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TEOLOGÍA POLÍTICA E IMPLICACIONES PÚBLICAS Y SOCIALES DEL MENSAJE CRISTIANO EN COLOMBIA EFREN PARMENIO ORTIZ ORTIZ JORGE ANTONIO ORTIZ QUIROGA UNIVERSIDAD SAN BUENAVENTURA FACULTAD DE TEOLOGÍA INVESTIGACIÓN BOGOTÁ 2008

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TEOLOGÍA POLÍTICA E IMPLICACIONES PÚBLICAS Y SOCIAL ES DEL MENSAJE CRISTIANO EN COLOMBIA

EFREN PARMENIO ORTIZ ORTIZ JORGE ANTONIO ORTIZ QUIROGA

UNIVERSIDAD SAN BUENAVENTURA FACULTAD DE TEOLOGÍA

INVESTIGACIÓN BOGOTÁ

2008

TEOLOGÍA POLÍTICA E IMPLICACIONES PÚBLICAS Y SOCIAL ES DEL MENSAJE CRISTIANO EN COLOMBIA

EFREN PARMENIO ORTIZ ORTIZ JORGE ANTONIO ORTIZ QUIROGA

INVESTIGACIÓN MONOGRÁFICA

Director: DAVID GERARDO LÓPEZ

Director académico Facultad de Teología U. San Buen aventura Bogotá

UNIVERSIDAD SAN BUENAVENTURA BOGOTÁ FACULTAD DE TEOLOGÍA

INVESTIGACIÓN BOGOTÁ

2008

Esta obra está dedicada a todos aquellos que en nombre del Dios de Jesucristo, han sentido y sienten su pasión por la humanidad y que por lo mismo, corren el riesgo de ir en contra de sus propias consideraciones existenciales.

AGRADECIMIENTOS

Este es el producto reflexivo de nuestra sistematización teológica con el que

buscamos explicitar, de algún modo, el sentido de la fe cristiana en la vida de

nuestra historia y por eso queremos dedicar esta obra a Dios, quien ha puesto en

nuestras vidas sus dones para el servicio de su Iglesia y su mundo; a nuestros

familiares y amigos que con cariño han apoyado siempre nuestros proyectos. Por

supuesto, a nuestra amada Provincia de la Santa Fe y en ella, a todos los

hermanos que nos han acompañado, unos como compañeros otros como guías

del camino franciscano. Finalmente, no podríamos dejar pasar por alto en

nuestros agradecimientos a nuestro hermano David Gerardo López, director de

trabajo; y Fr. Jorge Botero, quienes con su paciencia y entrega ofrecieron sus

esfuerzos para que esta obra fuese posible; a ellos infinitas gracias de corazón.

Nota de aceptación:

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Firma del presidente del jurado

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Firma del jurado

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Firma del jurado

Bogotá D.C 9 de diciembre de 2008

RAE UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA

FACULTAD DE TEOLOGÍA LICENCIATURA EN TEOLOGÍA

1. TÍTULO

TEOLOGÍA POLÍTICA E IMPLICACIONES PÚBLICAS Y SOCIAL ES DEL MENSAJE CRISTIANO EN COLOMBIA

2. AUTORES

EFREN PARMENIO ORTIZ ORTIZ JORGE ANTONIO ORTIZ QUIROGA 3. PUBLICACIÓN

Lugar: Bogotá D.C. – Cundinamarca Año: 2008 Páginas: 4. TIPO DE DOCUMENTO

Investigación monográfica

5. PALABRAS CLAVE

Nueva teología política, historia de sufrimiento, memoria, solidaridad, narración, teología fundamental práctica, sujeto creyente, praxis, reserva escatológica, víctimas, neoliberalismo, religión y sociedad.

6. DESCRIPCIÓN DEL PROBLEMA

La necesidad teológica de establecer la forma de hacerse práctica la fe creyente a través de las categorías fundamentales de la teología política en un país que debido a la historia de sufrimiento pide a los cristianos dar razón de su esperanza.

7. FORMULACIÓN DEL PROBLEMA

¿Cuáles son las características fundamentales de la nueva teología política y sus implicaciones en el marco de la elaboración de una teología práctica del creyente en Colombia?

8. LÍNEA DE INVESTIGACIÓN Teología fundamental y sistemática

9. METODOLOGÍA Análisis y comprensión de los conceptos fundamentales de la Nueva teología política frente a las realidades de sufrimiento en nuestro país.

10. RESULTADOS Planteamiento del problema de la teodicea frente al sufrimiento, comprensión de la distinciones y conceptos fundamentales de la Nueva teología política y una lectura teológica de la realidad de sufrimiento en Colombia causada por los factores armados y por la ideología económica del neoliberalismo.

11. FUENTES METZ, Johann Baptist. Dios y Tiempo. Nueva Teología Política. Madrid: Editorial Trota, 2002, 245 p. -------- La Fe, en la Historia y la Sociedad. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1979, 253 p. -------- Memoria passionis. Santander: Editorial Sal terrae, 2007, 271 p. BONHOEFFER, Dietrich. Resistencia y Sumisión. Barcelona: Editorial Ariel, 1969, 267 p. GIBELLINI, Rosino. La teología del Siglo XX. 10 Teología Política. Maliaño (Cantabria): Editorial Sal Terrae, 1998, 632 p.

CONTENIDO

pág.

INTRODUCCIÓN 3

1. LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTICA EN EL MARCO DE LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA CRISTIANA 5

1.1 LA PREGUNTA POR DIOS EN EL SUFRIMIENTO HUMANO 5

1.1.1 El punto de partida que emerge de la realidad social para la teología 5 1.1.2 Caminos de aproximación teológica ante la realidad contingente y

marginal del ser humano 10

1.2 APARICIÓN HISTÓRICA DE LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTICA 16

1.2.1 El adjetivo “política” en la reflexión teológica 16 1.2.2 El distintivo “Nueva teología política” 22

2. DISTINCIONES Y CATEGORÍAS ESENCIALES DE LA NUEVA TEOLOGÍA

POLÍTICA 34

2.1 PRETENSIÓN DE LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTICA 34

2.2 CATEGORÍAS FUNDAMENTALES DE LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTICA 38 2.2.1 La “memoria” como opción provocadora de sentido 38 2.2.2 La Narración 44 2.2.3 La praxis cristiana de la solidaridad 48

2.3 LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTICA COMO TEOLOGÍA PRÁCTICA

DEL SUJETO CREYENTE 53

2.3.1 El carácter de teología fundamental de la Nueva teología política 53

3. IMPLICACIONES PÚBLICAS Y SOCIALES DEL MENSAJE CRISTIANO EN COLOMBIA 61

3.1 EL CREYENTE Y LA IMPLICACIÓN PÚBLICA DE SU FE 62

3.2 MEMORIA NARRATIVA CRISTIANA EN COLOMBIA 69 3.2.1 “Tres narraciones históricas, una sola síntesis: destrucción y muerte” 70 3.2.1.1 La insurgencia armada 71 3.2.1.2 Paramilitares en Colombia 78 3.2.1.3 El narcotráfico y la violencia en Colombia 81

3.2.2 Dios y la memoria de las víctimas de nuestro país 85

3.3 HACIA NUEVOS HORIZONTES DE SENTIDO Y RESPONSABILIDAD

CRISTIANA EN COLOMBIA 93

3.3.1 “Recreando el mundo del nuevo pueblo de Dios desde la razón anamnética” 96

3.3.1.1 La sociedad actual: el mundo neoliberal 96 3.3.1.2 Una nueva religión: el neoliberalismo económico 98 3.3.1.2.1 Características de la nueva religión: “Principios para la muerte” 98 3.3.1.2.2 Sus ritos y memoriales: “lugares del sacrificio” 100

3.3.2 “Situando de manera viva y eficaz la experiencia de fe en el

Dios de Jesucristo como horizonte de sentido” 102

3.3.2.1 Principio Misericordia 102 3.3.2.2 Principio Esperanza 104

3.3.3 Intento de sistematización 105

CONCLUSIONES 108 BIBLIOGRAFÍA 111

3

INTRODUCCIÓN

La dinámica de construir día a día universos simbólicos que vinculen estrechamente la experiencia de fe cristiana y las realidades marginales por las que atraviesa el devenir histórico de nuestra sociedad colombiana, se ha convertido en la mejor excusa y, a su vez, en el mejor propósito para considerar las consecuencias existenciales que han de generar algunos de los planteamientos fundamentales de la “Nueva teología política” de Juan Bautista Metz. De esta manera, asumido dentro del marco teórico y práctico de la reflexión teológica, el esquema interpretativo de esta investigación se atreve a integrar críticamente lo vivido en el mundo y lo celebrado en el culto cristiano muchas veces demarcado y limitado por las fronteras del ámbito privado de la fe.

En consecuencia, la pretensión vinculante de la presente investigación tiene su foco en una particular hermenéutica teológica que quiere mirar la historia negativa bajo las categorías de la Nueva teología política, afirmando por qué dicha teología puede hacer posible una humanización de la fe que responda a los desafíos de la realidad social y de razones prácticas del mensaje cristiano en nuestro país desde la reserva escatológica comprendida como esperanza.

En consecuencia con ello, el foco de este trabajo está centrado en afirmar la nueva teología política, como el mismo Metz lo hace, como una teología fundamental práctica; de lo que, a su vez, emerge el interrogante central que guía esta tesis de grado: ¿Cuáles son las características fundamentales de la nueva teología política y sus implicaciones en el m arco de la elaboración de una teología práctica del creyente en Colombia?

La pregunta señalada delimita esta investigación en tanto que pretende ahondar en la definición de la “nueva teología política como teología fundamental práctica”, trabajar sus categorías fundamentales y vincular a través de una reflexión teológica y crítica, las realidades sociales de nuestro país atendiendo a la invitación de “Estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo aquel que os pida razón de vuestra esperanza”. 1P 3,15b

De esta manera, tratar de ofrecer siempre una palabra significativa en torno a la esperanza que mueve y dinamiza la fe cristiana en medio de la realidad histórica de violencia que vive nuestro país, es el propósito que hemos hallado luego de haber recorrido la senda de la formación teológica con el fin de explicitar cuáles serían las implicaciones públicas y sociales del mensaje cristiano, desde las categorías de la Nueva teología política.

4

El desarrollo del presente texto aborda entonces tres capítulos; el primero describe el punto de partida de la Nueva teología política ante la pregunta por Dios en el sufrimiento humano y su aparición en el contexto de la teología cristiana; el segundo, determina la manera como la Nueva Teología política se convierte en teología fundamental del sujeto con carácter crítico-público y práctico desde su conceptualización, sus categorías, y su fundamentación epistemológica; y el tercero, se ocupa en desarrollar una sistematización teológica capaz de dar cuenta de cuáles serían las implicaciones públicas y sociales del mensaje cristiano en Colombia desde las categorías de la Nueva Teología Política.

De esta manera la nueva teología política ayuda en este trabajo a lograr una reflexión sistemática que busca responder, a un mundo secularizado, por las razones prácticas de la fe cristiana atendiendo a las realidades sociales de olvido y marginación acaecidos en la historia. Pretende por tanto, constituirse ante todo como teología fundamental del sujeto con carácter crítico-público y práctico a partir de lo cual se propone “una nueva determinación de las relaciones entre teoría y práctica, razón y sociedad, religión y política, inteligencia de la fe y praxis histórica de emancipación, escatología y compromiso, utopías históricas y esperanza cristiana, Reino de Dios e historia humana, futuro de Cristo y futuro humano” 1.

Finalmente ofrecemos a los lectores de esta monografía, realizada para optar por el título de licenciado en Teología, una comprensión de la “reserva escatológica de la fe cristiana” la cual permite tener presente ya no un “logos” alquilado desde esferas de ideologías políticas institucionales o marxistas para leer la historia del sufrimiento sino que, partiendo, de la memoria viva de lo acontecido en el Dios de Jesucristo, capacita el saber teológico para realizar una teología fundamental práctica, “en la cual se asume la opción de entrar en el campo de la historia y concebir la teología como un saber práctico que no se pregunta únicamente por el sentido de la vida y de la historia, sino que pretende hacer una experiencia práctica del sentido en medio de la vida histórica”. 2

1 TAMAYO, Juan José. Teología, Pobreza y Marginación. Una Reflexión desde Europa. Capítulo VII: Teología Política: La voz de las Víctimas. Madrid Ed. PPC.. 1999. P. 51.

2 GIBELLINI Rosino. La Teología del Silo XX. Capítulo 10: Teología Política. Ed. Sal Terre. Maliaño (Cantabria). 1998. P. 336

5

1. LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTICA EN EL MARCO DE LA REF LEXIÓN

TEOLÓGICA CRISTIANA

1.1 LA PREGUNTA POR DIOS EN EL SUFRIMIENTO HUMANO

1.1.1 El punto de partida que emerge de la realidad social para la teología

La reflexión teológica cristiana, en cuanto tiene presente una afirmación de fe en el

Dios de Jesucristo y, a su vez, una implicación pública de dicha fe en la vida

social de los individuos, ha de preocuparse sobre la importancia significativa de su

presencia en el mundo. De hecho, los giros de pensamientos provocados por los

cambios de paradigmas – cosmocentrico, teocéntrico, antropocéntrico, entre otros-

desde la edad antigua hasta la modernidad, han llevado siempre a la

preocupación teológica de saber decir con claridad una “palabra” sobre Dios

vinculada a la historia y en ella, a las circunstancias específicas de los grupos

humanos.

Comprendiendo la aproximación con la que hemos descrito la reflexión teológica,

intentaremos en el presente capítulo adentrarnos en el punto de partida que

marca la referencia fundamental de nuestra investigación en torno a la nueva

teología política, así como la aparición histórica de dicha orientación en el gran

marco de la teología cristiana. Ciertamente, nuestra reflexión toca directamente el

marco teórico de una teología sistemática que pretende dar razón del núcleo de la

fe cristiana como esperanza transformadora en medio de las realidades que

genera aquella “historia negativa” de nuestra humanidad. A su vez, se enfrenta al

tan cuestionado tema de una teodicea en razón del sufrimiento humano no solo

como posibilidad de responder a las críticas teóricas que se hacen a nuestros

planteamientos teístas, sino como horizonte renovador de las promesas de la fe

en medio de las circunstancias de sufrimiento y dolor que afronta el ser humano.

6

Por ello, la pregunta por Dios, exige una respuesta ante el sufrimiento de los

hombres desde la necesidad de otorgar respuestas necesarias que justifiquen la

identidad del Dios de Jesucristo como un Dios omnipotente, bondadoso y

perfecto. De esta manera, llevar a conocer al Dios revelado en Cristo racional y

vitalmente a los hombres como problema teológico conduce sin duda a

sistematizar una justificación de su existencia cuestionada por el dolor y el

sufrimiento como problema que contrapone las tesis teístas con las que se

confiesa la identidad del Dios cristiano.

La raíz de dicho problema, identificada en la confrontación de lo predicado de Dios

por los cristianos desde su fe ante la realidad de sufrimiento, es fundamental para

cualquier propósito teológico, en la medida en que está en juego el futuro de la

imagen de Dios como “identidad revelada”, es decir, como el Dios que sale al

encuentro del hombre en medio de la situación histórica para hacer posible el

proyecto de salvación, y la realidad humana en relación a la fe creyente; pues,

En tal sentido es clásica la afirmación de Epicuro, según la cual Dios, frente al mal, o quiere eliminarlo pero no puede, o no quiere, o no puede ni quiere, o puede y también quiere. En el primer caso, Dios no sería omnipotente, en el segundo no sería bondadoso o moralmente perfecto, en el tercero no sería ni omnipotente ni bondadoso y en el cuarto se plantea la pregunta acerca de cuál es el origen de los males y por qué Dios no los elimina.3

Ante tal situación, la cuestión teológica no podría continuar su desarrollo sin

atender de forma oportuna a la “luz roja del semáforo” que ha plantado el dolor y el

sufrimiento en su camino. Dicha “luz” hace detener la reflexión teológica, debido a

que los argumentos lógicos clásicos acusarían la no existencia de Dios o la

afirmación de la sentencia –Dios existe- como errónea, y ante este problema,

¿cómo podrían los teólogos continuar su trabajo sin atender a la situación?

3 KREINER, Armin. Dios en el Sufrimiento. Bareclona: Herder, 2007. p. 21-22

7

Ciertamente la actitud reflexiva a este punto marca como único responsable del

asunto a quien continua afirmando una fe teísta cristiana, es a él y no a otro, al

que se le plantea el desafío de seguir sosteniendo su profesión de fe como

creencia en los atributos de quien podría ser Dios: un ser omnipotente y

moralmente perfecto, en la medida en que predica y sostiene verdades de fe que

en muchos casos puede ser contradictoria ante el mundo del sufrimiento; De

hecho,

El ateo no está obligado a responder la pregunta por una explicación metafísica última de los hechos del bien o del mal. Por el contrario, el teísta se encuentra en una situación inicial totalmente distinta, puesto que sostiene que el mundo se debe a una causa fundante trascendente, y en virtud de los atributos predicados, se ve enredado en una contradicción manifiesta 4

Habría entonces la necesidad teológica de mostrar cuáles son las razones que

justifican la permisión del sufrimiento así como las razones probables y

convincentes ante tales hechos con referencia a Dios. Todo ello, claro está, sin

caer en la pretensión ilustrada de una teodicea ocupada en la misión de legitimar

sólo en los argumentos de raciocinios lógicos la fe cristiana en el tribunal

humano de la razón, sino esforzándose por demostrar que “la fe en ese Dios

puede considerarse racionalmente admisible incluso frente a contradicciones

manifiestas”.5

Así las cosas, la cuestión que se plantea es la necesidad de explicar

teológicamente la razón de las manifestaciones de sufrimiento desde una

concepción de Dios como providente y causa de todo acontecimiento posible en el

4 Ibíd., p. 26 5 El desarrollo de la teodicea ha intentado ser siempre una justificación lógico-racional solo por el pretexto de hacer valer las posiciones teístas en el tribunal de la razón olvidando que el significado de éstas tienen antes que pretensiones retóricas- racionales, sentidos prácticos y existenciales en la vida de los creyentes. De esta manera, encontramos un giro significativo al papel de la teodicea, pues ya no será más la justificación de Dios por parte del ser humano, sino la justificación de la fe en Dios frente a la objeción de su carácter manifiestamente contradictorio o irracional. Sumadas a estas distinciones, la teodicea requiere plantearse la pregunta por aquello que necesita ser justificado en el sufrimiento, las causas y clases del mal como sufrimiento, y la cuestión teórica y práctica de la teodicea. Cf. Ibíd.,p 30

8

mundo, y en tal sentido, como “responsable de forma directa e inequívoca de

todos los acontecimientos, incluso los dolorosos”.6 He Aquí el “punto de partida”

esencial de nuestras investigaciones teológicas en el ámbito de una teología

capaz de dar razón de su esperanza en el mundo sensible y confundido de los

creyentes.7

Sumada a la necesidad de explicar, el “punto de partida” de la investigación

teológica ante el sufrimiento y la caracterización que presenta, señala el deber de

elaborar no solo una teodicea teórica donde el problema se soluciona en la

conceptualización racional, es decir, se entiende; sino que entendido se supera

por una praxis humana motivada por la fe cristiana la cual provoca no solo la

comprensión del mal sino su superación desde la lógica del Reino.

Lo anterior nos señala el compromiso siempre necesario de la unión entre lo

teórico y lo práctico en el ámbito de la fe cristiana pues el hombre de hoy,

influenciado por categorías diferentes a las planteadas en las argumentaciones

metafísicas de Dios, asume el conocimiento de su fe desde la realidad de vida en

la que está implicado. Por tal motivo, la teología actual, más con el adjetivo

política, no pretende hallar solo razones sino que intenta hacer prácticas estas

razones desde la fe en el mundo que rodea la historia de la humanidad. Así, en la

medida en que la reflexión teológica olvidaré esta cuestión, las vertientes críticas

la acusarían de ser expresión de un “intelectualismo alejado de la vida y de la

praxis que solo sirve para cerrar los ojos frente al mal concreto”.8 En consecuencia

la preocupación tendría que ser la de recuperar la identidad de la teología a partir

de la imagen de un Dios en los contextos de sufrimiento, pretensión primordial y

punto de partida de la necesidad de una teología política, pues,

6 Ibíd., p. 33 7 Los protagonistas del sufrimiento son entonces elemento esencial de la teodicea en tanto que las incidencias directas del sufrimiento se dan en relación a los seres sensibles a partir de los cuales se relacionan los juicios y perjuicios naturales y sociales. De todo lo más importante es lo que señala Metz: “quien siente sufrimiento tiene acceso privilegiado a su sentimiento” 8 Ibid., p. 34

9

En la teología, cuya teodicea esté guiada por la praxis, lo importante es percibir las experiencias de sufrimiento desde la perspectiva de las víctimas. La teología debe contribuir a superar espiritualmente experiencias concretas de sufrimiento y a reducir de forma práctica el sufrimiento concreto. En cambio, se afirma que la teodicea retórica sólo especula sobre las posibles razones por las cuales un Dios bondadoso y omnipotente permite el sufrimiento 9

La crítica planteada es interesante en la medida en que halla un camino real y

posible, pues la comprensión e interpretación del sufrimiento necesitan ser

teorizadas en una teodicea capaz de combatir las causas posibles del sufrimiento

y dar las razones de dicha realidad en el mundo creado por Dios. Asumir el

problema de la teodicea, es reconocer hoy la necesidad de plantearnos una

respuesta al mundo que cuestiona nuestro quehacer, es saber la pérdida de la

plausibilidad de nuestra fe, las críticas a las hoy insostenibles pruebas

tradicionales de la existencia de Dios. La respuesta por tanto, de una teodicea de

tipo práctico lleva a reconocer que las experiencias de sufrimiento legitimaron la

fuerza de que la fe en Dios ya no era sostenible solo desde la razón y que por

tanto, dicha fe cayó en la sospecha de ser contradictoria e irracional.

¿Cómo no considerar entonces esta situación como punto de partida para

reanudar las investigaciones teológicas, en la necesidad de recuperar dentro del

sufrimiento humano la pregunta por Dios, justificando nuestras reflexiones

mediante el enfrentamiento argumentativo sin excluir la consternación existencial

de la vida humana?. Esta pregunta señala la importancia de explicitar una

teodicea práctica en la que ciertamente es imposible evadir la lógica racional pero

en la que halla primacía la historia marginal de la vida humana que encuentra

respuesta, esperanza, y sentido desde la fe creyente.

Hasta el momento se ha explicitado el punto de partida que conducirá a una

comprensión posterior y matizada sobre las implicaciones públicas y sociales del

9 Ibíd., p. 48

10

mensaje cristiano en las realidades contingentes de nuestro país. El propósito ha

pretendido ser la especificación acerca del tipo de teología que emerge del

sufrimiento como realidad hoy día inevitable y apremiante, la cual requiere ser

abordada mediante una teodicea no sólo de las razones sino de aquella que

proporciona sentidos para hallar razones. Así y sólo así: “el discurso de la teodicea

no amenaza con degenerar en una empresa en la que al creyente solo le queda la

posibilidad de ocultar , mediante su verborrea, que, en realidad, no tiene ya nada

decisivo que decir”.10

Finalmente, el escenario de la historia de la humanidad, como lugar propio de la

reflexión teológica que indaga la manera de revelarse Dios y la respuesta de fe del

ser humano ante su propuesta salvadora, lleva a ésta (teología) a plantearse la

pregunta por su proyección y, así, a responsabilizar la fe cristiana del sentido de la

existencia de la humanidad dentro de las realidades contingentes, dolientes, y

muchas veces opresoras. Ante tal situación, se hace urgente para quien reflexione

teológicamente, elaborar una teología capaz de hacer al hombre perceptible de

una experiencia de fe en Dios con los ojos en el drama de la cruz y en la

esperanza de la resurrección; he aquí el lugar de la nueva teología política puesto

que su objetivo es llevar al ámbito público el “escándalo que origina al mundo la

salvación cristiana” como sentido del sufrimiento, y la “gloria” como horizonte

siempre renovador de las promesas de fe ante un mundo falto de pasión por la

humanidad.

1.1.2 Caminos de aproximación teológica ante la re alidad contingente y

marginal del ser humano La pregunta por Dios en las experiencias

marginales de la historia de la humanidad es algo que no puede ser hoy ajeno a la

teología, sobre todo a una teología que pretenda dar razones de su esperanza

creyente. Ocupados de ello en la presente investigación y reconociendo que de

la realidad social emerge la tarea teológica de hallar respuestas prácticas para el

10 Ibíd., p. 56

11

mundo desde la fe cristiana, es importante ahora señalar los posibles caminos

que pretenden encontrar salidas.

Así como se ha planteado anteriormente la pregunta por Dios en el sufrimiento

humano como posibilidad esencial para la fe cristiana, otros pueden catalogarla

como transgresora y hasta soberbia en la medida en que no hay ni habrá

respuesta a “tal misterio” pues,

Quien pregunta por el sentido del sufrimiento busca una explicación que, por el momento, Dios no ofrece a los hombres. Los intentos de responder a pesar de ello al problema de la teodicea caen entonces rápidamente en la sospecha de tener su origen en la curiosidad y la soberbia humanas o de apoyarse de algún modo en aspiraciones pecaminosas que transgreden las fronteras del conocimiento dispuestas por Dios11

Muy consecuente con sus afirmaciones, esta puede ser, y de hecho lo es, la

respuesta más clásica ante la imposibilidad de teorizar el sentido del

sufrimiento12 y como comprensión de la realidad de dolor y mal en el mundo a la

luz del “misterio inescrutable de la voluntad divina” formulado por Karl Rahner del

siguiente modo: “la incomprensibilidad del sufrimiento forma parte de la

incomprensibilidad de Dios”13

La crítica a este planteamiento será siempre la de eliminar la aparente

contradicción entre la fe en Dios y el hecho del sufrimiento, pero los argumentos

que postulan una “reductio in mysterium” sostienen las siguientes características:

11 Ibíd., p. 66 12 Al parecer las respuestas ante el problema del sufrimiento han sido múltiples a lo largo de la historia de la reflexión teológica, de hecho, históricamente el primero en asumir este tema y darle solución fue San Agustín para quien el problema del mal era un problema arraigado en el libre albedrío. Otro gran momento de desarrollo lo propuso en la edad moderna Leibeniz teorizando el sufrimiento desde el mal físico, moral y metafísico. En la actualidad el problema para teólogos como Rahner, Hans Kûng y Hans Urs Von Baltasar es asumido como “misterio inescrutable en Dios”. (Véase Ibid. P. 61-62); sin embargo, para teólogos como Metz, es imposible asumir sin preocupación y solución el problema del sufrimiento en razón de Dios. 13 Kreiner expresa que esta salida se puede catalogar como “la reductio in Mysterium” que no es otra cosa que la imposibilidad teórica de la teodicea, así como el fracaso de todos sus ensayos, sin dejar de sostener la confesión teísta. Ibid., p. 61

12

El hecho del sufrimiento representa así para la confesión teísta un misterio cuyo sentido no puede elucidarse desde la perspectiva humana… La reductio in mysterium va acompañada de la esperanza de que el misterio del sufrimiento se esclarecerá a la comprensión humana en el futuro, o en el èsjaton, en este caso la contradicción es aparente y transitoria. 14

Este camino de respuesta alude a la escatología cristiana y cobra fuerza debido a

las inconsistencias teóricas de las teodiceas precedentes; es el intento de

justificación que se fundamenta en afirmar que “sólo el silencio humano puede

abrir un espacio para la respuesta propia de Dios”15.

