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Textos de Difusión CulturalSerie El Estudio

Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCoordinación de Difusión Cultural

Dirección de LiteraturaMéxico, 2015

Oro líquido en cuenco de obsidianaOaxaca en la obra de Malcolm Lowry

ErnEsto LumbrEras

—[…] ¿Te acuerdas de Oaxaca?—…¿Oaxaca?—… Oaxaca.

… La palabra era como un corazón que se quebraba, un repentino repicar de campanas sofocadas en medio del desierto,

últimas sílabas de algún sediento que agonizaba en el desierto.

Bajo el volcánmaLcoLm Lowry

Convocado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría de Cultura del Gobierno de Morelos, un jurado compuesto por Frédéric-Yves Jeannet, Héctor Perea y Alfonso D’Aquino otorgó el Premio de Ensayo Literario Malcolm Lowry 2013 al libro Oro líquido en cuenco de obsidiana. Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry, de Ernesto Lumbreras.

Primera edición: agosto de 2015

d.r. © 2015, Ernesto Lumbreras

d.r. © 2015, Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCoordinación de Difusión Cultural / Dirección de LiteraturaCiudad Universitaria, Delegación Coyoacán04510, México, D. F.

Imagen de portada: d.r. © Daniel Lezama, Lowry (detalle)óleo/lino, 130 × 190 cm, 2009Cortesía del autor y de la Galería Hilario Galguera

Viñeta p. 5 y colofón: detalle de Lowry

Diseño de portada: María Luisa Passarge

isbn: 978-607-02-6963-9isbn de la serie: 968-36-3758-2

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México.Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier mediosin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Este libro forma parte del proyecto del autor para el Sistema Nacional de Creadores de Arte, periodo 2010-2013.

Impreso y hecho en México.

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1. ¿CUÁNTAS VIDAS SE QUEDARÁ EN MÉXICO, MR. LOWRY?

—Vamos a ver a un amigo mío de México, si es que sigue allí… Lle vamos cinco años de casados, pero aún estamos en nuestra luna de miel —se apresuró a explicar Sigbjørn—.

Oscuro como la tumba donde yace mi amigomaLcoLm Lowry

El primer biógrafo de Lowry, Douglas Day, anota que la llegada a México de Jan Gabrial y Malcolm Lowry ocurrió el 1 de noviembre de 1936.6 A bordo del carguero SS Pennsylvania de la línea Pana-ma­Pacific, barco por cierto de idéntico nombre a aquel en el que viajaría Yvonne Firmin en Bajo el volcán para reunirse, tras poco más de un año de separación, con el Cónsul inglés de Cuernavaca. Según Day, el joven matrimonio arribó al puerto de Acapulco provenien-te de San Diego, California. Para Gordon Bowker, el otro biógrafo autorizado de Lowry, la fecha de arribo fue el 30 de octu bre de 1936 y se habían embarcado en San Pedro, California, mue lle ubicado en

6 En 2011 se cumplieron 75 años de la llegada de Lowry a México. Hasta donde pude corro-borar, la fecha pasó totalmente inadvertida en los medios mexicanos. En 2014 se cumplió medio siglo de la aparición de Bajo el volcán, publicada por Era en marzo de 1964 con la tra-ducción sin par de Raúl Ortiz y Ortiz.

1918

las inmediaciones de Los Ángeles.7 Esta confusión o polémica entre los estudios de Day y los de Bowker se podría despachar como pecca-ta minuta si no tuviéramos el dato de quiénes fueron sus informan tes y consultores de cabecera. El primero de los críticos contó con el testimonio y la información de primera mano de Margerie Bonner, la segunda esposa y viuda a la postre de Lowry.8 El segundo de los biógrafos incorporó a su ensayo testimonios claves, escritos y ora-les, de Jan Gabrial, ausentes en su mayoría o tergiversados en la obra de Day. Las interpretaciones y conclusiones a la hora de cotejar las dos principales biografías de Malcolm Lowry dan de qué hablar, sin lugar a dudas, y ponen el dedo en la llaga sobre algo más relevante que la fecha de arribo a México o el puerto de embarque califor-niano de esta pareja de esposos y escritores que intentaban resca-tar su relación viajando al sur, hacia un país de volcanes cubiertos de nieve y de leyendas.

Días más, días menos, el primer viaje de Malcolm Lowry a nues-tro país tendría una duración de poco más de año y medio. Llegó por Acapulco entre finales de octubre y comienzos de noviembre de 1936, y dejó México el 23 de julio de 1938 —el dato lo revela con precisión Gordon Bowker— a bordo de un tren con destino a Noga-les, Sonora. Según los comentaristas, el viaje de Dante por los rei nos

7 Para ampliar la polémica, según las pesquisas de Jeremías Marquines, poeta tabasqueño avecindado en Acapulco desde hace varios lustros, Lowry pisó suelo mexicano antes del 30 de octubre de 1936, “pues el buque (el SS Pennsylvania, por supuesto) tenía marcadas sus sa-lidas del puerto de origen los días 2, 16, 30 de octubre y 13 de noviembre, según un cartel de la época”. Con ese dato, el poeta ubica al novelista inglés rondando el acantilado de La Que-brada el 20 de octubre de 1936; ése es el comienzo de su delirante e intenso Acapulco Golden (Era-inba, México, 2012). Según una ficha del Departamento de Migración, conservada en el Archivo General de la Nación, el escritor llegó a México el 29 de octubre de 1937 (sic). 8 Pareciera que el trabajo de Day con Margerie Bonner no tuvo contratiempo alguno, que la colaboración de la viuda en la elaboración de la biografía fue cordial y de total confianza. Sin embargo, en carta dirigida a Raúl Ortiz y Ortiz, la esposa de Lowry confiesa: “La versión de Douglas Day saldrá el próximo mes, y no sabes cuánto me aterra, pues el libro es escan-daloso y sensacionalista; yo no le concedo mérito alguno. […] Todo el asunto me enferma, pues traté de convencerlo de que hiciera algunos cambios, pero no me hizo caso ni contestó mis cartas.” Raúl Ortiz y Ortiz, Archivo Lowry, edición de Ángel Cuevas, Instituto de Cultu-ra de Morelos, Cuernavaca, 2011, p. 174.

de ultratumba tuvo una duración de una semana.9 El realizado por Lowry a través de parajes —menos infernales ciertamente— sumó, aproximadamente, 600 jornadas con sus respectivos días, no ches y madrugadas. Esta temporada mexicana marcará con fuego su vida y su escritura. Cuando llegó a la bahía de Acapulco conta ba con 27 años recién cumplidos el 28 de julio de 1936; él, que había na-vegado otros océanos y desembarcado en puertos exó ticos de países todavía más exóticos, se topaba con un paisaje deslumbran te: la es-carpada y verde cordillera de la Sierra Madre Sur trastabi llando con el mar y con un pueblo de tejados rojos y de pes cadores de piel oscura. En la víspera de su viaje a México, el matri monio Lowry vagó por California, tentados por las minas de nitra to de plata de Hollywood; intentando, con poco éxito, enrolarse con algún produc-tor de la industria cinematográfica ofreciendo sus servicios de guio­nistas, como lo hicieron tantos escritores de la época.10 Meses antes estuvieron en el lado Este de Estados Unidos, especialmente en Nue-va York, donde Lowry, además de emborracharse de whisky y jazz, se internaría por diez días —en el mes de junio de 1935— en el Pabellón Psiquiátrico del Hospital de Bellevue.11

Pero ahora estaban en México, y para seguirles mejor la pista es recomendable leer con detenimiento el capítulo XI “México: Bajo el volcán 1936-1937”, contenido en Perseguido por los demonios. Vida de

