san josemaría escrivá

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San Josemaría Escrivá. 26 de Junio. - PowerPoint PPT Presentation

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Cuando el obispo de Madrid mandó a Roma, en 1932, el curriculum del Fundador del Opus Dei, decía: “Notas distintivas de su carácter son la energía y la capacidad de organización y gobierno, el pasar oculto y sin ruido, el mostrarse sumamente obediente a la jerarquía eclesiástica; y señalespecialísima de su labor sacerdotal es fomentar de palabra y por escrito, en público y en privado, el amor a la Santa Madre Iglesia y al Romano Pontífice”.

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Y este obispo llegó a decir a un político que fue a quejarse, sin conocerle, de las actitudes de don Josemaría: “No le quepa a usted duda. es un santo a quien veremos canonizado en los altares.”

Lo que don Josemaría buscaba en el Opus Dei era: “la perfección cristiana de sus miembros, por la santificación del trabajo”

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Automático

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Encuentro con Cristo

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Ver con claridad

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Dios llama a servir

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desde las tareas comunes

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Laboratorio

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Quirófano,

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Cuartel

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Hacer Click

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San Josemaría nació en Barbastro (Huesca, España) el 9 de Enero de 1902.

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Fue bautizado en la catedral de Barbastro el 13 de Enero

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Su padre, don José, era empresario, pudiendo vivir holgadamente en la casa. Su madre, Doña Dolores, procedía de nobleza lejana y llevaba con orden la casa y los empleados.

Lo importante, para Josemaría, es que eran muy cristianos, nunca les vio reñir entre ellos y le formaron en las diversas devociones: rezo del rosario, sabatina, montar el nacimiento, reparto de limosnas a los pobres. Tenía una relación de gran confianza y amistad con su padre. Le educaban con firmeza, no cediendo a los caprichos.

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A los 2 años tuvo una gran enfermedad, meningitis, de modo que estuvo a punto de muerte. Sus padres hicieron una novena a Ntra. Sra. del Sagrado Corazón, prometiendo que llevarían al pequeño, si sanaba, ante la imagen de la Virgen que se veneraba en Torreciudad.

El niño sanó y en mula, por caminos muy ásperos, llevaron sus padres al niño para ofrecerlo a la Virgen. El santo lo tendría muy presente toda su vida.

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Asistía a la escuela de párvulos de los escolapios. El papa san Pío X fomentaba que se hiciese la primera comunión desde que el niño tuviera ya uso de razón. Así que la madre de Josemaría le preparó para que pudiese hacer su primera confesión. Al arrodillarse el pequeño, como el sacerdote no le veía, tuvo abrir la puertezuela para ver al penitente. Como penitencia le puso que su madre le diera un huevo frito.

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Comenzaba el bachillerato y llegaron las desgracias sobre la familia. Tenía tres hermanitas pequeñas y en poco tiempo murieron las tres. Quedó sólo su hermana mayor, Carmen. Al mismo tiempo el negocio de su padre, por causas ajenas y traidoras, se venía a pique. Llegó a la quiebra.

En su cabeza de adolescente surgía la idea: ¿Por qué, Señor? Y buscaba un rayo de luz. La familia tuvo que marchar a Logroño donde don José pudiera ser empleado en unos almacenes.

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Cuando tenía quince años vivió un suceso transcendental en su vida. Al ir al colegio, vio en la nieve unas huellas de pies descalzos. Eran las de un padre carmelita que hacía poco se había instalado pobremente en Logroño.

Josemaría se conmovió y se preguntó: “Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo, ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo?” Sintió una llamada de Dios, aunque no sabía para qué.

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Esa inquietud le hizo renovar su vida de piedad: oración, mortificación, comunión diaria. Él dice: “Comencé a barruntar el Amor”. Era como una luz, pero él se sentía en tinieblas. El padre carmelita, con quien consultó, le propuso entrar en la orden del Carmen. Entre las dificultades veía sobre todo dos: No le atraía la vida conventual, y le preocupaba la situación económica de su familia. Se veía obligado a ayudarles, si a su padre le pasase algo malo.

Pensó entrar en el seminario, como medio de poderse identificar con Cristo, dadas las circunstancias personales.

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El problema fue cuando tuvo que decírselo a su padre, que no lo asimilaba, pues había puesto muchas esperanzas en otro porvenir de su hijo. Dice san Josemaría que le vio llorar. El santo desde entonces comenzó a recitar una oración que diría muchas veces en su vida: “Señor, que vea”.

En Noviembre de 1918 comenzaban las clases en el seminario.

Era un edificio antiguo con pocas comodidades. Josemaría comenzó como alumno externo durmiendo en casa.

