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HC Juan Rubio Hubo una vez un Concilio Carta a un joven sobre el Vaticano II

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Juan

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HCJuan Rubio

Hubo una vezun ConcilioCarta a un joven sobre el Vaticano II

HCLos jóvenes necesitan

conocer hoy aquella primavera conciliar

«Hubo una vez un Concilio…». Carta a un joven sobre el Vaticano II, no es un libro habitual. Es una obra de reflexión personal, con algunos datos y con mucho de opinión. Está escrito de forma epistolar. Está pensado para jóvenes de 18 a 30 años, gente de una generación distinta a la vivió el posconcilio. El estilo es directo, alejado de la erudición, pero con incursiones e informaciones que se consideran válidas para un uso del libro en clases de Religión, en centros de enseñanza o en la pastoral. No es una carta a alguien que sea ateo o agnóstico, sino a alguien que tiene cierta preocupación por saber. Añoranza por un acontecimiento eclesial que marcó la vida de la Iglesia y sobre el que, a veces, ha corrido un velo.

> colección Expresiones

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«HUBO UNA VEZ UN CONCILIO…»

CARTA A UN JOVEN SOBRE EL VATICANO II

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JUAN RUBIO FERNÁNDEZ

«Hubo una vez un Concilio…»carta a un joven sobre el vaticano ii

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isbn 978-84-939683-2-8

© 2012-Ediciones KhafGrupo Editorial Luis Vives

Xaudaró, 2528034 Madrid - España

tel 913 344883 - fax 913 344 893

www.edicioneskhaf.es

dirección editorialJuan Pedro Castellano

ediciónAntonio F. Segovia

proyecto visual y dirección de arteDepartamento de Imagen y Diseño gelv

diseño de cubiertaMariano Sarmiento

coordinación de producción y maquetaciónÁrea I+D de soportes editoriales gelv

impresiónEdelvives Talleres GráficosCertificado ISO 9001Impreso en Zaragoza, España

depósito legal: Z 1962-2012

Reservados todos los derechos. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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ÍNDICE

13 Saludo inicial

29 Una anécdota y un texto bíblico para empezar

37 Todo arrancó con un «discorsetto»

43 Qué es un concilio y cómo fue el Vaticano II

49 Así estaba el mundo y la Iglesia en aquellos años sesenta

55 Infundir el evangelio en las venas de la Humanidad. Los cuatro

documentos claves

59 Los documentos conciliares. Su importancia

67 La Iglesia se piensa a sí misma (Lumen Gentium)

77 La Gaudium et Spes y el diálogo con el mundo

83 La liturgia deja de ser espectáculo y se convierte en celebración

de la vida (Sacrosanctum Concilium)

91 La Dei Verbum o la Palabra, alimento del Pueblo de Dios

95 Algunas preocupaciones personales con respecto a los ritmos

de aplicación del Concilio

107 Credo personal a modo de epílogo

113 Mensaje del Concilio a los jóvenes

115 Reflexiones sobre el Vaticano II, 50 años después y sobre los

jóvenes y algunas preocupaciones sobre el ritmo de la Iglesia

115 JMJ. Madrid. 2011. «Catholic Youth Pride»

119 El Concilio a debate en Roma

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120 A vueltas con el Concilio. Las aguas del Rin llegaron al Tíber

122 La tentación restauracioncita en la Iglesia 123 Evangelizar en el atrio y no en la vieja sacristía 125 Los curas que queremos y buscamos 127 El conservadurismo cabalga de nuevo 129 Lecciones del Concilio 130 Obsesión por poner fundas a las monjas 131 Revisar el Concilio aceptando nuevos retos

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Un twitter del director de la revista La Civiltá Catholica, Antonio Spadaro SJ, decía hace unos días: «El 80 % de los jóvenes encuestados en Italia creen que el Concilio fue el Cónclave que eligió como papa a Juan XXIII y el 74 % dicen que la Gaudium et Spes es un himno litúrgico.»

A todo esto no hay que olvidar cómo muchos jóvenes de la cultura Cibernética creen que Lumen Gentium es Lumen Pentium, cuando la buscan el Google y que el latín ya no se estudia lo suficiente entre los jóvenes.

Otros siguen creyendo que el Vaticano II es la parte nueva de las galerías de los Museos Vaticanos.

Quizás todos tenemos parte de responsabilidad de ese desco no-cimiento.

Este es el origen de esta carta enviada a un joven con nombre ficticio, Chancho. Puedes ser tú mismo. En él, a todos vosotros, os brindo esta carta con cariño y, sobre todo, con mucha esperanza.

