lefort - europa civilización urbana

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I Europa: civilización urbana Claude Lefort* Cuando Olivier Mongin me invitó a participar en estos encuentros, que se si- túan bajo el signo de una interrogación respecto de los valores que Europa debe- ría defender, se me ocurrió que, más que apegarme a tal o cual valor que podría parecerme primordial, tal vez sería mejor preguntarme cómo se establecieron en este continente las relaciones entre los hombres, cómo se formó la experiencia del vivir juntos que dio origen a una ética humanista. La noción de valor corre el riesgo de resultar abstracta, en efecto, si no damos la importancia necesaria a los comportamientos y prácticas a los que ya ciertos sujetos otorgaban un sentido an- tes de que se elevaran al nivel de la reflexión, y de que suscitaran la idea de lo que es en justo o injusto, bueno o malo, deseable o censurable. Así, consideré que algún interés tendría el poner en relieve estos focos de innovación que fue- ron las ciudades en Europa. Hace ya mucho tiempo me había dado la voz de alerta la lectura de la obra de un sinólogo, Etienne Balazs, i\\.\x\2Á% La bureaucratie celeste} Se trataba de va- rios ensayos reunidos, en 1968, después del deceso del autor, por un maestro de la sinología francesa, Paul Demiéville. Fue una iniciativa tanto más notable cuan- to que Balazs sacudía la tradición de los especialistas al comparar la evolución de China con la de Europa y al vincular un análisis socioeconómico con una teoría política del imperio chino. Además, Balazs, nacido en Budapest, que había hecho estudios superiores en Berlín, luego había huido de Alemania en el momento Traducción de Arturo Vázquez Barrón. ' Etienne Balazs. La burtaucratie celeste, Redurdies sur réconomie et ¡a soáité de ¡a Chine traáitioniielk, París, Favard, 1999.

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Cuando Olivier Mongin me invitó a participar en estos encuentros, que se sitúanbajo el signo de una interrogación respecto de los valores que Europa deberíadefender, se me ocurrió que, más que apegarme a tal o cual valor que podríaparecerme primordial, tal vez sería mejor preguntarme cómo se establecieron eneste continente las relaciones entre los hombres, cómo se formó la experienciadel vivir juntos que dio origen a una ética humanista.

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  • I

    Europa: civilizacin urbana

    Claude Lefort*

    Cuando Olivier Mongin me invit a participar en estos encuentros, que se si- tan bajo el signo de una interrogacin respecto de los valores que Europa debe- ra defender, se me ocurri que, ms que apegarme a tal o cual valor que podra parecerme primordial, tal vez sera mejor preguntarme cmo se establecieron en este continente las relaciones entre los hombres, cmo se form la experiencia del vivir juntos que dio origen a una tica humanista. La nocin de valor corre el riesgo de resultar abstracta, en efecto, si no damos la importancia necesaria a los comportamientos y prcticas a los que ya ciertos sujetos otorgaban un sentido an- tes de que se elevaran al nivel de la reflexin, y de que suscitaran la idea de lo que es en s justo o injusto, bueno o malo, deseable o censurable. As, consider que algn inters tendra el poner en relieve estos focos de innovacin que fue- ron las ciudades en Europa.

    Hace ya mucho tiempo me haba dado la voz de alerta la lectura de la obra de un sinlogo, Etienne Balazs, i\\.\x\2% La bureaucratie celeste} Se trataba de va- rios ensayos reunidos, en 1968, despus del deceso del autor, por un maestro de la sinologa francesa, Paul Demiville. Fue una iniciativa tanto ms notable cuan- to que Balazs sacuda la tradicin de los especialistas al comparar la evolucin de China con la de Europa y al vincular un anlisis socioeconmico con una teora poltica del imperio chino. Adems, Balazs, nacido en Budapest, que haba hecho estudios superiores en Berln, luego haba huido de Alemania en el momento

    Traduccin de Arturo Vzquez Barrn. ' Etienne Balazs. La burtaucratie celeste, Redurdies sur rconomie et a soit de a Chine traitioniielk, Pars,

    Favard, 1999.

  • I i en que Hitler lleg al poder, y por ltimo haba llevado una vida clandestina en Francia bajo el rgimen de Ptain, no esconda lo que su interpretacin le deba a su propia experiencia en cuanto a los movimientos totalitarios contemporneos. Balazs pona en evidencia lo perenne de un sistema burocrtico, a pesar de los cambios de dinasta, de las tensiones entre doctrinas rivales -confucianismo, es- cuela de la ley, taosmo- y a pesar incluso del hecho de que haba coexistido du- rante algn tiempo con un rgimen feudal. Para l, tal sistema no haba dejado de caracterizarse por el dominio de los funcionarios, cuyo reclutamiento se efectuaba mediante exmenes literarios. Estos funcionarios consrituan una verdadera clase, cuyos miembros no eran especialistas, pero no tenan otra funcin que la de go- bernar a los hombres. Por mediacin de esta clase -la de los mandarines, que no gozaban de independencia personal, se vigilaban mutuamente, nunca se sentan seguros de su posicin y sacaban su fuerza del hecho de encontrarse unidos unos con otros por un inters comn- el Estado ejerca su omnipotencia. No hay nin- gn rastro de individualismo en esta sociedad: cada uno se encuentra englobado en su familia, dedicado al culto de los antepasados; ningn rastro de mano de obra libre; un nmero limitado de comerciantes y artesanos. No obstante, podan encontrarse en ella las seales de una tecnologa muy adelantada, aunque los des- cubrimientos no tuvieran su origen en una ciencia experimental y no crearan las condiciones para un desarrollo capitalista. No pretendo resumir las tesis de Ba- lazs, quien en ms de un lugar se refiere a Max Weber. Tan slo retengo este jui- cio: el estudio de la sociedad china puede servir de espejo del Occidente.^ Ahora bien, este juicio lo apoya varias veces en la observacin de la debilidad de las ciu- dades chinas. En pardcular, despus de haber mencionado el completo someti- miento de los campesinos, escribe: "Es exactamente lo contrario de lo que ocurre en Europa. En la ciudad franca el siervo encontraba refugio en una burguesa au- tnoma. Y, aqu, vemos con claridad el fondo del problema, las ciudades chinas no eran la muralla de la libertad, sino la sede del mandarinato, el centro de la admi- nistracin estatal".'

    ^ ll>id.. p. 41: "Su estudio puede ser\'ir de espejo negativo a lo que es nico en la historia de Occidente. Con eso queremos decir que la evolucin de la s(Kedad occidental moderna aparece en este espejo como el reverso de la imagen china".

    ' Ihid., pp. 42-43.

