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Cartografía y paisaje en Canarias De lo sublime y lo subliminal

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Page 1: Salas Orillas y Litoral

Cartografíay paisajeen CanariasDe lo sublimey lo subliminal

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Colabora:

PROYECTO EDITORIAL

EditaViceconsejería de Cultura y Deportes, Gobierno de CanariasObservatorio del Paisaje _ Bienal de Canarias

Coordinación editorialEliseo G. Izquierdo

Coordinación Textos e ImágenesCandelaria González DomínguezSara Pérez Cedrés

TextosJonathan Allen, María Eugenia Arozena, Juan Carlos Carracedo, Fernando Castro, Jesús Duque, GRAFCAN, Isidro Hernández, José de León, Manuel Lobo, Cipriano Marín, Águedo Marrero, Marcos Martínez, Juan Pedro de Nicolás, Fernando de Ory, Juan Manuel Palerm Salazar y Leopoldo Tabares de Nava y Marín, Octavio Rodríguez, Ángela Ruiz, Ramón Salas, Francisco Sánchez, Lázaro Sánchez-Pinto, Arnoldo Santos, Moisés Simancas, Juan Tous, Wolfredo Wildpret y Victoria E. Martín.

Diseño y maquetaciónÁngel Andrés Cabaleiro Cruz

EXPOSICIÓN

ComisariosJuan Manuel Palerm SalazarLeopoldo Tabares de Nava y Marín

Coordinación GeneralCandelaria González DomínguezSara Pérez Cedrés

Adjunta a coordinaciónPatricia López Valdés

Coordinación de montajeSoledad Vera MéndezRocío Narbona Flores

MontajeViceconsejería de Cultura y DeportesO&B + I

Diseño e ImagenAlicia Cárdenes Delgado de MolinaMaría García Palerm

SegurosMapfre

FotografíasSus autores

Impresión y encuadernaciónLitografía Drago, S.L.

Depósito Legal: TF- 307-2012ISBN (10): 84-7947-616-8ISBN (13): 978-84-7947-616-8

© Edición: Viceconsejería de Cultura y Deportes, Gobierno de Canarias© Textos: sus autores© Fotografías: sus autores

OBSERVATORIO DEL PAISAJE _ BIENAL DE CANARIAS

DirectorJuan Manuel Palerm Salazar

Coordinador GeneralGilberto González

Adjunta a coordinaciónCristina Reina

Coordinador EditorialEliseo G. Izquierdo

El editor ha hecho todo lo posible por averiguar la propiedad de los derechos de todas las imágenes reproducidas y obtener los oportunos permisos. Rogamos se disculpe la omisión que, inadvertida-mente, hubiese podido producirse en algún caso, por desconocimiento de su procedencia.

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Cartografíay paisajeen CanariasDe lo sublimey lo subliminal

Colabora:

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Índice

Cartografía y paisaje en Canarias.De lo sublime y lo subliminalJuan Manuel Palerm / Leopoldo Tabares de Nava

_ Mapas y deseos

De la cartografía mítica a la realMarcos Martínez

La isla de El Hierro y el meridiano origenJuan Tous

La cartografía y su paisaje a lo largo de la historia. Una referencia a CanariasJesús Duque Arimany

Correlatos geográficos. Arte, paisaje y símbolos en Canarias Jonathan Allen

_ 28°N / 29°N – 13°W / 18°W

Tierra de volcanes y océano Juan Carlos Carracedo

Canarias y el marManuel Lobo Cabrera

Tierra de volcanes: psicogeología del paisaje canarioFernando Castro Borrego

Paisajes naturales desde el nivel del mar hastala cumbre Wolfredo Wildpret / Victoria Eugenia Martín

El clima: entre lo racional y lo sublimeJuan Pedro de Nicolás

Clima y paisaje en CanariasFernando de Ory Ajamil

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El protagonismo vegetal en la cartografía yel paisaje de CanariasOctavio Rodríguez Delgado

Palmera y paisajeCarlo Morici

Dragos canariosLázaro Sánchez-Pinto

Pino canario (Pinus canariensis)Garoé, el árbol misterioso, legendarioArnoldo Santos

El espacio forestal de Anaga, un paisaje en proceso de transformaciónMaría Eugenia Arozena

Herbarios, mapas, paisajes y cosmogonía localÁguedo Marrero

_ de la orilla a la ciMa

Ciudades demediadas, tres escalas de ciudad portuariaÁngela Ruiz

IDECanarias como principal nodo de difusión del Sistema de Información Territorial de Canarias (SITCAN)GRAFCAN

