qué solos se quedan los muertos, mempo giardinelli
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Portada de
Para Juan Rulfo y EdmundoValads, por tanto que les debo.Para Rafael Ramrez H eredia yRoberto Bravo, por un desafo
y la amistad.Para Claudia Bodek, por la paciencia
y las despedidas.
JORDISANCHEZ
Primera edicin: Junio, 1986
Derechos exclusivos para Espal'\a.Prohibida su venta en los dems pases del rea idiomtica.
Mempo Giardinelli, 1986Editado por PLAZA & JANES EDITORES, S.A.
Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugues de Llobregat (Barcelona)
Printed in Spain - Impreso en Espaa
ISBN: 84-01-38077-4 - Depsito Legal: B. 20639-1986
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PRIMERA PARTE
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LEN FELIPE.
En el Reino de los Cielos no hay gran-deza que conquistar, puesto que all todoes jerarqua establecida, incgnita despe-jada, existir sin trmino, imposibilidadde sacrificio, reposo y deleite. Por ello"agobiado de penas y de tareas, hermosodentro de su miseria, capaz de amar enmedio de las plagas, el hombre slo pue-de hallar su grandeza, su mxima medi-da, en el Reino de este Mundo.
ALEJO CARPENTIER.
Y de qu otra cosa puede hablar elhombre, ms que de fantasmas?
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Me llamo Jos y me revienta que la gente, y en par-ticular la que no-conozco, con toda confianza me llamePepe. Aquella voz en el telfono, desde una evidentelarga distancia, fue todava ms all:
-Pepe! -me grit, con voz metlica, esa mujer-,Marce!9 Farnizzi fue asesinado. Dice Carmen que ven-ga. Es urgente!
Yo haba estado, hasta ese momento, mordiendo unlpiz mientras miraba por la ventana preguntndomequ decisin importante sera capaz de tomar. Si esque haba alguna decisin que tomar. Ese era el pro-blema: estaba en blanco, vaco; haba renunciado aldiario, tena ahorros como para sobrevivir sin muchadignidad un par de meses y la sensacin de un chicoal que le quitaron su juguete preferido, le niegan di-.Ueropara el cine y encima si protesta le han de pegar.y l lo sabe.
-Quin habla? -pregunt, todava ms atento ala molestia porque me llamaban Pepe que por la noti-cia que no terminaba de entender.
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-No importa quin habla, soy una amig~ de Car-men... Carmen Rubiolo. Y le dije que asesinaro aMarc'elo y que ella le pide que venga. Es urgente,Pepe! , .
y dale con la confianza. Pero me cayo el veinte.C ' d '")- uan o y como.
-Fue anoche: lo balacearon en la puerta de la casa.Ella est muy asustada, entiende? Y no tiene a nadiems que a usted, Pepe. Venga, por favor! .
-Dgale que maana estar ah -dije, tranqUl~a-mente, con una calma que senta legtima. Luego In-sist en saber su nombre y le ped la direccin y el te-lfono de Carmen en Zacatecas. Ella me dio la in!or-macin y su propio telfono, dijo que se llamaba HIl?aFernndez, y me llam Pepe otras tres veces. La odi,
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Alguna vez yo haba amado a Carmen Rubiolo. Unosdiez o doce aos atrs, cuando el periodismo en Ar-gentina era una profesin tan caliente que resultabaimposible amar en paz a nadie. Carmen era una chicade esas que parecen nacidas para amar de una vez y
. para siempre, y de las que uno cree que slo quierencasarse y tener hijitos. Pero era un ser bastante msCOmplejo: apasionada y romntica, era una lectorainsaciable y de esa clase de gente que en lugar de leerel diario, lo estudia con los anteojitos deslizados sobrela nariz y un pucho en la boca. Le gustaba vestir a laIlloda, discutir las pelculas francesas que daban enlos cines del centro, hacer el amor en silencio y muyCOncentrada hasta alcanzar su orgasmo, comprenderel punto de vista de los dems slo para oponerse conIlls ardor, reclamarnos airadamente a los hombreseualquier actitud machista. Era nerviosa pero tierna,rosa pero arisca, juguetona Y' rebelde, solemne 'enestiones nimias, y cocinaba unas milanesas inigua-bles, con la exacta dosis 'de perejil y de ajo; y tam-
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bin confesaba su fascinacin por ser amada por eunperiodista. Ella crea que ser periodista era impor,tanteo
Yo la haba amado diez o doce aos atrs, ms omenos. Pero probablemente ocho desde la noche enque me esper hecha una furia y me dijo no te aguan-to ms, sos el tipo ms egosta y jodido que conoc enmi vida y se fue del departamento de Acevedo y Gemes dando un portazo que se oy en todo el edificio.y que me doli muchsimo ms que la queja del por-tero y del administrador. Me arrepent mucho, luego,de no llamarla, ni buscarla, ni intentar un arreglo. Por-que no he dicho, todava, que yo la quera con locuraa Carmen Rubiolo. Es verdad, no la trataba bien, ladesatenda, muchas noches la dejaba plantada porcuestiones del oficio, cierres impostergables, o bienreuniones del sindicato, coberturas dramticas, todoeso que volvi loca a la Argentina de los setenta. Perola quera.
Tiempo despus, unos cuatro aos luego del por-tazo, la encontr en Mxico, en una asamblea del exi-lio. Era el 78, creo, y todo el mundo andaba cuestio-nado y cuestionando. No recuerdo qu se discuta, perovotamos diferente. Ella estaba del brazo de un flacoojeroso, con pinta de guerrillero retirado, nervioso ylleno de tics, fantico momentneo de la causa queabrazaba, cualquiera fuese. Me lo present despus dela asamblea: Mi compaero -dijo-, Marcelo Farniz-zi. Nos dimos la mano, el tipo se apart requeridopor alguien y yo le pregunt a ella cmo andaba, dijetanto tiempo, qu increble encontrarte aqu, esas co-sas. No recuerdo sus palabras. Apenas su mirada =-rnepareci, o quise que me pareciera- tena un dejo delantiguo cario. Pens confesarle que me emocionaba
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verla y hasta cre ser capaz de decirle que nunca la ha-ba olvidado. Estuve a punto de hacerlo, pero me con-tuve. Nos despedimos sin mucho afecto demostrado ysin promesas de volver a vernos, pero yo supe que esanoche pens en m. Y Carmen habr sabido que yo nopude dormir pensando en ella.
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Apenas pude dormitar un rato cuando el micro sa-li de Aguascalientes, para la ltima etapa. El aire erapesado y el sol haca hervir la carretera. Un imbcilde esos que nunca faltan en los autobuses viajaba conun suter de Chiconcuac, pesadsimo, y yo pensabaque despus de siete horas as su sobaco deba olercomo el de un francs. Tambin pensaba -mirandolos campos a la vera del camino, esas como pampasridas que enmarcan las sierras a lo lejos- en la cam-paa del catorce y en Pancho Villa sustituyendo a Pn-filo Nateras para la preparacin de la toma de Zaca-tecas.
Hasta Aguascalientes, haba reconstruido muchosmomentos de mi relacin con Carmen. Deba recono-cer, para entonces, una cierta excitacin por el reen-cuentro. Haca por lo menos cinco aos que no sabanada de ella; seguramente iba a Mxico cada tanto,pero jams habamos coincidido en sitio alguno. Notenamos amigos comunes, o al menos ninguno queyo pudiera identificar. Me preguntaba cmo haba con-seguido la mujer de la llamada telefnica mi nmero
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en Mxico. Quiz se lo haban dado en la ComisinArgentina de Solidaridad, quiz Carmen lo tena. Noera demasiado importante; o lo era mucho menos quela sensacin que me iba ganando: la ansiedad de vol-ver a Carmen significaba imaginarIa todava hermosa,quiz ms que antes pues ahora ella lucira esa madu-rez que da brillo a las mujeres que estn entre los trein-ta y los cuarenta. Carmen tena, ahora ... treinta y tresaos. Seguira tan intransigente y definitiva, o losaos la habran moderado? Habra vuelto a ser unachica tranquila, confiable, compaera y contenta con-sigo misma? O seguira discutindolo todo, arisca,chcara, baguala, como yo le deca? Y cmo viva supropio exilio? Haba tenido hijos? Estara arruga-da? Sobre esto, algo me deca que no. Era la clase demujer que es hermosa de nia, hermosa de adolescen-te, estalla de belleza en la plenitud y, en la madurez, -puede estar segura de que hasta de vieja ser atrac-tiva. Sonre recordando su genio, sus reacciones cuan- )do se enojaba, su apasionamiento cuando hacamos elamor, su placer cuando le acariciaba la base de los~hos. Pero su genio ... Era una mina de esas que, porejemplo, pueden pasarse toda una noche en vela ru-miando su rabia, porque uno le ha dicho algo en su-Puesto mal tono al beber el caf de la sobremesa. Eracapaz de despertarme a las tres de la maana con losojos encendidos, a fin de que discutiramos el asunto,para ella tan trascendental como para Napolen llegara Mosc. Me haba enseado mucho. La haba queri-do ms._ La recordaba delgada, de pechos ms bien peque-nos pero firmes, manos alargadas, como de pianis-ta (o como uno imagina que ha de ser la mano de unaPianista) y eran inolvidables sus pies. Nacan de unos
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tobillos redonditos, perfectamente armnicos con sasestupendas pantorrillas, y se estilizaban delicados paraterminar en unas uas parejitas, ni cortas ni largas, delas que se senta orgullosa y a las que pintaba dosveces a la semana. Deca que era su momento de me-ditacin y de relax. Sola aconsejarme que tambin lohiciera, para serenarme; aseguraba que yo era tanagotador e intolerable que me haca falta, de vez encuando, pintarme las uas de los pies escuchando elBolero de Ravel. Era encantadora la forma como lopronunciaba. Me seduca por completo y me volvaloco por hacerle el amor cuando la vea, tan seria, enesa tarea.
Cuando advert que estbamos llegando a Zaca-tecas, me reconoc un poco nervioso. Me ganaba la an-siedad por verla, Saba que no estara esperndome enla terminal de autobuses, pero luego de instalarmeen el hotel Calinda (la confianzuda haba dicho quehara una reservacin para m) ira a verla, Imaginel reencuentro. Le dira un psame convencional? Se-ramos capaces de mostrarnos espontneos, naturales,en semejante circunstancia? Cul sera mi comporta-miento? Qu hara yo con mis fantasas? Porque de-ba reconocer que por algo llegaba a Zacatecas, poralgo responda a ese llamado, y no slo porque era unreciente desocupado. Si hubiera sido otra mujer, cual-quier otra vieja amiga la que me hubiese hecho llamar,quiz no habra ido a su encuentro. Pero Carmen s,Carmen poda llamarme. Era la nica mujer que po-da hacerlo. Y en algn lugar ella lo saba: le habadado mi telfono a la confianzuda, dicindole llma-lo, va l venir. Y yo vena.
y para qu? Qu tena yo que ver -y menos quehacer- en el asesinato de un tipo que me era por com-
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pleto indiferente, y al que Carmen haba amado, sindudas, ms que a m? Me dije que llegaba a Zacatecassimple y sencillamente por verla. Todo reencuentro es Iexcitante, cuando se quiere reencontrar a una persona.y lo es ms si hay fantasas. Reconoc que durante aosyo haba esperado un llamado de ella. En cualquier cir-cunstancia. Y esta era, por cierto, de las peores. Por-que s, yo tena fantasas, y, aunque me pareca inno-ble para con el muerto, por ms que no lo hubiera co-nocido ni me importara: la ma era volver a seducir aCarmen. Algo as como una asignatura pendiente, queslo ahora me daba cuenta de cunto deseaba saldar.
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IV
Me dieron una habitacin en el segundo piso y,mientras me cambiaba la camisa y me lavaba la caray las manos, me detuve a contemplar el Cerro de laBufa. Me impresionaron su imponencia dominante so-bre la ciudad y su escarpado lomo de iguana, con eseconvento que semeja un castillo, o una fortaleza queparece reinar sobre el paisaje como si fuera una san-dalia perdida por Dios.
En seguida la llam. Me sudaba la mano, oprimien-do el tubo. Reconoc su voz y sent una emocin queera, sin dudas, lejana.
