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3 SEPTIEMBRE 2012 INTRODUCCIÓN En el año 2011 los líderes del G20 se comprometie- ron por un incremento sostenible de la productividad agrícola, acordando destinar mayor inversión -pública y privada- a la agricultura, en particular en los países más pobres y sobre todo, teniendo en cuenta a los pequeños agricultores, que siguen jugando un papel de primer or- den en muchas de esas naciones. Necesariamente, enfrentar el problema de la producti- vidad agrícola requiere de respuestas coordinadas en las que participen los gobiernos, organismos multilaterales, el sector privado y la sociedad civil, con el fin de que se generen políticas y acciones adecuadas a las circunstan- cias específicas de los diferentes tipos de agricultores, en países con diversos niveles de desarrollo y políticas agrícola-comerciales diversas. De igual forma, la conservación y mejora de los recursos naturales será un requisito esencial para que los agricul- tores puedan aumentar la oferta mundial de alimentos en los próximos años. RETOS FUTUROS DE LA AGRICULTURA La agricultura mundial enfrentará en las próximas déca- das variados retos. En primer lugar, deberá producir una mayor cantidad de alimentos para una población en cre- cimiento, con mayores ingresos –en algunas regiones- y consumidora de una dieta cada vez más diversa. Le co- rresponderá también contribuir al alivio de la pobreza y al desarrollo en general de muchos países –en particular los más pobres-, en un escenario de creciente compe- tencia por usos alternativos para la tierra y el agua. Pero si lo anterior no fuera suficiente, habría que agre- gar que la agricultura deberá enfrentar los desafíos que representan el cambio climático y su adaptación, la con- servación de la biodiversidad y la restauración de los ecosistemas más frágiles. * Raúl Ochoa Bautista, Especialista Agropecuario “A” de la Dirección General de Operaciones Financieras, ASERCA/SAGARPA.

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SEPTIEMBRE 2012

INCREMENTAR LA PRODUCTIVIDAD AGRÍCOLA, INCREMENTAR LA PRODUCTIVIDAD AGRÍCOLA, INCREMENTAR LA PRODUCTIVIDAD AGRÍCOLA, EL DESAFÍO EN CUESTIÓNEL DESAFÍO EN CUESTIÓNEL DESAFÍO EN CUESTIÓN

INTRODUCCIÓN

En el año 2011 los líderes del G20 se comprometie-ron por un incremento sostenible de la productividad agrícola, acordando destinar mayor inversión -pública y privada- a la agricultura, en particular en los países más pobres y sobre todo, teniendo en cuenta a los pequeños agricultores, que siguen jugando un papel de primer or-den en muchas de esas naciones.

Necesariamente, enfrentar el problema de la producti-vidad agrícola requiere de respuestas coordinadas en las que participen los gobiernos, organismos multilaterales, el sector privado y la sociedad civil, con el fin de que se generen políticas y acciones adecuadas a las circunstan-cias específicas de los diferentes tipos de agricultores, en países con diversos niveles de desarrollo y políticas agrícola-comerciales diversas.

De igual forma, la conservación y mejora de los recursos naturales será un requisito esencial para que los agricul-tores puedan aumentar la oferta mundial de alimentos en los próximos años.

RETOS FUTUROS DE LA AGRICULTURA

La agricultura mundial enfrentará en las próximas déca-das variados retos. En primer lugar, deberá producir una mayor cantidad de alimentos para una población en cre-cimiento, con mayores ingresos –en algunas regiones- y consumidora de una dieta cada vez más diversa. Le co-rresponderá también contribuir al alivio de la pobreza y al desarrollo en general de muchos países –en particular los más pobres-, en un escenario de creciente compe-tencia por usos alternativos para la tierra y el agua.

Pero si lo anterior no fuera suficiente, habría que agre-gar que la agricultura deberá enfrentar los desafíos que representan el cambio climático y su adaptación, la con-servación de la biodiversidad y la restauración de los ecosistemas más frágiles.

* Raúl Ochoa Bautista, Especialista Agropecuario “A” de la Dirección General de Operaciones Financieras, ASERCA/SAGARPA.

