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Ya Thomas de Quincey trató al asesinato como un arte. ¿Será cierto? Los cuentos de este libro tratan de despejar la incógnita. Vale

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El asesinato como manifestación artística Héctor Gantenbein

El asesinato como manifestación artística

Héctor Gantenbein

Agosto de 20151

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El asesinato como manifestación artística Héctor Gantenbein

Índice

Ama de casa………………………………………………………………….................. 03

Tribulaciones de un asesino a sueldo …..………………………………………………. 05

Un trato............................................................................................................................. 09

El extraño……………………………………………………………………………….. 11

En la noche… ……………………………………………………………………….. 13

Amor verdadero………………………………………………………………………….15

Callejón de almas perdidas……………………………………………………………….18

Dilema………………………………………………………………………………...…. 20

Don Chuma…………………………………………………………………………….... 23

Facetas del amor…………………………………………………………………………. 27

Humor blanco……………………………………………………………………………. 29

La santa muerte………………………………………………………………………….. 31

Los negocios de mi tío…………………………………………………...……………….33

Manolo……………………………………………………………..……………………..39

Mi amigo Juan………………………………………… ………………………………..41

Mi compadre el “Cacarizo”………………………………………………………………..44

Mi compadre y mi psicólogo……………………………………..………………………..47

Plática de café......................................................................................................................49

Problema existencial………… ……………………………………………………………53

Que cursi…………………………………………………………………………..……….55

Un proemio y una historia verdadera………… ………………………………………….57

Una discusión filosófica…………………………… ……………………………………60

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Ama de casa

El ama de casa en su afán de tener todo limpio no la para nadie.Su manera de guardar las cosas, que su media naranja deja tiradas, es muy

sencilla, simplemente guarda en el cajón más cercano y se olvida de ello. Cuando el marido a última hora busca el discurso que tanto trabajo le costó para leerlo en su ingreso en el club “los amigos del saber”. Lo busca, lo busca sin encontrarlo jamás. Improvisa en el club con el disgusto de los que lo escuchan, pues no están para oír sandeces. Al paso del tiempo y mientras busca este marido sus lentes encuentra el discurso. Misteriosamente estaba en el entrepaño más alto de la despensa, ni él se explica por qué buscaba los anteojos en este sitio. Desde luego no los encuentra en ningún lado.

Los aparatos electrónicos tienen fobia al trapo de limpiar. Después que la señora los deja rechinando de limpios todo les falla. A veces ni el técnico que los repara encuentra el fallo. Es común que cuando el marido en la noche, después de trabajar arduamente durante todo el día, prende la televisión, situada en la sala de la casa, para ver su partido de futbol encuentra sólo silencio y oscuridad en la pantalla televisiva, al preguntar a su esposa: “¿qué le hiciste a la televisión?” Ella con displicencia sólo le contesta: “nada” y sigue tan tranquila mirando su telenovela en la tele que tiene en la cocina. Cosa rara, ésta nunca se descompone.

El ama de casa en ocasiones parece pulpo, el hombro derecho pegado cerca de la oreja sostiene un teléfono inalámbrico, con una mano prende la estufa mientras con la otra, armada del infaltable trapo de limpiar, le da una repasada a la mesa adjunta de la cocina. El marido tiene que hacer una llamada urgente a su oficina, pero la charla de la señora es interminable. Con paciencia espera que ella termine, y cuando esto sucede él está en el baño. Cuando se dirige al aparato telefónico, suena de nuevo el timbre y la señora de la casa en un acto de prestidigitación toma el otro teléfono inalámbrico e inicia un parloteo que no tiene fin.

Parece mentira lo que voy a referir. El marido tiene que trabajar toda la noche en la oficina pues habrá auditoria. Él y su jefe deben preparar toda la documentación que ha quedado pendiente. Ya de madrugada el jefe para no pagar tiempo extra al empleado, lo deja ir a su casa y que descanse todo el día. Después de pasar toda la noche en vela, en seco, sin ningún reconstituyente alcohólico sólo un mal café.

Ya en su casa con grandes ojeras y la cara desencajada le dice a su bella consorte: “voy a dormir” y se mete a la cama. Pero, nunca se había dado cuenta de los ruidos normales de la mañana: el perro ladra con entusiasmo el oír el timbre de la casa, al abrir la puerta la señora se pone a platicar a grito

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pelado con la vecina. Después con intervalos regulares suena el maldito teléfono, como la señora está ocupada limpiando deja sonar el teléfono hasta que el marido desesperado le grita: “contesta el cabrón teléfono” y ella enojada le grita “Uy, que genio”. Al final el marido opta por regresar a la oficina.

Como los jesuitas en la escuela le enseñaron a ver las cosas con filosofía, en su trabajo nuestro héroe observa que todos los miembros masculinos casados están de mal humor y con envidia se da cuenta que el único soltero del staff siempre está alegre y platicador. Al fin se explica el porqué.

Repasa las soluciones posibles para su problema existencial: el divorcio sale carísimo, y más con sus cuatro hijos, la señora se quedaría con el 80% de su sueldo. Esto le pasó a un compañero de trabajo y tiembla al pensarlo. Desaparecer a su mujer, algo agradable de no ser por su cobardía congénita. Convencer a un galán para que seduzca a la madre de sus hijos y así facilitar la separación, es algo que piensa con fruición. Pero, y aquí el terrible pero, la mujer ya no está para despertar pasiones tormentosas y nadie en su sano juicio le atoraría y piensa que su mal ya no tiene remedio.

Con tristeza está consciente de que el estado civil de su persona es para siempre, tal como dijo el cura: “hasta que la muerte los separe”, desde luego la muerte del marido. Por eso hay tantas viudas, el marido descansa en brazos de la “calaca” y cosa curiosa la esposa también y vive su segundo aire. Él con infinita amargura comprende, que no lo queda más que aguantarse y tener resignación cristiana, cosa que también le enseñaron los jesuitas. ¡Por algo sería! Sin embargo en el fondo de su alma a pesar de su educación cristina no deja de pensar en el asesinato como manifestación artística. ¡Se atreverá…!

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Tribulaciones de un asesino a sueldo

Hola amigos:Les cuento que soy una persona sencilla, nada ostentosa, desde que inicie

mi labor de eliminar gente molesta, por dinero desde luego, he procurado siempre pasar desapercibido.

No me considero sicario, aunque muchos pensarán que si lo soy. No, desde luego que no, yo tengo mis reglas muy precisas, nunca elimino niños, ni mujeres en edad de merecer. Escojo a mis futuras víctimas: mujeres viejas y con mal genio, como suegras latosas, viejos que se dedican al agiotaje, los “agiotes” desalmados, abuelos dueños de fábricas con pensamientos obsoletos y que sólo están gastando oxígeno sin necesidad, ahora que está tan escaso y en general personas así que estorban a la felicidad de futuros herederos. Claro que soy caro, pero lo bueno cuesta y mi trabajo es discreto y sin riesgos para mis clientes.

Me llevé una desagradable sorpresa cuando un supuesto cliente me abordó con una pretensión fuera de tono. Les platicaré nuestra conversación:

—Nosotros somos hombres de negocios y lo que le ofrecemos es un “seguro de trabajo”, además tenga presente de que usted invade nuestro territorio —me dijo el hombre que se miraba distinguido, elegantemente vestido y muy seguro de sí mismo.

Cuál sería mi desconcierto, cuando yo lo que esperaba era una oferta de empleo. Por cierto mi interlocutor venía bien recomendado por un cliente que yo consideraba seguro y al que le había ayudado al suprimirle un suegro, cuya desaparición lo había hecho gerente de un negocio multimillonario.

— ¿Y cuáles son las condiciones de su seguro? —pregunté con serenidad— ¿y cómo se llama su empresa?

Con cara de aburrimiento me contestó:—No sea ingenuo, nosotros al igual que usted trabajamos en la sombra.

Llame a mi empresa X y las condiciones son del 50% de sus ingresos en sus

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trabajos particulares, y además le diremos de objetivos que tiene que eliminar, desde luego estos serán sin costo para nosotros.

¡Vaya descaro del tipo! Ya no los aburriré con detalles superfluos. Por varios días no pasó nada, sino que le di vueltas a mi problema existencial y llegué a varias conclusiones. Primero que nada pensé que yo tenía como se dice vulgarmente un “talón de Aquiles”, pues había un número telefónico que me hacía vulnerable, pero en descargo de esta debilidad de mi seguridad era que es la forma de comunicarse conmigo. Disculpé a mi cliente, pues de seguro a él también lo cobran “impuesto de piso” y para que le saliera más barato les dio el pitazo de mi persona. Cosas de negocios.

Volvió el fulano a comunicarse conmigo y me dio el nombre y la dirección de un sujeto. Al investigar a este individuo por medio de un colaborador mío supe que era un cantinero español, dueño del bar “La Numancia”. Con el pretexto de tomar una copa acudí temprano a dicha cantina, con la suerte de que el hispano estaba solo. Como en mi trabajo impera la sencillez, simplemente le descerrajé dos tiros, uno en el pecho y otro en la cabeza, dejé el arma empleada sobre el mostrador. Entre paréntesis debo decirles que nunca empleo una arma dos veces, las consigo sin registro y las abandono, así, o se las roban y el ladrón al emplearlas puede cargar con el crimen anterior o bien la policía se hace “bolas” al indagarlas.

En cuanto al investigador, don Tommy, que me ayuda es un señor anciano que trabajó en una oficina policiaca, por lo que tiene muchos contactos. Nunca fue del servicio activo, sino era simplemente un archivista pagado a destajo sin prestaciones laborales, que lo dieron de baja al saber que tenía cáncer. Lo conocí gracias a su nieta, una hermosa hetaira, que yo empleaba para satisfacer mis anhelos eróticos. Ella me contó de la pobreza del abuelo, su único pariente y que por eso tenía la bella dama que dedicarse al oficio más antiguo del mundo. Me hice amigo del abuelo, y una cosa llevó a otra, desde hace tiempo es mi magnífico colaborador, salió de la pobreza y ya está controlado del carcinoma. La nieta se ha casado con un rico prospecto y es un ama de casa muy decente. ¡Lo que hace el dinero!

Debo decirles que yo soy existencialista, por fortuna no tengo remordimientos y otras zarandajas por el estilo de las que nos hablan los curas. Sin embargo no me gusta trabajar de “oquis”, se pierde la ilusión del trabajo bien hecho. ¡Diablos, que problema existencial tenía! ¿Qué hacer? ¿Matar al cabrón emisario de la empresa X? ¿Matar al cliente chismoso? ¿Y luego? Probablemente mandarían a otro jijo de la chingada, o me darían “en la madre.”

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Vueltas y más vueltas daba en la cama sin poder dormir, no le encontraba “cuadratura al círculo”. Con razón tiene tanto dinero el crimen organizado. Si pendejos no son. Al contrario si algo tienen es que son muy listos, por eso es tan difícil combatirlos. Y yo, un sólo individuo, ¿Qué podría hacer contra ellos? ¿Aguantarme y seguirles su juego? Ya de madrugada llegué a la conclusión de que eso era lo más sano sobre todo por mi seguridad. Ni modo ¡Ya me chingaron! O debo armarme de paciencia y descubrir al que de verdad mangonea a estos hijos de puta.

La verdad fue muy sencillo saber quién era la cabeza del enredo. Cuestión de lógica: ¿A quién beneficiaba la muerte del español? Con la ayuda de mi amigo y colaborador don Tommy que se echó un clavado en los archivos policiacos, descubrió que la hija del peninsular apareció muerta de una manera sospechosa y su esposo, un joven abogado, quedó libre para casarse con la hija de un poderoso político. ¡Cosas que tiene la vida!

Te mirarás en el espejo, contento contigo mismo, el Subsecretario de Estrategia e Inteligencia Policial a los 40 años, el funcionario más joven en ocupar este puesto de la Secretaria de la Seguridad Pública del País.

Pasarás de tinterillo de juzgado a uno de los puestos más importantes que un abogado puede aspirar. Gracias darás de haberte casado con la hija más fea del Secretario de Gobernación. Éste para compensarte te dio un empuje en tu carrera política. La vida es de los audaces, pensarás. Para revolcarte con hermosas prostitutas hasta te faltará el tiempo.

Repasarás el discurso que pronunciarás en la cena que te darán tus compañeros de generación de la Escuela Libre de Derecho, deberás mostrarte humilde, aunque en el fondo desprecies a la bola de lambiscones que acudirán al agasajo. Desde luego no les dirás de la cantidad tan grande de transas que tienes. De lo inteligente que eres. No sólo cobrarás impuestos especiales a las grandes empresas a través de tus testaferros, sino que se te abrirá un gran abanico de negocios.

Sonreirás con alegría al saber que has conseguido gratis al mejor sicario de la nación. Pobre pendejo tendrá que despachar a todos tus enemigos y nunca se imaginará quién es su verdadero jefe. Por lo pronto ya se escabechó a tu molesto ex suegro, el pinche español que te iba a acusar del asesinato de su hija con la que te casaste a lo pendejo cuando estudiante.

Pensarás que cuando deje de ser útil el cabrón matarife fácilmente lo desaparecerás. ¡Qué bella es la vida!

El dueño del salón de fiestas más elegante de la capital está feliz. El festejo en honor del Subsecretario está resultando un éxito, son más de cien los invitados

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al festejo, incluso ha acudido el Secretario de Gobernación, suegro del festejado. Sólo hubo un pequeño detalle, el mesero de más experiencia se ha reportado enfermo, pero el que lo sustituye es excelente. Es una suerte, pues el sindicato de los meseros es un verdadero problema. A lo mejor por quedar bien con los políticos es que mandaron al personal adecuado.

Es mucho el trabajo, pero la ganancia es enorme, viandas selectas, los vinos más caros y desde luego el show que se presenta es de lo mejor. Al apagarse las luces, salen las coristas e inmediatamente después la voz de seda y terciopelo de la cantante de moda. Los meseros muy activos escancian el vino, las copas siempre llenas y los comensales con deleite liban los brebajes que llevan al paraíso.

Con alegría el licenciado brinda con su suegro y bebe de su copa, de inmediato un mesero se acerca para servirle más licor, después de hacerlo, con diligencia y tranquilidad se retira.

La canción es romántica, le trae recuerdos al Secretario de Gobernación y voltea a comunicárselo a su yerno. Éste se encuentra recostado sobre la mesa, al moverlo se aprecia una mancha carmesí en su alba camisa y a manera de adorno el pomo dorado de un estilete a manera de adorno en el sitio del corazón.

—Ya le digo don Tommy, fue un verdadero desmadre, de inmediato sacaron al Secretario de Gobernación —comenzó a decirle el detective de la Novena Delegación de Policía—, “guaruras” iban y venían sin respetar “La Escena del Crimen”. Se perdió pues la gran cantidad de evidencias que se hubiera podido recoger mandando a la chingada la investigación criminalística.

— ¿Nadie se hizo responsable? —preguntó don Tommy, amigo del detective.

—Sí, pero “después de atole”. Con tanta gente sabrá Dios quién fue, y lo peor es que había un chingo de meseros y nadie supo quién atendió la mesa del difunto.

Desde luego don Tommy no le comentó a su amigo, que el Secretario General de Meseros de la CTM fue cliente de su jefe y benefactor.

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Un trato

Dedicado a mi querida amiga María Emilia Fuentes Burgos que me animó a escribirlo.

Yo soy un orgulloso abuelo, sin embargo, ¡0h paradoja del ser humano! No deja de preocuparme la actitud de mi nietecita Andrea. A lo mejor es por resabios de nuestra educación católica. Desde luego hace mucho tiempo que deje de creer en las tonterías que cuenta el padre “Joruco” (así con minúscula, la verdad no recuerdo su nombre pero es el párroco que nos corresponde). Por desgracia estoy desvariando, saben, entre más viejo más se le va a uno la onda o como dice mi compadre más se apendeja uno. Iré a lo concreto de mi relato.

El otro día sin querer sorprendí una conversación entre mi nietecita Andrea de 14 años y su compañerita Lucía, ésta de 15 años. Ambas estaban en la pequeña terraza que se comunica con nuestros dos cuartos, el de Andrea y el mío, yo tenía la cortina corrida y ellas no se dieron cuenta que yo por curiosidad las escuchaba.

—Mi cabrón tío no quiere cooperar para mi fiesta de 15 años —decía Lucita con un dejo de coraje—, fíjate que dice que mejor ese dinero es para la escuela.

