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Sociología de la comunicación

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Sociología de la comunicación

Jordi Busquet Alfons Medina

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El encargo y la creación de este material ha sido coordinados por el profesor: Daniel Aranda Juarez (2013)Primera edición: juliol 2013

© Jordi Busquet y Alfons Medina, del texto.

Todos los derechos reservados© de esta edición, FUOC, 2012Av. Tibidabo, 39-43, 08035 Barcelona

Diseño cubierta: Natàlia SerranoRealización editorial: Editorial UOC S.LDepósito legal: B-19.175-2013

Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento - Compartir igual 3.0 España de Creative Commons.Se puede modifi car, distribuir y comunicar públicamente, incluso con un propósito comercial, siempre que se especifi quen los autores y editores. La licencia completa se puede consultar en http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/es/deed.es.

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Autores

Jordi BusquetDoctor en Sociología y licenciado en Ciencias Económicas (UAB). Profesor de Sociología de la Facultad de Comunicación Blanquerna (Universitat Ramon Llull). Responsable de la red de inves-tigación CONinCOM (Conflicto, infancia y comunicación) de la URL. Ha dirigido o participado en varios proyectos de investigación en el campo de la cultura y la comunicación en los ámbitos catalán, español y europeo. Es autor o coautor de las siguientes publicaciones: La cultura catalana: el sagrat i el profá (1996) [con Salvador Giner y Lluís Flaquer]; El sublim i el vulgar: els intel·lectuals i la ‘cultura de masses’ (1998); La violència a la mirada (2001) [con S. Aran, F. Trueque y P. Medina]; Benvinguts al Club de la SIDA i altres rumors d’actualitat (2002) [con J. M. Pujol y otros]; Els escenaris de la cultura. Formes simbóliques i públiques a l’era digital (2005); La investigació en comunicació (2006) [con A. Medina y J. Sort]; La cultura (2007); Lo sublime y lo vulgar. La ‘cultura de masas’ o la pervivencia de un mito (2008); L’esnobisme (2010); Pierre Bourdieu. La vida como a combat (2011).

Alfons MedinaProfesor titular de la Facultad de Comunicación Blanquerna (URL) y codirector del máster universi-tario en Comunicación política y social. Doctor en Sociología, licenciado en Geografía e Historia y en Ciencias Políticas y Sociología. Es consultor de la Universitat Oberta de Catalunya en el máster en Política y sociedad de la información y en los Estudios de Comunicación. Ha participado en numerosas investigaciones (I+D) nacionales e internacionales desarrollando aspectos relacionados con la educación, los medios, la inmigración, la democracia deliberativa y las tecnologías de la información y la comunicación. Es autor, coautor y editor de diferentes publicaciones entre las que podemos destacar Manuel Castells, Compromís social i passió pel saber (UOC); Estudi sociológic de las necessitats educatives a Vic (Editorial Diac /Publicacions Col·legi Sant Miquel dels Sants), La inves-tigació en comunicació (Ed. UOC), Educación democrática, habilidades deliberativas e inclusión social (OEI/ OCTAEDRO), Report de la investigació a Catalunya. Comunicació i informació, 1996-2002 (IEC).

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© UOC 7 Índice

Índice

Capítulo I. La mirada sociológica .............................................. 111. Los orígenes de la sociología ............................................................ 11

1.1. La ley de los tres estadios ............................................................. 151.2. El materialismo histórico ............................................................. 18

2. El advenimiento de la modernidad ................................................. 212.1. Reflexiones previas ....................................................................... 212.2. De la comunidad a la asociación ................................................. 232.3. Individualismo y formas de solidaridad moderna ...................... 26

2.3.1 Modernidad y anomia .......................................................... 282.4. La superorganización de la vida .................................................. 29

3. La perspectiva sociológica ................................................................ 333.1. La sociología como forma de conciencia personal ..................... 33

3.1.1. La dialéctica entre individuo y sociedad ................................ 353.1.2. La identidad líquida ............................................................. 36

3.2. El perfil del sociólogo ................................................................... 393.3. El objeto de la sociología ............................................................. 403.4. El entramado social ...................................................................... 423.5. La especificidad de la sociología: sociología y ciencias sociales . 43

4. Los principales retos de la sociología .............................................. 464.1. Las dos vertientes de la vida social .............................................. 464.2. El espíritu de descubrimiento ...................................................... 49

5. Conceptos básicos de sociología ...................................................... 55

Capítulo II. Los nuevos paradigmas sociológicos ..................... 631. El reto de la objetividad .................................................................... 63

1.1. El escepticismo y el relativismo posmoderno ............................. 662. Dos paradigmas teóricos ................................................................... 68

2.1. El paradigma positivista ............................................................... 712.2. El paradigma comprensivo .......................................................... 77

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2.2.1 Interaccionismo simbólico ..................................................... 802.3. Un nuevo paradigma integrador ................................................. 86

3. La metodología de investigación científica .................................... 883.1. La construcción teórica ................................................................ 883.2. La tentación del teoricismo ......................................................... 893.3. Los tres momentos cruciales del proceso de investigación ......... 903.4. Los rasgos característicos de la sociología ................................... 92

4. Los nuevos paradigmas sociológicos ............................................... 974.1. La sociedad líquida ...................................................................... 97

4.1.1. La identidad en la modernidad líquida ................................. 974.1.2 El holocausto o la organización del mal ................................. 98

4.2. La sociedad del riesgo global ....................................................... 1014.2.1. Conocimiento experto y sociedad del riesgo ........................... 106

4.3. La sociedad red ............................................................................. 1085. El proceso de globalización .............................................................. 110

5.1. La globalización económica ......................................................... 1135.2. La globalización política .............................................................. 1155.3. La globalización cultural .............................................................. 118

Capítulo III. Las teorías y la investigación en comunicación 1211. Introducción al estudio de las influencias ...................................... 1212. La sociedad masa y la aguja hipodérmica ...................................... 130

2.1. La corriente conductista .............................................................. 1352.2. La concepción de la sociedad masa ............................................. 1362.3. Harold D. Lasswell: la propaganda en tiempo de guerra ............ 1382.4. Las masas y la desaparición del individuo .................................. 1402.5. Walter Lippmann: los límites de la democracia en una sociedad mediática ............................................................................................. 146

3. El modelo de los efectos limitados .................................................. 1513.1. Las dos fases de la comunicación ................................................ 1523.2. Medios de comunicación y mediación social ............................. 154

4. La influencia mediática en la era de la complejidad .................... 1554.1. El regreso a las teorías de los efectos de gran alcance ................. 1564.2. Las teorías de los efectos de la mediación en la percepción comunicativa ....................................................................................... 1574.3. Los estudios sobre recepción y apropiación cultural .................. 158

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© UOC 9 Índice

Capítulo IV. Los medios de comunicación, la política y la opinión pública ............................................................................ 1611. Introducción ....................................................................................... 1612. Paradigmas mediáticos ...................................................................... 1633. Los estudios sobre la opinión pública ............................................. 1684. Características de la opinión pública .............................................. 1765. Teorías sobre la opinión pública ...................................................... 178

5.1. La opinión pública según W. Lippmann ..................................... 1795.2 La teoría de la agenda setting ....................................................... 1795.3. La espiral del silencio: Noelle Newmann .................................... 1845.4 La opinión pública en la obra de Jürgen Habermas ..................... 1885.5. La teoría del campo mediático de Pierre Bourdieu ..................... 193

6. Los estudios culturales y la cultura mediática ............................... 2017. El estudio de las audiencias y de la recepción................................ 2048. La teoría crítica .................................................................................. 2089. La autocomunicación de masas y la política en la sociedad red . 212

Capítulo V. Culturas juveniles y comunidades fans en la era digital ............................................................................................ 2151. Estilos de vida y culturas juveniles .................................................. 215

1.1. Consumo ostentoso y clase ociosa .............................................. 2191.2. La distinción cultural ................................................................... 224

1.2.1. La cultura burguesa .............................................................. 2271.2 2. Una distinción “invisible” .................................................... 229

1.3. Las culturas juveniles ................................................................... 2311.3.1. La idea de juventud ............................................................. 2311.3.2. La juventud como sujeto histórico ......................................... 2331.3.3. La significación cultural del ocio .......................................... 235

1.4. Las culturas creativas.................................................................... 2371.5. La cultura de la virtualidad real ................................................... 2381.6. Las redes juveniles ........................................................................ 2411.7. Identidad y reputación en la red ................................................. 244

2. La cultura fan y los ídolos mediáticos en la era digital ................ 2452.1. La fama en la sociedad mediática ................................................ 2462.2. La fábrica de las estrellas .............................................................. 2482.3. La fama televisiva ......................................................................... 251

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2.4. Los reality shows como nueva fábrica de famosos .................... 2512.5. Tres miradas sobre la “cultura fan” ............................................. 252

2.5.1. Lo hacen como estigma social ............................................... 2532.5.2. Una mirada sociológica sobre el fandom ............................... 2572.5.3. Una mirada hermenéutica .................................................... 259

2.6. Los fans en la era digital .............................................................. 262

Bibliografía ................................................................................... 265

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© UOC 11 La mirada sociológica

Capítulo I

La mirada sociológica

“Para Simmel el contenido de la conciencia, igual que el contenido de los obje-

tos, no permite su comprensión directa. Sin embargo, dentro del espíritu kantiano

que inspira su enfoque, los fenómenos relacionales entre estos contenidos sí que se

pueden percibir y a veces comprender. Las relaciones son, pues, elementos cogni-

tivos. Desconozco la ‘esencia’ o el ‘alma’ de una persona determinada. Pero puedo

intentar comprenderla y explicarla, por ejemplo, si me entero de que el individuo

que observo es padre de familia, médico de cabecera, portugués de nacionalidad, sin

afiliación religiosa, habitante de una ciudad provinciana, y así sucesivamente. Los

individuos y los grupos se definen así por sus relaciones, tanto por las que los iden-

tifican como por las que los separan de los otros.” (Salvador Giner)

1. Los orígenes de la sociología

Desde el origen de los tiempos los seres humanos hemos sentido curiosidad por desvelar los misterios o los enigmas que rodean nuestra condición y exis-tencia social y hemos intentado, a menudo sin éxito, adivinar y entender el comportamiento de los individuos y el funcionamiento de la sociedad. Durante miles de años los intentos para comprendernos nosotros mismos se han basado en intuiciones producto de la tradición cultural y religiosa. Intuiciones o ideas de sentido común, teñidas, a menudo, de prejuicios y de ideas preconcebidas.

Estudiar y comprender el ser humano nunca ha sido una tarea sencilla. La sociología estudia nuestras propias vidas y nuestro propio comportamiento, y

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estudiarnos a nosotros mismos es la tarea más compleja y difícil que existe. La realidad no es transparente. Es muy difícil que un individuo cualquiera pueda entender el funcionamiento de la sociedad sin la preparación adecuada y sin las herramientas de la ciencia.

Figura 1. El ser humano demuestra un gran deseo por conocerse a sí mismo. Escultura de Juan Muñoz

El conocimiento sociológico puede ser muy útil en la vida personal, pero es imprescindible en el ámbito profesional, especialmente si tenemos la suerte de trabajar en el mundo de la comunicación. Si somos guionistas de alguna serie de televisión, ¿qué personajes “construiremos”? ¿Con qué estereotipos trabajaremos? ¿Los aplicaremos mecánicamente a partir de lo que pensamos que tiene más presencia social? ¿Cómo lo sabemos? ¿Cómo afecta la moda o una campaña publicitaria a las decisiones de un consumidor? En cualquier caso, la reflexión sociológica nos hace pensar por qué las cosas son como son. Independientemente de si consideramos que tienen que ser de una forma o de

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otra. En este sentido, un ejercicio intelectual sobre lo que es la “normalidad” nos obligará a pensar en la anormalidad, en cómo conocerse a uno mismo es la primera base para conocer a los otros.

Podemos definir la ciencia como una forma de conocimiento de la realidad basada en la facultad de la razón, mediante la observación y la constatación empírica de hipótesis y teorías sobre los datos que ofrece el mundo. A pesar de que hay varias concepciones de lo que es el conocimiento científico, podemos convenir que la ciencia es un conjunto de argumentaciones y teorías que pre-tenden ofrecer explicaciones sobre la realidad con unas condiciones concretas de rigor teórico y metodológico, y también de tratamiento de los datos. Una de las principales características que permite diferenciar la ciencia de otros sistemas de conocimiento –como por ejemplo la religión– es que todas las afir-maciones científicas son revisables y susceptibles de crítica por parte de todos los miembros de la comunidad científica.

El nacimiento de las diversas disciplinas científicas está profundamente mar-cado por el positivismo. La sociología no es una excepción. La mayor parte de autores clásicos de la sociología –como veremos a continuación– comparten una visión positivista del conocimiento y una creencia ciega en la capacidad del ser humano para explicar y entender los fenómenos sociales mediante la ciencia.

La sociología es una ciencia joven. Podemos decir que el nacimiento de la sociología es un producto genuino y característico de la modernidad. El advenimiento de la sociedad moderna comporta una nueva manera de hacer y ser, una nueva actitud ante la realidad: se cree que el mundo ya no está pre-determinado por la providencia divina, sino que depende, en buena medida, de las decisiones y de las acciones humanas. Al mismo tiempo –siguiendo las premisas del proyecto ilustrado– el ser humano confía en la lógica y la razón para poder lograr una mejor comprensión del mundo y, a la vez, se ve capaz de dar respuesta a los problemas y retos de la sociedad actual. La modernidad implica la confianza y la fe en la razón, la pérdida del peso de la religión (secu-larización), un cierto descrédito de la tradición y el surgimiento del individua-lismo moderno. La ciencia y la tecnología son dos productos emblemáticos de la modernidad y resultan ser dos herramientas fundamentales para explicar y transformar el mundo. En este contexto podemos explicar el surgimiento de la sociología.

En el mundo actual continúa vigente la confianza en la ciencia. Esta con-fianza no está reñida con la cautela y la modestia. A pesar de esto el ser humano

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ha perdido la inocencia y cada vez es más consciente de los límites que com-porta la aplicación del conocimiento científico. La misma idea de ciencia ha cambiado notablemente.

A pesar de consagrar su vida a la ciencia, Max Weber era consciente de las limitaciones de la ciencia para comprender los problemas del mundo contem-poráneo y darle respuesta. La ciencia nos puede ayudar a interpretar correc-tamente una situación y a encontrar los mejores instrumentos para la trans-formación social. Ahora bien, no siempre el diagnóstico es acertado. No hay tampoco soluciones mágicas a los problemas sociales. Por otro lado, la ciencia no nos ahorra la necesidad de elegir entre intereses y valores alternativos. Tampoco nos dicta de forma imperativa lo que tenemos que hacer.

A principios del siglo xxi, aunque continuamos creyendo en las virtudes del conocimiento científico, cada vez somos más conscientes de las limita-ciones de la ciencia para prever y dar respuesta a los desafíos que plantea el mundo actual. Estas limitaciones todavía son más evidentes en el caso de las ciencias sociales. La experiencia histórica reciente es demoledora: “Todos los grandes acontecimientos del siglo, el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, la revolución soviética [...], todo fue inesperado, y así hasta el ines-perado 1989, la caída del Muro de Berlín, el colapso del Imperio soviético, la Guerra de Yugoslavia. Hoy estamos a oscuras y nadie puede predecir el día siguiente.” (Morin, 2001: 74). En el momento actual se hacen evidentes los límites del programa positivista. La situación de crisis económica desencade-nada a raíz del escándalo de las hipotecas subprime y la quiebra de los bancos de inversión más importantes del mundo son un claro desafío a las ciencias económicas y ponen en evidencia una grave incapacidad para hacer un buen diagnóstico y encontrar una buena terapia para salir del pozo.

Como señala Edgar Mueran: “La aportación más grande del conocimiento del siglo xx ha sido el conocimiento de los límites del conocimiento. La certeza más grande que nos ha dado es la de la imposibilidad de eliminar incertidumbres, no solo en la acción, sino también en el conocimiento.” (Morin, 2001: 67).

Nosotros somos conscientes de los límites del conocimiento, pero esta con-ciencia no justifica ciertas actitudes de cinismo o de nihilismo intelectual. No podemos caer en la trampa de la posmodernidad: la conciencia de los límites no nos debe hacer renunciar a los criterios de exigencia y de rigor que acompa-ñan al conocimiento científico y al propósito de estudiar la “verdad”. Sabemos que un buen trabajo de investigación ha de ser siempre una investigación

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© UOC 15 La mirada sociológica

sincera de la verdad; “no de una verdad absoluta, dogmáticamente erigida y afirmada para siempre, pero sí de una verdad que es capaz de ser revisada y puesta en cuarentena” (R. Quivy, 1997). Seguimos confiando en la ciencia y creemos que vale la pena consagrar a ella todos nuestros esfuerzos. Por este motivo suscribimos las siguientes palabras de Manuel Castells:

“El proyecto que informa este libro nada contra estas corrientes de destrucción

y se opone a varias formas de nihilismo intelectual, de escepticismo social y de

cinismo político. Creo en la racionalidad y en la posibilidad de apelar a la razón, sin

convertirla en diosa. Creo en las posibilidades de la acción social significativa y en

la política transformadora, sin que nos veamos necesariamente arrastrados hacia los

rápidos mortales de las utopías absolutas [...]. Y propongo que todas las tendencias

de cambio que constituyen nuestro nuevo y confuso mundo están vinculadas entre

sí y que podemos encontrar sentido en su interrelación. Y, sí, creo, a pesar de una

larga tradición de errores intelectuales a veces trágicos, que observar, analizar y teo-

rizar es una manera de ayudar a construir un mundo diferente y mejor. No propor-

cionando las respuestas, que serán específicas para cada sociedad y las encontrarán

por sí mismos los actores sociales, sino planteando algunas preguntas relevantes.

Me gustaría que este libro fuera una modesta contribución a un esfuerzo analítico,

necesariamente colectivo, que ya se está gestando desde muchos horizontes, con el

propósito de comprender nuestro nuevo mundo en base a los datos disponibles y a

una teoría exploratoria.” (Castells, La era de la información, vol. 1, 2003, p. 36)

Nunca podemos esperar de la ciencia, pues, la seguridad del saber definitivo. La investigación de un saber dogmático y de una verdad definitiva nos puede procurar una cierta tranquilidad psicológica, pero no sirve para acercarnos al conocimiento de la realidad y son contrarios al propio espíritu científico.

1.1. La ley de los tres estadios

El surgimiento de la sociología como nueva disciplina de conocimiento se tiene que entender dentro del contexto de caos y de desconcierto vivido en los años posteriores a la Revolución Francesa. También es importante tener pre-sente las transformaciones que provocó la revolución industrial en Inglaterra. Esta situación de cambios, políticos económicos y culturales dio pie al surgi-

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© UOC 16 Sociología de la comunicación

miento de una serie de figuras intelectuales que intentaron dar respuesta a los retos y a las incertidumbres que comporta la modernidad. Entre estas figuras, destaca Auguste Comte (1798-1857), discípulo del duque de Saint Simon, que fue quién inventó la palabra sociología en sustitución del término física social.

Figura 2. Auguste Comte (1798-1857) está considerado el fundador del positivismo.

El filósofo francés está considerado el padre del positivismo científico. El positivismo se basa en la idea de que el “método científico” es lo más ade-cuado para explicar el mundo (Comte, 1982). Podemos definir el positivismo como la disposición mental y la tendencia a pensar que solo el conocimiento de los hechos proporciona resultados satisfactorios para la comprensión de la realidad; que la certeza se obtiene gracias a las ciencias experimentales y que la única manera de evitar el error científico o filosófico es renunciar a todo a priori y a conocer las cosas en sí.

La tarea de Comte es fundar y organizar esta ciencia integrada del hombre y la sociedad. La sociología tiene que seguir “los mismos criterios del resto de

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© UOC 17 La mirada sociológica

las ciencias, se tiene que constituir como un tipo de física social. El objetivo de la nueva ciencia es llegar a descubrir las leyes que rigen el mundo social, de manera parecida a como la física descubre las leyes que rigen el mundo físico. Sólo así será posible que la sociedad se organice sobre bases sólidas y duraderas” (Estradé, 1999: 109).

Dentro del esquema comtiano la sociología tenía que estudiar los meca-nismos que hacen que la sociedad se mantenga unida (estática social) y, por otro lado, estudiar el cambio y las transformaciones sociales (dinámica social). Comte atribuía un papel determinante a la sociología que, en virtud de su carácter general, estaba destinada a convertirse en la “reina de las ciencias”. Comte considera que la sociología es un medio de predicción y control social al servicio del orden, el progreso y el bienestar. El autor francés señalaba, tam-bién, la importancia que tienen las ideas para explicar la evolución histórica.

Desde una particular concepción idealista Comte formuló la ley de los tres estadios, según la cual la evolución de las sociedades humanas –de un modo parecido al desarrollo de los individuos– pasa por tres estados o estadios: el estado teológico, el estado metafísico y el estado científico positivo. (Como veremos más adelante, el idealismo de Comte contrasta radicalmente con el materialismo histórico de Marx.)

Los tres estadios de Comte: la evolución de las sociedades humanas a partir de las teorías de Augusto Comte

En el estadio teológico el ser humano recurre a las fuerzas sobrenaturales para explicar los fenómenos; durante el estadio metafísico estos fenómenos se explican en términos de principios abstractos y racionales, y, finalmente, en el estado científico o positivo es la ciencia la que tiene un papel crucial en la explicación del cosmos. A partir de esta ley general Comte distingue tres tipos principales de sociedades, correspondientes a cada uno de los tres estados: la

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© UOC 18 Sociología de la comunicación

sociedad militar (estado teológico), la sociedad de los legistas (estado metafísi-co) y la sociedad industrial (estado positivo).

El filósofo francés sostiene que la etapa positiva implica la superación de las etapas anteriores y comporta la consagración de la ciencia como sistema de conocimiento apropiado para explicar los grandes retos que comportan las transformaciones históricas derivadas de la revolución industrial y de la revo-lución política, y para darles respuesta.

1.2. El materialismo histórico

La sociología nace también bajo la estrella de la ciencia económica fundada durante el siglo xviii por el pensador y moralista escocés Adam Smith (1723-1790), considerado el precursor del liberalismo económico. Aun así, podemos decir que el autor que ha influido más en su desarrollo es el filósofo y econo-mista Karl Marx (1818-1883). La obra de Marx está cargada de observaciones que tienen un gran interés histórico y sociológico. Marx fue un pensador revolucionario que en El capital diseccionó magistralmente el sistema capita-lista (Marx, 1983). El capitalismo es un sistema de producción que contrasta radicalmente con los anteriores órdenes económicos de la historia, puesto que comporta la producción de bienes y servicios a gran escala destinados a una amplia variedad de consumidores.

Figura 3. Karl Marx (1818-1883) es una de las figuras más eminentes de la sociología del conflicto.

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© UOC 19 La mirada sociológica

Muy a grandes rasgos, podemos decir que el capitalismo es un sistema de producción caracterizado por la técnica avanzada, la propiedad privada de los medios de producción, la búsqueda del máximo beneficio y, particularmente, la existencia del mercado libre como mecanismo general de coordinación y los precios como señal informativa.

En contraposición a la perspectiva idealista de Comte, Karl Marx da mucha importancia a las transformaciones económicas y a la manera de organizar el trabajo y la producción de los bienes materiales. Por eso denomina a su méto-do de análisis social materialismo histórico. El materialismo histórico es una perspectiva, desarrollada originariamente por Karl Marx (junto con Friedrich Engels), según la cual la historia de la humanidad, a excepción de sus estadios más primitivos, ha sido una historia de lucha de clases, las cuales son producto de la explotación económica que se produce en las relaciones de producción y de intercambio, y a partir de la cual se explican la superestructura de las instituciones jurídicas y políticas y las formas de representación religiosas y filosóficas.

La noción de clase social“Marx aportó algunas herramientas conceptuales muy útiles para lo que llamamos «análisis de clase», es decir, el análisis de las formas en que las clases se constituyen y luchan entre sí [...]. Para Marx, ni los ingresos ni la ocupación pueden considerarse criterios definitorios de la clase. Contrariamente al conocimiento popular sobre lo que es una clase, la riqueza o la pobreza no tienen nada que ver con la clase a la que se pertenece. No se es capitalista por el hecho de ser rico, ni se es necesariamente rico por ser capitalista. [...] En general, Marx va rechazó la posibilidad de que se definiese la clase en función de criterios de tipo grada-cional, es decir, los criterios que no permiten colocar a cada uno de los individuos en una “escala” de diferentes peldaños. Estos «peldaños» son artificios mentales del observador, no realidades empíricas, y Marx creía que las clases eran una realidad empírica. Parece claro que el criterio utilizado por Marx era el de la posición en las relaciones de producción, una posición que a su vez está determinada por la propiedad o no propiedad de los medios de producción. Así, en el capitalismo las dos grandes clases sociales son los capitalistas, que no se definen por ser propietarios de medios de producción, y los trabajadores, que no son pro-pietarios de medios de producción. Se ha escrito mucho sobre la suficiencia o insuficiencia de este criterio para definir lo que es una clase social y, sobre todo, sobre su relación con el criterio de la conducta de mercado. Efectivamente, la razón lleva a los poseedores de medios de producción a comportarse de una determinada forma en el mercado: alquilar fuerza de trabajo y acumular incesantemente capital. Pueden no hacerlo, pero en este caso desapare-

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Marx considera que el ser humano necesita, antes que nada, satisfacer las necesidades materiales (comer, beber, guarecerse, vestirse, etc.). El modo de producción y de distribución de estos bienes básicos (infraestructura) condi-ciona las diferentes fases de desarrollo de las instituciones políticas, jurídicas, artísticas y religiosas (superestructura).

En contraposición al idealismo filosófico, para Marx, las ideas, las creencias o los valores de los seres humanos no son la principal fuente de cambio social. Es el trabajo, la actividad humana orientada a la satisfacción de las necesidades, lo que condiciona la manera de hacer, de pensar y de sentir.

Marx y Engels participan de un modelo conflictivista y consideran que la lucha de clases es el principal motor de la historia. Como sostienen en el Manifiesto comunista esta lucha es producto del enfrentamiento que se produce entre dos clases sociales antagónicas en la defensa de sus intereses particulares:

“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha

de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y sirvientes, maes-

tros y oficiales. En una palabra: opresores y oprimidos se han enfrentado siempre,

han mantenido una lucha constante, sepultada a veces y otras veces abierta; lucha

que ha acabado siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o

con el hundimiento de las clases en pugna. En las épocas históricas anteriores encon-

tramos casi por todas partes una diferenciación completa de la sociedad en varios

estamentos. Una múltiple escalera gradual de condiciones sociales. En la Roma anti-

gua encontramos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, seño-

cerán como capitalistas. La no posesión de medios también determina un comportamiento racional para los trabajadores: alquilar su fuerza de trabajo. Si la clase queda mejor definida por el criterio de la propiedad o por el del comportamiento de mercado, o si ambos crite-rios se deben tener en cuenta, es un debate abierto. Lo que sí que parece claro es que el concepto de clase que usaba Marx es relacional, no gradacional: la clase es una propiedad relacional, como ser padre, por ejemplo. Uno es padre si tiene al menos un hijo o una hija. Del mismo modo, los capitalistas no son capitalistas por tener mucho o poco dinero, sino porque tienen una relación determinada con otra clase, la obrera: «El capital presupone el trabajo asalariado, y este, el capital. Ambos se condicionan y se engendran recíprocamente». Sin obreros por asalariar, no habría capitalistas, y sin capitalistas no habría asalariados. Es la matriz de relaciones en la que están inmersas las clases lo que las convierte en clases.” (León, F. J., 2012: 54-57).

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res feudales, vasallos, maestros, oficiales y sirvientes, y además, en casi todas estas

clases encontramos, a su vez, gradaciones especiales. La moderna sociedad burguesa,

que ha surgido de las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones

de clase. Sólo ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las

viejas formas de lucha por otras nuevas. Pero nuestra época, la época de la burguesía,

se distingue por el hecho de haber simplificado las contradicciones de clase. Toda

la sociedad se va dividiendo, cada vez más, en dos grandes bandos hostiles, en dos

grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.” (Marx

y Engels, 1948).

Desde una perspectiva marxista, la principal palanca del cambio social es la contradicción que se produce entre las “fuerzas productivas” y las “relaciones de producción”. Estas contradicciones pueden llegar a provocar estallidos de violencia revolucionaria. Finalmente, Marx distingue cuatro modos de produc-ción fundamentales que se van sucediendo en el tiempo: el modo de produc-ción antiguo, el modo de producción feudal, el modo de producción capitalista y el modo de producción socialista.

Para una lectura actual y crítica sobre Marx, véase: León, F. J. (2012). Karl Marx. Entre la ciencia y la revolución. Barcelona: UOC.

2. El advenimiento de la modernidad

2.1. Reflexiones previas

Desde una perspectiva histórica se considera la invención de la máquina de vapor de James Watt en 1775 como un factor crucial que hizo posible la revo-lución industrial en Inglaterra.

Más adelante, la revolución francesa del año 1789 permitió derrocar el anti-guo régimen absolutista. Para explicar estos procesos históricos transformado-res, los autores clásicos hacen hincapié, sobre todo, en los factores de carácter económico y político que tienen, sin duda, una importancia capital e indiscu-tible (Giddens, 1979). Conviene destacar, también, el peso del pensamiento

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ilustrado, la reforma protestante y la superación de las viejas creencias y supers-ticiones. Con su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber (1984) estudia cómo el capitalismo como sistema económico hegemónico se impuso antes en los países europeos de tradición protestante, especialmente en su concreción calvinista.

Figura 4. La máquina de vapor de James Watt hizo posible la revolución industrial.

Pero a menudo al explicar la modernidad se ha desatendido o se ha pasado por alto los factores culturales y comunicativos. Es necesario también tener presente, por ejemplo, el papel que han tenido las nuevas redes de transportes y telecomunicaciones en la configuración de las sociedades modernas y en el establecimiento de unas nuevas formas de vida. Para John B. Thompson (1998), cualquier análisis lúcido de la realidad social tiene que focalizar la aten-ción en la creación de un sistema de comunicación que ha permitido conectar gradualmente todos los rincones del planeta y producir un cambio fundamen-tal en las condiciones de vida de la población. Este proceso de cambio radical culminará, más adelante, con el proceso de globalización. El principal mérito de Thompson es proponer un paradigma teórico que sitúa los medios en el centro de la sociedad contemporánea. Los medios no son seguramente el factor más importante, pero han tenido un papel primordial en la configuración de

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las sociedades modernas (y posmodernas). No se puede hacer un seguimiento de los cambios en el mundo de la política y la cultura contemporánea sin tener en cuenta las nuevas formas de visibilidad social que crean los mass media (Thompson, 2008).

Por otro lado, es interesante destacar la aportación que hace Manuel Castells en su trilogía sobre La era de la información. El objetivo de esta obra monumen-tal es analizar el cambio social que se ha producido en nuestras sociedades a finales del siglo pasado con la irrupción de Internet y la extensión de las redes sociales. Como veremos en el próximo capítulo, la obra de Castells (2003) nos explica el paso del capitalismo industrial al capitalismo informacional, que des-plaza la importancia de la propiedad y del control sobre los recursos materiales hacia la gestión y el procesamiento de la información. Se trata de un nuevo sistema tecnoeconómico organizado mediante redes telemáticas y nuevas for-mas de organización horizontal del trabajo que se extienden a escala mundial. Pero no avancemos acontecimientos. Es mejor ir paso a paso sin precipitarnos.

A continuación expondremos las principales teorías sociológicas del proceso modernizador.

2.2. De la comunidad a la asociación

En sus inicios, la sociología focaliza los cambios y las transformaciones que provoca el tránsito de la sociedad tradicional a la sociedad moderna. Se trata de cambios estructurales de gran alcance, a menudo de carácter dramático, que han comportado una conmoción histórica extraordinaria y que han incidido en las condiciones y las oportunidades de vida de millones y millones de per-sonas.

Con el advenimiento de la modernidad, se produce el paso de las antiguas comunidades de carácter simple a las sociedades modernas de carácter comple-jo. La mayor parte de autores clásicos de las ciencias sociales participan de una imagen común, de un cierto acuerdo en la tentativa de explicar este cambio histórico a partir de la disolución de las comunidades originarias de carác-ter simple y el tránsito hacia las sociedades modernas de carácter complejo (Giner, 1974). Con su distinción entre comunidad (Gemeinschaft) y asociación (Gesellschaft), Ferdinand Tönnies (1855-1936) es el autor clásico que mejor expresa esta bipolaridad.

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Figura 5. Ferdinand Tönnies (1855-1936) está considerado como uno de los precursores de la sociología.

La Gemeinschaft se basa en los vínculos afectivos, primordiales, emociona-les, y en las lealtades y las adhesiones de fidelidad incondicional. La comuni-dad se apoya en la voluntad natural o esencial (Wesenwille), que es el tipo de resorte que en esta forma de agrupamientos humanos produce una impulsión hacia los otros. En cambio la asociación que se basa en la voluntad racional o arbitraria –arbitraria en el sentido del libre albedrío y no de voluntad capri-chosa– (Kürville) se caracteriza por las relaciones instrumentales, racionales, deliberadas, de cálculo” (Flaquer y Giner, 1986).

Según la definición de Tönnies, las relaciones en el seno de la comunidad (Gemeinschaft) están presididas por vínculos y vínculos de tipo afectivo, perso-nal y familiar. La comunidad se define por la unidad del pensamiento y la emo-ción. Los elementos pasionales y emotivos predominan sobre los racionales.

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Esquema 1. LA TIPOLOGÍA DE COMUNIDAD Y ASOCIACIÓN (FERDINAND TÖNIES)

Características SOCIEDADES TRADICIONALES SOCIEDADES MODERNAS

Estructura Comunidad (Gemeinschaft) Asociación (Gesellschaft)

Acción Afectiva Tradicional; costumbre

Racional Instrumental; contractual

Orientación de la acción

Fin en sí mismo Particularismo

Medio para otros fines Universalismo

Orden social Tribal, clánico, étnico Corporativo, empresarial, burocrático

Economía Cooperación; unidad de producción y consumo

Mercado, propiedad privada; salarios y beneficios

Autoridad Carismática o hereditaria Mando legítimo electo

Persona Miembro natural, pertenencia hereditaria

Miembro convencional; individuo; pertenencia conseguida (mérito)

Universo social Compacto: tribal; clánico; Público-privado

Fragmentado: casta; linaje; estado sociedad civil

Mucho antes que se empezaran a notar los efectos de la revolución indus-trial, cada ciudad y cada villa eran como un pequeño microcosmos donde se satisfacían las necesidades de orden económico, cultural o emocional. Entonces las relaciones sociales venían marcadas mucho más por su carácter personal, y los vínculos sociales se fundamentaban en un fuerte sentimiento de identidad entre personas conscientes de pertenecer a un mismo universo de experiencias: en el centro de esta concepción del mundo está el retrato de una sociedad campesina premoderna.

Sin embargo, el tipo de relación que predomina en las sociedades comple-jas es de carácter asociativo. En la sociedad se produce una separación entre razón y sentimiento, entre medios y fines, lo que significa que las relaciones personales son de carácter racional e instrumental; predominan el cálculo, la manipulación y la evaluación crítica de las situaciones.

La dicotomía de Tönnies ha tenido una influencia extraordinaria en la teoría social posterior, pero como veremos más adelante, resulta demasiado rígida y demasiado simplista, puesto que niega de raíz el carácter comunitario de la experiencia humana en las sociedades modernas y subestima el peso de la racionalidad en las sociedades tradicionales.

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2.3. Individualismo y formas de solidaridad moderna

El principal factor que explica esta creciente diferenciación es la división social del trabajo. Una peculiaridad del sistema económico de las sociedades modernas es el desarrollo de una división del trabajo sumamente compleja y diversificada (Durkheim, 1982). La división del trabajo implica que este se divi-de en distintas ocupaciones que necesitan una determinada especialización. Según Durkheim, todas las sociedades mantienen, aunque sea de forma rudi-mentaria, algún tipo de división del trabajo. Las sociedades más simples mos-traban ya una división sexual del trabajo, de modo que las tareas asignadas a los hombres y a las mujeres estaban claramente diferenciadas. El desarrollo del industrialismo ha hecho que la división del trabajo sea mucho más compleja que en cualquier otro tipo de sistema de producción anterior.

En la división del trabajo social, Émile Durkheim (1858-1917) se plantea el tránsito de la vida tradicional a la vida moderna y afirma que mientras que en las “sociedades simples” los vínculos de solidaridad (solidaridad mecánica) se dan gracias a la similitud de las conciencias y a un fuerte sentimiento de identidad entre los individuos, en las “sociedades complejas” es el proceso de diferenciación del trabajo lo que da origen a una nueva forma de solidaridad (solidaridad orgánica) basada en la diferencia.

Este proceso diferenciador es consecuencia del proceso de producción industrial moderno y es, también, su elemento más característico. La división social del trabajo debilita la “conciencia colectiva”. Durkheim se plantea si la división social del trabajo, en las sociedades complejas, puede conducir a una ruptura de los vínculos comunitarios y amenaza con la disgregación de la socie-dad (proceso que se acentúa con el debilitamiento de la religión).

El reto o paradoja fundamental al que quieren dar respuesta las teorías de Durkheim es el siguiente: “¿Cómo es posible mantener la cohesión social y la solidaridad entre los individuos en una sociedad fuertemente diferenciada que promueve el individualismo?”. Por ejemplo, una de las preguntas que se plantea en La división del trabajo social es la siguiente: “¿Cómo es posible que, haciéndose más autónomo, el individuo dependa más estrechamente de la sociedad?” (prefacio de la primera edición de La división del trabajo social).

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Figura 6. Émile Durkheim (1855-1936) entendía la sociedad como una comunidad moral.

Este es uno de los enigmas que Durkheim resuelve brillantemente. La res-puesta que da Durkheim a este interrogante es clara y diáfana: la diferenciación social del trabajo y el culto al individuo no tienen por qué hacer tender a la desintegración social. La solidaridad en las sociedades modernas no proviene de la aceptación de un conjunto de creencias comunes y de un sentido de identidad colectiva. Es muy conocido el retroceso de las religiones (sobre todo en sus expresiones más institucionalizadas). Al contrario, proviene de la dife-renciación de los individuos en el trabajo y de un nuevo vínculo basado en la mutua interdependencia.

Durkheim distingue entre dos formas de solidaridad: la mecánica y la orgá-nica. La solidaridad mecánica, propia de las sociedades simples y de carácter tradicional, es la solidaridad por similitud y expresa una falta de diferenciación social. Los individuos se asemejan entre ellos porque comparten unos mismos valores y sentimientos religiosos. Sin embargo, la solidaridad orgánica, propia de las sociedades complejas, es la solidaridad por diferenciación y por interde-pendencia y se caracteriza por un aumento de la densidad de la sociedad debi-

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do a la expansión de la población, al crecimiento de las ciudades y al desarrollo de los medios de transporte y comunicación.

Esquema 2. TIPOLOGÍA SOBRE LOS SISTEMAS DE SOLIDARIDAD (ÉMILE DURKHEIM)

SOCIEDADES TRADICIONALES SOCIEDADES MODERNAS

SOLIDARIDAD MECÁNICA Homogeneidad Identidad

SOLIDARIDAD ORGÁNICA Heterogeneidad Diferencia Interdependencia funcional

Grado de complejidad Escasa división social del trabajo Profunda división social del trabajo

Religiosidad Fuerte conciencia colectiva Débil conciencia colectiva

Derecho Derecho penal Derecho civil restitutivo

Estos dos tipos de solidaridad dan lugar a dos tipos de sociedades: las socie-dades simples (segmentarias) y las complejas (basadas en la división del traba-jo). Las formas de solidaridad aluden a los modos de integración y articulación de los grupos e instituciones sociales, y al tipo de vínculos que unen a los miembros de la sociedad entre sí.

El concepto durkheimiano de solidaridad es muy amplio e incluye varias acepciones: (1) sistema de vínculos sociales que liga a los individuos a la socie-dad; (2) sistema de relaciones sociales que une a los individuos entre sí y a la sociedad en su conjunto; (3) sistema de intercambios sociales que va más allá de las transacciones que se dan en el intercambio económico en la sociedad. Este sistema de intercambios forma una vasta red de solidaridad social que se extiende al amplio abanico de relaciones sociales y cohesiona a los individuos en una forma de unidad social; (4) grado de integración social que creía que unía a los individuos a los grupos sociales independientemente de su voluntad (Flaquer, 2012: 42).

2.3.1 Modernidad y anomia

A medida que se expande la división del trabajo, los individuos se vuelven cada vez más dependientes los unos de los otros porque cada persona necesita

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bienes y servicios que le proporcionan los que realizan otros trabajos. Según Durkheim, los procesos de cambio en el mundo moderno son tan rápidos e intensos que generan importantes trastornos sociales, que Durkheim vinculó con el problema de la anomia. En circunstancias de crisis es cuando se hace más patente este problema.

Durkheim usó este concepto en De la división del trabajo social (1893) y en El suicidio (1897). La anomia es un concepto central en la disciplina socioló-gica. La anomia comporta una situación social en la que se hace patente un conflicto de normas morales y de conducta, de modo que algunos individuos sufren ante las dificultades que implica orientar con precisión su conducta. Dicho con otras palabras, la anomia es el sentimiento que experimentan algu-nos individuos ante la falta de propósitos u objetivos en la vida que se da en determinadas condiciones sociales. Para Durkheim, la anomia es consustancial al capitalismo y, en general, a la sociedad moderna, en la medida que es un tipo de sociedad en la que se ha institucionalizado el cambio.1

Para una lectura actual sobre Durkheim, véase: Flaquer, L. (2012). Émile Durkheim. Sociòleg de la moral. Barcelona: UOC.

2.4. La superorganización de la vida

Los tiempos difíciles han ejercido una singular fascinación en el mundo de la intelectualidad y tiñen la mirada de pesimismo. Esta visión pesimista que se impone en tiempos de crisis no es nueva en absoluto. Por ejemplo, el sociólogo alemán Max Weber (1964-1920) no participaba de la confianza ciega en el pro-greso. Weber era consciente del carácter trágico y paradójico de la condición humana. Esta conciencia acerca al autor alemán a los grandes pensadores de la sospecha –Marx, Nietzsche y Freud– que lo precedieron. Nuestros actos pueden tener efectos imprevistos o consecuencias no deseadas. Weber habla de las con-secuencias no intencionadas del comportamiento humano. Los actos humanos

1. La noción de anomia posteriormente ha sido desarrollado por R. K. Merton –en Social Theory and Social Structure (1949)–, para quien la anomia o estado anómico es la situación en que los objetivos sociales prescritos son incompatibles con las normas que regulan la consecución y se originan conflictos, tensiones y frustraciones específicas de cada caso.

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pueden tener resultados inesperados que escapan al control de la voluntad de las personas. En este sentido se ha de tener presente que las intenciones que mueven a la acción social pueden desvanecerse en el transcurso del tiempo y que nuestros actos pueden dar lugar a consecuencias totalmente imprevistas.

Figura 7. Max Weber (1864-1920) está considerado el fundador de la sociología comprensiva.

Todo ello hace que la vida humana a menudo sea mucho más complicada de lo que podría parecer a primera vista. No basta tener buenas intenciones. Como dice la sabiduría popular, “el infierno está adoquinado con buenas intenciones”. Nuestros actos nos pueden llevar a situaciones nuevas y a unos resultados inesperados que, a menudo, son contrarios a nuestra voluntad.

En toda su obra, Max Weber expresa un profundo pesimismo y adopta una postura crítica respecto de la misma noción de progreso, que es un elemento básico del proyecto ilustrado. Max Weber ve en el proceso de racionalización los rasgos más relevantes de una sociedad moderna abocada a la pérdida de sentido o al desencanto del mundo. Según Weber, el verdadero motor del cambio social se encuentra en el proceso de racionalización.

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El proceso de racionalizaciónEn este nombre Weber incluye un conjunto de fenómenos de índole variada que afec-tan las esferas del derecho, la política, la religión, el arte, la economía, la técnica, las formes de pensamiento y la organización general de la sociedad. En las sociedades tradicionales estos ámbitos están muy poco delimitados y la religión se hace presente en prácticamente todas las expresiones de la vida colectiva. La irrupción de la moder-nidad se constata cuando se inicia un doble proceso, consistente en la diferenciación progresiva de nuevos marcos de actividad humana y de su emancipación lenta del dominio de la religión, y la adopción en el interior de cada una de estas esferas de unos criterios de regulación relativamente autónomos respecto a los del resto (crite-rios específicamente políticos, económicos, estéticos, etc.). Cuando pasa esto, podemos decir que se produce una racionalización general de la vida social, porque coincide con la irrupción generalizada de unos puntos de vista más pragmáticos, más funcionales, basados en el cálculo de los medios necesa-rios para lograr una determinada finalidad.

Desencanto del mundo[El proceso de racionalización] también tiene sus costes. En concreto, Weber habla de un “desencanto del mundo” creciente, producido, por un lado, como consecuencia de la pérdida de peso de las explicaciones religiosas sobre la vida y la muerte, y, por el otro, por la ausencia de respuestas alter-nativas a estas cuestiones. El desencanto del mundo es consecuencia del proceso de racionalización que provoca la desaparición de la magia y del misterio en las sociedades modernas. (Estradé, 1999: 101-102)

Weber pone de relieve los peligros de este proceso, que ve como inevitable y que es inherente al proceso de racionalización y, particularmente, a la exten-sión de la racionalidad formal o instrumental en detrimento de la racionalidad esencial. Weber creía que la sociedad moderna había dejado de mantenerse unida por lazos comunitarios de carácter primario (a pesar de que todavía per-sistían importantes vínculos sociales). En las sociedades modernas, el principal vínculo social estaba constituido por organizaciones formales esencialmente burocráticas.

Según Weber, la burocracia es un tipo de organización propia de la sociedad moderna que, a pesar de su mala fama, es más eficiente que los sistemas de organización precedentes. La burocracia tiene un carácter formal, unas reglas

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de procedimiento explicitas, una estructura jerárquicamente e internamente diferenciada en tareas altamente controladas por formas, secciones y departa-mentos (bureaux, oficinas), con pretensión de racionalidad y eficiencia (en el próximo capítulo veremos los peligros potenciales que comporta la burocracia).

Esquema 3. LOS CLÁSICOS Y LAS TEORÍAS DE LA MODERNIZACIÓN

Teoría de la modernización Consecuencias de la moder-nización

Karl MarxNace en Alemania (1818)Muere en Inglaterra (1883)El capital (vol. I) 1867

La sucesión de los diferentes modos de producción y siste-mas de propiedad.La lucha de clases es el motor de la historia.

El tránsito del feudalismo al capitalismoAlienación: Situación de pér-dida de control del trabajador respecto al proceso de trabajo y del fruto de este proceso.

Émile DurkheimFrancia (1858-1917)La división del trabajo social (1893)

La división social del trabajo.El aumento de la población y los contactos entre varias comunidades que favorecen la innovación y el proceso de especialización.La especialización hace que los intereses sean difíciles de armonizar.

El tránsito de las sociedades simples a las sociedades complejas.Anomia: Situación en la que hay una falta d regulación moral colectiva de los deseos y aspiraciones individuales.

Max WeberAlemania (1846-1920)La ética protestante y el espí-ritu del capitalismo (1906)

El proceso de racionalización.La modernidad comporta un doble proceso, consistente en la diferenciación progresiva de nuevas esferas de la acti-vidad humana (la esfera del derecho, la ciencia, la política, la moral, el arte, etc.), su emancipación lenta y progre-siva del dominio de la religión y la adopción en el interior de cada una de estas esferas de unos criterios de regulación relativamente autónomos.

Secularización.Desencanto del mundo.Pérdida del peso específico de las religiones en la inter-pretación del mundo.

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Independientemente del hecho de que estas organizaciones tendían, en su origen, a satisfacer los intereses de los respectivos socios y administrados, la burocracia, que se regía con criterios autónomos, tendía a la igualación de los administrados, porque la diferenciación y la variedad dificultan una adminis-tración eficiente. Así, el carácter impersonal de las relaciones se acentúa en el seno de los grupos tratados por la burocracia, en una tendencia deshumaniza-dora hacia la especialización (Giner, 1979: 159).

Para una lectura actual de los clásicos de la sociología, véase:Estradé, A. (1999). “El pensament sociològic: Els fundadors”. En: Cardús, S. (coord.). La mirada del sociòleg. Barcelona: UOC/Proa.

3. La perspectiva sociológica

3.1. La sociología como forma de conciencia personal

La sociología es una disciplina de conocimiento que nace con vocación de ser (o de llegar a ser) una ciencia. Aun así, la sociología también es una forma de conciencia personal que nos permite conocernos mejor a nosotros mismos y nuestra posición en el mundo (Berger, 1987). Aprender a pensar sociológi-camente significa cultivar nuestra imaginación (C. W. Mills, 1987). La imagi-nación sociológica invita a comprender lo que nos ocurre, no tanto a partir de nuestros rasgos particulares (esto sería caer en el psicologismo), sino por el contexto social que nos ha tocado vivir. Del mismo modo que estudiar historia permite entender mejor la evolución de un país a lo largo del tiempo, la ima-ginación sociológica permite comprender la biografía personal en el contexto de la historia de nuestro tiempo.

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Figura 8. Charles W. Mills (1916-1962) fue el autor de La imaginación sociológica.

Los hechos de la historia contemporánea –como dijo W. Mills (1916-1962) en La imaginación sociológica– son a la vez hechos relativos a los éxitos y a los fracasos de unas mujeres y de unos hombres concretos que pueden sufrir sus consecuencias en su propia carne:

“Cuando una sociedad se industrializa, el labrador se convierte en obrero y el

señor feudal desaparece si no se convierte en hombre de negocios. Cuando las clases

suben o bajan, el primero tiene trabajo o está parado; cuando las inversiones aumen-

tan o disminuyen, el segundo toma vuelo o se arruina.” (Mills, 1987: 7-8).

Es importante saber cuáles son nuestras oportunidades vitales y profesiona-les en tiempos de crisis. Es precisamente el colectivo de los jóvenes uno de los más afectados por la falta de perspectivas de futuro. La conciencia sociológica nos interpela y a menudo nos incomoda, ya que pone de manifiesto algunos factores condicionantes de nuestra vida personal y, a menudo, permite poner en cuestión nuestra ilusión de libertad. A pesar de que a menudo nos mostra-mos confiados y muy seguros de nuestro poder como individuos para tomar decisiones, no somos conscientes de hasta qué punto nuestras decisiones están condicionadas por las circunstancias que nos rodean, circunstancias que noso-tros no hemos elegido.

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3.1.1. La dialéctica entre individuo y sociedad

No es sencillo explicar qué es la sociología. La sociología es una disciplina humanística que sitúa al ser humano en el centro de su reflexión y preocupación.

En este sentido el individuo es esencial. Sin embargo, si entendemos al indi-viduo como sujeto, entonces este no se puede entender separado de la sociedad [como si se tratara de un ser solitario, aislado y apartado del mundo (como harían algunas corrientes de la psicología), sino que entendemos al individuo como un ser eminentemente social.] Pensar sociológicamente no significa úni-camente pensar en el ser humano, sino también en el mundo humano en su conjunto. Los individuos no pueden ser analizados de un modo esencialista, abstracto o independiente de las formas sociales por las que están afectados. Los individuos son actores participantes de una comunidad de valores y de instituciones cuyas consecuencias prácticas también determinan el obrar y el sentido de sus acciones (Wieviorka, 2011).

Tampoco se puede admitir la famosa frase atribuida a Margaret Thatcher: “La sociedad no existe, solo hay individuos”. Esta sentencia expresa muy bien la miopía del neoliberalismo, que niega la dimensión social de la experiencia humana. Esta visión equivocada explica en buena parte la crisis estructural que sufre el capitalismo informacional. Mientras que el antiguo comunismo estalinista fracasó, al negar al individuo como sujeto, el neoliberalismo está condenado a fracasar al negar la dimensión colectiva de la experiencia indivi-dual. Las dos doctrinas son igualmente perniciosas, dado que –como veremos en este texto– no se puede separar al individuo de la sociedad, ni a la sociedad del individuo, ni se pueden contraponer.

No hay manera, pues, de entender la vida de una persona, ni la historia de una sociedad, si no se entienden las dos juntas. Como ya decía Aristóteles, el ser humano es un animal político (Zoon politikon); es decir, un individuo que vive en la ciudad y que, por lo tanto, tiene que potenciar las habilidades socia-les y comunicativas. Esta dependencia del entorno es especialmente acusada en los primeros años de vida. Fuera de un entorno social y cultural el individuo no puede crecer, ni sobrevivir. La ausencia de vida social priva al ser humano de una serie de aprendizajes básicos para la vida social: el lenguaje, el desarrollo mental y las emociones superiores.

No podemos concebir la existencia de los seres humanos sin sociedad, sino que “el homo sapiens es siempre, y en esta misma medida, homo socius” (Berger

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y Luckman, 1988: 70). “El ser humano es un ser social y lo que lo hace humano es, fundamentalmente, el hecho de nacer y crecer en sociedad. En este sentido, un individuo que al nacer se abandone y se deje solo y al margen de la sociedad difícilmente podrá subsistir. Y es que a pesar de ser famosas y conocidas las películas sobre los niños salvajes criados en la selva, estos casos son una rareza muy excepcional” (Griera y Clot, 2013).

Figura 9. Fotograma de la película L’enfant sauvage de François Truffaut.

No se trata solo de un relato cinematográfico. Anna e Isabelle son dos casos reales que se produjeron en los Estados Unidos y fueron estudiados por Kingsley Davis (1940, 1947). Se trata de dos “niños salvajes” que durante la niñez fueron abandonados por sus padres y sufrieron aislamiento social y no se relacionaron con otros seres humanos. El estudio de Kingsley Davis permite constatar que la sociabilidad es clave para el desarrollo humano. La ausencia de vida social en este momento crucial del crecimiento priva al ser humano del lenguaje, del desarrollo mental y de las emociones superiores.

3.1.2. La identidad líquida

Vivimos en un mundo dinámico y cambiante. Los individuos podemos expe-rimentar cambios importantes a lo largo de la trayectoria vital y profesional.

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Mientras en las sociedades tradicionales el individuo mantenía general-mente un estatus profesional estable y una identidad social bastante definida (vinculada a este estatus), en las sociedades avanzadas se puede cambiar con relativa facilidad su posición o estatus social. En las sociedades modernas la identidad es bastante indefinida, insegura y cambiante (Berger, 1987).

Los cambios no afectan a todo el mundo, ni afectan del mismo modo. Aun así, muchos individuos experimentan cambios importantes a lo largo de su vida. Estos cambios obligan a (re)definir la posición social, puesto que una per-sona que muda su posición en el mundo también es una persona que cambia la percepción que tiene de sí misma.

La condición humana en las sociedades avanzadas ha logrado un carácter bastante incierto y fluctuante. Por ello en plena era de la incertidumbre ha hecho fortuna la idea de que vivimos en una sociedad líquida, como sugiere el sociólogo de origen polaco Zigmunt Bauman (2007). El hombre y la mujer en la era de la posmodernidad se encuentran en estado de duda permanente sobre el mundo y sobre sí mismos. El ser humano, por lo menos en las socie-dades democráticas, es teóricamente libre. No obstante, se trata de una libertad condicionada por la posición social y la trayectoria individual. Muchas cosas importantes de esta vida nos vienen dadas. La ciudad de nacimiento, la fami-lia de origen o la lengua materna dependen de las circunstancias de nuestro nacimiento. Son circunstancias que nosotros no hemos escogido y, aun así, son decisivas para explicar lo que somos y condicionan nuestro destino. Aunque algunas teorías sociológicas aportan una visión muy determinista, creemos que es más acertada aquella mirada que se da cuenta de la complejidad y del carácter dialéctico de la vida social (la sociedad nos condiciona a nosotros, pero nosotros también podemos incidir en la vida social). En cualquier caso, el protagonismo del individuo como sujeto social se puede acentuar gracias a una mayor reflexividad. Por ejemplo, si nos fijamos en las mujeres y en las relaciones de género, en primer lugar hace falta una reflexión general para constatar la existencia de ciertas desigualdades entre hombres y mujeres. En segundo lugar, será necesario que la propia mujer analice su situación personal y solo desde este proceso de reflexión y concienciación personal podrá mejorar algunos aspectos de sus relaciones de pareja.

Lo que nos pasa a nosotros no siempre tiene una relación directa con nues-tra voluntad o con nuestros deseos, sino que depende de unas circunstancias sociales que seguramente no hemos elegido, pero que afectan a nuestro desti-

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no. Como dijo Ortega y Gasset “Yo soy yo y mis circunstancias”. Es importante saber hasta qué punto estas circunstancias nos condicionan. Por ejemplo, si yo me quedo en el paro puedo llegar a pensar que la culpa es exclusivamente mía, pero si analizamos la situación de crisis actual constatamos que existe un pro-blema general que afecta a muchos jóvenes que se encuentran en una situación similar. También es un elemento de preocupación el tema del fracaso escolar. El fracaso escolar, por ejemplo, es vivido como un fracaso personal (y así es), pero también es un fracaso de la propia sociedad, que no ha invertido los recur-sos necesarios en la formación de los niños. La influencia de los demás, sobre todo durante los primeros años de vida, es muy importante. Sartre lo expresó de una forma magistral: “Yo soy lo que hago de lo que los otros han hecho de mí” (Berger y Luckmann, 1988: 79).

La conciencia sociológica es contraria a la percepción carismática que a menudo tenemos de nosotros mismos. Nos hacemos ilusiones y nos creemos libres: amos y señores de nuestra vida. Pensamos que podemos ejercer un control absoluto sobre nuestro destino. Como si nuestra vida dependiera solo de nuestra voluntad y de nuestros deseos, pero esto desgraciadamente no es así. Las instituciones y la estructura social nos limitan. La trayectoria laboral de un periodista, por ejemplo, está muy condicionada por las estructuras de la empresa donde ejerce la profesión. Un periodista freelance incluso está con-dicionado por los imperativos de las empresas de comunicación que le pagan los reportajes. Aunque sea un profesional muy preparado y con las ideas muy claras no siempre podrá hacer lo que le dicta su conciencia personal y profesio-nal. Es importante saber –y no siempre es agradable– que los profesionales de la comunicación sufren grandes limitaciones y condicionantes en el ejercicio de su rol profesional. En su obra Sobre la televisión, Pierre Bourdieu (1997) pone de manifiesto las limitaciones o constricciones que el “campo periodístico” ejerce sobre los propios profesionales de la televisión que, incluso, los llega a tratar de “títeres”.

Véase: Bourdieu, P. (1997). “Annex I. L’ascendent del periodis-me”. Sobre la televisió (pág. 79-93). Barcelona: Ediciones 62.

La sociología nos enseña que no somos totalmente amos y señores de nues-tras vidas. Esta es una idea difícil de asumir, dado que vivimos en un mundo hiperindividualista, en el que todo el mundo cree que puede controlar su

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existencia. Pero una tarea de la sociología es sacarnos el velo que nos cubre la mirada y ofrecernos la conciencia de que incluso nuestras herramientas herme-néuticas, las categorías que utilizamos para explicar el mundo que nos rodea, son fruto de una coyuntura histórica y una situación geográfica determinadas.

3.2. El perfil del sociólogo

La mayor parte de profesiones liberales tienen, todavía hoy, como modelo de referencia la consulta médica o jurídica. Los médicos, incluso cuando traba-jan en el seno de grandes corporaciones, suelen dar un trato individualizado a las personas enfermas. El perfil o la imagen social de los profesionales de la salud es bastante clara. La existencia de películas y de series de televisión que retratan la vida hospitalaria refuerza, todavía más, su proyección social. Los periodistas y profesionales de la comunicación –a pesar de los cambios en la profesión y la precariedad laboral que sufren muchos de ellos– también tienen una imagen social bastante nítida. Es una profesión que genera muchas voca-ciones. Es cierto que los profesionales de la comunicación no tienen mucho poder, pero los periodistas “ejercen una forma muy rara de dominación: tienen el poder sobre los medios que permiten explicarse públicamente, existir públi-camente, ser conocido, acceder a la notoriedad pública” (Bourdieu, 1997).

Los periodistas o los publicitarios han sido objeto de varias series de ficción, algo que no ocurre con la mayor parte de expertos que trabajan en el campo de la sociología. La mayor parte de sociólogos profesionales trabajan dentro de gran-des corporaciones (públicas o privadas) como trabajadores asalariados y realizan tareas muy diversas, sin mucha visibilidad social. La tarea de los sociólogos es, en este sentido, mucho más compleja y la imagen social mucho más difusa. No hay hoy en nuestro país un estereotipo claro de cuál es el trabajo del sociólogo (y, por desgracia, no existen muchos chistes sobre ello). Quizás el estereotipo social más extendido es el que identifica al sociólogo con quien realiza estudios de mercado o sondeos de opinión. Es una tarea profesional muy respetable, pero para ejercerla no es imprescindible tener muchos conocimientos de sociología.2

2. No queremos decir que conocer las tendencias y hacer estudios de opinión no pueda ser algo muy relevante para el sociólogo, sino que solo se trata de una parte de su trabajo.

