picotazos en serie. microrrelatos

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Cien microrrelatos ilustrados de unas cien palabras que te picotean el cuerpo en un plis-plas

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Diseño y textos: Sergi Cambrils Ilustraciones: Internet (manipuladas)

microsergirelatos.blogspot.com www.sergicambrils.com [email protected]

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INDICE

FREAk SHOW 13

BENDICIONES Y BUENAS NOCHES 14

INEXPLICABLE 16

CAPRICHO 19

INMERSIÓN 20

EL VIEJO SOFÁ 23

CENA NAVIDEÑA 24

DULCES SUEÑOS 27

EL VIEJO ZORRO 28

EL GUANTE DE CRIN 31

LA SESIÓN 32

PORVENIR 35

PLACAS DE HIELO 36

CARRERA DE OBSTÁCULOS 39

CERRADURAS 40

DESPOJOS 43

LA HORMA DE SU ZAPATO 44

SUPERVIVENCIA 47

EL INTERRUPTOR 48

SOLEDAD 51

PUNTUALIDAD 52

LA MASCOTA 55

CONECTIVIDAD 56

PRISIONERA 59

Page 8: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

ELECTRODOMÉSTICOS 60

SOMBRAS 63

ATÍPICA 64

MIL MARAVILLAS 67

MODAS 68

¡¡ OOOOOOOOOOHHH !! 71

AMOR DULCE 72

OTRA ÓRBITA 75

MIGRACIONES 76

PERRO DE COMPAÑÍA 79

SERPIENTES 80

TIC-TAC 83

EL ALBERGUE 84

PUÑOS MORTALES 87

LA MATANZA 88

OCHO VOCES 91

FUE NOTICIA 92

LO DE CADA UNO 95

PEREZA 96

EL HORARIO 99

LOS LIMPIADORES 100

FIN DE LA CITA 103

RABIETAS 104

CUALQUIER NOCHE LOS GATOS… 107

Page 9: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

OJO AVIZOR 108

ENTRAR AL TRAPO 111

METAMORFOSIS 112

AROMAS DE PAPEL 115

PAPELEOS 116

EL SUPERVIVIENTE 119

LLUVIA 120

EL ABUELO 123

DURA DE PELAR 124

EL ESPECTÁCULO 127

LA CARRERA 128

POR BULERIAS 131

SALUDARSE 132

EL REFUGIO 135

UN FINAL 136

NADIE NOTA NADA 139

EL INODORO 140

SEGUIR LA ESTELA 143

VIGILANCIA 144

CAPRICHOS DE LANATURALEZA 147

CELEBRACIÓN 148

LA MUTANTE 151

TODO LO BEBIDO 152

EL MIURA 155

Page 10: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

FAMILIA 156

CORAZÓN DE RESINA 159

MALA COMUNICACIÓN 160

BAÑO DE AMOR 163

COSTUMBRE ELECTORAL 164

DOMINGO 167

TODO SE GIRA 168

SEÑALES 171

RUINA DE HORMIGÓN 172

“YATEKOMO” 175

EL UNGÜENTO AMARILLO 176

ESPECTRO 179

LA INVASORA 180

TEORÍA DEL COLOR 183

LA BANDA DEL DIRECTOR 184

TODOPODEROSO 187

SUSTANCIA CICLISTA 188

NIÑO 191

EL OSO 192

EL SILENCIO DE LOS PREMIOS 195

«B» 196

TRASPLANTES 199

COSQUILLAS 200

LA PITONISA 203

Page 11: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

EL MISTERIO DE LOS CALCETINES 204

NO ME FIO 207

LA PAREJA 208

LA ALMOHADA 211

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Cien microrrelatos ilustrados de unas cien palabras que te picotean el cuerpo en un plis-plas

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FREAK SHOW

Al caerse mis dientes de leche los nuevos que se

formaron fueron todo muelas. Ni incisivos ni caninos

ni premolares. Se configuró una dentadura

descomunal de treinta y dos anchas coronas que

molían y machacaban cualquier cosa. A la hora de

comer me llamaban “la apisonadora” porque ni

cortaba ni desgarraba; solo trituraba alimentos. Era

un monstruo con sonrisa de caballo, la atracción de

feria de todos y el motivo por el que llenaban su boca

de improperios para provocar mi llanto. Arrinconado

en una esquina e incapaz de contenerme, conseguían

hacerme llorar desconsoladamente, y descubrían

fascinados el verdadero espectáculo que suponía

presenciar cómo brotaban lágrimas de gelatina de mi

único ojo.

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Page 16: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

BENDICIONES Y BUENAS NOCHES

La otra madrugada llamé a un programa esotérico de

la radio para preguntar sobre el amor a la guía

espiritual que lo conducía. Se llamaba Leonor, y

además de tener una voz preciosa era especialista en

cartomancia y artes adivinatorias. Me dijo que

visualizara un color y que lo retuviera en mi mente.

Pensé en el negro. De fondo sonaba una música

misteriosa mientras me hablaba con bastante

indeterminación sobre aspectos de mi vida para

concluir diciéndome: «Cariño, estás cargado de

malas energías y necesitas una limpieza del aura».

Ahí sí acertó de lleno; llevaba demasiado tiempo

aguantando a Laura.

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INEXPLICABLE

El vaso que cae de la mesa se queda suspendido en el

aire antes de impactar contra el suelo. Me acerco

impresionado y compruebo que en efecto está

flotando a un palmo del piso. Lo toco cauteloso.

Oscila levemente como un péndulo desacompasado y

vuelve al mismo punto. Ejerzo algo de fuerza hacia

abajo para ayudarle a concluir el recorrido, pero no

se puede, se mantiene: levitando a centímetros de la

supuesta colisión. Esperaba barrer los pequeños

cristales esparcidos, pero cuando ocurre algo así no

hay más remedio que asumir el pequeño milagro y

empezar a creer en algo más.

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CAPRICHO

En algunos mercadillos con encanto se puede

encontrar de todo; solo hay que saber buscar entre el

barullo de paradas. Lo que yo compré aquella

mañana en lo que parecía un puesto de ropa, estaba

camuflado tras telas y cajas de cartón. Nadie podía

pensar que estaba en venta, pero yo enseguida lo

supe. El tendero hablaba con la mirada y al captar mi

interés anotó su precio en un papelito. Era razonable.

Siempre quise tener uno, era de color y, aunque venía

con lo básico, si abonaba el plus del transporte me lo

enviaría a casa vestido de mayordomo.

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Page 22: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

INMERSIÓN

En mi cama soy como un feto adulto, tapado hasta la

cabeza con el edredón de plumas y cobijado en la

calidez de ese manto de protección; con las piernas y

los brazos encogidos y respirando la fragancia de

unas sábanas de franela que me sumergen en un

océano de lavanda. La superficie es para los

valientes; ahí solo hay escarcha e icebergs, una

atmosfera nívea que lo hiela todo hasta que

irremediablemente suena el despertador. Y yo solo

soy un simple batiscafo que navega impasible en sus

propios sueños, sin contemplar ni siquiera la

posibilidad de elevar el periscopio.

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EL VIEJO SOFÁ

Deslicé mi mano por una ranura de la tapicería del

viejo sofá y alcancé una zona recóndita que albergaba

objetos. Saqué algunas monedas de veinticinco

pesetas con la cara del Caudillo, varios cromos de

“D’Artacan y los tres mosqueperros” y una cinta de

cassette en la cual se leía “especial gasolineras”.

Había más cosas. Me emocioné. Así que, como un

buzo que prepara su inmersión a las profundidades,

me equipé con mi escafandra de ir por casa y me

introduje de cuerpo entero por aquella hendidura

hacia un mar de polvo y ácaros que seguramente

escondía más tesoros del pasado.

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Page 26: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

CENA NAVIDEÑA

Quería regurgitar la medalla de oro y lapislázuli con

la que me condecoraron en Navidad. Arrodillado

frente a la taza del váter y sujetándome la cabeza

para aplacar la intensidad de las vueltas, me

provoqué el vómito introduciéndome en la garganta

los dedos índice y corazón. Las únicas cosas que pude

expulsar de mi estómago fueron: primero un espeso

pisto lleno de tropezones que olía a vino agrio, luego

un jugo semilíquido del mismo color que el orujo de

hierbas y, al final, después de rastrear

minuciosamente la papilla nauseabunda que obstruía

el inodoro, viscosidades verdemar, hilachas de babas

traslúcidas y hálitos de bilis.

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DULCES SUEÑOS

Quería saltar del borde de la acera para zambullirme

en un asfalto que ya no era de hormigón, sino más

bien de una espesa crema marrón. Palpé el

pavimento mantecoso sumergiendo mi mano y

después de relamerme comprobé que era de

chocolate con leche. La circulación era casi

inexistente, y, aun así, cruzar aquella amplia avenida

de tres carriles por sentido con el fin de llegar al otro

lado de la calle era para cualquier peatón una odisea.