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En Febrero de 1818 Josemaría tuvo un hermanito. Lo consideró como una respuesta de Dios para poderse entregar más libremente a su servicio. Él fue el padrino de su hermano y su hermana Carmen la madrina.

Aunque era alumno externo en el seminario, sin obligaciones el fin de semana, ayudaba en la catequesis y vivía en intensa vida de piedad. Debía superar la “lástima” que le tenían antiguos compañeros de bachillerato.

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Para complacer a su padre, que quería que estudiase derecho, convenía terminar la teología en Zaragoza. Allí tenía algunos tíos. Ingresó el 28 de Sept. de 1920. El seminario era un viejo caserón y dejaba mucho que desear en el sentido higiénico, a lo que estaba acostumbrado en casa. También sufría por los compañeros, algunos de poca cultura. Le llamaban “el soñador”. Por ese ser como distinto de otros, el mismo rector tenía un juicio poco favorable. Pero en los actos religiosos se le notaba “muy piadoso” y se mostraba muy servicial con los compañeros.

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Pronto cambió de parecer el rector y llegó a oídos del obispo el conjunto de virtudes de Josemaría, de modo que en Septiembre de 1922 le confirió la tonsura, adelantándolo unos meses para que pudiera tener el cargo de inspector (ayudante del rector), cargo que tuvo hasta ser ordenado de presbítero. El rector confiaba de tal manera en él que prácticamente le dejaba el seminario en sus manos.

Por su cargo tenía más libertad para sus visitas al Santísimo a horas de la noche, para visitar a la Virgen en el Pilar y para comenzar estudios de Derecho Civil, como alumno no oficial.

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Algo en que se mostraba diferente de otros era en el concepto del sacerdocio. Para muchos el ser sacerdote era una “carrera” para vivir. Por lo tanto aspirarían a parroquia mejor y, si fuese posible, a canonjía. Josemaría comprendía que ir al sacerdocio era ir a una alegre donación de todo el ser para Dios. No era una carrera, sino un apostolado.Pero además sentía que el sacerdocio era como parte integral de otra llamada, que a veces intuía, pero que estaba fuera de su alcance. Enton-ces su oración preferida era: “Señor, que vea y que se haga tu voluntad”. Esto sobre todo en los largos ratos ante el Santísimo, con quien hablaba como con el mejor amigo.

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El 27 de Noviembre de 1924 recibió un telegrama diciendo que se padre estaba gravemente enfermo. Pero el rector le dijo que había muerto. Cuando llegó a casa estaba amortajado. Lloró y rezó. Le contaron que su padre, que parecía estar bien, al salir de casa dio un grito y se desmayó. El médico no pudo hacer nada. El párroco le dio los últimos sacramentos.

Prometió hacer las veces de padre con los de su familia, especialmente de su hermanito que no tenía los seis años. Después del entierro le entregaron la llave del ataúd; pero la tiró al río como acto de desapego a lo humano.

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La ordenación sacerdotal fue el 28 de Marzo de 1925, en la iglesia de san Carlos, por don Miguel de los santos.

Su familia vivía con él en Zaragoza en un modesto piso. Esto mismo fue causa de tormentos, pues otros familiares no veían bien que esa familia, venida a menos o a pobre, estuviera cerca de ellos, en Zaragoza.

Él seguía buscando luz en el Señor y ofreciéndose enteramente a su servicio.

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La primera misa la celebró en la Santa Capilla del Pilar. Una misa rezada y sencilla con sus familiares más cercanos y pocos amigos. Era como una misa de luto y de dolor por su padre.

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Aquel mismo día recibía el primer destino: Perdiguera. Era un pueblo de unos 800 habitantes, no lejos de Zaragoza, aunque con muy malas comunicaciones. Tenía párroco, pero estaba ausente por enfermo. Así que fue como regente auxiliar. Obedeció con prontitud y al día siguiente de la primera misa salía hacia allí. Lo primero que tuvo que hacer fue limpiar la iglesia para poder decir la misa.

Y pronto se dio al apostolado: quería visitar todas las familias, preparar a los niños para la primera comunión. Y por las tardes exponía el Santísimo, rezaba el rosario, los jueves hora santa. Y esperaba muchas horas en el confesonario. Cada vez se acercaban más personas.

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Antes de los dos meses volvía a Zaragoza. Su trabajo apostólico lo ejercía ayudando en la iglesia de los jesuitas. Al mismo tiempo quería terminar las clases de derecho, pensando en honrar a su padre. A algunos compañeros les daba clase de latín. Siempre pensando llevarles hacia Cristo. Por eso de algunos era compañero, amigo, confesor y director espiritual.

La principal fuente de energías espirituales era la Santa Misa. Y seguía pidiendo: “Señor, que vea”.