A este punto de la investigación, es entonces ¿inútil, inadecuado, atrevido y hasta

innecesario plantear una pregunta por Dios desde la fe cristiana ante el

sufrimiento, ya que la realidad divina trasciende sin más la realidad del hombre?

¿No es acaso nuestra preocupación una inauténtica actitud de fe hasta

contradictoria? Pues,

El hombre vive en total dependencia de Dios. Por eso, no tiene derecho a exigir de su creador una justificación por la situación en la que ha sido puesto al ser creado. La tarea de los hombres consiste más bien en recibir de Dios la propia existencia y el propio mundo con gratitud, humildad y obediencia. Dios no debe al hombre explicación o justificación alguna. Él exige del hombre fe obediente no cuestionamientos críticos.16

Ciertamente que las cosas planteadas desde esta perspectiva no son nada

favorables a la predicación siempre hecha de un Dios cristiano como Señor de la

historia y ser personal en cercanía a los hombres; es por esto que la fe cristiana

sigue viéndose fragmentada ante la historia de sufrimiento humano. Por tanto, es

responsabilidad de la teología dilucidar las cuestiones referentes a este problema,

14 Ibíd., p. 63 15 Ibíd., p. 65 16 Ibíd., p.66 La autoridad de la sagrada escritura también puede aludirse como principio de estas afirmaciones baste verse: Is 55,8s; Rm 11,33-35;

13

pues ciertamente sabemos que no es la “la justificación de Dios la que está en

juego sino la justificación racional de la fe en Dios”17

Los caminos de respuesta al problema que plantea una pregunta por Dios en el

sufrimiento humano plasman un recorrido que pone ciertos elementos de crisis y

críticas a nuestras comprensiones teológicas señalando: 1. La no correspondencia

de lo que hemos predicado de Dios; 2. La realidad divina como estancia superior a

la realidad humana; 3. La comprensión del actuar de Dios desde categorías

humanas; 4. La implicación de la realidad divina como la metáfora de Dios; 5. La

confesión teísta de un Dios personal; 6. La convicción de que la revelación futura

de Dios se basa en una falacia argumentativa; 7. La teodicea deja de ser

problema teórico y pasa a ser existencial; y, 8. Dios como causa que todo permite

y quiere lo que en realidad sucede.18

De otra parte, sin pretender evadir las preguntas enunciadas en los párrafos

precedentes, antes de señalar “el silencio humano como posibilidad de respuesta

de Dios por el sufrimiento”, la presente investigación afirma el interés de

renunciar a la “inocencia” que genera aceptar sin más la superioridad de la

realidad divina frente a la criatura como imposibilidad útil, sin sentido y hasta

atrevida de hallar razones ante la realidad doliente del ser humano.

No se llegará, ciertamente a indagar acerca de una teodicea que otorgue

respuestas definitivas e indubitables, pero tampoco renunciamos a caer en un

juego escéptico en el que por una parte, todas las pretensiones de validez

descriptiva sobre la realidad de Dios quedan anuladas porque nada puede

saberse, y por otra parte, se tenga una actitud “inocente” en la que no es

17 Ibíd., p. 77 18 Los elementos de crisis enunciados se extraen del análisis de Kreiner en la obra que venimos citando. Puede ampliarse este estudio en las p. 70-80.

14

posible comprender sino esperar, creer sin sentido; ambas situaciones tal como lo

afirma Kreiner “representan sin duda vulgares simplificaciones”19

Esta investigación persigue por tanto, explicitar una respuesta teológica que tiene

como punto de partida la pregunta por Dios en el sufrimiento humano; así mismo

se preocupa de dar a entender lo que articula la fe Cristiana como confesiones

de fe en Dios, aclarando las respectivas implicaciones y consecuencias de lo que

se afirma cuando se dice “Dios en nombre de Jesucristo” ante las situaciones de

sufrimiento. Es la teología promulgada por Juan Bautista Metz como “Nueva

teología Política”, que pretende convertirse en “teología práctica del sujeto

creyente”. Intentar comprender qué significa esto será la tarea que se persigue

desarrollar ampliamente en el segundo capítulo.

Existen preguntas que brotan del mundo contingente de los seres humanos

imposibles de evadir desde cualquier perspectiva teológica, y estas preguntas

pretenden ser abordadas desde la nueva teología política, en el marco de la

teología cristiana, ellas son: ¿Qué razones intervendrán para que Dios no impida

los males en este mundo?, ¿Son esas razones comprensibles o incomprensibles?,

¿son inteligibles?, ¿Deben ser buenas o malas según el juicio humano?, ¿son

accesibles por revelación divina, por reflexión racional o por ambos medios ?, y

aunque la respuesta para cada problema no sea del todo acertada y definitiva lo

único cierto es que “la búsqueda de soluciones para el problema de la teodicea

parte de la fe en la existencia de Dios y la racionalidad de esa fe está en juego en

virtud de la experiencia del mal y del sufrimiento”20.

En el fundamento epistemológico de Metz, como responsable de la Nueva

teología política, se halla entonces la teodicea como punto de partida en tanto que

ya no es posible seguir culpando solo la realidad humana al estilo de la respuesta

agustiniana en torno al libre arbitrio en la que la causa del mal y el sufrimiento en

19 Ibíd., p. 83 20 Ibíd., p. 95

15

el mundo son provocados por la libertad del individuo, sino que ahora se despierta

como tarea una conciencia para un “decir de Dios” sensible a la contingencia y a

la historia negativa de la humanidad.

Tal como se ha señalado, no es Dios quien necesita ser justificado en razón del

mal y del sufrimiento, es lo que el creyente predica del él frente a las realidades

dolientes y marginales, por eso la nueva teología política plantea la imposibilidad

de seguir hablando del Dios omnipotente y poderoso así como predicarlo como

aquel que legitima el sufrimiento en el hombre, pues en los dos casos, la fe

cristiana no tendría ni una fuerza transformadora en la construcción de las

estructuras sociales ni tampoco una fuerza sólida en la reserva escatológica como

esperanza para la reivindicación y trascendencia de lo contingente en el ser

humano a razón del Dios de Jesucristo21. De ahí que la indagación fundamental

esté centrada en dilucidar las implicaciones públicas y sociales del mensaje

cristiano en Colombia, trabajo que concretamente desarrollaremos en nuestro

tercer capítulo.

Afrima Metz que “una teología sensible a la teodicea no se desvanece en una

escatología vacía que transcurra en un tiempo de duración ilimitada”22 Con ello se

nos brinda la posibilidad de explicitar una teología fundamental que sea

responsable de matizar “la fe, en la historia y la sociedad”23 desde enunciados

bíblicos como “Dios es amor”, “Dios es Padre”, “Dios es misericordia”, “Dios es

esperanza” los cuales posibilitan sentido en la temporalidad y realizan de modo

concreto de las promesas de la fe cristiana.

El Dios cristiano en el sufrimiento no es concepto sino esperanza. Por tanto, la

Nueva teología política está interesada, desde sus categorías fundamentales, en

21 La implicación pública del mensaje cristiano tiene como referente la construcción de estructuras sociales que posibiliten acabar con las realidades marginales de los seres humanos, es esta praxis evangélica, la que permite que la fuerza escatológica de la promesa, anunciada por Cristo, rescate, dignifique, libere y sane las heridas de una historia que ahora se actualiza en una memoria de la pasión por Dios y por el hombre. 22 Metz. Johann Baptist. Memoria passionis. Santander: Sal terrae, 2007. p 75 23 Nombre de una de las obras fundamentales con las que Juan Bautista Metz explica las categorías esenciales de la Nueva teología política.

16

señalar un lenguaje, una experiencia de Dios y una praxis cristiana sensibles a la

teodicea como camino de respuesta, solidaridad, responsabilidad y compromiso;

comprensión que se logrará apropiar en el desarrollo del segundo capítulo

cuando se realice una aproximación a las categorías fundamentales de la nueva

teología política propuesta por J. Metz.

1.2 APARICIÓN HISTÓRICA DE LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTI CA

1.2.1 El adjetivo “política” en la reflexión teológ ica Uno de los grandes

problemas ante el que nos hallamos, al hablar de teología política, es

precisamente el relacionado con la forma de la evolución del término mismo

“teología política”, ya que, éste se presta para malos entendidos y rechazos

precipitados, pues tiene en su haber histórico una larga tradición de significados,

los cuales, no son muy aceptados en la sociedad moderna; por esto afirma Metz:

En el intento que he hecho hasta ahora de definir una nueva “teología política” he subrayado siempre su diferencia e incluso su oposición respecto de una teología directamente politizante, o expresamente, del error de una neopolitización de la fe o, si se quiere, de una neoclericalización de la política a los que parece asociarse, no en último término por su hipoteca histórica, la idea de teología política24.

Pero ¿Cuál es esa carga histórica de significado que parece tan negativa? Para

responder a este interrogante lo primero que debemos saber es que el término

“teología política” no es nuevo, sino que tiene un desarrollo histórico determinado,

el cual, siempre ha girado en torno a la concepción de legitimar el estado, su

poder y a sus gobernantes a través de lo religioso, es decir, es una teología que

se identifica con el culto al estado y sirve de legitimación sacral de la política

24 METZ, Johann Baptist. Dios y Tiempo. Nueva Teología Política. Madrid: Editorial Trota, 2002. P. 40

17

dominante. Y como legitimadora, se subordina a los estamentos ya establecidos,

sin ser para ellos una verdadera instancia de crítica.

Nos referimos, entonces, a la antigua teología política, que alineándose con las

esferas del poder establecido en la sociedad, hacía de la religión un poderoso

instrumento de sometimiento de la voluntad del pueblo a unos pocos, que

creyendo que su poder y gobierno les venía de Dios, se lo hacían creer a los

demás con la ayuda de una teología servil, pero convincente.

A lo anterior, ayudaba, sin duda, las condiciones propias de una época en donde

no era extraña la concepción de una teocracia, entendida ésta, como el gobierno

de Dios ejercido a través de unos elegidos; ante lo cual, poco o nada había que

hacer, ya que los que regían el poder buscaban por todos los medios mantenerlo,

incluso recurriendo a la pena de muerte para todos aquellos que se atrevieran a

ponerlo en duda.

Según esto, en adelante, se nos permitirá hablar, en contraposición a la “nueva

teología política”, de una “vieja teología política”, que es en últimas, la que nos va

a ocupar en este apartado, pues, nos interesa llagar a dilucidarla para poder

diferenciarla de la “nueva teología política”. Así las cosas, debemos considerar

que, esta concepción de “vieja teología política” tiene sus orígenes ya en el

mundo griego con los pensadores de le escuela estoica, y entre ellos Verrón, los

cuales proponiendo una división triple de la teología destacaban la “teología

política”, por encima de la mística y la natural25.

Y ellos destacaban la “teología política” por encima de las demás, porque ésta era

utilizada, como lo hizo Terencio Verrón, para legitimar el poder imperial, en este

caso el del imperio romano. Así se entiende, como ya se manifestó anteriormente,

25 Cf. TAMAYO ACOSTA, Juan José. Teología, Pobreza y Marginación, una Reflexión desde Europa. Madrid: PPC, 1999. P. 49.

18

que esta “vieja teología política” buscaba la justificación religiosa del poder

político, donde “los dioses y el estado, la religión y la comunidad política formaban

una unidad indiferenciada e indisoluble”26 quedando garantizado el poder y el

dominio de los gobernantes, como voluntad divina, sobre todo el pueblo, a ellos

sometido, ya que,

La religión del Estado con su correspondiente culto público y sus deidades se imponían a todos los ciudadanos, fueran creyentes o no. Las creencias personales no importaban. Lo que las personas creyeran o dejaran de creer resultaba irrelevante. La principal función de la religión política no era preservar las creencias religiosas, sino legitimar el orden imperial e imponer obediencia a los súbditos27.

Es entonces, una identificación entre lo religioso y el poder del estado, donde lo

primero está al servicio de lo segundo, para poder mantener un status quo, el

cual, logra ser lo menos contestado posible, pues, se presenta como proveniente

de Dios mismo, y como tal, absoluto e intransigente. Ante lo cual, lo único que

quedaba a los vasallos era la obediencia incondicional y acrítica, ya que el mismo

sistema establecido, impedía hacer uso de la libre expresión tanto del

pensamiento como de la palabra, por cualquier medio que fuere.

Así las cosas, lo que se buscaba, entonces, era crear una uniformidad compacta

dentro del pueblo, que sería, en últimas, la muchedumbre; la cual hace lo que

unos pocos le dicen que haga, sin detenerse a analizar si lo que se está haciendo

es legal y legítimo, o si por el contrario, simplemente están siendo utilizados para

mantener un orden establecido. Esta muchedumbre se convierte simplemente en

una fuerza de trabajo y de producción, donde su ser de personas y sus creencias

valen poco, ya que, lo único que interesa es que ayuden, con su ignorancia, tanto

26 Ibíd., p. 50 27 Ibíd., p.50

19

cultural como religiosa, a mantener a los gobernantes y a los nobles en sus

puestos.

Y es precisamente, por todo lo que se ha dicho hasta el momento, que el término

“teología política”, es tan difícil de asimilar en una sociedad como la nuestra, que

desde el amanecer de la ilustración y la modernidad, ha abogado siempre por la

separación entre el poder religioso y el poder civil o del estado. Y esto es claro

pues se sabe que no solamente, esta sociedad moderna, ha abogado por la

separación entre las creencias religiosas y el poder civil, sino que lo ha

conseguido realmente en muchas naciones. Por eso, en nuestra sociedad, esta

separación entre lo civil y lo religioso, se tiene como un logro y, un logro, al que no

se está dispuesto a renunciar.

Por este motivo, mientras que se siga concibiendo que, “la teología política, en su

comprensión, se alimenta de la historia occidental y ha sido esencialmente

teología confirmadora, afirmativa, a saber, la identificación de la promesa cristiana

con las formas político-temporales”28, será imposible abrirnos a una nueva

concepción del término “teología política”, que implique ya no la legitimación del

poder establecido a costa de considerar su origen como divino, sino que permita a

la religión, como el lugar donde se manifiesta una fe determinada, ser estamento

de crítica ante las realidades, que de una u otra forma, lesionan la dignidad y

libertad propias del ser humano, al hacer de éste un objeto de producción y

estabilidad gubernamental.

Así mismo, es mucho más difícil pasar a una nueva concepción de la “teología

política” si consideramos que, aun en el siglo XIX, la concepción antigua de esta

teología seguía presente bajo la forma de lo que se denomina el tradicionalismo,

el cual busca nuevamente la restauración e implantación del estado cristiano

28 SÖLLE, Dorothee. Teología Política. Confrontación con Rudolf Bultmann. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1972. P. 67

20

como modelo de gobierno de las naciones, ya que considera a las realidades

temporales, y al gobierno surgido de éstas, como algo imperfecto y sin autonomía.

Y esto es así, pues, en la base de su concepción, está el considerar a la

monarquía absolutista como la única forma legítima y perfecta de gobierno, ya

que su fundamento está dado por la voluntad divina; mientras que la democracia,

como el gobierno surgido de la voluntad del pueblo, es considerada como

imperfecta y llamada a desaparecer29.

Un representante digno de esta concepción tradicionalista, ya en el siglo XX, es

Carl Schmitt quien “hacía teología política poniendo en el centro del poder al

estado, no a la Iglesia ni la fe cristiana; con lo cual, defendía la dictadura como

forma de gobierno”30, dictadura que por su mismo absolutismo tiende a

mantenerse en el tiempo, acrecentando cada vez más su poder y despotismo.

Igualmente para Schmitt, como digno representante de la concepción

tradicionalista, la democracia y el liberalismo tendían a desaparecer, ya que no

contaban con una sustentación teológica, que sería en definitiva, lo que

garantizaría el orden establecido, como ya había sucedido en épocas anteriores;

donde la “teología política” estaba al servicio del poder estatal y funcionaba como

ideología del estado y como legitimación religiosa del mismo.

Teniendo en cuenta lo que se ha dicho hasta el momento, se puede comprender

mejor que el camino para llegar a aceptar una nueva concepción de la “teología

política” no ha sido fácil, pues, en la evolución de los conceptos, la carga histórica

de éstos, limitan su aceptación y aplicación a las nuevas realidades que se

puedan estar viviendo en una época determinada, en este caso la nuestra, que es

denominada como posmoderna; se entiende así la dificultad de aceptar un

29 Cf. TAMAYO, Op. Cit., p. 50 30 MARDONES, José María. Recuperar la justicia. Religión y Política en una Sociedad Laica. Santander: Sal Terrae, 2005. p. 203

21

concepto cuando se tienen unas circunstancias diferentes a las que se tenían en

su nacimiento y posterior desarrollo en la historia.

Así las cosas, y como se ha analizado, esta carga histórica del concepto “teología

política”, es lo que ha suscitado renuencias a su uso, como lo han expresado

diversos críticos de Metz, que como Hans Maier,

Con una cierta razón histórica, tiene a la teología política por un “intento de concepto inútil”, porque, desde la crítica formulada clásicamente en Agustín, todas las formas “con que la teología transfigura a los poderes y fenómenos mundanos por antonomasia” son criticables como culto idolátrico, en cuanto que teologizan lo político, esto es, le quitan su carácter de no-absoluto31.

Critica que con razón hay que analizar, ya que ciertamente a través de la historia

todo intento de unir lo político, entendido como la capacidad y posibilidad de

gobernar, a lo religioso sólo ha traído la absolutización del poder, pues, tarde que

temprano, los que ostentan el poder civil se dan cuenta que la mejor forma de

mantener sometido al pueblo es recurrir a argumentos religiosos que aseguren la

estabilidad y la sumisión de las personas a los órganos de poder del estado; y al

mismo tiempo el poder religioso comprende que legitimando el poder del estado

consigue para sí mismo su propia estabilidad y continuidad sin mayores

dificultades.

Pero no ha sido únicamente Hans Maier el que ha criticado el uso del término

“teología política”, como él, muchos más autores; pero lo cierto es que no nos

podemos quedar contemplando sólo la carga histórica negativa del término, para

rechazarlo de tajo, sino que, por el contario, debemos ir más allá de esta

concepción, porque, como afirma el mismo Metz, “si ahora intento otra vez

31 SÖLLE, Op. Cit., p. 67

22

justificar y explicar el uso del término, lo sigo haciendo en parte por la falta de una

alternativa apropiada para designar el propósito crítico-hermenéutico de teología

que en él mismo se encierra”32.

Es decir, que el término “teología política”, se sigue utilizando pero desde una

nueva concepción, la cual ya hemos enmarcado dentro de lo que se ha

denominado “una nueva teología política”. Por eso, nos corresponde

precisamente ahora centrarnos en lo referente a “la nueva teología política”, para

de esta forma, dilucidar lo que la hace diferente de la “antigua”, y que permite

que hoy su uso no sea estigmatizado, sino que por el contario se presente a los

creyentes en Jesucristo como algo loable, ya que ante las circunstancias actuales

de alineación del cristianismo con los estamentos del poder civil y económico,

permite a la teología tener una palabra (entendida ésta como la posibilidad de

acción frente a las circunstancias negativas y de injusticias del mundo que buscan

destruir al ser humano) que sea esperanzadora.

1.2.2 El distintivo “Nueva teología política” Como se ha presentado

hasta el momento, la concepción de “teología política” no es algo nuevo, sino que

es un concepto utilizado y desarrollado a lo largo de la historia reciente de la

humanidad, entendiendo como reciente a lo que podemos llamar propiamente

historia, es decir, lo que de forma escrita se nos ha conservado hasta nuestros

días.

Pero que en los últimos tiempos ha tenido una nueva comprensión, la cual nace

en el clima de la postguerra hacia los años setenta en el centro de Europa, donde

el enfriamiento de la guerra fría y el acercamiento ideológico del cristianismo con

el marxismo cálido y humanista, permitieron a la teología preguntarse por su razón

de ser en un mundo, pues, pronto se noto que ante las atrocidades de la segunda

32 METZ, Op. Cit., p. 40

23

guerra mundial y sus posteriores consecuencias, parecía seguir encerrada en sí

misma, sin tener una palabra que decir a la sociedad33.

Se entendió que la teología no podía ser la misma ni podía presentarse al mundo

como lo hizo antes de la tragedia de Auschwitz, ahora la tarea no sería

simplemente hablar de las realidades futuras como algo a lo que debemos

esperar, no importando la tragedia humana que se puede vivir en el presente; por

el contario, esas realidades futuras, tienen que iluminar y dinamizar la actuación

del creyente frente a las realidades de dolor e injusticia que en el mundo presente

se viven. Y para que esto sea posible la teología, “la nueva teología política”, tiene

una tarea que realizar, y es la de llevar a la práctica lo que el cristianismo anuncia

sobre Jesús.

Y es, precisamente, en este “despertar crítico” de la teología y dentro del clima de

diálogo entre cristianos y marxistas, que J. B. Metz acuña el término “teología

política”, para referirse a un nuevo proyecto teológico que “reacciona frente a la

escasa sensibilidad socio-política que mostraban la fe cristiana y la teología

predominantes”34, que de una u otra forma, se habían convertido en estamentos

mudos frente a las realidades deshumanizadoras que los sistemas políticos

dominantes hacían prevalecer en las distintas capas de la sociedad, y

especialmente, en aquellas menos favorecidas, tanto en lo social como en lo

económico.

Teniendo en cuenta esta falta de crítica por parte de la teología, se plantea que “la

teología política quiere que la palabra cristiana llegue a ser una palabra

socialmente eficaz. Busca categorías que no sirvan sólo para la iluminación de las

33 Cf. MARDONES, op. Cit., p. 199-200 34 Ibíd., p. 200

24

conciencias, sino también para su transformación”35, pues, sólo cuando se actúa

frente a las realidades de olvido y desprecio de aquellos que han sido víctimas del

despotismo y violencia de los “vencedores” de este mundo, se empezará a dar

una verdadera transformación de la conciencia colectiva de nuestra sociedad,

hacia la construcción real de un mundo que haga suyas las promesas del Reino

de los cielos, que son justicia, verdad y alegría en un Dios que camina junto a los

hombres y su historia.

Según lo anterior, se entiende que, el lenguaje de esta teología tiene que

“reaccionar frente a un tipo de teología caracterizado por la exhuberancia

privatista e intimista del lenguaje sobre Dios”36, ya que esta tendencia teológica ha

hecho mucho más mal que bien, pues, ha alejado a Dios y a su palabra de la

esfera de lo social y la ha relegado a lo más íntimo de un grupo (el cristianismo)

que parece no tener ya nada que ofrecer al mundo; con lo cual la riqueza de su

crítica frente a la realidad opresora, se pierde. Por ello, en últimas, Metz puede

remitirse a la sugestiva visión expresada por Bonhoeffer:

No nos toca a nosotros predecir el día (aunque el día vendrá) en que los hombres serán nuevamente llamados a pronunciar la palabra de Dios de tal modo que el mundo quede transformado y renovado por ella. Será un lenguaje nuevo, quizá totalmente irreligioso, pero liberador y redentor como el lenguaje de Cristo; los hombres se espantarán de él, pero a la vez serán vencidos por su poder. Será el lenguaje de una nueva justicia y de una verdad nueva, el lenguaje que anunciará la paz del Señor con los hombres y la proximidad de su Reino37

35 METZ, Juan Bautista. Teología del mundo. p. 150: citado por GIBELLINI, Rosino. La teología del Siglo XX. 10 Teología Política. p 323 36 Ibíd., p. 323 37 BONHOEFFER, Dietrich. Resistencia y Sumisión. Barcelona: Ariel, 1969. p. 210

25

Y es esto precisamente lo que plantea, en definitiva, el camino que debe seguir “la

nueva teología política”, la cual, se ha de convertir en ese nuevo lenguaje que

tiene mucho que decir a la realidad del mundo, aun como crítica del mismo;

porque, peor que unirse a los sistemas dominantes, es hacerlo sin tener una

palabra crítica frente a ellos, quedándose callados, ya que, de esta forma se pasa

a ser, directa o indirectamente, sus legitimadores. Es por esto que se puede

afirmar que, esta nueva concepción de la teología política, se aleja de la idea de

la “antigua teología política”; pues, la primera, parte de “la evolución que la misma

categoría de lo político ha conocido a partir de la ilustración y que permite una

nueva forma de relacionar lo político con lo teológico”38.

Esta evolución de lo político viene dada en la distinción entre estado y sociedad

que surgió en la ilustración y que se afianzó en la modernidad, donde se llegó a

concebir una plena separación, ya no solamente entre el estado y la religión, sino

entre el estado y la sociedad, salvaguardándose la dimensión política de la

sociedad, que también serviría de estamento de crítica a las acciones

emprendidas por el estado mismo; de esta forma la sociedad se presenta como

algo claro y distinto del estado. Igualmente con esta distinción se deja claro que

estado es algo diferente de la sociedad, el cual tiene sus funciones propias, las

cuales, deben ir en beneficio, precisamente, de toda la sociedad a la cual

representa. En últimas esta diferenciación moderna entre estado y sociedad

constituye una tendencia esencialmente anti-totalitaria39.