Todo acabó cuando, repentinamente y atravesando

las nubes, una enorme pieza circular que llevaba

grabado el nombre de mamá lo destrozó todo.

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Page 30: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

EL VIEJO ZORRO

La violencia con la que un viejo invidente movía su

bastón para abrirse paso en una estrecha y

concurrida callejuela me marcó para siempre. La

gente, conmovida por la pena de su limitación, iba

apartándose sin recriminarle el peligro que suponían

sus desaforados bandazos de izquierda a derecha. Me

hallé frente a sus pasos, ajeno a la evasión del

tumulto y sin advertir la punta de un estilete

camuflado que sobresalía de la base de su báculo de

madera. Intenté esquivar su frenética esgrima, pero

no pude librarme de una gran zeta que desde ese día

marca mi vasta frente.

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EL GUANTE DE CRIN

Uno que se ducha mucho lo hace cuando el sudor se

instala en su piel y cuando cree que su transpiración

infecta la atmósfera y las de su alrededor. Por eso, su

ritual de limpieza es como mínimo tres veces al día, y

en ocasiones algunas más. Cuando su sensación de

suciedad y gérmenes es inadmisible, masculla, bajito

y disimuladamente, un «ahora vengo enseguida» y

aprovecha que su casa está cerca para volver a

hacerlo. Frota tan salvajemente su desgastada

epidermis que cuando la ve al rojo vivo no piensa que

ese deleite obsesivo contribuye a descarnar su

identidad.

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Page 34: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

LA SESIÓN

El fotógrafo que visité, capaz de crear belleza

encerrando el tiempo con su cámara, exhibía en las

paredes del pasillo algunas tristezas que yo nunca

colgaría en mi casa. Antes de pasar al estudio donde

me esperaba, me detuve a contemplarlas. Estaban

bien enmarcadas, con un listón de madera natural,

cristal y paspartú blanco. Curiosamente, olvidó

colocar la última instantánea que formaba el grupo;

las fotos seguían una determinada disposición:

primero una mujer inexpresiva, luego otra

disgustada, otra asustada, llorando, gritando, con los

ojos morados, con cortes, ensangrentada… como en

progresión, en serie.

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Page 37: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

PORVENIR

Nada sucede de manera natural, los Poderes

Invisibles que pertenecen a unos pocos tocados por

Belcebú lo controlan casi todo sin levantar sospechas.

Mueven los hilos desde las sombras y nos hacen ver

lo que quieren que veamos. Sin brusquedades, en

pequeñas dosis, para que todo se entienda como algo

propio del desarrollo. El cambio necesario resurge

aparentemente cada cierto tiempo en nuevas fuerzas

políticas que arañan en la condición humana. Y los

elegidos, ocultos en zonas desconocidas, se ríen a

carcajadas mientras trajinan con varias décadas por

delante los sufrimientos y las desgracias que, sin

saberlo nosotros, están por venir.

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Page 38: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

PLACAS DE HIELO

Abro la nevera para gritar, para congelar mis

palabras de rabia. Meto la cabeza y explosiono frases

cortas, directas, sin medias tintas. Una retahíla de

ellas acaba con insulto final, como quien marca la

pared de un puñetazo para desahogarse. Él, en

cambio, está en el comedor con todos, sin que nadie

intuya cómo es en realidad. “Saco el postre”, les digo.

Y, sometida brevemente a esa tonificación glaciar, se

endurecen mis lágrimas, se estiran los vestigios de

pena en mi expresión y se transforma el odio en

punzantes témpanos de hielo, todos incrustados

como escarcha al fondo del frigorífico.

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CARRERA DE OBSTÁCULOS

Se encontraron en la avenida cuando al hombre duro

le dio por embestir al tranvía de su ciudad. Desde el

extremo opuesto y siguiendo la vía férrea, igual que

lo haría un atleta por su calle en una pista de

atletismo, se situó correctamente: retrasó el pie,

hincó la rodilla en el suelo, extendió sus brazos sobre

una línea imaginaria y, concentrado en su objetivo,

flexionó la cabeza hacia delante esperando la señal

acústica. La salida resultó nula. Aun así, explosivo

como una liebre, la ignoró y dio potentes zancadas

para arremeter con furia contra aquella máquina

cargada de pasajeros.

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Page 42: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

CERRADURAS

El cerrajero instaló en la puerta del sigiloso vecino

varios mecanismos de seguridad. Según el técnico,

era importante que no tuviera una sola cerradura, ya

que si conseguían forzarla, por muy blindada que

fuera la puerta podrían acceder igual a la vivienda.

Además del cerrojo principal le colocó de arriba

abajo un compendio de cierres con pestillo de acero y

cadenas metálicas, varias aldabas entre esos rodetes

y un dispositivo sonoro en el bombín que activaba un

escudo interno. Desde entonces, cada vez que

entraba y salía de su casa, la discreción a la que nos

tenía acostumbrados era otra.

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DESPOJOS

Me encantaba visitar el museo de mis propios

despojos en una pequeña planta baja que mi siniestra

familia había alquilado. Con muy buen criterio

dividieron la exposición en tres partes bien

diferenciadas: cabeza, tronco y extremidades. Y,

siguiendo ese circuito anatómico, en sus respectivas

vitrinas podía encontrarme la extirpación de mis

ojos, lengua y orejas, mis sesos diseccionados y mi

calavera. A continuación, aún llenos de sangre, mis

pulmones, vesícula, estómago, hígado e intestinos. Y

al final, desmembrados por completo, mis brazos y

mis piernas con las manos y los pies amputados. Una

auténtica carnicería para cualquiera que estuviera

vivo.

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Page 46: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

LA HORMA DE SU ZAPATO

Cuando el podólogo descubrió horrorizado los pies

de su prometida, se juró a si mismo que los

transformaría. Un día, protegido con mascarilla y

guantes, se dispuso a limpiarlos concienzudamente

en una solución de sosa caustica, deshaciendo en

pocas horas la costra roñosa que los recubría y

reblandeciendo al mismo tiempo sus pétreas

callosidades. Luego los frotó con una esponja de

alambre y perfiló con piedra pómez la forma podal

característica. Cortó sus uñas enroscadas con una

sierra de calar, las limó con lija del siete y acabó

escarbando entre ellas con un palillo para extraer la

fétida plastilina negra.

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SUPERVIVENCIA

Un señor bien vestido se desplomó delante de mí

mientras cruzábamos el paso de cebra. Me interesé

por su estado, enseguida lo atendí, pero no

reaccionaba. Fingí ser médico. Le tomé el pulso y

palpé su cuerpo inmóvil. Los vehículos se detuvieron

y la gente se remolinó a mí alrededor observando mis

maniobras de reanimación. Me agobié ante la

expectación y les pedí que llamaran a una

ambulancia. El revuelo permitió que deslizara con

más serenidad mi mano por la parte interior de su

elegante chaqueta, luego me incorporé al grupo y,

con naturalidad, desaparecí de allí con la cartera.

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Page 50: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

EL INTERRUPTOR

¿Dónde está el interruptor? me repite cada vez que la

visito. Esta semana cumples los cien, le digo. Le cojo

sus arrugaditas manos y la despisto hablando de

cuando subía aquellas empinadas escaleras de su

casa, cargada con un pesado barreño de ropa mojada

y dispuesta a tenderla en el tejado. ¿Te acuerdas

abuela? Lo tenías terminantemente prohibido por

todos, pero tú igual lo hacías, eras tozuda como una

mula.

Por un momento, al oír esa historia del pasado, se le

dibuja una sonrisilla pícara reconociendo sus

diabluras, pero enseguida se marchita y vuelve a

insistirme en lo del interruptor.

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Page 53: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

SOLEDAD

El verdadero sonido de vivir es muy característico. Es

parecido al rumor de esas viejas neveras que trabajan

inagotables; como un murmullo interno, un lloro sin

lágrimas que anuda la garganta y exhala silbidos de

niebla. Un bisbiseo continuo que se integra con los

demás sonidos del día para contribuir en el ritmo, la

melodía y hasta en la banda sonora de una trepidante

vida. Hay quienes evitan como sea oírlo en su

individualidad y, al llegar a casa, lo funden con la voz

de la radio, los chismes de la televisión o incluso con

una conversación vacía de pareja.

