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MarsolaireAmira de la Rosa 55

Lo que decían los cartelesEduardo Arango Piñeres 77

Cambio de climaAntonio Escribano Belmonte 81

El baileCarlos Flores Sierra 93

Recordando al viejo Wilbur'Julio Roca Baena 113

Los muchachosÁlvaro Medina 119

Retrato de una señora rubiadurante el sitio de ToledoAlberto Duque López 133

La Sala del Niño JesúsMárvel Moreno 149

El ocaso de un viudoRamón Molinares Sarmiento 165

Historia de un hombre pequeño«Guillermo Tedio» ..., 175

En la región de la oscuridadJaime Manrique Ardila 185

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Cuentos crueles brevesAlvaro Ramos ,

201

205La tercera alusiónWalter Fernández Emiliani

Un asunto de honorAntonio del Valle Ramón

Historia del vestidoJulio Olaciregui

Vamos a encontrartu paraguas negro, MargotJaime Cabrera Sánchez

Historia de Juan.Torralbo«Henry Stein» ...247

Vedados de ilusionesMiguel Falquez-Certain 261

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Desolación

aLGA SALCEDO DE MEDINA *

1

En el sitio en donde desembocan dos calles formandouna plazuela cerrada por aquellas casas que suben ybajan en la orilla de andenes torcidos, ahí precisamen-te, comienza el barrio de Santa Librada. La plazuelasirve de estación a una línea de buses de itinerario fijoy de esta circunstancia toma el nombre: Plazuela de laEstación. Las otras calles, las interiores, son tristes,sórdidas y estrechas, por donde transcurre,inmodificable, la vida de las gentes.

En el centro de la plazuela extiende sus ramas unviejo árbol de calabazo, tan viejo como acogedor ybueno, que sirve de apoyo a los trasnochadores, de

..Barranquilla, 1915 -Bogotá, 1989. Fue directora de extensióncultural en Barranquilla, miembro de la Asamblea NacionalConstituyente de 1957, y de innumerables organizaciones cívicas.Publicó En las penumbras_del alma, libro de cuentos (Barranquilla,Ediciones Arte, 1946) y Se han cerrado los caminos (novela, 1953).Desolación fue tomado de su libro de cuentos.

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refugio a los enamorados y es -al mismo tiempo-alcahuete empedernido de caricias y de besos; mudotestigo de romances y mentiras; en su tronco arrugadose ahonda el tatuaje de nombres y de fechas, y es amanera de un ícono al cual todos se acercan. En laesquina en donde comienza la plazuela está la funera-ria, con sus ataúdes negros y blancos apilados frente alos candelabros ennegrecidos por el tiempo, los Cruci-fijos de rostros desdibujados y toscas coronas de cera.Es una casucha endeble, con techo de paja semejante auna cabeza despeinada; bajo el alero, orgullosamente,aparece el nombre: Funeraria la Comodidad, y anexadoun cartelito: «Cajones a plqzo.» En: la misma casucha,en la puerta siguiente, está el Bar-café El Torbellino. Elnombre, entre dos bombillas de luz anémica, una rojay otra azul, parece que hiciera guiños picarescos, cadavez que una bombilla se entiende y la otra se apaga.Colindante, pero audazmente lanzada a la plazuela,está la cocina popular. Es la fritanga de la niña Juana,quien todos los días, a las seis, inicia su faena. A esahora la niña Juana, con su amplia falda de percalfloreado, con su escote inmenso, con un heliotropo enla oreja, muy pintada y coquetona, enciende los carbo-nes en el anafe, rústica hornilla pórtátil adaptada enuna lata vacía. Se enrojecen los carbones, hierve lamanteca en el caldero, se enfrían en la mesa los chori-zos, las butifarras, las morcillas, los muslos y pechugasy menudencias de gallinas; lamidos por los ojos ávidosde chiquillos y perros hambrientos, mientras los hom-bres hacen ronda a la niña Juana devorando sus cade-ras y sus senos. A espaldas de la fritanga, el «estableci-miento» de y uspeppi, el zapatero remendón. Un poqui-

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to más allá la tienda de la niña Petra. Al doblar la otraesquina, buscando la calle del Mediopaso, viveCarmelina, la comadrona, muy amiga del Prole Moya,el maestro de escuela... Esto lo esencial. Porque de lasdemás calles, sin casas ni nombres ni personas deter-minadas, van y vienen como cualquier calle, comocualquier nombre, como cualquier persona de arrabal.

jEscarnaval!... Ningún vecino viste como Diosman-da. El añoso calabazo está arreglado para el caso, conserpentinas, y caretas y máscaras, tiras de papel bri-llante y leyenda alusivas. El señor Samuel, el dueño dela Funeraria La Comodidad, está disfrazado de médico:con largo y roído saco negro; gafas sin vidrios; un tubode caucho; unas tijeras y un serrucho, sentado frente alos ataúdes, corta y remienda, incansablemente, elabultado vientre de un muñeco de aserrín. De vez encuando, bebe un sorbo de ron blanco, gritando: «jVen-gan los enfermos, los cojos, los ciegos, los que tienen undolor, que yo los curaré!» En tanto, el hijo del propie-tario del Bar-café El Torbellino, vestido de «muerte»,siembra el pánico por las calles, atrapando con suguadaña a los transeúntes. Y uspeppi es músico: con unatotuma que tiene por cuerdas un alambre, toca imagi-narias sinfonías ante el mudo auditorio de los zapatosviejos que le escuchan desde las butacas de los arma-rios, mostrando las lenguas de las suelas desprendi-das. La comadrona es Cleopatra. y el Prole Moya,convertido en Napoleón, imparte órdenes marcialesde derecha a izquierda.

Por obra y gracia del carnaval impera la mentira ytodos realizan aquello que alguna vez han soñado. Lasniñas son señoritas de alto mundo, princesas, artistas

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de cine. Las viejas, niñas. Algunos hombres -fenóme-nos del subconsciente- son señoritas. Hay mariposas,gitanos, árabes, pendencieros, bailarines, Pierrots yColombinas. Ladran los perros de dos patas... Rugenlos tigres... Embisten los toros... Las danzas de pájarosy de diablos giran sobre sí, entre cantos y coplas. ytodos rinden pleitesía a su Majestad Lastenia Primera,la reina electa en votación popular. En la puerta de sucasa, hoy Palacio Real, Lastenia Primera, bajo un arcode palmas secas, vestida de tul blanco, con un mantorojo de tela barata, con corona de latón, ríe feliz entre sucortejo de pajes y princesas.

11

Al final del barrio, medio escondida por las «bellísi-mas» y «flor de La Habana», está una casita reciénpintada, con la puerta y la ventana cerradas. Dentro dela casita, silenciosos se encuentran el marido y lamujer. Hace más de una hora llegó él y permanecesentado en una vieja mecedora de bejuco, con la cabezarecostada contra el espaldar, las manos cruzadas enci-ma de las piernas. Próxima a él, la mujer va y viene,arreglando una cosa, cambiando de lugar otra, pen-diente del menor movimiento de su hombre. Los mi-nutos pasan lentos, pesados, angustiosos. La mujerrevuelve en su cabeza las frases y palabras, en busca dealguna oportuna que disipe la preocupación del com-pañero. No la encuentra y al fin piensa: «Antes queoscurezca tengo que hablarle. No puedo acostarme enesta incertidumbre...» Y resuelta, avanza hasta él, insi-nuando cariñosa:

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-¿Quieres comer algo?.. Te he preparado arroz...Conseguí un poco...

-jNo! -responde seco el marido.La mujer se dirige entonces a la hornilla. Destapa la

olla y revuelve el arroz, desganadamente. Las coma-dres del barrio le recomendaron a un nuevo santomilagroso y en él, cuyo nombre no recuerda bien, tienepuestas sus esperanzas. Lo invoca mentalmente, yobservando hacia atrás, de reojo, habla en voz baja:

-¿Sabes mijo? He descubierto otra cueva de rato-nes... -Se agacha haciéndose la interesada en lo quedice y prosigue- la niña Merce me prestó una tram-pa... ¿Quieres ver la cueva?

Se volvió de frente al hacer la pregunta. Pero elmarido ni ve ni oye. Hundido en sí mismo, permaneceinmóvil, tieso, como ausente. La mujer se limpia lasmanos con el borde de la falda y acercándose a laventana, la entreabre lo suficiente para mirar fuera.Somiendo dice:

-¿Te has dado cuenta, mijo del entusiasmo de este-? . L . 1 d d? .y ,

ano (. a rema es muy a egre, ver a I quecantidad de danzas!... Dicen que la del Congo Grandeganará el primer premio. ¿No saldremos un ratico porahíCarmelo? ...Vale la pena echarunamiradita... Los...

-jCállate! -ruge Carmelo incorporándose. En pie,como animal en asecho observa de uno a otro lado y sedesploma de nuevo en la mecedora de bejuco.

La mujer cierra la ventana. Sus movimientos sonlentos y pausados. Las lágrimas le nublan la mirada. Seencamina a la hornilla, y con los labios apretadosrevuelve, otra vez, la olla del arroz. Carmelo en silen-cio, en tanto, recuerda la escena...

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Jugando con el sombrero llegó, esa mañana, dondeel Patrón. Para disimular su complejo jugaba con elsombrero. Ocurría que cuando tenía que hablarle ysentía sobre sí su mirada dura y fría, no sabía qué hacercon sus manos ni con sus ojos. Se empequeñecía.Perdía toda noción de su condición humé!lna. Tenía laevidencia que el Patrón podría ocasionarle nuevo tra-bajo. y por ello fue a hablarle, a pesar de su miedo, deesa especie de compasión que le inspiraba su propiainferioridad, su ruego, su forma mendicante. Pero erapreciso hacerlo y lo había hecho. jCuánto había roga-do! Como si fuese una mujer exhibió su miseria con larepugnancia de si mostrase una llaga. «Señor donRoberto... -había dicho- ¿cree usted que no cuestarogar? iDa vergüenza! Pero hágalo por su madrecita...jPor los clavos de Cristo!... Él se lo pagará Escúche-me usted: mi mujer...»

El Patrón no lo dejó acabar. ¿Qué sabe el rico deldolor del pobre? ¿Qué comprende el feliz de la angus-tia del que sufre? ¿El que ríe de quien llora? ¿El hartode quien tiene hambre?.. Le respondió que no podíadar a todos lo que pedían, porque él quedaría sin nada.¿Empleo? ...No había. ¿Préstamos? ...jBah!... ¿Con cuá-les garantías? ¿Iba él a exponer su dinero? Por últimolo mandó a salir diciéndole que estaba ocupado...

-jMaldito!... jMaldito!... -dice en voz alta, ponién-dose de pie.

La mujer que adivina, que sabe cuánto ocurre en elmundo interior de su marido, le pregunta ansiosamen-te, sin ocultar ya sus pensamientos:

-¿ Visitaste a don Roberto? ...¿Te ofreció empleo? ...¿Te prestó algo?

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-iNada, mija, nada!... -responde el hombre, ra-biosamente-. Esos malditos tienen el corazón como lapiedra. Me dijo lo mismo: jno hay empleo... No tienepara prestarme!... jSerá morimos de hambre, mija!...¿Qué otra cosa podemos hacer?.. -y entre sollozoslargos y hondos añadió: -iMalditos! Malditos ellos...

Salió, curvado por el peso de su angustia. La mujer,empequeñecida, vencida, tapó la olla del arroz. Por lacalle bailaban, alegremente, las comparsas y las dan-zas.