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El 19 de Abril de 1027 fue a Madrid. Quería hacer el doctorado en derecho, como último homenaje a su padre. Residía en una casa sacerdotal, donde la mayoría eran sacerdotes mayores. Decía misa en la iglesia de san Miguel.

Las Damas Apostólicas tenían un Patronato de enfermos. Viendo el celo sacerdotal de don Josemaría, pidieron que fuese su capellán. Ahora disponía de mucha actividad benéfica y apostólica. Aunque no estaba obligado, se entregaba con amor a los pobres y enfermos de la casa y a otros muchos pobres y enfermos de los barrios bajos de la capital.

Llevó a su familia a Madrid y, para poder sostenerles, daba clases particulares.

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Se reunía a veces con amigos sacerdotes. Les hablaba de la necesidad de hacer apostolado con los intelectuales. Con los compañeros mostraba sinceridad al hablar y jovialidad, que era expresión de la alegría interior.

En el Patronato la iglesia era pública. Un estudiante de derecho, que a veces le ayudaba en misa, decía: “Se producía en él como una especie de transfiguración… Cada palabra tenía un sentido profundo y un acento entrañable… Parecía desprendido de su contorno humano y como atado por lazos invisibles a la Divinidad”.

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Una de las labores principales en el Patronato de enfermos era visitar enfermos; pero no sólo los de casa. Había días que tenía que caminar unos 10 kms. para visitar a los enfermos que tenía en una lista.Una de sus meditaciones frecuentes eran las palabras de Jesús: “He venido a poner fuego a la tierra ¿y qué quiero sino que arda?” Y se ofrecía al Señor. Y se preguntaba cómo era posible cristianizar la sociedad. Iba anotando las ideas que fluían en su mente y que el Señor le iba mandando. Entreveía alguna nueva fundación; pero no sabía qué podía ser. Y se ponía a la entera disposición del Señor. Era el año 1928 y, aprovechando el espacio al final de los exámenes de Septiembre y el comienzo del curso, pensó hacer ejercicios espirituales. Tenía 26 años.

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Era el 2 de Octubre. San Josemaría estaba en su habitación leyendo las notas sobre gracias que Dios le había dado. De repente sintió una gracia especial, como una respuesta directa a su oración: “Señor, que vea”.

Sintió como una iluminación de lo que sería el Opus Dei (la Obra). Se arrodilló y dio gracias al Señor.Captó de manera indecible la vocación del cristiano llama-do a la santificación de su persona y su trabajo. Y vio que la esencia del Opus Dei sería promover el designio divino de la llamada universal a la santidad. Sintió en el centro de su alma una invitación para aceptar un encargo divino. Sintió una inquietud; pero al mismo tiempo el “no temas” del Señor, dando seguridad ante la fidelidad y la entrega.

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Al mismo tiempo oyó resonar el voltear de las campanas de la iglesia de Ntra. Sra. de los Ángeles de Cuatro Caminos. Era su fiesta: 2 de Octubre. Esas campanas quedaron impresas en su espíritu como una gracia de Dios.

Esa fecha, 2 de Octubre de 1928, quedó como fecha de la fundación del Opus Dei. Comenzaba entonces un proceso largo y trabajoso. Fue redactando notas y documentos sobre el mismo tema: “Llamada universal a la santidad y búsqueda de la plenitud de vida cristiana en medio del mundo y a través del trabajo profesional”. Por su parte se entregaba a Dios en una gozosa respuesta de servicio.

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El 24 de Marzo de 1930, en una carta, da a conocer al mundo la misión divina que le ha encomendado el Señor.“La llamada universal a la santidad es una muestra clara del amor infinito del Señor… Todos son invitados… La santidad no es cosa de privilegiados… La vida corriente, ordinaria, puede ser medio de santidad… A Dios hay que descubrirle en las tareas corrientes y ordinarias… Cualquier actividad, vivificada en unión con Cristo, hecha con espíritu recto, amor al prójimo, con intención de dar gloria a Dios, queda ennoblecida y adquiere valor sobrenatural”.

Este mensaje necesita una insti-tución para propagarlo. Quienes pertenezcan deben responder con el ejemplo y la doctrina. Pero actuarán como fieles corrientes, iguales a los demás ciudadanos, con los que tienen en común costumbres, profesión y preocupaciones sociales. Serán como levadura para conducir

la masa hacia Dios.

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San Josemaría se veía muy poca cosa para empresa tan grande. Humanamente no tenía prácticamente nada. Se había ido despojando de todo para que se viera mejor que era obra de Dios. Comenzó a buscar, entre los jóvenes conocidos, quienes pudieran recibir y transmitir el mensaje universal de santidad., Salía con ellos de paseo y les exponía sus ambiciones espirituales.

A varias, personas que llevaban vida santa, les pedía oraciones y sacrificios.