Orillas y litoral: los límites del paraísoRamón Salas

Los paisajes culturales del agua de CanariasMoisés Simancas

Hueco y memoria: huellas de un pasado vividoJosé de León Hernández

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_ Hacia el cielo: observatorios y constelaciones

Hacia el Cielo: observatorios y constelacionesCipriano Marín

Paisajes cósmicosFrancisco Sánchez

Siete calas en la representaciónpictórica del cielo insularIsidro Hernández

Cartografía y paisaje en Canarias(propuesta expositiva)

AnexoLa arquitectura del paisajeJuan Manuel Palerm / Leopoldo Tabares de Nava

Bibliografía

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AbreviAturAs

AHPLP_ Archivo Histórico Provincial de Las PalmasLas Palmas de Gran Canaria

AHPT_ Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de TenerifeLa Laguna. Tenerife

BULL_ Biblioteca de la Universidad de La LagunaTenerife

CAAM_ Centro Atlбntico de Arte ModernoLas Palmas de Gran Canaria

CFIT_ Centro de Fotografía Isla de TenerifeSanta Cruz de Tenerife

FCOHC_ Fundación Canaria Orotava de Historia de la CienciaLa Orotava. Tenerife

FEDAC_ Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía CanariaGran Canaria

MHAT_ Museo de Historia y Antropología de TenerifeLa Laguna. Tenerife

OAMC_ Organismo Autónomo de Museos y Centros. Cabildo de TenerifeTenerife

RSEAPT_ Real Sociedad Económica de Amigos del País de TenerifeLa Laguna. Tenerife

TEA_ Tenerife Espacio de las ArtesSanta Cruz de Tenerife

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Magnolia Soto, sin título, 2001. Impresión fotográfica, 59 x 99 cm. CAAM

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Ubay Murillo, Hacer equilibrios para caerse, 2003. Óleo sobre lienzo, 116 x 14 cm. Colección particular, Tenerife

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Alguien dijo que las islas son porciones de tierra rodeadas por todas partes de literatura. Bien pensado, a todas las cosas les ocurre lo mis-mo: ‘bienestar’, ‘éxito’, incluso ‘casa’, son entidades esquivas que sólo conseguimos someter cuando las rodeamos de palabras. Palabras que, en realidad, no hacen referencia más que a ese vacío que perfilan. Lo que quizá sí caracterice más a la isla sea su litoral, es decir, precisa-mente el hecho de que su perfil se dé automáticamente a la intuición, incluso antes de percibir el océano de conceptos que lo rodean. Por eso la isla está naturalmente vinculada al paraíso. Y a la ideología. ‘Pa-raíso’ es también un concepto que encierra múltiples significaciones, pero una es, sin duda, recurrente: el paraíso es ese lugar donde las cosas resultan sencillas, se ofrecen de balde a la intuición, son lo que son, sin necesidad de significar, sin tanta palabra. Por eso nos expul-san de él cuando nos tienta la sabiduría, cuando nos da por probar los frutos del árbol del bien y del mal y, en lugar de aceptar las cosas como Dios (nos las) manda, tratamos de discutirle a Este su exclusiva res-ponsabilidad sobre el sentido de la existencia y empezamos a rodear los dones ‘naturales’ de literatura (o, lo que es peor, de filosofía), a calificarlos, discriminarlos, valorarlos. Por eso también son recurrentes las derivas contraculturales de la cultura, los abscesos de romanticis-mo que tratan de escapar de la palabra mediante la poesía, de olvidar el conocimiento, los significados que sepultan la vida, de desprenderse de la conciencia y recuperar esa plenitud propia de la infancia (la per-sonal o la de la civilización).

Orillas y litoral: los límites del paraísoRamón Salas

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300 Orillas y litoral: los límites del paraíso

Este viejo proyecto (contra)cultural recobra vigencia en este mundo nuestro en el que una sofisticación sin precedentes produce una ansie-dad inaudita. No sólo la que provoca una forma de vida que transforma el exceso en sensación de carencia, en la que lo que vale –el valor de uso– se confunde con lo que cuesta –el valor de cambio–, la realidad se ‘semiotiza’ y las cosas no se juzgan por lo que hacen sino por lo que dicen (de nosotros). Está además la ansiedad defensiva derivada de la responsabilidad personal de paliar ese dislate: simplificar, reconceptuar, reevaluar… son hoy otras tantas fuentes de estrés, más palabras para rodear ese vacío que llamamos vida.

