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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 31 EL LIBRO DE ROMANOS VERSÍCULO POR VERSÍCULO (TERCERA PARTE) Romanos 9 - 11 Este es el tercero de una serie de cuatro fascículos con notas para quienes han escuchado nuestros programas radiales de enseñanza sobre la Carta de Pablo a los Romanos, versículo por versículo. Si usted desea estudiar esta obra maestra entre todas las inspiradas cartas de Pablo, o enseñar a otros este estudio de Romanos en particular, para lograr continuidad, debería contar con los dos fascículos anteriores de esta serie antes de leer, estudiar o enseñar este. Comuníquese con nosotros y le enviaremos los fascículos que no tenga.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO

31

EL LIBRO DE ROMANOS

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(TERCERA PARTE)

Romanos 9 - 11

Este es el tercero de una serie de cuatro

fascículos con notas para quienes han escuchado

nuestros programas radiales de enseñanza sobre la

Carta de Pablo a los Romanos, versículo por

versículo. Si usted desea estudiar esta obra

maestra entre todas las inspiradas cartas de Pablo,

o enseñar a otros este estudio de Romanos en

particular, para lograr continuidad, debería contar

con los dos fascículos anteriores de esta serie antes

de leer, estudiar o enseñar este. Comuníquese con

nosotros y le enviaremos los fascículos que no

tenga.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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Capítulo 1

Elección y gracia

(9:1-33)

En los primeros cuatro capítulos de esta

inspirada carta, Pablo relaciona su mensaje de la

justificación por fe con el pecador. En los

siguientes cuatro capítulos, relaciona la

justificación con los pecadores que han sido

justificados por fe, mostrándoles cómo vivir de

manera recta y glorificar al Dios que los declaró

justos porque creen en lo que Jesucristo ha hecho

por ellos.

Pablo concluyó ese segundo grupo de

cuatro capítulos —que constituyen mi parte

favorita de esta inspirada carta— con el pasaje

más sublime y magnífico del Nuevo Testamento.

El apóstol está absolutamente convencido de que

podemos ser supervencedores, porque Dios inicia

y moviliza con su poder todo el proceso por medio

del cual somos declarados dignos por fe, y

recibimos la fe y la gracia para vivir esa gloriosa

realidad en nuestra vida.

Según Pablo, Dios conoce desde antes,

predestina, llama, justifica y glorifica a quienes

elige para la salvación. La clave de nuestra

victoria espiritual no se encuentra en nosotros,

sino en nuestro Padre celestial, que nos justifica

(ver 8:33); en su Hijo, el Cristo resucitado que

vive en nosotros; y en el Espíritu Santo que nos da

poder. El fundamento de esta firme seguridad del

apóstol —que seremos supervencedores— es que

nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo

Jesús, nuestro Señor. La victoria no depende de

nosotros, pero es ganada en nosotros, con nosotros

y para nosotros por Dios, por medio de Cristo y

del Espíritu Santo. (Ver Romanos 8).

“Qué extraño que Dios eligiera a los judíos”

El noveno capítulo de Romanos es uno de

los más difíciles de comprender y aplicar de toda

la Biblia. Pablo comienza este capítulo expresando

su sincero amor y su genuina carga por Israel. En

sus escritos, el apóstol expresa con frecuencia un

objetivo para su misión: “Al judío primeramente,

y también al griego” (Romanos 1:16; ver Hechos

20:21). En sus viajes misioneros, cuando entraba a

una ciudad, el método que siempre seguía era ir

primero a la sinagoga y razonar con los rabíes que

“Jesús era el Cristo” (ver Hechos 13:13; 18:4, 5).

En una de las declaraciones más profundas sobre

su estrategia misionera, Pablo escribió que su

prioridad principal era hacerse judío a los judíos,

para, por cualquier medio, poder ver a los judíos

llegar a la fe y a experimentar la salvación (ver 1

Corintios 9:19-22).

Pablo escribe que casi desearía poder

cambiar su salvación eterna por la salvación de su

amado pueblo. Muchos de nosotros, como

creyentes, especialmente quienes somos padres,

conocemos el terrible dolor del corazón que se

siente cuando sabemos que uno de nuestros hijos

se está apartando de la fe y viviendo de una

manera que su vida se convertirá en un desastre.

Quizá amemos tanto a nuestros seres queridos

perdidos que estaríamos dispuestos a entregar

nuestra vida por su salvación. Pero ¿cambiaríamos

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nuestra salvación eterna por la salvación de los

perdidos que no son nuestros seres amados?

Pablo, en realidad, no dice que él lo haría,

pero casi: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi

conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo,

que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi

corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema,

separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los

que son mis parientes según la carne; que son

israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria,

el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las

promesas; de quienes son los patriarcas, y de los

cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios

sobre todas las cosas, bendito por los siglos.

Amén” (Romanos 9:1-5).

Es posible decirle a una persona, y es

posible decirles a cientos, o miles, desde un

púlpito, o aun a millones, por medio de la radio,

que se irán al infierno si no confían en Jesucristo

como su Salvador. Podemos hacerlo de manera

que dé la impresión de que estemos contentos de

que algo tan tremendo suceda. O podemos

expresar esta misma verdad con lágrimas en los

ojos y un corazón quebrantado. Obviamente, esta

segunda forma de hacerlo impulsará a más

personas a entregarse a Cristo.

Cuando Pablo escribe estas palabras que

expresan su carga por el pueblo judío,

especialmente por aquellos que son como era

Saulo de Tarso antes de conocer al Cristo

resucitado y vivo en el camino a Damasco, escribe

con lágrimas y con un corazón quebrantado.

Pablo presenta ocho ventajas espirituales

que tenían los judíos. La primera de ellas es la que

llama “la adopción”. Recordemos que, en la

cultura romana, un padre consideraba a sus hijos,

niños, hasta los catorce años. Cuando llegaban a

esa edad legal, el padre solicitaba una audiencia

judicial y los adoptaba legalmente como hijos y

herederos de su patrimonio. Pablo utiliza la

palabra “adopción” nuevamente dentro de este

contexto cultural.

Por razones que solo Dios conoce, de todos

los pueblos que existían en la historia antigua,

Dios eligió, o adoptó, a los descendientes de

Abraham para que fueran su pueblo elegido,

especial. A nosotros nos resulta extraño que Dios

eligiera a los judíos, y no podemos menos que

preguntarnos por qué.

Siempre que preguntamos: “¿Por qué Dios

hizo esto?”, en última instancia, la respuesta es:

“¡Solo Dios lo sabe!”. Podemos razonar que, si

Dios hubiera elegido una raza, un color, o un

pueblo de un origen determinado, esa raza, ese

color o ese pueblo de origen determinado creería,

obviamente, que era superior a los demás. Para

llegar a este mundo como Dios Hombre, Dios creó

a un pueblo especial. Todo el Antiguo Testamento

declara que Dios elige a quién utiliza. Pero tanto el

Antiguo como el Nuevo Testamento, al igual que

la historia hebrea antigua y contemporánea,

declaran también que quienes son elegidos por

Dios pueden, a su vez, elegir no ser elegidos.

La segunda ventaja espiritual de los judíos

fue que ellos recibieron la gloria. Es una

referencia a la shekinah, la divina presencia de

Dios que llenó la tienda de adoración y el templo

de Salomón cuando fueron construidos y

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dedicados. La nube, de día, y la columna de fuego,

por la noche, eran manifestaciones de esta gloria,

y guiaron al pueblo en su marcha por el desierto,

como se relata en los libros de Éxodo y Números.

Después, Pablo menciona los pactos que

Dios estableció con su pueblo elegido. Debemos

recordar que la palabra “testamento”, como se la

utiliza en las expresiones “Antiguo Testamento” y

“Nuevo Testamento” significa, de hecho, ‘Antiguo

Pacto’ y ‘Nuevo Pacto’. Además de estos dos

grandes pactos generales, Dios hizo pactos con

individuos como Noé, Abraham y David.

El milagro de que la Ley de Dios haya sido

dada a Israel por medio de Moisés en el Monte

Sinaí es la siguiente ventaja espiritual que cita

Pablo. Ya he mencionado, en mi comentario sobre

cómo comienza el capítulo séptimo de Romanos,

el amor de los judíos devotos por la Ley. Hemos

visto que gran parte de la presentación sistemática

de esta gran carta está relacionada con una

adecuada comprensión de los propósitos de esa

Ley de Dios que fue dada a Israel. Pablo,

obviamente, lamenta que los propósitos por los

cuales fue dada la Ley nunca se cumplieron en la

vida de los judíos que constituyen su carga, y a

quienes dedica gran parte de esta carta.

Una dimensión muy importante de esa Ley

y del ministerio de Moisés es lo que Pablo llama

“el servicio a Dios”. Esto se refiere a las detalladas

especificaciones que Dios da en el Libro de Éxodo

sobre “la tienda de adoración”, es decir, el

tabernáculo del desierto. La importante verdad que

hay en todas esas especificaciones, y la instrucción

en Levítico sobre cómo utilizar esa tienda de

adoración, es que Dios le muestra a su pueblo

especial y elegido cómo acercarse a un Dios santo

y adorarlo.

Pablo, después, hace referencia a las

promesas. Este es un concepto muy importante en

la relación entre Dios e Israel. Todo lo que Dios

hace es precedido y predicho por una promesa.

Tenemos la Tierra Prometida y las promesas que

Dios hizo a Abraham con respecto de él y sus

descendientes. Isaac es llamado “el hijo de la

promesa”. El desafío es creer las promesas de

Dios. El padre de este pueblo es la definición viva

de la fe, porque creyó en las promesas de Dios.

Es muy adecuado, entonces, que la

siguiente ventaja espiritual que Pablo menciona

sean los padres, es decir, los patriarcas. Abraham,

Isaac, Jacob, Moisés, David, y otros fueron

llamados, capacitados y equipados por Dios para

engendrar, nombrar y luego, liderar a una gran

multitud que se convertiría en una nación. Pablo

considera que estos padres fueron otra de las

extraordinarias ventajas espirituales que Israel

recibió de su Dios.

La octava y, por mucho, la mayor ventaja

espiritual que Dios dio a su pueblo fue que, a

través de Israel, fue dado el Salvador a través del

cual se expresó el amor de Dios por este mundo.

La salvación fue hecha posible, tanto para judíos

como para gentiles, a través de este pueblo

elegido. Por medio de Israel, Dios se hizo carne y

vivió en este mundo durante treinta y tres años. Al

concluir su lista de ventajas espirituales dadas a

Israel con el hecho de que el Mesías fue dado a

ellos y a través de ellos, Pablo escribe uno de los

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versículos de la Biblia en que se proclama más

claramente algo que Jesús manifiesta repetidas

veces en el Evangelio de Juan: que Él era Dios.

“Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas,

bendito por los siglos” (9:5).

¿Ha fracasado Dios?

“No que la palabra de Dios haya fallado;

porque no todos los que descienden de Israel son

israelitas, ni por ser descendientes de Abraham,

son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada

descendencia. Esto es: No los que son hijos según

la carne son los hijos de Dios, sino que los que son

hijos según la promesa son contados como

descendientes. Porque la palabra de la promesa es

esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un

hijo” (9:6-9).

Según Pablo, ser judío es más que haber

nacido accidentalmente en esa nación. Quienes

son hijos de padres judíos no son, en realidad, el

verdadero Israel. Ser judío es más que una

nacionalidad. Ser un verdadero descendiente de

Abraham es un llamado. Como suelo señalar, la

palabra “carne”, como se la utiliza con frecuencia

en la Biblia, significa ‘la naturaleza humana sin

ayuda de Dios’. Pablo dice que quienes nacen de

una forma que no requiere una obra sobrenatural

de Dios no son el verdadero Israel. Todos los que

son justificados por fe y reciben esa justicia que

no se gana por obras, sino es dada a quienes creen

en la obra de Jesucristo en la cruz, son la

verdadera simiente de Abraham. Pablo escribe

esta misma verdad a los gálatas (ver Gálatas 3:29).

El corazón del apóstol está destrozado,

porque una mayor ventaja espiritual significa una

mayor responsabilidad espiritual. Con todas las

ventajas espirituales de que disfruta, Israel ha

decidido no ser elegido por Dios y ha rechazado a

su Mesías y Salvador. Al comenzar estos tres

extraordinarios capítulos, en los cuales enseña

sobre la elección —o el hecho de que Dios eligiera

a los judíos—, Pablo enseña claramente que ser

elegidos por Dios no neutralizó ni abolió su

capacidad y su responsabilidad de elegir a Dios y

lo que Él preparó para que fueran salvos.

En estos tres profundos capítulos (9, 10 y

11), Pablo usa a Israel como el supremo ejemplo

de la Biblia para el hecho de que Dios elige, o

selecciona, a quienes son predestinados, llamados,

justificados y glorificados por medio de la

salvación. En una de las más grandes paradojas de

la Biblia, Pablo también usa a Israel como el

mayor ejemplo bíblico de lo que llamamos “el

libre albedrío del hombre”, es decir, la innegable

realidad de que somos criaturas capaces de elegir.

Una paradoja es dos verdades que parecen

ser contradictorias, pero no lo son cuando nuestros

pensamientos y caminos siguen los pensamientos

y los caminos de nuestro Dios. El hecho de que

Israel sea el ejemplo bíblico tanto del libre

albedrío como de la elección es la máxima

paradoja de la Biblia. Esta misma paradoja se

encuentra en los Evangelios, donde leemos que los

apóstoles, evidentemente, decidieron creer en

Jesús y seguirlo. Pero, después de tres años de

seguirlo, en su último retiro con ellos en el

aposento alto, Jesús les declara: “No me elegisteis

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vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros”

(Juan 15:16).

Cuando nos damos cuenta de que, según la

Biblia, Dios nos elige para ser salvos pero, al

mismo tiempo, nosotros elegimos ser salvos, con

nuestra lógica falible y nuestras mentes finitas,

pensamos que debe ser una cosa o la otra. O

nosotros elegimos a Dios, o Dios nos elige a

nosotros. La Biblia nos enseña que es una cosa y

la otra. Aunque no podamos entenderlo, Dios nos

elige, pero también nosotros ejercemos nuestra

libertad de decidir, y elegimos a Dios y la

salvación. Debemos aceptar la innegable realidad

de que, de alguna forma, ambas proposiciones,

que parecen opuestas y contradictorias, son

ciertas, porque la Biblia, claramente, enseña que lo

son.

Con esa perspectiva, ahora estamos en

condiciones de estudiar este pasaje realmente

difícil de la Biblia: “Y no sólo esto, sino también

cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro

padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho

aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios

conforme a la elección permaneciese, no por las

obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor

servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé,

mas a Esaú aborrecí” (10-13).

Si nos basamos en lo que Pablo escribe en

este capítulo, Dios no actúa como nosotros

creemos que debería hacerlo. Nos obliga a salir de

nuestra “caja”, de las formas tradicionales de

pensar en Él. Nos gusta pensar en Dios como si Él

fuera un hombre, y que Él actuaría de la misma

manera que lo haríamos nosotros si fuéramos

Dios. A través del profeta Isaías, Dios nos advirtió

que la diferencia entre la forma en que Dios

piensa, actúa y existe, y la nuestra, es tan grande

como la altura de los cielos sobre la tierra (ver

Isaías 55:8).

Hubo un tiempo en que todos estaban

convencidos de que la tierra era plana. Los

creyentes encontraban pasajes bíblicos que

confirmaban lo que, según sabemos ahora, no es

cierto. Después, quienes estudian estas cosas

comenzaron a compartir la convicción de que la

tierra era esférica, rotaba sobre su eje y se movía

en una vasta expansión de espacio como parte del

Sistema Solar, que es parte de un inmensurable

universo que incluye más sistemas solares de los

que podemos contar. Eso hizo que algunos

creyentes se sintieran muy incómodos en esa

época, porque estaban absolutamente convencidos

de que la Biblia enseñaba algo diferente.

Nos gusta tener nuestra visión de este

mundo en que vivimos, nuestra filosofía de vida y

nuestro concepto de Dios bien definidos en

nuestra mente, prolijamente guardados en

pequeños “compartimientos” imaginarios. Pero el

Dios que conocemos en la Biblia, y el Verbo vivo

que escribió la Biblia, no siempre encajan en esos

compartimientos. Dios parece deleitarse en

derribar las paredes de esos compartimientos,

porque es demasiado grande para ser contenido en

ellos.

Dios, con sus acciones impredecibles que

nos dejan perplejos y confundidos, nos obliga a

salir de nuestros esquemas limitados, cuando

pensamos en Él y tratamos de conocerlo. Pero,

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como Isaías nos advirtió, Dios no es un hombre

(ver Isaías 55:8). Él no piensa ni actúa como

nosotros. Antes de internarnos en este capítulo,

debemos recordar, simplemente, esta perspectiva

de Isaías y no pretender comprender a Dios, ni por

qué o cómo hace lo que ha decidido hacer.

