el conflicto entre letra y voz y los límites de la representación

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  • 8/3/2019 El conflicto entre letra y voz y los lmites de la representacin

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    El conflicto entre letra y voz y

    los lmites de la representacin

    Edicsson Esteban Quitin Pea

    Resumen

    Antonio Cornejo Polar propone comprender la literatura latinoamericana desde

    su conflicto bsico: la disputa entre letra y voz. A partir de su propuesta es posible

    discutir el eurocentrismo del concepto literatura y los problemas que implican la

    inclusin de la oralidad dentro del marco letrado. Asimismo, se debate el concepto

    de transculturacin, lanzado por ngel Rama, como forma de inclusin de las cul-

    turas preferentemente orales dentro de la teleologa del Estado-Nacin, en contra-

    punto a los aportes de John Beverley y su propuesta multicultural. Los conceptos

    de estos tres autores permiten, pues, recuperar la vigencia de las luchas entre letra

    y voz, literatura y oralidad, elite y subalternos; de igual forma, reconocen la narra-

    cin de estas contiendas hace parte de la contienda misma. Finalmente, se trae el

    episodio entre Rigoberta Mench y Miguel ngel Asturias como parte de la historia

    de la contradiccin entre literatura y oralidad.

    El conflicto entre letra y voz y los lmites de la

    representacin

    Antonio Cornejo Polar en El comienzo de la heterogeneidad en las literaturas andinas: Voz y

    letra en el dilogo de Cajamarca (Cornejo, 1994, cap. 1), propone ver el choque entre la

    oralidad y la escritura como uno de los conflictos bsicos para entender el sistema complejo

    de la literatura latinoamericana. Su punto de partida, lo conforma una multiplicidad de

    Especialista en Estudios Culturales de la Universidad Javeriana. [email protected]

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    textos (principalmente crnicas espaolas y criollas y wankas indgenas) generados por el

    encuentro entre el Inca Atahualpa y el clrigo Vicente Valverde en los primeros momentos

    de la conquista del Per. Esta serie de discursos escenifican la imposibilidad de dilogo entre

    dos formas de estar en el mundo que, para ese momento, reconocen su mutua extraeza:

    la cultura oral y la cultura escrita. La primera dificultad con la que me encuentro frente aesta posicin, es tratada por el propio Cornejo en un pi de pgina de su artculo en el que

    reconoce la filiacin eurocntrica del trmino literatura y la dificultad de trasladarlo a la

    experiencia del discurso colonial americano: literatura remitira a una tarda experiencia eu-

    ropea vinculada con la escritura (Cornejo, 1994, 9). As pues, el uso del concepto se inscribe

    de entrada en el conflicto entre la letra y la voz.

    El crtico peruano resuelve el impase con lo que denomina una acepcin ampliada de litera-

    tura, que permite la inclusin de la oralidad de los pueblos indgenas dentro del marco lite-

    rario. El problema se sita, entonces, en la inclusin: el eurocentrismo funcion a travs deun sistema binario de asignacin de identidades planetarias, segn el cual Europa equivala

    a modernidad y a civilizacin, mientras Amrica, en el polo opuesto, se construa como el

    otro signado por la tradicin y la barbarie1. La pareja literatura/oralidad parece correspon-

    der a cada uno de los polos de este sistema.

    As se desprende del texto ya clsico Oralidad y escritura de Walter Ong, quien vincula las cul-

    turas de alta tecnologa con el dominio de la tecnologa de la escritura, mientras se refiere a

    culturas en vas de desarrollo de baja tecnologa en donde predominaran procesos oralesde pensamiento. Al mismo tiempo, Ong refuerza la idea de la lnea evolutiva que va de la

    oralidad a la escritura, con lo cual establece una divisin eurocntrica de las culturas mun-

    diales en culturas orales y en culturas altamente tecnolgicas con dominio y predominio

    del pensamiento letrado. Cuando Cornejo incluye la oralidad como parte de la literatura,

    efecta una ampliacin que consiste en romper los lmites binarios con el fin de reclamar

    para la oralidad el mismo estatus esttico y la misma atencin que la crtica ha desplegado

    1A partir de Anbal Quijano es posible afirmar que la colonialidad del poder dentro del capitalismo, funciona a travs del estable-

    cimiento de una jerarqua mundial de identidades.

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    en relacin con la literatura. Sin embargo, el eurocentrismo que, como la naturalizacin,

    es una distribucin jerrquica de poder a partir de la construccin de Europa como el centro

    del mundo permanece cuando la oralidad es subsumida dentro de la categora hegem-

    nica: queda asimilada dentro del dominio de la cultura letrada.2

    Para Mabel Moraa, la obra de Cornejo confirma la centralidad letrado-escrituraria en tan-

    to espacio privilegiado de construccin simblica y reproduccin ideolgica, lo que explica-

    ra su persistencia en el concepto de literatura. No obstante, Moraa agrega que en el revs

    mismo de la operacin canonizadora, su obra crtica descubre y desencubre los juegos de

    poder y las negociaciones que hacen posible esta centralidad (Moraa 2000). La aclaracin

    introducida por Moraa permite entender la utilizacin del concepto literatura que lleva a

    cabo Cornejo, como una manera de insertar la contradiccin dentro de la expresin misma.

