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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte) 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 32 EL LIBRO DE ROMANOS VERSÍCULO POR VERSÍCULO (CUARTA PARTE) Romanos 12 - 16 Este es el cuarto y último fascículo de una serie con notas para quienes han escuchado nuestros programas radiales de enseñanza sobre la Carta de Pablo a los Romanos, versículo por versículo. Si usted desea estudiar o enseñar estos conceptos sobre la obra maestra teológica de Pablo a los romanos, para una mejor continuidad, debería tener los tres primeros fascículos de esta serie. Comuníquese con nosotros, y le enviaremos los fascículos que no tenga. Capítulo 1 ¿Y qué? (12:1-21) Comienzo mi comentario sobre el duodécimo capítulo de esta carta haciendo énfasis en el hecho de que el llamado a la fe y el compromiso con que comienza jamás debe separarse de la magnífica doxología con la que Pablo concluye el capítulo 11. Cuando

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

1

INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 32

EL LIBRO DE ROMANOS

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(CUARTA PARTE)

Romanos 12 - 16

Este es el cuarto y último fascículo de una serie con notas

para quienes han escuchado nuestros programas radiales de

enseñanza sobre la Carta de Pablo a los Romanos, versículo por

versículo. Si usted desea estudiar o enseñar estos conceptos sobre la

obra maestra teológica de Pablo a los romanos, para una mejor

continuidad, debería tener los tres primeros fascículos de esta serie.

Comuníquese con nosotros, y le enviaremos los fascículos que no

tenga.

Capítulo 1

¿Y qué?

(12:1-21)

Comienzo mi comentario sobre el duodécimo capítulo de esta

carta haciendo énfasis en el hecho de que el llamado a la fe y el

compromiso con que comienza jamás debe separarse de la magnífica

doxología con la que Pablo concluye el capítulo 11. Cuando

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comprendemos esa doxología, nos damos cuenta de que estos seis

versículos, sin duda alguna, deben ser estudiados juntos:

“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia

de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus

caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue

su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese

recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas.

A él sea la gloria por los siglos. Amén.

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,

que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a

Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo,

sino transformaos por medio de la renovación de vuestro

entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de

Dios, agradable y perfecta” (11:33-12:2).

Cuando Pablo escribe “así que”, al comienzo del primer

versículo de este capítulo 12, debemos darnos cuenta de que, en

cierto sentido, él está a punto de aplicar todo lo que ha enseñado a los

romanos —y a usted y a mí— desde que comenzó esta inspirada

presentación teológica en el versículo 17 del primer capítulo de esta

carta. Más específicamente, nos está desafiando a reflexionar sobre la

profunda enseñanza que comenzó en el versículo 14 del capítulo 8 y

concluyó con esa doxología tan espiritualmente elocuente en el final

del capítulo 11.

Al final del capítulo 11, cuando Pablo termina de escribir esa

hermosa doxología, es casi como si estuviera imaginando que sus

lectores, una vez más, le hacen preguntas. La pregunta, esta vez, es:

“Entonces, ¿qué significa todo esto para mí, Pablo?”. Por eso, Pablo

escribe “así que” y comienza los últimos capítulos de esta carta,

llenos de aplicaciones devocionales y profundamente prácticas de

toda la maravillosa verdad que ha presentado en los primeros once

capítulos.

Cuando reflexionamos junto con Pablo a lo largo de los

primeros once capítulos de esta carta, hay tres preguntas que

debemos formular y responder: ¿Qué dijo?, ¿qué quiso decir? y ¿qué

significa todo esto para mí?

Todas las cartas de Pablo pueden dividirse en dos secciones:

los capítulos en los que enseña, y los capítulos en los que aplica lo

que está enseñando. Su Carta a los Efesios está dividida de manera

pareja en tres capítulos de enseñanza y tres de aplicación. En esta

carta, los primeros once capítulos son de enseñanza, y los últimos

cinco están llenos de aplicaciones. El capítulo 16 es una serie de

saludos que muchos lectores pasan por alto, pero veremos que ese

capítulo también tiene muchas aplicaciones que se originan en la

sección de enseñanza de esta carta. Pablo sabía que la verdad sin

aplicación es inútil, y ahora comienza a decirnos y mostrarnos cómo

vivir estas profundas verdades en la práctica de la vida diaria.

Esta es la obra maestra teológica de Pablo, la declaración

teológica más profunda y completa de lo que creía la iglesia del

Nuevo Testamento. Sus últimos capítulos son los más extensos, los

más devocionales y los de aplicación más práctica de todos los

escritos de este hombre que escribió casi la mitad del Nuevo

Testamento.

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El llamado al compromiso, que sigue a la doxología, exige el

“culto racional” de una entrega incondicional a Dios. “Culto

racional” podría traducirse como “adoración inteligente”. Sus últimas

palabras antes de comenzar este llamado al compromiso fueron que

Dios es el origen de todas las cosas y el poder que está detrás de

todas las cosas, y que la gloria de Dios es el propósito de todas las

cosas. En estos dos primeros versículos de aplicación, Pablo reclama

una entrega total e incondicional a Dios. Esto solo constituye un

culto racional o inteligente cuando comprendemos que el perfecto

conocimiento y sabiduría de Dios se expresan en todo lo que Pablo

ha escrito en esta carta.

Estos dos primeros versículos también pueden considerarse

como una receta para encontrar y poner en práctica la voluntad de

Dios para nuestra vida. Una de las preguntas más importantes que

Dios nos formula en la Biblia es “¿Quién eres tú?” (ver (Génesis

27:32-34; Juan 1:22). Esta pregunta implica que fuimos hechos para

ser alguien. Las primeras palabras que Dios dice al hombre después

de la Caída son preguntas. La primera es: “¿Dónde estás?”, y la

segunda: “¿Quién te enseñó?”.

Estas preguntas implican que fuimos creados para ser alguien.

Siempre estamos en algún lugar relativo a esa identidad personal y, si

prestamos atención, Dios nos dice dónde deberíamos estar. Pablo nos

muestra cómo ser quienes fuimos creados para ser, y estar donde

fuimos creados para estar, cuando enseña varios pasos que nos

muestran cómo hallar y experimentar la buena voluntad de Dios,

agradable y perfecta, para nuestra vida.

La pregunta que más le formulan a un pastor es: “Pastor,

¿cómo puedo conocer la voluntad de Dios para mi vida?”. El mayor

obstáculo para conocer la voluntad de Dios para nuestra vida no es el

hecho de que sea difícil conocerla. El mayor obstáculo no es la

voluntad de Dios, sino nuestra voluntad. Por eso, el primer paso de

esta receta para encontrar y practicar la voluntad de Dios es una

entrega total de nuestra voluntad y el compromiso deliberado de ser

un sacrificio vivo para Dios mientras seguimos a nuestro Señor

Jesucristo.

El Antiguo Testamento prescribía sacrificios animales por los

pecados del pueblo de Dios. Todos aquellos sacrificios fueron

representados y cumplidos en el “Cordero de Dios” que Juan el

Bautista presentó cuando Jesús comenzó su ministerio en este mundo

(Juan 1:29). Todos los sacrificios de animales eran sacrificios

muertos. Pablo usa la interesante metáfora de un “sacrificio vivo” al

explicar el significado de la entrega incondicional en su llamado al

compromiso. Esta metáfora significa que el apóstol no está

desafiando a los creyentes a estar dispuestos a morir por Cristo, sino

a vivir por Él todo el día, todos los días, como sacrificios vivos por

Cristo. Esta es su primera receta para hallar y comprobar la voluntad

de Dios para nuestras vidas.

Pablo nos desafía a considerar la misericordia de Dios y luego

“presentarnos” a nosotros mismos como sacrificios vivos. Esta

palabra, en el idioma original, significa ceder, alzar las manos en

entrega a Dios. La misericordia de Dios retiene de nosotros aquello

que merecemos. Dado que Pablo nos dijo en el primer capítulo que el

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evangelio revela la ira de Dios contra toda impiedad e injusticia

(1:18), debemos dar gracias a Él por no darnos lo que merecemos.

Hacer de la misericordia de Dios la motivación de nuestra entrega

incondicional a Él es una sutil referencia a la idea, expresada en la

doxología, de que Dios no le debe nada a nadie.

Pablo se refiere a este estilo de vida como “santo”, que

significa ‘lo que pertenece a Dios’. Cuando somos dueños de algo,

podemos usarlo en cualquier momento y de cualquier forma que lo

deseemos. Cuando somos santos, somos, literalmente, posesión de

Dios, que Él puede utilizar en cualquier momento y lugar y de

cualquier forma que Él lo prefiera. Cuando somos santos,

incondicionalmente entregados, sacrificios vivos para Cristo, estamos

viviendo la única vida que es aceptable para Dios.

Como aprendimos en el quinto capítulo, si a Dios le costó la

vida de su Hijo declararnos justos, entonces, debemos encontrar, por

fe, ese acceso a la gracia que hace posible que tengamos una vida

recta. En el espíritu de esa misma lógica inspirada, Pablo nos llama a

ofrecer la adoración inteligente de una entrega incondicional y a

ofrecernos nosotros mismos a Dios como sacrificios vivos, todo el

día, todos los días.

Para los judíos, los conceptos de adoración y sacrificio eran

inseparables. Cuando Abraham estaba a punto de subir al monte de

Moriah para ofrecer a Dios el sacrificio de su hijo Isaac, dijo a los

siervos que fueron hasta allí con él: “Esperad aquí con el asno, y yo y

el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a

vosotros” (Génesis 22:5). Esto nos permite descubrir dos aspectos

notables de la fe de Abraham. Él sabía que tanto él como su hijo

regresarían de la montaña. Pero la palabra más destacable que

Abraham dijo a sus siervos fue la manera en que utilizó la palabra

“adoraremos”. Dijo que él y su hijo iban a “adorar”, cuando él iba a

sacrificar a su hijo en ese monte. Al sacrificio de su hijo, lo llamó

“adorar”.

Cierta vez, una mujer adoró a Jesús derramando en sus pies

un perfume muy caro, que costaba el equivalente al salario de un año.

Judas se quejó diciendo que ese dinero podía haber sido dado a los

pobres; pero Jesús defendió el costoso acto de adoración de la mujer,

porque, para nuestro Señor, adoración y sacrificio son un mismo

concepto (Juan 12:3-8).

La palabra “adoración” puede parafrasearse como ‘valía’ o

‘valor’. Pablo comenzó su doxología: “¡Oh profundidad de las

riquezas [...] de Dios!”. Una pregunta que plantea esta doxología es:

“¿Cuánto vale Dios?”. Respondemos esa pregunta cada vez que

adoramos. La respondemos, especialmente, cuando expresamos el

culto racional —la adoración inteligente— de aplicar esta receta de

Pablo para hallar y vivir en la práctica la voluntad de Dios para

nuestras vidas.

Una paráfrasis de estos dos versículos aclara muchísimo su

significado: “Con los ojos abiertos a las misericordias de Dios, les

ruego, hermanos míos, que, como un acto de adoración inteligente, le

entreguen a Él sus cuerpos como sacrificio vivo, consagrado a Él y

aceptable para Él. No permitan que el mundo que los rodea los fuerce

a tomar su forma, sino permitan que Dios vuelva a moldear sus

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mentes desde adentro, para que puedan comprobar en la práctica que

el Plan de Dios para ustedes es bueno, satisface todas las exigencias

de Él y los hace avanzar hacia la meta de la verdadera madurez”

(12:1, 2, traducción de la paráfrasis de J. B. Phillips).

La segunda parte de esta receta de Pablo para conocer la

voluntad de Dios se centra en la forma en que nos relacionamos con

el mundo donde vivimos para Cristo. Pablo nos advierte que no

debemos conformarnos a este mundo. La traducción que he citado

nos advierte que el mundo está tratando de forzarnos a entrar en su

propio molde y nos desafía a resistir esa presión de la cultura del

mundo en que vivimos.

Una interpretación y aplicación superficiales de la segunda

parte de esta receta sería prohibir a los creyentes que hagan algunas

de las cosas mundanas que hacían antes de convertirse. Esta es una

importante dimensión de la vida recta, pero Pablo se refiere a algo

más profundo que estos hábitos mundanos que eran parte de nuestra

vida antes de que conociéramos a Cristo.

Pablo, al escribir esta advertencia, tiene en mente el estilo de

vida que adopta y practica los valores y prioridades materialistas de

la cultura de este mundo en el que vivimos. En su Carta a los

Filipenses, Pablo relata la revolución que se produjo en sus valores, y

el cambio del “antes” al “después” en sus prioridades al conocer a

Cristo. Básicamente, Pablo escribe: “¡Cuánto han cambiado mis

valores!” o “¡Cuánto han cambiado mis ambiciones!” (ver Filipenses

3:7-11, traducción de la paráfrasis de J. B. Phillips).

La tercera parte de la receta de Pablo para comprobar en la

práctica que el plan de Dios para nuestra vida es bueno y satisface

todas sus exigencias es su exhortación de que experimentemos esa

transformación que renueva por completo nuestra mente. En

resumen, su receta para descubrir y vivir en la práctica la perfecta

voluntad de Dios para nuestra vida es comprometer nuestra voluntad,

moldear nuestros valores según la imagen de su Hijo, y convertir

nuestra mente. Entonces, hallaremos la respuesta a la pregunta que

Pablo le hizo a Jesús cuando lo conoció: “Señor, ¿qué quieres que

haga?” (Hechos 9:6).

El apóstol no cambia de tema cuando pasa directamente a

hablar sobre los dones espirituales. Su inspirada lógica es que, si

descubrimos nuestros dones espirituales y los entregamos a Dios, esa

disciplina espiritual nos llevará al centro de su buena, aceptable y

perfecta voluntad para nuestra vida. Pablo escribe: “Digo, pues, por

la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no

tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense

de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a

cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos

miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así

nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos

miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes

dones, según la gracia que nos es dada...” (vv. 3-6).

En su frase inicial, Pablo deja en claro que está

instruyéndonos para que apliquemos toda la enseñanza de esta carta,

primero que nada, a nosotros mismos. Cuando escribe: “a cada cual

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que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el

que debe tener”, plantea la pregunta: ¿Cómo debemos pensar de

nosotros mismos, como creyentes? ¿Qué dice la Biblia sobre cuál es

la forma correcta de pensar de nosotros mismos?

Una delegación fue enviada al desierto para formularle a Juan

el Bautista la siguiente pregunta: “¿Qué dices de ti mismo?” (Juan

1:22). Según Jesús, este hombre fue el más grande que jamás haya

nacido (Lucas 7:28; Mateo 11:11). Vemos una clave de su grandeza

en la forma en que respondió esa pregunta. Básicamente, respondió

que él era quien la voluntad de Dios deseaba que fuera, era lo que la

voluntad de Dios deseaba que fuera, y estaba donde la voluntad de

Dios deseaba que estuviera. En otras palabras, estaba haciendo la

buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, para su vida. Me

pregunto cómo responde usted esa pregunta. ¿Qué dice usted acerca

de quién es usted mismo? Es muy importante que tengamos la

respuesta correcta para esa pregunta.

No debemos confundir el concepto bíblico del “ser” con lo

que la Biblia llama “la carne”. Según un erudito bíblico, la carne es

“la naturaleza humana sin ayuda de Dios”. Otro estudioso que

respeto mucho escribió: “La carne puede manejarnos y esclavizarnos,

pero el ‘ser’ que la carne maneja y esclaviza no es la carne”. Cuando

Pablo usa este concepto, no se refiere a lo mismo que cuando habla

de “la carne”, “el viejo hombre” o “la vieja naturaleza”.

Si hacemos un estudio de las palabras griegas que se utilizan

para referirse al “ser”, la identidad de la persona, en el Nuevo

Testamento, en todas sus formas, veremos que Jesús y Pablo las

utilizan con frecuencia, pero nunca a la ligera. Yo he hecho tal

estudio, pero antes de resumir sus resultados, es muy importante que

tengamos una definición de aquello a lo que Pablo y otros escritores

del Nuevo Testamento se refieren cuando hablan de esto.

El concepto de la identidad en el Nuevo Testamento significa

‘la singularidad creada y dada por Dios, la individualidad de una

persona que la distingue de toda otra persona viva’. Este concepto, en

todas sus formas, hace énfasis en el carácter sagrado de la

individualidad. La Biblia enseña en toda su extensión que Dios

rompe el molde cada vez que crea a un ser humano. Con esta

perspectiva, veamos, entonces, algunos usos de este concepto en las

enseñanzas de Jesús y el apóstol Pablo.

En su parábola sobre el hijo pródigo, cuando las

consecuencias de la prodigalidad del hijo perdido lo llevan a trabajar

en un chiquero, él se da cuenta de que no es un cerdo. Está en un

chiquero, y desea poder comer la comida que debe darles a los

cerdos, pero no es un cerdo; ¡es un hijo, y su lugar no es un chiquero!

Su lugar es la casa de su padre, así que toma la decisión de dejar ese

chiquero y regresar a su padre, a la casa de su padre. Jesús describe la

decisión que toma el hijo pródigo de esta forma: “Y volviendo en sí,

dijo...” (Lucas 15:17). Decidió regresar a la casa y al amor de su

padre, donde sería la persona que había nacido para ser.