Tendremos que recordar esta perspectiva

que Dios nos dio de sí mismo a través de Isaías

mientras leemos y estudiamos los capítulos 9, 10 y

11 de esta obra maestra teológica de Pablo. En

estos tres capítulos, Pablo relaciona la

justificación por fe con Israel. Pablo utiliza a

Israel como ilustración de que Dios elige al

hombre, y del libre albedrío del hombre para

elegir a Dios.

Tres principios de la elección y la gracia

Pablo establece tres principios de la gracia

que debemos comprender al entrar en este noveno

capítulo para recorrerlo. El primer principio es que

la salvación no se hereda. Imaginemos que somos

hijos de padres que eran devotos creyentes. Ellos

nos han enseñado la Biblia, nos han llevado a una

maravillosa iglesia y, quizá, hasta nos han

educado en escuelas cristianas, desde el jardín de

infantes hasta la universidad. Tenemos una ventaja

espiritual. Somos responsables y debemos

responder por nuestro legado espiritual y todas las

ventajas espirituales que hemos heredado. Pero

eso no significa que seamos salvos. Dios no tiene

nietos. Solo tiene hijos. El primer principio

espiritual de la elección y la gracia que Pablo nos

presenta es que la salvación no se hereda.

Un segundo principio que Pablo declara en

este capítulo es que la salvación no solo está

basada en la decisión que tomamos de entregar

nuestra vida a Dios, sino en la decisión que Dios

toma al elegirnos para ser salvos. Nos cuesta

aceptar este segundo principio, porque queremos

creer que nosotros tenemos el control. Si este

principio es cierto, entonces, el control está en

manos de Dios... y no nos gusta perder el control.

El tercer principio espiritual que Pablo

señala aquí es que la salvación no depende que

seamos buenos o malos, o de que hayamos hecho

buenas o malas obras. Pablo usa la alegoría

histórica de Jacob y Esaú. Estos dos mellizos, en

el vientre de Rebeca, todavía no habían hecho

absolutamente nada bueno ni malo. Pero leemos

que Dios declara que ama a Jacob y lo ha elegido,

mientras que aborrece a Esaú, por lo cual Esaú

servirá a Jacob.

Cuando leemos que Dios aborrece a Esaú,

debemos comprender que se trata de una figura

retórica. Básicamente, esto significa que,

comparado con el amor que Dios demuestra por

Jacob, el hecho de que retenga su gracia de Esaú

es como aborrecerlo. Jesús usa esta misma figura

retórica cuando lanza un llamado al compromiso

en el que dice que quienes se conviertan en sus

discípulos deben “aborrecer” a su padre, madre,

hermanos, hermanas y todas las demás personas

que hay en sus vidas (ver Lucas 14:26). Sin

embargo, la Biblia enseña claramente que

debemos amar a nuestros padres (ver Éxodo

20:12) y que debemos amar a todos (ver 1 Juan

4:7-21). Jesús está enseñando que nuestro amor

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por Él debe ser tan grande que, en comparación, lo

que sentimos por todos los demás sea como odio.

Era una figura retórica muy común en esa cultura.

Una señora se acercó a un reconocido y

devoto erudito y profesor de la Biblia, y le dijo:

“Dr. Ironside, tengo un problema con este

versículo en que Pablo dice que Dios dijo: ‘a

Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’”. La respuesta

del Dr. Ironside fue: “Yo también tengo problemas

con ese versículo... ¡pero mi problema es cómo

puede decir: ‘A Jacob amé’!”.

Cuando leemos la historia de la vida de

este pícaro manipulador e intrigante, Jacob, y

vemos que cumplió en su vida el significado de su

nombre —que, básicamente, significaba ‘el que se

apodera de algo’— podemos comprender por qué

el erudito bíblico contestó lo que contestó. En el

quinto capítulo de esta carta, Pablo se maravilla de

que el amor de Dios se hubiera expresado por

medio de Cristo para nuestra salvación, cuando

éramos impíos, pecadores y enemigos de Dios.

Todos nos maravillamos de que Dios amara a

Jacob, o a cualquiera de nosotros, que somos

pecadores, a quienes amó y salvó a través de

Cristo.

Una segunda observación con respecto a

este desafiante pasaje es que, cuando nos

concentramos únicamente en el concepto de la

palabra “elección”, pasamos por alto el punto

fundamental de la enseñanza. Trataré este

concepto a continuación, pero, antes de hacerlo, lo

desafío a que capte la verdad central y principal

que Pablo enseña en este difícil capítulo. Lo que el

apóstol llama “elección” tiene un mayor énfasis en

este capítulo porque ilustra el concepto

fundamental de lo que él enseña en su obra

maestra teológica: que la salvación no se gana por

buenas obras, sino que es otorgada como un regalo

por la gracia de Dios.

Antes que estos mellizos hubieran hecho

algo, bueno o malo, Jacob fue elegido para ser

salvo porque Dios lo amó, no porque hubiera

hecho buenas obras. Esto plantea la cuestión de

que Dios eligiera deliberadamente a Jacob. ¿Elige

Dios, realmente, un pueblo selecto para salvarlo?

En cierto sentido, todo el Antiguo Testamento nos

dice enfáticamente que esto es cierto, porque Dios

eligió a los judíos.

Este concepto nos plantea dos problemas.

Nos gusta creer que tenemos el control de nuestra

salvación, y no pensamos que sea justo que Dios

elija a algunas personas y no elija a otras.

El punto fundamental de lo que Pablo

enseña claramente es que debemos atribuir nuestra

salvación a la gracia, las soberanas decisiones de

Dios y la obra de Jesucristo en la cruz, más que a

nuestras propias decisiones y obras. Pero Pablo

también presenta esta paradoja: aunque somos

elegidos, debemos “elegir ser elegidos”, confiando

en Cristo como nuestro Salvador, para ser

justificados por fe.

Si usted conoce la Ley de Moisés,

comprenderá por qué era tan difícil para los

devotos fariseos captar y creer lo que Pablo enseña

aquí. Ellos, como Saulo de Tarso antes de su

conversión, memorizaban los primeros cinco

libros de la Biblia. Muchos creyentes, en la

actualidad, ni siquiera han leído estos primeros

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cinco libros de la Biblia, que son el fundamento y

la piedra angular de la Palabra de Dios. Los

devotos judíos, por lo tanto, conocían muy bien

estos libros de la Ley. Dos de ellos terminan con

contundentes exhortaciones a elegir entre la vida y

la muerte, que es elegir entre obedecer las leyes de

Dios y servirlo, o rebelarse y desobedecer a Dios

(ver Levítico 26, 27; Deuteronomio 28, 30).

Por lo tanto, era muy difícil para un judío

devoto comprender que la vida y la muerte

espiritual no eran cuestión de lo que ellos

eligieran, sino de lo que Dios decidiera. Podemos

ver por qué era difícil para ellos creer que la

salvación y la justificación son un llamado y un

regalo de la gracia de Dios que deben recibir por

fe, y no un derecho heredado y una consecuencia

de obedecer las leyes de Dios.

También podemos ver por qué Pablo, este

fariseo de fariseos, necesitó años en el desierto de

Arabia para aprender estas verdades con el Cristo

resucitado, como explica en su carta a los gálatas

(Gálatas 1:11 - 2:10). Obviamente, necesitaba

tiempo y una revelación sobrenatural para captar

él mismo esta verdad e integrar este regalo de la

justicia y la justificación por fe en su teología,

después de ser uno de los rabíes fariseos más

ortodoxos, celosos y eruditos que jamás haya

vivido.

Los rabíes como Pablo enseñaban por

medio de un método de preguntas y respuestas. De

hecho, llegaban a contestar una pregunta con otra

pregunta. Cierta vez le preguntaron al rabí Hillel:

“¿Por qué ustedes los rabíes siempre hacen

preguntas y hasta contestan una pregunta con otra

pregunta?”. El famoso rabí contestó: “¿Y por qué

no deberíamos contestar una pregunta con otra

pregunta?”. Como buen rabí, Pablo imagina,

entonces, que los que leen esta carta le harían

ciertas preguntas, que pasa a responder: “¿Qué,

pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En

ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré

misericordia del que yo tenga misericordia, y me

compadeceré del que yo me compadezca. Así que

no depende del que quiere, ni del que corre, sino

de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura

dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado,

para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre

sea anunciado por toda la tierra. De manera que de

quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere

endurecer, endurece” (14-18).

El ejemplo de Moisés y Faraón que usa

Pablo es aún más difícil de comprender y aceptar

que su ejemplo de Jacob y Esaú. Pablo retorna a

su diálogo de preguntas y respuestas, imaginando

que su lector le plantea la objeción de que no es

justo que Dios cree a un Faraón con el único

propósito de oponerse a lo que Él hace en Egipto.

No parece justo que haya creado a un Faraón

rebelde para poder mostrar su tremendo poder en

las diez horribles plagas que cayeron sobre los

egipcios.

La respuesta de Pablo a esta pregunta, y a

la persona que imaginariamente la plantea, es:

“¿Quién eres tú para cuestionar al todopoderoso

Dios?”. Y utiliza, a continuación, una profunda

metáfora que era favorita del profeta Jeremías (ver

Jeremías 18:1- 6).

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La metáfora es que, como meros humanos

mortales, somos como arcilla, y Dios es el divino

Escultor. Cuando un talentoso escultor forma

vasijas a partir de un trozo de arcilla, ¿le dice la

arcilla al escultor qué forma desea tener? La

respuesta obvia es que el escultor es soberano

sobre la arcilla y puede decidir hacer una vasija

hermosa con parte de ella y, con otra parte, hacer

un recipiente de los que la gente usaba para hacer

sus necesidades antes que se inventaran las

instalaciones sanitarias en las casas. Después,

aplica esa metáfora al hecho de que Dios formara

a un Moisés y a un Faraón de un mismo trozo de

arcilla.

Aquí encontramos la misma verdad en la

que se hace énfasis en el pasaje sobre Rebeca y los

mellizos que estaban en su vientre: “Así que no

depende del que quiere, ni del que corre, sino de

Dios que tiene misericordia” (9:16). La verdad

central y básica de estos difíciles pasajes sobre la

elección no es la soberana elección de Dios. El

punto fundamental de ambos pasajes es que la

salvación no es resultado de las obras, ni de la

voluntad, ni de lo que el hombre “corra” (es decir,

“ni del esfuerzo humano”, NVI), sino de la

voluntad, las obras, la providencia, la elección y la

gracia de Dios.

Jacob es uno de los grandes ejemplos

bíblicos de la gracia. Comenzó su viaje de fe

pensando que todas las bendiciones que disfrutaba

eran consecuencia de sus manipulaciones y su

astucia para lograr que todo saliera como él lo

deseaba. Cuando luchó con el ángel, Dios le hizo

saber que era grandemente bendecido por la gracia

de Dios, que él no había ganado, ni merecía, ni

había logrado por sus propios esfuerzos.

Dios había estado tratando de bendecir a

Jacob con su gracia durante veinte años, pero no

podía lograr que se quedara quieto el tiempo

suficiente como para bendecirlo. En una de las

más grandes alegorías de la Biblia, Dios lleva a

este hombre llamado Jacob (que siempre estaba

corriendo de aquí para allá, manipulando todo y a

todos hasta que las cosas salían como él deseaba)

a un lugar llamado Jaboc, que significa, en hebreo,

‘correr’. Allí, Dios le provocó una cojera, de

manera que ya no pudiera seguir corriendo (ver

Génesis 32:22-32).

Otra forma de decir la misma verdad sería

decir que Dios había estado tratando de alcanzar a

Jacob para que hiciera algo que se ordena con

frecuencia en el Antiguo Testamento: “¡Espera en

el Señor!”. Dios exhorta a los hombres como

Jacob a esperar en el Señor, y luego ver cómo Él

actúa. Dios quiere que seamos personas que

permiten que las cosas sucedan. Jacob era una de

las personas que hacen que las cosas sucedan, a tal

punto que no podía esperar en el Señor. Por eso,

Dios lo lisió. Después de todo, cuando un hombre

está lisiado, solo puede esperar en el Señor. Yo

llamo a esto “la corona de bendición de la cojera

de Jacob”. Cuando Pablo escribe, en el versículo

16, que la elección no es de quien corre, sino de

Dios, creo que está haciendo referencia a esta

experiencia de Jacob en Jaboc.

La referencia de Pablo a que Dios forma a

Moisés y a Faraón del mismo trozo de arcilla hace

énfasis en una sutil respuesta bíblica a la pregunta

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

11

que el apóstol trata y que mencioné en mi

comentario sobre el quinto capítulo de esta carta:

“¿Cómo entró el mal en este mundo?”. Esta

pregunta atormenta a filósofos y teólogos desde

que la filosofía y la teología existen. Hay un

versículo en la profecía de Isaías en que Dios nos

dice: “Yo, que formo la luz y creo las tinieblas,

que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová

soy el que hago todo esto” (Isaías 45:6, 7).

Cuando un joyero desea exponer

diamantes, los coloca sobre un fondo de terciopelo

negro, para que su belleza se destaque y sea mejor

apreciada. La Biblia nos dice que la maldad existe

debido a la voluntad permisiva de Dios. Dios no

crea el mal, pero el mal no podría estar aquí si

Dios no permitiera que existiese. En la Biblia,

Dios usa al mal como un terciopelo negro contra

el cual exhibe las joyas de su amor y su redención.

El nombre de Dios representa la esencia de

quien Él es. Dios, sin duda, no es malo. En este

pasaje se nos dice que Dios usa a Faraón y su

oposición a la liberación de los hijos de Israel

como trasfondo contra el cual puede exponer su

extraordinario poder. El propósito de Dios al hacer

esto es que su nombre sea declarado en toda la

tierra.

Pablo comenzó este pasaje dialogando con

sus lectores, que le hacen preguntas: “¿Qué, pues,

diremos? ¿Que hay injusticia en Dios?” (9:14). La

esencia de su respuesta a esta pregunta es que

Dios es absolutamente soberano, y hace lo que Él

desea hacer. Dado que Dios es omnisciente, es

decir, que todo lo sabe, no necesita en lo más

mínimo de ningún consejo o aporte nuestro. En la

gran doxología de alabanza con la que concluye

estos tres capítulos, Pablo cita a Isaías formulando

estas preguntas: “Porque ¿quién entendió la mente

del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (11:34).

Dios tiene compasión de quien desea tener

compasión y, cuando decide endurecer el corazón

de otros, como Faraón, por razones que solo Él

conoce, es porque Él prefiere hacerlo así.

Pablo, entonces, retorna a su diálogo

imaginario con sus lectores: “Pero me dirás: ¿Por

qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su

voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú,

para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de

barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?

¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro,

para hacer de la misma masa un vaso para honra y

otro para deshonra?” (9:19-21).

Pablo puede bien imaginar que sus lectores

le responderán: “¡Pero esto es terriblemente

injusto! ¿Cómo puede Dios formar a Faraón con

ese propósito y luego condenarlo por hacer lo que

Él lo creó para que fuera e hiciera?”. La respuesta

básica, entonces, es: “¿Cómo podemos nosotros,

como criaturas, cuestionar al Dios que nos creó?

¿Puede la arcilla cuestionar al escultor que la

convierte en una vasija? Dado que solo somos

arcilla en manos de Dios, ¿quiénes somos para

ponernos en el rol de consejeros de Dios?”.

En el Libro de Job hay un hermoso

ejemplo de la verdad que Pablo presenta aquí en la

manera en que responde a esta pregunta con otra

pregunta. Job era considerado uno de los hombres

más sabios y justos que vivían en su tiempo y su

cultura. Había estado dialogando con tres de sus

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

12

amigos, que también eran considerados de los más

sabios de esa cultura. Cuando llegamos al capítulo

38 de esta “saga del sufrimiento”, Dios entra en el

diálogo y tiene una fascinante conversación con

Job, que continúa durante varios capítulos del que

bien puede ser el libro más antiguo de la Biblia.

Dios humilla a Job haciéndole una catarata

de preguntas que Job no puede responder. Dios le

hace preguntas sobre la creación y le dice,

básicamente: “¿Qué sabes tú acerca de la creación,

Job? ¿Acaso estuviste allí? ¿Estuviste allí cuando

yo creé los cielos y la tierra?”. Le pregunta a Job

sobre las estrellas del sistema solar, sobre el clima,

los relámpagos y muchos otros asuntos que Job no

comprendía y no podía controlar. Pablo,

básicamente, hace lo mismo aquí cuando plantea

la pregunta de cómo un ser humano finito, mortal,

puede pensar que tiene derecho a cuestionar a

Dios. Y después pregunta: “¿O no tiene potestad

el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma

masa un vaso para honra y otro para deshonra?”