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3.3. El objeto de la sociología

El objeto de la sociología es el estudio racional y sistemático de las socieda-des humanas. El estudio del comportamiento humano es un hecho relativa-mente reciente a lo largo de la historia, cuyos orígenes se remontan a mediados del siglo xviii y a principios del siglo xix. Pero mucho antes del nacimiento y la institucionalización de la sociología como disciplina, ya se habían hecho con-tribuciones notables al estudio y a la comprensión de las sociedades humanas. Se trata de un tipo de reflexión que podríamos denominar “parasociológica”, que comportó importantes adelantos para la comprensión de la vida social.

La sociología es una forma de conciencia típica de las sociedades plurales y avanzadas y nace en un contexto de crisis y de profunda mutación histórica. De hecho, la sociología solo es posible en sociedades modernas, plurales y tolerantes que relativicen los valores y lo hagan de forma permanente. Como señala Peter Berger (1987): “Si la sociología sintoniza tan bien con el talante de la época moderna es porque refleja la conciencia de un mundo en el cual los valores han quedado radicalmente relativizados”. Huelga decir que las dictadu-ras y los regímenes totalitarios que defienden una visión monolítica y cerrada de la realidad son enemigos declarados de la sociología.

Figura 10. Los regímenes dictatoriales son poco amigables con las ciencias sociales. Represión policial en una manifestación en Barcelona en el año 1976.

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Como afirma Zigmunt Bauman: “Pensar sociológicamente nos puede hacer más sensibles y más tolerantes con la diversidad” (Bauman, 1994: 22). La reflexión sociológica representa una oportunidad para pensar lo que nos resulta extraño, lo que nos resulta diferente, fenómenos a los que no estamos acostumbrados, de una manera abierta y crítica, científica y reflexiva.

A pesar de la situación de inseguridad y de la actual pérdida de credibilidad de las ciencias sociales (especialmente la economía), la sociología es una disci-plina especialmente adecuada para comprender los retos actuales en un tiempo marcado por el temor y la incertidumbre.

La sociología es una disciplina de conocimiento que nace a principios del siglo xix y que se puede definir como el estudio sistemático y metódico de las sociedades humanas y pone énfasis en los modernos sistemas industrializa-dos (en contraposición a la antropología, que originariamente se ocupaba del estudio de las “sociedades primitivas” o, mejor dicho, colonizadas) (Giddens, 2009). La sociología mantiene, además, una gran relación y afinidad con la historia, dado que las dos disciplinas comparten el interés por el estudio y la comprensión de las relaciones humanas a lo largo del tiempo.

Hemos dicho reiteradamente que la sociología tiene por objeto el estudio de las sociedades humanas, pero, ¿qué entendemos por sociedad? La noción de sociedad es muy abstracta. Joan Estruch nos propone una definición elemental que permite que nos hagamos una idea más comprensible: “La sociedad es nues-tra experiencia con la gente que nos rodea”. Podemos añadir que la sociología tiene por objeto el estudio de la (inter)acción social. La interacción social es el proceso mediante el cual una persona actúa y reacciona en relación con otras personas. Como veremos a continuación, el estudio de las redes sociales es una buena manera de conocer la interacción social en las sociedades avanzadas.

Figura 11. El paloteado o “ball de bastons” implica una interacción constante.

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Véase, por ejemplo, la obra siguiente:Christakis, N. A; Fowler, J. H. (2010). Conectados. El sorprendente poder de las redes sociales y cómo nos afectan. Madrid: Taurus.

La sociología, pues, es una disciplina relativamente joven que surge a lo largo del siglo xix y se consolida en el siglo xx como un intento de compren-sión y de respuesta a los cambios trascendentales acontecidos en las sociedades humanas en los últimos siglos.

3.4. El entramado social

Las nociones de entramado o de red social están de moda, pero no son una novedad en el campo de la sociología. El sociólogo alemán Georg Simmel (1958-1918) pone en cuestión la misma noción de sociedad y dirige la aten-ción a las relaciones que surgen entre las personas en varias circunstancias. A Simmel no le interesa comprender la esencia de los seres humanos (cuestión que escapa a las posibilidades de la sociología), le interesa más bien conocer la interrelación que se establece entre ellos. Simmel insiste en el carácter rela-cional de la vida social. La sociología solo es posible si indaga el mundo en términos de interdependencia, interacción, acción y reacción.

Desde esta perspectiva, los universos sociales son galaxias de interrelaciones, son redes (palabra que ha hecho fortuna en la sociología del siglo xxi vinculada a la irrupción de la cultura digital). Mucho antes de la invención del ordenador personal y del surgimiento de la red de Internet, Simmel ya destaca la naturale-za reticular de la sociedad (o de cada ámbito social determinado).

Tomados individualmente los individuos solo son “átomos o fragmentos”. Tomados colectivamente los individuos configuran redes (que se tejen y des-tejen). “La mutua interacción o acción recíproca (Wechselwirkung) es un fenó-meno radical y originario, la condición a priori que posibilita la «sociedad»” (Giner, 2012: 23).

Según Simmel, todo lo que existe en la sociedad existe como relación. Las implicaciones epistemológicas de estas aserciones son bastante claras y contun-dentes: las esencias desaparecen. Es decir, se desconoce la “esencia” de una per-sona determinada, pero se puede intentar comprenderla y/o explicarla mucho mejor. Por ejemplo, si me entero de que una mujer a la que observo está casada,

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no trabaja, es madre de cuatro hijos que estudian en una escuela privada, vive en Sant Cugat, nació en Sarriá, acude a misa los domingos, etc., puedo adivinar muchos aspectos de esta persona, sin necesidad de conocerla personalmente.

Figura 12. Internet ha hecho posible el surgimiento y consolidación de múltiples redes sociales.

Los individuos y los grupos se definen así por sus relaciones, tanto por las que los identifican como por las que los separan de los otros (Giner, 2012). La comprensión del homo sociologicus se tiene que hacer mediante un entrecruza-miento de relaciones o mediante la intersección de círculos sociales en los que cada cual se encuentra. Esta intersección comporta una acumulación de roles y funciones sobre el individuo o el grupo.

“En las sociedades premodernas, la tendencia general era que los individuos se

encontrasen rodeados y definidos por círculos concéntricos y estables, no siempre

entrecruzados: su familia, su clan, su aldea, su comarca y señor, su iglesia, tal vez su

monarca, este último en la distancia. Sin embargo, en las modernas, la tendencia es

que cada individuo se defina por el hecho de que a través de él pasan tangencial-

mente círculos diversos, algunos inestables” (Giner, 2012: 122).

3.5. La especificidad de la sociología: sociología y ciencias sociales

La sociología nos propone una mirada particular. Como ya se ha dicho, la sociología se propone el estudio riguroso y sistemático de las sociedades huma-

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nas. Ahora bien, la sociología aporta una perspectiva particular y genuina. La sociología –como toda perspectiva de conocimiento científico– implica un punto de vista determinado. No es el único posible, ni necesariamente el mejor de todos los puntos de vista.

Es importante huir de la tentación reduccionista de pensar que todo se puede explicar teniendo en cuenta un mismo tipo de factores. Por ejemplo, la sociobiología es una disciplina que tiende a privilegiar los factores genéticos o medioambientales para explicar el comportamiento humano ignorando la importancia de la cultura.

Por otro lado, en la sociedad actual se tiende a exagerar o sobredimensionar la dimensión económica de la vida social y a ignorar otros factores políticos y culturales. El economicismo es la tendencia que se encarga de explicar los fenó-menos sociales desde la óptica puramente económica. No es que la economía no tenga importancia, ¡la tiene y mucha! El problema es ignorar o subestimar sistemáticamente otros factores –de carácter político, social o cultural– que pueden ser decisivos para explicar determinados fenómenos sociales (segura-mente esta es una de las razones que expliquen las dificultades que tienen los economistas para explicar la crisis actual).

La sociología, junto con la historia, tiene un carácter muy general. Puede ser que por este motivo Antonhy Giddens considere que la sociología esté des-tinada a ejercer un papel clave en la ciencia social moderna (Giddens, 2009). Ello significa que ha de mantener una actitud abierta y receptiva, puesto que se enriquece de las aportaciones que provienen de otras disciplinas. La sociolo-gía disfruta de una posición relativamente privilegiada, que permite establecer un puente de comunicación entre diferentes disciplinas de conocimiento en el campo de las ciencias sociales. Pero la sociología nunca nos va a dar una explicación global y siempre podrá enriquecer y ampliar sus explicaciones con la aportación de otras perspectivas de conocimiento, como la economía, la historia, la antropología o la psicología.

La sociología comporta una perspectiva “parcial”. Caracterizar cualquier perspectiva de conocimiento científico subrayando la parcialidad no es sim-plemente un ejercicio de modestia, sino de lucidez (Estruch, 1999). El recono-cimiento de la parcialidad del propio punto de vista equivale a una reivindi-cación de la necesidad de un acercamiento interdisciplinario a los fenómenos sociales estudiados. Para obtener una explicación global es importante que nos enriquezcamos con las diferentes aportaciones que nos pueden dar apro-

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ximaciones a una misma temática desde disciplinas como la sociología de la comunicación, la historia o la economía.

“Historiadores, economistas, psicólogos, antropólogos y sociólogos estudiamos

la misma realidad única y común a todos. Lo que nos diferencia es precisamente el

ángulo en el que estamos situados cuando contemplamos esta realidad. Es decir,

tenemos perspectivas diferentes sobre una misma realidad. Por lo tanto, la vemos

desde ángulos distintos. Nos formulamos preguntas diferentes ante esta realidad.

Pero en vez de ver en el otro a un invasor potencial de mi territorio, aprendo a

ver a alguien que, desde su perspectiva, aporta puntos de vista complementarios

al mío, porque todo punto de vista es, por definición, parcial.” (Estruch, 1999: 24)

Las disciplinas de conocimiento científico logran el estatuto de autonomía cuando han definido un objeto de estudio y una metodología apropiada de conocimiento.

La afinidad de la sociología con otras disciplinas de conocimiento como la historia y la antropología es evidente. Comparten el mismo objeto de estudio, ya que estudian las sociedades humanas. Ahora bien, lo que cambia es la pers-pectiva teórica y, a menudo, la metodología de trabajo. La sociología estudia las sociedades actuales y se centra en los aspectos estructurales (en contraposición a la historia, que trata los aspectos más dinámicos). No obstante, la relación de la sociología con la historia es muy importante, ya que uno de los problemas más relevantes de las ciencias sociales es que el objeto de estudio cambia muy rápidamente (Burke, 2008).

Las afinidades entre la sociología y la antropología también son destacadas. De hecho, con el tiempo, la sociología y la antropología han convergido (y, como mínimo, comparten el mismo objeto de estudio e intercambian métodos y procedimientos).

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4. Los principales retos de la sociología

4.1. Las dos vertientes de la vida social

La ciencia social oscila entre dos perspectivas aparentemente inconciliables: el objetivismo y el subjetivismo. Superar la oposición entre estas dos perspec-tivas ha sido el principal reto de la sociología de la segunda mitad del siglo xx. Desde nuestro punto de vista, las dos perspectivas se encuentran en una relación dialéctica (están profundamente interrelacionadas).

La realidad social presenta dos caras. Por un lado, la sociedad aparece como una realidad objetiva y externa que nos limita y, a menudo, nos induce u obliga a seguir unas pautas de comportamiento muy estrictos. (En este sentido Peter Berger [1987] nos habla del ser humano dentro de la sociedad, como si la sociedad fuera como un tipo de prisión.)

Berger, P. L. (1987). “L’home dins de la societat”. Invitació a la soci-ologia (pág. 87-116). Barcelona: Herder.

Por otro lado, la sociedad es también una realidad subjetiva, que hemos interiorizado, hemos incorporado y hemos hecho nuestra. En este sentido, estamos completamente imbuidos de nuestra condición social. Como ya se ha dicho, fuera de un entorno social no podríamos sobrevivir ni realizarnos per-sonalmente (Peter Berger nos habla de la “sociedad dentro del ser humano”).

Berger, P. L. (1987). “La societat dins l’home”. Invitación a la socio-logía (pág. 117-148). Barcelona: Herder.

Es importante tener presente estas dos vertientes de la vida social. Si que-remos, por ejemplo, comprender las actitudes y disposiciones culturales de los estudiantes universitarios, es importante conocer las condiciones sociales objetivas que condicionan sus comportamientos individuales, pero también hay que saber cuál es su percepción subjetiva de la realidad.

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Figura 13. Peter Berger es partidario de una concepción humanista de la sociología.

Desde una perspectiva objetivista, la sociedad se impone como un hecho ineludible. Desde esta óptica, la sociología ha de seguir el antiguo precepto durkheimiano y “tratar los hechos sociales como cosas”. Según Durkheim, no se ha de tomar nunca como objeto de investigación más que un grupo de fenómenos previamente definidos por ciertos caracteres exteriores que las son comunes y debe comprenderse en la misma investigación a todos los que responden a esta definición. En consonancia con su concepción positivista, la primera regla y la más fundamental de la sociología es que deben considerar-se los hechos sociales como cosas. Son cosas todas las realidades que pueden y deben ser observadas desde el exterior y cuya naturaleza no conocemos de forma inmediata. Su significación no viene dada de forma inmediata sino que hay que descubrirla e irla elaborando gradualmente.

Los hechos sociales no solamente son exteriores a los individuos, constriñen su voluntad y abrazan al conjunto de los colectivos dentro de los cuales están presentes, sino que además tienen un carácter impersonal.

“Para Durkheim, el objeto de la sociología es el estudio de los hechos sociales.

Estos hechos son modos de obrar, pensar y sentir exteriores al individuo y están

dotados de un poder de coacción en virtud del cual se le imponen. Un hecho social

es toda forma de hacer, fijada o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una

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coacción exterior; o bien que es general en la extensión de una sociedad dada, con

una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales. Un hecho

social se reconoce por el poder de coacción que ejerce o es susceptible de ejercer

sobre los individuos; y la presencia de este poder se reconoce, a su vez, ya sea por

la existencia de alguna sanción determinada, ya sea por la resistencia que el hecho

opone a toda empresa individual que tiende a hacerle violencia. Aun así, también

se puede definir por la difusión que presenta en el interior del grupo, siempre que

[...] no se olvide de añadir, como segunda característica esencial, que existe inde-

pendientemente de las formas individuales que toma al difundirse. Durkheim ofrece

numerosos ejemplos de hechos sociales en su obra: el crimen, el suicidio, la familia

conyugal, el divorcio, la división del trabajo, son objeto de sus investigaciones, que

constituyen buenas ilustraciones del concepto. Las lenguas también son, dentro de

los colectivos que las hablan, fenómenos que pueden ser conceptualizados como

hechos sociales: son exteriores a los hablantes, generales dentro de las comunidades

lingüísticas respectivas y vienen avaladas por la presión social. Una buena «prueba

del algodón» de la existencia de los hechos sociales es su carácter coercitivo. Una

manera de detectar su presencia es la posibilidad de exponerse a recibir una sanción

en caso de contravenir las expectativas sociales. Ello quiere decir que a menudo

detrás de un hecho social encontramos una norma, una convención o, en general,

una institución.” (Flaquer, 2012: 27-28).

En el plan “metodológico”, este punto de vista estructuralista está orientado hacia el estudio de los mecanismos objetivos o de las estructuras profundas latentes y de los procesos que las producen y las reproducen. Esta aproxima-ción descansa en técnicas objetivistas de investigación (por ejemplo, muestras estadísticas, indicadores, etc.). Desde esta perspectiva podemos decir que “exis-ten –en el propio mundo social, y no solamente en los sistemas simbólicos como el lenguaje, el mito, etc.– estructuras objetivas independientes de la con-ciencia y de la voluntad de los agentes y capaces de orientar o de restringir sus prácticas y sus representaciones” (Bourdieu, 1987: 147).

El principal mérito del objetivismo es que permite romper con las ideas pre-concebidas y con la experiencia inmediata del mundo social tal como es perci-bido por los mismos actores (y que así es capaz de producir un conocimiento que no es reductible al conocimiento práctico poseído por los actores de carne y hueso). La fuerza de esta perspectiva objetivista o “estructuralista” radica en el hecho de que destruye la ilusión de transparencia del mundo social.

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Pero el objetivismo también presenta limitaciones importantes. Pero al lle-var esta perspectiva hasta las últimas consecuencias, existe el peligro de negar la dimensión subjetiva de la experiencia. El análisis sociológico tiene que prever, además, las representaciones que los individuos se hacen del mundo social (representaciones que contribuyen también a “crear la realidad”). El sub-jetivismo presupone la posibilidad de algún tipo de aprehensión inmediata de la experiencia vivida por los otros y da por hecho que esta aprehensión es una forma de conocimiento del mundo social más o menos adecuada. Esta forma de mirar el mundo social se acerca más a la vida social tal como es vivida por los propios actores protagonistas de la acción social. Se interesa, en clave webe-riana, por el sentido que los actores otorgan a sus acciones y por los procesos a través de los cuales construyen en la imaginación sus mundos sociales. La fenomenología nos acerca a este discurso. Las “técnicas cualitativas” –como la observación participante, la etnografía y el análisis del discurso– tienen como objeto, sobre todo, el estudio de la significación subjetiva de la acción social, pero hay que complementarlos con una mirada más objetivista.

En el caso concreto de la obra de Pierre Bourdieu, las nociones de habitus y de campo tienen una importancia capital en la creación del paradigma teórico del autor francés y tienen la pretensión de resolver la falsa antinomia entre subjetivismo y objetivismo (entre individuo y sociedad o entre idealismo y materialismo). La tarea del autor francés ha sido intentar hacer una síntesis nueva que permita superar el uso de las parejas de conceptos dicotómicos (pai-red concepts) que la sociología ha heredado de la vieja filosofía social. La noción de campo tiene una importancia estratégica para resolver esta falsa antinomia.

4.2. El espíritu de descubrimiento

La sociología nos invita a dar un paso atrás desde la posición en la que nos encontramos y permite observar la realidad social (en la cual a menudo estamos involucrados) y mirarla desde una cierta distancia. Nos ayuda a ver el mundo (del que nosotros también formamos parte) como si fuera un mundo extraño y, en algunas ocasiones, incluso, divertido.

Como se ha dicho, la sociología es una disciplina de conocimiento que entronca directamente con la tradición del arte de la sospecha (Marx, Nietzche y Freud) y exige un espíritu permanente de descubrimiento.

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Figura 14. Marx, Nietzsche y Freud están considerados los tres maestros de la sospecha.

Ahora bien, el tipo de descubrimiento que podemos hacer en el campo de la sociología es muy diferente del descubrimiento que se produce en otros campos del conocimiento. La sociología nos revela una nueva dimensión (más o menos escondida) de lo que ya sabemos: “No es la emoción de encontrarse con lo que es perfectamente desconocido, más bien la emoción de descubrir que lo que ya nos era conocido cambia radicalmente de significado” (Berger, 1987: 35). Se trata de acercarse al objeto de estudio “con una actitud que combina tanto la distancia como la familiaridad, tanto la explicación como la comprensión, tanto el espíritu crítico como aquella ingenuidad que te permite una actitud abierta y receptiva” (Griera y Urgell, 2002).

El sociólogo estudia muchos veces algunas instituciones, como la familia, que conocemos (o creemos conocer) perfectamente. El sociólogo estudia, efec-tivamente, las instituciones básicas y sus “mecanismos de funcionamiento normal”.

Aunque parezca paradójico, a menudo es más difícil hablar de realidades que nos son muy cercanas y que conocemos de toda la vida que de determina-das realidades nuevas, desconocidas o esotéricas, puesto que no tenemos sobre ellas una idea preconcebida.

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Como sugiere Peter Berger, existe un vínculo muy estrecho entre la sociología y el sentido del humor. La perspectiva cómica se caracteriza precisamente por poner la seriedad en cuaren-tena radicalmente y ridiculizar las diversas formas de poder. La comicidad es una especie de “sociología popular” que conecta con la desconfianza y la sospecha inherentes a la cultura popular (Berger, 1997: 142). El sentido del humor es la capacidad de ver la otra cara de la realidad: “La experiencia cómica nos proporciona un peculiar diagnóstico del mundo, en la medida que mira a través de las fachadas del orden social e ideológico, y que revela las otras realidades que se ocultan detrás de las más superficiales” (Berger, 1997: 88). Las per-cepciones cómicas de la sociedad suelen brindar unas intuiciones que ayudan extraordina-riamente a comprenderla mejor. “Una buena caricatura o un buen chiste son a menudo más reveladores de una realidad social determinada que muchos tratados de ciencias sociales”.

Del problema social al problema sociológico

“La principal causa del divorcio es el matrimonio.” (Groucho Marx)

La sociología estudia el funcionamiento habitual de las instituciones sociales. Se interroga sobre hechos sociales definidos en los términos de un observador (des)implicado, y que se formula atendiendo a una determinada orientación teórica.

Como ya hemos dicho antes, vivimos en un mundo de certezas. Vivimos en un mundo hecho de experiencias rutinarias y que damos por sentado (taken for granted). Todo esfuerzo sistemático de reflexión se da en casos más o menos excepcionales, cuando la rutina es interrumpida por un elemento (más o menos inesperado) que nos obliga a replantear las cosas ante un problema o ante cualquier imprevisto. Un problema es un obstáculo o una dificultad que se nos presenta y que hay que salvar.

Si todo va bien, nadie se (pre)ocupa. La gente se inquieta ante determinadas situaciones que provocan inquietud o malestar, porque las cosas no van bien o no van como se espera que vayan.

Por ejemplo, las situaciones de crisis como la actual son un caldo de cultivo óptimo para la reflexión sociológica. Las crisis generan una gran inquietud y obligan a modificar nuestro comportamiento y a (re)definir ciertos postulados que son la base de nuestra sociedad.

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En La invitació a la sociologia, Peter Berger distingue entre el problema social y el problema sociológico. Estamos ante un problema social en una situación de conflicto social o de inquietud que altera lo que se considera “el orden natural de las cosas”. Por ejemplo, una situación de divorcio se puede vivir como una situación conflictiva que genera graves tensiones y preocupación entre los miembros de la familia. Según Berger, el problema social se produce ante una situación de conflicto, malestar o desazón porque las cosas no funcionan como la gente espera que lo hagan. Estamos ante una situación “inesperada” que nos interpela y exige algún tipo de respuesta.

Problemas sociales y problemas sociológicos. Sociología e ideología

Problema social Problema sociológico Problema periodístico

La gente se preocupa ante determinadas situaciones que provocan inquietud o males-tar porque las cosas no van bien o no van como se espera que lo hagan.

Por ejemplo, ante un proceso de separación matrimonial puede haber un sentimiento de sufrimiento y preocupa-ción.

El sociólogo estudia el funcio-namiento habitual y rutinario de las instituciones.

Por ejemplo, el sociólogo estudia la institución del matrimonio como una insti-tución clave que regula las relaciones familiares.

El periodista se fija en lo que es extraordinario y llama la atención.Lo que cuenta es el criterio de noticiabilidad.

Por ejemplo, la violencia sexista.

La gente quiere encontrar res-puestas o soluciones a estas situaciones que preocupan.La gente aplica un “conoci-miento de receta”.

El sociólogo quiere estudiar el funcionamiento habitual de estas instituciones. Solo así podemos conocer la causa o el origen de los problemas que a menudo no tienen una respuesta fácil.

El periodista generalmente se fija en problemas sociales que provocan situaciones extrañas o excepcionales. En muchas ocasiones tienen dificultades para explicar el origen de los problemas.

Berger también nos habla del problema sociológico. Lo que hay que hacer es intentar entender y comprender por qué ha surgido o se ha producido el problema. Si queremos comprender, por ejemplo, el problema del divorcio hay que analizar primero la institución del matrimonio y comprender su papel en la sociedad actual. Sabemos que esta institución ha experimentado una transfor-

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mación muy importante en los últimos años, pero continúa teniendo un papel capital en la regulación de la vida personal y familiar.

El problema sociológico es la manera de definir un fenómeno social como objeto de análisis que dista de lo que se entiende generalmente por “problema social”. Para entender el “problema sociológico” hay que conocer las causas del problema (que no siempre son de fácil diagnóstico ni solución): “El problema sociológico es siempre el de la comprensión de los hechos que suceden, en términos de interacción social. El problema sociológico no es tanto saber por qué hay cosas que “van mal” desde el punto de vista de las autoridades y de los que tienen la sartén por el mango, como llegar a entender cómo funciona todo el sistema, cuáles son los presupuestos en que se apoya, y a través de qué medios se mantiene trabado” (Berger, 1987: 54).

Finalmente, podemos añadir que existe el problema periodístico. El problema periodístico se da cuando se habla de un hecho noticiable que por su natura-leza preocupa a los ciudadanos. El periodista se fija en lo extraordinario, que llama la atención o que puede causar, incluso, cierta “alarma social”. A menu-do el problema periodístico coincide con un problema social. Ahora bien, no todos los problemas sociales son noticia. Por ejemplo, un divorcio no es noticia (salvo que la ruptura matrimonial desencadene una respuesta violenta que pro-voque la muerte a uno de los cónyuges).

El objeto de la sociología es estudiar lo que la gente considera normal en una sociedad determinada. A pesar de esto, se tiene que reconocer que las situaciones excepcionales, los escándalos y la explosión de los conflictos sociales tienen un gran interés para la comprensión sociológica, dado que en estas circunstancias extraordinarias afloran a la superficie muchas realidades escondidas y permiten comprender mejor cómo actúan, a menudo de forma descarnada, los mecanismos de poder.

Ciertamente, algunas noticias hacen referencia a hechos esperados (por ejemplo, una efeméride que se repite cada año con motivo de una celebración popular, etc.). Ahora bien, normalmente las noticias hacen referencia a hechos excepcionales y sorprendentes. Lo que se ha de tener presente son los criterios de noticiabilidad: lo que nos permite seleccionar una noticia en un momento dado. Estos criterios varían lógicamente a lo largo del tiempo y también cam-bian de un país a otro. Es evidente que el criterio periodístico es bastante dife-rente del criterio sociológico. Mientras que el sociólogo intenta comprender la “normalidad”, el periodista escapa de esta normalidad y enfoca su atención

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sobre lo que es excepcional y que llama la atención. Sin embargo, tanto el uno como el otro son curiosos o mirones profesionales.

Palabras clave: acción social (Weber)acción colectivaacción comunicativaanomiaburocraciacambio socialcapitalismocapitalismo informacionalcienciacomunidad/asociaciónconciencia personalconsecuencias no intencionadascontrol socialdesencanto del mundodivisión social del trabajoeconomicismoestatusestereotipoestratificación socialhechos socialeshabitusholocaustoidealismo/materialismoidentidadideologíaimaginación sociológicainnovación tecnológica

institucióninteracció socialley de los tres estadioslucha de clasesmacrosociologíamaterialismo históricomicrosociologíamodernidadnorma socialobjetivismopoder positivismoprejuicioracionalizaciónrelativismoriesgoriesgo manufacturadoriesgo naturalrolsecularizaciónsocializaciónsociobiologíasociologíasolidaridadsolidaridad mecánicasolidaridad orgánicasujeto /estructura socialsubjetivismotematización red social

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5. Conceptos básicos de sociología

La sociología trata de las relaciones que establecemos los unos con los otros. Muchos de sus conceptos básicos –como institución o poder– forman parte de nuestro lenguaje habitual y los usamos, a menudo, sin precisar mucho el signi-ficado. Como ya se ha dicho, esto nos obliga a poner atención en el lenguaje. Al intentar explicar sociológicamente algún fenómeno, es básico utilizar el vocabulario sociológico de manera pertinente según el significado que se le da en el interior de esta disciplina científica.

Para cerrar este capítulo exponemos una serie de nociones o conceptos fundamentales, imprescindibles para introducirse en el conocimiento de esta disciplina. Además, intentaremos explicarlos a partir de ejemplos relacionados con el mundo de la comunicación.

Sujeto / estructura social. El estudio de las acciones humanas es central en el estudio de las sociedades actuales. La sociología contemporánea hace hincapié en el individuo como actor social. Los individuos tienen un papel importante en la nueva estructura social. La capacidad reflexiva de los sujetos las permite producir prácticas propias y originales, a la vez que influyen y modifican las propias estructuras sociales. Los sujetos, como ya se ha dicho, no son completamente libres, dado que sus acciones están condicionadas por la estructura social. La estructura social es a la vez causa y resultado de la acción de los individuos. Por ejemplo, podemos observar que el trabajo de cualquier guionista o periodista de investigación no dependerá exclusivamente de lo que él crea o quiera hacer, aunque sea la mejor de las opciones. Tendrá que tener en cuenta las características de la empresa dentro de la que trabaja, las inercias o rutinas adquiridas, las normas escritas (o no) de un determinado grupo pro-fesional.

La acción social es cualquier acto ejecutado por uno o por varios individuos en función de la presencia de otros individuos. Buena parte del comportamien-to humano tiene una dimensión social, dado que se dirige a los otros. Según Max Weber, generalmente la acción social tiene un carácter intencional, puesto que pretende lograr determinados objetivos y se hace en relación con otros actores. Para evaluar las consecuencias y las implicaciones de la acción social,

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es necesario conocer la intención de los actores sociales. Hay que ser muy cautos, ya que los actos humanos pueden tener consecuencias imprevistas que escapan –para bien o para mal– al control de la voluntad individual. Hablamos de las consecuencias no deseadas (o de los “efectos perversos”) cuando una determinada acción tiene resultados contraproducentes, y de efectos virtuosos cuando tiene unos efectos positivos más allá seguramente de las previsiones iniciales.

La acción colectiva es una acción emprendida por un conjunto de personas que persiguen una serie de objetivos compartidos. No tenemos que ver solo la acción social como consecuencia de los actos individuales. También podemos referirnos a la acción protagonizada por un grupo de personas que se ponen de acuerdo para actuar conjuntamente. El término acción colectiva es bastante controvertido en el ámbito de las ciencias sociales, pero es especialmente ade-cuado para analizar el papel de los movimientos sociales. Las movilizaciones de los “indignados” o las manifestaciones y concentraciones de las diferentes plataformas ciudadanas (por el derecho a decidir, contra los desahucios, etc.) son formas de acción social.

La acción comunicativa forma parte de una teoría bastante compleja, pero, simplificando mucho, se trata de la capacidad que tienen los sujetos de lengua-je y acción. Es decir, los sujetos interaccionan con voluntad de comunicarse algo mediante argumentos, para ver si pueden o no llegar a un acuerdo. Según Habermas, las relaciones sociales tienen un carácter intersubjetivo y están orientadas hacia el entendimiento. Es decir, las personas tienen las capacidades y las competencias para establecer cualquier tipo de comunicación y, por lo tanto, poder actuar en consecuencia. El concepto de acción comunicativa, por ejemplo, trasladado a la política, es el que nos permite hablar de democracia deliberativa. Pero esta cooperación entre dos o más individuos no se aplica solo a la política, sino también al mundo del trabajo y a la vida cotidiana. Se tiene que entender que el concepto de acción comunicativa amplía otros tipos de acciones presentes en nuestras vidas: acciones teleológicas, acciones estratégi-cas, acciones normativas y acciones dramatúrgicas.

Las instituciones proporcionan mecanismos y formas de hacer mediante las que las personas podemos seguir unas pautas de conducta modeladas y pautadas

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socialmente. Las instituciones organizan, ordenan, estructuran y hacen posible nuestra vida en cuanto que seres humanos y, por lo tanto, seres sociales. Podemos considerar que una institución es cada una de las formas de pensar, sentir y obrar que encuentra el individuo preestablecidas en una sociedad determinada, y tam-bién las acciones, las prácticas y las corrientes sociales que tienden a cristalizarse en usos y costumbres. La institución que aparece para atender alguna necesidad básica de la sociedad adquiere un carácter orgánico y permanente, y es suscepti-ble de desarrollar una reglamentación jurídica posterior. Un ejemplo clásico de institución es la familia, que a pesar de que ha cambiado mucho en los últimos tiempos continúa siendo un elemento esencial de la vida social. Las instituciones son las que nos ayudan a dar sentido a nuestras vidas. La institución familiar y las instituciones educativas tienen una importancia capital en los primeros años de nuestra vida. Aun así, un club de fútbol o la pandilla de amigos también pue-den tener una gran trascendencia: dan coherencia, estabilidad y razón de ser a nuestros actos. Los medios también son instituciones sociales que nos ofrecen una explicación simplificada de la realidad.

Una norma es una pauta común, interiorizada y aceptada por los individuos del grupo, que rige las respuestas de los miembros de un grupo institucionali-zado. Una norma es un criterio de conducta e interacción social considerada necesaria o aceptable. Es la base del orden social. El desempeño de las normas es básico para un buen funcionamiento de la sociedad. Según Durkheim, “nuestras pasiones son ilimitadas e insaciables, solo pueden frenadas por la contención impuesta por nuestros iguales. Sin normas seríamos unos seres des-afortunados, desventurados, insatisfechos y neuróticos. Así pues, la limitación normativa de la sociedad no es tan solo para nosotros un imperativo de super-vivencia, sino de felicidad personal y de equilibrio emocional”. Para Habermas, las acciones normativas son uno de los tipos de acciones que podemos observar en la vida social. En cualquier caso, tenemos que tener en cuenta que existen normas de muchos tipos, desde las más universales y explicitadas (como pueda ser una declaración universal o una constitución) hasta pautas o convenciones sociales no necesariamente explicitadas (como por ejemplo saludar a un vecino cuando te lo encuentras o felicitar alguien el día de su cumpleaños).

El control social hace referencia a los diferentes medios de los que dispone una sociedad para poner a raya a sus miembros recalcitrantes. En las socieda-

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des autoritarias la amenaza y los castigos son los principales instrumentos de control social. En las sociedades democráticas se usan, generalmente, mecanis-mos más sutiles. La persuasión, la ridiculización, la murmuración y el oprobio son potentes instrumentos de control social en grupos primarios de todo tipo, como por ejemplo la familia. Muchas sociedades usan el miedo al ridículo y explotan el sentimiento de vergüenza como uno de los principales controles sobre los niños: la criatura se adapta y obedece, no tanto por temor al castigo como porque no se rían.

Según Max Weber, el poder es la probabilidad de que un actor (dentro de una relación social concreta) esté en condiciones de hacer prevalecer su volun-tad incluso contra la resistencia de otros y al margen de la base sobre la que se apoya esta probabilidad (al margen de si el ejercicio del poder es justo o no). Hay tres tipos de poder: el poder como fuerza, que incluye la fuerza bruta, la fuerza represiva y la opresiva; el poder como influencia, que incluye la capacidad de manipulación de las condiciones que rodean a unas personas determinadas; y el poder como autoridad, que es el que posee, por razones de tradición, carisma, ascendencia moral, cargo público y otras causas y que no se ejerce con violencia.

El estatus social es la posición que ocupa un individuo dentro de la socie-dad y que los otros reconocen. El estatus también indica lo que denominamos prestigio, dignidad y categoría personal. El estatus tiene una gran importancia para definir la identidad social de una persona y su relevancia dentro de un grupo social concreto. Por ejemplo, la condición de médico. El estatus implica una expectativa recíproca de conducta entre dos o más personas. Un elemento fundamental de la estructura social es el estatus.

El rol es el conjunto de pautas de comportamiento que se espera de un indi-viduo en el desarrollo de un estatus social determinado. Según la teoría de los roles, en la vida social los individuos “representamos” varios roles (familiares, profesionales, etc.), siempre de acuerdo con la pauta que nos marca el guion, y a la vez con aquel margen de libertad interpretativa del que todo actor dispone (Estruch,1999). La noción de rol es fundamental. El ejercicio de los roles es lo que nos permite tomar parte en la vida social. Los roles se pueden aprender y perfeccionar mediante su ejercicio. Los individuos desarrollan una cierta varie-dad de roles en el ámbito de diferentes contextos institucionales (por ejemplo, de padre de familia en casa y de profesor en la universidad). El rol está tipifi-

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cado y marca las pautas de comportamiento que orientan la conducta de cada cual: siempre tiene que haber una cierta coincidencia entre lo que yo hago (en la ejecución de un rol) y lo que los otros esperan que haga (expectativa del rol).

La socialización es un proceso mediante el cual el ser humano interioriza las formas de pensar, de sentir y de actuar propias del medio sociocultural al que pertenece. Mediante la educación se puede aprender e interiorizar los valores, las creencias y las normas de comportamiento vigentes en su cultura. Todos los individuos necesitan completar este proceso para llegar a ser personas y gracias a la socialización el individuo se convierte en miembro de la sociedad. El individuo asimila los modelos del mundo social que lo rodea y los percibe como propios. Mediante la educación, este legado cultural se puede transmitir de generación en generación. Aunque los procesos de socialización son de par-ticular importancia en la niñez y la adolescencia, en cierta medida continúan a lo largo de toda la vida. Ningún individuo humano es inmune a las reacciones de los otros. Estos pueden influir y modificar su comportamiento en todas las fases del ciclo vital. Debemos mencionar dos tipos de socialización básica: la socialización primaria, que se produce en la niñez, y la socialización secunda-ría, que se produce, sobre todo, durante la adolescencia. Queremos destacar, finalmente, la socialización mediática entendida como un proceso por el que los medios actúan como mecanismos educativos no formales y contribuyen a la formación de la persona. En este caso no se da lugar a una educación estruc-turada, acumulativa y fundamentada en el conocimiento documentado o sis-temático. Esta educación no formal es más bien de carácter instrumental, frag-mentada y adecuada a las condiciones particulares. Podemos hablar, incluso, de los mass media como agentes impersonales de socialización y de la existencia de un proceso de socialización mediática vinculado al uso y a la interpretación que los ciudadanos hacen de los contenidos que aparecen en los medios de comunicación social. En la medida que los medios de comunicación social se han diversificado y han ampliado su presencia, su responsabilidad educativa (no explícitamente, pero sí de forma tácita) se ha extendido de forma notable. Ahora bien, generalmente se trata de una influencia indirecta, muy difusa y difícil de determinar.

La identidad es una noción muy compleja. La identidad nos sirve para formarnos una imagen de nosotros mismos, pero la identidad también

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depende de la opinión que los otros se forman de nosotros. Las identida-des cambian en el tiempo y el espacio, desde las sociedades tradicionales, donde las identidades son compartidas e impuestas, hasta las sociedades posmodernas, donde las identidades se cuestionan y se desafían seriamente. Por ejemplo, podemos hablar de identidades juveniles. Todo el conjunto de comportamientos que los jóvenes adoptan cuando se integran en una “tribu urbana”, desde el vestido hasta el argot, tienen una importante dimensión simbólica. Cuando un joven adopta una determinada “estética”, habla de una determinada forma, etc., abandona el mundo que le han proporcionado desde la familia y adopta como propio el del grupo en que se ha integrado. Otorga una importancia primordial a la nueva identidad, que generalmente es compartida con sus iguales. La publicidad o las series de televisión nos aportan también muchos ejemplos de normativización o de creación de identidades o sentido. Recordemos que cuando hablamos de identidad, o incluso de normativización, no se tiene que entender solo desde un punto de vista negativo, sino también como el abastecimiento básico de socializa-ción que necesitamos como personas que formamos parte de una sociedad. El proceso de identificación que lanza la publicidad a los grupos a los que se dirige, o la identificación como personas con los personajes de algunas series de televisión, refuerzan los criterios de pertenencia a un grupo. Incluso los mismos diarios conforman y refuerzan la identidad de cada cual (cuando uno lee La Vanguardia, El Periódico o La Razón ) no solamente está leyendo un diario, sino que está reforzando su identidad.

El habitus es una actitud vital y una manera de comportarse de los indivi-duos que está muy ligada a sus raíces culturales. Según Bourdieu, el habitus es una manera de hacer y de ser interiorizada según la posición que la persona ocupa dentro del espacio social y que organiza la percepción de la realidad y orienta la generación de prácticas culturales. Por ejemplo, una chica de clase alta, que viste ropa de marca, practica el esquí, estudia diseño y tiene un nota-ble dominio del inglés se caracteriza por su refinamiento y por un estilo de vida bastante sofisticado. La noción de habitus surge en el contexto de una teoría general de la práctica y se convierte en un concepto clave para comprender las reflexiones de Pierre Bourdieu sobre la cultura. El habitus es un sistema de disposiciones culturales y valores perdurables que son fruto de la experiencia y del conocimiento adquiridos en un determinado ámbito social. El habitus es

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una disposición inconsciente y “desinteresada” que impregna todas las formas de comportamiento y da una coherencia formal, y orienta las decisiones que organizan la vida de las personas.

La ideología es un conjunto de conceptos, creencias e ideales que sirven para explicar el mundo social como una realidad ordenada y coherente, pero que a la vez esconde intereses particulares y puede comportar una visión distor-sionada de la realidad. Las ideologías son forzosamente simplificaciones, esque-mas sobre la realidad. Para K. Marx son formas de saber (falsas) determinadas por intereses socioeconómicos o de creencias que pretenden tener la verdad. La ideología siempre contiene un elemento que legitima poder y autoridad, y a la vez deslegitima otras formas de poder y autoridad.

La tematización es una teoría que afirma que los medios de comunicación social tienen un papel clave a la hora de seleccionar los acontecimientos y los temas de actualidad que serán objeto de atención preferente por parte de la ciudadanía. El fenómeno de la tematización condiciona, pues, los procesos de formación de la opinión pública. Sin embargo, ello no implica que los medi-os de comunicación social puedan obligar a la gente a pensar de una forma determinada, sino que la pueden inducir a pensar y opinar sobre determinados temas (y a ignorar otros).

El estereotipo es una imagen social preestablecida que poseemos de alguien o de algo y que tiende a persistir. Se trata de una idea simplista, que se aleja de la realidad que se quiere describir y que, a menudo, se ha obteni-do de segunda mano. Se usa preferentemente en el campo de la psicología social, pero se ha extendido a otras disciplinas de conocimiento. El periodista norteamericano Walter Lippman lo usó en el sentido actual en su libro Public Opinion (1922). Según Lippman, en una democracia moderna, los ciudadanos ordinarios se ven obligados a tomar decisiones sobre una serie de asuntos complicados que casi desconocen. El papel de los medios de comunicación es, precisamente, hacer una elección de las noticias, una exposición clara y coherente de lo que pasa en el mundo. Para realizar esta función se basa a menudo en los estereotipos. Los estereotipos son fundamentales también en la práctica de los guionistas de televisión y cine o en la elaboración de estu-dios por parte de los publicitarios.

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Un prejuicio es una actitud que predispone a una persona a pensar, percibir, sentir y actuar de forma favorable o desfavorable en relación con un grupo o con sus miembros individuales. Los prejuicios son ideas preconcebidas que nos hacen interpretar la realidad de forma avanzada y comportan generalmente una visión simplificadora y distorsionada de la realidad. En psicología social el prejuicio es una actitud, normalmente aprehendida durante el proceso educa-tivo, y usualmente negativa e infundada hacia determinadas cosas o personas.

Para profundizar en el significado de las nociones socio-lógicas, podéis consultar:Giner, S.; Lamo de Espinosa, E. (2006). Diccionario de sociología. Madrid: Alianza Editorial.

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Capítulo II

Los nuevos paradigmas sociológicos

“La perspectiva sociológica es una perspectiva abierta, panorámica, emancipa-

da sobre la vida humana. El buen sociólogo es una persona aficionada a lo que es

diferente, interiormente abierta a la riqueza infinita de las posibilidades humanas,

deseoso de de descubrir nuevos horizontes y nuevos mundos de significación.”

(Peter Berger, 1986)

1. El reto de la objetividad

El tema de la objetividad –que tanto preocupa en el campo del periodismo– es una de las cuestiones que más discusiones y controversias ha provocado a lo largo de la historia de la ciencia y, especialmente, en el campo de las ciencias sociales. De hecho, el nacimiento de las ciencias sociales viene marcado por la polémica en relación con la utilización del “método científico” y con la cues-tión de si podemos aplicar los mismos procedimientos que usan los científicos de las ciencias naturales. Hay dudas sobre la conveniencia de usar una metodo-logía específica más apropiada y adecuada al objeto de estudio.

Nosotros creemos que las ciencias sociales comportan una forma particular de entender la realidad social, bastante diferente de la que usamos para expli-car los fenómenos de la realidad física. La presencia del investigador y de la mediación del lenguaje son ventajas a la hora de hacer un estudio sobre las sociedades humanas, pero al mismo tiempo pueden representar inconvenien-tes serios. En el ámbito de la investigación sociológica, la mera presencia de un

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© UOC 64 Sociología de la comunicación

observador externo puede condicionar el comportamiento de los individuos observados y puede alterar o, cuando menos, condicionar, los resultados de la búsqueda. Se ha de tener presente el efecto Hawthorne, que hace referencia a los cambios observables en el comportamiento de las personas cuando se saben observadas durante un proceso de investigación.

El efecto Hawthorne es un nombre que fue propuesto en 1955 por Henry A.

Landsberger cuando analizaba antiguos experimentos realizados entre los años

1924 y 1932 en Hawthorne Works, una fábrica de la Western Electric en las afueras

de Chicago. El objetivo del estudio –coordinado por Elton Mayo– era comprobar

la posibilidad de incrementar la productividad de sus trabajadores aumentando

o disminuyendo las condiciones de iluminación ambiental. La productividad de

los trabajadores mejoró en el momento de instaurarse los cambios. Lo más sor-

prendente fue que, no solamente aumentó cuando los niveles lumínicos eran

elevados, tal como se esperaba, sino también en los casos en que la iluminación

era más reducida. La conclusión del experimento fue que la mejora en la produc-

tividad no fue debida a los cambios efectuados sobre los niveles lumínicos, sino al

efecto motivador que representaba para los obreros el hecho de saber que estaban

siendo estudiados por un observador externo. <http://enricfontplanells.wordpress.

com/2011/06/13/l%E2%80%99efecte-hawthorne/>

El investigador forma parte del objeto de estudio y todos sabemos que no es fácil lograr un nivel de objetividad plena. Precisamente por eso el científico tiene que hacer un esfuerzo importante para evitar proyectar sus inquietudes y sus prejuicios sobre la realidad que estudia. Una fuerte implicación personal, afectiva o ideológica en un tema concreto puede alterar o distorsionar la visión de la realidad. Del mismo modo, un excesivo alejamiento de la realidad puede hacer que algunas argumentaciones no se ajusten lo suficiente a la realidad estudiada y se pueda caer en obviedades, incertidumbres o equivocaciones gra-ves. Autores como C. Wright Mills (1987) admiten la imposibilidad radical de ser objetivo. Sin embargo, como ya se ha dicho, el científico social no puede renunciar a la búsqueda de la “verdad”. Un buen trabajo de investigación com-porta siempre una investigación sincera de la verdad, aunque sea de una verdad susceptible de ser cuestionada y revisada en cualquier momento.

Varios autores coinciden en la conveniencia de revisar la noción de obje-tividad. Para Salvador Cardús (1999), hay que revisar el concepto clásico de

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© UOC 65 Los nuevos paradigmas sociológicos

objetividad y sustituirlo por otro que esté basado en la explicitación de las interacciones que se producen entre sujeto con voluntad de conocer y el objeto que es analizado. Cardús propone sustituir la noción estática de objetividad por la idea de proceso de objetivación, más atenta a las medidas de vigilancia que se tienen que mantener durante el proceso de investigación.

Pongamos un ejemplo: imaginemos que el profesor propone hacer un trabajo sobre la “teleporquería”. Más concretamente, queremos saber si hay más “teleporquería” ahora que hace unos años y queremos saber, también, si esto significa que la gente prefiere los programas de “teleporquería”. Antes de empezar, tendremos que definir este término, que, por cierto, está cargado de connotaciones negativas. Por otro lado, intentaremos acercarnos al típico dile-ma entre “la audiencia manda” / “es lo que quiere la gente” o “¿los productores imponen una determinada programación a la audiencia?” Como hemos dicho, cualquier investigador tiene que tener en cuenta que él mismo mantiene algu-nas ideas previas sobre el tema. Todo el mundo es audiencia potencial. Pero, ¿y qué pasaría si nuestra profesión fuera la de productor, realizador o progra-mador? Y en caso de que yo esté trabajando como productor de televisión y a la vez esté realizando un máster en comunicación, en el que debe investigar el tema, tendré unas ventajas obvias por el conocimiento del campo de estudio, pero a la vez tendré que ser muy cauto para evitar caer en prejuicios o en ideas preconcebidas. Por este motivo se tiene que tomar distancia respecto al tema y mantener una actitud constante de vigilancia epistemológica.

En ciencias sociales, hay que ir muy alerta con dos escollos igualmente peligrosos:

1. El de un cientismo ingenuo que consiste en imaginar que somos capaces de establecer unas verdades definitivas con el mismo rigor que un físico o un biólogo. El principal presupuesto de esta actitud es la pretendida neutralidad ideológica del científico social y la posibilidad de conseguir en el área de las ciencias humanas el mismo tipo de rigor y precisión que en las ciencias experimentales. Por otro lado, se puede decir que el cientismo (o cientificismo) es un tipo de ideología que se basa en el supuesto de que la ciencia es el único saber auténtico, de que es capaz de resolver todas las cuestiones teóricas y prácticas propuestas de forma racional y de que hay que confiarle todos los asuntos humanos para obtener una buena dirección.

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2. En el otro extremo, está el peligro de caer en un escepticismo que aca-baría negando cualquier posibilidad de conocimiento científico. Esta es la tentación posmoderna que lleva a un relativismo absoluto (Quivy, 1997).

Nuestros conocimientos se construyen en base a un marco teórico bastante preciso, que se va elaborando pacientemente y que constituye un tipo de rela-to de la realidad estudiada. Son, a la vez, unos conocimientos basados en la observación empírica. La ciencia no puede progresar si no se cuestionan con-tinuamente las bases y los principios de sus construcciones, pero este cuestio-namiento no puede llegar a unos límites que pongan en entredicho la misma posibilidad de lograr un conocimiento científico. Y esto es lo que intenta hacer el llamado pensamiento posmoderno, que a continuación analizamos.

1.1. El escepticismo y el relativismo posmoderno

La evolución de la historia del método científico desemboca, en la segunda mitad del siglo xx, en las primeras propuestas de tipo relativista. Desde la filo-sofía de la ciencia, la metodología, la filosofía y, en general, otras disciplinas sociales se extiende una forma de pensar que hará tambalear las bases que fundamentan todo el corpus teórico que se había elaborado durante años. El “todo vale” metodológico de Paul Karl Feyerabend (1924-1994) constituirá uno de los ataques más contundentes al edificio del conocimiento científico. Según este autor, no es más válido científicamente ni más objetivo un texto histórico o científico que una obra literaria, un juicio estético o cualquier otra opinión sobre un tema. Su crítica a un método unitario y uniforme lo lleva a negar la posibilidad de poder elaborar cualquier tipo de discurso o argumentación que pueda tener una cierta validez científica (Feyerabend, 1994).

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Figura 1. Paul Karl Feyerabend (1924-1994) era partidario de un cierto eclecticismo metodológico en el ámbito de la ciencia.

El filósofo de la ciencia austríaco defiende la existencia de una metodología pluralista, en la que el pensamiento más subjetivo coincidirá con el pensa-miento objetivo. La metodología “pluralista” comporta la posibilidad de que cualquier argumentación, “objetiva” o “subjetiva”, ya sea una argumentación científica o un juicio estético, pueda tener la misma validez.

Los postulados de Feyerabend sientan las bases sobre las que se sustentará un relativismo epistemológico característico del llamado pensamiento pos-moderno. Se pone en entredicho la “certeza” del conocimiento científico. Los autores posmodernos posteriores llevarán el relativismo epistemológico hasta el extremo, y también añadirán un cierto relativismo ético y cultural. Habrá una serie de autores (Lyotard, Foucault, Derrida y otros) que comparten una visión crítica sobre la racionalidad construida a partir de los principios de la modernidad. En definitiva, estos autores posmodernos niegan, incluso, la posi-bilidad de lograr el conocimiento científico. El tipo de racionalidad característi-ca del mundo occidental comporta la negación de un sujeto que razona. Todo esto conduce a la renuncia de la búsqueda de la verdad, de la objetividad y de cualquier tipo de explicación o descripción de la realidad que tenga un rigor superior a cualquier opinión.

Nosotros creemos que ante esto es importante hacer una defensa de la racio-nalidad y desmarcarse de todas las teorías que van en contra de la posibilidad de un conocimiento científico de la realidad, tanto si se trata del relativismo epistemológico y moral como del nihilismo intelectual.

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2. Dos paradigmas teóricos

La sociología comporta una cierta manera de situarse ante la realidad y de interrogarse sobre ella. La mirada del teórico es esencial, porque el punto de vista es el que crea el objeto. Ahora bien, dentro de la misma sociología no todos los sociólogos comparten el mismo punto de vista teórico. A menudo discuten entre sí sobre la “forma correcta” de abordar el comportamiento humano y sobre cuál es la mejor manera de interpretar los resultados de las investigaciones.

En el ámbito de las ciencias sociales, pues, no hay un punto de vista abso-luto desde el que se pueda observar la realidad de una forma privilegiada. Aunque pueda sorprender (o desconcertar), hay que remarcar la pluralidad de perspectivas en el ámbito de las ciencias sociales. Efectivamente, podemos ver una misma realidad desde diferentes ángulos o perspectivas que dependen, lógicamente, de la posición del intérprete.

Figura 2. La imagen del científico como lobo solitario es cada día menos adecuada. El trabajo científico es un trabajo que se hace de manera comunitaria.

La estatua del pensador de Auguste Rodin.

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En el ámbito de las ciencias sociales se tiende a resaltar a las grandes personalidades que destacan en un campo concreto. Por ejemplo, podemos señalar los nombres de Anthony Giddens, Peter Berger, Ulrich Beck o Manuel Castells. Se trata de figuras emblemáticas e indiscutibles dentro de la ciencia contemporánea, figuras que siguen estrategias de diferenciación. Aun así, nosotros estamos convencidos de que –sin subestimar o ignorar la aportación de los autores más destacados– la verdadera ciencia (también la ciencia social) avanza gracias a las “pequeñas” aportaciones cotidianas de una infinidad de personas que consagran su vida a la investigación y a la reflexión. El mundo de la investigación es un ámbito compartido. El trabajo científico comporta un trabajo de acumulación, de trabajo en equipo, de interacciones y discusiones constantes con otros miembros que se dedican a la investigación. La figura del investigador aislado, sumido en sus obsesiones, es relativamente excepcional, y no solamente en el campo de la comunicación o las ciencias sociales, sino, en general, en todo el ámbito científico. La ciencia es una tarea colectiva que implica la cooperación de miles y miles de especialistas en todo el mundo. La ciencia social avanza gracias a esta disposición cooperativa de muchas personas a menudo de forma anónima.

En el ámbito de la ciencia también existe una fuerte competencia. Las teo-rías científicas están sometidas a un tipo de “darwinismo social”. Las teorías más explicativas y fiables son las que sobreviven y, generalmente, consiguen más seguidores (Rodrigo et al., 2008). Estas teorías hegemónicas desplazan a las teorías minoritarias, que, finalmente, quedan relegadas al olvido. En este sen-tido, las ciencias sociales no difieren mucho de las naturales. Estas luchas por el territorio académico-científico pueden desencadenar, en ciertos momentos críticos, auténticas revoluciones científicas (Kuhn, 1996).

En ciertos momentos se puede dar una coexistencia, más o menos pacífica, de diferentes perspectivas sobre el mismo fenómeno. La coexistencia de dife-rentes paradigmas teóricos es una de las características del campo de la sociolo-gía de la comunicación. Pero incluso en el supuesto de que una teoría sea total-mente incuestionable, en un momento histórico determinado, no hay nada que garantice su validez en el futuro. El valor de la ciencia radica precisamente en poder demostrar, en cualquier momento –de acuerdo con los principios del falsacionismo–, mediante procedimientos científicos, que una determinada afirmación es errónea. Las verdades científicas son, por definición, meras apro-ximaciones a la realidad (Collins, 2005). Su vigencia es temporal.

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Según Popper, podemos decir que repetidas observaciones empíricas nunca se pueden considerar suficientes para verificar una teoría, puesto que habría bastante con una observación empírica concreta para falsarla. Así, Popper propone substituir el principio de la verificabilidad por el de falsabilidad como criterio de validez de las teorías o de los enunciados. Las teorías científicas no son verificadas inductivamente, pero pueden ser repetidamente sometidas a su refutación. Por lo tanto, una teoría será válida mientras resista los intentos de refutación.

Hay que mencionar todavía una última dificultad que tienen, a menudo, las ciencias sociales: el carácter cambiante y complejo del objeto de estudio. Las ciencias sociales hacen mención a una realidad social cuyas características cambian con cierta rapidez. En el ámbito de la comunicación esta circunstan-cia es especialmente significativa, ya que estamos ante un objeto de estudio en permanente evolución. Por ejemplo, el estudio del uso social de las tecnologías de la relación, información y comunicación (TRIC), obliga a los investigadores a estar permanentemente actualizando sus conocimientos.3

La sociología es una disciplina de conocimiento que estudia la compleji-dad de relaciones humanas que conforman eso que llamamos sociedad. Esta realidad contempla, cómo hemos señalado anteriormente, dos dimensiones diferentes: la realidad objetiva (la sociedad aparece como una realidad externa) y la realidad subjetiva (la sociología aparece como una realidad interna). Estas dos dimensiones condicionan los modelos o paradigmas de interpretación del mundo social.

A riesgo de simplificar, podemos decir que hay dos grandes paradigmas de conocimiento que rivalizan en el campo de las ciencias sociales: por un lado, la perspectiva positivista (que pretende seguir el canon de las ciencias naturales y físicas), y, por el otro, una perspectiva comprensiva que remarca la especi-ficidad de las ciencias sociales al abordar la dimensión subjetiva de la acción social.

3. Normalmente se habla de las tecnologías de la información y la comunicación [TIC], pero es una terminología que nos parece poco adecuada, ya que nos puede hacer caer en un cierto determinismo tecnológico. Las tecnologías contribuyen a modificar las relaciones interper-sonales entre los individuos (Gabelas, Marta y Aranda, 2012). Por este motivo se propone introducir el factor relacional (R) y sustituir el acrónimo TIC por TRIC.

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2.1. El paradigma positivista

Cuando en el siglo xix se establecieron las bases del conocimiento científico, se destacó la importancia del método y de la racionalidad. Unos siglos antes, René Descartes (1596-1650) había señalado la importancia del método como vía de conocimiento científico. El método es el camino hacia el conocimiento de la verdad. El método significa que para progresar en el camino de la ver-dad hay que ir paso a paso y, sobre todo, “pensar de manera ordenada”. Para Descartes, método y orden son prácticamente sinónimos.

El positivismo, cuyo máximo representante es Auguste Comte, es una de estas tradiciones y tiene como principios básicos el monismo metodológico, es decir, la defensa de la unidad del método ante la diversidad de disciplinas científicas, y que el canon metodológico que se ha de aplicar es el de las cien-cias naturales, la física y las matemáticas. Comte pretende explicar o analizar con exactitud las circunstancias de formación de los fenómenos y establecer conexiones formales de sucesión y similitud con la filosofía positiva.

“El carácter fundamental de la filosofía positiva es contemplar todos los fenó-

menos como sujetos a leyes naturales invariables; descubrirlas de forma precisa y

reducir el número tanto como haga falta; es el objeto de todos nuestros esfuerzos

una vez descartada, por inaccesible y carente de sentido, la investigación de lo que

llamamos causas, tanto primeras como finales.” (Comte, 1982: 56).

El positivismo clásico ha tenido mucha influencia en todas las disciplinas sociales. Muchos científicos sociales, fascinados por las ciencias naturales, hicieron suyos unos procedimientos y métodos de investigación más pro-pios de las ciencias naturales (mejor dicho: adoptaron aquellos métodos que muchos científicos creían utilizar).

Algunos autores “positivistas” han caído en una visión simplista e ingenua del conocimiento científico. Desde un enfoque positivista se pretende que se puede lograr “la objetividad” a partir de la aprehensión de las estructuras de la realidad, desde una posición en la que el investigador no se “contamina” con los fenómenos del mundo social.

Aun así, no todo es tan sencillo. Hay que tomar distancia e iniciar un pro-ceso de objetivación. Este proceso de distanciamiento es necesario en muchas fases de la investigación. Por lo tanto, el científico tiene que tomar distancia

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para llegar a la realidad objetiva de los hechos. Pero el “positivismo ingenuo” comporta una serie de peligros: hace caricatura de los métodos exactos, olvi-da el carácter subjetivo de la acción social y su irreductibilidad al “método científico”. El positivista, en virtud del dogma de la “inmaculada percepción”, considera los hechos como datos (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1989).

