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Universidad de Colima FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES ENTRE LA DESAMORTIZACIÓN Y EL REPARTO AGRARIO: UNA HISTORIA RURAL EN LAS LADERAS DEL VOLCÁN (1870 – 1920) T E S I S QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE MAESTRA EN HISTORIA REGIONAL PRESENTA MARTHA LORENZA LÓPEZ MESTAS CAMBEROS ASESOR DR. SERGIO MANUEL VALERIO ULLOA COLIMA, COL., MAYO DE 2006

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Universidad de Colima FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES

ENTRE LA DESAMORTIZACIÓN Y EL REPARTO AGRARIO:

UNA HISTORIA RURAL EN LAS LADERAS DEL VOLCÁN (1870 – 1920)

T E S I S

QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE

MAESTRA EN HISTORIA REGIONAL

PRESENTA

MARTHA LORENZA LÓPEZ MESTAS CAMBEROS

ASESOR

DR. SERGIO MANUEL VALERIO ULLOA

COLIMA, COL., MAYO DE 2006

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AGRADECIMIENTOS

A pesar de ser mi entera y exclusiva responsabilidad el contenido y alcance de

este trabajo, su concreción fue posible gracias al apoyo y colaboración de varias

instituciones y la generosidad de diversas personas. La tarea de localización y el

tratamiento de fuentes, así como la orientación sobre diversos avatares y temas

conectados con mi problema de investigación se hubiera convertido en un verdadero

vía crucis sin su colaboración, por ello, lo menos que puedo hacer es ponderar su

papel y externarles en esta ocasión y por este medio mi gratitud y mi más sincero

reconocimiento.

En tierras colimenses, uno de los primeros y más importantes apoyos me los

proporcionó el más sólido baluarte del Archivo Histórico del Estado de Colima: don

Jorge Pineda. A lo largo de las innumerables jornadas de trabajo en los valiosos

acervos documentales que celosamente resguarda, siempre encontré el trato

amable, su generosidad y disposición plena para contribuir en todo cuanto estuviera

a su alcance y en el límite de sus facultades, para auxiliarme en la ardua labor de

rastreo de datos, pistas y respuestas que iban surgiendo y complicándose, a la vez

que ahondaba en la problemática que da cuerpo a este trabajo. El señor Pineda y

sus escasos colaboradores son fieles representantes de la sencillez, calidez y

amabilidad de los moradores de la ciudad de las palmeras, por todo ello, ¡Muchas

Gracias!

Otro apoyo no menos importante lo encontré al traspasar el umbral del Archivo

Histórico del Municipio de Colima. La proclividad por la historia del Dr. José Miguel

Romero de Solís, no se limita a su amplia producción de obras donde el pasado

colimense es recreado desde diversos tópicos y temporalidades, sino que también se

expresa como conductor de este reconocido acervo documental. Su trato, siempre

amable, fue compartido por el personal que lo acompaña en la labor de resguardo de

la memoria colimense, para prodigarme todas las facilidades a fin de que me

sumergiera en el mar documental que tan eficientemente conservan y facilitan,

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motivo que impele a que diversos investigadores académicos o aficionados

reconstruyan el pasado de la entidad. Patentizar mi respeto y gratitud es lo menos

que puedo hacer para abonar la inmensa deuda que contraje con todos ellos,

especialmente de Miguel Ángel, Rosita y Manuel.

Por otros rumbos de la capital colimense también se localizan centros de

resguardo documental que son claves para desentrañar los tiempos pretéritos que

vivieron los habitantes de estas tierras. Al lado de una hilera de frondosas parotas se

localiza el Archivo del Poder Legislativo del H. Congreso del Estado de Colima.

Llegar a este lugar es sumamente placentero al gozar de la espesa sombra y la

belleza de los imponentes árboles circundantes, pero más placentero me resultó el

trato recibido por la titular de ese Archivo, la licenciada Concepción Caraballo, así

como por Agustín Márquez Gileta; ambos no titubearon en prodigarme todas las

atenciones posibles para que extrajera importantes datos que me permitieron

reconstruir trozos de esta historia que hoy presento. Estoy segura, que la presencia

de ambos debe extrañarse en el pequeño espacio que alberga a este archivo

legislativo.

En esta misma ciudad conté con el apoyo del Lic. Rafael Lafarga, Delegado

del Registro Agrario Nacional de Colima. Su fino trato y amable colaboración me

permitieron inspeccionar los expedientes de dotación ejidal de los dos centros

poblacionales que se convirtieron en los sujetos históricos que guiaron mi viaje por el

pasado colímense. Durante el tiempo que utilicé sus expedientes pude constatar su

espíritu de servicio, el cual reconozco y agradezco públicamente. Un trato similar lo

encontré al dirigirme al Archivo del Registro Público de la Propiedad y el Comercio de

Colima; la licenciada Susana Ramírez Galván, directora de la dependencia que

conserva este archivo, manifestó disposición plena para que consultara dicho acervo,

incluso, instruyó que su personal de archivo no deparara en nada para facilitar mi

labor. Para ella y el personal que labora en esta oficina pública, mi agradecimiento.

Cabe aclarar que las atenciones que recibí a lo largo del tiempo que duró esta

investigación también provinieron de otros centros documentales localizados más

allá de la frontera colimense. Fui atendida por el personal de la Biblioteca Pública del

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Estado de Jalisco, Archivo Histórico de Jalisco, Archivo General de la Nación, Centro

de Estudios de Historia de México (Condumex), Archivo Histórico del Agua, Archivo

Histórico de la Casa de Morelos, Archivo Histórico Municipal de Morelia, la Biblioteca

Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y la

Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Universidad Iberoamericana. Su trabajo

facilitó significativamente el esfuerzo para que esta investigación pudiera salir a la

luz. Mención importante merece don José Ramírez, quien siempre ha tenido abiertas

las puertas del Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología en el

INAH.

Como mención especial, debo agradecer a Gabriela Ulloa Sotelo, no solo por

su amistad y apoyo a lo largo de tantos años, sino por su valiosísima ayuda en el

Archivo Casasola de la Fototeca Nacional del INAH. La recuperación de importantes

documentos gráficos se debe a su particular interés en mi trabajo. Así mismo, los

dibujos facsimilares de algunos planos aquí utilizados son de su autoría.

Por parte de la Maestría en Historia Regional de la Universidad de Colima,

recibí el importante apoyo de su coordinador, el Dr. Pablo Serrano Álvarez, al igual

que de los catedráticos de dicho programa, las doctoras María Eugenia Romero,

Josefina MacGregor e Hilda Iparraguirre, así como de los maestros Ramón León

Morales, Julia Preciado y Mirtea Acuña, quienes a lo largo del programa me

dedicaron parte de su tiempo e impulsaron mi interés en la temática abordada en el

presente trabajo.

Desde otra arista del quehacer investigativo, recibí apoyos académicos que no

puedo soslayar. En una etapa de este trabajo, la Dra. Briggite Boehm atendió

generosamente mi petición para que se desempeñara como mi asesora de tesis,

labor que desempeñó con paciencia y responsabilidad académica. Sus aportes son

inobjetables, de ahí que las carencias y errores que presente este trabajo son de mi

entera responsabilidad. En momentos de desánimo, sus palabras fueron un aliento

para continuar con renovadas fuerzas mis tareas cotidianas y enfrentar los avatares

que implica hacer investigación social en el occidente del país. Desafortunadamente,

la Dra. Bohem partió intempestivamente, dejando no sólo el mundo terrenal sino un

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vacío para muchos colegas y alumnos que nos nutríamos de sus consejos y

sapiencia. Por su partida, me conduelo y nunca dejaré de lamentarlo; por sus aportes

y su apoyo, lo menos que puedo es manifestarle mi más sincera gratitud. Brixi, tu

ausencia solo es física.

Tras lamentable deceso, habría que reemprender el trabajo y marchar en pos

de la meta trazada. Así, esta investigación transitó su segunda y definitiva etapa

gracias a la generosidad del Dr. Sergio Valerio Ulloa, profesor e investigador de la

Universidad de Guadalajara, quien desinteresadamente aceptó fungir como director

de esta tesis, orientándola hasta su fase final. Sin su amabilidad al compartir su

tiempo y su gran experiencia en estos menesteres, esta investigación no hubiera

salido adelante. No obstante, debo apuntar reiteradamente que las carencias y

errores son de mi autoría.

Esta investigación también se enriqueció con los comentarios realizados por

los lectores del trabajo, la Dra. Alejandra Pita González, Coordinadora de la Maestría

en Historia de la Universidad de Colima, el Dr. José Antonio Serrano, investigador del

Colegio de Michoacán, y, nuevamente, del Dr. José Miguel Romero de Solís, Director

del Archivo Histórico del Municipio de Colima; a quienes agradezco el tiempo que

amablemente dedicaron a su lectura y revisión.

No debo omitir a la institución académica que ha posibilitado mi desempeño a

lo largo de estos años, ya que, como investigador titular del área de arqueología,

siempre he tenido una segunda casa en el Instituto Nacional de Antropología e

Historia, institución con la que siempre estaré en deuda.

No puedo dejar de lado la sincera amistad y apoyo que a lo largo de todos

estos años me ha brindado el Dr. Phil C. Weigand y su esposa la Mtra. Acelia García

de Weigand, así como la Arqlga. Marisol Montejano, quienes siempre han creído

ciegamente en mi trabajo. Sin su ejemplo y estímulos, probablemente no seguiría en

estos menesteres.

El trabajo cotidiano que implican mis proyectos de investigación, se ha llegado

a concretar gracias a la paciencia y fortaleza que diariamente me regalan Tania y

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Samuel. De igual manera, mis padres y hermano me han respaldado sin siquiera

preguntar en que nueva aventura me he comprometido.

En fin, para todas y cada una de las instituciones y personas que

contribuyeron para que esta investigación pudiera concretarse, mi gratitud y

reconocimiento. Este trabajo es también un pequeño tributo a la labor realizada por

todos ellos. Su esfuerzo y trabajo fue un importante puntal para que se estructurara

esta modesta obra que pongo a consideración del lector y de la comunidad

académica, en particular.

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ÍNDICE DE CUADROS

1.- Tributarios de la población de la zona de

Comala durante el siglo XVI…………………………………………………………..65

2.- Padrón de indígenas tributarios en Colima (1816)………………………………….78

3.- Tributarios de los Pueblos de la Jurisdicción de

Colima, 1810 – 1819……………………………………………………………………79

4.- Montos por arrendamientos del pueblo de

Comala (1811-1815)……………………………………………………………………85

5.- Padrón de indígenas colimenses (1816)……………………………………………..99

6.- Ocupación de los indígenas varones de

Suchitlán en 1849……………………………………………………………………...100

7.- Producción agrícola de Colima (1905)………………………………………………167

8.- Producción agrícola de Colima (1906)………………………………………………168 9.- Solicitantes de adjudicación de solares en Suchitlán(1899)………..……….……190

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ÍINDICE DE FIGURAS

1.- Obispado de Michoacán en 1649, del cual dependió la región

colimense en términos religiosos……………………………………………….........33 2.- Intendencia de Valladolid hacia 1786, en la cual estaba incluida la región colimense……………………………………………….……….….34 3.- Jurisdicción político-administrativa de Colima en 1865….……………………...…35 4.- Plano del estado de Colima……………………………………………….…………..36 5.- Mapa del territorio colimense y sus principales afluentes……………………...….40 6.- Región colimense a inicios del siglo XVI…………………………………………….61 7.- Tierras conocidas como el Bajío, usufructuadas por el pueblo de Comala…………………………………………………………………...…83 8.- Indígena de la zona norte de Comala, usando

pantalón a la usanza occidental…………………………………..………………...124

9.- Hacienda de San Antonio a principios del siglo XX……………………………....174 10.- Puentes colgantes para atravesar las profundas barrancas de la zona norte de Colima……………………………….…………….175 11.- Cuarto de máquinas de la hacienda de San Antonio……………….……………176 12.- Plano de los principales afluentes de agua de la región norte de Colima………………………………………………………………195 13.- Canal de riego que pasaba sobre la cortina de la presa de “La Cidra”…………………………………………………………….…..198 14.- Plano del venero de Luis Apolinar, aprovechado por la

hacienda de San Antonio……………………………………………………………199

15.- Vista de la plaza de Zacualpan a principios de siglo………………………….….213 16.- La unidad doméstica incluía la habitación para la familia nuclear,

así como la huerta a su alrededor………………………………………………….215

17.- Coamil tradicional que combinaba la siembra de maíz, alimento básico en la dieta, con el cultivo del plátano……………………….……215 18.- Hombres y mujeres suchitlecos…………………………………………………….216

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19.- Mujeres indígenas de Suchitlán………………………………………………….…217 20.- Puesto de vigilancia en la zona boscosa ocupada por la Colima Lumbre Company……………………...……………………………….…...219 21.- Propuesta de división del fundo legal de Cofradía de Suchitlán…………….….228

22.- Plano de las tierras de ejidos otorgadas a las poblaciones

de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán………………………………………………282

23.- Patio principal de la hacienda de San Antonio, con

la zona habitacional de los peones acasillados al frente……………………..….294

24.- Plano de los terrenos del pueblo de Suchitlán………………………………..…..306

25.- Tierras de las haciendas de Nogueras y San Antonio que circunscribían

a las poblaciones de Cofradía de Suchitlán y Suchitlán……………………...….309

26.- Plano que muestra las pequeñas, medianas y grandes

propiedades que rodeaban a la población de Suchitlán…………………...…….310

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ÍNDICE GENERAL

RESUMEN……………………………………………………………………………….12

INTRODUCCIÓN………………………………………………………………………..14

I.- COLIMA: ESPACIO NATURAL,

POBLACIÓN INDÍGENA Y PRESENCIA ESPAÑOLA……………………...…..31

1.- EL ESCENARIO REGIONAL……………...……………………...…………….31

2.- LOS PRIMEROS ASENTAMIENTOS…...……………………………………..48

3.- COLIMA Y LA PRESENCIA ESPAÑOLA…………...…………………………62 II.- LOS INDIGENAS DE COMALA DURANTE LOS

AÑOS COLONIALES: ENTRE ESPAÑOLES Y MESTIZOS…………...………73

1.- LAS COMUNIDADES INDÍGENAS DE

COLIMA Y LOS ESPAÑOLES………………………………………………....73

2.- COMUNIDADES INDÍGENAS DE COMALA EN LA

VIDA COLONIAL COLIMENSE…………………….………………………….80

III.- PUEBLOS Y COMUNIDADES INDÍGENAS DE COMALA

A LO LARGO DEL SIGLO XIX…………………………………………………….97

1.- TIERRAS INDÍGENAS: ENTRE POSESIONES

ANCESTRALES Y ASECHANZAS EXTERNAS……………………………...98

2.- LOS EFECTOS DE LA LEY LERDO Y MEDIDAS

POSTERIORES EN TIERRAS INDÍGENAS…………………………………102

3.- UN FENÓMENO EXTENSIVO Y RECURRENTE……….……………….....130

IV.- HACIENDAS, HACENDADOS Y LOS

INTERESES DE LOS INDÍGENAS DE COMALA…………………………….159

1.- LA ECONOMÍA DE LAS HACIENDAS,

UNA ECONOMÍA DE MERCADO.………………………………………..….159

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2.- LA PRESENCIA DE LOS HACENDADOS

EN EL ÁREA DE COMALA…………………………………...……………....172

2.1.- DESAVENIENCIAS POR LA TIERRA: SUCHITLÁN Y LAS

HACIENDAS VECINAS………………………….…………………………..183

3.- EL USO DEL AGUA: UNA DISPUTA ENTRE

HACENDADOS E INDÍGENAS……………………………………………….194

V.- LOS INDÍGENAS DE COMALA ENTRE EL PORFIRIATO

Y LOS ALBORES REVOLUCIONARIOS: UNA SOCIEDAD

EN PROCESO DE DESINTEGRACIÓN……………………………………..….212

1.- POBLACIÓN Y VIDA ECONÓMICA………………………...………………..212

2.- OTROS RASGOS DE LA VIDA EN COMALA:

DESPOJO, EDUCACIÓN Y JUSTIFICACIÓN POSITIVISTA…………...…230

3.- IDENTIDAD INDÍGENA Y CONFLICTOS INTERNOS…………….....…….245

VI.- PRESENCIA REVOLUCIONARIA, AGRARISMO

Y COMUNIDADES INDÍGENAS…………………..……………………….……253

1.- LOS INDÍGENAS EN EL PREÁMBULO

DE LA REVOLUCIÓN………………………..……………………………….253

2.- EL VENDAVAL REVOLUCIONARIO, LA NUEVA POLÍTICA

ESTATAL Y LA VIDA DE LAS COMUNIDADES INDÍGENAS…………..257

3.- EL NUEVO GOBIERNO EN ACCIÓN………...……………………………268

4.- GOBIERNO CONSTITUCIONALISTA: AGRARISMO Y

POLÍTICAS EN EL CAMPO COLIMENSE………………………………….273

4.1.- EL REPARTO AGRARIO.…………………………...…………………….275

4.2.- POLÍTICA LABORAL Y GESTIÓN GREMIAL

EN EL AGRO COLIMENSE………………….……………………………..288

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VII.- SUCHITLÁN Y COFRADÍA DE SUCHITLÁN

EN PLENOS AÑOS REVOLUCIONARIOS…………………...………...….....298

1.- ENTRE LA VIOLENCIA Y EL CONFLICTO REVOLUCIONARIO……...298

2.- EL CONFLICTO AGRARIO EN SUCHITLÁN………………………….....303

3.- COFRADÍA DE SUCHITLÁN SE SUMA AL AGRARISMO..……………313

4.- LA GESTIÓN AGRARIA SIGUE,

LOS APOYOS DEL GOBIERNO ESTATAL DESAPARECEN….……….325

5.- LOS CONFLICTOS POR EL AGUA……………………………………….362

5.1.- LA DISPUTA ENTRE LA HACIENDA

DE NOGUERAS Y SUCHITLÁN…………………………………………362

5.2.- LOS DISENSOS POR EL AGUA ENTRE LA HACIENDA

DE SAN ANTONIO Y LOS INDÍGENAS………………………………...377

CONCLUSIONES……………………………………………………………………...383

FUENTES………………………...…………………………………………………….398

BIBLIOGRAFÍA……..…………………...……………………………………………..400

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RESUMEN

Los indígenas del norte de Colima, fincaron su existencia estrechamente

ligada a la tenencia comunal de la tierra. Sin embargo, a partir de la segunda mitad

del siglo XIX, se instrumentó un nuevo ordenamiento federal, mediante el cual

desaparecieron las propiedades de la corporaciones eclesiásticas y civiles, lo que

ocasionó que las comunidades indígenas efectuaran el fraccionamiento de su

propiedad; dicho proceso se extendió por los valles y tierras altas de la entidad. De

las comunidades ubicadas en el norte de la entidad, Comala fue la primera en vender

sus terrenos, las otras poblaciones siguieron explotándolos comunalmente. A partir

de la penúltima década de ese siglo comenzó un acelerado proceso de

recomposición de la propiedad; las tierras de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán

pasaron a propiedad de las haciendas de San Antonio y Nogueras. Ligado a la

pérdida de las tierras, estos grupos indígenas tuvieron dificultades por el uso del

agua con estos hacendados. En ambos casos, los indígenas fueron poco favorecidos

por las autoridades nacionales y estatales. Esta situación normaba la vida indígena al

iniciarse la Revolución Mexicana, la cual durante sus primeros años, dejó huellas

muy tenues en la vida de dichas poblaciones, siendo una coyuntura propicia para

emprender prudentes gestiones demandando tierras y aguas, así como su derecho

de elegir a sus propias autoridades. Sin embargo, a partir de 1914, tras el arribo del

constitucionalismo al poder del estado de Colima, y al amparo de la ley del 6 d enero

de 1915, se instrumentaron apoyos para que los pueblos demandaran la entrega de

tierras. Bajo este amparo, Suchitlán y Cofradía emprendieron gestiones para la

restitución de sus antiguas posesiones, lo anterior los llevó a confrontarse con los

hacendados colindantes. El proceso de reivindicación agraria fue dinámico y rindió

frutos parciales –entrega provisional de las tierras demandadas- durante los años los

constitucionalistas, pero a partir de fines de la segunda década del siglo XX, las

nuevas autoridades estatales desaceleraron la gestión indígena, no obstante

Suchitlán y Cofradía recurrieron a las autoridades nacionales hasta lograr el

otorgamiento de tierras ejidales.

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ABSTRACT

The natives settled in north of Colima had their existence closely tied to the

land which was communally exploited. However, from the second half of the XIX

century, was instrumented a new federal set of Laws through which disappeared the

proprieties of civil and ecclesiastical corporations, that cause communities carry out

the breaking up of their communal propriety; said process was extended in the entity

to the valleys and high lands. From the communities located on the north part of the

entity, Comala was the first to sell its lands; the other indigenous towns continued the

exploitation themselves. From the last penultimate decade of that century started an

accelerated process of recomposition of property transferring that plowing land to big

landowners. In this manner the lands of Suchitlán and Cofradía were transfer to San

Antonio and Nogueras farms. Bounded to the loss of lands, these indigenous groups

had difficulties for water use with the same landlords. In both cases, the indigenous

were little favored by the national and state authorities. This situation ruled the

indigenous lives at the beginning of the Mexican Revolution, which during its first

years, left insignificant prints in these communities, since it was a propitious

momentum to undertake prudent arrangements that claimed for water and land, and

the right to choose their own authorities. However, from 1914, when

Constitucionalism arrived to the power in Colima’s state, and under the protection of

the January 6, 1915 Law; were implemented supports so towns claim handing over

theirs lands. Under that law, Cofradía and Suchitlán undertake arrangements for the

restitution of their old possessions that lead them to confront with the neighbor

landlords. This process of relievable agrarian was dynamic and produces partial

fruits-provisional delivery of claimed lands- during the constitutionalists’ years, but

from the last second decade of the XX century, the new state authorities decelerated

the indigenous question, notwithstanding Suchitlán and Cofradía appeal to the

national authorities until they obtained common lands.

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INTRODUCCIÓN

Este trabajo tiene como pretensión fundamental analizar un actor colectivo

insuficientemente abordado por la historiografía colimense: los indígenas. Sus

coordenadas temporales están fijadas en la segunda mitad del siglo XIX y se

propagan hasta el inicio de la tercera década del siglo XX; durante este lapso los

indígenas ocuparon roles diferenciados dentro de la sociedad mexicana. La

delimitación temporal obedece a que, dichos años, fueron el inicio y término de dos

procesos donde el indígena tuvo valoraciones contrapuestas, cuyo punto de

desencuentro estuvo delimitado por la Revolución Mexicana, en tanto momento de

inflexión entre caracterizaciones sobre el papel del indio en la vida nacional.

El primer proceso inicia desde mediados del siglo XIX, a partir de la política de

desamortización de bienes surgida durante la reforma liberal juarista, la cual presentó

dos rostros: al tiempo que el indígena entra en la órbita liberal y se le conceptualiza

como ciudadano o individuo en sus nexos con la propiedad, se mantienen

características tradicionales, ya que pueblos y comunidades continuaron

conservando su personalidad jurídica, predominando rasgos de autonomía y

corporativismo.1

Para la octava década del siglo XIX, esta orientación se expresó en la política

de repartimiento que se instrumentó a nivel nacional, cuyo impacto varió de unas

regiones del país a otras, en función de la estructura de la propiedad, las formas de

explotación y tenencia de la tierra, así como de la calidad de los terrenos

involucrados. En el caso de Colima, provocó que gran parte de la tierra de las

Los años porfiristas con su modernidad y liberalismo vertebraron

una política ya esbozada desde años atrás, la cual implicaba la desintegración de la

propiedad comunal sobre la tierra para dar paso a la propiedad individual.

1 Sobre el particular véase: Antonio Annino, “Pueblos, liberalismo y nación en México”, Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, Antonio Annino y François-Xavier Guerra (Coords.), México, FCE, 2003, pp. 399-430.

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comunidades indígenas fuera fraccionada en porciones individuales,2

Sin embargo, esta etapa llegó a su fin en 1914, con el arribo del

constitucionalismo al poder de la república, donde se inauguró una política agraria

(plasmada en la ley del 6 de enero de 1915) que reformuló el nexo de los indígenas

con la propiedad agraria, al establecer un marco jurídico para lograr la restitución y

adjudicación de tierras para este sector social, lo que auspició un proceso de

movilización social y políticas públicas en la materia, que se ratificaron en la

constitución de 1917. A la vez, este proceso revolucionario redefinió al indígena, al

colocar lo popular y lo mexicano en el centro neurálgico de la cultura y del quehacer

nacional.

mismas que

con el paso de los años fueron a parar a manos de grandes propietarios locales o

extranjeros, producto de su compra o el simple despojo, ya fuera abierto o simulado.

A partir de este suceso, los indígenas se colocaron fuera de las prioridades de la

política pública porfirista, situación que se propagó hasta ya entrados los años

maderistas.

Todo este proceso de recomposición de la propiedad adquirió distintas

tonalidades regionales o locales ubicadas dentro de esta tendencia general. En el

caso de Colima, el repartimiento de tierras del siglo XIX se vivió tanto en

comunidades de las costas, valles y la serranía, donde hacendados y políticos se

apoderaron de los espacios más fértiles, lo que después devino en la concentración

de la tierra en un puñado de propietarios. Tal panorama se modificó al establecerse

el reparto agrario revolucionario, proceso que –a la par– provocó que los indígenas

colimenses emergieran dentro del escenario local protagonizando acciones de

reivindicación propias que se extendieron hasta las décadas siguientes, pero de las

que esta investigación marca un corte a principios de la tercera década, ya que

hacia mediados de la misma se presentó un fenómeno que adquirió otras tonalidades

en el campo e indigenismo colimense: la rebelión cristera. Por consiguiente, esta

investigación se avoca a la vida y avatares de los indígenas durante los años 2 La única excepción fueron las tierras de la comunidad indígena de Zacualpan. Al respecto véase: Expediente de Dotación de Tierras de Zacualpan, localizado en el Archivo de la Reforma Agraria Nacional, Delegación Colima (en adelante ARAN), Caja No. 127/113, Exp. 127.

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porfiristas, para extenderse hasta la llamada fase revolucionaria y marcar un nuevo

corte que se inauguró con la posrevolución concatenada con el cardenismo; sin

embargo, esta fase es materia de un estudio diferente que no forma parte de las

preocupaciones de este trabajo.

Es de destacarse que ya existen obras que realizan un análisis histórico sobre

la presencia y el protagonismo del indígena dentro de la sociedad colimense, aunque

éstas se ubican en temporalidades diferentes a la pretensión de este estudio. Los

trabajos de José Miguel Romero de Solís sobre la vida colonial en Colima, hacen

recurrentes alusiones al papel que juega el indígena dentro de la estructura social de

esos años. Así mismo, otro autor que construye una obra sobre el tema es Juan

Carlos Reyes, quien se dedica también al estudio del indígena durante los años

coloniales. En lo que toca al siglo XIX y XX, los indígenas desaparecen del acervo

historiográfico estatal. De ahí que esta obra intente cubrir este vacío en la disciplina

histórica regional, focalizando temas que permanecen ocultos por la presencia de

hacendados, revolucionarios, élites locales, como sujetos históricos vertebradores

del pasado colimense. Para el lapso revolucionario las obras existentes solo refieren

a los indígenas de manera fugaz, es decir, no se ha constituido como un problema de

investigación.

Por otro lado, este trabajo no aborda al indígena en tanto individuo o sujeto

social aislado, sino como grupo social con una ubicación dentro de la pirámide social

colimense, con rasgos étnicos y culturales propios, los cuales insertan sus

aspiraciones, deseos y demandas en el marco contextual y coyuntural que vive la

política estatal y el escenario nacional. Así que la pretensión es ponderar las

acciones sociales emprendidas por dichos actores colectivos, así como las

reacciones e iniciativas contrapuestas articuladas por los grandes propietarios de la

zona.

Vale decir que esta investigación no retoma a todo el espectro de los actores

rurales colimenses, solamente selecciona fija su atención en pueblos y comunidades

indígenas ubicadas en el municipio de Comala y localizadas en las faldas del volcán

de Fuego. Dentro de ellas se pondera el papel de dos comunidades: Suchitlán y

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Cofradía de Suchitlán, debido a que fueron los principales núcleos étnicos en esta

municipalidad.

Al observar el panorama historiográfico, la motivación de este trabajo se apoya

en la idea de que no puede explicarse cabalmente la vida porfirista y el mosaico

revolucionario colimense, si los procesos económicos y sociales que se presentaron

durante estos años no son ubicados en un plano de desencuentro entre dos ideas de

nación, donde se presentaba –al decir de Antonio Annino– una dicotomía entre la

sociedad “natural” y la sociedad “constituida”, donde los intereses y derechos locales,

entendidos como soberanía de los pueblos, chocaba con la soberanía de la nación,

impulsada por las élites modernizadoras,3

La ambición de este trabajo no se reduce a ver la presencia indígena ligada a

las políticas públicas en boga durante el porfirismo y la etapa revolucionaria, al igual

que la conflictiva social que protagonizaron, sino que también se intenta conocer los

nexos y solidaridades existentes al seno de su comunidad. Desentrañar las causas y

objetivos que motivaron su distinto comportamiento social. Por esto, la pretensión es

estudiar a estos grupos étnicos, en tanto actores sociales, es decir, analizar a los

personajes y grupos humanos no adheridos a limitadas categorías estructurales,

reivindicaciones abstractas, elementos ideológicos que subyacen en manchones de

la historiografía regional, sino destacarlos como parte de un proceso y fenómeno

social, donde se incursione en la identidad de este sujeto colectivo que se

desenvolvió en el marco de las características reinantes en los pueblos y

comunidades ubicadas en la zona rural del norte colimense y el intrincado tejido

social que les dio perfiles propios.

la que se expresó en una conjunto de

preceptos y ordenamientos económicos y legales que, para los indígenas significó

una etapa en que fueron disminuidos o diezmados (no física, sino en términos de su

sentido y significación social), ya que ello implicaba la salvaguarda de la identidad

republicana y la esencia de la nación liberal. Fue un conflicto entre tradición y

modernidad.

3 Sobre los orígenes y desarrollo de estas visiones ambivalentes de soberanía, véase, Antonio Annino, “Soberanías en lucha”, en Inventando…, pp. 152-184.

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Particularmente, se intenta desentrañar sus orígenes sociales, sus grados de

cohesión y comportamiento social y valores culturales que los nutrieron con el paso

del tiempo. La finalidad no es adentrarse únicamente en el conflicto o la disidencia,

en la confrontación, sino también en lo que une y es común al conglomerado humano

con un alto grado de identificación étnico-social.

En términos más generales, el propósito es que a partir del estudio del

conflicto y comportamiento de los indígenas de la zona de Comala durante estos

años, se favorezca el conocimiento de los procesos sociales vividos en Colima

durante los años de relativa “estabilidad” y de agitada “convulsión social”. De manera

más específica, el objetivo de esta investigación es contribuir a la explicación y justa

dimensión sobre la especificidad histórica que adoptó la revolución y,

específicamente, la política agraria del constitucionalismo en la entidad; así como los

efectos sociales que esta generó en actores locales que figuraban –al menos en el

discurso– como el centro de los ideales revolucionarios.

Por otra parte, este estudio favorecerá el análisis de los movimientos sociales,

actores colectivos e individuales contrapuestos o segregados por el porfirismo y

redimensionados por la gestación de este proceso revolucionario, a partir de

desentrañar y comprender el conjunto de factores contextuales y temporales que

inciden sobre su actuación específica, ubicados estos no solamente en el plano de la

esfera económico-social, sino mediante la incorporación del peso que desempeñaron

el Estado y sus instituciones, los rasgos del poder o el “arte de gobernar”, las

coyunturas, como elementos que inciden en las acciones y reacciones de estos

sujetos sociales.

La hipótesis guía de esta investigación, es que durante la segunda mitad del

siglo XIX, la posesión y relación de los indígenas colimenses con la tierra sufrió un

proceso recomposiciones, producto de las disposiciones liberales de individualización

de la propiedad, la cual significaba una realidad ajena al mundo tradicional que vivían

desde muchas generaciones atrás. Tal situación, los dejó en una indefensión que se

prolongó hasta ya entrada la segunda década del siglo XX, la cual se alteró a partir

del arribo del proceso revolucionario a la entidad, ya que su fuerza militar y política,

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así como sus disposiciones en materia agraria, permitieron que los indígenas del

norte de Colima asumieran una actitud protagónica para lograr tierras de labranza.

Tierras que obtuvieron, en gran parte, no por los fenómenos que se configuraron en

el escenario estatal, sino bajo el cobijo de las nuevas rutas que seguía la política

nacional.

Es decir, los indígenas asentados en la municipalidad de Comala emergieron

como una fuerza policéntrica que definió sus líneas de acción, no sólo por ideales o

pretensiones de resistencia debido a su lamentable situación económica-social, sino

que su comportamiento estuvo influenciado por fenómenos políticos, avatares

militares de gran envergadura, enconos de poder y acotamientos de espacios

institucionales, elementos que marcaron el devenir de los indígenas en territorio

colimense.

No obstante que para llegar a esta especificidad del tema central y la

temporalidad que aborda este trabajo, se hace un rápido recuento histórico, a fin de

desentrañar posibles procesos de larga duración que configuraron identidades y

tradiciones indígenas, que no se extinguieron con la aparición de modificaciones

estructurales y políticas, todo esto manejado en el plano hipotético.

Para emprender esta tarea, se recurrirá a un conjunto de soportes teórico-

metodológicos que brinden pautas para su problematización y eventual explicación.

Los referentes son variados y están seleccionados tomando en cuenta la naturaleza

del objeto de estudio.

Este trabajo es una exploración de actores colectivos colocados en el ámbito

de la marginación, de ahí que el tratamiento del tema busque un acercamiento a

propuestas analíticas como la historia desde abajo y la subalternidad. Exploración

referencial de corte teórico fincado en un precepto básico: la confrontación entre

dominados y dominadores no es monolítica, es decir, no siempre se encuentran

enfrentados. La historia de estos sujetos no se divide en blanca y negra, sino que

adquiere múltiples tonos. Hombres colocados en distinta escala social no sólo se

oponen o confrontan, sino que negocian, sobrellevan, toleran y disienten. Además,

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las acciones y metas de los actores marginados o subalternos se entremezclan con

las políticas e instituciones provenientes del poder público.

Adoptar tales referentes, lleva a considerar que los grupos subordinados en el

pasado histórico de Colima, no fueron sujetos desprovistos de conciencia, cultura y

emotividades que expresaron o imprimieron al actuar, es decir, que fueron

protagonistas activos de la historia. Por el contrario, sus acciones y comportamientos

no sólo se explican como reacciones directas e inconscientes a presiones

económicas. La historia desde abajo sustenta que los grupos subordinados son

agentes activos y discrecionales de la historia, que delinearon y son delineados por

los procesos sociales; es decir, vivieron y fueron constructores de ese pasado. En

este sentido, el aporte de la historia desde abajo, consiste en dirigir la atención hacia

los sujetos y grupos marginales, ya que en términos historiográficos se había

reconstruido el devenir de las grandes élites, mientras que a los grupos subalternos

se les veía como sujetos pasivos de los procesos históricos.4

Al analizar a los marginales, la historia desde abajo muestra que muchas de

sus acciones no carecían de racionalidad y organización, dando pie a acciones

estructuradas a partir de normas que denotan la presencia de una cultura popular

dinámica. Aspecto que se adquiere mediante experiencias y relaciones sociales,

dando forma a un mundo simbólico, sistema de creencias, prácticas y rituales. Por

ende, este tipo de historia, busca inferir las conductas y pensamientos que dan

sentido y significado a las prácticas de los sujetos.

En este trabajo se retoman las reflexiones procedentes de la historiografía

hindú, específicamente del grupo de Estudios Subalternos. Un primer elemento que

sostiene esta perspectiva es su afirmación de que no es posible entender los

patrones del pasado y considerar que las sociedades han sido modeladas por una

separación persistente entre las comunidades tradicionales y modernas. En su crítica

historiográfica señalan que “Estas antinomias son al mismo tiempo un legado 4 Entre diversos autores que tratan esta temática véase: Peter Burke, “Historia popular o historia total”, Historia popular y teoría socialista, Raphael Samuel (Ed.), Barcelona, Crítica, 1984, pp. 71-78. Saurabh Dube, Sujetos Subalternos, México, El Colegio de México, 2001. Ranajit Guha, Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India, Delhi, Oxford University Press, 1983.

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duradero de la idea de la historia universal procedente de la Ilustración europea y

una representación desmesurada de la modernidad occidental que intenta rehacer el

mundo a su propia imagen y semejanza”.5

Sus interpretaciones históricas no buscan sola ni fundamentalmente la

recuperación de actores dejados de lado por el torrente “principal” de la historia, sino

que se parte de la idea de que el papel de los sujetos en la economía y sociedad no

pueden entenderse a partir de claras divisiones de clase, sino que toda acción tiene

presente otros elementos que le dan significación. En este sentido, el uso de la

categoría analítica de lo subalterno, implica estar en posibilidades de fundamentar

los análisis a partir de la articulación de principios diferentes y entrelazados, de

división social y dominación cultural, incluyendo comunidad y clase, casta y raza,

género y nación,

6

Esto tiene que ver con la aseveración de Saurabh Dube respecto a que la

cultura y la conciencia de los grupos subordinados expresada en sus

manifestaciones y prácticas, tienen una lógica y racionalidad distintiva que es posible

definir en términos de su universo conceptual y de la validez de su experiencia.

los cuales marcan el comportamiento de los actores históricos y

sociales. Esta visión parte de que los grupos humanos pasan por múltiples

mediaciones tanto sociales, culturales y discursivas.

7

En específico, al estudiar a los grupos subordinados no se limitan a su

observancia en rebelión o confrontación abierta, sino a dirigir la vista a otras pautas y

matices, como el acoplamiento de la aparente pasividad, dominación y resistencia de

las vidas de dichos actores, al igual que el lugar decisivo de la religión y la casta en

la estructuración de las creencias y prácticas subalternas.

8

Además, para explicar las relaciones de poder y las respuestas entre grupos

sociales diferenciados, se recurrirá a la sugerente propuesta de James C. Scott. Este

5 Saurabh Dube, Sujetos…, p. 20. 6 Saurabh Dube, (Coord.), Pasados poscoloniales, México, Colegio de México, 1999, p. 22. 7 Dube, Sujetos…, 2001, p. 44. 8 Saurabh Dube, “Myths, symbols and community: Satnampanth of Chhattisgarh”, en Partha Chatterjee y Gyanendra Pandey (Eds.), Subaltern Studies VII. Writings on South Asian History and Society, Delhi, Oxford Univeristy Press, 1992, pp. 121-156.

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autor, considera que la dominación de unos sobre otros reviste distintas formas:

puede ser material, de rango e ideológica. Asimismo, considera que las relaciones de

poder son relaciones de resistencia, la cual se expresa mediante dos formas: una

pública exteriorizada mediante peticiones, huelgas, rebeliones, o bien afirmaciones

públicas como gestos, uso de atuendos, símbolos, o bien mediante propaganda o

campañas contra la dominación ideológica; la otra, oculta o discreta, manifiesta por

medio de formas cotidianas de resistencia: hurtos, evasión de impuestos, deserción,

tortuguismo, amenazas anónimas, engaños, chismes o rumores. Esta última

expresión es caracterizada por Scott como la infrapolítica de los desvalidos.9

Por tanto, en vez de su manifestación pública, se optaba por una forma

disfrazada, velada, al engaño, al comportamiento evasivo; todo ello habla de que si

bien no existe una disidencia frontal o manifiesta, lo que se vive es una calma

superficial, bajo la cual fluyen torrentes convulsos. Además, es pertinente destacar

que la elaboración de discursos ocultos se realiza por ambos grupos; para unos es

una crítica del poder a espaldas del dominador y, para el otro, prácticas y exigencias

de su poder que no pueden expresarse abiertamente. Son discursos disfrazados

para expresar su resistencia o ejercicio del poder.

Lo

anterior indica que, para entender la conducta de los grupos subordinados, y más

específicamente sus estrategias de resistencia, éstos al no poder protestar

públicamente y menos rebelarse, recurrían a formas seguras de rechazo como las

manifestaciones antes enlistadas.

Scott considera que todas las relaciones reconocidas entre grupos de poder y

subordinados constituyen un encuentro del discurso público. Al tiempo que todo

grupo social construye sus propios espacios sociales para patentizar sus discursos y

articular sus expresiones de resistencia y dominación.

Otro apoyo para reflexionar sobre esta temática proviene de Barrington Moore,

quien parte de afirmar que los seres humanos, individual y colectivamente, no

9 James C. Scott, Los dominados y el arte de la resistencia, México, Era, (Col. Problemas de México), 2004, pp. 17-22 y 41-44.

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reaccionan ante una situación objetiva de la misma manera que una sustancia

química reacciona ante otra al juntarse dentro de un tubo de ensayo.10

Agrega que todo cuerpo social cuenta con un conjunto de acuerdos sociales

expresados mediante reglas y normas que no siempre son armoniosas, ni carentes

de tensión o conflicto. Esto quiere decir que existen un conjunto de límites sobre lo

que se debe hacer, tanto entre quienes ponen las reglas como por quienes las

obedecen; mismas que pueden ser explícitas o implícitas.

Los problemas que generan tensión pueden deberse a las formas de ejercicio

de la autoridad, división del trabajo y la distribución de recursos y servicios

disponibles. Para solucionar dichos problemas se requiere de principios que den

cuerpo a un contrato social. La violación de estos elementos o imperativos sociales

genera agravios y un sentimiento de injusticia. Estas actitudes están en proporción al

tipo de valores que se intercambian entre dominados y dominadores; en la forma en

que la gente percibe y define el valor de aquello que contribuye a las relaciones

sociales. Mediante ciertos mecanismos sociales y psicológicos, los seres humanos

pueden enseñarse entre sí a subvaluar su propia autoestima, a aceptar el dolor y el

sufrimiento. Por ejemplo, para gente que vive al margen de la existencia física, la

modernización resulta sin duda demasiado arriesgada, sobre todo si es de presumir

que, con las instituciones sociales en vigor, los beneficios se los llevarán otros. Lo

único que tiene sentido, en estas circunstancias, es adaptarse a un nivel de vida

abismalmente bajo y reducir las esperanzas al mínimo. Localmente, cuando las

circunstancias son distintas, suelen producirse cambios dramáticos en un corto

espacio de tiempo.11

Respecto a las causas de las revueltas sociales, este autor afirma que no se

puede considerar como origen de estas conductas un deterioro económico general;

Aunque también existen procesos mediante los cuales, los

seres humanos, se sobreponen a la autodevaluación y redefinen su contribución en

el orden social.

10 Barrington Moore, Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, Barcelona, Ediciones Península, 3a edición, 1991, p. 392. 11 Barrington Moore, La injusticia: bases sociales de la obediencia y la rebelión, México, UNAM 1996, p. 343.

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por el contrario, la historia indica que un movimiento revolucionario halla más

facilidades para avanzar y llegar a ser una seria amenaza allí donde la aristocracia

rural no ha desarrollado un impulso comercial poderoso dentro de sus propias filas.12

En lo que toca a las conductas y formas de organización social de las

sociedades campesinas, señala que donde los vínculos derivados de la relación

entre la comunidad campesina y su superior son fuertes, la tendencia a la rebelión

campesina es débil.

En contraparte, sostiene que una mejora de la situación económica del campesinado

puede ser preludio de revuelta, debido a que su mejora ocasiona exigencias

mayores: se generan esperanzas crecientes que al no concretarse provocan dichos

comportamientos.

13

Moore argumenta que la gente decide desafiar el orden social cuando se

produce un agravio moral y se crea un sentimiento de injusticia.

14

Aunque toda esta realidad no es suficiente para que se genere un rompimiento

parcial o total con el orden social y cultural, ya que se necesita contar con una

autonomía o fuerza moral, que implica tres características: primero, la capacidad

para resistir a las presiones sociales poderosas y amenazadoras que obligan a

obedecer órdenes opresivas o destructivas; segundo, la habilidad intelectual de los

actores para reconocer cuando las presiones y reglas son opresivas; tercero,

conformar, a partir de las tradiciones culturales existentes, nuevos patrones

históricos para condenar lo que existe.

Lo cual es

provocado por la incapacidad para satisfacer requerimientos básicos para su

existencia: agua, alimento, techo, entre otras necesidades. Pero también por la

represión, la corrupción y el incumplimiento en la protección de los gobernados por

parte de las autoridades o las élites, por trabajos oprobiosos o denigrantes y la mala

distribución de recursos materiales y servicios.

12 Ibíd., p. 372. 13 Ibíd., p. 379. 14 Ibíd., pp.9-19.

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Esta postura explica las conductas colectivas como resultado de elementos

psicológicos, los cuales implican frustración y coraje de la gente al sentirse incapaz

de acceder a recursos materiales o espacios políticos, mismos que son abonados por

la represión y la corrupción de instituciones o personajes hegemónicos.

En fin, el autor trata de explicar los factores psicológicos y sociológicos por

medio de los cuales se puede ahogar un sentimiento de injusticia o, en su defecto,

rechazarla, a partir de recibir agravios morales y sociales que trastocan los

componentes de su existencia misma. Lo anterior, implicaría dar seguimiento al

rango de variaciones que sufre la voluntad humana para soportar y reaccionar ante

relaciones sociales opresivas.

Por otra parte, la conjunción de todos estos referentes teórico-conceptuales

con el trabajo empírico permitió la problematización de este fenómeno histórico, a

partir de una trama que se estructuró en siete apartados o capítulos, dentro de los

cuales se puede encontrar lo siguiente:

El primero está dedicado a presentar el escenario regional, donde se pasa por

destacar las características del espacio físico y natural que sirvió como escenario

social; particularmente, se pone énfasis en la parte norte de la entidad, no sólo ni

fundamentalmente para observar el relieve, clima, flora, fauna, sino para establecer

la configuración de un espacio humano donde se asentó la población colimense. El

objetivo es conectar dicho entorno natural con los flujos humanos que existieron en

la entidad, por ello, en este mismo apartado, se incursiona en el pasado remoto de

los pobladores de estas tierras, aprovechando los indicios que registra la

investigación arqueológica que da cuenta de una región con un importante asiento de

sociedades con notorios rasgos de integración; prosiguiendo con este barrido

diacrónico de la presencia humana, se pasa al proceso de la conquista española y la

reconfiguración del panorama humano durante los años coloniales, observando

cómo estos sujetos interactúan con el entorno natural y establecen sus propias

dinámicas sociales.

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El segundo capítulo está dedicado al estudio de los indígenas colimenses

durante la época colonial, se realiza una mirada muy somera de la evolución

poblacional de los naturales colimenses para detenerse en los conflictos individuales

que empezaban a generarse entre españoles e indígenas en diversas partes de la

entidad, deteniéndose mayormente en lo que sucedía en la comunidad de Suchitlán,

donde las quejas, litigios y disputas entre éstos comenzaron a adquirir tesituras que

años después subirían de tono. No obstante, todo esto ocurrió sin que la propiedad

comunal de las tierras indígenas sufriera alteraciones de fondo.

En el tercer capítulo, se estudia la realidad local a lo largo del siglo XIX,

deteniéndose en las relaciones entre hacendados e indígenas. En este apartado se

hace un seguimiento de las haciendas colimenses y el rol económico que

desempeñaron en Colima, conectadas a pautas comerciales. Dicho proceso se

revisa con mayor énfasis hacia mediados del siglo, cuando se dio el arribo de un

significativo núcleo de extranjeros que se embonaron con una casta de propietarios

locales para, entre ambos, hegemonizar el campo y las relaciones económicas más

importantes de la entidad. A la vez, se detiene la mirada en la manifestación

particular de este fenómeno en el área de Comala, asiento de la comunidad indígena

de Suchitlán, donde se empezaron a marcar rutas diferentes y contrapuestas a los

intereses de cada uno de estos grupos sociales. Así mismo, se realiza un recorrido

por el papel que durante estos años desempañaría el uso del agua para actividades

de labranza entre indígenas, pequeños propietarios y hacendados.

El cuarto apartado pone atención a lo ocurrido en Suchitlán y Cofradía de

Suchitlán durante el porfiriato y los primeros años revolucionarios, integrándolos

como un lapso temporal donde se articula un proceso continuado de repartimiento y

redistribución de la propiedad de las tierras, aunado a una política estatal no proclive

a las comunidades indígenas. Esta integración temporal y temática se teje a partir de

la especificidad de este fenómeno, no siguiendo las divisiones clásicas que ponderan

el fenómeno político-militar ocurrido en 1910, para marcar puntos de incisión y

ruptura.

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Más específicamente, se aborda la evolución poblacional de los indígenas

suchitlecos y sus pautas de vida a nivel económico, donde aparecen reiteradamente

como jornaleros y peones de hacienda. También se tocan rasgos de su vida interior,

así como las modificaciones en la composición étnica de sus comunidades a partir

del arribo de una oleada de trabajadores y empleados de origen mestizo, conectados

con los intereses de los grandes hacendados de la zona (Arnoldo Vogel y los

hermanos Rangel). Otro asunto que no se deja de lado cuando se analiza su vida

interna es el peso que juega la educación positivista en la zona y, particularmente,

los rasgos de este proceso de enseñanza en la niñez de dicha comunidad indígena.

En un quinto capítulo, el análisis está centrado en los efectos que el arribo

revolucionario produce en la entidad, especialmente en lo que se refiere a su trato

hacia las comunidades indígenas y más genéricamente, su política rural. A lo largo

de este apartado se presentan distintos panoramas: la realidad de los indígenas

suchitlecos al momento de estallar la revolución, sus problemas internos referentes al

nombramiento de autoridades propias, la política distante del gobernador J. Trinidad

Alamillo, más orientada a fomentar la pequeña y mediana propiedad. A la vez, se

presenta otro rostro a partir de la llegada de los constitucionalistas del Ejército del

Noroeste, sus políticas públicas proclives al campo y los sectores más débiles, pero

sobretodo sus disposiciones agrarias que se implementaron desde el inicio de la

gestión gubernamental del general Juan José Ríos, donde el reparto de tierras y el

apoyo para la organización gremial en el agro fueron factores de vital importancia

para que en Suchitlán se inauguraran nuevas dinámicas sociales.

Los capítulos sexto y último, se dedican al estudio de la aplicación de las

políticas agraristas revolucionarias en Suchitlán y Cofradía de Suchitlán, entre 1915

y principios de 1920. En este apartado aparecen tanto la violencia, los conflictos

entre hacendados e indígenas, la inestabilidad política, los cambios de poderes en la

entidad y la organización gremial de los indígenas y su lucha legal para el

otorgamiento de la posesión definitiva de sus tierras, según lo demandaron en su

gestión ante la Comisión Nacional Agraria. A lo largo de este tratamiento se notan los

claros cambios en las medidas institucionales en materia de protección y política

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hacia el campo y el reparto, por parte del gobernador J. Felipe Valle con respecto a

su sucesor, el general Juan José Ríos. Ligado a ello, se pone efasis en la

reorinetación de las gestiones de los indígenas hacia el gobierno federal, al detectar

la política estatal de Valle, más obstaculizadora de sus intereses, por lo que toda su

apuesta fue buscar la restitución de tierras y aguas, como consecuencia de sus

buenos oficios e interlocutores ante las dependencias federales, más que por su

movilización y protagonismo social.

En fin, a lo largo de toda esta investigación, los escenarios económicos y

políticos, los reacomodos institucionales y la evolución interna de la comunidad de

Suchitlán y Cofradía, se entretejen a los largo de más de cincuenta años –y sus

consabidos antecedentes– para justipreciar los rasgos del comportamiento, sentido,

significación e identidad que los indígenas imprimen al emprender la movilidad

social. Todo para reconstruir una historia a partir de los comportamientos y opinión

de las colectividades humanas, más que por las decisiones y voluntades de los

grandes hombres, aunque no se ignorará que en este proceso de trámite y lucha

indígena, no estuvieron exentas las motivaciones individuales que se amalgamaron

con aspiraciones más amplias y sentidas.

Con todos estos referentes como guía, me sumergí en las caudalosas aguas

del océano de fuentes bibliográficas y documentales de tipo nacional y estatal; en

esta segunda clasificación aparecen acervos como el Archivo General de la Nación,

Archivo del Agua, Archivo Histórico de La Casa Morelos, Archivo Histórico Municipal

de Morelia, Archivo Histórico del Estado Colima, Archivo Histórico del Municipio de

Colima, Archivo Municipal de Colima, Archivo del Registro Público de la Propiedad y

el Comercio del Estado de Colima, Archivo del Registro Agrario Nacional-Delegación

Colima, entre otros. Dentro de dichas fuentes archivísticas, los aportes fueron

variados, entre los que se pueden destacar los siguientes:

Por ejemplo, en el Archivo Histórico de Colima se localizó una basta relación

de correspondencia y solicitudes entre indígenas y autoridades, aunque ésta se

vuelve más recurrente durante los años de la Revolución Mexicana; los referentes

para el siglo XIX se localizan mediante informes o comunicados, las voces indígenas

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son más soterradas. Uno de sus rasgos más característicos es su abundancia y

riqueza documental; desgraciadamente, la ausencia de una clasificación y

catalogación impidió optimizar su utilidad.

Esto último contrasta con el Archivo Histórico del Municipio de Colima, donde

el ordenamiento y la catalogación documental facilitó las tareas de hurgar en su rico

filón histórico, el cual proporcionó importantes indicadores para reconfigurar el

pasado indígena colimense durante los años coloniales y a lo largo del siglo

decimonónico. Para ampliar la visión de estas comunidades indígenas durante los

años coloniales, fue un trabajo necesario voltear la mirada hacia las ya mencionadas

fuentes documentales ubicadas en los estados de Michoacán y Jalisco, debido a

que durante lapsos de dicho período histórico, el territorio colimense dependió de

estas entidades religiosa y políticamente.

En lo tocante al acervo del Registro Público de la Propiedad de Colima, éste

proporcionó un valioso stock documental sobre las operaciones de compra venta que

se realizaron durante los años porfiristas y las primeras décadas del siglo XX, en las

cuales se involucraron los indígenas colimenses. Aunque no debe dejarse de lado

un fenómeno muy propio de esos años: muchas operaciones mercantiles no se

registraron ante esta instancia oficial, máxime cuando eran de poco valor como las

que realizaron los indígenas.

En el Archivo Agrario Nacional, en su Delegación Colima, los datos brindados

son abundantes. Pero cabe aclarar que en sus expedientes resalta la intencionalidad;

los solicitantes indígenas exaltaron su figura y acciones a fin de presentarse como

víctimas de la política porfirista y sobrevalorar sus nexos y aportes a la revolución

hecha gobierno, al tiempo que se vilipendió en todo momento a sus opositores, en

este caso los hacendados. La coyuntura e intenciones de los demandantes los

condujo a actuar de esta manera, así que lo contenido tiene que tomarse con una

buena dosis de relatividad.

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Esto por citar algunos ejemplos. Las distintas fuentes documentales se

trataron de complementar para ampliar el análisis y contrastar su contenido, pasando

por su valoración crítica.

En lo tocante a hemerografía, los aportes fueron sumamente escasos, tanto

en el órgano oficial del estado, como en el resto de la prensa que circuló en Colima

durante los años porfiristas y revolucionarios. En general, los indígenas brillaban por

su ausencia dentro de las noticias escritas que se propalaban en la entidad. La

prensa de estos años escribía para un pequeño sector de la sociedad y, por tanto,

sus impresiones y contenido reflejaban la óptica de estos estratos sociales. Dichos

espacios del discurso público estaban vedados para la imagen y vida del poblador

rural e indígena.

Finalmente, los resultados de este trabajo no son la llegada a una meta final,

son un primer acercamiento al proceso emanado de estos actores colectivos

marginales. Es solo una etapa, una fase en este tránsito al conocimiento histórico de

dicho fenómeno, al intento de plasmar nuevas tonalidades al mapa historiográfico

colimense. Para continuar con este enriquecimiento, la problematización del tema y

los resultados alcanzados son expuestos para la critica académica ¡Bienvenida sea!

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31

I COLIMA: ESPACIO NATURAL, POBLACIÓN INDÍGENA

Y PRESENCIA ESPAÑOLA

1.- EL ESCENARIO REGIONAL

En la actualidad, el estado de Colima es uno de los más pequeños de la

república mexicana; ubicado en la porción occidental, comprende una superficie de

5,887 km2, limitando al noroeste, norte y noreste con Jalisco, al sureste con

Michoacán, mientras que al sur y suroeste su amplia franja costera linda con el

océano Pacífico. Si bien varios accidentes geográficos han sido utilizados para fijar

sus modernos límites geopolíticos, cabe mencionar que dichas fronteras han variado

a lo largo del tiempo, a la vez que han sido los factores netamente sociales los que le

han configurado como una región.

En el caso colimense, al tratar con grupos sociales asentados en un espacio

específico, cuyas relaciones determinaron en cierta manera, junto con el espacio

geográfico, los procesos de desarrollo regional, se puede observar que los límites de

la región han variado a lo largo de los siglos.

Si se remonta el tiempo, se observa un espacio social colimense mucho más

extenso en la etapa prehispánica, en el cual los grupos humanos tuvieron fuertes

vínculos sociopolíticos con los valles intermontanos de Zapotlán, Tuxcacuesco y

Autlán, al igual que por la costa llegaron hasta el valle de Cihuatlán, en el litoral

jaliscience, y a la franja costera en Michoacán.

Con la llegada de los españoles y una vez estructurada la vida colonial, la región

presentó severos cambios en sus nexos sociales, económicos y políticos,

constituyendo el límite noroccidental del virreinato de la Nueva España; en cuanto al

devenir religioso, inicialmente dependió del Obispado de Michoacán hasta el siglo

XVI, y, posteriormente, al Obispado de Guadalajara. En términos administrativos,

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cuando se instituyó la intendencia, formó parte de la de Valladolid. Al igual que en

términos religiosos, los años independientes llevaron a Colima a depender política y

administrativamente de Guadalajara por un corto tiempo, para retornar nuevamente,

en la primera mitad del siglo XIX, al Departamento de Michoacán, como Distrito del

Sudoeste, logrando la categoría de estado en 185715

Debido a que este trabajo tiene como hilo conductor los nexos de los hombres

con la tierra, como principal medio de producción y reproducción, en sociedades

netamente de carácter agrícola, es necesario ponderar el entorno natural, constituido

en espacio social del accionar humano.

(Véase Figs. 1 a 4).

Por lo anterior, y en concordancia con las pretensiones de este trabajo, será

pertinente subrayar los espacios geográfico y social, donde los actores estudiados

emprendieron su cotidiano accionar. La entidad posee una marcada geografía,

configurada principalmente por el Eje Neovolcánico y las estribaciones de la Sierra

Madre del Sur, lo que le otorga una diversidad de rasgos fisiográficos en cortas

distancias. Lo anterior posibilita la riqueza y variedad de recursos naturales, una

secuencia de climas que abarca los extremos y la presencia de abundantes tierras

fértiles en los valles centrales.

Los factores anteriores han otorgado un dinamismo singular al desarrollo de

los grupos sociales asentados en este territorio. La característica de este espacio

más destacable por sus moradores, ha sido el estar rodeado por una serie de

accidentes geográficos, en especial por lo que corresponde a los valles centrales.

15 Sobre los avatares de la autonomía colimense durante el siglo XIX véase: Jaime Olveda, “Entre la dependencia y la autonomía”, Colima. Una Historia Compartida, Servando Ortoll (Coord.), México, SEP – Instituto Mora, 1988, pp. 23-45. Servando Ortoll, “Colima se vuelve estado”, Colima. Una historia compartida, Servando Ortoll (Coord.), México, SEP – Instituto Mora, 1988, pp. 65-96. Servando Ortoll (Comp.), Colima. Textos de su Historia, México, SEP – Instituto Mora, 1988, (Tomo 1). Servando Ortoll, Dulces inquietudes, amargos desencantos. Los colimenses y sus luchas en el siglo XIX, Universidad de Colima – Gobierno del Estado de Colima – CNCA, (Historia General de Colima, Tomo III), 1997.

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Fig. 1. Obispado de Michoacán en 1649, del cual dependió la región colimense en términos religiosos.16

16 En: José Luis Mirafuentes Galván y Arturo Soberón Mora, Mapas y planos antiguos de Colima y el Occidente de México, México, Galas de México, (Col. Peña Colorada), 1978, p. 67, citado por Juan Carlos Reyes G., La Antigua Provincia de Colima. Siglos XVI al XVIII, Colima, México, Universidad de Colima – Gobierno del Estado de Colima – CONACULTA, (Historia General de Colima, Tomo II), 1995.

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Fig. 2. Intendencia de Valladolid hacia 1786, en la cual estaba incluida la región colimense.17

17 En: José Luis Mirafuentes Galván y Arturo Soberón Mora, Mapas…, p. 109, citado por Juan Carlos Reyes G., La Antigua....

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35

Fig. 3. Jurisdicción político-administrativa de Colima en 1865.18

18 Tomado de Servando Ortoll, Dulces…

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36

Fig. 4. Plano del estado de Colima.19

19 Ibíd.

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37

En lo particular, en diferentes etapas de su desarrollo, la zona ocupada por el

valle de Colima y las laderas sureñas del volcán de fuego, donde tuvieron asiento los

poblados indígenas de Comala, Suchitlán y, posteriormente, Cofradía de Suchitlán,

formaron una compacta una unidad geográfico – social.

El valle de Colima es una extensa zona de tierras intermontanas que presenta

un ligero declive de norte a sur, a partir de su vértice extremo en el volcán de Fuego.

Este valle poco accidentado es una unidad geográfica de fácil delimitación, pues esta

rodeado de imponentes cerros y cordilleras que han tenido su origen a partir de un

marcado fenómeno de vulcanismo, el cual dio lugar a formaciones como el

majestuoso volcán de Fuego, el nevado de Colima, al igual que grandes serranías

como las de Manantlán y el Mamey, ya que es un área donde el Eje Neovolcánico

Transverso brota irrumpiendo en parte de la Sierra Madre del Sur.20

De esta manera, el valle de Colima queda delimitado al oeste por un anillo

montañoso que lo envuelve, comenzando al occidente con el Cerro Grande que

forma parte de las estribaciones orientales de la Sierra de Manantlán, los cerros de

Jurupichi, Pochote, El Chical, La Vieja, Los Gallos y El Alcomún; al sur por la

serranía de Piscila y los cerros de Peña Blanca y Copales, mientras que al oeste está

bordeado por el río Tuxpan o Coahuayana.

21 Esta impresionante y abrumadora

orografía llevó frecuentemente a los historiadores a imaginar a Colima como una

zona geográficamente aislada y con carácter autosuficiente.22

20 Otto Schöndube B., “Época prehispánica”, Historia de Jalisco, José María Muría (Coord.), Guadalajara, México, Gobierno del Estado de Jalisco, 1980, (Tomo I, Capítulo V), pp. 119 – 122.

Sin embargo, dicho

aislamiento solo ha sido metafórico, pues desde el inicio de la era cristiana, la

tradición Ortíces – Tuxcacuesco ya desbordaba los confines colimenses para dar

cuenta de un profuso intercambio, pese a lo intrincado de los caminos de a pie,

21 Juan Oseguera Velásquez, Colima en Panorama. Monografía Histórica, Geográfica, Política y Sociológica, Colima, México, Gobierno del Estado de Colima, 1967, p. 30. 22 Cfr. John Adrian Foley, “Geografía, economía y sociedad”, Colima. Una Historia Compartida, Servando Ortoll (Coord.), México, SEP – Instituto Mora, 1988, p. 46. Ángeles Olay Barrientos, “El Colima prehispánico. Un intento de regionalización”, Barro Nuevo, Colima, México, Gobierno del Estado de Colima – Ayuntamiento de Colima – INAH, 1994, (Edición especial), p. 18. Véase también Julio A. Berdeja Martínez, Informe Final. Rescate Arqueológico El Camichín (julio 2000 – enero 2001), Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH (en adelante ATCNA-INAH), 5-39, pp. 30-31.

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siendo las actividades de los hombres las que, en diversos momentos, acortaron o

expandieron los límites de la región.23

Hacia el noroeste del valle, en territorio comalteco, el paisaje queda dominado

principalmente por lomeríos, cañadas y múltiples arroyuelos cuyas aguas descienden

hasta el valle. En las zonas colindantes de las serranías, a pesar de las tierras

fértiles, la topografía de francos y abruptos declives, aunada a la falta de aguas

permanentes, inicialmente no permitieron la agricultura extensiva, sino únicamente a

pequeña escala y de temporal; es decir, básicamente una agricultura de subsistencia

para los grupos indígenas que no contaban con la tecnología adecuada para obtener

un alto rendimiento de estas tierras. Por el contrario, la zona del valle cuenta con

fértiles tierras de aluvión y cenizas volcánicas, además de estar bien irrigada por

numerosos ríos y riachuelos que descienden del volcán y tener un clima húmedo y

cálido, lo que la hizo una zona propicia para el asentamiento humano desde tiempos

tempranos. De hecho, varios de los ríos principales del estado, corren sus aguas por

este valle, como el Tuxcacuesco o Ayuquila, cuyo origen se remonta a las serranías

de Etzatlán, cerca de Ahualulco, y las de Autlán en el estado de Jalisco. Al entrar a

Colima se conoce como Armería y sus tributarios son el Ojo de Agua de Zacualpan,

cuyo caudal nace al pie del cerro San Pedro, los arroyos de Comala, Suchitlán y del

Macho, el río de Colima en el punto del Pedregal y el de Sumpalmani. Dicho río entra

caudaloso al océano Pacífico en el punto llamado Boca de Pascuales, después de

haber recorrido cerca de 293 Km.

24

El río Tuxpan o Coahuayana, que nace en territorio jalisciense, recibe las

aguas de los arroyos Mazamitla, Cobianes, Ahujullo, Zapotiltic, Atenquique, Platanar,

Beltrán, San Marcos, Conejo, Cachepehuale, Tonila y Salado, y desemboca al mar

por la llamada Boca de Apiza, recorriendo un trayecto de 152 km. El arroyo Ajuchitlán

o Suchitlán, tiene su origen en el volcán de Fuego y pasa por las inmediaciones del

23 Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México, FCE, 1981, Tomo I, p. 27. 24 Tomado del Oficio No. 600, Sección 3a., Mesa 3a., del Gobernador Constitucional del Estado de Colima al Jefe del Departamento de la Estadística Nacional, Colima, 30 de agosto de 1923; en Archivo Histórico del Estado de Colima (en adelante AHEC), Caja 993, Sección A, No. 17, Año 1923.

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arroyo San Juan, al arroyo del Macho y otros varios en el Pedregal. Por su parte, el

arroyo Comala nace al noroeste y se une al Suchitlán por el sur, dando sus aguas al

Armería; a dicho arroyo confluían otros varios pluviales que solo corrían en el

temporal de aguas y seguían por el Pedregal.

El río Colima, también nace en las faldas del volcán de Fuego y atraviesa por

terrenos de lo que fue la hacienda de Pastores; en su nacimiento se llama arroyo

Verde, en el punto del Naranjal, y después cruza la ciudad donde se utilizaba

surtiendo las cañerías de la población, la zona donde se ubicaban antiguamente los

baños y daba movimiento a las otroras fábricas de hilados y tejidos de “San

Cayetano” y la “Armonía”, así como regaba las muchas huertas al norte y al sur de la

ciudad decimonónica, para finalmente convertirse en tributario del Armería en el

punto del Pedregal. El arroyo de Manrique, tiene su nacimiento al norte de lo que

fueron tierras propiedad de la hacienda de Capacha. También atravesaba la ciudad

de Colima, constituyendo su orilla oriental, fertilizando a su paso huertas y

sementeras. Sus aguas diáfanas corrían al sur, incorporándose al río Colima en

terrenos de “La Agua Hedionda”. El río Chiquito, que pasaba por el centro de la

ciudad, cubierto de bóveda en su mayor trayecto, se convirtió en una cloaca donde

desaguaban –y desaguan– todo tipo de inmundicias, y sus crecimientos llegaron a

causar graves estragos a los habitantes de la antigua zona urbana.25

Por último, el río Salado que corre a 18 km al este de Colima, se une al

Coahuayana en el punto de las Juntas. Este río fue notable porque formaba grandes

estanques, presentando el aspecto de un río caudaloso. En esos estanques

usualmente se criaban caimanes, cuya presencia era funesta para quienes

intentaban cruzarlo a nado (Fig. 5).

25 Ibíd.

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Fig. 5. Mapa del territorio colimense y sus principales afluentes.26

26 Tomado de: Secretaría de Relaciones Exteriores, Departamento de Publicidad, Nota Informativa No. 58, México, 30 de noviembre de 1925; en AHEC, Caja 1031, Sección A, No. 16, Año 1925.

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El hecho de contar con numerosos micronichos, dada la gran variedad

climática que se presenta en cortas distancias, que va desde un clima frío – templado

en las faldas del volcán hasta los calores de la costa, permitió a sus habitantes

contar con numerosos recursos naturales; entre ellos se encuentran los bosques de

montaña, ricos en maderas de pino-encino, los bosques tropicales con maderas

preciosas y árboles frutales, hasta productos de procedencia costera, como sal,

pescado y concha.27 No obstante esta diversidad ecológica, fueron los procesos

histórico-sociales que se desarrollaron en esta región, los que permiten considerarla

como tal.28

Si bien es destacable la adaptabilidad del hombre a la naturaleza, es

importante señalar que la historia humana no es producto del medio geográfico. Las

condiciones naturales arriba expuestas, por sí solas, no determinan la experiencia de

los colimotes ni explican el desarrollo de los grupos sociales asentados en este

espacio geográfico, pues, de acuerdo con Fernand Braudel, son los grupos sociales

los que conforman el espacio de acuerdo a sus actividades.

29 El entorno natural

adquiere significado en función de los conocimientos y necesidades del hombre, si

bien su accionar es inseparable del espacio geográfico, el cual a su vez le influencia

y limita, ya que los factores geofísicos y geoeconómicos también configuran el

desarrollo de la región, en cuanto a la forma en que determinan el desarrollo de las

fuerzas productivas.30

Para la investigación social, el análisis regional es un acercamiento no solo

geográfico, sino histórico, el cual sirve como herramienta metodológica para

caracterizar la estructura y desarrollo de los grupos sociales en un contexto espacial

27 Nota informativa No. 58 del Departamento de Publicidad de la Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 30 de noviembre de 1925; en AHEC, Sección A, No. 16, Caja 1031, Año 1925-1927. 28 Ann R. Markusen, “Regions and regionalism”, Regional analysis and the new international division of labor, F. Moulaert y P. Salinas (Eds.), London, Nihoff Publishing, 1983, pp. 33-55. 29 Fernand Braudel, Mediterráneo… p. 27. 30 Cfr. Luis Urteaga (Ed.), La historia desde una perspectiva geográfica. Escritos teóricos de Edward Whiting Fox, Lleida, Universidad de Lleida, (Col. Espai/temps, No. 33), 1998.

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y temporal.31

El medio natural no es estático; por el contrario, ofrece una problemática a

resolver a las comunidades en él asentadas. Toda sociedad afronta esta situación a

través de una tradición específica, la cual media su relación con la naturaleza y crea

un espacio social.

Bajo este enfoque, se deberá tomar en consideración a todos los

sectores de una sociedad, establecidos sobre un espacio geográfico específico, con

el cual se encuentran interactuando, para caracterizar a una región determinada.

32

Pero, ya que el tiempo y el espacio pueden abordarse de muy diversas

maneras, al consistir en representaciones construidas a partir de un fenómeno social

que se quiere destacar, se partirá desde el entorno geográfico antes descrito, es

decir, aquel que corresponde a los valles centrales de Colima y las laderas sureñas

del volcán de Fuego, para articular a la región desde este muy pequeño espacio en

el que diversos actores se enfrentaron y entretejieron sus relaciones a lo largo del

tiempo para conseguir el usufructo de la tierra. Además, otro motivo para delimitar la

región a este pequeño entorno físico, se sustenta en que, si bien la propuesta parte

de estudiar las relaciones establecidas para el uso y disfrute de un recurso tan

importante como la tierra, lo hace a partir de las experiencias de un grupo subalterno

o subordinado, con una limitada movilidad hacia el exterior de dicha región.

Esta implementación de respuestas no es la misma en todas las

sociedades; cada grupo humano tiene modos para relacionarse con su entorno,

condicionado por una lógica productiva determinada y la forma cultural que le es

concomitante. Bajo este aspecto, la ocupación de un mismo espacio por grupos o

sectores diferenciados de una misma sociedad, puede llevar a enfrentamientos y

reordenamientos de la región bajo una perspectiva diferente, de acuerdo con sus

propuestas de desarrollo.

31 Karen Laitner Benz, “Organización regional en el área de influencia de la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán, Jalisco, en el siglo XVI”, Origen y desarrollo en el Occidente de México, Brigitte Boehm y Phil Weigand (Coords.), Zamora, México, El Colegio de Michoacán, 1992, p. 321. 32 Brigida von Mentz, “Podremos superar las limitaciones de nuestro empirismo? Algunas consideraciones sobre la antropología, la historia y otros procesos de investigación”, Cuicuilco. Historia y Antropología, Hilda Iparraguirre (Coord.), México, INAH – ENAH, 1994, (Nueva Época, Vol. 1, No. 1), pp. 45 y 47.

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Cabe aclarar que en tiempos previos a la presencia española, la imponente

geografía que delimita al valle de Colima, más que constituir una barrera

infranqueable, funcionó como puntos de paso e integración con los valles

intermontanos vecinos (y no tan vecinos) de Zapotlán, Tuxcacuesco y Autlán, en la

zona sur del actual estado de Jalisco. Desde varios siglos atrás, los habitantes de

este espacio natural, dieron forma a una tradición al compartir patrones de conducta,

formas de subsistencia y rutas de intercambio. Cierta estabilidad en el devenir de las

sociedades prehispánicas, permitió una densa población y un patrón de

asentamientos disperso por toda la zona de valle y laderas de las montañas que lo

circundaban. Dicha estabilidad se vio afectada por los procesos expansivos del

imperio tarasco, tan solo unos pocos años antes de la llegada española a territorio

colimense.

Con la presencia de un nuevo grupo en la región, los españoles, la integración

regional se prolongó, en una escala macro, durante todo el período colonial. No

obstante, desde la perspectiva de los grupos indígenas, surgió un nuevo

ordenamiento de los asentamientos, con las congregaciones de los habitantes

nativos en unos cuantos puntos, debido al despoblamiento y la introducción de la

ganadería.

Los españoles cimentaron una economía basada en la explotación de los

recursos naturales antaño utilizados por los grupos nativos; para el siglo XVII, las

plantaciones de cacao y de árboles frutales, así como el beneficio de las salinas,

constituían actividades rentables, que permitían la exportación de dicha producción a

importantes ciudades como Sayula, Guadalajara, Guanajuato y la Ciudad de

México.33

33 Samuel O. Ojeda Gastélum, Rebeldía y bandolerismo durante la revolución: Vicente Alonso y el villismo en Colima (1914-1917), Colima, México, Universidad de Colima, 2001, [Tesis de Maestría en Historia Regional, inédita], p. 49.

La ganadería, si bien desplazó a las poblaciones nativas del territorio antes

ocupado por las mismas, tuvo un crecimiento estable que le permitió jugar un papel

importante en la economía colimense, y contribuir al engrandecimiento de haciendas

como la de Pastores, La Albarrada y La Capacha. Durante el siglo XVIII otros

cultivos, como el del coco y el algodón, tuvieron auge, mientras que la producción

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salinera continuó su crecimiento, productos que figuraron en las redes de comercio

con la Nueva España y la Nueva Galicia, en las que los comerciantes tapatíos

tuvieron un puesto de importancia, al desempeñarse Guadalajara como el principal

mercado del occidente de México.34

Evidentemente, un factor de importancia que posibilitó la integración de

Colima en este mercado, fue la existencia de una amplia red de caminos de

herradura, que sorteaban la imponente geografía, más allá de los valles centrales de

Colima, atravesando barrancas y ascendiendo montañas. El comercio en recuas, se

realizó tanto por la ruta que partía de la villa de Colima, bordeaba hacia el este los

volcanes, para seguir por Zapotlán y la cuenca de Sayula hasta Guadalajara, misma

que era conocida como el camino real de Colima; como por la parte oeste de las

laderas del volcán de Fuego, pasando por Comala y Suchitlán, hasta alcanzar

Zapotitlán y Tuxcacuesco, y proseguir al valle de Autlán. Rutas que, como caminos

de a pie, existían desde tiempos prehispánicos.

Si bien las comunidades indígenas se mantuvieron relativamente estables y

encerradas en un espacio geográfico más limitado, en varias ocasiones tuvieron que

llevar su accionar más allá de los límites de la región colimota, a través de sus

representantes y apoderados, para dar seguimiento a pleitos y querellas sobre tierras

y representación política en la estructura colonial de las repúblicas de indios,

acoplándose al sistema legal colonial, cuya sede se encontraba, a fines del siglo

XVIII, en la ciudad de Valladolid, cabecera de la intendencia del mismo nombre.

A partir de la primera mitad del siglo XIX, el desarrollo colimense se volvió

hacia la costa, como consecuencia de la apertura del puerto de Manzanillo (1825),

que potenció la participación de Colima en los mercados regionales e

internacionales; a la vez que, posteriormente, facilitó la migración de alemanes y

34 Jaime Olveda, Entre…, pp. 23-30.

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franceses, quienes inicialmente llegaron como agentes comerciales, para después

establecerse definitivamente en Colima.35

Con la etapa independiente las relaciones de dominio y dependencia de los

distintos actores sociales cambiaron; se introdujeron modificaciones sustanciales en

las legalidades estatales las cuales se vieron reflejadas en la relación con las

comunidades, particularmente durante el período de la Reforma. Con el

advenimiento del porfiriato se incentivaron los procesos económicos, particularmente

con el desarrollo industrial y comercial que trajo aparejado y su repercusión en las

actividades de corte agrícola, ya que se incrementó la agricultura comercial con

productos como el azúcar, arroz, café y maíz, al tiempo que decayó la producción

algodonera y textil.

36 Evidentemente, este cambio en la actividad productiva de

Colima, tuvo como causa las transformaciones ocurridas en las vías de comunicación

y transporte, particularmente en el auge del puerto de Manzanillo, el fortalecimiento

de la arriería y el crecimiento de las redes ferroviarias a nivel nacional.37

Este proceso de integración al mercado nacional, con el consiguiente giró

hacia nuevos productos agrícolas y formas de cultivo, llevó a una serie de agudos

cambios en la tenencia de la tierra, dando lugar a una mayor concentración entre

algunos sectores de la sociedad colimense. Fenómeno que suscitó un

enfrentamiento entre las comunidades tradicionales insertadas todavía en el antiguo

régimen y los grupos sociales modernos participantes de una economía capitalista.

Es evidente que este proceso trajo aparejada una reconfiguración de la región;

por un lado, las comunidades indígenas quedaron prácticamente cercadas dentro de

35 Jaime Olveda (Comp.), Estadísticas del Territorio de Colima, México, INAH, 1985, p. 79. Servando Ortoll y José Luis Ramírez Larios, “Una salida al mar”, Colima. Una Historia Compartida, Servando Ortoll (Coord.), México, SEP – Instituto Mora, 1988, pp. 97-120. 36 Al respecto véase José Miguel Romero de Solís (Coord.), Los años de crisis de hace cien años. Colima (1880-1889), Colima, Universidad de Colima – Ayuntamiento de Colima, 1988. 37 Acerca de los cambios en la producción orientada al mercado interno, relacionadas con el suministro de los grandes centros urbanos, a partir de la introducción de ferrocarril, véase John H. Coatsworth, Los orígenes del atraso. Nueve ensayos de historia económica de México en los siglos XVIII y XIX, México, Alianza Editorial, 1998, p. 225. Samuel Ojeda, Rebeldía…, p.51. Servando Ortoll, “El tren de Manzanillo”, Colima. Una Historia Compartida, Servando Ortoll (Coord.), México, SEP – Instituto Mora, 1988, pp. 209-243. Servando Ortoll, “La ruta Guadalajara-Manzanillo”, Colima. Una Historia Compartida, Servando Ortoll (Coord.), México, SEP – Instituto Mora, 1988, pp. 245-269.

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su fundo legal, al tiempo que adquirieron una mayor movilidad al tener que incorporar

su mano de obra al mercado laboral, migrando hacia las haciendas y salinas de la

costa colimense o, incluso, hasta territorios lejanos como Guatemala, a donde fueron

conducidos por hábiles enganchadores.

A su vez, los hacendados porfiristas expandieron los límites de sus haciendas

en proporciones sorprendentes, como fue el caso del general Ángel Martínez, cuya

mayor concentración de tierras estuvo situada en su hacienda costera de Paso del

Río, a partir de las concesiones obtenidas por el deslinde de terrenos baldíos en el

estado, que afectaron tierras usadas por las comunidades indígenas.38 Otro caso

digno de ser destacado es la hacienda de Camotlán de Miraflores, la cual a inicios

del porfiriato alcanzaba una extensión superior a las 150,000 hectáreas, abarcando

lo que hoy se conoce como el municipio de Manzanillo y parte del municipio de

Cihuatlán, en Jalisco.39

Como consecuencia de este rápido proceso, el último tercio del siglo XIX trajo

consigo cambios profundos en la organización social del trabajo y en el espacio, en

donde destaca la preponderancia de las haciendas y ranchos, lo cual tuvo aparejado

modificaciones en el uso y propiedad de los recursos locales (aguas, tierras y

bosques), que afectaron la subsistencia tradicional de las comunidades indígenas.

Así mismo, se tiene el caso de haciendas que, si bien habían

tenido una superficie relativamente estable durante la colonia, como es el caso de

Nogueras, en la zona norte de Colima, también experimentaron un rápido

crecimiento para este período. De igual forma, haciendas de nueva creación,

pertenecientes a extranjeros, como es el caso de San Antonio, también ampliaron

sus límites de manera reveladora.

Con esta creciente acumulación de tierras y la introducción de los

mencionados cultivos comerciales, pocas haciendas lograron cubrir el abasto interno.

38 Oficio de Esteban García, Gobernador de Colima, al Presidente Porfirio Díaz, Colima; en Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Universidad Iberoamericana (en adelante BFXC), Fondo Porfirio Díaz, L15C3, Legajo 1483. 39 Sobre las características de esta hacienda véase: Daniel Peláez Carmona, “La expansión capitalista de las haciendas colimenses: el caso de la hacienda de Miraflores”, Regiones y expansión capitalista en México durante el siglo XIX, María Eugenia Romero Ibarra y Pablo Serrano Álvarez (Coords.), México, UNAM – Universidad de Colima, 1998, pp. 319-347.

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47

Hacia 1880, existían 832,000 cafetos, distribuidos en tan solo 11 haciendas y

ranchos, cuyas plantaciones eran de reciente creación, y competían por proveer a los

consumidores de Estados Unidos.40 Las haciendas azucareras, entre las que

destacaban Quesería, Nogueras y San Antonio, destinaban su producción para el

abasto de la región, que para esas fechas alcanzaba una población de 71,272

habitantes.41 Gran parte de la producción de frutas fue objeto de exportación a

California, por la línea de vapores que paraba mensualmente en Manzanillo.42

A pesar de esta significativa expansión territorial de las haciendas colimenses,

la competitividad de la agroindustria estuvo signada por la ausencia de ferrocarriles y

las particularidades geográficas de la región. La construcción de la vía férrea a

Manzanillo se terminó en 1889, mientras que la conexión hasta Guadalajara no se

dio sino hasta 1908. El transporte de mercancías permaneció con una gran

dependencia hacia el sistema de arriería, que en mucho encarecía los productos y no

les daba la posibilidad de competir en igualdad de circunstancias dentro del mercado

nacional. Esta particular característica en el desarrollo de la estructura productiva de

la región fue percibida por colimenses de la talla de Gildardo Gómez, gobernador del

estado en esa época, como una aguda crisis en la que “el comercio languidece, (y) la

industria ha desaparecido”.

43

Lo anterior ocasionó que la tierra acumulada por las grandes haciendas no

fuera cultivada en su totalidad, llegando al uso cuando mucho de un 20% de la

superficie cultivable;

44

40 Al respecto confróntese el trabajo de Gregorio Barreto, Ensayo estadístico de la municipalidad de Colima mandado formar por el muy ilustre Ayuntamiento de esta Capital (Colima, 1880), Julia Preciado (Ed.), Colima, México, Archivo Histórico del Estado de Colima, (Col. Pretextos, Textos y Contextos, No. 3), 1996, pp. 31-36.

el resto de las tierras de las haciendas se dedicaron a la

41 Ibíd., p. 16. 42 Ibíd., p. 32. 43 El Estado de Colima (en adelante EC), 22 de septiembre de 1888, p. 47. Al respecto véase: Gregorio Iván Preciado Vallejo, “Historia política de un decenio”, Los años de crisis de hace cien años. Colima, 1880-1889, José Miguel Romero de Solís (Dir.), Colima, México, Universidad de Colima – Ayuntamiento de Colima, 1988, pp. 247-312. 44 John A. Foley, “Geografía…”, pp. 53-54.

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48

ganadería, la extracción de madera, se dejaron ociosas o entraron al sistema de

aparcería.45

No obstante lo anterior, la persistencia de los caminos de herradura, al igual

que la abundancia de tierras fértiles y un clima propicio, permitieron el desarrollo de

una importante actividad agrícola, desde los tiempos prehispánicos al presente. Fue

en este espacio geográfico donde los diferentes grupos humanos –campesinos

indígenas, grandes hacendados, extranjeros allegados, habitantes de los ranchos y

mestizos avecinados– tejieron su existencia a lo largo de la centuria decimonónica e

incursionaron en el siglo XX, cuando los sorprendió el advenimiento de la revolución

mexicana.

2.- LOS PRIMEROS ASENTAMIENTOS

Actualmente se reconoce que al momento de la conquista española de

Mesoamérica, ésta era un área donde convivían grupos diferentes, los cuales

presentaban variados niveles de desarrollo sociohistórico; el occidente de México no

fue una excepción a dicho fenómeno. Debido a este hecho, para analizar la

significación de los procesos históricos específicos que se produjeron en Colima

después del siglo XVI, es pertinente conocer las características particulares de las

sociedades indígenas ahí establecidas.

Para abordar el estudio histórico de las diferentes formaciones

socioeconómicas que se desarrollaron durante la etapa prehispánica, se cuenta con

la presencia de numerosos sitios arqueológicos en esta zona, los cuales permiten

observar como estaba configurado el espacio regional en el pasado remoto. Así

mismo, se conservan considerables documentos escritos al momento del contacto

español, que posibilitan reconstruir la etapa inmediata al siglo XVI. Sin embargo, a

pesar de la gran cantidad de información existente, pocos estudios se han avocado a

entender los problemas referentes a la estructura social de los habitantes

prehispánicos del valle de Colima y sus alrededores.

45 Samuel Ojeda, Rebeldía…, p.53.

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La historia de los grupos humanos que habitaron la región colimota, se

remonta a unos 3,000 años en la antigüedad remota, siendo una de las regiones del

Occidente con un mayor rango de ocupación, desde aproximadamente 1,500 a

1,000 años a.C. Estos primeros grupos tribales aldeanos, conocidos como la

tradición Capacha, se distribuyeron en el valle de Colima, a las márgenes de los ríos

Armería y Colima, a lo largo del río Salado, al igual que en algunas zonas al sur de

Jalisco, como El Grullo, Apulco, San Gabriel, Zapotiltic, Ciudad Guzmán y Autlán.46

Los asentamientos tempranos del complejo Capacha parecen no ubicarse a gran

altura y no rebasaron la cota donde se localiza la actual población de Comala;47

A partir de la fase Ortíces, el patrón de asentamiento da cuenta de la

organización del poder local, donde las agrupaciones de aldeas probablemente

formaron unidades independientes dentro de cada valle o unidad geográfica, dando

lugar a la formación de etnias políticamente integradas. Por medio de ciertos rasgos

arqueológicos constantes, como la cerámica y figurillas, se evidencia la participación

de estas unidades político - territoriales en una tradición más amplia o lo que, en

en

esta zona sólo se conocen los sitios de La Parranda y La Cañada. Tradiciones

culturales emanadas de estas primeras aldeas agrícolas se desarrollaron a lo largo

de un milenio, para caracterizar desarrollos tan importantes como el llamado Ortíces

– Tuxcacuesco, el cual se expandió a zonas externas al valle de Colima, hacia los

valles intermontanos de Autlán, Tuxcacuesco y Zapotlán, al igual que la costa de

Jalisco y Colima, entre 300 a.C. y 250 d.C., marcando un momento de unidad

cultural y densidad demográfica importante.

46 Garman Harbottle, “Activation analysis study of ceramics from the Capacha (Colima) and Opeño (Michoacan) phases of West Mexico”, American Antiquity, Society for American Archaeology, 1975, Vol. 40, N°4, p.454. Isabel T. Kelly, Ceramic sequence in Colima. Capacha: an early phase, Tucson, University of Arizona Press, 1980, (Anthropological Papers of the University of Arizona, N° 37). Clement W. Meighan, “Prehistory of West Mexico”, Science, 1974, (Vol. 184), p.1254. En cuanto a los rasgos característicos del complejo Capacha, su distribución incluso parece llegar hasta el noroeste a la zona montañosa de Mascota, en Jalisco. 47 Para mayor información de los asentamientos Capacha en el valle de Colima considérense las breves menciones que aparecen en los siguientes informes: Julio A. Berdeja Martínez, Informe Final. Rescate Arqueológico El Camichín (julio 2000 – enero 2001), ATCNA-INAH, 5-39, p. 52. Ángeles Olay Barrientos, Inspección efectuada al predio ubicado entre la 3ª Sección de Las Palmas y el Fraccionamiento Esmeralda, 1998, ATCNA-INAH, 5-22, p. 3. Ángeles Olay Barrientos, El Valle de Colima y sus aldeas. Una visión arqueológica de su historia antigua a través de diversos rescates y salvamentos 1987 – 1993, ATCNA-INAH, 5-34, p. 275.

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otros términos, es conocido como la integración de una esfera de interacción, en la

que participaron unidades equipolentes, la cual abarcó todo Colima y el sur de

Jalisco.48

La formación de dichas unidades político - territoriales debió de estar

sustentada en la existencia de formas de usufructo sobre un territorio determinado, lo

que lleva a la concentración territorial y a la estabilización de las relaciones sociales

al interior de cada comunidad, al igual que con las otras distribuidas en la misma

unidad geográfica.

49 Este proceso da cuenta de un avanzado grado de complejidad

social, sustentado en una economía de tipo agrícola y de control del intercambio con

otros sitios, los cuales se fueron asentando gradualmente sobre las laderas del

volcán y a lo largo de ríos como el Salado y el Armería, zonas geográficas que

funcionaron como corredores para el intercambio con las poblaciones costeras del

valle de Tecomán y de la bahía de Manzanillo.50 Es a partir de este momento que la

población del valle de Colima sufrió un proceso de explosión demográfica; las aldeas

se distribuyeron abarcando las tierras fértiles de todo el valle, a la par que comenzó

la ocupación de la zona de laderas hacia el norte de Comala. Durante el resto del

período prehispánico, con sus diversos desarrollos culturales, la zona del valle y las

laderas parece haber conformado una unidad étnica y política de importancia.51

Según Bárbara Price,

52

48 La interacción implica el intercambio tanto de bienes materiales, como de ideas. Colin Renfrew y Paul Banh, Arqueología. Teorías, métodos y práctica, Madrid, Akal Ediciones, 1998, 2ª. Edición, p. 350.

el criterio de estratificación de sitios en una

determinada región, permite distinguir una formación socioeconómica igualitaria de la

no igualitaria. Siguiendo esta propuesta, la diferencia entre los sitios de esta

tradición, tanto por el tamaño, disposición en la topografía, tipos de estructuras,

49 Mario Sanoja e Iradia Vargas, Antiguas formaciones y modos de producción venezolanos, Venezuela, Monte Ávila Editores, 1992, p. VIII. 50 En recorridos de superficie realizados en estas zonas, ha sido posible observar una gran densidad de asentamientos, en especial a lo largo del río Suchitlán, los cuales se distribuyen aproximadamente cada kilómetro. 51 Carl O. Sauer, Colima de la Nueva España en el siglo XVI, Colima, México, Universidad de Colima – Ayuntamiento de Colima, 1990, p. 90. Este autor calculó la población de la Colima prehispánica en 250,000 habitantes para el momento inmediato al contacto español. 52 Barbara Price, “Cacicazgos prehispánicos en las Américas: sus implicaciones respecto al desarrollo urbano”, Las ciudades de América Latina y sus áreas de influencia a través de la historia, Hardoy y Schaedel (Comps.), Argentina, Ediciones Siap, 1975, pp. 66-77.

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entierros y artefactos encontrados dentro de los sitios, entre otros indicadores

arqueológicos, marcan la existencia de una formación socioeconómica compleja.

Esta jerarquización entre los sitios de las unidades geográficas es muy incipiente

para la fase Ortíces, pero es mucho más marcada a partir de la fase Comala (de 250

a 550 d.C.). De hecho, la población de la zona de Comala y laderas del volcán de

fuego, parece haber sido abundante durante estas fases (Ortíces y Comala), lo cual

es evidente por la presencia copiosa de cerámicas de esta temporalidad.53

En esta última fase tuvo su auge el sitio conocido como Potrero de la Cruz,

localizado al noreste de Comala, entre las cañadas formadas por dos arroyos de

temporal. Este sitio sobresalió del común de los asentamientos de la región, siendo

el de mayor tamaño en la zona de las laderas al oeste del volcán y del valle de

Colima. Muy probablemente, Potrero de la Cruz fue el centro rector de esta amplia

zona, tanto por la extensión del sitio, como por la monumentalidad de sus

construcciones y el tamaño de sus sepulcros funerarios. Dicho sitio controló el

intercambio de recursos estratégicos, como la obsidiana procedente de zonas más

lejanas, dando cuenta de las funciones cívico-administrativas en él llevadas a cabo.

54

La distribución de estos asentamientos refleja la forma en que dichos grupos

resolvieron sus problemas de selección y adaptación al medio ambiente, en función

de las necesidades requeridas para su reproducción social.55

53 Evidencias al respecto pueden observarse las colecciones permanentes del Museo Universitario de Nogueras, en lo que fuera parte de la antigua hacienda del mismo nombre. La gran mayoría de las cerámicas pertenecen a la fase Comala; la colección fue conformada desde principios del siglo XX, cuando los dueños de Nogueras fueron resguardando parte de los hallazgos en tierras de su propiedad. Otro caso similar es la colección de piezas colimotas del Museo de Berlín, que fue donada en 1911 por el cónsul alemán Arnoldo Vogel, dueño de la hacienda de San Antonio; dichas cerámicas también pertenecen mayoritariamente a esta temporalidad y proceden de los terrenos de su hacienda. Al respecto, confróntese: Dieter Eisleb, Westmexikanische Keramik, Berlin, Museum für Völkerkunde, 1971.

Las variantes dentro de

las unidades geográficas, son entendidas como el resultado de una larga tradición,

en la que el cambio hacia nuevas formas de explotación de recursos disponibles, se

54 En el sitio de Potrero de la Cruz se tomaron muestras de obsidiana que proviene de los yacimientos de Ahuisculco y Navajas, localizados en San Juan de los Arcos, municipio de Tala, en los alrededores del volcán de Tequila, Jalisco. Las muestras fueron estudiadas por el método de Análisis de Activación Neutrónica, por el Dr. Glascok (Phil Weigand, comunicación personal, febrero del 2001). 55 Bruce G. Trigger, “Settlement archaeology: its goals and promises”, American Antiquity, Society for American Archaeology, 1967, Vol. 32, No. 2, pp. 149-160.

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observa tanto en el patrón de asentamientos, como en la implementación de nuevos

procesos extractivos y productivos, así como su consecuente repercusión en el nivel

de las relaciones sociales.

En este sentido, desde la fase Ortíces se empieza a advertir cierta

especialización productiva en diferentes regiones. En la costa se han localizado

talleres de manufactura de objetos de concha. Así mismo, materias primas y objetos

de otras regiones de occidente, también llegaron a Colima producto de este activo

intercambio. Tal es el caso de la obsidiana, que para estos momentos ya es

abundante. Esta es una materia prima de gran importancia para la fabricación de

instrumentos punzo cortantes y, debido a su inexistencia en los yacimientos

geológicos de Colima, se obtuvo por intercambio. Durante estas fases tempranas, la

mayor parte de la obsidiana provino de los yacimientos localizados en los

alrededores del volcán de Tequila, Jalisco, y de los de Zinapécuaro, Michoacán.

En la cuenca del Salado, la extracción de pigmentos para la elaboración de

cerámica fue en aumento. En el sitio de El Panteón, en la margen oeste del Salado,

fue encontrada una tumba de tiro que probablemente perteneció a un alfarero. La

presencia en las ofrendas de vasijas con bolas de pigmento púrpura y rojo,

instrumentos de hueso tales como leznas y punzones, los restos de pigmento en las

piedras de molienda, el número de manos de mortero, al igual que la abundancia y

variedad de figurillas, indican la posible relación de este conjunto de materiales con

la práctica de la alfarería. La información que remiten los trabajos de extracción,

preparación y utilización de pigmentos y arcillas dentro del proceso de manufactura

de la cerámica, llevan a inferir la especialización de un sector de la comunidad

dedicado a estas actividades específicas, situación que refleja una clara división

social del trabajo al interior de estos grupos. Arqueológicamente, esta especialización

es observable en el aumento de la cantidad y calidad de los productos

manufacturados.56

56 Lorenza López Mestas C., “Las figurillas tempranas de Colima: un acercamiento a su función social”, Actas del V Coloquio de Occidentalistas, Guadalajara, México, Departamento de Estudios del Hombre – Universidad de Guadalajara, (en prensa).

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Durante la fase Ortíces los cambios cuantitativos y cualitativos respecto al uso

de la tierra y del agua empezaron a ser más notorios. Se comenzaron a construir

terrazas para cultivo, así como sistemas de drenaje poco desarrollados; debido a la

escasez de excavaciones en Colima, poco se conoce sobre las innovaciones en las

técnicas agrícolas del Formativo e inicios del Clásico. En las excavaciones realizadas

en el sitio de La Diosa, municipio de Villa de Álvarez, se registró la presencia de un

pequeño canal, ademado con piedras, que parte del arroyo del Diablo.57 Este canal

estaba cubierto por un estrato que contenía material de la fase Ortíces por lo que su

asignación a este lapso de tiempo parece correcta. La presencia de pequeñas casas

de bajareque indica que el cultivo se llevaba a cabo, tanto al exterior de las aldeas en

campos abiertos, como cercano a los caseríos, seguramente a manera de hortalizas

o huertas familiares, patrón que fue preponderante durante toda la ocupación

prehispánica de esta zona. Existen también datos sobre la construcción de represas,

con fines de almacenamiento y riego, a lo largo de arroyos poco profundos como

Carrizal, Canelo, Montrica y Chacalillo o Pereira.58

Al convertirse la agricultura en la fuente principal de obtención de recursos

alimenticios, esta actividad tomó un papel preponderante entre las actividades de

subsistencia. El cultivo del maíz necesitó de más inversión de tiempo para su

cuidado, pues requiere de una limpieza profunda del terreno, la preparación de los

suelos y su riego si la humedad no es suficiente. Seguramente, al igual que en otras

regiones mesoamericanas, el cultivo del maíz fue acompañado del fríjol y la

calabaza. De este último cultígeno se puede asegurar su presencia, ya que existen

representaciones cerámicas de las fases Ortíces y Comala, las cuales dan cuenta de

La necesidad de construir terrazas

de cultivo, así como sistemas de drenaje y riego implicó la tarea de organizar a la

población para realizar este trabajo colectivamente.

57 Este sitio se excavó en 1997 bajo la dirección de Lorenza López Mestas, como parte del Programa de Protección Legal de Zonas Arqueológicas de Colima (informe técnico en proceso). 58 Sobre este tipo de vestigios véase: Ángeles Olay Barrientos, El Valle de Colima y sus aldeas. Una visión arqueológica de su historia antigua a través de diversos rescates y salvamentos 1987 – 1993, ATCNA-INAH, 5-34, p. 313. Ángel Palerm y Eric Wolf también registraron el aprovechamiento de corrientes de agua para fines agrícolas en el valle de Colima, pero para momentos más tardíos de la etapa prehispánica; véase: Agricultura y civilización en Mesoamérica, México, SEP, (Col. Sepsetentas, No. 55), 1972.

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la utilización de diversas variedades de esta especie. La recolección de ciertos frutos

y semillas, debió de ser una actividad importante, ya que en estas vasijas también se

representan frutas silvestres como la pitahaya y el bonete. La recolecta siguió siendo

un recurso para la complementariedad dietética, siendo una actividad de tipo

estacional, posiblemente practicada por las mujeres y los niños, mientras la caza fue

una actividad netamente masculina.

La aparición de malacates de cerámica, en el registro arqueológico, da cuenta

de la utilización del algodón (Gossypium hirsutum), propio de tierra caliente. A su

vez, los diferentes tipos de malacates para hilar, indican una cierta especialización en

el tejido, con la utilización de diferentes fibras, como las extraídas de ciertas especies

de maguey. Factiblemente también se usaron sustancias para teñir los tejidos, como

la secreción obtenida de caracoles, abundantes en los concheros de la costa

(Purpura pansa, Thais biseralis, Heraplex erithrostomus).59

Como se ha venido apuntando, la agricultura estimuló la sedentarización de

los grupos humanos, al permitir la concentración de núcleos de población cada vez

mayores, proceso que en Colima ocupó un largo período de tiempo. La producción

de un excedente alimenticio suficiente, el cual sólo se logró con el cultivo del maíz,

posibilitó que algunos integrantes de la comunidad se apartaran de esta actividad al

utilizar este plusproducto para su sostenimiento, aspecto que permitió el desarrollo

de nuevos procesos de trabajo, llevando hacia una diversificación en la producción

de bienes de consumo y a la especialización en su manufactura.

60

59 Lorenza López Mestas y Jorge Ramos, Informe Técnico del Proyecto de Reconocimiento Arqueológico Colimilla – Barra de Navidad. Primera Temporada, ATCNA-INAH, 1994, (Mecanoescrito). Lorenza López Mestas y Jorge Ramos, “Investigaciones arqueológicas en el valle de Cihuatlán – Barra de Navidad”, Memorias del IV Coloquio de Occidentalistas, Guadalajara, Jalisco, México, ORSTOM – Universidad de Guadalajara, 1998, pp. 203-210.

Este proceso

social, basado en una economía agrícola, reforzó los vínculos al interior de la

60 La existencia de este excedente agrícola se atestigua con la presencia de silos subterráneos; estos pozos de forma rectangular y circular con las paredes recubiertas de piedra, los cuales se localizaban cercanos a las unidades habitacionales, como los encontrados en los sitios de La Diosa y La Campana, sirvieron para el almacenamiento de granos. Para una descripción de estas estructuras véase: Ana Ma. Jarquín Pacheco, Proyecto de Investigación Arqueológica “La Campana”, Informe II, ATCNA-INAH, 5-17,1996, pp. 32-42, (Mecanoescrito). Lorenza López Mestas, Informe Parcial del rescate arqueológico en el sitio Diosa del Agua, Villa de Álvarez, Colima, ATCNA-INAH, 1997, (Mecanoescrito).