(9:21).

A las personas que viven en culturas con

formas de gobierno democráticas no les gusta la

idea de un Dios soberano que tiene absoluto poder

y control sobre su creación... especialmente sobre

sus vidas. La democracia está basada en la

convicción de que a ningún ser humano debe

entregársele un poder absoluto sobre los demás. El

gobierno democrático comparte el poder y las

responsabilidades, y hace responsables a sus

líderes ante las personas a las que gobiernan.

Vivamos donde vivamos, nuestro problema frente

a esta enseñanza puede ser que nos resistimos a la

idea de un Dios absoluto y soberano porque ni

siquiera a Dios queremos confiarle un poder

irrestricto sobre nuestras vidas.

Pero este concepto del reino de Dios

significa que Dios es un Rey que tiene gobierno,

autoridad y control absolutos y soberanos sobre

sus súbditos. El reino de Dios no es una

democracia. No hay nada de democrático en la

relación entre un pastor y sus ovejas. Dios es el

Buen y Gran Pastor de Israel, y Jesús es “el gran

pastor de las ovejas” (Juan 10:11, Hebreos 13:20,

21). Un día, Jesús volverá como Rey de reyes y

Señor de señores. Pablo responde a los

imaginarios lectores que lo cuestionan declarando,

inspiradamente, que Dios es Rey por sobre todos

los reyes y, como soberano Señor sobre todos los

señores, hace lo que Él quiere (ver 1 Timoteo

6:15).

El apóstol, entonces, presenta el verdadero

tema de estos tres capítulos, al hablar de dos clases

de vasijas: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su

ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha

paciencia los vasos de ira preparados para

destrucción, y para hacer notorias las riquezas de

su gloria, las mostró para con los vasos de

misericordia que él preparó de antemano para

gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a

nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los

gentiles?” (vv. 22-24).

Estos tres capítulos se convierten en uno

de los más importantes pasajes de la profecía

bíblica cuando Pablo comienza a desarrollar este

tema, que continuará hasta el final del capítulo 11.

Nos mostrará, a partir del Antiguo Testamento,

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

13

que el plan de Dios siempre fue dar salvación a los

gentiles, tanto como a los judíos. Cuando Dios

comisionó a Abraham para que fuera padre de este

pueblo único, su promesa a Abraham fue que

todas las naciones de la tierra serían benditas a

través de él (ver Génesis 12:3).

Y cita a Oseas para demostrar que salvar a los

gentiles no fue una especie de plan alternativo que

Dios implementó cuando los judíos rechazaron a

su Mesías: “Como también en Oseas dice:

Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a

la no amada, amada. Y en el lugar donde se les

dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán

llamados hijos del Dios viviente” (vv. 25, 26).

Después, cita pasajes de Isaías que demuestran

que, cuando los gentiles se conviertan en parte de

la iglesia, aún habrá un remanente de judíos como

él mismo que serán salvos (ver vv. 27-29; Isaías

10:22, 23). Después de citar a Isaías, vincula este

tema profético con los primeros cuatro capítulos

de esta carta al escribir: “¿Qué, pues, diremos?

Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han

alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es

por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia,

no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no

por fe, sino como por obras de la ley, pues

tropezaron en la piedra de tropiezo, como está

escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo

y roca de caída; y el que creyere en él, no será

avergonzado” (30-33)

¿Imagina usted cuán difícil habrá sido para

este rabí ortodoxo y erudito, que era “hebreo de

hebreos” y “en cuanto a la ley, fariseo”,

comprender e internalizar la verdad que refleja

este pasaje? (Ver Filipenses 3:4-6).

Los fariseos estaban organizados para

preservar la ortodoxia de la fe judía. Toda su vida

adulta, este hombre se había comprometido

fanáticamente a preservar la ortodoxia de la

creencia de que la justicia y la salvación podían

ganarse guardando la Ley de Dios. Entonces, a

través de su sobrenatural encuentro con Cristo en

el camino a Damasco, y el tiempo que pasó con

Cristo en el desierto de Arabia, descubre el

evangelio de la salvación, la justicia que es por la

fe, el don de Dios por la gracia de Dios para

quienes creen en Jesucristo. ¡Debe de haber sido

un “terremoto” teológico y filosófico para la

mente y el corazón de este fariseo!

Recordará usted que esa era la esencia de

lo que Pablo escribió en los cuatro primeros

capítulos de esta obra maestra. Aquí, en estos

versículos, declara, básicamente, lo que también

predicó y escribió a los corintios: Lo que fue, y es,

la gran piedra de tropiezo para los judíos es

Jesucristo, y este crucificado (ver 1 Corintios

1:23).

Nadie comprendía mejor que Pablo por

qué los judíos tropezaban con este simple tema del

evangelio: la justicia como regalo gratuito de Dios

por gracia de Dios, ser declarados justos por la fe

en Jesucristo. Por eso, él había perseguido a la

iglesia de Jesucristo tan ferozmente antes de vivir

su milagrosa conversión en el camino a Damasco,

cuando el Cristo resucitado y vivo lo cautivó y lo

convirtió en el gran “apóstol a los gentiles”

(Romanos 11:13).

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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Capítulo 2

“¿Qué debo hacer para ser salvo?”

(10:1-13)

El título que le he puesto a este capítulo es

una pregunta que el carcelero de Filipos le hizo al

apóstol Pablo. La respuesta de este fue: “Cree en

el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”

(Hechos 16:30, 31). Ahora nos acercamos al

décimo capítulo de la carta de Pablo a los

romanos, en el cual encontramos la respuesta más

clara que tenemos en el Nuevo Testamento a la

pregunta que ese carcelero de Filipos le hizo a

Pablo.

La palabra “salvo”, cuando la utilizan los

verdaderos seguidores de Cristo, algunas veces

resulta confusa y aun ofensiva para las personas

no creyentes que los rodean. Usamos la palabra

con tanta frecuencia cuando estamos con otros

creyentes que no siempre nos damos cuenta de que

los que no son creyentes no tienen idea de lo que

queremos decir cuando la utilizamos. La palabra

“salvo” significa, literalmente, ‘librado’. Para

apreciar esta palabra, deberíamos preguntarnos:

“¿Librado de qué?”. Los que no son creyentes

quizá nos hagan esa pregunta, si les preguntamos

si son salvos. Su pregunta sería: “¿Salvos de

qué?”.

Aproximadamente las dos quintas partes

de las veces que Jesús usa esta palabra, está

hablando de ser librados del castigo futuro del

pecado. En el Nuevo Testamento, Jesús enseña

vez tras vez, con gran énfasis, que después de la

muerte hay solo dos posibilidades: cielo o

infierno. Pero las tres quintas partes de las veces

que Jesús usa esta palabra, está hablando de ser

librado de algún castigo presente por el pecado.

Las personas son liberadas de una atadura, como

la mujer que estuvo dieciocho años encorvada y

casi paralizada por lo que, para nosotros, sería

artritis. Jesús dijo que ella había estado atada por

Satanás durante todos esos años (ver Lucas 13:11-

16).

Pedro hizo una de las oraciones más breves

y, al mismo tiempo, más elocuentes de la Biblia.

Cuando estaba andando sobre el Mar de Galilea,

en medio de una noche tormentosa, quitó sus ojos

del Señor y leemos que: “...comenzando a

hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!”

(Mateo 14:30). Inmediatamente, Jesús lo salvó de

ahogarse. En nuestros viajes de fe, solemos tener

esas crisis que hacen crecer y desarrollar nuestra

fe, en las que debemos hacer esa oración breve,

pero elocuente, y vitalmente importante.

En este capítulo, cuando Pablo nos cuenta

cómo ser salvos, se refiere principalmente a esa

dimensión futura y eterna de nuestra salvación.

Sea ofensivo o no, los discípulos de Jesús que

toman en serio la implementación de la Gran

Comisión de Jesús deben usar esta palabra,

“salvos”, porque un hecho fundamental de la vida

y la muerte eterna es que las personas, sin Dios,

están espiritualmente perdidas. No tenemos que

esperar hasta morir para estar perdidos. ¡Ya

estamos perdidos! ¡Por eso es que usted y yo

debemos ser salvos! Por eso, el mensaje de Jesús

es llamado “evangelio”, es decir, buena noticia.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

15

Cuando una persona sabe que está perdida,

esta es una muy buena noticia: “Porque de tal

manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo

unigénito, para que todo aquel que en él cree, no

se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Pablo comienza este capítulo expresando

una vez más su sincera y genuina carga por la

salvación de los judíos: “Hermanos, ciertamente el

anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por

Israel, es para salvación. Porque yo les doy

testimonio de que tienen celo de Dios, pero no

conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia

de Dios, y procurando establecer la suya propia,

no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el

fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel

que cree” (10:1-4).

Pablo habla con un corazón lleno de amor

y compasión por los judíos cuando los elogia

sinceramente por su celo en la forma en que tratan

de establecer su propia justicia. Se ve a sí mismo

reflejado en esa búsqueda de justicia por sus

propios medios, porque tal era la fuerza

motivadora de su vida antes de conocer al Cristo

resucitado. Y concluye este pasaje escribiendo que

Cristo es el fin de la Ley para todo aquel que cree.

Con esto, Pablo quiere decir que el propósito de la

Ley de Dios era ser un tutor que nos lleva a Cristo

(ver Gálatas 3:24). También quiere decir que

Cristo era, y es, el cumplimiento de la Ley (ver

Romanos 10:4; Mateo 5:17).

Pablo tiene una gran carga por estos judíos,

porque conoce la decepción, la frustración y el

fracaso de su propia búsqueda frenética de la

salvación por mérito propio. Durante muchos

años, experimentó la desesperanza y la

desesperación de tratar de ganar su justicia, que,

según le mostró Cristo, es un regalo de Dios que

se recibe por fe en lo que nuestro Salvador ha

hecho por nosotros.

Obviamente, esta es también una receta

que les muestra a los judíos, a quienes les escribe

(y a usted y a mí) la diferencia entre tratar de

lograr nuestra propia justicia y recibir de Dios,

como un regalo, la justicia, que es por fe en lo que

Jesucristo ha hecho por nosotros.

En el noveno capítulo de esta carta, Pablo

usó a Israel como ilustración de lo contrario de lo

que enseñó en el octavo capítulo.

En el capítulo octavo, y en la primera parte

del capítulo noveno, Pablo enseñó el milagro de la

soberana elección de Dios. Pablo afirma la

victoria espiritual de quienes Dios conoció desde

antes, predestinó, llamó, justificó y glorificó. En el

noveno capítulo, después de enseñar que Dios

eligió a Jacob y rechazó a Esaú antes que nacieran,

describe la asombrosa realidad de que Israel

ejerció su libertad de actuar como criaturas

capaces de elegir, y eligió no ser elegido por Dios.

Ahora, en el décimo capítulo, presenta la

salvación para los judíos, gentiles, o todos los que

invoquen el nombre del Señor, como si el milagro

de experimentar la salvación dependiera

simplemente de que una persona decida invocar el

nombre del Señor. Como he señalado, esta es una

de las grandes paradojas de la Biblia. La única

forma de resolver esta paradoja es aceptar la dura

realidad de que no se trata de una cosa o la otra,

sino de una cosa y la otra. Dios nos elige, pero

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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nosotros también elegimos y damos los pasos

fundamentales que determinan nuestro destino

eterno.

Aunque Pablo cree en la elección

soberana, ora fervientemente y continuamente por

la salvación de sus hermanos y hermanas que son

judíos y no han experimentado la revolución en la

pasión por la justicia propia que él experimentó

cuando conoció a Cristo.

Nunca debemos dar lugar a la idea de que,

dado que Dios es soberano, no podemos cambiar

nada con nuestras oraciones. En sus inspiradas

epístolas pastorales, Pablo nos exhorta: “Dios

desea que todos los hombres sean salvos”.

Después de declarar esto, ordena que se ofrezcan

oraciones fervientes por todo hombre. Cuando

nuestras iglesias reflexionan sobre sus

declaraciones de misión y sus objetivos, en la

actualidad, y se establecen las prioridades,

debemos recordar que “ante todo” deben elevarse

oraciones para que todos sean salvos (ver 1

Timoteo 2:1-4).

Pablo se identifica enfáticamente con estos

judíos que están tratando de lograr la salvación por

medio de su propia justicia, porque ningún judío

trató con mayor ahínco de lograr esa clase de

justicia que Saulo de Tarso. El apóstol comparte

su fútil lucha por lograr esa clase de justicia en el

séptimo capítulo de esta carta y en el tercer

capítulo de su carta a su iglesia favorita en Filipos.

Con gran compasión, escribe, por tanto, a estos

judíos (y con relación a ellos): “Pero la justicia

que es por la fe dice así: No digas en tu corazón:

¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a

Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es,

para hacer subir a Cristo de entre los muertos).

Mas ¿qué dice?” (10:5-7). Los paréntesis, en este

pasaje, fueron colocados por Pablo mismo.

Pablo está citando aquí un intrigante pasaje

escrito por Moisés en Deuteronomio (30:12-14).

Este pasaje muestra que el gran dador de la Ley

siempre comprendió los propósitos y los límites de

la Ley de Dios que fue dada al pueblo de Dios, a

través de él, en el Monte Sinaí. Moisés sabía que

el propósito de la Ley era mostrarnos que

necesitamos al Redentor, al Cristo, quien vendría

del cielo para ser el perfecto Cordero del

sacrificio, morir y ser resucitado de los muertos

para que podamos tener la justicia que es por

gracia por medio de la fe.

Moisés vio la verdad del evangelio

proféticamente. Cuando los ángeles anunciaron la

Buena Noticia de que Cristo iba a nacer, y de que

esto daría gran gozo a todo el pueblo, fue,

simplemente, la culminación de lo que Dios

comenzó por medio de Abraham y continuó por

medio de Moisés al dar la Ley (ver Lucas 2:10,

11). Moisés vio que, aunque la verdad llegó al

pueblo de Dios a través de él, la gracia y la verdad

llegarían, un día, al pueblo de Dios por medio de

un Cristo crucificado y resucitado.

También vio la victoria espiritual que

Pablo describe en el octavo capítulo de esta carta.

Comprendió que la justicia que cumpliría la Ley

de Dios no sería simplemente cuestión de guardar

la Ley, sino una dinámica sobrenatural que Dios

colocaría en los corazones de su pueblo.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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Pablo escribe que la justicia que es por fe

tiene algo para decirnos, que es muy importante. Y

despierta nuestro interés por saber qué dice,

concluyendo este pasaje que hemos visto con la

pregunta: “¿Qué dice?”. Ahora, al contestar esta

pregunta, les dice a todas las personas perdidas de

todos los tiempos y de todos los lugares cómo ser

salvas. Esto es lo que la justicia que es por fe nos

dice: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en

tu corazón. Esta es la palabra de fe que

predicamos” (10:8).

La justicia que es de fe y por fe nos dice

que la Palabra de Dios está en nuestro corazón y

en nuestra boca. La boca representa el hombre

exterior, y el corazón representa el hombre

interior. Jesús enseñó que “de la abundancia del

corazón habla la boca” (Lucas 6:45). En otras

palabras, podemos saber qué es lo que hay en el

corazón por medio de lo que se expresa con la

boca. El corazón es mencionado más de mil veces

en la Biblia. Cuando se lo menciona, se hace

referencia al centro de nuestro ser, donde amamos

a Dios, tomamos decisiones, formamos nuestras

motivaciones y determinamos los valores

prioritarios de nuestra vida.

Por lo tanto, Pablo da una clara receta para

ser salvos cuando escribe: “Si confesares con tu

boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu

corazón que Dios le levantó de los muertos, serás

salvo. Porque con el corazón se cree para justicia,

pero con la boca se confiesa para salvación. Pues

la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no

será avergonzado. Porque no hay diferencia entre

judío y griego, pues el mismo que es Señor de

todos, es rico para con todos los que le invocan;

porque todo aquel que invocare el nombre del

Señor, será salvo” (8-13).

Esta es una respuesta más completa para la

pregunta que el carcelero de Filipos le hizo a

Pablo. Aquí tenemos la indicación más simple y

clara del Nuevo Testamento sobre cómo ser

salvos. Nos indica que creamos en nuestro corazón

y confesemos con nuestra boca, y promete que,

entonces, seremos salvos. ¿Creemos en nuestro

corazón, realmente? ¿Confesamos con nuestra

vida lo que decimos creer en nuestro corazón?

