concilio nicea

46
http://apologia21.wordpress.com/2012/12/21/el-concilio-de-nicea/ El Concilio de Nicea Concilio de Nicea En nuestra serie sobre si Nicea cambió o no el cristianismo llegamos por fin al concilio en sí. Primero veremos los preparativos del concilio y luego hablaremos de su desarrollo y decisiones. Para acceder a la serie completa vaya al índice: ¿Fundó Constantino la Iglesia Católica? Es conveniente que lea allí los artículos anteriores de esta serie para poder entender mejor de qué manera se desarrolló este concilio. AMBIENTE ANTES DEL CONCILIO El Concilio de Nicea fue el primer concilio ecuménico de la Iglesia y se convocó en el año 325, tan solo doce años después de finalizar las persecuciones, cuando por primera vez la Iglesia podía reunirse en paz y sin ser molestada. Se convocó ante la amenaza que suponía la herejía arriana, que estaba extendiéndose rápidamente por algunas partes de oriente desde el 318, cuando el presbítero y predicador Arrio se enfrentó a su obispo, el de Alejandría, negando que Jesús fuera el mismísimo Dios, sino más bien una creatura divina subsidiaria del Padre. Dicha herejía ya fue condenada en un concilio de todo Egipto, pero Arrio se refugió en Nicomedia, bajo la protección de su amigo el obispo Eusebio, y la herejía siguió extendiéndose por otras zonas de oriente. Por ello se vio la necesidad de un concilio ecuménico* (o sea, que abarcara todo el mundo conocido) y se aprovechó la ocasión también para afrontar en común otros problemas y cuestiones de índole práctico y organizativo, habida cuenta de que tras la legalización de Constantino la Iglesia dejaba ya de ser una comunidad perseguida y pasaba directamente al primer plano de la vida pública con todos los cambios que eso supondría.

Upload: camilogs

Post on 27-Dec-2015

93 views

Category:

Documents


2 download

TRANSCRIPT

http://apologia21.wordpress.com/2012/12/21/el-concilio-de-nicea/

El Concilio de Nicea

Concilio de Nicea En nuestra serie sobre si Nicea cambió o no el cristianismo llegamos por fin al concilio en sí. Primero veremos los preparativos del concilio y luego hablaremos de su desarrollo y decisiones. Para acceder a la serie completa vaya al índice: ¿Fundó Constantino la Iglesia Católica? Es conveniente que lea allí los artículos anteriores de esta serie para poder entender mejor de qué manera se desarrolló este concilio.

AMBIENTE ANTES DEL CONCILIO

El Concilio de Nicea fue el primer concilio ecuménico de la Iglesia y se convocó en el año 325, tan solo doce años después de finalizar las persecuciones, cuando por primera vez la Iglesia podía reunirse en paz y sin ser molestada. Se convocó ante la amenaza que suponía la herejía arriana, que estaba extendiéndose rápidamente por algunas partes de oriente desde el 318, cuando el presbítero y predicador Arrio se enfrentó a su obispo, el de Alejandría, negando que Jesús fuera el mismísimo Dios, sino más bien una creatura divina subsidiaria del Padre. Dicha herejía ya fue condenada en un concilio de todo Egipto, pero Arrio se refugió en Nicomedia, bajo la protección de su amigo el obispo Eusebio, y la herejía siguió extendiéndose por otras zonas de oriente. Por ello se vio la necesidad de un concilio ecuménico* (o sea, que abarcara todo el mundo conocido) y se aprovechó la ocasión también para afrontar en común otros problemas y cuestiones de índole práctico y organizativo, habida cuenta de que tras la legalización de Constantino la Iglesia dejaba ya de ser una comunidad perseguida y pasaba directamente al primer plano de la vida pública con todos los cambios que eso supondría.

[*Los concilios ecuménicos son aquellos a los que asisten representantes de todas las partes de la Iglesia. La Iglesia Ortodoxa considera que cuando la Iglesia Oriental y Occidental se separaron terminaron los concilios ecuménicos porque nunca han vuelto a reunirse todos. La Iglesia Católica sigue llamando “ecuménicos” a los concilios convocados para todos los obispos del mundo, aunque a partir de entonces ya solo eran obispos católicos.]

Aunque algunos lo ponen en duda, es generalmente aceptado que quien aconsejó al emperador sobre la conveniencia de celebrar el concilio fue su amigo y consejero, el obispo hispano Osio de Córdoba. Osio había sido torturado y exiliado durante las persecuciones y tuvo una gran influencia en la conversión al cristianismo de Constantino, así como en la redacción del Edicto de Milán por el que Constantino declaró, junto con Licinio, la tolerancia religiosa y el

fin de las persecuciones a los cristianos. El mismo emperador envía a Osio a Egipto para mediar en las disputas entre el obispo de Alejandría, Alejandro, y el herético Arrio. Osio llevó a ambos sendas cartas del emperador que decían, entre otras cosas:

Devolvedme mis días quietos y mis noches tranquilas. Dadme gozo en lugar de lágrimas. ¿Cómo puedo yo estar en paz, mientras el pueblo de Dios, de quien soy siervo, está dividido por un irrazonable y pernicioso espíritu de contienda?

controversia arrianaPero no hubo la esperada reconciliación y la confrontación doctrinal empeoró. Como las posiciones de ambos eran irreductibles, se cree que Osio aconsejó al emperador la convocatoria del concilio para que toda la Iglesia pueda intervenir. El propio Osio presidió el concilio (aunque el emperador ostentó una presidencia honorífica) y así lo confirmaría su firma, que aparece la primera entre los obispos, justo detrás de los delegados papales.

Puesto que Osio era un obispo occidental y, por tanto, bajo la autoridad del patriarca de Roma, parece también razonable ver la mano del papa detrás de las decisiones de Osio y encaja con los que dicen que Osio acudió al concilio también en calidad de representante del papa, Silvestre I, pero hay que admitir que sobre esto no tenemos pruebas. En cualquier caso el papa no asistió personalmente por motivos de salud (murió diez años después) o por sentir que la polémica arriana era principalmente un problema local oriental y Occidente estaba más preocupado por las amenazas de los pueblos bárbaros (razonamiento menos probable). Sólo podemos hacer suposiciones porque no se conservan documentos que lo expliquen, pero aunque solo fuese por el hecho de ser uno de los cuatro patriarcas de la Iglesia, es de suponer que el emperador (y todos) habría tenido mucho interés en que participara directamente, y con primacía o sin ella, sabemos que a Roma no le resultaban ajenos los problemas de las diócesis orientales.

Motivos poderosos debieron ser los que le sujetasen en Roma porque lo que sí sabemos es que, aparte de Osio, el papa envió en su representación a dos delegados papales: Vito y Vicencio, que actuaron en su nombre. El papa no solo asumió como suyo todo lo salido del concilio sino que se convirtió en uno de sus principales valedores. No olvidemos que incluso si negamos la supremacía papal, aún así el papa sería representante de uno de los cuatro patriarcados en los que se dividía la Iglesia y sin duda el más importante por su prestigio y por haber sido fundado por Pedro y Pablo (Antioquía y Alejandría no habían sido fundados por apóstoles, Jerusalén era ya una ciudad sin apenas influencia ni importancia y Constantinopla no era aún patriarcado). De no haber enviado legados, el concilio no podría haberse considerado ecuménico, pues no estaría completa la jurisdicción de la Iglesia. Por tanto en un concilio de este calibre, tanto al emperador como a la Iglesia en general le interesaba mucho la presencia de Roma, pero no pudo ser.

En cualquier caso, un concilio así, al poco de salir la Iglesia de la clandestinidad, solo podía ser convocado directamente por el emperador y bajo su patrocinio. Constantino convocó oficialmente la reunión, cedió la sala de su palacio en Nicea y sufragó los gastos de los obispos que quisieran asistir (de lo contrario muy pocos obispos podría haberse permitido el viaje). También se comprometió a hacer ejecutar las resoluciones que de allí salieran, y aunque puede que el resultado no fuera muy de su agrado (él buscaba un consenso, no una derrota que generara conflictos) cumplió su palabra pues su máximo interés, como hombre de estado, era que una vez conseguida la unificación política del imperio no se produjeran ahora rupturas religiosas.

Al concilio fueron convocados los 1800 obispos cristianos del momento (1000 de oriente y 800 deorante occidente), pero en el mundo antiguo es comprensible que la mayoría no viajara hasta Nicea, así que el número de obispos asistentes fue de 318. Cada obispo podía llevar dos sacerdotes y tres diáconos de su diócesis, lo cual haría que la cifra real de asistentes pudiera llegar a superar los 1500 miembros, aunque el número de estos acompañantes no está registrado (sí se dice que eran multitud). Es importante recordar que no estamos ante los obispos medievales, llenos de poder y riqueza, sino ante aquellos pastores de su comunidad que habían vivido los duros años de las persecuciones. Gente en su mayoría sencilla, cuyo único poder y riqueza había sido el honor de presidir, con riesgo de su vida, la proscrita minoría cristiana de algún rincón del imperio. Estos son los obispos que van a Nicea, no una representación de las élites sociales, sino miembros de una minoría hasta pocos años antes oprimida y en buena medida despojada. Cierto es que con los nuevos privilegios concedidos por Constantino parte de la jerarquía eclesial empezó a deteriorarse y también apareció la corrupción (lo que solo muestra que los cristianos también eran seres humanos), pero esto ocurre poco a poco, ya a finales del siglo IV, cuando Teodosio I hizo del cristianismo la religión oficial, así que esa situación no afectó para nada a este concilio.

Nicea fue el primer concilio ecuménico (global) de la Iglesia, si exceptuamos el primer concilio de Jerusalén (Hechos 15) con una Iglesia aún minúscula. La primera fila la ocupaban los tres patriarcas presentes: Alejandro de Alejandría, Eustaquio de Antioquía y Macario de Jerusalén, y luego los legados papales. Muchos de los presentes eran “confesores de la fe” (que habiendo sido torturados o atacados habían sobrevivido a la persecución) y mostraban aún las mutilaciones o cicatrices y marcas de sus torturas. Esos confesores tenían un estatus moral especial y por ello jugaron un papel más relevante en las discusiones. Atanasio y Osio estaban entre ellos.

Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea se encuentran también entre los asistentes más conocidos, ambos arrianos y luego amigos del emperador, Leoncio de Cesarea (que había sido heremita), Spyridion de Trimitous (que incluso de obispo seguía llevando vida de pastor de

ovejas), Atanasio de Alejandría (diácono acompañante de su obispo y que destacará especialmente en este concilio), y Alejandro de Constantinopla (que también asistió en calidad de presbítero acompañando a su anciano obispo). Los únicos obispos occidentales que acudieron fueron Osio de Córdoba (de Hispania), que presidió el concilio, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria, Nicasio de Dijon (de la Galia), Dono de Estridón, y los dos delegados papales, Victor y Vicentius. De fuera del imperio vinieron el obispo Juan de Persia e India, el godo Teófilo (de los germanos) y Estratófilo de Georgia. Veintidós de los obispos vinieron junto con Arrio como defensores de la causa arriana.

