la pitiçon, el otro testamento de alfonso x el sabio

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Daniel Gregorio Daniel Gregorio Université de Valenciennes - SIREM LA PITIÇON, EL OTRO TESTAMENTO DE ALFONSO X EL SABIO 1 Se suele atribuir un calificativo a los monarcas, lo que permite en teoría subrayar un rasgo de su carácter o de su política. La lista es demasiado larga como para citarlos a todos, pero valgan como ejemplos Jaime el Conquistador, Fernando el Santo, Sancho el Bravo, Pedro el Cruel y, más cercano a nosotros, Alfonso el Pacificador. A nuestro entender, lo que realmente hacen estos calificativos es humanizar a los soberanos, sacarlos de una interminable lista ordinal, y así dejan de ser personajes petrificados en el pasado para transformarse en individuos vivos, con sus características psicológicas, intelectuales y humanas que trascienden la condición de monarca. En el contexto medieval hispánico, es lógico que estos calificativos se subrayaran sobre todos los aspectos guerreros o religiosos. Y es aquí donde denota Alfonso X de Castilla. Su apelación de rey sabio podría ser utilizada en cualquier época o coyuntura, aunque el ideal de sabiduría no es el mismo en la Edad Media que en el Renacimiento o en el Siglo de las Luces, y por ello hay que reconocer que este calificativo destaca a Alfonso X entre los monarcas europeos. Por otra parte, al analizar la vida y obra de este soberano, los investigadores se suelen centrar sobre todo en su actividad como monarca o como sabio, con una considerable producción intelectual, pero rara vez se habla del hombre, con sus inquietudes y sus aspiraciones personales. En este campo se ha subrayado que las Cantigas de Santa María son sin duda la obra más personal del monarca, aquélla que mejor y más nos habla de la personalidad íntima del rey, por manifestarse en ella sus miedos espirituales, sus ambiciones como poeta al igual que como soberano, por hacer múltiples referencias a su vida privada y, sobre todo, por manifestar en ellas sus esperanzas para su vida después de la muerte (Snow 1979: 11 a 21 / Montoya y Mondejar 1985 / Menéndez Pidal 1986). De hecho en el colofón de esta colección de milagros, Alfonso X abandona la estructura clásica de las otras obras del mismo tipo creadas por otros autores contemporáneos, para introducir un auténtico testamento espiritual, una petición propia directamente dirigida a la Virgen y que completa los otros poemas de loor en que se ensalza a la Madre del Salvador. Lo más significativo es que esta Pitiçon se hace también eco del testamento político y del codicilo establecidos por el monarca poco antes de morir. El testamento político y la Pitiçon insisten en las acciones y las decisiones, buenas y malas, que caracterizaron la vida del rey Sabio. Es evidente que, en el momento de redactar estos documentos, sobre todo en lo que concierne su último testamento, el monarca tuvo que rememorarse los acontecimientos más significativos de su existencia, tanto en el ámbito puramente político como en el personal. Y de hecho, aunque conscientemente no pudiera sopesar la importancia de todos estos eventos, podemos indicar que algunos de ellos, que a nuestro entender no han sido suficientemente puestos de realce, han debido pesarle a lo largo de toda su vida. Por supuesto, no podemos soslayar que, como futuro monarca, Alfonso X tuvo que vivir desde niño unas experiencias en concordancia con el cargo que estaba destinado a ocupar. En este aspecto poco podrían diferir sus propias vivencias de las de otros monarcas de la época. Sin embargo, si nos detenemos un momento en ejemplos similares y comparamos la 1 Agradezco a la psicóloga Martine Maillet Lambert, especializada en las psicopatologías relacionadas con el desarrollo del niño y antigua profesora del Instituto Regional del Trabajo Social (IRTS) de Reims sus pertinentes observaciones sobre los traumas psicológicos que podría haber vivido Alfonso X durante su niñez. Actas XVI Congreso AIH. Daniel GREGORIO. La Pitiçon, el otro testamento de Alfonso X el Sabio

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Daniel Gregorio

Daniel Gregorio Université de Valenciennes - SIREM

LA PITIÇON, EL OTRO TESTAMENTO DE ALFONSO X EL SABIO1

Se suele atribuir un calificativo a los monarcas, lo que permite en teoría subrayar un

rasgo de su carácter o de su política. La lista es demasiado larga como para citarlos a todos, pero valgan como ejemplos Jaime el Conquistador, Fernando el Santo, Sancho el Bravo, Pedro el Cruel y, más cercano a nosotros, Alfonso el Pacificador. A nuestro entender, lo que realmente hacen estos calificativos es humanizar a los soberanos, sacarlos de una interminable lista ordinal, y así dejan de ser personajes petrificados en el pasado para transformarse en individuos vivos, con sus características psicológicas, intelectuales y humanas que trascienden la condición de monarca. En el contexto medieval hispánico, es lógico que estos calificativos se subrayaran sobre todos los aspectos guerreros o religiosos. Y es aquí donde denota Alfonso X de Castilla. Su apelación de rey sabio podría ser utilizada en cualquier época o coyuntura, aunque el ideal de sabiduría no es el mismo en la Edad Media que en el Renacimiento o en el Siglo de las Luces, y por ello hay que reconocer que este calificativo destaca a Alfonso X entre los monarcas europeos.

Por otra parte, al analizar la vida y obra de este soberano, los investigadores se suelen centrar sobre todo en su actividad como monarca o como sabio, con una considerable producción intelectual, pero rara vez se habla del hombre, con sus inquietudes y sus aspiraciones personales. En este campo se ha subrayado que las Cantigas de Santa María son sin duda la obra más personal del monarca, aquélla que mejor y más nos habla de la personalidad íntima del rey, por manifestarse en ella sus miedos espirituales, sus ambiciones como poeta al igual que como soberano, por hacer múltiples referencias a su vida privada y, sobre todo, por manifestar en ellas sus esperanzas para su vida después de la muerte (Snow 1979: 11 a 21 / Montoya y Mondejar 1985 / Menéndez Pidal 1986).

De hecho en el colofón de esta colección de milagros, Alfonso X abandona la estructura clásica de las otras obras del mismo tipo creadas por otros autores contemporáneos, para introducir un auténtico testamento espiritual, una petición propia directamente dirigida a la Virgen y que completa los otros poemas de loor en que se ensalza a la Madre del Salvador. Lo más significativo es que esta Pitiçon se hace también eco del testamento político y del codicilo establecidos por el monarca poco antes de morir.

El testamento político y la Pitiçon insisten en las acciones y las decisiones, buenas y malas, que caracterizaron la vida del rey Sabio. Es evidente que, en el momento de redactar estos documentos, sobre todo en lo que concierne su último testamento, el monarca tuvo que rememorarse los acontecimientos más significativos de su existencia, tanto en el ámbito puramente político como en el personal. Y de hecho, aunque conscientemente no pudiera sopesar la importancia de todos estos eventos, podemos indicar que algunos de ellos, que a nuestro entender no han sido suficientemente puestos de realce, han debido pesarle a lo largo de toda su vida.

Por supuesto, no podemos soslayar que, como futuro monarca, Alfonso X tuvo que vivir desde niño unas experiencias en concordancia con el cargo que estaba destinado a ocupar. En este aspecto poco podrían diferir sus propias vivencias de las de otros monarcas de la época. Sin embargo, si nos detenemos un momento en ejemplos similares y comparamos la

1 Agradezco a la psicóloga Martine Maillet Lambert, especializada en las psicopatologías relacionadas con el desarrollo del niño y antigua profesora del Instituto Regional del Trabajo Social (IRTS) de Reims sus pertinentes observaciones sobre los traumas psicológicos que podría haber vivido Alfonso X durante su niñez.

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vida de Alfonso X a la de los soberanos contemporáneos, podemos subrayar algunas situaciones que sólo conoció el rey castellano y que podrían explicar en parte su personalidad.

