el deber de recordarse

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1 El deber de recordarse Las ruedas encantadas portaban luces que jamás entendería, se alargaban en la noche rutilante durante un recorrido inesperado, y eso era mucho pedir, a pesar de lo necesitado que andaba de nuevas emociones. Podría quedarse desnudo en medio de la calle y dejar que todos lo tocaran, podría hacerlo, al menos hasta el minuto antes de volver a sus obligaciones. Era un tonto, lo sabía, empezaba a saberlo, empezaba a cuestionar que lo que le pareciera bello hasta ese momento, en realidad lo fuera. Y se apartaba para dejar pasar la limusinas, y se paraba delante de un escaparate con cientos de lámparas encendidas, cada cual más extravagante y colorida. Un comercio que vende lámparas, si no tienes que comprar una lámpara, no debe tener ningún interés, pero a él se lo parecía. Tal vez fuera sólo por los brillos. Nunca lo vi alardear de su poder, ni siquiera de lo poco que le habían llevado la contraria los últimos dos años -no al menos de palabra, otra cosa era su deseo de que su presencia fuera omnipresente-. Durante su estancia en el colegio mayor, el era el jefe de estudios, y no dejaba espacio para que lo contradijeran. El gran jefe. Nelly empezó a trabajar limpiando el colegio porque él se lo pidió, no como un ruego, debemos 1

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El deber de recordarse

Las ruedas encantadas portaban luces que jamás entendería, se alargaban en la noche rutilante durante un recorrido inesperado, y eso era mucho pedir, a pesar de lo necesitado que andaba de nuevas emociones. Podría quedarse desnudo en medio de la calle y dejar que todos lo tocaran, podría hacerlo, al menos hasta el minuto antes de volver a sus obligaciones. Era un tonto, lo sabía, empezaba a saberlo, empezaba a cuestionar que lo que le pareciera bello hasta ese momento, en realidad lo fuera. Y se apartaba para dejar pasar la limusinas, y se paraba delante de un escaparate con cientos de lámparas encendidas, cada cual más extravagante y colorida. Un comercio que vende lámparas, si no tienes que comprar una lámpara, no debe tener ningún interés, pero a él se lo parecía. Tal vez fuera sólo por los brillos.

Nunca lo vi alardear de su poder, ni siquiera de lo poco que le habían llevado la contraria los últimos dos años -no al menos de palabra, otra cosa era su deseo de que su presencia fuera omnipresente-. Durante su estancia en el colegio mayor, el era el jefe de estudios, y no dejaba espacio para que lo contradijeran. El gran jefe.

Nelly empezó a trabajar limpiando el colegio porque él se lo pidió, no como un ruego, debemos suponerlo, sino haciéndose eco de la nota en el despacho del secretario, que ofrecía un trabajo de limpiadora para todo el verano. Avanzaba siguiéndose a sí mismo y sus planes, pero al contrario de tranquilizarlo, y que todo saliera conforme a lo pactado, la vida que escogiera le creaba una aflicción inconsciente, de procedencia desconocida. Así se extiende, se instala en su forma de ver el mundo y a sus gentes, sin llegar a impresionarlo del todo, no es como un golpe no asumible, es un desplazamiento inapreciable, como las agujas de un reloj que parecen inmóviles, pero no. Y es lo peor, que las cosas sucedan para nuestro perjuicio sin que nos percatemos de sus movimientos. La noche le devolvía una libertad ficticia, un espejismo en el que se sumergía vestido de sport, como un turista sin compromisos, sin obligaciones, sin horarios ni preocupaciones, y guardaba el reloj en el bolsillo mostrando una muñeca blanquecina que ni él mismo se creía. Podía

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impresionar, o al menos intentarlo, en su vida diaria, mientras se llenaba de la dinámica misión de expandir su vitalidad a su alrededor, de comunicarla a los alumnos, pero no tenía nada que hacer con su aspecto recortado entre las modas que surgían, iban y venían, en las discotecas que frecuentaba. Ni lo intentaba, sabía que aún buscando los lugares más frecuentados por burgueses, la excentricidad a esas horas era lo corriente, y sus camisas demasiado discretas. Desde el atrevimiento del que ha recuperado algo de dinero para la cortesía del placer, no le resultó difícil incorporarse a la sala de baile y ponerse justo en medio de dos bellezas con la ropa apretada los brazos sueltos. Se podría decir cualquier cosa de Fraud, se le podría llamar egoísta con ínfulas de gobernante, pero desde luego lo que no se podría decir es que fuera un ser antisocial. Y ahí lo tenemos, moviéndose como una lombriz y sonriendo como una hiena.

Más que una llamada de atención sobre su vida, el inconsciente estaba sometiendo su control mental a una tentación hasta ese momento desconocida, dejarse seducir por la revolución de los cómodos, o dicho de otra forma, la revolución de los que cuestionan que cumplir con lo que se debe en cada momento puede no ser lo acertado. Una fuerza desconocida dentro de sí, lo postulaba como el perezoso que nunca fue, y cada resultado positivo en los retos que en su vida había acometido empezaban a perder sentido. “Estoy aquí porque me lo he merecido”, se repetía, pero no sabía si lo alcanzado era lo que necesitaba. Nadie interpreta a los poderosos como desequilibrados, porque después de todo han sido mejores que otros con los que estaban en franca competencia, sin embargo esta confianza que tenemos en los que han ido subiendo en el escalafón social, resolviendo complejos dramas, es lo que les ha servido a gentes como Adolf Hitler para cometer atrocidades y declarar guerras horribles sin que la reacción en su contra fuera inmediata. “He trabajado más que nadie”, se decía lamentándose por su soledad, y volvía a acusarse de ser tan alocado. No se trataba de un individualista, creía en la sociedad, pero de una forma personal, y como nadie aceptaba, fuera de las horas lectivas del colegio mayor, que todo debiera girar alrededor de su ombligo, lo dejaban solo. La ausencia de alguien a quien tener que dar explicaciones de su conducta, lo llevaba a hacer las cosas más raras, a someterse a las más extrañas conjeturas, sin vergüenza porque siempre eran conjeturas de desconocidos. Después de todo no era tan frecuente lo de su afición al baile de discoteca, a veces le entraba la necesidad de escaparse de su estricta moral, y salirse de sus parámetros. El mal ejemplo podría llevarnos hasta una entrada de una gran enciclopedia, cubierta en sus páginas, desde el principio hasta el fin, de los nombres de artistas que dejándose llevar por sus pasiones terminaros sus días de forma lamentable, olvidados, mendigando en las calles por un trozo

