mempo giardinelli tito nunca mÁs -...
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Mempo Giardinelli
TITO NUNCA MS
LEER CONOCER CRECER
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Tito nunca ms de Mempo Giardinelli. Mempo Giardinelli.
PRESIDENTA DE LA NACINDra. Cristina Fernndez de Kirchner
MINISTRO DE EDUCACINProf. Alberto Sileoni
SECRETARIO DE EDUCACINLic. Jaime Perczyk
SUBSECRETARIO DE EQUIDAD Y CALIDAD EDUCATIVALic. Eduardo Aragundi
JEFE DE GABINETE A. S. Pablo Urquiza
DIRECTORA DEL PLAN NACIONAL DE LECTURAMargarita Eggers Lan
COORDINADORA DISEONatalia Volpe
DISEO GRFICOJuan Salvador de Tullio, Elizabeth Snchez, Mariana Monteserin y Mariel Billinghurst
REVISINSilvia Pazos
PIZZURNO 935 (C1020ACA) CABA. TEL: (O11) [email protected] - www.planlectura.educ.arRepblica Argentina, 2012
Ejemplar de distribucin gratuita. Prohibida su venta.
SON ARGENTINASSON ARGENTINAS
Cada vez que hablamos de Malvinas convocamos la emo-cin, la reflexin en torno a nuestra sociedad, el recorrido por la historia y el pasado reciente, la mirada sobre el te-rritorio en una expresin de soberana, justicia e identidad as como la defensa de los recursos naturales de la regin.
Leer acerca de Malvinas es construir la memoria colectiva que se despliega y se arraiga en nuestras escuelas y se afianza en la solidaridad latinoamericana.
El Plan Nacional de Lectura quiere acercar y acompaar con estos textos a docentes y alumnos de nuestras escue-las, a sus familiares y al conjunto de la comunidad, para pensar la causa Malvinas desde historias pequeas que sostienen el recuerdo y se proyectan en la conciencia de nuestros derechos.
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TiTo nunca msMempo Giardinelli
Para Pierpaolo Marchetti
1/El mundo se le vino abajo el da que le cortaron la
pierna. Solo tena dieciocho aos y era un centrodelante-ro natural, uno de los mejores nmero nueve surgido ja-ms de las divisiones inferiores de Chaco For Ever. Aca-baba de ser vendido a Boca Juniors, donde iba a debutar semanas despus, cuando recibi la citacin para ir a la Guerra. Aquel verano del 82 el General Galtieri orden atacar las Islas Malvinas y Tito Di Tullio fue convocado al trmino de la primera semana. Ah empez su calvario.
Le toc estar en la batalla de Baha de los Gansos, en la que los caones ingleses convirtieron las praderas en infierno, los Harriers atacaban como palomas malignas y los gurkas se movan como alacranes. Un granadazo hizo volar por los aires la trinchera que haban cavado por la maana y una esquirla en la pierna derecha le que-br el fmur y lo dej tendido, boca arriba, mirando un punto fijo en el cielo como pidindole una explicacin. Enseguida reaccion y, en medio de la balacera, se hizo
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un torniquete para detener la prdida de sangre. La heri-da no hubiera sido demasiado grave si lo hubiesen aten-dido a tiempo, pero la incompetencia militar argentina y la furia britnica lo obligaron a permanecer all por muchas horas, durante las que fue sintiendo cmo la gangrena o como se llamase esa mierda que lo paralizaba le tomaba toda la pierna. El bombardeo y la metralla, ruidosamente unnimes, impedan todo movimiento, y Tito, que pareca un muerto ms en el campo de batalla, solo pudo llorar amargamente, inmvil y aterrado por el dolor y por el mie-do, dndose cuenta, adems, de que nunca ms volvera a jugar al ftbol.
Lo encontraron desvanecido y alguno dijo despus que los ingleses lo haban dado por muerto. Unos sol-dados enfermeros del 7 de Artillera que marchaban en retirada, al da siguiente, lo reconocieron. Chaqueos to-dos ellos, uno dijo che ste se parece al Tito Di Tullio, el nueve de For Ever, y otro dijo no parece, boludo, es el Tito y est vivo.
Lo colocaron en una camilla improvisada y lo llevaron hasta el comando del regimiento, que por esas horas em-pezaba a rendirse. La desmoralizacin era general y nadie saba quin mandaba. Todos los oficiales estaban descon-certados y de hecho haban abandonado a sus tropas. Ba-tallones enteros estaban a cargo de sargentos, o simples cabos, y cuando lleg la camilla en la que agonizaba ese soldado que haba perdido muchsima sangre, alguien, se-guramente un oficial britnico, dispuso que fuese operado de urgencia en uno de los hospitales de campaa que los ingleses instalaron en Puerto Argentino, nuevamente lla-mado por ellos Port Stanley.