Juan

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«…La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que hace la fuerza y el encan-to de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe verda-dero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañe-ro y amigo de los jóvenes…»

Mensaje del Concilio a los jóvenes7 de diciembre de 1965

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Tiene hoy el lector un libro con un estilo distinto al habitual. Es un libro de reflexión personal, con algunos datos y con mucho de opinión. Está escrito de forma epistolar. Podía haber sido de otra forma, pero me ha parecido más directa esta. En todo momento he estado pensan-do en jóvenes de los 18 a los 30 años, gente de una generación distin-ta a la que vivió el posconcilio. El estilo es directo, alejado de la erudi-ción, pero algunas veces hago incursiones en informaciones que considero válidas para un uso del libro en clases de Religión en centros de enseñanza. No es una carta a alguien que sea ateo o agnóstico, sino a alguien que pueda tener cierta preocupación por saber. Suele haber jóvenes así en los institutos y colegios, aunque cada vez menos. Los profesores pueden usarlo, si lo consideran de interés.

Al final he incorporado un apéndice de artículos que he ido publi-cando y que muestran en todo momento el interés, la preocupación y la ilusión por el espíritu conciliar hoy, haciendo hincapié en algunos rasgos que considero que nos ponen en alerta. Se pueden leer sueltos, sin relación alguna con el cuerpo del libro.

Espero que sirva a grupos parroquiales, alumnos de religión y agen-tes de pastoral. Recomiendo una lectura tranquila. Quizás no estéis de acuerdo con alguna cosa. Me lo decís a este correo electrónico: ([email protected]). Así podemos establecer un pequeño diálogo. Eso es muy importante.

Y nada más, desearte una feliz lectura y recomendarte que te aden-tres en la aventura de conocer lo que sucedió en la Iglesia hace 50 años cuando brotó una primavera nueva, como en algunos países del Islam esta ahora surgiendo. Nosotros ya tuvimos nuestra primavera, alimen-tada siempre por los frutos gozosos de la Pascua. Gracias por leerme.

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• 13Saludo inicial

SALUDO INICIAL

Querido amigo Chancho:¡Paz y Bien!Sí. Te digo «querido amigo» aunque no te conozca. No te he dicho

«mi querido amigo», que hubiera sido lo normal si nos conociéramos personalmente y si, al menos, estuvieras entre el círculo cercano de mis amigos. No hablo de esos amigos cibernéticos que las nuevas tecnologías crean con sus perfiles tan bien editados. Hablo del concepto tradicional de amistad, tal y como la entendieron escritores clásicos como Cicerón, para quien la amistad es un regalo. Refiriéndose a ella decía: «No creo que, exceptuada la sabiduría, los dioses hayan hecho al hombre un rega-lo mejor». La amistad es una fiesta y desde ese sentido festivo te escribo. Al pensador español Miguel de Unamuno le gustaba encabezar con un «querido amigo» sus cartas, porque decía que el destinatario, sería ami-go, al menos, de alguien. Para él, la amistad «es el mejor de los títulos que se pueden usar para hablar a las personas».

Por eso es mejor saludarte usando ese título entrañable que, ya desde el principio, nos abra un poco más el corazón. Esta carta te la escribo con ese tono de amigo. Francis Bacon, filósofo y político in-glés, hombre sabio y estrafalario a la vez, decía que «sin la amistad, el mundo es un desierto». Ya sabes. Los amigos se cuentan con los dedos de una sola mano. La amistad supera muchas veces las fron-teras de la propia ideología. Quizás estemos en lugares muy distintos y nuestros intereses sean opuestos; o estemos distanciados por la manera de pensar o por ese enfriamiento de la fe, en el que proba-blemente esté tu alma, aunque estés formado en la cultura cristiana, hayas estudiado el Catecismo, estés bautizado, o estudiando en un colegio de curas o monjas y hayas recibido la Primera Comunión o incluso estés confirmado, y tu fe haya quedado reducida a la creencia

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«Hubo una vez un Concilio…»14 •

de un «dios molón» como me has dicho alguna vez. Probablemente podemos estar distanciados por la visión de algunas cosas en la Igle-sia, sobre las que tenemos enfoques distintos y opuestos; por el trabajo de cada uno o por responsabilidad que nos tiene en mundos muy distintos y distanciados a veces; o quizás estemos en otras ondas, por el lugar en el que nos desenvolvemos; por la edad o la cultura; por la raza o la clase social. Podemos estar divididos, separados, en-frentados, pero hay algo que nadie puede negarnos y es estar unidos en la misma tierra que pisamos, esa tierra que es el suelo que nos ata, y nos enraíza y en el que juntos colaboramos y estamos, no como en un túnel de cristal, sino en una plataforma compartida; o en la misma fe que profesamos aunque en creencias y maneras de ver las cosas bien distintas. Los lazos de la amistad son fuertes y nos unen más allá de la misma sangre. Aunque la fe no nos una, quizás nos unan otros intereses políticos, laborales, económicos, culturales o de simple vecindad.