El apóstol Pablo escribe una carta a Timoteo en la que le dice

a su hijo en la fe cómo aconsejar a una persona difícil. Él llama a

Timoteo “siervo del Señor”. Pablo sostiene que el problema de las

personas difíciles es que ellas “se oponen” [a sí mismas]. Según

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Pablo, el objetivo de este aconsejamiento es que Timoteo sea un

instrumento a través del cual estas personas puedan “recuperarse a sí

mismas” y salir del engaño del diablo. La dura realidad del problema

de estas personas difíciles es que han sido tomadas cautivas por el

maligno (2 Timoteo 2:23-26).

Pablo instruye a Timoteo para que se gane el derecho de ser

escuchado por estas personas y lo mantenga, por medio de la práctica

de tres elementos del fruto del Espíritu: mansedumbre, bondad y

paciencia. Entonces, Timoteo tendrá oportunidad de instruir a estas

personas que están en oposición contra ellas mismas. Si Dios les da

espíritu de arrepentimiento, y reconocen la verdad que Timoteo ha

puesto delante de ellas, podrán sustraerse al engaño del diablo que las

ha tomado cautivas a su voluntad. La importancia de esta fascinante

instrucción sobre el aconsejamiento es la forma en que Pablo

describe el problema de la persona que se opone y luego se recupera

a sí misma.

Pablo confronta a los corintios por pensar acerca de sí

mismos de manera incorrecta. “Al medirse con su propia medida y

compararse unos con otros, no saben lo que hacen”, dice Pablo (2

Corintios 10:12, NVI). No debemos medirnos a nosotros mismos con

nuestra propia medida, ni compararnos con otros. No descubriremos

la singularidad ni la individualidad que Dios ha planeado para

nosotros si nos comparamos con lo que Dios ha planeado para otros.

Pablo repite algo ya expresado por Jesús cuando escribe que

no debemos compararnos con otros. En el último capítulo del

Evangelio de Juan, Jesús le dijo a Pedro que él iba a morir por su

Señor. Si la tradición de la iglesia sobre la muerte de Pedro es

correcta, esto significa que Jesús le dijo a Pedro que iba a ser

crucificado cabeza abajo. Pedro respondió a esta noticia señalando

con el índice por sobre su hombro a Juan, y preguntando: “¿Y qué

sucederá con él?”. Jesús le respondió, básicamente, a Pedro, que el

plan que Él tenía para Juan no era de su incumbencia (Juan 21:21,

22).

Si no debemos medirnos a nosotros mismos con nuestra

propia medida ni compararnos con otros, ¿cómo debemos medirnos?

Pablo responde esta pregunta cuando desafía a Timoteo a tener

cuidado de sí mismo y de la doctrina (1 Timoteo 4:16). Estas

palabras, en griego, significan que Timoteo debía mantener un ojo

vigilante sobre sí mismo. Debía medirse continuamente con la

Palabra de Dios. Esta instrucción conlleva una gran promesa. Si

Timoteo compara su vida continuamente con la Biblia, y aplica

continuamente la Biblia a su vida, experimentará la salvación y

llevará a otros a ella.

Jesús enseña que debemos amar a Dios con todo nuestro

corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:35-

40). Nuestro Señor estaba enseñando, básicamente, que debemos

amar a Dios completamente, amar a nuestro prójimo

incondicionalmente, y amarnos a nosotros mismos correctamente.

Esto no significa que nos amemos tanto que cada vez que pasemos

frente a un espejo nos detengamos para alabarnos. Simplemente,

significa que debemos amar lo que Dios ama. Dios nos ama

incondicionalmente, y nosotros debemos amar la nueva creación en

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la que nos hemos convertido y nos estamos convirtiendo a medida

que caminamos con Cristo.

Pablo piensa en este mismo contexto cuando indica a los

corintios, y a usted y a mí, que se recomienden “a toda conciencia

humana delante de Dios” (2 Corintios 4:2). Cuando las personas ven

lo que Cristo ha hecho al transformar nuestra vida en algo hermoso,

están contemplando la obra creativa de Dios (Efesios 2:10). Al dar

testimonio de ese milagro, de hecho, deberíamos decir: “¿Qué

piensas de lo que Jesús ha hecho por mí? ¿No es un milagro?”.

Jesús enseña que debemos negarnos a nosotros mismos. Pero,

dentro del contexto de su enseñanza sobre el negarnos a nosotros

mismos, enseña también que, si ganamos todo el mundo y nos

perdemos a nosotros mismos, hemos hecho un muy mal negocio. Su

enseñanza es, obviamente, que, hagamos lo que hagamos, nunca

debemos perdernos ni entregarnos a nosotros mismos a cambio de

nada (Lucas 9:23-25). Además, Jesús preguntó: “¿Qué dará el

hombre a cambio de sí mismo?”. Una respuesta que encontramos en

la Biblia a esta pregunta es: ¡un plato de guiso! Cuando Esaú vendió

su primogenitura a Jacob por un plato de guiso, tenemos una

ilustración de esta enseñanza de Jesús (Génesis 25:29-34).

Estos son algunos ejemplos de cómo la Biblia nos dice que

debemos pensar de nosotros mismos. Pablo comienza su instrucción

sobre cómo debemos pensar de nosotros mismos escribiendo que la

gracia de Dios lo ha capacitado para compartir con nosotros algunos

conceptos sobre los dones espirituales que el Cristo vivo y resucitado

da a su pueblo a través del Espíritu Santo. Vez tras vez, Pablo

declara: “Por gracia de Dios soy lo que soy” (ver 1 Corintios 15:10).

Como he señalado, Pablo da esta enseñanza sobre los dones

espirituales aquí porque cree que nuestros dones espirituales nos

llevarán a la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios para

nuestras vidas. La entrega incondicional, la renovación de nuestra

mente por medio de la transformación, la vida santa y el

descubrimiento de nuestros dones espirituales nos llevarán a un

punto en el que tendremos las respuestas correctas para las preguntas

definitorias de Dios sobre nuestra vida, que nos muestran quiénes

quiere Dios que seamos, y dónde quiere que estemos.

Según Pablo, los dones espirituales son una expresión de la

gracia de Dios. Coincidentemente con nuestra definición del “ser” de

una persona, y con lo que él escribió de lo que debemos pensar de

nosotros mismos, estos dones son diferentes entre sí, por gracia de

Dios. Cuando los creyentes de una iglesia tienen dones, estos dones

son diferentes y los hacen diferentes entre sí. Cuando vemos una

iglesia controlada por el Espíritu, es decir, una iglesia con dones, nos

impresiona la sorprendente diversidad de cada miembro de esa

iglesia.

Dios sabe que, si dos personas fueran exactamente iguales,

una de ellas sería innecesaria. Por tanto, está comprometido con la

singularidad y la individualidad de cada creyente, que lo hace

distinto de todos los demás; y todos somos necesarios. Nadie tiene

todos estos dones espirituales. Por tanto, sin los creyentes que tienen

los dones espirituales que nosotros no tenemos, estamos incompletos.

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Pablo enfatiza también el concepto de unidad al relatar cómo

los dones espirituales son dados a una iglesia local (1 Corintios 12).

Dado que estos dos principios de diversidad y unidad parecen ser

opuestos —otra de las proposiciones en que parece que se tratara de

una opción u otra— Pablo utiliza la metáfora del cuerpo para

explicar la naturaleza y función de los dones que se ponen en práctica

en una iglesia local.

El gran apóstol que plantó la iglesia neotestamentaria en este

mundo comparte esta verdad de manera más completa en otras

cartas. Presenta la enseñanza sobre los dones espirituales en este

contexto porque cree que nos ayudarán a saber cómo pensar sobre

nosotros mismos, y nos guiará a la voluntad de Dios para nuestras

vidas. Nos da algunos ejemplos de dones espirituales cuando escribe:

“Si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de

servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta,

en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con

solicitud; el que hace misericordia, con alegría” (vv. 6-8).

En estos tres versículos, Pablo nos da siete ejemplos de dones

espirituales. Profetizar significa hablar por Dios o ser una persona a

través de la cual Dios habla. La palabra está compuesta por dos

términos que significan ‘estar delante’ y ‘hacer brillar’. Aunque los

profetas solían recibir revelaciones especiales y predecir hechos

futuros, eran más que “pronosticadores espirituales” que decían lo

que iba a suceder.

Muchas veces, no se tiene en cuenta que los profetas fueron,

fundamentalmente, los grandes predicadores del período de la

historia hebrea cubierto por el Antiguo Testamento. Jesús proclamó

que Juan el Bautista fue el más grande profeta que jamás haya

vivido. Él llegó predicando los mensajes de Isaías. Estoy convencido

de que el don espiritual de la profecía es, fundamentalmente, el don

de proclamar la Palabra de Dios. La exhortación es parte de este don,

porque quienes predican suelen exhortar a los creyentes a obedecer y

aplicar la Palabra de Dios que ellos han predicado. En un sentido más

amplio, siempre que Dios habla a otra persona por medio de

nosotros, estamos ejerciendo el don de profecía.

El ministerio o servicio es un don abarcador que puede

relacionar la profecía con otros dones, como el de la enseñanza.

Leemos que los apóstoles se dedicaron a “la oración y en el

ministerio de la palabra” (Hechos 6:4). El ministerio de la Palabra

puede darse en el contexto de la predicación, la enseñanza, o de

ministrar la Palabra a una persona. Esto podría incluir lo que hoy

llamamos aconsejamiento. Obviamente, estos dones se entrecruzan y

funcionan juntos. No debemos pensar en términos de cuál es nuestro

don espiritual, sino más bien qué conjunto de dones espirituales

podríamos tener.

Pablo también presenta los dones espirituales en sus cartas a

los corintios y a la iglesia de Éfeso (1 Corintios 12:4-11; Efesios

4:11-13). Pedro da algunos ejemplos de dones espirituales en su

primera carta (1 Pedro 4:10, 11). Cuando los dones espirituales son

mencionados de esta forma en el Nuevo Testamento, las listas no son

exhaustivas, sino simplemente enumeraciones de ejemplos de cómo

se presentan los dones espirituales, cómo pueden ser identificados y

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cómo deben funcionar en una iglesia local. Si estudiamos todos los

pasajes que mencionan dones espirituales de esta forma, se

mencionan aproximadamente veintiún dones diferentes.

Hay muchos dones espirituales en las vidas de los creyentes

de nuestras iglesias que no se mencionan específicamente en el

Nuevo Testamento. Pensemos en los muchos dones que implican el

talento musical, que Dios utiliza dinámicamente para movilizar a las

personas a la fe, la adoración y el servicio fructífero. Los dones

espirituales suelen presentarse en conjuntos. Por ejemplo, la persona

que tiene el don de enseñanza también tendría el don de sabiduría y

discernimiento. Como he dicho ya, la exhortación va unida al don de

profecía.

Pablo señala que repartir, o dar, es un don espiritual.

Obviamente, todos tenemos el privilegio, la responsabilidad y el

mandato de dar. Pero hay algunos creyentes, en una iglesia local, que

están especialmente dotados por la gracia de Dios para dar de formas

muy especiales. No nos referimos únicamente a dar de su dinero y

posesiones, sino también de su tiempo, amor y compasión hacia

quienes están sufriendo o en necesidad. He conocido personas que

eran ejemplos extraordinarios del don de dar.

Otro don que Pablo identifica es el de la misericordia. Una

vez más: a todos se nos desafía y se nos ordena que mostremos

misericordia. Pero algunos creyentes tienen un don espiritual especial

de misericordia que les da la carga y todo lo necesario para actuar

con misericordia para quienes están sufriendo en este mundo. Dios

suele usar el sufrimiento en sus propias vidas y les da la gracia para

soportarlo. Cuando ellas experimentan el consuelo que su propio

sufrimiento las obliga a buscar en Dios, se convierten en ministros de

consuelo y tienen el don divino de la misericordia (2 Corintios 1:3,

4).

Pablo señala que presidir, o liderar, es un don espiritual. Una

definición muy sencilla de un líder es que es una persona que tiene

seguidores. La gracia de Dios y el Espíritu Santo ungen a ciertos

creyentes con un don que hace que la gente quiera seguirlos. Ese es

el don de presidir, según Pablo. Quienes dan, deben dar con

liberalidad; quienes son misericordiosos, deben hacerlo con alegría, y

los que lideran o presiden, deben hacerlo con solicitud.

Veamos a continuación algunos ejemplos de dones

espirituales que Pablo menciona en sus otras inspiradas cartas, con

una breve descripción de cada uno:

Profecía: la capacidad de proclamar osadamente la Palabra de

Dios.

Ciencia: la capacidad de percibir y sistematizar los grandes

hechos escondidos en la Palabra de Dios.

Sabiduría: la capacidad de aplicar conceptos bíblicos a una

situación específica.

Enseñanza: la capacidad de impartir y compartir con otros los

hechos y conceptos que los dones de ciencia y sabiduría descubren.

Fe: la capacidad de ver lo que tiene que ser hecho y creer que

Dios puede hacerlo a pesar de cualquier obstáculo.

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Discernimiento: la capacidad de discernir entre un espíritu de

error y un espíritu de verdad antes que la diferencia quede

demostrada de manera que todos la vean por los resultados.

Ayudar: la capacidad de ayudar en caso de necesidad, de tal

manera que fortalezca y anime a los demás espiritualmente.

Exhortación: la capacidad de desafiar a las personas a aplicar

la Palabra de Dios.

Repartir: la capacidad de dar generosa y sabiamente para

Dios y para la obra de Dios.

Presidir: la capacidad para inspirar, guiar, organizar, delegar

y supervisar la obra del Cristo vivo y resucitado.

Misericordia: la capacidad de ser conducto del amor de Cristo

relacionándose con los necesitados, demostrándoles empatía y

compasión, y dándoles aliento.

Dones de sanidades: la capacidad de ser canales de la sanidad

de Dios, natural o sobrenatural, en cuerpo, mente, alma, emociones y

espíritu.

Milagros: la capacidad de ser un canal a través del cual Dios

obra, no tanto de forma contraria a las leyes naturales, sino según

otras leyes superiores, desconocidas para nosotros.

Dado que Pablo cree que estos dones nos conducirán a la

perfecta voluntad de Dios para nuestra vida, y dado que hallar esa

buena, agradable y perfecta voluntad de Dios es la principal

aplicación que él hace de toda la profunda enseñanza de esta carta,

simplemente, es necesario que sepamos cómo identificar y luego

practicar los dones espirituales que el Cristo resucitado nos ha

impartido por su gracia. Por tanto, quisiera compartir con usted

algunas cosas que he aprendido sobre cómo hacer este

descubrimiento tan importante.

Aprendemos tres importantes principios de Juan el Bautista.

Jesús dijo que este hombre extraordinario fue el más grande que

jamás haya nacido (Mateo 11:11; Lucas 7:28). Quizá estos principios

nos permitan conocer algunas de las claves de su grandeza. El primer

principio es que debemos aprender a aceptar los límites de nuestras

limitaciones. Juan el Bautista demostró este principio cuando

pronunció su conocida afirmación: “Es necesario que él crezca, pero

que yo mengüe” (Juan 3:30).

En la introducción al Evangelio de Juan, leemos muchas

veces que Juan el Bautista “no era”. Jesús era, pero Juan el Bautista

no era. Cuando Juan el Bautista realiza su extraordinario ministerio y

le preguntan si él es el Mesías, responde: “No lo soy”. Más tarde,

cuando le dicen que todos ahora siguen a Jesús y escuchan su

predicación, Juan responde: “Yo les dije que no soy el Mesías. Él es

el Esposo, y esas personas son su esposa. Yo solo soy un buen amigo

que está en la boda” (ver Juan 3:29).

Un segundo principio que aprendemos de Juan es que

debemos aceptar la responsabilidad por nuestras capacidades. Juan

sabía quién no era, y también sabía quién era, qué era y dónde había

sido llamado a estar. Cuando le preguntaron “¿Qué dices de ti

mismo?”, él solo quiso hablar de Jesús. Pero lo presionaron para que

respondiera, hasta que, finalmente, dijo, palabras más, palabras

menos: “Soy la voz de alguien que grita en el desierto: ¡Preparen el

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

12

camino del Señor! Eso es quien he sido llamado a ser, lo que he sido

llamado a ser, y el lugar al que he sido llamado, y por la gracia de

Dios, es quien soy, es lo que soy y el lugar donde estoy”. Juan

aceptaba los límites de sus limitaciones, pero también aceptaba la

responsabilidad por las capacidades que Dios le había dado.

Otra forma de hacer un inventario de dones espirituales es

seguir estas claves para descubrirlos que aprendí de uno de mis

mentores.

Claves para descubrir dones espirituales:

Familiarícese con las descripciones bíblicas de los dones

espirituales.

Crea que Dios le ha dado uno o más dones.

Fíjese en lo que a usted le gusta más hacer, y lo hace bien.

Tenga en claro la diferencia entre los dones espirituales y los

naturales.

Pida que otros lo ayuden a identificar sus dones espirituales.

Busque ocasiones de practicar los dones que cree tener.

Dese el tiempo necesario para tomar conciencia de los dones

que cree tener y experimentar con ellos.

Realice un culto de consagración para entregar todos esos

dones y ministerios a Dios incondicionalmente, para su servicio y su

gloria.

Reflexione sobre los pasajes bíblicos que he mencionado

antes sobre los dones espirituales. Dado que no existe ningún

creyente nacido de nuevo que no haya recibido don alguno del

Espíritu Santo, crea que tiene dones. En el gran capítulo de los dones

escrito por Pablo (1 Corintios 12), observe la repetición de la palabra

“todo” de principio a fin de esa enseñanza. Pablo repite, para dar

mayor énfasis, que el Espíritu ha dado estos dones a todos los

miembros del cuerpo de Cristo.

