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no.09 Primavera-Verano 2008
edita:Diputación de Salamanca - Dpto. de Turismo
C/ Felipe Espino, 137002 SalamancaTlf.: 923 293 100Fax: 923 293 [email protected]
coordinación:José L. Crego
colaboradores:Ana del Arco, Antonio Colinas, José Díez Elcuaz, A Mano Cultura, Luis Miguel Mata, Raúl de Tapia, José Luis Yuste.
fotografías:RM Anderson, Roberto García, Kurt Hielscher, Francisco Martín, Maribel Martín, Santiago Santos.
infografía:Fernando Sanchís
diseño y maquetación:Alterbi
imprime:Gráficas Varona
portada: Candelario, Mujeres con indumentaria tradicional, de Kurt Hielscher. Esta fotografía y Candelario, Cocina del Sobrao, de RM Anderson, (pág. 33) se publican por cortesía de The Hispanic Society of America.
www.lasalina.es/turismo
La Diputación de Salamanca no se hace responsable de la opinión de los colaboradores. Queda prohibido reproducir total o parcialmente el contenido de la publicación sin autorización expresa del editor.
Ejemplar gratuito. Prohibida su venta.Depósito Legal: S. 51-2004
portada: Candelario, Mujeres con indumentaria tradicional, de Kurt Hielscher. Esta fotografía y Candelario, Cocina del Sobrao, de RM Anderson, (pág. 33) se publican por cortesía de The Hispanic Society of America.
El Río Huebra Campero y arribeño (pg.08)Nacido entre el silencio de la reina mora, sus aguas se abren paso por el Campo Charro entre encinas, pastizales y toros de lidia; de éstos coge el encaste, que derrocha en su tramo final, tallando la meseta en sorprendentes cañones, en pleno parque natural de las Arribes del Duero.
Conquistar San Martín del Castañar (pg.17)Guarecido en la espesura del parque natural, a lomos del río Francia, el conjunto histórico de San Martín del Castañar se presenta al visitante entre la invitación y el desafío: recorrer sus calles, escuchar sus memorias, sentir con su gente... toda una conquista.
El alma de piedra (pg.26)Al atardecer la piel de la capital salmantina se enciende de rojos y anaranjados, en un fascinante viaje hacia la historia y el pasado. En pleno espectáculo de fulgor, edificios y fachadas no olvidan su origen, la piedra franca, el alma de Salamanca.
La Peña de Francia Una ascención iniciática (pg.04)“Cuando escribo esta página es quizá el mejor momento para entrar en comunicación con ese espacio especial que es la Peña de Francia: los robles han llegado a la plenitud de su coloración y, entre ellos y los esbeltos pinos, los helechos adquieren esa tonalidad encendida del bronce o del rojo ardorosos que le proporcionan al viajero que asciende una experiencia imborrable: sin más vamos ascendiendo hacia otra realidad.”
El camino del aguaArte y naturaleza en la Sierra de Francia (pg.12)En el parque Natural de Las Batuecas- Sierra de Francia, en un sendero que une las poblaciones de Mogarraz y Monforte, entre el sonido del agua, hojas caducas y helechos discurre el “Camino del Agua”. El agua estuvo allí desde siempre, el camino se fue haciendo con el paso del tiempo. Ahora, el paseo se ha enriquecido con seis intervenciones escultóricas que ya forman parte del paisaje.
Fuego...Que todo lo alumbra y todo lo transforma (pg.22)Se hace la noche y, como reclamo ante la extinta luz, el fuego prende con fuerza acá y allá por tierras salmantinas, en un rito pleno de antecedentes. teúrgicos y cita puntual. El fuego invita al salto y a la danza, y con ellos a la renovación: se quema lo viejo.
Candelario, la casa-fábrica (pg.30)Anclada en la falda de la sierra, el perfil de la villa de Candelario se funde con el paisaje hasta las nevadas cumbres. Clima singular y afán de sus moradores que cristalizaron en un afamado quehacer chacinero en un marco excepcional: la vivienda hecha fábrica, la casa matancera.
05
Y en la ascensión está precisamente, sin
más, la iniciación.
Ya vemos cómo hablar de la Peña de
Francia, de esta especie de omphalos (u
“ombligo del mundo”), lleva consigo no
ignorar cuanto este monte nos ofrece en
sus alrededores: el inconfundible pueblo
de La Alberca, el monasterio de Batuecas
(a su vez, en sus alrededores, arroyo arri-
ba, hay esas grutas con pinturas rupestres
que nos hablan de los orígenes remotos
que subrayábamos), las ruinas de la Casa
Baja, Santa María de Gracia, el Zarzoso
o lo que el poeta José Luis Puerto ha lla-
mado, en su espléndida Guía de la Sierra
de Francia –no en vano él nació y for-
mó estéticamente su mirada aquí–, “los
conventos perdidos”; esos lugares más
apartados e ignorados, sólo leves restos
ya, en los que sin embargo estos parajes
serranos le siguen ofreciendo al hombre
desnortado de nuestros días no pocos se-
cretos, no pocos momentos de plenitud,
los que nos permiten rozar la felicidad y
recuperar la lúcida consciencia.
uando escribo esta página es
quizá el mejor momento para
entrar en comunicación con ese
espacio especial que es la Peña de Francia:
los robles han llegado a la plenitud de su
coloración y, entre ellos y los esbeltos pi-
nos, los helechos adquieren esa tonalidad
encendida del bronce o del rojo ardorosos
que le proporcionan al viajero que ascien-
de una experiencia imborrable: sin más
vamos ascendiendo hacia otra realidad.
Tiene mucho de vía con sorpresas, de
ascensión iniciática, la subida hacia esta
cima rocosa que, ya desde la distancia,
reclama nuestra atención por su aguda
forma de seno. Sin duda, la Peña es un
lugar sagrado ya desde los orígenes de los
tiempos; sin duda, ya antes de la cristiani-
zación e incluso de la romanización (muy
cerca las minas de El Cabaco), éste era
un lugar emblemático para los morado-
res de sus aledaños, precisamente por esa
facilidad con la que el monte nos permite
comunicarnos con lo que se halla arriba,
con lo celeste, con lo que se desconoce.
OTRA REALIDAD. Lugar, pues, sa-
grado por excelencia el de esa cima que
llega a los 1700 metros de altitud. Desde
allá arriba –al margen de esa sensación de
estar, gracias al santuario, muy cerca de
lo sagrado– la sorpresa mayor es la que
asalta a nuestras miradas, cuando éstas se
pierden en espacios que Giacomo Leo-
pardi, el poeta romántico italiano, reco-
nocería como de infinitud. Hacia donde
quiera que la mirada vuele, hacia cual-
quiera de los cuatro puntos cardinales,
nuestros ojos entran en contacto con esas
lejanías y horizontes de cabrilleos y de
reverberaciones, en las que, según el día
y la climatología, se nos revelan sensacio-
nes que aquí, y sólo aquí, se pueden dar.
Hay por tanto allá arriba, además de esa
presencia de lo sagrado en el santuario
mariano, un diálogo con lo infinito que
la contemplación nos ofrece de la más ro-
tunda y caudalosa de las maneras.
He hablado de ese momento ideal del
otoño pleno para ascender a la Peña
de Francia, pero recuerdo también
EN P
RIM
ERA
PERS
ONA
* por Antonio Colinas. Fotografía de Roberto García
06
La ascensión a la Peña de Francia nos equilibra, nos lleva a la armonía a través de la plenitud que ha supuesto la ascensión y la contemplación.
otro día muy especial de ascensión a esta
cima: el de un día borrascoso de invierno.
Subíamos con cuidado, entre la nevada
incipiente, sin saber que, ya estando arri-
ba, se desencadenaría una borrasca de
viento y nevisca que nos sacó de nosotros
mismos y que nos condujo, ahora sí, a
otra realidad. Se habían helado de golpe
los escalones del santuario, pero pudimos
llegar hasta el interior del mismo y gozar
doblemente de esa sensación de reparo
y calor que siempre llevan consigo estos
lugares. Se calmó luego la tormenta y
pudimos descender, sin demasiada nieve
aún en la carretera, en medio de una at-
mósfera de alucinados blancores sin fin.