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Como ha sido señalado en diversos foros y por variadas organi-zaciones, el cambio climático ocasionará temperaturas promedio más altas, cambios en los patrones de precipitación y una mayor frecuencia de eventos extremos, lo que multiplicará las amenazas para la seguridad alimentaria.

En este contexto, el papel de los pequeños agricultores y sus fa-milias en el crecimiento de la productividad agrícola sostenible, seguirá siendo crucial. Se estima que alrededor de 500 millones de pequeñas granjas familiares, producen la mayor parte de los alimentos que consumen los países en desarrollo, pero con la desventaja de tener menores rendimientos. La posibilidad de que los países en desarrollo aumenten la productividad agríco-la, tendría implicaciones globales en la recuperación y fortaleci-miento del mercado de alimentos, en el aumento de la seguridad alimentaria y en el bienestar sostenible de la población, de ahí su importancia.

TENDENCIAS DE LA PRODUCTIVIDAD AGRÍCOLA

La demanda futura de alimentos ya sea para el consumo humano, la ganadería o bien para la industria de los biocombustibles, está más que fundada. La población aumentará en cerca de 2,100 mi-llones de personas para el año 2050. Algunas proyecciones indi-can que para mediados de este siglo, la producción agrícola mun-dial tendrá que crecer en 70 por ciento más, en tanto que para los países en desarrollo este incremento deberá ser cercano al 100 por ciento, si es que se quiere satisfacer la demanda de su pobla-ción. Pero más importante que el incremento del ingreso –que se dará en algunas regiones-, lo será el cambio en las dietas alimen-

tarias, ya que esto modificará la composición en la demanda de muchos de los productos agrícolas básicos. De igual forma, el uso de los productos agrícolas para la generación de biocombustibles seguirá creciendo.

A partir de la reducción de inventarios -como uno de los factores que impulsaron el acelerado incremento de los precios durante los años 2008-2009- el tema sobre el rezago en la productivi-dad agrícola pasó a formar parte de la agenda del entorno inter-nacional.

Existen experiencias –a lo largo de la historia- que nos indican que es posible incrementar la productividad agrícola. La más reciente es la que conocemos como “revolución verde”, en la que se combinó la expansión de los recursos, el uso de nuevas tecnologías, así como el incremento en el empleo de agroquímicos. La revolución verde dio como resultado un aumento en la producción de alimentos, al pasar de 800 millones a más de 2000 millones de toneladas entre 1961 y 2000.

El indicador más conocido para medir la productividad de la tierra es, sin lugar a dudas, el rendimiento de los cultivos. De acuerdo a cifras proporcionados por la FAO, el rendimiento en la mayoría de los cereales más importantes del mundo ha registrado una tendencia a la baja. Por ejemplo, desde 1980 la tasa de creci-miento de los rendimientos de trigo y arroz disminuyeron en un rango de 2.5 a 3 por ciento. En el período 2000-2010, el ren-dimiento de maíz registró una tasa de crecimiento ligeramente inferior al 2 por ciento, cifra que es menor a la consignada en las décadas de 1960 y 1970.

EVOLUCIÓN DE LA TASA DE CRECIMIENTO ANUAL DEL RENDIMIENTO DE LOS PRINCIPALES GRANOS EN EL MUNDO

Fuente: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO)

4.0

3.5

3.0

2.5

2.0

1.5

1.0

0.5

0.01961-1970 1970-1980 1980-1990 1990-2000 2000-2010

%

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Si tomamos en cuenta el índice de productividad total de los factores (PTF), considerado como uno de los mecanismos más completos para medir la productividad -ya que refleja la eficien-cia de todos los insumos en la producción-, se estima que la tasa de rendimiento agrícola creció en alrededor de 2 por ciento anual desde el año 2000 en las regiones más importantes del mundo. No obstante este dato positivo, la cifra varía en forma amplia dependiendo los países o regiones.

En Brasil, China, Indonesia, Rusia y Ucrania, el índice TFP alcanzó tasas de crecimiento mayores al promedio regional de cada país, durante los últimos años. En tanto que en África Subsahariana, el rendimiento se ha estancado, con excepción de algunos paí-ses como Camerún, Congo, Kenia, Malí, Benín y Sierra Leona, los cuales mostraron tasas de crecimiento superiores al promedio de la región, atribuibles al cambio de la política agrícola.