III

Al día siguiente, como a las diez, se lo trajeron muerto.La mujer había pasado la noche en vela en espera delregreso de Carmelo. Llegaron dos agentes de policía enun carro de ambulancia. Rodeaban el carro del propie-tario de la agencia funeraria el hijo del dueño de ElTorbellino, Yuspeppi; Carmelina, el Prole de Moya y laniña Juana. Tras de ellos, como un río manso, avanza-ban los vecinos cabizbajos... Sobre los rostrospintarrajados, marchitos de trasnocho y sudor, se aso-maba el espanto. Seguían al muerto los comentarios:

-Pobrecito Carmelo... buena persona sí era...-Dios lo perdone...Él mismo, se arrojó al río. Traía la nariz rota, llena de

sangre coagulada. El rostro amoratado y las ropasempapadas. A la hora del entierro la mujer se abrazó alataúd, una caja sin pintar ni pulir, burdamente forradaen tela. Mirando al marido muerto, dice:

-Ya nos quitaron la casita... Ahora se me va él,¿para dónde cojo yo?..

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En las entrañas de la mujer se remece el hijo en tantoque desde la calle suben los gritos alegres de losdisfrazados y más lejos aún, los tambores y las gaitasanuncian que es martes de carnaval.

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Marsolaire

AMIRA DE LA ROSA *

La casita está sobre una loma guijarreña. Techo deenea y paredes sin encalar. Sobre la pared, a doscolores, junto a la puerta de entrada, un nombre «ElLucerito».

El solar, sin lindes ni heredad cercana. Un atajadizode cañas para torcer el rumbo de las corrientesinvernizas. Redes tendidas al aire. Una lata con brea.Andando por todos lados, un cerdo gordísimo, quebarre, con la cogullada, cáscaras de yuca, zuros,ventallas de legumbres, barro y lodo.

,. Barranquilla, 1900-1971. Educadora, drama turga, mujer cívica y

diplomática. Miembro de una familia dedicada a la docencia. Estuvolargos años como agregada cultural de la embajada de Colombia enEspaña. Escribió cinco obras de teatro: Los hijos de ella, Madre borrada,Piltrafa, Las viudas de Zacarlas y El ausente, al parecer, hoy perdidas ensu integridad. Es autora de la letra del himno de Barranquilla. Escribióartículos y crónicas, sobre todo semblanzas, viñetas y cuadroscostumbristas, algunos de los cuales han sido reunidos en libros conel nombre genérico de "prosas». La noveleta Marsolaire, que es ademássu obra más comentada, fue tomada de Marsolaire y otras páginas,Bogotá, Banco de América Latina, 1976.

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Una cocina sin fábrica, sostenida la techumbre sólopor horcones. La olla en el suelo, sobre ladrillos. Unhorno para cocer pan, y al pie, leña rocera y hornija.Sobre una tabla, que hace de mesa, un pezsinagalluelas,con las ijadas rotas al sesgo y en cura de sal. Sobre unasiento vacarí, albarda y mochila de colores. En elrincón, la tinaja húmeda, fresca, por el agua recalada,que lleva en su vientre, con letras blancas, una leyendatierna: «Te quiero». Se la trajo de arriba, a María Julia,un primo hermano que viaja.

Separada de la cocina, una salita, y paredaño uncuarto pequeñito. En la sala, con el piso de tierraendurecida, una mecedora, tres banquetas, una mesade cativo y una máquina de coser. Sobre la máquina unpote de barro con unas clavellinas de papel crespón.Por las paredes cometas de todas clases y colores, unaviso del café «Sabroso» y otro de manteca «La Mejor».En el cuarto, una cama de viento, abierta, con el lienzoblanquísimo, y dos más, cerradas, sobre la pared cu-biertas con una colcha de retazos. Baúles viejos; unamesa de altar con el Ánima Sola de yeso, metida entrellamas; y unas oleografías de santa Rita de Casia, sanExpedito y el beato Claret. En el marco de la santa, unalacinia seca de palma de Ramos.

-¿Cómo fue esto de vení, padrino, después detanto tiempo?

-Me tiraba la tierra. Bogotá está bien y amarra,pero la tierra tira, tira; la tierra y... las ahijadas bonitas.

La señora Candelaria dice medio resentida:-Mentira mija. Ni siquiera se acordaba de ti. jUf!

jQué padrino más ingrato! La difunta misiáJosefita, micomadre, esa sí que nos quería. jBuena mujé, aquella!

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y el hijo, aquí presente, jsí!, jno voy a negarlo!, cuandoestabas chiquita, no dejaba la ía por la venía, y susbuenos pares e zapatos te pusites con su plata.

-Se los volverá a poner, comadre. Se los volverá a

poner.-Dios lo oiga. Toma, niña, endúrzale er café.La niña recibe la tacita de manos de la señora Cande,

que sale a buscar los pollos, sacudiendo el afrecho enuna totuma:

-Pito... pito... pito... pito...En un plato de peltre azul hay dos o tres puñados de

azúcar y María Julia, con el recazo del cuchillo, vallevándola al café poquito a poco:

-¿Ya? ¿Ya? ¿Ya? Usté dirá, padrino.-Echa hasta que te canses.-jUsso! Esto es pura azúcar.El padrino ha puerto los ojos sobre las manos de la

doncella, su ahijada. Las tiene limpias, morenas ynuevas. No tiene color en las uñas ni aliño alguno. Sonunas manos de mujer, comunes y corrientes; pero tieneun modo, la niña, de volver hacia arriba la palma y derecoger los dedos, que parece que llevara agua en elcuenco.

María Julia se siente mirada con regalo y se azoratoda:

-jQue me se derrama er café!-¿No te han dicho que tienes las manos lindas?-No señó.-Ya tendrás novio, de seguro.-Mire... jNi siquiera! ¿Quién se va a fijá en mí?

-Cualquiera que tenga ojos.-¿Ojos?

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y levanta los de ella, verdes y jubilosos. Al padrino

se le clavan con miseria de pecado en el ánimo:

-Llama a tu madre, muchacha.

-Mi papá es er que viene ahí.

El padre saluda:

-Compae Grabié, ¿usté por aquí?-Por aquí, compadre. ¿Mucha pesca?

-Noo señó. Si ajora no se coge nao Los pejes se han

vuerto juyilones. Si señó. En las nasas no cae na y en las

atarrayas tampoco. Si tuviera otra embarcación, me

abriría ajuera. Si señó. Pero así, atenío ar remo y a la

vela... Erpargo se pesca lejos, er buré hay que corretealo.

Ahí, anzueliando, coge uno cualquier cosa. Le digo,

compa, que se cansa uno sin gracia. Se jueron los barcos

y se jue er pescao. Si señó.

-Se fueron los barcos y se ha quedado el puerto

vacío, ¿no?-Requetevacío. Sí señó. jLo que era este Puerto

Colombia entonces, ¿no, compae?, cuando usté bauti-

zó a la niña! Barcos van y barcos vienen Sí señó. Güenos

jornales, los trenes llenos e gente, las casas baratas,

musiules por toas partes... Sí señó. Toíto se ha perdío.

Jasta er condenao má la ha cogío con uno. Ca rato

tumba un barranco. ¿Lo ve como se va metiendo?

El pescador arrastra las redes y arrastra las quejas y -

arrastra las palabras por el patiecillo, y va hacia la

mujer: .c d " N '- C d ,-1 an e. I ma an e Gabriel Méndez alaya queda en pie, junto a la

puerta de la salita, con la cara vuelta al mar y con la voz

serena:

-No debiera llamarse esto Puerto Colombia. Es un

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escarnio. Puerto sin barcos y sin tranjería. Ya esto no esmás que mar, sol y aire. Debería llamarse Marsolaire.Así, todo unido, como un nombre de mujer.

-¿Cómo padrino?-Marsolaire.La doncella aprende el nombre que se abre como un

abanico sobre el calor de sus años.-Marsolaire.-¿Te gusta, niña?-Me gusta, sí señó.-Si tuviera una hija la llamaría así.-¿No tiene ninguna... por ahí? -escudriña ella con

malicia.

-Ninguna.-jQué raro!-Nunca fui mujeriego.-Pues cásese...El padrino mira lejos y responde desde lejos:-Ya es tarde-¿Por qué? -insiste María Julia.Ahora la mira él, y vuelve a realidad.

-¿Porqué? Porque... soy ya viejo.-¿Cuántos años tiene?-Cuarenta y cinco.-Eso no es se viejo -responde ella alabancera-;

además... usté no los representa.-¿Qué sabes tú, chiquita? -replica él agradeci-

do-.Y se va lejos otra vez:Gabriel Méndez Olaya es un hombre bizarro, fuerte

y ágil. Tiene la cabeza alzada, de venado en celo, airosay bien vista, con canas a lo gris y cabello espeso. Los

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dientes enteros y bien unidos, blancos y sensuales. Laboca fresca aún. Tiene larga la línea de los ojos y elmentó!) partido. En el entrecejo se le hace una tajadurafina de mal genio, desmentida por un perenne comien-zo de sonrisa. El cuerpo, ni de vencedor ni de vencido,de hombre sano, sin alardes, con el equilibrio del varónque no se fatigó en correrías ni despilfarros.

María Julia le reclama:-Hace un mes, cuando allegó, me gustaba usté

más.-¿Cómo nena?-No sé. Era como más entrao en cariño y venía más

a la casa.El padrino sonríe afable:-Es que estoy ocupado..0 '?-¿ cupao... en que.-Escribiendo muchas cartas-¿Quiere que vaya yo a Viña del Mar?-No rija, no. Vendré más a menudo.y con la tajadura del ceño honda:-No bajes allá por donde están los choferes.

Quietecita en casa, ayudando a tu madre.La madre llega a tiempo de nombrada:-Regáñela. Sí señó. Que no más quiere está con el

espejito y por ahí me ha hecho fiale un traje y que pa dia la cumbiamba...

El padrino se vuelve a la muchacha con un fuertevirazón de genio:

-¿Tú a la cumbiamba? ¿Tú? ¿En qué estás pensan-do? ¿Te volviste loca? ¿Tú a la cumbiamba? jNo faltabamás!

y tal celo pone y tan corajuda hace la voz, que la

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muchacha baja la cabeza dolida y asustada.La madre conviene con palabras mediadoras:-¿Tas viendo, niña? No tenga cuidao, compa, que

no irá. Si a su pae tampoco le gustan esas cosas. jGe!Hay que promediá las arciones como es debío. y naoBasta qu usté no quiera. jGe!

Volvió Gabriel a buena vías; sacó del bolsillo unbillete de cinco pesos y se lo dio a la comadre:

-Pague el traje y que se lo ponga para estar por aquío cuando salga con ustedes.

y salió de la casa sin mirar a la ahijada, señor depasos contados, por la veredita de trupillos.

El trupillo es el árbol del pueblo. Los hay por todaspartes, en llano y en cumbre y en ladera y en barrancoy en calles y plazas. Es niño y es doncel y es maduro ygrandevo y pasado de años, pero en todo momento,airoso y cortesano y con apostura de galán. Sus ramasno las tiende como un árbol cualquiera, sino con estiloy con linaje. Siempre parece que se adiestra en unareverencia o que dice un cumplido. Podría decirse quees un árbol que tiene maneras. Estando como está, portodos los sitios, no se contamina de mal vivir y sigue entodo caso su tono y su línea. Según la estación, cambiade verdes pero no se queda desnudo nunca. Da unaflor, verde también, que no se distingue de las hojas: unescapo de felpilla, retorcido como un ricillo de criaturao como un gorgorito. Y la vaina, que da a comer a loscabritos y al ganado mayor, no la hace igual de línea,sino con la gracia dulce del filete de orejuelas que seborda al canto de la ropa blanca. Tiene en tronco, hojasy flor una suave fragancia que no llega a ser aroma. Esuna exhalación discreta de cosa viva o de llovizna de

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mayo. El follaje es espeso pero transparente, como unamantilla de blonda. La hojas las echa en macillos fielesa su base. Cada hojita nace mirada en la otra, su pareja;y si una rama cae, arrancada, ellas se buscan y secierran, y la juntura es apretada como la de las valvasde los mejillones. Las espinas le salen en cada retoñecidasin encono y sin escuela de mal hacer. Son como unpico fino de colibrí, o también como las uñas de lapaloma, que presionan sin herir.