—Siempre hay hijos de la chingada. En mi caso se trata de la prefecta de la escuela donde estudio. ¡Bola de mochos! Qué bueno que tú no estudias ahí. Ahora a la cabrona le ha dado por acusarme con mis papás de que no hago mis oraciones con la devoción que es necesaria. ¿Tú crees? Y mi mamá me quiere prohibir el viaje a la playa en las vacaciones.

Durante un buen rato, yo, que soy un purista del lenguaje, escuche la manera de hablar de la juventud actual llena de expresiones como: güey, no manches, te la bañas y palabras antiguas que ya empleaba Cervantes: puta, puto, putísima, hija de puta, etcétera. Pero lo que despertó mi interés fue algo que dijo mi bella nieta:

—Mira, te voy a proponer un trato. Lo bueno es que tú no estás en mi escuela, así que si vas a ella puedes pasar desapercibida si es a la hora de clases y…

En ese preciso instante la cabrona de mi nuera (para emplear el adjetivo de las muchachas), que se para en mi cuarto sin tocar y me llamó a comer. Ya no pude escuchar el resto de la conversación y aunque quise sacarle “la sopa” a mi nieta cuando me llevó a pasear en coche no soltó prenda. Aunque mi nieta tiene 14 años maneja muy bien mi “carcacha”, vieja y llena de golpes que yo

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le propiné, por eso no manejo pues ya no veo bien y es la causa de que la enseñara a conducir, cosa que hace de maravilla. ¡Qué triste es la vejez!

El tiempo pasa rápido y en este mundo del Señor, hay un dicho muy viejo: “El hombre propone y Dios dispone”, que no por viejo deja de ser cierto.

Lo anterior viene a cuento porque dos accidentes sucedieron en poco tiempo, claro, los accidentes siempre suceden. Nos llevamos la sorpresa de que la exigente y asertiva prefecta de la secundaria, donde estudia Andrea, se cayó de la escalera más alta del edificio desnucándose.

El tío de la amiguita de mi nieta, Lucia, un señor de mediana edad en buen estado de salud, deportista, que todas las mañanas a las 5 de la madrugada salía a correr por las calles de nuestra pecadora ciudad, fue atropellado por un carro fantasma. ¡Vaya tragedia de uno de los hombres de pro de nuestra comunidad! Para decirles que la misa de difuntos fue oficiada nada menos que por el señor Obispo.

No todo es malo en esta vida, yo, que soy un abuelo “campana”, facilité el dinero para las vacaciones de mi hijo y su familia con el enorme gusto de mi nieta, que es mi adoración.

También la fiesta de 15 años de la amiguita de mi nieta estuvo muy lucida, ya que el papá de la quinceañera heredó la inmensa fortuna de su hermano trágicamente fallecido.

Hay algo que me tiene un poco desasosegado, como ustedes saben ya pronto es noviembre y en este mes se celebra el Halloween, para lo cual hay que prepararse con disfraces, yo espero disfrazarme de zombi. Andrea que es muy afecta a este festival al preguntarle de que se iba a disfrazar me contestó:

—Abuelo, de psicópata asesina. Así que voy a vestirme con mi ropa habitual, para pasar inadvertida, como debe ser.

Lo anterior me ha dejado muy pensativo. ¿Ustedes que piensan?

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EL EXTRAÑO

Unos cuantos años después de que yo naciera, mi padre conoció a un extraño, recién llegado a nuestra pequeña población. Desde el principio, mi padre quedó fascinado con este encantador personaje y enseguida lo invitó a que viviera con nuestra familia. El extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros.

Mientras yo crecía, nunca pregunté su lugar en mi familia; en mi mente joven ya tenía un lugar muy especial en mi educación. Mis padres eran instructores complementarios: mi mamá me enseñó lo que era bueno y lo que era malo y mi papá me enseñó a obedecer. Pero el extraño era nuestro narrador. Nos mantenía hechizados por horas con aventuras, misterios y comedias. Él siempre tenía respuestas para cualquier cosa que quisiéramos saber de política, historia o ciencia. ¡Conocía todo lo del pasado, del presente y hasta podía predecir el futuro! Enseño a mi familia al primer partido de fútbol. Me hacía reír, y me hacía llorar. El extraño nunca paraba de hablar, pero a mi padre no le importaba. 

A veces, al oír al extraño mi mamá se levantaba en silencio, mientras que el resto de nosotros estábamos pendientes para escuchar lo que él tenía que decir, ella se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad. (Ahora me pregunto si ella habrá rogado alguna vez, para que el extraño se fuera.)

Mi padre dirigió nuestro hogar con ciertas convicciones morales, pero el extraño nunca se sentía obligado para honrarlas. Las blasfemias, las malas palabras, por ejemplo, no se permitían en nuestra  casa ni por parte de nosotros, ni de nuestros amigos o de cualquiera que nos visitase. Sin embargo, nuestro visitante de largo plazo, lograba sin problemas usar su lenguaje inapropiado que a veces quemaba mis oídos y que hacía que papá se retorciera y mi madre se ruborizara. 

Mi papá nunca nos dio permiso para tomar alcohol. Pero el extraño nos animó a intentarlo y a hacerlo regularmente. Hizo que los cigarrillos parecieran frescos e inofensivos, y que los cigarros y las pipas se vieran distinguidos. Hablaba libremente (quizás demasiado) sobre sexo. Sus comentarios eran a veces evidentes, otras sugestivos, y generalmente vergonzosos. Ahora sé que mis conceptos sobre relaciones fueron influenciados fuertemente durante mi adolescencia por el extraño. Repetidas veces lo criticaron, mas nunca hizo caso a los valores de mis padres, aun así, permaneció en nuestro hogar.

 Han pasado más de cincuenta años desde que el extraño se mudó con nuestra

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familia. Desde entonces ha cambiado mucho; ya no es tan fascinante como era al principio. Desde luego ha evolucionado en sus conceptos, ahora se dedica a contarnos cosas truculentas, asesinatos interesantes, que nos hacen pensar que es de gente bien nacida e inteligente el realizarlos. Además de vampiros e historias de terror.

No obstante, si hoy usted pudiera entrar en la guarida de mis padres, todavía lo encontraría sentado en su esquina, esperando por si alguien quiere escuchar sus charlas o dedicar su tiempo libre a hacerle compañía...

¿Su nombre?Nosotros lo llamamos: “televisor”.Ahora tiene una esposa que se llama “computadora” y un hijo que se llama

“celular”, con el agravante que el nieto pinta ser el peor de todos: “SMART PHONE”.

 

 

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En la noche…

“Buenas noches, qué duermas bien”, me dijo mi esposa cuando subí a mi cuarto. Es curioso cuando las parejas envejecen y los hijos se van, la casa parece enorme y cada uno duerme en habitación separada. ¿Por qué? Para que el vacío sea menos o porque el marido se levanta a cada rato a orinar y molesta a su conyugue o bien para ver tranquilo la televisión. La verdad creo yo, es que cuando duermen juntos, al cabo de los años, uno piensa en asesinar al otro. Los casados de muchos años comprenderán que es así. Hay que evitar tentaciones.

Se cumplen los ritos de apagar la luz y recostar la cabeza en la almohada. De alguna manera el dolor y la finitud que se me acerca gracias a mi cansado corazón, angina de pecho le llaman los doctores, son hermanos siameses y el preámbulo del temor. Hay momentos, en que despierto de madrugada y me sube el miedo al estómago como si estuviera a punto de sacar un gato por la cola a través de mi boca, las agruras y el dolor, que ignoro si será gástrico o el corazón está protestando.

Abro las ventanas para dejar pasar el ruido de la ciudad, pero ni así dan consuelo a mi soledad. Examino con cuidado los retratos de las paredes, familiares que en ese momento me son desconocidos y ninguno me dice algo como si en ese momento el vació fuera el lenguaje de animales ponzoñosos. Arriba de la cabecera de mi cama, mi mujer me puso un Cristo. Raro personaje que tampoco comparte mi silencio.

Mis brazos no tienen fuerza y de pie siento caerme, como puedo me siento al borde de la cama, entonces veo mi retrato de bebé que mira desconcertado a este señor con los dedos ateridos y de pronto ese niño cierra los ojos y sonríe pero no a mí, sino a la negra noche que se ve a través de la ventana. Respiro profundo y el mareo va desapareciendo.

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Me sacudo la alucinación con alguna lectura, pero el desamparo se recrudece y mis ojos ven sólo frases sin sentido y las páginas se llenan de horribles metáforas que mi pensamiento desordenado las deposita en mi corazón y éste se apaga.

No sé si estoy dormido o simplemente en duermevela, pero el techo ennegrecido se va estrechando encerrando cada vez más a mi cuerpo inútil y miro a través del cristal como la vida terca no quiere apagarse, una persona se asoma y, de súbito una mano severa azota la tapa y quedo en la oscuridad definitiva del ataúd.

Sólo el ahogo se encuentra en mi pecho, un ave agónica que apenas respira, de plumas podridas. Sin embargo es de extraña belleza como una hada-nocturna con alas verdosas y pálidas, su breve cuerpo se desvanece. Entonces el pavor del eclipse, la carencia horrenda, el alejamiento perpetuo y contundente, me estruja como boa constrictora, me petrifica y enfría mi pobre cuerpo. Seres de blanco practican mi autopsia en vida. Sólo el terror murmura: “no eres nada” y aumenta el dolor de mi pecho. Sudoroso me levanto y pongo una pastilla sublingual de isorbid debajo de mi lengua.

Pienso con angustia en mi cuerpo muerto cuando no escucharé las palabras y solamente hablaran mis heridas abiertas, mis gusanos. No, es mejor ser incinerado aunque esto me acerque al infierno y todavía sudando frio me pregunto: ¿existirá? A mi bella y paciente esposa le pondré mandar un beso del más allá. A lo mejor lo recibe estando dormida y sentirá que algo, un insecto metafísico, vino a turbarla.

Parece que las sombras de la noche van desapareciendo, apaciblemente canta un ruiseñor, o yo lo imagino…

—Buenos días, ¿dormiste bien? —preguntó ella.—Sí.

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Amor verdaderoAutor: ASMODEUS

Uno sólo muere cuando está solo.

Mi nombre es Asmodeus, dicen que soy uno de los diablos menores que habitan en el Hades, ¡claro que no es cierto! Soy un espíritu divertido que se rodea sólo de gente agradable como el insigne poeta (1) huésped de de mi casa que dijo:

"¡Pobrecito del Diablo, que lastima le tengo, porque no ha oído jamás una palabra de compasión o de cariño! Los hombres son realmente aburridos, insoportables. Cuando se dirigen a Dios, lo hacen con formulas escritas para cada caso: Ayúdanos, Señor, danos el pan de cada día; ¡ten misericordia de nosotros!... Para librarse del dolor ocurren a Dios, como al dentista; pero para la disipación, buscan vergonzantemente al Diablo y se anegan en todas las delicias del pecado, sin que Satanás oiga alguna vez un ¡gracias, Diablo mío! por el contrario, aun tiene que escuchar como los hombres, después del goce prohibido, dan gracias a Dios por el placer que obtuvieron."

Como ustedes se darán cuenta lo importante es divertirse y ahora les voy a contar una historia, bien vistas, todos los relatos se reducen a la vida y a la muerte, al amor, a la mujer y a dios y a su otra cara de su moneda: el diablo, o chamuco o como quieran llamarle según su imaginación. Lo demás es sólo añadir. Esta narración tiene un final feliz. Decir esto no favorece a una historia; la hace sospechosa de cursilería. Si los cuentos empezaran con la frase “Y vivieron felices”, nadie los leería. Shakespeare tuvo éxito —y lo sigue teniendo hasta la fecha— porque siempre jodía a sus personajes. Pero ya estuvo suave de proemio y a la historia:

Ella y él son esposos. Lo son desde hace medio siglo y más. Él tiene 80 años. Ella 75, aunque nunca los confiesa. Los hijos, independientes y triunfadores, siempre ocupados y raramente los visitan, sin embargo para ella su verdadera vida es su casa, siempre reluciente de limpia, sus plantas y dos perros que son su adoración. Lo único que le preocupa es su marido, últimamente todo se le olvida y como niño pequeño tiene que cuidarlo. Desde siempre fue un inútil para las cosas prácticas de la vida y esto ha aumentado desde que hace 20 años que lo jubilaron.

Cuando el marido dejó de trabajar todos los días por fuerza de la costumbre acudía a su lugar de trabajo, no entraba, sólo se quedaba afuera rememorando

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tiempos felices. Sin embargo el policía de la entrada le pidió de manera amable que ya no fuera, ahora sale temprano de su casa, y es cliente habitual de los parques de la ciudad, a medio día llega a su casa y un velo de tristeza siempre lo cubre y no es por su diabetes, ya que por fortuna aprendió a inyectarse el mismo insulina diariamente, ni por el reumatismo que cede con las inyecciones intravenosas (su hijo médico se las facilita) que también el mismo se inyecta en caso de ser necesario. ¡No! No es por sus achaques, sino que por su aburrimiento mortifica a su mujer. Esto preocupa a su esposa y ella se pone a pensar: “pobre de mi viejo, que será de él si yo falto”. Por fortuna él es mayor que ella y la lógica le dice que él se irá primero. Por aquello de las dudas en las noches cuando reza le pide a su Dios: “Por favor Dios mío, llévate a mi marido primero, sabes bien que la vida de él sería insufrible si yo le llego a faltar, sería como un niño al que se le moría su mamá.”

Sin embargo la divinidad es impredecible, será porque siempre está muy ocupado. La que enfermó de gravedad fue ella. Cosa de nada creyó que era aquel molesto dolorcillo en la cintura. Pero era cosa de todo, tanto que los doctores que con esa gentileza que los caracteriza le dijeron —ella exigió la verdad— que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Se angustió, no por ella, sino por él. ¿Qué iba a ser el pobre cuando ella se marchara? Entonces si se puso a rezar fuerte para pedir un milagro.

Desde luego los milagros no existen, el marido fue a visitar a su esposa al hospital, y al igual que de joven cuando era ocurrente y jovial, se despidió de ella con alegría y la besó con gentileza al despedirse. “Mi papá ya chochea”, pensó el hijo mayor, médico internista, que trabajaba en el hospital.

La hija del matrimonio, al acudir a la casa de sus padres para ver que no le faltara nada a su progenitor, encontró el lugar tranquilo, todo en orden, una música suave, clásica desde luego como le gustaba a su papá, se oía en la recámara principal, en la cama matrimonial yacía correctamente vestido el autor de sus días. Su semblante reflejaba tranquilidad y una tenue sonrisa adornaba su cara.

—Todo está normal, sólo está la jeringa y una ampolleta vacía de “Neurobión” —dijo el Agente del Ministerio Público que revisó el cadáver.

— ¿Qué contiene el Neurobión? —preguntó el ayudante. —Sólo vitaminas.

Cómo se darán cuenta, la historia tiene un final feliz. Una semana después la señora acompañó a su marido a la dimensión desconocida.

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El hijo médico del matrimonio desde luego no les dijo a sus hermanos que de su stock de medicamentos notó la falta de una ampolleta de cloruro de potasio, y una duda atenazó por corto tiempo su mente: fue asesinato o suicidio. Lo mejor es el olvido (cosa fácil en la juventud) y no pensar en lo fácil que es cambiar el líquido de una ampolleta a otra. Claro que con la ayuda de su amigo: Asmodeus para servir a Usted. Vale.

1. JOSÉ RUBEN ROMERO, escritor mexicano. La vida inútil de Pito Pérez.

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Callejón de almas perdidas

Ser aprendiz de escritor tiene sus bemoles. Si escribe uno algo autobiográfico es posible que algún amigo o familiar se enoje al leer sus intimidades. El ser humano tiene muchos recovecos y al describirlos corre uno el riesgo de ser indiscreto. Sin embargo para el estudioso del comportamiento humano no deja de ser tentador plasmar en letras la actuación de personajes en conflicto.

Cuando mi amigo bebe se saca del corazón un remordimiento. Yo le doy varias razones para disipar esa culpa que lleva, pero sucede que las razones no pueden nada contra los remordimientos, y así mi amigo sufre cuando bebe, y sospecho que cuando no bebe sufre más.

Era muy joven todavía y se había casado con una chica de buena sociedad y tenían tres hijos. Profesionista exitoso trabajaba en el corporativo de su padre. Desde la secundaria que estudiamos juntos era el “carita” de la clase, yo le envidiaba su buena suerte con las chicas, todas le sonreían y a mí ni un lazo, mi físico no daba para despertar pasiones tormentosas y eso me hacía sufrir, ahora de viejo me doy cuenta lo afortunado que fui.