Por su parte, aquellos estudios que utilizan indicadores de pro-ductividad de ciertos factores como la tierra y la actividad labo-ral, confirman la tendencia a la baja del rendimiento agrícola, en particular cuando se excluyen las cifras de China para el cálculo del promedio mundial. Conforme a esta metodología, se estima que en América Latina, China y varios países desarrollados, la pro-ductividad laboral aumentó más rápido que la de la tierra, como resultado de la expulsión de un importante volumen de mano de obra del sector agrícola. Esto contrasta con la región de Asia, en donde la productividad de la tierra fue superior, o bien con África, en donde la expansión de la frontera agrícola fue el factor que incrementó la producción.

Más allá de las diversas metodologías que se utilicen para medir el rendimiento agrícola, lo cierto es que el lento crecimiento agrícola y la menor productividad que se observa en algunos países en desarrollo y en especial, en las pequeñas explotaciones familia-res, es una de las preocupaciones vigentes para muchos de los organismos multilaterales y organizaciones no gubernamentales (ONGs). A nivel mundial, se estima que existen aproximadamen-te 500 millones de pequeñas granjas familiares, de las cuales 280 millones se concentran en India y China.

La brecha existente entre el rendimiento real de los agricultores y su potencial refleja en no pocas ocasiones la falta de inversión o el nulo acceso al crédito, el uso inadecuado de los insumos, la falta de adopción de tecnologías más productivas y su desvinculación con el mercado. Pero también expresa políticas de comercio, de precios y de subsidios que son promovidas por gobiernos y orga-nismos multilaterales en detrimento de los pequeños agricultores. La brecha entre el rendimiento real y potencial en Asia Oriental se estima en 11 por ciento, en tanto que en África Subsahariana alcanza cerca de 76 por ciento.

Existe el consenso a nivel internacional de que una reducción en la brecha de productividad podría ofrecer importantes beneficios,

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en términos de seguridad alimentaria, nutrición e ingresos para un vasto número de comunidades rurales. De igual forma, se ha do-cumentado que la reducción de brechas de género en la produc-tividad de las pequeñas explotaciones familiares puede ser otro factor eficaz. Según la FAO, el cierre de brechas de productividad de género -asociados con el acceso equitativo de recursos e insu-mos- podrían incrementar la producción agrícola en los países en desarrollo en un rango de entre 2.5 a 4 por ciento, lo que produ-ciría una reducción en la desnutrición mundial del orden de entre 12 a 17 por ciento.

MENORES RECURSOS VERSUS MAYORES RENDIMIENTOS

No es un misterio que los esfuerzos por aumentar la producción de alimentos en las próximas décadas tendrán que darse en un entorno caracterizado por la escasez de recursos naturales. En muchas regiones del mundo - Asia Meridional, Medio Oriente y África del Norte -, hay casi nula posibilidad de ampliar la frontera agrícola. En tanto que en aquellas zonas donde hay disponibilidad de tierras -en África Subsahariana y América Latina-, más del 70 por ciento del suelo sufre algún tipo de degradación, haciéndolo vulnerable a la erosión hídrica y eólica, reduciendo la producti-vidad de insumos como los fertilizantes e incluso de los propios sistemas de riego. Se estima que el uso de prácticas inadecuadas sobre la tierra –como el uso excesivo, la falta de rotación de culti-vos o la extracción de nutrientes-, genera pérdidas mundiales de productividad cercanas al 0.2 por ciento por año, con consecuen-cias para la producción y el ingreso de los productores.

Por otra parte, la agricultura es el mayor usuario agua en todo el mundo, con alrededor del 70 por ciento del total del agua extraí-da. En algunos países esta cifra aumenta a más del 90 por cien-to. Cada vez más, las ciudades y la industria compiten en forma intensa con la agricultura por el uso del agua y un mayor núme-ro de países o regiones están alcanzando niveles alarmantes de contaminación y estrés hídrico. Las proyecciones indican que la disponibilidad de agua dulce en muchas zonas será más limitada. Por ejemplo, se calcula que para el año 2050 aproximadamente el 40 por ciento de la población mundial vivirá en cuencas fluviales que experimentarán grave estrés hídrico.

