía en el aire. El objetivo cayó.

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262

El general supremo Ulaine, el rey dios, el Ángel

Caído, Lengar, la Orden del Deseo Ardiente y los po-

bres que Glavertine les había ofrecido.

Desde luego no eran muchos, pero realmente era lo

que Ulaine había intentado, de haber sido de otra

forma, hubiesen tardado meses en llegar a K´mam, y

tal vez más para llegar, a la parte baja de la cor-

dillera del Eisheggtesh. Sin embargo, siendo pocos,

llegarían en dos días. No disponían de carruajes ya

que en K`mam la arena impediría el movimiento del

vehículo.

Pasaron las fronteras de Nesolia pasado un día. Y

en otro ya se divisaba la cordillera. En poco tiempo

llegarían, y con ello la invasión. Las últimas noti-

cias de Yapikatane y Glavertine era la finalización

del sencillo entrenamiento.

Les habían dejado Nesolia, pero no el puesto de

rey dios. Protegerían al Nono hasta el último alien-

to. Uksuul jamás obtendría el título de rey dios… o

por lo menos mientras el rey dios Aliizer IX de Bugg

no hubiese sucumbido.

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263

17

Invasión

Lavertine, Yapikatane, Trrojz y Yurik esta-

ban allí, en el Casco Pobre, donde habían

creado la guarnición de Ejecutacabeza. Si

Carsolia vencía a la guarnición estarían

acabados. Me entrenaba a los pobres. Los

pobres luchaban con porras y palos. Si les

tendías una armadura, espada, vaina… se convertían

en patos mareados.

—No creo que esto vaya a resultar. Si pasan la

guarnición Ejecutacabeza estaremos acabados. Toda la

milicia estará aquí al alba. ¿Podríamos irnos a la

cordillera del Eisheggtesh? —preguntó Yurik.

—No pienso dejarlos abandonados a su suerte.

—Es muy noble por tu parte decir eso, Yapikatane

—respondió Glavertine.

—Y también suena a suicidio —dijo Trrojz de To-

rrealta.

G

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264

Glavertine reflexionó. Trrojz tenía toda la ra-

zón. Es como intentar matar a un ciclón. No podían

con Carsolia. El rey Uksuul dominaría Nesolia, pero,

mientras Aliizer IX de Bugg se mantuviese con vida,

el puesto de rey dios no sería sucedido.

— ¡Ya vienen! —gritó Me—. Suerte a todos.

Esas palabras insuflaron esperanza en ellos y

también en los pobres, o al menos eso parecía. Desde

la guarnición rudimentaria de Ejecutacabeza, se di-

visaban tres barcazas. Me Gorgol subió hasta la po-

sición de Yapikatane, Yurik, Glavertine y Trrojz.

—En caso de pérdida de todo nuestro pobre ejérci-

to iremos al Eisheggtesh —añadió Me.

Justo como habían planeado, tres hombres a caba-

llo avanzaban en la vanguardia del grupo, y la parte

de la retaguardia iba en filas de a dos.

—Vollten y Burbull, ¿están con nosotros? —

preguntó Trrojz.

—No.

Otearon el horizonte pidiendo ayuda al Dios, Él

era el único capaz de salvarles. Luego bajaron la

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265

mirada hacia los pobres que precipitaban su mirada

por la bajísima muralla para ver a los carsolianos.

Esos pobres morirían con honor. Su mísera vida podía

acabarse en aquel momento tan lúgubre y macabro.

Me daba órdenes a sus «soldados» como un loco

mientras que Yapikatane y Glavertine se ponían con

los brazos en jarra para observar como se les plan-

teaba la batalla de Ejecutacabeza. Trrojz y Yurik

fueron a buscar todo tipo de armas cuchillos, espa-

das, dagas, espadas gancho, espadas gemelas, arcos,

aljabas con flechas, un bote con veneno de áspid

blanco.

Glavertine se cogió un arco, una espada y varios

cuchillos. Tensó el gran arco cumbrainí que había

escogido y se recostó sobre la pared delante de una

ventana sin cristales. Disparó. La flecha trazó su

trayectoria hasta topar con carne.

Ese disparo habría sido uno de sus mejores dispa-

ros si se hubiese fijado en su trayectoria en lugar

de defenderse. Los quinientos pobres que estaban ba-

tallando caían como moscas y eso no hacía más que

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266

insuflar miedo, que se iba convirtiendo en pánico.

Aquellos hombres tan viles y crueles no les intimi-

darían.

Una flecha atravesó la ventana y se clavó en la

pared. Yapikatane se asomó y otra flecha salida de

la nada se clavó en la pared. Yapikatane se escon-

dió.