-Hola, Carmen. Soy Jos.Ella hizo una brevsima pausa.-Qu bueno que viniste ... Ests aqu, verdad?-En el Calinda, habitacin doscientos tres.
Cmo ests?-Mal. Creo que un poco desesperada, pero ... no s,
iba a decir que ya va a pasar, pero estoy muy confun-dida. Nerviosa. Vos sabs cmo soy...
- Quers venir o que yo vaya?
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Dudaba o estaba llorando, pero no respondi. Dejpasar unos segundos y luego repet la pregunta.
-Creo que pods venir.Frunc el ceo; algo en su voz haba cambiado. Algo
fro.-Alguna cosa anda mal por ah?-No, no, es que ... Se supone que tenemos mucho
que hablar, no?-Lo que quieras. Vine para escucharte.-Tengo miedo, Pepe.y se larg a llorar, ostensiblemente, con un llanto
quedito, entrecortado. Pronunci las obviedades queuno improvisa en esos casos y le dije que estara ensu casa en quince minutos.
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vEra una construccin de los aos cuarenta, enca-lada al frente y con dos ventanas en la planta baja,una a cada lado de la puerta. La planta alta pareca co-rresponder a otro departamento, para el que habauna puerta unos metros ms all, a la izquierda. Eraen la Calle del Ideal y all la pendiente, tpica de lainslita urbanizacin zacatecana, no era muy pronun-ciada. Curiosamente, a pesar de la situacin un tantodramtica que intua que significara nuestro encuen-tro, yo me senta en cierto estado de juvenil ansiedad,de imbcil felicidad, fascinado por esa ciudad inespe-rada que ni figura en las rutas tursticas mexicanas-por suerte-- y que a cada momento, en cada calle-jn, en cada esquina, en cada iglesia, te depara sorpre-sas. Una ciudad secular, detenida en el diecinueve,donde se mezclan caprichosamente los barrocos conlos neoclsicos, sin edificios modernos, sin muchos ele-vadores, sin pavimentacin sobre los adoquines y laslajas de piedra aqu cuadradas, all hexagonales, y don-de todos los balcones, el alumbrado pblico -y hastalas coladeras de las alcantarillas- son bellsimas pie-
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J8S de artesana de forja. Algo as como una ciudad defoto antigua, color sepia, que haca que me preguntarasi en cualquier momento no aparecera un jinete villistafestejando la victoria sobre los federales de Victoria-DO Huerta.
Carmen abri y me mir a los ojos. No s si dijeque eran color miel, y que le quedaban sensacionalesesas pecas de las mejillas. Sent un breve alboroto enmi pecho, pronunci algn saludo de circunstancia, yella lo facilit todo porque se abraz fuerte, fuerte,agarrndose de mi cintura y largndose a llorar. Le aca-rici suavemente la cabeza -su pelo me pareci msrubio que aos antes- y le frot la espalda con ternu-ra. Ella estir la diestra, sin dejar de llorar, y cerrla puerta. '
Me tom de la mano, aspir sus mocos, se sec laslgrimas y me indic que me sentara con un movi-miento de la cabeza. Obedec, sin dejar de mirarIa:vesta unos pantalones de jean ajustados y una blusablanca, ligera; estaba bellsima, ms que en mis mejo-res fantasas. Su cuerpo no haba ganado ni perdidoun gramo. Sus sandalias abiertas dejaban ver las uas,acabadas de pintar. No pude sino sonrer para misa~entros; haba estado meditando. Tena unas leveso!eras, posiblemente de tanto llorar. Le quedaban di-''lIlas.
T-Segus tan alto como siempre, Grandote -dijo,Con una di . h .me la sonnsa-, no as crecido nada.r ~ra un viejo chiste; yo mido casi dos metros. Asen-t.' SIntindome en cierto modo reconfortado recono-CIdo 11 f' r. ' y e a se ue a servir dos tazas de caf en la co-CIna M" rt. . rentras, mir en derredor. Era un departamen-lto pe -I queno, que pareca tener un solo dormitorio'a sala no e' .ra muy espaciosa, pero s arreglada con
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muchsimo gusto. Haba una coleccin de mscaras queme result chocante, sobre una cmoda; un par debibliotecas atestadas, una coleccin de miniaturas encajitas de hojalata dorada y vidrio, sillones de estilomexicano, una reposera colmada de almohadones decolores; y muchos carteles de exposiciones de artemontados sobre bastidores, en las paredes. El conjun-to hablaba de cierta refinada modestia. Haba un cua-drito con una foto de Zapata a un lado de la puerta dela cocina, y al otro lado, simtricamente, uno del CheGuevara, como si la revolucin antecediera la entradaa la cocina. O como si no pudiera entrar en ella.
Carmen volvi, trayendo los cafs y una azucareraen una bandeja laqueada con pajaritos, flores y esascosas coloridas de la artesana michoacana. Se sentfrente a m, me ofreci una taza, encendi un cigarri-llo que aspir enfticamente y solt el humo como conrabia, nerviosa, casi de un escupitajo. Record que asfumaba, un cigarrillo tras otro, cuando me esperabapara pelear en las noches. Luego cruz las piernas ydijo:
-No s por dnde empezar, Pepe ... Tengo bronca,rabia, miedo, me siento insegura, todo eso junto. Y mscosas, supongo, que no puedo controlar. Te llamporque ...
-No importa por qu me llamaste, Carmen. Con-tme qu pas.
-No, es que es importante decirte por qu tellam. Porque no tengo a nadie: ni amigos, ni compa-eros, ni familia. Hace aos que no s de mi gente enArgentina. Ni ellos quisieron saber ms de m. Mar-celo era todo lo que tena. Bien o mal, y ms mal queben, la verdad, era todo. Como dos hermanos, sabs?En todo sentido -abandon las manos que se miraba,
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estrujndolas, Y clav sus mieles hmedas en misojos-o Antenoche, cuando ... , cuando lo mataron, mesent desesperada. Una vecina vino a acompaarme, yme pregunt a quin quera llamar. Le dije, y quiero.serte sincera, que no quera llamar a nadie, pero quequiz a la nica persona que poda llamar era a vos.
Yo hice silencio. Sorbimos nuestros cafs. Encendun cigarrillo y esper.
-Bueno -dijo, resoplando, con un tono de voz s-bitamente duro-, y ahora que ests aqu, la verdad esque no s para qu lo dije.
La mir como cuando se est viendo un partido deftbol por televisin mientras uno piensa cmo harpara cubrir un cheque sin fondos maana lunes.
=-Decme algo -exigi, apretando el pauelito quetena en las manos.
-No veo qu, Carmen. Por qu lo mataron?-No s -dud, una dcima de segundo-. Le en-
cajaron tres balazos, aqu, en la puerta.-Pero por qu? Alguna suposicin has de tener. }
Algn asunto viejo, de la militancia?-No, definitivamente no. Nosotros nos abrimos en
e! setenta y siete, pero desde antes estbamos por iner-c.la.y por miedo. No quedaron cuentas pendientes. Sa-lrnos derechos, por Brasil. No, eso no es.-y entonces, qu es?-Te juro que no lo s. -No me miraba a los ojos.
Quera convencerme, pero no me miraba-o Te sirvootra taza?
-No, gracias. Y la Polica?-Vinieron en seguida. Alguien los habr llamado,
no s. Estuvieron ah afuera, sacaron fotos, qu s yo,como dos horas. Yo me qued adentro, con la vecinaqUe te llam. Despus vinieron dos tipos, dos canas, y
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me hicieron unas cuantas preguntas: cmo se llama-ba, qu hacamos aqu, qu enemigos tena y qu supo-na yo; pura rutina.-y qu hacan, qu enemigos tena y qu suponas.Me mir con algo de rencor. Frunci levemente la
boca, como sofocando un pequeo disgusto. Yo le co-noca ese gesto. Por un segundo pens que deseaba queme fuera, que me iba a echar de la casa. Tena los ojosmojados; se pas el pauelito por la base de la nariz.
-No s qu hacamos -suspir, relajndose unpoco-. Marcelo vino a Zacatecas dos o tres veces, enel ochenta, y un da decidi que viviramos aqu. Es-tbamos, supongo, muy quebrados. El pas, para no-sotros, quedaba a un siglo de distancia. A m me diolo mismo y acept. El quera poner una librera comola Gandhi, con caf y galera de arte, esas cosas. Perono pas de vendedor de libros.
-Y vos?-Yo me aburra, vea televisin, a veces lea algo
-sonri, mostrando la dentadura impecable, blanqu-sima y perfectamente alineada-, y me pintaba las uasde los pies.
Senta que segua loco por ella. Ella lo saba y sloquera comprobarlo una vez ms. Pero no sonre nidej de mirarla a los ojos.
-No s qu enemigos tena, te 10 juro. No puedosuponer nada sensato. No puedo suponer nada.
-Y la Polica qu dice?-Qu s yo, no volvieron a aparecer, y yo no pienso
recurrir a ellos. No tengo guita ni inters en que inter-vengan en nada. Y ellos se habrn dado cuenta de queno podrn sacarme ni un peso. Supongo que, por ruti-na, tendr que ir a declarar y los mismos canas estarndeseando que me vaya a la mierda.
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Pens que podran desear otras cosas, pero me call.No terminaba de entender la actitud de Carmen. Des-pus de todo, me haba llamado; quera decir que enalgn lugar suyo admita que necesitaba ayuda. Mien-tras ella hablaba, yo senta por momentos que iba adecir algo ms, pero a la vez me daba cuenta de quedudaba y prefera callarlo. Su nerviosismo no se de-ba ni al reencuentro ni a la viudez; se deba a 10 quequera, y a la vez no quera, hablar.
-Y entonces qu vas a hacer?-Nada.-Cmo nada? No te interesa saber? Fue a tu
compaero al que mataron.-Bueno, le encargu una investigacin a un detec-
tive. Si averigua algo, bien, y si no, no me importa.-Un detective en Zacatecas? }-S, hay uno, pero ...- Cmo se llama?-No importa cmo se llama -se puso ms nervio-
sa, y la not irritada por el modo como apag el ci-garrillo.
-Tengo curiosidad por saberlo.+-David Gurrola.-Y qu ms vas a hacer?+-No s. Antenoche decid irme de aqu, de Zaca-
tecas y de Mxico, irme a la mierda ... Ayer decid queme quedo; despus de todo no tengo a dnde ir.-y hoy tens dudas. Y mucho miedo, Carmen, lo
dijiste por telfono y se te nota. No me digs lo queno quieras, no importa. Pero, qu quers que haga yo?
Me mir con sus ojos otra vez endurecidos. Nohaba lgrimas; la miel se haba secado y agriado. Te-na la boca cerrada y me di cuenta de que se estabamOrdiendo los dientes con fuerza.
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-Creo que va a ser mejor que te vayas -dijo, .len,tamente-, y ojal me perdones por haberte llamado.
y entonces me fui, reconociendo que ambos vena.
fmos de un pas extrao, confundido, un wonderlandimpiadoso que quedaba a millones de aos de distan.I cia, en otra galaxia, y en el que Alicia haba sido viola.da y mutilada. Sal pensando que nos habamos amadoen un pas cuya geografa poda encontrarse todava enlos mapas, pero que en nosotros, en nuestros respec-tivos itinerarios por la vida se haba diluido y slo eravientos, voces de muertos, recuerdos confusos, niebla.No poda dejar de reflexionar sobre esto. Mi encuen-tro con Carmen me retroceda a un pasado indesci-frable; y yo no era capaz -no lo soy- de explicar el
( pasado. Quiz lo nico que saba era que reencontrarI a esa mujer compleja, inteligente, difcil, aguda, her-mosa y tan inaprehensible me haca advertir que elamor es, quiz, solamente, una oportunidad para serfeliz que uno deja pasar y que no se repite. Y que lue-go uno andar buscando con denuedo, pero en vano.
Me fui pensando, tambin, que acaso entender nues-tra tragedia es como el viento que cruza Comala: unasensacin, un temor, un espanto, una suma de corajesy de muertes imprecisas. Me di cuenta de que yo tam-bin me morda los dientes con fuerza. Los de arribacontra los de abajo. Como siempre pasa.
