el ensueño roto

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  • 8/22/2019 El ensueo Roto

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    elensueoroto.

    nicasio

    hernndez

    luquero.

    La Alhndiga, Asociacin de Cultura y Patrimonio

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    EL ENSUEO ROTO(Hacia una nueva gida)Novela

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    I

    Ramn Aguilares cerr el libro quetena abierto por la ltima pgina, se in-corpor y se ech al suelo.

    Haba terminado de leerle vida-mente al tiempo mismo que terminaba la

    luz del sol de clarear la ancha sala, lim-pia, sin muebles, con slo un viejo balforrado de piel trechos calva, y estacama, formada por aquellos colchonesque no eran necesarios en los catres dela casa, arrumbados all y cubiertos poruna colcha vieja y descolorida, que le ser-

    va su objeto de enfrascarse en los es-tudios y meditaciones filosficas sin temor que le molestara el ruidopoco rui-doque pudiera venir de las fronteras,piezas habitadas.

    All, ms de una vez, rendido alcontinuo trafagar de su imaginacin,quedse dormido entre tomos dispersossobre la colcha, que dejaban ver en sucubierta estos nombres, nuncio esplen-doroso de una futura gida de bonanzasocial: Marx, Faure, Kropotkine, Grave,Stirner, Lorenzo, Mackay...

    Arda en su cerebro joven la llamarosada de todos los entusiasmos. Su pen-

    sar altruista y generoso llevle esprituconfiado en ajenas bondades formar

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    en la masa entusiasta de enamorados deuna idea todo amor. A su vista, las injusti-

    cias sociales, los defectos del medio, losvicios, toda la lacra visible del organismovivo de que formamos parte, parecaletransformable; l jams pens en las cor-cobas y propias macas de nuestro espri-tu; para l la Humanidad no era sino unbuen rebao de seres que se empujan, se

    muerden y se atraviesan miradas deodio, pero que se amara, se apoyara yse convertira en un mutuo pugilato deacciones bellas y fraternalmente intere-sadas, el da glorioso que brillase fulgen-te el rojo luminar de la Anarqua.

    Viva en su pueblo, uno grande de

    Castilla, desde que el fallecimiento casireciente de su padre le reclam. A razde la desgracia, su presencia all eraindispensable, y despus, un poco ret e-nido por la ventilacin de asuntos detestamentara, otro poco porque entreaquellas paredes pareca alentar algo delespritu de sus padres y le dola aban-donar la casa, su estancia se prolongabay solo, sin afectos del alma que velasensu tranquilidad de espritu orientasenste valles plcidos de paz y de sosie-go, le transcurran los das, la imagina-cin poderosa en actividad continua,ardiendo su alma en anhelos de lucha

    por el bien universal. Y all, donde todogesto acusador de heterodoxia era mira-

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    El ensueo roto 3do con recelo, Ramn continu con msahnco su apostolado, aquel penoso apos-

    tolado cuya prdica y propagacinhabase impuesto y en el pueblo haba deproporcionarle una sarta enojosa de ene-mistades, sinsabores y disgustos.

    Cuando sali la calle, requeridosu sombrero de fieltro negro, comple-mento de una indumentaria de igual co-

    lor, que constantemente llevaba como sifuera un luto perenne por la sangre y por laslgrimas vertidas bajo el dominio del error,habase decidido francamente.

    Su deber no estaba cumplido en ab-soluto con el culto ferviente sus pensado-res favoritos, con sus ratos de meditacin

    mstica en los templos interiores de sualma y con su contribucin positiva lavida de la prensa anarquista, pagandopuntualmente aquellos peridicos que tan menudo dejaba el cartero en sus manosburguesas, pues tales podan llamarse lasde un hombre que, como l, era slo unmeditativo, un curioso aficionado del Ideal.Haba que hacer ms, y l iba hacerlo.As se lo haba manifestado Luca, queera el ser que medias con la Causaabsorba los amores de Ramn.

    S, nia; mi conducta hasta aquha sido la de un burgus comodn y estpidodijo recriminndose. No estoy conforme

    con ella y voy rectificarla.Despus hablaron de otras cosas: de

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    su cario, que haba costado lgrimas Luca cuando pensaba en aquella cabe-

    za que arda en ansias de un porvenirradioso... Y alltimo, tranquilizador Ramn,separse poniendo antes toda la dulzurade su alma en esta frase: A ti que eres tanbuena, sera una ingratitud negarte amo-res; qu ser de la Humanidad, otra niaen vas de ser buena, sin el continuo velar,

    sin el amor de los hombres de buena fe, quesomos los desinteresados y los rebeldes?A Luca la molestaba or explicarse

    de esta manera Ramn. La Anarqua erauna mala mujer que le robaba algo del almade aquel buen muchacho.

    Y protest mimosamente. Ramn se

    despidi, y al volver la esquina de la calledonde estaba la reja cuyo pie sostuvoeste corto dilogo, volvi la cabeza, y Lucase meti, cerrando la vidriera.

    La novia de Ramn era una muchachamorena, de ojos brillantes y negros, bajo elarco armnico y azabachino de unas cejasperfectas al modo de dos comas grandes decorrecto trazo tipogrfico; una nariz unpoco respingoncilla pona gracia todo elsemblante, que sin ser de una belleza ejem-plar, era agradable y sumamente atractivodentro del casco de bano de sus crenchas

    amplsimas.Agilares se enamor de ella el vera-

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    El ensueo roto 5no anterior una corta temporada que pasen el pueblo, dejadas leguas atrs las im-

    pertinencias y prosaicas ocupaciones de laoficina de una casa comercial de Valladoliden que su padre tena parte, y que dio quie-bra pocos das antes de su fallecimiento.

    Se escribieron de tarde en tarde, pe-ro siempre con algo de fuego no fingido, ycuando l vino al pueblo con tan triste cau-

    sa, reanudronse, con agrado por las dospartes, aquellas relaciones de amor que contribucin con los testamentarios asuntosy con el misantropismo de que se poseynuestro joven, determinaban su permanen-cia ociosa en l.

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    II

    A la maana siguiente fue ver Joaqun, al compaero Joaqun, como que-ra l que se le llamara en lenguaje liberta-rio. Era Joaqun un tipo no muy simptico. Suanarquismo se reduca hablar mal de todo

    lo constituido, barajar en la conversacinnombres de revolucionarios y terroristasrusos de los que lea en los peridicos quele prestaba Ramn, y ser, con capa de liber-tario, con los suyos, con los que dominaba,un autcrata hecho y derecho. En sus pala-bras no sobrenadaba un espritu de amor

    como en las de su amigo; hablando de de-mocracia se irritaba, no porque la demo-cracia tal como la entienden los polticosde hoy, retrase el da glorioso, sino porquehaba en su espritu un fondo oculto deodio la fraternidad y la conmiseracin.

    Refirindose al pueblo inculto, soladecir cuando alguien hablaba de ilustra r-le: No, si es imposible; yo al que no su-piera leer interpretar derechas unpensamiento sencillo, lo decapitaba. Eraun anarquista francamente dictatorial.

    La amistad entre los dos naci de lanecesidad que senta Aguilares de hablarcon alguien de sus ideas, y en el pueblo

    fue de los primeros con quien discuti al-gunos puntos de doctrina. Aun cuando el

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    fondo de crueldad de Joaqun no gustaba Aguilares, encontraba en l la satisfaccin

    de su necesidad de hablar con alguien quele entendiera y siquiera pensase en prin-cipio como l. Y aunque Joaqun era int e-ligente, de haber habido en el pueblomuchos ms libertarios, no hubiera Ramnconcedido preferencia al trat o de aqul.

    Pero como, aparte sus defectos,

    era el ms decidido, l espet Aguila-res su pensamiento. Tena resuelto traba-jar para fundar una sociedad de jvenesanarquistas. Al principio el proyecto ten-dra muchos inconvenientes, algunos seresistiran, pero con constancia y buena fe,l se auguraba un resultado fructuoso.

    Despus se daran conferencias; serepartiran libros y folletos, costeadosindividual colectivamente, que correranpoco poco por las manos de los obrerosasociados; se discutiran aquellas cuestio-nes de la doctrina en que hubiera dispari-dad de criterios... En resumen: sera ungrupo de cultura y de accin radical muybello y su parecer lla mado cumplir sumisin.

    La idea fue acogida por Joaqun convisible jbilo, y se dio en el acto buscaradeptos entre los obreros y jvenes cono-cidos como de ideas ms avanzadas.

    Se gestaba la vez en el corazn

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    El ensueo roto 9de Aguilares una floracin de afecto, unaimpetuosa surgencia de ternura hacia su

    novia. Hablando con Luca se transporta-ba.

    La muchacha lleg en su cariohacia l hasta la disculpa para sus ideas,saltando por una acumulacin de pre-ocupaciones y terrores inrazonados quesobre el anarquista en general alimentaba

    su espritu sencillo.Oyendo Ramn lleg compene-trarse con l, y dud, que los anarquistasde que hablaba con deleite pudieranlanzar arteramente aparatos de destruc-cin.

    No, no era posible: seran ardides

    policacos, crmenes vulgares; del senso-rio de los hombres que suean un mun-do como el que Ramn describa conarrobo, y turbndosele la vista de emo-cin no podan salir planes sangrientos.De la polica, de quien fuese; de hombrescomo su novio no y no!

    Aquella tarde Luca y Ramn salie-ron untos; como siempre, iban rientes,expansivos, jubilosos de su amor y cadauno satisfecho del otro. Compraron unavieja que haba tenido Luca cuando niamil veces en sus brazos, piones y caca-huetes, y comindolos siguieron entre lagente que como da de fiesta buscaba el

    campo, el baile, la reunin honesta delpueblo.

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    Nuestros muchachos no gustaban delbaile, y seguan hasta dejar atrs el ltimo

    barrio, continuando luego al grato abriga-o de una gran tapia y terminando porsentarse en el vallado arenoso de unpinar en el valle bajo y hondo de lashuertas cercanas.

    Ramn haba hecho en Luca des-pertar un amor hacia las cosas claras y

    serenas, que haba impregnado la mu-chacha de un agradable pantesmo que nola iba del todo mal. Por el agua corriente,por las flores, por el rebao lejano, por lamansedumbre serena y transparente delos ojos de un buey, por las flores senc i-llas, tena un afecto y una dulzura de su

    alma infantil.Odiaba las vidas estriles, atrofia-das por el misonesmo por la austeridadestpida de nuestras costumbres burgue-sas, y aquella misma tarde haba tenidouna risa argentina y alegre al emparejaren el camino con tres curas que volv andel paseo rutina rio. Y Ramn le habasonado msica de nios que hubieraasustado los pjaros agoreros y emo-cionantes replegados en los resquicios deuna mansin fnebre. Porque los varones quienes castr la idea de un Dios deamor el vuelo por las regiones del placer yde la vida, parecieron apretar el paso al

    dejar atrs la pareja.Se sentaron. Cont Ramn lo que

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    El ensueo roto 11haba dicho Joaqun respecto sus pro-psitos, y disgustse Luca.