Después, considere estas dos claves para realizar su

inventario de dones espirituales. Dios, generalmente, nos da amor por

el ministerio para el cual nuestros dones nos equipan. Así que fíjese

en lo que usted realmente ama hacer para el Señor. También fíjese en

lo que usted hace bien para el Señor. La siguiente clave es distinguir

entre los dones espirituales y los naturales. Los dones naturales son

talentos y aptitudes que tenemos desde antes de nacer de nuevo.

Cuando los dones naturales se entregan al Señor, en cierto sentido, se

convierten en dones espirituales. Pero hay dones en la vida de un

creyente que no estaban en ella antes de que el Espíritu Santo

convirtiera a su cuerpo en templo de Dios.

En el Antiguo Testamento, cuando el templo estaba en

proceso de construcción, leemos que el Espíritu Santo dio talentos

prácticos para la construcción a personas que hoy consideraríamos

comerciantes. Los dones espirituales no siempre —ni solamente—

son los de la predicación, la enseñanza, el evangelismo y las

sanidades. Pueden ser servicios muy prácticos que los creyentes

ofrecen y realizan para el Señor.

Usted descubrirá que estos dones se dividen en dos

categorías: algunos son dones pastorales, y otros son lo que

podríamos llamar dones “prácticos”. En el sexto capítulo del Libro

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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de los Hechos se reconoce esta distinción. Los apóstoles llamaron a

la elección de los primeros diáconos de la iglesia. Siete hombres

fueron elegidos, y los apóstoles los comisionaron para que se

ocuparan de los aspectos prácticos de la iglesia. Su estrategia era que

quienes tenían dones pastorales, como los apóstoles, podrían,

entonces, dedicarse continuamente a la oración y al ministerio de la

Palabra de Dios. Esta decisión fue muy bendecida por el Señor de la

iglesia, y toda la ciudad de Jerusalén recibió un dinámico impacto

para Cristo.

Para descubrir nuestros dones espirituales, necesitamos a los

demás miembros de nuestra comunidad espiritual. Una de las claves

más importantes para descubrir nuestros dones espirituales es medir

el impacto de nuestra vida espiritual sobre los demás miembros de la

iglesia.

Si hay personas en la iglesia porque, cuando usted les habló

del evangelio, ellas creyeron, usted tiene el don de evangelismo. Si

los creyentes comprenden conceptos difíciles cuando usted enseña,

usted tiene el don de la enseñanza. Si usted tiene el don de organizar

y delegar en otros tareas desafiantes, tiene el don de administrar. Si

los creyentes lo siguen cuando usted los desafía a hacer la obra del

Señor, usted tiene el don del liderazgo. Cuando usted aplica dones

como la misericordia y el don de ayudar, posiblemente llegue a

descubrir cuáles son sus dones por la forma en que los creyentes de

su iglesia responden a sus esfuerzos en esas áreas.

¿Cómo sabrá usted si tiene o no determinados dones

espirituales, si nunca intenta servir en esas áreas? Puede ver por qué

tenemos que tener fe para encontrar oportunidades para experimentar

los dones que sospechamos que podríamos tener. ¿Cómo se sentiría

usted si les diera regalos a sus familiares o amigos y ellos nunca

abrieran los paquetes para ver lo que les ha regalado? ¿Cómo se

sentirá el Señor, cuando nos ha dado dones espirituales, y nosotros

nunca hacemos el esfuerzo de descubrir qué nos ha dado?

Una oportunidad de enseñar una clase bíblica que no haya

salido bien no significa que no tengamos el don de la enseñanza. Por

eso, debemos darnos tiempo para descubrir, ejercitar y probar si

tenemos o no ciertos dones espirituales.

Finalmente, cuando hayamos identificado nuestro conjunto de

dones, debemos realizar un culto de consagración en nuestro corazón

y entregar esos dones al Señor que nos los dio. Esos dones son un

regalo de Él para nosotros, y lo que hacemos con ellos es el regalo

que nosotros le damos a Él. Lo que hacemos con ellos es, también,

un regalo nuestro para nuestros hermanos y hermanas en Cristo,

porque todos los dones del Espíritu son dados para bendecir y

edificar a los demás miembros de nuestra iglesia (1 Corintios 12:7).

Recordemos que Pablo presenta el tema de los dones

espirituales aquí porque nos está mostrando cómo comprobar por

medio de la experiencia que el plan de Dios para nosotros es bueno,

satisface todas sus exigencias y nos hace avanzar hacia la madurez

espiritual. El gran apóstol sabe que el hecho de que seamos

justificados por fe y equipados con la gracia de Dios para vivir de

manera recta también nos equipará con dones espirituales que nos

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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permitan ministrar al tiempo que aplicamos toda la enseñanza de esta

carta a nosotros mismos.

De cierta forma, somos como cubos, porque nuestras vidas

tienen seis lados. Tenemos un lado que mostramos al mundo. Otro

lado lo mostramos a nuestros amigos. Otro lado está vuelto hacia

nuestra familia. Quizá un cuarto lado se revela a nuestro cónyuge. Un

quinto lado queda reservado para nosotros, y puede haber un sexto

lado que no le mostramos a nadie más que a Dios. Podemos rotular

estas dimensiones de nuestra vida diciendo que un lado es la persona

que somos: nuestro carácter. El segundo lado sería la persona que

creemos ser: nuestro ego. El tercer lado sería la persona que los

demás creen que somos: nuestra reputación. El cuarto lado podría

representar a la persona que nosotros pensamos que los demás creen

que somos. Podría llamarse nuestro amor propio, valor propio o

imagen propia. El quinto lado sería la persona que deseamos ser:

nuestra ambición.

Cuando nos convertimos en nuevas criaturas en Cristo,

podríamos pensar en ello como nuestro sexto lado, el lado

pecaminoso que Dios ve en su totalidad y que confesamos a Él

cuando fuimos salvos. Esto se transformó en la persona que Dios

desea que seamos en Cristo. Esta es la persona a la que la Biblia se

refiere como el “ser” [el “yo mismo”]. Jesús se refirió a esa persona

cuando nos dijo que jamás debemos perder nuestra alma o

entregarnos a cambio de nada (Mateo 16:26).

Esa es la persona que el hijo pródigo recuperó cuando “volvió

en sí” en el chiquero (Lucas 15:11-32). Nunca recuperaremos esa

identidad comparándonos con los demás. Fue esa identidad la que

Pablo ordenó a Timoteo que midiera según la Palabra de Dios hasta

que experimentara la salvación él mismo y llevara a otros a la

salvación (1 Timoteo 4:16). Esa es la identidad a la que nunca

debemos oponernos, sino que debemos continuamente recuperar por

gracia de Dios, para salir del lazo del diablo.

Esa es la persona en la que nos convertimos cuando

comprobamos por experiencia la buena, agradable y perfecta

voluntad de Dios para nuestra vida (Romanos 12:2). Toda la

enseñanza de esta profunda carta debe hallar su aplicación cuando,

por la misericordia y la gracia de Dios, nos convertimos en una de

esas nuevas criaturas de las que Pablo escribió cuando dijo: “De

modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas

pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de

Dios” (2 Corintios 5:18, 19).

Pablo, después, continúa esta sección de aplicación

intensamente práctica de su obra maestra teológica escribiendo una

larga lista de mandamientos, que hacen de este capítulo el de

aplicación más realista de todos sus escritos. Mi parte favorita del

capítulo 12 dice: “No tengamos un amor cristiano de imitación.

Hagamos un corte genuino con el pecado, y una real dedicación al

bien. Tengamos un afecto cálido y real unos por otros como

hermanos, y la disposición de dejar que los demás se lleven el

crédito. No dejemos que la pereza arruine nuestro trabajo, y

mantengamos el fuego del espíritu encendido al hacer la obra de

Dios” (vv. 9-11, traducción de la paráfrasis de J. B. Phillips).

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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Una de las preguntas favoritas de los periodistas es: “¿Cómo

le gustaría ser recordado?”. Mi respuesta a esa pregunta es que me

gustaría ser recordado por ser genuino. En esta catarata de

mandamientos profundamente prácticos, el tema que se repite es el

concepto de ser seguidores de Jesucristo genuinos, no falsos ni

hipócritas.

Pablo comienza esta larga lista de mandamientos desafiando a

los creyentes que han leído y comprendido esta carta a tener un amor

cristiano genuino. Se refiere al amor que llama “fruto del Espíritu” en

su carta a los gálatas (5:22, 23). Como ya hemos señalado, Pablo

presenta bellamente un perfil de ese amor en el capítulo del amor que

escribió a los corintios (13:4-7).

Después, desafía a estos romanos a tener un arrepentimiento

verdadero. Cuando los pecadores son justificados por la fe y reciben

la gracia para vivir de manera recta, hacen un corte genuino con el

mal y tienen una real dedicación al bien. Una de las señales más

veraces de la conversión auténtica es el corte genuino con lo malo y

la dedicación a vivir de manera recta y hacer lo correcto. Así

glorificamos al Dios que justifica a los pecadores.

A continuación, Pablo desafía a sus lectores a ser genuinos en

su afecto fraternal mutuo. Básicamente, escribe: “Tengamos una

verdadera hermandad” (Romanos 12:10). Cuando creemos en nuestro

corazón y confesamos con nuestra boca que Jesús es Señor, todos los

que han hecho esto mismo se convierten en nuestros hermanos en

Cristo. Jesús prometió que quienes perdieran a sus hermanos, padres

o madres biológicos por hacerse discípulos suyos recibirían padres,

madres, hermanos espirituales al seguirlo (Marcos 10:29, 30). No

solo debemos profesar esto, sino vivir como verdaderos hermanos.

Pablo insiste en que tengamos una humildad real cuando

escribe que deberíamos permitir que la otra persona se lleve el

crédito por las cosas buenas que suceden en nuestra familia

espiritual. Dios odia el orgullo (Proverbios 6:16-19). Por tanto,

“cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será

enaltecido” (Lucas 18:14).

Después, exige que no haya pereza, y que mantengamos el

fuego del Espíritu ardiendo cuando hacemos nuestro trabajo para

Cristo. Ahora está pasando a las áreas de motivación, unción

espiritual, nuestros parámetros de excelencia y nuestra efectividad en

el servicio para Cristo.

Quizá nos esté exhortando a aceptar el desafío que presentó

en el capítulo 10, de ser quienes llevemos la buena noticia del

evangelio a los perdidos. ¿Tenemos pasión por la Gran Comisión, y

nos motiva el amor de Cristo, como a este gran apóstol? (2 Corintios

5:14). En las paredes de la sede de un conocido ministerio que tenía

una gran cantidad de misioneros había un cartel que decía: “¿Sufre

usted de exceso de trabajo, o de falta de motivación?”.

Las aplicaciones continúan: “Alégrense en la esperanza,

muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración.

Ayuden a los hermanos necesitados. Practiquen la hospitalidad.

Bendigan a quienes los persigan; bendigan y no maldigan. Alégrense

con los que están alegres; lloren con los que lloran. Vivan en armonía

los unos con los otros. No sean arrogantes, sino háganse solidarios

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con los humildes. No se crean los únicos que saben” (Romanos

12:12-16, NVI).

En estos versículos, Pablo ordena a los creyentes que tengan

una genuina perspectiva y fe en los valores eternos. También los

llama a perseverar realmente en las difíciles pruebas que enfrentaban

y enfrentarían en el futuro. En ese contexto, desafía a los santos

sufrientes a hacer de la oración un verdadero hábito en sus vidas

diarias. Exhorta a los creyentes a practicar una hospitalidad genuina

y una empatía y compasión reales hacia aquellos con quienes

comparten una comida y a quienes ofrecen un lecho para descansar.

Su comunión y unidad genuinas deben incluir a las personas

comunes. Para cultivar esa unidad en Cristo, no deben ser inflexibles

en cuanto a sus opiniones. Un prejuicioso es un orador sordo. No

escucha lo que los demás le dicen.

Pablo, después, continúa con aplicaciones que se dirigen

fundamentalmente hacia las relaciones de aquellos creyentes (y de

nosotros) con los no creyentes:

“No paguen a nadie mal por mal. No digan: ‘No importa lo

que piense la gente’, sino asegúrense de que su comportamiento

público no sea causa de ningún reproche. En lo que a su

responsabilidad respecta, vivan en paz con todos. Nunca se venguen

por sí mismos, queridos amigos: den un paso atrás y permitan que

Dios tome venganza, si desea hacerlo. Porque está escrito: ‘La

venganza me corresponde a mí: yo le daré a cada uno su merecido’.

“Y estas son palabras de Dios: ‘Si tu enemigo tiene hambre,

dale de comer; si tiene sed, dale de beber; porque, al hacerlo,

acumularás ascuas de fuego sobre su cabeza’. No se dejen vencer por

el mal. Tomen la ofensiva: ¡venzan el mal con el bien!” (vv. 17-21,

traducción de la paráfrasis de J. B. Phillips).

En los versículos 12 al 16, las aplicaciones estaban,

principalmente, dirigidas a las relaciones en la iglesia, con otros

creyentes. En los versículos 17 al 21, Pablo prescribe aplicaciones

que se refieren principalmente a las relaciones que los creyentes

tienen con el mundo exterior. Esto incluye a quienes perseguían a los

creyentes romanos, como las autoridades religiosas y los militares

romanos que cumplían las órdenes de emperadores locos como

Nerón.

Jamás debemos permitirnos pensar que no importa lo que los

no creyentes piensen de nosotros como creyentes. El mandamiento,

aquí, es que nos aseguremos de que nuestra integridad en todos los

tratos con las personas seculares no dé motivo alguno a críticas.

Pablo, básicamente, dice: “Demostremos verdadera integridad en

nuestras relaciones con las personas de este mundo”.

Pablo ordena, enfáticamente, que nunca devuelvan mal por

mal cuando son perseguidos. En este pasaje, Pablo simplemente está

aplicando la enseñanza que Jesús dio en aquel monte de Galilea,

diciendo que, cuando alguien lo golpee en una mejilla, el discípulo

no debe resistirse al mal, sino presentar la otra mejilla (Mateo 5:39).

En este contexto, consideremos la profunda redacción de este

mandamiento: “Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan

en paz con todos” (Romanos 12:18, NVI). No podemos controlar lo

que la otra persona que se relaciona con nosotros vaya a hacer. Por lo

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tanto, no somos responsables por sus acciones. Con la ayuda de Dios,

podemos controlar lo que nosotros hacemos en esas relaciones. Por

lo tanto, debemos decidir que, en lo que a nuestra responsabilidad

respecta, habrá paz en esa relación. Nuestra responsabilidad tiene un

principio y un final. Este principio de saber dónde comienza y dónde

termina nuestra responsabilidad puede quitarnos mucha ansiedad al

vivir en este mundo.

El pasaje concluye recordándonos que la venganza pertenece

al Señor. Varios pasajes del Antiguo Testamento son citados para

recordarnos que, cuando tomamos venganza por nuestra propia

mano, jugamos a ser Dios. Una vez más, en el espíritu del Sermón

del Monte, Pablo no solo prohíbe la venganza, sino ordena que

alimentemos a nuestro enemigo y le demos agua cuando tenga sed.

En los tres primeros siglos de la iglesia, era ilegal ser

cristiano. Una de las más grandes dinámicas en el testimonio de la

iglesia perseguida que resuena a través de los siglos hasta nosotros en

la actualidad se resume en las palabras finales de este capítulo:

“Tomen la ofensiva: ¡venzan el mal con el bien!”.

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Capítulo 2

Servidores de Dios

(13:1-14)

“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque

no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han

sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo

establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación

para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor

al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la

autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es

servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no

en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para

castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos,

no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la

conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son

servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad

a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto,

impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (13:1-7).

Esta sección de gran aplicación práctica de la carta más

importante de Pablo comenzó exhortándonos a aplicar todas las

inspiradas enseñanzas del apóstol a nosotros mismos, a los hermanos

de nuestra comunidad espiritual, y finalmente a los no creyentes de

nuestra cultura. Pablo ahora nos exhorta a aplicar la sección doctrinal

de esta carta (capítulos 1 al 11) a las autoridades que nos gobiernan.

En otras palabras, nos ordena que apliquemos su obra teológica

maestra a nuestra responsabilidad de ser buenos ciudadanos de las

comunidades y del país en el que vivimos como discípulos de

Jesucristo.

Este capítulo 13 es una afirmación breve, pero contundente,

sobre el cristiano como ciudadano. Pablo escribe a la iglesia de

Filipos que nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos

(Filipenses 3:20). Como señalé en mi comentario sobre el capítulo

10, cada año, los ciudadanos romanos debían arrojar una pizca de

incienso al fuego y confesar: “¡César es el Señor!”. Miles de

creyentes murieron por no practicar ese compromiso de lealtad al

César. La inspirada confesión que les costó sus vidas fue la base

doctrinal de la iglesia del Nuevo Testamento: “¡Jesús es el Señor!” (1

Corintios 12:3). Declaramos nuestra lealtad principal y suprema cada

vez que confesamos que Jesús es el Señor (Romanos 10:9).