DESARROLLO DEL CONCILIO

El Concilio comenzó el 20 de mayo aproximadamente, con reuniones preparatorias diarias. Hubo largas discusiones en donde los dos bandos recurrían a la Biblia para justificar sus creencias. Las discusiones eran seguidas con mucha dificultad por la minoría de obispos que no hablaban griego como lengua materna porque estaban llenas de conceptos filosóficos muy sutiles y era necesario explicarlos. La minoría arriana defendía que el Hijo había sido creado antes de todas las cosas, la mayoría ortodoxa que Jesús era eterno igual que el Padre, que el Padre siempre había sido Padre y que Padre, Hijo y Espíritu Santo eran un solo Dios. Una de las citas bíblicas más decisivas fue la de Juan 10:30 (“El Padre y yo somos una sola cosa”) o Juan 17:21 (“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti,”) y Juan 1:1-3 (“Al principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”).

El 14 de junio acudió por fin el emperador Constantino y el concilio se inauguró oficialmente, aunque buena parte del trabajo estaba ya preparado para entonces. Al entrar Constantino en la sala de sesiones, todos se pusieron en pie, pero él no tomó asiento hasta que los obispos le hicieron indicación en este sentido, para dar a entender que no pretendía ocupar oficialmente un lugar en la asamblea. Entonces Constantino inaugura oficialmente el concilio, da un elocuente discurso haciendo ver a los obispos que es mucho lo que estaba en juego y no podían entretenerse en reproches personales o visiones locales. Ahora que no eran comunidades perseguidas y semiaisladas tenían que formar un bloque común y homogéneo, aparcar sus diferencias y procurar limpiar la doctrina original de todos los elementos que se hubieran adherido.

Pero después de su discurso Constantino tuvo que escuchar a los obispos relatarle todos los acuerdos doctrinales que ya se habían alcanzado. Su margen de maniobra, pues, era escaso, pero a Constantino no le interesaba -ni en realidad estaba formado lo suficiente como para entender- las discusiones doctrinales, sólo estaba realmente interesado en que se pusieran de acuerdo. Lo cierto es que, por el análisis de las cartas escritas por Constantino, se evidencia una gran carencia de formación teológica, y los estudiosos descartan la posibilidad de que él pudiese haber influido en la doctrina de la Iglesia debido justamente a este desconocimiento

en teología, y menos aún, como le atribuye únicamente su entusiasmado Eusebio, haber discurrido él solito el término clave “homoousios” (consustancial) que recabó el consenso de casi todos, como veremos más adelante.

CristoQuizá al emperador le pareció buena idea el término, y así lo expresó, pero no resulta creíble pensar que él fuera quien lo ideó, dada las complicaciones teológicas que supuso aceptarlo. Este término ya se había usado en ocasiones anteriores al discutir sobre la naturaleza de Jesús, pero suscitaba no pocos recelos; el auténtico mérito no fue el uso del término sino justificar lo apropiado de su uso para definir la doctrina cristológica. El acuerdo sobre el término zanjó la postura oficial frente al arrianismo: Jesús era consustancial al Padre (“de la misma naturaleza que el Padre” según nuestra actual traducción). Finalmente, de los 22 obispos que apoyaban el arrianismo quedaron solo 8, pues a medida que avanzaron los debates y que se fueron leyendo textos y más textos de Arriano, muchos de ellos rechazaron esas doctrinas por blasfemas. De los 8, únicamente 2 se negaron a aceptar el credo de Nicea (lo sabemos porque sus firmas no aparecerán entre los que firmaron el credo con su aceptación).

El 19 de junio, alcanzado el consenso, se da forma definitiva al credo de Nicea, que recoge la esencia de todo lo acordado y establece con claridad lo que más tarde se llamará la Santísima Trinidad. El nombre aún no existía como término doctrinal oficial, pero ya en el siglo II vemos usado Τριάς (Trias), Trinidad, o incluso “el divino trío”, en los escritos de algunos pensadores cristianos para explicar la naturaleza de Dios en Orígenes, Policarpo, Ignacio o Justino, aunque la doctrina trinitaria como tal no será explícitamente formulada oficialmente hasta el Concilio de Constantinopla en el 360 (de nuevo vemos que los concilios no se inventan la doctrina sino que la definen, clarifican y expresan).

En total, unos 25 días de preparaciones y conversaciones sin el emperador, y solo 5 días de reuniones oficiales presididas -al menos oficialmente- por el emperador. También hoy en día vemos a los políticos de dos países negociando un acuerdo durante meses, luego va el presidente de un país de visita a otro y a los tres días firman el tratado, pero en realidad todo el trabajo está ya hecho, los presidentes hacen la escenificación final y oficial, pero las negociaciones ya están resueltas, o casi, para cuando los presidentes se reúnen. Parecida situación nos ofrece el Concilio.

Desde el 19 de junio hasta el 25 de agosto tenemos otra serie de reuniones, pero estas ya no afectan al tema doctrinal, que es el que verdaderamente nos interesa, sino a toda una serie de asuntos de tipo formal y práctico que surgieron a la hora de transformar la Iglesia de las catacumbas en una Iglesia pública y protegida. Había que decidir cómo encajar la jerarquía eclesial dentro del aparato del estado, cómo financiarse, qué días celebrar las fiestas religiosas, etc. En este otro tipo de asuntos sí que es creíble que el emperador participara activamente,

pues al tratarse de asuntos mundanos y que afectaban directamente al imperio, no podía la propia Iglesia tomar decisiones por su cuenta en muchos de ellos. Sin embargo no tiene ninguna relevancia si la fiesta de Navidad se hizo coincidir con el Día del Sol Invicto o no, o si los obispos adoptaron los ropajes de ciertos cargos civiles o cualquier otra vestidura, por poner un ejemplo.

Las formas externas no hacen que la Iglesia verdadera deje de serlo, solo suponen una adaptación a la nueva situación, dentro de sus propios tiempos. Los cristianos del siglo IV no eran un pueblo aparte, como podía serlo el judío, eran ciudadanos romanos que creían en Jesús, pero su cultura era la romana o griega, no la judía, y por tanto sus formas culturales eran romanas o griegas. Existía una doctrina cristiana pero aún no existía una cultura cristiana o un arte cristiano y el Concilio de Jerusalén que nos narra el libro de Hechos (capítulo 15) deja claro que la cultura judía ya no debía seguir siendo la referencia para los nuevos cristianos, por tanto la inculturación del cristianismo está ya sancionada en la misma Biblia, no es un producto nuevo del Concilio de Nicea.

Al terminar el concilio, el emperador dio una fiesta para celebrar el vigésimo aniversario de su ascensión al imperio e invitó a todos los obispos, y tal como era la costumbre de la época, se celebró un gran Jesus dancingbanquete y se hizo regalos a los presentes. Algunos critican esta escena indecorosa de obispos glotones siendo servidos por sirvientes y recibiendo regalos del emperador como si simbolizara la total corrupción de sus dirigentes. El que tras varios meses de duro trabajo, y tras conseguir un gran éxito final, los obispos estén más que dispuestos a dejarse agasajar como huéspedes del emperador un día en un banquete no parece la prueba definitiva de los obispos cristianos salieron del concilio convertidos en apóstatas paganos. Tampoco parece que hubiera sido adecuado ni aconsejable que le dieran un plantón a su anfitrión negándose a ir a la cena, como si un cristiano no pudiese asistir a una fiesta. El mismo Jesús criticó duramente a aquellos que le criticaban a él y a sus discípulos por aceptar invitaciones a banquetes y fiestas, como la de Zaqueo; también a Jesús, como a estos obispos, le acusaron de glotón. Es bastante probable que muchos obispos no pudieran evitar recordar a Jesús en una situación así; nunca fue requisito del buen cristiano el ayuno y el ascetismo perpetuo.

¿A qué, entonces, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? Son semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza y se llaman unos a otros, y dicen: ”Os tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos endechas, y no llorasteis. Porque ha venido Juan el Bautista, que no come pan, ni bebe vino, y vosotros decís: ”Tiene un demonio”. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”. Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos. (Lucas 7:34)

ACTAS DEL CONCILIO

Desgraciadamente, las actas originales del concilio no se han conservado, lo cual tampoco es de extrañar en medio del turbulento mundo de la época. Únicamente se han conservado tres fragmentos de ellas referentes al famoso credo, los cánones y el decreto sinodial. Sin embargo sí tenemos noticias del concilio transmitidas a través de varios personajes que asistieron al concilio o que conocieron las actas originales: Eusebio de Cesarea, Atanasio de Alejandría, Sócrates, Sozomenes, Teodoreto, Rufino y una historia del Concilio de Nicea escrita en el siglo V por Gelasio de Cícico. Esto nos permite reconstruir lo que fue el concilio razonablemente bien.

Si atendemos a todo lo que se dicen en Internet, en revistas y en libros recientes, pareciera que toda la doctrina católica –o al menos las partes que no les gustan a ellos– se hubiera debatido y decidido en este concilio, pero siendo tremendamente importante como fue, casi nada de eso es verdad. El concilio no se convocó para decidir la fe, sino para combatir una herejía concreta, el arrianismo, y por eso casi todo el debate doctrinal giró en torno a ese tema cristológico. Según la única reconstrucción histórica que podemos hacer, se trataron en total 5 asuntos y se dictaron 20 cánones eclesiásticos:

1- La cuestión arriana sobre cuál era la verdadera relación entre el Padre y el Hijo, o sea, sobre si el Padre y el Hijo tenían una única voluntad o si además eran un solo ser. La secta arriana consideraba que Jesús había sido creado antes de todo, pero hubo un tiempo anterior a su creación donde existía el Padre pero no el Hijo.

2- Decidir el día de la celebración de la Pascua de Resurrección.

3- Qué hacer con el cisma Meleciano (una secta herética en la ciudad egipcia de Lycopolis)

4- Sobre si el bautismo realizado por los herejes era o no válido.

5- Qué hacer con los que cedieron ante la persecución de Licinio y quemaron incienso ante la estatua del emperador.

Y los 20 cánones promulgados fueron:

1: Sobre la admisión, ayuda o expulsión de los eclesiásticos mutilados voluntaria o violentamente.

2: Reglas a tener en cuenta para la ordenación, la evitación de precipitaciones indebidas y la deposición de quienes son culpables de faltas graves.

3: Se prohíbe a todos los clérigos tener relaciones con cualquier mujer, excepto con su madre, una hermana o una tía.

4: Relativo a las elecciones episcopales.

5: Relativo a la excomunión.

6: Relativo a los patriarcas y su jurisdicción.

7: Confirma el derecho de los obispos de Jerusalén a disfrutar de determinados honores.

8: Se refiere a la secta de los novacianos.

9: Ciertos pecados conocidos después de la ordenación implican su invalidez.

10: Quienes hayan sido ordenados maliciosa o fraudulentamente, deben ser excluidos tan pronto como se conozca la irregularidad.

11: Penitencia que debe ser impuesta a los apóstatas en la persecución de Licinio.