    El oxmoron que vincula oralidad y literatura hace inestable el trmino privilegiado, por

    ello Cornejo postula la disputa entre la voz y la letra como constituyente de la denominadaliteratura latinoamericana.

    La ampliacin conflictiva de la nocin de literatura que realiza Cornejo, rompe el eurocen-

    trismo que advierto en un primer momento? Si el otro de la literatura es la oralidad del

    mismo modo que el otro de Europa es No-Europa, la inclusin de esta ltima en la prime-

    ra no se realiza de modo simple, ya que para Cornejo las relaciones que las vinculan son he-

    terogneas. Esto quiere decir que incluso entre literatura y oralidad puede ser evidente su

    mutua ajenidad y su recproca y agresiva repulsin (Cornejo 1994). As, el trmino literaturano ha sufrido una mera ampliacin: al incluir su otro histrico se ha generado una inestabi-

    lidad del sistema, un ruido que amenaza la posicin privilegiada que ocupa a la literatura

    en esta relacin y la del libro como su artefacto emblemtico. Si, como argumenta Cornejo,

    el libro aparece en Cajamarca [lugar de encuentro de Atahualpa y Valverde] no como ins-

    trumento de comunicacin sino como objeto sagrado (Cornejo 1994), es decir, revestido de

    2 El propio Ong cuestiona el trmino literatura oralpor contradictorio. Para Ong la oralidad es un momento tecnolgico anterior a

    la escritura, en consecuencia merece un estudio no dependiente de sta. Sin embargo, la diferenciacin que introduce refuerza

    las identidades eurocntricas que sitan a unas culturas como el pasado del proceso evolutivo y a otras como la avanzada de la

    historia occidental.

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    aura, entonces el gesto del inca de lanzar la Biblia al suelo ante la orden de sumisin que

    efecta el clrigo espaol, es tanto la narracin de un acto sacrlego como de una poltica de

    resistencia frente al poder divino y poltico de la letra.

    Al incluir la oralidad dentro de la literatura se deconstruye el estatuto privilegiado de estaltima en tanto que coronacin de un proceso civilizatorio: la cultura oral no es el tiempo

    precedente de la cultura escrita y la literatura, sino un lugar sobredeterminado que permite

    visibilizar los mecanismos de poder que constituidos desde lo literario como una hegemona

    cultural. Semejante punto de vista cuestiona planteamientos como los de Walter Ong (Ong,

    1987, 24), quien en nombre de los poderes aurticos de la escritura, resigna la existencia de

    las culturas orales actuales en nombre de la evolucin deseable hacia la escritura.

    Antonio Cornejo parte de un primer enfrentamiento voz/letra en tiempos de conquista,

    cuando podra pensarse menos problemtica la diferenciacin entre cultura escrita y oral.Sin embargo, es precisamente con el arribo de los europeos que surge la relacin, y tambin

    la de sus dos trminos antagnicos. No es posible pensar, pues, oralidad y escritura como

    modalidades separadas, equivalentes a dos culturas previas al encuentro.

    Valga recordar que lo reunido [y reducido] bajo la denominacin cultura oral es una multi-

    plicidad y heterogeneidad de grupos que difcilmente, a no ser por el hecho de la conquista,

    haban compartido una historia comn. Por otro lado, es bastante sugerente el dato aporta-

    do por Cornejo, segn el cual, la mayora de los conquistadores eran iletrados y su relacincon el libro no estaba lejos del temor supersticioso: para ellos el libro funcionaba ms como

    fetiche que como artefacto propio de la cultura escrita, hecho que, de entrada, cuestiona la

    homogeneidad de un pretendido proyecto civilizatorio.

    Coexisten mltiples relaciones de fuerzas que horadan el antagonismo oralidad/escritura,

    ms an cuando seguimos la historia de los entrecruzamientos entre estos dos polos apa-

    rentemente estables. El mismo Ong designa, aunque con un nombre problemtico, una

    oralidad secundaria en la cual se mantiene una oralidad mediante el telfono, la radio, la

    televisin y otros aparatos electrnicos que para su existencia y funcionamiento dependende la escritura y la impresin (Ong, 1987, 20). El concepto ampliado de literatura que aven-

    tura Cornejo, entonces, es un espacio til para escenificar la lucha continua entre voz y letra,

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    pero tambin sus hibridaciones. Con todo, a pesar de los lmites inciertos de un binarismo

    solo y, en apariencia, transparente, existe una historia de exclusin y tambin de resistencia

    que ha apelado constantemente a la oposicin como forma de combate. La obra de ngel

    Rama La ciudad letrada cuenta parte de esta historia: la apelacin al conocimiento de la

    letra y su sacralizacin como forma de de dominio y divisin social-racial-sexual, que fuellevada a cabo por la elite intelectual latinoamericana. John Beverley ha cuestionado el n-

    fasis de Rama en los letrados como grupo destinado a jugar el rol protagnico en la historia

    de Amrica Latina, como si nicamente de ellos dependiera el devenir cultural de la regin.

