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La Interpretación del Quijote de D. Benigno Pallol MANUEL FERRER-CHIVITE Universidad de Dublín. Irlanda E N 187° EL CONOCIDO PAREMIÓLOGO José M. a Sbarbi publi- su trabajo Cervantes teólogo presentando, por supuesto, a don Miguel como indudable católico. Dada su condición de presbítero dentro de esa religión, nada de extrañar son tales afirmaciones, pero otro puedo citar que, aun sin esa condi- ción, se manifestó también de análogo modo; Don Aureliano Fernández Guerra que en las páginas preliminares de su folle- to Cervantes, esclavoy cantor del Santísimo Sacramento, de 1882, sigue al anterior dándonos un Cervantes católico a ultranza. Que Cervantes fuera tan católico como los tales supu- sieron, materia opinable es y algún autor hubo que bien discrepó de ello: Benigno Pallol que, conociera o no esos trabajos, con su Interpretación del Quijote, publicada en 1893 bajo el seudónimo de Polinous, su bastante les salió de criada respondona, pues si bien no puede decirse de él que acuse abiertamente a Cervantes de anticatolicismo, explí- cito y evidente resulta el radical anticlericalismo que le atribuye. No es que yo tenga nada en contra de esa atribución, muy por el contrario; de hecho, años ha que sospeché ese anticlericalismo y aun lo postulé en mi trabajo «El cura y el barbero o historia de dos resentidos», de 1981 l. Lo que, no 1 En M. CRIADO DE VAL, ed., Cervantes: SH obra y su mundo, Madrid, EDI-6, S.A., 1981, 7z3-3 j

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La Interpretación del Quijote de D. Benigno Pallol

MANUEL FERRER-CHIVITE Universidad de Dublín. Irlanda

E N 187° EL CONOCIDO PAREMIÓLOGO José M. a Sbarbi publi-có su trabajo Cervantes teólogo presentando, por supuesto,

a don Miguel como indudable católico. Dada su condición de presbítero dentro de esa religión, nada de extrañar son tales afirmaciones, pero otro puedo citar que, aun sin esa condi-ción, se manifestó también de análogo modo; Don Aureliano Fernández Guerra que en las páginas preliminares de su folle-to Cervantes, esclavoy cantor del Santísimo Sacramento, de 1882, sigue al anterior dándonos un Cervantes católico a ultranza.

Que Cervantes fuera tan católico como los tales supu-sieron, materia opinable es y algún autor hubo que bien discrepó de ello: Benigno Pallol que, conociera o no esos trabajos, con su Interpretación del Quijote, publicada en 1893 bajo el seudónimo de Polinous, su bastante les salió de criada respondona, pues si bien no puede decirse de él que acuse abiertamente a Cervantes de anticatolicismo, explí-cito y evidente resulta el radical anticlericalismo que le atribuye.

No es que yo tenga nada en contra de esa atribución, muy por el contrario; de hecho, años ha que sospeché ese anticlericalismo y aun lo postulé en mi trabajo «El cura y el barbero o historia de dos resentidos», de 1981 l. Lo que, no

1 En M. CRIADO DE VAL, ed., Cervantes: SH obra y su mundo, Madrid, EDI-6, S.A., 1981, 7z3-3 j

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MAKUEL FERRER-CH I VITE

obstante, sí se puede objetar es la descabellada índole de los argumentos -amén de las disparatadas etimologías- que el señor Pallol aduce para mostrar y justificar ese anticlericalis-mo con que sambenita a don Miguel.

Para empezar, nos asegura el señor Pallol nada menos que

El corazón del mal era para Cervantes la Sagrada Escritura [ ... 1 porque de ella han nacido los verdaderos libros de caballería que combate el Quijote. Cuantos desatinos y locuras aquí se deprimen, están en el libro sagrado por antonomasia: no hay más que ver la relación que existe entre unos y otros disparates (p. 24).