    Era una verdadera locura. Ganas decomprometerse, de ponerse mal contodo el mundo. Un plan descabellado.

    Los nervios de Luca estaban insu-rreccionados; surga de nuevo ante ellala mujer de sus celos, la Anarqua.

    Ramn trat de calmarla al ver que

    no llevaba su novia al terreno de la con-viccin. Se levantaron; ella compuso consus deditos algunos rizos alborotados quesombreaban su frente hermosa, y volvie-ron casa.

    Anocheca; ya estaban encendidaslas luces, y bajo los soportales paseaba,

    gritaba y armaba algaraba un pblicojuguetn y heterclito de chicuelos, nie-ras y mozalbetes de tapabocas doblado ypuro en la boca: el 'pblico dominguero deestas villas castellanas.

    Cuando al siguiente da hablaronJoaqun y Agilares de su proyecto,haba entrado, a1 parecer con gran ent u-siasmo, en el ajo anarquista un nuevo per-sonaje.

    Llambase Calvr; era un tipo me-dio entre estudiante y hortera, y al hablarde las ideas lo haca recogiendo tpicos,

    lugares comunes y frases hechas de lospropagandistas nfimos oradores de

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    club.Los tres, Joaqun, Calvr y Ramn,

    celebraron una especie de comicio previo,en el que se decidi la marcha de orga-nizacin que haba de seguirse. Calvr,que era un anarquista del momento, pro-puso la formacin de una lista de indivi-duos quienes se obligara con la firma seguir los acuerdos de la sociedad, y Ra-

    mn contest casi indignado esta salida:Los anarquistasdijono necesitande firmas ni de ninguna frmula de con-vencionalismo para cumplir como tales.Aqu no se obliga nadie; el que quieravenir, acercarse, bien venido, bien llegadosea... No queremos nadie la fuerza. Es

    tan clara, tan bella nuestra doctrina, queuna vez poseda, el que no est con noso-tros, est contra nosotros, que dijo el Cris-to, nuestro equivocado filsofo.

    Si os parece, podremos hacer esalista, pero de los probables, de los quevosotros que conocis bien el pueblocreis que vendrn y que podran sertiles. Se les invita, y al que venga se leagradece... Pero espontneamente, vo-luntariamente.

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    III

    Cuando el pueblo comenz ent e-rarse, es decir, las pocas horasla reu-nin celebrse en el rincn de un cafdespus que se retiraron los asiduos:gente que discuta tercamente jugadas de

    tute y pugilatos nobles de machos deperdiz la marejada fue tremenda,pero embozada, solapada, como las ma-rejadas de aquel pueblo y de todos lospueblos como aqul y de todos los pue-blos.

    Comenz en las tertulias del casino,

    y sigui en las reuniones de seoras, ysigui en las reuniones de curas, y escallas casas de la clase media, y lleg alpueblo y dio toda la vuelta que tena quedar todo asunto discutido estpidamenteen aquel pueblo, en todos los pueblos...

    Ramn top aquel da, al ir casa deJoaqun, miradas atravesadas de burla ymiradas de curiosidad, y miradas odiosasde una estulticia supina. Al principio deestar en el pueblo, su presencia, cuando sesupo su pensar, no alarm, pues la ideade peligro fue contrarrestada por su natu-ral bueno, su semblante franco y sus ojosbellos; se le tuvo, s, por un chiflado, que

    lea mucho, pero nada ms. La desgraciade su padre, quien se quera en el pue-

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    blo, dulcific la actitud con respecto aljoven, y su falta de trato no daba arma s

    contra l. Pero ahora, que ha ba desen-mascarado bruscamente su cara de odiohacia los fundamentos de la sociedad yhacia las creencias; ahora, que intentabala estupenda empresa de oponerse todolo instituido, fundando una entidad rebelde,de rebelin inusitada en aquella balsa de

    aceite; ahora haba conminado contra stoda la furia del rayo vengador que guar-daba en su pecho ortodoxo aquella buenagente. Los individuos con quienes, creer de Joaqun, poda contarse con msconfianza no eran, en verdad, legin, ni mu-cho menos; pero esto no disgust, casi al

    contrario, alegr Ramn, que pensabaque aquella vez su amigo haba presididosus gestiones de un espritu de seleccinque no era, por lo general, su norma de con-ducta, hombre ms pagado de la fuerza de lascolectividades, que de la accin individualde las inteligencias bien orientadas.

    As, aquella misma noche, despus detomar caf, como de costumbre, se dejpara el da siguiente la primera reunin dedonde saldra algo definitivo, y Ramn yJoaqun, entusiasmados, se despidieron:

    Salud; hasta maana.Salud; no faltes, y ve con todos.

    Se reunieron en el despacho de Ra-

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    El ensueo roto 15mn. Para llegar l subieron una ampliaescalera sin adornos, limpia, una sencilla

    escalera clsica de pueblo grande, y en cuyoltimo rellano, de frente, abra la puerta decristales. Estaba esta habitacin aislada, porcompleto independiente de la casa; eracuadrilonga y sencilla, de paredes encala-das; un estante dejaba mano izquierdaver los lomos en rstica de muchos libros

    modernos; junto los autores que trata-ban cuestiones sociales se hacinaban vo-lmenes de poetas contemporneos; en lapared, sobre la mesa, se mezclaban engrupo artstico retratos y caricaturas.

    All extenda su barba capuchina elprncipe Kropotkine; junto al rostro

    astuto y algo descarado de Gorki, el va-gabundo ruso, pona su nota decidida elperfil tajante y dantesco de Luisa Michel, lavisionaria del Ideal, abnegada y fuerte;Tolstoy luca un lado su serio sembla n-te de len fosco y el entrecejo duro, cuyos lados se amontonan los manojoscrespos de sus cejas pobladsimas; Fer-mn Salvoechea parapetaba su cabeza pe-lada al rape tras de sus obscuras antipa-rras, que velaban siempre la viva ex-presin de sus ojuelos; ms arriba, la fazvenerable de Pi y Margall, el federalespaol, pona una mancha de blanc urasu bella barbaen un severo fondo ne-

    gro; la figura de Zola, cuya alta frenterecuerda la poderosa y recia torre mental

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    de sus espirituales hijos los Froment, hacapendant con la cabeza calva y el rostro

    largo, de orejas separadas quizs exa-geradamente del crneo, de su protegido,eljudo Dreyfus, y entre stos, y al lado destos, hasta una cincuentena de escritoresrevolucionarios, novelistas, artistas, hom-bres de accin de todos los pases; y ambos lados del abigarrado grupo, una

    copia grande del cuadro de Casas Barc e-lona-1902 y un paisaje dedicado, repre-sentando un trozo de la Moncloa madrile-a.

    De perfil la mesa, con el codoapoyado en ella, y en la mano su carasoadora, de ojos bellos, por completo

    rasurada, estaba Ramn, que al ver apa-recer Joaqun con dos amigos en lapuerta, se levant, saludando cariosa-mente. Les ofreci unas sillas se sent a-ron, y empezaron conversar.

    Aquellos muchachos que le acom-paaban, dijo Joaqun, eran dos amigos,hasta entonces federales; uno de ellossealndole, y presentndosele Ramnera Pradera; haba trabajado algn tiem-po en Madrid, y all haba conocido Vallina, Apolo, Camba y otrosanarquistas jvenes; era ilustrado, y Aguilares se le recomend como unaadquisicin. El otro era un instintivo, re-

    naci toda imposicin, carente de todaidea filosfica, y al parecer algo bruto. Al

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    El ensueo roto 17ser presentado Ramn, le estrech lamano brbaramente, y al hablar Joa-

    qun, refirindose l, de su deseo deunirse ellos y de su carcter franco,mova la cabeza, entornaba los ojos yplegaba los labios de una manera que eradecir: Aqu, si hay algo doloroso querealizar, yo, con mi rudeza y mi buena fe,vengo hacerlo; soy todo de usted, seo-

    rito. Se llamaba Cabanedo; era of icial deuna tahona, y su rostro tena la palidezmate peculiar de todos los obreros delgremio.

    Despus, en otro grupito de tres,apareci una silueta extraa entre risible

    y admira ble: la figura de un hombre, msviejo que joven, de barba ralsima y cana,delgado, vistiendo usanza de seor, perocon el tinte inconfundible de los miembrosde una clase social elevada y muy venida menos. Saludaba finamente, y en sus ade-manes haba una distincin ingnita muypretritamente adquirida.

    Joaqun haba frecuent ementehablado Aguilares del nuevo personajeque iba moverse en esta escena del tea-tro continuo y tragicmico de la vida.

    Era don Alfonso del Fustnste supatronmicoun hombre cuya dignidad depresencia pregonaba un ayer opulento y

    pleno de bienestares; su ropa, desastra-da, pero vestida con aire seoril no afec-

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    tado, llamaba la compasin respetuosa;de l poda decirse exactamente que po-

    sea esa grandeza triste de las cosas quefueron.

    Viva en el puebloque no designa-remos con su apelativo por ser un pue-blo, es decir, un pueblo como todos,oscura, estrechamente. Se deca de suestirpe alta, de malversaciones en manos

    de administradores de poca idoneidad, demalas partidas de amigos, como l opulen-tos, del risible apoyo material de una hijacasada, rica y ausente; pero, en resumen,de l slo se conoca su indumentariavieja, casi miserable, su barba ralsima ysus ademanes distinguidos. Era un tomo

    la obra en ciernes de Ramn, que lellen de curiosidad, y le inclin sbi-tamente la simpata.

    Cuando habl en aquella mismareunin singular de seis ocho voluntarios las filas de la Causa, lo hizo inspirado,mejor, empujado irresistiblemente por suodio la aristocracia, los altos del dineroy del blasn; las dems jerarquas direc-torasla Iglesia, el Gobierno, la Miliciapareca no preocuparle, pero se notaba ensu acometividad contra los ricos, los bla-sonados, un interior convencimiento de suodio medido, ponderado; y en sus pala-bras serenas, acerinas, sin una frase de

    mal gusto, se trasluca un ntimo rencorque dolera su alma, y deca de desaten-

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    El ensueo roto 19ciones, quizs de criminales desdenesrecibidos pretritamente, amargaba su

    natural tranquilo, de orden, y le imbua compartir sus sentimientos con los deaquellos jvenes que iban dec ididamente sacar de aquel conventculo una fe refor-zada y un entusiasmo vivo: la fe en eltriunfo de la Justicia y el entusiasmo pro-pio de los aos mozos, puestos al servicio

    de una idea alta. Porque de entusiasmo,y del sano, llen los reunidos la palabrade Ramn, que ha bl para decir:

    Amigos: Como tales os tengo,aunque algunos ni haya hablado, nisiquiera tendido anteriormente m ma-no, amiga de todos los desheredados, los

    cados, de todos los que alimentan su es-pritu de una esperanza 'de futuro es-plendoroso, y nutren su fe de ideas deAmor y de Verdad. Mi propsito ya le co-nocis: es formar una entidad anarquis ta,de cultura y de accin educativa para lalucha y la defensa del derecho de todoslos oprimidos, de todos los hombres per-seguidos por las jerarquas que detesta-mos, de todos los hombres, en fin. Voso-tros ya conocis nuestro credo. Somosanarquistas porque odiamos la tirana delos hombres, la tirana de los dogmas, latirana de los convencionalismos; no aca-tamos otra autoridad que la de la propia

    conciencia, cuando sta informa un sen-tido equitativo y racional. Queremos al

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    hombre libre, y aborrecemos al Estado,que es la negacin de la libertad indivi-

    dual. Somos anarquistas y trabajaremospor la abolicin de toda idea opresiva, deesclavitud... Es nuestro lema: la absolutalibertad individual y el conseguimiento deeste apotegma: Ni Dios, ni amo. A Dioshemos conseguido arrojarle de algunoscerebros que se han emancipado, y al

    amo veremos de eliminarle de las genera-ciones sucesivas cuando hayamos supri-mido la idea del dinero, y el trabajo seauna distraccin y no el castigo brutal deldicho bblico. A trabajar, y hacerlo confe.