Pero millones de creyentes viven sus vidas aquí en la tierra

como ciudadanos de una nación. Este capítulo trata la forma en que

los ciudadanos del cielo que vivían en Roma debían aplicar las

enseñanzas de esta carta a las autoridades gobernantes en la ciudad

capital del Imperio Romano, personas inmorales, injustas y

corruptas. Obviamente, nosotros debemos hacer las aplicaciones que

correspondan a las autoridades que gobiernan en nuestro país,

ciudad, pueblo o comunidad rural.

Pablo comienza este capítulo con una declaración

sorprendente. Escribe: “No hay autoridad sino de parte de Dios, y las

que hay, por Dios han sido establecidas”. Tres veces, en estos siete

versículos, Pablo llama a quienes hacen cumplir las leyes del Imperio

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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Romano “servidores de Dios”. Cuando Pablo declaró que quienes

tienen la autoridad para gobernar, la reciben por voluntad de Dios, el

trono del Imperio Romano era ocupado por el malvado y alienado

emperador Nerón.

El profeta Daniel declara esta verdad de manera inequívoca.

Cuando era apenas un adolescente, Daniel estuvo en presencia de

uno de los emperadores totalitarios más grandes y poderosos que

jamás haya vivido, y declaró que Dios quita reyes y pone reyes (ver

Daniel 2:21).

El cuarto capítulo de Daniel es uno de los más sorprendentes

de toda la Biblia, dado que constituye la confesión de fe del

emperador Nabucodonosor, que gobernó el imperio del mundo

babilónico. Daniel le ofreció pruebas de Dios a Nabucodonosor

durante muchos años, hasta que Dios afligió al emperador de

Babilonia con la locura. Nabucodonosor pasó siete años en los

campos, como un animal, hasta que Dios lo hizo reconocer que “el

Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo

da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres” (Daniel 4:17).

En la actualidad, hay millones de creyentes que viven bajo el

gobierno y la autoridad de dictadores malvados, injustos, crueles.

Estas enseñanzas de Pablo se aplican a ellos de la misma manera que

se aplicaban a los creyentes para quienes fueron escritas

originalmente. Pablo enseña que no debemos resistir a estos

gobernantes porque, si lo hacemos, estamos resistiéndonos a lo que

Dios ha ordenado. Y agrega que quienes se resisten, acarrean juicio

sobre sí mismos. Su razonamiento es que aun gobernantes como

estos no son causa de terror para quienes hacen el bien, sino para

quienes hacen el mal. El ciudadano que cumple con la ley no tiene

porqué temerles. Si no queremos tener miedo de estas autoridades,

debemos obedecer la ley.

El gobernante que hace cumplir la ley es bueno para el buen

ciudadano. Tres veces, Pablo declara que esta autoridad es un

“servidor de Dios” para el bien de quienes desean vivir vidas buenas

y pacíficas. Pero también presenta la advertencia de que, si

quebrantamos la ley, esta autoridad que gobierna para la paz usará su

espada contra nosotros. Y declara que, cuando ese gobernante usa su

espada contra quienes quebrantan las leyes, está actuando como

servidor de Dios.

En ese contexto, Pablo vuelve al tema de la ira de Dios. En el

primer capítulo, declaró que “la ira de Dios se revela contra toda

impiedad e injusticia de los hombres” por medio del evangelio que él

predicaba. Es la ira futura de Dios, que será aplicada en el juicio

venidero. Pero, en este pasaje, habla de una ira presente de Dios

contra quienes quebrantan las leyes que Él ha instituido. Esta ira de

Dios presente es expresada y aplicada por medio de las autoridades

gobernantes.

La referencia a las autoridades puede ser a la policía o, en un

nivel más elevado de aplicación, a los militares, que son utilizados

cuando las autoridades policiales locales enfrentan una situación que

no pueden manejar. En la Biblia hay argumentos contundentes a

favor de quienes se oponen a la guerra y se declaran pacifistas.

Tengo un gran respeto por quien es un sincero pacifista. Yo no soy

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pacifista, y mis razones se encuentran en los primeros siete

versículos de este capítulo.

Hay dos observaciones muy importantes que debemos hacer

sobre estos versículos. La primera es que no son la única enseñanza

que la Biblia tiene sobre este tema. Una segunda observación es que

lo que Pablo escribe aquí acerca de que la autoridad gobernante es

servidora de Dios no siempre se aplica. También hay firmes

argumentos a favor de lo que llamamos “desobediencia civil”.

En los comienzos mismos de la iglesia, las autoridades

religiosas ordenaron a los apóstoles que no predicaran a Cristo. La

primera vez que esto sucedió, los discípulos de Jesús respondieron,

básicamente, que solo las reconocidas autoridades religiosas que

habían dictado esa orden eran suficientemente sabias como para

saber si debían obedecer a Dios o a los hombres. Pero la siguiente

vez que se les prohíbe predicar a Cristo, ellos responden

inmediatamente: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los

hombres” (ver Hechos 4:19; 5:29). Este suceso nos enseña que puede

llegar el momento, en la vida de un creyente, en que la respuesta

adecuada a una autoridad corrupta sea la desobediencia civil.

Cuando las autoridades religiosas le preguntaron a Jesús si

era correcto pagar impuestos al César, Jesús dio una profunda

enseñanza sobre las obligaciones del creyente devoto como

ciudadano (Mateo 22:17-21). Estos líderes religiosos estaban

tratando de desprestigiar a Jesús, y le hicieron una pregunta que

creían que no podía responder. Si Jesús decía que era equivocado

pagar impuestos a Roma, los soldados romanos que estaban presentes

en el templo cuando esta pregunta fue formulada lo arrestarían

inmediatamente. Si decía que era correcto pagar esos impuestos, los

judíos se sentirían ofendidos, especialmente los celotes, que creían en

continuar la resistencia contra Roma.

Jesús pidió una moneda y la sostuvo en alto mientras

preguntaba: “¿De quién es la imagen que se ve en esta moneda?”.

“Del César”, le contestaron. Entonces vino su respuesta, sabia y

profunda: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es

de Dios” (Mateo 22:21).

Como en todas las enseñanzas de Jesús, “las cosas simples

son las más importantes, y las cosas importantes son las más

simples”. La moneda tenía la imagen del César estampada en ella, así

que, dale el dinero al César. Tú tienes la imagen de Dios estampada

en ti, así que, entrégate a Dios. En otras palabras, paguemos los

impuestos, pero entreguemos nuestra lealtad total a Dios. Algunas

veces, el César nos pedirá algo que pertenece a Dios. Cuando lo

haga, no podemos ponerlo primero y entregarnos a él.

No solo debemos obedecer las leyes del César porque, si no

lo hacemos, experimentaremos la ira de Dios en manos de las

autoridades gobernantes. Debemos obedecer las leyes y ser buenos

ciudadanos por razones de conciencia. El creyente debe obedecer la

ley porque es correcto hacerlo. Su conciencia lo acusará si no

obedece la ley como buen ciudadano. Debemos pagar los impuestos

y nunca guardarnos lo que debemos.

Un hombre estadounidense le envió una carta a la Dirección

General Impositiva de su país, que decía: “Les envío quinientos

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dólares que debo, porque hace quince años alteré los cálculos en mi

impuesto a las ganancias, y mi conciencia me persigue: ya no puedo

dormir de noche. Si sigo sin dormir, les enviaré el resto de lo que les

debo”.

Las aplicaciones para nosotros, en este capítulo, son obvias.

Hace miles de años que los gobiernos cobran impuestos de sus

ciudadanos. Jesús y Pablo enseñan que debemos pagar los impuestos.

Pablo escribe, también, que debemos honrar y temer a quienes

corresponde. Pedro también nos exhorta a honrar al rey, la máxima

autoridad gobernante (1 Pedro 2:17).

Pablo, después, vuelve a los mandamientos de aplicación

práctica, como los que compartió con nosotros en el capítulo 12: “No

debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama

al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás,

no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro

mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo

como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el

cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:8-10).

Pablo elabora, vez tras vez, sobre la enseñanza de Jesús. Su

Señor declaró que Él había venido a cumplir la Ley de Moisés y de

Dios (Mateo 5:17-20). Lo hizo pasando la Ley de Dios por el prisma

del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas del pueblo de Dios.

Pablo se refiere a esto en otro lugar como “el espíritu de la ley” (2

Corintios 3:6). Si amamos a nuestro prójimo, no quebrantaremos

ninguno de los mandamientos que le conciernen. En estos versículos,

Pablo explica lo que quiere decir al hablar del espíritu de la Ley y lo

que Jesús quiso decir cuando dijo que Él había venido a cumplir la

Ley.

Al llegar al final del capítulo, las aplicaciones prácticas

continúan: “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de

levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros

nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se

acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y

vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día,

honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y

lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor

Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (vv. 11-14).

Pablo escribe que la noche ya casi termina y se aproxima el

día. Jesús era la Luz del mundo y, mientras Él estuvo en este mundo,

fue de día, espiritualmente hablando. Pedro escribió que cuando nos

acercamos a la Palabra de Dios en medio de nuestra oscuridad

espiritual, suceden dos cosas: el Día amanece y el Lucero de la

Mañana se levanta en nuestro corazón (2 Pedro 1:19). Cuando hemos

vivido el nuevo nacimiento al que se refieren estas dos hermosas

metáforas, tenemos la capacidad de ser luz y de ser luces en el

mundo (Mateo 5:14; Filipenses 2:14-16). Se nos exhorta a ser luz del

mundo y a ser luces en el mundo hasta que Jesús regrese (Mateo

5:16; Filipenses 2:15). Cuando Él regrese, será un amanecer

espiritual para este mundo.

El apóstol Pablo nos dice que el día está más cerca que

cuando recién creímos y que, de hecho, está a las puertas. Al decir

esto, no solo se refiere al regreso del Señor. Está desafiando a los

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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creyentes a aplicar sus exhortaciones de amar mientras es de día,

porque llega la noche, cuando no podrán amarse unos a otros ni amar

a las personas sufrientes que los rodean. Jesús expresó y fue modelo

de esta misma exhortación a sus discípulos cuando dijo: “Me es

necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día

dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Juan 9:4).

Muchas religiones y muchos poetas describen a la muerte

como un sueño. La Biblia describe a la vida como el sueño, y la

muerte como nuestro despertar (Salmos 90:5). Pablo, obviamente,

está pensando en el regreso de Cristo y el fin de nuestras vidas

cuando escribe estas hermosas exhortaciones. Nos desafía a

despertar, despojarnos de nuestra vieja naturaleza, vestirnos y andar

como es debido.

Cuando escribe a los efesios, Pablo utiliza estas mismas

metáforas en mayor detalle (Efesios 4:24-5:17). Cuando nos

levantamos por la mañana, muchos de nosotros nos quitamos la ropa

con la que dormimos, vamos a nuestro guardarropa y elegimos lo que

vamos a vestir ese día. Pablo usa esta metáfora para decirnos que

todos los días tenemos dos opciones. Podemos vestirnos con los

harapos de la vieja vida, o elegir las vestiduras de nuestra nueva vida.

Pablo enumera estos harapos y estas vestiduras con gran

detalle. Los harapos de la vieja vida son cosas como ira, enojo,

amargura, malicia, comunicaciones corrompidas, mentiras, robos y

pecados sexuales. También habla de las vestiduras de la nueva vida,

que son verdad, comunicación que edifica y ministra gracia a la otra

persona, amor, afecto fraternal y perdón mutuo.

En este pasaje, Pablo nos da una versión abreviada de esta

misma metáfora. Los harapos de la vieja vida, que debemos

quitarnos, son glotonerías y borracheras, lujurias y lascivias,

contiendas y envidia, los deseos de la carne. Debemos revestirnos del

Señor Jesucristo y no hacer provisión para la carne (la naturaleza

humana sin ayuda de Dios) y sus deseos.

Este pasaje se hizo famoso con la conversión de San Agustín,

que vivió en el siglo cuarto. Él vivía una vida alocada y cometía toda

clase de pecados sexuales. Un día, estaba en un jardín, con un amigo,

expresando su desesperación y lamentándose por sus repetidos y

vanos intentos de cambiar su comportamiento moral. En el jardín

contiguo, al otro lado de la pared, había niños jugando. Agustín creyó

escuchar la voz de un niño que le decía: “¡Toma y lee!”. En una mesa

cercana, había un ejemplar de esta Carta de Pablo a los Romanos.

Agustín la tomó y leyó: “Andemos como de día, honestamente; no en

glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas

y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los

deseos de la carne” (Romanos 13:13,14).

En ese preciso instante, Cristo entró en la vida de Agustín.

Este se convirtió en un hombre cambiado, uno de los cristianos más

grandes que haya vivido jamás. Fue un firme líder de la iglesia en el

norte de África, y por medio de sus escritos ha bendecido a millones

de creyentes de todo el mundo desde el siglo cuarto.

Pablo no esperó hasta el capítulo 12 para comenzar a hacer

aplicaciones de su enseñanza en esta carta. En el capítulo 5 hizo la

aplicación de que los pecadores que han sido declarados justos deben

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vivir rectamente, y les mostró cómo hacerlo. Fue una versión

abreviada de la aplicación que ahora desarrolla en mayor detalle.

No debemos hacer provisión para la carne —nuestra

naturaleza humana sin ayuda de Dios— y no debemos ser movidos a

satisfacer la lujuria de nuestra carne. Aunque estas palabras tienen

una aplicación más amplia que solo los pecados sexuales, Pablo se

refiere principalmente a ellos. El apóstol escribió mucho a la iglesia

de Corinto sobre sus pecados sexuales. Los creyentes corintios tenían

grandes luchas en esa área de su vida espiritual, porque la ciudad de

Corinto era sinónima de impureza sexual.

La adoración de ídolos era prominente allí, y dado que

algunos consideraban que su dios era el origen del amor erótico, la

adoración de ese ídolo implicaba un elaborado sistema de

prostitución, lo cual incluía perversiones con homosexuales y

prostitución infantil. Muchos de los corintios que eran parte de la

iglesia que Pablo estableció allí habían participado de esas

inmoralidades antes de convertirse. Ahora, Pablo los confronta, como

seguidores de Cristo, por su impureza sexual y les pregunta: “¿O

ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está

en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque

habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro

cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios

6:19, 20). Básicamente, les escribe: “¡Sus cuerpos no fueron hechos

para el sexo, sino para Dios!”.

Estas mismas condiciones prevalecían en todo el Imperio

Romano, y Pablo confronta esta clase de pecado sexual cuando

escribe la aplicación: “Andemos como de día, honestamente; no en

glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas

y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los

deseos de la carne”.

Capítulo 3

Disputas entre discípulos

(14:1-15:13)

“Vivir en el cielo con santos amados, ¡oh!, eso será la gloria.

Pero vivir aquí con los santos conocidos, ¡eso es otra historia!”.

Hace cincuenta años que soy pastor. Cualquiera que haya

tenido la responsabilidad del cuidado pastoral del pueblo del Señor

por tanto tiempo sabe que puede llegar a ser muy difícil vivir aquí

abajo con los santos que conocemos. Siempre fue así.

Cuando estudiamos las cartas de Pablo, es dolorosamente

obvio que las iglesias que él estableció no eran perfectas. Sus dos

cartas a los corintios lo dejan perfectamente en claro. El capítulo 14

de esta Carta a los Romanos demuestra que los discípulos de Roma

no tenían una iglesia perfecta, porque eran santos imperfectos.

Cuando había algún problema en las iglesias que él había

establecido, ese problema daba origen a una obra maestra de este

apóstol, que escribió inspiradas soluciones para tales problemas.

Gracias a que los judíos fueron después que Pablo y confundieron a

los creyentes de una iglesia, enseñando que los creyentes gentiles

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debían ser justificados por medio de la observancia de la Ley,

nosotros podemos ahora disfrutar de otra obra maestra sobre la

justificación por la fe, una versión en miniatura de esta Carta a los

Romanos: la Carta de Pablo a los Gálatas.

Los creyentes de Corinto tenían preguntas intelectuales sobre

la resurrección. Estas preguntas dieron origen al gran capítulo sobre

la resurrección de la Biblia y dos capítulos que podríamos titular “La

resurrección aplicada” (1 Corintios 15; 2 Corintios 4, 5). Esa misma

iglesia no sabía amar y estaba confundida con respecto de la función

del Espíritu Santo en la iglesia. Por lo tanto, tenemos el gran capítulo

sobre el amor en la Biblia y los capítulos precedente y siguiente, que

son obras maestras sobre el tema de la función del Espíritu Santo en

una iglesia (1 Corintios 12 y 14).

Las disputas entre los discípulos de Roma motivan a que

Pablo escriba este capítulo que es una obra maestra que podríamos

titular “El amor aplicado”. Aquí aparece nuevamente el problema de

la interrupción del hilo del pensamiento causada por la división

arbitraria de los capítulos. El tema que Pablo trata aquí, en el capítulo

14, continúa hasta el versículo 13 del capítulo 15.

Este extenso pasaje de la Biblia concluye, de hecho, la

extraordinaria enseñanza de esta carta. En el resto del capítulo 15,

Pablo comenta sus objetivos misioneros personales. En el capítulo

16, escribe saludos personales para veinticuatro personas que conoce

de la iglesia de Roma y los saludos de nueve personas que están con

él en Corinto mientras escribe esta carta. Pero las enseñanzas

teológicas y las aplicaciones de esta carta terminan en el versículo 13

del capítulo 15.