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All le cortaron la pierna. Nadie supo ni sabra jams si fue lo mejor que se poda hacer en aquel momento, pero fue lo que hicieron. As termin la guerra para Tito Di Tullio, y tambin se terminaron su carrera futbolstica y sus ganas de vivir.
2/Cuando regres al Chaco, cuatro meses despus, ape-
nas sostena su cuerpo magro y encorvado apoyndose en un par de muletas. Pero lo que ms impresionaba era la expresin de tristeza infinita que se le haba estampa-do en la cara como un tatuaje virtual.
Esa misma primera semana, las autoridades de Chaco For Ever le hicieron un homenaje en la cancha de la Ave-nida 9 de Julio. Con las tribunas repletas, minutos antes de un partido de liga todo el estadio lo aplaudi de pie, como a un hroe. Pero todos vimos, tambin, que Tito no se emocionaba ni sonrea; era apenas un cuerpo irregular coronado por esa tristeza imbatible. Era una mueca mez-cla de horror, angustia y rabia, y todos vimos cmo sus ojos velados miraban la gramilla con resentimiento y ms all a unos chicos que jugaban con una pelota a la que Tito, me pareci, hubiese querido patear para siempre.
Desde entonces, muchas veces me pregunt cmo se har para soportar semejante frustracin. Los que esta-mos completos, y somos jvenes, no podemos siquiera redondear la dimensin de nuestra piedad. Incapaces de imaginar la crueldad de la tragedia, nos la figuramos como un fantasma que jams nos alcanzar, ocupado como est suponemos en hacer estragos con las vidas de los otros.
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3/Como dos o tres aos despus, recuperada la demo-
cracia, un da yo sala del Cine Sep llevando del brazo a la que era mi novia, Lilita Martnez, y de pronto lo vi y me qued paralizado. En pleno centro de la ciudad y a las nueve de la noche, apoyado sobre dos muletas des-lucidas, de maderas cascadas por el uso y con un par de calcetines abullonados en las puntas a manera de absur-dos zapatos silenciosos, Tito Di Tullio extenda una lata esperando que alguien depositara all unas monedas.
Creo que l no me vio, y yo, cobardemente, no me atre-v a acercarme. Di un rodeo arrastrando a Lilita del brazo, y luego me pas la noche, en rueda de amigos, critican-do estpidamente al sistema poltico que permita que nuestros pocos hroes de guerra fuesen humillados. Se supona que los veteranos reciban algn subsidio del Es-tado, pero evidentemente eso no impeda que acabaran pordioseros. No haba programas de trabajo para ellos, y adems la sociedad los despreciaba: por duro que fuese reconocerlo, nadie quera ver en los excombatientes su propia estupidez. Por eso, automarginados por el resen-timiento infinito que los venca, los supuestos hroes se haban convertido en un problema incmodo e irresolu-ble. Eran glorias de una guerra que ya no importaba a na-die y no valan ms que un discurso por ao en boca de algn cretino con poltrona en el poder.
4/Durante un largo tiempo dej de verlo, y nunca supe si
fue por pura casualidad o porque Tito desapareci de las calles de la ciudad. Ya nadie hablaba de esa guerra y todo el pas se alarmaba con otras crisis ms visibles y cercanas.
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La democracia era una ardua tarea a finales de los ochenta. La crisis econmica empezaba a hacer estra-gos, y, como si la decadencia de muchas instituciones fuese una de sus consecuencias inevitables, tambin For Ever se vino abajo. El club entr en una pendiente de la que todava no termina de recuperarse: desafiliado de todas las ligas durante aos, solo despus de una am-nista se le permiti volver a jugar en los campeonatos promocionales del interior del pas. Y esa reactivacin futbolera demostr que la vieja pasin de los chaque-os por el nico equipo que lleg a jugar en primera en varios torneos nacionales se mantena intacta, y todos volvimos al viejo estadio de la 9 de Julio con las mismas antiguas banderas, bombos y entusiasmos.
Ah reencontr a Tito, afuera del estadio, junto a las puertas de acceso a las tribunas populares. Los das de partido llegaba temprano, abra una mesita de tijera y colocaba sobre ella un canasto con golosinas y bande-rines, cigarrillos y cosas de poco valor, casi insignifican-tes, y se quedaba distradamente apoyado en su nico pie y con la muleta en el sobaco.
La primera vez me acerqu a saludarlo y l se dej abrazar, mansamente, como un hombre resignado a su desdicha. Me pareci que no le disgustaba que la gente lo viese y saludase como a un viejo hroe, de la Guerra y de los listones blanquinegros de la casaca forevista. Pero enseguida me di cuenta de que, aunque devolva todos los saludos, conservaba ese gesto mnimo, esa leve mueca de resentimiento que los viejos amigos, al menos, podamos advertir.