Si usted estudia las más de mil referencias

al corazón en la Biblia, verá que lo que la Biblia

llama “corazón” se refiere, algunas veces, al

espíritu, la voluntad, la mente, las emociones, los

afectos y muchas otras dimensiones de lo que nos

hace seres creados a la imagen y semejanza de

Dios. Hay una expresión en el Nuevo Testamento

que comprende todas estas áreas de la vida

humana. Pablo escribe: “Por tanto, no

desmayamos; antes aunque este nuestro hombre

exterior se va desgastando, el interior no obstante

se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). Todas

estas áreas a las que la Biblia se refiere cuando

habla de nuestro corazón podrían llamarse “el

hombre interior”.

Hace muchos años, un hombre llamado

John Quincy Adams1 iba cruzando una calle. Su

salud estaba tan deteriorada, que le llevó cinco

minutos llegar al otro lado. Un amigo que pasaba

por allí le preguntó: “¿Cómo está John Quincy

1 John Quincy Adams fue presidente de los EE.UU. de N.A. (N. de la T.).

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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Adams esta mañana?”. Y él respondió: “John

Quincy Adams está muy bien. La casa en que vive

está en un estado lamentable. De hecho, está tan

destruida, que John Quincy Adams quizá deba

mudarse pronto; pero John Quincy Adams está

muy bien, gracias”.

La teología de John Quincy Adams era

totalmente correcta. Distinguir claramente entre el

hombre interior (nuestro hombre espiritual, que es

eterno) y el hombre exterior (nuestro cuerpo, que

es temporal) nos da una idea más exacta de lo que

Pablo quiere decir cuando indica que debemos

creer en nuestro corazón para ser salvos.

Uno de los pasajes bíblicos que habla del

corazón nos exhorta: “Sobre toda cosa guardada,

guarda tu corazón; porque de él mana la vida”

(Proverbios 4:23). De él mana la fe; la decisión

deliberada de confesar con nuestra boca que Jesús

es el Señor, porque creemos en nuestro corazón

que Él murió para pagar el precio de nuestra

salvación, y que Jesús fue resucitado de los

muertos para ser nuestro Señor vivo y resucitado.

Después de dar la impresión de que la

salvación depende enteramente de la soberana

elección de Dios, en la última parte del capítulo 8

y todo el 9, Pablo ahora hace un fuerte énfasis en

la responsabilidad que tenemos con respecto a

nuestra salvación. Debemos creer en nuestro

corazón y confesar con nuestra boca. Pablo parece

dar la impresión de que sin estas dos realidades,

interna y externa, no hay salvación. Y concluye

estos versículos citando a los profetas Isaías y

Joel, que predicaron que Dios salva a todo aquel

que lo invoca para ser salvo.

No olvide observar que debemos confesar

que Jesús es el Señor. La cultura que constituyó el

suelo en que se plantó la iglesia del Nuevo

Testamento era gobernada por el Imperio

Romano. Los ciudadanos romanos, como Pablo,

que querían ser “políticamente correctos”, o gozar

del favor de ese gran imperio, debían realizar un

ritual una vez por año. Debían arrojar un puñado

de incienso en el fuego de un altar y proclamar

solemnemente: “¡El César es el Señor!”. Miles de

devotos seguidores de Cristo se convirtieron en

mártires porque no aceptaron realizar ese ritual.

Estas cuatro palabras se convirtieron en el grito de

batalla de la iglesia primitiva: “¡Jesús es el

Señor!”(1 Corintios 12:3).

Al leer el Nuevo Testamento, observe

también que no somos invitados a confesar a Jesús

como Salvador. Somos invitados a confesar a

Jesús como Señor. La respuesta de Pablo al

carcelero de Filipos fue: “Cree en el Señor

Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa” (ver Hechos

16:30, 31). En los cuatro Evangelios, verá que

Jesús aseguró que la salvación había llegado a

diferentes personas cuando ellas confesaron que Él

era su Señor (ver Lucas 19:8-10; Juan 8:11).

Al leer el Evangelio de Juan, examine las

claras afirmaciones de Jesús en el sentido de que

Él era Dios en carne humana. La palabra

“confesar”, en griego, es, en realidad, dos

palabras: “hablar” e “igual”. Confesar,

literalmente, significa ‘decir lo mismo’. Confesar

a Jesús como Señor es decir lo mismo que Él dijo

de sí mismo cuando estuvo aquí, y decir lo mismo

que Dios el Padre dijo de su Hijo en su Palabra.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

19

Cuando Jesús dio la Gran Comisión, nos

dijo cómo confesar con nuestra boca lo que

creemos en nuestro corazón: que Dios lo levantó

de los muertos. Al incorporar el bautismo como

parte de su Gran Comisión, Jesús hace que sea

imposible para nosotros ser discípulos secretos

suyos. En esa Comisión, Él ordenó a sus

discípulos que hiciéramos cuatro cosas. Nos

ordenó que vayamos, hagamos discípulos, les

enseñemos y bauticemos a todos los que profesan

ser sus discípulos.

Pablo escribió una concisa y clara

definición del evangelio que había predicado en

Corinto cuando concluyó su inspirada carta a

quienes habían sido salvos cuando él les predicó

ese evangelio en aquella ciudad. Básicamente, el

evangelio consistía y consiste en dos hechos

relativos a Jesucristo: su muerte y su resurrección

(ver 1 Corintios 15:1-4).

En el sexto capítulo de esta carta, Pablo

explica cómo nuestro bautismo es una forma de

profesar la fe que tenemos en el evangelio que

Jesucristo comisionó a sus discípulos que

predicaran. Estoy convencido de que el bautismo

es la forma específica que Jesús prescribió para

que confesemos exteriormente la realidad interior

de que confiamos en la muerte y la resurrección de

Jesús para nuestra salvación.

A lo largo de los veinte siglos de historia

de la iglesia, millones de creyentes han muerto

porque Jesús hizo del bautismo parte de su Gran

Comisión. Sin duda, Jesús sabía que el bautismo

haría que murieran millones de sus ovejas, sus

seguidores. Dado que Él demuestra un amor tan

grande por la iglesia de tantas maneras, debemos

suponer que, como Buen Pastor de la iglesia, no

ordenó a la ligera que todos los que profesaran ser

sus discípulos fueran bautizados.

Estoy convencido de que el bautismo en

agua es la forma que Jesús prescribió para que

confesemos con nuestra boca lo que creemos en

nuestro corazón: que Jesús es el Señor, y que Dios

levantó a su Hijo de los muertos para nuestra

salvación y para que fuera nuestro Señor

resucitado y vivo.

Capítulo 3

Colaboradores de Dios

(10:14-21)

Como ya he señalado, Pablo concluye los

conceptos que presenta en los primeros trece

versículos de este décimo capítulo citando a los

profetas Isaías y Joel, que predicaron que Dios

estaría verdaderamente feliz de salvar a todos los

que lo invocaran para ser salvos. Ahora, escribe

que, de hecho, nosotros podemos participar junto

con Dios, que es la fuente, el poder y cuya gloria

es el propósito de este gran milagro de dar

salvación a los demás: “¿Cómo, pues, invocarán a

aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán

en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin

haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si

no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán

hermosos son los pies de los que anuncian la paz,

de los que anuncian buenas nuevas!” (vv. 14, 15).

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

20

Después de hacer que, en los capítulos 8 y

9, pareciera como si la salvación fuera

enteramente obra de Dios, Pablo ahora escribe que

la salvación depende de la respuesta de la fe

interior y la confesión exterior. Está en el corazón

mismo de estos tres capítulos donde presenta la

soberana providencia de un Dios que es el que

conoció desde antes, predestinó, llamó, justificó y

glorificó a quienes eligió para que fueran salvos.

Pero, en este contexto, escribe que, a menos que

alguien predique y que se envíen predicadores, no

habrá salvación.

En el capítulo 8, su magnífica presentación

de la soberanía de Dios en la salvación, y su

enseñanza sobre la elección en los capítulos 8, 9 y

11, han causado confusión a algunas personas.

Algunos llegan a la conclusión de que podemos

dejar nuestra salvación y todos los temas de

nuestra vida espiritual enteramente en manos de

Dios. Dado que Dios es el gran origen y el gran

poder que está detrás de nuestra salvación, Él nos

llevará —a nosotros y a todos los que están

perdidos— a la salvación, sin ninguna ayuda de

nuestra parte.

Cierta vez escuché una historia sobre un

devoto hortelano que trabajó duramente para

convertir una huerta que estaba en un estado

lamentable, llena de hierbas salvajes, en algo

productivo y bello. Algunos creyentes que lo

conocían le dijeron al pastor que este hortelano era

muy soberbio. El pastor llamó al hortelano y, en el

momento apropiado, le dijo: “Usted y el Señor han

hecho un trabajo hermoso en esta huerta,

¿verdad?”. El hombre contestó: “Sin duda, pastor.

Ciertamente, yo nunca podría haber transformado

esta huerta sin la ayuda del Señor. Pero, pastor,

¡tendría que haber visto lo que era cuando el Señor

la manejaba Él solo!”.

Una de las mayores bendiciones, cuando el

Señor entra en nuestra vida, es cuando Él decide

que no hará su obra solo. Cierta vez, en un huerto,

Jesús les dio una gran enseñanza a sus apóstoles.

Les dio seis razones por las que debemos dar

fruto. La clave de su propia capacidad de ser

fructífero era que Él y el Padre eran uno. Él tenía

constantemente una unidad estrecha e

ininterrumpida con el Padre, y esa relación era la

clave de que Él fuera fructífero. Ahora, Jesús

desafiaba a sus discípulos a ser uno con Él

después de su resurrección.

Jesús les mostró a los apóstoles una vid

con muchas ramas cargadas de fruto y les dijo que

la clave de que ellos pudieran dar fruto era que

fueran uno con Él, así como esas ramas tan

fructíferas estaban relacionadas con la vid de la

cual obtenían el principio vivificante que las hacía

dar fruto. Entonces hizo su gran afirmación: “Yo

soy la vid, y vosotros los pámpanos”. También les

advirtió que, sin Él, ellos no podían hacer nada.

Sin Él, nosotros no podemos hacer nada.

Pero me deja pasmado darme cuenta de que esta

metáfora también afirma que, sin nosotros, Él no

desea hacer nada. En esta gráfica y sencilla

metáfora, el fruto no crece en la vid. En este

contexto, Jesús es una Vid que busca ramas que se

unan a Él como vid, de tal manera que den fruto.

El desafío para usted y para mí es: ¿Seremos uno

con Él? ¿Seremos de esas ramas fructíferas?

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

21

Si yo hubiera sido el Señor, no habría

planeado que una parte vital de mi obra

dependiera de débiles seres humanos de carne y

hueso. Pero Él nos ha incluido en su maravillosa

obra de dar salvación a los perdidos de este

mundo. ¡Con cuánta gratitud deberíamos alabarlo

al darnos cuenta de esto! Dios da mayor

significado y valor a nuestra vida cuando nos

convierte en sus colaboradores y hace su obra a

través de nosotros. Nuestro Creador, también, da

gran gozo a nuestra vida cuando nos incluye en el

milagro de llevar salvación a los perdidos que

encontramos en este mundo. El gozo no viene del

cielo como un paquete que cae sobre la cabeza de

algunas personas y no de otras. El gozo, como la

paz, tiene ciertas condiciones y causas. Jesús les

dijo a los discípulos que ellos debían dar fruto

para que su gozo pudiera estar en ellos y para que

su gozo fuera cumplido (ver Juan 15:11). Nuestro

Señor se deleitaba grandemente en hacer la

voluntad y la obra de su Padre (ver Hebreos 10:7).

Pablo escribió a los gálatas que, cuando hacemos

la obra que Dios desea que hagamos, encontramos

en nuestro fiel trabajo una causa de gran regocijo

(ver Gálatas 6:4, 5). Ser colaboradores de Dios nos

permite hacer esa obra significativa que da gran

sentido a nuestra vida.

El pasaje arriba mencionado declara

elocuentemente que las personas perdidas que

serán elegidas, predestinadas, llamadas y elegidas

para la salvación por Dios no pueden ser salvas

hasta que la iglesia asuma cuatro

responsabilidades determinadas. Los perdidos no

pueden invocar el nombre de Alguien en quien no

creen. No pueden creer a menos que escuchen el

Evangelio de Jesucristo. No pueden escuchar si no

hay quien les predique. Quienes predican, no

pueden predicar a menos que sean enviados a

quienes deben escuchar y creer. Pablo está

desafiando a la iglesia a darse cuenta de su razón

de ser, cuando dice que los predicadores no

pueden predicar a menos que sean enviados (por

una iglesia).

En los capítulos 8 y 9, parecería que Dios

tuviera toda la responsabilidad de llevar a los

perdidos, a la salvación. En este capítulo décimo,

nos da la impresión de que los perdidos tienen

toda la responsabilidad de creer y confesar para

poder ser salvos. Después, tenemos este gran

pasaje, que declara con énfasis el objetivo

misionero de la iglesia y da, claramente, la

impresión de que la iglesia tiene la

responsabilidad de enviar predicadores que

proclamen el evangelio a los perdidos, porque, de

lo contrario, ellos no podrán escuchar, creer,

invocar el nombre del Señor, y ser salvos.

Pablo cita a Isaías cuando pronuncia una

bendición sobre esta responsabilidad de la iglesia

de predicar y enviar predicadores: “¡Cuán

hermosos son sobre los montes los pies del que

trae alegres nuevas!” (Isaías 52:7). Esta es una

hermosa metáfora que declara que Dios tiene en

gran estima a quienes son enviados para proclamar

el evangelio a los que deben escucharlo. También

nosotros debemos valorar de gran manera a quien

fue enviado para que nosotros pudiéramos

escuchar y creer la Buena Noticia de nuestra

salvación.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

22

Aquí es necesario hacer dos observaciones.

La palabra “predicar” puede confundirnos y

hacernos pensar en un pastor o alguien que predica

desde un púlpito. Naturalmente, ambos están

incluidos en la definición de esta palabra, pero

esta tiene un sentido mucho más amplio. La

palabra griega significa, de hecho, ‘hacer un

anuncio’. No debemos limitar la persona a la que

Pablo se refiere aquí como predicador a un pastor,

evangelista o misionero de la iglesia.

Se nos dice que la primera generación de

discípulos de Jesús anunciaron el evangelio a

quienes constituían su familia. También lo

anunciaron a sus amistades, a sus compañeros de

trabajo y a las personas que se cruzaban en sus

vidas. Además de quienes fueron enviados como

Pablo y otros dotados predicadores y evangelistas,

esta extensión del evangelio a través de los

llamados “laicos” también debe ser incluida en la

referencia a los que predican.

Pablo escribe a los corintios que a todos

los que han experimentado el milagro de ser

reconciliados con Dios se les confía

inmediatamente un mensaje y un ministerio de

reconciliación (ver 2 Corintios 5:13-6:2). Cuando

los creyentes reconciliados de una iglesia piensan

que Dios solo le ha dado la responsabilidad de

anunciar el evangelio al pastor, evangelista o

misionero, la iglesia se convierte en un “gigante

dormido”. Una de las verdades que podría

despertar a ese “gigante dormido” es que todos

somos comisionados a anunciar el evangelio a

quienes están perdidos. En este contexto, debemos

darnos cuenta de que, si no somos misioneros, aún

somos un campo misionero.

Dios valora de gran manera a quienes

llevan el evangelio a los perdidos. Véalo de esta

manera: Dios tuvo un Hijo, y Él fue un misionero.

¿Valora usted de gran manera a la persona o las

personas que le anunciaron el evangelio para que

usted pudiera escuchar, creer, invocar el nombre

del Señor y ser salvo? Esa persona o esas personas

son las más importantes que usted ha conocido en

su vida, y usted debe tenerlas en gran estima. Hay

un dicho que dice que se necesita todo un pueblo

para criar a un niño. En cierto sentido, algunas

veces se necesita toda una iglesia para anunciar y

demostrar en la práctica el evangelio a los

perdidos. El testimonio colectivo de toda una

iglesia, muchas veces, ha servido para hacer

comprender la realidad del evangelio a personas

que estaban perdidas.

Mi segunda observación con respecto a

estos versículos sobre los hermosos pies de

quienes predican el evangelio plantea esta

pregunta: “¿Quién envía, en realidad, a estos

predicadores a anunciar el evangelio a los

perdidos de este mundo?”. Aunque,

aparentemente, pueda parecer que la iglesia envía

a los que predican, el poder detrás de este envío es

el del Cristo resucitado y vivo. Jesús indicó a sus

apóstoles que oraran para que el Señor de la mies

enviara obreros a su mies (ver Marcos 9:38; Lucas

10:2).

Debemos comprender que nadie llega a

Cristo si el Padre no lo atrae (ver Juan 6:44).

Algunas veces, alguien podría preguntar: “¿Qué

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

23

sucede si quiero ser salvo, pero no soy elegido?”.