La ansiedad se cura con ideología, ese atajo al paraíso que consiste en aceptar la definición de lo dado (como si fuera la voluntad de Dios o, al menos, el fruto del sentido común), como si su representación no fuera el resultado de una relación de poder resuelta en un escenario de conflicto. Recurrentemente soñamos dejar de discutir, incluso de pensar, busca-mos liberar la existencia de tanto significado, las cosas de las palabras… y disfrutar del paisaje1. Nada para ello mejor que una isla. No sólo porque le permite al ciudadano metropolitano, habitante de territorios abiertos atravesados por miles de tensiones, aislarse –durante un paréntesis vaca-cional– del acoso de los conceptos, sino porque ella misma transmite esa evidente sensación de definición. La isla significa su propio aislamiento, la

1 No es casualidad que cuando Kant tratara de explicar el papel de la estética en la defini-ción del ideal republicano de una humanidad común, superando las diferencias provocadas por las diversas culturas e interpretaciones del mundo; que cuando quisiera evocar ese mo-mento en el que los humanos suspendemos nuestra natural disposición a representarnos las cosas según nuestro particular e interesado punto de vista sobre las mismas, recurriera a la percepción de paisaje como ejemplo de esa experiencia de belleza que, a pesar de ser subjetiva y no adecuarse a un concepto (de cómo debería ser), estamos persuadidos de que placerá necesariamente por igual a todo el mundo; seguramente porque, al percibirla sin proyectar sobre ella nuestra intención o interés, nos transmite la sensación de una fina-lidad interna en fácil sintonía con nuestras expectativas.

Gerhard Richter, sin título, serie

Kanarischen Landschaften,

1971.Fotografía,

39,5 x 50,1 cm. CFIT

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301Ramón Salas

posibilidad misma de identificar algo antes de que sea referido como tal. Significa el olvido del significar que sustenta la confianza en el significa-do. La isla significa el paraíso porque su litoral circunscribe una entidad concreta, evidente, que acoge miles de mitos nacidos con dificultad de la erudición pero que se acomodan con facilidad a la intuición.

La modernidad adoptó una forma burguesa y jacobina: el burgo metro-politano, ese colectivo de advenedizos que se cruzaban sin reconocerse y tratando de distinguirse, se convirtió en el modelo de unas provincias que fueron abandonando su geografía y su folclore, sus lenguas ver-

náculas y sus conocimientos enraizados, para abrazar ese culto a la desterritorialización que llamamos nihilismo. La metrópoli se fue con-virtiendo en una anodina máquina moderna de habitar, eso que ahora llamaríamos un no-lugar, el espacio de unos Don Nadie que sólo reco-nocían en el espejo invertido de lo lejano su nueva condición moderna: la pérdida de la identidad, la perfectibilidad, el deber de ser diferente de lo que se es.

En este reparto metropolitano de significados, a la ‘ultraperiferia’ le tocó convertirse en la depositaria del pensar tradicionalista (que en las provincias continentales se iba disolviendo por la acción centrípeta del burgo). La mirada lisonjera del colonizador convirtió a la isla en el ob-jeto oscuro de su deseo, lo otro de sí mismo, un lugar exótico, esencial, lejano, primitivo, poblado de hombres ingenuos, idénticos a sí mismos y a su paisaje, una reserva de endemismos que el foráneo gustaba de catalogar. “El hombre en función del paisaje”2 se mimetizó con el ‘lugar’ que fueron roturando con sus relatos los viajeros provenientes de los

2 Título del famoso texto con el que Pedro García Cabrera saludará el desembarco de los artistas grancanarios de la Escuela Luján Pérez en Tenerife en el año 1930.

Juan Gopar, serie La isla desierta I, 2002.Fotografía sobre dibon

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‘no-lugares’3. No en vano, el pensamiento tradicionalista era determi-nista y positivista: el hombre (excéntrico) no era dueño de su destino sino fruto de su geografía. Mientras que el individuo metropolitano era el producto abierto de la indefinición de su territorio, el isleño era de la misma naturaleza idéntica de la isla4.

Efectivamente, durante siglos, el isleño padeció, más que sintió, su insu-laridad. Rara vez lograba atravesar la línea del horizonte a la que cons-tantemente dirigía la mirada. Y, cuando lo hacía, era para no volver. La isla entonces se hacía fuerte en su nostalgia confirmando aquello de que “ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio…”. El padecimiento insular era, por lo tanto, grave e intenso, como la enfermedad identitaria.