Desde una perspectiva positivista, el trabajo científico se caracteriza por una determinada metodología de trabajo basada en la utilización de las téc-nicas estadísticas. Algunos investigadores que usan la estadística dominan unas técnicas de tratamiento y análisis de datos, pero a menudo prescinden de un marco teórico adecuado para enmarcar e interpretar adecuadamente los datos que están utilizando. En nuestra sociedad, las cifras tienen un prestigio extraordinario. Sin embargo, no se puede confundir la verdad científica con un determinado tipo de precisión dada por el recurso de la técnica o el espe-jismo que pueden causar las cifras. Estas cifras tienen que estar basadas en el rigor matemático y no pueden estar descontextualizadas. En muchas ocasiones se presentan estudios con cifras que no tienen ningún valor, porque no han usado los procedimientos matemáticos adecuados o porque no han tenido en cuenta el marco teórico del estudio. A menudo se prefiere más precisión (apa-rente) que comprensión.

Desde posiciones que hemos denominado positivistas y neopositivistas se buscan explicaciones de la realidad que se asocian a la tradición científica que ha seguido el modelo de las ciencias naturales, aplicando lo que se ha denomi-nado “método científico”. Desde estas posturas se busca el establecimiento de leyes generales causales que puedan explicar la realidad, y que lleguen, incluso, a predecir los fenómenos sociales.

A pesar de todo, hay que reconocer la contribución que ha realizado el positivismo al desarrollo de las ciencias sociales. Por ejemplo, hay que destacar las influencias que los diferentes principios del positivismo tuvieron sobre la teoría estructural-funcionalista en muchas disciplinas sociales y, por lo tanto, dentro de las ciencias de la comunicación. Una de estas disciplinas, de carác-ter eminentemente positivista, es el conductismo, que –como veremos más adelante– tuvo una extraordinaria influencia en el ámbito de la investigación comunicativa.

Estas influencias deben caracterizarse haciendo algunas matizaciones pre-vias. Pocos autores, escuelas o teorías toman, stricto sensu, el positivismo clásico para aplicarlo a sus modelos explicativos. La aplicación del positivismo tiene

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un peso relativo diferente. Por ejemplo, durante la primera mitad del siglo xx surgirá, alrededor del llamado Círculo de Viena y el neopositivismo lógico, un impulso de las principales características del positivismo que influirá en las teorías de diferentes autores y disciplinas de la sociología, la economía, la comunicación, la historia o la psicología.

En el ámbito de la comunicación un cierto tipo de positivismo nos ha llega-do mediante las teorías funcionalistas, que dominaron la producción teórica y práctica en comunicación, sobre todo en EE. UU., durante décadas, y que tiene claras influencias incluso en la praxis profesional.

2.1.a La teoría funcionalistaEl funcionalismo, iniciado a comienzos del siglo xx, es un paradigma teórico

que logró la máxima influencia a mediados de siglo xx en los Estados Unidos de América y contribuyó decisivamente al desarrollo de la investigación de la comunicación de masas (mass communication research).

El funcionalismo es heredero del organicismo social que tuvo en HerbertSpencer (1820-1903) una de las figuras más notables en la Inglaterra del

siglo xix. La sociedad, desde una perspectiva spenceriana, se asemeja a un cuerpo humano o cualquier otro organismo vivo. Cada una de las partes de la sociedad se ven y actúan como si fueran los diferentes órganos de un cuerpo vivo (los brazos, las piernas, la cabeza, etc.). Si, como a menudo también pasa en los cuerpos de los seres vivos, se produce un cambio en una de las partes del cuerpo, esto también afecta a todo el cuerpo social en su globalidad, y puede llegar a afectar la propia existencia del organismo.

El funcionalismo también tiene como precedentes las obras de los soció-logos franceses Auguste Comte (1798-1857) y Émile Durkheim (1858-1917). Como ya hemos visto, Durkheim concibe la sociedad como un orden moral que requiere un fuerte vínculo de solidaridad para mantenerse unida.

El funcionalismo logró la máxima influencia con la obra del sociólogo nor-teamericano Talcott Parsons (1902-1979) a mediados de siglo xx.

Se trata de un paradigma teórico que considera la sociedad como un sistema complejo que tiende al equilibrio y a la estabilidad. Sintéticamente, podemos decir que la perspectiva funcionalista toma como unidad de análisis el sistema social, entendido como un conjunto interdependiente de elementos cultura-les y estructurales, que se toma como un todo. Las partes o los elementos de esta unidad, el sistema social, pueden ser de cualquier medida o composición:

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pueden ser pequeñas o simples, o bien grandes y complejas. Aun así, lo que realmente importa es que el sistema social en su conjunto funcione –es decir, que dé respuesta a las necesidades que regularmente se presentan–. Para con-seguirlo, cada uno de los diferentes elementos tiene que cumplir su función adecuadamente. Es decir: ¡tiene que ser funcional! Así el sistema social en su conjunto logra una situación de equilibrio, orden y cohesión.

Figura 3. Talcott Parsons (1902-1979) es la figura más destacada del funcionalismo norteamericano.

La teoría funcionalista ha tenido una gran influencia en el ámbito de las ciencias sociales. La edad de oro del funcionalismo se sitúa entre los años trein-ta y los primeros sesenta del siglo xx. Con los movimientos contraculturales de finales de los sesenta y la emergencia de nuevas corrientes científicas –como, por ejemplo, el interaccionismo simbólico– el funcionalismo vio seriamente cuestionada su hegemonía.

En el campo de la comunicación, destaca la figura de Robert K. Merton (1910-2003), considerado uno de los clásicos de la sociología y reconocido por sus contribuciones a la sociología de la ciencia. Merton mantuvo una visión muy crítica respecto a algunas actitudes y algunos comportamientos presentes en la comunidad científica de su tiempo. Cuando los científicos no son capaces

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de argumentar adecuadamente, se recurre con extrema facilidad a criterios de autoridad y de poder que tienen poco que ver con la competencia investiga-dora. Sobre ello veamos lo que dice Merton en relación con los debates o foros públicos entre sociólogos:

“Lo que quiero decir es que, a menudo, estas polémicas tienen más relación con

la distribución de recursos intelectuales entre los diversos tipos de investigaciones

sociológicas que con ningún tipo de oposición rigurosa existente entre varias ideas

sociológicas. (...). Puesto que el enfrentamiento es público, no se convierte tanto en

una búsqueda de la verdad como en una batalla de prestigio social.” (Merton, 1990:

46).

Uno de los elementos centrales de la teoría de Merton es la distinción que hace entre función y disfunción. Mientras que una función es el papel que ejer-ce una institución dentro del sistema social, una disfunción es un desajuste provocado en el sistema social por el mal funcionamiento de un subsistema particular, lo que crea desajustes y tensiones estructurales en todo el sistema. A la vez, Merton distingue de una manera muy pertinente entre las funciones manifiestas y las funciones latentes. Las funciones manifiestas son las funciones propias de una institución que son previstas y reconocidas por los individuos implicados en una determinada situación de la vida social (por ejemplo, en los setenta se decía que la televisión tenía la misión de informar, de formar y de entretener [funciones manifiestas]). Las funciones latentes son funciones socia-les que no son previstas, ni reconocidas por los miembros del sistema social en que se producen (las funciones latentes de las cadenas de televisión son, básicamente, las de lucrarse e influir en la opinión pública).

El análisis de Merton permite plantear un análisis de alcance medio de las interrelaciones entre sociedad y comunicación. Las teorías de gran alcance, para Merton, son demasiado generales para poder analizar y estudiar en pro-fundidad determinados fenómenos. En cambio, las teorías intermedias o de alcance medio permiten la conexión entre la elaboración teórica y el análisis empírico. Merton contrapone, pues, una sociología más teórica, basada en la reflexión sobre el conocimiento, a una sociología más empírica, basada en un uso mayoritario de técnicas cuantitativas y de análisis de contenido. Para Merton el análisis de la opinión pública será un elemento central en sus inves-tigaciones.

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Figura 4. Robert K. Merton (1910-2003) está considerado uno de los principales precurso-res de la sociología de la comunicación.

También destaca la figura singular del autor alemán Niklas Luhmann (1927-1998), padre del funcionalismo sistémico, continuador de la obra parsoniana y que situará la comunicación en el centro del nuevo “sistema social”. El plan-teamiento funcionalista aplicado a los estudios de la comunicación sostiene que los medios, entendidos como un “subsistema social”, promueven la inte-gración del sistema social.

Uno de los debates clásicos en torno al rol o la función de los medios de comunicación en el mantenimiento del orden y el equilibrio social se refiere a una sospecha generalizada que se ha planteado en momentos convulsos con-tra los medios, acusados de fomentar la violencia juvenil mediante el elogio de las actitudes rebeldes, además de su contribución a erosionar los valores tradicionales y poner en cuestión la autoridad. Este aspecto en particular ya se discutió en los Estados Unidos en los cincuenta a raíz del supuesto impacto de determinadas películas sobre bandas de jóvenes (por ejemplo, de motoristas) que mantenían actitudes contestatarias y hostiles con los sectores bienpensan-tes de la sociedad. No obstante, para muchos académicos de la época, y salvo casos puntuales, quedaba claro que la mayor parte de medios de comunicación ejercían una función de integración social y de refuerzo de los valores, las creencias, las instituciones y las normas dominantes o centrales.

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Los autores funcionalistas comparten un mismo paradigma teórico, sin embargo se puede destacar la existencia de diferencias notables entre autores y disciplinas que aportan modificaciones sobre un modelo teórico ideal de funcionalismo. Así, hay que destacar sensibles diferencias entre el estructural-funcionalismo del antropólogo Malinoswki, el funcionalismo parsoniano o las teorías defendidas por Merton.

Los límites del funcionalismoa. La principal crítica que se ha dirigido al funcionalismo es que hace hincapié en la bús-queda de la cohesión, el orden y el equilibrio como valores por sí mismos. Se da por hecho que hay un conjunto de valores consensuados por la mayor parte de los miembros de una sociedad. La consecuencia es que no se consideran fenómenos como la desigualdad social o no se tienen en cuenta las causas del conflicto social, y que tampoco se piensa en las rela-ciones de poder. Por tanto, fenómenos como las protestas o los movimientos sociales que se puedan dar en un momento determinado se perciben como desviaciones del curso “natural” y evolutivo de las cosas. En definitiva, se denuncia el carácter conservador en esencia del funcionalismo, sobre todo desde un punto de vista social (Busquet, Medina y Sort, 2006: 90).b. Por otro lado, parece que una de las razones psicológicas del éxito popular y académico del funcionalismo (y otros paradigmas de carácter holístico) es la necesidad del ser humano (incluyendo muchos teóricos sociales) de encontrar un sentido coherente al orden social. A menudo junto con este anhelo de coherencia se produce una cierta aversión al azar y a la casualidad, a los resultados accidentales y fortuitos, al “ruido y la furia” en la vida social”. Pero una ciencia social rigurosa y crítica tiene que admitir estas posibilidades: tiene que ser compatible, como sabía Max Weber, con los efectos no buscados de la agregación de accio-nes”. c. Finalmente, algunos críticos consideran que el problema fundamental de las explicaciones funcionales es que no se puede explicar un fenómeno por sus consecuencias. Un principio básico de las explicaciones científicas (y, también, las explicaciones de sentido común) es que las causas de los fenómenos tienen que preceder a estos en el tiempo. Cualquier expli-cación funcional, que explica un fenómeno por sus funciones (esto es, por algunas de sus consecuencias), es una pseudoexplicación teleológica, carente de base científica (Noguera, J. A; Tena, J., 2013: 32).

2.2. El paradigma comprensivo

Desde otro punto de vista, que podemos denominar paradigma comprensi-vo (o hermenéutico), se propone una concepción renovada del método cien-

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tífico que nos permite comprender los fenómenos sociales. Todo intento de explicación predictiva queda fuera de este paradigma.

Esta perspectiva implica un esfuerzo de comprensión de los otros indivi-duos como sujetos y presupone una cierta capacidad de empatía –facultad de identificarse con el otro, de sentir lo que el otro siente. Es decir, se trata de ser capaz de comprender y experimentar los sentimientos ajenos a partir de los referentes culturales del otro. Partimos del supuesto de que gran parte de la actividad humana es intencionada y significativa, excepto quizás la más ruti-naria. Ahora bien, esto no quiere decir que los resultados de la acción social correspondan siempre a las intenciones de los individuos, los intereses y las preferencias de los actores, puesto que estos topan no tan solo con los otros actores, sino también con estructuras sociales difíciles de cambiar y dotadas de un gran poder de persistencia. Más bien hay que subrayar que el resultado del comportamiento de los individuos a menudo es diferente del previsto por ellos mismos. Y los resultados de las intenciones diversas de una cantidad de individuos no se pueden agregar.

Para Weber, la sociología es una ciencia que intenta comprender las accio-nes sociales para explicar causalmente su desarrollo y sus efectos. El objeto de la sociología comprensiva no es solo explicar o describir la realidad. La ciencia implica un compromiso prioritario en la comprensión de la realidad. El objeto de las ciencias sociales es la comprensión de cómo han vivido y viven los hom-bres y de cuál ha sido y cuál es el sentido que dan a su existencia.

Según la perspectiva weberiana, la sociología tiene como objeto el estudio simultáneo de dos categorías: por un lado, los motivos de la acción (es decir, de la intención con que el actor la emprende), que trataremos de comprender en la medida de nuestras posibilidades, y por el otro, las causas y las consecuencias reales de la acción, que tendremos que explicar. El momento de la compren-sión es esencial para entender el sentido subjetivo que la persona atribuye a lo que hace. El momento de la explicación es igualmente importante si queremos entender las razones (o condicionantes) objetivas que llevan a la persona a actuar como actúa y las repercusiones que esta acción comporta. A menudo hay un desajuste considerable entre los móviles subjetivos que hay detrás de una determinada acción social y lo que resulta objetivamente en la práctica. Por eso, Weber habla de las consecuencias no intencionadas de la acción, cuyo análisis cree que tiene que centrar la atención preferente del sociólogo.

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Por ejemplo, hemos publicado un estudio titulado Les veus dels indignats a Catalunya:“Queremos dejar claro, desde un primer momento, que al abordar este fenómeno nos situamos en el marco de un paradigma comprensivo. En este sentido, nuestra investigación participa de una concepción weberiana muy atenta al análisis de la acción colectiva y a la dimensión subjetiva de la experiencia. Hemos intentado, pues, analizar de forma prioritaria las vivencias y las representaciones que los propios “indignados” hacen del movimiento del 15M. Hemos estado muy atentos a sus palabras (y a sus acciones). Nuestra propuesta de análisis consiste, pues, en situarse mentalmente en la posición de los sujetos, en conocer sus vivencias y sus sentimientos, en acercarse a su representación personal de los hechos. Hemos intentado ser respetuosos y fieles a su significado. Ello no significa que compartamos plenamente el sentido de sus palabras, ni de sus testimonios. Pero intentamos ser muy respe-tuosos con los testimonios obtenidos durante la investigación. Hemos intentado, desde luego, mantener en todo momento una distancia prudencial característica de este tipo de estudios de carácter sociológico”. (Busquet Calsina, Medina y Tubert, 2012: 26).

Figura 5. imagen de una asamblea de los indignados en la plaza de Catalunya en barCelona.

En esta misma línea, Giddens (1987) afirma que los científicos sociales apli-can una doble hermenéutica, no solamente en la descripción teórica de los datos, sino en el procedimiento para obtenerlos. Es decir, el científico social también tiene que establecer unos criterios de selección y jerarquización de los datos

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que obtiene al observar un fenómeno. Giddens plantea que los investigadores deben tener en cuenta que su objeto de estudio tiene unas características espe-ciales, sobre todo porque el investigador no se puede separar, tal como preten-den los positivistas o neopositivistas, de su objeto de estudio. El investigador estará condicionado en la misma manera de obtener los datos y los métodos, y el marco teórico que usamos para recoger estos datos condicionará las futuras interpretaciones y resultados de la investigación.

2.2.1 Interaccionismo simbólico

El interaccionismo simbólico es un paradigma teórico que concibe la sociedad como el resultado de multitud de interacciones interpersonales. La originalidad del interaccionismo simbólico, vinculado a una visión microsociológica, radica en considerar la acción recíproca de las personas como el fenómeno social bási-co, y creer que esta interacción se hace patente mediante una serie de signos.

Desde esta perspectiva, el objeto de estudio de la sociología es la sociedad, entendida como un gran complejo de relaciones humanas, o, dicho en len-guaje más técnico, como un sistema de interacción. La interacción social es el proceso mediante el que una persona actúa y reacciona en relación con otras personas. La interacción social generalmente se produce en las relaciones cara a cara entre los componentes de esta sociedad, que de este modo van definiendo o dotando de significado todo lo que los rodea. Desde esta perspectiva, enti-dades como la sociedad, las instituciones, las clases sociales o la conciencia colectiva no son realidades abstractas e independientes de las interacciones sociales. Para el interaccionismo simbólico, el comportamiento humano no es una simple reacción al entorno, sino un proceso interactivo de construcción del entorno. Esta idea se expresa con la conocida fórmula de W. I. Thomas: “lo que es definido como real es real en sus consecuencias”. Este proceso es interactivo, puesto que la actividad individual solo es posible por el hecho de pertenecer a una comunidad de significación.4

4. El interaccionismo simbólico ha sido muy activo en los Estados Unidos y ha tenido mucha impor-tancia en los inicios de los estudios de sociología urbana de la escuela de Chicago (E. C. Hughes, R. E. Park), en las teorías del etiquetado (H. S. Becker), en las investigaciones de E. Goffman sobre las “instituciones totales” (1961), en los ritos de interacción y en la etnometodología (Garfinkel, 1967).

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Figura 6. La interacción social es un elemento clave de formación y crecimiento en los años de niñez.

El origen del interaccionismo simbólico hay que buscarlo, a finales del siglo xix y principios del xx, en los llamados pragmáticos anglosajones (C. S. Peirce, W. James, J. Dewey), que ya introdujeron algunas de las ideas que posterior-mente caracterizaron esta escuela de pensamiento.

Sin embargo, tenemos que decir que el término interaccionismo simbólico fue propuesto por Blumer en 1937. Herbert Blumer (1900-1987) establecía la denominación de interaccionismo simbólico (symbolic interactionism) para referirse a la psicología social y la sociología que se había generado en la escue-la de sociología de Chicago durante el periodo 1920-1935. Blumer plantea el interaccionismo simbólico como una modalidad de la investigación surgida de la influencia de la sociología alemana anterior a la Primera Guerra Mundial, y muy especialmente influida por G. Simmel y M. Weber. Las enseñanzas de G. H. Mead y Robert Ezra Park consolidaron la formación de este método com-prensivo.

Mead estudia cómo se producen los fenómenos a partir de las estructuras de interacción mediadas por el lenguaje o los símbolos. Las interacciones sociales configuran una estructura simbólica, a partir de las oraciones y acciones. Mead considera que no podemos intentar comprender –como hacía el conductismo– el comportamiento humano como simple reacción a los estímulos externos.

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Según Mead, hay que tener presente el comportamiento simbólicamente orientado de los individuos (Mead, 1982). El interaccionismo simbólico expli-ca cómo las personas producen sus propios significados y definiciones de las situaciones a partir de la interacción con los otros.

El interaccionismo simbólico, como paradigma es la primera teoría de importancia en las ciencias sociales que basa su análisis en el proceso de inte-racción y en el lenguaje como factores importantes para la constitución social.5

En el caso del interaccionismo simbólico son los actores los que en sus pro-cesos de interacción dan sentido a sus acciones. No podemos entender a los individuos como simples autómatas, marionetas o ejecutores de reglas impues-tas de forma externa.

PRINCIPALES PARADIGMAS DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Principales autores clásicos

PARADIGMA POSITIVISTAComte, Marx Durkheim

PARADIGMA HERMENÉUTICO COMPRENSIVOMax Weber

Destaca Los aspectos “objetivos”“Deben tratarse los hechos socia-les como cosas […] Los hechos son fenómenos como los otros: normas de acción reconocibles, clasificables y que obedecen a regularidades obser-vables.” (E. Durkheim)

Los aspectos “subjetivos”.Max Weber insistió en la dimensión subjetiva y significativa de toda acción social.

Propuesta de análisis que consiste en situarse mentalmente en la posición de los sujetos. Conocer los sentimientos y adoptar su repre-sentación personal de los hechos.

5. La posterior filosofía del lenguaje y el concepto de actos de habla serán otros elementos que completen un análisis comunicativo que tenga en cuenta las interacciones. Los filósofos del lenguaje fundamentan un cierto giro lingüístico a partir de la introducción de los actos de habla, aquellos enunciados que implican una acción por el simple hecho de mencionarlos. Serán capitales las obras Cómo hacer cosas con palabras, de Austin (1996), y Actos de habla, de su discípulo, John Searle (1994).

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Finalidad ExplicarDesde posiciones que hemos llamado positivistas y neopositivistas se bus-can explicaciones de la realidad que se asocien a la tradición científica que ha seguido el modelo de las ciencias naturales, aplicando lo que se ha denominado método científico. Se busca el establecimiento de leyes generales causales que puedan expli-car la realidad y que lleguen incluso a predecir los fenómenos.

ComprenderEl paradigma comprensivo da mucha importancia a la investiga-ción que busca el conocimiento y las argumentaciones de las perso-nas implicadas en los hechos que se han de estudiar.

Carácter instrumental

La ciencia tiene un carácter instru-mental.Creen que es posible hacer predic-ciones.

La ciencia es un instrumento de conocimiento.No es posible realizar predicciones.

Modelo epistemológico

Ciencias naturales Ciencias humanas

Metodología Monismo metodológico Pluralismo metodológico

Tipo de datos Cuantitativos Cualitativos

2.2.b. La interacción social y el modelo dramatúrgicoErving Goffman (1922-1982) analiza la interacción social como si los indivi-

duos que participan en la vida social fueran actores en un escenario. Propone el acercamiento al estudio de la interacción social basada en el uso de metáforas originarias del mundo del teatro. Goffman considera que todos somos actores y que siempre estamos actuando ante un tipo de auditorio. Al individuo le preocupa mantener una buena imagen pública. El individuo se presenta ante los otros controlando las impresiones que les produce.

Goffman distingue entre las regiones frontales o anteriores y las regiones pos-teriores de la vida social. En el escenario social hay “dos espacios o regiones: el anterior o frontal, el más cercano a un público desconocido, y el posterior o de fondo, que constituye el espacio privado” (Goffman,1981: 117). Las regio-nes anteriores configuran un ámbito de actividad social en que las personas representan para los demás una actuación definida lo que comporta un notable autocontrol de las emociones. Las regiones posteriores (o trastienda) configu-ran una zona alejada de las actuaciones de la región anterior, donde los indivi-duos se pueden relajar y comportarse de manera más informal.

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Figura 7. Erving Goffman (1922-1982) aplica el modelo dramatúrgico al estudio de las relaciones humanas.

La vida pública se basa en un juego constante de mostrar (y esconder) algu-nas facetas de nuestra persona. La presentación de la persona comporta un esfuerzo constante de los individuos dirigido a mantener una buena imagen y a crear una buena impresión en los otros. En el espacio público el actor social tiene que mantener la imagen que está continuamente en construcción y se tiene que ir manteniendo a través de señales orientadas a esta finalidad. En el espacio privado, el actor social puede descansar, quitarse la “máscara”, abando-nar su “texto” y dejar de lado el “personaje”.

Goffman considera que la necesidad de interacción cara a cara está arraigada en ciertas precondiciones universales de la vida social. En los encuentros cara a cara es muy importante el grado de concentración y la implicación personal de los individuos que participan, y también la coordinación continua e intrínseca de la acción. El orden de la interacción como actividad se basa en el contrato y el consenso social, en la confianza básica en los demás.

Goffman también desarrolla una particular teoría del lenguaje y del análisis del discurso. Este es uno de los aspectos más desconocidos de su obra. Goffman critica, igual que Chomsky, Austin o Eco, todas las corrientes que en el estudio del lenguaje olvidan el contexto o la situación social. Las críticas goffmanianas no solamente se dirigen hacia los autores que analizan el discurso de forma

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descontextualizada, sino también hacia los que consideran exclusivamente las palabras y el lenguaje verbal, puesto que los enunciados se exponen con un surtido de gestos funcionales, gestos que sostienen los estados de habla y los disciplinan, y los convierten en pequeños sistemas de actividad. No se puede separar el estudio de los “turnos de habla” y de lo que se dice, del estudio de la interacción cara a cara. El habla forma parte de la interacción y las reglas, los procesos y la estructura interaccionales no parecen de carácter intrínsecamente lingüístico, aunque su expresión tome a menudo forma lingüística.

Figura 8. Escena de una representación de El método Grönholm en el teatro Poliorama en 2011.

Finalmente, queremos destacar algunas aportaciones de Goffman a la meto-dología de investigación. Según Goffman, el investigador se tiene que situar en un plano de igualdad en la conversación con la persona estudiada. Tiene que tomar una actitud “realizadora”. La tarea del investigador será penetrar en el núcleo de la vida social de los actores que participan en la conversación. Los factores externos propios del mundo social se deben analizar desde la perspec-tiva interna de los actores sociales. Por ejemplo, en el caso de su estudio sobre los hospitales, Goffman no trataba de determinar la opinión del paciente sobre el hospital, sino de penetrar en el núcleo de la vida social del hospital desde el punto de vista del paciente.

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2.3. Un nuevo paradigma integrador

A partir de la introducción del paradigma comprensivo se reconoce la importancia, dentro de las ciencias sociales, de tratar la realidad de una manera diferente a cómo lo había hecho hasta entonces el positivismo. La importancia del paradigma comprensivo radica en que, por primera vez, se empieza a dar importancia a la investigación que busca el conocimiento y a las argumentacio-nes de las personas implicadas en los hechos que se tienen que estudiar.

Evidentemente, estableciendo la distinción entre paradigma positivista y modelo comprensivo, estamos haciendo una simplificación analítica para faci-litar el análisis. Lo que en principio presentamos aquí como la división dico-tómica entre dos maneras de analizar la sociedad, dos maneras de explicarla y con técnicas radicalmente opuestas de recogida de datos (técnicas cuantitativas y cualitativas) conforma actualmente una realidad mucho más compleja. A menudo se presentan como dos estrategias no solamente diferentes, sino tam-bién contrapuestas. Hay una disputa muy importante entre lo que se puede llegar a presentar como dos concepciones radicalmente diferentes de la ciencia.

El hecho de presentar, separadamente, el paradigma positivista y el para-digma comprensivo no significa que sean dos tradiciones completamente diferentes e irreconciliables. En realidad la sociología de la mitad del siglo xx ha hecho un esfuerzo extraordinario para realizar una síntesis que ligue las dos perspectivas. Es hora de reconocer, también, algunas aportaciones fundamen-tales que se han realizado desde el paradigma positivista.

Como es bien sabido, un investigador dispone de numerosos métodos. Tradicionalmente, los modelos explicativos, de carácter positivista, se han basado sobre todo en las técnicas cuantitativas que permiten la constatación empírica y la verificabilidad probabilística de las teorías o los modelos teóricos. Las teorías de carácter comprensivo han utilizado técnicas cualitativas en su acercamiento al conocimiento de los fenómenos sociales. Los métodos cuali-tativos comportan un estilo particular o una determinada manera de situarse ante la realidad muy atenta a la comprensión de la significación subjetiva que los actores sociales atribuyen a sus actos.

“Se plantea el problema de cómo se recopilan los datos, es decir, en el argot de

la sociología americana, la cuestión de los métodos (al contrario que la cuestión

del método, en el sentido de un enfoque intelectual general). Durante bastante

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tiempo, esta cuestión se ha planteado en términos de métodos cualitativos frente a

los cuantitativos. Es lamentable que la concepción de la interpretación sociológica

propugnada en este estudio se haya entendido con frecuencia como antagonista de

los métodos cuantitativos. Se trata de un equívoco. Nada en esta afirmación se tiene

que entender como una preferencia por los métodos cualitativos sobre los cuanti-

tativos en la investigación empírica. Los métodos cuantitativos son perfectamente

correctos en la medida que se utilizan para aclarar los significados que funcionan

en la situación que se estudia. La elección entre los dos tipos de métodos se tendría

que basar –al menos en teoría– exclusivamente en sus posibilidades respectivas de

conseguir los datos que se buscan.” (Berger y Kellner, 1985: 83).

Nosotros creemos que los métodos cuantitativos y cualitativos no son ni opuestos ni alternativos, sino complementarios. Por eso rechazamos la dicoto-mía que a menudo se plantea entre los dos paradigmas. La elección del método depende, lógicamente, de la naturaleza del fenómeno que se pretende inves-tigar y del marco teórico que orienta la investigación. No se trata de dilucidar cuáles son las mejores técnicas, sino de descubrir cuáles son las más adecuadas en cada caso. En algunas ocasiones puede ser más aconsejable el uso de los métodos cualitativos y, en otras, el de métodos cuantitativos. Sin embargo, generalmente nosotros somos partidarios de hacer un proceso de triangulación metodológica que compagina ambas aproximaciones. La aproximación combi-nada de técnicas cuantitativas y cualitativas nos permite un análisis mucho más rico y profundo de la realidad que queremos analizar.

Algunos autores, como Jon Elster, Raymond Boudon o James S. Coleman, propugnan un tipo de giro analítico en las ciencias sociales. No se trata de crear una nueva escuela o paradigma dentro de la sociología (seguramente ya existen muchas). Se trata, más bien, de un intento en el que convergen varias teorías, metodologías, posiciones y tradiciones de investigación social. El objetivo es establecer unas “reglas del juego” comunes que sean razonables, con la volun-tad de reordenar y aclarar la naturaleza y las aportaciones de la sociología, con la intención de convertirla en una disciplina científica rigurosa y acumulativa, que nos ofrezca explicaciones empíricamente fundamentadas de fenómenos sociales relevantes. “Algunos de las «rasgos de familia» de este giro analítico son la importancia otorgada a la claridad y la precisión conceptual en la cons-trucción de teorías, y una sintaxis de la explicación basada en la idea de los mecanismos sociales” (Noguera, J. A; Tena, J., 2013).

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3. La metodología de investigación científica

3.1. La construcción teórica

La investigación comporta un cierto modo de situarse ante la realidad y de interrogarse sobre ella. La mirada del teórico es esencial, porque el punto de vista es el que crea el objeto de estudio. La etimología nos acerca a un hecho que se podría intuir: el teórico es un individuo que se dedica a observar y a con-templar la realidad. La noción de theoria está compuesta por thea, que significa ‘digno de ser visto’, y ortho, ‘poner los ojos sobre’. El término theoria significa, pues, ‘poner los ojos sobre algo digno de ser visto’ (Lorite, 1982: 70).

El investigador se tiene que situar en el marco de una disciplina teórica. Sin interés no hay conocimiento. La teoría domina y orienta (¡lo tendría que hacer!) el trabajo de investigación en sus diferentes fases. En función de una determinada problemática de estudio, buscaremos los datos que sean más per-tinentes y significativos. Hay que interpretar estos datos obtenidos mediante el trabajo de investigación a partir de un marco de referencia teórico. Nuestro marco teórico es, por lo tanto, el que guía nuestra investigación. Se trata de que esto sea un proceso explícito y totalmente consciente por parte del investigador o del equipo de investigación.

Hay que construir, pues, una teoría de manera explícita. Toda práctica científica implica formular unos supuestos teóricos basados en una teoría. Si el estudioso, o cualquier investigador social, elude construir su modelo de análisis a partir de un problema definido teóricamente es que está dominado por una construcción latente que desconoce y no controla.

El hecho de partir de un marco teórico general basado en teorías estructu-ralistas y funcionalistas, que conciben los medios de comunicación como un especie de correa de transmisión ideológica del poder político y que el oyente o el lector son simples receptores pasivos de estas idees, tiene claras repercusiones metodológicas.

Del mismo modo, si trabajamos en marketing y publicidad, preguntarnos de dónde partimos y cuáles son las teorías que cubren nuestro estudio nos hará emprender un camino metodológico u otro. Si, como en el caso anterior, estamos convencidos de que las personas son influenciables y totalmente manipulables, el camino de nuestra investigación e, incluso, las técnicas uti-

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lizadas, serán totalmente diferentes de la investigación que empezaríamos si partiéramos de una idea de persona como un ser crítico, analítico, reflexivo y competente.

La investigación científica presupone un marco teórico y un conocimiento experto del tema. Por lo tanto, el investigador tiene que seguir las pautas que se desprenden de un sistema conceptual organizado susceptible de expresar la lógica que el investigador considera que preside el fenómeno que estudia.

En ciencias sociales no se puede hacer una constatación fecunda sin hacer mención de un marco teórico de referencia, por lo cual cualquier proposición se tiene que someter a verificación. Por otro lado, hace falta que las proposi-ciones explicativas sean el producto de un trabajo racional basado tanto en la lógica como en un sistema conceptual válido. Por este motivo, nuestros razo-namientos o argumentaciones explicativas o descriptivas de un fenómeno nos tienen que poder dar una visión amplia y coherente del tema que estudiamos. Sin teoría no es posible ajustar ninguna herramienta metodológica a un pro-blema concreto, ni tampoco interpretar unos resultados obtenidos de manera adecuada.

3.2. La tentación del teoricismo

Nos interesa la teoría que sirve para acercarnos a la realidad. La validez de las suposiciones y los enunciados teóricos depende de su capacidad explicativa de fenómenos concretos. Se trata de una actitud pragmática y sensible a los cambios, y por eso, si una teoría concreta no sirve para explicar una realidad determinada o se ha vuelto obsoleta, nos tendríamos que plantear abandonar-la y buscar otros enfoques. Tenemos que tener presente que tanto las teorías como la realidad que se quiere explicar no son un dato inmutable: se trata de fenómenos que evolucionan y se transforman a lo largo del tiempo.

Por otro lado, tampoco podemos caer en el otro extremo. Algunas corrientes científicas (basadas en el positivismo) tienden a sobrevalorar la importancia de los datos empíricos y subestiman la importancia de la teoría. El empirismo –como dice Irving Horowitz (1969)– no es simplemente una metodología cien-tífica, sino una ideología social: las técnicas especializadas de diseño de cues-tionarios, codificación y compartición convierten a menudo las entrevistas en la principal finalidad de la investigación, en lugar de ser un mero instrumento.

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Algunas ramas del conocimiento científico que han logrado una notable madurez han sabido conciliar la profundidad teórica con la exigencia y el rigor demostrados en las investigaciones empíricas. Una disciplina científica solo puede progresar cuando estas dos dimensiones avanzan paralela y armónica-mente.

Desgraciadamente algunas ramas del pensamiento científico sufren un pro-blema de desequilibrio entre la teoría y la metodología de investigación. Por un lado, hay algunas corrientes sociológicas que priorizan la obtención de datos empíricos, pero que a menudo carecen de una base teórica sólida. Por otro lado, también puede darse el caso de un exceso o “hipertrofia” de la teoría y una “atrofia” de la investigación empírica. A menudo la elaboración teórica es muy sofisticada, pero de carácter estéril, porque está muy alejada de los fenó-menos que quiere investigar: “Tenemos que hablar de la excelencia de estas teorías y de la vulgaridad de su método de comprobación empírica. Es decir, muchas de estas teorizaciones no pasarán de la condición de hipótesis teóricas [...] mientras no presenten investigaciones tan sólidas como sus teorizaciones” (Díaz-Salazar, 1994: 98).

Como expone muy bien Wright Mills en La imaginación sociológica, hay que rehuir de la pretensión de construir un discurso científico de carácter puramen-te teórico, que es el error fundamental del funcionalismo de Parsons. Es impor-tante escapar de lo que podríamos denominar la tentación teoricista. La teoría por la teoría es estéril. Somos escépticos respecto al trabajo teórico abstracto y que se aleja de la realidad. A pesar de la importancia de la reflexión teórica, hay que escapar de “la institución de la teoría en cuanto que dominio discur-sivo separado, cerrado y autorreferenciado”, lo que Kenneth Burke denomina la logología, o sea “palabras a propósito de palabras” (Bourdieu y Wacquant, 1994: 33-34).

3.3. Los tres momentos cruciales del proceso de investigación

El método es el camino que tenemos que seguir –o una manera ordenada de proceder– para llegar a un fin. Al iniciar el proceso de investigación, tenemos que empezar a elaborar el marco teórico que tiene que orientar nuestros pasos y, a la vez, tenemos que intentar ser fieles a los objetivos señalados y no perder-los nunca de vista. Para lograr estos objetivos, es válido usar los métodos y las

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técnicas tanto de carácter cualitativo como cuantitativo. La elección del méto-do depende, lógicamente, de la naturaleza del fenómeno que se quiere investi-gar y de la orientación teórica que hayamos elegido. El investigador tiene que controlar todas las fases de un estudio y no puede aplicar una técnica automá-ticamente. La investigación científica comporta tres fases consecutivas. Esta idea, basada en Gaston Bachelard, es el eje vertebrador de la obra de Bourdieu, Chamboredon y Passeron en Le métier de sociologue. Estos autores hablan de un proceso en tres actos: son, respectivamente, la ruptura, la construcción y la constatación. Es lo que denominan jerarquía de los actos epistemológicos.

Esquema de los tres momentos capitales de la investigación.

Hemos de tener presente que los tres momentos señalados (ruptura, cons-trucción y constatación) se presentan separadamente para facilitar la compren-sión. Pero, en la vida real, un investigador no los tiene que ver como compar-timentos estancos sino que a menudo forman parte de un proceso paralelo de la investigación.

Para profundizar en las bases de la investigación cien-tífica y conocer las etapas del proceso de investigación, véase:Busquet, Medina y Sort (2006). La recerca en comunicació (pág. 134-145). Barcelona: Editorial UOC.Quivy, R.; Van Campenhoudt, L. (1997 [versión original: 1995]). Manual de recerca en ciències socials. Barcelona: Herder.

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3.4. Los rasgos característicos de la sociología

Como ya se ha dicho, la sociología se ocupa del estudio sistemático de las sociedades humanas. Ahora bien, ¿cuáles son las principales características de la sociología como disciplina científica? Podemos decir que la sociología es un intento de explicación y comprensión de la sociedad que se hace de forma disciplinada, basándose en datos empíricos y dando una interpretación dentro de un marco de referencia teórico.

Al tratar la perspectiva sociológica, es útil distinguir en ella una visión macrosociológica y una visión microsociológica. La macrosociología es una rama de la sociología que investiga comunidades grandes y estructuras sociales generales. La orientación macro estudia, por ejemplo, las clases sociales, los conflictos, las revoluciones, los sistemas de transportes y telecomunicaciones, las grandes migraciones, los movimientos sociales, las formas de dominación política, etc. Por otro lado, la microsociología es una rama de la sociología que investiga la sociedad a partir de sus unidades básicas, como por ejemplo la familia, la escuela, etc. Se trata de un aspecto muy importante que algunos analistas ignoran. Aunque son unos tipos de análisis que tienen un alcance diferente, se trata de enfoques perfectamente complementarios.

Para profundizar en las características de la sociología, véase:Estruch, J. (1999). “La perspectiva sociològica”. En: S. Cardús (coord.). La mirada del sociòleg. Barcelona: UOC/Proa.

A continuación repasaremos de manera concisa los rasgos característicos de la sociología como disciplina de conocimiento.

1. La sociología es una disciplina teórica. El sociólogo tiene que intentar conocer los mecanismos que actúan en la vida social. La teoría es importante, dado que orienta el trabajo de investigación y permite interpretar los fenóme-nos observados. Las teorías sociológicas tienen valor en la medida que sirven para explicar satisfactoriamente determinados fenómenos. El carácter dinámi-co y cambiante de las sociedades avanzadas obliga a revisar y a poner en cues-tión continuamente la pertinencia y el valor heurístico de las teorías.

2. La sociología es una disciplina científica. El objetivo de cualquier dis-ciplina científica es siempre la producción de conocimiento y el aumento de

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la potencia y la fertilidad explicativa de sus teorías. Es obvio que el científico social ha de tener especial cuidado en las cuestiones metodológicas. La meto-dología de trabajo y las herramientas de investigación siempre tienen un valor instrumental.

[El sociólogo] se tiene que ocupar de cuestiones metodológicas. Pero la metodo-

logía no constituye su objetivo. Su objetivo es intentar comprender la sociedad. La

metodología lo tiene que ayudar a lograr este objetivo. Por otro lado, y para com-

prender la sociedad (o el sector que esté estudiando), el sociólogo usará una serie

de medios, entre los cuales están las técnicas estadísticas. La estadística puede ser de

gran utilidad para responder a ciertas preguntas sociológicas. Pero la estadística no

es sociología. (Berger, 1987)

La metodología contempla los procedimientos usados para recopilar y pro-cesar varios contenidos. Justo es decir que la sociología actual dispone de una extraordinaria diversidad de técnicas de investigación (algunas de las cuales provienen de otras disciplinas de conocimiento como la historia o la antropo-logía). Ahora bien, una técnica es buena cuando su utilización es correcta y se adecua a una problemática de estudio concreta.

3. La sociología es una disciplina empírica que se basa en la observación de los hechos o fenómenos observados. Una proposición es de carácter científico en la medida que es susceptible de verificación a partir de las informaciones conseguidas y que hacen referencia a una realidad social concreta.

4. La sociología se basa en la neutralidad valorativa. Es decir, el sociólogo debe procurar mantener una distancia crítica respecto de su objeto de estudio. Debemos tener presente que el científico social está inmerso en la realidad que estudia lo cual le obliga a tomar distancia respecto a esta realidad. En la medida que pueda, tiene que mantener una actitud constante de prudencia y vigilancia (vigilancia epistemológica) que le permita superar las ideas preconcebidas y los prejuicios para poder ser cuanto más objetivo mejor. Precisamente por eso, el científico tiene que luchar para evitar proyectar sus inquietudes y sus prejuicios sobre la realidad que estudia. Como veremos seguidamente, la ruptura episte-mológica es esencial para la realización del trabajo científico.

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La ruptura epistemológicaUn escaso bagaje teórico en ciencias sociales o la falta de un conocimiento profundo del tema comporta múltiples trampas, ya que las ideas que tenemos se basan en muy buena parte en las apariencias inmediatas o en nociones preconcebidas. Para superar los prejui-cios es muy importante realizar la ruptura epistemológica. La ruptura epistemológica implica desconfiar de las falsas evidencias que crean en nosotros la ilusión engañosa de compren-der la realidad de manera espontánea e inmediata. La ruptura epistemológica consiste en romper las evidencias colectivas que constituyen el mundo implícito que doy por hecho. Es muy necesaria para construir el discurso científico. Esta separación de las prenociones de la vida cotidiana se logra con técnicas como la crítica lógica de las nociones, las pruebas estadísticas y, sobre todo, con la utilización de un lenguaje riguroso y específico construido a partir de la tradición teórica de la disciplina. Este momento de ruptura es tan importante porque consiste precisamente en romper con los prejuicios y las ideas tópicas que crean en nosotros la ilusión falsa de entender las cosas. La ruptura es, en este sentido, el primer acto constitutivo del proceso científico.Este proceso de ruptura solo se puede efectuar a partir de la referencia a un marco teórico. En ciencias sociales no se puede conseguir nunca una constatación fecunda sin la construc-ción previa de un marco teórico de referencia.

5. La sociología pone especial atención en el lenguaje. El rigor y la precisión terminológica son muy importantes en cualquier campo de conocimiento cientí-fico. Esta preocupación es especialmente pertinente en el campo de la sociología, ya que los sociólogos usamos habitualmente palabras –como familia, pandilla, clase social– que provienen del lenguaje corriente. Por todo ello tenemos que estar atentos y vigilantes, dado que en el lenguaje común cristaliza toda una filosofía social y las mismas categorías científicas que usamos “pueden estar contaminadas” por categorías de sentido común (Bourdieu y Wacquant, 1994).

Como defiende Jon Elster, se puede escribir sobre temas complejos de mane-ra clara, sin ambigüedades y huyendo de la práctica habitual de hacer juegos de palabras que resultan tan atractivos a algunos científicos sociales: “Una de sus marcas de identidad es la precisión en las definiciones y la reducción de la ambigüedad. Quien realmente tiene algo importante y original que decir no necesita hacer juegos de palabras supuestamente ingeniosos que pocas veces aportan información. Al contrario, le interesará establecer con claridad y nitidez el significado de los términos y conceptos que usa, para garantizar la comprensión de sus afirmaciones con la máxima exactitud posible. Solo cuan-do todos usamos conceptos definidos con claridad y distinción resulta posible

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la replicabilidad de los resultados o su refutación; solo así es viable la discusión teórica y científica sustantiva, en vez de la mera discusión por palabras, y solo de este modo se cultiva el valor de la honestidad intelectual y la transparencia, sin ningún artificio retórico que te proteja de la crítica racional de tus iguales.” (Noguera, J. A; Tena, J., 2013: 26).

Es importante someter la terminología científica a un examen permanente. El análisis del uso lógico de las palabras nos permite escapar del tópico, distan-ciarnos de los prejuicios y de las imágenes estereotipadas. Por el hecho que es demasiado impreciso y ambivalente no se puede utilizar, irreflexivamente, el lenguaje cotidiano. No obstante, no es necesario inventar un lenguaje comple-tamente nuevo.

6. La sociología es una ciencia desenmascaradora que se basa en una actitud permanente de sospecha. “Entroncando con el arte de la desconfianza de Nietzsche y con los llamados maestros de la sospecha –Marx, Nietzsche y Freud–, hacernos preguntas sociológicas implica cuestionarnos las certezas que fundamentan nuestra vida cotidiana. Detrás de esta actitud, hay una concep-ción muy peculiar de la realidad social, que es el núcleo de la sociología: más allá de la fachada visible de los edificios del mundo humano, existe toda una estructura oculta e invisible de significados, intereses y fuerzas que pasan desa-percibidas en nuestro quehacer diario” (Griera y Clot, 2013).

En la vida social existen unas definiciones determinadas de la situación que se tienden a imponer como incuestionables. Son las concepciones “ofi-ciales” de la realidad. Peter Berger nos invita a desconfiar y a no tomarnos muy seriamente estas interpretaciones. Tampoco nos podemos fiar mucho de las versiones alternativas. Como señala Berger: “Puede decirse que la primera máxima de la sociología es esta: las cosas no son lo que parecen, o las aparien-cias engañan” (Berger, 1987: 37). Desde la perspectiva de las ciencias sociales, hay que estar alerta contra una percepción ingenua y equívoca de la realidad, y mantener una actitud de sospecha y desconfianza ante los prejuicios o ideas preconcebidas que nos procuran una visión simplista, tópica y superficial del mundo social. La sociología tiene el objetivo de “desenmascarar las estructuras más profundamente escondidas de los varios mundos sociales que constituyen el universo social, y los mecanismos que tienden a asegurar su reproducción y transformación” (Bourdieu y Wacquant, 1994).

En definitiva, uno de los ingredientes principales de la perspectiva socio-lógica cuando se trata de interrogar a la realidad social es su voluntad desen-

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mascaradora y eminentemente crítica, que no se ha de entender en un sentido conspirador, sino como un imperativo metodológico. (Griera y Clot, 2013).

7. La sociología es una disciplina relativizadora. El conocimiento de otras sociedades diferentes de la nuestra, e incluso el conocimiento de nuestra pro-pia sociedad en otras etapas históricas, nos hace dar cuenta del carácter frágil y evanescente de la realidad social. La sociología implica cierto relativismo. En realidad, todos los hechos, los comportamientos y las actitudes que a nosotros nos parecen evidentes, que consideramos “normales” y “naturales”, no son en realidad tan “normales” y “naturales” como parecen. La perspectiva sociológica nos hace tomar conciencia de la relatividad de nuestros comportamientos y del carácter socialmente construido y culturalmente condicionado de nuestras ideas (Estruch, 1999).

8. La sociología es una disciplina comprensiva. A pesar de que algunos científicos defienden el carácter distante y no comprometido de la ciencia, las ciencias sociales tienen que hacer una reflexión crítica del mundo actual y poner en evidencia sus incongruencias y contradicciones. El conocimiento que nos ofrecen las ciencias sociales puede tener una gran relevancia para poder actuar sobre el mundo social. El propio discurso sociológico no es neutro, tiene unas determinadas implicaciones sociales y se puede utilizar en función de determinados intereses. No obstante, el sociólogo no se tiene que dejar uti-lizar. La sociología no es una práctica, sino que, por encima de todo, es una herramienta que sirve para comprender el mundo social. El problema de la aplicación de los conocimientos sociológicos es una cuestión capital, pero no es una cuestión científica sino política.

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4. Los nuevos paradigmas sociológicos

4.1. La sociedad líquida

4.1.1. La identidad en la modernidad líquida

Vivimos una época de transformaciones profundas y permanentes. Muchos individuos sienten una especie de vértigo existencial, ya que están expuestos a cambios personales y profesionales muy importantes. La condición humana en las sociedades avanzadas ha llegado a tener un carácter bastante incierto y fluctuante. El hombre posmoderno vive dentro de un entorno profundamente inestable (Bauman, 2007).

Zygmunt Bauman define la “sociedad líquida” como la sociedad donde las condiciones de actuación de sus miembros cambian constantemente. Bauman, pues, usa la metáfora de la sociedad líquida para analizar el mundo actual. Los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Por eso, según Bauman, la metáfora de la liquidez es apropiada para entender la naturaleza de la fase actual de la modernidad avanzada. El problema principal es que no hay pautas institucionales estables, ni seguras, ni predeterminadas en esta versión de la modernidad.

Figura 9. El sociólogo polaco Zigmunt Bauman considera que vivimos en un tiempo líquido.

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La posmodernidad es para Bauman la sociedad en estado líquido. Según el autor polaco, en pocas décadas hemos vivido el tránsito de una sociedad fuer-temente institucionalizada (basada en valores sólidos, repetitivos y perennes) a una sociedad en que predominan estructuras sociales más volubles, flexibles y menos perdurables en el tiempo.

Las instituciones sociales pierden prestigio y autoridad. Estas estructuras e instituciones sociales dejan de ser los marcos de referencia seguros que antaño orientaban la acción humana.

“En un mundo volátil como el de la modernidad líquida, en que casi ninguna

estructura conserva su forma suficiente tiempo para garantizar confianza y crista-

lizarse en una responsabilidad a largo plazo [...], andar es mejor que estar sentado,

correr es mejor que andar, y hacer surf es mejor que correr.» (Palazzi, 2012: 29-41)

La vida líquida asigna en el mundo y a las cosas, incluso a los animales, la categoría de objetos de consumo, objetos que pierden su utilidad en el mismo momento de ser consumidos. Estos objetos de consumo tienen una esperanza de vida limitada y, cuando sobrepasan este límite, dejan de ser aptos para el consumo, se convierten en objetos obsoletos. También las personas somos como objetos de consumo. Por ejemplo, podemos mencionar el trato denigran-te que reciben las personas mayores en el mundo actual.

Bauman expresa su preocupación por la pérdida de valores y referentes seguros. Los valores que presiden la vida de las sociedades avanzadas son de una altísima volatilidad. Por otro lado, los vínculos de solidaridad propios de la sociedad moderna se están debilitando. En una sociedad de estas características el valor de la lealtad y el compromiso personal pierden importancia. Según Bauman, “lentamente, se han ido diluyendo los lazos modernos que mante-nían unida la sociedad para caer en una lucha despiadada de unos contra otros, sin cuerdas para sostenerse ni red en la que confiar” (Palazzi, 2012: 57).

4.1.2 El holocausto o la organización del mal

Zigmunt Bauman se muestra claramente pesimista. Considera que Max Weber tenía razón en su análisis de la sociedad moderna entendida como un tipo de “jaula de hierro”, de forma que, sorprendentemente, las intuiciones de

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Weber eran especialmente adecuadas para estudiar y comprender un fenóme-no tan terrible como el holocausto.

Bauman vivió en una época histórica en la que el fenómeno del holocausto era posible. El holocausto no es un producto de la casualidad: “el holocausto difícilmente habría sido posible sin inventos tan típicamente modernos como la tecnología industrial, la burocracia (con su meticulosa división del trabajo), la jerarquía estricta del mando y la disciplina, unidas a la neutralización de las convicciones personales (y éticas) y la aspiración gerencial a supeditar la realidad social a un modelo prediseñado de orden: innovaciones que también resultaron ser las causas primordiales de los espectaculares éxitos de la era moderna” (Bauman, 2010: 124).

Figura 10. Entrada al campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau.

Bauman cree que el holocausto es el producto de una planificación muy minuciosa y extraordinariamente efectiva de la destrucción masiva de muchas vidas humanas. El autor polaco considera que la racionalización burocrática de la matanza llevada a cabo por las autoridades alemanas no se puede pasar por alto, ni puede ser contemplada como un hecho casual o producto simplemente de un liderazgo social enfermizo. Así, Bauman afirma que la solución final es el producto de un modelo organizativo de carácter burocrático que lleva hasta las últimas consecuencias unos principios de eficiencia y destrucción inéditos en la historia.

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La solución final, també conocida como solución final al problema judío (en alemán Endlösung der Judenfrage), es el nombre del plan de la Alemania nazi para ejecutar el genocidio sistemático de la población judía europea durante la Segunda Guerra Mundial. Su puesta en práctica, conocida posteriormente como el holocausto o shoah supuso la depor-tación sistemática y el posterior exterminio de toda persona clasificada étnicamente como judía, con independencia de su religión. El término fue acuñado por Adolf Eichmann, un funcionario nazi que supervisó en primera instancia la campaña, a la que antes se llamaba eufemísticamente “reinstalación”. <http://ca.wikipedia.org/wiki/Soluci%C3%B3_final>

Bauman no pretende equiparar la burocracia moderna con el holocausto (algo que sería excesivo). Lo que quiere destacar el autor polaco es la increíble incapacidad de la burocracia para evitar algunos fenómenos de esta naturaleza y, por otro lado, mostrar la verdadera capacidad de esta para poner de acuer-do a las personas “para conseguir cualquier finalidad, aunque sea inmoral” (Bauman, 1998: 40). Perfectamente engrasada, nos dice, la burocracia nazi con-siguió pulir todos los procesos de una manera tan deshumanizadora que resulta completamente necesaria una reflexión sobre las condiciones por las cuales la eficiencia organizativa es posible (Palazzi, 2012: 29-41).

El nazismo no solamente llevó hasta las últimas consecuencias un sistema de organización del mal. También propició la emergencia de un nuevo tipo de personalidad (gris, fría, disciplinada, eficiente, etc.) que hizo posible el exten-sión de aquel régimen infernal. Hannah Arendt nos da las claves en su contro-vertido estudio sobre la banalidad del mal.

La banalidad del malA Hannah Arendt, alemana y judía, le tocó vivir de una forma directa uno de los aconteci-mientos más duros de nuestra historia reciente. El 1941, huyendo del nazismo, se estableció en Nueva York. Hannah Arendt, en su obra El origen del totalitarismo, quería comprender lo que ocurrió. En 1961 Hannah Arendt recibió el encargo de la revista americana The New Yorker de informar sobre el proceso contra el teniente coronel de las SS Adolf Eichmann. Este estaba considerado uno de los mayores criminales de la historia, responsable de la coordinación de los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, que se convirtió en una auténtica máquina de destrucción de vidas humanas con la máxima eficacia.Hannah Arendt realizó un análisis del proceso y escribió el libro Eichmann en Jerusalén. Sorprendentemente Arendt nos describía a Eichmann como una persona corriente. Era un hombre de la masa, no era brutal, ni parecía especialmente “malo”, ni siquiera mostraba odio hacia los judíos.

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“Me impresionó la manifiesta superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la incuestionable maldad de sus acto s a ningún nivel más profundo de enraizamiento o motivación. Los actos fueron monstruosos, pero el responsable –al menos el responsable efectivo que estaba siendo juzgado, era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso.” (Arend, 1984: 14).Lo que intentó Hannah Arendt fue entender cómo esto fue posible, cómo una persona normal, sin ningún interés, banal, pudo convertirse en un gran criminal. Según Arendt, Eichmann era el producto de un sistema social totalitario. Ello no significa que Eichmann fuera inocente. Para Hannah la responsabilidad es siempre individual. En una sociedad tota-litaria, los hábitos y las normes pueden llegar a convertir en una obligación “moral” el ase-sinato, pero el hombre siempre tiene la última palabra para seguir o no esta nueva “morali-dad” amoral. Hannah Arendt no aceptó la culpabilidad colectiva, ya que “donde todos son culpables, nadie es culpable”. Las decisiones las tomaron determinados autores y los que habían de responder sobre sus decisiones eran las personas concretas que las tomaron. Eichmann no sentía responsabilidad por sus actos, no tenía mala conciencia, lo que no signi-fica que no fuera culpable.Fragmento extraído íntegramente de:<http://aprendreapensar.blogspot.com.es/2010/04/la-banalitat-del-mal.html>

El fenómeno del holocausto puede parecer muy lejano, pero esta reflexión sobre la banalidad del mal podemos encontrarla reflejada continuamente en los medios de comunicación. Nos cuesta aceptar a veces que una “persona nor-mal” pueda cometer un crimen abominable como, por ejemplo, el asesinato de la propia pareja. En estas circunstancias, la sociedad en general y los medios de comunicación querrán dar un intento de explicación o justificación que nos tranquilice socialmente. Dirán que se trata de un loco, de un alcohólico o de un enfermo. Los medios raramente van a la raíz de los problemas. Intentarán dar una explicación plausible a un hecho que parece totalmente inexplicable.

4.2. La sociedad del riesgo global

El hombre moderno es un ser paradójico. Norbert Elias (1897-1990) afirma que a medida que progresa el proceso de modernización, el hombre ejerce un control más grande sobre la naturaleza “externa” y es capaz de hacer frente, a menudo de forma satisfactoria, a los desastres naturales, pero experimenta una gran impotencia para hacer frente a los desastres generados por la propia acción humana, sobre todo los relativos a los “desastres de la guerra” (que, por

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cierto, Goya pintó de forma magistral en el siglo xix). Como acabamos de ver, el holocausto nazi es una consecuencia imprevista y terrible del proceso de racionalización.

En la sociedad moderna –sobre todo en fase de modernidad avanzada– la preocupación por el riesgo es cada vez más importante. La aplicación de la téc-nica a la vez que contribuye a resolver algunos problemas genera otros nuevos. La cirugía estética, que contribuye a mejorar el aspecto y la salud de determina-dos personajes, también puede generar algunas secuelas que a la larga pueden ser muy perjudiciales (por ejemplo, los implantes de silicona han provocado, en algunas mujeres, importantes trastornos de salud).

Figura 11. El rostro del cantante Michael Jackson quedó desfigurado por culpa de las intervenciones de cirugía estética.

La sociedad moderna está imbuida de la idea de progreso. En una sociedad orientada al futuro, la noción de riesgo es inseparable de las ideas de proba-bilidad e incertidumbre. El futuro es un territorio que se tiene que conquistar o colonizar. En la sociedad del riesgo se da la espalda al pasado y no se hace mucho caso de los conocimientos y las experiencias que provienen de la tradi-ción (Giddens, 2000b).

La idea de riesgo es consustancial a la modernidad. En las sociedades tra-dicionales el hombre se dejaba llevar por la providencia. El ser humano tenía un control escaso sobre la vida humana y sobre el mundo. En cambio, lo que

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mejor caracteriza al hombre moderno es la voluntad de ejercer el control sobre el espacio y el tiempo.

La ciencia y la técnica son los principales instrumentos mediante los cuales los humanos ejercemos la vocación de dominio sobre el planeta. El problema es que la aplicación de la técnica al mismo tiempo que resuelve algunos problemas genera otros nuevos. Se trata de problemas inéditos de los que no tenemos expe-riencia y, a menudo, la misma ciencia no tiene respuesta. Por otro lado, la inven-ción de una nueva tecnología puede servir para resolver problemas que anterior-mente no existían. Esta es una situación histórica nueva y bastante insólita.

La innovación tecnológica ha sido, generalmente, la respuesta a los retos y los desafíos con que se ha encontrado el individuo a lo largo del tiempo. Tradicionalmente era necesaria la existencia de un problema para que apare-ciera el medio o la tecnología necesaria capaz de resolverlo. Pero en la era de la información las cosas son de otro modo. Actualmente, el medio tecnológico crea el problema y la necesidad de superarlo. Como apunta una frase célebre atribuida a Bill Gates, “el ordenador nació para resolver problemas que antes no existían”.

El mundo se vuelve imprevisible y a menudo peligroso para la propia vida humana. El riesgo se torna un elemento consustancial e inherente a la vida moderna. Como señala Anthony Giddens (2000b) en Un mundo desbocado, en un momento de grandes transformaciones, se tiene la sensación de haber perdido el control sobre algunos aspectos capitales de su vida. La grave crisis económica desatada a partir de la crisis de las “hipotecas subprime” del año 2008 y que ha afectado, sobre todo, los países más avanzados, pone de manifiesto la incapa-cidad de las instituciones económicas y financieras del mundo capitalista para establecer y hacer respetar unas reglas básicas de funcionamiento, y aplicar unos principios éticos elementales. Como se ha visto, estas carencias han puesto en peligro, incluso, la viabilidad del sistema capitalista a escala global.