Así mismo, al separar estado y sociedad, se está separando, de ante mano, el

estado de toda concepción idealista y absolutista, no solamente religiosa, sino

también filosófica, política y sociológica, que pueden llevar a arbitrariedades y

justificaciones indebidas del poder, por parte de lo religioso.

38 Cf. METZ, Dios y Tiempo. Nueva Teología Política Op. Cit., p. 41 39 Ibid., p. 41

26

Por otra parte, y en consonancia con lo que se ha venido exponiendo, se puede

decir que sólo cuando la teología logre separar realmente el poder civil de lo

religioso, tendrá la libertad de erigirse como la conciencia crítica frente al mundo y

sus realidades poco favorecedoras de los pequeños y relegados; haciendo así de

la experiencia cristiana (teniendo presentes sus raíces bíblicas, que muestran a

un Dios encarnado en la historia, que escucha, sufre y libera a su pueblo), ya no

el precursor y legitimador del poder dominante, sino el medio para eliminar, de

una vez por todas, los restos de una iglesia estatal, que aún hoy encontramos en

la Iglesia misma, en el cristianismo y en la teología40. Una iglesia estatal, que no

se diferencia en nada de las antiguas y nuevas teocracias, que con la pretensión

de haber recibido su poder directamente de Dios, atropellan la dignidad humana

de toda persona.

Hasta aquí, hemos visto como lo político desde la ilustración ha tenido una

evolución, que podríamos llamar positiva, especialmente cuando queremos utilizar

el término “teología política”, pues, ya no se ve la teología al servicio de lo político,

ni la política como protectora del orden religioso, sino que por el contario, la

política ha avanzado hacia la separación de estado y sociedad, y más aún

Hay un segundo rasgo en la evolución de lo político de decisiva importancia para la relación entre lo político y lo teológico que se plasma en la “teología política”. Y es que en la época de la ilustración el orden político aparece y opera como orden de libertad41.

Orden de libertad, donde las instituciones no se imponen a la libertad del ser

humano, sino que se construyen y evolucionan de acuerdo a las necesidades del

hombre mismo y de la sociedad, es decir, que lo político ha permitido al ser

humano construirse a sí mismo y edificar la sociedad que quiere y, que responde,

40 Ibid., p. 42 41 Ibid., p. 42

27

mejor a sus propias necesidades. En otras palabras, gracias a lo político el

hombre puede tomar la realidad de su vida y de la sociedad en sus propias manos

y llevarla por las sendas que mejor le parezcan, pero con la conciencia de que la

construcción de esta sociedad, se realiza sólo con la participación de todos los

miembros de la misma, y no únicamente por la voluntad de uno o unos pocos.

Debido a esta nueva comprensión de la política, precisamente, ya no es fácil

separar la teología de lo político, queriendo recurrir a la excusa que la teología

sólo se debe ocupar del “estudio” de Dios y de las realidades futuras y

metafísicas, pues, aun en “el discurso cristiano sobre Dios, es central una

categoría también relevante políticamente: la del Reino”42, la cual, no está

sometida al servicio de ninguna ideología política o de dominación, sino que antes

que nada es, una crítica a la realidades, tanto políticas como religiosas, que

pretenden absolutizarse, sin tener presente la historia libre del ser humano. Por

tanto

El discurso teológico sobre el reinado de Dios (en cuanto discurso sobre su divinidad), no solo es político por ser crítico con el poder, sino también porque es emancipador: relaciona con la historia de la libertad de la humanidad las formas de ejercicio del poder político43.

Según esto, el poder político absoluto no está antes que la libertad, sino que por

el contrario, es la libertad la que es “preexistente” en la medida en que “se

resguarda en la idea de un poder de Dios previo a esa libertad, en la llamada

reserva escatológica”44, que no puede ser sometida a ningún absolutismo

humano, sino que por el contrario, ella misma es la que lleva a concebir a las

instituciones políticas, como instituciones de libertad que deben ser,

42 Ibid., p. 43 43 Ibid., p. 44 44 Ibid., p. 44

28

teológicamente, es decir, relacionadas con Dios y comprometidas en la

construcción de su Reino aquí en la tierra. Y como ya se ha insinuado antes, la

“nueva teología política” intenta ser la conciencia de eso45.

Es decir, que la nueva teología política se presenta, ya no como la sustentadora

del orden establecido en la sociedad, a través de lo religioso, sino como la

posibilidad de que lo religioso ayude a transformar al mundo, descubriendo las

implicaciones públicas y sociales que tiene el mensaje cristiano, para ponerlas por

obra en una sociedad que quiere acallar la voz de los que sufren y olvida

fácilmente el clamor de las víctimas, pues, impone unos modelos de vida, que

apoyados muchas veces por el orden religioso, sólo favorecen a los poderosos y

a los que poseen los medios de producción, dejando de lado a los miserables de

nuestro tiempo, que aunque están a nuestro alrededor, están cada vez más lejos

de la posibilidad de tener una vida digna.

Así las cosas, debemos considerar ahora que estas problemáticas, tuvieron sus

fuentes precisamente en la privatización de la religión cristiana y de la fe, lo cual,

provocó el retiro de éstas de la sociedad y de sus problemas, con lo cual se fue

creando lentamente una religión burguesa, a la cual no le interesaban los

problemas sociales, sino que vivía segura en su propio mundo de ideologías y

recluida en formas religiosas piadosas y cultuales, sin ser relevante para una

sociedad que tenía sus propios problemas. Se puede hablar entonces de un

proceso de degradación de la fe y de la teología, que cada día más, era blanco de

fuertes críticas, acusada de “escapismo” y “paranoia” 46.

Precisamente contra esta concepción privada de la fe y de la religión, que en

últimas, no dice nada al mundo de hoy y a sus exigencias, es que quiere

reaccionar la “nueva teología política”; y esto lo vemos reflejado en las tres

45 Ibid., p. 45 46 Cf. MARDONES, op. Cit. P. 200

29

características que ésta posee, las cuales, son presentadas por J. B. Metz como

las tareas teológicas de la misma. Así las cosas, en un primer momento, se

puede considerar que la “nueva teología política” es

Un intento de hermenéutica teológica en el contexto social contemporáneo, es decir, partiendo del supuesto de unas instituciones políticas religiosamente emancipadas y por consiguiente variables y, a la vez y consecuentemente, de una distinción efectiva entre Estado y sociedad47.

Con lo cual se presenta a lo político no sólo como la posibilidad de administrar o

regir a un estado y sus instituciones, con el ánimo de conservar sus estructuras de

poder, sino que además, se considera su amplia gama de posibilidades

transformadoras del orden social establecido, para ir tendiendo a la construcción

de una sociedad más justa y equitativa, donde la libertad sea un derecho y un

logro, al que no se esté dispuesto a renunciar.

Igualmente, se puede decir que se toma de lo político su poder transformador, el

cual, responde a la necesidad que tiene el cristianismo de no privatizar las

promesas centrales del mensaje de Jesús frente a su entrono social, lo que en

últimas, no le permitiría al cristianismo tener una palabra frente a la situación

actual de ésta, que exige, no una identificación del mensaje cristiano con una

determinada situación política de la sociedad, muchas veces opresora y

excluyente, sino una respuesta a las situaciones de marginación que la gran

mayoría de las personas en el mundo sufren.

Por otra parte, la segunda característica de la “nueva teología política”, está

estrechamente relacionada con la primera, y es

47 METZ, Dios y Tiempo. Nueva Teología Política Op. Cit. p.45

30

La de ser correctivo crítico frente a cierta tendencia privatizadora que se observa en las nuevas teologías, en su razón y en sus categorías, y en las que yo veo una nueva figura de la problemática de la ilustración. Históricamente la desprivatización pretende corregir unas tradiciones en las que el acceso al carácter social, y en este sentido, “público” del mensaje neotestamentario se obstruye pertinazmente48.

Esto último es precisamente lo que se logró con la “antigua teología política”,

pues, en ella se politizó el mensaje cristiano para ponerlo al servicio del poder del

estado, del imperio y de todos los órdenes políticos que se han sucedido a través

de la historia; dejando así de lado, su posibilidad de ser estamento crítico frente al

mundo, pues, se convirtió en parte y sustento de ese mismo mundo. Pero, no

solamente, éste ha sido el problema de esta concepción, ya que, además, con

esta forma de entender el cristianismo dentro del orden de lo político, se hizo que

“los contenidos de las promesas del tiempo final se interiorizaran, espiritualizaran

e individualizaran siguiendo un sesgo unilateral...”, con lo cual, se “dio pie a que su

vivencia tuviera carácter de mas allá”49, es decir, se terminó por alejar mucho más

el mensaje cristiano de las realidades presentes, y por lo tanto, su posibilidad de

actuar frente a ellas.

Teniendo presente lo anterior, se entiende cómo la tarea de la “nueva teología

política” es, precisamente, desarrollar las implicaciones públicas y sociales del

mensaje cristiano, respondiendo al desafío que le impuso la ilustración y la

modernidad, las cuales relegaron la religión al ámbito privado creando una nueva

relación, también en teología, entre teoría y praxis. Esto lo puede hacer la teología

porque, las promesas escatológicas de libertad, paz y justicia, que hacen parte de

su reflexión y que son propias de la tradición bíblica, no están relegadas al ámbito

de lo privado, sino tienen en sí mismas una dimensión pública, pues, su

48 Ibid., p. 46-47 49 Ibid., p. 48

31

cumplimiento y aplicación en la sociedad no se puede considerar como inocente,

es decir, como irrelevante; por el contrario su cumplimiento y aplicación denotan

su función crítica y liberadora en relación al proceso histórico-social, ya que la

salvación cristiana, vista como liberación, no es privada ni políticamente neutra;

así queda demostrado en la vida misma de Jesús, a quien, el proclamar esta

salvación, le condujo a un conflicto mortal con las autoridades de su pueblo50.

Finalmente, la tercera característica, que se refiere a la función crítica de la “nueva

teología política” dentro de la Iglesia, permite comprender que,

La nueva teología política intenta impedir, mediante su reflexión social, que teología e Iglesia, de forma incontrolada y como si tuvieran que cargar con ellas sobre sus espaldas, se identifiquen acríticamente con determinadas ideologías políticas51

De esta forma, se termina de corroborar la gran diferencia que existe entre la

“antigua teología política”, de cuyas funciones ya hemos hablado antes, y la

“nueva teología política”, que como acabamos de ver, no quiere colocar el “poder

religioso”, en este caso significado por la Iglesia, al servicio de ninguna

concepción política, como si se tratara de legitimarla; sino que por el contrario,

busca hacer de la Iglesia un estamento de crítica social.

Así mismo, se llega a entender como esta teología (“la nueva teología política”) se

convierte en una “teología crítica dentro de la Iglesia… pues, intenta descubrir las

raíces de la moderna privatización del cristianismo en estructuras y

comportamientos de la iglesia misma”52, que han dejado de lado el compromiso

socio-político que implica la revelación cristiana, y se ha dedicado a pasar “bien”

sus días sobre esta tierra, auque para ellos haya sido necesario alinearse con los

50 Cf. GIBELLINI, Op. Cit p. 322 51 METZ, Dios y Tiempo. Nueva Teología Política Op. Cit. p. 48 52 Ibíd., p. 48

32

poderes temporales de este mundo. E igualmente, pretende la tarea de toda

teología que es la de “hablar de Dios y dar testimonio de su palabra en las

circunstancias y en respuesta a las exigencias de la situación histórica de cada

momento”53, no como simple palabrería, sino como compromiso social y público

frente a millones de desposeídos que el sistema neoliberal y capitalista a dejado a

su paso, pues, éste favorece a los que poseen los medios de producción,

asegurándose de que todo continúe como está hasta el momento, es decir, que

los ricos sean cada vez más ricos y poderosos y que los pobres no puedan salir

de la miseria.

Así las cosas, se rescata la concepción de que el mensaje cristiano pertenece al

género de la proclamación pública, por lo que no hay que interpretarlo

exclusivamente en función de las categorías existencialistas y personalistas, que

en últimas, lo ha alejado de su originaria vocación profética, la cual, no se queda

expectante ante la injusticia, en todas sus manifestaciones, sino que actúa frente a

ella de palabra y de obra, para intentar transformar sus realidades opresoras y

excluyentes.

Por esta razón, es que podemos considerar a la “nueva teología política” como

una teología fundamental práctica54, ya que ésta, asume la opción de entrar en el

campo de la historia y concibe a la teología como un “saber práctico” que no se

pregunta únicamente por el sentido de la vida y de la historia, sino que pretende

hacer una experiencia práctica del sentido en medio de la vida histórica, que es en

ultimas, donde se desarrolla nuestra existencia. Pero este proyecto de “una

teología fundamental práctica se articula en tres categorías básicas: memoria,

narración y solidaridad, que son las categorías que explican el hacerse-práctica de

53 Ibíd., p. 50 54 Lo práctico de esta teología fundamental es que sitúa al sujeto creyente en la historia para hacerle partícipe de una memoria passionis como crítica a las ideologías dominantes de un mundo que ha olvidado la narración del sufrimiento y la solidaridad de la fe cristiana.

33

la razón teológica”55, categorías de las que nos ocuparemos en nuestro segundo

capítulo de la Investigación.

La pregunta por Dios en el sufrimiento humano ha despertado la necesidad de una

nueva teología política constituida como respuesta a un mundo que

constantemente se permite cuestionar lo que la fe cristiana predica como buena

noticia de la salvación en Jesús frente a la historia adversa y de dolor. Como

“nueva”, dicha teología, no se puede equipar con la legitimación de ningún orden

social tal como ha sucedido en el pasado; ella anuncia sin más el establecimiento

del mensaje cristiano en el ámbito público como esperanza de la fe que permite

hallar sentido para la vida humana.

Caracterizada de esta manera, esta teología es una teología fundamental práctica

que tiene una función crítica en la sociedad cuya pretensión final es la de

construir y posibilitar el Reino de Dios en la historia, por esta razón, conocer sus

distinciones y categorías permitirá en el segundo capítulo de esta investigación

comprender su misma acción práctica.

En síntesis, el primer capítulo buscó dejar explícito las cuestiones sociales desde

las que parte la Nueva teología política, su presentación como respuesta o camino

ante las realidades de dolor y sufrimiento, su diferenciación y aparición en el

marco reflexivo de la teología así como sus primeras definiciones y distinciones.

Todo ello con el propósito de podernos ocupar en el segundo capítulo de su

pretensión fundamental y de las categorías que la definen como “teología

práctica del sujeto creyente” para desarrollar en el tercer capítulo una

sistematización pastoral que dé cuenta de nuestra pregunta acerca de las

implicaciones públicas y sociales del mensaje cristiano en nuestro país desde la

Nueva teología política.

55 GIBELLINI, op. Cit. p. 336

34

2. DISTINCIONES Y CATEGORÍAS ESENCIALES DE LA NUEVA TEOLOGÍA

POLÍTICA

2.4 PRETENSIÓN DE LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTICA

En el marco de la reflexión teológica aparece la propuesta de la Nueva teología

política como posibilidad de elaborar una “teología práctica del sujeto creyente”, y

en este sentido, las páginas que comprenden el segundo capítulo de nuestra

investigación intentan descifrar con mayor claridad lo que ello implica en el orden

teológico y social de nuestro mundo.

La fe cristiana, y aquellos que nos sentimos llamados a dar razón de nuestra

esperanza, nos hallamos entonces ante la necesidad de reconocer tres grandes

retos que el mundo contemporáneo ha planteado al quehacer teológico; el primero

sin duda las críticas modernas a las conceptualizaciones metafísicas de las tesis

teístas del cristianismo, el segundo el tan fracaso proyecto de racionalidad

manifestado en la capacidad del hombre de provocar el sufrimiento y el dolor en

35

el mundo56, y el tercero las realidades de los pueblos mal llamados

tercermundistas ante los sistemas de opresión y manipulación en ideologías

económicas, políticas, religiosas y culturales.

Estas tres realidades ocupan fundamentalmente la propuesta teológica de Juan

Baustista Metz, para quien es imposible seguir haciendo teología de “espaldas a

Auschwitz”57 apoyando la propuesta de una sociedad ilustrada que pierde su

sensibilidad en medio de las historias y catástrofes de nuestra época y que

conduce a los cristianos a construir una iglesia en donde se privatiza la fe y se

desdibuja su identidad liberadora y siempre esperanzadora en el Dios crucificado

y resucitado.

La pregunta por el presente y futuro de la humanidad despierta por tanto, desde

la Nueva teología política la sensibilidad sobre “cómo se debe hablar de Dios a la

vista de la inescrutable historia del sufrimiento del mundo”, de su mundo. Sin

embargo, la Nueva teología política no es, ni debe confundirse con la una

propuesta ideológica que recupera la esfera del poder y ubicación de la Iglesia en

la sociedad y el Estado o la actividad revolucionaria de conflicto social; se trata de

entender la irrupción de la historia de la humanidad en la propuesta vinculante de

la fe cristiana desde la categoría Reino de Dios58; y en este sentido,

Lo político no es mera táctica del ejercicio del poder en la sociedad, como posesión del poder en la sociedad o como estrategia y técnica de la administración del poder… y cuando se relacionan

56 El fracaso de la racionalidad ilustrada al que nos referimos es al intento de legitimar el reinado de la lógica racional como juicio ante la ignorancia y proyecto liberador y liberal que intentaba recuperar la “dignidad” del ser humano pérdida en el ámbito de la religión como imposibilidad de progreso y humanismo en la historia. 57 Hablar de Auschwitz en Metz es hablar de la gran preocupación y el ultimatum que plantea a la teología el sufrimiento humano y el referido fracaso de los procesos ilustrados de la modernidad. Al respecto puede leerse. Op cit. Metz. Memoria Passionis. p. 46-53 58 La revelación cristiana no ha sido una manifestación de un Dios fuera de la vida de los hombres. Así mismo, la propuesta del Reino, predicado por Jesús como esperanza y vida nueva para la redención del ser humano, tiene como referente principal las realidades particularizadas en la historia de la humanidad. Con ello se observa que la vida concreta del hombre está vinculada desde la fe en el Reino.

36

teológico y político, no se trata solo de una simple cuestión de aplicación, es decir, de una teología de la política. No se trata tampoco de que la Iglesia y su teoría se atrevan ahora a reclamar sus derechos y a inmiscuirse en el campo político. Ni siquiera es una especie de fenómeno rupturista nacido de un malestar con la Iglesia y la teología hoy, una suerte de una cantera de ocupación para cristianos que se sienten frustrados. 59

La Nueva teología política, nace entonces como respuesta cristiana ante la

historia humana de dolor y el sufrimiento; y como respuesta, se articula como

teología de una memoria, narración y solidaridad que pretende despertar de

nuevo el interés por el Dios del mensaje cristiano tomando parte en las

discusiones intelectuales de nuestra época, sin renunciar por ello a su carácter de

teología fundamental y a su identidad dentro del mensaje cristiano.60 Y esta

teología es política porque,

Una teología que en este sentido quiera ser siempre la responsable crítica de la fe cristiana y de su tradición en su esencia no puede prescindir de su relación con la sociedad y con la práctica, pues la teoría teológica ya no puede hacer abstracción de los problemas de la vida pública, del derecho y de la libertad y ha de tener en cuenta las consecuencias que se seguirán de hablar de Dios en una determinada situación. 61

La Nueva teología política pretende entonces abrir los ojos cerrados de la

teología cristiana que intenta caer en el autoengaño de ser políticamente

inocente y neutral frente a los desafíos que plantean las ideologías emancipadoras

59 Op. Cit. J. Metz. Dios y Tiempo. Nueva Teología Política. p. 71-72 60 Ante esto se manifiesta la insistencia del Propio J. Bautista Metz de considerar la Nueva teología política como una teología fundamental práctica del sujeto creyente de cara al mundo; ello ayuda a responder a las críticas que consideran la nueva teología política como fruto de una tendencia marxista o comunista como en algunos casos pudo verse a la teología latinoamericana de la liberación. La distinción fundamental de la reflexión teológica de Metz busca rescatar las propias categorías en las que se inscribe el mensaje original del cristianismo. (las ya señaladas memoria, narración y solidaridad ) 61 Ibíd., p. 73

37

de nuestra sociedad en detrimento de la muerte de Dios, de la muerte del ser

humano y del reinado de la temporalidad.

De hecho, como cristianos nos hallamos en un mundo que camina en dirección

de una extrema secularización62 en la que nos hemos resignado a aceptar la

privatización de la fe en contradicción del anuncio e injerencia pública que

conlleva la identidad de la fe cristiana. En este sentido, tal como lo aclara Metz,

“nos hallamos ante una crisis de identidad, no por el mensaje cristiano sino por los

sujetos y la institucionalización del cristianismo”63. Por esta razón las instituciones

religiosas así como los sujetos creyentes que las conforman como comunidad de

fe, pueden caer en la legitimación de un orden antireino desde el poder, el estatus

social como religión de los que poseen, de los dueños y señores, de los que

tienen la verdad absoluta, olvidando que su identidad es la de los “pobres de

espíritu”(Mt 5,3), la de los que no se dejan tentar por el dominio y la grandeza de

las naciones (Mt 4,8), la de los que reconocen como su verdad, camino y vida a

Cristo (Jn 14,6), la de los que caminan peregrinos y forasteros en este mundo

viendo el rostro de Dios en los que sufren y padecen (Mt 25,31-46).

¿De qué se trata, pues, con esta nueva teología política, en la medida en que al fin y al cabo, no pretende ser otra cosa que eso, teología, discurso sobre Dios en este tiempo?. Pues bien, la Nueva teología política es el intento de, en las condiciones de la época moderna, expresar el mensaje escatológico del cristianismo como razón crítico práctica, rescatando la tematización del sentido y del sujeto del conjunto de la historia fundamentada en la teología cristiana… pues, una teología que en nuestro tiempo gustara de apelar a su inocencia social

62 Esta secularización extrema tiene la identidad propia de promulgar un “una religión sin Dios”, y en este sentido, busca un encantamiento religioso o sueño de felicidad individual privatizado y sin sufrimiento que desdibuja las consecuencias proféticas en el mundo del Dios de Abraham, Isaac y Jacob revelado en su plenitud por Jesucristo. El análisis y la comprensión de esta temática se amplía en el estudio de Metz acerca de la problemática de los ateísmos y la crisis de Dios. Cf. Op.cit. Metz, Memoria passionis. p.77-86. 63 Ibíd., p 80

38

y política, a su carácter apolítico, que afirmara que ella es abogada y solo abogada de lo específicamente cristiano y que nada tiene que ver por tanto con la praxis social y política, no sería teología auténticamente cristiana.64

Hemos venido matizando ampliamente la pretensión de la nueva teología política

como reflexión teológica cristiana, sin embargo, todas la conceptualizaciones

descritas sobre la misma se sistematizan a través de sus categorías – memoria,

narración y solidaridad- que permiten distinguir el modo claro sobre el que se

constituye como teología fundamental, veamos entonces el tratamiento de dichas

temáticas.

2.2 CATEGORÍAS FUNDAMENTALES DE LA NUEVA TEOLOGÍA P OLÍTICA

La nueva teología política se inserta en el proyecto de una teología fundamental

práctica, es decir, que asume la opción de entrar en el campo de la historia, no

solamente para preguntarse por el sentido de la vida y de la historia misma, sino

para hacer “una experiencia práctica del sentido en medio de la vida histórica”65.

Por eso la fe de los cristianos debe hacerse “praxis en la historia y en la sociedad:

la ortopraxis es el precio de la ortodoxia”66, pues, la problemática de los cristianos

hoy no es tanto su identidad óntica, sino la justificación de su ser frente al mundo,

desde la pregunta por el quehacer y relevancia de la fe en las circunstancias

actuales de la sociedad, la cual busca relegar al ámbito de lo privado las

manifestaciones de la vida cristiana.

64 Ibid., p. 87-90 65 GIBELLINI, op.cit. p. 332 66 Ibíd., p. 337

39

Por esta razón “el proyecto de una teología política como teología fundamental

práctica se articula en tres categorías básicas: memoria, narración y solidaridad”67,

que en últimas son las que explican y permiten a la teología el hacerse práctica,

respondiendo por la razón de su esperanza ante un mundo que constantemente

cuestiona el sentido, la razón y la validez de la experiencia de fe de los creyentes.

2.2.1 La “memoria” como opción provocadora de senti do Así las cosas, la

primera de estas categorías es la memoria (que en el mundo cristiano tiene su

fundamento en la rememoración del acontecimiento de la cruz, que marca el

hecho de la imposibilidad de olvidar el sufrimiento del ser humano, como algo que

no tiene importancia, sino que por el contrario nos presenta el sufrimiento, en su

concepción redentora y, por tanto, activa en la historia misma de la humanidad), la

cual se nos presenta como “solidaridad hacia atrás”, en el sentido de que no es un

simple recuerdo, sino la posibilidad y necesidad de actuar frente a las injusticias

cometidas contra muchos inocentes, cuyas voces fueron calladas por el olvido, el

cual, fue muchas veces inculcado y buscado premeditadamente. Así las cosas, y

teniendo en cuenta que el recuerdo es solidaridad rememorativa con los muertos y

vencidos, se rompe la concepción de una historia evolucionista, que sólo narra los

logros de los vencedores, para entrar a tener presente también la historia de los

vencidos68.

De esta forma lo que se busca es acabar con la hegemonía de la historia

presentada por los vencedores, ya que, ésta siempre deja por fuera la historia y

vicisitudes de los derrotados, a los cuales, con el tiempo se obliga a olvidar, para

que de esta forma acepten las imposiciones de los vencedores; por eso,

El “recuerdo” (como “recuerdo del sufrimiento”) es, dentro de este planteamiento teológico fundamental, el hilo conductor de una teoría teológica de la historia y de la sociedad en general y, por lo mismo, el

67 Ibíd., p. 337 68 Cf. METZ, Johann Baptist. La Fe, en la Historia y la Sociedad. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1979. p. 192

40

concepto base de toda teología en la edad de la crítica (…) y que resulta fundamental para la comprensión teológica del hombre como sujeto: el “recuerdo” como categoría de salvación de la identidad69.