Como podemos dudar de que esa relación exista, nos recuerda que uno de los consejos que en el Prólogo le ha dado a Cervantes su amigo, es el de «Si nombrais algún gigante en vuestro libro, hacedle que sea el gigante Golías», para, sin más, descubrir en él una clave decisiva de toda la obra: «He aquí los gigantes de que trata el Quijote», añadien-do con toda convicción, y como buen remate, que «lo asom-broso es que no haya visto nadie una señal tan clara»; a todo lo cual si algo se puede comentar es que lo asombroso no es esa ceguera de quienes no han visto «señal tan clara» sino, más bien, como es posible formular tal sarta de sorprenden-tes asertos sin ruborizarse.

Volviendo a que la Sagrada Escritura se halle plagada de «desatinos y locuras» opinión es con la que no pocos se halla-rán perfectamente de acuerdo; más dificil me parece que, no obstante, también lo estén con la otra, esa de que los libros de caballería hayan nacido de dichos libros sagrados, y no mucho más con el corolario que en consecuencia postula don Benigno, el de que Cervantes estaba íntimamente convenci-do de esc peculiar origen de los libros de caballerías, y que es por ello por lo que se dedicó a fustigarlos en su obra.

Terne en esas convicciones, insistirá en corroborarlas diciendo bastante más adelante: «Historia sagrada, libros religiosos, fuentes de errores, veneno de la inteligencia: he aquí la verdadera efigie de los libros de caballería» (469), convicción que confirmará un tanto peregrinamente pero de modo definitivo veinte páginas después, según paso a exponer.

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LA INTERPRETACIÓN DELQUIJOTEDED. BENIGNO PALLOL 257

Como sabemos, en su cap. XT.TX, Cervantes pone en boca del canónigo toda una áspera diatriba contra los libros de caballerías y aunque para cualquier lector que no tenga la calenturienta imaginación del señor Pallol no cabe duda de que ésos son los libros atacados ahí, éste nos asegura sin reserva que esos «libros caballerescm; fustigados sin piedad son los religiosos» (489). De qué manga se sacó tan curiosa conclusión no es fácil saberlo ya que en ningún momento lo explicita, pero por lo que en relación con ello comenta, más bien es de sospechar que la dedujo de la subsiguiente admo-nición con que el canónigo cierra toda esa diatriba cuando acto seguido le amonesta a don Quijote aconsejándole:

y si todavía [ ... ] quisiere leer libros de hazañas y de caballerías, lea en la Sacra Escritura el de los Jueces, que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes.

Identificación ésta entre libros sagrados y los de caba-llerías que, no teniendo en cuenta todo lo que de ironía cer-vantina debió haber tras esa encomiástica descripción del Libro de los Jueces, fue la que sin duda le sirvió a don Benigno, arrimando el ascua a su sardina, para endilgarle a don Miguel la creencia de un origen de los segundos res-pecto a los primeros. Lector asiduo y curioso como tuvo que ser don Benigno de todas esas Sagradas Escrituras -y no creo que eso pueda negársele siquiera por el ahínco con que las denuesta-, su Libro de los Jueces se leería y habida cuenta de sus obsesiones anticlericales y por ellas, poco hallaría en él de «verdades grandiosas» o de «hechos tan verdaderos como valientes», y sí, por el contrario, abun-dantes embelecos y disparates, y comprobando, además, que esos embelecos y disparates mucho tenían de análogo a los que recorren los libros de caballerías, no dudó demasia-do en suponer que sus mismas conclusiones fueron a las que llegó Cervantes, y así parece ser como lo vamos a seguir viendo.