  • I I Insistamos en las referencias que tienne Balazs hace de los trabajos de We-

    ber. Una parte de Wirtschaft und Gesellschaft est, en efecto, consagrada a la ciu- dad."* Weber elabora aqu, en primer lugar a partir de un impresionante material, una tipologa de las ciudades. En particular, hace el bosquejo del retrato de la ciudad china y de la ciudad rusa. Me limito a mencionar dos secciones de este captulo, una de ellas titulada "Carcter asociativo de la comuna", y la otra, "Ca- lificacin de lo 'burgus' en Occidente. Ausencia de estas dos nociones en Orien- te". Escribe: "Ni las ciudades, en el sentido econmico del trmino, ni las ciudades-fortaleza cuyos habitantes estaban subordinados a estructuras poltico- administrativas excepcionales, constituan necesariamente comunas. La comuni- dad urbana, en el sentido pleno del trmino, no apareci como fenmeno masivo ms que en Occidente".^ En el segundo captulo, despus de observar que la co- muna se caracteriza por la predominancia de la actividad comercial y artesanal, que por lo general se encuentra fortificada y posee un mercado, subraya que se disringue por el hecho de que cuenta con un tribunal, al menos en forma parcial, con un derecho que le es propio, con las correspondientes formas asociativas -es decir, corporaciones- y de que dispone al mismo tiempo de una autonoma par- cial y de un autogobierno cuya administracin implica la participacin de los ciu- dadanos. Este nuevo orden de organizacin va acompaado de la formacin de un "orden" separado, portador de los privilegios de la ciudad o, como podra decirse en otros trminos, garante de su derecho ante el mundo cercano: el orden bur- gus. Al indicar la importancia del desarrollo de la riqueza en la mayora de las ciudades, Weber precisa que la burguesa se distingue mediante una deliberada poltica social de promocin. En ellas se alienta la inmigracin con el fin de incre- mentar el nmero de panicipantes en los intercambios, ya sean consumidores o productores, y se afirma la voluntad de conservar a los siervos enriquecidos; por lo tanto, de oponerse a sus antiguos amos cuando stos se proponen apropiarse de ellos o de imponeries un tributo. Estas son las circunstancias en las cuales, segn Weber, la burguesa logr mediante la violencia el fin del derecho feudal. "Esta usurpacin -escribe- constituye la mayor innovacin revolucionaria de las ciuda-

    * Max Weber, La vi/k, Pars, .^ubier-Montaigne, 1982, trad. de Phlippe Fritsch, pref. de Julien Freund (extracto de Wirtschaft und Gmllsckaft, J.C.B. Mohr. 3a ed., 1974),

    ' Itd., p. 19.

  • I b I

    des del Occidente medieval, en relacin con todas las dems ciudades". En las ciudades de Europa central y septentrional es donde aparece la mxima "El aire de la ciudad te vuelve libre".** VVeber llama la atencin, por una parte, sobre la prctica de la "fraternizacin comunitaria fundada en el juramento" y por otra sobre "la competencia militar del ciudadano como fundamento del desarrollo oc- cidental". Son estos los ttulos de otras dos secciones. A la fraternizacin se opo- nan en Asia las mltiples organizaciones religiosas, el culto a los antepasados en China, o bien el sistema de castas en India, que impona divisiones a las comuni- dades. Pero ms importante an le parece el establecimiento en Asia de una bu- rocracia surgida como consecuencia de la necesidad de dirigir las grandes obras de irrigacin, y cuyas competencias se extendieron a toda la administracin del im- perio. En tales condiciones, ninguna libertad se dejaba a las ciudades para que dispusieran de fuerzas militares y para que se defendieran con sus propios me- dios. As pues, lo que hace la originalidad de la comuna en Occidente es la apari- cin del ciudadano-soldado, inconcebible en otras partes. En Oriente, ninguna comunidad poltica de ciudadanos autnomos poda ser reconocida, y el citadino era, por excelencia, el no militar.

    Debo precisar que aqu encontramos en Weber un elemento de la tesis que VVittfogel desarrollar ms tarde en su monumental obra, Despotismo oriental -despotismo que le parece caracterstico de lo que l llama "la sociedad hi- drulica"-.^ Por lo dems, Wittfogel seala la influencia que Weber ejerci en l. Por ms exacta que sea la crtica de esta obra, cuya teora es excesivamente reduc- cionista** (ignora al mismo tiempo algunas soluciones a los problemas de irrigacin que aportaron comunidades locales y tambin algunas formas de despotismo que no le deben nada a la necesidad de grandes obras para regular el curso de las aguas), el cuadro de un rgimen que vuelve imposible la formacin de ciudades autnomas sigue siendo por completo convincente.

    '/*/., p. 52. ' Karl A. Wittfogel, Despotismo oental. Estudio comparativo dt! poder totalitario, Madrid, Guadarrama, 1966,

    trad. de Francisco Presedo. " Fierre Vidal-Naquet desarrolla una amplia crtica de las tesis de Wittfogel en su comentario preliminar a

    la edicin francesa de la obra mencionada: Le despotisme oriental, Pars, ditions de Minuit, 1%4, trad. de Anne Marchand, pref. de Julien Freund.

  • I i As pues, Weber nos hace reconocer la originalidad de la ciudad europea res-

    pecto de las civilizaciones orientales, aunque dicha originalidad puede, del mismo modo, observarse en los horizontes de nuestro continente. Me refiero a una sec- cin de un captulo del famoso libro de Marc Bloch, La socitfodale.'* El autor seala que "ninguna de las lenguas habladas en la Europa feudal dispona de tr- minos que permitieran disringuir claramente, en tanto lugares habitados, la ciu- dad del pueblo. Ville, town y stadt se aplicaban indiferentemente a los dos tipos de agrupamiento [...] Desde el siglo XI, por el contrario, a las palabras de caballero, clrigo y aldeano, el nombre de burgus -francs de origen, pero pronto adotado por el uso internacional- se opone en un contraste carente de ambigedad".'" As que al or a Marc Bloch, lo que resulta primordial no es tanto la imagen de la comuna, sino la de un ripo de hombre, el elemento ms actuante de la socie- dad, comerciante y artesano. Consigno la expresin: "un instinto muy seguro ha- ba captado que la ciudad se caracterizaba ante todo como el emplazamiento de una humanidad particular"." Al describir la exasperacin que el burgus conce- ba respecto de todas las reglamentaciones impuestas y el odio que le inspiraban los seores y sus bandas, que amenazaban la libertad de movimiento esencial para el comercio, Bloch dice adems: "la ciudad que l suea con construir ser, en la sociedad feudal, como un cuerpo extranjero".'" Atento, como todos los his- toriadores, a la funcin que ejerci el juramento mutuo de los burgueses, Bloch hace resaltar la subversin que operaba en una institucin tpicamente feudal. En sta, apunta, "el juramento de ayuda y de amistad" haba figurado, desde el principio, como una de las piezas maestras del sistema. Pero era un compromiso de abajo hacia arriba, que una a un sujeto con un superior. La originalidad del ju- ramento comunal (quizs en pequea escala se haba realizado antes entre comer- ciantes) "fue la de unir a iguales".'"*

    ' Marc Bloch, IM soaifodalt. Les classes et kgouvmemenl des hommes, Pars, Albn Michel, col. Lvoludon de riumamle'. 1940. [Hay traduccin al espaol. La sociedadfeada/, Madrid, ITHE.\, 1958. N. del T.J

    ">IM..p.ll2. "/ '^//W.,?. 114. "/A/.,p. 115.