9 Las continuas referencias al poema de Dante Alighieri al hablar de la obra de Lowry y, en particular, de Bajo el volcán, son inevitables y arrojan un sinfín de vasos comunicantes, ho-menajes y guiños literarios. Como en el Ulises de Joyce o La tierra baldía de Eliot, la Comme-dia es una sombra cardinal en la aventura de la novela de Malcolm Lowry.10 Anota Gordon Bowker que en la librería angelina de Stanley Rose, “Jan compró dos li-bros ahí, Guide to Mexico de Frances Toor y su libro de frases en español, previniendo su si-guiente viaje”. Gordon Bowker, Perseguidos por los demonios. Vida de Malcolm Lowry, traducción de María Aída Espinosa Meléndez, fcE, México, 2008, p. 239.11 En los muros de este hospital, en 1934, el pintor mexicano Emilio Amero pintaría un par de frescos, borrados o cubiertos con cal pocos años después. En uno de ellos, la figura central es un caballo blanco. ¿Anticipación del caballo fatídico, marcado con el número 7, de Bajo el volcán? Por esa época, Amero estaba en pláticas con Federico García Lorca —quien reali-zaría el guión— para producir una película experimental titulada 777. ¿Otra coincidencia cabalística con el universo lowryano?

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Malcolm Lowry (1993) de Gordon Bowker. Para la realización de éste y de otros pasajes, el crítico inglés sostuvo con Jan Gabrial varias en-trevistas en 1988, es decir, poco más de 50 años de ocurri do el pri mer viaje de Lowry a México. Asimismo, tuvo acceso a la corresponden-cia entre los esposos, a las páginas de su diario per sonal y algunos textos literarios que recrearon los meses de la temporada mexica-na que pasaron juntos, en especial, su Inside the Volcano. My life with Malcolm Lowry (2000).12 Con otros referentes y desde otra posición sobre los hechos y los involucrados, el capítulo V de Malcolm Lowry. Una biografía (1973), de Douglas Day, puede resultarnos útil como complemento y contraste documental. Además, el propio Lowry re construyó su periplo mexicano de manera fragmentaria o inciden-tal en su propia obra y en su correspondencia. En este apartado, mención especial merece su novela inconclu sa Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, en la que relata el viaje a México de Sigbjørn Wilderness —alter ego de Lowry o su reencarnación surgida de las llamas del alcohol— en compañía de su segunda esposa, Primrose, es decir, Margerie Bonner.

Cuando arribaron los Lowry a nuestro país, Acapulco era un puer to de apenas siete mil habitantes. De los tiempos de la Colonia y de la Nao de China quedaban algunos monumentos como el Fuer te de San Diego y el Fortín Álvarez; contaba con algunos ho-teles en la playa Hornos —el nombre le viene por los hornos de la-drillos que ahí se quemaban—, además de los de Caleta y Caletilla y, por su puesto, de los hoteles y hostales en el Acapulco tradicional.13

12 Actualmente, Francisco Rebolledo se encuentra traduciendo este relato autobiográfico de Jan Gabrial; en 2012 dio un adelanto en el volumen Sobre Lowry, La Cartonera, Cuernava-ca, Morelos, pp. 56-62.13 Gordon Bowker, en su biografía, citando un fragmento de La mordida, señala que Lowry y Jan Gabrial se hospedaron en el desaparecido hotel Miramar a su llegada a Acapulco. Jere-mías Marquines insiste en que el hotel que los alojó fue El Mirador, inaugurado en 1934 al pie de la Quebrada. ¿Se tratará de una confusión ortográfica? Revisando la revista Mapa. Revista de Turismo, de abril de 1936, me encuentro en la cuarta de forros un anuncio del Hotel Miramar, con la fotografía del comedor, y la tarifa de “$5.00 a $8.00 Diarios (Plan Ameri-cano)”; el dueño de dicho hotel era un tal Adolfo Argudin. Por las tarifas más elevadas de

Por lo accidentado de la geografía de Guerrero, los ferrocarriles por-firianos nunca llegaron a Acapulco; será hasta 1928 cuando este puer to del Pacífico se encuentre comunicado por vía terrestre con la Ciudad de México gracias a una carretera federal. A partir de ese logro de infraestructura, se puso en perspectiva el futuro de Aca pul-co como destino turístico, enclave portuario y zona de inversión in mo-biliaria. Por eso mismo, en 1931, la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas puso en marcha una Comisión de Programa a car-go del arquitecto Carlos Contreras, encaminada a intervenir urba-nísticamen te el espacio acapulqueño. Los trabajos de la comisión concluirían en 1935 y sentarían las bases para el crecimiento plani-ficado del puer to, modificando en varios niveles el paisaje urbano y natural de la ciudad. Según Carlos González Lobo: “Se trataba de un proyecto similar a las Promenade des anglaises en Niza, o las ruas cos-taneras de San Sebastián, Biarritz, Copacabana o Mar del Plata.”14

Para la llegada de los Lowry, el Acapulco de 1936 estrenaba fi sonomía en algunos de sus espacios urbanos: la construcción de la costera, de la carretera escénica, de un aeropuerto a 15 minutos del centro de la ciudad, de varios hoteles en playa Hornos, “el dis-tanciamiento” del mar del Fuerte de San Diego, entre otras actua-lizaciones. Sin embargo, el casco antiguo de la urbe conservaba las calles sinuosas y empinadas de la etapa virreinal; asimismo, seguía contando con las casonas de dos plantas y balcones de madera que alojaron por unos cuantos días al barón Alejandro von Humboldt en su viaje a la Nueva España en 1804. Esas mismas ca lles y casonas se-rían dibujadas por el arquitecto Juan Legarreta, par tici pante de la Comisión de 1931. En el universo de las casualidades, un detalle cu-rioso es el apellido del científico alemán, omnipresente en la odisea mexicana de Lowry: las casas donde se alojaría en Cuer navaca, en sus dos viajes a México, estaban ubicadas en la calle Humboldt; la

El Mirador, la sensación del puerto en aquellos años, y considerando la economía de los Lowry, hay mayores fundamentos para pensar que se hospedaron en el Miramar. 14 Justino Fernández, Aportación a la monografía de Acapulco, México, 1932, prólogo de Carlos González Lobo, edición facsimilar, Conaculta-inba, México, 2004.

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oficina del Banco Ejidal de Oaxaca donde el escritor conoce la no­ticia de la muerte de su amigo Juan Fernando Márquez estaba en la esquina de Humboldt y Juárez, a un costado del Parque del Llano; el nuevo domicilio de la cantina oaxaqueña El Farolito, en 1946, era Humboldt 7; la primera medición del Popocatépetl —que sueña escalar Hugh Firmin en compañía de Juan Ce rillo— la hizo el barón Alexander von Humboldt estimando una altura de 5400 metros sobre el nivel del mar.

¿Pero qué hace este joven matrimonio de escritores en Méxi-co? ¿Por qué están aquí? ¿Qué planes tienen? La pensión paterna de 150 dólares mensuales15 que recibe el autor de Ultramarina rinde poco en Estados Unidos, por lo que venir a México les resuelve en buena medida el problema del sustento. Además, Lowry, por cues-tiones de visado, necesita salir del país vecino y qué mejor que hacer maletas para viajar a la nación localizada más allá del Río Bravo, lugar que atrajo en los últimos lustros a escritores y poetas como Ambroise Bierce, Langston Hughes, B. Traven, D. H. Lawrence, Katherine Anne Porter, Waldo Frank, John Dos Passos, Somerset Maugham, Aldous Huxley, Hart Crane y un larguísimo etcétera. Con viene anotar que Malcolm Lowry, a contrapelo de la imagen del escritor borracho y endemoniadamente inspirado que se tiene de él, era hombre con una preparación de primer nivel: es tu diante gra-duado con honores en Cambridge y en Bonn. Pupilo por varias tem-poradas del escritor nortea meri cano Conrad Aiken, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, Lowry poseía una cultura y una curiosidad literaria extra ordinarias, puestas siempre al día. Bajo ese entendido, su viaje a Mé xico con ci lia ba perfectamente motivos prác-ticos y literarios; inclu so, para conjurar cualquier móvil producto del azar, de los escritores arriba mencionados, tres de ellos tocaron el espíritu y la capacidad de asombro del entonces joven novelista y lo animaron a movilizar se con múltiples y variadas sugestiones ha cia

15 Según datos del Banco de México, en 1937 la cotización fluctuaba alrededor de $3.60 por dólar estadounidense. Esos 150 dólares se convertían entonces en 540 pesos mexicanos.

nuestro país. Esos tres cómplices fueron D. H. Lawrence, Waldo Frank y Hart Crane.