Entretanto, los isleños hemos pasado de esta versión hardcore a la low cost desde que esta forma prosaica del viaje desembarca masas de turis-tas en estos parques temáticos que llamamos islas; parques de los que los isleños podemos escapar con facilidad gracias tanto a esas mismas líneas de bajo coste como a los recursos que nos traen bajo sus alas. Pero aún hoy, los isleños low cost –que ya no somos privilegio ‘a medida’ de los via-jeros sino productos prêt-à-porter para los turistas– alimentamos, con la ironía propia del que entra y sale con facilidad de su propia ‘identidad’, las expectativas metropolitanas. El isleño sigue siendo un “hombre en función de su paisaje” aunque su paisaje haya cambiado radicalmente.

El isleño adusto, sentado en el peñasco que definía su apariencia y con-dición, miraba antaño el horizonte desterritorializado que operaba como una zona de exclusión la cual lo alejaba de ese nihilismo militante que ofrecía a los hombres la posibilidad moderna de hacerse diferentes de lo que la providencia les había reservado en suerte5. Hoy, perplejo, apren-

3 Para una introducción a la genealogía del imaginario canario, véanse Frank González: “Pos-tales, Postcards”, en El paisaje mirado, iconos comunitarios, CAAM, Las Palmas de Gran Canaria, 2001; o el capítulo 1, “Genealogía de una identidad” de la tesis doctoral inédita de Adrián Alemán: Espacio social y espacio lingúistico. Pensar el arte hoy, Universidad de La Laguna, 2003.

4 “La imagen palmaria del hombre se modela en su paisaje nativo y a ella reduce –amolda– las percepciones y las impresiones, siempre. Por toda la cadena de sus días fervorosos”. Pe-dro García Cabrera (1930): “El hombre en función del paisaje”, repr. en S. de la Nuez: Pedro García Cabrera. Obras completas, volumen IV, Gobierno de Canarias, 1987, pág. 202.

5 “De forma física no tenemos nada particular, diferenciado. Pero sí hay una condición me-tafísica definidora de nuestras vivencias existenciales, esta vez de raíz emocional. El canario posee dos condicionantes de su carácter; dos estructuras que lo definen: su aislamiento, por el cerco de los mares, y ese deseo instintivo de vivir lo distante, que nos hace sentirnos viaje-ros de rutas lejanas. Somos adustos, monolíticos, con moral recia, pero también amantes de tareas de encantamiento”. Felo Monzón: “La escuela Luján Pérez, una reflexión necesaria”, en F. Monzón y A. Quevedo (com.): La escuela Luján Pérez, Viceconsejería de Cultura y Depor-tes, Gobierno de Canarias, 1988, págs. 15 s. Véase también F. Monzón (1958): “La escuela

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de a habitar las contradicciones a las que le avoca un nihilismo triunfante que compromete seriamente la posibilidad moderna de darle sentido (narrativo) a la propia existencia, al exigir una radical flexibilidad y adap-tabilidad a un escenario de geometría variable. Eso sí, el isleño se siente ahora con la ventaja relativa de vivir un sinsentido ‘a escala’.

El actual culto a la memoria –penúltimo coletazo de una metafísica ago-tada en su intento de encontrar algo idéntico, auténtico, escarbando bajo la superficie de esa realidad superficial que se le antoja ‘demasiado humana’– no hace más que traducir sentido ‘vernáculo’ al lenguaje del parque temático6. Un parque al que ya no está invitado sólo el turista, sino el propio lugareño, que aprende a leer en los flamantes ‘centros de interpretación’ el espacio que ya no puede habitar más que en la forma del espectáculo. En el mundo de las ciudades-marca que compiten por la atención en el mercado del capitalismo cultural7, el isleño se siente, por fin, contemporáneo de todos sus congéneres, en el centro espacial y en el presente temporal del mundo devenido imagen. Y es que, si hemos de creer a Dean McCannell, el turista, al traducir lo auténtico en espectáculo, define algo así como el último eslabón de la cadena evolutiva del homo sapiens –la especie condenada a buscarle sentido a su entorno– en su esfuerzo por adaptarse al paisaje de una moderni-dad que ha desplazado todos los elementos –materiales e inmateriales, culturales y naturales– del contexto en el que cobraban sentido (para poderlos exponer, convenientemente ‘museografizados’, como muestra de un ‘patrimonio’ caracterizado porque, paradójicamente, ya no lo po-demos heredar más que en su versión ‘taxidérmica’).