Pero lo normal es que la ascensión a la
Peña de Francia vaya acompañada del
buen tiempo y de la claridad de la luz, de
tal manera que la contemplación de los
horizontes sea extremadamente dilatada
y placentera. Allí arriba nos demoramos,
gozamos del sol y de su luz, y pasa por
nuestra cabeza el no querer regresar a ese
mundo de los humanos, con sus proble-
mas y tensiones, que abajo vela el paisaje
azulado, las masas de pinares y robledos,
los valles suaves o profundos. Quisiéra-
mos demorar por siempre esa sensación
de plenitud que nos concede la altura, la
respiración del aire purísimo y la contem-
plación. Pero sabemos que, abajo, esta
tierra nos espera aún no con sus proble-
mas y tensiones, sino precisamente con
sus secretos aún no desvelados.
LUGAR DE SECRETOS. Ya dirija-
mos luego nuestros pasos hacia Batuecas
y las Hurdes, ya descendamos entre nue-
vos robles encendidos hacia la hondonada
Peña de Francia
La AlbercaMonsagro
PARQUE NATURAL - RESERVA NACIONAL DE CAZA LAS BATUECAS - SIERRA DE FRANCIA
07
Balcón o mirador de Santiago (pág. 4); en la página izquierda, paseo por los alrededores
de la Peña; arriba, vista desde La Alberca, campanario y rollo de justicia.
de Mogarraz, ya avancemos hacia las sor-
presas de otra sierra, la de Gata, siempre
va con nosotros esa sensación de infinitud
que nos fue comunicada allá arriba, en la
cumbre rocosa. Es, por ello, la visita a la
Peña de Francia, como el preludio de esa
otra visita mucho más variada y comple-
ja a los distintos lugares de la sierra o las
sierras. Supone la visita a este lugar po-
nernos en contacto con una ruta de rutas,
con un sendero –ese que también pode-
mos seguir a pie, al margen de la carrete-
ra– que lleva a otros senderos borgianos
que, a su vez, se bifurcan.
La ascensión a la Peña de Francia nos
equilibra, nos lleva a la armonía a tra-
vés de la plenitud que ha supuesto la
ascensión y la contemplación. Luego,
ya serenados, viene el descenso, ahora
entre la luz roja del ocaso que filtran
los ramajes encendidos, los helechos
de verdeoro. Más tarde, esos momen-
tos de consciencia que arriba hemos
vivido, nos han preparado para entrar
de manera más clara y más limpia en
la verdad de esta tierra que, a su vez,
se nos entrega en otras evidencias que
nos remiten a la indumentaria y al tea-
tro popular, a la arquitectura genuina y
una gastronomía peculiar.
Visitar, pues, la Peña de Francia supone
una iniciación que raramente se da al
contacto con otros lugares o paisajes em-
blemáticos. Visita que sorprende siem-
pre extraordinariamente al viajero que
llega a ella por vez primera. Es un lugar
rodeado de secretos. Y lo tenemos ahí,
tan cerca, en estos tiempos de confusión
y de ruidos sin fin, con sus silencios que
hablan y que nos hablan.
Antonio Colinas (1946), poeta, narrador, ensa-yista y traductor, reside en Sala-manca. Ha pu-
blicado hasta el momento unos cuarenta libros en diversos géneros y su obra ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de la Crítica, el Pre-mio Nacional de Literatura, el Premio de las Letras de Castilla y León y, en Italia, el Pre-mio Nacional de Traducción y el Internacional Carlo Betocchi.
* por José Díaz Elcuaz. Fotografía de Francisco Martín
08
Desde aquí, el viajero puede dirigirse a
la cabecera municipal, La Sagrada, y
descubrir el bello y desconocido sepulcro
plateresco de doña María Ordóñez de Vi-
llaquirán, así como los restos del palacio
de los condes de Las Amayuelas, señores
del lugar y dueños de sus tierras hasta que
fueron adquiridas por los vecinos en 1936.
No muy lejos de aquí se encuentra Villalba
de los Llanos; si el viajero es aficionado a
la historia, puede desplazarse a su iglesia
para conocer la tumba de doña María la
Brava, cuyo palacio de Salamanca se con-
serva todavía y nos recuerda la terrible re-
solución de aquella mujer del siglo XV que
no dudó en vengar la muerte de sus hijos
persiguiendo a los asesinos hasta Portugal,
desde donde trajo sus cabezas para arro-
jarlas sobre las tumbas de sus difuntos.
EL RÍO SE HACE BRAVO. Reto-
mando el curso del río, la corriente sigue
atravesando antiguas alquerías, para al-
canzar el pueblo de San Muñoz, último
de la comarca de La Huebra, antes de
entrar en el Campo Charro.
acido entre el silencio de la
reina mora, sus aguas se abren
paso por el Campo Charro
entre encinas, pastizales y toros de lidia;
de éstos coge el encaste, que derrocha
en su tramo final, tallando la meseta en
sorprendentes cañones, en pleno parque
natural de las Arribes del Duero.
Resulta sorprendente que hasta finales del
siglo XIX no se supiera dónde nacía el río
Huebra, a pesar de que, ya desde la Edad
Media, daba nombre a una comarca, La
Valdobla, conocida actualmente como La
Huebra.
Hoy sabemos que sus fuentes primeras
están en las faldas del pico Cervero, situa-
do en la sierra Mayor o de Las Quilamas,
hermosa palabra árabe que significa tierra
quebrada y cuyo sentido sólo se aprecia
subiendo a la cumbre mencionada o acer-
cándose al pueblo de Valero. El pequeño
caudal de sus inicios atraviesa el término
de Escurial, donde es conocido como el
río Grande, para diferenciarlo del Chico,
uno de sus primeros afluentes.
Pronto abandona los robledales que le
ven nacer y el paisaje serrano para pasar
a ser custodiado por las encinas, dueñas
vigilantes de la campiña charra. Estamos
en la comarca de La Huebra, que conclu-
ye en San Muñoz. Es una tierra de tra-
dicionales alquerías, muchas de ellas con-
vertidas actualmente en fincas ganaderas,
pues una de las características que la defi-
nen es la abundancia de pastos finos, por
lo que la mejor época para conocerla es la
primavera, aunque también, si las lluvias
son copiosas, la otoñada tiene un atracti-
vo especial.
Decía Pascual Madoz a mediados del siglo
XIX que “todo el terreno por donde co-
rre este río es sumamente montuoso, por
lo que sus aguas apenas se aprovechan en
el riego de las tierras colindantes”. Y este
carácter no se ha modificado con el paso
de los años; en consecuencia, sus riberas
son dominio del toro de lidia o de la bra-
vía raza morucha. Y así se suceden Los
Arévalos, Villar del Profeta (con su anti-
guo palacio del siglo XVI), Gallinero de
Huebra, Torre de Velayos...
En este recorrido, tal vez convenga dete-
nerse en algunos parajes e ir en búsqueda
de algunos puentes singulares: el de la vía
férrea que se dirige a Portugal, construido
entre 1883 y 1884, aunque la estructura
metálica se renovó en 1936; el embalse
de San Jaime; el magnífico puente de Ca-
ñiza, del siglo XIX; el de Pelarrodríguez,
proyectado en 1906, aunque terminado
algunos años después; y, sobre todo, el
puente de El Cubo de don Sancho, que
este año cumple su primer centenario. El
último pueblo merece además una visita
detenida, para conocer la fortaleza me-
dieval y la excelente fábrica de su iglesia.
En lo alto de una colina, con una magnífi-
ca vista sobre el río, especialmente si viene
desbordado de aguas, se emplaza Ituero
de Huebra, con su pequeña pero magnífi-
ca iglesia de cantería. A partir de aquí, la
corriente pierde su mansedumbre: forma
acusados meandros, como los de Ituerino,
y empieza a encajonarse progresivamen-
te, mientras busca la unión con las aguas
del Yeltes. Entretanto, Pozos de Hinojo
nos proporciona una estampa magnífica,
si es invierno, con las nieblas propias del
Campo Charro.
En su tramo final el río talla la meseta en
sorprendentes cañones, en pleno parque natural de
las Arribes del Duero.