Podríamos empezar por el propio padre de Alfonso X, que tuvo una infancia marcada por el contexto político de la reunificación de los reinos de Castilla y León. Aunque en palabras de Manuel González Jiménez “la situación personal del infante don Fernando era sin duda reflejo de un ambiente de normalización de relaciones familiares y diplomáticas entre León y Castilla [con] la firma en Toro, el 12 de agosto, de un acuerdo de paz perpetua entre los dos reinos, impulsado por los obispos castellanos y leoneses” (González Jiménez 2006: 39), no cabe duda de que Fernando III tuvo que vivir momentos de tensión política en su infancia y su juventud. No parece que el infante participara o asistiera a algún tipo de contienda militar. No asistió a la batalla de las Navas de Tolosa, que acaeció cuando ya tenía once años, pero conoció las oposiciones internas entre los Lara y los Girones (González Jiménez 2006: 39) y tuvo que hacer frente a la influencia de sus hermanas sobre su propio padre, Alfonso IX, en contra de la unificación de los reinos de León y Castilla (González Jiménez 2006: 40). Una unificación difícil de realizar y que incitó a Alfonso IX a invadir los territorios castellanos nada más ser coronado su hijo en 1217. Aunque el hijo nunca llegó a enfrentarse directamente con el padre, el avance leonés fue detenido en Burgos, tras lo cual Alfonso IX se replegó hacia su reino. Esta contienda tuvo lugar cuando el futuro rey santo contaba ya con dieciséis años, de forma que se puede concebir que su estructura psicológica ya estaba constituida. Lo que sí es un elemento seguro, es el apoyo y los consejos de su madre, doña Berenguela, cuya diplomacia consiguió vencer las reticencias de los leoneses y favoreció la unión de los dos reinos.

La importancia de la figura materna, tanto desde el punto de vista personal como puramente político nos remite a otro personaje carismático de la época, Luis IX de Francia.

Este rey francés fue coronado y armado caballero a la edad de doce años (Le Goff 1996: 96-97), en 1226, tras la muerte repentina de su padre Luis VIII. Como lo subrayó Jacques Le Goff, el viaje a Reims para ser coronado, así como la propia coronación y el acto de vasallaje de los nobles, debieron ser ceremonias impactantes en el ánimo y el recuerdo del príncipe2. Es cierto que al poco de ser coronado, cuando sólo contaba con trece años, el joven monarca tuvo que hacer frente a una revuelta nobiliaria, no tanto contra su propia persona como contra la regencia de su madre, Blanca de Castilla3. Por la misma época, la cruzada albigense iba llegando a su fin y por ello, en 1229, sin haber participado en la contienda, el joven rey presidió en Meaux el acto de contrición de Raimundo VII, conde de Tolosa, terminando así la primera campaña contra la herejía que iniciara Luis VIII4. Poco después, la oposición nobiliaria impuso una intervención militar de forma que en 1230, cuando el monarca tenía ya dieciséis años, se puso al mando del ejército real para aplastar a los nobles insurrectos (Le Goff 1996: 106). Es seguramente su participación en una cruzada, aunque sólo fuera en su desenlace, y su victoria sobre los nobles, la que forjó la imagen de rey guerrero que se atribuye a san Luis ya desde joven (Le Goff 1996: 109). Pero en todas estas tribulaciones, hubo dos elementos de los que parece haber carecido Alfonso X. Por una parte, Luis IX fue educado por sus padres, sobre todo por su madre que le inculcó las nociones que

2 “Pour Saint Louis, la situation est obscure et particulière. Nous ignorons quand il fut considéré comme majeur et agit en conséquence” (Le Goff 1996: 94). “[…] dès 1227, saint Louis, même encore entant, a reçu seul les hommages de ses vassaux et la foi des seigneurs. Et, surtout, dès la fin de 1226, il a été sacré […]” (Le Goff 1996: 95). 3 “Ainsi, au seuil de l’été 1227, après six mois de règne, le jeune roi semble conforté dans son royaume. Et pourtant, tout bascule aussitôt, Joinville nous fait vivre l’angoisse du jeune roi. […] Un nombre important de barons se réunit à Corbeil et décide de s’emparer du jeune roi, non qu’ils veuillent en faire un prisonnier ou le maltraiter, encore moins le détrôner, mais ils veulent le séparer de sa mère et de ses conseillers, le prendre en otage pour gouverner en son nom et s’arroger pouvoir, terres et richesses” (Le Goff 1996: 102). 4 “Dans ce conflit [croisade de Louis VIII contre cathares] le jeune roi n’avait pas participé aux opérations militaires et nous ignorons la part qu’il prit à cette liquidation de la croisade [Meaux, 11 avril 1229]” (Le Goff 1996: 102).

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debían hacer de él un buen monarca5. Se trata pues de un contacto familiar, que se puede considerar como elemental o necesario para la estructuración psicológica del niño. El segundo elemento se encuentra justamente en el testamento paterno legado por el monarca moribundo a su heredero. Luis VIII, que reinaba sobre un amplio territorio, decidió dotar con tierras no sólo al futuro rey sino también a sus otros tres hijos6. Ello implica una relación con respecto a lo heredado, en términos de posesión territorial y de misión política, muy diferente de la que vivió Alfonso X.

Por último, en lo que se refiere a experiencias traumáticas relativas a la presencia o ausencia de los padres en la infancia de los monarcas tenemos que referirnos a Jaime el Conquistador. A los cinco años el príncipe ya era una pieza clave de la política internacional, puesto que, tras la muerte de su padre, Pedro II, en la batalla de Muret (1213), fue retenido prisionero por Simón de Montfor. Fue liberado a raíz de una petición de la nobleza aragonesa y gracias a la intervención del Papa Inocencio II que obligó a Monfort a liberar al niño en 1214. Tras esos dos años de cautiverio a tan corta edad, Jaime I pasó su infancia en el castillo de Monzón, tutelado por los Templarios mientras su tío Sancho, conde de Rosellón, ocupaba la regencia7. De estos datos podemos observar dos aspectos clave que serían: una formación militar desde la infancia, en lógica relación con la influencia templaria, y la ausencia del padre y de la madre, María de Montpellier, muerta en 1213, en los años de formación psicológica del niño.

Aunque no podemos atribuir a todos estos monarcas una experiencia militar directa en sus primeros años de vida, es evidente que las intrigas palaciegas marcaron sus infancias respectivas. Por otra parte, tuvieron todos relaciones muy diferentes con sus progenitores, de auténtica complicidad, como pudo ocurrir con san Luis, de quién se ha dicho que fue buen rey por la educación de su madre, o construirse sobre fondo de crisis política y de rivalidad, similar a la que existió entre Fernando III y su padre Alfonso IX. La situación de Alfonso X pudo ser similar a la de los demás monarcas, aunque con matices importantes.

El nombre del rey Sabio simbolizaba ya todo un proyecto político puesto que en él se unían los recuerdos de su abuelo, Alfonso IX de León, y de su bisabuelo, Alfonso VIII de Castilla. Alfonso X era por lo tanto la encarnación de la unión castellano-leonesa realizada por su padre en 1230 y su reinado quedaría marcado por una misión de unificación política. El joven Alfonso conoció ya desde niño los rigores de los deberes del monarca ya que en 1231 participó en la campaña de Jerez8. Contaba entonces sólo con diez años y, por mucho que fuera mantenido apartado del campo de batalla, como es lógico suponerlo por no ser aún adulto ni armado caballero, debió sentir en sus propias carnes el ambiente tenso que reina en semejantes circunstancias. Por supuesto no se trataba de un niño cualquiera, como futuro heredero de la corona tenía que aprender desde joven los deberes de monarca, pero ello no puede soslayar que, desde un punto de vista puramente psicológico, semejante experiencia pudiera marcar íntimamente su evolución emocional.

5 “[…] ses parents, et spécialement sa mère, lui font donner une éducation particulièrement soignée, comme il sied à un futur roi, non seulement parce que depuis les Carolingiens un souverain doit être religieusement et moralement formé à la fonction royale, préparé à protéger l’Église et à subir ses conseils, mais aussi parce que la maxime lancée par l’évêque de Chartres, l’anglais jean de Salisbury, dans son Policraticus (1159): un roi illettré n’est qu’un âne couronné, inspire de plus en plus les dynasties et les cours chrétiennes, et les invite a donner aux futurs rois une bonne formation latine venues des arts libéraux classiques” (Le Goff 1996: 35-36). 6 “[à sa mort, Luis VIII lègue] des terres à ses fils puînés suivant une tradition capétienne d’origine franque qui divisait entre les fils les terres patrimoniales […] en 1225, Louis VIII dispose d’un domaine royal formidablement dilaté, quadruplé par son père, et il prévoir en plus de l’héritier, de pourvoir en terres trois fils puînés […] il leur donne en conséquence d’importants territoires (Le Goff 1996: 77). 7 Jaime 1972: fol. 3v° a 6v°. 8Alfonso Xa: X-I-4, fol 324v°. / Alfonso X, Estoria de España, Monasterio del Escorial, X-I-4, fol 324v° (ORIGINAL).