Al principio no pensaba admitir mujeres en el Opus Dei; pero el 14 de Febrero de 1930, después de la comunión, vio la necesidad o conveniencia de la sección femenina de la Obra.

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Don Josemaría había formado un buen grupo de jóvenes y hombres leales a la Obra de Dios. Les daba ejercicios y continuaba su formación, esparcidos ya por diversos lugares. Pero el 18 de Julio de 1936 comenzaba la guerra civil española.

El panorama religioso externo cambió totalmente. Los sacerdotes eran perseguidos y había que esconderse, hasta tener que salir de su propia casa. Pudo ir donde algún amigo; pero tenía que cambiar pronto. Siempre vestido de seglar. Tuvo que esconderse en un psiquiátrico (el director era amigo), haciéndose pasar por un enfermo mental.

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Por fin pudo refugiarse en la embajada de Honduras. Allí se ganó la amistad de todos y consiguió que le nombrasen “intendente de la embajada” con papeles hondureños. De esta manera podía salir con más libertad por Madrid. Comenzó a visitar, con mucha cautela, a algunos del Opus Dei. Les daba la meditación y la comunión, que siempre llevaba en una carterita con la bandera hondureña.A algunos que querían entrar en la Obra les dio ejercicios espirituales. También a unos jóvenes estudiantes. Cada día la plática era en sitio diferente. Y lo mismo con un grupo de mujeres. Siempre puesto en las manos de Dios.

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La situación era tal que, si quería que la Obra progresara, debería pasar a la otra zona de España, la de los nacionales, donde había libertad religiosa. Así se lo dijeron sus “hijos” con quienes consultó. Hubo mucha oración para ello. Por fin tomó la decisión de evadirse.

El único camino era conseguir papeles para poder ir a Valencia; luego a Barcelona; y después vendría lo más difícil. Era el 8 de Octubre de 1937 cuando pudo salir hacia Valencia. Iba con unos pocos del Opus. Allí pudo decir misa en casa de un amigo y hasta confesarse con el portero de la casa, que era un sacerdote escapado de la muerte.

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En Barcelona lo difícil era encontrar un experto para pasar los Pirineos. Experto significa: que supiese el camino, independiente y leal. Había que dar una buena cantidad de dinero. Hubo que esperar. Por fin el 19 de Noviembre salían en tren hacia Seo de Urgel, luego a otro lugar hasta donde había que comenzar a caminar.

El sufrimiento de san Josemaría era muy grande. Parte por lo que costaba caminar de noche y esconderse de día. Y parte por un doble sufrimiento moral: El recuerdo de los que había dejado en Madrid como era su propia familia, madre y hermanos, y los de la Obra que debían seguir escondidos. Lo peor eran las dudas en el alma.

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El sufrimiento en el alma estaba en no estar cierto si estaba cumpliendo la voluntad de Dios. ¿Debía esperar y atender en lo que podía y hasta dar la vida por Cristo o debía seguir por el bien futuro? El haber dejado a los suyos le hacía llorar; pero el ansia de Dios le hacía seguir.La angustia no le dejaba dormir. Pedía a Dios un signo tangible. Llegaron a una iglesia toda quemada, entró y encontró, entre las ruinas, una rosa de madera dorada. La tomó como un regalo de la Virgen, su rostro cambió y siguió el camino con alegría, siempre ayudando a los demás a pesar de los sacrificios.

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Era el 2 de Diciembre de 1937 cuando por la mañana oyeron el tañido de una campana. Era como la sensación de quien recobra la libertad. Habían llegado a Andorra, el pequeño estado independiente entre España y Francia. Pudieron hacer una visita al Santísimo en la iglesia. A la mañana siguiente celebraba la misa, sin tener que ocul-tarse, con toda la liturgia y la paz para los “mementos”.

Todavía pasaron muchas calamidades hasta que pudieron pasar por Francia y llegar a España por la zona de los “nacionales”. Comenzaba otra vida.

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Y comienza el período de visitas a conocidos para saber el paradero de otras personas. Primero en San Sebastián, luego en Pamplona, donde sería huésped del obispo, quien le regaló una sotana. Luego en Vitoria y por fin en Burgos, donde pensaba poner un centro del Opus, pues era la capital de la zona libre y podía estar mejor comunicado.Quería hacer ejercicios espirituales para poder ser mejor instrumento en las manos del Señor, para hacer realidad la Obra y extenderla por el mundo. Por fin los pudo hacer con tranquilidad en Silos en Septiembre de 1938. Pedía por todos, pero en su alma experimentó muchas arideces: se sentía incapaz no sólo de sacar la Obra adelante, sino aun de salvarse. Estaba en la noche oscura del alma.