En página anterior, mirador de Las Janas en Saucelle. Arriba, de izqda. a dcha.,
castro de Yecla de Yeltes, puente entre Cerralbo y Picones, sepulcro plateresco
en La Sagrada, y paseo junto al río entre dehesas.
“Entre el Huebra y el Yeltes —escri-
bía Moreno Blanco—, la mesopotamia
es amesetada con prados, monte bajo y
encinares ralos; pero al iniciar la bajada
hacia el sur, el monte se hace más tupido;
las rocas, las encinas y el monte bajo se
entremezclan; es la braña”. Junto a ella,
aparecen los cortados realizados por el río
en la roca. Es aquí donde se puede decir
que empiezan Las Arribes del Huebra.
El puente Unojo, en el camino (hoy ca-
rretera) de “Tramborríos”, que de Yecla
se dirige a Villavieja de Yeltes, nos obli-
ga a detenernos de nuevo. El magnífico
arco que lo singulariza fue construido a
10
11
Con sus campos de piedras hincadas y con sus gruesos muros defensivos los castros evocan, más que muestran, el paso de la Historia.
Saldeana
Bermellar Yecla de Yeltes
El Cubo de Don Sancho
PelarrodríguezSan Muñoz
La SagradaBerrocal de Huebra
Linaresde Riofrio
Tamames
Vitigudino
Sierra de Quilamas
Villaviejade Yeltes
finales del siglo XVIII, pero hubo de ser
reconstruido un siglo después. Tras el
puente, las aguas se dirigen al bello pa-
raje conocido como Cachón, caracte-
rizado por sus desnudos peñascos y por
los elevados murallones que forman sus
orillas. Todo se debe a la acción erosiva
del agua, que ha moldeado en el tramo
final del río unos paisajes sorprendentes
y que nos remiten a lejanas etapas geo-
lógicas. Aunque no alcanzan la altura de
los farallones rocosos del Duero, los tajos
del Huebra configuran un paisaje agreste
tanto o más impresionante que el de La
Ribera, probablemente porque apenas ha
sido humanizado con la construcción de
bancales o paredones.
TIERRA DE CASTROS. Próximos a
sus orillas se alzan los castros vetones, po-
blados defensivos de origen prerromano.
Algunos de ellos prolongaron su existen-
cia tras la conquista de las legiones y aún
dejan ver las huellas de un tardío proceso
de romanización; otros fueron destruidos
y abandonados. Situados en espigones ro-
cosos formados por los ríos o en lugares
fácilmente defendibles, con sus campos de
piedras hincadas y con sus gruesos muros
defensivos evocan, más que muestran, el
paso de la Historia, a la vez que exhiben
unos parajes naturales impresionantes.
Yecla la Vieja, en la confluencia del Var-
laña con el Huebra, muestra los grabados
realizados en las piedras de la muralla;
las numerosas inscripciones latinas que
de allí proceden reflejan el influjo de la
romanización sobre el pueblo vetón. El
castro de Saldeana, en la orilla derecha
del Huebra, es el más impresionante por
el lugar en el que se emplaza, en la con-
fluencia del Arroyo Grande con el Hue-
bra. El castro de Bermellar, en la orilla iz-
quierda, sobresale por su muralla de más
de siete metros de anchura en algunos
puntos de su trazado. Mientras, desde lo
alto, nos vigilan el buitre y el alimoche, el
milano y la cigüeña negra. Pero volvamos
al río. Tras la unión con el Yeltes nos en-
contramos con el “puente de siete ojos”,
que históricamente fue conocido siempre
como puente de Yecla, aunque hoy se le
denomina también de Bogajo o de Zan-
cado, por otros lugares próximos. Fue
construido entre los años 1540 y 1547
por los canteros Juan Negrete y Martín de
Sarasola y ha sido objeto de numerosas
reconstrucciones posteriores. Junto a él, se
recorta la silueta de una aceña centenaria;
son numerosas las que nos encontramos
junto a sus riberas, pero ninguna merece
tanto la parada como el molino de la To-
masa, en las proximidades de Gema, con
un paisaje espectacular.
El próximo pueblo, Cerralbo, también
merece una visita detenida, para con-
templar las ruinas de su castillo tardo-
medieval, otro de los puentes singulares
de la provincia y los restos del convento
de Nuestra Señora de los Ángeles, cons-
truido a finales del siglo XVI. Y entre los
puentes modernos, ninguno como el de
Resbala, entre Saldeana y Bermellar. El
elegante y atrevido arco que le da forma
fue volteado en 1914, en reposición de
otro viaducto inaugurado en 1891, que
una gran riada de diciembre de 1909 se
llevó por delante.
Aún nos queda por solaz el puente de la
Molinera, construido a finales del siglo
XIX, y numerosos parajes que el viajero
debe saber buscar, pues, como decía el
maestro y escritor local Manuel Moreno
Blanco, “los ríos tienen zonas turbulentas,
zonas cantarinas y zonas remansadas, jun-
to a las cuales es contagioso el sosiego”.
13
A este Parque Natural, tan hermoso como frágil, se han incorporado materiales puros como el hierro, el bronce, el cobre y la piedra.
* por A Mano Cultura. Fotografía de Francisco Martín
Entre la naturaleza intemporal y el arte con-temporáneo. Arriba izqda., Cruz de Mingo Moli-
no, de Florencio Maíllo; abajo dcha. asientos circulares, de Juárez & Palmero/Juanvi Sánchez.
En el parque Natural de Las Batuecas-
Sierra de Francia, en un sendero que une
las poblaciones de Mogarraz y Monfor-
te, entre el sonido del agua, hojas cadu-
cas y helechos discurre el “Camino del
Agua”. El agua estuvo allí desde siempre,
el camino se fue haciendo con el paso del
tiempo. Ahora, el paseo se ha enrique-
cido con seis intervenciones escultóricas
que ya forman parte del paisaje.
La Sierra de Francia es un lugar de his-
toria e historias, recogidas en los paredo-
nes, -esas terrazas que sujetan la tierra y
transforman el espacio hostil en zona de
cultivo -, en los caminos, los arroyos... y
la vegetación, que se atreve en sus sola-
nos a sorprender con cerezos o caquis, a
pesar de la altitud y los fríos. Historias de
hombres y mujeres que supieron sacar lo
mejor de la tierra, desde la convivencia
respetuosa y el saberse parte de un todo
único y grandioso.
A este Parque Natural tan hermoso como
frágil, refugio de especies que a veces
evolucionaron aquí hasta convertirse en
nuevas y únicas se han incorporado los
trazos elementales de líneas rectas, espi-
rales y curvas limpias, trazadas en mate-
riales puros como el hierro, el bronce, el
cobre y la piedra; han surgido así unas
obras sutiles, que se integran en el paisaje
dejándolo ver, haciéndole hueco, permi-
tiendo que se filtre sin saber si lo que está
delante es la escultura o es el paisaje.
ENTRE VIÑAS Y HUERTOS. Si
nos atenemos al sentido aconsejado de
esta ruta circular, podemos comenzar el
paseo de no más de dos horas y media en
su totalidad, en Mogarraz. Este hermoso
pueblo serrano declarado Conjunto His-
tórico, nos descubre muchos recursos,
muchos modos de construir y resolver
únicamente con los materiales que da la
tierra. Y tras adentrarnos en sus calles,
tomaremos el Camino del Agua que, si
bien toma como base el sendero GR-10,
cuenta con su propia señalización.
Si hemos dejado el coche en el aparca-
miento de la villa, encontramos allí un
panel informativo que nos pondrá en si-
tuación de dónde estamos, una descrip-
ción de lo que nos vamos a encontrar,
así como una breve reseña de cada obra.
Este tipo de paneles se repite a lo largo
del Camino. Desde ese punto, a unos
doscientos metros siguiendo la carretera
en dirección a La Alberca, nos encontra-
mos la señalización del Camino, que nos
invita a dejar el asfalto y adentrarnos por
el descendente sendero.