Viajando en autobús desde Nueva York, camino a California en septiembre de 1936, Jan y Malcolm hicieron un alto en Taos, Nue vo México, para visitar la casa que alojó a D. H. Lawrence (1885-1930) en la víspera de dos de sus viajes a México en 1923 y 1924. Duran-te esos episodios mexicanos, el autor de El amante de Lady Chatterley era toda una celebridad en ambos lados del Atlántico, lec tura prima-ria y obligada para los nuevos escritores de lengua ingle sa. Por lo que comenta en sus cartas, Lowry frecuentó la literatura del polémico escritor y tenía muy bien leídas sus obras “mexicanas”, La serpiente em-plumada (1926) y Mañanas en México, así como la corres pon dencia que reunió en 1932 Aldous Huxley. Por eso, cuando elige hospedarse en el Hotel Francia de Oaxaca en 1937, el autor de Bajo el volcán sabe que, ocho años atrás, ahí mismo, en noviembre de 1924 se alojó D. H. Lawrence en compañía de su esposa Frieda. El caso de Waldo Frank16 (1889-1967) apenas es mencionado en la biografía de Dou-glas Day; en cambio, Gordon Bowker dimensiona mejor el encuen-tro con esta figura del medio intelectual norteamericano y no duda en afirmar: “Frank conocía bien México y sin duda los animó en su proyecto de ir allá, hablándoles de las reformas campesinas del presidente Cárdenas y del emocionante mo vimiento artístico que representaba Diego Rivera”.17 Al entrar en contacto con Waldo

16 Cuando Lowry conoce a Waldo Frank, el escritor estadounidense es una figura recono-cida dentro y fuera de su país: intercambia libros con Joyce, viaja por todo el continente ame-ricano, se entrevista con Alfonso Reyes en Argentina y en Brasil, con José Carlos Mariátegui en Perú, con Victoria Ocampo en Nueva York y en Buenos Aires, se cartea con Gabriela Mis-tral, apoya a Rivera y Orozco en su periplo norteamericano, Miguel Covarrubias lo dibuja en una graciosa y jovial caricatura, sus libros son traducidos al español, entre otros, por León Felipe y Luis Alberto Sánchez. Una prueba del conocimiento de nuestros países por parte de Frank se encuentra en su libro América hispana (1950), en el cual, compaginando la cróni-ca de viaje con el ensayo histórico, el novelista realiza un recorrido por el tiempo, de las his-torias precolombinas de cada región hispanoamericana hasta desembocar en el presente de nuestros países. Con todo ese bagaje resulta obvia la posible influencia emotiva e intelectual de Waldo Frank en la decisión de los Lowry de viajar a México. 17 Gordon Bowker, op. cit., p. 229.

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Frank, el joven matrimonio conoció la obra y la vida trágica de Hart Crane (1899-1932), poeta norteamericano que había pasado algu nos años en Taxco gracias a una beca Guggenheim y que desapareció en el Golfo de México cuando volvía en barco a Nueva York. Duran-te sus días mexicanos, Crane hizo vi da social con varios artistas que vivían en esta ciudad minera del es tado de Guerrero, como fue el caso de los pintores Roberto Mon te negro y David Alfaro Siqueiros, y de la poeta uruguaya, espo sa del segundo, Luz María Brumm; tam-bién, por esos años, llegaría al pue blo mi nero un personaje que habrá de cambiar notablemen te la vida de la región: William Spratling. En 1933, Waldo Frank había cui dado los Collected Poems de Crane, libro que conmovió profundamente a Jan y a Malcolm, leyendo, por ejemplo, el poema “El re greso”, un texto propiciatorio de la desapa-rición fatal del poeta en altamar:

El mar levantó un campanario… El viento que escuché,del salobre partícipe, gira chorro en lluviade beso de columna —las olas nos tundieron, deshicieronotra vez en el seno —a mí, a ella, en el poder natal…18

Por si faltaran otros estímulos para que la joven pareja decidiera ve nir a México, desde los años veinte, y muy especialmente en Nue-va York, el arte de nuestro país, y en general, todo asunto relacionado con “lo mexicano”, llamó la atención de propios y extraños; en to-do ese gran apartado nacional se encontraba el redescubrimiento del pasado prehispánico, las ciudades mayas, zapotecas y mexicas vuel-tas a explorar, el legado de la cultura popular en el arte, la música mes ti za y la gastronomía regional, las ciudades coloniales con sus esplen do res en la arquitectura y en el arte barroco, los movimientos artísticos emanados de la Revolución, las manifestaciones políticas de los diver sos sectores de la sociedad mexicana, etcétera. Después de ca si una década de guerra civil, México comenzaba a resurgir de

18 Hart Crane, El puente y otros poemas, versión de Agustí Bartra, Plaza y Janés, Barcelona, 1973, p. 201.

su “fiesta de balas”; el recuento de los daños había arrojado un mi-llón de muer tos, una economía en bancarrota y una nación tratando de refundar sus instituciones. El interés y la curiosidad de muchos ex-tranjeros por conocer el país y su cultura dieron lugar a continuos pe regrina jes de escritores, fotógrafos, arqueólogos, directores de cine, historiado res, coleccionistas de arte, políticos, aventureros… Cuando Lowry llega a Nueva York, artistas como Marius de Zayas, Diego Ri vera, José Clemente Orozco, el guatemalteco Carlos Mé-rida o Miguel Covarrubias, por ejemplo, eran conocidos y estimados por la críti ca y los coleccionistas norteamericanos. Rivera y Orozco ya habían pintado sus murales más importantes en varias ciudades de Estados Unidos y eran objeto de polémicas en los círculos más conservado res del vecino país. Promotoras y escritoras como Anita Brenner, Frances Toor y Alma Reed convencían a la sociedad norte-americana, y en especial a las élites económicas, sobre la importancia de apoyar el arte de México y a los artistas mexicanos. A principios de los treinta, Sergei M. Eisenstein regresó a la urbe de hierro y pre-sentó en varias sesiones privadas el material de su película inconclu-sa ¡Qué viva México!, maravillando al público con imágenes de una cultura milenaria, vigente sin embar go en los innumerables rituales de la vida cotidiana. Las series foto gráficas de Edward Weston y Tina Modotti cumplían, también, con el come ti do de mostrar y se-ducir al ojo extranjero con el paisaje hu mano y físico donde Méxi-co mostraba su realidad convulsa y hechi zada, en cua drado en una es té tica de vanguardia; las fotos de estos dos ar tis tas revelaban un mundo adánico y trágico donde todo estaba por comenzar o por su-cumbir: fatalidad del tiempo cíclico de los antiguos mexicanos. Con La serpiente emplumada y Mañanas en México, D. H. Law rence contribu-yó con una visión particular y amarga al descubrimiento de México frente a los ojos de Europa y de Norteamérica; lo que mostraban sus páginas era un país fascinante y atroz, lleno de contradicciones ancestrales que degeneraban en po breza, poblado de mitos precor-tesianos todavía presentes a pesar de los cuatros siglos de mestizaje cultural.