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Tuvo mucho tiempo para la oración, llorando como un niño por su falta de correspondencia a la gracia. Lloraba leyendo la vida de los santos y al confesarse. Experimentaba el don de lágrimas. Al mismo tiempo que la oración, redoblaba las penitencias.Tiene apuntes en que recuerda a san Juan de la Cruz: “a oscuras y segura, por la secreta escala, disfrazada”.

San Josemaría escribía: “Me veo como un pobrecito, a quien su amo ha quitado la librea”. Para él la nueva librea tenía tres colores, blanco, verde y rojo, que son la fe, esperanza y caridad.

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En san Josemaría se da la fusión de su vida contemplativa de amor a la cruz y una vida intensa de trabajo.

Los obispos que le conocían, especialmente el de Vitoria, le llamaban para que diera, en varias ocasiones, ejercicios espirituales a sacerdotes y a religiosas. Una de estas religiosas manifestaba cómo miraba al sagrario como quien está loco de amor. Un sacerdote decía: “Se le veía un hombre de vida interior muy intensa y elevada, que trataba de infundir en nosotros lo que ya en él era vida, experiencia, camino andado”.

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Viajaba donde creía poder hacer un bien: para visitar a alguno de la Obra, sobre todo si había sido herido en el frente. Viajó por todas las provincias castellanas, yendo también a Santiago de Compostela a ganar el jubileo en un año santo. Siempre con mucha pobreza, en vagones de tercera y con la sotana remendada.

Al estar en Burgos, aprovechó para adelantar su tesis doctoral en derecho sobre la autoridad social ejercida por la abadesa de las Huelgas en cierto tiempo. Se pasaba muchas horas en el “contador” del monasterio revisando libros antiguos del monasterio.

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En 1939, cuando ya se acercaba el fin de la guerra, se acrecentaban en él los deseos de un mayor apostolado organizado desde Madrid.

Y cuando el 3 de Marzo se entera de la elección del papa Pío XII, sueña con la fundación en Roma, que sea como el cerebro de la organización.

La guerra estaba para terminar. El 27de Marzo fue hacia Madrid en un camión militar de aprovisionamiento, sentado junto al conductor. Al día siguiente entraba en Madrid. Muchos no habían visto uno con sotana desde julio de 1936. La gente se abalanzaba a besarle las manos y él les tendía un crucifijo.

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Fue a abrazar a su madre y hermanos. Y al mismo tiempo a reunir a sus “hijos”. En su antiguo Patronato todo había sido quemado. Había que comenzar desde las ruinas. Había que “recuperar” lo que no había hecho de apostolado, aunque había hecho mucho. Sigue poniéndose en las manos de Dios: “Todo lo espera de Él”.

Y comienza la serie de tandas de ejercicios espirituales, principalmente para sacerdotes y religiosas. Decía que aprovechaba “el fregoteo de estas almas para refregar la mía, que buena falta le hace”. También para universitarios. Era una de las grandes maneras de acrecentar la Obra. Comenzó en Valencia.

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Al ir a Valencia a dar ejercicios, llevó allí a la imprenta el original de “Camino”. Pensaba que de palabra era difícil adoctrinar a los que él deseaba y comenzó a poner por escritos pensamientos, que algunos enviaba por cartas. Algunos ya había impreso en Cuenca en 1934 bajo el nombre de “consideraciones”.

Con los libros pretendía que fueran como llama viva para convertir los corazones en brasas y ofrecerlos a Jesús como piedras preciosas de su corona.

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En aquellos años el trabajo era muy intenso, porque debía atender principalmente a dos frentes; los ejercicios espirituales para el clero y el sostenimiento y ampliación del Opus Del.Se iban formando varios centros de la Obra por España y Portugal. Los ejercicios que daba a universitarios era la principal fuente de vocaciones; pero había de continuar con la formación.

Varios obispos le pedían que diera ejercicios a sus sacerdotes. Muchos no los habían podido hacer en aquellos tres años. Aprovechaba para dar otras charlas a religiosas y laicos. Tenía tandas de hasta doscientos, con los que quería tratar en particular. Llegó hasta el agotamiento.

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El trabajo en la organización del Opus disminuyó cuando nombró a Álvaro del Portillo como secretario general. Así el secretario se encargaba de la correspondencia y de recibir a los nuevos aspirantes.De esta manera disponía de más tiempo para atender las peticiones de los obispos y dar ejercicios, no sólo a sacerdotes, sino religiosas y miembros de Acción Católica.

En todo trabajo apostólico era sabedor que cumplía la voluntad de Dios y experimentaba tangiblemente ser

conducido por el Espíritu Santo. Siempre abandonado en las manos de Dios.