Gabriel Méndez Olaya deja la veredita de trupillosy entra en el caserío apretado.

Pensamientos y crudezas de alma le hicieron in-quietud y desazón. Bajó y subió cuestecitas con eldisgusto en calzas de arena, con la pasioncilla en agraz,inconsciente, inaceptada. «jLa muchacha a lacumbiamba!, con los mozos llenos de sudor y aguar-diente. Tendría él, Gabriel Méndez, que agarrar a laspocas vueltas a uno, o a dos, por el cuello. María Julia,con su traje corto y las piernas sin medias, allí, en la olade hombres. Ella, con sus manos bonitas, chorreadasde esperma. Ella, con el cuerpecito nuevo, sometido alos esguinces del bailador, en sesgo, sobre el ritmocaliente, aventado en el deseo de la media noche detragos y de lujuria. Ella, María Julia... jNo y no!»

De una casa en canillas sale una voz pasada delmedio siglo:

-Es Gabrielito Méndez. jQuién lo vio y quién lo ve!jTan dergaíto que era!

Más adelante, de un ventano con jaulita de pájaros,trote de máquina de cocer y risitas sofocadas, vieneotro decir:

-Es el padrino e María Julia, la hija e Desiderio.

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Buen mozo ¿Nosverdá?Llegó al hotel y cayó como un fardo sobre uno de lossillones del comedor; presto levantóse,inquieto, Y vinoa la escalera. Subió las gradas de dos en dos y sehundió, pesado, sobre la otomana del cuarto. Ni descasóni encauzó la dolencia. Se irguió y fue al balconcillo,respirando fuerte. Halló cansada la línea mansa de loscerros de Cupino y Pan de Azúcar y achatado el follajecostanero y ofensivo el brillo de las paredes enlucidas.Fue al espejo, se alisó el cabello con las manos, moderóla expresión tormentosa y repitió con miedosa certi-dumbre:

-Bueno mozo, ¿nosverdá?

***

-¿Qué tiene María Julia?-Fiebre y mucho acaloro.-¿Desde cuándo?-Ayer tarde le prencipió.-¿Por qué no me avisaron?-Da pena, compae, molestalo tanto.-¿Hay médico en el pueblo?-Ahora allega, a las cuatro, en la farmacia.-Que vayan a buscarle.-Yo misma iré.-¿Y Desiderio?-Ta pescando-Iré yo entonces.-No compae. No se moleste usté. Enseguía güervo.Y dando una voz:-Niño Manué! Deja la cometa y ven pa acá, pa si tu

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hermana quiere argo.La madre se va. El niño Manué sigue volando la

cometa; y Gabriel Méndez queda solo con la enferma,en la casa.

En el cuartico, frente a la puerta, está María Julia enuna cama de viento. Tiene el cabello suelto y marañoso;los brazos, desde el comienzo, al aire, sin un filo demanga; la sábana a la cintura; el corpiño es de unamuselina artificial, desteñida y resbalosa.

El padrino le habla con ternura:-María Julia... jNena!-¿Qué dice, padrino?-¿Qué tienes?-Malrespiro... y fiebre.-¿Qué diablura hiciste?-Me bañé en el aguacero.

-¿Con quién?-Sola. Detrás e la casa, con el chorro e la canal. Dice

mi papá que estaría sofocá.

-¿Sola? ¿Solita...?-Si.. padrino.De repente cambia la expresión godesca por una

sombría:-¿Y el primo de la tinaja?María Julia calla.-¿No me contesta?-Se fué er mismo día ese...-¿Para dónde?-Pa Barranquilla, a cogé su buque. Como es

despensero...-¿Qué te dijo?-Me trajo un lebrillo y un adorote e casabe.

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-¿Que qué te dijo?-Naa, ¿qué va a decirme?-Te enamora -No señó.

-Sí. Te enamora. Y a ti te gusta. ¿Por qué no 10 dicesde una vez?

y dominando el golpe de ira:-Si te gusta te casas. Eso no es problema.-No señó. No me gusta -responde ella con ente-

reza. .p '? E .-¿ orque. s Joven...-Tiene la cara picá e viruelas.El padrino ríe impulsivo:-Diableja -dice tirándole el vocablo a la cara

como una piedrecita de una travesura.Ella ríe también.-¿Por qué no dentra, padrino?Gabriel no contesta. Se queda mirándola, en lucha,

con evidente malestar nervioso.A María Julia se le cae la almohada. Ahora es la

perversidad de las cosas inanimadas la que fogariza.-Me se cayó la armuada.Gabriel Méndez la recoge:-Espera, muchacha. No sabes estar en la cama.-Es que me se refalan las cosas.El padrino la incorpora. Con la mano izquierda,

abierta toda como una hoja de vid. El varón sostiene laespalda virgen y con la otra dobla los cogujones de laalmahoda para hacerla más alta y empuja hacia elcentro el relleno, que es de lana limpia de Castilla.

-Así. ¿No estás mejor?-Sí, padrino.

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-¿Quieres otra?-No hay más.-jQué aliento tienes, hija!

-¿Caliente?-No, sabroso.-Que me dieron una toma e yerbabuena.-Échamelo a la cara -pide entre suplicante y

dueño.-¿Qué?-El aliento.-Noo.

-¿Por qué?-Me da pena.-¿Pena de mí?-A usté le tengo más pena que a nadie en er

mundo.

-¿Por qué?-jHum! -y se tapa la cara.Gabriella urge:

-¿Por qué?-Porque sí -y se mueve con desasosiego.-¿Qué tienes?-Me se ruedan lar armuadas.-¿Te arreglo otra vez?La niña quiebra una risita angustiosa. Gabriel vuel-

ve a levantarla y ella se agarra con los brazos al cuellodel hombre

-iQuemas!Ella calla.-Quemas, María Julia.-Se le va a pegá la fiebre.-No importa.

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-iQué va! Si usté ya no me quiere.-iNiña, calla!-No me quiere -insiste exigente y mujercita.Gabriella besa en el cuello y en los brazos.

-iQuemas! jQuemas!-El otro día se fue bravo.-No hables.-Me regañó.-jPorque te quiero! ~-¿De verdá? Ct:s, T .O-1. e quIero. Zy la besa los cabellos voltizos sobre los hombros de -J ~

piedra. w 11Ella le mira de cerca los dientes enteros, bien unidos, ~ ~

blancos. <t --Padrino, jdéjeme! -ruega con entrega y dulzura. g Q

-iNena! jNena! ~ OLa cabeza gris está llena de hilos azogados. La carne ~

joven de María Julia huele a fiebre y a cogollos de Zhierba. :::)

-iNena! iNena! jMi vida...!Fuera, la cometa del niño Manué runrunea suave y

galana, como un palomo sabio. Sopla viento marero yel bramante tenso corta con una raya la montañaverde-azul. Se oyen los gritos las voces alborozadas:«iCóbrala!» «jCóbrala!» «iQue se cabecea.» «Déjalaque se vaya.» «Échale toa la pita.» «jCóbrala!»

El niño Manué es un cometero excelente. Tiene en suconocimiento todas las formas y todos los vuelos. Lacometa estrella, la flor de lis, el barrilete... Posee geo-metría instintiva y razón natural de línea pura. Sabe lamedida justa del rabo y de los trazados y de la hicadura.

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Hace de la guadua hebras y filetes y sabe dar al arco laperfecta curva de Eros. En su cometa las verticalestienen fuerza de flechas; y en el nudo de encuentro laspegaduras no se hallan. Es un trabajo fino, de artesanomaduro, pero con la ternura de las manos sin durezasy del tacto sin hieles. Para los peredengues, que soncomo las arracadas de la cometa, el niño Manué tieneen su tijera los mil calados y celosías. En los bordes haceun repicado lujoso de gorguera de ricadueña; y, haciaadentro, en las lonjas angostas, que son como lasmárgenes del aire, hace círculos y ranuras que, sinsaberlo, le dan, como en la rosa de los vientos, lostreinta y dos rumbos de la vuelta del horizonte.

Por la veredita de trupillos viene la niña Cande.-Niño Manué, ¿y tu hermana?~Aentro con don Grabié.-Anda tú pallá, soo bandolero. Te dije que tejueras

a está con ella.La niña Cande lleva traje negro y pañuelón de

merino. La mujer legítima de nuestro pueblo, por leyde rubor puro, no se atreve a salir en cuerpo. Ni elsombrero de jipa como la sabanera del altiplano, ni elrebozo como en otras partes; pero requiere, para loshombros y el escriño materno de su cuerpo, velo claroo espeso. Es un hacer de la casta de madres señoril yritual casi. Y, para decir que una perdió el equilibrio yla excelencia de obra, la paremiología, así como en lapenínsula dice: «Se soltó el pelo», aquí exclama: «Soltóel pañolón.»

Cuando la niña Cande entra en casa, no halla a donGabriel:

-Niña. ¿Y mi compae?

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-Se jué. Como usté no venía... Dijo que le pasarana er la cuenta de too.

-Pobre mi compae. jTan güeno! ¿Y esta armuá ener suelo?

-Me se refala ca rato...-Pa ve, ¿te has refrescao?-No, señora.-Muchacha, si estás que ardes. y ese condenao

médico que no allega. Claro, como tiene su güena plataguardá y su güen artomovi, ¿a er que le importa?

La señora Cande, preocupada, se detiene ante lamesa del altar, hace un rezo y prende un cirio.

-Niña, ¿por qué te tapas la cara?-Me molesta la luz.La señora Cande apaga la vela que encendió para el

beato Claret.-jA ve María Purísima! -y se santigua supersticio-

sa.Fuera,la cometa del niño Manué sigue volando con

viento de mar. Ahora tiene un run-run estremecido yagorero, y esto que el aire es limpio y que los colores desu estrella se abren sobre la tarde como un pañuelojovial de retazos encendidos.

El día, lleno de relámpagos y truenos y tormenta, trajoal filo de la noche el cuento de un ahogado. y la noche,que sufre de insomnios y cree en brujerías, lo repitió asu modo con hilazas de miedo y graznidos de lechuzas.

El mar está terriblemente oscuro y el cielo cerradotambién a toda luz. Por debajo del barranco van y

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vienen hombres descalzos, con los pantalones a mediapierna, batiendo con las plantas el agua de la orilla. Elchapaleo es, en la noche, un chasquido funesto y en elánimo produce destiento y sobresalto.

El pueblo está lleno de linternas y desvelos y pre-

guntas:-¿Lo encontraron?-Nao.-jPobre hombre!Era joven. Estaba al canto de los veinte años. Iba

para Guaraco, pero el arroyo de «Boca e Caña» estabacrecido y torrentoso, y se lo llevó agarrado por laspiernas. Se salvó la bestia; y ~l, de más valía pero menosesforzado, halló la muerte de agua, que dicen que eshorrible.

-Agua mala la que ajoga -refunfuña un viejo queviene de los lados de Morro Hermoso.