Se entiende, entonces, que la categoría de la memoria, busca hacer al ser

humano sujeto de su propia historia, capaz de ser crítico frente a la pretensión de

una amnesia generalizada, que siempre va en contra de los menos favorecidos de

nuestro mundo, y en especial de aquellos que han sido víctimas de la violencia y

las injusticias, a los cuales, de una u otra forma, se les han acallado sus voces. Y

esto es así, ya que la concepción evolucionista de la historia, no da importancia a

los hechos pasados y mucho menos, a los acontecimientos que están

relacionados con la historia de los que son y han sido excluidos socialmente.

Se comprende así la importancia de concebir “el recuerdo” como “categoría de la

interrupción”, es decir, como aquello que permite hacer un alto en el camino,

frente aquella concepción evolucionista de la historia, que como ya se dijo: sólo le

interesa la historia de los vencedores dejando de lado la de los vencidos; para

precisamente, no hacer de la historia algo sesgado hacia el beneficio de unos

pocos, sino que por el contrario, este recuerdo, se presente como organon de una

conciencia apocalíptica70.

Por otra parte lo que está en juego en la concepción evolucionista de la historia es

la misma libertad del ser humano, que ya no es capaz de erigirse como señor de

su propia historia y de tomar en sus manos el destino de su vida, pues, se concibe

ligado y apresado en una historia que sigue su propio rumbo, sin que la actuación

humana tenga una palabra (entendida esta palabra, como la posibilidad de actuar

frente a las realidades de sufrimiento y opresión que se presentan en el mundo)

frente a ella; pero al hablar de la categoría del recuerdo, éste se concibe como

69 Ibíd., p. 193 70 Ibíd., p. 193

41

Recuerdo de la libertad, que en cuanto recuerdo del sufrimiento sirve de orientación a toda acción ordenada a la libertad. Su estructura narrativa lo induce a la crítica de toda tecnología histórica falta de memoria y a nuevos encuentros con las tradiciones de la anamnesis y de la memoria cristiana71.

No hay duda que al evocar el sufrimiento, el ser humano inmediatamente tenga

sentimientos de evitarlo, y por tanto comience a actuar y a construir las

circunstancias que lo eviten. De esta forma se podría entender el recuerdo como

algo “peligroso”, peligroso para el orden establecido, pues, lleva al hombre a ser

revolucionario, frente a las estructuras de marginación e injusticia, que finalmente,

producen y han producido sufrimiento en las personas de nuestra sociedad.

Y lo que precisamente lleva al ser humano a ser revolucionario es la evocación de

del sufrimiento, pues, recordándolo hará rememoración de él, es decir, lo volverá a

vivir, y viviéndolo, buscará todos los medios posibles para evitarlo, especialmente

en los otros y en sí mismo. Se logra entender así que el recuerdo del sufrimiento

sensibiliza la razón humana y hace que la historia adquiera,

Como historia evocada del sufrimiento, la forma de “tradición peligrosa” que no puede ser “superada” no paralizada en una postura de simple sumisión al pasado ni en una simple crítica de la ideología… ya que, su mediación es de naturaleza práctica y se produce al relatar “historias peligrosas”, que es donde el interés por la libertad se introduce, identifica y presenta72.

La memoria, el recuerdo del sufrimiento invita a actuar a no quedarse inerte frente

al mal, en todas sus manifestaciones; el olvido tranquiliza la conciencia y permite

que todo siga igual, pero el recuerdo no nos deja tranquilos, no nos da la quietud

de los que consideran que ya tienen todo asegurado, sin mirar las realidades

injustas de su entorno, por el contrario nos invita a actuar; no olvidando que el

71 Ibíd., p. 204 72 Ibíd., p. 205

42

cristianismo debe ser un recuerdo permanente, narrado al mundo, es decir,

mostrado y actuado en cada situación de la historia, en espacial aquellas donde la

dignidad del ser humano, hijo de Dios y hermano de los hombres, es o ha sido

vulnerada.

La fe cristiana como memoria passionis, es decir, como rememoración del

sufrimiento ajeno, trata de responsabilizarse de la historia de sufrimiento de la

humanidad, para ser precisamente un recuerdo liberador que brinde esperanza a

aquellos que en su condición marginada la han perdido73.

Así las cosas, se puede entender que la acción liberadora, debe surgir en la

Iglesia del recuerdo, y éste entendido como memoria passionis, ya que, sólo de la

posibilidad de apropiarse del sufrimiento de los otros, no considerándolo como

algo superfluo o que el tiempo lo elimina en el olvido, los cristianos tendremos la

oportunidad de decir una palabra frente al mundo que nos relega a la esfera de lo

privado; lo cual, se acepta sin mayor dificultad, pues, esto produce la seguridad

del “gueto”, del grupo encerrado en sí mismo, el cual se puede perpetuar a

espaldas de la realidad de sufrimiento del mundo.

Pero éste (el tomar la conciencia de la secta) no puede ser el destino de la fe

cristiana, ya que, en su recuerdo también está presente el sufrimiento y, por lo

tanto, está llamada a actuar para evitarlo en el mundo; pues, precisamente, la fe

cristiana, retomando las promesas escatológicas de su tradición, tiene la

posibilidad de actuar frente al mundo, haciendo de esta actuación lo determinante

en su experiencia de fe74.

Se entiende entonces que ya no se puede hablar, en adelante, dentro del

cristianismo de la memoria como un simple recordar la sucesión hechos que se

presentaron en un momento determinado de la historia, sino como un referente

normativo que impulsa la actuación del cristiano en el mundo, es decir, como

73 Ibid., p. 207 74 Ibid., p. 208

43

aquello que rige el aparecer en el mundo, de aquellos que conocen bien las

promesas de su tradición y que con ellas dan esperanza a la creación,

aplicándolas para que de una forma u otra la realidad social se vaya

transformando a la medida del reino anunciado e inaugurado por Jesucristo, pues,

esa memoria es “el recuerdo peligroso que acosa y pone en cuestión el presente

porque recuerda un futuro aún no experimentado”75.

Igualmente se llega a entender que la experiencia cristiana, vista como recuerdo

de artículos de fe, es decir, como fides qua creditur, se puede adecuar a nuestro

tiempo, pero corriendo el riesgo de quitarle a la misma su capacidad de crítica

ante la sociedad, que le viene precisamente de su contenido, tradiciones y

convicciones, que no son otros que los presentes en los evangelios, los cuales nos

muestran que la fe tiene una implicaciones públicas y sociales, como la acogida y

rescate de los marginados, como la denuncia de las injusticas cometidas por las

autoridades civiles y religiosas y como la propuesta del establecimiento de un

nuevo reino de justicia y de paz que sustituya a los reinos opresores y

deshumanizadores; no hacerlo reduciría la fe cristiana a “una paráfrasis simbólica

de la conciencia moderna, sin contribuir en nada a su transformación” 76.

Con lo anterior no se quiere decir que los contenidos de la fe sean inservibles o

que se deben desechar, lo que se propone es que estos se inserten en una unidad

de sentido, que sería precisamente el decir y el obrar de Jesús, el cual, no se

identifico con ninguna ideología dominante de su tiempo, sino que por el contrario,

al actuar a favor de los marginados de su pueblo, presentándolos como los

preferidos del reino de Dios, su actuación se consideró peligrosa y revolucionaria.

Así mismo, Jesús fue fiel a la tradición religiosa de su pueblo, pero en su actuar

demostró que esa tradición podía revolucionar la sociedad, una sociedad que

75 Ibid., p. 208 76 Ibid., p. 209

44

había privatizado la tradición y, por lo tanto, le había quitado su carácter

transformador y dignificador del ser humano. Es por esto que,

Si se lleva a cabo esta interpretación de las fórmulas de la fe cristiana y la misma fe cristiana se realiza en ese sentido, si las fórmulas tradicionales se entienden como señales rememorativas, como deletreo de una peligrosa memoria de la humanidad, tal interpretación no suscitará ya, a buen seguro, la sospecha de legitimar una fe muerta, impuesta por autoridad, una fe de personas inmaduras, una fe incluso como “opio del pueblo”77.

Ya que, sólo cuando esto ocurra, la fe podrá interpretar la agonía de la historia de

los seres humanos y se presentará como recuerdo salvador y liberador, ante una

historia que, en su concepción evolucionista, cree poder erigirse “por encima de

los sufrimientos y esperanzas pasados, por encima del desafío de los muertos, o

poder ignorarlos, sin perder la propia libertad” 78.

Así las cosas, el dogma cristiano aplicado, siguiendo el ejemplo de Jesús que

tomó las enseñanzas de su tradición para dignificar al ser humano, a las

realidades actuales, se puede convertir en un “recuerdo práctico”, es decir, el

aliciente para que los cristianos actúen frente al mundo, más con las obra que con

las palabras, ya que, las obras, en ultimas, buscan construir el reino. Se entiende

así que el dogma no puede ser letra muerta, sino vida para la comunidad; esto,

siempre y cuando, se rememoren en la situación actual de una sociedad que

alejando a Dios de ella, se ha olvidado de construir la dignidad de todos los seres

humanos, y no sólo la de unos pocos: los ricos y poderosos, es decir, los

vencedores.

2.2.2 La Narración Como segunda categoría que permite a la nueva

teología política hacerse práctica, encontramos la narración, pues, aquello de lo

que se hace memoria debe ser narrado y,

77 Ibid., p. 211 78 Ibid., p. 211

45

Una teología que se ve desposeída de la categoría de la narración, o que desdeña teóricamente la narración como una forma de expresión precrítica, no puede menos de relegar las experiencias “propias” y “originarias” de la fe al ámbito de lo inobjetivo e inexpresable y, en consecuencia, valorará las formas lingüísticas de la fe exclusivamente como objetivaciones categoriales, como cifras y símbolos cambiantes de una realidad inefable79.

Pero lo que no se puede olvidar es que la fe y sus experiencias originarias se han

transmitido siempre por el leguaje, y éste siempre con características narrativas.

Por tal motivo olvidar la estructura narrativa del mensaje cristiano, es olvidar una

parte esencial de su constitución, lo cual lo dejaría perplejo, es decir, sin el sentido

pleno de su tradición, que como se ha dicho es narrativa.

Se estaría quitando, entonces, la base donde lo originalmente cristiano se ha

mantenido por muchas generaciones, pues, en la narración se transmite y se

comprende todo aquello que de otra forma sería imposible reconocer, en especial

lo referido a la fe y a su carácter práctico y crítico frente a las realidades de la

humanidad, ya que, precisamente la narración tiende a la comunicación práctica

de la experiencia vivida, con el fin de insertar al lector en el mundo de la trama que

se está narrando80, lo cual no lo deja como un simple espectador más, sino que lo

invita también a actuar ante sus propias realidades

Introducir en el mundo del relato a los lectores finales es una de las finalidades de

toda narración, por eso, ésta se presenta como muy adecuada para transmitir los

contenidos de la fe, ya que, éstos deben involucrar a toda la persona en ellos,

para de esta forma convertirse en vida en todos y cada uno de los creyentes.

Teniendo presente lo anterior, se debe tomar conciencia de la realidad que en los

últimos tiempos se está viviendo dentro del cristianismo, y que se refiere al hecho

constatable de que el

79 Ibid., p. 214 80 Ibid., p. 215

46

Potencial narrativo cristiano está vergonzosamente escondido, y sólo se saca a relucir, a lo sumo, para niños y ancianos crédulos… por lo cual hay que evitar que el relato sea interpretado como la narración de “historietas” en el púlpito y en la catequesis81.

El relato va más allá del simple hecho de contar algo, éste tiene una

intencionalidad, la cual depende del relator y que es aceptada o rechazada por el

lector. Por eso, pretender transmitir la fe sin el relato es casi imposible, o por lo

menos hace que la fe se quede en simples formulaciones que deben ser

aprendidas, pero muy pocas veces hechas vida. Por el contrario, el relato

introduce en su mundo al lector, suscita en él unos sentimientos y al final, si se

identifica con ellos, querrá sin ninguna duda ponerlos por obra.

Así se entiende que la narración no es contar simples cuentos para entretener o

distensionar, pues, “también hay historias “con moraleja”, que encierran un sentido

de libertad y mueven al seguimiento”82. Estas historias son contadas por “los

“pequeños” y también por los oprimidos: ¡historias que no se limitan precisamente

a celebrar la propia opresión o minoría de edad; historias, por tanto, peligrosas,

que buscan la libertad!”83.

Así las cosas, la narración, se puede decir libera, ya que, permite expresar al

mundo todo aquello que se siente y se vive, es algo que ha hecho y acompañado

a la humanidad por siglos, pero que en la actualidad se ha querido desvalorizar

como algo superfluo, y el cristianismo, olvidando su tradición judía de lo narrado,

también ha considerado la narración como algo sin importancia.

Según lo anterior, se puede decir que si no se narra, la historia no tiene sentido en

primer lugar, porque no existiría como tal, y en segundo lugar, porque sería la

descripción de simples acontecimientos de forma cronológica que no implican

necesariamente una intencionalidad específica para transformar lo que en ella

81 Ibid., p 218 82 Ibid., p. 219 83 Ibid., p. 219

47

aparece como absurdo. No narrar la historia denominada “negativa” implica la

imposibilidad de producir cambios; en otras palabras, si el recuerdo del

sufrimiento no se narra, no producirá ningún efecto transformador de la realidad.

Ciertamente la narración ha sido poco usada por el cristianismo actual, olvidado

que,

Como comunidad de los que creen en Jesucristo es, desde sus orígenes, no fundamentalmente una comunidad interpretativa y argumentativa, sino una comunidad de recuerdo y de narración con intención práctica: el recuerdo narrativo-evocativo de la pasión, muerte y resurrección de Jesús84.

Y precisamente la pretensión exagerada de argumentación de la teología es la

que la ha alejado del mundo de la gran mayoría de los creyentes, ha apagado el

ardor por mostrar la novedad de la salvación cristiana y la ha vaciado de su

posibilidad de actuar frente a las realidades de dolor y miseria de las condiciones

actuales de vida de muchos seres humanos, en una palabra, se ha olvidado que,

“el logos de la cruz y de la resurrección posee una ineludible estructura

narrativa”85, la cual se ha transmitido hasta nosotros por medio de relatos

peligrosos, es decir, que incitan al oyente, al lector, a no permanecer impasible

ante las realidades de sufrimiento que vive el mundo, sino que por el contario se

convierta en un “agente de la palabra” 86, y como agente lleve su mensaje

transformador a toda las naciones del mundo.

No es entonces la narración algo superfluo y sin sentido, sino que es por el

contario, la forma más excelente que tiene el cristianismo de seguir haciendo

vigente su mensaje en un mundo que sigue cuestionando su razón de ser y existir.

Y no es algo superfluo, ya que, la misma palabra eterna del Padre se hizo carne y

habitó entre nosotros (Jn 1,14), lo cual demuestra la eficacia de la palabra a la

84 Ibid., p. 222 85 Ibid., p. 222 86 Ibid., p. 222

48

hora de actuar en una sociedad que acallando, precisamente la palabra, pretende

imponer el reinado del olvido, mediante el cual, se conserve el orden establecido,

que muchas veces no es el más justo y considerado con aquellos más pequeños

del mundo, a los que Cristo acogió con su palabra, que era al mismo tiempo su

obrar. Según lo anterior se entiende que,

Cuando la teología infravalora este recuerdo narrativo y lo reduce a un mero estadio mitológico anterior al logos cristiano, no se muestra especialmente crítica, sino más bien ayuna de crítica y lucidez (en un sentido específico) frente a las posibilidades y limitaciones propias de la tarea de expresar positivamente el mensaje cristiano de salvación en la experiencia de la no identidad de la vida histórica87.

Así las cosas, y con lo dicho, no se quiere despreciar de hecho la argumentación

dentro de la teología, sino que más bien, se trata de rescatar y resaltar la

narración dentro de la misma, relativizando y condicionando la teología

argumentativa, pues, esta teología

Ejerce una función fundamentalmente apologética: la de salvaguardar en nuestro mundo científico el recuerdo narrativo de la salvación, ponerlo en juego críticamente en la “interrupción” argumentativa y volver a parar nuevamente, y siempre, a la narración, sin la cual la experiencia de la salvación quedaría muda88.

Finalmente se nos aclara que la estructura narrativa dentro de la teología es la que

le permite a ésta tener una palabra frente al mundo, una palabra de salvación que

Cristo mismo le ha legado y que no puede dejar que se desvanezca en sendas

estructuras argumentativas, porque su principal tarea es introducir en esta

salvación a todos los hombres, salvación que es esperanza y no opio para la

sociedad , es decir, que se hace concreta en el aquí y el ahora, transformando las

realidades y estructuras de opresión y despersonalización del ser humano.

87 Ibid., p. 222 88 Ibid., p. 223

49

Una teología que persiga estos fines esta llamada a no ser excluida de un mundo

donde las discusiones científicas y sociales están al orden del día, sino que por el

contrario sería por todos invitada para participar en dichas discusiones y presentar

sus propios aportes y soluciones, que lleven a un mundo tecnificado y des-

subjetivador, a volver la mirada sobre la persona y su dignidad89, como lo más

urgente que hay que rescatar para comenzar una sociedad nueva y respetuosa de

los derechos humanos.

2.2.3 La praxis cristiana de la solidaridad La tercera categoría de la

nueva teología política como apología práctica de la esperanza cristiana es la

solidaridad, ya que, memoria y narración se hacen prácticas por medio de la

solidaridad, la cual, como solidaridad histórica

No sólo se entiende y se extiende como solidaridad “hacia adelante”, como solidaridad con las generaciones futuras, sino también como solidaridad “hacia atrás”, para subrayar así lo específico de la dimensión humana y de las reservas humanitarias del cristianismo y de la teología y para intervenir, precisamente con este elemento “específico” en los debates sociales e históricos90.

Es lo que en definitiva permite hacerse presente en el mundo a la teología,

reconociendo la dignidad de cada ser humano frente a Dios y a los demás

hombres, promoviendo el actuar de la Iglesia frente a los marginados y desvalidos

de nuestra sociedad contemporánea; así la solidaridad, junto con la memoria y la

narración, es en definitiva, la forma concreta mediante la cual la teología y la

Iglesia se presentan ante el mundo, y hacen valer su fuerza redentora y liberadora

en medio de la historia donde prevalecen los más fuertes y donde los débiles son

olvidados y excluidos de la misma; es una historia, que se convierte, en últimas,

89 Ibid., p. 227 90 Ibid., p. 237

50

en historia dolorosa, pues, el hombre cae en la penosa situación de la no

identidad91.

Y esto es así porque los cristianos saben muy bien que una de sus tareas en este

mundo es la de disminuir al máximo posible el sufrimiento de los hermanos, que

por causa de la injusticia social se va incrementando cada día; y disminuir este

sufrimiento implica luchar contra la opresión y la injusticia, algo que no lo puede

hacer una sola persona, sino que se requiere de la unidad de muchos a favor de la

misma causa, es decir, se requiere de la solidaridad, una solidaridad para devolver

su dignidad de sujetos a aquellos que han sido des-subjetivados, marginados y

despersonalizados por el mal en el mundo.

La solidaridad, da entonces sentido a la memoria y al relato, como categorías

actuantes en la sociedad, ya que,

El recuerdo y el relato de la salvación adquieren en esta solidaridad su praxis específica, mismito-política. El recuerdo y la narración sin la solidaridad no son categorías prácticas de la teología, así como la solidaridad sin las otras dos tampoco expresa la figura práctica, humanizadora del cristianismo. Sólo conjuntamente pueden el recuerdo, la narración y la solidaridad ser las categorías de una teología fundamental práctica92.

El recuerdo si no es de la historia de sufrimiento de la humanidad y si no es

narrado no pasa de ser una simple remembranza, con la que la solidaridad no

puede hacer ninguna actuación en el mundo; la narración si no tiene como

contenido la memoria passionis y el actuar de Jesucristo no pasa de ser una

simple historieta, que la solidaridad puede transmitir, pero que a nadie dice nada y

mucho menos invita a actuar; por último la solidaridad sin la fuerza que da la

memoria de la pasión del ser humano, en especial del que sufre injustamente; y

sin la posibilidad de transmitir narrativamente este sentimiento subversivo y

91 Ibid., p. 237 92 Ibid., p. 238

51

peligroso que surge de este recuerdo, se convierte en una simple acción de

altruismo, que en últimas no transforma la realidad.

Así las cosas, se puede inferir que la teología sin estas categorías es una teología

privatizada, sin mayor incidencia en el mundo y en la sociedad; como ya lo había

denunciado precisamente la “nueva teología política”, que descubrió en la

privatización de la fe y por consiguiente de la teología, una alineación con el

capitalismo de intercambio de bienes y servicios, en perjuicio de la idea de

solidaridad para con el otro; porque al alejarse de la esfera de lo público podía en

su pequeño mundo, practicar la “solidaridad” entre iguales, donde se “apoya” al

otro con el fin de obtener unos beneficios propios que llevan a la persona a

obtener el éxito y el progreso recíproco 93.

Según lo anterior, no se da la solidaridad para con el más necesitado, pues, se

concibe que éste no tiene nada que aportara en el intercambio entre iguales;

yendo esta visión en detrimento, precisamente, de la idea cristiana de solidaridad,

donde se da al menos favorecido por las circunstancias injustas del mundo, todo lo

que se puede y posee sin esperar nada a cambio (Mt 6,1-4).

Así se confirma que la solidaridad cristiana, teniendo como base la caridad, no

espera nada a cambio y siempre busca favorecer a los más necesitados y

desposeídos de la sociedad, por eso,

Es evidente, al menos, que en esta sociedad de intercambio, racionalizada, una solidaridad que pacte no sólo ni primeramente con los seres racionales, sino (más radicalmente) con los menesterosos, está llamada a desaparecer94.

Pero, lo cierto es que en lo radical de esta solidaridad se halla precisamente su

fortaleza, frente a un mundo que tiene todo controlado, y que lo que se sale de sus

estructuras tiende a desparecer; como es radical esta solidaridad se vuelve

93 Ibid., p. 238-239 94 Ibid., p. 239

52

provocativa tanto para el que la acepta y la pone por obra, como para el que la

rechaza, pues, es un verdadero obstáculo a las pretensiones de sobresalir aún en

detrimento de muchos otros seres humanos. Esto es lo que la hace siempre actual

y lo que la mantiene como una forma concreta que tiene el cristianismo para

actuar en el mundo.

Por eso es válido considerar que, “la Iglesia sólo es Iglesia solidaria cuando de

una Iglesia para el pueblo, de talante proteccionista, pasa a ser una “Iglesia del

pueblo”95, es decir, se hace del pueblo como siempre ha debido ser, a ejemplo de

las primitivas comunidades cristianas que tenían todo en común, y al que le hacía

falta algo, los demás se lo proveían (Hch 2, 43-47), así hacían práctica la fe que

profesaban, presentando a Dios su alabanza como reflejo de lo que estaban

viviendo en la cotidianidad.

Lo anterior no quiere decir que la solidaridad sea sólo entre los miembros de la

Iglesia, de la comunidad cristiana, ya que, la solidaridad

Para la teología fundamental práctica, tiene un carácter rigurosamente universal. Se extiende a los vencidos, a los arrollados in the long run, a los rezagados en la marcha del progreso, a los muertos (por esto es místico-universal). De aquí que la solidaridad, y especialmente ella, también desempeñe en el contexto de la teología fundamental práctica el papel de aguijón apocalíptico96.

Así mismo se debe comprender que la solidaridad tiene dos dimensiones la

mística-universal, que como vimos hace que la solidaridad no sólo se dé en el

presente, sino que mire también hacía atrás, es decir, hacía las víctimas olvidadas

en especial hacía los que ya han muerto. Y la político-particular, que como

también se ha reseñado, se preocupa por el presente de los que sufren y son

reducidos a simples objetos de uso y de consumo. De ahí que,

95 Ibid., p. 239 96 Ibid., p. 240

53

En su doble estructura místico-política, la solidaridad se presente como categoría de salvación del sujeto dondequiera que éste se encuentre amenazado: amenazado por el olvido, por la opresión, por la muerte; como categoría del compromiso con el hombre, para que llegue a ser sujeto y permanezca como tal97.

En últimas, esta es su razón de ser (la de presentarse como categoría de

salvación del sujeto dondequiera que éste se encuentre amenazado), dentro de la

“nueva teología política” que se presenta como práctica en el mundo, y así luchar

para que el ser humano teniendo como aliciente a Dios en su vida, busque que

todos los hombres recuperen su dignidad como hijos de Dios y hermanos entre sí;

donde la exclusión y la explotación no tengan cabida alguna, donde no sea la

historia de los vencedores la que prevalezca, sino la historia del sufrimiento

humano, pues,

La teología fundamental práctica pone en juego, frente a la solidaridad reciproca, una solidaridad cristiana acompañada de las categorías del recuerdo peligroso y de la narración. En dicha teología, el horizonte y correctivo de la acción y del lenguaje no sería la historia de los vencedores, que es lo que en última instancia se afirma en la idea hegeliana y, sobre todo, en la lógica evolutiva del pensamiento científico actual, sino más bien la historia del sufrimiento de los hombres98.

Lo que sería, en definitiva, el principio para hacer justicia a los excluidos del actual

“progreso” de la sociedad, que muchas veces se logra atropellando a los que han

sido rechazados del sistema, sistema del cual sólo gozan una gran minoría en el

mundo, aquellos que precisamente creen tener su vida asegurada. Por eso el

cristianismo, está llamado a construir una sociedad mundial más justa y solidaria,

donde sus propuestas de construcción de la humanidad, basadas precisamente en

el respeto y afianzamiento de la dignidad de las personas, encuentren una mayor

97 Ibid., p. 240 98 Ibid., p. 242

54

acogida y posibilidad de desarrollo. Logrando con esto, finalmente, que cada

persona recupere su dignidad como sujeto, y al mismo tiempo, ser fiel a su misión,

que le ha sido encomendada por el Dios de vivo y muertos, el cual llama a todos

los hombres a ser sujetos en su presencia99.