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Lo que sí es seguro es que Alfonso X tuvo que competir con modelos difíciles de igualar. La fama de santidad de Fernando III de Castilla era complicada superar, al igual que la de Jaime I en el campo de batalla. La reputación de estos personajes, tomados como modelos de comportamiento a los que emular, podía ser un auténtico desafío para Alfonso X, sobre todo si consideramos la última voluntad de Fernando III. Según la Estoria de España, Fernando III, antes de morir, habría recordado a su hijo9:

Fijo, rico fincas de tierra et de muchos buenos vasallos, mas que rey en la cristiandat ssea; punna en fazer bien et ser bueno, ca bien as con que...Señor te dexo de toda la tierra de la mar aca, que los moros del rey don Rodrigo de Espanna ganado ovieron; et en tu sennorio finca toda la una conquerida, la otra tributada. Sy la en este estado en que la yo dexo lo sopieres guardar, eres tan buen rey commo yo, et sy ganares por ti mas, eres meior que yo, et si desto menguas, non eres tan bueno commo yo (Alfonso Xa: MX-I-4, fol 358v°).

No se trata sólo de un simple recuerdo de la herencia real que lleva implícito un deber

moral del nuevo monarca para con su padre (Martin 1994: 156), por conservar lo que ha recibido como señor natural del lugar, protector de la tierra y de los suyos, sino que podemos ver entre líneas un símil de juicio final. Bien podría Fernando III haberse contentado con recordar la necesidad de conservar lo obtenido y la posibilidad de aumentar los bienes heredados; en vez de ello, el rey moribundo habría establecido ya un juicio, casi post-mortem, sobre el comportamiento y la manera de gobernar de su hijo; el nuevo rey no tiene escapatoria, puesto que serán los resultados materiales los que avalen o critiquen su gobierno, un gobierno que no tendrá que esperar el futuro para ser sopesado, que no será juzgado según las circunstancias por las generaciones venideras, sino que quedará sujeto a la misión impuesta por su antepasado, sin posibilidad de cambio ni matiz alguno.

No es posible saber en qué medida el rey santo pronunció realmente estas palabras, pero la imagen paterna como motor de la actividad del hijo queda fuertemente grabada en esta frase y es lícito preguntarse en qué medida dicha imagen influyó en la vida del heredero de la corona.

En este contexto los proyectos políticos del monarca castellano cobran un especial interés. El Fecho de Imperio se puede así comprender como un intento por ensanchar las posesiones, o por lo menos la influencia castellana, en la Europa medieval. No se trata sólo de un proyecto político que el monarca habría intentado realizar por ser “consciente del concepto imperial leonés” (O’Callaghan 1996: 190). Si aceptó responder a la proposición pisana para la elección imperial, es que era el nieto de Berenguela, y por lo tanto heredero del trono imperial, un estatuto que rebasaba con creces el que había querido obtener su padre, al aspirar al título de emperador de España (González Jiménez 2006: 130 en adelante). Recuperar la corona del imperio era pues recuperar parte de la posesión familiar y al mismo tiempo acrecentar las tierras tributadas. Algo similar ocurre con el intento de cruzada en ultramar. La expedición de Salé en 1260 tenía por objetivo conquistar un puerto desde el cual acosar al emir de Rabat, Abu Yusuf Yaqub10, y extender así tanto los dominios conquistados como los tributados. Estos proyectos se inscriben en la política del monarca castellano como elementos propios, característicos de su propia ambición y de su visión de lo que tenía que ser el poder

9 Como lo han subrayado ya varios investigadores la redacción de la Estoria de España se realizó en varias etapas, la última habría tenido lugar bajo Sancho IV, mientras que la intervención directa del rey sabio se habría acabado al tratar del reinado de Alfonso VIII. Las palabras de Fernando III no parecen por lo tanto ser transcritas por un testigo directo del acontecimiento, lo que no implica ni mucho menos que el rey santo no las pronunciara o no expresara algún juicio similar sobre la forma de gobernar que tendría que adoptar su hijo, quedando sino sus palabras por lo menos su voluntad, grabada en la memoria de sus súbditos (Márquez Villanueva 2004: 141-145 / Fernández Ordóñez 2000: 42). 10 Sánchez de Valladolid: ms. 829, fol 16v° a fol. 17v°

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de Castilla, aunque también es posible que fueran motivados por el eco de la postrera voluntad paterna.

Además, las obligaciones a las que se tuvo que someter Alfonso X no se limitaron al aspecto político. Desde joven, el monarca tuvo que someterse a las obligaciones de la corte, sacrificando parte de su personalidad y de su propia voluntad. Por ello tuvo que romper con Mayor de Guzmán, que podría ser considerada como el primer y seguramente auténtico amor de Alfonso X, aunque ello no le impidió poner a la niña que nació en 1244 de esta unión ilegítima el nombre de su madre, Beatriz, para destinarla más tarde a una unión dinástica con Portugal.

En el ámbito sentimental, sus relaciones con el sexo femenino parecen de hecho indicar cierta inestabilidad afectiva. Sus numerosas aventuras amorosas y sus hijos ilegítimos no son de extrañar si consideramos que tuvo que contraer matrimonio con una chiquilla más joven que él y que nunca había visto. Por supuesto, la diferencia de edad no entraba en consideración dentro de las alianzas dinásticas; valga como ejemplo la propia diferencia entre la hija de Alfonso X, Beatriz de diez años de edad, a la que casó con Alfonso III de Portugal cuando rondaba los cuarenta (Martínez 2003: 121). Pero, no por tener que aceptar lo que podríamos considerar como Razón de Estado, tuvo que abandonar el rey castellano sus inclinaciones más personales e intimas. De hecho, “Alfonso X no siempre fue fiel al compromiso matrimonial y tuvo por lo menos cuatro hijos ilegítimos” (O’Callaghan 1996: 29), de forma que podemos sospechar una ruptura en su vida sentimental, un vacío que bien podría intentar llenar buscando una figura femenina estable con la que poder identificarse11. Como él mismo lo reconoce, terminó por abandonar los amores terrenales por otros más espirituales dedicados a la Virgen María, una figura materna que no podía decepcionarle12.

La elección del nombre de la primera hija de Alfonso X parece quedar motivado por el recuerdo de su propia madre, que falleció en 1235, y que fue reemplazada poco después, en 1237, por Juana de Ponthieu en las segundas nupcias de su padre. No es posible establecer si realmente hubo un auténtico lazo afectivo con su madre, puesto que el monarca “fue confiado al cuidado de un ayo, García Fernández de Villamayor, que era mayordomo mayor de la reina doña Berenguela” (O’Callaghan 1996: 28) abuela del infante. Aunque el hecho de confiar la educación del heredero a un ayo fuese algo común e incluso deseable, como lo indican las Siete Partidas13, se ha de notar que el tutor de Alfonso X no fue un allegado de su madre sino de su abuela. En otras palabras, la influencia materna que tanto parece haber marcado la infancia y el destino político de Fernando III y de Luis IX de Francia, queda aparentemente limitada para Alfonso X, reemplazada, a lo sumo, por una relación más o menos lejana con su abuela.

No es que se impusiera a Alfonso X una disciplina mas ruda que a sus semejantes en circunstancias similares. La formación del monarca, tanto en el campo de las armas como en el sentimental, parece seguir pautas clásicas, equivalentes a las de los demás soberanos14. La auténtica diferencia para Alfonso X es que los referentes con los que tiene que compararse son ya auténticos hitos, históricos y sociales. La sombra de sus antepasados o de sus coetáneos es en cierto modo mucho más densa para él de lo que lo fueron para aquéllos, puesto que las figuras que ha de superar brillaban ya con luz propia, en el campo de la política

11 “En el caso de Alfonso, que no se redujo a una mujer de bendición, sino que tuvo varias, esa necesidad de cambiar retrataría la inestabilidad e inconsciencia de sus sentimientos, típica del inmaduro” (Martínez 2003: 95). 12 “[…] se eu per ren posse’aver seu amor, / dou ao demo os outros amores” (Mettman 1986: cantiga 10, v. 21-22). 13 Alfonso Xb: I-766, Partida I, Título 7, Leyes 2 a 4, fol.82r°-84r°. 14 “Une fonction essentielle du roi est de mettre la société dont il est le chef en relation avec la divinité. LE roi medieval […] quoique désigné par sa naissance et par une tradition dynastique, est l’élu de Dieu et, par son sacre, l’oint du Seigneur. Même si Dieu est en colère contre le peuple d’un royaume chrétien, le roi est un bouclier en trel e mal et son peuple et, surtout, c’est par lui que passe la communication entre Dieu et le peuple, le royaume” (Le Goff 1996: 88).

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y de la guerra. De ahí que el reto que debía aceptar el monarca pudiera ser, desde un punto de vista humano, mucho más difícil que el de los demás reyes.