VI
El Callejn de Veyna cae pronunciadamente sobrela avenida Hidalgo, exactamente enfrente y a un cos-tado de la catedral churrigueresca que llaman en Za-catecas Baslica Menor. Es una joya del siglo XVII: sufachada es una asombrosa filigrana de ngeles y san-tos tallados en piedra, y tiene una campana mayor quecuando suena --como escribi Lpez Velarde en suSuave Patria- realmente es una lstima que no laescuche el Papa. A unos veinte metros de la esquina,subiendo desde Hidalgo, y justo ante una coladera dehierro forjado que es una obra de arte del porfiriato,haba una casona pintada de amarillo, con dos venta-nas muy altas protegidas por rejas, en una de las cua-les el postigo que miraba a la avenida rezaba, en letrasnegras, gticas pero legibles: Lic. David Gurrola - De-tective Privado, con Licencia.
Sonre al leer la inscripcin y decid que oscilabaentre lo inslito y lo naif. Haca menos de una horaque haba salido de casa de Carmen, y luego de pasarPOr el hotel -donde consult el directorio telefnicoPara ubicar a Gurrola- camin por el centro de la ciu-
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dad, lentamente, mientras pensaba qu hacer y de;idaque no perdera nada si visitaba al detective. Eran lasseis de la tarde cuando llegu.
Llam haciendo taer un enorme aldabn que re.presentaba una cabeza de len enfurecido, pero nadiecontest.
Tuve que elevarme sobre la punta de mis pies paraespiar hacia adentro a travs de las ventanas. No pudever nada, porque no haba luz en el interior. De todosmodos, regres a la puerta y le encaj varios aldabo-nazos. Esper otro par de minutos y empec a irme,hacia la catedral, calle abajo, cuando o del otro ladode la ventana que alguien se mova. Extraado, me vol-v y le grit al postigo:
-':"Bueno, me va a abrir o no?-':'Qu quiere? -me repregunt una voz cascada,
como de viejo enfermo, malhumorado.-Busco al detective, a David Gurrola.-Para qu?-Por una informacin.- Qu informacin?-Est l o no?-Primero conteste.-Sobre un caso, el asesinato de Marcelo Farnizzi-El viejo dud. Yo hice esfuerzos por verloa travs
de la ventana. No lo consegu.-Por qu nome abre, eh?-Porque no.-y Gurrola, est o no?-No, no est. Nunca est y nunca me paga. Sali
de viaje.-Cundo?-No s, Siempre est de viaje.- Y adnde va?
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_Por qu pregunta tanto, eh?_Porque soy curioso, abuelo._ y quin es usted?-El Fantasma de la Opera.y baj a la avenida, fastidiado, dicindome que
volvera al da siguiente, ms temprano.
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VII
A las seis y media de la tarde, mientras caminabapor la acera del mercado, empec a preguntarme quhaca yo en Zacatecas. Durante unos minutos contem-pl el frontispicio de la catedral y admir el Cerro dela Bufa. Despus me maravill con el aire mismo dela ciudad, y con el antiguo mercado que pareca queacababan de remodelar y ahora era un centro comer-cial completamente al uso gringo, como si all se basa-ran no pocas esperanzas de que el mgico turismo nor-teamericano viniera con su carga de dlares y depreda-ciones, y al cabo me dije que era un idiota pues lo quetena que hacer era hablar francamente con Carmen.Busqu un telfono pblico y la llam. Me atendi muyfra y con cierto fastidio; o con prisa, como si estu-viera por salir en pocos segundos. Le dije que queraveda de nuevo, respondi que no poda y yo no supecmo seguir. Le pregunt si no haba recibido noticiasde la Polica y pareci sorprenderse por mi pregunta.
-No ... -titube-, qu noticias?-No s, alguna. Se supone que estn investigan-
do, no?
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Hizo silencio. Luego le pregunt si necesitaba algo,si poda ayudada y de qu manera. No, no necesitabanada, slo estaba todava un poco nerviosa, yo debacomprendeda. Me pregunt si me iba a ir, le dije queno lo saba y ella replic que en todo caso nos podra-mos ver maana. Fue curioso, porque cuando termi-namos la conversacin, antes del aviso de los tres mi-nutos, tuve la sensacin de que no quera ni que memetiera ni que le hiciera ms preguntas, pero al mis-ma tiempo sospech que por alguna extraa razntampoco deseaba que yo me fuera de Zacatecas.
Eso mismo me hizo sentir bastante ms idiota. Ha-ba venido a esta ciudad lleno de fantasas, dispuestoa colaborar en lo que fuese, y ahora tena la sensacinde que molestaba, pero que no poda irme de regresoa Mxico. Claro que tampoco iba a quedarme as, demodo que decid pasar por la delegacin policial. Dostipos me indicaron el camino y, en la puerta, uno deazul y con un viejo muser colgado del hombro, medijo que entrara y preguntase. Adentro, cuando mani-fest mi inters por el caso de Marcelo Farnizzi, unsujeto muy desagradable, de civil, me pregunt qutipo de inters tena.
-Fui amigo del muerto -respond- y lo soy deSU viuda.
Me dijeron que aguardara y luego me hicieron pa-sar a una oficina pequea, con una sola ventana, pe-quea y alta. Era un ambiente mal iluminado, y detrsde un escritorio estaba un hombre con unos papeles.8igotitos, moreno, pelo engomado, un anillo de orode sello en la mano derecha. Cualquiera conoce esetipo de gente. Alz las cejas interrogndome.
Yo me sent sin esperar a que me invitara.+-Dsculpe, no soy ni periodista ni investigador pri-
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vado, ni curioso sin oficio. Ni siquiera soy pariente dela vctima. Pero me interesa, si se puede preguntar,qu saben ustedes del asesinato de Marcelo Farnizzi.
-Honesto -declar el tipo-, me gusta que empie-ce as.
Lo mir, sin hablar.-Ahora dgame -sigui el otro- exactamente qu
quiere saber.-Quin fue el asesino.-Ja, ja -se ech para atrs, dvertidsimo, como
si yo hubiera dicho un chiste excepcional-o Cmose llama usted?
-Jos Giustozzi.-Yusqu?-Giustozzi -y le deletre el apellido. En Mxico
sucede, lo s desde hace aos, que mi apellido italia-no resulta entre divertido y embarazoso. El tipo dijoAj, como si hubiese comprendido algo.
-Argentino?Asent con la cabeza.-Situacin migratoria?Esperaba esa pregunta, de modo que pacientemen-
te le expligu que estaba en regla, con permiso de tra-bajo como profesional independiente (no le dije queera periodista y reciente desocupado). Afirm que pa-gaba mis impuestos con toda puntualidad, y que se mepoda considerar guadalupano, ya que nunca le falta la virgencita desde que llegu a este bendito pas.Dije ser porrista de los Pumas de la UNAM,priista sihubiera nacido en Mxico y que este pas era maravi-lloso porque -recit- el Nio Dios le escritur unestablo, y los veneros de petrleo el Diablo. Terminel discurso con una sonrisa encantadora. A veces mesale.
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-Lo mataron -dijo, con toda la autoridad de sucargo.
-Hay sospechosos?-Todo el mundo es sospechoso. Hasta usted po-
dra serlo, seor Yusoti.-Giustozzi, seor ...-Alberto Carrin, comandante de la Polica del'
Estado.-Hay sospechosos, comandante? Aparte de m, di-
gamos.El tipo infl los cachetes y resopl lentamente. Po-
da estar aburrido, sentirse chistoso, preocupado. Yono tuve la menor idea. Empez a jugar con un lpiz:lo apoyaba de punta sobre la mesa, deslizaba los de-dos hasta abajo, levantaba la mano con mucho artey el lpiz caa sobre la gomita de borrar trasera, re-botando levemente. Por un momento pareci que losdos nos fascinbamos. Despus volvi a enarcar lascejas y me mir con sus ojos negrsimos y opacos.
-La verdad, mi estimado: no entiendo qu esperaque le diga. A quin se le ocurre venir a preguntarIea la Polica cmo marcha una investigacin? -Se ri,otra vez, y empez a rascarse la oreja izquierda con elndice derecho-. Me ci que no lo entiendo ...
-Entonces perdone la inocentada, comandante+-le dije poniendo cara de tonto y cambiando mi vozPor una ms meliflua-. Es que llegu hoy, sabe us-ted?, y vi a la viuda, una vieja amiga ma, tan preocu-Pada...
Creo que acert porque el tipo inmediatamente supoque dominaba la situacin y que yo era, noms, tanestpido como l pensaba.
-Bien, bien, bien ... Le creo, mi estimado. Slo d-jeme que le diga algo: con todo respeto, aqu en M-
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36 Mempo Giardinelli
xico nos bastamos solos para estas cosas. Si ustedquiere colaborar, dgame algo que sea til. Pero noespere que se 10 devuelva, verdad?
-Naturalmente, mi comandante, quiz pude expli-carme mal. y le ruego me disculpe. Usted sabe, todoesto que pas es muy desconcertante, y doa Carmenest muy dolida, muy triste ...
El tipo volvi a soplar con los cachetes inflados,y se rasc la oreja.
-Hummm ... -meneaba la cabeza, afirmativamen-te-o Bueno, tranquilcela, porque todo est encarre-rado para una pronta resolucin. Tenemos pistas se-guras y trabajamos sin descanso para esclarecer el cri-men.
Antes que acabara la declaracin y diera por ter-minada la conferencia de Prensa, para disponerse aposar para los fotgrafos, me puse de pie con humil-dad, como admitiendo la derrota, asent obsecuente-mente con la cabeza y exclam, forzando mi estupidezy pronunciando bien todas las eses, al modo mexi-cano:
-Muy bien, mi comandante, estaremos a su dispo-sicin.
y cuando me iba a retirar, sin que el tipo se hubie-se puesto de pie, me volv, de sbito, y pregunt, siem-pre con voz de tonto:
-No habr sido un asunto poltico, verdad? -eltipo me miraba, neutro, y se rascaba el cuello, alzandoel mentn-o O un crimen pasional? -el tipo dejde rascarse.
Nos miramos. Los ojos de l eran muy fros, comobolitas de obsidiana, y yo empec a saludar con la ca-beza, caminando hacia atrs como un japons, con unasonrisa perfectamente idiota.
VIII
Me di un bao, me instal a leer en la habitacinsin saber qu hara al da siguiente, y a los diez minu-tos me di cuenta de que haba ledo el mismo prrafo /varias veces y no tena la menor idea de qu se trata-ba. Entonces tom el telfono y llam a Carmen. NoCOntest nadie. Mir el reloj y eran las nueve y diezde la noche. Marqu el nmero de la confianzuda.
-Bueno ...=-Habla Jos Giustozzi.-Pepe!-Digamos que s.-Esperaba su llamado. Le pareci bien el Ca-
linda?,-Un poco caro, pero todava no voy a quebrar.
Me gustara hablar con usted.-Ah, yo encantada. Viene o voy?-En quince minutos estar ah.Viva junto a la casa de Carmen -entonces a os-
curas- en la misma Calle del Ideal. Su puerta queda-ba a la derecha, a unos cinco metros escasos. Yo lahaba imaginado una gorda fea. Quiz porque odio a
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38 Mempo Giardinelli
la gente confianzuda, hasta supuse que tena granos enla cara y mal aliento. Una harpa atrevida, una chis-mosa de esas que saben vida y milagros del vecinda-rio, medio sucia, mal vestida, tetona, de cola achataday tobillos flaquitos. Hilda Fernndez, cuando abri lapuerta y me dijo Pepe! como si hubiramos ido connuestras mams al mismo pediatra, era tal como la ha-ba imaginado, fsicamente, pero adems usaba an-teojos.
-Pase, Pepe -me urgi, y me llev por un pasillode gardenias, olisqueado por un ccker que se ori-naba de la felicidad de verme, a una especie de salainterior que pareca quedar inmediatamente detrs deldepartamento de los Farnizzi. All haba una tele en-cendida para nadie y libreros atiborrados en todas lasparedes. Haba una mesa, seis sillas, y una cantidad delibros y diarios desplegados sobre el mantel.