La respuesta a su pregunta es que, si no fuera

elegido y atraído por el Espíritu Santo, no querría

ser salvo.

También debemos tener en cuenta que,

cuando personas como Pablo y Bernabé son

enviadas por una iglesia local, es porque el

Espíritu ha motivado a la iglesia, y ha obrado en

los corazones de los que son enviados para que

respondan al llamado para ser apartados para tal

ministerio (ver Hechos 13:2). Pablo escribe a la

iglesia de Filipos que es Dios quien obra en

nosotros tanto el querer como el hacer, por su

buena voluntad (ver Filipenses 1:6; 2:13).

Dios conoce desde antes, predestina, llama,

justifica y glorifica a sus elegidos, pero cada uno

de ellos debe creer en su corazón y confesar con

su boca para ser salvo. Dios elige y llama a

quienes anunciarán el evangelio a estas personas

perdidas, pero elegidas; de lo contrario, no habría

salvación para ellas. Sin embargo, quienes son

llamados a llevar esta buena noticia a los perdidos

deben responder y obedecer ese llamado de Dios

sobre su vida y convertirse en colaboradores de

Dios —ramas que den fruto— para que esas

personas puedan ser salvas.

Una vez más, no podemos evitar

preguntar: “¿Es Dios quien elige aquí, o somos

nosotros los que elegimos el gran privilegio de

colaborar con Dios para llevar salvación a los

perdidos de este mundo?”. La respuesta no se

corresponde de manera exacta con nuestra lógica,

pero es que no se trata de una cosa o la otra, sino

de una cosa y la otra. Nuestro Dios soberano y el

Cristo vivo son quienes deciden hacer esto, pero

nosotros debemos responder y elegir ser elegidos.

Decidimos permanecer en Él como ramas de la

Vid que Él es, y eso hace que demos fruto (ver

Juan 15).

El misterio de creer y no creer

En muchas grandes ciudades, el simple

hecho de mover un interruptor y llenar de luz una

habitación implica una fuente de energía que no

podemos ver. No podemos ver la electricidad, ni

los kilómetros de cables aéreos o subterráneos que

llevan esa electricidad, a veces desde una enorme

distancia, a nuestro hogar. No conocemos los

grandes generadores, transformadores y, en

algunos casos, impresionantes diques que toman la

energía del agua para proveer de electricidad a

nuestra ciudad, nuestro vecindario, nuestra calle y

nuestra casa, hasta llegar al interruptor que

nosotros accionamos.

De la misma forma, en estos capítulos,

Pablo nos presenta la obra del invisible Espíritu

Santo y la soberana providencia de Dios, que

tampoco pueden ser vistas. No podemos ver la

electricidad de ninguna forma, pero sí podemos

sentir sus efectos cuando el cuarto se ilumina. No

podemos ver al Espíritu Santo, pero podemos ver

evidencias de la obra del Espíritu Santo cada vez

que un pecador escucha, cree, confiesa y es salvo.

Jesús y Pablo nos dicen que, cuando la

Buena Noticia es anunciada a las personas,

algunas creen, y la mayoría de ellas no creen. ¿Por

qué encontramos dos respuestas diferentes al

evangelio? ¿Es porque los que creen no son tan

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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inteligentes como los que no creen? ¿O los que

creen son más inteligentes que los que se niegan a

hacerlo?

La respuesta de Pablo a esa pregunta es

que la inteligencia no es la explicación para la

manera en que la gente responde al evangelio.

Jesús y Pablo nos dicen que, cuando las personas

responden como responden, lo hacen según el don

de la fe que les ha sido dado (ver Mateo 13:11;

19:11; Filipenses 1:29; 1 Corintios 2:9-16).

Según Isaías, estas dos respuestas de creer

o no creer cuando se anuncia el evangelio no es

algo que solo sucedió en el período del Nuevo

Testamento dentro de la historia hebrea. Isaías

profetizó la venida del Mesías y nos dio más

profecías mesiánicas que cualquier otro profeta del

Antiguo Testamento. Más de setecientos años

antes de que sucediera, Isaías nos dio uno de los

más grandes capítulos de la Biblia con respecto al

significado de la muerte de Cristo en la cruz

(Isaías 53).

Los primeros seis versículos de ese capítulo

son seis de los versículos más importantes y

espiritualmente elocuentes de la Biblia sobre el

significado de la muerte de Jesucristo en la cruz:

“Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre

quién se ha manifestado el brazo de Jehová?

Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de

tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le

veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.

Despreciado y desechado entre los hombres, varón

de dolores, experimentado en quebranto; y como

que escondimos de él el rostro, fue

menospreciado, y no lo estimamos.

“Ciertamente llevó él nuestras

enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y

nosotros le tuvimos por azotado, por herido de

Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras

rebeliones, molido por nuestros pecados; el

castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga

fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos

descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por

su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de

todos nosotros” (Isaías 53:1-6).

Pablo nos desafía a observar cómo Isaías

comenzó esa inspirada profecía mesiánica: “Mas

no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías

dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?

Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra

de Dios” (vv. 16, 17).

Según Pablo, al comenzar su magnífica

presentación profética de la muerte de Cristo,

Isaías hace que concentremos nuestra atención en

este misterio de creer y no creer formulándonos

esa pregunta. Según Isaías, el gran asunto que

definirá la separación entre los salvos y los

perdidos de este mundo será Jesucristo. De forma

muy directa, Isaías comienza este gran capítulo

declarando: “Tengo para compartir con ustedes la

más grande profecía que haya proclamado jamás

ningún profeta, pero ¿quién la creerá?”.

Pablo continúa con una profunda

declaración que demuestra cómo el Espíritu Santo

usa la Palabra de Dios para atraer a las personas

hacia la fe y hacia Cristo. El apóstol escribe que la

fe viene por oír la Palabra de Dios. Este versículo

dice, literalmente, que la fe viene de escuchar el

mensaje de Cristo.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

25

Pedro se suma a Pablo en la enseñanza de

esta misma verdad. Según Pedro, la Palabra de

Dios es una semilla incorruptible, una esperma

que concibe vida espiritual en quienes responden

adecuadamente a esa Palabra cuando la escuchan

o la leen (ver 1 Pedro 1:22, 23).

Pedro enseña esta misma verdad por

segunda vez, con otra bella metáfora, cuando

exhorta a sus lectores a acercarse a la Palabra

como a una luz en un mundo muy oscuro. Según

Pedro, cuando se aproximen a esa luz,

experimentarán dos milagros: será el amanecer de

un nuevo día, y el lucero de la mañana se

levantará en sus corazones (ver 2 Pedro 1:19).

Esta afirmación de Pablo y estas dos

metáforas de Pedro que son paralelas a ella han

formado el objetivo de mi filosofía del ministerio

desde 1949. Isaías nos dijo en su profecía que él

predicaba la Palabra de Dios porque ella hacía

concordar los pensamientos y los caminos del

hombre con los de Dios (ver Isaías 55:8-11). He

descubierto que, cuando hacemos entrar a las

personas en la Palabra de Dios y hacemos entrar la

Palabra de Dios en las personas, llega la fe, y ellas

nacen de nuevo. Ese nuevo nacimiento es descrito

bellamente en esas dos metáforas de Pedro.

Más preguntas y respuestas

Pablo cierra este décimo capítulo

anticipándose una vez más a las preguntas de sus

lectores. Cuando se concentra en la fundamental

importancia de escuchar la Palabra, por medio de

la cual llega la fe, imagina a sus lectores

preguntándose: “Pues bien, ¿qué de aquellos que

jamás la han oído?”. Después de compartir el

evangelio con muchos estudiantes universitarios

en los claustros seculares, he escuchado que

inmediatamente presentan esta pregunta cuando

escuchan el evangelio por primera vez: “¿Qué de

aquellos que nunca han escuchado este

evangelio?”.

Pablo formula esta pregunta, y después, la

responde: “Pero digo: ¿No han oído? Antes bien,

Por toda la tierra ha salido la voz de ellos,

Y hasta los fines de la tierra sus palabras.

También digo: ¿No ha conocido esto Israel?

Primeramente Moisés dice:

Yo os provocaré a celos con un pueblo que no

es pueblo;

Con pueblo insensato os provocaré a ira.

E Isaías dice resueltamente:

Fui hallado de los que no me buscaban;

Me manifesté a los que no preguntaban por mí.

Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis

manos a un pueblo rebelde y contradictor” (18-21;

ver Salmos 19:1-4; Deuteronomio 32:21; Isaías

65:1).

Pablo cita a David, Moisés e Isaías en su

respuesta para esta pregunta. David enseña lo que

los teólogos llaman “revelación natural” cuando

escribe que los cielos cuentan la gloria de Dios;

que el espacio en el que existen, declara la infinita

amplitud de Dios, y que no hay lugar en la tierra

que no haya escuchado esa declaración.

En los viajes que he hecho para visitar a

misioneros en algunos de los lugares más remotos

de la tierra, descubrí algo. Cuando quienes

vivimos en grandes ciudades visitamos lugares en

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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la selva donde no hay luces como en la ciudad,

tomamos mayor conciencia de las estrellas y de

este extraordinario universo en el que vivimos.

Cuando era un pastorcito, probablemente David

pasó muchas noches tendido de espaldas, mirando

las estrellas. El Espíritu Santo lo inspiró para que

escribiera en el Salmo 19 que los cielos y el

espacio predican un sermón sobre la gloria de

Dios. No hay una noche en que no prediquen ese

sermón. Según David, aunque no hay voz ni

sonido, no hay lugar en el mundo en que ese

sermón no se oiga.

En el primer capítulo de esta carta, Pablo

declara que, debido al mensaje que comunica el

milagro de la creación, los que no creen, no tienen

excusa (ver 1:20). ¿Pueden las personas perdidas

conocer lo suficiente por medio de la revelación

natural como para ser justificadas por fe? La

respuesta obvia a esa pregunta es que no.

Pero lo que la Biblia enseña es que, si por

medio de la creación, la persona perdida

comprende que tiene que haber un creador, si lo

busca en respuesta a esa luz que ha recibido a

través de la creación, Dios le dará más luz. Este es

un principio muy importante en la Biblia. (Ver

Filipenses 3:16; Juan 9:40, 41; 15:22). Los

misioneros nos dicen que, cuando llevaban el

evangelio a personas que vivían en lugares

remotos y primitivos del mundo, ellas estaban

esperando que llegara alguien que les hablara del

Dios que habían estado buscando durante muchos

años.

Yo tuve una experiencia personal que me

confirmó que esto era cierto. Cuando, siendo

pastor, dirigía un estudio bíblico evangelístico,

una dama japonesa de rostro radiante me preguntó

si podía conversar unas palabras conmigo después

de la clase. Entonces me dijo que, cuando estaba

en los refugios antiaéreos de Tokio, en los últimos

meses de la Segunda Guerra Mundial, ella había

orado al Dios que yo le había presentado en ese

estudio. Era budista, pero sabía en lo profundo de

su corazón que había un Dios que la salvaría si

oraba a Él.

Esta mujer puso su fe en Jesucristo, el día

aclaró y el lucero de la mañana comenzó a vivir en

su corazón. Se convirtió en una radiante discípula

de Jesucristo. En aquel refugio antiaéreo, ella

había respondido al Dios que le había dado luz...,

y Él le dio más luz. Esa noche, ella se fue

diciendo: “Dios es mi luz y mi salvación” (ver

Salmos 27:1).

A continuación, Pablo cita un profundo

versículo del Libro de Deuteronomio, donde

Moisés da una profecía que se convierte en el

tema del resto del capítulo y de todo el capítulo 11

de esta obra maestra teológica. Moisés predice que

Dios provocará a celos a Israel eligiendo a los

poco espirituales gentiles para la salvación.

Los judíos se referían a los gentiles como

“perros”, con lo cual querían decir que un gentil

tenía tanto discernimiento espiritual como un

perro. Sin duda, provocaría celos a los judíos que

Dios se apartara de ellos para elegir a “perros”

como su pueblo escogido. Pablo continúa una de

las profecías más extraordinarias de la Biblia

cuando reafirma la profecía de Moisés de que Dios

provocará celos a los judíos salvando a los

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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gentiles. Moisés también profetizó que Dios haría

airar a los judíos escogiendo a un pueblo necio, un

pueblo sin entendimiento, para ser salvo.

¿Ha observado usted la extraordinaria

inteligencia y el talento de los judíos? Fíjese

cuántos renombrados científicos, ganadores de

premios Nóbel, famosos eruditos y especialmente,

músicos y compositores de grandes obras maestras

musicales son judíos. Cuán irónico que Dios

eligiera personas mucho menos dotadas e

inteligentes que los judíos para ser su pueblo

elegido. Pablo deja en claro que los gentiles que

Dios eligió no fueron elegidos porque fueran

nobles, poderosos o inteligentes (ver 1 Corintios

1:26-29).

A la profecía de Moisés se suman dos

profecías de Isaías que agregan que Dios

provocará celos a los judíos eligiendo a un pueblo

que no lo busca en lo más mínimo. Pablo ya ha

reconocido que los judíos tienen celo por Dios,

pero su celo está mal dirigido, ya que buscan a

Dios mirando hacia adentro y obsesionándose con

el celo por su propia justicia. Los judíos que eran

como Saulo de Tarso (antes de conocer a Cristo)

estaban intensa, aun fanáticamente comprometidos

con su forma de buscar a Dios por medio de su

propia justicia.

Hace más de cinco décadas que me fascina

escuchar las historias, o testimonios de la obra de

Dios en creyentes que he conocido por ser su

pastor. En cierto sentido, ninguna de estas

historias es igual a otra. Pero un patrón que he

descubierto en todas ellas es lo que yo llamo “la

gran intervención”. Esta intervención es

bellamente presentada en una metáfora por David,

cuando nos dice, en el Salmo del Pastor, cómo el

Señor se convirtió en su Pastor. David dice que

Dios “me hace descansar”.

Cuando escucho a las personas contarme

cómo llegaron a la fe en Dios y en Cristo, me

sorprende ver cuántas de ellas no buscaban a Dios

en lo más mínimo. ¡Dios las estaba buscando a

ellas! Él las obligó a descansar golpeándolas en la

cabeza con su cayado, que generalmente tomaba la

forma de un problema que ellas no podían

resolver. Después, pudieron ver ese problema

como una intervención amorosa de su Dios y

Pastor, y agradecerle por ese problema. Dios

continúa interviniendo en los puntos

fundamentales de sus viajes de fe. Obviamente, la

iniciativa parte de Dios, no de que ellas lo

busquen.

Alguien ha dicho: “La religión es el

hombre en busca de Dios, pero la Biblia presenta a

Dios buscando al hombre”. Pablo, citando a Isaías,

predice un hecho extraordinario que vemos hoy

suceder en nuestra propia vida y en los viajes de fe

de otros. A diferencia de los judíos —que tenían

un notable celo por Dios—, personas que no

buscaban a Dios en lo más mínimo son

encontradas por Él, que sí las estaba buscando.

Moisés, Isaías y Pablo agregan a este

extraordinario hecho de la vida espiritual la

enseñanza de que Dios hará esto por los gentiles

para provocar a los judíos de manera que puedan

ser restaurados espiritualmente.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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Capítulo 4

El misterio de Israel

(11:1-36)

Un famoso erudito de la Biblia fue

invitado a predicar durante una semana en la

iglesia donde yo era pastor. Le pregunté qué

podíamos hacer para que pudiera tener un tiempo

de distensión durante su visita. Me sorprendió

cuando me pidió si podía conseguirle varios libros

de suspenso de un conocido escritor del género, ya

que su pasatiempo era leer historias de misterio.

A millones de personas les encanta leer

buenas novelas de misterio, porque “un misterio es

un secreto que, finalmente, se revela”. A quienes

les gusta leer a los grandes escritores de obras de

misterio disfrutan de tratar de descubrir el

misterio, el secreto que finalmente va a revelarse.

En la Biblia, la palabra “misterio”, además de

referirse a un secreto que va a ser revelado, nos

habla de un hecho futuro que solo puede

producirse por el poder sobrenatural del Dios

todopoderoso.

En el undécimo capítulo de su carta a los

romanos, Pablo habla de Israel como un misterio

(ver v. 25). La nación de Israel es un misterio por

varias razones. Todo el Antiguo Testamento

presenta la extraordinaria realidad de que Israel es

el ejemplo de lo que Pablo llama “elección”. Los

judíos son el pueblo elegido por Dios. Como gran

paradoja bíblica, Israel es, también, el principal

ejemplo bíblico de lo que algunas veces llamamos

“libre albedrío”, porque decidieron no ser el

pueblo elegido de Dios.