Tras haber comenzado con los consejos del inesperado amigo del Prólogo, en otro de ellos volverá a encontrar el señor Pallol adecuado pábulo para sus peculiares interpre-taciones. Enfrentado con el de «Si tratáredes de amores,

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M A:-;UEL FERRER·G lIVITE

con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas», ni corto ni pere-zoso y -como decía Borges- con la seguridad del que igno-ra la duda, apostilla:

Ya se verá l ... ] que con e! nombre de León alude al Pontificado; llamarle ahora León Hebreo, es recor/dar e! origen mosaico de la Iglesia, empapada en e! espíritu bár-baro de la Ley de! Talión (2 j -6),

y por si acaso no nos habíamos enterado de que tales alusio-nes iban dirigidas contra la Iglesia y su Pontificado, redon-deará sus descubrimientos aclarando: «la lengua toscana o verbo de la Iglesia».

Así se empieza a comprender que se puedan proferir tamaños dislates, porque cualquier cosa es de esperar de un individuo que evidentemente -al menos, en ningún momen-to nos certifica de lo contrario-, desconoce al histórico y real León Hebreo y sus conocidos Diálogos de amor y aun ignora, o quiere ignorar, algo de tan común conocimiento como que el «verbo de la Iglesia» no era otro que el latín; por lo que tampoco nos sorprende que, lanzado ya por la pendiente de tan sibilinas interpretaciones, se nos deje caer con otra, y ésta en plan de conclusión definitiva, como es la de que «En resu-men, el Quijote es una invectiva contra los libros sagrados y sus derivaciones» (27), pero esto, entiéndase bien, porque «El ideal de Cervantes es la patria humana y su más vivísimo anhelo el de vencer al sacerdocio, señor de la maldad que se combate en el QuiJote» (47).

Con todo lo cual, evidente resulta que para don Benigno nadie en sus cabales puede dejar de comprender por qué don Quijote se desvelaba tanto en entender y desentrañar aquello de «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera que mi razón enflaquece», o lo otro de «los altos cie-los que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican», etc., ya que, como bien se preocupa de aclararlo, no son las intrincadas razones cortesanas de Feliciano de Silva las que tras ello se ocultan, no, sino los «tantos embro-llos como encierra la teología católica» con «la virginidad y maternidad ( que] nos impone creer el dogma de la Inmacula-da Concepción» (41).

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LA INTERPRETACJON DFIQlil/OTLDF D BENIGNO PALLOL 259

y como, al parecer, mucho le inquietaba el tal dogma, cuando más adelante le llegue el turno de comentar El curio-so impertinente sobre él volverá a incidir y nos asegurará que el verdadero meollo de la novelita, lo que propiamente se esconde tras la impertinente curiosidad de Anselmo acucián-dole a fondo, no son tanto sus problemas personales cuanto «saber si la Virgen es pura» (323), «si María es o no pura» (324), puesto que, en realidad -y a nadie se le pueden escapar detalles tan obvios-, «Camila es la religión tal como la consi-deraba Lotario» (333) Y «Leonela es la corte pontificia» (335), aparte de que Anselmo «es e! nombre de un famoso santo padre» y «Lotario es Lutero» (320) personajes que encarnan-do, respectivamente, «La ortodoxia y e! libre examen [ ... ] la fe y la razón» (321) se sentirán arrastrados a discutir y versar sobre la candente cuestión.

y como, según nuestro autor, mucho parece que le obse-sionaba e! tema a don Migue!, con una versión muy semejante insistirá al final de su primera parte, en donde nos lo presenta-rá con una análoga constelación de simbolismos que, esta vez, enmascarará en los personajes de! episodio que el cabrero narra en cap. LI, pues, para don Benigno obvio resulta que