Las mujeres le preguntan:-¿Usté lo vio?-No lo han jallao. Argún peje grande, a lo mejó...-Jesús, jDios mío!y las mujeres se hacen cruces sobre el rostro.Con la amanecida se le va la dolencia al mar. Lleva

en el lomo las cuchillada s amarillas del arroyo y, a florde lumbre, las grandes manchas rojas del aserrín quehizo el aguacero en la molienda de maderas viejas porel monte. La orilla está llena de troncos retorcidos, deárboles rotos y de hierbas sin nombre. Al fondo, lagreca oscura del muelle inútil y el barco negro refugia-do en la bahía, levantan el cartelón lúgubre de entierro.

Sube el primer sol y se engruesan los grupos y seinflaman los comentarios.

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Hay dos mocitas en la yema de los años:-Es que el pueblo está de malas desde aquello...-Cállate, que las paredes oyen.-jAdiós! ¿Y no es verdá? Creyeron que no iban a

salí los malos jechos ar so.-¿Tú la viste?-Ta escondía.-jPobrecita! Me prestaba su chalina pa di a misa...-Ahora, jno irás por allá!-No. No va nadien por ese lao. Dicen que en er

trupillá se oye un vajío de cosa mala.-y que le han quedao los tobillos hinchaos...-La señora Juana dijo que era er diablo, que por las

madrugás le afuetiaba las piernas con er rabo.-jVirgen Santísima!-Nadie pue decí: desta agua no beberé; pero yo...

manque me quedara sin marío toa la vida... jju!-jDios nos libre!-El pobre viejo y que se está quedando ciego e

llorá.-Yo la hubiera contramatao, a la perra esa...Hay un revuelo y un rizadillo de exclamaciones:-Míralo. jYa traen al ahogado!-¿Lo traen?-Sí, señora. Allá en los botes.-En el más grande.-¿El de la vela?-Sí señó. En ese.-jPobre mae!-¿Quién lo encontró?-El viejo Tiberio. Un pae puede mucho, por viejo

que esté.

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-¿Por qué lao?-Ahí mismo estaba. La señora Juana le evocó el

espíritu y él dijo que no salía porque estaba cogío enuna palizá, que lo sacaran ligero, porque ya por mo-mentos reventaba.

Los botes arriman a la playa. El cadáver tiene lospies amarillos como las cuchilladas del mar y la caratapada con un lienzo de vela. El buzo que le halló diceque tenía, allá en el fondo, los ojos abiertos sobre unacinta de algas.

Un perro deshambrido quiere lamerle.-jUsschi, animal! -y le dan patadas crueles.-jA y! jquera su amo!-jpobre perro! -dice una muchacha con la voz

desgarrada.y se riega un murmullo de espanto.Por la veredita de trupillos llega a «El Lucerito» una

vieja que es comadre y es sortílega y lenguaraz:-jCandelaria! -grita desde la puerta.-Dentre, señora Juana.En el cuartico, sobre la cama de lienzo blaquísimo,

hay una criat~ra dormida. Tiene larga la línea de losojos y el mentón partido. En el entrecejo lleva unatajadura fina de mal genio, desmentida por un perennecomienzo de sonrisa.

La señora Juana dice a sovoz a María Julia:-Es clavá su padre. jQué parejura! Muchacha, es

iguá, iguá.María Julia tiene un silencio solemne. La señora

Cande pregunta tímida:-'--¿Cómo sabe que hay cura, señora Juana?-Viene ahora a ponele los olios al ahogao. Quiere

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decí que se aprovecha. ¿Hasta cuándo va a está mora?La muchacha protesta supersticiosa:-jAy! ¿Con el cura del ahogao...?-Que se va jacé, mija -interviene Candelaria.-¿Quién la lleva... mama?-Yo, mija. Yo soy la madrina. ¿Quién va a sé más

que tu mae?Hay un silencio grave y doloroso. La muchacha se

atreve al fin con la pregunta:

-¿Jayó padrino?-No.y la señora Juana, cruel:-No quiere nadie, niña.-¿No le dijo a mi primo antiyeil, cuando estuvo

usté en Barranquilla, mama?-Sí le dije.

-¿No quiso tampoco?La señora Cande contesta con la voz en lágrimas:-Me dio la esparda y se puso a llorá.María Juana traga nudos de angustia. Los ojos ver-

des perdieron el júbilo y son ahora como dos manchasde agua estadiza.

La sortílega tercia:-Pero güeno,niña, jsiercura dijo que la bautizaran

manque juera sin padrino! y la gente dice que así esmejó, porque no hay peligro de que er crimen se...

-Cállese -rompe María Julia con ira.-Niña, te lo digo por la confianza... que tengo, no

por nao Ya ve que soy la única amistá que les ha

quedao...y va carantoñera a la muchacha y la cuenta con

misterio que el naipe ha dicho que vendrá una carta

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por camino de agua...A la niña la visten casi dormida. La señora Cande la

acoge en el escriño materno bajo su pañuelón de meri-no. La afrentadita se rebulle, pero halla en la abuelaroce tibio y pega de nuevo la hebrita de sueño.

La señora Juana indica:-Se llamará María er Carmen, como la patrona.-No -replica María Julia-Candelaria, como tu madre.-No, señora.-Desideria... María Julia...

--Noo.-¿Y cómo, pues?-Marsolaire.Y el nombre se abre como un abanico de rubores

sobre su vergüenz~.La sortílega protesta:-Niña, ese es nombre e perra.-Que la pongan jMarsolaire!La señora Cande insinúa:-Niña Julia, no querrá er cura...Ella replica desazonada, impúdica:-jMarsolaire! Como lo hubiera puesto... su padre.El padre de María Julia, el viejo pescador, arrastra su

amarulencia por el patiecillo y da mordiscos rabiososal tabaco. La cara le escuece. «jComo si no hubierahabío más hombres en er mundo! Tampoco yo me casécon su mae, pero éramos na más que una mujé y unhombre. Sí señó. Sin impedimenta e por medio. Sí señó.jEsgraciá muchacha!»

María Julia se queda de pie en la puerta falsa, cara alcamino. Allá va el pedacito de su alma, el pedacito de

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carne que le dieran, chiquito en su ternura de madrenueva, como un grano de incienso o como puñadito deflor de harina. Allá va la sin padrino, bajando por lavereda de trupillos verdes.

Hasta «El Lucerito» llegan los gritos de la otramadre triste, la del ahogado, que vive allí a la bajada dela loma.

-jHijo de mi arma! jMijo! jMijito!y la campana trémula de almas da el eco macabro.

***

En la iglesia, el ~a pura, el agua bendita, que no sabede rencores, pone gracia y nombre sobre la frentecitade jacintos.

y una voz solemne:-Yo te bautizo, Marsolaire, en el nombre del Padre

y del Hijo y del Espíritu Santo...

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Lo que decían los carteles

EDUARDO ARANGO PIÑERES*

Veía avanzar el cortejo lentamente. Era un cortejofúnebre, sin duda alguna. En primer lugar, un sacer-dote alto, ligeramente pálido, recitando plegarias, ajuzgar por el movimiento de sus labios. Dos acólitos,de sotanas negras a la altura de los tobillos, portandosendas cruces, encabezaban las largas hileras de hom-bres. Finalmente, una veintena de personas, agrupa-das en tomo al féretro, un hermoso féretro negro con

esquinas plateadas.-¿Qué clase de sujeto sería el difunto? -sepre-

guntó-. Tal vez no fuera un gran personaje porque noveía ningún acompañamiento de vehículos. Todos

.Sincé, Sucre,1931. Abogado y licenciado en filosofía. Ha sidolitigante, funcionario público y político en ejercicio. Su libro Enero 25,publicado en 1955, fue calificado como uno de los exponentes delcuento fantástico en el país. ¿A dónde va Mr. Smith?, publicado en unsuplemento literario del mismo año, confirmó la afirmación anterior.A pesar de ese temprano éxito, el autor no volvió a publicar más obras.Lo que dedan los carteles fue tomado de Enero 25 (Barranquilla, EdicionesLibrería Mundo -Rondón Hermanos, 1955).

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venían de a pie. Pero sí debía de tener buenos amigos,éstos que ahora lo llevaban al cementerio y que casillegaban a un centenar.

Trató de buscar personas conocidas entre ellos y losencontró, en tal número, que le pareció asombroso. -

jQué casualidad! -pensó-: el difunto tenía casi susmismos amigos. A excepción de unos cuantos rostrosdesconocidos, todos los demás eran del grupo de susamistades. Pero mayor fue su asombro al encontrar,entre los que rodeaban el féretro, a sus propios parien-tes: su padre y tres de sus cuatro hermanos. La cosa sevolvía cada vez más inexplicable. ¿Qué podía motivarla presencia de sus familiares? Y aquello tomó carac-teres realmente trágicos al mirar detenidamente suscaras y descubrir en ellas inconfundibles rastros delágrimas, de abundantes lágrimas. Entonces reparó ensus vestidos: todos eran de colores oscuros y llevabancintas negras prendidas de las solapas. Le parecía unapesadilla. Se frotaba desesperadamente los ojos, pro-curando apartar la película que de aquella manerahabía entorpecido su vista. Pero era inútil, porquesiempre reaparecía el mismo cuadro: la misma lentaprocesión; el mismo clérigo alto, ligeramente pálido;los dos acólitos de blancas sobrepellices y con sendascruces, presidiendo las filas de hombres, casi todos susamigos; y, por último, el grupo afligido de sus propiosdeudos. Sólo faltaba Felipe, el cuarto hermano, paracompletar la familia; pero Felipe no vivía en la ciudaddesde hacía varios meses. iPor eso no podía estartambién allí!

Un frío extraño le invadió. iQué rara coincidenciaPero más raro le parecía no haber sabido antes nada de

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aquella mortuoria en la cual su familia tenía tanto quever, a juzgar por su presencia en tomo al féretro.¿Acaso se trataba del hermano ausente? jNo, no podíaser! Esa misma mañana había recibido una carta suyaanunciándole el nacimiento de otro niño. Además¿ cuándo pudieron haber traído su cadáver que él no losupiera? Sus pensamientos se tomaban cada vez másconfusos. Quería preguntarle a alguien quién era elmuerto, pero temía que al hacerlo le obligaran a tomarparte en el acompañamiento, y él tenía una cita urgentedentro de poco tiempo. Por eso prefirió aguardar paramás tarde, cuando todos hubieran regresado del ce-menterio. En cambio, sintió una necesidad urgente derezar por el alma del difunto. Una fuerza invisiblemovía sus labios, y las viejas oraciones familiares ibansaliendo atropelladamente. Estaba acostumbrado aorar en aquellas circunstancias, mas la piadosa cos-tumbre se tomaba ahora en un imperativo irresistible.Temblaba como un azogado, pero logró dominarsepoco a poco, hasta recobrar la tranquilidad de espíritunecesaria y la quietud de sus miembros. Entoncestomó un rumbo cualquiera, profundamente impresio-nado. De súbito, sus ojos tropezaron con un cartelenmarcado en una franja negra. Leyó pausadamente:«José Manuel Rodríguez Angulo ha muerto.» Y nopudo leer más. Se quedó paralizado. Trató de andar, dehuir de aquel sitio, sin conseguirlo. Sintió que la sangrese fugaba vertiginosamente de su rostro y en la gargan-ta se le anudaba la voz. Un pensamiento, un solopensamiento había quedado flotando en su mente:«José Manuel Rodríguez Angulo» era su propio nom-bre.

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Cambio de clima

ANTONIO ESCRIBANO BELMONTE*

El doctor Simancas volvió a leer la carta y quedó porun momento en actitud meditabunda... ¿La firmaría?¿O debía considerar otra vez el caso? Iba a tomar unadecisión trascendental en su vida. Las cosas podíancambiar de tal modo con una simple firma que suexistencia podía tomar un nuevo rumbo. De ello nohabía la menor duda. Pero era necesario renunciar aciertos principios que le eran gratos en demasía.