    En realidad, Beverley desea ver la otra parte de la historia: no simplemente la manera como

    la ciudad letrada ha establecido unas reglas de juego que excluyen a la ciudad realque,

    as denominada por Rama, es la parte de la sociedad subalternizada por las prcticas de los

    cultos, sino las formas de resistencia e incluso de contracultura que parten de los subal-

    ternos e invaden, cuestionan, e interrumpen el dominio letrado.

    Un ejemplo de este tipo de intervencin es el wanka que estudia el propio Cornejo. Para

    el crtico peruano, esta representacin teatral un ritual en quechua que se realiza hasta

    nuestros das a partir de un texto escrito es una manera de reelaborar la historia de Ata-

    hualpa y Valverde, gracias a la libertad que se toman los actores frente al libreto. Aqu, la

    oralidad rehace una historia que la crnica, como manifestacin de la cultura escrita, ha

    congelado en un pasado que cuenta la derrota del inca en Cajamarca. En el wanka Atahual-

    pa no muere tras desconocer la Biblia y el imperio.

    Tanto Rama como Cornejo, aunque se sitan en puntos de vista distintos, mantienen los

    dos trminos de una relacin inestable. Incluso Beverley asume abiertamente esta posicin

    bipolar, ya que para l la cultura y la poltica subalterna tienden, en sus propias dinmicas,

    a ser maniqueas (Beverley, 2001, cap. 2), por lo tanto, debe mantenerse el sistema oposi-

    cional literatura/oralidad para no perder de vista la situacin de conflicto entre los grupos

    que se ajustaran a este sistema, es decir, elite y subalternos. Creo necesario situar la per-

    sistencia de este binarismo dentro de lo que Cornejo ha expresado como los grmenes de

    una historia que no acaba (Cornejo, 1994, 29): es como si los autores, sobre todo Cornejo y

    Beverley, quisieran mantener a toda costa dos trminos que reconocen ambiguos, pero quedan cuenta de una relacin de poder desigual que sita a unos como sujetos histricos, elite

    intelectual, y a otros como objeto en el que se realiza la historia, el pueblo, los subalternos.

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    Al mismo tiempo, es un sistema que permite rastrear una posicin de resistencia y disidencia

    subalterna que contesta a la hegemona del orden letrado.

    El punto de vista de Rama se sita en otro lugar. Su persistencia en dos grupos bien defini-

    dos, ciudad letrada-ciudad real, se orienta hacia la constitucin de culturas nacionales. En

    Transculturacin narrativa en Amrica Latina, Rama seala a la vanguardia letrada como la

    adecuada para representar las clases subalternas mediante lo que Beverley llama una rela-

    cin dinmica de contradiccin y combinacin entre culturas. De tal forma, Rama explica la

    mediacin que realizan los novelistas latinoamericanos entre lo regional, donde se situaran

    los materiales orales y lo universal, los recursos tcnicos narrativos propios de la cultura es-

    crita europea y norteamericana, con el objetivo de alcanzar una unidad representativa de lo

    nacional (Rama, 1982, 32 y ss.). Para Beverley, el resultado previsto por la transculturacin

    es una superacin de las diferencias preexistentes de poder y estatus en nombre del deseo

    llamado unidad nacional. Dos problemas, pues, surgen de la nocin de transculturacin: poruna parte, el conflicto voz/letra es desplazado por la falsa reconciliacin de los heterog-

    neos en una nueva cultura transculturada que, a pesar del deseo de borrar las diferencias,

    no suprime la historia y la actualidad de este conflicto. Por otro lado, la transculturacin

    presenta un problema de representacin: al ser los letrados los encargados de efectuar la

    transculturacin narrativa, a travs de relatos literarios, histricos, polticos as Arguedas

    incorpora la oralidad quechua a su literatura, ejercen el poder de hablar por y hablar de

    los subalternos, prctica que produce y reproduce condiciones de subordinacin.

    Para Gayatri Spivak, la imposibilidad de auto representarse es la condicin definitoria de lasubalternidad, es decir, la imposibilidad de que el subalterno pueda hablar por s mismo.