En estos primeros pasos atravesamos esa
naturaleza domesticada que se abraza a
las casas y baja hacia el valle entre viñas,
frutales y pequeños huertos en los que
se mezclan las flores y las verduras, las
hortalizas y las legumbres. El sonido del
agua se convierte en un compañero du-
rante el recorrido: pequeños regatos,
La fragilidad de la naturaleza convive en ar-monía con la solidez del hierro y el acero. De izqda. a dcha., Arroyo Milano; S/T, de Alfredo
Sánchez; K´oa, de Miguel Poza.
torrenteras, arroyos y después el río son
los protagonistas sonoros de esta ruta. En
el sendero aparece la sorpresa y surgen
las preguntas: ¿Qué hacen dos grandes
jaulas sobre la roca en actitud vigilante?
¿Qué agua pulió y redondeó el granito
azul en los pasos del agua¿ ¿De dónde
surge la cola blanca de una sirena? ¿Qué
hace una sutil hoja de bronce suspendida
en medio de un paisaje?
El arte sale al encuentro del visitante; qui-
zá estas piezas surgidas en el paisaje guar-
dan algo místico y misterioso. Los artistas
que nos hacen estas primeras propuestas,
Miguel Poza con su obra Kóa, Virginia
Calvo con su Serena y Alfredo Sánchez
con S/T llegan al sentir del caminante,
apelando de modos singulares a la re-
flexión y el disfrute: jaulas que vigilan,
protegen, encierran sin conseguirlo las
aguas de lluvia y las palabras que nuestros
ojos leen y atrapan –ahora sí- dándoles un
nuevo significado, interpretándolas desde
lo que el visitante es y cree.
O la Serena, que es una sirena escondida,
ligada al espacio que ocupa por el peso de
la leyenda y la tradición, pues es en el arro-
yo en el que se refleja donde se encuentra
el charco “de la mora encantada”, ese ser,
al igual que el primero, que encandila a
los hombres y los lleva hasta la locura. La
pieza se integra armónicamente junto al
puente de madera de Monforte, un paraje
apto para la ensoñación.
Y la obra de Alfredo Sánchez , que se une
a la tradición más clásica por el material
escogido – el bronce- y que invita a la
tranquilidad y al sosiego, a disfrutar de lo
sencillo y descubrir la infinidad de her-
mosos matices que la sierra esconde...
LLEGANDO A MONFORTE.Desde el mirador de Monforte, junto a la
obra de Alfredo Sánchez, podemos con-
templar un hermoso paisaje de robles,
castaños, zonas de cultivo... y Mogarraz
como parte imprescindible de la estam-
pa. Seguimos la carretera y, si nos fijamos,
podremos disfrutar de esa arquitectura
popular, práctica, sencilla y hermosa: las
escaleras en piedra hacia los huertos, los
pozos de riego...
Antes de llegar a Monforte, encontramos
algunos olivos centenarios, altos como
chopos, y la ermita del humilladero, un
espacio común en la entrada de la ma-
yoría de los pueblos serranos. Si bien
15
¿Qué hacen dos grandes jaulas sobre la roca en actitud vigilante? ¿Qué agua pulió y redondeó el
granito azul en los pasos del agua¿ ¿De dónde surge la cola blanca de una sirena?
para seguir el Camino del Agua no es
necesario atravesar Monforte, merece la
pena perderse por sus calles, subir hasta
la iglesia, descubrir en sus fachadas estu-
cados y relieves...
De nuevo en el Camino, bajaremos has-
ta el Puente de los Molinos entre euca-
liptos, robles, pinos, hiedras, zarzamoras
y madroños. Y otra vez la sorpresa, que
se repetirá en el grandioso Puente del
Pontón, ¿qué significan un conjunto de
sillas agigantadas?
El artista Manu Pérez de Arrilucea incor-
pora al Camino un mobiliario metálico,
lúdico y sorprendente y parece invitar al
16
MogarrazMonforte
CAMINO DEL AGUA
caminante a pararse y escuchar, a adivi-
nar qué historia esconden, cuántas más
podrán contar. después de nuestro paso
por allí.
Los caminos se hacen también con para-
das en las que se avanza sin caminar, en
las que se alimenta y se da tregua, no sólo
al cuerpo. El sendero se hace ahora cuesta
arriba: es el momento de caminar despa-
cio, de disfrutar de los musgos y el empe-
drado. Olivo, viña, pozos acoplados al te-
rreno, huertos tomados por la vegetación
y el regreso a la civilización y al cemento.
Cuando ya divisamos a lo lejos las pri-
meras casas de Mogarraz, de nuevo la
sorpresa ¿a quién desafía esa torre- co-
ronada con un solitario ciprés salido de
la nada? Florencio Maíllo recurre a la
iconografía propia de la zona, a la es-
crita durante siglos en la tierra, piedra a
piedra: una torre – paredón, que así se
llaman en la zona los bancales, que retie-
nen tierra y agua, y que son capaces de
generar vida en su interior.
Un ciprés ligado en la memoria colec-
tiva a los lugares sagrados y a los ce-
menterios parece invitar al caminante
a mirar a su alrededor y descubrir los
huertos abandonados, hoy conquista-
dos por el monte y la maleza y en otros
tiempos llenos de vida.
El Camino llega a su fin. Atrás han que-
dado plantas que son arte, arte que se
hace naturaleza, agua que se transforma
en música, animales que nos miran sin
ser vistos...
Al llegar a Mogarraz nos recibe una
fuente que lleva el sonoro nombre de Ca-
bolaaldea: el agua, que hemos escucha-
do durante todo el trayecto, se nos ofrece
como recompensa.
Asombro y juego en el camino. De izqda. a dcha. Serena, de Virginia Calvo; Siete sillas
para escuchar, de Manuel Pérez de Arrilucea.
Propuestas Artísticas
13
Guarecido en la espesura del parque natural, el conjunto
histórico se presenta al visitante entre la invita-
ción y el desafío: recorrer sus calles, escuchar sus memorias, sentir con su
gente... toda una conquista.
* por Luis M. Mata. Fotografía de Roberto García y Francisco Martín
18
La localidad se asienta sobre un suave cerro,
descolgándose por sus laderas que buscan las aguas del río Francia.
ae la tarde y columnas de humo
se levantan de las chimeneas de
las casas. San Martín del Casta-
ñar se prepara para la noche y parece un
buen momento para adentrarse en sus ca-
lles, buscando los secretos y rincones que
esconde la villa. Comenzamos la andadu-
ra, descendiendo por su calle principal.
Nos encontramos en uno de los conjun-
tos históricos de Salamanca, declarado
como tal en 1982, en pleno parque natu-
ral de Las Batuecas-Sierra de Francia, en
un espacio privilegiado que ha merecido
la reciente catalogación como Reserva
de la Biosfera.
Un simple vistazo a nuestro alrededor
trae a nuestra memoria la imagen de
bosques umbríos, de extensos robledales,
castaños centenarios y abrigos donde se
esconden diminutos huertos abancalados,
donde fructifican toda suerte de frutales y
hortalizas de temporada. La localidad se
asienta sobre un suave cerro, descolgán-
dose por sus laderas que buscan las aguas
del río Francia. Su punto culminante lo
ocupa el antiguo castillo, orgulloso testigo
de un pasado medieval de esplendor.
El remoto poblamiento de estos parajes se
hace patente en los vestigios que aparecen
en sus inmediaciones. Muy cerca de la vi-
lla se encuentra el castro prerromano de
La Legoriza, recientemente acondiciona-
do, que atestigua la habitabilidad de estas
tierras desde la Edad del Hierro. En la
fachada de la iglesia podemos contemplar
una lápida romana. Elemento funerario
que, junto a la que apareció en la ermita
de San Benito, atestiguan la pervivencia
en estas tierras de tal cultura.
Será en el siglo XII cuando aparezcan
las primeras referencias a San Martín
del Castañar, tiempos en los que la repo-
19
blación del occidente peninsular trae, de
manos de Don Raimundo de Borgoña, a
gentes venidas de tierras lejanas que apor-
taron denominación y nombres a estos
parajes. Aún hoy muchas familias osten-
tan apellidos referentes a los repobladores
francos. El mismo topónimo de la locali-
dad parece aludir a un santo francés, San
Martín de Tours, patrono de la misma.