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de pan duro, o simplemente suicidándose –qué es la mejor forma para no dar nunca el brazo a torcer-. Deliberar acerca de qué hacía un jefe de estudios saliendo en el anonimato de una noche de borrachera, y si tenía algo que ver con el temperamento del artista inconsciente, podría llevarnos horas, pero siempre llegaríamos a la misma conclusión: No tienen nada que ver. Entonces, ¿por qué difícil momento de su vida pasaba Fraud para llegar a actuar de la misma manera que ellos?, los creadores que recomendaba estudiar fríamente y conservando la crítica necesaria a las conductas desordenadas. Particularmente no soy tan estricto con las conductas que se dejan llevar por los placeres de una vida bohemia, no lo soy de la forma que él lo era con otros, así que creo que debemos aceptar que no es lo raro confundirse con las tribus urbanas que se mueven en la noche buscando diversión, ni siquiera tiene que ser censurable, pero llegados a este punto tenemos qué preguntarnos si eso era todo, o si esperaba algo más de su escapada. Para entender algunos extremos de las vidas más ejemplares no debemos dejarnos llevar por las apariencias, lo evidente resulta en demasiadas ocasiones engañoso y lo inevitable es que nuestra naturaleza, de la forma más pasional, termine por revelerse alguna vez. A lo que hoy llamamos bailar, se trata de dejarse llevar moviendo los brazos y las piernas acompañando a la música con cierto sentido del ritmo, no hay porqué pensar que es necesario recibir algunas lecciones para arrojarse a ello. Y como todos provenimos de una juventud estudiantil en la que nunca sobran ocasiones de poner a prueba nuestros instintos y prometedoras habilidades, siempre algo queda en la memoria para volver sobre ello, si como en el caso de Fraud no llegamos a casarnos, y a una edad madura, deseamos volver a intentar la juventud. Las dos chicas se comportaban como si lo conocieran, tal vez fuera así. Se acercó y lo rodearon y se movieron sonriéndole al principio. En un momento el se asomó al hombro de una de ellas para decirle algo, y ella respondió acercándose y poniendo la oreja de forma que la música no pudiese impedir la comunicación, después se retiró y negó con la cabeza sin que despareciera su sonrisa. Nunca sabremos en qué términos se desarrolló esa primera aproximación a Nhelly. No se trataba de debilidad, ni de inconsciencia, no debemos pensar así de esta forma de actuar, ni arriesgarnos a sentenciar que por fin se había decidido a llevar una parte de su vida al desorden, era permeable al deseo y la situación parecía la más propicia, pero aún se debatía interiormente para comprender lo que le pasaba y sus pasos era medidos con precisión de cirujano. Soy Farrull, lo conozco desde que llegó, y mis apreciaciones son absolutamente subjetivas desde entonces, puesto que siempre me ha afectado su egoísta forma de ver las cosas, y me han contrariado sus decisiones –las que dejaba suceder a partir de sus manías, sus fobias, sus

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odios, y amarguras- extrañamente aceptadas por los alumnos menos aventajados.

No exhorto a las nuevas generaciones a desobedecer, ni siquiera a aquellos que son despreciados por no alcanzar la media –nadie los odia por eso, deben saberlo-, considero innecesario prevenirlos contra actitudes autoritarias, lo que haya de ser será. La destreza con que algunos profesores se enfrentan a la falta de autoridad, los lleva desde el principio del curso a adoptar actitudes y costumbres que reprimen la personalidad de sus alumnos, no atreviéndose estos a decir nada que pueda poner en cuestión, no ya al profesor, sino a sus métodos. En el primer momento de su descubrimiento, los dos alumnos se quedaron inmóviles, sin saber muy bien hacia donde dirigirse o qué hacer, y finalmente, sin dejar de mirarlo, tras un instante de duda se dirigieron a pedir algún combinado bien cargado a la barra. La reproducción del instante se amontonaba en la pupila como único, fugaz conclusión, fragmentada verdad, fallida comprensión de la catástrofe en la que podían estar entrando muy a pesar suyo.

-Si nos ve, nos la vamos a cargar –dijo uno de ellos.

-No lo creo, no estamos haciendo nada malo. Nosotros venimos a tomar unas copas, no nos metemos con nadie.

-No sé, no sé.

La llegada de nuestros dos nuevos amigos, desencadena una situación incómoda para todos. Nadie se encontraba en el sitio incorrecto, se habían orientado de forma similar al dirigirse al lugar de moda, y todo el mundo estaba en su derecho a contradecirse, tanto el jefe de estudios como los alumnos, y además el ciento de ojos anónimos que los miraban. Pero con todo ambos mundos no se podían ignorar, y de algún modo, en la distancia que existía entre la pista de baile y la barra donde el camarero se esforzaba por servir con rapidez y displicencia a sus clientes, se había desencadenado una tensión innecesaria, una línea de desconfianzas que tan sólo se reflejaba en la evasiva a cruzar sus miradas. Uno de los chicos apoyó los codos sobre la barra y no quiso seguir mirando, era el más tímido, el otro encendió un cigarro y entabló conversación con una chica. Nada parecía que pudiera estropear el momento. Si el acto de dejarse llevar hasta intentar intimar con dos desconocidas, ya es aventurado, y necesita ser asistido por la opinión que uno tenga de sí mismo como de muy superior, que ha de pensarse de lo que sucedería con

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el ego si las chicas dieran síntomas de aceptar con buen ánimo las gracias del desconocido. Y no iba mal, pero conviene aclarar que quizás había algo a su favor, detalles insignificantes que sin embargo aceptaban la diferencia, alguien en algún momento lo había reconocido y le había dicho a las chicas de quien se trataba. No era por importancia que se daba, o lo que pudieran haber dicho acerca de su billetera, había algo con lo que relacionarlo, un lugar, personas, acciones, y parecía suficiente para demostrarle una amable paciencia. Así las cosas, cuando más cómodo empezaba a sentirse con la reacción de las chicas (debemos decir que tampoco a él le parecían caras del todo desconocidas), llegaron sus dos alumnos y la tensión de una creciente desconfianza, todo se confundía bajo una insoportable neblina.