Según el sociólogo alemán Ulrich Beck (1998a), vivimos en la sociedad del riesgo. Para Beck, la sociedad del riesgo se define como una fase de desarrollo de la sociedad moderna (modernidad tardía), donde los riesgos sociales, políticos, económicos e industriales tienden cada vez más a escapar a las instituciones de control y protección que son características de la sociedad industrial.

Un rasgo característico de los tiempos actuales es la falta de previsión de los fenómenos sociales. Ignacio Ramonet manifiesta su inquietud y reprocha a los dirigentes políticos una falta de visión y de (pre)visión absoluta:

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“Hay una falta de visibilidad general. Acontecimientos imprevistos irrumpen con

fuerza sin que nadie, o casi nadie, los vea venir. Si gobernar es prever, se ha vivido

una crisis de gobernanza evidente. Los dirigentes actuales no consiguen prever nada.

La política se revela impotente. El Estado que protegía a los ciudadanos ha dejado

de existir.” (Ramonet, 2011)

Al hablar de riesgo no estamos hablando (necesariamente) de peligro o ame-naza. (Probablemente la palabra riesgo llega al inglés a través del español o el portugués, donde se usaba para referirse a navegar en aguas desconocidas.) Se habla de riesgo en un doble sentido: por un lado, la sociedad está en peligro, en situación de riesgo, y, por el otro, hay que seguir arriesgando y apostando, puesto que nos encontramos inmersos dentro del juego (y ello comporta asu-mir nuevos riesgos). Los responsables de las empresas, por ejemplo, tienen que evaluar los riesgos que comportan sus decisiones (decisiones que probablemen-te no se pueden demorar en el tiempo). La aceptación del riesgo es también una condición de excitación y aventura. Además, una aceptación positiva del riesgo es la fuente misma de la energía que crea riqueza en una economía moderna.

Figura 12. Los deportes de riesgo son una manifestación característica de la sociedad contemporánea.

En el contexto de las sociedades modernas, Beck considera que hay que potenciar el debate, prevenir y aprender a manejar satisfactoriamente el riesgo, con el fin de hacer frente a la “histeria política” y a la percepción del miedo, difundida, a menudo, a través de prácticas comunes utilizadas por los medios

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de comunicación de masas. El propio desarrollo científico y la aplicación de la tecnología –que en teoría tendrían que permitir más control sobre el mundo por parte del ser humano– están en el origen de profundos cambios y de nue-vos retos a los cuales nos enfrentamos en la nueva era marcada por la incerti-dumbre (Beck, 1998a). El riesgo se refiere a una situación de incertidumbre y a los peligros potenciales que se derivan de nuestras acciones u omisiones (y que se pueden evaluar activamente en relación con unas posibilidades futuras). Se trata de un tipo de riesgo manufacturado, generado por la acción misma del ser humano. La noción de riesgo se tiene que entender en un mundo globali-zado, donde las fronteras entre países han perdido importancia y los problemas generalmente son comunes a todos los países.

Como señala Ulrich Beck (2008), en un nuevo orden mundial caracterizado por una dinámica de cambio permanente y una situación de creciente incer-tidumbre, aparecen una serie de riesgos inéditos (el calentamiento climático, la crisis economicofinanciera, la enfermedad de las vacas locas, etc.), que se suman a otros peligros ancestrales en la historia de la humanidad.

La percepción social del riesgoEl trabajo de Mary Douglas abrió una nueva línea de investigación en el campo de los estu-dios sobre la percepción del riesgo, conocida por la disciplina antropológica como “perspec-tiva simbolicocultural”. Gracias a la colaboración con Aaron Wildavsky, en su libro Risk and culture, plantearon una teoría cultural del riesgo que consistía en explicar cómo se percibía y se predecía que el azar se pudiera considerar peligroso. Con especial atención se dedicaron a analizar cómo el movimiento ambientalista identificaba ciertos peligros, que a finales de los sesenta comenzaron a preocupar, cómo eran la instalación de plantas nucleares, la con-taminación atmosférica y de los ríos, etc. Por un lado, la priorización de unos peligros sobre otros dependía de cómo se interpretaran social y culturalmente los riesgos reales compara-dos con los riesgos posibles. Más que la realidad de los peligros, lo importante era compren-der que estos estaban politizados; por otra parte, la identificación de los peligros y la priori-zación de los unos sobre los otros dependían de las diferentes posiciones sociales que los actores ocupasen en un sistema, y de la manera de vivir y de su cosmovisión. Las personas entendían los diferentes tipos de riesgo y reaccionaban en función de sus valores sociales, sus creencias y sus interacciones sociales. La percepción del riesgo se definía como un pro-ceso social (Douglas & Wildavsky, 1982: 8).En esta teoría se partía de la idea de que la noción de riesgo era una categoría cultural. Los significados, las cualidades ontológicas y las implicaciones morales de esta categoría se construían socialmente y culturalmente por medio de las representaciones compartidas por la colectividad.

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En la preparación del libro Risk and culture, Mary Douglas tuvo la oportunidad de revisar las aportaciones que los investigadores sociales habían hecho hasta entonces en este campo y se quedó decepcionada al comprobar que prácticamente todos los análisis estaban condicio-nados por una fuerte orientación psicológica y individualista. Algunos de estos investigadores habían tratado de medir objetivamente los riesgos a los que los individuos se enfrentaban al presuponer que había unos riesgos más reales que otros, y querían saber cómo las personas los evitaban. Por ejemplo, trataron de medir algunos efectos sociales, como el aumento de la esperanza de vida y la correspondencia entre la evaluación real de los peligros por parte de los individuos y la probabilidad real de que estos peligros sucedieran. Dicho de otro modo, se interesaron más por medir la probabilidad individual de asumir y evitar los riesgos reales que por comprender la percepción de los riesgos y su aceptabilidad como resultado de un pro-ceso de construcción sociocultural. Además, insistieron en diferenciar los criterios de objeti-vidad científica que posibilitaban la medición de los riesgos de los criterios de interpretación subjetiva implícita en los discursos profanos.La paradoja residía en el hecho de que los expertos y el público no percibían los riesgos del mismo modo. Mary Douglas se dio cuenta de la poca efectividad que estos estudios ofre-cían para comprender cómo determinados riesgos eran socialmente elegidos por encima de otros y, por ello, decidió rechazar definitivamente este tipo de orientación. Aunque estaba disgustada, reconocía que en cierto modo las ciencias sociales eran responsables de su equivocación en los análisis sobre el riesgo. Parte de esta equivocación se debía a la acep-tación de una realidad del mundo externo que gobernaba el campo de la psicología (Douglas & Wildavsky, 1982). Douglas reconocía que el sesgo cultural y los elementos morales y polí-ticos formaban parte del debate sobre los riesgos físicos. Por ello, la necesidad de contribuir sociológicamente condujo a Mary Douglas y Aaron Wildavsky a desarrollar en su libro Risk and culture una teoría sociológica, cultural y ética del juicio humano.Fragmentos escogidos (Larrea, 2013: 66-71)

4.2.1. Conocimiento experto y sociedad del riesgo

El paso de las sociedades tradicionales a las sociedades modernas comporta un cambio muy importante en el estatus y el prestigio social de los sabios y de los expertos. La ciencia mantuvo durante la modernidad tradicional una concepción monopolista del conocimiento: los expertos tenían la exclusiva. Entonces se podía hacer una distinción muy clara entre los expertos y los pro-fanos. Un experto es aquel individuo que acredita unos grandes conocimien-tos y competencias en un determinado campo del saber. Los expertos eran consultados por los profanos como si estos fueran un tipo de “guardianes del conocimiento”, lo cual les confería una autoridad incuestionable.

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La sociedad moderna se basaba en la premisa de que un conocimiento experto mayor nos procuraba más seguridad y más certeza sobre el mundo. En la sociedad del riesgo las cosas ya no son así. Según Beck, en el contexto de una modernidad reflexiva, el concepto de conocimiento experto ha generado más dudas que certezas (Beck, 1998b). A menudo un conocimiento mayor de la realidad hace crecer el nivel de dudas e incertidumbre.

La progresiva especialización del conocimiento ha agrietado la tradicional separación entre expertos y profanos. La creciente especialización implica que un mismo experto sea experto en su materia (y profano en todas las demás). Esta situación influye decisivamente en la naturaleza de las relaciones de con-fianza entre expertos y profanos. Los expertos han perdido autoridad. En las sociedades actuales, la información que elaboran los expertos a menudo está al alcance de todos y es susceptible de ser (re)apropiada por parte de todos los que tengan el tiempo, la capacidad y los recursos necesarios por formarse un criterio propio (Beck, 1998b: 117).

La idea de riesgo, por lo tanto, no hay que asociarla solo a los grandes “riesgos globales” o a los grandes peligros, sino a nuestras vidas cotidianas. Por ejemplo, ante una enfermedad y antes de consultar con el médico, podemos buscar infor-mación por Internet. De forma que nos podemos hacer una idea bastante precisa de lo que nos pasa. El criterio del médico ya no es incuestionable.

La introducción y el desarrollo de las tecnologías de la relación, la infor-mación y la comunicación (TRIC) han contribuido a modificar el ejercicio de muchas profesiones. Por ejemplo, los periodistas han perdido la exclusiva en el ejercicio del periodismo. Cualquier ciudadano puede hacer sus fotografías y enviar sus crónicas para relatar un suceso. Es el llamado “periodismo ciuda-dano”, que ha suscitado todo tipo de discusiones sobre las nuevas maneras de afrontar y desempeñar la profesión del periodismo en los albores del siglo xxi.

Para profundizar en el conocimiento de la sociedad del riesgo global, véase:Giddens, A. (2000). Un món desbocat. Els efectes de la globalització a les nostres vides. Madrid. Taurus.Beck, U. (1998a). La sociedad del riesgo. Barcelona: Paidós (VO de 1986).Beck, U. (1998b). ¿Qué se la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Barcelona: Paidós (VO del 1997).

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4.3. La sociedad red

Las redes de la comunicación configuran, en tiempo real, las nuevas formas de organización del planeta. Tanto es así, que el mismo término red se ha con-vertido en una palabra clave para comprender la sociedad del siglo xxi. No sola-mente se convierte en una nueva forma de organizar las telecomunicaciones, las relaciones económicas y empresariales, sino que empieza a ser también un paradigma que condiciona nuestra mirada sobre el mundo. Incluso los últimos descubrimientos de la neurociencia permiten afirmar que el cerebro humano funciona como una red de conexiones neuronales.

Hay que tener en cuenta la importancia social que han logrado las tecnolo-gías de la comunicación, que nos obliga, más que nunca, a considerar el con-texto y la situación internacional donde actualmente se insertan los procesos socioeconómicos, y a asumir los retos que representa la introducción de las nuevas tecnologías en un mundo plenamente interconectado.

Figura 13. La noción de sociedad red es una de las aportaciones capitales de Manuel Castells.

La teoría de la sociedad red, tal como la desarrolla a principios de este siglo Manuel Castells, es una de las grandes aportaciones a las ciencias sociales y, evidentemente, nos sirve para comprender algunos aspectos clave de la socie-dad del siglo xxi.

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La sociedad red surgió como una nueva forma de organización social a fina-les del xx, basándose en el informacionalismo, pero no es consecuencia de este sino de la existencia de otros factores económicos, sociales, políticos y cultura-les, que posibilitaron el crecimiento de nuevas formas de organización social, que permanecieron y se extendieron aprovechando la oportunidad histórica que ofrecía la informacionalismo.

Por coincidencia accidental (según Castells), en la década de los setenta, convergen tres procesos independientes, cuya interacción conformó un nuevo paradigma tecnológico, el informacionalismo, y una nueva estructura social, la sociedad red, inseparablemente entrelazados. Estos tres procesos son:

1. La crisis y reestructuración del industrialismo y sus dos modos de pro-ducción asociados (capitalismo y estatismo).

2. Los movimientos sociales y contraculturales de orientación liberadora de finales de los sesenta y principios de los setenta.

3. La revolución de las tecnologías de la información y la comunicación.

Manuel Castells ha ido construyendo una visión global de la sociedad que ha tenido en cuenta a la vez los aspectos estructurales e individuales de las sociedades humanas. Castells analiza el impacto de la tecnología, pero también las relaciones que se establecen entre los diferentes ámbitos sociales e indivi-duales, y como interaccionen entre sí. Castells se aparta de las acusaciones del determinismo tecnológico. La tecnología por sí sola no hace nada. La tecnolo-gía solo da frutos en un marco de transformaciones culturales, organizativas e institucionales de gran alcance.

Creemos que la tecnología no determina la sociedad. Tampoco la sociedad dicta el curso del cambio tecnológico, ya que muchos factores, incluyendo la invención y las iniciativas persona-les, intervienen en el proceso de descubrimiento científico, innovación tecnológica y aplicacio-nes sociales, de modo que el resultado final depende de un complejo modelo de interacción. En efecto, el dilema del determinismo tecnológico probablemente es un falso problema, ya que tecnología es sociedad y la sociedad no se puede comprender ni representar sin sus herra-mientas tecnológicas.” (M. Castells. La era de la información. La sociedad red, 2003: 37)

Castells propone olvidar las nociones de “sociedad del conocimiento” y “sociedad de la información” y sustituirlas por el concepto de sociedad red.

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Según Castells, la nueva estructura social, la sociedad red, será potenciada por las tecnologías de la información y la comunicación basadas en la microelec-trónica. Esta estructura social, integrada por redes, son conjuntos de nodos que funcionan exclusivamente como componentes de la red y por donde circulan flujos o corrientes de información. Pues bien, según Castells, la superioridad, hasta ahora de cualquier tipo de organización vertical respecto a estructuras en red, ha sido debida sobre todo a los límites en el desarrollo de la tecnología.

En el momento que la revolución digital lo ha hecho posible, las redes se han desarrollado exponencialmente. Recordemos que la importancia de las redes, es decir, su potencialidad, radica en su flexibilidad, en su capacidad de adaptación y también en su capacidad de reconfigurarse.

En resumen, la cultura de la libertad fue capital para producir las tecnologías red que, a la vez, fueron la infraestructura esencial para que las empresas pudie-ran hacer su reestructuración en términos de globalización, descentralización y creación de redes. Solo entonces la economía basada en el conocimiento pudo funcionar con todo su potencial.

En el contexto actual, el procesamiento de símbolos y los saberes se confor-ma como una herramienta fundamental de los nuevos procesos de producción y se convierte en un factor determinante del ámbito económico y social.

El conocimiento y la información han sido siempre fuentes esenciales de productividad y poder. La información y el conocimiento son realmente cen-trales en la economía y la sociedad, pero no son los componentes dominantes.

Pero si concebimos la sociedad red global como algo más que redes de telecomunicaciones, si usamos la lógica interactiva de Internet, entonces es posible diseñar sistemas de comunicación para la inclusión, la colaboración o la cooperación. La sociedad red también es una explicación teórica de lo que veremos a continuación: la globalización.

5. El proceso de globalización

Una de las aportaciones más importantes de las ciencias sociales contempo-ráneas ha sido explicar el proceso de globalización. Para comprender la socie-

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dad contemporánea nos tenemos que situar en un “nuevo orden mundial”. El término globalización nació en la última década del siglo xx. Sin embargo no es casual que en los últimos tiempos se haya puesto de moda este término y que el neologismo haya proliferado simultáneamente en diferentes lenguas (en Francia dicen mondialisation; en Gran Bretaña, globalization, y en Alemania, globalisierung).

La globalización es el resultado de un largo proceso histórico que va ligado al propio proceso de modernización. Estamos ante un proceso irreversible que abarca la mayor parte de las regiones del planeta y tiene profundas implicacio-nes para buena parte de la población mundial.

Como ya señalaron Marx y Engels, el capitalismo del siglo xix dio un impul-so extraordinario al proceso histórico que hoy denominamos globalización. La globalización, pues, no es una novedad. Lo que es nuevo es la conciencia de su trascendencia histórica y la popularización del término.

No resulta fácil poner una fecha al nacimiento de la idea de globalización. La caída del muro de Berlín en 1989 y el nacimiento de la red de Internet son dos acontecimientos cruciales en este proceso. Un hecho muy significativo fue, también, la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995, organismo que dio un nuevo impulso a la liberalización del comercio mundial, y que favorece las políticas de desregulación, privatización y liberali-zación económica que se han producido a escala internacional (políticas que, en buena parte, están en la base de la crisis económica que se desató a partir de 2007).

La influencia de Estados Unidos y de las potencias occidentales es cada vez menor. El nuevo centro neurálgico de las relaciones internacionales se traslada al Pacífico y se generan nuevos polos de poder. Destaca la emergencia de nue-vas potencias económicas y políticas, como India o Brasil, destinadas a tener un rol protagonista en el nuevo orden (o desorden) mundial. Podemos señalar China, que aparece como la gran potencia del siglo xxi.

Las ciencias sociales históricamente han centrado sus estudios en el estado nación. La sociedad se confunde con los límites del estado nacional. Hasta hace poco se consideraba que la unidad primaria de análisis era el estado nación, pero esta idea hoy está superada. Como ya señaló Norbert Elias, la sociología actual solo es posible como sociología en de la sociedad mundial (Elias, 1986). Denominamos globalización (o mundialización) la emergencia de un único sis-tema mundial que acaba con la existencia de diversas sociedades. Una premisa

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fundamental, pues, del estudio de la globalización es considerar que el mundo constituye un único orden social.

Según Anthony Giddens, la globalización es una serie compleja de procesos que se producen simultáneamente en el ámbito económico, político, tecnoló-gico, cultural y ecológico (Giddens, 2000b). La globalización ha comportado una aceleración de las relaciones sociales en todo el planeta y una intensifica-ción de los intercambios, y, a la vez, está modificando sensiblemente las formas de vida.

La globalización denota la expansión y la profundización de las relaciones sociales y las instituciones a través del espacio y el tiempo, de manera que, por un lado, las actividades cotidianas cada vez están más influidas por los hechos y acontecimientos originados en el otro lado del mundo, y, por el otro, las prácticas y decisiones de grupos y comunidades locales pueden causar impor-tantes repercusiones globales (Held, 1997: 42).

No es cierto que la globalización sea un fenómeno exclusivamente macro o de carácter estructural. Se trata de una realidad cercana, muy presente en la sociedad actual, que hace sentir sus efectos (positivos y negativos) en muchos ámbitos de la vida. Nuestra vida está influida –cada vez más– por fenóme-nos producidos en contextos sociales alejados de nuestros entornos sociales inmediatos, en los cuales se desarrolla la mayor parte de nuestra existencia. Es posible que algunas acciones originadas en nuestro entorno inmediato tengan repercusiones mucho más allá de nuestras fronteras. Lo que es distante también es próximo, aunque esto pueda parecer paradójico.

Los teóricos del caos, que describen cómo una mariposa que bate sus alas sobre Brasil puede afectar al tiempo que haga en Chicago, han identificado un proceso que expresa muy bien esta paradoja inherente a la globalización que está transformando [actualmente] los asuntos mundiales (Rosenau, 2003: 30).

La globalización constituye hoy uno de los factores más destacables de la nueva sociedad mundial y es uno de los retos más importantes que las ciencias sociales se plantean para el siglo xxi.

La revolución en el sistema de transportes y telecomunicaciones Solo desde una sensibilidad histórica podemos comprender el advenimien-

to de un mundo globalizado. Es importante destacar la importancia de los medios de comunicación social en la conformación de las sociedades modernas y el alcance del actual proceso de globalización. Las redes de transporte y las

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telecomunicaciones son un factor fundamental en este proceso histórico. Las redes de comunicación –dice Armand Mattelart (1998)– configuran las nuevas formas de organización del planeta.

La mundialización de los transportesLas redes de transportes y las telecomunicaciones han tenido y tienen un papel muy impor-tante en el proceso de globalización. Disponemos de múltiples ejemplos históricos que lo demuestran.Durante miles de años el ser humano vivió en relación solo con sus vecinos cercanos. Hubo ciertos movimientos migratorios, pero no era posible establecer relaciones estables e inten-sas a grandes distancias.Después de miles de años de una cierta estabilidad, las cosas cambiaron radicalmente a partir del siglo xvi, la revolución científica incipiente permitió la invención de grandes medios de transporte, como la carabela, que permite la expansión de algunas potencias mundiales a grandes distancias hasta entonces inaccesibles.Esto hizo posible el inicio de una primera globalización: la expansión del capitalismo naciente, de Europa al resto del mundo.La carabela fue sustituida por barcos mejores, hasta los actuales buques mercantes y de carga, capaces de trasladar al otro lado del planeta inmensas cantidades de mercancías. A la vez, la invención y el desarrollo del tren, del automóvil y de la aviación hicieron posible que el mundo entero estuviera intercomunicado y al alcance para una comunicación relativa-mente fácil y rentable.La distancia ha dejado de ser un problema insuperable. Esta revolución del transporte es el primer factor que posibilita la globalización.

La globalización se ve favorecida por los poderosos cambios que se han producido, sobre todo a finales de los años setenta, en los sistemas de comu-nicación. El proceso de globalización es posible, pues, gracias a los medios de comunicación y a las TRIC. Estas tecnologías han hecho posible un reordena-miento de la distancia temporal y espacial a escala planetaria. Las nuevas tec-nologías, y especialmente Internet, permiten la desaparición de las distancias y el acercamiento entre los hechos locales y los globales.

5.1. La globalización económica

Una dimensión crucial del proceso de globalización es su vertiente eco-nómica. Al hablar de un nuevo orden mundial, hay que adoptar una visión

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sistémica. Debido a la caída de la Unión Soviética y al final de la guerra fría las relaciones internacionales han dejado de estar presididas por el conflicto entre dos grandes superpotencias en un mundo bipolar y han dado lugar a una hege-monía imperfecta y unilateral de los Estados Unidos de América en un único mundo globalizado. El fracaso de las economías planificadas y dirigidas por el Estado ha convertido el mercado en un mecanismo económico común a todas las regiones del planeta.

Si adoptamos una perspectiva histórica, vemos que los mercados han ido ampliando sus dimensiones. Al hablar de mercados, tenemos que tener presen-te las diferencias que hay entre el mercado de las materias primas, el mercado de bienes industriales, el mercado financiero, la bolsa de valores, etc. Han pasado progresivamente de mercados de carácter local o comarcal a mercados de carácter nacional o internacional. La globalización, aun así, no comporta únicamente un cambio de dimensiones. La globalización implica la emergen-cia de un sistema económico mundial.

El proyecto teórico más amplio dedicado al problema de la interdependencia económica mundial fue iniciado en 1970 por Immanuel Wallerstein bajo el nombre de teoría del sistema mundial. Distingue tres estadios principales en la historia.1. El primero es el estadio de los minisistemas, unidades económicamente autosuficientes relativamente pequeñas dotadas de una división interna del trabajo completa y de una estructura cultural singular. Predominaban en la época de los cazadores y recolectores, y continúan hasta la época de las sociedades hortícolas y agrícolas.2. A continuación vienen los imperios mundiales: grandes entidades mucho más variadas, que incorporan un número considerable de minisistemas anteriores. Estos se encuentran en economías agrícolas y reciben coordinación económica mediante gobiernos militares y políticos fuertes, una administración despiadada, impuestos rígidos. Siempre en guerra y en conquista imperial (China, Egipto y Roma). La continuación de su viabilidad fue socavada por el surgimiento de un aparato burocrático y por la complejidad de las tareas administrativas en territorios tan amplios.3. La época de la economía mundial o del sistema mundial surge en torno al siglo xvi. En esta época surge el capitalismo como sistema económico dominante.(Giddens, 1994: 575-576).

El mercado se ha convertido en un elemento central en un mundo domi-nado por la globalización y los procesos de liberalización a escala internacional. Las reglas que regulan el mercado, la oferta y la demanda, son las que, en principio, rigen en el orden económico internacional. Como señala Anthony

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Giddens (2000b), el supermercado se constituye en una metáfora perfecta de este proceso, puesto que en las grandes superficies, los “nuevos templos del capitalismo”, podemos encontrar productos originarios de casi todos los rin-cones del planeta.

Al tratar la globalización, es muy importante la dimensión económica. No obstante no podemos ignorar la importancia de otros factores de carácter político y cultural que también inciden en el proceso de globalización. Por este motivo Ulrich Beck (1998b) nos alerta sobre el peligro de caer en el glo-balismo. El autor distingue entre la globalización, que es un proceso histórico multidimensional (casi inevitable), y el globalismo, que implica una concepción economicista y determinista de la sociedad mundial. Según Beck, el globalis-mo es la ideología del neoliberalismo, que solo contempla el lado económico del proceso y pretende que el mercado mundial está destinado a desplazar progresivamente la tarea de la política. Los excesos de esta idea y la sumisión del ámbito de la política a la economía es lo que explica la actual crisis del capitalismo informacional.

Figura 14. La globalización económica permite que en cualquier comercio se puedan encontrar productos de todo el mundo.

5.2. La globalización política

La globalización comporta un cambio en las dimensiones de la sociedad, que va más allá de los límites convencionales de los estados. La mundialización

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pone a prueba los ámbitos tradicionales desde los que se piensa y se realiza la política. Esto implica el debilitamiento de los estados tradicionales y una pér-dida de influencia de la política entendida convencionalmente.

“La globalización ha hecho saltar las fronteras tradicionales de los Estados y ha

cuestionado alguna de sus funciones fundamentales en el pasado. Al mismo tiempo,

han aparecido nuevos actores en la escena política: los poderes locales, las ONG,

los grupos de interés económico cada vez más organizados y, con más capacidad de

incidencia, los gobiernos de carácter regional y continental –me refiero a las organi-

zaciones como la Unión Europea, así como las organizaciones asiáticas, africanas y

americanas de cooperación–, que cada vez tienen un papel más activo y decisivo.”

(Carbonell, 2008: 41)

Figura 15. Vista de la cúpula del artista Miquel Barceló en la Sala XX del Palacio de las Naciones de la ONU en Ginebra.

La globalización implica, pues, un reto o desafío en toda regla. Sin embargo, la globalización de los problemas no significa que ahora todas las sociedades sean iguales, sino que tienen problemas relativamente comunes que solo se pueden abordar conjuntamente en el marco de nuevos organismos internacio-nales. Los estados han tenido que ceder parte de su poder. Se trata de estados nación, con una estructura económica unitaria y que, aun así, tienen que hacer frente a los grandes retos que comporta la nueva situación.

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El actual proceso de globalización ha hecho saltar por los aires lo que podríamos considerar una concepción obsoleta de los hechos sociales y políti-cos. El estado nación tradicional está en crisis. El proceso de mundialización en que estamos inmersos hace que las dimensiones de la sociedad vayan más allá de los límites convencionales de los estados que han cedido parte de su sobera-nía. Los estados nacionales han sido concebidos como unidades políticas, eco-nómicas y culturales cerradas, y de carácter más o menos homogéneo, aun así ceden soberanía por arriba a instituciones políticas supranacionales, como, por ejemplo, la comunidad europea. Por otro lado, el estado nación cede soberanía por debajo a instancias de gobierno de carácter local o regional. El principio de subsidiariedad, establecido por el tratado de la Unión Europea, recomienda que todo lo que se pueda resolver bien localmente no se tiene que hacer esta-talmente. Como señala Daniel Bell: el estado nación es demasiado pequeño por atender los grandes problemas del mundo actual y demasiado grande para hacer frente a los pequeños problemas de la vida cotidiana de los ciudadanos.

La globalización es un fenómeno controvertido. Es cierto que hay movi-mientos políticos abiertamente contrarios al proceso de globalización actual. En este sentido el movimiento altermundista es un movimiento social trans-nacional que propone alternativas al “modelo neoliberal” de la globalización vigente en el mundo después de la caída del muro de Berlín. Las implicaciones económicas, políticas y culturales de la globalización, que son desiguales y con-tradictorias, han suscitado un amplio debate social y la aparición (especialmen-te en los países más avanzados) de un movimiento alternativo al capitalismo global. Su carácter plural y las formas de organización descentralizadas le dan una extraordinaria capacidad de intervención en diferentes campos (derechos humanos, mujeres, ecología, minorías étnicas, etc.) y tienen repercusión sobre la opinión pública mundial.

Amplios sectores de la ciudadanía anhelan que la política asuma su papel en un mundo globalizado. No es sencillo, puesto que las decisiones y los procesos económicos son muy rápidos y, en cambio, los procesos políticos son lentos y a menudo erráticos. Es muy complicado conciliar el tiempo político y el tiem-po económico. Además, no es factible dar una respuesta local a una crisis de carácter global.

Finalmente, no podemos continuar pensando únicamente en categorías de estado nación, como si los problemas del mundo fueran, solamente, proble-mas nacionales o problemas entre estados. No podemos ver las sociedades y

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las culturas como si fueran islas o mónadas independientes. Hay que superar lo que Ulrich Bech llama nacionalismo metodológico (o sería mejor, quizás, decir estatismo metodológico). Tenemos que superar una concepción unitaria de los estados entendidos como realidades homogéneas e independientes.

5.3. La globalización cultural

La globalización ha hecho posible la irrupción de una cultura popular mediática –a menudo de origen norteamericano– que ha extendido su influen-cia a escala internacional. Nos referimos a la influencia de la industria del cine y de la nueva cultura audiovisual que ha penetrado en muchos países y conti-nentes. Sin embargo, no es cierto que la globalización comporte necesariamen-te un proceso de uniformidad social y cultural, ni la destrucción de las culturas de carácter local. En algunos casos coincide precisamente con un revival de las culturas regionales. Peter L. Berger (2002) reconoce la existencia de una cultura global emergente con un fuerte componente norteamericano, pero al mismo tiempo constata la vitalidad de algunas culturas de carácter local que modifican y adaptan sustancialmente el modelo global a sus particularidades.

El término glocalización fue propuesto por Ronald Robertson (1990) para referirse a las formas asimétricas de relación e interacción entre los procesos de carácter local (localización) y los procesos de carácter internacional (globaliza-ción). Ambos procesos avanzan paralelamente y son al mismo tiempo fuerzas impulsoras y formas de expresión de una nueva polarización mundial. La glo-balización progresiva, es decir, la creación de un marco de referencia global, estaría creando la necesidad de referentes concretos y próximos con los que identificarse y en los que depositar los sentimientos.

La dialéctica entre lo que es global y lo que es local hace que, junto a un proceso de homogeneización cultural, emerjan diferencias culturales que no se pueden contemplar, simplemente, como el producto de una reacción a la globalización. Se trata de un fenómeno complejo y contradictorio. La globali-zación ha favorecido también un proceso de fragmentación, heterogeneidad e hibridación cultural.

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Figura 16. Lionel Messi y Cristiano Ronaldo son los máximos exponentes de sus clubes e ídolos mediáticos de una gran proyección internacional.

Un aspecto que ha contribuido decisivamente a la globalización es la expan-sión de las tecnologías de la relación, información y comunicación (TRIC). Los medios tecnológicos de creación y de difusión cultural liberan la recepción cultural de su servidumbre a un tiempo y un espacio concretos, del ahora y aquí (hic et nunc ), y favorecen un proceso de (des)anclaje cultural. Dicho con otras palabras, los nuevos medios técnicos de difusión y reproducción implican la ruptura de las antiguas coordenadas espacio-tiempo que configuraban unos ámbitos específicos de participación cultural separados de las otras esferas de la vida social.

Nos estamos alejando de la era de la reproductibilidad técnica (que vaticinó Walter Benjamin) y nos acercamos a la época de la simulación electrónica. La tecnología, por ejemplo, hace posible disfrutar de canales de televisión y de radio en cualquier territorio, y rompe lo que Benjamin denominaba el “para-digma teatral”. Por ejemplo, personas físicamente muy distantes de Cataluña pueden escuchar la emisión en directo de un canal de radio emitido en cata-lán utilizando un ordenador conectado a Internet. También muchas personas inmigrantes que viven en Cataluña se pueden sentir muy vinculadas a sus culturas de origen a través de la televisión por satélite o Internet. La expe-riencia sensible que proponen e implementan los new media supone, así, un movimiento de eliminación de las distancias y las fronteras convencionales.

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Se puede decir, pues, que las tecnologías de la relación, la información y la comunicación (TRIC) favorecen un proceso histórico de “desanclaje cultural”, iniciado ya hace muchos años y descrito como un proceso que consiste en “‘desvincular’ las relaciones sociales de sus contextos locales de interacción y reestructurarlas en intervalos espaciotemporales indefinidos” (Giddens, 2000: 32). El ciberespacio es el lugar por excelencia donde se producen estas nuevas relaciones e intercambios.

Palabras clave: altermundismobanalización del maldesanclaje culturalcientismoconsecuencias no deseadas de la acción socialdoble hermenéuticaestatismo metodológico (U. Beck)falsabilidadfuncionalismofuncionalismo sistèmicofunción/disfunciónfunciones manifiestasfunciones latentesglobalismoglobalización culturalglobalización económicaglobalización políticaglocalizaciónholocaustoinformacionalismointeracción social

interaccionismo simbólicométodos cualitativosmétodos cuantitativosmodelo dramatúrgicomodernidad avanzadamodernidad reflexivaparadigma comprensivoparadigma positivistaposmodernidadproceso de objetivaciónregiones anterioresregiones posterioresrelaciones cara a cararelativismoriesgo externoriesgo manufacturadoruptura epistemológicasociedad del riesgosociedad del riesgo mundial (U. Beck)sociedad líquida (Z. Bauman)sociedad red (M. Castells)triangulación metodológicavigilancia epistemológica

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Capítulo III

Las teorías y la investigación en comunicación

“Incluso los medios «recreativos», como los periódicos y la televisión, tienen una

influencia de gran alcance sobre nuestra experiencia. Esto no sucede porque afecten

nuestras actitudes de formas específicas, sino porque son los medios de acceso al

conocimiento, del cual dependen muchas actividades sociales.”

Anthony Giddens, 1995: 481.

1. Introducción al estudio de las influencias

Las teorías que han predominado durante décadas en el ámbito de la comu-nicación han tenido como objetivo principal el estudio sobre las influencias que los medios tienen en las personas, los públicos o las audiencias. Es decir, la teoría y la investigación en comunicación han comportado una concepción muy simplista de la “comunicación de masas”, entendida como un proceso de influencia directa, más o menos lineal. Este modelo lineal, que ha predomina-do durante décadas, está basado en el paradigma de Lasswell y ha fundamen-tado la investigación dominante desde la década de los treinta hasta principios de los setenta del siglo xx.

Esta concepción todavía hoy está muy presente en el ámbito del periodismo

profesional. Es muy frecuente en la narración de crímenes violentos, como ponen

de manifiesto los ejemplos siguientes:

1. “José Rabadán era aficionado al videojuego de rol Fantasy VIII. Este juego

tiene como personaje principal Squall Leonhort, un héroe que se rebela con-

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© UOC 122 Sociología de la comunicación

tra el poder de sus opresores y utiliza para asesinar, como hizo él mismo, una

espada de samurái.” (La Vanguardia, 5 de abril de 2000, pág. 33).

José Rabadán, conocido en los medios como “el asesino de la catana”, mató sus

padres y a su hermana en abril de 2000 utilizando para ello una catana.

2. “Asesino y suicida. Tim Kretschmer se suicidó después de la matanza. Era

solitario y forofo de las películas de terror (…). «Estoy seguro de que el joven

que ha cometido esto es tan normal como mi hijo. No sé..., no veo que el

problema sea que los padres hayamos fallado. Quizás los videojuegos, donde

matar es solo pulsar un botón», reflexiona Harmut Beyer, de 46 años.” (La

Vanguardia, 12 de marzo de 2009, pág.1 y 4).

Tim Kretschmer, con 17 años, disparó contra alumnos y profesores de una escue-

la de secundaria y contra otras personas en su fuga de la policía antes de suicidar-

se el 11 de marzo de 2009 en la ciudad alemana de Winnenden.

3. “Se especulaba también que Cho se podía haber inspirado en la película sur-

coreana Oldboy, parte de una trilogía del cineasta Chan Wook Park. Uno de

los asesinos del film envió fotos en las que cogía un martillo” (La Vanguardia,

20 de abril de 2007, pág. 9)

Seung-Hui Cho fue el estudiante coreano que el 16 de abril de 2007 disparó con-

tra profesores y alumnos en la Universidad Tecnológica de Virginia. Mató a 32

personas e hirió a otras 17.

En estos ejemplos se pone de manifiesto una relación directa entre el con-sumo de videojuegos y películas, y determinados crímenes cometidos. Se hace presente también la idea de la influencia directa de los medios de comuni-cación sobre las futuras acciones de las personas. La lectura de los diferentes fragmentos nos permite observar cómo se establece, intencionadamente o no, una relación causal entre dos fenómenos que no tienen por qué estar directa-mente relacionados, por lo menos unívocamente. Es evidente que se trata de un tratamiento demasiado simplista que tiende a magnificar el poder de los medios de comunicación social. “No se debería admitir –como afirma Salvador Cardús– desde posiciones intelectualmente rigurosas, que se hable de los efec-

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tos de la televisión como se habla de la influencia de los astros y con la misma impunidad.” (Cardús, 1999: 35). No tenemos la intención de subestimar o banalizar la posible influencia y la repercusión social que tienen los medios, sino que remarcamos la conveniencia de saber contextualizarlos y ponderar esta influencia junto con otros elementos, como el contexto cultural y el edu-cativo, los grupos de referencia (amigos, familia…), el estilo de vida de cada grupo social, etc. En definitiva, no podemos atribuir a los medios de comu-nicación un poder absoluto y a la vez tenemos que contemplar otros factores que también inciden en la gente. Los primeros estudios de la investigación comunicativa se basan en el paradigma de Lasswell.

El paradigma de Lasswell parte de un modo de análisis conductista, basado en el estudio de cómo un emisor (que elabora determinados estímulos-mensa-jes) impacta sobre un receptor (que se considera sujeto estimulado) con el fin de conseguir determinados efectos a corto o a medio plazo. El paradigma de Lasswell, clásico en los estudios de comunicación, presupone que la iniciativa es siempre de quien emite el mensaje y que los miembros de la audiencia son objetos pasivos de la comunicación.

Las cinco etapas del paradigma de Lasswell.

¿Quién? → Estudio del comunicador¿Dice qué? → Estudio del contenido¿Por qué canales? → Estudio de los medios técnicos¿A quién? → Estudio de las audiencias¿Con qué efectos? → Estudio de las influencias

Lasswell, H. D. “Estructura y función de la comunicación en la sociedad”. En:

Moragas, M. (1993). Sociología de la comunicación de masas. Barcelona: Gustavo Gili.

La historia de la investigación en comunicación ha estado dominada por la consigna positivista “Saber para prever, prever para poder” (Rodrigo, 1989). La teoría y la investigación en comunicación se centraron, en una primera etapa, en uno de los momentos cruciales del proceso comunicativo: los efectos. En el estudio de los efectos la cuestión fundamental era conocer la capacidad per-suasiva de la comunicación social. Esta visión también se hace patente en los

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estudios que analizan la eficacia de las campañas propagandistas. El conocido eslogan Yes, we can, de la primera campaña de Obama, es un buen ejemplo de la eficacia y de la extrema sencillez sintáctica del lenguaje publicitario. No tenemos que olvidar que en gaélico eslogan significa “grito de guerra”. Según la definición de Walter Lippmann (1922): “La propaganda es un esfuerzo para alterar intencionalmente la imagen que se da de la realidad, para que los indi-viduos reaccionen de una forma determinada”.

El análisis de las influencias de los medios de comunicación social ha sido el objeto de estudio por excelencia en el ámbito de la investigación comunicativa, especialmente por parte de la llamada investigación en la comunicación de masas (Mass Communication Research).

La investigación en comunicación de masas se desarrolla con fuerza a par-tir de la década de los cuarenta del siglo pasado. Empezó básicamente en EE. UU. y se caracteriza por una aceptación del sistema social y de la función que cumple la comunicación en este sistema. Se trata de un tipo de investigación basado en criterios de carácter positivista, empirista y cuantitativo, orientado a la resolución de problemas prácticos y enmarcado dentro de la tradición socio-lógica funcionalista. El desarrollo de esta corriente teórica se tiene que enten-der dentro de un determinado contexto histórico, en que se producen unas demandas sociales muy concretas a las que la “investigación administrada” intentará responder. Sus principales ámbitos de investigación son la creación de la opinión pública, las técnicas de persuasión o la propaganda. Entre sus representantes más importantes tenemos a autores como Lasswell, Lazarsfeld, Hovland o Lewin (González Río, Espinar, Martínez Gras y Frau, 2004).

Como decíamos, la cuestión de los efectos ha dominado la reflexión teórica y la investigación especializada sobre el papel de los media en nuestra sociedad. Esta orientación teórica y metodológica se basa –usando la conocida expresión de Umberto Eco– en una “concepción apocalíptica” de la historia, que atribuye un papel maléfico a los medios de comunicación. Para comprender la visión

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apocalíptica que subraya la capacidad manipuladora de los medios de comu-nicación, no tenemos que olvidar la experiencia vivida por la utilización de la propaganda en el periodo de entreguerras, incluidos los periodos de las dos guerras mundiales.

El apocalíptico es quien ve con desconfianza las nuevas técnicas de creación y difusión cultural y expresa su temor ante la extensión de la participación popular al ámbito del consumo cultural. Los apocalípticos, dice Eco (1984), tienen una visión aristocrática de la cultura. La cultura es un asunto que se cir-cunscribe a un círculo restringido y, así, es un contrasentido hablar de cultura de masas, puesto que –desde un punto de vista aristocrático– “es inconcebible una cultura compartida por la masa del pueblo”.

Como hemos señalado en otro lugar:

“El apocalíptico sostiene que la cultura exige un cultivo individual de la inteli-

gencia, la sensibilidad y el saber. A la vez, desconfía de su administración por parte

de empresas o instituciones especializadas que pretenden acercar la cultura al gran

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público. En este sentido, la democracia cultural es una quimera. (...) La cultura de

masas es una anticultura que nace en el preciso momento histórico en que la masa

hace acto de presencia en la vida cultural y política. La masificación cultural no es

solo el signo de una aberración transitoria y limitada al ámbito cultural, es el signo

inequívoco de un proceso de decadencia irrecuperable de nuestra civilización, frente

a la cual el hombre culto no se puede expresar más que en términos de desasosiego

y desesperación. La rebelión de las masas puede representar un regreso a la barbarie”

(Busquet, 2008: 50-51).

En sus orígenes, muchos estudios partían de una concepción apocalíptica y atribuían un poder extraordinario –normalmente de carácter maléfico– a los medios de comunicación social. Los diferentes intentos para comprender y evaluar la influencia social que tienen sobre el público los medios en general, y la televisión en particular, se intensificó durante la década de los sesenta y a comienzos de la de los setenta. La corriente que defiende el efecto poderoso de los medios en la violencia social ha adquirido fuerza en los últimos años, coincidiendo con el hecho de que vuelve a estar a la orden del día la idea de que los medios tienen mucha influencia en las opiniones y los comportamien-tos de la gente. Pero estas actitudes de temor ante los medios de comunicación social no son nuevas:

“Cada vez que se crea un nuevo medio de comunicación surge en la comunidad

un sentimiento de profunda inquietud por los efectos perjudiciales que este podría

causar en la población (Gunter, 1996). Haciendo un poco de historia, constatamos

que los nuevos medios de comunicación tomaron el relevo (o se superpusieron ) a

los otros medios más tradicionales. El descubrimiento y la aplicación de los nuevos

medios tecnológicos de difusión cultural han ido siempre acompañados, junto con

la fascinación que provoca la novedad, de manifestaciones de temor y desconfianza.

Primero fue la invención de la imprenta y el nacimiento del libro, después la prensa

de masas, más adelante el cine y la radio. Hoy la televisión levanta muchas suspica-

cias, hasta el punto de que algunos creen que la televisión es la principal responsable

del incremento de la violencia al mundo. No nos tendría que extrañar mucho que

muy pronto sea Internet –en la medida que su uso se vaya generalizando– el que

tome el relevo a la televisión como nuevo chivo expiatorio.” (Aran, Barata, Busquet

y Medina, 2001: 46).

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De hecho, la cita anterior no es una premonición, sino más bien un tipo de historia cíclica que se repite. Hoy podemos certificar que algunas de las cosas que se intuían hace más de una década se confirman actualmente con algunos discursos apocalípticos sobre Internet y las redes sociales.

Durante muchos años, en el campo de la investigación comunicativa se ha pretendido establecer una relación directa –expresada en términos de causa-efecto– entre la existencia de la “violencia en los medios” y ciertas manifes-taciones de la violencia y de desorden social. En síntesis, se considera que los contenidos del mundo de la ficción (películas, series, etc.) y de la comunica-ción que se canalizan a través de varios medios (prensa, cine, radio, televisión, Internet) no pueden resultar inocuos cuando son consumidos a gran escala por el público y, sobre todo, por los niños y adolescentes, que se consideran unos grupos sociales especialmente vulnerables por la supuesta falta de preparación y de madurez.

En el primer periodo de la investigación en comunicación se hace difícil encontrar perspectivas teóricas que no estén influidas por esta visión. Como veremos más adelante, la visión de Walter Lippmann, periodista profesional y pionero de los estudios en comunicación, es muy pesimista respecto a la dis-posición y competencia de la ciudadanía para vivir dentro de una democracia compleja y a la vez mediatizada.

También, como veremos a continuación, las teorías de la sociedad masa (estudiada por Ortega y Gasset, entre otros) tienen un gran peso en el pensa-miento de muchos autores y disciplinas. Además, en aquel contexto, el con-ductismo es una de las corrientes teóricas que más influye en todas las discipli-nas sociales, e incluso en la vida política se había podido ver que la propaganda y la manipulación, en manos de los gobiernos, determinaba notablemente la conducta de millones de personas que habían aceptado de manera acrítica los fascismos y el totalitarismo.

Los estudios de la investigación en comunicación de masas (Mass Communication Research) no hacen más que continuar la línea de las déca-das anteriores, a pesar de que, progresivamente, el conocimiento teórico y la investigación permiten matizar algunas teorías excesivamente influenciadas por una visión positivista y, quizás, excesivamente simplista. Sin embargo, se puede mencionar algunos nombres de autores que van a contracorriente. Será el caso, por ejemplo, de Walter Benjamin (1983), que propone un modelo de acercamiento radicalmente diferente. Benjamin ve en la aparición y extensión

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del arte de la fotografía, el cine y la implantación de la radio ciertas potenciali-dades de participación democrática en el acto de creación y de comunicación. La mirada de Benjamin permite romper el discurso unidireccional y jerárquico del acto de comunicación, tal como quedó instaurado durante décadas a partir del paradigma de Lasswell.

A continuación se exponen, teniendo en cuenta su dimensión histórica, las principales aportaciones teóricas realizadas desde el ámbito de la sociología y las teorías de la comunicación a lo largo del siglo xx. Tenemos que partir de la base de que la historia de la investigación comunicativa ha estado dominada, desde los orígenes, por una concepción lineal o procesal de la comunicación. Una concepción que ha hecho de la persuasión la actividad más relevante de la investigación y de buena parte de las prácticas de los medios de comunicación. La persuasión implica un proceso consistente en hacer creer algo al receptor, para que este actúe de acuerdo con la voluntad del comunicador.

La mayor parte de los teóricos de la comunicación (por ejemplo, Blumler, McQuail y Beniger) que estudian y clasifican la historia de la investigación comunicativa, muy centrada en Estados Unidos, acostumbran a distinguir de modo convencional tres periodos claramente diferenciados (Monzón, 1996).

Se trata, evidentemente, de un planteamiento bastante esquemático, cuyo objetivo es poner orden a un panorama muy complejo y bastante confuso. Los modelos son los siguientes: el modelo hipodérmico (1914-1940); el modelo de los efectos limitados (1940-1970) y el regreso a la teoría de los efectos de gran alcance (desde 1970 hasta la actualidad).

En las dos primeras etapas de la investigación comunicativa, que práctica-mente van desde los años veinte hasta finales de los sesenta, los efectos o las influencias de los medios serán básicamente contemplados como efectos per-suasivos. La cuestión fundamental que se planteaban los teóricos de la comu-nicación era conocer la capacidad persuasiva de la comunicación social. Buena parte de los estudios en publicidad y comunicación hasta la actualidad todavía tienen como elemento central de sus estudios una concepción persuasiva de la comunicación.

Presentamos a continuación un cuadro resumen de las principales etapas de la investigación en comunicación.

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Los principales periodos de la investigación comunicativa

Paradigma Modelo explicativo Influencias

1r Período

El modelo hipodérmico

(1920-1940)

Lasswell

Propaganda Technique in the World War (1927)

Social: sociedad masa

Psicológico. modelo conductista.

“cada miembro del público de masas está personal y direc-tamente atacado por los mensajes.”

Público atomizado, formado por indivi-duos solitarios, aisla-dos y desarraigados.

La conducta como respuesta a los estí-mulos

contempla los men-sajes como estímulos condicionantes, y sus efectos como la respuesta condicio nada.

Efectos persuasivos

Las multitudes caren-tes de criterio reciben el mismo estímulo.

Presupone la inme-diatez, mecanicidad y amplitud de los efec-tos de los medios de comunicación social.

Multitudes pasivas dominadas por la manipulación que ejercen las élites que controlan los medios.

2º. período

2º. El modelo de los efectos limitados

(1940-1970)

Klapper, J. T.The Effects of MassCommunication

Lazarsfeld, P. F.; Berelson, B; Gaudet, H. (1948)The people’s choice

Social: sociedad com-pleja y diferenciada

Psicológico: la perso-nalidad como desa-rrollo

Se constata la impor-tancia de una serie de f actores de carác-ter personal y social que condicionan las influencias mediáti-cas.

La influencia de los grupos primariosy secundarios en el aprendizaje

El aprendizaje depende de los con-textos.

Efectos de refuerzo

Efectos limitados por la forma en que el sujeto filtra, com-prende y memoriza la mediación social.

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3r. período

3ª. La influencia mediática en la era de la complejidad.

(1970-actualidad)

Entorno configurado por los media

La conciencia de la complejidad del pro-ceso comunicativo hará contemplar la existencia de un sis-tema comunicativo dotado de autonomía particular.

Entorno y estructura condicionantes.

Los media como con-figuradores

La influencia a de los medios de comunica-ción no radica en su poder de persuasión, sin en la capacidad de estructurar los temas sobre los que pensamos y sobre los que giran nuestras conversaciones.

2. La sociedad masa y la aguja hipodérmica

En la primera etapa de la investigación en comunicación –que compren-de, aproximadamente, desde los años veinte hasta los cuarenta del siglo xx y que coincide históricamente con el periodo de entreguerras– los medios son contemplados como instrumentos de influencia directa, poderosa y eficaz. Los efectos de los medios serán básicamente considerados como efectos per-suasivos. El origen de este interés y preocupación son, también, las dictaduras totalitarias y el fenómeno histórico del nazismo en Alemania, que utilizaron la publicidad y la propaganda como instrumentos de influencia.

Goebbels y la instrumentalización de una red

de liderazgo de opinión por medio de propaganda

Uno de los ejemplos más notables de uso diri-

gido del liderazgo de opinión en medios de comu-

nicación de masas y discursos públicos es el trabajo

de Joseph Goebbels, el hombre encargado de la

maquinaria de propaganda de Hitler. Bytwerk, en

su compilación de los trabajos de Goebbels, cita

este fragmento de Der Kongress zur Nürnberg 1934

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(El Congreso de Nuremberg 1934), en el que Goebbels explica su punto de vista

sobre la propaganda como herramienta para cambiar la opinión de la gente: “La

propaganda es un medio para un fin. Su propósito es conducir a la gente hacia una

comprensión que les permita voluntariamente y sin resistencias internas dedicarse a

las tareas y a los objetivos de un líder superior. Para que la propaganda tenga éxito,

ha de saber muy bien lo que quiere. Ha de tener un objeto claro y firme, y buscar

los medios y métodos adecuados para lograr este objetivo. La propaganda como tal

no es ni buena ni mala. Su valor moral lo determinan los objetivos que persigue”

(Busquet, Medina y Sort, 2006: 44).

La caída del fascismo puso en evidencia los límites de esta teoría, puesto que la eficacia de la ideología no sobrevivió a la desaparición de los altavoces de la propaganda oficial de los regímenes totalitarios.

De todas formas, la propaganda y el uso de los medios de comunicación como herramienta de influencia directa sobre la población no es sólo un fenó-meno relacionado con las dictaduras fascistas o totalitarias. En los regímenes democráticos la propaganda y la “desinformación” se han utilizado muy a menudo, especialmente en tiempos de guerra. En circunstancias extremas todas las artes se ponen al servicio de la causa nacional. Por ejemplo, algunos directores de cine de reconocido prestigio realizaron películas de propaganda para sus regímenes, como el caso de Eisenstein para la Unión Soviética y Lenni Riefenstahl para la Alemania nazi, con su obra El triunfo de la voluntad. Y tam-bién algunos directores norteamericanos, como John Ford, con Las uvas de la ira, o Frank Capra, con sus películas, dentro de la serie Why we fight, durante los años cuarenta, encargo del Ministerio de la Guerra para transmitir a la pobla-ción el porqué se estaba luchando contra Alemania y Japón.

El año 1926 fue un momento importante dentro de la radiodifusión por la creación de la cadena NBC americana y la segunda BBC inglesa. A partir de este momento, la radio extendió su uso con fines comerciales y propagandísticos, pasó a ser el medio de comunicación social más potente y las primeras teorías sobre los efectos de los medios comenzaron a analizar el impacto que podían tener los mensajes radiofónicos sobre la “masa”. El ejemplo más conocido lo encontramos sin duda en la repercusión que tuvo la emisión radiofónica de La guerra de los mundos, dirigida por Orson Welles en 1938. La célebre drama-tización radiofónica que provocó una ola de pánico en Nueva York parecía confirmar la omnipotencia (diabólica) de los medios de comunicación social.

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Para escuchar la emisión de La guerra de los mundos existen diferentes enla-ces:

<http://es.wikipedia.org/wiki/la_guerra_de_los_mundos_(radio)><http://www.youtube.com/watch?v=VMGRCU4klji>

Una noche de Halloween terrorífica

“El 30 de octubre de 1938, la noche de Halloween se emitió la versión radiofóni-

ca del libro de ciencia-ficción La guerra de los mundos, de H. G. Wells, publicado por

primera vez en 1898, que narraba una invasión marciana de la Tierra. El director de

la versión radiofónica fue el actor Orson Welles, quien decidió introducir algunas

modificaciones importantes. Para incrementar el dramatismo de la emisión, Welles

optó por introducir a lo largo de la emisión varios avances informativos que narraban

“en directo” la supuesta invasión marciana de la Tierra. También se incluyeron efectos

sonoros y cortes de voz de supuestos especialistas y autoridades políticas que reaccio-

naban ante los acontecimientos.

La simulación pareció tan creí-

ble que aquella noche se dieron

episodios de histeria: miles de

personas salieron a la calle o

bien se escondieron en refugios;

otros se armaron hasta los dien-

tes. Incluso no pocos oyentes

se envolvieron la cabeza con

toallas empapadas para evitar ser

víctimas del supuesto gas vene-

noso que lanzaban los marcia-

nos. Y todo ello a pesar de que se

informó, al principio y al final de la emisión, de que todo era una simulación. Durante

los días siguientes, y como consecuencia de los efectos del programa, se planteó una

polémica sobre el poder de influencia de los medios de comunicación sobre la masa y

los peligros que esto podía comportar (Busquet, Medina y Sort, 2006: 46).

Este hecho parecía confirmar la omnipotencia de los medios de comuni-cación social. El sociólogo Hadley Cantril (1993), a quien se debe un análisis sobre el impacto de este programa, resume así el estado de shock de algunos radioyentes:

Locución radiofónica de La guerra de los mundos por parte de Orson Welles, 30 de octubre de 1938.

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© UOC 133 Las teorías y la investigación en comunicación

“Mucho antes de acabar el programa, en todos los Estados Unidos había personas

rezando, llorando y huyendo frenéticamente para no encontrar la muerte a manos

de los marcianos. Algunos corrieron en busca de seres queridos. Otros telefonearon

para despedirse o alertar a los amigos, corrieron a informar sus vecinos, buscaron

información en las redacciones de los periódicos y las emisoras de radio, o avisaron

a las ambulancias y los coches de patrulla de policía. Al menos seis millones de

personas escucharon la emisión y como mínimo un millón de ellas se asustaron o

se inquietaron.

”El acontecimiento creado por Welles permitía hacer un tipo de prueba, segu-

ramente por primera vez en la historia, sobre las condiciones de sugestibilidad, del

recíproco contagio sobre el pánico (psicosis colectiva). En el plano de las represen-

taciones sociales, estas escenas de emoción inauditas, que se traducían en actos irre-

flexivos e incitaciones gregarias, no fueron las últimas que fundamentaron la teoría

de la omnipotencia de la nueva técnica de comunicación a través de las ondas.”

Font: Mattelart, 1998: 98-99.

Estos estudios permiten constatar que la incidencia de aquel episodio fue importante y que afectó a una pequeña parte de la audiencia. Aun así, visto en perspectiva podemos decir que se mitificó y sobredimensionó la trascendencia de aquel episodio.

Las teorías que intentan explicar los efectos de los medios de comunicación reciben nombres tan expresivos como los siguientes: teoría de la aguja hipodér-mica, teoría de la bala mágica, teoría del impacto directo, teoría de la influencia unidireccional.

La teoría hipodérmica –que presupone la inmediatez, mecanicidad y ampli-tud de los efectos de los medios de comunicación social– se podría sintetizar con la afirmación siguiente: cada miembro del público de masas es personal-mente y directamente atacado por los mensajes. Según la teoría hipodérmica,

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© UOC 134 Sociología de la comunicación

cada individuo es un átomo aislado que reacciona separadamente a las órdenes y a las sugerencias de los medios de comunicación de masas monopolizados.

El modelo hipodérmico comporta una serie de supuestos básicos:

• Los individuos se encuentran en una situación de aislamiento psicológico.• En la interacción mediática prevalece la impersonalidad.• Los individuos se encuentran bastante desvinculados de las obligaciones

y presiones sociales.• Los individuos responden de manera casi uniforme al mismo estímulo.• El público es una masa indiferenciada, en su interior los individuos se

encuentran en una condición de aislamiento físico, social y cultural.

Se atribuye a los medios de comunicación un poder extraordinario para modificar radicalmente las actitudes, las opiniones y las preferencias colectivas de los ciudadanos. Pero una de las características de esta etapa es que la mayo-ría de efectos no se demuestran mediante el análisis y el estudio, puesto que se dan por hecho.

Mauro Wolf afirma que en el momento en que la teoría hipodérmica –que subraya el carácter omnipotente de los medios de comunicación sociales y la vulnerabilidad del individuo– dejó de ser sobre todo un presagio y una descrip-ción de los presupuestos y se convirtió en un paradigma de análisis concreto, sus mismos presupuestos dieron lugar a unos resultados que contradecían la hipótesis de partida (Wolf, 1987: 34). Miquel de Moragas (2011) va todavía más

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© UOC 135 Las teorías y la investigación en comunicación

allá y sostiene que la teoría hipodérmica tiene un carácter espectral. Considera que fue un tipo de invento o artefacto creado por sus “adversarios”, que dibu-jaron una caricatura muy acusada de la investigación que se había hecho hasta entonces. Sea como fuere, la teoría hipodérmica existe y persiste en la menta-lidad de muchas personas.

Como hemos comentado anteriormente, la idea que domina los prime-ros años de la llamada Mass Communication Research presupone la existencia de unos medios de comunicación social omnipotentes y omnipresentes que tienen efectos directos e inmediatos sobre los miembros de una población dispersa, atomizada y desintegrada (Monzón, 1996). Desde este punto de vista, los grupos que pueden hacer de mediadores prácticamente no existen o han desaparecido y “las masas” han llevado al individuo a la soledad y la indefen-sión. Se extiende, por lo tanto, la idea de que la comunicación mediática tiene un enorme poder y que el receptor está indefenso ante los mensajes emitidos por el comunicador. Cuanto más poder atribuimos a los mass media, más inde-fenso está el público particular. En esta época se mantiene una concepción orwelliana sobre los medios de comunicación social. “Orwell pronosticó que las nuevas tecnologías electrónicas proporcionarían a las autoridades centra-les herramientas sin precedentes para controlar, manipular y esclavizar a una población inerme frente al poder. Era una visión tan oscura y pesimista que cautivó la imaginación de toda una generación” (Neuman, 2002: 140).

2.1. La corriente conductista

La teoría hipodérmica se basa en la teoría conductista propia de la psicología experimental y en la teoría de la sociedad masa, que ha tenido una gran inci-dencia en el campo de la teoría social para explicar el proceso de la comunica-ción como un proceso de influencia, manipulación y control.