    Despus charlaron, cambiaron im-presiones, y dejaron convenido suscribir-se algunos peridicos libertarios, querecibira uno cualquiera de ellos, y pasar-an de mano en mano.

    La sociedad, esta pequea socie-dad que no llegaba contar diez amigos,no tena necesidad de inscribirse en nin-gn centro oficial, lo que les evitaba lastrabas que la autoridad horripilada, haba,seguramente, de oponerles.

    Y como para fijar la idea, Pradera,que haba trabajado aos antes en la for-macin de una Juventud Republicana,

    dijo cmo le recibi el alcalde al ir soli-citar el permiso para inaugurarla: gastan-

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    El ensueo roto 21do cuchufletas; y alardeando de su igno-rancia de la ley; hacindole volver tres

    veces y tratando de disuadir l y susamigos del proyecto de asociarse.

    Despussigui Praderalasconvocatorias que se hicieron para anun-ciar el mitin, fueron arrancadas por manode los alguaciles. Luego el trasteo inicuode aquellos mandones ignorantes, enfa-

    tuados y estpidos, hasta conseguir queuno de los ms entusiasmados, al parecer,con la idea de la Juventud, la minara conchinchorreos femeniles, y la matara, ape-nas nacida, y al primer descuido de losque, con l, formaban la directiva.

    Aquel pueblo, aquella atmsfera,

    era incapaz concluy Pradera, diri-gindose Aguilares, y entre el asenti-miento de los ms del grupo.

    No hay fuerzas contra una fe, sila fe es inquebrantable. Hay mil mediosde evadir el Cdigo y de combatirle. To-do es que vayamos dispuestos. Vosotroslo estis? pregunt Aguilares.

    S, sidijeron los dems.Joaqun, conocedor de todos, habl

    con verdadero optimismo de las cualida-des de constancia y honradez de los con-gregados. Haba, por acuerdo de Ramn,elegido gente buena, sana de alma y sinprecedentes que no convinieran; por eso,

    aunque eran pocos, tena mucha espe-ranza en la labor. Yen que fructificara. La

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    sociedad aumentara...En este punto de sus reflexiones,

    record la idea de su amigo: Que vinie-ran, s, espontnea, voluntariamente, go-zosos y tranquilos, pero que no arriba-ran un campo de peligro lanzando mi-radas de nostalgia al sendero que dejarantras s. Gente as allegada no la queran.

    Y de repente se fij en que habafaltado la reunin Calvr, el que en elcaf, noches atrs hablaba de firmas ycrea el proyecto de Aguilares propicio la exhibicin y al mangoneo, que eran suflaco, y le estimulaban formar por lomenos intentar formar parte de cual-

    quier entidad que se crease, ya fuera ellapoltica, social, de sport, de recreo reli-giosa...

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    IV

    Lector bondadoso: Ya conoces per-fectamente la comunin acrtica de nues-tro amigo; le has odo expresarse; hasvisto salir la pasin de su palabra, llena deamor por sus ojos brillantes; pudieras, si

    eres exigente y puntilloso, pedirle concre-ciones, y acaso claridad en la enunciacindel credo anarquista, pero nunca po-drsyo te lo garantizodudar de la fe ydel entusiasmo con que profesa el cultode la Justicia y del Amor universal el ro-mntico, joven, inteligente y bueno Ramn

    Aguilares.Por entonces Ramn escriba un die-tario. He aqu una de sus pginas. Se diceen ella la ms sabrosa intimidad de suamor con Luca. Otra alma menos poetaque la de su autor no hubiera trasladadoal cuaderno la impresin de esta manera:

    Agosto, 10.

    Ayer fue fiesta. Fue fiesta de Sol, deSol de oro, de amores en mi alma, y fuefiesta en la suya. Ayer se hizo el oficiosacro en los altares gloriosos de su alma y

    de su corazn. Y la fiesta tuvo sacrificiopagano. Tuve en mis labios las mieles de

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    los suyos ardiendo, y brillaban sus ojoscon un brillo azulado de aceros nuevos, y

    su carnepan divino, dice un divino poe-tapalpit entre mis brazos anhela ntes,tuvo el sublime estremecimiento, y se medio...

    ... Despus qued en el csped comouna figura que hubiera colocado un maes-tro del pincel para copiarla y llenarse de

    gloria.Y su boca se abra en un florecer deflor roja en un triunfo de fruta dulce yapenas madura.

    Ha comenzado el culto prctico demi religin nica: el culto de la Belleza y dela Natura. Porque sus carnes son bellas,

    turgentes y blancas, y la Naturaleza la hahecho mujer.

    Agosto, 17.

    Oh, el asco de vivir esta vida, pisan-do inmundicia, habiendo flores! Ya sabe elpueblo que soy anarquista. Ya puede elpueblo execrarme por algo. Antes se memiraba como con extraeza de no poderhablar de m y arrancar mi piel tiraspor algo. O hablar de m alabndome.

    Aqu el delito es no dar motivo mover la lengua. Se est ms agradecido

    al que da, al mercado de la murmuracinuna infamia, que al que tiene una vida de

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    El ensueo roto 25honradez, oscura y sin facetas. El lti-mo, como no da de voluntad asunto la

    baba ponzoosa, es criticado acerba-mente por callado. Aqu no se escapa alescalpelo disector del pueblo. Tengo quedecir, rectificando: Aqu todo es motivode murmurar y carne para hincar los dien-tes sucios y destilantes de la gente.

    Luca est enamorada de m, que soy

    un rprobo y un malo. Luca me ha mos-trado su espritu superior.Porque le ha zumbado al odo el abejo-

    rro negro de la insidia diciendo cosas sono-ras, y ella le ha desatendido y atravesado,violenta, un manotazo de sus manos blan-cas. Luca, un momento de la misa de

    nuestro amor, ha blasfemado piadosamen-te contra el abejorro, y mi tono ha dichouna oracin la vida libre y bella.

    Luca, cuya alma femenina tena algode intrpida, se templ al trato de su aman-te. La cuerda sensible de su lira sentimental,vibraba intensamente inclinada al amor delos humildes, de los cados. Todas las bienan-danzas previstas por Ramn en su delirioconstante, por un advenir equitativo, halla-ron en el cerebro de la muchacha un rincnde grata hospitalidad, y Ramn, la dobleconquista de aquel corazn y aquel cerebro

    nios, le tena satisfechsimo.El da que vio su amante decidida

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    compartir con l el pan sabroso de la ideaprofesada noblemente, tuvo un verdadero

    regocijo. Fue bajo el sol de oro de una tardeesplndida. Ramn enardecido hizo un sm-bolo de sus labios y de sus ojos serenos y be-llos, al hablarla de una bandera de amor yde un maana de paz, y con vehemencia labes los labios y la bes los ojos.

    Ya en su casa, contento, con una nti-

    ma jovialidad que l mismo extraaba,inexplicable y buena, pens en leer unlibro de versos. Sac del estante de su des-pacho una traduccin de Carducci, cerr,atraves la casa y se sent en el balcn de laancha sala, sin muebles, que daba al Medio-da, inclinado hacia atrs con la cabeza apo-

    yada y el libro la altura de la cabeza.Al rato hizo una pausa. Era un mo-mento de placidez un poco melanclica;se extingua la risa del sol en las viejastorres; las chovas, esos pjaros negrosque viven en algunas ciudades viejas,graznaban impacientes en sus cspidescomo si temieran la inundacin suave de lasombra que se llegaba sus patas.

    Sala tranquilo, gris, transparenteel humo de las chimeneas. Al Este, ya elincendio solar agonizante, no se denuncia-ba sobre los tejados de las casas. En laveleta de la ms alta torre dejaba el lt i-mo beso dorado el astro del da.

    Los pjaros antes desazonados, tor-nronse tranquilos; luego en una banda-

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    El ensueo roto 27da negra se alzaron, orientronse, y sedividieron en tres bandos...

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    V

    La convocatoria, que ellos mismosescribieron en grandes papeles rojos, de-ca secamente:

    Trabajadores: Se os invita al mitinque algunos elementos avanzados celebra-

    rn maana las nueve de la noche, en elsaln principal del caf de***.Expondremos nuestro credo de rei-

    vindicacin, indicaremos el nico caminoque, nuestro parecer, puede llevarnos un porvenir de Amor y Paz Universal.

    Aun cuando esencialmente interesa

    los obreros y dems clases proletarias,esta comisin vera con gusto la asistenciade otros elementos, y admitira la contro-versia.

    Por el grupo,

    RAMN AGUILARS.

    Y bajo la firma, la fecha.El lector no tiene que ser excesiva-

    mente avisado, para comprender queellos eran los seis ocho individuos queescucharon Ramn pocas tardes antes ensu misma casa, y que el mitin anunciado,aun cuando en los papeles rojos no se es-pecificaba, era francamente, un mitin

    anarquista.

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    VI

    En la sala alumbrada esplndida-mente, abiertos sus huecos la plaza an-cha, sola y solemne, cruzada por el trazoblancuzco de la carretera, entre las pa-redes adornadas con una variedad profu-

    sa y barroca de gusto mezquino, sehablaba y se chanceaba satisfaccin delas cosas corrientes de la villa. Era laeterna canturria de murmura cin y co-mentos del mismo medroso color secular,que se enriqueca con una estrofa ms,forjada dnde y como tantas y tantas otras

    se forjaron.La casa de don Jernimo era enton-ces el centro de estas tertulias nochernie-gas, como otras veces lo era la casa dedon Salvador, que estos avellanados se-ores alternaban en el pacfico y sabrosogoce de la vara caciquil. A don Jernimono le aconsejaban sus aos la intromisinactiva en la marejada, sucia y hedionda dela poltica local que tantos disgustosaldecir de lhabale proporcionado en laslargas y ya pretritas temporadas de suvida, que mantuvo vivo el fuego de suentusiasmo por reventar sus regidosdesde el silln de la alcalda desde el

    ms elevado, cmodo intil de la dipu-tacin de provincia.