Vender aislamiento en islas que reciben anualmente un número de visi-tantes ocho veces mayor al de sus pobladores y viven del monocultivo de su propia imagen requeriría, más que un olvido epistemológico, un verdadero esfuerzo publicitario. La isla low cost se sigue soñando, como siempre, con la retórica del mito, pero ahora se representa, con el len-guaje en prosa del nihilismo, en función de:

La reducida variedad de recursos naturales; la dificultad para benefi-ciarse de las economías de escala y aglomeración; problemas vincula-

Luján Pérez y el arte moderno”, en F. González (ed.): Felo Monzón. Escritos de arte, CAAM, Las Palmas de Gran Canaria, 2001.

6 Lo que hoy llaman “paisajes culturales” (que plastifican una de las muchas huellas per-ceptibles en el territorio tras seleccionar la más “políticamente correcta”) no hacen más que traducir a la gramática del parque temático un “compromiso” que ya sólo se puede vivir en forma de memoria.

7 Véase el análisis de la conversión de la identidad local en capital simbólico y renta de mo-nopolio en David Harvey (2001): “El arte de la renta: la globalización y la mercantilización de la cultura”, en Espacios del Capital. Hacia una geografía crítica, Akal, 2007.

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dos al transporte y las comunicaciones; la escasa competencia en los mercados, que favorece situaciones oligopolísticas; la amplia apertura y especialización productiva; el valor estratégico y potencialmente estran-gulador de determinados recursos como el suelo, el agua o la energía; el alto valor biológico y geológico; la fragilidad de sus ecosistemas; el valor geoestratégico; la existencia de rasgos culturales diferenciados; y la im-plementación frecuente de marcos político-institucionales especiales8.

Vaya por delante que esta descripción no es menos literaria que la que representaba la isla como ‘jardín de las Hespérides’; es, sencillamente, coherente con ese mito prosaico que llamamos capitalismo. Sobre el fondo de este nuevo paisaje que nos ha tocado históricamente vivir, ob-servarán en este fragmento que la inmensa mayoría de esas diferencias supuestamente ‘insulares’ anticipan, sin embargo, en una escala menor, los problemas globales de un planeta que deviene isla a pasos agiganta-dos. Pero a estas características me gustaría añadir una ventaja estraté-gica no citada: la relativa capacidad de resistencia de la isla a la deslo-calización de su industria. Si lo que caracteriza el modo de producción postfordista es la ubicación flexible de su sistema productivo allí donde encuentre más ventajas sociolaborales, la isla atesora aún varios activos (desde la playa y el buen tiempo a la seguridad socio-sanitaria) difíciles de desterritorializar. Esta ventaja, insisto que relativa y temporal, unida a la escala abordable en la que se presentan los problemas (entiéndase por asuntos) globales, incluidos los derivados de la conversión del mun-do en imagen, revitaliza el imaginario de ‘isla laboratorio’9.

El isleño ya no se siente víctima de una condición determinista que le aleja de los vientos de la historia, sino en la relativa calma que propor-ciona el ojo del huracán. No está condenado a su identidad ‘otra’, sino en condición de (pro)ponerse como ejemplo de (cómo habitar) esa falta de identidad que comparte con todos sus iguales, con la ventaja ope-rativa de ser ‘nativo’ del desarraigo en una escala microcontinental. Ya no vive en utopía (el no lugar), ni en eutopía (el buen lugar), sino en esa “zona temporalmente autónoma” que Foucault llamaba heterotopía10.

8 Dirk Godenau y Raúl Hernández Martín: “Insularidad: ¿Un concepto de relevancia analíti-ca?”, Revista de Estudios Regionales, nº 45, Andalucía, 1996.

9 La isla como laboratorio es una hipótesis que está en la agenda, ya a principios del siglo XX, de las principales sensibilidades sobre el imaginario canario: la regionalista eudemónica (que presenta la isla como paraíso para negar el conflicto y consolidar es statu quo); la regiona-lista cínica (que re.presenta la isla como paraíso para atraer la atención metropolitana y sus recursos modernizadores); la neoregionalista (que hace visible el conflicto que subyace a la calma y aspira a la universalidad a través de la esencialización de lo local) y la moderna (que aboga por el olvido de lo local y capitaliza la distancia y el anacronismo que permite el análisis distanciado de lo metropolitano).