Tena el caf preparado, y sobre una mesita de ca-as y mimbre lucan una botella de ans Cadenas, na-cional, y dos copitas de vidrio verde. Apag el televisory nos sentamos uno frente al otro en sillones tambinde rattn, viejos y descalabrados, de cojines flacos.Ella estir las piernas como esos jugadores de ftbolamericano en los entretiempos. Eran inslitamente pe-ludas.
-Me mora de ganas de conocerlo -empez, y medispuse a un discurso confianzudo-, porque mire,Pepe, yo la quiero mucho a la gerita. Tiene esas cosasmedio autosuficientes de los argentinos, usted discul-pe, pero es buena gente. No le dir que somos ntimasamigas, pero s la quiero. Tengo muchos aos aqu, yconozco el rumbo, como quien dice, y no me sobran lasamistades. Ella, dentro de todo, es muy buena onday yo me encari. Y el otro da, cuando lo ... mataron
Qu solos se quedan los muertos 39
marido, le pregunt a quin quera que llamara ye dio su nombre. No le pude sacar otra cosa. Y aqutamos -sirvi ans para los dos-o Ustedes son pa-'entes?-No, solamente amigos de muchos aos.-Y al marido, lo conoca?-No, slo lo haba visto una vez, unos minutos.-Es lo que imaginaba. La gerita siempre tan mis-
teriosa, no? En sus asuntos, digo.-Qu quiere decir con eso? Yo la conozco, ahora,
menos que usted.-Pues ... -se bebi el ans de un trago-. No s
lo que quise decir. Ella es muy personal.Hizo un breve silencio, y se sirvi otra copita. La
ma estaba casi llena.-Le puedo proponer algo, Hilda? -me mir con
atencin y asinti con la mirada, muy miope bajo losanteojos pero tambin muy inteligente-o Vea: la ver-dad es que no s qu hacer. Prcticamente no conoca Marcelo, y a Carmen haca aos que no la vea, has-ta esta tarde. Digamos que alguna vez la quise, peroeso fue hace mucho tiempo. Otro da se lo cuento. Aho-ra le pedira que usted me explique todo lo que pas:. Cmofue, qu sabe y qu supone. No s si servir paraalgo, pero ... Creo que regresar maana a Mxico, y alIllenos me gustara tener una idea de todo esto.
Se mordi un dedo. Me fij en sus manos, de uasCOrtas pero con las cutcula s y los nudillos completa-Illente deformados de tanto rorselos. Haba cosas enesa mujer, que poda tener entre treinta y cinco y cua-~nta y cinco aos, que me resultaban rechazantes, ySlll embargo me era simptica. Pareca una tipa con-fiable, una persona de esas que no tienen dos opinio-Iles sobre un mismo asunto. Imagin que era la clase
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de solitaria intelectual de provincia, no demasiado gra-tificada en la vida, pero entera, derecha y honesta. Qi-z por ser tan fea y por su desalio -vesta una faldacolor rosa mexicano, sucia y desnivelada, y un radosuter amarillo canario bajo un rebozo de hilo negrocon rayas blancas- un tipo prejuicioso e insegurocomo yo poda desvalorizada.
Ella empez, lenta, lcida y claramente, su relatode la noche del crimen: no haba gran cosa que recor-dar -dijo- y nadie haba visto el coche desde el quele dispararon a Marcelo, aunque ella tena algunas sos-pechas; la Polica, por supuesto, no haba investigadonada y ella no quera ser injusta, pero le sorprendaque Carmen no pareca del todo interesada en que seesclareciera el asunto, aunque admiti que quiz lo de-ca porque desde entonces la notaba elusiva, con mie-do y ms misteriosa que nunca. Le pregunt culeseran sus sospechas y respondi que tema ser errnea-mente juzgada por m, pero haba algo en ese hombre,Marcelo, que la haca pensar. Lo defini como un tipomuy raro, no muy trabajador y que sin embargo lle-vaba una vida de cierto desahogo. El y Carmen decanque venda libros, pero sa no era una ocupacin muyrentable en Zacatecas. Adems, para ella, Marcelo eraun tipo demasiado fro, que muchas veces andaba pa-sado. Usted comprende -dijo-o No era que fumaraI tantita mota, no, ese hombre estaba en algo ms grue-so. En cuanto a la vida social de sus vecinos, no laconoca, pero l sola salir seguido, en las noches, al-gunas de las cuales Carmen vena a tomarse un ca-fecito -como dijo que deca Carmen-, o bien eraella la que iba a la otra casa. De noche no se vendenlibros, concluy en tono de obviedad, e insisti enlo del buen vivir.
Qu solos se quedan los muertos 41
-Por ejemplo? -le pregunt, quiz porque enton-ces todava me interesaba ms, creo, conocer cmoviva Carmen.
-Y, buena ropa, buena comida, un Dart nuevo.Nada del otro mundo, pero raro en un vendedor delibros que nunca vende libros.
No haba la menor envidia, el ms mnimo senti-miento mezquino en sus palabras. Esa mujer me gus-taba porque realmente estaba preocupada por su ami-ga. Su inters era mejor que el mo.
-Qu quiere decir con demasiado fro? Frocomo qu?
-Como alguien que no riega la planta que tienejunto.
- Homosexual? -me extra de mi propia pre-gunta.
-No podra jurado. Pero si me lo aseguraban, yolo daba por cierto. Y no es que me importe, pero ustedquiere saber, Pepe, y yo quiero ayudado a que sepa, aver si ayuda a mi amiga.
-Ellos se llevaban mal?-No, al contrario. Jams los escuch pelearse, ni
siquiera discutir.-Pero Carmen no es mujer para vivir con un hom-
bre as.-Es lo que yo he pensado siempre.Termin mi ans, prend un cigarrillo y la mir sin
dureza, intrigado sinceramente.-Me est queriendo insinuar, Hilda, que Carmen
tiene un amante?Ella se tom su tiempo. Se mordi una cutcula y
se acomod los lentes sobre la nariz. Observ que pro-CUrababorrar cualquier imagen de chismosa. Fruncilos labios y dijo, cuidadosamente:
-
42 Mempo Giardinelli
-Mire, Pepe: yo no lo s, de veras, y crame q,uemoralista no soy, ni mojigata, ni una vulgar meticheprovinciana hija de la tiznada. No lo s, pero ...
-Pero supone que s, es obvio.-Es ms que eso: a m me parece que eso es lo
que la tiene tan angustiada.-No entiendo.-Aunque usted pueda creer lo contrario, yo no es-
toy todo el da viendo lo que hacen mis vecinos. Peroella no es mujer que pase desapercibida. Y yo la hevisto salir varias veces con alguien, en un Mustangnegro. Uno medio chaparro, regordete y sin embargomuy guapo. Un hombre un poco mayor que nosotros,cuarentn. Nunca lo he visto bien, porque no baj delcoche sino una vez o dos, pero me impresion por loguapo y lo elegante.
- Sabe cmo se llama, qu hace?-No, ni idea.-Y Marcelo, usted cree que lo saba?-Por supuesto. El tiene que haberla visto salir ms
de una vez. Y ella siempre elegantsima, coqueta comotoda argentina. Y no lo digo por agresin a ~sted, nipor envidia. Abusado.
-S que no -y lo crea, de veras-o Recuerda lapatente, las placas, del Mustang?
-Nunca me fij. Pero ... No me lo crea, pero si ledigo que yo tengo mis sospechas es porque me pareceque a Marcelo lo balacearon desde ese coche.
- Por qu est tan segura?-No dije que est segura. Yo estaba aqu, estu-
diando, cuando sucedi, y escuch el ruido del motorque aceleraba, despus de los balazos.
-Carmen tambin est en algo grueso, segnusted?
Qu solos se quedan los muertos -43
Estir las comisuras de los labios hacia abajo, y es-tuvo un momento dubitativa. Termin su ans.
-No s... Creo que no. De a deveras no puedo sa-herIo. Para m que ella, si acaso, le habr entrado aun cigarrito de mota, como cualquiera. Pero no creoque le guste otra cosa.
- y qu le gusta a Carmen?-Je ... -se ri, y tena realmente una linda sonrisa,
entre inocente y sana-o Basta verla, no?Se sirvi ms ans, mientras yo apenas iniciaba mi
segunda copita. Le pregunt si conoca a David GUITa-la. Dijo que no, que alguna vez haba pasado por. elCallejn de Veyna y haba visto ese cartel de detectiveprivado.
-Siempre cre que era un chistoso. Por qu lo pre-gunta?
-Carmen me ha dicho que recurri a l. Pero estatarde estuve ah y me dijeron que est de viaje. No en-tiendo nada.
Asegur que ella tampoco y me pregunt si yo ha-ba cenado. Respond que no; ms tarde probara algoen el hotel. No insisti. Le pregunt sobre ella; dijoque haba vivido toda su vida en Zacatecas y que eraprofesora en la Universidad: Yo habl sobre mi tra-bajo en Mxico y le cont que era un reciente desocu-pado del periodismo. Quiso saber si yo haba ~ono~~-do a Manuel Buenda y opin que jams se sabna quie-nes fueron los hijos de puta que lo mandaron matar.Ay,Mxico, dijo imitando a Toms Mojarro en Ra-dio Universidad.
-Dgame, Hilda: si uno quisiera conseguir algunadroga fuerte, digamos cocana, cido, algo as, en estaciudad, cmo debera hacer?
Me mir extraada, semisonriente.
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44 Mempo Giardinelli
-Me ci que no te'ntiendo, Pepe -se ilumin, y losojitos le brillaron tras los cristales-o Cmo voy asaber eso, yo? Acaso tengo cara de reventada?
La observ un segundo, perplejo.-La neta que no tienes esa cara -le sonre, tu-
tendola yo tambin.Luego me puse de pie y le dije que me iba. No sa-
ba adnde, seguramente a caminar y a pensar un rato.Me acompa a la puerta, y el ccker aprovech paravolver a orinarse en la despedida. En la calle, antesde que estirara la mano con la formalidad de una eje-cutiva bancaria de anuncio de televisin, le preguntquines haban sido amigos de Carmen y Marcelo. Res-pondi que crea que no tenan amigos, ni siquiera ar-gentinos; jams pasaban argentinos por Zacatecas,y s, ella saba que haban sido medio guerrilleros yque llegaron a exiliarse a Mxico, pero eso era cosadel pasado. El pasado siempre vuelve, dije yo. Perono siempre lo explica todo, replic ella. Le ped quehiciera un esfuerzo por recordar alguna cara, algnnombre, y dijo que unas pocas veces haba odo a Car-men y Marcelo mencionar a un tal Liborio.
-Yo no s qu pedo se traan -dijo-, pero se noes un nombre para olvidar as noms, Y aqu en Za-catecas llaman as a un traficante de drogas.
-S, claro -le dije, y empec a caminar hacia elcentro, despus de recomendarle que si recordaba algoms me llamara. Prometi hacerlo.
IX
Cuando sal de casa de Hilda, me senta cansado,pero la noche estaba realmente hermosa y Zacatecases una ciudad para caminarla. Decid que no cenarani bebera y, liviano y sin fumar por un buen rato an-dara al azar para reconocer esa ciudad que, desdeque llegara, me seduca. La esquina misma del hotelque daba a la avenida Lpez Velarde, prometa iglesiasy rincones, escalinatas y arcadas que recordaban a cier-tos pueblecitos de Espaa. Balaustradas magnficaspor aqu, callejas imprevistas de aire gtico y de nom-br:s inslitos por all. Y, siempre, desde cualquier es-qUIna y asomndose por sobre cualquier edificacinCUaltestigo tenaz, el Cerro de la Bufa, esa iguana en-crespada que luca, luminosa en la noche, recordndole los hombres que son pequeos e ignorantes y quetoda soberbia es vana, estpida.