Si no se tratara de hablar de los hechos acontecidos –no especialmente graves o transcendentes- en el momento que se relata, habría que pensar en todo lo sucedido en los años precedentes, y de cómo se llegó a tal situación, de cómo resultó la personalidad del sujeto en cuestión afectada, o si simplemente fue la reacción al miedo a fracasar en la vida lo que lo hizo dar los pasos que dio, hasta convertirse en lo que en ese momento era. Hablo de emociones, déjenme que les incluya en esto, hablamos de emociones y de la imposibilidad de superar los muros que vamos construyendo, en ocasiones como una perversión, buscando preservar nuestros pensamientos más vergonzosos, pero una vez resguardados para afianzarnos en ellos como parte de nuestra identidad. Nada del reproche social nos es ajeno, pero nos sentimos agredidos y cuestionados, y queremos elevarnos con la confianza de hacer lo correcto, pero una y otra vez fracasamos.

Lo que puede darnos una pista a seguir acerca de la situación en la que se encontraba, tiene que ver con la necesidad de dejarse abordar por los años, sometiéndose a sí mismo a una indefinición en aquellos aspectos que hasta el momento, no le habían parecido importantes, o de alguna forma determinantes en el programa al que sometía su vida. Concebir la actividad diaria como una evasión, que a un tiempo hace las veces de colchón, de relleno amortiguador de sorpresas, y de rescate -porque uno siempre tiene algo importante que hacer en otra parte cuando la contrariedad sucede-, terminará por afectarnos a largo plazo, y también en esto se había excedido. Las fuerzas ocultas que dominan nuestro estado de ánimo, cuando este responde a la conclusión de años de vivir aisladamente, sin tener en cuenta nuestras emociones, se manifestaban entre el deseo y la desazón, y las dos cosas iban de la mano. Raullet, entró en ese momento, acababa de dejar el auto aparcado en la acera de enfrente. Tenía una seguridad en sí mismo que lo distinguía, y la

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voluntaria distracción con que cubría su curiosidad, casi lo deja sin puerta al apearse, pero esa aparente ensoñación lo hacía pasar desapercibido entre la gente, nadie se sentía observado y nadie lo observaba. Lo conocía hacía tiempo, y nunca lo había visto por allí, y él podía decirlo, porque invariablemente los jueves solía tomar un combinado en esa sala poco después de las doce, podría haberse equivocado con algún otro, pero como yo, conocía a Fraud lo suficiente para intuir que salía poco.

Al cabo de unos minutos observando todo lo que lo rodeaba, Raullet se dijo que su propensión a dejarse seducir por lo poco serio de la vida, a tomarse a la ligera las relaciones con jovencitas, que por otra parte eran de esas jovencitas que no querían ser tomadas en serio, le daba derecho a ser crítico y sagaz con aquellos que queriendo pasar por formales, eran pillados cuando ponían en cuestión la seriedad que exigían en su día a día. El halo de respeto con que se cubren algunos hombres, la santidad aparente que desprenden algunos comportamientos, ofrecen el rechazo, una atmósfera de secreto que ya de por sí los convierte en relaciones poco frecuentadas, por decirlo de alguna manera. La sensación de tranquilidad que le producía someter a examen al jefe de estudios, sólo podía ser similar a la que produce arreglar un aparato electrónico a los alumnos de taller, al ir descubriendo sus piezas quemadas y finalmente encontrar de donde procede el error. Se sintió de pronto menos desorientado que nunca, porque el mundo no era tan perfecto como le habían hecho creer, y por lo tanto él no estaba a un nivel tan bajo como había creído, había hecho un gran descubrimiento, y hacer saltar secretos por los aires debe ser una de las cosas que más nos gustan a todos.

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La paciente fingida

La trascendencia convincente del placer nos hace volver sobre nuestros pasos, sin que la impronta que se creó en nuestro inconsciente desaparezca fácilmente. Las sensaciones se recrean sobre nuestra impaciencia cada vez que bajamos la guardia y abandonando nuestros quehaceres rememoramos algunos momentos gloriosos, vitales e imborrables. La evocación de un olor nos transporta una y otra vez al deseo que vive en nosotros. No nos comprendemos porque el instinto enterrado durante años revive siempre sin que podamos hacer nada por evitarlo.

A Fraud lo vi dar una patada a un caldero de agua sucia y jabón en un arrebato que más parecía el capricho de un niño, que la exigencia de un miembro del consejo escolar. En mi resistencia a sucesos chocantes, apenas cabía parpadear, y preferí no seguir viendo lo que aconteció después de la primera reacción violenta. Cualquier otro en mi lugar hubiera intervenido, y no lo hice porque de haber sido así probablemente hubiera tenido que romperle la cabeza para hacerlo entrar en razón, y es bien sabido que no soy persona que se deje llevar por ese tipo de deseos. La imagen que me terminado de formar de aquel momento me llega desde voces, diálogos que no considero necesario reproducir y que terminaron con un escueto, “está usted despedida”, por parte del profesor, jefe de estudios Fraud. Tampoco quise saber los motivos que lo habían llevado a semejante estado, ni la falta cometida por la señora de la limpieza, que a sus pies intentaba reintegrar el agua al caldero empapando un trapo viejo que escurría una y otra vez sobre el caldero. Algunas cosas pasan sin que nadie las sepa. Soy consciente de que no podemos renunciar a la justicia, y vamos por ahí buscando y mendigando un poco de la que se le pierde a otros, posponiendo nuestra queja, mientras