La actual nación de Israel no es el pueblo

elegido, escogido por Dios. Su cruel opresión del

pueblo palestino demuestra esta tremenda

realidad. El hecho de que sean una nación, y que

ya no estén dispersos completamente por todo el

mundo, es el cumplimiento de lo que predicaron

profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel,

Zacarías, Isaías y de estos capítulos escritos por

Pablo. Pero el retorno espiritual de Israel, que

también se profetiza, evidentemente, aún no se ha

producido.

Dos veces, en este capítulo, Pablo formula

básicamente, esta pregunta: “¿Ha desechado Dios

a Israel?” (ver vv. 1, 11). ¿Ha rechazado Dios a

Israel porque ellos rechazaron a su Hijo, el Mesías

que Él les envió? Su respuesta es “¡Claro que no!”

y “De ninguna manera”. El dinámico mensaje de

este capítulo es que Dios aún no ha terminado con

Israel. En esta obra maestra de todos sus escritos,

el gran apóstol se refiere a Israel como un

misterio, porque la relación entre Dios e Israel es

un secreto que finalmente será revelado. Cuando

ese misterio se revele, lo que Pablo profetiza en

estos capítulos será posible solo por el poder del

Dios todopoderoso. Israel es un misterio en ambas

dimensiones de mi definición de lo que es un

misterio.

Pablo comienza este capítulo con esa

pregunta: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su

pueblo? En ninguna manera. Porque también yo

soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la

tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su

pueblo, al cual desde antes conoció” (vv. 1, 2).

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

29

Un potente predicador, cristiano judío,

acababa de predicar un mensaje extraordinario en

un culto de la capilla de un seminario. Entonces,

una de las estudiantes avanzadas lo saludó y le

dijo: “Usted es el primer cristiano judío que he

escuchado hablar personalmente”. El predicador le

preguntó: “¿Nunca oyó hablar de los doce

apóstoles?”. Los doce apóstoles eran judíos, y

cuando leemos el Libro de Hechos, hasta que

llegamos al décimo capítulo, todos los creyentes

de la iglesia son judíos. Pablo nos recuerda que él

mismo, el más grande misionero de la historia de

la iglesia, es prueba de que Dios no ha cerrado la

puerta de la salvación a los judíos.

Después nos da una ilustración del Antiguo

Testamento sobre un gran profeta que pensaba que

Dios había abandonado a la nación de Israel, y que

él era el único profeta que no había adorado al

ídolo Baal y olvidado a Dios: “¿O no sabéis qué

dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios

contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han

dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo

he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le

dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil

hombres, que no han doblado la rodilla delante de

Baal” (11:2-4).

Cuando vivimos y servimos al Señor en un

lugar donde hay muy pocos creyentes, si es que

hay alguno, es fácil que sintamos, como Elías, que

estamos solos, que somos el único creyente

auténtico que queda, que está sirviendo fielmente

al Señor. Si supiéramos lo que Dios sabe, nos

daríamos cuenta de que Dios tiene miles o aun

millones de siervos fieles como nosotros en este

mundo.

Elías cometió muchos errores, que lo

llevaron a estar, finalmente, debajo de un árbol,

desesperado, pidiendo en oración que Dios le

quitara la vida. Su primer error fue que olvidó el

hecho de que solo conocemos una ínfima fracción

de lo que se puede conocer. La educación

espiritual es el proceso de pasar de la ignorancia

inconsciente a la consciente. Nuestra situación

nunca es tan mala como parece, porque no

conocemos gran parte de lo relativo a nuestros

problemas. Si supiéramos lo que Dios sabe, nos

alentaría mucho, y no oraríamos pidiendo la

muerte.

Elías también cometió el error de

subestimar el poder de Dios. Las cosas nunca son

tan malas como parecen, porque Dios no es tan

débil como creemos que es. El tema de la última

parte del capítulo 8 era que Dios está a cargo, sabe

lo que hace y tiene todo el poder que necesita para

ganar nuestra victoria espiritual. Él puede hacer

que todas las cosas que nos suceden —aun cuando

no haya nada de bueno en ellas— encajen dentro

de un patrón para bien que cumplirá su plan para

nosotros y a través de nosotros. Cuando

recobremos nuestra visión del poder todopoderoso

de nuestro soberano Dios, no desesperaremos ni le

pediremos a Dios que nos mate.

El tercer error de Elías fue que olvidó la

diferencia entre la gracia y las obras: “Así también

aun en este tiempo ha quedado un remanente

escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por

obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

30

si por obras, ya no es gracia; de otra manera la

obra ya no es obra” (vv. 5, 6).

Cuando pensamos que la obra de Dios

depende de quiénes somos y qué somos, de lo que

podemos o no podemos hacer nosotros, nos

desesperamos. Nuestra victoria llegará cuando

recobremos la perspectiva de que la obra de Dios

depende de Quién es Dios y Qué es Dios, y de lo

que Él puede hacer en nosotros y a través de

nosotros.

Este gran profeta, Elías, también olvidó

que su vida espiritual estaba entretejida, como una

cuerda de tres dobleces, con su vida mental y su

vida física. Había estado descuidando sus

necesidades físicas. Estaba exhausto, no había

comido, había pasado demasiado tiempo sin

dormir. Así que Dios lo hizo dormir

profundamente, lo despertó, lo alimentó, lo hizo

dormir otra vez y lo restauró por completo a su

milagroso ministerio (ver 1 Reyes 17, 18, 19).

Pablo aplica lo que Dios le dijo a Elías

sobre un remanente fiel de judíos al plan de Dios

para Israel. Aunque no hay muchos, en los dos mil

años de historia de la iglesia y en la actualidad, ha

habido y hay judíos que confían en Jesús como su

Mesías, Salvador y Señor. Tuve el gozo de llevar a

un querido amigo judío a la fe en Cristo. Pero

estoy en el ministerio desde 1953, y he visto a

muchas personas llegar a la fe en Cristo. Entre

ellas, los judíos que se convirtieron en seguidores

de Jesucristo fueron menos de diez.

Pablo presenta una explicación para esto en los

siguientes versículos, donde escribe que Israel,

como pueblo, experimenta una misteriosa ceguera:

“¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha

alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado,

y los demás fueron endurecidos; como está escrito:

Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no

vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy.

Y David dice:

Sea vuelto su convite en trampa y en red,

En tropezadero y en retribución;

Sean oscurecidos sus ojos para que no vean,

Y agóbiales la espalda para siempre” (11:7-10).

La ceguera espiritual de la que Pablo habla

siempre ha sido notoria, y lo es aún hoy. Un

síntoma de esa ceguera es lo opuesto de la gracia y

la misericordia de Dios que la Palabra de Dios

presenta sistemáticamente desde el Génesis hasta

el Apocalipsis. El judío ortodoxo siempre estuvo,

y está ahora, decidido a lograr la salvación

obedeciendo la Ley de Dios. Hay algo en la

naturaleza humana que se niega a confiar en Dios

para la salvación y a confesar que no podemos

salvarnos a nosotros mismos.

Jesús estaba enseñando la importancia vital

de esta actitud de reconocer nuestra incapacidad

cuando enseñó la primera actitud que nos hace

entrar en el reino de los cielos, y nos convierte en

sal de la tierra y luz del mundo: “Bienaventurados

los pobres en espíritu” (Mateo 5:3). Y continuó:

“Bienaventurados los que lloran”. Al menos una

aplicación de esta segunda bienaventurada actitud

es que lloramos cuando aprendemos a confesar

que somos pobres en espíritu.

Otra dimensión de la autojustificación y la

ceguera espiritual de los judíos fue y es que están

convencidos de que, dado que están guardando la

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

31

Ley y hacen lo correcto, es decir, buenas obras,

Dios les debe la salvación. Pablo concluye la

sección doctrinal de esta carta señalando que nadie

puede decir que le ha dado a Dios hasta un punto

en que Dios le deba algo (ver 11:35).

La misericordia es el atributo de Dios que

no permite que recibamos lo que merecemos.

Pablo, en los primeros cuatro capítulos de esta

carta, demuestra que no merecemos más que la ira

de Dios, que se manifiesta contra nuestra

injusticia. Cualquier cosa que no sea ira y

condenación divina es solo resultado de la

misericordia de Dios.

La gracia de Dios es el atributo que

derrama abundantemente sobre nosotros las

bendiciones de la salvación que no merecemos.

Dios hace su parte en nuestra salvación, ya que

usa todos los medios posibles para llevarnos al

punto en que oremos, como el publicano: “Dios,

sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).

Cuando oramos esa oración de

arrepentimiento, aplicamos la primera

bienaventuranza que Jesús enseñó que debemos

tener para poder ser sal de la tierra y luz del

mundo: ser pobres en espíritu. Una traducción de

la expresión “pobres en espíritu” podría ser ‘de

espíritu quebrantado’. En ese contexto, Dios desea

utilizar las consecuencias adversas de nuestras

vidas egoístas y egocéntricas para llevarnos a ese

quebrantamiento en el que confesemos que no

podemos por nosotros mismos y admitamos que

no podemos, de ninguna manera, salvarnos a

nosotros mismos.

La ceguera espiritual de los judíos hizo que

negaran su necesidad de la misericordia y la gracia

de Dios, y cerraran de esa forma la puerta de la

salvación para sí. Hay millones de personas en

este mundo que están decididas a salvarse por lo

que hacen o no hacen para ganarse su salvación.

Están convencidas de que pueden hacerlo, y

totalmente comprometidas a ganarse la gracia de

Dios.

Cuando Pablo formula la pregunta con la

cual comienza este capítulo, por segunda vez, lo

hace de forma diferente: “Digo, pues: ¿Han

tropezado los de Israel para que cayesen? En

ninguna manera” (Romanos 11:11). Al responder

esta pregunta por segunda vez, llega al corazón del

mensaje de este capítulo y de los dos capítulos que

lo preceden. En la segunda mitad de este versículo

11, comienza a presentar cinco razones por las

cuales Israel, como nación, volverá, un día, a ser

un pueblo devoto y decidirá ser el pueblo elegido

por Dios.

La primera razón para creer en la

restauración espiritual de Israel es que la salvación

de los gentiles siempre fue planeada por Dios para

que tuviera como resultado la salvación de Israel:

“Pero por su trasgresión vino la salvación a los

gentiles, para provocarles a celos” (11).

Si usted conoce el Libro de Hechos, sabe

que, cuando Pablo entraba en una ciudad, siempre

iba primero a predicar a los judíos. Cuando los

judíos rechazaban su predicación —algunas veces,

persiguiéndolo duramente e incitando a toda la

ciudad a levantarse y perseguirlo— Pablo siempre

se dirigía a los gentiles y les predicaba su mensaje

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

32

del evangelio a ellos. En este capítulo, nos hace

saber que su motivación para utilizar tal estrategia

era dar celos a los judíos, como lo profetizó

Moisés, porque esperaba que los celos que ellos

tuvieran de estos gentiles piadosos tuvieran como

resultado su salvación.

¿Se da cuenta de cómo estas palabras

deberían desafiar a todos los gentiles que somos

justificados por fe y equipados por la gracia de

Dios a vivir vidas que glorifiquen a Dios? Por la

gracia de Dios, deberíamos tener una relación con

Él, a través de Cristo, tan vital y hermosa, que

haga que los judíos devotos nos miren y sientan

celos. Ellos deberían observar nuestro amor,

nuestro gozo y nuestra paz en Cristo y decir: “Eso

era para nosotros, los judíos, y estoy celoso de este

gentil que está viviendo lo que Dios quiso para

nosotros como su pueblo elegido”.

¿Cuántos de nosotros, discípulos del Señor

Jesucristo, tenemos una relación tan maravillosa

con Dios que provoquemos a los judíos, o a

cualquier otra persona, ese tipo de celos?

Lamentablemente, en realidad hay muy poco en la

iglesia local que estimule esa clase de celos en los

corazones de los judíos devotos, o de otros

inconversos, que les dé el fuerte deseo de tener lo

que tenemos para poder ser como nosotros. De

hecho, en nuestras iglesias hay muchas cosas que

provocarían una respuesta totalmente opuesta. La

esencia de nuestro testimonio a los judíos, o a

quienes nos observen, es: ¿desean ellos tener lo

que nosotros tenemos, para poder ser como

nosotros?

La segunda razón para creer en la restauración

espiritual de los judíos es que todo el mundo será

bendecido cuando esto suceda. De hecho, la

bendición no llegará hasta que se produzca esa

restauración: “Y si su trasgresión es la riqueza del

mundo, y su defección la riqueza de los gentiles,

¿cuánto más su plena restauración? Porque a

vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol

a los gentiles, honro mi ministerio, por si en

alguna manera pueda provocar a celos a los de mi

sangre, y hacer salvos a algunos de ellos. Porque si

su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué

será su admisión, sino vida de entre los muertos?”

(vv. 12-15).

El ministerio que auspicia nuestros

estudios bíblicos se llama “International

Cooperating Ministries”. Nuestro fundador y

presidente asistió al Congreso Internacional de

Evangelización Mundial en Lausana, Suiza, hace

ya muchos años, y lo impresionó mucho ver las

banderas de todas las naciones libres de la tierra

que ha recibido el impacto del evangelio de

Jesucristo. Toda nación del mundo donde el

evangelio es proclamado libremente es una nación

libre. Su visión para impactar a todas las naciones

con la Palabra de Dios nació en ese gran congreso.

Nuestra declaración de fe es la declaración

redactada por los representantes de las naciones

libres que asistieron a ese congreso.

En cierto sentido, todas esas naciones

escucharon el evangelio de Jesucristo porque los

judíos lo rechazaron. Lo que Pablo escribe aquí es

que, si su rechazo tuvo como consecuencia que

todas esas naciones escucharan el evangelio de

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

33

Cristo, ¡cuánto más todo el mundo será bendecido

cuando los judíos crean el evangelio y decidan

convertirse en el pueblo elegido de Dios! Este es

el milagro extraordinario que Moisés, Isaías,

David y el apóstol Pablo proclaman juntos en este

sorprendente capítulo de la Biblia.

Para presentar la tercera razón por la que

cree en la restauración espiritual de Israel, Pablo

usa dos profundas metáforas: “Si las primicias son

santas, también lo es la masa restante; y si la raíz

es santa, también lo son las ramas” (16).

Solo un devoto judío podría comprender

estas metáforas. Esa es una de las razones por las

que esta carta es más difícil de comprender para

quienes somos gentiles. Ya he señalado varias

veces que cuando Pablo escribe esta carta, se está

dirigiendo a judíos que eran tan celosos como

Saulo de Tarso antes de conocer a Cristo y

cambiar su nombre por Pablo.

La primera metáfora está relacionada con

la adoración que Dios ordenó en el tabernáculo del

desierto, específicamente la ofrenda de las

primicias. Para entregar esta ofrenda al Señor se

presentaba un gran bollo de masa. Un sacerdote

separaba un pequeño pan de ese gran bollo y lo

ofrecía al Señor como la ofrenda de las primicias,

es decir, el primer fruto. La metáfora enseña que,

si esas primicias de pan que se separaban del bollo

eran santas, entonces, todo el bollo era santo.

La aplicación de la metáfora es que las

primicias representaban a los patriarcas: Abraham,

Isaac y Jacob, que eran santos. Si Abraham, Isaac

y Jacob eran santos, y eran las primicias, los

padres de este pueblo elegido, entonces, el pueblo,

como nación, también era santo.

La segunda metáfora lleva a Pablo a la

cuarta razón por la que creía en la restauración

espiritual de Israel, que se relaciona con raíces y

ramas. Cuando un judío se hace cristiano, no

cambia su herencia espiritual en lo más mínimo,

sino que se convierte en un judío completo. Pero,

cuando un gentil se hace cristiano, se convierte en

un judío espiritual. Los judíos son el sistema de

raíces en que se sustentan las ramas de olivo

silvestre (los gentiles). Los gentiles están

meramente injertados en el olivo que son los

judíos. Los judíos son las ramas naturales y

originales de este árbol de olivo, que representa al

pueblo originalmente elegido por Dios.

Pablo se dirige ahora a los gentiles, al

escribir: “Pues si algunas de las ramas fueron

desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido

injertado en lugar de ellas, y has sido hecho

participante de la raíz y de la rica savia del olivo,

no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe

que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues

las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo

fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron

desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te

ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no

perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te

perdonará” (17-21).

Los gentiles redimidos están injertados en

ramas, pero los descendientes biológicos de

Abraham son las raíces que dan apoyo a esas

ramas. Pablo —es obvio— cree que Moisés, Isaías

y David predijeron la restauración espiritual de

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

34

Israel. Es inconcebible para Pablo que el sistema

de raíces, que sustenta estas ramas de olivo

silvestre que están injertadas en el olivo, no sea

restaurado algún día. Esa es la cuarta razón por la

que cree en esa restauración espiritual final.