Van Whell Sangre no se había querido perder aque-

lla batalla. Sus ansias de matar no eran nimias.

Desde la pelea de los matones que se habían pasado

al barrio nobiliario, sus ansias de matar no habían

hecho más que hincharse. Disparaba flechas desde

treinta pasos de distancia embozándose en las som-

bras de la noche que permanecían al alba.

Los quinientos soldados con los que se habían to-

pado se habían reducido a doscientos y el proceso de

reducir el ejército, continuaba.

Sus flechazos habían quitado de en medio a dos-

cientos. La guarnición de Ejecutacabeza no tardaría

en caer. Trescientos pobres con armaduras y espadas

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267

que apenas podían levantar no les iban a ganar, y

sus superiores lo sabían, la guarnición de Ejecuta-

cabeza no era rival para él.

Van Whell Sangre saltó impulsado por su propia

magia y trepó por la muralla. Un pobre le salió al

paso y él, con una vuelta barrió sus pies y le tiró.

El pobre cayó de bruces y para él no fue difícil ma-

tarlo. Corrió lanzando flechazos sin importarle la

ausencia de sombras. Lo importante era lo importan-

te. Matar.

Yurik se había sumido en uno de sus sueños del

futuro. Todos los de esa fortaleza iban a morir. De

forma heroica, pero esa parte de la trama no la des-

cifraba: ¿quién ganaría la batalla o la guerra?

— ¡Yurik! —oyó la voz de Me y el silbido de una

flecha.

Se movió y volvió a concentrarse en su trance.

Las voces y el borboteo no le dejaban pensar.

Al abrir los ojos y oír un nuevo silbido de una

flecha, se refugió con los demás.

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268

—Ajá —Yapikatane había conseguido aprender a car-

gar un arco carsoliano que encontró por el suelo.

Tuang-sssss. El virote salió disparado hacia el

mogollón que colapsaba la puerta principal recién

abiertas. Ni siquiera se fijó en la víctima de su

proyectil, se refugió.

—Chist —susurró Trrojz—. No tenemos tiempo.

Glavertine se aferró a su kantô. Se apreciaba el

salpicar, de un tajo perfectamente ejecutado, de la

sangre contra la pared principalmente de barro re-

forzado con piedras. Chin, una espada desenvainándo-

se produjo un extravagante sonido y después todo se

quedó en silencio.

—Voy a mirar —dijo Trrojz de Torrealta.

Trrojz salió al corredor, espada en mano, saltó y

con un grito de guerra lanzó una estocada a su con-

trincante. El enemigo tenía la cara sudorosa pero

sonreía y no olía mal. Su rival la esquivó y lanzó

su espada hacia Trrojz sin siquiera rozar al sujeto.

Le agarró del pelo y tiró hasta hacer sangrar su

cuero cabelludo.

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269

— ¿Quiénes sois? —dijo el asesino.

—La guarnición de Ejecutacabeza.

Trrojz sintió más presión en su pelo.

—Chico valiente, ¿eh?

Trrojz saltó a un lado desprendiéndose de su pe-

lo. Pero una fuerza lo levantó por los aires y lo

tiró hacia atrás. El asesino escupió. El dolorido

Trrojz hizo un último intento de matar al ejecutor,

pero otro puñetazo le hizo salir despedido hacia

atrás. Un kantô voló por los aires y mató a Trrojz;

que fue perdiendo la nitidez poco a poco.

El ejecutor entró en el cuarto lanzando cuchillas

por doquier.

-Una buena defensa para mi honor perdido ¿no?

Aquel pensamiento dejó casi sin aliento a Yapika-

tane. El asesino que acababa de entrar lanzó un vi-

rote hacia Glavertine que resbaló y esquivó el viro-

te.

—Marchaos —dijo Meridano Gorgol.

—No —dijeron Glavertine y Yurik mientras Yapika-

tane salía escopetado.

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270

Me les empujó y cerró la puerta para que huyesen.

Miró a su rival, le reconoció al instante.

—Van Whell —dijo—. ¿Por qué?

—Sangre —añadió el sanguinario.

Una cuchilla asomó por la manga de Van Whell San-

gre y Me se defendió. Un kantô voló hacia Meridano,

que con un grácil movimiento esquivó el arma. Aun

así, la pelea no duró demasiado. La mente de Me se

nubló y fue directamente a matar y Van Whell lo mató

con crueldad. Tumbó la puerta y lanzó cuchillas a

Yurik que quedó tendido en el suelo moribundo, a

Glavertine le pasó más de lo mismo. Yapikatane co-

rrió pero nadie le podía ayudar, todos estaban muer-

tos. Van Whell Sangre le mató. La guarnición de Eje-

cutacabeza había sido abatida.

