saborea el abuelazgo. ¿acallar la opinión?

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C o l e c c i ó n u n t r i s d e l i b r o un tris de libro fácil de leer, fácil de llevar, difícil de deja r TALLER DE EDICIÓN ROCCA ® p e r i o d i s m o ¿Acallar la opinión? Cuatro Araújos versus Alfredo Molano María Teresa Herrán

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C o l e c c i ó n u n t r i s d e l i b r o

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Al sociólogo Alfredo Molano Bravo, escri-tor de larga trayectoria y columnista de El Espectador, cuatro Araújos lo denunciaron pe-nalmente por calumnia e injuria. Su proceso duró más de la cuenta en un Sistema Penal Acusatorio que pretendía agilizar la justicia.

Este libro es la historia de una lucha más contra el unanimismo y la ausencia de debate.

TALLER DE EDICIÓN • ROCCA®

p e r i o d i s m o

u n t r i sd e l i b r o

f á c i l d e l e e r , f á c i l d e l l e v a r , d i f í c i l d e d e j a r

TALLER DE EDICIÓN • ROCCA®

p e r i o d i s m o

con posgrado en Ciencia Política, ha ejercido el periodismo en prensa y televisión, alternándolo con la academia. Actualmente escribe, dicta conferencias y saborea el abuelazgo.

periodismo y derecho a la información, de dos novelas y de una biografía, Angarita, retador.

UN

producidos en coedición con T ALLER

¿Acallar la opinión?Cuatro Araújos versus Alfredo Molano

María Teresa Herrán

, fácil de llevar, fácil de

los libros quepan en el bolsillo o en un reducido rincón de cualquier maletín o cartera, convertidos así en compañeros

-

para el apresurado lector de hoy, pero también para los pausados lectores de

máximo de conocimiento en el mínimo

ISBN: 978-958-8545-25-7

9 7 8 9 5 8 8 5 4 5 2 5 7

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Taller de edición • rocca®

p e r i o d i s m o

María Teresa Herrán

u n t r i sd e l i b r o

f á c i l d e l e e r , f á c i l d e l l e v a r , d i f í c i l d e d e j a r

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© MaríaTeresaHerrán© ColecciónUnTrisdeLibro© TallerdeEdición•Rocca®S.A.

ISBN: 978-958-8545Primera edición en Colombia, 2010

Diseño/artedecubierta:Taller de edición • rocca® S. a. / Elizabeth Cruz Tapias

Ediciónyproduccióneditorial:Taller de edición • rocca® S. a.Transversal 6 Nº. 27-10, oficina 206 Teléfonos/fax.: 243 2862 - 243 8591 [email protected] www.tallerdeedicion.com

Impresiónyacabados: Colombo Andina de Impresos Dirección: Calle 12 No. 37-65 Teléfono: (57-1) 487 6666 [email protected] Bogotá D. C., Colombia

impreSo y hecho en colombia

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Una desagradable sorpresa

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Cuando Alfredo Molano recibió la citación en mayo de 2007, no le prestó atención. Pen-só que era una de tantas que le hacen perder tiempo a los periodistas, aunque a él, hasta entonces, no le había llegado ninguna. Ni si-quiera la abrió, pero cuando llegó la segun-da, quince días después, empezó a inquietar-se. Era escueta. Sólo contenía indicaciones de presentarse en la Fiscalía, y datos como fecha y dirección.

—Inclusive no decía, o tal vez yo no lo leí, que me presentara con un abogado. No lo era la amiga con quien fui. Cuando entré al edificio de la calle 19, realmente me aterré, porque yo nunca había estado en un juzgado —recuerda Molano.

Ese primer contacto con el mundo judicial le produjo miedo y antipatía, a pesar de que muchos miembros de su familia hayan sido y son abogados: un tío abuelo, presidente de

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la Corte Suprema de Justicia y gobernador de Cundinamarca; sus tíos Bravo, litigantes, espe-cialistas en derecho tributario.

En cambio, Alfredo Molano nació, se educó y creció en el campo. Su padre, hacen-dado y comerciante, tenía una finca, hoy des-membrada, ubicada en la vía al municipio de La Calera, Cundinamarca.

—La verdad, para mí, los abogados siem-pre han sido “tinterillos” —opina Molano—. Mi distanciamiento de lo jurídico ha sido muy personal, emocional. De niño, me la pasaba de potrero en potrero, de caballo en caballo. El primer drama de mi vida ocurrió cuando tuve que ir al colegio: nunca me acomodé. Miraba más por la ventana que al tablero, esa es la rea-lidad. Entonces el formalismo… ¡Hum! —hace un gesto despectivo y continúa—: a mis tíos los educaron donde los Hermanos Cristianos y mis primos estudiaban en el Liceo de Cer-vantes. Todo eso para mí era un mundo un poco carcelario.