12: Penitencia que debe ser impuesta a quienes apoyaron a Licinio en su guerra contra los Cristianos.

13: Indulgencia que debe ser otorgada a las personas excomulgadas que se encuentran en peligro de muerte.

14: Penitencia que debe ser impuesta a los catecúmenos que desfallecieron durante la persecución.

15: Obispos, sacerdotes y diáconos no pueden pasar de una iglesia local a otra.

16: Se prohíbe a todos los clérigos abandonar su iglesia. Se prohíbe formalmente a los obispos que ordenen para su diócesis a un clérigo que pertenece a una diócesis distinta.

17: Se prohíbe a los clérigos que presten dinero con interés.

18: Se recuerda a los diáconos su posición subordinada respecto a los sacerdotes y obispos.

19: Reglas a tener en cuenta respecto a los partidarios de Pablo de Samosata que deseaban retornar a la Iglesia.

20: Los domingos y durante la Pascua las oraciones deben rezarse en pie.

Vemos que, aparte de la resolución de la cuestión doctrinal que fue el punto central del concilio (el arrianismo), los 20 puntos que se discuten son principalmente cuestiones prácticas y de organización, lejos de toda la enorme cantidad de decisiones de todo tipo que se achacan a este concilio y no son cuestión de doctrina. Por ejemplo vemos que el punto 20 se mantiene en uso en la Iglesia Ortodoxa pero no en la Católica, y eso no supone rechazar Nicea, sino cambiar una norma de usos. En realidad, para los que afirman que aquí “se fundó la iglesia paganizada que llamamos Católica”, este concilio se ha convertido en un cubo de la basura donde sistemáticamente se puede arrojar todo aquello de la Iglesia que no les gusta.

Lo más curioso de todo es que si fuera cierto que el Concilio de Nicea pervirtió la verdadera doctrina,Trinidad entonces casi todas las iglesias protestantes serían hoy tan falsas como la católica. A nivel doctrinal, el concilio clarificó la teología sobre Jesús, dejando claro que era “de la misma naturaleza que el Padre” y por tanto que Dios era uno y trino. No se inventó esta doctrina, sino que la clarificó debido a las pequeñas y no tan pequeñas herejías que por la época estaban expresando opiniones diferentes sobre Jesús. Si lo que hizo Nicea fue pervertir la doctrina, si como algunos dicen Nicea fue obra de Satanás, entonces todas las iglesias cristianas que defendemos la Trinidad de Dios están equivocadas, incluidas las evangélicas. Eso es precisamente lo que dicen algunos paraprotestantes, que la Trinidad es un invento de Nicea, pero ya vimos que no, que la gran mayoría de Oriente y todo Occidente conservaron intacta la antigua creencia trinitaria.

El día del Nacimiento de Jesús no se sabía ni tampoco importaba, si por deseo del emperador (si fuese así como algunos ahora dicen) se eligió la fecha del 25 de diciembre, ¿qué más da? Cualquier otra hubiera sido igual de buena y esta además tenía la ventaja de marcar el momento del año en el que el avance de la oscuridad se ha detenido y empieza a vencer la luz (los días comienzan a alargarse), lo cual dota a la fecha de un alto contenido simbólico. La única fecha cuya celebración tenía significancia era la Pascua de Resurrección, porque ahí se intentaba seguir la tradición bíblica (aunque Oriente y Occidente nunca lograron ponerse de acuerdo en qué forma era la más bíblica de las dos), pero el resto de las fiestas se podían poner en cualquier día que se acordase porque no se basaban en ninguna fecha bíblica.

EL SÍMBOLO DE NICEA: el credo

La inmensa mayoría de los obispos estaban ya de entrada de acuerdo con la ortodoxia y en contra del arrianismo. Los obispos arrianos fueron poco a poco cediendo a lo largo de los debates, pero si estar de acuerdo fue relativamente fácil, lo que sí resultó tremendamente complicado fue ponerse de acuerdo en cómo redactar un credo de manera que no fuese posible variar su interpretación de forma sutil y así poder acatarlo pero al mismo tiempo acabar generando otra herejía. Esa complicación es lo que causó tanto debate en torno a la

forma que finalmente adoptaría el credo y lo que explica también por qué la palabra “homo-ousios” resultó tan decisiva y bienvenida.

Muchos obispos rechazaban usar en el credo ninguna palabra que no estuviera ya en las Escrituras porque precisamente pretendían imponer el peso de la herencia doctrinal frente a las innovaciones arrianas. Esto alargó los debates, porque al principio se buscaba la manera de defender la ortodoxia mediante conceptos existentes en la Biblia. El problema era que los arrianos tenían su propio modo de interpretar esos pasajes y contextos bíblicos según su nueva visión, así que la Biblia se convirtió en razonamiento circular, pues presentaba los textos pero no se podía explicar a sí misma, y cada uno presentaba su propio razonamiento. La mayoría ortodoxa se apoyaba en las enseñanzas de los apóstoles para contextualizar esos textos, pero necesitaban encontrar la manera de expresar esa doctrina tradicional en términos que no pudieran dar lugar a interpretaciones distintas, como ocurría con la propia Biblia. La nueva situación necesitaba una palabra fácil de entender para todo el mundo y al mismo tiempo absolutamente clara e imposible de tergiversar y que resultara absolutamente incompatible con la doctrina arriana por mucho que se intentase retorcer su sentido.

Finalmente se tuvo que admitir que ninguna palabra bíblica serviría para clarificar de este modo el asunto y todos acabaron por aceptar la búsqueda de otra palabra, aunque no fuera de tradición bíblica, que lo lograra. La palabra que finalmente causó el consenso fue la mencionada “homoousios” (= de la misma naturaleza). Fácil cuando ya se sabe pero al parecer harto difícil hasta dar con ella. El propio Atanasio defendió el uso de esta palabra diciendo “La palabra pertenece a la metafísica griega, pero el Dios expresado con estas palabras es el Dios de la Biblia”. Además, mientras el arrianismo defiende que Dios creó al Hijo, que por tanto es un ser diferente, la ortodoxia definida con este nuevo término, mantiene la idea Bíblica de que Dios, y sólo él, es el salvador de su pueblo, no otra deidad creada por él. Esto es importante porque en el Antiguo Testamento siempre se dice que Dios es el salvador del mundo, y si luego resulta que Jesús no es el mismo Dios del A.T. sino otra divinidad secundaria, entonces el A.T. estaría en falta.

El llamado símbolo o credo de Nicea fue el principal resultado del Concilio y pretendía ser un minicompendio de la doctrina esencial de la Iglesia cristiana para protegerse de herejías presentes y futuras, de forma que quien no aceptara este credo en su integridad no podría ser considerado cristiano. Podríamos considerarlo algo así como un acuerdo de mínimos. Con alguna modificación posterior en el Concilio de Constantinopla (de nuevo para aclarar cosas, no para cambiarlas) este credo es el que aún profesan las Iglesias Católica, Ortodoxa, Luterana, Anglicana y buena parte de las protestantes. No fue una invención doctrinal, sino un compendio que intentaba fijar en un credo sencillo pero claro lo que la gran mayoría de los cristianos habían creído desde el principio.

Símbolo de NiceaLa novedad teológica, pues, fue introducir la palabra “homo-ousios” (consustancial, de la misma naturaleza/sustancia) para comparar la naturaleza del Padre y la del Hijo. Pero esa novedad no es doctrinal, sino léxica. Se buscó una manera de expresar lo más acertadamente posible lo que los cristianos creían, que Jesús era Dios igual que el Padre era Dios, y “homoousios” resultó ser la palabra que buscaban para que el pueblo llano, que ya no tenía mentalidad judía sino griega, pudiera entender bien la idea. Según Eusebio la palabra fue propuesta por Constantino, pero como hemos visto antes, no resulta creíble, la sutileza filosófica y doctrinal que encierra esta palabra está a años luz de las escasas capacidades e interés demostrados por Constantino en cuanto a los matices doctrinales. Insistimos en que lo que hizo Nicea no fue inventarse el concepto de que Jesús era de la misma naturaleza que el Padre, sino que ideó la fórmula perfecta para expresarlo. Pero esa misma idea, expresada de forma más llana la encontramos ya en un texto anterior al concilio. Los únicos textos conservados hoy en día de esa época anterior atacando el arrianismo son los de Alejandro de Alejandría. En uno de ellos nos dice:

“¿Cómo puede ser Él distinto de la substancia del Padre (πώς ανόμοιος τη ούσία του πατρός), el que es la imagen perfecta y el resplandor del Padre, y dice: “El que me ve a mí ve al Padre”? (Juan 14,9). Y si el Hijo es el Verbo y la Sabiduría y la Razón de Dios, ¿cómo hubo un tiempo en que no era? Es como si dijeran que hubo un tiempo en que Dios estaba sin razón y sin sabiduría.”

Finalmente, tomando como bases varias fórmulas de fe anteriores recitadas por la Iglesia antigua, el Concilio aprueba casi por unanimidad (excepto por dos obispos arrianos) esta fórmula de fe (el Credo o Símbolo de Nicea) en donde se define la naturaleza de Dios del siguiente modo:

Creemos en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador de todo lo visible e invisible.

Y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, es decir, de la misma sustancia del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; consubstancial al Padre [homoousion* to patri], por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tierra; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre; padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y vendrá para juzgar a vivos y a muertos.

Y en el Espíritu Santo.

A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a estos anatematiza la Iglesia Católica.

[*este término griego “homoousion” es extrabíblico, no aparece en ningún sitio de la Biblia, por eso algunos consideran que esta palabra, que fue la principal innovación del concilio, es una doctrina antibíblica. Ese razonamiento es absurdo, los padres conciliares buscaban una palabra que explicase lo más claramente posible la verdad en la que ellos creían, y finalmente dieron con este concepto y por tanto lo usaron. Tampoco la palabra “Trinidad” aparece en la Biblia ni una sola vez y ningún protestante se atrevería a decir que es una palabra antibíblica, aunque ciertamente es extrabíblica. Los paraprotestantes, sin embargo, sí que dicen que “Trinidad” es una palabra antibíblica por ser extrabíblica, pero así se meten en un razonamiento que fácilmente desmontaría muchas de sus creencias más firmes, incluido el famoso “rapto”.]

Nicea y ArrioLa redacción final del credo, que fue un trabajo arduo, fue recibida con entusiasmo generalizado porque consideraban que recogía de forma sencilla y elegante la esencia de la fe de los apóstoles y garantizaba así la preservación de la ortodoxia.