Pablo escribió a los corintios tres capítulos que presentan

principios paralelos a los que prescribe aquí para estos discípulos de

Roma (1 Corintios 8-10). Ambos pasajes son obras maestras que nos

enseñan cómo vivir aquí en la tierra con los santos que conocemos.

El principio rector en ambas profundas prescripciones es el amor que

Pablo ha presentado tan bellamente en su gran capítulo sobre el amor

(1 Corintios 13:4-7).

Los creyentes judíos y gentiles adoraban y, con frecuencia,

vivían juntos en la primera generación de las iglesias del Nuevo

Testamento. Hemos visto que Pablo se dirige tanto a judíos como a

gentiles a lo largo de toda su carta. Esto es porque estaba tratando de

ganar a los judíos que no estaban convencidos de que Jesús era el

Cristo, el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Esto es,

también, porque había muchos judíos en la iglesia de Roma que

creían en Cristo, lo habían confesado como su Señor y eran parte

vital de la iglesia.

Muchas de las disputas entre estos discípulos de Roma se

originaban en las diferencias entre creyentes judíos y gentiles. Los

mismos temas fueron tratados en el primer concilio de la iglesia que

se relata en el capítulo 15 del Libro de los Hechos. ¿Los creyentes

gentiles deben vivir su fe y su vida en Cristo a la manera judía? ¿Los

creyentes en Jesús que son judíos deben renunciar a todas sus

tradiciones judías sobre las comidas que deben o no comer, y la

forma en que observan los días sagrados especiales?

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Por lo tanto, había disputas relativas a los días, la comida, el

beber vino y muchos otros temas que pueden atribuirse al hecho de

que judíos y gentiles vivían, adoraban y servían a su Señor Jesucristo

juntos en la “Primera Iglesia de Roma”. Pero no todas estas disputas

provenían de la mezcla de discípulos judíos y gentiles. Ellos

enfrentaban muchos de los mismos desafíos a su unidad espiritual

que nosotros enfrentamos en nuestras iglesias en la actualidad.

Uno de los desafíos que enfrentamos en nuestras relaciones

con otros creyentes en nuestras iglesias es el tema de lo que

podríamos llamar “tabúes”. La Biblia enseña absolutos morales.

Podríamos decir que hay temas que se definen por blanco o negro:

fornicación, adulterio, robar, mentir y otros comportamientos

negativos están claramente prohibidos en la Palabra de Dios. Pero

hay otros temas relativos al comportamiento de los creyentes que no

se tratan de manera taxativa en la Biblia. Podríamos llamarlos “zonas

grises” del comportamiento cristiano. Muchas iglesias resuelven

estas “zonas grises” haciendo una lista de comportamientos

aceptables y comportamientos no aceptables para los miembros de su

iglesia.

Algunas veces, estas listas podrían llamarse “listas de

santidad geográfica”. Esto se debe a que, en diferentes partes del

mundo, y aun en diferentes partes de un mismo país, varía mucho lo

que los creyentes consideran un comportamiento correcto o

incorrecto para un discípulo de Jesús. Cuando yo era recién

convertido, viajé ochocientos kilómetros para asistir a la universidad

y prepararme para el seminario y el ministerio.

La iglesia en la que llegué a la fe en Cristo tenía un pequeño

librito azul en el que estaban enunciadas todas las cosas que un

creyente de esa iglesia no podía hacer. Una persona no era aceptada

como miembro de esa iglesia, y nunca podría llegar a ser líder de esa

congregación, si no aceptaba ese pequeño librito azul de pautas para

el comportamiento del creyente. Una de las cosas que se prohibía

hacer era fumar tabaco.

Cuando llegué a una pequeña iglesia de montaña donde me

habían invitado a hablar un domingo por la mañana, parecía que toda

la iglesia fumaba; entre ellos, el pastor. La mayoría de la gente de esa

iglesia —incluido el pastor— se ganaba la vida cultivando tabaco.

Echando humo, el pastor me informó que yo no podía predicar en su

iglesia ese día, porque había viajado en un día domingo. ¡Me dijo que

cualquier predicador debería saber que es pecado viajar un día

domingo! Mientras yo estaba boquiabierto ante el hecho de que un

pastor estuviera fumando, este hombre me presentó algo que no

estaba en el librito azul que tenía mi iglesia, a tantos cientos de

kilómetros de distancia.

Muchos años después, cuando ya hacía décadas que yo era

pastor, visité a un “apóstol Pablo” moderno en Grecia. Este hombre

era abogado y pastor de la “Iglesia Libre de Grecia”. En esa época,

en Grecia, era ilegal tener cualquier iglesia que no fuera la Ortodoxa

Griega. Ese hombre pasaba gran parte de su tiempo sacando a su

gente de la cárcel. También tuve el privilegio de predicar en su gran

iglesia en Atenas, y en algunas de las setenta iglesias hijas en lugares

como Corinto y Tesalónica.

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Cuando terminamos de comer, él predicó elocuentemente el

evangelio en idioma griego a toda la gente que estaba en el

restaurante. Aunque no entendí las palabras que decía, me conmovió

ver las lágrimas que caían por los rostros de las personas que lo

escuchaban.

Mientras comíamos, me sorprendió ver que este pastor bebía

vino. En el librito azul que ya mencioné, estaba prohibido cualquier

tipo de bebida alcohólica. Me habían enseñado que quienes bebían

bebidas alcohólicas no eran, definitivamente, cristianos auténticos.

Hacia el final de esa semana, el pastor me preguntó si me había

ofendido el hecho de que él bebiera vino. Respondí que Pablo había

escrito que debíamos beber un poco de vino. Él, que sin duda sabía

muy bien el griego, me contestó: “Oh, Pablo le escribió eso a

Timoteo porque Timoteo estaba enfermo. Si hubiera estado bien, le

habría escrito: ‘¡Toma mucho vino!’”.

Aprendí que viajar a ochocientos kilómetros de mi ciudad, o

cruzar un océano, me hacían entrar en un “librito azul” diferente de

pautas de lo que se considera comportamiento correcto o incorrecto

para un discípulo de Jesús. Por eso, encarar el comportamiento

cristiano guiándose por un “librito azul” es algo que puede

considerarse “santidad geográfica”.

Cuando los pecadores reciben la convicción de sus pecados,

algunas veces determinan que todo su comportamiento anterior al

nuevo nacimiento no solo es malo para ellos, ahora que se han

convertido en creyentes en Jesús, sino que ese estilo de vida y todo lo

que está relacionado con él también es malo para todos los demás

creyentes. Además, algunas veces, los creyentes están convencidos

de que cada vez que el Espíritu Santo los convence de que algo es

malo para ellos, esa actividad también es incorrecta para todos los

demás creyentes de su iglesia.

No estoy refiriéndome ahora a esos temas definidos en blanco

o negro que mencioné anteriormente, como pecados que están

claramente prohibidos en la Biblia. En este capítulo, Pablo enseña

varios principios de aplicación que deben aplicarse al

comportamiento de los creyentes: lo que vestimos, comemos,

bebemos, si consideramos que el domingo es el día del Señor y debe

ser guardado como día de reposo, lo que consideramos

entretenimientos mundanos y muchos otros temas que no están

claramente expuestos en la Biblia. Por ejemplo, en la Biblia no se

habla sobre el fumar tabaco. Cuando los creyentes están de acuerdo

en que cierto comportamiento es equivocado, y ese comportamiento

no es mencionado en la Biblia, a esa “zona gris” la llamamos “tabú”.

Por ejemplo: en un manual de normas de un seminario, a

principios del siglo XIX, se enseñaba que dormir con almohada o

tomar baños calientes eran actividades equivocadas y pecaminosas,

ya que se trataba de “comodidades mundanas”. Pero, en la

actualidad, yo no conozco a nadie que crea estos tabúes y los

practique. Sin embargo, quienes tienen opiniones muy firmes sobre

sus tabúes están convencidos de que estos temas son tratados, en

principio, en la Biblia. Creen y enseñan, por ejemplo, que fumar está

mal porque, obviamente, no es sano. Pero aún no he visto ninguna

iglesia que tenga a la obesidad en su pequeño “librito azul”, aunque

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los médicos nos dicen que el sobrepeso puede reducir la expectativa

de vida en un tercio. Los creyentes, aparentemente, no se han puesto

de acuerdo en que la obesidad pueda considerarse un tabú.

Le comparto toda esta perspectiva a manera de introducción,

para que usted pueda apreciar esta obra maestra que Pablo le ha dado

a la iglesia de Roma, que nos muestra cómo ser una colonia de amor

y del cielo en la tierra mientras resolvemos los conflictos que nos

dividen.

En el cierre de esta Carta a los Romanos, Pablo dedica treinta

y seis versículos a tratar el mismo tema al que dedicó tres capítulos

enteros en su primera carta a los corintios (1 Corintios 8-10). Ese

tema es, básicamente, cómo vivir aquí abajo con los santos que

conocemos, cuando no estamos de acuerdo con ellos. En ambos

pasajes de la Biblia, Pablo enseña profundos principios que deberían

regir nuestras actitudes y nuestras relaciones en cuanto a los temas

que nos dividen como creyentes, al tiempo que cuidamos las

relaciones que tenemos con Cristo y entre hermanos.

En la Epístola a los Corintios, había un tema principal.

Muchos de los creyentes corintios adoraban ídolos antes de ser

llamados a la salvación y a vivir como hermanos en Cristo por medio

del ministerio del apóstol Pablo. La carne que había sido sacrificada

en los templos de esos ídolos se vendía, después, a un precio menor,

en los mercados de Corinto.

Esta adoración de ídolos implicaba una terrible inmoralidad.

Muchos discípulos corintios de Jesús creían que no había problema

en que un creyente comprara esa carne y la comiera. Quienes habían

participado activamente de esa adoración de ídolos creían que era

pecado comer esa carne que había estado relacionada con el terrible

pecado de la idolatría y el estilo de vida que estaban tratando de dejar

atrás para siempre. Este asunto fue causa de una gran disputa en la

iglesia de Corinto.

El argumento básico de Pablo, en estos tres capítulos que

escribió a los corintios, es que el asunto no es si es correcto o no

comer de esa carne. Lo más importante, lo fundamental, es: “¿Cuánto

amas a ese hermano o hermana que cree que está mal comer de esa

carne? Cristo los amó tanto que murió por ellos. ¿Los amas tú lo

suficiente como para renunciar a tu derecho de comer un plato de esa

carne para que ellos no tropiecen ni se ofendan?”.

Además del principio del amor, Pablo concluye esos tres

capítulos con tres principios por los que deberían guiarse los

corintios —y nosotros— en la aplicación de esta enseñanza (1

Corintios 10:30, 31). El primer principio es: “Si, pues, coméis o

bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. El

segundo principio es la salvación de otros, con lo cual Pablo se

refiere a la bendición y edificación espiritual del hermano más débil,

que cree que está mal comer de esa carne. El tercer principio es

asegurarnos de no estar buscando nuestro propio beneficio.

Pablo llama a quienes creían que no debía comerse esa carne

“el hermano débil”. Y comienza este gran pasaje a los romanos

presentando este mismo concepto. Debemos recibir, es decir, aceptar

en nuestra comunidad de fe, a los débiles. Después, escribe estos

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treinta y seis versículos en los cuales habla sobre los asuntos que

causan disputas entre los creyentes de Roma.

Como clave para este extenso pasaje bíblico, quisiera

comenzar mi comentario con una introducción resumida de lo que

Pablo enseña aquí. Si leemos la Biblia sin buscar nada,

probablemente no encontraremos nada. Las próximas páginas le

mostrarán qué buscar cuando estudie la forma en que Pablo concluye

esta carta.

Al leer y estudiar este pasaje, observe cómo Pablo comparte

con estos discípulos de Roma principios notablemente similares a los

que enseñó a los corintios. Los desafía a resolver estos conflictos

según su conciencia (vv. 14, 22, 23). Alguien ha dicho que la

conciencia es aquella vocecita pequeña que nos hace sentir aun más

pequeños.

La conciencia no es una guía segura ni infalible, ya que está

condicionada por lo que nos han enseñado nuestros padres o los

creyentes que fueron nuestros padres espirituales cuando éramos

niños espirituales. Los tabúes que nos han enseñado los demás

pueden estar basados en la Biblia, o no. Quizá representen un

comportamiento que es absolutamente correcto, o equivocado. Si

creemos que ese comportamiento es incorrecto, no debemos ignorar

lo que nuestra conciencia nos dice. Pero, si nuestra conciencia no es

una guía infalible para nosotros mismos, no debemos esperar que lo

sea para otros creyentes.

Otro principio que Pablo comparte con estos creyentes

romanos es que estos temas deben ser resueltos por convicción.

Cuando el Espíritu Santo nos da la convicción de que cierto

comportamiento no es correcto para nosotros, y no es algo que

nuestros padres u otro creyente nos haya enseñado, la clave de

nuestra relación con Él es nuestra obediencia personal. Poco después

del día de Pentecostés, Pedro proclamó que el Espíritu Santo es dado

a quienes lo obedecen (Hechos 5:32). Siempre debemos someternos a

la convicción del Espíritu Santo.

Sin embargo, esto plantea una importante pregunta: “Cuando

el Espíritu Santo nos convence de que algo no es correcto para

nosotros, ¿significa que no lo es, tampoco, para todos los demás

creyentes?”. Mi conciencia no debe ser la guía del comportamiento

de los demás creyentes. ¿Debe serlo la convicción que el Espíritu

Santo me da de que algo es malo? En otras palabras, ¿debemos

cumplir el rol de Espíritu Santo en las vidas de otros creyentes?

¿Convence el Espíritu Santo a todos los creyentes de la misma

manera en estos asuntos? ¿Es posible que, debido a cómo era mi vida

antes que yo fuera creyente, determinado comportamiento sea

incorrecto para mí, pero no lo sea para otros creyentes?

Esto nos lleva a un tercer principio que Pablo enseña a los

discípulos en conflicto que eran parte de la iglesia de Roma en el

primer siglo. Les enseña el mismo principio que enseña a los

corintios. Desafía a ambas iglesias a resolver sus disputas teniendo

en cuenta el principio de la consideración. Las exhorta a tener en

cuenta la conciencia y las convicciones del otro creyente.

Pablo elogió a los creyentes de Corinto que sabían que no

tenía nada de malo comer carne que había sido sacrificada a un ídolo,

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porque ese ídolo era simplemente madera, piedra, oro y plata que no

tenía nada que ver con el único y verdadero Dios que llegamos a

conocer a través de Cristo. Pero escribió: “no todos tienen ese

conocimiento. Algunos, que son débiles, creen que está mal comer

esa carne” (ver 1 Corintios 8:4-13). El asunto, entonces, era cuánto

ellos amaban a ese hermano más débil.

Pablo presenta este mismo principio a los romanos con estas

bellas palabras: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno

muere para sí” (Romanos 14:7). Basándonos en nuestra conciencia y

en la convicción dada por el Espíritu Santo, podemos tener libertad

para practicar cierto comportamiento o no practicarlo. Pero, así como

escribió a los corintios, Pablo escribe a estos romanos que no todos

los creyentes tienen esa misma libertad. El principio rector es cuánto

amamos al hermano más débil que no tiene esa misma libertad que

nosotros, por nuestra conciencia y nuestras convicciones, tenemos.

Alguien ha dicho que tenemos la libertad de blandir un puño, pero

que esa libertad termina en la punta de la nariz de la otra persona.

Esto nos lleva a un cuarto principio que Pablo enseña a los

romanos, como lo ha enseñado en su Carta a los Corintios. Ese

principio es la caridad, es decir, el amor que enseña en su gran

capítulo sobre el amor. Pedro escribió que “el amor cubrirá multitud

de pecados” (1 Pedro 4:8). En la Carta a los Corintios, ese capítulo

sobre el amor era la solución para todos los problemas de la iglesia

corintia. Finalmente, como dice Pablo al tratar estas disputas entre

los discípulos de Roma, la solución que pondrá fin a los problemas,

cuidando al mismo tiempo la relación entre los hermanos, será el

amor de Cristo.

Disputas entre los discípulos, versículo por versículo

“Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre

opiniones. Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es

débil, come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come,

y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.

¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está

en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para

hacerle estar firme.

“Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos

los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.

El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso

del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come,

porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y

da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno

muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos,

para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos,

del Señor somos” (Romanos 14:1-8).

Pablo escribe que la iglesia debe recibir al que es débil, pero

tratando de evitar entrar en disputas con él. Quiere decir que

debemos aceptar plenamente a los nuevos creyentes que son débiles

en la fe porque no han tenido tiempo de aprender y crecer en Cristo.

Estoy convencido de que se refiere a que no debemos involucrarnos

inmediatamente en una discusión con ellos por problemas que ellos

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tienen por ser nuevos creyentes. Pablo escribió un consejo similar a

Timoteo cuando le enseñó cómo alcanzar, enseñar o aconsejar a

personas “difíciles” (2 Timoteo 2:23-26).

En los capítulos 9 al 11 de su Carta a los Romanos, Pablo

escribió que Dios deseaba poner celosos a los judíos cuando vieran la

relación de amor que los gentiles tenían con Dios y entre sí, en

Cristo. Debemos vivir el amor de Cristo delante de estos nuevos

creyentes de tal forma que ellos deseen conocer todo lo posible sobre

cómo el hecho de que estemos apartados para Cristo nos da la calidad

de vida que disfrutamos con Él y con nuestros hermanos en Él.