La aventura tiene semejanza y enlace con El curioso impertinente, porque se trata del mismo asunto. Leandra, igual que Camila es la religión en su pureza (507) [ya que] es el gran [ ... [ San Leandro que presidía el Concilio de Toledo donde Recaredo abjuró del arrianismo y se declaró oficialmente como única verdadera la religión católica (51 r),

amén de que tras el cabrero Eugenio, pretendiente de 1 dra, se encubre «una representación de! clero secular» que por eso lleva e! nombre del «primer obispo de Toledo [ ... ] Juego [ ... ] primado de España». Y patente es, por fin, en relación con ello, e! caso de Vicente de la Roca pues basta con descifrar su nombre que, según D. Benigno «vale tanto como vice ente, vicediós de la roca, petram» (j 09) -¡con sus finas etimologías empezamos!- para comprender que simboliza al Pontificado, aparte de que si con sus engañosas palabras este Vicente se burla de Leandra, ésas mismas son -se nos descubre- «las [ .... ] palabras [que] dice de sí mismo e! Pontificado» (/bid.).

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No se crea, sin embargo, que sean este Vicente, la ante-rior Leonela y el más anterior León Hebreo los únicos sím-bolos del Pontificado, que su bastante de ubicua es la repre-sentación de esa institución a lo largo delQuijote. También lo va a simbolizar el arriero que en el cap. XVI se enreda con Maritornes y del cual nos enteramos ser «tipo del Pontifica-do, que vive en nefandas relaciones con la Iglesia» (168); ¿que cómo llega a esa doble conclusión don Benigno?; muy fácil, basta con observar, por un lado, que el tal arriero trae consi-go doce mulos «lucios, gordos y famosos», con un famosos subrayado por el autor, cantidad esa de doce, que como hace notar, viene a ser «número idéntico al de los Apóstoles» (íbid.), Y por otro, que esas sus «nefandas relaciones» se llevan a cabo con una Maritornes en quien, así nos lo afirma, «vemos a la Iglesia Católica», pues bien nos lo dice su nom-bre, ya que -iY vuelta a sus perspicaces juegos etimológicos!-«Maritornes [ ... ) quiere decir María te vuelvas, pues necesita-da estás de purificación» (íbid.). Y como de agudas etimolo-gías va la cosa su indiscutible olfato para rastrearlas no tarda en identificar, mediante ellas, a un último personaje tras el que también vuelve a esconderse el susodicho Pontificado.

¿Y quién será éste? El más denigrable de los de la obra: Ginés de Pasamonte, que ya nos descubre que cuando éste «se transforma en Maese Pedro (el Maestro Pedro) se ve que es [ ... ] un trasunto del Pontificado» (22.9), y tampoco pueden ser aquí más obvias las claves puesto que «él quiere que le apelliden Pasamonte (del Monte de la Pasión) y le llaman Parapilla (que detiene y aprisiona)>>, mientras que «el héroe indignado le nombra Par o pillo, apóstolo malandrín (zvid.), además de que, y para redondear la tesis, «el hurto del rucio cometido por Pasamonte, significa que el Pontificado priva al pueblo de su condición social, excomulgándole por sus hazañas anticatólicas» (2;;).

Ahora bien, que nos enteremos de todo ello es debido, por supuesto, a la sutil clarividencia del señor Pallol, puesto que «lo que se refiere a Ginés [ ... ) está lleno de veladuras y reservas, que [ ... ) aclara [ ... 1 Cervantes en la parte segunda [ ... ] seguro ya de no ser descubierto por la censura» (229). La pena es que no nos dice ni como lo aclara Cervantes ni aun menos por qué en el breve transcurso de tan sólo los diez años que median entre la primera y segunda parte, esa censu-

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LA INTERPR1JACIÓN DEL QUIJO TE DE [) BENIG"IO PALLOL 261

ra había de desvirtuarse o embotarse de tal modo. Aunque, si bien se mira, todo tiene su explicación, porque ¡POCO cuco que era don Miguel y poco que sabía cuando de eludir esa censura inquisitorial se trataba!; ya nos lo hace ver así don Benigno.