El modelo que predomina en la primera etapa de la investigación comuni-cativa es el modelo estímulo-respuesta de los primeros años del conductismo. La escuela psicológica del conductismo, utilizada como marco teórico, aportó modelos para interpretar los efectos de los medios de comunicación social, tanto desde el punto de vista del condicionamiento clásico (Pavlov-Watson) como del operante e instrumental (Skinner) (Monzón, 1996). El modelo estímulo-respuesta tendrá una aplicación inmediata en las teorías del impacto

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© UOC 136 Sociología de la comunicación

directo, ya que considera los mensajes como los estímulos condicionantes, y sus efectos sobre opiniones, actitudes y conductas como la respuesta condicio-nada. Los efectos son considerados respuestas específicas a estímulos especí-ficos, de modo que se puede esperar y predecir una correspondencia estrecha entre el mensaje de los medios y la reacción de la audiencia.

Figura 1. Dibujo del experimento que hizo el Dr. Paulov.

Debemos detenernos, antes de continuar en los avances de la teoría y la investigación en comunicación y el estudio de las influencias, en dos aspec-tos, que además de configurar también esta primera fase de la investigación en comunicación, tienen suficiente fuerza para tratarlos específicamente. En primer lugar, nos detendremos en el concepto de masa. En segundo lugar, nos referiremos a la aportación seminal de Walter Lippmann, considerado como uno de los principales precursores de los estudios sobre los medios de comunicación y de la opinión pública. Lippmann considera que los medios de comunicación son elementos poderosos ante una población que se mues-tra incompetente para asimilar un discurso complejo y lo que teóricamente le pediría un sistema democrático. El ciudadano que huye despavorido tras escuchar la emisión de Welles de La guerra de los mundos no se corresponde, evidentemente, con la figura idealizada del ciudadano liberal burgués de los cafés de los siglos xviii y xix.

2.2. La concepción de la sociedad masa

Una teoría que estará siempre presente –a veces de manera clara y otras de manera latente– en los estudios sobre los medios y sus efectos de la primera y

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© UOC 137 Las teorías y la investigación en comunicación

segunda etapas (desde 1920 hasta 1960) es la teoría de la sociedad masa descrita magistralmente por Salvador Giner en Mass society (Giner, 1976). La concep-ción persuasiva de la comunicación se apoya en la teoría de la sociedad masa.

Esta teoría presupone la idea que el público de las comunicaciones de masa es un público atomizado, formado por individuos solitarios, aislados y desarrai-gados (Busquet, 1998: 182). Parte de la base que el proceso de modernización ha contribuido a la disolución de los vínculos sociales primordiales y que el ser humano está aislado, y que este aislamiento lo hace particularmente vulnera-ble a la influencia mediática. Se atribuye una importancia extraordinaria a los medios de comunicación de masas –sobre todo a la propaganda– y se ignora la relevancia otras formas de comunicación y de relación personal. Se ignora, a la vez, el papel integrador de una serie de grupos sociales básicos, como la familia, los amigos, los compañeros de trabajo o las relaciones vecinales en el barrio.

Figura 2. Según la teoría de la sociedad masa los individuos son átomos solitarios.

Han sido algunos teóricos de la “comunicación de masas” los que tradicio-nalmente han utilizado el término masa o masas para referirse a los nuevos públicos “creados” por la implementación de los nuevos medios de comunica-ción. El poder atribuido a los medios de comunicación es muy grande. Según Kimball Young (1967), el público es la consecuencia de la presencia de los medios de comunicación de masas: “El público es una criatura engendrada por nuestros notables medios mecánicos de comunicación”. Paradójicamente, fue dentro de esta tradición teórica donde pronto se constató que la concepción de masa era excesivamente simplista para explicar la realidad de un mundo social

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© UOC 138 Sociología de la comunicación

tan diverso y tan complejo. La comunicación de masas no se produce solo entre una institución emisora y un receptor aislado; su análisis debería consi-derar los condicionantes sociales y el entorno donde tiene lugar la recepción.

En resumen, el modelo que predomina en la primera etapa de la investiga-ción comunicativa es el modelo estímulo-respuesta de los primeros años del conductismo. El famoso paradigma de Lasswell comportó una extensión de la psicología conductista aplicada a la descripción del campo comunicativo. Por otro lado, la teoría de la sociedad masa, que tenía una gran incidencia en el campo de la teoría social, permitió explicar el proceso de la comunicación como un proceso de influencia, manipulación y control.

2.3. Harold D. Lasswell: la propaganda en tiempo de guerra

El estudio de la influencia mediática había sido la piedra angular de las investigaciones desarrolladas por el norteamericano Harold D. Lasswell (1902-1978), considerado uno de los padres fundadores de los estudios de la comuni-cación de masas. Lasswell hizo una tesis doctoral titulada Propaganda Technique in the World War (1927), con la que se convirtió en pionero del estudio de la propaganda en tiempo de guerra.

Lasswell dedicó buena parte de sus esfuerzos al análisis de la propaganda política desde el Institute for Propaganda Analysis. Sus teorías planteaban que “una sociedad caracterizada por el aislamiento psicológico y la impersonaliza-ción reaccionaba uniformemente ante los poderosos estímulos de los mensajes de los medios de comunicación” (Rodrigo, 1989: 30).

Para Lasswell, los medios eran concebidos como instrumentes de persuasión y propaganda, capaces de modelar comportamientos, actitudes y valores por una relación directa con el público. La voluntad de Lasswell era desarrollar desde la ciencia política una explicación del proceso de influencia colectiva de los medios de comunicación. Esta teoría presupone que la iniciativa es siempre del comunicador y la masa es el objeto pasivo de los mensajes. La capacidad manipuladora de los medios se da por hecha, pero raramente se explican los mecanismos (Busquet, Medina y Sort, 2006: 45).

En esta primera fase de la investigación comunicativa, y en el contexto que hemos explicado, tienen una importancia capital los estudios de Lasswell. A pesar de que el paradigma de la comunicación establecido por Lasswell es pos-

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terior a la Primera Guerra Mundial, no es extraño el título de su tesis doctoral, en pleno periodo de entreguerras, Propaganda Technique in the World War, que fue uno de los estudios pioneros sobre la propaganda en tiempo de guerra.

Lasswell parte en su análisis de una sociedad caracterizada por las teorías del hombre masa. La sociedad carece de vínculos y las respuestas de las personas a cualquier tipo de estímulo, por ejemplo, los mensajes emitidos por los medios de comunicación, son recibidos de modo uniforme, tanto en la recepción de los mensajes como en la posible reacción ante ellos.

Como explica Wolf (1987), el modelo de comunicación de Lasswell, que es deudor del análisis de la aguja hipodérmica, corrobora un aspecto central de la descripción de la sociedad de masas en esta primera fase: que la iniciativa de la comunicación es exclusiva del emisor y que todos los efectos recaen, también de manera exclusiva, sobre el público. Algunos aspectos centrales del modelo de Lasswell: los procesos comunicativos tienen lugar de manera asimétrica, con un emisor activo y capaz y una masa receptora y pasiva que reacciona después del estímulo mecánicamente; la comunicación se produce de manera inten-cional; finalmente, los emisores y receptores aparecen aislados y sin ninguna relación con otros posibles mediadores o influencias de tipo cultural o social.

Por lo tanto, los medios son considerados claramente como instrumentos de persuasión, capaces de influir de una manera clara y directa sobre las acciones de las personas. Estas primeras teorías de la comunicación parten siempre de una visión de la comunicación jerárquica y lineal, y los temas de investigación buscan observar como los mensajes influyen en la voluntad de las personas, en sus concepciones y en sus comportamientos.

La concepción persuasiva de la comunicación –que se presenta sobre todo en la primera etapa de la investigación comunicativa– se apoya en la teoría de la sociedad masa. Han sido algunos teóricos de la comunicación de masas los que tradicionalmente han utilizado el término masa o masas para referirse a los nuevos públicos creados por la implementación de los nuevos medios de comu-nicación. Y en la primera fase, en el contexto de expansión de los regímenes fascistas y totalitarios, se desarrollaron alrededor de la propaganda.

Sin embargo, la eficacia de la propaganda es limitada. No podía influir de un modo tan directo y claro como se pretendía desde la perspectiva del modelo de la aguja hipodérmica.

En resumen, la comunicación de masas no se produce solo entre una institu-ción emisora y un receptor aislado; su análisis debería considerar los condicionan-

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tes sociales y el entorno donde se produce la recepción. Es, pues, desde esta misma tradición investigadora –la Mass Communication Research– desde donde posterior-mente la noción de masa y de sociedad de masas se ha criticado de una forma más concluyente. A pesar de ello, la imagen de una sociedad masificada todavía hoy está presente en muchos discursos sobre la sociedad y la cultura actuales.

El modelo que predominó en esta primera fase, cargado de positivismo, como el conductismo en psicología, es el modelo de estímulo-respuesta, y muchas de las teorías que se desarrollaron en el campo de la comunicación estaban claramente influenciadas por el psicologismo conductista, además de las teorías sobre el aislamiento y despersonalización que comportaban las teo-rías sobre la masa o las masas.

2.4. Las masas y la desaparición del individuo

Según las teorías de la sociedad de masas, el protagonista pasivo de las socie-dades contemporáneas es el hombre masa. En términos psicológicos, Ortega y Gasset (1983-1955) describe al hombre masa como el arquetipo de la medio-cridad colectiva. Es masa quien no se valora a sí mismo por ninguna calidad excepcional, quien está satisfecho de ser como todo el mundo. El hombre masa es el hombre corriente que no aspira a ningún tipo de distinción o nobleza, el hombre que expresa una equívoca autosatisfacción de ser tal como es; que es, por lo tanto, conformista.

Con Ortega y Gasset tenemos una de las aportaciones más brillantes y conseguidas –y más marcadamente ideológicas– de la concepción del hombre masa. Con un estilo periodístico y un lenguaje incisivo, este pensador analiza la relación entre el hombre moderno y el mundo mecanizado, y expresa, desde su perspectiva liberal, la preocupación por la progresiva desaparición de la dig-nidad del individuo ante la presión inexorable de la temible homogeneidad de situaciones en que está cayendo el mundo occidental.

Siguiendo una visión dicotómica que distingue entre las élites y la masa, Ortega hace una distinción radical entre dos tipos de humanos: los que forman parte de las élites, que dan el máximo de sí mismos, y una masa de individuos mediocres y autosatisfechos. Para Ortega, la división entre élites y masa no es una división entre clases sociales, sino entre clases de individuos, que también opera dentro de cada grupo y de cada clase social. Ortega sigue la teoría de las

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élites de Pareto y afirma que, en rigor, y dentro de cada clase social, hay masa y, en medio, una minoría selecta, a pesar de que en las clases superiores es donde se pueden encontrar más personas selectas. Y aunque no siempre se reconoce abiertamente, toda sociedad implica necesariamente esta distinción.

Para Ortega, todas las sociedades humanas son esencialmente aristocráticas. Ortega atribuye la aparición del hombre masa a la pérdida de autoridad de las antiguas élites dirigentes y a la igualación de las condiciones de vida y de las oportunidades de participación. Si la teoría liberal propugna como valor cen-tral la libertad del individuo, la individualidad como derecho a la diferencia y la racionalidad como rasgo esencial de su conducta, el hombre masa es exacta-mente el contrario. A pesar de que vive en plena modernidad, el hombre masa está manipulado –no es libre–, ha perdido el sentido moral de las cosas –no se siente responsable– y está alienado –no se siente protagonista de su destino. El hombre masa es el individuo sin personalidad que se deja arrastrar por la presión de fuerzas impersonales que escapan a su control.

“Triunfa hoy sobre toda el área continental una forma de homogeneidad que

amenaza consumir por completo aquel tesoro. Dondequiera ha surgido el hombre-

masa del que este volumen se ocupa, un tipo de hombre hecho de prisa, montado

nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es

idéntico de un cabo de Europa al otro. A él se debe el triste aspecto de asfixiante

monotonía que va tomando la vida en todo el continente. Este hombre-masa es el

hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por

lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas internacionales. Más que un hom-

bre, es solo un caparazón de hombre constituido por meros idola fori; carece de un

dentro, de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda

revocar.” (Ortega y Gasset, 2002: 19-20).

Ortega ve al hombre masa como un individuo despersonalizado y solitario. En La rebelión de las masas describe la irrupción de la masa y la presencia de gente que accede a los espacios públicos y se apropia de ellos. Da la sensación, dice Ortega, que todo está lleno a rebosar. Los cafés, las playas..., ámbitos que antes estaban restringidos a los grupos sociales selectos.

“Ahora de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos ven

dondequiera muchedumbres ¿dondequiera? No, no; precisamente en los lugares

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mejores, creación relativamente refinada de la cultura humana, reservados antes a

grupos menores [...]. La muchedumbre, de pronto se ha hecho visible, se ha instalado

en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía pasaba inadvertida, ocupaba

el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje

principal. Ya no hay protagonistas: solo hay coro.” (Ortega y Gasset, 2002: 30).

Como dice Salvador Giner (1979), el concepto de hombre masa es deudor de las ideas de la filosofía de la decadencia cultural, de la psicología de masas y de muchos pensadores conservadores, pero se aparta de la retórica pesimista y apocalíptica de autores como Le Bon o Spengler. Algunos de los rasgos que caracterizan al hombre masa orteguiano son la conformidad, la vulgaridad, la simplicidad, la barbarie y la dominación. Historiadores, psicólogos o filósofos tratarán, en el periodo de entreguerras, de encontrar explicaciones en lo que había sucedido a partir del concepto de masas. La noción triunfa y permane-cerá hasta la actualidad asociada a los medios de comunicación o al estudio de los medios de comunicación social.

La visión de la sociedad moderna como sociedad de masas impregna buena parte de la producción científica y la reflexión intelectual. Ha habido un acer-camiento al concepto tanto desde visiones conservadoras como desde visiones críticas con el concepto.

Para un seguimiento histórico y crítico del concepto, véase:Giner, S. (1979). Sociedad masa: Crítica del pensamiento conservador. Barcelona: Península.Busquet, J. (2008). Lo sublime y lo vulgar. La cultura de masas o la pervivencia de un mito (pág. 187-203). Barcelona: Uocpress.

Para un seguimiento actual y positivo del concepto, véase:W. Russell Neuman (2002). El futuro de la audiencia masiva. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica.

La concepción de sociedad de masas configura e impregna buena parte de la imagen que podemos tener de la sociedad moderna. A pesar de que los antecedentes los encontramos en la antigua Grecia, en el sentido que le damos

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cuando la relacionamos con la aparición y generalización de los medios de comunicación, la tenemos que situar en el primer tercio del siglo xx, y sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, en los EE. UU. con los primeros trabajos de la Mass Communication Research.

Sorprende la persistencia del término masa en el ámbito profesional de la comunicación. Los profesionales de la radio y la televisión no conocen direc-tamente al público. Incluso en el campo de la prensa escrita también se ha planteado el mismo problema. Este escaso interés de los profesionales de la comunicación por el público se pone de manifiesto, por ejemplo, en la actitud que históricamente han mostrado los responsables de la prensa hacia la sección de cartas al director (Pastor, 2004).

Desgraciadamente, la tendencia a analizar el proceso comunicativo desde el punto de vista del emisor no es un hecho exclusivo del campo profesional. Hasta no hace mucho, también en el campo de la investigación comunicativa sobre radio y televisión existía una tendencia a ver al público como una masa de individuos indiferenciados que, desde casa, asistían como espectadores pasi-vos a los diversos programas. Los estudios de audiencia ponen de manifiesto un interés instrumental en el control de los públicos.

Hay un desprecio sistemático de las potencialidades culturales del “gran público”. Esta concepción –que hoy se considera superada por parte de la inves-tigación especializada– aparece de forma persistente en muchos discursos sobre la cultura de masas. No es el momento de analizar las razones de esta insisten-cia. Basta con señalar las principales limitaciones que presenta la concepción de masa en los discursos sobre la comunicación social.

En resumen, las diferentes teorías sobre la sociedad de masas presentan una noción dual de la sociedad, dividida entre élites y masas. Esta concepción dual, jerárquica y elitista, está presente a lo largo de la historia. En líneas generales, se considera que la sociedad de masas es producto de la disolución de los vínculos comunitarios y, por lo tanto, existe, a veces, una visión que tiende a idealizar las sociedades del pasado.

Seguidamente queremos señalar de forma concisa y sistemática las princi-pales limitaciones que presenta la concepción de masa en los discursos sobre la comunicación y la cultura contemporánea.

1. El concepto de masa está, generalmente, cargado de connotaciones nega-tivas hacia el público y, por extensión, hacia los contenidos de la cultura. En algunos casos se puede hacer un uso “positivo” de esta palabra, pero se trata de

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© UOC 144 Sociología de la comunicación

un uso “desnaturalizado”. A menudo introduce un juicio de valor que invalida su uso con finalidades científicas. Es necesario adoptar (con suma prudencia) conceptos alternativos –como, por ejemplo, público o audiencia–, que tengan un significado más riguroso y un cariz menos valorativo.

2. Masa es un término poco preciso. Al hablar de masa o masas se proyecta la idea de una vasta audiencia que comprende unos cuantos miles o, incluso, millones de personas. Sería muy difícil especificar una cifra precisa a partir de la cual un hecho cultural fuera “masivo” o por debajo de la cual dejara de serlo.

3. El término masa es ambivalente, ambiguo y polisémico. Detrás de la noción de masa se esconden posiciones ideológicas diferentes y también dife-rentes posicionamientos teóricos. Su ambigüedad y polisemia pueden dificultar el trabajo en el campo de la investigación especializada. Lo que a veces resulta una ventaja en el campo literario es un grave inconveniente en el campo cien-tífico.

4. Siempre que hablamos en términos de masas lo hacemos en tercera persona: “La masa son los otros”. La noción de masa –como la de audiencia– implica una concepción distanciada en cuanto a los fenómenos de la cultura mediática. La masa se construye mediante una determinada mirada que tiende a distorsionar la realidad al despreciar la capacidad cultural del resto de ciuda-danos (Davison, 1977: 112-117). Se conoce como efecto tercera persona (ETP) la tendencia a percibir que los mensajes de los medios de comunicación ejercen un mayor impacto en los demás que en nosotros mismos. Investigaciones sobre temáticas como la representación de la violencia, las campañas electorales o la publicidad demuestran que las personas siempre sobrevaloran los efectos que los medios tienen sobre los otros miembros, mientras que infravaloran los efectos que tienen sobre sí mismos.

5. Los individuos pueden hacer, en función de su bagaje cultural y de sus gustos, una lectura crítica y relativamente selectiva de los contenidos mediá-ticos. En la medida que no se contempla el protagonismo de los ciudadanos como receptores, esta teoría sirve poco (o nada) para describir la lógica interna del funcionamiento de la comunicación social; así, solo tiene sentido entendi-da como visión externa. Solo tiene presente el punto de vista de un comunica-dor poco atento a las inquietudes del público.

6. Los mass media son considerados como poderosos instrumentos al servi-cio de las élites. Es cierto que el sistema comunicativo tiene una importancia social creciente en las sociedades complejas, pero desde posiciones críticas

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se tiende a sobredimensionar su poder. Se mantiene la pretensión de que los mass media y las diversas industrias culturales ejercen un poder de persuasión irresistible. Esta concepción ha sido, y es todavía hoy, una de las premisas más polémicas y controvertidas.

7. La teoría de la sociedad masa parte de una concepción simplista del com-portamiento humano. Evidentemente, no todos los individuos somos iguales, no compartimos la misma sensibilidad y no respondemos del mismo modo ante un mismo mensaje mediático. Esta idea choca con la realidad de una sociedad compleja, donde los individuos tienen roles extraordinariamente variados y demuestran preferencias culturales muy distintas. No podemos, pues, pensar que todas las personas actuarán del mismo modo bajo una deter-minada “influencia” mediática o a partir de la recepción de un determinado mensaje. No se puede, por lo tanto, menospreciar la capacidad de selección de los individuos, que puede depender de su experiencia, de su bagaje cultural o de su interés por un determinado tema.

8. Los individuos pueden hacer (o no) una lectura crítica y relativamente selectiva de los contenidos mediáticos. Los estudios actuales de recepción ponen de manifiesto que el uso de los medios de comunicación se inscribe en otras prácticas culturales cotidianas y que se tienen que considerar en su contexto. La noción de masa está construida partiendo de la nula creencia en la capacidad y las competencias de las personas. Esta es quizás la característica que más une a teóricos que ideológicamente parecen más radicalmente dis-tanciados: una radical desconfianza democrática. Comparten la creencia en la poca o nula capacidad de la gente para decidir, elegir, criticar o elegir. En defi-nitiva, confunden a los individuos de la audiencia con miembros de un rebaño.

9. La concepción de la sociedad masa sugiere, equívocamente, que los des-tinatarios de los productos mediáticos constituyen un vasto mar de individuos aislados e indiferenciados. El aislamiento –se dice– los hace particularmente vulnerables a la influencia mediática. No se tiene en cuenta la importancia de los grupos primarios, ni la complejidad de los procesos de recepción y se igno-ra la relevancia que continúa teniendo la comunicación interpersonal en las sociedades complejas. Los individuos no son seres aislados (ni siquiera en una sociedad basada en principios individualistas). La comunicación de masas no se produce solo entre una institución emisora y un receptor aislado. Es necesa-rio considerar la importancia de la familia, de los amigos, de las redes sociales, etc. La lectura y la interpretación que los miembros de la audiencia realizan de

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© UOC 146 Sociología de la comunicación

los contenidos audiovisuales dependen, lógicamente, del contexto sociocul-tural y de su sensibilidad. No es cierto que los destinatarios de los productos mediáticos sean observadores pasivos. Todo acto de consumo cultural implica un cierto grado de participación activa por parte del receptor; hecho que se acentúa, lógicamente, con la llegada de las TRIC, que presentan un carácter “interactivo”.

10. Las nuevas redes de comunicación exigen un individuo mucho más activo en el uso de las tecnologías, al mismo tiempo que estas tecnologías per-miten nuevas formas de relación e interacción. En una sociedad marcada por un nuevo paradigma, el paradigma digital, la noción de masa resulta aún más insostenible. Los ciudadanos usuarios habituales de las TRIC pueden pasar del papel de receptor al papel de emisor con capacidad de crear sus blogs personales, páginas web, etc. En este caso, el término masa es completamente inadecuado. Con la extensión de las tecnologías de la información y la comunicación, y la consiguiente ruptura de la unidireccionalidad de la comunicación, desde un emisor hacia un receptor, se potencia totalmente el grado de interactividad y, por lo tanto, el receptor clásico de la comunicación puede pasar a convertirse también en creador de la comunicación.

2.5. Walter Lippmann: los límites de la democracia en una socie-dad mediática

“…si los poderes establecidos se muestran sensibles y bien informados, si visi-

blemente tratan de encontrarse con el sentir del pueblo... poco han de temer. Se

necesitan equivocaciones enormes y continuas, más una falta de tacto casi infinita,

para que una revolución se inicie desde abajo…”

Walter Lippmann (1889-1974) publicó sus obras en el contexto de la expan-sión de los medios de comunicación y dentro también de todas las influencias teóricas sobre el concepto de masas. En este contexto Lippmann se dará cuenta que ya no es posible, en la nueva sociedad que se está desarrollando, aquella idea liberal de la discusión razonada de libres e iguales, como había explicado Habermas en Historia y crítica de la opinión pública.

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© UOC 147 Las teorías y la investigación en comunicación

Figura 3. Walter Lippmann trata la manipulación de la conciencia pública y el control de la población mediante mecanismos no violentos.

Según Lippmann, durante las décadas posteriores a la Primera Guerra Mundial, los medios de comunicación tienen ya una capacidad prodigiosa para configurar estados de opinión colectiva, inoculando –como si se tratase de una aguja hipodérmica– los temas o valores de una pequeña minoría dominante. Lippmann, hombre que valora la democracia y el espíritu liberal, siente una profunda decepción ante la nueva situación. Debe decirse que en el contexto de entreguerras, no tiene lugar solo la aparición del fascismo en Italia o el nazismo en Alemania. Buena parte de los países europeos tenían regímenes dictatoriales o autoritarios que estaban muy cerca de los regímenes fascistas. De hecho, los regímenes democráticos eran una excepción en este periodo.

Dos de las obras que, en aquel contexto, incidieron en la visión sobre el papel de los media y la ciudadanía, aunque de manera contrapuesta, son La opinión pública (1922), de Lippmann (posteriormente desarrolló las mismas ideas en Phantom public), y la obra del filósofo John Dewey La opinión pública y sus problemas (1926).

Básicamente la visión de Lippmann era muy pesimista, dado que pensaba que el contexto social en que estaba inmerso, con el desarrollo de los medios de comunicación de masas, había provocado una sociedad voluble, dominada por el espectáculo, por las emociones y los impulsos (discurso que nos recuerda la noción de sociedad líquida que hemos visto en el capítulo anterior). Estamos lejos de una concepción normativa de la opinión pública informada y com-petente que se había formado en el primer liberalismo y que era uno de los elementos centrales para consolidar el sistema democrático.

En este sentido, la voluntad popular se configuraba en una especie de espectro. A pesar de que las posiciones de Lippmann y Dewey darán lugar a planteamientos diferentes, partían de la creencia que la sociedad de masas era un peligro para la democracia, puesto que el sistema capitalista articulaba una

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© UOC 148 Sociología de la comunicación

nueva forma de control de las “masas” a partir de la generación masiva de bie-nes de consumo y el desarrollo de los mass media.

La visión de Lippmann de la democracia americana era profundamente oscura. Negaba cualquier posibilidad de sostener la teoría democrática clásica sobre el mito de un público omnicompetente. Según Lippmann, la irrupción de los mass media contradecía la confianza del liberalismo progresista norteameri-cano en la capacidad de autogobierno de los ciudadanos. Creía que el modelo clásico, que había analizado la realidad hasta aquel momento, tenía una con-fianza excesiva en la capacidad de los ciudadanos, les otorgaba un poder y una responsabilidad para la que no estaban preparados.

La conclusión a la que llegó era, en cierto modo, profética y a la vez devas-tadora: la democracia participativa es inviable y el público es omnicompeten-te, un mito que tiene que ser superado. Para Lippmann, la solución requería delegar la función ejecutiva exclusivamente en manos de una élite competente y experimentada: los representantes políticos y sus consejeros, expertos y pro-fesionales dedicados a la investigación social.

La mirada de Lippmann sobre los medios en general, y sobre el papel de la prensa en particular, no era nada entusiasta. Pensaba que, en el contex-to social en el que se encontraba, el ciudadano no estaba capacitado para obtener una visión objetiva de la realidad. Además, la principal fuente de información del público son los propios medios de comunicación. Estos ofrecen una versión simplificada y reducida de la realidad, un tipo de suce-dáneo esquemático de la “verdad” que genera una serie de imágenes en los cerebros de las personas. Según Lippmann, los medios son la fuente principal de creación de imágenes del mundo exterior en las mentes de las personas. Los seres humanos necesitamos interpretar el mundo que nos rodea y los medios tienen una tarea básica: simplificar la realidad mediante una serie de estereotipos.

Según Lippmann, el ciudadano “normal” es incapaz de conocer la realidad tal como es, no tiene el tiempo ni el interés necesario para hacer tal cosa. De hecho, Lippmann, está pidiendo un imposible. Tal como hemos señalado ante-riormente, ¿es posible conocer la realidad tal como es?6

6. Como muy bien explicarán los constructivistas sociales, algunas décadas más adelante, los procesos de socialización a lo largo de nuestros ciclos vitales hacen que tendamos a dar las cosas por hechas, es decir, a rutinizar todo lo que hacemos y a dudar de muy poco.

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© UOC 149 Las teorías y la investigación en comunicación

Los medios son, por lo tanto, los mapas que sirven por orientarnos en un mundo cada vez más complejo. Ante la complejidad del mundo real, las expli-caciones simplificadoras que nos ofrecen los medios nos ayudan en este proce-so de rutinización constante en el que estamos inmersos. Entonces, la mayor parte de la información de la que dispone una persona, según Lippmann, es un conjunto de ideas difusas o aproximaciones a la realidad, a veces ideas dema-siado simples, que nos alejan de un conocimiento exacto de la vida social y política de un Estado.

Como podemos observar, independientemente de la carga elitista de su planteamiento, influida evidentemente en el contexto de las ideas sobre la sociedad de masas, cae en la trampa de hacer un análisis demasiado simplis-ta (típica de este periodo histórico), en el que se sobrevalora el poder de los medios de comunicación y se desprecia la capacidad crítica de los ciudadanos. Al mismo tiempo dibuja un proceso de comunicación demasiado lineal y sim-ple. Si, además, añadimos que parte de una idea radicalmente constructivista de cómo llegamos al conocimiento, el panorama realmente es pesimista.

En la misma línea, la voluntad popular, para Lippmann, es un espectro o fantasma que solo existe en la mente de algunos intelectuales progresistas que la idealizan. Como Dewey, que será uno de los que mantendrá cierta polémica con Lippmann sobre la conformación de la opinión pública. Para John Dewey (1859-1952), la información era un resultado, una proyección que se va con-figurando progresiva y solidariamente durante la deliberación racional. Para Dewey, información, opinión, argumentación y conocimiento son conceptos que forman parte del mismo campo semántico. Seguramente, como pasa en muchas ocasiones en la historia del pensamiento, los dos autores estaban de acuerdo. Probablemente el problema radica en partir de un análisis descriptivo-realista (Lippmann) o en hacer un análisis normativo de lo que tendría que ser (Dewey). Cree Dewey que el error de Lippmann es pensar que la verdad consis-te en tener una serie de representaciones en nuestras mentes. La verdad sería entonces una adecuación de la copia a la realidad (teoría de la verdad como correspondencia). La postura de Dewey parte más del pragmatismo y cree que las interacciones que se producen tienen mucho que ver en cómo llegamos al conocimiento. En este caso Dewey también se avanza, como Lippmann, a teorías que no se desarrollarán de manera total hasta unas cuantas décadas des-pués. La “verdad”, o el “conocimiento objetivo”, vendrá dado más como fruto de la actividad comunicativa y de las interacciones que de un modo prefijado.

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© UOC 150 Sociología de la comunicación

El papel de los medios es vital, porque estos configuran los mapas cognitivos que la gente utiliza en su vida cotidiana. Por eso Lippmann cree que la función del profesional de la comunicación tendría que ser suplantada por el teórico político o científico social, un experto competente que indaga e investiga la realidad social, y cuyos resultados sí que son fiables para formar la opinión del público. En este sentido información se opone a argumentación:

“Yo sostengo que el gobierno representativo (...) no puede funcionar con éxito...

si no hay una organización experta e independiente que haga inteligibles los hechos

ocultos para aquellos que toman las decisiones. Por lo tanto, intento argumentar que

sólo aceptando seriamente el principio de que la representación personal debe ser

suplida por la representación de los hechos ocultos, se podría llegar a una descentra-

lización satisfactoria y escaparíamos a la intolerable e inútil ficción de que cada uno

de nosotros debe adquirir una opinión competente sobre todos los asuntos públicos.

Mantengo que el problema de la prensa es confuso porque los críticos y apologis-

tas esperan que esta lleve a cabo esa ficción, compensando todo lo que no estaba

previsto por en la teoría de la democracia, y los lectores esperan que este milagro

se cumpla sin ocasionarles gasto ni molestia. Las personas democráticas ven en los

periódicos las panaceas para sus defectos, mientras que el análisis de la índole de las

informaciones y del fundamento económico del periodismo parecería mostrar que

los periódicos, necesaria e inevitablemente, reflejan, y, por ende, de mayor o menor

manera intensifican, la organización defectuosa de la opinión pública. Concluyo

que las opiniones públicas deben organizarse para la prensa, si se quiere que sean

sólidas, y no ser organizadas por la prensa como ocurre actualmente. Concibo que

esta organización será, en primera instancia, la tarea de una ciencia política que

habrá ganado su verdadero lugar de expositora que se adelanta a la decisión efectiva,

en vez de ser apologista, crítica o relatora, después que la decisión haya sido toma-

da...” (Lippmann, 1964: 31)

Lippmann considera que el público se mueve por decisiones irracionales, motivadas por ideas simplificadas y alejadas de la realidad. Los científicos sociales tienen que determinar qué es la verdad, y una vez hecho esto, en base al conocimiento fiable y objetivo, el público se podrá formar una opinión razonablemente verdadera. Según Lippmann, la información (fiable, objetiva y de acuerdo con la verdad) tenía que ser un requisito imprescindible en la formación de la opinión por parte de la ciudadanía.

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© UOC 151 Las teorías y la investigación en comunicación

3. El modelo de los efectos limitados

La segunda etapa de la investigación comunicativa, que comprende princi-palmente las décadas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, se ha definido como la etapa del paradigma dominante de P. F. Lazarsfeld, o también como la teoría de los efectos limitados. Esta etapa se orienta más bien a corregir o relati-vizar el punto de vista de la etapa anterior y afirma que los medios no son tan poderosos como se había creído en un principio. (Algunos de los nombres con que se conoce el segundo período de la historia de la investigación en comu-nicación son: investigación administrada, teoría de los factores intermediarios, teoría de los efectos mínimos, teoría de los efectos limitados.) La investigación en el campo de la psicología social de Lazarsfeld y Berelson llegaba a la conclu-sión que los medios tenían una influencia bastante limitada sobre las actitudes y los comportamientos políticos. En la etapa del paradigma dominante de la investigación comunicativa se constata la importancia de una serie de factores de carácter personal y social que condicionan las influencias mediáticas. Como señala Bernard Berelson (1954): “Ciertos tipos de asuntos presentados a ciertos tipos de personas producen cierto tipo de efectos”. Berelson no niega la posible influencia de los medios de comunicación social, pero pide que se tengan en cuenta el contexto social y las circunstancias personales.

Los estudios de esta segunda etapa pretenden “abandonar la tendencia a considerar la comunicación de masas como una causa necesaria y suficiente de los efectos que se producen en el público, para verlos como una influencia que actúa junto con otras influencias, en una situación total.” (Klapper, 1974: 7)

Figura 4. La teoría de los efectos limitados nos ofrece una imagen bastante positiva sobre la influencia social de los medios de comunicación.

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Como ejemplos de estos otros factores que condicionan las influencias mediáticas, E. Katz y P. F. Lazarsfeld (1979) elaboran la teoría de la exposición y percepción selectiva y ponen de manifiesto la importancia de la atención y la percepción selectivas por parte de los individuos.

Se señala que es muy importante conocer la motivación, la personalidad y las actitudes de los miembros de la audiencia para comprender el tipo de selección que se hace de los contenidos presentes en los medios y los significados que se les atribuye. Los estudios efectuados permitieron poner de manifiesto las múltiples resistencias que los individuos presentan ante los mensajes persuasivos.

Entre el emisor y el receptor –se afirma– se interponen una serie de elemen-tos que filtran y mediatizan el mensaje y debilitan sus influencias potenciales. Se llega a la conclusión de que los efectos de los medios de comunicación no son consecuencia de las intenciones de quien comunica, ni del contenido de la comunicación. Se cree que el efecto principal de los medios de comunicación social es, en todo caso, de refuerzo. Es decir, los medios se limitan a reforzar y a potenciar los valores, las actitudes y las disposiciones previas ya presentes en la audiencia. Es decir, prevalecen los efectos de refuerzo sobre los de conversión. Se define la ley de los mínimos efectos: cuanto más potente es la capacidad selectiva, más pequeño es el efecto que produce. (Curiosamente, no se atiende a la ley contraria: si se debilita la capacidad selectiva, mayor influencia lograrán los medios.)

Por otro lado, se constata que los individuos reciben el impacto de los medios de comunicación social en su condición de miembros de grupos socia-les primarios (el entorno familiar) y secundarios (el entorno profesional, el ambiente religioso, político y cultural). Los mensajes de la comunicación no actúan de forma masiva sobre el individuo aislado, sino que son mediatizados y filtrados por los grupos primarios y por los líderes de opinión.

3.1. Las dos fases de la comunicación

El doble peldaño de la comunicación (Two-step Flow of the Communication) propone la superación de la idea de una comunicación unidireccional y en una sola fase. Considera que la comunicación se da a dos niveles y que su influen-cia está mediatizada por la función que tienen los líderes de opinión entre los medios y el resto de la gente.

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Los mensajes de la comunicación no actúan sobre el individuo aislado de modo masivo, sino que son mediatizados y filtrados por los grupos primarios y los líderes de opinión. Estos teóricos creían –durante los años cuarenta– que las ideas pasan normalmente de la radio a los líderes de opinión, y de estos a los sectores menos activos de la población. Solo podemos estudiar la eficacia de los medios de comunicación, pues, si tenemos presente el contexto social en el que estos actúan.

Sobre el doble peldaño de la comunicación, véase la obra siguiente: P. F. Lazarsfeld; B. Berelson; H. Gaudet (1948). The people’s choice. Columbia University Press.

Si la teoría hipodérmica hablaba de propaganda y de manipulación en términos de efectos persuasivos, a partir de ahora se hablará más bien de influencia y de efectos cognitivos: es decir, los medios tienen una incidencia

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importante a la hora de construir los referentes colectivos y crear la percepción social de la realidad.

La influencia de los medios de comunicación –como indica, por ejemplo, la teoría del establecimiento de la agenda (agenda setting)– no radica en su poder de persuasión, sino en la capacidad de estructurar los temas sobre los que pen-samos y sobre los que giran nuestras conversaciones; es decir, los efectos no actúan sobre la conducta directa de la audiencia, sino que se dirigen hacia la modificación de normas y valores y, finalmente, influyen en la imagen que el público se forma de la realidad social.

Aplicar esta teoría, por ejemplo, al estudio de la política, implica que las campañas electorales tengan una importancia relativa para el resultado de las elecciones, o mejor dicho, para la modificación del voto durante la campaña, puesto que la mayoría de votantes ya tienen decidido su voto con anteriori-dad. En cualquier caso, los líderes de opinión son el sector de la población más activo en su participación política y una pieza fundamental en la elaboración, la consolidación o el cambio de algunas actitudes de las otras personas que los rodean. Las funciones de las campañas electorales, y por lo tanto del marketing electoral (del mismo modo que en la publicidad), tienen tres características: la de reforzar una determinada opción, que sirve para mantener las decisiones y evitar cualquier posible cambio; la de activar, que en todo caso sirve para transformar en explícitas las tendencias latentes; y también la de un efecto de conversión pero radicalmente limitado.

Como afirma Mauro Wolf (1987), la formación de la opinión pública no depende de los cambios en la formación de estas opiniones en las personas tomadas de manera aislada, sino que se tendrán que tener en cuenta el contex-to social y toda la red de interacciones entre las personas. El contexto social, la red de amigos, compañeros de trabajo o familiares pueden desempeñar un papel importante en nuestras decisiones.

3.2. Medios de comunicación y mediación social

Queremos señalar también la función mediadora de los medios de comuni-cación social como una de las funciones más significativas de las instituciones mediáticas. La mediación no es propiamente un mecanismo de influencia: los medios no nos dicen qué tenemos que hacer o pensar. Actualmente, cumplen

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sobre todo una función cognitiva: los medios de comunicación social con-tribuyen a crear los referentes colectivos (tal como ya había señalado Walter Lippmann).

Entre el hombre y el mundo social están los medios, que pueden lograr una importante función mediadora. Los medios no reflejan pasivamente una realidad preexistente, sino que son conformadores activos de esta. Los individuos tenemos acceso al conocimiento de lo que ocurre en el mundo por dos vías: por observa-ción directa del ambiente a través de la participación en determinados ámbitos o por observación indirecta desde los medios de comunicación. Los medios en general, y la televisión en particular, crean un marco social desde donde el ciuda-dano tiene la oportunidad de conocer su entorno y de entrar en contacto con él de manera mediatizada. McLuhan decía que los medios son como extensiones de nuestros sentidos. El hombre dispone de los nuevos medios técnicos para escu-char lo que no puede escuchar directamente, para ver lo que no puede ver per-sonalmente y para conocer lo que no puede conocer por experiencia directa. La televisión nos permite ver y sentir cosas que de ninguna otra manera podríamos presenciar. Los medios no son la única institución social existente (ni tampoco la más importante), pero es la única institución que hoy asegura que ciertas “expe-riencias” sean compartidas por el conjunto de la ciudadanía.

4. La influencia mediática en la era de la complejidad

Al continuar la exposición de este esquema, podemos constatar que la ter-cera y última etapa de la investigación comunicativa está marcada a la vez por la complejidad y la multitud de factores que se tienen en cuenta al hacer el análisis comunicativo.

En esta última etapa se pueden señalar, cuando menos, la existencia de tres corrientes principales:

a) Por un lado, un conjunto de teorías de carácter heterogéneo que coinci-den en destacar el regreso a la teoría de los efectos de gran alcance y tienden a subrayar la importancia que los medios pueden tener sobre la vida social y cultural.

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b) Por otro lado, la teoría de los efectos de la mediación en la percepción comunicativa. Se trata de una perspectiva que, sin negar la posible influencia de los medios de comunicación social, subraya la trascendencia de los procesos de lectura e interpretación que hacen de ellos los intérpretes.

c) Finalmente, las teorías de la recepción cultural, que reivindican el pro-tagonismo de los miembros de la audiencia que realizan un papel activo en el proceso de apropiación social y cultural de los mensajes mediáticos.

4.1. El regreso a las teorías de los efectos de gran alcance

En esta etapa, algunos autores plantean un tipo de regreso a la vieja idea de que los medios de comunicación social tienen un gran poder. Muchas de estas teorías señalan la influencia de los medios de comunicación en la sociedad. La novedad es que se considera que las influencias del sistema comunicativo, considerado como un todo, son de carácter mucho más sutil y que sus efectos se tienen que medir a largo plazo.

Durante los primeros años de la investigación, la teoría de la comunicación entendía las influencias de manera causal y básicamente como efectos, pero a partir del final de aquella década, se constata la existencia de un sistema comu-nicativo dotado de autonomía particular. Se considera que los medios actúan bastante integrada y solidariamente en el marco de un sistema progresivamen-te más diverso y complejo. Solo así hablamos de un sistema particular, y en nuestro caso, de un sistema comunicativo.

El paradigma de Lasswell se pone en cuestión y se abandona la perspectiva de los efectos persuasivos. Se considera que los medios de comunicación social en su conjunto –prensa, radio, televisión– han logrado un desarrollo estructu-ral y una diversificación de gran alcance como consecuencia de las transforma-ciones tecnológicas, la mundialización de las telecomunicaciones y, también, gracias a la hegemonía conseguida por el sector audiovisual en general y por la televisión en particular. Internet emerge como un nuevo medio de comuni-cación, con unas características muy especiales y unas posibilidades inéditas.

Se reconoce –como afirma Niklas Luhmann desde la perspectiva del funcio-nalismo sistémico– que la totalidad de los medios de comunicación actúa de manera integrada en el marco de un sistema comunicativo diverso y complejo. Al actuar como un sistema integrado, crece su poder de influencia a lo largo

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del tiempo, aunque su influencia sea quizás más difusa y, a la vez, más difícil de determinar.

Hay que señalar, pues, la proliferación de nuevas teorías y nuevos paradig-mas de investigación –como, por ejemplo, la teoría de la espiral del silencio de Noelle Newmann (1980), la fabricación del consentimiento de Noam Chomsky (2002), la teoría del campo periodístico de Pierre Bourdieu (1997)– que, de alguna manera, retoman la primitiva creencia relacionada con el poder de los medios (véase el capítulo 4). A pesar de su importancia, el estudio de los efectos conti-núa siendo un tema muy complejo y muy difícil.

El protagonismo creciente que los medios de comunicación social tienen en la sociedad contemporánea se traducirá en una gran preocupación por sus efectos. A partir de los años setenta, el estudio de las influencias se complica y se caracteriza por una pluralidad de modelos de análisis emergentes.

Las influenciasAl hablar de influencias es importante saber a qué tipo de influencia nos referimos. El pro-pio concepto de efecto ha variado con el tiempo y hoy presenta múltiples significados. Se pueden distinguir, sobre todo, dos tipos de efectos que han marcado profundamente la investigación comunicativa: los efectos persuasivos (cuando los medios pueden influir en las actitudes y los comportamientos de las personas) y los efectos cognitivos (cuando inciden sobre todo en sus creencias, opiniones y convicciones). Los efectos persuasivos se hacen patentes, por ejemplo, cuando un mensaje publicitario contribuye a que una persona compre un producto de una determinada marca o vote un determinado candidato en las elecciones. Los efectos cognitivos se producen cuando una persona se hace una idea muy positiva de nuevos modelos de familia. Finalmente, si tuviéramos presente su temporalidad, podríamos hablar de efectos inmediatos, efectos aplazados o efectos acumulativos.

4.2. Las teorías de los efectos de la mediación en la percepción comunicativa

La teoría de la mediación televisiva desarrollada, entre otros, por Orozco (1991) y Fuenzalida (1997), sostiene que en la experiencia mediática intervie-nen un conjunto de influencias socioculturales y tecnológicas que estructuran el proceso de aprendizaje del sujeto. Parten de la base que la interacción entre el receptor y los medios no es unívoca, ni lineal, ni homogénea. Hay que obser-

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var cómo el receptor descodifica los mensajes según su bagaje cultural y hace una lectura diferente y propia. Nadie tiene la certeza de que la apropiación final coincida con el mensaje cifrado por el emisor, lo cual obedece a las diversas mediaciones que intervienen en la descodificación del mensaje, que, según Guillermo Orozco, pueden ser de carácter cognitivo, referencial, situacional, estructural y tecnológico.

4.3. Los estudios sobre recepción y apropiación cultural

En el ámbito de la investigación comunicativa se ha hecho hincapié en los procesos técnicos de producción y difusión cultural desde una perspectiva objetiva. Últimamente hay que destacar también la importancia de los estu-dios sobre la apropiación y recepción cultural, que señalan el protagonismo del público. John B. Thompson (1998) usa el término apropiación en relación con el proceso de comprensión y autocomprensión: apropiarse de un mensaje consiste en tomar el contenido significativo y hacerlo propio, y por eso enten-demos la recepción de los productos mediáticos fundamentalmente como un proceso hermenéutico.

Los estudios culturales proponen una nueva mirada para estudiar el rol de los mass media y reivindican el protagonismo de la audiencia en los procesos de recepción cultural. Texto y audiencia ya no pueden ser vistos como realidades independientes ni se pueden estudiar separadamente.

“Tal como han dejado claro los estudios de audiencia y las teorías sobre el lector,

texto y lectores son interdependientes como constructores de sentido. En lugar de

concebir a los textos como poderosos y a los espectadores como pasivos, lo que se

requiere es una posición intermedia que reconozca la complejidad de la interacción

entre el texto y el espectador, donde la codificación pueda diferir radicalmente de

la decodificación (…) esto ha cambiado nuestra manera de concebir el significado.”

(Livingstone, 1993)

Los individuos que reciben los bienes simbólicos están activamente impli-cados en su desciframiento. Los individuos pueden hacer una lectura crítica y relativamente selectiva de los contenidos mediáticos. No es cierto que los destinatarios de los productos mediáticos sean observadores pasivos: de hecho,

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todo acto de consumo implica cierto nivel de participación activa por parte del receptor. Los estudios actuales de recepción ponen de manifiesto que el uso de los medios de comunicación se inscribe dentro de otras prácticas culturales cotidianas y que se tienen que considerar en su contexto: ser un espectador no es sencillamente ser un tipo de sujeto subjetivo determinado, sino que implica estar en una situación de comunicación determinada, condicionada por las características propias del sujeto y por su entorno personal y social (véase el capítulo 5, sobre La cultura fan).

Glosario:agenda settingapocalípticos e integradosconductismoefecto de refuerzoefecto persuasivoefecto cognitivoel doble peldaño de la comunicaciónel modelo de los efectos limitadosel modelo hipodérmicoel regreso a la teoría de los efectos de

gran alcanceestereotiposestudios culturales

estudios de la recepcióninfluencia mediáticael hombre masamediación socialopinión públicaparadigma de Lasswell percepción selectiva persuasióninvestigación en la comunicación de

masas (mass communication rese-arch)

teoría de la sociedad masateoría hipodérmica

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Capítulo IV

Los medios de comunicación, la política y la opinión pública

1. Introducción

Uno de los ámbitos más apasionantes y a la vez más complejos dentro de la sociología de la comunicación es la intersección entre la comunicación, la polí-tica y la opinión pública. Este hecho ha comportado el desarrollo de un área específica de conocimiento: la comunicación política. Se trata de un área de estudio que se beneficia de las aportaciones de otras disciplinas, como la socio-logía, la psicología, la ciencia política e, incluso, de técnicas como el marketing. Esta riqueza pluridisciplinaria le ha dado una identidad característica, que es básicamente el producto de la combinación entre los estudios de comunicación y los de ciencia política. Se trata de un área interdisciplinaria que estudia el papel central que tienen los medios en el conocimiento del comportamiento político y, en general, la conformación y el estudio de la opinión pública.

Mientras que la ciencia política había descuidado la dimensión comunica-tiva de la vida social (especialmente la comunicación mediática), las teorías de la comunicación a menudo habían pasado por alto las estructuras socioeconó-micas y las relaciones de poder.

En la actualidad, los medios presentan una serie de problemas derivados de su interdependencia del mundo económico y político y también por la falta de un espacio propio y muy definido (Sáez, 2001).

En primer lugar, el hecho de que se hayan convertido mayoritariamente en empresas con ánimo de lucro y sometidas, por lo tanto, a la lógica del mer-cado, dificulta en gran medida la consecución de su función de mecanismo de control democrático. En este sentido, como señala Noam Chomsky en el modelo de la propaganda, hay una serie de filtros que permiten una construcción

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“objetiva” de las noticias (Chomsky y Herman, 1999). Estos filtros condicionan las empresas de comunicación e impiden a menudo una información objetiva y veraz.

Modelo de la propagandaSegún Chomsky, hay cinco filtros principales en la construcción de las

noticias:

1. Las empresas mediáticas dominantes, de grandes dimensiones, tienen una elevada concentración de la propiedad y están orientadas a la obtención de beneficios. El sistema comunicativo es oligopolístico.

2. La publicidad como fuente primaria de ingresos. De forma que las empresas de comunicación venden un producto (audiencia) a un com-prador (los anunciantes).

3. La sumisión o la presunción de veracidad de la información proporcio-nada por los gobiernos, las empresas y los “expertos” subvencionados por los dos anteriores.

4. El castigo (en inglés, flak), como recurso para disciplinar los medios que son críticos con los principales grupos de poder político y económico.

5. El anticomunismo, como religión nacional y como mecanismo de cono-trol.7

En segundo lugar, se ha producido una simbiosis entre la lógica del poder político y la de los medios de comunicación. Se necesitan los unos a los otros. Los líderes políticos necesitan una plataforma de difusión efectiva a través de la cual transmitir sus consignas propagandísticas, y los medios, principalmente la televisión, son la principal herramienta utilizada. Una herramienta que a su vez se nutre de estas consignas y las necesita para poder sobrevivir, de aquí la simbiosis entre poder político y medios de comunicación. En este sentido podemos observar la existencia de un umbral demasiado tenue entre la función de comunicar (explicar fenómenos como mínimo con una cierta verosimilitud) y la “construcción de la realidad” de estos fenómenos.

7. En las últimas décadas el anticomunismo ha sido sustituido por la lucha contra el “terrorismo islámico”.

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En tercer lugar, y como consecuencia de los puntos anteriores, la conversión de los medios en el instrumento que ha utilizado el poder para transmigrar de una “democracia liberal” a una “democracia demoscópica”.

En definitiva, vemos que las interrelaciones entre sistema mediático, siste-ma político y sociedad civil se configuran como uno de los aspectos centrales que caracterizan el propio sistema democrático y el conjunto de la sociedad.

2. Paradigmas mediáticos

Mientras buena parte de los científicos sociales tienden (o han tendido) a ignorar la importancia del sistema mediático en las sociedades avanzadas, la investigación en comunicación se ha centrado en algunos aspectos del sistema mediático, y a menudo ha hecho abstracción del sistema social y político en su conjunto. Muchos estudiosos de los medios de comunicación mantienen, siguiendo el aforismo de McLuhan, que sostiene que “el medio es el mensaje”, una visión mediacéntrica que los lleva a exagerar y sobredimensionar su poder.

Hallin y Mancini, en Comparing media systems. Three models of media and poli-tics (2004), estudian la relación existente entre sistemas políticos y los sistemas mediáticos partiendo de la premisa de que no se puede comprender el sistema mediático sin conocer la naturaleza del Estado, sin estudiar la estructura del sis-tema político partidos y sin valorar la importancia de las instituciones que con-figuran la sociedad civil. Estos autores consideran que el sistema comunicativo mantiene cierta autonomía respecto al sistema político. Pero ambos sistemas con-servan cierta afinidad o parecido, ya que han de armonizar de alguna manera sus acciones. El error de muchos teóricos es considerar el sistema comunicativo como un sistema independiente dotado de una fuerza propia y una capacidad singular. No se puede, pues, modificar el sistema comunicativo de un país caprichosamen-te sin tener en cuenta su evolución histórica y el contexto social y político.

Los tres modelos mediáticosLas instituciones mediáticas se han desarrollado a lo largo del tiempo y,

como resultado de esta evolución, han logrado una notable capacidad de

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influir sobre el sistema político, y se han (re)posicionado en el sistema social y han ocupado un lugar cada vez más importante en la vida social. No obstante, esta capacidad de influencia varía mucho en función de las circunstancias his-tóricas y sociales de cada país.

Según Hallin y Mancini podemos distinguir tres modelos básicos: el modelo pluralista polarizado, el modelo democrático corporativo y el modelo liberal.

Podemos identificar cuatro dimensiones a partir de las cuales podemos relacionar y establecer las diferentes tipologías entre diferentes modelos mediá-ticos:

a) La circulación de la prensa y la estructura de los mercados de los medios de comunicación.

b) El grado de vinculación o el “paralelismo político” que hay entre los mass media, los partidos políticos u otras instituciones de la sociedad civil como por ejemplo los sindicatos o grupos religiosos.

c) El nivel de profesionalismo en el mundo del periodismo.d) Y finalmente, la presencia y las formas de intervención estatal en el

campo de la comunicación mediática.

1) El modelo pluralista polarizado prevalece en los países mediterráneos del sur de Europa, como Francia, Grecia, Portugal, Italia y España. Presenta como características principales la integración de los medios de comunicación en la política de partidos y un papel activo del Estado en el sistema mediático. También se caracteriza por tener un desarrollo histórico relativamente débil de los medios de comunicación comerciales y un nivel de profesionalización menor del periodismo.

El modelo pluralista polarizado configura –según Giovanni Sartori (1976)– un sistema político complejo, con muchos partidos que rivalizan por el poder y, a menudo, con fracciones enfrentadas dentro de los propios partidos. Este modelo se caracteriza también por la existencia de una prensa orientada hacia una élite dirigente con tiradas relativamente cortas.

“Los periódicos del sur de Europa están dirigidos a una pequeña élite, principal-

mente urbana, culta y políticamente activa. Sus contenidos son a la vez sofisticados

y politizados, y se puede decir que estos periódicos están implicados en un proceso

horizontal de debate y negociación entre las distintas facciones de la élite.” (Hallin;

Mancini, 2008: 20)

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En contraste con la baja tirada de la prensa, los medios audiovisuales (radio y televisión) tienen una notable incidencia en la formación de la opinión pública. En buena parte de estos países, de tradición democrática tardía, la libertad de la prensa y el desarrollo de las industrias de los medios de comuni-cación privados no se lograron hasta la segunda mitad del siglo xx. Los perió-dicos de gran tirada no progresaron, en parte porque no se dieron las condi-ciones económicas y políticas para el desarrollo de los mercados de los medios de comunicación hasta mediados de siglo xx, cuando la radio ya era un medio importante y la televisión empezaba a despuntar.

Figura 1. En los países de nuestro entorno los políticos tienen una concepción instrumental de los medios de comunicación.

En este modelo destaca lo que se puede denominar “el pluralismo externo” (es decir, la existencia de una serie de medios de carácter bastante partidista donde hay poca pluralidad interna) y la tradición de periodismo de comentario y opinión es más persistente que en otras partes de Europa.

En el modelo pluralista polarizado, el grado de correlación o el nivel de “paralelismo político” suele ser bastante alto. A pesar de que a menudo, en el

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© UOC 166 Sociología de la comunicación

ámbito teórico, se defiende una concepción liberal de los medios de comuni-cación (en los estados que podríamos incluir dentro de esta tipología), en la práctica prevalece una concepción instrumental de los medios de comunica-ción entendidos como mecanismo de influencia política.

“La distancia entre lo ideal y la realidad es mucho mayor en países como Italia

o España, donde los periodistas se declaran fieles seguidores del modelo liberal de

neutralidad y objetividad, a pesar de que la práctica real del periodismo esté pro-

fundamente enraizada en una tradición de prensa de opinión partidista.” (Hallin y

Mancini, 2008: 13)

En este diagnóstico también coincide Carlos Ruiz (2008), cuando nos habla de la “paradoja liberal”, dado que la praxis mediática a menudo entra en con-tradicción con los fundamentos teóricos que la sustentan. Según este autor, el modelo liberal de la prensa no sirve para explicar su funcionamiento real en países como España. Se hace necesaria, pues, una nueva teoría política que nos pueda dar más pistas sobre cuál es el papel de la prensa en las sociedades democráticas en la actualidad.

2) El modelo democrático corporativo prevalece en el centro o en el norte de la Europa continental, como Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Alemania, Holanda, Noruega, Suecia y Suiza. En este modelo se constata la coexistencia histórica de los medios de comunicación comerciales con los medios depen-dientes de grupos sociales y políticos organizados; también se da un nivel bas-tante alto de paralelismo político, con un fuerte desarrollo del profesionalismo, y un papel estatal legalmente limitado pero relativamente activo. Este modelo comunicativo híbrido, propio de los países donde ha habido una importante tradición del estado del bienestar, ha sido relativamente poco estudiado en el campo de la investigación comunicativa.

3) El modelo liberal es el que prevalece en Gran Bretaña, Irlanda y Norteamérica (Estados Unidos y Canadá). Estos países tienen una histo-ria común y comparten, a pesar de algunas diferencias notables, el mismo modelo de comunicación, que se caracteriza por el relativo dominio de los mecanismos de mercado y por el dominio de las empresas de comunicación

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de carácter comercial. La intervención estatal en el sistema mediático es baja. En la mayor parte de casos hay un paralelismo político muy limitado y, finalmente, un desarrollo importante del profesionalismo en el campo del periodismo.

El estudio del campo de la comunicación, y especialmente el estudio del periodismo, han mantenido un carácter fuertemente normativo. Esto es debido en parte a sus raíces en la enseñanza profesional, donde se da más importancia a la reflexión sobre lo que tendría que ser el periodismo que al análisis detalla-do de lo que es y por qué es como es.

El modelo liberal, tan valorado y mitificado en la concepción del periodis-mo profesional, y basado, sobre todo, en la experiencia norteamericana, se ha difundido en el mundo entero. Esto explica que otras concepciones del perio-dismo no hayan sido formuladas claramente ni siquiera en los países donde estos modelos tienen vigencia. Esta ha sido una carencia bastante habitual en los estudios de comunicación.

La progresiva hegemonía del modelo liberalA pesar de la descripción de estos tres modelos claramente diferenciados,

se constata que una creciente comercialización y globalización mediática pro-voca una singular convergencia que hace patente la aparición de una cultura mediática global cercana al modelo liberal. Efectivamente, los cambios en las estructuras económicas y políticas, junto con la influencia de la tecnología y de la comercialización de los sistemas de los medios de comunicación, espe-cialmente en la década de 1980 y 1990, han puesto en marcha un proceso de homogeneización que erosiona las diferencias entre los sistemas mediáticos nacionales que predominaban durando gran parte del siglo xx.

Este proceso de homogeneización implica, sobre todo, un debilitamiento de los vínculos que históricamente relacionaban los medios de comunicación con los partidos políticos y los grupos sociales organizados en los países de los modelos pluralista polarizado y democrático corporativo, y un desplazamiento hacia las estructuras comerciales y las prácticas de profesionalidad neutral tan características del sistema liberal.

A pesar de que se observa este proceso de convergencia hacia el sistema libe-ral, no podemos subestimar la estructura y la tradición mediática de cada país, que tiende a persistir y nos ayuda a entender sus singularidades.

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© UOC 168 Sociología de la comunicación

Algunas consideraciones críticasEsta división permite hacernos una imagen bastante minuciosa de la evo-

lución histórica de los principales modelos de comunicación presentes en los países occidentales más avanzados a finales del siglo xx y principios del siglo xxi. Este conocimiento es imprescindible para conocer la estructura del sistema comunicativo, pero la actual crisis económica deja muchos interrogantes abier-tos sobre las tendencias de futuro.

En segundo lugar, tenemos que resaltar no solamente el papel histórico que ha ejercido la prensa en el sistema comunicativo. Se tiene que tener en cuenta, como señala Pierre Bourdieu (1997), que los cambios en los modelos comuni-cativos existentes son, en cierto modo, producto de la creciente hegemonía del sector audiovisual sobre todo el sistema comunicativo en general.