    Rama queda atrapado dentro de su propio argumento, ya que si La ciudad letrada mostraba

    el saber-poder de la letra como un sistema efectivo de jerarquizacin social y de exclusin,

    la inclusin que opera la transculturacin como forma de superar la herencia colonial3, se

    realiza igualmente desde una posicin de poder representacional: la vanguardia intelectual,

    dentro del propsito nacional que constituye su deseo decide cmo van a ser incluidos los

    sin voz; las jerarquas socioculturales quedan intactas.

    3 La puntualizacin es de Beverley.

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    Patricia DAllemand sita Transculturacin de Rama dentro del horizonte de la revolucin

    cubana y es en este espacio donde la posicin nacional-populista del crtico uruguayo debe

    entenderse. El problema, entonces, lejos de ser Rama, es la vigencia del paradigma transcul-

    tural en las interpretaciones de la cultura y de la literatura latinoamericana, sobre todo por

    la tendencia homogeneizadora que implica: la unidad a partir de la sntesis de las diferen-cias culturales (aunque no sin pasar por complejos procesos).

    Resulta difcil, pues, pasar por alto la discusin en torno a la poltica del trabajo intelectual

    que en la transculturacin parece resolverse por la adecuacin de la representacin elabo-

    rada por la elite intelectual de los subalternos. Si continuamos la historia de Cajamarca, de

    la que Cornejo Polar narra uno de sus episodios, la transculturacin es una nueva batalla

    que gana la letra sobre la voz. Para Rama, por el contrario, la mejor ilustracin de su con-

    cepto es la obra de Jos Mara Arguedas, donde la oralidad quechua modifica la literatura

    y el pensar mtico modifica los mitos literarios. No obstante, la literatura mantiene suestatus privilegiado, ya que de manera paradjica es a travs de ella que la oralidad (y con

    Ong diramos el pensamiento de condicin oral) puede hablar. A diferencia del concepto

    ampliado de literatura que plantea Cornejo, en la transculturacin la oralidad no irrumpe

    para problematizar la literatura, slo es incorporada pacficamente para reforzar la idea de

    la alta cultura como el espacio de la representacin por excelencia.

    John Beverley afirma que la transculturacin es una fantasa de reconciliacin de clases,

    razas y gneros (Beverley, 2001, Cap. 2) con la intencin de producir una nueva literaturay una nueva cultura nacional y continental. Cornejo abandona la teleologa de la unidad

    que asume Rama, para concentrarse en la contradiccin como el objeto de estudio de un

    canon literario ampliado que no est conformado nicamente por los productos letrados,

    pues incluye la oralidad. Beverley, en cambio, ve el problema ms all del canon, desde una

    posicin que denomina post-literaria y que consiste en reconocer la apropiacin de formas

    literarias por parte de grupos subalternos. As, el wanka quechua que estudia Cornejo y sus

    posibles vnculos con el auto sacramental, tiene fines muy distintos de la conformacin

    de una literatura nacional y de la edificacin de una nacin criolla. En otros trminos, la

    incorporacin acadmica del wanka al constructo denominado literatura latinoamericanano deja de ser la violenta subordinacin de una historia inca a la historia de la elite criolla.

    Aunque Cornejo no decrete una sntesis transcultural, s reconoce que el wanka escenifica

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    la historia del pueblo quechua, la dificultad proviene, entonces, de que en esa otra historia

    muy posiblemente la literatura carece de primaca cultural y slo constituye un instrumento

    de agencia subalterna. Sin embargo, Cornejo est ms preocupado por los estratos del texto

    dramtico que manifestaran la batalla de distintos sujetos histricos en diferentes puntos

    del wanka (las huellas lingsticas dejadas por sucesivas identidades pertenecientes ya a lavoz, ya a la letra), que por la poltica quechua actualizada en la representacin del texto. Cor-

    nejo privilegia el anlisis textual, no slo porque confiesa la escasez de datos sobre las repre-

    sentaciones en vivo donde la oralidad sera protagonista, sino porque no puede sustraerse

    de tomar partido en el conflicto que busca evidenciar: muy posiblemente sin quererlo, es

    parte del bando letrado que ejerce el poder de dar voz a la oralidad.

    Esta ltima reflexin nos permite abordar el multiculturalismo en el sentido que John Be-

    verley le da al trmino. Para el crtico norteamericano, la multiculturalidadconstituye una

    opcin poltica en la lucha del subalterno por la hegemona frente a respuestas menos sa-tisfactorias como la transculturacin de Rama, e incluso agregara la heterogeneidad de Cor-

    nejo que no logra separarse de la primaca de la letra. Beverley ve el multiculturalismo no

    como la agenda liberal norteamericana de inclusin y consumo no problemtico de las di-

    ferencias, sino como una manera de llevar hasta sus ms inesperadas consecuencias la idea

    de igualdad. Se trata, por lo tanto, de una igualdad epistemolgica, cultural, econmica y

    cvico-democrtica concreta (Berverley, 2001, cap. 6), y no de una igualdad de filiacin bur-

    guesa, es decir, aquella que, en nombre de la igualdad democrtica, fija las desigualdades

    que la han constituido como patrn de poder.