Sus familiares Bravo querían que Alfre-do fuera abogado de la Universidad del Rosa-rio. Un tío lo acompañó:

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—Monseñor José Vicente Castro Silva, el rector, nos recibió y nos dijo algo como: “por su apellido, ¡tiene el cupo!”. ¡Qué tal! —y se ríe.

Sin embargo, Molano escapó de ese des-tino y se inscribió en la Universidad Nacional de Colombia, porque un profesor de los últi-mos años de bachillerato le había aconsejado estudiar sociología. Se acababa de abrir la Fa-cultad y no le quedó duda: aceptó un cupo y rechazó el otro.

* * *

El 8 de julio de 2008, cuando Alfredo Mo-lano llegó al Juzgado Sesenta Penal Munici-pal con función de Control de Garantías para la llamada “formulación de imputación”, se fijó en dos muchachos que lo miraban mal:

—No les presté atención. Pensé que eran secretarios, pues estaban de corbata, y yo de mochila… —se ríe.

Contestó sin saber muy bien de qué se trataba, hasta que le preguntaron: “¿Usted es-cribió esta columna ‘Araújo et ál.’?”. Enton-ces, se percató de que esos chicos eran Araújo

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y recuerda que a partir de ese momento los muchachos empezaron a participar.

Cuando la fiscal le inquirió a Molano si estaba dispuesto a conciliar, respondió con un reflejo de su minucioso temperamento de buscador, que después los chicos tergiversa-rían, queriéndolo presentar como prueba de su falta de cuidado:

—Errar es humano y me habría podido equivocar; no tengo problema en precisar lo que dije. Estoy dispuesto a ir a Valledupar y averiguar más sobre el tema… pero yo no me inclino a conciliar.

Inmediatamente la fiscal les preguntó a los muchachos:

—Bueno, ¿ustedes qué piden?Ellos pedían que aprobara una columna

rectificatoria y proponían que El Espectador se las publicara. Entonces Molano aclaró:

—¡No!, ahí no hay ninguna negociación posible. ¡Ni de riesgo!, inclusive, uno de los pelaos comentó enfático:

—Es que usted se da la libertad de ha-blar mal del Ejército y nunca se toma el traba-jo de justificar sus cosas.

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Molano se queda pensativo: —Yo no sé realmente por qué él dijo

eso, no tenía nada que ver y por cierto, nun-ca volvieron a mencionar el tema. A mí real-mente me causó mucha curiosidad averiguar de dónde les salía esa afirmación. Pienso que pudo haber influido gente como Narváez, o algún personaje como Plinio Apuleyo Mendo-za, porque él ha publicado columnas, por lo menos dos que recuerdo muy bien, en las que defendió a los Araújo.

También lo tranquilizó pensar que si es-tos “niñitos” , como los llama, eran los que lo denunciaban, el pleito no tendría futuro:

—“Ellos lo que quieren es hacerse no-tar, quieren hacerse publicidad”, pensé. Y sigo creyendo que es así. Lo interpreté como una intención política de largo alcance, y otra in-mediata de vanidad natural, porque se les veía recién egresados de la universidad. Me refie-ro al senador Araújo Castro y al papá, Álvaro Araújo Noguera1, que ya estaban siendo pro-

1 Padre de Consuelo y Álvaro Araújo Castro, perdió su investidura de senador en 1993 por contratación indebida y, en el caso citado,

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cesados. En ese momento los Araújo estaban en el primer plano de las noticias.

Por eso mismo, Molano no le dio mucha trascendencia al tema, aunque habló con Fi-del Cano, el director de El Espectador, quien le dijo:

—¡Párele bolas! ¡Mire que eso no es cual-quier cosa!

Gladys Jimeno, la mujer de Molano, ha-bía trabajado con Jaime Bernal Cuéllar cuan-do él era Procurador y con ese antecedente, Molano se animó a llamarlo.

—Jaime me dijo: “tomo el caso. En ver-dad no veo mucho peligro pero, de todas ma-neras, hay que estar ahí, porque de golpe lo joden”. Y me presentó a Alexander Andrade.

El 12 de agosto se decreta la práctica de pruebas, y el apoderado de los Araújo inter-pone un recurso de apelación, que es negado por el Juzgado Décimo Penal del Circuito de Conocimiento, “por falta de sustento material e interés jurídico para recurrir”. En esos ires y

fue procesado por concierto para delinquir y secuestro extorsivo. La Fiscalía precluyó la investigación por falta de pruebas.