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PUNTUALIDAD

Aquella tarde plomiza, justo unos minutos antes de

las ocho, cuando me encontraba disparando a

bocajarro a un tipo que acorralé en un callejón sin

salida, ni siquiera sabía por qué lo hacía. No lograba

recordar los motivos que me llevaban en ese preciso

momento a tan salvaje y cruento acto. El caso es que

estaba allí, frente a aquel individuo desconocido,

acribillándolo sin piedad, contemplando como se

desplomaba y cubría el suelo de sangre. Miré el reloj.

Lo había matado. Aunque seguía ignorando las

razones. El caso es que la muerte le llegó puntual. A

las ocho en punto.

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Page 57: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

LA MASCOTA

Tenía una hiena como mascota. La llamaba

“Demoníaca” porque era muy temida por los

habitantes del pueblo. Devoraba todo lo que caía

entre sus fauces pero, aun así, no era carroñera como

la solían llamar algunos indeseables, sino una

fabulosa cazadora. Toda la carne que consumía se la

ganaba peleando.

Cada vez que salíamos a pasear nos sentíamos

amenazados, era impetuosa y se volvía loca con la

gente. Yo la sujetaba como podía con la correa,

aguantando su bestial empuje, y cuando emitía su

peculiar carcajada histérica entendía que debía

soltarla en la plazuela para que calmara su voraz

apetito.

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Page 58: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

CONECTIVIDAD

Un tipo cabezudo, traslúcido y con más de mil vatios

de potencia se aproximó con recelo a una enorme

campana de metal. Esa concavidad, situada a media

altura sobre una gran tabla horizontal de cuatro

patas, estaba provista de un casquillo negro

serpenteante que encajaba, a su vez, en un cuello

flexible y orientable del mismo material. Se descalzó,

se quitó los calcetines y con sumo cuidado fue

enroscando sus pies en ese soporte hasta quedar

completamente conectado. Se quedó semidesnudo,

suspendido en una incómoda posición, le dio al

interruptor y su enorme cabeza se hizo incandescente

iluminando la plataforma.

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PRISIONERA

Nos vimos de repente, él hablaba por el móvil, como

siempre. Había pasado mucho tiempo desde que lo

dejamos. Y, en ese encuentro inesperado, sin poder

esquivarlo, nos saludamos, e incluso nos dimos la

mano. Yo se la di mustia, como un trapo. Él la aceptó

y me la agarró fuerte. No abandonó la conversación

que llevaba, seguía hablando mientras me tenía bien

cogida. “Enseguida estoy contigo, cariño” me decía. Y

sin soltarme llegamos al parque, anduvimos juntos

bordeando el estanque de los cisnes, dimos una

vuelta en barca y hasta entramos al supermercado;

los dos cogidos de la mano.

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Page 62: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

ELECTRODOMÉSTICOS

A nuestro hijo primogénito le llamamos Panasonic en

honor a la anticuada televisión culona que aún

conservamos en la salita. Al segundo Taurus, igual

que la cafetera de goteo que sigue haciéndonos el café

matutino. A las gemelas, tras dar muchas vueltas, les

pusimos Zanussi y Balay, como a las dos lavadoras

que todavía aguantan en la galería a pesar de las

incrustaciones de cal. Y al pequeño, que justo hoy

cumple cincuenta años, decidimos ponerle Fagor por

el viejo calentador de gas. Es un lujo tenerlos a todos

en casa y que vayan tirando, pero se les nota

cascados.

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Page 65: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

SOMBRAS

El día que el único superviviente del fatídico

accidente de tráfico decidió que ya no podía soportar

más aquella dichosa suerte, esperó a que cayera la

noche. Se emborrachó como nunca y empezó a

despojarse de su vestimenta. La dispuso como pudo

en el viejo perchero de seis brazos del recibidor, colgó

la gabardina y los pantalones, y arrojó el amasijo de

las demás prendas en la parte superior, modelándose

fortuitamente un capirote ovalado. Su estado le

permitió ver en las dobleces el inconfundible perfil de

su querida esposa. La contempló esperanzado. Y tras

el disparo, ya estaba con ella.

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Page 66: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

ATÍPICA

No éramos una pareja como tantas otras. Las tardes

que decidíamos dar un paseo por la rambla del

pueblo, yo caminaba delante de él a paso ligero y él

permanecía detrás de mí, siguiéndome a varios

palmos, como un guardaespaldas. No nos cogíamos

de la mano porque no me gustaba dar muestras de

cariño en público, me daba vergüenza. Y si durante

esa salida me detenía a hablar con alguien, él

también lo hacía a mi espalda, sumiso y entregado,

esperando cabizbajo a que reiniciara la marcha. De

esa manera nadie podía pensar o decir que éramos la

típica pareja.

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Page 67: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

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Page 69: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

MIL MARAVILLAS

Las descripciones que nacían de las habladurías de

un colectivo ocioso iban creciendo en su exageración

hasta convertir un simple hecho en un desbordante

acto de fantasía. En un pequeño pueblo que

colindaba con otro, donde al parecer los jardines

crecían en el aire y los perros imitaban el maullar de

los mininos, se aseguraba que durante una lluvia

torrencial de truchas naranja se acercó al

Ayuntamiento, bajo un paraguas chillón, una

horrenda criatura con minifalda mitad mujer mitad

elefante, portadora en su trompa de un delicado

cuerno de unicornio y un currículum vitae para

entregárselo a la señora alcaldesa.

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Page 70: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

MODAS

Dejé el cuerpo antiguo en el armario, en la percha

correspondiente. Tras pasar la mano suavemente por

mi colección seleccioné otro, ya iba siendo hora de

cambiar. Las modas eran caprichosas, alterables, sin

criterio aparente, y lo que se consideraba rancio o

trasnochado en un momento dado podía volver con

fuerza y ser lo más. Viendo mí surtido de masas

corpóreas y analizando diversos factores climáticos y

sociales, revestí mi huesudo esqueleto convencido de

que con mi sabia elección influiría en que se llevaran

de nuevo los cuerpos rechonchos, de tez pálida y de

mofletes colorados salpicados con graciosas pecas.

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Page 71: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

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Page 73: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

¡¡ OOOOOOOOOOHH !!

Mi grito de Tarzán era una birria comparado con el

que emitía Weissmüller en las míticas películas de los

años treinta. Ese rey de los monos cinematográfico

era un salvaje en taparrabos bien peinado que nunca

perdía los nervios, y además poseía una portentosa

capacidad pulmonar. El mío, por mucho que lo

imitara con mis tres hijos varones a la vuelta del

colegio, lo comparaba más a un chillido

descontrolado y gallináceo que funcionaba como

liberador de tensiones, equilibrador de chacras y

como una sonora sirena que alertaba a los chiquillos

cuando sentenciaba perseguirles con la alpargata en

la mano.

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Page 74: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

AMOR DULCE

Un señor totalmente desnudo saltaba como un niño

sobre una cama, destripaba un cojín de plumas y las

lanzaba a puñados por la habitación. Se reía con el

roce de esa suave lluvia al caer y luego cubría su

cuerpo con una sábana blanca para simular a un

fantasma o a una ridícula montaña nevada. Se sentó

como un jefe indio sobre el colchón, a fumar una pipa

de caramelo y a deshacer en su boca el humo de una

nube rosa de azúcar. En un extremo de la cama

estaba estirada su maja desnuda, comiendo

palomitas, sin decir nada.

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OTRA ÓRBITA

Acostado en la cama enciendo la luz de la mesilla.

Cargo el móvil en ella toda la noche, sin reparar en

las ondas. Me ciño el edredón hasta el cuello y que

penda similar en ambos lados. Tieso como un muerto

apoyo mis manos frías sobre el pecho, y noto un débil

tic-tac más adentro. Miro a la izquierda: armario,

escritorio y estantería. A la derecha: la ventana que

da al patio. Pienso muchas cosas. Nada bueno. Del

techo gravita un pequeño ovni que clarea, entro

enseguida en su órbita y, con los párpados pesados,

paso a un dulce letargo.

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MIGRACIONES

Si no tienes trabajo, ser el amo y señor de las

palomas es relativamente fácil. Solo se requiere

constancia; el tiempo ya lo tienes. Así que seleccionas

un parque con muchos árboles, acumulas pan duro

troceado en una bolsa grande y, un día a la semana o

dos como mucho, vagas por el parque con los

mendrugos para que te identifiquen. Escoges un

banco, te subes en él, llenas el suelo de migas

machacadas, también el banco, tu abrigo, tu cabeza,

tus manos, todo. Extiendes los brazos al cielo, sientes

la grandeza, respiras hondo y esperas el revuelo, las

migraciones.