Anduve por la avenida principal, Hidalgo, y me en-cant el clima un poco fro pero sin viento de esa no-Che de comienzos del otoo. Algunos coches se des-plazaban despacio, casi silenciosos, como cucarachasen la cocina, y haba poca gente. Alguna recova vieja
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46 Mempo Giardinelli
-como todo en Zacatecas- estaba llena de libros '3me recordaba a las libreras para noctmbulos que hayen Buenos Aires. Me detuve al azar, hoje mucho perono compr nada, y al cabo escuch una musiquilla quevena caracoleando por las esquinas, una orquestacinsabrosa, de banda de pueblo. Distingu el ritmo gordoy pausado de la tuba, un par de saxofones que desafi-naban a do, una trompeta cascajienta, unos platillosy un redoblante. Me fascin el sonido y vi, a mediacuadra del mercado, por detrs de la catedral, que unosturistas -dos viejos matrimonios gringos- se diri-gan a ver de qu se trataba. Me un a su curiosidad.
Un amigo mexicano me haba hablado, alguna vez,de las tpicas callejoneadas zacatecanas. Y yo, de pron-to, topaba con una de ellas, que en seguida me hizotrepar por el Callejn del Indio Triste, luego por laCalle del Angel y, haciendo esquina con Primero deMayo, desembocar al Callejn del Mono Prieto. La m-sica ya era muy ntida -para los norteamericanos ypara m, que seguamos de atrs a una cantidad deg~nte que rea y beba- y media cuadra ms adelantepasamos frente al bar La Oficina, tugurio fascinan-te visto de afuera, con su tpico cartel de cantina me-xicana: Prohibida la entrada a mujeres, menores, bo-leros, curas y militares uniformados, exclusiones quepermitan el reinado de maridos, burcratas, chferesy dems repertorio de solitarios que me hicieron evo-car al Cnsul de Lowry. Seguimos de atrs a tan in-slita caravana: unas cuarenta personas que en segui-da me enter eran intelectuales de la capital de la re-pblica invitados a un congreso de quin sabe qu.Todos marchaban alegremente adelante de la banda,que era tal como la haba detectado pero adems tenaun violinista viejito, fcilmente ochentn: era el que
47Qu solos se quedan los muertos
ms se prenda a las garrafas de mezcal que arrastra-ba una mula tordilla cargada con media docena de bo-tellones, manejada por un petiso de huaraches que te-na una bolsa de sper llena de vasos de plstico. Lamula cerraba la procesin y los gringo s y yo nos in-corporamos, discretos, a la marcha.
Cuando bajamos por la calle de Aguascalientes, paracruzar el antiguo mercado y detenernos un momentoen la explanada a un costado de la catedral, la bandaarremeti con un pasodoble, primero, y una cumbiadespus, y muchos se lanzaron a bailar mientras losms viejos descansaban. Entonces, uno de los supues-tos intelectuales se me acerc, entusiasmado con nues-tra solidaridad:
-jrale, pinches gringos, ntrenle al mezcal zaca-tecano y viva Mxico, hijos de la ... !
A los gringos les pareci un hecho fascinante, y unode ellos enfoc velozmente la Polaroid que tena enla mano, y le encaj un flashazo que dej al otro aton-tado por un momento, en medio de las risotadas de losdems. Yo me le acerqu, en buen plan, y le dije enVOzbaja, y muy en tono mexicano:
-No confundas geyes con cabrones, cuate. Yonada tengo que ver con esa yankiza. Y venga el mezcal.
El tipo me mir, extraado, durante un segundo.Quiz porque soy tan alto y ms bien gero, me habaCOnfundido. El fulano tena "unos bigotazos amostacha-dos en las puntas, hacia arriba, y era medio petiso,Dlorrudo, con cara de charro de pelcula de los aosCincuenta. Me estudi muy brevemente hasta que de-Cidi que yo le gustaba. Entonces me lanz la garrafa,ClUe abaraj con las dos manos, mientras deca:
+-Orale, compadre, ponte pedo que aluego nos va-s por los mariachis. La noche es larga, hijo de la.".
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48 Mempo Giardinelli
Salud a la garrafa un par de veces. La primerasent que me ahogaba y que un incendio bajaba mil-metro a milmetro por mis tripas. Pero me dije si aflo-jo estoy jodido y mejor vuelvo al hotel. El chaparrobigotn quiso darme un abrazo.
-monos -grit, eufrico->, Estos zacatecanoss que chupan, hijos de la ... !
-No confunda de nuevo, maestro. Ni cabrn grin-go ni zacatecano que pendejear.
-Ora s que me chingaste, jijo. Y de dnde mier-da vienes?
-De Mxico. Pero soy argentino.El chaparro se rasc la cabeza.-Puf -
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50 Mempo Giardinelli
bin, a veces los recuerdos, como el fuego, se reavivan,En una colonia extraa, un barrio de callecitas ab-
surdamente estrechas, de no ms de dos metros de an-cho, nos encontramos en la Plazuela de San Cayetano,que slo tena dos rboles. Era ms bien un patio p-blico que una plaza; con un solo aro de bsquetbolempotrado en una esquina, de red deshilachada y jun-to a un farol roto. La banda empez a tocar Sonoraquerida y motiv gritos, pero en seguida los msicosvariaron a La toma de Zacatecas y se produjo la lo-cura de la concurrencia -que haba crecido mucho,recolectando gente en los distintos barrios- y unoque otro alarido lloroso al estilo mariachi, que a mme record a los sapukays de mi tierra chaquea. En-tonces empezaron a llover rosas rojas de los balconesafiligranados, y era algo maravilloso, por cierto, y mesent feliz por un instante, pero slo un instante por-que en ese momento not que yo era observado coninsistencia por uno que la iba de espontneo en laprocesin.
Lo detect cuando una gordita, sin dudas profe-sora de Literatura de primer ao, con pinta de fasci-nada con el diario Unomasuno y de flamante estructu-
I ralista barthesiana, me sac a bailar dicindome unabsurdo venii. chee de vocales arrastradas, impos-tacin que me hizo sentir nervioso, como siempre. Enslo dar un par de vueltas, en medio de la alegra delos geranios de la plazuela y de la lluvia de rosas rojas,advert que ese tipo no me quitaba los ojos de encima,con el disimulo de un cosaco jugando a peinar mue-cas. Era alto y tena las manos en los bolsillos de unachamarra de cuero gastado, casi rotoso. No pude verbien su cara morena, pero supe con toda certeza quesu inters no era ni musical ni turstico.
Qu solos se quedan los muertos 51
Dej a la gordita justo antes de que la banda inicia-ra un nuevo tema y se reanudara la callejoneada, du-rante la cual seguramente me hubiera zampado algunafrase de Todorov, y me acerqu al fulano de los bigo-tazos que me haba integrado a la pachanga. Pretendsu ayuda porque ya ramos cuates ~egn e.l extra?cdigo de la amistad improvisada de CIertos n~os mexI~canos, pero cuando le toqu el codo para exphcarle rmsituacin, dijo estoy muy pedo, argentino, no chinguesjijo de la ...
Me alarm y me sent peligrosamente solo. La mar-cha se reiniciaba por calles oscuras, como escalandoun cerro, por el Callejn del Rebote. Apur el paso yme adelant a la muchedumbre, ya para entonces comode sesenta personas. Volte en la calle de San Anto-nio y me met en un recodo que desem~ocaba. en unaescalinata descendente, como un pasadizo bajo unascasas. Desde all mir hacia atrs y vi que el cosacojde la campera de cuero corra para no perderme de~vista. Me lanc por viejas vecindades, por conventillosde arcadas y jardines, por escaleras y callejuelas labe-rnticas. Me orientaba por el miedo, creo, y por las lu-ces de una avenida, la Gonzlez Ortega, que e.ncontral cruzar un zagun y por la que baj enloquecido has-ta la Plaza Independencia. Era una situacin desespe-rante, porque el desgraciado' corra tanto como yo.
Llegu al eCalinda y entr sin disimulo, dand~ u~POrtazo que me reprocharon muchas miradas. Ped .~Illave, jadeante, y vi cmo el matn llegaba, tambinCOrriendo, y miraba hacia adentro desde las ven~anasdel restaurante. No distingu su rostro, pero su miradatena la malignidad de los idiotas. El conserje me in-form que no, nadie haba llamado. Ped el telfono ylnarqu a la casa de Carmen. No contest nadie. Mir
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el reloj: las tres menos cinco.Entonces me met en el bar, donde an haba al-
guna gente y una rubia falsa cantaba Garota de 1pane.ma en un portugus tan bueno como mi alemn. Pedun whisky doble y me jur que si se armaba la bron-ca, respondera. La verdad es que ni yo mismo me crela bravuconada mental, pero me calm un poco. Estu-ve viendo cmo bailaba una pareja solitaria. El metauna pierna entre las de ella; ella se la apretaba. Se be-saban los cuellos, pero se vea que tenan sueo. Elamor es un juego, para alguna gente. Los envidi. Unamorocha cargada de hombros, que poda ser levanta-dora de pesas, me mir sin mucho entusiasmo. Estaracansada- y yo, a esa hora, no era ms atractivo que uncamarn podrido. Una hora despus, cuando cerraronel bar, sal al lobby, no' vi al matn por ningn lado,me met en el ascensor y me fui a dormir.
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Dorm muy mal y me despert a las ocho de lamaana, porque en el pasillo dos recamareras discu-tan no s qu cosas de una tal Luisa. Una deca quele iba a contar al jefe de piso y la otra le replicabaque no tena madre si lo haca, que siempre haba sidouna chismosa y que si le platicaba al jefe lo de Luisabien poda empezar en ese mismo momento a irse unpoco a la chingada.
Me met en el bao, me di un duchazo de agua biencaliente, luego abr la fra a todo chorro y trat derecordar qu haba soado. Diez aos atrs, Carmeny yo tenamos la costumbre de ducharnos juntos, en lasmaanas, y nos contbamos nuestros sueos. En ellaeran frecuentes los bosques de pinos y la nieve; en m,nios jugando a las bolitas, en las siestas calcinante sdel verano, en Resistencia. Para ella, las pesadillas eranexcepcionales, con globos rojos y mortferos que esta-llaban ante su propia cara. Se vea a s misma comouna niita extraviada en la Patagonia que, huyendo delos globos, llegaba a una gran ciudad donde la espera-
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?an patrulleros con banderitas argentinas y globos ro-JOS adentro, que salan a perseguida. Esas maanas mepeda que escribiera sus sueos y yo le contestaba que~eba ir al analista o dejar de leer la actualidad pol-tica en los diarios que estudiaba. Para m, en cambio,las pesadillas eran reiteradas y casi siempre como unamisma pelcula: yo era una especie de planta inmvily las hormigas suban y me coman; yo gritaba perono emita sonido alguno, o nadie me escuchaba. Car-men sola decir que mi pesadilla le recordaba a cier-tos climas de pelculas de Bergman. Durante aquellosduchazos, siempre, inevitablemente, se nos quemaba elcaf. Pero ramos felices.
Volv a la habitacin y tom el telfono. Carmenno respondi. Y en el cuarto Gurrola que marqu aten-di una seora con voz de vieja. Cuando le preguntsi sa era la casa particular de David Gurrola, o si alltenan alguna relacin o parentesco con el detectiveme pregunt por qu se lo preguntaba. '
-Quisiera hablar con l. Vengo de Mxico y nece-sito sus servicios.
-Y cmo me dijo que se llama?-No se lo dije, seora. Soy Miguel Angel Asturias.
Usted es la esposa de Don David?-La mam.-Ah, muchsimo gusto. Y no estar l por ah?-Est de viaje.-Hjole! -lament, mexicansimamente-. Pero
dgame, no podra ir yo a veda? Quizs usted me pue-da ayudar.
-No veo en qu -dijo, ms bien fra. Pero antemi insistencia, finalmente acept que pasara por sucasa. Me dio la direccin. Mir en el directorio que te-na abierto, sobre mis piernas, y se corresponda con
Qu solos se quedan los muertos 55
el telfono al que hablaba. Le dije que estara all enuna media hora.
Doa Refugio Hinojosa de Gurrola viva en la par-te alta de la ciudad, a espaldas de la catedral, variascalles arriba, en una vieja casona de la esquina de laCalle del Patrocinio y el Callejn del Gusano. Abriuna puerta que daba a un jardn delantero con algu-nos rosales y rnalvones florecidos. Una Santa Rita-que en Mxico designan con el bello nombre de bu-gambilia- tapizaba los costados de la puerta.