  • I I Humanidad singular, cuerpo extranjero, unin de iguales: estas expresiones

    hacen resaltar la vocacin de la comuna para volverse el fermento de disolucin del orden jerrquico que volver a encontrar su fuerza en el Renacimiento, y lue- go al final del Antiguo Rgimen.

    Bloch, hay que precisarlo, no deja duda en cuanto a las desigualdades presen- tes en la ciudad; la dominacin de los ricos sobre los pobres, a veces ms cruel que la de los nobles; el acaparamiento de las decisiones pblicas por parte de los regidores (en el norte) o de los cnsules (en el sur) y por parte de consejos cu- yos miembros forman parte de una limitada lite de burgueses, patricios o nuevos ciudadanos enriquecidos; los lmites de la participacin popular en la vida de la ciudad. Jacques Le Goff, y ya antes tambin Augustin Thierry y Fran^ois Guizot, no suscitan, tampoco, esperanzas sobre la democracia comunal. Sin embargo, no hay duda de que, para retomar la mxima citada por Max Weber, el aire de la ciu- dad te vuelve libre. La libertad significa la disolucin de los vnculos de depen- dencia personal, y tambin la posibilidad para cada quien de cambiar su con- dicin, en favor del trabajo, de la capacidad de iniciativa, de la educacin, o de la suerte. Jacques Le Goff, en el curso de algunas pginas sorprendentes, hace en- trever un rasgo distintivo de la ciudad de la era medieval. Despus de haber evocado algunos cambios que caracterizan la economa urbana y las instituciones polticas, anota: "de exisdr un hombre medieval, uno de los principales tipos de este hombre medieval es el citadino". Y, citando a Jacques Rossiand, prosigue:

    Qu hay de comn entre el mendigo, el burgus, el cannigo y la prostituta, que son todos citadinos.', entre el habitante de Florencia y el de Montbrison.', entre el neo- citadino del crecimiento primero y su descendiente del siglo XV.' Si bien sus consti- tuciones no se asemejan, igual que su mentalidad, el cannigo se cmza forzosamente con la prostituta, el mendigo y el burgus. Unos y otros no pueden ignorarse y se inte- gran en un mismo pequeo universo de densa repoblacin, que impone formas de sociabilidad desconocidas en el pueblo, una forma de vivir especfica, el uso cotidia- no de fondos pblicos y, para algunos de ellos, una obligatoria apertura al mundo.''*

    '* Jacques Le Goff, J. C. Schmitt, Diaionnaire raisonnde 'Ocdetit medieval, Pars, Fayard, 1999, entrada "viile", p. 1195.

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  • I I La ciudad inaugura una experiencia singular en el sentido de que suscita una

    puesta en relacin de todos con todos, la confrontacin de cada quien con otro cualquiera.

    Qu quiere decir Weber cuando propone que la ciudad no es producto de las corporaciones, sino que, al contrario, es la ciudad la que se encuentra en el origen de estas ltimas? No pretende negar que primero se crean asociaciones de comerciantes o de artesanos, pero ve en la constitucin de una comunidad or- ganizada las condiciones para una distribucin de los oficios. Me parece que este argumento adquiere toda su relevancia si se consideran la creacin y el desarrollo de las universidades -la universidad volvindose a su vez una especie de corpora- cin muy particular, una corporacin intelectual- Uno de los objetivos del muy erudito libro de Jacques Verger, Les Universits au Mayen kge}^ consiste en descri- bir los vnculos que mantiene la institucin universitaria con los dems modelos de organizacin que le eran contemporneos y el partido que sacaron maestros y estudiantes de la dificultad que tenan las autoridades eclesisticas para responder al problema que, desde el siglo XII, haba planteado la multiplicacin de las es- cuelas -un fenmeno suscitado por el auge demogrfico de la ciudad y la deser- cin en los monasterios, que antes eran los nicos lugares de enseanza- Tan grande resulta el problema que el papado, consciente de los peligros que repre- senta la resistencia del clero local a renunciar al monopolio escolar a principios del siglo XIII, crea una licencia ubique docendi, que destruye los privilegios de las dicesis, y esto sin dejar de afirmar el derecho de Roma a controlar todas las ac- tividades de enseanza en Europa. Por ms prudente que sea el historiador, cuyos anlisis ms detallados tratan sobre la Universidad de Pars y la de Bolonia, concluye que "la mayor originalidad de las universidades medievales es quiz la de haber sido un inmenso esfuerzo para hacer que pasara la cultura [...] del mun- do del ocio estudioso (y de la oracin) al mundo del trabajo"."" As subraya el alcance social de las nuevas instituciones: "sustrada a los ocios de clrigos privi- legiados o de aristcratas letrados, la enseanza se volva asunto de especialistas, un oficio". La consecuencia de esto es una creciente participacin de los hombres

    ' Jacques Verger, Les UnivtniUs au Mayen Age, Pars, P.l'.F.. 1972. ?bid.. p. 23.

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    formados en las universidades en el desarrollo de la administracin del Estado y tambin en el clero, as como en el proceso de racionalizacin del que se benefi- ciar ms tarde el auge del Estado-nacin. Pero no menos sugestiva es la imagen que ofrece Verger de la circulacin de estudiantes y maestros en toda Europa y de su aptitud para separarse (como consecuencia de limitaciones que les parecan insoportables) y para suscitar la creacin de nuevas universidades en diferentes ciudades. As, Arezzo, Vicenza, Vercelli, y luego Padua, sacaron partido de una renuncia de Bolonia, y Cambridge de una renuncia de Oxford.'^ En diversas uni- versidades se mezclan nacionales y extranjeros, al mismo tiempo que a veces se reparten en funcin de su origen. De todos los ejemplos de mezcla de razas uni- versitaria, el ms sorprendente es aquel que el historiador obriene de un tesrimo- nio de Jean de Salisbury, estudiante en Pars de 1135 a 1148: ste menciona en su correspondencia la presencia de un importante grupo de ingleses, algunos de los cuales eran famosos maestros, y la de escandinavos, alemanes e italianos.'** Un poco antes, un conflicto con la autoridad real y la autoridad eclesistica haba pro- vocado en Pars la dispersin de maestros y alumnos en las ciudades del norte de Francia e incluso en Inglaterra. Si imagina uno cul era el estado de las vas de co- municacin en esa poca, cmo no sorprenderse de la extraordinaria precocidad de una cultura europea.'' Es seguro el hecho de que la ciudad sigue siendo, por un buen nmero de rasgos, lo que fue al trmino del periodo feudal, el emplaza- miento de una humanidad particular, para retomar la palabra de Bloch, pero aho- ra muy pocas ciudades resultan ser focos de socializacin que llevan la misma marca de apertura al mundo.