Vemos que este credo afirma la creencia en las tres personas de la Santísima Trinidad pero se centra en definir la naturaleza exacta del Hijo porque ese era el aspecto en el que los gnósticos y los arrianos presentaban doctrinas diferentes a la ortodoxia. Más tarde, al surgir herejías nuevas se convocará un nuevo Concilio en Constantinopla (381) y el credo niceno será ampliado para aclarar también algunos puntos más, sobre todo la naturaleza del Espíritu Santo y de la Iglesia. Esta versión final del credo, ampliada para aclarar las nuevas herejías aparecidas unos años antes, es la versión del credo de Nicea tal como se usa hoy (también llamado credo niceno-constantinopolitano). Dice así:

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María La virgen y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la

derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre [y del Hijo*], que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Reconozco que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados, espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

[*La iglesia occidental conserva este credo intacto en su versión griega, pero en la versión latina añade “filoque” (= y del hijo) porque la traducción al latín perdía cierto matiz original y no quedaba clara la relación del Espíritu Santo con el Hijo. Pero incluso esta mínima variación fue a partir de entonces causa de conflicto entre la iglesia oriental y occidental y siglos más tarde sería invocada por la Iglesia Ortodoxa para justificar su separación alegando que Roma había modificado la doctrina inmutable de la Iglesia universal recogida en este credo. Esto nos puede dar una idea de hasta qué punto cada pequeño detalle doctrinal era considerado de enorme importancia, todo lo contrario a las acusaciones de que Constantino les cambió toda la doctrina y los obispos lo aceptaron encantados.]

También vemos que se suprimió la parte final de anatema para dejarlo exclusivamente como confesión esencial de fe más que como acta de acuerdo. Es ese credo niceno reformado el que hoy aceptamos la mayoría de los cristianos y el Acuerdo de Lausana de 1974 lo incluyó también como base para los evangélicos. Aún hoy, tal como pretendían los obispos católicos de Nicea, quien rechaza el credo niceno no es considerado cristiano, de ahí que los llamados “grupos paraprotestantes”, surgidos de los protestantes pero que rechazan una o más cosas de este credo (mormones, testigos de Jehová, unitaristas, etc.), no sean considerados cristianos ni por católicos ni por ortodoxos ni por protestantes ni evangélicos.

EL DONATISMO

Ese supuesto poder omnímodo de Constantino sobre la Iglesia, capaz de obligarles a acatar su voluntad,San Agustin y los donatistas parece muy lejos de lo que nos dice la historia. Unos años antes del Concilio de Nicea, en el 320, Constantino había estado luchando por resolver otro conflicto herético: el donatismo. Esta herejía, también del norte de África, decía que la Iglesia Católica debía ser una Iglesia de santos, no de santos y pecadores, y que los cristianos que habían sucumbido a las persecuciones y habían quemado incienso ante el altar del

emperador para salvar su vida no deberían ser readmitidos a la Iglesia, y si eran sacerdotes sus sacramentos no serían ya válidos.

Constantino intervino para arreglar la disputa, primero favoreciendo las tesis ortodoxas a favor de admitir a los cristianos “traidores”, luego presionando fuertemente a los herejes para erradicarlos, incluso persiguiendo y matando a algunos en Cartago. Finalmente tuvo que rendirse ante la evidencia de que los cristianos no iban a cambiar sus creencias por presión del emperador. Lo único que pudo lograr finalmente fue obligar a la Iglesia que tolerase a los donatistas en su seno, pero siguieron considerándolos herejes. Cuando cinco años más tarde decide afrontar la escisión que estaba provocando otra herejía africana, el arrianismo, Constantino ya había aprendido que si quería conseguir algo era mejor dejar que los obispos resolvieran el problema por sí mismos.

CONSTANTINO Y EL ARRIANISMO

Como hemos dicho, el mismo Constantino no parecía especialmente inclinado ni por la ortodoxia ni en principio por el arrianismo y un resultado tan abrumadoramente unánime le resultó plenamente satisfactorio. Más tarde, sin embargo, empezó a simpatizar con las tesis arrianas, o al menos con sus excomulgados dirigentes, y decidió presionar a la Iglesia para levantarles la excomunión. Convocó un nuevo concilio en Tiro (año 335) y luego en Jerusalén (336) y logró que readmitieran a los excomulgados y considerasen su opinión de que Jesús era un ser tipo divino pero no igual a Dios como una postura alternativa válida. Ahora sí que vemos al emperador convocando concilios amañados y presionando a obispos para aprobar sus tesis, pero la Iglesia universal rechazó esos concilios y no aceptó ninguna decisión doctrinal allí tomada. De ningún modo logró que los demás obispos declarasen que Jesús no era igual a Dios, simplemente logró mediante presión que readmitieran a los que así pensaban.

Pero ni la presión imperial logró que la Iglesia Católica soportara mucho tiempo convivir con la herejía a pesar de que el emperador impuso obispos arrianos en muchas sedes orientales para dar más fuerza al movimiento. La Iglesia siguió luchando y finalmente se convocó el Concilio de Constantinopla en el 381, tras la muerte de Constantino, donde definitivamente se declara otra vez al arrianismo herejía incompatible con la fe cristiana. Si los obispos hubieran sucumbido a la presión del emperador en el concilio anterior, ahora hubieran tenido la oportunidad de rechazarlo. Lo único que consiguieron las presiones imperiales es que la Iglesia aceptase obligatoriamente dentro de su seno a los herejes arrianos durante 46 años, pero en ningún caso, ni en Nicea ni después, logró que esa Iglesia recién bañada en la sangre de los mártires modificase ni un ápice su doctrina oficial. Si Constantino hubiera podido moldear la Iglesia cristiana a su gusto, hoy la Iglesia sería arriana, no católica.

En nuestro próximo artículo veremos lo que ocurrió después de Nicea:

http://apologia21.wordpress.com/2012/12/26/despues-del-concilio-de-nicea-2/

Después del Concilio de Nicea

Como hemos visto en el artículo anterior de El Concilio de Nicea, el papa no pudo asistir, aunque envió dos delegados papales y tenía a Osio presidiendo el concilio. Además de esos tres, tan solo tres obispos occidentales más se presentaron al concilio. Un motivo era la gran lejanía de Nicea, en la actual Turquía, pero otro motivo era el interés real. La doctrina trinitaria no tenía amenazas en Occidente, lo que ellos esperaban es que Oriente solucionase sus problemas para permanecer en la ortodoxia. Cuando los obispos del concilio firmaron el acuerdo (incluidos los dos delegados papales), la iglesia occidental no tuvo ningún reparo en aceptarlo, pues en nada se habían separado de la ortodoxia. Recordemos que fue casi un siglo antes cuando el papa Esteban I había fijado lo que sería desde entonces el principio fundamental a la hora de establecer cualquier dogma o aclaración doctrinal: “nada debe innovarse que no haya sido transmitido por la Tradición”. Ninguna propuesta era aceptaba si carecía de apoyo en la Tradición doctrinal de la Iglesia, de la que por supuesto forma parte fundamental la Biblia misma, pero también la manera en que los primeros cristianos entendían la doctrina, pues ellos bebían directamente de las enseñanzas de los apóstoles.

Si oriente hubiera modificado la doctrina, la Biblia y todas las bases de la fe, tal como algunos modernos proclaman, la iglesia occidental, que apenas había intervenido en los acuerdos, se habría negado a aceptar el acuerdo, e incluso si el peso del emperador junto con la supuesta sumisión de los obispos hubiera impuesto oficialmente semejantes herejías, en occidente (y también en oriente) habría surgido una “herejía” nueva de aquellos que se opusieran a la nueva doctrina. La acusación de que Jesús fue divinizado por Constantino en este concilio es no solo falsa, sino totalmente increíble. Hemos visto cómo fue imposible que los obispos aceptaran una “pequeña” diferencia sobre la naturaleza de Jesús, sobre si era un ser divino creado antes de la Creación o eterno como el Padre. Pueden imaginarse la polémica si ellos creyeran que Jesús era un humano normal y el emperador les dice que a partir de ahora vamos a decir que es Dios.

El emperador acató la resolución del concilio, que declaró el arrianismo anatema, y exilió a los obispos herejes. Anunció también una ley que declaraba ilegal la tenencia de libros arrianos, la cual podía ser motivo de condena capital, y ordenaba quemar los que hubiera. Ante esto algunos hoy dicen, no sabemos basándose en qué fuentes, que tras el concilio los obispos católicos salieron como fieras quemando libros y mandando a pobres arrianos al patíbulo. En más de un sitio se puede leer que decenas de miles de “buenos cristianos” (o sea, arrianos) fueron asesinados y que el “enorme” aparato de la nueva Iglesia Católica se aseguró de que la

persecución fuese implacable hasta en el último rincón del imperio, destruyendo todas las biblias originales y sustituyéndolas por las nuevas redactadas por Constantino en las que se presenta a un Jesús divino.

La historia sin embargo contradice semejantes fantasías. El “enorme” aparato de la nueva Iglesia era aún inexistente, estaba empezando a organizarse a nivel público y no tiene nada que ver con lo que luego encontraremos la Iglesia medieval; esta Iglesia acaba de salir de las catacumbas tan solo doce años antes. Sobre la supuesta destrucción total de biblias originales, ni Diocleciano, con todo el aparato represivo del estado, había conseguido hacerlo. El mito de las nuevas biblias redactadas por Constantino se basa en que el emperador ordenó a Eusebio de Cesarea se encargara de organizar la edición de 50 biblias en edición de lujo para conmemorar los acuerdos de Nicea. Las leyes represivas anunciadas por Constantino tuvieron una laxa aplicación; tan solo tres meses más tarde mostró indulgencia con los perdedores y suavizó sus medidas. A partir de entonces el emperador pasará por varias fases en las que se acercará más a los arrianos o de nuevo más a los ortodoxos, y con la misma mano que presionaba a unos obispos, pasaba luego presionar a los otros. Si tomamos como ejemplo a las dos grandes figuras que lideraron ambas doctrinas, Arrio y Atanasio, no tenemos más remedio que considerar que Arrio fue en general mucho más favorecido por el emperador que Atanasio, y si Arrio permaneció casi siempre en el exilio fue por la gran presión que ejercieron los obispos, no por la voluntad del emperador, que una y otra vez intentó maniobras para reincorporarlo a su puesto.

San Atanasio de AlejandríaSe discute hasta qué punto Constantino se inclinaba por las tesis arrianas. Al principio no parece que le interesase lo que para él era mera dialéctica filosofal, pero pronto se verá que el emperador siente simpatía por Arriano y quizá también por el arrianismo. Se dice que una de sus favoritas, la arriana Constancia, convenció al emperador para que rehabilitase a Arrio. Pero las órdenes del emperador hallaron una tenaz resistencia, sobre todo de Atanasio, que ya había accedido al cargo de obispo de Alejandría. Atanasio se negó a rehabilitar a Arrio tal como le exigía el emperador y el emperador protector de la Iglesia pasó a ser considerado como una amenaza del poder intentando controlarla. Ante la negativa de Atanasio, que contaba con el firme apoyo del pueblo, el emperador organiza un sínodo con miembros afines y convoca a él a Atanasio con la intención de condenarlo. El obispo, que sabe la trampa imperial, decide huir a Constantinopla. Esto hace que Atanasio se convierta en un símbolo de la resistencia de la Iglesia a la injerencia del poder. En ese momento los cristianos empiezan a utilizar el proverbio “Atanasio contra el mundo y el mundo contra Atanasio”. Si Constantino no fue capaz siquiera de doblegar a un solo santo varón que contaba con el respaldo de su pueblo, ¿cómo imaginan algunos que logró doblegar a toda la Santa Iglesia, obispos y pueblo por igual?