    Lo interesante del anterior planteamiento es que al extremar tal propuesta de igualdad se

    desborda la hegemona neoliberal, pues un multiculturalismo radical pondra en cuestin los

    propios fundamentos liberales epistemolgicos, econmicos, culturales que sustentan

    los desequilibrios de poder entre distintas posiciones del sujeto, y cuestionara, entonces, al

    eurocentrismo. Al retornar al problema de la disputa entre la voz y la letra en Latinoamri-

    ca, la propuesta multicultural de Beverley constituye la posibilidad de pensar una agencia

    subalterna ms all de los lmites de la ciudad letrada. El conflicto oralidad/escritura se

    profundiza, pues, al situarse fuera del marco homogeneizador de la literatura latinoameri-cana, puesta que para Beverley el multiculturalismo genera la autonomizacin mxima de

    las esferas sociales, por lo que la oralidad como prctica vinculada a la cultura subalterna

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    no puede ser ya contenida y atrapada, dentro de la literatura como aparato ideolgico del

    EstadoNacin4. Desde luego, es conveniente matizar esta idea de autonoma, pues sabemos

    que los grupos sociales no se encuentran en un estado puro o aislado que les garantice so-

    berana sobre su devenir. La mutua agresividad que Cornejo percibe entre literatura y orali-

    dad es vista por Beverley como parte constituyente de la identidad negativa del subalterno,quien slo puede definirse en tanto no-ser. De este modo, su relacin con la literatura y la

    cultura hegemnica se establece por medio de la negacin de ambas.

    La persistencia en los antagonismos sociales que implica un multiculturalismo radical al

    modo de Beverley, tiene que anclarse necesariamente en posiciones de sujeto bien diferen-

    ciadas. Beverley debe, pues, mantener dos bandos en disputa, elite y subalternos, a los cua-

    les corresponden ciertas caractersticas en torno a las cuales se articula el conflicto. Aunque

    el crtico norteamericano aclara que la lucha no es alrededor de identidades fijas, pues estas

    son transformadas por las disputas y se modifican al producirse cambios en la distribucindel poder as la negatividad de la identidad subalterna5 puede variar si los subalternos ac-

    ceden a la hegemona, no es menos cierto que debe postular diferencias irreconciliables

    entre sujetos antagnicos. Mi punto no es que estas diferencias no puedan o no deban exis-

    tir, la dificultad consiste, pues, en presuponerlas, decretando as los intereses que movilizan

    a cada uno de los bandos.

    Dentro del tema que nos concierne, Beverley impone un antagonismo insuperable: la

    literatura (podemos usarla aqu como metonimia de la cultura escrituraria en general)es una prctica que corresponde a la elite en su inters por mantener y reproducir sub-

    alternidad; mientras tanto, la oralidad (en este caso es metonimia del otro de la cultura

    letrada, la cultura oral de Ong, la ciudad realde Rama, e incluso la contracultura) es el

    cdigo propio de la subalternidad y el recurso en contra del saber universitario, la cultura

    del libro y las humanidades.

    4 Autores como Ingrid Bolvar o Ileana Rodrguez encuentran una estrecha relacin entre la labor de la elite cultural y la produc-

    cin y reproduccin de la nacin como narrativa de unidad y soporte del Estado.

    5 Beverley toma esta idea de Guha.

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    Beverley no pretende delinear una subalternidad homognea, por el contrario, enfatiza en

    las distintas formas y niveles de subalternidad en el interior de los propios subalternos, as

    como en la heterogeneidad y las contradicciones que los atraviesan. No obstante, su inters

    por participar en el acceso de los subordinados a la hegemona le lleva a imaginar un con-

    glomerado contracultural que opone nuevas formas de nacin a la forma moderna domi-nante. Lo anterior, sumado a la idea de que la subalternidad producida a partir de la clase

    social estructura a las dems (de raza, gnero, edad), lo lleva a suponer la poltica subalterna

    en trminos unidireccionales: la lucha por la hegemona a travs de la construccin de na-

    ciones apoyadas en un paradigma cultural distinto del letrado. Frente a esta imposicin de

    la poltica y sus resultados, imagino agencias e intereses subalternos tan heterogneas como

    la propia subalternidad, no necesariamente convergentes e impredecibles en sus efectos.