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    Ahora nombraba los alcaldes, man-goneaba las elecciones y presida desde la

    butaca muelle de sus tertulias, comostas y sin don de ubicuidad, las sesionesmunicipales.

    A duras penas se mantena aquellanoche el fuego sacro de la murmuracin,del que eran vestales de los dos sexos laspersonalidades de ms relieve del pueblo,

    y entre las que destacaba su opulenciade formas y buen ver, poniendo en losojuelos de don Jernimo un brillar de senildeseo, doa Elvira, la viuda consolada deaquel abogado que se malogr al comen-zar de la mano mecnica del cacique elsendero que lleva al estadio donde asien-

    tan los claros prestigios locales, cuando dela puerta se alz con la entrada y precipita-do charlar de donAdelardo, el prroco deSan Juan, un viento tormentoso de asom-bro y de indignaciones.

    Ah, pero es que ellos no lo sab-an! (El cnclave bisexual, sensato, catli-co marchamartillo all constituido, enaquel crtico momento no saba nada). Al no se lo haban dicho. Lo haba vistocon el asombro de sus ojos bovinos, pa-rados y tontos que ahora lucan con ira yhambre de represin inexorable.

    Y se diriga Miguelito, el alcalde en-casillado de don Jernimo, l, que tena

    veces coqueteras liberales, l, que aho-ra sin salir de su asombro saltaba su mira-

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    El ensueo roto 33da impaciente de semblante en sembla n-te, y en todos encontraba otra interroga-

    dora, de la misma ndole, de inquietud yde impaciencia.

    Por Dios, que hablara don Adela r-do! Uy, que paciencia de hombre! dijo, nerviosa, doa Elisita.

    Y el cura, que nunca pens en posi-bles contratiempos, transgresiones de la ley

    divina en l representada, sin costumbre detropezar obstculos en su ministerio de ca-zar almas con el anzuelo nico de su misadiaria, mascullada automticamente, con suevangelio recitado, llana, pedestrementerecitado, pues no le llam Diosl lo recono-capor otro camino de atraer ovejas al re-

    bao de retener las que ya tenan puestoen l, habl con sentimiento y no disimuladarabia. Al volver de dar el paseito ordinario,despus de dejar en sus casas de la entradaopuesta del pueblo dos de sus colegas, ha-ban tropezado sus ojos estupefactos con losmalditos carteles rojos.

    Un mitin, seores, en este pueblotan tranquilo y tan, tan...!

    Y que deba ser socialista ms ra-bioso lo deduca l de lo mil veces ledo enlos peridicos catlicos. Porque all sonabaproletariado, elementos avanzados, reivindi-cacin... que se yo... Horrores! Y se contra-jo su faz curtida y su boca pint un rictus de

    repulsa y de execracin.Permaneca en pie, la capa replegada

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    y abullonada sobre el costado izquierdo,accionando con la diestra al nivel de su

    frente, como si apartara una tentacin unpresentimiento fatal.

    Y vino su mente, unida al recuerdodel firmante de la convocatoria, la risa ar-gentina, clara y subversiva de la muchachaque acompaaba Agilares aquella tardede fiesta que se encontraron sus colegas y

    l con la pareja amorosa, feliz y contenta.Don Miguelito, que no sala de suasombro, pens un momento y orden ideas:No poda ser. Hubiranle pedido permi-so. La ley de asociaciones y reuniones p-blicas quin recuerda el artculo?lomanda as.

    Tenan sello los carteles, don Ade-lardo? y saboreaba ntimamente al pregun-tar, el xito que alcanzara sobre el sabiondode Aguilares, ordenando inmediatamenteque se arrancaran de las paredes.

    Pero, calla!se interrumpi .Cunto ponemos que ese estpido Leon-cio...?

    Oh!... oh!... oh!.. Ya caa...Esta tarde no he visto al secreta-

    rio. Cunto ponemos que ese estpidoLeoncio ha estampado en mi ausencia elsello del Ayunt amiento en esa atrocidad.

    Y en toda la reunin hubo un movi-miento de protesta contra el secretario, el

    estpido Leoncioque dijo el alcalde.Doa Elvirita, que al asombro acom-

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    El ensueo roto 35pa de rabiosillos mohines y golpes ner-viosos de su abanico cerrado sobre el

    borde de una mesita bibelotero cargadode cachivaches pens s la familia dealgunos de los organizadores de aquelconventculo de escndalo que haba lle-vado la agitacin la tertulia tranquila ymaliciosa de don Jernimo, dis frutara laprebenda semanal de pan, bacalao y pata-

    tas que donaba una de las piadosas socie-dades que presida la de San Vicente ladel Ropero y al indignarse, mirando re-prochonamente don Miguelito por tenerhabituado al secretario que corriera contodos los asuntos de puertas adentro delConcejo, flua de toda su persona, agra-

    dablemente ajamonada, un hlito de femi-nidad deseable que hizo al seor de lacasa y donAdelardo y al Sr. Martn, elnotario, que era espectador discreto de lamarejada, fijar sus ojos golosos en el senoredondo y tremante, en el arranque de lagarganta y en el muslo de la catlica viu-da, que se revolva chillona en su asiento.

    Doa Blasa, esposa de don Jernimo,jadeaba su asma, malhumorada y despt i-ca, aconsejando los varones dureza yningn gnero de transigencias, entrecarraspeos y silbidos profundos de su pe-cho cascado.

    El resto de la asambleael Sr.

    Martn, el matrimonio La Cuesta, ricachny estpidamente ordenado, fro y calmo-

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    soasinti con frases cortas y monosla-bos.

    Don Jernimo, al consultar el reloj,impertrrito, que contaba solemne losminutos de duracin de la zambra, en sucaja poligonal y recargada de dorados,ver que era tarde y cerciorarse de ellopor un airecito que se entr desvergonza-do por el balcn de la sala, agitando los

    ricillos de la viuda, haciendo destoser lacaciquesa y moviendo el manto largo,que no se quitaba por nada de este mun-do la de La Cuesta, resumi sentencioso yconfiado en su alto poder:

    Caballeros; maana ser otro da.Ytodas lasvisitas se dispusieron las

    despedidas. En el fondo del pasillo semios-curo, una criada esperaba con una luz,para precederles en la escalera.

    Adis!Hasta maana!Si Dios quiere! Descansar! Muy buenas!Adis!Y desfilaron. En la penumbra del pasi-

    llo, don Adelardo restreg hbilmente, co-mo al descuido, la palma de su mano an-helante por los glteos poderosos de la viu-da.

    La noche, que era de las primeras de

    septiembre, se pona fresca. Apretaron elpaso hacia sus casas: doa Elvirita, acompa-

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    El ensueo roto 37ada de su fiel sirvienta y del matrimoniode La Cuesta; los hombres se disgregaron.

    Don Miguelito iba de un humor de mil de-monios.

    Las pisadas resonaban secamente; lanoche era clarsima, silenciosa.

    A la maana siguiente, cuando su-puso que ya estaran los empleados en elAyuntamiento, se dirigi l don Miguelito. A

    dos pasos de la puerta, en la misma fachadade su casa, como un desafo, la nota violentade color de las convocatorias subversivas, leexasper de nuevo. Hubiera, trueque delridculo, sacado una escalera, y por su propiamano la hubiera hecho jirones. Pero no;haba que obrar con aplomo, aparentando

    una indiferencia y una tranquilidad, queestaba, muy lejos de su espritu. Ira al Ayun-tamiento, vera al secretario, al secretarioimbcil que le pona en un brete; hablaradespus con don Jernimo; se pensara, deplano, se prohibira el acto. Barajando stasy otras ideas, don Miguelito cruzaba la pla-za. Era da de mercado; las tiendas habanabierto sus puertas, y en un buen trechodelante de stas, un muchachuelo, el chico,haba tejido caprichosamente un complicadoencaje con una pequea regadera senci-llamente con un bote cnico, orificado porel vrtice, en el piso de portland; de unaspuertas otras los dependientes charla-

    ban bromeando, y veces, despus delanzar una mirada de precaucin y asegu-

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    rarse, una pareja salvaba de cuatro saltosla distancia que les separaba de una casa

    blanqueada, limpia, con una espesa ramade pino colgada sobre la puerta, y des-aparecan en el fondo tras una cortina roja.Un momento despus salan, tambin co-rriendo y limpindose los labios.

    En dos filas paralelas, frente unsrdido edificio de ancha puerta de marco

    de piedra, con esta inscripcin en letranegra: Fielato, formaban acurrucadas,friolentas, hasta docena y media de muje-res, viejas las ms, embutidas en anchasbanastas, rodeadas de verduras y hortali-zas de todas clases. Muy cerca de estasextraas mujeres, enormes y obscuras

    gallinceas incubantes, las tablas lle-nas de carne sangrando, colgada de gar-fios, rebosando por los bordes su pal-pitante masa roja, servan de apoyo loscortadores de mandil blanco, brazo re-mangado y pelo peinado gitanamente.

    A ambos lados de la carretera, losms madrugadores carros forasteros, re-pletos de cereales, iniciaban la lnea,desenganchados y con los costales demuestra reclinados sobre el fuerte yugo.Sirvientas jacarandosas y repeinadas, despecho del madrugn, esquivaban elpellizco del hortera, contestaban prestasal donaire malicioso, y de vez en vez, el

    extrao vocear original y arcaico, de unchiquillo vendedor de churros y buuelos,

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    El ensueo roto 39rasgaba el aire matinal, transparente ygrato, mientras el sol encenda, prdigo

    de brillares, los aleros de las tejas y lasveletas de las torres.

    Dejada atrs la plaza, don Miguelitoatraves el Arco de la Crcel, y los pocospasos enfrent con la Casa Consistorial.Antes de llegar ella se encontr unalguacil de lustroso uniforme azul, gorra

    galoneada y bastn de borlas, que se leacerc ceremonioso y servicial.; Pregunt al humilde funcionario si

    estaba don Leoncio en la oficina, y contestaqul afirmativamente.

    Se le ofrece algo al seor Alcal-de? pregunt al s epararse.

    Nada contest secamente.Y el alguacil salud correcto, Y sefue la plaza del Arrabal.

    Atravesado el patio, que se extendaante la escalera del Concejo, don Miguelitosalv sta de dos saltos, y cruzado un pasilloancho, de hermosa luz recibida del patio ytamizada en las ventanas por el encaje deverdor de una parra secular, con cuadrosantiguos, representando escenas religio-sas, en la pared opuesta, seguida, sin hue-cos, se encontr frente don Leoncio Gar-zn, el secretario.