    Mi intencin, hay que precisarlo, no es la de reducir a un tipo nico la varie- dad de ciudades del continente, incluidas las que se volvieron ciudades-Estado, aunque no sea ms que delimitando el periodo que se exriende de los siglos XII al XVI. Las ciudades evolucionan y se diferencian en funcin de cambios polticos mayores, particularmente del aumento de podero de los Estados territoriales y, no en menor medida, en funcin de la modificacin de los grandes ejes del co- mercio internacional. Para limitarme a un solo ejemplo, los Pases Bajos siguen

    ' IM., p. 40. 'Ibid.,p.Zb.

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  • I I siendo durante mucho tiempo el teatro de la ms intensa red urbana, pero las ciudades de la Flandes valona se vuelven provinciales, observa Alain Derville en su encuesta sobre Flandes y Artois, en la poca en que Amberes se vuelve el cen- tro ms activo, y luego cuando a Amberes la sustituye Amsterdam. Si resulta posi- ble, por lo menos, discernir una tendencia comn, esta es la de la oligarquizacin de las comunas, la dominacin de la magistratura, que se vuelve asunto de un re- ducido nmero de familias que tienen la habilidad de entenderse para asumir por turnos la direccin de la ciudad. A lo que se aade en las "buenas ciudades de Francia" el compromiso de los magistrados con los hombres del rey. A pesar de eso, no hay lugar para confundir oligarqua y aristocracia nobiliaria o patricia. Derville afirma, en oposicin a la tesis de Pirenne y con base en una abundante documentacin, que no hay rastros de patricios en Flandes.'** Por su parte, Phi- lippe Grignet, en su monumental estudio sobre las ciudades de los Pases Bajos, Lepouvoir dans la ville au XVIIf stec/e,^" que da paso, a pesar de su ttulo, a las cons- tituciones municipales antiguas, pone en evidencia la persistencia del "espritu republicano".^' Todava en el siglo XVIII, considera, el rasgo dominante del mo- delo urbano de organizacin poltica no es el rechazo a todo reconocimiento sim- blico de un poder principesco superior, "es la preocupacin de proteger a la comuna contra toda accin efectiva del poder soberano; en pocas palabras, este espritu republicano responde a la voluntad tenaz (del gobierno municipal) de administrar sus propios asuntos y de hacer justicia a sus propios burgueses sin que el control de las autoridades superiores tenga un contenido real".^^ Un signo elocuente de la creencia en una identidad propia y en una permanencia de la ciu- dad es la elaboracin de un mito de los orgenes que hace que la fundacin de la ciudad se remonte a los tiempos de los primeros reyes de Roma, o bien de Clo- doveo I, o incluso hasta de Troya. El contraste entre los burgueses de las "buenas ciudades" y los de las ciudades bajo la administracin directa del Estado es fla- grante. Se sabe que Michelet haba descrito la degradacin de estos lrimos, e incluso la fascinacin que la nobleza les inspiraba a los nuevos ricos. Parece que.

    "Alain Derville, Wla de Fronce ef tArtois, 900-iSOO, Parfs, Presses Univcrsitaires du Septentrin, 2002. ^/i/., pp. 127-128. " Philippe Grignet, Le pouvoir dans k vilk au XTlIf sikie, Pars, ditions de l'EHESS, 1990. " Ibid., p. 42.

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  • I 1

    de acuerdo con el anlisis de Philippe Guignet, al mismo tiempo que estaban di- vididos entre ricos y pobres -divisin que, en una coyuntura de crisis econmica, puede suscitar levantamientos populares-, los burgueses flamencos no dejaron de sentirse miembros de un cuerpo poltico cuya cohesin resida en una consti- tucin. Quiz nada les resulta ms ajeno que la creencia en un cuerpo mtico cuya manifestacin vendra a ser el rey, un simple mortal, y quien al mismo tiempo representara la cabeza. Slo evocaba este ejemplo -tengo que recordarlo- porque nos convence de la persistencia de una tradicin urbana en un lugar en donde sin embargo este tipo de institucin se volvi marginal. Pero, si nos atenemos al norte de Europa, habra que poner el acento en el papel que desempearon suce- sivamente, a escala internacional, algunas grandes ciudades. Brujas, despus de haber sido en el siglo XIII el gran centro importador de lana y exportador de pao, y luego de haber tenido una decadencia en el transcurso de la cual los grandes co- merciantes se volvieron terratenientes, se convierte a partir de 1300, y durante casi dos siglos, en el centro del comercio internacional, un comercio rigurosamen- te reglamentado que llevaba la marca de un considerable progreso en la racionali- zacin econmica, como lo muestran la generalizacin de los contratos notariales y de las polticas de seguros martimos, de la letra de cambio, etctera. Las facili- dades ofrecidas a los extranjeros que afluyeron a la ciudad fueron lo que le dio el xito. Los extranjeros se reagrupan en funcin de su nacionalidad: alemanes de la Hansa, ingleses, escoceses, aunque tambin venecianos, milaneses o luccane- ses, catalanes, castellanos y portugueses. Es la poca de las grandes empresas ar- quitecturales y del triunfo de la pintura, debido, por una parte, a la atraccin que sobre los artistas, entre los que se cuentan muchos extranjeros, ejerce un medio afortunado que les ofrece una importante clientela. Amberes se vuelve su rival y la reemplaza definitivamente despus de que el regente de los Pases Bajos ex- pulsa a las colonias de comerciantes de Brujas. La ciudad alcanza en este periodo un desarrollo todava desconocido, se vuelve el centro mundial de la industria y el comercio, antes de enfrentar, a partir de la mitad del siglo XVI, las consecuen- cias de la guerra con Francia y luego una serie de desengaos, el primero de los cuales es la bancarrota del Estado espaol. En cuanto a Amsterdam, cuyos prime- ros desarrollos se remontan al siglo XIII, resplandece una vez que se ha converti- do, a consecuencia de las guerras de religin y de la guerra de liberacin contra

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    Espaa, la gran ciudad de la inmigracin; recibe entonces a los comerciantes y a los artesanos del sur de Europa, y se beneficia con la afluencia de los extranjeros que dejaron Amberes. msterdam es la ciudad-smbolo de la libertad durante algn tiempo. Se tiene una confirmacin de esto al recordar que Descartes elige vivir ah durante veinte aos. "Qu otro pas existe -le escribe a un correspon- diente- en el que pueda disfrutarse de una libertad tan completa.'"'." Al recordar que Spinoza encontr en este lugar en el que se form, el recurso de la primera teora que, en la teora filosfica, hace la apologa de la democracia; o tambin que Locke, exiliado de Inglaterra, elabor, en el curso de los tres aos pasados en msterdam, los temas de su Essai sur lepouvoir civil. Aadamos que en mster- dam, tanto como en Amberes y en Brujas, la intensidad de la vida social va de la mano con el resplandecimiento del arte. De manera muy particular, en mster- dam nace la preocupacin de una nueva arquitectura urbana, en la que el estilo renacentista se mezcla con lo gtico. La construccin del ayuntamiento, la plani- ficacin de una red de canales, la invencin de un nuevo tipo de fachada de las casas, son otras tantas seales de una preocupacin por darle a la ciudad una re- presentacin de s misma.