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esa oportunidad llega, en el esmerado hacerse el distraído, de un actor en su madurez estilística. No podía intervenir en la escena, lo empeoraría todo aún más, no podía ni quería que pasara a un nivel superior de insultos, golpes y posiblemente expedientes e investigaciones, así que lo dejé pasar. Por la vergüenza que debería dominar mi lengua, me planteo a veces no contar los extremos más delicados de la historia, pero entonces las dimensiones en las que la encerrara serían inexactas, Es cierto que la despidió allí mismo, a sus pies, mientras recogía el agua y la devolvía al caldero que él había pateado, pero además, es cierto que la señora de la limpieza Gertrude Argan, extranjera, con dos hijos, viuda y sin otra ocupación conocida, se vio en ese instante dominada por un ataque de indignación contenida sólo apreciable en un primer momento por su palidez, y a continuación le sobrevino un vómito que cayó tan cerca de los pies de Fraud que lo hizo dar un salta hacia atrás diciendo, “¿Es que usted no sabe controlarse?” Entonces se dio media vuelta y se fue enojado pensando que tendría que limpiar sus zapatos, aunque el estropicio había sido leve. La señora Gertrude siguió arrodillada recogiendo el agua derramada, ahora diluida en su propio vómito y con elementos del desayuno de la maña flotando en pequeños trozos sólidos como barquitos de papel. El perjuicio inconsciente de los simples a veces se convierte en justicia poética. El que daña a propósito, con saña y buscando causar el desastre total, no se mostrará sorprendido del resultado, pero el que lo hace sin darse cuenta ese nunca se hará responsable, y dirá “bah yo sólo pasaba por aquí, no tengo nada que ver”. Del mismo modo que sin proponérselo, alguien relacionó a Gertrude con una pluma estilográfica que desapareció de una mesa, al margen de consideraciones morales, quien quiera que fuese desencadenó su despido y la posterior contratación de Nhelly como nueva señora dela limpieza. Los comentarios inconscientes, aparentemente inocentes y simples, van cambiando el mundo sin que se pueda acusar a quienes lo hacen, de perseguir venganza, de rencores malsanos a los que pretenden darle algún tipo de satisfacción o de querer sacar un beneficio oculto de sus críticas. Del mismo modo que el rumor de que Gertrude había cogido algo de una mesa –cosa que por otro lado, otros hacían como algo natural-, los chicos del taller de manualidades dejaron caer que habían visto al jefe de estudios bailando en una disco con dos chicas, y, por lo que se desprendía de sus comentarios, lo que les había molestado era que al verlos no los saludara, plantara la copa y a las chicas y se fuera sin decir ni adiós. ¿Se podría calificar eso de una conducta furtiva? Todo apuntaba a que no, y que el incidente que parecía importante a los ojos de los alumnos no tenía relevancia alguna entre los compañeros o superiores del estricto bailarín de modernidades, que lo era con los demás, sin terminar de comprender que la

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disciplina a la que se había sometido los últimos años estaba empezando a dar síntomas de flaqueza.

Debo decirlo, fui testigo del incidente con la limpiadora, sin que eso pudiese cambiar nada. El espanto me llevó a retirarme y hacer como que no había estado allí, pero ya me ha pasado en otras ocasiones, que mi vida se altera por un hecho “violento” inesperado, ante el que no se reaccionar porque temo que se me vaya de las manos. No sé si se trata de indignación, pero me acobarda. Soy yo quien debería estar sometido a juicio, el juicio de la masa social sobre los hombres públicos al margen de otros acontecimientos que se esperan, contentarme con mirarme hacia dentro y hacerme reproches por mi conducta al margen del obsesivo deseo de que la justicia alcance a los mezquinos. No existe un motivo, un delito superior que los acuse y los lleve a la cárcel para preservarnos de sus maldades, la memoria es frágil, pero todos sus pequeños abusos, convenientemente sumados, deberían apartarlos de la sociedad y ponerlos entre rejas para nuestra protección. Nadie es inocente del todo de lo que otros piensen de ellos. Nadie está libre de que lo que piensen de él o ella y será que todos nos pensamos rebajándonos.

Me contentó saber, que al menos se había producido el reemplazo en un tiempo mínimo, y no tendríamos que estar esperando días y días, con papeleras sin recoger, sanitarios oliendo a demonios y suelos encharcados por el baldeo descontrolado de algún profesor harto de tal situación. Nos libramos de la atmósfera de podredumbre y descomposición propia de las huelgas de limpieza, que tan bien conocíamos, pero una infección nueva como un rumor se fue extendiendo entre comentarios, se trataba de la posibilidad de que entre la nueva limpiadora y el jefe de estudios hubiera algo más que una relación profesional. Se trataba de algo que no debería importarle a nadie, al menos así lo concebíamos para nuestras propias vidas y nuestras pequeñas posibilidades de obtener alguna recompensa alguna vez, de tanto en tanto, de un romance. Sin embargo, en el caso de Freud todos, una vez más creíamos necesario una crítica. Y es que cuando el aire se enrarece por conductas de la gente con la que tenemos que abordar el reto diario de nuestras frustraciones, es como convivir como un cementerio en el jardín que se abre justo delante de nuestra casa, al pie de nuestra ventana, uno no ve más que tranquilidad, pero si interpreta que bajo esa tierra cientos de cuerpos se debaten en la podredumbre, entonces la sensación de podredumbre nos invade. No podemos atribuir al despido que partió de la denuncia de Fraud, haber sido el desencadenante del posterior suicidio de la señora Gertrude, ella tenía otros problemas mucho más graves y, quizás, sería injusto hacer pesar sobre los hombros del docente semejante desenlace. Generalmente se

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tiende a frivolizar acerca de estas cosas, y los juicios superficiales son demasiado corrientes en estos tiempos, en los que parece imprescindible ponerse a salvo de la critica, criticando a otros bajo el paraguas de una supuesta moral intachable.

Resulta diferente ver a otros cometiendo según que errores, que creer que nosotros podríamos llegar a ponernos a su altura si son errores que no están a nuestro alcance. Aquella noche en la discoteca, me acerqué a Raullet en cuanto lo vi, parecía divertido, y enseguida nos pusimos a comentar algunas cosas del colegio en el que trabajábamos, pero sin hacer referencia a nada de lo que acabábamos de ver. Los dos alumnos terminaron también por marcharse, y las dos chicas con las que bailaba Fraud se unieron a un grupo que parecía divertirse de lo lindo.