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venires, el cada vez más preocupado Molano le pregunta al abogado Andrade:

—Doctor Andrade, cuénteme: ¿cómo fun-ciona esto económicamente? Porque yo no ten-go ni idea. Entonces él me respondió:

—Doctor, por mi lado, ¡no!, si quiere lla-mo al doctor Bernal y le preguntamos. Llama-mos a Bernal y él me dijo:

—Doctor Molano, usted es un grosero, cómo me puede hacer esa pregunta, usted sabe que yo lo hago por amistad, por respe-to a sus ideas.

—Está bien, muchas gracias, le dije. Sin embargo, yo ya había hablado con El Especta-dor y ellos me habían dicho que me ayudaban; se subentendía que dentro de los márgenes normales. Les informé que el doctor Bernal me defendería por amistad, pero que si la cosa se ponía más grave, les avisaría.

Después de la audiencia con el Juez de Control de Garantías, tanto Molano como la contraparte salieron descontentos.

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—El juez había estado un tanto insegu-ro, balbuceante, esa fue mi primera sensación —anota Molano.

Cuando el proceso fue trasladado al Juz-gado Cuarto Penal de Conocimiento, en Palo-quemao, Molano, al ver por los pasillos presos esposados y acompañados por policías, pen-só: “¡Mierda! ¡Esta vaina es en serio!”:

—Al llegar a la primera sesión, nos tocó esperar a que desocuparan la sala. Recuerdo a un tipo que estaba sentado ahí y que me cau-só mucha impresión: lo acusaban de haber violado a una niña de doce años. Entonces…, ¡uchh!, verme sentado en ese mismo sitio, en el mismo escenario… ¡Me sentí tan humilla-do! ¡Tan rebajado! La escenografía era terrible: ese pupitre del abogado, los chinos Araújo to-dos de corbata y detrás de ellos sus familia-res, que no eran muchos, pero estaban en el plan de aplaudir, en el plan de admirar el de-bate que se preparaba, y yo bastante asustado. ¡Claro!, verme sentado en el mismo asiento de ese vergajo que pudo haber violado a una niña de doce años… ¡Me dio un asco tenaz!

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¡Espantoso! Me provocaba echarle papel de lija al asiento.

El doctor Alexander se mostraba nervio-so y se movía mucho, lo que reforzó la inse-guridad de Molano:

—Hermano, le dije a Fidel Cano que me acompañaba: ¡hablemos con Bejarano! Llamé a Ramiro Bejarano y él me comentó: “Lo que usted me está diciendo es delicado, ¿por qué no habla con tal abogado amigo y discípulo mío? Es un muchacho muy pilo2 que lo puede asistir”. Para analizar mi caso, tuve dos o tres reuniones informales con ese abogado. Nun-ca estuvo en el juzgado. Yo siempre le conta-ba lo que pasaba, él lo analizaba y me daba algunos consejos, que luego yo le transmitía a Andrade. En esta situación estábamos los tres como con un teléfono roto, pues yo le contaba al abogado de Bejarano lo que decía Andrade y él me indicaba lo que Andrade debía hacer. Toda la comunicación se volvía incierta. Ade-

2 Despierto, hábil.

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más, esos términos, esos lenguajes eran para mí… ¡Uhm!, eran para mí, ¡de otro mundo!

Durante todo el año 2008 se acentuó la in-quietud de Molano. En una reunión en casa de Clara Nieto con otros abogados amigos, ana-lizaron la situación. Concluyeron que, por la manera como a veces funcionan los procedi-mientos, no se podía descartar la posibilidad de una condena y de un fallo adverso. La ingenui-dad inicial de Molano se fue derrumbando ante la realidad de que la condena no sería una “pen-dejada”, para utilizar una de sus expresiones.

—Pero no señor —dice Molano—, eran cuatro penas: una multa al Estado, otra indem-nización a los “niños” Araújo, otra de cárcel y otra pena de prohibición para publicar mis es-critos por un determinado tiempo. De las cua-tro, la que realmente más me angustiaba era la de perder mi casa de La Calera. Es la heren-cia de mi papá, toda mi vida he vivido en esos potreros y es lo único que tengo para dejarles a mis hijos. Yo tenía pavor de perder ese sitio. Además, me imaginada a los Araujitos por ahí dando vueltas en mi casa y me moría de an-gustia, me desvelaba en las noches, que fueron

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