    Al saludo de Garzn, cumplido, oficio-so, de inferior jerrquico contento de su

    jerarqua, ni contest el Alcalde que, sbi-to, le espet esta rociada:

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    Caballerito, ha sido usted el quepuso el sello esos papeles que hay en todas

    las esquinas, verdad?... Bien, bien.... yusted no sabe que adems de salirse de susatribuciones, me ha puesto en ridculo, per-mitiendo que aqu, en este pueblo, se cele-bren reuniones de esa clase eh...? Cuntoponemos?y solt la muletilla. El secretarioestaba anonadado. Don Miguelito recarga-

    ba el valor de las frases, dndolas una ter-minacin especial de acento, y ciendo suamericana por los bolsillos intervalos, y conlos brazos casi en jarras. Garzn, hombrepobre de espritu, y sin gran malicia pesarde sus muchos aos de cargo, no saba casidisculparse:

    Ellos, Aguilares y Joaqun, vinieroncon la solicitud de permiso en forma, traje-ron las convocatorias. Como usted no esta-ba ni en su casa, ni en el pueblo... porquehaba usted salido, y como no supuse queusted se enfadara... y como traan las cosasen forma... Me exigieron recibo y comousted siempre ha hecho confianza....

    Don Miguelito no tena derecho moral protestar; resopl inquieto, y pens des-pus de mirar de mala manera aquelhombrecillo enteco, desmedrado, de calvaalgo ridcula y mirada inteligente, que seresguardaba bajo un traje recosido y curio-so, en no permitir que se celebrara la reu-

    nin anarquista.Fue al estante que corra por todo lo

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    El ensueo roto 41ancho de una de las paredes de aquellahabitacin, habilitada de Secretara, y bus-

    c un momento sin resultado alguno; man-d al secretario que le leyera la solic itudde aquellos badulaques nios sabios;lo hizo ste con voz temblona, y el Alcaldese dio cuenta. No haba salida. El artculoque mencionaban los firmantesle leypor primeravezles autorizaba libremen-

    te para celebrar reuniones polticas. El Al-caldepor l el estpido de Leoncioy lemir fierohaba acusado recibo. No habasalida. Yhacer una alcaldada?

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    VII

    La reunin se celebrara aquella no-che. Aguilares transmitiendo sta su fue-go, arda de entusiasmo en casa de suamante. Se vea en la sala, llena, desbor-dantes los corazones de fe en la Nueva

    Porvenir que l anunciara clara, bella-mente, convenciendo con la sola enun-ciacin de su credo, sin acudir al relum-brn de la retrica de que tanto abusanlos falsos apstoles, los viv idores de la pol-ticade cualquier polticaaquellos seo-rones que mendigan rastrera mente el

    sufragio para bullir, pactar lejos de lamiseria de sus electores, enriquecerse yconquistar nombre.

    Y en alas de su optimismo llegaba soar con un pueblo, aqul, emancipadode la frula de poderes y trabas legales,sin autoridad, regido espontneamentepor el Amor y el Bien, trabajando dichosobajo una era de Paz.

    Su delirio le llevaba muchos codossobre la realidad; se olvidaba de que vivaen un ambiente en que l era un exotis-mo, una flor extraa nacida all por uncapricho de la suerte que juega con eldestino de los hombres...

    Cuando volvi la realidad, despusde aquel grato caminar de su imaginacin

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    por paisajes encantados y serenos, y se viocomo siempre, al lado de Luca, que le

    adoraba, s, pero de lleno dentro del or-ganismo social que quera ver transfor-mado y antes destruido sobre sus brba-ros cimientos, vacil, se reproch ntima-mente la ligereza de las alas de su pensary, un instante, se entreg ideas sombr-as de desaliento.

    Qu piensas, chico? Te veo tris-tepregunt jovial Luca. No, qui!respondi, y volvi iluminar una sonri-sa un poco melanclica la cara tonsa,expresiva de Ramn.

    El florecer de una nueva vida hen-cha el vientre terso y magnfico de la novia

    del romntico. La cadera suave, blanda delnea, armnica, anforal, de muchachavirgen, comenzaba ensancharse bajo lasropas, la vez que su rostro y sus ojosiban adquiriendo una expresin mayor dedulzura y de bondad. Cuando Agilaresle revel su sospecha, ste no reprimi ungesto jubiloso, y alzando su novia como una mueca, la bes una y muchas veces.Al dejarla en el suelo, una lgrima deternura surc el nieve ambarado delrostro de la muchacha, y vino fundirseen la mancha carmnea de su boca. Ramnhabala mil veces hablado del amor, quelibre y sin atenerse mil trabas de la ley y

    de la religin, que profanan lo ntimo deun sentimiento por excelencia humano,

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    El ensueo roto 45cristaliza en un nuevo ser que viene ale-grar la vida de los enamorados, poniendo

    entre ellos un fuerte y grato vnculo, yhaba compadecido las mujeres que es-conden como una vergenza el fruto na-tural de un cario impetuoso, no sancio-nado por la firma automtica de un fun-cionario del Registro civil de un cura deparroquia. Por esto y por la confianza que

    le inspiraba Ramn, el anuncio de la Na-turaleza que hizo saber la novia su es-tado, ni siquiera la inquiet, antes, laregocij serenamente.

    Criaran el hijo, que no recibira elremojn con que la Iglesia bendice susnuevas ovejas, le educaran en el Bien,

    sera su alegra y su orgullo de padresjvenes avenidos, felices, y procuraranhacer de l un hombre; un hombre til y unhombre bueno.

    Cuando aquella tarde, acompaadode don Alfredo del Fustn, de Joaqun y deCabanedo, cruz Ramn el pueblo paradar un paseo por el campo, ultimados todoslos preparativos del mitin, que, definit i-vamente se celebrara aquella noche, flo-taba por el ambiente como un vaho detormenta. Nunca, desde que viva en elpueblo, haba visto ms corrillos anima-dos, haba sufrido mayor chaparrn depreguntas de los atrevidos, ni haba

    conminado contra s ms miradas de cu-riosidad y de odio.

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    Don Adelardo, el cura, fuera des, haba, en la misa de la maana, al

    explicar el evangelio, amenazado conla crueldad de penas del infierno cuantos aquella noche oyeran la pala-bra envenenada de los malos apstoles;su pobre oratoria haba rebuscado entodos los escondrijos la frase concisa,definitiva, que llevase el pnico las

    congregadas ovejas de su fiel rebao, yslo consigui atraer las lgrimas losojos requemados de las cuatro viejasque lloraban todos los das aun sin ex-plicarse claramente las plticas, y sloporque una inveterada estupidez lasllevaba llorar fatalmente siempre que

    se les diriga la palabra desde el altar,y llevar la curiosidad los espritus delas pocas personas que aquella horano tenan ya noticia de la proyectadareunin heterodoxa. Ya estaba entera-do todo el pueblo, y no se hablaba deotra cosa; la tertulia nocturna de casade don Jernimo habase trasladado alcasino, donde se rabiaba cordialmente,pues ltima hora don Miguelito habatenido el rasgo liberal, afeado por elcnclave, de no poner trabas la cele-bracin del acto; no pudo averiguarsesi por miedo por respeto la doctrinaconstitucional, de la que era en aquel

    pueblo legtimo representante por elvoto libre de la opinin.

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    El ensueo roto 47A su vez, la conservadora accin

    femenina, tan necesaria en todos los

    pueblos, para bien de ellos y de sumarcha orgnica y equilibrada, cam-pos de tranquilidad poltica y religiosa, yque, en el que nos ocupa, tena tan distin-guidos como preclaros miembros, en do-a Blasa, la caciquesa, en doa Elvirita,la viuda piadosa y apet ecible, y en la Sra.

    de La Cuesta, callada y seriota, ejerca suinfluencia, poderosa y fecunda, en elcrculo de actividad, que ellas mismasse haban trazado, sin perjuicio de sur-pasarle, cuando los intereses encomenda-dos su vela lo demandaran, cuandosin demandarlo aquellos, su real, religio-

    sa y caprichosa gana lo estimara conve-niente.Aquella tarde celebraba la asocia-

    cin femenina de San Vicente de Pal suordinario y semanal conventculo, conseccin escolar de doctrina para unaveintena de cria das de servir y de hijas defamilias pobres, de estas quienes lasseoras ayudaban con el socorro fru-gal de un pan y libra y media de patatashebdomadariamente.

    Y en la sacrista de San Juanhacan su propaganda, por medios tanfemeniles como prcticos las seoras dela conferencia.

    Las varas de percal barato, las pei-nas del mas nfimo celuloide, atractivas y

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    brillantes; los pendientes modestos; paralas ms avispadas y tiles las seo-

    ras, la novela tonta y pacata de labiblioteca de algn semanario catlico;la promesa rosada del par de botinas debecerro, que se anunciaba las veces, ynunca tena positiva encarna cin en elterreno de los hechos; todas stas argu-cias del ingenio de las damas eran el

    estmulo que llevaba la escuela laveintena de muchachas que, mientras sehartaban reciban la influencia rebeldede una amiga avispada, se vean los dasfestivos en grupo apartado de los risue-os y ruidosos, que formara la juventudalgazarosa, en los paseos florecidos y en

    los salones de los bailes de organillo im-portado de la capital.En la boca fresca de doa Elvirita fij

    el ardor sectario la pltica recriminatoriacontra la reunin de aquella noche, y desus ojos grandes y brillantes sala el rayode la amenaza, entre ojeras denunciado-ras de la crepuscularidad de una bellezay un buen ver, que se defendan galla r-damente en los ltimos baluartes del co-queteo.

    Cuidadito con que llegue noso-tras la noticia de que vuestros padres vuestros hermanos, en fin los hombres devuestras casas, van esa monstruosidad,

    ya que la permiten porque... adis con-ferencia! y su mirada hermosa ret

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    El ensueo roto 49dominadora, cruel y femenina.

    Luego doa Blasa y la secretara, una

    joven marisabidilla con pujos literarios, delentes doctorales inquisitivos, cursi yridcula, dijeron algo sobre lo mismo; asin-ti la seora de La Cuesta y otras que atis-baban desde la ventana celada y en pe-numbra la gente que discurra yendo yviniendo del mercado que animaba un da,

    cada siete, la poblacin callada de vidamontona y serena, y se levant la sesin.Salieron las alumnas.

    En el prtico charlaban sin risascomo un corrillo de muchachas de dondehubiera huido el espritu de la juventudespantado por algn conjuro fatal, ma-

    cabro y medroso, cuando las seorasen un grupo negro de mantos largos bo-rradores de formas acusadas poderosa-mente, y de curvas marchitas maceadaspor los aos, irrumpieron aconsejandoformalidad, y descendieron la calle vpor los anchos escalones de piedra desgas-tada yverdinosa.