-El seor Asturias? -pregunt con voz educada,de pulcra pronunciacin, cuando llegu hasta ella.
-As es -le di la mano; la de ella era pequea yfrgil. Y acept su invitacin a entrar.
Tena un aire seductor, la vieja. Como de unos se-tenta aos, vesta un impecable traje sastre de buenatela y una blusa de seda blanca con olanes volando so-bre el pecho magro. Llevaba una camelia en la solapadel saco. Muy pintada, con los labios trabajosamentedelineados, pareca una antigua madama de quilombode la Zvi Migdal. Arrugada como una pasa de uva,eso s.
Me hizo sentar en una silla de Viena que hubieraenvidiado mi mam, ante una larga mesa de caoba algodeteriorada pero que haba conocido cenas esplndi-das. Ella se sent al otro lado, bien lejos, y cuid quele mirara su mejor perfil.
-Usted dir.Le expliqu nuevamente que quera ver a su hijo
David, pues yo era amigo de una clienta suya, y no ha-ba encontrado a nadie en su despacho. Me extraabamucho que hubiese aceptado un caso una tarde paradesaparecer al da siguiente. Ella sonri, complacida,como si yo hubiese dicho algo simptico o una de esas
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ver?ades inesperadas que surgen en algunas convej-,saciones, y dijo;
-Seor ~sturias; mi hijo tiene mltiples ocupacio_ne~.,No podnamos sobrevivir slo con esa extraa pro-fe~Ion que dice tener -mantuvo su sonrisa y se quedmIrando la mesa, mientras con sus dedos recorra elbordado de un mantelito blanco-, y yo nunca s desus ... casos.
h -De todos modos, seora, me gustara ubicarlo yablar con l.
h -No va a ser posible. El est en Guadalajara y noa de regresar por 10 menos en unos veinte das.-Otro caso?
-Desc~nozco la totalidad de sus actividades; y les muy cUIdadoso en su tica profesional. Adems aes un hombre grande. ' y
.. -Mi estimada seora, no pretendo enjuiciar a suhIJO, pero comprender usted que no es muy 't'que... e lCO
~Y usted comprender que yo no voy a discutirl~ ,tIca de mi hijo con un desconocido -me interrum-plO, co~tante. Me sent abrumado por la dignidad deesa.mu!~r. No haba alzado la voz; si acaso, su cuerpose rrguio apenas unos milmetros. Decid cambiar mienfoque.
_-Si se comunica con usted, podra decirle que lasenora Carmen Rubiolo est esperando noticias suyas?
-No creo que se comunique conmigo. Ya le di jeque es ~n ho~bre grande -y volvi a esbozar su sua-ve meda sonrisa.
, -~ C~ntos aos tiene? -e inmediatamente me senot estpidn,
-Ms que usted -respondi, ampliando su son.risa.
57Qu solos se quedan los muertos
-Bueno -sonre vo tambin-, creo que no tengos tiempo que hace;le perder -y me puse de pie.-No lo he perdido, fue un placer -minti, corts-
ente, y se levant ella tambin.Observ que era muy pequea; no deba medir ms
de un metro y medio. Me acompa a la puerta, dondegir para mirarla con fijeza a los ojos.
-Puedo hacerle un par de preguntas ms, seora?-Puede.-Cmo es su hijo, fsicamente?Dud un segundo, quiso eludir mi mirada, perorepuso de inmediato.-Menos alto que usted -sonri-, Ojos claros, ca-
fs; rellenito y musculoso. Tiene buen lejos, como de-cimos en Mxico.
-Y la persona que me atendi en su despacho,quin es?
- Quin? -pareci desconcertada- Ah, posible-mente se refiere usted a Camilo. Es un vecino, .. un ...colaborador, digamos, el casero de la oficina de David.
-Y sabe usted quin es un tal Liborio? No s suapellido, pero es un nombre poco comn.
-Dijo un par, y van tres. Pero no, no s a quinse refiera, seor Asturias.
-El nombre no le dice nada?Ella dud un momento. Me di cuenta que escoga
entre mentir o negar. Pero eligi una verdad.-Bueno, habladuras de la ,gente aseguran que un
tal Liborio es algo as como el zar de las drogas en Za-catecas. Pero yo no s de esas cosas; soy una mujerya vieja.
-Comprendo, muchas gracias.-Puedo hacerle una pregunta yo, joven?-Por supuesto.
-
58 Mempo Giardinelli
-Qu inters tiene usted en todo esto?El sorprendido fui yo.-La verdad, no lo s muy bien -y no pude devol.
vede la encantadora sonrisa que me obsequi, un se-gu~do ~ntes de cerrar suavemente la puerta que dabaal jardn delantero.
XI
De regreso al hotel decid pasar por el Callejn deVeyna, para hablar con el tal Camilo. No dejaba de pre-guntarme lo que la madre de Gurrola: qu interstena yo en todo esto? Lo que deba hacer era irme aMxico, preparar mis cosas y volver a la Argentina,que para eso haba terminado la dictadura. Quiz con-seguira trabajo en el periodismo porteo, o bien po-dra reinstalarme en el Chaco. Aoraba ir a pescar alParan, donde jams haba conseguido un dorado niun surub de buen tamao. Aoraba cazar patos, verel cielo inmenso en las noches del verano, acalorarmeen el horno de las siestas sacramentales.
Me repeta eso, mientras caminaba, pero a la vezreconoca mi imposibilidad de abandonar a Carmen, "-entre otras cosas porque descubra que la segua aman-do, y un hombre que ama es un hombre vivo. Pero,amaba realmente a Carmen? O slo estaba enamora-do de un recuerdo? Quin era ella, esa ahora desco-nocida. esquiva e inaprehensible mujer? Por qu ra-ln me haca el hroe de ocasin, si ya haba sentidobastante miedo y nadie esperaba mi protagonismo?
-
60 Mempo Giardinelli
?u~ buscaba, en realidad? Por qu no me iba, si nisIquIera mi conducta en la vida haba sido -para serfranco, brutalmente honesto conmigo mismo- unacompleta rectitud, como para hacerme ahora el h-roe? Por qu razn -me preguntaba, tambin- loshombres andamos siempre desplegando nuestras vo-caciones de Quijote, slo para comprobar lo inevita-ble: que en cada uno de nosotros hay un Alonso Qui-jano diminuto y torpe, y sin gracia? Qu significabaCarmen, en ese pas extrao que era Zacatecas, y qume sucedera a m con ella y Con el pasado que no mea~reva a revisar, y que an ahora, al escribir estas p-gmas, me resulta imposible aprehender? Qu habasucedido en mi pas, en la Argentina que vivimos Car-men y yo, y muchos como nosotros, para ser arroja-dos a un mundo que no era la morada csmica del hom-bre, su casa o domicilio en el Universo, sino un pra-mo vasto e indefinible que no nos quera, que quizno merecamos, que ni nos esperaba ni necesitaba?Qu nos haba ocurrido que no tenamos nada paradar, ms que fras miradas de incomprensin, muchaautosuficiencia de ignorantes y un sinfn de testimo-nios de un infierno que no tena por qu ser credo portodo el mundo? Y por qu no admitir, de una vez, quees esa pequeez de Ouijotitos la que nos impide cono-cer para quin padecemos y esperamos, y es por esoque el hombre jams puede ser feliz, o no puede ser-Io ms que lo que es posible en este domicilio de do-lor, de la esperanza y del constante dudar de Dios?y ltimamente, me dije, cruzando el costado derechode la catedral, por qu tengo que tener respuesta aestas preguntas? Por qu tengo que tener respuestas?
Al ver la subida del Callejn de Veyna hacia la calleCodina tan llena de gente, con unas docenas de curia-
Qu solos se quedan los muertos 61
s ante la puerta del despacho de David Gurrola, De-tive Privado con Licencia, se me eriz la piel. Me
cerqu despacio, fingiendo casualidad, y vi cmo. ene momento dos enfermeros sacaban en una camillacuerpo totalmente cubierto con una sbana blan-
. Supe que era Camilo.El gento se abri para dejar paso a los enferme-
s, que caminaron presurosos hacia Hidalgo, don~etaba estacionada una ambulancia del Seguro SOCIalue yo no haba advertido. Metieron la camilla porpuerta trasera, y subieron junto al chf~r, que arran-
c tranquilamente, sin hacer sonar la SIrena. No ha-da falta. .
La gente se dispers. Escuch co~entanos comolo mataron a cuchilladas, debe haber SIdo anoche, a~al-tantes, quin sabe, pobre viejo, no somos nada, la vld~es dura, y me dije que era entonces o nu~ca y ~ntrepor la puerta del len enfurecido, que nadie habla ce-rrado. b
Un pasillo breve, como de dos metros, dese~ aca-ba a un patio que reciba tres puertas. En ~a primera,a la izquierda, se lea en el vidrio: Lic. DaVId Gurrola,etctera. Estaba entornada y la empuj. Adentro, eldespacho se iluminaba por la luz que entraba por lasdos ventanas que daban al callejn; all haba un c~~-pleto revoltijo, tpico de cuando ha pasado la Policaantes de los enfermeros. Sutiles como un tanque deguerra. .
Los muebles -un escritorio y tres sillas-e- estabanmal colocados en el centro de la amplia habitacin; unarchivero con los cuatro cajones mirando hacia la ven-tana, otro volcado y semivaco, flders y carpet~s ~le-nos de papeles en blanco y algunos recortes de ~lanosvejsimos y amarillos. Haba un par de anteojos de
-
62 Mempo Giardinelli
aro de metal, con el vidrio derecho hecho aicos, enel suelo, una azucarera volcada sobre el escritorio ytambin un viejo tintero de bronce con un recipientede porcelana manchado, reseco. No quise tocar nada.Simplemente mir, pero con la conviccin de que de-ba buscar algo.
Con el pauelo abr los cajones laterales del escri-torio, y revolv papeles y carpetas. Nada de inters. Enel cajn del centro, que tena la cerradura rota, comosi la hubieran forzado o abierto de una patada, habauna cantidad de recortes de diarios. Los revis al azar;
I y abajo, entre los ltimos, vi uno que me interes. EraI . t d .recien e, e esta misma semana: Brutal asesinato.Un Ch balaceado. Una brevsima nota narraba elmodo como mataron al argentino Marcelo Farnizzi.Deca que la investigacin estaba a cargo del coman-dante Alberto Carrin y que se desconocan los moti-vos del hecho aunque no se descartaba que fuer~ uncrimen pasional ya que la vctima viva en amasiatocon una bella compatriota de dudosa conducta. Ama-rrado con un clip, haba otro recorte, ms pequeo yantiguo, de dos aos atrs: hablaba de una razzia po-licial en busca de drogadictos, de una serie de proce-dimientos en locales clandestinos y conclua en que apesar de algunas detenciones --de un extranjero ave-cindado y de varios menores de edad (cuyos nom-bres se reservaban}- y de que la Polica trabajaba ar-duamente en el caso, an no se haba conseguido apre-sar a Lborio, quien segn todas las suposicionescontrola el negocio de los estupefacientes en la re-gin. El nombre, sin apellido, estaba subrayado conbolgrafo; el subrayado era muy reciente.
Tambin amarrado por el clip, y como tercera par-te de tan curioso expediente, haba una nota mal cali-
63Qu solos se quedan los muertos
afiada, temblorosa, escrita con lo que me pareci elismo bolgrafo: Para Fantasma de la Opera, y de-
bajo de la esquela, todava una fotografa en blanco ynegro de cuatro por cuatro que pareca arrancada deun carnet, una licencia o una identificacin cualquie-ra: un hombre de unos treinta a treinta y cinco aos,de cara angulosa pero rellena, labios gruesos y ojososcuros, de mirar grave. Un rostro inteligente, duropero atractivo, con un ligero parecido a esos autorre-tratos de Van Gogh, especialmente el del sombrero yla pipa. Detrs no tena nada escrito.
Me guard todo en el bolsillo del saco, y sal de lahabitacin. En el patio me top con una mujer que seasust al verme.
