LIBERTAD DE MANIFESTACIÓN: CONQUISTA DEL MOVIMIENTO

DEL 10 DE JUNIO DE 1971.TESTIMONIOS DE UN hEChO hISTÓRICO

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Universidad Nacional Autónoma de México 2013

Testimonios de un hecho histórico

LIBERTAD DE MANIFESTACIÓN: CONQUISTA DEL

MOVIMIENTO DEL 10 DE JUNIO DE

J O E L O R T E g A J U á R E z

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Primera edición: 8 de enero de 2013

D.R. © 2011 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, México, D. F.

Dirección general de Publicaciones y Fomento Editorial

ISBN 978-607-02-4125-3

Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio

sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México

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Ortega Juárez, Joel, 1946- .

Libertad de manifestación : conquista del movimiento del 10 junio de 1971 : testi-

monios de un hecho histórico /Joel Ortega Juárez. -- México, D. F. : UNAM, 2012.

136 p.

ISBN 978-607-02-4125-3

1. Movimientos estudiantiles – México. 2. Estudiantes universitarios -- Actividad

política – México. 3. México -- Política y gobierno -- 1970-1988. I. t.

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Para Belinda haro permanente compañía en mis aventuras vitales e intelectuales; soporte

amoroso y firme en los momentos críticos.

Para Laura por su cariño filial siempre dispuesto a resolver los desafíos durante

la elaboración de este testimonio.

Para Joel por sus críticas, aportes griegos a estos alegatos latinos.

Para Jose dulce y sabia en sus opiniones y su respaldo.

Para Iliana por su cercanía y alegría motores de siempre, hoy enriquecidos por hannah.

A José Reveles por su valioso testimonio.

A Enrique herrera por su valiente renuncia y su confianza a este trabajo.

A Josefa Erreguerena quien me obsequió su experiencia teórica desde los umbrales de esta labor.

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Introducción

Testimonio de Joel Ortega

Testimonio de José Reveles

Testimonio de Enrique herrera Burquetas

Conclusión

Bibliografía

Anexos

Contenido

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Introducción

Las trampas ideológicas y políticas se ciernen permanentemente como inevitables conjuras contra la objetividad y como sistemáticas tentacio-nes de protagonismo y subjetividad para recrear una épica, que puede convertirse en mercancía, para sustentar, incluso, una forma de vida.

Es muy frecuente, en nuestros días, tanto en el periodismo co-tidiano como en los ensayos pretendidamente teóricos, colocar en el centro de la atención pública cuestiones estridentes, asuntos, affaires, muy vinculados a las entretelas de las élites. “Quien escribe mientras ocurren los hechos deja documentado lo que la gente no sabía enton-ces; por ejemplo que el muro estaba a punto de caer”.

Estas reflexiones de Timothy garton Ash, en su libro Historia del presente (2000) son desafíos indescifrables, inéditos y hasta insolentes para quien trate (como es mi caso) de apuntar algunas consideraciones en torno a acontecimientos vividos personal y recientemente.

Por eso sostengo que, pese a todos sus inconvenientes, la aventura li-teraria de escribir “historia del presente” siempre ha merecido la pena, y ahora todavía más, por la forma de hacer y documentar historia en nuestros días; y porque le ha perjudicado la evolución habida en las

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profesiones del periodismo y la historia académica. No obstante, uno puede hartarse pronto de tanta introspección metodológica. En mi opi-nión el hábito generalizado y compulsivo de etiquetar, encasillar y com-partimentar es una enfermedad de la vida intelectual moderna. Dejemos que el trabajo hable por sí mismo. Al final, lo que importa es una sola cosa: ¿es el resultado auténtico, importante, interesante o conmovedor? Si lo es, que más da la etiqueta. Y si no lo es, entonces, no merece la pena leerlo.1

El objetivo central de este trabajo es comprender la movilización del 10 de junio de 1971, lucha relegada a un segundo plano, por buenas y malas razones, ante el episodio libertario y trágico del Movimiento del 68.

Cada profesión tiene su defecto característico. Si tuviera que re-sumir el de la labor periodística en un par de palabras diría que es la superficialidad, y el del trabajo académico, la irrealidad.2

En el México de los sesenta y setenta del siglo pasado era patente la crisis de la hegemonía priísta. Su expresión social más aguda fueron los movimientos sindicales y de trabajadores de finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta.