2.3 LA NUEVA TEOLOGÍA POLÍTICA COMO TEOLOGÍA PRÁCTICA DEL

SUJETO CREYENTE

2.3.1 El carácter de teología fundamental de la Nueva teo logía política

Sin bien, hemos señalado la pretensión de la Nueva teología política así como la

descripción de sus categorías fundamentales, existe una preocupación latente por

demostrar la manera en la que esta reflexión teológica se constituye, según su

autor, en “teología fundamental práctica del sujeto creyente”. Con el fin de

acercarnos a una respuesta más clara de la cuestión que nos ocupa nos

dedicaremos a realizar un estudio general de la obra la fe, en la Historia y la

Sociedad, obra en la que el propio Metz articula los postulados generales de la

Nueva teología política, tal como lo hemos descrito anteriormente.

Juan Bautista Metz influenciado por la teología de Karl Rahner destaca que la

teología en cuanto tal ha de estar centrada en el sujeto creyente, lo que señala

como punto de partida el propósito de presentar un sistema que “hermane

doctrina y vida dentro de las circunstancias actuales". 100 De esta manera, toda

apología bíblica e histórica de la fe tiene coyuntura central en el creyente

moderno, el cual, desde las categorías de Memoria, narración y solidaridad,

como categorías esencialmente cristianas, debe dar razón de una esperanza en

el mundo, una esperanza solidaria en el Dios de vivos y muertos, que llama a

todos los hombres a ser sujetos en su presencia"101

99 Ibid., p. 244 100 Ibid., p.233 101 Ibid., p 17

55

El ejercicio práctico de manifestar al mundo la razón de la esperanza cristiana

esta teología fundamental marca una fuerte crítica práctica a las ideologías

dominantes del mundo ilustrado y a la religión burguesa que se contraponen a la

identidad de la fe cristiana en la medida en que manifiestan la razón de ser de la

identidad cristiana en la historia y la sociedad.

Así mismo, consiente que la praxis del creyente encuentra su fuerza en la

inquietante y peligrosa fuerza transformadora del mensaje cristiano, la nueva

teología política mira al mundo para analizar y ver su situación sin asumir a priori

realidades, pues el interés de la teología no ha de ser la simple especulación

teórica sino que ha de ocuparse, en palabras de Metz, “de la situación histórica y

social de los sujetos con sus experiencias, sufrimientos, luchas y

contradicciones"102.

De esta manera, la teología fundamental que pretenda la justificación crítica de la

fe y de la esperanza cristiana, "no puede prescindir de esta referencia social y

práctica; y su teoría no puede sustraerse de los problemas de la vida pública, del

derecho, de la libertad; en una palabra: de la situación política" 103

Se impone entonces, a la teología hablar responsablemente de Dios desde la

praxis como función crítica de la fe ante las hegemonías dominantes de la

sociedad. De ahí que el teólogo, asumiendo críticamente los conceptos de la

ilustración da razón de los contenidos del mensaje cristiano proclamados ante un

mundo que cuestiona dichos contenidos – de forma teórica, y ante el cual - por

la realidad social- los mismos contenidos son cuestionados.

Tal como lo hemos señalado, la reflexión teológica de Metz tiene una fuerte

influencia de Ranher al compartir el mismo pensamiento que “la idea de Dios es

102 Op. Cit. Metz., Dios y Tiempo. Nueva Teología Política. p 17 103 Op. Cit. Metz., La fe, en la historia y en la sociedad., p. 100

56

constitutiva del sujeto y artífice de su identidad” 104, sin embargo, la Nueva

teología política como teología fundamental critica la teología trascendental del

mismo Ranher por extraer al sujeto de su dimensión histórico- social a través de

una teología existencial y personalista. Y en esta medida,

La prioridad del sujeto sólo es real en aquella Teología Fundamental que "desarrolla la teología del sujeto a la vez como teoría de la historia y la sociedad, oponiéndose a la usual división de trabajo entre teología sistemática y doctrina teológica de la sociedad, y concibiendo y elaborando esta teoría como teoría práctica 105

De esta manera, la teología fundamental de Metz, señala la primacía del sujeto

subordinada al primado de la praxis como fundamento de la Nueva teología

política en la medida en que “la idea cristiana de Dios es de suyo una idea

práctica, Dios no puede ser pensado sin que este pensamiento afecte y lesione los

intereses inmediatos del sujeto que trata de pensarlo" y "Cristo debe ser pensado

de modo que nunca sea solamente pensado"106

Ciertamente la praxis cristiana que distingue la teología fundamental del sujeto

creyente no es únicamente una praxis de connotaciones exclusivamente éticas

sino que presenta su fuerza en el recuerdo subversivo de una memoria que señala

las distinciones históricas haciendo al sujeto creyente, solidario en una sociedad

que pretende olvidar la historia de dolor y sufrimiento de la humanidad. Por tal

motivo, hallamos la irrupción de la historia doliente de la humanidad en una

teología negativa que intenta romper el hechizo de la conciencia histórica de los

“señores, poderosos o vencedores”, mediante el recuerdo peligroso y

revolucionario de los muertos y vencidos en forma narrativa, pues

104 Ibíd., p. 177 105 Ibíd., p 81-82 106 Ibíd., p. 66

57

El recuerdo se presenta siempre como categoría de búsqueda de la identidad histórica, como categoría de liberación 107 (…) "El recuerdo cristiano apela a la historia de los hombres como sujetos ante Dios y trata de forzar a los cristianos a aceptar el desafío práctico de esta historia. La praxis de los cristianos debe ser una muestra de este hecho: que todos los hombres están llamados a ser sujetos delante de Dios" 108(…) Por tanto, el sujeto religioso considera, como condición necesaria (aunque no suficiente) de su ser-sujeto ante Dios, la subjetivación de los otros, que viven en opresión y en marginación colectiva; y así, el evangelio de los cristianos ya es político y compromete políticamente por el mero hecho de proclamar que todos los hombres son sujetos ante Dios y de que hay que luchar contra la inhumanidad y la opresión que impiden a numerosísimos habitantes de regiones enteras del planeta alcanzar su condición de sujetos 109

Estas distinciones llevan a comprender que la fe es praxis en la historia y en la

sociedad desde la fuerza de la esperanza presente en el mensaje del Dios de

Jesús; ante el cual el teólogo, en su condición de creyente, tendrá la

responsabilidad de describir como experiencia de salvación, asumir como

compromiso samaritano de solidaridad, y, comunicar como promesa de sentido

en cada situación histórica concreta.

De otra parte, las tres categorías esenciales que hemos descrito en el punto II del

presente capítulo, articulan la Nueva teología política con el adjetivo de teología

fundamental del sujeto creyente en tanto que recuerdo, narración y solidaridad se

autoimplican y, tal como afirma el mismo Metz, "el recuerdo y la narración no

tienen carácter práctico sin la solidaridad, y ésta no alcanza el específico rango

cognoscitivo sin el recuerdo y la narración" 110

107 Ibíd., p 84 108 Ibíd., p 85 109 Ibíd., p 88 110 Ibíd., p 191

58

Las tres categorías que estructuran la teología fundamental práctica del sujeto

creyente abordan temas dinamizadores de reflexión teológico-política al asumir

problemáticas como sujeto, praxis cristiana, sociedad e historia. Recordemos

nuevamente la manera como dichas categorías distinguen una especificidad en la

reflexión teológica.

La memoria tiene como función el recuerdo alentado de las promesas anunciadas

por la fe cristiana y su esperanza como promesas que otorgan una garantía de

vida y posibilidad de “quebrar la trivialidad de lo establecido y del único futuro que

ahí se puede invocar”111. Dicha Memoria tiene también para la nueva teología

política la función liberadora, de ahí " que el criterio de su genuino carácter

cristiano está en la peligrosidad crítica y liberadora, y al mismo tiempo redentora".

La memoria anuncia a la reflexión teológica la necesidad de reinterpretar en cada

situación las fórmulas de fe para no suscitar "la sospecha de legitimar una fe

muerta, impuesta por autoridad, una fe de personas inmaduras, una fe incluso

como opio del pueblo" 112

Por su parte, la categoría de narración se impone en el marco de la teología

política, como una forma de expresión originaria, precrítica, pero propia y

necesaria de la fe, porque "lo nuevo, lo que jamás ha existido, no puede

representarse y actualizarse sino por medio de la narración" 113 La narración

como categoría de la teología fundamental práctica es, como acto creativo, un

signo eficaz de la novedad de la fe cristiana, de una religión que es narrativa de

salvación en medio de la historia de la humanidad.

En consecuencia, J. Bautista Metz se propone definir la teología política como

teología fundamental práctica del sujeto creyente en tanto que significando la

categoría solidaridad como asistencia, promoción y apoyo del sujeto frente a sus

111 Ibíd., p. 209 112 Ibíd., p. 211 113 Ibid., p. 215

59

graves amenazas y sufrimientos, dinamiza un concepto provocativo en contra de

la privatización burguesa de la fe. Por tal motivo, el ideal de solidaridad universal,

presente en el mensaje cristiano desborda cualquier límite de consideración

particularizada de sociedad, ya que,

La consideración de las circunstancias globales que hoy determinan el destino concreto de los hombres, tiene sentido sólo si el cristianismo interviene en la construcción de una sociedad mundial haciendo valer en ella y para ella su propio ideal de solidaridad sin odio y sin violencia, realizando así su misión en la sociedad 114.

En conclusión el carácter que distingue la Nueva teología política como teología

fundamental práctica del sujeto creyente se específica en las consideraciones

metodológicas que hemos analizado, donde la primacía de la praxis dinamiza los

contenidos de la fe cristiana mediante el protagonista de la historia de la

humanidad: el sujeto creyente en su relación con el Dios de la historia y la

compasión, y en este aspecto,

En cuanto teología fundamental, esta nueva teología política intenta hacer justicia, ante todo, al hecho de que el tratamiento de las cuestiones metafísicas ha perdido su inocencia social, histórica y cultural. ¿Quién habla – cómo, dónde, para quién, con qué propósito- de Dios? Son las preguntas teológicas supeditadas a los criterios de la condición del sujeto: la praxis y la alteridad. 115

Como teología fundamental práctica la Nueva teología política intenta tener

siempre la mirada en la historia como pasión en razón de Dios por la humanidad,

es una teología sensible a la teodicea en la que no existe la prohibición de dirigir a

Dios una pregunta escatológica aclaratoria ante las historias de sufrimiento en su

creación, por eso,

114 Ibid., p. 242 - 244 115 Metz. Memoria Passionis. Op. Cit. p. 248

60

Esta teología fundamental intenta asegurar el universalismo y la capacidad de verdad de un discurso sobre Dios arriesgado, con el sentido de rememoración del sufrimiento ajeno; por eso acentúa la base anamnética de su racionalidad, de su discurso sobre Dios y sobre su Cristo- en la forma de recuerdo peligroso- y aborda el tema de la historia desde el enfoque del futuro a partir de la memoria del sufrimiento. 116

Finalmente, la nueva teología política tiene pretensiones prácticas para la fe, por

ello, ubicada en la historia de sufrimiento define una imagen de Dios en la

cercanía a las víctimas desde la “memoria subversiva” que suscitó el escándalo

de su muerte en cruz. Asumiendo a su vez, una narración vuelta

pasión-solidaridad y distinguida como acceso privilegiado para alcanzar las

promesas del Reino: justicia, dignidad, libertad, reconciliación, paz y amor. (Mt 5,

1-11)

Las apreciaciones comprendidas en este segundo capítulo, desde la pretensión,

las categorías, y la distinción de la teología política como teología fundamental

práctica del sujeto creyente, presentan un contenido que se pretende actualizar

en el tercer capítulo, mediante la lectura propia de nuestra fe en el contexto de la

historia de nuestro país con el fin de describir las implicaciones públicas y sociales

del mensaje cristiano.

De esta manera, asumiendo las distinciones fundamentales así como las

categorías propias de la nueva teología política, observaremos a continuación el

modo crítico de una reflexión teológica, que como teología práctica del sujeto

creyente, matiza las consecuencias de hablar de Dios en medio de la historia

sufriente de nuestro pueblo colombiano.

116 Ibid., p. 249

61

3. IMPLICACIONES PÚBLICAS Y SOCIALES DEL MENSAJE CR ISTIANO EN

COLOMBIA

Una teología que “mira al mundo”, es la que desde el mensaje cristiano, intenta

recuperar la razón de su esperanza en un mundo fragmentado por la historia

“negativa” pocas veces contada. Hasta el momento nuestro trabajo ha indagado

sobre la tarea que emerge de la realidad social para la teología, y, una de ellas –

decíamos en nuestro primer capítulo- es la de realizar una teodicea sensible al

62

sufrimiento. Para ello, se observó la manera como la Nueva teología política se

convierte en una respuesta práctica que intenta, ya no solo comprender ni teorizar,

sino hacer práctica la superación del sufrimiento desde la posibilidad que tiene

para el mundo el Dios sensible a la realidad marginal del ser humano.

En consecuencia, las tres categorías – memoria, narración y solidaridad- se

convertían en la puesta en marcha de una conciencia práctica para desarrollar un

nuevo lenguaje que pudiese decir significativamente una “palabra”, identificando

quién, qué, cómo, para qué y por qué, se dice “Dios de Jesucristo” en el mundo

contemporáneo. A partir de todo esto, nuestro trabajo persigue finalmente el

objetivo de poder dilucidar de forma práctica, en qué medida, el mensaje cristiano

tiene una implicación pública y social para el creyente en nuestro país.

Aunque lo “público” y lo “social” pudiesen generar una confusión o redundancia,

queremos aclarar que matizar estos dos conceptos conlleva una comprensión

distinta en nuestro texto; ciertamente, lo público es la esfera que trasciende lo

privado, y en esa medida, celebrar la fe cristiana, no es solo construir prácticas

simbólicas para una determinada comunidad, sino que por tener un carácter

profético la religión cristiana marca un dinamismo que implica lo externo. Pero,

desde nuestra orientación, la implicación pública del mensaje cristiano en

Colombia se dirige más bien a la toma de conciencia de los creyentes, para

quienes, el mensaje de salvación que profesan necesita ser anunciado sin ninguna

influencia ideológica, tal como sucedió desde los apóstoles hasta las primitivas

comunidades las cuales tenían como única propuesta de vida el evangelio de

Cristo. Ahora bien, la implicación del carácter social, radica en señalar el modo

concreto como el cristiano desde su fe se responsabiliza del mundo desde la

solidaridad cristiana. En otras palabras, la implicación pública nos hace claridad

sobre la conciencia que hace perder la inocencia y privatización de la fe frente al

mundo y, la social por su parte, pretende hacer prácticos los contenidos de esa fe

desde un aporte significativo en la construcción de Reino en el mundo.

63

Desde la perspectiva que hemos señalado sobre la implicación pública y social

del mensaje cristiano, realizaremos tres sistematizaciones teológicas, la primera

intenta destacar la implicación pública de la fe cristiana en Colombia, la segunda

pretende abordar desde una teodicea sensible a la realidad de sufrimiento, la

“narración” de la violencia en la segunda mitad del siglo XX en nuestro país; la

tercera, por su parte, busca, desde las categorías de la Nueva teología política,

realizar una crítica a la realidad económica de la lógica neoliberal de mercado que

se impone en nuestra sociedad.

El privilegiar la escogencia de estas dos últimas realidades a estudiar está

motivado por nuestra hipótesis de señalarlas como dos de las dimensiones que

más generan víctimas, opresión y miseria en nuestra sociedad colombiana.

3.1 EL CREYENTE Y LA IMPLICACIÓN PÚBLICA DE SU FE

“No todo el que diga Señor, Señor se salvará”. (Mt 7, 21) Las palabras del tan

conocido relato evangélico encierran en sí mismas la distinción propia que tiene la

praxis de la fe cristiana en un mundo que significativamente determina la

posibilidad de concretizar la experiencia de Salvación. Negar por tanto, que

religión y sociedad no se auto implican, es desconocer de antemano la referencia

de la una hacia la otra en el proceso histórico de la humanidad.

De esta manera, los procesos sociales han permitido consolidar los sistemas de la

prácticas religiosas de la fe cristiana, en algunas ocasiones asumiendo del mal

llamado mundo pagano “practicas” que se ritualizan en las celebraciones

cultuales. En otros momentos de la historia de la humanidad, como por ejemplo en

la edad media, la religión asumió el papel legitimador de las prácticas sociales y

políticas como una empresa ideológica de poder, fundamentada en la suprema

autoridad divina y humana de una Iglesia que en nombre de Cristo tiene la función

de gobernar, enseñar y santificar al mundo.

64

Sin embargo, después de la reflexión ilustrada de la modernidad, el énfasis de la

relación religión y sociedad hizo necesario desentrañar las implicaciones sociales

y políticas de la fe cristiana, deslegitimadas en los discursos metafísicos en los

que primaba una cierta “ideología” religiosa catalogada como “opio”, tal como lo

hicieron filósofos como Marx, Freud y Nietzsche.

A este punto, el problema para la fe cristiana no es solo el de manifestar la fe en

Dios independiente de las críticas a las concepciones teístas profesadas como

verdades reveladas. El inconveniente radica más bien en la necesidad de

“desideologizar”, el sistema teológico de la fe para asumir la pregunta por la

cuestión de la fe y la praxis social, pues se encuentra en juego, la finalidad del

mensaje salvífico frente a la realidad social y política desde la lógica de construir

Reino de Dios en nuestro mundo.

El creyente por tanto, como cristiano, es el portavoz del mensaje de salvación, y la

implicación pública de su fe se hace evidente por la misma identidad de su

mensaje. Ciertamente en algunas apreciaciones teológicas como la de Ranher,

que es una teología de corte transcendental, existencialista y personalista puede

observarse una posible respuesta al problema de la implicación de la buena nueva

en la vida de los creyentes; sin embargo, como lo denuncia el mismo Metz, el

problema de dichas teologías es el de “privatizar el núcleo del mensaje cristiano y

reducir la praxis de la fe a una decisión individual ajena al mundo, de hecho, a la

hora de explicar el mensaje, las categorías que predominan en esta teología son

de preferencia a lo íntimo, lo privado y lo apolítico”117

La Nueva teología política ayuda a ejercer, ante tal situación, una función crítica

en la sociedad, pues el intento de privatizar el mensaje es ya una amenaza a la

naturaleza del mismo, en tanto que los evangelios no son una predicación privada

sino pública y su referente esencial es la realidad social, en este sentido la palabra

y la experiencia del Dios cristiano porta una promesa a la que ninguna ideología

117 Op. Cit. Metz, Dios y Tiempo. Nueva Teología Política. p. 14

65

puede robar sus implicaciones sociales. La privatización de la fe del creyente es

una “salida” del cristianismo del ámbito social que deja a la deriva de cualquier

forma de pensamiento la interpretación e implicación de la religión en el mundo, y

en este sentido se convierte en legitimadora de la ideología posmoderna que

procura desligar la religión de los ámbitos sociales que le son propios.

El creyente cristiano asume desde el mensaje de la buena nueva del evangelio de

Cristo una experiencia “salvadora” que desborda los propios límites de su

contingencia en la medida en que dicha salvación refiere una esperanza no de

corte privado sino público por el hecho que ella nace de un “escándalo” para el

mundo regentado en una promesa universal desde el sacrificio de la muerte de

Jesús en la cruz y su gloriosa resurrección.

Pero al escándalo de la cruz se suma la irrenunciable tarea apostólica de “ir y

proclamar ante el mundo un mensaje nuevo y transformador” (Mc 16,15; Mt 28, 18

20) a ejemplo de Cristo que no fue ni una persona privada ni pretendió hacer de

su grupo de seguidores un club, ya desde un comienzo esta comprensión la

manifiesta el apóstol de los gentiles en sus escritos y el evangelio de Lucas para

quien la salvación de Jesucristo debería llegar a todos los confines de la tierra.

Las lecturas privadas e intimistas del culto de la fe cristiana corresponden a una

alienación ideológica distinguida por el miedo en el que se acepta sin más la salida

de la religión del ámbito público. Situación que de por sí, es contraria a las

palabras, obras y acciones de Jesús quien anuncia el Reino en el que se hallan

las promesas de libertad, justicia, paz y reconciliación proyectada como salvación

en sentido social y político. Y ha de leerse “social y político” no como otra

ideología más de un posible “mundo mejor”, sino como efectivamente una realidad

concreta en el presente mundo al que desde la historias de sufrimiento han sido

robadas estas promesas, y donde quienes profesan su fe en el Dios de Jesucristo

les obliga como imperativo poder recuperarlas desde la reserva de la promesa

futura. En este sentido afirma Metz;

66

El mensaje cristiano no tiene un vacuo horizonte de expectativa religiosa, ni forma una idea meramente reguladora sino que constituye para nuestro presente un imperativo críticamente liberador, es aguijón y tarea que se convierte en realidad y en verdad en las condiciones históricas del presente; porque su verdad hay que hacerla y vivirla118

Toda la implicación pública de la fe cristiana es para el creyente una conciencia de

praxis en la situación histórica y en esta medida el creyente cristiano en nuestro

país tendría que preguntarse por su responsabilidad social ante las historias

negativas de la misma nación. De hecho, Colombia siempre se ha caracterizado

por ser un país en el que la mayoría de sus ciudadanos se denominan creyentes

cristianos tanto de corte católico como protestante o pentecostal.

Sin embargo, en el país del sagrado Corazón, la Virgen de Chiquinquira, El Señor

de los Milagros de Buga, en el conglomerado de público para las alabanzas y las

predicaciones de la palabra, los exorcismos, la glosolalia – de parte de los

cristianos no católicos- es donde encontramos un alto índice de violencia, dolor y

sufrimiento, así como el poco compromiso teológico cristiano por apasionarse de

los dolores de nuestra sociedad.

En este país con una situación histórica concreta, los cristianos están llamados a

vivir las promesas futuras del Reino en el presente con actitud crítica frente las

circunstancias sociales marginales que hay y que nos rodean. El cristiano ha de

tener la conciencia teológica no tanto de proponerse describir la fe o discutir el

problema de una existencia creyente en nuestro mundo, sino más bien el

propósito de hallar el lenguaje religioso socialmente adecuado, como dice Metz,

118 Ibíd., p. 19

67

un “lenguaje de una nueva justicia en verdad, el lenguaje que anuncia la paz con

Dios, con el hombre y la presencia de su Reino”. 119

La situación por la que atraviesan las experiencias de fe de los creyentes

colombianos parece desvanecerse en sistemas devocionales que en muchas

ocasiones tergiversan la comprensión del Dios revelado en Cristo. Hay

ciertamente “lenguajes religiosos” todos ellos presentes en lo que se denomina

piedad popular, del lado católico las romerías a santuarios o a lugares donde la fe

es la magia que puede cambiar todo lo imposible; del lado protestante la

comprensión de una teología pentecostal que inunda las zonas de nuestro país

equiparando Reino de Dios como progreso económico, o carismas del Espíritu en

una predicación contra el demonio.

Estos llamados lenguajes religiosos de las prácticas de fe cristiana intentan, en

consideración de muchos, responder a la situación social y política, pero no cabe

duda que repliegan la religión o lo religioso a un ámbito privado y burgués. La

implicación de estas prácticas continúan siendo un “opio” que no permite

despertar la conciencia de salvación cristiana en la vida histórica de nuestra

nación.

Así las cosas, la Teología política, como instancia critica de la fe creyente, serviría

para denunciar que en nuestro país a merced de lo económico hemos puesto la fe,

a merced de lo mágico, hemos desfigurado la centralidad de la vida sacramental, a

merced del miedo al “diablo” hemos perdido la oportunidad de anunciar Reino de

Dios , a merced del miedo social, hemos perdido la voz profética que anuncia una

esperanza, a merced de la desfigurada confusión social, hemos patrocinado

nuestro asilamiento y exilio, a merced del vínculo social ideologizado por la

economía capitalista hemos permitido incluso que nuestras tradiciones religiosas

puedan ser desdibujadas y copiadas en la nueva religión de la sociedad, la del

mercado.

119 Ibíd., p 19

68

Las preguntas, desde una teología política, serían, ¿acaso la experiencia de fe

cristiana es una mera consolidación de creencias y prácticas religiosas?. ¿No

será más bien que las Iglesias han preferido optar por legitimar en Colombia una

religión burguesa a través de este tipo de prácticas en la que nos interesa enviar

al ámbito privado nuestras expresiones de fe?

Ante las preguntas y teniendo presente al creyente y la implicación pública de su

fe, la nueva teología política nos lanza el reto y la necesidad de establecer una

eclesiología colombiana pertinente que descubra que celebrando la “memoria

passionis” de Cristo puede celebrar su pasión por la humanidad, que ejercitando

un discipulado auténtico desde la “inteligencia de la compasión” como solidaridad

cristiana puede buscar la transformación de la realidad marginal en la esperanza

desde la que se sabe poner la “historia” en la presencia y la promesa de Dios.

La Iglesia, pueblo de Dios, desde la Nueva teología política tendría que tener su

identidad como “institución de la libertad crítica de la fe”.120 Y por este motivo la

imagen de la Iglesia no podría seguir siendo la de la superestructura ideológica de

condiciones sociales y de poder, sino una Iglesia preocupada realmente por los

gozos y alegrías, tristezas y dolores de este mundo, según el espíritu conciliar de

Vaticano II.

Las tareas del creyente en esa Iglesia arrancan de una “conciencia nueva” en la

que se presenta la critica en favor del ser humano en un mundo globalizado y

tecnificado por la economía, la denuncia de las estructuras políticas incorrectas de

las naciones para construir sociedad, la primacía profética de la práctica del amor

cristiano como compromiso samaritano en el mundo, así ciertamente, la iglesia del

amor no sería la de la religión del poder.

120 Esta es la denominación que plantea Juan Bautista Metz cuando asume la tarea de definir la Iglesia desde la institución y la institucionalización. Cf. Ibíd. p. 27-29

69

La conciencia nueva le permite al creyente colombiano que ha tenido “experiencia

de Dios en su vida”, reconocer que su fe articula sus sistemas de creencias

religiosas que dan identidad a la Iglesia, su esperanza es la fuerza y protección

del ser humano ante los sistemas opresores de la historia, su amor como entrega

incondicionada posibilita alcanzar la libertad y la justicia de los hombres

marginados y agobiados por el sufrimiento. Y en esta medida, existe la tarea de

definir la Iglesia colombiana como,

La Institución que vive, ella misma, bajo la reserva escatológica. Ella no existe por su propia voluntad, ni está al servicio de su propia autoafirmación sino que está ahí, para la afirmación histórica de la salvación de todos. La esperanza que ella predica no es una esperanza en la Iglesia sino en el Reino de Dios. Por eso la Iglesia como institución vive, justo, de la permanente proclamación de su propia provisionalidad. Y esta provisionalidad escatológica tiene ella que hacerla realidad institucionalmente afirmándose como la institución de la libertad critica frente al proceso social con sus tentaciones de absolutizarse y encerrarse.121

Finalmente el creyente y la implicación pública de su fe contemplaran una teología

política propia ante las historias de sufrimiento y marginación de las víctimas de

nuestro país. Así el “Buscad el Reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura”,

(Jn 14, 12-14) - como afirma el evangelista- tendría para el creyente colombiano

una connotación particular por los matices de su misma historia social.