10 Cfr. M. Foucault (1967): “Espacios otros: utopías y heterotopías”. Disponible en la red.

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Heterotopía es un lugar que pone en evidencia que la sensación de co-herencia y verosimilitud de lo que vemos depende de una cartografía de conceptos que permite percibir las cosas como análogas o disímiles, es decir, que depende del orden que rige en el régimen de la mirada. Son espacios ilusorios (como la suite nupcial, el crucero o el museo) que sus-penden y, por lo tanto, ponen de manifiesto el orden de cosas adyacente (los entornos ‘naturales’ y normalizados de la vida) que, de ese modo, evidencian su carácter igualmente ilusorio (pero, además, ideológico); espacios donde se es y no se es (como en el espejo), o donde se es ‘otro’ (como en el burdel, el hotel de vacaciones, el carnaval o el cuartel), lu-gares que nos escinden, nos sacan de nosotros mismos, ritualizan estas desviaciones y alteran las lógicas. Si la utopía nos hablaría entonces de un sitio que no existe, la heterotopía nos emplazaría a un orden que (aún o ya) no rige: ambas impugnan lo real, la primera con un no-lugar en el espacio, la segunda con un no-lugar en el orden del lenguaje. La isla, ese lugar lleno de suites nupciales, espejos, cruceros, burdeles, cuar-teles, museos, hoteles y carnavales, que sobrepuja su propio concepto, es un espacio lingüístico consciente de que su naturaleza ‘agreste’ con-tradice la cartografía plana de nuestra ontología. Pero no precisamente porque su naturaleza sublime asombre nuestras categorías, sino porque la sublime proliferación de nuestras asombrosas categorías no hallan ya naturaleza a la que referirse. La isla low cost denota la imposibilidad de pensar ‘eso’ que connotan los límites que dibuja nuestro pensamiento, “el desorden que hace resplandecer los fragmentos de un gran número de órdenes posibles”11.

11 Michael Foucault, en el prefacio (1966) a Las palabras y las cosas, siglo XXI, 1968.

Genín Andrade, Agua, 1999. Cibachrome, 102,5 x 154 cm. CAAM

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306 Orillas y litoral: los límites del paraíso

La isla no cuestiona la representación impugnándola, sino poniéndola en escena, fatigándola por exceso de ejercicio, desfondándola. Y, al liberarla de sí misma como referente, al ironizarse, se muestra en su imposibili-dad ontológica como una posibilidad epistemológica que se contrasta dialécticamente con las ‘realidades’ adyacentes. Con la particularidad de que a la isla todo le es potencialmente adyacente dado que, como su puerto o aeropuerto, es un espacio que tiene frontera con cualquier sitio. Y es en esa posición relativa –en el mapa de lo posible– donde su ‘cultivo de laboratorio’ encuentra el significado que le es propio precisa-mente por estar fuera de sí.

Contradiciendo el imaginario contracultural, tras la migración de lo su-blime desde el ámbito de la naturaleza al de la cultura, las cosas ya no se resistirían al orden de las palabras plegándose sobre su ser, esquivando el significado, enrocándose en una suerte de esencia prelingüística, en una ‘reserva de sentido’ a la que nuestras categorías del pensamiento no tendrían acceso. Bien al contrario, las cosas sobrepujarían el orden de las palabras aceptando gustosas que la legitimidad de los predica-dos que tratan de ‘sujetarlas’ depende de una negociación colectiva de orden político sobre su representación. No sería la suspensión de esta representación la que dejaría ser a lo que es, sino su abierto ejercicio sobre el vacío, sin red, su puesta en abismo. La isla podría no ser una porción de suelo firme rodeada de metáforas sino un conjunto de me-táforas que rodean un vacío autoconsciente, o una forma de conciencia colectiva y proyectiva, o, tomando prestadas las palabras de Taylor, “una orientación en el espacio moral” de naturaleza dialéctica. La isla, en todo caso, no estaría entonces en el dintorno, sino en el contorno. Que, como la orilla (y a diferencia de lo que se permite en el paraíso), entra y sale.

[Este texto es una versión de “¿(Qué) significa una isla?”, publicado en Roc Laseca (ed.): La isla violada. Ejercicios de nesolectura en torno a Bill Viola, Gobierno de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 2011].

Olmo Cuña, La Vegas Hotel, Puerto de la Cruz, Tenerife, Canary Island,

2008. Acrílico sobre postal y postal, 10 x 15 cm c/u. Colección del artista

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307Ramón Salas