    Permtanme un parntesis: al leer, hace algunos aos, el libro de Bernard Bailyn, The Ideolopcal Oripns ofthe American Revolutiof^* -que explora toda una se- rie de folletos, pequeos tratados o diarios en los que se expresa vehementemen- te, poco antes de la guerra de independencia, la crtica a la opresin del poder monrquico ingls- comprob que un tema recurrente era el de la desaparicin o la decadencia de las ciudades libres en Europa. Teniendo como blanco princi- pal el despotismo, personificado por Turqua, los panfletarios se lamentaban de la suerte de venecianos, alemanes, suecos, daneses, holandeses, de todos aquellos pueblos a los que haban vencido potencias tirnicas, o que haban estado de acuerdo en abandonar su independencia. Los nicos que todava daban una ima- gen de libertad eran los suizos. Estos escritores (algunos de los cuales tomaban la pluma por vez primera) no eran forzosamente republicanos, y veneraban el riem- po en el que la Common Law garantizaba los derechos de todos los ingleses, por-

    "Descartes, Omi'ns/ifcffrK. Gallimard, col. LaPliadc, 1937 (cana a Balzac del 5 de mayo de 1631), p. 757. " Cambridge, Mass., Harvard University, 1973.

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  • I I que en ella resida la soberana. Su visin era esquemtica, pero atestiguaba que en 1770 todos los focos de vida civil, tanto la Hansa de las ciudades de Alemania como los grandes centros de Flandes y las ciudades libres de Italia haban desa- parecido. Ya no existan ms que Estados-nacin o naciones que soaban con for- mar Estados. No obstante, el Estado-nacin, con los rasgos que les ofrece a los norteamericanos, algunos aos despus va a transformarse por el efecto de la Re- volucin francesa y a dar origen a un rgimen republicano.

    No es una casualidad que despus de esta revolucin y de las conmociones polticas que le sucedieron, es decir la aventura napolenica y la Restauracin, aparezca una historia de las comunas. Esta forma parte, para Augustin Thierry, de la historia del Estado llano, y para Guizot, es un componente de la historia de la civilizacin europea. Los dos historiadores, aunque sean partidarios de la mo- narqua constitucional, se preocupan por defender los logros de la Revolucin francesa y por volver a situarla en la larga duracin de las revoluciones comunales. Sin embargo, Michelet les reprochar que le prestaran poca atencin al levanta- miento de Pars bajo el impulso de tienne Marcel en el siglo XV', y que por haber estado tan unidos a la idea de la centralizacin del Estado acabaran por ignorar "la prdida de la mentalidad pblica""^ que acompaaba el reforzamiento de la mo- narqua y su evolucin hacia el absolutismo.

    De cualquier manera, hay razones para sorprenderse de que en sus trabajos, y ms tarde en los de Pirenne, quien explora el conjunto de las experiencias de gobierno municipal en el continente, en sus Villes du Moyen Age,~^ se haya silencia- do el advenimiento de una teora de la Repblica y de una nueva concepcin del civismo en Florencia, al final del trecento y el primer tercio del quattrocento. Aca- so sea porque el periodo excede la edad media, pero su Histoire de PEurop^^

    " Michelet, Histoire de Frana, "Introduccin" al volumen Renaissance, 1955, seccin I\': "El seor Guizot sospecha que algo hemos perdido en la cada de las comunas. Nada que no sea el alma [...] El seor Augustin Thierry, al admirar la reforma administrativa prevista por el partido de los 'cabochiens' [faccin popular del par- tido borgon, bajo Carlos VI, llamado as por el nombre de su jefe, Simn Caboche, carnicero de Pan's. N, del T.) ve en ello un progreso en relacin con la revolucin de tienne Marcel [...] No parece observar la enorme cada de la mentalidad pblica [...1".

    ^'' H. Pirenne, Les Vles du Moyen Age. Essai d'histoire conomique el sociale, Bruselas, ditions Lamartin, 1927.

    " H. Pirenne, Histoire de l'Europt des Invasions au XVf suele, Neufchtel, ditions de la Baconnire.

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    misma no hace ms que una breve mencin del republicanismo florentino. No es, sin embargo, que ignore la importancia de Florencia: "es la nica ciudad europea que puede compararse con Atenas y es, como ella, en toda la extensin del tr- mino, un Estado, teniendo igual nmero de cuestiones por arreglar tanto afuera como adentro". Y aade: "la vida urbana sobrepasa los marcos estrechos de la edad media (entendamos una poca en la que, por lo dems, sigue inscribindo- se) y se vuelve vida cvica".^^ Las ciudades italianas son tan antiguas como las ciudades del norte. Incluso parece que Venecia fue la ms precoz, debido al hecho de su ubicacin y de las relaciones que mantena con Constantinopla (Yves Renouard lo seala en Les hommes d'ajfaires italiens)P Venecia puso a punto muy pronto instituciones eficaces que permitieron garantizar una reparticin de los cargos pblicos entre los miembros de las grandes familias, que los ejercan, cada uno, en virtud, pues, de su ascendencia. Falsa nobleza, no obstante, dir Maquia- velo, bajo cuya apariencia se reconoce a una oligarqua burguesa. En Florencia, los ofimati no lograron formar un medio cerrado. Al ocupar las posiciones domi- nantes en las artes mayores (que equivalan a las guildas del norte), se enfrentaron a los miembros de las artes menores y, en igual medida, a las oleadas de nuevos ciudadanos provenientes del contado (la regin vecina conquistada), quienes, ya sea por el hecho de la riqueza adquirida, o en razn de la notoriedad que les con- fera su cultura literaria y su talento en el arte de la oratoria, lograron inspirar res- peto en los florentinos de rancio abolengo. Fue despus de la grave crisis social que en 1378 desemboc en el levantamiento de los obreros de la lana, los dompi, y que condujo a un acuerdo temporal con los oponentes ms moderados del poder existente, cuando se dibuj una nueva tica de gobierno. Debemos el co- nocimiento de los cambios que se produjeron entonces, bajo la cancillera de Coluccio Salutati, a los trabajos pioneros de Hans Barn, autor de The crisis ofthe early Italian Renaissance^ Barn acredit el concepto de humanismo cvico, que despus dio origen a una abundante literatura. La repblica, muestra el autor, queda definida como un rgimen mixto, ni democrtico ni aristocrtico, que es-

    ^ IM.. p. 402. ^ Yves Renouard, Les hommes tTaffaires ia/iens, Pars, Armand Coln, 1943, pp. 56 y sig., pp. 109 y sig. ^ Hans Barn, Tie Crisis ofdu Early Italian Renaissana. Civif Hamanism and Repubcan Ij/xrty in an Age of

    Classicism and Tyranny, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1966.