La Biblia es llamada, algunas veces, “la

revelación hebreo-cristiana de Dios”. Cuando se

habla de la Biblia como revelación hebrea y,

además, cristiana, es otra manera de referirse al

Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.

Es importante, también, que

comprendamos que los primeros cinco libros del

Antiguo Testamento, los libros de la Ley, son un

fundamento muy importante que necesitamos al

estudiar los evangelios, y la vida y enseñanzas de

Cristo. (Si usted no ha estudiado estos libros del

Antiguo Testamento, lo animo a pedir los

fascículos 1 y 2, que lo ayudarán en su estudio).

En esta profunda carta de Pablo, el apóstol enseña

enfáticamente que la muerte de Jesucristo en la

cruz fue y es el fundamento por el cual nuestros

pecados son perdonados y somos declarados

justos.

Cuando escuchamos a Juan el Bautista

presentar a Jesús como el Cordero de Dios, o

cuando los apóstoles enseñan en sus inspiradas

cartas lo que Pablo, claramente, enseña en esta —

que somos justificados por la fe en lo que Jesús

hizo por nosotros en la cruz—, el argumento más

firme para esa enseñanza se encuentra en los libros

de la Ley Éxodo y Levítico (ver Juan 1:29). Aquí

es donde la sangre del cordero de la Pascua fue

ofrecida como expiación, o cobertura, que

protegió a las familias hebreas de la ira de Dios.

Cuando el ángel de Jehová vio la sangre del

cordero, pasó por alto esas familias (ver Éxodo

12).

Una de las últimas afirmaciones de Jesús

antes de ser arrestado y crucificado fue hecha en

un aposento alto donde celebró su última cena con

los apóstoles. Comenzó esa Pascua diciéndoles a

esos hombres que los amaba tanto que había

deseado profundamente compartir esa Pascua en

especial con ellos. Esto fue porque Él no volvería

a celebrar esta festividad santa nuevamente hasta

que ella fuera cumplida (Lucas 22:15, 16). Poco

después de decir estas palabras, Jesús se convirtió

en ese Cordero de la Pascua al morir en la cruz.

A lo largo de toda esta magnífica carta de

Pablo a los romanos, el apóstol ha presentado dos

conceptos: la Ley y el cumplimiento de la Ley.

Según Pablo, la Ley que Dios dio a través de

Moisés se cumple por medio de Jesucristo en la

cruz.

Cuando decimos que creemos que Jesús

murió en la cruz por nuestros pecados, podemos

apoyar esa convicción con las palabras de Jesús

que hemos citado y que relacionan su muerte en la

cruz con el cordero de la Pascua. También

podemos basar nuestra convicción en las

inspiradas palabras escritas por los apóstoles. Pero

el fundamento más firme que tenemos para esa

convicción proviene de los libros de la Ley Éxodo

y Levítico, donde se presenta y se aplica el

cordero sacrificial de la Pascua a la adoración de

los judíos.

A esto se refieren quienes llaman a la

Biblia “la revelación hebreo-cristiana de Dios”. Y

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

35

eso es lo que quiere decir Pablo cuando escribe

que estas ramas injertadas no sustentan al sistema

de raíces que es Israel, sino que este sistema de

raíces que es Israel es el que sustenta a esas ramas.

Cuando Pablo se dirige a los cristianos

gentiles en estos versículos anteriores, está

presentando metafóricamente a Abraham y la fe

de Abraham como un árbol de olivo, y a los

creyentes gentiles como ramas de olivo silvestre

que han sido injertadas en aquel. Las ramas

naturales de ese olivo han sido desgajadas por la

incredulidad. Pero, al hablar a todas las

generaciones de gentiles desde aquel primer siglo,

Pablo advierte a los creyentes gentiles que, así

como las ramas naturales fueron desgajadas por su

incredulidad, si los gentiles no creemos en la

justicia que es por la fe, seremos desgajados de la

misma forma.

La quinta razón por la que Pablo cree en la

restauración espiritual de Israel se encuentra en

estos versículos: “Mira, pues, la bondad y la

severidad de Dios; la severidad ciertamente para

con los que cayeron, pero la bondad para contigo,

si permaneces en esa bondad; pues de otra manera

tú también serás cortado. Y aun ellos, si no

permanecieren en incredulidad, serán injertados,

pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.

Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza

es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste

injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que

son las ramas naturales, serán injertados en su

propio olivo?” (22-24).

Para comprender la primera razón por la

que Pablo tiene esta extraordinaria convicción de

que Israel, un día, sería espiritualmente restaurado,

señalé que debemos comprender la forma de

pensar de un judío devoto que conocía en

profundidad las ofrendas de adoración del Antiguo

Testamento. Para comprender esta última razón

para creer en esta enseñanza profética debemos

saber algo sobre el cultivo de árboles frutales.

Dado que uno de mis mejores amigos es un

profesional en esa área, he podido aprender de él

que, si injertáramos una rama de mandarina en un

duraznero, esa rama no daría duraznos. Daría

mandarinas, en lugar de duraznos, ya que el fruto

es determinado por la rama, y no por el árbol,

cuando se injertan las ramas de ese modo.

Por eso es que Pablo usa la expresión

“contra naturaleza” en este pasaje. A través de esta

bella metáfora, Pablo dice, básicamente, a estos

gentiles: “Ustedes, como gentiles, fueron cortados

de un olivo silvestre y, siendo ramas de olivo

silvestre, fueron injertados en un olivo cultivado y

fructífero. Ustedes solo podrían dar frutos inútiles,

silvestres, amargos y secos. Pero, contra

naturaleza, están produciendo el fruto sobrenatural

del Espíritu Santo. Si Dios puede producir la

nueva creación en que ustedes se han convertido

con ramas de olivo silvestre como ustedes, sin

duda podrá producir, y de hecho producirá, fruto

sobrenatural de las ramas naturales, cuando ellas

crean y sean nuevamente injertadas en ese bello

olivo como hijos naturales de Abraham”.

Ahora, no estamos estudiando una

revelación hebreo-cristiana, sino dos pueblos

diferentes, hebreos y cristianos, que han tenido

una relación tensa durante más de veinte siglos.

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

36

En la mayoría de las culturas, parientes que

comparten muy pocas cosas durante el año deben

reunirse y relacionarse entre sí varias veces por

año en las festividades especiales. La coexistencia

de la iglesia de Jesucristo y la nación judía es

como la de esos parientes que se reúnen

ocasionalmente, pero les resulta incómodo, y

algunas veces imposible, tener una verdadera

relación mutua.

Debemos comprender que esto es más que

una convicción o una profecía que solo hace el

apóstol Pablo. Recordemos que él basa esta

esperanza para el Israel que tanto ama en las

profecías de Moisés, Isaías y David. Podría haber

mencionado también a otros profetas,

especialmente a Zacarías (ver 8:20-23; 13:6),

quien, a excepción de Isaías, nos da más profecías

mesiánicas que cualquier otro.

Esta última razón por la que Pablo cree en

un Israel restaurado espiritualmente tiene una

aplicación pasada, una presente, y tendrá una

futura. Cuando Pablo escribe que Dios puede

injertar nuevamente en el olivo a aquellos judíos

que crean, nunca deberíamos olvidar que los

primeros miembros de la iglesia de Jesucristo eran

judíos.

En el Libro de Hechos, leemos acerca de

las tres mil personas que se convirtieron en el día

de Pentecostés. Después, leemos sobre los miles

que se convirtieron en los días y semanas que

siguieron a ese milagroso evento. Si continuamos

leyendo, la inspirada historia de la iglesia del

Nuevo Testamento cambia la palabra “miles” por

“multitudes”. La iglesia es descripta, entonces,

como grandes multitudes de personas.

¡Recordemos que todos estos miles y multitudes

de creyentes eran judíos!

Hoy, nos resulta extraordinario cuando una

persona judía confiesa a Jesús como su Mesías,

Salvador y Señor. Como he señalado, es inusual,

en la actualidad, que un judío se convierta en lo

que llamamos “judío mesiánico”. Es difícil para

ellos confiar en Jesucristo como su Salvador y

Señor. Esto es consecuencia de esa ceguera que ha

caído sobre los judíos. Pero debemos recordar que

no es imposible. En el décimo capítulo del Libro

de Hechos, el Señor tuvo que darle a Pedro una

revelación sobrenatural, y repetirla tres veces,

hasta que logró convencerlo de que un gentil podía

ser justificado por la fe y nacer de nuevo.

Cuando leemos el Libro de los Hechos,

todos los creyentes sobre los que leemos son

judíos, hasta que llegamos al capítulo 10 de ese

libro de historia de la iglesia. En la primera

generación de la iglesia, tanto judíos como

gentiles eran devotos discípulos de Jesucristo.

Trabajaban para lograr la unidad en Cristo. En

algunas iglesias, como la de Antioquía, vivían

juntos y comían juntos (ver Gálatas 2:11-14).

Dado que los judíos observaban estrictamente las

muchas leyes relativas a la alimentación que

habían aprendido de Moisés, y los cristianos

gentiles, no, tuvo que convocarse el primero

concilio cristiano para resolver estas diferencias

(ver Hechos 15:22-29).

Este concilio llegó a la conclusión de que,

cuando un gentil se convertía en discípulo de

Jesús, no debía vivir como un judío por el hecho

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37

de que su Señor y Salvador fuera el Mesías judío.

Esto es interesante, cuando consideramos lo que

Pablo escribe a los gálatas: que los seguidores de

Cristo que tienen fe auténtica son judíos

espirituales, los verdaderos hijos de Abraham,

porque tienen fe como la que tuvo Abraham (ver

Gálatas 3:29).

Cuando un judío se convertía en discípulo

de Jesús, no se le pedía que renunciara a su

identidad como judío, ni a sus prácticas judías,

como las que gobernaban su forma de alimentarse.

Mientras los cristianos gentiles son considerados

judíos espirituales, los judíos mesiánicos son

considerados judíos completos. Este

extraordinario capítulo registra una revelación

profética que Dios dio a este apóstol.

El pasaje que acabamos de estudiar y los

versículos de este capítulo 11 que ahora

abordamos hacen de la nación de Israel una

paradoja y una curiosidad bíblica, teológica,

política e internacional. Al leer este capítulo, con

su terrible prejuicio sobre el valor de estas ramas

de olivo natural con relación a las ramas de olivo

silvestre de los discípulos no judíos del Cristo

resucitado, y esta profecía de la restauración

espiritual de aquellos, nos encontramos con un

gran desafío para nuestra fe.

Mi esposa y yo tenemos una hija que vivió

cinco años en la franja occidental y la franja de

Gaza en Palestina. Su experiencia como

colaboradora de World Vision Jerusalén, que

estaba allí para ayudar a los palestinos oprimidos,

le permitió a ella, y a nosotros como sus padres,

conocer algunas formas en que los militares

israelíes tratan a los palestinos. Debemos confesar

que es un desafío de fe ver a la moderna nación de

Israel con el corazón, la carga y la revelación

profética de Pablo y de estos profetas. Podemos

decir con certeza que no toda la profecía se ha

cumplido aún, y que esperamos con ansias ver el

retorno espiritual del pueblo judío.

Es claro, excepto por los judíos

mesiánicos, que los judíos de hoy, según Pablo, no

son el pueblo elegido de Dios. Son ramas

desgajadas (ver 11:17, 21). Pero, por fe, podemos

creer que Dios cumplirá su Palabra con relación a

Israel... a su tiempo y forma.

La mayor ironía de la Biblia

En estos versículos que hemos estudiado,

Pablo escribe que Israel es, también, una de las

grandes ironías y paradojas de la Biblia. Es una

fascinante ironía bíblica que los descendientes

biológicos de Abraham, aunque hayan

perseverado en la búsqueda de Dios por medio de

su propia justicia, no lo hayan encontrado. No

encontraron al Dios que buscaban porque creían

—y aún creen— que Dios puede ser encontrado a

través de su propia justicia, mediante sus propios

esfuerzos de devoción y religión.

Hasta ahora, Pablo ha utilizado la Biblia para

presentar cinco razones por las que cree en la

restauración espiritual de Israel. Ahora, continúa

usando la Biblia, pero para explicar cómo

sucederá este misterio o milagro. Todo lo que

Pablo ha escrito en el capítulo 9, el 10 y los

primeros veinticuatro versículos de este capítulo

11 es una preparación para lo que va a compartir

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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con nosotros ahora. Escribe: “Porque no quiero,

hermanos, que ignoréis este misterio, para que no

seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que

ha acontecido a Israel endurecimiento en parte,

hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles;

y luego todo Israel será salvo, como está escrito:

Vendrá de Sion el Libertador,

Que apartará de Jacob la impiedad.

Y este será mi pacto con ellos,

Cuando yo quite sus pecados [Isaías 59:20, 21].

“Así que en cuanto al evangelio, son

enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a

la elección, son amados por causa de los padres.

Porque irrevocables son los dones y el

llamamiento de Dios” (Romanos 11:25-29).

El primer versículo de este extraordinario

pasaje de la Biblia es donde Pablo se refiere a la

forma en que Israel rechaza el evangelio como un

misterio. Como ya he señalado, esta palabra,

“misterio”, cuando la encontramos en la Biblia, se

refiere a un milagro que solo será hecho posible

por el poder sobrenatural del Dios todopoderoso.

Un misterio o milagro bíblico no puede ser

explicado por medios naturales, y la observación

natural del hombre no ve lo que Dios hace detrás

de escena para producir este milagro. Este misterio

o milagro es un hecho sobrenatural y debe sernos

revelado; de lo contrario, jamás entenderemos lo

que Dios está haciendo por medio de él.

Pablo y los profetas del Antiguo

Testamento predicen un misterioso secreto con

relación a Israel que finalmente será revelado. Ese

secreto es la restauración espiritual de Israel como

nación, y esa restauración, sin duda, puede

llamarse misterio en ambas acepciones de la

palabra según la Biblia.

La primera dimensión de este misterio es

la resistencia de los judíos al evangelio. Si usted

alguna vez trató de dar testimonio verbalmente a

un judío, posiblemente haya encontrado esta

resistencia al evangelio. Según Pablo, su

resistencia al evangelio es un misterio. Dios ha

permitido sobrenaturalmente la ceguera espiritual

de Israel, y esa obra misteriosa de Dios explica

esta resistencia general de los judíos cuando se les

presenta el evangelio.

Nosotros pensaríamos que se desanimarían

tanto después de tantos siglos de tratar de salvarse

a sí mismos que estarían más que dispuestos a

querer saber cómo la misericordia de Dios puede

impedir que ellos reciban lo que merecen por sus

pecados. Pensaríamos que estarían dispuestos, aun

ansiosos, por escuchar cómo Dios quiere derramar

su gracia sobre ellos y darles el poder sobrenatural

que los convertirá en nuevas criaturas en Cristo, y

hará, en ellos y a través de ellos, lo que ellos no

pueden hacer por sí mismos.

Pablo halló su victoria a través de Cristo.

Pero, para que esa victoria pudiera tener efecto en

su viaje de vida y de fe, Dios debió efectuar una

intervención sobrenatural del Cristo resucitado y

vivo en la vida de este hombre. Después, lo llevó

al desierto de Arabia durante, al menos, tres años,

para definir la teología que Pablo escribe en su

carta a los romanos (ver Gálatas 1-2:10).

La necesidad de esta intervención, y sus

resultados, son especialmente visibles cuando

leemos, en los capítulos 7 y 8 de esta carta, el

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39

transparente y sincero relato de la lucha que Pablo

tenía con el pecado y la justicia personal. Los

judíos por los que lleva tal carga en toda esta carta

no han tenido los benditos beneficios de lo que

Pablo experimentó cuando el Cristo vivo se

encontró con él y lo guió.

Aunque Pablo cree enfáticamente que se

producirá un despertar espiritual, también hace

énfasis en esta ceguera, que ha sido puesta por

Dios sobre los judíos, según el apóstol. Pablo hace

tres observaciones con respecto de esta ceguera.

La primera es que esta ceguera es solo en parte,

hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles.

Con esto quiere decir lo que he observado muchas

veces: no todos los judíos sufren esta ceguera.

Su segunda observación es que esta

ceguera será por un tiempo limitado. Coherente

con su profecía de la restauración espiritual de los

judíos, Pablo escribe que esta ceguera y resistencia

al evangelio de parte de los judíos no durará por

siempre. Aunque ha durado veinte siglos, cuando

Pablo predice que esta ceguera será hasta que

“haya entrado la plenitud de los gentiles” (v. 25),

no se refiere a un número específico de

conversiones de gentiles. Esta palabra que se

traduce como ‘plenitud’ también se utiliza en el

versículo 12 de este capítulo. Allí se refiere a la

plena restauración de los judíos: “Pero si su

trasgresión ha enriquecido al mundo, es decir, si

su fracaso ha enriquecido a los gentiles, ¡cuánto

mayor será la riqueza que su plena restauración

producirá!” (NVI).