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Por todo lo anotado, el menú que ofrecía el viaje a México para los Lowry resultaba irresistiblemente tentador; incluso, por momen tos, su futura estancia se mostraba propiciatoria de aventuras y de riesgo en el terreno de la vida y de la escritura. No había nada que perder para este par de escritores menores de treinta años. Todo lo contra-rio. Con estas corazonadas e inquietudes, tomaron la decisión de po-nerse a prueba en la experiencia del amor conyugal, dándose una nueva oportunidad en algún jardín adánico e ignoto de México. Tam-bién, el paréntesis vital en tierras más allá del Trópico de Cán cer prometía tramas y escenarios para nuevos proyectos de escritura al tiempo que brindaría la paz y el confort para retomar obras en proceso.

2. ¿EN CUÁL CIUDAD VIVIRÁ EL HACEDOR DE TRAGEDIAS?

i. dos paisajEs para una ciudad

La ciudad como mundo, casa, laberinto, Paradiso, espacio de reali da-des sobrepuestas, Purgatorio, cárcel, templo, manicomio, Inferno, sel-va urbana, vía crucis… Con la aparición de Dublineses y de Ulises, de Ja mes Joyce, la ciudad sufre una metamorfosis categórica respecto de sus representaciones anteriores. Las ciudades en la novela del siglo xx serán, desde la resignificación joyceana, algo más que es­ceno gra fías compuestas de calles, plazas, puentes, iglesias, estacio-nes, monumentos, con su respectiva legión de hombres y mujeres recorrién dolas, llevando a cuestas sus pasiones y negocios persona-les. Ese decorado de piedras, cristales y ladrillos pasará de ser un lugar para convertirse en un ámbito. Tal operación vale para las gran-des metró polis o para las modestas ciudades de provincias. Bajo es-te giro gra dual, el Londres victoriano de Jane Austen y de Charles Dickens pa rece, por momentos, otro cuando de la mano de G. K. Chesterton recorremos sus callejones y suburbios en esos paseos de-lirantes de El hombre que fue jueves, por ejemplo; de pronto, la ciudad del Big Ben de las páginas chestertonianas se parece tanto al Buenos Aires de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato. ¿Arte de la transfigu­ración y de la suplantación? ¿Metamorfosis de la luz y de la sombra en torno de una misma urbe inmutable?

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4. AVANZADAS AL REINO DEL CHAPULíN Y DE LA IGUANA

i. cuartEto dE adELantados

Antes del viaje de Malcolm Lowry, arribaron al territorio del estado de Oaxaca varios artistas extranjeros de Europa y de Norteamérica. Entre los escritores renombrados, sin lugar a dudas, fue D. H. Law-rence el que dejó un testimonio de mayor hondura y relevancia. De las tres incursiones que realizó a México a comienzos de la década de los veinte, la tercera tendrá varios elementos para considerarla la más atractiva y fértil; es en este viaje y residencia cuando el escri-tor inglés, acompañado de su esposa y una amiga, llega a Oaxaca el 9 de noviembre de 1924 para permanecer allí hasta principios de febrero de 1925. En esta ciudad del sur trabajará la última versión de La serpiente emplumada y los relatos y crónicas reunidos en el volu-men Mañanas en México, publicados en Estados Unidos e Inglaterra pocos meses después de su partida del país. Junto con otros relatos, también con “temas mexicanos”, los dos volúmenes narrativos con-tribuirán fuertemente en el ánimo de artistas norteamericanos y británicos para venir a México y, muy particularmente, a Oaxaca, no obstante las paradojas y críticas anotadas por el británico.

Pocos años después de la estancia de D. H. Lawrence en Oaxaca, en 1933 desembarca, en Puerto Ángel, Oaxaca, uno de sus discípulos más brillantes: Aldous Huxley. Acompañado de su mujer, había

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rea lizado un viaje por el Caribe y tocado tierra firme, recorriendo Be lice y Guatemala para luego partir rumbo a México por vía ma-rítima. La crónica de sus pasos por tierras centroamericanas se encuentra registrada en su libro Beyond the Mexique Bay (1934), en cu yo tercer apartado se localiza su periplo mexicano. La visión del autor de Un mundo feliz sobre nuestro país es tan acre como la de su mentor; él también se sentirá incómodo, amenazado incluso, en su trato con los hombres y las mujeres que se cruzan en su camino. Fueron hués-pedes de una f inca cafetalera, propiedad de un tal Roy Fenton, en la sierra sur de Oaxaca, en el distrito de Mihuatlán; lue go estuvieron en la capital del estado donde visitaron las ruinas de Mitla y Monte Albán. Antes de partir a Puebla y a la Ciudad de Mé xico, en Etla, a diez kilómetros de Oaxaca, acudieron a un agosta dero de toros de lidia donde presenciaron algunas escenas de la fiesta brava. Los pasa­jes dedicados a sus días en Mihuatlán tocan la llaga del ser indígena en México y revuelven el avispero de todo posible orgullo nacional:

[El indio] no tiene muebles, su casa deja pasar el viento y a la lluvia, no tiene provisión de agua, ni chimenea, ni mudas de ropa. Pero aho rra laboriosamente, centavo a centavo, para poseer antes que otra cosa, una pistola, para que pueda, si la necesidad surge, asesinar a su prójimo; luego, en segundo lugar, quiere un sombrero principesco con el cual fanfarronear afuera, y para despertar la envidia general; y por último (más para presumir que por cualquier deseo humano de ahorrar tra-bajo innecesario a su esposa) se compra una máquina de coser.31

Pero no todos los viajeros levantaron un registro de tal amargura y con dena. En los diarios y cartas de Paul Bowles aparece el paisaje oaxaqueño de manera veloz y fugitiva, pero siempre impregnado de hechizo. A mediados de los años treinta, el futuro novelista norteame-ricano soñaba con ser músico. Con unas cartas de recomen dación de Aaron Coplan dirigidas a Silvestre Revueltas, el autor de El cielo

31 Citado en Ronald G. Walker, Paraíso infernal. México y la novela inglesa moderna, fcE, México, 1984, p.119.

protector llegó a la Ciudad de México en 1937; además de encontrar-se con el combativo compositor, conoció al Grupo de los Cua tro, mú-sicos de su misma edad: Moncayo, Galindo, Contre ras y Ayala. Con la sugerente anécdota32 de Miguel Covarrubias, ar tista que admi-raba por sus dibujos en la revista neoyorkina Vanity Fair, marchó a Te-huantepec. Allá Bowles pasaría varias sema nas en los pueblos del istmo oaxaqueño, maravillado por la belleza de los lu ga res y por las costumbres “excéntricas” de los habitantes según el ojo y la moral moderna. Dice en sus Memorias de un nómada: “Me im presionó más que el Sahara: la vegetación también parecía mineral, aunque ha-bía adoptado formas de agresividad mucho más sugestivas que las que pueda adoptar cualquier formación rocosa.”33

Años antes, en 1930, el cineasta ruso Sergei M. Eisenstein viajó a México en compañía de sus colaboradores Tisse y Alexandrov pa-ra filmar una “película mexicana”. Después del hostil recibimien to por la policía local que los encarcelaría en calidad de sospechosos, el gobierno les concedió cartas credenciales para que fueran apo-yados en todas sus actividades. El afamado director ruso contó con la asistencia de dos artistas e intelectuales mexicanos, Adolfo Best- Maugard y Agustín Aragón Leyva, quienes se convertirían en los cicerones de su aventura en México. Previo a la filmación del ca-pítulo “La Zandunga” de ¡Qué viva México!, Eisenstein viajó con su equipo a la ciudad de Oaxaca para filmar los desastres del catas-trófico terremoto del 14 de enero de 1931. En el documental se presenta una toma aérea, previo al aterrizaje del avión, justo en el momento en el que sucede una réplica del sismo y se observa a la población huir despavorida de sus hogares y de los edificios públi-cos; luego, la cámara de Tisse recoge la devastación del temblor, las

32 El dibujante mexicano le contó a Bowles que en Tehuantepec “vivían las mujeres más her-mosas de México, y se bañaban desnudas en el río todas las mañanas. Me dijo que había un oasis que me recordaría el norte de África; le parecía [a Covarrubias] la región más exótica y fascinante del hemisferio occidental”. Paul Bowles, Cartas de un nómada, Grijalbo, Mé xico, 1990, p. 216.33 Op. cit., p. 218.