La amistad tiene esa ventaja, que une corazones alejados y los recrea en escenarios a veces sorprendentes. Te la brindo desde ahora con estas cuartillas en las que te desbrozaré algo importante, como es el vendaval de luz y vida que supuso a la Iglesia el Concilio Vaticano II, algo que los historiadores han calificado como «acontecimiento» en todo el sentido de la palabra; es decir como un hecho con grandes con secuencias, no solo en la Iglesia, sino también en la percepción que de la Iglesia ha habido en el mundo en el último medio siglo. Seguro que has estudiado la importancia de la llegada de los pueblos bárbaros al Imperio Romano, el descubrimien-to y posterior colonización de América, la Revolución Francesa, la llegada del hombre a la luna. Todos esos acontecimientos han sido relevantes para el mundo. También este del que te hablo lo ha sido para la Iglesia y para la sociedad, aunque su noticia quede oscurecida en algunos manuales históricos. Aunque para ti la palabra del Concilio quizás solo te suene de haber oído que antes de ese acontecimiento la Misa se decía en latín, nadie se enteraba y los curas decían la Misa de espaldas.

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• 15Saludo inicial

Y te he puesto un nombre ficticio: Chancho. Te explico por qué. Es un nombre aséptico, que ni tan siquiera está en el santoral. En ese nombre simbolizo a toda tu generación, nacida en un ambiente de cultura cristia-na, pero que no comulga con muchas cosas de la Iglesia y que incluso las detesta, las discute, o incluso pasa de ellas. Tu generación es una generación viajera; no como la mía, amarrada a las costuras geográficas en tiempos bien distintos. Has surcado mares y has pasado fronteras y por el continuo vaivén de estudiantes, has tratado a jóvenes de otras latitudes. Has podido ver cómo lo religioso pervive en la cultura de los pueblos y ha dejado su impronta en ella. No se puede entender el arte, la pintura, el pensamiento, la política ni la economía sin el elemento cristiano de Europa. Este viejo continente es el fruto de la convergencia del Dios cristiano, la Filosofía griega y el Derecho romano. Sin esas tres culturas es imposible entender este proyecto —hoy tambaleante por mor de la economía—, llamado Europa. Incluso la gran masa migratoria con la que convives te ha abierto los ojos para ver que hay más religiones que aquella en la que te has for-mado. Latinoamericanos, gentes del Este o vecinos de África tienen en lo religioso una referencia importante. He leído un libro, fruto de un trabajo de investigación sociológica que me ha servido para entender mejor a tu generación. El libro se llama Para comprender la juventud actual (Verbo Divino, 2008). Sus autores son dos buenos amigos míos, padre e hijo, Juan González-Anleo y Juan María González-Anleo. De tu generación dicen muchas cosas. Convendría que ese libro lo volvieran a publicar con más reflexiones que los datos fríos de estadísticas sociológicas. Los jóvenes sois su pasión y han dedicado muchas horas de sus vidas a estudiar las vuestras. En el último capítulo de ese libro abordan con claridad y con los datos en la mano, cuál es vuestro perfil religioso. Lo he releído a la hora de escribir estas cuartillas. Es una radiografía que vale la pena tener en cuenta para conoceros mejor.

Me permito recoger aquí algunas de sus reflexiones. Así podremos juntos tomar notas y, además, pueden servirte de retrato. No viene mal que de vez en cuando los estudiosos nos ayuden a entendernos mejor.

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«Hubo una vez un Concilio…»16 •