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271

18

Los Abrasantes

HRIS despertó al lado de Makerace y de

Zarzai. El rey dios dormía con Vollten,

Burbull, Yter y Utter en una tienda de

campaña mientras que el resto dormía al

raso. Al alba (en ese momento) tenían que

atacar o esperar el ataque. Chris despertó a todos,

incluido a Aliizer y a sus soldados importantes.

Maese G lideraba en la retaguardia.

— ¿Cómo te encuentras? —le preguntó Maese G.

—Extraño. —Respondió— he matado mucho, pero nunca

en una guerra.

—Mata como siempre —dijo.

—Así haré —Chris le dio una colleja sonriendo con

sorna.

Maese G se despidió con un abrazo y ocupó su

puesto junto al rey dios y sus soldados de confian-

C

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272

za. Tecious Hallin y Azaed de Gyterl reían junto al

rey dios; Rensif se marchaba a investigar en las

Cumbres, buscando lugares habitables. Gaelan, Carzo

y Makerace eran los únicos que le comprendían excep-

to por ser un Ángel Caído.

Unos jinetes acudían a caballo armados en la le-

janía. Se lo esperaban. Arrasaban todo a su paso. No

estaban lejos. Maese G incendió la punta de las fle-

chas.

—Carguen —ordenó—, preparen y… ¡lancen!

Una lluvia de balas cayó sobre los jinetes y mu-

chos cayeron. La arena de K`mam, no parecía arena,

parecían llamas del infierno.

«Mataré como en un homicidio.» Pensaba Chris an-

sioso por la llegada de los jinetes. Chris trató de

mantener su mente fría.

Los jinetes traían a un asesino que se embozó en

sombras después de la caída de flechas.

Por fin llegó. La primera fila de soldados fue

arrasada en un instante, la segunda resistió y por

fin, llegó el momento de Chris. El ejecutor no era

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273

Van Whell Sangre, era uno menos diestro que el san-

guinario asesino perfecto de Carsolia. Estocada iz-

quierda, estocada derecha, estocada izquierda y

vuelta. Chris ya había memorizado los pasos de su

enemigo asique en uno de ellos esquivó la estocada y

clavó una espada en el costado del ejecutor. Luego,

Chris sentenció la pelea con una filigrana con la

espada y un tajo descendente por la aorta.

Carzo mataba con Iata y Makerace. El Maestro y

Qetniss les ayudaban por detrás. Y ese fue el pro-

blema. Qetniss.

Boca de Koth había informado a Karlya de las per-

sonas a las que matar. En K`mam podía hacer aumentar

el calor por una zona y eliminarlos con más facili-

dad. Y así hizo. Su primera víctima fue Qetniss

Keyl. Sus ojos resbalaron como lombrices y su pelo

cayó al suelo, después el sujeto vomitó y murió. As-

queroso.

El Maestro se resistió más y se podría decir que

mató a Karlya, porque se tele-transportó con ella al

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274

fondo del mar. Boca de Koth intentó detenerle, pero

no podía detener tanto poder. No fue efusivo con na-

die, ni siquiera con viejos amigos.

Karlya había emergido en Lactora. Oía pasos de

Sombras. Maldijo en su idioma telepático y por des-

gracia dos Sombras acudieron a su encuentro. Por

primera vez se sintió vulnerable. Las Sombras acaba-

ron con Karlya, con el Lado Oscuro, con la esencia

del mal.

Boca de Koth sintió como si una parte de él se

desprendiese de su cuerpo. Volvía a ser Khanssash.

El Ángel Caído fue a por él. Pelearon hasta el últi-

mo aliento. Su espada desprendía oscuridad y la del

Ángel Caído luz. Fue una pelea rápida. Pero las es-

tocadas de la máquina de matar, eran irregulares,

con cambios de marcha; sin embargo sus estocadas

eran más pausadas.

— ¿Quién eres? —preguntó Chris evocando a al-

guien.

—Nadie.

Una cabeza totalmente redonda. Sin orejas.

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— ¡Khanssash!

Atacó con furia. Destrozó cada parte de su cuer-

po. Lo mató. Con su kantô y le robó un arma, que ha-

bía conocido hacia poco, el hantð. Tecious Hallin se

fue quedando poco a poco sin escolta y en un descui-

do él y Azaed de Gyterl estaban muertos. Vollten y

Burbull tampoco tardaron en morir. Yter y Utter lu-

charon matando a cientos en la batalla que poco a

poco iba alcanzando su fin. Corta, pero dura. Utter

murió, en un descuido había perdido el arma. A Yter

le pasó más de lo mismo. Maese G huyó hacia Chris y

el resto de la Orden reunida en la retaguardia, im-

potentes, ¿cómo matar a un ejército de carsolianos?