Todos estos elementos, y otros que iremos subrayando, pueden explicar que la corona fuera finalmente un peso para el rey, razón por la cual envidiara en algún momento la vida del comerciante que describe en una de sus cantigas de escarño “vendend’azeit’e farinha” (Rodríguez Lapa 1970: 14). Las causas de este cansancio existencial debido a la vida política quedan explicadas en el testamento regio.

El testamento de Alfonso X se compone de dos documentos redactados en un intervalo de tres meses. El primero es el testamento político propiamente dicho, promulgado en Sevilla el 8 de noviembre de 1283. En palabras de Salvador Martínez, se trata de una síntesis del pensamiento político del monarca castellano, “una confesión personal, en la que revela su estado de ánimo ante la crisis política por la que estaba atravesando el reino en los días en que lo dicta” (Martínez 2003: 529). Formalmente, este documento presenta una estructura con cinco ejes claramente identificados dedicados de forma exclusiva a la herencia política legada por el monarca.

En la primera parte, del párrafo primero al sexto, el monarca se refiere a la Iglesia y a la fe católica como único medio para obtener la salvación eterna15. Expresa entonces tanto su miedo al posible ataque de los demonios que podrían robar su alma16, haciéndose así eco de las creencias de la época según las cuales un ángel y un demonio, a la cabecera del moribundo, se enfrentaban para poseer el alma que abandona el cuerpo, como su necesidad de obtener la ayuda divina para proteger su reino y su familia17. Y es que la situación que vivía en aquel momento el rey era uno de los períodos más críticos de su gobierno. Esta búsqueda de la protección divina se inscribe dentro de una tradición política según la cual la tierra es cedida por Dios al monarca, siendo éste el representante de Aquél, Su vicario y al mismo tiempo el responsable del bienestar de los hombres ante el Todopoderoso18. Dicha atribución de responsabilidades implicaba también una herencia conservadora de lo que se podría denominar continuidad histórica y cuya importancia el rey Sabio subraya al recordar que sus posesiones pasarían a sus herederos “que lo ovieren con derecho” 19.

Y es este el segundo aspecto que Alfonso X se esfuerza por preservar en la segunda parte de su testamento, del párrafo séptimo al undécimo. Es sin duda la parte más intensa puesto que en ella expone su enfrentamiento con su hijo don Sancho20, las razones del repudio real (§7-8) y, sobre todo, la maldición del heredero por el rey (§9-11). Las causas del repudio real parecen centrarse en el intento del príncipe de arrebatar al padre lo que Dios le había dado21. A lo largo de dos párrafos, Alfonso X no da ninguna referencia exacta de los hechos o

15 “[…] creyendo en todas las otras cosas en que la Sancta Iglesia de Roma cree e guarda, e manda creer e guardar, e conoscidenco que porotra cosa nopuede serhome salvo sinon por la nuestra fe católica” (Martínez 2003: (T) 609). 16 “[…] ofrecemos nuestra ánima a nuestro señor Jesu Cristo […] et pedimosle merced que la quiera recebir por mano de sus sanctos ángeles et no consienta que los diablos hayan parte en ella” (Martínez 2003: (T) 609). 17 “Et pedímosle por merced que lo guarde si la su piedad fuere, que los non empezcan los nuestros pecados, ni los suyos, mas que las haya merced por el servicio que ficieron aquellos donde nos venimos, que guarde EL todo nuestro señorío que fue siempre cosa suya quita: e que lo tengia en aquel estado en que debe ser, et que lo acreciente todavía en manera por que el sea servido e en las sancta fe ensalzado” (Martínez 2003: (T) 609). 18 “Ca al señor que Dios tal onrra da es rey & enperador e a el pertenesçe segund derecho & el otorgamiento que le ficieron las gentes antiguamente de governar & de mantener el imperio en justiçia […] e otrosi dixieron los sabios que el enperador es vicario de Dios en el inperio para fazer iustiçia en lo temporal bien así como lo es el papa en lo espritual” (Alfonso Xb: II, 1, 2, I-766, fol. 74v°). 19 “Et acomendámosle otrosi las nuestras tierras, e los nuestros reinos, e todo cuanto El nos dio a nos, et a los nuestros herederos, de aquí adelante que lo voierne con derecho” (Martínez 2003: (T) 610). 20 “Il y eut bientôt dans le royaume deux partis, celui de l’infant, jeune, ambitieux, ardent et celui du roi, déjà vieux, fatigué, plus occupé de ses études, de ses entretiens et de sa collaboration avec les hommes de sciences que porté vers les expéditions guerrières et les jeux violents qui plaisaient tant à la noblesse” (Daumet 1906: 71-72). 21 “Asi como nos lo queríamos piadosamente, así cruelmente punnó él por nos desfacer lo que Dios había en nos dado, et cobdiciando nuestra muerte” (Martínez 2003: (T) 610).

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de las motivaciones de don Sancho contra él; se limita a establecer una constante oposición, entre el comportamiento benévolo del padre y la voluntad traidora del hijo, forzosamente instigada por el diablo puesto que significaba alterar el orden social y político instaurado por Dios22. Mucho más contundentes son los tres párrafos en los que Alfonso X pronuncia el anatema contra su hijo. Aquí, el monarca recuerda que es él el único representante de Dios entre los hombres y que aquel que se opone a sus proyectos estorba la voluntad divina y, por lo tanto, no puede conservar su lugar entre los fieles servidores de Dios y de Su vicario23. Alfonso X era consciente de que su hijo tenía el apoyo de gran parte de la nobleza y de los prelados eclesiásticos24 por ello algunos investigadores pretenden que el monarca sabía o intuía que don Sancho reinaría después de él, pese a su maldición (Martin 1994: 164). De hecho, los argumentos del monarca para impedir que su hijo subiera al trono son muy reducidos, lo que demuestra el desamparo en el que se encontraba Alfonso X en aquel momento. En su testamento de 1283, el rey Sabio construye su oposición sobre dos preceptos, en apariencia inatacables, que son la ley y la voluntad de Dios. Amparándose en la primera, ordena que “por fuero et por ley del mundo que non herede [Sancho] ni los que vinieren dél por siempre jamás” y remata esta prohibición con una ley superior a la de los hombres ya que a la maldición paterna se añade otra proveniente de “Dios et de Santa María et de toda la corte celestial”, de forma que Sancho no pudiese reivindicar una auténtica misión divina para obtener la corona.

La maldición regia, asociada a la divina, fortalece el papel del monarca como representante y elegido de Dios entre los hombres, pero lo que aquí nos interesa es el aspecto humano de la ruptura.

Es sin duda una situación antagónica a la que conoció el propio rey Sabio antes de ser coronado o al recibir la herencia de su padre. Se trata de un período de crisis, en el que el rey se vio abandonado e incluso acosado por la mayor parte de la nobleza. Por ello buscó el apoyo de las demás monarquías, sin detenerse a considerar si se trataba de un rey cristiano o moro (§12-17). Así, la tercera parte podría considerarse como un ajuste de cuentas, en la que se sacan a relucir las traiciones y las ayudas de los demás reyes, y donde recuerda que en cuatro ocasiones pidió ayuda a su cuñado, Pedro III de Aragón sin nunca obtener una respuesta segura pese a haber jurado sobre los evangelios que le ayudaría “contra todos los hombres del mundo”. Algo similar ocurre con el rey de Inglaterra, esposo de su hermana Leonor, y por último con el rey de Francia, Felipe III25. Sólo el emir de Marruecos le dio su apoyo, aunque