Una lucha por demandas salariales y por la recuperación de la organización sindical generó entre los ferrocarrileros un movimiento inédito. Consiguieron elegir democráticamente a sus dirigentes, lle-varon a Demetrio Vallejo a la Secretaría general de su sindicato. Sin embargo, lograron importantes conquistas gremiales en la primera fase del movimiento, en 1958, y en la segunda, cuando estalló una huelga al iniciar 1959. Los ferrocarrileros sufrieron una desmedida represión por parte del gobierno del presidente Adolfo López Mateos. El ejército tomó las instalaciones de Ferrocarriles Nacionales de México; miles de traba-jadores fueron encarcelados; los locales sindicales fueron ocupados por el ejército o la policía y a sus dirigentes se les procesó por varios delitos, entre ellos el de disolución social.

1 Timothy garton Ash, Historia del presente. Ensayos, retratos y crónicas de la Europa de los 90, Barcelona, Tusquets, Tiempo de Memoria, 2000, p. 23.2 Timothy garton Ash, Ibid., p. 21

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Valentín Campa, viejo dirigente comunista, Demetrio Vallejo y otros líderes fueron enviados varios años a prisión. La lucha por su liber-tad se convirtió en emblemática. David Alfaro Siqueiros y Filomeno Mata también fueron encarcelados por haber creado un Comité Pro Li-bertad de Presos Políticos. Al gobierno no le importó apresar a uno de los mexicanos más prestigiado en el mundo, el muralista David Alfaro Siqueiros.

Una situación semejante padeció el magisterio. Othón Salazar Ra-mírez encabezó una lucha por la democratización de la Sección IX del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (snte), que agru-paba a los maestros de primaria del Distrito Federal. Los maestros consi-guieron llevar a la Secretaría general al profesor gabriel Pérez Rivero, compañero de Othón Salazar y miembro del Movimiento Revoluciona-rio del Magisterio. Con esa dirección sindical obtuvieron significativas conquistas laborales y salariales.

Igual que los ferrocarrileros, los maestros fueron reprimidos. Othón Salazar también fue encarcelado, aunque su prisión fue mucho menos prolongada que la de los ferrocarrileros. Vallejo y Campa pasaron más de 10 años en prisión, incluso Siqueiros y Filomeno Mata permanecieron presos varios años.

Esa atmósfera autoritaria y represiva se extendía a todo el país y a diversos sectores sociales. En 1962, el antiguo zapatista y líder agrario Rubén Jaramillo fue asesinado junto con su esposa en el estado de Mo-relos. Muchos movimientos campesinos fueron sofocados por el ejército.

Durante toda la década de los años sesenta los universitarios pa-decieron la represión estatal. Muchas universidades del país fueron ocupadas por el ejército. El descontento se expandió a sectores de las capas medias.

En 1965 estalló un movimiento nacional entre los médicos de las instituciones de salud pública. Su lucha también fue reprimida.

Éste era el contexto político que dio origen a los movimientos del 68 y el 10 de junio que analizamos en este trabajo. En dicho marco se basa la hipótesis central:

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La lucha de los manifestantes por ganar la calle el Jueves de Cor-pus, el 10 de junio de 1971, en San Cosme, sintetizó la aspiración y defensa de las libertades democráticas conculcadas, por décadas, bajo el régimen autoritario priísta.

El hilo conductor del trabajo es mostrar el daño causado al desarro-llo político nacional por la hegemonía de la cultura, ideología y políticas autoritarias del Estado, envueltas bajo los paradigmas de la Revolución mexicana. Al mismo tiempo, se intenta probar cómo hubo resistencia a esa política desde el movimiento social y político autónomo. Los casos paradigmáticos de esa resistencia autónoma son el movimiento estu-diantil del 68 y la manifestación del 10 de junio de 1971.

La hipótesis de este trabajo gira en torno al papel del movimiento estudiantil mexicano de las décadas de los sesenta y setenta, que cum-plió las tareas que Carlos Marx y Antonio gramsci le asignaban al par-tido proletario. Se trata del partido en sentido histórico, no del partido electoral con registro del sistema político mexicano actual.