Tampoco podemos dejar de lado que la agricultura es una impor-tante fuente de contaminación del agua, a través de fertilizantes, plaguicidas y otros contaminantes, lo que genera significativos costos sociales, económicos y ambientales. En algunos sistemas agropecuarios de carácter intensivo, hasta el 50 por ciento de los insumos aplicados como nutrientes orgánicos e inorgánicos al suelo, no son aprovechados por los cultivos o pastos, lo que pro-voca contaminación a través del escurrimiento de nutrientes. Lo contrario sucede en gran parte del mundo en desarrollo, en donde a causa del empleo reducido de insumos y a la sobreexplotación de la tierra, el suelo ha perdido gran parte de sus nutrientes. El ejemplo más ilustrativo es quizá el África Subsahariana, zona en la que se registra una tendencia descendente en la productividad del suelo.

La biodiversidad es la base de la agricultura y la seguridad ali-mentaria, ya que suministra el material genético necesario para

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los cultivos y la cría de ganado. En el siglo pasado se originó una importante pérdida en la biodiversidad, a través de la destrucción del hábitat de importantes comunidades de animales y plantas, a causa de la deforestación. Es primordial que se reconozca que la conservación de la biodiversidad es un elemento fundamental para la sostenibilidad y la adaptación de los sistemas agrícolas, dentro de un conjunto cambiante de circunstancias. El reto es maximizar las contribuciones positivas que la agricultura ofrece a la biodiversidad, así como aplicar las medidas necesarias para reducir sus impactos negativos.

Asimismo, la agricultura mundial tendrá que adaptarse a las con-diciones que provoca el cambio climático. Hay evidencia crecien-te de que el cambio climático tendrá efectos adversos sobre la agricultura, especialmente en los países en desarrollo. En el corto plazo, se pronostica que la variabilidad climática y los eventos cli-máticos extremos aumentarán, afectando a todas las regiones del mundo, con impactos negativos sobre el crecimiento de la pro-ducción agrícola y la seguridad alimentaria, en particular en África Subsahariana y Asia Meridional.

Mientras que los cultivos puedan ser adaptados a los entornos cambiantes, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, por parte de la agricultura, representa el reto más inmediato que tendrán que resolver los sistemas agrícolas con-vencionales de uso intensivo de recursos. No olvidemos que la agricultura -incluida la deforestación- representa un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero.

FACTORES QUE PUEDEN IMPULSAR LA PRODUCTIVIDAD

Mejora de los sistemas de innovación agrícola

La productividad de las pequeñas unidades familiares puede me-jorarse a través de economías de escala y de la adopción de sis-temas de producción técnicamente más eficientes. Sin embargo, el crecimiento de la productividad del sector -en su conjunto- a largo plazo requiere de continuos avances tecnológicos, nuevas formas de organización social y nuevos modelos de negocios. La innovación que requieren los sistemas de producción agrícola no debe limitarse, exclusivamente, a estrategias que mejoren el uso eficiente de los insumos, sino que deberá también generar las me-didas que permitan la conservación de los recursos naturales.

Hasta ahora, el modelo predominante para la innovación de los sistemas de producción agrícola se ha basado en el impulso de la oferta; es decir, los científicos crean nuevas tecnologías que luego son difundidas por los agentes de extensión a los agricultores, a los que se les pide que las adopten. En los últimos años, muchos países han revisado sus sistemas de innovación agrícola (SIA) en busca de una respuesta a la falta de adopción de las nuevas tecno-logías que permitan incrementar la producción. Elevar la producti-vidad requiere de un cambio en el modelo de innovación que pase de aquel que impulsa la oferta, a otro que promueva sistemas de cultivo de conocimientos específicos, para determinados lugares y que además permita conservar y mejorar los recursos naturales.

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De la misma manera, novedades no tecnológicas como aquellas relacionadas con el marketing o formas de organización están re-cibiendo importante atención.