También tenemos que tener en cuenta la incidencia de la revolución digital en el mundo de la comunicación, tal como ha puesto de manifiesto, por ejem-plo, Manuel Castells (2009). Hay que destacar que el desarrollo de tecnologías de la comunicación y la información, como Internet o la telefonía móvil, comportan cambios notables en el ejercicio de la profesión y han comporta-do también un cambio fundamental en la comunicación política, dado que implica la consolidación de nuevos canales de comunicación y participación que permiten una aproximación, a la vez, mucho más masiva, pero también mucho más personalizada.

3. Los estudios sobre la opinión pública

La opinión pública es un área de conocimiento que tiene una importancia capital en las sociedades democráticas, dado que en estos sistemas políticos la soberanía reside en el pueblo. La democracia es un régimen de opinión: en un sistema democrático la opinión es un elemento esencial, puesto que se considera una instancia de legitimación fundamental en la toma de decisiones políticas.

No es fácil definir la opinión pública. Se trata de un concepto que tiene sus raíces en los autores clásicos como Rousseau o Locke. Actualmente es un térmi-

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no muy controvertido dentro de las teorías de la comunicación y de la ciencia política. Muchos autores han analizado de manera sintética tanto los orígenes de la creación del concepto como los diferentes posicionamientos teóricos (teo-ría normativa, positivismo, periodística, espiral del silencio, sistémica…), y han situado la opinión pública en el centro de sus análisis.

Textos fundamentales sobre la opinión pública:Thompson, J. B. (1993). “The Theory of the Public Sphere”. Theory, Culture & Society (vol. 10. pág.173-189).Price, V. (1994). Opinión pública: Esfera pública y comunicación. Barcelona: Paidós.Habermas, J. (1994). “Prefacio a la nueva edición alemana de1990”. En: Habermas, J. (1994). Historia y critica de la opinión pública(pág. 1-36).Lippman, W. (1964). La opinión pública. Buenos Aires: CompañíaGeneral Fabril Editora (VO 1922).Noelle-Neumann (2003). La espiral del silencio: Opinión pública:nuestra piel social. Barcelona: Paidós Comunicación.Ruiz San Román, J. A. (1997). Introducción a la tradición clásica de la opinión pública. Madrid: Tecnos.Sampedro, V. (2000). Opinión pública y democracia deliberativa. Medios, sondeos y urnas. Madrid: Istmo.Berrio, J. (2000). La comunicació en democràcia: una visió sobrel’opinió pública. Barcelona: UAB.Bourdieu, P. (2000). “La opinión pública no existe”. Cuestiones deSociología (pág. 220-232). Madrid: Istmo.

A partir de las obras mencionadas nos podemos hacer una idea muy precisa de las principales aportaciones al concepto y al estudio de la opinión pública. El debate en torno a la definición de la opinión lo podemos considerar como un clásico en los estudios de la comunicación. De hecho, como pone de manifies-to Habermas (1994), el concepto, como tal, empezó a ser utilizado en el siglo xviii, coincidiendo con el surgimiento de las primeras publicaciones periódicas y el nacimiento de un público burgués.

Es un hecho indiscutible que el número de trabajos sobre el término ha cre-cido exponencialmente las últimas décadas, a causa, sobre todo, del creciente

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interés por la opinión ciudadana en el marco de una cierta “desafección políti-ca” y la expansión de las tecnologías de la comunicación y la información, que ha articulado y ha dado forma a muchas de estas expresiones que provienen de la propia ciudadanía.

La noción de opinión pública se encuentra en constante evolución, profun-damente marcada por las diferentes formas de entender y de comprender las sociedades de cada momento, y se ha estudiado desde muy diversas perspecti-vas científicas (comunicación, sociología, ciencia política, relaciones públicas, estadística, etc.).

Por esta razón, tal como advierte Walter Lippmann en Public Opinion, la noción de opinión pública es problemática y conflictiva. Según Lippmann, se puede intuir claramente la dificultad que comporta establecer una discusión razonada entre individuos “libres e iguales”, como, por otro lado, también denunciará Habermas en Historia y crítica de la opinión pública.

A principios del siglo xx, los medios de masas tienen ya una capacidad extraordinaria de configurar climas de opinión. Este hecho pone de manifiesto algunas de las contradicciones y defectos del sistema democrático, y al mismo tiempo provoca ciertas inquietudes sobre el protagonismo creciente de la ciu-dadanía y su participación en la vida pública.

En la obra de Lippmann no tendrá cabida la posibilidad de sostener el mito de un público omnisapiente y omnicompetente. Como ya hemos visto, Lippmann defiende una concepción profundamente pesimista de los indivi-duos, considerados en su conjunto como una masa acrítica, despersonalizada e incompetente. Esta concepción negativa sobre el hombre moderno sintoniza con la idea de el hombre masa de Ortega y Gasset (véase el capítulo 3).

Según Lippmann, la voluntad popular se convierte, por lo tanto, en una especie de espectro, mientras que los medios se erigen como configuradores de “mapas estereotipados” que las personas utilizan como guía en su vida cotidia-na. Lippmann considera que, bajo estas circunstancias, la única solución pasa a ser la dirección de estos temas por parte de expertos y profesionales dedicados a la investigación social.

En el otro extremo de esta teorización sobre la opinión pública, vuelve a destacar la concepción de Habermas, en la que se basará su modelo deliberativo de democracia. Según Habermas, la noción de opinión pública parte de una premisa fundamental: el concepto de competencia entendido como capacidad, como racionalidad que contribuye al proceso de formación de la ciudadanía

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democrática. A pesar de que Habermas no comparte la concepción pesimista de autores como Lippmann, reconoce que a finales del xix y principios del xx se da un proceso de burocratización y de conversión del papel clásico otorgado al periodismo y a los medios de comunicación, que tiene muchos puntos de conexión con la imagen captada y analizada por Lippmann. Para Habermas, la salida a esta situación es un modelo normativo de democracia deliberativa que tiende a fortalecer tanto los canales informales de creación de la opinión pública como los canales institucionalizados de formación de la voluntad y la opinión. El papel de los medios de comunicación en este proceso es vital, ya que “los medios de comunicación de masas han de hacer suyos de forma imparcial las preocupaciones, los intereses y los temas del público y, a la luz de estos temas y contribuciones, exponer el proceso político a una crítica refor-zada y una coerción que lo empuje a legitimarse” (Habermas, 1998: 459-460).

La dicotomía que acabamos de presentar sirve para focalizar la atención en los principales puntos de controversia sobre la propia noción de opinión públi-ca. Sin embargo, seguidamente queremos ofrecer una clasificación mucho más cuidadosa, que permite coger algo mejor el grado de complejidad que tienen las diferentes y múltiples aproximaciones al tema. Podemos agrupar dentro de cada una de las siguientes tipologías autores de diferentes tradiciones teóricas, algunas son muy distantes, pero creemos que comparten unos rasgos o una visión común:

a) La opinión pública entendida como opinión publicada: dentro de esta visión, la opinión pública es tratada, exclusivamente, como la agregación de visiones, actitudes y creencias individuales sobre una determinada cuestión. Desde esta perspectiva se cree en la posibilidad de estudiarla científicamente y medirla, y de ello se ocupan las empresas especializadas y los profesionales dedicados al estudio sistemático de la opinión pública, empleando técnicas cuantitativas derivadas de la estadística y las matemáticas.

Es necesario, evidentemente, conocer la opinión sobre determinados temas del conjunto de la población, pero esto no tiene que llevar a creer que la única realidad es la que muestran las opiniones publicadas. Por ejemplo, algunos estudios de opinión no muestran o ignoran determinadas partes de la realidad. Pero, el hecho de que sea minoritaria no implica que se tenga que subestimar. También puede suceder que opinión pública y opinión publicada coincidan, porque la opinión publicada (de manera sistemática y homogénea) sobre un tema durante años puede hacer consolidar dentro de la población un determi-

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nado estado de opinión. Y finalmente, puede pasar que la opinión publicada sobre un determinado tema, simplemente, no coincida con la opinión pública. En definitiva, no es que la opinión publicada represente mejor o peor la opi-nión pública, sino que puede ayudar a crear esta opinión.

b) Lo opinión pública no existe: existe el peligro de que, si relativizamos excesivamente la función de las encuestas, los sondeos o estudios de opinión podemos llegar a poner en duda la existencia de la opinión pública y, desde luego, la posibilidad de estudiarla y conocerla científicamente. Bourdieu (2000), por ejemplo, pone en cuestión algunos supuestos básicos que utilizan los estudios de opinión. Según esta visión, dado que las opiniones sobre los asuntos públicos son individuales, es decir, las tiene cada individuo, se corre el riesgo de hacer una abstracción cuando lo que se pretende es hablar de una opinión pública de carácter colectivo. En definitiva, tener precaución y relati-vizar los resultados de las encuestas o los sondeos, teniendo en cuenta que la realidad siempre será mucho más compleja y cargada de matices, no implica realizar una corrección a la totalidad, e invalidar cualquier tipo de aproxima-ción que nos permita obtener datos generales sobre tendencias de la población.

c) La opinión pública como “fantasma”: desde este posicionamiento encontramos diferentes teorías, pero tienen en común una mirada ciertamente elitista sobre las capacidades de la ciudadanía para tener una opinión formada sobre los asuntos públicos. Autores como Lippmann consideran que existe una opinión pública, pero que es un falso ideal considerarla como un conjunto de individuos que razonan, argumentan y tienen una opinión sobre un determi-nado tema en nuestra sociedad. Considera que la opinión pública tenía un carácter fantasmal y huidizo. Según Lippmann, la noción de que existe un público/ciudadano no especializado que dirige los acontecimientos constituye una abstracción total. Este público no es más que un “fantasma”. El único público significativo, pues, es el que está integrado por individuos formados e interesados en asuntos concretos, los que se han esforzado por conocer los hechos, discernir y crearse una opinión, los que tienen una competencia adqui-rida, mientras que los otros (que son la mayoría pero están desinformados) no tienen estas competencias, y por lo tanto son manipulables y presentan unas competencias muy limitadas.

Dentro de este posicionamiento podríamos encontrar también a Noelle-Neumann y su teoría de la espiral del silencio (que explicaremos posteriormen-te), puesto que parte de una visión elitista, al considerar que los ciudadanos

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están poco preparados y mal dispuestos para ejercer sus derechos y deberes como miembros de una sociedad democrática. En su modelo de análisis, ante el miedo al aislamiento, la gente tenderá a incorporarse a la posición mayori-taria.8

d) Lo opinión pública activa y competente: dentro de esta tipología podríamos incluir a autores como Castells o Habermas. Para Habermas, como ya hemos dicho, el concepto de opinión pública parte de la idea de compe-tencia entendida como racionalidad que contribuye al proceso de formación de la ciudadanía democrática. El público es competente y capaz de reconocer y de elegir los mejores argumentos para actuar. Desde una visión parecida, para Castells los individuos, desde las redes creadas dentro de la sociedad civil y partiendo de la emergencia de nuevos modelos de comunicación, como la autocomunicación de masas, pueden influir en las redes de poder.

Entre el elitismo y el populismoHay un tema central que surge reiteradamente a lo largo de toda la historia

de la investigación. Básicamente consiste en saber si la opinión pública es esen-cialmente independiente o está manipulada. Como ya hemos dicho, algunas corrientes teóricas –basándose en la teoría de la aguja hipodérmica– tienden a magnificar el poder persuasivo de los medios de comunicación y a despreciar la capacidad de la gente para formarse una opinión propia y competente, y par-ticipar de manera responsable en los asuntos colectivos. Otras teorías y autores valoran positivamente el papel de las empresas de comunicación y manifiestan una confianza plena en la capacidad de la ciudadanía para formarse una opi-nión propia y participar activamente en la vida pública.

8. Podemos reprochar a estos autores una visión demasiada vertical de la creación de la opinión pública, donde, desde arriba, las élites controlan el flujo de la información y lo proyectan hacia la base. Debe decirse que el elitismo es un fenómeno que podemos encontrar en dife-rentes autores y teorías, a veces con posiciones ideológicas totalmente diferenciadas.

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Figura 2. La historia nos demuestra que la capacidad de influencia política del pueblo es bastante limitada.

Sampedro (2000) critica el populismo ingenuo de los que consideran la opinión pública como una entidad “soberana”, ya que la ciudadanía siempre es más o menos influenciable. Por otro lado, se muestra crítico con las teorías elitistas, que consideran la opinión pública como la “víctima de las estrategias de las élites dominantes”. La opinión pública es, desde esta óptica, compren-dida como un objeto de manipulación social. A veces hay posicionamientos elitistas que, no es que consideren la opinión pública como una víctima de un poder maléfico, sino que piensan que el papel de la opinión pública no ha de ser más que el de convertirse en una simple “comparsa” del poder. La ciudadanía es un ente totalmente pasivo y manipulable. En cualquier caso, recordemos que conectar opinión pública a procesos discursivos no significa que se pretenda ampliar la base de las decisiones democráticas, incluso se ve de un modo demasiado problemático que una determinada discusión provoque un proceso “demasiado deliberativo” (Price, 1994). (Más adelante hablaremos de lo que significan deliberación y democracia deliberativa.)

Seguramente los análisis más acertados serán los que puedan mostrar la opi-nión pública como un proceso dual, en el que la influencia del sistema y tam-bién la capacidad de creación desde la sociedad civil conformen un concepto complejo, con matices, y que evoluciona, como la misma realidad.

Al hacer un balance de las diversas aportaciones, llegamos a la conclusión de que para los autores elitistas la opinión pública es un tipo de realidad molesta. Los grupos de poder parecen más interesados en influir sobre la opinión que en saber qué piensa realmente la gente y qué quiere. A los dirigentes políticos y a los profesionales de la comunicación les gusta erigirse en representantes

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o portavoces de la “voluntad general”, pero no parecen muy interesados en escuchar lo que realmente quiere la gente y son poco proclives a potenciar los mecanismos de participación democrática. Algunos expertos en estudios demoscópicos tampoco parecen, paradójicamente, muy interesados en recoger las opiniones colectivas. Los estudios sobre los gustos y las preferencias del público tienen una gran importancia en la democracia actual, sobre todo para determinados actores sociales, principalmente para las empresas comerciales. También los dirigentes políticos usan las encuestas para orientar y diseñar los programas políticos y para perfilar su discurso. Algunos dirigentes han sido acusados por sus adversarios de gobernar a base de encuestas, o dicho de otro modo, de someterse a un tipo de democracia demoscópica o marquetiniana.

Durante las últimas décadas hemos asistido a la construcción de una imagen de los medios de comunicación bastante polarizada, entre los que han visto en los medios una fuerza continuista del papel de garante del orden social estable-cido, y los que los han asimilado a la panacea de los problemas de legitimación democrática propios de las sociedades occidentales.

Algunos ejemplos recientes ponen de manifiesto la necesidad de continuar investigando y analizando la opinión pública. Concretamente, si partimos de la situación de crisis originada por los atentados del pasado 11-M en España y las elecciones generales del 14-M, se puede observar una opinión pública que se convierte, entonces, en un factor determinante en la acción política y que pasa a ser un elemento clave dentro de un contexto de “radicalización de la demo-cracia” hacia posturas más participativas y deliberativas (Sampedro, 2005). Por otro lado, el movimiento de los indignados ha comportado nuevas formas de acción y participación colectiva, que se llevan a cabo, en buena parte, median-te las redes sociales y las tecnologías de la información y la comunicación (Busquet, Calsina, Medina y Tubern, 2012).

Estas experiencias parten de la idea de que no siempre se tiene que ver la opinión pública como un ente manipulable, una pieza más de una democracia marquetiniana o demoscópica. En este sentido, Pippa Norris sostiene que las concepciones de la democracia representativa en la actualidad sugieren tres roles básicos para los nuevos medios: a) como foro cívico que anime el deba-te público sobre los temas de actualidad, b) como “perro guardián” contra el abuso de poder y c) como agente movilizador que anime al aprendizaje y a la participación pública en el proceso político (Norris, 2000).

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4. Características de la opinión pública

De manera sintética, podemos determinar una serie de características de la opinión pública. Podemos clasificar, además, diferentes manifestaciones de lo que se denomina opinión pública y las diferentes aproximaciones metodológicas para intentar evaluarla y medirla (Busquet, Medina y Sort, 2006: 68-69).

1. La opinión pública presupone la existencia de una cierta controversia respecto a un tema considerado importante y que resulta polémico.

2. La opinión pública se tiene que entender como un proceso de nego-ciación y de intercambio dialéctico complejo y permanente. La pre-tensión de estudiarla científicamente puede alterar este proceso.

3. El sistema político, las empresas de comunicación y las empresas especializadas en el estudio de la opinión se erigen (y rivalizan para convertirse) en los principales intérpretes de la opinión pública en un sistema democrático. Pero la opinión pública depende, en última instancia, de la voluntad de los ciudadanos. La ciudadanía es el sujeto de la opinión.

4. Hace falta que se creen espacios sociales de diálogo y comunicación para que los ciudadanos se puedan expresar con cierta libertad. El sistema comunicativo configura la esfera pública en las sociedades avanzadas. La opinión pública, pues, en la sociedad moderna, está condicionada por la existencia de unos medios de comunicación social libres y plurales. Aun así, la opinión pública no siempre es equi-valente a la opinión publicada.

5. Es falaz creer que hay una opinión pública única. En una sociedad democrática la opinión pública es diversa y plural. Es más correcto, pues, hablar en términos de corrientes de opinión o de climas de opinión.

Como acabamos de ver, se tiene que entender la opinión pública como un proceso. Por lo tanto, es importante señalar las etapas. Podemos distin-guir entre la etapa de formación de la opinión pública, que sería la inicial, y la etapa de cambio o continuidad, que tiene lugar posteriormente, como

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consecuencia de un proceso evaluador de signo negativo o positivo, respec-tivamente.

Tanto en la primera etapa como en la segunda, hay que destacar la actua-ción de una serie de actores o instituciones que pueden llegar a influir en la toma de posición del ciudadano. Pasémoslos a analizar, sintéticamente:

a) El contexto social. Este contexto más cercano a las personas (el que Habermas denomina mundo de la vida), donde tienen lugar las diferentes interacciones, desempeña un papel clave en la formación de las actitudes y opiniones sobre los asuntos públicos. La familia, los amigos, los vecinos, la escuela o el puesto de trabajo, en cuanto que agentes socializadores, tienen una gran importancia como marcos donde se producen las discusiones sobre la vida pública, donde se problematizan determinados temas y donde se toma partido por una argumentación u otra.

b) Los medios. Configuran el nuevo espacio público y ejercen un rol clave en la vertebración de los grandes debates públicos en los que a menudo se invita a la ciudadanía a manifestar su opinión. Los mass media tienen un rol activo en el proceso de la determinación de la agenda (agenda setting): los medios hablan más de unos temas que de otros (o bien no hablan en absoluto de un determinado tema). En este sentido el posicionamiento de los medios, por ejemplo, a favor o en contra de una determinada política gubernamental, puede tener un profundo impacto en la ciudadanía. Más aún, en función también del rol del medio como participante del poder o como vigilante del poder, marcará de manera determinante la configuración de la opinión pública.

c) Los grupos de intereses y los movimientos sociales. En las democra-cias consolidadas, un ejemplo de pluralismo social es la existencia de un determinado número de grupos o de entidades privadas, que propugnan la consecución de unos determinados intereses de tipo económico, adminis-trativo, cultural, religioso, etc. Pueden ser grupos de presión o grupos de intereses, intentan influir en las decisiones gubernamentales incidiendo, lo más eficientemente posible, en la clase política (contactos, reuniones), en la ciudadanía (movilización) o en los medios (publicación de artículos, cartas al director, llamadas telefónicas, inserción de publicidad, etc.).

d) Los líderes de opinión. En un entorno de progresiva personalización de la comunicación (y de la política), los grandes líderes de opinión ejercen un papel muy importante. Su influencia, a través de los diferentes medios,

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puede jugar a favor del surgimiento de determinados estados o climas de opinión. Este hecho se puede ver incrementado con la expansión de las tec-nologías de la información y la comunicación.9

e) Los políticos. Los políticos, y sobre todo la figura del líder político, adquieren mucha importancia en un sistema democrático dominado por la demoscopia y el marketing. Los medios de comunicación de masas, y sobre todo la televisión, sirven para institucionalizar y proyectar la figura del líder. Los medios de comunicación han favorecido la personalización de la política y una simplificación del debate. Para conseguirlo, el marketing político dispone de la figura del líder como icono, y relega las estructuras de partido, las interac-ciones personales o la discusión de ideas a un segundo plano. El objetivo es for-talecer este icono, simplificar los mensajes e intentar, así, incidir en la opinión pública. En definitiva, también esta simplificación se ha visto como uno de los elementos que ha hecho crecer la llamada desafección ciudadana y el creciente descrédito de la clase política. Porque se ha dejado que “unos pocos piensen por todo el mundo”, porque lo que es un problema de ideas y de programas se ha convertido exclusivamente en un problema de cómo comunicar estas ideas y, sin subestimar la importancia de comunicar y de hacerlo bien, esto, llevado al extremo, ha significado que nunca pierde nadie o que quien pierde simple-mente ha tenido un problema de comunicación.

5. Teorías sobre la opinión pública

En los apartados siguientes analizaremos algunas de las teorías y autores que han hecho las aportaciones más relevantes dentro de la sociología de la comunicación, la comunicación política o la teoría sobre la opinión pública.

9. Sin embargo, hay líderes de opinión que pueden tener una notable relevancia social aunque no sean personajes mediáticamente reconocidos. Nos referimos a las personas que dentro de su entorno social inmediato (familiares, amigos, compañeros de trabajo, clientes…) son escu-chados y utilizados para pedirles consejo u opinión.

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5.1. La opinión pública según W. Lippmann

Resulta necesario recordar nuevamente buena parte de lo que hemos expuesto en el tercer capítulo sobre Walter Lippmann. La obra de Lippmann parte de la constatación de que el público no está preparado para poderse for-mar una opinión propia y razonada sobre los asuntos públicos. Se aleja, por lo tanto, de las teorías que ven a la ciudadanía como seres capaces de razonar y argumentar entre iguales.

Según Lippmann (1964), si queremos analizar la opinión pública, tendría-mos que tener en cuenta la percepción del mundo que se forman las personas: sus imágenes mentales. Nos vemos obligados a reconstruir la realidad a partir de imágenes más simples para poder interpretar mejor el mundo. El papel de los medios de comunicación es proveer de estos mapas que nos sirven para orientarnos en nuestras vidas ante la complejidad creciente. En este sentido, las simplificaciones de la realidad conformadas por los medios nos ayudan a continuar con nuestras rutinas diarias. Se va configurando, por lo tanto, una opinión pública basada en imágenes cada vez más simplificadas y alejadas de una realidad muy compleja. La opinión pública se va configurando como un espectro, lejos de la imagen de los seres racionales que discuten con argumen-tos sobre la vida social, imagen dibujada por las teorías liberales sobre la con-formación de la opinión pública.

La ciudadanía actuará movida por decisiones irracionales, según Lippmann, fruto de las ideas cada vez más simplificadas y alejadas de la realidad. La infor-mación objetiva y veraz tiene que ser un requisito imprescindible para la for-mación de la opinión pública, y este hecho es más un deseo que una realidad, puesto que los únicos que tienen capacidad para hacerlo son los profesionales e investigadores que tienen la información para llevar a cabo esta opinión con-trastada sobre los asuntos públicos.

5.2 La teoría de la agenda setting

Esta aproximación a la comunicación política ha tenido una influencia creciente desde que aparecieron los resultados de los primeros estudios, en la década de los sesenta y, sobre todo, a principios de los años setenta. Según la teoría de la agenda setting, la función de los mass media es seleccionar los temas

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de actualidad y jerarquizarlos. Sintéticamente, el estudio del establecimiento de la agenda (agenda setting) considera que los medios, más que incidir en lo que la gente tiene que pensar, lo que realmente hacen es determinar los temas que están en el centro de los debates y las controversias colectivas.

La teoría de la agenda setting se fundamenta en las teorías de Walter Lippmann. Los medios de comunicación son la fuente principal de creación de imágenes del mundo exterior en las mentes de las personas. Los seres humanos necesitamos interpretar el mundo que nos rodea y los medios tienen una tarea básica: simplificar la realidad mediante una serie de estereotipos que son imágenes simplificadas de la realidad.

Maxwell McCombs y Donald L. Shaw (1972) constataron, a partir de un estudio de seguimiento de unas elecciones presidenciales norteamericanas en Chapel Hill (Carolina del Norte), que los aspectos de los asuntos públicos que sobresalían en las noticias también lo hacían entre el público. Es decir, los medios seleccionan los temas que han de ser objeto de discusión y determinan cuál es su jerarquía de importancia. Y, quizás más importante todavía, esta aproximación permite conocer cuáles son los temas que permanecen ocultos, es decir, los que quedan excluidos de la discusión pública, porque los medios no los sitúan en la agenda, no los tratan. De este modo se consigue, a menudo, canalizar el debate público hacia los aspectos que interesan y alejarlo de esos otros que no interesan. Aun así, no todo es tan sencillo, ya que lo más normal es que, en un determinado proceso político, intervengan varias agendas, con prioridades diferentes y aun opuestas. Los medios presentan una agenda temáti-ca, pero también hay otras agendas que sitúan en primer plano los temas de actualidad.

Por otro lado, no solamente los medios elaboran agendas, sino que todos los actores políticos, directos o indirectos, tienen las suyas.

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Según Wolf (1987: 165-166), “al hacer hincapié en esta creciente depen-dencia cognoscitiva de los medios, la hipótesis de la agenda setting postula un impacto directo –aunque no inmediato– sobre los destinatarios, que se con-figura a partir de dos niveles: a) el orden del día de los temas, argumentos y problemas presentes en la agenda de los medios, b) la jerarquía de importancia y prioridad con que estos elementos se disponen en el orden del día”.

Los autores partidarios de la agenda setting responden a estas críticas afir-mando que no consideran que el público sea un tipo de autómata que respon-de mecánicamente al flujo de comunicación que recibe. Es decir, se contempla la influencia del medio, pero sin sugerir en ningún momento un regreso a las teorías de la aguja hipodérmica.

Las primeras etapas de la agenda setting se centran en la relevancia de los asuntos públicos, aunque no exclusivamente. Las agendas se definidas por un sistema de objetos que poseen una serie de atributos. Así, cuando los medios hablan de un objeto y el público habla y piensa sobre un objeto, se acentúan una serie de atributos sobre otros. En definitiva, se trata de ver cómo los ele-mentos prominentes de la agenda de los medios pasan a ser centrales en la agenda pública:

“La teoría de la agenda setting ha incorporado o ha convergido con una variedad

de otros conceptos teóricos y teorías consolidadas de la comunicación. Los concep-

tos incorporados incluyen la conferencia de estatus, los estereotipos, la construc-

ción de la imagen y el gatekeeping. Los complementos teóricos a la agenda setting

incluyen el análisis del cultivo y la espiral del silencio. Y los atributos a la agenda

setting vinculan la teoría con el framing (...) El framing y el efecto agenda setting de

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© UOC 182 Sociología de la comunicación

los atributos llaman la atención sobre las perspectivas de los comunicadores y de sus

audiencias, sobre cómo representan asuntos en las noticias y, en particular, sobre el

estatus especial que ciertos atributos o frames tienen en el contenido de un mensaje”.

Pero los atributos y los frames no son exactamente lo mismo. Se puede decir que el

conjunto de atributos que definen uno de los temas centrales son los frames” (Aira,

2007: 126-127).

Según Entman (1993), los medios procuran un marco (framing) a través del cual observan la realidad que nos rodea y, a la vez, nos proporcionen algunas claves de interpretación. Por lo tanto, los frames son determinadas formas de organizar y estructurar la percepción de un fenómeno que disfrutan de un alto seguimiento entre la ciudadanía. Son percepciones dominantes, es decir, es lo que estadísticamente la mayoría de la población relaciona con un concepto o fenómeno.

Los medios no solamente establecen una agenda en la audiencia, también la construyen, por lo cual se dice poco sobre su papel. Pero a la vez no son úni-camente los medios los que establecen la agenda pública, con lo cual, desde la agenda setting se les atribuye un protagonismo exagerado.

En la teoría de la agenda setting tiene una especial relevancia la figura del gatekeeper, puesto que si, según la teoría, es la agenda de los medios la que influ-ye en la selección y percepción de los diferentes temas por el público, entonces nos tenemos que preguntar quién y cómo se encarga de seleccionar y priorizar unas determinadas noticias en los medios y no otras.

El gatekeeperKurt Lewin introdujo el concepto en 1947, refiriéndose a un profesional de la información y la comunicación que tiene la capacidad para elegir los relatos o acontecimientos que serán noticias y, por tanto, que merecen ser difundidos y conocidos por el público. En cierto modo, lo que marque como noticia, los temas elegidos, harán que su papel en la determinación de los temas, y por tanto en lo que finalmente puede influir en la opinión pública, pueda ser fundamental. El gatekeeper, pues, sea profesional o no de la comunicación, es alguien que tiene el poder para decidir de qué se discutirá, sobre qué se hablará. De todos modos, pode-mos extender esta figura a otras actividades sociales en las que personas que tienen un cierto prestigio y un número de seguidores importantes pueden marcar la agenda. La figura del gatekeeper, pese a no tener la importancia de hace unas décadas, sigue presente en las nuevas formas de comunicación relacionadas con las TIC y las redes sociales.

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En la teoría de la agenda setting tiene especial relevancia la figura del gatekeeper. La tarea profesional del gatekeeper es poder resumir a partir de los tres puntos siguientes:Discernir los temas periodísticamente interesantes de los que no lo son. Determinar el tiempo o el espacio, según el medio, que ocupará un tema, además del tipo de cuerpo, titular o ubicación.Imponer la importancia que deba darse a un elemento o el género periodístico con el que se deberá tratar.David Manning White realizó el primer estudio del gatekeeper en 1950, cuando solicitó a un director de un periódico que le explicara por qué aceptaba o rechazaba cada historia (White, 1950), y llegó a la conclusión de que las decisiones del director eran tendenciosas y subjetivas. Cuando años después McCombs y Shaw analizaron este estudio, lo vieron de otra manera. En este caso, este director ya no parecía tan “tendencioso y subjetivo”, sino que la selección de estas historias estaba relacionada con el volumen: cuantas más historias de una cierta categoría le llegaban, más las escogía sin tener en cuenta sus tendencias.Así, el gatekeeper selecciona, por una parte, el temario: el conjunto de contenidos informa-tivos, y el texto: la noticia. En la primera tarea, pueden influir diferentes factores, como las estrategias del medio donde trabaja, la profesionalidad o ideología del propio periodista, o las presiones que pueda recibir de algunos centros de poder. En cuanto a la segunda tarea, redactará la noticia en función de la selección que haga de entre todo el material disponible y será eso lo que recibirá el lector, oyente o espectador.Por tanto, los gatekeepers tienen mucho que ver con el inicio y el establecimiento de la agenda temática, al seleccionar los temas y establecer su grado de relevancia, y establecer el período de permanencia de un tema en los medios.Ahora bien, si pensamos en el bum de Internet, la aparición de los blogs y las redes sociales, como por ejemplo Twitter, donde todos pueden expresar sus opiniones sin que pasen por ningún filtro, quizás nos encontramos ante la superación de la figura del gatekeeper. Los periodistas o grupos de comunicación hacen un proceso de elección según sus intereses o criterios, el espacio disponible en el medio, etc. Por ejemplo, los mensajes electorales que puedan llegar al ciudadano a través de los medios de comunicación tradicionales tendrán que pasar por este filtro, pero si se utiliza el portal de vídeo YouTube, no habría ningún cri-bado, y de esta manera se pasaría por encima de la barrera del gatekeeper.Pero, por otro lado, nos podemos preguntar: si Internet contiene una cantidad inmensa de información pero la selección que hacen los buscadores también está filtrada, ¿podemos hablar de nuevos gatekeepers en Internet?

Fuente: http://agendatematica.wordpress.com/2012/05/18/gatekeeper/

Según la teoría de la agenda setting, los mass media influyen en la selección y percepción de los diferentes temas por parte del público. Los motivos recogidos por la mayoría de autores inciden en aspectos subjetivos, los relacionados con las mismas rutinas y la presión de espacio y tiempo con que vive el periodis-

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ta, elementos de tipos casuales o circunstanciales y factores psicológicos o de percepción. Este tipo de motivos serán muy bien presentados por Bourdieu a partir de sus conceptos de campo y habitus, que se pueden aplicar perfecta-mente al ámbito profesional de la comunicación (véase el próximo apartado 5.5). Es evidente que influirán en ello las normas y tradiciones periodísticas, y las mismas interacciones entre periodistas y medios. En este punto, es cuando resulta verdaderamente relevante lo que se ha denominado agenda building, el proceso mediante el cual se construye la agenda. Las agendas de los partidos, de las administraciones y de los medios se entrecruzan y hay que ver cuáles son las relaciones, interacciones e influencias que tienen unas con las otras.

“Nos sitúan en una fase del estudio de la comunicación política donde los

medios no solamente actúan como intermediarios entre políticos y votantes, entre

gobernantes y opinión pública, o como simples transmisores de los mensajes, sino

que son los encargados de fijar las expectativas, no solamente de la mayoría de

votantes, sino también de unos partidos políticos que se adaptan y que no saben

navegar en el océano de la política contemporánea sin la ayuda de los medios (...)

En este contexto el efecto agenda setting y su derivada, agenda building, nos explican

la política contemporánea tal como es, con sus potencialidades y sus servidumbres”

(Aira, 2007: 161-162).

En definitiva, la teoría de la agenda setting y sus elaboraciones posteriores configuran un método de análisis central para buena parte de los sistemas democráticos en la actualidad. Pero hay que preguntarse hasta qué punto la configuración del sistema político actual no es también producto del éxito de estas teorías y, por lo tanto, de este modo de ver la política. Tenemos que tener en cuenta que la teoría no solamente describe las prácticas que tienen lugar, sino que las mismas elaboraciones teóricas influyen en estas prácticas.

5.3. La espiral del silencio: Noelle Newmann

En la segunda mitad del siglo xx, la comunicóloga Elisabeth Noelle-Neumann (1916-2010), retomó esta cuestión (cómo se forma la opinión públi-ca) y elaboró una teoría que ha tenido una gran influencia más allá, incluso, del campo de los estudios de comunicación. Nos referimos a la llamada teoría

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de la espiral del silencio. Sintéticamente, podemos decir que la tesis central de esta teoría es que la percepción que un individuo tiene de la distribución de la opinión pública respecto de una cuestión influye en su voluntad o disponibili-dad de expresar públicamente su propia opinión.

Figura 4. E. Noelle Neumann (1916-2010) considera que muchos individuos callan dado que prefieren guardar silencio antes de quedarse solos.

Noelle-Neumann define la opinión pública como las opiniones sobre los asuntos controvertidos sobre los cuales la ciudadanía se puede expresar públi-camente sin miedo a caer en el aislamiento social. En su definición, pues, no ve tanto la opinión pública como un proceso discursivo racional que pueda contribuir al proceso de formación y toma de decisiones, sino más bien como mecanismo de control social, puesto que esto garantiza un mínimo consenso y estabilidad del sistema (Noelle-Neumann, 2003).

Noelle-Neumann considera que muchos individuos optan por no expresar su opinión –por callar o permanecer en silencio– si perciben que en su entorno su opinión es minoritaria. Este comportamiento está motivado por el miedo al aislamiento social que se podría derivar de expresar una opinión claramente minoritaria. En este sentido, el sentimiento de vergüenza es un importante mecanismo de control social (véase el capítulo 1). Un aislamiento que, justo es decir, puede asumir muchas formas: desde la simple burla, pasando por el des-precio o la ridiculización, e incluso, en situaciones más duras, la marginación, el vacío, el insulto o la expulsión (geográfica o física) del grupo.

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Según Noelle-Neumann, el miedo a quedarse solo hace que los individuos lleven a cabo un tipo de “sondeo” permanente del clima de la opinión pública, tanto en la situación del propio momento como también en las perspectivas de la distribución futura de esta opinión. De este modo considera que los seres humanos desarrollamos un sexto sentido, un “órgano casi estadístico”, que actúa como una antena que permite hacerse una idea de los cambios (positivos o negativos) y las tendencias (auge o crisis de un tema) de la opinión pública. Noelle-Neumann considera que el coste o el esfuerzo que implica llevar a cabo este sondeo o rastreo permanente es muy inferior al riesgo que supondría caer en el aislamiento antes mencionado. De hecho, esta autora refuerza sus argu-mentos en base a la propia experiencia acumulada en la realización de sondeos y encuestas.

Noelle-Neumann considera que, en determinados casos, el miedo al aisla-miento es tan fuerte que lleva, incluso a los que tienen una opinión minorita-ria, o a una parte de ellos cuando menos, a optar por expresar públicamente su conformidad con la opinión mayoritaria.

Figura 5. Según la teoría de la espiral del silencio la televisión tiende a magnificar las posiciones mayoritarias y a minimizar las posiciones minoritarias.

Por otro lado, Noelle-Neumann constata la existencia en el otro extremo de un núcleo de irreductibles o núcleo duro que, por varias razones (carecer de vergüenza, autoestima o confianza en un mismo, no tener nada que perder…), se muestran firmes en sus opiniones, a pesar de que estas sean claramente

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minoritarias. De hecho, como consecuencia de diferentes experimentos e investigaciones, se derivaron las conclusiones siguientes:

1. Los individuos que comparten una posición mayoritaria están mucho más predispuestos a expresarla públicamente. Con palabras de Noelle-Neumann, “sentirse en armonía con el espíritu del momento afloja la lengua”.

2. Si la percepción que el encuestado tiene del actual clima de opinión –sobre un tema– no se corresponde con su predicción para el futuro, la predis-posición para hablar dependerá más de la tendencia futura.

3. Los individuos están más predispuestos a hablar con los que coinciden que con los que discrepan. Cuando se teme el aislamiento, los amigos se pre-fieren a los adversarios.

4. Una baja autoestima favorece el silencio del individuo.5. A los hombres, adultos jóvenes y personas de clase media o alta les es más

fácil hablar, expresarse públicamente.6. Las leyes vigentes alientan a los individuos a expresar su opinión cuando

se perciben en minoría.7. Diferentes sectores varían en su predisposición para defender sus convic-

ciones.

Noelle-Neumann considera que en la espiral del silencio, los medios de comunicación y, muy concretamente, la televisión, tienen un papel clave. Así, afirma que la televisión acelera el silencio de las minorías. El hecho de que las opiniones minoritarias no encuentren expresión en la televisión no hace más que incrementar el silencio dentro de la lógica de la espiral. Cuanto menos se habla de ello menos aparece, y así indefinidamente. La consecuen-cia es que la televisión no solamente nos dice qué es lo que tenemos que pensar respecto de A o B, sino que nos da una visión construida sobre que piensa el resto de la sociedad. Hay que tener presente, además, que, dado que lo que realmente importa es acceder a la televisión, para existir, la tentación del recurso al escándalo (criminal, sexual, financiero, etc.) es un reclamo mucho más fuerte para la televisión que cualquier reivindicación pacífica de un ciudadano medio anónimo (o grupo de ciudadanos). La relevancia mediática de los escándalos “programa” el “sexto sentido” humano del que hablábamos antes. En definitiva, la televisión no solamente transmite la opi-nión pública sino que también la crea. Hay, pues, una percepción pesimista sobre el rol intrusivo y disruptivo de la televisión en el proceso democrático.

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Como hemos apuntado anteriormente, la visión de esta autora está dentro de una mirada elitista, a pesar de que lo hace desde una perspectiva dife-rente: para avisar de los peligros que puede comportar este control social realizado mediante la opinión pública. Por lo tanto, sigue la línea de todos los que consideran a los ciudadanos como poco cualificados para ejercer sus tareas ciudadanas dentro de los sistemas políticos. Sin embargo, la teoría de la espiral del silencio nos ayuda a explicar buena parte de los fenómenos que tienen lugar en las democracias actuales y las interrelaciones entre política y sistema mediático.

5.4 La opinión pública en la obra de Jürgen Habermas

Habermas ha desarrollado una obra multidisciplinaria de unas dimensiones y un interés extraordinarios. De hecho, está considerado uno de los intelec-tuales más influyentes de la segunda mitad del siglo xx y principios del xxi, y debe tenerse en cuenta que todavía en nuestros días continúa publicando e interviniendo en los debates públicos, tales como la construcción de Europa, los derechos culturales, o la propia teoría democrática, entre otras. También ha destacado por sus aportaciones al estudio de los problemas de legitimación de los estados capitalistas avanzados y por situar en el centro de su reflexión la relevancia de la ciencia y la técnica en las sociedades contemporáneas, a pesar de que su gran aportación al conocimiento de las ciencias sociales la hará a partir de su teoría de la acción comunicativa.

Figura 6. Jürgen Habermas teorizó el surgimiento de la esfera pública en las sociedades avanzadas.

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En el contexto de este libro de carácter introductorio, es imposible hacer una reflexión global de la producción habermasiana, y en este sentido nos vemos obligados a centrarnos en un aspecto concreto, pero de gran relevancia, de su obra. Nos referimos a su formulación sobre la esfera pública, ya que trata de la transformación de los procesos comunicativos y que, por otro lado, ha tenido un enorme eco intelectual. Como no podía ser de otro modo, también nos referiremos a su teoría de la acción comunicativa.

La noción de esfera pública fue expuesta por Habermas en su libro, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, publicado originalmente en alemán en 1962 (y traducido al castellano en 1981), pero su primera traducción al inglés no se hace, sorprendentemente, hasta 1989, año a partir del cual adquirió una gran difusión, sobre todo entre el hegemónica comunidad académica angloparlante. Paradójicamente, esta difu-sión tardía se ha visto beneficiada por otro factor: el expansión de las tecnolo-gías de la información y la comunicación, y más concretamente, de Internet, durante la década de los noventa, que no ha hecho más que incrementar el interés por la noción de esfera pública, ya que no pocos autores han visto en la Red la posibilidad de recuperar una esfera pública virtual de debate libre en condiciones de igualdad.

Figura 7. Los cafés se convirtieron en un importante lugar de encuentro y discusión en los siglos Xviii y XiX. (Lloyd’s Coffee House, Londres. Pintura de William Holland, 1789).

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Según Habermas, durante la primera época de la Inglaterra burguesa (siglo xviii), y paralelamente al crecimiento de una cultura urbana potente, tuvo lugar el desarrollo de un nuevo ámbito de la vida pública formado por los teatros, los museos, los cafés y las óperas, y también se dio un crecimiento de las infraestructuras de comunicación social (editoriales, bibliotecas), que posibilitaron un aumento de la formación cultural de la sociedad. Todo ello dio lugar a la aparición de grupos de discusión pública y de debate sobre los asuntos políticos, que se situaron entre la esfera privada (íntima) y la esfera estatal. En esta esfera pública, los participantes se autorrepresentaban como los poseedores de la opinión pública. Este hecho favoreció un incremento de las relaciones sociales. Desde luego esta esfera pública estaba socialmente connotada. Es decir, estaba restringida a todos los burgueses alfabetizados que tenían acceso a la “tecnología” de la época (novelas, revistas, diarios, etc.) y que se encontraban predispuestos a debatir públicamente de forma razonada.10

Según Habermas, un conjunto de derechos liberalburgueses garantizaban el funcionamiento de las diferentes esferas y sus instituciones y las hacían posibles:

a. Un conjunto de derechos básicos se refería al público implicado en el debate: libertad de opinión y de palabra, libertad de prensa, libertad de reunión y de asociación. También garantizaban la función política de los ciudadanos individuales en la esfera pública (derecho de petición, igualdad de voto, etc.).

b. Un segundo conjunto de derechos básicos se refería a la condición de los individuos en cuanto que seres humanos libres, y que respondían a la esfera íntima de la familia patriarcal conyugal (libertad individual, inviolabilidad del hogar, etc.).

c. Finalmente, el tercer grupo de derechos básicos se refería a las transac-ciones entre propietarios en la esfera de la sociedad civil (igualdad ante la ley, protección de la propiedad privada, etc.).

Estos derechos básicos son los que tendrían que garantizar:

a) Las esferas pública y privada.

10. Estos debates, si bien es cierto que no influían directamente en las votaciones en el Parlamento, sí que contribuyeron a que toda democracia representativa sana tuviera que respetar el princi-pio del disenso.

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b) Las instituciones y los instrumentos de la esfera pública (la prensa, los partidos), por un lado, y el fundamento de la autonomía privada (la familia y la propiedad), por el otro.

c) Finalmente, las funciones de las personas individuales, tanto las fun-ciones políticas en cuanto que ciudadanos, como las funciones econó-micas, en cuanto que propietarios de bienes.

Habermas concluye que esta esfera pública burguesa se convirtió en un ámbito de debate informado, público y razonado, para cuya consolidación era clave la emergencia de un mercado de prensa comercial libre. Pese a una serie de restricciones, esta esfera estaba abierta a un gran número de individuos, y en su interior los diferentes argumentos y puntos de vista se discutían racio-nalmente y las políticas de los gobiernos se sometían sistemáticamente a un escrutinio crítico.

No obstante, la situación empieza a cambiar a raíz de la era liberal, que Habermas sitúa hacia 1870. A partir de entonces la esfera pública estuvo dominada por un estado cada vez más fuerte o expansivo y la prensa perdió su independencia y pasó a representar determinados intereses económicos. Esto implicó el fin del denominado periodismo literario, caracterizado por ser un oficio casi artesano en la edición y muy centrado en la expresión de ideas y razonamientos en la redacción. En cambio, ahora la prensa pasaba de ser una parte de la esfera pública donde se debatía razonadamente, a favorecer su proceso de “refeudalización”, como consecuencia de los procesos de fusión y de surgimiento de conglomerados y monopolios estatales, industriales y mediáticos. Un nuevo tipo de periodista apareció, supeditado a los intereses económicos del propietario del medio en el que trabajaba. La lucha por el liderazgo político mediante el uso de la razón dio lugar a la imposición de un consenso ideológico por medio de mecanismos de manipulación económica y política. En definitiva, en este nuevo escenario, los medios se convirtieron en manipuladores de la opinión pública, y convirtieron al público en “ciudadanos pasivos” y en consumidores.

Para Habermas, el declive de la esfera pública está íntimamente relacionado con el triunfo de la racionalidad instrumental, concepto que encontramos en una de sus obras importantes, La teoría de la acción comunicativa (1981 VO). Revisando y reelaborando las aportaciones de Weber, Habermas amplía el concepto de racionalidad con el concepto de racionalidad comunicativa. La

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tradición del pensamiento social había equiparado casi siempre el concepto de racionalidad con una racionalidad de tipo instrumental. La racionalidad instrumental actúa de acuerdo con los principios de dinero y poder, de recom-pensa y de castigo. Cuando este tipo de racionalidad invade la vida cotidiana, se produce la crisis de la esfera pública. Contrariamente, la racionalidad comu-nicativa presupone un proceso de interacción de como mínimo dos individuos capaces de hablar y de actuar que coordinen sus acciones para lograr un obje-tivo o llegar a un acuerdo.

A modo de conclusión, podemos decir que Habermas no tiene una visión tan pesimista como la que defiende Lippmann, ya que aunque vea la opinión pública como un espacio que está siendo colonizado por una racionalidad instrumental, aún se conservan espacios dentro de lo que llama mundo de la vida, en el que las persones actúan, contraponen e intentan contrarrestar los intentos de colonización instrumental.

Habermas, en definitiva, hace una apuesta decidida para hacer revivir la esfera pública, reformando los procedimientos democráticos e implicando en ellos los grupos y las asociaciones de base. En el ámbito de la comunicación, considera que los medios que están sometidos a los criterios comerciales no ofrecen un marco adecuado para la discusión democrática. Contrariamente, deja abierta la puerta a que los medios públicos (televisión, radio), y también Internet eventualmente, puedan ofrecer posibilidades para desarrollar un diá-logo y una discusión abiertos.

Las teorías de Habermas son las que más han influido en teorizaciones más recientes sobre la necesidad de cambiar algunas pautes de funcionamiento de las actuales democracias hacia propuestas más abiertas y participativas. Las propuestas hacia nuevas formas de democracias más deliberativas toman como elemento central la teoría habermasiana. La democracia deliberativa no se opone a las actuales formas de democracia representativa, sino que pretende ampliar y reforzar los canales participativos y deliberativos ya existentes. En este sentido, las decisiones políticas solo son legítimas cuando son el resultado de una amplia deliberación democrática que implica: a ) una participación de todos los potenciales afectados y b ) la posibilidad de presentar, discutir y acep-tar o rebatir los argumentos que cada cual pueda presentar a favor o en contra de las diferentes alternativas.

Estas discusiones se han de producir a un nivel institucional (potenciando las existentes y creando nuevos mecanismos), como los parlamentos y otros

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foros institucionales y, además, se han de desarrollar libremente e informal-mente en la esfera pública no institucional, la formada por los medios de comunicación, acción de la sociedad civil organizada y no organizada, escuelas, iglesias, sindicados, y por los debates y las discusiones entre ciudadanos que se lleven a cabo en cualquier escenario público.

Algunas ideas y polémicas a partir de la implementación práctica de políticas deliberativas:• No confundir deliberación con negociación política o emisión del voto por parte de la

ciudadanía.• Los mecanismos participativos no han de buscar la cantidad a cualquier precio, sino

también la calidad (no se trata solo de que participe mucha gente, sino de tener en cuenta las opiniones de todos).

• La cantidad en la participación solo es recomendable cuando es necesario recoger el voto de la ciudadanía con una discusión pública previa (deliberación en los diferentes niveles).

• Cualquier participación de calidad en la toma de decisiones políticas pasa por tener información fiel y suficiente. (Este hecho no tiene nada que ver con cierto credencia-lismo ni con posturas elitistas.)

• Los resultados de la participación ciudadana han de ser visibles y han de tener alguna consecuencia en el proceso ordinario de decisiones representativas.

• Se ha de fortalecer el diálogo entre las administraciones y la ciudadanía, mediante la deliberación pública y democrática.

• Las tecnologías de la información y la comunicación no se han de utilizar como finalidad, sino como un medio al servicio de la transparencia, la participación y la deliberación.

• Los mecanismos han de perdurar en el tiempo: no pueden ser experiencias puntuales y descontextualizadas.

5.5. La teoría del campo mediático de Pierre Bourdieu

“Un campo es simultáneamente un espacio de conflictos y de concurrencia, por

analogía a un campo de batalla donde los participantes rivalizan con el objetivo de

establecer un monopolio sobre el tipo específico de capital que allí es eficiente: por

un lado, sobre la autoridad cultural en el campo artístico, la autoridad científica en el

campo de la ciencia, la autoridad sacerdotal en el campo religioso, etc.” (Wacquant,

1994, Per una sociologia reflexiva)

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La obra de Pierre Bourdieu (1930-2002) es, dentro de la sociología francesa de posguerra, un ejemplo paradigmático de imaginación sociológica. Todo su trabajo ha sido el producto de un esfuerzo ingente y una gran tenacidad. Las aportaciones han sido muy fructíferas para la teoría social, la investigación y la metodología científica. Su modelo de análisis resulta especialmente indicado para analizar las relaciones entre el sistema político, el sistema económico y el sistema mediático.

Figura 8. Según Pierre Bourdieu (1930-2002), las sociedades avanzadas están configuradas como una constelación de campos.

El paradigma teórico y las principales líneas de fuerza de la obra de Bourdieu fueron definidos con bastante precisión, especialmente a mediados de los años sesenta. En un tiempo relativamente corto forjó las herramientas conceptuales que constituirían la matriz, continuamente afinada y reelaborada, de sus inves-tigaciones. En Le métier de sociologue (1963), Bourdieu –junto con J. C. Passeron y J. C. Chamboredon– estableció los principios epistemológicos que orientan su investigación social. El autor francés era partidario de una metodología que rompiera con los modos de pensar “realistas” o “sustancialistas” y proponía una manera de pensar la vida social relacional: “Si todo lo real es relacional es necesario pensar relacionalmente”.

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La constelación de camposLas sociedades modernas comportan un alto grado de complejidad. El

espacio social se vuelve multidimensional y se presenta como un conjunto de campos relativamente autónomos y articulados entre sí: tenemos el campo económico, el campo político, el campo religioso, el campo periodístico, el campo intelectual, el campo literario, etc.; un campo, por tanto, es una esfe-ra de la vida social que se ha ido autonomizando progresivamente a través de la historia en torno de cierto tipo de relaciones sociales, de intereses y de recursos propios, diferentes a los de otros campos. La autonomización del campo corresponde –tal como va señaló Max Weber en la teoría del proceso de modernización– al proceso histórico seguido por las sociedades occiden-tales que ha dado como resultado la creciente diferenciación de las diversas esferas sociales.

La noción de campo –que culmina la teoría social del autor francés– ha sido planteada para abordar la situación en que se encuentran los indivi-duos (convertidos en agentes) que intentan adecuar su comportamiento a las circunstancias que les ha tocado vivir. Un campo no es simplemente la suma de actores que participen en él. Por ejemplo, el campo periodístico no se puede explicar únicamente a partir de las características individuales de los profesionales de la comunicación. Se tienen que contemplar, también, el sistema de posiciones que ocupan los periodistas dentro de su empresa y el peso relativo de las empresas de comunicación dentro del ecosistema comunicativo. La posición relativa de estos profesionales y las reglas de juego dentro de este campo es lo que explica su actuación individual. (El papel de Jiménez Losantos en su periplo en la cadena COPE no se puede entender ni juzgar únicamente a partir de sus características personales ni su trayectoria profesional anterior.)

La noción del campo, pues, sirve para explicar y comprender el comporta-miento (más o menos previsible) de los individuos que actúan en estos ámbitos sociales con independencia de sus características personales. Huelga decir que la libertad personal de estos individuos está limitada o condicionada por el contexto o por las circunstancias.

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Figura 9. La teoría de los campos nos dice que los “jugadores” compiten para mejorar su posición en el juego y conseguir sus objetivos.

La noción de juegoPara comprender la idea de campo es útil recurrir a la metáfora del juego: un campo es un espacio de juego relativamente autónomo, con objetivos propios que deben ser alcanzados (envite), con jugadores compitiendo entre sí y obstinados en diferentes estrategias según su dotación de cartas y su capacidad de apuesta (capital), pero al mismo tiempo interesados en jugar porque “creen” en el juego. Los actores sociales (los jugadores) aceptan las reglas por el simple hecho de jugar, y no por un contrato; lo hacen con la convicción de que vale la pena jugar.En todo momento, las relaciones de fuerza entre los jugadores definen la estructura del campo. Esto no es todo: “Los jugadores pueden jugar para aumentar o conservar su capital, sus fichas, es decir, de acuerdo con las reglas tácitas del juego y con las necesidades de la reproducción del juego y de los envites, pero también pueden trabajar para transformar par-cial o totalmente las reglas inmanentes del juego”.En este juego “los jugadores disponen de triunfos, es decir, de cartas maestras, cuya fuerza varía según las circunstancias del juego. Y tal como la fuerza relativa de las cartas cambia según los juegos, también la jerarquía de las diferentes especies de capital (económico, cul-tural, social, simbólico) varía en los diferentes campos. Dicho de otro modo, hay cartas que son válidas, eficientes, en todos los campos, pero su valor relativo como baza varía según los campos y hasta según los estados sucesivos de un mismo campo” (Bourdieu, 1994 : 74-76).

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Las características del campo periodísticoUn campo es un espacio social estructurado, un ámbito de fuerzas donde hay

dominantes y dominados. La teoría de los campos hace hincapié en las relacio-nes de poder, el conflicto y la transformación que se producen en el interior de los diferentes campos sociales. Un campo es simultáneamente un espacio de conflictos y de concurrencia –por analogía a un campo de batalla–, donde los participantes rivalizan con el objetivo de establecer un monopolio sobre el tipo específico de capital que es eficiente. El campo se caracteriza por el principio de autonomía. El campo económico –por ejemplo– tiene una estructura particular y se rige por criterios autónomos diferenciados que no pueden desconocer las personas que están implicadas en un campo: La pela és la pela, como decimos en catalán.

Es importante destacar que los límites de los campos no siempre son fáciles de delimitar, algo que solo se puede hacer mediante la investigación empírica. Es decir, no siempre es fácil delimitar las fronteras entre los diferentes campos. En algunos campos el grado de autonomía es muy limitado. El “campo perio-dístico” está muy relacionado con el campo económico, dado que la mayor parte de empresas de comunicación se financian mediante la publicidad (lo cual genera una dependencia económica respecto a las empresas anunciantes). Por otro lado, el “campo periodístico” también depende del mundo de la polí-tica, ya que la mayor parte de licencias de radio y televisión que se conceden a las empresas privadas dependen de una concesión pública.

Cada campo comporta unos principios de funcionamiento conocidos por los agentes participantes. El hecho de ser instituciones sociales implica admi-tir que agrupan a un conjunto de individuos que desempeñan un rol social y tienen un “conocimiento especializado”. Para conocer el funcionamiento de un campo es importante conocer el bagaje cultural de los agentes. Este bagaje cultural es el “habitus” que, como ya se ha dicho, es un sistema de disposi-ciones que los agentes han adquirido a través de la experiencia. Esto significa que los agentes comparten (aunque sea mínimamente) los mismos objetivos y valores que presiden el juego. El habitus comporta la interiorización de un determinado tipo de condiciones económicas y sociales y que encuentran en su actuación en el campo una ocasión más o menos favorable para actualizarla. (Así, por ejemplo, la elección de las noticias que realizan los periodistas se hace por “intuición”. Es el resultado de “la interiorización de una serie de hábitos institucionales convertidos en normas”.)

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Los campos no son estáticos y evolucionan a lo largo de la historia. Para conocer la dinámica de un campo, hay que conocer su génesis histórica y su evolución particular. El campo periodístico se mantiene o se transforma en función de los conflictos entre las fuerzas que constituyen el campo para con-seguir el poder y lograr la autoridad.

Podemos sintetizar la teoría de los campos de Bourdieu a partir de los pun-tos siguientes:

1) En primer lugar, los campos se presentan como “espacios estructurados de posiciones (o lugares), cuya propiedad depende de la posición de los agentes en estos espacios y puede ser analizada independientemente de las características individuales de sus ocupantes” (Bourdieu, 1980: 113). Así, el campo periodísti-co no se puede explicar únicamente a partir de las características individuales de los profesionales de la comunicación, sino que hay que analizar el sistema de posiciones que ocupan los periodistas y las empresas de comunicación den-tro del sistema comunicativo. La posición relativa de estos profesionales y las reglas de juego dentro de este campo es lo que explica su actuación individual.

2) En segundo lugar, está la cuestión de los “límites del campo”. No siem-pre es fácil delimitar las fronteras entre los diferentes campos. Los contornos del campo solo se pueden determinar con precisión mediante la investigación empírica. El “campo periodístico” está muy relacionado con el campo econó-mico. La mayor parte de empresas de comunicación se financian mediante la publicidad. Por otro lado, el “campo periodístico” también depende del mundo de la política, ya que la mayor parte de licencias de radio y televisión que se conceden a las empresas privadas dependen de una concesión pública.

3) En tercer lugar, los campos evolucionan a lo largo del tiempo. El campo periodístico se mantiene o se transforma en función de los conflictos que hay entre las fuerzas que constituyen el campo con el objeto de lograr el poder y de conseguir la autoridad. Por ejemplo, podemos destacar la relevancia lograda por la televisión dentro del sistema comunicativo y la pérdida del peso espe-cífico de la prensa. Según Bourdieu, durante los años cincuenta en Francia, la televisión apenas tenía presencia en el campo mediático (al hablar de periodis-mo, casi no se pensaba en la televisión). Con los años la relación ha cambiado completamente y la televisión tiende a convertirse en dominante económica-mente y simbólicamente en el campo mediático.

4) El campo se caracteriza por la autonomía. Podemos decir, pues, que el “campo periodístico” es un tipo de microcosmos con leyes propias. Esto

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significa que los profesionales del sector tienen que conocer las reglas de funcionamiento del campo. Los campos corresponden a múltiples espacios sociales autónomos, pero todos se proyectan sobre el conjunto social, y –según Bourdieu– producen una estratificación homogénea.

Finalmente, Bourdieu considera que hay una cierta armonización entre los diferentes campos. Sin embargo, hay algunos campos, como el campo eco-nómico y el campo del poder, que se mantienen a un nivel jerárquicamente superior a otros. Este campo “superior” es el lugar donde el código dominante se mantiene absolutamente eficiente y se impone a todos los efectos. El campo del periodismo –como ya se ha dicho– ocupa una posición subordinada, pues-to que depende muy directamente de los condicionantes económicos y de los límites que marca la voluntad política.