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El santo tuvo una entrevista de cinco horas con el obispo de Madrid en Septiembre de 1939. El problema estaba en que no encajaba su proyecto con lo que había en el Código de derecho canónico. Pero comenzó a preparar los estatutos. Con el placet de Roma, el obispo aprobó la Obra como Pía Unión en 1941.

Estando dando una tanda de ejercicios en Lérida y. cuando estaba hablando sobre la labor de las madres del sacerdote, murió su madre. Vino cuando pudo, llegando a celebrar la misa antes del entierro. Sufrió al haber estado ausente en la muerte del padre y de la madre. Era una enseñanza para los que irían luego fuera a trabajar.

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Las críticas y contradicciones contra el Opus Dei acompañarán toda la vida del santo. En esta época se acrecentaron, especialmente en Barcelona. Muchas críticas venían de los “buenos” tradicionalistas. Vocación entendían la llamada al estado religioso con votos y hábitos. Creían que la llamada universal a la santidad disminuiría las vocaciones religiosas.Estas acusaciones las tomaba el santo como purificaciones para el espíritu. Veía que eran tentaciones contra la alegría. Y decía que Dios no quiere el mal humor y tristeza. No sufría por su fama, de la que ya se había desprendido, sino porque sufría la Iglesia y por los mismos que calumniaban. Llegó a decir al obispo que debía juzgarle un tribunal; pero el obispo le consoló y le dio paz.

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Cada vez había más aspirantes al Opus y hombres y mujeres que necesitaban más formación. Eran necesarios algunos sacerdotes, pero que saliesen de las mismas entrañas del Opus. Algunos comenzaron clases especia-les. El problema estaba en el Código de derecho canónico, pues un sacerdote debe estar adscrito a una orden religiosa o incardinado en una diócesis. El 14 de Febrero de 1943, celebrando misa donde unas religiosas, tuvo una inspiración. Al terminar anotó: “Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz”. Sin dejar de perte- necer al Opus, quedarían incar- dinados a él a título de sociedad de vida común sin votos.El 25 de Junio de 1944, en la capilla del palacio episcopal de Madrid, eran ordenados los tres primeros sacerdotes.

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En seguida pidió la bendición sacramental al primero de los nuevos sacerdotes, que era don Álvaro del Portillo.Ahora quería conseguir en Roma el “Decretum laudis” al Opus Dei. Era muy difícil que lo entendieran.Era muy difícil entender una entidad de fieles sin votos donde hay sacerdotes y donde hay mujeres que no son monjas. En Roma lo entendían a su manera, como fue aprobado al principio, como un Instituto prevalentemente clerical por lo de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Don Josemaría escribía que no era una asociación de fieles apoyada en la Sociedad Sacerdotal, sino savia y raíz de donde sale esa Sociedad Sacerdotal. Por fin el dictamen positivo se dio el 24 de Febrero de 1946.

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Para todos los trámites y aclaraciones debía estar en Roma. Llegó enfermo; pero se le pasó el mal al pensar en las posibilidades que podía haber para el futuro de la Obra el instalarse como centro en Roma.Fue toda una odisea el buscar casa y arreglarla para ellos y otra para las mujeres; luego otra más grande para la formación. Y todo sin tener posibilidades materiales. Vivían en extrema pobreza. Siempre puesto en las manos de Dios, porque lo hacía para mayor gloria de Dios y bien de la Iglesia. En medio de las incomodidades y fatigas, no faltaba la fe, la alegría, la serenidad y la oración. En cuanto al Opus Dei, dos preocupaciones: formación y expansión. Ahora se extendía por Italia y otras naciones.

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El 2 de Febrero de 1947 el papa Pío XII promulga la Constitución apostólica “Provida Mater Eclesia”, con la que acoge, sanciona y aprueba la más reciente forma de vida consagrada en la Iglesia: los institutos seculares. El primero aprobado fue el Opus Dei. El problema es que lo aprueban como instituto prevalentemente clerical. Es de derecho pontificio…

Todavía faltaba resaltar la secularidad de la Obra. Siempre repetía don Josemaría: Dios quiere que le sirvamos en el trabajo profesional, viviendo “en el mundo”. Todo trabajo humano, terreno, hecho por amor, se convierte en Obra de Dios. Como Jesús artesano, que durante tantos años convirtió su trabajo en labor redentora.

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Hubo unos años de muchas dificultades para poder desarrollar e instalar la Obra en Roma. Y también por las calumnias y persecuciones constantes. Siempre estaba el trato con Dios y olvido de sí mismo, y decidida disposición para secundar los planes divinos y una generosidad sin límites. Se dirigió de manera especial a Nuestra Madre Santa María.Comenzó a recorrer santuarios de la Virgen, al mismo tiempo que visitaba los centros de la Obra. En Loreto hizo la Consagración de la Obra al Corazón de María. Luego Lourdes, Fátima, etc.. Siempre poniendo fe, amor, paz y abandono en los brazos del Señor. Ante los ataques nunca salió de él una palabra de recriminación, ni aun en los momentos más duros.