Entonces, ellos también desearán intensamente ser santos y vivir

vidas apartadas para Cristo.

Dios respondió las muchas preguntas que Job tenía,

revelándose a él y estableciendo una relación con él. De la misma

manera, cuando los recién convertidos lleguen verdaderamente a

conocer a Dios a través de Cristo, sus preguntas serán respondidas.

También tendrán el modelo adecuado del énfasis en la santificación,

que es ser apartados para Cristo y, como consecuencia de esa

relación, apartados de nuestros pecados.

El gran apóstol trata las disputas relativas a las comidas.

Dado que en el relato de la creación en el Génesis se nos dice que

Dios nos dio hierbas para comer, había creyentes de la iglesia de

Roma (probablemente judíos) que creían que solo se deben comer

vegetales. Pablo llama “débiles” a estos vegetarianos, lo cual implica

que no estaba de acuerdo con ellos.

Pablo utiliza una bella metáfora para exhortar a quienes

comen carne a no juzgar a los vegetarianos. Cuando el apóstol

escribió esta carta, la mitad de los habitantes de Roma eran esclavos.

Sus lectores, por consiguiente, comprendían esta metáfora. Los

esclavos respondían ante sus amos y debían rendirles cuentas

absolutamente de todo. Pablo comenzó esta carta diciendo que tanto

él como ellos eran esclavos del Señor Jesucristo. Ahora les enseña

que no tienen derecho a juzgar a su hermano en Cristo, que es

esclavo como ellos. Ambos deben rendir cuentas a su Amo, el Señor

Jesucristo; no rendirse cuentas entre sí.

Después, trata el tema de la observancia de días especiales. El

problema, obviamente, era la observancia del día de reposo judío y

todas las prohibiciones que este implicaba. Una de las pruebas más

firmes de la resurrección de Jesucristo es que los apóstoles judíos

cambiaron el día de adoración del séptimo de la semana al primero.

Ellos nunca llaman “día de reposo” a este día. No fue que

simplemente cambiaron su día de reposo de sábado a domingo, sino

que llamaron al domingo “el día del Señor”. Obviamente, cambiaron

su día de adoración porque su Señor resucitó de los muertos el primer

día de la semana.

Además del asunto de cuál es el día de reposo, algunos

discípulos romanos creían que el día del Señor debía ser considerado

como un día de reposo, con observancias muy especiales. Muchos

creyentes, en la actualidad, consideran que el domingo es el día de

reposo y se disciplinan en ese día con muchas restricciones sobre sus

actividades. Otros se preguntan: “¿Y qué son el lunes, el martes y los

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demás días de la semana?”. Están plenamente convencidos de que

todos los días son “el día del Señor”; es decir, valoran de igual

manera a todos los días.

Aparentemente, se trata del mismo problema que existía en la

primera generación de la iglesia neotestamentaria en Roma: “Uno

hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días.

Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente” (v. 5).

Dado que es una “zona gris” en opinión del apóstol, no declara

ninguna posición como correcta o incorrecta. Simplemente establece

que cada persona debe estar plenamente convencida en su mente.

Quienes no están de acuerdo deben actuar con amor, respeto y

aceptación de la integridad espiritual y el derecho de quienes tienen

un punto de vista diferente del suyo.

Una declaración contemporánea sobre la unidad que muchos

creyentes aceptan y que está basada en este pasaje es: “En lo

esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; y en todas las cosas,

amor”. Eso resume el inspirado consejo de Pablo a estos romanos

con respecto a sus comidas y la observancia de días especiales. Una

de las más bellas declaraciones de este principio en los escritos de

Pablo es: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere

para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el

Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del

Señor somos” (vv. 7, 8).

Todo lo que hacemos, lo hacemos para el Señor. Aunque el

énfasis, aquí, está en las relaciones horizontales que tenemos unos

con otros en la comunidad espiritual, nunca debemos olvidar las

profundas palabras que Dios le dijo a Abraham: “Yo soy el Dios

Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto”. Este versículo

podría parafrasearse así: “Yo soy el Dios Todopoderoso; sírveme

fielmente y vive una vida irreprochable” (Génesis 17:1).

Después, Pablo coloca ante sus lectores la máxima realidad y

el perfecto ejemplo de lo que está enseñando: “Porque Cristo para

esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los

muertos como de los que viven. “Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por

qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante

el tribunal de Cristo. Porque escrito está:

“Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla,

“Y toda lengua confesará a Dios. “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de

sí.

“Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino

más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano”

(Romanos 14:9-13).

Después de enseñar que todos debemos rendir cuentas, como

esclavos, ante nuestro Amo y Señor, Jesucristo, Pablo ahora explica

cómo funciona esta rendición de cuentas final. Jesucristo no es solo

el Señor de los vivos, sino Aquel a quien ha sido encomendado todo

juicio; Él será juez de los muertos, también (ver Juan 5:22).

Pablo suele incorporar esta perspectiva en sus enseñanzas;

así, les recuerda a quienes construyeron sobre el fundamento de su

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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ministerio en Corinto que, un día, su obra enfrentará la dura realidad

del tribunal de Cristo (1 Corintios 3:12-15).

Les dice a quienes preferían su ministerio en Corintio y

rechazaban los ministerios de otros, como Pedro y Apolos, que

también habían predicado allí, que no debían juzgarlo a él (aunque

fuera para favorecerlo), ya que, un día, el Señor iba a llevar a la luz

las motivaciones ocultas de su corazón, y solo entonces él recibiría

alabanza o sería juzgado (1 Corintios 4:3-5). También advierte a los

corintios, como a los romanos en este pasaje, que todos debemos

presentarnos delante de Cristo y dar cuenta de todo lo que hemos

hecho, sea bueno o malo (2 Corintios 5:10).

Dado que vamos a ser juzgados por el Señor, ¿por qué nos

juzgamos unos a otros? En pocas palabras, básicamente, Pablo

pregunta: “¿Quién te ha dado el derecho de ser juez de todos los que

siguen a Cristo?”. Y concluye esta enseñanza con la exhortación de

no ser piedra de tropiezo, es decir, causa de caída, en el camino de

nuestro hermano.

Pablo, ahora extiende esta exhortación con instrucciones más

específicas sobre la responsabilidad que tenemos por el hermano más

débil: “Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí

mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es.

Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no

andas conforme al amor. No hagas que por la comida tuya se pierda

aquel por quien Cristo murió. No sea, pues, vituperado vuestro bien;

porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y

gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada

a Dios, y es aprobado por los hombres” (Romanos 14:14-18).

Cuando Pablo escribe: “Yo sé, y confío [estoy seguro] en el

Señor Jesús...”, siempre existe la posibilidad de que esté haciendo

referencia a la experiencia que relata en su Epístola a los Gálatas

(1:1-2:10). También podría ser una referencia a las enseñanzas de

Jesús en los Evangelios, que sin duda él conocía muy bien (Marcos

7:18, 19). Jesús enseñó en estos capítulos que toda comida es limpia;

una enseñanza revolucionaria para un judío. La verdad que Jesús

enseñó en los Evangelios y que Pablo enseña aquí es que la

condición espiritual de la persona que come la comida es la que

convierte a esta en pura o impura.

Pablo retorna al tema de la conciencia cuando escribe: “Para

el que piensa que algo es inmundo, para él lo es”. Como hizo con los

corintios, ahora hace énfasis en el principio del amor que es

semejante al de Cristo cuando escribe: “Pero si por causa de la

comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. No

hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió”

(Romanos 14:15). La forma de solucionar los problemas al tiempo

que cuidamos la relación con el hermano es darnos cuenta de que el

asunto no es juzgar si el hermano tiene razón o no. Cristo lo ama

tanto que murió por él. ¡El asunto es cuánto amamos nosotros al

hermano!

A continuación, el apóstol escribe dos profundas e inspiradas

enseñanzas: “No sea, pues, vituperado vuestro bien; porque el reino

de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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Espíritu Santo” (16, 17). Ahora, al hablarle a cada discípulo de

Roma, Pablo deja en claro que es bueno tener la razón. Pero si el

hecho de que tengamos razón es ofensivo y dañino para nuestro

hermano, nuestro bien es considerado mal por otros.

Después, resume la esencia del reino de Dios de tres formas:

justicia, paz y gozo. Lo que quiere decir es que el reino de Dios no se

trata de tener la razón. Esta carta, de hecho, trata sobre la justicia que

es regalo de Dios y se recibe por fe. Nuestra actitud y nuestras

acciones hacia los hermanos deben servir siempre para dar ejemplo,

inspirar e instruir a los hermanos por medio de nuestra vida, para que

confíen en Jesucristo y así reciban la justicia que es por la fe.

La paz de la que habla Pablo aquí es el fruto del Espíritu. Una

paz que no tiene sentido, porque el Espíritu Santo la da a los

creyentes aun cuando estén sufriendo horribles adversidades. El gozo

del cual habla aquí podría explicarse como una felicidad que

tampoco tiene sentido, porque también es fruto del Espíritu y la viven

los creyentes aun cuando no tengan motivo alguno para estar felices,

y sí muchos motivos para estar tristes. El amor del que Pablo habla

aquí también es fruto, prueba o evidencia de la presencia del Espíritu

Santo en la vida del creyente (Gálatas 5:22, 23). Generalmente, este

amor tampoco tiene sentido, porque el creyente ama a su enemigo.

Básicamente, Pablo está enseñando que el reino de Dios, con

sus valores y bendiciones eternas, no depende de lo que comemos o

bebemos. Una vez más, se basa en las enseñanzas de Jesucristo,

quien, en su gran Sermón del Monte, enseñó que la vida es más que

la carne, y el cuerpo es más que lo que vestimos. Primero, debemos

buscar el reino de Dios y su justicia. Entonces, todos estos asuntos

secundarios serán nuestros, porque nuestro Padre celestial sabe que

tenemos necesidad de todas esas cosas (Mateo 6:8; 33).

Y escribe el final de este profundo consejo agregando:

“Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado

por los hombres” (Romanos 14:18).

Como gran maestro que es, Pablo sabe que, si no se repite, no

se enseña, porque la repetición es la base de la educación. Así que

repite, para mayor énfasis, al resumir su enseñanza: “Así que,

sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (v. 19).

En su Primera Epístola a los Corintios, Pablo formula y

contesta una importante pregunta: “¿Qué hay, pues, hermanos? [...].

Hágase todo para edificación” (1 Corintios 14:26). En ese capítulo 14

de 1 Corintios, donde Pablo prescribe el orden que debe prevalecer

entre nosotros como creyentes cuando el Espíritu Santo está en

nosotros y sobre nosotros, casi cuarenta veces repite el énfasis de

que, cuando nos reunimos como creyentes, debemos edificarnos

mutuamente.

Hay un pasaje de la Biblia, en el Libro de Hebreos, que nos

enseña a hacer la mayoría de las cosas que los creyentes esperan

experimentar cuando se reúnen, pero antes del culto de adoración con

los hermanos. Cuando comenzamos a preguntarnos: “¿Para qué ir a

la iglesia, entonces?”, el autor responde que, cuando nos reunimos

con nuestros hermanos, debemos motivarnos mutuamente al amor y

las buenas obras (Hebreos 10:21-24). El Nuevo Testamento enseña

repetidas veces que no solo debemos ocuparnos de nuestras propias

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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necesidades cuando nos reunimos como comunidad espiritual.

Debemos ocuparnos de las necesidades de nuestros hermanos en

Cristo y tratar de saber cómo Dios quiere que respondamos a ellas

(Filipenses 2:4).

La repetición resumida que Pablo hace de este principio pone

gran énfasis en nuestra responsabilidad de edificar y bendecir a

nuestro hermano. Cuando usa la palabra “hermano” en estos pasajes,

Pablo la utiliza en sentido genérico para referirse tanto a varones

como a mujeres que son creyentes como nosotros. Esta es su

afirmación más contundente de lo que podríamos llamar “la

enseñanza sobre el hermano débil”. Muchas veces, cuando alguien

hace un estudio profundo de este énfasis en el escrito de Pablo, se

pregunta: “¿Hasta dónde debe llegar nuestro amor por el hermano

más débil?”. En este resumen, Pablo responde esa pregunta. Fíjese si

puede descubrir qué responde: “No destruyas la obra de Dios por

causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es

malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come. Bueno es

no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o

se ofenda, o se debilite” (Romanos 14:20, 21).

Esa es la respuesta de Pablo a aquella pregunta. No debemos

comer carne ni beber vino, ni hacer nada que haga que nuestro

hermano tropiece, se ofenda o se debilite. Otra pregunta que debemos

formularnos en este punto es: “Si le damos el gusto a nuestro

hermano débil en todo, ¿no estamos ayudando a que siga siendo

débil?”. Es una buena pregunta. En su consejo a los corintios, el

primero de los tres principios con que Pablo cierra su obra maestra

para ellos sobre este mismo tema es que ellos deben hacer todo para

la gloria de Dios. Andar delante de Dios y hacer lo que da gloria a

Dios es una prioridad mayor que darle el gusto a nuestro hermano.

Por eso escribe: “¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante de Dios.

Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba.

Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace

con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (vv. 22, 23).

En este magnífico pasaje, Pablo ha desafiado a los creyentes

romanos a mirar hacia adentro y examinar sus conciencias y sus

convicciones. Después, los desafió a mirar a su alrededor con amor y

tener en cuenta a sus hermanos, particularmente a los más débiles.

Ahora, los exhorta a traer todos estos asuntos que causan disputas

entre ellos delante de Dios.

El Nuevo Testamento declara sin lugar a dudas: “En realidad,

sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a

Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo

buscan” (Hebreos 11:6, NVI).

Si no podemos acercarnos a Dios ni podemos agradarlo sin

fe, entonces, cualquier cosa que hagamos fuera de nuestra fe en

Cristo es pecado. Aunque la esencia y el énfasis de este capítulo ha

sido mirar hacia adentro y después mirar a nuestro alrededor, estos

discípulos en conflicto deben mirar hacia arriba con fe; de lo

contrario, jamás tendrán la sabiduría y la gracia necesarias para mirar

hacia adentro y a su alrededor como deben hacer.

Jesús enseñó que debemos levantar la mirada antes de mirar

los campos, que están maduros y listos para ser cosechados (Juan

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4:35). Cuando les dio a sus apóstoles ese motivo de oración, estaba

hablando de personas. Estaba enseñando que debemos mirar hacia

arriba antes de mirar a nuestro alrededor. Debemos ver a las personas

como Dios y Cristo las ven. Si vemos a la gente a través del amor de

Dios y de Cristo, nunca veremos personas que no puedan ser

alcanzadas por el amor de Dios. En estos últimos dos versículos,

Pablo está enseñándonos a mirar hacia arriba de la misma manera.

Al comenzar a leer el capítulo 15 de esta carta, encontramos

otro lugar en que creo que la división en capítulos ha sido mal

colocada. En realidad, la maravillosa enseñanza de Pablo sobre las

disputas entre los discípulos de Roma continúa en este capítulo. Los

primeros versículos de este capítulo, obviamente, son continuación

de esa enseñanza: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar

las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada

uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para

edificación” (Romanos 15:1, 2).

Después de resumir en estos dos primeros versículos lo que

ha enseñado en el capítulo 14, Pablo continúa con el tema hasta el

versículo 13 de este capítulo. No se le ocurre mayor ejemplo de lo

que está enseñándoles que el de su Señor y Salvador: “Porque ni aun

Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los

vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí [Salmos 69:9].

Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se

escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las

Escrituras, tengamos esperanza. Pero el Dios de la paciencia y de la

consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús,

para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro

Señor Jesucristo. “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo

nos recibió, para gloria de Dios” (Romanos 15:3-7).

En el contexto de su enseñanza en esta carta sobre el hermano

más débil, Pablo ha reducido su exhortación a principios como

conciencia, convicción, consideración y amor sacrificial. Cuando

escribió a los corintios, redujo los tres capítulos que dedicó a este

tema a estos tres principios: (1) Hagamos todo para la gloria de Dios.

(2) Asegurémonos de estar buscando el beneficio de los demás, para

que sean salvos y edificados. (3) Asegurémonos de no estar buscando

nuestro propio beneficio. (1 Corintios 10:31-33).

¿Hay algún ejemplo mejor en la Biblia de alguien que haya

aplicado estos principios que el de Jesucristo? Él, sin duda, buscaba

la gloria de su Padre. No buscaba su propio provecho, y buscó

nuestra salvación cuando murió en la cruz por todos nosotros. Pablo,

por tanto, exhorta a sus lectores a tener este mismo sentir, es decir,

ser como Cristo. La palabra “cristiano”, de hecho, significa ‘como

Cristo’.

Pablo cita el Antiguo Testamento cuando presenta a Jesús

como supremo ejemplo de estos principios. Sin duda, al hacerse

pecado por nosotros, Jesús fue el modelo absoluto de lo que Pablo

enseña. Tendremos un mismo pensar, tendremos unidad y dejaremos

de disputar entre nosotros cuando tengamos la mente de Cristo para

con nuestros hermanos, tanto los que son débiles como los que son

fuertes.