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  • I I capa a la apropiacin del poder por parte de la minora de poseedores de grandes fortunas y a la amenaza que hace pesar sobre el gobierno la nfimaplebs. Dejemos de lado el detalle de la constitucin e ignoremos incluso una pregunta, sin embar- go esencial, que el historiador no se plantea: acaso este rgimen y la tica que lo inspira no llevan, por una parte, la marca de una ideologa, y esto en el sentido de que la funcin de la ideologa consiste en hacer que intereses particulares se dis- fracen de valores universales, o lo que es ms, consiste en disimular la divisin social con la imagen de la unidad? Si, en efecto, este fuera el caso -la lectura de Maquiavelo va a sugerirlo- quedaramos impresionados por una conjuncin de representaciones que marcan una ruptura con el universo mental en el que los hombres haban evolucionado en el curso de la edad media. Digamos tambin de la manera ms breve posible que la tica poltica, la tica del comercio y la tica del conocimiento se confunden, mientras que se impone la idea, o bien de la superioridad de la vita activa sobre la vita contemplativa, o bien de una igual dignidad entre ambas. Se considera que la nobleza reside en el trabajo, no en el nacimiento, y que el goce de la libertad reside en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes de los ciudadanos. La defensa de la ciudad se vuelve asunto de los ciudadanos, que, al asumirlo, militan por una causa universal. Es eso lo que debe demostrar la guerra que, en ese periodo, Florencia lleva a cabo contra Miln, sometida al despotismo de Visconti.

    Segn Barn, las ideas nuevas que se bosquejan entonces, todava sin estar li- bres de las ambigedades que contena el pensamiento de Petrarca, no van a afir- marse por completo sino a partir de 1400, bajo el impulso de un pequeo nmero de humanistas, en particular del nuevo canciller Leonardo Bruni, llamado el Are- tino, y desde entonces esas ideas resplandecern mucho ms all del mbito flo- rentino. No habra que dejar de insistir en la relacin que en tal coyuntura se entabla con la antigedad. No es que, ciertamente, las referencias al pasado roma- no sean nuevas (basta con recordar la obra de Dante y tambin el descubrimiento de Aristteles). Pero como primera seal de un cambio decisivo, es la repblica romana la que por vez primera se erige como modelo. Mejor an: Bruto, a quien Dante haba precipitado a los infiernos por haber asesinado a Csar, se vuelve el hroe de la libertad. A las viejas crnicas que remontaban la fundacin de Floren- cia a la accin de las legiones de Csar, oponemos el hecho de que el ejrcito de

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  • I I Sila la cre en tiempos de la Repblica, de tal manera que es la sangre de los roma- nos libres lo que corre por las venas de los florentinos. Es un detalle anecdtico, podr decirse, pero resulta notable el nuevo sentido de la diferencia de los tiem- pos, la percepcin de un abismo entre lo antiguo y lo nuevo, la de un renacimien- to -trmino que hay que tomar al pie de la letra, porque la idea es la de un nuevo nacimiento, de una era de creacin que encuentra su garanta en la primera ins- tauracin de la repblica- Forzando las cosas, me atrevera a decir que "descu- bramos la antigedad" significa "seamos modernos". Como lo seala la gran historiadora inglesa Francs Yates, el sentido de la diferencia de tiempos no exis- ta anteriormente: el imperio romano pareca subsistir gracias a su transferencia a Cariomagno.^' A pesar de la formacin de los Estados, en Espaa, en Inglaterra y en Francia los monarcas reivindicaban una vocacin imperial. En contraste con esta mitologa, resulta impresionante la descripcin que Bruni hace de la ciudad. En uno de sus opsculos, Pan^rique de la cit de Flortnce, inspirado en el paneg- rico de Atenas que haba compuesto Arstides, Bruni acompaa la definicin de la constitucin -presentada como la forma consumada del equilibrio entre los po- deres- del cuadro de una ciudad cuya posicin geogrfica es nica, y de la repre- sentacin de su arquitectura, que corresponde a las leyes de la perspectiva y, segn la expresin de Barn, transforma el paisaje urbano en una "gran estructura escnica".

    Mencionemos adems un tema con un futuro promisorio, tomado de la litera- tura antigua, el del ciudadano-soldado.

    Bruni compone una oracin fnebre en honor de un general, Nanni degli Strozzi, quien haba sido uno de los jefes de la coalicin contra Miln. En esta ocasin, se inspira en la clebre oracin fnebre de Pericles, tal como la relata Tucdides, en la que se renda homenaje a los atenienses muertos durante la gue- rra del Peloponeso. En ambas circunstancias, la oracin es la ocasin para celebrar a la ciudad. Bruni condena una poltica que contaba con mercenarios para defen- der Florencia y afirma que la repblica requiere la movilizacin y eventualmente el sacrificio de cada uno por la causa de la libertad (sin embargo, no parece haber

    " Francs Yates, Astre, k symbolismt imperial au X\T siicle, Pan's, Bellin, 1989, p. 32 (traduccin de Tif Imperial Tkeme in du Sixtetnlk Centary).

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  • I I

    duda de que excluye del ejrcito a la nfima plebs, a los hombres del ms bajo rango).

    Cmo no apreciar la originalidad de la concepcin humanista de la ciudad? sta aparece en un sentido por encima de los ciudadanos, pero en otro como obra de stos. Su propia historia, incluyendo la ms reciente, merece ahora ser descrita (lo que hace Gregorio Dati). Y al mismo tiempo, lo que se modifica es la nocin mis- ma de institucin. As, la familia deja de parecer un dato por completo natural; re- sulta que la autoridad del padre se debe a su capacidad de ser un educador, el gua de sus hijos, gracias a un conocimiento de las apritudes particulares de cada quien.

    Y aunque se degrada cuando el gobierno pasa a manos de los Mediis, este humanismo cvico ser la gran fuente de inspiracin de la obra de Maquiavelo. Este ltimo, es cierto, no cede a la ilusin de una Roma cuya grandeza habra re- posado en la unin de los ciudadanos; l considera que todas las buenas leyes surgieron gracias a las desavenencias de la gente humilde con los patricios y a la resistencia que les opusieron. Roma, no obstante, sigue siendo la fuente de toda interrogante sobre la vida poltica. A los florentinos, Maquiavelo les ensea, en particular, que el deseo de opresin de los grandes es insaciable. Pero, por ms singular que luego resulte ser, Maquiavelo es, sin duda alguna, el producto genial del mundo de la ciudad. Su obra, como lo vieron claramente los historiadores con- temporneos del republicanismo, J.G.A. Pocock o Quentin Skinner, es una refe- rencia esencial en el curso de los siglos subsiguientes. Es contundente el juicio de Maquiavelo: qu es lo que hace la fuerza de las repblicas.'' se pregunta. Y res- ponde: no soportan que ningn ciudadano viva como genrilhombre o que lo sea; estn atadas a la ms completa igualdad.