BLASONES Y ARTESONADO. Retomemos nuestra andadura y diri-
jámonos, sin posible pérdida, hacia la
Plaza Mayor. Muy pronto accederemos
a este irregular espacio en el que destaca,
por su contundencia, la vieja Fuente del
Cubo, singular manantial que en su día
presidía su centro y que ha acompaña-
do con su sonido y su frescor la vida y el
trajín de los vecinos desde el siglo XVI.
En torno a nosotros se encuentran las
conocidas como Escuelas Viejas y casi
enfrente el atractivo conjunto del Ayun-
tamiento. Esta edificación se adorna con
un gran portalón que aglutinaba algunas
de las construcciones más importantes
del municipio. En su alrededor se dispo-
nían la carnicería, la antigua alhóndiga,
el mesón, la taberna y la cárcel, además
de las propias dependencias del concejo.
Junto a él también existió el llamado Pa-
lacio del Obispo, hoy convertido en hu-
milde vivienda, que debió de recoger a
tales mandatarios y a sus emisarios en las
ocasionales visitas a sus dominios. Con
todo, el conjunto se muestra armónico
en su diseño y conservación, conforman-
do una de las más características imáge-
nes de la población.
Sigamos en dirección opuesta a la que
accedimos a la plaza, encaminándo-
nos hacia la iglesia. De camino surgirán
ante nosotros sólidas construcciones que
cumplen con la tipología de la vivienda
de entramado serrano. Algunas de
En página 17, castillo iluminado; de izqda. a dcha. arquitectura popular, fiestas de la Visitación, fachada de entramado.
20
ellas se adornan con blasones o con ele-
mentos de cantería en dinteles y jambas
que denotan su antigüedad y la categoría
de sus moradores. La calle se abre a una
sencilla plazuela dominada por la esbelta
espadaña de la iglesia parroquial. La con-
templación detallada del templo permite
reconocer su factura en distintas épocas,
desde el acceso septentrional, fechado en
el siglo XIII, hasta su cimborrio y capilla
mayor, del XVIII. Su interior se articula
en tres naves delimitadas por grandes ar-
cos que parecen remontarse a los orígenes
de la construcción. De todo el templo des-
taca la cubrición de su nave principal, con
una bella armadura mudéjar ochavada,
con tirantes y singular lacería y la de las
capillas de su cabecera. La del Evangelio
con bóveda de terceletes y la Espístola con
armadura ochavada de lacería dorada.
No abandonaremos el templo sin disfru-
tar de la contemplación de los diferentes
retablos que adornan sus cabeceras. De
distinta época, contienen notable imagi-
nería, destacando la imagen de la Madre
de Gracia que preside el testero de la nave
de la Epístola; representa a la Virgen Ma-
dre y era la imagen titular de uno de los
monasterios abandonados más sugerentes
y atractivos de toda Salamanca, el cerca-
no de Nuestra Señora de Gracia.
En la plazuela de acceso a la iglesia des-
tacan algunas bellas casa blasonadas;
tras ello, nuestros pasos se dirigirán ha-
cia el antiguo castillo. Pronto alcanzare-
mos una gran plaza de toros en la que se
observan sencillos burladeros de piedra.
Esta explanada antecede la entrada a la
fortaleza protegida por un doble recinto
amurallado y pudo ser utilizada en la an-
tigüedad como corral de concejo.
CASTILLO Y PUENTE MEDIEVAL
Nos encontramos en la parte más eleva-
da del pueblo, en un promontorio que
se descuelga en fuertes pendientes hacia
el próximo río Francia, un lugar idóneo
para la defensa, aprovechado para levan-
tar estos muros, allá por el siglo XV. Al
acceder al castillo por una puerta ado-
velada, con arco apuntado, entraremos
en un espacio donde la quietud y la paz
acompañan a las lápidas del cementerio
que le aporta uso. Los restos de sus dos
torres aún son perceptibles, así como los
vestigios de sus dos cercas y de otras cons-
trucciones que completaban la fortaleza.
Este espacio se ha realzado recientemen-
te gracias a una interesante iluminación
interpretativa, y acogerá en un futuro
próximo el Centro de visitantes de la Re-
serva de la Biosfera. Entreténganse en la
contemplación de muros y paramentos
e imagínese los numerosos avatares que
sufrieran sus moradores.
Con la imaginación puesta en otros tiem-
pos y personajes nos encaminamos hacia
el exterior retornando hacia el templo pa-
rroquial y buscando la calle del Camino
Nuevo, que nos llevará hasta el extremo
21
opuesto de San Martín. Al comienzo de
la citada calle, junto a varias casas bla-
sonadas, se conserva el que fuera el An-
tiguo Hospital y la antigua Capilla de la
Vera Cruz, sencillo edificio de piedra que
conserva en sus inmediaciones un curioso
crucero con alegorías a Adán y a los pade-
cimientos de la pasión de Cristo.
Reanudado el paseo recorremos la calle
pasando junto a las “escortinas”, amplio
espacio comunal próximo a las escuelas.
Nos encaminamos hacia el parque, en el
norte del pueblo. Accederemos a él atra-
vesando un puente de origen medieval.
Surge entonces un amplio espacio en el
que se desperdigan singulares construc-
ciones que junto al verdor dominante
proporcionan un entorno de gran belle-
za. La primera de estas edificaciones es la
ermita del Socorro o de San Sebastián.
Su origen se remonta al siglo XV, estan-
Será en el siglo XII cuando aparezcan las primeras alusiones al lugar. Aún hoy muchas familias ostentan apellidos referentes a los repobladores franceses.
San Martíndel Castañar
Tamames
PROVINCIADE CACERES
Vecinos
De izqda. a dcha. fachada y dintel de la posa-da, puente medieval, ermita del Humilladero.
do formada por tres volúmenes alineados
que decrecen hacia la cabecera. Frente a
ella, se conservan recuperados los anti-
guos lavaderos.
En el extremo superior del parque descu-
brimos otra ermita, la del Humilladero. A
través de una antigua calzada nos acerca-
mos hasta este singular edificio, que estu-
vo bajo los cuidados de la Cofradía de la
Vera Cruz o de la Pasión. Su singular es-
tructura abierta en tres de sus lados y pro-
tegida por una reja permite contemplar
su interior cubierto con una armadura de
madera. Como el entorno apacible invita
al descanso, cedan a tan amable tenta-
ción, antes de retornar al casco urbano.
Y cuando lo hagan deténganse de nue-
vo en la contemplación de los excelentes
ejemplos de arquitectura tradicional que
protagonizan su caserío y le aportan gran
parte de su reconocido encanto.
* por José L. Yuste. Fotografía de Roberto García
l fuego, principio de todas las
cosas junto a la tierra, el agua y
el aire, ha permanecido como
elemento sustancial en un sinfín de celebra-
ciones que, ganando la batalla al tiempo, se
han perpetuado hasta nuestros días. Conci-
taba ritos precristianos, antecedentes de los
actuales; su crepitar ponía son a los relatos
que a su amor se desgranaban; era reclamo
del sol si se debilitaba y trataba de embele-
sarle en su apogeo; ayudaba a descifrar fu-
turos y ahuyentaba malos presagios.
Como en otros rincones del país, en Sala-
manca la noche de San Juan, preñada de
magia y alumbrada por el hálito solsticial,
genera un cambio rotundo en el ciclo vital.
El fuego invita al salto y a la danza y, con
ellos, a la renovación -se quema lo viejo- y
a la solicitud de protección. Hay hogueras
por doquier: en la capital -últimamente
con ciertas restricciones en cuanto a ubi-
cación, aunque lo habitual era que cada
barrio tratase de superar a los colindantes-
y en innumerables municipios desde La
Ribera a Las Sierras, con la presencia de
los sanjuanes en la de Francia, y desde Las
Guareñas a El Rebollar.