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comunidad, así como con las otras comunidades que conformaban las diversas

unidades político - territoriales, en tanto grupos afines culturalmente que

compartieron un mismo territorio. William Sanders ha explicado este fenómeno de

especialización productiva regional a través del modelo de simbiosis económica, en

que una serie de comunidades explotaron los recursos diversificados disponibles;61

Los cambios que surgieron a raíz de este proceso, en cuanto al uso de la

tierra y el manejo del agua, dieron origen a la necesidad de un control social y

político de los sujetos para la realización de obras de infraestructura agrícola. Así,

cada vez se remarcó más la división social del trabajo en los grupos humanos que

participaron en los procesos destinados a la obtención de alimentos, en la

elaboración de bienes artesanales y en la dirigencia de la comunidad, lo cual permitió

distinguir entre el trabajo manual y el trabajo intelectual.

este fenómeno hizo que las comunidades mantuvieran una estrecha relación

socioeconómica de interdependencia.

Es probable que en estas sociedades, las aldeas estuvieran formadas por

familias extensas, donde los lazos de parentesco consanguíneo serían primordiales

en la organización social. En estas sociedades, el nexo que definió el papel social de

los hombres, en un régimen de propiedad comunitaria, fue el parentesco, en tanto

determinó relaciones concretas de cooperación, derechos y obligaciones, más

específicos que las mismas relaciones sociales de producción. Después del grupo

doméstico, integrado por la familia nuclear, el grupo corporativo que definió las

relaciones de cooperación y participación comunal con un representante directo, fue

el linaje.62

En un principio los poderes de un dirigente probablemente dependerían más

de sus cualidades como organizador de las tareas comunales, que del prestigio

mismo de su cargo, al ser este un puesto determinado de manera sociocéntrica. Sin

61 William T. Sanders, “Hydraulic agriculture, economic symbiosis and the evolution of State in Central Mexico”, Anthropological Archaeology in the Americas, Betty Meggers (Ed.), Brooklyn, The Anthropological Society of Washington, 1968, p. 100. 62 Griselda Sarmiento, Las primeras sociedades jerárquicas, México, INAH, 1992, (Col. Científica, No. 246), p. 116.

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embargo, con el tiempo la transición del cargo pareció volverse de carácter

hereditario, dando lugar a la preeminencia de ciertos linajes, confiriéndoles un status

diferente al del resto de la comunidad;63 este proceso pudo dar como resultado una

organización social similar a la referida por Kirchhoff como “clan cónico”, en la cual

los diferentes linajes que la componen se encuentran jerarquizados en una estructura

piramidal. 64

Estos individuos y linajes lograron un control objetivo sobre determinados

elementos del proceso productivo, no sólo en el aspecto básico de la subsistencia, lo

que permitió crear vínculos jerárquicos de dependencia entre la comunidad,

otorgándole a dicho segmento un mayor poder político y prestigio social. Los linajes

privilegiados tenderían a formar alianzas extralocales con los miembros de otros

linajes dirigentes en las demás comunidades que conformaban las unidades político -

territoriales, dando lugar a una mayor diferenciación entre los sectores que

componían este tipo de sociedades.

65 Muchas de las figurillas de las tradiciones

Ortíces y Comala, muestran imágenes de dignatarios cargados en palanquines por

otras personas, al igual que la existencia de grupos de carácter militar (guerreros),

aspecto reafirmado por la diversificación de las armas: porras, hondas, lanzas cortas,

hachas, puntas de proyectil, cuchillos, atlatls o lanzadardos, escudos, cascos y

armaduras de algodón.66

63 Este fenómeno esta ejemplificado en la tumba de Huitzilapa, Jalisco. Dicho sepulcro se construyó para albergar a los miembros de un grupo de parentesco consanguíneo, integrantes de un linaje de alto status. Cfr. Lorenza López Mestas, Jorge Ramos y Robert Pickering, “Culto funerario y organización social en la tradición Teuchitlán durante el Formativo tardío”, Memorias del IV Coloquio de Occidentalistas, Guadalajara, Jalisco, México, ORSTOM – Universidad de Guadalajara, 1998, pp. 167-174. Lorenza López Mestas y Jorge Ramos, “Excavating the Tomb at Huitzilapa”, Ancient West Mexico. Art and Archaeology of the Unknown Past, Richard F. Townsend (Ed.), Chicago, The Art Institute of Chicago, 1998, pp. 53-70.

La presencia de grupos militares se vuelve imprescindible

cuando la comunidad invierte trabajo sobre un determinado territorio –principalmente

64 Paul Kirchhoff, “El sistema clánico en la familia humana”, Nueva Antropología, México, No. 7, Año II, diciembre 1977, pp. 47-63. Paul Kirchhoff, “The principles of clanship in human society”, Davidson Journal of Anthropology, The Davidson Anthropological Society, (Vol. 1), pp. 1 – 10. 65 Griselda Sarmiento, “Tribus y cacicazgos arqueológicos: una discusión acerca del origen de la estratificación social”, Boletín de Antropología Americana, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, No. 27, 1993, p. 103. 66 Otto Schöndube, “La tradición de tumbas de tiro”, Historia de Jalisco, José María Muría (Dir.), Guadalajara, México, Gobierno del Estado de Jalisco, Tomo I, Capítulo VIII, p.194.

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en tareas agrícolas– y tiene necesidad de cuidarlo, para lo cual implementa

mecanismos de defensa.

Esta tendencia a una mayor estratificación se ve remarcada por las

construcciones monumentales de carácter ceremonial y político, donde la religión,

cada vez más formalizada, se externo públicamente. El espesor de las capas

culturales que constituyen los sitios arqueológicos del valle de Colima, hace patente

la estabilidad de que gozaron estas comunidades; obviamente, este aspecto fue

respaldado por una actividad económica estable, la cual permitió la organización de

los individuos para la construcción de las grandes plataformas de los centros

ceremoniales. Estos centros reflejan ya una jerarquización de funciones al interior de

los sitios de una unidad político - territorial, con una autoridad y dirección

centralizada.

La preeminencia de ciertos sitios con respecto a otros, y sus respectivos

linajes, se pudo deber a su ubicación ventajosa en cuanto a mejores condiciones

agrícolas o a una posición estratégica en rutas de intercambio. En estos sitios,

además de su carácter religioso, también se realizarían tareas de tipo político y

administrativo. Seguramente, en estos lugares se llevaría a cabo la recolección

centralizada de alimentos y otros productos de consumo, tanto locales como

alóctonos, para posteriormente proceder a una redistribución de estos bienes.67

Este proceso de circulación y distribución de bienes entre los miembros de las

comunidades que componen una unidad político - territorial, es ocasionado por la

variabilidad de recursos presente, a causa de los diferentes nichos ecológicos que la

componen, lo que produce una estratificación económica y una división y

especialización del trabajo entre las comunidades.

68

67 La redistribución es un mecanismo de circulación de bienes, a través de un centro que se encarga de su almacenamiento y su posterior distribución entre los miembros de la comunidad (Karl Polanyi 1976, citado por Manzanilla); Linda Manzanilla, “La redistribución como proceso de centralización de la producción y circulación de bienes”, Boletín de Antropología Americana, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, No. 7, 1983, p. 5.

Dicho proceso es desconocido

para Colima y, en general, para el occidente de México.

68 Ibíd., pp. 11-12.

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58

En la zona de estudio, el sitio de Potrero de la Cruz parece perder su papel

preeminente como centro rector, mudándose el núcleo del poder hacia el valle de

Colima, donde el sitio de La Campana comenzó a tomar importancia desde finales de

la fase Comala hasta la transición del Epiclásico/Postclásico temprano (750 a 1,200

d.C.); posteriormente, dicho sitio fue reemplazado por El Chanal hacia el Postclásico

tardío (1,200 a 1450 d.C.). En las estructuras de los templos de La Campana se han

encontrado concentraciones de silos, que dan cuenta de estas funciones de

recolección centralizada. En estos casos, lo más probable es que la recolección

haya sido de tipo asimétrico, en la cual la institución centralizadora, generalmente

constituida por el centro ceremonial, canalizó el excedente obtenido hacia otros

sectores de la comunidad alejados de las tareas básicas de subsistencia. Este

excedente pudo ser tanto en la forma de producción de excedentes, tanto de

materias primas, como de fuerza de trabajo, destinada esta última a tareas como

construcción y mantenimiento del centro ceremonial, implementación de

infraestructura agraria, entre otras.

El desarrollo y complejidad de los centros ceremoniales apuntan hacia un

crecimiento progresivo de la población y una mayor formalización de los lazos

político – religiosos al interior de la sociedad. Para la parte más tardía de la etapa

prehispánica se ha estimado que alrededor de una quinta parte de la población –

unos 50,000 habitantes– se encontraba viviendo en concentraciones urbanas de

considerable tamaño.69 En la zona del valle y laderas del volcán, el resto de la

población se encontraba diseminada en pequeñas aldeas y caseríos dedicándose

mayoritariamente a actividades de tipo agrícola. Los sistemas de cultivo y regadío

eran comunes, mismos que consistían en obras como canales de irrigación y

terraceados en la zona de laderas, con una presencia considerable de huertas.70

69 Carl Sauer, Colima…, 1990, p. 89.

70 Para el momento del contacto español, las fuentes mencionan varios poblados con huertas y sistemas de regadíos; incluso actualmente en el moderno Suchitlán todavía es posible observar los restos de terrazas de cultivo de manufactura prehispánica. Entre los poblados citados se encontraban los de Acautlán, Aguatitlán, Apatlán, Caliguacán, Colima, Comala, Coatlán, Escayamoca, Malacatán, Miaguatlán, Petatlán, Popoyutla, Suchitlán, Tecocitlán, Xocotlán, y Zacualpan. Al respecto véase: Lorenzo Lebrón de Quiñones, “Relación sumaria de la visita que hizo en Nueva España el Licenciado Lorenzo Lebrón de Quiñónez a doscientos pueblos. Trae descripciones de ellos, sus usos y

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Sin embargo, la gran mayoría de la población se encontraba lejos del

espléndido desarrollo y del aislamiento, donde supuestamente “...se percibe una

ausencia de fascinación mórbida hacia la violencia, la muerte y los sacrificios”.71 Por

el contrario, la mayor parte de estos grupos se encontraban fuertemente sometidos,

bajo diversas medidas coercitivas, como es mostrado por las representaciones de

sacrificados, cautivos, hombres con cráneos trofeo, guerreros, entre otras

manifestaciones de poder, al igual que el hallazgo de diversas armas y entierros de

cabezas decapitas, costumbre común en la zona.72 Las representaciones de

guerreros y cautivos, plasmadas artísticamente en cerámica, pueden ser

consideradas como un elemento más del discurso público de los grupos

dominantes,73

El conocimiento y control del medio ambiente, al igual que la aplicación de

técnicas adecuadas en los procesos extractivos y productivos, derivó en el desarrollo

y fortalecimiento de estas sociedades, permitiendo su crecimiento y consolidación,

en el cual forman parte de una semántica del poder, pues dichas

imágenes constituyeron una forma de exhibición de la fuerza y autoridad de los

caciques.

costumbres. Fecha en Taximaroa a 10 de septiembre de 1554”, Documentos para la historia del estado de Colima, siglos XVI-XIX, José A. Calderón (Dir.), México, Novaro, (Col. Peña Colorada), 1988. Francisco del Paso y Troncoso, Suma de visitas de pueblos por orden alfabético, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1905, (Tomo I); Fray Alonso Ponce, Viaje a Nueva España, México, SEP, 1947; al igual que Palerm y Wolf, Agricultura…,1972. 71 Cfr. John A. Foley, “Geografía…”, 1988, pp. 46-47. 72 Véase dichas representaciones en los numerosos catálogos de piezas arqueológicas del occidente de México: Beatriz de la Fuente, Arte prehispánico funerario. El occidente de México, México, El Colegio Nacional, 1994, Figs. 10, 64-65 y 76-79. Michael Kan, Clement Meighan y H. B. Nicholson, Sculpture of Ancient West Mexico, Nayarit, Jalisco, Colima, Albuquerque, New Mexico, Los Angeles County Museum of Art – University of New Mexico Press, 1989, Figs. 16a, 58a, 67, 76, 79, 82a, 115, 124-126, 132 y 147. Laura Mercader (Coord.), Vida y muerte. Arte funerario del Occidente de México, Barcelona, Fundación “La Caixa”, 1998, Figs. 46, 55-60. Otto Schöndube, Jorge Ramos y Lorenza López Mestas, Reflets de la Vie: Art de l’Óccident du Mexique, Paris, Carrousel du Louvre, 1997, Figs. 72 a 83. Richard F. Townsend (Ed.), Ancient West Mexico. Art and Archaeology of the Unknown Past, Chicago, The Art Institute of Chicago, 1998, Figs.13, 35, 64, 79, 82, 89, 114, 127, 132, 136, 151 y 199. Luis Ignacio Villagarcía (Coord.), Tesoros de Colima. Hallazgos de ayer y hoy, Colima, México, Gobierno del Estado de Colima – Universidad de Colima, 2005, pp. 18-19, 33, 108-109 y 114-115. Cabe aclarar que la mayoría de los catálogos se han centrado en las representaciones cerámicas pertenecientes a la tradición de tumbas de tiro, mientras que poca información existe para los períodos más tardíos. 73 El discurso público es definido por James Scott, como “una descripción abreviada de las relaciones explícitas entre los subordinados y los detentadores del poder. James Scott, Los dominados…, pp.24-25.

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bajo formas específicas de organización económico-social, desde grupos tribales no

igualitarios hasta la conformación de cacicazgos en el momento del contacto

español. Es un hecho que los grupos asentados en el territorio colimense contaban

con una organización social compleja, desde que el imperio tarasco, su vecino por la

frontera este, no logró penetrar los dominios de este señorío y, por ende, sostenían

guerras continuas para la defensa de su territorio.74 Si para el primer milenio de

nuestra era, la región colimota englobaba en su órbita de interacción las provincias

de Amula, Tuxpan, Tamazula, Zapotlán, Cihuatlán y Motines, es un hecho que para

fines del siglo XV el imperio tarasco había logrado penetrar hasta las zonas de

Tuxpan, Amula y Zapotlán, es decir, que las zonas de las laderas al este, noreste y

norte de los volcanes de Colima se encontraban en un proceso de ocupación

incipiente por parte de dicho imperio, mismo que estaba rodeando en dos de sus

costados al territorio colimense (Fig. 6). Así, al arribo de los conquistadores

españoles, en el territorio colimense existían unidades político - territoriales con una

autoridad bien definida y centralizada.75

74 Jerónimo de Alcalá, La Relación de Michoacán, Francisco Miranda (Ed.), Morelia, México, Fimax Publicistas Editores, 1980, pp. 84-87. Los mismos tarascos se referían al señor de Colima como “un gran señor con los que ellos estaban en guerra”, lo que da cuenta de la complejidad social alcanzada en territorio colimense al lograr mantener su territorio frente a una sociedad de tipo estatal como lo era la purépecha y contar con un ejército formal que derrotó la primera incursión española; cfr. Carl Sauer, Colima…, 1990, pp. 9-13; Hernán Cortés, Cartas de relación, México, Editorial Porrúa, 1960, (Col. Sepan Cuantos, No. 7), p.204.

75 El uso del término “unidad político-territorial” no debe entenderse de manera anacrónica y asociarlo con el uso aplicado a las sociedades modernas; sino a partir de que todos los grupos humanos asentados en un espacio determinado ejercen una adherencia y posesión territorial donde tejen redes sociales y practican ejercicios del poder. Para entender este concepto debe considerarse que cada palabra puede tener una multiplicidad de significados que se van adecuando a la realidad mudable, aunque en este caso “unidades político-territoriales” se utiliza como un término que permita someter este pasado al vocabulario y utillaje analítico del investigador. Para ahondar al respecto, véase: Heiner Schultz, citado por Reinhart Koselleck, “Historia de los conceptos y conceptos de la historia”, Ayer. Revista de Historia Contemporánea, Madrid, Asociación de Historia Contemporánea, Vol. 1, No. 53, 2004, p. 30.

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Fig. 6. Región colimense a inicios del siglo XVI.76

76 Tomado de Sauer, Colima…, pp. 46-47.

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3.- COLIMA Y LA PRESENCIA ESPAÑOLA

Desde una etapa temprana del contacto español, Hernán Cortés se interesó

en la región costera del Pacífico noroccidental. La conquista de lo que hoy es Colima

y el suroeste de Michoacán se produjo, en parte, por la búsqueda de puertos a lo

largo del océano Pacífico, así como por los reportes de la existencia de comunidades

indígenas ricas en oro y plata.77 Las primeras expediciones al señorío de Coliman,

cuyos dominios comprendían desde la provincia de Alima hasta el río Cachan, se

realizaron siguiendo la costa a partir de Zacatula en la desembocadura del Balsas,

hacia fines de 1522.78 Según la Relación de Michoacán, los españoles se dirigieron a

Colima con un contingente tarasco; el enfrentamiento con la población nativa causó

la muerte de muchos indígenas, ya fuera en la batalla o sacrificados por los mismos

tarascos. Sin embargo, Lebrón de Quiñones, quien visitó la región sólo treinta años

después de la conquista, insistía en que ninguna villa de Colima, con excepción de

Tecomán, ofreció resistencia a los españoles.79

Hacia fines de 1522, los españoles habían tomado posesión de las tierras en

los alrededores de los volcanes de Colima y comenzaron a establecer rutas

alrededor de las laderas de éstos, para conectar mejor a Colima con otras regiones

ya dominadas. En 1524 llegó Francisco Cortés a administrar la provincia de Colima y,

a partir de este momento, tanto las tierras como sus habitantes quedaron repartidos

entre treinta y tres encomenderos. En un principio, la provincia de Colima abarcó el

territorio correspondiente al actual estado de Colima, además de la zona de Motines

y la provincia de Coalcomán en Michoacán. Posteriormente, con la expedición de

Francisco Cortés en 1525, se agregó el territorio norteño que va desde Autlán hasta

77 Carl Sauer, Colima…, 1990, p. 33. Donald D. Brand, “Etnohistoric synthesis of Wester México”, Handbook of Middle American Indians. Archaeology of Northern Mesoamerica, Robert Wauchope (Ed.), Austin, University of Texas Press, 1971, (Vol. 11, Part 2), p. 639. 78 Donald D. Brand, Coalcoman and Motines del Oro. An ex-distrito de Michoacan, Mexico, Austin, University of Texas Press, 1959, pp. 58-59. 79 La Relación de Michoacán, 1980, p. 87; Donald Brand, “Etnohistoric…”, 1971, p.639.

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Tepic, mismo que después fue perdido en 1530 con la entrada de Nuño de

Guzmán.80

El establecimiento de los españoles en Colima se realizó fácilmente, ya que

los indígenas no ofrecieron gran resistencia, salvo los focos señalados por Lebron de

Quiñónez. Como lo propuso Elman Service,

81

Los nuevos colonizadores de la provincia de Colima controlaron la abundante

población nativa a través de la institucionalización de la encomienda. Esta no implicó

la tenencia de la tierra, sino únicamente el control de la población y, por ende, de la

fuerza de trabajo indígena. A pesar de que no se disoció a la población, como

productora directa, de sus bienes de producción, la encomienda implicó un

desmembramiento total de la configuración regional y la introducción del náhuatl

como lingua franca, con el consecuente cambio en la distribución del patrón de

asentamientos, cuyos nuevos poblados dependían de las necesidades españolas, al

igual que transformaciones en las formas tradicionales de explotación de los recursos

naturales. Debido a que, tanto la sociedad española como la indígena, compartían

una economía basada en la agricultura y en la explotación de las poblaciones

rurales, en Colima el éxito de los españoles permitió dichos cambios en la

organización regional. Lo antes dicho muestra ejemplos de ruptura con el pasado

prehispánico.

el proceso de conquista y

transculturación de las sociedades indígenas fue inversamente proporcional a la

complejidad que habían alcanzado dichos grupos y a su densidad demográfica. En

zonas donde se alcanzó un grado de complejidad mayor, el dominio se realizó a

través de la antigua estructura política, de forma que se conservaron algunos

elementos originales de su cultura, esto indica que la conquista no fue solo ruptura

sino también implicó continuidades; tal parece que este proceso fue el dominante en

el caso de Colima.

80 Carl Sauer, Colima…, 1990, p. 33. 81 Elman Service, “Indian European relations in Colonial Latin America”, Theory in Anthropology, Robert Manners y David Kaplan (Eds.), Aldine Publishing Co., 1968, p. 286.

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Todos estos cambios produjeron un fenómeno constante de declinación de la

población indígena, tal como lo afirmaba en su visita de 1554 el oidor Lorenzo

Lebrón de Quiñones, ya que muchos pueblos habían desaparecido por completo.82

Particularmente, la población de la zona de Comala había tocado en

encomienda a Bartolomé López Cabeza, según cédula expedida el 30 de diciembre

de 1527 por Alonso de Estrada, gobernador de la Nueva España, quien se las

arrebató a Pedro de Simancas. El encomendero Bartolomé López casó con doña

Francisca Figueroa de quien no procreó hijos; al morir él y siendo ella heredera,

contrajo nupcias con Alonso de Carrillo, a quien pasó la encomienda de Comala.

En la zona del valle de Colima también se presentó un drástico declive en el número

de asentamientos indígenas, al igual que en la zona de laderas aledañas al volcán,

que era rica en asentamientos prehispánicos dispersos en su paisaje, la cual casi

quedó deshabitada por la introducción de las estancias ganaderas; sólo quedaron

unos cuantos poblados donde se concentró la población nativa. Lo anterior no puede

explicarse como un brusca crisis o declive demográfico, más bien fue una

redistribución de la población hacia áreas fuera de la férula española. Esta

reorganización en el uso del espacio, iniciada a partir de la conquista española del

territorio colimense, fue el punto de partida de la nueva configuración regional.

83 La

cabecera de la parte noroeste del valle de Colima y la zona de laderas del volcán

quedó ubicada en la población de Comala y Suchitlán estuvo sujeta a ella desde un

principio.84

82 Carl Sauer, Colima…, 1990, p.53.

83 Véase Lorenzo Lebrón de Quiñones, Relación…, 1988, p. 29. Jesús Anaya Topete, Las encomiendas de Colima, México, Club del Libro Colimense, 1984. Antonio Flores Galicia, “Evangelización temprana en Comala”, Comala. Memorias de un encuentro, Servando Ortoll, (Coord.), México, Gobierno del Estado de Colima – Universidad de Colima, 1994, p. 111. 84 Como refiere Juan Carlos Reyes, antes de la segunda mitad del siglo XVI, Suchitlán no aparece mencionado como tal en ningún documento; véase Juan Carlos Reyes, “La población de Comala – Suchitlán (siglos XVI al XVIII)”, Comala. Memorias de un encuentro, Servando Ortoll (Coord.), México, Gobierno del Estado de Colima – Universidad de Colima, 1994, pp. 119-120. Sauer ubicó varios pueblos en el área ocupada por Suchitlán, que pudieron corresponder a sus anteriores denominaciones como Tecomachantla y Anacastapala, véase Sauer, Op. cit., pp. 46-47. En varias fuentes también aparece como Macastapalo, Cecamachantla, Tecomachán, y Nacastapala; cfr. “Vecinos y pueblos de Colima en 1532”, Boletín del Archivo General de la Nación, México, AGN, 1939 (Vol. 10, No. 11).

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El crecimiento poblacional de esta encomienda fue de importancia, pues para

1532 contaba con 100 indios tributarios. Según la Suma de Visitas, hacia 1546-1547,

Comala contaba con 117 tributarios casados, mientras que la estancia de

Tecomachán (Suchitlán) su sujeto, tenía 55 varones casados. Para entonces, los

límites de este último poblado eran algo extensos, pues al sur limitaba con terrenos

de Almoloyan y hacia el norte con tierras de Zapotitlán.85

A lo largo de las seis décadas posteriores al arribo español a tierras

colimenses, el número de indígenas comaltecos que figuraron como tributarios para

la corona española evolucionó de la siguiente manera:

Cuadro Nº 1. Tributarios de la población de la zona de Comala durante el siglo XVI

Año Indios casados

1532 40

1547 117

1553 125

1565 167

1570 150

1597 137

__________________________________________________________________________

FUENTE: Francisco del Paso y Troncoso, Suma…, 1095; “Vecinos y pueblos de Colima en 1532”, Boletín del Archivo General de la Nación, 1939, Vol. 10, No. 11, p. 12; Florentino Vázquez Lara, Comala. Esbozos históricos socio-religiosos, México, Litográfica Ingramex, 1984, pp. 14-20.

Desde mediados del siglo XVI se percibe un incremento en el desempeño de

la autoridad española, lo que se expresó mediante diversas modalidades. Además de

la pérdida de control de su territorio, la población indígena se vio sometida a una

fuerte carga de tributación; esto debido a que la encomienda consistió en el régimen 85 Véase Francisco del Paso y Troncoso, Suma…,1905.

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por el cual se asignó a los indios a un tutor, a quien proveían de mano de obra

gratuita y, aunque no tenía título de propiedad sobre la tierra, se le otorgó el derecho

a una parte del producto de sus encomendados. Por ejemplo, en la zona de Comala

generalmente se tributaba maíz, que seguía siendo uno de los cultivos más

importantes, aunque gradualmente fue siendo desplazado por cultivos de tipo

comercial como el trigo y la caña, debido a contar con buenas tierras de temporal y

las mejores para irrigación;86 también se pagaba tributo en hierba para pastura,

guajolotes, textiles de algodón y cacao, aunque este último desapareció por completo

a fines del siglo XVII.87

Si bien la población de las laderas del volcán había ido en aumento gradual,

hacia 1570 ésta comenzó a disminuir;

Así, en el caso de estas encomiendas, básicamente

dedicadas a la agricultura, no hubo cambios significativos en el modo de producción,

pero si variaron las relaciones de producción, ya que los indígenas estuvieron

alienados al encomendero, quien obtenía el excedente de producción, que comenzó

a ser intercambiado en la economía colonial que empezaba a organizarse. Para el

autoconsumo, tanto indígenas como españoles continuaron dependiendo de las

técnicas agrícolas y los productos nativos; de estos últimos, la producción y

comercialización de algunos de ellos, como el algodón y el cacao, se incrementó

considerablemente.

88 tendencia que buscó atenuarse mediante el

sistema de reducciones de la población indígena en puntos estratégicos. La primera

reducción de que se tiene noticia en la zona de Comala ocurrió en 1592, por orden

de la Real Audiencia de México, en que se congregó a varias comunidades.89

El drástico declive de la población indígena ocasionó la creciente escasez de

mano de obra, problema que los españoles tuvieron que solucionar, pues la

86 Nota informativa No. 58 del Departamento de Publicidad de la Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 30 de noviembre de 1925; en AHEC, Sección A, No. 16, Caja 1031, Año 1925-1927. 87 Francisco del Paso y Troncoso, Suma…, 1905, p. 90. Juan Carlos Reyes, La antigua provincia de Colima. Siglos XVI al XVIII, México, Universidad de Colima – Gobierno del Estado de Colima – CNCA, 1995 (Historia General de Colima, Tomo II), pp. 99 y 137. 88 Véase Florentino Vázquez Lara, Comala…, 1984, pp. 14-20. 89 Véase Juan Carlos Reyes, Al pie del volcán. Los indios de Colima en el virreinato, México, CIESAS – INI – Gobierno de Colima, 2000, pp. 80–82. Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Indios, Vol. 6 (bis), Expediente 927.

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explotación colonial del medio ambiente soslayó las formas nativas e introdujo

cultivos a gran escala, así como el trabajo de minas.

Para evitar la rápida extinción de las poblaciones autóctonas y, por ende, de la

mano de obra, a mediados del siglo XVI, la Corona española ordenó la desaparición

temprana de la encomienda y creó la institución de las repúblicas de indios, con el

objeto de que éstas quedaran aparte de los españoles y poderlos proteger, en cierta

medida, de la rapacidad y explotación a la que eran sometidos, al igual que para

hacer más sencilla la tarea de adoctrinamiento, dando lugar, de facto, a la

coexistencia de dos sociedades separadas, cada una de las cuales se normaría por

leyes y costumbres que crearon un sistema de adscripción socioétnica en residencia,

ocupación y condición civil. En la sociedad colonial, cada uno tenía un conjunto

distinto de obligaciones fiscales, derechos civiles y prerrogativas económicas.90

Los indígenas dejaron atrás la sujeción al encomendero; solo quedaron

obligados a rendir tributo a la Corona y prestar sus servicios remunerados a los

colonos, pero estos pagos carecieron de control alguno y se prestaron a la voluntad

de la autoridad de la cabecera a cuya circunscripción estaban sujetas dichas

poblaciones.

No obstante, mucha de la vida social de estas repúblicas giró entorno a la

dinámica de la iglesia; de hecho, la república de indios de Comala dependió de San

Francisco Almoloyan para los aspectos religiosos, junto con los pueblos de

Nagualapan, Juluapan, Quizalapan, Coquimatlán, Zacualpan y Suchitlán.91

A fin de darle funcionamiento a esta nueva organización se promovieron los

ayuntamientos o cabildos en los pueblos indios, tratando que los puestos de mando

recayeran en las personas que habían ejercido la autoridad tradicional. De esta

manera, el gobierno de las repúblicas de indios se organizó a través del

sostenimiento de restos de la antigua nobleza nativa para que ejercieran las

90 John Coatsworth, Orígenes…, 1998, p. 42. 91 Véase: Petición de varias comunidades para que se cumplan las ordenanzas y decretos sobre no repartir indios, Colima, 6 de mayo de 1632; en Archivo Histórico del Municipio de Colima (en adelante AHMC), Fondo Sevilla del Río, Caja 5, Expediente 1, Año 1632.

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cuestiones relacionadas con la administración local, por medio de una estructura

política de puestos jerarquizados que consistían en un gobernador, con sus alcaldes,

regidores, alguaciles, mayordomos y principales del consejo de ancianos,

responsables del gobierno civil.92

Además de desempeñarse como correas de transmisión de las autoridades

españolas, el papel de los representantes autóctonos era supervisar y mantener el

orden de sus comunidades y denunciar los delitos e infracciones ocurridas en su

interior, donde figuraron varios bajo la autoría de individuos de origen español. Una

de las denuncias presentadas por los indígenas establecidos en Colima se remite a

finales del siglo XVI. El alcalde indígena del pueblo de Alima denunció ante Antonio

Villalobos, alcalde mayor de Colima, los abusos que invariablemente causaba Pedro

Pablo y otros españoles que pasaban con regularidad por dicho poblado. El atropello

más recurrente era tomar caballos pertenecientes a los indígenas, sin su respectivo

consentimiento, para llevarlos a trabajar a sus huertas y haciendas, así como

maltratar a los mencionados pobladores.

93

Ya desde antes, los indígenas colimenses padecían agresiones mayores. Por

ejemplo, en 1585 las autoridades indígenas de Tecomán denunciaban el asesinato

de uno de sus pobladores por parte del estanciero español Juan Ramírez de

Alarcón.

94

92 Andrés Lira y Luis Muro, “El siglo de la integración”, en Historia General de México, México, El Colegio de México, 1981, Tomo 1, (3a. Edición), p. 438.

Seguramente el crimen quedó impune, ya que en 1599 los pobladores de

Tecucitlán se quejaban de los daños causados por los criados y ganado del mismo

Juan Ramírez de Alarcón. La queja de los alcaldes Juan García y Pedro Elías, el

mayordomo Diego Morán, el regidor Gabriel Ximón (sic) y el principal Francisco

Flores, denunciaba el maltrato recibido por el criado de Ramírez de Alarcón

consistente en llevar a los pobladores para que trabajaran forzadamente en la

estancia de su patrón, aunque para ello tuviera que golpearlos y atarlos. También

93 Denuncia que presenta el alcalde indio del pueblo de Alima contra Pedro Pablo, español, quien pasa de ordinario por su pueblo y maltrata a los naturales, 21 de noviembre de 1591; en AHMC, Siglo XVI, Registro N° 489. 94 Los naturales de Tecomán contra Juan Ramírez de Alarcón, por haber dado muerte a un indio de dicho pueblo, 28 de febrero de 1585; en AHMC, Siglo XVI, Registro Nº 912.

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echaba el ganado de su amo para que dañara sus sementeras (de maíz y algodón),

platanares y sus habitaciones. No importaba que dichos indígenas estuvieran bajo la

tutela de un encomendero.95

Esta forma de organización obedeció al interés español de controlar a la

población indígena, ya que dicha tarea sería más fácil de lograr por medio de la

experiencia nativa en el manejo de la antigua estructura de gobierno. Aunque

también representaba un beneficio para los propios indígenas, la mezcla y

convivencia con otras razas no formaba parte de su vida habitual y eso generó

dificultades como las ocurridas a los pobladores autóctonos de Santa María Juluapan

durante el año de 1654.

En este lugar se establecieron Alonso García (mestizo) y María González

(mulata) ocasionando diversos agravios al resto de los pobladores (uno de estos

agravios era haber usado bebidas prohibidas al seno de la comunidad). Por ello, las

autoridades españolas de la villa recurrieron ante el Juzgado General de Indias de la

Nueva España para que se dictaminara la aplicación de la ordenanza establecida por

el virrey Luis de Velasco, en el sentido de que españoles, mestizos, negros y mulatos

no vivieran en los pueblos y congregaciones de los indios, a fin de sacar y castigar a

la pareja establecida en Juluapan.96

Los incidentes entre indígenas y españoles no se limitaron a Juluapan; por los

rumbos de Coquimatlán surgieron inconformidades de otra índole. Concretamente

entre la comunidad indígena se auspiciaron descontentos contra los promotores de la

fe católica en la zona. El 6 de abril de 1656, en el marco de la visita del Pbro. Matheo

Ruiz Montaño, los naturales del pueblo de Coquimatlán se presentaron ante él para

quejarse del trato que recibían de su maestro de doctrina; pero fray Francisco de

Céspedes maestro de noticias del convento de San Francisco de Colima y otros

clérigos de la misma provincia rechazaron las imputaciones lanzadas por los nativos

95 Los naturales del pueblo de Tecucitlán se quejan por los daños que reciben de criados y ganado de Juan Ramírez de Alarcón, 21 de diciembre de 1599; en AHMC, Siglo XVI, Registro Nº 547. 96 Solicitud de Don Francisco González al Juzgado General de Indias de la Nueva España, 2 de diciembre de 1654; en Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Indios, Vol. 17, Expediente 288, Año 1654, Ff. 278v y 279.

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encabezados por el también indígena Juan Cortés, quienes ordenaron que este

pretendido líder de la comunidad recibiera dos docenas de azotes como reprimenda

por su actitud disidente.97

Sin embargo, estos incidentes no alteraron en lo sustancial la estructura

política de dos repúblicas separadas: la indígena y la española. No obstante, como

ha expresado Wigberto Jiménez Moreno,

98

La estructura social de los indígenas siempre estuvo profundamente vinculada

con la tierra, de la cual dependían para su sostenimiento. Esto fue algo de lo que

pronto se dieron cuenta los españoles, pues para poder pagar un tributo ya fuera en

especie o en moneda, el indígena tenía que trabajar la tierra y hacerla producir. El

virrey Marqués de Falcés ordenó en 1567 la creación del fundo legal de las

comunidades indígenas, dotándolos de 500 varas de tierra para vivir y sembrar, que

se medirían desde la iglesia de los poblados hacia los cuatro rumbos cardinales,

cantidad que en 1687 fue ampliada a 600 varas ó 504 metros.

esta estructura política fue sufriendo una

lenta desintegración, pues una vez sometidos los pueblos nativos, los gobernadores

y alcaldes indígenas fueron dejando de ser necesarios y fueron degradados a

categorías inferiores, con una participación política nula, pasando a convertirse en un

sector totalmente subordinado. Algunos de los pueblos indígenas de la región, como

San Francisco Suchitlán, conservaron en cierta medida esta estructura política

tradicional, implantada desde la colonización temprana por la Corona, prácticamente

sin sufrir cambios, al menos hasta finales del siglo XIX.

99

97 Este suceso esta consignado en Archivo Histórico de la Casa de Morelos (en adelante AHCM), Sección Gobierno, Serie Religiosos, Subserie Franciscanos, Caja 17, Carpeta 14, Legajo 8; Ubicación G/S XVII/0023/C17.

Estos fundos se

dividían en solares para las diferentes familias del poblado, pero como medida

proteccionista se ordenó que fuera inalienable, por lo que los indígenas no podían

disponer de ella para su venta. Así la institución de la república ayudó al

98 Wigberto Jiménez Moreno, en Sol Tax (Ed.) Heritage of conquest, Glencoe, Illinois, The Free Press, 1952, citado por Pedro Armillas, “Programa de Historia Indígena”, en Teresa Rojas (Ed.), Pedro Armillas, Vida y Obra, México, CIESAS – INAH, 1991, p. 21. 99 Oficio del Presidente Municipal de Comala, Florentino Valencia, al Secretario de Gobierno, Comala, Colima, 23 de abril de 1912; en AHEC, Sección A, No. 20, Caja 819, Año 1912. Águeda Jiménez Pelayo, Haciendas y comunidades indígenas en el sur de Zacatecas, México, INAH, 1989, (Col. Científica, No. 181), p.161.

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fortalecimiento de las nuevas relaciones de producción, pues aunque mantuvieron la

propiedad comunal de la tierra, se profundizaron las relaciones de dependencia entre

las comunidades indígenas y la clase dominante y se definió claramente la división

del trabajo y la estructura económica de la colonia.

Junto a este sistema de organización étnico-económica, la colonia instituyó

otros organismos que completaran su hegemonía más allá de los límites terrenales,

es decir, que difundieran e inmiscuyeran a los indígenas en su cosmovisión y

prácticas religiosas; esta función la desempeñaron las llamadas cofradías. Tan solo

en la villa de Colima funcionaban cuatro cofradías: la Cofradía de Nuestra Señora del

Rosario, la Cofradía de las Ánimas, la Cofradía del Santísimo Sacramento y la

Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad. Pese a que no se pudieron localizar

datos que completaran la presencia de estos organismos en el área colimense, es un

hecho que se irradiaron hacia las poblaciones indígenas, ya que tan solo en

Suchitlán se contaba con una cofradía, para cuyo cuidado era electo anualmente un

regidor de la cofradía, de manera similar al resto de los funcionarios de república,100

mismos que eran examinados en la doctrina cristiana para asegurar el cabal

cumplimiento de su encargo.101

En términos generales, las cofradías significaron un importante elemento para

atraer a los indígenas al “mundo” ofertado por lo españoles. En palabras de los altos

jerarcas católicos instalados en el Occidente mexicano en los albores del siglo XIX:

Pero todas estas cofradías no solo tenían una

esencia espiritual, además del fomento de prácticas cristianas servían para el

desarrollo de actividades productivas que involucraban a los cofrades mediante

dotaciones y trabajos piadosos. Lo anterior se puede captar fácilmente si se fija la

atención en la Cofradía del Hospital del pueblo de Ixtlahuacán, que para el año de

1804 contaba con un rancho que beneficiaban los indígenas del lugar. En este

rancho se contaba con 210 reses, 100 yeguas, 7 caballos y 26 mulas. Además, se

explotaban 80 pozos de sal.

100 Elección de autoridades ante Don Juan Cristóbal Centeno, Teniente de Justicia, Zacualpan, 12 de noviembre de 1816; en AHMC, Sección D, Caja 28, Posición 52, Expediente 73. 101 Certificación del Bachiller Don José María Jerónimo Arzac, Cura Vicario del Partido de Almoloyan, Juluapan, 14 de diciembre de 1814; en AHMC, Sección D, Caja 25, Posición 61, Expediente 44.

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Las Cofradías conducen mucho para atraer a los indios a la

asistencia de las Iglesias, a la doctrina cristiana y a la obediencia de

los párrocos.

Por medio de ellas se aumenta el culto en las parroquias, se

congregan los fieles de todas clases a los divinos oficios y todos autos

públicos de religión.

Contribuyen mucho a la sustentación de los párrocos; y de ellas

sacan los indios principalmente la mayor parte de sus tasaciones, con

que mantienen al cura, y generalmente contribuyen todas para

mantener músicos, cantores y demás sirvientes de Iglesia, tan

necesarios para que pueda haber en la parroquia alguna solemnidad

en el culto divino.102

102 Esta aseveración se encuentra en un Informe emanado del Obispado de Michoacán en 1804; tomado de AHCM, Fondo Parroquial, Sección Disciplinar, Serie Cofradías, Subserie Informes, Año 1804, Caja 833, Legajo 8. Ubicación P/S.XIX/0715/C.833.

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II LOS INDIGENAS DE COMALA DURANTE LOS AÑOS COLONIALES:

ENTRE ESPAÑOLES Y MESTIZOS 1.- LAS COMUNIDADES INDÍGENAS DE COLIMA Y LOS ESPAÑOLES

Si bien los fundos de comunidad establecidos desde el siglo XVI se

mantuvieron –generalmente – inalterables durante los años posteriores, los

españoles realizaron pequeñas incursiones para obtener los beneficios que

representaban. Un indicio de lo anterior se encuentra en el año de 1715, cuando

Antonio de Viana, español radicado en el valle de Cajitlán, compró un pozo salinero y

un terreno anexo (en 50 y 80 pesos respectivamente) a los indígenas de Cautlán.

Sin embargo, no obstante de la entrega formal por parte del alcalde y los principales

del poblado, tras ocho días de tener personal laborando, los mencionados indígenas

se arrepintieron de dicho pacto de compra-venta, por lo cual, Viana recurrió ante las

autoridades de la villa para obligarlos a respetar la operación realizada.103

La actitud del peninsular fue plenamente comprensible, pues la actividad

salinera era una importante fuente de ingresos para las poblaciones costeras de

Colima. Tan concentrados estaban en sus actividades de explotación de los pozos

salineros que hasta olvidaban sus puntuales obligaciones religiosas. Para evitar este

problema, en 1707, se prohibió que se explotara sal durante la semana santa. A

quien violara este decreto, se le impondrían las siguientes penas: 50 pesos de oro

común si era español y 50 azotes si era indio, negro o mulato. Esta medida se tomó

por las quejas del cura coadjutor de la villa de Colima, ya que el año anterior se

quedaron 200 personas sin cumplir con los preceptos que la iglesia establecía para

esas fechas. Esta disposición estaba dedicada especialmente para los pueblos de

103 Al respecto ver, AHMC, Sección C, Caja 4, Expediente 5, Año 1715; véase también AHMC, Sección C, Caja 4, Expediente 20, Año 1715; AHMC, Sección C, Caja 5, Expediente 40, Año 1720.

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Ixtlahuacán, Tecomán, Cajitlán y para la misma villa de Colima, donde se pregonó

dicho decreto. 104

Por otro lado, un claro ejemplo de la conexión de las comunidades indígenas

con las actividades económicas de la élite dominante se puede encontrar en lo

ocurrido durante 1738 en el poblado de Coquimatlán, dependiente de la jurisdicción

de la villa de Colima. Manuel de Córdoba y Palencia, regidor, sargento mayor y

alcalde mayor interino de dicha villa, ordenó a su mayordomo Alberto Cortés,

(esclavo negro de su propiedad) que sacara a los naturales de Coquimatlán de su

poblado y los llevara a trabajar a la siembra de maíz en su propiedad denominada

Trapichillos. Pese a estar al servicio de Córdoba y Palencia para laborar en sus

sembradíos y salinas, un pequeño núcleo de indígenas se indignaron y Alberto

Cortés recibió una profunda herida en la cabeza y diversos golpes en el cuerpo,

resultado de la avalancha de piedras que lanzaron en su contra. Se ordenó al alcalde

y demás principales de la república, la detención de los infractores para trasladarlos

a la cárcel pública de Colima.

105

La afectación a los intereses de las comunidades indígenas no se daba en

ocasiones aisladas. De todos, sólo algunos se interponían ante las autoridades

virreinales. Algunos de esos casos eran las denuncias llevadas hasta las instancias

de la capital del virreinato, donde se expresaba que a naturales de la costa

colimense se les despojaba de miel, cera y pescado.

106

No obstante, es pertinente señalar que no todos los indígenas se encontraban

tan desamparados y desprovistos de satisfactores. Unos cuantos de ellos

conservaban propiedades e intereses al interior de los distintos poblados indígenas,

constituyendo una marcada diferenciación en la composición interna de dichas

comunidades. Un ejemplo se encuentra en Ixtlahuacán a inicios del segundo cuarto

del siglo XVIII; al fallecer el indígena Francisco Juan dejó un testamento en náhuatl

104 Ver comunicado de Melchor del Castillo V. al capitán Don Pedro de Villareal y Cevallos, Alcalde Mayor y Capitán de Guerra de la Provincia de Colima, 13 de marzo de 1707; en AHMC, Sección C, Caja 1, Expediente 40, Año 1707. 105 El proceso seguido contra los cuatro indígenas se puede consultar en AHMC, Sección C, Caja 9, Expediente 42, Año 1738. 106 La denuncia anterior se localiza en AGN, Indios, Vol. 24, Expediente 424 bis, Año 1671, F. 295v.

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a nombre de su hijo (un jovencito de 14 años) a quien heredó casa y solar, dos pozos

salineros, ocho pedazos de tierra de labranza, 36 animales de silla y trabajo, diez

vacas y diversos instrumentos de labranza.107

Los indígenas más comunes eran aquellos que, pese a poseer sus propios

preceptos culturales, aceptaban los mandatos que emanaban desde las autoridades

civiles y religiosas establecidas en la región. No obstante, algunos cometían actos

que laceraban a dichas instituciones como lo demuestra el robo cometido a principios

de 1765 por Diego Francisco, indio del pueblo de Quisalapa y dependiente de la

feligresía de Almoloyan, quien fue a parar a la cárcel de la villa de Colima, luego de

ser denunciado por haber empeñado el incensario de la iglesia. A su favor, alegaba

que dicha acción la realizó porque su hijo se iba a casar y no alcanzaba a cubrir el

monto de los diezmos parroquiales; además, que le prestaron el incensario para

obtener los dos pesos que necesitaba, pero que al ir a recogerlo no pudo lograr su

devolución. Pese a la promesa de reponer el daño, él continuó en prisión por un

tiempo.

Pero este tipo de indígenas constituían

un pequeñísimo y exclusivo núcleo al seno de las comunidades autóctonas.

108

Al margen de lo anterior, es de destacar que para la Corona fue fundamental

mantener los lazos y el control sobre el conjunto de los indígenas y castas que

existían en la Nueva España, al tiempo que acotaba perfectamente sus roles dentro

de la sociedad colonial. Por eso, dentro de la Real Cédula establecida el 9 de marzo

de 1773, donde se contemplaba que ninguna persona deudora podía ocupar cargos

públicos ni tener derecho a voto, los criterios se hicieron extensivos para los pueblos

de indios, es decir, las comunidades indígenas contaban con restricciones claras

para la elección de autoridades; disposición que pronto circuló por las tierras de

occidente. Uno de los funcionarios que le dio gran difusión a dicho bando fue el

107 Autos e inventarios por la muerte de Francisco Juan, natural de Ixtlahuacán de esta jurisdicción de Colima; en AHMC, Sección C, Caja 7, Expediente 28. 108 Al respecto véase, AHCM, Fondo Diocesano, Sección Gobierno, Serie Visitas, Subserie Informes, Caja 499, Expediente 51.Ubicación G/S. XVIII/0215/C.499.

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alcalde mayor de la provincia de Michoacán, quien propagó su ejecución en toda su

jurisdicción.109

A la vez, durante estos años se instrumentaron medidas para mejorar las

recaudaciones fiscales entre la población no española. Al respecto indicadores

ubicados en esta región se pueden localizar en el bando emitido por Juan Sevillano,

corregidor de la provincia de Michoacán, donde se mencionaba que los indios y

demás castas tributarias (mulatos, negros, lobos, coyotes) se deberían presentar

ante el Real Fisco para la cuenta matricular.

110

Para instrumentar estas medidas recaudatorias, así como para –en general–

contar con los indígenas como un soporte del régimen colonial, era básico que sus

poblaciones mantuvieran su integridad estando congregadas, para lo cual fue

necesario evitar los desplazamientos y la disgregación de los miembros de las

comunidades. Este criterio debería normar las relaciones sociales y de trabajo entre

españoles e indígenas; en esta línea se ubicó el mandamiento de la Real Audiencia

donde se estipulaban medidas como la reducción de indios ausentes a los pueblos

de su origen.

Medida que se irradiaba hasta tierras

colimenses, pues se encontraban ubicadas dentro del área de influencia de dicha

provincia.

111

Pese a su sentido hasta cierto punto coercitivo, este tipo de medidas iban

orientadas a continuar con los lazos de unidad comunal; pero sobre todo, con los

vínculos que se fincaron en aspectos de índole material. De manera tal que, todavía

en tiempos de consumación de la independencia nacional, la mayoría se

encontraban vinculados por fuertes lazos de propiedad y usufructo colectivo de la

tierra; criterio de organización social y productiva que defendían celosamente. Un

caso notorio se presentó en la comunidad indígena de Ixtlahuacán: durante 1821 los

nativos se apoderaron violentamente del rancho y casas establecidas en la Cofradía

del mismo poblado para impedir la sustracción de ganado por parte de Miguel Soto

109 Dicho decreto se puede consultar en Archivo Histórico Municipal de Morelia (en adelante AHMM), Ramo Gobierno, Caja 11, Expediente 9, Año 1773. 110 AHMM, Ramo Gobierno, Caja 11, Expediente 14, Año 1776. 111 Tomado de AHMM, Ramo Gobierno, Caja 11, Expediente 21, Año 1779.

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Castañeda, quien en 1817 estableció un contrato con el cura de la comunidad para

recibir la tercera parte de lo producido por el ganado existente en el referido sitio a

cambio de administrarlo. Los indígenas negaban que el pueblo hubiera atestiguado

trato alguno y mucho menos que hubieran dado su consentimiento. Tras muchos

meses de litigio, en 1823, las autoridades resolvieron a favor de Soto Castañeda.112

Todos estos casos son ilustrativos del tipo de relaciones que se establecieron

entre indígenas, españoles y autoridades. Conviene echar un ligero vistazo a la

población indígena en términos cuantitativos, con la salvedad de que los registros al

respecto son sumamente escasos y parciales. Sin embargo, durante el año de 1816

se levantó un censo de este tipo, aunque los registros sobre la población indígena

asentada en los principales poblados de la entidad se limitaron a padrones de indios

varones mayores de 15 años, los cuales estaban ya en edad de tributar. También se

establecía su estado civil a fin de definir su calidad de tributario (entero o medio).

Dichos datos arrojan las cifras siguientes:

112 Juicio civil por el despojo violento ejecutado por los naturales de Ixtlahuacán en los ganados de don Miguel Soto Castañeda; en AHMC, Sección D, Caja 36, Posición 51, Expediente 8.

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Cuadro Nº 2. Padrón de indígenas tributarios en Colima (1816)

PUEBLO SOLTEROS CASADOS VIUDOS INVALIDOS

/MAYORES*

TOTAL

Almoloyan 26 40 2 2 68

Comala 23 84 9 5 116

Suchitlán 44 108 12 6 164

Zacualpan 22 26 1 4 49

Juluapan 20 32 4 3 56

Quizalapa 5 13 0 0 18

Coquimatlán 21 85 2 13 108

TOTAL 161 388 30 31 579

____________________________________________________________________

FUENTE: Padrones de Indios en AHMC, Sección D, Caja 27, Posición 1, Expediente 37. *Los indígenas inválidos o ancianos no se consideraban tributarios.

Si los datos de población tributaria se trasladan a lo largo de toda la segunda

década del siglo XIX, el promedio que arrojan las cifras existentes presenta un ligero

descenso con respecto a este año de 1816, aunque esto no implicó que los sistemas

de hegemonía y subordinación se modificaran, todo obedeció a las oscilaciones

normales de la población en edad de ser tributarios. El cuadro completo sobre los

registros de tributarios durante la segunda década del siglo decimonónico es el

siguiente:

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Cuadro Nº 3. Tributarios de los Pueblos de la Jurisdicción de Colima, 1810 – 1819

POBLACIONES TRIBUTARIOS

ENTEROS

TRIBUTARIOS

MEDIOS

TOTAL

Almoloyan 40 28 54

Comala 84 32 100

Coquimatlán 85 23 96.5

Ixtlahuacán (con Cautlán)

120 100 170

Juluapan 32 24 44

Quizalapan 13 5 15.5

Suchitlán 108 56 136

Tamala 26 10 31

Tecomán 120 41 140.5

Zacualpan 26 23 37.5

TOTAL 654 342 825

____________________________________________________________________

FUENTE: Informes de Cuentas de Comunidad; en AHMC, Sección D, Caja 25, Posición 71, Expediente 42; Caja 27, Posición 3, Expediente 27; Caja 27, Posición 20, Expediente 21; Caja 27, Posición 44, Expediente 132; Caja 28, Posición 30, Expediente 66; Caja 29, Posición 9, Expediente 99; Caja 29, Posición 69, Expediente 2; Caja 30, Posición 34; Caja 34, Posición 7; Caja 34, Posición 9; Caja 34, Posición 10; Caja 36, Posición 16, Expediente 7.

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2.- COMUNIDADES INDÍGENAS DE COMALA EN LA VIDA COLONIAL COLIMENSE

Una de las comunidades más importantes ubicadas al norte de Colima, fue la

de Suchitlán; las tierras de dicha población respondían a los comentarios formulados

durante el último tercio del siglo XVII por un destacado habitante de Zapotlán el

Grande, en los que aludía a la geografía circundante al Volcán de Colima, donde

ponderaba “…su montuosa y amena fertilidad de flores y árboles que se haya

adornada la falda de dicho volcán con caudalosos arroyos que forman el país más

lúcido y temperamento más benigno que otro ningún de este mundo o gran reino”.113

Por ello no es casual que, desde finales del siglo XVI, el fruto de tan benigna

geografía motivara algunas dificultades al seno de la comunidad indígena de

Suchitlán. Particularmente, Andrés López se quejaba de que las tierras y árboles

frutales heredadas de sus padres y abuelos, se las querían quitar “unas personas”,

por lo que recurrió ante las autoridades españolas para encontrar amparo y

protección para sus bienes.

114

Durante este período se dotó de las tierras necesarias para establecer el

fundo legal a la comunidad indígena de San Miguel Comala, que además estaba

constituida en república de indios con gobernador. Sin embargo, en el ámbito de la

jurisdicción eclesiástica, la república de Comala dependía para su adoctrinamiento

de San Francisco Almoloyan, de la cual distaba dos leguas al noroeste y, para 1748,

contaba con 67 familias indígenas que se dedicaban al cultivo de la tierra.

115

Ladera arriba se encontraba el barrio de Suchitlán, a sólo dos leguas al

noreste de Comala y asentado sobre un antiguo poblado prehispánico; su posición

era relativamente ventajosa por encontrase aledaño a las barrancas que conforman

el río del mismo nombre, que llegaba a tener un caudal importante, pues lo

113 Oficio de Miguel José Pérez Ponce de León, Zapotlán el Grande, 12 de noviembre de 1774; en AGN, Inquisición, Vol. 1145, Expediente 8, Ff. 98-101. 114 Este asunto se encuentra en AGN, Indios, Vol. 3, Expediente 82, Foja 20, Año 1590. 115 Don Juan de Montenegro, “Descripción de Colima, 1744”, p. 161; Villaseñor, “Descripción de Colima, 1748”, p. 167; ambos documentos publicados en Documentos para la Historia de Colima, Siglos XVI-XIX. México, Novaro, 1979, (Col. Peña Colorada).

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alimentaban los cercanos arroyos de El Fresnal y El Encino; además, en las

inmediaciones existían seis ojos de agua, lo que explica la ocupación temprana de la

zona. Contaba con su propia iglesia, donde celebraban las funciones de su tutelar

que era San Francisco de Asís, así como de Nuestra Señora de Guadalupe, San

Juan Bautista y Nuestra Señora de la Concepción, patrona ésta última del hospital

que contaba con su estancia de ganado vacuno y caballar. Tenía también un

maestro de escuela que instruía a los niños a leer y escribir, así como les enseñaba

la doctrina cristiana.116

Las relaciones de Suchitlán con Comala, población de la cual dependía,

comenzaron a deteriorarse hacia la segunda mitad del siglo XVIII. El barrio de

Suchitlán tenía el privilegio de elegir alcalde, regidores y demás oficiales de

república, a pesar de no contar con el estatuto jurídico que lo erigiera en pueblo. No

obstante, durante la administración de don Bernabé de Riaza y Velasco, alcalde

mayor de la jurisdicción de Colima, se les prohibió dicha facultad, debido a que los

naturales de Comala así lo solicitaron, al igual que su reducción a las inmediaciones

de dicho poblado. Esta situación se originó como consecuencia de un pleito por

tierras que Comala sostenía con los vecinos de la Villa de Colima y necesitaba

erogar gastos para su defensa. De esta manera, se presionó y gravó a los naturales

de Suchitlán con las contribuciones necesarias para sufragar dichos gastos, lo que a

su vez incomodó a los vecinos de Suchitlán por no hacer ellos uso de las tierras en

litigio, ni tener utilidad alguna a futuro. Por consiguiente, se resistieron a pagar

contribución al poblado de Comala. Para obligarlos a ello, los comaltecos se quejaron

ante el alcalde mayor, don Bernabé de Riaza, quien los obligó a cumplir con la

exacción y para señal de sujeción despojó al alcalde de Suchitlán de la vara de

mando y los privó en lo sucesivo de la elección que de inmemorial tiempo gozaban;

sólo conservaron el derecho de tener regidor y demás ministros, pero no los

congregó en el poblado de Comala.

117

116 Ibíd.

117 Informe rendido por el Bachiller Don José Felipe Islas, Juez Eclesiástico de la Villa de Colima y el Bachiller Don Francisco Ramírez y Oliva, Sacristán Mayor de la Iglesia Parroquial de la Villa de Colima, Colima, 13 de agosto de 1793, ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

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De hecho, el pueblo de Comala estuvo enfrascado en varios litigios, algunos

largos y onerosos, para no perder tierras. Este fue un proceso suscitado al amparo

de la aplicación de la Real Cédula de 15 de octubre de 1754, sobre tierras realengas,

así como la Real Ordenanza de Intendentes de 1786,118

Ilustrativo es el caso de la denuncia presentada en 1794 por el capitán

Francisco Guerrero del Espinal en la intendencia de Guadalajara, quien denunció

como realengas medio sitio de tierras colindantes al pueblo de Comala, conocidas

como el Bajío. Dichas tierras habían estado en posesión de los jesuitas, quienes las

permutaron con los naturales de esta comunidad, poco antes de ser expulsados de

tierras americanas. De este predio los naturales conseguían una renta considerable,

pues las arrendaban para la siembras de algodón y maíz; este arrendamiento se

realizaba con la venía de las autoridades locales, ya que incluso el subdelegado de

Colima, Manuel Roberto de los Ríos, obtenía parte de los beneficios, al incautar una

porción del pago de arrendamiento. Esta posesión la usufructuaron sin problema

alguno hasta mediados de 1797 cuando, como resultado de la denuncia del capitán

Guerrero, se remataron a su favor, ya que los indígenas no mostraron títulos de

propiedad y no lograron comprobar legalmente la posesión de dicho predio con

anterioridad a 1700, como lo establecía el artículo 4° de la Real Cédula de 1754. Los

comaltecos apelaron la decisión tomada en Guadalajara, ante la Junta Superior de

la Real Hacienda en la ciudad de México, instancia que finalmente ratificó la decisión

tomada en Guadalajara. Para sufragar litigios como este, que tenían una larga

duración, se utilizaban los tributos obtenidos en toda la república de indios, máxime

que una vez que los naturales de Comala perdieron el caso, el capitán Francisco de

Guerrero demandó la indemnización por los arrendamientos que los indígenas

usufructuaron durante el tiempo que duro el litigio (entre 1797 y 1802 en que se

que obligaba a los

intendentes de las jurisdicciones a resolver sobre estos asuntos.

118 Estas Ordenanzas prohibían que las autoridades repartieran entre indios, españoles, mestizos y demás castas, efectos, frutos o ganado. A su vez, los indígenas y demás vasallos de la Corona quedaban en libertad para comerciar donde y con quienes ellos desearan o pudieran. Véase, Silvio Zavala, El servicio personal de los indios en la Nueva España 1700-1821, México, El Colegio de México - El Colegio Nacional, Tomo VII, 1995, pp. 35 y ss.

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resolvió definitivamente el caso); también exigió a los indígenas el pago de gastos y

honorarios ocurridos durante el juicio, por la cantidad de 187 pesos.119 (Fig. 7).

Fig. 7. Tierras conocidas como el Bajío, usufructuadas por el pueblo de Comala.120

119 Véase: litigio de denuncia de tierras realengas del Capitán Francisco Guerrero del Espinal; en Archivo Histórico de Jalisco (en adelante AHJ), Ramo Tierras, 1ª Colección, Libro 48, Expediente 1, Año 1802. 120 Ibíd.

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A pesar de esto, la situación de Comala no era crítica, en contraste con otras

comunidades que para este período no tenían para arrendar tierras, solares o

potreros, como es el caso de San Francisco Almoloyan, Zacualpan, Tecomán,

Tamala e Ixtlahuacán; dichas poblaciones sólo contaban como ingresos para sus

Cuentas de Bienes Comunes, el real y medio que contribuía cada tributario, pero de

lo que se deducía el 2% para la Contaduría y 2½ pesos para la limosna del hospital

de San Lázaro.121 No todo fueron pérdidas para la comunidad de Comala, pues los

naturales continuaron con el arrendamiento de otras tierras; a partir de diciembre de

1787, don Juan Noguera se obligó a pagar a los indígenas la cantidad de 20 pesos

cada año, por pastar su caballada en el potrero que estaba inmediato a sus tierras

con arroyo de por medio.122 Casos como este no fueron únicos ni esporádicos, ya

que eran diversas las personas que hicieron lo mismo por una buena cantidad de

tiempo. No es pretensión de este trabajo realizar un seguimiento exhaustivo de este

proceso;123

sin embargo, solo a manera de ilustración bastaría destacar los datos

consignados entre 1810 y 1815, referentes a los arrendamientos que esta comunidad

estableció sobre tierras, pisos de casas y ranchos que estaban bajo su posesión:

121 Oficio de Don Juan Linares, Subdelegado del Partido de Colima, a los Alcaldes y Naturales de los Pueblos, en la Villa de Colima, 13 de diciembre de 1816; en AHMC, Sección D, Caja 28, Posición 50, Expediente 69. 122 Pagaré del Capitán Don Juan José Noguera; en AHMC, Fondo Sevilla del Río, Caja 3, Expediente 25. 123 Como tampoco es un objetivo el análisis del período prehispánico, así que ambos se abordan a manera de antecedentes para buscar explicaciones más genéricas sobre el proceso de vida de dichas comunidades indígenas.

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Cuadro Nº 4. Montos por arrendamientos del pueblo de Comala (1811-1815)

AÑOS TIERRAS RANCHOS, PISOS DE CASAS Y PASTOS

TOTAL (pesos)

1811 140.0 18.00 158.0

1812 158.6 18.00 176.6

1813 145.0 18.00 163.0

1814 180.0 18.00 198.0

1815 104.0 18.00 122.0

MONTO TOTAL $817.6 __________________________________________________________________________

FUENTE: Informe sobre arrendamientos de tierras, pisos de casas y ranchos de Comala, rendido por el Alcalde Miguel Jerónimo, mayo de 1816; en AHMC, Caja 28, Posición 18, Expediente 25.

Una buena parte de dichos ingresos se destinaron a la construcción de la

nueva iglesia de este poblado, la cual se empezó a edificar en 1813. Los fondos de

las cajas de comunidad se destinaron para tal fin y, particularmente, un 86.63% de

los ingresos obtenidos, producto de estos arrendamientos, se canalizaron para el

pago de mano de obra y algunos materiales destinados a la mencionada

construcción.124

Con el tiempo la población de Comala había ido decayendo, ya que pasó de

67 familias en 1748 a sólo 52 en 1793. Por el contrario, la población del barrio de

Suchitlán fue en franco aumento, lo cual era atribuido a lo sano y benigno del clima

de la zona. Para 1792, los naturales de Suchitlán contaban con un número mayor a

los 90 tributarios enteros en 75 familias, con lo cual habían rebasado a los de

Comala y competían con los de Coquimatlán, que era el mayor poblado indígena del

partido.

125

124 Ibíd. Cuentas de Comala; en AHMC, Sección D, Caja 28, Posición 50, Exp. 69.

125 Informe rendido por el Bachiller Don Nicolás Díaz, Cura Propio del Partido de San Francisco Almoloyan, San Francisco Almoloyan, 14 de mayo de 1793; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

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Suchitlán llegó a ser el tercer poblado en importancia de la provincia de

Colima, en cuanto al tamaño de su población, después de Tecomán e Ixtlahuacán.

La población indígena se mantuvo relativamente estable desde fines del siglo XVIII

hasta las primeras décadas del siglo XIX, con excepción de la comunidad de

Quizalapa, que volvió a formarse hacia 1816.

Por otro lado, el crecimiento poblacional de Suchitlán había incentivado la

división laboral y muchos indígenas se dedicaban a hacer chiquihuites, equipales,

jícaras y bateas. La gran mayoría continuaba dedicándose a labores de labranza, ya

que el pueblo contaba con huertas de plátano y de árboles frutales, pero el aumentó

de sus habitantes ocasionó que algunos indígenas tuvieran que trabajar en tierras

ajenas. Suchitlán seguía compartiendo tierras con Comala, ya que tanto la cabecera

como su barrio las costearon y obtuvieron por composición de su majestad. Suchitlán

gozaba de dos y medio sitios de ganado mayor, con una longitud de sur a norte de

más de cinco leguas y de latitud poco más de tres leguas, correspondiendo a la

octava parte del total, estando en su mayoría contigua a Comala. Sin embargo, al ser

insuficiente la tierra de labranza, algunos naturales tuvieron que trabajar en tierra

ajena en el paraje de Los Colomos, que se ubicaba a cinco leguas de distancia y que

lindaba al este con la propiedad de don Juan Noguera, al norte y oeste con las tierras

de la Condesa de Miravalle y al sur con Comala.126

A finales de 1792, algunos de los antiguos alcaldes de Suchitlán, encabezados

por Miguel Martín, Francisco Daniel y Miguel Simón, interpusieron una querella ante

don Modesto de Herrera, teniente de justicia mayor de la jurisdicción de Colima, con

el objeto de hacer comparecer a los indios principales del pueblo de Comala sobre el

En otras palabras, el crecimiento

demográfico de estas comunidades indígenas generó una presión sobre la tierra –

elemento básico para la subsistencia y reproducción humana– lo que a su vez dio

como resultado la expulsión de mano de obra de las áreas de usufructo tradicionales,

trastocando pautas de vida y trabajo.

126 Informe rendido por el Bachiller Don Nicolás Díaz, Cura Propio del Partido de San Francisco Almoloyan, San Francisco Almoloyan, 14 de mayo de 1793; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

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hecho de sí en años pasados el barrio de Suchitlán había tenido sus alcaldes,

quienes gobernaban con independencia de su cabecera.

Cuando se presentaron el alcalde y los viejos principales de Comala a declarar

acerca de la pretensión de los suchitlecos, estos informaron que efectivamente dicho

barrio había gozado del privilegio de elegir a sus alcaldes e incluso reconocieron a

Miguel Simón como ex alcalde de Comala, hecho que es indicativo de la migración

hacia Suchitlán de pobladores nativos de Comala; así mismo los comaltecos

aceptaron el hecho de que en ese momento existía un mayor número de pobladores

en Suchitlán.127

Para la consecución de sus objetivos los indígenas suchitlecos tuvieron que

contratar los servicios de don Manuel José Vaca Coronel, quien fungió como

apoderado legal de la población. El demandante solicitaba para dicha población el

otorgamiento del derecho de tener su república completa, con el privilegio de

efectuar anualmente sus acostumbradas elecciones, para lo cual expuso, como

motivo de peso, el crecido número de familias, que en ese momento llegaba a 75.

Dicha información fue presentada en Valladolid un mes después, ante don Felipe

Díaz de Ortega, intendente corregidor de dicha provincia, quien ordenó se pasara al

Lic. don Paulino José de Vargas, promotor del Real Fisco, que además fungía como

protector de indios. Dicho funcionario decidió que con el objeto de dar mejor

instrucción acerca de la solicitud de los naturales de Suchitlán, se pidiera mayor

información sobre el caso al subdelegado del partido y al párroco del lugar.

128

El 10 de mayo de 1793, el subdelegado de la Jurisdicción de Colima, don Luis

de Gamba González, mandó requerir dicha información al cura de la cabecera de

San Francisco Almoloyan, el bachiller don Nicolás Díaz, quien informó que

efectivamente Suchitlán distaba dos y media leguas al norte de Comala, que

anteriormente habían gozado de la elección de alcaldes, además de que atribuía al

127 Don Modesto de Herrera, Teniente de Justicia Mayor por ausencia de Don Luis de Gamba Gonzáles Subdelegado, en la Villa de Colima, 14 de noviembre de 1792; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001. 128 Instrucción del Lic. Paulino José de Vargas, Promotor Fiscal Protector de Indios, Valladolid, 7 de diciembre de 1792; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

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temperamento sano y benigno el aumento de sus naturales al grado de haber

excedido en población a Comala; también calificaba a sus ocupantes como dóciles y

laboriosos.129

Otros rasgos que se anotaban a favor de Suchitlán era que dicha población

por decreto real gozaba de dos sitios y medio de ganado mayor; sin embargo, debido

a las difíciles condiciones para la labranza en esas tierras, sembraban en una

porción que no les correspondía, llamada Los Colomos.

Las actividades que más concentraban el quehacer de los indígenas

eran fabricar chiquihuites, equipales, jícaras, bateas y actividades de labranza propia

o de otras personas, es decir, contratados. Aunque la fuente no ahonda sobre las

dimensiones de esto último.

130

Pero retomado el asunto de la definición de autoridades, el subdelegado,

además de las características antes mencionadas, daba como razón de peso a favor

de Suchitlán, el hecho de que dicho barrio era de mejor mérito para el gobierno, tanto

por la mayor abundancia de gentes, como por el hecho de que el cobro de tributos

que corría a cargo del regidor ahí electo era más eficaz que en el mismo pueblo de

Comala.

131

De nuevo turnadas estas diligencias a Valladolid, con estas observaciones don

Felipe Díaz de Ortega, protector de naturales, asentó que el barrio de Suchitlán tenía

todas las proporciones que requería la ley para su erección en pueblo y, por lo

mismo, recomendó al Intendente acceder a la solicitud de los suchitlecos. Además,

apuntó que de conformidad a la Ley Real de Indias, con relación al número de

tributarios enteros que pasaba de 90, se les diera facultad para que nombraran a dos

alcaldes y dos regidores, un alguacil mayor y un fiscal que cuidara de juntarlos para

129 Informe rendido por el Bachiller Don Nicolás Díaz, Cura Propio del Partido de San Francisco Almoloyan, San Francisco Almoloyan, 14 de mayo de 1793, ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, (No 04/013/001). 130 Información tomada de Julia Esther Preciado Zamora, Los agraristas de Suchitlán y los pacíficos de La Esperanza, Guadalajara, Jalisco, México, Centro de Investigaciones y Estudios Antropológicos en Antropología Social Unidad Occidente, [Tesis de Doctorado en Ciencias Sociales, inédita], 2002, pp. 217 y 218. 131 Informe de Don Luis de Gamba González, Subdelegado de la Jurisdicción de Colima, en la Villa de Colima, 17 de mayo de 1793; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

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que aprendieran la doctrina cristiana, manteniéndose en cuanto a tierras, en la unión

y posesión con que las habían gozado con los naturales de Comala.132

Sin embargo, la erección de Suchitlán en pueblo no fue inmediata, debido a

los largos procedimientos burocráticos de la administración colonial. El expediente

fue retornado al subdelegado de Colima, con el objeto de que se ratificara mediante

interprete juramentado ante el común y naturales del pueblo de Comala, para que

expusieran lo conducente a su derecho sobre la pretensión de los suchitlecos.

Además, se solicitaron más informes sobre el número de tributarios y las dificultades

que pudieran surgir al realizar esta segregación.

Una vez en la villa de Colima, se citó al alcalde Nicolás de la Cruz, al regidor

Mateo de la Cruz, al mayordomo Rey José Lázaro, al escribano Juan Francisco

Martínez, con los demás justiciales y república de naturales del pueblo de Comala,

así como al común de Suchitlán, donde se les leyó el expediente. Los comaltecos

declararon respecto a la solicitud de convertir en pueblo al barrio de Suchitlán, que

no exponían ninguna causa legítima para tal pretensión, pues lo único que buscaban

era la libertad para gobernarse sin sujeción a la república de Comala, misma que

siempre había cuidado de su arreglo. También argumentaban que Suchitlán tenía

una situación poco adecuada por estar ubicado en una serranía fragosa, sin ningún

laborío propio, por lo que no tenían tierra suficiente para congregación de pueblo,

pues la mayoría pertenecía por uno y otro viento a don Juan Noguera y a la casa del

Conde de Regla de quien eran arrendatarios. Así mismo, acusaban que las

declaraciones del señor cura de Almoloyán solo se debían a la ponderación de la

pasión por el aumento de sus obvenciones, ya que de dicha división resultaría otra

tasación. Por tanto, tal separación solo daría como resultado la destrucción de

Comala para la creación de la república de Suchitlán, por lo que pedían que no

hubiera lugar a tal separación sujetándolos a la subordinación de la primera.133

132 Recomendación de Paulino José de Vargas, Promotor Fiscal Protector de Indios, Valladolid, 4 de junio de 1793; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

133 Informe de Don Luis de Gamba González, Subdelegado de la Jurisdicción de Colima, en la Villa de Colima, 17 de julio de 1793; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No 04/013/001.

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Enviado nuevamente el expediente a Valladolid, junto con las declaraciones

del bachiller don José Felipe de Islas y el bachiller don Francisco Ramírez de Oliva

(quienes fueron curas del pueblo de Almoloyan), el fiscal protector de naturales no

encontró mérito para variar su anterior respuesta, pues con las diligencias

practicadas cada vez se justificaba más la solicitud de los suchitlecos, ya que los

curas confirmaron que los naturales de dicha población fueron despojados de la

facultad de elegir su alcalde y demás oficiales de república por don Bernabé de

Riaza, por el sólo motivo de haberlo pedido así los de Comala, con el objeto de

presionarlos para que contribuyeran a sus gastos. Por tanto, consideró necesario que

se hiciera la erección pretendida por Suchitlán y se les restituyera la facultad de

elegir a sus oficiales, de la que indebidamente fueron despojados. Por consiguiente,

el intendente corregidor de la provincia así lo decretó, en parte debido a que el

procedimiento para despojarlos de tal capacidad fue incorrecto, pues ni siquiera se

había formado un expediente del hecho ni el subdelegado encontró documento

alguno que lo acreditara; además, devolvió el caso a Colima, con el objeto de que se

buscaran documentaciones en el archivo.134

A pesar de haber corrido todo el pleito, el 19 de septiembre de 1793, el común

de Comala se desistió de la querella cuando los citaron para formalizar la

contradicción, ya que reconocían que originalmente si se nombraba alcalde en

Suchitlán, por lo que consideraban que tal pretensión por parte de los suchitlecos si

era justa.

135

134 Decretó de Don Felipe Díaz de Ortega, Intendente Corregidor de la Provincia, Valladolid, 18 septiembre de 1793; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

Sin embargo, no fue sino hasta el 7 de enero de 1794, que el apoderado

del barrio de Suchitlán, don Manuel José Vaca Coronel pudo solicitar ante el

intendente se proveyera al dicho barrio de la facultad de nombrar a su alcalde y

ministros de república y, por consiguiente, erigirlo en pueblo, a pesar de que se

mantuvieran en cuanto a tierras en posesión con los de Comala, petición que fue

concedida y decretada por el intendente corregidor en Valladolid el 10 de enero de

135 Comparecencia de Juan Francisco Martín, Escribano de la República de Comala, por el Alcalde y demás común, Colima, 19 de septiembre de 1793; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

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ese mismo año.136

A fines de ese mes se ordenó a los naturales procedieran a elegir a sus

oficiales de república, considerando que estos empleos debían de recaer en los que

mejor conocieran el idioma castellano y fueran los más aplicados en la agricultura e

industria. Dicha elección se realizó en la Villa de Colima, estando presentes los más

viejos de la comunidad: Francisco Daniel, Miguel Martín, Pedro Lucas, Miguel Simón,

Pedro Cortés y Pedro Martín, quienes no necesitaron interprete porque hablaban

bien el español. El común de la república eligió como alcalde a Pedro Cortés, por

alguacil mayor a Andrés Martín, como regidores a Sebastián José y Pedro Ávalos y

de topil a Sebastián Pascual, quienes fueron reconocidos por las autoridades de la

villa y juramentados en el uso de las varas.

Obviamente, la decisión de declarar a Suchitlán como pueblo no

emanaría de la intendencia, solamente sería el intermediario ante la Corona, en caso

de considerarlo pertinente.

137

Si, como lo han propuesto tanto Saurabh Dube como James Scott, se toma

distancia de los momentos de franco enfrentamiento y ruptura entre los distintos

sectores sociales, para enfocarse en el discurrir cotidiano de los marginados, se

posibilitará la observación de los patrones de resistencia subalterna,

138 pues lo

cotidiano se convierte en el “…escenario de la producción, negociación y

contestación de significados dentro de las redes y relaciones de poder mayores”.139

Por tanto, aún en la aparente pasividad que mostraban los indígenas del norte

colimense, se destaca el constante cuestionamiento al poder colonial, ejemplificado

por la comunidad de Suchitlán al solicitar la restitución del nombramiento de

autoridades nativas y la administración de sus bienes, capacidad que se les había

quitado de manera injusta, de acuerdo a su percepción.

136 Decreto de Don Felipe Díaz de Ortega, Intendente Corregidor de la Provincia, Valladolid, 10 de enero de 1794; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001. 137 Don Bernardo Campero de la Sierra, Teniente General de la Jurisdicción, 28 de enero de 1794; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001. 138 Saurabh Dube, Sujetos…, pp. 12, 43-44; véase también James Scott, Los dominados…, p. 43. 139 Saurabh Dube, Sujetos…, p. 26.

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Retomando a Scott,140

Es de ponderarse la negociación constante que lograron establecer los

indígenas suchitlecos con las autoridades, tanto de la jurisdicción de Colima como

con la intendencia de Valladolid, para recuperar sus autoridades que gobernasen con

independencia de Comala. La maleabilidad con que se adaptaban a las formas

legales externas para dar consecución a sus propios objetivos, queda manifiesta al

contratar los servicios de un apoderado legal para la población, encargado de dar

seguimiento al trámite burocrático. Siguiendo a Dube, el proceso legal desarrollado

por la comunidad de Suchitlán permite: “…seguir el rostro al juego que se daba entre

los intereses de las legalidades estatales ordenadas y los procesos de significación

dentro de las relaciones de aldea […] encontrando una compleja interacción de

normas cotidianas, deseos familiares y legalidades ajenas”.

el hecho de que don Bernabé de Riaza, el anterior

teniente de justicia mayor de Colima, hubiera accedido a la solicitud de Comala para

presionar a los suchitlecos, colocándolos bajo su férula, se constituyó, por un lado en

una demostración explícita del poder colonial al someter a Suchitlán y mantener las

jerarquías impuestas por el orden administrativo español, a la vez que fue reflejo de

las relaciones asimétricas y discrecionales establecidas por los grupos dominantes

con los subordinados.

141

Por otra parte, este proceso vivido en el área de Comala no era aislado, ya

que –al decir de Margarita Menegus– trascendió a distintas regiones (se expresó

también en el valle central de México, Puebla, Oaxaca y Guadalajara, entre otros)

obedeciendo a una inquietud o afán de un mundo indígena que busca reordenarse

debido a tensiones ocasionadas por el aumento poblacional en el siglo XVIII y a la

consiguiente demanda de tierra; así como a la relación asimétrica entre cabeceras y

pueblos, fincada en una exigencia creciente de gravámenes. Aunque también

comprendían aspectos sociales y culturales, como los conflictos entre los principales

o la disyuntiva de erigirse en cabecera de doctrina.

142

140 James Scott, Los dominados…, pp. 35, 38-39.

En el caso del área de Comala,

141 Saurabh Dube, Sujetos…, p. 33. 142 Véase, Margarita Menegus, Los indios en la historia de México, México, FCE-CIDE, 2006, pp. 49-51.

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esta pugna por la redefinición de una política territorial, debe haber guardado alguna

relación con la diferenciación social que se estaba generando al interior de ambos

poblados: el mestizaje creciente ocurrido en la cabecera debilitaba los lazos étnico-

comunitarios con Suchitlán y, junto a ello, con la desigualdad se conflictuaba la

relación y usufructo de la tierra que ocupaban.

Por su parte, a consecuencia de este proceso legal, con la separación del

barrio de Suchitlán, al otorgarle una autonomía política y administrativa, se dio una

escisión de facto de Comala, que fungía como cabecera de la república de indios.

Este hecho obligó a la legislación colonial a pasar por una reformulación, al originar

una nueva forma administrativa dentro de la vida diaria de estas dos comunidades,

que mantuvieron el usufructo de la tierra, aspecto que a su vez conllevó un

reacomodo en las relaciones de antaño establecidas.

Además del otorgamiento de facultades para elegir autoridades, ya antes

habían recibido tierras en posesión y propiedad comunal por decreto real. Incluso, al

parecer, hasta una parte de ellas fueron adquiridos por dichos indígenas mediante la

compra por una determinada cantidad en pesos oro a las autoridades virreinales.143

Los indígenas suchitlecos aseguraban que sus títulos de propiedad comunal se

emitieron según decreto del 23 de febrero de 1781, por parte del poder virreinal

novohispano. Al menos esto sostenían los indígenas, aunque tal disposición no

apareció en los archivos gubernamentales ni en la obra Legislación Mexicana

elaborada por Dublán y Lozano donde se asentaron una gran cantidad de Reales

Cédulas no recopiladas en los referidos acervos oficiales.144

Ante este hecho, la existencia o no de títulos de propiedad queda como una

duda difícilmente solventada por la carencia de información. Posiblemente, al

compartir la posesión de las tierras con la población de Comala, los títulos de

propiedad se hubieran emitido a nombre de ésta última comunidad. Es necesario

143 Dicha referencia esta tomada del Oficio Nº 30 de Juan N. Santana, Prefecto Político de Villa de Álvarez, al Secretario de Gobierno del Estado de Colima, Villa de Álvarez, 17 de febrero de 1887; en AHEC, Año 1887. 144 Véase: Expediente donde los indígenas del pueblo y Cofradía de Suchitlán piden les sean entregados y repartidos sus terrenos que fueron de la extinguida comunidad de dicho pueblo; en AHEC, Caja 590, Sección A, No. 7, Año 1892.

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señalar que la falta de títulos no impedía que las comunidades indígenas gozaran del

usufructo y posesión de las tierras. A pesar de este aspecto aceptado socialmente,

en lo referente al aprovechamiento de la tierra, el derecho consuetudinario no fue un

argumento de peso que bastara para defender la propiedad en el siglo XIX.

A la vez, junto a la capacidad para nombrar sus propias autoridades y

administrar sus bienes, otra implementación económica de tipo paternalista fue la

creación de las cajas de comunidad, en las que se guardaba el dinero de los

integrantes de la población, evitando que las autoridades de la república hicieran mal

uso de éste; el fondo de las cajas se constituía con la contribución de todos los

habitantes y servía para sufragar gastos de hospitales y colegios, así como para las

actividades religiosas.145

A pesar de todas estas medidas proteccionistas, por diversas situaciones los

fundos de los pueblos no constaban del mínimo legal que les había sido otorgado.

No obstante que las Ordenanzas Reales prohibían el establecimiento de españoles u

otras castas en las repúblicas de indios, así como la apropiación de tierras

pertenecientes al fundo legal de la comunidad, muchos de estos poblados indígenas

fueron perdiendo sus tierras por diversas situaciones.

Fenómeno que no era nada nuevo, sino que se remontaba hasta fines del

siglo XVI; como hecho particular destaca un caso ocurrido en 1590, cuando Andrés

López, indio natural de Suchitlán, entabló un juicio por intermediación de don Luis

Velasco, para defender sus tierras y árboles frutales, las cuales había heredado de

sus padres y abuelos, mismas que ya eran codiciadas por extraños a la

comunidad.146

Así mismo, las repúblicas de indios sufrieron invasiones constantes por parte

de los grandes hacendados de la región. Esta expansión continua sobre las tierras

comunales era resultado de la práctica de una economía productiva basada en la

agricultura extensiva y la ganadería que ocupaba grandes porciones de pastizales.

145 José Lameiras Olvera, El Tuxpan de Jalisco. Una identidad danzante, Zamora, Michoacán, México, El Colegio de Michoacán, 1990, p. 71. 146AGN, Fondo Indios, Volumen 3, Expediente 82, Foja 20, Año 1590.

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Ante esta situación, la economía indígena se orientó a producir lo necesario

para su sobrevivencia y reproducción social, a través de una producción para su

consumo y para el intercambio, al igual que se orientó a producir excedentes para el

pago de los tributos a la Corona. Por esta razón, la Corona siempre trató de que las

comunidades indígenas conservaran la tierra; hasta el siglo XVII el tributo se cobró

en especie, ya fuera materia prima o productos elaborados, pero posteriormente se

cambió por un pago en moneda, ya que este permitía al gobierno español tener

mayor liquidez. A pesar de que para el siglo XVIII este tributo recaudado debería

hacerse ya en moneda, es frecuente encontrar poblados de la región que siguieron

tributando en especie.

Se ha visto, a grandes rasgos, como estaba integrada la sociedad en esta

pequeña región, conformada básicamente por una minoría oligárquica compuesta

por españoles y criollos, que controlaba la economía regional sustentada en la

agricultura y la ganadería, y una inmensa mayoría de grupos indígenas campesinos

que conformaban una sociedad integrada por actores colectivos (familias, grupos de

parentesco, barrios y comunidades enteras).

Este último grupo se encontraba fuertemente cohesionado a través de su

identidad étnica y el acceso a la tierra por medio de la propiedad comunal, cuyo

acceso igualitario se aseguraba mediante el estatuto jurídico que lo reconocía como

pueblo o república de indios. Este acceso a la tierra permitió a los indígenas

conservar una relativa independencia con respecto a los grandes terratenientes o

hacendados, al igual que mantener sus instituciones tradicionales propias, durante la

mayor parte del período colonial.

Sin embargo, desde las primeras décadas del siglo XVIII se empezó a gestar

una nueva tendencia que difícilmente les permitiría conservar sus tierras y su relativa

autonomía, la cual, en términos generales, afectó a la totalidad de la sociedad

novohispana; proceso que, necesariamente, se tiene que ligar a tendencias surgidas

en torno a círculos político-económicos mayores, que tuvieron como centro a la

Corona española en la metrópoli, mismo que generó tensiones y contradicciones

diversas que se manifestaron a través de diferentes expresiones.

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Finalmente, al fijar la vista sobre el papel de los indígenas en la vida colonial

colimense, las relaciones de trabajo no pueden dibujarse con toda nitidez debido a la

ausencia de datos e investigaciones sobre el particular, así que es difícil precisar la

vigencia de la afirmación de John Coastworth referente a que, aunado a que los

pueblos indígenas novohispanos poseían sus propias tierras, lo que los ataba a las

mismas: “La geografía, la cultura y la falta de comunicación limitaban más aún la

movilidad de los indígenas. La mayoría de los indígenas de los pueblos trabajaban

por temporadas en las grandes haciendas que quedaban en las inmediaciones de

sus hogares”.147

Contrastar lo anterior en el espacio de Colima no es una tarea que

de momento se resuelva satisfactoriamente, pero es difícil pensar en una economía y

relaciones sociales circunscritas al interior de su comunidad. Aunque esto no rebasa

el nivel de una intuición.

147 John Coatsworth, Orígenes..., 1998, p.102.

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III PUEBLOS Y COMUNIDADES INDÍGENAS DE COMALA DURANTE EL

SIGLO XIX

Ha sido difícil localizar información que de cuenta de la evolución poblacional

indígena en Colima durante las primeras décadas de la vida independiente de la

nación. Los pocos datos existentes, ya manejados en el apartado anterior, se ubican

para mediados de la segunda década del siglo XIX, cuando este territorio se

encontraba todavía bajo la hegemonía española. En los documentos se señala la

existencia de siete pueblos indígenas (Almoloyan, Comala, Suchitlán, Zacualpan,

Juluapan, Quizalapa y Coquimatlán) donde existían 579 indígenas varones

tributarios, de los cuales 388 eran casados y 30 viudos, lo que habla de la existencia

de alrededor de 400 familias indígenas. En realidad el número era mayor, pues

existían más asentamientos indígenas no incorporados en la estadística aludida;

como ejemplos destacan en la zona sureste Ixtlahuacán, Cautlán, Tamala y

Tecomán, entre otros.148

Con todo y eso, los años y décadas siguientes son un verdadero enigma sobre

la evolución de la composición poblacional en estas tierras. Nuevos indicadores

sobre este asunto se localizan hasta ya entrada la segunda mitad de ese siglo.

Según estadísticas nacionales de Hacienda, para el año de 1853, Colima contaba

con una ciudad, una villa, 13 pueblos, 7 congregaciones, 28 haciendas y 38 ranchos

o rancherías. Todos estos asentamientos poblacionales estaban distribuidos en un

territorio colimense compuesto por 607 leguas cuadradas, dentro de las cuales

existía una población de 62,109 habitantes, arrojando un promedio de 79 habitantes

por legua cuadrada. Lo antes señalado no dice mucho sino se le contrasta con lo

Así que, estos datos, si bien brindan ciertas luces sobre el

panorama poblacional y la vida indígena en Colima durante la primera mitad del siglo

XIX, deben ser tomados con muchas reservas.

148 Al respecto véase: Padrones de Indios; en AHMC, Sección D, Caja 27, Posición 1, Expediente 37.

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que se presentaba en otras partes de la nación mexicana. Baste mencionar que, por

orden de importancia en función del porcentaje de la población relativa, Colima

ocupaba el lugar número diez dentro de los 28 estados de la nación. Incluso, en

estos mismos términos porcentuales, estaba colocado por arriba de estados de una

composición eminentemente indígena como Chiapas, el cual contaba con una

población de 167,472 habitantes distribuidos en 2,598 leguas, lo que arrojaba un

promedio de 64 habitantes por legua cuadrada,149

Sin embargo, por la ausencia de información, no es posible establecer la

proporción de población indígena en esos poco más de 60 mil habitantes de Colima,

como tampoco se pueden esclarecer otros aspectos cuantitativos de su vida social.

Si bien, estas cifras generales no se pueden fijar, existen datos particulares sobre las

congregaciones indígenas del norte de Colima, que dan pautas para explicarse el

problema que se ha trazado esta investigación.

lejos de los 79 habitantes por

legua con que contaba el territorio colimense.

1.- TIERRAS INDÍGENAS: ENTRE POSESIONES ANCESTRALES Y ASECHANZAS EXTERNAS

A mediados de la segunda década del siglo XIX, Suchitlán estaba constituido

en el principal centro de asentamiento de población indígena de Colima, al menos así

lo deja ver el ya citado padrón levantado en 1816 en siete comunidades existentes

en este territorio. El registro de indígenas varones aptos para trabajar y cuyas

edades oscilaba entre los 16 y 60 años alcanzó el número de 166, de los cuales 108

eran casados, 44 solteros y 12 viudos. Las poblaciones que se le acercaban eran

Comala y Coquimatlán, que contaban respectivamente con 116 y 106 hombres en

edad laboral. Si tomamos en cuenta a todos los varones mayores (incluidos los que

contaban con una edad superior a 60 años e inválidos), la distribución porcentual de

la población indígena en estos asentamientos era el siguiente: 149 Manuel Sílice, Memoria de la Secretaría de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización, Industria y Comercio de la República Mexicana, México, Imprenta Vicente García Torres, 1857, p. 22; localizada en: Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaria de Hacienda y Crédito Público, Hemeroteca (en adelante BMLT), Fondo Reservado de Revistas. Localización: RFH-M553.

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Cuadro Nº 5. Padrón de indígenas colimenses (1816)

PUEBLO HOMBRES %

Suchitlán 171 27.71

Comala 121 19.61

Coquimatlán 117 18.96

Almoloyan 70 11.34

Juluapan 59 9.56

Zacualpan 58 9.40

Quizalapa 18 2.91

TOTAL 617 100%

__________________________________________________________________________

FUENTE: Padrón de indios de los pueblos de Suchitlán, Comala, Coquimatlán, Almoloyan, Juluapan, Zacoalpan y Quizalapa del año de 1816; en AHMC, Sección D, Caja 27, Posición 1, Expediente 37.

Por otro lado, si bien los orígenes de Suchitlán se remontan a la época

precortesiana, durante el período colonial siguió contando con tierras comunales

para el sustento de la población, situación en la que se desarrolló durante la primera

mitad del siglo XIX. No obstante, una fuente de 1830 ya mencionaba que sus vecinos

no tenían tierras suficientes para sus plantíos.150

A fin de formarse una idea sobre la relación de los suchitlecos con la tierra,

conviene resaltar algunos datos que denotan las actividades productivas

prevalecientes en su interior. A mediados del siglo XIX (en 1849, para ser más

puntual), Suchitlán contaba con 965 habitantes, agrupados en aproximadamente 240

familias. Aparte de algunos hogares donde la cabeza era una mujer viuda o

simplemente soltera, así como en dos hogares donde los padres de familia estaban

impedidos físicamente y otro donde se encontraba ausente, los jefes de familia

varones se dedicaban a las siguientes actividades económicas:

150 Ignacio Ochoa, “Análisis estadístico del territorio de Colima de 1829”, documento publicado por Margarita Nettel Ross (antología, introducción y notas), Noticias históricas y estadísticas de Colima en el siglo XIX, México, Universidad de Colima – Gobierno del Estado – CNCA, 1994 (Col. Documentos Colimenses, Nº 4), p. 6.

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Cuadro Nº 6. Ocupación de los indígenas varones de Suchitlán en 1849

OCUPACIONES CANTIDAD PORCENTAJE

Labrador 86 39.81

Jornalero 59 27.31

Chiquihuitero 36 16.66

Equipalero 24 11.11

Batellero 5 2.31

Cochero 3 1.38

Artesano 2 0.92

Empleado 1 0.46

TOTAL 216

__________________________________________________________________

FUENTE: Padrón de los habitantes de Suchitlán; en AHEC, Caja 89, Sección A, No. 14, Año 1849. 151

151 El término labrador debe definirse en función de las situaciones sociales e históricas con fue usado dicho vocablo, ya que si se utiliza de manera muy genérica puede dar pie a englobar un conjunto de figuras del mundo rural. Por ejemplo, en la España del siglo XVIII, el labrador era un propietario rural acomodado que trabajaba sólo para él mismo, que poseía animales de labranza y contrataba jornaleros. Aún más, en la literatura española de esos años, el labrador es colocado junto al comerciante y otras profesiones liberales, como parte de un selecto grupo de ocupaciones útiles a la nación y al Estado, las cuales poseen como cualidades la laboriosidad, austeridad y honradez; incluso al labrador se le muestra como víctima del antiguo régimen. Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes (Dirs.), Diccionario político y social del siglo XIX español, Madrid, Alianza Editorial, 2002, pp. 403-407.

Mientras que en el caso de México, en las estadísticas sociales del siglo XIX, es común que se establezca una diferencia entre agricultor, por un lado, y en otro rubro se coloque el vocablo clasificatorio de peón o jornalero, lo cual agrupa a la población rural no acomodada. Específicamente, los labradores se enmarcaban como pobladores rurales que todavía vivían encerrados en el sistema comunal o que laboraban en pequeñas parcelas de las que eran posesionarios. François-Xavier Guerra, “La población rural. La trampa de los términos y las cifras” (Anexo), México: del Antiguo Régimen a la Revolución, México, FCE, 20ª Edición, Tomo 2, 1991, pp. 474-476. En lo que toca al uso de este concepto, en las estadísticas de Suchitlán de 1849, como su orientación fue clasificarlos por su actividad principal y estaba aplicado a un grupo social que poseía una fuerte

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Para este año de 1849, de las cerca de 240 familias establecidas en Suchitlán,

220 cabezas de familia eran netamente indígenas, las cuales se encontraban

distribuidas en dos secciones.152 De los datos del cuadro anterior, destaca que

durante este período el porcentaje de labradores que conservaban sus tierras era del

39%, con un número relativamente significativo de jornaleros del 27%, mientras que

el resto de la población estaba dedicado a actividades de tipo artesanal como

equipaleros, artesanos y batelleros.153

Es difícil dilucidar si los indígenas referidos como peones o jornaleros, habían

perdido sus tierras, o si sólo era ésta una actividad temporal, realizada en la época

en que la población no estaba dedicada a la siembra y cosecha. En referencia a este

aspecto, con el cual ha polemizando François Xavier Guerra, el historiador austriaco

Friedrich Katz apunta que de cualquier modo es indiscutible que una gran parte de la

población se encontraba en proceso de pérdida de la tierra,

Estas últimas actividades eran factibles por la

existencia de los terrenos comunales de monte, de donde se obtenían las materias

primas para la elaboración de dichos productos, muchos de los cuales eran

trasladados por los mismos indígenas para su venta en Comala.

154

tradición comunal, el término no se limitó a agrupar a quienes tenían una propiedad poco significativa, sino a pobladores que explotaban terrenos de propiedad comunal.

aunque tampoco

puede descartarse por completo el que estos peones y artesanos no hayan tenido

tierra y por eso salían en busca de trabajo o a buscar sustento mediante la venta de

productos. De ser así, dicha insuficiencia de terrenos explotables se resolvió

mediante su desempeño en tres actividades: cultivo de tierras, venta estacional de su

fuerza de trabajo y fabricación de productos y artesanías. Además de acostumbrarse

el cultivo de frutas con las cuales completaban su dieta y el ingreso familiar.

152 Padrón de los habitantes de Suchitlán; en AHEC, Caja 89, Sección A, No. 14, Año 1849. Probablemente las dos secciones a las que se refiere el censo estén marcadas por el paso del camino real. 153 Batellero es aquella persona que se dedica a elaborar el bate, bebida preparada con la semilla de chan o chía gorda. 154 Friedrich Katz, La servidumbre agraria en México en la época porfiriana, México, Era, 1995. Cfr. Fraçois-Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la Revolución, México, FEC, 20ª Ed., (2 tomos), 1991.

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En estas actividades trabajaba prácticamente toda la familia.155

Sin embargo, esta población que combinaba la explotación colectiva de sus

tierras con las labores artesanales e incluso con la contratación temporal de su mano

de obra, no sufrió alteraciones significativas en su vida productiva, pese a que el

proceso de pérdida de dichas tierras inició durante la colonia con las Reformas

Borbónicas y fue acelerado durante la etapa independiente. La situación se tornó

distinta a partir de la segunda mitad del siglo XIX, como resultado de la expedición de

la Ley Lerdo de Desamortización del 25 de junio de 1856 y el artículo 27 de la

Constitución de 1857, que incorporaba la ley anterior y la ampliaba con la afectación

de los ejidos y tierras comunales.

De hecho, la

recolección y limpieza de la chía gorda silvestre, con la que se elaboraba el bate, fue

una actividad llevada a cabo por las mujeres y niños pequeños, mientras que la venta

de la bebida la realizaban los hombres (batelleros). Las mujeres también se

encargaban del cuidado de las huertas familiares, al igual que los niños recolectaban

leña del monte o participaban en algunas de las faenas agrícolas.

156

2.- LOS EFECTOS DE LA LEY LERDO Y MEDIDAS POSTERIORES EN TIERRAS INDÍGENAS

Pese a que la existencia de disposiciones en materia de reordenación agraria

hacia los indígenas no era nueva,157

155 A pesar de que las fuentes, por lo general, no hablan de la participación femenina en las tareas económicas, es posible inferirlo al observar sus actividades actuales al interior de los grupos tradicionales.

y a que las medidas anteriores habían

156 Jean Meyer, “La Ley Lerdo y la desamortización de las comunidades en Jalisco”, en Pedro Carrasco et al (Coords.), La Sociedad Indígena en el Centro y Occidente de México, Zamora, Michoacán, México, El Colegio de Michoacán, p. 194-195. 157 La disposición más antigua en la materia fue dictada por el emperador Carlos V, en Cigales, el 21 de marzo de 1551, reproducida después por el Rey Felipe II. En ella se mandaba a los Virreyes, Presidentes de las Audiencias y Gobernadores de la Nueva España que “…con mucha templanza y moderación ejecuten la reducción de los indios, empleando la mayor suavidad y dulzura, para que viendo ellos el buen tratamiento y amparo de los ya reducidos, acudan a ofrecerse de su propia voluntad”. En 1º de diciembre de 1573 fue dictada la Real Cédula en la que se dispuso que en los sitios en que hubieran de formarse pueblos y reducciones, tuviesen “…comodidad y agua, tierras y montes, entradas y salidas, labranzas y un ejido de una legua de largo”, donde los indios podían tener su ganado sin que se revolvieran con el de los españoles. Por la ordenanza del Márquez de Falcés,

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preservado la propiedad indígena,158 la denominada “Ley Lerdo” generó significativos

cambios en la propiedad rústica y urbana del país adjudicando en propiedad bienes

inmuebles que tenían en arrendamiento corporaciones civiles y religiosas.159

de 26 de mayo de 1567, reformada por Cédula de 12 de julio de 1695, se fijó la extensión del fundo legal de los pueblos, en un cuadrado de 1200 varas por cada lado, o sea 600 varas para cada viento, contadas sirviendo de centro la cruz de la iglesia. Así, quedó dispuesto que por fundo y ejido tuviese cada pueblo esos dos cuadros concéntricos, cuya máxima extensión superficial era de una legua cuadrada, es decir, 1775 hectáreas 61 áreas, según el más moderno sistema de medición. Al respecto véase, Cesáreo L. González, Reintegración del Fundo y del Ejido, Guadalajara, Imprenta y Librería Religiosa de S. R. Velasco y Cía., 1913, en Jesús Silva Herzog (Dir.) La cuestión de la Tierra, 1913-1914, México, Instituto Mexicano de Investigaciones Económicas, (Colección de Folletos para la Historia de la Revolución Mexicana), 1961, p. 100. De acuerdo con Robert Knowlton, todavía para mediados del siglo XIX, las tierras de los pueblos se conformaban por: el fundo legal, donde se desplantaban las casas y la iglesia; los propios, consistentes en terrenos para rentar, cuyos ingresos se destinaban a los gastos comunales; tierras de común repartimiento, que pertenecían al pueblo y eran repartidas entre sus integrantes; ejidos, los cuales comprendían bosques y pastos. Robert J. Knowlton, “La individualización de la propiedad corporativa civil en el siglo XIX”, Los pueblos indios y las comunidades, Bernardo García M. (Comp.), México, El Colegio de México, (Col. Lecturas de Historia Mexicana, No. 2), 1991, p. 184.