Buscar el Reino es la gran implicación pública de la fe creyente en Colombia, ese

es el Reino anunciado como buena nueva por Jesús para los hombres con un

contenido propio: la justicia de Dios, la verdad, la misericordia, la solidaridad, el

perdón, y el reconocimiento del Señorío de Dios en la historia.

De aquí se desprende el carácter público del contenido de la fe cristiana, y el

creyente, profesando dicha fe debe comprender que la historia de su país en la

121 Ibid., p 21

70

cual el mismo puede ser protagonista, ya no es ajena a su experiencia religiosa,

pues ella rescata al ser humano que está en el mundo, bien sea, desde la

recuperación de la voz de las víctimas por la memoria subversiva en la historia,

bien sea, permitiéndole nuevamente al creyente no olvidar su compromiso y

responder a su tarea pública de construir las bases de una sociedad que

construye Reino de Dios como proyecto cristiano de salvación.

3.2 MEMORIA NARRATIVA CRISTIANA EN COLOMBIA

“El que no sabe lo que le pasa, hace memoria para salvar la interrupción

de su cuento, pues no es enteramente desdichado el que puede contarse a sí

mismo su propia historia”.

María Zambrano

Los caminos de sistematización de la Nueva teología política nos llevan ahora al

tan mencionado ámbito de la historia, y ciertamente, de nuestra propia historia. A

lo largo de la investigación hemos insistido en que de la realidad social emerge

una inquietud teológica, y dicho sea de paso, nuestra preocupación social por

entablar una relación directa entre lo que profesamos como fe cristiana y nuestra

praxis social.

Nuestra mirada metodológica dirige ahora su atención a la memoria y desde ella a

la narración de una historia que ha golpeado al país y se convierte en un

ultimátum para poder seguir hablando del Dios cristiano en nuestra nación. Esta

historia a la que nos referimos es la que toca las víctimas en nuestro presente, es

la historia de violencia de la Colombia de los últimos 20 años del siglo XX

provocada por la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico.

71

Queremos por tanto, después de haber dilucidado la implicación pública de la fe

creyente, acercarnos a una posible sensibilidad cristiana que solidarice la fe con

las víctimas inocentes de nuestra violencia, a quienes se les fueron violentadas

las promesas del Reino: la libertad, la justicia, la paz, la dignidad entre otras. En

esta medida, no es pretensión nuestra narrar la historia como simple recuerdo,

sino más bien desde una memoria subversiva que se hace narración provocadora

de solidaridad y compromiso, ya no desde discursos comunistas, sino desde el

mismo seno de la identidad cristiana.

3.2.1 “Tres narraciones históricas, una sola síntes is: destrucción y muerte”

El mirar “hacia atrás” inducido por la Nueva teología política, despierta nuestra

conciencia de narrar tres estados diferentes de una misma realidad de destrucción

y muerte. Por tal motivo, a continuación nos detendremos a analizar la historia de

los actores de la violencia colombiana de los últimos 20 años del siglo XX en

Colombia.

La violencia no es un hecho estructural, ni un problema de cultura, ni genético,

como se nos ha dicho muchas veces; por eso se hace necesario tener siempre

presente las condiciones de constitución y desarrollo de estos actores, que los

hacen capaces de crear un conjunto de situaciones que permiten el desarrollo de

múltiples formas de sufrimiento.

Al delimitar los últimos 20 años del siglo XX en Colombia, no estamos haciendo

caso omiso a la historia de sufrimiento acaecido en nuestro país, pues somos

conscientes que hasta 1980 era posible identificar en nuestro país una violencia

propiamente política, es decir, la que se producía en el enfrentamiento entre

guerrilla y las fuerzas del orden del estado. Pero lo cierto es que desde finales de

la década de los ochenta, nos encontramos con una violencia con múltiples

facetas que tocan nuestro presente, como son: violencia política, violencia

generada por el narcotráfico, violencias de limpieza social, las cuales se pueden

denominar como violencia organizada; y a esto se debe agregar otra serie de

72

violencias que siempre han existido, pero que en los últimos años se han

agudizado, como son: la de los ajustes de cuentas, la de las riñas, la de las

venganzas, entre otras, que están presentes en toda la vida nacional y que, sin ser

organizadas, producen el mayor número de víctimas.

En nuestra mirada histórica observamos el gran desarrollo de la violencia

colombiana con protagonistas organizados que se vuelven aún más poderosos

en la época de los noventa. Las guerrillas y los grupos paramilitares aumentan las

operaciones con centenares de combatientes y armamento más sofisticado;

proliferan las milicias urbanas, las mafias locales se fortalecen y se crean los

carteles de la droga, así como también aumenta la delincuencia común.

La guerrilla, el paramilitarismo y el narcotráfico se constituyen en los tres focos de

estudios para analizar la violencia en nuestro país, por tal motivo nos dedicaremos

a continuación a realizar una breve reseña de su origen y desarrollos, así como

sus perspectivas e influencias actuales en la sociedad colombiana; que es, en

ultimas, lo que nos permitirá comprender su acción violenta y su inclusión dentro

de los factores que más generan victimas en nuestro país.

3.2.1.1 La insurgencia armada 122 La guerrilla colombiana tiene una particularidad

con respecto al resto de América Latina: la emergencia temprana de este actor

político, con amplia antelación a la revolución cubana. A fines de 1949 nacen los

primeros núcleos de autodefensa campesina y de guerrilla móvil, con motivo de

enfrentar la violencia oficial. Estos núcleos se desmovilizaron parcialmente durante

la pasificación del gobierno de Rojas Pinilla en 1953, para reactivarse tras la

ocupación militar de Villarrica (Tolima) en 1955, donde se había refugiado una

parte de los antiguos insurgentes comunistas.

122 En adelante señalamos las fuentes históricas desde las que realizamos nuestra investigación sobre los grupos señalados. Esta primera es: LEONGÓMEZ PIZARRO Eduardo. La insurgencia armada: raíces y perspectivas. En: Pasado y Presente de la Violencia en Colombia. Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (compiladores). Medellín: La Carreta Editores, 2007. p. 321-338

73

Por otra parte, es importante tener presente que todo grupo alzado en armas tiene

una historia y no necesariamente cada grupo guerrillero es el mismo hoy que en

sus orígenes; por el contrario, estos han sufrido muchos cambios a lo largo de su

propia historia, la cual se puede dividir en cuatro periodos: a) 1962-1973: etapa de

emergencia y consolidación; b) 1973-1980: etapa de crisis y división; c) 1980-

1989: etapa de recomposición y auge y d) crisis actual.

• Etapa de emergencia y consolidación

En los años setenta la revolución aparece no sólo como una estrategia necesaria

ante el subdesarrollo de los pueblos de América Latina, sino también como una

respuesta respaldada por la teoría social. El debate intelectual gira en torno a las

“situaciones de dependencia”, sea en una interpretación histórico-cultural del

imperialismo o en la propuesta de socialismo o fascismo como la alternativa de las

sociedades latinoamericanas.

Lo cierto es que toda América Latina se hallaba en una “zona de tempestades”,

dado que la situación general tenía ya un carácter pre-revolucionario. El foco

insurreccional era el detonante final. En otras palabras, se partía del presupuesto

de la existencia de una crisis de legitimidad del proyecto político de las oligarquías

continentales, más no de una crisis de dominación. Resuelto de antemano el

problema político (ausencia de legitimidad estatal), faltaba resolver la cuestión

militar y de ahí la impostergable necesidad de crear el aparato militar capaz de

enfrentar el aparato adversario.

Así las cosas, para lograr el propósito de crear estos aparatos armados, la

revolución cubana aportó tres aspectos fundamentales a las guerrillas

colombianas: 1.Considerar que las fuerzas populares pueden ganar una guerra

contra el Ejército, 2. No siempre hay que esperar a que se den todas las

condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas, y 3. En

74

América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser

fundamentalmente el campo123

Estos principios guiaron en un primer momento la creación de los movimientos

armados de liberación, los cuales con el tiempo agrupan la lucha armada y la

política en un solo frente común, dándose prioridad a la guerra; donde se actúa

con la táctica foquista, que consiste en cercar las ciudades a partir del campo,

para desgastar las fuerzas armadas oficiales, para luego concentrar fuerzas en los

centros urbanos y así realizar audaces acciones de desestabilización del poder.

Se entiende así que se vaya dando la independencia de la acción militar con

respecto a las relaciones sociales y políticas dentro de los grupos insurgentes, ya

que, todas las energías se concentran en la pura acción militar, en el

ensimismamiento del grupo y en el cerramiento ideológico. El grupo insurgente se

expresa más a partir de principios, que como fuerza social real. Así, el principio de

oposición frente a un adversario social se transforma en un principio antagónico de

destrucción del otro que es percibido como una identidad total: el Estado y el

orden.

Pero precisamente por esa falta de análisis de la realidad social y política, por

parte de estos primeros grupos insurgentes, es que muchos de ellos

desaparecieron. Por ejemplo, en las condiciones de Colombia la guerrilla no podía

aspirar a desarrollar una guerra de liberación nacional, a diferencia de Cuba, en la

cual la presencia traumática de Estados Unidos movilizaba amplios sentimientos

nacionalistas. Tampoco podía aspirar a representar un factor de resistencia

masivamente a la población, como en la Nicaragua somosista. Así las cosas, la

guerrilla colombiana tenía de antemano excluida su posibilidad de representación

en los niveles más amplios: los del ámbito nacional y democrático.

123 Ernesto Guevara, “La guerra de guerrillas”, en Obras 1957-1967, t. I, La Habana, p. 31

75

De otra parte el polo popular no estaba lo suficientemente consolidado como para

brindar un apoyo eficaz a la guerrilla, además, nunca la clase obrera ni el

campesinado, en cuanto tales, se sintieron representados por el movimiento

guerrillero. Lo cual permite concluir, que si bien existían en Colombia condiciones

favorables para la emergencia y consolidación de focos armados, estaban

totalmente ausentes las condiciones para que éstos pudiesen acceder al poder.

• Etapa de crisis y división

Los años setenta pueden caracterizarse, entre otras cosas, por una relativa

reconstrucción del polo popular (auge del movimiento campesino, estudiantil,

obrero) y por un declinar simultáneo, debido a múltiples factores, del movimiento

insurgente nacido en el decenio anterior; el cual, había sustituido a los actores

sociales, antes mencionados, debido a su debilidad; y actuaba en nombre de ellos.

Pero una vez se reconstituyeron estas organizaciones sociales, comenzaron a

actuar directamente para alcanzar sus reivindicaciones, organizando sus propios

canales de participación y resolución de sus conflictos.

Unido a lo anterior, entramos en la década de los setenta, a observar, por una

parte, la poca capacidad de reclutamiento que tenían los grupos guerrilleros y, por

otra, las divisiones internas y cercos de aniquilamiento militar exitosos por parte

del Ejército, así como la incapacidad de articularse a las luchas sociales y la

emergencia de agrupaciones urbanas de izquierda con alguna audiencia; lo cual,

explica el declive de las organizaciones guerrilleras.

El Ejército de Liberación Nacional, ELN, Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de

Colombia, FARC, y el Ejército Popular de Liberación, EPL, comenzaron a ocupar

un papel en extremo secundario en la vida nacional, tras unos años iniciales en los

cuales el mito guerrillero había adquirido amplia audiencia como consecuencia de

la revolución cubana. En este contexto de aislamiento social y la debilidad política

se creó un clima que favorecería no sólo la desmoralización interna de cada una

76

de las organizaciones, sino el éxito de las operaciones militares desarrolladas por

las Fuerzas Armadas del Estado.

Así mismo hay que considerar que el declive del movimiento guerrillero a lo largo

de esta década no se acompañó de una consolidación significativa de los

proyectos de izquierda legal urbana, que se hallaba fragmentada en múltiples

grupos; de hecho, los partidos políticos de tendencia izquierdista no se

consolidaron. Es así que al terminar el decenio, nuevamente la guerrilla empezaría

a copar el espacio de la oposición de izquierda. La gran paradoja es que mientras

el país se urbanizaba, la izquierda tendía otra vez a ruralizarse. Su escenario se

trasladó nuevamente al campo, y se ahogaban así los proyectos de izquierda

legal, hundiéndose su potencial para constituir un polo alternativo a los partidos

tradicionales.

• Etapa de reactivación y auge

El año de 1979 marcará el inicio de una etapa de auge y reactivación del

movimiento guerrillero colombiano, que había vivido a lo largo de la década de los

setenta, como hemos visto, un languidecer casi total. Con el M-19 se da una

revolución dentro de la revolución: la guerrilla estaba haciendo el tránsito de la

marginalidad, como polo exclusivamente militar, a su emergencia como un “polo

político”, cuyas propuestas sobre el estado y sobre el manejo de la guerra y de la

paz lo ubican en un lugar privilegiado del escenario nacional. Comenzaba, por

primera vez, a disputarle la legitimidad a la clase política tradicional en su propio

terreno.

Esta renovación de los grupos guerrilleros coincide con un fenómeno nuevo en la

vida nacional, cuyos gérmenes se daban en las luchas agrarias, estudiantiles y

laborales de los años setenta: la emergencia del movimiento social ya no como

hecho aislado y marginal sino como un actor con presencia en la vida nacional.

Estos dos hechos, el tránsito de la guerrilla hacia una modalidad de “actor político”

específico y la emergencia de los movimientos sociales, incidirán en esta

77

renovación global del movimiento insurgente. Lo cual no significa que la guerrilla

se haya constituido en un factor de poder.

Y esto es así, ya que, la identificación difusa de algunos sectores de la población

con la guerrilla, nacida del dualismo frustración política-acumulación explosiva de

demandas sociales, no se tradujo en apoyo directo y masivo al proyecto

insurgente, aunque sí se expresó en una ampliación de la capacidad de

reclutamiento de adherentes a la guerrilla, que crecerá en todas sus vertientes en

este periodo.

Debido a este proceso de fortalecimiento de la insurgencia en la sociedad, se hace

indispensable para algunos sectores de la clase dirigente darle un viraje al manejo

del orden público. La resolución política al conflicto interno asumirá entonces un

carácter prioritario para el país. Se trataba de adecuar las instituciones políticas a

los cambios socioeconómicos vividos por el país en las últimas tres décadas, cuyo

desajuste es una de las principales fuentes de la crisis nacional. A pesar de ello

muy pocos de estos procesos de paz han tenido éxito, y hasta nuestros días la

violencia engendrada por estos grupos armados se mantiene.

• La guerrilla y la crisis actual

En este periodo que llega hasta nuestros días, tampoco la guerrilla alcanzó a

constituirse en una opción de poder a pesar de que su auge coincidió con un

deterioro en los niveles de legitimidad institucional. La emergencia de otros

actores activamente inmersos en la violencia (narcotráfico, grupos paramilitares y

de autodefensa, delincuencia común organizada y difusa), no sólo significó un

adversario feroz para la guerrilla, sino que llevó a una imposibilidad de acumular

en forma bipolar (Estado/guerrilla) las tensiones nacionales, dispersando los

conflictos armados en múltiples escenarios, crecientemente anarquizados.

Lo cierto es que en la actitud que asume hoy la guerrilla en Colombia, es

indudable que influye la crisis de sus modelos de referencia a nivel mundial, es

78

decir, los grupos inspiradores en el mundo han ido desapareciendo o han

desaparecido totalmente. El impacto puede llegar a ser muy diverso: en algunas

organizaciones guerrilleras un impacto de desideologización/pragmatismo, tal

como ocurrió con el M-19; en otras, una pérdida de referentes puede conducir a un

radicalismo anarquizante, tipo Sendero Luminoso, para auto-concebirse como el

último reducto de la ortodoxia traicionada. Este puede ser el caso del ELN, e

incluso de las FARC si se ahondan sus fricciones con los aparatos políticos que

las sustentan.

La pérdida de apoyo internacional para el sostenimiento de la confrontación, en

momentos en que sus costos son día tras día más vastos, lleva en algunos casos

a aumentar la depredación del adversario (secuestro, extorción), en otros a un

involucramiento en el negocio de la droga a una escala creciente; en pocas

palabras, hemos asistido en la última década a una degradación del proyecto

insurgente, donde el contexto actual, de deslegitimación y desaprobación masiva

de la violencia, ahonda su marginalidad, pues, la sociedad ha tomado conciencia

que la violencia sólo contribuye al colapso generalizado del país, ya que, se

extiende a todos los órdenes de la sociedad; incluso contra la población civil más

desprotegida, es decir, contra los campesinos y los empobrecidos socialmente, los

cuales son obligados a dejar sus tierras y, en muchos casos, son masacrados.

Así las cosas, y teniendo presente el rechazo generalizado en la sociedad de

estos grupos, nos permiten entrever que el movimiento insurgente puede estar

entrando en un nuevo estadio que, tras años de desarrollo y ampliación de sus

bases sociales y geográficas, comienza a sufrir una nueva regresión, como de

hecho lo estamos viendo en nuestros días, donde la sociedad se manifiesta

públicamente contra sus acciones de barbarie y las fuerzas del estado han logrado

debilitar en una gran medida su acción militar y delictiva a lo largo y ancho del

territorio nacional.

79

Nunca antes como en la década pasada y en los comienzos del presente decenio

las guerrillas tuvieron tanto poder destructor contra el estado, se cometieron

muchas masacres de campesinos y dirigentes inocentes y atentados contra la

infraestructura del Estado, que dejaron mucha más pobreza y desolación en

nuestras tierras. Hoy, estas víctimas siguen reclamando justicia y no ser olvidadas

en los avatares del tiempo y de la vida. Uno de estos grandes males provocados

por la insurgencia nos sigue conmoviendo aún hoy con mucha fuerza, y es el

drama del secuestro de aquellos inocentes, que por la brutalidad de unos pocos se

siguen pudriendo en las selvas de nuestro país.

Y como estos casos se podrían mencionar muchos más, pero lo importante es

saber que la guerrilla en su paso por la historia ha dejado y sigue dejando una

estela de muerte y destrucción, en pocas palabras, su violencia ha cobrado ya

muchas víctimas y todo por la legitimación de una ideología política que intenta

ponerse por encima de cualquier realidad humanizadora.

3.2.1.2. Paramilitares en Colombia 124 La acción de grupos paramilitares en

regiones donde actúan las guerrillas ha cambiado el escenario y la dinámica de la

confrontación armada en el país. Las políticas de contrainsurgencia en la década

pasada abrieron la puerta para que poderosos grupos en algunas regiones se

convirtieran en gestores armados de la violencia, con una tendencia hacia la

autonomía con respecto al Estado.

La acción paramilitar ha probado ser un medio eficaz para expulsar a los grupos

guerrilleros en algunas regiones, pero el costo oculto de esta transformación es la

creación de dominios territoriales armados, donde no puede actuar el Estado sino

como cómplices de sistemas de justicia privados. Lo esencial de este tipo de

124 La fuente bibliografía desde la que exponemos nuestras ideas sobre los paramilitares es: POSADA REYES Alejandro. Paramilitares en Colombia: contexto, aliados y consecuencias. En: Pasado y Presente de la Violencia en Colombia. Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (compiladores). Medellín: La Carreta Editores, 2007. Pp. 353-361

80

justicia es que no individualiza responsabilidades, sino que se aplica a sustitutos

de los culpables, como medida ejemplarizante para crear terror en la población.

Lo cierto es que en su historia, el Estado colombiano ha tenido recurrentes

periodos de debilidad para asegurar el monopolio de la fuerza frente a las

situaciones de crisis del orden interno. En estos periodos la estabilidad de las

relaciones de dominación social por parte de las élites locales ha dependido del

uso de la fuerza directa contra sus adversarios sociales.

Así mismo, los movimientos de las elites regionales tienden a la violencia por

mano propia cuando perciben que la tramitación democrática del conflicto alteraría

sustancialmente las situaciones de privilegio institucional, derivadas de la

estructura de propiedad y el control de los recursos comunes.

Así las cosas, la primera condición para el surgimiento del paramilitarismo es,

entonces, la debilidad estructural del estado colombiano para imponer a las élites

regionales un marco de conductas democráticas para la resolución del conflicto

social. Una segunda condición se relaciona con la política contrainsurgente, que

en los inicios de la década de los ochenta se enmarcaba dentro de los procesos

de paz, con los cuales el ejército no estaba muy de acuerdo; este descontento se

manifestó en la estrategia de lucha, pues las brigadas y batallones en áreas

guerrilleras comenzaron a organizar el apoyo de los propietarios locales para crear

grupos de autodefensa, que poco a poco se extendieron por todo el país.

Es así que la mayor parte de los grandes propietarios en las regiones afectadas

por las acciones predatorias de las guerrillas, que cubría cerca de 500 municipios,

a principios de la década de los noventa, apoyaban alguna forma de seguridad

privada.

Esta disposición de los propietarios no es generalizada pero sí convoca a sectores

suficientes para haber tejido una red de sistemas de defensa en áreas afectadas

por las guerrillas. En buena medida es un resultado acumulado por casi tres

81

décadas de luchas guerrilleras infértiles de éxitos revolucionarios, que se limitan a

ejecutar asaltos armados contra poblaciones, combates esporádicos y extorciones

generalizadas y regulares contra todo aquel que tenga un patrimonio acumulado.

El carácter parasitario de estas acciones les resta legitimidad social a las guerrillas

y permite a sus adversarios reclutar opositores entre sus propias bases y

desertores de sus filas.

Por otra parte desde mediados de la década de los ochenta hasta la actualidad se

hizo patente la alianza de los grupos paramilitares con los grandes

narcotraficantes de cada región, con lo cual se incrementó su accionar delictivo en

casi todo el país, y en su lucha contra la guerrilla la mayoría de las víctimas han

sido hasta hoy personas, en su mayoría humildes, ajenas al conflicto.

Víctimas en muchos casos de lo que se denominó en su época los escuadrones

de la muerte, donde policía y ejército resultaron implicados en su accionar de

atropellos a los derechos humanos. Los habitantes de regiones donde actúan las

guerrillas han sido aterrorizados mediante asesinatos y masacres colectivas

ejemplarizantes, sus organizaciones destruidas y muchos de ellos han sido

desplazados a las ciudades, incrementando el conflicto social.

Como consecuencia del accionar paramilitar se cuenta que la guerrilla ha perdido

sus bases de apoyo entre las poblaciones sometidas a la agresión paramilitar y

han sido obligadas a convertirse casi exclusivamente en aparatos militares, que

luchan para sobrevivir como milicias armadas y pierden contacto con el sentido

político de la lucha popular; igualmente los narcotraficantes han dispuesto de

organizaciones armadas para proteger territorios y negocios de coca, para

expulsar a la guerrilla y para organizar militarmente bases sociales de apoyo; así

mismo las fuerzas armadas han perdido credibilidad interna e internacional como

resultado de sus alianzas antisubversivas con el narcotráfico y los paramilitares.

Pero como gran consecuencia de la actuación de los grupos paramilitares en

Colombia se puede denunciar la gran cantidad de muertes que han provocado en

82

la sociedad civil, pues, una de sus estrategias de guerra y terror, como se ha

dejado ver anteriormente, es la de las masacres, donde han muerto miles de

compatriotas inocentes.

Ante tal situación, se sabe que aún hoy, a pesar de los procesos de

desmovilización que han realizado los grupos paramilitares, sus víctimas siguen

reclamando justicia, pues la reparación y la verdad prometidas han sido ilusorias e

insuficientes ante el gran reclamo de la sociedad que pide no olvidar a aquellos,

que por la acción de una guerra absurda y fratricida, han perdido sus vidas, pero

que sus voces siguen clamando por el amanecer de una Colombia libre y en paz.

Pero este clamor se puede perder, ya que, a pesar de la desmovilización de los

grupos paramilitares, la guerrilla continúa su acción delictiva en el país y el

narcotráfico sigue siendo un flagelo para nuestra sociedad; dos elementos que,

como se mostró anteriormente, dieron origen al paramilitarismo, y que hoy son

también el origen de nuevos grupos armados.

Finalmente, se puede decir que hasta que no haya un verdadero cambio social en

nuestro país, la violencia seguirá rondando nuestras tierras, produciendo cada día

nuevas víctimas como las que sigue produciendo el negocio del narcotráfico, que

no es el único engendrador de violencia, pero que sí y en gran medida, es el que

la ha mantenido con sus recursos obtenidos del sacrificio de muchos inocentes.

3.2.1.3 El narcotráfico y la violencia en Colombia 125 En este tercer y último

apartado de esta primera parte que hemos denominado narrativa cristiana en

Colombia, se analizará el problema del narcotráfico como generador de violencia

en nuestro país, soportado como flagelo por muchas décadas. Pero antes de

entrar a explicar el problema de la violencia que genera el narcotráfico, es

125 La fuente bibliográfica desde la que describimos el problema del narcotráfico es: GUIZADO CAMACHO Álvaro. Cinco tesis para una sociología política del narcotráfico y la violencia en Colombia. En: Pasado y Presente de la Violencia en Colombia. Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (compiladores). Medellín: La Carreta Editores, 2007. p. 363-378

83

necesario recordar que el “problema” de las drogas no es algo nuevo en la historia

de la humanidad, pues, éstas siempre han existido con el hombre.

La problemática radica en el uso que el ser humano le da a las sustancias

psicoactivas, o mejor dicho, en el mal manejo que hace de las drogas, las cuales

pasan de ser sustancias útiles en el tratamiento de muchas enfermedades,

beneficiosas para la salud y catalizadoras de las energías de universales en

procesos espirituales, a ser utilizadas como medios de escape de la realidad y

productoras de placer, lo que, en definitiva, lleva a que se dé un abuso en el uso

de las mismas y termine siendo un generador de múltiples problemas en la

persona que las consume y en la sociedad. Se puede hablar, entonces, de

problemas de salud pública, de degradación de la sociedad, de destrucción de la

familia, de narcotráfico, de violencia, de economía ilícita, entre otros.