En Bogotá él era el doctor Rafael Julio Simancas ytrabajaba, con toda clase de consideraciones, en unaimportante sección del ministerio de hacienda. Enrealidad, su título no se lo había concedido ningunauniversidad, sino la adulación de sus empleados demenor jerarquía, que siempre se dirigían a él titulándo-

.También conocido con el seudónimo « Tonet». Chinchilla, España,1913 -Barranquilla,1980. Comerciante. Transcurrida su juventud enElda, provincia de Alicante, se domicilió en Barranquilla después dela guerra civil española. Mantuvo durante décadas la columna El zoode cristal en El Heraldo. Cambio de clima fue tomado de su obra Cuentoscosteños (Barranquilla, Imp. Gráficas Mora, Escofet & Cía., 1962.)

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le «doctor». Era evidente, desde hacía mucho tiempo,que en ciertos puestos oficiales las mecanógrafas y losordenanzas hacen más doctores que la misma univer-sidad.

Sonaba el timbre del teléfono preguntando porSimancas.

-Tenga la bondad de esperar a ver si el doctor llegó-contestaba la secretaria.

Hacía una breve pausa para pedir a Simancas conuna mirada su aquiescencia, y volvía a reanudar suconversación telefónica:

-El doctor Simancas no está en estos momentos.Fue llamado por el señor ministro para tratar unaimportante cuestión. Vuelv~ a llamar le, por favor.

La espera, las consultas imaginarias con el señorministro, el «vuelva luego», daban siempre una valio-

,:'. sa jerarquía social y política. jA y del funcionario que:;' no haya aprendido a girar en este engranaje convencio-:"::' nal de la burocracia! Hasta los porteros sabían que ellos!- formaban parte de esta complicada maquinaria.,. -Desearía una entrevista con el señor Simancas -

solicitaba alguien al humilde empleado.-No sé si el doctor Simancas podrá recibirle. ¿Po-

dría darme su nombre para informar al doctor?y cada vez que el funcionario decía «doctor» con

voz solemne, era como si un diploma rutilante fueraaumentando los grados universitarios de Simancas.

Todo esto lo sabía él y estaba dispuesto a jugarlo auna carta.

La mañana gris de Bogotá estaba detenida en losvidrios de las ventanas del ministerio. Simancas deja-ba vagar su mirada sin observar ningún punto concre-

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to. Parecía meditar buscando alguna difícil consonan-cia poética, pero soñaba. Veía pasar la gente caminan-do a prisa, medio aterida de frío. Las calles estabanfangosas y sucias por la llovizna. Algunos trabajado-res, con los sombreros calados hasta las cejas, cobijadosen sus ruanas pardas y con barbas ralas de tres días,tenían un aspecto siniestro. En aquellos momentos,Simancas sentíase deprimido por el ambiente gris de lamañana. Es cierto que allí había vivido toda su vida yhasta en ocasiones encontró indudable encanto al pai- ~saje característico de su ciudad natal. Pero después de ~su cercano viaje a la Costa Atlántica en misión oficial, ~ <sentía en su alma que algo trascendente había sucedi- -J (Jdo que la había seccionado en dos partes. ¿Era un ~ Wsentimiento permanente o era una impresión fugaz O b

que pasaría rápidamente? ~ JEsto también lo inquietaba. ijj ~

~Q)w*** >-Z

Había ido a una de las ciudades costeñas con objeto de :::Jrevisar el trabajo de un empleado de tercera categoríaque, a su vez, estaba encargado de hacer otro tanto conun pequeño grupo de empleadillos que debían suspuestos a influencias y compadrazgos.

-Espero que me rinda un informe completo -lehabía dicho su jefe-. Sepa que el señor ministro estámuy interesado en averiguar si han ocurrido anorma-lidades en aquel departamento administrativo de laCosta.

-Pierda cuidado, doctor. Tendrá usted un informedetallado y verídico de lo que allí sucede -había

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contestado Simancas percatado de que su misión era elombligo del ministerio.

-En caso de anomalías administrativas, procedacon suma discreción. No olvide que el señor Picalúatiene poderoso respaldo de un alto personaje político.

-Entonces, doctor ¿ qué hago con el señor Picalúa siencuentro graves anormalidades? -preguntó con cier-ta perplejidad el confuso Simancas.

-Realmente es un caso difícil. Usted pase inspec-ción y observe. y no tenga prisa. Dé tiempo a que todose arregle bien. Tendrá unos viáticos generosos.

Simancas no sabía si el señor ministro estaba enverdad interesado en conocer lo que sucedía en unsimple negociado de aquel pequeño y distante mundode la Costa o si su jefe quería deshacerse de él por unatemporada. La conservación de los empleos, él lo sabíamuy bien, era una lucha subterránea y permanente queutilizaba como armas predilectas el halago, los aplau-sos descomedidos, las atenciones serviles, el elogiocontinuo y la adhesión incondicional. A veces, el pun-tapié de despedida estaba revestido con los más corte-ses y versallescos procedimientos. Simancas pensóque su jefe se estaba calzando una suave pantufla deterciopelo para no hacerse sentir en el momento del

puntapié.

***

Llegó a la ciudad atlántica.Cuando salió por la puerta del avión para tomar la

escalerilla, una oleada de fuego y luz le quemó elrostro. jDios mío! jNunca había conocido sensación

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igual! El sol fulgurante restallaba en el cuerpo metálicodel aparato y Simancas creyó que todo lo que le rodea-ba crepitaba en una hoguera fantástica. El trópico lerecibía con toda su fuerza climatológica, como un aludde emociones inéditas que jamás hubiera sospechadodesde el gélido rincón de su oficina bogotana.

Se sintió en otro país, en otro mundo lejano y desco-nocido.

Lo sacó de su asombro la insistente mirada de untipo que esperaba al final de la escalera.

-¿Es usté el doctó Simanca? -le preguntó con unasonrisa en los labios el sujeto.

-Yo soy. A sus órdenes.-Soy Misael Picalúa, el encargado de la oficina.Se saludaron como lo harían dos personas de mun-

dos diferentes. Simancas trataba de mantener la fríaelegancia propia de un lord en la corte de SaintJamesy su saludo cortés, pero ceremonioso, daba índice de sucategoría. Picalúa, más extravertido, menos acostum-brado a la protocolaria etiqueta de la capital, extendióabiertamente su mano y golpeó con la otra el hombrodel forastero.

-¿Es la primera ve que viene aquí, docto? ¿Y cómoes que no había venío usté antes? jAjá! ¿Y qué hay porBogotá? ¿Cómo sigue el doctó Villanueva? jGran tipoése! A él le gusta vení por aquí. jCipote jala se amarróla última ve que estuvimo juntos. Hombe, docto, yo lehacía a usté ma viejo, y dijpense, pero veo que todavíaestá bastante joven. Verá cómo le gusta la Costa. Ya mehe conseguido tres botellas de güisky muñeca e burropa celebrá su llegada...

Picalúa hablaba, hablaba, sin continencia ni cohe-

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sión. Su concepto de la atención y la jerarquía eraenteramente diferente a lo que Simancas estaba acos-tumbrado en Bogotá. Le pareció que aquel Picalúa eraun tipo absurdo y vulgar. jY qué forma de hablar,Señor! De todo lo que le dijo, sólo entendió la mitad.Era una ametralladora disparando palabras mutila-das.

-Hombe, docto, yo creo que se va usté a sancochácon ese chaleco y el sombrero. ¿Por qué no se lo quita?-le aconsejó Picalúa.

A Simancas le pareció una idea grotesca, pero secalló. A penas si se atrevió a preguntar:

-jAla! Dígame, ¿siempre hace aquí este calor?-Ahorita no hace mucho caló porque hay brisa.Simancas no hubiera concebido la elegancia sin

sombrero ni chaleco. Claro, que la Costa era diferente.jY este calor inaguantable! No estaría mal quitarse elinútil chaleco, pero, por supuesto, una vez llegado alhotel.

Aquella noche casi no pudo dormir. La habitaciónestaba caldeada como un horno. El ruido del viejoabanico eléctrico le impedía concebir el sueño. Notabaun desasosiego febril. Tuvo que ducharse dos o tresveces para amortiguar aquella sensación de notar queel sudor le corría por el cuerpo en incontenible torrentevolcánico.

A los tres o cuatro días de visitar la oficina, le abordóPicalúa:

-jAjá, docto! ¿Usté no se va cambiá de ropa? Veaque con ese pañete le va a salí rasquiña hasta en lascorvas.

-Sí, estoy pensando que sería conveniente adquirir

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unas prendas livianas -aceptó Simancas con tonocondescendiente.

jAl diablo aquellos pesados vestidos de lana! Secompró unos pantalones de ligero flanel y unas cami-sas deportivas de vibrantes colores, algunas de dibujosaudaces. Al adoptar esta vestimenta típicamente infor-mal del trópico, se sintió otra persona. Comprendióque había mucho de verdad al decir que la ropa hacíaal hombre. Él, por lo menos, era otro hombre conaquellos colores y aquella ropa liviana. y cuando sepuso la camisa deportiva sin corbata pensó que des-cendía varios puntos en dignidad jerárquica antePicalúa.

-jMiér...coles! jAhora sí estamo aviaos! -exclamóPicalúa al verle con aquellas ropas.

-jAl,a! ¿No le parece a usted que estoy un pocoridículo? -le preguntó con cierta timidez a su subal-terno.

-¿Ridículo? jQué va, hombe! Parece usté un purocosteño.

Claro que esto no es lo que Simancas quería parecer,pero se conformó pensando que aquella expresión eraun elogio sincero en boca de Picalúa.

-Usté debe pensá que no lleva puestos más que loscalzoncillos, con esos pantalones tan ligeros. ¿No esverdá, docto? -anotó el inquieto Picalúa.

-En verdad, algo de eso parece.-Lo mismito que el doctó Villanueva, que como es

flaquito parecía que iba a salirse por el cuello e lacamisa. jCómo le poníamo de sebo!

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Después de unos días de trabajo oficinesco, de con-frontación de documentos y cuentas, Simancas obser-vó que en aquella dependencia no pasaba nada ynunca pasaría cosa importante. No se manejaban fon-dos y su misión era revisar rutinariamente las opera-ciones aritméticas de las cuentas que debía pagar elministerio en aquella zona. Las máquinas sumadorashacían todo el trabajo. Total, una ganga como pocas.Picalúa era el jefe de aquella arcadia feliz. Con un parde horas de trabajo justificaba el sueldo muy aceptableque le pagaba el Estado. No tenía jefes a la vista antequienes doblar el espinazo y darles «cepillo» perma-nentemente. Podía trabajar con aquel vestuario untanto frívolo, pero indudablemente cómodo y prácti-co. Él, en Bogotá, tenía que estar a todas horas pendien-te de cuál sombrero estaba de moda, si el Stetson, elBarbisso o el Borsalino, qué corbatas llevaban los per-sonajes más destacados, o qué traje de paño inglés,aunque fuera hecho enMedellín, usaban los Holguín oSantamarías, para imitarlos. Aquella vida ficticia, defranca imitación, chocaba bruscamente con la de laCosta. Evidentemente, esta gente eran unos insociablesque no sabían vestir, ni conocían el uso de los tres ocuatro tenedores que se ponían en cualquier comidaelegante de Bogotá. Pero Simancas observaba que haycircunstancias y ambientes donde no hacen falta tantosrequisitos para llevar una vida feliz y libre.

-jAjá, docto! ¿Cuándo quiere usté que nos tome-mos unos tragos? -le interrogó un día-. Usté no tienemás que mandá.