Fraud, a pesar de sus éxitos en lo profesional, mantenía dentro de sí el síndrome de eterno soltero, el miedo a la soledad y a la vejez. No resultaba banal algunas de sus reacciones más desagradables, y aún sin nombrarlo terminamos hablando de él. Salimos de aquel lugar lleno de ruido y de humo, demasiado para mí, aunque Raullet estaba siempre dispuesto para un poco más de fiesta. Íbamos calle abajo sin prisas y yo no podía dejar de pensar en lo que motivaba a un hombre a llevar una vida solitaria, o si en este caso, se traba de un impedimento natural que espantaba a las chicas como si se tratara de una maldición. En la medida de nuestras posibilidades todos intentamos pasar en la vida por las etapas convenientes para acceder al pleno sentido de la existencia. En nuestro caso eso ya se había producido, Raullet era uno de estos casados liberales sin problemas de celos matrimoniales, yo era divorciado, y aunque no había sido de mi gusto tener que romper mi matrimonio, lo cierto es que llevaba con animada resignación las condiciones de mi nuevo estado. Es una lástima que tengamos que volver una y otra vez a establecer las diferencias con las que juzgamos a los otros y los juicios que evitamos cuando se trata de nosotros mismos. Pero no se trata de hablar de mi divorcio y sus condiciones, sino de Fraud, su perfil psicológico, sus traumas, de su miedos y los sórdidos actos que se desprendían de todo ello.

Para llegar a sentir algo parecido a lo que él sintió, o llegar a tener una sensación parecida que nos llega desde nuestra imaginación, debemos remontarnos al momento en el que, después de salir de la sala de baile, Fraud caminó sintiéndose desnudo entre coches que le daban luces, y paisajes de escaparates muertos y semáforos permanentemente en el modo naranja. La sorpresa de descubrir un vínculo interior que cuestionaba el orden le hizo desprenderse de su chaqueta y acalorado, camisa por fuera y pantalón caído intentó cantar “My way”, sin éxito.

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Los estudios lo avalaban, su carrera había sido brillante, sus notas intachables, su vida consecuente con las ordenanzas y con todo lo moral que le habían enseñado; de esto se deduce que se trata de la misma persona y que el resultado, con la excepción de esa noche y algunas otras, pocas, como esa, (el resultado calculado y sombrío) había sido el esperado. Nada podemos decir de más, que no concuerde con su imagen, ni su estrechez de miras, ni sus exigencias, ni sus amarguras. Se hubiera disipado, le retumbaban los oídos, el tambor dentro de la cabeza continuaba el ritmo de minutos antes dentro de la sala, caminaba como sedado en la determinación de hallarse por fin a sí mismo fuera de su entorno habitual. Dominó la transmisión del hastío que se acumulaba cada nuevo año, en un nuevo resumen inútil. Se presenciaba en los escaparates como la causa de sus males, a nadie más podía culpar de haberse sentido dominado por la desesperación y sin salida. La gente habla, se decía, se miraba, y su reflejo le era indiferente, no se gustaría a sí mismo se pudiera comprender que se trataba de un vehículo para los peores gestos del hombre, para las peores reacciones y desprecios. “La soledad me juzgará, es mi destino inexorable, mi castigo”, se decía. Conocí a Nhelly sin esperar demasiado de nuestra amistad, ella era limpiadora, yo profesor de taller. Creo que todos los profesores, los de taller somos los más rudos y cercanos a los oficios primarios, lo que desempeña la gente más sencilla. Nhelly bailaba en la discoteca como una chica moderna, se divertía sin complejos y se dejaba querer, sólo si se la conocía bien se podía establecer una conexión entre aquella y la que fregaba suelos imparcialmente, sin escrúpulos de ningún tipo, sin remilgos. En aquel momento, viéndola así de dedicada yo no podía pensar de ella nada malo, no podía pensar otra cosa más que luchaba humildemente por la vida y sin quejarse. Otros la miraban con cierta superioridad y me sorprendió descubrir una y otra vez a Freud hablándole con cierta confianza y condescendencia. Ella por su parte le respondía con indiferencia, y cumplía con su trabajo, pero nunca le dio muestras de agradecimiento por haberla propuesto para la vacante. Tal vez en sus intenciones estaba usarla de alguna manera, o sacar algún provecho de su favor, pero como no llegaron a intimar nunca lo sabremos. De nuevo tenemos que pensar mal acerca de su orgullo y la forma en la que organizaba todos sus secretos, muy secretos planes.

¿Quién conocía a Frud? ¿Acaso tenía algún amigo al que le confiaba sus debilidades? No hacía concesiones.

Fue por ese entonces en que empecé a preguntarme si me parecía a él, si mis gustos eran similares y si la soledad nos hacía colegas en la desgracia.

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Nhelly era un hallazgo, una recompensa que esperaba cada día con cierto entusiasmo que ella solía recompensar dándome conversación y sonriéndome en la distancia, la primavera eleva los espíritus y los corazones jóvenes, es un hecho irrefutable. Me transmitía las vibraciones positivas necesarias para pensar en ella con demasiada frecuencia, más de la conveniente, y volví a culpar a mi divorcio de tomarme tan en serio a aquella chica, debía estar necesitando un poco de afecto y no me había dado ni cuenta. La reacción a los ataques que recibía de Fraud, de sus reproches en el claustro de profesores, de su odio que manifestaba despreciándome, no sacaba de mí más que sumisión, era una especie de salvavidas porque sabía de su influencia, pero su discriminación interpretada por mi, como una reacción a la ya aparente amistad que tuve con Nhelly, empezó por hacerme creer firmemente en que en algún momento alguien tendría que ejecutarlo; y porque su depravación, sus deseos no satisfechos acerca de la chica lo hacían desvariar y con todo lo demás que imaginaba de él, no se trataría más que de un acto de justicia.

Una maldición se cierne sobre los seres solitarios, un deseo común que hace la mirada torva de sus enemigos termine por impregnarlos de tal forma que producen un desagrado antes de llegar a ser conocidos. La angustia no es uno de mis problemas, deberían haberlo notado, le he cogido antipatía al jefe de estudios pero duermo a pierna suelta, siempre lo he hecho y evitando los problemas que me quiere crear, intento ser un hombre más o menos feliz. Tal vez la vida no es un experimento completamente satisfactorio, pero las pequeñas cosas nos van llevando, nos van arrullando y terminamos por acostumbrarnos a la vida que nos haya tocado en suerte, porque hasta los que viven en las peores condiciones terminan por acostumbrarse a ellas. No, no tenía motivos para quejarme, y disfruté un tiempo de las atenciones de Nhelly, no puedo decir que pensara que aquello prosperaría, pero estuvo bien. En contrapartida, tuve que sufrir las criticas de Fraud, una y otra ve llegaba de mañana enojado conmigo y eso no era nada cómodo, pero lo sobrellevé, hasta que empecé a imaginar que se dedicaba a crearme problemas contando cosas acerca de mí que sólo podían traerme problemas: ya saben, cosas de Nhelly, cosas acerca de mis limitaciones profesionales, de mis incumplimientos de horarios o de mis problemas con otros compañeros, cosas ciertas de menor importancia, y otras inventadas que podían causarme serios problemas. Mi imaginación volaba, y lo veía en mis sueños hablando de mí con el director o con el consejo de administración, fue terrible.