A diferencia de la revolución verde, que se basaba en la mejora de variedades de alto rendimiento -complementado con altos ni-veles de insumos-, aumentar la productividad agrícola en el con-texto actual requiere no sólo de importantes beneficios para un gran número de pequeños agricultores, en muy diversas regiones agroecológicas, sino al mismo tiempo, reconocer prácticas y tec-nologías tradicionales que han demostrado su importancia en el aumento de la productividad y en la conservación ambiental.

Pero no sólo eso, también demanda la generación de sistemas de información de mercadeo, geográfico y climático que posibiliten un ingreso adecuado al mercado, así como un uso conveniente de los recursos, sin olvidar la necesidad de servicios de extensión agrícola más dinámicos y con un mayor alcance.

La validación y adopción de tecnologías por parte de los produc-tores es el objetivo primordial de cualquier sistema de innovación agrícola. Sin embargo, cada vez más existe un reconocimiento del papel de otros actores como los servicios de extensión, las agroindustrias, los consumidores, la sociedad civil, entre otros. La participación de los más diversos actores, junto con las reformas institucionales, han permitido mejorar la capacidad de respuesta de los sistemas de innovación a las necesidades específicas de los pequeños agricultores. No obstante estas posibilidades, en aque-llas regiones donde se enfrentan debilidades institucionales y de recursos -como es el caso de África Subsahariana- la innovación agrícola estará altamente limitada.

Inversión en la agricultura

La inversión en agricultura abarca recursos tanto públicos como privados para capital natural -tierra, agua y biodiversidad-, capital físico -animales, maquinaria, sistemas de riego, instalaciones de almacenamiento, procesamiento y comercialización, carreteras, puertos-, capital humano -salud, educación, capacitación y aseso-ría- y capital de conocimiento -investigación, desarrollo tecnoló-gico y organizacional. Estos tipos de inversiones desempeñan un papel complementario en el proceso de producción y contribuyen a incrementar la productividad.

Las inversiones públicas suelen centrarse en la provisión de bienes públicos, mientras que las inversiones privadas tienden a concen-trarse en áreas destinadas al mercado y a productos de alto valor. La mayor participación de la inversión privada en la generación de tecnología para el sector agrícola ha sido promovida en mayor medida por el fortalecimiento de los derechos de propiedad inte-lectual. Pero más allá de estas supuestas fronteras, cada vez más están surgiendo asociaciones públicas y privadas donde se prevén beneficios mutuos.

La inyección de recursos destinados a la generación de infraes-tructura en las zonas rurales, en particular en transporte -puertos y caminos-, a la conservación del suelo y el agua, a los sistemas de riego, a la electrificación, así como a las tecnologías de informa-ción y comunicación, sigue siendo una de las formas más eficaces para estimular el crecimiento de la productividad, ya que le permi-te a los pequeños agricultores interactuar con los mercados y con ello, tener incentivos para mejorar su rendimiento. El desarrollo de sistemas de riego es un elemento de primer orden, en especial en aquellos países que sufren escasez de agua y dependen de la agricultura de temporal.

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El impulso a la infraestructura y a la construcción de carreteras es considerado como la fuente principal del crecimiento agrícola de cualquier país, seguido por la inversión en investigación y desarro-llo. África es la región donde los sistemas de riego y los caminos secundarios pueden presentar una mayor repercusión, tanto en el incremento de la producción como en la reducción de la pobre-za. Por ejemplo, se estima que en aquellos países africanos que carecen de litoral, los costos de transporte pueden ser tan altos que llegan a representar cerca de tres cuartas partes del costo de sus exportaciones. El establecimiento de corredores de desarrollo vinculados a los principales puertos puede ser una manera eficaz de estimular las economías locales.

Mejorar la infraestructura para la comercialización, con almace-nes, instalaciones de almacenamiento y con sistemas de informa-ción de mercado, es importante para crear un ambiente propicio y facilitar la integración de los agricultores a los mercados, pro-porcionando incentivos para aumentar la inversión y por ende la productividad.

Por otra parte, se considera, aun cuando no existen datos pre-cisos, que en los países en desarrollo los pequeños agriculto-res proporcionan el grueso de la inversión privada doméstica. Destinan parte de sus ingresos –por muy pocos que sean- para mejorar la tierra, adquirir nuevos equipos, expandir las unida-des productivas y/o hatos de ganado, e incluso, en los pro-cesos de postproducción que les permita minimizar pérdidas.