    Los pocos cafs, las muchas taber-nas, los comercios, los corros callejeros,los carros cargados de costales que con-gregaban en su altura grupos de fo-rasteros reunidos para destrozar la sli-da merienda profusamente rociada conel rojo vinillo retozn y confortante, nu-

    tran sus conversaciones de los ms dis-tintos comentarios, y juzgaban con el

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    ms opuesto sentido poltico el acto quese avecinaba. All donde haba personas

    venidas al mercado y gentes del pueblo,aquellas sostenan el criterio de que unareunin de anarquistas y una reunin dedesalmados, canallas y saqueadores,deban tener muchos puntos de comn, yestas aun cuando no pensaran de modomuy diferente, se crean en el deber de ser

    ms progresivas,achaque de impor-tancia localaventuraban el juicio de que ellos no les asustaban las ideas por radi-cales que fuesen, y que tenan curiosidadpor or explicarlas Ramn, chico valien-te, y sus compaeros cuyas personali-dades hasta el da anterior oscurecidas,

    haban tomado en pocas horas relieve ymagnitud muy de considerar y aun hastade envidiar si se prestaba. En las tabernasse debata de ese modo terco, necio,inrazonado inconsciente que se llenade palabras sin sentido y hasta sin signi-ficacin conocida, de gestos de inteligenciay de penetracin cambiados entre los in-terlocutores que no se entienden entre s,y que es tan peculiar de esos pueblosgrandes, sin cultura, con mucha fe en latradicin, en la ley de la costumbre yen la gramtica parda.

    Cuando los cuatro camaradas lle-garon ms all de la ltima tapia del pue-

    blo, haban adquirido el convencimientode que la reunin dara resultado. Aguija-

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    El ensueo roto 51res se las prometa felicsimas vuelto suanterior optimismo; Joaqun, menos con-

    fiado, no ocultaba sus temores de quecualquier coartada les desluciera el acto;pero iba contento no obstante, y Cabane-do y don Alfredo del Fustn exteriorizabansu satisfaccin, aqul im petuosa, casi bru-talmente, poniendo toda su alma de hom-bre sencillo en su entusiasmo, y este dis-

    creto, plegando sus labios finos en unasonrisa suave que iluminaba todo su rostronoble y distinguido, aquel rostro hermo-samente aristocrtico que nunca se des-compona.

    El piso principal de un caf, cuyodueo se toc en el flaco de su vanidad dehombre liberal muy avanzado y quien nose ocultaba la perspectiva de vender aque-lla noche algunas docenas de cafs y talcual copilla de cognac de extraordinario,pues era irremisible atravesar el estable-cimiento para tomar el caracol que condu-ca arriba, sirvi Ramn y compaeros,de local apropiado para el mitin.

    Haban dispuesto un lado de la sa-la amplia, rectangular y bien iluminadaelctricamente, dos mesas unidas, cubier-tas ambas por un mismo pao rojo quecaa en airosa faldamenta hasta el suelo, y

    realizaba perfectamente la superchera dehacer suponer al espectador que se trata-

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    ba de una sola mesa de muy considerablesdimensiones; ms adelante, prxim amente

    metro y medio y la derecha, otra me-nor tambin forrada de rojo y sostenien-do un vaso lleno de agua y una botellapara el orador; y al lado de la primeradonde haba de acomodarse la comisin,varias sillas de enea.

    Se pens en colocar como para pre-

    sidir el acto en la pared frontal algunafigura alegrica de la Anarqua, pero .nohubo nadie que pudiera proporcionarla;alguien cit nombres de personalidadespreeminentes del acratismo universalpara sustituir aquella con retratos de es-tas, y Aguijares rechaz la proposicin que

    le pareca con algunos puntos de idoltri-ca. Las mesas, pues, y cuantos bancos ysillas de todas clases y manufacturas logra-ron reunirse constituy lo que sin ningninconveniente llamaremos el ajuar delmitin.

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    VIII

    La sala estaba repleta; todas las si-llas ocupadas, llenos los bancos, muchagente en pie, abigarrada, anhelosa bajouna densa atmsfera de humo, como si elaire encalmado fuera adensndose plomi-

    zo hasta tomar consistencia, y amenazasecon aplanar toda aquella masa humana,proletaria en su mayora, vida de or lavoz de los nuevos predicadores de unareligin desconocida.

    Tom asiento alrededor de la mesala comisin, y al dirigirse, al pblico Agui-

    lares, que presida, pas por todas lasmdulas como un estremecimiento. El alaseductora de lo desconocido roz todos loscerebros, poniendo all anhelos y fes nue-vas.

    Ramn estaba transfigurado. Fluade su boca un raudal sereno de palabrasde amor; hablaba como un romntico ysu lenguaje, si bello inspirado porqueera el lenguaje de la fe en unos labiosartistas, no era sin embargo el ms pro-pio para traspasar aquellos crneos du-ros, curtidos, de hombres avejentadoscara la tierra parda, exigente y regalo-na, de los pobres siervos del salario es-

    clavos de la herramienta y poco cultos porel tirn ancestral de la taberna, de aque-

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    llos jornaleros embobados, como si oye-ran una msica grata, grata pero que

    no compren dan.Despus Ramn se sent entre

    aplausos y concedi la palabra Joaqun.Sigui el revuelo. Aquellos hombres quehaban concurrido all aguijoneados por lacuriosidad y complacidos porque en ellosdorma un sentimiento que hablaba muy

    confusa y medrosamente de reivindic a-ciones, de derechos, de das futuros derevancha, y que ahora pareca incorpo-rarse al agudo clarinazo de la llamada,se haban electrizado, y rugan comosatisfechos de su poder al verse elogia-dos, instados, hecha la apologa de su si-

    tuacin por la verba alada de los propa-gandistas.Joaqun, al ocupar la mesita roja,

    retrotrajo su temperamento pasadaspocas de fatalismo. La aglomeracin degente vida de escuchar, propicia alaplauso, halagada en su condicin de po-breza,expoliacin la llamaron all,lejosde poner en el orador tonos de serenidad,de entusiasmo, prodjole un efecto contra-rio. Habl de la mansedumbre de unosrebaos castrados para la lucha; dijohorrores de la autoridad y de todos losorganismos de orden, y dos veces atrajola atencin del representante guber-

    nativo que lo era un concejal cuya cami-sa no le llegaba al cuerpo, y que de vez en

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    El ensueo roto 55vez hablaba por lo bajo con la presiden-cia, no disimulando su turbacin ni sus

    deseos de que aquello acabara en bien.La mujersigui hablando Joa-

    qun est alejada de nosotros por unabismo de ideas srdidas y brutales; yaveis: en el saln ste donde deban haber-se congregado todas nuestras compae-ras, nuestras hermanas y nuestras hijas

    para animarnos con su presencia y esti-mularnos la pelea, no hay sino una mujervalerosa, emancipada de prejuicios por-que ha sabido acercarse ntimamente alcorazn de un hombre libre. Y todas lasmiradas se encontraron en el rostro deLuca, extraamente iluminado de una

    claridad azulada, como el de una figuraque fuera all un smbolo, algo intangible yetreo que llevara al cnclave aquel dereivindicacin y lucha por una idea paracasi todos incompleta, conf usa, pero yaadorada instintivamente la sutilidad, labelleza de todo aquello en que preside informa la delicadez del espritu femenino.

    Reson un aplauso cerrado para lamujer, que era una nota de gracia enaquella reunin de hombres atezados,rudos y fuertes en su mayora, y el oradorla salud en un periodo vibrante y pasi-nado.

    El mitin adelantaba. Se haba roto

    el hielo; reinaba gran ent usiasmo en losoyentes y las ms radicales afirmaciones

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    de los oradores enardecidos, echandofuego por las pupilas desafiantes de un

    enemigo invisible pero que ya todos pre-sentan, eran coreados con bravos! Bien!duro! y otras exclamaciones anlogas.

    A Joaqun haba seguido don Al-fredo del Fustn, elegante de diccin, con-ciso, y sereno zahiriendo con frialdad peroaceradamente la aristocracia, los gran-

    des acaparadores del dinero, ociosos ignorantes.La nobleza de la sangre, del bla-

    sn, tena en el viejo hidalgo un enemigodecidido, tenaz incansable. Indudable-mente haba en el espritu del extraopersonaje un rencor dormido provinente

    de quien sabe que pretritas pocas enque l bulla en un distinto medio social ylejos de este pueblo, donde ahora iba en-terrando sus aos entre ocios y sueos deun da futuro de venganzas, un rencordormido que despertaba con frecuencia,vehemente impetuoso.

    Despus haba hablado Pradera yotro obrero anarquista trasladando enfrase sin velos, ruda y clara, el dolor de lasvidas proletarias, sentido intensamente, sus labios contrados en rictus de violenciay de amenaza.

    Ramn comenzaba hacer el resu-men de los discursos, invitando todos

    que prestaran su ayuda la labor de cul-tura y de difusin de las ideas all preconi-

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    El ensueo roto 57zadas, cuando de las ltimas filas sali unavoz pidiendo descompuesta un turno de

    controversia. A un sbito silencio de todoel saln sigui otra voz ininteligible.

    Farsantes! Embusteros! seoy simultneamente, y Aguilares dndosecuenta perfecta de la interrupcin, intentrestablecer el orden.

    Un chispazo azul, vertical y cega-

    dor descendi del techo sobre alguna ca-beza. El saln qued en tiniebla; salieronmil voces la vez, y Cabanedo, cruzadosu cerebro por la idea de la coartada temi-da del indecente capital, de las autorida-des impotentes, medrosas grit iracun-do hasta el rugido:

    Viva la Anarqua! Viva laAnarqua!Y los codazos, los atropellos, las pi-

    sadas, la lucha loca por conquistar los bal-cones, la puerta, en la sombra, fue picay horrible. A las blasfemias de las mil bo-cas, las imprecaciones, los gritos delos de la mesa que pedan serenidad, en-tre el crujido de algn banco descuajarin-gado el estremeciente craquear de unafaca muellera que se abra, domin secoy detonante el disparo repetido de unarma de fuego.

    Un grito agudsimo subi de entreel tumulto surcante, agudo como una fle-

    cha. Luca, nuestro hijo! pro-

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    rrumpi Agilares.

    . . . . . . . . . . . . . .

    El juzgado levant del suelo sinies-tramente rojo de sangre, lleno de asientosdesquiciados rotos, gravemente herido debala, el corpachn de Cabanedos que cayprivado con un viva la Anarqua! flor de

    labios, muchsimos contusos magullados,las manos sangrantes, y Luca agarrota-da en un sncope que crisp sus miem-bros, las manos, extendidas contra elvientre como en un supremo esfuerzo pro-tector y defensivo de la vida que sentaforjarse en el profundo de su seno.

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    IX

    Quebraba el sol los ltimos ra-yos de la tarde en el cristalillo cuadradode la ventana de Cabanedo. Reposabaste tranquilo, y la mirada en el techo, losbrazos lo largo de la pobre colcha ra-

    meada, como quedara, rendido al dolorde la reciente cura.Luca entraba y sala menudo,

    cuidando al compaero enfermo, y Ra-mn meditaba, la cabeza entre las ma-nos, en la nica silla de la alcoba.

    Desde la noche trgica no daba

    reposo sus pensamientos Quines fue-ron los canallas! Qu mano infame pudoarmarse para secundar mercenariamenteplanes srdidos de crimen, dictados porel miedo y la impotencia!

    Nadie haba sido preso,quhaban de hacer presos!y milagrosa-mente l estaba libre.