Marx hablaba del partido en sentido histórico, que concentra en sí mismo los intereses revolucionarios de la sociedad para llevar a cabo las tareas históricas que surgen automáticamente de la revolución.3

Antonio gramsci dice:

(…) el partido anticipa idealmente los momentos del proceso histórico de la sociedad y se prepara para ser capaz de dominarlos cuando sucedan: se convierte él mismo en coeficiente activo de la historia italiana y le preocupa de manera sustantiva la autonomía del partido cuando señala: “la autonomía y la independencia de los asociados es la primera condi-ción necesaria para la vitalidad y la historicidad de una asociación.4

Según Marx y gramsci el partido es…

3 Carlos Marx, Las luchas de clase en Francia de 1848 a 1850 (1971).4 Antonio gramsci, en El grito del pueblo, 14 de septiembre de 1918.

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• Memoria histórica. Este papel lo desempeña el movimiento estudiantil cuando rescata la herencia de las luchas de los trabajadores de fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, principalmente las de los ferrocarrileros, encabezados por Valentín Campa y Demetrio Valle-jo. La recuperación de la memoria histórica se expresa gráficamente en las imágenes de ambos dirigentes llevadas como carteles en las manifestaciones del movimiento de julio-diciembre de 1968.

• Vanguardia política. Cuando los estudiantes movilizados asumen la lucha en defensa de los intereses populares y se desplazan a los lugares en donde se realizan esas luchas, como las fábricas y huelgas, desempeñan un papel de vanguardia política ante la ausencia de un partido que lo realice.

• Promotor y formador de organizadores sociales y politicos. Porque partici-pa en todas las luchas, a través de cientos de activistas que se asumen como organizadores de los movimientos.

• Conciencia crítica. La genera de muchas maneras: distribuyendo perió-dicos, organizando conferencias, círculos de estudio e incluso puestas en escena de obras de teatro y montando exposiciones pictóricas y otras formas de expresión que dotan de conciencia a los movimientos.

• Constructor y educador de una nueva cultura. Aquí podemos encuadrar las inmensas aportaciones del movimiento estudiantil en múltiples expresiones como conciertos, obras teatrales, cine-clubes y otras.

El tema central del texto es el movimiento del 10 de junio, si bien se refiere como antecedente el movimiento de los universitarios de Nuevo León. Integro mi testimonio por haber participado como uno de los or-ganizadores y haber encabezado la manifestación del Jueves de Corpus, aquel 10 de junio de 1971 en las calles de San Cosme.

También se incluye el testimonio de José Reveles, periodista que cubrió tal manifestación y otros acontecimientos cruciales de esa etapa

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de la historia del país y lo ha seguido haciendo a lo largo de más de 40 años. Es un periodista que ha obtenido múltiples reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Periodismo, en el género de Reportaje 2001.

Un testimonio muy valioso es el de Enrique herrera, quien era subsecretario de Comunicaciones y Transportes y director fundador de Notimex durante el gobierno de Luis Echeverría. En un gesto de gran valor renunció a este alto cargo en protesta por la matanza de estudian-tes, perpetrada por el gobierno. herrera narra cómo vivió, desde las en-trañas del poder, ese 10 de junio de 1971.

Se registran los debates en torno a la pertinencia de la realizar la manifestación y de la conducta que se debía asumir ante el gobierno de Luis Echeverría álvarez y su política denominada Apertura Democrática.

En las conclusiones se abordan las aportaciones que hizo el movi-miento del 10 de junio de 1971 al proceso de cambios, largo y contradic-torio, que sigue enfrentando tendencias restauradoras. Éstas intentan demostrar los avances y retrocesos del movimiento social y las tareas y desafíos pendientes.

La bibliografía, elemento central de la investigación, es una reco-pilación de casi todos los libros editados hasta la fecha en torno al tema del movimiento estudiantil.

También se anexan, documentos muy importantes de esos días, entre ellos el Manifiesto 10 de junio y la “Carta de renuncia de Enrique herrera”.

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TESTIMONIO DE JOEL ORTEGA

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Nuevo León como el punto de partida del 10 de junio de 1971

Luego de la masacre del 2 de octubre y en general después de los mo-vimientos del 68 en el mundo, todas las movilizaciones estudiantiles se postraron, quedaron completamente derrotadas. En México a pesar de la matanza de Tlatelolco, hubo posibilidad de reconstruir el movimiento en un periodo muy breve. Ese renacimiento se dio en la Universidad de Nuevo León con sede en Monterrey, la cual luchó a fines de 1970 por su autonomía. La batalla por la autonomía la encabezaron los estudian-tes, profesores y trabajadores que militaban, casi todos, en el Partido Comunista Mexicano. En esta Universidad, el Partido Comunista se vinculaba con los estudiantes a través del Movimiento de Estudiantes Democráticos (med). Incluso había miembros del Partido Comunista entre las autoridades universitarias de Nuevo León porque tenía mucho arraigo en esa Universidad.