    Tan fuerte ha sido la atraccin ejercida por las grandes ciudades de la antige- dad, desde la poca llamada del Renacimiento, que est uno tentado a encontrar en ellas el origen de la civilizacin europea. Habida cuenta de las ficciones que suscitaron los ejemplos de Esparta y de Roma bajo la Revolucin francesa, o bien, despus de Termidor, la "formacin de una Atenas burguesa", tan bien reconsti- tuida por Pierre Vidal Naquet y Nicole Loraux,-'^ sigue resultando convincente la

    ^ Fierre Vidal Naquet, "La Formation de l'Athnes bourgeoise. Essai d'historiographie 1750-1850", en La dmocratieptcquevued'ailkun, Pan's, Flammarion, 1990.

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  • I I idea de una invencin de la poltica, en Grecia, propuesta en los trabajos ya cl- sicos de Jean-Pierre Vernant y Mose Finley, as como la de la creacin de un "oficio de ciudadano" en Roma, segn la expresin de Claude Nicolet.^^ De cualquier manera, la atencin otorgada a los orgenes de la civilizacin europea no exime de percibir la discontinuidad de la historia que se desarroll en el conti- nente. Es precisamente la idea de esta discontinuidad lo que me induca a con- cebir el surgimiento y desarrollo de una nueva forma de vida urbana a partir del siglo XII. Ahora bien, la lectura de la obra publicada, hace algunos aos, por Aldo Schiavone, y hace muy poco traducida al francs con el ttulo de LHisoire brise: la Rome antique et rOcdent modeme^ refuerza mi conviccin. El autor hace ms que sacar partido de las cuestiones que inspiraron a algunos historiadores -al fren- te de quienes se encuentran Momigliano y Roztovzeff- la interrupcin del reco- rrido que haba seguido Roma hasta los tiempos del apogeo de su imperio, es decir bajo los Antoninos. Sostiene, y puede incluso decirse que demuestra, con base en una documentacin de excepcional riqueza, que hacia finales de la edad media se forj una civilizacin esencialmente distinta a la de la antigedad. Esta diferencia no se hace notar en trminos cuantitativos, siguiendo los criterios de una teora del desarrollo, ya que la "reanudacin medieval" se efectu "a partir de un umbral mucho ms bajo que el que se haba alcanzado anteriormente",^'' tanto desde el punto de vista de la amplitud de los intercambios como del de la organizacin, y que es de orden cualitativo. Lo cito: "las ciudades que se materia- lizaban -ya sea las que eran por completo nuevas [...] o las que se desarrollaban en un emplazamiento preexistente, romano- representaban un punto de partida por completo indito"."" Este es un fenmeno tanto ms notable cuanto que, se- gn l, y como me haba parecido a m mismo, "nuestras ciudades de ahora, en Europa, son en muchos aspectos la continuacin directa de lo que eran en la edad media"."

    " Claude Nicolet, Lt mtirr dt citoyen dans la Romt rpublimine, Pan's, Gallimard, 1976. " Aldo Schiavone, L'His/oirr brisa. IM Rome antige et COfcident moderne, Pars, Bellin, 2003, trad. de Jcan y

    Genevive BoufTartigue (a Storia Sptsxala. Roma antica t Ocdtnu moderno, Lagterza e Fili Spa, 1999). " Ibid., p. 40. ^/A/., p.42. " Loe. rt.

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  • I I El anlisis de Schiavone abarca la historia de Roma desde sus orgenes hasta

    la poca, siglo II despus de Cristo, en la que se creera que haba conseguido el mayor grado posible de podero, cuando ms bien estaba en vsperas de su deca- dencia. Resultara inril querer seguir el esquema de una historia en el curso de la cual hpofs, antes que nada comunidad de pequeos propietarios-agricultores- soldados dirigida por una sobria nobleza, se diferenci en funcin de un conflicto entre partidarios de una poltica expansionista y tradicionalista -sin dejar de con- servar un et/ios aristocrtico mediante un compromiso entre patricios y dirigentes plebeyos- y a la que luego conmocionaron las guerras y las conquistas. La gran preocupacin de Schiavone es hacer resaltar los rasgos especficos de la economa romana. sta lleg a dibujarse como un sistema agrario-mercantil fundado en la esclavitud, y cuyos tres componentes principales -la agricultura, los esclavos y la circulacin de mercancas- dependan estrechamente de una poltica imperia- lista. Sin embargo, la obra nos persuade de que no es posible disociar el anlisis de la economa del de las relaciones sociales y de las representaciones que de ellas forjaron sus agentes, ni de la de las estructuras mentales en funcin de las cuales los ciudadanos conciben la libertad, el trabajo, la riqueza y la nobleza, o bien la dignidad y la felicidad del hombre romano. As, el sentido de la economa cae en el mbito de una antropologa.

    En cierta medida, es verdad, el sistema econmico parece determinante, y la prueba de ello es que los dos modos de actividad que conriene no lograron man- tenerse ms que volvindose incompatibles: de un lado, domina la produccin agrcola que se efecta en una vasta red de sectores de economa natural y no se acompaa sino de un dbil desarrollo de las manufacturas; del otro, el comercio a larga distancia logra una extraordinaria extensin, ligado como est a la piratera, a la guerra y a la conquista. A decir verdad, se trata ms de una "economa dual", como lo anota el historiador, que de un sistema, propiamente hablando, ya que permanecen desconectados una produccin de campesinos-agricultores y un comercio cuyo crecimiento, a pesar de beneficios considerables, no se traduce en inversiones en la industria. Schiavone le reconoce a Marx el mrito de haber en- tendido que el capital antiguo queda confinado a la esfera de la circulacin.-^**

    '0/)./.,p. 126.