Producto de dicha medida, al finalizar el año de 1856 el valor total de las fincas

desamortizadas superaba los 23 millones de pesos. En lo que se refiere al entonces

territorio de Colima, en esas mismas fechas el valor total de las propiedades que se

involucraron en ese proceso alcanzó la cifra de $105,790.30, producto de 302

adjudicaciones a particulares. Estos números contrastan con lo ocurrido en estados

vecinos, ya que en Michoacán ocurrieron 316 adjudicaciones de bienes que arrojaron

$935,481.44; mientras que, en Jalisco, las propiedades que cambiaron de dueño

158 Por ejemplo, en 1781, el virrey D. Martín de Mayorga, ordenó lo siguiente: “se manda que por ningún caso, ni pretexto, se ejecuten ventas, préstamos, empeño, arrendamientos, ni otro género de enajenación de tierras de indios, no sólo de aquellas que por de comunidades se les repartan para el laudable y piadoso destino de su habitación, beneficio y cultura, sino también de aquellas que han adquirido y adquieran como propias, por título de herencia, donación y otras adquisiciones de sus antepasados, entendiéndose dicha prohibición aún entre los mismos indios, de unos a otros y con especialidad a los españoles. Cesáreo L. González, Reintegración…, pp. 100-101. 159 El decreto de desamortización de las tierras propiedad de las corporaciones, además de movilizar la propiedad y crear ciudadanos autónomos con intereses que defender, o sea, propietarios privados, contenía otros elementos de naturaleza cultural y simbólica. Con la desamortización de todos los bienes corporativos se puso a disposición de las autoridades nacionales y de los gobiernos de los estados, un espacio republicano para su uso exclusivo: un espacio neutral desde el punto de vista religioso, liberado de la competencia con otras fuentes de legitimidad, de sacralización y de identidad, disponible para la presencia exclusiva de los símbolos de la identidad nacional y republicana. Así, la expropiación de bienes corporativos, para la parte más tradicional de la sociedad, fue una expropiación de su espacio cultural. Annick Lempérière, “De la república corporativa a la nación moderna. México (1821-1860)”, en Inventando la nación… pp. 344-345.

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fueron menos que las de Colima, pues sumaron la cantidad de 237, pero su valor fue

mayor al alcanzar el monto de $820,554.16.160

Si se particulariza en las cifras del caso colimense, se encuentra que 299

adjudicaciones de bienes arrojaron un valor de $34,456.98, contrastando con tres

propiedades cuya cifra conjunta fue de $71,333.32; este último monto representaba

el 67.4% del valor total de las operaciones de desamortización realizadas en suelo

colimense. De estas tres, dos eran propiedades rústicas y la otra una propiedad

urbana. Los adquirientes fueron Antonio Gamiochipi, quien compró un terreno y una

hacienda, valuados en $28,333.00; al igual que María del Refugio Ochoa, quien se

convirtió en propietaria de otra hacienda con valor de 43 mil pesos. Las tres

propiedades se le segregaron a la orden que sostenía el convento de la Merced.

161

Por otra parte, si se contrasta los dos grupos de cifras y montos manejados,

parece notorio que la inmensa mayoría de las propiedades adjudicadas tenían un

valor inferior a 10 mil pesos, y es de suponerse que gran parte de esas 299, eran

propiedades que apenas sumaban decenas o cientos de pesos, lo que indicaría que

existió una movilidad de la pequeña propiedad o de tierras comunales de tipo rústico,

éstas últimas en antigua posesión de pobladores indígenas.

Pero es claro que, dicha aseveración, requiere su corroboración respectiva

para superar su carácter especulativo. Existen indicadores de que desde fechas

tempranas –tan sólo cuatro meses después de decretada la Ley Lerdo– la propiedad

comunal en el oriente y sur de Colima presentó visos de modificación, ya que se

efectuaron operaciones de compraventa en Ixtlahuacán, Tamala, Cautlán y

Tecomán, lo que implicaría que desde el momento mismo en que se aplicaron las

reformas de tipo liberal en el agro colimense, los efectos se empezaron a sentir.

Esta zona fue la primera en experimentar dicho fenómeno. Por ejemplo,

durante la última semana de octubre de 1856, la comunidad indígena de Ixtlahuacán

160 Todas las cifras manejadas fueron extraídas de Jan Bazant, “La desamortización de los bienes corporativos en 1856”, Problemas agrarios y propiedad en México, siglos XVIII y XIX, Margarita Menegus Bornemann (Comp.), México, El Colegio de México, 1995, (Colección Lecturas de Historia Mexicana, Nº 11), pp. 101-120. 161 Ibíd.

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vendió cuatro terrenos de varios sitios de ganado mayor que se extendían hasta el

mar, compuestos por tierras de labranza, agostadero y pozos salineros. Entre estos

movimientos se puede puntualizar en la venta realizada a E. Salvador Vela por

Francisco Hernández, juez de esta comunidad indígena, de un terreno en la cantidad

de $2,500.00; además, Ixtlahuacán también vendió a Pedro Máximo salinas y

terrenos situados en el pueblo a $3,000.00, a pagarse en un lapso de nueve años. El

terreno se calculaba en dos y medio sitios de ganado mayor, con montes propios

sólo para agostadero, algunas labores de humedad y temporal; las salinas

comprendían pequeñas partes de Cuyutlán y Carrizalillo. Una venta similar se realizó

a favor de Justino Torres, en la cantidad de $2,500.00 a pagarse en el mismo lapso

de años; las salinas cedidas eran el Carrizal y la Manzanilla, cuya propiedad lindaba

con el terreno vendido a Pedro Máximo. Otra venta en las mismas condiciones se

efectuó en beneficio de Encarnación Torres, por la cantidad de $2,500.00. Estas

operaciones sumaron un ingreso de $10,500. 00, pagadero a varios años.162

Si esto ocurrió en un lapso tan corto y en una comunidad, la dimensión que

adquirió a nivel estatal debió tener números exponenciales. Algunos otros casos se

localizan en la comunidad de Tamala, que en esos mismos días vendió una pequeña

porción de sus terrenos a José María Marín en la cantidad de $450.00; dicho terreno

estaba situado en medio de las tierras comunales de los pueblos de Ixtlahuacán y

Cautlán, así como limitante con la hacienda de Tecolapa.

163 Mientras que, entre

pleno día de los fieles difuntos y el siguiente, don Liberato Maldonado, apoderado

general de la comunidad de Tecomán, vendió tres terrenos por un monto de $833.00

cada uno, con un rédito del 6% anual.164

En el mismo marco de la ley y el reglamento del 25 de junio de 1856, casi un

mes después, la comunidad de Santa Ana Cautlán vendió a Isidoro y Juan José Luna

Uno de los terrenos fue adquirido por Juan

Miguel Ángel, un indígena de este mismo poblado, y los dos restantes por mestizos.

162 Dichas operaciones mercantiles se encuentran en Archivo del Registro Público de la Propiedad y del Comercio (en adelante ARPPC), Registro de Hipotecas, Libro 3 (1º de febrero al 29 de diciembre de 1856), Ff. 60-68. 163 Véase ARPPC, Registro de Hipotecas, Libro 3 (1º de febrero al 29 de diciembre de 1856), F. 70. 164 Ibíd., Ff. 71-72.

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dos terrenos en poco menos de 600 pesos pagaderos a 5% y 6% anual, teniendo tan

solo el terreno de Isidoro Luna la extensión de un sitio de ganado mayor.165

Al margen de lo anterior, parece que, con todo y la aplicación de estas

acciones mercantiles sobre la propiedad comunal, si se toma el panorama en

conjunto, las comunidades indígenas no sufrieron una dislocación en su orden

interno ni una mutación significativa en sus áreas constitutivas, aunque no puede

dejar de subrayarse que sí se presentaron afectaciones y fisuras que se agravarían

con el paso de los años, una vez que se superaron los agudos conflictos que se

desencadenaron entre conservadores y liberales, con el triunfo armado de este

último bando.

No obstante, dejando de lado los conflictos bélicos y la profunda inestabilidad

ocurrida a lo largo y ancho del país a mediados del siglo XIX, para limitarse a la

aplicación de las medidas de recomposición de la propiedad rural a raíz de la

comúnmente conocida Ley Lerdo, destaca que la instrumentación de dicha

disposición corrió a la par con el reparto de tierras a los pueblos, ley ya enunciada y

retenida en años anteriores pero restablecida en agosto de 1856. Aún más, la

ejecución de dicho reparto no se desarrolló con la misma dinámica en los distintos

estados de la nación. Por ejemplo, mientras que en el estado de México y el área

central del país desde el mismo año de 1856 numerosos pueblos perdieron

importantes porciones de tierras que auspiciaron inmediatas resistencias violentas,166

en otras partes del territorio nacional, como sería el caso de Michoacán, este reparto

se empezó a operar hasta finales de la séptima década de ese siglo;167

165 Esta operación de compraventa se efectuó el 1º de diciembre de 1856; al respecto véase Ibíd., Ff. 140-141.

distinto fue

el caso de Colima donde el reparto se efectuó con más celeridad. Sobre este asunto,

vale la pena detenerse un poco.

166 Al respecto véase: T. G. Powell, El liberalismo y el campesinado en el centro de México (1850-1876), México, SEP, (Col. Sep-Setentas), 1974, pp. 82 y ss. 167 Sobre este particular véase Robert J. Knowlton “La división de tierras de los pueblos durante el siglo XIX: el caso de Michoacán”, Problemas agrarios y propiedad en México, siglos XVIII y XIX, Margarita Menegus Bornemann (Comp.), México, El Colegio de México, (Col Lecturas de Historia Mexicana, No. 11), 1995, pp. 124-126.

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107

En lo que se refiere al poblado de Suchitlán, después del año de 1857, fecha

cuando –en parte– obtuvo la distribución de terrenos comunales, sus tierras fueron

diezmadas paulatinamente por las haciendas vecinas, por el procedimiento de la

simple ocupación o la venta obligada de pequeños lotes. Una primera tentativa

ocurrió el mismo año de 1857, cuando el administrador de la hacienda de Nogueras,

utilizando un intermediario, les compró el potrero de Loma Alta, en la cantidad de

2,500 pesos. Pero una vez que los indígenas se dieron cuenta quien estaba detrás

de la compra, dieron marcha atrás en la operación y lograron la restitución de su

terreno.168

La Ley Lerdo se convirtió en el marco legal para esta acción de compra y las

venideras. Dicha disposición legal, se estableció en estos años para facilitar el

movimiento o libre circulación de la propiedad raíz nacional y superar los obstáculos

que el régimen de las corporaciones establecía sobre la tierra. Esta ley establecía

que todas las fincas rústicas y urbanas que tenían o administraban como propietarios

las corporaciones civiles o eclesiásticas de la república, se adjudicarían en propiedad

a los que las tenían arrendadas. La misma adjudicación se haría a los que tenían a

censo enfitéutico fincas rústicas o urbanas de corporación. Asimismo, tanto las fincas

urbanas como las rústicas que no estaban arrendadas a la fecha de publicación de la

ley, se adjudicarían al mejor postor, en almoneda celebrada para tal caso ante la

primera autoridad política del partido.

Esta retractación fue para que sus “sucesores” no los culparan por la

pérdida de los bienes de la comunidad.

169

Por corporaciones se entendía a todas las comunidades religiosas de ambos

sexos, cofradías y archicofradías, congregaciones, hermandades, parroquias,

ayuntamientos, colegios y, en general, todo establecimiento o fundación que tuviera

el carácter de duración perpetua o indefinida. La comunidad indígena de Suchitlán

estaba colocada dentro de dicha categoría y, por tanto, sujeta a los contenidos de

168 Tomado de Julia Preciado, Agraristas…, 2002, pp. 218 y 219. 169 Desamortización de fincas rústicas y urbanas de propiedad de corporaciones civiles y religiosas. 25 de junio de 1856. Esa ley, conocida como la Ley Lerdo, se puede consultar en: Jesús Silva Herzog, De la historia de México, 1810-1938. Documentos fundamentales, ensayos y opiniones, México, Siglo XXI, (2ª Edición), 1984, pp. 70-78.

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dicha ley que, según los liberales mexicanos, generaría prosperidad y

engrandecimiento para la patria.

Dentro de las ideas liberales del siglo XIX, en las que las comunidades

indígenas representaban el atraso y lo diferente dentro del conjunto nacional, la

propiedad de tipo comunal siempre se consideró como algo antinatural; de esta

manera, si el “indio” se definía por su identidad étnico-cultural y en relación a su

membresía con una comunidad, la cual estaba sustentada en este tipo de tenencia

de la tierra, al hacer propietarios a los indígenas, se buscaba convertirlos en

ciudadanos e integrarlos al “progreso”. Por otro lado, al alentar la pequeña propiedad

se lograría activar la economía, mediante la libre circulación de bienes y capitales, ya

fueran de la Iglesia o, incluso, de estas comunidades.

Como se vio con anterioridad, la población de Suchitlán, era muy similar a la

de otras comunidades indígenas colimenses; dicha congregación contaba con un

origen muy antiguo, siendo de los primeros lugares poblados de la región, ya

consignado desde fechas tempranas a los tiempos de la conquista. Por consiguiente,

tenía en posesión tierras de comunidad, disfrutadas por todos de manera colectiva e

independiente, amparadas por el derecho consuetudinario.

Mientras que los vecinos de Suchitlán codiciaban sus tierras y alistaban sus

uñas para dar el zarpazo, los indígenas suchitlecos continuaban con sus pautas

tradicionales de vida. Al tiempo que explotaban comunalmente sus tierras, ayudados

por los afluentes de donde tomaban el agua necesaria para los regadíos (previo pago

de cuota a las autoridades de Comala), los indígenas de Suchitlán, y del municipio de

Comala en general, se dedicaron a otras actividades para su sustento, entre ellas el

emplearse a cambio de un jornal. Una de sus áreas de contratación fueron los valles

colimenses y, particularmente, las zonas costeras.

Un ejemplo de lo anterior se pone de manifiesto en los oficios que recibieron

los alcaldes de Suchitlán y Comala a principios de 1861, donde se les comunicaba

que debido a la necesidad de trabajadores para la rehabilitación del camino que

comunicaba a la ciudad de Colima con el puerto de Manzanillo, deberían enviar

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inmediatamente a jornaleros de sus comunidades para que cubrieran esa actividad.

Para reclutar a dichos trabajadores, las autoridades enviaron un enganchador, quien

pagaría a cada uno la cantidad de tres reales diarios desde el día que éstos salieran

de sus hogares.170

Pero estas disposiciones eran poca cosa ante lo que se avecinaba. Una vez

desaparecidas legalmente las comunidades en el año de 1857, y dispuesto el reparto

de aquellos bienes comunales, los indígenas de este lugar, como los de muchas

partes, ignorando el alcance de aquellas leyes sobre la materia y desconociendo la

necesaria tramitación para el reparto, siguieron poseyendo en común algunas tierras,

en tanto que otras, con pretextos de linderos o de litigios de toda especie les fueron

arrebatadas de mala fe por los colindantes. La comunidad de Suchitlán nada pudo

hacer para impedirlo por carecer de personalidad jurídica.

Este régimen de trabajo tiene algún símil con sistemas de trabajo

que databan de la colonia, como el repartimiento.

Respecto a la modificación de la propiedad de la tierra en las comunidades

indígenas, en el norte de Colima el reparto de las mismas comenzó con las de la

comunidad de indígenas del pueblo de Comala, en el año de 1864, en cuyo caso

parece que se respetó la parte del fundo legal de dicho poblado; además, sus

habitantes continuaron haciendo uso de las aguas de los ríos Suchitlán, San Juan y

de Moreno para el abastecimiento de sus pobladores.171

En el caso de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán, después de 1857 se procedió

a la distribución de tierras comunales.

172 En 1863 se inició el reparto en Suchitlán,

entre los diversos jefes de familia; sin embargo, una fuente de 1830 ya mencionaba

que sus vecinos no tenían tierras suficientes para sus plantíos.173

170 Oficio a los alcaldes de Suchitlán y Comala, Colima, 10 de enero de 1861; en AHEC, Caja 471, Sección A, No. 8, Año 1884.

171 El Presidente Municipal de Comala al Secretario de Gobierno, Comala, 23 de abril de 1912; en AHEC, Caja 817, Sección A, No. 20, Año 1912. 172 Oficio de la Comisión Local Agraria al Gobernador del Estado, Colima, 23 de noviembre de 1917; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 173 Ignacio Ochoa, “Análisis estadístico del territorio de Colima de 1829”, documento publicado por Margarita Nettel Ross (antología, introducción y notas), Noticias históricas y estadísticas de Colima en el siglo XIX, México, Universidad de Colima – Gobierno del Estado – CNCA, 1994 (Documentos Colimenses, Nº 4), p. 6.

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En 1868, Suchitlán contaba todavía con 80 fanegas de tierra, las cuales tenían

un valor catastral de 2,000 pesos, siendo el más cotizado de los predios indígenas

del municipio de Comala. El poblado citado, carecía ya del monte comunal y

dedicaba sólo 12 fanegas para cultivo y las otras 68 para pastos, donde se

mantenían 200 cabezas de ganado vacuno.174

Si se toma en consideración la extensión de tierra cultivada, en comparación

con la extensión total, se observa que en realidad sólo se cultivaban unas pocas

hectáreas por familia, es decir, lo mínimo para una economía de autoconsumo. Lo

anterior queda confirmado por el tipo de cultígenos, maíz y fríjol, y su producción

mínima de 480 y 96 fanegas respectivamente; estos cultivos, que formaban la parte

básica de la dieta indígena, fueron complementados con frutales como el aguacate,

el mamey y diferentes variedades de plátanos.

175

El hecho de que un alto porcentaje de las tierras indígenas permaneciera sin

cultivar, se debía a la calidad de los suelos que componían estos terrenos, además

de la falta de recursos y animales de tracción. Este aspecto pudo haber facilitado el

despojo que, años más tarde, sufrieron por parte de los grandes hacendados que sí

contaban con la tecnología adecuada para dar rendimiento a estos terrenos de

monte.

176

174 Estadística de la agricultura comprendida dentro de la municipalidad de Comala, 1868, 8 noticias; en AHEC, Caja s/n, 1868. Es interesante observar como en este documento las tierras indígenas ya son mencionadas como fincas rústicas, marcándose su valor comercial.

A su vez, pese a que no hay indicios suficientes al respecto, es de

suponerse que al igual que en otras partes del país, una porción de estas tierras

comunales hayan estado arrendadas a particulares para obtener fondos municipales

y recursos para sus fiestas religiosas; situación ideal para el cambio de propietario,

pues la multicitada Ley Lerdo contemplaba a los arrendatarios como primera y

175 Cfr. el documento citado con anterioridad, en el que se dan los porcentajes de estos frutales; los huertos generalmente se componían de una mayor variedad de frutas nativas, las cuales no fueron computadas en el documento, seguramente por carecer de un valor comercial. 176 Cfr. en el documento citado el porcentaje de tierra cultivable: en Suchitlán era del 15%, en Cofradía de Suchitlán del 11% y en Zacualpan del 4%.

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preferente opción para adquirir los terrenos si realizaban la simple “denuncia” de los

mismos ante las instancias competentes.177

Pero aún así, la transformación que se ocasionó a partir del reparto de las

tierras comunales se volvió más notoria en años venideros, ya que los problemas

comenzaron a surgir pocos años después, cuando los poblados entablaron disputas

con los propietarios circunvecinos o perdieron sus tierras a causa del paulatino

despojo por las haciendas aledañas. Por ejemplo, durante 1875, los indígenas de

Juluapan continuaban demandando la adjudicación y reparto de tierras según lo

establecido en la ley del 25 de junio de 1856 y tenían pendiente un juicio sobre

propiedad con el señor José González.

178

Por su parte, al amparo de esta misma disposición legal, en Coquimatlán se

desintegró la llamada “comunidad de indios” luego de que a los indígenas del lugar

se les adjudicaron individualmente la mayor parte de los solares y terrenos.

Asimismo, a algunos de los vecinos se les adjudicó los solares que entonces poseían

y algunos terrenos de inferior clase; mientras que existieron otros vecinos que no

denunciaron los solares que poseían. Una vez sintiéndose dueños de sus terrenos,

varios indígenas vendieron sus posesiones, a partir del hecho de que se colocaron

en las circunstancias contempladas en la circular oficial del 11 de noviembre de

1856, en la cual se establecía que los indígenas al ser propietarios de las posesiones

mencionadas, podían empeñarlas, arrendarlas, enajenarlas y disponer de ellas como

todo dueño, de manera que si ellos las vendieron por el precio en que les fueron

adjudicadas, naturalmente habían dejado de tener dominio sobre ellas, como sucedía

siempre cuando un propietario vendía su finca, quedando el comprador dueño

absoluto de lo comprado.

179

177 La ley fijaba como valor de los inmuebles 16 2/3 veces el monto de su renta anual, más el pago de un 5% de impuesto sobre la compra venta.

178 Este caso se puede consultar en el Archivo del Poder Legislativo del Estado de Colima (en adelante APLEC), Dictamen de comisiones, 1875, pp. 273-274. 179 Véase Oficio Nº 13 de la Prefectura Política de Colima al Secretario de Gobierno, Colima, 16 de febrero de 1869; así como, el acuerdo o resolución del Gobernador con motivo de la comunicación anterior, Colima, 28 de febrero de 1869; cuyas copias se encuentran en expediente del 20 de mayo de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1892.

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Los ejemplos se siguieron reiterando durante los años subsiguientes y en

general apuntan en la misma tendencia que se expresó a nivel nacional, la cual es

sintetizada por T. G. Powell en los siguientes términos:

El campesinado indígena…se convirtió en la víctima de la

Reforma liberal. Los campesinos indígenas de México eran los

“hombres invisibles” o sus “almas muertas”, generalmente pasivos y

siempre impotentes… [su suerte] no mejoró y en muchos sentidos, a

mediados de la década de 1870 a 1880, la población rural se

encontraba en condiciones mucho peores de las que habían conocido

bajo el dominio de los conservadores.180

Como constancia de este proceso desplegado a lo largo de la octava década

de esta centuria en el espacio colimense, existen evidencias indicadoras de que los

problemas se volvieron recurrentes en diferentes comunidades e involucraron a

actores diversos. Los estragos de estas disposiciones en el norte colimense, se

vivieron en la zona costera. Uno de estos casos se presentó en Tecomán. En 1878,

en virtud de la ley de desamortización, el Ayuntamiento de esta municipalidad ejecutó

la enajenación de los terrenos indígenas, labor que primero corrió a cargo de cuatro

representantes de los adjudicatarios y después por parte de los síndicos. Hasta se

eximió que los posesionarios indígenas pagaran los gastos del censo y solo se les

dejó a exención de las contribuciones que anualmente les correspondían. Pese a

ello, un pequeño grupo de indígenas de este pueblo intentó desconocer al

Ayuntamiento y apropiarse de las facultades y de los derechos sobre los censos que

producían los terrenos; actos que el ayuntamiento atribuyó a la maquinación de

“algunas personas que ambicionan el gobierno e intereses de este pueblo”.

181

180 T. G. Powell, Liberalismo…, p. 36.

181 Remigio Rodríguez, al Secretario de Gobierno, Colima, 13 de octubre de 1878; en AHEC, Caja 417, Carpeta 4, Sección A, No. 9, Año 1878.

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Pero los problemas no quedaron a ese nivel, el panorama se enrareció más

hacia las dos últimas décadas del siglo XIX. Bajo el amparo del decreto Nº 74 del

Congreso del Estado, fechado el 17 de diciembre de 1883, donde se facultaba al

ejecutivo para que interviniera en el repartimiento de tierras de los indígenas que lo

solicitaran, el mandatario debería sancionar la expedición de títulos de propiedad

entre los miembros de las comunidades. Dentro de sus artículos se establecía que el

gobernador nombraría una comisión de entre los interesados para que supervisaran

las operaciones del reparto. Así mismo, dentro de este decreto se establecía que la

proporción de tierras repartidas se realizaría entre indígenas y mestizos de manera

equitativa. Otro elemento más era que las fracciones de tierra repartidas serían

propiedad exclusiva de cada adjudicatario, a excepción de las restricciones y

servidumbres que demandara la naturaleza del terreno y que estableciera la voluntad

de los propietarios.182

Bajo los dictados de este cuerpo normativo, en 1886, la comunidad de Santa

Ana Cautlán, en Ixtlahuacán, inició los procedimientos establecidos en dicha ley para

la división de los terrenos de la comunidad. Pese a ser considerado un poblado

indígena, el padrón general levantado en marzo de 1886 sobre los jefes de familia

(casados, viudos, viudas y huérfanos) con derecho a reparto, incorporó a 15

indígenas y 19 mestizos. Tras casi dos años de trámites, el acto de reparto de lotes

individuales se concretó a fines de enero de 1888, alcanzando a 37 beneficiarios.

Esta disposición oficial contenía todos los elementos para

debilitar el peso de las comunidades indígenas y la propiedad comunal sobre una

buena porción de las tierras colimenses.

183

Diez años después, en la comunidad indígena de Tamala, también ubicada en

la jurisdicción de Ixtlahuacán, se culminó el mismo proceso. Dicha iniciativa se

presentó desde 1889 (es decir nueve años atrás) cuando la Secretaría de Fomento

dispuso que las instancias estatales inspeccionaran los procedimientos de deslinde,

mensura y designación de lotes a las personas integrantes del poblado de Tamala.

La culminación del reparto se efectuó el 20 de enero de 1899, otorgándose 61 lotes

182 Dicho decreto se puede consultar en el expediente: Terrenos de indígenas. Sobre reparto de los de Santa Ana Cautlán; en AHEC, Caja 466, Sección A, No. No. 8, Año 1884. 183 Al respecto véase el documento anterior.

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entre 51 indígenas y 10 individuos –mestizos al parecer– provenientes de otros

pueblos. La comisión designada para darle seguimiento al trámite de reparto estaba

compuesta por tres indígenas y dos mestizos. Su presidente era Felipe Palencia, un

personaje con marcados intereses en el campo colimense. Los títulos individuales se

otorgaron en 1905 y con ello quedó extinta la referida comunidad indígena. 184

En lo que toca a los indígenas suchitlecos, ya habían cursado este proceso

con cierta anterioridad. En 1883 se decretó el fraccionamiento de los terrenos de la

comunidad de Suchitlán, fraccionándolos en 463 lotes.

185

La distribución de tierras se concretó el 3 de abril de 1886. Ese día, en dicho

poblado se reunió gran parte del vecindario y, ante asistencia de su apoderado

general y del escribano público Mariano Riestra, se efectuó el sorteo que se tenía

acordado para la distribución de lotes de la ya extinguida comunidad del pueblo de

Suchitlán y la congregación llamada Cofradía. La entrega se efectuó tomando como

base un padrón de jefes de familia previamente elaborado; sin embargo, al final del

sorteo, entre ocho o nueve personas no recibieron tal adjudicación porque los

números de lote correspondientes no estaban habilitados por parte del agrimensor

contratista. A pesar de esto, el gobernador dispuso que se entregara el terreno

fraccionado entre los nuevos propietarios, ya que eso no impedía que se efectuaran

posteriores entregas sobre tierras que en lo sucesivo se seguirían fraccionando.

Pero, al parecer, dicho

decreto no se puso en operación y la propiedad comunal siguió prevaleciendo,

aunque no por mucho tiempo. Específicamente, en el año de 1885, el mandatario

estatal ordenó el reparto de las tierras que continuaban siendo comunes en

Suchitlán, y a varios indígenas, no a todos, les tocó un pequeño lote.

186

Este proceso de reparto, de inmediato generó conflictos entre los pobladores

establecidos en el lugar. Particularmente, cuatro mestizos (Albino Pérez, Valentín

184 El expediente del reparto de tierras indígenas en Tamala se puede consultar en AHEC, Caja 707, Sección A, No. 22, Año 1905. 185 Datos tomados del Oficio No. 674, Sección 1ª de la Secretaría de Colonización, Industria y Fomento, de I. Leal, al Gobernador del Estado, México, 5 de abril de 1892; en AHEC, Sección A, No. 19, Caja 892. 186 Oficio de José María de la Cruz, Presidente de la Comisión Especial para el Reparto de Terrenos, al Secretario de Gobierno, Suchitlán, 6 de abril de 1886; en AHEC, Caja 458, Sección A, No. 8, Año 1882.

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Ochoa, José Vázquez y Andrés Vázquez) radicados en el lugar y que poseían

pequeños negocios de comercio sufrieron el acoso de la mayoría indígena, mediante

amenazas verbales para que se retiraran del pueblo, a decir de los afectados: “…sin

otro pretexto que el odio tan concentrado que ellos profesan a la gente que llaman de

razón”.187

Los implicados justificaban su permanencia en el lugar, “…mientras su

conducta no pueda ser tachada de inconveniente en aquella localidad, ellos viven ahí

bajo el amparo de las leyes generales de la Nación y las particulares del Estado, lo

mismo que podrían vivir en cualquier otro pueblo del mundo”.

Uno de los afectados tenía más de nueve años de casado con una hija de

un poblador autóctono, pero eso no tuvo ningún peso para que se le manifestara un

trato diferente.

188 Una razón de mayor

peso era que el gobernador de la entidad estaba por instruir que una fracción

considerable de terreno, la cual se había separado de la división general para fundo

de la nueva población, se dividiera en manzanas y solares para distribuirse entre

toda la población, acción de la cual esperaban resultar beneficiados; actitud que

hacían pública ante las autoridades, aún antes de que se realizara dicha distribución.

Al mismo tiempo, solicitaron el amparo de la justicia estatal para evitar que se

cometiera alguna arbitrariedad en su contra.189 En respuesta, las autoridades

estatales instruyeron al subprefecto de Comala para que se trasladara al pueblo de

Suchitlán a fin de que cumpliera con su responsabilidad de resolver tales dificultades

surgidas entre los vecinos de dicha población.190

Sin embargo, a la vista de la mayoría de la población de Suchitlán, al

colocarse como potenciales posesionarios de terrenos se convirtieron en agentes no

gratos y ajenos, ya que su actitud modificaba reglas vigentes desde antaño: sólo los

oriundos del poblado tenían derecho a la tierra. Por ello, su intento de explusión se

aplicó a partir de la autoridad y la costumbre que dominaban al interior de la

187 Carta de Manuel Barreto y Albino Pérez al Gobernador del Estado, Suchitlán, Colima, 9 de octubre de 1886; en AHEC, Caja 478, Sección A, No. 8, Año 1886. 188 Ibíd. 189 Ibíd. 190 Nota del Secretario de Gobierno al Subprefecto de Comala, Colima, 12 de octubre de 1886; en AHEC, Caja 478, Sección A, No. 8, Año 1886.

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comunidad. El poner en práctica un principio de autoridad interno constituía el único

medio para garantizar la organización de su vida diaria. La coerción ejercida se

fincaba en un sentimiento u obligación moral que debería ser respetada; el proceder

de los avecinados violentaba las costumbres y pautas tardicionales de los

suchitlecos. Esto trae a cuento la afirmación de Barrington Moore referente a que era

costumbre que grupos de gente relativamente pequeños produzcan reglas para sí

mismos y vivan más o menos adaptados a ellas.191

Evaluada en retrospectiva y bajo los influjos del agrarismo que desencadenó

la revolución, para los líderes indígenas, esta actitud hostil hacia los habitantes no

oriundos del lugar, implicaba que este reparto de lotes fue, más que otra cosa, un

recurso de los terratenientes vecinos que disfrutaban de influencia ante el gobierno, y

con la diligencia del fraccionamiento y reparto consiguieron dos cosas: primero,

determinar linderos a sus propias tierras defraudando las de la comunidad; y,

segundo, tener un medio legal para obtener las tierras restantes porque los indígenas

favorecidos por el reparto, ya con personalidad legal para vender la posesión de los

lotes, pudieron entregarlos a los acaparadores vecinos que, de antemano, habían

comprado los derechos de las tierras en condiciones insignificantes.

De ahí que la regularidad y el

orden se generaba apartir de cómo una conducta establecía negociaciones con el

contrato social implícito (un conjunto de entendimientos mutuos no verbalizados) que

regía la vida de esa comunidad. Aspecto que los cuatro mestizos no habían tomado

en cuenta.

La ambición por poseer las tierras de Suchitlán no esperó a que este proceso

se concretara. Desde abril de 1885, el general Ángel Martínez y Miguel González

Castro iniciaron gestiones para apoderarse de dichos terrenos. Como primer paso,

se dirigieron ante el prefecto político del distrito de Álvarez a fin de que se les

informara sobre el tipo de posesión, la calidad de los títulos y los antecedentes de los

usufructuarios con relación a la tierra (si alguna vez fueron arrendatarios), el clero y

las autoridades civiles. Un año después, los solicitantes de la información seguían sin 191Barrington Moore, Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, Barcelona, ediciones peninsula, 3ª edición,1991, p. 28.

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obtener respuesta de la prefectura de Villa de Álvarez; así que, cansados de la

espera, recurrieron a la intervención de las autoridades de la Secretaría de Hacienda

para que el propio gobernador demandara la entrega de dicha información.192

Ante tal presión, el prefecto Juan N. Santa Anna turnó las respuestas al

cuestionario de Ángel Martínez y su socio, donde se señalaba que los terrenos de

Suchitlán fueron poseídos en común desde tiempos inmemoriales por parte de los

indígenas y que sus títulos de propiedad les fueron otorgados por uno de los virreyes

de México, como resultado de la compra en pesos oro efectuada por los referidos

pobladores. Además, se aclaraba que los indígenas de Suchitlán no habían sido

nunca arrendatarios de los terrenos, sino siempre propietarios de ellos, antes de

manera comunal y, para esas fechas, como propiedad fraccionada, es decir, como

comunidad ya extinta.

193

No obstante, lo anterior no implicó que la calma y la armonía signaran la vida

de dichos poblados. Como ya se mencionó, los indígenas no recibieron el reparto

con halagos y vivas; por el contrario, en enero de 1887, varios indígenas de Suchitlán

y Cofradía levantaron la voz ante el gobierno estatal –pero “pidiendo anticipadamente

perdón, si al expresarlas cometemos falta alguna”– para externar que, en su opinión,

la comisión nombrada para el reparto de terrenos no había actuado:

No existen registros que permitan darle seguimiento a la

reacción de los demandantes de tal información, pero, por los sucesos posteriores,

es de suponerse que destinaron sus intereses hacia otros rumbos de la entidad.

…no (…) ha obrado con legalidad ni equidad, en atención a que

a unos se han mejorado de una manera notable, y a otros muehicimos

(sic) se han perjudicado también notablemente; pues se nos ha

expropiado de nuestras antiquísimas posesiones, en que nos han

dejado nuestros antecesores, y se nos ha dado nuestros lotes a

192 Oficio Núm. 408 del Jefe de Hacienda al Gobernador del Estado, Colima, 7 de febrero de 1887; AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887. 193 Oficio No. 30 de Juan N. Santa Anna, Prefecto Político de Villa de Álvarez al Secretario de Gobierno del Estado, Villa de Álvarez, 17 de febrero de 1887; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887.

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muchísima distancia de los que poseíamos, a unos en terrenos

barrancosos, y a otros en los cerros pedregosos y eriazos que de

nada nos sirven, y a muchos indígenas que nos corresponden lotes no

nos han dado nada en la repartición.194

Así mismo, se quejaban porque los mejores terrenos, que antes utilizaban

para agostadero, se habían vendido a particulares (los potreros llamados del

“Coyote” y “Reinoso” vendidos a Félix Verduzco en 2,500 pesos, así como el predio

de la “Loma Alta” adquirido por Matías Rincón en 1,200 pesos), además de que se

les impedía el tránsito por vías utilizadas desde tiempos antiquísimos; aquí la

molestia se expresaba contra Arnoldo Vogel, quien luego que le compró una parte

del potrero al señor Verduzco, cerró un antiguo camino que conectaba a Suchitlán

con la hacienda de Los Colomos, vía clave para los indígenas, pues era “…por

donde introducimos nuestros víveres para subsistir, y negocios de las autoridades de

ambos puntos, y esto lo consideramos como un atentado a nuestros intereses y a

nuestros sagrados derechos”.

195

Al malestar porque individuos ajenos se posesionaron y decidieron el destino

de terrenos que no hace mucho consideraban propios, se sumaba el hecho de que

desconocían el destino de los fondos obtenidos por la comunidad a cambio de dichos

terrenos. La inconformidad alcanzaba hasta al mismo Ignacio F. Fuentes, apoderado

general de la Comunidad, a quien se le adjudicó “…dos lotes en el potrero de riego

que está en el punto llamado las “Cuatas”, y dicho Señor se los tiene arrendados a

Don Paulino Escamilla, vecino foráneo, a quien no queremos que esté en el

punto”.

196

Esta protesta la fundamentaban en el Art. 6° del decreto de 24 de septiembre

de 1861 donde se prohibía que a los apoderados se les pagaran sus honorarios con

194 Carta de José Ma. Gregorio Martínez y demás firmantes al Gobernador del Estado, Cofradía de Suchitlán, 28 de enero de 1887; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887. 195 Ibíd. 196 Ibíd.

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terrenos de comunidades. La queja además de por la tierra iba acompañada de un

malestar por la presencia de lo ajeno a la comunidad, los mestizos decidiendo por y

contra los indígenas, en palabras de los mismos quejosos: “…resentimos agravio al

ver que nos ha hecho menos, pues nos han tratado en todo como a unos extraños, y

no como hijos legítimos del pueblo”.197

La respuesta de las autoridades sólo se centró en solicitar la lista de las

personas que quedaron fuera del reparto.

198 La lista de Suchitlán no llegó a las

oficinas estatales, pero de Cofradía se turnaron los nombres de Leonardo López,

Albino López, Demetrio López, María Calixta López (huérfana), María Isabel (viuda) y

María Marta (huérfana).199 Esta lista fue triangulada a Ignacio F. Fuentes, para que

en su calidad de apoderado de la comunidad remitiera las explicaciones

necesarias.200

…como el reparto de dichos terrenos se ha hecho conforme a

la ley, por cabezas de familia, se han aplicado a José María Ascencio,

Demetrio López, Leonardo del mismo apellido, María Isabel y José

Albino López, por conservar tal carácter los respectivos lotes, estando

comprendidos en dichas familias los indígenas María Marta y Calixta

López, según consta en el padrón formado por la comisión del

expresado pueblo, que debidamente acompaño.

La respuesta fue categórica:

201

Aunque la respuesta del gobernador a los demandantes giró en un tópico

distinto. A casi cuatro meses de elevada la protesta y solicitud de intervención, se les

197 Ibíd. 198 Oficio del Secretario de Gobierno al C. José Ma. Gregorio Martínez, Colima, 12 de abril de 1887; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887. 199 Carta de José Ma. Gregorio Martínez al Secretario de Gobierno, Cofradía de Suchitlán, 14 de abril de 1887; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887. 200 Oficio del Secretario de Gobierno al C. Ignacio F. Fuentes, apoderado de la comunidad de indígenas de Suchitlán, Colima, 15 de abril de 1887; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887. 201 Oficio de Ignacio F. Fuentes al Secretario de Gobierno, Colima, 2 de mayo de 1887; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887.

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contestó lo siguiente: “…no estando aprobado aún por no haberse recibido todavía el

reparto que conforme a la ley debe haberse hecho de los terrenos de la comunidad

de indígenas de esa Cofradía u pueblo de Suchitlán, no tiene efecto la queja que

sobre el particular hacen Ustedes”.202

Pero las inconformidades y demandas de auxilio a las autoridades estatales

siguieron fluyendo. En diciembre de 1887, todos los habitantes de Suchitlán se

reunieron en su comunidad para tomar acuerdos que trasmitieron al gobernador,

donde manifestaron su condena ante el reparto de los terrenos que se hicieron al

interior del pueblo, ya que algunos de ellos tenían “potreritos” circulados que se les

otorgaron a otros individuos, estableciéndose una disputa entre los viejos y nuevos

posesionarios. Además se quejaban sobre que, de sus posesiones ancestrales, la

comisión encargada del reparto vendió dos lotes (Higuera Alta y Reinoso) a Matías

Rincón y Félix Verduzco, en $1,700 y $2,500 pesos respectivamente, cantidades que

no llegaron a la comunidad, o como los indígenas afirmaron: “…no nos ha tocado

ningún centavo de ellos”.

Las quejas no quedaron en ese nivel. En el potrero de Loma Alta destinado al

repartimiento de los indígenas, varios fueron engañados o presionados a vender sus

lotes a los vecinos foráneos, labor a la que contribuyó la misma comisión de reparto.

Aún más, los indignados indígenas denunciaron que el presidente de dicha comisión

(José María de la Cruz) se apoderó de dos lotes ubicados en el centro del poblado,

sin importarle que otros se hubieran quedado sin parte alguna de tierras. Para colmo,

el propio De la Cruz despojó a José Luis Díaz de su casa, ocasionando que se

“hicieran polvo” las mejoras que había introducido en la huerta.

Para sustentar las dimensiones de las acciones de dicho órgano de reparto,

acompañaron listados de los indígenas que poseían sus lotes, de quienes ya los

habían vendido y otra con la relación de empleados de la multicitada comisión.

Puntualmente, los inconformes demandaron la intervención del gobernador para que

se les restituyeran las antiguas propiedades pertenecientes al pueblo de Suchitlán y

202 Oficio del Secretario de Gobierno al C. José Ma. Gregorio Martínez y demás que suscriben, Colima, 15 de mayo de 1887; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887.

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Cofradía.203 En respuesta, el gobierno recomendó a Esteban de los Santos y demás

firmantes de la protesta, que las quejas de falta de indemnizaciones por

construcciones o árboles que tenían los antiguos poseedores de determinadas

fracciones de terrenos y cuyas construcciones y árboles quedaron a beneficio de

quienes fueron favorecidos en el sorteo, la venta de potreros por parte de la

comisión, la exclusión de personas del reparto y el despojo antes aludido, deberían

presentarse individualmente y la lista de las personas que resultaron afectadas, así

como el monto de los daños. Pero en lo que si fueron claros fue en respaldar a la

comisión repartidora en la venta de lotes, ya que lo obtenido era para cubrir los

gastos del reparto. Sobre los vecinos excluidos, pese a poseer derechos a terrenos

fraccionados, se mostraron abiertos a atender la queja si era justificada; en cuanto a

los despojos, simplemente les respondieron que eran libres de entablar la acción

legal correspondiente.204

De este modo, antes de diez años, la casi totalidad de las tierras repartidas a

los indígenas estuvieron ya en manos de los hacendados vecinos, con título legal,

vendidas a precios de 25 pesos cada lote cuando más, mientras que a los más

inocentes se las quitaron con engaños. Por ejemplo, entre 1889 y 1894, Arnoldo

Vogel compró más de cien lotes que habían pertenecido a la comunidad de Cofradía

de Suchitlán, los cuales fueron vendidos de manera individual por cada uno de sus

propietarios.

De esta manera, las autoridades simplemente se lavaron

las manos y recurrieron a la respuesta legal y burocrática. Actitud que poco o nada

servía para cubrir las exigencias de unos indígenas que sentían una intempestiva

avalancha de fenómenos que atentaban contra sus antiguas propiedades y usos de

la tierra.

205

203 Carta de Esteban de los Santos y demás firmantes al Gobernador del Estado, Suchitlán, 1° de diciembre de 1887; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887.

Los pobladores de Suchitlán tuvieron un destino parecido; muchas de

sus parcelas fueron a parar a manos de los hacendados a cambio de miel, carne de

res, vino, y demás artículos localizados en las tiendas de raya de las haciendas, es

decir, por deudas para adquirir alimentos.

204 Contestación del Secretario de Gobierno a Esteban de los Santos y demás firmantes; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1887. 205 Tomado de Preciado, Agraristas…, 2002, p. 219.

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Para intentar la modificación de tan triste panorama, en febrero de 1892, un

grupo de siete indígenas suchitlecos, en representación del resto de su comunidad,

elevaron una misiva al Secretario de Fomento donde afirmaban que los terrenos de

su pueblo estaban en poder de hacendados y vecinos que los rodeaban al margen

de toda legalidad, ya que no los habían vendido; por esa razón pedían que se

respetara su calidad de herederos legítimos de los decretos reales emitidos a su

favor desde años coloniales y que, para fijar dicho reparto, se acatara lo contemplado

en tal ordenamiento (se escudaban en un decreto emitido el 23 de febrero de 1781).

Más allá del sesgo ideológico o justificatorio que pueda encerrar esta afirmación, la

posesión y usufructo de la tierra comunal estaba fincado en el derecho natural y

consuetudinario, sancionado por la tradición que implicaba el haberlos disfrutado

durante varias generaciones.

Así que, con esta actitud, los indígenas ponían de manifiesto que –tal como

afirma Peter Worsley– “La tierra… [para ellos] …es el foco básico de supervivencia y

es casi sagrada, tenida por una corporación, cuyos actuales miembros son

meramente un eslabón de una cadena que se extiende desde los antepasados hacia

el futuro”.206

Para salvaguardar lo anterior, en su solicitud demandaban la intervención del

mismo presidente de la república. Sin embargo, la respuesta de las autoridades

federales resultó contraria a las aspiraciones de los indígenas, ya que la

consideraban falta de fundamento: ante la afirmación de que las tierras se hallaban

en poder de hacendados, las autoridades simplemente contestaban que “…esos

Eslabón que fue roto por la mercantilización generalizada de la tierra

auspiciada por la política que se articuló con la visión liberal y modernizadora de la

administración porfirista. Contrariamente a esta política, la petición de este núcleo de

indígenas significaba que –asumida concientemente o no por los indígenas– la tierra

no podía ser una mercancía que se colocara en el mercado de la compra-venta. Por

tanto, buscaban que se mantuviera la norma consuetudinaria de que la tierra debía

ser trasmitida de generación en generación a partir de lazos étnicos y familiares.

206 Peter Worsley “Economías campesinas”, Historia popular y Teoría socialista, Raphael Samuel (Ed.), Barcelona, Crítica, 1984, pp. 170-171.

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terrenos se repartieron desde 1883, fraccionándolos en 463 lotes, de los que

obtuvieron su correspondiente parte, los mismos vecinos que ahora se quejan”.207

En esta última década del siglo XIX hubo de todo en torno a las tierras de

Suchitlán: reclamos, aclaraciones, peticiones y delimitaciones. Hacia 1894, los

inconformes no solo eran a los que no se les adjudicó un lote, sino hasta entre los

mismos posesionarios; por dudas y quejas en torno a límites y linderos, formuladas

por propietarios de terrenos ante las autoridades de la comunidad, éstas, debido a

que no contaban con el plano de adjudicación, a recomendación de Ignacio F.

Fuentes –apoderado de los indígenas– tuvieron que solicitarlo al gobernador del

estado.

208 En respuesta, las autoridades lo colocaron en las oficinas de la Secretaría

de Gobierno para su consulta respectiva.209

En términos generales, al ritmo de todo este proceso legal y normativo, que

condujo a que las comunidades indígenas perdieran el disfrute de buena parte de

sus tierras de comunidad, los indígenas de Suchitlán se vieron envueltos en toda una

serie de vicisitudes que los llevó a empeorar su ya de por sí precaria situación

económica y a que padecieran un sometimiento absoluto al servicio de las haciendas

que entraron en posesión de las tierras del pueblo. El destino de muchos de los

indígenas fue engrosar la lista de peones de las vecinas haciendas de Nogueras y de

San Antonio, cuyos propietarios les otorgaron sueldos miserables: al parecer durante

el lapso de 1857 y 1910, estos peones indígenas nunca percibieron un salario diario

superior a los 18 centavos.

La dimensión de la parcela individual se

volvía punto de controversia en los excomuneros suchitlecos.

210

Como consecuencia de la pérdida de las tierras y de su estatuto de comunidad

indígena, aunado al fenómeno de continua filtración de otros grupos sociales, como

los mestizos, además de su creciente proletarización por su trabajo en obrajes y el

207 Oficio No. 674, Sec. 1ª. de la Secretaría de Colonización, Industria y Fomento, de I. Leal, al Gobernador del Estado, México, 5 de abril de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No.7, Año 1992. 208 Comunicado de Juan Cruz, Comisario municipal de Suchitlán, al Gobernador del Estado, Suchitlán, 21 de febrero de 1894. AHEC, Caja 538, Sección A, No. 7, Año 1894. 209 Oficio del Secretario de Gobierno al Comisario municipal de Suchitlán, Colima, 24 de febrero de 1894. AHEC, Caja 538, Sección A, No. 7, Año 1894. 210 Cantidad baja si se considera que en la última década del siglo XIX, el sueldo promedio en una hacienda colimense era de alrededor 50 centavos.

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peonaje de las haciendas, se observa una paulatina aculturación y desintegración de

la mayoría de las comunidades indígenas de la zona. No en balde, con la idea de

ocultar las apariencias y forzarlos a los usos y costumbres de los mestizos, gente

“civilizada”, se dictaron las prohibiciones de usar calzón de manta en Colima y Villa

de Álvarez en 1888.211 Al tiempo que obedece a la dinámica que marca la

modernización económica, implica dotar a los indígenas de los valores y atributos

que lo representaran como individuo (Fig. 8).

Fig. 8. Indígena de la zona norte de Comala, usando pantalón a la usanza occidental.212

211 EC, 1888, tomo XXII, Nº 40, p. 10; EC, 1888, tomo XXII, Nº 62, p. 16.

212 Indígena del norte de Colima cerca de 1880, Marie Robertson Wright, Archivo Casasola, Fototeca Nacional del INAH, Pachuca (en adelante AC-FNINAH), Fondo Étnicos (351022). Si los indígenas

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Mientras tanto, su contraparte, el hacendado Arnoldo Vogel era dueño y

poseedor de 121 lotes enteros y dos medios lotes del terreno del repartimiento de la

Cofradía de Suchitlán, que conforme a la ley de 17 de diciembre de 1883 se repartió

y se distribuyó entre los indígenas de dicha comunidad. La extensión de dichos lotes

fue diferente en cada uno según la calidad del terreno y el estar o no provisto de

agua para irrigación. Los expresados predios pasaron a poder del hacendado según

él “…en virtud (...) de diversas compras que he hecho a sus dueños, sin engaño

alguno y sin violencia después de que algunos de esos lotes han pasado por varios

poseedores”.213

Más allá de lo anterior, existieron otros elementos que configuraron la relación

de los hombres con estas tierras. Además de explotar directamente varios de estos

terrenos, Vogel los entregaba en arrendamiento. Por ejemplo, una de las fracciones

de su posesión que formaba parte de la jurisdicción del pueblo de Suchitlán, la

cultivó Valentín García por bastantes años, utilizando también el agua del arroyo

Suchitlán, pasando los esquilmos a la barranca del Coyote, que las conducía al

pueblo de Comala.

La compra esta fuera de toda duda, lo que se permanece ausente

son las condiciones y circunstancias en que se realizó dicho acto de compra-venta;

de ahí que en las futuras controversias que se generarían entre hacendados e

indígenas cada quien esgrimiría su “verdad” sobre este particular.

214

Las ambiciones por los terrenos indígenas aledaños al volcán de Fuego, no se

limitaban a los propietarios de las haciendas de San Antonio y Nogueras. Por

ejemplo, a principios de 1885, la prefectura de Villa de Álvarez recibió un ocurso

fechado el 26 de diciembre de 1884, en donde se pedía admitir el denuncio de varios

terrenos y se los adjudicaran al Lic. Miguel G. Castro y al Gral. Ángel Martínez.

querían entrar a la ciudad sin recibir una multa a causa de su vestimenta, se veían forzados a rentar un pantalón en Villa de Álvarez. 213 Arnoldo Vogel al Gobernador y Comandante Militar del Estado de Colima, Colima, 23 diciembre 1916; en AHEC, Caja 879, Sección A, No. 19, Año 1916. 214 Ibíd.

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Sin embargo, el estudio hecho por esta prefectura, acerca de la petición del

Lic. Castro, arrojó como resultado que los poseedores de los terrenos que se

denunciaban como nacionales, no tenían carácter de corporación civil sino que eran

de los comprendidos en la resolución del 11 de noviembre de 1856 y, refiriéndose a

la petición hecha para que los terrenos de comunidades de indígenas no fueran

comprendidos entre los que citaba la ley de desamortización, decía lo siguiente:

Su Excelencia después de oír los informes que creyó oportunos

en el caso, se ha servido declarar que los terrenos de que se trata

deben tenerlos y disfrutarlos los indígenas referidos en absoluta

propiedad, pudiendo por consiguiente empeñarlos, arrendarlos,

enajenarlos y disponer de ellos como todo mexicano lo hace con sus

cosas, sin que los mencionados indígenas paguen alcabala ni eroguen

gasto alguno, en razón de que no se les adjudican ahora los terrenos,

puesto que ya de antemano los tenían en propiedad, etc.”

Además, resultaba que, estando conferida la facultad de conocer de todo lo

relativo a denuncios de terrenos pertenecientes a corporaciones religiosas y civiles a

la Secretaría de Hacienda, sin que las autoridades políticas tuvieran intervención

alguna en tales asuntos conforme a las leyes vigentes, dicha Prefectura se declaró

incompetente para conocer la denuncia que hizo el Lic. González Castro de los

terrenos mencionados, que pertenecían a los indígenas de Ajuchitlán.215

En respuesta, el Lic. Miguel González Castro se dirigió a la Secretaría de

Hacienda, argumentando que de conformidad a lo contemplado en la ley del 25 de

junio de 1856, él y en nombre del Gral. Ángel Martínez, denunciaron ante la

autoridad política del distrito de Álvarez del estado de Colima, unos terrenos que los

215 Oficio de la Prefectura Política del Distrito de Álvarez, Estado de Colima, al Lic. Miguel G. Castro, Villa de Álvarez, 7 de enero de 1885; en AGN, Bienes Nacionalizados, 1892, Caja 26, Expediente 60/57, Ff. 7 – 15

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indígenas del pueblo de Suchitlán poseían con el carácter de comunidad civil y en

contravención a la ley citada y al artículo de la constitución general de la república.

La referida autoridad política de Villa de Álvarez no admitió el denuncio

fundándose en que los terrenos poseídos en común por los indígenas no eran

denunciables y, además, por estar conferida a esa Secretaría de Hacienda la

facultad de conocer todo lo relativo a denuncios de terrenos pertenecientes a

corporaciones civiles y religiosas, sin que las autoridades políticas tuvieran

intervención alguna en esos asuntos.

En opinión de los denunciantes, el error de la repetida autoridad política era

evidente, como así lo manifestaban diversas circulares aclaratorias de la ley de

desamortización expedidas por esa misma secretaría. Por lo mismo, solicitaron ante

la Secretaría de Hacienda se aceptara el denuncio de los terrenos de Suchitlán,

hecho por el Gral. Ángel Martínez y el Lic. González Castro, sin permitir innovación

alguna desde la fecha del denuncio, que tuvo lugar el 26 de diciembre de 1884.216

Aún más, el Lic. Miguel González Castro, manifestó de manera reiterada que,

asociado con el Gral. Ángel Martínez, denunció ante el prefecto político del distrito de

Álvarez, estado de Colima, unos terrenos que poseían los indígenas del pueblo de

Suchitlán, con el carácter de comunidad; además de que aquel empleado no admitió

la denuncia, fundándose en que no era competente, sino la Secretaría de Hacienda.

Acompañaba el solicitante, el original de la contestación dada por el mencionado

prefecto político, misma que decía: “que los poseedores de los terrenos de que se

trata, no tienen el carácter de comunidad, sino que se hallan comprendidos en la

circular del 11 de noviembre de 1856, que se los cedió, y que por otra parte, la

Secretaría de Hacienda es la competente para resolver sobre denuncias de bienes

de corporaciones civiles y religiosas”.

217

216 Miguel González Castro al Secretario de Hacienda, Colima, 15 de febrero de 1885; en AGN, Bienes Nacionalizados, Año 1892, Caja 26, Expediente 60/57, Ff. 7 – 15 (Exp. 11.511=2ª ).

En este caso, las autoridades locales se

pusieron del lado de los pueblos indígenas.

217 Ibíd.

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Por la circular del 9 de octubre de 1856, se mandaron adjudicar a los

indígenas y labradores pobres, los terrenos de que fuesen arrendatarios, cuyo valor

no pasara de 200 pesos, ya fuesen tales terrenos de común repartimiento o de los

ayuntamientos, o sujetos por cualquier otro motivo a la desamortización. Además,

por el artículo 1° del reglamento de 20 de abril de 1878, se acordó que los labradores

pobres que estuvieren en posesión de algún terreno nacional, cuyo precio no pasara

de 200 pesos, ocurrieran a la autoridad política local, para que les expidiera su título

de adjudicación, conforme a la circular de 9 de octubre de 1856 y su concordante de

28 de diciembre de 1861. Conforme al artículo 2° del propio reglamento, a los

labradores pobres que tuvieran título de adjudicación, se les condonaba el valor del

terreno que poseían, cuyo precio fuera menor de 200 pesos.

Así pues, en el caso de que se trataba se resolvió pedir informe al prefecto del

distrito de Álvarez, sobre si los poseedores de los terrenos referidos los poseían en

común o cada uno tenía el suyo; si tenían sus títulos de adjudicación expedidos

conforme a las disposiciones citadas; y si tales poseedores fueron en otro tiempo

arrendatarios de esos terrenos y a quien pagaban el arrendamiento, al clero o al

ayuntamiento.218

La respuesta de las autoridades locales se presentó en los siguientes

términos: el gobernador del estado comunicó, lo que a su vez turnó la prefectura de

Villa de Álvarez a su Secretaría de Gobierno, gracias a los informes proporcionados

por el subprefecto político de Comala, quien puntualizó que:

Evacuando el informe que la Jefatura de Hacienda pide con

fecha 7 del actual al Gobierno del Estado, por disposición del C.

Presidente de la República, comunicada a aquella oficina con fecha 28

de enero último por la Secretaría de Hacienda, relativo a los terrenos

de Suchitlán, debo decirle: 1° Que dichos terrenos fueron poseídos en

218 Miguel González Castro al Secretario de Hacienda; en AGN, Bienes Nacionalizados, Año 1892, Caja 26, Expediente 60/57, Ff. 7 – 15 (Exp. 11.511=2ª).

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común desde tiempos inmemoriales por los indígenas de Suchitlán. 2°

Los títulos de propiedad de dichos terrenos, no son de los

comprendidos en el Reglamento de 20 de abril de 1878, sino que les

fueron expedidos por uno de los Virreyes de México por compra que

los indígenas le hicieron por una cantidad de pesos oro. 3° Los

indígenas de Suchitlán, no fueron arrendatarios de los terrenos, sino

siempre propietarios de ellos; además, debo decir a Ud. que en la

actualidad están ya repartidos legalmente, los indígenas, de esas

tierras equitativamente; en consecuencia, está fraccionada la

propiedad que antes formaba el patrimonio de la extinguida

comunidad de indígenas de Suchitlán.219

La controversia sobre este denuncio se prolongó por más de dos años hasta

que en 1887, el asunto tomó rasgos contrarios a las pretensiones de Ángel Martínez

y su socio, cuando la opinión dominante en las autoridades se inclinaba a que, según

el informe rendido por el subprefecto político de Comala al prefecto político del

distrito Álvarez y, por éste, al gobernador, dichos terrenos fueron poseídos en común

desde tiempo inmemorial por los indígenas de Suchitlán, con los títulos de propiedad

que les fueron expedidos por uno de los virreyes de México. Además, ya estaba

hecho el repartimiento de esas tierras equitativamente, de manera que la propiedad

que antes formaba el patrimonio de la extinguida comunidad de indígenas de

Suchitlán ya estaba fraccionada. La opinión común fue declarar sin lugar la denuncia,

219 Oficio N° 113, Sección 2ª, 511=2ª, de la Jefatura Superior de Hacienda de Colima al Secretario de Hacienda y Crédito Público, Colima, 24 de febrero de 1887; en AGN, Bienes Nacionalizados, Año 1892, Caja 26, Expediente 60/57, Ff. 23-25.

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en virtud de no ser denunciables los terrenos expresados; lo anterior, como resultado

del informe referido.220

Este asunto llegó a su punto culminante en 1892, cuando las mismas

autoridades presidenciales dispusieron que “...por estar terminado el expediente

marcado con el N° 11511-2ª relativo a la denuncia hecha por los ciudadanos general

Ángel Martínez y Miguel González Castro de unos terrenos que poseen los indígenas

del pueblo de Suchitlán, Distrito de Álvarez en este estado, se archive dicho

expediente”.

221

3.- UN FENÓMENO EXTENSIVO Y RECURRENTE

Con esto, el acecho del militar porfirista Ángel Martínez y su

abogado, llegó a su fin sin obtener los objetivos ambicionados; pero las amenazas a

los indígenas no desaparecieron, sólo cambiaron de rostro.

De esta manera, en las décadas posteriores al decreto de desamortización de

terrenos en manos de las corporaciones, las tierras comunales padecieron las

consecuencias de esta mercantilización y se vieron amenazadas con pasar a formar

parte de negocios privados. Por ello, es probable que una porción de éstas haya

formado parte de las 161,212 hectáreas de tierra pública nacional que entre 1868 y

1869 pasaron a ser parte de intereses particulares.222

Claro que, aunque inscrita en esta tendencia general, la afectación indígena

presentó dinámicas particulares en cada región del país. Particularmente en esta

porción de occidente que es objeto de esta investigación, la afectación la propiedad

comunal de antaño que los indígenas colimenses tenían sobre amplias extensiones

de tierra no se limitó a los indígenas de Suchitlán, sino que se extendió a otras

comunidades similares. Todo al amparo de la ley de terrenos baldíos decretada

220 Oficio de S. Gutiérrez, Sección 2a, al Sr. Secretario, México, 10 de mayo de 1887; en AGN, Bienes Nacionalizados, Año 1892, Caja 26, Expediente 60/57, Ff. 23-25 221 Oficio N° 28, F. Martínez, Jefe de Hacienda de Colima, al Secretario de Hacienda y Crédito Público, Colima, septiembre de 1892; en AGN, Bienes Nacionalizados, Año 1892, Caja 26, Expediente 60/57, Ff. 33. 222 Información tomada de John Coatsworth, Orígenes…, 1998, p.153.

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desde 1863 que afectó a tierras en posesión que no se encontraban abiertas a la

producción.

Los efectos de la instrumentación de este precepto legal se presentaron de

manera paulatina en el agro colimense, observándose primeramente en la zona de

valles. Los estragos de estas disposiciones que alteraron la propiedad estatal se

vivieron en Tecomán desde 1875, cuando el ayuntamiento del lugar inició actividades

para dar posesión de terrenos de comunidad del pueblo a quien los pidiera, siempre

que pagara su renta.223

En medio de este panorama, en octubre de 1883, los indígenas de Tecomán

solicitaron, ante el ejecutivo, que se procediera al repartimiento de sus tierras.

Cristóbal Pedraza, Ricardo Novela, Anastasio Pérez, Justo Cardoza, José Dolores

Novela y Luis Estrada, en representación del pueblo de indígenas de Tecomán y en

su propio nombre por ser integrantes del mismo, notificaron al gobernador de la

entidad que, después de levantar un censo entre la comunidad, los jefes y

representantes de las familias de esta población se reunieron voluntariamente y

acordaron que se practicara el repartimiento de las tierras que hasta el momento

habían permanecido indivisas, unas veces bajo la administración municipal, y otras

bajo la de otros representantes admitidos por la sociedad de naturales.

No obstante a que la resolución que tomaron la consideraban peligrosa para

los sectores más desprotegidos y sin instrucción, al mismo tiempo la consideraron

como “…una necesidad imperiosa de la época y como un medio de mejorar la

condición de todos aquellos de nuestros asociados que son laboriosos y que con el

estímulo que tiene el propietario, serán más industriosos, en pos de su bienestar y

contribuyendo al incremento de la riqueza pública”.224

223 Al respecto véase el Oficio Nº 31 localizado en AHEC, Caja 429, Sección A, No. 9, Año 1880.

Para lograr lo anterior

recurrían a la paternal influencia y respeto del gobierno del estado y de su acertada

dirección, de manera tal que se manifestaron dispuestos a modificar y adicionar los

224 Carta de Cristóbal Pedraza y demás firmantes al Gobernador del Estado, Colima, 12 de octubre de 1883; en AHEC, Caja 461, Sección A, No. 8, Año 1883.

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acuerdos contenidos en el acta de resolución, en los aspectos que el ejecutivo

considerara pertinentes.225

Esta petición, así como el proceso de reparto general, se instrumentó al

amparo de la aprobación de la ley del 17 de diciembre de 1883. Durante el año

siguiente (1884) este proceso se reavivó. El reparto se otorgó, tanto a los indígenas

del lugar, como a varios mestizos que aprovecharon este proceso de adjudicación.

Pero la conclusión de este reparto no resolvió los problemas al interior de la

mencionada comunidad. Las fértiles tierras del valle costero de Tecomán atraían a

personajes ávidos de riqueza. Esto provocó que el mismo gobernador del estado

solicitara la intervención del presidente Porfirio Díaz, al informarle que el Gral. Ángel

Martínez, dueño de una concesión para el deslinde de terrenos baldíos y

colonización en el estado, había denunciado grandes fracciones de las tierras

pertenecientes a diversas comunidades nativas; además de que la mayor parte de

los pueblos de dicha entidad federativa estaban habitados de indígenas, quienes

veían en sus terrenos una propiedad garantizada por las leyes, por lo que estos se

habían alarmado de una manera extraordinaria, temiendo que las infundadas

denuncias de Martínez se convirtieran en verdaderos despojos. Esto era así porque –

al decir de Manuel Bonilla– los pueblos habían:

…conservado una tradición que casi es un culto, en virtud de la

cual, cada individuo en particular y el conjunto de los pobladores, han

reconocido como suyos, no un sitio ni los sitios de caballerías

mencionadas en el documento de la titulación, sino las tierras

comprendidas dentro de las mojoneras. Frente a las compañías

deslindadotas (...) Se consideran y con mucha razón desde su punto

de vista, despojados, robados.

225 Ibíd.

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Más suponiéndolos en un estado de resignación que no existe,

el sitio de ganado mayor que rezan casi todos los títulos, no basta

para las necesidades de los pueblos, sino allí donde (por rarísima

excepción) el terreno es de primera clase en su totalidad. 226

Por su parte, el resquemor del gobernador colimense ante las objeciones a

denuncias de tierras de Martínez se expresaba al ejecutivo federal en los siguientes

términos:

Y digo denuncias infundadas porque en este estado cuya área

es tan pequeña, no existe ningún palmo de terreno baldío y así lo ha

manifestado el Gobierno local a la Secretaría de Fomento en

contestación a un informe oficial que se le pidió. Para que Usted se

convenza de que solo un interés personal mal entendido guía al Señor

Martínez en sus denuncios, baste decirle que todos o la mayor parte

de ellos se refieren a terrenos que están lindando con la hacienda de

su propiedad llamada San Bartolo, cuyos terrenos pertenecen a los

indios del pueblo de Tecomán, quienes jamás han dejado de

cultivarlos, constituyendo los mismos terrenos el medio que

proporciona su subsistencia.227

Por tanto, consideraba que la conducta adoptada a la sombra de una

concesión poco meditada, era peligrosa para la paz y el orden público en el estado.

226 Manuel Bonilla, “Apuntes para el estudio del problema agrario”, Hermosillo, Imprenta del Gobierno del Estado, 1914, en Jesús Silva Herzog (Dir.) La cuestión de la Tierra, 1913-1914, México, Instituto Mexicano de Investigaciones Económicas, (Colección de Folletos para la Historia de la Revolución Mexicana), 1961, p. 250. 227 Esteban García, Gobernador del Estado de Colima, a Porfirio Díaz, Colima, enero 28 de 1885; en BFXC, Fondo Porfirio Díaz, L10C4 Legajo 1538.

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Ponía lo anterior al conocimiento del presidente de la república, de una manera

confidencial, para que si lo consideraba prudente lo apoyara en la protección de

estos pueblos contra cualquier procedimiento que atacara el derecho de propiedad

que tenían sobre sus terrenos, de los cuales se estaba haciendo el correspondiente

reparto, conforme a las leyes del Estado.228

Para sorpresa de muchos, la respuesta de Porfirio Díaz era distante de la

actitud que guardaba para con el Gral. Martínez, ya que la contestación al

gobernador fue en el tono siguiente: “Mientras se revisa concesión, usted anime a los

pueblos, manifestándoles que ningún concesionario podría hacer uso de sus terrenos

sin previa autorización del mando. Supongo que Usted tendrá bastante confianza en

el Juez de Distrito y en este caso este tranquilo”.

Al igual que antes lo hicieron las

autoridades locales, el gobernador adoptaba una postura en defensa de los pueblos

indígenas.

229

Cabe aclarar que si bien el gobernador Esteban Martínez no se manifestó tan

proclive a las acciones emprendidas por Ángel Martínez, este mercader de tierras

vivió un panorama mucho más halagüeño tras el arribo de Gildardo Gómez a la

gubernatura estatal. Baste señalar que Martínez no actuaba sólo, primeramente

conformó una compañía deslindadora denominada Martínez y Landázuri, pero

seguidamente su actividad en pro del repartimiento de tierras de comunidad y

denuncio de terrenos baldíos se fortaleció tras asociarse con Felipe Palencia,

individuo que desarrollaba una dinámica labor como promotor del reparto de tierras

en el valle de Tecomán y zonas aledañas. Aún más, la sociedad de ambos

personajes era más sólida y extensa, ya que contaban con socios ocultos instalados

desde la cúspide del poder estatal, así lo demuestra la carta que Palencia le dirige al

gobernador Gildardo Gómez en 1888, donde le reiteraba:

…yo quiero que Usted vea este negocio con interés y me

aconseje y me ayude, y aunque Usted no quiera y sin que su nombre

228 Ibíd. 229 Ibíd.

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aparezca en nada para evitarle compromisos y chismes Usted es

nuestro socio y la concesión es suya, del General y mía. Esto no tiene

remedio, compadrito, porque así lo quiere un amigo que lo quiere

como hermano y que no puede ser sospechoso para Usted. 230

Aprovechándose de esta red de intereses apoyada por el puesto público de

Gómez, los socios realizaban diligentes gestiones para definir el contrato que su

compañía establecería con la Secretaría de Fomento, sobretodo para garantizar que

las tierras cedidas por la compañía deslindadora anterior se hicieran efectivas, al

tiempo que buscaban que el gobierno federal hiciera una cesión similar de derechos

de tierras que podía disponer conforme a derecho. Para ello, Palencia le sugería a

Gómez:

Yo tengo la pretensión de que entre todo y ver si es posible

modificar el acuerdo en ese sentido; pero para no hacer algo

inconveniente espero su consejo. Doy por hecho que el reparto pasó

por todas las prácticas de ley y que es legal ¿por qué se dice que el

Gobierno reserva sus derechos a esas propiedades? Luego cree

tenerlos, y en ese caso que se ponga una cláusula en el contrato

diciendo por ejemplo: que en caso que la Federación haga valer esos

derechos en justicia, y estudiado el asunto se resuelva que es baldío

todo eso, la compañía tendrá la tercera parte que la ley le da. No

puede objetarse que la Compañía anterior hizo cesión de su

concesión en esa parte, porque se declara caduco el Contrato anterior

230 Carta personal de Palencia al Señor Gobernador, Don Gildardo Gómez, México, 12 de julio de 1888; en AHEC, Caja 496, Sección A, No. 7, Año 1888.

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para celebrar el nuevo, y en tal caso la Compañía nueva nada tiene de

común con la anterior, y esta no ha cedido nada porque pidió la

concesión para todo el Estado ¿qué le parece? 231

La intención fue clara; su pretensión era realizar un nuevo deslinde de

terrenos ya otorgados o por otorgarse, a fin de llevarse las porciones y utilidades que

la propia ley establecía. Esto era más que evidente, por muy y que Palencia

asegurara que:

…hay que pensar que vale más algo que nada, y por mi parte

no tengo interés en que frieguen a los pobres indios; al contrario no

quiero que alguno otro les apriete sin consideración ninguna. Una de

las cosas por ahora importantísimas consiste en fijarse en un deslinde

de los más fáciles y seguros para comenzar las operaciones y poder

firmar ya el contrato. 232

Los planes y las piezas del engranaje estaban listas para entrar en funciones,

el gobernador y sus socios fueron selectivos en buscar las estrategias y los

personajes que les garantizarían coronar sus proyectos, así lo pone al desnudo

Palencia cuando le expresa al gobernador colimense lo siguiente:

Como el General me decía que llegado el caso de acuerdo con

Usted nombráramos quien nos representara en Colima para comenzar

los trabajos espero sus indicaciones sobre el particular y desde luego

nuestro buen amigo Gamiochipi será el que ponga el cascabel al gato

en lo cual ya esta él de acuerdo… Importa comenzar no por lo dudoso

y en grande, que para eso habrá tiempo después… Nacho conoce 231 Ibíd. 232 Ibíd.

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mucho de eso y allá se pueden tomar mejores datos que aquí, ya

asegurada la concesión quedan cinco años para seguir buscando. 233

Las solidaridades entre Palencia y Gómez estaban fincadas en el

compadrazgo y la identificación de intereses, los favores económicos y políticos

fluían entre uno y otro. Así que no resultó nada casual que Palencia ocupara

responsabilidades públicas gracias a su compadre, a quien le manifestaba:

Una vez más le reitero mis agradecimientos porque bien sé a

quien debo haber sido aclamado, como Usted me dice, por uno de los

Colegios electorales del Estado, para representar al mismo en la

Cámara de Diputados,....

Por supuesto que no ha pasado desapercibido para mí que no

contento Usted con asegurar mi posición quiso llevar más lejos su

amistoso celo designándome, porque esto fue exclusivamente de

Usted, por el primer Colegio electoral que, como comprenderá, es una

satisfacción más para mí. ¡Gracias compadre! 234

Pero ese cargo no saciaba sus aspiraciones e intereses, ya que al tiempo que

le enviaba dicho agradecimiento, le recordaba: “No olvide lo de baldíos porque es

preciso asegurar la concesión cuanto antes por lo que pudiera suceder, y ya verá

que esto vale un mundo para mí, porque tengo mis razones y particularmente en lo

de huecos y denuncias”. 235

Muchas de las decisiones operativas de esta compañía descansaban en

Palencia, entendible si se parte de las funciones públicas del Gral. Ángel Martínez

233 Ibíd. 234 Carta personal de Palencia al Señor Gobernador, Don Gildardo Gómez, México, 27 de julio de 1888; en AHEC, Caja 496, Sección A, No. 7, Año 1888. 235 Ibíd.

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como senador de la república en representación del Estado de Colima y el cargo de

gobernador de Gildardo Gómez. Así lo reiteraba este último al comunicarle a su

compadre Palencia que: “…en todo se hará lo que Usted disponga y nada más, pues

el General pasará por todo, y aún así me lo expresa dejándonos en absoluta

libertad”.236

…persuadir a los propietarios que consoliden su propiedad y se

entiendan con nosotros como amigos, pues por mi parte, tendría gusto

en que las ventajas fueran recíprocas para ellos y la Compañía, en

vez de que otros concesionarios fueran a atirantar la cosa demasiado;

y hay que hacerles observar que bien podemos vender nuestro

derecho a persona extraña a ellas, y sería en su perjuicio… el objeto

es como dejo indicado: favorecer con arreglos aceptables, y

equitativos a los propietarios favoreciéndonos a la vez.

Pero si bien las tareas de conducción de la empresa en el ámbito

administrativo recaían en Palencia, no así la conducción de los destinos económicos

y planes de la compañía, como lo evidenciaba el gobernador al señalar que lo más

importante era:

237

Actitud que declarativamente se extendía a los poblados y comunidades

indígenas. El dúo de compadres estaba involucrado más directamente en los

quehaceres dominantes, ya que su socio Martínez no tenía residencia fija en la

entidad. Martínez cumplía con responsabilidades militares en el noroeste de México

a partir de su cargo como jefe de la Primera Zona Militar. Evidencias de lo anterior se

encuentran en la correspondencia que turnó a Gildardo Gómez desde el puerto de

Mazatlán, donde le informaba que acababa de llegar a ese lugar procedente de

Sonora y que cuando sus ocupaciones lo permitieran iría a pasar unos días a Colima,

estancia que aprovecharía para ayudarlo en el asunto de la construcción del

236 Carta personal de F. Palencia al Sr. Gobernador, Don Gildardo Gómez, México, 31 de julio de 1888; en AHEC, Caja 496, Sección A, No. 7, Año 1888. 237 Ibíd.

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ferrocarril.238

Por otro lado, si bien la compañía deslindadora era un negocio atractivo que

redituaba grandes porciones de tierras y utilidades, esta sociedad no estaba exenta

de dificultades. Una era el marco legal que otorgaba facultad al Estado sobre

terrenos baldíos considerados nacionales, lo cual restaba campo de acción para esta

empresa. Este asunto de los baldíos preocupaba a Palencia y Gómez, en mayor

proporción que a su socio Ángel Martínez. Al tiempo que incursionaban en el negocio

de la tierra, les preocupaba la reacción de sus paisanos ya que consideraban que:

Así que los compadres Palencia y Gómez tenían un socio con quien no

tenían un nexo físico permanente.

…si fracasa el negocio nos aborrecen, y ningún provecho nos

queda, y quedamos pasando por ambiciosos de mala fe e ingratos.

Esto hasta cierto punto es verdad, dada la manera de ver de nuestros

paisanos que no están acostumbrados a la índole de ciertos negocios;

pero viéndolo bien y bajo un punto de vista patriótico, hasta cierto

punto, me parece que la intervención nuestra en los arreglos de

baldíos vendrá sin duda a influir de un modo favorable para hacer las

transacciones más justas, más equitativas y menos odiosas. Porque

está fuera de toda duda que cualquiera otro que no estuviera en las

condiciones especiales de nosotros, no andaría con contemplaciones

y sólo consultaría sus intereses para obrar sin que le importara un

bledo conciliar esos propios intereses con los de los hijos de

238 Carta personal de Ángel Martínez, General en Jefe de la 1ª Zona Militar, a Gildardo Gómez, Gobernador de Colima, Mazatlán, 25 de julio de 1888; en AHEC, Caja 494, Sección A, No. 7, Año 1888.

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Colima.239

Reconocían las medidas perjudiciales que anidaban la colonización y deslinde

de baldíos al afirmar que “lo de baldíos es un tanto odioso, porque así son todas las

cosas que lastiman o afectan intereses encontrados por poco legítimos que esos

intereses sean en muchos casos”.

240 Y –en opinión de Palencia– más alejada estaría

de la respetabilidad popular si los encargados de aplicar la ley se apartaban de la

prudencia y la equidad para amparar a “concesionarios sin vínculos ningunos de

cariño o simpatías para las personas poseedoras de baldíos o demasías que al fin y

al cabo y tarde o temprano les arrebatarán y tal vez sin consideración alguna”.241

…los odios y la rechifla; pero echándose también a la bolsa

mucho de los propietarios de Colima. Pero no es por cierto que yo

sienta, como vulgarmente se dice, la ventaja; sino que pienso en algo

en que si bien es cierto que se mezcla el propio interés, también lo es

que tengo en mucho el interés de los demás porque mi intervención

puede hacer sombra en bien de ellos y podré quizá conciliar sus

intereses con los míos y los del Gobierno.

En

su opinión, actuar de esta manera implicaría ganarse:

242

Lo anterior refleja un sentimiento regionalista que se entrecruzaba con sus

deseos de ganancia, es decir, se intentaba hacer de la compañía un negocio rentable

pero sin llegar a un despojo descarnado, al menos de manera declarativa. Incluso

consideraban que ser seleccionados por Martínez como sus socios, redundaría en un

beneficio para los colimenses, pues “…las condescendencias del mismo General

Martínez con nosotros, que somos sus amigos, no las tendrá con otros, y ellas

239 Carta confidencial de Palencia al Sr. Gobernador, Don Gildardo Gómez, México, 12 de noviembre de 1888; en AHEC, Caja 496, Sección A, No. 7, Año 1888. 240 Ibíd. 241 Ibíd. 242 Ibíd.

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pueden servirnos mucho para favorecer, en parte, a muchos de nuestros paisanos y

amigos”.243

…quizá más tarde surgirá alguna dificultad por falta de acuerdo

con el mismo Señor General en algún punto ya verdaderamente

práctico; pero él no desconoce la conveniencia de una armonía con

Usted como Gobernador de aquel Estado y a mí me parece que ese

caso aunque probable es remoto por que lo creo, como amigo, muy

leal y capaz de todo bien.

Aunque, Palencia estimaba que una postura como la que adoptaba lo iba

a llevar a que:

244

Este temor era porque al Gral. Martínez no le agradaban los términos de la

concesión a firmarse con la Secretaría de Fomento; además de que Palencia y

Gómez, enfrentaban dificultades para modificar los términos de la misma, pese a que

Palencia manifestaba que intentaba por todos los medios que el Gral. Martínez no se

indispusiera contra él y lo culpara de las dificultades o resultados adversos que se

presentaran en este asunto.

Por todo este entramado de intereses se movieron muchas de las iniciativas

de Ángel Martínez y compañía para apoderarse de importantes cantidades de tierra

de los fértiles valles colimenses. Tónica que se vivió a lo largo del desempeño de una

y otra compañía deslindadora; adoptando un particular énfasis desde inicios de la

octava década del siglo diecinueve.

Como parte de toda esta recomposición de la propiedad, los denuncios y

solicitudes de repartimientos se empezaron a sumar en las oficinas

gubernamentales. Por ejemplo, en noviembre de 1883, el poder legislativo estatal

recibió varias solicitudes de los indígenas de Tecomán e Ixtlahuacán en las cuales

pedían la intervención gubernamental para que se efectuara el repartimiento de los

243 Ibíd. 244 Ibíd.

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terrenos que en comunidad habían estado poseyendo.245 Iniciativa que se turno al

pleno de la cámara legislativa el 15 de diciembre de 1883 y, tras ser objeto de

debate, el reparto de los terrenos indígenas de Tecomán e Ixtlahuacán fue aprobado

por unanimidad de votos.246

En este marco de sucesos, los problemas para los indígenas del valle costero

estaban latentes y no tardaron en aflorar de múltiples formas. Un caso ilustrador es la

correspondencia que ante el ejecutivo estatal dirigió Severo Campero, apoderado

general sustituto de los indígenas de Tecomán, a finales de 1885. Campero exponía

que después del repartimiento de las tierras de aquella comunidad, cuyas

operaciones revisó y aprobó esa superioridad, algunos indígenas como era de

esperarse, ya por verdadera necesidad o ya por la indolencia que les caracterizaba,

habían procedido a enajenar los lotes que les fueron adjudicados, introduciéndose

así vecinos no indígenas, como propietarios de terrenos ubicados dentro de los que

seguían perteneciendo a miembros de la comunidad.

Estos nuevos propietarios, que por lo general eran dueños de ganado,

pretendían introducirlo sin cercar previamente sus terrenos, causando daño a los

colindantes. Por otra parte, los que aceptaban cercar se negaban a dejar, en los

términos de sus respectivos fundos, los callejones indispensables y servidumbres

para la comunicación a que tenían derecho los diversos propietarios de las tierras

repartidas. Estos requisitos, que eran indispensables para el repartimiento de las

tierras de la antigua comunidad, fueron previstos en las bases acordadas para dicho

reparto; según es de verse en el expediente respectivo, la sexta base estaba

concebida en los términos siguientes:

Todos los predios repartidos quedarán con las necesarias

servidumbres para su completo aprovechamiento, lo cual determinará

con la mayor equidad y precisión la comisión de reparto, siendo

obligación de los individuos que tengan posibilidad y sean dueños de

245 EC, 22 de febrero de 1884, p. 29. 246 EC, 7 de marzo de 1884, p. 39.

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ganado, cercar formalmente sus respectivos fundos. En cuanto a los

que no tuvieren recursos para cercar y sólo tengan uno u otro animal

para su servicio, establecerán de común acuerdo las reglas

necesarias para servirse de su propiedad, siendo responsables de los

daños que cauce el que no se sujete a ellas.247

La simple lectura de esta condición impuesta a los comuneros, da a conocer

su importancia y necesidad, siendo indudable que la adquirían los nuevos

propietarios que compraran sus heredades a los indígenas. La ley del 17 de

diciembre de 1883, al acometer al ejecutivo la facultad de intervenir en las

operaciones de reparto de los terrenos de comunidad, le encomendó así mismo la

benéfica misión de proteger a la clase desvalida, a fin de que la distribución de su

propiedad no se diera en su daño, sino que, por el contrario, produjera los beneficios

esperados a favor de los indígenas, en particular, y de la propiedad general del

pueblo de Tecomán.

Para lograr este objetivo, a nombre de sus apoderados, Severo Campero

solicitó al gobernador que la autoridad política de Tecomán, en representación del

gobierno a su cargo, cumpliera exacta y puntualmente con la condición que quedó

insertada y bajo la cual se habían repartido los terrenos de aquella comunidad.248

Los problemas eran de toda la comunidad y afloraban de particulares, como

sucedió con el juicio verbal que por pago de pesos siguió el Lic. Trinidad Padilla,

procurador de los indígenas de Tecomán, contra don Crispín Novela, como albacea

de la testamentaría de don Antonio Novela, para que se cubrieran dichos fondos a

favor de la comunidad.

249

247 Severo Campero al Gobernador del Estado de Colima, 22 de diciembre de 1885; en AHEC, Caja 466, Sección A, No. 8, Año 1884/92.

248 Ibíd. 249 Darío Orozco al Secretario de Gobierno, Colima, julio 15 de 1886; en AHEC, Caja 466, Año 1884/92.

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Mientras esto sucedía, no muy lejos del lugar, otros indígenas también

estaban modificando el régimen de propiedad de las tierras que sus antecesores

laboraban desde tiempos coloniales. El representante indígena, en fechas similares a

las utilizadas por sus similares de Tecomán, suscribió una notificación al ejecutivo

estatal donde patentizaba que los jefes de las familias que forman la comunidad

expresada, se congregaron para acordar el repartimiento de sus tierras.

Respecto a los procedimientos utilizados para llegar a este proceso de

deliberación señalaban que una vez decretada la desamortización de los bienes

pertenecientes a corporaciones civiles y eclesiásticas, el pueblo consultó a personas

letradas de la capital colimense a fin de informarse si sus tierras se hallaban en el

caso contemplado por dicha ley y, de serlo, la factibilidad de denunciarlas para su

desamortización. La recomendación fue que debían reducir su propiedad a unos

cuantos particulares a fin de acatar lo establecido en esa ley, “…sin perjuicio de que

por medio de enajenaciones parciales hechas por los adjudicatarios, se verificase un

reparto proporcional entre las familias de raza indígena, a quienes de derecho

corresponde la propiedad por herencia de sus antepasados”.250

Sin embargo, como la intención de la comunidad de Tecomán era que se

siguieran aprovechando en común sus terrenos, mientras no se realizara el

repartimiento, los adjudicatarios no entraron en posesión de los fundos adjudicados,

ni pagaron censo ni redimieron el capital impuesto; sino que las tierras fueron

cultivadas, en parte, por todos los indígenas que pudieron hacerlo, y otra porción de

ellas se entregaron en arrendamiento a diversas personas, cuyas rentas se

recaudaban por el ayuntamiento y se dedicaban al bien común de los indígenas.

En virtud de dicho

consejo se constituyeron en adjudicatarios de las tierras del pueblo, a los indígenas

don Salvador Vela, don Pedro Máximo, don Encarnación Torres y don Quirino

Torres, quienes reconocieron, cada uno, una cuarta parte aproximada de los

terrenos, en determinado precio que se obligaron a redimir en el plazo de nueve

años.

250 Ibíd.

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Pero los indígenas no permanecieron impávidos ante leyes que trastocaban su

modo ancestral de trabajar la tierra. En algunos casos, adaptaron su propio discurso

público hacia lo que se esperaba que hicieran,251 mediante una actuación

convincente, en lo que Scott ha llamado la infrapolítica de los grupos

subordinados,252

Ejemplificando un poco, ¿cómo actuó la comunidad indígena de Tecoman

ante la inminente desamortización de los bienes pertenecientes a corporaciones

civiles y eclesiásticas? Tecoman optó por una hábil estrategia en la que utilizó a su

favor los mismos mecanismos que se le querían imponer.

logrando sobreponer sus propios intereses durante algún tiempo.

Como ya se mencionó arriba, primeramente sus integrantes se organizaron

para consultar con personas letradas de la capital, si realmente sus tierras se

encontraban en el caso contemplado por las leyes y, de ser así, la factibilidad de

denunciarlas para su desamortización.

Posteriormente, siguieron las recomendaciones de su apoderado legal, quien

les aconsejo redujeran la propiedad de las tierras comunales a unos cuantos

particulares, a fin de acatar la ley, para lo que constituyeron un consejo de cuatro

adjudicatarios entre los que se dividieron dicho terreno.

Con la adjudicación simulada, los indígenas lograron atrasar el reparto de sus

tierras, usando a su favor la política del gobierno y las legalidades del estado,

protegiéndose con los mismos símbolos emanados del poder. De esta forma, las

tierras continuaron cultivándose a la usanza tradicional, es decir, comunalmente,

mientras que, las rentas procedentes de porciones arrendadas, se administraron por

el ayuntamiento para solventar las necesidades de la población.

Actitudes como estas sirven de marco para traer a escena las reflexiones de

Antonio Annino sobre el papel que los pueblos indígenas desempeñaron en el seno

de la nación liberal. En su opinión, las comunidades indígenas formaron parte de la

nación mexicana, pero al defender sus intereses interpretaban la constitución y 251 James Scott, Los dominados…, pp. 26-28. 252 Ibíd., p. 44. Por infrapolítica designa “…una gran variedad de formas de resistencia muy discretas que recurren a formas indirectas de expresión.”

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demás preceptos constitucionales, imaginando muchas veces otras naciones

mexicanas, cuya identidad procedía de versiones actualizadas del pasado. Un

elemento básico era que, para ellos, la idea de patria y nación residía en la

legitimidad que implicaba la ocupación del suelo antes de la conquista española; es

decir, las comunidades indígenas interpretaron a las libertades liberales como un

reconocimiento de sus antiguas libertades y derechos sobre el territorio. Además, en

su actitud se ponían de manifiesto concepciones ubicadas en el jusnaturalismo, el

cual sustentaba que la sociedad debería estar organizada en cuerpos que poseían

una entidad natural e ilimitada, ideas pregonadas por la iglesia católica desde los

años coloniales. Dicha tradición jusnaturalista-católica esbozaban la idea de una

comunidad natural, titular inalienable de derechos, esencia de toda legitimidad.253

En el caso de lo indígenas de Tecomán, la utilización de estas argucias

legales se realizaban mediante una simbiosis entre el orden liberal y su vida

tradicional; la adjudicación a unos cuantos indígenas tenía un cuerpo liberal por

circunscribirse a la nueva normatividad, pero con una esencia tradicional, para

refirmar su derecho natural amenazado por esas mismas ordenanzas.

Sin

embargo, la conexión implícita o explícita de esta tradición, no proveía las

herramientas suficientes para defenderse en un escenario donde reinaban leyes y

prácticas liberales que apuntaban hacia otros códigos sociales.

A su vez, los promotores del reparto indígena consideraban que a partir de

hacer una mala interpretación a la ley del 25 de junio de 1856, sus tierras se querían

confundir con los bienes patrimoniales de los pueblos y no se hizo lo que en otros

estados, cuyos gobiernos se limitaron a ejercer una protectora intervención y

vigilancia a fin de que los bienes de indígenas se repartieran, sin considerarlos jamás

de propiedad municipal, sino del dominio exclusivo de las comunidades y cuya

intervención no tenía por objeto la constitución de censos, sino únicamente evitar las

injusticias que pudieran cometerse en una gran masa de propietarios al practicar la

división.

253 Al respecto, véase, Antonio Annino “Pueblos…, pp. 414-430.

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Los iniciadores de este reparto consideraban que si sus propiedades

permanecían indivisas: “…esto lo consideramos perjudicial a los individuos en

particular, pues solo con el carácter de propietarios pueden ser laboriosos y más

industriosos, que viendo su propiedad confundida con la de todo el pueblo; el

repartimiento redundará pues en beneficio individual y en provecho de la riqueza

pública del Estado”;254

Juzgaban que para llevar a cabo este propósito en la forma y términos más

justos y equitativos, se hacía precisa la intervención del gobierno del estado, bajo

cuyo amparo se sujetaban a sus determinaciones y ocurrían suplicándole se sirviera

por presentado con el acta y padrón que acompañaban y dar sus superiores

órdenes, a fin de que se verificara el reparto de sus tierras, en los términos

convenientes, formándose un expediente de las operaciones que se practicaran, se

mandara protocolizar y que se expidiera a cada partícipe un título del predio que le

fuera adjudicado.

por lo cual resolvieron verificar el reparto que hacía tiempo ya

se había intentado.

255

En otras comunidades indígenas de la entidad las cosas no pintaban

diferentes. Por ejemplo, al amparo del citado decreto de la legislatura del estado de

17 de diciembre de 1883, cesó la intervención que el ayuntamiento de Coquimatlán

tenía en los terrenos de indígenas adjudicados de conformidad con la ley de 25 de

junio de 1856. El cese de esta intervención, dicho sea de paso, redujo

considerablemente los fondos de los municipios, ya que los adjudicatarios dejaron

de pagar los réditos que causaban esos capitales.

Por esta razón y por considerar que ya se había extinguido la comunidad de

indígenas que era a quien debían pertenecer los terrenos mencionados, el

ayuntamiento solicitó al gobierno del estado que cediera a favor del municipio, el

capital que representaban los terrenos adjudicados conforme a la multicitada ley de

254 Carta de Hilario Carrillo al Gobernador del Estado, Colima, 18 de Octubre de 1883; en AHEC, Caja 461, Sección A, No. 8, Año 1883. 255 Ibíd.

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25 de junio de 1856.256 En respuesta, las autoridades estatales aprobaron el cese de

la intervención y administración del ayuntamiento de Coquimatlán en terrenos

adjudicados a indígenas de la extinguida comunidad de dicho pueblo, que poseían o

que hubieren enajenado en cualquier tiempo, pasando al dominio del municipio de

Coquimatlán como bienes “…los terrenos que primitivamente se hubieren adjudicado

por el Ayuntamiento respectivo a personas extrañas a la extinguida comunidad de

indígenas de dicho pueblo, en el entendido de que obedeció a una ejecución

equivocada de la ley del 25 de junio de 1856 ”.257

Mientras tanto, para mediados de la penúltima década del siglo XIX, en la

parte norte de la entidad, los indígenas de Juluapan ya habían perdido su carácter de

propiedad comunal debido al reparto de tierras correspondiente, quizá por eso

muchos de ellos vivían de

…la operación de preparar las hojas de palma real que habían

de servir para la fabricación de sombreros…Los indios cortaban las

hojas antes de que se extendieran, antes de que abrieran sus

abanicos, antes de que los rayos del sol las tiñeran de verde, para que

al ser secadas en los patios de las cabañas, conservasen el nítido

color blanco de sus dobleces virginales.258

Pero, perder sus antiguas posesiones y el dedicarse solamente a estas

actividades no los dejaba plenamente satisfechos, por eso el apoderado de la

comunidad indígena de Juluapan se opuso a que los herederos de José María

González trataran de enajenar los llamados terrenos de Sumpalmani ubicados en el

perímetro de esa población. El representante se oponía a cualquier tipo de venta

256 Oficio No. 129 del Prefecto Político del Primer Distrito, Trinidad Alamillo, al Secretario de Gobierno, Colima, 16 de mayo de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1892. 257 Solicitud del Presidente del Ayuntamiento de Coquimatlán al Gobernador del Estado de Colima, 14 de mayo de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1892. Comunicado del Secretario de Gobierno al Prefecto Político del Centro, Colima, 19 de mayo de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1892. 258 Gregorio Torres Quintero, Cuentos colimotes (Descripciones, cuentos y sucedidos), México, Editora Matilde Gómez Cárdenas, 1955, pp. 36 y 37.

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que de dichas tierras se hiciera y manifestaba ante las autoridades su disposición

para emprender la lucha ante los tribunales, máxime cuando el Juzgado de lo Civil y

de Hacienda de Colima ya había emitido un fallo sobre el particular a favor de sus

representados y, para enero de 1885, sólo faltaba que el fallo causara ejecutoria y se

dictara sentencia de parte del Supremo Tribunal de Justicia del Estado.259

Sin embargo, otras porciones de terrenos que habían pertenecido a

comunidades indígenas se utilizaron para facilitar transacciones comerciales o

financieras, se usufructuaron por otras manos o francamente cambiaron de dueño al

ser objeto de venta de parte de sus apoderados; proceso que se coronó en el

Registro Público de la Propiedad del Estado de Colima.

Los casos saltan a raudales. Por ejemplo, las tierras de Cautlán contaron con

la presencia de un nuevo posesionario, luego de que don Fernando Solórzano

adquirió dos lotes por cuatrocientos pesos, comprados a mestizos quienes a su vez

los habían adquirido por la misma vía de sus antiguos dueños, los indígenas Camilo

Tadeo y Brígido Castañeda.260

Años más tarde –a mediados de 1886– los terrenos llamados “El Plan de la

Guayabilla”, “Las Lomas de Olive” y “Rincón del Aguacate”, pertenecientes a esta

misma comunidad de Cautlán fueron hipotecados a favor de don Felipe Amoraux a

cambio de la cantidad de doscientos pesos.

261 El proceso de venta de terrenos

lotificados continuó en años siguientes, actividad de compraventa en la que el antes

mencionado Fernando Solórzano, apareció como nuevo dueño del lote Nº 11 (con

casi tres mil metros de longitud) de las tierras de reparto del pueblo de Santana

Cautlán; por esta operación desembolsó la misma cantidad que pagaba por lote diez

años atrás: doscientos pesos.262

259 EC, 30 de enero de 1885, p. 20.

Unos cuantos meses después este mismo

260 Al respecto véase: Título Nº 477, del 2 de noviembre de 1893; en, ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1893-1895. 261 Noticia circunstanciada de inscripciones verificadas en el Registro Público de la Propiedad, enviada por Trinidad Padilla al Secretario de Gobierno, Colima, 31 de octubre de 1886; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1886. 262 Al respecto véase: título Nº 477, del 29 de noviembre de 1883; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1893-1895.

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personaje gastó otros cuatrocientos pesos para adquirir otros lotes que le cedió en

venta don Lino Aceves, posesionario de este mismo lugar.263

Esta avalancha de venta de los lotes de Santa Ana Cautlán continuó. El 24 de

marzo de 1894, se efectuó la venta de dos lotes de Cautlán, por parte de la

testamentaría de don Manuel Meillón a Hilario G. Castañeda, en la cantidad de

trescientos pesos.

264 El señor Castañeda pareció competir con Solórzano en materia

de acaparamiento de tierras, ya que durante el mes de septiembre de 1894, don

Carlos Meillón, en nombre de la testamentaría de Manuel Meillón, le vendió cuatro

lotes más en la cantidad de doscientos pesos.265

Al año siguiente, Carlos Meillón –ahora como apoderado de doña Ignacia

Morales– vendió el lote Nº 28 de las tierras de reparto, a favor de don Fortino Gaitán,

vecino de la villa de Colima. El pago fue de cien pesos.

266

Pero esta forma de adquirir lotes de indígenas fue poca cosa como amenaza

de los bienes de la comunidad si se compara con la venta que –en julio de 1886–

realizó Arcadio de la Vega a nombre de los indígenas de Ixtlahuacán, al recibir la

cantidad de quinientos pesos de manos de Juan López Yánez, vecino de Villa de

Álvarez, a cambio de un terreno perteneciente a los indígenas de dicho lugar.

267 En

esas fechas, de manera similar procedió Hilario Castañeda apoderado de los

indígenas de Santa Ana Cautlán, al vender un terreno ubicado en las inmediaciones

de esta comunidad a los señores Christian Flor y don Manuel Meillón, por la cantidad

de mil pesos.268

263 Véase: título Nº 511, del 20 de febrero de 1894; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1893-1895.

264 Véase: título Nº 523, del 24 de marzo de 1894; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1893-1895. 265 Véase: título Nº 571, del 28 de septiembre de 1894; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1893-1895. 266 Véase: título Nº 622, del 13 de marzo de 1895; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1893-1895. 267 Noticia circunstanciada de inscripciones verificadas en el Registro Público de la Propiedad, enviada por Trinidad Padilla al Secretario de Gobierno, Colima, 31 de octubre de 1886; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1886. 268 Ibíd.

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Este fenómeno de recomposición de las tierras rurales se extendió por

diversas partes de la entidad. En Juluapan, durante la última semana de octubre y la

primera quincena de noviembre, se realizaron las ventas de tres lotes: un par a

Francisco Corona y el otro a Hermenegildo Salazar. Los indígenas Apolonio Lorenzo

y Ramón de la Cruz se deshicieron de su propiedad a cambio de 50 y 40 pesos

respectivamente.269

A su vez, por los rumbos de la recién extinguida comunidad de Ixtlahuacán, la

venta barata de lotes del repartimiento se propagó de igual manera. A principios de

1894, don Miguel Sánchez adquirió tres lotes a cambio de 150 pesos. A mediados

de octubre de ese mismo año, el indígena Pablo Diego y su esposa Victoria

Cayetano, recibieron 50 pesos a cambio de su lote Nº 46 con una extensión de 36

fanegas de sembradura. Meses después, el Registro Público de la Propiedad

consignó la venta de otros lotes en este mismo lugar.

270

A partir del último año del siglo decimonónico, parece que la propiedad

indígena se desmoronó en Ixtlahuacán. En junio, Ignacio Padilla adquirió tres lotes

ubicados entre el aludido pueblo de Ixtlahuacán y Tecomán, con una extensión de

149 hectáreas y 30 áreas,

271 quien inmediatamente los dio en venta a don Serapio

Montes de Oca. Para septiembre, don Isidoro Barreto cedió su propiedad de dos

lotes del repartimiento de Ixtlahuacán a favor de Juan Luna. Barreto había adquirido

dichos lotes por venta efectuada por Ángel Martínez, quien los había adquirido por

medio de su compañía deslindadora.272 A fines de ese mismo mes de septiembre, se

formalizó la venta de dos lotes a Bernardino Ramírez e Isidoro Barreto; operaciones

efectuadas en 1886 y 1877, respectivamente.273

269 Al respecto véase: Título Nº 579, del 23 de octubre de 1894, Título Nº 586, del 10 de noviembre de 1894, y Título Nº 587, del 14 de noviembre de 1894; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1893-1895.

Ya rebasando el siglo –en junio de

270 Véase: Título Nº 490, del 12 de enero de 1894, Título Nº 577, del 16 de octubre de 1894, y Título Nº 635, del 30 de abril de 1895; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1893-1895. 271 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 10, Asunto Nº 1327. 272 Estas ventas se encuentran en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 11, Asuntos Nº 1327, 1329 y 1366. 273 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 11, Asunto Nº 1367, Ff. 16-17.