Y en este panorama, nada alentador del mundo de las drogas, Colombia no ha

sido ajena, por el contrario ha tenido que vivir desde hace mucho la realidad de

saberse uno de los primeros productores de drogas ilícitas en el mundo, y por lo

mismo ha soportado la carga de los problemas que esto representa, tanto a nivel

interno como a nivel internacional. Pero esta no es una carga que solamente nos

corresponde llevar a los colombianos, sino que también es un problema que afecta

al mundo entero, y no únicamente a los países productores, también a los

consumidores; que poco a poco han reconocido su participación en el manejo de

este negocio ilícito que cada día acaba con la vida de miles de personas, ya sea a

través de los problemas de salud que genera o a través de la violencia que se

desata en su bajo mundo de producción y comercialización.

Y es que el narcotráfico lleva implícita la violencia, pero ello no significa que

necesariamente ésta sea siempre e inexorablemente utilizada. En Colombia más

de una práctica económica ha estado al margen del control estatal, por su

ilegalidad o por la imposibilidad de ser controlada, ya algunas han tenido la

violencia como su correlato, como el contrabando o la producción clandestina de

84

alcohol. De hecho hay una cierta continuidad de actores entre el contrabando de

bienes de consumo, la actividad esmeraldífera y el narcotráfico.

La violencia del narcotráfico se activa a partir tanto de sus continuidades históricas

como de las condiciones sociales específicas que asume en Colombia y la manera

como se relaciona con el estado colombiano y con la lógica imperial. De este

modo, el narcotráfico encuentra en el país una serie de conflictos que le permiten

adentrarse en muchos niveles de la sociedad, apoyando a grupos armados

ilegales y haciendo de ellos sus mejores aliados para empezar a tener el control

en muchas regiones del país y para poder llevar a cabo su lucha contra la

sociedad que pronto empieza a rechazar su actuar.

Y precisamente en esta lucha, el despliegue de la violencia del narcotráfico se

diversifica y asume al menos tres direcciones: a) hacia su propio interior; b) hacia

las barreras que se alzan directamente a su desarrollo (el Estado, personas o

grupos que se oponen a su existencia); y c) hacia quienes pretenden modificar el

orden social global en el cual se realiza la actividad; en lo último se ve, por

ejemplo, la lucha que se tubo y se tiene con grupos armados al margen de la ley,

por el control de los cultivos, de la producción y del negocio en sí mismo. En esta

lucha se presenta el fenómeno de la adquisición y expansión territorial por parte

de algunos narcotraficantes, a partir de masivos desalojos de campesinos y

colonos, que terminan siendo desplazados o asesinados.

Igualmente hay que reconocer que en la lucha contra los narcotraficantes, los

cuales se han convertido en enemigos públicos de la sociedad, también se genera

violencia, ya que, en el afán de combatir sus estructuras criminales, algunos

cuerpos armados del Estado han recurrido a métodos típicos de escuadrones de

la muerte, realizando labores de limpieza en las que no todas las víctimas son

identificables como narcos o como miembros de las organizaciones armadas al

servicio de éstos.

85

Así las cosas la violencia generada por el narcotráfico y atizada por los grupos

guerrilleros y paramilitares, asume dos características: la primera, la de ser una

guerra contra el Estado donde se cometen constantes magnicidios contra

dirigentes demócratas, representantes del Estado y el establecimiento político, es

lo que se podría llamar el “narcoterrorismo”; la segunda, es la que involucra a un

mayor número de personas y se dirige contra la población más desprotegida: el

campesinado y algunos de sus representantes, o dirigentes populares urbanos

víctimas de las campañas de limpieza, propiciando así un nuevo enfrentamiento

que podría rememorar la década de los cincuenta.

Lo que se puede concluir, de lo que se ha dicho anteriormente, es que las

tendencias de la violencia asociada al narcotráfico han tenido fuertes cambios a lo

largo de la década pasada e inicios de la presente. Aunque la violencia interna ha

cedido después del desmantelamiento de los “carteles” de Cali y Medellín y de lo

que significaron en términos de violencia sus diferentes conflictos, no se descarta

que ésta continúe vigente, y que las luchas intestinas sigan cosechando muerte y

víctimas, muchas de ellas, inocentes; que por querer un país mejor, libre del

flagelo del narcotráfico, son sacrificadas sin piedad. Pero lo peor de todo es que

muchas de estas víctimas, que han dado su vida para que tengamos una

Colombia mejor, han sido olvidadas y muchas veces no se ha reconocido su

lucha; por eso es hora de que nuestra sociedad tome conciencia de estos

sacrificios y haga algo para que su memoria sea verdaderamente subversiva, es

decir, generadora de cambio. Sólo así su sacrificio no habrá sido en vano.

Este es, pues, el trabajo que hoy nosotros tenemos, ya que sólo traemos nuestra

memoria los horrores del pasado, podremos empezar a construir una patria mejor,

donde el afán del dinero fácil y la ostentación de los bienes de este mundo, no

estén a la base de nuestra sociedad; y esto, porque esta mentalidad mafiosa sólo

ha traído a nuestro pueblo muerte, desolación, tristeza y vergüenza ante los

demás pueblos del mundo.

86

Únicamente una sociedad que no minusvalora las realidades de violencia vividas

en épocas pasadas es capaz de reconstruirse sin cometer los mismos errores, y

es que el narcotráfico ha sido uno de los peores errores de nuestra historia, el cual

ha dejado una herida muy grande en nuestro ser de nación, que no se cerrará muy

pronto, mejor dicho, es una herida que aún no se ha cerrado, ya que este

fenómeno sigue hasta nuestros días presente en nuestra cotidianidad, aunque no

con las magnitudes del pasado reciente. Por eso, es responsabilidad de todos los

colombianos seguir trabajando para que en un futuro no muy lejano la realidad del

narcotráfico (que de una u otra forma, sigue manteniendo la guerra interna que se

vive en el país), desaparezca total y definitivamente.

Las muertes ya han sido demasiadas y nuestra nación no podrá seguir perdiendo

a sus hijos, las consecuencias sólo las veremos el día de mañana cuando los

jóvenes no puedan trabajar por la construcción de un país libre y en paz; la

violencia ha inquietado nuestras vidas, así no nos haya tocado directamente, por

eso desde la fe cristiana se tiene mucho por hacer, para cambiar estas realidades

violentas que parecen cada día fortalecerse y no tener ya retroceso, pues, nuestra

fe no puede ser sólo de palabras y frases bonitas, sino que debe ser de acción, a

ejemplo del actuar de Jesucristo el Señor, que luchó hasta entregar su vida en la

implantación del Reino de Dios, aquí en medio de nuestras realidades históricas.

3.2.2 Dios y la memoria de las víctimas de nuestro país Tres relatos con

una misma síntesis: la destrucción y la muerte. Fue esta la conclusión que

pudimos extraer luego de la descripción de la investigación histórica que hemos

hallado sobre la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico. De hecho Colombia

lleva una “historia de violencia” en la que los crímenes de la fuerza pública,

paramilitares, narcotraficantes, guerrillas y grupos de delincuencia común han

generado más de quinientas mil víctimas, es esto ya una historia realmente

escandalosa y una vergüenza para nuestra humanidad.

87

O acaso, ¿cuáles de las ideologías que regentan estos grupos tuvo presente el

imperativo humanitario en beneficio de los hombres cuando se dispusieron a

realizar masacres como la de San José de Apartadó, la del Chengue, la de la

Mejor Esquina, la de Bojayá, la de Caño Sibao, la de Jamundí, la de Trujillo, la

de Mapiripán, la del Salao, la del Aro y la de Macayepo, solo por mencionar

algunas?

He aquí la denuncia de la memoria subversiva del cristianismo, pues ella se

percata de la crítica dialéctica a un proceso histórico que pretendió construirse

desde supuestas bases de mejoramiento social y libertad, en el caso de la guerrilla

como proceso comunista para beneficio del pueblo ante la incompetencia del

Estado, en el caso de los paramilitares como protección violenta a ciudadanos

generando más violencia, en el caso del Estado en su falacia de construir un mejor

país, y en el caso del narcotráfico en el sueño falaz de tener un mundo de placer

habido de dinero y lujos extravagantes.

Pero, ¿qué puede hacer el creyente que profesa la fe en el Dios de Jesucristo en

medio de esta realidad? Precisamente desde la nueva teología política, un

despertar creyente con la conciencia de tener al frente una narrativa social, no

como simple novela de pasado, sino como pasión y actualización a razón del Dios

que nos impulsa con voz profética a construir un nuevo horizonte que privilegie

desde su expresión religiosa y cultual la praxis cristiana como solidaridad.

Remitir la pregunta por Dios en el sufrimiento humano de la historia en Colombia,

es ya una actitud “escandalosa” que pretende sacar de la “inocencia social” a

aquellos que profesan su fe en el Dios de Jesucristo. Es desacomodar a un país

católico, - más bien en su mayoría cristiano- del sistema en el que pretende

profesar la fe desde los esquemas institucionales de las Iglesias cristianas sin que

ello implique una respuesta pública a la historia del sufrimiento generado por la

violencia colombiana.

88

La historia de violencia y sufrimiento narrada en sentido negativo, irrumpe como

inquietud teológica y lleva a plantear una razón de ser de Dios en los contextos

colombianos de muerte y destrucción. Una pregunta a Dios, como realidad

siempre consoladora, lleva a no hacer de la religión un “opio” más; todo lo

contrario hace del mensaje religioso una verdadera posibilidad de salvación desde

las promesas del Reino. La religión cristiana es la religión de la “promesa”, y en

cuanto tal conserva un saber rememorativo en contra de los sistemas colombianos

que han tratado de hacer reinar la opresión y la miseria en nuestras tierras.

De otra parte, la realidad de violencia en Colombia durante los últimos años nos

manifiesta el fracaso histórico de construir senderos de humanidad. Nos

encontramos ante el desolado relato de la historia de nuestra nación, y dicho

relato no podría ser para nosotros un simple ejercicio narrativo de novela que nos

incentive los sentimientos y se esfume en una simple nostalgia impotente. La

memoria y la narración alientan un recuerdo que actualiza en el presente la

realidad de las víctimas de nuestro país, y desde ahí la buena nueva de Jesucristo

mueve la conciencia de los creyentes, para hacer crítica y solidaria a una nación

que desea pasar la página del dolor como un hecho sin más que hay que aceptar

con olvido.

Hoy la experiencia de fe cristiana, desde la “memoria passionis” de Jesucristo, nos

lanza a la tarea de manifestar una razón de ser del sufrimiento, como mística en

razón de Dios de tantos hermanos colombianos que necesitan recuperar su

dignidad reivindicando aquellas realidades de dolor. Es el “ultimátum” de una

conciencia cristiana para la sociedad colombiana en la intención de buscar

caminos que posibiliten la realización del Reino de Dios, desde una verdadera

restructuración de las esferas políticas, de una convicción del Estado por la justicia

social, de una salida al tan empobrecido modo de explotación de las ideologías

económicas en nuestras ciudades y del cese inmediato de acciones crueles por

parte de grupos armados.

89

Es la respuesta práctica que marca la razón por la cual es posible seguir

anunciando y celebrando en comunidad al Cristo muerto y resucitado en nuestro

suelo nacional, ya que la pregunta por el futuro de la humanidad encierra la

pregunta por Dios como posibilidad de poner la historia de los hombres en la

promesa escatológica, que se hace presente en el actuar práctico de la vida

cristiana desde la construcción del Reino. Por eso queriéndolo o no, la memoria

de la pasión y resurrección de Cristo, es subversiva, porque alienta al hombre a

poder solidarizarse con el “escandalo” surgido de nuestra historia de sufrimiento.

Si como creyente digo Dios en concepción cristiana, soy de ante mano, portador

de un elemento crítico que me lleva a actualizar la pasión por la humanidad desde

el ejemplo de Cristo y su pasión redentora la cual tiene como único propósito

dignificar la contingencia y sufrimiento humano a la luz de la resurrección. En esta

medida;

El sufrimiento ajeno se convierte en una provocación de carácter religioso. Obliga a la praxis de la compasión y perturba la piedad con una apasionada pregunta aclaratoria dirigida a Dios… pues quien dice Dios en el sentido de Jesús cuenta con que sus propias certezas religiosas se verán quebradas por las desgracias de los otros 126

La pregunta por Dios en el sufrimiento humano permite destacar que la Nueva

teología política pretende capacitar la pregunta a Dios por la realidad marginal,

pero dicha respuesta tiene sentido en la misma misión que ha cumplido Jesús

desde su pasión, muerte y resurrección. Bien decíamos que Dios no necesita ser

justificado si comprendemos que el obrar de Dios ha sido siempre descubierto

por el hombre, lo que necesita ser justificado es lo dicho por los cristianos sobre

Dios.

Ciertamente la historia de dolor y sufrimiento en Colombia es una es una historia

que nos corresponde asumir para superarla desde las acciones y promesas, que

126Op cit. Metz, Memoria Passionis. P. 39

90

Dios, como Señor de la historia, ha manifestado al mundo desde la esperanza,

una esperanza que no tiene como fin dejar a un lado el compromiso del creyente

en la transformación de su país sino que lo implica como promesa de Reino

futuro. Así;

Solo allí donde los cristianos prestamos atención a la oscura profecía del sentimiento de sufrimiento humano y ofrecemos nuestra ayuda a quienes lo padecen, solo allí escuchamos como es debido el esperanzador mensaje del sufrimiento de Jesús. 127

Las implicaciones sociales de la fe cristiana desde la Nueva teología política

radican finalmente, además de lo señalado hasta el momento, en una doble tarea:

teológica y política. Ciertamente la tarea teológica hecha desde una conciencia

política y la política desde una conciencia teológica en la construcción de sociedad

desde el aporte evangélico al mundo.

La tarea teológica, hecha desde una conciencia política, pretende recuperar el

espacio público de la religión desde la propia identidad cristiana, a través de una

teología de cara al mundo colombiano empeñada en centrar la justicia y la verdad

ya no solo desde conceptos sistemáticos sino con referencia a la realidad social.

El quehacer de la nueva teología política en los contextos colombianos debe

presentarse como un “proyecto de fe cristiana” que asume responsablemente la

tarea de hablar de Dios y vivir la fe en las distintas situaciones públicas de los

seres humanos.

El proyecto de fe cristiana de la Nueva teología política incluye una teología de la

encarnación en la que se reconoce la autocomunicación y donación del Dios que

sale de sí mostrando el amor a su creación. El Dios hecho hombre en Jesús, es la

127 Ibíd., p 67

91

concreción de esta concepción teológica y su propósito se centra en asumir el

comportamiento de Jesús quien predica y anuncia el Reino de Dios.

Seguido de esta consideración, se une al panorama del quehacer teológico

político la perspectiva de lo situacional, contextual. La fe cristiana se vive en la

realidad histórica y en tanto que se ha comprendido el actuar de Dios en la

historia, dicha fe debe responder a la situación histórica que le corresponde

asumir. Ciertamente esta es una teología que reacciona en contra del discurso

teológico hecho con “pretensiones suprahistóricas” y que quiere olvidar el terreno

de la praxis.

Tal como lo mencionábamos no podemos dejar pasar que una teología política

como proyecto cristiano no ha de perder la visión de la historia en la promesa

escatológica, así como tampoco, su conciencia crítica en la sociedad con el fin de

desenmascarar las realidades que intentan hacer caer al hombre en el absurdo

social desde las ideologías dominantes de la cultura, la política, la economía, entre

otros.

El proyecto teológico cristiano debe estar atento también a discernir lo que la

Iglesia ha denominado “los signos de los tiempos”, es decir, a comprender de qué

modo el mensaje de salvación actualiza la vida concreta del creyente en su

realidad marginal. Es esta, por supuesto una teología también espiritual en la

medida en que asume desde el “misterio” la mística del sufrimiento como

inquietud directa a Dios para descubrir su rostro en los marginados y en los que

sufren.

Finalmente, como tarea teológica con conciencia política, la teología cristiana

tiene su referencia a la praxis desde la que debe buscar consolidar la solidaridad

con las víctimas en la memoria subversiva presente en la narración cristiana de la

muerte y resurrección de Cristo como liberación y crítica en la sociedad. El hecho

92

salvífico de Cristo es a toda costa una constante critica pues asume el

compromiso de ser solidario con quien se siente afectado injustamente por las

acciones y pensamientos de los hombres.

A muchos teólogos, planteamientos como estos puede parecerles “sospechosos”

y hasta subversivos, y de hecho lo son en la medida en que la fuerza

transformadora de la praxis cristiana enraizada en la predicación del Reino

evangélico, hace sospechar de las ideologías dominantes y manifiesta su

inconformidad ante las estructuras injustas de una sociedad que provoca la

muerte y la destrucción del ser humano; más no por ello los cristianos deben

asumir una actitud “anónima” de una fe que poco dice a la sociedad desde la voz

profética del evangelio.

De otra parte, la tarea política con conciencia teológica se desprende como praxis

de la misma proclamación de la fe cristiana en el ámbito social y esto determina la

necesidad, desde el mensaje cristiano, de consolidar una responsabilidad social

en la que se articulan los intereses comunes de las estructuras políticas para el

compromiso activo y libre que construye la comunidad democrática y solidaria con

los problemas que incumben al desarrollo y futuro de la humanidad. En tal sentido,

la tarea política con conciencia teológica cristiana, es también un “proyecto”, pues

supone asegurar para un futuro, bases para la intervención crítica de la fe con la

que se pretende otorgar respuestas y salidas a las situaciones de marginación,

violencia y sufrimiento en nuestro país.

El compromiso político está en la tarea del creyente como consecuencia de su fe,

la cual proclama una profecía evangélica, capaz de soportar y anunciar

incansablemente postulados éticos de corte social cuya bandera es la protección

de la vida humana y los derechos fundamentales de los hombres.

93

¿Dónde está la voz cristiana del país?, esta pregunta no pretende ser la que

mida el índice numérico de los fieles, es más bien la pregunta que evidencia la

falta de presencia de nuestra fe en la sociedad colombiana que intenta buscar la

paz y la justicia. Pecaríamos de injustos si dijéramos que no existen cristianos

comprometidos con la causa política de nuestra nación, sin embargo, la unión

significativa de los cristianos, no se ha hecho sentir, y requerimos de una

consolidación nacional de paz cristiana que pueda desde la fuerza del amor

samaritano acompañar y propiciar la verdad, la justicia y la reparación de las

víctimas.

La sociedad colombiana necesita urgentemente un anuncio evangélico

transformador de la vida, dador de sentido y esperanzador, pues hemos visto que

la libertad, la justicia y la dignidad han sido violentadas en las prácticas absurdas

de una historia de sufrimiento que no olvida nunca a Dios como esperanza

siempre renovadora. Las historias de los secuestrados, de los desposeídos, de los

desplazados, de los que no tiene ya nombre en nuestro país, portan consigo el

lenguaje agonizante, inquietante, y desgarrador que mira siempre a Dios en

actitud de pregunta tal como lo hizo Jesús en la Cruz cuando sintió el abandono

de su Padre (Mt 27,46; Mc 15,34). En este sentido la tarea política que marca la

implicación social del mensaje cristiano en Colombia es una tarea constante y

permanente desde la praxis evangélica de Jesús en favor de la humanidad.

Hasta aquí nos hemos propuesto vincular las categorías esenciales de la teología

política con las implicaciones públicas y sociales que habría de tener el mensaje

cristiano en nuestro país. Ciertamente muchas más podrían ser las implicaciones

que responsabilizan la fe cristiana con nuestra sociedad, sin embargo, hemos

tratado de señalar de modo general en el presente capítulo la forma como se

asumen las consecuencias de la Nueva teología política como teología

fundamental práctica del sujeto creyente.

94

A continuación, y en el mismo marco de reflexión de la Nueva teología política,

vamos a asumir un modo concreto y sistemático de abordar la ideología

económica reinante en nuestra sociedad globalizada y que toca directamente la

realidad de nuestro país observando de un modo más claro las consecuencias

sociales de la fe cristiana. En esta ocasión nuestro último ejercicio de reflexión

teológica intenta asumir las categorías de la Nueva teología política, rescatando el

apoyo de otras posturas teológicas que profundizan sus conceptualizaciones como

Jhon Sobrino, con el principio Misericordia, y Moltman con el principio esperanza.

3.3 HACIA NUEVOS HORIZONTES DE SENTIDO Y RESPONSABI LIDAD

CRISTIANA EN COLOMBIA

“Como cristianos nos perdemos a menudo en aspectos parciales de nuestra

religión, pero somos insensibles ante la idolatría de nuestro sistema social…

clamamos por la trivialidad de sentido de la vida y somos ciegos ante las causas

que lo expanden estructuralmente”

José Maria Mardones

La sociedad y la religión se entrelazan siempre en una mezcla que, aunque no es

todas las veces armoniosa - como en el caso de nuestro tiempo-, aparece como

necesaria para la construcción del panorama existencial del ser humano, único

protagonista del devenir histórico del mundo. En consecuencia, el propósito del

presente apartado no es otro diferente que el de exponer la fuerte realidad de la

relación entre religión-cristianismo y economía-sociedad para intentar establecer

una mirada teológica a la tensión de la sociedad y la religión, desde el principio

de la “razón anamnética”, el principio “misericordia” y el principio “esperanza”.

Por tal motivo, al considerar que la investigación religiosa debe adentrarse

significativamente en la esfera frontal de la vida pública y social de los individuos

que profesan un sistema de creencias, no se hace ajeno plantearse en medio de

95

nuestra sociedad una pregunta por la realidad histórica de la fe cristiana en medio

de las circunstancias concretas de un sistema ideológico que permea inmensidad

de culturas, como es el caso del neoliberalismo, y donde se hace necesario y

vital recuperar mediante tres categorías teológicas esenciales – memoria,

misericordia y esperanza- una articulación que permita plantear un opción

provocadora de sentido desde el camino ético de la profecía evangélica cristiana.

Es claro que así como han de estudiarse los límites de los sistemas ideológicos

religiosos, también es necesario estudiar los límites de las ideologías sociales y en

particular las del mercado. Ya que, Curiosamente los postulados del pensamiento

humano secular han llevado a determinar la muerte de Dios, como una garantía

aparente de “libertad y autonomía”, entendidas no como la dignificación humana

sino como la vivencia parcial y placentera de unas relaciones marcadas por la

ideología “mi libertad termina donde inicia la del otro”; así el hombre moderno y

posmoderno ha creído erróneamente poder escaparse de algo que pertenece a

su propia esencia: su dimensión espiritual.

De hecho el tema de la espiritualidad del hombre cobra hoy diversas formas y

sentidos, baste con observar el fenómeno de la proliferación de experiencias

religiosas cristianas sincréticas no sólo en la Iglesia Católica sino también en el

ámbito protestante. Por su parte, en lo social el espejo del desarrollo científico y

económico ha manipulado en cierta medida nuestras estructuras espirituales

modificándolas por sistemas económicos que se presentan en prácticas de

muerte, destrucción, superficialidad y sin sentido; tema y visión que pretendemos

exponer desde una confrontación crítica de la teología política.

Tal como lo hemos anunciado a lo largo de nuestra investigación, la tarea

teológica ya no está más de espaldas a la realidad, perdida y ocupada en buscar

respuestas exactísimas a preguntas que nadie se plantea, al contrario, debe

“mirar” como dinámica propia, la experiencia cristiana en el panorama dialéctico y

96

confuso del mundo económico neoliberal, el cual, hace perder el sentido de la

existencia y lleva a un abismo profundo marcado por la falta de identidad, libertad

y autonomía. Aparece entonces ante tal situación una pregunta vital: ¿De qué

modo puede la teología cristiana recuperar la expresión significativa de su fe en

medio de la sociedad del siglo XXI, y cuál es su aporte en relación con las

tendencias de la nueva religión proclamada por el capitalismo, en donde se

conjugan y se confunden experiencias sagradas en detrimento y degradación de la

dignidad humana?

Enfocados en plasmar una respuesta adecuada intentamos, metodológicamente,

bajo la pretensión teológica de la metáfora “recrear para situar”, sistematizar la

recuperación de tres principios que deben marcar el rumbo de la teología si desea

otorgar horizontes críticos y de sentido a las realidades desesperanzadoras que

plantean los sistemas económicos capitalistas. Este camino teológico será capaz

de “recrear las situaciones reales y existenciales de la sociedad con el fin de situar

de manera viva y eficaz la experiencia de fe en el Dios de Jesucristo como

horizonte de sentido”

Apoyados en nuestras pretensiones, lo que intentamos en un primer momento es

“recrear” la realidad con el fin de dilucidar las causas que expanden

estructuralmente el sentido de la dignidad humana y la fe cristiana dentro del

sistema económico neoliberal, para luego en segundo momento, desde la

responsabilidad del teólogo, “situar” de manera acertada y significativa la

experiencia de fe cristiana frente a la búsqueda de horizontes posibilitadores de

futuro, dignidad y sentido existencial.

97

3.3.1 “Recreando el mundo del nuevo pueblo de Dios desde la razón

anamnética” El primer movimiento del discurso teológico que busca

manifestar la presencia significativa de la experiencia de fe en medio de la

sociedad actual es sin duda el de “recrear” las realidades desde la categoría de la

Nueva teología política de la memoria subversiva manifestada como “Razón

anamnética”, categoría entendida como construcción de una historia centrada en

un saber rememorativo – narrativo cuyos únicos protagonistas son las víctimas

que sufren las actuaciones de una conciencia dominante.

De este modo, mediante la razón anamnética, basada en el saber rememorativo y

no conceptual o lógico teórico, podremos captar la parte oscura y sin sentido de un

fenómeno social concreto: el neoliberalismo. Veamos brevemente otra de las

narraciones de nuestro tiempo.