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casas y templos derrumbados, la desolación entre la gente, los cuer-pos tendidos de las víctimas. En contraste con ese escenario, el ca-pítulo referido cuenta la historia de la indígena Concepción, de sus sueños y sacrificios para poder comprar un collar de monedas de oro, su futura dote de novia. Las escenas filmadas reproducen el exo-tismo de Tehuantepec y sus alrededores, la belleza de las istmeñas, las cos tumbres y ritos para acordar entre las familias el matrimonio, la en trega en el lecho nupcial donde la novia “permite que su marido la despoje de su honra: el collar de oro.”34

Las miradas de los tres narradores y la del cineasta en torno a Oaxaca están marcadas por focalidades e interpretaciones comu-nes, en algunos casos, y discordantes en otros. Para D. H. Lawrence y Aldous Huxley, los indígenas viven, en su condición adánica, en permanente rechazo de la modernidad. Tal situación, concluyen am-bos novelistas, los coloca en una suerte de limbo de inexistente mo-ralidad que los lleva a cometer actos de crueldad —o de inocencia y solidaridad, agregaría por mi parte—, además de una serie de sa-crificios incomprensibles. Para colmo, según sus interpretaciones, el mestizaje entre españoles e indígenas no logró zanjar el problema y degeneró el ser del mexicano en varios frentes, uno de ellos, terri-ble: el resentimiento social. En cambio, para Eisenstein y Bowles, el paisaje físico y humano de Oaxaca es prodigioso en su singularidad, en su belleza ardiente, en sus rituales centenarios y sincréticos. En sus respectivas visiones, el cineasta y el narrador no externan juicios sumarios, sólo se deleitan en la contemplación, en la crónica de anéc-dotas extrañas y graciosas para su mirada occidental. En contraste con la particular mirada de Malcolm Lowry —preñada de compa-sión, curiosidad, humor y simpatía—, esas dos posturas antagónicas se mantendrán en los testimonios de viajeros de tierras oaxaqueñas en las décadas posteriores, de Italo Calvino a Paul Auster, de Seamus Heaney a Oliver Sacks, por ejemplo.

34 Marie Seton, Sergei M. Eisenstein. Una biografía, traducción de Homero Alsina Thevenet, fcE, 1978, p. 200.

ii. rEconstruccionEs oaxaquEñas dEL porfiriato aL cardEnismo

El centro histórico de la ciudad de Oaxaca revela, en sus hermosos e imponentes monumentos de cantera verde, la importancia que tu vo en los años de la Colonia, sobre todo en el siglo xviii, la ex-portación mundial de la grana cochinilla y el descubrimiento de ricos minerales. Con la llegada de la orden de los dominicos, especial-mente, se levantaron templos y conventos que todavía hoy perma-necen de pie en todo su esplendor. Otro momento de prospe ridad de la antigua Antequera y su entorno coincidió con la llegada del ge-neral oaxaqueño Porfirio Díaz al poder y su largo mandato de cerca de 30 años. En tal periodo, la industria textil y la actividad mi nera tuvieron un impulso y expansión gracias, especialmente, a la inver-sión privada extranjera, sobre todo de capital inglés. Se dice que en pleno Porfiriato vivían en la capital del estado cerca de 300 fami lias norteamericanas y británicas; el Herald de Oaxaca se publicaba los domingos y la edición aparecía íntegra en inglés; la iglesia angli ca na de la Santa Trinidad oficiaba misa en la lengua de Shakespeare.35

35 En tiempos de la visita del autor de La serpiente emplumada, laboraba como misionera de la Iglesia Presbiteriana de Oaxaca la norteamericana Ethel Doctor Rusell. Para la llegada de

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Sin embargo, la minería tuvo una crisis en 1907 y luego, para males, llegó la Revolución y la próspera economía oaxaqueña sucumbió de manera irreversible y estrepitosa. Cuando D. H. Lawrence está en Oaxaca todavía se padece la incertidumbre de que el movimiento armado continúe de manera trágica e ine xorable; apenas unos me-ses atrás, había sucedido la rebelión de Adolfo de la Huerta contra Obregón, con efectos de pólvora y sangre en el solar oaxaqueño.

Cuando Malcolm Lowry y Jan Gabrial arriban a Oaxaca, en abril de 1937, la situación había cambiado en varios sentidos. Con la llegada de Lázaro Cárdenas en 1934, el país comenzó una etapa de definición política, social y económica.36 Algunos de los progra-mas planteados en los numerosos manifiestos revolucionarios y en la Constitución de 1917 se ponían en práctica: el reparto agrario, la educación laica y gratuita, los créditos agrícolas, las mejoras en las condiciones laborales, la apertura en los temas de política interna-cional, etcétera. En esos primeros tres años del mandato cardenista —recordemos que el periodo presidencial se había ampliado a seis años—, México empezaba a cosechar los frutos que sem bró en los campos de batalla. Para dar inicio a este nuevo periodo, Cárdenas tu-vo que dar un giro de 180 grados a la forma de operar de la clase po- lí tica, en especial, a la participación protagónica de Plutarco Elías Ca lles detrás de la silla presidencial. Por eso, la madrugada del 10 de abril de 1936, acompañado de un cuerpo mi litar, el político michoa-cano se presenta en la casa del llamado Jefe Máximo y lo saca de

Lowry, en 1937, esta señorita permanecía todavía en la ciudad ejerciendo sus funciones religiosas.36 Salvo la revuelta del general Saturnino Cedillo, en mayo de 1938, el sexenio del mandata-rio michoacano transcurrió sin derramamientos de sangre producto de las luchas entre los grupos postrevolucionarios. Secretario de Agricultura en el primer gabinete de Cárdenas, Ce-dillo renuncia al encargo, pues es de todos conocida su cercanía con Elías Calles, retirán do se a su natal San Luis Potosí. Desde su rancho Palomas, maquina la rebelión con la compli-ci dad del gobernador del estado y de algunos empresarios petroleros extranjeros. A falta de apoyo de otros jefes militares, la revuelta no se propaga más allá de los límites potosinos; abandonado a su suerte, Cedillo muere entre el 9 y el 10 de enero abatido por las balas del ejército federal.

la cama, llevándoselo en bata y piyama para subirlo a un avión del Ejército Mexicano que lo trasladará a California. Con el exilio for-zado de Calles y el de algunos fieles que ha bían sido impuestos en el gabinete cardenista, el nuevo mandatario tiene en su poder todos los hilos de la vida nacional. Con esas nece sarias condiciones, pue-de echar a andar una serie de políticas públicas que habrán de in cidir en el cor to y mediano plazo en las me joras de la vida de los 17 millo-nes de mexicanos que residen en el país.