-Soy ... soy una vecina -dijo.-Yo era amigo de don Camilo -le dije, tambin
asustado.-yo no -murmur ella, y retrocedi y se meti en
una de las otras dos puertas que daban a ese patio.o hice nada por detenerla.Cuando baj a la avenida Hidalgo, la catedral haca
SOnarlas doce del medioda. Eran campanazos impre-sionantes, que deban escucharse en varios kilmetrosa la redonda. Record los versos de Lpez Velarde,dije Pinche Papa y me fui para el hotel.
-
XII
Estaba muerto de hamb d"do. Mala junta. Smenle al 7:' y a emas desconc.erta_una buena po ., d ambre y al desconcIerto
rcion e autoritarismo t ddescripcin de A ,. L' ,y en rn unamenca atina.
Aplaqu mis tripas Con unos hue hb vos ranc erosque esta an sensacionales. Yo soy de b .
te y t 1 muy uen dien-engo a suerte de ser de esos ti10 que llamo gordos disimulados sP?S que pasan porte 1 b d . Iempre me rnan-ngo ~ or e de los ciento cinco kilos y s
cualquIer momento trepo a los' . que ent . CIento veinte pero la
f:~l~.sIempre dice que me encuentra ms del~ado queu irna vez. No es verdad '
los gordos disimulados. Mi ~::;~a~~i~: la vent~ja de
lcomo l fue trabajador del ferrocarril en eerlaCahsI,peroos a ' ,aco enmuscu~~s~uaqrenta,t~ma un cuerpo ms castigado y ~s
. ue yo. ueno, eso deca mi mam Por ueyo casi no conoc a mi padre B ', qt . ueno, y a rru madrec~:poco. Lo q~e quera decir era que los huevos ran-
ros me supIeron sensacionales y que sal del h t 1procurando vencer tambin al d' o evisita a la Polica. esconcsj-j con una
Qu solos se quedan los muertos 65
En la delegacin ped hablar con el comandante.n azul me pregunt de parte de quin y le respond:El licenciado Yusoti, de Mxico, y me qued espe-do. En seguida, Carrin se asom a la puerta deoficina, que daba a un pasillo que se vea desde la
cepcin, y me hizo una sea con la mano, para quesara. El de azul se apart y entr al mismo sombroespacho del da anterior.Carrin se sent apoyando una nalga sobre el escri-
rio y con otra sea me indic que me sentara en unala. Lo hice.-Vengo a presentarle mis excusas, comandante,
orque tengo la sensacin de que ayer met la pataon usted. Y no quiero molestar, sino todo lo contra-'0; busco ayuda. Mire ...Saqu la credencial del diario, que obviamente no
estaba vencida ni me haba sido retirada. Se la en-tregu.
-Le ment: s soy periodista y la verdad es que elasunto me interesa profesionalmente.
El tipo tom mi credencial y la mir, con fraatencin, como si fuera un certificado de leproso. Ladio vuelta, verific las fechas, mi firma, mi nombre,la foto. La volte otra vez al derecho, y con una pun-tita del plstico empez a golpearse el pulgar de laotra mano. Me mir con sus ojos bolita s de obsidiana.
-No me va a perdonar que ayer me quise pasarde listo?
-Qu quiere.-Saber si Farnizzi andaba metido en el negocio
de las drogas, y si lo mataron por eso.Nos miramos profundamente. El no respondi, pero
yo no baj la vista a pesar de que senta su desprecioy su odio. Agregu:
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66 Mempo Giardinelli
-Tambin quisiera informacin sobre Liborio.-Quin? -frunci el ceo.-Liborio, comandante, el que maneja la mota en
Zacatecas, y tambin rollos ms gruesos. A poco nolo conoce?
-Es slo un nombre.-Farnizzi pudo tener que ver con su organiza_cin?
.Carrin se levant y dio una lenta vuelta al escr.tono. ~e sent del otro lado, como el da anterior, yempe~o a rascarse la oreja derecha, despacito, como siestuvIera acariciando el pezn de una adolescente dor-mida.
-Me ci que ust me saca de onda, Yusoti.-Giustozzi.
+-Y le voy a decir por qu: porque no entiendo ques lo que pretende ... Pero le puedo asegurar que seacomo .sea est jugando con fuego, sabe? Aqu no vie-ne~ m extranjeros ni chilangos, por ms charolas quetraIgan, a burlarse de nosotros -y me devolvi la cre-denciaL
Hizo silencio, y me sigui mirando, glidamente.Sent miedo. Por segunda vez, sent miedo en Za-
catecas. Me arrugu.-Anoche me sigui un tipo.-Usted le habr gustado.-No me pareci que me siguiera por amor. No
fue una broma.
-Bueno, y yo, qu quiere qu~ haga? Que le pon.ga una niera?
-No, pero tampoco quiero que me malinterprete.Estoy en una investigacin para el peridico. Obvia-mente, me mandaron porque soy argentino y conozcoa la esposa de Farnizzi, desde hace aos.
Qu solos se quedan los muertos 67
-Muy bien -dijo, seguro de la situacin, y cam-do el tono de su voz por uno ms amable-. En-ces vaya y escriba que la investigacin policial con-a, que estamos tras la pista del asesino, que de u~omento a otro caer en nuestras manos y que la opi-n pblica zacatecana est absolutamente tranquilaconfiada en las fuerzas del orden, mientras el perio-mo juega a las escondidillas .Sonre falsamente.-Usted gana, comandante. Pero nada ms sque-
e de unas dudas, que no u,tilizar ~n mi crnica:\Ouin es David Gurrola, y donde esta?-Un mujeriego, por lo que la gente dice; y no ten-conocimiento de dnde est, ni me interesa.-La segunda duda: Liborio es uno de sus sospe-osos' estn tras l?-P~ede ser que s, como puede ser que no. Y si no,
quin sabe. .-Y ese hombre que mataron hace un rato, Call1l:
lo, uno que trabajaba en la oficina de Gurrola? Estarelacionado con el caso Farnizzi?-No tiene nada que ver.-Me llama la atencin que lo descarte tan rpido;
acaban de asesinado. Yo creo que s tiene que ver.-y yo creo que usted cree demasiadas cosas. Ou-
Z sea una sobrecarga para su cabeza.Sonre apenas, y me puse de pie. El tambin, y dio
la vuelta a la mesa y me sigui hasta la recepcin.Justo antes de que yo cruzara la puerta hacia la calle,lile apret levemente el codo, para llamarme la aten-cin.
-Mire, argentino -dijo, y volvi a endurecer laInirada-: hoy pasee un poco por la ciudad, suba alCerro en el telefrico y tmese una foto. Esta noche
-
68 Mempo Giardinelli
cene. rico y ligero, y duerma bien. y maana deje elCalmda y ,vulvase a su casa. No sea pendejo.
-Me esta amenazando.-No ~ame. Slo le di un consejo -y se dio vue],
ta y entr~. Yo me qued un instante en la vereda, Contanta rabia como miedo.
XIII
Estaba rendido, as que dorm toda la tarde comoun justo, o quiz como un pecador arrepentido y per-donado. Ni siquiera so. Pero me despert la estri-dente voz de Benny Mor a eso de las seis de la tarde:
Mi corazn y yo no nos queremos ni hablarporque l te sigue amandoy yo entretantote quiero olvidar ...
Sonre y pens algn pinche gusano y empec aseguir l ritmo del bolero con el dedo gordo de mipie derecho, que asomaba entre las sbanas, all le-jos. Por la ventana vi que era casi la hora del crepscu-lo, una hora maravillosa. Me levant y me qued jun-to al vidrio cerrado. Luego lo abr y aspir el aire delotoo; el calor del da se atenuaba. Mir la Bufa y meimpresion el color del atardecer mexicano sobre laciudad, un crepsculo que mereca el verso de Pa-checo:
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70 Mempo Giardinelli
All el ocasoes tan desolador que se dira:la noche as engendrada ser eterna.
y en la otra habitacin, Benny Mor segua, gua-pachoso y melifluo:
Mi corazn y yo no nos queremos ni verporque l no puede odiartey yo no quieroverte jams ...
En ese momento empec a decidir que lo mejorque poda hacer era volver a Mxico. Carmen seguirasiendo lejana. Apenas una luz en la oscuridad, una lu-cirnaga, una debilidad en la historia del hombre queyo era. Y una fantasa, claro, pues los hombres al finy al cabo vivimos de nuestras fantasas. Son nuestroalimento. As que me dije que pagara el hotel, busca-ra un autobs nocturno para dormir como un sapo ya la maana siguiente me preguntara si tena sentidoseguir incorporando a mi archivo noticias de los ata-ques a Nicaragua, de los desastres en las Embajadasgringas en Medio Oriente y de los desvelos de Alfon-sn y Grinspun para pagar la deuda externa que deja-ron en mi pas los militares, entre otras linduras. Peroen eso son el telfono.
-Soy Carmen -dijo Carmen-, necesito verte.Esta noche.
Su voz era grave; hablaba despacio y tena el tonoseductor que yo amaba, su ronquera tabacal. Pero ala vez haba una urgencia, un aire perentorio y deses-perado como el del comienzo de Carmina Burana, que
71Qu solos se quedan los muertos
, ') .Quers que vaya ahora?_Que pasa. (. he Tengo que ha--No, te veo en el box. esta noc .
larte. .D' de di)'iste') .' 1- on . d 1 Auditorio Mumclpa .
-En el box, en la arena e salirP tenemos que rnos,iento mucho miedo, epe,
de aqu...-Est bien, pero ..._ Supiste algo nuevo?
'')-De que.-Digo si averigu~ste algo. Carmen, mejor voy a-Tengo algunas Ideas, pero,
tu casa ahora. N puedo hablar ms. Te-No, no estoy en casa. o
ver en la noche. " marqu su nmero. No,y colg. Yo pedl hne; y Mor haba sido cam-
en la casa no estaba. y enny egro de mierda queM' hael Jackson, ese n .biado por IC e blanquea Y se VIste
tiene vergenza de. ser nsegro.~. sno ira a Mxico esade almirante de CIrco. uspire:noche.
-
XIV
El ~uditorio Municipal pareca esa noche de juevesun aVIspero atacado a palazos. La pelea estelar eraentre el crdito local Kiki Uvario, a quien los cartelesen t~da la c~udad apodaban El Acomedido, y un talSantIago HUI~ar, Relmpago de Sombrerete, quien,como en seguida me enter, vena de vapulear a cua-tro ?ponentes en menos de dos meses y se haba con-vertido en el rival ms esperado para el Kiki.
~n gordito, en la cola de las taquillas, que parecanervI?S,Ocomo la mam del crdito local, asegurabaque SIeste venca esa noche, la Arena Mxico y el cam-p~onato mundial seran sus prximos pasos. El gor-dito mascaba chicle con la boca abierta y cada tanto,para descargar su tensin, lanzaba derechazos al aire.
-Y a~tes de esa pelea, qu otra cosa vale la pena?-pregunte, por molestado.
~l gordito se molest, en efecto, y me mir con des-precro,
- Yeso a quin le importa?-A n:.No soy de aqu y nunca vi pelear a Uvario.-Chdango?
Qu solos se quedan los muertos 73
-Digamos que s -dije, pronunciando bien lases.-Pues llega a tiempo, mistro. Hoy va a ver bos
del bueno -y lanz un jab de izquierda al aire, son-.ndome de costado para mostrarme un pedazo dechicle.
Adentro, el humo era impresionante. Algunos tipos,como en los palenques de las rias de gallos, levanta-ban apuestas a la vista de policas gordos que se ocu-paban sobre todo de vigilar que los borrachos no desor-ganizaran ni el desorden ni el negocio. Haba muy po-cas mujeres, mucho bullicio, botellas de cerveza va-cas por el piso y latas sudorosas de fro en las manosde la mayora. En ese momento peleaban dos que de-ban ser plumas, y el de pantaloncito azul estaba to-talmente grogui. No se caa porque Dios todava no seapiadaba de l. Tena la cara inflamada y un ojo ce-rrado, y el de verde no dejaba de practicar en l comosi fuera un punching-ball en una acalorada tarde degimnasio.
Me sent en la dcima fila, a la izquierda de tresmuchachos de camisas abiertas y Modelos heladasen las manos. Saqu un cigarrillo y les ped fuego. Elde junto a m me prest su Cricket color naranjacon el escudito del Atlante.