El trato continuo con su secretaria lo llevo a una intimidad que a lo mejor él no deseaba. La secretaria era una joven agradable de 20 años, muy bella, de agraciado rostro y armoniosas formas. Peinaba sus cabellos de una manera sencilla. Mi amigo la veía y Desireé lo veía a él. Cuando la miraba ella no bajaba la vista como hacía con los demás. Le sonreía. No había provocación en su sonrisa, sino entendimiento. Sin palabras se decían muchas cosas.

Una tarde él tuvo un disgusto con un cliente. Desde luego él no era culpable, sin embargo al irse el molesto individuo, éste cerró con estrépito la puerta. Desireé de inmediato le habló suavemente y le puso sus manos en sus hombros. No pudo resistir la tentación. Una cosa llevó a otra y pronto se encontró en los cálidos brazos de ella. Desireé le dijo con sencillez: “si quiere me voy con usted a donde sea.” Muchas cosas le pasaron en ese instante a mi amigo por la mente. Le pondría casa en la ciudad vecina. Iría a verla una o dos veces por semana. Los padres y los hermanos de ella entenderían, y no dirían nada. Mejor con él que con algún pobretón, con el que de seguro pasaría estrecheces. Podía tener dos mujeres; lo que no podía era tener dos familias. Por desgracia esto es lo que sucedió. Pasaron unos meses. Desireé tuvo una niña, luego otra y otra hasta completar tres hijas.

Mi amigo se enfrascó en el trabajo, cada vez era más rico y exitoso, por ese tiempo todos lo admirábamos. Desde luego ya que todos lo conocían; tarde que temprano la cosa se supo y se dio cuenta que sus aventuras terminarían mal. Muchas noches, me imagino que para huir de sus problemas domésticos,

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las gastábamos al arrullo de una guitarra con alegres compañeros y bellas melodías.

Mientras la juventud bullía en sus venas las cosas se sobrellevaron, sin embargo la sociedad pacata no perdona. Con el tiempo, al crecer los hijos se encontró con el rechazo de todos ellos. Cuando era ya un señor maduro se vio en la necesidad de escoger. Desde luego se quedó con su legítima esposa y sus hijos. Con pragmatismo pensó que a Desireé y a sus hijas las mantendría y a las niñas les daría una educación universitaria. Mi amigo, si en algo era asertivo era en hacer planes. Todo salió a la perfección las tres muchachas son profesionistas. Hasta aquí sería un cuento de las mil y una noches. Todos contentos.

Pero no, tanto mi amigo como yo tenemos muchos inviernos acumulados. El lleva el odio de sus hijas, nunca le han perdonado su abandono sentimental, aunque no económico. Se da uno cuenta que el dinero no lo es todo. La época moderna es terrible, las tres aunque con buenos empleos, son divorciadas y mi amigo se culpa de ello. A lo mejor tiene razón. No estaba el padre para dirigirlas y debió estar con ellas siempre y el mundo que rodara.

Yo trato de convencerlo de que hizo lo que tenía que hacer; le hablo de su mujer y de sus hijos; de sus padres. Que ya mujeres adultas y sobre todo profesionistas son responsables de su vida. Él calla, calla siempre. Le da otro trago a su copa y pierde la mirada en el vacío. Entonces pienso a veces lo que parece bueno es malo, y lo que parece malo es bueno. Me pierdo en esos pensamientos y bebo también, como mi amigo. Callamos los dos. Y en ese silencio tres muchachas parece que nos miran con tristeza y quieren asesinar a su padre. Son cosas de la vida, digo. Y no entiendo a la vida…

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Dilema

El ser humano por naturaleza es inconforme. ¿A qué viene lo anterior? Cuando yo soy un próspero abogado, diputado federal por el distrito seis de Torreón de mi estado de Coahuila en este México odiado y querido.

Creo que debo empezar por decir que estudié siempre en escuelas jesuitas hasta mi carrera de leyes en La Universidad Iberoamericana de la Laguna. En el último año de secundaria la conocí a ella, era bonita, la más bonita de toda la secundaria. Sus amigas la envidaban. Todos sus compañeros incluyéndome estábamos enamorados de ella. Sus maestros la felicitaban por su inteligencia; le auguraban un brillante porvenir. Era el orgullo de su mamá; las vecinas de la colonia la ponían de ejemplo a sus hijas. La saludaban con cariño al encontrarla en la calle o en la parada de autobús. Le decían que era un verdadero pimpollo, muy estudiosa, y además nada presumida, antes bien muy educada, y tan sencilla. No llegaba en coche como la mayoría de nosotros. Su padre, humilde burócrata, hacía un esfuerzo por sostenerla en ese colegio de lujo para bien de su futuro.

Ella reía, feliz por verse tan solicitada. No le gustaba ningún chico en particular. Bueno, sí: le gustaba Luis, ese muchacho ya universitario, alto, moreno, de cabello rizado, ancho de espaldas e hijo de un rico industrial.

—¿Ya sabes el chisme? —me dijo mi amigo con fruición.—No.—Fíjate que Luis, el capitán de nuestro equipo de futbol, embarazó a la

porrista más hermosa, nuestra compañera.Al oír lo anterior sentí que mil puñales partían mi alma, tuve que sonreír

mostrando mofa o desvío y como pude le pregunté:— ¿Y qué ha pasado?— Pues ella dejó la escuela, y al cabrón de Luis su papá lo mandó a Europa

a terminar sus estudios —por un momento mi amigo guardo silencio y continuó con mal disimilado entusiasmo—, bueno, eso es lo que me contaron.

Y sí, fue el primer golpe que me dio la vida. Siempre ha quedado sumergido, a pesar de que me casé y soy padre de dos hermosos hijos.

Llorarás, siempre llorarás, esa ha sido tu vida desde que nació tu niña, luz de tus ojos, recuerdo de Luis. La admiración que despertabas se convirtió en maleva curiosidad de la gente. Darás gracias a tu padrino que te consiguió un buen trabajo como cajera de supermercado. Claro, tu belleza ayudaría adornando la caja registradora.

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Maldecirás tu mala suerte con tus hombres. Linda, tu hija de 14 años, heredó tu belleza y es tan inteligente, tu único orgullo. Pero, tus ansias de mujer te pedirán un beso de tu compañero de labores, tan serio y servicial que parecía. ¿Cómo sería ese primer beso? El primero después de Luis. Casi lo sentirás en tus labios como una llama. Los fuertes brazos de él te rodearían, y serían una muralla que te protegería de todos los peligros.

Te avergonzarás cuando tu antiguo condiscípulo de secundaria, el abogado, visitó tu humilde casucha para pedirte tu voto ya que el corría para diputado federal. Le ofrecerás una mala taza de café y pensarás en contarle la tragedia de tu vida: tu pareja, ahora padrastro de tu hija, saldría un bueno para nada, desempleado, borracho y desobligado que tienes que mantener. No, no podrás contarle y recibirás su tarjeta, propaganda de su partido.

Recordarás el 20 de febrero, inicio del mes hebreo Adar 5775, día que festejaban tus patrones por lo que les dieron descanso a los trabajadores del supermercado. Programarás llevar a tu hija al museo “Arocena”. Aprovecharás que ella no tenía clases.

Llegarás muy contenta a tu humilde morada. Entrarás sin avisar y te enfrentarás a una estampa diabólica: tu hija desnuda en un mar de lágrimas. Él, descalzo hasta el cuello, sudoroso, trastabillando, panzudo, oliendo a alcohol. A punto de perder la razón, te ofuscarás y tomarás casi sin darte cuenta un humilde cuchillo de cocina.

“Señor tiene una llamada urgente”, le dijo la secretaria. El diputado siempre con prisa estuvo a punto de no tomar la llamada, pero decidió que sería breve el diálogo sin importar quien fuera. Sin embargo al oír la voz suplicante y llena de temor de la mujer de inmediato se dirigió a la casa de ella.

La puerta del cuartucho de tablas estaba entornada y dentro se oían sollozos por lo que sin pensarlo el abogado entró. Creyó encontrarse en la antesala del infierno ante la imagen dantesca que se presentó a sus ojos: un olor repugnante, mezcla de alcohol, sudor y sangre. En el piso un hombre obeso, despojado de ropa y el mango de un cuchillo adornaba la mitad de su pecho, nadaba en un mar de líquido rojizo. Acurrucadas cerca de las tablas que formaban la pared, un par de bellas mujeres. En la mayor, su cara reflejaba aún su ajada hermosura, reconoció a su antiguo amor. La otra, joven, apenas cubierta con una raída bata, en la primavera de su vida.

De inmediato supo sin palabras lo que había pasado, ¡vaya dilema! Él, católico practicante, ¿qué hacer? Seguir las enseñanzas de sus queridos sacerdotes jesuitas: “La verdad os hará libres” y las indicaciones de sus sabios maestros jurisconsultos: “La ley es dura, pero es la ley”. O…

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—Hola —saludo el jefe de la policía—, ¿cómo va la redacción de su informe?—Ya casi lo acabo.—Sabe, mi joven diputado, puede poner que ha disminuido el índice de

criminalidad en su distrito. Sólo hemos tenido un caso sin importancia. Un borrachín, encuerado y apuñalado, que abandonaron en un lote baldío. Un caso clásico de pleito de cantina y robo agregado. Como nadie reclamó el cuerpo, fue enterrado en la fosa común. No valía la pena investigarlo.

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Don Chuma

Dios mío, quítame de pobre que lo feo y lo viejo es lo de menos…

La historia de mi vida puede contarse con una sola palabra: pobreza. Falta de dinero, que aunque es mal de muchos no deja por lo mismo de ser consuelo de tontos. Soy habitante de una pequeña ciudad cuyo nombre me reservo, en el altiplano de México, con muy buen clima y donde la iglesia católica, por fortuna, marca nuestro diario vivir. Mis abuelos maternos eran dueños de una miscelánea con un mediocre rendimiento y que al final fracasó. Tuvieron dos hijos. Su hijo mayor, mi tío Jesús María, que les ayudó desde pequeño y salió bueno para los centavos, actualmente es el dueño del “bazar don Chuma”. En dicho bazar se dedica con alegría y entusiasmo a expoliar a la pobre gente necesitada y aunque él es de misa diaria, tiene muy claro que una cosa es la iglesia y otra los negocios.

Mi madre, en paz descanse, cuyo nacimiento, llegó tarde y sin esperarlo, cuando su hermano mayor ya tenía 20 años, fue la otra hija de mis abuelos, con un corazón generoso en contraste con su escasa belleza física. Como toda muchacha en su juventud, tuvo ilusiones de las que se aprovechó un agente viajero que llegó al pueblo, éste le ofreció el cielo y las estrellas y sólo le dejó un embarazo. A este señor jamás se le volvió a ver. ¡Imagínense! Una madre soltera en un medio super conservador. Por fortuna para ella la iglesia la recogió y pasó a ser la criada, con poco sueldo, de la parroquia, donde le habilitaron un pequeño alojamiento. Por lo tanto yo me crie en el recinto eclesial.

Para mí todo estuvo bien, y se suponía que yo ingresaría al seminario después de la secundaria, pero no tenía la vocación sacerdotal. Por lo que entré a la universidad de los pobres: la escuela comercial del lugar. A los 18 años tenía un “flamante” diploma de técnico contable y nada de trabajo. Además mi pobre madre fue llamada por el Señor. Yo fui de arrimado con mi tío, don Chuma, que me dio un trabajo de “mil usos” por aquello del qué dirán de la sociedad pueblerina.

Muchos dirán que cuando menos tenía un lugar para vivir y mis comidas diarias a cambió de un trabajo “de negros” con escasa remuneración. Y es cierto, por ese lado no me quejo, mi problema es que saqué la fealdad de mi familia materna por lo que nunca con las féminas he despertado pasiones tormentosas y si le añaden la falta de numerario, del cochino dinero que tanta falta hace, mi porvenir no tenía nada de brillante. Así se me han ido los años y ya soy cuarentón por desgracia cada vez me acerco más a la cincuentena.

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Mi tío, con un instinto comercial nato, además de un alma negra, como el demonio, propia de los que se dedican al agio, se ha adueñado de ranchos, propiedades y valores. Es tan listo que con los malandros del crimen organizado que hay en todo lugar de la República Mexicana, se ha hecho socio de ellos lavándoles su mal habido dinero y ha corrido la voz de que ha testado a favor de la parroquia del lugar. Así mata dos pájaros de un tiro, como vulgarmente se dice. En primer lugar evita que las dos “viejas” de las que se ha divorciado y yo como único familiar vivo reclamen algo a su muerte, o lo que sería peor: que alguien se encargara de mandarlo al meritito infierno al que debe ir, cuando palme el equipo. En segundo lugar le da derecho de ir a gorrear el chocolate con el párroco del lugar todos los jueves en la tarde. Su único problema es que pronto cumplirá 90 años de edad, pero con una salud de hierro.

Pensarás que tu existencia ha sido todo un éxito, desde pequeño tus negocios han fructificado sin problemas. No estarás de acuerdo con lo que dijo el sacerdote en la misa sobre los pecados capitales. Puras zarandajas lo que dijo este hombre de la iglesia. Qué la avaricia es mala y cosas por el estilo, sólo le faltó decir: “el ejemplo es don Chuma”. Claro que te ha puesto a pensar y recordarás sus palabras:

“El buen padre Ripalda decía en su olvidado Catecismo que la envidia es “la tristeza del bien ajeno”. Pecado es éste el más triste de todos, pues los demás deparan al pecador cierto deleite: el perezoso disfruta de su holganza; el goloso es feliz con sus hartazgos; el iracundo desfoga su rabia con sádico placer; al soberbio lo ufanan sus vanidades. Al lujurioso —de intención lo pongo aparte, pues es el que mayores goces goza— su lujuria le ofrece delectaciones inefables. Pero el envidioso no siente más que tristeza; en su pecado no hay alegría alguna, disfrute o regodeo. Más aún: sin quererlo rinde homenaje al envidiado. Y el otro nefasto que le sigue es la avaricia, aunque el avaro se goza contando sus riquezas pero muchas veces hace daño a los demás.”

Le pedirás a Diosito que te libre de ser envidioso, desde luego pensarás que no eres avaro para nada. Y en cuanto a la lujuria, que no te la quite, y más ahora que por casualidad —tú que nunca lees— has tomado una novela de tu sobrino que te llamó la atención: “Memoria de mis putas tristes” del escritor Gabriel García Márquez y que empieza diciendo: “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen.”

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¿Y por qué no? Dentro de dos meses cumplirás esos 90 años que en honor a la verdad han sido para ti de éxitos económicos, así que te darás un gustito con una bella dama, desde luego adolescente y virgen. El dinero todo lo puede, y aprovecharás que aún te queda fuerza viril. Le hablarás a Panchita, la madrota amiga tuya.

—Creerás que el sobrino de don Chuma, ese que tiene de “gato”, se atrevió a coquetear conmigo —dijo Flor Alicia.

—Bueno, es que esa es tu costumbre. A todos les das entrada. —comentó la amiga.

—Claro, pero no estoy loca, este señor además de feo está re-viejo y lo que es peor no tiene donde caerse muerto —y profirió una alegre carcajada.

—Es cierto, el tío no le dejará nada.Flor Alicia, la hija del notario de lugar, ya cerca de los 30 años, pero con

una belleza aún floreciente se puso a pensar que en el pueblo ya la consideraban una “solterona quedada” y que seguiría en la notaria como secretaria ahora con su padre y después con su hermano el abogado. No era un pensamiento agradable, y en este pueblo rabón en que vivía no había ningún partido disponible, pero ella se casaría a como diera lugar, el problema es que no sabía cómo y con quién.

El elegante bar del hotel Estrella se encontraba alumbrado con una luz suave que no lastimaba los ojos y permitía a los parroquianos platicar con tranquilidad y como fondo una música ligera con un volumen adecuado para relajarse. Fuera del hotel caía una lluvia pertinaz que mojaba al risueño poblado desde hacía una semana. Dos amigos que tenían tiempo sin verse, cada uno con un vaso de whisky en la mano, estaban poniéndose al día de los sucesos que les interesaban.

—Te voy a contar el chisme tal como me lo contaron a mí —dijo un amigo.— ¿Qué pasó?—Pues don Chuma, el “agiote” más desalmado de la región, se murió en la

suerte suprema.— ¿Cómo?—El viejo libidinoso le había pedido a Panchita, la dueña del burdel “El

zumbido” que le consiguiera una adolescente virgen para pasar una noche de amor loco. Así como te le cuento. ¿Tú crees? De donde diablos en la actualidad se consigue una virgen. La chava que le dio el servicio es a la que le dicen “la mantequilla” por lo resbalosa, la disfrazaron de colegiala y, ¡órale! Para que el viejo carcamal no se diera cuenta de que ella no era juguete nuevo,

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que traquetea bien y bonito al vejete y éste como dijo el poeta (1): montado en potra de nácar/ sin bridas y sin espuelas, que se queda en la suerte.