Por supuesto, los efectos y las expectativas del mandato carde-nista se dejan sentir también en Oaxaca, gobernada en ese periodo por el coronel Constantino Chapital (1936-1940), político resucita-do, según algunas fuentes, por el general Juan Andreu Almazán tras un supuesto acto de corrupción. Después de ser uno de los diputa-dos más leales a las iniciativas de ley promovidas por el ejecutivo cardenista, Chapital se presentó a una contienda interna para elegir el candidato a gobernador del Partido de la Revolución Me xi ca-na, el antecedente inmediato del pri, compitiendo con otro mi li tar oaxaqueño, Edmundo Sánchez Cano. Con el apoyo de Cárdenas, ganó la designación de su partido y barrió en las elecciones toman do posesión el 1 de diciembre de 1936. En sus cuatro años de man dato, Constantino Chapital enderezó el rumbo de la economía local pa-gando añejas deudas a particulares y servidores públicos, federa lizó la educación básica, dotó de autonomía al Instituto de Ciencias y Ar-tes, inició la carretera Cristóbal Colón que comunicaría a Pue bla y a Oaxaca y construyó obra pública relevante en varios muni ci pios del estado. Y por supuesto, en correspondencia con la política de la re-forma agraria del país, la situación de la tenencia de la tierra cambió radicalmente: en 1933 existían en el estado 127 ejidos que al termi-nar la gestión de Chapital crecieron a 420.

En esos años, la población participaba en las diferentes organi-zaciones obreras y campesinas y existía un revuelo respecto de las instituciones y leyes que el cardenismo puso a funcionar. El historia-dor José Luis Ornelas hace un retrato de aquellos años para mos-trarnos el intenso y comprometido activismo de los oaxaqueños, no

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obstante la resistencia de algunos empresarios y políticos para acep-tar los nuevos ordenamientos laborales:

En 1935, el Partido Obrero Femenino de Acción Social Pochutleco, adherido a la Confederación de Ligas Socialistas y Cámara de Traba-jo de Oaxaca, solicitó sin éxito un contrato colectivo de trabajo pa ra las trabajadoras de limpia y escogedura de café en los beneficios de-nominados La Máquina. […] Destacaban las demandas de ocho ho ras por jornada diurna y de siete nocturna, salario mínimo y pago doble de horas extras. Pago de salario los sábados de cada semana en moneda de curso legal justo al término de la última jornada semanal. Día de des-canso obligatorio y en caso de trabajo se pagaría el doble. Pa go de salario íntegro por enfermedad y pago de servicio médico y de las me-dicinas. Y para evitar el esquiroleo, aceptación exclusiva de tra ba ja do-res amparados por este partido femenil.37

En ese mismo año de 1937, Vicente Lombardo Toledano y Fidel Ve lázquez visitan Oaxaca; se reúnen con los trabajadores en varias oca siones, tratando de atraer simpatizantes y apoyos para la ctm, de re ciente fundación. También en 1937, el gobierno de Mé xico ha ce pú blica su simpatía con la lucha del ejército republicano español en el inicio de la Guerra Civil española. La numerosa comu nidad ex-tran jera avecindada en la capital y en el estado, con inversiones y pro pie da des, obviamente no simpatiza con las reformas de la fede-ración. Según el Anglo-American Directory of Mexico, edición de 1937, publicado por Jack Starr-Hunt, en el país se encontraban poco más de cinco mil residentes con negocios que atender, destacándose es pe-cialmente el de los rubros de minas y de hidrocarburos. En el ca so de Oaxaca, el di rectorio nos informa de ingenieros y agentes de las minas de la National Gold-Silver Co. Taviche y de la Cía. de Pe tró-leo “El Águila”, así como también de dueños de minas —al puro es-tilo de la fiebre de oro en la California del siglo xix— que fungen como accionistas y trabajadores únicos del yacimiento.38

37 Citado en Margarita Dalton, Breve historia de Oaxaca, fcE, México, 2004, pp. 242-243.38 Entre estos mineros aparece un estadounidense de nombre L. M. Kirby-Smith, que vive en el Hotel Francia. ¿Será el vecino que tuvo Lowry en diciembre de 1937? En la reconstruc ción

Éste es el escenario político y social que recibe al joven novelis-ta inglés al llegar a Oaxaca. Por otra parte, a principio de la década de los treinta, el estado oaxaqueño, pero en especial su capital, ha-bría sufrido devastadores temblores, como el ocurrido el 14 de enero de 1931. Seis años después, la ciudad de Oaxaca presentaba algunos estragos producto del fatídico terremoto documentado por Sergei M. Eisenstein. Frente a los ojos de los Lowry, se mostraba una Oa-xaca políticamente activa, ciudad de 34 mil al mas, reciente mente devastada, pero de gran vitalidad en sus mercados y plazas, con una comunidad extranjera y de viajeros maravillados por su belleza pre-hispánica, colonial y porfiriana.

En esa pequeña urbe se reproducen las fobias y filias políticas que se manifiestan en el contexto nacional. El tema de la República Española es un carbón al rojo blanco en la sociedad oaxaqueña. En el sector empresarial se congregan varios representantes de la comu-nidad española radicados en Oaxaca, dueños de fábricas de hilados, de hoteles y de abarrotes. La mayoría de ellos apoya la cru zada del ge neral Francisco Franco y mira con malos ojos la decisión del go-bierno mexicano de apoyar la causa republicana, en un primer mo-mento, y luego, con la victoria falangista, la decisión de dar asilo a miles de refugiados de la Guerra Civil. Otro asunto rele vante es el álgido proceso de la expropiación petrolera y su ríspido desenlace. Como anotaba párrafos atrás, la comunidad inglesa era numerosa en el territorio oaxaqueño, propietaria de minas, de cafetales y de los contratos para la construcción y mantenimiento del ferrocarril del sur. En esas coordenadas existía un malestar respecto de las políticas pú blicas de la administración del general Cárdenas que Malcolm Lowry percibe y padece en sus visitas y recorridos por el estado de Oaxaca y que, por supuesto, traslada a las páginas de Bajo el volcán.

de hechos, el novelista lo recuerda: “¿Dónde estaría Mister Waterhouse, que trabajaba en mi-nas de plata y se pasaba la vida escribiendo a máquina en la habitación contigua?” Malcolm Lowry, Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, traducción de Carlos Manzano, Era, Méxi-co, 1998, p. 223.

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Asimismo, los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial tienen su resonancia en los territorios del sur del país. La simpatía de un sector importante de la sociedad mexicana por las moviliza-ciones de la Alemania nazi en Europa se muestra abiertamente. En la Ciudad de México opera una serie de grupos que replican accio-nes, por ejemplo, contra la comunidad judía, sin llegar a los excesos y a la crueldad que se dieron en las ciudades europeas. Basta recor dar que en 1931 el presidente Pascual Ortiz Rubio desalojó a 250 comer-ciantes judíos del barrio de La Merced; que en 1935 se constituye la Liga Antichina y la Liga Antijudía al lado de otros movimientos de ultraderecha como Acción Revolucionaria Mexicanista, la Unión de Veteranos de la Revolución o la Asociación Española Anticomu-nista y Antijudía, o que en 1937, la Unión Nacional Sinarquista re-unía un censo de 500 mil afiliados presentándose como uno de los grupos opositores más visibles de la administración de Cárdenas.

En el primer viaje a México, Malcolm Lowry tuvo registro de todos estos avatares y, por supuesto, tomó partido desde su limitada condición de extranjero. En su obra maestra, los personajes opinan y manifiestan simpatía por tal o cual causa. El último cable que trans mi­te Hugh Firmin al Goble —al inicio del capítulo IV de la novela—, por ejemplo, refiere la campaña antisemita que la embajada de Ale ma­nia en México ha emprendido en complicidad con algunos periódi-cos nacionales. Y por supuesto, diarios como Excélsior, Novedades y El Uni versal divulgaban y suscribían en sus editoriales este tipo de cam-pa ñas, acatando de vez en cuando el libreto remitido desde Ber lín. Intelectuales como el oaxaqueño José Vasconcelos, director de la revista semanal Timón (1940) —pagada con marcos de la embaja-da alemana en México—, o el Dr. Atl fueron entusiastas simpati-zantes del nacionalsocialismo y de la figura de Adolf Hitler desde los albores de la década de los treinta.