Por lo que dicen, vuestra generación es una generación «enrocada». Usan esa palabra. Quiere decir que hoy una de las características más interesantes de los jóvenes occidentales como tú es la desconfianza en todos aquellos que se encuentren fuera de su esfera íntima familiar o de amigos y conocidos. Hay un auténtico abismo entre «los suyos» y «el resto de la sociedad», entre su familia y sus amigos. Aunque parez-ca lo contrario, el mundo es cerrado y a veces se reduce a las fronteras de lo familiar. Este «enroque» se debe al miedo que hay a una sociedad que no comprendéis y que veis falsa e hipócrita. No acabáis de fiaros de ella. Puestos a señalar y denunciar esa hipocresía, lo hacéis, a veces de forma cruel, con algunas instituciones, y especialmente con la Igle-sia, pues creéis que se inmiscuye demasiado en vuestros asuntos pri-vados, imponiendo una forma de vivir o tratando de coartar vuestra libertad, algo que ya hace tiempo vuestros padres han dejado de hacer. La Iglesia, creéis, no es nadie para decirme algo en lo que ya ni mis padres insisten. También sois «pragmáticos». Creéis que «de nada sirve creer en cosas que no resuelven problemas concretos». Pasáis un poco de grandes ideales e incluso los veis con recelo como meros co-mecocos. Aborrecéis la palabra «filósofos». No le encontráis utilidad práctica. Para vosotros la fuente privilegiada del aprendizaje no son los libros, sino la experiencia; y queréis atravesar todas las puertas abiertas que encontráis en vuestro camino y atravesar con la mirada las ventanas que os ayuden a descubrir sensaciones nuevas. La teoría no os sirve, ni la experiencia de los demás, especialmente de los adul-tos, tampoco; los contornos marcados por los tabúes y las zonas pro-hibidas son vistas solo como limitaciones y trabas a vuestra libertad y por eso los detestáis. Esto os lleva a desconfiar radicalmente de las instituciones sociales, con muy raras excepciones como las ONG. Y si protestáis por algo, es por temas relacionados con la enseñanza. Solo saltáis cuando se mueven aspectos relacionados con cosas muy cerca-nas a vosotros, como puedan ser leyes que limiten las áreas del botellón. A estas instituciones las veis lejanas e inútiles. Pero no solo desertáis

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• 17Saludo inicial

del mundo institucional, sino de cualquier forma de acción social. Esto es algo preocupante, si lo comparamos con la generación de vuestros padres, una generación más convulsa en temas sociales, políticos o religiosos. Solo tenéis que preguntarles a ellos.

Los dos últimos informes de la Fundación Santa María, constatan dos tendencias en este sentido: la paulatina retirada de confianza de los movimientos sociales y cierto abandono de todo tipo de grupos o aso-ciaciones, las culturales o tradicionales, por descontado, pero incluso las peñas juveniles o los equipos de deporte. No solo hay escasez de voca-ciones religiosas, también las hay en los grupos políticos y sociales. Pero hay algo más. Os proclamáis amantes «fanáticos» de la libertad, eje ver-tebrador de todas las dimensiones de vuestra vida (cuerpo, moral, ocio, sexo, consumo…). Se trata de una libertad que no habéis tenido que conquistar, herencia de vuestros padres o incluso de vuestros abuelos, y que tampoco tenéis que defender, ya que vuestros mayores «enemigos» históricos, los padres, ya hace tiempo que enterraron el hacha de guerra en cuestiones como la sexualidad, la hora de llegar a casa, o la obligación de ayudar en casa en aras de la paz familiar. Hasta ellos mismos piensan que «los jóvenes actuales tienen más libertad de la que deberían». Es probable que este fanatismo, especialmente agudo en el caso de los jó-venes españoles, tenga bastante que ver con la falta de autonomía real (falta de dinero, trabajo, vivienda propia, etc.). Además, sois consumistas, terriblemente consumistas. El estilo de vida, a través del consumo aso-ciado a él, os permite construir vuestra identidad, en especial una vez que los grandes dadores de identidad históricos, como el trabajo, la po-lítica o la religión han caído en desuso. Muchas veces pienso en este poema de Auden en su obra La edad de la ansiedad: «¿Por qué dejar de lado / la peor angustia de la juventud? / Ser jóvenes significa vivir en la tensión de la ansiedad, mantenerse a la espera, en una sala llena, / de esa voz que lejana y suMisa, defina nuestro mañana (.....)». ¿Es que no van a llamarnos? ¿O acaso es simplemente que no nos necesitan? Sentís que no os necesitan y seguís esperando.

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HCJuan Rubio

Hubo una vezun ConcilioCarta a un joven sobre el Vaticano II

HCLos jóvenes necesitan

conocer hoy aquella primavera conciliar

«Hubo una vez un Concilio…». Carta a un joven sobre el Vaticano II, no es un libro habitual. Es una obra de reflexión personal, con algunos datos y con mucho de opinión. Está escrito de forma epistolar. Está pensado para jóvenes de 18 a 30 años, gente de una generación distinta a la vivió el posconcilio. El estilo es directo, alejado de la erudición, pero con incursiones e informaciones que se consideran válidas para un uso del libro en clases de Religión, en centros de enseñanza o en la pastoral. No es una carta a alguien que sea ateo o agnóstico, sino a alguien que tiene cierta preocupación por saber. Añoranza por un acontecimiento eclesial que marcó la vida de la Iglesia y sobre el que, a veces, ha corrido un velo.

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