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1900– seis lotes más fueron vendidos a favor de Ignacio Michel.274 En los años

siguientes, el señor Bernardino Ramírez efectuó varias operaciones de compra-venta

de lotes que pertenecieron a esta comunidad.275 Transacciones similares se

efectuarían en años sucesivos contando con la aprobación de las autoridades

estatales,276 al tiempo que se realizaron otras ventas de pequeños lotes por varios

pobladores del lugar que habían recibido su fracción en el repartimiento de la extinta

comunidad indígena,277 o bien por herencia de sus padres o descendientes.278

Las iniciativas para adjudicarse tierras ociosas se multiplicaron en la entidad

durante las últimas dos décadas del siglo XIX. Como ya fue mencionado, en este

proceso, el Gral. Ángel Martínez destacó en la materia.

279 Su mayor concentración

de tierras se encontraba en la hacienda costera de Paso del Río, engrandecida a

partir de concesiones obtenidas por el deslinde de terrenos baldíos en el estado, con

la consecuente afectación de tierras de comunidades indígenas.280

274 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 13, Asunto Nº 1518, Ff. 132-133.

Por ejemplo,

durante el último mes de 1884, efectuó la denuncia de dos predios en calidad de

baldíos, ambos en la municipalidad de Tecomán. Los dos predios contaban con una

extensión de más o menos un sitio de ganado mayor y colindaban con las

propiedades que el referido militar poseía en este lugar. El primero lindaba con

275 Estas operaciones mercantiles se encuentran en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 13, (1901–1902), Asuntos Nº 1787, 1788 y 1891, Ff. 29, 30, 66 y 67. 276 Sobre el particular véase: ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 15 (1902-1903), Asunto Nº 2150, Ff. 66 y 67; y Tomo 18 (1905-1906), Asuntos Nº 2666 y 2675, Ff. 19, 20, 25 y 26. 277 Véase: ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 14 (1902), Asunto Nº 2028, F. 105. 278 Casos como estos se pueden localizar en: ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 16 (1903-1904), Asunto Nº 2283, F. 35. 279 Es menester destacar que la “ambición” del Gral. Ángel Martínez por las tierras de las costas y valles colimenses lo llevó no sólo a afectar propiedades indígenas sino a entrar en litigios por tierras con otros propietarios de la zona. Por ejemplo, el 19 de diciembre de 1889, la presidencia de la república le otorgó título sobre un terreno con una extensión de 6,261 hectáreas y 2 aras, situado en las inmediaciones de la hacienda de Miraflores, medida que contó con la oposición del hacendado Francisco Santa Cruz al argumentar que dicho terreno formaba parte de su hacienda La Magdalena, por ello entabló un litigio que finalmente perdió. En septiembre de 1902, Martínez vendió este terreno a la Sra. Clemencia Ceballos Vda. de Santa Cruz, en la cantidad de mil pesos. Véase, Al respecto véase: Título Nº 2015, del 27 de septiembre de 1902; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 14, 1902, Ff. 92-93. 280 Oficio de Esteban García, Gobernador de Colima, al Presidente Porfirio Díaz, Colima; en BFXC, Fondo Porfirio Díaz, L15C3, Legajo 1483.

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terrenos de José Fermín Huarte, don Antonio Novela, José María Bueno, el fundo

legal del pueblo y se extendía hasta “Boca de Pacuales”. El segundo era conocido

con el nombre de “Humedades” y era propiedad de los indígenas del lugar.281

Años después se presentaron otros denuncios, por esa razón –en 1889– las

autoridades judiciales citaron a don Canuto Arzac, para que formalizara su oposición

ante dicha denuncia de bienes nacionalizados que acababan de efectuarse.

282

Así que, hacia fines del siglo, los terrenos indígenas de Tecomán estaban

acosados por las propiedades del Gral. Ángel Martínez y los intereses de personajes

como Ignacio Michel e Isidoro Barreto, entre otros. Este proceso generó que diversos

lotes de dicha comunidad pasaran a convertirse en operaciones de compra venta no

solo de parte de indígenas, sino que los adquirientes lo miraran como un mecanismo

para hacer negocios jugosos al revenderlos. Así sucedió con los tres lotes del

reparto agrario de tierras indígenas de este poblado que, en enero de 1899, fueron

vendidos por Anastasio Novela a doña Octaviana Anzar de Barreto, en la cantidad de

$150.00. Cada uno medía 1000 m de sur a norte por 450 m de este a oeste,

constituyendo una superficie de 135 hectáreas.

Pero

el proceso de individualización de la propiedad presentaba una tendencia

irreversible.

283 Asimismo, unos meses después,

el señor Carlos Schulte en su calidad de síndico del concurso a bienes de Zeferino

Pinzón vendió otro lote similar a Ignacio Michel.284 La venta de predios que

pertenecieron a la comunidad de Tecomán se siguió llevando a cabo en los años

posteriores, ya sea por los pobladores adjudicados o por los nuevos propietarios que

los adquirieron con afán de lucro.285

281 EC, 9 de enero de 1885, p. 8.

282 Enrique O. de la Madrid del Juzgado Federal del Distrito de Colima, al Gobernador del Estado, Colima, 20 de junio de 1889; en AHEC, Caja 499, Sección A, No. 7, Año 1889. 283 Al respecto véase: Asunto Nº 1230 del 5 de enero de 1899; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 10, 1898–1899. 284 Asunto Nº 1518, 26 de junio de 1900; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 11, 1899–1901, Ff.132-133. 285 Una de estas ventas la realizó la Sra. Tomasa Jiménez Vda. de Olmos a Luis R. Venegas, quien pagó $40.00, por un lote de repartimiento que contaba con una extensión de 1,000 metros de longitud y 450 de ancho y estaba localizado en las inmediaciones del pueblo. Asunto No. 2019; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 14, 1902, F. 96.

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A su vez, en Tamala, otra comunidad indígena, la cual –como ya se

mencionó– recibió sus títulos individuales en 1905, el proceso de venta se

desencadenó de manera similar. Tan solo en el mes de mayo de 1906, en el

Registro Público de la Propiedad del Estado de Colima se protocolizó la venta de

cinco lotes que habían pertenecido a terrenos de su comunidad. Sus precios de

venta oscilaron entre los 25 y 80 pesos cada uno, dependiendo de su extensión y

calidad.286

Si esto pasaba en las comunidades rurales donde la presencia comunitaria era

más notoria, no podía esperarse otra cosa en poblaciones rurales como San Miguel

de la Unión en la zona del valle, así como en Juluapan y Comala en la parte norte de

la entidad.

A mediados de la penúltima década del siglo XIX, la población de San Miguel

de la Unión (antigua congregación de los Tepames) tenía problemas con su fundo

legal o el terreno propio divisible en lotes equitativos para usos público y privado, ya

que si bien los 600 metros por cada viento que alcanzaba este fundo a partir del

centro de la plaza no resolvía sus necesidades ni los libraba de las disposiciones de

don Tomas Solórzano, el principal propietario del área. Por ese motivo, a fines de

octubre de 1885, los vecinos del lugar se quejaban ante el gobernador de que este

personaje se distinguía por:

…aumentar enormemente la renta que antes nos tenía

asignada por el piso que ocupan nuestras habitaciones, sin dejarnos

libertad de hacer uso de un mediano solar donde poder encerrar

nuestros animales domésticos puesto que arrienda a los labradores

terrenos dentro del pueblo sin dejarnos libre más espacio que el que

literalmente ocupan nuestras reducidas habitaciones y sin poder

siquiera disponer de la leña que se pudre en el vecino cerro para los

286 Al respecto véase: Asuntos Nos. 2936 al 2940; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 19, Ff. 82-85.

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usos domésticos y de la cual él no dispone pues su única norma es

ser siempre hostil a nuestro bienestar y progreso.287

Para superar este panorama se solicitaba incrementar al menos en otros

seiscientos metros por cada lado la extensión de dicho fundo, donde se

comprendiera el cerro que serviría para aprovechar la leña o el mismo bosque, al

cual no tenían acceso alguno. Específicamente, se solicitaba que esta montaña fuera

expropiada por causa de utilidad pública. No fue posible localizar el desenlace de

dicha petición, pero por el tipo de propuesta se antoja una respuesta no favorable.

Pero lo que si se puede rastrear es la fuerte presencia, que por muchos años más,

siguieron ejerciendo los Solórzano en dicho lugar. Tanto así que un indicador de su

peso en la vida local se puede deducir por operaciones ocurridas a mediados de

1901, cuando el Lic. Juan C. Solórzano vendió cuatro solares en precios que iban de

los 25 a los 48 pesos cada uno.

Mientras esto pasaba en San Miguel, en Juluapan, don Herculano Brizuela

adquirió un lote del reparto indígena de este lugar; el pago fue de 150 pesos por una

propiedad con una extensión de 122,500 metros cuadrados.288 En lo que se refiere a

lo ocurrido en Comala, como un ejemplo de este proceso destaca el caso de don

Ponciano Torres, quien, a principios de 1906, se adueño de varios lotes mediante un

pacto de retroventa, por lo cuales se comprometió a pagar 50 pesos por cada uno.289

Las fuentes hasta hoy consultadas no indican la presencia de protestas de los

individuos que se retiraron de las tierras que habían ocupado por décadas para que

las ocuparan sus nuevos dueños, como tampoco puede conocerse si dichos terrenos

estaban abiertos al cultivo o eran tierras ociosas; de ahí que sería muy aventurado o

especulativo adentrase en dichas particularidades; pero al margen de lo anterior,

287 Solicitud de Octaviano Fregoso y demás firmantes al Gobernador del Estado, San Miguel de la Unión, 31 de octubre de 1885; en AHEC, Caja 490, Sección A, No. 8, Año 1887/88. 288 Estos casos se localizan en: Asuntos Nos. 1760, 1761, 1762, 1763 y 1878; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 13, Ff. 8-10 y 108. 289 Asunto No. 2810; en ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 18, 1905-1906, Ff. 125 y 126.

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aunque el valle no estuviera tan poblado y las tierras no estuvieran en producción,

los habitantes seguían considerándolo suyo.

Se puede entender este sentido de propiedad que adquirió tanta raigambre, si

se contrasta el hecho de la cesión de lotes de fines del siglo XIX y los primeros años

del siglo siguiente, con la información contenida en la formación de ejidos en años

posrevolucionarios, la cual parece indicar que, sin ignorar la presencia de intereses

muy marcados de individuos que intentaban acrecentar su dominio en el agro

colimense, los antiguos dueños procedieron a realizar primeramente la parcelación

individual y, posteriormente, una parte de ellos llevó a cabo la división y venta

voluntaria de sus parcelas, o al menos se resignaron a ello, lo que implicó –en los

hechos– imbuirse en el campo de la propiedad privada y con esto se dio la ruptura de

los derechos de familia adquiridos desde mucho tiempo atrás. Claro que este

proceso no fue uniforme, dicho auge mercantil sobre los antiguos terrenos

comunales no se desarrolló en un clima de paz y felicidad, en algunos casos se

dieron claros despojos o ventas forzadas, lo que se expresó de manera más

particular en las tierras del norte de la entidad.

En fin, casos de apropiación de tierras –por voluntad o forzadas– no se

limitaron a unos cuantos puntos de la costa y los valles de Colima, sino que se

propagaron por diversas partes de la geografía estatal y en las áreas colindantes de

los estados vecinos, en los cuales no estuvieron ausentes las ambiciones y los

abusos. Tal es el caso ocurrido durante 1890, cuando el señor Llerena se interesó

por una extensa zona de terreno comprendida en Colima, al igual que en Jalisco. En

julio de ese año se presentaron en la capital colimense don Tomás Gildan apoderado

de Llerena y un abogado de este mismo apellido, pretendiendo que se librara exhorto

a la autoridad política de Zapotlán para que desalojara a los poseedores de una

amplia área de terrenos, pero se les negó tan audaz solicitud. Entonces la

reformularon, dejando a salvo los derechos legalmente adquiridos por dichos

poseedores.

A principios de agosto de ese año de1890, se solicitó un nuevo exhorto para la

autoridad política de Coalcomán; pero sabedor ya en esos días de los propósitos de

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la llamada compañía Llerena, el gobernador se apersonó con el juez y deliberando

acerca de la inconveniencia de dar entrada a esa clase de pretensiones, se acordó

que el mismo juez negara lo que le pedía y declarara terminada su jurisdicción,

puesto que se daba la citada compañía por recibida de la posesión que legalmente le

fue mandada dar, con las restituciones que procedían en derecho. A su vez, el

gobernador Gildardo Gómez rechazó las sugestiones que se hicieron sobre él acerca

de este negocio, cuando entendió que estaba fuera de la ley.290

Los problemas en estos lugares vecinos a Colima se prolongaron por años y

en nada fue diferente al trato que recibieron los indígenas jaliscienses de parte de

las autoridades gubernamentales. Por ejemplo, en 1899, el jefe político del Noveno

Cantón de Jalisco, de acuerdo al decreto de reparto girado por el ejecutivo estatal,

instrumentó una “comisión repartidora”, testificada por una pequeñísima cantidad de

los poco más de tres mil indígenas de la zona, organismo que inmediatamente entró

a disponer de los bienes de comunidad. Pese a que a partir de 1903, los apoderados

legales de los indígenas emprendieron gestiones ante las autoridades estatales y

federales, no pudieron impedir la pérdida de sus tierras.

291

En otras entidades la situación era parecida, al grado tal que en febrero de

1911, ya estallado el movimiento armado contra el Gral. Porfirio Díaz, un

norteamericano radicado en la región de Coalcomán, Michoacán, se trasladó a la

ciudad de México para externar ante el presidente una denuncia por los abusos que

desde hacia tiempo padecían los indígenas del lugar y que en los últimos tiempos se

habían agudizado. Además, informaba que bajo su asesoría los indígenas

recurrieron a pedir ayuda ante el gobierno estatal, pero no recibieron respuesta

Queda la duda si fue por

carecer de títulos de propiedad, desconocimiento de las leyes o porque legalmente

su defensa fue improcedente.

290 Gildardo Gómez a Porfirio Díaz, Colima, 24 de agosto de 1890; en ABFXC, Universidad Iberoamericana, Fondo Porfirio Díaz, L15C22, Legajo 10706. 291 Sobre este despojo de bienes, véase: Juan S. Vizcaíno, Capillas y fiestas del pueblo indígena, Ciudad Guzmán, Archivo Municipal de Ciudad Guzmán (en adelante AMCG), 1995, pp. 36-40.

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positiva. Por tal motivo, solicitó audiencia para exponerle personalmente dicha

conflictiva.292

Pero, tanto en Colima, como en Jalisco o Michoacán, la tónica no varió. Los

antiguos posesionarios y dueños de las tierras, por lo general, no recibieron

respuestas satisfactorias, ya que durante el mandato de Díaz, “…el gobierno no hizo

esfuerzo alguno por preservar siquiera un control mínimo de los pueblos sobre sus

tierras y rara vez intentó mediar en las disputas entre campesinos y terratenientes,

como habían hecho sus predecesores coloniales”.

293

Todo esto formaba parte de un proceso irreversible de recomposición de la

propiedad de la tierra, impulsado por la administración porfirista, el cual permitió no

sólo eliminar a diversas comunidades indígenas de una gran parte de sus antiguas

posesiones, sino que, en términos más generales, a nivel nacional implicó que –entre

1877 y 1910– se vendieran 45.7 millones de hectáreas de tierras públicas para

otorgárselas a particulares;

Su óptica liberal se los impedía.

294

obviamente, las beneficiarias fueron las compañías

deslindadoras y los proyectos privados de colonización.

292 G. A. Rush al señor Presidente de la República, General Porfirio Díaz, febrero 3 de 1911; en ABFXC, Fondo Porfirio Díaz, L 36, N 9169. 293 Friedrich Katz “Introducción: Las revueltas rurales en México”, Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, Friedrich Katz (Comp.), México, Era, Tomo 1, p. 18. 294 Datos tomados de John Coatsworth, Orígenes…, 1998, p.155.

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IV HACIENDAS, HACENDADOS Y LOS INTERESES DE LOS

INDÍGENAS DE COMALA

1.- LA ECONOMÍA DE LAS HACIENDAS, UNA ECONOMÍA DE MERCADO

El estado de Colima inició su vida como entidad independiente apoyado en la

actividad agrícola que desarrollaba un buen número de ranchos y haciendas, así

como en la dinámica actividad económica que se implementaba en sus costas

basada en la explotación salinera. Como un indicador de esto último, destaca el

hecho de que, a mediados de 1868, en las salinas de Cuyutlán existían 32 personas

que, ya sea como dueños o usufructuarios mediante rentas, explotaban 164 pozos

salineros, donde se alquilaban 173 hombres, 39 mujeres y 33 niños. La explotación

de cada pozo costaba 54 pesos por temporada.295

Por su parte, si bien el sistema de haciendas se remontaba hasta tiempos

coloniales, una porción importante de estas propiedades no se caracterizaron por

constituirse en unidades productivas que pasaron de generación en generación,

producto de derechos hereditarios, así que se vieron envueltas en operaciones de

compra venta que se prolongaron durante todo el siglo XIX.

296

Al correr la segunda mitad de esta centuria, el campo colimense se

encontraba dominado por un pequeño grupo de familias locales y un núcleo, igual de

selecto, compuesto de extranjeros que habían emigrado desde mediados del siglo

Proceso en el que se

vieron envueltas las haciendas de Camotlán de Miraflores, Nogueras, Buenavista, La

Albarrada, Quesería, Paso del Río, entre otras.

295 Informe de Vicente Orozco, mayo 25 de 1868; en AHEC, Caja 325, Sección A, No. 10, Año 1869. 296 Buena parte de estas operaciones se encuentran asentadas en el ya citado Archivo del Registro Público de la Propiedad y el Comercio del Estado de Colima, en el ramo de inscripciones públicas.

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XIX, convirtiéndose en comerciantes, hacendados e industriales.297

Fue precisamente para las décadas de los sesenta y setenta del siglo XIX, que

este grupo se comenzó a integrar y tuvo su auge hacia principios del siglo XX.

Esta oleada de

extranjeros (alemanes, estadounidenses y algunos franceses) llegados a Colima,

luego de establecerse como representantes de casas comerciales extranjeras,

sentaron sus reales en la entidad y se casaron con "distinguidas" damas de la alta

sociedad colimense, vinculando sus riquezas con los viejos propietarios de las

mejores tierras de la entidad.

298 Los

extranjeros emigrados principalmente de Europa, se introdujeron a la élite regional a

través de relaciones políticas, comerciales y de parentesco pues, contrariamente a lo

que sucedió en otras regiones del país, este grupo fue ampliamente aceptado,

llegando a conformar un sector oligárquico fuertemente cimentado.299

Muchos de estos extranjeros emigraron a Colima durante la segunda mitad del

siglo XIX, como representantes comerciales o cónsules de sus países de origen,

seguramente impulsados por las noticias alentadoras que sobre México se tenían en

Europa.

300 Tal es el caso de Arnoldo Vogel, quien llegó a Manzanillo en 1868

procedente de Hamburgo, como representante de una casa comercial, para

posteriormente convertirse en cónsul alemán, a la muerte de Christian Flor, y en uno

de los hacendados más ricos del estado. Poco tiempo después de llegado, se casó

con doña Clotilde de Quevedo, pasando a formar parte de la sociedad colimense.301

Pero sobretodo, descolló como hábil empresario; para la penúltima década del

siglo XIX, contaba con una firma comercial denominada “Arnoldo Vogel y Compañía”

297 José Miguel Romero de Solís, “Extranjeros de Colima: el caso del Barón de Brackel-Welda”, en Los años de crisis de hace cien años. Colima, 1880 –1889, J. M. Romero de Solís (Dir.), México, Universidad de Colima – Ayuntamiento de Colima, 1988, p. 45. 298 Pablo Serrano Álvarez, “La oligarquía colimense y la Revolución 1910 – 1940”, en Dimensión Antropológica, México, INAH, Año 1, Vol. 1, mayo - agosto 1994, p. 57 y 59. 299 Mark Wasserman, “La inversión extranjera en México, 1876 – 1910: un estudio de caso del papel de las élites regionales”, Historia económica de México. Lecturas, Enrique Cárdenas (Comp.), México, FCE, 1992, p. 269. 300 Serrano, Oligarquía…, 1994, p. 59. Cfr. Brigida von Mentz, México en el siglo XIX visto por los alemanes, México, UNAM, 1982, Cap. 6. 301 Carta de Arnoldo Vogel al Secretario de Fomento, Colima, a 21 de agosto de 1925. Registro Agrario Nacional, Archivo de Primera Instancia (en adelante RAN-I), Expediente 23-115.

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y establecía contratos de compraventa con diversos productores. Una de estas

transacciones se realizó con Tiburcio Ochoa Barreto, dueño de la hacienda de

Buenavista, a fin de entregarle varias toneladas de azúcar,302

Estos hechos tienen cierta relación con la propuesta de Wasserman, en el

aspecto referente a los factores que influyeron para que los extranjeros y la élite local

se relacionaran ya que, por un lado el grupo nativo controlaba los mecanismos de la

política regional, mientras que los extranjeros, una vez establecidos en México,

construyeron el capital para invertir y se dotaron de los conocimientos tecnológicos

adecuados para la explotación de los recursos locales.

que Vogel colocaría en

mercados externos.

303

Este esquema de relaciones sociales regionales se siguió reproduciendo a lo

largo del porfiriato. Los extranjeros establecieron relaciones cordiales con el mismo

aparato de gobierno, y hasta en ocasiones integraron compañías conjuntamente con

los locales, representaron a miembros de la élite regional en problemas legales o

ante sus contactos en Europa y Estados Unidos, para la exportación de sus

productos, al igual que se siguieron vinculando mediante el parentesco.

Por dichos motivos fueron

aceptados sin ambages, permitiéndoseles participar en la esfera económica y

política.

304

302 Sobre este particular, véase, José Luis Ramírez Domínguez, Iniciativa y prestigio social en Colima: 1940-1970, Colima, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Colima – Gobierno del Estado de Colima – CONACULTA, 1995, p. 12

Siguiendo

el caso de Vogel, a través de este último mecanismo permaneció dentro del grupo en

el poder, por medio de enlaces matrimoniales de dos de sus hijas con miembros de

303 Mark Wasserman, Inversión…, 1992, p. 267 – 268. 304 Oficio de la Cámara de Comercio de Colima al Gobernador del Estado, Colima, junio de 1890; en AHEC, Caja 515, Sección A, No. 7, Año 1890. Para esta fecha Vogel ocupaba la presidencia de la Cámara de Comercio de Colima, siendo su presidente suplente Francisco Santa Cruz, gobernador del Estado, así como otros miembros integrantes: Christian Flor, Carlos Schulte, Jorge Oldenbourg, Andrés Schmidt, Federico Kuhlman, Isidoro Barreto, Ramón J. de la Vega, mismos que se encontraban desempeñando otros puestos en organismos públicos o eran dueños de grandes haciendas.

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la casa comercial de los Schulte y de la familia del gobernador Francisco Santa Cruz,

participando en el imbricado entramado de relaciones sociales.305

Por otro lado, existía un grupo de ricos rancheros, dueños de grandes

extensiones de tierra, montes, ganado y fincas,

306

La llegada de estos extranjeros a Colima, coincidió con un lento proceso de

integración de la región al mercado nacional, con su consiguiente incorporación a un

sistema capitalista más amplio, en una posición dependiente o de enclave, en el cual

surtían materias primas al exterior, al tiempo que compraban manufacturas. Este

proceso venía siendo acelerado por el fuerte estímulo que recibió la exportación de

productos por la apertura del puerto de Manzanillo en 1848, aunado a la posterior

introducción de la vía férrea que unió Colima con este puerto en 1889.

donde destacaban personajes

como Ignacio Cruz Centeno, Mariano Castañeda, Urbano y Antenógenes Salazar,

Miguel y Everardo Montes, entre otros; los cuales acrecentaron su condiciones de

vida, en medio de préstamos, hipotecas de usureros y la competencia desigual que

en, el rubro de la comercialización de sus productos agrícolas, imponían un

reducidísimo grupo de agentes comerciales y casas de consignación, varias de ellas

ligadas a prominentes comerciantes jaliscienses.

Este panorama provocó que al arribar al siglo XX, la vida económica y social

de los colimenses estuviera hegemonizada por una oligarquía fuertemente

cohesionada. Las tierras laborables, el comercio y el agio, la justicia y el poder

público estaban concentrados en un puñado de familias emanadas de un mestizaje

racial y una fusión económica.

305 EC, 28 de noviembre de 1896, p.191-192; EC, 23 de junio de 1900, p. 99-100; también citado por Héctor Porfirio Ochoa R., “Economía y café en Colima durante el siglo XIX”, en Comala. Memorias de un encuentro, Servando Ortoll (Coord.), Colima, México, Gobierno del Estado de Colima – Universidad de Colima, 1994, p. 150. 306 El uso de la categoría de rancho se aplica más allá de tomar la extensión territorial como elemento definitorio, ya que está más en correspondencia con la posesión que se ejerce sobre la tierra y la forma en que se desempeña su actividad productiva; a partir de esto, el rancho es un espacio económico o unidad productiva de dimensiones variables, pero comúnmente más pequeño que la hacienda, el cual se caracteriza por no contar con trabajadores fijos, pues buena parte de las labores descansan en el trabajo de los miembros de la familia del ranchero. Al respecto consúltese: Herbert J. Nickel, Morfología social de la hacienda mexicana. México, FCE, 1988.

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Un rasgo distintivo de la actividad agrícola fue que los hacendados y grandes

rancheros, aparte de cultivar directamente una parte de sus tierras, explotaba otra

buena parte a través del sistema de medieros y el arrendamiento. Estos

usufructuarios cubrían sus pagos en especie, es decir, entregando una porción de la

producción obtenida a los dueños de dichos terrenos. Sobre este particular, Ricardo

B. Núñez afirma lo siguiente: “Una gran parte de las tierras cultivables eran dadas a

medias por sus propietarios, y raro era el ‘mediero’ que no tuviera deudas con el

propietario, pues como no poseía bueyes, aperos ni semillas, todo le era

proporcionado por el dueño, el cual se quedaba con la mayor parte de la cosecha”.307

Entre este grupo de hacendados y rancheros, sobresalían como los

principales propietarios de la entidad: Arnoldo Vogel, dueño de la hacienda de San

Antonio y una de las principales casas comerciales ubicadas en el puerto de

Manzanillo; la compañía conformada por los hermanos Rangel y Vergara propietaria

de la hacienda de Nogueras (1,849 hectáreas) Francisco Santa Cruz, dueño de las

haciendas de Cuyutlán (12 mil hectáreas), Quesería, La Albarradita y La Magdalena

(31 mil hectáreas); Enrique O. de la Madrid era propietario de la haciendas Santa

María del Carmen, La Providencia, Colomos y Montecristo; Salvador M. Ochoa

propietario de la hacienda Buenavista (con una extensión de ocho mil hectáreas) y

gran cantidad de bienes rústicos, urbanos y crediticios (estos últimos, para 1910,

sumaban más de un millón de pesos); Luis Brizuela, poseía la hacienda de la

Estancia de 4,500 hectáreas y gran cantidad de terrenos más; Carlos y Rafael

Fernández, contaban con diversas propiedades, entre las que destacaban las

haciendas de El Cacao y Juluapan, ésta última, por sí sola, tenía una extensión de

24,731 hectáreas.

308

307 Ricardo B. Núñez, La Revolución en el Estado de Colima, México, INEHRM, 1973, p. 16.

Por su parte, Blas Ruiz era propietario de extensas propiedades

308 Un panorama general sobre las haciendas colimenses (extensión, propietarios y evolución histórica) puede encontrarse en: Pablo Serrano Álvarez "El sistema de haciendas y la expansión capitalista colimense en el siglo XIX", en Regiones y expansión capitalista en México durante el siglo XIX, María Eugenia Romero Ibarra y Pablo Serrano Álvarez (Coords.), México, UNAM – diversidad de Colima, 1998, pp. 205-229. José Óscar Guedea y Castañeda, Las haciendas en Colima. Una excepción al modelo establecido en otros estados de la República Mexicana, Guadalajara, Editorial Idear, 1999.

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rústicas y urbanas, así como de dos grandes casas comerciales, una en la ciudad de

Colima y otra en el puerto Manzanillo.309

Si se recurre a las cifras que aporta la estadística nacional sobre el monto de

propiedades rurales que existieron en Colima a lo largo de los años porfiristas, se

encuentra que en 1877 existían 29 haciendas y 225 ranchos, mientras que para

1910, los números se movieron a 40 haciendas y 292 ranchos.

310

Dichas cifras muestran un proceso de crecimiento de ambas unidades

poblacionales y productivas a lo largo del porfiriato y, más puntualmente, se nota la

preponderancia cuantitativa del rancho sobre la hacienda, elemento que por sí sólo

no puede conducir a establecer su predominio. Máxime que el mismo concepto de

ranchos es vago y puede dar pie a conclusiones sesgadas, pues como refiere

François-Xavier Guerra, a principios del siglo XX, por rancho se entendía tanto a una

propiedad individual explotada por fuertes lazos familiares, como a un área

poblacional que no alcanzaba el estatuto de pueblo, donde sus habitantes se

dedicaban a actividades diversas (arrendatarios, medieros, peones, labradores, entre

otros).

311

Sobre este mismo particular, Manuel Bonilla comentaba que los términos de

“hacienda” y “rancho”, correspondían a localidades distintas: pero ante el fisco, la

hacienda solía incluir al rancho, (el propietario de una hacienda establecía varios

ranchos dentro de ella), por ello para el número de latifundios no se deberían sumar

ranchos y haciendas, sólo cuando el rancho era una hacienda de menor cuantía;

tanto así que calculaba que a nivel nacional, el 85% del número de ranchos, debería

de estar comprendido en las haciendas adquiridas y en aldeas que no eran fincas

agrícolas.

312

309 Manuel Velásquez Andrade, Remembranzas de Colima, 1895-1901, México, Páginas del Siglo XX, 1949, pp. 107-115.

Este fenómeno era muy recurrente en Colima, ya que las principales

haciendas estaban divididas en diversos ranchos.

310 Estadísticas Sociales del Porfiriato, 1877-1910, p. 41. 311 Sobre esta variedad que adopta el concepto de rancho en los registros estadísticos de fines del siglo XIX y principios del XX, véase, Guerra, México: del Antiguo…, pp. 473-490. 312 Manuel Bonilla, Apuntes…, 1961, p. 245.

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El peso que haciendas y ranchos jugaban en el agro colimense puede

resolverse apoyándose en la cantidad y valor de los terrenos que ambos poseían; así

como en el porcentaje que tenían en producción. Pero para los fines de esta

investigación no interesa tanto resolver esta disyuntiva, máxime que los nexos y

relaciones sociales entre hacendados y rancheros aparecieron muy estrechos, así

como en su actitud hacia las tierras indígenas.

Por otra parte, aunque resulta dominante la visón “clásica” que presenta a las

haciendas como las entidades rectoras de la vida agraria durante el régimen

porfirista, y con ellas, por tanto, se pone en el centro de la contradicción social la

relación que se establece entre hacendado y peón; si bien, el peso del sistema de

haciendas es indiscutible, se ha dejado de lado la observancia del considerable

incremento de ranchos (ya sea como unidades productivas o como espacios del

hábitat rural) a lo largo y ancho del país, que en el caso de Colima no fue la

excepción.313

Al margen de lo anterior, lo cierto es que los hacendados enlistados renglones

atrás formaron parte del núcleo de propietarios que se volvieron grandes

acumuladores de terrenos debido a “…lo barato de la tierra, pues habían sido

sustraídas originalmente a sus propietarios auténticos, o bien eran terrenos carentes

de comunicación, irrigación y otras mejoras”.

Asimismo, es de valorarse también fenómenos como la mediería y

aparcería; sistemas que en el campo colimense tuvieron un peso significativo, y la

ya antes aludida nota de Ricardo Núñez es un indicador al respecto.

314

La adquisición y engrandecimiento de las haciendas colimenses fue muy

variada, pero la compra de tierras del último tercio del siglo XIX en adelante se

convirtió en un acto recurrente; proceso no exento de singularidades, algunas

Aunque también pudieron haberlas

obtenido por herencia o mediante el proceso de deslinde de tierras nacionales.

313 Entre 1900 y 1910, el número de ranchos a nivel nacional se incrementó de 32,557 a 48,635 (16,078 más). Al margen de que en su incrementó estadístico hayan influido convencionalismos regionales para su denominación o las imprecisas declaraciones de dueños o administradores, es evidente que -pese a la mitificación del latifundismo como prototipo del porfiriato- los ranchos y el sector medio en general, alcanzaron mayor importancia durante estos años. Al respecto véase, Herbert J. Nickel, Morfología social de la hacienda mexicana, México, FCE, 1988, p. 116 y ss. 314 Ricardo B. Núñez, Revolución…, 1973, p. 13.

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sustentadas en narraciones emanadas de la memoria o imaginación popular, como

las versiones recogidas por el profesor Gregorio Torres Quintero al momento de

arribar al lugar: los pobladores le comentaron que inicialmente el propietario fue un

pobre maestro de escuela del lugar, pero que debido a que su madre había curado

una herida a un bandido que operaba en los linderos de Jalisco y Colima; una vez

que el facineroso encontró la muerte, el maestro siguió las indicaciones que le

proporcionó y encontró un tesoro en una cueva de la piedra de Juluapan, así que

dejó las aulas y compró dicha hacienda.315

Por lo tanto, al tiempo que los hacendados colimenses se constituyeron como

actores preponderantes de la economía local, robustecieron el panorama agrícola

estatal. Pese a la presencia de la aparcería y mediería en el agro colimense, no

puede pensarse en un hacendado, que mantiene el grueso de sus propiedades

improductivas o no le interesa hacerlas producir y que sólo aspira a la tierra como un

bien que le retribuya estatus o que engalane su linaje, ya que como afirma

Coastworth, desde los mismos tiempos coloniales: “No se ha encontrado un solo

propietario de haciendas que pudiese pasar por el tipo de aristócrata absolutamente

incompetente en materias económicas, obsesionado por el prestigio, que en un

tiempo se consideró como el típico hacendado hispanoamericano”.

Pero, más allá de la veracidad de estos

sucesos, lo cierto es que aún en estas tierras agrestes, la hacienda se convirtió en un

espacio preponderante en el entramado social y la organización del espacio en esta

zona de la entidad.

316

Para conocer el impacto o alcance de la actividad de las haciendas y unidades

productivas del campo colimense de principios del siglo XX, se puede destacar que

durante el año de 1905 la producción del municipio de Colima alcanzó el monto

global de 828,784 pesos, mientras que un año después dicha cifra se elevó para

alcanzar 1’080,028 pesos. La evolución a detalle de los montos productivos durante

estos años es el siguiente:

315 Gregorio Torres Quintero, Cuentos…, 1955, pp. 39 y 40. 316 John Coatsworth, Orígenes…, 1998, p. 88.

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Cuadro Nº 7. Producción agrícola de Colima (1905)

PRODUCTO CANTIDAD MONTO

Maíz 170,000 hectolitros $ 340,000.00

Arroz 1,760,000 kilos 210,000.00

Azúcar 900,000 kilos 177,800.00

Frijol 11,300 hectolitros 55,806.00

Frutas - 18,640.00

Aguardiente de caña 2,500 hectolitros 6,250.00

Café 10,980 kilos 5,490.00

Tabaco 16,500 kilos 3,800.00

Caña de azúcar 270,000 kilos 3,100.00

Hortalizas - 2,883.00

Cascalote 10,600 kilos 650.00

TOTAL 828,784.00

__________________________________________________________________ FUENTE: Noticia de terrenos y productos agrícolas en el municipio de Colima, estado de Colima, año de 1905, 27 de junio de 1906; en AHMC, Caja 20, Expediente 36, Año 1906.

El destacar estas cifras no tiene como objetivo hacer una reconstrucción de la

estructura económica prevaleciente en el municipio de Colima, en los albores del

siglo XX, como tampoco establecer correlaciones o tendencias de desarrollo. La

finalidad es remarcar el peso que la actividad agrícola jugó como garante del

principal centro urbano de la entidad.

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Cuadro Nº 8. Producción agrícola de Colima (1906)

PRODUCTO CANTIDAD MONTO

Maíz 150,000 hectolitros $ 600,000.00

Frijol 11,400 hectolitros 159,600.00

Azúcar 850,000 kilos 173,000.00

Arroz 1,700,000 kilos 102,000.00

Frutas - 18,980.00

Aguardiente de caña 3,000 hectolitros 6,000.00

Café 10,800 kilos 4,860.00

Tabaco 16,400 kilos 3,780.00

Caña de azúcar 280,000 kilos 3,300.00

Hortalizas - 3,073.00

Cascalote 16,700 kilos 655.00

TOTAL 1,057,528.00*

____________________________________________________________________ FUENTE: Noticia de G. Pamplona sobre terrenos y agricultura del Municipio de Colima, en el año de 1906. Colima, 1 de mayo de1907; en AHMC, Caja 25, Exp. 23, Año 1907. *Además, la actividad ganadera generó 100 mil litros de leche y 25 mil kilos de queso, lo cual significó un ingreso de $10,000 y $12,500 pesos respectivamente.

Los datos anteriores demuestran que el aumento en los ingresos agrícolas no

ocurrieron, en lo fundamental, por un incrementó en los volúmenes de producción,

sino a un considerable aumento de precios de comercialización en algunos productos

básicos. El caso del maíz es más que ilustrativo, al incrementarse de dos pesos el

hectolitro en 1905 a cuatro pesos para el año siguiente, de ahí que los ingresos

generados por la venta de dicho producto fueron muy superiores al año siguiente,

pese a que se produjeron 20 mil hectolitros menos respecto a ese año de 1905. Aún

más, en las ocho haciendas y 43 ranchos se vivió el siguiente panorama: en 1905 se

explotaron 10,500 hectáreas de temporal y 2,430 de riego, donde se contrataron

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2,800 hombres y 450 mujeres; mientras que, al año siguiente, las hectáreas

sembradas fueron 10,3500 de temporal y 2,500 de riego, al igual que los peones

utilizados fueron 3,000 hombres y 500 mujeres.317

Seis años después, la producción agrícola experimentaría variadas

oscilaciones. Dos de los productos básicos de la agricultura estatal tuvieron cambios

de consideración, ya que durante el ciclo agrícola 1911-1912, el azúcar y el arroz

(tercero y cuarto lugar en importancia dentro de la economía del campo colimense)

disminuyeron su peso al producirse solamente 400,000 kilos de azúcar y 300,000 de

arroz, cifras muy inferiores a las alcanzadas años atrás, tan sólo por la producción

del municipio de Colima. La producción agrícola arrojó las siguientes cifras en otros

productos: 150,000 kilos de frijol; 20,000 toneladas de maíz; 7,000 toneladas de sal;

125,000 kilos de café; 500,000 kilos de coquito de aceite; 20,000 cocos; 150,000

litros de alcohol; por su parte, la ganadería aportaba 1,200 pieles de curtir.

Es decir, se presentó cierta baja

en los volúmenes de producción pese al ligero incremento de tierra cultivada y

peones utilizados.

318

Más allá de los cambios y oscilaciones de los mercados locales, lo notorio en

la vida económica colimense era la existencia de un pequeño grupo de pujantes

hacendados, así como un sector de ricos rancheros que controlaban los ejes de la

producción estatal. Ante esto la considerable población rural de la entidad tenía que

garantizar su subsistencia, ya fuera alquilándose como jornaleros o, en su defecto,

cultivando las tierras de estos grandes propietarios en calidad de medieros. Esto

último como un “privilegio” más selectivo. Los indígenas, obviamente, entraban en la

primera opción.

Por tanto, lo que resulta notorio es que la sociedad colimense se movía bajo

las pautas de un fuerte grupo de hacendados y rancheros que mantenían su

hegemonía del usufructo de la actividad productiva que desplegaban en el campo; de 317 Al respecto véase: Noticia de terrenos y productos agrícolas en el municipio de Colima, Estado de Colima, año de 1905, 27 de junio de 1906; en AHMC, Caja 20, Expediente 36, Año 1906. Noticia de G. Pamplona sobre terrenos y agricultura del Municipio de Colima en el año de 1906,1º de mayo de1907; en AHMC, Caja 25, Expediente 23, Año 1907. 318 Solicitud de informe del Cónsul de su Majestad Británica al Secretario de Gobierno, Miguel García Topete, 12 de enero de 1913; en AHEC, Caja 840, Año 1913.

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ahí que el Colima de principios del siglo XX era de rostro eminentemente rural, pero

de manera distinta a como concibe Duby a la civilización medieval donde “…los

diversos elementos de la sociedad y de la cultura urbanas se ruralizaron

completamente”. Es decir que el mundo urbano se desintegró “…cuando las

ciudades y los burgueses se desgajaron del medio rural circundante, y acabaron

sometiéndolo”.319

En general, puede considerarse que la vida económica colímense se fincaba

fundamentalmente en el ámbito agrario, de ahí que los trabajadores rurales jugaban

un importante rol dentro del quehacer productivo y de la vida estatal. Es decir, pese a

la presencia de un núcleo de comerciantes e industriales, en su mayoría los

colimenses vivían en una sociedad rural, en la cual confluían ganaderos, medieros,

aparceros, arrendatarios, rancheros, administradores, peones, jornaleros temporales,

habitantes de los pueblos, entre otros. El hacendado establecía una especie de

puente entre este sector rural mayoritario (del que formaba parte) y ese espacio

tenuemente urbano, donde también tenía colocado “un pie”. A los actores de la

sociedad de Colima de esos años se les puede delinear a partir de los siguientes

rasgos:

En el caso de Colima, el único centro urbano –la capital–

estableció una simbiosis con el mundo rural que le proporcionó sostén y fortaleza, al

tiempo que hizo que sus barreras estuvieran delimitadas muy tenuemente.

…segmento social integrado por unidades familiares de

producción y consumo cuya organización social y económica se basa

en la explotación agraria del suelo, independientemente de que

posean o no tierra y de la forma de tenencia que les vincula a ella, y

cuya característica red de relaciones se desarrolla en comunidades

rurales, las cuales mantienen una relación asimétrica de dependencia,

319 Georges Duby, en Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval. Barcelona, Ediciones Altaya, (Colección Grandes Obras del Pensamiento Contemporáneo), 1999, p. 5

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y en muchos casos de explotación, con el resto de la sociedad en

términos de poder político, cultural y económico.320

Por tanto, esta sociedad rural colimense estaba compuesta por una diversidad

de actores desiguales que, en su relación piramidal, presentaban rasgos

contrastantes. En un extremo estaba un reducido grupo de hacendados y ricos

rancheros, mientras que en el otro, los jornaleros ocupaban un papel principal. Los

jornaleros eran tanto mestizos como indígenas, que de manera fija o eventual

proveían de mano de obra a las haciendas, grandes ranchos y demás negociaciones

dedicadas a una variada producción, donde destacaban productos ya mencionados

como maíz, azúcar, arroz, sal, coco de aceite y café.

Otro aspecto que no se puede obviar, es que la incorporación laboral de los

jornaleros colimenses, en algunos casos, rebasó las fronteras estatales. Debido a

que el café necesitaba un considerable número de brazos para su cosecha, los

cafetaleros guatemaltecos, pese a que durante buena parte del siglo XIX, por orden

gubernamental se obligaba a los indígenas a abandonar sus faenas particulares para

laborar en la cosecha de café, se abastecían de trabajadores mexicanos; se enviaba

a enganchadores que se nutrían en buen número del estado de Chiapas, así como

de Guerrero y Colima. A principios de la última década del siglo XIX, las autoridades

guatemaltecas promulgaron la abolición de la ley sobre servicio obligatorio de los

indígenas, acción que incrementó la demanda y flujo de trabajadores mexicanos a

dicho país, ya que el Viceconsulado observó una alta en la matrícula de inscripciones

en los meses posteriores a la abolición de la citada ley; mientras que se calculaba en

más del doble los trabajadores mexicanos que no se inscribían por no necesitar de

un certificado de matrícula.321

320 Tomado de, Julián Casanova, Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Madrid, Siglo XXI, (Colección Historia de los Movimientos Sociales), 1985, p. 41.

321 Al respecto véase: Oficio No. 368 de la Sección de América, Asia y Oceanía de la Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores al Gobernador del Estado de Colima, México, 28 de noviembre de 1893; en AHEC, Caja 535, Sección A, No. 7, Año 1893. Carta de F. S. C. al Secretario de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores, Colima, 11 de diciembre de 1893; en AHEC, Sección A, No. 7, Año 1893.

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2.- LA PRESENCIA DE LOS HACENDADOS EN EL ÁREA DE COMALA

A partir del último tercio del siglo XIX, las autoridades colimenses procuraron

incentivar el cultivo de productos que tenían una alta demanda, ya fuera en otras

regiones del país o en el extranjero. Para lograr aumentar la producción en el agro,

dieron facilidades en la adquisición de tierras, concedieron franquicias a los plantíos

de ciertos productos y otorgaron premios a los que alcanzaron un mayor rendimiento.

Esta política local, coincidió con la seguida a nivel nacional, respecto a la

desamortización de las tierras comunales.

Con todos estos incentivos de por medio, Arnoldo Vogel, junto con otros dos

alemanes, Enrique Stold y Adolfo Kebe, y el francés Arthur Le Harivel, se

aventuraron a establecer la finca cafetalera de la hacienda de San Antonio.322 Los

socios capitalistas fueron los tres últimos. Según versiones del propio Vogel, esto

ocurrió a fines de octubre de 1877; la sociedad mercantil que formaron se denominó

Compañía de San Antonio.323

La hacienda de San Antonio mancomunaba su poderío económico en la zona

con la hacienda de Nogueras,

La adquisición inicial de tierra se incrementó tras la

Ley de Colonización y Deslinde de Terrenos Baldíos, mediante la compra de lotes

que los indígenas de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán recibieron en 1883. Esta

operación la realizó conjuntamente con su cuñada y socia Luisa Quevedo de Kebe

(esposa heredera del ya desaparecido Adolfo Kebe). Poco antes, Le Harivel había

vendido su parte al resto de los socios. Para fines de siglo, Vogel era el dueño

indiscutible de la propiedad. Además de café, en las partes más planas se

sembraban importantes cantidades de caña de azúcar.

324

322 Carta de Arnoldo Vogel al Secretario de Fomento, Colima, a 21 de agosto de 1925. RAN-I, Expediente 23-115.

establecimiento que remonta su existencia hasta los

años coloniales y que para la penúltima década fue propiedad de Ponciano Ruiz, la

323 Tomado de, Servando Ortoll, Vogel. Las conquistas y desventuras de un cónsul y hacendado alemán en Colima, México, El Colegio de Sonora, 2005, pp.34-35. 324 Para un recuento sobre la conformación de esta hacienda véase: Pablo Serrano Álvarez, Gloria, esplendor y declive de una hacienda colimense: Nogueras, Colima, México, Universidad de Colima, 1997.

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cual alcanzaba un valor de $155,000.00; sin embargo, cargando el peso de una

hipoteca del inmueble y los terrenos, en marzo de 1887 la vendió a José María A.

Mendoza, quien al momento de asentar la transacción entregó a Ruiz la cantidad de

60 mil pesos, debido a que previamente había cubierto los considerables adeudos

que tenía la finca.325 Para la explotación de esta propiedad, Mendoza se asoció por

un tiempo con José María Vergara y los hermanos Rangel, pero los dueños siguieron

fluyendo y poco después Mendoza se alejó de esta alianza económica y Nogueras

pasó a ser propiedad exclusiva de la sociedad Vergara y Rangel; en estos últimos

momentos, Nogueras y San Antonio llegaron a figurar entre las cinco más

importantes del estado, con la agricultura como actividad principal.326

Este éxito económico descansó en mucho en que, tanto Vogel como la

sociedad Vergara y Rangel, se preocuparon por mejorar la infraestructura de sus

haciendas, para lo cual se dedicaron a invertir fuertes sumas en la construcción de

graneros, en la compra de maquinaria para majar arroz, para despulpar café y

elaborar azúcar, en la instalación de trapiches, al igual que en la construcción de

obras hidráulicas como canales de riego, bocatomas de agua en los arroyos, bordos

y represas para acumular las filtraciones pluviales (Fig. 9).

Sobre estos aprovechamientos de agua, un antiguo trabajador de la hacienda

de San Antonio rememoraba lo siguiente:

Al agua del río le hacían presas provisionales para luego

conducirla por los cerros a través de túneles y canales; por ello los

cerros están perforados (…) Eso era lo bonito de la hacienda, que

había mucha agua; el canal principal iba a dar a la Casa Grande;

hasta allá entraba por medio de una arquería que comienza en una

parte elevada del terreno. Como a cien metros de donde empieza la

325 Al respecto véase: F. Robles, Tesorería de Instrucción Pública del Estado de Colima, al Secretario de Gobierno, Colima, 28 de marzo de 1887; en AHEC, Caja 489, Sección A, No. 8, Año 1887. 326 Blanca E. Gutiérrez Grageda y Héctor Porfirio Ochoa Rodríguez, Las caras del poder. Conflicto y sociedad en Colima, 1893 – 1950, México, Universidad de Colima – Gobierno del Estado de Colima – CNCA, 1995, (Historia General de Colima, Tomo IV), p. 33.

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arquería estaba el desarenador, y ahí mismo una compuerta para tirar

a la barranca el agua sobrante.327

Fig. 9. Hacienda de San Antonio a principios del siglo XX. Obsérvese el acueducto de mampostería para llevar agua a sus instalaciones.328

Además, la alta demanda de sus productos llevó a que los hacendados

buscaran los medios para bajar los costos de producción, a través de mejoras en el

transporte. Para ello, Vogel abrió un camino en potreros de su propiedad, a lo largo

de la barranca del Jabalí, con el cual economizaba una legua de distancia a la

capital; además de que el camino real público era prácticamente intransitable por la

falta de mantenimiento329

327 María del Carmen Orozco Cano, “La Hacienda de San Antonio en Colima”, en Mi pueblo durante la revolución, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Colección Divulgación, 1985, Tomo III, 1985, pp. 332-333.

(Fig. 10). Así mismo, las autoridades estatales planeó la

construcción de un tranvía que uniría a Comala con Villa de Álvarez y Colima, el cual

328 Fotografía tomada a principios del siglo XX, localizada en el Archivo Fotográfico del Centro INAH Colima (en adelante AF-CINAHC), Col. Jesús Valencia. 329 Expediente 1531, apertura de un camino; en AHEC, Caja 509-510, Sección A, No. 7, Año 1890.

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tendría un precio adecuado para fletes de mercancía de estas haciendas, con lo cual

contribuía a promover la inversión en el Estado, aunque este proyecto nunca se

realizó.330

Fig. 10. Puentes colgantes para atravesar las profundas barrancas de la zona norte de Colima.331

Pese a pequeños inconvenientes, los aires soplaban a favor de los dueños de

la gran propiedad en Colima. En lo que se refiere al giro productivo de las dos

principales haciendas ubicadas en la municipalidad de Comala, Nogueras y San

Antonio se convirtieron en las principales productoras de azúcar y el alcohol del

municipio y de la misma entidad colimense, llegando a convertirse en grandes

empresas agroindustriales.

Pero adquirir este rango no fue fácil, si se considera que los mercados eran

variados y cambiantes en la región. Sobre el particular es de tomarse en cuenta el

330 Expediente 1604, contrato de obra; en AHEC, Caja 509-510, Sección A, No. 7, Año 1890. 331 Caminos colimenses cerca de 1900, en AC-FNINAH, Fondo Estatal (121915).

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contexto económico en que dichas negociaciones operaron. Por ejemplo, entre 1884

y 1885, la producción azucarera de Colima alcanzó la cantidad de 43,000 arrobas.

Existían tres ingenios de azúcar y dos trapiches de piloncillo: uno era de vapor,

correspondiente a la hacienda de Nogueras, tres de rueda hidráulica en las

haciendas de Quesería, Agua Zarca y Miraflores y uno de fuerza de sangre en la

hacienda de La Magdalena. Sin embargo, no se producía azúcar refinado por

seguirse el sistema de trenes a fuego directo, con báscula de concentración y

defecación por el barro332

(Fig. 11).

Fig. 11. Cuarto de máquinas de la hacienda de San Antonio.333

A pesar de dicha producción, para mediados de la década de los ochentas del

siglo XIX, Colima consumía una gran cantidad de azúcar de las vecinas haciendas

332 Oficio No. 275, de Sixto Ahumada, Prefecto Político del Primer Distrito, al Secretario de Gobierno, Colima, 12 de noviembre de 1886; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1886. 333 Fotografía tomada a principios del siglo XX, en AF-CINAHC, Col. Jesús Valencia.

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de Jalisco y Michoacán, pues las haciendas locales no daban abasto al consumo

interno. La producción de las haciendas de San Marcos, Tonila y Trojes, en Jalisco,

superó a la de las haciendas colimotas debido a la adopción de maquinarias

modernas (lachos al vapor, defecadores de vapor y centrífugos americanos), al

tiempo que exportaban azúcar refinada por Manzanillo rumbo a los puertos de

Mazatlán, Guaymas, Baja California y Acapulco.334

Durante los años que van de 1894 a 1896, Nogueras y San Antonio tuvieron

una producción estable de alcohol de caña, la cual les reportó ganancias de 390 y

160 pesos, respectivamente.

335 Nogueras llegó a producir anualmente 460,000 kg de

azúcar en su trapiche; San Antonio no se quedaba atrás, pues contaba con 150

hectáreas sembradas con caña y, ya para estas fechas, una fábrica de panocha en

las inmediaciones de Cofradía de Suchitlán y una producción anual de 230,000 kg

de azúcar.336

Así mismo, el cultivo del maíz rindió excedentes que se comerciaban allende

las fronteras colimotas. Tan solo como un ejemplo, a finales de 1892, Arnoldo Vogel

envió 4,765 sacos de este producto hacia Puerto Ángel, en Oaxaca, al igual que a

Mazatlán y Culiacán, en Sinaloa.

337 Por las mismas fechas, Ponciano Ruiz, uno de

los antiguos propietarios de Nogueras, tenía 1,030 sacos de dicho cereal esperando

su embarque en el puerto de Manzanillo.338

Además de elevar sus índices productivos en los productos ya señalados, el

empuje modernizador hizo posible que las haciendas aledaños al volcán de Colima

se dedicaran exitosamente a la producción de café y sus dueños obtuvieran jugosas

ganancias.

334 Ibíd. 335 Informes del Presidente Municipal de Comala; en AHEC, Caja 545, Sección A, No. 7, Año 1894; Caja 571, Sección A, No. 24, Año 1896. 336Al respecto véase diferentes documentos en: AHEC, Caja 788, Sección A, No. 21, Año 1910. Arnoldo Vogel al Gobernador y Comandante Militar, Colima, 23 de diciembre de 1916; en AHEC, Caja 879, Sección A, No. 19, Año 1916; Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 337 Solicitud de Arnoldo Vogel al Gobernador del Estado, Colima, 7 de diciembre de 1892; en AHEC, Caja 527, Sección A, No. 7, Año 1892. 338 Solicitud de Ponciano Ruiz al Gobernador del Estado, Manzanillo, 26 de enero de 1893; en AHEC, Caja 530, Sección A, No. 7, Año 1892/93.

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Tal fue el caso de Arnoldo Vogel, ya que su hacienda de San Antonio,

alcanzó una producción de café de signos importantes, pues hacia el último cuarto

del siglo XIX, contaba con 350,000 cafetos, y la calidad del mismo obtuvo el

reconocimiento internacional, ya que en 1876 ganó el primer lugar en la exposición

de París y, posteriormente, lograría el gran premio en Chicago y Búfalo.339

Hacia 1880, existían 832,000 cafetos en tierras colimenses, distribuidos en tan

solo 11 haciendas y ranchos, cuyas plantaciones eran relativamente de reciente

creación, y competían por proveer a los consumidores de Estados Unidos;

340

Para fines del siglo, San Antonio era la única gran plantación en la que se

cuidaba que su cultivo cumpliera con todos los requisitos de calidad, además de

contar con la maquinaria para su procesamiento. Su cultivo requería de una fuerte

inversión, pues hasta los dos años da su primer fruto y hasta los cuatro o cinco la

planta adquiere su madurez. Sin embargo, esta inversión se vio coronada de grandes

ganancias, pues Vogel llegó a ser el principal productor de café del estado, con una

cosecha anual de 150,000 kilos, exportándolo a Hamburgo, Alemania, y San

Francisco, California, así como a toda la costa norte del Pacífico mexicano, donde

adquiría sus mejores precios.

en San

Antonio se concentraban más de la tercera parte de los cafetales productivos en el

estado.

341

En fin, los albores del siglo XX presentaban agradables tonalidades para la

economía estatal. Entre los cultivos que exportaba el mercado colimense destacaban

el café, la caña de azúcar y el arroz. Municipios como Comala recibían una fuente

significativa de ingresos mediante las recaudaciones impositivas que se realizaban

339 EC, 24 de febrero de 1884, p. 35. Héctor P. Ochoa Rodríguez, Op. cit., p. 147. Carta de Enrique O. de la Madrid, Gobernador del Estado, a José F. Godoy, Encargado de Negocios ad interim, Colima, 16 de agosto de 1902; en AHEC, Caja 635, Sección A, No. 23, Año 1902. 340 Isidoro Barreto, Ensayo…, 1996, pp. 31-36. 341 Carta de Enrique O. de la Madrid, Gobernador del Estado, a José F. Godoy, Encargado de Negocios ad interim, Colima, a 16 de agosto de 1902; en AHEC, Caja 635, Sección A, No. 23, Año 1902. Precisamente Vogel utilizó sus conexiones con Hamburgo, su lugar de origen, para entablar relaciones comerciales.

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en torno a la producción de estos productos.342 Específicamente en torno a la

producción de uno de estos productos, para 1910 aumentaron las posibilidades de

exportación de café mexicano a otros países, motivadas por la mala cosecha del

Brasil, que era uno de los principales productores y exportadores de este cultivo a

nivel mundial.343 Este hecho llevó a una intensificación en las inversiones de la finca

cafetalera de Arnoldo Vogel, conllevando el aumento en la extensión de plantíos y el

requisito de más tierras, provocando más tensiones en las localidades indígenas

aledañas.344

Por otro lado, además de los cuantiosos ingresos que reportaron las

actividades agrícolas a los hacendados, éstas también fueron objeto de prestigio y

renombre en la sociedad colimense. De esta manera, no es raro encontrar a Arnoldo

Vogel, a principios de este siglo, desempeñando el cargo de agente de la Secretaría

de Fomento en el Ramo de la Agricultura en Colima y como presidente de la Junta

de los Trabajos en la Exposición Internacional de Saint Louis Missouri.

345

342 Decreto Nº 47, Ingresos del Municipio de Comala; en AHEC, Caja 647, Sección A, No. 23, Año 1902. A pesar de todo, el impuesto para estas actividades resultaba relativamente bajo, si se le compara con las ganancias que de estos productos obtenían los hacendados. Aún así, los hacendados se inconformaron muchas veces ante la política impositiva del gobierno y, gracias a su participación activa en el mismo, lograron condonaciones y descuentos en el pago de impuestos. Como ejemplo véase la solicitud de los propietarios de Nogueras para bajar la cotización realizada por la junta calificadora sobre la producción azucarera: Ocurso de Mendoza, González y Cía. al Gobernador del Estado, Nogueras, 3 de agosto de 1892; Oficio de Elías Vaca al Secretario de Gobierno, Colima, 19 de agosto de 1892; ambos documentos en AHEC, Caja 527, Sección A, No. 7, Año 1892. Otro caso, para las mismas fechas, es la solicitud de Vogel referente al pago de derechos de extracción de maíz y frijol: Solicitud de Arnoldo Vogel al Gobernador del Estado, Colima, 7 de diciembre de 1892; El Secretario de Gobierno al Administrador Principal de Rentas, Colima, 9 de diciembre de 1892; ambos documentos en AHEC, Caja 527, Sección A, No. 7, Año 1892. También es ejemplo de lo anterior la solicitud de condonación de multas por no cubrir las cuotas por producción alcoholera de las haciendas de San Antonio y Quesería: Solicitud de Arnoldo Vogel al Secretario del Congreso del Estado, Colima, 9 de noviembre de 1906; Solicitud de Francisco Santa Cruz y Compañía al Secretario del Congreso del Estado, Colima, 9 de noviembre de 1906; ambos en APLEC, Dictámenes de las Comisiones, Legislatura XVII (30.07.1906/12.1906), Caja 107, Exp. 1, pp. 650-655.

343 El Oficial Mayor de la Secretaría de Estado y Despacho de Fomento al Gobernador del Estado, México, 19 de octubre de 1909; en AHEC, Caja 769, Sección A, No. 21, Año 1909. El Secretario de Fomento al Gobernador del Estado, México, 23 de febrero de 1910; en AHEC, Caja 782, Sección A, No. 21, Año 1910. 344 El Presidente Municipal de Comala al Secretario de Gobierno, Comala, 30 de noviembre de 1912; en AHEC, Caja 840, Sección A, No. 20, Año 1913. 345 Alberto Betancourt a Arnoldo Vogel, Colima, 21 de abril de 1903; en AHEC, Caja 652, Sección A, No. 23, Año 1903.

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Debido a todo este panorama económico local, al iniciar el siglo XX, la

agricultura comercial vivía un buen momento y la necesidad de nuevos instrumentos

financieros se volvían más apremiantes; por eso, para 1902 ya se contaba con una

sucursal del Banco Occidental de México en Colima. Esta institución otorgaba

préstamos prendarios y se encargaba de los giros a los bancos de las principales

ciudades del extranjero, donde los hacendados colimenses exportaban parte de su

producción.346 Alrededor de 1911 también se tenía la presencia en la región del

Banco Nacional de México, que habilitó diversos préstamos a los hacendados.347

Finalmente, como se puede observar, el fortalecimiento y extensión de la

agricultura comercial, las incipientes redes de comunicación y las industrias agrícolas

locales, permitieron que los hacendados ubicados en la municipalidad de Comala

consolidaran su presencia en la zona y desde allí se conectaran con un mercado

externo vía el puerto de Manzanillo, y formaran parte de la oligarquía comarcana que

controlaba el mercado interno.

No puede cerrarse este apartado, sin mostrar la otra cara de las haciendas y

hacendados de Comala. Todo este progreso era posible, no sólo por la tenacidad

productiva de los hacendados y rancheros o su habilidad financiera, como tampoco

bastaba una política institucional y un marco legal que favoreciera las distintas ramas

de la economía nacional y regional; todas estas boyantes negociaciones agrícolas

colimenses pudieron desempeñar ese papel gracias a contar con un considerable

número de trabajadores fijos y eventuales. Desde el último tercio del siglo XIX y

durante las primeras décadas del XX, confluían en San Antonio, procedentes del sur

y la costa jalisciense (Cihuatlán, San José del Carmen, Tapalpa, Techaluta, entre

otros), así como de Comala y Cofradía, en tierras colimenses.

Sobre los trabajadores fijos o de planta, uno de dichos peones hace alusión a

esta confluencia de mano de obra: “A la hora del alba, a eso de las 4 de la mañana,

reuníase la gente a la entrada de la Casa Grande, es decir, en la plaza. Antes de que 346 El Progreso Colimense (en adelante PC), Tomo I, Nº 4, 15 de febrero de 1902. 347 Como ejemplo véase: Contrato de cuenta corriente con garantía pignora, otorgado por el Banco Nacional de México y Arnoldo Vogel, Colima, 23 de febrero de 1911; en ARPPC, Ramo Inscripciones Públicas, Libro 23, Año 1911, No. 3605

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rayara el sol, llegaba de las casitas que están frente a la hacienda; se llegaba

también del caserío detrás de la ‘cortina’ y desde el conglomerado en el que había

como cien casas y al que nombraban ‘El Panal’, allá detrás del cerro de la Cruz”. Con

respecto a los trabajadores eventuales narra lo siguiente: “Durante el corte de caña,

además de los trabajadores de la hacienda, llegaban en calidad de “braceros” los de

Suchitlán, Colima”. 348

Todos estos trabajadores respondían a las necesidades productivas del

hacendado Vogel, quien, por encima de lo que sostiene Servando Ortoll, no tenía por

“…objetivo principal (…) brindar paz y alegría a quienes vivieran bajo su techo…”,

349

Antes de despuntar el alba, y ya todo mundo arriba, de pie;

tempranito a las puertas de la casa grande; ahí todos reunidos

cantábamos el alabado y muchos cantos de la Iglesia mientras nos

abrían. En cuanto esto sucedía, todos a trabajar, todos manos a la

obra […] todos, hombres, mujeres y muchachos a darle duro.

sino aprovechar sus capacidades productivas para agrandar sus volúmenes de

producción y su riqueza. Lo intensivo de las jornadas laborales se pone de manifiesto

en las mismas citas que utiliza Ortoll (retomando la crónica del trabajador

Crescenciano Vázquez García) al describir el panorama laboral de los peones fijos

que vivían en San Antonio:

350

Pero lo arduo y prolongado de la jornada laboral no quedaba en ese nivel,

algo más que agregaba este trabajador en su relato (y que es dejado de lado por

Ortoll) es que después de entrar a las instalaciones del casco de la hacienda, antes

de iniciar sus actividades remunerativas, a todos los peones los ponían a hacer “la

faena”, actividad diaria y obligatoria que consistía en recoger la leña que los arrieros

dejaban en el amplio patio y que estaba destinada para el consumo de las calderas.

348 María del Carmen Orozco, “La Hacienda… p. 331. 349 Ortoll, Vogel. Las conquistas…, p. 56. 350 Esta aseveración proviene de uno de los trabajadores y se encuentra en, María del Carmen Orozco Cano, “La hacienda de San Antonio en Colima”, en Mi pueblo durante la Revolución, México, INAH, 1989, Vol. 3, p. 335. También puede consultarse en Servando Ortoll, Vogel. Las conquistas…, p. 61.

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Crescenciano Vázquez puntualiza: “ ‘La faena’ duraba dos horas; dos horas de

trabajo gratuito de toda la gente, que veníamos siendo como quinientas personas.351

Las descripciones que realiza sobre las condiciones de trabajo en la jornada

de paga, también ponen en duda la actitud bienhechora del hacendado. Por

ejemplo, a las actividades de regadío de las plantas de café se dedicaba un grupo de

30 jóvenes trabajadores conducidos por un capataz que “…andaba montado en una

mula, siguiéndonos, y al que se quedaba atrás lo chicoteaba. El trabajo se hacía de

prisa, de prisa, porque al patrón le convenía que así fuera, ya que, naturalmente,

entre más pronto acabáramos menos gastos hacía en este tipo de faena”.

352 Otro

aspecto ligado a las jornadas laborales subrayadas por este trabajador es que “…si

por alguna razón no terminaba un trabajador su ‘tarea’, no se le pagaba nada”. 353

Lo cierto es que, en contraste con la floreciente economía de los hacendados,

basada en la agricultura comercial que provocó la ampliación de las propiedades de

dichas negociaciones productivas, se encontraba un considerable número de mano

de obra compuesta por trabajadores de planta y estacionales; algunos eran

migrantes, pero otro sector de ellos estaba compuesto por indígenas que había

perdido sus tierras, ya fuera por compra de particulares, mediante el simple

procedimiento de ocupación de las parcelas o la compra de pequeños lotes por parte

de los hacendados,

Por tanto, más allá de la belleza del paisaje que la circundaba, la hacienda de San

Antonio estaba muy lejos de ser un paraíso terrenal.

354

Estas contrastantes condiciones de los trabajadores rurales de la zona de

Comala fueron creando conflictos y tensiones al interior de la sociedad local, que se

acumularon lentamente y los cuales se manifestarían años después con la formación

de los ejidos.

lo que limitó grandemente sus actividades agrícolas de

subsistencia, pasando a formar un sector subordinado.

351 María del Carmen Orozco, “La Hacienda…”, p. 331. 352 Ibíd., p. 330. 353 Ibíd., p. 334. 354 El Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar a Agustín Miguel y demás signatarios, Colima, 5 de abril de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916.

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2.1 DESAVENIENCIAS POR LA TIERRA: SUCHITLÁN Y LAS HACIENDAS VECINAS

Desde el último tercio del siglo XIX, el escenario del norte colimense

experimentó cambios significativos. Es claro que el dinámico papel de las haciendas

de San Antonio y Nogueras llamó la atención de distintos segmentos de la población

de la zona y de más allá de las tierras colimenses, aspecto que tuvo sus efectos en

la recomposición de las pautas poblacionales locales y los ritmos de vida de los

grupos sociales oriundos de la región.

Específicamente, junto al crecimiento demográfico natural de las comunidades

indígenas, dicha zona experimentó la migración de campesinos mestizos de otras

regiones, lo que ocasionó una mayor escasez de tierras. Las posibilidades de acceso

a éstas se hicieron cada vez más difíciles, lo cual vino a agravarse con el decreto Nº

74 del 15 de diciembre de 1883, referente a terrenos baldíos, que expidió la

legislatura local, ya que lo poco que quedaba fue considerado en calidad de tierras

ociosas y, a principios de 1884, se procedió a la adjudicación de éstas por medio de

sorteo entre todas las cabezas de familia de las poblaciones de Suchitlán y Cofradía

de Suchitlán.355

Recuérdese que, casi inmediatamente a la adjudicación individual de las

porciones de la tierra de los indígenas, sobrevino la intentona de denuncio como

baldíos por parte de Ángel Martínez, proceso que se prolongó por largos años,

llegando a su finiquito en 1892. Pero, pese a que la propiedad individual indígena se

conservó, las amenazas estaban al orden del día y sus efectos ya se dejaban sentir.

Un primer indicio de dicha problemática se puso de manifiesto en febrero de

1892, cuando una representación de los indígenas del pueblo de Suchitlán se

quejaba de que sus derechos eran ultrajados, pues los terrenos de su pueblo

estaban “…en poder de hacendados y vecinos que nos rodean sin legalidad porque

355 El Gobernador Constitucional del Estado a la Comisión Local Agraria, Colima, 6 de diciembre de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. EC, 1883, tomo XVII, Nº 199, p. 50.

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no los hemos vendido, y como herederos legítimos que nos declaran las leyes

vigentes pedimos que nos sean entregados y repartidos según decreto que nos

ampara dado en México a 23 de febrero de 1781”.356 Como respuesta, las

autoridades esgrimieron no localizar dicha cédula real, aparte de considerar que, por

lo general, las antiguas disposiciones legales de la época colonial no recopiladas, no

eran vigentes y, por lo tanto, inaplicables. Los indígenas vieron frustrados sus

intentos de ser reconocidos como propietarios de sus antiguas tierras.357

Derechos y exigencias que se trasladaron al plano de intentar el rompimiento

de la dependencia administrativa y política que tenía su poblado respecto a la

cabecera ubicada en Comala, lugar de asiento de varios de los agricultores que

dominaban una nada despreciable porción de tierras en esa municipalidad. Así que,

en 1891, los vecinos de Suchitlán solicitaron, ante la legislatura local, que su lugar de

residencia se erigiera en pueblo y cabecera de municipio. Iniciado el trámite, la

comisión de gobernación del poder legislativo le solicitó al comisario de Suchitlán, un

censo de los habitantes de la propia localidad. Cumplido el requisito, la resolución de

la cámara fue de aprobación a la propuesta de dictamen presentado por la aludida

comisión de gobernación, la cual se fijó en los términos siguientes: “No es de

accederse por ahora, a la solicitud elevada ante esta Cámara por varios vecinos del

pueblo de Suchitlán para que se erija esta población en cabecera de Municipio, por

no reunir la misma el requisito preceptuado por el Art. 50 de la Constitución política

local”.

358

356 Solicitud de Esteban de los Santos, Francisco Candelario, Julio Ascencio, Porfirio de Jesús, Timoteo Ascencio, Julio de Jesús y Jesús Velásquez a la Secretaria de Fomento, Suchitlán, febrero de 1892; en AHEC, Caja 523, Sección A, No. 7, Año 1891.

En este ámbito también los indígenas suchitlecos no corrieron con buena

357 Ibíd. 358 Todo este proceso se puede consultar en: Oficio de A. Brizuela, de la Comisión de Gobernación, al Gobernador del Estado, Colima, 12 de mayo de 1891; en AHEC, Caja 523, Sección A, No. 7, 1891. Oficio de Miguel García Topete y G. Álvarez, Secretarios del Congreso del Estado, al Gobernador del Estado, Colima, 16 de octubre de 1891; en AHEC, Caja 523, Sección A, No. 7, 1891. El Secretario de Gobierno a la Comisión de Gobernación del Congreso del Estado, Colima, 15 de mayo de 1891; en AHEC, Caja 523, Sección A, No. 7, 1891. Oficio de Secundino Cortés, Comisario municipal, al Secretario de Gobierno, Suchitlán, 15 de septiembre de 1891; en AHEC, Caja 523, Sección A, No. 7, 1891. Oficio del Secretario de Gobierno a los Secretarios de la H. Legislatura del Estado, Colima, 23 de octubre de 1891; en AHEC, Caja 523, Sección A, No. 7, 1891.

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suerte. Todo apuntaba para que los años porfiristas se mantuvieran económica y

socialmente postrados. Ya vendrían tiempos mejores.

Pero, más que político administrativo, el asunto de la tierra era el problema

mayor de los habitantes de Suchitlán. Era indudable que los terrenos indígenas

individualizados acaparaban la mayor parte de los deseos, ambiciones y sueños de

un buen número de propietarios de la zona comalteca. Nuevos actores y procesos

se envolvieron en actividades de compra venta de los referidos lotes: hacendados,

rancheros, nuevos inmigrantes e indígenas participaron en esta dinámica de

mercantilización de la tierra, donde los más sagaces y de mayor fuerza económica,

se llevaron los mayores beneficios.

Un primer indicador sobre este proceso de concentración de la propiedad de la

tierra, por parte de los principales hacendados del área, se ubica la venta de una

fracción del terreno llamado “Reinoso”, ubicado en esta municipalidad de Comala,

efectuada en mayo de 1886. Los vendedores fueron don Félix Verduzco y su esposa,

vecinos de este municipio, quienes recibieron a cambio dos mil pesos,

proporcionados por el nuevo dueño: don Arnoldo Vogel.359 La parte adquirida por el

hacendado alemán correspondía al terreno que poco antes fuera propiedad comunal

de Suchitlán, del cual, al momento de la lotificación individual, la comisión repartidora

vendió la porción más grande al señor Verduzco en dos mil quinientos pesos. A

simple vista, parece que realizó un buen negocio con su rápida operación de compra-

venta.360

En cuanto a la adquisición de lotes provenientes de pobladores indígenas, el

monto fue mucho más bajo y el proceso más sencillo. En un cortísimo lapso de la

penúltima década del siglo XIX, dichas fracciones de terreno fueron a parar a otras

manos y los pocos que conservaron sus pequeñas parcelas poco a poco tuvieron

359 Noticia circunstanciada de inscripciones verificadas en el Registro Público de la Propiedad, enviada por Trinidad Padilla al Secretario de Gobierno, Colima, 31 de octubre de 1886; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1886. 360 Carta de Esteban de los Santos y demás firmantes al Gobernador del Estado, Suchitlán, 1° de diciembre de 1887; en AHEC, Caja 486, Sección A, No. 8, Año 1887.

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que irlas vendiendo ante la creciente necesidad de subsistir junto a los latifundios

que los iban envolviendo.

En Suchitlán, los nuevos dueños de fracciones individuales de tierra

empezaron a deshacerse de sus pequeñas propiedades mediante su venta. Datos

puntuales sobre dichas operaciones se ubican desde 1895, pero estos mismos

referentes indican que la movilidad de tierras empezó desde fechas anteriores, pues

para ese año varias porciones estaban ya en manos de un solo dueño. Partiendo de

los registros oficiales de esas operaciones de compra, se encuentran los siguientes

casos.

El 15 de enero de 1895, don Cirilo Hernández vendió ocho lotes del

repartimiento de Suchitlán a favor de don Ramón Milanés en precio de 200 pesos.

Dos meses después esta operación mercantil fue registrada en el Registro Público

de la Propiedad de la ciudad de Colima. El volumen de la superficie adquirida fue de

poco más de 12 hectáreas (12. 0552).361 Un mes después, el mismo vendedor (Cirilo

Hernández) vendió otros ocho lotes a Ramón Lozano, vecino de la hacienda de

Nogueras, mediante escritura privada; el precio de venta fue de 190 pesos. Casi

todos los lotes apenas pasaban una hectárea de extensión, mientras que uno de

ellos rebasaba las tres hectáreas y media. En su conjunto, los ocho predios

alcanzaron 12. 2439 hectáreas. Seis de dichos lotes eran en parte de regadío y en

parte de temporal y los otros dos de temporal.362

A mediados del mes siguiente (18 de marzo de 1895) la comercialización de

solares continuó: seis lotes de la extinta comunidad de Suchitlán y ahora en

propiedad de don Jesús Díaz y su esposa Teresa Murguía fueron vendidos en la

cantidad de 200 pesos. El comprador ya no necesitó intermediarios, el propio

hacendado Arnoldo Vogel entregó esta cantidad a cambio de dichos lotes. Por su

parte, los vendedores expresaron que los lotes habían llegado a sus manos por

herencia de don Francisco Díaz.

363

361 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Libro 6, 1895, Asunto Nº 627.

362 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Libro 6, 1895, No. 628. 363 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Libro 6, 1895, No. 637.

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Es de destacarse que estos casos de compraventa sólo eran muestra parte de

una avalancha de cambios de propiedad que se había desatado en el lugar; ejemplo

de ello es que gran parte de los terrenos colindantes a estos seis lotes ya habían

cambiado de propietarios. Como ejemplo puede tomarse cualquiera de los lotes

comprados por Vogel: en la descripción aparecen delimitaciones como la detallada

en el caso del lote marcado con el número 322:

…de regadío, figura irregular, mide 85 m. de sur a norte, 158

en el costado sur, y linda al oriente con el que fue de José

María Velásquez, al poniente con el que fue de Esteban

Velásquez, mediando el camino, y al sur con el que fue de

Laureano Lorenzo, y al norte con el que fue de Martín Ramos.

47 m. en la cabecera norte y 100 en la sur y linda al oriente con

el que fue de Laureano Lorenzo, al poniente con el que fue de

Bernabé Rosas, mediando el camino, al sur con el de Reyes

Ávalos y al norte con el que fue de Apolinaria de los Santos.364

Es decir, hasta antes de ese 18 de marzo de 1895, dicho terreno era el único

que permanecía en manos de quien resultó beneficiario en el proceso de reparto de

Suchitlán, ejecutado en el año de 1883.

Este proceso de recomposición de la propiedad continuó. El 13 de septiembre

de 1895, doña B. de Alcaraz vendió 11 lotes del repartimiento de Suchitlán a don

Martel Sánchez, vecino de este mismo lugar, el precio de venta fue por 275 pesos.

Dicha compraventa se protocolizó en el Registro Público de la Propiedad el 22 de

octubre de ese mismo año.365

Tan sólo en ocho meses (de mediados de enero a mediados de septiembre)

se dejó constancia formal de la venta de 34 lotes, los cuales, si se consideran a una

extensión promedio de una hectárea y media, representaron ventas que superaron

364 Ibíd. 365 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 6, 1895, Nº 689.

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las 50 hectáreas. Claro que faltaría agregar las operaciones de venta que no llegaron

a registrarse en esta oficina gubernamental.

Los lotes suchitlecos tenían mucha demanda y las ventas y reventas se

sucedían unas a otras; así que, a mediados de marzo de 1897, don Victorio Ríos, de

acuerdo con su esposa Regina Agustín, partió su lote Nº 282, que alcanzaba poco

más de tres hectáreas, para vender una fracción a don Porfirio Silva, en la cantidad

de diez pesos. Previamente, Ríos había adquirido este lote por compra a don

Macedonio Díaz. 366 Otro caso se presentó dos semanas después: Francisco Morales

vendió su lote en Suchitlán a Faustino González.367

Seis meses más tarde, Porfirio Silva entregó 25 pesos a Eligio Rincón; esa

cantidad lo convirtió en el nuevo dueño de una fracción de terreno con una extensión

de 7,116 metros cuadrados, ubicado en el norte de la plaza del pueblo de Suchitlán.

El vendedor poseía ese lote por compra efectuada a Luciano Alcalá. La fracción

cedida por Rincón lindaba con amplias propiedades del comprador y con los terrenos

de la hacienda de Nogueras.

368

Al parecer el ritmo de las ventas bajó de intensidad; al menos así lo dejan ver

los datos del Registro Público de la Propiedad, ya que otro nuevo acto de

compraventa se protocolizó una año después: el 29 de octubre de 1898, la señorita

María del Refugio Martínez vendió tres lotes al señor don Timoteo Castrejón en 200

pesos; los tres lotes sobrepasaban ligeramente las siete hectáreas. La vendedora los

adquirió por compra que recientemente había hecho (trece días antes) a la señorita

Susana Farías, la maestra del poblado. El documento de compraventa estableció

que si la vendedora devolvía al adquiriente el precio estipulado, así como un interés

del 1% mensual, dentro del plazo de un año, contado desde la fecha de la escritura,

la compradora le devolvería la escritura y los terrenos. Acción que la señorita

Martínez realizó el 1º de julio de 1899, volviendo a ser dueña plena de los tres lotes

366 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 19, 1906, No.2928. 367 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 15, 1903, No. 2161. 368 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 19, 1906, No. 2927.

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referidos.369 Tanto así que desde fines de mayo de ese año, la misma María del

Refugio Martínez vendió nuevamente los tres lotes, ahora a Arnulfo Ocaranza. El

monto fijado fue –al igual que en la anterior ocasión– en 200 pesos.370

Llegó el nuevo siglo y la ventas de las tierras de Suchitlán prosiguieron pero

mucho más pausadas. Después de casi seis años de adquirir un lote en Suchitlán,

Faustino González lo vendió a Porfirio Silva; dicho predio contaba con extensión

superior a una hectárea. El precio de venta se fijó en 50 pesos.

371

Por otra parte, la movilidad de la tierra no se redujo a las operaciones de

compraventa, ligado a ello, y como consecuencia de este proceso, surgió un vivo

interés por asentarse legalmente en los terrenos recibidos o adquiridos, así como por

ocupar nuevas porciones pertenecientes al fundo legal del poblado.

Al amparo de las disposiciones emanadas del gobierno del estado, relativas a

la adjudicación de solares del fundo de Suchitlán, ocupantes o demandantes de

éstos se dirigieron a las autoridades municipales de Comala para que se les

reconociera sus derechos sobre uno o más lotes y se les expidiera la carta de

adjudicación correspondiente. Los fondos documentales del poder ejecutivo estatal

conservan diversas solicitudes de este tipo, presentadas entre mayo y noviembre de

1899; dichas peticiones se plasman en el siguiente cuadro:

369 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 10, 1898, No. 1189. 370 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Libro 10, 1899 No. 1331 371 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 15, 1903, No. 2161.

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Cuadro Nº 9.- Solicitantes de adjudicación de solares en Suchitlán (1899)

NOMBRE DEL SOLICITANTE

FECHA DE SOLICITUD

Ignacio Benavides 2 de mayo de 1899 Eligio Rincón 22 de mayo de 1899 Fermín Rivera 4 de noviembre de 1899 Eligio Rincón 6 de noviembre de 1899 Paulino Benavides 6 de noviembre de 1899 Nieves Torres 6 de noviembre de 1899 Alejo Iglesias 6 de noviembre de 1899 Leandro Negrete 6 de noviembre de 1899 Aurelio Hernández 7 de noviembre de 1899 Atanacio Ceja 8 de noviembre de 1899 Tomás Rincón 8 de noviembre de 1899 Feliciana Martínez v. de Zamora

8 de noviembre de 1899

Eutimio Velasco 9 de noviembre de 1899 José María Milanés 9 de noviembre de 1899 Esteban García 9 de noviembre de 1899 Gil Gudiño 9 de noviembre de 1899 Jerónimo Gudiño 10 de noviembre de 1899 Andrea Rodríguez 10 de noviembre de 1899 Francisco Martínez 10 de noviembre de 1899 Federico Farías 25 de noviembre de 1899 Víctor Álvarez 25 de noviembre de 1899 María Jesús Farías 25 de noviembre de 1899 Luisa F. de Ursúa 25 de noviembre de 1899 _____________________________________________ FUENTE: AHEC, Caja 546, Sección A, No. 7, Año 1899.

La revisión de dichas solicitudes arroja varios aspectos que es pertinente

subrayar. Primeramente, parece ser una acción orientada por sujetos conocedores

de la nueva normatividad vigente, quien (o quienes) asesoran y conducen a los

solicitantes para que se dirijan “en masa” a las oficinas municipales. Sólo dos

peticiones se elaboraron fuera del mes de noviembre y los formatos de la solicitud

(por la redacción y fechas) parecen estar elaborados en serie. Otro aspecto a

resaltar es que, de los 23 solicitantes, sólo dos eran indígenas ( Andrea Rodríguez y

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Francisco Martínez),372

Otro aspecto a resaltar es que algunos de los solicitantes no lo hacían por esa

necesidad de formalizar el lugar donde tenían asentada su residencia y sus

pequeñas huertas o siembras, sino con un claro fin de especular y adquirir beneficios

de unas tierras que cada vez se volvían más rentables. Por ejemplo, Eligio Rincón

solicitó dos adjudicaciones de solares (una en mayo y otra en noviembre), pero –

como se señaló en párrafos previos– dos años antes ya había vendido una fracción

de un solar de su propiedad, lo que hace suponer que era un mestizo imbuido en el

“negocio de la tierra”.

el resto eran mestizos avecindados en el lugar, lo que

corrobora algo que ya se ha manejado con antelación: durante los llamados “años

porfiristas” el poblado de Suchitlán vivió un proceso de transformación, que implicó la

modificación de su composición étnica, mediante el arribo de un considerable

número de personajes que se dedicaron a actividades comerciales en la propia

localidad o a quehaceres laborales en las haciendas vecinas. Mediante este tipo de

adjudicaciones, éstos últimos formalizaron su inmersión en la población, arraigando

su conexión con estas tierras.

Otros indicadores son las solicitudes de Luisa F. de Ursúa y Federico Farías,

quienes solicitaban que se ensanchara su propiedad a adjudicar, quitándole parte de

sus terrenos de siembra y habitación a dos indígenas suchitlecos. Sobre el caso de

los dos Farías que aparecen en el listado anterior, es de destacar que no se reducía

solamente a ellos; en el proceso de adquisición de lotes, la profesora Susana Farías

jugaba un papel importante (ya se le mencionó como persona que compraba y

vendía lotes de Suchitlán), así que parecía ser todo un “negocio de familia”. Varios

de los lotes adquiridos por la profesora Susana fueron a parar a manos de los

hacendados de la zona.

En fin, las tierras de Suchitlán estuvieron sujetas a un dinámico proceso de

recambio de poseedores, dueños y usos. En lo que se refiere a su concentración en

contadas manos, entre los beneficiaros destacan rancheros como Porfirio Silva, Gil

372 En todas las solicitudes se asentaba (explícita e implícitamente) el origen, vecindad y raza.

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Gudiño, Juan Rincón, Luis Rendón, Nieves Torres y –en menor medida– Arnulfo

Ocaranza. Pero, por encima de todos ellos, emerge el nombre del dueño de la

hacienda de San Antonio. En estos años Arnoldo Vogel, además de comprar lotes en

Suchitlán, adquirió ciento veintitrés lotes del poblado de Cofradía de Suchitlán;373

Ese papel no tiene duda alguna, ni es el quid de la cuestión tratada en esta

investigación, de ahí que en su estudio sobre este personaje, Servando Ortoll no

necesita esforzarse tanto para demostrar ese proceso de compraventa efectuado

junto con su cuñada Luisa Quevedo de Kebe.

de

ahí que resultó el mayor beneficiado con este proceso de individualización y

mercantilización de la tierra.

374 Operaciones que, por cierto, este

autor atribuye a “su genio financiero y a su nulo temor de arriesgar su propiedad en

aventuras mercantiles”, pero las cuales corresponden a otras realidades que no son

tan indulgentes como Servando Ortoll las enuncia tímidamente, al decir “…-¿por qué

no revelarlo?- a su capacidad de aprovechar en su momento todas las oportunidades

que se le presentaban…”; por qué mejor no traducir lo anterior, lisa y llanamente, en

que este hacendado adquirió dichas tierras, no sólo ni fundamentalmente debido a

que “…era un genio de las finanzas porque tenía una sagacidad a toda prueba…”,375

373 Al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Colima, 23 de diciembre de 1916; en AHEC, Caja 879, Sección A, No. 19, Año 1916.

sino a la existencia de una legislación que individualizó la propiedad comunal

condenando a esos nuevos pequeños propietarios a una total indefensión, que

Arnoldo Vogel aprovechó a la perfección, aparte de contar con los apoyos y

componendas de las autoridades locales en turno. De ahí que no sea nada

disparatado creer que, una vez que las tierras del poblado de Suchitlán quedaron

repartidas entre las haciendas de Nogueras y San Antonio, Vogel recurrió a la

práctica de armar a sus empleados “para defender sus bienes” y, en muchos casos,

se dedicó a hostilizar y perseguir a los que reclamaban sus tierras o se negaban a

374 Servando Ortoll, Vogel. Las conquistas…, p.139. 375 Ibíd., p. 51.

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193

vender.376

Ya sea por medio de mecanismos violentos o legales, o bien mediante la

combinación de ambos, una vez que las haciendas de San Antonio y Nogueras se

adueñaron de la mayor parte de las tierras de las comunidades de Suchitlán y

Cofradía de Suchitlán, los hacendados se enfrentaron al problema de hacerlas

productivas. Una táctica frecuentemente empleada, fue la de arrendar pequeñas

parcelas de una hectárea, a los mestizos avecinados en las poblaciones indígenas, a

cambio de un pago en dinero, un porcentaje de la cosecha y la prestación de

servicios en las tareas de la hacienda.

Al extender sus intereses, la influencia de Vogel y de los Rangel chocaba

con añejos derechos y con las aspiraciones de los indígenas suchitlecos.

377

En fin, Comala contaba con rostros diversos y procesos contrastantes. Una

zona con un emergente enclave de economía moderna encabezada por un par de

pujantes hacendados, que adoptaba tonos y ritmos muy distintos a un sistema de

trabajo tradicional y comunal de fuerte raigambre, donde los indígenas de Suchitlán y

Cofradía de Suchitlán eran vivos protagonistas. A la vez, se expresaba un buen

número de pequeños propietarios que establecían nexos, consensos y disensos con

ambos. Todos ellos se agolpaban en un espacio donde entrecruzaban ideas e

intereses.

Actores diversos que procedían con una gran heterogeneidad de

motivaciones, las que se pueden detectar en la solicitud que se formuló en 1892, por

parte de varios sujetos, para que por el terreno de don Matías Rincón se trazara un

camino para el tránsito de personas y mercancías, seguramente porque su ubicación

y topografía facilitaba dicho flujo. Claro que eso afectaba la propiedad que Rincón

recientemente había comprado a la comisión repartidora de las tierras indígenas del

pueblo de Suchitlán. Por ello, se opuso férreamente a tal iniciativa, contando con el

376 Blanca Gutiérrez y Héctor Ochoa, Las caras del poder. Conflicto y sociedad en Colima, 1893 – 1950, México, Universidad de Colima – Gobierno del Estado de Colima – CNCA, (Historia General de Colima, Tomo IV), 1995, p. 59. Oficio No. 7272 de la Secretaria de Relaciones Exteriores; en AHEC, Caja 847, Sección A, No. 20, Año 1914. Claro Guzmán al Gobernador Constitucional del Estado, Colima, 30 de enero de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 377 El Director Interino de la Dirección de Agricultura al Ingeniero Comisionado en la Dirección de Aprovechamiento de Ejidos, Colima, a 30 de noviembre de 1923; en RAN-I, Exp. 23-115.

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apoyo de varios propietarios de Comala, quienes, públicamente y por escrito,

acreditaron la aseveración del ranchero ante el gobernador colimense; puntualmente,

señalaron ser cierto que “…entre el rancho de las Paredes y el pueblo de Suchitlán,

aparte de veredas para ganados, no ha existido otra vía transitable y de uso público y

común”.378

Estos son algunos de los puntos de inflexión que se establecieron entre los

distintos actores que habitaron la municipalidad de Comala, hacia fines del siglo XIX,

pero no eran todos; aparte del poder local, no sólo la tierra era fuente de reclamos y

tensiones, también se presentó una situación similar por otro elemento de la

naturaleza que resultaba clave para la existencia y desarrollo de las necesidades e

intereses de distintos habitantes de esta municipalidad: el agua.

A partir de este argumento, alegar la reapertura de un camino que

cruzaba por dicha propiedad estaba fuera de lugar.

3.- EL USO DEL AGUA: UNA DISPUTA ENTRE HACENDADOS E INDÍGENAS

Durante los últimos años del siglo XIX el conflicto entre propietarios agrícolas y

pobladores indígenas no se estableció sólo por la propiedad y posesión de la tierra,

sino por el usufructo del agua que fluía de manantiales, arroyos y ríos de la entidad

(Fig.12). En medio de este conflicto estaba la autoridad, que desde hacía buen

tiempo intervenía en el asunto mediante el cobro de las cuotas respectivas a quienes

utilizaban tan vital líquido.

Como ya se hizo alusión, durante la sexta década del siglo decimonónico los

asuntos agrarios fueron el pan de cada día en la norteña zona de Comala. De ahí

que en el año de 1867 se realizara la protocolización de las diligencias relativas al

reparto de tierras de la comunidad de indígenas del pueblo de Comala practicadas

en 1864; en dichas diligencias no se hizo referencia al fundo legal. Sin embargo,

según fuentes colaterales, el fundo legal fue demarcado en un radio de 600 varas

(504 metros) partiendo del templo católico.

378 Carta de Trinidad Pérez y demás vecinos al Gobernador del Estado, Comala, 26 de febrero de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1892.

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Fig. 12. Plano de los principales afluentes de agua de la región norte de Colima.379

379 Tomado del Archivo Histórico del Agua (en adelante AHA), Fondo AS, Caja 26, Exp. 474.

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Fue precisamente ese mismo año de 1867 cuando el ayuntamiento de Comala

reforzó sus medidas para controlar las aguas presentes en su jurisdicción. Los pocos

registros existentes refieren que, desde esa fecha, se pretendía imponer una

pensión, en favor de la municipalidad, a todos los individuos que tomaban agua para

regadíos y cuyo producto debería invertirse en el mejoramiento de edificios públicos,

en este caso para reparar la cárcel del lugar y para la construcción de un local para

impartir educación primaria para niños.380

El vecindario del pueblo de Comala siempre había hecho uso de los tres ríos

San Juan, Suchitlán y de Moreno para sus necesidades más imperiosas como eran

el abastecimiento del pueblo y los regadíos de huertas que formaban su principal

elemento de vida;

Los puntos llamados Suchitlán, Cofradía

de Suchitlán y rancho de Juan Rincón pertenecientes a este municipio eran

beneficiarios de este líquido y sujetos de dicha disposición.

381

Sin embargo, la zona comprendida dentro de la jurisdicción de Comala no

contaba con un río que en su cauce llevara agua durante todo el año. Los tres

arroyos se abastecían en temporada por los escurrimientos de las lluvias y depósitos

de las montañas de donde nacían, pero su caudal no era considerable, por lo que su

aprovechamiento se convirtió en manzana de la discordia entre los diversos

habitantes de la zona.

además del agua del río, en la estación pluvial las avenidas de

agua permitían construir presas que por largas temporadas servían de baño al

mismo vecindario. Dicho uso se corrobora con las pensiones de agua que a

principios de siglo pagaban a la tesorería de Comala por abastecerse de La Cañada,

Guerrero y Potrero de Riego.

El papel de árbitro jugado por el ayuntamiento de Comala, sobre la

adjudicación de las aguas que fluían por la municipalidad, se alteró en años 380 La nota respectiva se puede consultar en AHEC, Caja 299, Sección A, No. 11, Año 1867. 381 De los habitantes de Suchitlán, unos cuantos contaban además con algunas cabezas de ganado, las cuales les redituaban ciertos beneficios, si es que dichos animales no morían producto de la enfermedad conocida como “El Derrengado”, que ocasionó muchas pérdidas para los incipientes ganaderos indígenas; para un ejemplo sobre el particular, véase: Solicitud de Esteban Velásquez, vecino de Suchitlán, a los C. C. Diputados del Congreso del Estado de Colima; en APLEC, Caja 72, Posición 2, Año 1891, pp. 422-430; donde se pide condonación de las contribuciones que tenían que pagar por su ganado muerto producto de dicha enfermedad.

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posteriores, ya que este líquido empezó a ser motivo de disputas evidentes entre

distintos sectores de la población. A medida que se acercaba el final del siglo XIX,

este tipo de problemas se hicieron cada vez más recurrentes.

Para estas fechas, los propietarios de la hacienda de Nogueras, habían

construido un gran canal procedente del río Suchitlán, con tramos revestidos de

mampostería con ladrillo y piedra, de una extensión de más de 1,500 m, con el cual

aseguraron el riego de más de 123 hectáreas. Dado lo accidentado del terreno de

esta región, lograron almacenar el agua por medio de presas en los arroyos de la

Cidra, el de la Tía Barragana y su afluente de los Tecolotes, al igual que en los

arroyos de los Sauces, Jaboncillo, Tepehuajes y la Presita, logrando mantener

siempre en cultivo 425 hectáreas con caña de azúcar en esta sección de la

hacienda382 (Fig. 13). Por su parte, Arnoldo Vogel tampoco se quedo atrás: en las

partes propicias para el cultivo de la caña, construyó varios túneles y conductos de

irrigación para beneficiar a sus amplias zonas de labranza (Fig.14).383

382 Dictamen sobre aguas, México, 4 de abril de 1918; en RAN-I, Exp. 23-115. 383 Carta de Arnoldo Vogel al Secretario de Fomento, Colima, 21 de agosto de 1925; en RAN-I, Exp. 23-115.

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Fig. 13. Canal de riego que pasaba sobre la cortina de la presa de “La Cidra”.384

A pesar de los recursos invertidos en obras hidráulicas, los propietarios de

Nogueras establecieron un constante y prolongado litigio con el poblado de

Suchitlán, por el uso de las aguas. Cuando el poblado era posesionario de la tierra

comunal con sus respectivas fuentes de agua, como manantiales y ríos, nadie

cuestionó el acceso a este vital líquido; pero al pasar la mayor parte de las tierras a

los grandes hacendados, poco a poco se fueron apropiando del agua, hasta negar su

uso a esta población.

385

384 Tomado de AHA, Fondo AS, Caja 1461, Exp. 19881. 385 En el AHEC hay legajos con numerosos expedientes que tratan estos problemas; Cfr. Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916 y Caja 888, Sección A, No. 19, Año 1916.

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Fig. 14. Plano del venero de Luis Apolinar, aprovechado por la hacienda de San Antonio.386

386 Tomado de AHA, Fondo AS, Caja 1412, Exp. 19304, F. 55.

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Como se apuntó, los procesos de desamortización de tierras comunales, al

igual que el deslinde de terrenos baldíos, fueron la: “…la institucionalización de un

sistema para apropiarse del trabajo, los bienes y los servicios de una población

subordinada”.387

Es evidente que, muchas de las acciones tendientes al acaparamiento de la

tierra, tenían también por objeto la adquisición de los derechos sobre el uso de los

yacimientos acuíferos que en ésta existían. De ahí el interés de Vogel por la compra

de potreros como el de “Reinoso”,

En este proceso, los grupos subordinados se las arreglaron para

manifestar, ya fuera veladamente o en forma directa, su descontento ante tal

situación.

388 donde nacía el arroyo del mismo nombre, o de

los propietarios de Nogueras por los potreros del Fresnal y Las Calabazas,389

El impacto de dicha apropiación afectó gravemente a las poblaciones del

municipio, que continuaron considerando su uso como un derecho tradicional.

Apelando a esta economía moral,

donde

nacían los arroyos epónimos, prácticamente reduciendo a sus dominios todos los

afluentes de agua de la zona.

390

Un buen indicador de este clima de tensión provocado por el uso y destino del

agua se puede observar en la medida que los hacendados de Nogueras adoptaron

en 1892, cuando comunicaron al juez constitucional establecido en Suchitlán, que

los pobladores de Suchitlán recurrieron a

diversas tácticas para aprovechar este recurso; al igual que, de manera subrepticia

su protesta englobo diversos comportamientos que fueron desde la destrucción de

tomas y canales, hasta la agresión a los cuidadores o “celadores” del agua, acciones

tendientes a recuperar el usufructo del que por siglos habían gozado.

387 James Scott, Los dominados…, p. 19; véase también p. 222. 388 Al respecto véase: Noticia circunstanciada de las inscripciones verificadas en el Registro Público de la Propiedad, enviada por Trinidad Padilla al Secretario de Gobierno, 31 de octubre de 1986; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1886. 389 Cfr. Contrato de permuta en ARPPC, Títulos Traslativos y de Derechos Reales, Tomo 14, Año 1902, No. 1998. 390 Por economía moral Edward P. Thompson se refiere a la noción existente en la cultura popular, de normas y obligaciones y de las funciones económicas propias de los diferentes grupos dentro de la comunidad; al respecto véase: E. P. Thompson, Tradición, revuelta de clase y revuelta de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, Barcelona, Crítica, 1979. Del mismo autor, Costumbres en común, Barcelona, Crítica, 1995.

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habían nombrado a Lucas Andrés como vigilante de las aguas que pertenecían a

dicha hacienda y, a su vez, solicitaban ayuda y protección para que este encargado

cumpliera fielmente con su encargo.391

Como la comunidad de Suchitlán padecía la carencia de agua, la respuesta de

los indígenas fue inmediata. Al día siguiente de este comunicado, el Comisario

municipal de Suchitlán se dirigía a los señores Mendoza González y Compañía,

propietarios de la Hacienda de Nogueras, en los siguientes términos:

Atendiendo a la suma necesidad que los labradores de este

pueblo tienen de la (sic) agua en sus plantas, esta Comisaría tuvo a

bien suplicar a Ustedes se sirvan dejarnos la (sic) agua todavía por

parte de noche, cuando menos por el término de 20 días. Con

respecto a su recomendado, pueden Ustedes estar seguros de que se

le otorgaran las garantías necesarias.392

La respuesta de los hacendados fue igual de rápida y no muy favorable a los

intereses de los indígenas, pues no accedían a dicha petición en virtud de que:

…aquí también tenemos suma necesidad del agua para

atender nuestra plantación, que sin ella se nos perjudica notoriamente,

si como nos dice, las aguas que nos pertenecen se nos detuvieran. Si

así no fuere, gusto tendríamos en atender su petición para beneficiar

ese pueblo, más por las razones expuestas, debemos insistir, como de

hecho lo hacemos, aunque a nuestro pesar, para que las aguas que

nos corresponden, como es nuestro derecho nos vengan con toda 391 Mendoza, González y Cía., al Juez Constitucional de Suchitlán, Nogueras, 1° de febrero de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1891. 392 Juan Cruz, Comisario municipal de Suchitlán, a Mendoza, González y Cía., 2 de febrero de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1891.