Entre sus organizadores estaban Celso garza guajardo, Arturo Del-gado, Arturo Martínez Nateras, José Luis Sustaita y Óscar guajardo. Entre los maestros, Tomás gonzález de Luna, Máximo de León garza y Rolando guzmán, quien fue el primer secretario general del sindicato de profesores.

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Es interesante recordar que entre los miembros de la Asociación de Jóvenes de la Esperanza y la Fraternidad (ajef), jóvenes masones, es-taban César Yáñez, Pedro Sánchez y Arturo Vives, pioneros de las Fuer-zas Populares de Liberación, que son la semilla del Ejército zapatista de Liberación Nacional (ezln), encabezado por el subcomandante Marcos, movimiento que se sublevó el 1 de enero de1994, tomó cuatro palacios municipales en Chiapas y enfrentó al ejército durante 10 días, con saldo de muchos muertos.

En Monterrey existía igualmente la Organización Católica Uni-versitaria (ocu), de la que surgieron muchos integrantes de la Liga Co-munista 23 de Septiembre, entre ellos Ignacio Salas Obregón, Oseas (apodo tomado de la Biblia: profeta que transmite la palabra de Jehová).

Los integrantes del Partido Comunista eran muchachos radicales, como Raúl Ramos zavala, quien dos o tres años después fue asesinado por la policía en una emboscada, en el Parque México del Distrito Fe-deral. Cuando Raúl era profesor de economía en la unam, fundó la Liga Comunista 23 de Septiembre y de su corriente denominada Procesos, porque sus miembros escribieron un texto que hablaba de procesos y que dieron la pauta para ese nombre.

Estaba también en este movimiento estudiantil democrático, Eduar-do gonzález, dirigente de la Escuela de Economía, y después profesor de la unam y, en 1988, coordinador de la campaña electoral de heberto Castillo para la presidencia de la República por el Partido Mexicano Socialista (pms), quien declinó a favor de Cuauhtémoc Cárdenas y se integró al Fren-te Democrático Nacional (fdn). El fdn realizó la campaña de la izquierda más importante hasta ese momento. Incluso muchos ciudadanos mexi-canos creemos que Cárdenas ganó y fue víctima de un fraude colosal por parte de Manuel Bartlett y el candidato del pri, Carlos Salinas de gortari.

Raúl Ramos zavala, fundador de la Liga Comunista 23 de Septiem-bre y dirigente de la Juventud Comunista, así como Eduardo gonzález, quien murió en 1988 siendo coordinador de la campaña de heberto Castillo, eran los miembros más destacados de la Juventud Comunista en Nuevo León.

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El Partido Comunista Mexicano tenía influencia en el Sindicato de Profesores y el Sindicato de Trabajadores, situación bastante in-sólita, inédita en esa época; prácticamente era la única universidad donde había sindicato de trabajadores, de profesores y organización estudiantil.

Esto permitió ganar la lucha por la autonomía, a fines de 1970. Ante ello, en 1971, el gobierno de Luis Echeverría y el gobierno estatal de Eduardo A. Elizondo Lozano reaccionaron tratando de imponer una legislación retrógrada en la Universidad, pues proponían como órgano de gobierno una asamblea universitaria, integrada por representantes del sector patronal, de los sindicatos oficiales del pri y otros actores que ejer-cían el poder en Nuevo León. Sin embargo, todos los universitarios se opusieron a esa ley y se generó el movimiento.

Inició con un campamento frente al Colegio Civil, antecedente de la Universidad de Nuevo León, que era la sede de la preparatoria. El campamento era entonces un método de lucha novedoso en México; se instaló y duró meses, y a partir de esa lucha se propagó un movimiento de solidaridad en todo el país. De enero a marzo de 1971 se desarrolló una agitación nacional por parte de los activistas.