Recordarán ustedes que cuando don Quijote estaba ade-re7.ando sus armas

vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple, mas a esto suplió su indus-tria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada en el morrión, hacían una apariencia de cela-da entera.

y aunque la aclaración para nosotros resulta más que satisfactoria y sin vuelta de hoja, ello se debe, simplemente, a nuestra cándida ingenuidad, porque, aunque no nos lo que-ramos creer, la industria que está operando en la construc-ción de la celada no es la de don Quijote sino la de su autor, que ya aclara don Benigno que dicha celada no era la material sino «la que armó Cervantes a los inquisidores, y que era de encaje porque encajaba en su propósito perfectamente» (45), si bien, una vez más, la pena es que no nos explica en qué con-sistía el oscuro propósito de esa celada cervantina a la censu-ra inquisitorial.

Cierto es que, a modo de compensación, sí nos explica otra añagaza de don Miguel para engañar a esa Inquisición, la del nombre de su criatura como don Quijote de la Mancha.

Porque ocurre que, en contra de las interpretaciones que hasta ahora se han venido dando a ese nombre, lo que real-mente se esconde bajo ese «Quijote» es, simplemente, un «¡Qué hijote!», un «¡Qué hijote»! que, según don Benigno aduce, «se compadece en absoluto con el estado psicológico de nuestro autor» (17), ya que ese estado, como en pocas pala-bras resumió don Julián Apraiz tras leer las de nuestro autor, era «el de un padre al ver cuán desfigurado tiene que presen-tar [ ... ] a su hijo para sustraerlo a las iras de la Inquisición» l.

2 ]ULlÁN APRAIZ, Cervantes, vascófilo. Refutación de los errores propalados por Pe/licer, elemendn, Fernández-Guerra, ett., acerca de la supuesta ojeriza de Cer-vantes contra la Ruskalerria , Vitoria, Tip. Domingo Sac, 1899l, p. 37.

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MA!\:UEL FERRER-CH1V1TE

¿ y la Mancha? La Mancha tampoco era, en realidad, el toponímico del territorio que todos conocemos, sino que con él lo que encubrió Cervantes fue simplemente «el mundo ensombrecido por los errores» (18), que sabido es, como don Benigno se encarga de recordárnoslo, que «según la religión católica, todos venimos a esta vida manchados [ ... ] todos tenemos un pecado de origen» (37) .

Y recojo, por fin, una última interpretación del anticleri-calismo que a los ojos de nuestro don Benigno recorre todo el Quijote. Lo que se ha de ver en el conocido episodio del viz-caíno es, simplemente,

el fanatismo, representado en Sancho de Azpeitia. Este Sancho que lleva el sambenito de la cuna de Loyola; este vizcaíno de Azpeitia [que] es el pueblo embrutecido por los errores teocráticos (108)

y considerando «la mala lengua castellana y peor vizcaína» con que habla este personaje, de ese «bárbaro lenguaje y sus disparatados conceptos», dirá don Benigno que tal «trastor-no de ideas y palabras, [ ... ] es una perfecta imagen del caos cerebral de los enemigos de don Quijote, muy semejante a la "razón de la sinrazón" en el capítulo primero» (íbid.). Si antes ha demostrado desconocer quién era León Hebreo o cuál era el verbo de la Iglesia, a las andadas vuelve, pues por poco que hubiera leído a los autores del Siglo de Oro ya debiera haber sabido que tal avizcaínada jerigonza era jocoso tópico litera-rio de la época, y que incluso ya la había puesto Cervantes en boca de otros personajes de sus obras, ¡A no ser, claro está, que también estos otros personajes fueran enemigos de don Quijote!

Decididamente, cuando uno se coloca determinadas anteojeras y provisto de ellas se empecina en sus propias ideas, se puede llegar a extremos de risible majadería, como a tal conclusión llegó uno de sus lectores.