22 “Onde por que la cobdicia es raíz onde se mueven todos los males, et otrosi desconosciencia es cabeza en que se ayunta et se afirma, el diablo hobo a tamaño poder que estas dos puso firmes en la obra e voluntad de don Sancho” (Martínez 2003: (T) 609). 23 “Ca en cuanto nos estamos en servicio de Dios, que obramos por El cuanto nos podimos, tanto lo estorvó Don Sancho et punnó en lo destorvar cuanto él pudo et sopo; ca el derecho de Dios quiere e manda que quien el su servicio estorba, que pierda el su poder de todas las cosas con que el podríá estorbar; et otrosi que va contra derecho natural, ca non conosciendo del debdo de natura que ha con el padre, quiere Dios, et manda la ley e el derecho, que sea desheredado de lo que el padre ha, e non haya parte en ninguna cosa dello por razón de natura” (Martínez 2003: (T) 611). 24 “La convergence si redoutée des intérêts de Sanche et de ceux des défenseurs du droit traditionnel. En Avril 1282, à Valladolid, l’infant, entouré de ses frères et de ses parents, soutenu par la plupart des grand lignages, des prélats et des villes, appuyé par les rois de Portugal et d’Aragon, fut confirmé hériter et obtint que lui fussent transférées toutes les prérogatives royales. Le 8 octobre de la même année, il était solennellement déshérité et maudit par son père. Le 8 novembre, Alphonse X dictait un testament dans lequel il confirmait l’ensemble d’une diffamation et léguait le royaume à Alphonse de la Cerda” (Martin 1994: 153). 25 Las relaciones del monarca castellano con los demás soberanos no fueron apacibles. Los derechos de sucesión de los Infantes de la Cerda y el control de Navarra opusieron Alfonso X al rey de Francia, Felipe III. Eduardo I, rey de Inglaterra, actuó como mediador entre ambos, pero en el encuentro decisivo que tuvo lugar en 1280, Alfonso X prefirió que fuera Carlos de Anjou quien oficiara de mediador, lo que, se puede comprender, debió enfriar las relaciones con la corona inglesa. Por otra parte, El problema sucesorio también marcó las relaciones con el reino de Aragón, puesto que Pedro III acogía a los infantes a petición de su hermana, la reina Violante, que huyó de Castilla para mejor alejarse de Alfonso y de Sancho, considerado como un peligro para sus nietos. Aunque también ha de añadirse la alteración del tratado de Campillo, que en principio

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por razones puramente políticas y estratégicas y no por amistad, ya que aprovechó la ocasión para saquear el sur de la península hasta Toledo.

Ante esta situación de crisis, Alfonso X tenía que proponer una solución política26. Se trata seguramente de la parte más polémica del documento puesto que en ella lega su reino a su nieto Alfonso (§18-22), defendiendo la transmisión legal estipulada por las Siete Partidas que reserva el derecho a heredar la corona para la línea directa de los monarcas27, lo que en cierta forma confirmaba los derechos sucesorios de los nietos de Alfonso X, los infantes de la Cerda, antes que los de su hijo don Sancho. Pero, en caso de no poder verificarse semejante traspaso de la corona, el rey Sabio ordena que su reino se una al de Francia (§23-25). Esta decisión es la que confirmó, para muchos de sus detractores, la inestabilidad mental del monarca. La posibilidad para Alfonso X de unir las coronas demuestra el desasosiego que debía vivir el rey, puesto que se proyecta en el futuro contemplando lo que más parece causarle pavor: dejar el trono en manos de un traidor28. La situación debió parecerle tan desesperada que tuvo que concebir soluciones poco usuales, pero acordes con la crisis que estaba viviendo. Llegar a pensar unir las coronas castellano-leonesa y la francesa, por mucho que ello pudiera desembocar en el nacimiento de una potencia militar y económica inigualable para el occidente medieval, era la solución de la desesperanza, que demuestra más el estado de ánimo del monarca, decepcionado por los suyos, angustiado por el porvenir, convencido de no poder contar con nadie29, que una auténtica enfermedad mental. Lo que no excluye que el monarca no tuviera obsesiones y psicopatologías diversas.

Desde un punto de vista puramente humano, la lectura del testamento desvela el profundo sentimiento de angustia que debía sentir el monarca ante el futuro. Es un documento en el que Alfonso X intenta establecer de forma contundente el derecho de su herencia, lo que implica que todos los fieles vasallos deberán apoyar al nuevo soberano, sea cual fuere. En consonancia con la conciencia del deber político, con este testamento el rey quiere seguir protegiendo su reinado cumpliendo su misión incluso después de muerto. Terminaría así por llenar completamente su papel de protector, característico del monarca medieval.

El segundo documento, otorgado en la misma ciudad de Sevilla, el 21 de enero de 1284, es un codicilo que, aunque se refiere al problema sucesorio, se centra mucho más en la persona real. Por supuesto, se siguen manifestando las preocupaciones políticas del monarca, pero se mezclan con asuntos personales, relacionados con la propia muerte del rey y sus propios temores que no fueron tratados en el documento anterior30. Esta mezcla temática confiere al codicilo una estructura mucho más caótica que la del testamento. estipulaba la conquista de Navarra por una alianza castellano-aragonesa, pero que don Sancho cambió, ofreciendo por entero Navarra a Pedro III, cuando aquél subiera al trono a cambio de su apoyo. 26 “El rey Sabio, a pesar del trato exquisito que le ha tributado el emir durante cuatro meses, espacio de tiempo en el que recobró nuevas energías, recuperó la salud y volvió a cabalgar y andar, evidentemente, no estaba satisfecho. Debió darse cuenta que había pactado con el enemigo de la cristiandad, que estaba destruyendo y expoliando su propio reino. Fue un acuerdo que se vio forzado a aceptar llevado por la desesperación y las necesidades del momento. En el testamento se refleja el ánimo angustiado del que está buscando la vía para salir de aquel compromiso, necesario pero indeseable. Nuevo recurso al rey de Francia. Felipe III está mejor predispuesto” (Martínez 2003: 532). 27 “Et por escusar muchos males que aparesçieron & podrían aun ser fechos pusieron que el señorio del reyno heredasen siempre aquellos que viniesen por la liña derecha. E porende establecieron que si fijo varon y no oviese la fija mayor heredase el reyno & aun mandaron que si el fijo mauro ante que heredase si dexase fijo o fija que dexassse de su muger legitima que aquel o aquella lo oviese e no toro ninguno. Pero si todos estos falleçiesesn deven heredar el reuno el mas propinco pariente que oviese, seyendo onbre para ello & no aviendo fecho cosa por que lo deviese perder” (Alfonso Xb: II, 15, 2, I-766, fol. 99r°). 28 “El rebelde en el pensamiento alfonsí se interpone entre Dios y sus obras, impidiendo el funcionamiento de las leyes establecidas por el Creador” (Martínez 2003: 530). 29 “El deseo de privar a don Sancho del trono a todo trance, como castigo por su rebeldía y la incapacidad de los otros hijos para gobernar en aquellas circunstancias críticas, serán las razones, por encima de cualquier otra consideración, que forzarán al angustiado padre a volver a adoptar su decisión inicial, la de los infantes de la Cerda” (Martínez 2003: 534). 30 “A diferencia del primer testamento, que constituye una especie de síntesis de su pensamiento político sobre le gobierno del reino después de su muerte, en éste se ocupa de varios temas personales que no había mencionado en el anterior, como el

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Alfonso X expresa aquí sus temores a posibles traiciones futuras y por ello vuelve a pedir una protección espiritual y política, tanto para él como para sus súbditos. Temiendo que sus enemigos intenten desposeer a su heredero del trono, el rey insiste otra vez en la oportuna ayuda que podría proporcionar el rey de Francia en la defensa de los derechos naturales del sucesor y de sus demás hijos (§16-18-19-22). Por supuesto, esta decisión sigue chocando y el proyecto de unificar las coronas castellana y gala no correspondía con la política de engrandecimiento de los territorios que el rey Sabio intentó llevar a lo largo de su vida. Y de hecho, el propio monarca concebía ya los reproches que se iban a formular contra sus sucesores por no haber respetado la transmisión de la corona tal y como lo estipulaban las Siete Partidas. Alfonso X sólo puede asegurar que sus decisiones quedan motivadas por una voluntad de servir a Dios y a sus súbditos, de forma que lo que ordena en sus últimas voluntades “es lo mejor” (§19) para el futuro de su reino, como si se justificara ante cualquier crítica o duda sobre su juicio.

Ahora bien el campo más importante del codicilo es sin duda el que se centra en el propio rey. El monarca organiza elementos puramente materiales como el lugar y el modo en que ha de ser enterrado. Las directivas que propone para su sepultura sevillana, cerca de sus padres, pretende ser “llana de tal manera que cuando el capellán entrase a decir la oración sobre ellos e sobre nos, que los pies tenga sobre la sepultura” (Martínez 2003: (C) 617) así como su voluntad de enterrar su corazón en el monte Calvario (§4-6) son elementos relativamente clásicos (§9-10). Con ellos se perpetúa la piedad del monarca que, incluso en la muerte, esperando el día del Juicio Final, demuestra su humildad ante el poder de Dios y el valor espiritual de la Iglesia. Por otra parte, el descanso eterno queda estrechamente ligado al cumplimiento de los asuntos seculares, puramente materiales pero que atestiguan la pureza y la rectitud de espíritu del difunto. Por ello, el monarca recuerda que “non es derecho que el cuerpo fuelgue fasta que sean cumplidas aquellas cosas, por que podría haber trabajo en el alma”. Temiendo el Juicio Final, Alfonso X no quiere dejar ninguna deuda que pudiera pesar sobre sus herederos (§3 + §14-15) o alguna promesa por cumplir. Por ello, mientras no se resuelvan todos sus asuntos terrenales rechaza el descanso eterno.