En esta vasta presencia por toda la geo-
grafía provincial, Lagunilla recuerda el
zajumerio y cómo, al olor del romero inci-
nerado, se encomendaba al Bautista que
ahuyentase la sarna, tiña y otros males de
tal jaez. Idéntica denominación se da en
Villarino de los Aires a la pira de sense-
rina que se prende por el otro San Juan,
el de Sahagún, al que también se celebra
quemando tomillo en Ahigal de los Acei-
teros. Guijo de Ávila rememora por San
Antonio de Padua ritos ancestrales con la
velá y en Endrinal, que festeja de San Juan
a San Pedro, el que reclama atención, tras
romería en el Mesegal durante la primera
fecha, es el carro majo o carro de los quintos
en vísperas de la segunda, cuando éstos
van al monte a por la leña, hoy con un
ritual menos rígido que antaño. Antes de
que llegar al pueblo, las mozas son agasa-
jadas con coronas de flores trenzadas para
la ocasión.
Pese a los sofocos estivales, calienta el sol
para lumbres en julio y agosto, Matilla
de los Caños del Río resiste y la hace en
los aledaños de Santiago. No fogatas sino
candiles de aceite iluminan el sinuoso as-
censo de la Virgen de la Cuesta en Miran-
da del Castañar desde su ermita, en una
procesión en la que cada elemento cuenta:
las empedradas callejuelas del amurallado
marco serrano, la sensación de recogimien-
to que transmite el titilar de las lamparillas
y las osadas idas y venidas del gracioso de la
danza. Estampa imborrable en la víspera
del 8 de septiembre, fecha en la que hay
ofertorio, se echan las relaciones, se canta y las
mozas tecen el cordón. Una semana después
San Esteban de la Sierra honra al Cristo y
quema el castillo, árbol talado por los mo-
zos y situado ante la iglesia, y con él las
penas y los malos agüeros.
Se hace la noche y, como reclamo ante la extinta luz el fuego prende con fuerza acá y allá por tierras salmantinas, en un rito pleno de antecedentes teúrgicos y cita puntual.
23
24
BRASAS HAY EN LAS CALBO-TADAS O CALBOCHADAS, que
caldean Los Santos, principalmente en
las zonas productoras de castañas, las
sierras, y que llegan junto a los huesitos,
los buñuelos de viento y las roscas de di-
funtos. Y, si tercia, el chupito de aguar-
diente. De la zona, por supuesto. Si El
Tornadizo enciende fogarata en los al-
bores de noviembre, un mes después los
mozos de Casafranca van a por leña para
prender la lumbre con diciembre infante
aún: por Santa Bárbara. No mucho más
crecido está cuando los vecinos de La Ví-
dola queman las bolagas, rito ancestral se
señala por allí, para mantener alejados a
los malos espíritus y, si merodean por los
aledaños, espantarlos.
El fuego invita al salto y a la danza, y con ellos a la solicitud de protección
y a la renovación: se quema lo viejo.
Incineración de piornos encontraremos
en otros puntos. Y, también, de aquellos
serones que servían en las tareas oleícolas,
como en Sobradillo, donde da nombre
a la hoguera que chisporrotea a las puer-
tas mismas de la Inmaculada, rozando la
medianoche: la capachera que, encendida
durante toda la noche, deja brasas para
preparar el almuerzo matinal. Antes los
capachos se prendían en la torre de la
iglesia y los quintos los lanzaban desde el
campanario, costumbre que dejó rastro
en las piedras del templo.
Los quintos repiten protagonismo en las
fogatas que alumbran en Hinojosa de
Duero durante la Nochebuena, mientras
que en Monforte, darle yesca es tarea de
todos los vecinos, “conque pá calentar al
Niño”, como le refirió una paisana a José
Luis Puerto, quien recoge tan gráfica ex-
presión en uno de sus trabajos sobre la
zona. En el mismo alude al tizón de Navi-
dad, de Garcibuey, y sus benéficos efectos
en las ubreras ovinas.
25
En página anterior, candiles en Miranda del Castañar, hoguera de Reyes en La Alberca,
quema de Bolagas en La Vídola.
En el solsticio invernal el fuego -luz y
calor- invoca al sol, fuente de energía. Y
en la última cita del año, la Nochevieja,
prenden hogueras por Villavieja de Yeltes
o Trabanca, que quema bolagas, en un ri-
tual purificador; reverdecen en Navasfrías
antañones recuerdos de brezos ardiendo,
lo mismo que en La Vellés y otros munici-
pios armuñeses reviven las viejas aporta-
ciones de leña en las que se afanaban los
mozos de la quinta para hacer una pira
más grande que los de la anterior.
S. ANTÓN Y S. SEBASTIÁN. Con el estreno de calendario y superadas
las lumbres de la Noche de Reyes, un par
de fechas llaman a la fogata: San Antón
y San Sebastián. En algún lugar, como
Ciudad Rodrigo, en ambas; con exhibi-
ción de los aguinaldos -productos del cer-
do- sobre o junto al arco de la puerta de
acceso a las sedes canónicas de las dos
cofradías que ampara el Abad, y con
reparto de vino y entremozos a la puerta
de la catedral en el segundo de los casos.
Se queman capazos en Saucelle y Ahigal
de los Aceiteros, y en Aldeadávila de la
Ribera recuerdan la bufa y cómo se tiz-
naba en casa del mayormodo. De lumi-
narias hay constancia en Puerto de Béjar,
de antiquísima tradición, con agasajo
de perrunillas y aguardiente; Villavieja
de Yeltes, donde las llamas se lanzaban
en recipientes desde el campanario de la
iglesia tras seguir un meticuloso ceremo-
nial; Peñaparda, con los quintos brincan-
do sobre las llamas. En Sobradillo, como
en La Fregeneda, la víspera de San Se-
bastián las hogueras de jumbrios, enebros,
ajuman el itinerario que el santo recorre
en la procesión; se va aventando el fue-
go a su paso en un ritual que pretende
la protección de la matanza, algunos de
cuyos productos se prepararán luego so-
bre las brasas.
Por Las Candelas, ya en febrero, si la vela
que lleva la Virgen se apaga durante la
procesión, antes de entrar en el tempo,
mal año de castañas, dicen en Candela-
rio; en Miranda del Castañar extienden
este augurio a las personas, dependiendo
la edad de los afectados de si la vela que
cede es la que porta la Virgen, el Niño
o ambas.Mientras, Miróbriga vuelve al
fuego a las puertas del Monasterio de
la Caridad en vísperas de la romería de
San Blas, y los quintos a ser señores de la
llamarada en Fuentes de Béjar. Muchas
águedas acaban su día reduciendo a ceni-
zas a un pelele al que en algunos lugares
llaman quinciano, como el gobernador de
Sicilia que torturó a la santa. Y, andando
el tiempo, ya en la Pascua, el mismo final
espera al judas en Sotoserrano.
Al atardecer la piel de la capital salmantina se enciende de rojos y anaranjados, en un fascinante viaje hacia la
historia y el pasado. En pleno espectáculo de fulgor, edificios y fachadas no olvidan su origen, la piedra
franca, el alma de Salamanca.
iajar es la forma de mirar y
ser sensible al ambiente que
nos rodea. En Salamanca el
reclamo para tal logro son los edificios
históricos. Ante ellos confluyen todas
las miradas, podemos garantizar que
nos sentimos viajeros. Si paseamos sua-
vemente y sin prisas por las calles más
emblemáticas, nuestro trayecto se torna
sobrecogedor; la fusión piedra y arte es
espectacular.
La singularidad de la piedra, junto con
el trabajo de los canteros, nos permite
un grado de disfrute importante. Los
calados de las hojas de acanto, el jue-
go de figuras que se ocultan tras ellas,
el buscar aquel animal raro por el que
sentimos simpatía, los personajes que se
esconden detrás de los medallones y se
encuentran repartidos por todo el casco
histórico; incluso las ironías del escultor
nos descubren fragmentos de la historia
de la ciudad tallada en piedra. Mante-
niendo fidelidad a los misterios arquitec-
tónicos que trazaron Gil de Hontañón,
Juan de Álava, Rivero Rada, los Churri-
guera, García Quiñones, y tantos otros,
podemos afirmar que los tres pilares
inseparables, arquitectura, talla y piedra,
tienen su núcleo en Salamanca.
Detrás de esta magia se encuentra la
piedra de Villamayor, también conoci-
da como Piedra Franca. Se formó en el
periodo Eoceno, de la Era Terciaria, de
46 a 34 millones de años. Este dato se
deduce por la cantidad de fósiles de rep-
tiles, cocodrilos y tortugas que aparecen
en las canteras. Estos animales vivían en
un ambiente marino; por ello la piedra
se forma en un entorno fluvial. Se clasi-
fica, geológicamente, como arenisca fel-
despática porosa, y sus componentes son
cuarzo, feldespato y en una proporción
menor, las arcillas, que cumplen la fun-
ción de cementos o aglutinante.