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Don Álvaro del Portillo era su mano derecha. Nunca había roces entre ellos. Estaban vinculados en oración y espíritu. Don Josemaría no conocía el descanso, siempre estaba lleno de trabajo. Decía que el descan-so era cambiar de trabajo.

Una dificultad para el trabajo eran las enfermedades, que las soportaba como motivo de expiación. Especialmente la diabetes, que le atacó fuertemente. Llegó a estar casi ciego y el cuerpo hecho una plaga. Pedía sólo fuerzas para seguir trabajando, y con buen humor. Un día recibió una inyección rara, perdió el conocimiento, creyéndolo casi muerto. Al poco tiempo recobró el sentido. Decía que Dios le había hecho ver toda su vida, como muerto. Y se curó de la enfermedad y comenzó a trabajar con mayor vigor.

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Pensó que sería muy oportuno para el apostolado disponer de una universidad. Pensó en Pamplona. Y desde 1951 estuvieron haciendo planes y proyectos. Ayudó la Diputación Foral, pero no bastaba.

Comenzó con la escuela de derecho. Luego medicina, etc. hasta que recibió el título de universidad, siendo nombrado Mons. Escrivá como Gran Canciller. El 25 de Octubre de 1960 fue la solemne erección. Don Josemaría, al pronunciar su discurso acentuó que las labores se medirían por el grado de santidad que alcancen quienes trabajen en ella. Fue un viaje de honores; pero actuaba como si los méritos le fuesen cosa ajena.

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El 25 de Enero de 1959 el papa Juan XXIII anunciaba la celebración del Concilio Vaticano II. Don Josemaría lo recibió como una inspiración y lo acogió con gozo y emoción. Esperaba que sirviera para difundir universalmente el mensaje de santidad.

Tuvo que desprenderse de algunos ayudantes, sobre todo de don Álvaro del Portillo, que fue incluido en varias comisiones del Concilio. Habló con los tres obispos que pertenecían a la Obra y con otros varios sobre temas del Concilio. Un obispo decía: “Un rato de charla con él parecía un rato de oración”. El Concilio refrendó sus ideas sobre la llamada universal a la santidad y por lo tanto la vocación divina del laicado.

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Pablo VI, con quien había tratado muchos asuntos, cuando era secretario de Pío XII, continuó el concilio. También se preocupó de los asuntos de Mons. Escrivá.El centro ELIS era una obra social educativa para la juventud obrera. Había sido un proyecto de Juan XXIII encomendado al Opus Dei. Pablo VI quiso ir a inaugurarlo antes de acabar el Concilio para dar oportunidad que muchos obispos pasasen por allí y vieran las preocupaciones sociales del papa, al mismo tiempo que el desarrollo vital del Opus Dei.

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En el año 1972 pensó hacer una “correría catequética” por toda la península Ibérica. La concurrencia multitudinaria desbordó todos los cálculos y era poca la capacidad de los locales.

No se trataba de dar charlas, sino sobre todo de responder a las preguntas que le hacían en la sala. El largo y trabajoso viaje le agotó materialmente. Había otros encuentros de refuerzo espiritual a los de la Obra. Visita al santuario de Torreciudad, aquella pequeña ermita donde le llevaron sus padres de pequeño. Se había convertido en santuario, para ser lugar de oración y penitencia. Y en realidad había milagros internos de conversiones y de un mayor trato con el Señor.

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En Mayo de 1974 comenzaba otra “correría catequética”, esta vez por tierras americanas. Comenzó en Brasil. Como los compromisos se multiplicaban, iba alargando los días. Luego Argentina y Chile. Charlas con sus “hijos e hijas” y luego las reuniones generales.

Llegó a Perú, en medio de enfermedades. El problema fue al llegar al Ecuador. Por su mal estado físico sintió con fuerza “el mal de altura”. Tuvo que ir a Venezuela; pero para tener que retornar en breve a Roma. Prometió volver pronto. Y así lo hizo el 4 de Febrero de 1975. Quería visitar a Guatemala. Y lo hizo; pero no pudo estar muchos días. Ante miles de personas en el aeropuerto se despidió. Había trabajado todo lo que sus fuerzas le habían permitido.

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Murió en Roma el 26 de junio de 1975, Acababa de visitar al grupo femenino del Opus. Al entrar en el despacho, cayó al suelo por un ataque al corazón. Don Álvaro le dio los Sacramentos. Los médicos nada pudieron hacer. Había ido ya a la casa del Padre.

Sus restos están en la iglesia de Nuestra señora de la Paz, en Roma.