Fui a Sinaloa, a guadalajara y a casi todas las normales rurales del país; eran 29 en los estados, y tuvieron auge con el gobierno del presi-dente Lázaro Cárdenas del Río, en su sexenio de 1934 a 1940. Eran es-cuelas que tenían internados, en donde vivían los estudiantes. Todavía existen algunas; hace poco hubo un movimiento en la Escuela Normal de varones del Mexe, hidalgo, y otro en Ayotzinapa, guerrero, donde estudió Lucio Cabañas Barrientos, guerrillero rural, cercano al Partido Comunista debido a su militancia original en la Juventud Comunista.

Las normales eran para varones o para mujeres; no había mixtas. Ejemplos de estas últimas son la de Palmira, en la carretera de Cuernava-ca hacia Acapulco, o bien, la de galeana en Nuevo León, muy cerca de Monterrey. Después del 68 gustavo Díaz Ordaz cerró muchas escuelas normales, si bien hubo una resistencia muy fuerte. La ira del presidente contra las normales rurales se produjo porque fueron las únicas escuelas

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que, después del 2 de octubre, hicieron un paro en contra del gobierno, apoyando a los estudiantes del Distrito Federal.

Después de la matanza de Tlatelolco se crearon los comités de lu-cha en la unam, el Politécnico, Chapingo, la Universidad Iberoamerica-na, El Colegio de México, la Escuela Nacional de Maestros y la Normal Superior. Se logró conformar un organismo denominado Comité Coor-dinador de Comités de Lucha, que por economía se le llamó CoCo, actuaba en el centro del país, en el D. F. y su zona conurbada.

Los comités de lucha fueron los herederos de los antiguos organis-mos de los estudiantes del 68. había comités de lucha en cada escuela.

El Comité Coordinador de Comités de Lucha actuaba en esta zona del centro del país, en el Distrito Federal y su zona conurbada.

Los comités de lucha fueron los herederos de las antiguas organi-zaciones estudiantiles. En cada una había tres representantes al comité coordinador, quienes eran electos por una asamblea con calidad de re-vocables, no había permanentes; si no cumplían las orientaciones de la asamblea, eran removidos sin importar de quien se tratara; no había lo que llamábamos “vacas sagradas”. Cualquiera podía ser representante, pero también podía ser destituido.

Unión Obrero Estudiantil

La solidaridad con Nuevo León propició –es muy importante recordarlo– huelgas de trabajadores; la que más fuerza tuvo, la más simbólica, fue la de la fábrica Ayotla Textil, ubicada en la carretera de Texcoco, huelga que a su vez fue apoyada por el movimiento universitario.

Esto tiene gran relevancia porque durante el 68 aprendimos que sin los obreros no íbamos a lograr nada. Construir la llamada unión obrero-estudiantil era una meta muy importante. Se intentó entonces, pero no se consumó.

Sólo en sectores aislados, como el Sindicato Mexicano de Electri-cistas (sme), por ejemplo, conseguimos apoyo de los trabajadores; inclu-so participaron en algunas de las manifestaciones, particularmente la del

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13 de septiembre, la marcha del silencio. A ella acudió un contingente de más o menos mil trabajadores electricistas, a pesar de la oposición de su dirección sindical al movimiento.

En general, no hubo la respuesta que hubiéramos deseado. Fueron pocos los trabajadores que apoyaron al movimiento del 68, aparte de los del sme: pequeños sectores de los ferrocarrileros y un grupo de profeso-res de primaria del Distrito Federal que estallaron una huelga, pero ésta fue después del 2 de octubre.

No hubo respaldo obrero con trascendencia. No conseguimos lo que, por ejemplo, en Francia logró el Mayo francés: el apoyo de los traba-jadores. Por eso se quedó como una meta, una obsesión, una necesidad.

En el movimiento previo al 10 de junio de 1971 había simultánea-mente dos metas principales: apoyar a los universitarios de Nuevo León y a los trabajadores en huelga.

Las huelgas locas

A las huelgas locas, pequeñas huelgas de fábricas, las llamaban así por dos razones: primero, porque estallaban en pequeñas empresas, como Spicer en Coapa; segundo, porque no se hacían ajustándose a la legalidad, es decir, no se emplazaba a huelga ante la junta de conciliación correspon-diente. Eran luchas de trabajadores que de facto estallaban la huelga, no seguían formalidades.