El emperador reacciona deponiendo a Anastasio de su cargo y convocando otro sínodo títere en Jerusalén, donde las doctrinas de Arrio son declaradas compatibles con la ortodoxia. Arrio,

así rehabilitado, se presenta en Alejandría con la intención de volver a ejercer su sacerdocio, pero los demás presbíteros, fieles a su depuesto obispo, se negaron a admitirlo en el seno de la comunidad. Constantino no podía tolerar ese desafío a su autoridad así que decidió readmitir a Arrio en la misma capital, Constantinopla, con toda solemnidad. En el 336, el día señalado, Arrio se dirigía a la iglesia acompañado de Eusebio de Nicomedia y muchos de sus partidarios. Por el camino se sintió mal y murió ese mismo día. Los arrianos dijeron que había sido envenenado, los ortodoxos dijeron que había sido un castigo divino.

Todo este asunto provocó un continuo tira y afloja entre el emperador y la Iglesia, liderada en este asunto por Atanasio. La presión popular obligó al emperador a permitir su vuelta a la cátedra de Alejandría, pero sus enemigos arrianos lograron de nuevo que el emperador cambiara de opinión y fuese depuesto y exiliado. Esta lucha entre el pueblo, que lo consideraba como un héroe, y sus enemigos amigos del emperador, hizo que en cinco ocasiones Atanasio fuese desterrado y otras tantas readmitido hasta que por fin, sus últimos días los pudo vivir en paz en su diócesis, victorioso.

Igualmente otros obispos que fueron presionados en el mismo sentido se resistieron, aunque también los hubo que cedieron. Como vemos, en esa época al emperador no le resultaba nada sencillo intentar entrometerse en asuntos doctrinales sin provocar un gran alboroto, cosa que no ocurrió en el concilio ni tampoco en otros asuntos que no fueran el de la cuestión arriana. El emperador finalmente fue bautizado por el también arriano Eusebio de Nicomedia, por lo que es de suponer que al menos al final de su vida sus simpatías estuviesen claramente del lado arriano.

Constancio IINo extraña pues que su sucesor, Constancio II, fuese arriano y desatase una nueva persecución a la Iglesia cristiana en un intento imperial por imponer el arrianismo como nueva ortodoxia. Y sin embargo la Iglesia, más aún en Occidente, se mantuvo firme ante la herejía arriana o cualquier otra, con o sin el apoyo del emperador. El papa Liberio resistió la presión, pero finalmente en el año 355 el emperador Constancio desterró al papa y logró que eligieran un antipapa arriano, Félix, en su lugar. Como era de esperar, el pueblo se negó a aceptar semejante imposición imperial y rechazó al antipapa. Constancio intentó un compromiso permitiendo al papa Liberio regresar a Roma para gobernar la Iglesia junto con Félix. Ni el papa ni el pueblo aceptaron ese arreglo y finalmente el emperador no tuvo más remedio que ceder ante la Iglesia cristiana y el papa Liberio recuperó su sede y la Iglesia, con él, la ortodoxia. Quienes afirman que con la llegada de Constantino los emperadores empezaron a poner y quitar papas a su antojo, controlando así a la Iglesia, es que ignoran o falsean la historia.

Los que opinan que los obispos recién salidos de la persecución pudieron haber cedido ante los deseos del emperador debido a la euforia y gratitud por su nueva situación, no deberían olvidar que tan solo 30 años después el emperador sí que intento cambiar la ortodoxia de la

Iglesia católica y ni con toda su fuerza ni con su nueva persecución logró hacerlo. Muchos de los protagonistas de esta nueva etapa de persecuciones eran los mismos de la época del Concilio de Nicea. Incluso si dudáramos de la integridad de los obispos, en la época de Constancio podemos constatar la reacción del pueblo ante una imposición doctrinal, y nada parecido se produjo tras la resolución de Nicea. Frente a las suposiciones de algunosOsio de Córdoba podemos oponer la contundencia de los hechos. La postura de la Iglesia de la época ante la mezcla de religión y política nos la define muy claramente el obispo Osio, el mismo que había presidido el Concilio de Nicea, cuando Constancio intenta presionarle para que condene a Atanasio, el principal azote del arrianismo:

Yo fui confesor de la fe (= torturado) cuando la persecución de tu abuelo Maximiano. Si tú la reiteras [la amenaza], estoy dispuesto a padecerlo todo antes que a derramar sangre inocente ni ser traidor a la verdad. Haces mal en escribir tales cosas y en amenazarme (…) Dios te confió el Imperio, a nosotros las cosas de la Iglesia (…) Ni a nosotros es lícito tener potestad en la tierra, ni tú, Emperador, la tienes en lo sagrado.* Escríbote esto por celo de tu salvación. Ni pienso con los Arrianos ni les ayudo, sino que anatematizo de todo corazón su herejía, ni puedo suscribir la condenación de Atanasio, a quien nosotros y la Iglesia romana y un Concilio han declarado inocente.

[*Este mismo fragmento, mutilado, se ve a veces usado como “prueba histórica” de que Osio consideraba que el cristianismo había sido gravemente alterado por Nicea, pero esto es una grave tergiversación, la carta citada es una protesta de Osio ante las presiones del emperador para obligarle a declarar el arrianismo como conforme a la ortodoxia, o sea, justo lo contrario: Osio reafirma que la ortodoxia se preservó en Nicea y a ella se remite, sin querer cambiar ahora por presiones del emperador.]

Sin duda palabras que siglos después habían quedado en el olvido, pero que son un fiel testimonio de cómo pensaba la Iglesia en el siglo IV, “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21). No olvidemos que en aquella época el emperador era una figura equivalente a un moderno dictador absoluto de la peor calaña, y aún así el anciano Osio se atrevió a desafiar su autoridad. Las consecuencias fueron las esperadas, Constancio le mandó llamar, le azotó y le atormentó, exigiéndole que firmara la condena a Atanasio, pero Osio se negó a firmar, prefiriendo la muerte si era necesario antes que traicionar su fe. El emperador le perdonó la vida pero fue despojado y desterrado, lejos de su patria y a pesar de que las presiones continuaron, murió centenario y sin condenar a Atanasio. ¿Podría este mismo Osio presidir y firmar en Nicea un concilio apóstata y blasfemo donde sumisamente se permitiera al emperador cambiar de la doctrina cuanto quisiese? La respuesta es un rotundo No.

Juliano el ApóstataEn el 361, muerto Constancio II, sube al trono Juliano el Apóstata, que de nuevo restaurará el paganismo y volverá a perseguir a la Iglesia, no mediante matanzas (aunque muertes sí hubo), pero sí oprimiendo a los cristianos y privándoles de muchos derechos civiles. Sin embargo, a pesar de todos sus intentos, la Iglesia resistió y no logró que la gente volviera al paganismo. No sería hasta el 380 cuando el nuevo emperador, Teodosio, declare al cristianismo, esta vez sí, religión oficial del Imperio. Ahí es cuando lamentablemente la jerarquía eclesiástica empieza realmente a adquirir poder secular.

El arrianismo, sin embargo, tardó varios siglos en desaparecer por completo. Misioneros arrianos habían convertido a los pueblos godos que estaban por entonces más al norte de Grecia en el 332. Cuando estos pueblos se desplazaron a Occidente, en torno al 400, llevaron allí su herejía, pero no lograron que el pueblo cristiano la aceptase. De esta forma se creó una fractura entre conquistadores y sometidos que duró siglos. En el caso de Hispania, el pueblo se mantuvo fiel a la doctrina ortodoxa católica hasta el final, sin sucumbir a las presiones estatales por imponer el arrianismo. Esto provocó un distanciamiento entre el poder visigodo y el pueblo. No fue hasta el 587 cuando el rey Recaredo se convierta al catolicismo y en poco tiempo el arrianismo desaparezca de Hispania y del mundo.

CONCLUSIONES

Hemos visto que la fe arriana no logró imponerse en Oriente a pesar del apoyo imperial, y que menos aún logró apoyos en Occidente cuando la llevaron los conquistadores godos. Esto nos sirve también para ver que no es posible que el emperador hubiera presionado en el concilio para obtener una Iglesia paganizada a su medida y contraria a la fe general de la cristiandad. Un cambio en el concilio en ese sentido, alejándose de la doctrina tradicional, habría tenido sonadas consecuencias de rebelión sobre todo en Occidente, donde muchos de los cristianos que habían sufrido la persecución en sus propias carnes habrían tenido que pasar a ser miembros de una iglesia nuevamente perseguida. Pero nada de eso ocurrió, la resolución del concilio de Nicea llegó a Occidente y fue asumida por todas las iglesias locales con total naturalidad, sin ningún conflicto ni división. Para Occidente, las novedades del concilio fueron asuntos formales y de organización, no doctrinales. De hecho, en los siglos siguientes casi todas las nuevas herejías surgieron en Oriente, mientras que Occidente, con el papa a su cabeza, mantuvo el consenso y la doctrina sin peligros. Solo este hecho basta para demostrar que no hubo ningún cambio de doctrina, pero de todas formas, en próximos artículo estudiaremos con cierto detalle los supuestos cambios doctrinales que algunos afirman.

También vemos que no se puede sostener la pretensión de que esa Iglesia salida del concilio se dedicó desde ese mismo momento a perseguir a los demás. Solo el poder secular tenía entonces potestad para hacer ese tipo de persecuciones y en las décadas siguientes al concilio las persecuciones se repartieron, según el momento, entre católicos y arrianos, llevándose los

católicos la peor parte. De todas maneras esa persecución estuvo mucho más dirigida a los obispos que al pueblo, pues los intereses del emperador tenían motivaciones políticas, no realmente doctrinales.

No se puede negar que la aproximación del poder a la Iglesia, favoreciéndola, no tuviese efectos negativos, y que la posterior oficialización de esta a finales de siglo no tuviera efectos aún más devastadores, pues cuando a un ser humano se le da poder y riquezas la tentación de la corrupción acecha, y algunos caen. Lo que hemos intentado demostrar es que esa no es la situación de los asistentes al concilio y menos aún de los cristianos de base.

Hemos visto la gran polémica que pequeñas desviaciones doctrinales provocaron en la Iglesia antes y después del concilio, también durante. También hemos visto la fuerte reacción de la Iglesia cuando el emperador sí que intenta, años después, inmiscuirse en asuntos internos de la Iglesia, y lo que logra solo lo consigue aplicando la fuerza y solamente mientras la aplica, venciendo sin convencer, y perdiendo el terreno ganado en cuanto afloja la presión. Lo mismo ocurrió durante el reinado de sus hijos. La situación de la Iglesia oficializada en el siglo V ya será otra, pero durante este siglo IV, durante el reinado de Constantino, la Iglesia aún mantiene toda su energía inicial y no era posible, como algunos afirman hoy, que el emperador modificara sustancialmente su doctrina y crease una Iglesia nueva paganizada diferente al cristianismo de las persecuciones. El Concilio de Nicea ni cede ni innova, sino que fija y aclara lo que ya se creía desde el principio.