5) Dentro de los campos hay un tipo de “cultura” y unos principios de funcionamiento que tienen que conocer los agentes participantes. El hecho de que sean instituciones sociales implica admitir que agrupan una serie de indi-viduos que desarrollan un rol social y un “conocimiento especializado”. Así, por ejemplo, la elección de las noticias que realizan los periodistas se basa en la “intuición”. Es el resultado de la interiorización de una serie de hábitos ins-titucionales convertidos en normas. Se tiene que analizar este bagaje o dispo-sición cultural (habitus) de los agentes, los diferentes sistemas de disposiciones que ellos han adquirido a través de la interiorización de un determinado tipo de condiciones económicas y sociales, y que encuentran en su actuación en el campo una ocasión más o menos favorable para actualizarla. Tal como hemos explicado en capítulos anteriores, el habitus es un sistema de disposiciones culturales y valores perdurables que son fruto de la experiencia y del conoci-miento adquiridos en un determinado ámbito social.

La obra de Bourdieu es muy crítica con el sistema comunicativo y los profe-sionales de la comunicación en las sociedades avanzadas. Los periodistas tienen un rol socialmente legitimado e institucionalizado para construir la realidad social como realidad pública y socialmente relevante. Estas competencias se realizan en el interior de diferentes empresas especializadas. En nuestra socie-dad, los periodistas son los profesionales que orientan la atención pública por su capacidad exclusiva de seleccionar y dar un determinado tratamiento a los temas de actualidad. Según Bourdieu, los profesionales de la comunicación ocupan una posición inferior o dominada dentro del mundo de la producción cultural; aun así, los periodistas ejercen una forma muy rara de dominación:

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“tienen el poder sobre los medios que permiten explicarse públicamente, exis-tir públicamente, ser conocido, acceder a la notoriedad pública” (Bourdieu, 1997: 53).

Bourdieu se muestra inquieto por la obsesión que existe en el mundo de la comunicación por la audiencia y está preocupado por el creciente peso que tienen los criterios comerciales en el mundo cultural. Bourdieu considera que mediante el audímetro (este instrumento de medición “infalible”), la lógica mercantil se impone en el mundo de la comunicación y, por extensión, en el mundo de las producciones culturales:

“Creo que actualmente todos los campos de producción cultural están sometidos

a la imposición estructural del campo periodístico [...]. El audímetro es la sanción del

mercado, de la economía, es decir, de una legalidad externa y puramente comercial,

y la sumisión a las exigencias de este instrumento de marketing es el equivalente

exacto en materia de cultura de lo que es la demagogia orientada por los sondeos de

opinión en materia de política.” (Bourdieu,1997: 64)

El carácter crítico y el compromiso político que expresa Bourdieu en las últimas obras han comportado una dura réplica por parte de otros autores más vinculados a la investigación comunicativa. En forma de resumen crítico, podemos decir que:

1) En el libro Sur la télévisión, que es la transcripción de dos conferencias televisivas, Pierre Bourdieu adopta un tono y una perspectiva muy críticos en contra de la televisión, y hace hincapié en sus efectos nocivos sobre el mundo cultural. Este tono de denuncia crítica (a pesar de que pueda parecer justifica-do) contrasta con la actitud de distanciamiento que Bourdieu ha demostrado a lo largo de toda su obra.

2) Por otro lado, Bourdieu considera el sistema comunicativo actual como una amenaza a los principios de funcionamiento democrático. A pesar de la desconfianza expresada por el autor francés, pensamos que no se puede articu-lar la democracia moderna sin los medios de comunicación social.

3) La preocupación de Bourdieu se dirige fundamentalmente a la prensa escrita (naturalmente la prensa seria) e ignora sistemáticamente –algo bastante significativo– otros medios de comunicación como la radio o Internet. La ame-naza de la televisión afecta, según Bourdieu, la autonomía del campo intelec-tual, que es lo que realmente le preocupa.

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4) El discurso de Bourdieu constituye un regreso a las teorías que, dentro del campo de la comunicación, atribuyen un poder extraordinario (normalmente de carácter maléfico) a los medios de comunicación social.

5) Finalmente, debe decirse que Bourdieu pone de manifiesto una actitud elitista y aristocrática que tiende a desconfiar sistemáticamente de la “cultura popular de masas” y que –a nuestro entender– impide hacer un análisis más lúcido y sereno sobre esta realidad.

Esta actitud “elitista” y el discurso “apocalíptico” contra los medios y las industrias culturales hacen que la obra de Bourdieu (a pesar de pertenecer a otra generación) tenga algunas afinidades o parecidos con la teoría crítica que –como veremos más adelante– defienden los autores de la escuela de Frankfurt.

6. Los estudios culturales y la cultura mediática

Los estudios culturales se han convertido en una disciplina académica que ha logrado una gran expansión en el mundo universitario, sobre todo en los países anglosajones. Pero lo cierto es que, a diferencia otras ciencias, los estu-dios culturales no se caracterizan por la existencia de un objeto de análisis muy definido ni de una metodología especifica, ni siquiera de un marco teó-rico compartido. Los estudios culturales se preocupan, prioritariamente, por estudiar la dimensión ideológica de los productos culturales e inciden especial-mente en elementos como la etnia, la clase social o el género en la producción cultural. Desde esta óptica, estos elementos son clave para entender cómo los individuos y los grupos vinculados a determinadas subculturas crean su propio estilo de vida y configuran sus referentes culturales y, a la vez, resisten activamente ante las formas y los modelos culturales dominantes. Por eso, se propone un análisis de la cultura enmarcada en las relaciones sociales y en el sistema en cuyo interior es producida y consumida. Esto hace que los estudios culturales estén estrechamente ligados a la economía, la política y la sociedad.

Por otro lado, teniendo en cuenta que la producción y el consumo de la cultura tiene lugar, en gran medida, a través de los medios, es lógico que los estudios culturales hayan tomado como uno de sus objetos centrales de

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reflexión la llamada cultura popular mediática. Efectivamente, las industrias culturales y los medios (como por ejemplo el cine, la televisión, la música popular, la prensa, etc.) tienen un papel muy importante en la configuración de los referentes culturales y condicionan el modo de pensar, de observar y de actuar. En la sociedad actual, los medios se contemplan como potentes agentes de socialización y educación, dado que proporcionan, entre otras cosas, los héroes modernos, los modelos de comportamiento, los valores morales, etc. Sin embargo, a diferencia de otras aproximaciones a los medios, los estudios culturales, influidos por las corrientes de pensamiento posmoderno, no acep-tan la distinción que a menudo se establece entre “alta” y “baja” cultura. Por el contrario, defienden una visión de un contínuum de artefactos culturales que van desde la gran novela hasta la “teleporquería”. Desde esta óptica se pone en cuestión la posibilidad de establecer cualquier tipo de canon o jerarquía cultural en el ámbito de la cultura mediática. Por último, también hay que destacar una reacción de los estudios culturales frente a la colonización cultural (o americanización) que se produce mediante las nuevas industrias culturales.

El 1963 se crea el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham. En esta institución se reunieron varios autores que, desde una perspectiva crítica o radical de origen marxista o neomarxista, llevaron a cabo una investigación sobre el control ideológico de los medios por parte de los grupos poderosos, y también sobre cómo se producía la interna-lización inconsciente de los valores de la cultura dominante por parte de los consumidores. Los miembros de la escuela de Birmingham fueron de los prime-ros en analizar los efectos de los diferentes tipos de medios en las audiencias. También se interesaron por cómo diferentes tipos de audiencias interpretaban y usaban los medios en diferentes contextos, y por qué eran los factores que hacían que las audiencias respondieran de forma diferente. Sin ningún tipo de duda, el representante por excelencia de esta escuela es Stuart Hall.

Pero desde los estudios culturales británicos se propuso una manera radi-calmente nueva de analizar el rol de los medios de comunicación social y de reivindicar el protagonismo de la audiencia y de los procesos de recepción cul-tural. Se entiende la recepción de los productos mediáticos fundamentalmente como un proceso hermenéutico y que tiene una indiscutible significación cul-tural (véase el capítulo 5, apartado 2.5.3).

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Figura 10. Stuart Hall se muestra crítico con el “determinismo textual” y constata que existen diferentes niveles de lectura.

Precisamente, a partir de la década de los ochenta se observa un cambio en la orientación de los estudios culturales, ya que la influencia de los referentes marxistas disminuye –sin desaparecer– y, por el contrario, aumenta la relevan-cia de los nuevos movimientos sociales (feminismo, ecologismo, pacifismo, movimientos de gays y lesbianas, etc.), del papel de la juventud como actor revolucionario y del pensamiento posmoderno.

Durante décadas los discursos hegemónicos sobre los medios de comunica-ción ponían de relieve casi únicamente los procesos técnicos de producción y difusión cultural. Se consideraba la audiencia como un elemento pasivo, dócil y absolutamente influenciable.

En la década de los noventa, los estudios culturales han ampliado su campo de interés a la cultura transmitida a través de los ordenadores y las nuevas tecnologías, en definitiva, hacia los nuevos medios y la cibercultura, ámbitos que han experimentado durante los últimos años un crecimiento exponencial.

Una idea a tener en cuenta es el modelo codificador-descodificador de Stuart Hall (1973), en el que criticaba el determinismo textual hasta entonces imperante, según el cual el sentido de un mensaje permanece inalterable en el doble proceso de codificación por parte del emisor y de descodificación por

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parte del receptor. En cambio, Hall afirma que el receptor (el lector de prensa, el radioyente, el telespectador, el internauta) a la hora de descodificar un mensaje no asume un rol puramente pasivo (receptivo), sino que existe la posibilidad de que, al no compartir unos mismos códigos, una misma posición social y un mismo bagaje personal, la recepción del sentido del mensaje sea, en menor o mayor medida, diferente de la que le da el emisor (el productor o el editor del medio en cuestión). Concretamente, Hall contempla tres posiciones hipotéti-cas del receptor del texto:

a) Una lectura dominante (o hegemónica), en la que el receptor (o “lector”) comparte plenamente el sentido del mensaje dado por el emisor. Hay una plena coincidencia con la “lectura preferida” del emisor.

b) Una lectura negociada, donde el receptor comparte en mayor o menor medida el sentido del mensaje dado por el emisor, pero que en determinados casos lo modifica o se resiste en función de su posición social, de su experiencia y de sus intereses. Es una lectura, pues, que implica un determinado grado de contradicción con la lectura preferida del emisor.

c) Una lectura opuesta (o contrahegemónica), el receptor, cuya posición social lo sitúa en una relación directamente opuesta al código dominante, comprende la lectura preferida, pero no comparte el código y en consecuencia la rechaza, y se apunta a otro código o marco de referencia.

7. El estudio de las audiencias y de la recepción

En este apartado se presentan dos ámbitos de estudio que son clave en los estudios de comunicación. Se trata de los conceptos de audiencia y de recepción. Los dos se encuentran estrechamente ligados. Tanto en cuanto a las audiencias como en cuanto a la recepción –o si se quiere el análisis de la recepción–, las nuevas aportaciones teóricas que se han realizado en las últimas décadas plan-tean perspectivas innovadoras que merecen una aproximación, aunque sea puntual, a su conocimiento.

En nuestra vida cotidiana, los ciudadanos usamos, de forma alternativa, múltiples medios de comunicación. Desde el mismo momento que nos levan-

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tamos por la mañana hasta que volvemos a la cama por la noche, práctica-mente todo el mundo habrá consumido una forma u otra de comunicación mediática. Desde este punto de vista, el estudio de las audiencias se ha conver-tido en un objeto de interés por parte de todos los actores que tienen algo que transmitir y por el cual esperan obtener una determinada gratificación que, en la mayoría de casos, es de tipo económico (empresas, particulares), pero que también puede ser de política (apoyo, legitimidad) o, más concretamente, elec-toral (esencialmente votos).

Hay que tener en cuenta que, como consecuencia del desarrollo de las tec-nologías de la información y de la comunicación, que nos permiten acceder a docenas de canales de televisión o de emisoras de radio, es obvio que se pro-duce una elección selectiva, en el sentido de que acostumbramos a seleccionar un determinado tipo de programas o contenidos, y descartamos otros. Por supuesto que esta selección responde a criterios que pueden ser, en cada uno de nosotros, de naturaleza muy heterogénea. Pero, aun así, el conocimiento de estos criterios tiene un gran interés para los agentes implicados en la comuni-cación, puesto que les permite ofrecer un “producto” mucho más adaptado a la demanda y en consecuencia con mucha más posibilidad de tener éxito.

Como se ha explicado en anteriores capítulos, desde una perspectiva tradi-cional, el análisis de las audiencias parte de la consideración de que la audien-cia es un fenómeno de masas, lo cual implica una serie de consideraciones.

La primera es que el consumo de los medios tiene lugar de forma individua-lizada, es decir, que el acto del consumo lo realiza cada individuo, aislado del resto de la sociedad, en la intimidad de su hogar. Se trata, pues, de una acción realizada, supuestamente, al margen de las influencias externas.

Una segunda consideración es que, a pesar de lo que acabamos de decir, los individuos que comparten unas mismas variables sociodemográficas (sexo, edad, religión, origen geográfico, nivel de estudios o de renta, etc.) suelen com-partir también unas mismas preferencias o gustos.

Usos y gratificacionesUn cambio sustancial en los estudios de comunicación que destaca el protagonismo de la audiencia se produce con la teoría de los usos y las gratificaciones, que hace hincapié la utilidad o el uso que de los medios hace el público para satisfacer diferentes necesidades. De esta manera se cambia la perspectiva tradicional: en lugar de preguntar qué hacen los medios a las audiencias, cómo influyen en ellas, se pregunta qué hacen las audiencias –el

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público– con los medios. La respuesta es que el público utiliza los medios para satisfacer o complacer unas necesidades. ¿Qué necesidades? Las más aludidas han sido: la vigilancia o control (saber qué pasa); las relaciones personales, la identidad personal o la diversión (ocio y escapismo). En consecuencia, esta aproximación niega que los ciudadanos adopten una actitud pasiva hacia los medios. Todo lo contrario, tienen unas expectativas que preten-den satisfacerlas cuando los consumen. Fijémonos en que, en función de la gratificación esperada, el ciudadano consumirá un tipo de medio u otro. Por ejemplo, si lo que se espera es estar informado de lo que pasa en Siria, el ciudadano optará por seguir los programas informativos (telediarios, reportajes de investigación, etc.) Por el contrario, si lo que quiere es evadirse de una determinada realidad o quiere simplemente divertirse, lo probable es que opte por programas de escándalos, concursos o programas de humor. Dicho de otro modo, esta aproximación es escéptica respecto a la influencia que pueda tener un medio en un individuo que no espera nada de él y que en consecuencia, el incentivo para consumirlo es muy bajo o, directamente, nulo.

En tercer lugar, se considera que la llamada “lectura preferida”, es decir, el sentido del texto (escrito, visual o de audio) que el emisor transmite está com-pletamente aceptado e interiorizado por el receptor, de forma que se logran de forma plena, los objetivos o propósitos del emisor, y en consecuencia, se “degrada” el receptor a un rol puramente pasivo.

Para finalizar, está el uso de un imponente volumen de datos cuantitativos, que sirven para elaborar clasificaciones de audiencias y que son uno de los reclamos que más interesan a los empresarios o ejecutivos, por un lado, y a los políticos, por el otro. Sin embargo, y a pesar de reconocer que en los últimos años se ha producido un elevado grado de refinamiento y perfeccionamiento de las técnicas cuantitativas, que las hace mucho más exactas o fidedignas, parece evidente que no se puede equiparar el acceso cuantitativo a un determi-nado programa de televisión y la influencia (cualitativa) que este puede llegar a tener en nuestras vidas cotidianas.

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Medir las audienciasEn nuestro país los principales sistemas para medir la difusión de los medios y las audien-cias son:OJD (Oficina de Justificació de la Difusió): http://www.introl.es/EGM (Estudi General de Mitjans): http://www.aimc.es/-Que-es-el-EGM-.htmlBaròmetre de la Comunicació i la Cultura: http://www.fundacc.org/fundacc/ca.htmlPanells d’audiometria (Kantar Media): http://www.kantarmedia.es/La OJD nos da los datos de venta de los periódicos y las revistas (en puntos de venta, por suscripciones y donaciones, etc.) Y de ahí podemos extraer unos datos importantes, que tienen que ver con los datos de difusión. La OJD interactiva también nos aporta datos de consumo de publicaciones por Internet. Las mismas empresas dan los datos que luego son auditadas por la OJD. De todas formas, si no queremos saber solo los datos de difusión, sino también la audiencia real (lectores, oyentes o espectadores) necesitamos otros sistemas de medición. En este caso se utilizan encuestas. Estos son los datos que nos proporciona el Baròmetre (para Cataluña) o el EGM para el conjunto del Estado. Se trata de grandes encuestas que, mediante muestras representativas, nos aportan datos sobre el consumo de diferentes medios (prensa, revistas, radio, televisión) y otros consumos culturales.Tanto los datos de venta como los de lectura son necesarios: nos puede interesar saber qué diario se vende más en los puntos de venta, y también qué publicación tiene más suscripto-res, pero también nos interesa saber quién lee realmente el diario (la encuesta nos permite sabe si se compra un diario, cuántos miembros del hogar lo leen por ejemplo, o quien lo lee en un bar, en una biblioteca, etc.).Para finalizar, para medir exclusivamente la programación televisiva disponen de los paneles de audiometría. Los audímetros son dispositivos electrónicos instalados en 4.625 hogares (+10.000 individuos) de toda España que recogen la actividad del televisor mientras se encuentra encendido (cuándo se enciende, quién lo hace, a qué hora, qué cadenas y cam-bios de canal). Se conocen datos sociodemográficos de estas personas, lo cual permite obte-ner conclusiones sobre el tipo de programas que prefieren determinados grupos sociales o los horarios en función de la edad. Se tienen en cuenta los datos de audiencias de personas con una edad superior a cuatro años.No obstante, aunque los datos de audiencias y difusión nos ofrecen una información rele-vante y útil se deben completar con un análisis cualitativo que ninguna encuesta o datos de tipo cuantitativo nos puede ofrecer. Es necesario saber también la opinión, la mirada, el tipo de opiniones que genera la recepción de cualquier programa o publicación.

En oposición a este paradigma clásico, los últimos años se han desarrollado una serie de teorías que, globalmente, podemos denominar como nuevo aná-lisis de la recepción.

El elemento central de esta aproximación es la tesis de que la audiencia, es decir, los receptores, lejos de adoptar una posición pasiva respecto al sentido

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© UOC 208 Sociología de la comunicación

de un mensaje (texto) que reciben, adoptan una posición activa, de modo que construyen su propio sentido del texto, que nada puede situar más lejos o más cerca de la “lectura preferida” del emisor. Dicho de otro modo, las audiencias no son simples consumidores, sino que son productores activos de sentido, puesto que descodifican los textos mediáticos en función de sus circunstan-cias sociales y culturales, y también de cómo, individualmente, experimentan estas circunstancias. Así, un mismo programa de televisión puede ser “leído” o interpretado” de formas bastante diferentes en función del tipo de audiencia.

Para llevar a cabo sus estudios, más que utilizar la técnica del cuestionario, se prefieren emplear métodos cualitativos a pequeña escala. Así, por ejemplo, entrevistas en profundidad individuales, o también por grupos, para desvelar los sentidos que los grupos pequeños de lectores generan de los diferentes tex-tos mediáticos, poniendo un énfasis especial en la ubicación de los miembros del grupo en un contexto sociohistórico concreto. Estos métodos cualitativos propios de la sociología se complementan o combinan con técnicas propias de la crítica literaria. Igualmente también se han empleado técnicas etnográficas para captar con más detalle la recepción de los mensajes mediáticos. Así, desde los años ochenta, se han sucedido una serie de estudios de caso que analizan algunas de las principales series de televisión, en formato de comedia o folletín.

8. La teoría crítica

El foco central de la teoría crítica está en la llamada escuela de Frankfurt. La escuela de Frankfurt tuvo entre sus miembros algunos de los más destacados intelectuales alemanes y centroeuropeos del siglo xx. Así, conviene mencionar la presencia en sus filas de personalidades como Horkheimer, Adorno, Marcuse y Benjamin. En los autores de esta escuela se daba una preferencia por tratar cuestiones referidas a la superestructura (cultural, ideológica, política), antes que las relacionadas con los aspectos más materiales, o de base económica, correspondientes a la infraestructura.

El resultado fue el desarrollo de una crítica a la ideología de la sociedad capi-talista y a la llamada industria (o industrias) de la cultura. La gran aportación

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de estos autores es señalar los rasgos característicos de la cultura de masas en una sociedad capitalista de carácter tecnológico, industrial y mercantilista.

Industria de la cultura es un término empleado por los miembros de la escue-la de Frankfurt y nace de la reacción manifiesta contra el uso de la noción de cultura de masas que algunos autores, como Adorno, rechazan porque consi-deran que la masa prácticamente no participa en su elaboración. Sustituyeron la expresión de cultura de masas por industria de la cultura para excluir la interpretación de que la cultura surge de manera espontánea de la propia masa.

Utilizaron este concepto y no el de cultura de masas, porque consideraban que esta último podía dar a entender que las masas eran las responsables de la degeneración de la cultura. Con el auge del nazismo en Alemania, la reflexión frankfurtiana asumió unas connotaciones claramente pesimistas y llegó a la conclusión de que el potencial revolucionario del proletariado se había desva-necido en gran parte como consecuencia de los efectos negativos que tanto la alta cultura como la cultura popular habían ejercido en la conciencia de la clase obrera. Efectivamente, esta había sido adoctrinada en los valores y las normas de la sociedad capitalista y los había acabado aceptando. Dicho en otras pala-bras, la industria de la cultura –junto con la burocracia dominante– había ejer-cido un papel altamente manipulador en la sociedad moderna y había servido para contrarrestar y controlar la conciencia opuesta (la revolucionaria proleta-ria), desvaneciendo cualquier amenaza a la dominación de la clase capitalista y fomentando la aparición de una “falsa conciencia”.

En definitiva, se concluye que la sociedad de consumo, ciertamente, ofrece una mejor calidad de vida estándar, y determinadas comodidades y gratifica-ciones, que son aceptados por los trabajadores. Sin embargo, según su parecer, también fomenta una apatía social y política. Esta apatía es aprovechada por los grupos que controlan la sociedad capitalista. Desde este punto de vista, pues, los mass media se interpretan como instrumentos de control social y de opresión dirigidos por los grupos que controlan la sociedad (capitalista).

Las críticas a los planteamientos de la escuela de Frankfurt han sido impor-tantes:

1. En primer lugar, se trata de un discurso teórico que tiende a rehuir de la investigación empírica. Efectivamente, la mayor parte de trabajos de los auto-res de la escuela son ensayos de carácter filosófico extraordinariamente críticos respecto a algunos aspectos de la cultura propia de las sociedades capitalistas en la era del consumo masivo.

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2. En segundo lugar, tendríamos que destacar el carácter aristocrático y eli-tista de su crítica a la cultura de masas. Concretamente se critica que la escuela de Frankfurt distinga claramente entre lo que es el auténtico arte, la auténtica cultura, por un lado, y lo que es la cultura vulgar (o de masas), por el otro. De este modo, el intelectual es quien establece una determinada noción de auten-ticidad abstracta, al margen de la sociedad, y donde el concepto de ser humano ocupa una posición ahistórica y, en definitiva, esencialista.

3. Para terminar, existe la sospecha de que estamos ante un proyecto tota-lizador, en el que se da por sentado que el intelectual reconoce cuáles son las auténticas necesidades humanas.

La obra de arte en la era de la reproducción en serieWalter Benjamin (1892-1940) es un autor relativamente distanciado del

núcleo principal de la escuela de Frankfurt. Hizo una valiosa aportación sobre el papel de los medios de comunicación y las potencialidades técnicas y socia-les de la industria de la cultura. Benjamin se distingue no solamente por la temática que trata, sino también por su método de acercamiento al estudio de la realidad. Benjamin (1983) se quedó fascinado por el gran potencial innova-dor de los nuevos medios de reproducción técnica –la radio, la prensa de masas, la fotografía o el cine. En La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, analizaba el impacto en el mundo de la producción cultural. Benjamin no ve solo las potencialidades en cuanto a la producción y la reproducción masivas, algo bastante importante, sino que se da cuenta de que estos nuevos medios técnicos modifican radicalmente las formas de consumo, la experiencia y la percepción social de la cultura en la sociedad actual.

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Figura 11. Walter Benjamin (1892-1940) en su obra La obra de arte a la era de su reproduc-tibilidad técnica estudia las transformaciones culturales de la primera mitad del siglo XX.

Las nuevas técnicas de producción y reproducción cultural posibilitan una creación destinada a un consumo masivo; los bienes culturales son reproduc-ciones o copias de un original o, como en el caso del cine, no se puede hablar propiamente de una copia original. En el caso de la copia, nos dice Benjamin, falta el sentido de originalidad, de autenticidad inherente a la obra de arte entendida en un sentido clásico. Para Benjamin, la sustitución del original, de la pieza única, por una multitud de copias, modifica sustancialmente el con-cepto clasicista del arte. A la copia le falta el hic et nunc de la obra de arte; es decir, le falta una existencia única e irrepetible dentro de un espacio concreto y privilegiado. En su contexto cultural, dice Benjamin, la obra de arte impone, por muy cerca que se encuentre del espectador, un distanciamiento. Y esta distancia, esta no presencia, es lo que él denomina aura.

La posibilidad de reproducir masivamente los bienes culturales mediante la técnica –dice Benjamin– ha permitido que las cosas sean espacialmente y humanamente más cercanas, lo que ha provocado una decadencia radical del

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aura, y esto coincide con la irrupción histórica de un público masivo. Así, la aplicación de las nuevas tecnologías ha contribuido a cambiar profundamente la naturaleza de los productos culturales y comunicativos, y su relación con el individuo que las capta. Ya la fotografía y el cine representaron cambios impor-tantes en la naturaleza de la obra de arte.

Benjamin es realmente un autor atípico por varias razones. En un contexto de aparición y desarrollo de los medios masivos de comunicación fue de los pocos autores que vio el potencial democrático y revolucionario que estos podían tener. Parece interesante ver el paralelismo existente en el contexto de expansión de los medios de comunicación de masas durante la segunda y tercera década del siglo pasado y lo que se produce a finales de siglo con la irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación. Además, se aleja del carácter elitista del resto de autores frankfurtianos. En definitiva, es uno de los primeros autores que se acerca a una posición que no desprecia la recepción por parte de las personas de los mensajes comunicativos. Es uno de los primeros pensadores que sentará las bases de lo que, entrados ya en el siglo xxi, y con la expansión de las TIC, se ha denominado la ruptura de la unidirec-cionalidad de la comunicación, que ofrece la posibilidad al tradicional receptor de los mensajes de poderse convertir, potencialmente, en creador de estos.

9. La autocomunicación de masas y la política en la sociedad red

A partir del proceso de expansión de las tecnologías de la información y la comunicación, la evolución de Internet y las redes sociales, con la extensión de las redes horizontales de comunicación interactiva que conectan lo global y lo local, se ha roto definitivamente una visión homogénea de la teoría de la comunicación que durante décadas se había centrado en el poder de los medios de comunicación de masas y en su capacidad para enviar mensajes unidireccionalmente a un público pasivo, atomizado y disperso. Han nacido nuevas formas de comunicar masivas, en que las personas generan sus propios sistemas de comunicación, con la posibilidad de compartir y reconfigurar

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digitalmente los mensajes (es lo que Castells denomina autocomunicación de masas). Para Castells, en las sociedades actuales conviven diferentes formas de comunicación: la comunicación interpersonal, la comunicación de masas y autocomunicación de masas.

Figura 12. Intervención de Manuel Castells en la acampada de los indignados en la plaza de Catalunya (#acampadabcn, 27/05/2011).

En Comunicación y poder (2009), Castells realiza una descripción del sistema político actual a partir de tres fenómenos que se relacionan y se complemen-tan: la política de medios, la política del escándalo y la consecuencia lógica de las dos anteriores: la crisis de la democracia. Como medios incluye tanto los medios de masas como la autocomunicación de masas. Aquello que Castells denomina política de medios es básicamente la política “marquetiniana” que funciona actualmente, en la que el poder político y los medios de comunica-ción establecen alianzas estratégicas.

“En muchos casos la crisis de legitimidad provoca un aumento de la movilización

en vez de un alejamiento político. La política de medios y la del escándalo contribu-

yen a la crisis mundial de legitimidad política, pero la bajada de la confianza pública

no es sinónimo de una bajada en la participación política. Puestos contra las cuerdas

por la desafección ciudadana, los líderes políticos se inventan nuevas maneras de

conectar y activar a sus electorados. Desconfiados de las instituciones, pero decidi-

dos a reivindicar sus derechos, los ciudadanos buscan formas de movilizarse dentro

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y fuera del sistema político por su cuenta. Precisamente es esta distancia creciente

entre la creencia en las instituciones y el deseo de acción política lo que constituye

la crisis de la democracia.” (Castells, 2009: 431)

Hay que destacar que el desarrollo de las TIC e Internet están comportando un gran cambio en la comunicación política, dado que supone la consolidación de nuevos canales de comunicación que permiten una aproximación mucho más masiva, pero, a la vez, también mucho más personalizada. En los últimos años surgen continuamente nuevos recursos tecnológicos que posibilitan una comunicación directa e instantánea entre políticos y ciudadanos. Actualmente, en cualquier tipo de elecciones, los candidatos transmiten sus mensajes a través de una gran cantidad y tipos de redes sociales. El ejemplo máximo lo vimos en las elecciones norteamericanas ganadas por Obama. Las tecnologías de la información y la comunicación tuvieron un papel clave en su campaña. Todo ello ha hecho que la comunicación política se interese por el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación, y por sus consecuencias en el proceso de generación y difusión de mensajes informativos. Potencialmente nos encontramos en un momento histórico en que las TIC también implican un replanteamiento de la participación ciudadana en las instituciones, que reformulan la representatividad exclusiva de los políticos electos a favor de una ciudadanía más activa.

Palabras clave: agenda buildingagenda settingautocomunicación de masascampo mediáticoclima de opinióncomunicación políticacultura de masasdemocracia deliberativademocracia demoscópicademocracia liberaldemocracia representativa

espacio públicoespiral del silencioframinggatekeeperhabitus periodísticolíderes de opiniónmodelo de la propaganda modelo democrático corporativomodelo liberalmodelo pluralista polarizadoopinión pública

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Capítulo V

Culturas juveniles y comunidades fans en la era digital

“El gusto, propensión y aptitud para la apropiación (material y/o simbólica) de

una clase determinada de objetos o de prácticas enclasadas y enclasantes, es la fór-

mula generadora que se encuentra en la base del estilo de vida, conjunto unitario

de preferencias distintivas que expresan, en la lógica específica de cada uno de los

subespacios simbólicos –mobiliario, vestidos, lenguaje o hexis corporal–, la misma

intención expresiva.”

P. BOURDIEU, 1988 (1979), La distinción, p. 172-173.

1. Estilos de vida y culturas juveniles

La noción de estilo de vida conecta con una concepción muy amplía de cul-tura. Desde este punto de vista se puede entender la cultura como un modo global de vivir y de tomar la vida, como una forma de estar en el mundo (Busquet, 2010). El estilo de vida, pues, es una noción vinculada a las prácticas cotidianas y a los gustos de los individuos que forman parte de los grupos o de las clases sociales. Se trata de una noción importante que nos permite tra-tar fenómenos como la moda, el consumo cultural o las culturas juveniles. El estilo de vida contempla el desarrollo de las prácticas en el tiempo de ocio, las costumbres y los hábitos culturales en un sentido amplio.

La noción de estilo de vida actualmente disfruta de un uso amplio y variado, tanto en el campo de la sociología como, principalmente, en el de la investi-gación sobre la estratificación social o en la investigación de mercados, donde se ha utilizado en los estudios sobre consumo. A pesar de esto, no siempre hay consenso en la definición de su significado.

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El concepto estilo de vida fue elaborado por autores clásicos de la sociología, como Gabriel Tarde y George Simmel, pero fue Max Weber quien, en el ámbi-to de las ciencias sociales, dio una definición más precisa. Weber habló de los “estilos de vida” cuando, en un diálogo tácito con Marx, afrontó la existencia de las clases sociales en las sociedades capitalistas (véase el capítulo 1).

Desde una perspectiva marxista la propiedad (además de la riqueza y la ocu-pación) es el principal criterio convencional para la definición de la posición de clase. Weber introduce algunos matices que son clave para la adscripción de alguien dentro de un grupo social, dado que la concepción marxista de las clases, a principios del siglo xxi, no es lo bastante satisfactoria para explicar el tema de la identidad y del sentido de pertenencia que los individuos mantie-nen con un grupo social concreto.

Para Max Weber, en cambio, la clase social se puede definir como un grupo de individuos que comparten un rol profesional y unas mismas condiciones de trabajo. Weber, destaca, también, la importancia que tienen o pueden tener los factores culturales (extraeconómicos y extralaborales) en la definición de la clase, puesto que las clases sociales son grupos humanos con unos rasgos de identidad comunes, lo que puede influir fuertemente en su “estilo de vida” particular.

Según Weber, la descripción de la estratificación social se complica por la existencia de los “grupos de estatus”. Se puede hacer una distinción estricta entre clase y grupos de estatus: “Por lo tanto, podemos decir –arriesgándonos a simplificar– que las clases se estratifican de acuerdo con sus relaciones con la producción y la adquisición de bienes; mientras que los grupos de estatus se estratifican según los principios del consumo de bienes, tal como viene repre-sentado por estilos de vida particulares” (Weber, 1969).

El estilo de vida es muy importante para identificar el modo de ser, de hacer y de sentir de los miembros de determinados grupos. Está vinculado a los gus-tos, preferencias y formas de vida de los grupos sociales. Según esta concepción, el estilo de vida equivale a “los modos de hacer”. El “modo” no se refiere solo a la mera apariencia o al aspecto exterior de las acciones o de los comporta-mientos, sino al registro entero, minucioso y completo. Los partidarios de este enfoque proyectan una visión totalizadora de la cultura (muy cercana a la concepción antropológica de cultura). En este caso, cultura y estilo de vida son dos nociones casi sinónimas. Como hemos dicho, la cultura se contempla como una forma global de vivir y de afrontar la vida, una manera de estar en

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el mundo.Podemos mencionar los hábitos gastronómicos, la moda en el vestir, la

decoración de la casa, las actividades que se hacen durante las vacaciones, etc. El estilo de vida incluye todas estas manifestaciones y el modo particular de llevarlas a cabo, que pueden lograr un alto nivel de sofisticación y alta carga simbólica. Por ejemplo, el vestido y las formas de comportamiento externo transparentan, con más o menos claridad, la condición social de las personas: la edad, el sexo, la clase y el origen social, la profesión, etc.

El estilo de vida está muy condicionado a las actividades que se hacen en el tiempo de ocio y se refleja, por ejemplo, en el tipo y estructura del gasto familiar. Generalmente nuestros hábitos de consumo y de gasto están en cier-ta correspondencia con nuestra posición en la estructura de clases sociales. También depende de la situación económica y de las expectativas de futuro. Por ejemplo, en un contexto de crisis las personas adoptan generalmente com-portamientos más prudentes y austeros.

La visita a determinados comercios o el consumo de productos de determi-nadas marcas, por ejemplo, pueden indicar con bastante precisión el estatus social que tenemos o la posición a la cual aspiramos. Del mismo modo que jugar al golf, esquiar o jugar a pádel no es lo mismo que salir en bicicleta o jugar a fútbol.

Figura 1. Jugar al golf en familia puede ser una práctica social muy distinguida.

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El estilo de vida se conforma especialmente durante los años de la niñez y está muy vinculado al entorno familiar. Aun así, el estilo de vida evoluciona y se transforma a lo largo de todo el ciclo vital. En algunos casos de forma más intensa que en otros. Más o menos conscientemente. ¿Nos hemos pregunta-do alguna vez por qué niños y niñas de nueve o diez años llevan las mismas mochilas, los mismos estuches o la misma ropa? Se trata de una edad en que la aceptación por el grupo es fundamental. En cambio, cuando se llega a la adolescencia, se inicia un cierto proceso de diferenciación y a la vez de asocia-ción a otros que “son como yo”. En este proceso constante de diferenciación y de asociación las preferencias musicales, el consumo de unos determinados productos, un tipo de hábitos, o unas determinadas prácticas de ocio irán defi-niendo las afinidades personales y las discrepancias entre grupos sociales.

Los miembros de un grupo se pueden reconocer fácilmente entre sí por su aspecto externo (y distinguirse de los otros grupos). El vestido es, quizás, el elemento de identificación principal, que generalmente se corresponde con unos hábitos, unas formas de comportamiento y un lenguaje corporal. La ropa, pues, no sirve solamente para tapar y proteger al individuo, sino que también sirve para adornarlo y distinguirlo. El vestido tiene esencialmente una función de reconocimiento, tanto dentro del grupo como de cara a los extraños, de tal manera que mediante el tipo de ropa es relativamente fácil –sobre todo en las sociedades tradicionales– (re)conocer una clase e incluso la profesión que ejerce un individuo.

Algunos grupos sociales, y buena parte del conjunto de la sociedad, con-tinúan actuando siguiendo estas pautas. Sin embargo, tenemos que tener en cuenta también un hecho nada trivial y que a veces comporta cierta dificultad a la hora de determinar qué lugar ocupa una persona o la adscripción que tiene a un determinado grupo o a otros.

No todo es tan evidente: por ejemplo, nos referimos a que una persona puede mantener un nivel de vida muy superior a sus posibilidades económi-cas. Por otro lado, puede ser que una persona desee seguir perteneciendo a un grupo, pero que experimente serias dificultades para llevar ese ritmo de vida. Por ejemplo, alguien que haya tenido un alto poder adquisitivo en el pasado y haya consumido una serie de productos o servicios que le dan la etiqueta de pertenencia a aquel grupo intentará, si no puede sostener ese ritmo de vida, eliminar los gastos superfluos, que a lo mejor son considerados fundamentales para otros grupos, pero lo hará dentro de su ámbito privado. Es decir, es prefe-

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rible consumir marcas blancas en el día a día que eliminar el gasto como socio de un club distinguido o la cena en el restaurante donde todo el mundo me va a ver, donde pueda mostrarme a los demás.

Hacer un estudio de los estilos de vida en nuestra sociedad no es sencillo. Se constata un cierto eclecticismo y una mezcla notable de estilos. La heterogenei-dad es muy grande y solo a partir de un proceso de observación muy minucioso podemos diseccionar los diferentes estilos de vida. En cualquier caso, lo que marque tu pertenencia no será solo la ropa, que será solo uno de los elementos que habrá que tener en cuenta.

El consumo de productos de determinadas marcas o la adquisición de esta ropa en unas tiendas o en otras es también una buena manera de diferenciarse y significarse socialmente. En definitiva, los gustos y las formas de comporta-miento, que se encuentran en el centro de un determinado “estilo de vida”, actúan (o pueden actuar) como un buen indicador externo que sirve para ubi-car a las personas en su grupo social de pertenencia.

1.1. Consumo ostentoso y clase ociosa

“Parte del encanto atribuido al zapato de charol, a la ropa blanca inmaculada, al som-

brero de copa brillante y al bastón –que realzan en tan gran manera la dignidad natural

de un caballero– deriva del hecho que sugiere que el usuario, vestido así, difícilmente

puede ayudar a realizar alguna tarea útil. Los vestidos elegantes sirven a su finalidad de

elegancia no solamente por el hecho de ser caros, sino también porque constituyen el

símbolo del ocio.” (Thorstein Veblen, The Theory of the Leisure Class, 1899)

Los miembros de la burguesía no tienen al nacer ningún carácter esen-cialmente diferenciado. En las sociedades liberales prevalece el principio de igualdad de oportunidades. ¿Pero qué permite a los burgueses distinguirse socialmente? Una respuesta muy sugerente la formuló Thorstein Veblen (1857-1929), el primer economista que, más allá del análisis económico convencio-nal, habló del “consumo ostentoso” relacionado con el afán de presunción y de distinción social por parte de los miembros de esta clase privilegiada. Hasta entonces, los economistas relacionaban el consumo solo con la satisfacción de las necesidades materiales básicas para vivir (el consumo estaba subordinado a

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la producción). En The Theory of the Leisure Class (1899), Veblen se da cuenta de que el consumo responde a una profunda inquietud social y psicológica: ¿qué puedo hacer yo para mejorar mi imagen y reputación social?

Figura 2. Thorstein Veblen (1857-1929) describió el dispendio de tiempo y el consumo ostentoso como la principal estrategia para significarse socialmente

por parte de las clases acomodadas.

La teoría de la clase ociosa es un retrato histórico de las formas de vida de ciertas familias de la alta burguesía norteamericana a finales del siglo xix. Veblen explica magistralmente las formas de ostentación y presunción social, y pone de manifiesto la sutileza y la enorme complejidad del tema. Veblen subraya la importancia de algunos factores particulares que inciden en el fenó-meno de la distinción. Según Veblen, cualquier gasto que contribuya de mane-ra efectiva a la buena fama del individuo generalmente se tiene que hacer en cosas caras y superfluas. Esta se fundamenta principalmente en la propiedad y la riqueza, y se expresa mediante la ostentación de tiempo (lo ociosidad) y las formas de consumo (consumo conspicuo). La tesis principal del autor es que el consumo no ha estado nunca solamente al servicio de la satisfacción de las “auténticas” necesidades humanas, sino que también sirve para incrementar el estatus y el prestigio social. Veblen considera que a finales del siglo xix la clase ociosa estaba en condiciones de imponer las formas de comportamiento que la caracterizan, sus gustos y, en definitiva, todo lo que constituye el estilo de vida como un modelo de referencia a seguir o a respetar por parte de las demás las clases sociales. Las observaciones de Veblen son muy pertinentes para analizar el comportamiento de los individuos en una “sociedad de consumo” y son, como veremos más adelante, especialmente adecuadas para explicar el compor-

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tamiento de los nuevos ricos, que es un comportamiento universal: lo encon-tramos en todos los países avanzados y, de manera singular, en los llamados países emergentes (como Brasil, Rusia, India, China, etc.).

El consumo de objetos de lujo, que no tienen ninguna utilidad aparente, resulta socialmente honorable, como signo de proeza y prueba de dignidad humana. El consumo llega a ser honorable por sí mismo, especialmente cuando se refiere a las cosas más caras y más deseadas. Consumir se considera un hecho “noble” y honorífico en la medida en que los bienes son costosos; inversamente, la imposibilidad de disponer en la cantidad y calidad necesarias puede ser un signo de inferioridad y de demérito. Como dice Veblen: un vesti-do barato es lo que hace a un hombre barato.

Para ganar y conservar el aprecio de los hombres no basta con tener poder y disponer de riqueza. Hace falta que esta riqueza sea exhibida y puesta de manifiesto, porque el aprecio social solamente es otorgado ante su evidencia, y la demostración de la riqueza no solamente sirve para impresionar a los demás, sino que es útil, lógicamente, para mantener la autoestima.

La lógica que rige la apropiación de los bienes como objetos de distinción no es, solo, la de la satisfacción de necesidades, sino la de la escasez de estos bienes y la imposibilidad que otros los tengan. Se trata –como más adelante dirá el economista británico Fred Hirsch (1977)– de bienes posicionales que no todo el mundo puede consumir al mismo tiempo y que colocan a sus consu-midores en una posición de ventaja relativa. Son bienes, como las propiedades especialmente bien situadas, por los cuales hay una fuerte competencia, lo cual hace aumentar su precio.

Figura 3. Algunas casas de propiedad situadas en lugares privilegiados son muy codiciadas.Costa brava catalana.

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Veblen era consciente de que para lograr un alto nivel de distinción no bas-taba con hacer ostentación de la riqueza material. También era muy importan-te la educación, la sensibilidad, las formas de comportamiento y, en definitiva, las buenas maneras. El refinamiento de los gustos y este cultivo de la sensibi-lidad estética, que acompañan al comportamiento, requieren mucho tiempo y dedicación y, a la vez, no son accesibles a las personas que tienen que destinar buena parte de su esfuerzo y su energía al trabajo. Estos aspectos –como vere-mos más adelante– los desarrolló más adecuadamente Pierre Bourdieu en la segunda mitad del siglo xx.

En definitiva, Thorstein Veblen fue el primer economista que, más allá de la teoría económica convencional, habló del consumo ostentoso relacionado con el afán de presunción y de distinción social. Los gustos, el comportamiento y las formas de comportamiento han sido un importante vehículo de comunicación social. Mediante el consumo de determinados bienes de lujo las clases altas pue-den comunicar y reafirmar su situación social. Aun así, la exhibición de la riqueza es una actitud característica del “nuevo rico”, que necesita afirmarse (y compensar su origen social humilde) mostrándola como si se tratara de un trofeo.

Figura 4. Algunas marcas de coches de lujo se han convertido en símbolos de estatus.

Las formas más llamativas de ostentación social tienen que ver con un proceso más o menos artificioso de creación o recreación de la identidad en el que se ponen de relieve unos atributos considerados positivos. Esta situación se produce, sobre todo, cuando se da una situación de incongruencia de esta-

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tus. Es decir, cuando hay (o se cree que hay) un desequilibrio entre la posición social que alguien ocupa y el respeto y la consideración social que este alguien merece, cuando menos, en determinados ámbitos. El nuevo rico es objeto fácil de burla o de escarnio social. Se ve despreciado y ridiculizado por los sectores populares que, a menudo, tienen un sentimiento ambivalente de desdén y envidia hacia los hombres de éxito. El menosprecio existe también entre los mismos burgueses y, sobre todo, entre los miembros de la burguesía tradicio-nal, que a menudo adopta formas de comportamiento más austeras y discretas.

Podemos ver como ejemplo paradigmático de una “nueva rica” el caso de un personaje de un reality televisivo, Mujeres ricas, en que Mar Segura, una de sus protagonistas, es capaz de decir cosas como las siguientes:

“A mí me contó una amiga, muy experta en arte, que el Louvre es uno de los

edificios arquitectónicos más importantes, primero por toda la mezcla arquitectóni-

ca que tiene este gran edificio (más de 25 arquitectos) y después como rompe con

la pirámide, me parece algo espectacular que no puedes encontrar en ninguna otra

ciudad del mundo.”

“Ya estoy viendo donde lo quiero ubicar. La estética y la primera impresión (...) yo

no pregunto el precio de las cosas. Cuando quiero algo lo quiero ya (...) la gente sabe lo

que cuesta un Miró, puesto que a partir de los 300.000 euros imagínate, pues hazte una

idea (…) Lo he convencido de que el aspecto económico es importante, pero yo creo

que la mirada es lo más importante en el arte (...) es el fruto de un elaborado estudio

de técnicas, de dibujo, de color (…) es cómo el artista refleja su forma de ver la vida.”

Figura 5. Fotograma del episodio de Mujeres Ricas protagonizado por Mar Segura.

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Con estos dos fragmentos podemos observar una serie de aspectos bastante elocuentes. En primer lugar, la protagonista dispone de un poder adquisitivo muy alto, conseguido a partir de su boda con una persona que hizo fortuna con mucha rapidez. Ella se convirtió en una nueva rica y es consciente de que para ser aceptada dentro de determinados círculos sociales tiene que acreditar y demostrar un nivel cultural y un grado de sensibilidad muy elevado. Por otro lado, mediante un determinado consumo ostentoso pone de manifiesto la capacidad económica de la familia (consumo vicario). De aquí su interés por hablar del Louvre, aunque no mencione ninguna pintura y sí hable de su arquitectura, o que quiera comprarse un Miró, y a pesar de que ha aprendido alguna frase hecha, sobre todo tiene claro “donde quiere colocarlo”. En este caso, su capacidad adquisitiva no está en correspondencia con la sensibilidad estética y el nivel cultural acreditado.

Esto es el que estudiará en profundidad Bourdieu, décadas después de que los primeros sociólogos a principios del siglo xx hubieran establecido las bases para poder hablar del estilo de vida, del consumo ostentoso o de los nuevos ricos. Bourdieu teorizará y profundizará mucho más en todos estos aspectos sociales.

1.2. La distinción cultural

El tema del gusto también es un viejo objeto en las preocupaciones intelec-tuales de Pierre Bourdieu (1930-2002). Los gustos se encuentran en el núcleo del estilo de vida de un grupo particular. En La distinction de Bourdieu (1988) considera que la persona distinguida es la que sigue escrupulosamente las formas y los modelos arquetípicos de conducta vigentes en su grupo de perte-nencia. Ahora bien, las manifestaciones culturales y las afirmaciones del gusto no son, generalmente, el producto de una elección consciente y estratégica del individuo.

El comportamiento cultural es el producto del “habitus”. ¿Pero qué enten-demos por habitus? Según el propio Bourdieu, el habitus es una disposición “desinteresada” que impregna y da una coherencia formal a todas las formas de comportamiento, y orienta las decisiones que organizan la vida cotidiana de las personas.

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El habitus culturalLa noción de habitus surge en el contexto de una teoría general de la práctica y se con-vierte en un concepto clave para comprender las reflexiones de Bourdieu sobre la cultura. (Bourdieu considera que la concepción humanista de cultura, vinculada al arte y a la expe-riencia estética, es demasiado restrictiva para hablar de la identidad y los estilos de vida de la sociedad actual.) Desde la perspectiva del autor francés, cultura, en sentido amplio, comprende todo lo que se hace relacionado con un determinado habitus de clase y que eng-loba formas y estilos de vida. El habitus es como una segunda naturaleza de origen cultural que orienta las elecciones que uno hace relativas a la comida, al vestido, al mobiliario, a los espectáculos de los que goza, etc. Asimismo el habitus impregna la forma de moverse, la forma de hablar y el gesto. El habitus puede ser definido como un principio de generación de prácticas y representaciones. Los agentes sociales que han crecido en unas determinadas condiciones ambientales han interiorizado una matriz de percepciones y disposiciones simi-lares que los llevan a actuar y a pensar de una forma similar.

En la teoría de la distinción de Bourdieu está subyacente el análisis de este fenómeno a partir de un solo criterio básico, que es el gusto. Este se convierte en el criterio de elección y discernimiento primordial, que está en el centro de las elecciones que configuran las formas y el estilo de vida de un grupo o de una clase social determinada.

La distinción significa hacer legítima la arbitrariedad del gusto propio, transformado este en algo absoluto y en instrumento de poder. La distinction se podría sintetizar mediante una fórmula breve: “La burguesía impone, mediante la legitimación del gusto propio, la legitimidad del dominio propio”.

Con este análisis sobre la genealogía del dominio simbólico, Bourdieu contradice el prejuicio imperante que considera la cultura como un ámbito de reunión, de consenso y de reconciliación entre los diferentes individuos y grupos sociales. La cultura, pues, es a la vez un privilegio y un instrumento de dominación.

Para construir su teoría sociológica de la percepción estética, Bourdieu se distancia de los discursos de la estética tradicional (particularmente de la esté-tica kantiana) y busca en la estructura de clases de una sociedad las raíces o la base de las diferentes concepciones estéticas. Los gustos tienen una profunda base social y son producto, sobre todo, de la educación que se logra en el ámbi-to familiar. Como se pone de manifiesto en La distinction, los gustos tienen un carácter relacional: el buen gusto, legítimo de la alta burguesía, se distingue a la vez del gusto pretencioso de las capas medias y del gusto vulgar de las clases

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populares. Las elecciones estéticas –según Bourdieu– se constituyen por opo-sición a las de los grupos más cercanos en el espacio social, con las que la competencia es directa e inmediata. La afirmación de los gustos propios y las diversas formas de intolerancia estética respecto a los gustos ajenos esconden a menudo un alto grado de intolerancia y de violencia social. El gusto legítimo se manifiesta bueno, o en forma de disgustos, y toma distancia respecto a los otros gustos.

Figura 6. Los gustos son un buen indicador para conocer el origen social de un individuo. Platos cocinados en el restaurante del Bulli.

Según Bourdieu, las características del gusto son las siguientes:

1. El gusto no es un don natural: es producto de un proceso de aprendizaje que se adquiere especialmente en el ámbito familiar. Podemos decir que existe una relación estrecha entre cultura y educación.

2. El gusto no es la expresión pura de la subjetividad individual: es fruto (en parte) de unos valores colectivos.

3. El gusto no es un dato fijo: es producto de un “proceso evolutivo” y puede experimentar cambios en el tiempo.

4. El gusto no es el mismo en todas las sociedades humanas: el gusto es relativo y cambia en función del contexto histórico y cultural.

5. Dentro de una misma sociedad se constata la existencia de diferentes gustos. Las sociedades avanzadas son “pluriculturales”.

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6. El gusto tiene un carácter relacional. Es decir, los unos se relacionan con los otros.

7. Los gustos –según Bourdieu– se afirman de una manera negativa. Negando la dignidad o ridiculizando los demás gustos. Los gustos son disgustos, hechos horrorosos o que producen una intolerancia visceral (es asqueroso) por los gustos de los otros.

Como señala Bourdieu, “los gustos –es decir, las preferencias manifestadas– son la afirmación práctica de una diferencia inevitable”. No es por casualidad que, cuando se tienen que justificar, se afirmen de manera plenamente nega-tiva, mediante el rechazo de otros gustos: en materia de gustos, más que en cualquier otra materia, toda determinación es negación. Los gustos pueden provocar “disgustos” por todo lo que se aleja de nuestras preferencias: en algu-nos casos se produce una intolerancia visceral (¡es asqueroso!) por los gustos de los otros.

1.2.1. La cultura burguesa

“La aversión por los estilos de vida diferentes es, sin duda, una de las barreras

más fuertes entre clases [...] Y lo más intolerable para los que se creen poseedores del

gusto legítimo es, por encima de todo, la sacrílega reunión de aquellos gustos que el

buen gusto ordena separar.” (Bourdieu, 1988: 53).

El arte de las buenas maneras –como dijo Veblen– solo puede prosperar y lograr su máxima expresión en el contexto de una vida ociosa, alejada de las necesidades materiales inmediatas. Así, en contra de la imagen clásica que tenemos de la burguesía como clase dinámica y entregada al trabajo y a un esfuerzo constante y sistemático (que Max Weber describió magistralmente en su obra La Ética protestante y el espíritu del capitalismo), hay que observar, en ciertos momentos históricos, la tendencia de la propia burguesía a asumir formas y modelos aristocráticos, especialmente en las actividades de ocio.

Lo que caracteriza la distinción burguesa –o la cultura burguesa– es, dice Bourdieu, la disposición distante en “el arte de vivir”, generosa y desenvuelta respecto al mundo y a los otros hombres. En realidad, la estilización que se

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produce en toda forma de esteticismo es –como ya se ha dicho– un reflejo de la superación de las necesidades materiales y de la capacidad de sustraerse a las urgencias vitales más inmediatas. Y esta actitud poco materialista se expresa mediante un formalismo que estiliza las formas de conducta y de representa-ción social. En las sociedades contemporáneas, esta cultura se convierte en la forma por excelencia de la cultura desinteresada y es lo más legítimo de los signos de distinción de las clases privilegiadas. Como queda muy claro en los estudios de Bourdieu (1979), sobre el uso social de la fotografía: mientras que los miembros de las familias acomodadas se recrean en las cualidades estéticas de las imágenes, los miembros de las clases populares exigen que toda imagen cumpla una función (por ejemplo, la de un retrato familiar o un paisaje que sirve de recordatorio de las vacaciones de verano).

Aunque a menudo sea inconscientemente, en el seno de la clase dominan-te hay muchas formas de afirmar la propia dignidad, que es el resultado o el producto de esta disposición estética que hace que la forma prevalezca sobre la función. Y es que hace falta una gran familiaridad (nunca mejor dicho) y una particular disposición desinteresada con las formas de la “cultura legítima”.

Según Bourdieu, la alta burguesía es una clase que se siente segura de sí misma, y ello explica el rechazo de todo lo que resulta demasiado vistoso, frí-volo o superfluo. En el ámbito burgués se desprecia la intención de distinguirse y se valora, en cambio, la elegancia de la distinción espontánea y contenida que parece natural. Esta es una de las paradojas más instructivas del fenómeno de la distinción burguesa en contraposición a la distinción del nuevo rico o a la propia distinción aristocrática: la persona distinguida hace ostentación de la discreción propia. Se trata –haciendo uno de los juegos de palabras que tanto gustan a Bourdieu– de una “elegancia sin búsqueda de elegancia”, de una “dis-tinción sin búsqueda de distinción”.

El gusto burgués y sus formas de distinción imitan o (re)interpretan, de una forma más discreta y austera, las formas de distinción expresivas de la antigua aristocracia. Bourdieu describe las formas características del buen gusto propio de las clases dominantes y lo califica como “el gusto de libertad”, dando por supuesto que las clases dominantes están en condiciones de imponer su estilo de vida y sus principios estéticos al resto de las clases sociales.

En contraposición al buen gusto y a las formas discretas y distinguidas de las clases dominantes, el gusto de las capas intermedias o de la pequeña burguesía se caracteriza por su aire ampuloso y enfático, por la pretensión de lograr los están-

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dares de excelencia cultural de la alta burguesía. Según Bourdieu, el modelo de comportamiento y el estilo de vida de los sectores sociales intermedios consiste en imitar e intentar lograr los modelos de las capas superiores; la buena volun-tad cultural de la pequeña burguesía es pretenciosa y a la vez poco afortunada, porque la búsqueda de distinción pone de manifiesto una carencia y equivale a la negación propia. En la búsqueda deliberada de distinción, el pequeñoburgués delata, a menudo involuntariamente, su condición y su origen social. En la lite-ratura podemos ver ejemplos magníficos de este hecho, como los retratos que hace Guy de Maupassant del pequeñoburgués de su época y que podemos ver magistralmente retratados en Bola de sebo o El condecorado.

Sobre el estudio del fenómeno del esnobismo social basa-do en textos literarios celebras, véase:Quintana, L. (2000). La paradoxa del majordom. Guia pràctica per reconèixer un snob (i no tornar-s’hi). Barcelona: Ediciones 62.

Las formas de distinción cultural del pequeñoburgués son poco exitosas, porque se basan en un sentimiento constante de inseguridad. Y así, paradó-jicamente, mientras que para las clases que tienen la competencia cultural la cultura resulta una especie de juego, para las capas intermedias la cultura se convierte en algo muy serio. Se da una profunda mitificación de la realidad cultural. Los que son naturalmente distinguidos no tienen por qué dudar de su competencia, tienen la suerte y el privilegio de no tenerse que preocupar mucho por tomarse demasiado en serio su distinción “natural”. En cambio, los aspirantes o los recién llegados (los nuevos ricos) han de aparentar y se toman muy seriamente las convenciones y las reglas relativas al buen gusto. Eso los lleva a una actitud muy exigente y a una postura muy rígida ante la cultura. No resulta extraño que a menudo hagan el ridículo.

1.2 2. Una distinción “invisible”

El modelo de distinción burguesa que nos propone Pierre Bourdieu implica unas formas de distinción difíciles de observar (y difíciles de estudiar) en las condiciones de “publicidad” en que se desarrolla en la vida contemporánea. La nueva sociedad burguesa producirá un tipo de lujo más discreto, que se tiene

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que mostrar más modesta y humildemente. Las familias acomodadas se trasla-dan a vivir a urbanizaciones muy apartadas del centro de la ciudad. La distin-ción se hará sutil y detallista, difícil de captar por las miradas inexpertas. Sin embargo, se trata, paradójicamente, de unas formas de distinción socialmente invisibles, que han dejado de ejercer, y en buena medida, su fuerza modélica. No hay que decir –como veremos más adelante– que en nuestra sociedad el ámbito de la publicidad (lo que es el espacio público) se crea a través de los medios de comunicación social.

Figura 7. La pasarela de desfiles de moda tiene una gran trascendencia al marcar los gustos y las tendencias más actuales. (Modelos de Rosa Clará en la Pasarela Gaudí).

Público significa, en este caso, que es un hecho notorio y manifiesto, sus-ceptible de ser visto o conocido por todo el mundo. Por este motivo –cómo veremos más adelante al analizar el fenómeno de la fama y la cultura fan– logran una gran importancia los medios de comunicación (particularmente la televisión e Internet).

Por otro lado, en una sociedad dinámica y cambiante aparecen nuevos acto-res sociales que de alguna manera anuncian nuevos gustos y las nuevas tenden-cias culturales. La variable clase social no siempre es el factor más importante. Por esta razón queremos tratar, por su interés, el protagonismo de la juventud y la irrupción de las “culturas juveniles” en las sociedades contemporáneas. La juventud está de moda. Los jóvenes son los que marcan la pauta de las nuevas tendencias culturales y se han convertido en un referente e, incluso, en un modelo a seguir por amplios sectores de la sociedad.

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1.3. Las culturas juveniles

1.3.1. La idea de juventud

“Ser joven no es una categoría solo definida a partir de ser un no-adulto y un

no-niño, sino que goza de una entidad propia, y de este modo asume unas caracte-

rísticas específicas.” (Griera y Urgell, 2002: 56).