-Quines son? -le pregunt, sealando el ringcon un cabezazo.
-Dos' geyes -dijo, sin mirarme.Me di vuelta y vi cmo se sentaban a mi derecha
dos seores con aire de rancheros: botas tejanas, jeansgastados, bigote a lo Emiliano Zapata, camisas a cua-dros y aspecto prspero. Fumaban enormes puros yse repantigaron como lo ha de hacer Sinatra en ~lcCaesar Palace para ver cantar a un colega. Me dedi-
-
74 Mempo Giardinelli
qu a fumar y a esperar, mientras miraba en derredn-en busca. ,de Carmen. Pero an era temprano, pens.
Tambin tuve la sensacin de que Carmen no lle-gara. Y me pregunt por qu me haba citado all.Para sacarme de circulacin? Por qu? Para escon-derse no era, ni para vernos a solas: una belleza comoella, a la que. muchos zacatecanos deban conocer ya,por haberla VIsto alguna vez, y un tipo de uno noventay cinco, no iban a pasar inadvertidas sino todo lo con-trario.
Cuando acab mi cigarrillo, el de pantaloncito azul'cay, literalmente gracias a Dios. Y lo terrible, paral, ha de haber sido que ni siquiera el murmullo de lamultitud aument de volumen. La gente esperaba laestela~. El maestro de ceremonias, de pantaln negroy camisa blanca, subi al ring para anunciar el obvionocut y presentar a los siguientes boxeadores. Decaalgo del primero, un tal Maclovio Hernandez de Je-rz, cuando observ que el tercero de los muchachosa mi izquierda bajaba la mano como ocultando algoque echaba un humo delgadito, mientras con la bocaligeramente aflautada soltaba un suave soplido. Elolor me result inconfundible.
-Oiga, compaero -le dije al que estaba a milado-. Psenla no?
El muchacho me mir a los ojos. Le -sostuve lamirada y esboc una sonrisa. El no sonri ni dej deobservarme. Yo desvi la vista hacia Camisa Blancaquien en ese momento anunciaba el peso de los con-tendientes de la pelea que se iba a iniciar.. -~st bien, no me mires as -le dije a mi vecino,sm mrarlo.L, 'No hay pedo; si no convidan ni modo.
y saqu mis Gitanes del bolsillo y le pas el pa-quete.
Qu solos se quedan los muertos 75
-yo s convido.El tipo no se movi. Vi que el segundo, a su lado:preguntaba algo as como qu quiere ese gey, y rmino le rest importancia. Yo me concentr en el
icio de la pelea entre Maclovio, de pantaln amari-o, y el otro, de celeste. A los dos minutos, ya e,stababurrido porque uno hua del otro, y el otro hua deluno, y as no hay caso. Hubo algunos silbidos. y eno mi vecino me code suavemente.~Dale un toque, si quieres -y me pas el porrito.Aspir. No era tan buena. Mezclada con tabaco,
mota de pobres. Lo devolv asintiendo con la ca~ezaen agradecimiento. Luego de unos minutos, a la mitaddel segundo asalto, y cuando no pasab.a nada sin~ unoque otro bailecito maricn de Maclovio, me volvierona pasar el puchito. Fum, lo regres y llam a una mu-chachita que andaba en el pasillo con un balde de cer-vezas metidas en el hielo.
-Cuatro -le orden, y las pas a mis compae-ros que las aceptaron en silencio.
Segu mirando en derredor. El Auditorio esta~acasi lleno ya, pero no era difcil buscar a Carmen. S,loque ella no estaba y yo intu que ya no apare~en~.Me pregunt por qu lo intua, por. q~ me ha~I~ CI-tado all, por qu empezaba a deprimirme. Decld~ es:perar una media hora ms; luego me ira. Continuobservando a mi alrededor. y fue entonces que lo vi.
Como diez filas atrs, de pie junto a una colum-na de hierro y mirando hacia mi sector, pero no direc-\tamente hacia m, el cosaco de la chamarra de cuerogastada haca como que se interesaba por la pelea. V?l-v a mirar hacia el ring y sent que se me endureca,tensndose, la nuca. .
Los cuatro rounds que dur la pelea que Maclovo
-
76 Mempo Giardinelli
y Pantaln Cele tflatina, me pare~i:r~:~ataron en medio de una ch.atrs, y las tres el cosat~;~=b!r~:;~,:e~ m~r haciapero yo siempre lo ubicaba Y C la o e lugar,
Me inclin hacia . : armen no apareca.-o rm vecmo, confidencialmenteEl ye, hmano, cmo hago para conseguir? .
muc acho se rasc unamir de costado. mano con la otra, y me
-Pus quin sabe.-Andale, hombre no tl
~l ~ox la pasan, per~ no:7 Ira. Me dijeron que enindicaron, si encontrar al que me
-Yentons'qu.-Qu de qu.-Pues yo qu te digo.-Me dij eran q bue uscara a un tal LI'b' L
conoces? orio. o
El chavo se ri con un ..inaudible. Coment' alg a clarcaJadlta breve y casio con e segundo y e 1cero, que me miraron 'd' on e ter--T .. con 1 ntcas sonrisas.
.s ~~eso, guey -dijo mi vecino.No insist y esper a que te .
final, que gan un flaco que le ~mara la ~elea semi-su rival, por puntos Eran 1 evaba media cabeza adentemen te Carmen no as once de la noche. Evi-
baparecera yel co .
o servaba cada tanto h b saco, a quiensegua controlando rr:i s:c:~r c~~biado de lugar, peromi vecino. . ra vez me acerqu a
-No s qu quisiste decir, la neta.-Pus que Liborio es de Ligas Ma o .
lo vea nunca. Qu te tris, eh? y res. NI quin
-MNo, n~da, a la mejor me vieron pendejo- e ci Que .
Qu solos se quedan los muertos 77
provis un discurso acerca de lo que significaba laperanza del boxeo zacatecano Kiki Uvario El Acome-ido para el respetable pblico, y el ambiente empezencresparse. y cuando los dos peleadores se lanza-n a disputar el primer asalto, y la gente solt gritosansiedades ante los guantazo s iniciales, prometedo-mente violentos, me puse de pie, salud a los cua-
tes de la izquierda, Y me dirig hacia la salida por elasilla opuesto al de la columna donde estaba en ese
omento el cosaco.Apur el paso, cruc la puerta del Auditorio, sent
el aire fresco de la calle y me alej hacia la esquina.Antes de doblar, mir hacia atrs y vi que la camperade cuero sala por la misma puerta. Entonces di vuel-ta a la esquina y empec acorrer. Antes de andar unacuadra, vi que me segua, como la noche anterior, sloque esta vez acortaba la distancia. Entr a desespe-rarme, pero del susto que tena par de golpe y decidesperarlo. Todo sucedi en segundos: la bestia no de-tuvo su marcha y se lanz. y aunque me defend, ytambin pego duro, me aplic un golpe de karatekaen el hgado, me dej sin respiracin, me llen la carade dedos y me durmi, pero slo despus de repetirun par de veces Y en voz baja y ronca: Vete hijo dela chingada, vete porque maana no la cuentas.
-
xv
Absurdamente, cuando despert mir el reloj. Eranlas dos y veinte de la maana y senta un dolor de ca-beza terrible: una convencin de enanos histricoszapateaba en mi nuca. Senta la boca pastosa y cuan-do me pas la mano descubr que era sangre y queme faltaba un diente de abajo, de los de adelante. Metoqu y no, no me faltaba; lo tena, pero suelto. Melo saqu, lo mir y lo tir a la vereda de enfrente conrabia, mientras me pona de pie y adverta puntadasde dolor en la cintura.
Rengueando, mecnicamente y casi sin darrne cuen-ta, camin hacia la Calle del Ideal. Estuve tocando eltimbre en lo de Carmen como cinco minutos, hastaque me convenc de que no estaba. La insult por lobajo y me insult a m mismo. No aguantaba el dolorde cabeza. Entonces toqu el timbre en la casa de allado. Hilda abri sin demora, sobresaltada, y me hizoentrar.
-Dame un pur de aspirina s -le rogu, desplo-mndome en el silloncito de la sala.
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-Qu te ha pasado, por Dios -dijo ella, y en se-guida alz mis pies sobre una silla, mir mi boca yme toc el pmulo, mientras yo le deca que una apla-nadora me haba pasado por encima.-Yo estaba durmiendo y soaba que me casaba
-se sonri--. Pero ests hecho un desastre, Pepe. Es-pera que te voy a curar. _ .. ,
Sali de la sala, y en el bano consiguro alcohol, mer-thiolate, algodones, toallas, vendas y todo eso quesiempre consiguen las mujeres cuando hace falta. Mepidi que le contara con det~les lo que. haba pasado,y lo hice, mientras ella trabajaba en rm cara. .
-Bueno -dijo al terminar la tarea y yo rm rela-t~, has quedado como si hubieses huido de la d.es-truccin de la Biblioteca de Alejandra, que es mejorimagen que la de la aplanadora. Y la boca ~e te puedeinfectar, como no vayas maana al dentista. Ahorate voy a preparar un t para que te hagas unos bu-ches. .-Por qu no volvs a la cama ~ segu,lr .leyend?
la biografa de Alejandro Magno segun la ultIm~ edi-cin de Selecciones? -le grit, cuando se meta enla cocina a preparar el t.-y t qu hars? --en el mismo tono. .-Irme. Me dijeron que me vaya y me vaya Ir.-Un argentino obediente.-Por qu no est Carmen en su casa, eh?
e 1 . li-Sepa; yo no soy su nana. Pero a VI sa Ir._. A qu hora y con quin?-~on quines; eran dos. Vinieron en un Volks, a
las ocho y pico. Ocho y veinte. Ella lleg a las sietey media se cambi y sali.
-Er~s muy controladora, Rilda. ,No contest en seguida. La escuch que revolva
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80 Mempo Giardinelli
el t. Regres de la cocina y me entreg la taza. S~sent.
-Piensa lo que quieras. Yo dira que estoy muypreocupada. Esto no me gusta nada.
-As dijo un perro en la fbrica de salchichas-beb un trago del t; me hizo bien-o Adnde habrido Carmen?
-No s, pero se la vea guapsima, como para ir auna convencin de banqueros nacionalizados que sue-an con la resurreccin de Miguel Alemn: un vestidomorado, de seda, que ya se lo he visto y le hace unafigura sensacional. Bien peinada y de tacos altos. Conesas piernas que tiene ...
Yo no entenda a esa mujer. Una vez ms supeque jams entendera a ninguna. Como siempre, seera su encanto. La mir y me dije que era injusto queHilda fuera tan fea. Era una tipa derecha como el di-metro de un crculo. Tena el pelo revuelto, y su batade rayas horizontales blancas, rosadas, verdes y lilasera sencillamente espantosa. Sent que la quera, perono pude dejar de ser cruel.-y t te moras de envidia, cabrona.Ella se mordi una ua, luego sirvi caf instant-
neo y verti agua caliente en su taza. Suspir y encen-di un cigarrillo. Yo me puse de pie y me acerqu ala ventana que daba al patiecito de gardenias. Por en-cima de 111pared que daba a la calle se vea un farol,en la esquina que daba a Villalpando; iluminaba lbre-gamente el silencio y la desolacin, como en-una nochede Hyde pero sin bruma y muy lejos de Londres. Tam-bin mis sentimientos eran sombros, casi gticos. Medominaba un miedo sin azufres infernales que se mehaba metido en los huesos. Mir las gardenias en laoscuridad, y el farol lejano, y pens en la locura de
Qu solos se quedan los muertos 81
Dido, que por amor haba sido capaz de todo, hasta delsuicidio por el despecho de Eneas, ese falso piadoso.Imagin a Marcelo Farnizzi como a uno que zarpa enla madrugada, abandonando tierra tiria; pero me dijeque la idea no encajaba. Carmen se estaba ~uicidand?,pero no por su Eneas, sino por otro. Advert que hablaalgo asimtrico en todo lo que saba de este asunto:la conducta de Carmen era bivalente, claro, pero yocomenzaba a estar seguro de que haba algo ms que Ian no alcanzaba a registrar. Evoqu un cierto amor ala Geometra, c