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  • I I De esta escisin de la produccin y la circulacin parecen desprenderse algu-

    nas consecuencias sociales: comerciantes, especuladores y hombres de negocios no forman una capa distinta en la ciudad, no tienen la ambicin de desempear un papel poltico, ni de imprimirle el gusto de la innovacin; no se distinguen por la superioridad de su conocimiento de los negocios del mundo. Lo anoto de paso: el contraste que el comportamiento de los nuevos ricos le presenta a Florencia es sobrecogedor. Christian Bec, en Les marchands-crroains...^'* retrata a una peque- a lite que mezcla a la preocupacin de la ganancia, no slo la de la racionalidad empresarial, sino adems la de la contencin y de la transmisin de las prcticas comerciales y financieras en grandes compaas, cuya perennidad a menudo est a cargo de una familia, y tambin la de la educacin precoz de los nios, la de la retrica y la del ejercicio de los oficios pblicos. Tal como lo anota Schiavone: "En el mundo romano no se constituy nunca una verdadera burguesa de em- presarios-productores. Y el tema mismo de burguesa, tan rico en significado en la historia de la Europa moderna, no puede designar con exactitud ninguna capa social romana".'*" Pero no puede uno atenerse a una constatacin. De igual ma- nera, el historiador no dice solamente, al hablar de los comerciantes, "que nunca lograron, ni siquiera en los municipios ms desarrollados, liberar el fin de sus ac- tividades econmicas", indica de inmediato que, para ellos, el modelo de riqueza era la renta del suelo y que no se desharan "ni social ni intelectualmente del campo de atraccin que ejerca la aristocracia".'*' Sin discutir su individualismo, considera que ste era de un orden por completo diferente al del individualismo burgus, "que ms bien se derivaba de una autarqua atvica y tambin de la mentalidad guerrera y heroica del patricio primirivo",'*^ observacin que incita a liberarse de todo determinismo, ya sea que se funde en el sistema econmico o en el sistema regido por la polrica de conquista.

    La esclavitud, que merece un anlisis mayor, aclara mucho mejor la distancia irreductible que separa a la civilizacin europea de la de la antigedad. Ningn historiador, que yo sepa, haba caracterizado anteriormente con tanta firmeza a

    ^' Christian Bec, Les marrhands-mvainsFlortna 1375-1444. Pars, La Hayc, Mouton y E.H.E.S.S., I%7. *'/^.,p. 119. "' Ibid., p. 120. *^lbid..p.m.

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  • I 1

    la sociedad romana como una "sociedad esclavista". Las cifras propuestas en apo- yo de esta definicin son exorbitantes. Por ejemplo, la que se refiere a la captura de 100 000 prisioneros al final de la primera guerra pnica, o si no la que indica que la tercera parte de la poblacin de Italia se compona de esclavos bajo el prin- cipado de Augusto."*^

    Sin poder evocar el relato de los acontecimientos que trastornaron la estructu- ra de la sociedad en el ltimo periodo de la Repblica, y que provocaron un con- siderable incremento de esclavos, haciendo que sobre su trabajo reposara el sistema de redistribucin puesta a punto por el Estado tanto como la produccin necesaria para el armamento y la explotacin de los grandes dominios, villae, lati- fondia, talleres del Estado, sealo que Schiavone habla de la esclavitud como de un hecho total^ es decir, como un indicador del conjunto de las relaciones que los hombres mantienen con la naturaleza y entre ellos. Mientras que la esclavitud se volva el modelo preponderante de produccin, "todo trabajo subordinado [en- tendamos: todo trabajo asalariado, todo trabajo para los dems] era atrado hacia la rbita oscura de una asimilacin casi total a la condicin servil"."*-^ Lo nico que confera un status poltico y la dignidad de ciudadano libre era el trabajo del campesino independiente, que sacaba de la naturaleza lo que era el producto de su fecundidad. Los artesanos, por el contrario, a pesar de su incremento, "se en- contraban, en unnime opinin, confinados a los mrgenes de la ciudadana". Ahora bien, considera el historiador, la omnipresencia de los esclavos "no poda menos que reflejarse en los comportamientos y la vivencia emocional de los hom- bres libres".^ Adems resulta difcil disringuir lo que corresponde a una concep- cin primera de la libertad, y lo que corresponde a los acontecimientos que la afectan y la modifican. Sea como sea, no puede uno dejar de compartir las refle- xiones que su anlisis le inspira:

    es un ejercicio al que no estamos acostumbrados, pero tratemos de pensar -aunque fuera por un instante- en lo que poda significar para la construccin de una persona-

    "/ft, p. 133. ^iad.,p.n7. "^ IM., p, 145

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  • I I lidad y de una visin del mundo, el contacto cotidiano con una masa de hombres y mujeres sobre los que se ejerca o se vea ejercer un poder total y absoluto [...] una violencia inscrita en la institucin y por completo independiente de las preferencias individuales de cada amo. Podramos entonces percibir el abismo que separa la expe- riencia de un ciudadano romano, la microfsica de poderes que lo rodeaba, las formas de su socializacin -lengua, derecho, tanto como afecto y sexualidad- de las de un hombre del Occidente contemporneo'*' [un hombre de una especie que, no hay que olvidarlo, se dibuja desde el renacimiento medieval].

    No hay duda de que fue en las ciudades propiamente europeas en donde se entabl, desde finales de la edad media, una novsima relacin entre la libertad y el trabajo, y en donde se deshizo la imagen de encierro de la sociedad, la de una frontera entre quien tiene derecho a ser reconocido como ciudadano y como hombre y quien no lo tiene, la de un orden natural en funcin del cual la razn podra encontrar condiciones para ejercerse, la de un transcurrir del tiempo cuyos acontecimientos se ordenaran en el marco de un nmero determinado de confi- guraciones posibles. El hecho de que la invencin poltica se haya producido en la ciudad antigua no nos impide reconocer que se abre una va antes inimagina- ble, puesto que la innovacin es acogida en cualquier mbito, puesto que nace la idea de un tiempo irreversible, la de un porvenir que supera todo conocimiento adquirido, y puesto que se instaura un debate interminable sobre la distincin de lo legtimo y lo ilegtimo.

    De esta breve incursin en la historia de las ciudades no pretendo sacar una conclusin para apreciar el proyecto de una constitucin europea. Es slo que me sorprendo de lo que sus partidarios, tanto como sus adversarios, en las discu- siones actualmente en curso, no se refieren sino al destino del Estado-nacin, como si este hubiera sido, de acuerdo con unos, la "forma finalmente encontrada" (estoy parafraseando a Marx, quien celebraba la Comuna de Pars) de la comuni- dad poltica, y como si, de acuerdo con los otros, este desrino se volviera una etapa en el establecimiento de una nueva estructura democrtica. No slo se confun- den con este trmino Estados de diferente especie, gran nmero de los cuales

    'Ibid.

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  • I I

    no toleran el ejercicio de las libertades civiles y polticas, sino que se olvida todo lo que el Estado de tipo democrtico le debe a la formacin de una burguesa (en el sentido primario del trmino). Su dinamismo, el nuevo modo de dominacin que ejerca y los principios a los que se encomendaba -en primer lugar, el de la igualdad- volvieron sensible la divisin social y suscitaron el conflicto de clases que dio origen a la democracia moderna. Acaso no se percibe, ahora, que en aquellos lugares donde la burguesa nunca tuvo verdadera consistencia, resulta difcil o imposible establecer un rgimen de libertades.-'

    La unin poltica de Europa se plantea a menudo como una aventura sin prece- dentes. De cualquier manera, si llegara a realizarse, me imagino que aparecera como resultado de una civilizacin que se ha extendido a lo largo de los siglos. (^

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