— ¡Ah jijo! Ha de haber sido un escándalo, ¿cómo le hicieron para salir del lío?

—Fácil, recuerda que el viejo tenía un chorro de influencias, ellos se encargaron, no me preguntes quienes, ya te lo imaginarás, de resolver el problema.

—Oye, también he oído que hubo un pleito con el párroco de aquí, ¿cómo estuvo?

—El viejo loco no pensaba morirse nunca, así que no dejó testamento. Lo buscó el párroco en la notaría pues creía que toda “la lana” se la había dejado a la parroquia. Y nanay, pura madre de testamento.

— ¿Y quién fue el ganón?—Pues el sobrino que declaró el intestado con ayuda de Flor Alicia, la hija

del notario.— ¡Ah caray! Esa chava también tiene su historia.—Desde luego, ha pasado por las armas de muchos compas en el pueblo.

Sólo que ahora es mujer decente, se acaba de casar con el sobrino que quedó forrado en billetes.

1. Federico García Lorca. Poeta español. La casada infiel.

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FACETAS DEL AMOR

ÉLSe le entregó por fin una noche sin luna, al filo del aire, en medio de la sombra. Él, que es aprendiz de escritor pensará que el amor se cumplió bajo el dosel nupcial del cielo. En las tinieblas ella fue fulgor de llama. Resplandecieron sus ojos de lumbre, y su sinuoso cuerpo de serpiente se volvió paloma. Fue la esclava que se da, sumisa, a su señor. El arrogante orgullo de macho triunfador apenas le dio tiempo a él para asombrarse. ¿Por qué se le rendía ahora, cuando todas las veces que quiso hacerla suya se le había mostrado arisca, desdeñosa? Recordó aquella noche que, ebrio de pasión y despecho, pretendió hacerla suya por la fuerza. Se defendió ella como gata boca arriba; en el alma llevaba aún la marca de su desprecio. Y sin embargo ahora lo recibía humilde y mansa. Su abandono fue total. Ninguna caricia suya encontró en ella resistencia. Se oían a lo lejos los sonidos nocturnos. Pasó una ambulancia con su sirena gemebunda; el eco repetía el ladrido de los perros. En la distancia las luces de las calles parecían estrellas, y figuraban un cielo constelado que hubiese caído sobre la ciudad. Él no veía ni escuchaba nada. Con la certeza de la segura posesión prolongaba el momento del amor para que aquel instante fugitivo se volviera eterno. Ella temblaba con la ansiedad de quien espera la felicidad que tarda. Arqueaba el cuerpo; lo acercaba a él, ardiente y anhelosa, para que la tomara ya. Dejó escapar algo que parecía un gañido: la queja del deseo insatisfecho. Después de prolongar esa agonía unos momentos más él la acometió por fin, incapaz también de esperar ya. La penetró con violencia, como si quisiera cobrar venganza de su pasada altanería. No supo si lo que oyó fue grito de dolor o de placer. La posesión fue rápida. Tras el orgasmo quedó sobre ella ahíto, con la fatiga dulce que sigue a la plenitud carnal. Ella no se movió. Siguió tendida, quieta. Quiso dejarla así, en silencio, inmóvil. Pero ella no tenía esa languidez que llega cuando el deseo ya no desea más. La sentía tensa bajo él, vibrante todavía. Su corazón latía de prisa; temblaba el pulso de su sangre. Y es que esperaba una segunda posesión. El deseo que sentía la hembra lo excitó de nuevo. La penetró otra vez. Ahora el deliquio se prolongó como un adagio. Él puso en ejercicio todas sus sabidurías; ella lo dejó hacer con la morosa delectación de la hembra que conoce por instinto los ocultos misterios de la vida. Al terminar quedaron los dos hartos de amor. Después de un largo silencio desmayado se separaron igual que se separan los oficiantes de un rito que termina. Ella se alejó sin volver la vista. Se detuvo él a verla: caminaba con lentitud, con el cansancio del amor cumplido. ¿La vería de nuevo alguna vez? Quién sabe. La vida es breve; las horas son oscuras. Una cierta melancolía lo invadió. La tristeza sigue siempre a la pasión. Reposó unos minutos su fatiga. La luna había salido, y entraban las estrellas. En aquel claror la noche era ahora menos noche. Una extendida nube empezaba a pintarse con el color del día. ¿Tanto había durado aquel encuentro que duró tan poco? Sintió que se vaciaba de aquel sentimiento pesaroso que por un rato lo llenó. Volvió a ser el varón orgulloso que se ensoberbece de sus victorias amorosas. Dejó el hotel, encaminó sus pasos

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a su cuarto de soltero, sabía que ella iría a la elegante residencia de su marido, la mujer no sostuvo la mirada de sus bellos ojos cuando le dijo: “Nunca más nos volveremos a ver, trata de olvidarme, por tus ruegos fui tuya y en recuerdo de nuestros juegos de infancia, pero, compréndeme soy mujer decente y siempre, siempre le seré fiel al que me llevó al altar”. Empezó a llover, también en su alma caían gotas secas que…, y lo más doloroso cuando le suplicó: “Tú, que eres un caballero, si de veras me quieres, por favor, ya no me busques”.

Ella:En el agradable ambiente de la cafetería del elegante hotel en la bella y pecadora ciudad de Guadalajara, dos hermosas jóvenes entre risas toman un aromático café.

—Estoy feliz, todo me ha salido a las mil maravillas. Estoy realizada con mis dos niños.

—Si son gemelos, ¿cómo es que son de sexo diferente? —pregunta la amiga.

—Es que fue un embarazo gemelar dicigoto. O sea dos óvulos se fecundaron con dos espermatozoides diferentes. Fue una suerte, pues así sólo tendré las molestias solamente de un embarazo y después de la cesárea la doctora cerró la fábrica.

—Tu marido está muy contento, me presumió que el niño es rubio y de ojos verdes y la niña de ojos azules, a pesar de que tú eres morena.

—Es que la familia de él es de los Altos de Jalisco donde la mayoría son güeros. Mis dos suegros tienen los ojos azules.

—Te felicito. Cuando te casaste con el licenciado que te lleva más de 20 años, pensamos que no iban a tener familia, creo que ese fue el motivo de divorcio de su anterior mujer, ¿verdad?

—Algo hay de eso. Nosotros, al principio nada de nada, pero la ginecóloga que visitamos en Nueva York es excelente. Es especialista en reproducción familiar. Nos comentó que yo no tenía problema y que a mi marido le daría un tratamiento especial. Y ya ves que buen resultado obtuvimos.

Desde luego, la joven madre nunca revelará que lo que la doctora especialista le dijo fue: “Tú estás bien, pero tu esposo es estéril y ningún tratamiento servirá. Si quieres ser mamá, consíguete un chavo joven, guapo y sobre todo güero”.

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Humor blanco

Queridos amigos:Muchos autores y otros aprendices de escritor, como yo, nos gusta escribir de “humor negro”. Copiaré de Wikipedia lo que se dice de éste tipo de escritura:

“El humor negro es un tipo de humor que se ejerce a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva, piedad, terror, lástima o emociones parecidas. Cuestiona situaciones sociales que generalmente son serias mediante la sátira. El asunto más recurrente en el humor negro es la muerte y todo lo que está relacionado con ella. Atañe los temas más oscuros y dolorosos para el ser humano y que, por norma general, suelen resultar controvertidos y polémicos para la sociedad porque están relacionados con la moral, tal como sucede con el asesinato por más justificado que sea.”

Ahora la historia que voy a narrar es de “humor blanco”, pues un querido compadre me dijo: “ya cámbiale cabrón” y dado que este cuate a menudo tiene razón (si no es que siempre) no me quedó más remedio que hacerlo.

Yo, antes que nada, tengo que decirles que soy un afortunado habitante del norte de México, en el lugar conocido como “Región Lagunera”, donde por cierto no existe ninguna laguna, sólo el recuerdo.

Cuando obtuve mi título profesional me tocó iniciar mi trabajo en uno de los lugares más bellos que en mi vida he visto, la Ciudad de Puebla, que en contraste con mi desértica región, es un vergel. Estoy por decirlo así, preso de amores por esta ciudad.

¿Cuántos templos católicos hay en Puebla? Apunté el nombre de algunos, no de todos: Parroquia de San Francisco de Asís, Iglesia Santiago Apóstol, Iglesia La Preciosa Sangre de Cristo, Iglesia María Reina de la Paz, y al último, pero no la última, la Catedral.

Catedral Basílica de Nuestra Señora Inmaculada Concepción de Puebla, es su nombre completo, se inició a construir en el siglo XVI, Por cierto me contaron que en la época virreinal, el presupuesto para la construcción de la Catedral estaba destinado a la ciudad de Lima, capital de Perú, pero los españoles influyentes de Puebla, cabildearon (“hacer grilla” como dicen en mi rancho), en la corte del Rey de España y obtuvieron los dineros para la preciosa ciudad de Puebla. No sé si sea cierta esta afirmación o sólo una leyenda, pero la Catedral más bonita de mi país, México, está en Puebla.

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No soy para nada religioso, así que cuando estoy en Puebla visito su Catedral por los conciertos de música clásica —a mí me fascinan y más que son gratis— que con frecuencia ofrecen en ese lugar.

En la última audición musical a la que acudí, antes de empezar el concierto, vi a un sacristán que se ocupaba en limpiar una Sagrada Imagen. Una mujer de aspecto pobre fue hacía él y le dijo algo. El hombre impaciente, le contesta no sé qué. Luego para mi asombro, la mujer vino hacía mí.

—Señor —me pregunta con desesperación—, ¿no ha visto una bolsa negra?—No —le respondo—. Acabo de entrar; no he visto nada.Me dice llena de angustia la mujer:—Es que en esa bolsa traigo mi alma y otras cosas, y me la han robado.Sin esperar contestación y con la mirada extraviada va con otro feligrés que

rezaba en paz y le pregunta lo mismo. Al parecer él la conoce ya, pues hace un vago ademán, como pidiéndole que se retire. La mujer —ahora entiendo es una pobre alienada— va de una parte a otra de la Catedral buscando por los rincones y tras las columnas su bolsa negra, y en ella su alma.

Al empezar el concierto me olvido del incidente y pienso en el paraíso al oír la “Novena sinfonía” de Beethoven. Al terminar la música, salgo a la bella explanada que da la bienvenida al visitante al ofrecerle la hermosa vista del arte sacro del siglo XVI y mientras me deleitaba en su contemplación observe a la mujer envuelta en su rebozo con la vista baja buscando. La vi, y pensé: “yo debería también andar en esa búsqueda, pues hace tiempo perdí la fe”.

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La Santa Muerte

Hola amigos:Hay ocasiones que le gusta a uno hablar por hablar. Sobre todo en tardes

aburridas. No están ustedes para saberlo, ni yo para contarlo, pero la verdad me encanta el chisme. Claro que si fuera español en lugar de emplear el vulgar verbo chismear emplearía el más elegante de cotillear, pero en esencia es lo mismo.

Es extraordinario, en México, sobre todo en la frontera con Estados Unidos se venera a “La Santa Muerte”. ¿Será qué a los mexicanos nos encanta el pecado? Y por aquello de “las dudas”. Y ya que estoy chismorreando, les diré que con ella me pasó algo muy curioso.

La verdad, mi vida ha sido más bien plana, no de película. De los pecados que he tenido, uno frecuente fue la gula, me encantaba todo lo que tenía grasa: tacos de carnitas (de cerdo) acompañadas con ese oro líquido envuelto en paredes de cristal que es la cerveza, y otras concupiscencias culinarias. Total que toda mi vida he sido bastante “tragón”. Mientras fui joven no tuve problemas, pero al volverme viejo, gracias al exceso de colesterol y ácidos grasos que se me tapan las arterias del corazón.

Un amigo cirujano me operó colocándome 3 bypass en la víscera cardiaca. ¿Miedo? Para qué les cuento. Cuando desperté después de la intervención, creí que lo hice en el meritito infierno, y demonios vestidos de blanco aleteaban alrededor de mi persona conectada a muchos tubos y a un aparatito con un sonido leve y monótono. Por cierto, si a este dispositivo infernal se le ocurría chillar, llegaba de inmediato una bola de cabrones, que con golpes en el pecho, zangoloteo de la cabeza e inyecciones ponían en paz al cristiano que estaba a punto de dejar de serlo. Cuando la bruma se despejó de mi mente supe que era la sala de terapia intensiva.

A media noche, entre dormido y despierto que se me aparece la dama de negro, debo de reconocer que ella se adapta a cualquier circunstancia, me habló a la manera mexicana de hacerlo: “Sabes, mi cuate, tú estabas programado para llevarte, pero dado que tengo sobrepoblación en el Hades te dejaré un ratito más, además a ti se te ocurren muchas pendejadas que luego escribes y martirizas a tus pobres tres lectores. Aí nos vidrios”. Y se fue, les juro que del susto hasta religioso me volví (bueno, no mucho).

Cuando salí del hospital, por fortuna me sentí muy bien y me ha ido de maravilla (lo más seguro es que La Calaca tiene mala memoria). Desde luego tomo un titipuchal de pastillas y le entro con fe a la terapia de rehabilitación. Un cardiólogo me dijo que la mejor medicina en mi caso es el ejercicio y la

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natación es una opción. Y ahí me tienen creyéndome un “Johnny Weissmuller” de pueblo (así me llamó una querida amiga chilena), llegué a los 1,000 metros de nado libre diariamente. ¡Qué bien! ¿Verdad?

Pero, siempre hay un terrible pero, no contaba con la aprobación de mis padres. Es interesante, de niño se quiere mucho a nuestros padres biológicos, recuerdo que mi papá era mi ídolo, superior a Supermán y al Hombre Murciélago y mi mamita la mujer más linda del mundo. Ahora que ya estoy viejo por desgracia no los tengo. Entonces se preguntarán: ¿a qué padres me refiero? A nuestros verdaderos padres: al padre tiempo y nuestra madre la naturaleza. Después de nadar andaba como “caballo lechero”, cansado y en todos lados me quedaba dormido. Total que hay un dicho que no por viejo es menos cierto: “más rápido cae un hablador que un cojo”. Ya no les presumo cuanto nado, aunque sigo haciéndolo.

Por último les diré la solución que me dio mi mujer: que la ayude con los quehaceres de la casa, cosas sencillas como barrer y trapear. Aún lo estoy pensando porque otro de mis pecados capitales es la pereza y dudo mucho que se me quite. Claro que si me sigue insistiendo en que tengo que ayudarla con limpiar la casa pensaré en el escritor De Quincey que dijo: “l asesinato como una de las bellas artes”.

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Los negocios de mi tío

Mis queridos amigos:Con un poco de miedo (por decir lo de menos) les voy a comentar mi relación con un tío mío, mi personaje favorito, que cuando me vi en apuros gracias a él salí avante. Además me encanta el chisme y ya me anda por contarles. Además recuerden que los aspirantes a escritores somos unos redomados embusteros, así que si a la PGR, hacienda o alguna otra institución del averno se le ocurre hacer una investigación, yo, desde luego fingiré demencia (que no me cuesta trabajo) y negaré todo. Después de esta pertinente aclaración procederé a mi historia. Vale.

Coyoacán, donde por varias generaciones ha vivido mi familia, desde el porfiriato ha sido un barrio acomodado. Actualmente no ha perdido su sabor a provincia a pesar de estar en la ciudad más grande y conflictiva del mundo: la monstruosa ciudad de México. La colonia está llena de museos y de bellas plazas, universidades y gente bien. Esto último era muy importante para mis gentes ya que eran bastantes snobs.

Pobre de mi padre, su único hijo, o sea yo, le salió balín para el estudio y si tengo un diploma de técnico de museografía, fue por pura casualidad, por tener un museo cerca de la casa donde daban esta preparación. Destripe de las universidades de lujo en las que estudiaba para licenciado en derecho y donde mi papá gastó sus últimos recursos que le quedaron después del fracaso de sus múltiples fallidos negocios.

Realmente mi vocación es ser escritor, me la pasó escribiendo cuentos y novelas, por desgracia con más entusiasmo que suerte. No consigo que ninguna editorial me tome en serio, pero yo seguiré insistiendo. Les cuento que tengo un trabajo de medio pelo en el museo cuyo sueldo no me alcanzaba para darle mantenimiento a la casa colonial que me dejó mi difunto progenitor, ésta, cada vez estaba más deteriorada y con una terrible hipoteca, e igual están otras mansiones coloniales en mi barrio que inútilmente están en venta, como pronto estaría la mía si no me la quitaba antes el banco. La situación económica ustedes bien lo saben se ha puesto terrible en el país. Mi tristeza era infinita pues me había quedado sin dinero, por el divorcio a que mi bella media naranja me obligó. La causa: mi falta de numerario, ella quería vivir como princesa.