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Ahora, Pablo concluye sus enseñanzas y las aplicaciones de

sus enseñanzas en esta carta mostrando cómo Jesús se relacionó con

sus hermanos más débiles, los judíos. Jesús pasó tres años en un

diálogo —algunas veces, hostil— con los líderes religiosos judíos,

rogándoles que participaran con Él en su misión de traer salvación a

este mundo. Pablo retorna al tema de los capítulos 9 al 11 citando a

los profetas que predicen el regreso espiritual de los judíos: “Pues os

digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para

mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los

padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia,

como está escrito:

“Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles,

Y cantaré a tu nombre. “Y otra vez dice:

Alegraos, gentiles, con su pueblo. “Y otra vez:

Alabad al Señor todos los gentiles,

Y magnificadle todos los pueblos. “Y otra vez dice Isaías:

Estará la raíz de Isaí,

Y el que se levantará a regir los gentiles;

Los gentiles esperarán en él” (Romanos 15:8-12).

Piense en la forma en que Jesús se relacionó con los líderes

religiosos judíos. Hubo momentos en que su diálogo con ellos fue

hostil, y tiempos en que la confrontación con ellos fue intensa. Pero

Jesús se acercó a ellos y le dio a Pablo el ejemplo que este

presentaría en su gran declaración de los objetivos de su misión,

cuando escribió que se hizo judío a los judíos, para poder salvar a los

judíos (1 Corintios 9:19-22).

Quizá esté sugiriendo que Jesús estaba motivado para pasar

tanto tiempo relacionándose con estos líderes que eran responsables

del bienestar espiritual del pueblo judío porque tenía un

entendimiento perfecto de lo que los profetas habían predicho. Sin

embargo, debemos recordar que Pablo está ilustrando esta profunda y

dinámica enseñanza sobre cómo los discípulos deberían resolver sus

problemas al tiempo que cuidan su relación con Cristo y con los

hermanos en la fe.

El versículo 13 concluye esta enseñanza y es también la

doxología que concluye el mensaje de Pablo a los romanos a través

de esta carta: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en

el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu

Santo”.

Como la doxología con que concluyó el capítulo 11 (11:36),

este es uno de los más grandes versículos en todos los escritos de este

apóstol. Sería un maravilloso versículo para compartir con los

creyentes que usted conoce y que están viviendo con la innegable

realidad de una enfermedad terminal, o que han perdido o están a

punto de perder a un ser querido.

La esperanza es la convicción de que algo bueno existe en

este mundo, y de que un día encontraremos eso bueno, o que algo

bueno nos va a suceder. El Antiguo Testamento se refiere a esta

convicción con la frase “ver el bien” (Salmos 34:12). Al final de su

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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gran capítulo sobre el amor, Pablo escribe que hay tres valores

eternos que vale la pena cultivar en esta vida: esperanza, fe y amor.

Y, sin dudar, declara que el amor es el más grande de esos tres

valores eternos.

La esperanza es un valor eterno porque puede llevarnos a la

fe. Cuando se describe a la fe en el comienzo del que se conoce como

“el capítulo de la fe” de la Biblia (Hebreos 11), leemos que ella da

consistencia a nuestra esperanza. Si no tenemos evidencias ni razones

para creer que va a suceder algo bueno, podemos, aunque sea, tener

la esperanza de que sucederá. Pero, cuando llegamos a la fe, cuando

creemos que Dios existe y que recompensa a los que lo buscan

diligentemente, tenemos un fundamento para el bien que esperamos

ver.

En ese mismo capítulo de la fe, leemos que, sin fe, no

podemos acercarnos a Dios ni agradarlo, pero con fe, podemos llegar

hasta Él y agradarlo (Hebreos 11:6). Dios planta la esperanza en los

corazones de los seres humanos. Su voluntad es que nuestra

esperanza nos lleve a la fe redentora en Cristo. La esperanza,

entonces, es algo que nos lleva a algo (la fe) que nos lleva a Dios.

El amor no es algo que nos lleva a algo que nos lleva a Dios.

Pablo sostuvo que el amor es el más grande en este trío de valores

eternos, porque Dios es amor (1 Juan 4:8). Cuando experimentamos

el amor sobre el que Pablo escribe con tanta elocuencia, estamos en

relación con Dios, y Dios está en relación con nosotros (1 Juan 4:16).

Estas enseñanzas paralelas de Pablo sobre la esperanza

deberían ayudarnos a apreciar debidamente esta bella doxología: “Y

el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que

abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. El poder del

Espíritu Santo es la Dinámica que hace posible esa paz y ese gozo

que no tienen sentido.

Ese mismo Espíritu es la fuente del amor, que es lo más

importante del mundo, según Pablo. Esto nos ayuda a comprender

que el amor es el más importante de los principios que Pablo

comparte con estos discípulos que deben aprender cómo reconciliar

sus diferencias y cuidar su relación con Cristo y entre sí.

Ahora, Pablo comparte algunos objetivos de su misión

personal con estos discípulos en Roma, porque quiere reclutarlos

para que lo ayuden a cumplir este llamado celestial: “Pero estoy

seguro de vosotros, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis

llenos de bondad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que

podéis amonestaros los unos a los otros. Mas os he escrito, hermanos,

en parte con atrevimiento, como para haceros recordar, por la gracia

que de Dios me es dada para ser ministro de Jesucristo a los gentiles,

ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean

ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Romanos

15:14-16).

Pablo, ahora, reflexiona sobre lo que ha escrito en esta carta,

y expresa cierta seguridad positiva al afirmar su confianza en ellos y

en su capacidad de obedecer y aplicar todo lo que los ha exhortado a

hacer en los capítulos anteriores.

Pablo reconoce cierta osadía en la forma en que les ha escrito,

y les recuerda que, aunque tiene una carga muy intensa por los

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judíos, ha sido llamado y comisionado por Cristo para llevar a

muchos gentiles a Él, como estos discípulos romanos de Jesús a los

cuales les escribe. Se refiere a su increíble ministerio al mundo gentil

de manera muy bella cuando escribe que presenta a quienes ha

llevado a la fe en Cristo como una ofrenda aceptable para Dios y

santificada por el Espíritu Santo.

A esta reflexión de Pablo le sigue una sorprendente

afirmación sobre cómo ha cumplido el objetivo misionero que el

Cristo resucitado y los apóstoles le asignaron. El apóstol aseguró

ante el rey Agripa que no había sido desobediente a la visión celestial

que había recibido del Cristo resucitado, que era proclamar el

evangelio ante los judíos, los reyes y los gentiles (Hechos 26:19, 20).

Y continúa escribiendo a estos romanos:

“Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo que a

Dios se refiere. Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha

hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la

palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el

poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los

alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo.

Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo

ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno,

sino, como está escrito:

“Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él,

verán;

Y los que nunca han oído de él, entenderán” (Romanos

15:17-21).

Pablo afirma aquí que, si dibujáramos un círculo en un mapa

alrededor de Jerusalén, hasta un punto en el centro de Italia, no había

lugar alguno dentro de ese círculo donde él no hubiera predicado el

evangelio de Jesucristo. Y muestra que tiene, verdaderamente,

corazón de misionero cuando declara que no desea predicar el

evangelio donde el nombre de Cristo ya sea conocido, para no

edificar sobre el fundamento puesto por otro hombre.

La base de estos comentarios finales del gran apóstol de los

gentiles es que él tiene todo el mundo en su corazón, porque Dios

tiene todo el mundo en su corazón. Una frase más muestra el alcance

de aquella visión celestial: “Por esta causa me he visto impedido

muchas veces de ir a vosotros. Pero ahora, no teniendo más campo en

estas regiones, y deseando desde hace muchos años ir a vosotros,

cuando vaya a España, iré a vosotros; porque espero veros al pasar, y

ser encaminado allá por vosotros, una vez que haya gozado con

vosotros” (vv. 22-24).

En los últimos capítulos del Libro de los Hechos, Pablo tiene

la magnífica obsesión de llegar a Roma. Cuando, finalmente, llega

allí, casi tenemos la impresión de que ha cumplido su misión a los

gentiles porque ha llegado a la capital del imperio mundial de Roma.

Pero, en la frase que leemos arriba, nos damos cuenta de que tenía

esa obsesión de llegar a Roma porque estaba contando con que la

iglesia de esa ciudad fuera una base de apoyo y una iglesia que lo

enviara y le hiciera posible seguir proclamando el evangelio hasta

llegar a España.

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En varias de sus cartas, Pablo menciona una ofrenda que

estaba reuniendo entre las iglesias gentiles que había establecido en

lugares como Filipos y Corinto, para aliviar los sufrimientos de los

creyentes judíos en Jerusalén. También la menciona en sus últimos

comentarios a los discípulos de Roma: “Mas ahora voy a Jerusalén

para ministrar a los santos. Porque Macedonia y Acaya tuvieron a

bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que

están en Jerusalén. Pues les pareció bueno, y son deudores a ellos;

porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes

espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales. Así

que, cuando haya concluido esto, y les haya entregado este fruto,

pasaré entre vosotros rumbo a España” (vv. 25-28).

Este gran apóstol de los gentiles nunca pierde la oportunidad

de recordar a los gentiles que ellos tienen una deuda con los judíos

por las cosas espirituales como la Biblia y por su Salvador,

Jesucristo. Es hermoso observar a este apóstol que necesitó de la

intercesión de Bernabé para obtener la aceptación de esos discípulos

judíos, que tenían buenas razones para temer a este hombre que,

cuando era Saulo de Tarso, había encabezado una terrible

persecución contra la iglesia de Jerusalén (Hechos 9:26, 27).

Pablo escribe otra hermosa afirmación sobre su esperada

visita a Roma y a estos discípulos: “Y sé que cuando vaya a vosotros,

llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo”

(Romanos 15:29).

Ya ha escrito que espera poder impartirles algunos dones

espirituales y ser bendecido al recibir bendición de ellos (1:11). ¿Qué

quiere decir ahora cuando habla de llegar con la abundancia de la

bendición del evangelio? Pablo contesta esta pregunta cuando escribe

a los corintios y explica cómo llegó a su ciudad: “Así que, hermanos,

cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui

con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber

entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y

estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni

mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana

sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que

vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el

poder de Dios” (1 Corintios 2:1-5).

Su llegada a Roma fue similar a lo que escribió a los

corintios. Cuando llegó a Roma, de hecho, Pablo fue prisionero en

esa ciudad. Había pasado un viaje angustioso por mar, que se registra

en gran detalle en los últimos dos capítulos del Libro de los Hechos.

Lo recibieron algunos de estos creyentes de Roma, a quienes les

había escrito esta carta, y que debieron viajar una cierta distancia

para recibir a Pablo y estar con él (Hechos 28:15). Si usted hubiera

sido uno de esos discípulos de Roma que había recibido la versión

original de esta obra maestra teológica, ¿habría considerado un honor

conocer a su autor?

Antes de pasar a los saludos personales en el capítulo 16, sus

palabras finales para los discípulos de Roma son: “Pero os ruego,

hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu,

que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los

rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los

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santos en Jerusalén sea acepta; para que con gozo llegue a vosotros

por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros.

Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén” (Romanos 15:30-

33).

Pablo tenía buenas razones para temer a los judíos de

Jerusalén y Judea que no creían. Según el inspirado libro de la

historia de la iglesia del Nuevo Testamento, cuando llegó a Jerusalén,

sufrió una terrible persecución, que culminó con el encarcelamiento

que lo llevó a Roma, trasladado por cuenta del gobierno romano

(Hechos 20 – 28).

Epílogo

Conozcamos a la iglesia

(16:1-27)

Dado que más de cincuenta personas son mencionadas por su

nombre en el Libro de los Hechos, cuando leemos la inspirada

historia de la iglesia del Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que

la Iglesia de Jesucristo no es un edificio, sino la gente. (En los

primeros trescientos años de historia de la iglesia, no existieron los

templos). Se trata de personas reales, con los mismos problemas,

desafíos y obstáculos para la fe que muchos de nosotros enfrentamos

hoy.

El único libro inspirado de historia de la iglesia, y los libros

de texto sobre la historia de la iglesia, nos dicen que las personas son

los canales por medio de los que el Cristo vivo y resucitado edifica

su iglesia y hace discípulos en este mundo de personas heridas y,

algunas veces, hostiles, que necesitan desesperadamente escuchar el

evangelio de Jesucristo. Como aprendimos cuando estudiábamos a

Abraham, cuando Dios quiere comunicar una gran idea, envuelve esa

idea en una persona. En conjunto, las personas a través de las cuales

Dios ha estado trabajando y trabaja en la actualidad nos dan este

mensaje: “Dios no busca personas extraordinarias para trabajar por

medio de ellas. Dios se deleita en hacer cosas extraordinarias por

medio de personas totalmente comunes”.

Encontramos esta verdad proclamada a lo largo de toda la

Biblia, y es también el mensaje que nos da el capítulo final de esta

carta. Este epílogo de la extraordinaria enseñanza de Pablo, que

consiste en un conjunto de saludos múltiples, trata principalmente

sobre personas. En los primeros veinticuatro versículos de este

capítulo, Pablo menciona a treinta y tres personas. Veinticuatro de

ellas están en Roma (diecisiete hombres y siete mujeres), aunque él

nunca había visitado la ciudad de Roma cuando escribió esta carta

desde Corinto.

Hoy, podemos viajar de una de estas ciudades a la otra en una

hora, en avión, pero para Pablo y la iglesia primitiva, era un viaje de

semanas. No obstante, es sorprendente la frecuencia con que las

personas que vivían en el primer siglo viajaban entre estos países y

ciudades del Imperio Romano. Este capítulo es prueba de lo mucho

que estas personas deben de haber viajado.

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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Una explicación para tantos viajes era la extraordinaria red de

rutas construida por los romanos. Gracias a la arqueología, he visto

personalmente las maravillosas evidencias de la increíble capacidad

de construcción del Imperio Romano. Hemos aprendido que Roma

proveyó el transporte de Pablo desde Jerusalén hasta la capital del

mundo. En la providencia de Dios, esta sorprendente red de rutas

romanas ofrecía una forma de transporte que la iglesia primitiva

utilizó para viajar en obediencia a la Gran Comisión de su Señor.

En los primeros veinticuatro versículos de este capítulo,

Pablo nombra a treinta y tres personas, incluidos diecisiete hombres

y siete mujeres que estaban en Roma. El capítulo se divide en tres

grandes secciones: En los primeros dieciséis versículos, saluda a sus

amigos romanos, a quienes había conocido en otros lugares durante

sus viajes. Ellos, finalmente, habían llegado a Roma y se habían

convertido en parte de la iglesia de esa ciudad. Después de algunas

advertencias sobre creyentes que causaban disensiones y divisiones

en la iglesia, en la segunda sección (vv. 17-20), Pablo escribe, en la

tercera parte (vv. 21-23), saludos de nueve personas que estaban con

él en Corinto mientras escribía esta carta: ocho hombres y una mujer.

También escribe acerca de dos casas —que eran, obviamente,

iglesias que se reunían en casas—: dos madres y varios hombres,

ninguno de los cuales se menciona por nombre.

La mujer que estaba entre los que acompañaban a Pablo

cuando escribió esta carta desde Corinto se llamaba Febe y era de

Cencrea, el puerto de Corinto, ubicado aproximadamente a 15 km al

este de la ciudad. Era una mujer de negocios que solía viajar y que

fue, de hecho, quien llevó esta carta desde Corinto. Leemos: “Os

recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la

iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los

santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de

vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo” (vv. 1, 2).

Pablo describe a Febe como “diaconisa” de la iglesia de

Cencrea. En griego, la palabra utilizada en este caso es la misma para

hombres o mujeres, y significa ‘siervo’. Cuando la iglesia asignaba

una responsabilidad a un hombre o una mujer, ese creyente era

llamado “siervo”, o “diácono”. Un anciano era un pastor, un

supervisor que, junto con otros ancianos, presidía la iglesia del

Nuevo Testamento. Cualquier persona a quien se hubiera asignado

un trabajo en la iglesia, como quienes servían las mesas en los

primeros días después de Pentecostés, era llamada siervo o diácono

(Hechos 6:2-6).

A Febe se le encomendó que hiciera el largo viaje desde

Corinto hasta Roma para entregar esta obra maestra del apóstol

Pablo. Muchas personas creen que Pablo era un defensor acérrimo de

la supremacía masculina, que menospreciaba a las mujeres y tenía

terribles prejuicios contra ellas. Los fariseos, en aquella época, daban

gracias a Dios todos los días por no ser gentiles ni mujeres. Si usted

tiene en cuenta la cultura de esa época y los valores que Pablo heredó

por ser criado como fariseo, se dará cuenta de que el apóstol estaba

muy adelantado para su época. Y, como ex fariseo de fariseos, fue

revolucionario en sus enseñanzas y sus actitudes hacia las mujeres.

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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Pablo no enseña que hombres y mujeres tengan iguales roles

y funciones en la vida. Pero sí enseña que los hombres deben amar a

sus esposas y entregarse por ellas como Cristo amó a la iglesia y

entregó su vida por ella (Efesios 5:25). Como hace en este capítulo,

Pablo menciona en sus cartas a muchas mujeres que trabajaban con

él en su extraordinario ministerio misionero, según el conjunto de

dones espirituales que habían recibido del Espíritu Santo. Un estudio

profundo de las mujeres que Pablo nombra en sus cartas como fieles

colaboradoras con él demuestra que estas mujeres eran diaconisas,

maestras y evangelistas que trabajaban con el apóstol. Pablo sigue el

ejemplo de su Señor, ya que podemos encontrar referencias

similares, en los Evangelios, a mujeres que colaboraron con Jesús en

su ministerio.