El deseo inmaculado de Nhelly la llevaba a pasar veladas a mi lado sin permitirme avanzar lo más mínimo, pero esto encendía aún más la rivalidad

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– si puedo llamarlo así, porque era como si se sintieran en el derecho de creerse en un plano superior por no creer en el amor entre compañeros de trabajo- que experimentaban todos los profesores cada mañana al vernos llegar. La imaginación libre de nuestros amigos y de nuestro enemigo, nos creó algunos problemas, el mayor de todos fue que prescindieron de ella al terminar el verano.

Empecé a notar la animadversión de algunos profesores que siempre habían sido compañeros amables y bien educados. Y todo dio un giro que no esperaba, inconcebible, de pronto me veía sujeto en todo lo que pensaba y decía por miedo a que a alguien le pudiese parecer mal. También Nhelly notaba lo mismo y creyó que el origen de todo estaba en que hubiésemos entablado amistad –qué eso era todo lo que había entre nosotros, aunque la imaginación pudiera llevar a otros a pensar lo más absurdo-, pero relacionaba aquel ambiente hostil con lo que Fraud pudiese estar hablando a nuestras espaldas.

Al llegar una edad debemos saber que estamos de cara a la gente, hagamos lo que hagamos, seamos lo que seamos ellos estarán ahí para juzgarnos. Que hoy me parezca poco creíble haber vivido como lo he hecho para finalmente enfrentarme a mi destino, no debe obstaculizar la idea de que de todos nuestros actos, de todas nuestras reacciones, de las trayectorias que andamos y las estelas que vamos dejando, se desprende como somos y todos están ahí para ver, para juzgar superficialmente, para saberlo todo. De niño la gente no importaba, aún no formaba parte del todo, pero cuando empecé a presentir que todos me conocían, empecé a hacerme un hombre y a vivir ocultando mis pensamientos. El jugador de poker es un reflejo de lo necesario que es para vivir saber disimular; el actor y las artes escénicas muestran que en realidad nuestros cuerpos son sólo masas de carne más o menos amorfas, pero nuestros gestos y reacciones, nuestro tono de voz, eso es lo que importa a la gente, y no siempre desprendemos la confianza necesaria.

Es posible equivocarse, y yo con Fraud no lo hice del todo, era un tipo sin sentimientos que siempre había buscado destacar a costa de cualquier maldad, también el era víctima de la ambición que todo lo domina, y entorpece nuestra forma natural de pensar teniendo en cuenta a los otros, por muy poco fiables, que a su vez nos parezcan. Me hubiese sido posible adivinar con un poco más de tiempo que Raullet, con su forma de hablar irónica y ofreciéndose como una persona confiable, terminaba por contar todo lo que sabía a algún miembro de la junta de gestión, que era una comisión de altos cargos que dirigía todos los movimientos de los colegios mayores. Raullet, del que nunca hubiese desconfiado, se infiltraba entre

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nosotros y lo contaba todo. Compartía nuestro destino, nuestras penas y alegrías con el único fin de saberlo todo. Considero preciso decirlo, no fue una decepción llegar a conocer su secreto cuando alguien me lo sopló pidiéndome discreción en todos mis actos públicos. Raullet sabía todo lo que yo hacía, sabía todo lo que Fraud hacía, sabía todo lo que todos hacían, y lo que contaban los unos de los otros, el tapado perfecto.

Ejecutar a Fraud, ¡qué loca idea!, como el sargento Hartman era ejecutado en la película de Kubrick, ejecutarlo y después suicidarme, ¿cómo se me podían ocurrir cosas así?

Estoy seguro de que todos creen saber quien soy yo, me vida se ha vuelto transparente y no sé si debo aceptar eso como un logro. Una Tarde que salí un poco antes del taller, y dejé a los alumnos acabando de recoger, miré a través de una ventana que Nhelly estaba parada delante de Fraud y que el hablaba fumando un cigarrillo (el jardín era el único sitio donde nos dejaban fumar, ahora eso sucede en todos los centros). Lo escuchaba con paciencia, y el estaba distendido, fuera lo que fuera lo que le estaba diciendo, no se trataba de algo profesional. Era una conversación amistosa, por lo que parecía estructurada sobre banalidades del estilo, “vaya día bueno que ha salido hoy”, y no sé porqué, comprender eso me hizo alejarme intentando no ser visto. No dejo de asombrarme de la cantidad de información que podemos procesar en nuestros pequeños cerebros, y de como el instinto nos puede llevar a interpretar posturas, actitudes y tonos de voz a tanta distancia. Nhelly nunca me comentó nada sobre su conversación con Fraud, no tenía que hacerlo, de ninguna manera habíamos intimado hasta ese extremo, y pasado el verano dejó de trabajar en el centro y no la volví a ver.

Unos meses después, alguien me comentó que a Fraud lo habían visto en varias ocasiones con una chica con la que comportaba de una forma cariñosa, pregunté si se parecía a Nhelly y me dijeron que no, tal vez al fin había conseguido superar esa imagen odiosa de “quiero ser un triunfador me cueste lo que me cueste”, esa imagen que se desprendía de sus acciones y que lo llevaba a ser rechazado por las chicas. Hay algo aún que creo que debo contar de Fraud, para terminar de dar forma a su personalidad de hielo, y eso es que tenía un precedente familiar que quizá, y digo sólo quizá, lo llevaba a creer que le quedaba poco tiempo y que debía justificar su existencia lo antes posible con un éxito temprano, y esa cosa era que su padre se había muerto de cáncer siendo él aún muy joven. Y, cuando supe esto, creí que debería empezar a sentir lástima por él, pero cada vez que me ablandaba, la imagen de su pie pateando el caldero y gritándole a la señora Gertrude, se interponía entre mis más piadosos sentimientos y yo.