Debido a su origen, al extraerse de la
cantera, la piedra se encuentra muy hú-
meda, endurece al permanecer en el ex
terior y la humedad que contiene poco a
poco se va absorbiendo por el sol y el aire
principalmente. Será entonces cuando
aparezca la oxidación superficial, ofre-
ciéndonos con ella, el generoso alarde de
matices en tonos dorados y pardos, que
le ha dado tanta personalidad y carácter
a la piedra, obteniendo así una perfecta
simbiosis en la arquitectura junto con el
delicado trabajo de los canteros y tallis-
tas. El mejor momento para su contem-
plación lo constituyen los instantes pre-
vios a la hora del crepúsculo, cuando el
sol se torna rojizo.
La talla manual hoy sigue teniendo la misma magia que ayer: dominio del dibujo, saber ver el volumen
en tres dimensiones y creatividad.
26
* por Ana del Arco. Fotografía de Santiago Santos
GENERACIONES DE CANTEROS. Al lado de la piedra se encuentra la cante-
ría, como se denomina el manejo y transfor-
mación de todo tipo de roca. Los canteros
serán los encargados de su manipulación y
puesta en obra, mientras que para la reali-
zación de la labra más artística se requeri-
rán escultores.
Hoy día el oficio del cantero puede sentirse
orgulloso de haber sabido guardar gene-
ración tras generación la esencia de una
tradición. Las herramientas para trabajar
la piedra son las de siempre, las que utiliza-
ron los constructores de la Catedral, Santo
Domingo, la fachada de la Universidad,
la Salina, la Casa de las Conchas y tantas
otras fábricas de nuestra ciudad. Seguimos
utilizando los cinceles, la maceta de cante-
ro, con su característica forma de campana,
el carril, o el escafilador ... En la cantera
sigue habiendo herramientas tan emblemá-
ticas como la escoda, pica, las castañuelas
o las tenazas, palancas y cuñas, siendo hoy
algunas de ellas imprescindibles, aunque no
tanto como en épocas pasadas.
Actualmente salen del suelo de Villamayor
unos seis mil metros cúbicos de piedra al
año. Los yacimientos son explotaciones a
El municipio de Villamayor da nombre a la famosa piedra arenisca,
de la cual se extraen al año alrededor de seis mil metros cúbicos.
MAGIA EN LA TALLA. Para sacar
la piedra, la sierra de disco, accionada
a través de raíles, marcará una línea a
lo largo de la cantera, con el ancho ele-
gido para los bloques. Seguidamente
y por medio del martillo neumático se
realizan las rozas verticales que marcan
la longitud del bloque. Una vez reali-
zados estos cortes, el cantero procede a
desprender el bloque de piedra del ban-
cal. Para ello se marcan hendiduras en
la base del bloque, donde se meterán las
cuñas que golpeándolas con el marro lo-
gran desprender la bancada. Ayudados
de palancas y manos fuertes, es separa-
do el bloque de la base y, por último se
sube a la superficie con una grúa. Allí
la piedra permanecerá secándose unos
días antes de ser trasladada al taller de
corte, situado generalmente cerca del
lugar de extracción.
Su uso principal será la edificación,
principalmente aplacados y obra de res-
tauración, desplazando en estos últimos
años en importancia a usos ancestrales
como la talla escultórica o el muro ma-
cizo de sillares que ambos sirvieron para
levantar los edificios históricos. La talla
es, sin embargo, el resultado más artístico
de la piedra. Debido a ella, los edificios
históricos de Salamanca son el reflejo de
un legado mágico por el cual, el viajero
al asomarse a la obra se encontrará pe-
queño y deudor con la historia.
El protagonismo se transfiere muchas
veces a la piedra, al prestarse fácilmen-
te a la labra. Tal hecho no sería posible,
si detrás no existiese la mano magistral
de los maestros y artífices que lo hicie-
ron posible, convirtiéndose ésta, como
decía al inicio, en una relación paralela
y armónica.
La talla manual hoy sigue teniendo la
misma magia que ayer, los instrumentos
continúan siendo los mismos y las cua-
lidades del artista tampoco difieren: do-
minio del dibujo, saber ver el volumen
en tres dimensiones y creatividad. Es
importante mantener un grado de sen-
sibilidad hacia el material y buscar las
posibilidades que atesora. Saber que no
toda la piedra de Villamayor tiene las
mismas características y mostrar siempre
una actitud positiva, de respeto y pacien-
te hacia el trabajo.
Hoy la talla en piedra, al igual que tantos
oficios que tuvieron su máximo desarrollo
en épocas pasadas, merece un pequeño
homenaje en pleno siglo XXI al saber
mantener su condición de nobleza.
cielo abierto por encontrarse los bancos
de piedra a escasos metros del nivel del
suelo, entre 8 y 10. Es en este proceso
de extracción de la piedra donde las cin-
co empresas que trabajan en el pueblo
sí han sabido actualizarse a las nuevas
tecnologías, obteniendo de este modo
rendimientos muy superiores en la saca
de piedra del que los canteros mayores
pudieron pensar.
El proceso de extracción es el siguiente;
primero se retira el manto vegetal, dentro
de una operación que se llama desbroce;
lo más probable es que se encuentre en
una profundidad cercana a las medidas
antes dadas. Hace años los canteros rea-
lizaban el desbroce a mano, sacando el
escombro en cestos que ponían sobre
los hombros, y a través de una rampa de
arena lo subían al exterior.
Cuando el banco de piedra está locali-
zado se procede al corte y extracción.
Antes, hacían rozas con las picas para
marcar el bloque y lo desprendían de la
bancada por medio de cuñas y palancas.
Más tarde, llegó a la cantera la utiliza-
ción de sistemas neumáticos, y hoy se
emplea un método combinado.
En página anterior, detalle de la fachada de la Universidad de Salamanca, proceso de la talla ornamental, extracción en canteras a cielo abierto.
29
BATIPUERTA DE ENTRADA. Muy pronto el paseante que se dispon-
ga a iniciar el ascenso por el entramado
de las calles de Candelario que hemos
recomendado percibirá que la vivienda
se constituye en bloque, desarrollada en
altura, en forma compacta; se trata de
una unidad que reúne todas las depen-
dencias necesarias para la vida y el tra-
bajo de sus moradores. Lo que los inte-
resados por estos temas determinamos
como “la casa”.
Pero también descubrirá que dentro de
una tipología de rasgos comunes, bien re-
conocibles, existen variedades y diferen-
ciaciones relacionadas en la mayoría de
las ocasiones con el nivel económico y, en
el específico caso de esta localidad, con la
especial dedicación de sus propietarios. Y
es que como muchos ya sabrán, Candela-
rio tuvo una histórica vocación chacinera
propiciada por sus idóneas condiciones
climáticas para la producción y el curado
de los embutidos y chacinas.
De aquí que podamos hablar de la típi-
ca casa matancera, como una de las más
peculiares de la localidad, no exclusiva
de ella, pero muy frecuente en su época,
ocupando gran parte de su caserío.
las fuentes, manaderos y neveros de la
sierra, para su uso en huertos y tareas
cotidianas. Para descubrir las notables
peculiaridades de la casa popular de
Candelario, recomendamos al viajero
que abandone su vehículo y se sitúe a
la entrada del pueblo, junto a la ermita
del Santo Cristo del Refugio y el cruce-
ro que la preside. Desde allí podrá elegir
cualquiera de las calles que ascienden
hasta coronar la villa, pudiendo encon-
trar, a su paso, excelentes ejemplos de
tan singulares arquitecturas.