Cuando la Segunda Guerra Mundial se extiende por Europa, en la edición del 18 de octubre de 1941 del diario El Popular, Lombar do Toledano publica el artículo “El Partido Nazi en nuestro país”, don de da cuenta de la “lista negra” de colaboradores de la Alema nia

hitleriana. Los historiadores de este convulso y confuso periodo es-timan que a comienzos de 1930 estaban plenamente identificados siete pro­nazis en el territorio nacional; al final de la década, los ser­vicios de inteligencia mexicanos tenían fichados a 366 colaborado-res ubicados prácticamente en todos los puntos de la geografía del país. En ese informe se menciona los en claves oaxaqueños Puerto Ángel y Puerto Escondido como sitios estratégicos para la divulga-ción y el proselitismo de las campañas nazis en el sur de México y Centroamérica. En esa trama política de espionaje y contraespiona-je, la Oaxaca que visita Lowry en 1937 y a comienzos de 1938 deja al descubierto que en el delirium tremens del escritor no todo era aluci-nación: algunos de los personajes de lentes oscuros que lo acosaban, aquí y allá, muy probablemente eran agentes alemanes o contratados por Berlín, quienes, tomando en la barra de una cantina oaxaqueña, le echarían en cara la misma frase que recibe el Cónsul de su novela en El Farolito: “No eres escritor, eres espiador y en México matamos a los escorpías.”39

Los sucesos políticos y sociales del contexto nacional se repro-ducen en la sociedad oaxaqueña, cuyas élites, marcadamente con-servadoras, declaran abiertamente opiniones y posiciones sobre los mismos. En la mayoría de las familias ricas existe un orgullo de cepa criolla, de naciente aristocracia, que marca su territorio en el día a día con los otros grupos étnicos de la comunidad. Como lo vio Ma-nuel Toussaint en su visita de 1926 a Oaxaca, en el paisaje racial de la ciudad “abundan las rubias”, extraña paradoja en una región ha bitada de manera preponderante por indígenas. En una fiel re-creación de épo ca, Fernando Solana Olivares retrata los temores de los empresarios, pequeños y grandes, frente a las posiciones ganadas por los obreros y por grupos de izquierda en la capital del estado. En esas coordenadas sociopolíticas, el narrador omnisciente incita la men te de Her mógenes, gachupín dueño de la tienda de telas El Nuevo Mun do, hacia una postura radical:

39 Malcolm Lowry, Bajo el volcán, p. 398.

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Tenderos, sobre todo, los peninsulares en Oaxaca habían defendido privilegios y diferencias. Siempre superiores por derecho biológico y autoconferido, aunque su gesta guerrera alcanzaba todavía a inflamar a Hermógenes: así había sido de completa, todas las cosas de Oaxaca, los días muertos de inocurrencias y sol desde el mostrador de made-ra, viendo pasar transeúntes embotados por el calor de las primeras horas de la tarde, todas esas cosas refrendaban al tendero en sus de-rechos heredados por sutilezas menos visibles que la mera razón.40

En estos gozosos relatos, Solana Olivares nos da cuenta de la bonhomía de los oaxaqueños, de sus rituales sociales, religiosos, gas-tro nómicos y etílicos. Seguramente Lowry participó en algunos de estos encuentros, a veces como convidado de piedra y en otros mo-mentos como apestado debido a que sus ideas y posiciones políticas cho caban con las expuestas por la clase alta de la vieja Antequera.41 Sin embargo, en el apartado de la veneración religiosa, el novelista coin cidía con la devoción a la Virgen de la Soledad, patrona de todos los oaxaqueños, tanto de los acaudalados y criollos co mo de los po-bres. El autor de Oaxaca, crónicas sonámbulas cita la leyenda relatada por fray José Antonio de Gay sobre la misteriosa llegada de las manos y la cabeza de la Virgen de la Soledad, divini dad que se con ver tiría para Lowry en la Virgen de las Causas Desesperadas y Peligrosas de los que No Tienen a Nadie.

40 Fernando Solana Olivares, Oaxaca, crónicas sonámbulas, Conaculta, México, 1994, pp. 12-13. En este mismo volumen, su autor aparece a Malcolm Lowry como invitado de la boda del tal Hermógenes y recrea algunas anécdotas contadas ya en la biografía de Douglas Day, en las cartas de Lowry y en pasajes de Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. Conviene anotar que Solana Olivares guarda un parentesco con un personaje de sus crónicas ficcionadas: Ma-teo Solana López (1877-1950), español dueño de la Fábrica de Hilados y Tejidos San Jo sé de San Agustín Etla, Oaxaca, desde 1925. Fue también propietario de una hacienda en la Mix-teca, un ingenio cañero, una tienda de telas y concesionario de la embotelladora Coca-Cola. Además, y como guiño a un pasaje del capítulo II de Bajo el volcán, el empresario oaxaqueño poseía el Molino de Harinas Finas y Corrientes Princesa Donají: “Sr. Panadero: Si quiere hacer pan exija las harinas Princesa Donají.” Op. cit., p. 63. 41 Su biógrafo Gordon Bowker registra algunos altercados por este tipo de diferencias en la cantina La Covadonga —uno de los sitios de reunión de los sinarquistas y franquistas oa xa-queños—, los cuales llevarían al novelista a la prisión por unos días y a ser vigilado por las autoridades locales. ¿Dónde se ubicaba esta cantina? A una cuadra del Hotel Francia, en la es-quina del Portal de las Flores, a un costado del Templo de la Compañía.

Entre los retratos hablados sobre la madona de los oaxaqueños —patrona en especial de los que habitan la capital del estado, pues la Virgen de Juquila es venerada en toda la región— me atrae el es-crito por el periodista local Jacobo Dalevuelta:

Es una escultura probablemente de origen guatemalteco; tiene el bus to y las manos, con la cabeza en actitud de oración; pálida con aspecto de tristeza infinita, está cubierta con una toca que le oculta par te de la frente; pendiente del centro, cuelga una magnífica perla, ob sequio de un marinero que la ofreció en acción de gracias por haberlo salvado de un naufragio. En las manos (asidas una a la otra) lleva una flor ar-tificial de hilo de plata recamada de brillantes […].42

Aunque el autor de Ultramarina no hizo acuse de presenciar al-guna festividad en torno a la Virgen de la Soledad, ya fuera la del Viernes Santo o la del 18 de diciembre, puesto que estuvo en esos meses en Oaxaca, seguramente se topó con las procesiones y las bu-lliciosas calendas oaxaqueñas o las calles cerradas del centro de la ciudad, abarrotadas de juegos mecánicos, juegos de lotería y pues-tos de comida amén de las multitudes de indígenas que bajan de sus pueblos a “pagar la manda” a su venerada virgencita. Aunque también es muy posible que ese día mayor y durante las jornadas del novenario, Lowry estuviera en la cárcel municipal acusado de espía o “perfectamente borracho” en su cuarto 40 del Hotel Fran-cia después de beber y beber el mejor mezcal del mundo.

En su viaje a Oaxaca, D. H. Lawrence tuvo contacto con la má-xima autoridad del estado, el entonces general Isaac Ibarra. Gracias a los diligentes oficios del escritor Genaro Estrada, subsecretario de Relaciones Exteriores, el novelista inglés recibió una tarjeta de par-te del gobernador invitándolo a su oficina del Palacio de Gobierno. Venciendo la aguda misantropía, Lawrence acudió a la cita con cier to malhumor, pero también con curiosidad por conocer al persona je.