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Para mí no puede haber dudas al respecto, me parecería inútil intentar defenderlo, el convencimiento del perjuicio que causa el poder en manos heladas es equivalente al de un cuchillo, silencioso pero implacable.

Llamé a su videoportero una noche que sabía que estaba sólo, su amiguita había salido de viaje, se pasó toda la tarde bromeando sobre la posibilidad de una boda –quizá creía que eso le hacía más digno a los ojos de sus compañeros, lo que empezaba a pesarle-, y finalmente comentó que su novia había salido de viaje. Al margen de mis disputas con el jefe de estudios, estaba mi convicción creer que el mundo estaría mucho mejor sin él, ese mundo que nos controlaba, nos interpretaba, nos juzgaba, nos criticaba, nos menospreciaba e intentaba perdonarnos una y otra vez, siempre y cuando nos hubiera hecho sufrir lo necesario previamente y en la medida que sus cobardías se lo permitieran, sin darla cara, de la forma más huidiza, resbaladiza y discreta y por creerse dueño de los descarriados. A veces se trata de que uno se siente como si acabase de hacer un gran descubrimiento, cuando lleva meses dándole vueltas a la misma idea macabra, como si acabara de identificar el origen de sus dudas e inquietudes y tuviera la necesidad irrenunciable de poner solución, de una vez y por todas a los males de este mundo encarnados en el objeto de su estudio. Al viejo modo romántico de los antiguos honores cuestionados, la soledad que sentí esa noche me hizo salir a dar un paseo, y en medio de mis pensamientos, se pego como una sanguijuela, la idea de que de alguna forma incuestionable, Fraud no sólo perjudicaba a gente indefensa desde una situación de poder ilimitado, sino que también me había perjudicado a mí triunfando donde yo había fracasado, el amor. Y claro que todo estaba por ver, muchos matrimonios no superan los primeros años de convivencia y el había puesto para la boda, pero después de todo no se había casado aún, yo no podía ser ajeno a eso, e intentaba controlarme, pero la felicidad que expelía cuando hablaba de sus esperanzas, una y otra vez me convencía de que una persona como él, que había pasado por encima de todo y de todos sin reparar en sufrimientos, no merecía el destino que ahora se prometía. No se trataba de esperar unos minutos muy apreciables en tal momento de nervios, estiré los dedos todo lo que pude, para a continuación cerrar los puños con fuerza, y al momento sonó un zumbido que me franqueaba el paso y empujé con fuerza la puerta del portal. Ya estaba dentro y no se trataba de constatar si mi decisión era irrevocable, lo había decidido, no había vuelta atrás, llamé el ascensor y volvía a cerciorarme de que tendría valor, y sí, iba a matarlo. El plan era simple, haciéndome pasar por el compañero más amable y encantador con el que jamás se encontrara, lo convencería para que me dejara entrar con la excusa de comentar un tema personal que además tenía que ver con el

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colegio y con la jefatura de estudios. Una vez dentro le pediría un vaso de agua, y con la excusa de que no se molestase, le diría que ya lo buscaba yo mismo, entonces en la cocina buscaría una cuchillo, pero no un cuchillo cualquiera, tenía que ser un cuchillo poderoso, un tremendo cuchillo de cortar fiambre. Después de eso todo sería fácil.

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La defensa del moribundo

Es curioso, la gente cabal, de forma general, suele respetar a aquellos que están pagando por sus culpas, aunque no los conozca de nada. Es algo difícil de comprender, del mismo modo que lo es, que algunos religiosos en la edad media decían pecar, para a continuación poder sentirse en el estado de gracia de los que están ya pagando por sus pecados, y se procuraban todo tipo de castigos, algunos del todo inhumanos. Cuando uno está en la cárcel, deja de ser un delincuente, para ocupar el lugar del que merece otra oportunidad y al que no se puede echar sobre los hombros el peso adicional a su castigo, de una critica ligera e irresponsable, o así debería ser. A los que hacen esto, criticar a gente que está en la cárcel, o simplemente recuperándose en un hospital de un accidente del que fueron culpables por su irresponsabilidad, o a los que han quedado en la calle por cometer el error de perderlo todo por causa de algún vicio, a los que los miran con desprecio, y hacen juicios superficiales para ponerse en plano superior de los puros, a esos nadie los quiere, nadie los respeta, y a nadie le gustan. Mejor mil veces un preso que sabe contener la lengua, que un hombre libre que se cree puro y dice los errores ajenos sin medirse. En los últimos años he aprendido a sobrevivir a lo que la gente pueda pensar de mi y no es fácil, primero porque es un ejercicio de adivinación, nadie te dice lo que piensa de ti sobre todo porque su reacción de encuadra

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entre su progresión en la vida y en principio no me interesaba discernir lo que yo pintaba en la vida de cada uno. No es extraño pues que no desee entrar en un juego de comparaciones. Cuando era un niño –recordemos que la escasez de los años cuarenta y cincuenta dejó a la generación de nuestros padres traumatizada delante del miedo a una hambruna-, había la costumbre de medirnos poniendo hombro con hombro, porque veníamos de una generación mucho menos desarrollada. En el colegio nos poníamos de espalda en una pared y con un lápiz hacíamos una raya sobre la cabeza, poniendo el nombre de cada uno sobre la raya. Detrás de estos juegos infantiles, aparentemente inocentes ya empezábamos a vernos con desconfianza tratando de analizar las capacidades de cada uno. Y ahora que lo pienso, después de semejante razonamiento, tengo que apoyarme en él para concluir que además de un miedo cerval al cáncer –lo que llevaría a Fraud a pensar que moriría joven y necesitaría hacerlo todo mucho antes que los demás-, estaría su procedencia, el origen campesino de sus padres y abuelos, que pasarían la escasez de los años de la posguerra con más resentimiento que otros, y también eso lo llevaría a medirse a cada momento con todos los hombros que pasaban a su lado o con todas las cabezas que se arrimaban a una pared, una locura. El reproche principal ya no es el egoísmo que durante tanto tiempo se confundió con la envidia de quienes lo censuraban, ahora se trata de la felicidad. Ante la imposibilidad de instruirnos en la ciencia más importante de la vida, simplemente nos sentimos disminuidos delante de todos los que derrochan felicidad con canturreos estúpidos y risas nerviosas, y es eso lo que nos lleva a decir para nosotros mismos, “¿qué se habrá creído éste?” Sí, ¿qué se habrán creído para exponer su felicidad sin pudor?