Los que afirman que ya a finales del siglo I la Iglesia estaba paganizada entonces podrían afirmar que los errores del catolicismo no los creó Constantino sino que ya estaban ahí antes, pero para eso se ven obligados a certificar el fracaso de Jesús y sus apóstoles al extender fallidamente el evangelio y tendrían que demostrar, aportando pruebas inexistentes, que ellos descienden directamente de alguna exigua minoría que escapó de la paganización general. Los que afirman eso (por ejemplo los Testigos de Jehová) deberían evitar identificarse con el arrianismo como a veces hacen, porque lo único que tienen en común con los arrianos es precisamente su herejía, pero no lo demás. Un arriano creía, entre otras muchas cosas, en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, así que si los Testigos o cualquier otro grupo son descendientes de esos arrianos tendrían que admitir necesariamente que hoy en día ellos mismos se han convertido en herejes según su propia visión de la historia. No parece que tengan escapatoria en su razonamiento.

Citaré aquí la parte de conclusión del estudio que hace Luís Caboblanco sobre la relación entre Constantino y la Iglesia donde, sin posiciones partidarias, rechaza las acusaciones intervencionistas del emperador como fruto de un moderno revisionismo interesado.

El que el emperador recibiera el apoyo de, al menos, aquellos que se habían visto beneficiados por su política de libertad religiosa – libertad que afectaba a todas las confesiones, no solo a la cristiana – parece consecuente, y la necesidad de un credo universal – a la postre aprobado en Nicea – del tipo “un Dios, una Iglesia, una fe” imprescindible para una religión en crecimiento y con los problemas dConstantino y legionariose estanqueidad y diferencia de puntos de vista de las grandes organizaciones. La iglesia no participó en la definición del nuevo estado romano, tan solo se aprovechó del peso demográfico de sus seguidores y su única obsesión fue la organización de los suyos, pero como cristianos, no como ciudadanos. Constantino, un soldado por encima de todo y puede que obsesionado por reparar las excesos que pudiera haber cometido, dio media vuelta a sus convicciones y desterró a los tres principales prohombres católicos, Atanasio, Eustacio y Pablo de Constantinopla e incluso recibió los ritos del bautismo de manos del obispo arriano de Nicomedia… Ciertamente, un comportamiento bisoño por parte de un monarca que nunca acabó de entender las opiniones que se vio forzado a escuchar y que aceptó la solución que ofrecía más estabilidad… sin preocuparse de absolutamente nada más.

http://www.historiaclasica.com/2008/01/el-concilio-de-nicea-el-ocaso-de-la.html

El Concilio de Nicea, el ocaso de la Civilización Clásica

Es imposible hacer una reflexión fundada sobre que fue, pero, sobre todo, que ha significado para el ser humano el Concilio de Nicea sin situarlo en el contexto histórico en el que se desarrolla. Porque es ese contexto histórico el que coloca a sus actores relevantes y el que dibujaría la escena de un mundo que, a partir de dicho Concilio, se tragaría todo lo anterior a causa del fundamentalismo religioso, hundiendo a la humanidad en más de 1000 años de oscurantismo; la Edad Media. Y sin hacer esa reflexión es imposible entender cómo la sabiduría de sabios y filósofos, recogida y mimada durante más de diez siglos anteriores a dicho Concilio en bibliotecas, academias y escuelas, fuera, de repente, tragada por la noche de los tiempos durante otros diez siglos. Sabiduría que, aún hoy día, no ha sido recuperada del todo y que, con toda probabilidad, jamás lo será.

Constantino Superstar (306-337)

Es evidente que el hecho histórico más relevante en el siglo IV, tras la restauración del Estado llevada a cabo por Dioclesiano, es la conversión del cristianismo en el catolicismo, siendo, de la noche a la mañana, la religión sociológicamente dominante del mundo mediterráneo. Si a principios de siglo el cristianismo no deja de ser una más de las tantas religiones de salvación de origen oriental existentes en el Imperio, mediado el mismo y tras su reconversión en catolicismo, se transforma en una marea que lo engulliría, mediatizaría y estrangularía todo, desde la misma sociedad, hasta la cultura y, por supuesto, la política. Ese cambio, sin embargo, no se produjo sin una profunda crisis que queda reflejada en el pensamiento histórico y literario de la época.

Esto sería inexplicable sin la figura de Constantino (306-337) como emperador de oriente. Es más, si el reinado de Constantino no hubiera tenido lugar, el catolicismo no existiría. Como figura histórica Constantino vive una época convulsa y tremendamente complicada, lo que refuerza su imagen de hombre inteligente que no sólo fue un gran militar y estratega, sino también un político hasta la médula. Todo ello sin obviar el carácter severo, violento y de ostentación que marcaron a casi todos los emperadores del imperio.

Hay que trasladarse hasta el 1 de mayo de 305, cuando Diocleciano abdica, para ver a las claras como la crisis del sistema llamado Tetrarquía (dos césares y dos Augustos) se hace evidente. La retirada de los dos Augustos implicaba de forma directa la trascendencia del poder imperial, no inherente a quien lo ejerciera. Por lo tanto, los dos Césares pasaron a ser Augustos (Constancio y Galerio, ostentando aquel el titulum primi nominis, la preeminencia moral sobre el título de Emperador), y se nombran dos nuevos Césares: Maximino para oriente y Severo para occidente. El equilibrio del sistema es precario, siempre lo fue, pero ahora lo es más que nunca. El mecanismo de poder, mal fundamentado por Diocleciano, mezcla dos reglas incompatibles: la elección subjetiva y arbitraria del aspirante - derecho de este en el sistema de sucesión del Augusto-, y el automatismo propio del sistema monárquico - hereditario por primogenitura-. Esto sólo dio lugar a una serie de luchas, principalmente por la exclusión del sistema en el 305 de los hijos de aquellos que fueron Augustos y Césares. En ese alzamiento, Constantino, hijo de Constancio, logra controlar la Galia e Hispania, siendo nombrado César por Severo - quien termina siendo asesinado por los propios pretorianos que nombran Augusto a Majencio, hijo de Maximiano-. Para terminar de arreglar el desaguisado Diocleciano nombra a un Augusto occidental por su cuenta, Licinio, en 308.

Todo esto podría parecer muy complicado a simple vista, pero es más sencillo de lo que parece. Imagínense que en el año 308 siete emperadores tenían, más bien pretendían tener el título de Augusto: Maximiano, Galerio, Constantino, Majencio, Maximino Daia y Licinio. Incluso Domicio Alejandro, en África, se vistió de púrpura. Evidentemente la situación se solucionó a base de eliminación, nunca mejor dicho, de candidatos. Maximiano fue asesinado precisamente por Constantino, su propio yerno, en el año 310. En el 311 Galerio muere de enfermedad, no sin antes publicar un edicto de tolerancia religiosa hacia los cristianos, a los que persiguió enconadamente por servir de espías para sus adversarios. Ese mismo año un prefecto de Majencio asesina a Alejandro. Estos hechos dejan camino expedito a Constantino y Majencio en el Oeste, y a Licinio y Maximo Daia en el Este.

Lo cierto es que la figura de Majencio ha sido considerada como la de un usurpador por todos los historiadores, y como la de un tirano y asesino de cristianos por parte de las fuentes eclesiásticas. Lo primero es cierto, lo segundo no podría estar más lejos de la realidad. Majencio, de hecho, siempre practicó políticamente la tolerancia religiosa. Y tiene su lógica dado que los problemas que lo obligaban a gobernar al día, con el único apoyo de los pretorianos y del pueblo romano - la plebe-, no así de los elementos senatoriales que no veían con buenos ojos la fiscalidad impuesta a sus patrimonios, a lo que hay que sumar la pérdida de Hispania a manos de Constantino, y la falta de avituallamiento de Roma por culpa de los disturbios causados por Alejandro en África, no le permitían preocuparse por quien y que religión se practicaba.

Sin embargo, quien tomó la iniciativa que restablecería la unidad imperial fue Constantino, demostrando ser el mejor estratega de los cuatro en liza. Sabía que Licinio, responsable de la península balcánica, no intervendría ya que había llegado a un entendimiento con Maximino, así que invadió Italia por los Alpes y derrotó en el Puente Milvio a Mejencio el 28 de octubre de 312. La tradición católica entiende esa victoria como milagrosa e incluso dice que las legiones adoptaron la cruz como emblema para ir a la batalla, in hoc signo vinces. Pero la realidad es que el milagro habría sido que Majencio hubiese podido vencer a las legiones sólo con sus pretorianos, por no hablar de que las legiones mandadas por Constantino portaban como estandarte un esbozo de lo que más tarde pasaría a ser el Crismón o Lábaro, estandarte militar de Constantino, no la cruz, que como símbolo cristiano no fue usado jamás, y como símbolo católico no es usado hasta bien entrado el siglo VII. Es más, la cruz como símbolo era repudiado por los cristianos por su origen simbológico pagano ("Los cristianos incluso repudiaban la cruz debido a su origen pagano. [...] Ninguna de las imágenes más antiguas de Jesús lo representan en una cruz, sino como un dios pastor a la usansa de Osiris o Hermes, portando un cordero" - Barbara Walker, The womans enciclopedia of myths and secrets, San Francisco, Harper and Row, 1993-).

Constantino llega a un acuerdo con Licinio, más dado a negociar que a luchar, para repartirse el pastel, ganando a su causa a todos los grupos religiosos que pululan por el Imperio con el Edicto de Milán de 313. Para empezar la idea no parte de Constantino, sino de Licinio, que ya en el 311 había usado el mismo sistema firmando junto a Galieno un edicto de tolerancia para apaciguar a los grupos religiosos de sus ámbitos gubernamentales. Este primer edicto de 311, firmado por Licinio y Galieno, es obviado por las fuentes eclesiásticas de forma interesada, tomando el firmado en 313 como de libertad de culto para los cristianos en exclusiva y dando como impulsor del mismo a Constantino. Lo cierto es que tanto el de 311 como el de 313 son edictos de tolerancia religiosa para todas y cada una de las religiones que existen en ese momento, no sólo para los cristianos.

Este entente entre Constantino y Licinio dejó a Maximino Daia aislado. El edicto consiguió que las diferentes religiones en los territorios de este último se volvieran más belicosas e incluso inspiraran revueltas. Esto sumado a su débil posición estratégica dio como resultado su derrota en Adrianópolis a manos de Licinio ese mismo año 313. Maximino Daia es considerado por fuentes eclesiásticas como un acérrimo perseguidor de cristianos (¿...?). El Imperio volvía a tener los Augustos precisos. Licinio se convirtió en cuñado de Constantino al casarse con su hermana. Pero sólo eran aliados en apariencia.