El rey dios encaró a Uksuul que lo superaba en en-

vergadura. Su cabeza rodó por los suelos. El rey

dios Uksuul dominaba los tres desiertos, Carsolia,

aulló de alegría. Los carsolianos habían triunfado.

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18

Investigaciones

ensif acababa de hallar un cadáver de

joigeb helada. Aquel joigeb se debió de

extraviar. Estaba en una caverna repleta

de cadáveres de animales congelados. En-

tre todos aquellos había descubierto unos

bastante familiares. Uno de ellos lo ha-

bía descongelado con magia: Malfor. Acababa de en-

contrar otro cadáver humano, era un soldado que ha-

bía quedado irreconocible. Rensif sondeó la tierra y

se cercioró de que no había muchos cadáveres, des-

pués se aseguró de que ninguno era humano.

Se trasladó a otra parte de la gigantesca caver-

na. Excavó y sacó otro cadáver congelado. Era com-

pletamente irreconocible. Lo dejó a un lado y desen-

terró otro. Aquello era una cripta.

R

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277

Desenterró otro cadáver fácilmente reconocible,

Leonardo. Lo dejó apartado junto al otro. Sondeó en

la nieve buscando otro cadáver pero no había nin-

guno. Cavó en otro lugar. La tierra empezó a temblar

y una estalactita cayó sobre el agujero, era como si

nadie quisiese desenterrar aquel cadáver.

Rensif cogió uno al que no había reconocido y sa-

lió corriendo de la cripta helada. Una cripta que se

derrumbaba era ir al infierno.

—Maldita sea. —Sabía que había perdido su único

refugio en aquel desierto helado.

Corrió hasta caer rendido sobre el cadáver ya ca-

si descongelado gracias a su magia.

Al día siguiente el cadáver seguía irreconocible.

Pero sin hielo. La cara se iba colocando según pasa-

ban los días, y lo peor era que no podía acelerar el

proceso. Se descubrió varias veces corriendo con el

cadáver a rastras para entrar en calor, y de paso

buscaba plantas y maderos para prender fuego en al-

gún abrigo natural de las Cumbres.

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Depositó el cadáver en una roca y volvió a correr

exhalando su aliento para calentar sus manos.

« ¿Era necesario pasar frío?»

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Epílogo:

Esperanzas

staba corriendo por el gélido territorio de

las Cumbres cargando con el cadáver. El pa-

so del tiempo no implicaba sed, ya que co-

gía nieve y la derretía en sus manos. Pero

no tenía comida. Sólo un trozo de un cadá-

ver de joigeb. Poco a poco también surgía

sed porque granizaba y el hielo tardaba en derretir-

se ya que a Rensif, el elfo, se le congelaban las

manos con el hielo.

Gritó al cielo suplicando ayuda, ayuda para en-

contrar otras cavernas o una cripta, desde que se

derrumbó la anterior había vagado suplicando un pe-

dazo de carne.

Un abrigo en las montañas había sido lo único que

el Dios le había ofrecido. Rensif no prescindiría de

aquel regalo

E

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280

No ahora. La cara del cadáver se leía cada vez

más, y más. Ya tenía una idea de que podía ser Poler

u otro Nigromante, pero cada día sus pensamientos se

alejaban más de lo que era.

Sólo le quedaba el pelo. Y el color. Esperaba y

esperaba hasta el anochecer que fue cogiendo color

hasta ser todo lo contrario de lo que Rensif había

esperado. Una satisfacción inundaba su alma en aquel

momento.

El Maestro vagaba por Lactora, perseguido por

Sombras, desorientado. Poco a poco las olas del mar

cubrían el sonido de sus pisadas y le hacían orien-

tarse.

Se tele-transportó. Vagaba por una dimensión, un

túnel mal alumbrado de color morado y con pliegues

se extendía, y por otro lado una fuerza lo llevaba a

otro oscuro. La Casa de la Muerte. Interpuso sus

fuerzas y se internó en el túnel morado. Vio una luz

y llegó a K`mam. Su regreso insuflaría esperanzas en

los renegados a Uksuul, sus amigos.

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281

¡Remo! ¡Ante sus ojos Remo! Rensif había encon-

trado a Remo, y él hizo el Juramento, era inmortal.

Durmió eufórico.

Al alba descongeló el cuerpo y alma de Remo, es-

taba dispuesto a hacerlo vivir. Pasaron días, tal

vez semanas o meses…

Rensif despertó de un trance de sueño, como la

hibernación. Remo había cuidado de él. Remo no había

muerto, eso insuflaría esperanzas en la Orden del

Deseo Ardiente. Y en Nesolia. Remo no había muerto.

Remo estaba vivo.

Final del primer libro.