No pude protestar por encontrarlo casi muerto, el acto de dar al botón que abría la puerta del portal debió terminar con sus últimas fuerzas, e intentó salir al rellano de la escalera, pero allí se desplomó golpeándose la cabeza contra el suelo. Al margen de lo mucho que lo odiaba no podía dejarlo allí tirado y salir huyendo sin más. Intenté ayudarlo. Una señora que bajaba la escalera en ese momento me ayudó en la taré de introducirlo en la vivienda y postrarlo en un sillón. Tal vez no deberíamos haberlo movido, es lo que aconsejan en estos casos, e hicimos lo que creímos mejor sin pensar en sus lesiones. Se trataba de una buena vecina, es decir, una vecina que se preocupa por sus vecinos, que cada vez son más difíciles de encontrar, buena y sincera, hasta el punto de sorprenderme, cuando me presenté y me dijo que Fraud le había hablado de mi. Se trataba de algo sorprendente, por sus reacciones, descubrí que nada malo ni insidioso le podía haber contado sobre sus compañeros del colegio, al contrario, la opinión de la señora crecía en reconocimiento y respeto a medida que seguíamos hablando mientras esperábamos la ambulancia. Hay gente que es así, que trata a los

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profesores con el respeto con el que no hace tanto se trataba a los curas, y se les besaba las manos, y todo eso tan ridículo. Empecé a valorar e interpretar, que podía haberme equivocado acerca de mi enemistad con Fraud, y aunque él me lo preguntaría más adelante, nunca llegaría a saber que había ido yo a hacer a su casa aquel día. Por lo inesperado de los acontecimientos me sentí confundido aún varios días, y en eso también ayudó saber, de boca de la misma agradable vecina que tenía enfrente en aquel momento, que por lo que ella sabía su novia lo había dejado no hacía mucho. Concluí en ese instante que entonces lo del viaje no era más que una excusa para ganar tiempo entre sus colegas, que se extrañarían de dejar de verlo en compañía de la chica, y se imaginarían lo peor, culpándolo por no sentirse más afectado por ello, imaginando historias de embarazos no deseados, o de terceras personas –quizás yo mismo estoy yendo demasiado lejos al atribuir a la gente el deseo de llegar a tales extremos, posiblemente.

Haciéndome el distraído conseguí el resto de la declaración de la señora, acepté de buena gana sus razonamientos y suposiciones, y le ofrecí mi confianza en aquel complot contra su amistad.

-¿Usted no cree que puede haber intentado suicidarse? –me preguntó con toda naturalidad.

-No lo creo, lo conozco bien, desde hace algunos, es un trato diario en el trabajo, ya sabe como es eso, y no es del tipo de personas que se suicidan, puede estar segura.

-Me quedo mucho más tranquila, yo lo aprecio mucho, aunque hace poco que vive aquí, ¿sabe usted?

Tendría que intentar llegar aún un poco más lejos acerca de la relación existente en sus crisis de autoridad, saliendo a bailar como un jovencito patético los sábados por la noche, y el episodio que lo tenía derrotado al pie de la escalera, del episodio de su vida aparentemente vacua y sórdida, y el placer que le producía ejercer la autoridad y la exigencia más insensible con alumnos y subordinados en el centro de internos. Desde esa conclusión indefendible, del hombre que se cree en posesión de la verdad, hasta el punto del abuso de poder, determinados atenuantes podrían llevaros a sentir lástima de él, y eso sería un error, ni aún en el caso de que se hubiese tratado de un intento de suicidio, ni tampoco en el supuesto de que hacer el bien fuera la razón final de su proceder.

Creer que en su forma de actuar no había maldad previa, que pertenecía a ese magma indescifrable de mortales que hacen daño sin percatarse de ello,

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ni, por supuesto, responsabilizarse del daño de estos actos o comentarios, no nos ayudaría a someter a juicio a Fraud y a todos los Fraud del mundo, debidamente.

Se confirmó unos días después, cuando alguien del claustro de profesores recibió la noticia desde algún familiar desconocido para nosotros, de que se había tratado de una intoxicación por ingestión de comida caducada, y no de otra cosa imaginable, si bien las suspicacias continuaron un tiempo. Cabría preguntarse qué clase de comida caducada, puede producir semejante reacción en el cuerpo humano, o qué cantidad de lo que fuera, pudo causar un resultado semejante, para nosotros, los otros profesores del colegio mayor, saber estas cosas nos ayudaba a entender, a posicionarnos delante de un hecho extraordinario que perturbaba el orden, pero también a mitigar la inquietud que nos producía que creer que si le había pasado a él, nos podría pasar a cualquiera. En lugar de acompañarnos de la más compungida de las expresiones, parecía como si deseáramos escandalizar, promover una campaña entre alumnos para que denunciasen a la marca que produjera el accidente, que lo contaran en sus casas, a sus amigos, pero sobre todo que se cuidaran mucho, ellos mismos, de no volver a probar ese producto de cualidades tan nocivas.

Para entender algunas ideas de mi propio proceder debo recurrir a la prudencia y no ser demasiado severo con mis emociones más espontáneas, la llegada de Nhelly fue una bocanada de aire fresco que me estaba haciendo falta, y yo no sabía que procedía de una gestión hecha por el jefe de estudios, no podía imaginar que tipo de ilusiones albergaba detrás de sus pesquisas. He oído decir recientemente que donde hay demasiados solteros todo se complica, no es extraño que la gente, de forma general piense así. En todo caso la que debería estar en mi recuerdo es Gertrude y la terrible historia sí sería interesante de conocer, pero el amor puede más que las terribles injusticias que los humildes viven en este mundo. No he vuelto a ver a Nhelly, y si lo hiciera, me gustaría preguntarle cosas sobre Fraud, cosas que aún no me quedan claras y no comprendo del todo.

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