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PERRO DE COMPAÑIA

Un año de vida en los perros equivalía a siete en los

humanos. Lo recordaba cada día porque en pocos –

los suficientes como para quererlo– mí joven y

precioso mastín estiraría la pata. Para no sufrir tanto

esa pérdida que vendría, había decidido evitar los

mecanismos de cariño: no lo achuchaba, ni lo

acariciaba, ni le besaba el hocico. Solo lo sacaba a

pasear y lo alimentaba con su pienso. Nada de

sobras, ni recompensas, ni hablarle con afecto, ni

mirarlo como a un ser querido. Le marcaba bien los

límites, para que tuviera claro que solo era de

compañía.

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Page 82: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

SERPIENTES

No la besé del todo. Fue algo fugaz. Apenas un leve

rocé en sus labios. Y eso no era besar. Habíamos

hablado más por teléfono, primero de lo cercano, y

con el tiempo de sentimientos, confidencias e incluso

secretos. Algo germinaba entre nosotros. Decidimos

vernos por primera vez el día de San Valentín, sin

filtros, cara a cara. Yo la miré prendado, ella de

arriba-abajo. Con cierto desaire accedió a que me

acercara y la cogiera de la mano. No fluían las

palabras, así que fui directo al grano, a su boca. Y

ella, muy ágil, me hizo la cobra.

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TIC-TAC

Un joven periodista preguntaba a un grupo de

chalados cómo reproducirían ellos el sonido que

emitía el segundero de un reloj. Al parecer sus

respuestas eran para un popular magazine de

televisión.

-¡Toc-toc, toc-toc! –respondió uno repeinado, unicejo

y con gafas de pasta.

-¿Cómo si golpearan a una puerta? –se cachondeaba

el periodista por sus pocas luces.

-¡Tiz-taz, tiz-taz! –exclamó otro al que le faltaban los

dientes.

Entonces, alguien vestido como un superhéroe surgió

de repente, sujetó con una mano la barbilla del

malintencionado reportero y con la otra le abofeteó la

cara al compás de un marcado ¡pim-pam, pim-

pam!…

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EL ALBERGUE

El pequeño Eduardo era muy madrugador, incluso

los fines de semana. Mientras todos dormían, él se

dedicaba a rondar por el cementerio. En ese lugar,

más allá de lo fúnebre y lo macabro, se sentía bien,

apreciaba su encanto y valoraba que todo estuviera

tan bien cuidado y limpio. Le gustaba palpar los

relieves de las lápidas, leer las sentidas dedicatorias,

oler las flores que iban reponiendo y observar las

fotografías de los allí yacentes. No advertía tumbas

herméticas ni sepulcros de muerte, sino más bien un

albergue de pequeños dormitorios individuales

donde sus perezosos compañeros se quedaban

durmiendo demasiado.

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PUÑOS MORTALES

La cantidad de energía que muchos jóvenes

universitarios dedicaban para buscar trabajo era,

salvando las distancias, muy parecida a la del

protagonista de “Puños mortales”; una trepidante

película de acción donde un fortísimo luchador se

tomaba la justica por su mano y peleaba por sus

ideales en mil trifulcas callejeras para castigar a los

malos. Lo curioso es que a pesar de que su vida

siempre pendía de un hilo, en esas cruentas

contiendas, jamás recibía el más mínimo rasguño o

golpe de sus adversarios. Nadie podía con él. En la

vida real eso nunca pasaba, te molían a palos.

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LA MATANZA

La matanza del cerdo resultó ser un procedimiento

muy limpio, nada de sangre a borbotones ni gritos

ahogados de sufrimiento. Más bien lo contrario, el

animal, dócil, se dejó coger por el matarife y sus

ayudantes como quien traslada un sofá de un sitio a

otro. Lo coloraron en una gran máquina de acero,

ajustaron su rechoncho trasero a una cuchilla

circular y, cuando el disco empezó a girar a gran

velocidad, apretujaron su carne a la afilada hoja.

Salieron finas lonchas recién cortadas de jamón de

jabugo, chorizo, salami, jamón de york, chóped y una

apetitosa mortadela de olivas.

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OCHO VOCES

La soprano había educado su voz concienzudamente

y había identificado en ella varias voces. No sabía

cuál era la más natural, todas las aceptaba como

suyas, aunque iban cambiando de tesitura y

resonancia en función de con quién se hallaba. No

estaba reconciliada con su verdadera voz, no se

reconocía en ningún tono y sentía que era, al menos,

ocho personas distintas. Una era la cantante que

entonaba en los escenarios, otra la que se relacionaba

con su marido, otra con sus hijos, con sus padres, con

su hermana, con sus amistades, con su gato y

finalmente con los desconocidos.

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FUE NOTICIA

La eficacia comunicativa de un informativo de

televisión y su credibilidad descansaban sobre la

figura de su presentador. Aquella noche, mientras

daba las noticias con el rigor y la seriedad de

siempre, comunicó a los espectadores que iba a

suicidarse. Explicó las causas de su decisión como

una noticia más de la parrilla de contenidos, solo que

sin leerla en el teleprompter. La credibilidad era la

cualidad más importante en un periodista, así que se

disparó en la sien después de anunciarlo, en directo.

Fue una pérdida traumática, aunque aquella noche la

cadena hizo la mejor audiencia de la historia.

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LO DE CADA UNO

Quien vive solo y no sabe qué hacer para ir al grano

se mantiene ocupado adecentando su casa. Realiza

una intensa limpieza general para sentir como se

resetea el ambiente. Cuando lo hace, primero se asea

él, se ducha. Luego siguen las tareas del hogar: hace

la cama, quita el polvo, barre el suelo, lo friega, se

pone a fondo con la cocina, desincrusta la cal de los

baños, saca la alfombra al balcón y la muele a palos,

pone varias lavadoras, organiza la despensa, arregla

desperfectos…La casa da un giro y reluce, pero de lo

suyo no cambia nada.

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PEREZA

Un joven estudiante universitario programó la

alarma del despertador para que sonara cada cinco

minutos, aunque cada vez la silenciaba con un toque

de su mano. Así estuvo más de una hora. Hizo

intentos por reaccionar al insistente aviso, pero fue

en vano. Su desvaído cuerpo no conseguía

desperezarse, tenía mucho sueño. Y cuando quiso

reaccionar ya era demasiado tarde, esa pereza propia

de los holgazanes acabó con él. Se fue hundiendo

poco a poco hasta ahogarse en el interior del colchón

de muelles, y sus inocentes compañeros de piso

todavía creen que desapareció en la biblioteca de la

facultad.

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EL HORARIO

Pedro y Julia eran un claro ejemplo de enfriamiento

progresivo ya que, como suele decirse, habían caído

en la rutina. Se querían, pero su pasión había

mermado bastante al no esforzarse en mantenerla.

Expresar sus sentimientos les cansaba y hacerlo por

medio de la actividad amatoria aún más. Conscientes

de su falta de interés, decidieron ponerle remedio y

se ayudaron de un simple organigrama que distribuía

en franjas horarias las diversas muestras de cariño

que podían mostrarse durante la semana. Así,

aunque fueran tareas controladas, sabían que esa

noche por ejemplo tenían, de 21 a 22 horas, caricias y

besos.

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LOS LIMPIADORES

Lo malo queda grabado en el disco duro de las

paredes: discusiones, gritos, lloros. Las casas lo

absorben todo, por eso deben limpiarse de las malas

vibraciones con energía renovada. Quienes saben

hacerlo, además de mantenerlas ordenadas y limpias,

cierran las puertas de los baños, bajan la tapa de los

inodoros y colocan los tapones en los lavabos para

que no escape por ahí. Las heridas en baldosas rotas

y zócalos deben sanarse enseguida para prevenir

posibles infecciones. Y, aunque un cuadro torcido no

supone una verdadera amenaza para el hogar, estos

profesionales los recolocan porque es como habitar

despeinado.

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FIN DE LA CITA

Me quedé con cara de tonto al descubrir que en el

último pedacito de papel higiénico había algo escrito.

Era una frase corta, como las que rezaban en algunos

sobrecillos de azúcar. Lo vi como una idea original,

un guiño al momento, una sorpresa al intelecto

ubicada al final del rollo. Sentado en el inodoro la leí.

Era contundente. Planteaba una reflexión

trascendental acerca de la condición humana. Me

hizo pensar un buen rato y las dudas se instalaron en

mi cuerpo. Sentí cómo crecía algo en mi interior.

Entonces recordé qué hacía allí y, asomando la

cabeza, grité: ¡papeeeeeeeel!

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RABIETAS

Seguía atrapado allí dentro porque tuvo la genial idea

de usar el pestillo interior de la puerta del armario.

No quería que le incordiáramos como otras veces. La

mala fortuna hizo que no pudiera abrirla cuando

quiso; se quedó obstruida. Oíamos como la

forcejeaba insistentemente sin éxito, pero no osamos

molestarle. Cuando se enfurruñaba dejaba de

hablarnos, nos ignoraba y se encerraba en ese

mínimo espacio durante días. Allí pasó las dos

últimas semanas; sin mover ficha. Hasta que una

mañana soleada se me reblandeció el corazón y la

tiré abajo. Y sí, lo encontré demacrado, jadeando,

hecho un ovillo.