Imagine cuánto habrán valorado esta obra maestra teológica

cuando Pablo terminó de escribirla. Pablo coloca esta valiosa carta en

manos de Febe y le da la responsabilidad de llevarla hasta Roma. Y

escribe: “Ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo”. Los eruditos

creen que hay firmes evidencias de que Febe era evangelista y

maestra junto con Pablo en su ministerio misionero. Febe es solo un

ejemplo de muchas mujeres a las que este gran apóstol encomendó

tareas muy importantes.

Pablo comienza sus saludos personales expresando

reconocimiento por un matrimonio maravilloso que había servido

junto con él, había arriesgado sus vidas por él y a quienes amaba

profundamente: “Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en

Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo

doy gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles. Saludad

también a la iglesia de su casa” (vv. 3-5).

En el capítulo 18 de Hechos, nos enteramos de que Pablo

conoció a estos dos judíos fabricantes de tiendas en Corinto. Lucas,

el autor del libro de historia del Nuevo Testamento, nos dice que

fueron expulsados de Roma cuando el Emperador Claudio dictó un

decreto que obligaba a todos los judíos a abandonar aquella ciudad.

Pablo se negó a permitir que los carnales corintios lo sostuvieran

económicamente, por lo que se dedicó a fabricar tiendas junto con

este matrimonio judío. Trabajó con ellos en ese negocio, porque él

también era fabricante de tiendas. De hecho, se mudó a su casa y,

poco después, los llevó a Cristo. Ellos se convirtieron en amigos muy

queridos para él, y su hogar fue la primera de las muchas iglesias en

las casas que hubo en la ciudad de Corinto.

Después de pasar dos años en Corinto, cuando Pablo viajó a

la gran ciudad de Éfeso, llevó con él a esta querida pareja. Una vez

más, abrieron una iglesia en su casa (1 Corintios 16:19). De las seis

veces que sus nombres son mencionados en el Nuevo Testamento, en

cuatro, el nombre de Priscila es mencionado primero. Esto,

probablemente, significa que ella era la maestra en esa iglesia que se

reunía en su casa.

Como Pablo, ellos también ministraban a los judíos en las

sinagogas, porque leemos que, una mañana, escucharon a un potente,

elocuente y brillante joven llamado Apolos predicando el evangelio

en la sinagoga. Pero se dieron cuenta de que Apolos no comprendía

en su totalidad el evangelio, y lo invitaron a su casa para instruirlo

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con mayor profundidad. Después leemos que, como resultado de esta

instrucción personalizada, Apolos regresó a Corinto y tuvo allí un

tremendo ministerio con Pedro y otros que fueron después que Pablo

y edificaron a partir de la base del ministerio de enseñanza que él

había iniciado en esa ciudad (1 Corintios 3:12-15).

Fue mientras Priscila y Aquila estaban con Pablo en Éfeso

que arriesgaron su vida por él. Los tres años de ministerio del apóstol

en Éfeso terminaron abruptamente cuando toda la ciudad se alborotó,

y Pablo tuvo que huir para salvar su vida (Hechos 19:23-20:1). Pablo

se refirió a las personas que habían arriesgado sus vidas por Cristo

junto con él como “compañeros de milicia” (ver Filipenses 2:25).

Nos damos cuenta de que estos dos soldados arriesgaron

nuevamente sus vidas por Cristo cuando leemos que estaban entre

quienes Pablo saluda en Roma, la ciudad de la que habían sido

expulsados antes por ese terrible edicto del emperador Claudio.

Después, leemos: “Saludad a Epeneto, amado mío, que es el

primer fruto de Acaya para Cristo. Saludad a María, la cual ha

trabajado mucho entre vosotros. Saludad a Andrónico y a Junias, mis

parientes y mis compañeros de prisiones, los cuales son muy

estimados entre los apóstoles, y que también fueron antes de mí en

Cristo” (vv. 5-7).

Cuando Pablo entraba en una zona nueva, como Asia, de la

cual Éfeso era capital, siempre oraba que el mismo Espíritu Santo

que había bendecido su ministerio en lugares difíciles como Corinto

lo bendijera en ese nuevo país o continente. Por lo tanto, nunca

olvidaba al primer convertido, que era prueba del milagro de que

Dios estaba con él. Por eso no podía olvidar a Epeneto.

Pablo, literalmente, describe a María como “la trabajadora”.

Ella tenía lo que Pablo llama el don de “ayudar” (1 Corintios 12:28).

Todo ministerio depende de personas que tienen estos dones de

ayuda concreta, y el ministerio de Pablo no es la excepción a ese

hecho práctico de la comunidad espiritual, que uno de mis maestros

preferidos llama “la vida del cuerpo”.

Andrónico y Junias son mencionados como parientes de

Pablo. El hecho de que ellos estuvieran en Cristo antes que Pablo

significa que probablemente oraron mucho por él cuando él

encabezaba la terrible persecución contra los creyentes de Jerusalén.

¡Cuánto se habrá enfurecido Saulo de Tarso al saber que dos

parientes suyos se habían convertido en seguidores de esa “herejía”

que él tanto odiaba! Quizá la eternidad revele que sus oraciones

fueron parte del milagro que llevó a su extraordinario pariente a

Cristo.

Pablo escribe, también, que habían sido compañeros de

prisiones, y que eran muy estimados en Cristo por los apóstoles. Él se

siente muy cercano a ellos, porque no solo eran parientes suyos, sino

compañeros de milicia, ya que estar encarcelado, en esa cultura

romana, era una situación en que la vida estaba en peligro, y

compartir un encarcelamiento unía los corazones para siempre. Una

letra del nombre “Junias” puede determinar el sexo de esta persona.

Estos parientes de Pablo pueden haber sido un matrimonio o un

hermano y hermana que eran muy queridos para él.

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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Los saludos de Pablo a quienes conocía en Roma continúan, y

los expertos pueden darnos datos fascinantes sobre cada nombre que

el apóstol menciona. Para resumir estos datos, podemos decir que

algunos de estos miembros de la iglesia de Roma eran esclavos,

mientras que otros pertenecían a los niveles sociales y políticos más

elevados de Roma. Uno de ellos es pariente de Herodes y también

pariente de Pablo (Romanos 16:8-11).

Pablo saluda a varias mujeres que trabajaban duramente en

los versículos 12 y 13: “Saludad a Trifena y a Trifosa, las cuales

trabajan en el Señor. Saludad a la amada Pérsida, la cual ha trabajado

mucho en el Señor. Saludad a Rufo, escogido en el Señor, y a su

madre y mía” (vv. 12, 13).

Trifena y Trifosa tienen nombres que sugieren que eran

“fina” y “delicada”, respectivamente, pero trabajaban con ahínco

para el Señor. Sus nombres también implican que habían nacido en

una clase muy alta de la sociedad romana y eran aristócratas. Estas

mujeres frágiles y cultas, que no tenían la obligación de ganarse la

vida trabajando, trabajaban duramente para el Señor. No sabemos

nada de Pérsida, salvo que era otra mujer que había trabajado mucho

en la obra del Señor junto con Pablo en algún lugar del Imperio

Romano.

La madre de Rufo era también como una madre para Pablo.

Dado que el apóstol era viudo y de delicada salud, necesitaba que se

cumpliera la promesa de Jesús de que quienes lo siguieran recibirían

padres, madres, hermanos y hermanas que serían más cercanos para

ellos que sus familiares biológicos (Marcos 10:29, 30). Mujeres

como la madre de Rufo, y probablemente Priscila y Aquila,

contribuyeron al inspirado consejo de Pablo a su hijo en la fe,

Timoteo, de que en la iglesia, debemos considerar a todas las mujeres

mayores como madres, y a los hombres mayores como padres (1

Timoteo 5:2).

Después, Pablo saluda a un grupo de hombres con nombres

griegos, hombres de negocios griegos que aparentemente se habían

mudado a Roma juntos y tenían una iglesia casera en esta ciudad

capital del imperio: “Saludad a Asíncrito, a Flegonte, a Hermas, a

Patrobas, a Hermes y a los hermanos que están con ellos” (v. 14).

El último saludo a sus amigos en Roma es dirigido a lo que

probablemente fuera otra iglesia casera: “Saludad a Filólogo, a Julia,

a Nereo y a su hermana, a Olimpas y a todos los santos que están con

ellos” (v. 15).

Sigue un saludo final para todos estos amigos y parientes que

Pablo tenía en Roma: “Saludaos los unos a los otros con ósculo

santo. Os saludan todas las iglesias de Cristo” (v. 16).

Pablo interrumpe sus saludos para lanzar una advertencia con

respecto de quienes no son auténticos creyentes, sino que solo dicen

ser discípulos de Jesús (vv. 17-20). Jesús predijo, en la Parábola del

Trigo y la Cizaña, y por la forma en que concluyó su Sermón del

Monte, que es de esperar que el maligno ataque a la iglesia desde

adentro, de esta forma (Mateo 13:24-30; 37-40; 7:24-27). Todas las

cartas inspiradas de los apóstoles y otros tratan estos problemas. El

consejo del apóstol Pablo es no prestar atención a quienes solo

causan división y disensión en la iglesia de Roma.

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A continuación, Pablo envía los saludos de los ocho hombres

que están con él mientras escribe esta carta en Corinto: “Os saludan

Timoteo mi colaborador, y Lucio, Jasón y Sosípater, mis parientes.

“Yo Tercio, que escribí la epístola, os saludo en el Señor.

“Os saluda Gayo, hospedador mío y de toda la iglesia. Os

saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y el hermano Cuarto.

“La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros.

Amén” (Romanos 16:21-24).

Esto también nos da cierta información sobre la iglesia del

Nuevo Testamento. Timoteo está con Pablo como hijo suyo en la fe y

el ministerio. “Lucio, Jasón y Sosípater” son otros parientes de

Pablo. El apóstol está a punto de escribir las últimas palabras de esta

carta. Como era su costumbre, Pablo escribirá algunas palabras

finales de puño y letra. Antes de hacerlo, le dice a Tercio, que ha

escrito esta carta tal como Pablo se la ha dictado, que escriba una

línea de saludo personal.

Sabemos que Tercio era un esclavo, porque su nombre

significa ‘tercero’. Como los prisioneros en una penitenciaría, a los

esclavos se los despojaba de su identidad. Algunas veces, en las

casas, se los llamaba por un número, en lugar de un nombre. Cuarto,

el hermano que se menciona en el versículo 23, también era un

esclavo. Cuando el Imperio Romano conquistó el mundo griego, los

griegos a los que convirtieron en esclavos, con frecuencia, eran más

cultos que sus captores romanos. Estos eran, probablemente, dos de

esos esclavos cultos a los que, con frecuencia, se les asignaba la

responsabilidad de educar a los niños en los hogares romanos.

Después, vemos a Erasto, tesorero de la ciudad de Corinto, y

Gayo, a quien Pablo llama su hospedador. También se dice que es el

hombre que hospeda a toda la iglesia de Corinto en su gran casa

cuando las muchas iglesias caseras pequeñas necesitan tener una gran

reunión conjunta (v. 23).

Este retrato mínimo de los ocho hombres que estaban con

Pablo cuando escribió esta maravillosa carta nos muestra cómo toda

la cultura griega corintia, de lo más elevado a lo más bajo, estaba

representada en ellos. Cuando estudiamos los treinta y tres nombres

que Pablo menciona en estos saludos, nos damos cuenta de que lo

que vemos en estos hombres de Corinto también se aplica a las

veinticuatro personas que Pablo nombra como parte de la iglesia de

Roma.

Eruditos como el fallecido William Barclay, de la

Universidad de Edimburgo, en Escocia, nos aportan información

valiosísima sobre estas treinta y tres personas. Si usted lee el

comentario de Barclay sobre este capítulo de Romanos, se dará

cuenta de que la iglesia de Roma también representaba a la cultura de

esa ciudad de lo más alto a lo más bajo, de la realeza a los esclavos,

de los ricos a los pobres.

Dado que la iglesia representaba a toda clase de personas de

la cultura, cada persona alcanzaba a sus pares, y la iglesia se

reproducía como la creación: cada uno según su especie. En lugares

como Roma y Corinto, este fue el método utilizado para el

evangelismo por las iglesias del Nuevo Testamento. Habían

aprendido esto de Jesús. Él eligió doce hombres muy diferentes entre

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sí, que representaban las diferentes clases de personas que había en

su cultura. Cada uno alcanzó al grupo al que pertenecía e hizo

discípulos para Jesús en todo el mundo.

La esencia de la Gran Comisión era, y es, hacer discípulos

(Mateo 28:18-20). Aunque son valiosas las oportunidades de hacer

discípulos a través de los medios y las reuniones masivas, nunca

debemos permitir que esos métodos reemplacen al método básico de

estas iglesias de la primera generación: cada uno alcanza a uno y

enseña a uno. El rol de mentores que tuvieron Priscila y Aquila en la

vida y el ministerio de Apolos, y que Pablo tuvo en la vida y el

ministerio de Timoteo, son una dimensión vital del método para

hacer discípulos que hizo que la iglesia primitiva se multiplicara.

Estas son las palabras finales de Pablo para los discípulos de

Jesús en Roma: “Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la

predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha

mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido

manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el

mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes

para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante

Jesucristo para siempre. Amén” (Romanos 16:25-27).

Las demás cartas de Pablo tienen un promedio de 1800

palabras. En esta carta, el apóstol usa más de 7100 palabras. Pablo

cierra esta magnífica Carta a los Romanos con otra doxología. En

ella, invoca la bendición de Dios, el único que puede confirmar a

estos discípulos romanos. Su doxología final es según cuatro

milagros: (1) según el evangelio que ha presentado de forma tan

profunda en su obra maestra teológica, (2) según la revelación del

misterio que se ha mantenido oculto desde el comienzo del mundo,

pero que ha sido revelado por las Escrituras proféticas, (3) según la

Gran Comisión que fue dada para que obedezcamos a la fe y (4)

según la gloria de Dios mediante Jesucristo, para siempre.

El objetivo y la carga de Pablo, al escribir esta carta, era que

los discípulos de Jesús fueran confirmados por medio de su

predicación de Cristo en esta presentación del evangelio que ha sido

llamada “la constitución doctrinal o fundamento de la iglesia”. Para

ser confirmado en la salvación que Jesucristo trajo a este mundo y a

su vida, usted debería estudiar esta carta hasta poder recordar toda la

enseñanza de esta presentación del evangelio sin abrir su Biblia. Esta

declaración teológica de la iglesia del Nuevo Testamento le mostrará

cómo ser salvo, y cómo ser confirmado y vivir como una persona

salva.

El misterio sobre el cual Pablo escribe en esta doxología es el

milagro de que Dios siempre ha querido salvar tanto a judíos como a

gentiles. El misterio, en realidad, es Cristo mismo: “Grande es el

misterio de la piedad:

Dios fue manifestado en carne,

Justificado en el Espíritu,

Visto de los ángeles,

Predicado a los gentiles,

Creído en el mundo,

Recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16).

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Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)

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Cuando escribe a creyentes gentiles, Pablo les dice —tanto a

estos romanos como a los efesios y a los colosenses— que este

misterio es Cristo viviendo en ellos. A los colosenses, les escribe:

“Este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la

esperanza de gloria” (1:27).

(Ver Romanos 16:25a, 26; 11:25, 26; Efesios 3:2-6;

Colosenses 1:24-27).

Aplicación personal

Al comienzo de esta serie, en mi panorama general de la

Carta de Pablo a los Romanos, lo desafié a que usted orara para que

Dios le hablara mientras estudiaba este libro. Espero que haya

escuchado a Dios y haya aceptado su ofrecimiento de gracia y

misericordia. Todo aquel que cree en la salvación por obras debe, al

menos, responder tres preguntas: ¿Cómo sabe cuándo ha hecho

suficientes buenas obras como para ser salvo? ¿Cómo puede estar

seguro de su salvación? Y, si pudiera salvarse por sus buenas obras,

¿para qué murió Jesús en la cruz? Al estudiar el Libro de Romanos,

¿está dispuesto ahora a creerle a Dios y ser justificado por fe?

Si es así, lo invito a orar, a hablar con Dios, como yo hice

hace muchos años: “Amado Padre celestial, confieso que soy un

pecador y confío en tu Hijo, Jesucristo, para que sea mi Salvador.

Pongo toda mi confianza en su muerte en la cruz y su resurrección de

los muertos para el perdón de cada uno de mis pecados. Ahora

abandono todos mis pecados y me aparto de ellos. Quiero

reconciliarme de mi divorcio contigo. Aquí y ahora declaro que

Jesucristo es mi Señor y mi Salvador, y rindo mi vida,

incondicionalmente, a su control y dirección. Haz que mi vida se

ordene perfectamente según el gran designio que siempre has

deseado para ella. Ayúdame a seguir a tu Hijo Jesucristo, a confiar en

su poder y autoridad, y a vivir para exaltarlo y para tu gloria. Gracias

por darme esta gran salvación eterna. Amén”.

Si usted hizo esta oración, lo invito a que nos escriba para

contarnos, y que también comience a participar de una iglesia local

que crea y enseñe la Palabra de Dios.

Si usted ya le ha creído a Dios y es seguidor de Cristo, lo

desafío a que sea como Pablo y comparta lo que ha aprendido de esta

Carta a los Romanos. Comparta la buena noticia de Jesucristo con

todos, para que ellos también puedan ser declarados justos y disfrutar

de eterna paz con Dios por su gracia, por medio de la fe.