Algún lector habrá reconocido diferentes
epítetos al hablar de la casa, a la que nos
referimos como popular, tradicional o
rural. Somos conscientes de ello y lo ha-
cemos indistintamente, pues considera-
mos que es “popular” por ser de fábrica
humilde, referida al origen y hábitat de
sus moradores. Por “tradicional” enten-
demos que alude a la herencia y la que-
rencia, lo de siempre, lo repetido, lo de
toda la vida. Y “rural”, por su ubicación
en un medio concreto, diferente al urba-
no, en el que la dedicación es siempre
agroganadera. Permítasenos entonces
que utilicemos tales adjetivos indistin-
tamente, pues aunque diferentes en sus
conceptos, aquí se complementan.
nclada en la falda de la sierra, el
perfil de la villa de Candelario
se funde con el paisaje hasta
las nevadas cumbres. Clima singular y
afán de sus moradores que cristalizaron
en un afamado quehacer chacinero en
un marco excepcional: la vivienda hecha
fábrica, la casa matancera.
Desde las aplanadas cumbres del Calvi-
tero o la Ceja se descuelgan las laderas
que descienden hasta la textil ciudad de
Béjar. A medio camino, en un suave pro-
montorio que interrumpe tal descenso se
localiza Candelario. Un apretado caserío
aprovecha el exiguo terreno constructivo;
sus casas se agrupan unas junto a otras,
protegiéndose de unas condiciones climá-
ticas rigurosas y a menudo adversas.
Apenas cuatro calles descienden por las
pendientes, formando las vías princi-
pales de la localidad que tienen, como
horizonte lejano, las cimas de la sierra.
Éstas se acompañan de singulares ca-
nalizaciones de agua, conocidas como
regaderas. Su murmullo arrulla siempre
a paseantes y moradores en una imagen
invariablemente recordada por el cami-
nante. Su uso ancestral estaba ligado al
riego y al traslado de las aguas desde
31
* por Luis M. Mata. Fotografía de Santiago Santos
En página 30, entramado de vigas del desván o sobrao. Arriba, vista exterior de la casa. En página siguiente, hogar de cocina antigua con algunas varas del sequero.
Le sugerimos que se acerque a la puerta
de la ermita y gire su cabeza, dejando
atrás las cumbres de la sierra. Tendrá
enfrente uno de los ejemplos más llama-
tivos de esas casas-factorías que le men-
cionamos. No todas eran tan amplias,
adquiriendo mayor o menor desarrollo
dependiendo del tamaño de su explota-
ción. Pero acabemos ya tan amplia intro-
ducción y decidamos iniciar la andadura.
Mientras tanto le contaremos interesan-
tes peculiaridades de estas viviendas.
Uno de los elementos más curiosos y
fácilmente reconocibles de la casa, que
llega a singularizarla, es la batipuerta
que protege su acceso desde el exterior.
Con ese nombre nos referimos a la me-
dia puerta que antecede y protege a la
propia de la vivienda. De madera y con
un remate superior variable en su dise-
ño parece reunir diferentes funciones,
referidas a este interesado, por los más
mayores del lugar, en el trabajo de cam-
po llevado a cabo a lo largo de los años.
Para unos defendía la casa de los rigores
climáticos fundamentados en forma de
las frecuentes nevadas que se acumula-
ban en calles y accesos. Para otros per-
mitían el airear la vivienda sin temor a
que entraran algunas ganaderías de las
que merodeaban frecuentemente por las
calles de la localidad. Por último, para
muchos, formaban parte del quehacer
cotidiano de la casa, permitiendo que
32
Se dice que la famosa expresión “atar los perros con longaniza” tuvo su origen en casa de un afamado choricero candelariense.
desde el interior de la misma, desde el
portal, el matarife, pudiera asestar a las
reses el golpe definitivo que pusiera fin a
su vida e iniciara el proceso de la matan-
za. De hecho, en algunas de ellas podrá
ver una curiosa anilla de hierro y algún
gancho, del mismo material por el que se
hacía pasar la cuerda que sujetaba a la
res, para tirar desde su interior y acercar-
la hasta la batipuerta, facilitando así el
trabajo del sacrificio sin temor a golpes,
cornadas o dentelladas.
El exterior de la casa aporta solidez en
su visión a lo que ayuda el que se uti-
licen sillares de granito, perfectamente
escuadrados en jambas y dinteles y otras
partes nobles de la edificación, quedan-
do el resto encalado en blanco. Suele
desarrollarse en tres alturas, planta baja,
primera planta y desván, pudiendo apa-
recer una tercera. En cualquier caso, la
última presenta una balconada corrida a
modo de solana.
Es frecuente percibir cierta simetría fron-
tal, organizada por el acceso en forma de
puerta central y dos ventanas enrejadas
de la planta baja, balcón centrado en la
primera, con ventanas laterales y el co-
rredor o balconada superior. También
es frecuente la aparición de paredes cu-
biertas de tejas que protegen los muros
orientados al norte y al oeste de los em-
bates de las tormentas y las precipitacio-
nes. Se trata de los denominados “hos-
tigos” y constituyen imagen frecuente y
muy plástica que confiere singularidad a
las edificaciones.
SOGA EN EL PICADERO. Tras la
breve descripción exterior, refirámonos
a su interior. La planta baja recoge un
amplio portal al que se accede, tras cru-
zar la regadera, por la ya mencionada
batipuerta. A él se abre una habitación,
el “picadero”, donde se llevaba a cabo
la matanza o mondongo y las labores
de embutido de la chacina. El agua in-
mediata de las regaderas servía para las
labores de limpieza de tal dedicación.
Puede ser buen momento éste para men-
cionar que la matanza tradicional incluía
el sacrificio del cerdo y el de una res, tras
el que se mezclaban en distintas propor-
ciones sus carnes con objeto de obtener
la idónea calidad de los embutidos.
Todavía hoy es posible reconocer colgada
de la viga central del picadero la antigua
soga o la verga que sostenía el cadáver
del animal para su despiece. Del portal
puede partir un acceso al corral trasero,
si lo hubiera, y siempre una empinada
escalera que parte hacia el primer piso.
Su factura es de madera, al igual que las
tablazones del suelo y la estructura del
edificio. La abundancia de tal material
en las proximidades favorecía su uso,
pudiendo optar por elegir grosores y ta-
maños adecuados para la viguería de las
distintas partes del edificio.
En el primer piso se ubica la sala, espa-
cio abierto a la fachada de la casa por un
balcón central que le aporta iluminación
y ventilación. Frecuentemente, dos alco-
bas interiores se abren a esta habitación,
separadas de la misma tan sólo por
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una cortina, reuniendo como único ajuar
una cama de madera o hierro. Desde esta
planta surge otro tramo de escaleras que
asciende hasta el segundo piso donde se
ubica la cocina, que también puede ocu-
par la parte interior de la planta primera.
Esta trascendental habitación, quizá la de
uso más frecuente, suele ser amplia, do-
tada de hogar bajo y enlosado de piedra,
con trashoguero, cenicero, entremijo, una
cántara para el consumo de agua y algún
vasar o sencilla alhacena o incluso una pe-
queña despensa.
Como peculiaridad comentaremos que
no posee la tradicional chimenea de
campana, presentando un techo o cu-
brición de rejilla o “sequero”, por el que
el humo se escapaba directamente al
“desván” donde el embutido alcanzaba
excelente curación. En esa última planta
se abre una solana y un complejo siste-
ma de ventanas practicables que facili-
taba, junto al sequero y humero, idónea
aireación para el secado y conservación
de los productos perecederos. El tejado
nunca presentaba chimeneas, dado que
el humo escapaba por entre las tejas o,
a lo sumo, por una teja levantada o un
cántaro roto. Esta imagen aún es percep-
tible al asomarse a alguno de los mira-
dores que permiten obtener una imagen
cenital de la localidad, percibiendo tan
sólo la presencia, en las cubiertas, de chi-
meneas de nueva creación.
El desván, al tener que recoger el pro-
ducto de la matanza, adquiere notable
desarrollo en algunas edificaciones, pu-
diendo alcanzar dos o tres alturas en un
interior diáfano dotado de un complejo
sistema de varales de los que colgar la
chacina hasta su retirada para la venta.
Con esta estancia se completaría el desa-
rrollo de la casa de Candelario que con
pequeñas variaciones puede encontrarse,
con idéntica estructura, en otros pueblos
de esta comarca.
Portal o distribuidor de la vivienda, y vista de la una de las alcobas.
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