42 Jacobo Dalevuelta, Monte Albán, mosaico oaxaqueño, presentación de Salvador Novo, Im-pren ta Mundial, México, 1933, p. 48.

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La entrevista fue breve y el funcionario invitó al escritor a que lo acompañara a la inauguración del camino de Teotitlán del Valle. Pocos días después del encuentro, en una carta del 14 de noviembre de 1924 a William Hawk, con su habitual incorrección política, el famoso narrador nos relata los pormenores:

Visité al gobernador del estado, en el palacio. Es un indio de la sie-rra, pero parece un abogadito mexicano; es muy simpático. Sólo que esto es una simple locura. Me pidió que asista a la inauguración de un camino por las montañas. Todavía no han iniciado la construcción del camino. Por eso es por lo que vamos a inaugurarlo. Y durante la comida campestre puede ser que lo asesinen. De todas maneras éste es un mundo loco, y la gente cada vez me aburre más, más y más. Es curioso; incluso un indio zapoteca, cuando se convierte en gobernador, no es más que un tipo en traje dominguero, sonriendo y haciendo planes.43

En el caso de Lowry, la posibilidad de contar con un salvocon-duc to o carta de recomendación para entrevistarse con un alto fun ciona rio del gobierno de Oaxaca resultaba casi imposible. Por supuesto, la posible intervención de Alfred y Marsha Miller, cola-boradores del presidente Cárdenas, podría haber servido en algún momento para que se detuviera la máquina infernal que estaba ma-tando al joven novelista. Obviamente, las impresiones de Lowry se hallaban a años luz de las de su venerado Lawrence, pues para el pri-mero, “[…] los oaxaqueños se encuentran entre las gentes más corteses, amables y simpáticas del mundo. Lo mismo opino de tu jefe, y de ti y de esta bonita ciudad”.44

43 Ross Parmenter, Lawrence en Oaxaca. Tras las huellas del novelista en México, traducción de Jai-me Retif del Moral, fcE, México, 1991, pp. 51-52.44 En carta “A Juan Fernando Márquez”, El viaje que nunca termina. Correspondencia (1926-1957), selección, prólogo y traducción de Carmen Virgili, Tusquets Editores, Barcelona, 2000, p. 52.

5. LOS TRES VIAJES DEL ZORRO45 INGLÉS A LOS BOSQUES DE OAXACA

¿Quieres que me vaya con la impresión de que Oaxaca, la ciudad más bonita del mundo, y en la que viven algunas de las personas más amables del mundo, es una ciudad compuesta tan sólo de espías y perros?

Carta a Juan Fernando Márquez, diciembre de 1937

i. maLcoLm y jan (abriL, 1937)

De los tres viajes realizados por Malcolm Lowry a Oaxaca, el prime-ro resulta el más vago respecto de su documentación escrita y tes-timonial. En su biografía, Douglas Day ni siquiera menciona esta primera incursión de abril de 1937, en compañía de Jan Gabrial, después de haber tramitado sus permisos de residencia en las ofi-cinas de migración de la Secretaría de Gobernación en la Ciudad de México.46 En cambio, Gordon Bowker anota apenas unas pocas líneas sobre tal avanzada: “En abril, en un tren rumbo a Oaxaca,

45 El apellido escocés, Lowry, significa zorro; al novelista le entusiasmaba la etimología al grado de tomarla como un posible tótem. 46 Renovaron su permiso de residencia por un año. Según los documentos de Lowry, su per-miso debería actualizarse el 18 de marzo de 1938, cosa que no sucedió, lo que ocasionaría grandes dolores de cabeza y su expulsión del país en su segundo viaje a México en 1945-1946.

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Anuncio en Oaxaca en México, núm. 40, agosto de 1938, p. 17. Archivos de la Hemeroteca Pública de Oaxaca “Néstor Sánchez Hernández”

“Siguió vagando por las cantinas del lugar y tuvo una disputa con José Cervan-tes, dueño de El Bosque, por el pago de una botella de mezcal, por lo cual terminó otra vez en la cárcel.” En Perseguidos por los demonios, de Gordon Bowker, p. 273.

Anuncio en Oaxaca en México, núm. 34, febrero de 1938, p. 25. Archivos de la Hemeroteca Pública de Oaxaca “Néstor Sánchez Hernández”

“Fue en La Universal donde escuchó, sorprendido, parte del diálogo que había co-locado en el capítulo XII y situado, en realidad, en un lugar espantoso de Oaxa-ca llamado Farolito; era en parte El Farolito y en parte otro lugar de la ciudad de Oa xaca, llamado El Bosque.” En Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, p. 113.

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pp. 120-121: cuatro anuncios en el periódico Oaxaca nuevo, 1937-1938, Archivos de la Heme-roteca Pública de Oaxaca “Néstor Sánchez Hernández”

“Sr. Panadero: Si quiere hacer pan exija las harinas Princesa Donají.” En Bajo el volcán, p. 63.

“Baños de la Libertad, los mejores de la Capital y los únicos donde nunca falta el agua.” En Bajo el volcán, p. 63.

“Avanzaban muy despacio; pasaron junto a los Baños de la Libertad y junto a la Casa Brandes (La Primera en el Ramo de la Electricidad).” En Bajo el volcán, p. 254.

“No se puede vivir sin amar, eran las palabras escritas en la casa. En la calle no sopla-ba el menor viento y ambos caminaron un trecho sin proferir palabra, escuchan-do sólo el babel de la fiesta que iba en aumento a medida que se aproximaban a la ciudad. Calle Tierra del Fuego: 666.” En Bajo el volcán, p. 231.

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——, Viva y muera México, sin crédito de traductor, selección y prólogo de Emmanuel Carballo, Editorial Diógenes, México, 1970.

Martínez Baracs, Andrea, Repertorio de Cuernavaca, Clío, México, 2011.Martínez Carbajal, Alejandro, Historia de Acapulco, dpa Impresores, Aca-

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1965.

íNDICE

0. Juzgue Usted si el Infierno posee un atajo 9

1. ¿Cuántas vidas se quedará en México, Mr. Lowry? 17

2. ¿En cuál ciudad vivirá el hacedor de tragedias? 27I. Dos paisajes para una ciudad 27II. Preparativo para el viaje 36

3. En la nariz de los guajes 43I. Imitación a Malcolm Lowry 43

4. Avanzadas al reino del chapulín y de la iguana 45I. Cuarteto de adelantados 45II. Reconstrucciones oaxaqueñas del Porfiriato al Cardenismo 49

5. Los tres viajes del zorro inglés a los bosques de Oaxaca 59I. Malcolm y Jan (abril, 1937) 59II. Malcolm y Juan Fernando (diciembre, 1937-marzo, 1938) 67III. Malcolm y Margerie (enero, 1946) 76

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6. Conclusiones con caballo desbocado 87I. Copyright oaxaqueño 87II. Guía de cantinas mezcaleras 97III. Detectives con gafas negras siguen a un par de borrachos de sombra blanca 102IV. Coda con cien mezcales para Mr. Lowry 104

7. Imago Lowry 109

Agradecimientos 123

Bibliografía 125

Oro líquido en cuenco de obsidiana. Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry,

de Ernesto Lumbrerasse terminó de imprimir el 18 de septiembre de 2015,

en los talleres de Navegantes de la Comunicación Gráfica, S.A. de C.V., Pascual Ortiz Rubio 40, San Simón Ticumac, Benito Juárez, 03660, México, D.F.

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Se tiraron 1000 ejemplares en offset en papel cultural de 90 gr. En su composición se utilizaron las fuentes Baskerville regular y bold,

de 8, 9, 10, 11, 12, 13 y 14 puntos.

La edición estuvo al cuidado de Carmina Estrada e Itzel Rivas Victioria.