Valentín Campa las consideraba huelgas constitucionales. Él de-cía que en el artículo 123 de la Constitución estaba establecido el dere-cho de huelga y que no había que tomar en cuenta las restricciones de la Ley Federal del Trabajo, ya que limitaban tal derecho. Las huelgas constitucionales no estaban al margen del derecho, sino que se apoya-ban en la Constitución, pero se hacían al margen de los trámites que establecía la Ley Federal del Trabajo, como la toma de notas del Comité Ejecutivo del Sindicato, tan perniciosa que se usó recientemente para golpear al sme y luego liquidar a la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza del Centro. Apoyábamos a trabajadores que tenían alguna demanda de

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tipo salarial o de orden sindical, de reconocimiento de sus dirigentes; para eso se ponían en huelga, para presionar y obligar al gobierno a reconocer al sindicato. Eso ocurrió en muchas pequeñas huelgas de fá-bricas, pero las más importantes que recuerdo fueron la de Ayotla Textil y la de Spicer. En ambas, los estudiantes fueron un factor importantísi-mo de apoyo, porque íbamos repartiendo volantes, haciendo guardias nocturnas y diurnas en los piquetes de huelga: ahí se dio en la práctica la unión obrero-estudiantil.

Libertad a presos políticos

La movilización del 10 de junio también fue por la libertad de los presos políticos. Ésa fue la otra base del movimiento, porque quedaban todos los presos del 68 y además seguían encarcelados desde hacía 13 años los presos ferrocarrileros, entre ellos Demetrio Vallejo y Valentín Campa. El primero fue detenido en marzo de 1959 y el segundo un año después.

Valentín Campa logró esconderse un año en la clandestinidad, pero finalmente, por un error o una delación, lo detuvieron. Durante ese año, cada día se quedaba en una casa diferente; en una oacsión dijo: “Voy a ver a mi mamá” y se dirigió a un lugar aparentemente sólo cono-cido por él, la autora de sus días y el grupo que lo apoyaba. Cuando llegó ahí, lo detuvieron. generalmente este tipo de detenciones ocurrían por delación porque la policía mexicana actuaba y sigue actuando así.

Es muy triste saber que Valentín Campa y Demetrio Vallejo, du-rante todos los años que estuvieron en la cárcel, no se dirigieron nunca la palabra porque tenían perspectivas distintas sobre la huelga de ferroca-rriles de 1958-1959 y eran tan inflexibles al defender ideas o tan intran-sigentes, como lo queramos ver, que llegaron al extremo de no dirigirse la palabra. Era terrible si se toma en cuenta que además estaban prác-ticamente solos, aun cuando tenían que convivir con cientos de presos comunes; únicamente había algunos presos ferrocarrileros como Miguel Aroche Parra, Alberto Lumbreras, J. Encarnación Pérez gaytán Chón y gilberto Rojo Robles.

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Fue una prisión tan larga y ni siquiera pudieron mantener la amis-tad; esto es algo inexplicable, tremendo humanamente. Campa y Vallejo eran hombres de los que tristemente ya no existen. Eran obreros: Campa fue durante años trabajador de la Fundidora de Monterrey, trabajador del acero y luego ferrocarrilero, y Vallejo fue peón de vía. Eran auténti-cos rabajadores. Uno y otro cuentan con historias muy impresionantes. hay biografías y testimonios muy interesantes de ambos.

Traté mucho a Valentín Campa, incluso me escondí en su casa unos días cuando protesté ante Echeverría en 1975, durante su insolen-te “visita” a Ciudad Universitaria. En cuanto a Demetrio Vallejo, tuve como compañero a uno de sus hijos, en la Escuela de Economía, Fernely Vallejo garamendi, que participó en el Movimiento del 10 de junio y en el del 68. Ahora está casi ciego, es un promotor de los juegos de aje-drez, en una carpa que está en la Ciudadela. Platiqué con él hace unos meses, precisamente cuando fui a dejar mi libro 10 de junio: ganamos la calle, a la Biblioteca México. Es una persona muy pobre. Con Demetrio Vallejo realicé una campaña electoral en 1985; él en el distrito XVIII en el norte de la ciudad donde estaba la refinería de Atzcapozalco, y yo en el IX, que incluye el barrio de Santa Julia, donde nací. Él iba en las listas plurinominales y llegó a ser diputado sólo por unos meses, pues murió en diciembre de ese año y su suplente se convirtió en diputado: Alejandro Encinas.