    Una hegemona combina consenso y coercin para la dominacin (Bolvar, 2001, 13). Si a

    ello agregamos que la nacin o aquello que es considerado nacional no depende de la vo-

    luntad de uno u otro, sino que ms bien es un tipo especfico de dominio poltico en cuya

    consolidacin son producidos los dominantes y los subalternos (Bolvar, 2001, 24). resulta

    difcil pensar en un sujeto subalterno que se mantiene estable a lo largo del conflicto, as

    sea slo en torno a lo que lo articula oposicionalmente contra un grupo y una idea de na-

    cin dominantes, cuando precisamente su condicin surge a partir del propio conflicto que

    es igualmente variable6. En consecuencia, existe un espacio para la negociacin entre los

    sujetos producidos dentro de la hegemona, ya que sta no opera slo por el dominio; as

    mismo, las negociaciones constituyen la historia de las luchas que re-posicionan y exigen el

    re-posicionamiento de los implicados. Las transformaciones producidas por los cambios en

    las distribuciones de poder, y por los distintos lugares desde los que se viven estos procesos,

    dificultan la postulacin de un bloque histrico subalterno que se halle articulado alrededor

    de una identidad antagnica contracultural. Las distintas agendas de los sujetos subalternos

    no necesariamente tienen un norte oposicional y binario, como se desprende de Beverley,

    ya que no se dirigen contra un adversario que pueda identificarse con el Estado-Nacin o

    6 Esto no niega los procesos de identificacin en torno a historias comunes de exclusin, aunque sin olvidar que son precisamente

    histricos, contingentes.

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    con cualquier otro grupo homogneo. As, las luchas feministas, reconociendo la condicin

    subalterna de la mujer dentro de un rgimen heteronormativo, se dan en mltiples frentes

    y niveles que difcilmente pueden coincidir con un nico enemigo comn como el Estado-

    Nacin patriarcal latinoamericano, aunque posiblemente tambin contra l.

    Es necesario apuntar que la subalternidad ocurre no slo en los grupos iletrados o con pre-

    dominio de la oralidad. Para ello es indispensable pensar que las exclusiones producidas en

    torno a la raza, el gnero, la edad, y el oficio son afectadas por la clase social, pero no como

    determinante principal. Anbal Quijano (Quijano, 2000, 364 y ss.) nos recuerda que la categora

    de clase como categora privilegiada del anlisis social, surge como resultado del capitalismo

    decimonnico europeo, que efecta una clasificacin social a partir nicamente de las relacio-

    nes capital-trabajo, cuando precisamente estamos pensando subalternidades en un espacio

    no eurocntrico. Esto porque a partir de Beverley podra pensarse que la subalternidad prcti-

    camente equivale a las clases subordinadas y, adems, habra que pensar a estos grupos como

    preferentemente orales y opuestos a la cultura letrada. Si se retoma la idea de hegemona, se

    tiene que reconocer su capacidad para generar regmenes de verdad incluso en los subalter-

    nos, como, por ejemplo, la creencia en la necesidad y el valor de la escolarizacin an en los

    grupos menos letrados. Esto no implica la inexistencia o la invalidez de polticas de resistencia,

    como el abandono de la escuela o el rechazo del libro, dirigidas contra la cultura escrituraria,

    as como tampoco su generalizacin como representacin de la identidad subalterna.

    Debemos, entonces, abandonar la historia que empiezan a narrar las crnicas y el wanka yque contina Cornejo Polar, es decir, la confrontacin entre letra y voz? Creo que existen ele-

    mentos suficientes para continuar el relato, aunque con importantes salvedades. En primer

    lugar, mi posicin como narrador est comprometida por el lugar que ocupo en esta con-

    tienda irresuelta: no es posible contar la disputa voz / letra slo desde la letra; hacerlo es,

    en cierta forma, tomar partido en favor del trmino privilegiado. No slo se trata del recurso

    escrito (sin olvidar que ste tambin indica un nivel de escolarizacin, la vinculacin a un

    debate acadmico, y a prcticas que para Beverley producen y reproducen subalternidad),

    sino del poder de representacin que implica.

    En gran parte, afirmar la existencia del conflicto entre letrados e iletrados, elite y subalternos,

    es permitir la visibilidad de los sujetos en disputa, y, al mismo tiempo, construirlos y construir-

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    los como contrincantes, como lo que constituye la representacin en su significacin retrica y

    poltica7. No se trata, desde luego, de un poder de representacin soberano ejercido sobre los

    sujetos vinculados por el conflicto, ya que se trata de una prctica inscrita como mnimo en un

    campo acadmico de luchas como los Estudios Culturales. Es necesario, entonces, reconocer

    que la historia de la disputa entre la letra y la voz es incompleta y parcializada cuando es na-rrada desde la posicin acadmica hegemnica en relacin con los grupos, preferentemente

    orales, cuyas formas de narracin son subalternizadas por nuestra prctica intelectual.

    En primer lugar, esta historia desde la escritura posee una apuesta: narrar a contrapelo de la

    historia de la literatura latinoamericana tanto como del lugar que a sta le asign tempra-

    namente el grupo de estudios subalternos latinoamericanos. En otras palabras, la narrativa

    latinoamericana es menos de lo que pretenden las historias de la literatura nacionales o

    continentales, en trminos de efectiva unificacin (homogeneizacin) nacional o adecuada

    representacin de la diferencia cultural y ms de lo que, en un primer momento, seal elheterogneo grupo latinoamericano de estudios subalternos en el cual particip Beverley, es

    decir, la literatura entendida en el nico sentido de productora y reproductora del discurso

    nacional como una (auto)biografa de las elites8.