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CUALQUIER NOCHE LOS GATOS…

Durante los días de bruma invernal, cientos de gatos

callejeros deambulan por las empinadas callejuelas

del núcleo histórico de un precioso pueblo rodeado

de mar por todas partes menos por la que facilita el

acceso. Lo hacen tranquilos, sosegados, sintiéndose

los amos del lugar, y dedicando su tiempo a lamer

con deleite el salitre que se adhiere sobre las miles de

piedras rodadas que forman el empedrado. Llega el

calor veraniego y algunos turistas incautos osan

ennegrecer el suelo sagrado con marcas de

neumático, sin esperar que los feroces mininos se

claven frente a sus vehículos con intención de matar.

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OJO AVIZOR

Una vez consumados los hechos me fui a casa,

procuré olvidar lo sucedido navegando por la red.

Martilleaba el ratón como un telégrafo mientras

masticaba insistentemente un chicle sin apenas

sabor, mis piernas bailaban descontroladas bajo la

mesa y hacía remolinos en mi barba con la otra

mano. No había obrado bien, así lo dictaba mi

conciencia, acabarían atrapándome. Empecé a

sudar, a temerme lo peor, a desconfiar de todo,

incluso de la pequeña cámara incorporada en la

pantalla. Desgarré un pedacito de goma de mascar y

la adherí sobre ese pequeño ojo, en astucia y picardía

no tenía rival.

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ENTRAR AL TRAPO

El trapo revelaba la cartografía de un paisaje urbano.

Su interpretación por aquella amalgama de manchas

indicaba el itinerario hasta la Plaza del Hoyo de mi

localidad. Extendí el paño tiznado sobre el banco de

cocina como quien despliega un plano callejero y,

delante de mi mujer e hijos, recorrí con el dedo los

recovecos que formaban entre sí aquellos lamparones

de suciedad. Corroboraron la correspondencia con

las calles que les iba señalando: Inmaculada, Virgen

de la Maraña, Salsipuedes, Engaño, incluso con el

Paseo del Tropezón, pero con el agujero que situaba

la citada plaza no quisieron entrar al trapo.

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METAMORFOSIS

Tener a presos encerrados la mayor parte del día

durante toda su condena es aniquilarlos. Todo

depende del tiempo recluido, aunque la capacidad de

algunos reos en remontar las adversidades es

sorprendente; así lo atestiguan algunos vigilantes de

prisiones de alta seguridad. Aseguran que una vez

han traspasado la franja de la locura, en su

adaptación por seguir viviendo y solo durante varias

horas, la fragilidad de sus cuerpos se ve sometida a

una virulenta metamorfosis que, lejos de acabar con

ellos, los transforma en feroces cuadrúpedos a los

que solo es posible apaciguar por medio de

cachiporrazos de plata.

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AROMAS DE PAPEL

Algunos libros huelen que alimentan. Sobre todo los

que me deja mi madre sobre la mesita de noche.

Desprenden el aroma característico de su cocido, de

su tortilla de patatas recién hecha, de sus albóndigas

o la fragancia de ese caldo que elabora

concienzudamente aprovechando los esqueletos del

pollo. Mi nariz se hunde en sus páginas y resucito,

me transportan, me llenan. Alguna vez me he

encaprichado con el olor a nuevo de los recién

comprados en librerías, o con el perfume vetusto de

los prestados en bibliotecas; y no están mal. Pero

como los de casa, en ningún sitio.

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PAPELEOS

En el pueblo había una joven sobradamente

preparada que lo sabía prácticamente todo. Sin

embargo, era una persona de escasos principios,

consumía periódicos en función de criterios

insostenibles. Compraba los de grapas cuando

arreciaba fuerte el viento, y los domingos de paella

elegía los amarillos, los sensacionalistas. La prensa

rosa la dejaba para cuando se hacía mechas de

colores, y entre semana seguía la diversidad

informativa de otros diarios en las cafeterías. No se

identificaba con ninguno, todos le valían, incluso los

desfasados que amontonaba en la buhardilla. Esos,

los extendía sobre el suelo para que nadie pisoteara

lo fregado.

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Page 121: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

EL SUPERVIVIENTE

Los pasajeros sabíamos que aquella sensación de

hundimiento no era por los súbitos cambios en la

dirección y la velocidad de las corrientes de aire. El

avión temblaba y crujía de otra manera. Nos

precipitábamos. La histeria y los gritos se apoderaron

de todos, menos de la señora que tenía al lado. Con

una tranquilidad pasmosa, sacó un tupperware de su

mochila con pollo a l’ast troceado, su aroma era

inconfundible. Empezó a zampárselo en medio de lo

inminente y, chupándose los dedos, me dijo: si la

muerte ha de llegar, al menos, que nos coja con la

tripa llena.

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LLUVIA

Tenía una pequeña nube flotando a varios metros

sobre mi cabeza. Al parecer, me seguía a todas partes,

pero no me había percatado de ello hasta que un día,

al salir del trabajo, algunos me la hicieron ver

señalándola en el cielo. Era elíptica, alimonada, como

de algodón dulce, y del tamaño de una lavadora.

Pude comprobar que efectivamente me acechaba:

avanzaba y se detenía coincidiendo con mis

desplazamientos. Esta mañana, después de haber

estado conmigo todo este tiempo, me ha abandonado

por un señor calvo con gabardina para tornarse

oscura y precipitarle con furia un torrente de lluvia

amarilla.

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EL ABUELO

Sabía que el abuelo estaría desafinado por falta de

uso. Lo tenía guardado en el trastero, dentro de la

funda del contrabajo. Después de tanto tiempo me

apetecía tocarlo. Estaba recogido, en posición fetal y

vestido con su uniforme de batalla: pijama, pantuflas

y batín. Era evidente que debía ponerlo a punto, así

que lo saqué con cuidado para templarlo. Tensé sus

brazos y piernas, le hice el abrazo del oso para que

todo se recolocara en su sitio y acabé ajustándolo con

suaves movimientos cervicales. Enseguida abrió los

ojos y exhaló un prolongado bostezó perfectamente

afinado, como solía hacerlo.

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DURA DE PELAR

A quien yo quiero no le gusta que la quieran tanto. Le

recito poemas los días de lluvia y le entran náuseas.

Si le llevo el desayuno a la cama con la mirada tierna,

se me ríe, me llama friki. Necesita poco afecto: algún

beso, un abrazo por la noche y apenas roce, le

empalaga. Si la agobio con que debemos hablar, se

queda muda; “soy así” exclama, y se cierra en banda.

Lo malo es que me conformo con eso mientras

permanezca a mi lado. Es dura, aunque esta noche la

pincharé con una rosa, a ver qué dice.

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EL ESPECTÁCULO

La función empezó cuando un señor se colocó unos

pequeños auriculares en los oídos para mantener una

conversación telefónica. Lo hizo en voz alta, sin

importarle que estuviera lleno de gente. La mayoría

disimulábamos, hacíamos como si no estuviera, pero

la escena se convirtió en un vivo monólogo que captó

el interés. Estaba alterado, gesticulaba mucho con las

manos y, al final, en lo más álgido de la discusión, se

echó a llorar como un niño. Su intervención cautivó.

De hecho, cuando acabó de hablar, algunos que

también estábamos allí esperando la llegada del tren,

le dimos un fuerte achuchón.

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LA CARRERA

Procuraba no perder sujetándole las nalgas. La

llevaba colgada por delante, enganchada al cuello y

empotrada contra mi tórax, con sus piernas

haciéndome la tijera para formar un bloque

compacto. Nos movíamos como uno, la tenía bien

agarrada, pero la Carol había ganado algunos kilos y

ya no era tan grácil. Tras superar el tramo de

obstáculos y haber caminado por un lecho de lodo,

una de las parejas favoritas nos adelantó

restregándonos su superioridad con una irreverente

peineta. No podía permitir, después de todo el duro

entrenamiento, que las zancadas de aquella tipa

fortachona obtuvieran el preciado metal.

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POR BULERÍAS

El Tribunal apreció cierta rigidez en su mirada

cuando empezó a hablar. Sus facciones también se

tensaron y una sílaba puñetera se quedó

trastabillando en su garganta tornando escarlata su

semblante. No había dormido en toda la noche

pensando que su tartamudez le impediría explicarse,

pero cuando su padre y hermanos, también presentes

en la sala, arrancaron un débil taconeo y una sutil

cadencia con las palmas, la joven gitana se levantó

flamenca de su silla y, con una dicción perfecta, cantó

por bulerías su versión de los hechos.