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regularidad. Por tanto, debemos esperar de su equidad y justificación,

que Ud. nos dará su apoyo para que sea respetada nuestra justísima

petición y que nuestro vigilante tenga de parte de su autoridad todas

las garantías y seguridades para que se nos de el agua que

justamente nos corresponde.393

La polémica correspondencia continúo. Al conocer la actitud de los

hacendados, el comisario de este poblado encabezó medidas para retener parte del

agua que fluía rumbo a la vecina hacienda de Nogueras, providencia que no agradó

en nada a dichos propietarios, quienes dirigieron una rápida protesta al representante

de dicha comunidad indígena. Sin embargo, Juan Cruz, juez constitucional de

Suchitlán, no se intimidó e incorporó nuevos elementos al aludir el papel que las

autoridades desempeñaban en relación con las aguas en disputa. De manera

puntual, señalaba el artículo 796 del código civil, vigente en el estado, al tiempo que

manifestaba que eran propiedad del municipio las aguas de los arroyos y, como toda

autoridad, tenía obligación de cuidar la vida de la comunidad; así mismo, les indicaba

que se dirigieran a las autoridades superiores de la entidad para que fueran ellas, en

última instancia, quienes instruyeran a la comisaría de Suchitlán para que entregara

el agua retenida.

Ante esta actitud, los hacendados cambiaron de interlocutor y se dirigieron al

gobernador del estado. En su correspondencia plasmaron con lujo de detalles su

versión de los hechos: argumentaban que a la referida hacienda de Nogueras le

pertenecían las aguas del arroyo de Suchitlán; además, aclaraban que en bien de los

vecinos del pueblo de Suchitlán, les habían permitido el aprovechamiento de dichas

aguas por parte de día, reservándose la hacienda el uso de ellas por la noche. Sin

embargo, como en ese período sus sementeras necesitaban riegos continuos,

habían acudido con el comisario municipal de Suchitlán, en busca de su auxilio para

393 Mendoza, González y Cía., al Juez Constitucional de Suchitlán, Nogueras, 2 de febrero 2 de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1891.

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que el guarda vigilante pudiera impedir que las aguas se tomaran por quien no tenía

ningún derecho de su uso y aprovechamiento. Así mismo, se quejaron de que el

expresado comisario puso como condición que se dejase el agua aún por otros 20

días, condición obviamente no aceptada por los hacendados, por lo que el auxilio les

fue negado, al igual que la propiedad de las aguas, atribuyéndola al municipio con

fundamento del artículo 796 del código civil, cuya cita se consideraba del todo

improcedente.394

Los dueños de Nogueras consideraron como graves e irreparables los

perjuicios ocasionados por dicha “…arbitraria e infundada usurpación de nuestros

derechos de posesión y dominio…”, a lo cual ocurrieron a esa instancia, con el

objetivo de obtener que se ordenara al comisario municipal de Suchitlán a impartirles

el auxilio y protección que las leyes les concedían para que las aguas de la hacienda

no se distrajeran.

395 En respuesta, el gobernador solicitó a los indígenas que

detuvieran sus acciones y, en cambio, canalizaran sus reclamaciones o supuestos

perjuicios padecidos ante las autoridades correspondientes. Las autoridades de Villa

de Álvarez también se mezclaron en esta disputa; obviamente, se sumaron a la

petición del ejecutivo estatal. Su postura fue solicitar a las autoridades y pobladores

de Suchitlán que todos sus actos se desarrollaran dentro del marco de la ley, al

recomendarle al comisario municipal de Suchitlán que se abstuviera de embargar el

uso del agua a los señores Mendoza, González y Compañía, de Nogueras,

advirtiendo que si el pueblo de Suchitlán y el propio comisario creían recibir

perjuicios, debían deducir sus derechos ante quien correspondiera.396

La riqueza que brinda el seguimiento de la correspondencia que generó la

disputa por el agua entre Suchitlán y la hacienda de Nogueras, aporta una imagen

clara de las formas de resistencia practicadas por las comunidades, llegando a

ejercer por la fuerza y al margen de la ley, lo que consideraban sus derechos al

394 Mendoza, González y Cía., al Gobernador del Estado, Colima, 5 de febrero 5 de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1891. 395 Ibíd. 396 Véase: Oficio N° 60 de Elías Vaca, Prefecto Político del Distrito de Álvarez, al Secretario de Gobierno del Estado de Colima, 6 de febrero de 1892; en AHEC, Caja 529, Sección A, No. 7, Año 1891.

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amparo de los títulos tradicionales. Esta confrontación, surgida de la idea popular de

justicia, se expresó no solo por los cauces legales que tuvieron como representante

al juez constitucional de Suchitlán, sino muchas veces de manera clandestina, lo que

conllevó el surgimiento de prácticas como la destrucción de obras de infraestructura

hidráulica, que a menudo desembocaron en el odio hacia los vigilantes contratados

por las haciendas. Lo que es de destacarse, es que estas prácticas ocultas fueron

más efectivas que las reivindicaciones abiertas, frontales, de los derechos al agua,

como en este y otros casos, que a pesar de usar como cauce a la legalidad del

estado, no tuvieron buen resultado para las comunidades de la zona.

Por otro lado, es obvio que las argumentaciones de los hacendados referentes

a las limitaciones del líquido y lo imprescindible que resultaba para sus cultivos tenía

en mucho un fin justificatorio. Una evidencia clara sobre este particular se encuentra

en la servidumbre de agua proporcionada por Arnoldo Vogel –en su calidad de

propietario de la hacienda de San Antonio– a favor de la Compañía Potencia

Eléctrica de Colima,397 en mayo de 1904. A cambio de 22 acciones de esta empresa,

Vogel cedió “…a perpetuidad, las aguas que hay en la Hacienda de San Antonio […

transfiriendo su uso…] durante la noche desde las seis de la tarde a las cuatro de la

mañana, en las demás horas del día, la compañía dispondrá del agua sobrante de

dicha Hacienda”. En la escritura legalizada ante el Registro Público de la Propiedad,

también se contemplaba que dicha Compañía tendría derecho a perpetuidad para

que dispusiera del terreno –de la hacienda– necesario para construir presas, canales

y cuidas de agua.398

En términos generales, en el escenario colimense, los asuntos conflictivos en

torno al agua no fueron un rayo en cielo despejado, ni un asunto pasajero. Los

En pocas palabras, fue la mercantilización del agua por parte de

hacendados y empresarios.

397 Esta Compañía se constitutiyó en la ciudad de Guadalajara el 18 de marzo de 1904, con un capital social de 127,000 pesos, dividido en 127 acciones. Sus socios fundadores fueron Luis Brizuela (50 acciones), Arnoldo Vogel (25), Salvador Ugarte (18), Donaciano Villanueva (17), Pedro Villaseñor (8) y Ramón G. Navarro (5). Dicha empresa se organizó para suministrar de alumbrado eléctrico a la ciudad de Colima, para lo cual firmó contrato con el Ayuntamiento de la ciudad el 3 de marzo de ese mismo año. Al respecto véase el registro del acta constitutiva en: ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 16, 1904, Asunto Nº 2390. 398 ARPPC, Títulos Traslativos de Dominio o Derechos Reales, Tomo 16, 1904, Asunto Nº 2391.

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problemas y disputas entre hacendados, pobladores y autoridades en relación al uso

de este líquido tendieron a agudizarse con el paso de los años; fenómeno que se

extendió por el resto de la zona colimense y el área aledaña de Jalisco. Por ejemplo,

la hacienda de Quesería, propiedad de Francisco Santa Cruz y Compañía, contaba

con vigilantes armados (indígenas por cierto) para cuidar sus tomas de agua. Lo

anterior se volvió más necesario debido a que para 1908, la disputa por el agua que

corría por el río de Nexapan se acrecentó entre la hacienda de Quesería y los

indígenas de Tonila; estos últimos se quejaban de que se les prohibía tomar agua de

dicho caudal. En este alegato, la jefatura política de Ciudad Guzmán se puso de lado

de los indígenas y quitó a la hacienda de la servidumbre de aguas del río de

Nexapan en el territorio del estado de Colima, enfrentando fuerte resistencia de

Carlos M. Ochoa, administrador de la multicitada hacienda.399

Sin embargo, el gobierno central del estado de Jalisco dejó sin efecto la

ejecución de la orden que había puesto en posesión de los indígenas de Tonila las

mencionadas aguas, dejando las cosas en el mismo estado en que se encontraban

antes de la intervención de las autoridades de Ciudad Guzmán, es decir, que

continuara aprovechando las aguas del río, acción que realizaba desde hacía mucho

tiempo. Poco les importaron las necesidades de los pobladores de Tonila, que

formaban parte de su universo de gobierno y a los cuales, supuestamente, deberían

de servir.

Ante esta disposición, los indígenas no se sujetaron a lo dispuesto por el

gobierno jalisciense e intentaron hacerse justicia por su propia cuenta, mediante la

destrucción de tomas de agua y zanjas que la hacienda había establecido para el

apoderamiento del agua. En esta reyerta, las autoridades de Colima, obviamente,

defendían a “sus hacendados” y detenían a los indígenas que practicaban estas

acciones dentro de su territorio.

En panorama no era distinto para los pobladores de Comala y Suchitlán; al

paso de los años, su trato con los hacendados de Nogueras siguió igual de agreste.

399 Véase: Oficio del Comisario municipal de Quesería al Secretario de Gobierno de Colima, 22 de mayo de 1908; en AHEC, Caja 761, Sección A, No. 21, Año 1909.

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Las necesidades de agua de las huertas existentes en la municipalidad de Comala y

la apertura al riego de una superficie de terreno superior a las mil doscientas

hectáreas acrecentaron las disputas por el líquido que proveían los tres arroyos

existentes en la municipalidad;400 el más importante llamado de Comala nace en la

barranca de los “Laureles”, con un curso de norte a sur y recorría una extensión de

ocho leguas atravesando dicho pueblo, regando muchas huertas y tierras de labor y

se junta con el de Colima en el Salitre, rumbo al sur; el volumen de sus aguas no

había sido medido para esas fechas. El segundo es el de Nogueras y, por último, el

de menos importancia era el arroyo de San Juan que está formado de dos

manantiales que nacen en la barranca de la Cofradía de Suchitlán al norte, atraviesa

al oeste del arroyo de Comala y se une a éste en el paraje llamado “Las Juntas”,

pero no era permanente, perdiéndose en la estación de secas.401

De hecho, desde que la hacienda de Nogueras era propiedad de Ponciano

Ruiz, existían problemas por el uso del agua con la municipalidad de Comala. Para

1882, el ayuntamiento aprobó un dictamen a partir del estudio llevado a cabo por la

comisión de fuentes, referente al agua de que disfrutaba la hacienda de Nogueras,

procedente del arroyo de Suchitlán. Dicho estudio concluyó que Nogueras poseía sin

ningún derecho el agua del arroyo Suchitlán, sin títulos legales y a partir de un simple

convenio particular celebrado entre los indígenas del pueblo de Suchitlán con el

propietario de Nogueras. El ayuntamiento consideraba que tal contrato era a todas

luces nulo, debido a que, una vez extinguidas las comunidades por ley, quedaban

destruidas todas las acciones que pudieran ejercitarse con tal carácter. Por

consiguiente, el municipio quedaba con todos los derechos sobre la propiedad del

agua.

402

Por tales consideraciones, la comisión sujetó a la deliberación y aprobación

del cabildo, la proposición referente a que el ayuntamiento de Comala recuperara el

400 La situación de la municipalidad de Comala en materia de irrigación puede consultarse en la respuesta del Ayuntamiento de Comala al cuestionario de la Secretaría de Fomento, Colonización e Industria; en AHEC, Caja 816, Sección A, No. 20, Año 1912. 401 Hoja sin datos; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1886. 402 Oficio de Francisco Valencia, Presidente Municipal de Comala, al Secretario de Gobierno, Comala, 9 de abril de 1886; en AHEC, Caja 458, Sección A, No. 8, Año 1882.

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derecho de propiedad que tenía sobre el agua del arroyo Suchitlán, pesar de que ese

derecho había sido desapercibido por las anteriores corporaciones municipales.

Además, se le comunicó a Nogueras que en lo sucesivo se dirigiera al ayuntamiento

para solicitar el agua disfrutada sin título legal, obviamente mediante previa

asignación del pago correspondiente.403

El problema era tal que, al finalizar la primera década del siglo XX, el

vecindario del pueblo de Comala carecía de agua por causas ajenas a la estación,

fundamentalmente por el acaparamiento de dicho líquido por las haciendas

circundantes, particularmente por la de Nogueras.

Dicho establecimiento, pese a que reconocía el derecho de agua propia del

pueblo de Comala en el río de Suchitlán, lo cual se comprueba con carta expedida

por don Aureliano Rangel, al subprefecto político, Tiburcio Valencia, el 11 de junio de

1911. En dicha misiva, el hacendado ofreció mandar el agua correspondiente al

municipio, la cual se había negado a otorgar alegando que era de su propiedad. En

los hechos, más que una acción caritativa, era reconocer el uso arbitrario que

ejercían sobre las aguas del arroyo que cruzaba sus propiedades.

Esta actitud reticente de los hacendados, obligó a las mujeres de Comala ha

verse imposibilitadas de utilizar el cauce normal del río para lavar su ropa, en cambio

tuvieron que cavar fosas en la arena para obtener agua. Por otra parte, en el rió

Suchitlán y en el tramo comprendido entre la última toma de Nogueras y el paso del

camino real para Colima existían varias tomas, pero sin uso por carecer totalmente

de agua, ya que la monopolizaba la ya referida hacienda de Nogueras. Los indígenas

de Suchitlán tenían una toma para su abastecimiento y regadío, pero en ese

momento también carecían de agua, no obstante de tener sus vertientes propias, que

también aprovechaba la hacienda de Nogueras. Todo lo anterior generó bastantes

reclamaciones por la población del municipio.

En virtud de lo anterior, la subprefectura política de Comala solicitó a la

comisaría municipal de la hacienda de Nogueras que suspendiera los trabajos

403 Ibíd.

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realizados por Vergara Rangel y Compañía –que en esos tiempos se encontraba “en

liquidación”– referentes a la apertura de un pozo en el paso del río de Moreno

(localizado en el camino de Nogueras a Colima) con la finalidad de estancar el agua

de dicho río; actividad que desarrollaban sin autorización alguna.404 En respuesta,

dicho comisario comunicó al subprefecto, Tiburcio Valencia, que los informes que

poseía eran inexactos ya que no estaban cavando ningún pozo en el camino de esta

hacienda a Colima que perjudicara el tránsito, pues dichos trabajos los realizaban en

terrenos de su propiedad, de lo cual –en su opinión– tenían absoluto derecho y, por

lo tanto, no realizó el cometido que le encomendó la subprefectura. El conflicto entre

ambas autoridades se agudizó, ya que Valencia respondió que le constaba que los

trabajos de los hacendados se realizaban en el paso que conducía de Nogueras a

Comala y, además, la orden se sustentaba en que tanto los ríos como sus playas

eran de jurisdicción federal. Terminaba exhortándolo a que cumpliera la orden y no

pusiera más trabas a las disposiciones de esa autoridad, superior en jerarquía al

comisario. En respuesta, Aureliano Rangel se dirigió al gobernador para poner el

asunto en sus manos, así como para justificar su proceder, ya que consideraba que

era una actividad que legalmente no le correspondía. 405

Pero no sólo las autoridades locales buscaban que el agua beneficiara al

conjunto de los pobladores de Comala; los mismos vecinos se dirigieron al poder

legislativo del estado para denunciar que desde hacía tiempo habían sido

despojados de este líquido por parte de las haciendas de San Antonio y Nogueras.

En su opinión, las mencionadas haciendas no tenían derecho alguno, ni autorización

legal, para aprovechar todo el caudal que conducían los tres ríos que atravesaban el

municipio. El agua acaparada se utilizaba para el regadío de sus vastos terrenos,

condenando al grueso de la población a la más completa privación.

Esta nueva queja buscaba correr una mejor suerte que peticiones similares

efectuadas durante la pasada administración estatal de Enrique O. de la Madrid, ya

404 Comunicado de Aureliano Rangel, Comisario municipal de la Hacienda de Nogueras, al Gobernador del Estado, 9 de abril de 1912; en AHEC, Caja 789, Sección A, No.21, Año 1911. 405 Comunicado de Aureliano Rangel, Comisario municipal de la Hacienda de Nogueras, al Gobernador del Estado, 9 de abril de 1912; en AHEC, Caja 789, Sección A, No. 21, Año 1911.

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que jamás se atendieron las reiteradas quejas formuladas sobre este particular.

Esperanzados en que tras el cambio de gobernante el panorama tomara un matiz

diferente, solicitaron ante la legislatura se convirtiera en órgano gestor para que

dicha usurpación terminara y se remediaran los males ocasionados.

Sin embargo, la cámara legislativa consideró que dicho asunto estaba fuera de

su competencia, ya que no poseían facultades para restituir aguas o bienes a los

pueblos, aún y cuando dichos bienes les fueran arrebatados indebidamente. Así

mismo, consideraban que existían los cauces legales para remediar dicho despojo

que había recibido el pueblo de Comala. Adentrándose en el conflicto, estimaban que

las aguas en disputa eran de dominio federal o de dominio privado. Si eran de

dominio federal, existían leyes conforme a las cuales los pobladores de Comala

podían recurrir para usufructuar el agua de los ríos. Los mismos cauces legales

existían si dichas aguas estaban bajo la jurisdicción municipal, ya que mediante un

juicio en tribunales era factible lograr la restitución. Aún si las aguas estaban bajo el

dominio de particulares, no obstante el derecho de los hacendados, dentro del marco

jurídico figuraban leyes para tramitar y obtener el bien demandado mediante la

expropiación.

Pese a todo lo anterior, no se abrogaron el papel de gestores populares y

reiteraron su falta de facultades para socorrer al pueblo de Comala. Un motivo más

para reforzar esta negativa era que la solicitud no había sido turnada por el

ayuntamiento de esta municipalidad, en su calidad de representante legítimo de la

población de dicho lugar.406

Sin embargo, ante las diversas acciones adoptadas por los pobladores de

Comala para obtener tan preciado líquido, los hacendados no se quedaron con las

manos cruzadas y el 7 de abril de 1912 interpusieron un amparo ante el juzgado de

distrito. Sin embargo, no corrieron con mucha suerte ya que, en opinión del juzgado,

se necesitaba tener un espíritu enteramente metalizado para permanecer impasible

406 La carta de los vecinos de Comala a los Diputados del Congreso del Estado y el dictamen correspondiente se pueden consultar en APLEC, Dictámenes de Comisiones, Legislatura XVIII (1909-1912), Caja 113 bis, Posición 1, p. 11-24.

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ante la miseria, epidemias y desolación del vecindario; por lo tanto, se reconoció el

derecho que tenía el pueblo de Comala sobre dichas aguas.407

No obstante las declaraciones de diversos funcionarios y autoridades locales,

los problemas y disputas por el agua continuaron. Por ejemplo, en abril de 1916, los

cultivos de maíz de los indígenas de Suchitlán demandaban de regadíos; pese a ello,

las autoridades constitucionalistas en la entidad, por una parte, ordenaban a las

autoridades de la comunidad que recogieran el maíz entre los productores indígenas

(y cubrieran el importe de 20 pesos por hectolitro) y, por la otra, dejaban sólo en

manos de los indígenas la iniciativa de conseguir ante el representante de la

hacienda de Nogueras, la cantidad de tres horas diarias de agua, aparte de la que ya

disfrutaban.

408

Más que permanecer neutrales ante esta demanda de agua y debido a las

quejas del dueño de la hacienda de Nogueras sobre ciertos amagos de individuos

armados a su celador de aguas en el arroyo Suchitlán para que desviara el agua que

se enviaba a terrenos de la hacienda,

409 las autoridades revolucionarias de Colima a

la vez que amenazaron al comisario municipal de Suchitlán con responsabilizarlo de

cuanto ocurriera,410 instruyeron al jefe militar del destacamento de Comala para que

otorgara todo tipo de garantías al hacendado Francisco M. Rangel, para que su

celador de aguas en el arroyo de Suchitlán evitara el desvío de agua y pudieran

regarse los terrenos de Nogueras.411

Postura que no era nada nueva, ya que desde la penúltima década del siglo

XIX, las funciones y facultades de las autoridades, especialmente del gobierno

federal se orientaron en lo sustancial en administrar y centralizar el manejo de las

407 Oficio N° 60 de Florentino Valencia, Presidente Municipal de Comala, al Secretario de Gobierno del Estado de Colima, 23 de abril de 1912; en AHEC, Caja 817, Sección A, No. 20, Año 1912. 408 Oficio del Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar del Estado de Colima a Agustín Miguel y Sabino Cruz, 4 de abril de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 409 Carta de Francisco M. Rangel al Gobernador y Comandante Militar del Estado de Colima, 7 de abril de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 410 Oficio del Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar del Estado de Colima, 10 de abril de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 411 Oficio del Secretario de Gobierno y Comandante Militar del Estado de Colima, 10 de abril de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916.

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aguas, considerándolo como un asunto de interés público. Este papel de

administrador del agua lo inmiscuyó en disputas desde los años porfiristas, conflictos

cada vez más recurrentes a medida que el movimiento de capitales, intereses y

población transformó las viejas y tradicionales costumbres de utilizar los recursos

naturales, medios de producción y las formas de trabajo y organización social. A

decir de Luis Aboites, el agua como componente de grandes negocios hacía sentir

sus exigencias,412

ese era el proceso que se vivió en el medio rural colimense

durante esos años.

412 Para ahondar sobre el papel que juega el agua durante el cambio económico introducido por el porfirismo véase, Luis Aboites Aguilar, El agua de la Nación. Una historia política de México (1888-1946), México, CIESAS, 1998, pp. 55-80.

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V LOS INDÍGENAS DE COMALA, ENTRE EL PORFIRIATO Y LOS

ALBORES REVOLUCIONARIOS: UNA SOCIEDAD EN PROCESO DE DESINTEGRACIÓN

1.- POBLACIÓN Y VIDA ECONÓMICA

Entre el Suchitlán de años previos al periodo porfirista y el poblado que recibió

el siglo XX los contrastes eran evidentes. De los casi cinco mil habitantes con que

contaba la municipalidad de Comala para 1868, el 34% se podían considerar

indígenas, mismos que se ubicaban en los poblados de Zacualpan (382 personas),

Suchitlán (910 personas) y en Cofradía de Suchitlán (397 personas), casi todas de

origen nativo413 (Fig. 15). Décadas después este conglomerado humano se

recompuso por factores de orden material. Seguramente que el nuevo siglo no

presentó cambios para Suchitlán en algunos rubros de su vida local de años atrás,

de ahí que es de dudarse que se hubiera modificado positivamente el promedio de

siete muertes mensuales que ocurrían en el poblado para 1890,414

Al comenzar el siglo XX, la población se había incrementado en San

Francisco Suchitlán al contar ya con 1,789 habitantes, de los cuales sólo alrededor

del 45% eran indígenas, mientras que el resto estaba formado por mestizos

pero en lo que si

hubo cambios fue en su composición poblacional.

413 Datos obtenidos del Censo del Estado de Colima de 1868; en AHEC, Caja 331, Sección A, No. 10, Año 1868. 414 Memoria presentada al Congreso del Estado por el Gobernador Constitucional de Colima C. Gildardo Gómez sobre el estado que guarda la administración pública durante el último año de su período gubernativo, a contar desde el 1° de noviembre de 1890 al 31 de octubre de 1891, Tipografía del Gobierno del Estado, 1892, la cual puede consultarse en APLEC, Correspondencia Oficial (1892-1893), Caja 77, pos. 1, p. 859.

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procedentes de poblados del sur de Jalisco o de las haciendas y rancherías de la

región norte del valle de Colima.415

Fig. 15. Vista de la plaza de Zacualpan a principios de siglo.416

Las tierras del pueblo habían quedado reducidas al casco del mismo pues,

como ya se mencionó, se habían ido perdiendo poco a poco por el despojo y las

ventas realizadas.417

415 EC, Año 1900, Tomo XXXVI, Nº 194, p. 49. AHEC, Libros del Registro Civil del Juzgado de Suchitlán: Año 1901, Libro 2; Año 1905, Libro 2; Año 1906, Libro 2.

En años anteriores, el acceso a las tierras de cultivo y a los

bosques era libre y estaba normado por la tradición; el sólo nacimiento al interior de

una familia de la comunidad otorgaba el derecho al acceso de los recursos con que

contaba el pueblo. Sin embargo, las nuevas circunstancias de limitación y pérdida de

tierras, fueron dando lugar a que se gestaran relaciones diferenciales y asimétricas

en cuanto al acceso a los bienes al interior del mismo grupo étnico.

416 En: AC-FINAH, Fondo Étnicos (120467). 417 El Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar a Agustín Miguel y demás signatarios, Colima, 5 de abril de 1916; en AHEC, Caja 879, Sección A, No. 19, Año 1916.

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Enfrentados a esta incipiente economía capitalista, las comunidades indígenas

continuaron desarrollando una agricultura de subsistencia para el autoconsumo en

las pocas parcelas que aún tenían; sus tierras no eran las mejores, pues se

encontraban en condiciones topográficas desfavorables, el escaso acceso al agua a

causa de su enajenación por las haciendas sólo posibilitó las cosechas de temporal,

con el sistema tradicional de roza y quema, siendo los cultígenos básicos para su

dieta el maíz, el fríjol, el chile y la calabaza.418

Las propiedades de estos indígenas básicamente estaban reducidas a sus

chozas y huertas al interior del poblado, las cuales formaban la unidad doméstica

tradicional para una familia extensa, pero casi siempre estaban en litigio

419 (Fig. 16)

Actualmente, estos solares siguen guardando un patrón de distribución similar y la

cantidad y la variedad de árboles frutales que pueden componer estas huertas es

asombrosa: generalmente constan de parotas y mojotes, cuya semilla tostada es

comestible, se encuentra también el nogal, mamey, guamúchil, zapote, chicozapote,

anona, guanábana, chirimoya, mango, bonete, nanche, guayaba, plátano, entre

otros, lo que les permitió complementar su dieta en las diferentes estaciones del

año420

(Fig. 17).

418 Arnoldo Vogel al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Colima, 23 de diciembre de 1916; en AHEC, Caja 879, Sección A, No. 19, Año 1916. 419 Gorgonio Avalos al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, 23 de abril de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 420 Visita de campo realizada a las huertas de Suchitlán en compañía del Dr. Bruce F. Benz, arqueólogo y etnobotánico de la Wesleyan Univerity en Dallas, Texas, 10 de junio de 1996. Cfr. dicha variedad de árboles frutales con los mencionados en los siguiente documentos: Noticia estadística de la municipalidad de Comala del mes de marzo de 1877, rendida por Gabriel Valencia y José Fuentes, Comala 31 de mayo de 1877; en AHEC, Caja 402, Sección A, No. 9, Año 1877. Vegetación que producen las tierras a inmediaciones de los pueblos de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán, Municipio de Comala, Distrito de Villa de Álvarez, Estado de Colima; Informe del Ing. Topógrafo de la Comisión Nacional Agraria, Adscrito a la Delegación en Jalisco, Guadalajara, 24 de mayo de 1918; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

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Fig. 16. La unidad doméstica incluía la habitación para la familia nuclear, así como la huerta a su alrededor.421

Fig. 17. Coamil tradicional que combinaba la siembra de maíz, alimento básico en la dieta, con el cultivo del plátano.422

421 Casa en Suchitlán a principios del siglo XIX; en AC-FNINAH, Fondo Étnicos, (120469). 422 Mujer indígena, cerca de 1900; en AC-FNINAH, Fondo Étnicos (459242).

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La condición económica al interior de estas unidades domésticas, estuvo

socialmente determinada por la división sexual del trabajo, que exigía la colaboración

de todos los integrantes de las familias. De esta manera, mientras los hombres se

dedicaban a la siembra, ya fuera de su parcela o como jornaleros, la mujer realizaba

actividades que complementaban esta frugal economía, las cuales iban desde el

cuidado de pequeñas hortalizas, hasta la recolección de frutas silvestres y de sus

propias huertas, las cuales trasladaban al tianguis o mercado local para realizar el

intercambio y venta (Figs. 18 y 19). El intercambio indígena siguió realizándose de la

manera tradicional, por el sistema de mercados rotativos o tianguis, el cual se llevaba

a cabo en días fijos en Comala y la Villa de Colima, siendo una tradición que se

remonta a la etapa prehispánica.

Fig. 18. Hombres y mujeres suchitlecos.423

423 Indígenas de Suchitlán hacia 1880, Robertson Wright, en AC-FNINAH, Fondo Étnicos (351039). Obsérvese en la vestimenta masculina el típico calzón de manta, cuyo uso en la capital prohibieron los liberales colimenses.

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Fig. 19. Mujeres indígenas de Suchitlán.424

424 Mujeres indígenas de Suchitlán cerca de 1880, Robertson Wright, en AC-FNINAH, Fondo Étnicos (430996).

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Para lograr la sobrevivencia de las unidades domésticas, ante la menor

disponibilidad de tierras, durante el siglo XIX se potenciaron las actividades

artesanales; algunos indígenas se dedicaron a la manufactura de petates, esteras y

equipales de madera y carrizo, pegados con una argamasa especial obtenida de un

tubérculo silvestre. Por lo tanto, para la realización de los equipales, al igual que para

la obtención y venta de ocote y carbón, las comunidades requerían del acceso a los

bosques. Sin embargo, para este período, los habitantes de Suchitlán se enfrentaron

al problema de la pérdida de la propiedad comunal de los bosques y, por ende, de la

madera y otras materias primas con las que elaboraban sus artesanías. Este hecho,

aunado a la creciente deforestación de los bosques por compañías madereras como

la Colima Lumber Company, tuvo como resultado que los indígenas se vieran

obligados a pagar por el monterío o dedicarse al merodeo.425

La introducción de la silvicultura comercial a finales del siglo XIX en Colima, se

observa con la presencia de empresas madereras de capital estadounidense como la

San Jose Lumber Company, que tuvo como radio de acción la zona montañosa

inmediata a Manzanillo, al igual que la Colima Lumber Company, que actuó en el

municipio de Comala. El apogeo de estas compañías se favoreció por la abundancia

de maderas preciosas,

426

al igual que por las políticas económicas porfiristas de

apertura al capital extranjero (Fig. 20).

425 Agustín Miguel y demás signatarios al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, 17 de marzo de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. Margarita Nettel Ross, Noticias…, 1994, p. 6. 426 Noticia estadística de la municipalidad de Comala del mes de marzo de 1877, rendida por Gabriel Valencia y José Fuentes, Comala 31 de mayo de 1877; en AHEC, Caja 402, Sección A, No. 9, Año 1877.

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Fig. 20. Puesto de vigilancia en la zona boscosa ocupada por la

Colima Lumber Company.427

El accionar de las compañías madereras, al igual que la expansión territorial

de las haciendas, perturbó el patrón de uso de los recursos forestales de los

pobladores de la zona, pues desde la colonia los pastos y montes dotados como

bienes comunales eran de uso y explotación colectiva.428

427 Colima, cerca de principios del siglo XX, en AC-FN INAH, Fondo Estados (373749).

Fue así que se puso en

juego el enfrentamiento de dos concepciones diferentes de la propiedad; por un lado,

la del derecho al uso libre de los recursos de los montes y bosques de las

comunidades, sancionada por el derecho consuetudinario y cimentada en una

economía de subsistencia que fincaba su relación con la tierra y sus productos

solamente a partir del valor de uso que éstas le prodigaban; y, por el otro, la noción

de la propiedad privada de las compañías que explotaban los recursos forestales

428 Margarita Menegus Bornemann, “Los bienes de comunidad de los pueblos indios a fines del período colonial”, Estructuras y formas agrarias en México, del pasado al presente, Antonio Escobar y Teresa Rojas (Coords.), México, Ciesas – Secretaría de la Reforma Agraria – Universidad de Quintana Roo – SEP.CONACyT, 2001, p. 89.

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comercialmente.429 La actividad de corte y explotación de los montes se verificaba

contratando a los indígenas y a la gente más pobre del campo, quienes recibían un

bajo jornal.430

Si se retoma la propuesta de Ramchandra Guha sobre los múltiples lenguajes

de la disidencia, estas comunidades no permanecieron impávidas ante las

prohibiciones al monterío.

431 La resistencia social en la región comalteca se

manifestó a través de acciones relativamente pacíficas, pero subrepticias, como lo

sería el merodeo, que estaba ligado a la estructura económica y social de las

poblaciones indígenas, en las que los miembros de la comunidad tomaban lo que

consideraban suyo por naturaleza contando con el apoyo de la mayoría de los

nativos. Al hacerse justicia por su propia cuenta, los integrantes de las comunidades

indígenas ponían en la práctica el discurso oculto, pues al no poder expresar

abiertamente lo que creían sus derechos, acudían a un conjunto de prácticas

clandestinas, llevadas a cabo para ejercer esos derechos.432

El problema de la explotación forestal a gran escala se continuó practicando

en los años posteriores, produciendo una gradual pero severa deforestación de los

bosques, a tal grado que en 1914 el gobierno tuvo que dictar un acuerdo para evitar

la tala inmoderada de los mismos, ante la inminente erosión y extinción de maderas

preciosas en la región.

433

Por otra parte, durante el siglo XIX se observó un retroceso en la

diversificación de las actividades económicas practicadas al interior de la comunidad,

ya que el porcentaje de jornaleros aumentó hasta un 75%, con la consiguiente

disminución en las otras actividades. El porcentaje de labradores disminuyó hasta el

429 Al respecto véase el estudio de Ramchandra Guha, “Forestry and social protest in British Kumaun, c. 1893-1921”, Subaltern Studies IV, Writings on South Asian History and Society, Ranajit Guha (Ed.), Delhi, Oxford University Press, 1985, pp. 54-100. 430 Oficio No. 37 del Secretario Interino al Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colima, 9 de octubre de 1889; en AHEC, Sección A, No. 7, Año 1889. 431 Ibíd. 432 James Scott, Los dominados…, pp.24-25. Para un estudio detallado sobre el merodeo y la caza en vedado véase: Edward P. Thompson, Whigs and Hunters: The Origin of the Black Act, New York, Panteón, 1975. 433 Las disposiciones al respecto se pueden consultar en: AHEC, Caja 848, Sección A, No. 20, Año 1914.

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9.6%, mientras que los intermediarios, como comerciantes (6%), se empezaron a

establecer en el poblado; oficios, éstos últimos, que fueron desempeñados, en su

mayoría, por los mestizos avecinados en la zona.434

Con la presión demográfica y la pérdida de la tierra, un gran número de

integrantes de la población de Suchitlán se convirtieron en peones de las haciendas

de Nogueras y San Antonio, viéndose envueltos por fuertes presiones de control

sobre la retribución laboral, pues aprovechando el exceso de mano de obra en la

zona, estas dos haciendas eran las que pagaban el jornal más bajo de todo el

municipio de Comala, incurriendo en la práctica de descontar a los peones el precio

de su ración diaria de maíz.

435 Los hacendados aseguraban y controlaban así la

mano de obra mediante el sistema de endeudamiento, a través de sus tiendas de

raya, que al menos en el caso de la hacienda de San Antonio todavía subsistía en

1914.436

Los trabajadores recibíamos un anticipo los días miércoles; la

forma como nos lo daban era a base de una especie de boletos

canjeables sólo en la tienda de la hacienda, ya que en ninguna otra

parte tenían algún valor. También acostumbraban hacérnoslo a base

de fichas de aluminio, cuyo valor aparecía cincelado en una de sus

caras. Los préstamos eran cuando mucho de un peso, y éstos eran

descontados los sábados, día de raya.

El testimonio de un trabajador de dicha hacienda confirma la existencia de

este sistema:

437

434 Listas de padres de familia de ambas escuelas de Suchitlán; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902. 435 Andrés Valencia, Presidente Municipal de Comala, al Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar del Estado, Comala, 3 de noviembre de 1915; en AHEC, Caja 877, Sección A, No. 19, Año 1915. 436 Oficio Nº 95 del Tesorero General de Gobierno; en AHEC, Caja 847, Sección A, No. 20, Año 1914. Oficio del Tesorero General de Gobierno; en AHEC, Caja 851, Sección A, No.19, Año 1914. 437 María del Carmen Orozco, La Hacienda…, p. 330.

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Los que no se convirtieron en peones asalariados de estas haciendas,

pasaron a ser medieros en las que antes habían sido sus propias tierras; los

hacendados les arrendaban pequeñas parcelas y les habilitaban lo necesario para el

cultivo, cobrándose con la mayor parte del producto cosechado.

Por otro lado, en muchas ocasiones los indígenas fueron desplazados por los

mestizos en esta fuente de trabajo, pues las haciendas los preferían como peones;438

al menos, esto es evidente para la hacienda de San Antonio, que sólo contaba con

mestizos entre sus peones acasillados, mientras que los indígenas sólo eran

contratados como jornaleros temporales (con un salario menor, el cual apenas

alcanzaba a los 30 centavos diarios), condición laboral marcada por la propia

dinámica y los giros productivos predominantes al interior de la hacienda.439

Estas limitaciones al acceso de los recursos y a las oportunidades de trabajo,

dieron origen a la tendencia de extender las redes del mercado de la fuerza de

trabajo (laboral) más allá de la región, siendo esta la época en que los indígenas

tuvieron que comenzar a emigrar temporalmente para contratarse como peones en

las haciendas costeras del sur de Colima.

440 Este fenómeno también era motivado

por el hecho de que los jornales eran más altos en la zona de Tecomán, en

comparación con los del valle central de Colima y sus alrededores, donde el jornal

diario era de 25 a 35 centavos, pagado en las haciendas arroceras del valle, contra el

salario en la zona de Tecomán, que iba de 50 centavos en las salinas, 57 centavos

en las caleras, hasta 92 centavos diarios en los plantíos de arroz.441

438 Cfr. AHEC, Registro Civil, Juzgado de Suchitlán: Año 1901, Libro 2; Año 1905, Libro 2; Año 1906, Libro 2.

Percepciones

que –pese a todo– en ambos casos, eran relativamente mejores a las que ganaban

439 Cfr. Listas de padres de familia de las escuelas de Suchitlán y de San Antonio; AHEC, Cajas 642/1902, 645/1902, 647/1903, 659/1905, de la Sección A, No, 23, así como las Cajas 688/1905 y 713/1906, de la Sección A, No. 22, al igual que las Cajas 743/1908, 761/1909, 777/1910, 782/1910, 784/1910 de la Sección A, No. 19. Oficio de Salvador Toscazo a la Comisión Nacional Agraria; en RAN, exp. 23-115. 440 Informe del Jefe de Instrucción Pública al Gobernador del Estado, Colima, 10 de marzo de 1902; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902. Sindicato de Agricultores y Campesinos de Suchitlán al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, 4 de abril de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 441 PC, Tomo I, Nº 4, 15 de febrero de 1902. Informe del Presidente Municipal de Tecomán al Secretario de Gobierno, Tecomán, 23 de junio de 1903; en AHEC, Caja 653, Sección A, No. 23, Año 1903.

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indígenas de otras regiones del país, como sería el caso de los indígenas

chiapanecos, por citar solo un caso. 442

Con todo y está situación nada boyante para los indígenas de Suchitlán,

durante los últimas dos décadas –al parecer– no se presentaron conatos de rebelión

o protestas significativas.

La falta de respuestas abiertas e inmediatas frente a la pérdida de la tierra o

las pugnas por el agua, si bien se patentiza mediante reacciones sordas de

inconformidad, se ubican más en una actitud que aminore su desventura o situación

crítica; actitud que –de acuerdo lo que afirma Scott sobre las formas ocultas de

resistencia– es marginal al no colocarse estos actores en el escenario de la

confrontación, a fin de negociar sus intereses y aspiraciones. El temor y la

impotencia, pueden ser los causantes de que no se presente una resistencia abierta,

maxime cuando las esperanzas de triunfo son remotas. La avalancha del liberalismo

con sus agudas medidas económicas, los marcos legales y la fuerza del orden

establecido, hacían más que imposible que los indígenas de la municipalidad de

Comala salvaguardaran su vida de antaño y conservaran o recuperaran sus

propiedades.

La actitud de los indígenas de Suchitlán está más relacionada con esta

reflexión: Para gente que vive al margen de la existencia física, la modernización

resulta sin duda demasiado arriesgada, sobre todo si es de presumir que, con las

instituciones sociales en vigor, los beneficios se los llevarán otros. Lo único que tiene

sentido, en estas circunstancias es adaptarse a un nivel de vida abismalmente bajo y

deducir las esperanzas al mínimo.443

442 Hacia la última década del siglo XIX, en el territorio chiapaneco se pagaban los siguientes jornales: en propiedades de la costa de Tonalá, los peones ganaban tres pesos al mes, y a la semana un almud de maíz y dos reales de carne; mientras que en Suchiapa y la Frailesca, ganaban de uno a dos pesos mensuales, más cinco almudes de maíz, medio almud de frijol, una porción de sal y permiso de caza en tierras propiedad del patrón; Antonio García de León, Resistencia y utopía. Memorial de agravios y crónica de revueltas y profecías acaecidas en la provincia de Chiapas durante los últimos quinientos años de su historia. México, Era, (Col. Problemas de México), 1998, p.170.

Esta misma situación es descrita por Barrington

Moore en otros terminos: “La gente puede soportar casi cualquier cosa, aunque hay

enormes diferencias individuales en esta capacidad. Las principales razones se

443 Barrington Moore, Los orígenes…, p. 343.

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pueden reducir a dos: o son incapaces de concebir una forma de vida diferente, o si

se imaginan una, son incapaces de hacer nada respecto a ella”. 444

Sin embargo, cuando las circunstancias son distintas, se producen a veces

cambios dramáticos en un corto espacio de tiempo; esto es precisamente lo que

sucedió durante los años revolucionarios, lapso en que los indígenas emergieron

secundando a los constitucionalistas y levantando las banderas del agrarismo.

En el caso de los

indígenas de Suchitlán lo dominante era su imposibilidad de vislumbrar un mundo

nuevo y diferente.

Otra lectura de esta falta de acciones abiertas de parte de los indígenas puede

inscribirse en la aseveración de John Coatsworth sobre el papel más dominante al

seno de los trabajadores rurales mexicanos a lo largo del siglo XIX: Ahí donde los

trabajadores conservaban su libertad, por muy sometidos que estuvieran a la

jerarquía social, a las distinciones jurídicas de estatus o a la necesidad económica,

las relaciones (y la movilidad) patrón-cliente servían para atenuar las tensiones.445

Pero situándose en estas tierras de occidente: debido a las características del

trabajo desempeñado, los indígenas suchitlecos que incursionaban en el valle y la

costa colimense se asemejaban en algo a los llamados escoteros (también llamados

“viajeros sin equipaje” o “indios vagos”) como se denominó en Chiapas y Soconusco

a ese ejército de reserva constituido por jornaleros que emigraban con toda su familia

a los lugares de cosechas estacionales. Aunque en el caso de Colima es difícil

pensar que el salario de los “jornaleros libres” reprodujera y fortaleciera a la

comunidad indígena como sucedía en el sureste mexicano, pues en este lugar, si el

salario rebasaba los límites permitidos dentro de la comunidad, lo que se consideraba

excedente era destinado a gastos ceremoniales.

446

444 Ibíd., p. 421.

Esta dificultad emana de la

ausencia de fuentes e indicios que remitan a las fiestas y celebraciones que se

organizaban al interior de la comunidad, así que es más fácil pensar que en tierras

445 John H. Coatsworth “Patrones de rebelión rural en América Latina: México en una perspectiva comparativa”, en Friedrich Katz (compilador), Revuelta…, p. 52. 446 Al respecto véase, Ibíd., p. 119.

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colimenses esta actividad y movilidad laboral incidiera como un elemento disgregador

de su vida comunitaria.

Como ya se mencionó, otra zona de fuerte atracción para la migración, fueron

las fincas cafetaleras de los altos de Guatemala, pues a causa de la abolición del

trabajo obligatorio de los indígenas en ese país, se perdieron alrededor de 50,000

brazos en la recolecta de ese cultivo. El cónsul mexicano en ese país, advirtió a las

autoridades colimenses del riesgo de quedarse sin mano de obra, por la fuerte

migración de colimenses que estaban siendo atraídos a Guatemala por los

enganchadores de las fincas cafetaleras, y atribuyó este fenómeno en parte a la

“...crisis monetaria de nuestro país y por las crecidas contribuciones que en los

estados mencionados (Colima, Chiapas y Guerrero) agobian al proletariado que no

encuentra trabajo bastante productivo para subvenir á sus crecidas necesidades”.447

Pero el enfrentamiento no fue nada más entre los campesinos indígenas y los

hacendados, sino también entre los indígenas y los mestizos avecinados, lo cual

ocasionó una polarización de fuerzas al interior del pueblo de Suchitlán, por la

contradicción de intereses. Muchos de estos mestizos habían comenzado a llegar a

las poblaciones de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán desde fines del siglo XIX,

procedentes de poblados del sur de Jalisco como Sayula, Tonila, Teocuitatlán,

Pihuamo, San Gabriel, Tapalpa, entre otros; algunos llegaron como jornaleros, otros

como tenderos que convertidos en prestamistas fueron obteniendo pequeños predios

de manos de los nativos, convirtiéndose en pequeños propietarios.

448

447 Carta de Mariscal al Gobernador del Estado, México, 28 de noviembre de 1893; en AHEC, Caja sin número.

Al instalarse en

estas poblaciones, con sus propias costumbres y modos de vida, causaron la

desorganización barrial en la estructura de los poblados, que no nada más tenía que

ver con la distribución de las unidades domésticas, sino con toda la organización de

la vida social y religiosa.

448 AHEC, Registro Civil, Libros del Juzgado de Suchitlán, Ibíd. Oficio del Presidente de la Comisión Local Agraria al Secretario General de la Comisión Nacional Agraria, Colima, 4 de junio de 1917; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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Algunos de estos mestizos crearon una serie de relaciones tradicionales con

los terratenientes, como el compadrazgo y el clientelismo, a través de los cuales se

beneficiaban, ya que en muchos casos fueron impuestos en el ejercicio de cargos

públicos, donde podían cometer todo tipo de abusos, al no estar compenetrados con

la comunidad a la que llegaban. Esto no implica que no establecieran lazos

amistosos y hasta sentimentales con algunos indígenas, pero sin modificarse sus

vínculos con el grueso de los pobladores, ya que, por lo general, en situaciones

coyunturales, quienes intimaban con estos mestizos eran marginados por la mayoría

de los integrantes de su comunidad.

Esta conducta puede ser entendida a partir de una de las características que

define el descontento y la insurgencia en el medio rural; dicha característica es

referida por Ranajit Guha como “territorialidad” e implica la pertenencia a una

comunidad ubicada en un territorio específico. Estos aspectos ocasionaban que la

resistencia y los levantamientos fueran muy localizados y que, generalmente, se

percibiera al enemigo como a un intruso dentro del especio social (étnico en el caso

de Suchitlán) y físico. 449

Por los nexos que estos mestizos establecieron con los principales

hacendados y el poder público, el descontento fue aumentando y, para mediados de

la segunda década del siglo XX, se encuentran numerosas quejas y peticiones de los

indígenas respecto a nombrar autoridades de su propia raza.

450

Por citar sólo algunos ejemplos, Atanasio Ceja, a pesar de estar avecinado en

la población de Suchitlán, fungió como comisario municipal y jefe de acordada de

Cofradía de Suchitlán, al igual que estuvo postulado para este último cargo en la

hacienda de San Antonio.

451

449 Cfr. Ranajit Guha, Elementary aspects… Véase también Barrington Moore, Los orígenes…, p. 28.

También destaca el caso de Próspero Martínez, que fue

450 Los vecinos de Cofradía de Suchitlán al Gobernador del Estado, Cofradía de Suchitlán, 20 de octubre de 1912; en AHEC, Caja 811, Sección A, No. 20, Año 1902. Claro Guzmán y demás signatarios al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Cofradía de Suchitlán, 26 de junio de 1916; en AHEC, Caja 833, Sección A, No. 20, Año 1913. Vecinos del poblado de Zacualpan al Gobernador del Estado, Zacualpan, 16 de junio de 1914; en AHEC, Caja 852, Sección A, No. 19, Año 1914. El Popular (en adelante EP), 3ª Época, año 1914, Nº 44. 451 Véase nombramientos oficiales en: AHEC, Caja 488, Sección A, No. 8, Año 1889; Caja 527, Sección A, No. 7, Año 1892.

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comisario municipal de Cofradía en repetidas ocasiones, de quien los indígenas

frecuentemente pidieron su expulsión de la comunidad.452

Este fenómeno coincide con la queja que los indígenas interpusieron a las

autoridades municipales, acerca del hecho de que los comisarios municipales del

pueblo obligaban a desocupar los terrenos que los naturales tenían dentro del fundo

legal, con el objeto de utilizarlo como agostadero para su ganado.

453

Este problema no fue rápidamente solucionado pues, lógicamente, algunos de

los mestizos avecinados se opusieron a ello y las autoridades retrasaron el trámite.

Finalmente, el gobernador dio una respuesta positiva y el fundo legal fue dividido en

16 manzanas a repartir entre los naturales; estas fueron bardeadas y el poblado

quedó prácticamente rodeado por las propiedades de la hacienda de San Antonio

(Fig. 21).

Por estos

motivos, los indígenas de la Cofradía de Suchitlán, solicitaron elegir a sus propios

representantes legales entre los nativos y tramitaron, ante las autoridades

municipales de Comala, la división del fundo legal y su adjudicación, para de esta

manera evitar los abusos de los avecinados.

452 Véase nombramientos oficiales en: AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1886; Caja 521, Sección A, No. 7, Año 1891. 453 Alfonso González, Presidente Municipal de Comala, al Secretario de Gobierno, Comala, 5 de marzo de 1906; AHEC, Caja 717, Sección A, No. 22, Año 1916.

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Fig. 21. Propuesta de división del fundo legal de Cofradía de Suchitlán. 454

Con esta medida se buscaba profundizar el proceso de integrar al mercado las

tierras y la economía campesina indígena, la cual fincada en la propiedad individual

454 En el plano del poblado se puede observar la distribución de las manzanas y la barda que confinaba al poblado. Los arroyos de El Mamey y El Limoncito, que lo cruzaban, fueron prácticamente las únicas fuentes de agua para el poblado, cuando estos no eran represados aguas arriba, ya que la represa al noreste del fundo era propiedad de San Antonio; AHEC, Caja 717, Sección A, No. 22, Año 1916 (Facsímil de Gabriela Ulloa).

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pasara a conectarse a lógicas productivas que rebasaran las necesidades del

consumo doméstico y local para conectarse con ámbitos regionales e incluso

mercados de exportación. Es decir, se buscó que las tierras que por décadas e,

incluso, siglos dejaran de estar regidas por una dinámica parecida a lo que Manning

Nash define como un sistema cuasitribal, entendido este como una economía que se

ocupa sobretodo de satisfacer demandas locales y de subsistencia, mezclada con

labores artesanales para uso doméstico, dominando una explotación no

especializada ni intensiva de la tierra.455

Por todo esto, en el territorio colimense se volvió escasa la presencia de

comunidades indígenas, en donde persistiera la vida tradicional consistente en el

trabajo de autosubsistencia, el relativismo igualitario, las lealtades familiares y

comunitarias y las débiles jerarquías internas, las cuales no desaparecieron, pero se

reubicaron en contextos que generaron alteraciones en los ritmos de vida de varias

de las tradicionales comunidades indígenas de la entidad, debido a que las nuevas

formas de organizar la vida económica y territorial generaron pautas diferentes en las

que se imbuyó el mundo indígena.

Sin embargo, las familias y comunidades rurales no constituyen solamente

una unidad de producción, es decir, no únicamente se mueven por los rasgos que

configuran su economía y vida material, ya que también son “…una unidad de

consumo, propiedad, residencia y descendencia. Es multíplice tanto en términos de

sus funciones como en términos de su composición”;456

donde intervienen redes

familiares, de matrimonio, expresiones rituales, hábitos, costumbres, en fin, normas

de una cultura compartida, pero que –incluso– no está exenta de desigualdades y

conflictos en su interior. Sobre esto, versan los dos apartados que siguen.

455 Al respecto véase, Manning Nash “El mercado y las economías campesinas indígenas”, Campesinos, y sociedades campesinas, Teodor Shanin (Selección), México, FCE, (Colección Lecturas, Nº 29), 1979, pp. 145 y 146. 456 Meter Worsley, “Economías…”, p. 170.

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2.- OTROS RASGOS DE LA VIDA EN COMALA: DESPOJO, EDUCACIÓN Y JUSTIFICACIÓN POSITIVISTA

Los avances de las grandes haciendas sobre las tierras indígenas, en el norte

del municipio de Comala, fueron un fenómeno constante a lo largo del porfiriato,

siendo justificado por la doctrina del positivismo mexicano. Esta filosofía fue la

expresión de la oligarquía nacional y regional, la cual adecuó el positivismo al

servicio de sus propios intereses, dejando de lado su origen comtiano, para virar

hacia las doctrinas inglesas, conocidas como darwinismo social o spencerianismo.457

Al defender la propiedad individual a toda costa, desde las leyes liberales

hasta el positivismo científico, se crearon una serie de tensiones entre los grupos

poderosos, en los que se incluían los terratenientes, y los indígenas, que

sustentaban su existencia en la propiedad comunal. Al defender la propiedad

individual, sin importar la forma en que estas haciendas la obtuvieron, se justificó

todo tipo de arbitrariedad y despojo en contra de los grupos nativos, que no contaban

con el apoyo del aparato gubernamental. En este sentido, el positivismo spenceriano,

con sus propuestas de “progreso”, fue una herramienta útil en la conservación del

status quo en el agro colimense.

En esta última línea, siempre se entendió el progreso como un proceso evolutivo

unilineal, en el cual la lucha entre los diferentes grupos daría lugar a la supervivencia

del más apto, es decir, del más rico, del poderoso o, lo que es igual, del grupo

oligárquico que en Colima controlaba la política estatal.

Al identificar a la propiedad privada con el progreso, se calificó a los indígenas

de atrasados, catalogados como seres inferiores y aún en un estado de plena

degeneración, al no entender las razones por las cuales se encontraban en el estado

que ellos mismos se hallaban. Este es un aspecto que es fácilmente observable en el

discurso de algunos integrantes del cuerpo educativo de Colima, durante la primera

década de este siglo. Así, no es raro encontrar descripciones y referencias, como la 457 Marvin Harris, El desarrollo de la teoría antropológica, Una historia de la teoría de la cultura, España, Siglo XXI, 1982, Capítulo 4. Leopoldo Zea, El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, FCE, 1984, pp.294-297.

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hecha por el jefe de instrucción pública de Colima, Victoriano Guzmán, al hablar de

los nativos de Zacualpan:

…(el maestro) mata en vez de vigorizar el espíritu de la raza a

quien esta obligado a vivificar. Con maestros de semejantes alcances

intelectuales jamás se regenerará la raza indígena, al contrario serán

el elemento más poderoso para perpetrar su degeneración. Creó que

para despertar esa raza de su abatimiento, hay que ponerla en manos

de maestros idóneos. De otra manera jamás se realizarán las altas

miras del gobierno, ni se resolverá el gran problema, de traer a los

naturales a la dicha civilizada.458

Es mediante argumentos de este tipo que el Estado, a través de la instrucción

pública, se adjudicó seriamente la tarea de “redimir” a los indígenas incivilizados,

hasta integrarlos en el camino general del progreso que la nación y, en el caso

particular, Colima, habían tomado. Esta integración forzosa iba desde lo exterior,

para lo cual se tenía que cambiar su apariencia, ocultarlo, evitar que se acercara a

los extranjeros, considerados como la fuente misma del progreso, hasta los aspectos

más internos, como su lengua y su cultura, los cuales sólo podrían ser moldeados y

transformados paulatinamente con la herramienta primordial de la educación.

459

458 Informe del Jefe de Instrucción Pública del Gobierno del Estado para remover al encargado de la escuela, al Secretario de Gobierno, Colima, 10 de marzo de 1902; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902.

De

esta manera el Estado, al controlar la educación, se abrogó el derecho de controlar el

medio básico que toda agrupación humana tiene para transmitir su cultura.

459 Obsérvese lo citado en el capítulo anterior, respecto a la prohibición de usar calzón de manta en los principales centros urbanos del Estado; así mismo, congruente con estas acciones, se encuentra el hecho de prohibir que los indígenas se dirigieran a los extranjeros o los mirasen directamente. También es esclarecedor el hecho de que, a pesar de existir poblaciones indígenas en la región, en los censos se niegue la existencia de lenguas nativas que, aunque en número muy limitado, actualmente se siguen hablando en la zona.

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En todos los grupos humanos, un factor importante en la transmisión cultural,

es la lengua y la interacción social que se da al interior del grupo mismo. Muchas de

las respuestas culturales están en relación a las necesidades primordiales del grupo,

siendo este el contexto que determina la producción y la transmisión de los

conocimientos.460

Cada cultura o grupo indígena ha tenido su propio sistema de endoculturación,

en el cual se consideran las diferentes etapas de crecimiento.

Este proceso de socialización o transmisión de los conocimientos

de una generación a otra, se lleva a cabo durante la infancia, período en el cual los

patrones culturales tienen su más amplia repercusión. Dicho proceso, al tratarse de

grupos étnicos, es conocido con el nombre de endoculturación o culturalización.

461 El objetivo

primordial de este proceso de transmisión en todas las sociedades, es el de lograr

que los futuros adultos se desenvuelvan eficientemente, en el entorno natural y

cultural en el que se desempeñen. La dinámica de transmisión cultural de los grupos

indígenas, que mantenían una forma de vida tradicional, vinculaba fuertemente la

experiencia infantil con la agricultura de subsistencia, fuente básica de la economía

nativa.462

Las tareas que se imponían a los niños estaban de acuerdo a su edad y

destreza. Los niños pequeños podían participar en el cuidado y recolección de la

fruta de los huertos familiares, en el proceso de desgrane del maíz, o en la

recolección y limpieza de la chía gorda; las niñas seguramente participaron en las

tareas domésticas propias de la casa.

Es probable que las actividades propias del ciclo agrícola jugaran un papel

importante en el desarrollo cognoscitivo de los niños de estas comunidades, a través

de su participación en diferentes tareas. Es así como el conocimiento del niño se iba

moldeando en la vida cotidiana.

En este período de la primera infancia, la educación generalmente se

realizaba a un nivel familiar, es decir, al interior del grupo doméstico, que la mayoría 460 Iñigo Aguilar, El problema de la educación indígena, el estado de Oaxaca, México, INAH, 1991, Tomo I, p. 9. 461 Serena Nanda, Antropología Cultural. Adaptaciones socioculturales, México, Wadsworth Internacional Iberoamericana, 1984, p. 99. 462 E. Sorenson, K. Müler y N. Vaczek, “El contexto de la culturalización huichol: informe preliminar”, en Anguiano y Furst (Eds.), La endoculturación entre los huicholes, México, INI, 1987, p. 65.

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de las veces estuvo compuesto por una familia extensa. Es al interior de este grupo

doméstico donde el niño participaba de todos los usos y costumbres de la vida

cotidiana. Conforme el niño crecía, se integraba en mayor medida a las labores

agrícolas y su radio de acción se iba ampliando con un mayor alcance territorial. Los

niños podían acompañar al padre a cortar leña para hacer carbón, al monte para la

caza de animales y al campo para el cultivo.

Además, el proceso de endoculturación rebasaba el nivel familiar, para

situarse en uno más amplio: el nivel comunitario. Al niño se le permitía participar en

los rituales y eventos religiosos propios de la comunidad. Este aspecto es posible

observarlo actualmente en el poblado de Suchitlán, donde al niño se le incluye y

enseña a participar en las danzas tradicionales del ciclo cristiano, que refuerzan la

solidaridad del grupo.

Hasta finales del siglo XIX en que se fundaron escuelas oficiales en Suchitlán,

las comunidades indígenas de esta región, no contaban con una institución formal

propia, que se encargara del proceso de transmisión cultural. Con la llegada de las

escuelas oficiales y su obligatoriedad, el Estado impuso un nuevo proceso educativo,

que no tomó en consideración las formas tradicionales de aprendizaje indígena.

La ausencia de escuelas en las comunidades indígenas del norte de Colima

no era un caso generalizado en la zona; desde 1868 había una escuela para niños

en la cabecera de la municipalidad de Comala;463 población que una década

después contaba con otra escuela para niñas. Ambas escuelas municipales eran

pagadas por el fondo de instrucción pública del Estado. Por lo que respecta a las

haciendas de la zona, si bien el decreto 154 del congreso del estado, con fecha de 2

de noviembre de 1873, ordenaba que debería haber escuelas de ambos sexos

pagadas por los hacendados, para 1877 seguían sin concretarse.464

463 Memoria del Estado que Guarda la Administración Pública, por Ramón R. de la Vega, Colima, 30 de diciembre de 1868; en AHEC, Caja 490, Sección A, No. 8, Año 1887/88.

464 Noticia estadística de la municipalidad de Comala del mes de marzo de 1877, rendida por Gabriel Valencia y José Flores, Comala, 31 de mayo de 1877; en AHEC, Caja 402, Sección A, No. 9, Año 1877.

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En algunos poblados, las escuelas inicialmente fueron mixtas, aspecto que se

contraponía a la concepción educativa indígena, en que la socialización estaba

fuertemente vinculada con el sexo del individuo, y se lograba con la participación de

los niños en las actividades propias de su género. La escuela de niñas de Suchitlán

fue creada en 1883, con una preceptora que se encargó de cubrir todas las

funciones, desde ser la directora hasta conducir la enseñanza de los diversos

grados.465 Sin embargo, este es un caso particular, ya que transcurría el año de 1902

y los indígenas de Zacualpan insistían continuamente en la creación de una escuela

para niñas, con actividades propias para su formación.466

Ante el cambio tan drástico e impositivo en la obligatoriedad de la educación

oficial, no es raro que los padres de familia se mostraran renuentes a enviar sus hijos

a la escuela, ni el que estos últimos frecuentemente escaparan de clase. La

asistencia infantil a las escuelas rurales siempre fue baja, como lo expresaba en

1898 el profesor Cresencio Chávez, director de la escuela de niños en Suchitlán,

quien se quejaba de la escasez de la concurrencia.

467 Un año después la situación

no había cambiado, pues las familias seguían resistiéndose a enviar sus hijos a las

aulas, a pesar de que los directores de ambas escuelas salían todos los días a

recorrer casa por casa e intimidar a los padres, pero sus esfuerzos fueron en vano,

pues dicha situación se prolongó por varios años.468

Las autoridades estatales y federales, enfrascadas como estaban en integrar a

las comunidades indígenas al progreso y, por ende, a la vida nacional, no tomaron en

consideración cuales fueron las causas del marcado ausentismo y, por el contrario,

tomaron medidas represivas al respecto. La Ley de Instrucción Primaria, vigente a

finales del siglo pasado, en sus artículos 8 y 18, marcaba como una de las

465 EC, Tomo XVIII, No. 8, 22 de febrero de 1884, p. 30. 466 Informe del Jefe de Instrucción Pública al Gobierno del Estado, Colima, 10 de marzo de 1902; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902. 467 Oficio de Cresencio Chávez al Secretario de Gobierno, Suchitlán, 15 de noviembre de 1898; en AHEC, Caja 582, Sección A, No. 24, Año 1898. 468 Solicitud de Susana Farías y Sebastián Gutiérrez al Gobernador del Estado, Suchitlán, 22 de enero de 1889; en AHEC, Caja 503, Sección A, No. 7, Año 1889. Oficio de Sebastián Gutiérrez al Gobernador del Estado, Suchitlán, 8 de septiembre de 1892; en AHEC, Caja 526, Sección A, No. 7 Año 1892.

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obligaciones del comisario municipal, el vigilar la asistencia de los niños a las

escuelas. Aún así, en Suchitlán muchos lograban escapar al sometimiento,469 a

pesar de las multas que dicha ley contemplaba como castigo para los padres

morosos.470

La baja asistencia a clases fue un fenómeno que se observó a todo lo largo de

la primera década de este siglo. En 1902, el padrón de niños en edad escolar (entre

6 y 13 años) en Suchitlán, ascendió a 73 niños y 74 niñas; sin embargo, la escuela

de niñas sólo tenía 60 alumnas matriculadas, con un promedio de asistencia mensual

de 38 niñas; mientras que en la escuela de niños se reportaba un número igual de

alumnos matriculados, y una asistencia media mensual de 25 niños.

471

Dos años después, en 1904, la situación no había cambiado, pues en

Suchitlán, aunque la matrícula aumentó a 68 alumnas, la asistencia total fue de 62.

En Zacualpan, donde la escuela contaba con 61 niños, la asistencia total anual fue

de 50, siendo llamativo el hecho de que en ninguna de estas dos escuelas hubo

alumnos que concluyeran el período de enseñanza.

472

La creciente inasistencia del alumnado fue una constante preocupación, tanto

de los maestros como del gobierno, siendo motivo para su legislación, pues con la

nueva Ley de Instrucción Primaria del Estado, decretada en 1902, por el gobierno de

En lo que se refiere a las

ausencias, éstas se justificaban alegando enfermedad y en contadas veces se aludía

a razones de trabajo; esa última razón era la más justificable debido a que la fuerza

laboral de la niñez formaba parte de la dinámica de las labores que se

instrumentaban al interior de las comunidades indígenas.

469 Oficio de Cresencio Chávez y Susana Farías, Directores de las escuelas de Suchitlán, al Secretario de Gobierno, Suchitlán, 27 de septiembre de 1898; en AHEC, Caja 582, Sección A, No. 24, Año 1898. 470 Oficio del Secretario de Gobierno al Comisario municipal de Suchitlán, Colima, 12 de septiembre de 1892; en AHEC, Caja 526, Sección A., No. 7, Año 1892. 471 La Comisaría Municipal de Suchitlán informa al Secretario de Gobierno, Suchitlán, a 28 de febrero de 1902; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902.Instrucción Pública, Expediente 190, 16 de enero de 1902. El ministerio de Fomento pide datos sobre instrucción primaria, secundaria y profesional, correspondiente al año de 1901, para publicarlos en el “Anuario – 1901”; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902. 472 Instrucción Pública, Expediente 153. El Ministerio de Fomento pide datos sobre instrucción primaria, secundaria y profesional, para publicarlos en el “Anuario – 1903”; en AHEC, Caja 674, Sección A, No. 23, Año 1904.

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Enrique O. de la Madrid, se trató de involucrar a la sociedad a que participara en la

vigilancia de la educación. El artículo 19 implicaba a los jefes de manzana a cuidar

que los niños de su jurisdicción asistieran a la escuela, para lo cual tenían que llevar

un control formal y levantar un padrón escolar cada año. Igualmente, la autoridad

política de cada lugar, debía cumplir con el artículo 44 del Reglamento de Policía,

relativo a la vagancia de niños. Este tema fue el punto focal de las conferencias

pedagógicas del verano de 1904, en las que se siguió insistiendo en la observancia

de dichos reglamentos.473

Sin embargo, la participación de los niños indígenas en las labores agrícolas,

no sólo formó parte de su educación tradicional, sino que también constituyó una

parte importante de la fuerza de trabajo que la unidad doméstica invertía para lograr

su subsistencia. Por un lado, este hecho marcaba fuertemente la inasistencia y, por

el otro, él que prácticamente no hubiera alumnos mayores de doce años, es decir,

aquellos cuya edad les permitía participar en el proceso productivo. En este sentido,

no es raro observar que, aún después de caído el porfiriato, la fuerza de trabajo

temporal de la hacienda de Nogueras estuviera constituida en un 12.5 por ciento de

niños.

474

A pesar de todos los afanes del gobierno para obligar a los niños indígenas a

asistir a clases, ante una realidad tan patente, no tuvo otro remedio que ceder en

este aspecto e implementar el sistema de horario de medio tiempo. Este sistema

consistía en que los alumnos más adelantados asistían por la mañana y los más

atrasados por la tarde, dejando el medio día para que los niños ayudaran a sus

padres en las labores del campo.

475

En medio de todos estos avatares, en términos generales, la niñez indígena

no mostró siglas alarmantes en cuanto a concurrencia y aprovechamiento escolar.

473 Instrucción Pública, Expediente 1760. Conferencias Pedagógicas celebradas en los días 25 y 26 de agosto de 1904. Lo económico de las escuelas y exámenes de fin de año; en AHEC, Caja 674, Sección A, No. 23, Año 1904. 474 Circular del Subprefecto Político, Tomás Salazar, al Secretario de Gobierno, Villa de Álvarez, 29 de mayo de 1913; en AHEC, Caja 819, Sección A, No. 20, Años 1912-1914. 475 El Secretario de Gobierno al Comisario municipal de Zacualpan, Colima, 26 de febrero de 1897; en AHEC, Caja 570, Sección A, No. 24, Año 1897.

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Por ejemplo, los reportes oficiales sobre los alumnos de Suchitlán, señalan que al

concluir el ciclo escolar en 1903, de las 44 niñas matriculadas en el primer año, 36

tuvieron que volver a repetir el año; mientras que de las 9 niñas del segundo grado,

sólo 5 pasaron al grado inmediato superior. Para 1906, de 44 alumnas, 14 no

lograron calificación aprobatoria. Un año más tarde de los 58 niños registrado como

alumnos, 32 resultaron con calificación positiva. Vale decir que este fenómeno se

propaló hacia la vecina escuela de San Antonio, frecuentada por niños mestizos,

hijos de los peones y empleados del hacendado Arnoldo Vogel; al término del año

escolar de 1907, de 29 niños registrados, la asistencia regular se redujo a 19, de los

que aprobaron 11; algo similar pasaba con las niñas, de las 42 inscritas, la asistencia

disminuyó a 29 y solo 19 pudieron aprobar su grado escolar respectivo. Así que lo

ocurrido en Suchitlán no era un rayo en cielo despejado.

A pesar de todo esto, la iniciativa oficial era clara: el Estado buscó, a través de

la educación obligatoria, integrar a todos los grupos étnicos a la nación, como ya fue

referido con anterioridad. Esta situación se debió a la concepción positivista que se

tenía sobre el progreso, el cual no se podría alcanzar con una nación plural. Por otro

lado, al unificar a los diversos grupos indígenas, se lograría un mejor sometimiento y

dominación de los mismos.

La unificación de los diversos grupos nativos que componían la región, sólo

sería posible a través del uso de una lengua común ya que, como se mencionó, la

lengua es un elemento básico en la dinámica de endoculturación. Es por esta razón

que, a pesar de existir hablantes de nahua en las poblaciones de Suchitlán, y

Cofradía de Suchitlán, no se instrumentó ningún programa educativo que

contemplara el bilingüismo. Antes bien, se insistió continuamente en la uniformidad

de la enseñanza, para lo cual se trató el punto en varias conferencias pedagógicas,

en las que se aprobaban los libros de texto a utilizar, los métodos de enseñanza, los

temas y las fechas para los exámenes.476

476 Instrucción Pública, Expediente 26. Conferencias Pedagógicas celebradas el 29 de agosto de 1902. Reconocimientos y exámenes de las Escuelas Oficiales; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902.

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La importancia de la enseñanza del lenguaje fue un tema de amplio debate,

desde 1902 a 1905, pues siempre se recalcó el valor de la materia del español como

lengua nacional, optando por uniformizar su aprendizaje en las escuelas rurales, con

el método simultáneo de lectura y escritura de Claudio Matte.477

Cualquier crisis económica que repercutiera a la comunidad indígena,

afectaba todos los aspectos de la vida social de este grupo; de hecho, los naturales

de Suchitlán constituyeron uno de los sectores más pobres del estado, aspecto que

se agravó con la infiltración mestiza a la comunidad, que conllevó una baja en el nivel

de vida de los indígenas. La continua migración hacia la costa en busca de fuentes

de trabajo, incluyó a todos los miembros del grupo doméstico, colaborando a la baja

proporción de niños indígenas inscritos en las escuelas de este poblado.

La carencia de un

programa de enseñanza bilingüe, la impartición de materias alejadas de la realidad

vivida por los indígenas, al igual que la difícil situación económica, fueron factores

que influyeron en la baja matrícula de niños nativos en las escuelas de Suchitlán,

durante la primera década de este siglo. El porcentaje promedio de niños, durante

este período, fue de 27.01%, mientras que el de niñas fue de 27.58%. Esta media

muestra un drástico declive en el año de 1908, lo cual puede ser explicado como

resultado de una baja en el nivel de vida de la población del municipio de Comala, ya

que también se observó un descenso en los matrimonios contraídos por estas

fechas.

478 Los

directores de ambas escuelas constantemente se dirigieron al gobierno para solicitar

útiles, pues la condición de pobreza de algunos de sus educandos era apremiante.479

A pesar de la pobreza de los indígenas, la mayoría de sus reclamos por la

tierra y por una vida digna, fueron considerados como primitivos, así como

incipientes manifestaciones de comunismo que pudieran transformar el orden de

477 Instrucción Pública, Expediente 242. Conferencias Pedagógicas celebradas el 28 de febrero de 1902. Libros de texto y consulta; en AHEC, Caja 716, Sección A, No. 22, Año 1902. Conferencias Pedagógicas celebradas el 28 de agosto de 1905. Libros de texto y consulta; en AHEC, Caja 798, Sección A, No. 20, Año 1905. 478 Informe del Jefe de Instrucción Pública al Gobierno del Estado, Colima, 10 de marzo de 1902; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902. 479 Cresencio Chávez al Secretario de Gobierno, Suchitlán, 20 de septiembre de 1898; en AHEC, Caja 582, Sección A, No. 24, Año 1898. Cresencio Chávez al Secretario de Gobierno, Suchitlán, 15 de octubre de 1902; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902.

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progreso establecido.480 Es por esto que, si bien se hizo un marcado hincapié en la

educación como herramienta para controlar a estos grupos, esta propuesta también

causó reacciones encontradas, pues había quien creía que sería peligroso, ya que

una vez que los “indios” tuvieran acceso a la enseñanza, por su carácter

desagradecido y orgulloso pudieran rebelarse.481

Para evitar que la enseñanza fuera a inspirar cualquier intento de rebelión, los

programas y los libros de texto fueron revisados minuciosamente; ningún libro fue

aceptado sin la previa censura de un comité de maestros reunidos para tal fin. Uno

de los maestros encargados de tal cometido, se expresaba en los términos siguiente:

…nos referimos á los inconvenientes que puede tener no

solamente en su constitución metodológica, sino también conforme á

su doctrina. El socialismo, el anarquismo, etc., avanzan triunfalmente y

nuestro deber es aprestarnos á la lucha para estorbarles aunque sea

momentáneamente su vertiginosa marcha. Nuestra misión es defender

al niño de todos estos azotes modernos que flagelan á la sociedad y

entregarlo á la patria robusto del cuerpo y sano del alma. Las

doctrinas corrosivas comienzan a penetrar sigilosamente hasta la

escuela primaria (...) con gérmenes disolventes, ideas cásticas o

doctrinas subversivas.482

Por otro lado, si la educación fue obligatoria, no fue igualitaria en todos sus

aspectos. Las escuelas urbanas fueron las más favorecidas, reservando un segundo

lugar para las escuelas rurales; la mayoría de éstas no poseían el material

480 Leopoldo Zea, Positivismo…, 1984, p.294. 481 Luis González y González, El indio en la era liberal, México, Clío – El Colegio de México, 1996, p. 324. 482 J. Cruz Campos al Secretario de Gobierno. Dictamen de las Conferencias Pedagógicas celebradas el 27 y 28 de agosto; en AHEC, Caja 765, Sección A, No. 21, Año 1909.

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indispensable ni contaban con las condiciones higiénicas y de seguridad más

básicas.

Si bien la escuela de niñas de Suchitlán recibía la renta de una casa que

fungía como local para las clases,483 la escuela de niños no corrió con la misma

suerte, pues para 1889 no se tenía un local para dicho establecimiento, por estar la

casa que le correspondía totalmente inhabitable.484 Esta situación empeoró para

1892, cuando los dos directores tuvieron que compartir el mismo recinto, a falta de

mejores espacios, teniendo que vivir el director con todo y su familia en la sala del

inmueble.485 Tres años después, el local de la escuela de niños continuaba en

reparación por falta de fondos para concluirla.486 Cuando se tuvo el local, ni con

inodoro contó, y si en 1898 se tomó la decisión de construir uno, fue a causa de que

las autoridades locales mandaron cortar los árboles y plantas de la plaza, utilizados

como baño por los niños.487

El presupuesto estatal dedicado a la educación fue realmente alto, pues en

1910 representó el 23.43% del total de ingresos estatales; sin embargo, de esta

cantidad sólo se dedicó a la enseñanza rural el 12.6%, siendo dividido entre todos los

poblados de Colima.

488

483 Orden de pago, Colima, 9 de noviembre de 1886; en AHEC, Caja 481, Sección A, No. 8, Año 1886.

Dentro de la jerarquización al interior de la Dirección de

Instrucción Pública del Estado, los directores y maestros rurales tuvieron la categoría

más baja, sus salarios fueron mucho menores y esto motivo una gran movilidad e

inestabilidad en las escuelas. Además de estar mal pagados, con frecuencia tenían

484 Solicitud de Susana Farías y Sebastián Gutiérrez al Gobernador del Estado, Suchitlán, 22 de enero de 1889; en AHEC, Caja 503, Sección A, No. 7, Año 1889. Oficio del Secretario Interino al Comisario municipal de Suchitlán, Colima, 5 de agosto de 1889; en AHEC, Caja 502, Sección A, No. 7, Año 1889. 485 Oficio de Sebastián Gutiérrez al Gobernador del Estado, Colima, 12 de septiembre de 1891; Oficio de Sebastián Gutiérrez al Gobernador del Estado, Suchitlán, 3 de octubre de 1891; ambos documentos en AHEC, Caja 522, Sección A, No. 7, Año 1891. Oficio de Sebastián Gutiérrez al Gobernador del Estado, Suchitlán, 8 de septiembre de 1892; en AHEC, Caja 526, Sección A, No.7, Año 1892. 486 Oficio de Juan de la Cruz al Gobernador del Estado, Suchitlán, 26 de mayo de 1894; en AHEC, Caja 544, Sección A, No. 7, Año 1894. 487 Cresencio Chávez al Secretario de Gobierno, Suchitlán, 7 de diciembre de 1898; en AHEC, Caja 582, Sección A, No. 24, Año1898. 488 Oficio Nº 24 del Gobernador a los Secretarios de la H. Legislatura del Estado. Proyecto de Ley, Colima, 21 de mayo de 1910; en AHEC, Caja 777, Sección A, No. 21, Año 1910.

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que atender un mayor número de grupos, pues un solo profesor cumplía con el cargo

de director de la escuela y maestro de los niveles o grupos que tuviera.

Si bien Enrique O. de la Madrid dio una nueva reforma a la educación, al

modificar los artículos 37 a 41 de la Ley de Instrucción Pública del Estado en 1902, y

estableció el sistema de un solo profesor para cada grado; estas modificaciones en la

política educativa no se reflejaron en las comunidades indígenas.489

Si Suchitlán contaba con dos escuelas, posiblemente se debía al alto

porcentaje de población mestiza que ahí habitaba, ya que a Cofradía de Suchitlán

sólo se le dotó de una escuela mixta hasta 1910; antes de esa fecha los niños que

podían estudiar tenían que recorrer a pie la distancia entre los dos pueblos, para

asistir a las escuelas de Suchitlán.

En Suchitlán,

para 1910, tanto Cresencio Chávez como Susana Farías, seguían dirigiendo las

escuelas e impartiendo los cursos a todos los grados.

Por su parte, Zacualpan sólo contaba, desde finales del siglo XIX, con una

escuela mixta, a pesar de tener una mayor población que Suchitlán. Este hecho

puede confirmar la menor importancia otorgada a la educación indígena, pues

Zacualpan estaba compuesto únicamente de pobladores indígenas, mientras que en

Suchitlán existió un alto porcentaje de habitantes mestizos (poco más del 50%).

Concordando con lo anteriormente expuesto, es importante observar como el

positivismo, la ideología imperante de la época y de la oligarquía en el poder, tiñó

todos los aspectos de la vida económica y cultural colimense. Esto hizo que en el

ámbito educativo, el Estado, mediante la obligatoriedad de la enseñanza, buscara

integrar a todos los grupos étnicos a la nación y al llamado mundo civilizado,

pregonado por el porfirismo.

Esta situación se debió a la concepción positivista que se tenía sobre el

progreso, el cual no se podría lograr con una nación plural. Por otro lado, al unificar a

los grupos indígenas, se buscaba formarlos como ciudadanos e individuos

integrantes de una sociedad u espacio civilizatorio homogenizado en torno a valores 489 Decreto Nº 68 del Gobernador del Estado, Colima, 1902; en AHEC, Caja 645, Sección A, No. 23, Año 1902. Blanca Gutiérrez y Héctor P. Ochoa, Caras…, 1995, p. 30.

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genéricos (individuo, progreso, nación), no se deparó en que los padres de familia y

los niños indígenas de Colima, concentrados principalmente en la municipalidad de

Comala, se movían bajo pautas de una sociedad tradicional que se identificaba y

actuaba como un actor colectivo y que chocaba con las intenciones de una élite

modernizadora que propugnaban postulados liberales que condujeran a que el

individuo actuara como ciudadano. En este proceso la educación jugaría un papel

primordial, pero se dejo de lado el hecho de que los indígenas colimenses se movían

en un “mundo” distinto. En este propósito, pese a que la presencia educativa de este

tipo tenía fuerte presencia en Suchitlán, al término de la primera década del siglo XX,

los resultados eran pobres.

En este tenor se movía la educación en los pueblos indígenas de la zona,

cuando ocurrió la súbita llegada de la revolución a Colima y el posterior ascenso de

J. Trinidad Alamillo al cargo de gobernador de la entidad.

Con este arribo, nuevas preocupaciones educativas se suscitaron, sobretodo

en materia de educación rural, preocupación reiterada durante el corto mandato de

Alamillo. Más específicamente, lanzó iniciativas en asuntos de instrucción indígena.

Para el mandatario, los adelantos en materia tecnológica (ferrocarriles, electricidad,

entre otros) no eran suficientes para que se redimiera “…la raza indígena, doliente y

postergada, sin que dé señales de levantarse de la situación social en que se

encuentra como hundida…”,490

Para actuar en consecuencia, a principios de 1912, Alamillo contrató a

Abraham Castellanos para que dirigiera la instrucción pública en Colima y, más

específicamente, para establecer escuelas protectoras y dignificadoras de los

indígenas. La actitud asumida por este profesor es reiterada al gobernador en los

siguientes términos:

la solución más viable, efectiva y justa la ubicaba en

la educación.

490 Tomado de, Julia Preciado Zamora, Anatomía política de un gobernador: J. Trinidad Alamillo, Colima, Gobierno del Estado de Colima- Archivo Histórico del Municipio de Colima, 2001, p. 100.

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…no vacilé en colaborar a vuestro lado, porque lo que anhelo,

lo que busco, es encontrarme con los hombres de buena voluntad, los

verdaderos patriotas, aquellos que, en lugar de perseguir fama ficticia

en las disquisiciones políticas aprovechando todas las oportunidades,

dirigen la vista seria y profundamente a lo fundamental, palpando las

necesidades de los desheredados de la fortuna, para darles la mano y

conducirlos por el verdadero camino de la ciudadanía.491

En esta locución, las ideas liberales en materia educativa son más que

evidentes. Se presentan rostros y caminos distintos, pero idearios similares. En lo

que toca al desempeño de Abraham Castellanos, por senderos muy particulares, se

puso a trabajar de inmediato a fin de lograr lo anteriormente enunciado.

La primera idea que le ofreció a Trinidad Alamillo fue afirmar que “…los

primeros rudimentos de escritura, lectura y aritmética, no redimen a la raza indígena,

como no redimen a ninguna raza. Es indispensable aplicar la teoría de la educación

integral, y poner el principio en práctica, bajo la dirección de verdaderos

pedagogos”.492

La obra de este docente contó con el apoyo del gobernador como de

instancias federales, particularmente de la Secretaría de Fomento al aportar

instrumentos y materias primas para dicho proyecto educativo. La iniciativa era

establecer una educación integral, en la cual correrían a la par los programas

educativos, trabajos manuales y el establecimiento de las industrias regionales. Se

trataba de rebasar la educación en el aula, vinculándola con conocimientos sólidos

para la vida.

491 Abraham Castellanos, Por la patria y por la raza. Memorial presentado al Señor Ministro de Fomento, Colonización e Industria, Lic. Rafael Hernández en agradecimiento a su ayuda para establecer en Colima la Escuela Tipo de Educación Integral para la protección de las razas indias, Colima, Imprenta del Gobierno del Estado, 1912, p. 2; localizado en Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, (en adelante BMLT) Clasificación 06/Caja 3/Foll.32. 492 Ibíd., p. 1.

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Este proyecto se estableció en lugares como Coquimatlán, Ixtlahuacán y

Tecomán, pero donde se puso especial ahínco en edificar una escuela ejemplar que

se guiara por dichos preceptos fue en Suchitlán. En torno a sus resultados,

Castellanos resumió la percepción de la sociedad y sus valoraciones sobre la

población y la enseñanza impartida en este lugar, tomando como referente una visita

que realizó a dicha comunidad en febrero de 1912:

…el pueblo de Suchitlán, allá en la falda de la sierra, salió

gozoso a recibirnos, hombres y mujeres, niños y ancianos, como si se

tratara de una de aquellas simbólicas fiestas de su antigüedad ¿Por

qué era esto? Cualquiera puede atribuirlo a simple cortesía y respeto

al gobernante, como acontece siempre en las visitas oficiales; pero

juzgando con las observaciones que tengo hechas de la raza

indígena, en muchos pueblos de nuestra república, deduzco que

instintivamente, estos pueblos sienten el verdadero beneficio de la

raza. Ellos comprenden que LEER Y ESCRIBIR no basta para la

felicidad, y tal es la razón por la cual huyen de la escuela y quieren el

trabajo; y cuando en excepcional circunstancia, reciben del

gobernante ayuda para educar a los hijos en el trabajo, entonces,

como en el pueblo de Suchitlán, hay un verdadero desbordamiento de

alegría, PORQUE SE HA TOCADO SU ALMA en el medio de vida en

que prosperan. Esta es la razón de esa extraña alegría, la educación

práctica, para el beneficio de la raza en su medio, con su trabajo de

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jardinería, arboricultura, horticultura y la educación intelectual, todo

bajo la dirección del maestro de escuela. 493

El maestro como educador y organizador de la vida de la población indígena,

ese fue el basamento sobre el que Abraham Castellanos emprendió su labor

educativa en Suchitlán y los demás pueblos indígenas del Estado de Colima.

No obstante, es oportuno señalar que, además de la actitud paternalista de

Castellanos, esta manifestación “espontánea” de los indígenas suchitlecos se puede

interpretar como una de tantas estrategias de las élites, quienes convocaban este

tipo de actos públicos de sumisión y obediencia para mostrar su autoridad, actos que

constituían una representación de su discurso público, en el que se perfilaba una

idealización de las relaciones sociales y políticas de dominación.494

3.- IDENTIDAD INDÍGENA Y CONFLICTOS INTERNOS

Si se toma en consideración lo que Fernand Braudel entiende como

estructuras de larga duración,495 entre las que incluye las estructuras culturales, se

podrá explicar el por qué estos grupos conservaron su identidad étnica por un largo

período de tiempo, a pesar de los intentos homogeneizadores de los conquistadores.

A los españoles les interesó, desde el primer contacto con los indígenas de la Nueva

España, lograr el control de la fuerza de trabajo que ellos representaban;496

493 Ibíd., p. 2.

como ya

se vio, para lograr su objetivo, los congregaron en poblados, creando leyes e

instituciones que permitieron construir una estructura de dominación. No obstante,

nunca se consideró que los indígenas representaban a diferentes sociedades y

494 James Scott, Los dominados…, pp. 84-90, 158. 495 Fernad Braudel, La Historia y las Ciencias Sociales, España, Alianza Editorial, 1993. 496 Luis Fernando Roldán, “La categoría social de indio: etnocentrismo y conciencia étnica”, en Boletín de Antropología Americana, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1988, Vol. 18, p. 51.

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etnias con diversos niveles de desarrollo y, por lo mismo, todos estos pueblos fueron

subordinados bajo la categoría de “indios”.

A pesar de que estos pueblos fueron subordinados y sometidos, mantuvieron

ciertos rasgos de identidad étnica y comunal, ya que si bien el indígena fue uno de

los grupos más explotados y oprimidos, sino fue él que más, muchos encontraron en

sus propias tradiciones el único medio para preservar su identidad cultural. Así, el

grupo étnico, en estas condiciones de dominación generó mecanismos que le

permitieron resistir la aculturación; la propiedad comunal de la tierra fue uno de los

vínculos que permitió una mayor cohesión al interior de las comunidades indígenas,

hecho que le permitió reproducirse étnica y culturalmente.497

El hecho de que no existiera la propiedad privada fortalecía los lazos de

reciprocidad entre sus integrantes; por ejemplo, cuando alguien perdía la cosecha

podía subsistir de la producción colectiva o de la explotación de los bosques

comunales. La organización religiosa tradicional de la comunidad, a través de un

sistema de cargos y mayordomías, como subsiste actualmente en Suchitlán, puede

ser un reflejo de esas relaciones de reciprocidad que han quedado plasmadas en los

cantos de las danzas festivas.

Proceso que no corrió

separado del orden cultural externo, sino que se fusionó con un conjunto de valores y

conceptos que dieron pie a un sincretismo social, que les permitió su reafirmación

como un grupo social bien definido.

Sin embargo, la existencia de una arraigada identidad cultural y lazos de

colaboración y organización colectiva no impedía la existencia de conflictos

individuales y colectivos. Por ejemplo, en 1861, el alcalde de Suchitlán ordenó el

destierro de José de la Luz y Marcelino López por ser considerados como

perjudiciales para ese poblado; ambos individuos estaban radicados en el lugar y

sólo se les concedió un corto plazo para que cumplieran con dicha disposición, el

497 Ibíd., p. 53.

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indispensable para definir el destino de sus intereses existentes en el interior de la

comunidad.498

Las continuas agresiones e, incluso, expulsiones de individuos de las

comunidades indígenas, obedecía no sólo a conflictos internos, sino que consistían

en un mecanismo de autopreservación, el cual repelía las presiones externas

ejercidas por los dominadores, al obligar a la solidaridad al interior del grupo

subordinado. Al identificar a los disidentes o a aquellos que no respetaban las

normas tradicionales y al aplicar tales sanciones, aseguraban la unión y fortaleza de

la comunidad.

499

Algunos otros conflictos menores ocurridos entre sus pobladores, como

disputas y reyertas personales no se resolvían por las autoridades internas, sino por

las instancias gubernamentales establecidas en la ciudad de Colima. Un nuevo

ejemplo sobre lo anterior se localiza en los acervos del Congreso del Estado de

Colima y está fechado el 18 de marzo de 1871. El caso indica que Marcos Antonio

(de 50 años) en estado de ebriedad quemó un jacal de hoja de plátano e hirió

levemente a su propietaria María Zeferina. Marcos Antonio alegaba que su actitud

obedeció a que la casa incendiada estaba en terrenos de su propiedad y porque no

creía conveniente tolerar los desórdenes que en ella se cometían. Pese a que la

herida no era de gravedad y el costo de la propiedad no era nada significativo, por el

delito de incendio y heridas con agravantes se le condenó a ser fusilado, según lo

establecía la Constitución de 1857 y el decreto de 1861. Pese a la solicitud de

indulto, las autoridades señalaron que no obstante a ser una herida leve de segundo

grado y a

…que se trata de un incendio de un jacal de valor insignificante

cometido por un indígena que tiene poco de racional y por

consiguiente ni el delito es trascendental por el poco valor del objeto

498 Dicho caso, pese a ocurrir en 1861, se encuentra en AHEC, Caja 471 (hoja suelta), Sección A, No. 8, Año 1884. 499 Sobre los mecanismos de control social y vigilancia desde abajo, véase: James Scott, Los dominados…, pp. 158-164.

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incendiado, ni ha habido en el reo el discernimiento necesario para

cometerlo; y si la sala aplicó la pena de muerte fue en cumplimiento de

la ley que no le deja arbitrio para disminuir la pena. 500

El sometimiento y acatamiento a las normas y preceptos de la justicia de los

mestizos ya se había convertido en una pauta de vida al interior de las comunidades.

Aún más, jugaban un papel activo dentro del sistema de justicia y seguridad

establecido desde las prefecturas políticas. Todos y cada uno de los pueblos

indígenas de Colima contaban con tenientes de justicia y jefes de acordada

designados anualmente. Durante la séptima década del siglo XIX, en la prefectura

del segundo partido de Colima con sede en Villa de Álvarez, las comunidades rurales

de Suchitlán, Cofradía de Suchitlán y Zacualpan contaban con seis personas cada

uno para ocupar los cargos de tenientes de justicia propietarios y suplentes. Un jefe

de acordada y su suplente sólo estaban establecidos en el poblado de Suchitlán.

501

De igual manera, el mismo comisario municipal de Suchitlán nombraba

agentes de seguridad al interior de dicha comunidad, al parecer bajo el criterio de

jefe de manzana; cargo que se ejercía con el respaldo del comisario y de las mismas

autoridades judiciales de Colima. Un indicador claro del papel desempeñado por

estos agentes de seguridad se puede constatar con uno de los incidentes suscitados

en Suchitlán a fines de 1885. Luciano Ávalos, habitante de esta comunidad, se

En años posteriores, al establecerse los ayuntamientos y la respectiva elección de

alcaldes, en las comunidades menores se designaron comisarios municipales

(propietario y suplente) y el invariable jefe de acordada y su respectivo suplente. En

Suchitlán, así como Cofradía de Suchitlán y Zacualpan, se designó a un cuarteto de

pobladores para ocupar dichos cargos, ahora dependientes del Ayuntamiento de

Comala.

500 Al respecto véase: Correspondencia de los Estados y dictámenes de las comisiones, en APLEC, Legislatura V, 1872, p. 654-658. 501 Para conocer los casos particulares de 1874, ver noticia nominal para ejercer las propuestas como Tenientes de Justicia y Jefes de Acordada en el 2º Partido en el año de 1874; en AHEC, Caja 386, Sección A, No. 9, Año 1875.

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encontraba ebrio y escandalizando en una de las calles del poblado.

Inmediatamente, Santos de Jesús, uno de los jefes de manzana y agente de

seguridad de esta comunidad, lo reprendió e intento conducirlo a prisión. Ávalos

opuso resistencia e hirió con un machete a dicho agente de seguridad; ante tal

respuesta, Santos aplicó el criterio de “ojo por ojo” y le propino un trato similar con

un arma del mismo tipo. Ante tales hechos, las autoridades judiciales del estado,

exoneraron de toda culpa al agente de seguridad de Suchitlán; en cambio, Luciano

Ávalos fue conducido preso a la cárcel de la capital y sentenciado, por la Décima

Sala del Supremo Tribunal de Justicia, a sufrir un año y cuatro meses de prisión y a

pagar 16 pesos de multa.502

Los enfrentamientos y agresiones con arma blanca no eran nada excepcional

entre los pobladores de Suchitlán. Una de tantas riñas ocurrió en abril de 1886; su

autor fue Regino Lucas, jornalero originario del lugar, quien, encontrándose en

estado de embriaguez, agredió con un cuchillo a una mujer y a su hermano oriundos

del mismo poblado, porque ésta tenía disgustos y alegatos con la esposa de Regino.

Por ese motivo fue remitido a la cárcel de la ciudad de Colima donde se le procesó y,

además, se le incorporaron los adeudos que tenía desde hacia años con la justicia,

ya que desde mediados de febrero de 1877, Regino Lucas – pese a contar con 14

años de edad en ese momento– fue procesado a diez años de prisión por cometer

un homicidio, pero cuatro meses después se fugó de la cárcel. Así que la justicia,

mató dos pájaros de una pedrada.

503

Los conflictos que se suscitaban en Suchitlán y sus alrededores no se

generaban sólo por integrantes de la comunidad, varios de ellos llegaban desde

afuera. Los problemas y acechanzas que padecían eran muchas; debido a lo

anterior, durante la última semana de mayo de 1880, una partida armada de

empleados del gobierno estatal se situó cerca de Cofradía de Suchitlán, a fin de

detener mercancías que transitaban por el lugar sin el pago de los impuestos

502 Los expedientes de dicho proceso judicial, efectuado en marzo de 1886, se encuentran en: AHEC, Caja 466, Sección A, No. 8, Años 1884/92. 503 El proceso judicial se culminó el 7 de julio de 1886 y se encuentra en: AHEC, Caja 466, Sección A, No. 8, Años 1884/92.

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correspondientes. Sin embargo, de improviso una parte de ellos fueron detenidos y

golpeados por un grupo de hombres que se identificaron como el cuerpo de

seguridad y justicia del poblado de Suchitlán. De nada les sirvieron sus gritos

identificándose como empleados de gobierno, se les trasladó a “buen resguardo”,

introduciéndolos al cepo de la prisión que tenían a su servicio. El resto de los

empleados no corrieron con mejor suerte, estaban custodiando un flanco de Cofradía

en plena madrugada, cuando cayó sobre ellos un grupo de veinte hombres que los

retuvo y les recogió sus armas; al mismo tiempo se detuvieron tres cargas de vino

que transitaban por el lugar. Empleados estatales y licor fueron conducidos al pueblo

hasta que el Teniente de Justicia del lugar los dejó libres. 504

Fuera de estos conflictos, al momento que inició la lucha revolucionaria contra

Porfirio Díaz, la vida de la comunidad de Suchitlán no presentaba mayores

trastornos. Los asuntos que más llamaban la atención en la capital del estado sobre

lo que acontecía en este poblado estaban referidos a casos de nota roja o

francamente amarillista. Uno de estos sucesos fue la localización del cadáver de

Gertrudis Martínez, quien –el 28 de diciembre de 1911– fue encontrada sin vida en

una barranca cercana al pueblo de Suchitlán.

505

Las denuncias contra supuestos actos ilícitos cometidos por habitantes de

Suchitlán y sus vecinos de Cofradía se prolongaron en años posteriores. Durante

1912, Francisco Apolinar y Toribio López originarios de Cofradía de Suchitlán, fueron

detenidos y trasladados a la penitenciaria estatal con los cargos de bandidos y

estafadores. Ante estos hechos, junto a la solicitud de clemencia del padre de uno de

los indígenas presos, un nutrido grupo de personas de la comunidad se dirigió al

Gobernador de la entidad donde avalaron los antecedentes y buena conducta de los

detenidos, al tiempo que hacían referencia a la opresión y desprecio que desde hacía

muchos años se cernía sobre su raza, al igual que clamaban por la benevolencia

expresada por el mandatario hacia los indígenas, para solicitar la libertad de los

504 Sixto Ahumada al C. Secretario del Gobierno, Colima, 25 mayo 1880; en AHEC, Caja 433, Sección A, No. 8, Año 1880. 505 Oficio de Florentino Valencia, Presidente Municipal Comala, al Prefecto Político, Comala, 29 diciembre 1911; en AHEC,

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inculpados. En respuesta, la autoridad estatal mandó llamar a los suscriptores del

apoyo a Francisco Apolinar y Toribio López para que se trasladaran a la ciudad de

Colima a brindar testimonio verbal, elemento básico para dar respuesta a la solicitud

de libertad formulada por los habitantes de la comunidad.506

Los delitos comunes siguieron presentándose tanto en Suchitlán como

Cofradía de Suchitlán. Por ejemplo, en abril de 1913, en este último poblado Hilaria

López y su hijo, así como Salomé Iñiguez, fueron a parar a prisión. El representante

de la comunidad, Lorenzo Apolinar, se comunicó con el Gobernador J. Trinidad

Alamillo, para gestionar su liberación argumentando que sus infracciones estaban

cometidas por ignorancia –aunque en el reporte documental no se especificó el tipo

de delito–, por este motivo pidió se tuviera consideración de ellos: “…se les

considere, en razón de que la familia está sufriendo, es gracia que solicito, por la que

recibiré especial gracia y favor”.

507

Los incidentes continuaron en los meses subsiguientes, ya que hasta las

oficinas del Gobernador llegaron las quejas turnadas por las autoridades de Comala,

en virtud de que en el pueblo de Suchitlán, al mismo Comisario del lugar, Agustín

Miguel, se le acusaba de que frecuentemente se emborrachaba junto con otros

indígenas, quienes cometían escándalos que molestaban al conjunto del

vecindario.

508

Los actos delictivos no eran patrimonio exclusivo de Suchitlán y Cofradía; en

las cercanas tierras de la hacienda de San Antonio se vivieron acontecimientos

similares. A fines de marzo de 1914, los mestizos Antonio Carvajal y Concepción

Álvarez Velasco asesinaron a su compañero de labores Manuel Medina.

506 Ricardo García y demás signatarios al C. Gobernador del Estado de Colima, Cofradía, 2 octubre 1912; en AHEC, Caja 811, Sección A, No. 20, Año 1912. Luis Apolinar al C. Gobernador del Estado, Colima, 4 octubre 1912; en AHEC, Caja 811, Sección A, No. 20, Año 1912. 507 Solicitud de Lorenzo Apolinar a Miguel García Topete, Secretario de Gobierno del Estado de Colima, Colima, 9 de abril de 1913; en AHEC, Caja 831, Sección A, No. 20, Año 1913. 508 Oficio No. 170 de Tomás Salazar, Subprefecto Político de Comala, al Secretario de Gobierno, Comala, 7 de julio de 1913; en AHEC, Caja 834, Sección A, No. 20, Año 1913.

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Inmediatamente, las autoridades de Comala turnaron a los autores del crimen hacia

la Prefectura Política de Colima. 509

509 El Prefecto Político del Distrito de Álvarez, al Prefecto Político de Colima, 30 de marzo 1914; Oficio No. 66 el Subprefecto Político de Comala al Prefecto Político del Centro; 31 de marzo de 1914; en AHMC, Sección “E”, Caja 57, Legajo 5, 1914.

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VI PRESENCIA REVOLUCIONARIA, AGRARISMO Y COMUNIDADES

INDÍGENAS

1.- LOS INDÍGENAS EN EL PREÁMBULO DE LA REVOLUCIÓN

Los primeros años del nuevo siglo XX encontraron a una sociedad colimense

con una escasísima tradición liberal y con un espíritu ciudadano sumamente débil.

Se presentaba lo que François Xavier Guerra define como rasgos típicos de una

sociedad tradicional permeada por lazos y vínculos colectivos establecidos a partir de

comunidades indígenas y poblados donde los clanes familiares normaban su vida

interna, o bajo la influencia caciquil.