Picalúa se portaba gentilísimamente. Como buenfuncionario sabía que era muy importante causar exce-

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lente impresión ante los jefes. El largo brazo burocrá-tico que se extendía desde Bogotá también llegabahasta este lejano rincón y no había un solo funcionarioque no entendiera que, a veces, más que un buentrabajo y una buena conducta, convenía causar buenaimpresión. Y esta buena impresión para un costeñocomo Picalúa, consistía en varias parrandas.

-Esta noche le invito, docto. jAmárrese los calzo-nes que nos vamos a pegá una jala de trej pisos!

Juerguearon de lo lindo. A aquella noche siguieronotras. Se hicieron asiduos en casa de la Negra Eufemiay amanecieron donde la Pájaro. Tomaron whisky decontrabando de las mejores marcas escocesas y enocasiones ron barato para estirar los recursos. Bebieronen «La Cueva» para presumir luego de que habíanconocido un ambiente de bohemia existencialista, peroinevitablemente amanecían tomando ron en la plazadel Boliche, entre matones y mujerzuelas envilecidas.Picalúa conocía todos los recovecos de la ciudad y a élle conocían en todas partes y le saludaban con esaefusividad compañeril del costeño. Ir de juerga conPicalúa era conocer a las más variadas clases sociales.

A las pocas semanas Simancas era otro hombre. Sí,era cierto: mucho calor y todo, pero jqué libertad!Nadie mandaba en él. Bogotá parecía encontrarse enotro planeta. Aquello era para Simancas el yugo, elrespeto al protocolo, la sujeción a los jefes puntillosos.Esto era la independencia absoluta, la vidasemi primitiva e indolente, dependiendo casi por com-pleto de los sentidos, con una ausencia completa depreocupaciones intelectuales o sociales. La gente eracordial y efusiva. La vida resultaba más económica.

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Indudablemente, la Costa tenía sus ventajas...y fue cuando al poner en la balanza de su vida estos

dos conceptos de su existencia sintió nacer el maquia-vélico plan que ahora le tenía pensativo en su fríaoficina de Bogotá.

Por fin se decidió.-Vamos a cambiar de clima una temporada -se

dijo irónicamente.y firmó el informe que había elaborado durante los

cuatro meses en la Costa.Su opinión era bien clara: Picalúa debía ser destitui-

do. No había filtraciones de fondos públicos, pero no sehabían cumplido los reglamentos en diferentes artícu-los, ni se habían tenido en cuenta determinadas circu-lares disponiendo el envío de una cifras estadísticas.No; así no se podía trabajar. Los altos intereses públi-cos reclamaban un mayor espíritu de trabajo para quela obra altamente beneficiosa del gobierno y, especial-mente, de este ministerio, brillase con todo el resplan-dor que le daban las distinguidas personalidades quefiguraban al frente de tan importante puesto... bla, bla,

bla,bla...Ellénguaje taimado, sinuoso, sibilino, tejía verda-

deras maravillas en el informe de Simancas. En Bogotáse sabían hacer bien las cosas.

El documento no tardó muchos días en surtir efecto.Un buen día -mejor dicho, un mal día- le llegó alpobre Picalúa su destitución imprevista. ¿Qué habíaocurrido? No 10 podía creer. iCon 10 bien que él se

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había manejado con el doctor Simancas! y sin darmotivo para semejante medida, ahora se encontrabaen el asfalto.

Para cubrir el puesto de Misael Picalúa se nombrabaal probo y recto funcionario Rafael Julio Simancas. Yano era doctor, como en su oficina bogotana. Era unempleadillo más en las nóminas oficiales. Hasta ahíllegaba su categoría. Perdía la secretaría que sabíahacer esperar a la gente «para ver si ha llegado eldoctor .» No recibiría más los saludos ceremoniosos delordenanza, ni lo empleados inferiores guardarían ladistancia ante él. No. Ahora iba a ser un empleadorutinario en una destartalada oficina de la Costa. Perouna vida libre, sin etiquetas ni compromisos, alegrepor naturaleza, sin preocupaciones de clase, ilimitada-mente generosa en los fáciles placeres, todo esto ymucho más le esperaba en adelante. iBien merecía elcambio de puesto y la pérdida de ciertas prerrogativas!

El buen Picalúa pensó que ése era el triste fin de losempleados públicos. jPaciencia y esperar! Ya se conse-guiría otro empleo. Sentía cierta rabia sorda por lajugada inesperada de Simancas. Él no hubiera sidocapaz de hacer otro tanto.

-jEl muy pendejo! Después de la plata que y~ legasté en agasajos e invitaciones y el marica me hahecho el cajón. jCachaco hipócrita!

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El baile

CARLOS FLORES SIERRA *

,Erase una vez un muchacho nacido en un pueblitosepultado en el hueco más hediondo del Gran Río queal cumplir los 15 años descubrió que estaba aburridode andar de aquí para allá y de allá para acá montadoen un burro viejo que había olvidado por completo ladirección de todos los caminos, la proximidad de losabismos, el sabor y color de la yerba y la existencia dela burr,as, dale que dale, dale que dale, barro corrido,pastoso, arre, arre, muy aburrido, así que decidióvenirse para la ciudad, de arrancada, sin pensarlo dosveces, no sólo por aquello del burro, eso era lo demenos, sino porque estaba hasta la coronilla con aque-lla vaina de tener que ordeñar madrugada e inútilmen-

* Barranquilla, 1925. Periodista. Hombre de la radio y la televisión.

Crítico de jazz. Ha sido diplomático en Rumania. Fundó y dirigió enlos ochenta Olas, publicación de arte y cultura. Desde su juventud,publicó sus cuentos en Estampas, Revista del Atlántico y otras. Sus obrasson: La crisis (novela, 1.979) publicada también en romano; Malandaria(cuentos, 1980). Tiene una novela inédita titulada El quetzal emplumado.El baile fue tomado de Malandaria, Bogotá, Ediciones Luna Hiena, 1990.

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te las trece vacas tuberculosas que les había dejado portoda herencia el último marido de su abuela materna yporque además, vivía emputado con el plan de tenerque aguantarse al borrachín de su padre desvirgandocampesinas como si se tratara de deshojar margaritas,«me quiere, no me quiere, me quiere», mientras sumamá llora que llora, lágrima corrida, como si fuera lamismísima Magdalena en chancletas y en persona, quédesmadre, no era para menos, cualquiera hubiera he-cho lo mismo, largarse yeso que no se ha mencionadoque ya no resistía más la humillación de tener quezamparse, todos los días, gustárale o no, los mismosmalditos pantalones llenos de remiendos por todaspartes menos por una que los unía al continente de suenorme culo ni la afrenta de no saberse ni la o por loredonda, una doble vergüenza que decidió quitarse deencima viniéndose para la ciudad para buscar unmaestro que le enseñara a descifrar los misterios queencerraban esos garabatos y de un sastre que le hicieraun par de pantalones con bragueta de hombre, claroque me iré, decía «sabré luego seré» se decía a símismo, repetía y repetía, me iré y aprenderé, insistía,una decisión que tomó sin permiso de nadie pero quede todas maneras prefirió consultar, por si las moscas,con el señor cura párroco, un paso teso, tenaz, audazque en efecto dio, sin agüero, pero con el debidoinstinto de conservación de su propia especie ya queno solamente no se dejó morir de hambre sino queconsiguió convertirse en un robusto y astuto zagalónde 20 años, de 1.78 de envergadura, 82 kilos de despla-zamiento parado sobre un par de amenazantes guayoscalibre 43, en un tipo insolentemente convencido de

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que su papel en la vida era el del triunfo, no el papelcebolla, ni el crespón ni el mantequilla, tampoco elcarbón y mucho menos el papel toilette, su papel era elpapel moneda que siempre será más importante que elpapel periódico que es puro papelón, así decía, muertode la risa mientras repetía y repetía, en su fuero inter-no,los laberintos del cerebro, que de 10 que se tratabaera de triunfar, triunfar a cualquier precio, no al conta-do, claro está, sino a plazos con una pequeñísima cuotainicial, ja, ja, ja, con una pequeñísima cuota inicial dehonradez, ja, ja, ja, ja y con intereses máximos deavaricia, jo, jo, jo, claro, así tiene que ser de acuerdo conel método larga\1lente utilizado por todos los magna-tes que en el mundo han sido, eso haría, triunfar, eseera su papel, triunfar sin capa ni espada, suavemente,con suavena, discretamente, tirándoselas de pendejode entrada, así era la jugada, para después formar lagrande, montar la maquinaria, dominar la situación yponer a todo el mundo a comer mierda, esa era la idea,ésos eran sus planes cuando cumplió 20 años en elinstante mismo en que apilaba y apilaba rollos y rollosde papel celofán en la bodega de la papelería dondeademás de trabajar como bodeguero aprendía, poco apoco, dolorosamente, que la vida no es cosa distintaque un campo de batalla en el que los ricos se mamanparados a los pobres, otro punto de vista que comotodos los puntos de vista no pasaba de ser sino unavariante de la verdad que él estaba buscando con lainutilidad propia de todo esfuerzo.

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En cuanto terminó su bachillerato nocturno, una odi-sea sin toma de Troya, Islas de Calipso, nave feacia ymucho menos Penélope al final de la ruta pero con elgran cansancio producido por el doble esfuerzo deestudiar y trabajar al mismo tiempo, intentó ingresaren la facultad de economía pero casi de inmediatoabandonó aquella maricada porque según admitió élno quería economizar sino acumular, eso se lo dijo, talcomo suena, a la vieja de la pensión donde dormía omejor dicho donde construía, insomne, sus delirios degrandeza que de alguna manera no eran castillos en elaire ni sueños o ilusiones sino realidades concretas,específicas, precisas, elaboradas circularmente, mien-tras permanecía tirado boca arriba sobre el colchónmugriento, pedaleando y pedaleando sin mover ni unsólo músculo y a medida que su imaginación hacíaavanzar su bicicleta destartalada por las calles de unaciudad que tendría que ser suya a como diera lugar,«que me lleve el putas si no lo logro, tengo que hacerloaun cuando para ello tenga que arrastrarme como unaculebra, mejor como un lagarto, mejor lagarto queculebra, eche la gente les tiene bronca a las culebras, depronto es por aquella jodedera del paraíso perdido, laputa eva, o por lo que sea, la verdad sea dicha es quesiempre la quieren levantar a garrote y darle por lacabeza, sí, sí, definitivamente, mejor lagarto, no joda,lo importante es llegar a la meta-cima aunque seaarrastrándose de pronto de rodillas, porque de lo quese trata es de subir, subir hasta llegar allá al reino de laságuilas y los cóndores, ese cielo donde los niños notragan hambre sino que se hartan de dulces, helados ypudines al cual más deliciosos y juegan con cometas