Yo pens que no aceptaba convertirse a s mismo en
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recuerdo y que esa era su tragedia, porque segua sien-do un smbolo del For Ever campen de los aos de la dictadura. El reconocimiento de la gente no era ms que eso: un saludo momentneo. Y aunque todos le brinda-ban su afecto, y ms de uno le compraba cosas que no necesitaba, era obvio que en el fondo todo eso lo enfure-ca secretamente. Por eso no entraba jams a la cancha.
Lo observ durante varios fines de semana: desinte-resado de lo que pasaba adentro, siempre de espaldas al estadio, su pattico desprecio solo consegua subra-yar cunto odiaba asumirse como mito, como estatua viviente del gran centrodelantero que la Guerra haba malogrado.
Y en el exacto minuto en que comenzaba cada parti-do, Tito se iba. Casi en simultneo, poda escucharse el pitazo dentro del campo y verlo desarmar la mesita. Ve-lozmente plegaba la bandeja, la reconverta en maletn, se la cargaba a la espalda y se marchaba a toda la veloci-dad que le permita su andar irregular y roto.
5/Una tarde me qued afuera, y antes de que huyera me
le acerqu. Yo haba pensado varias veces, antes, en ayudarlo de algn modo. Una vez lo propuse para un trabajo en la universidad; otra convenc a los japone-ses del Zan-En para que lo admitieran en la panade-ra. Pero l ni siquiera se present para hacerse cargo. Tampoco me agradeci las gestiones ni pareci apre-ciar mi comedimiento. De modo que dej de insistir y aquella tarde, a las puertas de la cancha, simplemente quise invitarlo a ver juntos el partido desde la platea.
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For Ever jugaba contra Racing de Crdoba por las se-mifinales del Promocional, era un sbado soleado, la cancha estaba llena y yo haba conseguido un par de buenos lugares.
Pero apenas formul la invitacin Tito me dijo que no con la cabeza, que movi frenticamente. Nervioso, pero sobre todo enojado por mi insolencia, golpe el piso con la muleta y me dijo No jods, andate de ac. Y me mir fijo y sin pronunciar otras palabras me rog con los ojos, que parecan de fuego, que me alejara de all.
Me apart, por supuesto, y entr a la cancha justo en el momento, apenas comenzado el partido, en que For Ever marc un gol. A juzgar por el estallido jubiloso en las tribunas, la gritera y el rumor de los tablones reple-tos, haba sido un golazo de esos que vuelven loca a la hinchada porque se producen en los primeros segun-dos del partido, cuando el equipo rival est apenas or-denndose en el campo. Me di vuelta para decirle dale Tito, ven, no te pierdas esta alegra, pero l ya se iba y cuando lo llam no se dio vuelta, ni siquiera vacil.
6/Nunca ms vi a Tito Di Tullio. Nunca ms volvi al
estadio, no lo vi ms en la ciudad y aunque hice algunas preguntas, meses despus, nadie supo darme razn. Mu-chas veces pens que se habra suicidado, como tantos excombatientes de Malvinas. Imagin que lo encontra-ban colgado de una viga, o que se tiraba al Paran desde lo ms alto del puente que lleva a Corrientes. Y ms de una maana me descubr, vergonzantemente, buscando una nota luctuosa en los diarios locales.
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Pero nunca ms lo vi y creo que fue lo mejor que pudo pasar. Tito perdi por goleada con la vida y acaso su ni-co triunfo fue saber evaporarse.
Suelo pensar que esa es la clase de resultados que arrojan las guerras idiotas: nunca hay un final, un verda-dero final para sus protagonistas annimos. Solo ellos, cada uno de ellos y absolutamente nadie ms, han de saber lo insoportable que es vivir con el resentimiento quemndote el alma.
Por eso, me dije, mejor olvidar a Tito, no buscarlo nun-ca ms. En todo caso, capaz que un da de estos escribo un cuento y lo hago literatura.
Tito nunca ms de Mempo Giardinelli. Mempo Giardinelli
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Tito nunca ms de Mempo Giardinelli. Mempo Giardinelli.
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Cada vez que hablamos de Malvinas convocamos la emo-cin, la reflexin en torno a nuestra sociedad, el recorrido por la historia y el pasado reciente, la mirada sobre el te-rritorio en una expresin de soberana, justicia e identidad as como la defensa de los recursos naturales de la regin.
Leer acerca de Malvinas es construir la memoria colectiva que se despliega y se arraiga en nuestras escuelas y se afianza en la solidaridad latinoamericana.
El Plan Nacional de Lectura quiere acercar y acompaar con estos textos a docentes y alumnos de nuestras escue-las, a sus familiares y al conjunto de la comunidad, para pensar la causa Malvinas desde historias pequeas que sostienen el recuerdo y se proyectan en la conciencia de nuestros derechos.
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