En las sociedades tradicionales existían una serie de rituales iniciáticos que señalaban con bastante precisión el tránsito de la niñez a la etapa adulta. En el caso de los chicos, estos ritos de iniciación consistían en una serie de pruebas que tenían que superar para demostrar su valor y su destreza como soldados o guerreros de la tribu. En el caso de las chicas, generalmente era la menstruación la que señalaba dicho tránsito.

Entendemos la juventud como el tiempo de la vida de una persona que abarca desde el final de la infancia hasta el comienzo de la edad madura. La juventud ha existido siempre, pero la duración de este periodo y su intensidad han variado substancialmente en el tiempo y en el espacio. La literatura y el cine nos ofrecen muestras evidentes de cómo hace algunos siglos se producía un tránsito casi instantáneo de la infancia a la adultez: Jim Hawkins, el niño protagonista de La isla del tesoro, dejamos de verlo como a un niño y pasa a ser un adulto en la narración de Stevenson. Los mismo podemos observar con los protagonistas de Master and Comander, ambientada en la época de las guerras napoleónicas y en que podemos ver cómo niños y adolescentes son ya personas adultas que tienen responsabilidades de adultos.

Como es bien sabido, en la sociedad actual se ha prolongado el periodo de escolarización y se ha retrasado significativamente la inserción sociolaboral de los jóvenes. Algunos estudios constatan que la niñez se acaba antes (tanto en los niños como en las niñas), pero que la juventud se alarga mucho más allá de la mayoría de edad. Se confirma un proceso de extensión (forzosa) de la juventud en nuestra sociedad debido a la extensión del periodo formativo y educativo.

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Figura 8. Cartel de la versión cinematográfica de La isla del tesoro.

Otro indicador de este fenómeno de alargamiento de la etapa de juventud es el aumento progresivo de la edad mediana de abandono del hogar familiar, que en el caso de los jóvenes españoles, se sitúa aproximadamente en 29 años, frente a países como Finlandia, donde sus jóvenes se independizan con 23.11 A pesar de que no necesariamente los jóvenes se pueden sentir como adultos sin haber abandonado el hogar familiar, podemos estar de acuerdo en que habrá un determinado tipo de situaciones típicas de la vida adulta que no se ponen en funcionamiento si tenemos el apoyo de la estructura familiar.

La idea de juventud es relativa y cambia según el contexto histórico y cultu-ral. Sin embargo, la transición de la infancia a la madurez constituye un com-plejo proceso de desarrollo de carácter físico y cognitivo en que cada momento presenta necesidades y características diferenciadas. Es importante también tener en cuenta las diferentes “edades de la juventud”. Javier Elzo (2000) pro-pone la siguiente tipología:

Preadolescencia (12 a 14 años)Adolescencia (15 a 17 años )

11. Según el estudio de la Obra Social de “la Caixa”, La transició dels joves a la vida adulta. Crisi econòmica i emancipació tardana (2012), en la actualidad, en España.

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Juventud (18 a 24 años)Juventud prolongada (25 a 29 años)Convencionalmente, se cree que la juventud es un interregno entre la

infancia y el mundo de los adultos. La juventud estaba considerada como un “estado de conversión”, como el camino a menudo tortuoso hacia la adultez. La consideración del estatus adulto se asocia a virtudes mitificadas, como madurez, independencia, estabilidad y, sobre todo, identidad segura (Mallan y Pearce, 2003). Dicho de otra manera, la juventud había sido concebida como una especie de “sala de espera” para acceder al mundo de los adultos. El joven, en principio, se prepara para el futuro –su identidad se concebía como una “identidad de proyecto”. Sin embargo, en los últimos tiempos la juven-tud ha dejado de entenderse como una “sala de espera” y se ha convertido en una “sala de estar” (Griera y Urgell, 2002). Podemos afirmar que “la juven-tud” deja de ser un lugar de paso y empieza a ser un punto de llegada o un referente último. La juventud, pues, ya no es solo esta fase intermedia entre niñez y adultez, al contrario, se ha llenado de significados y prácticas sociales específicas, que la dotan de una identidad propia (Merino, 2010: 38-39). A la vez, como ya se ha dicho, la juventud es un referente, un modelo a seguir por todos los grupos de edad.

1.3.2. La juventud como sujeto histórico

La juventud como actor social y como problema de estudio hace su apari-ción en la segunda a mitad del siglo xx. A partir de entonces deja de ser un sim-ple adjetivo y se convierte en un sujeto político y cultural. Se trata de un nuevo actor social que reclama más participación en la vida pública. La generación del 68 rompió con el mundo heredado de sus padres y se erigió en un nuevo actor social. A lo largo de los años sesenta y setenta, los jóvenes, entendidos como un nuevo sujeto social, toman la palabra y ocupan el escenario público (Merino, 2010: 39).

Algunos de los factores que son a la vez causa de la consolidación de la juventud como una fase del ciclo vital de bastante importancia y, por esta razón, digna también de ser estudiada en toda su complejidad, son los siguien-tes (Feixa, 1998):

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a) Estado del bienestar, crecimiento económico y protección social.La consolidación del estado del bienestar en buena parte de Europa o el

crecimiento económico sostenido y el aumento de la protección social en el conjunto de los estados avanzados durante el último siglo es uno de los factores más influyentes en la consolidación de la juventud como un sector con una creciente capacidad adquisitiva y de consumo, a pesar de las dificultades para integrarse en el mercado laboral.

b) Crisis de la autoridad patriarcal y transformación de las estructuras familiares.

Este segundo aspecto tiene una importancia capital al observar fenómenos como el alargamiento de la estancia en el hogar familiar. La crisis de la auto-ridad patriarcal ha provocado, progresivamente, durante las últimas décadas, que las relaciones de desigualdad entre hombre y mujer hayan disminuido, pero no han desaparecido ni mucho menos. Uno de los aspectos en que se ha notado más esta progresiva crisis de un modelo patriarcal es en las relaciones verticales (padres-hijos/hijas).

c) Cambios en el sistema educativo y en el mundo laboral.El alargamiento de la estancia en instituciones educativas aleja a los jóvenes

del sistema productivo y hace que tomen distancia respecto a las relaciones de clase vividas en su familia de origen (Parsons, 1972). Talcott Parsons fue el pri-mero en emplear el término cultura juvenil en los años cuarenta, en el sentido de que los jóvenes estaban creando un orden social diferenciado de los adultos. En las instituciones educativas se estaría formando una “cultura adolescente” diferente de la cultura adulta, con un sistema propio de normas y valores. Esta nueva cultura, en la que participarían todos los jóvenes sin distinción de clase, sería, en el fondo, funcional para su integración social. La escolarización gene-ralizada y el retraso que se produce en el ingreso en el mundo laboral hace que muchos jóvenes se queden mucho tiempo en casa de los padres y adopten unas pautas de identidad más fundamentadas en el ocio que en el trabajo. La situa-ción de crisis y las dificultades que tienen los jóvenes para acceder al mundo del trabajo explican en buena parte el alargamiento del tiempo de estancia en el domicilio de los padres.

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La condición social del joven universitarioSi entendemos la juventud, básicamente, como un periodo de formación, al

joven “le toca” estudiar y prepararse para el futuro, tanto si opta por el acceso a la educación universitaria como por la formación profesional. A pesar de que a menudo hablamos de la juventud como si se tratara de un grupo social unifor-me, se constata la existencia de una gran diversidad de situaciones. En función del origen familiar, el nivel educativo y las circunstancias laborales, podemos hablar de diferentes tipos de jóvenes. Es por este motivo por el que se constata la existencia de una gran pluralidad de culturas juveniles.

Los estudiantes universitarios, por ejemplo, viven una situación singular. Se trata de un tipo de “ser anómico”, que vive el problema de la identidad como un problema vital. La identidad personal se pone a prueba a un nivel simbó-lico, especialmente en el tiempo de ocio y rodeado de sus iguales (Bourdieu y Passeron, 1970). Para una gran cantidad de jóvenes, y especialmente para los estudiantes, el proceso de definición de la propia identidad en esta etapa vital y la falta de vinculación directa y estable con el mundo laboral los predispone a adoptar identidades provisionales que, tal como se ha apuntado, se forman preferentemente en el ámbito del ocio.

1.3.3. La significación cultural del ocio

El ocio se ha convertido en una instancia privilegiada y cargada de signifi-cado dentro de la experiencia vital de los individuos. El ocio ha pasado a ser considerado un tiempo protagonizado por los propios jóvenes y cargado de significación propia, desvinculado del tiempo de trabajo y del tiempo de estu-dio. El ocio es aprehendido como el tiempo privado por excelencia, y percibido como tiempo propio, sin ningún tipo de control adulto. Se trata de un tiempo (des)normativizado y opuesto al de las “obligaciones” sociales que determina la familia o la escuela (Cardús y Estruch, 1984).

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Figura 9. Los jóvenes dedican especial atención a su aspecto externo y a su identidad.

Así pues, en las últimas décadas el consumo ha ganado importancia y significación respecto al trabajo, lo cual ha favorecido el nacimiento de una mentalidad radicalmente nueva en cuanto a la manera en que los individuos entienden la relación entre ocio y trabajo.

En la mayor parte de sociedades desarrolladas, los adolescentes crean y recrean sus formas de identidad. Los jóvenes se dotan de espacios y tiempos específicos en los cuales pueden ensayar y poner a prueba sus identidades pro-visionales y prácticas propias.

En el Estado español, por ejemplo, han proliferado fenómenos como el botellón, que solo se pueden entender como una expresión social genuina de la juventud que reclama sus espacios exclusivos y sus formas de diversión poco convencionales.

Las culturas juveniles se configuran históricamente en los países occidenta-les sobre todo durante los años cincuenta y sesenta, a medida que se alarga la etapa juvenil. La cultura juvenil incorpora unos rasgos específicos como, por ejemplo, un lenguaje propio (argot), unos estilos y gustos culturales (músicas), una indumentaria o lenguaje corporal distintivo (moda, tatuajes, peinados, etc.).

El actual concepto sociologicocultural de juventud tiene que incluir el hecho de un sentimiento de pertenencia común de la juventud como grupo

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de edad, con actitudes y pautas de comportamiento determinadas y su propia idealización sociocultural como valor (el joven como bien cultural sumamente valorado).

1.4. Las culturas creativas

“El consumo es, por sí mismo, una especie de autocreación de identidades, de

espacio, de formas culturales con sus propias formas de potenciación cultural de las

capacidades de los individuos y los grupos.” (Paul Willis, Cultura viva)

La expansión de los medios de comunicación de masas, y particularmente la televisión, ha contribuido a la creación de una “cultura mediática juvenil” de carácter global, que ha favorecido la articulación de un lenguaje universal para jóvenes en todo el mundo a través de los mass media. Durante la década de los ochenta y noventa del siglo pasado la expansión de los medios de comunica-ción contribuyó a la creación de una cultura global y compartida entre muchos jóvenes. Este proceso se ha acentuado los últimos años con los procesos de digitalización y de expansión de las TRIC y las redes sociales. La progresiva glo-balización de los medios de comunicación y la ruptura de la dicotomía clásica espacio/tiempo ha provocado una llegada masiva y compartida entre muchos jóvenes de una serie de valores compartidos.

Las series de televisión de adolescentes y para adolescentes son una de las fuentes más potentes de transmisión de valores y a la vez de creación de senti-do. Son una fuente directa de transmisión de estereotipos sociales y de valores, los consideremos positivos o negativos. Series como Sensación de vivir, Melrose Place, Buffy Cazavampiros, Dawson’s Creek, One Tree Hill, h2o, Gossip Girl, Al salir de clase, Un paso adelante, SMS, Física o química, Rebelde Way, Rebelde, Hannah Montana, Pretty Little Liars, y todas las variantes posibles así como la consolida-ción de canales (Disney Channel o MTV), en que podemos ver continuamente series de este estilo, quiere decir que algo ha cambiado.

Por otro lado, el nacimiento de un mercado adolescente (el teenage market) ha comportado la creación de un espacio de consumo específicamente desti-nado a la juventud, que se ha convertido en un grupo de capacidad adquisitiva creciente. Aparecen nuevos productos (videojuegos, smarthphones, tabletas,

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películas, ropa deportiva, etc.) dirigidos a los jóvenes que –a pesar de la crisis– disponen de ocio y dinero. Muchas marcas han pensado en productos (diseño y precios ajustados) dirigidos exclusivamente a los jóvenes –o, incluso, se han articulado marcas enteras en función de un consumo continuo y bajo precio.

Lo que define el estilo asociado a una cultura juvenil es el uso y la forma activa de organizar los bienes simbólicos y culturales. Lo que hacen las indus-trias culturales o los materiales de la cultura popular es procurar recursos simbólicos a partir de los cuales, la experiencia, la identidad y la expresión juveniles se amoldan creativamente y se generan nuevas actividades culturales.

Tenemos que tomar en consideración el uso y las formas de apropiación social de la cultura y el papel que estas pueden desempeñar en la conforma-ción de las identidades juveniles. En Cultura viva, Paul Willis (1988) destaca las diversas formas de ser joven y la extraordinaria creatividad cultural asociadas a la gente joven. Es importante centrarse en las prácticas socioculturales de los jóvenes: los jóvenes como sujetos sociales y consumidores proactivos (prosu-mers), a la vez consumidores y productores sociales.

El joven adquiere un rol activo en la definición de su propia identidad, que se expresa de diferentes maneras y en varias situaciones. Los ejemplos no se acaban nunca. En la interpretación creativa de la música pop, en la interac-ción con las múltiples pantallas, en los gustos musicales, en el consumo del vídeo o en el uso de los videojuegos. Finalmente, y también en relación con la importancia que adquiere el consumo en la vida de la juventud de hoy, la ropa, el peinado, etc. son indicadores claros de las orientaciones que toman los diferentes grupos.

1.5. La cultura de la virtualidad real

Uno de los conceptos más recientes en las ciencias sociales y que afecta de pleno al mundo de la comunicación es el de cultura de la virtualidad real, pro-puesto por Manuel Castells. El concepto forma parte de su planteamiento de analizar la sociedad actual como una sociedad red. Su propuesta teórica es que “la cultura de la sociedad red global es una cultura de protocolos que permiten la comunicación entre diferentes culturas sobre la base no necesariamente de valo-res compartidos, sino de compartir el valor de la comunicación” (Castells, 2006: 69). La cultura de la sociedad red es una cultura de protocolos de comunicación

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entre la diversidad de culturas en todo el mundo, que se desarrolla basándose en un valor compartido en el poder de las redes, y el valor añadido que se obtiene mediante las diferentes interacciones que cada cual puede aportar.

Las comunidades virtuales en Internet también son comunidades, es decir, también generan diferentes formas de relación, aunque no tengan las mismas características que las comunidades físicas. Son comunidades formadas por miembros con intereses comunes, con objetivos o valores que comparten: jugar a un juego en línea con una serie de personas que tienen en común la pasión por aquel juego, intercambiar comentarios sobre la serie favorita, conocer a gente para encontrar nuevos amigos o pareja, colaborar con el conocimiento por una disciplina, formar parte de un proyecto solidario y participar en él, establecer y cooperar en la lucha por los derechos laborales, vecinales o de cualquier otro tipo, en definitiva, compartir con cualquier persona del mundo a partir de objetivos o valores en común una serie de ámbitos o situaciones que son imposibles en el círculo más cercano de las interacciones cara a cara que podemos establecer a lo largo de la vida.

Figura 10. Para los jóvenes tienen una especial importancia las relaciones interpersonales que se establecen en el tiempo de ocio.

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La noción de comunidad virtual pone de manifiesto la existencia de apoyos tecnológicos que fomentan la sociabilidad, que son diferentes de otras formas de interacción social pero no inferiores a ellas. Los dos tipos de sociabilidad se refuerzan. Internet permite la conexión entre personas o grupos en diferentes partes del mundo que quieren desarrollar proyectos personales; proyectos que den sentido a sus vidas y que superen los límites que marcan las relaciones más locales centradas en la familia, el grupo de amigos o los compañeros del trabajo.

Con la introducción de las tecnologías de la información y la comunica-ción, la digitalización y la revolución del web 2.0, la unidireccionalidad de la comunicación que iba desde un emisor hasta un receptor ha sido radicalmente modificada y ahora todo el mundo puede actuar y puede convertirse en un creador. Por ejemplo, las comunidades de jugadores que juegan a videojuegos en línea, o las comunidades de fans, ya no tienen que ser vistas como integra-das por los “usuarios pasivos” de las teorías de la comunicación clásica. Hay líneas de investigación, como veremos más adelante, que reclaman la posibili-dad de estudiar desde otro punto de vista lo que tradicionalmente se ha cata-logado como adicciones, enfermedades o comportamientos irracionales de los “fanáticos” de cualquier fenómeno cultural.12

A pesar de esta visión negativa, no se trata solo de “instrumentos adictivos”: los videojuegos también pueden ser creaciones artísticas comparables al cine. Como otros recursos culturales dentro de esta cultura de la virtualidad real, pueden ser herramientas de aprendizaje y socialización que aportan a los juga-dores competencias y habilidades instrumentales y no instrumentales.

La sociabilidad virtual también es real. Uno de los aspectos que los críticos ponen de manifiesto respecto a la sociabilidad por Internet es que permite mentir o, como mínimo, esconder ciertas verdades. Pero debe decirse que nada más y nada menos que en la vida física. Es evidente que en la vida –tanto física como virtual– las personas mienten, construyen imágenes distorsionadas de sí mismas, pero también dicen la verdad y se comunican con sinceridad. No hay separación entre la vida que tenemos presencialmente y la vida virtual. Como dice Manuel Castells, “vivimos con Internet”.

12. No nos costaría mucho, si hiciésemos un seguimiento en los medios de comunicación, encon-trar muchas referencias a los efectos nocivos, patológicos o compulsivos de los videojuegos y, por lo tanto, de sus fans.

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Internet no es un espacio en que simulamos otra vida (Internet también lo permite); no se trata de un tipo de separación esquizofrénica entre el mundo real y el virtual. Porque, ¿no es real que consultamos Facebook mientras nos tomamos un café e interactuamos con otras personas desde la distancia? ¿No son reales las transacciones bancarias en línea si tenemos que hacer un traspaso de dinero o tenemos que comprar las entradas del cine? ¿No es real reservar un libro en la biblioteca o colaborar con una ONG? ¿No es real colgar un vídeo en YouTube de nuestro grupo de música y recibir los comentarios negativos o los elogios de todo el mundo? ¿Qué parte de la virtualidad no es real?

Las comunidades que se crean virtualmente establecen relaciones interper-sonales que pueden proporcionar información, sentimiento de pertenencia o refuerzo de las identidades.

Las fronteras entre los medios de masas e Internet cada vez están más difu-minadas. Entretenimiento, información, conocimiento, cultura, relaciones de amistad, uso de los medios de comunicación y otras muchas funciones y tareas que desarrollamos en Internet conviven con nosotros, mezcladas y sin posibilidad de separarlas claramente. Por lo tanto, no es que haya una realidad física y otra virtual, sino que la virtualidad de Internet también forma parte de nuestra realidad. Además, no solamente leemos o miramos pasivamente, sino que creamos, colgamos textos y vídeos, intercambiamos informaciones en la multitud de redes sociales de todo tipo, en definitiva, pasamos a ser también creadores dentro de la red.

1.6. Las redes juveniles

La revolución tecnológica que estamos viviendo y la irrupción de la cultura digital comporta un cambio notable en los parámetros culturales. Como señala Castells, “existe una cultura joven emergente, en la cual los usos lúdicos, explo-ratorios y de sociabilidad son más importantes que los usos instrumentales” (Castells et. al., 2007: 112). Así, pues, los jóvenes utilizan Internet y participan en las redes sociales de manera sui generis, sobre todo para lo que les motiva personalmente: para potenciar las relaciones personales, la sociabilidad, sus preferencias en el ocio, etc. El uso que hacen los jóvenes contrasta con la dis-posición de la mayor parte de los adultos, que hacen un uso más instrumental vinculado al mundo laboral o a las tareas domésticas (Busquet y Uribe, 2011).

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La realidad se enriquece mucho más con las denominadas “nuevas panta-llas”. En tan solo quince o veinte años, la revolución que han provocado las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) comporta un cambio radical en las posibilidades de creación, difusión y participación cultural de los jóvenes y adolescentes. También hay que destacar que estas tecnologías con-tribuyen a modificar las relaciones interpersonales entre los propios jóvenes (Gabelas, Marta y Aranda, 2012). Es por este motivo que José Antonio Gabelas nos habla del factor relacional (R) y propone sustituir el acrónimo de las TIC por el de las TRIC.

Henry Jenkins nos habla de una nueva cultura de la participación y la crea-tividad protagonizada, en gran parte, por la juventud. La cultura participati-va: “[es un tipo de participación que comporta relativamente] pocas barreras hacia la expresión artística y la participación ciudadana, con un gran apoyo a la expresión y el intercambio de creaciones propias y cierto tipo de enseñanza donde lo que saben los más experimentados se transmite a los novatos. Una cultura participativa se caracteriza también porque los miembros creen que su contribución vale la pena y sienten cierto grado de conexión social” (Jenkins, 2008: 3).

Figura 11. Henry Jenkins es el principal artífice de la teoría sobre las culturas participativas.

Ciertamente estas tecnologías hacen posible una participación y creati-vidad más altas por parte de los jóvenes; aun así, existe el peligro de pensar que todos los jóvenes actuales son creativos de una forma innata. No es cierto. Tampoco tienen la exclusiva de la creatividad: hay personas adultas

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que demuestran una vitalidad y creatividad extraordinarias. La realidad es que no todos los jóvenes tienen esta disposición ni esta vocación creativa. Generalmente es una minoría la que marca la pauta y la mayoría sigue las innovaciones que propone la minoría (a pesar de que la mayor parte de jóve-nes sean capaces de usar las TRIC como herramientas básicas de consumo de contenidos).

Se constata que las posibilidades de comunicación que ofrece la Red propi-cian una transformación en las relaciones sociales. El teléfono móvil, el correo electrónico, la mensajería instantánea y, más recientemente, las redes sociales han ampliado la capacidad de mantenerse en contacto, y ofrecen más oportu-nidades para crear y aumentar vínculos sociales gracias a la reducción y a veces la eliminación de obstáculos, como la distancia o el tiempo. Gracias a Internet, es posible gestionar una red de contactos más amplia, disponer de un grado de conciencia mayor sobre la red de contactos personales y también construir comunidades bastante espontáneamente, sobre todo entre la población más joven (Fundación Telefónica, 2011: 50).

No tenemos que entender las redes sociales como un simple artefacto tecno-lógico. Son comunidades que construyen los internautas agrupados por simpa-tía, afinidades o intereses. En pocos años, las nuevas redes se han consolidado y se ha multiplicado el número de usuarios y las aplicaciones, que cada vez son más sofisticadas y eficientes. La mayoría de los jóvenes que toman parte en estas redes lo hacen con finalidades lúdicas –consideran las redes sociales como “una herramienta para relacionarse con los amigos” y para “expresar públicamente sus opiniones y sus intereses”.

En buena parte, gracias a las nuevas tecnologías, los jóvenes pueden crear sus propios espacios y tiempos compartidos, en los que tienen la oportunidad de expresar su condición de jóvenes: la moda, la música, el ocio, etc. Las tec-nologías de la relación, la información y la comunicación abren la posibilidad de explorar mundos diversos y de establecer relaciones entre los propios jóve-nes (Merino, 2010: 57). El contacto es el potencial que los jóvenes más valo-ran en las nuevas tecnologías. “Lo importante no es estar conectado siempre, sino la posibilidad de estar siempre en contacto” (Gil Juárez y Val-Llovera, 2006: 242). Existe la costumbre de revisar constantemente los contactos y los encuentros con los miembros de la pandilla (o grupo de iguales) a través del uso de aparatos y aplicaciones tecnológicas, especialmente el móvil y las redes sociales.

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1.7. Identidad y reputación en la red

Las nuevas tecnologías son, para los adolescentes, un lugar “propio”, un espacio simbólico donde interaccionan, intercambian contenidos y pueden expresar una identidad que de alguna manera tiene que ser (re)conocida por sus iguales. Es un espacio compartido entre individuos que a menudo sien-ten que pertenecen a un grupo afín (Serapio Costa, 2006). En este contexto, adquiere una especial importancia la atención a la imagen (ropa, peinado, peso) y la atención a las relaciones con el grupo de iguales. El uso de la tecnolo-gía les permite generar nuevos espacios de apoyo, sociabilidad y reconocimien-to (Aranda, Sánchez-Navarro y Tabernero, 2009) y, por lo tanto, crear nuevos códigos para habitar estos espacios.

Para los jóvenes, la habilidad para socializarse con sus iguales y hacer amis-tades es un componente clave en su desarrollo como seres humanos compe-tentes. Los espacios en línea ofrecen oportunidades para mostrar cuestiones relacionadas con la moda, el gusto, el cotilleo, etc. Estos contextos se utilizan, en definitiva, como instrumentos de socialización y crecimiento personal. El chisme o la conversación informal pueden parecer actividades intrascenden-tes, pero resultan ser esenciales para reafirmar relaciones y mostrar alianzas o jerarquías entre los jóvenes y adolescentes. El cotilleo, en definitiva, pone de manifiesto nuestra disposición hacia la sociabilidad, que nos permite “gestio-nar” nuestra imagen y nuestra posición en relación con los demás (Busquet y Aranda et al., 2012).

Para finalizar, los jóvenes conectados son los que tienen unos hábitos com-partidos y marcan a menudo la pauta en la participación en la nueva sociedad informacional. Los segmentos de población más madura se contagian de las ventajas de las TRIC. Este proceso de rápida adopción por parte de los sectores más jóvenes de la población y posterior aceptación por parte de los adultos es un patrón que parece repetirse en el tiempo y nos hace pensar que las activida-des que ahora parecen comunes entre los jóvenes probablemente serán habi-tuales para el resto de la sociedad en los próximos años –como ya ha sucedido con la extensión de redes inicialmente universitarias como Facebook, Tuenti e incluso Twitter, a un uso mucho más amplio–, con más “adultos” cada vez.

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2. La cultura fan y los ídolos mediáticos en la era digital

Los mitos y los héroes son creaciones humanas que encarnan las respuestas al deseo de encontrar explicaciones en el sentido existencial. Superman es un personaje originario del mundo del cómic que se llevó a la gran pantalla y que Umberto Eco analizó magistralmente. El personaje de Superman tiene una doble personalidad: es un individuo normal que lleva una vida monótona y gris y de repente se transforma en un superhéroe.

“Una imagen simbólica que reviste especial interés es la de Superman. El héroe

dotado de poderes superiores a los del hombre común es una constante de la imagi-

nación popular, desde Hércules a Sigfrido, desde Orlando a Pantagruel y a Peter Pan.

A veces las virtudes del héroe se humanizan, y sus poderes, más que sobrenaturales,

constituyen la más alta realización de un poder natural, la astucia, la rapidez, la habi-

lidad bélica, o incluso la inteligencia silogística y el simple espíritu de observación,

como en el caso de Sherlock Holmes.” (Eco, 1984: 232-233).

El ser humano se ve reflejado en estos personajes extraordinarios. Ahora bien, como veremos más adelante, con el paso del tiempo, la figura del héroe se humaniza y sus poderes son cada vez más de carácter terrenal, propios de una persona “normal”.

Figura 12. Superman es uno de los grandes mitos de la cultura popular del siglo XX.

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2.1. La fama en la sociedad mediática

En las sociedades modernas, de signo democrático, todo el mundo puede aspirar en un momento de su vida a ser un personaje popular o una celebridad. Como sostenía Andy Warhol todo el mundo tiene derecho a disponer de sus minutos de gloria. Ahora bien, aunque sean muchos los que se sienten llama-dos a ser “importantes”, muy pocos son los escogidos para entrar a formar parte del “Olimpo mediático”. En las sociedades democráticas la fama ya no es un rasgo exclusivo de los miembros de las élites dirigentes. Todo el mundo tiene su dignidad. La fama es una especie de indumentaria vital que es consustancial con la existencia individual (Riviere, 2009a).

La fama, al mismo tiempo, permite distinguir ciertos individuos como rele-vantes entre sus iguales. La fama será, pues, un elemento comunicativo básico, una “tarjeta de presentación” y un elemento definitorio de lo que representa un individuo para los demás. Se trata de un fenómeno muy estructural. La fama es un instrumento imprescindible para entender la dinámica de los indi-viduos socialmente excelentes que hoy compiten en el “mercado del interés público” creado por la realidad mediática. Sin embargo, la fama es frágil, ya que, a menudo, es el producto de los rumores, los comentarios y las opiniones de los otros. Y, en un entorno donde las noticias y los acontecimientos se suce-den muy rápidamente, la fama es todavía más evanescente.

A continuación, y esquemáticamente, exponemos tres tipos de fama presen-tes en la sociedad mediática.

En primer lugar, las personalidades que destacan son las que ocupan car-gos de responsabilidad relevantes y que configuran la élite del poder (Mills, 1993). Se trata de una categoría de personajes cuyos comportamientos y deci-siones influyen o pueden influir decisivamente en la vida de la comunidad. (Curiosamente muchos de estos personajes influyentes en el ámbito de la economía y la política tienden a alejarse de la primera línea de la vida pública y ceden, como veremos seguidamente, el protagonismo a una nueva “élite de la fama y del éxito social”.) Nos referimos a dirigentes políticos, empresariales y religiosos, entre otros, que tienen en sus manos la capacidad de tomar deci-siones que pueden incidir significativamente en las condiciones de existencia de millones de personas.

En segundo lugar, hay una serie de personajes notorios que destacan en el campo del arte, la ciencia, el deporte y el espectáculo que, a pesar de que no

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disponen de mucho poder real, sí logran un protagonismo mediático creciente y pueden llegar a ser un modelo referencial por parte de la ciudadanía. Se trata, como señala Franscesco Alberoni (1963), de la élite sin poder. Nos referimos a los deportistas, los artistas, los actores: no tienen poder para cambiar las vidas de los demás, pero sí tienen un lugar privilegiado en el imaginario colectivo.

Por último, en la sociedad contemporánea aparece, junto a la fama de los personajes notorios mencionados, otro tipo de fama asociada a personas “nor-males” o relativamente normales que son (re)conocidas simplemente por su presencia más o menos continuada en los medios. Es lo que podemos llamar la “fama igualitaria”, que expresa un tipo de fama que tiene muy poco que ver con la idea clásica de excelencia, basada en el talento y el mérito. Cualquier individuo, sea de la condición que sea, puede volverse famoso sin haber hecho, necesariamente, nada extraordinario.

Figura 13. Personajes de la edición de Gran hermano de 2012, retransmitido por Tele5.

Algunos programas de televisión como por ejemplo Gran hermano han crea-do, o contribuido a crear, una nueva élite social (sin riqueza, sin poder y sin prestigio) que es conocida y (re)conocida simplemente por su presencia más o menos continuada en determinados espacios de televisión y, de paso, en el mundo de la prensa, la radio e Internet. Se trata de una fama efímera que afecta a individuos cuyo único mérito es haber participado en los medios. Para ser famoso en nuestro tiempo basta con llamar la atención de los medios de comunicación social y, especialmente, de la televisión.

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Es cierto que Internet empieza a tener una cierta relevancia en la creación de celebridades, dado que algunas personas “anónimas” consiguen, mediante su participación en vídeos colgados en YouTube, páginas web, blogs perso-nales, etc., llamar la atención de una parte de la ciudadanía. La web celebrity puede entenderse como una persona famosa principalmente porque ha creado contenidos en Internet o ha aparecido en contenidos divulgados a través de Internet, y porque es reconocida ampliamente por la audiencia de la web (Pérez y Gómez, 2009). Ahora bien, todavía hoy, la consagración de las estrellas del ciberespacio (las web celebrities) llega, sobre todo, en el momento que trascien-den el ciberespacio y son reconocidas por la televisión y los medios tradiciona-les. Los casos más claros se producen con artistas en el área musical, incluido el fenómeno de Justin Bieber u otros similares. Sin embargo, las cosas pueden evolucionar rápidamente. Las formas de exhibición y de participación cultural están cambiando y no se sabe todavía como pueden evolucionar.

2.2. La fábrica de las estrellas

El star system fue un invento de origen europeo, pero fue la potente indus-tria cinematográfica norteamericana la que explotó la fama y la popularidad de sus astros para atraer la atención y fidelizar la afluencia de los espectadores a las salas de cine y asegurar el éxito comercial de los films en todo el mundo.

Algunas stars pueden ser un tipo de producto de laboratorio; aun así, su ascensión y consagración dependen del reconocimiento del público. Su culto se basa en su capacidad de seducción y de atracción. Este no se puede imponer.

La estrella, objeto de culto y admiración, fue promocionada por la naciente industria cinematográfica como instrumento de atracción del público. En la era dorada de Hollywood las primeras heroínas del star system, extraordinariamen-te bien pagadas, fueron producto de un proceso de creación muy sofisticado que respondía a un diseño claro para satisfacer ciertas expectativas del público. Por ejemplo, el título del irónico libro de la guionista Anita Loos: Los caballeros las prefieren rubias... pero se casan con las morenas.

Una vez que ha nacido una estrella, existe un complejo sistema formado por profesionales y expertos en comunicación que se dedican a su promoción. La fugacidad de la fama en el mundo del celuloide representa para la estrella una exigencia constante de renovación y de reinvención. Productores, directores,

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estilistas, diseñadores y agentes artísticos colaboran en la creación de una ima-gen o de un modelo identificable de lo que podríamos denominar “industria de la individualidad”.

Las estrellas más cotizadas de Hollywood llevaban una vida de ocio basada en el lujo y la ostentación. En el momento álgido de su carrera mantenían un estilo de vida que reproducía el modelo de vida aristocrático o, incluso, de la realeza. Grace Kelly hizo realidad el sueño de muchas estrellas de formar parte de la realeza de verdad. “Casándose con el príncipe de Mónaco, Grace Kelly hizo realidad, cincuenta años más tarde, lo que las divas de Hollywood habían soñado” (Alberoni, 1983: XII). Y no solamente lo habían soñado las estrellas: lo había soñado la mayor parte de la población americana.

La obligación de la estrella, más allá de las interpretaciones profesionales, era asistir a las fiestas, celebraciones y galas de entrega de premios. El estilo de vida que lleva la estrella en la vida real y la imagen que proyecta (que difunden las revistas) la acerca a menudo al tipo de vida de los personajes imaginarios que interpreta en las películas.

Marilyn Monroe o James Dean llegaron a ser las estrellas más luminosas de la constelación: su muerte prematura y en circunstancias extrañas convirtieron a ambos en auténticos mitos del siglo xx. La desaparición de estos dos astros anuncia el crepúsculo del star system de la época dorada del cine.

Figura 14. Marilyn Monroe se ha convertido en un icono universal de la historia del cine.

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A principios de los años sesenta la industria cinematográfica entra en crisis ante la irrupción de la televisión y otras alternativas para el tiempo de ocio familiar. La crisis del cine comporta una transformación drástica del star system tradicional que pasa por una profunda desmitificación de las estrellas. Se pro-duce, como señala Dyer, un proceso de creciente “humanización” de los astros del cine.

“En los inicios, las estrellas eran dioses y diosas, héroes, modelos, encarnaciones

de los ideales de comportamiento. En los últimos tiempos, las estrellas son figuras de

identificación, gente como nosotros mismos, encarnaciones de los modos típicos de

proceder.” (Dyer, 2001: 39)

Curiosamente, en el momento en que se supera la época dorada del cine de Hollywood, la fábrica del star system se traslada a otros sectores de activi-dad. La estrategia seguida por la industria de Hollywood fue, en buena parte, imitada posteriormente por los otros sectores de la actividad del espectáculo. Así, el mismo fenómeno que se había producido en el caso de las estrellas del cine se trasladó al mundo de la música, muy especialmente en los intérpretes musicales. Por tanto, los Beatles o los Rolling Stones consiguieron tener una extraordinaria notoriedad en todo el mundo y motivaron la creación de grupos de fans en muchos países occidentales.

Ahora bien, en este proceso no todas las estrellas pertenecen a la misma categoría. La mayor parte son cada vez menos iconos y más personajes de carne y huesos. Los iconos del mundo del espectáculo rivalizan con los iconos del mundo del deporte, que también están extraordinariamente bien pagados. Muchas de estas estrellas se han convertido en un reclamo imprescindible para la industria de la publicidad, que recurre a estos personajes paradigmáticos para anunciar las marcas y los productos comerciales. Ahora ya no son “divinida-des”, ni astros luminosos, son personajes bastante normales.

Parte de la importancia o del misterio de las primeras estrellas radicaba en la capacidad que ellas mismas o que los estudios tenían para controlar su vida privada y la exposición de esta a los medios de comunicación. En el momen-to en que, bajo el argumento de que son “personas públicas”, se los expone intensivamente a los medios de comunicación, dejan de ser tan deseados. Pierden no solamente parte de su glamur, sino también parte de su misterio. Son humanos.

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2.3. La fama televisiva

En la segunda mitad del siglo xx la televisión se ha convertido en el prin-cipal escenario y, a la vez, la fábrica de creación de famosos y ha favorecido la creación de comunidades de fans que siguen algunos seriales televisivos, pro-gramas concursos y los llamados reality shows.

Como señala Margarita Rivière (2009a), el personaje mediático, trans-formado en icono y celebridad, actúa como símbolo, embajador de valores y modelos sociales y creador de opinión en todos los terrenos (desde la estética hasta la ética). También es impulsor de cambios sociales.

La televisión muestra una serie de personajes que la audiencia percibe como relevantes y dignos de atención por el simple hecho de aparecer a la televisión. El medio es su principal avalador. Gracias a la televisión los personajes que pro-vienen de otros mundos –como el cine, el teatro, el arte, la literatura, la música, el diseño, la moda y el deporte– se han convertido en figuras (re)conocidas y admiradas. Ahora bien, la televisión también ha generado sus propios famosos estrictamente televisivos. A pesar de ello, la hegemonía televisiva ha sido un factor destructivo del carisma y el misterio que acompañaba a los grandes per-sonajes en las sociedades tradicionales. La presencia constante, casi cotidiana, de algunas figuras tiene un carácter desmitificador. Los actores y actrices, los presentadores de noticias y de los shows televisivos, las estrellas de cine y otros se convierten en figuras familiares que sorprenden cada vez menos. Son, de alguna manera, “parte de la casa”.

La fama se entiende, mediáticamente, como el mérito capaz de atraer audiencias y los consiguientes beneficios que ello comporta. Así, como vere-mos seguidamente, la televisión se ha propuesto como objetivo la creación y difusión de famosos profesionales.

2.4. Los reality shows como nueva fábrica de famosos

Los programas de telerrealidad, como Gran hermano u Operación triunfo han aportado un nuevo tipo de formatos televisivos. Este nuevo género (o “hipergé-nero”) televisivo comporta una nueva forma de hacer televisión y, lógicamen-te, una nueva forma de mirarla.

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Para profundizar en el estudio de los reality shows, véase el trabajo siguiente:Daniel Aranda (2007). Estudis de recepció i consum cultural: Comunitats interpretatives i fans. El cas de Gran Hermano. Tesis doctoral.

El éxito de este tipo de programas pone de manifiesto que la televisión es la principal fábrica de relatos de la cultura popular de la época contemporánea. La neotelevisión ha cruzado la frontera de la propia televisión y se ha convertido en un auténtico “fenómeno social”. La televisión se refiere cada vez menos a la realidad extratelevisiva y crea una realidad propia protagonizada por perso-najes televisivos: es un espectáculo que, como la novela, tiene la verosimilitud como principal valor narrativo (Sáez, 2002: 15). Muchos famosos actuales son productos televisivos. Su fama se desvanece el día que dejan de aparecer en la pequeña pantalla.

2.5. Tres miradas sobre la “cultura fan”

“Los fans constituyen el segmento más activo del público mediático, que se niega

a aceptar sin más lo que le dan e insiste en su derecho a la participación plena.”

(Henry Jenkins, 2008)

Actualmente se usa el término fan en relación con los seguidores incon-dicionales de determinados grupos musicales, equipos deportivos y, especial-mente, los admiradores entusiastas de las figuras o estrellas más destacadas. Los fans adoran a sus ídolos (y los ídolos son adorados por los fans). Son las dos caras de una misma moneda. Su forma abreviada, fan, apareció por primera vez en Estados Unidos a finales del siglo xix en descripciones perio-dísticas que retrataban a los seguidores de equipos de deporte profesionales (especialmente de baloncesto), en una época en que el deporte empezaba a dejar de ser una actividad predominantemente participativa para convertirse en un espectáculo.

El fenómeno fan es bastante minoritario, pero es importante diferenciarlo del friquismo, aunque a menudo tengan algunos puntos de contacto y, cierta-mente, en sus inicios a menudo se podían confundir. El friqui es una persona

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interesada y obsesionada por un tema, afición u hobby. El friqui es un tipo de “personaje anónimo” que destaca por su singularidad y extravagancia.

2.5.1. Lo hacen como estigma social

La palabra fan arrastra desde su origen una serie de connotaciones negativas, lo cual hace que los miembros de las diversas comunidades de fans se puedan sentir incómodos. La cultura fan, el fandom, a menudo va acompañada de la marca de un estigma social y el comportamiento de los fans “es visto como un comportamiento excesivo, desmesurado o que pasa de la raya” (Jenson, 1992: 9). Afortunadamente esta percepción está cambiando y algunos grupos de fans han adquirido un protagonismo y visibilidad social más grandes gracias a las “redes sociales”, y son cada vez más respetados.

La palabra fan presenta o ha presentado (hasta no hace mucho) un carácter despectivo. Desde la perspectiva del sentido común a menudo los fans no son muy bien vistos: a menudo son despreciados o estigmatizados.

Como dice Henry Jenkins:

“Fan es una forma abreviada de la palabra fanático, que tiene su raíz en el vocablo

latino fanaticus. En su sentido más literal, fanaticus procede de fanus, que significa

básicamente “de o perteneciente al templo, un servidor del templo, un devoto”, pero

rápidamente adoptó unas connotaciones más negativas: “Relativo a personas inspi-

radas por ritos orgiásticos y delirios entusiastas” (Oxford Latin Dictionary).” (Jenkins,

2010b: 23)

Al hablar de fans, el tópico nos hace pensar en chicas jóvenes o adolescen-tes, seguidoras incondicionales y apasionadas de las estrellas del mundo de la música, el cine, la moda o el deporte. A menudo se mantiene una imagen simplista y estereotipada que asocia el fenómeno fan con chicas adolescentes (Martínez, 2002: 25). Justo es decir que, a pesar de que a menudo los prota-gonistas de estas formas culturales son chicas jóvenes, no es un fenómeno exclusivamente femenino, ni juvenil, ya que los adultos también participan en él. Como acabamos de decir, no podemos confundir el fenómeno fan con el friquismo.

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© UOC 254 Sociología de la comunicación

“Se describe a los fans como unos «excéntricos», obsesionados por las trivialida-

des, los famosos y los coleccionables; como unos inadaptados y «chiflados»; como

«muchas mujeres con sobrepeso, muchas mujeres divorciadas o solteras»; como

adultos infantiles; en resumen, como personas con poca o casi ninguna «vida pro-

pia», aparte de su fascinación por este programa concreto.” (Jenkins, 2010b: 23).

La visión negativa de los fans ha sido llevada al cine por algunos directores que tratan el fandom como la manifestación de una nueva patología social. Encontramos representaciones similares de peligrosos fans en películas como Fundido a negro (1980), El rey de la comedia (1983) y Misery (1990), que retratan a los fans como personas aisladas, inmaduras social y emocionalmente, inca-paces de encontrar un lugar en la sociedad.

Figura 15. Cartel de la versión original de la película The King of Comedy.

Algunos casos aislados de acoso y la presión a la que se ven sometidas las grandes figuras del mundo del deporte o del espectáculo contribuyen a man-

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tener el estigma que afecta la imagen de los fans. A menudo se presenta al fan como un psicópata peligroso. Sin embargo debemos pensar que estas situacio-nes, tan lamentables, son muy excepcionales. Pero una mirada más atenta nos permite constatar que estos casos de violencia no son habituales (a pesar de que los medios los magnifiquen y nos induzcan a pensar lo contrario).

El fenómeno fan también ha sido ignorado por los académicos e intelec-tuales. Las personas “cultas” no pueden admitir dentro de los confines de la Cultura (con mayúscula) lo que se consideran unas manifestaciones culturales “muy vulgares”, ligadas a la cultura de masas. Se trata de una cultura (con minúscula) de una calidad discutible y protagonizada por los llamados fans, movidos por actitudes “exaltadas” y de carácter “irracional”. La cultura fan surge como una cultura desde los márgenes que se contrapone abiertamente a la Alta Cultura.

Por último, es importante señalar que tampoco la mayor parte de investi-gadores se habían tomado muy seriamente el estudio de una realidad conside-rada, como mínimo, excéntrica. Como señala Joli Jenson (1992) en Fandom as Pathology, el fenómeno fan se produce ante la mirada distante y crítica de los propios estudiosos. “La literatura sobre el fandom ha usado imágenes propias de desviación y estigmatización social. El fan es definido –como sugiere la palabra original– como un fanático potencial”.

En definitiva, el “fan(atismo)” ha sido presentado como un hecho apasiona-do, irracional y caótico. Pero es este un planteamiento poco apropiado para la comprensión del fenómeno. Al tratar el tema en la actualidad, se tiene que evi-tar una serie de tópicos que envenenan la cuestión. No se trata, necesariamen-te, de formas culturales minoritarias, ni de grupos sociales marginales. Los fans no son seres aislados y solitarios (como podrían ser o parecer algunos friquis).

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© UOC 256 Sociología de la comunicación

Tres miradas sobre la “cultura fan”

ESTEREOTIPO SOCIALPerspectiva de “sentido común”

LA MIRADA SOCIOLÓGICAJ. B. Thompson

LOS ESTUDIOS CULTURALESH. Jenkins

Término despectivo Estudio del fenómeno fan con una vocación descriptiva y comprensiva

Estudio del fenómeno fan desde una perspectiva her-menéuticaImplicación personal dentro de la comunidad

Movimiento excepcional →

forma de conducta irracional y caótica

Comportamiento habitual

Hecho social complejo, pro-fundamente estructuradoRegido por pautas y normas convencionales

Las comunidades organizan su tiempo de forma signifi-cativa

Inteligencia colectiva

Se trata de un comporta-miento patológico

Solo en casos excepcionales se puede hablar de patología

Hay un estigma social muy fuerte, pero se trata de una actividad sana

Protagonizada por chicas jóvenes adolescentes

Protagonizado por diferentes grupos de edad

Protagonizado por diferentes grupos de edad

Comportamiento más bien individual

Seguidoras incondicionales y apasionadas de las estre-llas del mundo del cine, la música, la moda o el deporte

Comportamiento grupal

Comunidades integradas por miembros que comparten una misma afinidad

Las comunidades no están localizadas en el espacio ni en el tiempoNo son necesariamente gru-pos minoritarios

Comportamiento grupal

Relacionada con la cultura de masas

Relacionada con la cultura mediática, la cultura popular y también determinadas expre-siones de alta cultura

Relacionado con todo tipo de manifestaciones culturales

Encuentra en las “redes sociales” un terreno de expre-sión óptimo

Fenómeno actual Fenómeno histórico Fenómeno histórico

Signo de decadencia cultural Signo de riqueza y rivalidad cultural

Signo de riqueza y rivalidad cultural

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2.5.2. Una mirada sociológica sobre el fandom

John B. Thompson considera que el fenómeno fan (el fandom) se tiene que entender como un hecho social normal surgido en el contexto ordinario de la vida cotidiana de muchas personas, que, en determinados momentos, viven de forma apasionada y obsesiva su afición y organizan buena parte de su actividad diaria en función de esta. Los estudiosos británicos usan una expresión feliz, fandom, en relación con el dominio o reino de los fans.

Figura 16. El cantante canadiense Justin Bieber rodeado de seguidores y fans en un concierto.

Los fans no necesariamente son los “otros”. Todos podemos ser fans en un momento u otro de nuestra vida (aunque sea algo pasajero). Según Thompson, los fans en general dedican una parte sustancial de su tiempo de ocio a multi-tud de actividades sociales rutinarias, como por ejemplo coleccionar fotos, dis-cos, casetes, vídeos, etc. Los fans organizan la vida en función del seguimiento habitual de una determinada afición (por ejemplo, ser seguidor de un equipo de fútbol, de una estrella de cine, de un conjunto musical o de un serial televi-sivo). Huelga decir que estas actividades aportan muchas compensaciones a los miembros de la comunidad.

El hecho de ser fan se fundamenta “en relaciones de familiaridad [no recí-procas] con personajes famosos”, y esta relación es lo que da sentido y propó-sito a las actividades que se realizan dentro de la comunidad fan.

“De una forma u otra, la mayoría de los individuos en las sociedades modernas

establecen y mantienen relaciones no recíprocas de familiaridad con otras distantes.

Los actores y actrices, presentadores de noticias y de los shows televisivos, estrellas

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de cine y otros se convierten en figuras familiares y reconocidas que con frecuencia

forman parte de las discusiones de la vida cotidiana de los individuos.” (Thompson,

1998: 285).

Obviamente, la actividad de los fans va mucho más allá del culto a las gran-des estrellas del mundo del cine o de la televisión. Muchos fans del mundo del deporte, por ejemplo, pueden desarrollar vínculos de lealtad muy estrechos respecto a los colores de su equipo, más allá de la admiración que sienten por determinados jugadores.

El fandom es un hecho social complejo, profundamente estructurado y regi-do por una serie de pautas y normas convencionales. Según este autor británico (de origen norteamericano), ser fan implica una forma de organizar reflexiva-mente el yo y sirve para dirigir una parte significativa de la propia actividad y establecer un tipo de interacción con los demás.

“Ser un fan es organizar la vida diaria de uno mismo de tal manera que el segui-

miento de una determinada actividad (tal como ser un espectador de deportes), o

el cultivo de una relación con determinados productos mediáticos o géneros, llega

a constituirse como una preocupación central del yo y sirve para dirigir una parte

significativa de la propia actividad e interacción con los demás. Ser un fan es una

forma de organizar reflexivamente el yo y su conducta diaria. Visto de este modo, no

existe una clara división entre un fan y un no fan.” (Thompson, 1998: 287).

El proceso de formación del yo depende cada vez más del acceso a las formas mediáticas de comunicación tanto impresas como, posteriormente, electróni-cas. El fandom tiene una trascendencia especial en la época de la adolescencia, dado que el joven pasa una etapa de transición especialmente intensa y nece-sita (re)afirmarse y a menudo convierte a sus ídolos mediáticos en un referente constante en la propia vida.

El fenómeno fan, pues, es un hecho relativamente normal. A pesar de que algunos sectores de la opinión pública y de la intelectualidad tienen tendencia a considerar el fenómeno como un tipo de lacra social, solo se puede hablar de enfermedad en casos excepcionales, cuando el individuo sufre una adicción compulsiva que le hace perder el control sobre su vida. Se trata, evidentemente, de hechos y de situaciones extremas y muy ocasionales.

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Para profundizar en el estudio de la cultura fan reco-mendamos:Jenkins, H. (2010). “¿Es que no tenéis vida propia?» Fans, piratas y nómadas” En: Jenkins, H. Piratas de textos. Fans, cultura participativa y televisión (pág. 21-35). Barcelona: Paidós.

Véase tambiénAranda, Daniel; Sánchez-Navarro, Jordi; Roig, Antoni (coord.). Fanáticos. La cultura fan. Barcelona: UOC, 2013.“Los fans han sido tradicionalmente menospreciados como objeto de estudio serio para las aproximaciones sociológicas y culturales de la comunicación. Los fans son, en muchos aspectos, la sublimación del modelo de consumidor de cultura vulgar carente de cualquier clase de gusto. La legitimidad de los fans como objeto de estudio es relativamente reciente. Sin embargo, en los últimos años, los fans se han consolidado como un tema digno de observación y reflexión. A ello ha contribuido sin duda el establecimiento de una buena base de estudios sobre la comunicación en internet. Las tecnologías digitales, y especialmente la infraestructura de internet, han ocupado un papel central en sus relaciones. Internet amplía y configura las relaciones y la producción de los fans, con lo que se convierte en un agente capital de un cambio cultural. Es imposible dar cuenta de la relevancia social y cultural sin pasar en algún momento por la observación de las comunidades formadas por fans. A pesar de que la producción académica sobre fans es ya extensa en lengua inglesa, no es fácil encontrar textos sobre el tema en español.”

2.5.3. Una mirada hermenéutica

Los estudios culturales han realizado aportaciones significativas al estudio de las comunidades de fans. Proponen una nueva mirada para estudiar el fenó-meno del fandom reivindicando el protagonismo de la audiencia en los proce-sos de consumo y participación cultural. Desde esta óptica, las audiencias no son simples consumidoras pasivas, sino productoras activas de sentido, ya que descodifican los textos mediáticos en función de unas circunstancias sociales y culturales muy particulares.

“El estudio de los fans, aun siendo objeto de importantes polémicas, es el ámbi-

to teórico desde donde más claramente se ha cuestionado la noción tradicional de

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«receptor pasivo» con relación a los media, subrayando la complejidad y diversidad

de las actividades en las cuales pueden formar parte.” (Roig, 2009: 221).

Los estudios culturales quieren alejarse del determinismo textual (S. Hall, 1973). Desde esta óptica, el receptor (des)codifica los mensajes en función de su bagaje cultural, haciendo una lectura singular, diferente y propia. Nadie tiene la certeza de que la apropiación final coincida con el mensaje cifrado por el emisor. Desde esta óptica, la palabra, en el discurso, adquiere el significado definitivo cuando lo interpreta el receptor, que es quien tiene la última palabra. Así, por ejemplo, un mismo programa de televisión puede tener una incidencia muy desigual, por el hecho de poder ser “leído” o “interpretado” de modos bastante diferentes en función de las características y la disposición del públi-co. Todo texto es polisémico y, por lo tanto, está abierto a diferentes lecturas o interpretaciones. Y sobre todo debe tenerse en cuenta que el significado lo otorgan los receptores en el acto de la recepción.

La premisa de este punto de vista es que la interpretación –como diría Gadamer– es un proceso, activo y creativo. Así, se entiende la recepción de los productos culturales básicamente como un proceso hermenéutico que logra una profunda significación cultural. El estudio de las comunidades fans es muy sugerente, porque los fans son productores activos y manipuladores de signi-ficados. Son concebidos como “lectores” que se apropian de los textos y los releen de una manera sui generis en función de sus intereses.

El análisis de la recepción destaca el protagonismo de la audiencia a la hora de interpretar los mensajes que provienen de los medios de comunicación. Los miembros de la audiencia a menudo constituyen “comunidades inter-pretativas”. Los miembros de estas comunidades se convierten en auténticos protagonistas que hacen una lectura muy particular de los materiales o textos disponibles. Mientras que la «lectura», convencionalmente, es una práctica solitaria y privada, los fans consumen textos en el seno de la comunidad pro-pia. No se limitan a leer textos, los releen continuamente, lo cual hace cambiar profundamente la naturaleza de la relación entre el texto y el lector. En este proceso, los fans dejan de ser simplemente una audiencia para los textos popu-lares y se convierten en participantes activos y protagonistas en la construcción y circulación de sentido.

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Yo (también) soy fanJenkins se ha convertido en uno de los estudiosos más sólidos y más reputa-

dos de las comunidades de fans. Jenkins confiesa abiertamente su admiración y su implicación personal en la comunidad que estudia. Según Jenkins, las comunidades de fans a menudo se caracterizan por el rechazo de los valores y de las prácticas mundanas y de carácter consumista.

Como señala Jenkins, el fandom en el ámbito de la ciencia-ficción ha existi-do durante casi cien años y es producto de una larga tradición. Ya formaban una red social (off line) mucho antes de que nadie se planteara su estudio.

La obra de Jenkins, quien desde hace más de veinte años profundiza en el estudio de las comunidades de fans, es extensa y clarividente. Podemos desta-car, entre otras, el estudio realizado en 1992 en Estados Unidos sobre los fans de la serie de ciencia-ficción Star Trek. El autor demuestra que la mayor parte de los miembros de esta comunidad, los trekkies, son chicos adolescentes con una profunda inquietud cultural y una actitud muy abierta. Los trekkies constituyen una de las manifestaciones más sólidas de la cultura fan.

17. Los trekkies forman una comunidad compuesta por los seguidores incondicionales de la legendaria serie Star Trek.

En los estudios de Jenkins los fans aparecen como “lectores” que hacen una interpretación sui generis de los relatos televisivos. No se trataría –como dice el tópico– de un acto de recepción pasiva, ni de un mero acto de consumismo compulsivo. El elemento central de esta aproximación es la tesis de que la audiencia, lejos de adoptar una posición pasiva respecto al sentido de un men-saje que recibe, adopta una posición activa, de modo que construye su propio

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© UOC 262 Sociología de la comunicación

sentido del “texto”, que se puede situar más lejos o más cerca de la “lectura preferida” del emisor.

Inspirándose en textos de De Certeau (1999), Jenkins emplea la analogía de la piratería o de la caza furtiva para describir las relaciones entre lectores y escritores, que establecen una especie de lucha para apropiarse del texto y para el control de los significados. En este caso, lo que es específico de la cultura fan es que los miembros del público son como una especie de cazadores furtivos que “cazan” determinados fragmentos de texto del que hacen una lectura par-ticular e incluso, en algunos casos, una (re)escritura al servicio de los intereses de la comunidad. Los miembros de las comunidades fans aprovechan los “bie-nes saqueados” como base para la construcción de una comunidad cultural alternativa.

2.6. Los fans en la era digital

En el pasado los fans constituían un tipo de comunidades dispersas que, solo ocasionalmente, se reunían o se juntaban para celebrar algunas efemérides y para compartir su pasión. Se trataba de un tipo de actividades que, a pesar de su interés, tenían una escasa o nula incidencia social y cultural.

Internet ofrece la posibilidad de desarrollar una red de relaciones sociales con personas que no se encuentran, necesariamente, localizadas en el tiempo y el espacio. Internet facilita la creación y el intercambio de nuevos contenidos culturales y hace posible que la interacción social sea mucho más viva, inten-sa y continuada en el tiempo. Se trata de un tipo de comunidad en que los individuos se pueden sentir profundamente implicados en el plano personal y emocional.

A partir de los años noventa los fans logran un nuevo protagonismo, ya que se convierten en pioneros en el uso de las nuevas tecnologías de la comu-nicación. Crean los primeros foros de fans en línea y abrazan con entusiasmo las potencialidades comunicativas y creativas de la red. En la actualidad hay infinidad de espacios dedicados a comunidades y creadores de producciones relacionadas con el universo de los fans (Roig, 2009: 230).

La presencia de contenidos culturales generados por los fans permite una difusión mayor y una presencia continuada de la cultura fan en la Red. Como señala Jenkins, lo que se ha producido en los últimos años con la extensión de

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las redes sociales es una mayor visibilidad de la cultura de los fans.

“La red proporciona un nuevo y poderoso canal de distribución para la produc-

ción cultural aficionada. Los aficionados llevan décadas haciendo películas domésti-

cas; estas películas se están haciendo públicas.” (Jenkins, 2008: 37)

Es cierto que muchas de estas aficiones tenían inicialmente un carácter bas-tante extraño y marginal, pero con el tiempo han logrado un protagonismo cultural creciente. En la sociedad actual los fans forman comunidades integra-das por miembros que comparten la misma afinidad y que pueden conseguir una notable difusión de sus actividades. Han pasado de ser un fenómeno minoritario y, a menudo, estigmatizado, a una de las partes más visibles de los públicos contemporáneos. Efectivamente, estos seguidores entusiastas y apasionados configuran un sector del público muy dinámico y cada vez más atractivo para las industrias creativas. En algunos casos se desdibuja la frontera que separa la creación de la recepción. Este es un hecho extraordinariamente significativo.

“Un fan puede convertirse en «productor» desde el momento en que se implica

en un proceso creativo, sea un texto literario, una revista, una obra gráfica, una web

o un film, con el objetivo de integrarlo dentro de un circuito cultural, que puede

estar circunscrito a una comunidad afín a su fandom o un público más amplio.”

(Roig, 2009: 223)

El fan, a pesar de la idea tópica que lo vincula con un consumidor pasivo, resulta ser un actor protagonista de sus actividades de ocio. El fan también es un creador. Lucha para imponer su criterio de calidad y en algunos casos puede destacar y convertirse en una celebridad dentro de la propia comunidad. Su influencia personal y la repercusión social a la hora de marcar tendencias es cada vez mayor.

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Glosario: anomiabienes posicionalesclase ociosaclase socialconsumo ostentosocultura creativacultura de la virtualidad realcultura fan (fandom)cultura juvenilcultura participativadistinción culturalestatus socialestilos de vidafama

fama igualitariafansfreaksgrupos de estatusgustohabitusídolos mediáticosincongruencia de estatusjuventudocionuevo ricoconsumidor proactivo (prosumer)red socialredes juveniles

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