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que son trompos y muñecos que son ángeles, niñosdioses de verdad verdad, niños risueños como trom-pos locos y como cometas alegres, niños seguros de símismos por la santa gracia del bendito billete de suspapás patos donalds ricos patos mcpatos», claro, asísería, tendría que llegar a aquellas alturas de la manode sus hijos niños dulces, niños helados por las brisasdel páramo celestial del éxito, llegar, ésa era la consig-na, aquella sería la única razón de su vida, llegar alparaíso de las águilas que se dan lujos y viven comoreyes, no como reyes magos, qué incienso ni qué mirra,no como reyes de corazón sino como reyes de diaman-te, «uno tiene que coronarse a sí mismo porque si no lohace, ¿quién carajos10 va a coronar a uno por su lindacara?, será cosa de arrastrarse un poco, durante algúntiempo, así tendrá que ser, siempre en ascenso, claro,montaña arriba, mi misión es llegar al reino delbillete,a la gloria inmarcesible pero no en átomos volandosino entero, completo, total, íntegro, a la cúspide endonde mis deseos serán órdenes», «mande, mande,ordene no más, ¿qué desea?, ¿lujo?, ¿confort?, ¿presti-gio social?, ¿obediencia?, ¿sumisión?, gire, gire esechequesón, ¿quiere más?, ¿de qué quiere más?, ah, ¿deeso?, vuelva y gire que se vea el billete, ¿quiere más?,se puede, claro que se puede, todo se puede si haybillete, métase la mano en el dril, perdón, perdone laexpresión doctor, he sido un tonto, Ud. merece todo elrespeto del mundo, excúseme», «la madre si no llego,ni un paso atrás, de lo que se trata es de no detenerse,de no flaquear, eso jamás, de lo que se trata es de llegara la cima, llegar, llegar rápido antes de que llegue laputa vejez y ya uno no pueda gozar de los placeres que

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el dinero compra, tendré que casarme», así era, tendríaque casarse, siempre hay una mujer detrás de un trono,tendría que buscar a su Penélope, procrear por losmenos dos Telémacos y dos Telémacas, conquistar aTroya, su Troya, Malandaria, que en realidad seríaSodoma, con Caballo de Madera, Tronco de aventuraCaballo de Madera, el ineludible artificio de todoconquistador que se respete, de todo violador que seestime a sí mismo y cuide su reputación, el recursoirremplazable de todos los intrusos, metiches, sapos ylagartos que en el mundo han penetrado por los distin-tos ojos de las más diversas agujas, la bendita prodigio-sa mentira de dulce e inocente juguetona apariencia yentrañas malditas y dañinas y después regresar a Ítacapara recibir el homenaje a su grandeza, heroísmo yvalentía, el reconocimiento de sus conciudadanos a suproeza de haberse convertido de un niño asustado ytriste, hediondo y tímido, en un hombre perfumado,poderoso y cínico, todo un periplo imaginado que dealguna manera lo obligaba a indagar acerca de cuálsería en realidad su verdadera meta, ¿ Troya? ,¿Sodoma?, ¿Ítaca? O ¿cualquier Isla de Calipso condiosa capaz de encoñarlo hasta la locura con sus breba-jes y caricias?, nada de eso, lo único cierto y seguro esque en ningún caso Ítaca sería su pueblito miserablehundido en el recodo más hediondo y triste del GranRío porque su meta final era el triunfo, el éxito, aquímismo, en esta ciudad, Malandaria, sin tanta literaturabarata, él no era ni quería ser ningún Ulises, tal vezMidas.

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No se casó, obviamente, con ninguna Penélope porquecasi siempre estuvo impedido por la misma acritud desu comportamiento a impregnar su vida con los perfu-mes de la poesía y de la leyenda, otros fueron y son susmitos, pero es justo reconocer que tuvo el acierto dedesposarse con una mujer ibseniana, a quien natural-mente jamás describió en estos términos pero que detodas maneras es mujer harto cerebral, con un fondo deperversidad latente, un ser extraño sin apetencias inte-lectuales pero consciente como él hasta el delirio, de laurgencia de triunfar, de subir hasta la cúspide social enascensor, «nada de escaleras, esas son para los bombe-ros y para pintor~s de brocha gorda», así pensaba ella,«nada de arrastrarse mijo, nada de peldaño a peldaño,la cosa es con ascensor si hay urgencia de triunfar»,ibseniania, con un apego enfermizo por el dinero,dinero, dinero, «¿el cagajón del diablo?, qué estúpidoel tal papini, ja, ja, ja, comamos de esa mierda tráigameotro plato de cagajón del diablo, ja, ja, ja», desde elprincipio supo que ella tenía un apego enfermizo porel dinero y que era dueña de una cierta grandeza en sumanera de ser maligna, todo el mundo lo comentaba,así la describían, sin ternura ni moral sino para con ellamisma, para con su marido y para con sus hijos y susperros, un personaje como asqueado de todo a pesar desu talante en apariencia a veces festivo, en el fondo unapobre infeliz digna de compasión ya que parece siem-pre obedecer a una cierta fatalidad que de algunamanera la impulsa a la extravagancia y lo que es peoraún, al desengaño de advertir que a pesar del supuestopredominio que ejerce sobre los suyos no ha sidonunca más que un títere de su marido y de sus hijos,

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que no ha sido cosa distinta que un pobre ser temerosode la proximidad de la muerte cuya idea dramatiza,nada de lo cual jamás impidió, y ése fue su mayormérito, que condujera a su marido hasta la cima paraque pudiera construir su frágil y vistoso imperio, nojoda, si El Noruego la hubiera conocido la hubieraincluido de personaje central en Los Pretendientes alTrono, .qué berraca mujer!, qué decidida y firme apesar de sus notorias debilidades, lo extraño es quenunca ha intentado representar el papel de Nora, talvez ni siquiera sepa que ella existe, además nuncapodría hacerlo ya que no concibe esos tipos de fugas,de gestos de autonomía, de búsquedas de identidadessingulares, por todo lo cual es explicable que le hayadado a su marido el manejo de todos esos enre-dos feministas y que le haya enseñado, -los contras-tes-, a amar la vida con un amor mezclado de odio,vengativo, amor de ultratumba, un modo de pensarque presumo surgido de la esfera fúnebre de su infan-cia desgraciada de pobre muchacha de medio pelo conaspiraciones de gran damita, dejovencitafea, malucona,regoderta, mal vestida, huraña, trasplantada por lafuerza de la ley de la fuga de clase de un barrioapartado y pobretón hasta un sector dominado poruna pequeña burguesía insolente y reaccionaria,prejuiciada, temerosa hasta la paranoia de los llama-dos intrusos, de los aparecidos de la noche a la mañana,de la gente rara, como ella, venida de quién sabe dóndey dispuesta a meterse donde ni cabía ni la habíaninvitado.

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Un tipo cualquiera, un jodido de esos que andan porahí sueltos de madrina, un fulano de tal que los conocea carta cabal porque no sólo mantiene con ellos corres-pondencia corrida sino que se convirtió en su másasiduo compañero de aventuras gastronómicas, cartasy cartas, cartas de cartas, cuenta por contar, creo quesin deseo de hacer les daño, por joder, por hablar paja,los chismes de siempre, que después de la luna de miel,dos miserables y pinches días en el destartalado hotelMónaco en el moribundo balneario de V eranillo, nues-tro hombre le dijo a su mujer que a partir de aquelmomento y a pesar de no tener ni un centavo parti-do por la mitad en el bolsillo -eche, se había tiradotodo el billete en el epílogo del himeneo (así dijo quedijo)-, ni de tener oficina ni automóvil ni buena ropa,ni amigos, influyentes, mucho menos clientes, ¿cuálesclientes?, a pesar de todo eso, de estar en la inopia, yaeran dueños, desde aquel instante, de una empresaque se convertiría en una mina de oro porque él eraMidas, ya tendría ocasión de demostrárselo a todo elmundo, especialmente a aquella manada de hijueputasque le habían hecho fa y que le mamaban gallo porqueera pobre, medio indiote, nalgón y patizambo -jamásolvidaría aquel maldito burro y aquellos puercos pan-talones-, y que cuando ella lo oyó decir aquellaslocuras importantes soltó una carcajada, lo abrazó conternura hipopotámica y se puso a tararear el himnonacional en tiempo de merecumbé, era fanática dePacho, de Don Pacho Galán, la la la, lalalala, la, tra, tra,tra, tra -en aquel momento no estaba pensando en lamuerte, su obsesión, sino en la vida que se darían contodo el billetal que se iban a ganar-, mucho billete,

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tendrían de todo, una casa bien chévere en el barriomás elegante y de moda de Malandaria, un lujo decarro con chofer de pronto hasta con gorra, cachucha,quepis, como se llame, ¿y por qué no?, ajá, su tronco deuniforme, él hablaba, ella oía, ella hablaba, él sonreía,él hablaba, ella tarareaba el himno patio mientraspensaba en los saxos de los músicos de Pacho, en latrompeta de Pacho, en aquel cuento chino de que lamúsica del himno era de un italiano, la la la, lalala,lalalalala, «mi patria es la riqueza que uno tenga enmuñeca», gritó él en trance como hipnótico, estabanque se orinaban de la risa pero se pusieron a bailar alcompás del himno ahora en tiempo de cha, cha, cha,chachachá, ya no era Pacho sino Pérez Prado y ellatratando de imitar el gritico del cubano con su vocecitade ultratumba, la que usa cuando quiere decir que amala vida con un amor mezclado de odio, cuando qu.iereromper o afianzar sus vínculos con los malentendidosglobales de su propia existencia y bailaron, bailaron,bailaron dos horas seguidas, sin parar, sin dejar demover sus enormes culos alegórico s, tarareando, losdos poseídos por un hechizo, por un maleficio que losrodeó por la primera y última vez en su vida prosaicacon un halo de poesía para que de pronto cesara elcanto hímnico y los dos, alucinado s empezaran a can-tar a dúo un estribillo que repetía algo así como que«seremos ricos, muy ricos, riquísimos seremos», mien-tras en sus mentes como ebrias, embrujadas, se desliza-ba, cuadro a cuadro, una película, las imágenes atrope-lladas de ellos.protagonistas de un cuento feliz, ellos eninmenso pent-house repleto de muebles costosos, ador-nos mamonudos, impresionantes, porcelanas finísi-

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mas traídas de las dos chinas, las dos alemania s, las doscareas, tapetes de pared a pared, persas, gruesos, bienmullidos para caminar sabroso, para pisar bien rico,sirvientas, muchas sirvientas, algunas de caras larga-mente conocidas, familiares, jovencitas provenientesde aquel horrible barrio pequeño burgués en el que ellaalguna vez apareció de la noche a la mañana, sí, joven-citas de familias insolentes caídas en desgracia conver-tidas en sus sirvientas de cofia y delantal, solícitas,náufragas, varadas en isla ajena, sus sirvientas aten-diendo a sus amigos, a sus buenos amigos, a susamigos importantes, a sus amigos con plata, a susamigos influyentes, a sus pocos pero buenos amigospoderosos, amigos que estaban contribuyendo paraque ellos se volvieran más importantes cada día, ami-gos amigotes dispuestos a ayudarlas a que fueran másricos y más ricos y más ricos, cada día, muchas sirvien-tas iendo y viniendo con bandejas de plata repletas definos licores y exquisitos platillos, atendiendo a susamigos, jovencitas venidas a menos atendiendo a susamigos que los observaban, embelesados, orgullosos,bailar y bailar al compás del himno, bailando comolocos, girando alrededor de un frenesí endemoniado,ebrios de ganas de borrar para siempre sus pasadosinsignificantes, toda una fantasía que murió cuando seabrazaron con ardor pero sin besarse frente a la camaextendida en la mitad de la sala que también eracomedor y que desde el día siguiente sería oficina,pronto llegaría la hora de empezar a trabajar paraconstruir aquella enorme empresa así que ella se zafóde sus brazos y fue a desplomarse, exhausta, sobre elcolchón desnudo y él la siguió, jadeante, se acostó a su

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lado, sencillamente, la cama era sencilla, 0.80 x 1.80,extendió el brazo y apagó la lamparita que la madre deella les había enviado como regalo de bodas, cerró losojos, se descalzó frotando un zapato contra el otrozapato, no dijo buenas noches, el cuarto se impregnóde pecueca, nadie hizo el amor.