3.3.1.1 La sociedad actual: el mundo neoliberal Luego de la caída de los

grandes paradigmas y desolación dejadas por las guerras mundiales, fueron

muchos y diversos los proyectos que se intentaron presentar, como “alternativa”

para reconstruir el mundo de lo social y obtener así el progreso y la consecuente

humanización. Sin embargo, hoy debemos afirmar, que en medio de la gran

afluencia de caminos a elegir, parcializados por las circunstancias que envolvían

los contextos culturales de cada región del mundo, se abrió paso el modelo que

rige nuestra sociedad en la actualidad: El neoliberalismo.

El neoliberalismo es el modelo que promulgó, desde el liberalismo inglés, la idea

de libertad y bienestar de la humanidad, eliminando la participación activa del

Estado en la economía y llegándose a convertir en el estandarte político y en la

garantía del verdadero progreso de toda sociedad posible. Sin embargo, es este

mismo modelo el que tiene hoy a la sociedad envuelta en la más profunda

confusión y desorientación posible. Nuestra mirada narrativa no queda reducida a

este hecho social – sobre todo por su complejidad y amplitud, pero si hace viable

98

un nivel de conciencia en torno a un fenómeno que devela la lógica de la

orientación general del contexto social actualmente.

Cuando hablamos de sociedad y neoliberalismo nos estamos refiriendo a dos

categorías que evoca la mayoría de las dinámicas en nuestros diversos contextos

pues como es bien sabido por todos, la lógica neoliberal (ideología) penetró los

ambientes culturales a través de organismos multilaterales, con el pretexto de

constituir una política de choque que detuviera el colapso económico que se

preveía durante los años 80, llegando a establecerse como única posibilidad para

las sociedades en crisis.

La lógica neoliberal se describe a partir de la articulación de tres órdenes

fundamentales: orden económico, orden político y orden cultural. Mediante estos,

el neoliberalismo logra sus propósitos articulando la sociedad y haciéndola

depender, en el primer caso de un mercado como alternativa única de

supervivencia, en el segundo, del favorecimiento de la democracia parlamentaria y

la individualidad; y en el tercero de un orden cultural pluralista, donde no hay una

cosmovisión contextual dadora de sentido, sino una pluralidad homogeneizada por

criterios cívicos.

La articulación en clave neoliberal de estos tres órdenes expanden y legitiman

determinado sentido para la vida humana, caracterizado por el sufrimiento como

consecuencia de su dinámica de exclusión manifestada, en última instancia, como

condición de posibilidad en el mundo. La sociedad neoliberal, sociedad

manipulada y fraccionada por las tensiones que producen sus instituciones,

manifiesta un peligro grande contra la persona humana y de esta forma, “nos

enfrentamos al peligro de la sociedad moderna, con su desarrollismo expoliador

de la naturaleza; con su exceso de funcionalismo, que nos ahoga en un

pragmatismo analítico y eficacista, ayuno de profundidad y propiciador de la

99

fragmentación del sentido con su burocracia y su militarismo que no cesan sino

que se hacen cada vez más poderosos”.128

José Maria Mardones afirma que la religión es un ser social en tanto que ésta

nace, crece, se reproduce o muere en la misma sociedad; y cuando podemos

comprender la estructura social del presente, nos percatamos de la gran tensión

que existe entre los principios de la fe cristiana y las ideologías del neoliberalismo

para hallarse en oposición. 129 He aquí el punto central de nuestra preocupación,

es éste el panorama de nuestra indagación acerca del verdadero significado del

cristianismo en el mundo actual, desde una teología con conciencia política.

3.3.1.2 Una nueva religión: el neoliberalismo econó mico 130 La estructura social

implantada por el neoliberalismo, además de tener la fuerza necesaria para

determinar los procesos de la sociedad, tiene una “religión” propia por medio de la

cual predica y celebra sus ideologías, permitiendo con ello la ceguera profunda y

la mutilación de la libertad humana y permitiendo cada vez más el crecimiento de

los marginados. Veamos la descripción de la nueva “religión” mítico perversa,

cuya práctica ritual la encabeza el capitalismo económico por medio del mercado.

3.3.1.2.1 Características de la nueva religión: “Pr incipios para la muerte” La

nueva religión, instaurada por el neoliberalismo, funda su bases en la economía

capitalista, la cual se convierte en doctrina fundamental de una nueva teología que

se hace necesaria y poderosa para el hombre de hoy, pues “así como es

necesario tener fe en Dios, es necesario tener fe en el sistema... El sistema

128 MARDONES, José Maria. ¿A dónde va la religión? Sal Terrae: Bilbao, 1996. p. 59-60 129 Todo el proceso de la relación entre el Cristianismo y el neoliberalismo, puede complementarse en: A.A.A.V.V El Neoliberalismo en cuestión. Sal Terrae: Bilbao, 1993. y, MARDONES, José María. Neoliberalismo y religión. Verbo Divino: Barcelona, 1998 130 A propósito de este tema, el estudio completo sobre las nuevas religiones en nuestra sociedad puede profundizarse en la obra citada de Mardones. MARDONES, Op. Cit. ¿A dónde va la religión? p. 17-41

100

capitalista produce una religión económica con la que fascina a las personas y un

pueblo fascinado por el aroma religioso entrará en el santuario del mercado”131

El “aroma religioso” señalado anteriormente hace que la economía capitalista

tenga un aspecto fascinante; he aquí la manera como todo el sistema capitalista

se ha convertido en una verdadera religión, la cual se identifica incluso con los

mismos conceptos de la doctrina cristiana, más no con la orientación existencial

que implica la fe cristiana.

Enumeremos simplemente las características de este orden económico: la

teología de la religión neoliberal es una teología bien elaborada y disfrazada, pues:

promete un paraíso; el de la tecnología, la ciencia y la economía donde por

nuestros propios poderes alcanzamos la inmortalidad y el poderío. Señala el

pecado original como el movimiento originante de rebeldía y falta de fe de

algunos pocos que no desean cooperar, “en esta relectura del pecado original, la

pretensión de conocer el mercado y dirigirlo hacia la superación de los problemas

sociales es el mayor de los pecados, consiste en caer en la tentación de hacer el

bien”132. Señala la necesidad de los sacrificios. Tiene “sacerdotes” que

legitiman los sufrimientos y la muerte de muchos como “necesarios”, pues “sin

sacrificio no hay salvación”. 133

Como lo podemos ver la nueva teología capitalista no es más que un gran disfraz

compuesto por la máscara de la mentira que se relaciona con la teología para

fundamentar su sistema tergiversando el significado real de la experiencia y el

lenguaje religioso. Esta nueva religión afirma que es únicamente por el medio del

mercado, como se llega a la solidaridad, es la única salida para construir unidad y

131 Las características de esta nueva religión son presentadas por Jung Mo Sung, quien en su obra Deseo, Mercado y Religión, establece las reglas de juego que promulga la religión basada en el capitalismo económico, Cf. MO SUNG, Jung. Deseo de Mercado y Religión. Sal Terrae: Bilbao, 1999. p 22-23 132 Ibíd., p. 29 133 Para el cristiano el verdadero significado del sacrificio se entiende como el dar sentido al sufrimiento de las personas que no saben como superarlo, no como la pérdida necesaria y justificadora del sin sentido humano.

101

fraternidad, porque “la fe en el mercado nos hace confiar en que éste escribe recto

en líneas torcidas” 134

3.3.1.2.2 Sus ritos y memoriales: “lugares del sacrificio” Al igual que la religión

cristiana, la del capitalismo, evoca y provoca unas prácticas que bien podemos

denominar ritos sacramentales propios del lenguaje neoliberal. El fundamento

general de los ritos del capitalismo son controlados por lo que podemos denominar

deseo mimético, base profunda de la exclusión social y la pérdida de la identidad

humana, es decir, motivo de la muerte y el dolor. De esta forma todos los ritos de

la actividad económica están pensados únicamente en satisfacción de los deseos

que ella misma se encarga de generar como necesidades fundamentales. “sólo

que esos deseos son presentados a su vez como necesidades y con ello se

instaura la confusión”135

De este modo descubrimos que el neoliberalismo en sus prácticas reduce el ser

humano a pura satisfacción de deseos llegando incluso a hacerle olvidar sus

necesidades primarias. Por este motivo, crea la exclusión y la división de clases

sociales, así como una cultura de lucha inhumana debido a la moda superficial de

marcas y comodidades del mercado. Ante esto es donde González Faus sostiene

su fase satírica contra la religión neoliberal: “dichosos los explotados porque al

menos quedarán dentro del sistema”136.

Los deseos miméticos son siempre incentivados por el capitalismo que busca

generar mediante éstos, mecanismos de control sobre el mercado para que, así

los gustos y caprichos de los ricos, se conviertan en las necesidades de los

pobres, quienes pierden completamente su identidad y se olvidan de lo que

134 Resulta interesante ver como Jung Mo Sung señala que Michael Camdessus, director general del Fondo Monetario Internacional pronuncia una conferencia donde promulga las relaciones evangélicas del sistema neoliberal, por medio de un título como Mercado – Reino: la doble pertenencia. Op.cit p 34-36 135 Ibíd., p 51 136 Ibíd., p. 52

102

realmente es importante para su subsistencia, pues: “la estructura del deseo

mimético consiste en que yo deseo un objeto, no en tanto por el objeto en sí, sino

por el hecho de que otro lo desea”137

Los nuevos cultos del hombre de hoy en el templo del mercado, son lugares de

sacrificio, dolor y sufrimiento, caracterizados por la conversión secular de nuevos

lugares sagrados como verdaderas hierofantas camufladas, en las que las

víctimas del sistema propician su sufrimiento. Observemos tres de ellos, descritos

por José Maria Mardones: 1. Religión nacionalista, donde se presentan

sacralizaciones políticas y fundamentalistas (ejemplo ideas de EE.UU, conflicto

Palestina e Israel, en nuestro caso colombiano la hecatombe de Uribe y su

seguridad democrática); 2. Culto sagrado a la música, donde los poderosos

medios de comunicación crean imágenes de grandes ídolos (grandes artistas

como Madona, “latinoamerican Idol”, en el caso nacional el ya famoso y conocido

factor X en sus versiones más variadas); 3. Rituales del culto al cuerpo, donde el

cuerpo se convierte en lugar hierofánico, cuyas manifestaciones piadosas son las

dietas exageradas, con sacramentales y ritos purificatorios realizados en las salas

de cirugía estética.

La alta tecnología y el proceso de globalización de la economía han creado un

nuevo rostro en el mundo, el de la exclusión, la muerte, la manipulación, el

dominio despótico y la creciente insensibilidad, en donde la ideología del

neoliberalismo no se presenta como portadora de soluciones ante los problemas

sociales- tal vez de algunos pocos-, sino que por el contrario, los acrecienta

fomentando la desigualdad social, y la desaparición de la dignidad humana,

manifestando razones que van en contra vía de las orientaciones básicas de la

antropología revelada en la tradición cristiana.

137 Ibíd., p. 58

103

Este es el relato recreado desde la parte contraria, desde la historia de los

marginados por el sistema, muy seguramente encontraremos discursos contrarios

en los economistas y poderosos del mismo. Sin embargo, la narración expuesta

no puede convertirse para la mirada teológica, en simple nostalgia o en una queja

inhóspita, sino en “responsabilidad” cristiana que permita de dar razón de la fe e

dentro de la sociedad en que se vive esta fe.

3.3.2 “Situando de manera viva y eficaz la experiencia de fe en el Dios de

Jesucristo como horizonte de sentido” Ya poseemos un determinado “relato

del presente, y tal como hemos indicado no es un relato de la nostalgia, sino más

bien es el relato inspirador de la responsabilidad teológica por la sociedad. Por tal

motivo, nuestro segundo gran movimiento es el de situar de manera viva y eficaz

la experiencia de fe como horizonte de sentido, tarea apremiante e inacabada de

la reflexión teológica política frente a las realidades sociales señaladas

anteriormente. Pero, ¿cómo situar la experiencia cristiana? ¿Para qué situarla en

este contexto?

3.3.2.1 Principio – misericordia La pregunta al cómo “situar” halla la repuesta

en nuestra propia reflexión teológica latinoamericana a partir de un principio que es

dinamizador de toda praxis de fe: “la misericordia”. Es obvio que el “relato del

presente” otorgado por la razón anamnética, se narra solo con la intención de

preparar el camino ético de la profecía evangélica del amor. Por tal motivo,

inspirados en el principio misericordia, tendremos que poner como criterio primero y

último de toda acción cristiana la praxis del amor y la compasión como estado

dinámico de la conciencia cristiana. Acciones que recuperan la centralidad de

sentirnos responsables frente al dolor ajeno; veamos como Jon sobrino, orientador

de este principio en la reflexión teológica, comprende lo que es misericordia a partir

del significado de esta acción en la vida de Jesús:

104

La misericordia de Jesús no es un mero sentimiento, sino que es una reacción – acción ante el dolor ajeno motivada por el mero hecho de que ese dolor está ante “Él” (…) La actitud práctica de la misericordia de Jesús no es lo único de Jesús, es lo primero y lo último... Solo desde una inmensa compasión hacia el dolor de los pobres y afligidos se comprenderían también las actividades que apuntan a las transformaciones de la sociedad. 138

Si comprendemos la “misericordia” como actitud esencial del hombre creyente

ante su responsabilidad de eliminar el dolor ajeno, tendríamos necesariamente

que reconocer que antes que reflexión teológica, la misericordia es el ser “ahí” de

la fe, la respuesta creyente ante los dramas generados por las estructuras injustas

de la sociedad neoliberal, y la actitud emanada de la experiencia reconciliadora del

Cristo crucificado – resucitado como com-pasión desde la que es posible percibir y

asumir como propio (en el corazón) el dolor producto de la miseria ajena de mi

prójimo.

De esta manera se puede solucionar la pregunta del “cómo situar” la existencia

creyente ya que ella en sí misma vincula una pregunta por el sufrimiento del

mundo. En ese sentido la reflexión teológica, como reflexión de la propia

existencia creyente, debe apostar a la explicitación de una ética del “salir de si

mismo” con el fin de rescatar la importancia del “otro” desde el fundamento

dinamizador de toda acción humana y cristiana: el amor.

Desde el principio misericordia, la responsabilidad creyente se eleva a su máxima

expresión, pues ella constituye el medio para la realización de la comprensión y

justificación de la lógica salvífica obrada en Cristo. Por tal motivo, en el intento de

construir una sólida reflexión ética que resalte, desde una perspectiva existencial,

el compromiso con el prójimo, debe tenerse en cuenta que la “misericordia se

138 SOBRINO, Jon. Jesucristo Libertador. Trotta: Madrid. 1997. p. 125-127.

105

hace vida en una teología liberadora ya que informa todas las dimensiones del ser

humano, la del conocimiento, la de la esperanza, la de la celebración y la de la

praxis”.139 En definitiva es esta la teología política en donde, como matiza

Sobrino, se halla el paradigma e inspiración de la “inteligencia del amor”.

3.3.2.2 Principio – Esperanza Si a partir del principio misericordia encontramos

respuesta al cómo situar la experiencia de fe cristiana en medio de las realidades

dominantes de una lógica perversa de mercado, en el principio Esperanza

hallaremos respuesta al para qué situar nuestra experiencia de fe en medio del

“relato histórico del presente”. Algo muy importante que debemos tener en cuenta

en este proceso de integración de principios teológicos es la relevancia de esta

última pregunta en la que el principio esperanza es el eje integrador.

La esperanza aparece como el horizonte de fe que determina la realidad

existencial del creyente, es la fuerza de la virtud que impulsa a hallar respuestas

en un mañana siempre presente que halla los caminos para vencer las dificultades

sin renunciar al caminar. Es en definitiva, la respuesta al para qué situar y hacer

presente el sentido de nuestra fe en un mundo fragmentado y doliente.

Con el principio Esperanza matizado teológicamente por Moltmann nos

percatamos entonces del sentido que tiene el encontrar salidas siempre

liberadoras para reivindicar las víctimas del sistema económico neoliberal a partir

de los valores del evangelio, en los cuales:

La esperanza cristiana no es el piso superior de la esperanza humana como tampoco su sacralización, simplemente está radicada en la historia, se encarna en las utopías históricas y trabaja por la realización del Reino de Dios en la tierra a través de los proyectos

139 Ibíd. P.129

106

históricos del signo liberador”140. La esperanza no es un simple fragmento Terminal del pensamiento creyente, es el principio arquimédico y el motivo intrínseco del quehacer teológico141. Resulta imposible un obrar creador basado en la fe, sin un nuevo pensar y proyectar desde la esperanza142

3.3.3 Intento de sistematización Una vez finalizada nuestra exposición

desde la metáfora “recrear las realidades sociales de las lógicas del mercado

neoliberal de nuestro mundo, para situar de modo adecuado nuestra experiencia

de fe como horizonte de sentido existencial”, nos proponemos señalar a grandes

rasgos el posible resultado de nuestro propósito inicial.

Hemos visto tres principios integradores desde los cuales intentamos establecer

una metodología pertinente para la reflexión de una teología política de cara a las

realidades del mundo; por esta razón, luego de nuestra presentación podemos

asegurar que el principio de la “razón anamnética” nos permite percatarnos de la

narración histórica como memoria de las víctimas del presente mundo capitalista

con el fin de crear nuevas posibilidades; el principio “misericordia” destaca la

solidaridad por el prójimo como praxis de una ética evangélica capaz de

recuperar la libertad coartada y la dignidad alienada en las realidades de las

estructuras de un sistema de mercado manipulado por ideologías religiosas

disfrazadas y vacías de sentido; y el principio “esperanza” nos otorga un horizonte

de sentido desde la fe cristiana a las realidades alienantes del sistema económico

capitalista.

Esta es la Teología política que busca “recrear” la realidad para situar en el mismo

lugar la experiencia de fe como horizonte siempre abierto de sentido, es una

teología que da cuenta del sentido de la fe como signo renovador de la presencia

140 Tamayo Acosta Juan José, Nuevo Paradigma Teológico. Trotta: Madrid 2003. p. 139 141 Ibíd. P. 139 142 MOLTMANN, J Teología de la Esperanza. Sígueme: Salamanca, 1994 p. 29

107

cristiana en el mundo y para el mundo. El panorama sistemático de esta teología

incluye el principio de la memoria como contravía y subversión para construir el

relato de los excluidos y marginados del sistema social que impera; incluye el

principio misericordia que no permite olvidarnos nunca de la inteligencia de la

compasión y la solidaridad como camino ético de la profecía evangélica.

Mediados, a su vez, por un principio integrador, denominado esperanza, con el

que se posee la fuerza existencial de la promesa salvífica manifestada en el

Misterio Pascual de Cristo actualizado por la fe celebrada, por la misericordia

como responsabilidad frente al hermano excluido y por la memoria como reparo de

la justicia de las víctimas.

En conclusión, solo el discurso y la reflexión sistemática del acontecer de Dios,

que parte de una anámnesis con pretensiones narrativas de las circunstancias de

nuestra realidad está invitada a dialogar con las dimensiones sociales con

autonomía y significatividad, ya no por ventura orgullosa de estatuto

epistemológico, sino más bien por una presencia en el seno de la sociedad con la

única responsabilidad de ser portavoz real de la fe cristiana que reconoce a un

Dios revelado como quien nos brinda misericordia desde el amor en la cercanía,

es víctima por las víctimas en la actualización del sacrificio de la cruz, y es

esperanza de sentido en la promesa y participación futura de su gloria donde ya

todos seremos “uno con Él”-

Nuestra sistematización teológica, desde el marco de una teología política, nos ha

permitido tener presente el “relato” de nuestra situación por medio de la razón

anamnética (memoria) en la que la imaginación de nuestra libertad futura se

alimenta en el recuerdo del sufrimiento, a su vez nos ha capacitado para

comprender la responsabilidad de construir una praxis moral desde la misericordia

como signo visible y respuesta de nuestro seguimiento inspirado en el actuar del

maestro ante el dolor humano, y de igual forma nos ha situado en un horizonte

donde la promesa salvífica es “pretexto” siempre necesario para dinamizar la

108

esperanza de la cruz como paso necesario que posibilita el anhelo de la

resurrección y la recapitulación final del sentido por el que somos, nos movemos y

existimos. (Hch 17,28).

Finalmente el futuro de la sociedad ya no tendrá temor ni desasosiego sino

confianza; siempre y cuando, frente a las realidades sociales que desean aniquilar

el sentido verdadero de la vida humana, seamos capaces de tener los “ojos” en el

drama de la cruz y en las esperanza de la resurrección. Por eso contrario a lo que

afirma Juan José Tamayo143, consideramos que el futuro de Dios no depende de

la teología, ya que Dios habla y seguirá hablando al corazón del hombre … Más

bien el futuro del sentido de la existencia de la humanidad, del sentido por el que

luchamos contra las estructuras disfrazadas del capitalismo voraz, dependerá del

modo como la teología haga al hombre perceptible de una experiencia de fe en

Dios, donde cabe la misericordia como amor y solidaridad por el recuerdo de las

víctimas y la esperanza como promesa de sentido de la fe pascual.

143 En la introducción de su obra: TAMAYO, Juan J. Nuevo Paradigma teológico. Trotta: Madrid, 2003 p. 14

109

CONCLUSIONES

En el actual trabajo se ha presentado la “nueva teología política” como teología

fundamental práctica del creyente, desde la dilucidación de sus categorías

fundamentales; y se ha señalando la manera como se convierte en una evocación

provocadora de sentido respecto de las implicaciones públicas y sociales del

mensaje cristiano en Colombia.

Igualmente se ha resaltado su carácter práctico en contraposición a una teología

que sólo se queda gravitando en sus problemas teóricos y se olvida del mundo

que gira a su alrededor, el cual exige de ella una respuesta de su propia

esperanza como horizonte de sentido.

Por tal motivo, la presentación de la “nueva teología política” como teología

fundamental práctica representa, desde sus categorías, la posibilidad de evocar

la memoria del sufrimiento desde la fuerza transformadora de la narración la

cual, a su vez, permite la realización y práctica de la solidaridad cristiana para

con todos aquellos excluidos de la historia.

De esta manera, se constató que la “nueva teología política” se convierte en una

evocación provocadora de sentido, ya que no olvida ni rechaza las implicaciones

publicas y sociales del mensaje cristiano, sino que por el contrario, tomando

conciencia de ello, actúa ante las realidades de injusticia de un mundo, que

dominado por las ideologías económicas, políticas y culturales, poco le importan

la destrucción y el absurdo social que generan.

Así, entonces, ante la realidad de sufrimiento que innegablemente está presente

en el mundo, la presente investigación trabaja lo concerniente al problema de la

110

teodicea como punto de partida de la “nueva teología política”, pues, no se puede

mantener la actitud de intentar negar, ocultar o eludir el sufrimiento presente en la

creación de Dios, sino que más bien se debe trabajar en la transformación de

dichas realidades de dolor y de muerte; para que la vida, de los que las padecen

más directamente, adquiera sentido, logrando comprender que las promesas

cristianas no son únicamente para la vida futura, sino que poseen la fuerza

necesaria para transformar el mundo presente.

Ante el hecho de la realidad transformadora que posee mensaje cristiano, el cual

ha sido rescatado y propuesto por la “nueva teología política”, fue posible

distinguir lo que implicaba la “antigua teología política” como legitimadora del

poder civil imperante y la “nueva teología política” que busca ser precisamente la

conciencia transformadora de aquellas realidades poco humanizadas promovidas

por regímenes que solamente buscan sus propios intereses sin importarles la

suerte de aquellos a quienes les son violentados sus derechos fundamentales.

Así las cosas, logramos comprender la manera cómo la “nueva teología política”

se convierte en teología fundamental del sujeto con carácter crítico-público y

práctico, para lo cual se distinguió su conceptualización desde las tres

características que la distinguen, como son la de ser hermenéutica teológica en el

contexto social contemporáneo, correctivo crítico y animadora de la función crítico-

profética de la Iglesia ante la sociedad.

Con el conocimiento de las distinciones epistemológicas y categoriales de la

Nueva teología política, se buscó desarrollar una sistematización teológica que

diera cuenta de las implicaciones públicas y sociales del mensaje cristiano en

nuestro Colombia, para ello se tomaron las categorías fundamentales de la

“nueva teología política” para ser aplicadas frente a las realidades sociales de

nuestro país con el propósito de mostrar como el mensaje cristiano no puede

quedar reducido al círculo de lo privatizado y, por tanto, monopolizado por unos

pocos en busca de su propio beneficio; sino que éste tiene precisamente una

111

“palabra” frente al mundo, la cual, lo hace “revolucionario”, es decir, capaz de

transformar las realidades de injusticia, explotación y exclusión del ser humano, a

ejemplo de Jesucristo el maestro, quien denunciando al orden injusto e inhumano

establecido, implantó el Reino de Dios entre nosotros; y dejó como misión a sus

seguidores el seguir trabajando, para que éste sea una realidad, no solamente en

el más allá, sino desde el presente de la historia.

En esta sistematización se logró tener presente el contexto de violencia generado

por los diferentes actores del conflicto interno que vive nuestra nación y la

memoria de las víctimas que éste ha producido en los últimos veinte años del siglo

XX. En esta realidad se analizó el actuar del creyente, desde su fe, ante estas

realidades de sufrimiento, donde Dios no parece actuar; pero que por el contrario,

y luego de hacer un análisis más profundo, se logra descubrir que en medio de

estas realidades trágicas, es Dios que desde la esperanza cristiana da la fuerza

transformadora necesaria para trazar nuevos horizontes de responsabilidad y

sentido; los cuales demuestran que la teología tiene un camino más grande que

recorrer y que está más allá de la simple especulación, concretizándose en la obra

de la defensa de los preferidos de Dios, los excluidos de nuestra sociedad.

Finalmente, la presente investigación logra una respuesta acerca de lo que es la

nueva teología política en el marco reflexivo de la teología cristiana, en la que se

recupera desde la memoria, la narración y la solidaridad cristiana un espacio para

dar razón de la fe ante un mundo fragmentado por la historia de sufrimiento de los

seres humanos. En este propósito se evidencia la manera en que el mensaje

cristiano es crítico- práctico en medio de la sociedad colombiana y no simplemente

expresión cultual demarcada por las esferas de lo privado, formando la conciencia

más sólida que las promesas anunciadas por la religión cristiana, son promesas

que se cumplen y realizan en la historia, ya que la historia es testigo de la irrupción

divina de un Dios que se manifestó para dar a conocer su plan de salvación a

quienes pudieran reconocerle como camino verdad y vida.

112

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