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SALUDARSE

Salí desconfiado. Y tan pronto pisé la calle oí como

alguien me saludaba. El efusivo hola provenía de una

señora que no conocía. La escaneé de arriba abajo:

morena, de unos cincuenta años, cara de pan, vestida

con un abrigo velludo color avellana y portadora de

un carrito con ruedas; seguramente venía del

mercado. La olisqueé a fondo como un sabueso,

había comprado sardina, el tufo se mezclaba con la

fragancia perfumada de sus encrespados cabellos.

Pellizqué la carnosidad de sus mejillas, palpé a

golpecitos la prenda que la cubría y, finalmente, tras

lamerle una mano, le devolví el saludo.

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EL REFUGIO

En el mejor escondite de la ciudad se celebraba cada

año una gran efeméride. Ese día, se comía, se bebía y

se lanzaba por los aires lo comido y lo bebido.

Gracias al fervor descontrolado de todos, podían

verse volar platos de paella y bocatas aplastados con

fiambre; también finas parábolas de vino que

manaban al apretar el odre de sus botas y una lluvia

multicolor nacida del latigazo impulsivo de sus vasos

medio llenos. Mientras todo eso sucedía con

algarabía, una orquesta sonaba desconocedora de

todas esas particularidades bajo una improvisada

cúpula de plástico, para sobrellevar, de alguna

manera, la contienda.

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UN FINAL

Le construí un final con varios listones de madera,

unos cuantos clavos y un martillo. Después le prendí

fuego y me quedé observando como las llamas

convertían la materia en un montón de cenizas

ardientes, incandescentes. Me arropé cerca de los

restos, a la lumbre de sus rescoldos, pues la noche en

el bosque se adivinaba fría. Descansé metido en mi

saco de dormir, y por la mañana ya nada me oprimía.

Me sentía renovado, libre. Sin embargo, aquel

humillo blanco que aún evocaba su presencia sobre la

hoguera me llevó a extinguirla del todo con un

generoso meado matutino.

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Page 141: PICOTAZOS EN SERIE. Microrrelatos

NADIE NOTA NADA

Hay quien necesita encerrarse unas horas al día para

llorar y vaciarse; ahogar sus gritos desesperados en el

cojín donde yacen sus propias lágrimas y, a modo de

terapia, cuando se extingue esa incómoda presión en

el pecho, conversar con los geranios que aún

sobreviven a ese entorno sombrío para vomitarles la

bilis de su desdicha. Se recupera pronto, pero se

asfixia y sale a la calle a respirar otro aire, a cortar

con ese tormento del alma. Su fortaleza le cambia el

rictus y lo convierte en otra persona capaz de

interpretar una pose dicharachera. Así, nadie nota

nada.

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EL INODORO

Creo que el inodoro intenta decirme algo. Lo hace

cada vez que acciono el pulsador y se descarga el

agua de la cisterna. En poco vuelve a llenarse, como

cualquier retrete, pero al acabar el proceso emite un

ruido entrecortado y farfullante comparable a un

bramido semihumano: Brrupp-Trptr-Brumpp-

Prtgrrr… Es una estridencia molesta y algo

enigmática, por lo que me lleva a destapar el

depósito, a desplazar el latiguillo de la válvula de

llenado y a limpiar los restos de cal. Después,

recoloco la tapa, vuelvo a presionar el tirador y, esta

vez, al final, escucho claramente lo que intentaba

decirme.

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SEGUIR LA ESTELA

Recuerdo que de pequeña, en el salón de casa,

triunfaba. Cantaba para mi madre, la vecina del

primero, un policía jubilado amigo de la familia y mis

hermanos pequeños. Les encantaba oírme cantar

versiones de Lola Flores vestida de flamenca

mientras tomaban un cafetito sentados en el sofá. Mi

padre se iba a dar una vuelta cuando me veía recrear

el pequeño escenario que montaba para la ocasión,

no le gustaba eso del artisteo. Así pasaba las tardes.

Ahora pinto. Soy licenciada. Y os informo que

durante este mes de mayo tengo una magnífica

exposición en el rellano de casa.

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VIGILANCIA

Visto desde arriba, los usuarios de la ciudad eran

como colonias de hormigas que se movían de casa al

trabajo y del trabajo a casa. Los fines de semana ese

rutinario movimiento cambiaba; se movían muy poco

o incluso se mantenían quietos. Si hacíamos un zoom

al grupo de viviendas arquitectónicamente

semejantes y elegíamos una al azar, podíamos espiar

a través de la ventana a una familia mientras

desayunaba, y constatar como uno de los miembros,

el más joven, observaba sorprendido la pantalla de su

móvil donde un mensaje wassap anunciaba que su

amigo Manuel acababa de abandonar el grupo.

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CAPRICHOS DE LA NATURALEZA

Esta mañana, un latigazo de luz ha afectado al

tiempo. Estábamos en la piscina del camping cuando,

de repente, el mundo se ha paralizado. A mis

hermanos los ha cogido persiguiéndose fuera del

agua, petrificándolos como perro y gato; a mi padre

levantándose de la tumbona, con gesto de “ahora voy

copón”; a mi madre extendiendo el brazo derecho,

desde la parrilla, marcando el lanzamiento de un

chorizo criollo que le ha lanzado, frenado a medio

camino. Y a mí saltando del trampolín, suspendida

en el aire, tapándome la nariz y consciente de todo,

sobrellevando estos caprichos de la naturaleza.

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CELEBRACIÓN

Los cumpleaños me dan nauseas, me parecen una

chorrada; aunque si todos fueran como yo no se

celebraría nada. Me encierro en mi habitación y fumo

todo el día como un cosaco, sin apenas ventilación,

contribuyendo a que los dedos, los dientes y las canas

de mi bigote amarilleen, las paredes ya lo están. Me

ovillo en un rincón, y a oscuras, sin que entre el

mínimo resplandor por las rendijas de la persiana,

me ventilo un paquete tras otro, a ver si de esa

manera también ennegrecen mis pulmones y

trasciende a algo que si valga la pena celebrar.

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LA MUTANTE

Si tienes el superpoder de ver a través de las paredes

y quedas en el apartamento de un chico que has

conocido por internet, puedes aprovechar la

capacidad que posees para espiar. Antes de llamar al

timbre, te concentras y radiografías el interior de su

casa para obtener pistas; solo lo conoces por sus

manifestaciones escritas. Si esta facultad te permite

visualizarlo mientras se cambia y resulta que nada se

corresponde –que está mal hecho, anda arqueado y

cojea–, te decepcionas bastante. Sin embargo, yo,

igual llamo a su puerta y le doy otra oportunidad. Su

interior no lo veo.

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TODO LO BEBIDO

La última vez que llegué bebido a casa senté la

cabeza. Lo hice a mí manera, en el trono de los

bajorrelieves mitológicos que yo mismo había

grabado con mi navaja. A mis padres no les hizo ni

pizca de gracia esa manera de demostrarles que

podía cambiar. Vieron como colocaba un mullido

cojín en mi asiento real y, con un leve impulso, me

quedaba con las piernas hacía arriba, haciendo el

pino. No dijeron nada, se quedaron con los brazos

cruzados, contemplando como mi sangre bajaba

rauda al cerebro y, como un tomate, vomitaba a

borbotones todo lo bebido.

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EL MIURA

Antes de salir adopto la apariencia de Frascuelo

Segundo. Si lo que quieren es marcha, la tendrán.

Sin que nadie me vea, paso a verle en los chiqueros y

le musito a la oreja una copla de Rocío Jurado, la

Chipionera, eso lo relaja. Le acaricio el lomo con mi

montera y le digo que no rehúya rematar sus suertes,

que confíe en mi lidia y que no tenga miedo, yo estaré

a su lado dando los capotes precisos para que el

público disfrute. Que los ignore, y que, sobretodo, no

se ponga panza arriba, nadie debe notar que nos

apreciamos.

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FAMILIA

No me acostumbraba a estar en el salón, en una casa,

con una mujer y dos niñas. Observaba la situación

sentado en el sofá, haciendo como que leía el

periódico. La televisión daba las noticias y aquella

mujer entraba y salía de la cocina con algo en las

manos cada vez: primero una jarra de agua, luego

cubiertos y servilletas, cuatro vasos,

platos…preparaba la mesa. Olía a hervido; a coliflor.

Las niñas me hicieron sentar en la mesa, y la mujer,

con los ojos vidriosos y como si me conociera, me

preguntaba cada noche cómo había pasado el día.