Multitudes de personas, autoridades y fieles pasaron a venerarle y orar ante su padre y amigo.

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Ante la petición de inumerables obispos comienza el proceso para la beatificación. Juan Pablo II le beatifica el 17 de Mayo de 1992.

El mismo Juan Pablo II, ante una gran muchedumbre le declara santo el 6 de Octubre de 2002 en la plaza de san Pedro. El papa dijo:

“Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad”.

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De los cambios de tiempo, desde joven, concluía: “No podemos permitir que el trato con Jesucristo dependa de nuestro estado de humor, de los cambios de nuestro carácter.” Sacaba provecho espiritual de cada cosa: “Todo nos debe llevar hacia Dios.” Y daba gracias a Dios aun de las cosas más pequeñas.

Leía el periódico haciendo oración al mismo tiempo sobre lo que leía. Y lo mismo con las cartas que enviaba o recibía. Siempre rezaba por esas personas.

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Cuando se veía inutilizado para predicar por causa de las enfermedades, acentuaba en su espíritu la infancia: Se sentía como un niño pequeño. Decía: “Debemos dejar que Dios juegue con nosotros.”Se veía indigno y como un instrumento que Dios había escogido para su Obra Por eso tenía una repugnancia al culto de la personalidad. Se atribuía el modesto papel de la burra de Balaam

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Y ante las delicadezas divinas, especialmente al celebrar la misa y en la acción de gracias.Le “dolía la Iglesia”: los que traicionaban su vocación, y las almas que padecían el escándalo, y la confusión que provocaban los enemigos de la Iglesia.

Con frecuencia se le veía llorar con un corazón tierno. Decía: “Dios no nos pide cosas deshumanizadas”. Ante el sagrario se manifestaba como un enamorado. Con los pobres y marginados mostraba su corazón paternal.

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Después del Concilio le dolían las tropelías que algunos hacían en la celebración de la misa.

Todos decían que se transformaba en el altar. A veces acababa extenuado por el esfuerzo de identificarse con Cristo sufriente.Cumplía las ceremonias con delicadeza. Le salía del corazón por amor y respeto a Jesús allí presente.

De la misa sacaba el deseo ardiente y sincero, tierno y profundo de imitar a Jesucristo.

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Decía que la ciencia de gobernar era: tener siempre visión sobrenatural, sentido de responsabilidad, amor a la libertad de los demás y a la propia. El gobierno debe ser colegial; y si un director se equivoca, está obligado a reparar. Todo esto se lo aplicaba a sí mismo. Tenía mucho cuidado de las cosas pequeñas: Un trabajo mal hecho denotaba falta de amor y de presencia de Dios.Si tenía que reprender a alguno, sufría más que el reprendido. Y luego le decía una palabra dulce. Todo con tal de que sirviera para acercarse a Dios.

Si exigía a los demás, primero se exigía a sí.

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Externamente se le veía alegre y de buen humor a pesar de las enfermedades y contratiempos. Podemos decir que su vida fue un holocausto silencioso. Solía decir: “Si el señor nos manda una alegría, es porque nos quiere; y si nos manda alguna pena es para probar que le queremos.”

Era de carácter fuerte, pero se mostraba afable y cariñoso y atento a las necesidades de los demás. Armonizaba la impetuosidad con el sosiego y la fortaleza con la dulzura.

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Procuraba conocer los gustos de las personas; esperaba la ocasión propicia para dar una noticia o no darla; sabía escuchar en las conversaciones; moderaba la impaciencia; evitaba las discusiones; mostraba respeto para con todos. Todo esto no era por cortesía, sino por amor.

Era grande su sentido de paternidad. Sentía que amando a sus “hijos” amaba más a Dios. Según iba creciendo el Opus, iba creciendo su corazón para amar a todos.Sus consejos eran muy maternales. Se preocupaba de las cosas pequeñas de cada uno.

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Emprendía grandes acciones por amor a Dios y para beneficio de muchos. No es cicatero o calculista de modo egoísta.

Le llegaban cartas de lugares lejanos pidiendo el trabajo apostólico. Nunca decía que no, aunque hubiera que esperar.

Ante los problemas de sus hijos, proponía soluciones, que eran como corazonadas. Buscaba ideales grandes. Quería que sus “hijos” fuesen santos.

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Santificar el trabajo, pero con alegría. Decía: “El camino de Dios es de renuncia, de mortificación, de entrega; pero no de tristeza o de apocamiento”.

Trabajando siempre a lo máximo porque era para la gloria de Dios. En todos los momentos se sentía ser:

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Por ti, mi Dios, cantando voy

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la alegría de ser tu testigo, Señor.

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No sé cómo cantar tu mensaje de amor.

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Por ti, mi Dios, cantando voy

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AMÉN