Por supuesto es éste el que más importa al monarca y al que dedica una mayor reflexión borrando cualquier recuerdo de la traición de su hijo (§23 a 27).

Pero no es suficiente con pedir el perdón para obtenerlo. El monarca sabe que tiene que cumplir con ciertas obligaciones con la Iglesia, con los que le fueron leales y con los desheredados. Por ello, quiere hacer dones cuantiosos a los necesitados (§8) porque, como lo afirman los Proverbios, “el rey que hace justicia a los humildes hace firme su trono para siempre”31, sin olvidar que “el que cierra sus oídos al clamor del pobre tampoco cuando él clame hallará respuesta”32. De la misma forma recompensará a los representantes de la Iglesia que permanecieron fieles a su persona y sobre todo a los Templarios (§7)33 que, por lo menos en Castilla, no se unieron tan abiertamente como los caballeros de la Orden de Santiago al bando de su hijo (Martínez Díez 2001: 104-109). Junto a los actos piadosos realizados en vida, se organizaban también actos póstumos, llevados a cabo por familiares y amigos que debían reducir la estancia del alma del difunto en el purgatorio. Aquí se inscriben las frecuentes plegarias pro ánima en recuerdo del monarca. Sin indicarlo específicamente, el rey parece apuntar dicha necesidad al pedir que el conjunto de las Cantigas de Santa María (§11-

pago de sus deudas, que le preocupa con verdadera obsesión, hasta el punto de disponer que no se entierre su cuerpo hasta que no se hayan pagado todas y cada una de ellas, a pesar de que es muy consciente de que no tiene con qué. […] se ocupa también de la distribución de sus bienes personales […] la disposición de su cuerpo” (Martínez 2003: 535). 31 Proverbios 29: 14. 32 Proverbios 21: 13. 33 Martínez 2003: (C) 617.

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12)34 estén presentes en la capilla donde se entierre su cuerpo y que estos poemas de milagros fueran cantados en las fiestas de la Virgen.

A pesar de referirnos a ellas con el nombre genérico de Cantigas de Santa María, la colección de milagros alfonsí debe considerarse como una colección de creaciones heterogéneas, inspiradas por acontecimientos diversos, acaecidos tanto en Castilla como en el resto de Europa, en tiempos de Alfonso X o mucho antes. Por ello, contrariamente a los testamentos políticos, las referencias a los aspectos personales y políticos que se encuentran en estos poemas quedan mucho más desperdigadas.

De entre las diferentes composiciones, la Pitiçon, es decir el poema que debía poner un colofón al conjunto de las Cantigas, es la que mejor expone las inquietudes personales y políticas del rey Sabio. Se trata de una composición que ha ido evolucionando al mismo tiempo que el conjunto de las Cantigas iba aumentando en extensión y que las experiencias políticas y personales del monarca castellano iban sucediéndose. En su primera versión (Alfonso Xc: fol. 133 v° y 134 r°), la Pitiçon se refiere específicamente a los primeros cien cantares que hizo el soberano y se limita únicamente a una confesión general de los pecados del rey sin auténtica referencia a su vida política. La última versión de este mismo poema (Alfonso Xd: fol 353 v° a 361 v°), se refiere de forma mucho más general a los pocos cantares, más de cuatrocientos, que hizo el monarca. Esta versión, al igual que la anterior, presenta ruegos puramente espirituales a la Virgen, pero contiene además referencias específicas a las experiencias políticas del rey y a sus diferentes períodos de enfermedad y de convalecencia.

Esta última versión es la más interesante por ser la síntesis de las convicciones reales y en ella el rey mezcla consejos básicos válidos para cualquier monarca (protección contra el enemigo político, fundamentos para gobernar con justicia e inteligencia) y elementos mucho más personales, auténticas fobias tanto de orden físico (temor al dolor, a la enfermedad) como de orden psicológico (miedo a los demonios, al error, a la derrota). Estos aspectos quedan también tratados en otros poemas de orden biográfico que se centran en experiencias mucho más concisas y que pueden explicar los miedos del monarca expresados en la Pitiçon.

En conjunto parece que el soberano necesita sobre todo un reconocimiento, tanto político como humano. En este sentido la cantiga 200 recuerda que fue coronado por voluntad divina35, subrayando por ello el respeto que sus súbditos le deben, de forma que los castigos o desdichas de sus enemigos no son para el rey más que la consecuencia lógica de la oposición de estos al mandato de Dios36. Sin embargo, de la misma forma que lo hizo en sus cantigas profanas, Alfonso X expresa cierta decepción al haber tenido que enfrentarse a problemas que él no perseguía, por una gloria terrenal que el monarca afirma no haber buscado, en un mundo en el que sólo encontró traición y falsedad; por ello pide a la Virgen que tenga piedad de él y comprenda que si perdió su tiempo en otros proyectos en vez de loarla fue por tener que cumplir con su tarea de rey que sólo le trajo sinsabores y decepciones37. En otras palabras, lo que está pidiendo Alfonso X a lo largo de las Cantigas es que se reconozca que intentó realizar su misión de gobernante, y como representante de Dios sobre la tierra, de la mejor manera que pudo y supo hacerlo. Sobre todo porque ello le puso en peligro de muerte.

Alfonso X habría sido el objeto de varios intentos de asesinato, instigados por algunos nobles o incluso por su hermano don Fadrique (Martínez 2003: 410 - 427), lo que no podía más que acentuar la convicción de que muchos de sus allegados se habían conjurado contra

34 Martínez 2003: (C) 618. 35 “[…] quis que mui chãamente reinass’e que fosse rei” (Alfonso Xd: cantigas 200, 11-12). 36 “E dos que memal querian e buscavan e ordian deu-lles o que merecían” (Alfonso Xd: cantigas 200, 19-22). 37 “E ar aja piadade de cómo perdi meus dias carreiras buscand’e vias por dar aver e herdade u verdad’e lealdade per ren nunca puid’achar, mais maldad’e falssidade, con que me cuidan matar” (Alfonso Xd: cantigas 300, 61-70).

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él38. Y es que desde casi el principio de su reinado, Alfonso X tuvo que hacer frente a diversas rebeliones y conjuras, lideradas por sus propios hermanos (en 1255 y entre 1276 y 1277) o protagonizadas por enemigos religiosos (1264). Las repetidas crisis políticas debieron dar al monarca una impresión de constante oposición, por parte de su entorno, y él mismo asumió el papel de víctima. De hecho, se puede observar una auténtica obsesión en el conjunto de los escritos poéticos, en los que él nunca pone en entredicho sus propias acciones admitiendo por ejemplo algún error de juicio a lo largo de su reinado, sino que reclama sencillamente la protección de la Virgen, que debe desoír las criticas en su contra por los poemas que hizo en su honor39. Estos últimos parecen ser la producción más estimada por el soberano, no sólo porque quiso que estuvieran cerca de su tumba, sino porque reclama un justo castigo divino contra aquellos que los critican o los desestiman40.

Alfonso X se sentía acosado por todos, mientras seguía estimando su política y sus actos como irreprochables. Podríamos incluso considerar la posibilidad de un alejamiento de la realidad y su refugio voluntario en un mundo más apacible, el de los libros y las creaciones científicas y poéticas, en el que el rey estaría en seguridad o por lo menos sin auténticos problemas que solventar, con interlocutores benévolos, desde la Virgen hasta los astrónomos y los filósofos de su corte. En lo que concierne las Cantigas, la decepción del mundo que lo rodea se manifiesta sobre todo a partir del segundo centenar de poemas, es decir después del primer período de sufrimiento físico que sufrió el monarca en 1269.

Paradójicamente, los períodos de enfermedad, que pudieron alterar su ánimo, sirvieron a Alfonso X para demostrar que gozaba de la protección divina. En efecto, según él, el juicio divino no habría de manifestarse sólo por el castigo infligido a los enemigos del reino y del elegido de Dios, sino también por la protección de que goza este último en todas las facetas de su vida, y especialmente en lo que concierne su salud. Por ello, en varias ocasiones el monarca recuerda que la Virgen cuidó de él cuando su salud se debilitó o cuando estuvo en peligro de muerte41. El rey Sabio no ofrece en principio una descripción precisa de todas las ocasiones en que esta intervención tuvo lugar, aunque sí subraya que dicha protección es extensible a su familia y en especial a su hermano42.