***

Un mariquita de sociedad, bon vivant, excelente gour-met, catador formidable, adorable cínico, diletante,homosexual confeso pero amoroso padre de familia,hombre de plata por parte de su mujer que lo parió auna nueva vida y lo educó para dandy equipándolocon un atrezzo completo para que representara concachet su papel de bon causeur, c'est la vie de societé,cualquier noche de bohemia descubrió el élan quenuestro aprendiz de Midas poseía y de inmediato,fascinado, se convirtió en su protector de cabecera, asíque como siempre suele ocurrir en estos casos, enmenos de lo que canta un gallo, aquella empresaclandestina, desmirriada y limitada por lo absoluta-mente anónima, se transformó no tanto en una mina deoro como sí en una máquina mágica de producirbillete, fajos de billetes, paquetes de billetes, cajones debilletes, nubes de billetes, circulante flotando de lasmanos eufóricas de la nueva dama a las manos ava-rientas de los dueños de las tiendas de moda, losrestaurantes de postín, las joyerías más exclusivas, ellacompró lingerie, antes usaba pantaletas de etamina,docenas de deshabillé, siempre había vagado por lacasa con un traje viejo, trató de comprar glamour pero

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no había para su talla, compró negligés, por docenasalen más baratos, le compró a su marido una robe dechambre y para ella cincuenta soutiens, circulante, hayque circular y los billetes giraban en forma de chequesen las joyerías, él le regaló un pendentif, ella le obse-quió un cartier, ellos y su dinero circulaban con másrapidez que las ruedas de aquella bicicleta oxidada yepiléptica en la que él conquistó las calles del barrio, elcamino desde la pensión hasta la papelería, los billetescirculaban en los restaurantes más excJusivos y prontoaprendieron a mascar comed beef, a tragar entrec6te,foie gras y fondue, nunca su dinero circuló en una solagalería de arte ni en librería alguna, jamás fueron aEuropa, eche, mucha ruina, pura piedra vieja, telarañay fantasma pero sí viajaron muchas veces a Miami,maiami, chévere, las tiendas, las compras, montonesde paquetes, mickey mouse, la locura china, los cuba-nos, los delfines, micos y papa gallos, gente alegrecomo uno, en español, miami, una vez llegaron hastaNiuyor pero como no sabían que para entonces sería laépoca más cruda del invierno tuvieron que refugiarseen la pieza de su hotel de quinta en la 6a añorando lasempanadas de huevo de Villa marrano y las butifarrasde San Antonio de Solepia hasta cuando el sol, inespe-radamente, cualquier mediodía, derritió la nieve y lascalles se llenaron de una luz y de un calor amigos bajocuyo amparo recorrieron Manhattan durante cuatrodías en cuyas noches vieron extasiados las pancarta s ylos avisos luminosos de Broadway, espiaron la facha-da del Metropolitan, escucharon desde un puesto deperiódicos cercano al fantasma de la ópera, fueron alMadison Square Garden a sufrir algo de lucha libre y

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él cumplió su promesa de echarse un peo en pleno WallStreet, después de lo cual entraron en varios bareselegantes, tomaron exóticos cocteles, probaron elkummel y un chofer de taxi les enseñó a brindardiciendo gesundheit, hasta cuando ocho horas des-pués de haberle dicho gutbai al maletero de su hotelitollegaron de regreso a Malandaria, home, sweet home yla plata volvió a circular con mayor velocidad queantes, con tanto ímpetu y exceso que ya no teníandonde colocar una cosa más en su casa ya de por sírepleta de cuanto objeto uno pueda imaginarse, así quesupusieron llegada la hora de la dolce vita, el momentodel dolce far niente, es decir de estar en todo, ¿ajá yentonces uno para qué viaja?, para coger mundo, jna-turalmente!, los niños necesitaban mejores amistades,buscar la gente in, en otras palabras meterse en socie-dad, caminar como pedro por su casa a lo largo y anchode los sagrados predios del Contri sin que nadie seatreviera a preguntar de dónde habían salido, perocomo semejante proyecto reque:ría de un tratamientoespecial su hija mayor, que se sentía Scherazade, orga-nizó una fiesta de las mil y una noches, un rendez-vousmedio happening, un evento de verdad muy chévereen el que papi tuvo la oportunidad de someter a laconsideración de sus distinguidos invitados, los miem-bros de la junta directiva del contri clú, su humildepetición de ingreso al prestigioso centro social, unasolicitud que nada tenía que ver, según sus palabras,con la más mínima muestra de vanidad personal sinocon el firme deseo de estrechar ciertos nexos, practicarla fraternidad entre personas de la misma posición yfortalecer sus relaciones personales con todos los aquí

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presentes, todo un discurso lleno de variantes yaltiba-jos cuidadosamente meditados para causar el efectobuscado como el más aconsejable para sustentar aque-llo de que la época de las discriminaciones es cosa delpasado o ese otro de que estamos en los tiempos de unacierta clemencia social, los apellidos, claro, cuentan yson dignos de cierta consideración pero ¿cómo sepuede negar la importancia del mérito personal?, ¿ quiénse atrevería a estas alturas de la civilización, el progre-so y la democracia a menospreciar el deseo de supera-ción de una persona?, sonrió con benevolencia porquealgunos de los presentes le debía plata, retumbó unaplauso grueso¡ secundado por la estridencia de lossilbidos de la muchachada especialmente invitada porla Scherazade, la reunión tomó otro rumbo, ¿para quéseguir hablando de 10 mismo?, todo estaba arregladoasí que los invitados le caminaron con toda la herra-mienta al buffet y al champán servido por una carava-na de meseros medio borrachos, un relajo, el desordentotal más agradable del mundo, rumba corrida, ungran equívoco pero todo bajo control en el gran espaciodecorado a las mil maravillas, en el que la belleza decada sirvienta contrastaba con la fealdad vulgar de lasseñoras y de las dos señoritas de casa fascinadas con eldespelote formado por el acordeón vallenato ahogan-do el falsete del charro antioqueño que a punta deguitarrón borraba del pentagrama todo vestigio deguacharaca y de paso, también, el rasqueteo del arpallanera en cuyas cuerdas pareció enredarse el grito dela dama del pent-house anunciando a todo pulmónque a partir de la fecha ninguno de sus parientes,incluyendo a su propia madre, volvería a pisar su casa

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porque ella había cambiado de familia, ahora elloseran de sociedad, gente bella, gente decente, socios delcontri, coff, cooff, coooff, la tos tomó forma de ecodebajo de la estridencia de los instrumentos enloque-cidos y todos la vieron erguida, perversa y obesadando un traspiés y de inmediato recobrando el equi-librio en los brazos de un mesero tan desconcertadocomo el resto de los presentes que prefirieron tomartodo aquello como una broma, una salida que erapreciso celebrar con una risotada colectiva, pero laverdad es que nadie sabía por dónde iba tabla nisiquiera el dueño de casa, quien a toda costa intentabaacallar a las tres orquestas empeñadas en eternizar suduelo de resoplidos, rascaderas y repiqueteos, propó-sito que sólo vino a concentrase cuando circuló elrumor de que la aspiración de la sagrada familia sehabía visto debidamente colmada no sólo porque elmariquita interpuso toda su influencia erótica ante elgrupo de socios más antiguos y por eso los menosexcluyentes sino porque la junta directiva estaba con-formada por los dueños de las tiendas, ferreterías,joyerías, restaurantes y zapaterías, donde circulaba ycontinuaría circulando su billete, así que ahora seríacosa de hacer el cheque de $2'000.000.00 (Dos millonesde pesos m.c.) para pagar la acción y comprar elsilencio de quienes insistían en la bobería de seguirhablando de su pasado, para eso era el billete, no letemblaría el pulso, la felicidad no tiene precio, miró asu alrededor, el inmeso salón retumbó en un prolonga-do huuummmmmm, era una decisión afirmativa uná-nime, mañana en la junta no habría una sola bolanegra, el enorme reloj de pedestal suizo-japonés sonó

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las tres y todos supieron que en pocos días los cuatromuchachos de ese sinvergüenza más simpático que elputas cambiarían de amistades, familia, colegio, ropa,gustos, estilacho y aguaje y empezarían a percibir ensus narices chatas el dulce aroma de la importancia dellevar el apellido de su papi.

Cuarenta y ocho horas más tarde, aquel hombre quecon tanto esfuerzo se había hecho a sí mismo y se habíaarrastrado no hasta la cima de la montaña llamadaéxito sino hasta lp puerta del ascensor que conduce alpoder, era socio del contri clú, así que decidió asomar-se al gran espejo de su enorme salón, y se vio chévere,ni una cana en la cabeza, todos sus dientes estabanfirmes y blancos en su sitio exacto, arrugas más bienpoconas pero maldita sea no había podido cambiarle elcolor a su fracaso ancestral, allá en el fondo de sucerebro, bajo la forma de millones de neuronas prehis-tóricas se asomaba el viejo arcántropo y el arcántropoestaba en el espejo, en el fondo del espejo, detrás de sucara, ¿sería el arcántropo quien había hecho la plata?,¿o sería él?, arcántropo o no en el fondo él era un buenhombre, cariñoso como una bailarina de pecera a pesarde la alienante cercanía de la hipocondríaca de sumujer, ese ser somatizante a quien no le dolía el mundoy que ahora estaba allí instalada, también, en el espejoasomada en el espejo con su eterna cara de afirmaciónde que uno tiene que divertirse, darse gusto porquemañana puede amanecer muerto pero él la amaba,dentro y fuera del espejo, habían comido mierda jun-

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tos, cagajón del diablo, no, mierda, sufrido las mismasprivaciones, enfrentado las mismas humillaciones, al-gún defecto tenía que tener, la miró con ternura, en elespejo, fuera del espejo, se dirigió hasta el flamantetocadisco estereofónico y multibáflico comprado chincon chanhacía una semana, colocó en el plato un disco,oprimió un botón, algo hizo shhhshh y enseguida gritóun acordeón, roncó una guacharaca, vociferó otroarcántropo, él giró sobre sus tacones, tomó a su mujerpor el proceloso talle, un mar picado, una ola enormey la bailó por el inmenso salón principal de su enormepent-house y mientras bailaban y bailaban, dentro delespejo, fuera del espejo, recordó el otro baile, aquelgracioso baile del epílogo de su himeneo a punta yritmo de himno nacional en tiempo de cha cha chá, laépoca remota cuando tomó la firme decisión de hacerbillete para volverse importante y de alguna maneraexperimentó un extraño sentimiento de nostalgia yunas lágrimas incontenibles rodaron por sus mejillas amedida que se apoderaba de él un vértigo, «malditomareo», todo daba vueltas a su alrededor, no era elbaile, el baile se había quedado quieto en el espejo, jquécarajos iba a ser el baile!, era otra cosa, era otra vainarara allá en su corazón, una rabia, un vacío, un dolor,tal vez vergüenza, «¿será el brandy que me tomé?»,sería el colmo, se habían quedado quietos, parados enla mitad del salón pero de alguna manera seguíanbailando sobre el espejo, ella tenía puesto el pendentify él la robe de chambre, los cuatro chicos se habían idopara el cóntri a estrenar prestigio, de pronto se detuvie-ron frente a la gritería del otro arcántropo instalado,petulante, en la suciedad del surco del disco pero el

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vértigo, maldito mareo, tomó forma y ruido de náusea,él tosió, cof, cof, cof, cooofff, ella lanzó un alaridodesgarrador, aaayyyyy, al ver que los zapatos de sumarido ya no bailaban ni caminaban, tampoco golpea-ban, malhumorados, contra el piso sino que apunta-ban, macabro s, hacia el cielorraso, los talones separa-dos entre sí por la mancha de vómito sobre la alfombramullida para pisar bien rico.

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