    En segundo lugar, es necesario limitar la narracin del conflicto voz/letra en Latinoamrica

    a la agenda de ciertas polticas de resistencia subalterna, antes que extender esta disputa

    como articuladora de todas las formas de subalternidad. Lo anterior surge en discusin con

    Beverley y su apuesta por un bloque histrico subalterno conformado en torno a la nega-cin de la cultura de las elites. No se trata, pues, de desconocer el rol central jugado por la

    cultura letrada en la jerarquizacin de la sociedad latinoamericana y en la configuracin de

    lo nacional hasta la expansin de los medios masivos en el siglo XX.

    Un episodio de la historia que me ocupa, lo constituyen dos textos inscritos en el espacio

    guatemalteco: Hombres de maz(1949) de Miguel ngel Asturias y Me llamo Rigoberta Mench

    7 La distincin entre representacin retrica, hablar de, y representacin poltica, hablar por, es tratada por SPIVAK.

    8 Esta es una de las tesis que defiende el manifiesto de los estudios subalternos latinoamericanos.

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    y as me naci la conciencia (1984), libro en el que aparece como autora Elizabeth Burgos. La

    disputa se establece alrededor de la representacin de los campesinos indgenas guatemalte-

    cos o, como lo sintetiza Beverley, sobre quin tiene la autoridad para narrar. Por una parte

    est Asturias, graduado en Derecho y en Antropologa en la Sorbona, quien como diplom-

    tico escribe Hombres de maz. Sin duda, su autoridad para hablar de los mayas en su novelaparece estar asegurada por su posicin letrada que se relaciona con su saber antropolgico y

    su estudio del Popol Vuh guiado por un especialista francs. As lo indica el dossier que hace

    Mario Vargas Llosa para la edicin de la novela en la UNESCO: Asturias ni siquiera hablaba

    alguno de los idiomas indgenas de Guatemala, y en Hombres de mazlos usos y costumbres

    indgenas que de veras importan vienen del pasado, no del presente, y los que es an ms

    significativo, de los libros, no de una experiencia vivida. (Vargas Llosa 1996). Claramente es

    el conocimiento libresco el que garantiza para otro letrado, Vargas Llosa, la traduccin y la

    representacin que hace el novelista guatemalteco del pueblo maya-quich.

    En el otro extremo se encuentra el testimonio de la campesina indgena Rigoberta Mench.

    La autoridad de esta narracin est cuestionada desde la propia edicin del libro, cuya auto-

    ra se asigna a Elizabeth Burgos, antroploga venezolana que graba y transcribe una serie de

    conversaciones con Mench y quien es la encargada de reorganiza el material para el libro.

    Dentro de la cultura del libro, parece impropio que una narradora oral pueda ser reconocida

    como autora, por ello es necesario que alguien de la cultura escrituraria otorgue el permiso

    para hablar a Mench. En otro artculo que participa en esta historia oralidad/escritura a

    propsito del episodio Asturias-Mench, Mario Roberto Morales establece una autora anms sorprendente que la de Burgos: el testimonio es un producto del EGP, Ejrcito Guerri-

    llero de los Pobres, organizacin armada que controlaba el Comit de Unidad Campesina

    donde Mench habra recibido su formacin ideolgica. De nuevo, desde la posicin letrada

    de Morales no se concibe algn tipo de agencia de una voz doblemente subalterna: mujer

    indgena, a no ser que est legitimada por una organizacin que se reconoce como una

    alianza clasista y tnica, es decir, el subalterno slo puede hablar a travs de la mediacin

    de una voz autorizada, en este caso, de una alianza transcultural.

    El problema de autoridad que describo demuestra los desequilibrios de poder que entranen juego y desde los que se juega el conflicto oralidad/escritura. Asturias slo requiere de su

    pasaporte letrado para ingresar en la representacin del indgena maya el propio Morales

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    utiliza los verbos creary plasmarpara describir el trabajo de Asturias en Hombres de maz,

    mientras tanto, y de manera paradjica, Mench debe obtener su entrada en el juego de

    representaciones por medio de un re-presentante letrado, en este caso Elizabeth Burgos y

    an con ello su estatus como autora est siempre en cuestin. En este conflicto no se trata de

    restaurar un fonocentrismo para atribuir mayor verosimilitud o mejor representacin de losmayas al testimonio de Mench por su relacin con la oralidad viva del grupo indgena en

    detrimento del texto de Asturias. Se trata, en cambio, de reconocer los locus desde los cuales

    es representado el grupo maya. En ese orden de ideas, el privilegio representacin al de la

    letra sobre la voz es reforzado por la suposicin de la imposibilidad de la voz subalterna.