En la BN de Madrid se conservan dos ejemplares de esta Interpretación del Quijote. Pues bien, en uno de ellos, el R-32409, se observa que alguien, ante el cúmulo de despro-pósitos que había venido soportando durante 76 páginas, no pudo reprimirse y, saltándose esa elemental cortesía que nos obliga a no anotar libros ajenos, resumió su indignación al

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LAINTERPRLTAClCiN DELQUIJOTEDEO BENIGKOPALLOL 2.63

pie de la 77, escribiendo: «¡este tío es idiota!», yeso que le fal-taban bastante más de otras cuatrocientas páginas por leer.

Aunque la explosión del momento justifica que ese anó-nimo lector incurriera en tal desahogo, de recapacitar mejor sobre toda la obra, posible es que hubiera cambiado de epíte-to. Cierto es que el señor Pallol se obstina en que Cervantes no vio en la Mancha un territorio, sino el pecado original, pero también lo es que acto seguido proclama ser ese pecado la ignorancia, una ignorancia, dice, debida «a la estrechez del catolicismo y la monarquía» (477), y una ignorancia, reitera, que «no se redime con el agua bautismal: bórrase con la ilus-tración [ ... ] con el propio esfuerzo» (37) para acabar con que

Quien desee sustentar y regenerar a los hombres, no debe darles el pan y la idea simbólicamente en forma de hostia [ ... ] debe darles el pan verdadero y la idea positiva, fecun-dados en el campo y en la escuela. Trabajando es como se borra la mancha (38),

prédica en la que inmediatamente se oyen los ecos de otra voz coetánea, la del «león de Graus» Joaquín Costa y su lema regeneracionista: «escuela y despensa».

y tratando del discurso sobre la Edad de Oro que, como él ya señala, sirve a don Quijote para «proclamar la comuni-dad de bienes» (125), a él le servirá, a su vez, para lanzar una proclama socialista mucho más acorde con sus tiempos:

Excitados por el hambre los obreros de todo el mundo se preparan al asalto y a la destrucción [ ... ] y amenazan con-sumir las instituciones seculares donde se alberga el privi-legio (126). Los trabajadores no piden [ ... ] una limosna: reclaman un derecho (127),

con todo lo que de demagógico queramos ver en ello. Párra-fos éstos -y otros de igual índole con que siembra don Benig-no todo su texto- que buen índice son de lo que realmente resulta ser: más que un idiota, un exaltado idealista pertinaz en su propósito de reivindicaciones sociales.

Pallol pudo ser tachado de idiota por las desvariadas exa-geraciones a que le condujo su obcecación anticlerical, pero de modo distinto hay que verlo cuando se considera que esas exageraciones son el producto del humanísimo y compulsi-

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va anhelo de que esos trabajadores se desembrutezcan y se libren de una vez por todas de las sombras del oscurantismo. Por ello, y habida cuenta, además, de la correspondiente cro-nología, lícito es alinearlo -independientemente de que él fuera o no consciente de ello- tanto con las directrices que surgieron de la Institución Libre de Enseñanza como con el pensamiento de los hombres de la que ha venido a llamarse Generación del 98.

Lo que le perdió a don Benigno -junto con su furibundo antimonarquismo, su otra bestia negra que con igual fuerza campea por sus páginas y con la que quizá me entretenga en el próximo CILA-, es el desorbitado anticlericalismo en que basa su idealismo, esa especie -digamos con el otro gran don Miguel- de odium antitheologicum, que le aqueja con su consi-guiente obsesión monotemática, y con la que su tanto de afi-nidad tuvo con su querido y estudiado don Quijote.

Recordemos que en la aventura de los molinos, y tras la aparatosa caída de su señor, sesudamente le recrimina San-cho: «¿No le dije yo a vuestra merced [ ... ] que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?» Y si arrastrado por su locura, gigan-tes se le hicieron a don Quijote los molinos de la Mancha por ya llevar los primeros en su cabeza, ese odium antitheologicum, que en la suya llevaba don Benigno fue el que le hizo suponer que igualmente lo sentía así Cervantes, proyectándoselo en su obra.