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CORAZÓN DE RESINA

Por la lengua de asfalto que comunica a la ciudad

amurallada, y siguiendo el zigzagueo de las calles

empedradas, un enorme camión ha transportado

varios cañones que un grupo de operarios ha ubicado

sobre cada una de las troneras del baluarte. Se

basaron en los planos de un cañón original del siglo

XVIII para obtener estas réplicas de resina y piedra

artificial. Y han quedado resultones, le han limpiado

la cara a la historia, pero nada tienen que ver con los

genuinos de hierro, grabados con el escudo del rey de

la época y con más de una tonelada de peso. Estos

parches inexactos y chapuceros que apuntan a un

horizonte difuso, han conseguido dinamizar la zona

de turistas y, por las noches, cuando nadie vigila el

bastión, parejitas de enamorados como Jessica y

Joshua arañan sus nombres dentro de un corazón tan

frágil como la goma que cubre este falso tubo de

artillería.

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MALA COMUNICACIÓN

Cuando las lágrimas no le funcionan parpadea con

avidez, impulsivamente, como el repiqueteo de un

código morse. Desde fuera puede verse como un tic

en sus ojos, pero no lo es. Se sitúa a mi lado –o frente

a mí– y, sin una razón aparente, empieza a

frotárselos hasta que enrojecen. No le ha entrado

ningún cuerpo extraño: ni arenilla, ni un minúsculo

insecto, ni esas partículas vegetales que transporta el

aire y tan molestas son cuando invaden nuestra

cornea. Eso sería algo razonable para atenderla. Pero

ella, sin más, se los irrita con descaro, sin decirme

que le pasa.

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BAÑO DE AMOR

Desde mi vientre sube un aleteo de mariposas

algodonadas que anidan en el laberinto de mi azotea

y mudan, borboteantes, en hormigueos, cosquillas y

lágrimas efervescentes mientras te espero arrodillado

en la calle. Por fin sales al balcón, pero no exhalas

palabras de primavera ni promesas de abrigo como

solías. Me lanzas, sin esperarlo, la bravura de una ola

que disuelve mis ilusiones y las transforma en una

espesa niebla que trepa hasta ti para atraparte y

estrangularte.

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COSTUMBRE ELECTORAL

Ganarse la confianza de la gente cuando eres

extraterrestre es complicado. Hace diez años que

aterrizamos en la Tierra con nuestra nave nodriza, y

los humanos, muy desconfiados al principio,

pudieron comprobar que una civilización alienígena

podía venir en son de paz. A pesar de nuestras

diferencias, siempre hemos querido compartir el

planeta y convivir con ellos sin conflictos. Una

campaña electoral no iba a cambiar nada, pero desde

entonces la venimos realizando como un

acercamiento más a sus costumbres. Así, los

ciudadanos terrícolas creen formar parte de algo y,

tras ejercer su derecho al voto, se sienten más

seguros.

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DOMINGO

Las hormigas me invaden cuando me tumbo en el

sofá. Salen de lo más recóndito de la tapicería y

corretean nerviosas por un terreno abultado y de

trasiego intestinal; mi barriga. Arracimadas en la

convexidad, transportan miguitas de pan y restos del

pollo a l’ast que han quedado adheridos en mi suéter.

Me he zampado uno entero, con patatas fritas, y una

botella de cava. Un bicho traslúcido va

entretejiéndome en el escay, me ovilla en una dulce

modorra que se adueña como un desmayo y preso de

ese estado catatónico es cuando da comienzo la peli

de las cuatro.

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TODO SE GIRA

Los días soleados siempre pienso en la muerte. Me he

vuelto extraña, como del revés. Disfruto de las

pesadillas que se cuelan en mis sueños, de las falsas

relaciones con la gente que no aprecio y de mi

desaborido esposo. Estoy tan satisfecha de todo que

me sabe bien hasta el dolor. Lloro de risa por mis

penas, por esas normas que no tienen corazón, por

esa amargura que me oprime. Todo se gira, y como

no sé muy bien dónde caerme muerta, soy yo misma

la que se clava un chuchillo por la espalda para gozar

de esa agonía.

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SEÑALES

Desde la muerte de mi marido llenaba la casa de

señales para no olvidarme de las cosas. Tenía mis

truquillos para ir funcionando. Por ejemplo, dejaba a

la vista una pinza de madera para acordarme de

tender la ropa, una estampita de la Macarena me

indicaba la cita diaria con la psicóloga…pero, sobre

todo, utilizaba decenas de papelitos amarillos

adheridos en lugares estratégicos con notas para

tener en cuenta lo básico: ir a comprar, hacerme la

comida, lavarme, etc. Ayer recordé que no estaba

sola; tras mover un antiguo baúl, encontré anotado

en un descolorido papelito «recoger a los niños».

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RUINA DE HORMIGÓN

Las placas de escayola del techo esconden el cableado

interno que corresponde a la domótica de la casa, a

su cerebro. Es una casa inteligente, pero siempre está

enferma. Sufre migrañas que la cortocircuitan y

escalofríos sudorosos que ensucian el yeso de su piel.

En ese estado azogado van sucediéndose pequeñas

catástrofes en el hogar, y hoy, tras un potente

fogonazo hemos quedado a oscuras. El chasquido con

los dedos no ha activado el mecanismo de sus

entrañas y la continua vibración del andamiaje de su

conciencia ha querido que las paredes de ladrillo se

nos vengan encima, sin advertirlas.

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“YATEKOMO”

Tengo que haceros una confesión: llevo un collar de

tortilla de patata y una colonia de calabacín que me

chifla. Con los espaguetis, macarrones y lazos hago

filigranas en mis cabellos de ángel, y mi falda de

papel Albal viene de envolver bocatas de lomo con

queso calentito, calamares a la romana y panceta

ibérica. No puedo impedir que mis zapatillas de

mazapán se coman mis calcetines verdes de col

forrajera. Hasta mis andares son apetecibles, pues al

contonearme me fluyen flatulencias al chocolate que

lo llenan todo y huelen que alimentan. Pues eso, que

estoy muy buena, pa comerme.

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EL ÚNGÜENTO AMARILLO

Me limpié solo un pie, el izquierdo. El otro no lo

necesitaba. Lo hice con un jabón de PH ácido, tal

como indicaba el breviario. Masajeé los dedos y la

planta hasta conseguir esa espuma jabonosa que

mantuve unos minutos, lo enjuagué bajo el grifo del

bidé con abundante agua y lo sequé a golpecitos con

papel de cocina. Después le extendí el ungüento

amarillo para que la piel lo absorbiera. El

tratamiento hizo su efecto rápidamente y la

conversión apenas causó dolor. Realicé de nuevo el

proceso, pero esta vez en mi ojo derecho, el otro no lo

necesitaba.

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ESPECTRO

El fantasma que habita con nosotros mueve el

Scalextric con el poder de su mente. Carlitos está

encantado con su habilidad, pero a mí me exaspera

que ronde incorpóreo por la casa sin aceptar su

condición espectral. Sabe que esta dimensión no es la

suya, que debería marcharse, pero pasa de todo.

Ocupa la mesa de mi difunto marido, hace la siesta

en su sillón y duerme en su lado de la cama, justo a

mi izquierda. Esta madrugada me ha despertado

juguetón, ha estirado la sábana y se ha cubierto con

ella para que aprecie su tienda de campaña.

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LA INVASORA

Salió, sigilosa, a estirar las piernas y, aun así, fue

detectada. La luminosidad del día pasó de repente a

tinieblas y la bóveda celeste que se movía sobre

aquella silenciosa ciudad, se transformó en una corte

de nubes tormentosas que acompañaban a la

amenazante y oscura cumulonimbus, la reina de los

fenómenos meteorológicos. Inmensa como una

montaña, adoptó la apariencia de una terrorífica

bomba atómica, engendrando en sus entrañas

huracanadas el más terrible de los ataques para

lanzarlos sin piedad a los que –como aquella

insensata joven que andaba de puntillas– osaban

salir de casa a dar un paseo.

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TEORÍA DEL COLOR

Los días soleados aprovechaba para tender la ropa en

la azotea. Había cuerdas de sobra, aunque la última

vez estaban todas ocupadas por centenares de

calzoncillos; sujetos con una pinza y organizados por

colores. En la entrada, del negro al blanco había

dispuestos una cincuentena perfectamente

escalonada. En la parte central se difuminaban de la

misma manera pero en gamas básicas: magentas,

amarillos y azules. Y en los extremos, predominaban

los cromatismos secundarios: violetas, rojos y verdes.

Una distribución masiva de slips que llenaba de color

el terrazo y descubría, además del gran acopio, el

talento singular de algún vecino.