Sólo dos Cantigas recuerdan episodios dolorosos precisos que se sitúan entre 1273 y 127643 y que pueden indicar síntomas de hidropesía o de cáncer (Martínez 2003: 237 en adelante). Lo realmente interesante no es tanto que el monarca sea curado por la Virgen sino que, en cierta ocasión, el manuscrito de las Cantigas fue el medio utilizado para realizar un milagro curando totalmente al monarca de un sufrimiento atroz44. De esta forma, la creación

38 “[…] hua vez dos ricos-omes que, segundo que eu sei, se juraron contra ele todos que non fosse rey, seend’os mais seus parentes que divid’é natural” (Alfonso Xd: cantigas 235, v. 21-23). 39 “E por esto lle demando que lle non venna emente do que diz a maa gente porque soo de seu bando” (Alfonso Xd: cantigas 300, v. 39-42). 40 “Mas que lles dé galardoes ben quaes eles merecen, porque me tan mal gradecen meus cantares e meus soes” (Alfonso Xd: cantigas 300: v. 50-53). 41 “A mi livrou d’oqueijoes de mortes et de lijoes” (Alfonso Xd: cantigas 200, v. 34-35). “[…] nas grandes enfermidades m’acorreu” (Alfonso Xd: cantigas 200, v. 15-16). “[…] que me val nas coitas e tolle door e faz-m’outras merceesmuitas assaz” (Alfonso Xd: cantigas 209, v. 14-15). 42 “E enquant’el guarecía, Don Manuel sue yrmao, veo y e foy enfermo e pois guariu e foi sao fillou-sse con seus falcoes que mudara no verao a caçar, que é dos viços do mundo un dos mayores” (Alfonso Xd: cantigas 366: v. 20-23). 43 “[…] e depois quan’en Requena este rey mal enfermou, u cuidavn que morresse, daquel mal ben o sãou” (Alfonso Xd: cantigas 235, v. 35-37). “E depois quando da terra sayu e que foi veer o Papa que enton era, foi tna mal adoecer que o teveron por morto dest’anfermidad’atal” (Alfonso Xd: cantigas 235, v. 40-43). “E de tal razon com’esta hua maravilla fera aveo ja en Sevilla eno tempo que y era el rey, e que de Graada de fazer Guerra veera aos mouros desa terra, que y eran moradores” (Alfonso Xd: cantigas 366, v. 5-8). “[…] e el rey muimal doente foi y a gran maravilla, mais guariu pela merçee da que é Madre e Filla de deus que o guarecera ja d’outras grandes doores” (Alfonso Xd: cantigas 366, v. 16-18). 44 “[…] mandei o Livro dela aduzer; e poseron-mio e logo jouv’en paz” (Alfonso Xd: cantigas 209, v. 29-30).

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alfonsí deja de ser una simple composición poética para transformase en un auténtico objeto milagroso, digno de ser expuesto en el altar, casi como una reliquia, puesto que el poder mariano se manifestó por su entremés. Ello explicaría que el rey insistiera, en el codicilo antes citado, en que se expusieran todos los manuscritos de las Cantigas de Santa María en la capilla donde quedara enterrado. Las Cantigas de Santa María debían ser leídas los días festivos dedicados a la Virgen pero su proximidad al cuerpo del rey también podría facilitarle una protección apotropaica. Y es que el rey no puede impedir temer pavorosamente el momento de su muerte.

Si consideramos que los últimos quince años de su vida, Alfonso X conoció una continua degradación de su salud, es posible suponer que, al final de sus días, su equilibrio mental pudiera haberse visto afectado. La enfermedad, junto al peso inherente de la misión política monárquica, puede explicar que el soberano se refugiara en un mundo intelectual expresado en el conjunto de su producción. Se trataría en cierta forma de una reacción postraumática, que permitiría al paciente escapar a una realidad agresiva o difícil de soportar45. Ahora bien, ello no significa que hubiese perdido todo contacto con la realidad. Muy al contrario el monarca era consciente de su estado físico y del fin irremediable que le esperaba, un fin que, pese a poner su fe en la Virgen como única esperanza de salvación46, le inspiraba terror47, no tanto por lo que debía ocurrir, sino por el peligro que podría correr su alma. Un solo elemento le permite sobrellevar la idea de la muerte y los sufrimientos que conoce y es la posibilidad, la esperanza, de recibir una recompensa digna de su devoción48, que le hacia esperar poder ver a la Virgen en el Paraíso. De ahí que redactara su Pitiçon.

La Pitiçon presenta tres ejes temáticos principales, que sintetizan todos los temas y las inquietudes que acuciaban al monarca y que han sido expresadas tanto en los testamentos políticos como en las demás cantigas. Pero lo más interesante es que, pese a su contenido religioso, la auténtica motivación de la petición no es únicamente espiritual sino que queda íntimamente vinculada con le placer de vivir y los requisitos necesarios para ser un buen rey.

Es evidente que la preocupación espiritual es fundamental en este poema. El rey se inquieta por el futuro de su alma49, y expresa aquí la auténtica razón de ser de las Cantigas de Santa María en su conjunto, sin importar la versión a la que nos refiramos. A cambio de los poemas que escribió para ensalzar a la Virgen el monarca pide la intercesión de ésta ante Cristo50, y su protección contra al diablo51 y el infierno52, de forma que pueda por fin verla en

45 “Después de graves conmociones mecánicas, tales como choques de trenes y otros accidentes en los que existe peligro de muerte, suele aparecer una perturbación, ha largo tiempo conocida y descrita, a la que se ha dado el nombre de neurosis traumática. […] El cuadro de la neurosis traumática se acerca al de la histeria por su riqueza en análogos síntomas motores, mas lo supera en general por los acusados signos de padecimiento subjetivo, semejantes a los que presentan los melancólicos o hipocondríacos, y por las pruebas de más amplia astenia general y mayor quebranto de las funciones anímicas. […] En la neurosis traumática corriente resaltan dos rasgos, que se pueden tomar como puntos de partida de la reflexión: primeramente el hecho de que el factor capital de la motivación parece ser la sorpresa; esto es, el sobresalto o susto experimentado, y en segundo lugar, que una contusión o herida recibida simultáneamente actúa en contra de la formación de la neurosis” (Freud, 1984: 88). 46 “[…] ca vos me fezestes como quen faz / sa cousa quita toda pera ssi […] ca outro ben senon vos non ei eu / nen ouve nucna des quando naçi” (Alfonso Xd: cantigas 402, v. 10-16). 47 “Que me faz a mort’, ond’ei gran pavor, e o mal que me ten tod’en redor, qu eme fez mais verde mia coor qu dun canbrai” (Alfonso Xd: cantigas 279, v. 19-22). 48 “[…] mais o meu é mui meor don / que lle dou mui de grado, / e cuid’end’aver gualardon / mui grand’e muit’onrrado” (Alfonso Xd: cantigas 400, v. 16-19). 49“[…] que rogues a teu Fillo que el me dé atal / siso, per que non caia en pecado mortal, e que non aja medo do gran fog’infernal” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 73-75). 50 “[…] que rogues a teu Fillo Deus que el me perdon / os pecados que fige, pero que muitos son / e do seu paraíso non me diga de non” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 4-6). 51 “E al te rog’ainda que lle queyras rogar / que do diab’arteiro me queira el guardar, / que punna todavía pera om’enartar / per muitas de maneiras, por faze-lo peccar” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 22-25). 52 “[…] que rogues a teu Fillo que el me dé atal siso, per que non caia en pecado mortal, e que non aja medo do gran fog’infernal” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 73-75).

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el paraíso53. La Pitiçon puede por lo tanto considerarse como un auténtico credo, tanto en la esencia salvadora de Cristo como en la existencia de un paraíso y de un infierno y por ello estos versos bastarían para demostrar la ortodoxia religiosa de Alfonso X, de la que podrían dudar sus enemigos amparándose en el contenido de sus escritos astrológicos. De la misma forma, el final del poema es un auténtico acto de fe, puesto que en él el autor expresa su convicción de ver a la Virgen. El monarca nunca utiliza el condicional o una expresión hipotética, sólo pide estar cerca de la Virgen cuando por fin sea aceptado en el paraíso. Esta profesión de fe se construye sobre la convicción de una justicia divina, de Aquél que “da su bien a los que ama”54. Y el amor que Alfonso X lleva a Cristo y a Su Madre se materializa en el conjunto de las Cantigas con las que el pecador ruega por el perdón de sus pecados55, lo que no significa que dé por terminada su existencia terrenal. De hecho, la Pitiçon no termina con un acto de fe, de arrepentimiento o de alabanza de la Virgen, sino con el anuncio de futuros cantares de otros poetas que seguirán el ejemplo del rey castellano56, motivados por los bienes que María otorgó al rey en pago de sus Cantigas.