En estas circunstancias un señor, viudo de la hermana de mi difunta madre, se puso en contacto conmigo.

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—Hace tiempo que quería visitarte querido sobrino —de entrada me dijo el que resultó ser mi tío político y agregó—, la familia debe estar siempre en contacto.

No salía de mi sorpresa, además con un poco de disgusto, pues la verdad no tenía ni una mísera taza de café que ofrecerle.

—Gracias tío, créame que el gusto es mío, ¿qué anda haciendo?Mi recién aparecido tío postizo resultó listísimo, de una ojeada se dio

cuenta de lo “prángana” de la situación en que me encontraba y de una manera gentil me invito a la cantina cercana de mi casa a platicar.

Me contó que él como contador público titulado era socio de un grupo de contadores que pensaban comprar una mansión aledaña a mi casa para establecer un gran corporativo. Me dijo de los múltiples negocios que manejaban, que yo, la verdad, no le entendía “ni madres” aunque eso sí, puse cara de inteligencia para que no me considerara tarugo. Al cabo de varios whiskies de lo más fino, me comentó en plan de confidencia: “Sabes sobrino, mi problema han sido las cabronas mujeres, ¡qué hermosas son! —profirió un sonoro suspiro y continuó—. Después de que falleció tu tía, yo sin hijos me dediqué a darle “vuelo a la hilacha” y las “viejas” me han dejado sin nada, sin casas, sin carros. Pero por fortuna he escondido bastante dinero, si no estaría en la vil chilla. Por eso quisiera pasarme a vivir en tu casa —al ver mi cara de sorpresa de inmediato me aclaró—: claro que yo pagaría todos los gastos, desde la hipoteca, habría que hacerle varias adecuaciones y…”

Ya para que les cuento, el grupo al que pertenecía el tío, arregló a todo lujo la mansión para el corporativo y mi tío remodeló la casa de mis padres. Cosa curiosa, por fuera las dos casas tenían los mismos lineamientos coloniales, así que no hubo problema para los permisos de construcción y algo que me pareció raro, a mis dos carcachas (dos Volkswagen jettas de 10 años de antigüedad, uno que fue de mi papá y el otro mío) los arregló en la misma agencia de automóviles donde todo es más caro, quedaron funcionales.

Como la casa es muy amplia, acondicionó su propia oficina y se llevó a dos monumentos de mujeres, una llamada Wendy que era contadora, su ayudante, y la otra Elizabeth, una secretaria ejecutiva. Por cierto a mí ni me pelaban. Además contrató un servicio doméstico: cocinera, ama de llaves y recamareras. Todos los gastos de la casa corrían por cuenta de mi tío.

Yo, desde luego estaba feliz por este arreglo hasta el día que me tocó visitar a la hermana de mi padre, mi tía Juana.

—Desde luego, todo está a mi nombre, mi tío sólo es una visita —le dije.—Valiente tío —dijo con un gesto de disgusto—, cuídate, sé que es un

cabrón.

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Mi tía es de pocas palabras, ya no le pude sacar más y me dejó con la espina clavada.

La rutina, bendita rutina, siempre le da sentido a la existencia y estructura nuestro tiempo. Por varios años la vida en la casa tomó un carácter de disciplina prusiana, mi tío me dijo que por sus negocios no quería nada de escándalos, si yo tenía comezones sexuales que fuera a un hotel de lujo e incluso me puso en contacto con un servicio de “call girls” y él se haría cargo de los gastos. Qué agradable es contar con toda clase de facilidades y más cuando no tiene uno que pagarlo.

Total, que me quedaba mi sueldo libre por completo y comía como un rey pues la cocinera era magnífica. El trato con mi tío era muy cordial y agradable, la única vez que se disgusto conmigo, fue cuando entre sin avisarle en su privado y lo encontré sentado frente a una hermosa repisa donde tenía colocados varios trofeos. Él con un movimiento rápido sacó una llave insertada por debajo de la parte superior en la pared de la repisa antes dicha. Cosa curiosa el orificio de la cerradura ya sin la llave no se notaba pues era tapada por un pequeño cuadro que hacía continuidad con la misma pared. Yo, por lo pronto no hice caso.

Me aconsejó nunca emplear tarjetas, ni de débito ni crédito, todo al riguroso “cash”. Sacar dinero del cajero automático para mis gastos de mi tarjeta de nómina solamente. El tiempo pasó sin sentirlo y yo en Babia en relación a lo que se dedicaba mi protector. Por primera vez estaba sin deudas, sueño dorado de todo capitalino que se respete, eso sí, me molestaba un poco tener que manejar un carro viejo aunque arreglado.

En la refinada y fastuosa oficina de la mansión remodelada dos señores de mediana edad, elegante vestidos, paladeaban tizanas de hierbas medicinales con un gesto de disgusto cada uno de ellos.

— ¡Por Dios! Como cambian los tiempos, te acuerdas que antes nos deleitábamos de finos caldos y no esta porquería de tés terapéuticos. —dijo el más viejo de los dos.

—Qué quieres el tiempo no perdona, debemos cuidar nuestra salud —dijo el contador.

—Debo hacerte un reconocimiento, la idea de poner la oficina secundaria en la casa de tu sobrino ha dado muy buen resultado. Ahora quiero preguntarte, ¿si ya se hicieron los traspasos de dinero? ¿Cuánto fue a cada cuenta? ¿Y si hay algún problema futuro?

—Desde luego no hay problema. En la oficina de la casa de mi sobrino, contamos el dinero, hacemos las repartos, llega el camión de valores a recoger

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el efectivo, llevamos la contabilidad, todo lo burocrático y si por una casualidad hubiera una filtración de seguridad —e inmediatamente hizo la aclaración—, que no lo creo, el responsable sería mi sobrino, pues en esa casa todo está a su nombre. Y ya para el envío electrónico a las diferentes cuentas lo hacemos aquí con nuestro equipo de primera generación e inmediatamente borramos cualquier indicio. Lo que enviamos es…

Ambos señores pasaron un tiempo aclarando estos informes y al terminar le volvieron a preguntar al contador:

— ¿Y tu sobrino está enterado de algo del negocio?—Para nada, es un buen muchacho, muy ingenuo, el zonzo se la pasa

pergeñando mamotretos que él llama novelas. Es muy tranquilo desde su fracaso con su ex esposa, una niña bien que estudió en el Tecnológico de Monterrey, que después de la luna de miel al ver que el flamante marido no tenía dinero que lo manda a la fregada. Desde entonces está muy mansito, se tragó el cuento de que me tuve que cambiar a su casa por mis líos con las mujeres. Se dedica a trabajar en el museo cerca de su casa, y ahora que yo lo ayudo con los gastos está muy contento pues le queda tiempo libre para su escritura.

— ¿Le das mucho dinero?—No, sólo lo indispensable para los gastos de la casa, no quiero que se mal

acostumbre.

En la misma oficina meses después:—Te voy a decir el motivo real por el que te cite.—Tú dirás —dijo el contador sintiendo un vacío en la boca del estomago,

pues no esperaba nada bueno.—Mira, hablé con el cardiólogo con el que te obligué a ir. Me comentó que

a tus 65 años y después de practicarte el cateterismo, la enfermedad coronaria que padeces ya no es para dilatar con balones las arterias y la colocación de stents. Eres candidato a bypass, pero que tú te resistes a esta intervención. ¿Por qué?

—Sólo el que sufre un trastorno sabe lo que siente. Yo si estoy en reposo estoy normal. Además escuché una segunda opinión y este facultativo me dijo que con una dieta adecuada y medicamentos mi pronóstico era muy bueno —fue la respuesta.

—Sin embargo, recuerda tu responsabilidad, te necesitamos al 100%. El cirujano me dijo que después de la operación quedarías bien por 20 años cuando menos y el riesgo quirúrgico es poco, cuando mucho del 20% —desde luego dijo esta mentira con mucha tranquilidad ya que la cifra real era un

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50%, y continuó su perorata—. Así que anímate a operarte o enojarás a nuestros patrones y eso no te lo recomiendo. —terminó en un tono perentorio.

Haciendo de “tripas corazón” como vulgarmente se dice al contador no le quedó más remedio que aceptar.

Ha pasado un año desde el fallecimiento de mi tío. Ahora sus restos reposan en el Panteón Francés de la ciudad de México en la tumba que comparte con su difunta esposa, mi tía. La verdad no es raro que una persona de su edad haya expirado por enfermedad cardiaca. Pero hay detalles que me tienen inquieto.

Les referiré: lo habían programado para su cirugía de corazón abierto y para eso lo encamaron dos días antes de la fecha. Yo lo llevé en el coche a internarse e iba muy contento. El primer día le hicieron una serie de estudios que salieron normales y yo lo acompañé todo el día y en la noche. En el día previo a su intervención estaba muy animado y optimista. En la noche me preparaba a pasar otra velada con el paciente, cuando llegó su ayudante, la contadora Wendy, “chulada de mujer”. Hermosa en su cómoda ropa deportiva, aunque fría y distante conmigo en contraste era apreciable su calidez hacía mi tío. Ella me dijo: “puedes ir a dormir a la casa yo estaré con el contador”, y acompaño las palabras con una sonrisa dirigida al enfermo. Yo pensé: “a buen entendedor pocas palabras, era mejor la presencia de ella que la mía”. Me fui tranquilo.

A las tres de la madrugada me telefonearon del hospital: “por desgracia su tío tuvo un ataque cardiaco, lo sentimos”. De inmediato me presenté en el hospital donde firme unos papeles y me dieron unas pertenencias del paciente: su cartera y un llavero.

Lo que sigue parece de película, Wendy se encargó de todo. Del hospital el difunto pasó a la funeraria y de esta al panteón. Al medio día de la fecha en que era su intervención el tío ya descansaba en la paz del sepulcro, nada de velorio ni de pésames o cosa por el estilo.

En el curso de esa mañana llegó a mi casa Wendy junto con varios jóvenes bien trajeados, de inmediato se llevaron todos los papeles, libros, computadoras, ropa y enseres del difunto.

Ya para irse se digno a dirigirme la palabra diciéndome: “te suplicamos que durante un año mantengas sin cambios la casa, en la caja fuerte hay suficiente dinero. Desde luego no necesitas tanto personal, con una señora que te asista es suficiente. Si llega correspondencia la envías a este apartado postal y en caso de urgencia llamas a este teléfono”, dándome un papel donde estaban anotados los datos. Y fue todo.

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Hay dos palabras que me taladran el cerebro y son: “asertividad” y “planeación”. ¿Cuál de las dos es la buena?

A los pocos meses, se me fue la señora que me asistía sin decirme nada y dejaron vacía la casa donde estaba el corporativo. Nunca he vuelto a saber de ellos. La casa es habitada actualmente por una familia americana, no sé si la rentaron o la compraron. Ni ellos hablan español ni yo inglés.

No todo es malo en esta vida. Aunque yo me personé en la oficina que fue del tío, ya no me acordaba del llavero que me dieron en el hospital, que displicentemente puse en un escritorio junto con la cartera que me habían dado que después de sacarle el dinero, también la guardé. Una tarde aburrido, pues no tenía nada que hacer y al encontrar el dichoso llavero de casualidad, me puse a curiosear en la repisa del despacho. Por un tiempo no encontré donde insertar la llave como había hecho mi tío aquella vez que se me “engrifo”. Ya desesperaba cuando de repente al golpear la pared se deslizo una pequeña porción de la misma apareciendo el orificio de una cerradura.

Sorpresa que me llevé al abrir este compartimiento secreto, era donde el tío tenía su “guardadito”, pero qué guardadito, cuando hicieron la remodelación acondicionaron una caja enorme que estaba llena de billetes verdes de 100 dólares, una verdadera fortuna.

Ahora les haré dos preguntas: ¿Qué le pasó al tío? ¿A qué se dedicaba?

Yo pienso que si lo sé, pero no quiero ni pensar en ello. Salud.

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Manolo

Un aprendiz de escritor, como yo, inventa sus historias. Sin embargo por esta ocasión me limito a contarles lo que a mi vez a mí me contaron. Es una manera fácil de relatar un cuento y se lleva uno sorpresas, a veces la realidad es más interesante que la ficción. En fin, aquí la historia.

Empiezo por decirles que yo vivo en el bello estado mexicano de Puebla, donde hace muchos años llegó mi difunto abuelo, inmigrante español, que trajo de Galicia su afición por la fiesta brava, su acendrada fe católica y el amor por el duro trabajo del campo. En pocos años un rancho abandonado lo convirtió en un florido vergel. Pero no es de mi abuelo de quién quiero platicarles, sino de Manolo, antiguo integrante de la cuadrilla del torero mexicano Eloy Cavazos (1), era su mozo de espadas y un experto para el golpe de gracia en la nuca del toro, mediante el descabello y el puntillazo. Claro, un torero tan fino como Eloy generalmente mataba de una sola estocada al astado, pero cuando el animal ya caído se negaba a morir, entonces intervenía Manolo. “¿No te daba lástima?” Una vez le cuestioné. “Claro que no, chaval, dejaba de sufrir”, me contestó.

El tiempo, pinche tiempo que rápido se nos va, es cruel, al envejecer Manolo pasó de mozo de espadas a mozo de todas las confianzas de mi abuelo. Pero basta de preámbulo y a la historia. Es necesario aclarar que se dice el pecado no el pecador, no les diré quién o quienes me contaron lo que a continuación sigue.

A mis escasos lectores que me han acusado que me he vuelto romántico y cursi, lo que voy a contarles es algo truculento, la historia de un asesino, un sacerdote católico y una mujer que por una sola vez engaño a su marido. Interesante, ¿verdad?

En un risueño pueblecito de la serranía poblana, cuyo nombre me reservo, el sacerdote oficiaba todos los días la misa de 7 en la parroquia del lugar. A esa hora de la mañana eran muy pocos los fieles que asistían: media docena de “vejucas”, un par de ancianos y algún devoto artesano que después de comulgar se iba a la cantina a hacer “la mañanita”. Vacío casi el templo, el sacerdote no pudo menos que advertir la presencia de una mujer aún joven y atractiva que empezó a ir todos los días a la misa. Un mes después se confesó con él. Luego lo hacía cada semana, y le contaba pecados de la carne que lo inquietaban y ponían en él vagos deseos.

Una mañana lo buscó en la sacristía al terminar el oficio. Le contó que había llegado al pueblo para atender una cuestión de herencias, y le pidió consejo acerca de la manera en

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que debía arreglar las diferencias que por ese motivo habían surgido entre ella y sus hermanos. Al paso de las semanas le rogó que fuera su director espiritual.

Cada vez se veían y hablaban con mayor frecuencia. Surgió entre ellos cierta familiaridad que no dejaba de desasosegar al sacerdote: la mujer aún era joven, y él todavía no era viejo. Una tarde lo invitó a merendar en su casa, y luego, una de esas noches, a cenar. Las visitas se hicieron costumbre. Notaba el sacerdote que su amiga se vestía y arreglaba con especial esmero cuando él iba a su casa. Eso lo halagaba, y luego lo hacía sentir remordimientos por haber experimentado tal satisfacción. Acortaré la historia, pues seguramente quien la está leyendo la acortó ya en su pensamiento. Una de aquellas noches al calor de unas copas. La mujer acercó su cuerpo al suyo, y él, sin poder contenerse, la besó. Ello lo tomó de la mano y lo llevó a la alcoba. Ahí lo desnudó e hizo que él la desnudara. Luego hicieron el amor. En el momento en que lo estaban haciendo entró en la habitación un hombre, Manolo, y le clavó al sacerdote un puñal corto en la base del cráneo. El cura se desmadejó como una marioneta a la que cortan los hilos de repente. Murió sin darse cuenta de que lo habían matado. Tal es la historia, y tal es su final.

En la casa rentada por la mujer a los pocos días los vecinos descubrieron el cuerpo del sacerdote, nadie supo quien era ella y el misterio envolvió la muerte del clérigo. Muchos años después supe el meollo del asunto. ¿Quién me lo contó? Esa es otra historia.