Si tomamos en cuenta el capital social, como un elemento para medir la inversión privada doméstica, podemos observar los siguientes rasgos:

- A nivel mundial el capital social agrícola ha aumentado en ma-yor medida en los países de ingresos medios y bajos.

- En los países de ingresos altos ha permanecido estable.

- La tasa de crecimiento del capital social agrícola a lo largo del tiempo, ha sido desigual, lo que se explica por las circunstan-cias del mercado y las políticas de incentivos a los agricultores.

- El crecimiento promedio anual del capital social agrícola en el mundo fue de alrededor de uno por ciento durante la década de 1980, a la que siguieron tasas más bajas en las sucesivas décadas.

Organismos multilaterales han señalado que cualquier otra forma de inversión –como la pública o la inversión extranjera directa- tendrán un impacto limitado o nulo, si no van acompañadas por mayores inversiones por parte de los productores en sus explo-taciones. Esta aseveración tiene razón en cierta medida, pero se olvida de la correspondencia que existe entre los diversos tipos de inversión. La aplicación de recursos al sector agrícola se ha trans-formado en un proceso complejo, en una suerte de simbiosis, en la que cada parte depende y saca beneficio de la asociación. De esta

CRECIMIENTO DEL CAPITAL SOCIAL AGRÍCOLA1980 - 2007

Fuente: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO)

Tasa anual de crecimiento (%)

1.6

1.2

0.8

0.4

0.0

-0.4Países con ingreso medio y bajo Países con ingreso alto Total Mundial

1980-1985 1985-1990 1990-1995 1995-2000 2000-2005 2005-2007

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manera, cualquier recurso propio que los productores ocupen para mejorar sus unidades, no tendrá efectos positivos, si no va segui-do de inversiones públicas o de cualquier otro tipo de inversión. La inversión en investigación y desarrollo agrícola

La inversión en investigación -como se señaló anteriormente- es considerada como la tercera fuente en importancia que impulsa el crecimiento agrícola de cualquier país. Es conocido que aquellas naciones que han invertido de manera decisiva en investigación y desarrollo agrícola, a la par de un eficiente sistema de extensión, son las que han registrado mayores tasas de crecimiento en la productividad.

Existe una amplia variedad y diferencia en los sistemas de inves-tigación agrícola de los diversos países y regiones del mundo. En algunos se cuenta con sistemas administrados con eficiencia y fi-nanciados que producen investigación de primera clase; en otros -algunos de los cuales son altamente dependientes de la agricul-tura-, se han experimentado desde los años de 1990 reducciones significativas en sus niveles de gasto y por lo tanto, en la capaci-dad de respuesta de la investigación. En general, la participación promedio de la agricultura en el total de los gastos de investiga-ción y desarrollo ha disminuido en todos los países, los de ingreso alto, mediano y bajo.El gasto público destinado a investigación y desarrollo representa

TENDENCIAS DEL GASTO PÚBLICO EN INVESTIGACIÓN

1981 1984 1987 1990 1993 1996 1999 2002 2005 2008

Fuente: Indicadores de Ciencia y Tecnología (ASTI)

4,500

4,000

3,500

3,000

2,500

2,000

1,500

1,000

500

0

Millones de dólares estadounidenses

África SubsaharianaChinaAmérica Latina y el Caribe

Asia Oriental y Pacifico, excepto ChinaAsia del Sur, excepto IndiaIndia

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un poco más del uno por ciento del PIB agrícola en la mayoría de los países de la OCDE y alrededor de 4 por ciento en EE.UU. Sin embargo, ha crecido lentamente -apenas 0.2 por ciento al año en EE.UU y 0.5 por ciento al año en Japón-, o en otros casos ha disminuido.

Las tasas de crecimiento negativo o de desaceleración del gasto público en investigación y desarrollo -durante las últimas déca-das- en algunos países de altos ingresos, sigue planteando serias preocupaciones sobre la capacidad que tiene el sector agrícola para mantener o aumentar la productividad. En el caso de los países con ingreso medio y bajo, la inversión pública destinada a la investigación y desarrollo agrícola es generalmente menor que en los países de la OCDE, pese a que en algunas regiones ha aumentado. Por ejemplo, en China, tras un periodo de estan-camiento observado en la década de 1990, el gasto público en investigación agrícola se duplicó durante el período 2001-08. De igual forma, en África Subsahariana el gasto público asignado a la investigación agrícola creció en un poco más del 20 por ciento entre 2001 y 2008; no obstante, la mayoría de este crecimiento se produjo en un número reducido de países.