Los motivos que da el rey para obtener ese galardón de la Virgen, pertenecen más al mundo terrenal, al ámbito de los tratados políticos, y de las relaciones humanas que de la simple adoración religiosa. Y justamente, la existencia terrenal, tanto desde un punto de vista personal como social, es la que realmente representa el eje central de la Pitiçon en consonancia con los testamentos políticos. Aquí Alfonso X nos habla de su presente, no ya como poeta o como cristiano, sino como ser humano y sobre todo como rey.

Como ser humano, Alfonso X subraya la importancia del placer, placer que encuentra en la compañía de sus amigos57; expresa así su apego a la vida que le lleva a tener un discurso que difiere del de los fieles resignados. Aunque sabe cuál será su destino final, el monarca pide simple y llanamente vivir más58, para llegar casi a la inmortalidad, puesto que pide abiertamente una protección contra la muerte59. La enfermedad y la visión próxima de la muerte en las diversas crisis que tuvo que superar marcaron sin duda el ánimo del monarca, que pide en la octava estrofa una cura irreversible de sus males físicos60. La Pitiçon no es en modo alguno un poema de despedida, sino una afirmación de querer seguir actuando y de querer conocer una felicidad terrenal que el rey Sabio no parece haber vivido. En efecto, una de las primeras cosas que pide a la Virgen es el reconocimiento de sus protegidos, vasallos y amigos, es decir que aquellos que habiendo recibido honores del rey sepan agradecérselo61. Este intercambio de favores por reconocimiento y fidelidad representa la base fundamental de la estructura social medieval, y por ello vemos que el aspecto político y las obligaciones regias vuelven a imponerse en su vida. Alfonso X es consciente de su papel de monarca, y puesto que esta función le fue impuesta por voluntad divina62 orientó el resto de la Pitiçon a conseguir los requisitos necesarios para ser un buen rey. Por ello pide tener inteligencia para bien gobernar63 y poder así hacer justicia y emplear con justicia los bienes del reino64.

53 “[…] que me dé o que ja / lle pedí muitas vezes; que quando for alá / no paraíso, veja a ti sempre” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 95-97). 54 “[…] que rogues o que dá /seu ben aos que ama” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 93- 94). 55 “[…] el trovador (pecador) pide de manos de su señora la mediación que cree esencial para llegar a la meta deseada; la redención de los pecados y la salvación” (Snow 1985: 77). 56 “[…] e sempre fiará / en ti quen souber esto e mais te servirá / por quanto me feziste de ben, e t’amará” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 99-101). 57 “[…] e que de meus amigos veja senpre prazer” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 38). 58 “[…] que rogues a teu Fillo que me faça viver / per que servi-lo possa” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 33-34). 59 “[…] que me guarde de morte per ocajon prender” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 37). 60 “[…] e me guarde meu corpo d’ocajon e de mal” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 76). 61 “[…] qe os que mio fillaren mio sábian gradeçer” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 41). 62 “[…] pois Rey me fez, queira que reyn’a seu sabor” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 46). 63 “Pois que teu Fillo Rey / me fez, que del me gães siso, que mester ey, / con que me guardar possa do que me non guardey, / per que d’oj’en adeante non erre com’errey” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 84-87).

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Gobernar con sabiduría es sin duda el anhelo mayor que tuvo el soberano castellano, y por ello lo que realmente pide en la Pitiçon es la suficiente fuerza para vencer a los enemigos del reino, esencialmente identificados con los moros (§ 2 y 3) pero que también pueden ser los herejes o los rivales políticos (§4).

Cuando enumera después los personajes contra los que ha de protegerse, es posible ver en ellos tanto los enemigos del buen gobierno, de forma genérica, como los causantes de los temores y sinsabores que vivió Alfonso X a título personal y, seguramente, el rey asociaba un nombre con cada descripción propuesta o pensaba en una circunstancia muy precisa de su vida y de su gobierno. Qué duda cabe que cualquier monarca ha de protegerse y evitar la influencia o la acción del traidor, del mal consejero, de los mentirosos, de los fanfarrones y de los extravagantes. Alfonso X los enumera a todos, tanto en su Pitiçon como en sus Partidas. Y es que el soberano parece sobre todo temer la falsedad, el comportamiento falso que queda sintetizado en la imagen del traidor caracterizado en las Siete Partidas como aquél que trae “hombre a otro, bajo semejanza de bien, a mal”65. Por supuesto la peor traición que se puede imaginar es aquella que se verifica contra el rey, por ser él el símbolo del bien comunal66. De aquí nacen las tres referencias que, en la quinta estrofa, el rey Sabio pone por escrito contra el traidor, el mal consejero y el mal servidor que pide favores. Le evocación de la traición nos remite, por el momento en que fue redactada la Pitiçon, a la revuelta nobiliaria encabezada por don Sancho. De la misma forma cuando el rey pide protección contra el amigo desleal67, bien podría estar pensando en el maestro de la Orden de Santiago, Pedro Núnez, que se unió al campo de don Sancho o incluso en Zag de la Maleza, ejecutado por haber cedido sin autorización regia los fondos de la campaña de Algeciras a don Sancho, para facilitar el regreso de su madre refugiada en Aragón.

Es evidente que al repasar los acontecimientos de su existencia, Alfonso X tenía que constatar el gran número de sinsabores que tuvo en el campo político y personal. Y todos estos ruegos demuestran un apego a la vida, más que una auténtica preparación ante la muerte. El rey no solo pide perdón por sus pecados, sino que espera también una protección contra los enemigos de su gobierno, lo que deja suponer que, sin olvidar su destino inevitable, considera aún los años que le quedan por gobernar y vivir, con una vida mejor de la que conoció en el pasado. Todos los elementos que aquí pide a la Virgen son las soluciones, las respuestas a los problemas y las crisis, políticas y personales, las angustias que conoció el rey Sabio y que quedan expresadas en los testamentos con respecto al futuro de su reino después de su muerte. Consciente de que las disposiciones que dejaba estipuladas en su testamento podían ser alteradas por sus sucesores, y sobre todo por su hijo Sancho y sus seguidores, Alfonso X tenía que buscar un apoyo que le asegurara que el futuro de su reino quedaba consolidado tal y como él lo había decidido. La única fuerza capaz de ello era, por supuesto, María. Por ello, en la penúltima estrofa, el rey Sabio pide abiertamente que Cristo le dé seso para protegerse de lo que no supo en el pasado ni vuelva a errar como lo hizo anteriormente68. El rey pide sencillamente consejo, y sobre todo una inspiración divina, para otorgar sus favores a quienes lo merecen realmente69, es decir para que las donaciones que realiza en su testamento sean las más adecuadas para el futuro de su reino.

64 “[…] e que possa mias gentes en justicia tēer, e que senpre ben sábia enpregar meu avar, que os que mío fillaren mío sábian gradeçer” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 39). 65 Alfonso Xb: 7, 2, 1. fol. 369 v°. 66 “[…] contra el rey o contra su señorío o contra pro comunal de la tierra es propriamente llamdo traydor, et quando es fecho contra otros onbres es llamdo alevoso” (Alfonso Xb 7, 2, 1, fol. 370 r°). 67 “[…] e d’amig’encuberto, que a gran coita fal, / e de quen ten en pouvoi de seer desleal” (Alfonso dd: pitiçon, v. 77-78). 68 “[…] que del me gães siso, que mester ey, / con que me guadar posssa do que me non guardey / per que d’oj’adeante non erre com’errey” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 85-87). 69 “[…] nen meu aver enpregue tam mal com’enpreguey /en alg~uus logares, segudno que eu sey / perdend’el meu tenpo e aos que o dey” (Alfonso Xd: pitiçon, v. 88-90).

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Así pues la Pitiçon nos muestra las diferentes preocupaciones del monarca. Aquí se resume el papel del rey como defensor de la paz, de la Iglesia y del orden social (Duby 1971: 25). Este poema establece un claro equilibrio entre el hombre político y el ser espiritual, entre las disposiciones necesarias al buen gobierno expresadas por los testamentos políticos y las esperanzas personales para la salvación de su alma aunque, paradójicamente, las preocupaciones puramente políticas parecen cobrar una importancia mucho mayor de lo que se podría esperar en una temática religiosa. Sin duda, Alfonso X estaba convencido de que la salvación de su alma dependía en gran parte de su buen gobierno y de las decisiones que tomó como rey, de ahí que estableciera un lazo íntimo en sus ruegos a la Virgen, entre la política y su vida privada. Con ello, la Pitiçon se convierte verdaderamente en el otro testamento de Alfonso X. Bibliografía

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