Por eso, pese a que los indígenas tenían motivos de sobra para inconformarse

por las afectaciones de tierra efectuadas por los grandes hacendados, la acechanza

sobre sus cada vez más reducidas posesiones y los obstáculos para obtener el agua

necesaria para sus regadíos, en términos generales, se distinguieron por su

prudencia y por canalizar sus inquietudes por los cauces legales. Durante esta

época, el descontento indígena fue mediatizado por integrantes de otros sectores

sociales. La oligarquía colimense se había fracturado desde las últimas décadas del

siglo XIX, y se había dividido entre los seguidores del grupo encabezado por el ex-

gobernador Gildardo Gómez y Trinidad Alamillo, por un lado, y el grupo del

gobernador Francisco Santa Cruz y Enrique O de la Madrid, por el otro. No es raro

pues, que en agosto de 1904, se encuentre a Miguel García Topete, abogado y

mediano propietario, partidario de Alamillo, encabezando una marcha de indígenas

suchitlecos a la capital y representándolos en sus quejas ante el gobernador De la

Madrid, por los grandes despojos de predios ocasionados por la hacienda de San

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Antonio, cuyo dueño estaba emparentado con el ex-gobernador Santa Cruz.510 Por

su pertinaz labor en defensa de los desposeídos, al dirigirse a García Topete, los

indígenas lo llamaban cariñosamente “don Miguelito”. 511

Sin embargo, pese a la labor de este litigante, las afectaciones y problemas de

los indígenas no eran exclusivas para los naturales de Suchitlán. Otros “hermanos de

raza” situados en la parte norte de la entidad vivían su propia problemática. La

comunidad de Zacualpan, también perteneciente a la municipalidad de Comala, si

bien había cursado un proceso similar al de Suchitlán, no se encontraba

precisamente en el paraíso. Al iniciar el siglo XX, su población sumaba varios cientos

de habitantes, sin embargo, era inferior a la concentrada en otras comunidades

indígenas como Suchitlán, y muy cercana a la que se encontraba en Ixtlahuacán,

otra de las comunidades indígenas más significativas de la entidad. Con la salvedad

que, Zacualpan, a diferencia de Suchitlán o Ixtlahuacán, conservaba la posesión

sobre sus tierras y el tradicional sistema de explotación comunal. Como señala

Claudio Lomnitz –para el caso de Tepoztlán, Morelos– los primeros años del siglo XX

fueron “…altamente ‘campesinos’ y bajamente ‘proletarios’…” para Zacualpan.

512

Los indígenas zacualpenses explotaban sus recursos naturales de manera

rudimentaria y orientada, centralmente, a la subsistencia. Sus casi 10 mil hectáreas

no eran objeto de explotación por predominar los terrenos pedregosos, cerriles y de

agostadero.

Claro, guardando las proporciones del caso.

513

510 La Gaceta de Guadalajara (en adelante GG), Año VII, Nº 24, 11 de septiembre de 1904, y referido por Blanca Gutiérrez G., El descontento…, p. 59.

La misma topografía de estas tierras limitaba la explotación por parte

de los indígenas y, en general, inhibía la agricultura a gran escala y por ello estaban

ausentes los apetitos de rancheros o hacendados.

511 Este comentario es formulado Manuel Velásquez Andrade, Remembranzas..., p. 139. 512 Claudio Lomnitz, Evolución de una sociedad rural, México, SEP/80 - FCE, 1982, p. 99. 513 Muchos de los señalamientos contenidos en estos párrafos se deducen a partir de revisar el Informe de Victoriano Guzmán, Jefe de Instrucción Pública al Secretario del Gobierno de Colima, 10 de marzo de 1910 (Exp. s/n); en AHEC, Caja 605, Sección A, No. 24, Año 1902. Así como en el Expediente de Dotación de Tierras de Zacualpan, localizado en ARAN (Colima), Caja N1 127/113, exp. 127.

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Esta limitante en las actividades agrícolas para los indígenas zacualpenses

era compensada, en parte, mediante cría de unas cuantas cabezas de ganado, la

caza y la extracción de madera. Gracias a lo anterior, cuando terminaba la

temporada de siembra, era posible, por un lado, la obtención de productos para el

consumo familiar y, por el otro, la comercialización de pieles y carbón en la ciudad de

Colima.

Pese a lo anterior, Zacualpan recibió la segunda década del siglo y el proceso

revolucionario, formando parte de una de las poblaciones con mayores índices de

pobreza y marginación de la entidad. Contrariamente a lo que sucedía en Suchitlán,

la intervención de personas externas y la presencia de conflictos era mucho menor.

Durante la primera década del siglo XX, el único indicio encontrado sobre protestas

de los indígenas de Zacualpan data de 1903 y no se refiere a un asunto de tierras,

sino debido a que el Señor Agustín Cruz Centeno, propietario de El Pedregal, cerró

el camino utilizado, desde tiempos inmemoriales, por los habitantes de la zona para

cruzar el río Armería y trasladarse a Comala.514

Asimismo, en 1909, el Ingeniero Leonardo Morril se interesó por el Ojo de

Agua que se encontraba situado dentro de los terrenos comunales de Zacualpan. En

virtud de lo anterior, Morril celebró un ventajoso contrato de arrendamiento con los

indígenas de este pueblo, para aprovechar el agua de dicho manantial e instalar en

este lugar una planta hidroeléctrica.

515

514 Carta de los vecinos del pueblo de Zacualpan al Gobernador del Estado, 11 de junio de 1903; en AHEC, Caja 657 (hoja suelta), Sección A, No. 23, Año 1903.

Por si esto fuera poco, la riqueza natural

ubicada en la zona montañosa que circundaba a la comunidad de Zacualpan, llamó

poderosamente la atención de hombres de negocios, hecho patente con el

establecimiento de la Colima Lumber Company, empresa norteamericana dedicada a

la explotación de los abundantes bosques localizados en Cerro Grande. Por tal

motivo, en 1913, los indígenas de Zacualpan entablaron un juicio contra la Colima

Lumber Company, reclamando la propiedad sobre una porción de terrenos

explotados por esta negociación; sin embargo, las leyes locales fallaron en su

515 Véase: Oficio del Administrador Principal de Rentas al Secretario de Gobierno del Estado, 17 de mayo de 1909; en AHEC, Caja 764 (hoja suelta), Sección A, No. 21, Año 1909.

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256

contra.516

Salvo estas tentativas de penetración propiamente capitalista, los pobladores

de Zacualpan se caracterizaban por ser una comunidad con un orden de vida muy

aislado y hermético. Para ellos les resultaba sumamente ventajoso no estar

circundados por grandes haciendas, debido a que sus tierras no despertaron la

ambición de los amos del campo colimense.

En meses posteriores, no se encontraron evidencias donde los indígenas

se inconformaran ante tal dictamen o indicios de que hayan emprendido disputas

posteriores en torno a las referidas tierras.

Por encima de la presencia de la poderosa compañía maderera en el límite

norte de sus tierras comunales, los asuntos que verdaderamente sacudían el ritmo

de su vida habitual eran los conflictos de orden interno derivados de las disputas por

la utilización de las escasas tierras dotadas de mayor fertilidad; al igual que por el

control de la Comisaría Municipal del pueblo. En torno a estos problemas se

constituyeron dos bandos confrontados e irreconciliables.

Estos conflictos derivaron del hecho de que el nombramiento del comisario

municipal no se efectuaba de manera autónoma y democrática, sino mediante

designación por el Ejecutivo Estatal. Por lo cual, durante todo el año de 1913 y varios

meses del siguiente, las demandas por la participación en el cambio de autoridades

locales fueron práctica reiterada de uno de estos dos grupos de pobladores. Fueron

inútiles los intentos de mediación del Ejecutivo Estatal y de la Prefectura Política de

Comala; en abril de 1914, la disputa generó un enfrentamiento violento que terminó

con tres muertos, varios heridos, decenas de prófugos y un puñado de indígenas

detenidos fue alistado en el servicio de armas.517

Enfrascados en tan atropelladas disputas, poco les importaba la lucha que

desplegaban constitucionalistas y huertistas, el avance de los primeros rumbo al

516 Véase, Blanca Gutiérrez y Héctor Ochoa, Las Caras…, p. 182. 517 Véase: Notificación del Prefecto Político de Villa de Álvarez al Prefecto Político de Colima, 6 de abril de 1914; en AHMC, Sección "E", Caja 58, exp. s/n, 1914. Así también: Informe de Miguel Arzac, Subprefecto de Comala, al Prefecto Político de Colima, 14 de abril de 1914; en AHMC, Sección "E", Caja 59, exp. s/n, Año 1914.

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occidente y la fuerte crisis que envolvía al gobernador Antonio Delgadillo y al mismo

usurpador Victoriano Huerta.

Sin embargo, con la llegada al gobierno de Trinidad Alamillo, la situación para

los indígenas no cambio mucho. Con la nueva Ley Agraria del Estado, se buscó

promover la inversión en el mismo e impulsar la producción agrícola a gran escala,

pero no se contempló el otorgamiento de apoyo financiero ni de obras de asistencia

social a los pequeños propietarios y campesinos.518

A fines de mayo de 1914, Ignacio Pamplona recibió en adjudicación una gran

cantidad de terrenos adquiridos durante los años porfiristas, medida que afectó al

particular Sebastián Duran; dicha adjudicación fue otorgada por el Mayor huertista J.

Refugio Rodríguez, ejecutado al ser tomada esta plaza por las fuerzas del General

Álvaro Obregón en el vecino pueblo de Tecomán. Este antecedente sería justificante

para que dos años más tarde la nueva autoridad municipal de Colima solicitara ante

el gobierno estatal la nulificación de dicho título de adjudicación.

519

2.- EL VENDAVAL REVOLUCIONARIO, LA NUEVA POLÍTICA ESTATAL Y LA VIDA DE LAS COMUNIDADES INDÍGENAS

Eso sucedería al

amparo de que todos los poderes de gobierno en la entidad se habían modificado

significativamente.

Como ya se esbozó en el apartado anterior, al término de la primera década

del siglo XX, la sociedad colimense se distinguía por su provincianismo y los rasgos

típicos de una sociedad tradicional. Su vida social estaba permeada por vínculos

colectivos, adoptaba los rasgos de una sociedad “holística”, retomando nuevamente

los conceptos utilizados por François Xavier Guerra al analizar la realidad social

porfirista a nivel nacional. En Colima era notoria la presencia y el peso de

“comunidades indígenas, poblados donde los clanes familiares norman su vida

interna, o bajo la influencia del caciquismo expresado por un reducido grupo de

518 EC, Tomo XLVII, Nº 2, 4 de enero de 1913, p. 11. 519 Oficio Nº 506 de Carlos Rosaldo, Presidente Municipal de Colima, al Secretario de Gobierno, 26 de mayo de 1916; en AHEC, Caja 848b, Sección A, No. 20, Año 1914.

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hacendados y un selecto número de individuos provenientes de un dinámico sector

de rancheros”.520

Al arribo de la segunda década del siglo veinte, los contrastes en los ritmos y

normas de vida entre los centros urbanos y la vida rural eran sumamente notorios; en

el campo las pautas de vida marchaban a ritmos lentos y con características muy

distintas a un núcleo urbano expresado en la ciudad de Colima, donde se

concentraba la parte neurálgica del poder en todos sus órdenes.

Máxime si se considera que la mayoría de la población estaba

ubicada en el ámbito rural, donde los habitantes indígenas ocupaban un lugar nada

desdeñable.

Más aún, la política estatal se diseñaba desde esta ciudad, pero a partir de

personajes muy selectos de la vida pública. Como señaló en su momento Manuel

Velásquez Andrade, la política era oficio de unos pocos y, por tanto, las expresiones

contrapuestas o de disidencia política se limitaban a unos cuantos individuos y se

manifestaban sólo en los espacios privados o familiares. Así había sucedido con la

disputa entre Gildardo Gómez y Francisco Santa Cruz durante la novena década del

siglo XIX, rasgo que siguió haciéndose evidente durante las décadas posteriores.

Sin embargo, estas formas tan tenues de expresión de la disidencia política,

no implicaban que dentro de los sectores medios y altos (entre quienes se detentaba

o ambicionaba el poder local) privara la homogeneidad y que la política colimense

fuera monolítica. Para estos años, el ya referido Velásquez Andrade, clasifica a

dichos sectores en dos bandos muy delimitados: un grupo de terratenientes,

prominentes comerciantes y propietarios extranjeros se encontraban nucleados en

torno al gobernador Enrique O. de la Madrid, entre los que destacaban Blas Ruiz,

Francisco Santacruz, Arnoldo Vogel, entre otros. Mientras que existía otro grupo de

políticos locales procedentes, mayoritariamente, de la clase media (profesionistas y

rancheros, por ejemplo) donde destacaban Miguel García Topete, Ignacio Vizcarra,

Severo Campero, Ignacio Gamiochipi, Victoriano Guzmán, J. Trinidad Alamillo, entre

otros.

520 François-Xavier Guerra, México: del antiguo…, Tomo II, p. 348.

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No obstante, estas pugnas sólo se mantenían en lo que se refería al orden

local, no extendiéndose hasta marcar una ruptura con el régimen porfirista, ante el

cual todos eran leales o, al menos, sumisos. Por tanto, los signos de ruptura interna

surgieron en 1911 a partir de la apertura del proceso de renovación del mandatario

estatal. Por una parte, se postuló la candidatura que significaba la continuidad del

gobierno de Enrique O. de la Madrid, a través del Profesor Gregorio Torres Quintero,

respaldado por lo más granado de la élite económica local; en contraparte surgió la

candidatura de J. Trinidad Alamillo, que regresó de su residencia en Guadalajara y

de su actividad como director y dueño de un diario tapatío, para aglutinar a amigos

de antaño y lanzar su candidatura que aparecía como una opción diferente.

Aparte de rearmar la vieja fuerza política que le permitió ser Prefecto Político

del Distrito del Centro (Colima) cuando Gildardo Gómez ejerció su mandato

gubernamental, Alamillo contó con el apoyo de un amplio sector de medianos

agricultores y propietarios.521

La contienda estaba en todo su apogeo cuando se lanzó el Plan de San Luis

acaudillado por Francisco I. Madero, suceso que en pocos meses lograría alzarse

con la victoria (en mayo de 1911). Pese a que Madero realizó una visita a tierras

colimenses en 1910, durante su campaña electoral de oposición a Porfirio Díaz, el

maderismo dejó muy pocas huellas en los distintos actores políticos y en la sociedad

local. Así que el triunfo del maderismo fue sorpresivo e inesperado para los dos

bandos contendientes por la gubernatura del Estado de Colima, quienes pese a sus

disputas internas, no habían marcado un distanciamiento de la política de Porfirio

Díaz. No obstante, los sucesos nacionales les depararon un devenir insospechado.

Este hecho le permitió estructurar una campaña política

que amenazaba con extinguir el clan De la Madrid-Santacruz como cabezas de la

política estatal.

521 Sobre los incidentes, que se presentaron durante esta contienda electoral y el papel desempañado por J. Trinidad Alamillo ver Blanca Gutiérrez y Héctor Ochoa, Las Caras..., p. 67-102, y Julia Esther Preciado Zamora, J. Trinidad Alamillo: gobernador maderista y huertista, Colima, Col., México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad de Colima, 1996, [Tesis de Maestría en Historia regional, inédita].

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Ante la dimensión de los sucesos revolucionarios, las elecciones estatales de

Colima se suspendieron. En cambio, luego del arribo de las fuerzas maderistas

locales encabezadas por Eugenio Aviña,522 compuestas por un modesto número de

colimenses donde aparecían varios integrantes del Cuerpo Mixto de Seguridad

Pública de Colima, además de estar nutridas por un núcleo de rancheros

procedentes de las aledañas tierras del suroeste michoacano, cayó el gobierno De la

Madrid.523 El grupo triunfante designó a un gobernador provisional, cargo que recayó

en Miguel García Topete, un activo defensor de los derechos de los indígenas de

Suchitlán, y diligente apoyador de J. Trinidad Alamillo. Dicho personaje prolongó su

estadía en las oficinas gubernamentales por casi medio año hasta hacer entrega de

las mismas a J. Trinidad Alamillo, quien finalmente resultó electo gobernador luego

de la realización de elecciones extraordinarias. Indirectamente, estos personajes

resultaron los favorecidos por el triunfo maderista y no dudaron en continuar en su

proclividad ante este nuevo presidente, como después varios de ellos –entre los

cuales so contó el propio Alamillo– se manifestarían leales a Victoriano Huerta. Estos

sucesos tienen cierta relación con lo que afirma el historiador Eduardo Ruiz, ya que

en su opinión las motivaciones de los distintos actores involucrados en este proceso

revolucionario adoptaron conductas múltiples y contradictorias, muchas de ellas

fincadas en motivaciones personales, de ahí que estuviera ausente un objetivo,

interés e ideal integrador.524

Ya establecido en el cargo, J. Trinidad Alamillo emprendió diversas medidas

gubernamentales hacia el campo y el sector rural de Colima. El grueso de las

políticas aplicadas hacia el campo colimense puede clasificarse en educativas y

Así que el nuevo gobernante se asumió como leal a

Madero.

522 Eugenio Aviña era el responsable del Club Fénix (organización secreta del Club Antirreleccionista Valentín Gómez Farías, con sede en Guadalajara), para que coordinara un contingente armado de colimenses que se levantaran en armas a favor de Madero. Sobre la incidencia de esta organización en el Colima véase: José Ramírez Flores, La Revolución Maderista en Jalisco, México, UdeG-Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, (Colección de Documentos para la Historia de Jalisco), 1992, p. 41. 523 Sobre la participación de estos propietarios rurales véase, Samuel Ojeda Gastélum, Rebeldía…, pp. 75-83. 524 Esta visión sobre la participación de los actores revolucionarios y la caracterrización de la misma Revolución Mexicana se encuentra en: Eduardo Ruiz, México: la gran rebelión, 1905-1924, México, ERA, 1984.

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económicas. Sobre el primer rubro, J. Trinidad Alamillo se caracterizó por promover

la educación en poblaciones de origen indígena, así como en las distintas haciendas

de la entidad. En virtud de lo anterior, estableció la obligatoriedad para que todo

hacendado fundara y sostuviera una escuela, donde se impartiera la enseñanza

elemental para los hijos de sus peones y demás trabajadores.

Por otro lado, al amparo de la actitud gubernamental, la comunidad indígena

de Tamala elevó su solicitud ante el ejecutivo estatal para que se fundara una

escuela y resolver las necesidades educativas de los 40 infantes en edad escolar

que existían en dicha comunidad.525

En lo que se refiere a las medidas económicas implementadas por el gobierno

de Alamillo, destaca su iniciativa para reglamentar los afluentes de agua que existían

en el estado, estableciéndolos como dependientes de la jurisdicción estatal, cuando

la norma era que se guiaba por pautas federales; esta medida, así como el modificar

la categoría de comisaría a Cuyutlán, para otorgarle la de pueblo

La aspiración de esta comunidad indígena era

sumarse a la lista de otras poblaciones nativas que ya gozaban de tal servicio, entre

las que figuraban Ixtlahuacán, Zacualpan y Suchitlán. En Zacualpan funcionaba una

escuela mixta, mientras que en Ixtlahuacán y Suchitlán había dos establecimientos

escolares en cada uno de ellos: una escuela de niños y una de niñas.

526

525 Solicitud de los habitantes de San Miguel de Tamala, al Gobernador Constitucional del Estado de Colima, 13 de octubre de 1912; en AHEC, Caja 816, Sección A, No. 20, Año 1912.

y, por ende,

convertirse en susceptible de recibir tierras para el establecimiento del fundo legal

correspondiente, estuvieron claramente orientadas a la afectación de los intereses

del, hasta hacía poco, intocable Francisco Santacruz, ya que con malas

disposiciones afectaba a la hacienda y laguna de Cuyutlán, propiedades en manos

de dicho personaje. Frente a esta medida, a inicios de 1913, el hacendado optó por

ampararse, iniciándose un litigio que se resolvería tiempo después mediante una

salida negociada: cesión de terrenos para el pueblo de Cuyutlán a cambio de

526 Al respecto véase: Miguel Ángel Novela Villalobos, et al, Historia Legislativa del Estado de Colima, Colima, Editorial del Gobierno del Estado, 1994, p. 67-68.

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exoneración de impuestos por varios lustros;527

Otra disposición similar a la establecida en Cuyutlán, se decretó en tierras muy

cercanas al pueblo de Tecomán, antiguo asiento de una importante comunidad

indígena, al que se le autorizó la ampliación de su fundo legal. A la vez, la llamada

congregación de El Mamey (hoy Minatitlán) recibió el reconocimiento como pueblo,

con el consabido fundo legal correspondiente.

el asunto relativo al uso y

aprovechamiento de las aguas de la laguna se prolongó por años y su resolución

llegó en 1917, cuando Alamillo tenía un buen rato alejado del poder estatal.

Sin embargo, no todo fueron decretos que otorgaban tierras a pueblos y

comunidades, también se enfrentaron dificultades en el nombramiento de las

autoridades al interior de dichos asentamientos indígenas. Un caso particular se

presentó en Zacualpan: durante el año de 1912, se presentaron contradicciones

entre los pobladores del lugar sobre la explotación y uso de las tierras comunales, lo

que ha su vez desembocó en una lucha por el control de la Comisaría Municipal de

dicho poblado.

Debido a que se organizaron dos bandos que se disputaban las mejores

tierras para realizar sus sembradíos, y a que el comisario municipal designaba esta

repartición temporal de tierras, la lucha por colocar a sus respectivos líderes en dicho

puesto fue una constante durante 1912 y parte del año siguiente. Además, el

nombramiento de dicha autoridad no se realizaba por la elección libre y directa de

los pobladores, sino que se designaba por parte del ejecutivo estatal; debido a esta

razón, las propuestas y demandas de cambio de autoridades llegaban con relativa

frecuencia a las oficinas del gobernador Alamillo. La actitud del gobernador fue

oscilar entre una propuesta y otra, lo que enrareció aún más el ya caótico panorama

que se vivía al seno de dicha comunidad; por lo anterior, las quejas formales de parte

de decenas de indígenas llegaron presurosas a las oficinas centrales del Palacio de

Gobierno, en ellas se condenaba la actitud del gobernador al favorecer a un grupo

527 Cesión de terreno para el fundo legal del pueblo Cuyutlán por don Francisco Santacruz Ramírez a favor del Gobierno del Estado, 27 de enero de 1913; en ARPPC, Ramo Inscripciones Públicas, Libro 25, Año1913, N1 9.

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minoritario.528

Sin embargo, las acciones de J. Trinidad Alamillo no se limitaron a intervenir

en los conflictos que se suscitaban entre los indígenas. En materia de política hacia

el campo, aplicó otras medidas para incentivar la productividad y explotación de las

tierras productivas. Pero, dicha promoción de la actividad agrícola no estuvo

diseñada para beneficiar a los medieros, pequeños campesinos o a las comunidades

indígenas que vivían del usufructo de sus tierras, sino que sus disposiciones

estuvieron conectadas, sobre todo, con los intereses comerciales agroexportadores,

por ello se decretaron incentivos para los prominentes productores locales y

extranjeros. En esta línea se ubicó la disposición que buscaba incrementar la

variedad de cultivos comerciales y los índices productivos de los existentes,

mediante el anuncio de un premio de diez mil pesos oro, que recibiría el primer

agricultor o hacendado que sembrara diez mil plantas de coco; era obvio que los

comuneros, dueños de pequeñas parcelas o modestos agricultores estaban

excluidos automáticamente de tan jugoso ofrecimiento, pues no poseían la superficie

de terreno, la capacidad técnica ni los recursos que les permitieran soñar al menos

con la posibilidad de recibir dicha gratificación gubernamental.

Finalmente, Alamillo abandonó el cargo sin haber coadyuvado a la

solución de dicho conflicto; por el contrario, solo le lanzó más leña al fuego.

Otra medida a su favor fue el establecer nuevos marcos legales para impulsar

un reacomodo o redistribución de la propiedad rural, favoreciendo las operaciones de

compra venta de terrenos de labranza. Más concretamente, en noviembre de 1912,

se decretó la exención de impuestos de traslado de dominio para todos aquellos que

fraccionaran terrenos cuya extensión alcanzara hasta las 100 hectáreas.529

528 Carta de los vecinos de Zacualpan al Gobernador del Estado, 20 de febrero de 1913; en AHEC, Caja 833, (hoja suelta), Sección A, No. 20, Año 1913.

Dicha

medida se colocaba en franco apoyo a la pequeña propiedad e intentaba

contrarrestar las extensas posesiones ociosas o escasamente explotadas que

estaban en manos de algunos terratenientes y de las pocas comunidades indígenas

que conservaban sus tierras bajo el régimen de propiedad comunal. Esta política

529 Decreto No. 11 del Congreso del Estado de Colima, 12 de noviembre de 1912; en APLEC, Legislatura XIX (1912-1915), caja 119, pos 1, p. 51.

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estaba identificada con el propósito agrario del maderismo: dividir la tierra para crear

una crear un sector próspero de propietarios, que pasaba por la conversión de la

propiedad comunal en notificaciones privadas; constituyéndose –al decir de Alan

Knight– en un liberalismo retocado… [ fincado en el ]… apego tradicional a la

propiedad, y a los principios del mercado.530

Además, Alamillo no solo alentó a los grandes y medianos productores

locales, también elaboró estrategias para atraer la inversión externa, fuera esta

nacional o extranjera; para lograr este cometido impulsó la realización de la

Exposición Costeña de Colima, la cual tendría un carácter agrícola, industrial y

comercial. Esta exposición fue el gran proyecto de Alamillo, con el que pensaba que

trascendería el estado de Colima y obviamente, el mandatario promotor de dicha

iniciativa. La exposición se concibió como un espacio donde se exhibirían los

productos naturales, manufacturas, artesanías, al igual que gran variedad de objetos

y mercancías que generaban las manos colimenses. A dicho evento se le planeó una

difusión y trascendencia nacional, pero la caída del gobierno de Francisco I. Madero

y la conflictiva política y militar que sobrevino después del establecimiento de

Victoriano Huerta en el poder, impidió que el ambicionado sueño de la Exposición

Costeña se volviera realidad.

La orientación era clara, la tierra debería

estar a disposición de quienes estaban en posibilidades de hacerla redituable.

Alamillo se movía en esa misma lógica.

Más aún, en las semanas y meses posteriores al derrocamiento de Madero,

las cosas no pintaron nada bien para Alamillo: sus viejos rivales políticos fraguaron

un motín armado que tomó cuerpo el 2 de abril de 1913. El Dr. Miguel Galindo, el

profesor J. Cruz Campos y Carlos Solórzano Morfín aparecieron como los líderes de

casi un centenar de hombres que se levantaron en armas en la municipalidad de

Comala, pero este alzamiento no era contra el General Huerta, sino que iba en pos

de la destitución de Alamillo del mando estatal. El grupo se nutrió con pobladores

rurales de los municipios de Villa de Álvarez y Comala.

530 Alan Knight, La Revolución Mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional, México, Ed. Grijalbo, Vol. I, 1996, p. 480.

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Después de tomar el poblado de Comala y de disponerse a marchar sobre la

capital,531 fueron hostigados por la rápida reacción de las fuerzas leales al gobierno

de Alamillo, iniciándose una persecución que culminó con un enfrentamiento armado

en el poblado de Juluapan , comisaría del municipio de Villa de Álvarez. Al término

del combate los rebeldes padecieron una contundente derrota, que les dejó una

buena cantidad de bajas, donde se incluyeron dos de sus líderes (Solórzano Morfín y

Cruz Campos).532

Tras estos hechos sangrientos, Francisco Santa Cruz Ramírez encabezó a

una multitud que se congregó frente a Palacio de Gobierno para protestar por la

muerte de los rebeldes, acusando al gobernador Alamillo de actuar con suma

crueldad; los ánimos se caldearon en ese mitin nocturno del 7 de abril y las fuerzas

policiales intervinieron violentamente generando nuevos muertos. Ante tales

sucesos, Alamillo fue llamado urgentemente a la ciudad de México por las nuevas

autoridades presidenciales, dejando el mando en un representante del poder

legislativo, para ya no volver a ocupar dicho sitio, lo que significó el distanciamiento

definitivo de Alamillo con Huerta. Con la caída de J. Trinidad Alamillo, por otras vías,

los rebeldes se salieron con la suya.

Poco después de que la legislatura local nombró como gobernador interino al

Dr. Vidal Fernández, fue sustituido casi inmediatamente por el General Miguel M.

Morales, por designación del Congreso Local de Colima, pero que solo era la

convalidación de una disposición emanada desde el despacho presidencial, ahora

ocupado por Victoriano Huerta. Sin embargo, Morales no permaneció mucho al frente

de esa responsabilidad, ya que por la silla gubernamental desfilaron otros militares

más: Julián Jaramillo, Juan A. Hernández y, finalmente, Antonio Delgadillo; todos

adictos al presidente Victoriano Huerta.

¿Cómo vivieron los colimenses estos erráticos gobiernos militares? Las

fuentes de la época no muestran muchos datos al respecto, pero es notorio que el 531 Notificación de Jesús Ponce, Subprefecto Político de Comala, al Secretario del Gobierno del Estado de Colima, 4 de abril de 1913; en AHEC, Caja 831, Sección A, No. 20, Año 1913. 532 Comunicado del Prefecto Político del Distrito del Centro al Gobernador del Estado de Colima, 5 de abril de 1913; en AHEC, Caja 826, Sección A, No. 20, Año 1913.

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clima no era el más propicio para la vida estable y tranquila; la presencia de brotes

de rebeldía y la acción persecutora de las fuerzas prohuertistas enrarecían el

panorama estatal. De ahí que pobladores de comunidades del valle de Tecomán (El

Periquillo, La Peñita, Coatán, Cosinitas y Armería) no dudaron en levantar su voz de

protesta por la constante extorsión y las arbitrariedades cometidas por las fuerzas del

orden asentadas en la localidad.533

Más convulsiones amenazaban al territorio colimense debido a que por sus

franjas fronterizas se desplazaban grupos armados proclives al Plan de Guadalupe

levantado por Venustiano Carranza. Por esta razón, las autoridades colimenses

establecieron fuerzas militares en algunos puntos estratégicos de la entidad, a fin de

salvaguardar el orden y los intereses de importantes propietarios de la región; dichos

contingentes se establecieron en: Cihuatlán, Jalisco, debido a que era la puerta de

entrada al puerto de Manzanillo desde la costa jalisciense; el Mamey, intrincado

poblado situado en las cercanías de la sierra de Manantlán y el Cerro Grande; así

como en la hacienda de San Antonio, importante área donde estaban en juego los

intereses del alemán Arnoldo Vogel y puerta de entrada norte a la entidad

desplazándose desde las estribaciones del Volcán de Colima. Todo este

posicionamiento militar estaba dirigido contra un nutrido grupo de bandoleros y

rebeldes que se desplazaban libremente por el sur de Jalisco y que intranquilizaban

sobremanera a las autoridades de Colima. Por ejemplo, corría la mitad del año de

1913, cuando las autoridades locales del pueblo del Mamey lanzaban desesperados

llamados de ayuda a las autoridades centrales de Colima a fin de contener las

“incursiones de bandoleros y gavillas de indígenas” que hostigaban a las autoridades

y a la raquítica guardia civil que resguardaba a la población de dicho lugar.

534

En la otra frontera, la común con Michoacán, se procedió en términos

similares, aunque en este lugar se optó por establecer un cuerpo militar móvil que

533 Carta de los Comisarios del Periquillo, La Peñita, Armería, arrendatarios y jueces de acordada al Gobernador del Estado, 25 de mayo de 1913; en AHEC, Caja 838, Sección A, No. 20, Año 1913. 534 Véase: Parte de novedades del Teniente Salvador Ceballos al Jefe del Cuerpo Irregular de Infantería No. 20, 3 de abril de 1913; en AHMC, Sección "E", caja 59, exp. s/n, Año 1914. Solicitud de Cresencio Virgen al Gobernador del Estado de Colima, 28 de julio de 1913; en AHEC, Caja 839, Sección A, No. 20, Año 1913.

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recorriera toda la franja fronteriza a fin de que no permitiera la entrada de partidas

rebeldes desde el suelo michoacano. Este grupo armado era dirigido y patrocinado

por destacados hacendados y propietarios colimenses.

Por si esto fuera poco, la población rural de Colima tenía que padecer las

famosas levas y los sorteos para integrar las “cuotas de sangre” que deberían nutrir

al ejercito huertista. En no pocas ocasiones, los caciques colimenses hacían valer su

fuerza y sus influencias para enviar al servicio de las armas a campesinos e

indígenas “no gratos” ante sus ojos. En la misma zona del Mamey, se presentó un

hecho peculiar, Blas Larios, aprovechando su poder en la zona, denunció ante el

gobernador de la entidad, a un grupo de indígenas de dicha municipalidad,

catalogándolos de supuestos “subversivos y encubridores de bandoleros”; prestando

oídos ciertos a dicho personaje, los indígenas fueron detenidos y remitidos

forzosamente para que prestaran sus servicios en el ejército federal.535

El caso de los indígenas que vivían en los alrededores del Mamey no fue el

único, también a los indígenas de Zacualpan se les pretendió aplicar esta misma

medida. Este hecho se dio a partir de que el conflicto por el uso de la tierra, el cual

no se había resuelto durante el gobierno de Alamillo, siguió alterando los ánimos

entre los dos bandos en disputa hasta que, a principios de abril de 1914, el conflicto

desembocó en un enfrentamiento violento que ocasionó varios muertos, entre ellos el

comisario municipal en funciones, nombrado por las autoridades prohuertistas. Ante

la magnitud de los hechos, las fuerzas del 15º Cuerpo Explorador se hicieron

presentes en el pueblo y aprehendieron a varios individuos, mientras muchos otros

huyeron del lugar. El destino de los detenidos se resolvió pronto: enviarlos a prestar

sus servicios dentro del ejército federal. La medida fue tan arbitraria que hasta el

subprefecto de Comala hizo gestiones para que se suspendiera el envío de este

535 Carta de Ramón A. Paz al Secretario de Gobierno del Estado de Colima, 28 de noviembre de 1913; en AHEC, Caja 838, Sección A, No. 20, Año 1913.

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grupo de indígenas, argumentando que entre ellos iban muchos que no habían

participado en dichos enfrentamientos.536

No obstante, la presencia de las fuerzas gubernamentales, la incorporación

forzosa a las filas del ejército y la cárcel para otros, los conflictos continuaron durante

los meses siguientes. En medio de ese encono, los indígenas de Zacualpan poco

interés mostraron al enterarse que el gobierno huertista de Antonio Delgadillo había

sido depuesto ante el arribo de un poderoso contingente de revolucionarios que, a

mediados del mes de julio de 1914, se desplazó desde la capital del estado de

Jalisco. Tampoco podían imaginarse que el trato que recibirían de las autoridades

constitucionalistas a establecerse en la entidad, no sería muy distinto del recibido por

las anteriores.

Al menos así lo percibieron los indígenas de Suchitlán, ya que el comisario

municipal del lugar, designado por las autoridades de Delgadillo y a tono con el

hacendado Vogel, seguía cometiendo arbitrariedades contra su comunidad. Por esa

razón, a principios de septiembre de ese año de 1914, enviaron una comisión que los

representara ante los nuevos funcionarios para quejarse de la actitud de dicho

comisario; en respuesta se dieron instrucciones al presidente municipal de Comala, a

fin de que fuera al mencionado pueblo para remover a dicho personaje y para que

organizara elecciones de acuerdo con la mayoría de aquel vecindario, “a fin de que

resulte nombrado Comisario persona que le dé garantías a los indígenas”.537

Cabe señalar que las protestas contra los representantes impuestos por las

autoridades y las contrapropuestas de esta población indígena, se fincaban en que

dicho acto significaba la violación de los procedimientos imperantes para la selección

de las autoridades, lo que provocaba un agravio para los habitantes del lugar. La

postura gubernamental al imponer un principio diferente al acostumbrado, generó

inconformidad, ya que su dirigente debería ser miembro del mismo grupo, es decir,

Los

viejos males de las comunidades indígenas colimenses, se volvían reiterativos.

536 Carta del Subprefecto de Comala al Jefe de Armas del Estado, 11 de abril de 1914; en AHEC, Caja 854, (hoja suelta), Sección A, No. 19, Año1914. 537 EP, 3 de septiembre de 1914, p. 1.

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necesitaba contar con los suficientes rasgos culturales en común con sus

representados como para permitir que se identificaran con él. 538

3.- EL NUEVO GOBIERNO EN ACCIÓN

El panorama anterior tuvo alteraciones sustanciales a partir de que Colima

sufrió los oleajes revolucionarios que arribaron desde tierras jaliscienses. Las fuerzas

del Ejército del Noroeste, al mando del general Álvaro Obregón, ocuparon

Guadalajara el 8 de julio de 1914. Una vez establecida su hegemonía en esta

entidad, dos mil efectivos constitucionalistas se enfilaron hacia el estado de Colima a

fin de someter al gobierno estatal y a las fuerzas militares adictas al huertismo.

Los numerosos contingentes constitucionalistas no tuvieron gran problema

para ocupar la capital colimense –el día 19 de julio de 1914–. Previamente, el

gobernador Antonio Delgadillo había huido rumbo a Manzanillo. El conjunto de sus

fuerzas leales no corrió con igual suerte: un centenar de militares huertistas

concentrados en los terrenos de la hacienda La Albarrada fueron hechos prisioneros

y fusilados de manera inmediata.

Una vez que el gobierno colimense, leal al general Victoriano Huerta, cayó

bajo los embates y avanzada de las fuerzas constitucionalistas en la entidad, se

procedió a institucionalizar el rápido dominio revolucionario mediante el

nombramiento de nuevas autoridades. El general Álvaro Obregón, de común acuerdo

con el Primer Jefe Venustiano Carranza, designó como gobernador interino al señor

Eduardo Ruiz, sonorense que se encontraba en occidente haciendo propaganda a

favor de la causa constitucionalista. A Ruiz se le extendió nombramiento de Teniente

Coronel del Ejército Constitucionalista y recibió el cargo de Gobernador Civil y

Comandante Militar del Estado de Colima.

Con la llegada del nuevo gobierno no sólo se modificó el escenario político,

sino que también se hicieron presentes nuevas políticas en el rubro económico. La

avalancha de disposiciones en esta materia se expresó mediante cambios en el 538 Barrington Moore, La injusticia..., p. 29.

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ámbito impositivo, derogando las normatividades establecidas durante la etapa

anterior de gobierno.539 Particularmente, se declararon caducos los decretos que

fijaban la exención en el pago de contribuciones a numerosas fincas de

particulares.540

De igual manera, se formó una Junta Calificadora sobre Capitales Mercantiles

y Urbanos, a fin de que redefiniera el valor de las propiedades para que los

impuestos estuvieran determinados en función de datos más fidedignos. Una medida

de tal magnitud no podía ser aplaudida por los grandes hacendados y comerciantes

de la región. Dicha inconformidad la hicieron patente los propietarios de las

haciendas de La Estancia, Buenavista, Quesería y La Albarradita, entre otras más;

junto a su queja iba una solicitud de rebaja en el monto del impuesto, la cual, en

varios casos, fue respondida afirmativamente.

541

Así que, las haciendas de San Antonio y Quesería, propiedad de Arnoldo

Vogel y Francisco Santa Cruz respectivamente, ya no pudieron gozar de sus

tradicionales exenciones de impuestos, generosas canonjías proporcionadas desde

hacia varios años por el congreso local y su leal amigo, el exgobernador Enrique O.

de la Madrid.

A la par de los nuevos criterios en

materia de impuestos, se extremó la vigilancia y exigencia para que dichas

aportaciones se cubrieran puntual y oportunamente.

542

Los hacendados y comerciantes no sólo tuvieron que padecer las medidas

anteriores, también estaban obligados a cubrir la parte que les correspondía del

Para Francisco Santacruz las cosas fueron más lejos, ya que las

autoridades implementaron la incautación de la laguna de Cuyutlán y sus terrenos

anexos, pues el nuevo gobierno consideró que dichas áreas eran de propiedad

federal; por esta razón deberían ser de uso público y no de particulares como las

estaba detentando Santa Cruz.

539 EC, 25 de julio de 1914, 209. 540 EC, 19 de junio de 1915, p. 119. 541 Los trámites y respuestas oficiales se encuentran en AHEC, Caja 873, Sección A, No. 19, Año 1915. 542 Una muestra de lo anterior puede observarse en: Solicitudes de Arnoldo Vogel y Francisco Santa Cruz al Congreso del Estado y Dictamen de la Comisión de Hacienda, noviembre de 1906; en APLEC, Dictámenes de las Comisiones, Legislatura XVII, Caja 107, Expediente 1, pp. 650-655.

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monto de 300 mil pesos, fijado como contribución de guerra, entre todos aquellos

propietarios y comerciantes cuyo monto de capitales fuera superior.543

Al tiempo que se impulsaban dichas medidas, se dieron cambios en el titular

del Ejecutivo Estatal, de acuerdo con los vaivenes de la evolución política y militar

que se desató tras el triunfo revolucionario y la ruptura posterior entre

convencionistas y constitucionalistas. Desde mediados de noviembre de 1914,

Eduardo Ruiz cedió su lugar al general Juan José Ríos, quien dominó la política

estatal durante los tres años siguientes, intercalando algunos interinatos con el Lic.

Winstano Luis Orozco y con el general Esteban Baca Calderón.

No cumplir

con dicha disposición significaba estar amenazado con la confiscación de sus bienes,

medida implementada a través de la Oficina de Intervención y Confiscación de

Bienes.

A partir de la llegada de Ríos al poder estatal los problemas en el campo

colimense tomarían tintes variados y por momentos convulsos, alterando realidades

que se habían vuelto costumbre entre la vida agraria local y sus representantes más

álgidos. La tan traída y llevada tranquilidad local se puso en entredicho y los

hacendados se dedicaron a atender otros asuntos, por encima de actividades de

recreación, fiestas y acciones que reafirmaran su prestigio social, actividades muy

socorridas durante los años porfiristas y que se prolongaron como costumbre

arraigada durante varios años revolucionarios; incluso, el señorío de los hacendados

se puso de manifiesto durante los meses de gestión del constitucionalista Eduardo

Ruiz.

Por ejemplo, en septiembre de 1914, casi al tiempo que los indígenas de

Suchitlán estaban formulando sus quejas contra “su” comisario municipal, sus

flamantes vecinos, los hacendados Rangel, estaban enfrascados en participar en las

actividades programadas por la nueva Secretaría de Gobierno para conmemorar un

aniversario más de la independencia nacional. Para el desfile del 16 de septiembre,

los Rangel se comprometieron a que su hacienda de Nogueras costearía el proyecto

543 EC, julio 25 de 1914, p. 210.

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de dos de los carros alegóricos participantes: “El primero representa a la Diosa de la

Paz y el segundo a la Agricultura; obras del conocido artista colimense Antonio M.

Cedeño”.544

Incluso, después de estos festejos, más que el desfile militar y cívico, donde

tomaron parte las fuerzas de la guarnición establecida en la entidad, el profesorado,

el gremio de profesionistas, industriales, comerciantes, obreros, entre otros, los

comentarios giraban en torno a la originalidad de estos carros alegóricos y al

simbolismo que representaban. Se ponderaba, de sobremanera, el “carro de la

agricultura” adornado por la hacienda de Nogueras y que fue el mejor por su

sencillez y su originalidad. Los de “la Paz” y “la Libertad” y el del rastro también

resultaron bien presentados. Obviamente que la familia Rangel se manifestó

indiferente al baile que, la noche de ese día 16, el gobernador obsequió a la

sociedad colimense, en el Palacio de Gobierno. Las notas periodísticas catalogaron

dicho evento de la siguiente manera: “Aunque la concurrencia al baile no fue

numerosa, resultó muy animada”.

545

Así que los dueños de la hacienda de Nogueras, se manifestaron muy solícitos

para colaborar con las actividades de las nuevas autoridades revolucionarias, al

tiempo que hacían sentir su raigambre dentro de la sociedad local. Otra forma de

hacer evidente esto último, fue organizar sus acostumbrados festejos para

conmemorar el onomástico del señor Francisco Rangel, fiesta a la que

modestamente le atribuían un carácter íntimo. Pero, el 2 de octubre, la prensa local

destacaba tal acontecimiento, señalando que ese día habría grandes festejos en la

referida hacienda, a los que “…concurrirán numerosas familias de nuestra sociedad.

A las 7 a.m. marcharon los invitados a caballo, en coches y en carretas, para llegar a

la pintoresca hacienda a horas de tomar el almuerzo. Después del almuerzo se

entregarán a toda clase de juegos y sport. Habrá baile y se jugarán unos

becerros”.

546

544 EP, 6 de septiembre de 1914, p. 4

545 EP, 19 de septiembre de 1914, p. 1 546 EP, 2 de octubre de 1914, p. 2 y 4.

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Vale decir que estos eventos en las propiedades agrarias no eran solo

privativos de los Rangel, ya que en esa misma fecha se efectuó un día de campo en

San Cayetano, fiesta organizada por los señores Francisco Martínez, Francisco

Arroyo y Felipe Silva, y a la que invitaron a varias familias.547

Apariencia que obedecía, en parte, a que eran estos espacios culturales y

simbólicos del poder, en el que los desfiles y bailes formaban parte del ritual público,

en donde la otrora élite dominante continuó en el ejercicio, no solo de consolidación

de su prestigio social, sino de afirmación de su antiguo poder, demostrando ante el

nuevo gobierno y los grupos subalternos una unanimidad y articulación interna.

Parecía que los

propietarios rurales y los hacendados estaban viviendo como en sus mejores años.

548

4.- GOBIERNO CONSTITUCIONALISTA: AGRARISMO Y POLÍTICAS EN EL CAMPO COLIMENSE

Las medidas anteriores y las que se avecinaban conducen a afirmar que

Colima pudo haberse mantenido más o menos sin alteraciones significativas durante

las convulsiones militares que escenificaron los distintos bandos partícipes en la

Revolución, pero no sería inmune a los efectos que la siguieron. Máxime que una de

las preocupaciones centrales sobre las que giró el gobierno de Juan José Ríos fue

redefinir el panorama agrario existente en la entidad. Uno de sus puntos de partida

fue concebir el cultivo de la tierra como un asunto de carácter público y no limitado a

las dinámicas y criterios que definieran los distintos productores individuales; es

decir, la explotación de la tierra debería tener un marcado sentido social, fincado

sobre todo en la necesidad de alimentos para el abastecimiento de la población local.

Esta necesidad de alimentos se debía a la baja que experimentó la producción

estatal; a manera de ejemplo, es de destacarse lo ocurrido en el municipio de Colima:

en 1905, dentro de su producción agrícola figuraron 170,000 hectolitros de maíz y

11,300 hectolitros de frijol, mientras que para el año de 1915, el monto de estos

547 EP, 2 de octubre de 1914, p. 4. 548 Al respecto véase: James Scott, Los dominados…, pp. 71 ss.

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mismos productos apenas alcanzó los 106,690 hectolitros de maíz y 4,960 hectolitros

de frijol. 549

Por lo tanto, por decreto gubernamental se estableció como obligatorio el que

todas las tierras aptas para el cultivo deberían de estar en producción; lo anterior

obligaba a pequeños, medianos y grandes propietarios rurales a sembrar y cultivar

las extensiones de tierras que tenían bajo su dominio; si por algún motivo no podían

cumplir con dicha obligación, la autoridad tenía facultades para obligarlos a que

entregaran en calidad de usufructo temporal todas las tierras de labranza que se

quedaran ociosas, o bien, tomar dichas tierras y hacer la asignación

correspondiente.

550

No obstante lo anterior, si por algún motivo se incumplía con dicha obligación,

se contemplaba una multa de cinco pesos por hectárea que quedara fuera de cultivo.

Dicha medida, aplicada durante 1916, era extensiva para hacendados, agricultores,

arrendatarios y medieros.

Esta disposición fue adoptada sin gran dificultad, debido a que

desde hacía un buen tiempo, hacendados y grandes agricultores entregaban parte

de sus tierras para que se explotaran por medieros, estableciéndose previamente los

contratos que regían la cesión de dichos terrenos.

Así que, la orientación nodal del quehacer gubernamental de Juan José Ríos

fue consolidar al campo como la piedra angular para el soporte de la economía

estatal; de ahí que toda actitud que fuera en demérito de este fin, requería la pronta

intervención gubernamental: los productores del campo colimense tenían que acatar

sus disposiciones, voluntaria o involuntariamente, pues no existía mucho margen de

maniobra.

Esta actitud se prolongó durante la administración de J. Felipe Valle. Debido a

la pérdida de cosechas ocurrida durante la temporada de siembras de 1917, como

consecuencia de la devastadora plaga de langosta que asoló los valles –y de manera

549 Estos volúmenes de producción se pueden contrastar en: Oficio de Presidente Municipal de Colima al Gobernador del Estado, enero de 1916; en AHMC, Sección "E", Caja 71, Legajo s/n, Año 1916. Noticias de terrenos y productos agrícolas en el Municipio de Colima. Estado de Colima. Año de 1905; en AHMC, Siglo XX, Caja 20, Exp. 36, Año 1906. 550 Al respecto, véase: EC, mayo 8 de 1915, p. 87.

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más fuerte en el suroeste de la entidad– así como por el término prematuro de la

temporada de lluvias, la escasez de productos agrícolas se hizo patente en la

entidad. Ante esto, el mandatario colimense envió una iniciativa ratificada por el

Congreso del Estado en octubre de ese año, para que durante esa temporada las

tierras de riego se declararan de utilidad pública, al igual que los animales y aperos

de labranza. Con esta disposición cualquier ciudadano podía denunciar ante los

municipios todas aquellas tierras no cultivables e instrumentos o animales de

labranza no utilizados por sus dueños, para recibirla en calidad de renta por ese año

y después ser regresada a sus respectivos propietarios. 551

4.1.- EL REPARTO AGRARIO

Por otra parte, si algo caracterizó a la administración estatal que se

desempeñó en Colima, desde mediados de 1914, fue la restitución y otorgamiento de

tierras a pueblos y comunidades. Esta política tomó vigencia a partir del año de 1915,

expresamente a raíz de que Venustiano Carranza, desde su refugio en la ciudad de

Veracruz, expidió la Ley Agraria del 6 de enero de 1915. Decreto que estableció las

condiciones para impulsar la repartición de tierras vía restitución o expropiación, así

como las instituciones y procesos que deberían seguirse para la concreción de tal fin.

Esta medida se basaba, en mucho, en la visón que intelectuales leales a

Carranza tenían sobre las haciendas mexicanas. En la opinión de pensadores como

Andrés Molina Enríquez, Winstano Luis Orozco (quien brevemente se desempañaría

como gobernador de Colima) y Luis Cabrera, la hacienda era un instrumento básico

para el dominio de los trabajadores. Sus dueños más que rentabilidad, estaban

signados por el prestigio, muy ligado a los rasgos de un señor feudal.552

551 Iniciativa presentada por el Ejecutivo del Estado a la Cámara Legislativa, Colima, 28 de octubre de 1917; en APLEC, Libro de Iniciativas de Ley. Legislatura XX, Caja 126, Posición 2, pp. 5-11.

Las formas

de explotación se basaban en el alquiler de la fuerza de trabajo, explotación

extensiva de la tierra, así como un carácter colonialista. Esta postura está ubicada en

552 Cfr. Eugenia Meyer, Teórico y crítico de la Revolución, México, SEP, 1972. Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales (1909), México, Era, 1991. Winstano Luis Orozco, Los ejidos de los pueblos, México, Ed. El Caballito, (Reimpresión), 1975.

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una perspectiva similar a la concepción de Frank Tannembaum, quien presenta a la

hacienda como un sistema de explotación de grandes superficies de tierra, donde

impera el trabajo endeudado, pago en especie y despojo de pueblos.553 Por esto las

medidas agraristas del carrancismo pugnaron por el exterminio o la disminución del

peso del sistema hacendario en el agro mexicano a fin de sustituirlo por un régimen

de pequeños propietarios.554

…organismo social corroído por el monopolio de la tierra,

improductivo y estéril, contra el absurdo régimen que, al atribuir a uno

cuantos privilegiados el aprovechamiento de las riquezas agrícolas

que otros producen, mata todo estímulo entre los productores,

engendra crisis y carestía…a la vez crea una categoría de parásitos

que son lastre para la sociedad y rémora para el progreso.

Por tanto, en esta idea, la hacienda sería un:

555

De ahí que la Ley Agraria del 6 de enero iba encaminada a modificar este gris

panorama.

En cumplimento a dicho decreto, el profesor Basilio Vadillo, integrante de la

élite constitucionalista de Colima, se convirtió en un activo promotor de dichas

medias agrarias al gestionar, ante el gobierno del estado, la dotación de los terrenos

de los ejidos, y el gobierno estatal, encabezado por el Gral. Juan José Ríos, quien

hizo las primeras posesiones de manera provisional.

Para instrumentar lo anterior, como primer paso, el gobierno del Gral. Juan

José Ríos estableció la Comisión Local Agraria y los comités particulares agrarios,556

553 Frank Tannenbaum, “La revolución agraria en México”, Problemas agrícolas e industriales de México, México, FCE, Vol. 5, 1952.

554 Para detenerse en esta concepción liberal sobre el sistema de haciendas en México, así como el resto de caracterizaciones en torno a esta unidad productiva, véase Alejandro Tortolero V., “Haciendas y espacio: algunas reflexiones y un método para la reconstrucción del territorio de las explotaciones”, en Iztapalapa, México, UAM, Nº 26, julio-diciembre de 1992, pp. 78 y ss. 555 Antonio Díaz Soto y Gama, Historia del Agrarismo en México, México, ERA – CONACULTA – UAM, 2002, p. 634. 556 En el artículo 4º de la Ley Agraria del 6 de enero, decretada por Venustiano Carranza, se estableció que para dar cauce a los trámites de dotación o restitución de tierras funcionaría: Una

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instancias que, según el cuerpo de dicho mandato, eran las nuevas y únicas que

podían recibir y abrir el cauce a toda aquella solicitud que pretendiera la restitución

de tierras de las cuales hubieran sido despojados los pueblos o, en su defecto, que

aspiraran a la creación de fundos legales.557

Al momento de declarar públicamente la formación de dichos órganos

agrarios, el discurso del gobernador estuvo plagado de alusiones a la redención y

justicia social, así como a lo magnánimo del movimiento revolucionario que

representaba. Al mismo tiempo, partía de la idea de que al transformar las grandes

propiedades rurales o latifundios, para dar paso a pequeñas parcelas de cultivo, se

iba a generar un profundo cambio en la orientación productiva en Colima, ya que se

pasaría de la explotación extensiva a la explotación intensiva de la tierra, es decir,

debido a lo limitado de la propiedad se optaría por sacarle el mayor rendimiento,

elevando los índices de productividad de la tierra, elemento central para alcanzar la

prosperidad económica. Claro, todo recreado a partir de enfatizar que la medida

lograría la liberación de la población local del dominio terrateniente.

Estas instancias funcionaron en cada

estado de la República y estuvieron facultadas para otorgar provisionalmente la

tierra, en tanto la Comisión Nacional Agraria daba el fallo definitivo sobre dicha

solicitud y proceso de adjudicación.

558

Creadas las instancias encargadas de atender las peticiones de tierras, el

siguiente paso fue promover que los pobladores levantaran sus nuevas demandas o

que formularan viejos reclamos. Ante tan insistente llamado, no tardaron en llegar las

solicitudes de tierra y el reclamo de despojos sufridos de parte de hacendados.

559

Comisión Nacional Agraria, compuesta de nueve personas, presidida por el Secretario de Fomento. Una Comisión Local Agraria, compuesta de cinco personas, por cada Estado o Territorio de la República. Los Comités Particulares Ejecutivos que en cada Estado se necesiten, los que se compondrán de tres personas cada uno. Mientras que en su artículo 5º se definía que los Comités Particulares Ejecutivos dependerán en cada Estado de la Comisión Local Agraria respectiva, la que a su vez estará subordinada a la Comisión Nacional Agraria. Esta información está tomada de El Estado de Jalisco (en adelante EJ), 2 de febrero de 1915, p. 1.

El

557 Véase Informe de Juan Jacobo Valadés a Juan José Ríos, en EC, mayo 15 de 1915, p. 92; EC, mayo 22 de 1915, p. 92; EC, mayo 29 de 1915, p. 99. 558 EC., mayo 22 de 1915, p. 100. 559 Para mayor información sobre esta fase del reparto ejidal en Colima, véase, Dylva L. Castañeda Campos, "Los primeros repartos agrarios en Colima", en Barro Nuevo, No. 5, Colima, Col., Gobierno del Estado de Colima – Ayuntamiento de Colima – INAH, abril-junio de 1991, pp. 24-32.

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arribo de tales peticiones no ocurrió en medio de un entusiasmo desbordado de la

población, donde la espontaneidad y el protagonismo fueran la tónica para externar

un sentir largamente acallado y/o acariciado, por el contrario se requirió de la

propaganda y la gestión directa de agentes medianamente externos a la comunidad

o poblado. En esta labor se involucraron profesores rurales, funcionarios públicos,

algunos intelectuales locales y promotores de la Casa del Obrero Mundial.560

Este último agrupamiento gremial sentó sus reales en la entidad debido a que,

tras su acuerdo para sumarse en apoyo a favor de la causa constitucionalista,

nutrieron sus contingentes militares en el centro del país, varios de los cuales eran

las tropas desplazadas y dirigidas por Juan José Ríos. Así que a su regreso a la

entidad, parte de los batallones rojos se trasladaron a Colima para dedicarse a

desarrollar su aporte militar y su propaganda a favor de la organización y

movilización obrera.

Las solicitudes empezaron a turnarse, pero no debido a una respuesta rápida

y espontánea de parte de la población rural colimense, sino mediante la ingerencia

de propagandistas de la Casa del Obrero Mundial al interior de algunas comunidades

o de profesores de las escuelas de dichos lugares. Estos gestores fungían como

correas de transmisión de las proclamas y propósitos gubernamentales. Debido a

que estas solicitudes no descansaban en un movimiento o iniciativa autónoma de las

masas rurales, dependía mucho de la inclinación e iniciativa del funcionario público

que atendía las dependencias encargadas del trámite y adjudicación agraria.

Gracias a todos estos gestores del agrarismo, después de los trámites

iniciales, los primeros dictámenes provisionales sobrevinieron desde el inicio del año

de 1916. Uno de estos primeros decretos fue a favor de los habitantes de la hacienda

La Magdalena, congregación que recibió el estatuto de pueblo y, por consiguiente,

se decretó la expropiación de los terrenos necesarios para la constitución de su

fundo legal; además, la Compañía de Fomento Agrícola sufrió la afectación de sus

560 Respecto a la actitud constitucionalista a nivel nacional ante la gestión agraria en estos años, véase Charles C. Cumberland, La Revolución Mexicana. Los años constitucionalistas, México, FCE, 1993, p. 216-224.

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tierras para otorgarlas en dotación ejidal a las cabezas de familia y varones mayores

de dicho asentamiento poblacional, trastocándose las relaciones de peonaje y

mediería que eran la base sobre las que se fincaba la relación económica entre la

empresa y dichos pobladores.561

Otro proceso similar se concretó a mediados del mismo año de 1916, ahora en

el sitio conocido como San Miguel de la Unión. Este asentamiento poblacional tuvo

sus orígenes como rancho que alcanzó crecimiento en la medida que sus pobladores

afianzaron su actividad como medieros y peones de las haciendas y grandes

propiedades ubicadas en sus alrededores. Corría el año de 1885 y la administración

estatal de Gildardo Gómez, cuando la congregación de San Miguel de la Unión

recibió la categoría de pueblo y, por ende, su fundo legal correspondiente; sin

embargo, poco tiempo después, dicho decreto fue derogado y los pobladores no

alcanzaron a tomar posesión de las tierras otorgadas.

En lugar de sembrar y cosechar en tierras de su propiedad, su existencia

descansó en su incorporación como fuerza laboral para las tres haciendas cercanas,

o establecer contratos de aparcería con sus dueños. Isidoro Morales, era uno de los

grandes propietarios de tierra en la zona, situación que le permitía elaborar leoninos

y ventajosos contratos para otorgar terrenos en arrendamiento mismos que los

pobladores de San Miguel de la Unión estaban obligados a suscribir para no

quedarse sin un empleo que les permitiera alimentar a sus familias.562

Pero la adversidad parecía que había seleccionado a este lugar como refugio

favorito. Desde 1909, dicha congregación fue ampliamente conocida, ya que su

De paso,

Morales era el personaje que había formado guardias rurales “voluntarias” para

vigilar la frontera colimense con Michoacán durante 1913, filas que los habitantes del

lugar estaban obligados a nutrir.

561 El decreto respectivo se localiza en EC, febrero 2 de 1916, pp. 37-38. Para mayor información, véase: Hubert Cochet, Historia Agraria del municipio de Coquimatlán, Colima, CECMA – UdeC, 1988, (Avance de Investigación No. 10), pp. 26-42. 562 Por ejemplo en 1916, Isidoro Morales estableció contrato de pago de catorce hectolitros de maíz por hectolitro de sembradura entregado a cada arrendatario. Al respecto véase: Carta del Prof. Toribio Ordóñez al Gobernador General y Comandante Militar del Estado de Colima, mayo 14 de 1916; en AHEC, Caja 848 (b), Sección A, No. 20, Año 1914.

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nombre alcanzó a figurar en la prensa nacional y hasta se escuchó en el interior del

Palacio Nacional; esto a raíz de los sangrientos sucesos que conmocionaron a sus

habitantes y a los mismos colimenses. Ese año, Darío Pizano, jefe policial en la

ciudad de Colima, irrumpió en una humilde habitación del poblado y su partida militar

asesinó arteramente a los hermanos Suárez, bajo el argumento de que sus

enemistades personales los habían denunciado como individuos alejados del orden y

proclives a la violencia y la rebeldía. Esta funesta intervención de la policía

colimense, en una aparente riña entre familias, generó una profunda inestabilidad

para el gobierno de Enrique O. de la Madrid, debido a que la denuncia de los hechos

llegó hasta las oficinas presidenciales, gracias a que el entonces periodista J.

Trinidad Alamillo llevó a la madre de los jóvenes asesinados para que se entrevistara

con el mismo Porfirio Díaz; aparte de haber aprovechado las páginas de su periódico

de Guadalajara para denunciar ampliamente dichos acontecimientos.563

Por lo anterior, los lazos de la autoridad estatal no estaba tan afianzados en

este lugar, la hosquedad hacia los funcionarios menores era una actitud reiterada.

Como merecedores de dicho trato no escapaban ni los comisarios municipales, pese

a que se designaban de entre los pobladores de la zona. Al menos de esto se

quejaba Tomas Yánez, quien no dudaba en manifestar la actitud poco fraterna de la

mayor parte de los 900 habitantes del lugar.

564 Así que, para buscar su legitimación

como nuevo gobierno, los funcionarios constitucionalistas no demoraron mucho la

solicitud de tierras que emanó del seno de dicho poblado.565

Muy ejemplificador resultó el hecho de que, en mayo de 1916, un grupo de

habitantes de la entonces conocida congregación de San Miguel de la Unión elaboró

una solicitud de adjudicación dirigida al gobernador Ríos, gracias a las gestiones

encabezadas por el maestro del lugar; la petición fue turnada al local de la Comisión

Local Agraria y, en aproximadamente un mes, se emitió una respuesta positiva que

563 Para mayores detalles, consúltese la ya referida obra de Emilio Rodríguez Iglesias, El crimen de Tepames, México, Costa Amic, (Col. Club del Libro Colimense), 1975. 564 A fin de ilustrar tal actitud, véase: Carta de Tomás Yáñez, Comisario municipal de Tepames, al Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar del Estado de Colima, agosto 4 de 1916; en AHEC, Caja 880, Sección A, No. 19, Año 1916. 565 Véase el expediente relativo a esta dotación ejidal en ARAN, Tepames, Exp. 23.131, N1 00/019/01.

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les otorgaba la categoría de pueblo y la denominación de “Tepames”; al mismo

tiempo, recibió la dotación de tierras que convertía a sus habitantes en ejidatarios.566

Además, obtuvo la dotación de tierras ejidales. Para las autoridades, el significado de

dicha adjudicación, aparte de considerarse un hecho que resarcía económicamente a

sus pobladores, ayudaba a pacificar a los habitantes de la zona, ya que varios de los

hombres declarados en rebeldía contra las autoridades constitucionalistas, provenían

de dicho centro poblacional. Así pues, con estas acciones se buscaba convalidar la

facción revolucionaria que representaba al mandatario Juan José Ríos.567

Otros núcleos poblacionales favorecidos con las medidas agrarias fueron las

comunidades indígenas de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán,

568

Pero mientras tanto, al amparo del dictamen favorable emitido por la Comisión

Local Agraria a favor de la comunidad de Cofradía de Suchitlán, justo en la navidad

de 1916, el general y gobernador Juan José Ríos le otorgó a este poblado una

posesión provisional de tierras que comprendía un sitio de ganado mayor, porción

que estaba comprendida dentro de los terrenos de la hacienda de San Antonio,

propiedad del alemán Arnoldo Vogel (Fig. 22).

ubicadas en el

municipio de Comala. La primera de estas solicitudes se formuló y resolvió durante el

año de 1915, mientras que Cofradía hizo lo propio en noviembre de 1916 y, al mes

siguiente, recibió respuesta afirmativa. Respuestas que tuvieron carácter provisional

y que tardarían años en obtener su ratificación definitiva por parte de las instancias

nacionales.

566Al respecto véase, EC, junio 10 de 1916, pp. 129-131. 567 Un extracto del decreto sobre la materia se localiza en AHEC, Caja 879, Sección A, No.19, Año 1916. 568 Al respecto, véase expedientes localizados en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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Fig. 22. Plano de las tierras de ejidos otorgadas a las poblaciones de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán.569

569 En ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003. Facsímil de Gabriela Ulloa. Como puede observarse en el plano, la dotación de tierras a ambos poblados, afectó en mayor parte a la hacienda de San Antonio, máxime si se considera que, ya dentro del territorio jalisciense, también se le expropió una superficie nada despreciable para dotar a las poblaciones de Zapotitlán y Mazatlán.

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En esta misma municipalidad de Comala se presentaron otras solicitudes de

tierra. Una vez que se otorgó la resolución sobre el reparto agrario a favor de los

habitantes de las comunidades de Suchitlán y Cofradía, durante el año de 1917, los

habitantes del poblado de Comala hicieron gestiones similares ante la Comisión

Nacional Agraria. Sin embargo, la gestión del núcleo de pobladores de la cabecera

municipal no contó con el visto bueno de las autoridades municipales, quienes no

dudaron en manifestarse en contra de dicha medida y suplicaron a las autoridades

correspondientes que desecharan dicha petición por considerarla injustificada e

inviable, ya que:

…casi todos los agricultores tienen tierras y el resto pueden

fácilmente conseguirla en arrendamiento, lo cual es más remunerativo

para ellos prestar sus servicios a las pocas fincas agrícolas-

industriales de siembra de caña y fabricación de azúcar (haciendas de

Nogueras y San Antonio, especialmente la primera), siendo éstas las

más afectadas por la dotación de ejidos, pues los terrenos próximos a

Comala se encuentran cultivados de cañas de azúcar, principal valor

de la hacienda (1 millón kg por zafra), el municipio disfruta de sus

impuestos, además de ser fuente de trabajo para sus habitantes,

superior por los jornales que ganan. 570

La cosa no pintó mejor para las solicitudes de ejido formuladas por los

propagandistas de la Casa del Obrero Mundial y destinadas a la obtención de

parcelas para los habitantes de las cabeceras municipales de Colima y Villa de

Álvarez. En el caso de la solicitud de tierras en el municipio de Colima, formulada

durante 1916, los primeros pasos fueron afortunados, ya que contó con un dictamen

570 Oficio Nº 94 de Dionisio Robles a la Comisión Nacional Agraria, 23 de junio de 1930; AHEC, Caja 920, Sección A, No. 18, Años 1918-1923.

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favorable por parte de la Comisión Local Agraria, lo que conllevó a que, de acuerdo

con las normas e instancias que contemplaba la aludida ley del 6 de enero, el Comité

Particular Ejecutivo de Colima, mediante un protocolario y concurrido acto (donde

estuvieron acompañados por el Presidente Municipal, los integrantes del cuerpo

directivo de la Casa del Obrero Mundial y más de 150 vecinos de la municipalidad),

realizara la identificación del terreno que pertenecía a la hacienda El Trapiche y que

se expropiaría para la creación de ejidos.571

Durante este mismo año de 1916, se presentó la solicitud para la formación

del ejido de Villa de Álvarez. El dictamen favorable arrojaba el otorgamiento de una

porción de tierras que abarcara la extensión que correspondía a un sitio de ganado

mayor, es decir, que midiera 4,190 m por cada costado. Para operar dicho acuerdo,

se convino la afectación de parte de los terrenos que poseían los agricultores Lázaro

Cárdenas y Francisco Corona, entre otros.

Este procedimiento precedía al

otorgamiento formal de las tierras a cada uno de los beneficiarios.

De manera similar a lo ocurrido en el municipio de Colima, en abril de 1916, el

Comité Particular Ejecutivo procedió a la realización de los trabajos pertinentes para

lograr la identificación de la superficie afectada y la delimitación de los puntos y las

líneas divisorias entre los terrenos de ejidos y los de propiedad particular. Para

atestiguar dichos trabajos, el referido Comité estuvo acompañado de los titulares de

los municipios de Colima y Villa de Álvarez (Carlos G. Rosaldo y José Monge,

respectivamente), del dirigente del Sindicato de Labradores y Campesinos (Genaro

Montes de Oca), organismo filial de la Casa del Obrero Mundial, así como de tres

docenas de habitantes de la población de Villa de Álvarez y de rancherías de la

municipalidad de Colima, pero limítrofes a Villa de Álvarez.572

Sin embargo, esta adjudicaciones y reparto agrario no tuvieron mucho futuro,

cuando menos en lo correspondiente al municipio de Colima. En general, la Comisión

571 Véase, Acta de las diligencias de identificación de terrenos ejidales del municipio de Colima; en AHMC, Sección "E", Caja 63, exp. s/n, Año 1916. 572 Véase, Acta de delimitación de los linderos de los terrenos de ejidos del Municipio de Villa de Álvarez, abril 19 de 1916; en AHMC, Sección "E", Caja 63, exp. s/n, Año 1916. Acta levantada en el rancho de "Los Limones" para el reconocimiento de los linderos de los ejidos del municipio de Villa de Álvarez, abril 20 de 1916; en AHMC, Sección "E", Caja 62, exp. s/n, Año 1916.

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Local Agraria otorgó tres sitios de ganado mayor que provisionalmente pasaron a

formar parte de los ejidos de la ciudad de Colima; sin embargo, no corrieron con la

misma suerte al ser turnados ante la Comisión Nacional Agraria para su resolución

definitiva. Para finales de junio de 1916, este último organismo agrario dio marcha

atrás a la adjudicación de las instancias agrarias de Colima, al dictaminar como

improcedente las expropiaciones y dotaciones de tierras para el establecimiento del

sistema de ejidos la ciudad de Colima; lo anterior se apoyó en el criterio de que a

ninguna ciudad se le podía asignar una restitución ejidal, lo cual solo era aplicable a

poblaciones rurales.573

Esta resolución se dio pese a todas las tentativas realizadas por el presidente

municipal Carlos G. Rosaldo para que se anularan los títulos de adjudicación de

tierras recibidos por propietarios como Ignacio Pamplona, quien se convirtió en

poseedor legal de una gran cantidad de tierras en meses previos a la caída del

gobierno de Antonio Delgadillo, formalizando un despojo perpetrado a otros

particulares desde los tiempo de don Porfirio Díaz. Obviamente, Rosaldo insistía en

que dichas tierras pasaran a integrarse a los pretendidos ejidos de Colima.

574

Pero, contrariamente a estos deseos, el acuerdo adverso a los pretensos

agraristas del municipio de Colima generó la reintegración de tierras, no solamente a

favor de la hacienda de el Trapiche, sino también para la hacienda de la Estancia, a

quien se le había incautado otro sitio de ganado mayor, aparte de aperos y animales

de labranza. Luego del dictamen contrario al reparto ejidal en la ciudad de Colima,

Luis Brizuela, dueño de esta hacienda, recibió un pago en especie (cien hectolitros

de maíz) por concepto de pago de renta por el usufructo que hicieron los frustrados

ejidatarios de las tierras y demás propiedades.

575

573 Horacio Macias Chapula, "Ley Agraria del 6 de enero de 1915 en Colima: o de cómo se diseña, construye y opera una serpentina jurídico-burocrática... y de paso antirrevolucionaria", en Cátedra, Nº 1, Colima, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, noviembre de 1999, p. 39; Berta Ulloa, Historia de la Revolución Mexicana, 1914-1917. La Constitución de 1917, México, El Colegio de México, Tomo 6, 1983, p. 375.

574 Oficio Nº 506 del Presidente Municipal Carlos Rosaldo al Secretario de Gobierno del Estado de Colima, mayo 26 de 1916; en AHEC, Caja 848 (b), Sección A, No.20, Año 1914. 575 Oficio del Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar al C. Luis Brizuela, marzo 17 de 1917; AHEC, Ramo economía, Caja s/n, Años 1912-1913.

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Por otra parte, la apertura de solicitudes en el municipio de Colima dio pie a

todo tipo de aspiraciones. Una vez que la Comisión Local Agraria dictaminó el

otorgamiento provisional de los referidos terrenos ejidales, el propietario del

Ferrocarril Urbano de Colima se dirigió a este organismo agrario para solicitar uno de

los terrenos de labranza contemplados dentro de dicho ejido, la justificante era que

necesitaba un pedazo de tierra para sembrar el pasto que alimentaría a las bestias

que utilizaba para el desplazamiento de los carros de ferrocarril que iban de la capital

a la colindante población de Villa de Álvarez. Aunque esta solicitud no alcanzó

grandes vuelos, ya que la misma instancia local aplacó la ambición de este

empresario.576

En lo que respecta a este tipo de gestiones agrarias en el municipio de

Colima, vale retomar afirmaciones que señalan: “…ni los necesitados ni los cínicos y

desvergonzados tuvieron acceso a dichas tierras, pues los fallos de los organismos

agrarios fueron negativos tanto para estos ejidos en proceso de gestación como ante

solicitudes de tipo individual”.

577

Aunque esto no fue regla general; como las solicitudes de reparto o restitución

de tierras se hicieron extensivas a varias municipalidades de la entidad, los

habitantes de las poblaciones de Cuyutlán, Coquimatlán y Manzanillo recibieron una

respuesta favorable a sus recientes aspiraciones agraristas; con esto y que su

aplicación tuvo una fase provisional y que en algunas ocasiones la resolución

definitiva emanada de la Comisión Nacional Agraria,

578

Sin embargo, el fraccionamiento de la propiedad no sólo se instrumentó desde

la instancia agraria creada por las autoridades federales y por gestiones de la Casa

del Obrero Mundial, ya que presionados por las circunstancias los grandes

propietarios optaron por fraccionar sus propiedades colocando en venta porciones de

provocó modificaciones y

anulaciones que en ocasiones alteraron la aparente tranquilidad en que se

desenvolvían los distintos sectores y sujetos del campo colimense.

576 Solicitud del propietario del Ferrocarril Urbano de Colima al Presidente Municipal de Colima, mayo 6 de 1916; AHMC, Sección "E", Caja 62, Expediente s/n, Año 1916. 577 Samuel Ojeda, Rebeldía…, p. 125. 578 Sobre el particular, véase, Horacio Macias Chapula, "Ley Agraria…, pp. 37-40.

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las mismas como pequeña propiedad. A fin de medir la magnitud de esta medida, la

Secretaría de Agricultura y Fomento, por conducto del Departamento de

Colonización de la Dirección Agraria, se comunicó con el gobernador de Colima para

que proporcionara información a fin de conocer las propiedades nacionales y

particulares que pudieran fraccionarse para la pequeña propiedad y, a su vez,

organizar la estadística de los fraccionamientos de fincas rústicas de propiedad

particular que se hubieran hecho por cuenta de sus respectivos propietarios

colimenses o que estuvieran por verificarse.579

En ese tiempo, entre los hacendados que planeaban dividir sus propiedades

estaban Salvador M. Ochoa y Francisco Santacruz Ramírez.

580 Este último aplazó la

división de su hacienda de Cuyutlán, ubicada en el municipio de Manzanillo, bajo el

argumento de que no se había expedido una Ley Agraria del Estado que posibilitara

fraccionar las fincas que se encontraban en arrendamiento o hipotecadas, como era

su caso. Pero ante lo inevitable, planificó la división de su hacienda en 30 lotes de

entre 135 y 100 hectáreas, los cuales se venderían a 18 mil y 15 mil pesos

respectivamente, mismos que se pagarían de la siguiente forma: mil al momento de

recibir el lote y mil anuales hasta completar el valor.581

Frente a este panorama, se levantaron voces locales como la de Sixto de la

Vega, quien sugirió al gobernador que la Comisión Local Agraria –de la cual formaba

parte– reactivara sus trabajos relativos a la dotación de tierras a los pueblos,

rancherías, comunidades, celebrando las sesiones que por reglamento debería de

efectuar.

582

579 Oficio No. 4204 del Secretario de Agricultura y Fomento, Pastor Rouaix, al Gobernador del Estado de Colima, México, 9 de noviembre de 1918; en AHEC, Caja 926, Sección A, No. 18, Año 1918. Así como, Oficio No. 4919 del Secretario de Agricultura y Fomento, Pastor Rouaix, al Gobernador del Estado de Colima, México, 27 de agosto de 1919; en AHEC, Caja 926, Sección A, No. 18, Año 1918.

Justo en esas fechas, el Congreso del Estado de Colima se encontraba

580 Oficio No. 195 del Gobernador del Estado, Felipe Valle, al Secretario de Agricultura y Fomento, Colima, 16 de noviembre de 1918; en AHEC, Caja 926, Sección A, No. 18, Año 1918. 581 Oficio de Francisco Santacruz Ramírez al Gobernador del Estado, Colima, 20 de noviembre de 1918; en AHEC, Caja 926, Sección A, No. 18, Año 1918. 582 Comunicado de Sixto de la Vega, al Gobernador Constitucional del Estado, Felipe Valle, Colima, 28 de noviembre de 1918; en AHEC, Caja 926, Sección A, No. 18, Año 1918.

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discutiendo un proyecto de Ley Agraria que posibilitara y agilizara el fraccionamiento

de los latifundios.583

4.2.- POLÍTICA LABORAL Y GESTIÓN GREMIAL EN EL AGRO COLIMENSE

Aparte de la implementación de lo contenido en la Ley Agraria del 6 de enero

de 1915, otro de los rasgos característicos de la política del gobernador Ríos y sus

subordinados fue auspiciar la organización de los trabajadores rurales, sobre todo de

campesinos pobres, ejidatarios y peones. Obviamente, en los espacios urbanos

hacían lo propio con los gremios, empleados, profesores y trabajadores de pequeñas

factorías. Dicho agrupamiento estuvo a cargo de los militantes y activistas de la Casa

del Obrero Mundial, establecidos en Colima y coaligados con las fuerzas

constitucionalistas desde 1914. Los resultados de los esfuerzos organizativos en el

medio rural se materializaron en la formación del Sindicato de Agricultores y

Campesinos.

Otro de los frentes que se utilizaron para apoyar las necesidades de los

trabajadores del campo se ubicó en el campo jurídico, expresamente mediante la

puesta en vigencia de reglamentos, leyes y decretos que los protegieran del poderío

y las dinámicas que les imponían los hacendados y poderosos terratenientes. En

esta línea se ubica la designación de un salario mínimo diario a cubrirse

obligatoriamente por todos los empleadores de fuerza laboral. Ligado a ello, se

supervisó con cierta regularidad el monto que se pagaba a los jornaleros, la duración

de la jornada diaria y las condiciones generales de trabajo que privaban en cada uno

de los municipios de la entidad.584

583 Oficio 235, Sección 3ª, del Gobernador Constitucional del Estado, Felipe Valle, al C. Sixto de la Vega, Colima, 30 de noviembre de 1918; en AHEC, Caja 926, Sección A, No. 18, Año 1918.

584 Un ejemplo de lo anterior puede constarse en los reportes remitidos por los presidentes municipales de El Mamey y Tecomán. En el primero, los jornaleros recibían un salario que oscilaba entre 31 y 37 centavos al día, algunos patrones proporcionaban comida y la jornada laboral era de seis de la mañana a seis de la tarde. En Tecomán, se informaba que los empleados ganaban 50 centavos diarios, un sueldo igual percibían los peones de haciendas por una jornada laboral no regida por horas sino por “tareas”. Al respecto véase, Oficio No. 16 de Abundio C. Alcaraz, Presidente Municipal de El Mamey, al Secretario de Gobierno del Estado de Colima, 31 de octubre de 1914; en AHEC, Caja 850, Sección A, No. 19, Año 1914. Oficio Nº 17 de Florencio M Aguilar, Presidente

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Una acción más fue el legislar estatalmente para regular el funcionamiento del

extendido sistema de arrendamiento y aparcería. Se decretó, a fines de noviembre

de 1915, que la retribución por la renta de terrenos y bestias de labranza ya no

debería establecerse mediante el pago en especie de parte de la cosecha

establecida desde el principio de los trabajos agrícolas, sino que debería realizarse

en efectivo (en dinero); además, se contemplaba la exención en el pago de

arrendamiento de dichos terrenos si se presentaba una pérdida por desastres

naturales; también se consideraba que el mediero tenía entera libertad para vender

su cosecha al mejor postor y no entregarla obligatoriamente al dueño de las tierras

arrendadas; otra disposición fue la obligatoriedad que tenían los propietarios de la

tierra para permitir que sus arrendatarios o jornaleros recogieran leña, madera y

pastos de sus otras propiedades, elementos indispensables para su sustento y de

sus bestias de labranza.585

Por otra parte, las organizaciones emanadas de la iniciativa de la Casa del

Obrero Mundial supieron encausar el grueso de las demandas y reivindicaciones de

los trabajadores rurales, así como las solicitudes de tierra ya citadas con

anterioridad; labor que invariablemente se ligaba a los postulados y anhelos de la

revolución “triunfante”. Aunque su labor iba más allá de enarbolar y gestionar

determinadas peticiones o de denunciar abusos laborales, llegándose hasta

emprender tareas de fiscalización y control sobre los patrones.

Con este conjunto de mediadas se dinamizaba la

producción agrícola y se permitía la liberalización de la fuerza laboral.

En este tenor se movió el cuerpo directivo del Sindicato de Agricultores y

Campesinos y algunos de sus agremiados más activos, al reunirse a mediados de

diciembre de 1915 en su local situado en la capital del estado. Luego de sus

deliberaciones, dentro de los acuerdos tomados figuraron el nombramiento de

comisiones de dirigentes obreros para darle seguimiento a todas las medidas

decretadas por las autoridades estatales en beneficio de los trabajadores rurales, a

fin de asegurar su debido cumplimiento por la contraparte: los hacendados y grandes Municipal de Tecomán, al Secretario de Gobierno del Estado de Colima, noviembre 11 de 1914; en AHEC, Caja 866, Sección A, No.19, Año 1914. 585 EC, noviembre 27 de 1915, pp. 250-252.

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propietarios de la tierra. La labor de dichas comisiones se orientó a concurrir a los

establecimientos agrícolas en activo, sobre todo haciendas y grandes ranchos que

empleaban fuerza laboral; una vez en estos sitios, solicitaban que los dueños o

administradores les presentaran sus libros de registro o contratos de trabajo a fin de

detectar las condiciones laborales y remuneración que recibían medieros,

arrendatarios o peones agrícolas. El objetivo era supervisar si los patrones y dueños

de la tierra cumplían con los decretos sobre salario mínimo y el reglamento sobre

mediería y arrendamiento; sobre todo este último, aprobado recientemente, un mes

antes de que los dirigentes de la COM emprendieran dichas tareas de inspección.

Estas brigadas de los sindicatos adheridos a la Casa del Obrero Mundial

ponían énfasis especial en que al término de dichos contratos o disposiciones

establecidas entre dueños de la tierra y trabajadores, se realizaran las liquidaciones

correspondientes a las ya señaladas normas fijadas por las autoridades estatales a

fines de noviembre de 1915. Dos aspectos se cuidaban: que los procesos de

liquidación se hicieran en presencia de los trabajadores y de que a todo labrador o

arrendatario se le entregara constancia formal, donde se fijara la cantidad que

debería de pagarse por concepto de renta, habilitación o compra de despensa, en

liquidación con la propia finca.

El cuidado puesto por esta organización en la sanción de los contratos,

obedecía a un intento por sujetar a los hacendados a las nuevas legalidades, que

estaban emanando de la revolución, dejando de lado las relaciones asimétricas de

tipo clientelar y personalizadas antaño establecidas.

Al mismo tiempo de estas labores de indagación, se aprovechaba la ocasión

para que los peones y labradores construyeran una caja de resistencia que

administraría la propia Casa del Obrero Mundial, a la cual se destinarían una

pequeña porción de sus ingresos para las eventualidades que, como gremio,

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pudieran presentárseles o padecieran las desventuras o “caprichos” que la

naturaleza osaba jugarles.586

Este proceso de organización de ciertos sectores de los trabajadores

colimenses se hizo extensivo a la municipalidad de Comala. A fines de 1915, en la

oficina de la Casa del Obrero Mundial con domicilio en la ciudad de Colima, se

congregaron pobladores del Suchitlán para formar el Sindicato de Agricultores y

Campesinos del pueblo de Suchitlán. Dicho organismo se adhirió a las demás

agrupaciones sindicalistas fundadas bajo los auspicios de la Casa del Obrero

Mundial, coincidiendo con el propósito de “…trabajar por el mejoramiento moral,

intelectual y económico de las clases trabajadoras y a la vez con el objeto de unificar

y levantar el espíritu del Pueblo”.

587 La mesa directiva de este sindicato quedó

compuesta por: Agustín Miguel, Secretario General; Gorgonio Ávalos, Secretario del

Interior; Sabino de la Cruz, Secretario del Exterior; y José María Cruz, Tesorero.588

De esta manera, la organización de la Casa del Obrero Mundial, propició la

creación del espacio social necesario para la articulación y coordinación de los

grupos subordinados, espacio social que escapaba del viejo control y vigilancia de la

élite local, hecho que les permitió reafirmar sus lazos y desarrollar la resistencia.

589

En cuanto este bisoño colectivo de la COM arribó a Suchitlán, procedieron a

reunir a sus paisanos para efectuar la votación que nombrara autoridades en el lugar;

la votación mayoritaria recayó en Agustín Miguel como Comisario Propietario, y

Gorgonio Ávalos, como su suplente; para Jefes de las Acordadas se eligieron a

586 Acuerdos de la Mesa Directiva del Sindicato de Obreros y Campesinos de la Casa del Obrero Mundial, Colima, Col., 13 de diciembre de 1915; en AHEC, Caja 881, Sección A, No. 19, Año 1916. 587 Ibíd. 588 Como vocales de dicho sindicato figuraron: Victoriano Miguel, Demetrio Velásquez, Lorenzo Martínez, Ignacio de la Cruz, Ciriaco Martínez, Antonio Ríos, Anacleto Martínez, Tomás Cristóbal, Leobardo García, Anolel Macias, Juvencio Ascencio, José Santos, Juan Marcial, Ricardo García, Heladio Apolinar, Rómulo Velásquez y Gregorio Martínez. Al respecto véase, Oficio Nº 9 de Ignacio Prado, Secretario General de la Casa del Obrero Mundial, al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Colima, Col., 7 de enero de1916; en AHEC, Caja 889, Sección A, No. 19, Año 1916. 589 James Scott, Los dominados…, p. 147.

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Francisco Máximo y Juan de Jesús, presidente y suplente respectivamente; para

Juez del Estado Civil, se nombró a José María Cruz.590

Pero la labor de los agremiados a la COM en tierras comaltecas no se limitó a

la elección de autoridades. Dos semanas después, en la hacienda de Nogueras, se

reunió una comisión de esta agrupación gremial con representantes del gobernador

sustituto Francisco Ramírez Villarreal, para buscar soluciones sobre los conflictos de

agua que se suscitaban entre los propietarios de dicha hacienda y los indígenas de

Suchitlán. La labor del ingeniero nombrado por las autoridades no fue más allá del

reconocimiento del terreno, actitud que no dejó satisfechos a los sindicalistas,

quienes lo catalogaron de parcial, ya que:

…sólo hace un reconocimiento adhesivo a la tierra de los

hacendados, que se precian de extorsionar a los indígenas y se

interesa más bien en lo que incumbe a los explotadores de tierras, de

aguas y de felicidades; que en cuanto al reconocimiento de las tierras

privadas de agua y de las necesidades que son las mayores

propiedades del Pueblo, no hubo preocupación alguna porque sus

moradores no cuentan con un capital para saciar la ambición de tantos

rapaces.591

Incluso llegaban a juicios tan radicales como sostener que, por medio de la

gestión y la legalidad implementada por este tipo de funcionarios, era “…más fácil

regar la tierra del desgraciado Pueblo de Suchitlán, en caso contrario, con sangre de

todos los burgueses que delinquir las Sacrosantas Leyes de la Revolución actual”.

592

590 Comunicado de Agustín Miguel, Secretario General del Sindicato de Agricultores y Campesinos de Suchitlán, al Gobernador Constitucional del Estado, Suchitlán, Col, 8 de enero de 1916; en AHEC, Caja 889, Sección A, No. 19, Año 1916.

591 Acta de F. Cruz, R. Torres y Leonardo Jaramillo, Comisionados de la Casa del Obrero Mundial, Nogueras, Col., 24 de enero de 1916; AHEC, Caja 889, Sección A, No. 19, Año 1916. 592 Ibíd.

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En fin, la Casa del Obrero Mundial, durante su corta existencia dentro de la

historia laboral de Colima, se esmeró por mejorar las condiciones de vida de la clase

trabajadora, tanto la ubicada en los centros urbanos (la ciudad de Colima) como el

mayoritario sector ubicado en las zonas rurales. Existencia que se desenvolvía en

tiempos sumamente convulsos y críticos, lo que ocasionaba una vida llena de

limitaciones y penurias para este amplio sector de la sociedad colimense.

Rastrear las condiciones que normaban la vida de los trabajadores rurales en

la entidad no es tarea sencilla por lo precario de las fuentes y lo escaso de las

referencias al respecto en las pocas existentes, o más aún –como dijera Jean-Claude

Schmitt– Cómo escuchar la voz de los marginados del pasado cuando por definición

fue ahogada por los detentadores del poder, que hablaba de los marginados, pero no

los dejaban hablar.593 Es decir, durante estos años revolucionarios el sentir de los

trabajadores del campo generalmente estaba mediado por un discurso oficial erudito.

Pero aún así, algunos pasajes pueden dar visos de esta realidad. En este camino se

pueden situar a los reportes sobre los trabajadores de Coquimatlán para 1914,

turnados a las oficinas del Secretario de Gobierno, donde se aludía a la población

aglutinada en el rancho El Pedregal: según la nota, la mayor parte de los vecinos de

este rancho eran labradores en pequeño que laboraban por sí mismos y que vivían

en casas propias con la comodidad que sus recursos les permitía. Obviamente que lo

anterior lleva implícito todo el sesgo que significa el hecho de que el informante era el

propietario del rancho. Aún más, su optimismo se extendía al mencionar que ya

estaba funcionando una escuela y que cuando se presentaban enfermedades, el

mismo se encargaba de prestar los auxilios necesarios, tanto a sus sirvientes como

al resto de los habitantes del lugar.594

Años más tarde, apenas aprobados los preceptos laborales en la Constitución

de 1917, las autoridades de Colima se dedicaron a formular un diagnóstico de las

condiciones de trabajo que existían en las distintas haciendas de la entidad, dicho

593 Jean-Claude Schmitt, “La historia de los marginados”, La nueva historia, Jacques Le Goff, Roger Chartier y Jacques Revel (Eds.), Bilbao, Ediciones Mensajero, (Col. Diccionarios del saber moderno), s/f, p. 417. 594 Véase, Carta de Servando L., Villa de Álvarez, agosto 16 de 1917; en AHEC, Caja 848 (b), Sección A, No. 20, Año 1914.

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sea de paso, apoyándose nuevamente en los reportes que de sí mismos hacían los

patrones. Desde lugares donde la presencia del sistema de haciendas tenía mucho

peso, como era el caso del norte y sur colimense, personajes prominentes en esta

materia, como Arnoldo Vogel y Carlos Meillón, manifestaban que sus haciendas

contaban con varias casas para viviendas de empleados, las cuales reunían las

condiciones de comodidad e higiene marcadas por la ley, además se mostraban

dispuestos a implementar la orden que se les remitió, referente a que se aumentara

el numero de casas para trabajadores hasta donde fuera posible y se procurara

destinar un local para enfermería (Fig. 23). De paso agregaban que ya contaban con

escuela, pero que se esmerarían en mejorarlas.595

Fig. 23. Patio principal de la hacienda de San Antonio, con la zona habitacional de los peones acasillados al frente.596

595 Correspondencia de Arnoldo Vogel y Carlos Meillón al Secretario General de Gobierno, Colima, Col., 5 de agosto de 1917; en AHEC, Legajo 848 (b), Sección A, No. 20, 1914. 596 Tomado Marie Robinson Wright, Picturesque Mexico, Filadelfia, J. B. Lippincott, 1897, publicada por Servando Ortoll, Vogel. Las conquistas…, p.14.

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Sin embargo, esta disposición de los hacendados a cumplir con tales

requerimientos, sólo fue verbal, ya que, a decir de Cresenciano Vázquez García, un

ex peón de San Antonio:

En este sitio no había doctor, así que era imposible recibir

atención médica. La gente se curaba con yerbas o como podía, por

eso había tantas personas cicatrizadas de viruela. Otra enfermedad

que ahí hacía estragos era el paludismo, y a eso agreguemos que la

mayoría de los habitantes traía constantemente sus piernas llagadas

por tanto mosco ‘barrilillo’ y por el zacatal. San Antonio no contaba ni

siquiera con un curandero. Estábamos a la buena de Dios. Yo no

recuerdo a ninguna persona que supiera curar, aunque fuera

líricamente.597

En términos discursivos sonaba muy bien, pero como dice un refrán popular

“del dicho al hecho hay mucho trecho”, ya que esta actitud comprensiva y hasta

bondadosa de estos hacendados hacia sus peones y empelados se pondría en

entredicho por una realidad que en esos mismos instantes se estaba presentando. A

principios de agosto de 1917, en las oficinas del Juzgado de Primera Instancia del

Ramo Civil, un extrabajador de Arnoldo Vogel tuvo que recurrir a formular una

demanda para exigir el pago de $401.38 pesos, que se le adeudaba por salarios

devengados en la hacienda de San Antonio, después de haber laborado en la

misma, entre el 1o de julio 1915 y el 30 de abril de 1917.

598

Otra imagen que también muestra a trabajadores del campo, pero éstos ya más

liberados de la tutela y condiciones laborales del hacendado, se exhibe en los

597 María del Carmen Orozco, “La Hacienda…, p.330. 598 Véase, Carta poder de Gulibaldo Flores a J. Jesús Ahumada, Colima, 11 agosto 1917, y notificación de J. Jesús Ahumada al Juez de lo Civil y de Hacienda, Colima, 14 agosto 1917; en Archivo del Poder Judicial del Estado de Colima (en adelante APJEC), Juzgado de Primera Instancia de lo Civil y de Hacienda, Ramo Civil, Juicio Nº 294, 1917.

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reportes de 1917 sobre la realidad que se vivía en la hacienda el "Trapiche", en la

cual, una vez que había salido airosa del intento de reparto agrario ejidal, sus dueños

procedieron a dividir la propiedad en varias parcelas; de ahí surgió El Parián, El

Zapote y el mismo Trapiche. El apoderado general de la dueña del predio El Trapiche

informaba que sólo 13 o 14 mozos vivían en la llamada casa principal “con las

comodidades e higiene posibles”, el resto de los trabajadores vivían en sus

respectivos domicilios,599

Por otro lado, un asunto que preocupó sobremanera a las comunidades

rurales, fueran estas indígenas o mestizas, era la utilización del agua de los ríos y

arroyos que atravesaban por sus poblados y tierras de labranza; lo que se expresó

de manera más reiterada en los poblados de Comala, Suchitlán y Cuauhtémoc. Este

tema provocó reiterados conflictos entre los pobladores y hacendados del lugar, ya

que los últimos acaparaban gran parte de este líquido para regar sus amplios

sembradíos. Una de estas dificultades ocasionó que un nutrido grupo de habitantes

del poblado de Cuauhtémoc solicitaran la intervención del gobernador del estado

para que se les otorgaran aguas, así también para que separara de su cargo al titular

de la Comisión Local Agraria, debido a que dicho funcionario decretó como federales

las aguas que corrían por el poblado, categoría que los inconformes rechazaban

tajantemente.

lo que implicaba no depender directamente del control

patronal.

600

Todo este conjunto de acciones organizativas y reivindicativas emprendidas

por los pobladores rurales del Estado de Colima, hacen pensar en la idea de Eric

Hobsbawm en torno a que en una situación política como la que se vivía en la

entidad “…hay algo que se ha filtrado hasta los poblados y los ha convencido de que

los tiempos están cambiando: la estrategia normal de la pasividad tal vez puede

sustituirse por la actividad”.

601

599 Rosendo R. Rivera al Secretario de Gobierno, septiembre 25 de 1917; en AHEC, Caja 848, Sección A, No. 20, Año 1914.

Dicha pasividad, tal vez, tendió a disiparse, ya que el

comportamiento de varios grupos de habitantes del agro y el limitado medio urbano

600 Habitantes del poblado de Cuauhtémoc al Gobernador Constitucional del Estado, 3 de noviembre de 1917; en AHEC, Caja 848 (b), Sección A, No. 20, 1914. 601 Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 1998, p. 215.

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colímense se volvió cada vez más nítido. Particularmente, la actitud de los

pobladores de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán daría cuenta de ello.

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VII SUCHITLÁN Y COFRADÍA DE SUCHITLÁN EN

PLENOS AÑOS REVOLUCIONARIOS

1.- ENTRE LA VIOLENCIA Y EL CONFLICTO REVOLUCIONARIO

Los sucesos que se originaron a partir de la ruptura entre los distintos bandos

revolucionarios, ocurrida en el último tercio de 1914, tuvieron sus repercusiones en la

zona de Comala y, específicamente, en las zonas indígenas establecidas en las

faldas del volcán de Colima. La pugna entre constitucionalistas y villistas irradió en

estas tierras y ocasionó un clima agreste donde la violencia y la inseguridad hicieron

acto de presencia.

Este proceso se entremezcló con el conflicto que estaban viviendo los

indígenas con los hacendados del lugar. Muestra de ello, a principios de 1915, el

comisario y secretario de Cofradía de Suchitlán denunciaban ante las autoridades

estatales que su pueblo:

…ha sufrido con tanto enemigo avecindado, y los indígenas

todos proclamamos a la ayuda de armas que usted nos a de

garantizar, y también auxilio de su ejército, y por lo consiguiente doy al

Gobierno los nombres de los enemigos de la pobrería y del gobierno

constitucionalista, los cuáles son Próspero Martínez indígena, y

Eutimio Velásquez, Paulino Escamilla, Cirilo Escamilla, y Porfirio

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Vázquez vecinos, y Teodoro Cruz, pronunciado capitán a favor de

toda la gente de mala conducta.602

Para enfrentar este problema solicitaban que se les autorizara detener y

remitir a las autoridades de Colima a todos los vecinos que estuvieran a favor de

dichos individuos y que constantemente atentaban contra “los pobres”, acción que

podrían realizar si la acordada del lugar recibía el apoyo necesario. En rápida

respuesta, se les enviaron doce carabinas equipadas con cien cartuchos cada

una.

603

Es de suponerse que las personas denunciadas constituían un núcleo de

individuos que, al tiempo que mantenían nexos con el hacendado Vogel, mostraban

proclividad a los grupos armados que se identificaban con el villismo que se

desplazaba por el norte de Colima y grupos similares que actuaban en el sur de

Jalisco, pero que realizaban furtivas incursiones en esta zona colimense.

Al pretender desempeñarse como áctivos agentes militares del

constitucionalismo, los agraristas sucitlecos buscaban no sólo la protección de sus

tierras, sino cobrarse viejas cuentas, o cuando menos exteriorizar su fuerza ante sus

detractores de antaño. Era una forma de desquite que llevaba implícita la

reafirmación de la dignidad y del valor humano luego de que se les había hecho (o se

sentían víctimas) un daño o lesión. Era un sentimiento detrás del cual estaba el

agravio moral y el sentimiento de injusticia. 604

Como los núcleos opositores al constitucionalismo significaban una amenaza

contra esta comunidad, ya que al encontrarse al amparo de las autoridades, los

suchitlecos los focalizaron como sus enemigos a vencer, o cuando aspiraban a su

neutralización; dentro de estos opositores se encontraba la facción villista. Un

indicador de la incursión de estos grupos armados en la zona se encuentra en la

602 Oficio de Lorenzo Apolinar, Comisario municipal de Cofradía de Suchitlán, al Gobernador Coronel del Estado, Cofradía de Suchitlán, 12 de enero de 1914; en AHEC, Caja 871, Sección A, No. 19, Año 1915. 603 Ibíd. 604 Barrington, Moore, La injusticia..., p. 29.

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denuncia que Claro Guzmán y demás pobladores de Cofradía realizaron ante el

mismo Presidente de la República Venustiano Carranza, acerca de que en enero de

1916, Vogel los amenazó con echarle a los villistas si no abandonaban los terrenos

que el reclamaba como suyos. Aunque –al parecer– al hacendado no le eran

imprescindibles los grupos villistas, ya que los indígenas denunciaron que mediante

la paga de Vogel, una escolta de militares constitucionalistas los detuvo y los

amenazó con ahorcarlos. Todo esto los hacía manejar la posibilidad de armarse y

adoptar una actitud hostil.605

Sin embargo, parece que la violencia y los actos vandálicos no sólo los

padecieron los indígenas. A mediados de 1916, hasta el mismo Arnoldo Vogel se

quejaba de sus efectos, como es el caso de la destrucción de la línea telefónica que

conectaba a su hacienda de San Antonio con la ciudad de Colima, por lo que

demandaba la intervención de las autoridades de los municipios de Colima y Villa de

Álvarez.

606

Desde hace varios años mi Hacienda ha sido el blanco de

varias partidas de bandoleros, inclusive la de [Vicente] Alonso, las que

por configuración del terreno y por lo apartado de esta ciudad,

merodean incesantemente por terrenos de la finca. Como

consecuencia de ese inminente amago, mi vida esta constantemente

en peligro, así como la de mis empleados y sirvientes…He sido

Dos años después el mismo hacendado seguía insistiendo sobre esta

realidad que laceraba sus intereses:

605 Carta de Claro Guzmán, Representante de Cofradía y demás signatarios al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Cofradía de Suchitlán, 29 diciembre de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003. 606 Oficio Nº 29 del Presidente Municipal de Colima al Comisario de Policía Municipal, Colima, 30 de agosto de 1916 y Oficio del Presidente Municipal de Villa de Álvarez al Presidente Municipal de Colima, Villa de Álvarez, 7 septiembre de 1916; AHMC, Secc. E, Caja 61, Exp. 1 y Exp. s/n.