El padre, viudo y lleno de vicios, enfermó de gravedad. Cuando se sintió morir pidió un sacerdote. Dijo que estaba en pecado mortal: si no se confesaba iría al infierno. Los hijos buscaron al joven cura recién llegado al pueblo. Se negó a ir con ellos: había trabajado mucho todo el día, dijo. Estaba muy cansado y ya se iba a acostar. El padre murió sin confesión; se condenó seguramente.

Pasó el tiempo; la hija se casó. El hermano se fue a Monterrey. A los dos atormentaba siempre el pensamiento de que su padre estaba en el infierno por no haber tenido a su lado un sacerdote en la hora de su muerte. Así, quisieron mandarle uno que lo acompañara por toda la eternidad. También el cura murió en pecado mortal, sin confesión. También de seguro fue al infierno.

Manolo y mi abuelo eran muy circunspectos, ambos ya están en la dimensión desconocida, ojala tengan por compañeros a los espadas de todos los tiempos del bello arte de la tauromaquia. FIN.

1. Eloy Cavazos (1949 - ). Matador de toros mexicano, de Monterrey.

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Mi amigo Juan

Queridos amigos:La historia que van a leer es verdadera. Claro, en caso de una investigación

yo lo negaría. Es la ventaja de los aprendices de escritor que podemos decir que todo es ficción, producto de nuestra acalorada imaginación y que somos unos verdaderos embusteros. Hecha esta pertinente aclaración precederé a mi relato:

La ciudad donde habito, Torreón, en el norte de México tiene todas las comodidades modernas y en época de invierno hace un cruel frio que a mí en especial me deprime y me duelen los huesos, mi bella esposa dice que es por lo viejo, pero, ya ven como son las mujeres. En fin, a finales de enero de hace varios años, por las dudas no digo la fecha exacta, falleció nuestro querido amigo Juan, socio fundador de una maternidad donde yo trabajaba como pediatra.

Juan y Pepe, dos licenciados en enfermería, eran buenos para los negocios. Ambos estaban casados con dos hermanas, por lo que eran concuños además de compadres y buenos amigos. Al principio, por la novedad, la maternidad funcionó de maravilla, varios médicos la atendíamos y comenzamos a ganar bastante dinero, pues la atención además de excelente tenía un costo razonable. Total, para no alargar la historia les contaré que tanto Juan como su compadre Pepe como vulgarmente se dice “se hincharon de ganar dinero”.

Juan, además como buen creyente era un paladín de su iglesia. El tiempo, que lo único que sabe es añadirnos años, pasó con más rapidez de lo que uno desearía. De repente Juan era septuagenario y pensó retirarse de los múltiples negocios que tenía y dedicarse a gozar de su bien ganada jubilación en compañía de su querida esposa, cómplice de todos sus trabajos.

Hay un viejo dicho: “El hombre propone y Dios dispone”, que no por viejo deja de ser cierto. Juan y su esposa programaron un viaje a Europa, cuando la fatalidad les llegó. La señora en una fría mañana al levantarse se sintió mal y murió de un infarto masivo al corazón.

Todos admiramos a Juan, aceptó con estoica resignación la terrible pérdida de la compañera de su vida. Repartió en vida sus múltiples posesiones a sus cuatro hijos, dos hijas casadas y dos varones profesionistas. Sin embargo él quedó a expensas de la generosidad de sus retoños. Al año de enviudar y cansado de peregrinar de casa en casa de sus hijos, que la verdad lo consideraban un estorbo, alquiló un pequeño departamento amueblado y se fue a vivir solo.

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Hasta aquí es la primera parte de esta historia, ya sin dinero propio Juan se quedó sin amigos, excepto su compadre Pepe. Todos pensamos que Juan era el culpable de sus desgracias por repartir su riqueza y no prever los avatares de la vejez. Sin embargo siempre estaba contento y risueño. Paradojas de la existencia, o tal vez como dijo el poeta: “El carnaval del mundo engaña tanto, /que las vidas son breves mascaradas; /aquí aprendemos a reír con llanto /y también a llorar con carcajadas.” (1)

Un gélido domingo en la mañana recibí la llamada de mi amigo Pepe y me dijo de una manera perentoria:

—A las cuatro de la tarde es la misa de cenizas de nuestro amigo Juan, te espero.

La misa fue en la capilla de la funeraria de más lujo de la ciudad, la que cuenta además con un columbario donde ahora en un nicho reposan las pavesas de Juan. No salía aún de la sorpresa por el óbito repentino de mi amigo, cuando mi extrañeza aumentó cuando Pepe me comentó:

—Ni se te ocurra darles el pésame a los hijos de Juan, pues están enojados contigo, ya que acabe esta ceremonia iremos a tomar una copa y ahí te explico lo que quieras.

Mientras paladeaba con delectación un fino whisky de 18 años en el ambiente acogedor y cálido del bar de más postín de mi pecadora urbe esperé con gran expectación la explicación prometida por mi amigo.

—Ahora sí, en esta tarde con el frio que hace es más agradable el coñac que el whisky, pero cada quién sus gustos. A propósito estas bebidas son cortesía de nuestro amigo Juan.

—Cómo, si él ya está en la dimensión desconocida —le comenté. Pepe, rió con alegría y me dijo:—Recuerda que él era asertivo y muy buen organizador. Claro, mereces

una amplia explicación de los sucesos de este día, pero antes deja ponerte en antecedentes —por un momento guardo silencio mientras calentaba con sus manos su copa coñaquera.

— ¿Por qué los hijos del difunto están enojados conmigo? Si hace tiempo que no hablo con ellos —le cuestioné.

—Por un pequeño detalle, pero te lo diré al final. Mira nuestro amigo a pesar de ser muy listo, era muy ingenuo en cuanto a sus hijos. Al enviudar pensó en repartirles lo que con tanto trabajo había acumulado en su vida. Sin embargo, no conocía la naturaleza humana. Los muchachos al principio estaban muy contentos, pero no les hizo gracia tener que navegar con el papá.

—Bueno, eso era de esperarse —y agregué— es de sentido común.

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—Por fortuna, hace cosa de un mes, se “le prendió el foco” al darse cuenta de “la pendejada” que había hecho al repartirles en vida su dinero y creo que procedió a remediarlo.

— ¿Te dijo algo?—No, pero te haré una reseña de hechos. Pepe, siempre ha tenido una vis melodramática, así que con parsimonia me

relató lo siguiente:—Me imagino que cuando Juan se dio cuenta de que sus hijos no lo

“pelaban” para nada. Y además, no encontró comprensión con sus amigos los curas, por orgullo en soledad procedió a solucionar sus problemas sin ayuda: alquiló un pequeño departamento amueblado. Contrató un servicio funerario, pero solamente la cremación. En el último momento recurrió a mí. —mi interlocutor guardó silencio después de decir lo anterior.

—No me la hagas de emoción —le dije— ¿qué pasó? ¿Alguna vez te comentó que se sentía mal o algo?

—Sí, que no podía dormir y que usaba pastillas para dormir mezcladas con whisky, eso sí, del más fino. Ayer sábado me dio la llave de su apartamento y que hoy fuera a las ocho de la mañana y simplemente entrara.

— ¿Y?—Pues eso hice. El apartamento estaba reluciente de limpio, sin nada fuera

de lugar, no había botellas tiradas, ni frascos de medicamentos fuera de lugar. Todo en silencio, Juan yacía de costado en la cama, su cara denotaba tranquilidad. Había un grueso sobre dirigido a mí en el buró.

— ¡Ah, caray! ¿Por qué no llamaste al Agente del Ministerio Público?—Porque no soy “rollero” como tú. ¿Para qué sirven los amigos? Aunque a

veces me has acusado de ser “lento de entendederas”, por esta ocasión de inmediato comprendí lo que tenía que hacer. Llamé de inmediato a la funeraria y así con la piyama puesta lo llevamos a incinerar. Mientras lo hacían arreglé lo de la misa, ya sabes que a él le gustaba la parafernalia de la religión.

—Pero, —no pude menos de decirle— en el aspecto legal, la funeraria te pide un certificado de defunción.

—Claro, y se los di, por eso la cremación fue de inmediato antes de que a algún despistado se le ocurriera hacerle una autopsia. Por cierto tu firma es muy fácil de elaborar —terminó de decirme.

1.- Juan de Dios Peza. Reír llorando.

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Mi compadre “El Cacarizo”Autor ASMODEUS

¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti.

Hola amigos:Mi nombre es Asmodeus, intrigante y divertido apelativo, que aparece en varios libros: el libro de Tobías, en el Talmud, y en los tratados de demonología, escritos por ese ser insignificante que es el hombre, mejor dicho los humanos. Sin embargo yo he existido siempre, a veces me confunden con mis amigos: Baco, Loki y varios más. Ahora para hacerme más interesante me voy a transformar en un aprendiz de escritor, claro yo tengo la ventaja de que no debo vender mi alma, ¿cuál alma?

En fin, debo ser breve, tengo un amigo médico. Por cierto estos profesionistas me caen bien, pues son mis seguidores aunque ellos no lo sepan. Les decía que este camarada me contó una divertida historia con un final feliz como los que me gustan, no del tipo hollywoodense, alambicado y cursi, sino real, de esos que dejan un buen sabor de boca. Pero ya me estoy alargando mucho y como aconseja otro de mis prosélitos, el filósofo Descartes, mis frases deben ser claras y sencillas. Al grano y sin rodeos, la historia la intitulé “Mi compadre el cacarizo”, aclaro es compadre del galeno, no mío.

La historia transcurre en un pequeño y risueño pueblo al pie del volcán Popocatepétl (don Goyo) en el Estado Mexicano de Puebla. En este lugar reina el señor Cura del lugar y en las casas existe invariablemente un letrero: “En esta casa somos católicos. No admitimos propaganda protestante”. ¡Imagínense! Si a los hermanos separados no los admiten, que nos espera a los pingos simpáticos como yo. Los que aspiran a ganar el cielo son más papistas que el Papa. Sin embargo, el ser humano necesita del pecado, es parte integrante de su felicidad.

El protagonista de la historia voy a decirlo sin tapujos. Decir las cosas sin tapujos es decirlas bien. El hombre es un lenón. Regentea un burdel; trafica con mujeres. El burdel está en la zona de tolerancia; se llama Los placeres de Nerón y abarca también una pulquería de reconocido prestigio. La zona de tolerancia es pobre, pues el pueblo es pequeño. Tan pequeño es que “el sector pecaminoso” —así la llama la revista eclesial— está a unas cuantas cuadras de la iglesia Parroquial.

El físico del dueño de la pulquería y de la mancebía es atlético, pero su cara está llena de hoyos, secuelas de una varicela y de un acné exacerbado de

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adolescente, por eso le apodan “El cacarizo”. Una de las pupilas de su negocio lo describió como “feo pero interesante”. Se ocupa, desde luego, en sus tareas de lenón. De las 9 de la noche hasta las 2 de la madrugada atiende a la erizada clientela de su establecimiento; por decir, casi todos los caballeros de la localidad; dirime los pleitos entre las mujeres; sirve las cervezas, el acreditado pulque y las copas en la barra de la cantina; y cobra por las bebidas y por todo lo demás. Luego, de descansar un rato, a las 8 en punto abre la pulquería.

Es cínico el lenón pulquero. Pero es también agradecido. A tres personajes no les cobra: al Delegado Ejidal, que lo libró de ir a la cárcel después de un infortunado suceso de sangre en su negocio; al señor Cura por eso de la salvación de las almas, desde luego las muchachas que atienden a estos señores no están muy de acuerdo de ofrecer de a gratis sus servicios, aunque el buen sacerdote les da estampitas de la virgen; al médico del pueblo (su compadre de botella), que se encarga de los servicios médicos que son bastante frecuentes en las chicas del negocio.

El negociante en carne humana aunque de buen carácter, por su fealdad, nunca se casó. Tiene si, una mujer. La conoció en los ires y venires de su negocio, pues a lo mismo se dedicaba ella. Ya no se dedica a eso, claro, pero lo ayuda en el establecimiento. La gente de cariño le apoda “la Cacariza”, aunque su cara está limpia, aún bella pero ajada por las vicisitudes difíciles en la vida de una mujer fácil. Es ella la que se ocupa de cuidar a las muchachas, atenderlas cuando se ponen malas, remediar sus necesidades, oír sus quejas y quebrantos…

Yo como narrador ya me estoy extendiendo demasiado y me vuelvo cursi y sentimental (¡qué quieren! Se contagia uno de las telenovelas venezolanas y sobre todo de las mexicanas), así que voy a los hechos. La Cacariza se enfermó, dolores intensos en el abdomen. Su amigo, el médico, la examina, le manda exámenes y llega a la conclusión de que padece una enfermedad terminal. “No es posible —dice él, consternado y piensa: mi compadre como médico de pueblo ya se empolvó—. Vamos a la capital”. Y a la capital la lleva, al mejor hospital. El diagnóstico anterior era acertado. Su compañera va a morir sin remedio.

Los doctores le han dicho a él, aparte, que a la señora le quedan unos pocos meses de vida. Que sufrirá dolores terribles y una agonía sólo tolerable a base de fuertes drogas. Él le dice a ella lo que va a pasar. Nunca le oculta nada. Regresan a su casa, y al otro día amanecen muertos los dos, en la cocina.

Yo les prometí a Ustedes, amables lectores, un final feliz. Y aquí lo tienen. Como buen demonio soy presumido y quisiera atribuirme el mérito de que gracias a mi intervención en el pensamiento de ambos se les ocurrió terminar. Pero como dijo mi compa Sócrates “soy más amigo de la verdad” y ésta es

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que yo no tuve nada que ver. Ellos cerraron las puertas y ventanas, taparon con lienzos y periódicos todas las hendiduras, abrieron el gas de la estufa y han muerto. Ella no quiso sufrir ni hacerlo sufrir a él. Por su parte él no quiso que ella se fuera sola, ni quiso quedarse solo él.

Amigos como dijo un inquilino mío, Mark Twain: “Me gusta el cielo por su clima, pero prefiero el infierno por su ambiente social”, en la dimensión desconocida los espera su seguro servidor: Asmodeus.

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Mi compadre y mi psicólogoAutor: Asmodeus

No creo en Dios pero si en mi mujer, que en esencia es más o menos lo mismo. Terryloki.

(Con disculpas para Isaac Asimov donde se encuentre: en el cielo, en el infierno, o “¡Ay nanita!” En la nada)

Mis queridos amigos:Soy un escritor, lo anterior lo digo no por presunción, sino porque es

verdad, me da por pergeñar palabras de todo lo que se me ocurre. Si tengo éxito o lectores que me leen, esa es otra historia. Como soy de esta época moderna y tengo muchas angustias existenciales fui a visitar a mi psicólogo de cabecera como tantos habitantes en este México, de mis amores, donde la vida esta re-cabrona.

En fin, se lo conté a mi compadre y además le di a leer la entrevista con el facultativo de la mente que a continuación escribo, pinche compadre, es como “la fregada”, con eso de que es joven y además cirujano se cree el papá de los pollitos. Al final para hacerla de emoción les diré lo que este cabrón me dijo.

—Así que tú, mi querido amigo, te crees escritor y eso te causa angustia, ¿puedo preguntarte el porqué?

—Porque se agolpan en mi sesera muchos argumentos, urdidos con alegría y finura, y no me dejan en paz hasta que los escribo, de no ser así me llevan a la locura.

—Qué sea menos, sin jactancia, ¿y eso que tiene de malo?—Pues que no le hago caso a mi mujer, si voy a un concierto no distingo las

notas, si manejo me paso la luz roja, estoy siempre en babía, mi mente está siempre en la gloria de las estrellas y de la imaginación.

—¡Ah, cabrón! Esto no lo había escuchado y mira que me paso el día oyendo «pendejadas».

—Además tengo otro problema, en mis historias debe existir una muchacha, que sea una doncella buena y pura (aún así apetitosa) sobre todo pechugona, y de atuendos. Ligera. A los lectores masculinos, aunque ya no puedan siguen con sus apetitos lascivos, así que ella debe despertarles deseos carnales con sus formas sensuales.

—¡Bueno, eso que tiene de malo! Es el instinto primario. Te soy sincero no veo problemas en tu caso, ¿por qué te quejas?

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—Es que tengo mi mente llena de personajes y por eso estoy siempre despistado, no recuerdo donde aparqué el coche, no me preocupa mi apariencia, siempre estoy desliñado y eso “encabrita” a mi media naranja, con el único que platico es con mi perro ‘Hachi’ porque me hace caso. Mi esposa me dice que la gente me mira murmurando porque nomás traigo un calcetín, de chalado no me bajan y se hacen a un lado pues dicen que la chifladura puede ser contagiosa.