    Su vida y la de su compaeraencinta, ms enamorada cada da, forta-lecida por el ejemplo de la injusticia ycrueldad con que se trataba los su-yos artera, emboscadamente, era yauna obsesin para aquel pueblo. Pasa-dos los momentos en que sus labios y su

    gesto llevaron el aplauso las manos yla fe los corazones impresionados por

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    la emocin nueva de una prdica de sue-os de porvenir, hasta los mismos que

    siguieron momentneamente Ramnconvinieron en que era un iluso decidi-do y loco que poda ser un peligro en lamonotona de aquella vida mansa hastaentonces, borreguna, sumisa del caci-que de turno.

    Se oa los ms benvolos: Muy

    simptico s, personalmente intachable,bueno, pero peligroso, seores, peligro-so.

    Y los francamente adversa-rios: Un nio sin temor de religin nide nada, slo, alucinado por lecturashediondas; amancebado con esa mucha-

    cha, exhibiendo como un galardn loilegal de sus relaciones... Un ejemplo deperversin, de vergenza para nuestrasmujeres y para nuestras hijas, un anar-quista!y resuman anatemas en eldictado horrible.

    A Luca no la hablaba casi na-die; su estrecho crculo de relacionesse redujo ms y ms hasta hacerla elvaco.

    Aguilares y ella vivan uno parael otro, como abrazndose en un blo-que defensivo contra los odios que lescercaban. Y aunque aquel aislamientoen el fondo no importaba un pice al

    espritu sereno y recio de Ramn, lehaca pensar en lo difcil de una empresa

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    El ensueo roto 61como la que l soaba. No; no se podatransformar una sociedad de pobres de

    espritu, de cobardes, tan rpidamentecomo l quera. Cuntos siglos de luchase hacan necesarios slo para desca-rroar espritus endurecidos, fosiliza-dos por muchos siglos de rutina, de ca-tolicismo enervante, de adoraciones est-riles en falsos dolos!

    Y recordando la interrupcin in-fame del mitin ordenado, pacfico, quefue muchos das su obsesin, su sueocaricioso que al fin se realizaba felizmen-te, mirando al herido que reposaba:

    Qu gentes ms miserables, Ca-banedo! dijoy sin concretar, aquella

    frase, la primera dictada por el desalientoque comenzaba cizaar un alma espera n-zada, optimista, llena de fe, vol de suslabios sin rumbo, desorientada, como sino encontrara corazn donde posarse, como si dudara entre tantsimos como po-dra elegir justa, merecidamente, paradestilar su amargura y su acritud...

    Estas amargas meditaciones queno eran de reconvencin por su proceder,pues todo lo que hasta all le debiera laCausa, ofrendlo en sus altares con fe cie-ga y voluntad firme, abrieron campos deescepticismo una aspillera donde, supesar se asom el alma de Aguilares colo-

    cado por la realidad y por un golpe deplano sus optimismos, en un terreno in-

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    seguro de transicin. En esta tesitura, sualma hizo crisis en sentido negativo, y

    Ramn engros la fila de hombres pesi-mistas, taciturnos y como doloridos, y muy poco estuvo de compartir la ideaque del prjimo tenia formada en su anar-quismo de mal humor, grun y agriado,el compaero Joaqun.

    Oa este con ms ntima compla-

    cencia los extremos de sus diatribas co-ntra todo y contra todos, y comenzaba esperanzar su espritu chasqueado, burla-do y herido sbitamente, como por unartero cuchillazo, en los actos repelentesde violencia, si no como un medio eficazpara establecer el Amor y la Justicia so-

    bre la tierra, por lo menos para ir dandotestimonio de vida frente todos los pro-cedimientos de uso comn en las- altasesferas de estos organismos sociales quese bamboleaban y caeran al fin la pesa-dumbre de sus lacras y sus defectos.

    Y en casa, junto Luca, estaba pre-ocupado, pasaba las horas en silencio, ysolo cuando aquella por animarle lehablaba de su felicidad cuando naciera elhijo que tanto querran., y que senta comouna bendicin en su vientre joven, se alu-minaban sus ojos inteligentes de una lla-marada de pasin, y daba por un mo-mento de mano sus pensamientos som-

    bros.Aquellos das Cabanedo experi-

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    El ensueo roto 63ment un retroceso en la marcha curativade sus heridas. Para Aguilares, Cabane-

    do era el smbolo vivo del pueblo quesiempre pierde. Entra en la lucha decid i-do, con fe en los que le guanCabanedodentro de su anarquismo haba aceptadogustossimo la jefatura de Aguilaressinaquilatar sus fuerzas ni medir perjuicios;las mil miserias de los direc tores se tra-

    ducen en golpes de rechazo que reciberesignado, y al ltimo, al reconocerse, alver que ha luchado por algo no compren-dido claramente, pero que le seducaelrelumbrn de un adjetivo, la contunden-cia de una frase escuc hada en cierto mo-mento, un gesto, una actitud,acababa

    reprochndose su candidez, y llorando ensilencio. Cabanedo no lloraba, pero sutristeza en el lecho mirando el vaco desu alcoba con la idea persistente deque sus jornales guardados tocaban sufin, y que la convalecencia no se acerca-ba, haca pensar hondo y produca com-pasin.

    Los compaeros organizadoresdel mitin y algunos trabajadores ms, sereunan al pie de la cama del panaderoacompandole y conversando entre smientras Luca trajinaba y atenda frater-nalmente al enfermo.

    Aquel concilibulo que era para las

    vecinas de la calle y por tanto para elpueblo entero, algo peligroso, de una

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    truculencia y una perversidad mayscu-las, nutra sus conversaciones de sueos

    irrealizables que en su fe de creyentes deun rito del porvenir vean realizados lavuelta de una esquina y sbitamente des-vanecidos la sola contemplacin del pa-ciente, por una frase escptica del com-paero Joaqun, cada da ms fatalista yms descorazonado.

    Una tarde el revuelo fue tremendoentre los amigos de Cabanedo. Praderaque lleg el ltimo, traa agitndole comoun bandern de rebato un peridico de

    Madrid que llegaba al pueblo todos losdas aquella hora.Lo que haba ledo y le tena fuera

    de s, rugidor y espumajoso, era en reali-dad extrao y segn l francamente cochi-no.

    Haba terminado de verse en Ma-drid la causa por la ltima catstrofe deltrabajo, que tan profundamente conmo-viera la opinin. Se esperaban acusacio-nes concretas contra el capital, contra elsentimiento irreflexivo y ciego de lucro,originario las ms veces de horribles acci-dentes como este que dej sepultados bajoun inexorable caparazn de cemento algu-

    nas docenas de vidas proletarias; pero elinforme pericial de unos ilustres ingenie-

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    El ensueo roto 65ros colegas de los rematantes, la vezdirectores de la obra derrumbada resu-

    mieron estupendamente cargos contra elsol! que paradoja y un poco humoristahaba trocado su papel de engendrador devida, y concentrando sus rayos en el sli-do armazn de hierro, habale dado porsembrar la muerte. Y los ingenieros proce-sados se vieron en libertad.

    Aguijares se inmut profundamen-te al terminar la lectura del peridico delamigo Pradera. Cuando el hundimiento sehallaba l en Madrid llevado por asuntoscomerciales de la casa de que era em-pleado. Tema vivo sangrante, el recuerdodel da aquel, y como de un salto se agol-

    paron su sensorio las mltiples impre-siones recibidas pretritamente pero con-servadas en l con fijeza extraordinaria.

    Record el momento de recibir lanoticia hallndose escribiendo en su cuar-to de la modesta casa de huspedes.

    - Un hundimiento horrible! Lomenos cien muertos!

    Y enseguida, las proporciones fan-tsticas que en su fiebre del momentoasignaba por indicios, por noticias inco-nexas la imagina cin del vulgo la desgra-cia positivamente considerable, pero de notan horribles proporciones numricascomo muchos propalaban.

    Se vio en la Puerta del Sol recibien-do empellones, trado y llevado casi en

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    volandas por la apretada masa que pug-naba por asaltar los tranvas de Cuatro

    Caminos, abarrotados cuyas campanillas,otros das rientes, tenan en su frenticotintineo para abrir paso bajo el bandernnegro improvisado en los troleys, toda laextremeciente sequedad de una llamadade incendio.

    Recompuso la horrible escena de

    varias mujeres que rasgaban con sus gri-tos el aire cargado de tristeza, y tratabande desasirse de manos que las retenanpara comprobar por s la sospecha tortu-rante de si eran los suyos los aplastadosbajo el peso de la bveda ferrada.

    Luego, confundido con la multitud,

    entre llantos, blasfemias y gritos dictadospor un sentimiento espontneo de indigna-cin y por la reciente noticia de la catstro-fe aun no medida, subi la calle de Fuen-carral hasta emparejar en su parta altacon una manifestacin de trabajadores ymujeres del pueblo, casi silenciosos, guia-dos por una bandera negra, trgica en loalto de un palo largusimo, una manifesta-cin formada al pie del depsito sepulta-dor, cerca de los primeros cadveres ex-trados como un hlito de dolor y de quejaexhalado de aquel arrabal, para llevarauras de tristor y de rplica enconada alcentro, al corazn, las caras mismas de

    los tranquilos vivientes de los barriosburgueses descuidados y desentendidos,

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    El ensueo roto 67en su posicin independiente, del peligroconstante bajo que se agita por el pan el

    mundo proletario.Y como clou de sus recuerdos, el

    imborrable del sitio de la catstrofe: undepsito rectangular, inmenso de cabida,cuya bveda ligeramente arqueada comola de los otros, iguales, nuevos, que sealineaban al lado como un lago blanco de

    uniforme oleaje, rindi al sostn insuficien-te de las columnas huecas, tambin decemento esqueletado de espirales de hie-rro, y se derrumb con un seco golpazo,sobre un centenar de obreros que traba-jaban en el solado algunos metros debajo.

    Y all, en el fondo, el fracaso formi-

    dable de aquel caparazn compacto, pe-sadsimo, bullonado trechos, rasgadopor barrotes erectos en sarmentosasdisposiciones, de brazos torturados ame-nazantes en splica de clemencia.Aqul fuerte caparazn sobre cuya en-trama se trabajaba en salvamento con elhorrible miedo de hincar el picacho en uncadver tabicado, de rematar de unmazazo al hermano de trabajo, agonizante.

    Qu penosa la tarea de extraer lasvctimas! All a un lado sigui reuniendorecuerdos la boca trgica, erizada en superiferia de barrotes retorcidos an en-garfiados de ropas sangrientas, que se

    utilizaba para la triste requisa, y que habadespedido como un aliento de muerte los

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    cuerpos mutilados de dos jovenzuelos; y pocos pasos la ttrica comitiva conducen-

    te de una camilla seguida de lamentostaladrantes de bocas femeninas de vocesde venganza de los machos rugientes,caminando sobre el desigual pavimentosepultura, guardando difcilmente el equi-librio como en una horrible zarabanda,grotesco bailotear sobre la muerte que

    calofriaba.Y arriba, bordeando las altas pa-redes de aquel cementerio ocasional, enun apretadsimo aglomeramiento, la mul-titud, como una ancha cenefa negra cont i-nuamente movida, de la que salan llantos,ayes, vocero, blasfemias....