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asaltado más de una ocasión y plagiado, habiendo tenido necesidad

de pagar un fuerte rescate. 607

En estas líneas, además de aludir a las condiciones adversas en las que se

desenvolvía su actividad productiva, la mención de los riesgos de sus trabajadores

muestra al hacendado con uno de sus rasgos típicos: su carácter de cacique dotado

de aires de paternalismo. Esto mismo es recreado por el escritor Juan Macedo

López, al rememorar un pasaje de su niñez y su estancia en la hacienda de San

Antonio, la cual ya se veía envuelta por las lengüeteadas de la violencia

revolucionaria; en su crónica señala que después de que “Mujeres y hombres en

oleadas silenciosas buscaron lentamente refugio bajo los portales de piedra y la

iglesia…”, y de que “…los revolucionarios indios y mestizos, impasibles, disparaban

calmadamente…”, los rezos desaparecieron y la multitud salió de sus refugios, su

narración se detiene en la figura de Arnoldo Vogel, que había permanecido inmóvil

bajo un árbol:

Así había permanecido, en el disturbio de las balas, inerme y

grave, con frialdad que no era pose, velando por los suyos. Avanzó

sobre un grupo. Los chiquillos nos mantuvimos a distancia,

intimidados por su presencia. Se abrió paso entre los hombres y las

mujeres, llegó hasta nosotros, acarició cabezas, volvió sus pasos y lo

vimos perderse entre la jaula y las begonias del estrado.608

Por su parte, los indígenas suchitlecos tenían sus propios problemas. En

febrero de 1916, Gorgonio Ávalos, en su calidad de comisario municipal propietario

de Suchitlán, informó al secretario de gobierno que en los bosques de las barrancas

607 Correspondencia de Arnoldo Vogel al H. Congreso del Estado de Colima, Colima 22 de julio de1918; en APLEC, Libro de Actas, Legislatura XX (06.05.1918/07.09.1918), Caja 123 bis1, pp. 1541-1559. Sin embargo, varios indígenas de la región y peones de la hacienda declaraban que Vogel llegó a dar asiló al Vicente Alonso en las instalaciones de su hacienda, al respecto véase: Samuel Ojeda, Rebeldía…, pp. 175 ss. 608 Juan Macedo López, Laudanzas a Sinaloa y a Colima, México, Editorial Culiacán, 1984, p. 158.

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y montes cercanas al pueblo existían algunos bandoleros armados que hostilizaban,

intimidaban y extorsionaban a indígenas que caían en su poder so pena de pasarlos

por las armas. Debido a que la comisaría a su cargo carecía de armas, Ávalos

suplicaba se le auxiliara con personal que inspeccionara esos bosques y eliminara el

peligro constituido por este núcleo de bandoleros.609

Era tanta la amenaza que padecían los pobladores de Suchitlán, que el

gobierno constitucionalista armó a una partida de ellos para que resguardaran sus

vidas y familias, al tiempo que contribuían con el combate a los opositores del

constitucionalismo y auxiliaban en las tareas que instrumentaban estas nuevas

autoridades. Así que, los indígenas de Suchitlán se sumaron a las filas y tareas

constitucionalistas, no sólo para satisfacer sus aspiraciones agrarias, sino que

existieron motivaciones similares a otros grupos rurales del país, como en el caso de

los campesinos de la serranía poblana; en este lugar, los campesinos, cansados de

ser víctimas de las arbitrariedades de la violencia revolucionaria, vieron a menudo al

reclutamiento militar como la mejor oportunidad de ganar protección para sus familias

y comunidades.

610

Por tanto, los indígenas suchitlecos no permanecieron inermes ante los delitos

que se cometían en la comunidad. Por ejemplo, a raíz de un crimen cometido el 10

de junio de 1917, detuvieron a Clemente Ochoa y –pese a que para algunos era una

persona honrada y trabajadora– lo remitieron a Comala para que se le investigara y

declarara como testigo, pues se presumía que conocía la identidad de los autores de

dicho crimen.

611

En general, los pobladores de la municipalidad de Comala se sentían

hostigados por el bandolerismo que deambulaba en esta zona, específicamente

609 Gorgonio Ávalos, Comisario municipal Propietario de Suchitlán, al Secretario de Gobierno del Estado, Suchitlán, 1o de Febrero de 1916; en AHEC, Caja 888, Sección A, No. 19, Año 1916. 609 Oficio de la Presidencia Municipal de Comala al Presidente Municipal de Colima, junio de 1917; en AHMC, Sec. E, Caja 76, Leg. 45, Año 1917. 610 Sobre el papel desempeñado por los campesinos serranos de Puebla en el conflicto revolucionario, véase, Keith Brewster “Caciquismo en el México rural de los años veinte: el caso de Gabriel Barrios”, en Historia y grafía, México, Universidad Iberoamericana, Nº 8, 1997, p. 219. 611 Comunicado de J. Felipe Valle, Gobernador del Estado de Colima, al C. Comandante de la Gendarmería de Colima, Col., 29 de mayo de 1918; en AHMC, Sec. E, Caja 78, Leg. 48, 1917.

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entre San Antonio y Cofradía, de ahí que a mediados de 1918, los destacamentos

militares establecidos en Comala, Cofradía y Suchitlán, por instrucciones del

Gobernador J. Felipe Valle, recibieron auxilio desde Colima para realizar dicho

operativo.612 Las medidas y facilidades para enfrentar a bandoleros y asaltantes se

extendieron tanto a pobladores como hacendados colimenses.613

En lo que respecta a las amenazas contra los indígenas de Suchitlán, éstas se

siguieron presentando ya entrados los años veinte. Uno de estos hechos ocurrió el

20 septiembre de 1923, cuando un grupo de ocho hombres armados, llegaron a la

casa del Sr. León Vázquez, exigiendo a la esposa de éste comestibles e información

acerca del domicilio del Presidente del Comité Particular Administrativo y de los

principales comerciantes. Tan pronto como se enteraron de que en el pueblo estaba

una escolta federal, se retiraron rumbo a la ranchería de “Paredes”, ubicada al norte

de Comala. El Presidente Municipal de Comala envió una partida de la policía por los

rumbos de Paredes y Suchitlán pero su búsqueda resultó infructuosa.

2.- EL CONFLICTO AGRARIO EN SUCHITLÁN

Recién se había instalado el gobierno constitucionalista en el Estado de

Colima, cuando, a fines de agosto de 1914, se formuló una queja por parte de los

indígenas de Cofradía de Suchitlán en contra de Arnoldo Vogel y Atanasio Ceja, este

último comisario municipal de Cofradía de Suchitlán, por despojar de lotes a los

comuneros del lugar y orillarlos a alquilar sus terrenos para ocuparse de la labranza,

a quienes mostraban resistencia se les amenazaba con fusilarlos. En respuesta a la

denuncia, el gobernador dispuso el cambio de dicho comisario. 614

613 Por ejemplo, ese mismo año de 1918, las autoridades atendieron positivamente la petición del señor Enrique Schöndube, propietario de la hacienda “La Cofradía y anexas”, para obtener licencia de armar peones que garantizaran los intereses a su cargo contra el abigeato frecuente en el lugar. La autorización consistió en armar cinco peones dedicados a dar garantías y protección a los intereses del Sr. Schöndube, dentro de los límites de su propiedad. Véase: Oficio No. 137153-38893, Sec. 2ª, Mesa 1ª, del General Oficial Mayor Encargado del Despacho, Juan José Ríos, al Gobernador del Estado, México, 30 de octubre de 1918; en AHEC, Caja 926, Sección A, No. 18, Año 1918. 614 Carta de los habitantes de Cofradía de Suchitlán al Gobernador del Estado, 29 de agosto de 1914; en AHEC, Caja 848, Sección A, No. 20, Año 1914.

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Pero las medidas del nuevo gobierno no se limitaron a remover funcionarios

menores que atentaban contra las comunidades indígenas. Al amparo de la

mencionada Ley Agraria, emitida por Carranza a principios de 1915, las demandas

de reparto y restitución agraria se extendieron por el municipio de Comala. Ese año –

el 20 de noviembre de 1915– el poblado de Suchitlán formuló la petición de

restitución de tierras, bajo el argumento que desde finales del siglo pasado fueron

despojados u obligados a venderlas ante la amenaza y presión de hacendados y

grandes propietarios. Debido a esta situación, la comunidad indígena de Suchitlán

estaba reducida al casco del pueblo y, desde fines del siglo pasado, fincaba sus

ingresos y subsistencia de “…vivir de peones en las haciendas de San Antonio y

Nogueras, y el ir anualmente a prestar nuestros brazos a las haciendas de la costa al

sur de Colima”.615

A partir de la queja contra las autoridades locales, la denuncia de despojo y

solicitud de restitución de tierras, los indígenas suchitlecos dejaron claro que los

vínculos derivados de una relación establecida entre la comunidad y sus superiores –

los hacendados del área– se dislocaron como agentes de estabilidad social, al

separarse a través de una competencia por la tierra auspiciada por las recientes

instituciones gubernamentales, quienes al prodigar: “…una solidaridad rebelde y

revolucionaria, los engranajes institucionales son de tal naturaleza que difunden los

agravios por la comunidad campesina y la convierten en un grupo solidario

hostil…”

De la dotación de terrenos que recibieron producto del deslinde de

1883, sólo 27 lotes seguían en poder de los indígenas, el resto fueron vendidos a

precios bajísimos a las haciendas de Nogueras y San Antonio. Por todo lo anterior,

pidieron que se les otorgara ejidos de manera provisional. Dicha solicitud iba firmada

por 67 vecinos y otros 155 lo suscribían pese a no saber leer.

616

Pero volviendo a la demanda indígena, como esta solicitud iba dirigida al

gobernador de la entidad, tardó cerca de cuatro meses en darle curso a dicho

trámite, al enviar dicha solicitud a la Comisión Local Agraria. No obstante, ya antes,

contra sus amos, adversarios u opresores.

615 Solicitud de Agustín Miguel y demás signatarios al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, Col., 17 de marzo de1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 616 Barrington Moore, Los orígenes…, p. 384.

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desde el mes de enero, por su propia cuenta y riesgo, las autoridades encabezadas

por Juan José Ríos resolvieron dotar al pueblo de Suchitlán con una extensión de

una legua cuadrada rodeando al fundo legal del poblado y entregársela para su uso

comunal (Fig. 24). En cumplimiento a tal determinación, el día 11 de ese mes de

enero, el profesor Basilio Badillo se presentó en la plaza pública de Suchitlán en

representación del gobierno estatal, para lanzar la declaratoria –ante la presencia de

una congregación de vecinos– de que a partir de ese día, Suchitlán era dueño en

comunidad y provisionalmente, de la mencionada extensión de tierras y que,

igualmente, le pertenecían el uso de pastos, aguas, montes, maderas y todo lo anexo

a las tierras reivindicadas.617

617 Sobre el particular, véase: Documentación turnada al ingeniero José S. de la Vega, topógrafo de la CNA al Jefe de la Dirección Auxiliar de la Comisión Nacional Agraria, México, 19 de marzo de 1916; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9 (No. 041/013/001).

Más allá de la emotividad del acto, la amplia posesión

decretada rebasaba las atribuciones del secretario de educación de Colima y del

propio gobierno del estado.

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Fig. 24. Plano de los terrenos del pueblo de Suchitlán.618

Inmediatamente después del mencionado acto, los indígenas pasaron a 618 Tomado de: ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9 (No. 041/013/001). Cabe aclarar que la mayoría de estos terrenos se encontraban en manos de particulares.

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ocupar las tierras que antes eran suyas. Las propiedades que resultaron afectadas

con los Ejidos de Suchitlán fueron, sobretodo, las tierras de la hacienda de

Nogueras; además, “…quedarían dentro del Ejido seis o siete pequeñas propiedades

menores de doce hectáreas, de individuos no indígenas, sino avecindados, pero que

son tierras que compraron de los primitivos Ejidos”.619

A pesar de que la afectación fue menor para la hacienda de San Antonio, la

protesta del hacendado alemán no tardó en hacerse escuchar. A fines de enero, se

dirigió al gobernador del Estado, arguyendo que:

…una comisión de hombres armados, encabezada por el

indígena Esteban Marcial que se dice autoridad de Suchitlán, y por

alguna otra, cuyo nombre no pude averiguar y que se llama

Representante de la Casa del Obrero Mundial, so pretexto de restituir

ejidos a aquel pueblo ha ido a despojarme de algunos terrenos anexos

a la Hacienda de San Antonio de mi propiedad, que tengo adquiridos

legalmente, y son los 17 y 1/2 lotes del repartimiento de tierras de

aquella extinguida comunidad de indígenas, marcados con los

números 333, 304 1/2, 308, 311, 312, 314, 316, 318 al 322, 326 al

330, que según los planos y operaciones del reparto pertenecieron no

al pueblo llamado Suchitlán, sino al llamado Cofradía de Suchitlán, y

se hallan ubicados al sur de este último lugar y al norte del Pueblo,

619 Oficio del Presidente de la Comisión Local Agraria al Secretario de la Comisión Nacional Agraria, Colima, 4 de junio de 1917; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, No. 04/013/00.

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esto es, entre ambas poblaciones, midiendo una superficie

aproximada de 28 hectáreas. 620

El hacendado elevó una airada protesta no sólo por la acción misma, sino

también porque ni siquiera se le notificó la causa que motivaba dicho procedimiento

(Fig. 25). Así mismo, se quejaba de que, además de la ocupación de los predios a

mano armada, impedían que los ocuparan y trabajaran personas a quienes se los

había entregado a medias o en arrendamiento. En su listado de quejas también

figuraba la destrucción de la toma de agua que San Antonio poseía para la irrigación

en sus numerosos terrenos ubicados en Cofradía, con la clara intención de conducir

el líquido a las tierras de Suchitlán. Por todo ello, el alemán demandaba garantías y

la nulidad de dichas acciones.

Pero esta protesta no fue impedimento para que con un sentido de propiedad,

los pobladores de Suchitlán de inmediato recibieran la dotación agraria y la abrieran

al cultivo, con el acuerdo tácito de algunos de sus antiguos poseedores (Figs. 25 y

26). Con las tierras y aguas asignadas emprendieron labores de siembra de maíz y

frijol en un promedio superior a las 25 hectáreas, aunque sus trabajos agrícolas

enfrentaron nuevos contratiempos, ya que al mes siguiente –en febrero de 1916–

desde la Secretaría de Gobierno se dispuso que los pobladores utilizaran el agua por

el día y la hacienda de Nogueras por la noche, medida que no agradó a los

indígenas; de manera tal que, tras reunirse en sesión sindical, enviaron una comisión

a gestionar más agua a su favor. En respuesta, el mandatario estatal les otorgó tres

horas más de uso de tan vital líquido.621 A la vez, consiguieron autorización para

decomisar maíz a personas del lugar que se negaban a venderlo entre la

población.622

620 Solicitud de Arnoldo Vogel al Gobernador del Estado de Colima, Colima, 27 de enero de 1916; en AHEC, Caja 889, Sección A, No. 19, 1916.

621 Oficio Nº 2 de Agustín Miguel, Secretario General del Sindicato de Agricultores y Campesinos de Suchitlán, al C. Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, Col., 29 de marzo de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No.18, Año 1916. 622 Oficio del Secretario del Gobierno y de la Comandancia Militar a Agustín Miguel y Sabino Cruz, Colima, 4 abril 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916.

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Fig. 25. Tierras de las haciendas de Nogueras y San Antonio que circunscribían a las poblaciones de Cofradía de Suchitlán y Suchitlán.623

623 ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, No. 04/013/00.

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Fig. 26. Plano que muestra las pequeñas, medianas y grandes propiedades que rodeaban a la población de Suchitlán.624

624 ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, No. 04/013/00.

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Así que, ya había quedado atrás el goce experimentado durante el acto

protagonizado por Badillo, aparte de las carencias de alimentos y agua; a los

indígenas les hacia falta el dictamen de las instancia agrarias responsables

legalmente de la adjudicación de terrenos. Por ello, su paciencia empezó a agotarse

de tal manera que, en marzo de 1916, el comisario del pueblo y un buen número de

pobladores –invocando lo contenido en la mencionada Ley del 6 de enero de 1915–

demandaron ante el gobernador de la entidad, la restitución de los terrenos de ejidos

que le correspondían al pueblo de Suchitlán, para que se les diera posesión en breve

lapso y aprovechar las siembras de temporal que se acercaban.625

Ante tal solicitud, el 30 de marzo de 1916, la Comisión Local Agraria (CLA)

ratificó las razones expuestas por los indígenas, para resolver la viabilidad y

conveniencia de la dotación ejidal a su favor.

626 El dictamen de la CLA fue en los

mismos términos ya establecidos por las autoridades estatales: la restitución ejidal

debe medir una legua por cada viento a contar del límite del fundo legal, tierras a

adjudicarse por medio del procedimiento de la expropiación y se efectuaría de

manera provisional, mientras se cumplían los requisitos que marcaba la ley en la

materia.627

Así que, en virtud de que dicha solicitud fue dictaminada favorablemente, ese

mismo año Suchitlán recibió una dotación provisional por parte de la Comisión Local

Agraria, en tanto la Comisión Nacional Agraria emitía una resolución definitiva sobre

el particular. Aunque la legua cuadrada de terreno que recibieron bajo ese concepto

no pasaron a usufructuarla en los términos establecidos, ya que imposibilitados para

enfrentarse a los terratenientes afectados, optaron por sembrar las pequeñas tierras

625 Solicitud de Agustín Miguel y demás signatarios al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, Col., 17 de marzo de1916; en AHEC, Caja 897, Año 1916. 626 Sobre el particular, véase, Documentación turnada al ingeniero José S. de la Vega, topógrafo de la CNA al Jefe de la Dirección Auxiliar de la Comisión Nacional Agraria, México, 19 de marzo de 1916; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9 (No. 041/013/001). 627 Al respecto, véase Oficio del Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar, a Agustín Miguel y demás pobladores de Suchitlán, Colima, Col., 5 de abril de 1916; y/o Oficio de Marcelino Virgen, Secretario de la Comisión Local Agraria, al Gobernador y Comandante Militar, Colima, Col., 13 de abril de 1916; ambos en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916.

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de riego propiedad de Antonio Crespo, de Arnulfo Ocaranza y de Víctor Gutiérrez;

terrenos que no les correspondían, según los criterios fijados por dicha dotación. 628

Vale decir que los conflictos en Suchitlán no sólo se generaban por los

grandes hacendados de la zona, como tampoco nada más en relación con la tierra.

Un caso que se presentó durante este tiempo fueron las acciones de Guadalupe

Espinoza, quien intentó despojar de sus casas a un par de humildes pobladores del

lugar. Los quejosos pidieron la protección de su líder sindical Agustín Miguel, quien,

a su vez, solicitó la colaboración de las autoridades estatales.

629 Otros problemas

que se presentaban al interior del poblado eran litigios alrededor de las huertas que

tenían un buen número de habitantes del lugar. Por ejemplo, hasta las oficinas del

gobernador llegó la queja y petición para que a Esteban Cristóbal, indígena de ese

pueblo, se le restituyeran los derechos de una fracción de terreno de un lote con

huerta de plátanos, pues por cinco pesos le fue embargado el título de su propiedad

desde hacía varios años. El beneficiario del embargo fue Fermín Fuentes, vecino de

Comala, quien a su vez vendió la huerta al señor Gil Gudiño, quien conservaba la

propiedad bajo su poder.630

En los meses siguientes, el Sindicato de Agricultores y Campesinos de

Suchitlán solicitó la intervención del gobernador para tener acceso a las tierras de

regadíos que habían utilizado en años anteriores. La petición fue formulada porque

Pero este tipo de incidentes, eran noticias de poca

monta, con respecto a las generadas en materia agraria donde aparecían

involucrados los hacendados de San Antonio y Nogueras.

628 Informe de Ignacio Cabañas Flores, Topógrafo adscrito a la Comisión Local Agraria, al Presidente de la Comisión Local Agraria del Estado, Colima Col., 30 de abril de 1919; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9 (No.041/013/001). 629 Oficio Num. 4 de Agustín Miguel, Secretario General del Sindicato de Agricultores y Campesinos de Suchitlán, al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, Col, 24 de abril de 1916; en AHEC, Caja 897, Sección A, No. 18, Año 1916. 630 Oficio Nº 5 de Agustín Miguel, Secretario General del Sindicato de Agricultores y Campesinos de Suchitlán, al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, Col., 19 de mayo de 1916; en AHEC, Caja 848, Sección A, No. 20, Año 1914.

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los arrendatarios o encargados de dichas tierras amenazaban con intervenirlas de no

sembrarlas y cobrarles renta por las mismas.631

3.- COFRADÍA DE SUCHITLÁN SE SUMA AL AGRARISMO

Por otra parte y siguiendo con los conflictos por la tierra, la experiencia de

Suchitlán pronto fue secundada por sus vecinos y hermanos de raza de Cofradía de

Suchitlán. Para inicios de 1916, algunos de ellos ya estaban familiarizados con el

contenido de la Ley Agraria del 6 de enero de 1915 y hasta habían cubierto lo que

su artículo 40 contemplaba como requisitos para elevar una solicitud de tierras:

elaborar un padrón de solicitantes, muchos de ellos jornaleros de la hacienda de San

Antonio.

Aunque, algo que llama la atención es que en esta primera iniciativa no

aparece un asesor o guía en materia agraria procedente de la COM o de las mismas

filas constitucionalistas, al menos no se hace notar. Lo anterior, se deduce por el

contenido y la letra que utilizaron al dirigirle la carta del 3 de noviembre de 1916 al

gobernador de la entidad, donde daban a conocer las impresiones y aspiraciones

que les despertaba el decreto agrario del 6 de enero de 1915. En dicho texto,

literalmente se expresaron de la siguiente manera:

Así es que nosotros clamamos a una dicha que a rresunado,

¿para quien sera? nosutros sumos los hijos de un poeblo tan

tiranizado y lansado por los borgueses; y asumbrados enmedio del

obscurantismos de la tremenda noche nos levantamos atordidos por

los adversarios, y enos oido un dolce canto un dolatrinar de las aves,

un inmo de gloria, ¿para quien sera esa dicha? nosutros dispoestos

con el paso firme a pedir el dolce consuelo a la esperanza que

631 Oficio Sindicato de Agricultores y Campesinos de Suchitlán al C. General de Brigada, Gobernador y Comandante Militar del Estado, Suchitlán, 16 de noviembre de 1916; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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tenemos de permanecer por el problema del rreglamento de 6 de

Enero de 1915. Tambien hemos levantado la vista moribonda, y

hemos visto que a amanecido el día dichoso alombrandonos el Sul de

Josticia; por la coal se nos daran garantias de las tierras y agoas, y

rriegos, y los egidos asegon la ley corresponda.632

Con todo y esa deficiente ortografía, el 25 de noviembre de 1916, los mismos

vecinos de Cofradía de Suchitlán solicitaron ante el Gobernador y Comandante

Militar del Estado de Colima la dotación de ejidos con fundamento en el artículo 31

de la Ley del 6 de Enero de 1915, debido a que carecían de tierras para su sustento;

además, argüían no estar contemplados en el artículo 11 de la expresada ley para

restitución. La comunidad carecía de tierras por una situación muy parecida a la de

Suchitlán (la compra de sus lotes por agricultores y hacendados) y la mayoría de sus

moradores laboraba para Arnoldo Vogel y Aureliano Rangel; en virtud de lo anterior,

al argumentar su solicitud, señalaban que “Cofradía debió haber solicitado dotación

de ejidos enseguida de publicada la ley de 6 de enero, pero el estado de bandidaje

en que ha vivido esta región y las venganzas de que fueron victimas los que movían

asuntos de tierras, nos privaron de hacerlo hasta hoy…”, por lo cual se dirigían al

ejecutivo para hacer formal petición de dotación de terrenos de ejidos por ser

imprescindibles para garantizar su subsistencia.

633

Una vez recibida la solicitud, ya no ocurrió lo mismo que en el caso de

Suchitlán: de manera inmediata el Secretario de Gobierno, Miguel García Topete,

632 Carta de los comisionados Claro Guzmán y demás signatarios al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Cofradía de Suchitlán, Col., 3 de noviembre de 1916; en AHEC, Caja 887, Sección A, No.19, Año 1916. En este caso se optó por omitir el uso de (sic), debido a la gran cantidad de faltas de ortografía. 633 Solicitud de Claro Guzmán y demás habitantes de Cofradía de Suchitlán, al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Cofradía de Suchitlán, Col., 25 de noviembre de 1916; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003.

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turnó dicha solicitud a la presidencia de la Comisión Local Agraria.634 Con la

documentación en sus manos, en menos de una semana la CLA emitió dictamen

sobre dicha solicitud considerándola procedente, además de que “Dicha dotación es

necesaria y conviene para la reivindicación económica de tal ranchería y como

recurso indispensable para su libertad y perfecto uso de la ciudadanía”.635 A dichos

solicitantes se les concedió un perímetro de 4,190 m por lado, a partir del centro de

la población, colindando al sur con los terrenos del recién formado ejido de Suchitlán.

Además, se estableció que el Comité Particular Ejecutivo de Comala haría dicha

entrega de tierras al ser ratificado el acuerdo por parte del Gobernador y

Comandante Militar del Estado y de la Primera Jefatura constitucionalista.636

Esta aprobación fue emitida por la Comisión Local Agraria el 12 de diciembre

de 1916. Al día siguiente el gobernador aprobó el dictamen para que éste se pusiera

en práctica. El mismo gobierno estatal presionó a los funcionarios agrarios para que

se ejecutara la posesión de tierras a los pobladores de Cofradía; incluso, en llamado

por escrito del 22 de diciembre, otorgó cinco días de plazo para la coronación de

dicha entrega,

637 la cual se efectuó en plena navidad, pero quedó sólo en

declaración. La Comisión Local Agraria les dio posesión provisional de manera

verbal, pero según versiones procedentes de la hacienda de San Antonio: “aún

después de la fecha en que se dice dada la posesión provisional, ha dado en

arrendamiento a los mismos indígenas las tierras, que estos han cultivado como

arrendatarios, sin ningunas otras pretensiones, hasta la fecha en que Claro Guzmán,

instigado por algún agitador, ha intentado privar de la posesión, sin motivo legal”. 638

634 Oficio de Miguel García Topete, Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar, al Presidente de la Junta Local Agraria, Colima, Col., 6 de diciembre de 1916; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003.

635 Véase Dictamen de la Comisión Local Agraria sobre solicitud de Cofradía de Suchitlán, Colima, Col., 12 de diciembre de 1916; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, CM002003. 636 Véase Dictamen de la Comisión Local Agraria sobre solicitud de Cofradía de Suchitlán, Colima, Col., 12 de diciembre de 1916; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, CM002003. 637 Oficio del Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar, al Presidente del Comité Ejecutivo, 22 de diciembre de 1916, en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 638 Véase, Solicitud de Victoriano Pérez, apoderado de Arnoldo Vogel, a la Comisión Nacional Agraria, México, 21 de febrero de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003.

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El asunto es que Vogel no era nada lento y tímido cuando se trataba de

defender sus propiedades o lo que consideraba suyo. Todavía no se entregaba las

tierras a los aspirantes a agraristas de Cofradía, cuando el dueño de San Antonio

levantó su voz para protestar por dicho decreto de dotación, bajo el argumento de

que dentro del área considerada afectable, existían 121 lotes y 2 medios lotes de los

cuales era dueño. En su versión, dichos lotes “…pasaron a mí poder y constituyen

parte de mi propiedad en virtud de diversas compras que he hecho a sus dueños, sin

engaño alguno y sin violencia después de que algunos de esos lotes han pasado por

varios poseedores”.639

Pero más que la presión de Vogel, iba a surgir un problema para que los

pobladores de Cofradía gozaran de dicha posesión provisional: el pasado 19 de

septiembre de ese año de 1916, la Comisión Nacional Agraria emitió una circular en

la cual declaraba sin efecto toda aquella posesión provisional que se hubiera

otorgado posteriormente a la fecha en que aparecía dicha circular, situación en la

que se encontraba el poblado de Cofradía de Suchitlán. El decreto de la CNA en esta

materia, obedeció a los múltiples problemas que se suscitaron a nivel nacional a

partir de la entrega de tierras en posesión provisional.

Pero al margen de esto, frente a esta resolución favorable a los solicitantes de

Cofradía, la Comisión Nacional Agraria, después de practicar las investigaciones

necesarias, consideró que la extensión concedida por el gobernador, consistente en

un sitio de ganado mayor, era excesiva teniendo en cuenta el pequeño número de

habitantes de Cofradía de Suchitlán. Además, se consideraba que las tierras

necesarias para cubrir dicha dotación deberían tomarse –según lo estipulado por la

ley– de las fincas colindantes con el pueblo, dejándose a salvo los derechos de sus

legítimos propietarios para que ocurrieran en la vía y forma procedentes, a solicitar

su indemnización respectiva.

Con base en los elementos anteriores, el poder ejecutivo federal dictaminó, en

definitiva, la reforma de la resolución emitida por el gobernador de Colima, dotando al

639 Carta de Arnoldo Vogel al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Colima, Col., 23 de diciembre de 1916; en AHEC, Caja 879, Sección A, No. 19, Año 1916.

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pueblo de Cofradía de Suchitlán de tierras que completaran las que ya poseía hasta

600 hectáreas. La expropiación de dichas tierras se realizaría a los propietarios de

predios circundantes a dicho poblado, que en este caso resultó ser Arnoldo Vogel,

quien contó con todas las prerrogativas legales –ya aludidas en el párrafo anterior–

para obtener una indemnización por los terrenos expropiados.640

Los indígenas de Suchitlán también tendieron a organizarse para buscar

satisfacer sus necesidades. Así lo demuestra la notificación del 7 de enero de 1916,

hecha por Ignacio Prado, Secretario General del Comité Administrativo de la Casa

del Obrero Mundial, donde informaron al Gobernador del Estado sobre la reciente

formación del Sindicato de Agricultores y Campesinos del pueblo de Suchitlán, para

que se le reconociera oficialmente por el gobierno estatal. Desde el momento de su

constitución, este agrupamiento declaró su adherencia a las organizaciones

fundadas por la Casa del Obrero Mundial. El Sindicato se conformó inicialmente por

16 integrantes.

No obstante, más

que pedir indemnización, su postura fue ampararse contra dicha resolución.

641

Pero los problemas relativos al reparto agrario no se solucionaron con

promulgarse un decreto a favor de los campesinos y comunidades indígenas. El

proceso de posesión efectiva de la tierra no estaba exento de difíciles escollos. Un

caso notorio se puede observar en los pobladores de Suchitlán y Cofradía de

Suchitlán ya que, a pesar de recibir la dotación provisional de 1,775 hectáreas 61

áreas para el pueblo de Suchitlán y de 600 hectáreas para Cofradía de Suchitlán,

ambas comunidades se quejaron por años de no haber recibido la posesión definitiva

de los ejidos, contrariamente a casos como Tepames y Cuauhtémoc, a los que la

Comisión Nacional Agraria había hecho tal adjudicación. Lo anterior, a pesar que, en

opinión de los indígenas, dichos pueblos no contribuyeron a la revolución,

contrariamente a ellos que por tal motivo perdieron muchos hermanos de raza y que,

aunque eran fieles al gobierno, se les tenía relegados y en el olvido.

640 Acuerdo del Ejecutivo de la Unión confirmando la dotación de ejidos a Cofradía de Suchitlán, 28 de febrero de 1916, en ARAN, “Suchitlán”, Expediente 23-9, (No. 04/013/001), p. 72. 641 Comunicado de Ignacio Prado, Secretario General de la Casa del Obrero Mundial, al Gobernador y Comandante Militar del Estado, enero 7 de 1916; en AHEC, Caja 889, Sección A, No. 19, Año 1916.

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Otros de los señalamientos formulados por los indígenas se refirieron al tipo

de destinatarios de las dotaciones ejidales. En su opinión, pese a que la concesión

de los ejidos, en cualquiera de sus formas, obedeció a razones de orden político

supremo, al significar un beneficio para el pueblo y formar parte de una disposición

constitucional, les pareció muy lamentable que a los habitantes de otros pueblos con

venas por las que corría "más sangre española que mexicana" se les hubiera

otorgado la posesión definitiva y no a ellos que por sus venas fluía sangre "azteca",

que hablaban su lengua nativa y conservaban algunas de sus costumbres

ancestrales.

En el caso de Suchitlán, lo que se exigía era la entrega formal y legal, pues

sólo una reducida parte de lo otorgado estaba al alcance de la comunidad, pese a

que tenían derecho a dicha posesión, ya que su decreto de dotación ocurrió antes de

la reforma de la Ley Agraria (19 de setiembre de 1916), pero –según versiones de la

Comisión Local Agraria– “Por no conocer claramente la tramitación que debía

seguirse y no queriendo que por error de trámite sufriese el pueblo de Suchitlán, no

se llevó a efecto, antes de 19 de septiembre, la dotación por el Comité Particular

Ejecutivo de Comala”. 642

El discurso del representante ejidal es, a todas luces, proclive a la causa de

los suchitlecos y busca que el alto funcionario federal al que va dirigido (Secretario

de la Comisión Nacional Agraria) se conmueva ante la descripción de tan desolador

panorama y decrete la entrega definitiva de los terrenos. Por ello agregó que era:

…Suchitlán, seguramente, uno de los pueblos más urgidos de

ser redimidos por la Revolución dada su pobreza, su atraso moral e

intelectual y el estado de servidumbre en que viven; este mismo

panorama presentado se convierte en un justificante: el Gobierno del

Estado, vista la suma pobreza de Suchitlán y el estado de grave

642 Oficio de Marcelino Virgen, Presidente de la Comisión Local Agraria, al Secretario de la Comisión Nacional Agraria, Colima, 9 de enero de 1917; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, No. 04/013/00.

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sometimiento a que vivían aquellos indígenas, mandó hacer una

dotación de tierras, encomendando tal misión al Sr. Basilio Vadillo…

Los indígenas recibieron las tierras y desde entonces las cultivan con

tácito acuerdo de los antiguos poseedores, los hacendados vecinos.643

En otra documentación emitida ante las misma Comisión Nacional Agraria,

este mismo representante de la CLA, agregaría que los indígenas disfrutaban de

tierra de ejidos, concedida para remediar la miseria más grande en que se mostraba

el poblado hace 2 años y la urgencia que había de que se cultivasen los campos del

Estado.

644

Claro que el panorama no estaba como para que los indígenas de Suchitlán

echaran las campanas al vuelo. Los aires soplaban a su favor, a pesar de la natural

tensión que vivían por la inconformidad y una que otra amenaza de los hacendados,

pero el asunto no pasaba a mayores, porque dichos hacendados sabían la

proclividad del gobierno federal y estatal hacia los sectores agraristas. Así que los

pobladores de Suchitlán ya se sentían dueños de la tierra.

Así que, pese a la pretensión de Virgen a fin de presentar a los indígenas

como desvalidos, estos, cuando menos, se encontraban en mejor situación a la

vivida a fines de los años porfiristas.

A pesar de lo anterior, para los indígenas de Suchitlán, su situación era peor a

la vivida previamente a la dotación. En esos años (1916-1917), los terratenientes

colindantes con los terrenos ejidales no les permitían ni siquiera entrar a los terrenos

para cortar leña, mucho menos preparar o arar las tierras para sembrarlas y cuando

lo intentaban se veían amenazados de muerte por los mayordomos y gentes de la

haciendas de Nogueras y San Antonio; por esa razón, no podían gozar ni de la

escueta e incierta posesión provisional.

643 Loc. cit.. 644 Oficio del Presidente de la Comisión Local Agraria al Secretario de la Comisión Nacional Agraria, Colima, junio 4 de 1917; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, No. 04/013/00.

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En el caso de Cofradía de Suchitlán, las reformas legales a la tan traída ley

agraria impedían que gozaran de la posesión provisional, así que en ese renglón, la

normatividad favorecía a Arnoldo Vogel. Eso era lo que alegaba Victoriano Pérez,

apoderado legal del hacendado, al informar mediante escrito fechado en febrero de

1917, que:

…hace pocos días, en los primeros del presente mes, en que

Claro Guzmán, que se dice representante o intercesor de Cofradía, ha

pretendido interrumpir el dominio o posesión de Vogel, alegando que

la Comisión Local Agraria, dio posesión provisional de los expresados

terrenos el 24 de diciembre de 1916.

… no he llegado a tener conocimiento antes del dicho recado de

que se hubiera dado a los vecinos tal posesión, y en caso de que esta

se hubiera verificado, sería nula, tanto por haberse hecho sin

notificármela, como por estar en contraposición del Decreto del 19 de

septiembre de 1916, que reformó la ley de 6 enero en sentido de que

ya no se dieran tierras provisionales. 645

Por tanto, el marco jurídico imperante les servía de apoyo para demandar ante

la Comisión Nacional Agraria que se giraran órdenes a Claro Guzmán y al

Gobernador del Estado de Colima para que, mientras no existiera una resolución

definitiva que dotara de tierras a los vecinos de Cofradía, se respetara la posesión

que Vogel tenía sobre los terrenos involucrados y se abstengan los vecinos de

ejecutar actos de dominio en los repetidos terrenos o de ocuparlos por la fuerza.

646

645 Solicitud de Victoriano Pérez, apoderado de Arnoldo Vogel, a la Comisión Nacional Agraria, México, 21 de febrero de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Exp. 23, No. CM002003.

El

señalamiento se hacía porque el dueño de San Antonio y su apoderado no

646 Ibíd.

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descartaban una eventual ocupación armada de las tierras en disputa, debido a que

Claro Guzmán era el jefe del destacamento de Acordada que existía en el pueblo.

Obviamente que estas aseveraciones llevaban un tono alarmista para aparecer como

víctimas ante los ojos de las autoridades agrarias.

Además, parecía olvidárseles que en otros escenarios, las palabras de los

hacendados colimenses iban en otro tono. En particular, los grandes propietarios de

Comala no dudaban en asegurar que "el capital siempre ganaba", por lo tanto, de

algún modo buscaban la reposición de lo que perdieron producto de las reformas

surgidas de la Revolución. Infundir el temor y el miedo era un buen recurso ante una

población poco diestra en reclamar sus derechos; por ese motivo, los propietarios de

estas dos haciendas, amenazaron a los indígenas colimenses con quemarles sus

casas y correrlos de sus pueblos si seguían luchando por la tierra.

Los hacendados Francisco Rangel y Arnoldo Vogel (dueños de las referidas

haciendas de Nogueras y San Antonio), con el pretexto de fomentar la industria

azucarera y alcoholera, que en nada se perjudicaba con los ejidos, acusaban a los

indígenas de ser alteradores del orden tan sólo porque pretendían disfrutar de

derechos ya otorgados por las autoridades estatales. Incluso, a fines de 1916,

Arnoldo Vogel denunció ante la Secretaría de Gobierno de la entidad un supuesto

exceso de los indígenas de Cofradía de Suchitlán al tomar posesión de terrenos

ejidales, consistente en el atropello a sus propiedades, invasión de un molino y

proferir amenazas a la servidumbre bajo su servicio. En respuesta, se notificó al

denunciante que dichos informes no eran veraces y lo conminaban para que en el

futuro se apegara a la verdad de los informes que le fueran transmitidos por sus

sirvientes, para no incurrir en errores.647

647 Oficio del Secretario de Gobierno y de la Comandancia Militar del Estado de Colima, enero 3 de 1917; en AHEC, Caja 892, Sección A, No. 19, Años 1916-1917.

Poco casó se prestó a la recomendación

gubernamental, ya que los señalamientos sobre la presencia de líderes agrarios,

secundados por pequeños grupos armados, que perjudicaban las tierras e intereses

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de los propietarios y vecinos de Comala, siguieron figurando en la documentación

girada por Vogel a las distintas autoridades locales y federales.648

Por estas actitudes de parte del hacendado, los pobladores de Suchitlán

reiteraban su demanda sobre el otorgamiento, sin demora alguna, de la posesión

definitiva de los ejidos para sus pueblos.

649

No aparece comprobante alguno que muestre que la Cofradía

formada del antiguo pueblo de Suchitlán tuvo tierras comunales. El

Padrón que se acompaña a la solicitud no tiene garantía legal que lo

acredite como exacto. No se acompaña información alguna tomada

del lugar así como los datos consiguientes según circular 15 que

deben recabarse en los expedientes de dotación para poder ser

resueltos con entero conocimiento de causa; pues aún cuando el

hecho que motivara la omisión de los mismos, según aparece es

debido a que la substanciación del expediente es anterior a la circular,

es de observarse y la vaguedad de los datos adquiridos, deben ser

pedidos a la Comisión Local Agraria.

Al mismo tiempo que en la Comisión

Nacional Agraria se ventilaba el proceso de dotación a favor de Cofradía de

Suchitlán, turnado por la Comisión Local Agraria de Colima. El cual, dicho sea de

paso, iba con varias carencias técnicas y sin cubrir ciertos requisitos. Los revisores

de la Comisión Nacional Agraria encontraron que, además de la falta de informes

específicos por autoridades agrarias locales:

650

648 Sobre el particular, véase Solicitud de Arnoldo Vogel al Gobernador Constitucional del Estado, Colima, Col., 2 de abril de1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

649 Carta de vecinos de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, febrero 11 de 1919; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003, f. 91 y 92. 650 Al respecto véase los informes sobre el particular presentados por personal de la Secretaría de Estado y Despacho de Fomento, Colonización e Industria, al Presidente de la Comisión Nacional

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Los procesos de ratificación y adjudicación definitiva no parecían nada

sencillos ni factibles a corto plazo. El flujo de información y reportes entre la

Comisión Local Agraria y la Comisión Nacional Agraria, a fin de resolver todas las

imprecisiones y ausencias que presentaba el expediente de Cofradía de Suchitlán,

continuó. Por ejemplo, a mediados de 1917: censo, croquis, planos, clasificación de

terrenos y propiedades susceptibles de afectación, hasta reportes de clima y flora del

lugar, figuraba entre la información que Marcelino Virgen, presidente de la Comisión

Local Agraria, turnaba a sus superiores ubicados en la capital de la república, todo

para documentar lo mayor posible el dictamen que estaba procesándose sobre dicha

dotación agraria.651

A procedimientos similares estuvo sometido el caso de las tierras ejidales de

Suchitlán. En estas mismas fechas, a solicitud expresa de la Comisión Nacional

Agraria, Marcelino Virgen envió informes para ampliar el expediente relativo a la

dotación ejidal, además de anexar una propuesta de croquis que definiera los

linderos entre las tierras ejidales a dotarse tanto a Cofradía como a Suchitlán.

Inclusive, también se envió por conducto de Basilio Vadillo un documento original,

652

prestado por el ayuntamiento de Colima, donde se constataba que Suchitlán era un

pueblo muy antiguo.653

Por su parte, los indígenas de Suchitlán, Municipalidad de Comala, seguían

insistiendo en las oficinas federales sobre la entrega de tierras. En julio de 1917, el

Secretario de Fomento recibió un documento donde se le pedían consejos para

saber como actuar a fin de que las tierras para ejidos pasaran a manos de los

demandantes vecinos de Suchitlán. En la misiva, los integrantes de la comisaría del

lugar, a la vez que reiteraban su adhesión al gobierno constitucionalista que “…aun

Agraria, México, 24 de enero de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003. 651 Informe de Marcelino Virgen, Presidente de la Comisión Local Agraria al Secretario de la Comisión Nacional Agraria, Colima, Col., 4 de junio de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003. Este informe también se encuentra en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 652 Para esas fechas, Basilio Badillo se desempeñaba como diputado al Congreso de la Unión, representando al Estado de Colima. 653 Oficio del Presidente de la Comisión Local Agraria al Secretario General del la Comisión Nacional Agraria, Colima, 4 de junio de 1917; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, Nº 04/013/00.

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defendemos con las armas en la mano y en quien tenemos confianza nos hará

justicia, en otra parte manifestaban que si nos atrevemos nuevamente a llamar la

atención de esa Superioridad, es porque hasta la fecha nada se nos ha resuelto de

nuestra petición”. 654

En fin, mientras los conflictos entre hacendados y pobladores seguían

manifestándose, el proceso administrativo seguía sin dejar plenamente satisfecha a

ninguna de las partes.

En el ínterin, varios poseedores de predios rústicos reclamados por estos dos

pueblos promovieron el fraccionamiento de los terrenos en disputa para su venta a

los miembros de los mismos pueblos; esta era una medida para intentar que el fallo

definitivo no les afectara. Ante tales tentativas, el gobierno del estado emprendió una

campaña informativa dirigida a las comisiones locales agrarias y la población en

general, donde alertaba que al presentarse las resoluciones últimas y definitorias,

éstas se ejecutarían independientemente de quien poseyera las tierras contempladas

para el reparto; además: “…todo medio, real o simulado, que se empleé con el fin de

eludir la aplicación del Decreto de 6 de enero de 1915, será desechado por ser nulo

e ineficaz como absolutamente contrario a una disposición de orden público que no

depende en caso alguno del capricho o juego de los particulares, según los artículos

7º y 15º del Código Civil”.655

Así que, si alguien adquiría una fracción de estos terrenos, no tendría dominio

ni posesión legal, porque el aparente título que le otorgara el vendedor carecería de

todo valor; la única opción que quedaría a los adquirientes sería reclamar ante los

tribunales la devolución de la cantidad entregada como precio de la venta y el pago

de los daños y perjuicios sufridos.

654 Oficio de Agustín Miguel, Gorgonio Ávalos, Cristóbal Antonio y Rosalío Martínez, al Secretario de Fomento, Suchitlán, 20 de julio de 1917; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, No. 04/013/00. 655 Aviso al Público emitido por el Secretario de Gobierno, Ramón Ahumada, Colima, 26 de julio de 1917; en AHMC, Sec. E, Caja 72, Exp. s/n. También aparece en la Caja 74, exp. s/n, de este mismo Archivo.

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4.- LA GESTIÓN AGRARIA SIGUE, LOS APOYOS DEL GOBIERNO ESTATAL DESAPARECEN

En el transcurso de 1917, los trámites en busca de la propiedad definitiva

continuaron, pero el ambiente para los indígenas dejó de ser tan propicio ya que,

después de un proceso electoral que operó el cambio de gobierno estatal, Juan José

Ríos dejó el cargo, siendo reemplazado por Felipe Valle, quien modificó la actitud

agrarista a ultranza de su antecesor.

Por ello, los líderes agraristas de las comunidades indígenas aumentaron sus

peticiones ante el gobierno federal, dotándolas de un discurso donde se pone más

énfasis en la opresión y la miseria. Los principales líderes de Suchitlán “olvidaban”

los beneficios del gobierno de Ríos y señalaban:

…nuestra situación actual a causa de estos despojos es ya

desesperante: nunca como ahora la miseria se ha adueñado de

nuestro pueblo, porque al adquirir las haciendas colindantes nuestros

terrenos, estamos obligados por la fuerza de las circunstancias a

trabajar en dichas haciendas en donde el reducido jornal no nos basta

para cubrir las necesidades de nuestras familias. Claro que no podía

estar ausente la alusión al pasado régimen derrotado por la causa

revolucionaria: en tiempo de los Gobiernos pasados sufrimos

persecuciones y toda clase de iniquidades por apoyar en todo al

acaudalado, nuestro eterno enemigo, que sin ninguna consideración

nos hizo víctimas de su avaricia.656

656 Agustín Miguel, Gorgonio Ávalos, Cristóbal Antonio y Rosalío Martínez, al Secretario de Fomento; Suchitlán, 20 de julio de 1917; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001).

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Esta tónica de expresiones escritas se volvió recurrente ente los gestores de

tierras. Por ejemplo, a inicios de 1918, Gorgonio Ávalos hizo que todo el pueblo de

Suchitlán suscribiera un escrito dirigido al titular de la Comisión Nacional Agraria

donde se señalaba lo siguiente: “es constante motivo de inquietud entre nosotros y

de frecuentes litigios con la Hacienda y de complicaciones con el Gobierno que

favorece más a la negociación que a este pueblo”;657 seguramente el panorama les

parecía más inhóspito, ya que pasaban los meses y el dictamen del expediente para

la resolución definitiva no llegaba. La situación era más exasperante tomando en

cuenta que “La Comisión Local Agraria de aquí no funciona regularmente, ni se

conoce quienes sean sus miembros; directamente nos permitimos dirigirnos a esa

Superioridad [la Secretaría de Fomento], suplicando respetuosamente que se sirva

ordenar la pronta tramitación del expediente de Ejidos de este pueblo”.658

Mientras ocurría lo antes señalado, los líderes de Cofradía estaban más

concentrados en resolver su problemática interna y en no bajar la guardia en sus

insistencias ante la Comisión Nacional Agraria para que se les otorgaran las

anheladas tierras. A fines de julio de 1917, el comisario municipal Claro Guzmán,

envió una nueva carta a los funcionarios federales en materia agraria, donde les

comentaba lo siguiente: “Se queja la mayoría de este pueblo, que a la mayor

brevedad posible se distribuya la completa dotación de tierras de ejidos comunales…

para quitarnos de encima la tiranía de rentas de tierras por la Hacienda de San

Antonio”.

659 Una semana después se elaboró la respuesta del Secretario General de

la CNA, en la que se informaba que ya estaba próxima la resolución sobre su

caso.660

657 Gorgonio Ávalos, Comisario municipal de Suchitlán, y firmas de todo el pueblo, al Presidente de la Comisión Nacional Agraria, Suchitlán, 15 de enero de 1918: en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001).

Amparado en esa promesa, en septiembre de 1917, Claro Guzmán solicitó

al gobernador del Estado que “…aunque sea provisionalmente se nos seda la

658 Ibíd. 659 Oficio de Claro Guzmán, Comisario municipal de Cofradía de Suchitlán, al Jefe de Distribución de Tierras y a la Comisión Nacional Agraria, Cofradía de Suchitlán, 27 de julio de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003. 660 Oficio de Edmundo Torres, Secretario General de la Comisión Nacional Agraria, a Claro Guzmán Comisario municipal de Cofradía de Suchitlán, México, 3 de agosto de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003.

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dotación de ejidos de tierras comunales (…) y que se nos conceda usufructo de las

rentas de la tierra desde donde linde la medida del ejido, al menos, que las rentas

nos sirvan para levantar nuestra comisaría, o una casa para escuela”.661

La petición era legalmente improcedente, pero el nuevo mandatario colimense,

Prof. J. Felipe Valle, no se molestó ni siquiera en darles respuesta negativa a su

solicitud, a pesar de las constantes insistencias de los demandantes, quienes

notaban los cambios con respecto al trato que recibieron cuando el Gral. Juan José

Ríos estaba al frente de los destinos estatales.

662

…el municipio de Comala que nunca le ayuda a nuestro pueblo

sino a los burgueses en Comala casi no hay persona con que contar a

nuestro favor todos son contrarios en la política y en todo nuestro

progreso, a esta Comisaría Comala no le deja nada, pero a Vogel

dicen de que le hace justicia el Gobernador y Comala por interés del

dinero que el patrón Vogel les da.

Por la indiferencia y el trato

recibido, Claro Guzmán envió queja ante el presidente de la República, donde

aseguraba que tanto el Gobernador Valle como el municipio de Comala permitían

que Vogel pagara sueldos de hambre a sus trabajadores y que vendiera el maíz a

precios exorbitantes, situación que los condenaba a una vida mísera. El panorama

que enfrentaban con las autoridades lo sintetizaban de la siguiente manera:

663

Por lo tanto, envueltas en promesas, triquiñuelas, controversias, trámites y

riñas, las demandas de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán tardarían algún tiempo más

661 Solicitud de Claro Guzmán y demás pobladores de Cofradía de Suchitlán al Gobernador Constitucional del Estado de Colima, Cofradía, Col, 8 de septiembre de 1917; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 662 Al respecto véase: Carta de Claro Guzmán, Representante de Cofradía de Suchitlán, a Venustiano Carranza, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Cofradía de Suchitlán, 29 de diciembre de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003. 663 Carta de Claro Guzmán a Venustiano Carranza, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Cofradía de Suchitlán, 29 de diciembre de 1917; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM 002003.

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para ser cumplidas, pues la máxima instancia nacional emitiría tales decretos hasta

el año de 1918.

Después de pasar todos los trámites de ley, el 28 de febrero de ese año, el

Ejecutivo Federal acordó la dotación definitiva de tierras para conceder 1,775

hectáreas 61 áreas al pueblo de Suchitlán; literalmente, el decreto presidencial

plasmó lo siguiente:

Es de dotarse y se dota al pueblo de Suchitlán, municipio de

Comala, Estado de Colima, de las tierras suficientes para completar

las que ya posee hasta un sitio de ganado mayor o sean 1755

hectáreas, 61 áreas [.…] Se decreta la expropiación de las tierras

colindantes en cuanto sea necesario para cubrir la dotación acordada,

dejando a salvo los derechos de sus legítimos propietarios para que

obtengan la indemnización correspondiente. 664

A su vez, en esa misma fecha, otra resolución presidencial estableció que

Cofradía de Suchitlán recibiera 606 hectáreas. Una semana después, la Secretaría

General de la Comisión Nacional Agraria turnó dicha resolución definitiva ante la

Comisión Local Agraria de Colima, para que a su vez se canalizara para su

cumplimiento por conducto del Comité Particular Ejecutivo de Comala, el cual ni

siquiera estaba en funciones. Por lo tanto, pese al dictamen presidencial, éste no se

aplicó inmediatamente, ya que dichas resoluciones se harían efectivas hasta dos

años después.

665

Lo primero que detuvo el ímpetu de los indígenas fue una recomendación

emitida desde las oficinas agrarias nacionales dirigida a la Comisión Local Agraria –

que llegó a su destino el 8 de abril de 1917– en la cual se advertía a los habitantes

664 Expediente Nº 8 de la Comisión Local Agraria, en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001) 665 Al respecto véase, Solicitud de vecinos de Suchitlán y Cofradía al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, 17 de febrero de 1919; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9 No.041/013/001.

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de Suchitlán que no empezaran a usufructuar las tierras de la hacienda de Nogueras,

que les fueron concedidas como ejidos, sino hasta que los dueños de esa finca

terminaran la zafra de la caña que tenían plantada en ellas. Disposición hasta cierto

punto lógica, de ahí que se acató en el acto. 666

No obstante, pese a esta instrucción, el optimismo no decaía; los pobladores

de Suchitlán, ya sentían la tierra en sus manos de manera definitiva. Por ese motivo

–el 22 de abril de 1918– notificaron al Presidente de la Comisión Nacional Agraria y a

la Comisión Local Agraria de Colima que acababan de elegir a los Comités Ejecutivo

y Administrativo de dicho pueblo, a fin de que a ese organismo se le diera posesión

de los ejidos.

667

Al día siguiente de mi llegada a Suchitlán pasamos el Ingeniero

Suárez y yo a la Cofradía y acordamos la forma en que debe ejecutar

sus trabajos para que éstos se terminen a la mayor brevedad, y le

recomendé especialmente que hiciera constar en su levantamiento un

sembradío de caña de azúcar y un trapiche de la Hacienda de San

Es posible que esa certidumbre se apoyara en el hecho de que, tras

la resolución de fines de febrero, la CNA envió al ingeniero Enrique Suárez para que

reconociera, midiera y planificara el terreno destinado a la dotación de archivo, es

decir, para ejecutar la entrega de terrenos a Suchitlán y Cofradía. En la delimitación

practicada por este empleado se ubicaron tierras pertenecientes a Nogueras, San

Antonio y varias porciones consideradas como pequeñas propiedades. Los trabajos

de este topógrafo estaban regidos por las instrucciones emanadas del Comisionado

Especial de la CNA en el estado de Jalisco y recibió la inspección de un Delegado

Visitador (el ingeniero sinaloense J. C. Valadés) por parte de la Dirección Auxiliar del

multicitado organismo agrario nacional. A fines de abril, Valadés emitió

recomendaciones sobre el trazo del ejido de Suchitlán y:

666 Circular Nº 4 de la Comisión Local Agraria de Colima, Colima, 10 de diciembre de 1918; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001. 667 Oficio Nº 17 de Agustín Miguel, Crescencio Figueroa, Ángel M. Cruz, Rosalío M. Martínez y muchos otros, al Presidente de la Comisión Nacional Agraria, Suchitlán, 22 de abril de 1918; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001).

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Antonio que lindan con las casas de Cofradía, haciendo en su cartera

o informe por separado, algunas explicaciones relativas a la clase de

edificio que ocupa el trapiche; y por último, le indiqué al propio

Ingeniero la conveniencia de que fijara el casco de la Hacienda de San

Antonio, o en caso de que este diste mucho de Cofradía, que diga en

su informe correspondiente el rumbo y distancia a que

aproximadamente se encuentra aquel.668

Las recomendaciones y apoyos técnicos facilitaron la labor del topógrafo

Suárez, quien estimó la visita en los siguientes términos: “Respecto a las dificultades

y obstrucciones que tuve en el desempeño de mi cometido, di ya oportuno aviso a

esa superioridad, permitiéndome ahora manifestar que al fin fueron solucionadas, en

virtud de las gestiones que a este respecto hizo el C. Visitador de Delegaciones, lo

que me permitió terminar debidamente el trabajo”.

669

El cometido del ingeniero Valadés fue dialogar con la Comisión Local Agraria y

el gobernador del estado, a fin de ponerlos al tanto de las disposiciones agrarias

recientemente acordadas y sobre el tipo de trabajos emprendidos para la delimitación

y trazo de los ejidos en el área norte de Comala. Cumplido lo anterior, se desplazó a

Manzanillo para embarcarse con destino a su querido puerto de Mazatlán. Pero,

ausente el visitador, Suárez no cejaba en poner de manifiesto su preferencia por los

indígenas y cuestionar el actuar de las instancias estatales, así que se dirigió por

escrito al titular de la Dirección Auxiliar de la CNA para manifestar lo siguiente:

“…estimo oportuno poner en conocimiento de esa superioridad que el Comité

Particular Ejecutivo de Comala, está formado por personas acomodadas y poco

668 Oficio Nº 1241 del titular de la Dirección Auxiliar de la Comisión Nacional Agraria al Ing. Serafín Monterde, Delegado de la Comisión Nacional Agraria en el Estado de Jalisco; México, 2 de mayo de 1918; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001). 669 Informe del ingeniero topógrafo Enrique Suárez, adscrito a la Delegación en Jalisco de la CNA al ingeniero Mariano Moctezuma, Jefe de la Dirección Auxiliar de la Comisión Nacional Agraria, Guadalajara, Jal., 24 de mayo 24 de 1918; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9 No.041/013/001.

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dispuestas a desempeñar su cometido, según informaciones que me fueron

suministradas por los vecinos de los referidos pueblos y que pude comprobar

personalmente”.670

Así que, pese a las precauciones tomadas por el visitador Valadés, las

declaraciones y las acciones emprendidas por los indígenas y los funcionarios de la

CNA ocasionaban evidentes molestias entre los hacendados; por eso, la delimitación

de los ejidos comenzada por el Ing. Suárez incentivó nuevas disputas y problemas.

La primera reacción de los hacendados fue obtener los expedientes que

acompañaron las resoluciones presidenciales en la materia, para buscar la forma de

defender sus intereses e iniciar sus reacciones desde antes de que se ejecutara la

resolución presidencial y la proyección de reparto establecida por el Ing. Juárez. Las

exigencias del los hacendados eran reiteradas: por ejemplo, en mayo de 1918, los

propietarios de la hacienda de Nogueras solicitaron al gobernador de la entidad que

interpusiera su autoridad, para que los habitantes de Suchitlán no desmontaran ni

verificaran otros trabajos, sin que ellos les otorgaran autorización, ya que los

indígenas se proponían iniciar trabajos en terrenos que los hacendados esgrimían

como suyos, debido a las instrucciones que les dio el topógrafo que realizaba la

delimitación de los terrenos.

Este tipo de declaraciones eran como echarle más leña al fuego.

671

La queja de los hacendados se apoyaba en hechos reales. El Sindicato de

Agricultores y Campesinos de Suchitlán no quería perder tiempo y, como para

mediados de 1918, el topógrafo de la CNA ya tenía elaborado un plano de dotación

de su ejido, demandaban la entrega inmediata de dichas tierras, pues

“…consideramos que a no principiar nuestras labores desde ahora a fin de

aprovechar las siembras del próximo temporal, cosa que redunda en el más grave

perjuicio para este poblado”.

672

670 Ibíd.

Pero de las intenciones y peticiones pasaron a los

671 P. Vergara y Aureliano Rangel al C. Gobernador Constitucional del Estado, 23 de mayo de 1918, en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 672 Oficio de Crescencio Figueroa, Gorgonio Ávalos, Rosalío Martínez, Regino Martínez y muchos otros, integrantes del Sindicato de Agricultores y Campesinos de Suchitlán a la Dirección Auxiliar de la Comisión Nacional Agraria, Suchitlán, 18 de mayo de 1918; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001).

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hechos y empezaron a realizar trabajos de preparación para la siembra.

En respuesta, el ejecutivo estatal se dirigió a la Secretaría de Agricultura y

Fomento para saber si su gobierno era competente para suspender los trabajos de

desmonte que los indígenas realizaban en los terrenos que habían sido de la

hacienda de Nogueras y que presuntamente habían pasado a ser propiedad de los

ejidos del pueblo de Suchitlán.673

La contestación que el gobernador recibió de la capital del país no pudo ser

más grata para los pobladores de Suchitlán, ya que las autoridades agrarias

nacionales concluyeron que como el desmonte que pretendían los suchitlecos era en

“varales” que no se habían sembrado desde hacía diez años, era de entenderse que

dicho desmonte era una operación preliminar a la siembra y cultivo, y como estas

labores estaban ubicadas en el área comprendida como su posesión provisional,

tenían todo el derecho de realizar dichos trabajos, los cuales estaban protegidos por

lo contemplado en el artículo segundo transitorio del Decreto de 19 de septiembre de

1916, que confería, a los vecinos de los pueblos que gozan de posesión provisional,

el derecho de aprovecharse de los frutos y productos de las tierras que cultivarán y

sembrarán.

674

Así que, si se trata de responder a la interrogante formulada por el gobernador

colimense a la Secretaría de Agricultura y Fomento, la respuesta no puede ser otra:

Impedir las labores de desmonte que practicaban los indígenas de Suchitlán en

terrenos otorgados provisionalmente constituía un acto que violentaba los preceptos

legales establecidos por el gobierno federal en materia agraria, instrumentos

normativos que deberían ser de observancia y aplicación en todo el territorio

nacional.

No obstante, más allá de este asunto con resultados favorables para los

indígenas, las quejas eran recurrentes y variadas. Además de que éstas no solo

673 Telegrama del Gobernador Constitucional del Estado de Colima a la Secretaría de Agricultura y Fomento, 25 de mayo de 1918; Oficio Nº 1421 del Gobernador Constitucional del Estado de Colima al C. Aureliano Rangel, 25 de mayo de 1918; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 674 Véase, Dictamen de Ramón Ruiz al Director de la Comisión Nacional del Agua, México, 7 de junio de 1918; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001).

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emanaron de los prominentes hacendados de la municipalidad. Como ya se

mencionó, el reparto se proyectó también sobre pequeñas propiedades; algunos

dueños pronto levantaron su voz para evitar ser afectados. Uno de ellos fue el

abogado J. Trinidad Padilla, quien se quejó ante el mismo Venustiano Carranza, de

que en dicho reparto se consideró una parte de su predio llamado “Rancho

Padilla”.675 Bajo el argumento de no ser un latifundio, sino una pequeña propiedad,

así como el que una mutilación de su predio dejaría prácticamente inútil al resto,

solicitó la intervención presidencial y de la Comisión Nacional Agraria para que la

parte de su rancho comprendida en el plano elaborado por el Ing. Juárez, se

excluyera de la superficie contemplada a entregarse como ejidos.676 Petición que se

sometió a la valoración por parte de la Comisión Nacional Agraria, buscando darle

solución sin transgredir la resolución agraria emitida por el presidente de la

República.677

La actitud demandante de Padilla fue imitada por hizo Antonio Crespo,

residente en la capital del país, pero dueño de un predio llamado “Rancho de

Suchitlán” con extensión de 65 hectáreas,

678

675 Esta finca rústica estaba compuesta por un pequeño giro agrícola donde se desarrollaba la ganadería y se criaban poco más de cien cabezas de ganado vacuno y caballar. Además, se cultivaban entre 30 y 40 hectáreas de maíz y frijol, así como también se explotaban dos plantaciones de caña de azúcar, para lo cual contaba con un pequeño trapiche.

propiedad que también estaba

comprendida dentro del plano trazado por Suárez para definir las tierras ejidales que

recibirían los habitantes de Suchitlán. El señor Crespo, solicitó a las altas autoridades

agrarias que: “…mi rancho denominado “rancho de Suchitlán” quede excluido del

terreno destinado a la dotación, haciendo constar el acuerdo en el expediente relativo

y comunicándolo a la Comisión Local del Estado de Colima así como al

Departamento Técnico que hace levantamiento del plano conforme al cual se dará

676 Solicitud del Lic. J. Trinidad Padilla al Subsecretario de Fomento y Presidente de la Comisión Nacional Agraria, Colima, 27 de junio de 1918; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9, N° 04/013/001. 677 Oficio Nº 2607 del Subsecretario de Agricultura y Fomento a J. Trinidad Padilla, México, 10 de julio de 1918; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9, N° 04/013/001. 678 Este rancho estaba situado cerca del pueblo de Suchitlán y abarcaba unos potreros conocidos como “Tableta y Zacate, Anexos”, “La Casa”, de “Nogueras”, “La Guayabera”, de “San José” y “La Cañada”.

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posesión”.679

No sólo hacendados y propietarios protestaban. Los indígenas, por su parte,

dirigieron sus quejas ante la Comisión Local Agraria. A mediados de 1918, Felipe

Loza, Presidente de la Comisión Local Agraria del Estado de Colima, turnó a la

instancia superior (la CNA) para que determinara las mediadas a tomar ante la

denuncia que formularon los pobladores de Suchitlán, luego de que varios indígenas

comenzaron con el desmonte del llamado terreno de “Pintores”: el dueño de

Nogueras suspendió dichos trabajos y le entregó un escrito a la Comisaría del

pueblo, en el que señalaba lo siguiente:

En vista del propósito de ustedes en Suchitlán de desmontar y

usar como propias, las tierras que abarcó con su medida el Ingeniero

que vino recientemente, te manifiesto que no estoy conforme con lo

que ustedes pretenden hacer, toda vez que no se les ha dado

posesión de dicho terreno que pertenece a esa hacienda. Por lo tanto

no permitiré que nadie verifique ningún trabajo en las tierras referidas,

sin tener antes un acuerdo conmigo.680

Luego de la denuncia, los agraristas pedían la restitución de las tierras, donde

figuraba el disputado terreno de “Pintores”, ya que al estar situado a 200 metros al

oriente del poblado estaba comprendido en la tierra de ejidos de Suchitlán.

Pero, mientras la correspondencia fluía entre el ejecutivo estatal, los

funcionarios agrarios locales y las autoridades federales, el conflicto subía de tono

entre el dueño de la hacienda de San Antonio y Cofradía de Suchitlán. Las gestiones

de cada una de las partes no se detenían, pese a que muchas de las veces recibían

679 Solicitud de Antonio Crespo a la Comisión Agraria Nacional, México, 31 de julio de 1918; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, N° 04/013/001. 680 Felipe Loza, Presidente de la Comisión Local Agraria del Estado de Colima, al Secretario General de la Comisión Nacional Agraria, Colima, 15 de junio de 1918; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9, N° 04/013/001.

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respuesta no satisfactoria. En esta situación devino la solicitud enviada el 13 de

septiembre de ese mismo año por Claro Guzmán para que la Comisión Nacional

Agraria autorizara que la comunidad de Cofradía de Suchitlán ocupara los potreros

San Miguel, La Hortaliza, El Sobrante del Quemado, El Encino y Las Cuatas, para

emprender labores agrícolas. En respuesta, esta instancia afirmó que no podía dictar

esa resolución mientras no se hiciera la entrega definitiva ejidos para dicho

poblado.681

A su vez, ante las denuncias de las amenazas lanzadas por Felipe Marklin,

administrador de la hacienda, en contra del poblado indígena, Claro Guzmán, en su

calidad de representante de la comunidad, daba cuenta de la siguiente lista de

sucesos: el 6 agosto de 1918, el administrador tildó de bandidos a los integrantes de

la acordada del pueblo; para fines de ese mismo mes, ese calificativo de bandido, lo

extendió hacia todos los pobladores de Cofradía. Los indígenas se quejaron por este

hecho, pero no sucedió nada.

Lo anterior prodigó confianza al fiel empleado de Vogel, para que, el 12 de

noviembre de ese mismo año, encañonara y amenazara con fusilar a Pilar y Ladislao

Álvarez, con motivo de las labores de desmonte que realizaban en las tierras del

potrero de “San Miguel”, entregadas por el Comité Particular Administrativo. Tres

días después, a Juan Marcial y Lázaro Guzmán se les amenazó con quemarles sus

casas. Los hostigamientos se repitieron, por eso Amador Marcial se quejó de

amagos, amenazas y calumnias lanzadas por el referido administrador del

hacendado alemán. Debido a todos estos incidentes, el 28 de noviembre de 1918,

Claro Guzmán, en su calidad de representante del poblado de Cofradía, solicitó que

el gobierno del Estado les prodigara garantías; petición que fue respaldada por la

Comisión Nacional Agraria. Era evidente que, como comúnmente se dice, “el horno

no estaba para bollos”.

El año de 1918 concluyó, pero los problemas continuaron: el 9 de enero de

1919, el administrador de San Antonio interrumpió a Inés López, quien se

681 Al respecto, véase, Memorandum del 7 de diciembre de 1920, localizado en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003.

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encontraba arando en el potrero de “La Hortaliza”, quitándole la yunta de bueyes

para trasladarlos a las instalaciones de la hacienda; bestias de labranza que fueron

recuperadas luego de acaloradas discusiones entre Arnoldo Vogel y Claro

Guzmán.682

Las denuncias no sólo procedían de los indígenas, su contraparte también se

llamaba agredido. Por ejemplo, a fines de ese mes de enero de 1919, Arnoldo Vogel

comunicaba a la Presidencia Municipal de Comala que había rentado pequeñas

porciones de tierra a varias personas, pero que éstas no podían concluir sus trabajos

iniciados, porque Claro Guzmán llegaba acompañado de indígenas armados y los

obligaba a interrumpir sus labores. En el mismo tenor llegó la denuncia de Regino

Martínez, avecindado en Suchitlán, al quejarse de que Juan y Amador Marcial y

Lázaro Guzmán de Cofradía, interrumpieron las labores que desarrollaban en tierras

que le habían sido rentadas por Arnoldo Vogel y hasta le quitaron los mozos que

tenía contratados. La acción de los pobladores de Cofradía fue acompañada por

amenazas.

683

Las denuncias de ataques y hostigamientos estaban a la orden del día, donde

la tierra era la manzana de la discordia; por eso, Claro Guzmán, en su calidad de

representante de la comunidad, solicitó garantías ante Pastor Rouaix, titular de la

Secretaría de Agricultura y Fomento y de la Comisión Nacional Agraria. En

respuesta, el funcionario reiteró su disposición para sostenerles la posesión

provisional que tenían, mientras que se emitía una resolución definitiva al

respecto.

684

Todavía no recibía respuesta puntual, cuando Claro Guzmán decidió formular

una petición similar al presidente de la República, en la cual se quejaba de que la

682 Oficio Nº 10 de Claro Guzmán, Comisario municipal y Presidente del Comité Administrativo, al Presidente de la Comisión Local Agraria, 27 de enero de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 683 Oficio No. 90 de Jesús Salazar Carrillo, Presidente Municipal de Comala, a Felipe Loza, Presidente de la Comisión Local Agraria, 25 de enero 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 684 Oficio de Pastor Rouaix, Secretario de Agricultura y Fomento y Presidente de la Comisión Nacional Agraria, al Gobernador Constitucional del Estado de Colima, 8 de enero de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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posesión decretada a favor de la comunidad no se había ejecutado todavía,

incapacidad manifiesta por autoridades agrarias locales y nacionales, así como por el

propio Gobierno del Estado. Demandaba la intervención del ejecutivo federal debido

a las crecientes dificultades que padecía el pueblo de Cofradía, ocasionadas por la

violencia y las amenazas emanadas desde la hacienda de San Antonio. 685

Una nueva petición llegó a las oficinas presidenciales a mediados de febrero

de 1919, y no sólo iba firmada por los representantes indígenas, ya que los

habitantes mismos de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán suscribieron una extensa

carta donde planteaban su extrañeza por la suspensión de los trabajos de dotación,

ya que después de la medición de las superficies concedidas a ambas comunidades

emprendida por el ingeniero Suárez, se suspendieron las acciones para concretar la

posesión definitiva “por causas que nos extraña no conocer”; máxime que a pueblos

como Tepames y Cuauhtémoc ya se les había otorgado dichas posesiones. Se

quejaban del trato relegado que les daba la Comisión Nacional Agraria:

Además,

en este mismo documento, se solicitó que el ejecutivo federal interviniera para

agilizar la posesión definitiva de sus ejidos. Como respuesta recibió la notificación de

que se estaba nombrando un ingeniero para que fuera a ejecutar la resolución

presidencial que los beneficiaba.

…se nos tiene relegados en el olvido por la referida Comisión,

no obstante que la concesión de los ejidos, en cualquiera forma, es de

orden político, para bienestar del pueblo, y es una disposición

constitucional que por lo mismo debe acatarse de preferencia. Nos

duele manifestar porque a otros pueblos que son de más sangre

española que mexicana se les ha dado ya la posesión definitiva de sus

ejidos, y a nosotros, que por nuestras venas corre sangre azteca de

685 Oficio de Claro Guzmán, Comisario municipal de Cofradía de Suchitlán, al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Cofradía de Suchitlán, 11 de enero de 1919; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003.

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Cuauhtémoc, que hablamos su lengua y aun conservamos todavía

algunas de sus costumbres, no se nos ha dado dicha posesión.

Incluso llegaban a sostener que vivían en condiciones peores a las previas a

los años revolucionarios y de la dotación misma porque –en esos momentos– los

terratenientes colindantes de los terrenos ejidales otorgados, no les permitían entrar

a los terrenos, ni cortar leña, mucho menos preparar o arar las tierras para

sembrarlas, recibiendo en cambio amenazas de muerte por los mayordomos y los

agentes de las haciendas “Nogueras” y “San Antonio”, quienes los intimidaban con

armas de fuego y los amenazaban con quemarles sus chozas y expulsarlos de sus

pueblos. Para acabar con tan dramático y conflictivo panorama demandaban la

intervención del presidente Carranza, para que se concretara la posesión definitiva

de sus tierras.686

En respuesta a estas quejas y demandas, las autoridades ejidales giraron

instrucciones al presidente municipal de Comala, para que interviniera a fin de

desactivar el conflicto entre los vecinos de Cofradía y Vogel en torno al usufructo de

las tierras en disputa; a fin de normar una conducta, el funcionario se dirigió a la

Comisión Local Agraria para que le definiera quién era el propietario legal de dichas

tierras. La postura de dicha instancia no pudo ser más enfática: mientras que las

autoridades agrarias no declararan la insubsistencia de la posesión provisional

otorgada a los pobladores de Cofradía, a ellos correspondía otorgarles toda clase de

garantía para el usufructo de tales terrenos. Incluso, esta misma instancia agraria

local solicitó al mismo gobernador colimense que dictara las medidas para que los

indígenas gozaran de dicha posesión sin restricción alguna.

687

686 Carta de vecinos de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán, al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, 17 de febrero de 1919; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9, No.041/013/001.

Es de suponerse que

las tan mencionadas garantías que demandaban los indígenas no se aplicaban, pese

a lo dicho por las autoridades federales, ya que un mes más tarde, el líder agrario de

687 Oficio de Felipe Loza, Presidente de la Comisión Local Agraria, al Gobernador Constitucional del Estado, Colima, 31 de enero de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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Cofradía seguía insistiendo, ante el gobernador del Estado, para que se protegiera a

sus representados a fin de que gozaran de la posesión provisional de sus ejidos.688

Así que las declaraciones de las autoridades no bastaban para poner fin a la

disputa; lo urgente eran las anheladas acciones. Por eso, un pequeño núcleo de

trabajadores rurales de Cofradía demandaba, ante el gobernador colimense, que se

les resolviera de manera definitiva si ellos merecían ser partícipes de los derechos

agrarios; su petición era apremiante ya que Vogel les había quitado el agua para

riego. Su postura era sumamente clara:

Somos pobres y nos mantenemos de nuestros brazos, y no

queremos estar bajo el poder del adversario, nosotros queremos

cultivar un retazo de tierra de 25 litros cada uno, para mantener

nuestras familias y si esto no merecemos, que se nos diga

detalladamente; las tierras están desmontadas; y podemos pagar el

trabajo invertido lo que sea justo, en cosechas; y si estas tierras que

queremos no se nos conceden, manifestamos que no le damos agua a

Don Arnoldo.689

El hacendado alemán no se iba a quedar con los brazos cruzados. Sus

intentos de mantener bajo su posesión los terrenos en disputa no cejaban, así que en

abril de 1919, dirigió sus gestiones hacia el gobernador del Estado; primeramente

para quejarse de que Claro Guzmán y un reducido grupo de vecinos de Cofradía con

armas en la mano obstaculizaban las labores en sembradíos de su propiedad y,

concretamente, ante la cercanía de la temporada de lluvias y con ello las siembras

688 Solicitud de Claro Guzmán, Comisario municipal de Cofradía de Suchitlán, al Gobernador Constitucional del Estado de Colima, 30 de febrero de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 689 Catarino Guzmán, Lorenzo Apolinar, Lázaro Guzmán y Urbano Matías, al Gobernador Constitucional del Estado de Colima, Cofradía de Suchitlán, 30 de febrero de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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de temporal, afirmaba que su interés era elevar la producción al máximo en esa zona

de la entidad. Por consiguiente, demandaba que el ejecutivo ordenara a Claro

Guzmán que desistiera de su actitud y no entorpeciera los trabajos de labranza que

emprendiera él (Vogel) como supuesto dueño de dichas tierras. Conminaba a que el

gobernador adoptara esa actitud contra las poblaciones indígenas, debido a que –en

su opinión–: “…las pretensiones injustificadas de Guzmán y fundad[as] en la circular

de 28 de noviembre de 1918 extendida por Secretario de Agricultura y Fomento,

Presidente de la Comisión Nacional Agraria, donde se declara de una manera

evidente que esa posesión pertenece a aquellas, no tienen valor alguno”.690

Incluso, la demanda de Vogel parecía formar parte de una acción previamente

concertada o fraguada donde se involucraba a otros individuos de la zona, incluso de

la misma comunidad de Cofradía. Al parecer, el factor motivante de la petición de

Vogel, fue la acción de una brigada de indígenas de Cofradía al impedir que Eutimio

Velasco, arrendatario del hacendado y habitante de Cofradía, utilizara aguas para

regar los terrenos que tenía sembrados. Así que, desde otros ámbitos –pero con el

mismo fin–, un grupo de 30 pobladores de Cofradía (donde aparecía el mismo

Eutimio Velasco) se quejaron del comportamiento de Claro Guzmán ante el

Presidente Municipal de Comala. En su escrito señalaban:

Claro Guzmán dice que es el encargado de las leyes agrarias y

que las ocupa para usar de sus caprichos, lo que es cierto, porque

sólo se entretiene en hacerles males a los vecinos de esta … Sólo se

vive chasqueando a los demás indígenas más torpes y además con

perjudicarlos diciendo que no trabajen en la Hacienda inmediata. Son

tan malos los fines de este señor, que tiene unos armados que son los

que lo apoyan para invadir a los prójimos. Nosotros ya cansados de

690 Solicitud de Arnoldo Vogel al Gobernador Constitucional del Estado, Colima, 2 de abril de1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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sufrir esas infamias de este impío, nos resolvimos a elevar una queja a

esa Presidencia para ver si se nos atiende nuestra súplica.

Deseamos que se le quite ese nombramiento, y si es necesario

que haya otro que lo sustituya, ya se fijarán en una persona honrada.

Para que tenga fuerza nuestra queja, remitimos nuestras firmas,

manifestando que si es necesario que nos presentemos todos, lo

haremos con gusto, para que nos quiten a ese hombre que no nos

deja trabajar, pues el quiere que lo acompañemos a andar de

argüenderos.691

Al turnar la queja ante la Secretaría de Fomento, el presidente municipal de

Comala le incorporaba de su cosecha, al agregar que Claro Guzmán: “…aparte de

ser tan injusto con los vecinos, porque realmente es insoportable, tiene el gran

defecto de ser desobediente con las Autoridades. Hará una gran obra de justicia esa

Secretaría, quitándole a Claro Guzmán cualquier ingerencia en las tierras y aguas de

Cofradía”.

692

En lo que se refiere a la respuesta del gobernador Felipe Valle a Vogel, ésta

no pudo ser más pronta y expedita. Al día siguiente de la petición del hacendado, le

comunicó que ya había turnado su queja y solicitud a la Comisión Nacional Agraria

para que la atendiera y que también ya había girado instrucciones al presidente

municipal de Comala para que, en tanto llagara dicha resolución, impidiera que se

siguieran cometiendo los actos enumerados por el señor Arnoldo Vogel.

693

Y efectivamente, Felipe Valle turnó a Jesús Salazar Carillo, presidente del

ayuntamiento de Comala, la denuncia referente a que Claro Guzmán, a la cabeza de

691 Jesús Salazar Carrillo, al Secretario de Agricultura y Fomento, Comala, 4 abril 1919; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003. 692 Ibíd. 693 Oficio Nº 244 de J. Felipe Valle, Gobernador Constitucional del Estado, a Arnoldo Vogel, Colima, 3 de abril de1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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tres hombres armados, impedía el derecho al agua a Eutimio Velasco, arrendatario

de Vogel, para que tomara cartas en el asunto, obviamente a favor de la queja del

hacendado.694

El panorama era claro: las autoridades municipales y estatales manifestaban

una actitud proclive a Arnoldo Vogel y los hacendados, mientras que el soporte de

los indígenas provenía de las autoridades federales.

Ante tal panorama, uno de los recursos de poco más de seis decenas de

suchitlecos –encabezados por Gorgonio Ávalos– fue solicitar el apoyo del Elías

Arias, senador por Colima, para que los tuviera al tanto de cómo evolucionaba el

trámite de dotación en las oficinas agrarias de la ciudad de México e intercediera a

favor de sus reclamos. La justificación de este apoyo se fundamentaba en la

recurrente alusión a la penuria económica: “Hacemos esta súplica por estar presente

el tiempo de trabajos para los desmontes y por estar gravemente necesitados por no

haber sembrado en el temporal próximo pasado por habernos prohibido por el Patrón

de la Hacienda de Nogueras”.695

Un paso adelante en pos de resolver el conflicto se cumplió con los trabajos

topográficos realizados por Ignacio Cabañas Flores, topógrafo adscrito a la Comisión

Local Agraria, a fin de reconocer y planificar la dotación ejidal. Luego de recorrer los

terrenos y propiedades circundantes (donde figuraban la hacienda de Colomos y

tierras de Ignacio Salazar, Miguel Magaña y Maximino Llerena, entre otros) a

Suchitlán y Cofradía, exploró las extensiones de las dos haciendas con las que los

indígenas de ambas comunidades estaban en conflicto, así como las tierras de los

otros propietarios que también fueron afectados por el decreto presidencial para

formar los dos ejidos de referencia. Las valoraciones del topógrafo fueron en el

siguiente tenor:

694 Oficio Nº 243 de J. Felipe Valle, Gobernador Constitucional del Estado, al Presidente Municipal de Comala, Colima, 3 de abril de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 695 Al respecto véase, Oficio del Senador Elías Arias, al Presidente de la Comisión Nacional Agraria; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9, No. 041/013/001.

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El técnico realizó un recorrido por la superficie de 1755-61 hectáreas

concedidas por decreto presidencial al pueblo de Suchitlán, las cuales se tomaron de

las siguientes propiedades: hacienda de Nogueras, 1,093 has.; hacienda de San

Antonio, 314.5 has.; propiedad de Trinidad Padilla, 100-64 has.; propiedad de

Nieves Torres, 31.9 has.; propiedad de Luis Rendón, 114.8 has.; y propiedad de

Catarina C. Vda. de Peña, 50.37 has.

Las tierras ubicadas en la hacienda de San Antonio, que fueron tomadas para

dotar al pueblo de Suchitlán, eran de mediana clase y aptas para la siembra de maíz.

En lo que respecta a los terrenos de la hacienda de Nogueras, las tierras situadas al

sur de Suchitlán, eran también de regular clase para el cultivo de maíz, exceptuando

las comprendidas entre el rancho de la Caña y el del Tanque, que se calificaban de

buena calidad. Pero todas esas tierras eran exclusivamente para siembras de

temporal.

Salvo los terrenos que se tomaban de la propiedad de Catarina C. Vda. de

Peña, que eran de riego de buena calidad, las que pertenecían a Nieves Torres, Luis

Rendón y Trinidad Padilla, eran de temporal y de clase regular, al igual que las

tomadas de San Antonio y Nogueras. Además, luego de su inspección por las tierras

de la zona, el topógrafo opinó que las haciendas de Nogueras y de San Antonio

deberían ser las únicas propiedades contribuyentes para la proyectada dotación,

pero que debido a que las tierras de Nogueras presentaban un estrechamiento

(llamado La Angostura) en la única porción convertible en ejidal, y de que San

Antonio poseía escasa extensión en su parte aprovechable para fines ejidales, era

necesario fraccionar también a la mediana propiedad; criterio que el técnico utilizó

para trazar el proyecto de dotación.

En lo que tocó al trazado del proyecto de dotación de ejidos para el pueblo de

Cofradía de Suchitlán, a fin de ejecutar las 660 hectáreas, todas éstas se ubicaron en

superficie de la hacienda de San Antonio. Al revisar las tierras de la mencionada

hacienda, comprendidas en el Proyecto de Dotación para Cofradía de Suchitlán (al

menos las situadas al oeste del poblado), las catalogó como de mala calidad para el

cultivo y todas eran de temporal. Aclarando que por ese rumbo se encontraban

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algunas porciones de riego y otras de temporal que contaban con una mediana

calidad, pero estaban fuera del perímetro considerado para la dotación ejidal.

Una parte de la hacienda que contaba con terrenos de buena calidad estaba

ubicada en una finca dependiente llamada “La Haciendita”, lugar donde residía un

segundo administrador de la hacienda de San Antonio. En este lugar se sembraba

caña de azúcar y contaba con un trapiche en funciones. En virtud de lo anterior, el

topógrafo, pese a su actitud favorable a los indígenas, señaló que: “Por este motivo,

y creyendo de justicia no incluir en los ejidos de Cofradía, las siembras de caña

indicadas, ni menos dejar dentro de ellos, la mencionada finca, dejé a ésta en una

zona de protección que la pone en comunicación con el resto del terreno de San

Antonio”.696

Al margen de sus trabajos técnicos, en el informe elaborado por el topógrafo

Ignacio Cabañas, se plasmaron algunas impresiones sobre el clima y la tensión

social que se vivía en la zona y, concretamente, que padecían los indígenas del

lugar. Sobre los pobladores de Cofradía de Suchitlán, señalaba que estaban muy

desanimados con respecto a la demarcación de los ejidos que con anterioridad les

fueron concedidos, debido a que por dicho motivo, el dueño de la hacienda de San

Antonio optó por no rentar tierras, como antes lo hacía, a ninguno de los vecinos de

Cofradía que trabajara a favor del reparto agrario. Como complemento, el topógrafo

agregaba: “Si a la actitud del terrateniente, se agrega la falta de directores entre los

ignorantes indígenas del lugar, ya que los dos o tres que hay, son los más

hostigados por aquel y que por eso se ven obligados hasta a abandonar su pueblo,

se comprenderá la razón del desconcierto que reina entre los habitantes”.

697

En el otro poblado indígena la situación no era muy diferente, a pesar de que

los vecinos de Suchitlán disfrutaban de algunos terrenos de riego en calidad de

provisionales. Sin embargo, pese a que durante 1918 todavía sembraron en terrenos

de la hacienda de Nogueras, a principios de 1919, los dueños de dicha hacienda

696 Informe de Ignacio Cabañas Flores, Topógrafo adscrito a la Comisión Local Agraria, al Presidente de la Comisión Local Agraria del Estado, Colima, 30 de abril de 1919; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9 No.041/013/001. 697 Ibíd.

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expulsaron a los vecinos del pueblo de Suchitlán, sin que éstos recibieran las

garantías a que tenían derecho por parte del gobierno del Estado, para seguir

disfrutando de las tierras de la hacienda de Nogueras, tal y como lo establecía la

Circular Nº 33 girada por la Comisión Nacional Agraria.

La crónica de Ignacio Cabañas está claramente orientada a favor de los

indígenas, tomando, a veces, tintes dramáticos, como en los renglones siguientes:

Es tanta la inquina que los dueños de Nogueras profesan a los

indios de Suchitlán, de quienes por mucho tiempo explotaron sus

energías para prosperar en su negociación agrícola, a costa de malos

sueldos y de peores vejaciones, que el que esto suscribe es testigo de

que una cuadrilla de peones de la Hacienda se ocupa actualmente de

HACER DESAPARECER LOS CAMINOS QUE ATRAVESANDO LA

BARRANCA DE SUCHITLÁN, PONEN EN COMUNICACIÓN LOS

TERRENOS DE LA HACIENDA CON EL PUEBLO DE

SUCHITLÁN.698

Con este referente, el dictamen y recomendación elaborada por este topógrafo

no pudo ser más clara en su orientación: además de plantear que la Comisión

Nacional Agraria insistiera ante el gobierno estatal sobre el derecho de los indígenas

de Suchitlán para sembrar las tierras concedidas como provisionales, a fin de paliar

sus apremiantes necesidades, la consideración sobre el asunto del reparto iba en el

siguiente tono:

…como el tiempo de siembras de temporal se acerca y que los

vecinos de Suchitlán y de la Cofradía de Suchitlán se hallan … en

condiciones de vida dignas de lástima, opino que la H. Comisión

698 Ibíd.

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Nacional Agraria, debe disponer cuantos medios estén a su alcance

aprobando o modificando convenientemente el proyecto que presento

para la localización de los ejidos concedidos, pero de modo que

ambos pueblos alcancen a disfrutar, desde este año, de las tierras

cedidas. 699

Al tiempo que este dictamen era recibido por los superiores del ingeniero

Cabañas, los dirigentes agrarios de Cofradía no esperaron cruzados de brazos el

anhelado dictamen y encaminaron sus peticiones al gobernador de la entidad, no

tanto para que influyera en la dotación definitiva para su ejido, sino para que pusiera

un freno a los hostigamientos emprendidos por Arnoldo Vogel, consistentes en el

envío de ataques nocturnos con la acordada que tenía en su hacienda de San

Antonio, así como levantarles calumnias acusándolos de criminales y facinerosos.

700

En respuesta, el Gobernador Valle manifestó su intención de emprender una

investigación para atender la queja de Claro Guzmán. Para ello, se comunicó con el

presidente municipal de Comala para que ese ayuntamiento le informara si era cierto

que la acordada de la hacienda de San Antonio realizaba expediciones al pueblo de

Cofradía de Suchitlán, para amenazando e intimidando a los vecinos que se

manifestaran proclives a defender las tierras concedidas por decreto presidencial.

Ese era otro de los problemas que laceraban su existencia en esos momentos.

701

La respuesta del munícipe no tardó en llegar; cuatro días después de

formulada la petición, se informaba que no era cierto que la acordada de la hacienda

de San Antonio realizara recorridos en Cofradía de Suchitlán para amagar a sus

moradores. Afirmaban que la columna que eventualmente arribaba a este lugar

699 Ibíd. 700 Claro Guzmán y Catarino Guzmán, representantes de Cofradía al C. Gobernador Comandante Militar del Estado, Colima, 30 de abril de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 701 Sobre el particular, véase: Oficio Nº 326, de J. Felipe Valle, Gobernador Constitucional del Estado a Claro Guzmán, Colima, 2 de mayo de1919; y, Oficio Nº 325 de J. Felipe Valle, Gobernador Constitucional del Estado, al Presidente Municipal de Comala, Colima, 2 de mayo de 1919; ambos en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

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provenía del destacamento del “Remate” y llegaba para hacer algunas

aprehensiones o para atender las quejas que los propios vecinos interponían contra

Claro Guzmán y su hermano Catarino, quienes “…con frecuencia hicieron y hacen a

la fecha mal uso de las armas que tienen en su poder, como le consta al Teniente

Aguirre del 38 Regimiento de Caballería, que los ha sorprendido haciendo

escándalos con las referidas armas, alterando así el orden y la seguridad pública”.702

El gobernador cerró su voluntad de atender la denuncia al transcribir la respuesta del

presidente municipal al denunciante Claro Guzmán.703 Finalmente, para las

autoridades, Claro Guzmán pasó de aparente víctima a victimario, de agredido a

agresor. Y no sólo eso, sino que hasta se alegó en su contra que la misma

presidencia de la Comisión Nacional Agraria, les había turnado un oficio donde se

hacía constar que Claro Guzmán no tenía ya injerencia alguna en las aguas y tierras

ejidales de Cofradía de Suchitlán.704

Esos señalamientos poco importaban al líder agrario, quien en meses

posteriores continuó con sus trámites ante las oficinas federales, debido a que

actuaba “En representación del pueblo de Cofradía de Suchitlán, del Municipio de

Comala, Estado de Colima: que me ha elegido para su único representante en la

Dotación de tierras y aguas del mismo”.

705

702 Oficio Nº 201 de Jesús Salazar Carrillo, Presidente Municipal de Comala, al Secretario General del Gobierno, Comala, 6 de mayo de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916.

Con esa autoridad, solicitó ante la

Dirección Agraria que se reconsiderara el dictamen y planos para el reparto definitivo

elaborados por el topógrafo Cabañas Flores, a fin de que los terrenos situados en el

área limítrofe al Trapichito, ubicados al noroeste del pueblo, se les consideraran

dentro del reparto, porque eran las mejores tierras con que el ejido podría contar y

porque fueron de la comunidad en tiempos pasados; además, consideraba que por

su proximidad a Cofradía daría pie para que Vogel auspiciara perjuicios contra el

poblado, aparte de considerar que no era imprescindible que quedara en manos del

703 Oficio Nº 338 de J. Felipe Valle, Gobernador Constitucional del Estado, a Claro Guzmán, Colima, 9 de mayo de 1919; en AHEC, Caja 887, Sección A, No. 19, Año 1916. 704 Ibíd. 705 Claro Guzmán, Representante del pueblo de Cofradía de Suchitlán, a Pastor Ruaix, Dirección Agraria de la Secretaría de Agricultura y Fomento, Colima, 12 de junio de 1919; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9, No.041/013/001.

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hacendado, cuando tenía “…para el lado que orienta su propia Hacienda de San

Antonio, millares de hectáreas de terrenos baldíos”.706

Los meses transcurrieron y también la tensión e incertidumbre. Llegaron las

lluvias y también llegaron nuevas cartas de Claro Guzmán hasta las oficinas de la

Comisión Nacional Agraria ubicadas en la ciudad de México, donde solicitaba

información para “…saber si la distribución de ejidos se concederá pronto o tardará;

porque actualmente es insoportable la opresión para dicho pueblo por Vogel, más

que antes de haber solicitado”.

707

La cuenta regresiva para el otorgamiento de la posesión definitiva del reparto

realizado a favor de los indígenas se inició a fines de octubre de 1919. El primer

poblado favorecido fue Suchitlán. El 23 de ese mes, nuevamente, el topógrafo

Ignacio Cabañas se trasladó a dicho poblado para iniciar los trabajos de deslinde y

amojonamiento en terrenos ubicados en el área de la hacienda de Nogueras. Al

segundo día de trabajo en el lugar, el señor Cabañas se entrevistó con Aureliano

Rangel, dueño de la mencionada hacienda, donde en cordial charla se le explicaron

las particularidades del área susceptible del reparto. El tono de las entrevistas del

topógrafo varió al arribar a San Antonio. El 27 de octubre, Vogel se reunió con el

técnico de la Comisión Local Agraria; el hacendado manifestó sorpresa de que los

indígenas de Cofradía de Suchitlán pretendieran construir mojoneras de

mampostería en terrenos de “San Antonio”, a quienes no bajó de “bandidos”.

También expresó su molestia porque a San Antonio se le segregaban 660 hectáreas

de terreno y porque, de paso, se le quitaban algunas siembras de caña. Igual de

insólito le resultó que de tierras consideradas dentro de la superficie de su hacienda

se proveyera al ejido de Suchitlán.

Las explicaciones de Cabañas Flores giraron en torno a que, durante su trazo,

intentó proteger todos los cañaverales y que en el proyecto aprobado por la Comisión

Nacional Agraria, sólo un pequeño lote de caña quedaba dentro de los terrenos 706 Ibíd. 707 Carta de Claro Guzmán, Representante de Cofradía de Suchitlán, al Director de la Comisión Nacional Agraria, Colima, 9 de agosto de 1919; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003.

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ejidales aludidos, además de que los indígenas de Cofradía estaban dispuestos a

establecer un convenio con el Sr. Vogel, a fin de que este ocupara dicho lote todo el

tiempo que fuera necesario para la explotación de caña. Lo anterior no impidió la

exasperación del hacendado alemán, quien preguntó: “…que quién le pagaría esas

tierras, ya que el Supremo Gobierno sólo podía dar “papeles” a los Hacendados y

que él (el Sr. Vogel) no comía ‘papeles’.”708 Sobre la actitud de Vogel, el topógrafo

comentó: “…todas estas consideraciones irrespetuosas y altaneras [son] muy dignas

de quienes como el Sr. Vogel se creen aún dueños de vidas y haciendas como en la

oscura época medieval”.709 A su vez, fiel retrato de su patrón, el administrador de “La

Haciendita” reaccionó de manera muy similar al enterarse que los indígenas iban a

construir mojoneras en dicho lugar. El Ing. topógrafo relató parte de su charla con el

empleado de Vogel: “…el Sr. Administrador, digno siervo del Sr. Vogel, sin

abandonar un momento su carabina, me contestó que de ningún modo permitiría que

se hicieran las mojoneras, puesto que así se lo tenía ordenado su patrón”.710

La cautela imperó en el otro bando y los indígenas se abstuvieron de levantar

sus mojoneras. Aún más, prudentemente soportaron las amenazas que en el

poblado realizaban media docena de vaqueros armados de “San Antonio”, quienes,

blandiendo sus máuser y su parque, gritaban: “Uds. ¿Quieren tierras? – Mírenlas, ya

se las vamos a dar”. Incluso, pocos minutos después, a la brigada de indígenas que

acompañaba al topógrafo y a la misma acordada de Suchitlán, ese mismo grupo

armado les efectuó varios disparos que no fueron respondidos a sugerencia del

empleado de las oficinas agrarias. Ese grupo armado, fiel a Vogel, resguardaba los

terrenos de “La Haciendita” y estaba encabezado por su mismo administrador José

Villalbazo. No conformes con los resultados provocados por su actitud, la noche de

ese mismo día 28 de octubre, seguidores de Vogel que vivían en Cofradía de

Suchitlán, embriagados, galopaban por las calles del lugar y hacían disparar sus

708 Informe del topógrafo Ignacio M. Cabañas Flores, al Presidente de la Comisión Local Agraria, Colima, 31 de octubre de 1919; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9, Nº 041/013/001.Este documento también aparece en este mismo archivo, pero en el expediente Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, Nº CM002003. 709 Ibíd. 710 Ibíd.

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armas; ante esta amenaza, muchos de los asustados indígenas del lugar se tuvieron

que ir a dormir al monte cercano. Todos estos sucesos son recreados por el

topógrafo como contratiempos generados “…por un extranjero enriquecido a costa

del sudor de nuestros indios”. Incidentes que no le impidieron cumplir con las tareas

encomendadas.711

Dichas acciones intimidatorios formaban parte de una semántica del poder,

dirigida por los terratenientes, para amedrentar a los agraristas y evitar la inminente

expropiación y entrega de tierras. Mediante estas demostraciones de fuerza, se hacia

explicitó a la población lo que podría sucederles en caso de seguir insistiendo en sus

demandas.

712

Esta era la imagen que Cabañas plasmó de Vogel, ese ingeniero a quien los

indígenas veían con reticencia. De ahí que, de los calificativos que Servando Ortoll

hace de la personalidad de Vogel: “…soñador práctico y hombre de agudo pensar y

sentir, genio de las finanzas y los negocios, obstinado jugador con ánimos de ganar,

enemigo acérrimo de la violencia, víctima de los principios (reales o imaginarios) de

la Revolución…”,

713

Estos trabajos fueron el preámbulo para que durante la mañana del 10 de

noviembre de 1919, en el pueblo de Suchitlán, la presidencia de la junta municipal

fuera el punto donde se concentraron José de Jesús Milanés, José Chavira N. y

Leonardo Yánez Centeno, Presidente, vocal y secretario, respectivamente del

Comité Particular Ejecutivo de los ejidos en la municipalidad de Colima; el Ing.

Ignacio Cabañas Flores, topógrafo adscrito a la Comisión Local Agraria; el señor

Arnoldo Vogel, dueño de la hacienda de San Antonio; Gorgonio Ávalos, presidente

de la Junta Municipal de Suchitlán; Rosalío N. Martínez, Tomás Cristóbal, Vidal

Ascencio, miembros del Comité Particular Administrativo de Suchitlán; así como una

su actitud pacífica está lejos de ser retrato fiel; Vogel vivió en

medio de tiempos violentos, sufrió (eso ni duda cabe), pero también practicó la

violencia como medio para salvaguardar sus ideas e intereses.

711 Ibíd. 712 James Scout, Los dominados…, pp. 154 ss. 713 Ortoll, Vogel. Las conquistas…, p.163.

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gran cantidad de pobladores del lugar. El motivo era dar posesión definitiva de los

terrenos de ejidos que les fueron concedidos por resolución presidencial del 28 de

febrero de 1918. Todo este contingente partió a presenciar la definición de mojoneras

que marcarían los linderos del ejido. Dichos linderos comprendieron una extensión

de terreno de 1,028 hectáreas y 17 aras, que hasta ese día habían pertenecido a la

hacienda de Nogueras. Mientras que una extensión de 314 hectáreas y 50 aras, que

minutos antes pertenecían a la hacienda de San Antonio, quedo demarcada como

parte del ejido del pueblo de Suchitlán. Las pequeñas propiedades ubicadas dentro

de estas áreas fueron respetadas, quedando fuera de la superficie ejidal.

Realizado el recorrido en casi cuatro horas, en acto solemne, el Presidente del

Comité Particular Ejecutivo de la Municipalidad de Colima, decretó la entrega en

posesión definitiva de los terrenos al Comité Particular Administrativo del pueblo.

Igual de solemne fue la respuesta de Gorgonio Ávalos al declarar que, en nombre del

pueblo, recibía y tomaba posesión de los mismos para hacer uso de ellos conforme a

las leyes vigentes. A la vez, con ese acto, los indígenas de Suchitlán dejaron de

tener derecho alguno sobre las tierras que estaban usufructuando en calidad de

provisionales. Al momento de firmar el acta, Arnoldo Vogel, aunque estaba presente,

se negó a estampar su firma.714

Y vaya que la inconformidad de Vogel no era menor, ya que ese mismo día se

decretó la entrega en posesión definitiva de los terrenos ejidales para el poblado de

Cofradía de Suchitlán; de las 660 hectáreas otorgadas, 647 se tomaron de la

hacienda de San Antonio. En dicho acto, su apoderado, que estaba presente,

protestó por dicha resolución. Además, se impidió que las autoridades agrarias y los

indígenas definieran las mojoneras que delimitarían la superficie ejidal.