—¿Y cuando te sientes bien?—Cuando en la computadora hay palabras en tropel, termina el suplicio que

causa tanto desquicio. Empieza la diversión: he concluido otro cuento de humor negro, y si hay uno o dos asesinatos mejor.

—¡Ah, caray! Me deja tu mal perplejo. Ahora me explico porque en los escritores hay tanto enajenado, borracho, suicida y otra linduras semejantes. No pueden dormir o estar en paz porque tienen ideas que les bailan en la cabeza y cuando se afeitan se hacen un corte, pierden el hilo de lo que dicen, y cuando conducen se juegan su vida y la de los demás y siempre porque tienen ideas, situaciones, y diálogos dando vueltas y más vueltas en la mente.

— Cuénteme, por favor, ¿qué hago para no tener ideas y tener un poco de paz?

—Siento pena por ti. Por mi experiencia y dado lo que me cuentas puedo decir que todos los escritores, aún los malos como tú, su trabajo consiste en dar felicidad… a los demás.

Cuando mi buen compadre, el cirujano, leyó la consulta psicológica, se quedó un momento en silencio y me dijo medio burlón:

“¡Ay, compadre! No te hagas pendejo, el psicólogo es tu subconsciente. Ya tu mujer, mi querida comadre, habló conmigo y palabras más o palabras menos me dijo: «No sé qué hacer con mi marido, se la pasa hablando con nuestro perro ‘El Hachi’, no me pela, ni uno ni el otro. Estoy pensando llevarlos con el veterinario para que los ponga a dormir. O sólo a mi marido, pues si el ‘Hachi’ ya no tiene la influencia maléfica de tu compadre a lo mejor se compone.» Como la vez, o se te quita lo loco o marchas.”

Nobleza obliga, ha sido mi lema, soy educado, así que no me quedó más remedio que darle las gracias a mi compadre por sus finas y cabronas atenciones. Vale.

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Plática de café

Con cariño a mi querida amiga chilena: Emilia Fuentes Burgos, amante de la poesía y en el fondo del humor negro. El siguiente cuento es una mezcla de ambos. Yo mero.

El valle de Puebla está custodiado por cuatro majestuosos y soberbios guardianes: el Popocatépetl, el Iztaccihuatl, la Malinche y el Citlaltépetl o Pico de Orizaba, los más altos volcanes del territorio mexicano.

A las faldas de don Goyo (Popocatéptl) se encuentra un pueblo pequeño, para llegar a él se va por un camino de terracería, verdugo de los pobres automóviles que lo recorren. ¿Su nombre? No importa para nuestra historia, sólo les diré que cuenta con una iglesia pequeña y humilde, y el sacerdote que la atiende es mi amigo, condiscípulo mío desde las primeras letras en la bella y complicada ciudad de Puebla. Él siguió el camino de su Dios. Yo, el mundanal ruido de las cosas del mundo. Cuando me atosiga la vida y se me aprieta el alma, voy a descansar unos cuantos días a mi casa de campo en el pueblito, y ahí en la paz de ese paradisiaco lugar me dedico a jugar al ajedrez y tomar café con mi camarada.

—Leí en el periódico la esquela de Armando. Me dio tristeza —dijo el buen sacerdote.

—Sí, le dimos tierra este domingo. Por cierto su funeral estuvo muy desangelado, unas cuantas personas lo acompañamos a su viaje final, por cierto ningún familiar directo.

— ¿Ningún ser querido? Pero estaba casado y tenía dos hijos.—Él no tenía seres queridos. Hacía años que se había divorciado de su

esposa; los dos hijos que con ella tuvo vivían lejos; uno en Europa y el otro en Canadá, nunca los veía.

—Pero, ¿sus amigos?— ¿Amigos? La verdad sólo éramos tú y yo. Los demás, apenas algunos

conocidos con quienes se reunía a veces para intercambiar tedios y soledades. Además, recuerda que estaba desahuciado y en trances como ese, los amigos dejan de ser amigos: se vuelven sobrevivientes que en el fondo se alegran de no haber sido ellos a los que les cayó el rayo. Le dicen a lo más: “Qué mala suerte”, y luego se van a ver los resultados del futbol.

—No sabía de su enfermedad, ¿Cómo fue?

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—Todo empezó con un dolorcillo leve que sentía en el pecho, y que creyó era efecto del frío del invierno. Pero pasó el invierno, y el dolorcillo no pasó. Se convirtió en dolor. En primavera un dolor es más dolor, de modo que fue a la consulta de un médico. Exámenes. Radiografías. Pruebas de laboratorio. Y al final el diagnóstico: cáncer de pulmón.

— ¡Vaya, sorpresa!—Sí, él se sorprendió, Jamás había fumado. Hizo deporte cuando joven.

Aún en los últimos tiempos solía ejercitarse; salía a caminar todos los días. Se había considerado siempre un hombre sano.

— ¿Qué le dijo el médico? —El médico le dijo que le quedaban seis meses de vida, cuando más. Él le

preguntó: “¿Hay algo qué se pueda hacer?”. “Nada. Ya es demasiado tarde”.— ¿Cuál fue la reacción de nuestro amigo? —con pesadumbre más que

curiosidad, cuestionó el religioso.—Él no tenía miedo de morir. Temía, sí, a la enfermedad. A los dolores e

indignidad que con ella vienen. El médico lo tranquilizó. Había formas de evitarle el sufrimiento, le indicó, y se emplearían todas. Cuando llegara la hora se iría sin darse cuenta —me quedé callado mientras sorbía el delicioso café que degustábamos y añadí—: cuando el médico le dijo que se iba a morir se sintió más vivo que nunca. No se le vino el mundo encima, como dicen; antes bien se prometió que él se le vendría encima al mundo.

— ¿Cómo?—Armando en presencia de la muerte, le llegó la vida. En el patíbulo, como

quien dice, se sintió hombre de nuevo. Una extraña seguridad en sí mismo lo invadió. En su vehículo que era su orgullo andaba de arriba abajo.

—Es común que antes de morir a la gente le venga un segundo aire —comentó el cura.

— ¿Sabes que hizo? Busco a la primera mujer de la que estuvo enamorado, nuestra compañera Yvonne, la muchacha más bonita de la secundaria, ¿Te acuerdas?

— ¡Claro! Por cierto, me comentaron que su marido había fallecido en un accidente.

—Sí, fue un accidente muy raro, el señor que aquí entre nos, era un verdadero cabrón, si me perdonas la expresión, trataba muy mal a Yvonne, la golpeaba y pensaba dejarla junto con sus hijos pues tenía pensado arrejuntarse con una artista de variedades que era su querida. Así que fue muy oportuno el accidente para nuestra amiga, quedó viuda pero con mucho dinero. Todo este chisme salió en el periódico.

— ¿Por qué dices que el accidente fue muy raro?

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—Mira, este “cuate” se las daba de galán y de deportista, todas las mañanas salía a correr para entrenarse para el maratón que cada año se corre en Puebla. Un domingo, como a eso de las seis de la mañana cuando él corría por un boulevard fue atropellado por una camioneta, el golpe fue mortal y la camioneta no se detuvo. Un caso de atropello y huida.

— ¿La policía tuvo alguna pista?—Sí, otro corredor vio a la camioneta e incluso les dio a los investigadores

la marca: Toyota Tacoma doble Cabina, color roja. Lo malo es que no se fijo en el número de placas. Lo raro es: que si hubiera sido un accidente el conductor no se hubiera “pelado”.

—Dices que Armando fue a buscar a Yvonne, ¿La encontró?—Sí, ya no era, claro, la que había sido cuando él la conoció, aquella

muchacha hermosa, de cuerpo apetecible y rostro de madona. Recién viuda, marchita ya, mostraba en el paso y en el peso, el peso y el paso de los años. No había sido su novia, ni siquiera su amiga, pero fue su amor platónico en la juventud, cuando el amor acaricia más el alma y hace que te duela más. La buscó y le dijo que había estado enamorado de ella cuando empezaban ambos a vivir. Ella sonrió y le agradeció el recuerdo. Le pregunto después: “Y ¿para qué me buscas?”. Había en su voz una cierta nota de inquietud”. Dijo él: “Soy hombre viejo, y no quiero irme de este mundo sin tocar tus labios con los míos. No se trata de un beso, no. Un roce nada más; apenas una insinuación de beso, Con eso cumpliré el sueño de mi vida. ¿Te costará tanto sacrificio cumplirle esa ilusión a alguien que se va?”. Ella sonrió otra vez. Se llegó a él y le tomó las manos. Luego acercó su rostro al suyo. El puso sus labios en los de la mujer. Fue casi un beso y casi no lo fue. Cuando se separaron, en los labios de los dos había una sonrisa y en sus ojos una luz.

—Has hablado con la voz acariciante del poeta —dijo el religioso y sirvió vino de consagrar, propio para las palabras que había escuchado y volvió a preguntar—: ¿Qué pasó después?

—Me gustaría decir que lucho contra la enfermedad, tú sabes que no fue así. Que cuando menos los dos vivieron una existencia nueva y feliz aunque corta, feliz por ser nueva, nueva por ser feliz. No fue así. Eso sucede sólo en la telenovelas, y que la gente comparte para disipar el miedo a la muerte, y más el miedo a la vida. Aquí eso no pasó. La enfermedad hizo lo que tenía que hacer: matar. Y él hizo lo que tenía que hacer: morir. Pero se fue del mundo con el recuerdo de aquel beso que casi no fue beso. Se fue tranquilo, con agradecimiento con la mujer que cumplió sin saberlo, la última voluntad de un condenado a muerte. También me gustaría decirte que con el aliento final él pronunció el nombre de la mujer amada. Tampoco sucedió eso. Murió en silencio, y solo. Pasó del sueño de los medicamentos al de la muerte. No sé

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qué sueño sea ese, pero si en verdad es sueño en él estará el sueño de aquel beso, de aquel breve momento de vida que iluminó la eternidad de la muerte…

En aquel humilde y risueño pueblecito al pie del volcán, la vida empieza. El conocido del sacerdote se dispone a tomar el desvencijado autobús que lo llevará a su bella y pecadora ciudad de Puebla, mientras el humilde cura, con sorpresa en su cara observa la elegante camioneta Toyota Tacoma doble cabina, roja, que su amigo, el difunto Armando, le dejó de herencia. El viento del bosque cercano, mientras él piensa en su compañero, lleva sus palabras que son: “Padre nuestro, qué estás en los cielos…”.

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Problema existencial

El esposo:“Es la crisis de la mediana edad”, le dijo el médico de la familia, “Es natural, ahora que se fueron tus dos hijos de la casa y más que sus trabajos son en el extranjero, que sientas que algo falta en la casa. Es el síndrome del nido vacío, cuando la pareja se queda sola en una casa enorme. De ahí vienen todas tus molestias: el dolor de cabeza, las agruras. Lo que debes hacer es buscar algo que te entretenga”, terminó de decirle el facultativo.

La esposa:Se aburría. Se aburría mortalmente, que es un modo muy vivo de aburrirse. Una mujer que se aburre es peligrosa tanto para sí misma como para quienes la rodean. A ella la rodeaba por todas partes su marido, lo cual era uno de los motivos de su aburrimiento. Ese tedio se traducía en silencio. Pasaban días sin decir más palabras que las necesarias. En un principio a él le preocupó su mutismo. ¿Qué te sucede? Nada. ¿Te duele algo? No. Pero acabó por acostumbrarse —los hombres acaban por acostumbrarse a todo—, y optó por callar él también. Cuando llegaba del trabajo se encerraba en su cuarto (tenían habitaciones separadas) y encendía el televisor. Ella, por su parte, leía.

El esposo:“Cuánta razón tenía el doctor”, pensó con alegría, “Ahora que tengo una nueva ilusión la vida la veo llena de atractivos. Conchita me ha dado nuevos bríos”.

El hombre no quería pensar en su Dios, aún asistía los domingos (más por costumbre que por devoción) a misa acompañando a la aburrida de su esposa. Durante el oficio ya no participaba como antes, sólo abría la boca cuando los demás decían: “Señor ten piedad”. Su pensamiento estaba muy lejos, en la adorable Conchita y le venían a la mente pensamientos sacrílegos como: sí su cónyuge desapareciera. Por fortuna para él, la señora estaba como ida, fuera de su lectura pareciera que nada le interesaba, incluso asistir al café los martes en la tarde con sus amigas, como había sido su costumbre durante años, lo hacía más de compromiso que de ganas.

El marido, en sus noches de vigilia, cuando el insomnio hacía presa en él, se imaginaba las maneras de deshacerse de la señora de mediana edad que le había tocado por compañera. Reconocía que era demasiado cobarde para buscarse un sicario y encomendarle la tarea, tenía suficiente dinero pero le faltaban los contactos para hacerlo. Además odiaba el derramamiento de sangre. En la biblioteca pública leía con fruición el libro “Manual de

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envenenamientos”. Él estaba consciente de que el veneno era más propio para mujeres, pero sería una buena opción, el problema era conseguirlo y administrarlo sin que la señora se diera cuenta y sobre todo que pasara por muerte natural y entonces sí, a gozar de su amor prohibido.

¡Vaya problema existencial que tenía!

La esposa:— ¡Qué estúpidos son los hombres! El tonto de mi marido creía que yo no me daba cuenta que andaba con la lagartona de Conchita —dijo la esposa.

— ¿De qué murió tu esposo? —preguntó la amiga.—De un ataque cardiaco —contestó y por un momento se puso a pensar

que el té que le dio si tuvo resultado.

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Qué cursi

—Ya supiste que nuestro maestro, ahora jubilado, le dio por estudiar en la Escuela de Escritores, qué va escribir historias de sus pacientes —dijo el joven médico.

— ¡Qué cursi!, chango viejo no aprende maromas nuevas y el doctor está re-viejo.

—Es que no quiere dar su brazo a torcer, como era muy respetado como cirujano, cree que la va hacer como escritor. Estos viejos deberían quedarse tranquilos en espera que Diosito se acuerde de ellos, y dejen de respirar el oxígeno ya tan escaso —al decir lo anterior soltó una alegre carcajada el joven facultativo.

Esta plática me fue referida por el malicioso de mi compadre, grandísimo cabrón, con la aviesa intención de mortificarme, sin embargo yo tuve que darle las gracias por su gentileza al contarme el chisme.

Y sí, yo soy médico jubilado que escribo cuentos, y la verdad no es por presumir pero me creo a la altura de Archibald Joseph Cronin, médico escocés, autor de “La Ciudadela”. Siempre me ha llamado la atención la literatura y me he embarcado en el espectral arte de la escritura. Desde luego, y no me explico el porqué nadie lee lo que escribo y sirvo de burla a mis antiguos alumnos de la facultad. Sin embargo durante muchos años que ejercí la medicina fui testigo de las diferentes facetas de la naturaleza humana.

El caso de una de las últimas pacientes que atendí es el que quiero relatarles. A esta enferma la operé como último recurso, una intervención quirúrgica de las que dan fama al cirujano, desde luego técnicamente fue un éxito, pero el organismo de la intervenida ya no estaba para esos trotes y a los pocos días dejó este valle de lágrimas.

Ella murió. La difunta señoreaba la casa, oscura de tristezas y silencios. Desde su muerte el hombre dejó de ser quien era. Se hizo nadie. Y casi se hizo nada, de no ser por la rabia que nació en él, por el odio con que miraba al mundo, a la vida, a Dios, a todo. Ni siquiera le fue dado el don del llanto. Cuando la mujer se le fue se fue él con ella. Quedaron sólo su piel, sus huesos y su carne. Caminaba como espectro por la casa, vacía ahora de quien la llenó.

La hija se angustiaba al ver el sufrimiento de su padre. Le decía suplicante: "¡Papá!". Y él: "Déjame". A veces, sólo a veces, ponía en la muchacha una mirada extraña, como la de aquél que ve sin ver. Ella sabía: no la estaba viendo a ella; miraba a la esposa ida. En los rasgos de la hija quería recobrar a la ausente. Inútil: una palabra, un gesto diferente a los de la muerta rompían aquel espejismo, y entonces él miraba con rencor a la que se parecía, pero no era. Empezó a beber; dejó de trabajar en su despacho contable. Ya no salía de la

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casa. Andaba sucio, descuidado. Respiraba, pero estaba tan muerto como la muerta que fue todo en su vida.

La hija se desmejoró, entre atender el despacho con los problemas contables de los clientes, el cuidado de la casa y la preocupación de su papá, que se embarcó en un viaje de tequila hasta llegar a la desorientación, confusión y la locura. Ella le rogó: “Papá: le pedí a la Virgen de Guadalupe un milagro". Respondió él, hosco: "Los milagros no existen". Y la muchacha, cierta: "El mío sí me lo concederá la Virgen".