Resumiendo: hasta ahora nos hemos referido a tres demandas del movimiento: 1) apoyo a Nuevo León; 2) unión obrero-estudiantil y 3) libertad a presos políticos.

Rechazo a la apertura democrática

Una cuarta consigna, muy importante, se forjó alrededor del movimien-to de reacción frente al gobierno: rechazo a la “apertura democrática” de Luis Echeverría álvarez. El presidente, que había tomado posesión el 1 de diciembre de 1970, llegó con la intención, digamos de “restañar” las heridas políticas, sociales que había dejado la matanza del 68. Ofreció

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una “apertura democrática”, es decir, cambiar el autoritarismo, pero era pura demagogia.

Algunos intelectuales, incluso muy importantes, le creyeron. Con-sideraron que la apertura democrática de Echeverría era real, nos de-cían: “Démosle el beneficio de la duda”; entre otros estaban Víctor Flores Olea, Enrique gonzález Pedrero, Fernando Benítez, Carlos Fuen-tes y otros que llegaron a elaborar la idea conceptual, no era una simple consigna: “Echeverría o el fascismo”. Esa política lastimó al movimiento democrático de izquierda porque había un sector que creía en la apertura y nosotros estábamos muy radicalizados, y decíamos lo contrario: recha-zo a la “apertura democrática” de Luis Echeverría.

Rechazábamos a Echeverría por su participación como secretario de gobernación en el sexenio de gustavo Díaz Ordaz y su innegable res-ponsabilidad en la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Ade-más porque su gobierno, recién iniciado, quería imponer una ley fascista en la Universidad Autónoma de Nuevo León y mantenía la misma polí-tica de reprimir las manifestaciones a fines de 1970 y principios de 1971. Entonces había bases para decir: no hay que confiar en el gobierno.

La represión se realizaba de manera combinada: se usaba a la po-licía y al ejército; básicamente, en la ciudad de México, intervenían los granaderos, pero si el movimiento demostraba mucha fuerza intervenía el ejército.

Al mismo tiempo comenzaron a entrenar y preparar a los halco-nes, que eran un grupo paramilitar a cargo del entonces coronel Manuel Díaz Escobar Figueroa. Algunos de esos cuerpos militares represivos los entrenaron en Estados Unidos. Los halcones no eran ajenos al Estado: simplemente no eran cuerpos regulares de la policía o el ejército, por lo cual no era posible decir que el financiamiento lo hacía el Estado. Ahora sabemos que así fue.

Jorge Carrillo Olea, quien fue jefe de la sección segunda del Estado Mayor Presidencial en el gobierno de Echeverría, nada menos que la en-cargada de realizar las labores de inteligencia, acaba de publicar el libro titulado México está en riesgo, donde asume que efectivamente existía ese

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cuerpo. También confirma que Echeverría y Fernando gutiérrez Barrios actuaron con toda la fuerza del Estado para impedir que los estudiantes “nos tomen la calle”. Su biografía es un compendio de fechorías contra la sociedad, incluyendo su nefasto periodo como gobernador de Morelos, donde tuvo que renunciar por sus vínculos con el crimen organizado.

Ya abordamos el cuarto punto: rechazo a la apertura democrática.

Reforma universitaria nacional

El quinto punto del movimiento está vinculado al primero: reforma uni-versitaria democrática en todo el país. Era la lucha por convertir a las universidades en instituciones gobernadas por estudiantes y maestros, de manera democrática, y no como era y sigue siendo por un pequeño grupo como en la unam, a través de la Junta de gobierno, integrada por 15 per-sonas que designan al rector y al resto de las autoridades universitarias.

Ganar la calle

Cuando Salvador Allende tomó posesión como presidente, el 4 de no-viembre de 1970, hicimos una manifestación interna en el Instituto Po-litécnico Nacional (ipn) porque el gobierno no nos dejó salir a la calle. Fue en la celebración del triunfo de Allende y el acto de solidaridad con Ayotla, cuando por primera vez el gobierno recurrió a los halcones en el campus. Los paramilitares utilizaron solamente kendos, no armas de fuego y entonces los estudiantes logramos rechazar la agresión.

Este cuadro nos hacía pensar, con cierta dosis de ingenuidad, que la manifestación del 10 de junio, si la reprimían, iba a ser con kendos y bueno pues... ¡a como nos toque! Incluso en ciertas escuelas, por lo menos Economía, deliberadamente hicimos palos muy gruesos para las mantas, con la intención de usarlos si había un choque con los halcones. Pensábamos que no iba a pasar de eso: palos contra palos.