La necesidad de creación del "Imperium Christianum" (306-379)

Es ese año 313 cuando Constantino comienza, de verdad, a tener en cuenta a los cristianos como fuerza de mantenimiento del orden y la paz, no sólo porque están organizados a lo largo y ancho de todo el Imperio, lo que los convertía también en una fuerza de espionaje y sabotaje sin parangón, sino porque la doctrina cristiana se acercaba mucho a lo que él mismo entendía por una religión. Como su padre, Constantino era un adepto al culto solar - Sol Invictus-. Las fuentes católicas se hacen eco de su revelación divina a raíz de una aparición. Lo cierto es que Constantino fue adicto a las apariciones divinas, entre ellas la de un Apolo Solar durante su estancia en Vosgos. Es evidente que Constantino era más un hombre de Estado que un hombre religioso, y su política al respecto lo prueba. Durante el año 313 los símbolos cristianos se multiplican en las monedas y las menciones a otros dioses "paganos" se van apagando. Pero es en el año 314 cuando los cristianos le piden que intervenga en una disputa con respecto a la doctrina donatista, vendiéndole la imagen de perturbación de la paz que producía la duplicación de la doctrina cristiana. Era evidente que la idea de unificación que Constantino albergaba tendía a cerrar una disputa que había dividido el norte de África, fuente de avituallamiento de todo el Imperio, donde surgían comunidades cristianas paralelas por doquier con una doctrina que estaba tomando el tinte de una cierta lucha social - los campesinos, literalmente trillados por los impuestos imperiales para el mantenimiento de las

luchas internas entre los tetrarcas, se sintieron más cerca de los donatistas, cuya nueva doctrina aprovechaban para saquear haciendas y bienes de aquellos que no la compartían-. Donde de verdad Constantino vio la oportunidad fue en que, si bien los cristianos no donatistas le habían pedido intervención, los donatistas también lo hicieron. Y él no desaprovecha la ocasión para imponer su criterio. Nombra a Milciades, obispo de Roma y a Marcos, procónsul de África, como jueces en la disputa, celebrando el llamado Concilio de Arlés, al frente del cual pone a Ceciliano. La cuestión no era que el Concilio terminara con el cisma donatista, para Constantino la cuestión era que el Concilio de Arlés es el primer Concilio sujeto a arbitrio imperial y abría una serie de posibilidades que, como hombre de Estado, no le pasaron desapersividas. El Concilio de Arlés es el verdadero antecedente histórico para el Concilio de Nicea, también sujeto a arbitrio imperial.

A partir del año 314 Constantino entra en una espiral filocristiana favoreciendo a dicha doctrina frente al resto. Entiende perfectamente que la religión es un arma formidable si consigue que esta respalde al Estado: gobernar al ciudadano no sólo legislativamente, sino también moralmente. Esta actitud lo enemista rápidamente con Licinio, más dado a la tolerancia hacia todas las religiones, que comienza a tener problemas con el fundamentalismo cristiano que se extiende por sus dominios a causa de Constantino. Este termina por atacarlo de forma unilateral arrancándole las provincias de Panonia y Mesia. Pero finalmente se acuerda una tregua de diez años. Al mismo tiempo Diocleciano muere en Salona, haciendo que la situación vuelva al principio de la sucesión hereditaria. En rigor, el concepto dinástico requiere un sólo emperador que imponga a su propia dinastía. Así que la guerra estalla en el 324, presentada por la tradición católica como una cruzada, cuando no deja de ser el mismo sistema de eliminación que se venía produciendo desde 312. Licinio es derrotado en Adrianópolis y luego en Asia Menor. Se rinde, siendo ejecutado junto a su hijo. Este acto, bárbaro en apariencia, restablece la concentración de poder imperial en una sola mano, asegurando la sucesión dinástica en esas mismas manos.

Una vez eliminados todos sus adversarios, que optaban a obtener el mando del Imperio, Constantino comienza a cimentar las bases para que ese mando que ahora ostenta no pueda ser discutible. Para ello primero crea una base que respalde a su dinastía, así que la llama segunda dinastía "flavia", sosteniendo que su padre era descendiente de Claudio II, el Gótico. Convencido de la necesidad de crear un gobierno respaldado por una religión de Estado, se lanza de lleno a la creación del Imperium Christianum. Las bases para ello las viene creando desde el 313, cuando comienza su actitud "césaropapista". Es más, él es el primero que acuña el concepto de Iglesia Católica, no San Pedro ni ningún otro santo, Constantino. En una carta enviada al procónsul de África, Anulino, a raíz del cisma donatista, se incluyen dos puntos que aclaran cuales son sus intenciones. Es el primer escrito en el que aparece el concepto de catholica ecclesia - es decir, universalmente reconocida- y la exención de sus clerici de las cargas (numera) curiales; la concesión de la inmunidad eclesiástica. Podría parecer que este acto fue gratuito, pero teniendo en cuenta que los cristianos, donatistas y no donatistas - aunque son los primeros lo que se apropian del término-, se consideran a si mismos soldados

de Cristo - agonistici-, y que Constantino vislumbra ese Imperium Christianum, no sólo no se puede decir que es un acto gratuito sino que además se puede aseverar que fue interesado y, políticamente, muy acertado.

La creación intelectual del crisol de la cristiandad.

Si bien en el año 325 la religión más favorecida por el Estado, no sólo desde la ley, sino también de forma económica, es la cristiana, no deja de ser cierto que la religión más popular es el mitrianismo. El ferreo código moral cristiano y el fundamentalismo del que hacen gala los cristianos no atrae demasiado a una ciudadanía que acostumbra a cambiar de religión según sus preferencias, el tipo de celebraciones que practican, etc, etc. Esto se debe a la gran oferta religiosa que existe.

Hasta el año 320, el cristianismo es tolerado y favorecido, pero nunca convertido en la religión oficial del Estado. Es la época de compromiso con la antigua religión - Constantino seguía siendo pontifex maximus, impronta que remarca en el Crismón o Lábaro, estandarte militar de Constantino- y de equilibrio entre cristianos y paganos. Tanto es así que el Emperador tiene consejeros de varias religiones... pero por los cristianos tiene a Osio de Córdoba (256-357).

Esta figura, que parece pasar desapercibida en los libros de historia, siendo nombrada sólo de soslaire, jugará un gran papel en los hechos que desembocarían en el Concilio de Nicea. Para poder demarcar su carácter decir que, anteriormente, ya participa de forma activa en el Concilio de Elvira en Hispania. Concilio poco conocido en el que se trata la separación de las comunidades judías hispanas y estrictas prohibiciones para alejar a los cristianos de "ambientes" paganos. Estas prohibiciones afectaban desde la asistencia de cristianos a las carreras de cuadrigas hasta el culto imperial o la asistencia a fiestas promovidas por otras religiones - no he logrado encontrar cual sería el castigo para quienes obviaran estas prohibiciones-. Entre sus 81 cánones, todos disciplinares, se encuentra la ley eclesiástica más antigua concerniente al celibato del clero, la institución de las vírgenes consagradas (virgines Deo sacratae), referencias al uso de imágenes - cuya interpretación aún es muy discutida-, temas como el matrimonio, bautismo, ayuno, excomunión, enterramiento, vigilias, o cumplimiento de la obligación de asistir a misa. Pero no adelantemos acontecimientos...

Constantino se da perfecta cuenta de que si quiere un respaldo religioso a su política, si pretende conseguir el gobierno del hombre por la ley y la moral, necesita no sólo respaldar su

dinastía, ser pontifex maximus o ejercer el cesaropapismo. Es menester que las diferentes religiones admitan el origen divino de su poder, no porque sea dios, sino porque dios así quería que fuera. Necesita que las diferentes religiones respalden al Estado y unifiquen criterios que le sean más provechosos al Imperio. Precisa que las distintas religiones unifiquen criterios en vez de entrar en una guerra abierta por los creyentes. En parte ya lo está consiguiendo con el mitrianismo - Sol Invictus- y el cristianismo. Un buen ejemplo de ello es que el Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado (Dies Natalis Solis Invicti) se celebraba cuando la luz del día aumentaba tras el sosticio de invierno, en alusión al "renacimiento" del sol. Este Festival corría desde el 22 al 25 de diciembre... -¿Les suena?-, curiosamente resulta que es a partir del Concilio de Nicea cuando queda sentado que el 25 de diciembre es la fecha del nacimiento de Cristo - no de Jesús, de Cristo-. También quisiera señalar que el gorro que usaran obispos, arzobispos y el mismo Papa, la mitra, tiene su origen en el tocado de dignidad que llevaban los sacerdotes de Mitra y, posteriormente, los sacerdotes persas que vestían de blanco - es evidente que el tocado no era, ni mucho menos, parecido a lo que, hacia el siglo V, se usaba en la Iglesia Oriental, que no pasaba de ser un bonete semiovoide. Pero su origen está claro y es indiscutible-. Incluso el halo que aparece en las figuras de los santos rodeando su cabeza es una copia del que aparece alrededor de la cabeza del auriga del carro del Sol Invicto.

Para el Emperador no existía problema a la hora de reunir a las diferentes religiones paganas. El problema era, precisamente, meter en el saco a los cristianos. Y Arrio fue la excusa perfecta. No se puede decir que Constantino engañara a los cristianos, sin duda Osio tenía muy claro cual era el fin último del Concilio que el Emperador quería hacer, pero también tenía muy claro que las ventajas para el cristianismo de esa unificación de doctrinas que diera lugar a un credo universal eran muchas, siempre y cuando todo lo aprobado en Elvira pudiera ser impuesto, y, de paso, se quitaba de enmedio no sólo a Arrio, que se estaba convirtiendo en un verdadero problema en las diosesis orientales, sino a otras muchas "herejías" incipientes basadas en los diferentes evangelios que pululaban por el imperio. Aquí Constantino también da muestras sobradas de ser un hombre de Estado. La doctrina arriana le es más simpática que la fundamentalista ostentada por Osio - el arrianismo es más acorde con su concepto de monarquía divina, el Hijo subordinado al Padre, al igual que el César al Augusto-, pero entiende que es necesario perder algo para ganar mucho.

Nicea

El Concilio de Nicea se celebra en el 325 en la ciudad de la que toma nombre - la actual Iznik-, en Asia Menor. Lo convoca directamente el Emperador Constantino, y las fuentes eclesiásticas dan por cierto que por consejo de Osio de Córdoba. "Son las mismas fuentes que no reconocen

la asistencia al Concilio de Nicea de otras sectas y religiones. Sin embargo esto no es discutible dado que las decisiones tomadas en este Concilio unifican en el credo cristiano diferentes tradiciones que nada tenían que ver con el cristianismo hasta su celebración: la fecha de la Navidad es un buen ejemplo (...)" - Reverendo Robert Taylor, The Diegesis: Being a Discovery of the Origin, Evidences, and Early History of Christianity. Never yet before or Elsewhere So Fully and Faithfully Se, Kyla (Montana), Kessinger Publishing Company, 1997-.