Pobre mujer, flaca, ojerosa, con los nervios a flor de piel cuando me fue a ver. “Doctor —me dijo— ayúdeme por favor”. Me contó lo que le había dicho el padre del milagro y yo, agnóstico, también le quite ese consuelo. Además me explicó que necesitaba alguien que cuidara a su padre, mientras ella trabajaba, y que cobrara barato, ya que pasaban por estrechez económica. Aquí me sentí culpable ya que mis honorarios quirúrgicos habían sido cuantiosos. Fue mi conciencia la que iluminó mi mente y me acordé de la señorita Clotilde, más conocida como “Cleo”, afanadora jubilada del hospital donde trabajé. Ella, consciente de su falta de belleza física, siempre quiso ser enfermera, pero sus escasas luces no se lo permitieron, siempre reprobó los exámenes, incluso los más sencillos para enfermera auxiliar, en contraste tenía un carácter jovial y simpático. Ya jubilada se ocupó en cosas de la iglesia y en el cuidado de los numerosos sobrinos que tenía. Con el argumento de que era una obra de caridad la que haría, además de unos centavos que ganaría y que bastante falta le hacía, fue que este amable ángel entró a la casa de mi antigua paciente.

¡Vaya cambio que hizo! Con buen trato y una sana autoridad de esas que se tiene por nacimiento, logró que el borrachín fuera a Alcohólicos Anónimos. No crean que el cambio fue inmediato. No. Esto sólo sucede en las novelas rosas. Hubo pleitos, desaires, desencuentros. Pero al fin, dejó de beber, era otro hombre, se hizo amigo de Cleo y a los pocos meses le pidió que se casara con él. Ahora el hombre era otro hombre. Se le veía feliz; vivía una nueva vida. Ella, por su parte, supo del romance.

Era un lunes en la mañana cuando me visitó, al principio no la reconocí, era la hija de mi paciente: bien arreglada, vestida con cierta elegancia, un maquillaje discreto que la embellecía más y fuego en su mirada. Ustedes pensarán que yo, como muchos médicos, creemos que la mujer es lo más maravilloso de la creación y tomamos como dogma casi religioso: “No hay mujeres feas, lo que hay son hombres con falta de imaginación”. No, definitivamente no, la encontré hermosa y alegre cuando me dijo:

—Doctor, vengo a entregarle la invitación para la boda de mi papá —y agregó con cierto dejo de burla—: ya ve, la Virgen me hizo el milagro.

Sorprendido y cabreado pensé al igual que mis colegas jóvenes: “¡Qué cursi!”.

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Un proemio y una historia verdadera

Hola amigos:Primero les escribiré una introducción, yo puse en el título proemio porque

me pareció más elegante, ¿no creen?Como todo buen jubilado asisto diario al café con diferentes amigos, uno

de ellos es un médico viejo, por cierto de los que tienen un “ojo clínico” envidiable, y le encanta repetir aforismos que el inventa o se los fusila como: “los jubilados somos como la mini-falda, cada vez más cerca del hoyo”. Es formidable mi contertulio.

Desde luego todo trabajador retirado habla horrores de sus antiguos compañeros, sólo él era bueno y los demás unos “reverendos” tarados. Por eso, cuando me contó que un vecino suyo había fallecido, le pareció sospechoso que éste aún joven se hubiera ido de una enfermedad gastrointestinal de dos años de evolución. Del médico, que lo atendía y expidió el certificado de defunción, mi amigo me dijo con vehemencia: “te juro que el güey repatea de pendejo”. Yo lo tomé con cierta reserva.

Además, enalteció mi ego al decirme: “tú que escribes cuentos policiacos debes tener experiencia en las deducciones del bien y del mal, por eso te contaré el caso”. Claro, que me inflé como un pavo real, por lo que procederé a relatarles la historia que es verdadera.

Ella no sabía por qué su esposo la golpeaba tanto. Casi todos los días le pegaba, Generalmente el maltrato consistía en una bofetada o dos, pero otras veces le daba con el puño hasta hacerla sangrar, o la hacía caer al suelo y ahí la pateaba. Ella no sabía por qué su esposo la golpeaba. Aunque era fácil deducir el porqué: aquel hombre golpeaba a su mujer porque en el trabajo él recibía golpes de los que no se dan con las manos o con los pies: humillaciones, burlas, reprensiones inmerecidas, ordenes irracionales que debía cumplir, trabajo extra al que no se podía negar… Por eso se desquitaba con la esposa después de beber muchos tragos para supuestamente relajarse, la golpeaba por “quítame esas pajas”, como le habría gustado golpear a su jefe, o a sus compañeros. Los hijos se espantaban cuando veían a su padre maltratar a su mamá. Corrían a esconderse, y contenían el llanto, pues también ellos recibían golpes si lloraban. A nadie le contaban lo que en su casa sucedía. La madre les había dicho que eso nadie lo debía saber. Ella ocultaba sus golpes, o le explicaba al médico que a veces la atendía, diciendo que se había pegado contra una puerta. Eso sí, el golpeador cuando le pasaba el acceso de furia se arrepentía, lloraba, prometía enmienda y acudían a misa diaria.

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La mujer era culta le encantaba leer biografías de personajes famosos: el sabio filósofo Sócrates, el conflictivo Papa Alejandro VI (el Papa Borgia), la bellísima Marilyn Monroe y sobre todo un libro que trataba sobre la vida y muerte de Napoleón Bonaparte que lo leyó y releyó varias veces. Los libros los pedía en la biblioteca pública porque la situación económica no era buena para comprarlos, ya que los recursos familiares naufragaban en un mar de alcohol; a la casa le hacían falta remiendos y la pobre mujer se la pasaba en la eterna lucha contra los roedores y cucarachas que con terquedad invadían su casa a pesar de los esfuerzos con que trataba de eliminarlos. Al parecer la lectura era el bálsamo que endulzaba su vida aunque su marido se lo tenía prohibido, pero a escondidas lo hacía.

Un día el hombre cayó enfermo. Varios días guardo cama, víctima de una fuerte indisposición estomacal. “Gastroenteritis aguda” —dictaminó el doctor. Recetó algunos medicamentos; le indicó a su paciente que no comiera alimentos irritantes, y le aconsejó beber leche, mucha leche, nada de alcohol. Cedió el malestar, pero se repitió poco después. El hombre sentía fuertes dolores de estómago, intensas náuseas repentinas. “Gastritis crónica” —dijo el médico. Volvió a recetar los mismo, y otra vez aconsejó al enfermo que bebiera leche, mucha leche. Dos años le duró al individuo aquel padecimiento. Al cabo de ese tiempo falleció. El doctor puso en el certificado de defunción: “Gastropatología terminal”.

En el ataúd se veía consumido; tenía la piel de un gris verdoso, ceniciento. Con su muerte la esposa floreció. Fue otra. Volvió a su trabajo de maestra y se veía feliz. Iba al cine con sus amigas. Aquí la historia termina.

Mi amigo después de contarme lo anterior me dijo: —Todo está bien, pero conozco al facultativo que atendió al enfermo, fue

mi condiscípulo en la facultad de medicina y desde entonces no daba una en cuanto los estudios, no sé por qué artes se recibió de médico y tampoco me explico la suerte que ha tenido, pues es muy clientelógeno, será porque es muy alegre y tiene muy buen carácter.

Como soy muy descreído pensé que a lo mejor eran celos profesionales de mi amigo y le cuestioné:

—¿Por qué sospechas de la muerte del vecino? ¿Es sólo por la ineptitud del galeno que me cuentas?

—No, además que casualidad que el cuerpo fue cremado cuando presumen de ser católicos a ultranza. Y qué me dices de la felicidad de la recién viuda.

Yo la verdad no encontraba razones de peso para la incertidumbre de mi amigo y para salir del paso le dije:

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—Déjame pensar sobre el problema que me has impuesto y luego platicamos.

Una cosa es la ficción y otra la vida real. ¿Cómo diablos le haría para investigar el caso? La situación era que no conocía a nadie de la familia y no iba a llegar y decirle a la viuda: “estoy investigando la muerte de su marido”. O decirles a los hijos: “la muerte de su papá es sospechosa y la mamá de ustedes está más alegre que un pollino en primavera con lo que eso implica”. No, ¡está cabrón! Como si uno de viejo estudiara el idioma mandarín.

Total, el único dato que tenía era que la esposa sacaba libros de la biblioteca pública y como conozco a José Luis, el encargado de la misma, para no dejar y tener algo que comunicar a mi amigo revisé los libros que ella leía. Eran pocos.

No están ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero yo soy “un ratón de biblioteca”, me encanta hojear libros y en eso me pasé mucho tiempo hasta que en un libro sobre las biografías de hombres famosos encontré en «La vida de Napoleón Bonaparte» subrayadas estas palabras: “Algunos historiadores sostienen la tesis de que los ingleses mataron lentamente a Napoleón usando un veneno arsenical que su médico le administraba en pequeñas dosis cada día”.

Ustedes, ¿qué piensan?

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Una discusión filosófica

Queridos amigos:En honor a la verdad debería titular esta narración como: “Una discusión religiosa”, sin embargo prefiero el adjetivo “filosófica”, ya que mis maestros jesuitas en el colegio “Oriente” donde cursé la preparatoria en mi bella ciudad de Puebla de los Ángeles, tomaban como sinónimos las dos palabras.

El padre José, culto sacerdote dominico, formó un grupo para estudiar la Sagrada Biblia a la cuál ya no pertenezco por una diferencia de opiniones. Se trataba de los siete pecados capitales y yo consideraba como verdaderos pecados del espíritu: la ira, la soberbia, la avaricia y la peor y más tonta de todas, la envidia. Por qué digo que es tonto el que profesa la envidia y es sencillo, todos los demás pecados proporcionan algún deleite (malo, pero deleite al fin), y la envidia sólo da tristeza, tristeza del bien ajeno. En cuanto a los pecados de la carne empezando con la lujuria, yo no la considero pecado: es obediencia dócil a la ley que Dios o la naturaleza (su representante personal), puso en nosotros para perpetuar la vida. Las infinitas variaciones que algunos introducen en ese apetito natural no son motivo para calificar a la lujuria de pecado. Igualmente me resisto a poner a la gula en la lista de culpas capitales. Hay que comer para vivir. ¿Por qué va a ser pecado comer bien? De lo bueno poco, y de lo poco mucho. Y qué de la pereza. También es pecado de la carne y por lo tanto inocuo, inofensivo. Estos tres pecados son tan débiles que basta el paso del tiempo para acabar con ellos.

Como ustedes comprenderán al principio sólo era un intercambio de opiniones entre los que no estaban de acuerdo con mis apreciaciones y el que esto escribe, pero poco a poco se fue haciendo intensa la discusión hasta que alguien dijo: “Es urgente que el padre José nos dirima la cuestión”. Con toda lógica reviré en el acto: “No hay urgencias, lo que hay son pendejos con prisa”. Como ustedes comprenderán fue el fin de la controversia y yo tuve que salir por piernas para huir de la ira de mis contertulios. Se preguntarán, ¿a qué viene este largo exordio? Es porque necesito una preparación personal para lo que voy a contarles. Yo, a pesar de ser médico no soy escéptico como muchos de mis colegas. No señor. Yo soy un verdadero creyente aunque tenga ideas propias para la interpretación de algunos mandamientos o pecados.

No voy a presumirles y decirles que soy una lumbrera en mi carrera, un gran especialista. Por desgracia no es así. Sólo soy un simple médico familiar, el equivalente a médico general. Sin embargo me ha ido bien, trabajo en el Seguro Social y tengo un consultorio en una colonia proletaria donde vivo.

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Por mis precios accesibles y sobre todo por mi buen carácter tengo mucha clientela particular.

Mi familia por el lado materno es acaudalada y muy esnob, podrían muy bien atenderse con los médicos de lujo de mi ciudad, pero, claro que no. La gente rica en ocasiones para eso de los cuidados médicos es muy cicatera en ocasiones. Así que en la población que tengo adscrita como médico familiar se encuentra un tío lejano (primo de mi mamá) y su familia. Debo decirles que ellos son amigos del jefe del archivo de la unidad médica en que laboro, así que este señor me los apuntó, aunque no les correspondía conmigo. Había que aprovechar al sobrino y vaya si son latosos.

Lo anterior son gajes del oficio y muchos médicos viven situaciones parecidas. La verdad se acostumbra uno a todo. Mis tíos son dueños de una cadena de ferreterías a nombre de su único hijo varón (que por cierto nunca se para en los negocios) y ellos pasan como sus empleados. Son buenos para defraudar al fisco, compradores de chueco y otras lindezas por el estilo. Bueno, a mí en lo personal no me consta, pero son los rumores que desde siempre han corrido.

Como dicen que son de buen corazón, recogieron a una niña, Rosita, hijita de una antigua sirvienta de la casa. Esta niña ahora es una señorita. De todos es sabido que la criada quedó embarazada por el único retoño de mis tíos. Para evitar el escándalo corrieron a la fámula previa compensación millonaria a los papás de ésta y la condición de que se hicieran cargo de la bebita.

Uno de los pecados que no está bien tipificado, y que es malo, es el “chisme”. Por razones propias del oficio a los galenos nos llegan toda clase de confidencias. Mi tía que es hipocondriaca en una de sus crisis de histeria, me confesó que del único vástago que tiene, el papá de éste no es su marido y que la niña que crio (su nieta) al llegar a las redondeces de la adolescencia ha despertado en el esposo de la señora antiguos ímpetus y anda tras ella, motivo real de los achaques de mi tía. “Bonito lio”.

Rosita, lleva los apellidos de la antigua sirvienta, no es ninguna belleza y sólo tiene la gracia de la juventud. Su vida como “recogida” ha sido muy especial, una criada no pagada, estudió en escuelas oficiales y ahora está de empleada en la ferretería principal, es la cajera. Además se encarga de los mandados de la familia. Es la que se encarga de ir a la clínica por las medicinas de mis parientes. Tengo que hacerles una aclaración, mi tío tiene una hipertensión arterial que aunado a su mal carácter lo trae por la calle de la amargura. La tía se queja de todo. En resumidas cuentas ya no sé qué recetarles, los he enviado con muchos especialistas y estos de inmediato me los devuelven con notas en los expedientes no agradables. Cada vez que atiendo a uno de mis tíos les doy una lección completa de medicina. Se

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lamentan y hacen responsable a Rosita de que lleve los medicamentos correctos. Algo curioso, la que capta de inmediato la manera de tratar a los enfermos y su tratamiento es Rosita.

En una crisis hipertensiva que tuvo el tío, llamaron a un excelente cardiólogo particular, éste lo interno en un suntuoso hospital y a los dos días de hospitalización lo dieron de alta ya recuperado, pero en su casa al poco tiempo pasó a la dimensión desconocida. Cuando llegué a la casa ya era difunto.

—Tía, ¿por qué no llamó al cardiólogo para el certificado de defunción, ya que es el último médico que lo atendió? —pregunté.

— ¡Imagínate! —exclamó— quería hacerle una autopsia. No iba a permitir que profanaran su cuerpo, nuestra fe no lo permite.

Desde luego no entré en debates teológicos. Lo que hice fue revisar con cuidado los medicamentos que le habían recetado al enfermo. Para lo cual Rosita fue de mucha ayuda. Lo que me llamó la atención era que la muchacha estaba muy inquieta, desasosegada y me rehuía la mirada.

—Rosita —le pregunté—, ¿qué fue lo último que le ministraste?—Pues lo que le mandó el doctor. Al revisar el buró del paciente encontré una serie de medicamentos, desde

luego apropiados para su hipertensión, aunque había algo que no cuadraba, pero dadas las circunstancias no hice caso. Así que sin más trámite extendí el certificado de defunción. Lo verdadero extraño es que de inmediato la tía llevó al muertito a incinerar.

—Te diré —me dijo el hijo de mi tía—, que el que se decía mi papá era un cabrón.

— ¡Ah, caray! ¿Por qué? —no pude menos que preguntar. —Dios sabe lo que hace. Ya viviremos en paz. El hijo de puta quería violar

a Rosita.

Aunque soy lento de entendederas, la posible verdad se abrió paso en mi cerebro, los envases de las medicinas eran correctos, lo raro era la forma de las tabletas. De inmediato acudieron a mi mente dos mandamientos que el buen Moisés bajó del monte Sinaí: el quinto, no matarás; y el octavo, no dirás falso testimonio ni mentirás. ¿Cómo debo interpretarlos? Ir a confesarme, ir a la policía o hacerme pendejo. Saben, la verdad es que Rosita me cae bien.

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