    Barajando simultneamente estasremembranzas de la catstrofe que tantohiciera hablar de culpabilidades concre-tas, de chanchullaje y filtraciones, de mar-tingalas lucrativas, de ardides sucios decontrata y escandalosas sustituciones dematerial, Aguilares parecile la absolu-cin de los procesados, ingenieros cono-cidos, de influencia, un alarde insensato dedespreocupacin y la culpabilidad del solcomo factor nico del hundimiento unaevasiva inhbil, una burla de mal gnero.

    Bajaron los amigos la escalera tor-tuosa y oscura, formaron un momento uncorrillo la puerta de la casa del herido,

    brill en la noche el florecer de los ciga-rros encendidos por contacto, llevse el

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    El ensueo roto 69suyo la boca el compaero Fustn, y elcorrillo se fraccion, disolvindose.

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    El ensueo roto 71

    X

    Luca y Ramn del brazo dos som-bras ms en la sombra de la estrecha calle-ja marcharon hacia su casa.

    Ramn iba apesarado, taciturno,como abstrado; un momento que alz los

    ojos al espacio infinito, tachonado de estre-llas rebrillantes, como en una interrogacin,Luca not que le ardan en un fuego extra-o de indecisin y de torturas mentales.Despus hizo por recobrar su habitual se-renidad, y no lo consigui totalmente.

    Ya en casa:

    Luca, haz cena para ti; yo no ce-no, djame solodijo, y se meti en el despa-cho.

    Aguilares haca mucho tiempo queno escriba; se torturaba por redondear elperodo, tachaba continuamente, paseaba lahabitacin ensimismado, mirando veceslas paredes como pidiendo inspiracin losretratos de los grandes escritores, losmaestros, los venerados apstoles de lasideas; despus se sentaba y garrapateabafrentico, las cejas enarcadas, el labio infe-rior afirmando en un rictus tesonudo de de-cisin y de energa.

    Relea, correga, confrontaba las

    cuartillas. Despus, ms tranquilo, copi loescrito en otras con letra cuidadosa, firm, y

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    dobladas las encerr en un sobre. En l pu-so:

    Cuartillas para imprenta.Director de La Rebelin.

    Calle de... nm...

    MADRID

    Mir su reloj, que dej al entrarsobre la mesa, cogi el quinqu y abando-

    n el despacho. Eran las dos de la maa-na.En el comedor, sobre cuya mesa

    arda un infiernillo con llama tenue, azula-da, casi in visible, al lado de una cacerolitay unos platos, liada en un mantn fuerte,esperaba Luca, que abandon una sillita

    baja al sentir las pisadas de Ramn que seacercaban por el pasillo precedidas de unresplandor creciente.

    El artculo lo public La Rebelin con esta apostilla su pie: Se suplica en-carecidamente la reproduccin en toda laprensa obrera.

    El Sol no es el infame, que era el t-tulo de la diatriba violenta, valentsima, deAguilares contra todas las cosas integran-tes de los slidos organismos de poderestatuido, no rod por las hojas proletariasvoces de queja, anuncio rosado de nue-vas eras slo presentidas, hojas vibrantesde fuego, de odios, de amores, de lamentos

    de presidio porque La Rebelin fue de-nunciada por publicar el artculo, y ante la

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    El ensueo roto 73vida de Aguila res puso sus amarguras unno gastado dolor: el dolor de ver encua-

    drados la gloria delAzul y los oros del solde Espaa por el marco reducido, estre-cho y rejado del ventanuco de una crcelmala.

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    XI

    La prisin y el proceso que se seguaen Madrid Ramn Aguilares dio de nuevopbulo la murmuracin del pueblo, queesta vez hincaba el diente ponzooso sinningn gnero de salvedades en Ramn, el

    anarquista, y en Luca, la concubina des-carada y sinvergenza.La filosofa de estos pueblos

    Moraledas benaventianos tiene para cadafaceta, para cada circunstancia de la vida unapotegma cerrado, dogmtico, inexorable.En este caso dictaba en los labios de todo el

    pueblo: El que est en la crcel, que se hahecho para los criminales y los ladrones,qu pieza no ser? Y la mujer que vive conun hombre que extinguiera condena poranarquista, buena pelandusca est. Y losrazonadores de esta guisa, despus delanzada la afirmacin, se quedaban tanfrescos.

    Luca, pesar de su entereza, des-de que Ramn fue encarcelado lloraba menudo, comenz decaer, y con terquez,intensamente, tom en su alma carcterde obsesin el miedo que en sus entra-as se forjara una vida destinada blancode la estulticia de aquella gente repleta de

    preocupaciones, de ranciaduras, de sedi-mentos de un brbaro atavismo, que mira-

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    ra con desprecio, si no con horror, al frutode una pareja unida por amor: de la pare-

    ja de un libertario y una mujer emancip a-da.

    Y serenamente, pens en huircuando llegara el caso.

    A instancias de Joaqun, presoAguijares, Luca engros con su personael hogar modesto del amigo, y de all sala

    exclusivamente cuando llevaba la comida la crcel, cuando la era lcito comuni-car con el preso. En casa de Joaqun serespiraba, un lado el carcter algo dicta-torial de este, un ambiente grato, sereno,de honradez y de trabajo, que encantaba.El llegaba del tajo de su oficio de pintor

    medio da y anochecido, y Aurora su com-paera dedicaba todo el tiempo que ledejaba libre el cuidado de los chiquillos yel de la casa, la confeccin de puntillas ymedias y trabajos de punto mquina.

    Luca se consolaba en aquel am-biente, y ayudaba Aurora. Mientras duresta situacin, Joaqun pareca que, ante laresignacin tranquila de la compaera delpreso, dulcific su carcter, quizs por nose sabe qu ideas sugeridas de la extraacircunstancia de verse husped de unacriatura que prestaba aquella casa algodel espritu compaeril, fraternal y falans-teriano que en el futuro soado por ellos,

    los libertarios, haba de presidir la vidafeliz de los pueblos, de las sociedades, de

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    El ensueo roto 77los grupos, de la humanidad en general.

    Aurora bendeca el momento aquel

    en que Luca lleg llorando acompaada deJoaqun.

    Joaqun es buensimosola decirAurora; pero yo creo que con sus ideas ysus peridicos, con su temperamento, semalhumora; mas desde que usted estaqu, pare ce otro. Cmo se quieren Ra-

    mn y l, y cmo se entusiasman cuandohablan de la Causa, como ellos dicen! Ra-mn es muy bueno para usted, verdad,Luca?

    S; buensimo... Pobre; y este hijonuestro!y el llanto llegaba sus ojos, copio-so, ahogante, mientras pensaba en las dos

    vidas: la que se mustiaba tediosa y triste enla celda de la crcel, y la que se revelabacon la tidos en lo hondo de sus entraas...

    Aurora y Luca intimaron; se com-penetraron sus caracteres ha sta el puntoque una y otra hubiralas sido dolorosa laseparacin. Luca, mientras la mujer delobrero trabajaba afanosamente, sentadajunto la mquina rematando obra apre-miante, comenzando labor de repuesto,se entenda, con los chiquillos, lavaba,acicalaba los nios con delectacin y conapego, y ellos se sentan contentsimos de latutela cariosa de aquella muchacha enquien se iniciaba clara intensamente el

    present ido sentimiento de la maternidad.Un da habl de dolores de cabeza,

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    se sinti inapetente, ya la tarde, despus devolver de llevar la comida al preso, se acost

    y estuvo desazonadsima. A la maana si-guiente no pudo levantarse.

    Joaqun, al ir al trabajo, avis aunmdico, y poco de llegar su casa, lacompaera enamorada del agitador peli-groso, dio este organismo social corrom-pido, el tributo insignificante de un mucha-

    cho fornido, lloricn y en perfecto estado deviabilidad.Aquel da, antes que de ordinario,

    el mayor de los de Joaqun, un chicuelo decinco aos caederos, llev Ramn la comi-da y la noticia de su paternidad. Y Ramn nosaba si de regocijo, de pena, de remordi-

    miento de qu, llor, llor como un nio,de cara las oscuras paredes de su encie-rro.

    Una maana de sol riente y claro enque Aguilares lea sobre el camastro, y veces miraba atento el mundo de partcu-las casi apreciables que bailoteaba cont i-nuamente en el prisma de claridad arrojadopor la alta ventana, y pintaba en el suelo unparalelogramo perfectamente cuadriculadopor las sombras de la reja, un ordenanza leentreg una carta del abogado de oficio quien tocaba en turno defenderle en Ma-

    drid; le peda datos, y le hablaba de losocho aos de cadena que para l solicita-

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    El ensueo roto 79ba el fiscal.

    Desde esta fecha el preso qued

    como alelado; sin renegar un momento desu conducta, una mirada retrospectiva lehizo ver la esterilidad de sus esfuerzos, lointil de su labor hecha con cario y con fefantica en pro de unas gentes que ni lellevaron la crcel una palabra de con-suelo, y un instante se encontr franca-

    mente ridculo.A su alrededor todo segua comoantes; la injusticia continuara ocupando sutrono y el dolor eligiendo sus vctimas deentre los cados. El robusto y absurdoengranaje social seguira su maquinarcontinuo, sin importrsele un ardite de los

    pobres gozquecillos del romanticismo que,como l, quedaban triturados entre dos desus piezas, al atravesar, con un alarido derebelin de protesta, la debilidad de suscuerpecillos triturables.

    Y el drama horrible de una vidarobada la libertad en plena floracin, y laelega viva de una muchacha triste, solacon su hijo venido la tierra en tan tre-mendas circunstancias de desamparo y dedolor, nadie interesara mas de unosminutos.

    La Rebelin, en las mismas co-lumnas que ofrecieron en apretada prosala carnaza de cebo al lpiz del fiscal,

    entre el artculo desesperado, rugiente,sectario, y la lista pobre de la suscripcin

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    en pro de todas las vc timas del presenteorden social, dara la noticia seca sazo-

    nada con algn comentario tan sonorocomo perfectamente intil: Ha sidocondenado tantos aos de prisin elquerido compaero... etc...

    Y all vas t, juventud no vivida,ansia de ternura paternal no dejada sentirpor el infortunio, existencia ahora insi-

    nuada de bienestar y cario, en un hogardonde brota para colmar la ventura, lamsica de luz de un hijo del amor; all vast engrosar las filas trgicas de los tris-tes, de los perseguidos, de los malditos!

    Qu vida, esta pobre vida nues-tra! pens Aguilares; y sepult la cara

    sollozante entre las manos.

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    XII

    Luca fue avisada de que, la maa-na siguiente, Ramn saldra de la crcel,para ser trasladado la de Madrid en elprimer mixto que pasara.

    Cabanedo, Don Alfredo del Fustn,

    Joaqun y Aurora decidieron acompaar Luca y Aguilares hasta la esta