Esta trasgresión (caída) y este fracaso se

refieren a la destrucción de Jerusalén por parte del

ejército romano cuarenta años después de Cristo.

La liturgia de adoración judía cambió

profundamente a partir de ese horrible suceso.

Después que ese hecho los dispersó por todas las

naciones del mundo, nunca volvieron a tener una

relación de adoración con Dios como la que

habían tenido durante su historia. Cuando Pablo

habla de su plena restauración, se refiere a su

plenitud espiritual. Utiliza esta misma palabra de

forma similar aquí, cuando se refiere a la plenitud

de los gentiles, que señalará el final del período de

ceguera espiritual para los judíos.

Esto me resulta emocionante y desafiante a

la vez. La esencia de esta profecía es que cuando

la iglesia gentil de Jesucristo experimente su

plenitud espiritual, provocará a los judíos a

envidia hasta tal punto que estos dirán: “¡Esto es

lo que nosotros tendríamos que estar viviendo!”.

Lamentablemente, ha habido muy pocos —y

preciosos— ejemplos en la historia de la iglesia en

que la plenitud espiritual de la iglesia del Cristo

resucitado haya vencido la ceguera de los judíos.

La historia de la iglesia está llena de ejemplos de

todo lo contrario de este milagro. Durante las

horribles Cruzadas, los llamados “cruzados”

masacraron judíos en el nombre de Cristo.

La extraordinaria profecía de Pablo y los

profetas del Antiguo Testamento tiene dos

dimensiones. La restauración espiritual de Israel

es la parte notable y obvia de ella. Pero la otra, y

emocionante, dimensión de esta profecía es que se

predice otra plenitud espiritual revivida de la

iglesia como el hito milagroso que marcará el final

de esta ceguera que Dios ha hecho que cayera

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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sobre los judíos. La restauración plena de los

judíos será respuesta a una iglesia revivida y

renovada poderosamente, según esta profecía.

Estamos comenzando a ver señales del

cumplimiento de esta doble profecía en la

actualidad. Mi experiencia más hermosa de llevar

un hombre judío a Cristo implicó dos años de

amistad con él y un grupo de veinte o más

hombres que, junto con sus esposas y mi esposa y

yo, amaron a este precioso hombre y su esposa

para llevarlos a Cristo. Él inició una sinagoga

mesiánica y pudo guiar a muchos judíos a confiar

en Jesús como su Mesías (Cristo), Salvador y

Señor.

Este matrimonio judío se hizo creyente

porque envidiaba la realidad espiritual de Dios y

Cristo en el amor y en las vidas de los devotos

discípulos de Jesús que los amaron tanto que los

llevaron a la fe. He visto suceder esto al menos

seis veces más durante mi pastorado. Pero estoy

convencido de que lo que Pablo está prediciendo,

junto con los profetas del Antiguo Testamento, no

es simplemente que unos pocos judíos pongan su

fe en Cristo. Esta profecía implica la vuelta de

toda la nación judía a Dios y a Cristo.

Los profetas escriben que: “Y vendrá el

Redentor a Sion, y a los que se volvieren de la

iniquidad en Jacob, dice Jehová. Y este será mi

pacto con ellos, dijo Jehová” (Isaías 59:20, 21).

Jeremías da mayores detalles sobre esto cuando

escribe: “Pero este es el pacto que haré con la casa

de Israel después de aquellos días, dice Jehová:

Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su

corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me

serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su

prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo:

Conoce a Jehová; porque todos me conocerán,

desde el más pequeño de ellos hasta el más

grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad

de ellos, y no me acordaré más de su pecado”

(Jeremías 31:33, 34).

Hay dos cosas que Pablo quiere que

recordemos acerca de los judíos: Dios los ama, y

Dios no ha terminado con ellos, porque el llamado

y los dones de Dios son irrevocables. Más de una

vez, Pablo ha formulado la pregunta: “¿Ha fallado

Dios?”, o “¿Ha desechado Dios a su pueblo?”. En

estos tres capítulos, su enfática respuesta es:

“¡No!”. Él quiere que la iglesia gentil sepa que

“Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por

causa de vosotros; pero en cuanto a la elección,

son amados por causa de los padres” (11:28). En

otras palabras, quizá sean enemigos del evangelio

hoy, pero Dios los ama y no ha terminado su obra

en ellos.

Pablo profetiza que la estrategia de

provocar celos a Israel hará impacto en el mundo

entero de naciones para Cristo, cuando escribe:

“Pues como vosotros también en otro tiempo erais

desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado

misericordia por la desobediencia de ellos, así

también éstos ahora han sido desobedientes, para

que por la misericordia concedida a vosotros, ellos

también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó

a todos en desobediencia, para tener misericordia

de todos” (vv. 30-32).

Y concluye estos tres extraordinarios

capítulos con una cita de Isaías, que es su

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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doxología para todo lo que ha escrito en esta carta,

desde la primera palabra, pero, más que nada, todo

lo que ha escrito acerca de Israel: “¡Oh

profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la

ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus

juicios, e inescrutables sus caminos! Porque

¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue

su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para

que le fuese recompensado? Porque de él, y por él,

y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por

los siglos. Amén” (vv. 33-36).

Esta oración que Pablo toma de Isaías

plantea algunas preguntas muy interesantes.

¿Cuánto sabe Dios? ¿Sabe Dios qué hacer con lo

que sabe? ¿Conoce alguien, realmente, los

pensamientos de Dios? ¿Es posible investigar,

comprender o cuestionar los juicios de Dios?

¿Está alguien calificado para ser consejero de

Dios? ¿Le debe Dios algo a alguien? ¿Existe un

ser humano que haya hecho tanto por Dios que

pueda tenerlo como deudor?

Las respuestas a estas preguntas son tan

obvias que son casi graciosas. Después de tratar

los temas de los que ha hablado en estos tres

capítulos de la sección de enseñanza de su obra

maestra teológica, estas preguntas y sus respuestas

son muy apropiadas. Dios sabe todo. Dado que la

sabiduría es la aplicación de lo que sabemos, Dios,

indudablemente, sabe qué hacer con lo que sabe.

Dios es el origen de toda sabiduría; por lo tanto, su

sabiduría es perfecta. Dado que los juicios o

acciones de Dios son la expresión de su infinito

conocimiento y perfecta sabiduría, cuestionar las

acciones de Dios es impensable. ¡Y Dios no le

debe nada a nadie!

Esto nos prepara para la doxología de

Pablo después de todo lo que ha escrito en esta

carta. Reflexione sobre la carta entera,

especialmente la perspectiva sobre la providencia

de Dios de la que Pablo comenzó a hablar en el

octavo capítulo y que continuó durante estos

últimos tres capítulos, al leerla: “Porque de él, y

por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la

gloria por los siglos. Amén” (11:36).

Pablo, simplemente, está declarando que

Dios es el origen de todas las cosas. Es el poder

que está detrás de todas las cosas; y la gloria de

Dios es el propósito de todas las cosas. Cuando

Pablo usa esas tres palabras: “todas las cosas”, en

esta doxología, quiere decir que Dios es el origen,

el poder que está detrás, y que la gloria de Dios es

el propósito de todo lo que ha compartido con

nosotros en esta carta, especialmente esa sección

del octavo capítulo que lo lleva a estos tres

últimos capítulos.

Esta oración debería convertirse en una

declaración de misión que defina los valores

prioritarios que determinarán cómo utilizaremos

nuestro tiempo, energía, dones y todos los

recursos sobre los que Dios nos ha hecho

administradores responsables. Debemos tomar la

decisión y afirmar el juicio de valor de no

involucrarnos en nada a menos que podamos decir

que Dios es el origen de esa empresa. No

deberíamos involucrarnos en ningún objetivo

misionero a menos que sepamos que Dios será el

poder que estará detrás de esa oportunidad de

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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servicio. La vida es demasiado breve y preciosa

como para que nos impliquemos en algo a menos

que podamos decir que la gloria de Dios es el

propósito de esa tarea.

Varias veces he dicho que deberíamos

ignorar las divisiones en capítulos, que no estaban

en la carta original que Pablo escribió a los

creyentes de Roma. Estas divisiones fueron hechas

en el siglo XIII, y con frecuencia interrumpen el

pensamiento y la inspirada lógica del apóstol,

especialmente en su carta a los romanos. Esto se

ve con enorme claridad en el final del capítulo 11

y el comienzo del 12, con las palabras “así que”.

Esta división en capítulos es, probablemente, la

peor interrupción de la inspirada lógica de este

apóstol en todas sus cartas del Nuevo Testamento.

La magnífica doxología que Pablo ha

tomado prestada de Isaías debería ser seguida

inmediatamente de estos versículos: “Así que,

hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,

que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,

santo, agradable a Dios, que es vuestro culto

racional. No os conforméis a este siglo, sino

transformaos por medio de la renovación de

vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál

sea la buena voluntad de Dios, agradable y

perfecta” (12:1, 2).

Quienes organizaron el Nuevo Testamento

colocaron la división de capítulos aquí porque

todas las cartas de Pablo se dividen en dos

secciones. Siempre hay una sección de enseñanza

y luego una división de capítulos de aplicación en

las cartas de este apóstol. Pero, en este caso, las

palabras “así que” presentan la única aplicación

razonable, lógica e inteligente que podemos hacer

de esta majestuosa doxología.

Dado que Dios lo sabe todo y tiene

perfecta sabiduría, dado que sus acciones están

basadas en su perfecto conocimiento y sabiduría,

dado que no necesita consejo de ningún hombre y

a ningún hombre le debe nada; dado que Dios es el

origen, el poder que está detrás de todas las cosas,

y su gloria es el propósito de todas las cosas, es

completamente lógico y razonable ofrecer a este

Dios una entrega incondicional de nuestra vida.

Al terminar Pablo la parte doctrinal o de

enseñanza de esta carta, al final del capítulo 11,

cuando comienza la sección de aplicación, a este

“así que” le sigue un emotivo clamor del apóstol.

Este clamor va dirigido a quienes han

comprendido toda su enseñanza, para que levanten

sus manos y ofrezcan a Dios la aplicación de una

entrega total e incondicional a su buena voluntad,

que es agradable y perfecta.

Pablo sostiene que esta rendición

incondicional es la única aplicación inteligente

posible de todo lo que ha escrito desde el primer

capítulo, que pueda ser agradable a Dios. Es,

además, la adoración razonable e inteligente de

quienes han creído en sus corazones y confesado

con sus bocas que creen que Jesús es Señor. Esto

es, simplemente, otra forma de confesar que Jesús

es Señor.

La esencia de esta aplicación podría ser

parafraseada y resumida como si Pablo estuviera

diciendo, básicamente: “Si Jesucristo es algo para

ustedes, entonces, es todo; porque, hasta que

Jesucristo sea todo para ustedes, no será, en

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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realidad, nada. Si creen todo lo que he escrito

aquí, entonces, entréguense incondicionalmente a

Cristo y háganle la misma pregunta con la que yo

comencé mi viaje espiritual con Él: ‘Señor, ¿qué

quieres que haga?’”. (Ver Hechos 9:6).

Hay millones de creyentes profesantes que

confiesan a Jesús como Salvador, pero creen que,

por alguna razón, confesar que Jesús es Señor es

algo que pueden llegar a hacer, o no, más adelante,

en su viaje de fe. Si leemos los Evangelios del

Nuevo Testamento, o las cartas de los apóstoles,

con una mente abierta, necesariamente llegamos a

la conclusión de que debemos confesar a Jesús

como Señor y, después, confiar en Él como

Salvador. Muchos quieren un Salvador, pero no

desean un Señor a quien deban entregarse por

completo.

Además, no se nos indica que aceptemos a

Jesús como Salvador. Las cartas de los apóstoles

nos dicen que Dios entregó a su Hijo para que

podamos ser aceptos en el Amado (ver Efesios

1:6). Quienes se han limitado a “aceptar a Jesús

como Salvador” deben examinar con atención la

exhortación de Pablo que mencionamos antes, con

la cual comienza la sección de aplicación de esta

carta.

Otra pregunta surge cuando aplicamos esta

receta para la salvación: “¿Cómo confesamos con

nuestra boca que creemos en nuestro corazón en la

muerte y resurrección de Jesús para nuestra

salvación?”. Una respuesta común a esa pregunta

es que respondemos a una invitación hecha por un

evangelista en una reunión pública. Millones de

personas han hecho esto, y aplican la receta de

esta manera, por la gracia y el poder de Dios y la

ungida preocupación de grandes evangelistas. Es

una buena aplicación de lo que Pablo prescribe

aquí. Pero esa no es la única manera de aplicar

esta enseñanza.

El tema fundamental aquí es que tenemos

una fecha clave espiritual, un momento

determinado en que nos entregamos

incondicionalmente a nuestro Señor Jesucristo.

Debemos confiar en Jesús como nuestro Salvador

y debemos coronarlo como nuestro Señor, estar

dispuestos a morir al yo y vivir para Él como

“sacrificio vivo”.

Pablo menciona específicamente nuestro

cuerpo y se refiere a la entrega de nuestro cuerpo a

Dios como un sacrificio vivo. En el sistema de

sacrificios de animales del Antiguo Testamento,

los animales siempre estaban muertos cuando se

los ofrecía a Dios. El concepto de un sacrificio

vivo desafía a los lectores de Pablo a no solo estar

dispuestos a morir por Cristo y por Dios, sino a

vivir por ellos todo el día, todos los días. Este

sacrificio vivo es llamado un culto de adoración

racional o inteligente. Pablo nos dice, también,

que esta entrega total e incondicional es aceptable

para Dios. Queda implícito que nada que sea

menos que esto es aceptable para Dios.

Este llamado al compromiso total es muy

práctico. Las inspiradas aplicaciones de Pablo

siempre nos desafían a hacer coincidir lo que

decimos con la realidad de cómo vivimos. Esta

nos desafía a usar nuestro cuerpo según lo que

dice nuestra boca. Hay varias instrucciones

prácticas que siguen. Debemos decidirnos a no

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Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)

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conformarnos a los valores y la moral del mundo

en que vivimos. Una traducción de este pasaje

dice: “No debemos dejar que el mundo nos

obligue a adaptarnos a su propio molde”. (J. B.

Phillips)

Además de esta instrucción negativa, se

nos exhorta a que seamos transformados. No

somos exhortados a transformarnos a nosotros

mismos. La Biblia no nos dice que hagamos

nosotros los cambios que Pablo nos sugiere aquí.

El profeta Jeremías, de hecho, ridiculizó al pueblo

de Dios por tratar de cambiarse a sí mismo. Le

preguntó: “¿Para qué discurres tanto, cambiando

tus caminos? [...]. ¿Mudará el etíope su piel, y el

leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis

vosotros hacer bien, estando habituados a hacer

mal?” (Jeremías 2:36; 13:23).

Profetas y apóstoles instruyen al pueblo de

Dios para que cumpla ciertas condiciones que

harán posible que Dios lo cambie. Jesús le dijo al

rabí Nicodemo que es necesario nacer de nuevo

(ver Juan 3:3-5). No podemos darnos a luz a

nosotros mismos. El nacimiento espiritual, como

el físico, es una experiencia pasiva para el que

nace. Es algo que nos sucede. Leemos que somos

nacidos “de Dios” y que esta experiencia es obra

de Dios (ver Juan 1:12, 13; 2 Corintios 5:17, 18;

3:18). No podemos producir en nosotros mismos

el cambio que se nos dice que opera en las vidas

de quienes han nacido de nuevo.

Al concluir nuestro tercer fascículo sobre

esta carta de Pablo a los romanos, quisiera

preguntarle: ¿Tiene usted una fecha clave

espiritual? ¿Ha confesado a Jesús como Señor de

su vida? ¿Ha confiado en Jesucristo como su

Salvador, y le ha ofrecido la entrega incondicional

de su vida? ¿Le ha preguntado: “Señor, ¿qué

quieres que yo haga?”. Puede hacerlo en la

privacidad de su hogar o, de hecho, en cualquier

lugar.

Si usted toma este compromiso de fe,

comuníquese con nosotros, y le enviaremos

materiales escritos para ayudarlo. Si ya ha tomado

ese compromiso, permítame preguntarle: ¿Es

usted un sacrificio vivo? ¿Está colaborando con

Dios en la extensión del evangelio a otras

personas, para que ellas puedan ser liberadas

espiritualmente de la atadura del pecado y puedan

experimentar su maravillosa gracia? Si no lo está

haciendo, ¿por qué?

No olvide conseguir el próximo fascículo,

con el cual concluye nuestro estudio versículo por

versículo de esta Carta de Pablo a los Romanos.