El gasto público sigue siendo la principal fuente de financiamiento de la investigación y el desarrollo agrícola, en la mayoría de los países del mundo. Si bien es cierto que las inversiones del sec-

tor privado han progresado, también lo es que se han centrado en sistemas de producción orientados al mercado y en productos de alto valor. Una mayor protección de la propiedad intelectual, el acelerado avance en biología molecular y la integración de los mercados han sido los principales incentivos para que el sector privado invierta en esta área. Al mismo tiempo, la participación de la investigación privada en el manejo de recursos naturales y en el mantenimiento de la biodiversidad es todavía limitada, a ex-cepción de unas cuantas iniciativas de asociación público-privada.

Es un hecho que las inversiones del sector privado en el mundo en desarrollo siguen siendo reducidas y que la investigación agrícola continúa siendo financiada en mayor medida por los gobiernos. La evidencia sugiere que en promedio, las asignaciones de los gobier-nos del mundo representaron alrededor del 81 por ciento de los gastos a investigación y desarrollo desde el año 2000.

Políticas e instituciones

Es evidente que los incentivos para innovar y adoptar mejores tecnologías, así como para invertir en la agricultura, dependen del entorno de la política global, incluyendo las regulaciones y las po-líticas macroeconómicas y sectoriales. En el caso de las políticas de los países en desarrollo, éstas han sido en muchas ocasiones reflejo de las anteriores. En los últimos 30 años se han disminuido

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los incentivos para que los agricultores inviertan y expandan la producción agrícola, lo que contrasta con la protección y estímu-los que se ofrecen a otros sectores.

Fallas inducidas por la política y la falta de habilitación de ins-tituciones son elementos que limitan la productividad de las pequeñas explotaciones familiares. De particular interés son las políticas y las instituciones que otorgan a los pequeños agricul-tores el control limitado sobre los recursos de tierras y agua, de los cuales dependen sus actividades productivas y de subsisten-cia. Se evalúa que alrededor de 1 a 2 mil millones de personas en el mundo comúnmente poseen tierras y viven a expensas de ellas, sin tener ningún título legal que los ampare. Existen diversas experiencias que indican que sistemas agrícolas con de-rechos de propiedad mal definidos limitan en muchas ocasiones el acceso al crédito y a los seguros, impidiendo invertir a los pequeños agricultores en mejoras en la gestión de los recursos naturales y en la conservación ambiental.

El impacto de las políticas de apoyo agrícola destinadas a incre-mentar la productividad, dependerá de a quién, cómo y por qué se aplican. En este aspecto habrá que poner atención, con el fin de evitar políticas mal dirigidas, que no sólo no contribuyan a elevar

el rendimiento agrícola, sino que en muchas ocasiones compli-quen la situación.

No hace mucho -en mayo de 2008, cuando los precios de los productos agrícolas estaban en su punto más alto-, el Nobel de Economía Amartya Sen puso especial énfasis en el hecho de que la crisis alimentaria no era causada por una tendencia descenden-te de la producción mundial, sino por toda una serie de políticas que habían acelerado la demanda y que no fomentaron -a la par- una rápida expansión de la oferta de alimentos. De entre éstas, destacaba la aplicación de políticas y subsidios que el gobierno de los EE.UU. está empleando para el desarrollo de la industria del etanol, lo que si bien ha creado un mercado floreciente del maíz, también ha desviado recursos agrícolas que tradicionalmente se dirigían al sector de los alimento, enviándolos al sector de los combustibles.

El desafío radica en la elaboración de políticas eficaces que impul-sen la productividad agrícola de los pequeños productores, que se traduzca a su vez en mejores condiciones de vida y en el desarrollo económico de sus regiones, pero sobre la base de una administra-ción sustentable de los recursos y la conservación del ambiente.