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LA BANDA DEL DIRECTOR

En el estómago del director sonaba el rumor

constante de un bombo, unos platillos sin brillo y el

redoble lúgubre de un tambor. Una triste y sombría

percusión que marcaba sus lamentos intestinales. Y

en ese bálsamo desalentador que iba desarrollándose

lentamente, se solapaba el sonido grave e

imprescindible de las tubas, la solemnidad de las

trompetas y el acompañamiento fúnebre del resto de

instrumentos. El carácter de la marcha iba in

crescendo, retronando a cada paso y despuntando

alguna estridencia inesperada propia de los

clarinetes; aguantando el tipo y disimulando como

podía la procesión que le iba por dentro.

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TODOPODEROSO

Con el primer mordisco al melocotón se marcaron a

la perfección los perfiles de un territorio imaginario

parecido a nuestro país. Animado, le di un segundo

mordisco a otra zona aterciopelada y se formó otra

región hermana. Seguí así hasta componer un atlas

de mordeduras, un mundo propio. Cautivado por mi

pequeño planeta frutal, contemplé su abrupta

superficie a la altura de mis ojos; así era perfecto, por

lo que decidí en ese punto detener mi creación.

Coexistió escasos segundos. Con el ruido de mis

tripas y mi apetito mañanero continué devorando su

jugosa carne hasta quedarme con el hueso.

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SUSTANCIA CICLISTA

Mi excentricidad como ciclista de carreras es que

antes de adaptar mí posición aerodinámica sobre la

bicicleta debo degustarla. Le doy un buen repaso con

la lengua a las zonas de apoyo, el manillar, el sillín y

los pedales. La fibra de carbono de la horquilla y la

aleación de aluminio del cuadro son sustancias

insípidas que apenas chupo. Eso sí, relamo los platos

y piñones sin freno, me pongo las botas con la grasa

de la cadena y con el barro de las cubiertas que se

queda entre mis dientes paso los finos radios de las

ruedas y listo.

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NIÑO

Las galletas que mi madre ha comprado para el

desayuno no se deshacen bien en la leche y, justo

hoy, no puedo recrearme en dejarlas blandas. A pesar

de ser un día decisivo me quedo embobado viendo

los dibujos animados y pierdo la noción del tiempo

hasta que mi madre se percata de la hora que es. De

un zarpazo me sienta en la silla de los peinados y me

planta una raya al lado, aplana con saliva los pelos

rebeldes y me perfuma. «Estás listo» exclama. Me da

un beso y me desea suerte en la entrevista de trabajo.

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EL OSO

En el momento en que le dio la espalda –después de

prepararle un barreño con varios kilos de pescado y

una caja de suculentos arándanos bañados con un

buen chorro de miel para que merendase-, el gran

oso pardo que tan afectuoso y dócil era con su

adiestrador, se vio movido por primera vez por un

impulso que le germinaba de sus entrañas: se alzó

majestuoso con sus dos patas traseras ante quien lo

alimentaba cada día, le rugió con ojitos de peluche,

arrinconándolo contra los barrotes, y dando

bandazos con sus zarpas retraídas, le atacó

lentamente, con ternura.

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EL SILENCIO DE LOS PREMIOS

Entre la carretera que unía a Villa del Sordo y Villa

del Mudo había un precioso palacete, un paraíso de

luces de neón rodeado por una envolvente

vegetación. En su extensa frondosidad había

aparcados decenas de vehículos: camiones,

furgonetas, turismos, motos e incluso alguna bici.

Era un lugar de paso que todo el mundo conocía,

aunque curiosamente todos negaban haber estado.

Flor de Agua era la señora que regentaba el pequeño

castillo, y al preguntarle sobre los agraciados del

gordo de Navidad nos comunicó con discreción

profesional: “lo único que puedo decir es que el

premio ha estado muy repartido”.

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«B»

Curiosamente, con el paso del tiempo, me di cuenta

que iba dejando actividades y cosas que empezaban

con la letra B. Antes estaban ligadas a mi vida por

completo, e inexplicablemente las he ido

abandonando. Ya no iba en bici, por ejemplo, ni

tomaba birras ni bravas con los amigos, ni me

bañaba en la playa ni en casa, claro. No bajaba la

basura ni barría y nunca iba a Barcelona. Allí vivía

Beatriz, mi ex, también la dejé. No tocaba el

bombardino, ni bailaba, ni besaba, ni bromeaba, ni

buscaba lo perdido,... pero hacía otras cosas, el

abecedario era amplio.

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TRASPLANTES

Es una buena noticia que a un hombre le hayan

injertado tres plantas en su cuerpo. Gracias a los

avances de la ciencia la operación se llevó a cabo

como quien cuida un pequeño huerto. Le cavaron

surcos en las zonas enfermas, las abonaron con un

fertilizante especial, plantaron los esquejes elegidos y

lo regaron con abundante agua. En poco, le brotaron

unas preciosas hortensias en el lumbago de su

espalda, se le entrelazó una parra leñosa en su brazo

dolorido y en la pierna que cojeaba se apuntaló un

robusto ciprés. El mantenimiento y cuidado era

mucho más sencillo.

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COSQUILLAS

Carmencita no decía a nadie donde tenía las

cosquillas. Pero un día que estaba de buenas nos

permitió explorarla de arriba abajo para buscárselas.

Con el deseo de hacerla reír, presionamos

ligeramente diversas zonas: las axilas, las costillas, el

cuello, las palmas de las manos y, visto que se dejaba

hacer, hasta las plantas de los pies. Ni rastro de ellas.

Permanecía impertérrita. “Son cosquillas secretas”,

nos decía. “Venga va, confiesa. Las debes tener en

algún sitio, todas las niñas las tienen”. Su carita se

puso colorada y, con cierto rubor, nos señaló la parte

que no le habíamos tocado.

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LA PITONISA

Contactaron conmigo porque en su día predije con

acierto el futuro de un chiquillo. Al examinar sus ojos

enseguida supe que apuntaría maneras. Declaré que

en su etapa escolar empujaría por las escaleras a su

profesor de lengua y unos años después echaría a

tierra ese mismo colegio para convertirlo en un

lujoso prostíbulo; sería un carismático líder político

que utilizaría su poder para ocultar asuntos y

negocios turbios; y que al final, con su vasta

experiencia, acabaría como asesor de una importante

empresa multimillonaria. Recuerdo bien que sus

dilatadas pupilas estaban hechas de la misma

sustancia que la codicia.

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EL MISTERIO DE LOS CALCETINES

Los calcetines que se pierden en cada colada son uno

de los misterios que mi madre debería revisar. Ella

asegura que los mete todos en la lavadora, que pone

el programa adecuado y cuando los saca y organiza

por parejas para tenderlos, comprueba que ya faltan

algunos. El centrifugado elimina gran parte de la

humedad del tejido y puede que esas revoluciones

que da el bombo afecten de alguna manera a la ropa

más pequeña. Le digo que la próxima vez los lave a

mano, pero el puñetero de mi padre sostiene que,

aunque lo haga así, pasaría lo mismo.

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NO ME FIO

Suena el timbre. Oigo voces que no identifico. Me

acerco sin hacer ruido a la mirilla y observo a dos

hombres y una mujer. Han accedido al edificio.

Alguien les habrá abierto. Yo solo abro al cartero, y a

estas personas, aunque no tienen malas pintas, no las

conozco. Mis padres me han dejado bien claro que

debo hacer cuando me quedo solo y llaman

desconocidos. La mujer se sitúa entre ellos, esboza

una sonrisa postiza y saca varios sobres blancos y de

color salmón de una bolsa de papel. Siguen dándole

al timbre. No sé, pero no me fío.

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LA PAREJA

La cena que debía reconciliarles tampoco hizo su

efecto, no había remedio. El muy zopenco volvió a

sacar su sensibilidad de albañil y construyó sobre la

mesa un muro de ladrillos que los separaba. Ella,

compungida y aguantándole todo, llevaba una gran

maza para derruir lo que él erguía, evitando así que

se montara un espectáculo en el restaurante. Pasaron

la velada de ese modo, él haciendo pared y ella

tirándola. En la última cimentación perdieron el

contacto visual, y él, acostumbrado a su posterior

demolición, corrigió su conducta y la echó abajo

arrepentido. Pero ella ya no estaba allí.

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LA ALMOHADA

Un minúsculo poro situado en mi mejilla derecha se

llena de sebo con facilidad. Es por el roce con la

almohada, lo tengo comprobado. Cada noche

plancho mi cara en ella –vuelta y vuelta–, hundiendo

mi nariz en el hedor de su tejido captador de babas.

Huele a mí, a rémoras que suspiran, a piel muerta

que añora, a cantos fétidos que se pliegan, a lágrimas

encebolladas, a sedimentos, a gritos de fritanga…, a

mis esencias. Y todas ellas reposan en esa espuma

amarillenta, podrida y nauseabunda que engrasa mi

piel y alimenta sin medida a ese orificio

imperceptible.

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