El Concilio de Nicea fue una verdadera cumbre que reunió a los líderes cristianos de Alejandría, Antioquía, Atenas, Jerusalén y Roma, junto a los máximos representantes del resto de las sectas y religiones más representativas en el ámbito del Imperio romano - Apolo, Deméter/Ceres, Dioniso/Baco, Jano, Júpiter/Zeus, Oannes/Dagón, Osiris e Isis y, por supuesto, el Sol Invictus, este último representado por el propio Emperador-. En este aspecto es revelador que se guarden las actas del Concilio de Elvira, así como lista fiel de asistentes y de los cánones que se aprobaron allí, pero resulta que las actas de Nicea - Concilio a todas luces más importante-, así como los cánones resultantes estén tan rodeados de controversia. Por poner un ejemplo, resulta que la mayoría de los cánones que, supuestamente, se aprueban en Nicea son un calco de los aprobados en Elvira - tanto es así que las fuentes eclesiásticas han intentado hacer pasar el Concilio de Elvira como posterior a Nicea. Pero resulta que sus actas, en las que se recogen los cánones y el nombre de los asistentes, están fechadas, así que no cuela-, y ninguno de ellos hace referencia ni directa ni indirecta a la fecha de celebración de la Navidad, cuando se sabe a ciencia cierta que el 25 de diciembre es impuesto como tal en Nicea.

Tampoco parece que haya una posición clara de quienes asisten a dicho Concilio, cosa que no ocurre con ningún otro, ni anterior - Concilio de Arlés, Concilio de Elvira, etc-, ni posterior. Hasta hace poco más de 40 años la iglesia negaba que existieran listas de asistentes. Es entonces cuando se, digámoslo así, matiza lo dicho, porque esas fuentes se negaban a si mismas, que sí reconocían que hubo que firmar un documento de adhesión al Credo que fue aprobado por casi todos los asistentes - se conocía hasta los nombres de los dos asistentes que no lo firmaron: Teón de Marmárica y Segundo de Tolomeo-. Las fuentes eclesiásticas reconocen que "Las listas de firmantes han llegado hasta nosotros muy mutiladas, desfiguradas por los errores de los copistas (...)" - Enciclopedia Católica-, algo que, visto lo visto, es más que lógico. El estudio de dichas listas sólo ha sido permitido a H.Gelzer, H.Hilgenfeld, O.Contz y C.H.Turner, dando lugar al reconocimiento de unos 220 nombres, aunque, cosa extraña, en las listas aparece el nombre del firmante, diósesis, filiación y... ¡Su religión! (¿...?).

Pero este Concilio no sólo es curioso por eso. El "Milagro" de Nicea también permitió quitar de enmedio 266 evangelios mediante la "intervención divina", que consistió en poner los 270 evangelios bajo una mesa del salón del Concilio, cerrar la puerta con llave y pedir a los Obispos que rezaran durante toda la noche para que dios pusiera sobre la mesa aquellos que fueran

inspirados por él. Claro que, a falta de actas, tampoco sabemos quien guardó la llave durante la noche. Lo cierto es que a la mañana siguiente los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan estaban sobre la mesa. Sobrenatural o no, el responsable del "milagro" debió de haber ponderado mejor la elección de estos cuatro evangelios, pues los escogidos incurren en abundantes contradicciones lo que hace imposible que sean, por llamarlo de alguna manera, fiables. Por ejemplo, en el evangelio de Mateo se afirma que el nacimiento de Jesús fue dos años antes de la muerte de Herodes, mientras que si es a Lucas a quien tenemos que hacer caso, Herodes llevaría nueve años muerto en el momento del nacimiento de Cristo. ESto, que podría ser incluso cómico, la elección de esos cuatro evangelios de entre los 270 existentes, tuvo como consecuencia la muerte de decenas de miles de cristianos durante los tres años siguientes a la finalización del Concilio, porque la posesión de cualquiera de los 266 restantes se tipificó como un delito capital - Lloyd Graham, Deceptions and myths of the Bible, Nueva York, Citadel Press, 1991-.

Sin embargo, lo más importante es que lo que resulta del Concilio de Nicea es el catolicismo, con variaciones bastante pequeñas, que hoy día conocemos. Aparece de forma efectiva lo que será, ya para los restos, la catholica ecclesia, no sólo como concepto sino con un refinamiento en cuanto a organización que jamás había tenido ninguna otra organización religiosa, ni lo tendrá después. Se aprueba todo lo relativo a las elecciones episcopales, los patriarcas y su jurisdicción, todo lo relativo a la excomunión, la prohibición de abandono de sus iglesias por parte de los clérigos, así como la prohibición de que Obispos, sacerdotes y diáconos pasen de una iglesia a otra. En este concilio se llegan a sentar incluso las bases de la liturgia que hoy día conocemos... pero también se le dan poderes a la nueva iglesia para embarcarse en una campaña de censura a gran escala destinada a silenciar a millones de disidentes a través del asesinato, la quema de libros, la destrucción de obras de arte, la desacralización de templos, la eliminación de documentos, inscripciones o cualquier otro posible indicio que pudiera poner en duda su derecho a ejercer el gobierno del espíritu del hombre, y que condujo a occidente a unos niveles de ignorancia desconocidos desde el nacimiento de la civilización grecoromana - "A fin de oculta rel hecho de que no existía base histórica alguna que justificase sus ficciones teológicas, el sacerdocio cristiano tuvo que recurrir al deleznable crimen de destruir casi cualquier traza de lo ocurrido durante los dos primeros siglos de la era cristiana. Lo poco que fue permitido que llegase hasta nosotros lo habían alterado y distorsionado hasta dejarlo por completo carente de cualquier valor histórico" Jonathan M. Roberts, Antiquity unveiled: ancient voices from the spirit realms, Mokelumne Hill (California), Health Research Books, 1970-.

La consumación del "Imperium Christianum"

Por su parte Constantino consigue aquello que se había propuesto, la creación de una religión de Estado que respaldará su poder, y con el tiempo el de todas las monarquías europeas siempre y cuando sean católicas, como entregado por el propio dios. Sin embargo, pasan muy pocos años entre un Constantino, monarca que preside un Concilio que ha logrado hacer a su medida y en los términos que pretende, intentando estatalizar a la religión que nace de dicho Concilio, y esta carta enviada por un Osio dejando claro cual era el espíritu de aquellos que, como supuestos defensores de la fe, acudieron a Nicea: "Yo fui confesor de la fe cuando la persecución de tu abuelo Maximiano. Si tú la reiteras, estoy dispuesto a padecerlo todo antes que a derramar sangre inocente ni ser traidor a la verdad. Haces mal en escribir tales cosas y en amenazarme (...) Dios te confió el Imperio, a nosotros las cosas de la Iglesia (...) Ni a nosotros es lícito tener potestad en la tierra, ni tú, Emperador, la tienes en lo sagrado..." La historia, y a las pruebas me remito, desdijo a Osio e hizo salir las verdaderas intenciones de la iglesia, dando la vuelta a aquella tortilla que tan bien creyó hacer Constantino. Todo ello en menos de cien años.

Una vez que las autoridades eclesiásticas obtienen el derecho legal de destruir cualquier obra escrita que se opusiera a las bases sentadas en Nicea, entre los siglos III y VI, bibliotecas enteras fueron arrasadas hasta los cimientos, escuelas dispersadas y confiscados los libros de ciudadanos particulares a lo largo y ancho el imperio romano, so pretexto de proteger a la iglesia contra el paganismo. En el siglo V la destrucción era tal que el arzobispo Crisóstomo escribió con satisfacción: "Cada rastro de la vieja filosofía y literatura del mundo antiguo ha sido extirpado de la faz de la tierra" - Lloyd Graham, Deceptions and myths of the Bible, Nueva York, Citadel Press, 1991-. Se establece la pena de muerte para cualquier persona que escribiera libros que contradijeran las doctrinas de la iglesia. En la lista de aquellos que participaron en ello hay muchos nombres de los "doctores" de la iglesia. El propio Gregorio, obispo de Constantinopla y último doctor de la iglesia, fue un activo incinerador de libros. La construcción de iglesias sobre las ruinas de los templos y lugares sagrados de los paganos no sólo se convirtió en una práctica común sino también obligada para borrar por completo el recuerdo de cualquier culto anterior. Sin embargo, hubo cierta justicia poética en todo ello. En Egipto, ante la imposibilidad material de demoler las grandes obras de la época faraónica o de borrar los jeroglíficos grabados en la piedra, se optó por tapar los textos egipcios con argamasa, lo cual, lejos de destruirlos, sirvió para conservarlos a la perfección hasta nuestros días y eso ha permitido que tengamos un conocimiento de antiguo Egipto más detallado que el de los primeros siglos de nuestra era y, lo que es más importante, aquellos jeroglíficos preservaron la verdad, ya que contenían la esencia y el ritual del mito celeste que, casualidades de la vida, tiene una enorme similitud al mito evangélico.

"Tras quemar libros y clausurar iglesias paganas, la iglesia se embarcó en otra clase de encubrimiento: la falsificación por omisión. La totalidad de la historia europea fue corregida por una iglesia que pretendía convertirse en la única y exclusiva depositaria de los archivos históricos y literarios. Con todos los documentos importantes custodiados en los monasterios y un pueblo llano degenerado al más absoluto analfabetismo, la historia cristiana pudo ser

falsificada con total impunidad, convirtiendo a una religión de Estado en un Estado en si misma". Barbara Walker, The womans enciclopedia of myths and secrets, San Francisco, Harper and Row, 1993.

Conclusión

Bajo mi punto de vista, y en vista de los hechos expuestos, no creo que nadie sea capaz de negar la intención de Constantino y mucho menos la de aquellos santos padres de la iglesia católica. Tampoco creo que yo sea el más indicado para sacar conclusiones al respecto. Así fueron los hechos, y así se los he contado. Todo lo expuesto aquí no forma parte de un saber esotérico u oculto, se trata de hechos conocidos, si bien no difundidos. Hagan la prueba. Si interrogan a cualquier académico ducho en el tema no tendrá más remedio que reconocer que la fundación del cristianismo y la posterior fundación de la iglesia católica está cimentada en siglos de fraude, mentiras e intriga.

No me gustaría que alguien entendiera que las intenciones que promueven este texto que han leído tienen que ver con vilipendiar la religión como concepto. Nada más lejos de la realidad. Como filósofo, se me hace impensable creer que los hechos, los datos, la historia, la verdad al fin y al cabo, menoscabe la religión. Todo lo contrario. Bajo mi punto de vista sí lo hacen las falsedades y manipulaciones históricas que cimentan creencias areligiosas que benefician únicamente a aquellos que las propagan en detrimento de los creyentes, la mayoría de las veces con la única intención de imponer normas morales y éticas que poco o nada tienen que ver con las creencias reales de quienes las practican. Creer en la existencia de dios, sea este el que sea, creer en su bondad y piedad, que no es otra cosa que creer en la bondad y piedad del ser humano, no tiene nada de malo, es incluso deseable. Como bien dijo Voltaire "Si dios no existiera, habría que inventarlo", porque cuando no existe la capacidad para crear una serie de normas éticas y morales propias la existencia de la religión suple dicha incapacidad.

Espero que les haya sido interesante o, cuando menos, que les haya impulsado a leer un poco sobre el tema y sacar sus propias conclusiones.