    Segn la interpretacin que Beverley hace de Spivak, el subalterno no puede hablar de

    forma que nos interpele; sin embargo, la recepcin del texto de Mench indica el grado de

    interpelacin que ha logrado dentro de la academia norteamericana al ser incluido en los

    programas de literatura latinoamericana; razn por la cual, Beverley habla de Me llamo Ri-

    goberta como un caso de acceso subalterno a la hegemona. Dejando de lado la cuestin de

    si este hecho suspende la subalternidad de la voz indgena, debo admitir que la posibilidad

    de agencia subalterna no se desliga de un grado de asimilacin dentro del marco letrado:

    no podemos negar la efectividad de la mediacin de Burgos (y su papel en la edicin de las

    conversaciones, que ella admite en el prlogo del testimonio) en relacin con la circulacin

    de la historia de Mench. Pero por otra parte, tendramos que hacernos la pregunta que se

    hace Beverley: cmo utiliza Mench el aparato letrado para sus intereses? De este modo se

    deconstruye la hegemona letrada al vincular el testimonio con una agenda distinta de lamovilizada por la academia que lo asimila. Un programa de literatura latinoamericana no

    simplemente incorpora Me llamo Rigoberta, sino que es cuestionado por el inters antihege-

    mnico y de paso antiliterario que moviliza Mench en su texto, por ejemplo, su rechazo a

    la escuela y al libro como formas de ladinizacin (mestizaje).

    En el episodio Asturias-Mench las victorias para la letra y la voz parecen repartirse. Si bien

    el testimonio logra de alguna manera acceder a una posicin hegemnica al alcanzar un

    alto grado de visibilidad, es igualmente cierto que Hombres de mazes un caso de transcul-

    turacin narrativa. La novela de Asturias no se agota en el concepto de Rama y su crtica, noobstante, est inscrita en las relaciones de poder que reproducen la subalternidad del grupo

    maya guatemalteco, al vincular la oralidad de este grupo como un elemento ms para la

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    produccin del extraamiento propio del lenguaje literario vanguardista y de una identidad

    real-maravillosa nacional y continental.

    En efecto, la dificultad de la lectura de Hombres de maz, su hermetismo, resulta de la com-

    binacin del habla popular y del habla culta, de la inclusin de voces procedentes de laslenguas indgenas, de la sntesis de mitos mayas y de recursos surrealistas. De este modo la

    historia maya es violentada, pues se convierte en materiales, en retazos para otra histo-

    ria, la de la literatura guatemalteca y latinoamericana. Como sntesis de lo guatemalteco

    Hombres de mazfalla, la prueba es la existencia de una historia-otra contada por Mench,

    disidente en tanto que establece espacios sin sutura entre los mayas y los ladinos, as ocurre

    con el misterio del nahual. Yo no puedo decir cul es mi nahualporque es uno de nuestros

    secretos dice Mench (Burgos, 1986, 41). El nahualse convierte, entonces, en un lugar de di-

    ferencia irreductible, no transculturable, en la medida en que no se puede revelar fuera del

    grupo indgena. Asturias al narrarlo como identidad animal-humana, aquella noche quepas aullando, como coyote, mientras dorma como gente (Burgos, 1986, 39)9, al traducirlo

    en el cdigo de la ficcin novelesca, lo traiciona. Ms problemticas, en trminos represen-

    tacionales, resultan ciertas recepciones de la novela que ubican a la historia indgena en el

    pasado, negndole cualquier agencia en el presente. As ocurre con la interpretacin que

    realiza Vargas Llosa de la novela, apoyado en Gerald Martin, y segn la cual Hombres de maz

    es la alegora del paso de la humanidad de la cultura tribal a la sociedad de clases.

    Aparte de la teleologa moderna del progreso humano, o si se quiere de la teologa marxistade la lucha de clases, la interpretacin de Vargas Llosa niega el presente de la confrontacin

    oralidad/escritura, mayas-ladinos, y la posibilidad de una poltica subalterna indgena, pues

    fija este grupo como el pasado tribal de la sociedad guatemalteca. Estas obliteraciones que

    escenifican y confirman la vigencia de la lucha voz/letra y la necesidad de la hegemona

    de reproducirse constantemente, hacen necesaria la lectura contrapuntstica de Hombres

    de mazy de Me llamo Rigoberta, para visibilizar la actualidad del conflicto, ms ac de un

    9 Burgos inserta esta cita de Hombres de mazcomo epgrafe de un captulo del testimonio. De esta forma, la batalla oralidad/es-

    critura, queda escenificada en el texto.

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    canon (ampliado) literario que permita el encuentro desjerarquizado, aunque no despoliti-

    zado, de los textos; pero igualmente ms all del canon literario para no perder de vista los

    recursos contraculturales y, en general, contra-hegemnicos de la agencia indgena.

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