En eso confiábamos pues éramos más y teníamos la convicción de que los otros eran cuerpos represivos, mercenarios, y nunca es igual

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alguien que lucha por ideas, que alguien que lucha por una paga; eso es así desde los griegos, no descubro el hilo negro.

Toda esta atmósfera fue gestando un gran movimiento: era como un embarazo, iba creciendo el vientre de esa mujer rebelde, masiva, des-de diciembre de 1970.

Se conquista la autonomía en la Universidad de Nuevo León, se reanuda la lucha en enero-marzo de 1971, aunque el Estado intenta fre-narla al imponer la Ley Elizondo. La lucha se expande por todo el país, se suman la causa de los obreros, el movimiento por la libertad de los presos políticos, el rechazo a la apertura democrática y la conquista de la calle, ejerciendo el derecho constitucional de manifestación.

El debate interno

Fue entonces cuando empezaron a realizarse asambleas muy intensas, muy agrias. Por un lado algunos pensábamos que había que rechazar la apertura democrática; básicamente los comités de lucha de Economía, de Chapingo, del Politécnico, de Medicina, de Ciencias Políticas, y los que políticamente estaban asociados o eran simpatizantes del Partido Co-munista, de la Juventud Comunista y de los grupos maoístas, trotskistas o castristas, como los que se agrupaban en Estrategia, que dirigían los maestros Alonso Aguilar y Fernando Carmona en Economía, quienes editaban una revista con ese nombre. Todos ellos conformaban el blo-que radical.

Y por otro lado el bloque moderado, por llamarle de alguna mane-ra, estaba encabezado por escuelas como la Facultad de Ciencias y diri-gentes como Salvador Martínez de la Rocca, alias el Pino (quien ha sido varias veces diputado federal, local y jefe delegacional, colaboró como asesor de Marcelo Ebrard e hizo campaña en favor del delfín del jefe de gobierno para sucederlo, el secretario de Educación, Mario Delgado), que había estado preso en 1968; por gilberto guevara Niebla que fue integrante del Consejo Nacional de huelga y también estuvo preso, al igual que Raúl álvarez garín, dirigente del 68, y Miguel Eduardo Valle,

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el Búho, recientemente fallecido, también preso y dirigente del Consejo Nacional de huelga (cnh), en representación de la Escuela de Econo-mía, como los más connotados.

En el bloque radical –es muy importante no olvidarlo– estaban las preparatorias populares, con sus líderes; entre ellos, Joel Ochoa, el Negro Ochoa le decíamos, uno de los dirigentes actuales del movimiento chi-cano en Los ángeles, California. En ese bloque estábamos los de Eco-nomía: Pablo gómez, gastón Martínez y yo; los de Medicina con Raúl Moreno Wonchee; los de Filosofía con Jesús Sandoval. En Arquitectura, los compañeros anarquistas como germinal Pérez y hasta los “acele-rados” del Comité de Lucha de Derecho, como Pedro Castillo Salgado, de triste trayectoria, y Carlos Arango Napoleón, líder de los mexicanos migrantes en Chicago, Illinois, a través de la Casa Aztlán. También es-taban casi todos los del Politécnico y Chapingo.

El debate era muy fuerte entre los compañeros radicales, pero ade-más los moderados traían el áurea de ser los líderes del 68. Les decíamos por eso, de manera un poco insolente: las vacas sagradas.

Recuerdo cuando Eduardo Valle el Búho y Pablo gómez regresa-ron a la Escuela de Economía. Yo era el dirigente de la Asamblea, y del Comité de Lucha salieron de la cárcel y regresaron de Chile a donde los había enviado el gobierno. Los recibimos con mucha alegría, entusias-mo, emoción, ¡hasta lágrimas hubo!

No a los caudillos

Teníamos una oposición muy grande a los líderes absolutos, sin control, y tratábamos de evitar el riesgo de que se convirtieran en figuras mesiá-nicas, en caudillos.

Recuerdo mi mensaje de bienvenida, les dije:

Bueno, compañeros, están otra vez con nosotros, nos alegramos mucho por lo que han sido, y los respetamos por lo que tuvieron que sufrir en la cárcel y en su breve exilio, pero aquí son uno más.

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