Pero no sólo eso, ante estas medidas agrarias, Vogel no se quedó con los

brazos cruzados. Corría el mes de diciembre cuando el hacendado inició los

procedimientos de un juicio de amparo, ante el Juez de Distrito de la entidad, contra

la resolución presidencial a favor de los indígenas de Cofradía. Entre diciembre y

714 Acta del Comité Particular Ejecutivo de la Municipalidad de Colima levantada en Suchitlán, 10 de noviembre de 1919; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23-9, No.041/013/001.

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enero se dio cauce al proceso de audiencias y presentación de pruebas entre las

partes involucradas. Desde un inicio, Vogel promovió que se efectuara una

inspección judicial a fin de que el Juzgado corroborara lo que consideraba el sustento

de su inconformidad; según el hacendado, Cofradía de Suchitlán era:

…una ranchería sin ninguna importancia agrícola ni comercial y

que se compone de unas cuantas casuchas de zacate, que

igualmente la inspección tendrá por objeto que el Juzgado de fe que

en las orillas de la expresada ranchería esta ubicada la finca “La

Haciendita” propiedad del poderdante y que los terrenos que la

circundan están cultivados y sembrados de caña teniendo instalados

en el casco de la finca un trapiche para elaborar panocha y por último

para que se de fe de que hasta la fecha los vecinos de Suchitlán y

Cofradía no han cultivado los terrenos que … puso en posesión

últimamente el Comité Particular Ejecutivo de la Municipalidad de

Colima.715

En pocas palabras, pedía que la audiencia se practicara sobre el terreno de

los hechos, sobre el espacio en disputa. Evento que se realizó durante la segunda

semana de enero de 1920. Culminado esta primera parte del proceso, el amparo

interpuesto ante el Juez de Distrito del Estado, fue aceptado el 7 de febrero de 1920.

Dicho amparo se interpuso contra actos del Presidente de la Comisión Nacional

Agraria, de la Comisión Local Agraria, del Comité Ejecutivo y del Comité Particular

Administrativo de los Ejidos. Así que el asunto iría a parar hasta la Suprema Corte de

Justicia de la Nación.

715 Oficio 2154, Agustín Lira, Juez de Distrito en el Estado, al Presidente de la República, Colima, 15 diciembre 1919; en CONDUMEX, Fondo XXI, Carpeta 143, Legajo 16584; Oficio 2239 de Agustín Lira, Juez de Distrito en el Estado, al Presidente de la República, Colima, Col., 26 diciembre 1919; en CONDUMEX, Fondo XXI, Carpeta 143, Legajo 16552.

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Así las cosas, a los agraristas de Cofradía no sólo no se les permitió colocar

sus mojoneras que limitaran las tierras otorgadas, además, recibieron una

hostigamiento pertinaz que impidió que éstos repartieran las tierras; cosa que si hizo

Vogel, pero a arrendatarios que pagaban su debida renta al hacendado. Al iniciar la

temporada de siembras de 1920, los de Cofradía sólo pudieron sembrar en “El

Encino”, un terreno de mala calidad que les dejó libre. Mas ya para levantar su

cosecha, Vogel introdujo ganado de su hacienda y los animales casi terminaron con

la siembra. Incluso, por dichos cultivos, el hacendado les exigía el pago de renta.

Peor les iba si intentaban desmontar alguna parte de tierra con la finalidad de

emprender laboreas agrícolas: de inmediato se presentaban empleados de la

hacienda de San Antonio para amenazarlos que de proseguir les quemarían sus

jacales, los correrían del pueblo o serían pasados por las armas. Al denunciar estos

hechos ante la Comisión Nacional Agraria, los habitantes de Cofradía agregaban:

“…no somos libres ni para disponer de algunas de las aguas que nacen en el terreno

de los ejidos, y ya mero ni para beber”. 716

Quizá por esa razón, en octubre de 1920, el Presidente del Comité Particular

Administrativo de los Ejidos de Cofradía de Suchitlán, envió un escrito dirigido a

Arnoldo Vogel donde le informaba que por indicaciones del gobernador le pedían

que suspendiera sus siembras de caña en el Potrero de San Miguel, ubicado en las

inmediaciones del polémico terreno de “La Haciendita”. En respuesta, el hacendado

se comunicó con el ejecutivo estatal para argumentarle que dicho potrero estaba

ubicado en zona de protección, establecida por la misma Comisión Nacional Agraria,

y que el Comité Particular de Cofradía no tenía ningún derecho para impedir sus

trabajos, pues ese terreno siempre lo había sembrado con caña y lo regaba con agua

de su uso particular. En su opinión, la actitud asumida por el líder agrario local se

generaba “Solo es por hacer perjuicio pues los indígenas tienen suficientes terrenos

para siembras. No compensan los raquíticos rendimientos que tendrían si se siembra

716 Oficio de Amador Marcial, Miguel Lucas y Juan Marcial, miembros del Comité Particular Administrativo de los Ejidos de Cofradía a la Comisión Nacional Agraria, 30 de octubre de1920; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003.

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rudimentariamente con maíz o frijol y calabaza”.717

Cabe aclarar que Vogel no actuaba sólo, para este tipo de gestiones contaba

con un diligente y fiel apoderado: Andrés F. Schmidt. El 10 de noviembre de 1920, el

nuevo gobernador, Miguel Álvarez García, dio respuesta a la solicitud del hacendado

alemán. Atendiendo a las iniciativas del apoderado Schmidt, apoyándose en un

informe rendido por el Presidente Municipal de Comala, e interpretando la Circular Nº

21 de la CNA, donde se señalaba que las dotaciones de ejidos debían respetar una

zona de 50 hectáreas para la protección de las fincas cuyos terrenos se hubieran

aprovechado para ejidos, el gobernador comunicó al organismo agrario de los

indígenas de Cofradía, que se abstuviera de inquietar a Vogel en la posesión del

potrero de San Miguel.

Por otra parte, argumentando que

la Suprema Corte no había revocado el amparo interpuesto, ni se había dictado

resolución ejecutoria, solicitó que el gobernador ordenara al presidente del Comité

Particular Administrativo de Ejidos de Cofradía de Suchitlán que no molestara sus

posesiones.

718

La respuesta de los líderes agrarios de Cofradía no tardó en llegar a las

oficinas del Gobernador Álvarez García. Primeramente, sostenían que el terreno de

San Miguel, no estaba comprendido dentro de las 50 has. circundantes al casco de la

hacienda, planteadas por la Circular Nº 21 emitida el 25 de marzo de 1917,

719

717 Carta de Arnoldo Vogel al Gobernador Constitucional del Estado, Colima, 4 de octubre de 1920; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Expediente No. 6.

pues

718 Oficio Nº 144 de Miguel Álvarez García, Gobernador Constitucional del Estado, al Presidente del Comité Particular Administrativo de los Ejidos de Cofradía de Suchitlán, Colima, 1o de noviembre de 1920; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003. 719 En esta fecha la Comisión Nacional Agraria, por acuerdo del Primer Jefe del Ejercito Constitucionalista Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, expidió una circular modificando los incisos I, III y IV de la Circular Nº 3 del 6 de mayo de 1916. El inciso IV, se reformó en los términos siguientes: Cuando en los terrenos, a que debe dotarse a un Pueblo, existan construcciones que constituyan la planta principal o sea el casco de una finca rústica, deberán quedar excluidos del terreno que se entregue al Pueblo, dejando una zona de protección y unión con el resto del terreno de la misma propiedad, que quede fuera del Ejido, de una superficie conveniente. En caso de que no hubiere terreno restante por ser necesaria la totalidad del predio para dotar al Pueblo, el propietario manifestara si desea conservar las construcciones de la finca con la zona de protección que se le marque, la que no podrá exceder de 50 hectáreas; o si opta que se incluyan dichas construcciones en los terrenos que van a cederse al Pueblo. En este caso la Autoridad Municipal tomara a su cuidado la finca. Al respecto véase: Circular de Pastor Rouaix, Presidente de la Comisión Nacional Agraria, México, 25 de marzo de 1917; localizado en AHMC, Sec. E, Caja 74, Exp. s/n.

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según el plano levantado por el Ing. Cabañas Flores, la zona protectora comenzaba

217 metros más al sur de la finca “La Haciendita”, aparte de que el verdadero casco

no era la anterior, sino la finca principal de la hacienda de San Antonio. Por esta

razón, “La Haciendita”, sólo era una mera estancia o dependencia de la finca

principal de la hacienda, como muchas otras que Vogel tenía diseminadas en todo el

terreno.

Así que, los representantes agrarios sostenían que el potrero de San Miguel

no formaba parte de la zona protectora, sino de los ejidos libres, por lo que Vogel no

tenía ningún derecho a su posesión ni a entorpecer los trabajos de labranza que ellos

emprendieran. Para ilustrar sus argumentos ante el gobernador, hasta un croquis le

turnaron.

Sobre el informe del Presidente Municipal de Comala, los indígenas

aseveraron que se elaboró con base en datos proporcionados por empleados de

Vogel, pero más que eso, reafirmaba la mala voluntad que siempre nos han tenido;

en su opinión sólo era una muestra más de la parcialidad y el poco aprecio que ya

les había expresado con anterioridad al nombrar “Comisarios a los Ciudadanos

enemigos nuestros que no van más que a cometer atropellos personalmente o a

consentir o a disimularlos cuando los cometen los empleados de Vogel, de todo lo

cual no está ignorante el señor Presidente”.720

Tomado como muestra este suceso, es sumamente factible que la actitud de

las autoridades colimenses haya sido muy condescendiente para con Vogel y los

Por todo lo anterior, solicitaron que el

gobernador revocara el acuerdo del comunicado emitido en su contra y que

resolviera que Arnoldo Vogel se abstuviera de molestar al Comité Particular

Administrativo de los Ejidos de la Cofradía de Suchitlán, al usar la posesión de los

terrenos ejidales de los cuales formaba parte el potrero de San Miguel. La ausencia

de pistas o evidencias de alguna acción gubernamental hace suponer que este oficio,

emitido desde Cofradía, no mereció una atención o respuesta positiva.

720 Oficio de Amador Marcial y Juan Marcial, Presidente y Secretario del Comité Particular Administrativo de los Ejidos, al Gobernador Constitucional del Estado y al Secretario General de Gobierno, Cofradía de Suchitlán, 10 de noviembre de 1920; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003.

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hacendados; así también lo denota la amarga queja que los virtuales agraristas de

Cofradía le formulaban a los altos integrantes de la Comisión Nacional Agraria:

…no contamos con el Comisario del pueblo, Presidente

Municipal de Comala, ni con la Comisión Local Agraria, pero ni con

el Gobierno del Estado ¿Y porqué es esto? Simple y sencillamente:

porque los funcionarios o son miembros del capitalismo o empleados

de él, cuando no gente venable y servil que cual gusano se arrastra

ante el patrón para granjear la comida a cambio de crímenes de toda

especie, que siempre quedan impunes por tratarse de un señor

feudal. 721

Pero no todo era desilusión, ya que al fijar sus ojos más allá de las fronteras

colimenses, con rumbo a la capital del país y al máximo órgano agrario nacional:

Aún nos mantiene una esperanza: recurrir ante esa H. Comisión

para que ella, que de seguro está integrada por revolucionarios

sinceros y leales, interponga, ante quien corresponda, su poderosa

influencia moral o legal para que ese hacendado no nos moleste en

nuestra posesión, ya que tenemos derecho de disfrutar de ella

mientras la Corte Suprema de Justicia de la Nación no resuelva.722

Los aliados de los indígenas establecidos en la municipalidad de Comala no

solamente eran oriundos del centro de México, el ya mencionado Elías Arias,

senador por Colima, les reiteró su apoyo mediante diversas gestiones realizadas

721 Oficio de Amador Marcial, Miguel Lucas y Juan Marcial, miembros del Comité Particular Administrativo de los Ejidos de Cofradía a la Comisión Nacional Agraria, 30 de octubre de 1920; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003. 722 Ibíd.

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ante la cúpula del máximo organismo agrario nacional. Tal papel lo asumió a partir de

que los miembros del multicitado Comité Particular Administrativo de los Ejidos de

Cofradía le solicitaron ayuda, para que intercediera ante la Comisión Nacional

Agraria, a fin de que se resolviera este litigio sobre tierras de manera definitiva. Las

valoraciones del senador ante las instancias agrarias eran del siguiente tenor: “…lo

que aquellos indígenas piden, con la desesperación del hambriento, es que esa

Comisión Nacional Agraria les imparta garantías, naturalmente por los conductos

debidos, ya que según se expresan, parece que el Gobernador del Estado no se las

ha impartido, sin que yo pueda saber las causas”.723 Por este motivo, Arias solicitó

que, a petición de la CNA, el Jefe de las Armas en la ciudad de Colima, recibiera

órdenes de la Secretaría de Guerra y Marina, para que el Comité Particular

Administrativo de los Ejidos de Cofradía recibiera garantías o protección de las

armas federales y pudiera disfrutar de los terrenos ejidales, “…ya que se trata de

cumplimentar las leyes federales y no locales de aquella entidad federativa”.724

Esta actitud, la reiteró dos semanas después, ante la Comisión Nacional

Agraria, al turnar las denuncias de otro defensor colimense de las demandas agrarias

de Suchitlán y Cofradía: el Licenciado Leonardo Yáñez Centeno, delegado en Colima

del Partido Nacional Agrarista, dirigido por Antonio Díaz Soto y Gama. Mientras

Yánez Centeno denunciaba la conducta imparcial de las autoridades de Colima a

favor de Vogel, el senador Arias volvió a demandar que se enviaran 20 soldados al

mando de un capitán con rumbo a Cofradía, para prestar garantías a los miembros

del Comité Particular y para que los indígenas pudieran disponer de ejidos, mientras

la Suprema Corte resolvía el amparo interpuesto por el hacendado Arnoldo Vogel.

Su

identificación con la causa agrarista no puede ser más evidente.

725

723 Oficio de Elías Arias, Senador Propietario por el Estado de Colima, al Presidente de la Comisión Nacional Agraria, México, 9 de noviembre de 1920; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003.

724 Ibíd. 725 Oficio de Elías Arias, Senador Propietario por el Estado de Colima, al Presidente de la Comisión Nacional Agraria, México, 23 de noviembre de 1920; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Caja 134, Expediente 23, No. CM002003.

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Como parte de los frutos logrados por las gestiones emprendidas por el

senador colimense, el Secretario General de la Comisión Nacional Agraria se dirigió

al Gobernador de Colima para pedirle que hiciera todo lo que estuviera de su parte

para que el pueblo de Cofradía de Suchitlán recibiera las garantías necesarias para

disfrutar pacíficamente de sus tierras.726

Apoyos externos para la gestión ante las autoridades federales y organización

interna, eran dos de los aspectos que emprendían los organismos dirigentes del

poblado de Suchitlán. Aunque organizar su vida productiva no fue un asunto fácil, ya

que no sólo entraron en disputa con los hacendados sino con los mismos pequeños

propietarios que habitaban en la zona perimetral a los ejidos. Momentos tirantes se

vivieron entre 1921 y 1923, debido a que un grupo de individuos (Paulino Torres, J.

Félix Torres, Julio Torres, Regino y Longinos Rolón y J. Jesús Iglesias) asentados en

el denominado “El Rancho de la Caña”, situado al norte de Suchitlán, se oponían y

confrontaban sistemáticamente todas las disposiciones emanadas del Comité

Particular Administrativo de Suchitlán. Uno de los motivos de la controversia fue

porque dichos personajes se negaron a pagar un impuesto a los indígenas por cada

cabeza de ganado que entraba a pastar en los terrenos ejidales, debido a que dichas

tierras las consideraban también suyas. Los incidentes se presentaban por doquier.

Paulino y Félix Torres y demás personajes, lo mismo recurrían ante el gobernador

del estado, para protestar contra las medidas adoptadas por la Comisión

Administrativa de Suchitlán, que – según queja de los indígenas– promovían

escándalos, insultos y riñas contra algunos miembros de la comunidad.

Todos estos asuntos eran parte de la labor que emprendía el Comité Particular

Administrativo de Suchitlán; dicho organismo se renovaba cada año, pero si un líder

como Gorgonio Ávalos dejaba el cargo de presidente, Rosalío M. Martínez lo

relevaba, quien a su vez, doce meses después cedía la estafeta a Ignacio Cruz;

todos ellos actuando en la misma perspectiva. Renovaciones de mando que para

1923 iban ser supervisadas por el Procurador de Pueblos de Colima, responsabilidad

726 Oficio del Gobernador Constitucional del Estado al Presidente del Comité Particular Ejecutivo de Cofradía de Suchitlán, Colima, 21 de diciembre de 1920; en ARAN, Cofradía de Suchitlán, Exp. Nº 6.

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desempeñada por un antiguo luchador maderista en Colima y convencido zapatista:

Eugenio Aviña. 727

Específicamente, en medio de este conflicto con los rancheros, Ignacio Cruz

tomó posesión de dicho cargo (principios de marzo de 1923); inmediatamente se

puso a cumplir con el cargo adquirido: aunado a la solicitud de agua para resolver los

problemas de cultivo de los terrenos ejidales de la comunidad,

728 otra de sus

primeras acciones fue denunciar, ante las autoridades agrarias nacionales, los

hostigamientos, amenazas de muerte, incursiones armadas y vejaciones que venían

padeciendo desde años atrás por parte de los ya enunciados Rafael Cárdenas,

Paulino Torres y Félix Torres, entre otros rancheros, contra los pobladores de

Suchitlán y hasta pretendían que se les incorporara en la lista de integrantes de los

beneficiados con la dotación ejidal que se le había adjudicado a los pobladores de

esta comunidad indígena. A ojos de los agraristas “…tales individuos caminan de

acuerdo con los Hacendados por constarnos de vista estando en la habitación de los

mencionados Torres sirvientes de la vecina Hacienda de Nogueras, congeniando con

tales individuos”.729 Para la comunidad ejidal, eran rancheros que estaban fuera de la

dotación definitiva, beneficio solo para los indígenas de este lugar. Por ello, la

postura era definitiva: por “…todo lo expuesto y fundándose por todo el tiempo,

sufrido por tales individuos, no permitiremos la ubicación en la situación ejidal; y al

mismo tiempo destituyéndolos de las posesiones que ocupan”. 730 Las protestas y

demandas de auxilio de los indígenas se dirigían a todos lados, lo mismo a la

Comisión Nacional Agraria que a las autoridades estatales.731

727 Acta levantada por Eugenio Aviña, Procurador de Pueblos del Estado de Colima, Suchitlán, marzo 9 de 1923; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, No. 04/013/001.

728 Oficio del Secretario General de la Comisión Nacional Agraria a Ignacio Cruz, Presidente del Comité Particular Administrativo de Suchitlán, México, D. F., abril 16 de 1923; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, N° 04/013/001. 729 Acta suscrita por habitantes del pueblo de Suchitlán turnada al Departamento Agrario Nacional, Suchitlán, 13 de marzo de 1923; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, N° 04/013/001; y Queja del Presidente del Comité Particular Administrativo, Ignacio Cruz y 192 habitantes del poblado de Suchitlán, en Oficio Nº 22, del Procurador de Pueblos en el Estado de Colima; 25 de mayo de 1923; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001). 730 Ibíd. 731 Véase: Oficio de la Comisión Nacional Agraria al Gobernador Constitucional del Estado de Colima, 11 de mayo de 1923; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001).

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Demanda de protección que se volvía en llamados angustiosos cuando se

presentaban sucesos que atentaban contra su integridad o los llenaban de temores.

Uno de estos casos ocurrió el 25 de abril de 1923, cuando un pequeño núcleo de

hombres armados encabezado por el comandante Rafael Serrano e integrado por el

hacendado de Nogueras y otros sirvientes de la misma hacienda, así como

individuos provenientes del rancho de La Caña, donde aparecían –entre otros– los

Torres y Paulino Navarro, cercó varias manzanas del poblado, al tiempo que

penetraron a algunas casas agrediendo a mujeres y niños. También sabotearon el

sistema de traslado del agua del arroyo de Suchitlán a terrenos y núcleo poblacional

de Suchitlán, dejándolos sin tan vital líquido. Por ello, protestaron enérgicamente:

…contra los pésimos procedimientos del tal Comandante y

otras personas residentes en este lugar y, que viven de acuerdo con

los Hacendados como son J. Jesús Guzmán, Ignacio Ávalos, José

María Torres, Juan Torres y Rafael Cárdenas, han prestado apoyo sea

verbal o por escrito por intrigas y calumnias para que se llevará a

ejecutivo la maligna opresión de estos. La demanda de castigo y

seguridad era más que patente.732

El conflicto estaba latente, así que no había pasado un mes, cuando el

conjunto del pueblo pidió ayuda a la Procuraduría de Pueblos de Colima frente a las

agresiones y amenazas de sus enconados vecinos de rancho de la Caña, compuesto

por esa misma docena de individuos que exigían a los suchitlecos que les otorgaran

tierra para siembras; aparte de lanzarles agresiones, daños al sistema de agua y

practicar destrozos de las siembras de los indígenas al introducir ganado en los

sembradíos. La medida emprendida por el relevo de Aviña en la Procuraduría de

Pueblos fue turnar la queja hasta la máxima autoridad de la Comisión Nacional

Agraria, desde donde se conminó a que el gobernador tomara cartas en el asunto,

732 Protesta de habitantes de Suchitlán, abril 26 de 1923; ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, N° 04/013/001.

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quien, haciendo alarde de oficio diplomático, en su respuesta patentizó su

compromiso en garantizar la seguridad para los habitantes de Suchitlán,

apoyándolos con la protección necesaria para que no se les molestara en su persona

e intereses.733

Más allá del desenlace de este conflicto, si este caso se compagina con todos

los avatares vividos por estos poblados y sujetos en torno a la tierra, como puede

verse, contrariamente a afirmaciones románticas e impregnadas de un discurso con

sesgo oficial y nacionalista, donde se sostenía que la propiedad de un pedazo de

tierra significaba un antídoto contra la miseria, “…un punto de apoyo para su vida,

donde es posible sentirse libre, sin amos, sin patrones y sin desprecios; un

instrumento que proporciona comida y un sentido de dignidad humana... [y que al

adquirir la tierra] los campesinos adquieren nueva dignidad de hombres y la

capacidad de concebir una esperanza…”,

734 la dotación de tierras estaba lejos de

prodigar felicidad a los indígenas de Suchitlán y Cofradía. Por toda la difícil conflictiva

que atravesaban, desde el momento mismo de la dotación provisional, era aún más

remoto pensar en que se cumpliera con el propósito de uno de los impulsores de la

Ley Agraria del 6 de Enero de 1915, referente a que “La población rural necesita

complementar su salario; si tuviese ejidos, la mitad del año trabajaría como jornalera,

y la otra mitad del año aplicaría sus energías a esquilmarlos (a cultivar los ejidos) por

su cuenta”.735

Es cierto que hacia principios de los veintes se les prometió protección de

parte de las autoridades federales, pero eso no bastó para mejorar su situación, es

Hostigados y rechazados por los hacendados del área, era imposible

que se contrataran como peones. Vogel y Rangel no podían llevar a sus “enemigos”

a casa, antes bien se buscaba perjudicarlos directa o indirectamente, y las amenazas

y presiones eran el arma más recurrente.

733 Al respecto véase: Oficio Nº 22 de la Procuraduría de Pueblos del Estado de Colima, al Secretario General de la Comisión Nacional Agraria, Colima, 25 de mayo de 1923; así como, Oficio del Secretario General de la Comisión Nacional Agraria, a Leobardo García, Ciriaco Baltazar, Ildefonso Pérez y demás firmantes México, 30 de mayo de 1923; ambos en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, N° 04/013/001. 734 Marco Antonio Duran, El agrarismo mexicano, México, Siglo XXI, 1967, p. 7. 735 Esta opinión era sustentada por el licenciado Luis Cabrera; al respecto véase: Díaz Soto y Gama, Historia…, 2002, p. 615.

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decir mejorar sus ingresos y hacer producir la tierra. En otras palabras, no solo paz y

tranquilidad necesitaban los nuevos ejidatarios de Suchitlán para alcanzar el

bienestar. Para ello, también necesitaban hacer producir las 1,755.61 hectáreas que

poseían, ya que al menos el 76.5 % de sus tierras carecían de agua para hacerlas

producir, pues las 1,342.67 hectáreas que recibieron como dotación –para que se

sumaran a las 412.94 que ya poseían– eran terrenos de temporal.736

5.- LOS CONFLICTOS POR EL AGUA

Así que, tanto

las de temporal como las pocas de riego, necesitaban alimentarse de afluentes de

agua, asunto que no sería tan fácil de resolver.

Aunado a la aspiración por la posesión de la tierra del norte colimense,

hacendados e indígenas colocaron al uso del agua de los arroyos de la zona como

otra de sus prioridades, lo que originó constantes gestiones y conflictos entre éstos,

proceso en el que también participaron las autoridades estatales y federales. Dicho

asunto no era nada nuevo, pero se reactivó durante los años revolucionarios.

5.1.- LA DISPUTA ENTRE LA HACIENDA DE NOGUERAS Y SUCHITLÁN

Un punto de partida del nuevo panorama en lo tocante al uso de las aguas en

el municipio de Comala fue la expedición de la Ley Federal de Aguas, emitida el 14

de diciembre de 1910; bajo este marco, en abril de 1912, la Sociedad Vergara

Rangel y Compañía, solicitó la confirmación de derechos preexistentes por el uso

que venían haciendo de las aguas de la “barranca de Suchitlán” para regar su

hacienda de Nogueras. Amparando la anterior solicitud, de acuerdo a lo estipulado

por la ley, respaldaban su solicitud en el hecho de que, desde hacia no menos de

diez años, utilizaban dichas aguas para regar un promedio de 600 hectáreas de

terreno destinados, en lo fundamental, a la siembra de caña de azúcar. También

aseguraban que el uso de este líquido se hacía sin conflicto alguno con otros

736 Oficio de P. Pitzmaurice al Jefe del Departamento Técnico de la Comisión Nacional Agraria, México, septiembre 22 de 1922; en ARAN, Suchitlán, Expediente 23 – 9, N° 04/013/001.

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sectores de la sociedad local.737

Sin embargo, años después se desmoronó la aseveración de Rangel sobre la

supuesta armonía con que se usufructuaba el agua en la zona de Comala, ya que,

aunado a la disputa por la tierra, los pobladores de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán

entablaron constantes litigios contra los hacendados Rangel y Vogel por los usos del

agua de los arroyos que corrían por las posesiones de ambas partes.

En respuesta, a finales de ese año, la federación

nombró a un ingeniero para que realizara las inspecciones debidas, pero no se

presentaron resultados; probablemente, los conflictos desencadenados a partir del

asesinato del Presidente Madero en febrero de 1913, paralizaron mucho del

quehacer institucional en la provincia mexicana.

Junto a la pérdida de la propiedad comunal, los indígenas de Suchitlán

empezaron a sufrir por la falta de agua, debido a que Nogueras empezó a abrogarse

la totalidad del líquido; sin embargo, el conflicto no se agudizó, ya que el pueblo y la

hacienda llegaron a un acuerdo tácito para aprovechar alternativamente el agua del

arroyo. No obstante, el conflicto resurgió alrededor de 1910, cuando la hacienda de

Nogueras impidió que se derivase agua por la toma del pueblo, para cuyo propósito

colocó un mozo en el río. Con este estado de cosas, en plenos años revolucionarios

y a la par del reparto agrario auspiciado por la ley del 6 de enero de 1915, la pugna

por el agua adquirió particular significación, sobre todo porque al fijarse o intentarse

los reacomodos en materia de propiedad agraria, las fuentes que proveían de este

líquido estaban ubicadas o corrían por dichas porciones de terrenos en disputa.

Uno de los conflictos más recurrentes se entabló entre el poblado de Suchitlán

y la hacienda de Nogueras. Durante el Gobierno de Juan José Ríos, los indígenas

tuvieron un arreglo con la hacienda de Nogueras sobre el uso de agua del río

Suchitlán. Pero, este acuerdo sólo funcionó por un tiempo, pues volvieron a surgir

disputas y frecuentes litigios con la referida hacienda.

737 Sobre el particular, véase, Acta de Gabriel González Franco Jr., Secretario del Juzgado de Distrito del Estado de Colima, Colima, agosto 22 de 1912; en Archivo Histórico Agua (en adelante AHA), Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881, Ff. 11-13.

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En el marco de este conflicto, durante la tercera semana de enero de 1916, la

directiva de la Casa del Obrero Mundial se reunió con un representante de los

organismos agrarios en las instalaciones de la hacienda de Nogueras. Pero sin llegar

a acuerdo alguno, mientras que el ingeniero recorría las tierras de riego propiedad de

los Rangel, los lideres obreros (Leonardo Jaramillo, Ramón Torres y Fernando Cruz)

se trasladaron al pueblo de Suchitlán para realizar una asamblea por la tarde en el

local que ocupaba la escuela de niñas con la habitantes del lugar, donde se acordó:

no ceder en ningún caso gota de agua alguna para la hacienda de Nogueras y luchar

por cuentos medios fuese posible para restituir el líquido perdido. Al día siguiente, los

líderes obreros se encontraron con el ingeniero, enviado por las autoridades agrarias,

acompañado por los hacendados. Tras negarse los primeros a realizar el recorrido

por el río, porque ya lo habían hecho por su cuenta, se efectuó una nueva asamblea

para que el ingeniero confirmara la decisión del pueblo; la reacción de los indígenas

fue narrada por los comisionados de la COM en los siguientes términos:

…una vez que hombres y mujeres y niños y niñas contestaron

al unísono que estaban de acuerdo en lo expresado, no pudo menos

de concederles justicia y arengarlos al trabajo, prometiendo también

hacer por ellos. Pero como no se presentó a la asamblea el Señor

Rangel, se hizo saber lo ocurrido a todo el pueblo, que deseoso

estaba de resolver terminantemente el asunto con dicho señor.738

Pero, pese a esos deseos –al menos declarados– de los indígenas, la

percepción de sus líderes no era nada optimista, ya que al enviado gubernamental

que debería mediar en el conflicto lo consideraban parcial, debido a que sólo se

limitó a inspeccionar las tierras de los hacendados y no se preocupó por Suchitlán,

738 Acta firmada por Fernando Cruz, Ramón Torres y Leonardo Jaramillo, Comisionados de la Casa del Obrero Mundial, Nogueras, 24 enero 1916; en AHEC, Caja 889, Sección A, No. 19, Año 1916.

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de ahí que consideraran que dicho individuo: “…no llena los requisitos que se

necesitan para curar la llaga social ocasionada por la burguesía”.739

A raíz de dicho conflicto, en febrero de 1916, los dueños de la hacienda de

Nogueras se dirigieron a Venustiano Carranza, en su calidad de Encargado del

Poder Ejecutivo del país, para quejarse de que acaban de ser despojados

violentamente de una toma de agua con la que regaban alrededor de 150 hectáreas

de caña; sus autores eran “…individuos encabezados por la asociación llamada del

Obrero Mundial, que sin duda asumen atribuciones de la Comisión Agraria y que sin

conocimiento de la ley relativa, perjudican gravemente nuestros intereses”.

740

En respuesta a la petición del señor Rangel, en septiembre de 1916, la

Secretaría de Fomento giró instrucciones al Gral. Ríos para que garantizara el goce

pleno de las aguas por parte de la hacienda de Nogueras; ante lo cual, el mandatario

estatal prestó oídos sordos. Para justificar su proceder, la argumentación de Ríos,

ante las autoridades federales, fue que al consultar con la Comisión Nacional

Agraria, ésta les comunicó que las aguas que pasaban por terrenos de ejidos

deberían disfrutarse como un bien anexo a la tierra y que los pueblos tenían derecho

a hacer uso de las aguas que pasaban por su jurisdicción. Situación en la que se

Al

tacharlos de arbitrarios, Rangel sostenía que las aguas y bosques estaban fuera de

las dotaciones de ejidos y, por esa razón, los indígenas no podían ocupar los

caudales de agua que corrían por sus terrenos. Con este argumento solicitaron la

intervención del Gobernador Juan José Ríos, pero ante la falta de respuesta,

recurrieron ante Carranza para que girara instrucciones al mandatario estatal, a fin

de que hiciera lo conducente para que terminara esa ocupación de la referida toma

de agua.

739 Ibíd. 740 Solicitud de Francisco Rangel al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la República, Colima, febrero 19 de 1916; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881, F. 34.

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encontraba Suchitlán, pues parte de las aguas nacían en terrenos provisionalmente

dotados al referido pueblo.741

La postura del gobernador de Colima se apoyaba también en un estudio de

campo realizado en diciembre de 1916, por el ingeniero Pedro Guerrero, quien

estableció que las 40 hectáreas de riego de los indígenas necesitaban al menos 30

litros por segundo, caudal que arrastraba el arroyo El Encino. Ahora que, para

resolver el conflicto y que ambas partes gozaran de agua, el Ing. Guerrero le propuso

a Ríos que se construyera un vertedor de demasías.

742

Como el conflicto tenía muchas aristas y en torno suyo se elaboraron variados

y hasta contradictorios informes, en abril de 1917, la Dirección de Aguas envió al

Ing. Alfredo Alvarado adscrito a esa dependencia, para que se trasladara a Colima y

estudiara una opción para conciliar los intereses de las partes confrontadas.

743 Al

arribar al lugar, de común acuerdo con el gobernador de la entidad, en mayo de

1917, Alvarado convocó a una reunión de acercamiento entre las partes, donde los

indígenas mantuvieron su postura de tener derechos antiquísimos sobre dichas

aguas; Rangel, en cambio, solo aseveró que defendería sus derechos.

Seguidamente, el ingeniero emprendió un estudio de las condiciones físicas del

arroyo y de las necesidades de la hacienda y el poblado, dictaminando –entre otras

cosas– que deberían confirmarse, a favor de Suchitlán, al menos 28.08 litros por

segundo para el riego de sus huertas, mientras que para Nogueras propuso que se le

adjudicaran 46 litros por segundo.744

El dictamen a detalle consistió en lo siguiente: del aforo de 74 litros de agua

por segundo en disputa, 23.21 litros nacían en terrenos de Nogueras y 12.10 en

741 Oficio Nº 887 del General de Brigada Juan José Ríos, Gobernador y Comandante Militar del Estado de Colima, al Ing. Pastor Rouaix, Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colima, enero 10 de 1917; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Exp. 19881, ff. 49-51. 742 Informe del Ingeniero Pedro Guerrero al General de Brigada Juan José Ríos, Gobernador del Estado de Colima, Colima, diciembre 21 de 1916; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Exp. 19881, Ff. 53-54. 743 Véase: Informe de Carlos Chávez, Jefe de la III División del Departamento de Concesiones, a la Secretaría de Fomento, México, abril 6 de 1917; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881, Ff. 68-69. 744 El Informe del Ingeniero Alfredo Alvarado se puede consultar en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881, F. 89 y ss.

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terrenos de Suchitlán, mientras que 38.69 provenían de filtraciones. Estos datos

indican que las aguas nacidas en terrenos de Suchitlán eran casi la mitad del agua

que producían los terrenos de Nogueras, quedando por resolver en que proporción

se podría dividir entre las partes, el volumen de 38.69 litros de las filtraciones.

También se estableció que las superficies drenadas para Nogueras eran de 857

hectáreas y 603 hectáreas para Suchitlán, por lo que al distribuir los 38.69 litros de

filtraciones, las cifras arrojaban 22.71 litros para Nogueras y 15.98 litros para

Suchitlán, que sumados con las aguas que nacían en sus terrenos mostraban los

siguientes guarismos: para Nogueras 45.92 litros por segundo y para Suchitlán 28.08

litros.

Al amparo de dichos resultados y descontando filtraciones y evaporaciones, el

ingeniero Alvarado consideraba que las aguas que recibiría Suchitlán alcanzaban

para regar una extensión de riego igual a 47 hectáreas 30 aras 91 metros cuadrados,

por lo que se cubrían las 40 hectáreas que comprendían las 18 huertas que servían

de sustento para los 995 habitantes del poblado, con lo que se resolvía “La

necesidad más urgente del pueblo de Suchitlán […] el riego de sus huertas por ser el

único medio de vida que tienen por ahora sus moradores, según lo indicaron en una

de las juntas”.745

745 Ibíd.

Por su parte, la hacienda de Nogueras contaba con 31 potreros

cultivables con una superficie de 1,849 hectáreas, 68 aras y 98 metros cuadrados; de

esta porción de tierras, sólo 426 hectáreas 58 aras estaban regularmente cultivadas

de caña de azúcar, regándose una parte con las aguas permanentes de los arroyos

de Suchitlán, Tía Barragana y Sauces, y la otra, aprovechando las avenidas

torrenciales y almacenamientos en las presas de Jaboncillo, Cidra, Tepehuajes y

Presita. La cantidad de aguas captadas proporcionaban una superficie irrigable de

238 hectáreas 68 aras con las aguas permanentes (poco más de 123 hectáreas

regadas por aguas del canal de Suchitlán), y las 188 hectáreas restantes tenían que

regarse con las aguas de lluvia que se almacenaban en las presas. De ahí que

recomendara “la conveniencia en no disminuir más este volumen para que Nogueras

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satisfaga sus necesidades de riego actual”. Para respaldar esta sugerencia remataba

con la siguiente aseveración:

Es de justicia hacer notar el trabajo y laboriosidad que los

Señores Rangel han tenido que desarrollar para mantener y aumentar

el cultivo de sus tierras, aprovechando el almacenamiento de las

aguas por medio de presas, pues el terreno es accidentado y quizá en

caso de aumentar los riegos, sea posible con un cuidadoso estudio

topográfico, descubrir los medios de llevar a cabo obras favorables

para el fin indicado.746

Para rematar hasta elaboró sugerencias de trazo para que al repartirse el ejido

de Suchitlán, la hacienda de Nogueras contara con volúmenes de agua suficientes

para que no sufriera un:

…menoscabo en sus intereses, [además de que] podría

desarrollar más su industria y ejecutar en lo futuro algunas obras

hidráulicas en los arroyos Tía Barragana o su afluente arroyo de los

Tecolotes que la favorezcan, y que al amparo de las leyes vigentes

den trabajo a buen número de operarios y campesinos en la

importante industria del cultivo y explotación de la caña de azúcar.747

A pesar de los juicios tan benévolos para con los intereses de la hacienda de

Nogueras, este resolutivo no dejó satisfechos a sus dueños, así que, a principios de

746 Oficio Nº 3351 del Jefe del Departamento de Concesiones de la Dirección de Aguas de la Secretaria de Agricultura y Fomento, al Director Auxiliar de la Comisión Nacional Agraria, 4 de abril de 1918; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001). 747 Ibíd.

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1918, solicitaron se desechara dicho informe y se enviara a otro ingeniero; incluso,

hasta presentaron una propuesta de nombre.748

Mientras este litigio se desarrollaba, en octubre de 1917, Salvador H. Rangel,

en su calidad de representante de la Sociedad Vergara y Rangel solicitó la exención

en el pago de impuestos de agua para aprovechar los arroyos de Suchitlán, La

Barragana y Los Sauces. La justificante para tal petición fue que tenían años

viviendo una situación anormal, la cual había reducido significativamente sus

actividades económicas por la pérdida de productos y animales, así como por que

“…fueron despojados de sus aguas de Suchitlán, cuyo despojo mientras subsistió y

ahora como consecuencia fue causa de menoscabos para la negociación

aumentando su difícil situación”.

749

Esta actitud de los hacendados denota que, si bien el gobierno federal tendió

al control de las aguas nacionales desde los años porfiristas, no todo fue continuidad,

ya que a partir de lo establecido en la reciente Constitución de 1917 y las leyes y

reglamentos en la materia que le siguieron, se estableció el derecho de pueblos y

comunidades a recibir dotaciones de aguas, beneficio que no solamente podían

recibir empresas o usuarios individuales.

Pese a los acuerdos temporales, para los

hacendados, el usufructo de agua por parte de los indígenas de la comunidad de

Suchitlán, no dejaba de ser un acto “arbitrario” y dañino para sus intereses.

En lo particular, la controversia que esto desató entre los Rangel y los

indígenas colimenses, se originaba hasta por las mismas características del río

Suchitlán: su torrente estaba alimentado por muchos afluentes, uno de ellos nacía en

terrenos de la referida hacienda; a su vez, en terrenos cedidos provisionalmente a

Suchitlán existían varios ojos de agua que vertían su cauce al citado río. Esa

situación acrecentaba las disputas sobre los volúmenes de agua a que una y otra

parte tenían derecho. En este proceso de definición, dialogo o negociación, además

de ambas partes, intervenía el gobierno del estado, supuestamente en calidad de 748 Solicitud de Salvador H. Rangel al Subsecretario de Fomento, México, enero 15 de 1918; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881, Ff. 86-88. 749 Solicitud de Aureliano Rangel al Ministro de Agricultura y Fomento, México, octubre 30 de 1917; en AHA, Fondo AS, Caja 26, Expediente 474.

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árbitro y organismo regulador. Actuación que no siempre dejaba satisfechos a los

actores que protagonizaban la querella.

Las dos posturas en litigio se movían por la lógica del todo para mí y nada

para mi contraparte. Por esta razón, el dictamen del Ing. Alvarado no sólo contó con

el rechazo de Nogueras, pues hasta los mismos indígenas quedaron insatisfechos.

Por este motivo, en mayo de 1918, los pobladores de Suchitlán se dirigieron al

Secretario de Fomento para notificarle que tenían 60 hectáreas de siembras de maíz

y frijol y que contaban con 200 hectáreas en posesión de ejidos, todo para el

sustento de más de 300 familias, y que como “…el Sr. Ing. Alvarado no apreció

debidamente las necesidades de este pueblo al formar su proposición…”, solicitaban

que se les concediera el uso de toda el agua del multicitado arroyo de Suchitlán.750

En esta misma tónica, pero obedeciendo a intereses distintos, se ubicaron las

quejas y peticiones formuladas por los indígenas de Suchitlán ante la Comisión

Nacional del Agua a principios de 1918, en las cuales mencionaban que la hacienda

de los señores Rangel seguía terca en sus pretensiones de erguirse como la única

dueña de todo el caudal de aguas del río y que año con año litigaba contra el pueblo

de Suchitlán “…con apoyo, a veces, del Gobierno de Colima…”, encabezado por el

profesor Felipe Valle. Y es que los indígenas añoraban el lapso gubernamental de

Juan José Ríos, cuando al tiempo que les entregaban la posesión de los terrenos se

estableció un arreglo para el uso de agua con la mencionada hacienda de Nogueras,

lo anterior hasta se formalizó mediante “…documentos expedidos por el Gobierno

revolucionario decretándonos la posesión y uso de tales aguas…”; contrariamente al

trato recibido meses atrás, se mostraban recelosos de la postura y medidas

adoptadas por las nuevas autoridades estatales, al tiempo que preguntaban si el

agua ubicada dentro de los ejidos cedidos provisionalmente podía ser usada por la

población, solicitaban aclaraciones sobre los ámbitos de ingerencia en materia de

aguas que le correspondía al gobierno del estado según las leyes vigentes en esta

materia; lo anterior porque:

750 Solicitud de Gorgonio Ávalos, Crescencio Figueroa, Agustín Miguel y demás signatarios, al Subsecretario de Agricultura y Fomento, Suchitlán, mayo 3 de 1918; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881, Ff 162.

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…frecuentemente este Gobierno, nos ordena en materia de uso

de aguas, tomando el nombre de la Secretaria de Fomento,

suplicamos se nos diga qué ha decretado o dispuesto esa Secretaria

con relación a esas aguas, pues nos llama la atención que autoridades

políticas pretendan disponer en materia de jurisdicción de aguas,

como lo hace el Gobierno de aquí, en sus comunicaciones.751

Por amargas experiencias o por ignorancia, era notoria la desconfianza que

los indígenas profesaban con respecto al gobernador del estado y al resto de sus

funcionarios. Incluso, las acciones para legislar en materia de agua las veían como

una amenaza para el pueblo de parte del gobierno local; por este hecho, su única

opción fue recurrir a las autoridades federales para buscar protección. Por ello, a

fines de enero de 1918, para denunciar las aguas del arroyo Suchitlán como

propiedad federal y para pedir que se les otorgara concesión preferente para utilizar

las aguas del arroyo para regar sus tierras.

752

La dinámica de las peticiones y reclamos se movía de acuerdo a las

necesidades de cada una de las partes demandantes. En lo que toca a los

suchitlecos, el tono de sus llamados de auxilio se acrecentaron en abril de 1918, ya

que hasta el delegado en Jalisco de la Comisión Nacional Agraria (Serafín Monterde)

envió un telegrama desde Guadalajara llevando como destinatario al ingeniero

Mariano Moctezuma, jefe de la Dirección Auxiliar de la Comisión Nacional Agraria de

la Secretaría de Agricultura y Fomento, donde turnaba el contenido de otro telegrama

girado por el Ing. Eduardo Suárez, quien desde su responsabilidad de proyectar la

ejecución del repartimiento de tierras de la reciente resolución presidencial, asumía

una postura de franca adhesión a los indígenas de Suchitlán al señalar que “Es muy

751 Oficio de Gorgonio Ávalos y demás pobladores de Suchitlán, al Presidente de la Comisión Nacional del Agua, Suchitlán, 15 de enero de 1918; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23-9, N° 04/013/001. 752 Véase: Solicitud de Gorgonio Ávalos, Comisario municipal de Suchitlán, y demás signatarios, al Secretario de Fomento y Agricultura, Suchitlán, enero 29 de 1918; en AHA, Fondo AS, Caja Caja 1461, Expediente 19881.

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urgente asunto aguas este pueblo, si hacienda Nogueras la quita se secarán sesenta

hectáreas terrenos sembrados. Ruégole se deje todo el agua del río Suchitlán a este

pueblo”.753

Pese a las peticiones de los pobladores de Suchitlán y el apoyo de

funcionarios y empleados menores de la Comisión Nacional Agraria, la postura

federal se movía dentro de la evaluación elaborada meses atrás por el ingeniero

Alvarado, en la cual se establecían los porcentajes de agua que deberían recibir la

comunidad indígena y la hacienda. Incluso, en abril de 1918, el jefe de concesiones

de la Dirección de Aguas ratificó dicha inspección y las propuestas formuladas a raíz

del expresado informe e interrogó a los titulares de la Comisión Nacional Agraria si

al demarcarse los terrenos ejidales recién otorgados a Suchitlán (mediante la ya

antes mencionada resolución presidencial del 28 de febrero de 1918) se podía

proceder acatando las recomendaciones del ingeniero Alfredo Alvarado sobre ese

particular.

754

En fin, la tierra se otorgó y, junto a los problemas que revistieron la

consumación de la resolución del ejecutivo federal, los trámites y la disputa legal por

el uso de las aguas del arroyo de Suchitlán continuaron manifestándose. Los

suchitlecos no quitaban el dedo del renglón en sus afanes de adjudicarse los

caudales de tan preciado líquido.

Este problema conflictuaba más a las partes, debido a que al momento en que

los indígenas formulaban sus peticiones era evidente su desconocimiento sobre la

realidad que privaba sobre las aguas nacionales y el procedimiento a seguir para su

obtención: por un lado, el citado arroyo ya estaba declarado como propiedad

nacional; y por otra parte, también desconocían la reglamentación que tenía la Ley

de Aguas, de ahí que sus formas no se apegaran a los procedimientos

contemplados. Esto último se reflejó en que, mediante un solo procedimiento,

solicitaran agua para uso domestico y para riego de sus terrenos, cuando la 753 Telegrama del Ing. Serafín Monterde, Delegado de la CNA, al Ing. Mariano Moctezuma, Jefe de la Dirección Auxiliar de la CNA, Secretaría de Agricultura y Fomento, Guadalajara, Jal., 11 de abril de 1918; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23-9, N° 04/013/001. 754 Ibíd.

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reglamentación establecía que debería hacerse por separado, como tampoco se

establecían las obras que se realizarían para el aprovechamiento del agua, la

cantidad de líquido que necesitaban, ni la cantidad de terrenos que se beneficiarían

con el riego. Lo que si pedían era la totalidad de agua que corría por dicho arroyo,

solicitud que contravenía la propuesta fijada por el Ing. Alvarado con respecto al

monto de agua que debería proveerse a Suchitlán. Por todo lo anterior, la respuesta

de la Dirección de Aguas fue rechazar la petición y conminarlos a presentar una

nueva que se ajustara a los procedimientos establecidos y a los parámetros ya

esbozados con antelación, ya que contar con toda el agua del arroyo ocasionaría

perjuicios a la hacienda de Nogueras, los cuales se estimaban en 37,200 pesos

($22,200 en cosechas y $15,000 por la inutilización de maquinaria), monto que

hipotéticamente debería cubrirse como indemnización por parte de Suchitlán.755

Sin embargo, tal medida nunca llegó a aplicarse, debido a que la distribución

de agua ya era algo que estaba concensándose entre las partes. Incluso, se realizó

una reunión de acercamiento donde se acordó la distribución de agua entre la

población y la mencionada hacienda. Esta medida se estableció como un convenio

provisional que normó la distribución de aguas entre Nogueras y Suchitlán: el 21 de

abril de 1919 se organizó una reunión en la que participaron el gobernador de

Colima, el Ing. Agustín Bancalari como director de Aguas de la Secretaría de

Fomento, Francisco M. Rangel, como apoderado de la Sociedad “Vergara y Rangel”

y una comisión representativa del pueblo de Suchitlán y el presidente de la Junta

Municipal del mismo pueblo, así como los señores José Chavira M. y Leonardo

Yánez Centeno como testigos; todos ellos participaron en el establecimiento y

ratificación del convenio donde se estableció el criterio de tandas de doce horas

para cada parte (Suchitlán la aprovecharía por el día y Nogueras por la noche).

756

755 Al respecto véase: Informe de Carlos Chávez, Jefe de la III División del Departamento de Concesiones, al Director de Aguas, México, mayo 28 de 1918; en AHA, Fondo AS, Caja Caja 1461, Expediente 19881.

Según norma establecida por la Secretaría de Fomento, dicho acuerdo entre ambas

756 Véase: Solicitud de Rosalío H. Martínez y demás signatarios del pueblo de Suchitlán, al Senador Elías Arias, Suchitlán, octubre 11 de 1920; y Acta de aceptación de derechos de agua firmada por Gorgonio Ávalos, Rosalío M. Martínez y demás pobladores de Suchitlán, Suchitlán, abril 25 de 1919; en AHA, Fondo AS, Caja Caja 1461, Expediente 19881.

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partes, debería ser ratificado por sus representados (poblado de Suchitlán y

Sociedad Vergara Rangel). De parte de los indígenas, cuatro días después del

acuerdo, la comunidad en pleno convalidó la decisión,757 pero no sucedió lo mismo

con su contraparte. Los hacendados se retractaron de dicho acuerdo, de ahí que, a

fines de 1919, cuando la Secretaría de Fomento se dirigió a los Rangel para

notificarles que este criterio se establecería como base de un convenio con su

contraparte, manifestaron su inconformidad y solicitaron una reconsideración en la

distribución por horas de acuerdo al monto de metros cúbicos que dictámenes

anteriores habían fijado para cada una de las partes (28 y 46 litros por segundo),

sugerencia que la dependencia federal desechó.758

Los problemas de los indígenas se originaron por otros motivos. Ya sea por

desconocimiento o por ser reacios a los trámites legales, o bien porque ya hacían

uso de este acuerdo provisional, los indígenas no atendieron con diligencia los

nuevos procedimientos legales, que les marcó la Dirección de Aguas, para darle

curso al otorgamiento definitivo de derechos de agua. Incluso, en abril de 1921, el

Jefe de la III División de Concesiones de Agua manifestaba la forma irrespetuosa con

que los indígenas reiteraban (por escrito) su solicitud de aguas ante dicha

dependencia, al tiempo que remarcaba su negativa a darle curso a su trámite sino

cumplían los requisitos señalados desde tiempo atrás.

Pese a esta actitud

gubernamental, en agosto de 1920, los Rangel volvieron a insistir en que las tandas

fueran proporcionales al volumen de litros ya fijados. Ante tal conflictiva, la Secretaría

decidió instrumentar la confirmación de aguas a mediados de noviembre de 1920,

sin oposición de ninguna de las partes. Pero los trabajos que se derivarían de esta

decisión tardaron en llegar, mientras que los conflictos seguían en estado latente.

759

Por su parte, ante las dificultades que enfrentaban para resolver dicho

problema los indígenas recurrieron a personajes connotados de la entidad para que

757 Véase: Acta levantada en el pueblo de Suchitlán firmada por Gorgonio Ávalos, Rosalio Martínez y demás pobladores del lugar, abril 25 de 1919; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881. 758 Petición de Salvador H. Rangel al Secretario de Fomento, México, diciembre 15 de 1919; en AHA, Fondo AS, Caja 26, Expediente 474. 759 Informe Nº 186 de J. M. Moya, al Director de Aguas de la Secretaría de Fomento, México, abril 19 de 1921; en AHA, Fondo AS, Caja 26, Expediente 474.

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fungieran como gestores. Este papel lo ocupó Elías Arias, senador por Colima al

Congreso de la Unión.

Por fin, en agosto de 1921 se realizaron las inspecciones por parte del

Departamento de Inspecciones de la Dirección de Aguas, a fin de realizar las obras

necesarias para operativizar los 28 y 46 litros por segundo para una y otra parte.

Para agilizar dichos trabajos los hacendados de Nogueras manifestaron su

disposición en cubrir el monto que le correspondía aportar a los indígenas. Trabajos

que se proyectaron, pese a que para fines de ese año, los pobladores de Suchitlán

todavía no habían cubierto los trámites formales de la solicitud.760

Pero esta iniciativa gubernamental no eliminó los problemas: el 10 de mayo de

1922, los indígenas de Suchitlán expresaron al Secretario de Agricultura que los 28

litros que se les querían otorgar no cubrían sus necesidades, máxime que buena

parte de ella se consumía en la toma y no llegaba a sus tierras, así que solicitaban la

concesión de toda el agua por doce horas para cada una de las partes.

761 Varios

meses después, esta misma solicitud, pero ahora suscrita por todo el pueblo, se la

hicieron llegar al mismo Presidente de la República, Gral. Álvaro Obregón,

amparando su petición en que eran “…hijos del pueblo mexicano, humildes,

aborígenes adoradores de la tierra que nos vio nacer [y que deseaban] gozar de las

riquezas de la naturaleza”.762

Pese a tan emotiva petición, la respuesta se les negó o simplemente no llegó,

ya que el 9 de abril de 1923, Ignacio Cruz, presidente del Comité Particular

Administrativo del lugar nuevamente emprendía gestiones ante la Comisión Nacional

Agraria para que se les otorgara agua suficiente de manera urgente. La respuesta

fue categórica:

760 Informe Nº 786 del Ing. A. Gutiérrez de Lara al Director de Aguas de la Secretaría de Fomento, México, noviembre 18 de 1921; en AHA, Fondo AS, Caja 26, Expediente 474. 761 Solicitud de Agustín Miguel, Rosalío M. Martínez y demás integrantes de la Junta Municipal de Suchitlán y la Junta de Aprovechamiento de Ejidos de Suchitlán, al Secretario de Agricultura y Fomento, Comala, 10 de mayo de 1922; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881. 762 Solicitud firmada por Agustín Miguel, Rosalío M. Martínez y demás pobladores de Suchitlán, al General Álvaro Obregón, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Suchitlán de las Flores, septiembre 23 de 1922; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Expediente 19881.

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…el pueblo de Suchitlán ha disfrutado desde tiempo anterior a

la dotación de sus ejidos, de una toma de agua de 50 litros por

segundo, derivada del río Suchitlán, para el riego de sus huertas; y

que debido al mal estado del canal conductor, se estima en un 50% la

pérdida del agua. En tal concepto, se necesita saber si en la

actualidad disfruta el pueblo de la toma citada, y si no, por qué

razones.

[En] Caso de que al presente haga uso el pueblo del agua en

cuestión, se le recomienda se sirva mejorar el estado del acueducto

para reducir las pérdidas a su mínimo.

Por último (…) si su solicitud se refiere a aumento en la

cantidad concedida y a qué tierras se destinará este aumento, pues en

el expediente aparecen las dotadas como de temporal.763

En estas líneas, la reticencia hacia esta comunidad indígena es más que

notoria, por lo que se advierte los resultados que alcanzó dicho trámite. Tanto así que

para mediados de 1926, la solicitud de los indígenas no se resolvía en definitiva;

esto lo deja ver una solicitud turnada al gobernador de la entidad, donde se pidió la

totalidad de las aguas del arroyo Suchitlán, al menos por 20 días, pues sus terrenos

estaban resecos y sus plantaciones necesitadas de riego, “…mientras se resuelve

en el centro lo que está pendiente relativo a este asunto”.

764

763 Oficio Nº 014417 del Secretario General de la Comisión Nacional Agraria a Ignacio Cruz, Presidente del Comité Particular Administrativo de Suchitlán, México, D. F., 16 de abril de 1923; en ARAN, Suchitlán, Exp. 23 – 9, (N° 04/013/001).

764 Oficio de Gumaro García de la Cadena, Director de Aguas, Tierras y Colonización, al Oficial Mayor de la Comisión Nacional Agraria, México, 22 de julio de 1926; en AHA, Fondo AS, Caja 26, Expediente 474.

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El tiempo transcurría. Nuevos conflictos (como la guerra cristera) inundaron la

zona limítrofe a Suchitlán, y la tramitación seguía árida, la resolución en materia de

agua no llegaba ni a cuenta gotas.

5.2 LOS DISENSOS POR EL AGUA ENTRE LA HACIENDA DE SAN ANTONIO Y LOS INDÍGENAS

El conflicto por el agua no paró ahí, ni se redujo solamente a la disputa entre

Suchitlán y la hacienda de Nogueras; también entre Vogel y Cofradía se vivían

conflictos y desenlaces similares. Las reclamaciones y ataques provenían tanto de

los indígenas como del hacendado.

Por ejemplo, a fines de 1916, justo cuando la controversia por las tierras

alcanzaba sus puntos más álgidos, la propiedad y uso de las aguas tomaba los

mismos matices. Arnoldo Vogel, al tiempo que demandaba el respeto a los 121

terrenos y dos medios lotes de la desaparecida propiedad comunal de Cofradía de

Suchitlán, al igual que se comprometió ante el pueblo de Suchitlán de atender sus

reclamos en materia de agua, a su vez, demandaba que las autoridades estatales

garantizaran que los indígenas de Cofradía y Suchitlán respetaran la propiedad y

posesión agua que utilizaban los colonos de la hacienda de San Antonio y los

arrendatarios de sus tierras. Para justificar tal petición, señalaba que una parte de la

superficie de su propiedad tenía todo el derecho de usar el agua que la atravesaba,

porque era dueño del terreno donde nacían dichas aguas; además, esgrimía asuntos

de interés público, pues en las tierras arrendadas se habían hecho siembras de riego

para aumentar la producción de maíz y frijol que contribuirían a remediar escasez de

cereales. Incluso, entre los arrendatarios figuraban algunos indígenas. En fin, pedía

que se les permitiera el uso de las aguas y no se les fijaran multas por este mismo

motivo.765

Pese a las peticiones de una y otra parte, el panorama no cambió mucho. Incluso, al mismo tiempo que la disputa por la tierra, entre ambas partes, parecía

765 Carta del Arnoldo Vogel al Gobernador y Comandante Militar del Estado, Colima, 23 de diciembre de 1916; en AHEC, Caja 879, Sección A, No. 19, Año 1916.

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tomar un cauce definitivo, se dejaban escuchar las quejas de los habitantes de

Cofradía sobre este particular. En mayo de 1919, se dirigieron ante el gobernador de

la entidad para hacer de su conocimiento que desde el gobierno del Gral. Juan José

Ríos, existía un convenio suscrito entre Arnoldo Vogel y Claro Guzmán, este último

en calidad de Comisario y representante de Cofradía, en el cual se comprometían a

compartir aguas provenientes de puntos ubicados tanto del poblado como de la

hacienda. Sin embargo, denunciaban que desde un tiempo a la fecha, Vogel no

cumplía con lo pactado, al impedir el paso del agua de “las Cuatas” para que se

empleara por los habitantes de Cofradía para el uso doméstico y de sus labores

agrícolas.

Por lo anterior, solicitaban la intervención del gobernador para que Vogel diera

cumplimiento a dicho convenio de aguas; en caso de que el hacendado no

accediera, manifestaban su confianza en el apoyo de las políticas e instancias

federales a favor de su causa al afirmar: “…de seguir esto como va es seguro que

acudiremos con el Gobierno Federal y Vogel salga perjudicado, pues debe recordar

que el convenio es provisional y que los pueblos tienen preferencia en el uso de

cualquier agua”.766

En fin, los derechos de agua estaban irresueltos, de ahí que siguieran

figurando dentro de las gestiones de los hacendados de San Antonio y Nogueras con

el gobierno federal. Por ejemplo, en agosto de 1920, demandaban nuevamente la

confirmación de derechos sobre el uso de aguas del arroyo Suchitlán, para concretar

un procedimiento que iniciaron desde abril de 1912.

767

Procedimiento que dos años después continuaba en trámite. Como también

continuaban las quejas de los hacendados, pese a la delimitación de 28 y 46 litros

para una y otra de las partes, pues según denunciaban el pueblo de Suchitlán no

respetaba los acuerdos provisionales establecidos por los funcionarios federales al

acordar que el poblado utilizaría una tercera parte del agua y la hacienda las dos

766 Oficio Nº 359, de J. Felipe Valle, Gobernador Constitucional del Estado, al Secretario de Agricultura y Fomento, Colima, 16 de mayo de 1919; en AHEC, Caja 912, Sección A, No. 18, Año 1917. 767 Solicitud de Salvador H. Rangel al Subsecretario de Agricultura y Fomento, México, agosto 27 de 1920; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Exp. 19881, F. 220.

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restantes.768 Lo que si aplicaban los indígenas con el desagrado de Nogueras, era el

sistema de tandas en la distribución de aguas; sistema que figuró como una

propuesta inicialmente aceptada por el representante de Vergara y Rangel, pero no

convalidada posteriormente, lo que no impidió que los pobladores de Suchitlán lo

aplicaran por su propia cuenta y riesgo.769

Otro problema ligado al uso del agua era el pago de derechos. Durante estos

años fue práctica reiterada la negativa de los hacendados para cubrir dichos

adeudos. En esta lógica se movió la sociedad Vergara y Rangel, dueños de

Nogueras. A fines de diciembre de 1917, la Secretaría de Agricultura y Fomento les

notificó que debería cubrir $355.80 pesos anuales por el uso de 7’116,000 metros

cúbicos de agua de los arroyos Tía Barragana y Suchitlán. Cantidad a la que se

sumó $417.34 por el uso anual de las aguas del arroyo Los Sauces.

770

Para defenderse recurrieron ante el Juzgado de Distrito de Colima, quien

resolvió a su favor, decisión que –según los hacendados– fue confirmada por la

Suprema Corte de Justicia de la Nación. Para 1920, el Ministro de Agricultura y

Fomento no ratificaba dicha resolución, pero eso no impedía que Salvador H. Rangel

Sin embargo,

pese a la solicitud de pago, los dueños de Nogueras se negaron a cubrir dicho

adeudo. Incluso, ya a fines de esa década, siguieron ignorando el comunicado de la

Administración del Timbre de Colima para que cubrieran $1,932.85, por concepto del

aprovechamiento de las aguas de los arroyos Suchitlán, La Barragana o de Moreno y

Los Sauces, que corrían por la mencionada finca. El motivo era que –en su opinión–

las aguas de Moreno y Los Sauces no eran de jurisdicción federal. Así que sólo

reconocían la deuda correspondiente a las aguas del arroyo Suchitlán.

768 La denuncia de Salvador H. Rangel, ante la Subsecretaría de Agricultura y Fomento, formulada a principios de marzo de 1922, se encuentra en: AHA, Fondo AS, Caja 1461, Exp. 19881, f. 261. 769 Véase: Oficio Nº 314 de Miguel Álvarez García, Gobernador Constitucional del Estado de Colima, al Secretario de Agricultura y Fomento, Colima, 23 de mayo de 1922; en AHA, Fondo AS, Caja 1461, Exp. 19881, F. 268. 770 Información tomada de: Solicitud de la Sociedad Vergara y Rangel al Secretario de Hacienda y Crédito Público, Colima, 22 de febrero de 1930, en AHA, Fondo AS, Caja 26, Expediente 474.

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se desplazara a la ciudad de México para reiterar su disposición de cubrir solamente

lo correspondiente a las aguas del arroyo de Suchitlán. 771

Pese a esta argumentación y actitud de parte de la sociedad Vergara y

Rangel, la Secretaria de Fomento consideró improcedente dicha solicitud de

reconsideración de pagos, debido a que dichos arroyos ya habían sido considerados

propiedad federal (Tía Barragana, junio 25 de 1917; Los Sauces, marzo 9 de 1918; y

Suchitlán; abril 4 de 1918).

772

Mientras esto sucedía en Nogueras, tierras más arriba también se atendían los

asuntos relativos a los derechos de aguas. En la hacienda de San Antonio, Vogel

utilizaba los afluentes de cuatro arroyos: “Arroyo Delgado”, “El Calabozo”, “Arroyo

Zarco” y “La Lumbre”. Los tres primeros integrantes del río San Antonio o El Remate,

mientras que El Remate servía de límite entre los estados de Jalisco y Colima. Todos

estos arroyos nacían en terrenos de la mencionada hacienda corriendo por

profundas barrancas, de donde el agua era extraída por el hacendado para utilizarlas

en el riego de sus laderas. La primera confirmación federal para el uso de de aguas

la obtuvo el 4 de septiembre de 1902, la cual se otorgó a Vogel y Luisa Quevedo de

Kebe, a fin de que, por medio de tomas, utilizaran dichas aguas para regar 579

hectáreas de cafetales y cañaverales y para utilizarse como fuerza motriz.

773

Los cientos de hectáreas que irrigaba Vogel, al tiempo que se emitió un nuevo

decreto sobre aguas nacionales con fecha 6 de julio de 1917, estaban distribuidas de

Los

siguientes trámites referentes al uso de agua para la hacienda de San Antonio se

realizaron solamente por Vogel, una vez que adquirió la tercera parte que le

perteneció a la señora Quevedo de Kebe.

771 Solicitud de Salvador H. Rangel al Tesorero General de la Nación, México, julio 27 de 1920; en AHA, Fondo AS, Caja 26, Expediente 474. 772 Oficio del Secretario de Agricultura y Fomento al Tesorero General de la Nación, México, 27 de octubre de 1920, en AHA, Fondo AS, Caja 26, Expediente 474. 773 Esta confirmación de aguas se otorgó en función de los decretos que sobre el particular se establecieron el 5 de junio de 1888 y 6 de junio de 1894. El permiso concedido a Arnoldo Vogel y Luisa Quevedo fijaba un máximo de 2,567 litros por segundo para riego, además, se podían tomar 493 litros por segundo para fuerza motriz. Información tomada de: Solicitud de Victorino Pérez al Secretario de Fomento, México, 28 de septiembre de 1917; en AHA, Fondo AS, Caja 126, Expediente 2791.

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la siguiente manera: 280 hectáreas plantadas de cafetos; 177.5 hectáreas con

plantíos de caña; y 57 hectáreas dedicadas a la siembra de maíz y frijol; para sumar

499.5 hectáreas de riego. Esta cantidad se regaba de noviembre a abril. Durante los

otros meses era prácticamente imposible usar las aguas del río, porque las corrientes

que bajaban del volcán eran incontrolables y amenazaban con bloquear y dañar las

tomas y túneles. En 1917, al solicitar que se le fijara la tarifa de agua

correspondiente, el representante de Vogel hizo hincapié en todos estos elementos,

para reiterar que su representado no usaba todo el monto máximo que se le

concedió a principios de siglo, situación que debería valorarse al fijar el nuevo

monto.774 Petición que no se atendió positivamente, al establecerle una cuota de

$341.55 pesos anuales por un caudal de 6’831,000 metros cúbicos, cuando el

solicitante sostenía que utilizaba casi la mitad (3’500,000 metros cúbicos), por lo que

la cuota debería fijarse en $175.00 pesos. De ahí que, a principios de 1918,

reiteraran su petición de un impuesto de agua más bajo. Intento nuevamente fallido,

ya que las autoridades establecieron la cuota a partir de los mimas hectáreas de

cultivo declaradas por el solicitante, sobre las cuales se estimó la cantidad de agua

requerida para su cultivo.775

A mediados de noviembre de 1920, Arnoldo Vogel solicitó la confirmación de

sus derechos de agua del arroyo San Juan, que utilizaba para el riego de sus

sembradíos de caña y cafetales en su hacienda de San Antonio. La solicitud no

ofreció dificultad alguna para su inmediata aprobación, una vez que varios meses

después el hacendado alemán presentó la documentación que acreditaba la

propiedad beneficiaria con las aguas del referido arroyo.

776

En contraparte, los pobladores de Cofradía de Suchitlán sufrieron más para

recibir la confirmación de derechos de agua. El 14 de febrero de 1918, iniciaron el

proceso para recibir la adjudicación de las aguas que emanaban de las áreas

774 Solicitud de Victorino Pérez al Secretario de Fomento, México, 28 de septiembre de 1920; en AHA, Fondo AS, Caja 126, Exp. 2791. 775 Al respecto véase: Oficio Nº 3082 de Pastor Rouaix, Secretario de Fomento, a Victorino Pérez al Secretario de Fomento, México, 29 de enero de 1920; en AHA, Fondo AS, Caja 126, Expediente 2791. 776 Solicitud de Arnoldo Vogel a la Secretaría de Fomento, Colima, noviembre 12 de 1920; en AHA, Fondo AS, Caja 1412, Expediente 19304.

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recibidas como dotación ejidal y que beneficiaban con riego a 55 hectáreas abiertas

al cultivo. Sin embrago, por errores en la integración de datos y la justificación, se

arribó a la década de los veinte y todavía no les aceptaban la solicitud. El único

medio para usufructuar el agua por parte de Cofradía era respaldarse en un convenio

signado con Vogel el 20 de mayo de 1917, auspiciado por el gobernador Juan José

Ríos. Al tomar el agua que requerían lo hacían por su propia cuenta, lo que provocó

que el hacendado se quejara ante la Comisión Local Agraria de que los indígenas

tomaban las aguas dedicadas al riego de los cañaverales del predio “La

Haciendita”.777

En fin, las relaciones por el agua entre el hacendado alemán y los pobladores

de Cofradía de Suchitlán se convirtieron en un verdadero toma y daca. Máxime

cuando los agraristas se sintieron favorecidos con la resolución presidencial de 1918,

que mandataba la entrega de tierras para ejidos, debido a que sus necesidades eran

mayores.

Luis Abortes, un estudioso de los usos del agua en la historia de México,

sostiene que, desde el principio de la política de entrega de tierras motivadas por la

lucha armada, las autoridades revolucionarias se adjudicaron la tarea de vigilar el

funcionamiento de las colectividades beneficiadas,778

En fin, entre la disputa por aguas y tierras ocurrida en territorio colimense, se

tejió la agreste relación entre don Arnoldo Vogel y los pobladores de Cofradía de

Suchitlán y Suchitlán. Los conflictos con los hacendados y un pacto tácito, aunque no

exento de fisuras, fueron elementos presentes entre 1915 y la primera mitad de la

década de los veintes. La segunda mitad de esta década marcaría otro sello a los

conflictos en que se envolverían estos poblados indígenas al sumarse al conflicto

cristero apoyando la postura gubernamental. Pero eso ya corresponde a otra

temática y proceso que no busca cubrir esta investigación.

intervención gubernamental

que, para los poblados indígenas colimenses, no se desplazó al ritmo que dichas

comunidades demandaban.

777 Todo este proceso puede ser consultado en: AHA, Fondo AS, Caja 716, Expediente 10422. 778 Aboites Aguilar, op. cit., p. 94.

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CONCLUSIONES

Situados en las faldas del volcán de Colima, las comunidades indígenas

tuvieron una génesis que se pierde en el remoto pasado colimense. En medio de una

topografía abrupta donde destacan lomeríos, cañadas, arroyos y arroyuelos, en este

núcleo poblacional se desarrollaba la vida cotidiana prehispánica al tiempo que los

españoles arribaron a esta región. Su existencia y manutención se fincaba en

pequeñas siembras de temporal para la subsistencia, complementada con el

establecimiento de pequeñas huertas y actividades de caza y recolección.

Al tiempo de la llegada española las comunidades eran numerosas. Los

indígenas asentados en tierras comaltecas –al igual que otros puntos de la región–

estaban estrechamente ligadas a la tierra; situación que utilizaron los españoles para

imponer tributo a dicho grupo étnico. Pero no sólo eso, sino que se instituyó la

encomienda y la llamada República de indios, que si bien mantuvieron sus derechos

y propiedad sobre la tierra, estableció nuevas relaciones y lógicas en la actividad y

existencia indígena mediante el tributo y el trabajo a favor del español. Así que,

durante los años coloniales se vertebraron lógicas económicas y sociales que, si bien

preservaron las condiciones y estatutos de las comunidades indígenas, éstas

mantuvieron tenues nexos económicos y sociales con españoles y mestizos. A la

par, la iglesia católica se había asentado en la zona y ganaba terreno ordenando la

vida, conducta y goce del indígena. Incluso, para el siglo XVIII, en poblados como

Suchitlán se contaba ya con maestro, instrucción donde se impartía doctrina cristiana

y las primeras letras.

Sin embargo, las comunidades indígenas vivieron el choque de intereses

económicos y el sentido de propiedad y apropiación de los españoles, algunas veces

a costa de sus bienes y propiedades. En Suchitlán, los primeros roces se vivieron

desde finales del siglo XVI, aunque estos no se presentaron sólo con tales y cuales

mestizos o peninsulares, ya que hacia el siglo XVIII se entablaron conflictos debido al

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nombramiento de autoridades con el poblado de Comala y por contribuciones. A

pesar de estos conflictos, se mantuvieron inalterables las estructuras españolas e

indígenas, las cuales se prolongaron durante buena parte del siglo XIX.

Debido a la anterior, la mitad de la centuria decimonónica encontró a un

Suchitlán que descollaba sobre el resto de poblados indígenas de la entidad. En

dicho poblado se mantenía la cohesión étnica y cultural, ligada a la tierra comunal, la

cual descansaba en instituciones y viejas tradiciones.

No obstante, cambios importantes se acercaban en torno a la propiedad de la

tierra, a partir de las reformas liberales implementados al correr de la sexta década

del siglo XIX. Algunas de estas medidas atentatorias fueron el denuncio de baldíos,

la colonización de tierras y el reparto en lotes individuales. Debido a estas medidas

instrumentadas, la división de tierras comunales en parcelas familiares al régimen de

propiedad proporcionó a los hacendados y grandes rancheros la oportunidad de

invadir o adquirir tierras antes fuera de su alcance. División y distribución de tierras

comunales que se profundizaron durante los años porfiristas, gracias a la

modificación de las leyes de colonización para facilitar el reparto de tierras, el

mejoramiento de facilidades y beneficios para las compañías agrimensoras

establecidas en 1883 y la supresión de límites a la cantidad de tierras que podía

adquirir cualquier particular, decretada en 1894.

Todo este proceso involucró a la comunidad de Suchitlán, en un conjunto de

modificaciones en relación con la tierra, con todo y que se afirmara que sus terrenos

habían sido otorgados por autoridades virreinales. La alteración de la posesión de

tierras en Suchitlán inició en la penúltima década del siglo XIX. Para mediados de

esa década, la repartición en lotes se efectúo al interior de esta comunidad, al igual

que en Cofradía de Suchitlán, pequeño poblado indígena que se formó con oriundos

de este pueblo. Redistribución de la propiedad que se extendió a otras comunidades

indígenas de la entidad ubicadas en el valle y la costa colimense. Dicho proceso de

repartimiento fue auspiciado por mestizos en varias comunidades, quienes se

desempeñaron como representantes de las poblaciones indígenas, contando con la

tutela gubernamental.

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En este marco la mayor parte de los pobladores de Suchitlán y Cofradía

modificaron sustancialmente sus ritmos y relaciones de vida, pero sobretodo su

relación con la tierra. Los jefes de familia, de propietarios pasaron a empelarse en las

haciendas de la región y a fungir como empleados temporales de las salinas situadas

en la costa de la entidad.

Aunque, este proceso de modificación de las relaciones de propiedad en los

naturales del Estado generó algunas inconformidades y pequeños conflictos de poca

monta. En el caso de los indígenas situados en el municipio de Comala, la pérdida de

la propiedad de sus tierras no presentó inconformidades manifiestas.

En contraste, el panorama rural colimense estaba hegemonizado por un

pequeño grupo de propietarios locales y unos cuantos extranjeros que, arribando

desde mediados del siglo XIX, habían experimentado un vertiginoso crecimiento

económico y controlaban importantes resortes de la vida productiva estatal.

Con esta realidad se vivió el ocaso del siglo XIX, una sociedad indígena en

transformación de pautas que databan de antaño, un sólido binomio productivo

compuesto por un rico sector de rancheros y un pujante segmento de extranjeros que

del comercio pasaron a favorecerse con el mercado liberal de tierras. El cuadro se

completaba con una política gubernamental proclive al fomento de la producción

agrícola que se fincaba en la desamortización de tierras e incentivos fiscales y

productivos.

Lo anterior fue el conjunto de factores en que se desarrolló la hacienda de San

Antonio encabezada por Arnoldo Vogel, al tiempo que se efectuaron las

recomposiciones de la hacienda de Nogueras; aspectos que las colocaron entre las

negociaciones agrícolas más importantes de la entidad. Peldaño logrado también por

la demanda alcanzada por productos como el azúcar y el café, producidos en dichos

lugares. Lo que a su vez ocasionó que aumentara la demanda de tierras para dichos

cultivos, incrementándose la asechanza y amenaza sobre sus vecinos indígenas, ya

que aunado a la venta forzada, se presentó la ocupación de sus parcelas. Los pocos

que conservaron sus terrenos después de un oleaje de compras, se deshicieron de

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ellas mediante ventas escalonadas a unos latifundistas que tendían una pinza sobre

sus caseríos.

El panorama se tornó más crítico en materia de tierras, al aumentar las

dificultades de acceder a un pedazo de terreno, debido a que los demandantes

aumentaban, no sólo porque la población autóctona crecía, sino porque arribaron

nuevos trabajadores al norte colimense auspiciado por esta reanimación productiva

que se vivía en este par de haciendas.

Todo esto repercutió para que más de diez lotes de la propiedad de los

indígenas, ya fuera por compra directa de Vogel o mediante triangulaciones usando

un tercero, cayeran en manos de la hacienda de San Antonio. Fuera mediante el

convencimiento o la presión, lo importante era concentrar tierras que los indígenas

no explotaban “racionalmente”. Con esto, la población indígena quedaba destinada a

estructurar una economía de subsistencia, subordinada a las lógicas y ritmos

productivos que dictaba un pujante sector de hacendados locales.

Toda esta dinámica marcó una relación social en el campo colimense donde

actores con distintos posicionamientos en el escenario rural establecieron una

relación diferenciada y contrapuesta que fue dando origen a tensiones que se fueron

acumulando gradualmente y se exteriorizaron como conflicto social a partir de la

coyuntura revolucionaria.

Desde fines del siglo XIX y a lo largo de la primera década del siglo XX, dicha

tensión social entre propietarios agrícolas y pobladores indígenas, se tejió en torno a

la propiedad y posesión de la tierra, así como el usufructo de las aguas que fluían

por los manantiales, arroyos y ríos de la entidad, particularmente de los ubicados en

la zona norte. Marcó tensión donde intervenía el estado dictando los elementos

normativos y las variantes políticas que signarían esta tirante relación.

En términos generales, la presencia de tensiones y relaciones desiguales y

contrapuestas entre distintos actores del agro colimense tomó visos más claros a

partir del último tercio del siglo XIX, a partir del de las iniciativas de repartimiento,

delimitación de fundos de pueblos y reglamentación sobre usos del agua para el

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abastecimiento de comunidades para quehaceres domésticos y para el regadío de

huertas y siembras. Las denostaciones y zozobras empezaron a tomar cuerpo en

áreas donde los cauces no abastecían de agua todo el año, como es el caso de la

municipalidad de Comala, punto de asiento de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán.

Inconformidad que no afloró ante la configuración de un nexo, entre gobierno local y

propietarios agrícolas, que dejaba ver su fuerza y hegemonía.

Así que la discordia entre diversos habitantes de la zona vivió un proceso

soterrado, pero acumulativo, que irrumpió en práctica social en condiciones que el

marco político y el juego de fuerzas sociales en la entidad vivió un momento de

reacomodo o recomposición.

Pese a que los indígenas del norte de Colima no vivían solamente del cultivo

de la tierra, pues también combinaban su existencia con actividades de artesanos,

leñadores, recolectores o jornaleros estacionales, su nexo con la tierra era a todas

luces evidente. Por lo tanto, desprovistos de la misma, los cientos de familias de

Suchitlán y sus vecinos de Cofradía vivieron un proceso de recomposición de la

propiedad de la tierra que implicó la pérdida de sus antiguas posesiones, al tiempo

que el agua se restringía para sus usos doméstico y laboral, máxime que las obras

hidráulicas y de modernización productiva de las dos haciendas del área,

acrecentaron la capacidad para captar tan vital líquido. Como también

experimentarían modificaciones en la composición étnica de sus poblados, al

suscitarse el arribo de mestizos que, procedentes del sur de Jalisco y del valle

colimense, se convirtieron en trabajadores permanentes de los hacendados e,

incluso, llegaron a establecer vínculos de solidaridad personal y social hacía estos

propietarios de la tierra. Los indígenas sólo eran testigos impávidos de este

desconsolador panorama social que restringía sus ámbitos de acción y modificaba

muchas de sus expectativas sociales.

El acceso y uso de tierras, montes y aguas dejó de estar determinado por la

tradición; ya había desaparecido el criterio de que el sólo nacimiento al interior de

una familia de la comunidad otorgaba el derecho al acceso de los recursos con que

contaba el pueblo. Incluso, hasta una asimetría en el uso de estos bienes se

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estableció al interior mismo de los poblados, en función de las filiaciones étnicas; los

mestizos tejieron lazos sociales con gobernantes y propietarios, mientras que los

indígenas se encerraban en sí mismos como única opción de mantener su identidad

y cohesión, en tiempos tan aciagos.

Claro que, en medio de este panorama, las comunidades indígenas

continuaron desarrollando una agricultura de subsistencia a partir de unas cuantas

parcelas que conservaron y pequeños huertos ubicados en el mismo núcleo del

poblado y como una extensión del hogar mismo; hogar configurado como una unidad

familiar extensa. Así mismo, además de ser el asiento de la familia, el terreno

doméstico se convirtió parcialmente en el espacio laboral donde la obtención de

frutos y la actividad artesanal cobraron significativa presencia como opciones de

manutención, a la par de sus ocupaciones como peones de hacendados del

municipio, además de productores de las tierras más abajo, por cortos lapsos.

A toda esta amalgama de sucesos se incorporaron recambios en las

autoridades locales que normaban la vida y los nexos públicos de las comunidades

indígenas. La designación de mestizos y personajes llegados de fuera de la

comunidad, por parte de las autoridades estatales y municipales, dio pie a que los

poblados reivindicaran el derecho de elegir a dichos representantes legales entre los

nativos que compartieran su misma filiación étnica.

Las ideas del progreso y la concepción liberal del ciudadano chocaban con la

visión del mundo y de la vida de estas comunidades indígenas, las cuales

descansaban en la tradición, la vida asociativa de orden colectivo y unas pautas de

existencia acotadas a una sociedad encerrada en si misma, poco abierta a los

influjos de la vida exterior. Pero la avalancha del progreso los arropó con su manto y

la propiedad individual, el libre mercado de la tierra y el ciudadano hicieron acto de

presencia al interior de estos grupos étnicos, claro, llevados o impuestos desde

fuera. Todo esto atentaba con el tradicional status del indígena que databa de

tiempos prehispánicos, se preservó en la colonia y propagó durante la primera mitad

del siglo XIX.

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A pesar de este cambio de panorama, estos grupos sociales desprotegidos

generaron o mantuvieron mecanismos para preservar sus identidades étnicas y

culturales: la organización religiosa tradicional de la comunidad, a través de un

sistema de cargos y mayordomías, sus festividades y la solidaridad social, daban

sentido a la vida interna de los indígenas ubicados en el norte colimense. Estos eran

los nichos culturales que les permitían mantener su carácter de una sociedad

tradicional donde los lazos y vínculos colectivos daban sentido a su existencia.

El enclaustramiento, la resignación y la vida interna parecían constituir la

lógica en que se movían esos poblados, pero tras el advenimiento del movimiento

revolucionario y la disputa por el poder local en Colima ocurrida en 1911, generó una

coyuntura que hizo posible que la voz de los indígenas emergiera en el espacio

público colimense. La inconformidad se dejó ver mediante gestiones prudentes para

canalizar sus demandas de agua, tierras, así como sus denuncias de despojo y

atropellos. Acciones encabezadas por políticos de mediano rango en la vida estatal,

que mantenían una postura distante con el gobierno de Enrique O de la Madrid y la

oligarquía local que le daba sustento.

Pero la llegada de un nuevo gobierno durante los años maderistas no cambió

la realidad vivida por los indígenas de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán. Las leyes y

apoyos gubernamentales llevaban como dedicatoria a los campesinos y pequeños

propietarios. La política pública en la entidad se diseñaba desde el espacio y las

necesidades distintas al sentir de las comunidades indígenas. Lo único que los años

maderistas dejaron para los indígenas del municipio de Comala, fue la reactivación

de la gestión ante las autoridades municipales y estatales para colocar en la palestra

pública demandas e inconformidades que databan de décadas anteriores.

Particularmente, revivieron sus demandas sobre el derecho de elegir a sus propias

autoridades.

Este panorama sufrió alteraciones sustanciales a partir de que Colima sufrió

los oleajes revolucionarios, que en 1914 arribaron desde tierras jaliscienses para

desaparecer al poder estatal proclive al huertismo.

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Las triunfantes fuerzas constitucionalistas, al establecerse en el poder estatal

a partir de que Juan José Ríos ocupó el cargo de mandatario estatal, instrumentaron

nuevas políticas públicas que alteraron el escenario estatal. Además de dar particular

énfasis al sentido público que entrañaban las actividades productivas, una de estas

medidas fue la aplicación de la ley agraria del 6 de enero de 1915. Al amparo de

este decreto, se procedió a la recepción de solicitudes de restitución y otorgamiento

de tierras a pueblos y comunidades, a través de instancias como la Comisión Local

Agraria, institución creada, al amparo de dicha ley, para conducir y ejecutar dichas

peticiones agrarias.

En la promoción de las reivindicaciones agrarias para los pobladores

indígenas de Suchitlán, el profesor Basilio Vadillo (distinguido personaje del

constitucionalismo) jugó un importante papel de impulso y gestión, como lo había

desempeñado el Licenciado Miguel García Topete desde finales de los años

porfiristas y durante los primeros momentos revolucionarios. Labor de gestión que

distintos personajes propagaron a lo largo y ancho de la entidad, beneficiando a

poblaciones como Cuyutlán, Coquimatlán, Manzanillo y San Miguel de la Unión,

entre otras. Todo este inédito proceso alteró la aparente tranquilidad en que se

desarrollaban los distintos sectores y sujetos del campo colimense.

Un actor que difundió esta nueva política agraria, desde fuera de las oficinas

gubernamentales pero en nexos con ellas, fue la Casa del Obrero Mundial;

organización gremial que arribó bajo el amparo de las autoridades y militares

constitucionalistas. Bajo los auspicios de la COM, el escenario rural presenció la

formación del Sindicato de Agricultores y Campesinos, al cual se integró el pueblo de

Suchitlán.

Al amparo de estos organismos, el poblado de Suchitlán solicitó la restitución y

entrega de tierras para los habitantes del poblado y, poco después, Cofradía de

Suchitlán llevo a cabo lo propio para conseguir los mismos fines. Toda esta movilidad

de los indígenas en pro de la tierra se ubicó en el campo jurídico y legal. La

aplicación puntual de esta Ley Agraria fue el móvil que articuló a los habitantes de

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estas dos poblaciones indígenas, bajo la tutela de esta agrupación conectada al

nuevo gobierno revolucionario.

Proceso que no se presentó sobre aguas tranquilas, sino en tiempos

sumamente convulsos y críticos, lo que ocasionaba una vida llena de limitaciones y

penurias para este amplio sector de la sociedad colimense: conflictos políticos y

militares, bandolerismo, reacciones de hacendados, formaban el escenario donde se

articularon las comunidades rurales e indígenas, tanto en el asunto de la tierra como

del aprovisionamiento de agua.

La demanda por la tierra y el agua, levantada por Cofradía y Suchitlán, se

presentó ante las autoridades estatales y federales, recibiendo tratos diferenciados y

cambiantes en función de los reacomodos de los actores políticos locales y

nacionales. Se recibió la dotación provisional en Suchitlán, a instancias de una

Comisión Local Agraria que se movía bajo los derroteros marcados por el gobierno

de Juan José Ríos. Cofradía no logró esta figura de dotación, pero si los impulsos

desde las instancias locales. Esta situación generó reacciones legales de parte de

hacendados y propietarios a fin de defender lo que consideraban sus legítimos

derechos e intereses. La actitud del gobierno estatal se modificó tras la sucesión

gubernamental que condujo a J. Felipe Valle al frente de los destinos estatales. Este

personaje, así como los intereses locales que representaba, marcaron una distancia

hacia las peticiones agrarias de los indígenas, de ahí que los solicitantes de tierras y

aguas reforzaran su gestión ante quien se constituyó en el principal sostén de sus

aspiraciones agrarias: el gobierno federal y, más específicamente, la Comisión

Nacional Agraria. Esta fue la instancia y el ámbito de acción que utilizaron los

indígenas de estas dos comunidades para enfrentar las reacciones de los

hacendados Vogel y Rangel. Para ello se apoyaron inicialmente en el gobierno

estatal y la Casa del Obrero Mundial y, en su segunda etapa, de integrantes del

poder legislativo federal procedentes de tierras colimenses.

Así que, bajo la demanda de cumplimiento irrestricto de la Ley Agraria, la

constitución de un liderazgo local bajo los auspicios de un gremialismo redimido

temporalmente por la revolución hecha gobierno, y de personajes connotados del

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constitucionalismo, al igual que un panorama político favorable, los indígenas de

Suchitlán y Cofradía de Suchitlán coronaron su dotación agraria a fines de la

segunda década del siglo XX, para después proseguir con su demanda legal para el

debido aprovisionamiento de aguas.

En fin, entorno a la disputa por el agua y tierras del norte colímense se

vertebró una conflictiva relación entre los hacendados Vogel y Rangel, por una parte,

y los pobladores de Cofradía de Suchitlán y Suchitlán, por la otra. En lo que

concierne a esta lucha indígena, lo característico fue la disputa indirecta,

otorgándole un gran peso a actores políticos y sociales externos a la comunidad,

donde la movilización y el protagonismo colectivo presentó rasgos muy tenues. Otro

elemento componente de este conflicto social fue su carácter legal; pero a partir de

una legalidad muy frágil, debido a los álgidos sucesos revolucionarios que

configuraban la vida nacional y estatal; de ahí que el proceso de gestión no estuvo

exento de fisuras y conflictos que, si bien trastocaron la vida y cotidianeidad de estos

grupos sociales, éstos no desembocaron en rupturas y confrontaciones sociales que

trastocaran la composición de clases y el conjunto de la estructura de la vida estatal.

Es innegable que los indígenas de Suchitlán y Cofradía levantaron sus

reivindicaciones agrarias, porque padecían una profunda crisis económica que ponía

en riesgo su existencia misma; también porque vivían aflicciones sociales derivadas

de la pérdida de control sobre su propio gobierno y vida interna, así como para

obtener reformas sociales que mejorasen su situación de vida y el restablecimiento

de los bienes perdidos o despojados. En las acciones legales que emprendieron se

articularon todos estos motivos, así como la situación coyuntural que se dio en la

modificación de factores políticos que se generaron por el convulso proceso

revolucionario, lo que dio pie a la emergencia de nuevos actores sociales que

irrumpieron en la vida nacional y estatal, como los indígenas y su lucha por las

tierras y el agua, hecho formó parte de esa nueva realidad social propiciada por el

nuevo momento histórico que inaugura la Revolución Mexicana.

Actuación que en el caso de Colima, al igual que como Simón Miller refiere

para el caso del Bajío “…era una sociedad (…) en la que la huella de la distinción y

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autonomía indígena no eran tan marcadas”.779 Lo que provocó que las banderas

agrarias en tierras colimenses se levantaran por un conglomerado indígena y una

sociedad local que no contaba con grandes tradiciones de lucha colectiva, de ahí que

estuviera incentivada y condicionada, en mucho, por el escenario que configuró el

proceso revolucionario. Lo anterior es entendible si se comparte la idea de Eric Wolf

respecto a que los campesinos o los trabajadores rurales no pueden confrontarse

abiertamente con sus opositores en una situación de completa impotencia, que

necesitan de un control táctico sobre sus propios recursos, lo que constituye una

base segura para utilizar una palanca política funcional, que en este caso la

proporcionó la política constitucionalista en materia agraria. Sucede así el vaticinio de

Wolf: los campesinos o jornaleros sin tierra se deciden a luchar por sus demandas y

aspiraciones cuando pueden “…recurrir a algún poder externo para retar al poder

que los constriñe”.780 Claro que esto no quiere decir que para el caso de Suchitlán y

Cofradía se retome de principio a fin las ideas de este autor, cuando afirma que

“…los campesinos son a menudo meros espectadores pasivos de las luchas políticas

o suspiran por el advenimiento repentino de un salvador, sin especificar para ellos y

sus vecinos los múltiples peldaños de la escalera que conduce al cielo”,781

En pocas palabras, pese a los cambios que en el ámbito de la propiedad y la

composición poblacional se estuvieron generando en las comunidades indígenas

ubicadas en el municipio de Comala, desde los albores de los años porfiristas, si se

compara la reacción del conjunto del conglomerado indígena colimense, los

pobladores de Suchitlán fueron los que mayores resistencias pusieron ante la

avasalladora presencia de un agricultura comercial fincada en modernos ranchos y

haciendas que no se detenían en concentrar tierra, agua y mano de obra, para

ya que si

bien hicieron uso de las condicionantes externas que les puso sobre la mesa el

nuevo gobierno revolucionario, estas fungieron como un factor precipitante que les

posibilitó vertebrar demandas y liderazgos propios.

779 Simón Miller, Formación de clase y transición agraria en México. De la hacienda al rancho en el Bajío, 1840-1985, México, Universidad Iberoamericana, 1997, p. 197. 780 Eric R. Wolf, “Las Rebeliones Campesinas”, Campesinos, y sociedades campesinas, Teodor Shanin (Selección), México, FCE, (Colección Lecturas, Nº 29), 1979, p. 241. 781 Ibíd., p. 238

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continuar con sus dinámicas productivas. Los indígenas de Suchitlán y Cofradía de

Suchitlán entablaron sus demandas apoyándose en las circunstancias nuevas que en

materia agraria auspició la Revolución, pero buena parte de sus fortalezas internas

estuvieron depositadas en un imaginario social, impregnado por preceptos de la vida

comunal, y recibieron el acicate de un pequeño núcleo de dirigentes autóctonos que

no abdicaron en su autonomía y se resistieron a convertirse perennemente en

jornaleros de las fincas azucareras y cafetaleras del área. Sistema productivo que iba

en contra de sus tradiciones familiares, al tiempo que les provocaba el rompimiento

de la costumbre, el quiebre y reducción del espacio de autonomía y la modificación

de su relación con la tierra.

No puede dejar de subrayarse algo incontrovertible: los años de guerra

enseñaron a los campesinos que una de las formas políticas para defender sus

demandas consistía en desarrollar acciones organizativas;782

782 José Rivera Castro “El movimiento campesino posrevolucionario: sugerencias metodológicas y estado de la cuestión”, Iztapalapa, México, UAM, Nº 26, julio-diciembre de 1992, p. 98.

es factible que la férrea

lucha de estas dos comunidades indígenas por la defensa y recuperación de sus

tierras y aguas no respondió solo a una coyuntura, ya que sus acciones también

debieron haber obedecido a experiencias adquiridas a lo largo de muchos años. Por

ejemplo, la búsqueda de que sus impuestos se aplicaran al interior de su comunidad,

la lucha por la autonomía de su poblado con respecto a Comala durante los últimos

años coloniales, los numerosos conflictos que demandaban la realización de repartos

de tierras ocurridos durante la segunda mitad del siglo XIX, el rechazo de

autoridades impuestas –mestizas sobre todo– desde fuera, la tendencia de rechazo a

la autoridad estatal y municipal ante las políticas fiscales, entre otras. Es decir, que

los pueblos de Suchitlán y Cofradía de Suchitlán vivieron un largo proceso, a lo largo

del cual adquirieron muchos elementos culturales e, incluso, políticos que les

aportaron elementos de defensa para enfrentarse a los grupos de poder en el campo

colimense; al tiempo que está identidad y tradición cultural se reforzó con los rasgos

étnicos y lingüísticos que compartían y que difería de poblaciones y grupos humanos

circundantes. Pese a todo esto, es obvio que utilizaron la coyuntura revolucionaria

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para dimensionar sus aspiraciones, pero –es de remarcarse– su comportamiento no

estuvo circunscrito a dicho suceso.

Lo anterior, no invalida un rasgo predominante en la entidad colimense,

consistente en que la vida local de principios del siglo XX contó con la presencia de

importantes hacendados y rancheros contratantes de mano de obra, lo que permitió

cierto grado de equilibrio social interno, apoyado no sólo en la existencia de un buen

número de pequeñas explotaciones de tipo familiar o comunal, sino también por las

relaciones de control y asimilación social que se entretejieron en la localidad. Es decir

que el descontento –que de hecho existía– nunca llegó a expresarse nítidamente,

menos aún a generalizarse o arraigarse en el medio rural.

Esto conduce a considerar que el comportamiento y la reacción humana no

funcionan tan natural o automáticamente como resulta de mezclar dos sustancias en

un tubo de ensayo. De ahí entonces que, para entender la conflictiva agraria que se

vivió en las faldas del volcán de Colima, es preciso destacar que no bastaba la

presencia de una situación injusta capaz de producir una reacción en su contra; ni la

confluencia de condiciones que facilitaran la expresión de la protesta y la puesta en

marcha de una acción colectiva que posibilitara articular demandas de acuerdo con

intereses latentes de la situación conflictiva, pues los conflictos no siempre surgen

como simple respuesta a problemas existentes, ni que una situación opresiva e

injusta origine conflictos graves. Con este conjunto de limitantes se expresó la lucha

por la tierra y el agua de parte de las poblaciones agrícolas de Suchitlán y Cofradía

de Suchitlán.

En fin, a lo largo del recorrido por esta temática, se abordó la vida conflictiva

que vivieron los indígenas del norte colimense intentando presentarlos no como

grupos subordinados privados de conciencia y víctimas pasivas de la historia, ni

como grupos humanos homogéneos, sino que deben ser abordados desde su

condición de sujetos plurales y como agentes que conciente e intencionadamente

construyeron su pasado; y que, aunque haya mucho de razón en la afirmación

referida a que los grupos subalternos “…siempre están sujetos a los grupos que

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gobiernan, incluso cuando se rebelan y sublevan…”,783 los indígenas de Suchitlán y

Cofradía de Suchitlán no solo fueron moldeados, sino que moldearon los procesos

sociales que marcaron su existencia. Se intentó abordar la lucha y la gestión

indígena no como un pasado subalterno a la visión historiográfica sobre el Colima de

esos años, donde estos sujetos históricos actuaron no en función de una causa

externa a la conciencia, sino que se integraron como “…una entidad cuya voluntad y

razón constituyó su praxis”.784

Si intentara resumir en unas cuantas palabras las motivaciones más genéricas

que llevaron a los indígenas de Suchitlán y Cofradía a levantar las banderas

agraristas, amparados en las nuevas disposiciones revolucionarias; coincidiría con

las cuatro características o variables que explicarían el comportamiento de los grupos

rurales para impulsar cambios sociales: sus condiciones materiales de existencia,

autonomía, seguridad y movilidad.

Así que su lucha y aspiración por la tierra no puede

explicarse, única ni fundamentalmente, como una iniciativa lanzada desde el Estado,

sino que sus acciones deben ser comprendidas desde su propia lógica, a partir de su

experiencia propia, es decir, considerarlos como agentes de su propio destino. Si

este propósito no se logró a cabalidad, al menos fue la intención que vertebró este

esfuerzo investigativo.

785

El primero se refiere a medir el grado de empeoramiento o mejoramiento de su

nivel de vida, el cual experimentó un lento proceso de decadencia a partir de su

despojo de tierras y aguas por las haciendas circundantes. La autonomía refleja la

capacidad o tendencia que posee el hombre del campo para producir en forma

independiente lo que necesita para subsistir, aspiración limitada frente al empuje de

las relaciones laborales y la dinámica productiva que generó la avasalladora

Elementos que definen su subsistencia y acción

social.

783 Esta afirmación está tomada de Guillermo Zermeño Padilla, “Condición de subalternidad, condición postmoderna y saber histórico. ¿Hacia una nueva forma de la escritura de la historia?”, en Historia y grafía, México, Universidad Iberoamericana, 1999, Nº 12, p. 25. 784 Para ahondar en esta visión sobre grupos subalternos véase, Dipesh Chakrabarty, “Historia de las minorías, pasados subalternos”, en Historia y grafía, México, Universidad Iberoamericana, 1999, Nº 12, p. 95 y ss. 785 Al respecto véase, John Tutino, De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, México, Era, 1990, pp. 35-38.

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presencia de las haciendas en los últimos años, pero cuya posibilidad de actuación

autónoma reabrieron los cambios de tipo político. La seguridad se refiere a tener al

alcance de su mano la capacidad de lograr un nivel de vida aceptable para el

presente y vislumbrarlo en similares términos para tiempos venideros, elemento que

les proporcionaba la promesa de reparto agrario, contenido en la Ley del 6 de enero

de 1915, al igual que un gobierno que apoyaba dicha medida. La movilidad era la

facultad de elegir entre medios diversos de obtener y organizar su subsistencia, ya

fuera como labrador, jornalero, artesano, etc., es decir, la posibilidad de escoger tipo

de cosecha, área donde laborar y ritmos de trabajo; el poseer la tierra le generaba

esta variedad de oportunidades de empleo para la búsqueda de su bienestar en el

ámbito rural. La interacción de estos elementos ayuda a entender el comportamiento

de los indígenas del norte colimense y sus reclamos agrarios.

En fin, la tentativa fue darle seguimiento a una vieja preocupación de François

Chevalier en torno a “…apreciar la importancia real y el papel de esos grupos de

modestos cultivadores libres o semilibres, indios, (…) que subsistían por lo común, a

la manera de las antiguas gentes de los alodios, al margen de las haciendas

invasoras. Ruda tarea les aguarda a los historiadores que un día se pongan a

desenredar la madeja de los casos locales”.786

El juicio sobre la magnitud y alcances

de esta investigación sobre la temática propuesta y sujetos históricos la dejo a la

opinión de mis lectores.

786 François Chevalier, Formación…, 1976, p. 377.

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